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Stefano Zamagni
Panorama
de historia
del pensamiento
económico
Barcelona
Diseño cubierta: Nacho Soriano
Título original:
An Outline of the History
of Economic Thought
Traducción de
F rancisco J. R amos
Revision técnica de
S alvador A lmenar , P ablo C ervera
y V icente L lombart
de la Uni versidad de Valencia
ISBN : 84-344-2114-3
Impreso en España
1997. - Romanya/Valls
Verdaguer, 1 - Capellades
(Barcelona)
I
i
PRÓLOGO A LA PRIM ERA EDICIÓN
gredir esta regla cada vez que lo hemos considerado inevitable; por ejemplo, en
los casos de investigaciones y debates que han producido resultados importantes
en la década de 1980, pero que se habían planteado anteriormente. La única pre
caución que hemos tomado en tales casos ha sido la de evitar citar nombres y tí
tulos, aunque siempre con las debidas excepciones, y la de limitarnos a indicar
únicamente las líneas esenciales de los desarrollos teóricos más recientes.
Al lector habituado a los tradicionales libros de historia le podrá sorprender
el gran espacio que hemos dedicado al pensamiento contemporáneo (grosso
modo, el del último medio siglo): éste ocupa casi la mitad de las páginas de un li
bro, que, en conjunto, resulta más bien conciso. Pues bien: pensamos que, si hay
algún desequilibrio de este tipo, seguramente consiste en haber dedicado a las
teorías contemporáneas menos espacio tléf que merecen. La investigación histo-
riográfica «cuantitativa» ha demostrado que, cualquiera que sea el índice que se
utilice para medirla, la producción científica ha crecido a un nivel exponencial en
los últimos cuatro o cinco siglos, con la sorprendente consecuencia de que segu
ramente más del 70 % de los científicos que han vivido en todas las épocas son
contemporáneos nuestros, y tal vez muchos más. Hemos seguido, pues, un crite
rio prudente al decidir reservar a las teorías contemporáneas un espacio muy in
ferior al 70 %.
Finalmente, no hemos querido sustraernos a ciertas dificultades —o, mejor
dicho, a ciertas responsabilidades—, necesariamente ligadas al propósito de tra
tar el presente como historia. Somos perfectamente conscientes de los peligros
inherentes a la aspiración de ser sabios en el sentido de William James, para
quien «el arte de ser sabios es el arte de conocer lo que hay que omitir». Y sabe
mos muy bien que estos peligros se vuelven tanto mayores cuanto más nos acer
camos al presente, cuanto menor es el distanciamiento con el objeto tratado,
cuanto más vasta es la materia en la que se debe escoger qué hay que omitir. Sin
embargo, creemos que se trata de peligros y responsabilidades que no es posible
eludir. Al final, no sabemos si hemos conseguido ser sabios precisamente en ese
sentido, ni en qué medida; pero de algo estamos seguros: de que, si lo omitido en
este libro es mucho, la limitación resultante se justifica, o más bien se hace nece
saria, por la importancia de la materia que de esta manera hemos tratado de pre
cisar.
La obra no está dirigida a un público especializado, pero tampoco única
mente a los estudiantes. Aspiramos a llegar también a las personas cultas, o, me
jor, a las que desean cultivarse. Así, no se requiere una preparación científica es
pecial para leerla; sin embargo, un conocimiento básico de los fundamentos del
discurso económico, especialmente de los grandes temas de la micro y la macro-
economía, hará más fácil su comprensión. Esto es cierto, si no para toda la obra,
al menos para su mayor parte. Quedan algunos pasajes, sobre todo cuando se lle
ga a las teorías contemporáneas, cuyas dificultades analíticas no pueden eludirse
si no se quiere caer en un exceso de simplificación que resultaría distorsionante.
En estos casos, que de todas formas hemos tratado de reducir al máximo, hemos
optado por evitar la trivialización; y por pedirle al lector un pequeño esfuerzo su
plementario.
Los, conocimientos del público al que se dirige la obra pueden ayudar a en
tender distintos aspectos de su estructura: por ejemplo, la decisión de no cargar
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN 11
el texto con el habitual aparato de notas a pie de página, decisión que a menudo
nos ha supuesto una limitación, pero que esperamos redunde en beneficio del
lector; o también las bibliografías presentadas al final de cada capítulo, confec
cionadas sin ninguna pretensión de exhaustividad, y que contienen, además de
los textos de los que se han extraído las citas, únicamente obras escogidas con el
fin de proporcionar al lector una guía para una ulterior profundización.
Finalmente, deseamos expresar nuestro agradecimiento, aunque sin atri
buirles ninguna responsabilidad, a los colegas y amigos que amable y generosa
mente han aceptado leer y comentar una primera redacción del libro o parte de
ésta: Duccio Cavalieri, Marco Dardi, Franco Donzelli, Riccardo Faucci, Giorgio
Gattei, Vinicio Guidi, Vera Negri Zamagni, Fausto Panunzi, Fabio Petri, Pier Lui-
gi Porta, Piero Roggi, Pier Luigi Sacco, Piero Tani y Franco Volpi.
E rnesto S crepanti
S tefano Z amagni
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ì
INTRODUCCION
Resulta, pues, que en los más de doscientos años de historia del pensamien
to económico que van de mediados del siglo xviii a nuestros días, se han verifica
do cuatro grandes ciclos de progreso y estancamiento de las ideas, cuatro largas
fases de revolución seguidas de cuatro fases, igualmente largas, de consolidación.
Y nos encontramos de lleno en un quinto ciclo. Cada uno de estos ciclos se inicia
con una época de innovaciones, de ruptura con la tradición, de ideas geniales; y
de debates, de agrias disputas, de confusión de lenguas; en suma, de exaltada
«destrucción creadora» en el proceso de producción de las ideas económicas. Vie
jas escuelas se resquebrajan, los enanos ceden el paso a los gigantes, y precisa
mente cuando se creía que la ciencia económica había alcanzado la perfección,
se recrea el caos primigenio. Más tarde, de aquella labor emerge gradualmente la
exigencia de una nueva síntesis, la cuaLsgdogra finalmente después de dos o tres
decenios y produce una situación clásica. Luego, durante otros veinte o treinta
años, la economía política vuelve a ser una profesión tranquila: se reforman las
academias y regresa la preocupación por la elegancia, por la generalidad, por la
solución de rompecabezas. La investigación se desarrolla por canales ya marca
dos y produce buenos manuales, perfeccionamientos, generalizaciones y aplica
ciones diversas. •
Pluralidad de iníeipretaciones
La naturaleza subjetiva de los criterios con los que decidir qué se debe con
siderar innovador u ortodoxo es inevitable, como lo es el carácter «cualitativo» de
la periedificación que se deriva de ello. Somos también conscientes de que resul
ta insuficiente apelar a la autoridad de Schumpeter. Por otra parte, la idea de una
evolución a saltos, y no progresiva, no debería suscitar perplejidad. Antes bien, el
problema es: ¿cómo explicar este fenómeno?
Una primera posición la representa el llamado planteamiento «incrementa-
lista» de la historia del pensamiento económico, planteamiento desde el que se
ha comparado «el progreso de la ciencia» —por ejemplo, por Pantaleoni— «al au
mento de tamaño de una bola de nieve que rodara por la pendiente de una mon
taña, recogiendo más nieve, y cuya superficie representaría lo ignoto» (p. 4).
Este punto de vista presupone, según Pantaleoni, la posibilidad de separar la
ciencia económica de los fundamentos metafísicos, o bien, según Schumpeter, el
análisis de las visiones. Delimitada después la historia del pensamiento al análisis
(o a la «ciencia»), se llega a concebirla como la narración del lento y continuo au
mento de tamaño del conocimiento: volviendo la vista atrás y «partiendo de lo
que es actualmente la ciencia económica», dicha historia será la «historia de las
verdades económicas» (Pantaleoni, p. 484). Los partidarios más convencidos de
esta visión, hoy, son algunos economistas neoclásicos; bastará citar algunos nom
bres significativos: Knight, Stigler, Blaug y Gordon. Pero no es una visión nacida
con la teoría neoclásica: ya Say y Ferrara, por ejemplo, la profesaban.
Es obvio que, desde este punto de vista, ni siquiera puede admitirse la idea
de que la historia del pensamiento económico proceda a saltos y avance por revo
luciones. Crisis, estancamientos y lentificaciones son ciertamente admitidos, pero
sólo como efectos perversos de los «fundamentos metafísicos» y de los condicio
INTRODUCCIÓN 17
sistema como en términos de las relaciones que las vinculan entre sí. La segunda
atañe a la capacidad del sistema teórico de responder a una determinada exigen
cia social. En ciertas épocas peculiares de su evolución, la sociedad necesita de
una teoría general para autorrepresentarse: son las épocas en las que predomina
el orden y la estabilidad social. Las teorías que se elegirán deberán ser en cual
quier caso teorías del orden, del equilibrio, de la armonía. Por ello, no todos los
sistemas teóricos son candidatos a lograr la hegemonía, aunque sean interna
mente coherentes. Algunos, aun siendo refinados y rigurosos, están destinados de
todos modos a permanecer al margen del ámbito académico. Pero también en
otro sentido la segunda razón es más importante que la primera: ésta es siempre
necesaria, mientras que la primera no. Cuando la sociedad necesita de una teoría
general, orgánica y ortodoxa, la encuentra. Si se hallan disponibles distintos sis
temas teóricos que satisfacen la misma exigencia, triunfará presumiblemente
aquel en el que mejor se realice también la condición de coherencia interna. Y
cuando el mercado no ofrece gran cosa, se toma lo que hay, incluso al precio del
sincretismo o de la debilidad analítica. Este es el caso, por ejemplo, de las teorías
de la «armonía social» de Bastiat, que se consolidaron en todo el mundo capita
lista en las décadas de 1850 y 1860.
Tercero. Cuando una sociedad entra en crisis, el prestigio del sistema teóri
co en ella dominante se ve perjudicado. En una sociedad en crisis, se debilitan las
exigencias de representar a la economía como un cuerpo orgánico y ordenado,
precisamente mientras emergen problemas reales que las teorías generales del
orden no están preparadas para afrontar. En estas épocas se debilita también la
presión de las comunidades científicas sobre los investigadores, mientras se aflo
jan los vínculos metodológicos y doctrinales de la investigación científica; de este
modo, se liberan energías creativas. Al mismo tiempo, la atención de los científi
cos se centra más en los problemas que emergen de la realidad que en los plan
teados por la teoría. Estas son las épocas en las que se verifican las revoluciones
teóricas. En ellas domina la confusión de lenguas, mientras se plantean las condi
ciones para construir nuevos sistemas teóricos. Sin embargo, también puede dar
se la revitalización de viejos sistemas. Un sistema teórico que entra en crisis no
necesariamente desaparece de la escena; puede suceder, por el contrario, que la
propia crisis contribuya a regenerarlo. Un ejemplo típico lo constituye el caso del
sistema neoclásico tras la crisis de las décadas de 1920 y 1930.
Cuarto. Aunque la historia del pensamiento económico no puede interpre
tarse simplemente en términos de aumento del conocimiento, se dan, no obstan
te, ciertas formas de progreso. Un primer tipo de evolución es el que se verifica
en el seno de una determinada orientación de base. Dado que la orientación se
refiere a un problema específico, la evolución consiste en el perfeccionamiento
progresivo de la teoría con la que se pretende dar cuenta del fenómeno. Así, la
teoxía objetivista del valor ha evolucionado al pasar de Ricardo a Marx y a Sraffa.
Por otra parte, dos orientaciones distintas sobre un mismo problema no son
comparables, en cuanto se derivan de distintas premisas preanalíticas. Respecto
al problema de la distribución de la renta, por ejemplo, existe una orientación,
basada en el presupuesto de que una economía es un conjunto de relaciones de
intercambio entre individuos, que tiende a reducir el problema al de la determi
nación de los precios de los servicios productivos de los que los individuos están
INTRODUCCIÓN 25
Referencias bibliográficas*
Sobre el planteamiento «absolutista»: M. Blaug, Economic Theory in Retrospect, Lon
dres, 1962 (trad, cast.: Teoría económica en retrospección, México, 1985); íd., «Whas there a
Marginal Revolution?», en R. D. G. Black y C. D. W. Goodwin (eds.), The Marginal Revolu
tion in Economics, Durham, 1973; J. E. Caimes, Essays on Political Economy, Londres,
Si no se indica otra cosa, las remisiones a determinadas páginas de las obras que aparecen a
lo largo del texto corresponden a la primera edición que de dichas obras se menciona en la bibliografía.
\h. cid l.)
26 INTRODUCCIÓN
1873, reeditado en Nueva York, 1965; F. Ferrara, Esame storico-critico di economisti e do
ttrine economiche, 4 vols., Turin, 1889; D. F. Gordon, «The Role of the History of Economic
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Sobre las aplicaciones de las teorías de Kuhn y Lakatos: R. Backhouse, A History of
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1976; E, R. Weintraub, General Equilibrium Analysis, Cambridge, 1985.
Sobre los planteamientos «relativistas»: M. Bronfenbrenner, «Trends, Cycles, and
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pment, Londres, 1944; íd., «“Classical Situation” in Political Economy», en Kyklos, 1959.
Ca pítulo 1
NACIM IENTO DE LA ECONOM ÍA POLÍTICA
plena Ilustración, el abate Galiani no fue capaz de formular su propia teoría mo
derna del interés sin sentirse obligado a idemostrar la coherencia de ésta con la
doctrina de la justicia «conmutativa» y con el precepto que prohíbe la usura.
1.2. El mercantilismo
1.2.1. E l b u l l io n is m g
1 .2 .2 . T e o r ía s y po l ít ic a s c o m e r c ia l e s m e r c a n t il ist a s
tales, 1621; La riqueza de Inglaterra p o r el com ercio exterior, escrito en 1630, pero
publicado postumamente en 1664), dos cultos m erch a n t adventurers que no des
deñaron ni la política ni la ciencia. Misselden. invirtió la tesis de Malynes: es el su
perávit o el déficit de la balanza comercial el que hace variar el tipo de cambio, y
no al revés. Más que preocuparse por el cambio, el Estado debería fomentar las
exportaciones y desalentar las importaciones. Y este es el núcleo de la doctrina
mercantilista, doctrina que fue expuesta por-Mun de manera quizás más sistemá
tica que por cualquier otro economista de su tiempo. Contra Malynes, que, entre
otras cosas, daba mucha importancia a las balanzas particulares del comercio de
un país con cada uno de los otros países tomados individualmente, se hizo paten
te que lo que verdaderamente cuenta es la balanza comercial general. Es de ésta
de la que depende la entrada y salida de oro, y es directamente a ésta hacia la que
el Estado debe dirigir su atención. Así, resultaba admisible mantener un déficit
comercial con determinados países —por ejemplo, aquellos de los que se impor
taban materias primas— si con ello se favorecía la producción nacional de los
productos industriales, la riqueza «artificial»’, como se le llamaba. Muchos de es
tos bienes podían venderse a precios altos debido a las ventajas de naturaleza
monopolista ligadas a la superior tecnología requerida para producirlos.
Desde el punto de vista del nacimiento de la economía política, es importan
te la identificación de los intereses de una clase social particular, la de los comer
ciantes, con los de la colectividad; fue así como la economía dejó de ser «domés
tica» para convertirse en «política». Los beneficios de aquella clase, p ro fits u p o n
a lien a tio n , se derivaban de un exceso del valor de las ventas sobre el de las com
pras. Esta diferencia correspondía a una acumulación de dinero. Pues bien: la na
ción entera se consideraba una gran compañía comercial. Su afluencia neta de
oro correspondía al excedente de las ventas al extranjero respecto a las compras
del extranjero. Y, como el comerciante, también la nación debía evitar que el te
soro se mantuviera inactivo. Por el contrario, había de reinvertirlo bajo la forma
de «stock», para adquirir (importar) las mercancías necesarias para producir
nuevos bienes; con éstos podría aumentar las ventas (exportaciones) y las ganan
cias (el superávit comercial). Si bien la producción, y consecuentemente la trans
formación de las materias primas importadas, desempeñaba un papel importante
en este razonamiento, no obstante todavía se veía sólo en el excedente de las ven
tas sobre las comjrras la fuente de los beneficios, tanto para la colectividad como
páralos individuos. >
La teoría de la política económica que se derivó de tal doctrina es sencilla.
La política comercial debía ser proteccionista. Había que abolir los impuestos a
las exportaciones y aumentar los impuestos a las importaciones. Por otra parte,
podían fomentarse las exportaciones con premios, y obstaculizarse las importa
ciones, incluso con prohibiciones. La tarifa aduanera francesa, instituida por
Colbert en 1644, se adecuaba plenamente a estos principios. También Inglaterra
se movió en esta dirección, sobre todo hacia finales del siglo XVII. Sin embargo,
se admitían importantes excepciones: la libre importación de materias primas
útiles a la industria nacional no se obstaculizaba, mientras que se prohibía la ex
portación de materias primas importantes, como, por ejemplo, la lana.
