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Breve Historia del Demonio: Desde el Virreinato del Perú hasta nuestros días.

“Como hija verdadera (…)

la acusada reconocía una completa igualdad

entre Dios y el Diablo,

manifestando que el primero era el rey del cielo

y el segundo de la tierra”

(cit. en Casanova,99)

Del latín daemonium, “genio”. Algo divino. Su nombre oculta desde su origen. Ángel
rebelado, príncipe de los ángeles rebelados, enemigo del alma, que incita al mal.
Sentimiento y obsesión persistente, la mía, la de toda una humanidad que ha escrito sobre
las diferentes versiones de su rostro. El Diablo o Lucifer, ángel y demonio, Castelli en su
ensayo Lo demoniaco en el arte define como “un no ser que se manifiesta como agresión pura”
(65). En la leyenda de la Nada se esconde un secreto.

El Nuevo Mundo no ha quedado exento de su existencia, tras la llegada de aquellos


supuestos seres angélicos de armadura, en los antiguos templos de alguna civilización de
ojos almendrados y tez morena, resquebrajaron con el punto de la sacra palabra: Dios y el
Diablo llegaron para quedarse en la Tierra del Sol. Lugar en el que representarían su papel
las grandes fuerzas antagónicas del Occidente: una que mostraba los frutos de la natura, y
pronto un enemigo que con un velo los tapaba.

A continuación, revisaremos algunos de los hitos que por su por su naturaleza, despertaron
el interés de autores como Didi-Huberman, Foucault, Iwasaki, entre otros. A partir de
conceptos como anormalidad, histeria, brujería, beatitud femenina y posesión demoniaca,
se extenderá la línea que vinculará los hitos que tuvieron lugar aquí, en estas tierras, desde
la creación del Virreinato del Perú, cuya jurisdicción se extendía a lo que ahora llamamos
Chile. Esta línea de hitos, habla de cómo el oscuro motivo comenzaba a vislumbrarse en el
curso de nuestra historia, llegando a mostrarse con particulares formas en el acontecimiento
que nos convoca: el caso de Carmen Marín, la Endemoniada de Santiago.

Las Alumbradas de Lima (1580-1620)

Durante la época de la Colonia surgen numerosos casos de santidad. De entre estos, hay
una interesante lista de nombres que tienen algo en común: que todos son de mujeres; todas
ellas, miembros de un movimiento místico.

Estas mujeres, nombradas beatas por la sociedad colonial, hacían de su vida una opción
personal, no formaban parte de la institución del matrimonio ni del convento. Se negaban a
responder a algún tipo de autoridad paterna, ni a la dominación ejercida por un cónyuge
terrenal. Al único que hombre que le rendían cuentas era a su divino y sobrenatural esposo.
Estas mujeres estaban en los límites de la esfera social, y asimismo del poder masculino
laico, es decir, estaban fuera de la norma; puesto que ningún poder terrenal las podía
controlar: “portentosas curaciones, transpiración de cuadros, experiencias luminosas,
disciplina de mosquitos, combates con el demonio 1 y reanimación avícola (…) estigmas,
sacaron almas del purgatorio, volaron por la ciudad, tuvieron embarazos místicos y parieron
santos varones” ( Iwasaki, 600).

Santa Rosa de Lima, cuya devoción había alcanzado gran popularidad en la población
limeña del siglo XVII, es la figura que se alza como fuente de inspiración para la vida
iluminada de estas santas mujeres. Santa Rosa había vivido la vía mística bajo los preceptos
de su autor de cabecera: Fray Luis de Granada. En sus obras, que eran casi un manual para
alcanzar la santidad, sostenía que “las cosas humanas transcurrían en la llamada vida activa
o práctica, pero que existía otra vida —otra vía— especulativa o contemplativa a través de
la cual se podía llegar a Dios” (Ibid, 584). Sus obras estaban prohibidas, la Inquisición
española del siglo XVI consideró que este manual que enseñaba a llegar a la vida
1
Castelli en Lo Demoniaco en el Arte, plantea que el ataque de los demonios principalmente va dirigido a los
santos. De ahí las numerosas obras que intentan retratar el episodio que relata Las Tentaciones de San
Antonio.
contemplativa, era una herejía: “hay algunos graues errores que tienen un cierto sabor a
herejía de los alumbrados, é aún otros que manifiestamente contradizen la fé é doctrina
cathólica” (Cit. en Iwasaki, 585). Los inquisidores creían que este tipo de lecturas podría
generar una ola infunda de casos de beatitud, “No faltaron por entonces en Lima mujeres
tan ligeras de cascos o tan sobradas de malicia que dieron en fingir arrobos y simular
éxtasis y venderee cual si fueran grandes Siervas de Dios y muy grandes confidentes suyas”
(Cit. en Iwasaki, 585).

Las beatas eran discípulas de la santa limeña, constantemente la visitaban en su hogar o


eran testigos de las bodas místicas con Jesucristo en la iglesia de la Compañía. Entre ellas
encontramos la importante figura de Luisa Melgarejo, la última confidente de Rosa de
Santa María: presenció la gloria de la santa, ya ocurrida su muerte, por medio de un trance
estático. Las otras fueron identificadas como María de Santo, Inés Velasco, Isabel de
Ormaza y Ana María Pérez, además, se incluía a la monja Inés de Ubitarte. Todas
miembros del auto de fe celebrado en 1625, todas ellas procesadas por el Santo Oficio. ¿La
razón? Ser consideradas herejes, pues el camino de la fe llevaba consigo no sólo un
compromiso con la divinidad, sino que también un compromiso social con la comunidad; al
tiempo de elegir la vía mística, se negaba el dominio de los hombres. A la Inquisición le
interesaba, por lo menos, los estatutos sociales que debiese tener una mujer. De ahí que
ciertos individuos comenzaran a atacar obsesivamente a estas beatas: en su opinión, las
acciones de las beatas procedían de un influjo demoniaco.2

Estas mujeres asistían con frecuencia a tertulias de índole mística, en la cuales ocurrían
todo tipo de revelaciones: “se le auía pegado los dedos, la auía ido a ver en compañía del
dicho doctor Castillo médico y que auía visto los dedos, el pulgar y el índice puesto el uno
sobre el otro, y que el dicho doctor Castillo quiso ver si aquello era natural o ynbención”
(Cit. en Iwasaki, 588). Los dedos estuvieron pegados cinco años, extraño fenómeno de
contractura que guarda sospechosas familiaridades con lo ocurrido con las señoritas de la
Salpêtrière, casi dos siglos después. La casa donde se celebraban estas particulares tertulias,
pertenecía al devoto contador Gonçalo de la Maza, en donde las beatas limeñas gustaban de
celebrar sus “vertiginosos trances y luminosos deliquios” ( Iwazaki, 588).

2
Tal vez habría que endemoniarse, en la justa medida, para llegar a la santidad.
Las imágenes religiosas no estaban inertes durante los siglos XVI y XVII. Solían padecer el milagro del
agua.3

Otros de los rasgos que hermanaban a estas piadosas mujeres, era la cercana relación que
tenían con su confesor. Se podría decir que Santa Rosa casi fue una adicta a estos hombres,
llegó a tener trece confesores y un director espiritual, quienes la guiaban en el camino de la
fe y en la celebración de sus delirios místicos: “Pedro de Loaysa le había prescrito cinco
mil azotes para que pudiera experimentar los dolores de la pasión de Cristo y otro dominico
le recetó una disciplina compuesta con hilos de cordel bien retorcido 4, áspera y llena de
nudos, para que así con más humildad se conformase” (591). Esta figura masculina,
absoluto defensor y miembro de una ferviente institución, volverá a hacer uso de su
aparición, en los futuros hechos que revisaremos a lo largo de esta histeriografía, tejida por
las misteriosas fuerzas de nuestra providencia o más bien de aquellas que oculta bajo su
3
Imagen intervenida: Anónimo andino. Circa 1620. Colección Museo de la Merced, Chile.
4
Imposible no establecer los lazos con el método sadomasoquista y masoquista japonés El Shibari ( 縛り")
“atadura”. Inventada como una técnica de tortura y apresamiento de prisioneros, solo podía ser ejecutada y
enseñada por un guerrero samurái. El shibari se construía por etapas, con una considerable atención a los
tiempos: primero se inmovilizaba el tronco, luego nalgas y vientre, finalmente se inmovilizaba el cuerpo en su
conjunto. De tortura se convirtió en un estilo japonés de bondage que implica atar con una cuerda siguiendo
ciertos principios técnicos y estéticos. Se aumenta de tal forma la presión arterial que es posible llegar al
orgasmo. Ya Kristeva en Los Poderes de la Perversión hermanaba al martirio con las “angustias y delicias del
masoquismo”.
espeso velo5. Este vínculo, casi amoroso, entre beata y confesor, no sólo levanta nuestra
sospecha; en aquellos tiempos era considerado como un potencial peligro por las
autoridades del clero, debido al desdibujado límite entre la piedad mística y la demencia. La
efervescencia provocada por encuentros celestiales era fuertemente cuestionada, y en la
mayoría de los casos, castigadas por la Inquisición. Este vínculo llevaba consigo una
profunda lealtad con la beata, o quizás un profundo miedo al Santo Oficio; estos hombres
estaban dispuestos a proteger incondicionalmente a sus alumbradas, evaporando las
evidencias que podrían inculparlas, pero no siempre pudieron lograrlo6.

Al momento de rastrear el origen de esta contagiosa devoción, encontramos la lectura de


ciertos compendios teológicos, hagiografías y tratados místicos7; como si auguraran el mal
que aquejaba a la protagonista de una novela de un reconocido escritor realista francés,
años posteriores. Lectura, amor —de y por Dios—, locura; la verdadera —posible—
trinidad que movía, a la manera de un síndrome, la pasión femenina. De ahí que su vida se
convirtiese en una santa simulación8. Porque no sólo la lectura se proponía como parte de la
santidad: los sacerdotes9 además daban la orden expresa de escribir un testimonio de fe, y
ejercían otro tipo de labores con el resto de las iluminadas; el mismo Pedro habría aplicado
la doctrina de los cinco mil azotes con Isabel de Jesús, quien no contenta con el número, le
habría agregado unos mil más, “se los auía dado muy recios por todo su cuerpo y que
quando acabó a las cinco de la tarde auía quedado temblando y penetrada toda” (Cit. en
Iwasaki, 592). Por otro lado, o tal vez el mismo, una de las tareas rutilantes del confesor
consistía en impedir el impulso natural hacia la tentación, impedir el pecado cuyo origen
residía en el cuerpo que al ser trastocado por la culpa, se encarna 10; sin embargo, la
degradación de la carne, su abyección, escondía la palabra que no se debía invocar, la
sublime elevación del deseo carnal: a Cristo le fascinaba el dolor de las alumbradas. El
secreto de la beatitud, se encontraba en las distintas formas de martirio —sacrificio basado
en la humildad ante Dios—; el predilecto era la abyección por su cuerpo, por sí mismas, se
5
De las múltiples formas, sabemos cómo se muestra.
6
En este caso, decididamente no lo lograron, las seis alumbradas fueron condenadas.
7
Sobre todo las obras de Teresa de Ávila, fuente inspiradora de fe y poesía.
8
Entendida como imitación. A propósito del milagro de los dedos pegados, María de Santos imitaba la divina
contractura de Santa Juana.
9
Teniendo la sagrada licencia.
10
“Animado, sostenido” ( Foucault, 187). Este cuerpo es contenido por una voluntad que consiente o no. La
carne es una forma de concebir al cuerpo, el origen y la extensión; de la culpa.
“solicita y pulveriza simultáneamente al sujeto (…) el sujeto encuentra lo imposible en sí
mismo” (Kristeva, 12): Dios o su reverso. Por eso guardaban su cuerpo para él,
negándoselo a sus silenciados cónyuges terrenales. El espacio que estaba guardado para las
alumbradas, era uno de tipo celestial, y por extensión, aéreo11: me confundo en Cristo como
ser celeste, él también insufla, como los demonios cuyo dominio es el aire (Cohen, 30)

Es en esta esfera donde Inés de Ubitarte relataba la gloriosa ocasión en que pudo ser
beneficiaria del miembro de Nuestro Señor Jesucristo “sintiendo que le entraua (…) en su
natura como hombre a mujer” (cit, en 606). Pronto descubriría que sus encuentros eran más
bien artimaña del mismísimo Diablo. Soplo divino o influjo demoniaco, las alumbradas
“pertenecían a un reino cuyas leyes no eran de este mundo” (Iwasaki, 607).

