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Especialización Docente de Nivel Superior en

Análisis y Enseñanza del Mundo


Contemporáneo
Módulo 1
El mundo contemporáneo: umbral y tránsito

CLASE 1
Este módulo primero de la Especialización Análisis y
enseñanza del mundo contemporáneo nos servirá, muy
clásicamente, para introducir la materia a la que nos abocaremos
durante todo un año, año que, por supuesto, esperamos que sea
muy provechoso para todas y todos. Tentados estamos de llamarla
“gran materia” o “gran asunto”, porque, en efecto, de esta forma
nos convoca y entusiasma, pero mejor dejar a un lado las
grandilocuencias. Será este módulo una introducción que, a su vez,
le dará entidad a una cuestión particular, que hará de guía y que
nos interesa, en primera instancia, dejar que se exprese a través de
algunas preguntas encadenadas: ¿desde cuándo, a propósito de
qué acontecimientos, se ha instalado y extendido la impresión de
que vivimos en un mundo cuyas coordenadas se han trastocado?
Decimos esto, claro, en relación con las coordenadas sobre las que
se movían los libros de nuestras bibliotecas, los surcos que ellos
mismos producían; pero, incluso, con las que habían reglado la
experiencia de nuestros mayores. Entonces: ¿desde cuándo la
impresión de que esas coordenadas se han desquiciado? A la par,
¿cuál es la hondura y cuáles son las implicancias de este corte o
ruptura, y de la transformación o las transformaciones que
conlleva? ¿Por qué vivimos desde hace un tiempo con la idea del

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“fin” sobrevolándonos, mucho menos cargado de promesas que
acechante, en son de amenaza? Del “fin” y, por lo tanto, de lo que
sobrevino –o sobrevendrá– a él. También, puesto que somos
docentes y tenemos un pacto fundamental con los libros: ¿qué
pasa con esas bibliotecas heredadas –cosa que vale, aunque las
hayamos construido nosotras y nosotros mismos–, qué hacemos con
ellas si ya no guardan toda la potencia que nos habíamos
acostumbrado a suponer y esperar? Así, mientras que, en los
módulos subsiguientes y tal como pudieron verlo en el programa,
nos abocaremos a distintas cuestiones en su conjugación con el
“mundo contemporáneo”, a distintos anaqueles de esa biblioteca,
en este pondremos el acento en la idea y en la experiencia que
subtiende a esta vasta transformación. Por tal motivo, nos
interrogaremos por el “corte” y el “fin”, así como por el “umbral” en
el que nos encontraríamos.

La bibliografía y los materiales culturales sobre los que el


módulo se organiza y sostiene proponen variadas perspectivas
para encarar estas preguntas. Casi una corrección: las proponen,
aunque también y sobre todo permiten que nosotros las
propongamos, las pongamos de relieve a través de las
operaciones de lectura que ensayaremos. Es decir, las respuestas,
muy lejos de ser unívocas, y aun cuando encuentren zonas de
coincidencias, se disparan hacia un flanco u otro, otorgándole a la
cuestión por entero no poca inestabilidad. En las clases e
intervenciones que estarán a cargo del grupo coordinador de la
especialización –este escrito y uno más, los tres videos en los que
presentaremos los libros principales del módulo, la conversación
también grabada sobre las películas seleccionadas y un cierre
provisorio del módulo o posdata–, así como en los encuentros
sincrónicos que compartirán con los formadores, buscaremos

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enlazar el breve corpus seleccionado con las preguntas e
inquietudes que señalábamos, otorgándole a todo esto el sello del
aquí y ahora. Porque nada nos interesaría menos que disimular que
enfocamos al mundo contemporáneo –con la discusión sobre sus
“cortes”, “fines”, “umbrales”, etc.– desde Argentina y América
Latina, a la vez que desde nuestra condición que es la de
docentes de la provincia de Buenos Aires. Puesto que no sería lo
mismo, ni qué decirlo, formularse estas preguntas desde Nueva
York, Australia o China. Tampoco si nuestro oficio o profesión,
nuestra participación en el mundo, fuera otra. Nos veríamos
conminados a poner otros acentos, quizás no menos acuciantes
que los que son particularmente nuestros.