También forman parte de la política comercial mercantilista los privilegios
38 PANORAMA DE HISTORIA DEL'PENSAMIENTO ECONOMICO
cantes. De 1651 data el Acta de Navegación inglesa, con la que se prohibía la im
portación de mercancías si no era en naves inglesas. También la política de ex
pansionismo colonial se adecuaba a esta óptica, sobre todo por la demanda de
productos de la madre patria y por la oferta de materias primas a bajo coste que
se esperaba de las colonias. Finalmente, hay que mencionar la política de conce
sión de privilegios y monopolios a las grandes compañías comerciales nacionales.
La Compañía de las Indias Orientales inglesa se fundó en 1600; la holandesa,
en 1602.
La política industrial, en cambio, se orientaba a la promoción de la actividad
productiva en el territorio nacional y se sema de instrumentos como la conce
sión de privilegios monopolistas, de subvenciones estatales y de exenciones de
impuestos. Pero también se recurría a lappaportación de tecnologías avanzadas, a
la compra de secretos de fabricación y al fomento de la inmigración de obreros
cualificados. Finalmente, se recurrió incluso a la creación de fábricas estatales.
También en este ámbito sobresalió el mercantilismo francés, que, de nuevo con
Colbert, llevó la política industrial a niveles obsesivos, hasta llegar a la prescrip
ción por vía administrativa de los procedimientos de fabricación y los controles
de calidad.
1.2.3. T e o r ía s y p o l ít ic a s d e m o g r á f ic a s
ral»: los obreros eran considerados unos depravados, atraídos por el vicio y la
embriaguez; pagarles por encima del nivel de subsistencia significaba fomentar la
pereza y la inmoralidad, y, en consecuencia, provocar una reducción de la oferta
de trabajo.
Una explicación del fenómeno menos sesgada ideológicamente debería ba
sarse en la determinación de las condiciones de trabajo de la naciente industria y
en la relación entre las condiciones de vida en el campo y en la ciudad. Sobre el
primer punto, lo que ocurría era sencillamente que sólo el problema de la super
vivencia física podía obligar a los obreros a aceptar un horario de trabajo de
13-14 horas diarias. En estas condiciones, resultaba comprensi ble que un aumen
to del jornal pudiera causar un incremento de la demanda de «tiempo libre», y
quizás de alcohol; ¿puede haber peor crimen contra la moral de la familia cristia
na? Este es el primer factor de la extraña curva de la oferta de trabajo en la que
pensaban los economistas mercantilistas. Por otra parte, la emigración del cam
po a las ciudades se apoyaba más en un factor de «empuje» (por ejemplo, por el
cercado) que en uno de «reclamo», puesto que, cuando se trataba de sobrevivir,
las condiciones de vida en las ciudades eran-peores que en el campo. Por ello, un
ligero aumento de los salarios industriales no habría fomentado un incremento
importante de la oferta de trabajo para la industria. Este segundo factor podría
explicar la baja elasticidad de la oferta de trabajo. Pero, aun así, la curva de la
oferta debería inclinarse negativamente a causa del primer factor.
Puede reconstruirse la teoría utilizando una curva de oferta como la SS de la
figura 1.1, en la que wr es el salario real; wr, el de subsistencia; N, la cantidad de
trabajo, y N, el nivel de pleno empleo. La oferta de trabajo es infinitamente elás
tica en correlación con el salario de subsistencia: con este salario, se ofrece toda
la fuerza de trabajo disponible para garantizar su supervivencia. No se permite
un salario más bajo, simplemente porque no aseguraría dicha supervivencia. Al
canzada la plena ocupación, cada aumento del salario permitiría un respiro a los
trabajadores, y la curva de ia olera se indinaría ncgaiívamrnr
40 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
1 .2 .4 . T e o r ía s y po lític a s m o n e t a r ia s
1.2.5. L a crítica d e H u m e
de una ley económica general. Todo esto resulta extraño, ya que los mercantilis-
tas eran conscientes del problema señalado por Hume. Cantillon, por ejemplo,
lo había descrito con claridad treinta años antes, si bien —de manera significati
va— había limitado al sector industrial la pérdida de competitividad ligada a la
inflación interior. Además, había señalado que el aumento de las importaciones
de bienes de consumo, generado directamente por el aumento de las rentas mo
netarias, también podía contribuir a agravar las dificultades vinculadas al meca
nismo precio-flujo monetario.
Sin embargo, en los mercantilistas hallamos también todos los elementos
teóricos necesarios para rechazar esta crítica;. incluso los encontramos clara
mente formulados en Cantillon. Ante todo, los economistas mercantilistas eran
conscientes de la relación que liga la cantidad de moneda al valor de las transac
ciones; sin embargo, como ya hemos mencionado, en la mayor parte de los ca
sos —sobre todo en los siglos XVíi y xvill— no la interpretaron como una teoría
del nivel de los precios, sino como una teoría del nivel de actividad. En segundo
lugar —y esta es la tesis explicitada por Cantillon, pero que ya estaba presente
en Malynes y en muchos otros autores mercantilistas—, aunque un aumento de
la cantidad de moneda en un país con un superávit comercial se tradujera, al
menos en parte, en un incremento de los precios (en un país con déficit comer
cial sucedería lo contrario), esto podría tener como consecuencia, en virtud de
la mejora de los términos de intercambio, un ulterior aumento del superávit, en
lugar de un reequilibrio. La hipótesis implícita en el razonamiento es la de una
baja elasticidad de las importaciones y de las exportaciones respecto a los pre
cios. En estas condiciones, un aumento de los precios internos respecto a los in
ternacionales hará aumentar el valor de las exportaciones y disminuir el de las
importaciones más de lo que lo haría una variación en las cantidades. De este
modo, una mejora de los términos de intercambio repercutirá positivamente en
la balanza de pagos.
Así pues, las tesis mercantilistas resultan sólidas desde el punto de vista ló
gico; como mucho, haría falta verificar el realismo de las hipótesis en las que se
basan. Obviamente, no es este el lugar para hacerlo; pero no es arriesgado supo
ner que el paso teórico realizado por Hume se basa en un cambio histórico real.
En la época preindustrial, probablemente la elasticidad de las exportaciones no
debía de resultar muy elevada, dado el marcado nivel de especialización produc
tiva de los distintos países. Por otra paité, la de las importaciones de los países
imperialistas debía de ser seguramente baja, ya que en general se trataba de pro
ductos alimenticios, materias primas y artículos de lujo que no se producían en
el interior del país. No obstante, es probable que, en la medida en que la produc
ción industrial se desarrolló en los principales países capitalistas, se consolidara
también una importante competencia de precios, al menos para este tipo de pro
ducción; y esto pudo haber elevado la elasticidad de las exportaciones y de las
importaciones. Resulta significativo que Cantillon, en 1730, limitara los efectos
del mecanismo precio-flujo monetario precisamente a la producción industrial.
Quizás en la época de Hume —y, mas tarde, en la de Smith— este efecto había
llegado a ser dominante.
44 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
1 .2 .6 . T e o r ía s d e l valor
También en torno a la cuestión del valor existía entre los mercantilistas cier
ta coincidencia de puntos de vista, al menos en el sentido de que casi todos los
autores que trataron el problema en el siglo XVI y en la primera mitad del XVII
buscaron la solución en la misma dirección: en una explicación basada en la utili
dad. Y sólo a finales del siglo XVII algunos economistas, de formación aún en par
te mercantilista —como, por ejemplo, Petty y Locke—, se alejaron decisivamente
de los puntos de vista dominantes respecto al valor, buscando la solución del pro
blema en los costes de producción. Pero volveremos sobre ello más adelante.
No debe sorprender el hecho de que los mercantilistas consideraran prefe
rentemente el intercambio como la verdadera fuente de la riqueza y del beneficio.
En efecto, el comerciante no obtenía este último en virtud de un control sobre el
proceso productivo —control que, al menos en una primera fase del desarrollo,
estaba todavía en manos del artesano—, sino gracias al poder que lograba ejercer
sobre el mercado. El beneficio del comerciante nació de la diferencia entre el pre
cio de venta y el precio de compra de las mercancías. Y este es, para él, el origen
del proceso de intercambio. De ello se deriva que la comprensión de los factores
determinantes de los precios de mercado resulte fundamental para la compren
sión del origen y el incremento de los beneficios. Así, hay que dirigir la atención
preferentemente a las fuerzas que determinan la demanda de las mercancías. Y la
demanda lleva fácilmente a la utilidad.
En 1588, hallamos una interesante tentativa de construir una teoría del va
lor-utilidad. Su autor es Bernardo Davanzati, quien, en L ezione delle m o n ete, citó
un pasaje de la H istoria n a tu ra l de Plinio en el que se narraba la anécdota de una
rata vendida a un precio altísimo durante el asedio de una ciudad. Para explicar
el fenómeno, Davanzati formuló la tesis según la cual el valor de las mercancías
dependería de su utilidad y de su rareza. No sería la utilidad absoluta la que
cuenta, sino la utilidad en relación a la cantidad de la que se dispone. El efecto de
una mayor rareza sería el de acrecentar el valor de uso de las mercancías y, por
tanto, el precio al que éstas se pueden vender. La teoría fue reemprendida en
1680 por Geminiano Montanari (1633-1687), quien, en el Breve trattato del valore
delle m o n ete in tu tti gli stati, sostiene que «son los deseos de los hombres los que
constituyen la medida del valor de las cosas», de manera que los precios de las
mercancías variarán, en última instancia, al variar los gustos. Pero los deseos de
ben remitirse a la rareza de las cosas deseadas. En efecto, a igual cantidad de mo
neda —nosotros diríamos de demanda—, la mayor escasez de las cosas las hace
«más estimadas». Por otra parte, encontramos en Montanari un interesante in
tento de establecer, recurriendo a una analogía con el principio de los vasos co
municantes, la «ley de nivelación del precio» de una mercancía entre diferentes
mercados, ley que más tarde se denominará «de Jevons».
Unos años más tarde, Nicholas Barbón (?-1698), en A D iscourse o f Trade
(1690), sintetizó el pensamiento mercantilista respecto al valor del siguiente
modo. Ante todo, el valor natural de las mercancías está representado sencilla
mente por su precio de mercado. Por otra parte, son las fuerzas de la oferta y la
demanda las que determinan el precio de mercado. Finalmente, el valor de uso es
el factor principal del que depende el precio de mercado. Las condiciones de la
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 45
que las pérdidas o beneficios causados por el cambio en los precios del mercado
son castigos o recompensas por la mayor o menor eficacia, se podría vislubrar
una intuición de una teoría evolucionista de la competencia. Vale la pena seña
lar que esta idea iba acompañada de la desaprobación de la fijación pública de
los precios y de las prácticas monopolistas.
Respecto al valor de la moneda, encontramos —especialmente en Molina—
una clara anticipación de la teoría cuantitativa, especialmente en la observación
de que, en la misma medida en que una oferta excesiva de mercancías hace bajar
los precios, dados la cantidad de moneda y el número de comerciantes (¿se trata
de una prefiguración de la velocidad de circulación?), una oferta excesiva de mo
neda haría que subieran. Por otra parte, Molina no se adhirió a la teoría predomi
nante del valor intrínseco de la mtine^q/ni a la opinión de que las causas de la
depreciación de ésta se reducían a la falsificación y las prácticas ilegales; por el
contrario, era partidario de una teoría que concediera una mayor importancia al
valor de cambio, cuyas visibles fluctuaciones eran imputables a los cambios en la
oferta y la demanda.
dad de medida estaría constituida por la alimentación diaria necesaria, como me
dia, para sustentar a un trabajador. Los bienes salariales utilizados en este cálcu
lo deben ser los producidos en las mejores condiciones. Nos hallamos aquí ante
un embrión de la teoría clásico-marxiana del salario de subsistencia y del trabajo
socialmente necesario. Sin embargo, Petty no explicó cómo y por qué el salario
tendería a mantenerse en el nivel de subsistencia. Por el contrario, sólo propor
ciona la típica justificación mercantilista de por qué debería establecerse en este
nivel: porque la oferta de trabajo variaría en relación inversa al precio cuando
éste fuera superior al nivel de subsistencia. .
Petty se anticipó a los clásicos también en otras tres importantes cuestiones.
En primer lugar, tuvo una intuición tanto de la importancia del papel desempeña
do por la división del trabajo en el proceso de acumulación como de la relación
existente entre división del trabajo y magnitud de los mercados. En segundo lu
gar, esbozó una noción de excedente. Éste se calcula sustrayendo del valor del
producto obtenido sobre una parcela de tierra determinada tanto el rendimiento
que se obtendría de él sin aplicación del trabajo como el salario pagado a los tra
bajadores empleados. El surplus así calculado se interpretaba como el producto
del trabajo en tanto obtenido sólo en virtud de la aplicación de energía humana.
¡Pero se reducía a la renta!
Otra anticipación de las teorías clásicas se refiere precisamente a la renta,
cuya formación se explica en términos de rendimientos diferenciales; sólo que el
origen de éstos no se buscaba en los diversos grados de fertilidad de las tierras,
sino en sus diversas.distancias de los mercados. Así, nos hallamos sólo ante una
teoría diférencial de la renta de posición.
Finalmente, hay que recordar la importante contribución de Petty en el tema
de la hacienda pública, donde anticipaba varias tesis de la futura teoría clásica y
librecambista. Por ejemplo, en el Treatise ofTaxes and Contributions (1662) halla
mos quizás algo más que un embrión de la teoría de los cánones de la imposi
ción: claridad y certeza, economía de recaudación, comodidad de pago y, por últi
mo, proporcionalidad; criterio, este último, .que se justifica con la necesidad de
evitar el uso de la imposición para modificar la distribución de la renta.
Petty hizo prosélitos. John Graunt (1620-1674), Charles Davenant (1656-
1714), William Fleetwood (1656-1723) y Gregory King (1648-1712) formaron con
él casi una escuela y contribuyeron a la consolidación —al menos en Inglaterra—
de la utilización de los métodos cuantkátívos. Muchas de sus investigaciones apli
cadas resultan interesantes, y por lo menos un resultado importante de ellas mere
ce ser recordado aquí: la «ley de King», según la cual los aumentos porcentuales
del precio del trigo son una función creciente de las reducciones porcentuales de
las cosechas; en esta ley empírica se halla prefigurado el concepto de elasticidad
de la demanda.
1 .3 .3 . L o c k e , N o r t h y M a n d e v il l e
individuo mejor que él mismo; por ello, si dejamos actuar a los individuos, éstos
prosperarán. En cambio, «toda medida en favor de una determinada empresa o de
un interés particular perjudica a otras empresas o a otros intereses y constituye un
abuso que viene a deprimir, en proporción, el beneficio de la comunidad» (p. 514).
Las consecuencias de ello en materia de política económica eran drásticas: si el in
terés colectivo depende del privado y los individuos son los mejores jueces de sus
propios intereses, al Estado no le quedaba sino tomar nota de ello. La mejor políti
ca era no hacer ninguna política: ninguna ley para regular el comercio, para regu
lar el tipo de interés ni para controlar la oferta de moneda.
De ello se derivaron también dos interesantes aportaciones en materia de
teoría monetaria. En primer lugar, North reafirmaba la teoría, ya formulada por
Petty y Locke, según la cual el nivel' «justo» del tipo de interés es únicamente
aquel al que lo llevan «naturalmente» las fuerzas de la oferta y la demanda de
moneda. De este modo, toda la problemática sobre la usura, que desde hacía
tiempo había contaminado la teoría mercantilista, fue barrida de golpe. Respecto
al tipo de interés, las autoridades monetarias únicamente tenían que realizar una
labor de vigilancia. En segundo lugar, está la teoría de la oferta de moneda que,
de nuevo, lleva algunas tesis' mercantilistas. a sus últimas consecuencias: según
esta teoría, la oferta nunca puede resultar inadecuada para las necesidades del
comercio. La adecuación se verificaría mediante el atesoramiento (o la fusión del
circulante) cuando la oferta excede a la demanda, y el desatesoramiento (ó la re
conversión de los lingotes en circulante) en el caso contrario. North era también
contrario a las leyes suntuarias, que, según él, tenían como única consecuencia la
de obstaculizar a los individuos en la prosecución de sus propios objetivos, fre
nando sus iniciativas.
De no muy distinta opinión era Mandeville, quien, en La fábula de las abejas.
Vicios privados y beneficios públicos (1714), no sólo sostenía que lo mejor para el
logro del bienestar público era dejar a los individuos plena libertad para satisfacer
los propios «vicios» —por ejemplo, facilitar la avidez económica—, sino que tam
bién afirmaba que algunas proclamadas virtudes económicas y sociales, como el
ahorro, resultaban socialmente menos útiles que sus contrarios. El gasto fastuoso,
por ejemplo, creaba más puestos de trabajo que la sobriedad; a causa de esta últi
ma tesis, Mandeville fue ---comprensiblemente— muy apreciado por Keynes.