Úrsula Suárez (1666-1715)

A su familia le trastornaba la idea de que Úrsula se casara con Jesucristo, pero la pasión
suya era mayor. Nadie pudo comprender del todo su relación con Dios: ni su familia, que la
tildaba de perversa “¿Vos habías de ser monja?: Tan perversa y tan mala casta, enemigos de
ser monjas” ( Suárez,92), le decían; ni los propios religiosos que rondaban la recta vía, su
actitud no correspondía a los castos valores que debían representar una correcta señorita,
buena esposa, o religiosa. Odiaba a los hombres: “qué caso de una mujer que un hombre
había engañado, y fueran ensartando los que los hombres habían burlado. Yo atenta a esto
les tomé a los hombres aborresimiento y juntamente deseo de poder vengar a las mujeres en
esto engañándolos a ellos, y con ansias deseaba poder ser yo todas las mujeres para esta
venganza” (113). Así, alejándose de las formas correctas, porfiaba en una desenfadada
pasión por el santo espíritu; consideraba los “embarasos de su oficio” como impedimentos
en la tarea de realizar la encomendada autobiografía, ya que no le dejaban el tiempo ni el
sosiego. El 20 de septiembre, por palabra del prelado fue nombrada vicaria. Sus escritos
iban tomando una particular forma; de ella podemos conocer acerca de su nacimiento, de su
niñez acompañada por su familia, de los detalles del cotidiano y de su dedicación al sagrado
camino. El relato está construido a partir de fragmentos de la memoria; recuerdos y sueños
que delineaban la forma de vida que podría llevar una mujer de su tipo en aquella época,
11
La vía que comunica a la tierra con el cielo ( Chévalier, 66-67)
bordeando siempre el contorno: desde tempranas circunstancias, la búsqueda de la
vocación, la llevó a experimentar fenómenos de sobrenatura, todos atribuidos a la fuerza de
la entidad, nombrada en el escrito como la habla (43).

Por eso la labor de la escritura fue un mandato, se le obligaba a escribir para dejar la marca
de las revelaciones cuyo receptáculo era el cuerpo de Úrsula. La actividad, que tal tormento
decía que le causaba, no estaba tan lejos de sus predilecciones: “Escritura algo, y también
vidas de santos, y en no siendo trágicas, las dejaba” (149); entre estas últimas, habían dos
lecturas a las que era devota: a la de Doña Marina 12 y a la de la Antigua13. Comenzó a
escribir por el año 1708 cuando ingresó al monasterio de la Plaza de Armas de Santiago,
desde un principio la clarisa llevó con dudas la labor de la escritura, no sabía cuál era la
naturaleza de la fuerza que la movía a escribir, más aún sospechaba del peligro que
representaba la mujer para la Inquisición, tras los eventos ocurridos con el ya mencionado
fray Luis de Granada: inspirada por sus obras teológicas, María de la Visitación, monja
dominica de quien el fray era confesor, hizo creer que padecía el milagro de los estigmas;
el propio de Granada creyó posible la ficción, él mismo en 1587, dio prueba de fe que los
estigmas eran auténticos. Sin embargo, todo había sido simulado y María fue condenada.

Úrsula escribía acerca de este tipo de experiencia. En sus sueños se vislumbraba al Diablo,
mientras su madre lo atribuía a un deseo del ánima.

Soñé que me llevaba al cielo y entraba por un agujero, atada con una soga, doblada
de la sintura, y así doblada me tiraban para entrar; yo bien discurría, aunque niña y
dormida, que agarrándome de la soga y apartándola con las manos hacia la cabeza
entraría derecha; mas no quise haser esta diligencia sino que me llevasen como
querían; mas me afligía, así por el trabajo del cuerpo doblado como estar el
entablado, donde estaba el aujero, ahumado y todo negro (…) Dispertaba con las
afligciones deste sueño, acordándemo de aquello negro, y tenía tan terrible miedo
que temblaba todo mi cuerpo. Estaba discurriendo si serían de brujos quellos
sueños, que si me engañarían en desir me llevaban al sielo; yo convertía en
tormento, como fuera ir al sielo; sólo de los brujos tenía miedo, con tal estremo que

12
María de la Antigua (1566-1617) fue una monja clarisa de velo blanco, perteneciente al convento de
Marchena en Andalucía. Padeció de visiones y éxtasis místico. Estos últimos fueran relatados por ella en los
cuadernos Desengaño de religiosas y de almas que tratan de virtud, al igual que Úrsula, María por orden de
su confesor debió escribir. (De Ramón, 35)
13
La nacida y muerta en Valladollid, en los años 1554 y 1633, respectivamente. Marina de Escobar fue
fundadora de la reforma de Santa Brígida. Experimentó revelaciones durante toda su existencia, trances y
otros tipos de vivencias, por eso el confesor hizo que las escribiera (De Ramón. 35).
corría sudor de mi cuerpo; y no pudiendo tolerar más esto, empesaba a llorar,
aunque paso, llegándome a mi madre, porque dispertase (106).

Engaña pero a quien no mira bien, rezamos para saber ver “las potencias del mal exploran
el engaño que el deseo de saber (conscupiscientia irrisistibilis) favorece” (Castelli, 77).
Ante este sobresalto, el sujeto es seducido mientras es desgarrado 14, esta fuerza le lleva al
umbral de la comprensión; el santo reza, la clave está en aceptar, “huir es una forma de
endemoniarse” (Castelli, 77). Tras el sueño, la sensación de que el cuerpo se vuelve otro,
incorporalidad líquida: sangre, leche, y en este caso, sudor y lágrimas. La bestia líquida me
habita15. Las mujeres que se consagraban a la Imitatio Christi “creyeron que sus cuerpos
eran como el de Cristo” (Iwasaki, 60), un teatro de señas y de signos. Era conocida la
historia de “La Arrobada”, la santa flamenca Cristina quien lactaba y levitaba durante sus
trances místicos.

También Úrsula fue conocida en nuestra historia por escribir acerca de las tentaciones
diabólicas que la aquejaban, sobre todo de cómo pudo ser testigo de la visión corporal del
Demonio; en su autobiografía se cuenta el sueño en que a Úrsula se le aparece en su celda
un pericote negro y feroz que se paseaba en sus dos patas (Roa, 15). Pero más ilustrador
aún, es el episodio de su niñez, mientras jugaba con su hermana, él se le aparece “(…)
teniendo en frente el espejo la vela , y vi dentro del espejo un negro (…) tenía la cara
sumamente ancha y chata; la frente descabalasada; la nariz sentada; los ojos saltados; y el
blanco de ellos como anaranjados; por los lagrimales le salía fuego (…) conosí ser el diablo
(…) y todo lo miraba deseosa de verle la cara(…)“ ( Suárez, 109-111).

Otro tipo de experiencias místicas se ligaban a los augurios. Úrsula reconocía a personas
que iban a morir, sólo con mirarlos; así ocurrió con Álvaro de Vivero, la última vez que lo
vio.

Llegó acompañando al Señor, y me dijeron: <<Este presto se ha de morir>>;


páreseme que la habla salió del viril (…) Ya trabajo que el diablo me quiera estar
14
“El cuerpo de las visiones y revelaciones —el cuerpo de la mística— es un cuerpo en extrema tensión de
deseo hacia un objeto inconmensurable e inabarcable. Es un lugar común decir que esa experiencia se traduce
en un lenguaje altamente erótico, en el lenguaje de la posesión” (Valdés, 193)
15
Landouzy, haría una esclarecedora observación del cuerpo de las mujeres, las del tipo de la Salpêtrière:
“(…)que lloran abundanteme; las hay que orinan mucho a la vez; las hay finalmente, ¿puedo decirlo?, que
lloran por la vulva”
engañando (…) Yo estuve pensando si tendría algún pecado por el cual el diablo
me estaba atormentando, deseosa de conocerlo para confesarme luego, y a Dios le
estuviese pidiendo si sirviese de alumbrarme para que no le ofendiera ni en lo que
me desían creyese (152-152).

Este don que le fue otorgado a la monja, a través de las imágenes, nos recuerda la serie de
premoniciones que hicieron unas monjas limeñas a mediados del siglo XVIII,

“el padre Joaquín de la Parra dio misa en la Iglesia matriz de su orden en Lima, el 7
de noviembre de 1756, en el Convento de San Francisco (…) la misa dio mucho
que hablar(…) se refirió a ocho o diez religiosas que tenían persistentes
premoniciones sobre la destrucción de Lima(…) debido a la conducta licenciosa de
sus ciudadanos, y en especial la de los mismos religiosos, unas bolas de fuego
provocadas por la ira de Dios arrasarían a la ciudad de los Reyes” (Walker, 31).

El sacerdote era el confesor de estas religiosas, fue él mismo quien se encargó de dar a
conocer los relatos. Ya era conocido el sentimiento de persecución que la Inquisición sentía
por las místicas, inspirados por la especial sensibilidad a la que eran propensas las mujeres.
La mayoría del tiempo no se las reconocía como santas mujeres, sino más bien como brujas
o ilusas. El resultado del proceso fue algo así como una unanimidad: la duda ante el
fenómeno, ni a favor ni en contra.

El espíritu de estas mujeres había sin duda remecido a la sociedad colonial de aquella época
que se dividía y confundía sin explicación alguna ante tales fenómenos. De una forma
similar, se familiarizan los hechos acontecidos el Jueves Santo de 1715; resultan atroces, a
la manera de una vuelta en círculo, en arco. El monasterio de la Plaza fracturado por una
rivalidad que alcanzaba un tono, por decirlo de algún modo, serio: la abadesa acusaba a
Úrsula Suárez de alborotar el convento y perder el respeto y obediencia a las preladas,
dando escándalos y causando incendios en las religiosas, quitándoles el habla porque no la
habían hecho abadesa y prelada. El obispo apoyó a la abadesa; comenzó castigándola con la
suspensión de la comunión, más tarde se aplicaría la sentencia del Tribunal Eclesiástico,
fue condenada a padecer la tortura de la rueda: toda la comunidad debía reunirse y azotarla
cada una, luego la Suárez debía besar los pies a todas sus compañeras monacales; a la hora
de comer debía hacerlo en tierra, reclusa en la celda; por nueve días debía cumplir la
penitencia. Sin embargo, la sentencia no pudo ser ejecutada de inmediato, a Úrsula le
vinieron unos terribles vómitos16 de sangre, que escurrieron durante tres días. El 22 de
marzo se pagó la sentencia. Muestra de su abyección, oculta en el reverso la delirante
sublimación otorgada por la gracia divina, para la escribiente la serie de estos eventos
ocurridos se había consumado como una reescritura de la Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo.

Pero de algún modo, se advertía ya, avanzando las páginas que relatan las desventuras
padecidas en la recta vía, hasta la página que entrega un desenlace sin deseos de cierre, pero
bastante decidor:

Soñé que entrando al coro, fui al confesionario y veí dentro una culebra disforme,
muy enroscada; quise matarla, y no hallando en el coro piedra ni palo, hube de
valerme de los dientes, por tener en ellos más fuersas que en los brasos: mordíla y
sonaron los güesos (…) Sentíme la boca ensangrentada, sin saber si la tenía
lastimada o era sangre de culebra.(…) miré y veí entrar un obispo, afigurósome a
señor Puebla; mas ya era muerto (…) y con mucho amor me dijo: << Mató la
culebra y se lastimó la boca y le sale sangre>>; yo, por no mentir, le dije: << Sí,
señor>>, y me tapaba la boca y escondía tras el velo del confesionario donde estaba
yo(…)( Suárez, 270)

Diablos y brujos en Chillán (1749-1750)

Entre los años 1749 y 1750, tuvo lugar en nuestro país, en la naciente ciudad de Chillán, un
singular acontecimiento. Se abrió un proceso judicial en el cual figuraba entre los cargos
pacto implícito y explícito con el demonio. Los culpables: trece mujeres y seis varones,
todos ellos miembros del pueblo mapuche17.

