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PRESENTACIÓN
Por otra parte, Ricardo reconoce que el pacto no sólo perjudica a los peones sino
que favorece a quienes colaboran con el dueño del ingenio en la entrega de la víctima:
“(...) Es un trato a mal para los peones porque él [el propietario], cada mes entregaba
uno [a un empleado]. Entonces buscaba a la gente que no tenga familia y le entregaban
[al Familiar]. Después decían que había muerto (...)”. “Dice que había un hombre que
era de Bolivia, un chango joven y que se había criado en los ingenios de [San Martín
del] Tabacal, Salta (...). Vivía de cuchillo ese hombre, siempre iba armado con esta
arma. Le dice [el propietario del ingenio] a un viejito, que le entregue a los [peones]
más trabajadores. Y él [el muchacho boliviano] ha visto que en dos meses ya le han
ascendido [al viejo] a encargado, después a tarjador. El viejito que le dice al joven éste:
– Mirá hijo, cuidate, porque capaz que tu patrón te va entregar (...)”. El apelativo –el
Familiar – con que se lo nombra se debe a que “(...) es el enviado del diablo, es como de
su familia (...)”; se dice también que “el Familiar es el diablo”; y su misión “(...) cuidar
que la empresa funcione muy bien y que la cosecha sea exitosa”. Ricardo agrega a su
vez: “El Familiar también dicen que es un cuidador. Yo he escuchado un cuento de que
una vez en el ingenio La Esperanza, ha pasado eso de que había familiar. Y dice que,
creo, que se estaba por fundir [quebrar] el ingenio, donde se había venido [llegado] un
nuevo gringo y que se ha comprado el ingenio y ha hecho un trato con el Familiar”.
LA PRESENCIA ÉTNICA
“(...) Entonces el boliviano le dijo que él iba a encontrarse con el diablo y peliar
con él, y si salía con vida le tendría que pagar mucho dinero. El dueño aceptó y le dio lo
que él le pidió, una cruz y agua bendita. Lo llevaron hasta una pieza que está abajo de
la tierra y cerca de la fábrica de papel, y lo encerraron ahí. El boliviano luchó toda la
noche con el Familiar, que tiene forma de perro y se transforma en una víbora grande.
Dicen que esa víbora se enroscaba en el cuerpo, pero con el agua bendita y la cruz, que
estaba bendita también, hacía que lo suelte y no se le acerque. Cuando amaneció fueron
a ver y el boliviano estaba vivo, aunque un poco lastimado. El dueño del ingenio
cumplió y le pagó, pero el hombre contó a todos lo que pasó aquella noche y cómo
venció al Familiar. Nadie sabe dónde está la pieza ni tampoco cuándo el diablo vendrá
por alguna alma, pero todos los años desaparece un hombre para la zafra”.
En este testimonio, resulta interesante la mención de la variable étnica, ya que el
hombre que es capaz de enfrentar al Familiar y salir airoso de la disputa es de
nacionalidad boliviana. Al respecto es importante aclarar que los zafreros argentinos no
ven con buenos ojos la contratación temporaria de los bolivianos por parte de los
ingenios pues, como se trata de personas en su mayoría indocumentadas, se avienen a
aceptar pagas muy exiguas y se convierten, por este hecho, en abiertos y desleales
competidores, ya que además trabajan incansablemente de sol a sol, sin quejarse. Sin
embargo, en la versión que comentamos y en otras que nos han sido confiadas, el
boliviano, si bien es la víctima elegida porque no tiene familia que reclame por su
desaparición, es colocado en un envidiable rango, ya que por su presencia de ánimo es
capaz de vencer al diablo.
“El Familiar viene a recoger lo que le pertenece. [El] boliviano pidió hablar con el
dueño y el dueño le contó que él había hecho un trato con el diablo y que le había
prometido todos los años un alma y [que] el diablo tiene que cuidar la empresa, el
ingenio [azucarero y papelero] (...)”.
“(...) Yo tenía que ir a cuidar una máquina a orilla del río (...) Cuando el Familiar
aparece se apagan las luces y no se pueden prender así como así nomás. (...) Y vi una
luz que se venía. Yo no le yevé el apunte y m’he subido a la máquina. Quería encender
la linterna pero no pasaba nada, después quería encender las luces de la máquina y nada.