1 .3 .4 . B o is g u il l e b e r t y C a n t il l q n
por las condiciones de producción de los bienes salariales. Además, Candllon es
bozó una explicación de la convergencia del salario efectivo con el de subsisten
cia que podría definirse como prerricardiana, o, mejor, premalthusiana: la con
vergencia del salario se verificaría de acuerdo con la convergencia de la pobla
ción con la demanda de trabajo. También hallamos en Cantillon una explicación
de los diferenciales salariales que anticipa la de Smitb: éstos dependerían de los
diferenciales de coste de formación de ios trabajadores, de las diferencias de ries
go entre los diversos tipos de prestaciones laborales y de los diferentes grados de
confianza y responsabilidad requeridos por los distintos empleos.
También proviene de Petty la pasión de Cantillon por la investigación empí
rica, aunque desgraciadamente no sabemos a qué resultados le condujo, ya que el
apéndice estadístico de su obra se perdió. Su teoría monetaria, asimismo de pro
cedencia inglesa, es netamente cuantitativista, aunque moderada por la tesis se
gún la cual el valor de las monedas tendería a ajustarse al coste de producción del
oro. Especialmente original resulta la descripción del proceso mediante el cual
un aumento de la oferta de moneda genera impulsos inflacionistas que se difun
den gradualmente, por medio de las demandas inducidas, a los diversos sectores
y a las distintas clases de renta. De este modo, los efectos últimos de un aumento
de liquidez variarían según el tipo de afluencia monetaria. Este fenómeno se co
noce hoy con el nombre de «efecto Cantillon».
Por parte francesa, Cantillon estuvo muy influenciado por los proteccionis
tas agrarios y, sobre todo, por Boisguillebert, Tomó de Francia la predilección por
la tierra, más que por el trabajo; hasta el punto de que, donde Petty trataba de re
ducir la tierra al trabajo para medir su yalor, él tendía a hacer lo contrario. De
Boisguillebert tomó y desarrolló la tesis según la cual la renta, siendo un ingreso
sin ser un coste de producción, constituiría una fuente de gasto autónoma de la
actividad productiva, y, por tanto, estaría en condiciones de influir en los niveles
de producción a partir simplemen te de los humores, las modas y los gustos de la
aristocracia. Esta idea, ligada a aquella otra, procedente de Petty, según la cual la
renta constituye el único tipo de producto neto, parece dar la razón a quienes ven
en Cantillon a un precursor dé los fisiócratas.
Pero aún hay más. Cantillon tomó también de Boisguillebert el esbozo del
tableau économique ya mencionado; éste, integrado con una moderna teoría de
las tres clases sociales (propietarios, arrendatarios, jornaleros) y de las trois rentes
(renta, beneficios y gastos de los agricirlfores), permitió a Cantillon formular una
teoría del flujo circular.
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54 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
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Capítulo 2
LA REVOLUCIÓN DEL L A IS S E Z F A IR E
Y LA ECONOM ÍA SMITHIAMA
Los treinta y cinco años que van desde el inicio de la guerra de Sucesión
austríaca, en 1741, a la declaración de .independencia de los Estados Unidos, en
1776, son de crucial importancia para la historia de Europa, así como para la his
toria del pensamiento económico.
Se trata de un período de profunda crisis política, como demuestran los veinti
cinco años, de guerras, «las más bárbaras de la historia europea», en las que se impli
caron, en períodos distintos, todas las grandes potencias del continente: la guerra de
Sucesión austríaca (1741-1748), la guerra colonial entre Inglaterra, Francia y España
(1754-1763), la guerra de los Siete Años (1756-1763), la guerra ruso-turca (1768-
1774). Uno de los principales resultados de esta crisis fue la definitiva consolidación
de Inglaterra como principal potencia militar, política y económica de Europa.
Entre las transformaciones más importantes de este período se cuenta la conso
lidación del capitalismo agrario, un proceso que fue bastante rápido en Francia e In
glaterra. En Francia, o al menos en las regiones del norte, en Picardía, en Normandía
y en la provincia de París, surgió una nueva figura social: el femiier, el campesino
arrendatario que invertía dinero propio en la mejora de las técnicas productivas y en
la ampliación de las dimensiones de la ferme, la hacienda agrícola.
En Inglaterra este proceso se vio facilitado por el movimiento de cercado
que, iniciado más de dos siglos antes,,conoció un auténtico boom a partir de
1760. Entre las consecuencias más importantes hay que recordar las profundas
innovaciones técnicas empleadas en los métodos de cultivo, el consiguiente au
mento de la productividad y de la producción agrícola, y la aceleración del proce
so de expulsión de la mano de obra del campo. Si a ello añadimos el hecho de
que precisamente a partir de 1740 tuvo lugar una aceleración del crecimiento de
mográfico, se entiende enseguida por qué el despegue de la revolución industrial,
que tendrá lugar a finales de este período, no se verá obstaculizado por aquella
escasez de fuerza de trabajo (y de «medios de subsistencia») que había constitui
do una de las principales preocupaciones de los mercantilistas. Así, la ocupación
industrial pudo aumentar rápidamente a partir de la década de 1760.
Una importante condición previa para el inicio de la revolución industrial la
constituyen ias numerosas ¡m¡ovaciones tecnológicas empleadas en la naciente in
dustria y, sobre todo —aunque no únicamente—, en el sector textil: la Jenny de Fiar-
56 PANORAM liíOi Uí
xjr r rr-f\- DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
2.1.2. Q u e sn a y y l o s fisió c r a t a s •
2.000 millones
1.000 millones
F igúrX- 2 . 1 .
figura 2.1 muestra las tres clases sociales y los flujos de moneda mediante los cua
les éstas se intercambian las mercancías. Al comenzar el año, la clase productiva
paga 2.000 millones de rentas a la clase distributiva y 1.000 millones a la clase es
téril para adquirir productos manufacturados, y gasta 2.000 millones en el propio
sector agrícola para intercambiar materias primas, bienes salario y medios de pro
ducción. La clase distributiva gastará 1.000 millones de su renta en la clase estéril
y 1.000 millones en la clase productiva, para adquirir productos manufacturados y
agrícolas. La clase estéril, que ha recibido 2.000 millones, 1.000 de la aristocracia
y 1.000 de los agricultores, los gastará en su totalidad en la clase productiva para
adquirir sus inputs y bienes de consumo necesarios. Al final, los 3.000 millones
que la clase productiva ha gastado fuera del sector agrícola le serán devueltos de
nuevo; de este modo, el ciclo podrá volver a empezar.
De este modelo, Quesnay sacó dos importantes consecuencias políticas. La
primera se refería a la capacidad «natural» del sistema económico para reprodu
cirse y, en cierto sentido, para permanecer en equilibrio en tanto no se viera obs
truido por la intervención de las autoridades políticas. El equilibrio de reproduc
ción en el que se hallaría el sistema puede definirse como una situación en la que
cada sector proporciona a los otros sectores precisamente la cantidad de inputs
requerida por éstos, de .manera que entre los diferentes sectores y las distintas
clases se instauran relaciones de naturaleza funcional, muy semejantes a las que
proponía el apólogo de Menenio Agripa. El médico Quesnay estudiaba la estruc
tura económica en la que basaba el organismo social como' si se tratara de un or
ganismo natural. El equilibrio al que aquélla tendería de manera natural se veía
precisamente como una manifestación del orden natural de las cosas. Resulta evi
dente la influencia de la filosofía iusnaturalista. Sin embargo., Quesnay fue más
coherente y más extremista que Locke, que también había sentido fuertemente
dicha influencia, al extraer sus implicaciones políticas. Frente al orden natural, lo
mejor que podía hacer el «orden positivo» —es decir, las leyes y las instituciones
de la sociedad organizada— era no intervenir. De este modo, quedaba, por así de
cirlo, «demostrada científicamente» la máxima de Gournay: «laissez faire, laissez
passer les marchandises». En efecto, si se les permitía hacerlo, las mercancías
irían por sí mismas adonde deberían ir para satisfacer la exigencia de reproduc
ción del mecanismo social.
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 59
El período 1750 -1780 puede definirse, con Bousquet, como âge d 'o r del pen
samiento económico italiano. Parecería que en Italia la Ilustración hubiera elegi
do precisamente a la economía como su disciplina privilegiada. Los economistas
interesantes de este período se contarían por decenas, pero aquí nos limitaremos
a mencionar tínicamente a los más importantes. En primer lugar, Ferdinando Ga-
liani (1728-1787), quien en B ella m a n eta (1751) realizó un ambicioso intento de
elaborar una teoría general del valor-utilidad, mientras que en D iálogos sobre el
co m ercio de trigo (1768) atacó el pensamiento fisiocrático y su teoría de la políti
ca económica. Citaremos también a dos economistas napolitanos: Antonio Geno-
vesi (1713-1769), cuyas L ecciones de econ& m ía civil (1765) le elevaron a la posi
ción de «jefe de la gran familia de los economistas italianos»; y Gaetano Filangeri
(1752-1788), quien en La scien za della legislazione (1780) propuso un vasto pro
yecto de renovación económica y política inspirado en la Ilustración. Finalmente,
dos economistas milaneses, Cesare Beccaria (1738-1794) y Pietro Verri (1728-
1797), de los que debemos recordar, respectivamente, E lem en ti di e co n o m ía
p u b b lic a (de las lecciones impartidas en Milán en los años 1769-1770, no publica
das hasta 1804) y las M ed ita zio n i di e co n o m ía p o lítica (1771), y uno veneciano,
Giammaria Oríes (1713-1790), del que por lo menos debemos mencionar
D ell’e c o n o m ia nazionale (1774).
La contribución más importante de la investigación teórica de Galiani se re
fiere a la teoría del valor-utilidad, que tomó de sus predecesores italianos, desa
rrollándola hasta donde era posible en una época premarginalista. De Davanzati
y Montanari tomó —aunque sin reconocerlo del todo— la tesis según la cual el
valor dependería de la utilidad de los bienes y de su escasez. Y avanzó los pasos
siguientes. En primer lugar, sostenía que el valor no es una propiedad intrínseca
de las mercancías, como tendían a considerar los teóricos del coste de produc
ción, sino una cualidad atribuida a éstas por las preferencias de los sujetos eco
nómicos. En segundo lugar, estableció que había que partir de los individuos
para definir dichas preferencias. Tanto la utilidad como la escasez dependerían
de las necesidades de los individuos. Así, una misma mercancía tendría diferente
utilidad para un individuo según la cantidad que hubiera consumido de dicha
mercancía: sería tanto más baja, pudiendo incluso llegar a anularse, cuanto más
alta fuera la cantidad consumida. Aunque se trata de una tesis apenas esbozada,
constituye ya una teoría de la utilidad final decreciente. En tercer lugar —y qui
zás sea este el aspecto más importante de su análisis, el que ha llevado a Pareto a
reconocer en él a un precursor—, Galiani se esforzó en estudiar el comporta
miento individual en términos de preferencia entre las cantidades demandadas
de más de una mercancía, esto es, de composición de la demanda. La tesis funda
mental es que «el valor es u n a idea de p ro p o rció n entre la p o sesió n de u n a cosa y la
de otra en el p e n sa m ie n to de u n h o m b re. Así, cuando se dice que cinco fanegas de
trigo valen lo que una bota de vino, se expresa una proporción de igualdad entre
poseer una cosa y la otra; de ahí que los hombres, siempre cautelosos para no
verse defraudados por sus propios placeres, cambien una cosa por la otra, porque
en la igualdad no hay pérdida ni engaño» (p. 39). ¿Qué falta, sino el término «tasa
de sustitución», para poder encontrar un pasaje como este en un moderno trata
LA REVOLUCIÓN DEL LA ISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 61
mismo, para criticar la teoría del laissez faire, Galiani partió de la tesis según la cual
la economía tendería espontáneamente al orden natural, como si estuviera regulada
por una «mano suprema». Sin embargo, introdujo una serie de interesantes conside
raciones dinámicas, afirmando que la tendencia se realizaría automáticamente sólo
a largo plazo; por el contrario, a corto plazo se podrían verificar desórdenes y disfun
ciones. Sin embargo, el corto plazo podía ser muy largo. Habría, pues, amplio espa
cio y óptimas razones para tratar de corregir los mencionados desórdenes y disfun
ciones mediante las leyes. El laissez faire no estaría justificado a corto plazo, pero
tampoco se podrían establecer criterios generales para la intervención pública en la
economía. Qué medidas resultarán más convenientes dependerá, fundamentalmen
te, de las circunstancias de tiempo y lugar en las que se tomen.
Esta actitud pragmática respecto al laissez faire se halla también presente en
otros economistas italianos de la época. Genovesi, Beccaria y Verri, por ejemplo,
fueron favorables a la libertad económica, que consideraron —desde el punto de
vista de la Ilustración— como una manifestación del principio, más general, de la
libertad humana. La justificaron teóricamente con la tesis de que la naturaleza
tiende a llevar las cosas humanas a una situación de equilibrio si se le deja la li
bertad para hacerlo; Genovesi apoya esta tesis con un argumento similar al hu-
meano del mecanismo precios-flujo monetario. Sin embargo, en la práctica limi
taban la aplicación de la libertad de comercio sólo al interior de su país. Para
ellos, en el comercio exterior el Estado debía guiar y regular los flujos de exporta
ciones e importaciones en función de los intereses nacionales, que podían no
coincidir con los de cada ciudadano en particular.
De modo más general, se puede afirmar que entre estos economistas predo
minó una tendencia al eclecticismo teórico y al pragmatismo político. Por ejem
plo, de los economistas franceses se recuperó el concepto de producto neto, así
como el del impuesto único —aunque con cautela—, mientras que de Galiani se
tomó la teoría del valor. En lo que respecta a la teoría de la política económica,
especialmente en materia monetaria, se mantuvieron más o menos en el ámbito
del pensamiento mercantilista. •
Filangeri y Ortes, en cambio, se mostraron más firmes partidarios del laissez
faire. El primero, avanzando considerablemente en la construcción de un sistema
normativo inspirado en la Ilustración, fue un acérrimo defensor del laissez faire,
justificándolo en economía con el argumento de que una reducción de las impor
taciones provocaría represalias por parte de los Estados competidores y, por tan
to, desembocaría en una reducción de las exportaciones. El segundo justificó su
posición librecambista con la tesis de que, en ausencia de barreras proteccionis
tas, las exportaciones e importaciones de un determinado país tenderían a equili
brarse. Ortes construyó también un vasto sistema teórico original, basándolo en
el presupuesto de que la producción nacional se vería limitada por las dimensio
nes de la población, la cual, a su vez, no podría crecer más allá de la capacidad de
sustento ofrecida por los recursos naturales de que se hallara dotado el país. Es
preciso recordar que Ortes fue uno de los muchos «precursores» de Malthus en lo
que se refiere al principio de población, pero también anticipó la teoría de los
rendimientos decrecientes en agricultura.
También merecen ser recordadas algunas contribuciones de Beccaria y de
Verri. En Beccaria hallamos un esbozo de la teoría de la división del trabajo y de
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 63
2 .1 .4 . H u m e y S teuart '
Steuart negó el principio según el cual la mejor manera de servir a los inte
reses colectivos consistía en dejar vía libre a los intereses privados. Definió la de
manda en términos de la necesidad de mercancías acompañada de la capacidad
de pago, y negó que las necesidades y la capacidad de pago fueran siempre capa
ces de garantizar el pleno empleo. Además, observó que la introducción de má
quinas podría generar desempleo por razones no muy distintas de las que medio
siglo después aduciría Ricardo: la reabsorción de la mano de obra en otros secto
res no sucedería automáticamente; sería, por lo tanto, el Estado el encargado de
asegurar dicha reabsorción tomando las medidas oportunas. Para lograr el pleno
empleo, el Estado debía fomentar las exportaciones, favoreciendo el aumento de
la competitividad de los productos nacionales. A tal fin, Steuart predicaba el sala
rio de subsistencia, aunque no confiaba en ningún mecanismo automático para
obtenerlo: la fijación del salario era uno de los ámbitos en los que había de inter
venir la legislación.
En relación al tema del salario, Steuart se incorporó a un debate que ocupó
al pensamiento económico inglés durante toda la fase de transición del mercanti
lismo al librecambio. Por una parte, estaban quienes sostenían la necesidad de
mantener los salarios bajos para desalentar «el vicio y el ocio», una vieja tesis
mercantilista defendida con fuerza todavía, en 1757, por Malachy Postelthwayt,
en Britain’s Commercial Interest, Explained and Improved. Se consideraba que el
crecimiento demográfico podía servir a este propósito; pero el Estado había de
contribuir, por ejemplo, desalentando la «caridad» hacia los pobres y aboliendo
la legislación relativa. Por otra parte, se hallaban aquellos que —por el contra
rio— sostenían que los niveles salariales altos podían contribuir a estimular los
esfuerzos humanos y a mejorar la capacidad laboral. A este grupo pertenecían,
por ejemplo, Robert Wallace, Nathaniel Forster y Thomas Mortimer; evidente
mente, Steuart no.