“El 6 de septiembre de 1749 se presentó ante el cura de Chillán el capitán Alejo de Zapata
para formalizar una acusación contra Josefa, una joven nativa a su servicio (…) Habiéndola
reprendido por huir de su propiedad, en venganza, ésta le había quemado la cocina de su

16
“yo me expulso, yo me escupo, yo me abyecto en el mismo movimiento por el que <<yo>> pretendo
presentarme (…) yo estoy volviéndome otro al precio de mi propia muerte. En este trayecto donde yo
devengo, doy a luz un yo en la violencia del sollozo, del vómito. Protesta muda del síntoma, violencia
estrepitosa de una convulsión” ( Kristeva, 10).
17
Josefa, Melchora Chicalab, Fernando Guidca, Marcela Tangolab, Lorenzo Liempangui, Juan Catireu,
Andrés Guetenpangui, José Guaiquileo, Francisco Mariguala, Ana Rantrillanca, Margarita Cortés, Agustina
Aillanca, María Levilab, Gerónima Ibunpán, Juana Catireu, Francisca Relmán, Margarita y Rosa Ailéb.
casa y luego enfermado a su esposa, Rita Dupré, valiéndose de una <<india vieja>>
llamada Melchora y de unos pájaros nocturnos que parecían guairabos. A juicio del capitán,
el maleficio era evidente por lo cual solicitaba al párroco que hiciese justicia (…)”
(Casanova, 59)

Estas dos mujeres iniciaron uno de los primeros casos de brujería rastreados en nuestra
Historia. Los detalles de los cargos variaban en una serie de actividades que los vinculaban
al Diablo y a las fuerzas malignas.

¿Quiénes eran estos temibles sujetos? ¿Cómo llegaron al Nuevo Mundo?

El que busca encuentra a la bruja en el campo, de ahí que la denuncia de las autoridades
provenga de fuera: mala cristiana, la apuntan. La bruja es aquella mujer que aguarda en la
orilla de la aldea. Rara, monstruosa, peligrosa y anormal; la decretada anormalidad se
sostiene en el sexto mandamiento, la bruja transgrede el cuerpo, es uno, solo, penetrado. A
cambio de la palabra que no se puede decir, se pone al servicio de las fuerzas diabólicas. A
la manera de un sujeto jurídico, esta mujer es miembro de un intercambio; y ella, a
voluntad, decide sellar el pacto. Para la Inquisición la bruja es sumamente peligrosa;
obscena, se debe condenar a la hoguera u otras terribles penitencias; donde el fuego no sólo
purifica el pecado, deja la marca de la historia, de esa que es narrada por los verdugos.
Aquel que le exige y castiga por arte y piedad de la confesión -cuyos métodos merecen ser
ilustrados en otra ocasión- de la suma actividad contemplativa. Tras la quema, solo queda la
marca, el fuego hace del cuerpo escombros, desciende entonces la narración: El Inquisidor
sólo produce restos18. Estos regresan otra vez a la frontera.

No dudó la Iglesia Católica Colonial en actuar con severa diligencia, la eminente institución
estaba encargada de reprimir con fuerza aquellas conductas que amenazaban —y atentaban
contra— el orden social y moral de aquel tiempo. La brujería era la más despreciable forma
de herejía, por eso debía ser castigada.

18
De la Suciedad como abyección (Kristeva, 9-10): “Asco de una comida, de una suciedad, de un deshecho,
de una basura. Espasmos y vómitos que me protegen. Repulsión, arcada que me separa y me desvía de la
impureza, de la cloaca, de lo inmundo. Ignominia de lo acomodaticio, de la complicidad, de la traición.
Sobresalto fascinado que hacia allí me conduce y de allí me separa (…) Me encuentro en los límites de mi
condición de viviente (…) Si la basura significa el otro lado del límite, allí donde no soy y que me permite
ser, el cadáver, el más repugnante de los deshechos, es un límite que lo ha invadido todo.”
Sin embargo, la bruja no es nativa de América, por el agua la trajeron los colonos, desde
Europa del medioevo. Ellos creían que el demonio era real, concreto y cercano, al igual que
los santos y los patriarcas. Eran reales en cuanto a la degradación que implicaba su
existencia: la mujer es idónea vía para que el Diablo reine sobre la tierra, porque de entre
todas las criaturas del Reino de Dios, es la más débil, de cuerpo y moral, así es la
naturaleza, así las mujeres son propensas a cometer el mal. De ahí que, el número de
mujeres acusadas en Chillán sea el terrible trece de las brujas; aquellas, otras mujeres.

Cuando los colonos llegaron, encontraron acá una nueva forma de brujería: los indios
obraban a favor del demonio, este estaba poseyendo al continente. La beligerancia de los
mapuches fue tomada por los blancos como un endiablarse Por su lado, lejos estaban las
creencias religiosas del pueblo araucano. Su condición de frontera otorgó a Chillán la
capacidad de convertirse en un espacio de huida de brujas, en su afán de aplicar los
decretos emanados de la Contrarreforma, la sed de tierras y la conquista.

Múltiples voces, mudas y no, transitaban en el lugar. La cosmovisión mapuche comenzaría


a confundirse con cruces, ángeles y santos. Y el odio que despierta otro, oculto, casi sin
nombre, pero con un vasto valle que dominar. Enrabiados los indios 19 resguardaban el paso
hacia el sur, se dictó su culpabilidad, por atentar contra su carne cristiana. El influjo de la
fantasía europea, invocó la entremezcla del demonio con seres que no eran de este mundo,
benéficos y maléficos. Existían, sí, entre ellos seres más cercanos a lo que podría llamarse
el mal: los wekufe; dirigidos por los kalku, pueden provocar la enfermedad y la desgracia,
por medio de la magia; son de fisonomía híbrida, deforme; pueden ser escuchados o ser
sentidos, a veces aparecen en la noche. Entre ellos podemos encontrar al chonchón
“pájarito. Es cabeza kal´ku, cabeza de persona que sale a volar. De persona que tiene
fuerza. El que tiene fuerza es el kal´ku(…) El choñchoñ trae la enfermedad, mata a la
gente(…) Durante el día no aparece nada, a la noche sí (…) Choñchoñ es también una
lechuza20 que sale de noche, esa no es nada kal´ku” (Cit en Casanova, 152). La tradición
europea encontraba hogar en las tradiciones locales “van los brujos al reri una casa
especial, van (allí) a hacer maleficios, juegan a la chueca, comen: todo lo que comen son
19
De aquellos tiempos proviene el impulso de otorgarle la paz, hasta nuestros días, a la Araucanía.
20
A propósito de San Jerónimo de El Bosco (Castelli, 82): “ El herético pájaro, la lechuza, el pájaro de las
tinieblas —también de Atenea, el conocimiento que da la clarividencia, el don de los adivinos que interpretan
los signos—, contempla desde la rama de un árbol corroído la púrpura cardenalicia abandonada”
cosas ricas; todas las cosas son de puro oro”; las hijas de Lucifer solían reunirse a celebrar
orgías nocturnas21 y a estudiar los ocultos secretos de las malas artes. Otro de los personajes
que aparecen en los relatos es el imbunche: al interior de la cueva había una culebra y un
chivato pillán22, y también un imbunche. Hermano de los brujos, niño deforme y
contrahecho, monstruo hecho a la semejanza de las malas artes.

(…) portero o custodio de la cueva de los brujos. Un testigo declaró en el siglo


XIX que era << un hombre desnudo y con una barba y con el pelo que le llegaba a
la mitad del cuerpo y que eran completamente blancos>> (…) En su origen, es un
niño que los brujos deforman, adhiriéndole una pierna a la espalda mediante una
operación mágica, para que no pueda desplazarse. El imbunche es alimentado con
carne de cabro, o según otros, con carne de cabrito (párvulo) y, desde la juventud, y
durante todo el resto de su vida se le suministrará carne de chivo (adulto) (…) las
brujas debían besarles las asentaderas en señal de sumisión. Para intentar
comprender mejor la función del imbunche (…) <<quien preside las reuniones es el
juez supremo, quien está privado del habla, pero que asiente con movimiento de
cabeza positiva o negativamente >> ( Romo, 14).

En la fila de los aliados de los brujos, junto al imbunche, está también la anchimalguén:
mujer pequeñita que cuida la cueva, capaz de transformarse “ya en fuego tenue y fugaz, ya
en pequeños reptiles(…) cuida los animales del que se pone bajo su protección, lo secunda
en sus venganzas, le da riquezas y salud i lo preserva de maleficios” ( cit en Casanova, 158)

Múltiples voces se enfrentaban, así tomaba forma el caso de las brujas de Chillán. Uno de
los principales protagonistas se gesta en la figura de Simón de Mandiola “hombre de férrea
voluntad y vigoroso temple, siempre vigilante y cruelmente fanático” ( Casanova,66),
sacerdote que ordenó reunir las confesiones que deseaban ser escuchadas. Se repiten las de
este tipo.

Declaración de Josefa, según el notario


06.09.1749
Melchora le dijo a Josefa que entendía de hechicerías y ésta última le pidió a
aquella que le hiciese daño a Rita Dufré, esposa de Alejo Zapata, de manera que
estuviese siempre enferma. Muchas personas le han dicho a Josefa que Melchora
21
El Aquelarre (El Erotismo, 130): “Nos permitimos imaginar una mitología medio cristiana, conforme a la
sugestión teológica, en la que Satanás sustituye a las divinidades adoradas por los campesinos de la Alta Edad
Media. No es absurdo, llegado el caso, postular en el diablo un Dionysios redividus”
22
Deformación del macho cabrío, símbolo de Satanás y fecundidad.
entendía de hacer maleficios, entre ellas Doña Paula, mujer de un Becerra. En
cuanto al cargo de los pájaros, Josefa dijo a Alejo Zapata que Melchora era una de
ellos, porque doña Rita enfermó; no por haberla conocido ni visto, sino que se le
ofreció al entendimiento. Josefa también escuchó de Paula que debajo de la cama
de Melchora se había encontrado un cátaro lleno de sabandijas que habían echado
al río. Josefa confesó para que le quitasen el maleficio a Rita Dufré (cit en
Casanova, 75)
Declaración de Lorenzo Liempamgui, según el notario
12.09.1749
Dijo ser verdad haber llevado a Melchora a una cueva situada en la estancia de
Félix Zapata. Aprendió a ser brujo porque los otros brujos le mataban a sus hijos y
le dijeron que también lo matarían a él. Otros indios acudían a la cueva o casa
porque grande, unas veces el día viernes y otras el sábado, tomando la figura de
chonchón, de zorra o de pajarito. Dentro de la cueva había un chivato pillán al que
todos besaban el rabo. Luego encontraban un culebrón grueso que se les subía por
las piernas hasta llegar a la cabeza. Detesta y abjura que todo pacto implícito y
explícito con el demonio (cita en Casanova, 77).

Luego de que, por confesión, todos fueron dictaminados culpables (a excepción de una
joven), el relato no fue creído por otras autoridades de la época; de entre ellas surge
Francisco Riquelme de la Barrera, juez especial de la causa, quien retoma el proceso un año
después; no debía ser cerrado aún. Los acusados otra vez son llamados a declarar, para
sorpresa de algunos, el tono ha cambiado diametralmente.