Sin lugar a dudas, hay momentos en que la novedad del


mundo en el que vivimos, la ruptura que porta su situación presente
respecto del pasado, se torna patente. Desde ya, la pandemia
que atravesamos, en tanto situación médica y de salud pública
que afecta al conjunto de la población mundial, y como
reestructuración de la gramática de nuestra vida cotidiana –que
incluye al trabajo, a los vínculos de todo tipo, a la educación–,
cataloga a las claras como uno de esos momentos. Incluso se
podría decir que para que la conceptuemos como tal y se hayan
tomado en el mundo entero un conjunto de medidas que, más allá
de diferencias, responden a un mismo patrón, confluyen datos
objetivos con una noción de salud y de vida que, si hurgamos un
poco, solo hace unas décadas tiene esta vigencia. Por lo tanto,
aquí también chocaríamos con un corte, con un antes y después.
Como lo supondrán, muy difícil, sino directamente imposible, iniciar
una especialización como esta, que incluso adquirió esta forma
virtual por las circunstancias que la condicionan, sin hacer mención
a la pandemia. Ahora bien, leída a partir de las inquietudes de este

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módulo, no amortiguamos lo que tiene de novedad, pero también
apreciamos que se monta sobre otras transformaciones mayores
que ya estaban constituyendo nuestro suelo. O, mejor dicho,
nuestras arenas movedizas. Solo enfocada desde lo actual, desde
la información de los diarios y las redes, constituiría una pura y
aislada novedad. Por eso la entendimos de una manera y por eso
también la sobrellevamos tal como lo estamos haciendo.

Seguimos en plan clásico: al leer al historiador inglés Eric


Hobsbawm (1994) –uno de los encuentros sincrónicos, que ocurrirá
en las aulas virtuales, tendrá a las primeras páginas de su libro
Historia del siglo XX como una de las lecturas principales–, queda
claro que, en su particular mirada, el final del siglo XX no significó
solo ni fundamentalmente una fecha del calendario. El remate del
siglo, tal como él lo entiende, está dado por un acontecimiento
que puso límite e hizo concluir a una alternativa política, en el
sentido más abarcativo posible del término, que desafió hasta
hacer temblar en algún momento al capitalismo. Entre la “caída”
del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la URSS en 1991 tiene
su final la experiencia del socialismo, en particular la entendida de
manera fuertemente ligada a los Estados nacionales. Con el
“socialismo realmente existente”, como se dijo, lo que se hundió fue
también una forma de entender la historia que suponía que ese
estadio social, antesala del comunismo, estaba inscripto en la
aventura o, como se prefiera, en la evolución de la humanidad.
Que era un peldaño tan deseado como inexorable, también
definitivo.

Sin embargo, para este historiador marxista, desasosegado por


el nuevo doblez de la historia, el fin del siglo XX no solo significaba
eso, no era asunto tan solo del socialismo. Citamos: “La destrucción

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del pasado, o más bien, de los mecanismos sociales que vinculan
la experiencia contemporánea del individuo con la de las
generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más
característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX”. Las
bibliotecas se encontrarían a un tris de volverse anticuadísimas,
obsoletas, inútiles. Quienes ya éramos profesores cuando leímos,
cerca de su publicación en 1994, estas páginas que avivarán
próximas discusiones en las aulas virtuales estábamos
prácticamente seguros de ver a nuestros alumnos y alumnas en
esta descripción: “En su mayor parte, los jóvenes, hombres y
mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente
permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del
tiempo en el que viven”. Aunque es probable que en algún sentido
nos reconociéramos a nosotros mismos, a disgusto a veces, con
pesadumbre… Si el pasado, guiado por la narración de la historia,
había alcanzado la consistencia de un mapa que, a pesar de no
ser del todo certero, brindaba orientaciones y también alimentaba
las ansias de afrontar el futuro, en el final del siglo XX para este
historiador el mapa se había vuelto bastante ilegible, demasiado
borroneado. En medio de este flamante desconcierto, a Eric
Hobsbawm le preocupaba en especial que careciéramos de
certezas que indicaran hacia dónde nos dirigíamos, incluso hacia
dónde sería bueno y beneficioso hacerlo, a dónde deberíamos
llegar. Sin la historia y su socorro, el presente de nuestras
sociedades se le presentaba como una nave a la deriva. O en una
deriva obtusa, trazada por poderes que excedían por mucho a la
política y a los esfuerzos humanos.