Finalmente, hallamos en Steuart una interesantísima teoría historicista del
desarrollo económico, que —de manera acertada— se ha considerado la mejor
justificación histórica del mercantilismo. El desarrollo económico de una nación
se realizaría en tres estadios. En el primero, la demanda efectiva que actúa como
motor del crecimiento estaría constituida principalmente por los gastos volunta
rios de las clases ricas del país. La expansión de la actividad económica permiti
ría, por una parte, la introducción de maquinaria en la industria y de mejoras de
producción en la agricultura, con los consiguientes aumentos de la productividad
del trabajo, y, por otra, la producción de un surplus agrícola capaz de soportar el
crecimiento del sector industrial. Se entraría en el segundo estadio del desarrollo
cuando el país estuviera en condiciones de producir un surplus para las exporta
ciones. Entonces, el lujo habría de ceder el paso a la frugalidad, y sería el superá
vit comercial el que sostendría el desarrollo. El tercer estadio se daría cuando el
país ya no pudiera mantener permanentemente un superávit de la balanza co
mercial. En tal caso, el crecimiento debería apoyarse de nuevo en la demanda in
terna, y ei lujo podría volver a desempeñar su papel de estímulo. En cualquier
caso, en esta tercera fase probablemente se daría una reducción del ritmo de cre
cimiento. En los tres estadios habría lugar para la intervención estatal, tanto para
regular la demanda interna —por ejemplo, con leyes suntuarias— como para re
gular ios (.lujos comerciales --con loa habituales métodos mercantilistas- -.
66 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
2 .2 .2 . D e sa r r o l l o y d is t r ib u c ió n d e la r e n t a
2.2.3. E l valor
blema en estos términos, y no sólo no fue del todo consciente de las razones por
las que una medida del valor en trabajo exigido resulta preferible a una en traba
jo contenido, sino que ni siquiera llegó a comprender las trampas que encerraba
una explicación no residual del beneficio en el ámbito de una teoría del valor ba
sada en el coste de producción.
2 .2 .5 . L a s d o s a l m a s d e S m it h
d u a lis ta . Las propias raíces filosóficas de ambas teorías son distintas: se podría
fácilmente rastrear las fuentes empiristas y «moralistas» de la teoría del equili
brio competitivo remontándonos a la influencia de Hume, de Hutcheson y de
Shaftesbury, una línea que enlazará a Smith con Bentham y Stuart Mili; igual
mente, no sería difícil remontarse a la raíz iusnaturalista de la teoría del exceden
te y a la influencia de Locke y de Quesnay, línea de pensamiento que continuará
posteriormente con Ricardo y los socialistas ricardianos. Pero no es este el lugar
adecuado para profundizar en dicho tema; baste haberlo mencionado. Única
mente añadiremos que, si bien Smith se mostró perfectamente consciente, e n e l
p l a n o f i l o s ó f i c o , sólo del primer tipo de influencia, no por ello el segundo es me
nos fuerte, tal como lo demuestra la presencia en su obra de la tensión —plena
mente iusnaturalista— entre el s e r de laHiistoria y de las instituciones, por una
parte, y el d e b e r s e r del orden natural, por la otra. Esta tensión llevará a Smith a
esbozar una teoría del beneficio basada en la explotación, así como a maldecir
«el espíritu de monopolio de los comerciantes y manufactureros que ni son, si
habrían de ser, los gobernantes de la humanidad» (p. 483).
Resulta posible vincular todas las ideas de Smith a aquellos dos componen
tes teóricos: el macroeconómico, basado en la teoría del excedente, y el microeco-
nómico, basado en la teoría del equilibrio competitivo individualista. Por ejem
plo, el primero constituye la base de la teoría del crecimiento, y fue elaborada, en
efecto, en un intento de adaptar el análisis de Quesnay a una economía no esta
cionaria, con todo lo que de ello se deriva en cuanto a los agentes económicos co
lectivos, las clases sociales, los tipos de renta y las formas de gasto. También pue
den vincularse a este primer componente la distinción entre trabajo productivo e
improductivo, la explicación del valor en términos de trabajo contenido y exigido,
y la teoría del beneficio como renta residual. La segunda teoría, en cambio, cons
tituye el fundamento del teorema de la mano invisible, de la idea de la economía
capitalista competitiva como orden económico natural, de la teoría aditiva de los
precios en conexión con la explicación del beneficio como remuneración del ries
go y de la teoría de los diferenciales salariales. Los sujetos económicos que apare
cen en esta segunda teoría ya no son a g e n t e s c o l e c t i v o s , como las c l a s e s s o c i a l e s ,
sino individuos: por ejemplo, compradores o vendedores de una determinada
mercancía que deciden qué cantidad demandar u ofrecer sobre la base de un pre
cio que ellos no pueden alterar; o bien unos determinados capitalistas que deci
den transferir las inversiones de un sector a otro en busca de una mayor tasa de
beneficio.
Para entender hasta qué punto estos dos componentes de la teoría de Smith
son verdaderamente distintos y, sin embargo, se hallan estrechamente vinculados
entre sí, resulta conveniente observarlos aplicados a un problema específico: el
de la explicación de la naturaleza del trabajo y del nivel de su retribución.
El capítulo V del libro I de la R i q u e z a d e la s n a c i o n e s se inicia con las si
guientes palabras: «El precio real de cada cosa, lo que cada cosa cuesta realmente
a quien necesita adquirirla, es el esfuerzo y la molestia de adquirirla. El valor real
de cada cosa para quien la ha adquirido y necesita emplearla o intercambiarla
con otra es el esfuerzo y la molestia que ésta puede ahorrarle, imponiéndosela a
otros. Lo que se adquiere con moneda o bienes se compra con el trabajo, igual
que lo que se adquiere con el esfuerzo del propio cuerpo. Esta moneda y estos
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 75
bienes nos ahorran, en efecto, dicho esfuerzo. Éstos contienen el valor de cierta
cantidad de trabajo- que nosotros intercambiamos con lo que en aquel .momento
se considera que contiene una cantidad igual. El trabajo es el primer precio, la
originaria moneda de compra con la que se pagan todas las cosas. No ha sido ni
con el oro ni con la plata, sino con el trabajo, como se han adquirido originaria
mente todas las riquezas del mundo, y su valor, para quien las posee y necesita
intercambiarlas con algún nuevo producto, es exactamente igual a la cantidad de
trabajo que éstas le permiten comprar o exigir» (p. 133). Este famoso pasaje se ha
interpretado de dos maneras totalmente diferentes correspondientes a dos líneas
de pensamiento distintas.
Ricardo y sus seguidores, los socialistas ricardianos, así como Marx y los
marxistas, han puesto el acento en la «cantidad de trabajo» con la que se han pro
ducido las mercancías y que ha sido exigida por éstas. En este contexto, por tra
bajo se entiende «gasto de energía», un servicio productivo que puede definirse
merceológicamente y medirse con una unidad objetiva, por ejemplo horas de tra
bajo por hombre. Esta mercancía entra en la producción de otras mediante rela
ciones técnicas objetivas y se intercambia con otras mediante relaciones de inter
cambio objetivas. Su papel productivo y su valor son independientes de las deci
siones de los individuos y de su psicología. La determinación de su precio y de su
papel productivo puede realizarse en términos macroeconómicos, ignorando
completamente a los individuos particulares. De ahí que una teoría de la distribu
ción basada en el concepto de «salario» como «salario natural» y en el de «exce
dente» como «deducción del producto del trabajo» no puede ser sino una teoría
macroeconómica, y no requiere fundamento microeconómico alguno. Del mismo
modo, una teoría del valor basada en el trabajo contenido y en el trabajo exigido
no puede ser sino una teoría objetiva del valor, y no requiere fundamento psicoló
gico alguno.
Una interpretación completamente distinta del anterior pasaje es la formula
da por Jevons, sobre la base de las teorías propuestas por Bentham y Gossen,
más tarde aceptada por todos los economistas neoclásicos. Señalemos, sin em
bargo —a modo de inciso—, que ya Galiani había tratado de explicar de esta ma
nera la teoría del valor-trabajo (de Locke y de Petty). Jevons insiste en el aspecto
de la «fatiga y el fastidio» del trabajp. Éste se define ahora como un «esfuerzo pe
noso del cuerpo y de la mente ejercido-parcial o totalmente con la perspectiva de
un bien futuro» (p. 221). Se trata, evidentemente, de «un caso de utilidad negati
va». Su medida se expresará en términos de «penalidad», y no es posible definirla
como magnitud objetiva. En efecto, cada individuo tiene sus propias ideas acerca
de cuán «penoso» le resulta su trabajo. Una teoría del precio del trabajo que par
ta de esta interpretación forzosamente habrá de tener fundamentos microeconó-
micos, al no poder dejar de considerar las decisiones individuales. Así, las teorías
del valor y de la distribución que pretendan interpretar el trabajo en este sentido
no podrán evitar partir de la psicología de los individuos; y se las podrá definir
razonablemente como teorías subjetivistas del valor y de la distribución.
No hay duda de que el pasaje de Smith se presta a ser interpretado legítima
mente de ambas maneras. Pero aún hay más. El capítulo X del libro I, en el que
Smith afrontó el problema de la estructura de los diferenciales salariales, empie
za así: «Las ventajas y las desventajas de los distintos empleos del trabajo y de los
76 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
2 .3 .2 . BENTHAM Y EL UTILITARISMO
por la utilidad de los bienes. Se había servido del célebre ejemplo del agua y los
diamantes (el agua posee un elevado valor de uso y un bajo valor de cambio, al
contrario que los diamantes) para ilustrar la ausencia de una relación necesaria
entre utilidad y valor. Los economistas neoclásicos explicarán después que no es
la utilidad total de un bien la que determina su valor de cambio, sino la utilidad
marginal, o sea el incremento de utilidad que se deriva de un pequeño incremen
to de la disponibilidad del bien. Pero ya Bentham razonaba más o menos de esta
manera: «Los términos riqueza y valor se explican mutuamente. Un artículo pue
de entrar en la composición de una masa de riqueza sólo si posee un cierto valor.
Y es por el grado de este valor por el que se mide la riqueza. Todo valor se basa
en la utilidad. [...]. Donde no hay uso, no puede haber valor» (An Introduction...,
p. 83). Y sigue: «el valor dé uso es la base del valor de cambio. [...]. Tal distinción
deriva de Adam Smith, pero éste no le ha atribuido un significado claro. [...]. La
razón por la que el agua no tiene un gran valor de cambio es que está igualmente
desprovista de valor de uso. Si toda la cantidad de agua requerida está disponible,
el excedente no tiene ningún tipo de valor. Lo mismo sucedería en el caso del
vino, del trigo y de cualquier otra cosa» (pp. 87-88). Como se puede ver, aquí se
anticipa —aunque de manera confusa y sin cuestionar excesivamente la autori
dad de Smith— el principio de la utilidad marginal y su vinculación a la teoría
del valor.
tesis de que, para comprender el papel desempeñado por las máquinas en el pro
ceso productivo y en la producción de riqueza, no hay que atender tanto a su ca
pacidad de cooperar con el trabajo como a la de sustituirlo. De ello dedujo lógica
mente una teoría de los tres factores productivos, trabajo, tierra y capital, y de su
combinación en la producción.
Tesis similares eran formuladas en Francia por un economista que, a diferen
cia de Lauderdale, se consideraba a sí mismo discípulo de Smith: Jean-Baptiste
Say (1767-1832), el «optimista». En el Tratado de economía política (1803), Say
mezcló de modo insólito las dos tesis fundamentales de la teoría smithiana del va
lor, la concerniente a la dependencia de las variaciones de los precios de mercado
de las fuerzas de la demanda y la relativa a la dependencia de los precios naturales
de las condiciones de producción. A partir-tle ello formuló una teoría, en realidad
más parecida a la de Galiani, cuya influencia era todavía fuerte en Francia, donde
había sido.consolidada por Condillac. El valor de las.mercancías dependería de las
fuerzas de la demanda y de los costes de producción. Dé las primeras daría cuenta
la utilidad de los bienes; de los segundos, las dificultades para ofrecerlos.
Resulta interesante ver qué teorías de la producción y de la distribución se
vincularon a esta teoría del valor. La producción de los bienes requiere el empleo
de tres tipos de «servicios productivos»: los del trabajo, del capital y de la tierra.
Puesto que el valor de los bienes depende de la demanda tanto como de los esfuer
zos realizados para satisfacerla, y dado que dichos esfuerzos requieren el empleo
de aquellos tres servicios productivos, ;el valor no podrá ser enteramente reducido
a trabajo: los tres servicios contribuyen a su formación, /además, cada servicio pro
ductivo recibe una renta, que está determinada por la demanda de los bienes que
aquél contribuye a producir. El intermediario entre los comerciantes de los pro
ductos y los de los servicios productivos es el empresario. Este compara el precio
que los consumidores están dispuestos a pagar por un bien con los gastos necesa
rios para producirlo, esto es, con los costes de los servicios productivos. De esta
manera, la demanda de los bienes de consumo se transforma en demanda de
servicios productivos, y los precios de estos últimos pasarán a depender de su con
tribución indirecta a la satisfacción de las necesidades de los consumidores.
La tesis de la dependencia de los valores de las mercancías de los precios de
todos los servicios productivos, vaga racionalización de la smithiana teoría aditi
va de los precios, condujo a Say de un modo casi natural —si bien todavía confu
so— a una extraña teoría de la distribución, extraña respecto a sus orígenes smi-
thianos: cada servicio productivo recibiría un precio proporcional a su contribu
ción productiva. Así, la economía capitalista no sólo sería eficiente en la asigna
ción de los recursos en función de la demanda, como sostenía el teorema de la
mano invisible, sino también justa en la distribución de la renta producida. El
vínculo entre Say y Smith es indudable, pero resulta evidente que Marx no anda
ba errado respecto a la naturaleza de dicho vínculo cuando afirmaba, en Teorías
sobre la plusvalía, que «Say separa las nociones vulgares que aparecen en la obra
de Adam Smith y las desarrolla en una cristalización peculiar» (vol. 3, p. 501).
Say también superó a Smith en el intento de justificar el laissez faire. Smith se
había limitado a sostener que la avidez de los capitalistas llevaría a una economía
competitiva a asignar los recursos de modo tal que se satisficiera la demanda de
mercancías en los diversos mercados; pero también había evidenciado que el pro
LA REVOLUCIÓN DEL LA ISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 81
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His Work, Nueva York, 1969.
Capítulo 3
DE RICARDO A MILL
de hecho entre las otras dos fuerzas políticas: whigs y radicales en Inglaterra; or-
leanistas y republicanos en Francia. Dicha alianza constituyó la base popular que
en 1830 llevó a la revolución de Julio en Francia y a la victoria electoral whig en
Inglaterra. El resultado de ambas victorias fue la instauración de dos regímenes
parlamentarios constitucionales, aunque con una base electoral muy restringida.
En Francia se amplió el censo electora!y se redujo la edad de voto para llevar el
número de electores a 240.000: ¡nada menos que el uno por ciento de la pobla
ción! En Inglaterra, donde existía desde hacía tiempo un régimen parlamentario
constitucional, se llevó a cabo una reforma electoral en 1832, que erradicó el sis
tema de las «aldeas podridas» (por el cual las aldeas rurales poco pobladas, con
troladas por terratenientes, tenían una representación parlamentaria mucho más
amplia que la de los más populosos gojegios electorales urbanos, en los que era
mayor el peso de la burguesía y del proletariado industrial). Además, el número
de electores aumentó de 500.000 a 813.000.
Después de que los «industriales» se considerasen satisfechos, los terratenientes
renunciaron a la hegemonía, y las fuerzas populares hubieron de comenzar de nue
vo. El partido democrático se radicalizó en sentido socialista, lo cual proporcionó a
los liberales una razón más para deshacer las alianzas. En Inglaterra, una parte de
los radicales confluyó, junto al movimiento sindical, en el partido carlista: una for
mación política que reivindicaba la ampliación de los derechos políticos a los traba
jadores como condición para la realización de objetivos económicos y sociales más
avanzados. En Francia, se constituyó un movimiento socialista que fue diferencián
dose cada vez más claramente de las fuerzas liberales, y, como en Inglaterra, trató de
unir reivindicaciones políticas de cariz democrático con objetivos de emancipación
social incompatibles con el orden económico de un sistema capitalista.