Declaración de Melchora Chicalab, según el juez


01.04.1750
Confesó que no ha tenido amistad con el demonio, que no ha hecho daño con
hechizos, que no sabe nada de cueva, chivato ni culebra. Lo que declaró antes fue
por temor a los azotes y porque la amenazaban con quemarla si no le quitaba el
daño que atribuían haberle hecho a la mujer de Alejo Zapata. (cit. en Casanova, 85)
Declaración de Francisco Mariguala, según el juez
22.04.1750
Señaló que vivía veinte años entre españoles. Dijo no haber dañado a persona
alguna con hichizos ni saber que otros lo hubiesen hecho. Fue llevado a la cárcel
por orden del vicario y luego azotado para confesase que era brujo. Para librarse de
nuevos castigos, declaró que en Longaví, partido de Maule, había una cueva,
chivato y culebra y un ibunche. Esto lo hizo del miedo, pero todo fue mentira. (cit.
en Casanova 88)

La primera declaración, o la segunda, tal vez ambas: confesión simulada; genuina o no, el
Diablo atravesó los anales de la justicia chilena y el acontecimiento se lee como uno de los
primeros casos de brujería en nuestro país.

Carmen Marín (1857)

Tras un largo proceso de Independencia, nos situamos en un Santiago que padece


profundos cambios de índole político-social; estos cambios también habitan en la esfera del
espíritu y la fe. A mitad de siglo, los habitantes de Santiago se ven remecidos por un
misterioso y espeluznante acontecimiento: en las inmediaciones de las Hermanas de la
Caridad reside Carmen Marín, una joven de dieciocho años que sufre un terrible mal; dicen
que está endemoniada.

Carmen, nacida en Valparaíso, provenía de una familia empobrecida. Huérfana de padre y


madre, pasó su infancia en el campo, cerca de Quillota. Entre los once y los doce años
ingresó al colegio de las Monjas Francesas en Valparaíso. Ahí fue cuando un día pidió velar
al Santísimo por la noche, se le concedió su petición y a las once partió a la iglesia. En el
camino sintió mucho miedo, “le pareció oír por allí cerca al perro del convento y otros
ruidos estraños, figurándose que pasaban por delante de ellas algunos bultos” (Zisternas,
63), se aseguró y observó mejor, no había nada, pensó que eran esas sutiles sugestiones del
miedo, inducido por “lo que al parecer oía y veía” (opus). En el altar, el miedo persistía:
voces como de hombres que peleaban, golpes y aullidos de animales. “Tuvo tanto miedo
(…) que muchas veces le vino la tentación de abandonar al Santísimo” (Zisternas, 65), pero
resistió y permaneció hasta medianoche, que fue cuando llegó una monja a sucederla. Se
fue a su dormitorio y se durmió. Ella no supo más, no recordaba lo que ocurrió a
continuación: durante el sueño tuvo una pesadilla, en la cual le parecía que estaba luchando
con el diablo a brazo partido, se levantó de la cama y empezó a pelear con las niñas,
golpeando a las que pillaba. Con la agitación y el susto que es consiguiente, despertó.
Desde aquel entonces ni ella, ni los otros saben muy bien que es lo que le ocurrió. De a
primeras, vemos como lo oculto, es un elemento esencial en la misteriosa enfermedad de la
Marín. “Esconderse para ser buscado” (Castelli, 81), ¿de dónde viene la causa? ¿Del
Demonio? ¿Acaso del útero? ¿Del cerebro? “(…) tentador[a] ocult[a] parece señalar, parece
que un signo indica un camino para descubrir algo a lo que no se puede llegar sino por
sendas especialmente misteriosas” (83). Rondaban las interrogantes y dudas en ciertos
ilustres personajes de la época, quienes se embarcaron en la empresa de develar la
“verdad”: Dr. García de España, Manuel Carmona, Zisternas, Padín, Fuentecilla, Villarreal,
Barañao, Laiseca, Mac Dermott y el pintor Alejandro Cicarelli. Todos estos personajes, que
profesan al parecer el catolicismo, son los encargados de narrar y difundir la historia de
Carmen.

Por este lado del globo, no se había tenido noticia alguna hasta ese entonces de este tipo de
fenómeno. Con suerte buscamos unos años antes, en el escrito publicado en 1821 por el
doctor José Manuel Bermúdez, canónigo magistral de la Santa Iglesia Metropolitana de los
Reyes de Lima. En la Breve noticia de la Vida y Virtudes de la señora doña Catalina de
Yturgoyen Amasa Lisperguer Condesa de la Vega del Ren, se contaba de lo que le ocurrió a
una respetable dama chilena, de la estirpe de la Quintrala, que luego de casarse a los
dieciséis años, se fue a vivir a Perú. En el capítulo “La persigue el infierno”, se relata como
doña Catalina fue asediada por el demonio; el tormento consistía en el maltrato corporal, en
la tentación y en el miedo que tomaba diversas formas. El sacerdote llamaba trance a las
manifestaciones que se traducían en violentas golpizas que solía recibir en la cruz donde
solía rezar, tras ser arrebatada por los brazos; a las levitaciones; a las visiones inducidas,
donde inmundos animales la mordían en las llamas del infierno, y que al recuperar la
conciencia estaba toda cubierta por una especie de lepra; a los desmayos y sustos mortales.
En sus trances solía el Diablo hacerse pasar por ángel o santo, la honorable condesa sin
más, podía develar el engaño. Catalina creía que Dios permitía este terrible sufrimiento
porque estaba en pecado, por eso la lucha la ganó a través de la oración y la comunión
(Roa, 15-18).
Ante las opiniones que surgieron en cuanto al caso de la endemoniada, la Revista Católica
reaccionó publicando un artículo dedicado al tema de la posesión demoniaca. En él,
respaldado por las Sagradas Escrituras, comprueba la verídica existencia del Diablo y que
sí, es posible que este se haga del cuerpo de los hombres: “El Salvador manda a los
demonios ¡ellos le responden i le obedecen, El Evanjelio refiere de un endemoniado que
habitaba en Jerasa, ¡que furioso rompía las cadenas que lo sujetaban(…) Jesús preguntó al
demonio ¿cuál es vuestro nombre? Yo me llamo Lejion, porque aquí somos un gran
número, no nos envíes al abismo, dejadnos entrar en esa piara de puercos que pasa en el
campo. Jesús lo permitió i estos animales en número de cerca de dos mil se precipitaron
furiosamente al mar” (2366). Sólo mediante el poder otorgado por Dios es posible
expulsarlos, es decir, por medio del ritual del exorcismo, “Da también a sus apóstoles el
poder de curar las enfermedades i lanzar los demonios”23.

Por eso el cura Zisternas creía fervientemente que su papel en la historia debía ser como el
de los apóstoles, y así ver caer a Satanás como un relámpago. En el artículo se advierte
también, que en otros tiempos, lejanos, la acción visible del demonio era mayor, pero con la
muerte de Cristo en la cruz, se nos salvó del pecado, y se destruyó así el reinado infernal.
En los días de la Marín, aún subsistía la fuerza demoniaca, sin embargo, su vislumbre era
más bien rara en número y en circunstancias. De todas formas la eficacia del ritual seguía
siendo la misma. Los fervientes defensores de este diagnóstico son el doctor Benito García
y el sacerdote José Raimundo Zisternas. Este último se erige como una figura problemática
de la época; ultra conservador, gustaba de tocar temas del tipo “los peligros cuando un
hombre queda a solas con una mujer”. Años después del caso de la endemoniada, a la
manera de los cruzados, tuvo una extraña participación en la Guerra del Pacífico. "¿Por qué
atormentas a la Carmen?", en la voz de Zisternas. "Para probar su paciencia... y también la
tuya", responde ella, en trance. Y después de un rezo del presbítero, grita: "¡Bribón! No
sabes con quién te estás metiendo".

Del lado de Zistenas, también se encuentra el médico español Benito García Fernández,
quien tras haber presenciado gran número de ataques de la Marín, responde a la petición del
informe a la que convoca Zisternas. En el texto describe meticulosamente la fisionomía de

23
¿Acaso las enfermedades proceden de la misma naturaleza que tienen los demonios, como creían los
llamados brujos de Chillán y Chiloé?
la niña; basándose en la frenología determina que es de temperamento sanguíneo-nervioso:
“Si hubiéramos de juzgar a Doña Carmen Marín por su organización, diríamos que sería
una buena esposa, una excelente madre de familia, bastante moral, muy filantrópica, muy
aficionada a lo bello, buena relijiosa, con bastante capacidad para observar las cosas y más
para reflexionar” (63). Sobre sus ataques, de un principio plantea la duda; el mal de la
Marín no es del todo definido, desnaturalizado (Castelli, 65): “¿Habrá en la Carmen Marín
una cosa misteriosa, como ser, un poco de magnetismo y el resto de
enfermedad?”(Zisternas, 112). Pronto se atreve a decir que las convulsiones vienen desde el
“el poder del diablo, [el cual era capaz de] producir [la] alteración de los espíritus vitales,
cuyo síntoma principal son las convulsiones” (118). En la escritura de García, se devela sin
querer queriendo, quizás por su fanatismo que no le hace reparar en sutiles detalles, que
ciertamente había detrás de este fenómeno un espectáculo del que hablar, al que se debía ir
a mirar, y por eso el dar cuenta y descubrir la causa del extraño mal que aquejaba Carmen
era de suma importancia; no había espacio para falsedades pues “en este caso faltábamos a
la verdad y engañaríamos al público”. García finalmente concluye que sí, que está
endemoniada:

¿Tiene la Carmen Marín síntomas parecidos a los que acabo de enunciar?


Tiene los siguientes:
1° Eficacia instantánea del Evangelio de San Juan en su curación;
2° Sensibilidad a las cruces; reliquias de santos; etc. (síntoma practicado por mí);
3° Súbita aparición y desaparición de los ataques;
4° Gran desarrollo de las fuerzas;
5° Entiende idiomas extraños;
6° Ha dado muestras de ver sacerdotes antes que llegaran a su cuarto;
7° Pronostica, sin equivocarse a minuto, la hora de sus ataques;
8° Habla mal de Dios; llama a Jesucristo el bribón, a la Virgen la bribona, etc.
(Zisternas, 115-116).
De ser poseída o no, la niña Marín se ilustra como un sujeto femenino fuera de la norma, en
cuanto padece: su cuerpo ha sido investido por ciertos poderes, cuyas dimensiones aún no
han podido ser del todo esclarecidas. Su cuerpo ha sido marcado, no a la manera de la
bruja, su cuerpo está fragmentado, en lo múltiple indefinido, “carece de expresar algo
consistente (…) Preludio al todos, esto es, a nadie” (Castelli, 66). Es acá donde el Diablo
asume su papel, no en intercambio pactado, sino en la invasión, habita el cuerpo de la
debilidad. Este se sitúa en la ciudad, en el corazón de la civilización, más aún en el núcleo
de la fe: el cuerpo femenino de un sujeto que adhiere a la religión, por voluntad, de alguien
que se entrega al privilegio de la confesión. De hecho, gran parte de los casos
documentados ocurren al interior de la propia institución. Su cuerpo es uno, penetrado, así
la forma diabólica se desdibuja, toman su lugar sensaciones, diversos cambios en el cuerpo.
No hay iniciación como tal, el cuerpo es tomado, colonizado violentamente: el cuerpo del
diablo suplanta al de la poseída (Foucault, 191-196). Sin embargo, hay una frontera, un
pequeño espacio para el consentimiento, hay momentos de voluntad, no es tan simple; es un
juego donde las piezas erran en el camino del deseo; la voluntad asiente y niega, al
momento. Parece un engaño, como el desastroso caso de las monjas ursulinas de Loudun en
Francia: un convento entero fue víctima de posesión, como si una legión hubiese invadido
no sólo el cuerpo de las religiosas, sino las inmediaciones del lugar que estaban a cargo de
la priora, Juana María de los Ángeles. Y su otro protagonista, el confesor, encarnado en la
figura del sacerdote Urbain Grandier. Coincidencia espeluznante entre confesor y el primer
exorcista, también el objeto del amor de las monjas; tras haber fallado de todas las formas
posibles, el cura fue condenado por brujería. Por su parte, la Madre Juana, no sólo estaba
bajo el poder del Diablo, ella también lo resistía; es decir, su cuerpo era del diablo, pero en
otra instancia, dependía de ella misma, “hará valer sus propias fuerzas o buscará el
apoyo(…) del confesor”(192). Por un lado, la percepción se hace engañosa, la religiosa no
puede reconocer el juego diabólico, el Demonio la confunde con una serie de placeres, y de
pronto la sospecha pero, al rato, el olvido; así, no ve más que el placer y no advierte el mal,
incluso de sus actos voluntarios. Los exorcistas también son víctimas de la ilusión pues
creen que en esos actos está sólo y únicamente el Diablo.