Me di vuelta y la luz ya no estaba, entonces m’he asustado, y m’he vuelto a la casa a las
tres de la mañana. Al otro día yo he vuelto y pasó lo mismo; y al tercer día el viento ya
empezaba a silbar y silbar y yo ya pensaba que era el Familiar (...). Yo he tenido suerte
(...) Tenía algo de acero, un cuchiyo o machete [que] lo espanta. Yo me había salvado
por eso y porque no m’he desesperado; porque otros, salen gritando y se vuelven loco[s]
y él se los yeva. También me salvé porque estaba cerca del río y el agua también es un
arma para espantarlo. Cuando termina la zafra esta luz ya no aparece hasta el año que
viene, cuando comienza de nuevo la zafra”. La culminación del período de la cosecha
indica también el final de un tiempo y un espacio que adquieren, pendularmente, una
determinada significación y fuerza por la integración del Familiar a la vida laboral y
social de los zafreros. Durante el tiempo de actividad zafrera, el viento y la luz
se vuelven materia del ente, mientras el agua y los metales superan su condición
ordinaria para erigirse en elementos exorcizantes, articulándose, unos y otros, en la
valentía del hombre que, de este modo, elude el tránsito de la estrecha frontera hacia la
locura y en consecuencia, hacia un desenlace fatal.
“(...) De repente ha salido un chancho (...). Tenía un puñal él [el jornalero] (...).
Hasta eso está una vela, [o] velas... creo que ha entrado él llevando dos velas grandes, se
le acabó la vela hasta la mitad. Estaba ahí transpirando, (...) y se ha puesto a rezar,
invocar. Cuando estaba así, de repente que ha salido una víbora, grande víbora, negra
dice que era, peluda y ha empezado a pegarle a él hasta que al final él le ha matado.
Entonces se ha hecho un charco de sangre y se desaparecía. Y después que ha salido un
gallo negro a pelearle a él, y al gallo le ha cortado las patas él, porque ya estaba por
cortarle el cogote y se desaparecía. Salía un perro, negro dice que era el perro. Y se le
estaba acabando la vela cuando estaba peleando con el perro, y el perro se le ha comido
el pedacito de vela que había; también se ha muerto, le ha matado al perro y se ha
desaparecido, y de ahí que ya ha aparecido el diablo. Tenía las patas como de gallo, las
manos tenía así, como la víbora, todo peludo así, no era como la mano del hombre. El
diablo tenía brazos, piernas, todo, la cara como de chancho, los ojos como muelas de
perro”.
Otra versión argumenta: “(...) Una vez había llegado [al ingenio Ledesma] un tipo
con una cadenita en el pecho y una cruz, en el bolsillo llevaba agua bendita y en la
espalda, en la cintura, un puñal bendito. Nadie se dio cuenta. Lo mandaron a buscar una
herramienta adentro y él vio un bicho grande que se le venía. Sacó el puñal, el crucifijo
y el agua bendita. (...) Cantó el primer gallo y [el bicho] reventó. Al día siguiente
abrieron la habitación [en donde lo habían encerrado], pensando encontrar al hombre
muerto, pero estaba vivo. (...). ¿Sabe qué pasó en el ingenio? Se apagaron todas las
luces cuando el diablo perdió la pelea, y el ingenio empezó a temblar y el ingenio se
venía abajo. La gente no quería trabajar. Esto pasó cuando yo era joven”.
Esta figura infunde temor – más por su aspecto que por su intervención –,
recordando con su presencia la disciplina y la buena disposición con que debe hacerse el
trabajo, pero no les inflige ningún daño.
En el siguiente relato la Familiar toma una actitud de protección hacia las mujeres
del establecimiento: “Para la época de exportación [noviembre hasta febrero] yo entraba
muy temprano y salía tarde (...). Juan me celaba mucho, decía que yo llegaba tarde
porque me quedaba con ‘mi macho’. No te imaginás como peleábamos (...). Entonce[s]
l’he dicho a Juan que me acompañe al trabajo y que me vaya a esperar cuando salga y
así lo ha hecho. (...) Una mañana peleamos muy feo pero igual me acompañaba. Yo
entré a mi trabajo yorando, estaba muy mal por como me trataba Juan, pero ese día yo
lo he trabajado ocho horas. Cuando he yegado a la casa (...) Juan estaba tirado en la
cama con dolor en la nuca; entonce[s] m’ha dicho que cuando venía después de
acompañarme, alguien le había pegado bien fuerte, parecía una pedrada, era pasando la
vía, cerca del Hogar de Ancianos. Me ha dicho que lo mire si tenía lastimado o
hinchado y no tenía nada y él dice que le dolía mucho. Esto lo he comentado a una
compañera que trabaja hace mucho tiempo en el galpón, entonces me ha dicho que
la Familiar que tenemos ahí en el galpón nos cuida a todas nosotras y ella debe ser la
que ha pegado a Juan porque me ha calumniado injustamente”. Llama la atención el
cambio de actitud y de característica entre el Familiar, tal como tradicionalmente se lo
evoca, y estas descripciones de la Familiar, en las cuales no se menciona su relación
con el diablo, aunque está implícita en los comentarios (“En Calilegua hay dos
Familiares... uno en el ingenio y otro en el empaque”), y adquiere el carácter de
intercesora (“nos cuida a todas nosotras”), si bien, según queda dicho en las propias
palabras de la empleada, “nunca hay que ir renegando al trabajo, porque la Patrona se
enoja (...)”, salvaguardando de esta forma los intereses del empresario sin dejar de
presentar el carácter de mediadora en la restitución de la armonía familiar.