No hace falta decir que, lejos de atenuarse, la lucha de clases se exacerbó a par
tir de 1830. Sobre todo fue un cambio cualitativo, ya que el conflicto entre terrate
nientes e industriales pasó a un segundo término respecto al que enfrentaba a las
clases populares contra las privilegiadas. El resultado final fue la revolución de 1848,
que en Francia se concluyó con un baño de sangre proletaria y con la consolidación
definitiva de la hegemonía burguesa sobre el conjunto de la sociedad. En Inglaterra,
donde el movimiento obrero era más fuerte que en Francia y todo el mundo había
esperado una revolución proletaria, 1848 concluyó con una farsa, con la presenta
ción de una petición carlista en el Parlamento. En ambos países, 1848 cerró una épo
ca de luchas e inició otra de paz social; pero más adelante hablaremos de ello.
3 .1 .3 . L a t e o r ía d e la r e n t a d e la t ie r r a
F igura 3.1.
ta. Say criticó a Ricardo en este sentido, aunque éste no halló dificultades para
defenderse. No obstante, lo hizo sólo en una nota a pie de página de la segunda
edición de los Principios, y de manera excesivamente sintética y oscura, de modo
que muchos economistas siguieron tratando de resolver el problema recurriendo
al concepto de «renta de la tierra absoluta».
Para entender por qué se pagan rentas diferenciales también sobre la tierra
marginal, basta reinterpretar la renta de la tierra como «renta intensiva». Hay
que leer, entonces, la figura 3.1 del siguiente modo. Toda la tierra disponible en
un país está ya cultivada. Para simplificar, asumamos que toda la tierra tiene la
misma fertilidad. Para obtener incrementos de producción hay que intensificar
las inversiones en capital y trabajo sobre las tierras ya cultivadas. Los histogra-
mas de la figura 3.1 representan ahora los incrementos de producción que se
pueden obtener sobre la tierra marginal en la medida en que se aumente la inver
sión en capital y trabajo. Asumamos qtíe" el coeficiente capital/trabajo sea fijo.
Ahora el eje de las abscisas ya no mide la extensión de la tierra cultivada (toda la
tierra disponible está cultivada), sino el nivel del empleo. Un movimiento hacia la
derecha sobre el eje de las abscisas ya no representa una ampliación del cultivo a
igualdad de coeficiente trabajo/capital/tierra, sino una intensificación del cultivo
con un aumento de los coeficientes trabajo/tierra y capital/tierra. Se supone que,
al aumentar la producción y la ocupación, la productividad del último trabajador
disminuye. GÁ es la productividad del primer trabajador empleado; GB, la del se
gundo, etc. Entonces, el trabajador empleado con la última cantidad invertida,
cuya productividad neta es GE, no producirá renta; pero, en cualquier caso, se pa
gará una renta que será igual a la diferencia entre la productividad de las cantida
d es intramarginales y la de la s c a n tid a d e s m a r g in a le s d e in v ersió n . É sta se r ep re
senta p o r el á rea so m b rea d a .
PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
3 .1 .6 . D is c u s io n e s s o b r e e l valor
caria, ya fuera —finalmente— para tratar de utilizarlo con propósitos que el pro
pio Ricardo habría repudiado.
En cualquier caso, y con la intención de sistematizar, podríamos agrupar
—en un esfuerzo de síntesis— a los economistas ingleses de este período en tres
grandes grupos: el de los ricardianos, el de los socialistas ricardianos y el de la
«reacción anti-ricardiana». Hay que aclarar enseguida, no obstante, que no se tra
ta de tres escuelas de pensamiento, sino únicamente de tres actitudes de fondo
que agrupaban a economistas de ideas más bien heterogéneas. En el próximo
apartado trataremos del tercer grupo, y en el próximo capítulo, del segundo.
Hablaremos aquí brevemente del primero. Éste comprendía a los auténticos
seguidores de Ricardo, los cuales, aunque no constituían una escuela, trataban
—cada uno a su manera— de propagandas ideas de Ricardo y de edificar sobre
ellas una especie de ortodoxia científica. Entre estos economistas, recordaremos
sobre todo a James Mili (1773-1836), amigo personal y fiel partidario de Ricardo,
que en Commerce Defended (1808) propuso su versión de la ley de los mercados,
mientras que en Elementos de economía política (1821) presentó una sencilla y
elegante síntesis de la doctrina ricardiana que contribuyó sobremanera a su con
solidación. También merecen ser recordados el manual de John Ramsay McCu-
lloch (1789-1864), Principios de economía política (1825); la contribución meto
dológica de Thomas De Quincey (1785-1859), -The Logic of Political Economy
(1844), y finalmente el intento de formulación matemática de las teorías ricardia-
nas realizado por William Whewell (1794-1866) en A Mathematical Exposition of
Some Doctrines of Political Economy. (1829).
Habría que incluir también en el grupo de los ricardianos a Robert Torrens
(1780-1864), un economista que estaba en desacuerdo con Ricardo sobre diversas
cuestiones de cierta importancia teórica, pero cuyo planteamiento teórico no era
sustancialmente distinto del ricardiano.La mayor divergencia era la. relativa a la
teoría del valor. Torrens criticó la teoría del valor-trabajo inmediatamente des
pués de publicarse los Principios de Ricardo; y sus críticas desempeñaron un pa
pel nada desdeñable en la orientación del trabajo teórico de este último. Torrens
presentó su propia teoría en el Essay on.the Production ofWealth (1822), en el que
rechazó la teoría del valor ricardiana, señalando Ja inutilidad de una teoría del
valor absoluto. El valor —afirma— es esencialmente valor de cambio y depende
de los costes de producción; así como estos últimos no son otra cosa que el capital
anticipado para soportar los gastos de. producción, incluidos los necesarios para
pagar el trabajo, los valores de las mercancías dependen del capital: se determi
narán de manera que permitan el pago de una tasa de beneficio uniforme sobre
el capital.
Una contribución importante de Torrens y McCulloch es la relativa a la teo
ría del fondo de salarios, de la que trataremos más adelante, en el apartado dedi
cado a John Stuart Mili. En el apartado 3.4 nos referiremos a las contribuciones
de Torrens a los debates monetarios; sin embargo, no disponemos de espacio
para hablar de la teoría de la sobreproducción, con la que Torrens también se di
ferenció mucho de Ricardo.
Tal vez sea cierto, como afirman algunos, que el ricardismo constituyó sólo
un paréntesis en el normal desarrollo de la ciencia económica ortodoxa, una ex
cepción, un fenómeno particular delimitado históricamente a la primera mitad
DE RICARDO A-MILL 95
del siglo XIX, y geográficamente a Inglaterra. O quizás sea verdad, como sostie
nen otros, que representó una desviación, un nuevo brote, del tronco principal de
la evolución de las ideas económicas; tronco cuyas raíces se hundirían en la Ri
queza de las naciones o, mejor, en uno de los dos componentes fundamentales del
pensamiento de Smith: la teoría.del equilibrio competitivo. La rama a la que ha
bría dado origen el brote ricardiano, cuyo desarrollo como ideología se habría
visto impedido por la acumulación capitalista, florecería más tarde, en cambio,
como teoría.económica socialista. Probablemente ambas tesis sean verdaderas,
ya que en realidad no son incompatibles entre sí.
En cambio, no parece razonable una tercera interpretación histórica del ri-
cardismo; una interpretación que lo reduce a una fase normal de la normal evolu
ción de la ciencia ortodoxa. No parece sensata porque tiende a reducir la teoría
de Ricardo a la de la renta, interpretada como una primera aplicación del princi
pio de la productividad marginal de los factores. Por otra parte, si esta interpreta
ción fuera valida, no se entendería por qué los- precursores ingleses de la teoría
neoclásica —de los que pronto hablaremos— habrían tenido que arremeter con
tra las teorías de Ricardo para afirmar las suyas propias.
Sin embargo, entenderemos mejor las cosas si cruzamos el Canal y vemos
qué está ocurriendo en el continente. También en Francia y Alemania hallaremos
a importantes precursores de la teoría neoclásica, pero veremos que no tendrán
necesidad de hacer una revolución contra el pensamiento económico dominante
en sus respectivos países para afirmar sus propias ideas; bien al contrario, aun
que diferenciándose bastante, pudieron inscribirse en una tradición de pensa
miento que les vinculaba a las raíces smithianas.
En efecto, los más importantes de tales precursores —Cournot y Dupuit en
Francia, Von Thünen y Gossen en Alemania, Ferrara en Italia—, a diferencia de
los ingleses, no son considerados opositores a la economía clásica. La razón de
ello es que en Inglaterra predominaba en aquella época —con Ricardo— el com
ponente macroeconómico de la tradición clásica, el basado en la teoría del exce
dente, mientras que en el resto de Europa, en cambio, prevalecía —con Say, So
den, Lotz y Gioja— el componente microeconómico, el basado en la teoría del
equilibrio competitivo individualista. Así, los precursores continentales de la teo
ría neoclásica, al desarrollar las premisas empiristas, mecanicistas e individualis
tas del liberalismo smithiano, no necesitaron situarse fuera de la ortodoxia y de
la tradición.
No obstante, hay que recordar que muchos de estos precursores fueron
prácticamente ignorados por sus contemporáneos. La razón principal de ello es
triba en el hecho de que éstos, al llevar hasta sus últimas consecuencias lógicas la
tradición clásica continental, la depuraron de su «clasicismo», y, por tanto, no
fueron reconocidos por quienes se erigían en fieles partidarios de dicha tradición.
En realidad, intentaron una operación opuesta a la que había intentado Ricardo:
trataron de liberar los componentes inividualistas y microeconómicos de la teoría
clásica de la teoría del excedénte, y los componentes armonicistas de la teoría del
conflicto de intereses; pero se adelantaron a su tiempo. De ellos hablaremos en
los apartados 3.2.3 y 3.2.4
96 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
3.2.3. COURNOTYDUPUIT
El representante de la tradición clásica en Francia era Say, quien, como ya
hemos visto, se había liberado tanto de la teoría del valor-trabajo como de la del
trabajo exigido, para sustituirlas por una teoría del valor que confiaba sobrema
nera en las fuerzas de la demanda y'en la influencia de la utilidad como principa
les detCT dejos precios. ,
Augustin Coumot (1801-1877) siguió a Say al rechazar cualquier teoría del
valor entendida como búsqueda de las causas del valor. Además, rechazó incluso
—en este caso distanciándose de Say— una teoría del valor-utilidad, rechazo mo
tivado sobre todo por las dificultades de medida ligadas a la utilidad. En cambio,
coincidió con Say en la importancia atribuida a la demanda en la explicación de
los precios. Cournot fue el primer estudioso que se interesó por la empresa como
tal, que estudió su comportamiento en las distintas situaciones de mercado y que
planteó el problema de la determinación de la escala de producción. Por ello, no
resulta sorprendente que su magistral trabajo no fuera objeto de atención duran
te varios decenios (lo que obligó a Cournot a abandonar la investigación econó
mica). En las Investigaciones acerca de los principios matemáticos de la teoría de
las riquezas (1838) hallamos una primera formulación rigurosa de una función de
demanda, función que utilizó para determinar el precio y la cantidad producida
en régimen de monopolio.
Esta es la teoría que todavía hoy se encuentra en los manuales de microeco-
nomía. El monopolista «observa» una función de demanda del tipo D = f(p), don
de p es el precio del bien. Multiplicando la demanda por el precio, se obtiene la
ganancia total, R = pfip); y de éstos, diferenciando respecto al precio, una función
de la ganancia marginal, R’ = f(p) +pfip). Cournot demostró que el beneficio del
monopolista, dado por la diferencia entre ganancias y costes, es máximo cuando
la ganancia marginal es igual al coste marginal y la derivada segunda de la fun
ción de los beneficios es negativa.
Al introducir en el modelo un segundo empresario, Cournot sentó las bases
de la teoría del duopolio, si bien los resultados a los que llegó son menos generales
que en la teoría del monopolio. Para explicar el comportamiento de los dos agen
tes, Coumot construyó «curvas de reacción». La curva de reacción de un duopolis-
ta revela la cantidad ofrecida por él para cada nivel de la cantidad ofrecida por el
otro. Suponiendo que la curva de demanda de mercado sea dada; que cada uno de
los dos agentes, para cada nivel de precio, tome como dado el nivel de producción
del competidor, y que los costes de producción sean nulos, Coumot demostró que
existe un único equilibrio que haga compatibles las decisiones de los duopolistas.
El modelo de duopolio de Cournot se ilustra en la figura 3.2. En el eje de las
abscisas se representa la oferta del duopolista A, Sa\ en el de las ordenadas, la
oferta del duopolista B, Sy. La curva QaQa’ es la curva de reacción del primer duo
polista; la curva QfOf, la del segundo. Si A ofrece la cantidad H, B ofrecerá K.
DE RICARDO A MILL 99
Pero entonces A modificará su propia decisión para ofrecer H'. Sin embargo, en
correspondencia con H', B ofrecerá K'. El proceso continuará hasta que se alcan
ce el punto C, al que convergerá dicho proceso incluso en el caso de que se inicie
en un punto a su izquierda. Se trata de un equilibrio estable, conocido actual
mente con el nombre de «equilibrio de Nash-Cournot». Es necesario hacer aquí
dos observaciones importantes. La primera se refiere a la existencia de tal equili
brio. En general, las curvas de los costes marginales de los duopolistas y la curva
de demanda de mercado podrían ser tales que las curvas de reacción no se encon
traran en el cuadrante positivo, o que fueran paralelas. Suponiendo unos costes
nulos, Cournot evitó este inconveniente. En efecto, bajo esta hipótesis la condi
ción de equilibrio depende únicamente de las curvas de la ganancia marginal;
pero éstas son iguales, desde el momento en que la mercancía ofrecida es homo
génea. Las dos curvas de reacción son entonces simétricas, y se intersecan en el
cuadrante positivo. La segunda observación concierne a la estabilidad del equili
brio. En equilibrio, las expectativas de cada duopolista sobre el comportamiento
de su rival se confirman, en el sentido de que, si A espera que B produzca precisa
mente Xo y B espera que A produzca precisamente H°, el equilibrio de Cournot es
lo que surge de este duopolio. Pero si las empresas tienen expectativas que no
coinciden con (//°, Xo), entonces hay que pensar en un proceso de ajuste. La ca
racterística esencial del proceso de aproximación al equilibrio contemplada por
Cournot es la siguiente: que cada una de las empresas hace una serie de suposi
ciones equivocadas sobre el comportamiento de la otra, pero las magnitudes de
estos errores disminuyen poco a poco de intensidad hasta llegar a una situación
en la que las expectativas sobre el comportamiento recíproco se muestran exac
tas. En este punto, el proceso de ajuste se detiene. Es en este sentido en el que el
equilibrio de Nash-Cournot es estable.
Otro precursor francés de la teoría neoclásica es Jules Dupuit (1804-1866),
quien, en De Vutilité. et de sa m e su re (1844) y en Otros ensayos publicados en revistas,
afrontó precisamente los problemas de los que había huido Carnet. Se propuso estu-
100 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
diar los beneficios sociales de los bienes públicos, como canales, puentes, etc., y so
bre todo evaluar las ganancias sociales netas generadas por las variaciones arancela
rias. No fue del todo consciente de los problemas que planteó respecto a la mensura
bilidad de la utilidad y a la dificultad de efectuar comparaciones interpersonales de
utilidad. A pesar de ello, su contribución analítica fue notable. Dupuit construyó una
curva de demanda y la interpretó en términos de utilidad. Definió la utilidad margi
nal distinguiéndola de la total. Asumió que el Estado que proporciona un bien redu
ce su arancel en la medida en que aumenta la cantidad ofrecida, de modo que la uti
lidad marginal del bien disminuye junto a su precio. El beneficio público se mide por
la suma de las utilidades intramarginales. La «utilidad relativa», dada por la diferen
cia entre la utilidad total y la utilidad marginal multiplicada por la cantidad ofrecida
del bien, aumentará a medida que dismiñuya el precio. De esta manera Dupuit de
mostró que, si la utilidad marginal es decreciente, el beneficio social crece al aumen
tar la cantidad ofrecida del bien. El razonamiento era muy similar al que habían usa
do West, Malthus y Ricardo para explicar el aumento de la renta de la tierra al au
mentar la producción agrícola. No es fruto del azar que algunos decenios más tarde
Marshall se refiriera a la «utilidad relativa» llamándola «renta del consumidor».
Sin embargo, Dupuit concibió también el «surplus del productor», es decir,
la diferencia, en presencia de una curva de costes creciente, entre las ganancias
totales de la empresa que produce el bien y los costes marginales de todas las uni
dades producidas. El beneficio social total vendría dado por la suma de ambos
surplus, el del consumidor y el del productor.
que el fin del sujeto económico era obtener el máximo placer. Formuló también
dos leyes que todavía hoy constituyen el fundamento de la teoría neoclásica del
comportamiento del consumidor. La primera ley establece el principio de la utili
dad marginal decreciente, esto es, que el placer procurado por un bien disminuye
a medida que aumenta su consumo, hasta alcanzar eventualmente la saciedad.