No hay prestigio: la bruja gozaba de cierto respeto de los aldeanos, por los secretos en
herbolaria, hechizos y otras brujerías; en cambio, la cualidad de la poseída es que su cuerpo
es el lugar de un teatro: sede de “movimientos, sacudidas, sensaciones, temblores, dolores y
placeres” (193). Anfibia, su cuerpo ha sido marcado, la convulsión. Seña que ha sido
estampada en la Historia médica y religiosa. Es la forma visible y plástica del combate de
fuerzas agónicas. Rigidez, el arco de círculo, insensibilidad, gestos voluntarios significantes
(blasfemia, negación, escupir, lo obsceno, sofocos). La carne convulsiva es aquella
heredera del Concilio de Trento, un cuerpo atravesado por el derecho al examen, sometido
a la confesión, es un cuerpo atravesado por Cristo. La convulsión es la forma más primitiva
que emana del cuerpo, va en contra del discurso total: el silencio o el grito, rebelión
involuntaria, secreta, quema a la iglesia. Así es como la confesión se materializa en el
cuerpo de la poseída, Carmen será atravesada por la palabra de sus principales confesores:
la de Zisternas y la de Carmona.

La posesión se escribe así, como una telaraña entre religión y misticismo, entre medicina y
psiquiatría, histeria y posesión, ciencia y fe, en fin, entre Modernidad y la oscuridad de los
siglos. Entonces el cuerpo de la Marín no sólo será la batalla contra el Diablo, en ella se
cruzan las poderosas fuerzas de los hombres.

Es hora entonces de hablar del otro lado, aparece una fuerza forma en tensión: ver el mal de
la Marín como una enfermedad mental. La ambición de la ciencia que todo lo puede, que
todo lo demuestra y lo explica, y si no, lo inventa; ambición que se extendía, invadiendo
todas las esferas de la vida humana. Es este, el noble afán que llevó a al médico francés:
Charcot, a restaurar, lo que algún momento fue una prisión femenina, las inmediaciones de
la Salpêtrière. Charcot bajo el alero de una tímida y naciente psiquiatría, vio que el mal que
aquejaba a muchas de las internas, tenía algo de epilepsia, algo de catatonia, algo de secreto
y de mentira; así fue como redescubrió, o reinventó como dicen algunos, la histeria. De esta
forma, la Diablo, como había sido en pasados tiempos, vuelve a analogarse a una
enfermedad fisio-mental; el diablo se encarna en el útero, animal errante que reside adentro
del cuerpo femenino. El Hospicio donde residía la niña Marín al momento de realizar los
informes, era como una especie de Salpêtrière chilena; en palabras de Carmona, era donde
se refugiaban los mendigos incurables, como aquellas histéricas francesas. Ahora bien,
surge la pregunta ¿qué diablos es la histeria? “Durante largo tiempo, la bestia negra de los
médicos, puesto que representaba, para todos, un miedo enorme: pues era una aporía
convertida en síntoma (…) el síntoma de ser mujer; así de burdo; y todo el mundo lo sabía”
(Huberman, 94).

Las señoritas recluidas en la Salpêtrière representaban en cuerpo a la mujer sometida, a la


fuerza maléfica convirtiéndose así en un teatro “representada la parte oscura de una
sociedad que se niega a ver ese lado de sí misma si no es como eso, como pura
representación” (Cohen, 31). En la sesión de los martes en la Salpêtrière solían exhibirse a
las enfermas en plena crisis histérica; o pensemos en Carmen24, su propio dormitorio había
llegado a albergar alrededor de cien personas, expectantes a sus anunciados ataques. Este
teatro en la Salpêtrière extendía sus líneas a casi toda la cotidianidad de las internas; de
hecho habían destinado todo un pabellón dedicado a la fotografía que pretendía capturar en
todo su esplendor la enfermedad de la matriz errante; “es algo que tiene que ver con el
tiempo, la excesiva inmovilización del deseo, un contra-recuerdo, una fuga alucinatoria del
presente en fuga, o qué se yo” (94). Se reinventa otra proximidad con la locura: el cuerpo
contorsionado de las histéricas era una obra de arte viviente. No por la pura belleza de las
imágenes, sino por lo horrible, que causaba el estremecedor sentimiento de lo sublime 25:
demoniaco, lo horrible siempre ha seducido (Castelli, 85). ¿Y cómo lo hacía? Más allá de
una libidinosa bailarina Marín, las histéricas tenían todo un programa para divertir no sólo
al público, sino que también a sus enamorados médicos: delirios parlantes que revelaban la
oscura naturaleza femenina; poses que las convertían en estatuas de Santos, de Cristos
atravesados por el dolor lacerante del clavo histérico, extendidas en la cruz; éxtasis
religioso, erótico como el de las alumbradas, su cuerpo era penetrado por un ausencia que
no se veía, pero que estaba ahí causando los violentos espasmos, desgarrando a estas
mujeres que casi morían, en el último aliento de la convulsión. En el escenario se
representaba el paroxismo de la religión; la histeria era la línea, en forma de cruz, que
separaba la locura de la mística, en sus cuerpos surgía espasmódicamente lo dionisiaco del
amor. Muchos creían que este sentimiento era causado en verdad por el Demonio, alter ego
de Dionisio; el reverso de la santa es la endemoniada: suplica el amor, fascina y no sólo se
transfigura a sí misma, sino que también a su perverso testigo; al cual provoca,

24
“fue expuesta no sólo a quienes debían informar, sino al público en general, para que fueran testigos”.
(Fariña,)
25
“es un además que nos infla, que nos excede, y nos hace estar a la vez aquí, arrojados, y allí, distintos y
brillantes. Desvío, clausura imposible. Todo fallido, alegría: fascinación” (Kristeva,21)
condenándolo: “(…) Tú querías que cayese antes que tú, pero tú ya habías caído antes(…)”;
de ahí que la parodia a la cruz suene a blasfemia, un paso a lo demoniaco del amor.

La histeria se enlaza directamente con otro asunto, como una motivación, para encontrar la
cura de esta terrible enfermedad: la persecución de las mujeres en la Historia de Occidente.
Como la fuente más recurrida, se quiera o no, surge el nombre del Malleus Malleficarum.
En el libro, los inquisidores Kramer y Spranger intentaban demostrar a toda costa la
pretendida debilidad del género femenino. Su ardua labor dio frutos, pues impusieron en la
época la noción de que la mujer estada predispuesta a ser víctima de las fuerzas
demoniacas. En el texto aparecía considerada como un fenómeno menor, producto de la
ignorancia. “Comenzando por la etimología, que femina viene de Fe y de minus. (Su fe es,
por lo tanto, inferior.)” (Valdés, 190). No sólo en el Malleus estaba esta visión, este era
producto de una larga línea de autores que consideraban que la mujer en su soledad, sólo
pensaba en el mal; su carácter más impresionable las predisponía a recibir la influencia de
la Nada monstruosa, pues eran incapaces intelectualmente. Más aún, se contaba la
predisposición al pecado capital de la lujuria, por ser más carnal que el hombre. La causa
era simple, "que hubo una falla en la formación de la primera mujer, por haber sido creada
a partir de una costilla curva, o sea, una costilla del pecho, cuya curvatura es, por decirlo así
contraria a la rectitud del hombre. En virtud de esa falla, la mujer es animal imperfecto, y
siempre decepciona y miente” (Valdés, 191). La Salpêtrière no distaba mucho de aquellas
creencias, en cuanto uno de los síntomas principales de la histeria, creía Charcot, era la
simulación: fingía la mentira de la enfermedad y el mal; las histéricas se entregaban al acto
de la repetición, “al simulacro, una identificación disparatada, mete al diablo al cuerpo”
(Huberman,333) .

Augustine, musa de Charcot, durante sus ataques, padecía de visiones de violaciones,


pérdida de sangre, terrores, que en su traducción eran básicamente odio frente a los
hombres. Y Charcot no sólo los amaba, simultáneamente le profesaba profundo odio, por
eso el encierro, por eso los experimentos a modo de tortura, o viceversa si se quiere. El
médico curaba al monstruo, y él decía que ellas lo eran por simular, por las poses, por
mostrar26. Pero el monstruo tiene su reverso, quien que esconde la verdadera perversión:
“(…) la extensión radical del simulacro como posición existencial común de la histeria y de
26
Mostrar: del lat. Monstrare ‘mostrar, indicar, advertir’.
su contrasujeto, la perversión(…)” (362). Así lo revelaba el cuerpo del propio Charcot: su
ojo izquierdo estaba infectado de midriasis, dilatación anormal de la pupila con inmovilidad
del iris, síntoma temporal que presentaban las histéricas en sus crisis, pero a Charcot se le
presentó perpetuamente, de ahí su venganza. “A diferencia de la histeria que provoca, pone
mala a lo simbólico pero no lo produce, el sujeto de la abyección es eminentemente un
productor de cultura. Su síntoma es el rechazo y la reconstrucción de los lenguajes”.
(Kristeva, 64) De ahí que Charcot se constituyera protagonista del delirio histérico, era
parte del múltiple esposo infernal, sujeto ausente-presente, se sentía la nada encarnada en el
Diablo, Charcot, Dios, el Juan de la Marín pero también Carmona.

Es dentro de la línea de la Salpêtrière que Manuel Carmona, como si fuera vidente,


enmarcó dos décadas antes su informe declarativo sobre Carmen Marín: ¿Es histerismo? El
relato de Carmona nos ofrece detalles que no se encontraban ni en el informe de Zisternas
ni en el de García; en sus palabras, Carmona levantaba “el velo de la vida privada”. Así, el
médico veía que el origen del mal se encontraba en amores reprimidos, que transportaba un
furioso útero por todo el cuerpo de la niña, hasta llegar al cerebro. Así es como descubre
que el efecto de las Sagradas Escrituras eran simbólica reminiscencia a un viejo amor, que
coincidentemente se llamaba Juan; sólo su lectura podía aplacarla: “Con alguna dificultad
de articulación y con marcada repugnancia para obedecer —le preguntó el cura— ¿A qué
signo obedeces? Al Evangelio de Juan”. Responde omitiendo el epíteto de santidad, es
Juan, no el santo. Un recuerdo, un nombre, alguien que ahora es nadie. “Las histéricas
hacen el amor con nada (Huberman, 197). Coincide el objeto amoroso histérico con La
Nada, demonio, que una vez enmascaró su nombre en la boca de la madre Juana de los
Ángeles.

Los síntomas no deben confundirse ni con los fenómenos ni con los signos. Los
dos últimos no son más que actos o mutaciones que se verifican en el cuerpo sano
o enfermo; en lugar que el síntoma es siempre un efecto inherente al estado de
enfermedad, cuya percepción pertenece más a los sentidos que al signo, porque
éste conduce al conocimiento de efectos más ocultos” (Carmona, 175)
Sabemos ya que era el síntoma de ser mujer, “cuyo útero es como la hidra-mónstruo (…)
único natural demonio” (Carmona, 178), errante, a la manera de un animal. Contaba

Monstruo: […] tomado del b. lat. monstruum, alteración del lat. monstrum íd. por influjo de monstruosus, a
causa de la vacilación entre MORTUUS y MORTUS y casos análogos; monstrare es derivado de monstrum
‘prodigio’, que a su vez parece serlo de monere ‘avisar’; …
también el joven médico que la niña había “puesto un nombre pintoresco a cada una de
esas formas de su mal: a la primera llama el Tonto, dando a entender paladinamente que es
un Diablo leso y mudo que la posee entonces; y la segunda, Nito-nito, añadiendo que es un
Diablo bonito y que dice cuando siente” (125-126), estas manifestaciones era acompañadas
de como un zumbido o golpe en el oído, Carmen no puede referirse bien a lo que siente en
su cuerpo. Este síntoma apareció desde aquella noche que se le concedió velar al Altísimo.