LOS FAMILIARES
Como primera observación surge la misión del Familiar como protector del
propietario del ingenio, que realza una percepción cultural del mundo, por parte del
pueblo andino, en la cual la naturaleza humana queda limitada en sus logros ya que, si
nos atenemos a estos testimonios y a la vigencia de la creencia, el empresario,
siguiendo el argumento de las versiones, no estaría en condiciones de alcanzar por sí
mismo (por su trabajo, tenacidad y conocimientos) ni la riqueza, ni el bienestar, ni el
poder. De ser cierta esta apreciación podríamos afirmar que dentro de esta cosmovisión
cultural la diferenciación entre pobres y ricos estaría fundamentada en la certeza de que
los gringos poseen algo semejante al mana, que adquieren aquí por el pacto con el
diablo, antes que contar con la inteligencia y las habilidades personales como medios
válidos para obtener éxito en los negocios, y lograr una buena posición económica
mediante los propios talentos. La riqueza y el progreso, forzosamente, parecen deberse
al obrar exclusivo del diablo.
En el final de la pugna, tal como nos ha sido relatada en una de las versiones, no
está ausente Pachamama, efectivizada en el acto ritual de la corpachada. Estamos en
condiciones ahora de ubicar al Familiar en un contexto más amplio y, sin riesgo,
integrarlo al sistema de representaciones de la cultura puneña del noroeste argentino. El
Familiar – otra personificación del diablo –, siempre en su carácter de ser potente y
ambiguo, al igual que el Tío de las Minas, o del que habita en huancares y salamancas,
se ven conjugados a partir de ese eje aglutinante que es Pachamama. Cabe decir todavía
que a este acto de respeto que se da en la invitación, en el “dar de comer a la tierra” que
es la corpachada, se menciona al diablo con apariencia de “una serpiente grande
que vive en el sótano de la fábrica y se llama familiar (...)”, víbora o viborón peludo
[forma] en la que también suele visualizársela a Pachamama. En efecto, en algunos
relatos se cuenta que suele exhibirse ante los ganaderos poderosos en la figura
terrorífica de un viborón peludo. También esta apariencia nos hace evocar lo que
expresamos en un anterior trabajo, en el cual Coquena (ente poderoso protector de las
vicuñas y de los animales silvestres con pelo de la región) utiliza, con el fin de engañar
a la ambición de algunos hombres, “un collar de víboras relumbrando”, o víboras y
viborones para atar las cargas de metales preciosos que, a lomo de sus vicuñas, traslada
a su arbitrio de un lugar a otro del cerro. Por razones que aún desconocemos, las
figuras de Coquena y Pachamama, asumen una de las transfiguraciones del Familiar. Si
sólo son elementos coincidentes, casuales, causales o no, creemos de todos modos que
deben tomarse en cuenta a la hora de combinar las piezas de esta compleja cosmovisión
cultural. Podríamos decir que, sin temor a equivocarnos, tanto los comportamientos de
los lugareños, como las prescripciones y los tabúes relacionados a estas
representaciones vuelven una y otra vez a Pachamama, con lo que quedaría bosquejada,
una vez más, la significación de esta teofanía en la conciencia cultural del hombre
andino.
OBSERVACIONES FINALES
El íntimo temor con que se narran los distintos episodios acerca del Familiar pone
de manifiesto, entre otros hechos, que la vivencia de este personaje persiste, y junto a
ella, una forma muy peculiar de aprehender la realidad, sin desconocer que la
conciencia cultural en la que el hombre andino atesora este mito, va adecuándose a
contextos cambiantes, enfatizando unos sentidos en desmedro de otros, en un largo
proceso de re-significaciones, a partir de nuevas experiencias, contactos culturales,
relaciones con el poder político y necesidades de la vida cotidiana.