La segunda ley es más importante. Se trata, en realidad, de un teorema derivado
de la asunción del comportamiento maximizador y de la ley de la utilidad margi
nal decreciente. Esta ley establece que el individuo escogerá las cantidades de
mandadas de los diversos bienes de modo tal que los placeres por ellos procura
dos sean equivalentes en el momento en el que su consumo se interrumpa; o bien
que el individuo continuará intercambiando dos mercancías hasta que los valores
de las últimas unidades que posea de ellas resulten iguales.
A pesar de que su enunciado era un poco impreciso, sigue siendo cierto que
Gossen pensaba en lo que hoy se conoce como teorema de la igualdad de las utili
dades marginales ponderadas. Gossen amplió también esta teoría a la oferta de
trabajo, que explicó introduciendo el concepto de «desutilidad».
Otro importante precursor alemán de la teoría neoclásica fue Johann Hein-
rich von Thünen (1783-1850), quien, en la primera parte de Der isolierte Staat
(1826), formuló una teoría de la localización de las actividades productivas basa
da en el uso implícito del concepto de «coste de oportunidad». Además, desarro
lló la teoría de la renta diferencial, demostrando que el nivel de producción de
una mercancía, para una demanda dada, vendrá determinado de manera tal que
el precio se iguale al coste de producción de la empresa en situación más desven
tajosa. El surplus obtenido por los productores con costes más bajos constituye la
renta.
En la segunda parte de Der isolierte Staat (1850), Von Thünen amplió el razo
namiento al trabajo y al capital, formulando por primera vez una teoría completa
de la distribución basada en la productividad marginal de los factores. Afirmaba
que un aumento del empleo de capital y trabajo hace aumentar tanto la produc
ción como los costes, y que esto continúa hasta que las productividades margina
les de los factores sean superiores a sus precios.
Von Thünen consideraba el capital como un factor de producción homogé
neo, consistente en la cantidad de trabajo pasado empleada en la producción de
bienes capitales; y lo medía en «años de trabajo». Su empleo haría aumentar la
productividad del trabajo corriente, si/bién a una tasa decreciente. Von Thünen
calculaba el rendimiento del capital diferenciando una determinada función en el
punto en el que la derivada sé anula. Se trataba de la función de la renta del pro
ductor de capital, renta que resultaba así determinada a su nivel máximo. El re
sultado en el plano analítico fue notable, si bien su importancia teórica se ve limi
tada por las particulares hipótesis y por la peculiar forma de la función con la
que Von Thünen trabajaba.
Por otra parte, de aquellas particulares hipótesis Von Thünen dedujo una
fórmula especial para el salario «natural», w*, a saber: w* = Jap, en la que a re
presenta el nivel de subsistencia de los trabajadores, y p, su productividad. Tan
convencido estaba de la importancia de dicha fórmula que quiso que se inscri
biera sobre su tumba. Aparte de la peculiaridad de la fórmula, el concepto de «sa
lario naLurai» de Von ihünen merece ser recordado iarnbién pui su originalidad:
102 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
capitalismo, sino que trató de construir un sistema teórico, el cual, sobre todo
por sus implicaciones en el aspecto comercial, había de servir para facilitar el de
sarrollo capitalista en Alemania. Sin embargo, compartía con los románticos la
idea de la superioridad de la nación sobre los individuos y del predominio de los
intereses de aquélla sobre los de cada ciudadano.
El mayor impacto de la filosofía romántica en el ámbito económico tuvo lu
gar con la escuela histórica; una escuela que trató de dirigir el ataque directa
mente a los fundamentos epistemológicos de la economía política. El vínculo en
tre la escuela histórica alemana y el romanticismo es innegable, pero no por ello
hemos de pensar en una coincidencia total entre ambas corrientes de pensamien
to. Por ejemplo, a diferencia de los economistas románticos de la generación an
terior —como Gentz y Müller—, los representantes de la escuela histórica no se
inclinaron en su totalidad hacia posiciones políticas conservadoras. Algunos, por
el contrario, realizaron una crítica de izquierdas a la economía política y al pen
samiento liberal.
El nacimiento de la escuela histórica alemana se remonta al Grundriss zu
Vorlesungen über die Staatswirtschaft nach geschichtlicher Methode (1843) de
Wilhelm Roscher (1817-1894). Los otros dos fundadores de la escuela son Bruno
Hildebrand (1812-1878) y Kali Knies (1821-1898), quienes, con Die Nationalöko
nomie der Gegenwart und Zukunft (1848) el primero, y Die politische Oekonomie
vom Standpunkte der geschichtlichen Methode (1853) el segundo, llevaron la críti
ca a la economía política clásica mucho más allá de lo que había osado hacerlo
Roscher. Estos tres autores son los principales representantes de la llamada «vie
ja escuela histórica». Hay que distinguirlos de los historicistas de la siguiente ge
neración, que formarán la «joven escuela histórica», cuyo principal exponente
fue Gustav Schmoller, del que hablaremos más adelante. Aquí disponemos ape
nas del espacio suficiente para exponer las tesis fundamentales de la escuela his
tórica, sin podernos entretener en las diferencias de opinión entre cada uno de
sus representantes (las cuales, sin embargo, fueron notables).
La crítica fundamental de los historicistas a la economía política se refería a
su pretensión de establecer leyes económicas universales. Con referencia específi
ca al planteamiento smithiano, se negaba que las leyes económicas tuviesen las
mismas propiedades que las «leyes de la naturaleza». Ño se negaba la posibilidad
de identificar ciertas regularidades económicas, e incluso se admitía que se lla
mara «leyes» a dichas regularidades, pero —según los historicistas— debía que
dar claro que su validez no era universal, es decir, no era independiente de las
condiciones históricas y geográficas en las que las leyes actuaban.
Los historicistas estaban más interesados en las que llamaban «leyes de de
sarrollo», esto es, a la regularidad con la que —según ellos— se realizaba la evo
lución histórica de los pueblos y de las naciones; pero incluso en este caso evita
ban formular leyes universales.
Sobre todo, negaban la posibilidad de formular leyes económicas por vía de-
» ductiva. Sólo se admitía el método inductivo: las leyes de desarrollo debían cons
truirse por inducción y por analogía sobre la base de un conjunto lo más vasto
posible de datos empíricos e históricos. Está claro que este tipo de críticas no se
referían ú n ic a m e n te a los p la n te a m ie n to s te ó r ic o s d e S m ith y R ica rd o , sin o —de
modo más general— a la simple idea de que la economía íueia una ciencia del
104 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
mismo tipo que las ciencias naturales y, en consecuencia —como más tarde se
manifestará en el Methodenstreit de finales de siglo—, a la economía neoclásica
tanto como a la clásica.
En cualquier caso, y más allá del problema del método, existía una oposi
ción de fondo de naturaleza preanalítica entre las dos orientaciones. Los partida
rios de la escuela histórica alemana no aceptaban la idea de que el comporta-,,
miento sociáTdependiera del interés personal de cada individuo. Ni aceptaban la
idea de que las decisiones dé los individuos sé basaran únicamente en el cálculo
racional orientado al enriquecimiento. Tenían una visión organicista de la socie
dad, y partían del presupuesto de que los agentes sociales actuaban movidos por .
fines diversos y complejos, y en cualquier caso no todos reducibles a la racionali-
dad del cálculo económico. De aquí también la idea.de que existía una insoslaya.-
ble interdependencia entre las distintas dimensiones de la acción social y que,
por tanto, era necesario evitar ía separación y la excesiva especialización de cada
una de las disciplinas sociales. Desde este punto de vista, se consideraba que la
economía era únicamente una de las ramas de la investigación histórica.
pansión geográfica fue importante. «Este fue el período —dice Hobsbawm, exa
gerando sólo un poco— durante el cual el capitalismo se extendió por todo el
mundo y una considerable minoría de países "desarrollados” se convirtió en un
mosaico de economías industriales» (p. 36). Se iniciaron obras titánicas, como la
apertura del canal de Suez, o la creación dé redes ferroviarias nacionales. Se
crearon nuevos Estados y nuevos imperios. Finalmente, no hay que olvidar que
esta época estuvo dominada por un fuerte movimiento a favor de la libertad de
comercio; no sólo en Gran Bretaña, donde a partir de 1846 se abandonó casi
completamente el proteccionismo, sino también en otros países europeos, entre
los que se crearon varios acuerdos monetarios y comerciales que sirvieron para
fomentar el desarrollo del comercio internacional.
El optimismo se difundió con el aumento de la riqueza, y, fortalecido por la
paz social sobre la que se afianzaba, permitió la realización de importantes refor
mas políticas y sociales. Los movimientos sindicales, a cambio de su aquiescen
cia o de la colaboración con los objetivos nacionales, lograron algunas conquis
tas. Por ejemplo, en Inglaterra se concedió la jornada laboral de diez horas en
1850; y el reconocimiento del derecho de huelga en Francia se remonta a 1864.
Pero las fuerzas de la democracia y del progreso avanzaron en todo el mündo, lle
vando —por ejemplo— a la abolición de la servidumbre en Rusia, en 1861, y de la
esclavitud en Estados Unidos, en 1862.
Nunca antes el capital había ejercido una hegemonía tan amplia en los ám
bitos económico, social y político, pero también en el cultural. Por su parte, los
economistas no se quedaron atrás; bien al c o n tra rio , cumplieron con su deber y
formularon teorías de la armonía económica.
Recordaremos aquí sólo a los más conocidos de dichos economistas. Fréde-
ric Bastiat (1801-1850), Henry Charles Carey (1793-1879), Francesco Ferrara
(1810-1900), John Elliot Cairnes (1823-1875) y Henry Fawcett (1833-1900). Estos
economistas no realizaron grandes contribuciones a la evolución de la teoría eco
nómica, pero en este período tuvieron un gran éxito y ejercieron una vasta in
fluencia en sus respectivos países. Es fácil entender por qué. Casi todos ellos de-
fendían la armonía de intereses entre las ciases sociales, y, puesto que tal armo
nía se realizaba mejor —según ellos— cuanto más perfecta era la competencia,
eran acérrimos librecambistas, archienemigos de la intervención estatal en la
economía, y reprobaban el socialismo. En el plano de la teoría del valor, trataron
de diversas maneras de conciliar explicáciones basadas en el trabajo y en la utili
dad,aunque sin llegar a resultados importantes.
Atención aparte merece Carey, quien empezó a elaborar su propio sistema
teórico en la década de 1830, siguiendo una orientación smithiana y profesando
claras convicciones librecambistas. Su influencia, no obstante, sólo se haría sen
tir en Europa —por ejemplo, en autores como Bastiat, Ferrara o Dühring— des
pués de la década de 1840, y provenía de obras como Harmony of Interests (1851)
y Principios de ciencia social (1857-1860). En la década de 1840, Carey había
abandonado sus anteriores convicciones librecambistas para dar paso a una fuer
te propaganda proteccionista y nacionalista; en Europa, sin embargo, sólo algu
nos de sus admiradores alemanes le seguirían en este camino. Bastiat, en cambio,
e stu v o influenciado sobre todo por su doctrina de la armonía de los intereses,
mientras que Ferrara desarrolló su teoría del coste de reproducción; esta teoría
106 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
consistía en la reducción del valor de una mercancía al coste incurrido para pro
ducirla, pero dejaba poco clara una cuestión fundamental: si había que entender
aquel esfuerzo en términos de sacrificio subjetivo, o más bien —como en la inter
pretación más creíble— en términos de coste de producción objetivo.
Una contribución interesante que surgió del enfoque de las «armonías eco
nómicas» fue la de Ferrara. Vale la pena recordarlo, como mínimo porque podía
haber constituido el vínculo de unión entre Galiani y Pareto. Entre sus obras
mencionaremos, además de Lezioni di economia politica (publicadas postuma
mente en 1934-1935), los prólogos a la Biblioteca del Economista (1850-1866), re
cogidos y publicados en 1889 bajo el título de Esame storico-crìtico di economisti
e dottrine economiche. Ferrara desarrolló una teoría de los sucedáneos según la
cual el valor de un bien, en relación con el de un sustituto de éste, depende de la
comparación que el consumidor establece entre las dos utilidades. El valor que
surge de tal comparación es aquel para el cual el individuo está dispuesto a inter
cambiar los dos bienes. Utilizando esta teoría para corregir la del coste de repro
ducción de Carey, Ferrara trató de explicar también mediante el intercambio la
producción y la distribución de la renta. La producción'sería un intercambio en- /
tre producto y esfuerzos productivos. El coste de las mercancías, que en compe
tencia es igual a su valor, vendría determinado por el sacrificio realizado para
producirlas, evaluado en relación al resultado de la misma producción: esto pre
supone una comparación entre la incomodidad que el sujeto debe soportar para
ceder una cosa propia y la que debe soportar si renuncia a las demás. Falta en
esta argumentación el uso del criterio de las valoraciones marginales, pero queda
claro el papel de la hipótesis de la «sustituibilidad», tanto en el consumo como en
la producción. Y aunque en Ferrara las referencias a la tradición clásica son ex
plícitas y repetidas, se ve enseguida que nos hallamos en el umbral de la revolu
ción marginalista.
Vale la pena recordar que Pareto consideraba a Ferrara «uno de los mejores
o el mejor de los economistas italianos». Pensaba que con él la teoría del coste de
reproducción había alcanzado «su último grado de perfección». Consideraba que
únicamente le faltaba una cierta formalización analítica, y veía en ella una antici
pación de su propia teoría de la utilidad.
3 .3 .2 . J o h n S tu a r t M ill
El más importante de los economistas de la «era del capital», aquel que do
minó la escena intelectual más que ningún otro fue John Stuart Mill (1806-1873),
filosofo, político y reformador social, además de economista.
En economía, Mill emprendió una tarea inmensa y, en cierto sentido, heroi
ca: un nuevo examen de los debates desarrollados en la primera mitad del siglo
con el objeto de unificar sus principales resultados teóricos. Fue sobre todo este
esfuerzo de «armonización» teórica el que determinó el notable éxito, durante los
treinta años siguientes, de su principal obra económica, los Principios de econo
mía política, de 1848.
Sin embargo, y por el mismo motivo, una vez concluida la época clásica la
obra de Mili fue prácticamente olvidada. Mill había tratado de reconstruir la tra-
DE RICARDO A MILL 107
mentó era aún más importante, en tanto permitía destacadas —aunque no sus
tanciales— enmiendas al principio del laissez faire. En efecto, en algunos casos se
admitía la intervención estatal en la economía, por ejemplo en la instrucción pú
blica, en la reglamentación del horario laboral o en la asistencia a los pobres; en
estos casos, Mili consideraba que la autoridad pública conocía los intereses de los
individuos mejor que ellos mismos.
En general, el utilitarismo se había interpretado como basado en el criterio
de la maximización del bienestar del mayor número posible de individuos; y el
reformismo de Mili llegó hasta el punto de considerar que podía perseguirse di
cho objetivo aun a costa de reducir el bienestar de algunos. Esta última tesis la
tomó del componente iusnaturalista de otra tradición filosófica, tradición que lo
vinculaba a Locke. En efecto, Mili justifiéaba la propiedad privada con el mismo
argumento que Locke, es decir, con el derecho de los individuos a la posesión
producto de su trabajo. Sin embargo, criticaba los abusos de este derecho, y so
bre todo la manifiesta desigualdad en la distribución de la propiedad, que se ex
plicaban por las circunstancias históricas e institucionales que los determinaban.
Por tanto, consideraba legítimas las intervenciones encaminadas a la corrección
de tales defectos; por ejemplo, propugnaba la tributación progresiva de las suce
siones. 1
Mili no consideraba que estas conclusiones entraran en conflicto con las le
yes económicas. En efecto, admitía —con Smith y Ricardo— el carácter natural
de las leyes de la producción. Sin embargo, negaba —con los socialistas y los his-
toricistas (por ejemplo, Richard Jones, un interesante historicista inglés del que
hablaremos en el próximo capítulo)— dicho carácter natural a las leyes de la dis
tribución. Así, mientras exaltaba la competencia y el mercado, a través del cual
las leyes naturales de la producción actuarían de la mejor manera posible, no por
ello dejaba de propugnar los modelos de participación en los beneficios, el traba
jo cooperativo, o el desarrollo de pequeñas comunidades agrícolas.
Mili se consideraba un amigo de las clases trabajadoras, así como de otras
categorías de marginados y oprimidos, y creía que la historia trabajaba para rea
lizar finalmente una sociedad que él definía como «socialista». Sin embargo, no
se consideraba un socialista; bien al contrario, a su manera combatió el socialis
mo de su tiempo, hasta tal punto que sintió la necesidad de demostrar la falacia
de las doctrinas socialistas desde el punto de vista de la ciencia económica. Para
comprender estos aspectos de la doctrina de Mili,, es necesario penetrar en el nú
cleo de su teoría económica; en particular, hace falta entender sus teorías del be
neficio y del salario.