Luego de su primer ataque fue trasladada a la casa de su tía, luego donde un hermano suyo,
quien creyendo que fingía su enfermedad le dio brutales golpizas. Durante aquel tiempo, se
la vio vagar —errar— y familiarizarse con mujeres de mala fama; derechamente, algunos
decían que hablaba muchas lenguas porque había sido prostituta en el puerto de Valparaíso.
Fue en ese tiempo que llegó a tener tres pretendientes: endemoniada, enamorada estaba la
Marín. De la propia boca de la niña sabemos que uno de esos hombres, como la venerada
Augustine de Charcot, la violó durante uno de sus ataques; sorprendentemente, tras el
incidente, ella mejoró de su mal por tres meses. Decía Carmona, apoyado en Galeno, que
la causa próxima de la pasión histérica se ubicaba en el sistema nervioso que hacía
conexión con la matriz, animal encerrado adentro de otro. De ahí que ciertos ataques de
Carmen eran acompañados por “un rugido del vientre”. En efecto, de pasión sufría la joven,
beata bribona, deseos de ser religiosa; cierta vez, le habían descubierto la más eficaz cura:
se le había permitido durante un tiempo, ejercer de novicia, milagrosamente los ataques
habían cesado.

Como las alumbradas de Lima, Carmen podía ver lo oculto, el desorden perceptivo
caracterizaba al cuerpo de la histérica. Sinestesia, podía ver sin el órgano de la visión, a
través del tacto y del olfato, los olía como si fuese un animal. Así, Carmona antes de
Freud, testigo desorientado de las enseñanzas y prodigios de Charcot, ve en Carmen la
expresión de instintos libidinosos, amores despechados, culpas y remordimientos.

Tiempo después de los informes que emitieron Zisternas, García, Carmona y los otros, un
tal médico Bruner, emitió el suyo, menos conocido, y con razón. Bruner ya advierte la
oscuridad que reina sobre la histeria (Roa, 453). La misma forma fugitiva se repite en
muchas enfermedades, que en contorno se asemejan a la histeria, o más bien en viceversa.
Por medio de una creativa y elegante metáfora, compara el análisis de Carmona con el
ajiaco chileno, por exponer elementos sin conexión alguna; pero este cuadro histérico es el
que los une. Más tarde Charcot y sus discípulos, entre ellos Freud, hallarían la hebra que
conecta el útero con el cerebro; la hebra cuyo filo quedaría plasmada en el espeluznante
pero lumbrero registro fotográfico de las señoritas de la Salpêtrière, que sólo fue posible
gracias a las duraderas contorsiones, propias de los ataques histéricos. La contorsión hacía
de estas mujeres, obras de arte viviente: rigidez estática del cuerpo de la Marín; duró tanto
que el señor Cicarelli tuvo tiempo de retratarla. Más aún, Huberman propone esta afección
como una inventiva, en cuanto también considera que el vínculo entre útero y cerebro,
suena más bien antojadizo: una ficción, que se relata a partir de poses, las histéricas hacen
de su cuerpo una imagen. Su declaración se presenta entonces como otra versión, más
aburrida que las otras, por lo demás. Entrometido, Zisternas tacha de innecesario su
informe; diserta de oídas, pues él nunca pudo presenciar a la Marín. Sin embargo, lo
interesante de su informe es que ubica el origen del mal de Carmen en el sueño.

De imágenes, la enfermedad; de palabras, los diagnósticos y la cura. El exorcismo realizado


por Raimundo Zisternas se basa en una lucha verbal: la santa palabra y las lecturas
sagradas, “los demonios sobre todo si son de lenguaje (…) se combaten por el lenguaje”
(Barthes, 279). Los símbolos religiosos como el lignum crucis son parte del espectáculo. El
ritual terminó con las palabras de Nito-nito, que salían de la boca de la Marín. El sacerdote
le pregunta:

¿Tengo yo facultades para echarte?- Sí.


¿A qué signo obedeces?- Al Evanjelio de Juan
¿Por qué atormentas a la Carmen?- Para probar su paciencia.
¿Cuándo volverás?- Dentro de un año y medio.
¿Volverás bajo la misma forma?-No se sabe. (Carmona en Zisternas,149)

No importa quién haya triunfado. Lo espeluznante es que todo quedó por escrito. Hasta ese
entoncs el diablo era parte de una tierra extraña, lejos de la ciudad y las palabras, Carmen
trazó la marca como y en la historia. “Que ninguna enfermedad tenía, que aquello debía ser
una ficción”, dijo un desinteresado Orrego Luco (Zisternas, 34.) Las distintas versiones de
la misma historia, todas las ficciones escritas por la tinta de la perversión. La histeria
finalmente trasciende la dicotomía, y las inventadas hebras la instalan en una santa trinidad:
la mística, la medicina y ella, la errante. Así es como Carmen Marín podría ciertamente, ser
confundida con las beatas que mencionábamos en un principio. Sin embargo, terminado el
último ataque, no sé volvió a saber de la pretendida endemoniada, apenas quedaron los
vestigios en la prensa, que alimentaba a un público ávido de historias increíbles que
luchaban por creer. No se sabe que es lo que realmente ocurrió, sólo queda creer que “lo
demoniaco no existe fuera de nosotros” (Castelli, 87): si existe, está adentro nuestro.

La Recta Provincia (1880)

La Iglesia Católica celebró en la ciudad de Ancud, en 1851, su Primer Sínodo Diocesano;


en él se condenó expresamente la actividad de las machis que estaba dando un sin número
de problemas en la zona. Varios ritos y ceremonias supersticiosas, que exigían el precio de
sus artes y patrañas malignas.

Para los indígenas de Chiloé, no existían las enfermedades ni la muerte natural, todos estos
fenómenos eran males originados por fuerzas hechiceras. Estos males eran curados por acto
de las machis, quienes conocían los secretos de la herbolaria y ciertas ceremonias de índole
mágica, así se lograría espantar el mal del embrujado. Sin embargo, a finales del siglo
XIX, la actividad de las machis, llamadas brujos y brujas, se salió de control; la crisis
surgió en cuanto muchos de ellos (y otros que se hacían pasar por brujos), utilizaban
diversos medios para estafar, robar y asesinar gente a su libre albedrío. La sospecha
reinaba, las acusaciones cada vez eran más numerosas, no estaban libres de estas marcadas
y no comunes gentes, como autores y causantes de daños. Así se sembró una calumniosa
inculpación, la semilla del odio y la venganza. Debido a esto, el siete de abril de 1880, la
Intendencia publicó la Circular 294: la orden de captura de aquellos llamados brujos. Así se
inicia un extenso proceso judicial, que llevó a la cárcel a un sin número de personas, los
cuales decían ser miembros de algo bautizado como la Recta Provincia.

El Intendente que llevó el proceso, Luis Martiniano Rodríguez, tenía como misión juzgar y
condenar los excesos —asesinatos— cometidos por los brujos. El proceso fue producto de
la creciente consolidación del aparato administrativo y judicial que estaba experimentando
el país, cuyas autoridades querían extender a toda costa su potestad sobre la isla. En este
afán, volvía aparecer la humilde voluntad de civilizar en forma definitiva a la población.
Entre los chilotes subiste la existencia de una “firme creencia y de una constante apelación
a los misterios, a los sobrenatural, a las creencias mágicas”, a los llamados Médicos de la
Tierra. No hay brujos pero guárdese de ellos (Anales chilenos de la historia…,125),
advertían a los forasteros los curas de la zona.

Muchos de los interrogados se referían a la Recta Provincia como una organización de


brujos, aquellos eran los responsables de los males causados entre la población chilota. A la
manera de una hermandad secreta, la Recta Provincia era una asociación encargada de
vengarse de aquellos que cometían el mal; el castigo más común derechamente era la
muerte.

La historia de la Recta Provincia, se inicia con la llegada de un navegante cuyo apellido era
Moraleda. Decían que este sabía de hechicerías y que venía a buscar algo, un secreto, a
estas lejanas tierras. Buscó y encontró, a la machi Chillpila, con quien se batió a duelo.
Suponiendo que la brujería intercedió, finalmente la hechicera resultó vencedora. El premio
fue un libro que contenía los ocultos secretos: Libro de Arte, Levisterio o Revisorio; el
navegante se lo dio a la bruja para que pudiese enseñar de estos secretos a los demás. Ella
lo llevó a Quicaví, lugar en el que se dio a conocer las oscuras artes, así fue como nació la
Recta Provincia. Desde aquel entonces, esa tierra tomó el nombre de Lima y España y a sus
jefes los llamaban Reyes sobre la tierra. El libro pasó de mano en mano, una extensa
sucesión de jefes que gobernaban la tierra de los brujos.

Para hacer efectivas las penas tienen sus cabildos (como los nombran ellos) o
corporaciones y éstas nombran sus jefes para tal o cual parte con el título de
'reparadores', debiendo existir un rei de la 'Recta Provincia' (con esto comprenden a
todos los lugares en que existen miembros de esta ilícita sociedad) que está a cargo
de la administración principal. Tienen además sus 'curanderos' para aplicar
remedios a alguna persona enferma y cobrar sus derechos por la curación. Esto es
lo más inhumano y terrible de esta sociedad de hechiceros, se valían de venenos
que es la medicina más común para castigar a los que se muestran rebeldes a
obedecer o pertenecer a la 'brujería', o para efectuar una venganza que cualquiera
solicita, con tal que le den alguna recompensa en dinero. Hacen creer también a los
ignorantes que los que pertenecen a la sociedad pueden transformarse en seres
irracionales que pueden hacer muchos males a los que se resisten a obedecer a sus
jefes. (Romo, 3)

Así vemos como esta sociedad estaba dispuesta jerárquicamente, existía desde tiempos
remotos, y contaba con un número excesivo de afiliados, para el gusto de las autoridades
chilenas. A todos los miembros se les confería un empleo, el que aceptan bajo la obligación
del sigilo y obediencia. Por nombre del lugar para que son nombrados se sabe que han
hecho una subdivisión territorial bajo nombres y lindes que ellos reconocían. Nombres que
analogaban las nacientes naciones del Nuevo Continente. Junto a los reyes, intendentes,
secretarios, encontrábamos a los médicos y reparadores, estos poseían el sobrenatural poder
de la adivinación. Se creía que no sólo los miembros más altos gozaban del aprehendido
don, también el resto de los habitantes, los cuales no sólo eran el receptáculo de las
hechicerías, también los generadores. De esta forma, podían saber quiénes eran los autores
de sus enfermedades o muertes, pronto se les juzgaba a la solicitud y la espera de un
castigo. La sentencia era urdida por el Rey, el que era asesorado por un Gran Consejo o
poder legislativo, integrado por el Secretario y el Visitador General «quien inspeccionaba
en todos los distritos el normal funcionamiento de sus miembros». Existían, también el
Comandante de la Recta Provincia, el Comandante de la Tierra y el Juez Componedor. Los
distritos de Lima, Santiago y Payos de hecho tenían una mayor actividad puesto que allí
estaba localizada la Mayoría de la Recta Provincia. Cada Presidente era secundado por un
secretario o escribano. También existía en cada distrito un reparador, quien ejecutaba los
mandatos del Rey de la Recta Provincia, el Consejo y el Juez Componedor.

La Recta Provincia, entonces, quedó dividida en algo así como distritos, los cuales
integraban brujos y brujas, que actuaban dentro de los límites territoriales establecidos.