Invierno de 1998.
El hombre andino se enfrenta hoy a una cultura ancestral teñida por algunos
personajes y protagonistas temibles, como el que acabamos de analizar, y otros,
igualmente aterradores, que llegaron de la mano de hombres de otra cosmovisión
cultural: la de la España medieval y renacentista. Sin embargo, junto a aquellos héroes
de leyendas y decires, que a veces se confundieron y confunden con los autóctonos,
también desembarca otro Personaje: Jesús; lo hace de la mano de los misioneros que
traen, junto a la Cruz, un mensaje de Amor como jamás se había escuchado en los
confines de los pueblos indígenas. En este transitar, muchos hombres – también venidos
de allende el mar –, aun esgrimiendo el mismo Credo, no dieron fiel testimonio de aquel
mensaje. No obstante, y a pesar de esta cara oscura de la actuación humana personal,
triunfa el mensaje de Cristo, hundiendo sus raíces en la aridez de los Andes, y queda
una idea esencial: que el Bien siempre triunfa sobre el Mal – tal como lo indican las
historias que nos han sido contadas –, por la fe y el sentido profundo que tiene de lo
sagrado el desafiante varón, y que lo mueve en su pugna con el diablo. El fermento del
Espíritu no se ha aquietado. Así lo confirman las múltiples expresiones de religiosidad
andina y las de fe a la Mamita, como tiernamente se dirigen a la Virgen María, o
al Tatita o Papacito, cuando lo hacen a Jesús Crucificado. Por consiguiente, en este Año
Jubilar, se hace necesario que recordemos que la tarea no ha terminado y que “la
inculturación es un proceso lento, complejo, vivo, matizado, como la vida misma. No es
un movimiento en un solo sentido sino que es un lugar nuevo; no es que la fe entre en
la cultura de un pueblo, como una piedra en una fuente de agua, sino que la misma fe se
enriquece con la cultura que la recibe activamente, algo así como un río entra en otro.
Por eso, trabajar por la identidad de un pueblo, reconstruir un sujeto colectivo es lo más
importante que pueda hacer un creyente en un determinado momento. La inculturación
es un proceso por el cual el Espíritu del Evangelio va impregnando todos los campos de
la vida humana, no destruyendo nada sino dando vida plena”.
Primavera de 2000
BIBLIOGRAFIA CITADA
Bórmida, Marcelo. Cómo una cultura arcaica concibe su propio mundo. Buenos
Aires, CAEA, 1984, vol. VIII.
Diosquez Dupuy, Elma y Taullard de Peralta, Sara. El zafrero y sus creencias. Buenos
Aires, III Congreso Latinoamericano de Folklore del Mercosur y VII Jornadas
Nacionales de Folklore, 11 y el 14 de noviembre de 1997. (M.S.).
El Libro del Pueblo de Dios. La Biblia. Bs. As., Paulinas, 1984. 2a. ed.
Forgione, Claudia. El suri (ñandú) en la cultura andina del noroeste argentino. Scripta
Ethnologica, Bs.As., CAEA-CONICET, 1997, vol. 19.
Laeger, W. Paidea. Los ideales de la cultura griega. Buenos Aires, Paidós; 1980.
Sueldo, María de las Mercedes del. Colección de Folklore. Santa Ana, Colonia
6, Tucumán, Argentina; 1921. Carpeta 315. (M. S.).
Tizón, Héctor. El hombre que llegó a un pueblo. Santiago de Chile, Andrés Bello;
1997.
Vidal de Battini, Berta Elena. Cuentos y leyendas populares de la Argentina. Bs. As.,
ECA; 1982-1984. Tomos V, VII, VIII y IX.
Otrosí: Cuando ya había finalizado este trabajo llegaron a mis manos un libro y
dos artículos que no he podido consultar antes de la entrega de este artículo. Son ellos:
Gentile, Margarita. El Familiar: análisis de esta creencia. En I
Congreso Latinoamericano de Folklore del Mercosur y V Jornadas Nacionales de
Folklore. Noviembre de 1995. Ministerio de Cultura y Educación, Instituto Nacional
Superior del Profesorado de Folklore; 1998. pp. 53 a 64.
Gutiérrez de Prado, Silvia. El duende. Un mito del Noroeste Argentino. Tucumán, Ed.
del Rectorado Universidad Nacional de Tucumán; 1998.