3 .3 .3 . S a l a r io y f o n d o d e sa l a r io s ■
empleo (y la plena utilización del capital), que es we. Los clásicos tendían a inter
pretar we como un salario de mercado, y a considerarlo como determinado por
las fuerzas de la oferta y la demanda de trabajo. Sin embargo, esta interpretación
choca con una seria dificultad lógica. Si la técnica viene dada, entonces la rela
ción capital-trabajo resulta conocida, K/L. En el momento en que termina el
proceso productivo se conoce la estructura y el nivel de output. Si se decide apar
tar un determinado fondo de salarios, W, automáticamente se decide también
cómo repartir las inversiones entre capital técnico y fondo de salarios. Por ello,
también se conocerá KiW . Resultan así determinados tanto el empleo como el
salario, independientemente de la oferta de trabajo. Si casualmente ésta fuese
igual a la «demanda», entonces el salario sería we, pero no sería un salario de
mercado. Sin embargo, si la oferta y la demanda de trabajo —pongamos L*
y L¿¡— no coinciden, entonces el salario será pero tampoco este es un salario
determinado por las fuerzas de la oferta y la demanda. En efecto, el mercado ten
dería a nevar el salario hacia we. No obstante, esto no puede suceder puesto que,
dados W y K/W, también resulta dado K; y dado K /L en el nivel K/L¿, resulta
imposle un aumento del empleo por encima de L¿ debido a la falta de capital.
Los teóricos del fondo de salários, incluido Mili, se apercibieron vagamente
de esta dificultad, y a menudo trataron de evitarla haciendo variar K /L a su como
didad. Se trataba de una nueva vía que, si se hubiera llevado hasta sus últimas
consecuencias, habría conducido a la teoría neoclásica del salario. Pero los pasos
que había que dar no eran pequeños; en particular, había que interpretar W como
un programa de demanda de trabajo y hacerlo depender de una función de pro
ducción en la que se admitiera la sustituibilidad entre trabajo y capital.. Los econo
mistas ricardianos no estaban preparados para realizar este salto.
Volvamos a Mili; y, para evitar la mencionada dificultad, supongamos que,
DE RICARDO A MILL 111
por casualidad, L* = L¿ y we = w¿. Ahora podemos ver el uso «laborista» que hizo
Mili de la teoría. A «corto plazo», los sindicatos no pueden hacer nada para modi
ficar los salarios, que dependen únicamente de las técnicas empleadas y de las
decisiones de inversión de los capitalistas. En efecto, un aumento del salario por
encima de we comportaría una disminución del empleo (y de la utilización del ca
pital). Pero después, si hay competencia, el exceso de oferta de trabajo llevaría de
nuevo al salario a su valor de «equilibrio». Los trabajadores —según Mili— sólo
podrían influir en el incremento de los salarios a «largo plazo». En el transcurso
del tiempo, tanto W corno L se desplazan hacia la derecha. Los salarios aumen
tan si W se desplaza más que L. Por ello, podría aumentar tanto más rápida
mente cuanto más alto fuera el ritmo de la acumulación y más baja la tasa de cre
cimiento de la población. Esto explica por qué Mili sugería a sus amigos sindica
listas que no predicaran más la revolución que la contracepción.
Sin embargo, más tarde Mili cambió de opinión. Las críticas dirigidas hacia
él por parte de William T. Thornton (en On Labour, 1869) y otros economistas le
hicieron comprender el uso que podía hacerse —y que de hecho se hacía— de su
teoría en un sentido antisindicál. En cualquier caso, no se retractó del todo: en
una recensión del libro de Thornton, publicada en Fortnightly Review en mayo de
1869, se limitó a negar no la propia teoría, sino dos hipótesis que la caracteriza
ban. Mili admitió que no era necesario tomar como dadas la distribución de la
renta y la propensión al ahorro de los capitalistas. Por tanto, los salarios podrían
aumentar si disminuyeran el consumo de bienes de lujo y/o la parte de beneficios
de la renta. No obstante, quedaría un «límite real al aumento de los salarios», un
límite representado por el «hecho de que este aumento puede llevarle [al empre
sario] a la ruina y obligarle a abandonar su actividad».
3.3.4. C apital y f o n d o d e sa la r io s
El giro decisivo tuvo lugar en los Principios, cuando Mili, precisamente para
rebatir las tesis socialistas de la explotación, se vio obligado a abandonar a Ricar
do. En efecto, afirmó que los trabajadores no tienen derecho al producto íntegro
porque no sólo el trabajo contribuye a la creación del valor de las mercancías,
sino que también lo hace la abstinencia necesaria para que el capital se halle dis
ponible. El trabajo es únicamente uno de los requisitos de la producción, en la
cual éste no puede realizarse sin el auxilio de la maquinaria y sin el anticipo de
los fondos de salarios. El otro requisito de la producción es el capital, y éste es el
resultado de la abstinencia del consumo por parte de los capitalistas. «En el aná
lisis de los requisitos de la producción [...] hemos encontrado que existe otro ele
mento necesario además del trabajo. Existe también el capital; y puesto que éste
es el resultado de la abstinencia, el prqdpeto o su valor debe ser suficiente para
remunerar no sólo todo el trabajo requerido, sino también la abstinencia de to
dos aquellos que han anticipado la remuneración de las diversas categorías de
trabajadores. La compensación de la abstinencia es el beneficio» (p. 280). Mili se
refirió explícitamente a Senior: «Así como los salarios del trabajador constituyen
la remuneración de su trabajo, los beneficios del capitalista constituyen precisa
mente, según la feliz expresión de Senior, la remuneración de la abstinencia.
Constituyen lo que él gana absteniéndose de consumir el capital para su propio
uso y destinándolo al consumo de los trabajadores productivos. Necesita una re
compensa por esta abstinencia» (p, 245).
Nos hallamos aquí frente a una ampliación tal del concepto de «fondo de sa
larios», que incluye a todo el capital. Para Mili, el requisito originario de la pro
ducción sigue siendo el trabajo (aunque a veces tenga en cuenta también la tie
rra). El capital no es sino el fondo de salarios apartado en épocas anteriores para
sustentar a los trabajadores y producir medios de producción. Estos anticipos
rinden un beneficio. Ricardo no habría estado en desacuerdo con todo esto; pero,
para él, el capital no contribuye a la creación del valor, y, por tanto, el beneficio.
no constituye la, remuneración de un servicio productivo. El salto teórico de Mili
consistió en el uso de la teoría de la abstinencia para explicar el beneficio. En
efecto, éste se subdividía en varios componentes: un salario de dirección, un pre
mio por el riesgo y una remuneración por la abstinencia; esta última coincidiría
con el interés. Así, Mili todavía podía hablar un lenguaje ricardiano y decir que el
beneficio, neto de estos tres componentes, es un residuo. Sin embargo, cuando
afirmaba que el interés sirve para pagar una contribución productiva decía algo
que Ricardo nunca habría admitido.
La teoría es similar a la de Senior. Sin embargo, Mili incluyó en la abstinen
cia, además del sacrificio ligado a la renuncia al consumo de un flujo de renta
dado, también el sacrificio inherente a la renuncia a consumir el stock de capital
ya acumulado. De este modo, el interés no se explica como la remuneración del
ahorro, sino —de manera más precisa— del capital.
Es inútil decir que la teoría del fondo de salarios, interpretada de esta mane
ra, resultaría muy del agrado de los economistas de la escuela austríaca. En efec
to, algunos de ellos consideraron la teoría neoclásica del capital —-al menos en la
versión basada en el concepto de «período de producción»—, precisamente una
ampliación de la teoría del fondo de salarios. ¿Qué más le faltaba a Mili para lle
var a sus últimas consecuencias dicha teoría? Sobre todo dos ideas, que constitu
DE RICARDO A MILL 113
el enfoque de Ricardo, expresado sobre todo en The Price of Gold (1809) y The
High Price ofBullion, a Proof of the Depreciation ofBank Notes (1810). La decisión
parece justificada por el hecho de que la rigidez y la sencillez de sus tesis tuvie
ron más éxito que la racionalidad y el realismo de las de Thornton, y vinieron a
constituir el núcleo de los principios teóricos en los que se inspiró la batalla de
los bullionistas.
La existencia de un persistente premio del oro, es decir, de una diferencia
positiva entre el precio de mercado del oro y el de acuñación, constituía la esen
cia del problema. Para Ricardo, se trataba de una evidencia inmediata de la de
preciación de la moneda, y éste, a su vez, era el efecto de un exceso de emisiones
de billetes del Banco de Inglaterra, exceso que se debía al régimen de inconverti
bilidad. Para demostrar esta tesis, adujo que el cambio de la libra esterlina con
las principales divisas europeas había permanecido durante mucho tiempo por
debajo de da paridad determinada por el precio de acuñación del oro. También
este fenómeno lo atribuía al exceso de emisiones del Banco de Inglaterra.
Sin embargo, estas convicciones no'se basaban en un cuidadoso análisis de
los factores específicos subyacentes a los fenómenos monetarios observados: el de
sarrollo económico, la tendencia del comercio exterior, las crisis, las guerras, etc.
Se trataba, por el contrario, de una aplicación rígida y abstracta de la teoría del
mecanismo precios-flujo monetario elaborada en el siglo XVIII por Hume. El tipo
de cambio entre dos monedas convertibles no puede divergir del coeficiente entre
las paridades áureas salvo en los estrechos límites de los «puntos del oro», límites
constituidos por los gastos del transporte y seguridad del oro enviado al extranje
ro. Si el cambio de la libra esterlina respecto al dólar se depreciara más allá del
punto inferior del oro, a los importadores y a los especuladores les interesaría con
vertir libras esterlinas en oro y enviar los lingotes a Estados Unidos. Esto reduci
ría, en el mercado de Londres, la demanda de letras de cambio en dólares y la
oferta de libras esterlinas, y detendría la depreciación de la libra esterlina. Al mis
mo tiempo, reduciría la cantidad de libras esterlinas en circulación y haría dismi
nuir los precios internos. Si la depreciación inicial de la libra esterlina se hubiera
debido a un exceso de emisiones y al consiguiente exceso de importaciones, el me
canismo precios-flujo monetario la habría ajustado automáticamente. Sin embar
go, este mecanismo no podría funcionar si la libra esterlina fuera inconvertible.
En este caso, sería posible un cambio permanente depreciado y por debajo del
punto inferior del oro. Y puesto que taj/fenómeno ocurriría junto con la imposibi
lidad de reducir la circulación de libras esterlinas mediante su conversión en oro,
Ricardo y los bullionistas lo interpretaban como una prueba de la existencia de un
exceso de emisiones.
De similar manera se explicaban las relaciones entre un exceso de emisiones
y un alto precio del oro. Si la moneda era convertible, no sería posible una diver
gencia entre precio de mercado y precio de acuñación del oro, puesto que, apenas
surgiera tal divergencia, a los comerciantes les interesaría acudir a la ceca y con
vertir libras esterlinas en lingotes para después vender oro en el mercado. De este
modo, la oferta de oro en el mercado se modificaría de manera tal que eliminaría
inmediatamente cualquier premio. Al mismo tiempo, se eliminaría automática
mente. a través de su conversión en oro, cualquier exceso de circulación moneta-
116 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
3.4.2. El B a n k C h a r t e r A c t ■
culante del Banco de Inglaterra. En la polémica con los bullionistas, los antibu-
llionistas habían afirmado que ios bancos provinciales constituían un factor de
variación de la oferta de moneda que escapaba al control de la política del Banco
de Inglaterra. En cambio, los bullionistas —en un intento de atribuir toda la cul
pa de los males monetarios ingleses a los gobernadores del Banco— habían soste
nido que los bancos provinciales no constituían factores autónomos de variación
de la oferta. En el debate sobre el Bank Charter Act, muchos metalistas aceptaron
las tesis de los adversarios sobre este punto. Ahora ya había quedado claro para
todo el mundo que el sistema del crédito basado en el principio de las reservas
fraccionarias generaba importantes efectos multiplicadores de los impulsos mo
netarios centrales. Torrens, en particular, dibujó con bastante precisión el meca
nismo de multiplicación del crédito. Sin’embargo, para él —como para algunos
otros metalistas—, éste creaba únicamente fenómenos de amplificación de los
impulsos monetarios procedentes del Banco de Inglaterra, pero no impedía que
éste controlara 1a. expansión global de la liquidez. La mayor parte de los metalis
tas, sin embargo, no secundaron a Torrens en este punto, aunque ello no significa
que todos vieran claramente la principal razón de la incapacidad del Banco para
controlar la oferta global de moneda; a saber: la variabilidad de los coeficientes
de reserva adoptados por los bancos. De todos modos, la opinión predominante
se orientó hacia la demanda de un mayor control central de las operaciones de
los bancos locales y de la abolición gradual de sus prerrogativas de emisión. Esta
opinión fue recogida en el Bank Charter Act.
moderada, pero luego cada vez más decidida. Sus últimos puntos de vista se ex
ponen en un libro de 1811, Substance on the Report ofthe Bullion Committee, que
recoge dos importantes intervenciones en el Parlamento.
Inicialmente Thornton no se mostró contrario al Restriction Act, que justifi
có por la necesidad de afrontar los drenajes de oro causados por el pánico y la
guerra. Pero, para él, debía ser un procedimiento excepcional y transitorio. El ré
gimen monetario normal tenía que ser el- Gold Standard. Thornton fue uno de los
teóricos más rigurosos del funcionamiento de este régimen. Desarrolló las tesis
de Hume sobre el mecanismo precios-flujo monetario y, sobre la base de éste, la
teoría de la relación existente entre depreciación del cambio, premio del oro y ex
ceso de emisiones en un régimen de inconvertibilidad; teoría que posteriormente
sería propugnada por Ricardo y sus seguidores. Ya hemos hablado de ello en los
apartados anteriores, por lo que no insistiremos aquí. Sólo mencionaremos una
aportación de Thornton a la teoría humeana: la tesis de que la deflación interna,
mediante la cual se corregiría un déficit de la balanza de pagos, además de actuar
sobre el nivel de los precios lo haría sobre el de las rentas y, por tanto, directa
mente sobre el de la demanda de importaciones.
Thornton no era un deflacionista desenfrenado como Ricardo. Pensaba
—asumiendo una posición similar a la antibullionista— que no siempre la depre
ciación del cambio y el premio del oro están causados por un exceso de emisión.
En determinados casos, pueden deberse a factores exógenos y transitorios, como
una mala cosecha, una explosión de pánico o los importantes envíos de oro a los
aliados. En estos casos —afirmaba—, una contracción de las emisiones constitui
ría un error que agravaría los problemas en lugar de resolverlos. Las ideas de
Thornton acerca de las causas de los «drenajes internos» resultan particularmen
te importantes; en dichas ideas se hallan prefigurados algunos elementos de la
teoría de la preferencia por la liquidez. Los individuos poseen la moneda no sólo
como medio de intercambio, sino también como reserva de valor, de modo que la
cantidad deseada depende del estado de confianza.
En el Enquiry se lee: «Un elevado estado de confianza contribuye a que los
hombres se provean menos frente a los imprevistos. En tales épocas creen que, si
la demanda de pagos dirigida a ellos, que es ahora dudosa e imprevisible, hubiera
de realizarse efectivamente, estarían en condiciones de satisfacerla al momento
[...]. Por el contrario, cuando surge un estado de desconfianza, la prudencia acon
seja que la pérdida de intereses causadaqfor la detención de billetes de banco du
rante algunos días adicionales no debería tenerse en cuenta. Es bien sabido que
en épocas de alarma se atesoran las guineas basándose en este principio [...]. En
tiempos difíciles la propensión a atesorar, o —mejor dicho— a proveerse de gran
cantidad de billetes del Banco de Inglaterra, predominará tal vez de manera apre
ciable» (p. 46).
Este fenómeno explica las variaciones de la velocidad de circulación de los
diversos instrumentos monetarios. Thornton utilizaba una definición amplia de
moneda, en la que incluía varios medios de cambio con distintas velocidades de
circulación, entre ellos las letras de cambio. Por tanto, en los períodos de crisis
no sólo se reducían las reservas de oro del Banco, sino que al mismo tiempo dis
minuía la cantidad total de dinero en circulación, mientras su velocidad media de
circulación también se reducía. Constituiría, pues, un error políLico de graves
124 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
consecuencias la decisión de reducir las emisiones del Banco para frenar el dre
naje. Es importante señalar las notables implicaciones de esta tesis en la política
monetaria. La teoría de la preferencia por la liquidez, unida a la comprensión del
carácter cíclico de los movimientos económicos, llevó a Thornton a atribuir al
Banco, considerado como un ente con fines públicos, una función básica de pres
tamista en última instancia.