Ahora bien, ¿quiénes eran estos brujos? «En la provincia se da el nombre de brujo al
individuo de una sociedad cuyos miembros, según la opinión común, tiene pacto con el
Diablo y cuyo fin es causar enfermedades por medios ocultos y misteriosos, especialmente
por las virtudes secretas de ciertas plantas y raíces y préstanse mutua ayuda en otras
empresas igualmente criminales y tenebrosas”. (cit. en Diccionario de la Brujería, 5-6)). La
historia de los brujos estaba sellada por un largo camino de hibridación (García Canclini,
205); como proceso emanado de uno mayor, la búsqueda de lo propio, que a partir de una
revisión de lo popular “se constituye en procesos híbridos y complejos, usando como
signos de identificación elementos procedentes de diversas clases y naciones”, cuyas
muestras ya se habían dado en las declaraciones obtenidas en el proceso de los brujos de
Chillán. Un relato que se urdía a través de la confusión entre la brujería traída de España y
los ritos de la población indígena, confluían las aguas de los nuevos tiempos al inventando
continente. Más allá, este hecho revela cómo se introdujo parte del imaginario que traían
los colonizadores, en un grado mayor, distinto, las fronteras finalmente se habían
desdibujado, mezclándose así con el imaginario de los nativos chilotes. Tras el proceso, la
confesión se hacía material: los brujos sí existían y su misterioso poder se extendía por toda
la isla, y aquí es donde reside la diferencia principal con el proceso de los brujos de Chillán;
en Chiloé efectivamente se asesinó a miembros del poder judicial y policial, y también a
miembros de la Recta Provincia. Decían que lo que realmente perseguía la cofradía era
“formar una organización ilícita para hacer frente a los conquistadores de Chiloé” ( Burgos,
La Estrella de Chiloé), el arma, sin embargo, estaba oculta.

Lo híbrido no sólo aparecía en la historia de la que estaba siendo partícipe Chiloé. Los
llamados mitos hablaban, creando a seres, mitad humanos, mitad animales, mitad
demonios; en otras palabras, la historia de la razón, pero también de la fe, había creado
monstruos: no comer la sal de la vida; decían que el brujo es invulnerable contra cualquier
arma de fuego, excepto contra la escopeta cargada con sal bendita. El poder del brujo,
provenía del Diablo que en sus múltiples formas, podía aparecer con la figura de un reptil 27,
así

(…) una vez familiarizado con la lagartija, la que no cabe duda le ha transmitido
algún mágico poder, puede presenciar las transformaciones de su maestro en
animal (lagartija, perro, caballo, etcétera). Puede también observar como vuela,
como se abren las puertas sin auxilio de llaves, como se hace dormir a la gente,
etcétera. (cit. en Diccionario de la brujería, 6).

Decían que todo buen brujo no sólo debía guardar fuerza en el cuerpo, debía hacer de su
corazón una fortaleza. Los aprendices eran probados, y por sus maestros eran enviados a
matar, por obra de un llancazo, a su familiar más querido. Sin dudar el futuro brujo juraba
27
La serpiente que poseía el habla tentó a Eva, ofreciéndole de comer lo que estaba prohibido.
cometer el terrible acto, probando que se sometía a los mandatos de la Recta Provincia.
Aquel era el momento que llegaba para consagrar, en cuerpo y alma, al iniciado en el
ejercicio de la brujería. El hechicero ponía en manos del Diablo, sin renuncia al
catolicismo, pero con la prohibición de no pensar más en Dios o algún asunto del cielo: “se
le pone el macuñ, se invoca al Diablo y, el hombre elevando todo su espíritu al ángel
rebelde, es acogido por éste y es armado brujo. Desde este instante, puede salir de la cueva
con su maestro y hacer con éste ejercicios de vuelo” (cit en Diccionario de la brujería, 7).
Como sabemos, al igual que los brujos de Chillán, los brujos chilotes contaban con aliados
como el invunche y el chivato pillán, cuya presencia era invocada para custodiar la cueva
en donde celebraban ocultos sus ritos. Estos monstruos, seres híbridos, estaban obligados a
vivir en la cueva, pues sus artes estaban al servicio de todos los brujos, ya que su carne
provenía del Diablo.

La Endemoniada de Santiago (1968 y 1985)

La Endemoniada de Santiago, escrita por el poeta Braulio Arenas, cuenta la historia de un


adolescente de dieciséis años, que en las calles santiaguinas de 1929, tiene un deslumbrante
encuentro con una desconocida; pesadilla, la clásica iniciación amorosa. Estamos frente a
una novela tradicional en cuanto a estructura, personajes, sucesión de acontecimientos,
entre otros. Hasta una narración simple que introduce rasgos de la novela gótica; sin
embargo, si nos fijamos mejor, el elemento que hace ruido es la perspectiva en la que está
dispuesta el relato de cinco capítulos. Esta se muestra en la figura del narrador, quien suele
implicar al lector con frases como nuestro protagonista. Así, “el desplazamiento de la
conciencia le hace percibir situaciones anómalas” (Fariña), “el narrador se convierte en la
voz de su conciencia que pone en su cabeza <<saludables advertencias>>”. El juego del
adolescente consiste en relacionar una cosa con otra, para que el vínculo produzca el
insólito resultado. Esta relación, similar la establece el soñante, nos sitúa en el espacio de la
semivigilia: por la fiebre que padece el joven sin nombre, apenas podemos distinguir el
sueño de la realidad, y viceversa.
Arenas era parte importante de La Mandrágora, colectivo poético que difundía en sus obras
el surrealismo. La Endemoniada se conforma así como el ejercicio que demuestra al pie de
la letra el programa surrealista que había propuesto Breton:

“la indistinción entre sueño y realidad; la obsesión por el "encuentro"; la salvación por el
amor; el descubrimiento del mundo de la oscuridad y atracción hacia ese mundo; la
conjunción de opuestos; la inclusión de imágenes insólitas; la preocupación por la
naturaleza de "lo real"; la incorporación del elemento mágico, de lo maravilloso, de la
"hechicera" (Fariña).

Realidad y sueño. Es justamente en el sueño donde aparece lo fantástico, atacando la


realidad y la percepción, haciéndole creer al sujeto que aquello que ve o siente está
totalmente separado de él. “Fantasear es una manera de correr tras lo inconsistente, pero
fantasear puede ser también la única manera de cobrar conciencia —a través de la
inconciencia— de la realidad. El que no tiene fantasía no sabe ver” (Castelli, 69). Lo
interesante ocurre cuando se traspasa el borde del umbral. Así fue como los surrealistas
tomaron un pedacito de lo real, que por su fantasía lo convertían en una nueva y exquisita
forma de lenguaje: “(…) los surrealistas no encontraron nada mejor que conmemorar un <<
Cincuentenario de la Histeria >> en 192828 (…) el descubrimiento poético más importante
de finales del siglo XIX (…) <<un medio de expresión >> (…)” (Hubermann, 196). Es así
como volvemos a la figura de nuestra querida niña Marín: la llamada Endemoniada de
Santiago, a la que Arenas no sólo le dedica el título, “Para Carmen Marín, la endemoniada
de ese Santiago de 1857. Su devoto admirador” (Arenas, 7), sino todo un relato que gira
entorno a su oscura silueta.

Nos atrevemos a decir que la Desconocida estaría encarnando a Carmen; “presentada con
un carácter ambiguo, nunca sabemos si es real o producto de una ensoñación del joven. Su
personalidad es ambigua, un poco esquizoide —más bien histeroide— (…) va desde los
rasgos más amorosos y seductores para conquistar al joven, hasta los más brutales y
groseros” (Fariña). Más aún el espacio es el mismo, la ciudad de Santiago, recordemos que
las posesiones demoniacas solían presentarse en un espacio urbano: también recordemos
que el mal de la Marín fue desatado por un sueño, inducido por las pretendidas fuerzas

28
Un año antes del tiempo de la narración
infernales, tal como le sucede al joven protagonista. Parecía que Arenas se hubiese
planteado hacer una continuación de la historia de la Marín, pues nada se supo de ella,
luego del último ataque.

(…) ¿Por qué soñaste conmigo, entonces? ¿Por qué me buscaste, con tus ojos, en la
piscina? (…) ¿Sabes dónde estás? ¿No te huele esto un poco al valle de los
leprosos?... ¡Estás conmigo, querido!
Y mientras esto decía, sus risas estruendosas no cesaban de sacudirla, y, todavía
más, ella las exageraba taconeando en el suelo, con furor.
El muchacho la contemplaba en silencio, erizada su espina dorsal por el terror…
Sus pies estaban pegados en la tierra, y nada podía hacer sino quedarse ahí,
estúpidamente inmóvil, sin voz, sin aliento.
Allí, en la oscuridad que le envolvía, podía entrever dificultosamente a la
desconocida, vestida con un blanco (…) y se imaginaba que el mundo entero había
desaparecido, y que sólo de ella, de esta mujer histérica, podía esperar socorro
(Arenas, 113)
Las premeditadas coincidencias no terminan. Hay un cuento, o un escrito que podría
llamarse cuento, que escribió Arenas, en 1938, tiempo en que aún su surrealismo no decaía:
Gehenna; que en español se traduce Valle de Hinón, especie de purgatorio judío. El nombre
del lugar que tanto los condenados como los leprosos iban a morar, este es el nombre que le
revela al muchacho la Desconocida, el nombre que lleva puesto la casa de las
Endemoniadas. Es así como en la novela aparece la infección de otro texto. Más bien es la
otra versión, similares acontecimientos relatados a partir de una perspectiva distinta,
fragmentos que cuentan la búsqueda de una mujer por un joven enamorado; como un
espejo, la posterior endemoniada, revela al final su nombre, Beatriz, como si fuera una
beata: “la hechicera (…) esa joven que aparecía y desaparecía de mi lado, con la
reconocible y la desconocida a la vez” (Arenas, Gehenna, 33). La multiplicidad demoniaca
vuelve a desempeñar su papel, y es que Beatriz también es el reverso de Carmen: “hizo que
descorriera la cortina que ocultaba ese cuadro (…) representaba a una mujer que vestía a la
moda de 1850 —misma década en que aconteció el espectáculo de la niña Marín— (…) la
misma bella joven que he buscado siempre” (32). Más aún, idéntica escena es relatada en la
novela: “Aquella noche todo el mundo parecía nadar en un líquido brillante. Las calles (…)
resultaban casi por ese motivo desconocidas para mí. No fue raro que me extraviara” (32).
Y fue el extravío que condujo al adolescente de La Endemoniada a la casa de la
Desconocida. Sanatorio de locos, se explica, sin querer el sentido de la metáfora;
Salpêtrière o el Hospicio de las Hermanas de la Caridad29, el juego contínua. Lugar que
pareciese estar fuera del tiempo, o más bien inserto en el tiempo de los sueños.

Adentro de la casa de la Desconocida le confiesa que ignora quién realmente es, “si fuera
yo un ser infernal como pretenden que lo sea, si fuera una hija del demonio no lloraría”
(Arenas,151-152 ) El escritor responde así a todas aquellas voces que buscan explicar el
mal que aquejaba a Carmen, la defiende, incluso, se creería que la cuida. Es en este punto
en que surgen otros hilos que vinculan la historia de la Endemoniada: la cuestión de las dos
ediciones.

Braulio Arenas escribió la primera edición en 1969, de esta ciertos fragmentos no lograron
sobrevivir a la siguiente edición. La joven desconocida hace una importante confesión: ha
sido sentenciada y perseguida desde comienzos del cristianismo. "Tú sabes, es enemigo a
muerte de las sacerdotisas. Dice que somos hijas del demonio (...) en los tiempos antiguos
(...) era otra cosa". (Arenas, 1969, 112-113). Esa otra cosa, según Federico Schopf, nos
revela un tiempo, tal vez un lugar, “puede pensarse que (la joven) es sacerdotisa de Venus,
tal vez prostituta sagrada, cuyos ingresos están destinados a la mantención del templo y del
culto... la lucha (del cristianismo) contra el paganismo” (Fariña). Ese origen llamado
después demoniaco, debía ser purgado de la faz de la tierra. Mitad poseída, Arenas como si
fuese vengador y alquimista, convierte la otra mitad de Carmen en bruja; ya sutilmente se
nos había anunciado en los inicios del relato, cuando en la piscina, la Desconocida salta
desde el trampolín, y este último, por obra febril, se convierte en guillotina: reminiscencia a
la caza de brujas acontecida en tiempos del Renacimiento europeo. Se ha ofrecido el cuerpo
de la mujer, se ha ofrecido a la Niña Marín.