Empezamos por acá porque tanto el nombre de Hobsbawm,


reconocido como uno de los historiadores más importantes del siglo
pasado, como la apelación al saber histórico, saber clave en la

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modernidad, invita a amplios acuerdos, son una señal segura. Y es
altamente significativo que en ese anticipado final de siglo XX se
presenten casi desfondados. En ese mismo año 89 ‒que, además,
fue el de la celebración del bicentenario de la revolución francesa,
capturada por un clima conservador con el que Hobsbawm
discutió en un seminario que dictó poco antes de la caída del
muro y pasó a ser un libro, Los ecos de la Marsellesa‒, un asesor del
Departamento de Estado norteamericano, Francis Fukuyama,
recogió la vieja expresión “fin de la historia”, que hasta el momento
había tenido una vida casi académica, o de reducidos círculos
intelectuales, y la convirtió en un tema de conversación incluso
para los diarios y los programas de televisión. Tenía asidero, parecía
ser no solo una manía ideológica, pensar que, en efecto, la historia
había terminado, que el capitalismo y la democracia liberal, sino el
pináculo de la experiencia humana, eran puntos imposibles de
sobrepasar. Se habló del fin de las ideologías, del fin del trabajo e,
incluso, del fin de la infancia, lo que por supuesto era una bala que
pegaba cerca de la escuela. Entre nosotros, y demos una puntada
más con historiadores, Tulio Halperin Donghi no apeló a esa figura,
pero sí a la de “intemperie”. Su hipótesis, enunciada en 1993 en
una conferencia e impresa en libro un año después, La larga
agonía de la Argentina peronista, una vez desmantelado el Estado
de bienestar, en la versión que en la Argentina le dio el peronismo,
nos encontramos en la “intemperie”. Con ella se alude a la
ausencia de protecciones materiales bien ciertas y concretas, así
como, en paralelo, al vacío de protección simbólica, a la orfandad
de sentidos que permitan la vida colectiva.

Ahora bien, en el año 2003 Hal Foster, un crítico de arte muy


considerado dentro de su ambiente, recordaba que “el fin del
arte” había sido diagnosticado por el filósofo alemán Theodor

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Adorno tan atrás como en 1969. Y en esa misma coyuntura
también se habían proclamado el “fin de la filosofía” y de las
“ideologías”. (El artículo está incluido en la bibliografía no
obligatoria; en especial recomendamos su lectura para aquellas y
aquellos colegas particularmente interesados en cuestiones que
hacen a la estética contemporánea). Por lo tanto, había voces
que, más o menos alarmadas, ya advertían sobre los “finales” que
entonces nos estaban rondando mucho tiempo antes del Muro de
Berlín y su caída estruendosa. Pero es otra cosa lo que aporta este
artículo que parece conmovido por los atentados en EE.UU. del 11
de septiembre de 2001, por lo tanto, por el resquebrajamiento de la
sociedad global, multicultural y posthistórica, ya sin grandes
conflictos que la atraviesen, cuya imagen dominó a la década de
los noventa. No niega Hal Foster que el arte ocupe en el mundo un
lugar muy distinto del que le supuso Hegel a comienzos del siglo XIX
–ya no es “la realización del Espíritu en la Historia” ni tampoco
“índice esencial de la cultura, la época”–, pero sostiene que fue
por lo menos apresurado el “funeral” que se le celebró. Tomando
esta idea y pivoteando sobre ella: ni la historia ni las ideologías ni el
trabajo ni la infancia, etc., etc., tienen la potencia que las definió
en algún otro momento, pero nada de eso había muerto lisa y
llanamente. Incluso vale afirmar, con ganas de incentivar la
conversación entre nosotros y nosotras, nada en la historia y en la
cultura muere “lisa y llanamente”. La crisis que se desata en el
orden global en 2001 y, en nuestras pampas, la que se visibiliza sin
atenuantes en diciembre de ese mismo año, avisa que no podrá
dejar de hablarse de historia, de trabajo, de ideologías, de
infancia, etc. Por lo tanto, propone Foster, agreguemos un nuevo
fin, el de todos los fines que se habían declarado antes.