Esta importante revelación no aparece en la segunda edición de 1985. La venganza aparece


situada en otro espacio, tras una dura y certera crítica que había realizado el escritor José
Donoso al poemario de Arenas, La casa Fantasma. Este lo tachó de residual; Arenas no se
lo pudo perdonar, como no le había perdonado al mundo de las letras chilenas su
desconocimiento. El poeta "arrastraba un oscuro resentimiento” (Careaga, 65), que lo
29
Incluso la Casa de la Encarnación
llevaría luego a dedicarle un poema a la no poco temible Junta Militar, verdadera fuerza
maléfica en nuestras Historia. Por eso, la segunda edición, aparece ahora como una mofa de
la recién publicada novela de Donoso: El Obsceno pájaro de la Noche. Ella lo conforta y el
perro por fin deja de ladrar “presa de un gran contentamiento, como si se hubiera zampado
al obsceno pájaro de la noche, con plumas y todo. La joven espanta cruelmente al perro”
(Arenas, 130)

Así, lo que en un principio era una declaración en defensa de Carmen Marín, luego se
convertía en el medio para la venganza, “palabras que se han unido al mundo de las
maldiciones, cohabitando con la ancestral naturaleza del hombre en su imaginería.
Maldiciones que se han expresado con fruición y confiadas para su cumplimiento a dioses,
espíritus y demonios” (Pavella, 88). La tarea había sido confiada a la Endemoniada. Sin
embargo, la figura de Carmen sobrevive en, quién diría, ¡La perra amarilla! En el relato la
endemoniada le hace frente a lo que en el informe de Carmen Marín le causaba profundo
miedo.

Nos atrevemos a decir entonces, que la novela, en sus tres versiones aparece como la
reescritura de la materia sobre posesiones demoniacas en Chile.

El Obsceno Pájaro de la Noche (1970)

La novela escrita por José Donoso cuenta la terrible historia de los Azcoitía. El relato
comienza a la manera de una leyenda maulina: un niña bruja que es enviada a un convento
por su padre, tras haber sido descubierta practicando las malas artes, las cuales le habían
sido mostradas por la nana de toda la vida, esa que tomaba la forma de la perra amarilla.
Habiéndose así gestado la historia, que para el pueblo era la ventura de la casta beata de
dieciséis años, que encerrada estaba a la espera de su canonización, a mediados del siglo
XIX, la historia se vuelve a repetir: el hacendado señor Azcoitía, padre de nueve hijos y una
hija ordenó construir una capellanía, que luego pasó a ser la Casa Espiritual de la
Encarnación en la chimba; para poder esconder a su hija Inés, junto a su vieja nana, la Peta
Ponce. Como la serpiente que se muerde la cola, la leyenda de la niña beata, que también
llevaba por nombre Inés, se encarna en el cuerpo de la Peta, y la otra, la Inés, la de los
Azcoitía. Esa familia que en un tiempo gozaba de los logros que le brindaba el honorable
linaje, en el tiempo de la narración, está cada vez más cerca de destapar el velo de la
decadencia: no hay herederos, Inés y su esposo Jerónimo son incapaces de procrear un
nuevo descendiente.

Por su parte la Casa de Ejercicios Espirituales, que sigue perteneciendo a los Azcoitía, ya
no es lo que era, casi ya no quedan monjas y ya nadie viene a revivir el espíritu; viven unas
viejas y unas huérfanas, entre ellas la pobre Iris Mateluna. A ellas, nadie las quiere. La casa
está custodiada por Humberto Peñaloza o el Mudito, joven que deseaba un lugar en la
sociedad, estudiaba derecho y quería ser escritor. Sin embargo, la suerte o algún augurio lo
hizo toparse con Don Jerónimo, este lo pone a sus servicios, de secretario y escritor oficial
de su biografía, la cual Humberto nunca quiso escribir. Siendo Mudito y viejo, de biografía
de otro, se convirtió en la secreta confesión 30, que por su cadencia se asemejaba al vuelo de
un obsceno pájaro nocturno.

Vemos como el relato desde un principio se ve infectado por la presencia de la brujería.


Todos los personajes femeninos tienen algo de bruja, pues “pone la vida en suspenso y la
muerte llega a ser la única certeza inminente”. Hay una hebra que las une al exterminio y a
la interrupción de toda perpetuación vital. Los aldeanos recurrían a las brujas para que ellas
ejecutasen los partos, pero también los abortos. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así
rodeada de muerte, decía la Pizarnik. Estas brujas serán construidas a través de una voz
narrativa que se compone de múltiples voces narradas y narradoras, la multitud demoniaca
que invoca en su confesión el Mudito.

Así, en la figura de Peta Ponce, reside una postura que atenta contra la hegemonía, contra la
oficialidad y la normalidad, “desmoronará y desestabilizará los discursos históricos,
verdaderos fundadores de identidades” (Shoennenbeck, 164). Invoca una fuerza destructora
de mundos. La bruja está marcada por un signo vacío, que huye, errante. “La leyenda más
bien esconde que devela”, pues las brujas enmascaran31 la realidad a través de su teatralidad
y la saturación (Sarduy,1291) de opuestos, encarnada en la mirada de los otros.

30
“La confesión es un procedimiento de doble mirada en el cual se busca contar, pero también se desea
escucha”( citar)
31
Sin embargo, “no llega a conseguir la máscara, porque enmascara la máscara, deviniendo así trágicamente
opresivo” ( Castelli,74)
Las viejas como la Peta Ponce tienen el poder de plegar y confundir el tiempo, lo
multiplican, lo dividen, los acontecimientos se refractan en sus manos verrugosas
como el prisma más brillante cantan el suceder consecutivo en trozos que disponen
en forma paralela, curvan esos trozos y los enroscan organizando estructuras que
les sirven para que cumplan sus designios (Donoso, 371)

Este poder mágico que poseen las brujas habla del múltiple tiempo fragmentado de la
historia contada por Donoso, y así, no sólo nos referimos a esa historia, sino a la Historia;
secretamente las brujas tienen el control sobre los otros, del tiempo, del espacio, y así de la
realidad. Mucho se asemeja este control al que tenían los brujos acusados de la Recta
Provincia, que cuyas tierras habían distribuido con los nombres de los países que recubrían
América del Sur, ¿mera coincidencia? Como si en la isla chilota se encontrara un
micromundo cuyos acontecimientos y acciones se refractaran por el océano al continente.
Así las decisiones de quién gobierna, quién muere o quién vive, estarían en las oscuras
manos de hechiceros.

Vimos hace una páginas como los brujos de Chillán y de la Recta Provincia referían a
mágicos seres, aliados de las brujas. Donoso los resucita y los encarna en los personajes,
híbridos, mitad uno, mitad otro: la historia se encarna en monstruos. Y la Peta Ponce,
especie de anchimalguén, minúscula vieja que protege la cueva de los brujos, la casa de los
Azcoitía y luego la Casa de la Encarnación, cada lugar al que va su querida Inesita, puede
transformarse también, en chonchón, pájaro nocturno, o en una perra de pelaje amarillo.
Capaz de urdir con el Mudito, cuando aún era Humberto, el entramado que vuelva, o en
realidad, origina la confesión: la fabricación del invunche. Conocemos los pasos: un niño
al que desde los primeros meses de su vida se le cosen todos los orificios del cuerpo,
desnudo y prisionero, sin saber del mundo en la cueva; servirá para vigilar a los brujos,
hacerles de consejero o adivino. El invunche carece de identidad: Humberto Peñaloza y la
insatisfactoria operación que le deja apenas un cuarto de sí mismo, y peor aún, le arrebata el
habla. Se diluye en la Casa de la Encarnación, entre las viejas e histéricas niñas, es ahí
cuando se convierte en el Mudito, apenas humano, va perdiéndose, pierde su físico, su voz,
su sexo, su vocación, su personalidad, incluso su edad quemada por el fuego, apenas la
estela, la sombras de las cenizas en la superficie de una piedra.
Finalmente en la propia escritura, Donoso vuelve al chonchón, en el que se convertía la
bruja vieja de la leyenda, en la reescritura de la materia brujeril de toda una nación,
convirtiendo así esta secreta Historia, monstruosa, en un obsceno pájaro de la noche.

La vuelta (2010-hoy)

Carmen Marín había quedado sepultada desde que Arenas la había “homenajeado”
fervientemente en su novela, casi ni rastro había quedado de ella. Los años pasaron y
entramos en una nueva era y en el 2010, Patricio Jara, cronista de la Historia, hacía el
compendio de los informes que había convocado José Raimundo Zisternas 32. El objetivo de
Jara era rescatar el espeluznante registro de este momento que sacudió a la historia de
nuestro país.

Cinco años después, la edición sería el texto que inspiraría a los guionistas de la decadente
área dramática de un canal nacional. La propuesta, que se titulaba La Poseída33, en un
principio, guardaba cierta lealtad a los informes: Carmen, niña huérfana e interna en un
colegio de monjas, comenzaba a experimentar extraños sucesos; en medio de un hostil
clima religioso, dirigido por la superiora Sor Juana 34; a su rescate acudían los representantes
de los grandes poderes. Por una parte, el poco convencional cura Zisternas, antihéroe
alcohólico por excelencia; y por la otra, el apuesto psiquiatra Gabriel Varas, héroe
romántico, del que pronto se enamoraría la pobre niña. La trama se desenvolvía en el
tiempo de Manuel Montt; un recientemente modernizado Santiago, veía como también el
Diablo rondaba entre sus gobernantes.

Hasta acá, nada mal, la historia y el arte de la teleserie se adaptaban perfectamente a la


lectura de los informes35. Sólo que no había espacio para la duda: la joven había sido
propensa a ser víctima de las fuerzas maléficas, por la sencilla razón atribuida a su origen
humilde. Así la adaptación se convertía en la repetición a todo color de una novela

32
En la década de los setenta, Armando Roa había hecho similar labor, salvo que esta estaba hecha con el fin
de engrandecer la sacra iglesia de la Psiquiatría chilena.
33
Y se subtitulaba marcada por el amor.
34
¿Acaso es un homenaje a la madre superiora de Loundun, Juana de los Ángeles?
35
Referencias al registro fotográfico de la Salpêtrière se encontraban en la escenografía que simulaba ser el
estudio de Varas, encarnando a Carmona. Incluso, avanzado los capítulos el médico considera enviar a
Carmen a la Salpêtrière.
naturalista. Más aún la teleserie guardaba peligrosas similitudes con la novela escrita por
Augusto d´Halmar, Juana Lucero. Publicada en 1902, contaba la historia que transcurre en
el barrio Yungay; de Juana, o Nana, una adolescente, hija ilegítima de una costurera muy
humilde y un ausente diputado de la nación. Tras la muerte de la madre es víctima de
abusos, por su condición de mujer y obrera, es víctima de manipulaciones y engaños. El
final se vislumbra poco prometedor. Similar a la trama de la teleserie, plagada de enredos
incestuosos y malos entendidos. Tanto así que, al igual que Juana, Carmen por las terribles
circunstancias que debió vivir se sitúa próxima al mundo de la chimba, de la prostitución y
del espiritismo, doctrina asociada a la brujería y que practicaba la madre de Juana y la tía
no reconocida de la Marín de la pantalla.

La teleserie termina con el exorcismo, efectivamente la Marín estaba poseída y las fuerzas
del bien habían triunfado. Fin que ya había anunciado el resto de la televisión. Matinales y
programas de conversación, donde proclamados teólogos, en quienes se encarnan los más
oscuros valores fascistoides de una sobreviviente derecha colonial; figuras que debatían lo
que en realidad le había ocurrido a la Endemoniada de Santiago, ecuánime consenso: el
Diablo le había entrado al cuerpo.

La televisión educada con los deshechos de la industria cinematográfica, había seguido los
pasos enseñados por las películas del género. El terror especializado en exorcismos y
posesiones infernales, caricatura de lo abyecto: sectas satánicas; niñas que vomitan palta; el
último exorcismo pero resulta que no era el último, porque aparece pronto el último
exorcismo número dos; registro en vivo y en directo del ritual; posesas que arrancan en
moto. La fantasía ha vuelto, con la máscara de un remedo de espiritualidad: si existe Dios,
existe el Diablo ¡temed, oh enemigos de la fe!
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