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Frenemos unos minutos, no más que un párrafo, el argumento
que venimos llevando. Y digamos que si alrededor de 1989, así
como de 2001 y quizás también de la “pandemia COVID-19”,
conviene ver anudadas líneas de crisis, que anticipaban “fines” y
“umbrales”, y venían de bastante más atrás, la escuela es otra de
las viejas piezas que sobreviven, por supuesto, no sin
desplazamientos y averías. Poco antes de 2020, una joven
estudiante del profesorado de Educación Primaria en el que
trabajo comentaba con afán discutidor, del muy bueno por cierto,
que a ella no le interesaba remitirse a la escuela que había sido,
que no conocía la sensación que le habíamos transmitido sus
profesores de que luego de 1989, o más aún de 2001, los “papeles
–o los libros, algunas páginas– se nos habían quemado”, porque
ella, que había crecido durante los primeros años del siglo XXI, que
había estudiado en una escuela y en un colegio ya vueltos otra
cosa, no tenía ni idea de esos “papeles”, desconocía, para volver
al comienzo de esta intervención, esas coordenadas. Su
desenfado, además, era convincente, pero, en la conversación
que se disparó, quedó claro que, como pronto iba a ser maestra,
se inscribiría –su trabajo, su vida, parte de ella– en una institución
que tiene una larga historia, que incluso chirrea y no poco con el
presente. Y, nos atrevemos a decir, no está mal que sea así. Esto le
da un tono muy especial, incluso tenso, a nuestra relación con una
época que no cesa de definirse en relación con los “fines” y con lo
nuevo, abandonando toda crítica, en un tono que por momentos
es de celebración y en otros es apocalíptico, pero todo igualmente
liviano. El crítico cultural Mark Fisher que, además de provenir del
mundo trabajador, daba clases en un terciario en Londres,
propone lo siguiente en uno de los ensayos que componen su libro
Realismo capitalista: “Hoy en día los profesores soportan una

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presión intolerable: la de mediar entre la subjetividad posliteraria
del capitalismo tardío y las demandas propias del régimen
disciplinario (como los exámenes) (…) Los profesores debemos ser
facilitadores del entretenimiento y, al mismo tiempo, disciplinadores
autoritarios. Deseamos ayudar a los alumnos a pasar los exámenes,
y ellos desean tenernos como figuras de autoridad, capaces de
decirles qué hacer”.

La escuela no ha tocado a su fin, es mucho lo que se hizo


para que tamaño percance civilizatorio no ocurra, pero su
sobrevida la coloca ante estas presiones contradictorias. Nada de
esto de lo que hablamos, nada de lo que se refiere a “fines” y
“umbrales” puede ser indoloro. El planteo que trae Fischer nos lo
recuerda. Y, añadamos, tampoco el tiempo es del todo prolijo,
afortunadamente –hoy, en esta coyuntura al menos da ganas de
decirlo así– no se lleva bien con lo homogéneo.

Gilles Deleuze fecha en mayo de 1990 la escritura de uno de


los trabajos que, aunque muy breve, no cabe duda será
fundamental no solo para este módulo, sino para el desarrollo por
completo de esta especialización, Posdata sobre las sociedades
de control. Se publica en una revista y muy pocos meses después,
se podrían contar en días, Martín Caparrós lo traduce y aparece en
una revista que circulaba en la Argentina, Babel. Para trazar una
simultaneidad cuando vean una de las dos películas sobre las que
trabajaremos en este módulo, me refiero a Goodbye Lenin, con las
que nos ayudaremos a pensar todo esto. Porque transcurre en el
mismo momento, durante los mismos meses en que se escribe, se
publica y traduce el artículo de Deleuze. Con ese asombro. No
obstante, aclaremos, para Deleuze el problema no es el “Muro de
Berlín” y su caída, sino otra transformación mayor, no

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acontecimental, que la antecede. “Son las sociedades de control
las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias”. Por
“sociedades disciplinarias” entiende a las que andaban en las
viejas y conocidas –a veces por la experiencia, a veces ya por los
libros, otras por lo que sobrevivió de ellas– coordenadas. Se
constituyeron a partir de la centralidad de la escuela, de la fábrica,
de la prisión, del cuartel. También de la familia. Siempre, unas y
otras instituciones, definiéndose por el “encierro”. Similares
morfológicamente, de ahí la relevancia de la forma “panóptico”,
pero deslindándose, buscando que no haya contaminación entre
ellas. Aunque a Deleuze no le interesaba esta palabra, acotemos
que todo ello cabía en el proyecto de “civilización” que Sarmiento,
entre nosotros, hizo insignia y bandera. Cantidad de atributos,
cantidad incluso de detalles propone Deleuze para caracterizar a
las “sociedades de control”, pero digamos tan solo que desplaza
de la primera línea a la producción –no porque se deje de
producir, sino porque se articula con un “capitalismo de
superproducción”–, y todo lo dispone para la “venta y el
mercado”. “Lo que quiere vender son servicios, y lo que quiere
comprar son acciones”. Lo que vale una marca. La crisis de los
espacios de encierro es resuelta por las “sociedades de control” a
favor y/o en concordancia con un nuevo momento del
capitalismo. ¿Desde cuándo se estaría produciendo esta
mutación? Este escrito permitiría decir que la ficha, la última ficha,
a Deleuze le terminó de caer en esa coyuntura precisa, pero si nos
guiamos por sus citas, desde principios de siglo, con la literatura y
las visiones de Kafka, hay señales de esto. Luego, para marcar los
indicios fuertes, con William Bourroughs –literatura y visiones– en los
años 60 y 70, que fue quien acuña la expresión “sociedades de
control”.

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Ahora bien, en la lógica de esta clase sobre los “fines” nos
interesa referir a una salvedad crucial que hace Deleuze y que en
buena medida si no jaquea relativiza la utilidad de su planteo para
Argentina, para América Latina y para la provincia de Buenos Aires.
Luego de plantear que “el hombre ya no es el hombre encerrado,
sino el hombre endeudado” –porque la deuda, sostenida,
incentivada, con el pago a crédito es la cadena que reemplaza al
encierro–, acota: “Es cierto que el capitalismo ha guardado como
constante la extrema miseria de tres cuartas partes de la
humanidad: demasiado pobres para la deuda, demasiado
numerosos para el encierro”. Relativización genial, que vale mucho
porque no nos atora en la búsqueda pura de modelos, incluso
porque muestra que nada de esto va a ser muy claro. Tres cuartas
partes de la humanidad, que nos implican, para las que fallaría
tanto un modelo como otro. Que no son ajenas a ellos, pero que
no están ante su plena vigencia. En estado barroso.

En la situación contemporánea la impresión del fin, o de los


fines, se combina y convive con la de que nada de eso que se dio
por acabado reposa tranquilamente en un sepulcro. Así, nuestra
época se inclina como pocas hacia una figura, la del espectro o la
del fantasma. Porque puede tener conciencia de lo que pudo ser y
no fue, así como de lo que ya no es de la misma manera que
había sido o se lo había soñado. Cada tanto alcanza conciencia
de lo que se extinguió y, como fue pura injusticia su muerte, nos
seguirá obsesionando. Verán esta sombra espectral o fantasmática
proyectándose en buena parte de la bibliografía y de los
materiales culturales en especial de este módulo. Zygmunt Bauman
no habla de fantasmas, pero sí de zombis, al concluir que los
cambios que se han producido en la “condición humana” exigen
“repensar los viejos conceptos que solían enmarcar su discurso

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narrativo. Como zombis, esos conceptos están hoy vivos y muertos
al mismo tiempo”.

Por último, y solo para introducirnos a uno de los temas que


será fundamental en la segunda parte del momento escrito de la
clase, también al segundo encuentro sincrónico: alrededor del año
2000 un concepto que había tenido apenas circulación en ámbitos
científicos empezó a ampliar su movimiento y, poco a poco, a
popularizarse, el de Antropoceno. Nuestro presente se encuentra
ante un conjunto de datos contundentes que indican que el
hombre, por lo menos desde la Revolución industrial, aunque no lo
advirtiera empezó a incidir sobre la naturaleza de manera tal que
está produciendo transformaciones en el planeta que, por su
potencia –y daño– la asemejan a una era geológica. Otro fin, otro
umbral, ante el que nos situamos.

Bauman, Z. (2000). Prólogo. Acerca de lo leve y lo líquido. En


Modernidad líquida. Buenos Aires: FCE.
Deleuze, G. (1990). Posdata sobre las sociedades de control.
Babel. Revista de libros, (21), 42-43.
Fisher, M. Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? Buenos Aires:
Caja Negra.
Halperin Donghi, T. (1994). La larga agonía de la Argentina
peronista. Buenos Aires: Ariel.
Hobsbawm, E. (1989). Los ecos de la Marsellesa. Buenos Aires:
Crítica.

Hobsbawm, E. (1994). Historia del siglo XX. Buenos Aires: Grijalbo.

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LICENCIA CREATIVE COMMONS

Autor(es): Equipo de la Especialización Docente de nivel Superior en Análisis y


enseñanza del mundo contemporáneo. Dirección Provincial de Educación
Superior,DGCyE. Provincia de Buenos Aires (2021).

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