Thornton era bullionista sobre todo en lo que se refiere a los efectos a largo
plazo de los movimientos de las variables monetarias; y se inclinaba a creer en la
ineficacia de la política monetaria a largo plazo. Sin embargo, no por ello dejó de
señalar los posibles efectos reales a corto plazo de las decisiones del Banco. Afir
maba que una expansión crediticia, al hacer aumentar los precios y —dada la ad
herencia del salario— también los beneficios, podía estimular la producción y ha
cer que aumentara el empleo. Asimismo, consideraba que la disminución de los
salarios reales, causada por la inflación, generaba ahorro forzado {defalcation of
reverme) y provocaba modificaciones de la estructura productiva en favor de la
acumulación de stocks de mercancías y de medios de producción. Desde su punto
de vista, no existe incompatibilidad entre los efectos reales de la expansión credi
ticia y los fenómenos de ahorro forzado, ya que el aumento de la demanda no ac
túa únicamente sobre las cantidades o sólo sobre los precios, sino sobre ambas
clases de variables.
Para Thornton, el Banco debería practicar una política monetaria discrecio
nal orientada al doble objetivo de amortiguar el carácter cíclico del desarrollo
económico, interviniendo sobre todo en los períodos de crisis, y asegurar la esta
bilidad del cambio. El principal instrumento de intervención había de consistir
en los tipos de interés.
Thornton realizó importantes contribuciones teóricas a la teoría del interés.
Observó que las leyes sobre la usura obligaban al Banco a ampliar el crédito de
manera ilimitada en los períodos en los que la tasa de beneficio era superior al
tipo de interés legal del 5 %. Y, anticipándose a Wicksell, evidenció el carácter
acumulativo y los efectos inflacionarios de este proceso. Más aún: en Substance
of two Speeches señaló también la importancia de los efectos de la inflación en el
sentido de reducir el valor real del interés. Por ejemplo, afirmaba que, con un in
terés fijo sobre los préstamos al 5 %, una inflación del 3 % reduce el tipo de inte
rés real al 2 %. No obstante, en los países en los que no existían leyes sobre la
usura este fenómeno llevaría a un aumento del tipo nominal. La implicación polí
tica de este razonamiento era sencilla: sólo en ausencia de leyes sobre la usura el
Banco de Inglaterra podía dotarse de un instrumento de política monetaria eficaz
con los tipos de interés.
3 .4 .4 . MlLL Y EL DINERO
Thornton influyó de gran manera en Mili, quien ratificó el Inquiry como «la
más clara exposición, que yo conozca, en lengua inglesa del modo en que el crédito
opera en una nación mercantil» (Principies, p. 7 2 2 ). Mili entró en el ámbito de la teo
ría monetaria en 1824, manteniendo una posición bullionista y afirmando que el au
mento de los precios en el período de las guerras con Francia se había debido al ex
DE RICARDO A MILL 125
gran los gastos para inversiones más los gastos improductivos de los terratenien
tes y los públicos. En las decisiones de inversión influye la diferencia entre tasa
de beneficio y tipo de interés. Este último, al variar en función de la oferta y la
demanda de fondos sujetos a préstamo, alcanza su valor normal de equilibrio
cuando llega a ser igual a la remuneración de la abstinencia y al rendimiento es
perado del capital.
En Some Unsettled Questions, Mili había adoptado la teoría del ahorro forza
do. En la primera edición de los Principios no la mencionó, pero en la edición de
1865 admitió que la inflación podría alimentar la creación de capital permitiendo
un desplazamiento de las inversiones del sector de los bienes de consumo (de
lujo) al de los bienes capitales. Además, y también en los Principios, Mili había
mostrado los efectos ejercidos por la inflaerón en la redistribución de riqueza de
los acreedores a los deudores, identificando a estos últimos principalmente con la
«clase productiva».
Mili tomó de la escuela bancaria, entre otras cosas, la «ley del reflujo»; y tra
tó de reforzar la justificación de los otros teóricos antimetalistas con la observa
ción de que un exceso de liquidez podría descargarse también al extranjero a tra
vés de un déficit de la balanza de pagos.
En cualquier caso, dicho déficit —según él— tendería siempre a reajustarse
automáticamente. Para explicar esto, Mili acudió a la habitual teoría humeana
del mecanismo precios-flujo monetario, si bien la enriqueció desarrollando una
idea que habían sugerido ya Thornton y Gverstone: la idea de que el grueso del
ajuste de un desequilibrio exterior se realizaría por medio de variaciones del tipo
de interés. En esta óptica, un flujo de entrada de oro causado por un superávit
comercial bajaría el tipo de interés y fomentaría las exportaciones de capital,
mientras que un flujo de salida de oro produciría en efecto contrario. Un evidente
corolario político de esta teoría es que el Banco puede utilizar discrecionalmente
el tipo de interés para proteger sus reservas y estabilizar el cambio anticipando y
reforzando los ajustes automáticos. Esta concepción será posteriormente perfec
cionada, en Theory of the Foreign Exchange (1861), por George Joachim Goschen
(1831-1907) —gobernador del Banco de Inglaterra en 1858—, y vendrá a consti
tuir uno de los pilares teóricos de las políticas del tipo de interés en la época del
Gold Standard.
Finalmente, debemos a Mili una interesante teoría del ciclo económico, que
otorga gran importancia a los efectos de la especulación y de las expectativas. Las
perspectivas de beneficio generadas por las expectativas inflacionarias provocan
un aumento de la demanda de crédito y de mercancías. Éste alimenta la inflación
*y realiza las expectativas, provocando nuevos impulsos especulativos y poniendo
en marcha un proceso acumulativo de crecimiento de la inflación y de la especu
lación. El ciclo se invertirá cuando los especuladores consideren que la inflación
ha avanzado demasiado y que ha llegado el momento de vender. Sin embargo,
apenas los precios empiecen a bajar puede producirse el pánico y agravarse la
crisis. Es en este punto en el que debería intervenir el Banco para frenar la con
tracción con una expansión del crédito y una reducción del tipo de interés. Pero
las normas establecidas por el Bank Act impedían al Banco llevar a cabo esta po
lítica, ya que lo obligaban —en época de crisis— a reducir la oferta de moneda
para defender las reservas de los «drenajes internos». En resumen, la menciona
DE RICARDO A MILL Í27
da ley impedía que el Banco hiciera lo que habría debido hacer para estabilizar el
ciclo económico. Esto nos puede dar una idea de las razones que tenía Mili para
mostrarse en desacuerdo con el B a n k A c t.
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Capítulo 4
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX
de las ideas económicas. En efecto, en la primera fase hemos observado una si
tuación de turbulencia teórica, con una sucesión de innovaciones, una superposi
ción de debates y una lucha incesante entre teorías alternativas; en la segunda, en
cambio, hemos asistido a diversos, intentos de sistematización y generalización
teórica y de elaboración de una ortodoxia científica. En este capítulo constatare
mos u n fe n ó m e n o similar e n la evolución del pensamiento socialista: durante los
años de conflicto más intenso surgirán un gran número de teorías socialistas
nuevas y más o menos alternativas, mientras que los años de tregua social única
mente producirán la gran obra sistemática de Marx.
4.1.3. S a in t -S im o n y F o u p je r
Ahora bien: entre una y otra revolución, estos dos modelos de sociedad alter
nativa atravesaron la cultura europea, sin solución de continuidad, desde el Re
nacimiento a la Ilustración. En la primera mitad del siglo XIX se encontraron con
el movimiento obrero organizado, y dejaron de ser sueños para convertirse en
proyectos.
Claude-Henry de Rouvroy de Saint-Simon (1760-1825) encarnó, más que
ningún otro pensador socialista de la época, el principio de la cohesión orgánica
de la sociedad. Superando «dialécticamente» el pensamiento ilustrado, pero so
bre todo su antítesis reaccionaria, tal como se manifestó a comienzos de siglo en
el pensamiento de De Maistre y de De Bonald, la síntesis saint-simoniana trató de
unir una visión anti-individualista de Ía/sociedad con el culto al progreso tecnoló
gico y científico, así como de proyectar en el futuro, en lugar de hacerlo en el pa
sado, el ideal de una organización social cohesionada y funcional. Lejos de que
rer realizar el sueño democrático del siglo XVIII y la Revolución, Saint-Simon ela
boró un modelo de sociedad fuertemente jerarquizada y rigurosamente merito-
crática.
Del capitalismo, Saint-Simon despreciaba el despilfarro, el parasitismo, la
anarquía; en suma, la imperfección. Su «socialismo» aspiraba a una sociedad de
productores, es decir, de trabajadores, técnicos, científicos, empresarios: los «in
dustriales», como él los llamaba. Para Saint-Simon, en la nueva sociedad los ca
pitalistas deberían constituir la elite dirigente, pero no en virtud del poder que
o to rg a la riq u eza , sin o m ás b ien en virtud' de su fu n ció n d e innovadores y o r g a n i
zadores de la producción. Los trabajadores obtendrían u n a m ejo ra g ra d u a l d e su s
132 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
condiciones de vida, pero no contra las máquinas ni contra el capital, sino gra
cias a ello.
El sistema industrial, escrito en colaboración con su secretario, Auguste
Comte, y publicado entre 1820 y 1822, es la principal obra de Saint-Simon. En
ella predicaba la ampliación de la eficacia productiva de la fábrica al conjunto cíe
la sociedad, reducida esta última a una inmensa fábrica; la planificación centrali-.
zada de la producción, y una distribución basada en el principio de la correspon
dencia entre las remuneraciones y las prestaciones productivas.
El sistema industrial de Saint-Simon liberaría finalmente al hombre; pero
¿de qué? No es difícil darse cuenta de que una república como aquella, en la que
la libertad individual se veía coartada en favor de las prerrogativas de la colectivi
dad, necesitaría una religión fuerte.' Por/dtra parte, presuponía un sólido pensa
miento metafísico y ético. No resulta sorprendente, pues, que Saint-Simon aspi
rase a dar a la humanidad un nuevo catecismo, el Catecismo político de los indus
triales, tal como se titulaba una obra suya escrita en 1823-1824, o incluso a fun
dar una nueva religión, un Nouveau christianisme, como pretendía su última
obra, de 1825. Ni tampoco sorprende que al final algunos de sus seguidores se li
mitaran a fundar sectas religiosas. Los más realistas, por el contrario, se dedica
ron a las finanzas o a la ingeniería en un intento de mejorar, si no a la humani
dad, por lo menos al capitalismo.
En las antípodas de SainriSimon se encuentra Charles Fourier (1772-1837).
Sus principales obras son: Théorie des quatre mouvements (1808); Traite de l'asso-
ciation doméstique-agricole (1822); El nuevo mundo industrial y societario (1829),
y La fausse industrie (1835-1836). También el pensamiento de Fourier presupone
una especie de negación dialéctica de-la Ilustración, pero ahora el eslabón de
unión lo constituye Rousseau, su filosofía del buen salvaje, su intento de llevar a........
sus últimas consecuencias e l componente iusnaturalista d e l p e n s a m ie n to d e l s i
g lo XVII.
Es importante dejar claro que no sólo Fourier, sino también una gran parte
de los pensadores socialistas del siglo XIX, tomaron de Rousseau la crítica a aquel
modo de razonar del iusnaturalismo que «consiste en establecer siempre el dere
cho a partir del hecho» y que había permitido a Locke justificar, entre otras co
sas, la propiedad privada y su distribución desigual.
Rousseau había adaptado el iusnaturalismo del siglo XVII a sus propios idea
les filosóficos, hasta llevarlo a negar la naturalidad, no sólo del Estado y de la
propiedad privada, sino también de la familia. Para él, la desigualdad social ha
bría nacido de una ruptura drástica del «estado de naturaleza originario», ruptu
ra de la que habrían surgido la historia, las instituciones y la civilización. El «es
tado de naturaleza» en Rousseau era una construcción ideológica que apuntaba a
evidenciar, no el carácter natural del ser social, del orden social existente, sino la
dimensión del «deber ser» que le es inherente como potencialidad y negación.
La teoría del «buen salvaje» —en una versión, a decir verdad, más bien inge
nua— está presente también en el pensamiento de Fourier; más aún, constituye
uno de sus presupuestos filosóficos fundamentales. Para Fourier, los hombres _
.son naturalmente buenos. No es que no tengan «perversiones», pero éstas son ta
les sólo porqué la sociedad es antinatural. Si se permitiera a los individuos reali
zar libremente sus inclinaciones naturales, éstos se organizarían espontáneamen-
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 133
sistió en no decir mucho más que aquello. Marx evitó las elaboraciones extrava
gantes, dejando a la historia —es decir, a los propios hombres— la tarea de reali
zar los ideales humanos. Fue así como el sueño socialista, en palabras de Engels,
se convirtió en «científico».
4.2.2. G odwin y O w en
de los ancianos, y toda la jerarquía de poderes que estructuraba las relaciones so
ciales debería basarse en las diferencias de edad. Este aspecto —la gerontocra-
cia— era típico de gran parte de las utopías del orden: dado que no se podía pres
cindir del principio de autoridad en una sociedad en la que el pueblo no poseía
nada y los jesuitas lo poseían todo, parecía que una distribución del poder basada
en la edad sería la más natural y la menos injusta.
4 .2 .3 . S o cia lista s r ic a r d ia n o s y a f in e s
43.2. E x pl o t a c ió n y valor
Hodgskin. Además, para enmarcar estas dos teorías en una perspectiva histórica
conviene referenciarlas a la teoría iusnaturalista del valor y de la propiedad, en la
que se halla su lejano origen.
El intento de utilizar la teoría del valor-trabajo para explicar la distribución
de la renta y de la riqueza se remonta al menos al iusnaturalismo del siglo xvil, si
no incluso al pensamiento escolástico. En cualquier caso, es a Locke a quien de
bemos la primera formulación extensa. Su teoría sobre el valor y la propiedad
consistía en tres proposiciones fundamentales:
a) en el «orden natural», el valor del producto es el producto del trabajo;
b) la relación entre valor y trabajo no resulta alterada por las convenciones
sociales;
c) la propiedad privada es acumulación de trabajo pasado, y, por ello, no
entra en contradicción con el derecho natural.
La primera proposición es la conocida tesis fundamental de cualquier teoría
ontológica .del valor-trabajo. El valor lo crea el trabajo. Por tanto, las mercancías
se intercambian en base a los trabajos contenidos. Locke admitió la existencia de
una contribución productiva de la tierra, pero la consideró insignificante y, en
cualquier caso, equiparable —a través de algunas operaciones aritméticas— a la
del trabajo. La segunda proposición hace referencia a la moneda, entendida
como una institución social creada por consenso colectivo. La moneda permite la
acumulación de los productos del trabajo más allá de las necesidades inmediatas
de subsistencia, y, al mismo tiempo, permite-la transferencia de la riqueza acu
mulada de un individuo a otro. La tercera proposición deriva de las otras dos.
Puesto que el valor es producto del trabajo y puesto que, por derecho natural,
todo individuo puede disponer libremente de su propio trabajo, la propiedad pri
vada de la riqueza acumulada es legítima. Si ésta está distribuida de manera desi
gual es sólo porque la moneda permite, a todo individuo que quiera hacerlo, acu
mular, además de los productos de su propio trabajo, también aquellos adquiri
dos a otros individuos. Así como la convención monetaria se basa en el consenso
colectivo, y puesto que no altera la ley del intercambio en base al trabajo conteni
do, la distribución de la propiedad privada sigue siendo legítima aunque sea desi
gual.
Hodgskin, para convertir esta teoría en una explicación de la explotación,
realizó una operación muy sencilla: aceptó la primera proposición de Locke y re
chazó la segunda. Sin embargo, en lugar de centrar su atención en la institución
de la moneda, se refirió más específicamente a la estructura socio-institucional
de la economía capitalista' Puesto que en esta economía deben existir los benefi
cios, las mercancías ya no pueden intercambiarse a los «precios naturales» —es
decir, al valor-trabajo—, sino a los «precios sociales»; éstos superan a aquéllos
exactamente en la cantidad necesaria para hacer posible la existencia de los bene
ficios. De ello se deduce que la tercera proposición no es válida: que la propiedad
no es acumulación de trabajo pasado. La propiedad está mal distribuida porque a
los trabajadores no se les paga en base al valor de su trabajo, y es ilegítima por
que las mercancías no se intercambian a los precios naturales.
Por su parte, Marx aceptó la. primera proposición lockiana, pero, dada su
144 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
4 .3 .3 . L a t r a n sf o r m a c ió n d e l o s v a l o r es e n p r e c io s
^k = k + h ^k =ji - \ r
Xc ~lc + kcXc =lc +lk -i -yleKi,-
Pk~w h + hPk (l + r )
................ Pc = w lc + k cPlA l + r)
Los valores-trabajo relativos y los precios relativos son, respectivamente:
Kk lk
P^ =í [ l - k k (l +r)} + kc (l +r)
Pk k
de conocer los precios; y, puesto que no se vería alterada por la valoración en pre
cios,- podría aplicarse a los costes de producción de cada industria para calcular
los propios precios. De este modo, los valores se «transformarían» en precios,
operación que Marx intentó en el tercer volumen de El capital.
Para ver dónde reside la dificultad de la transformación, calculemos la tasa
de beneficio medio en valores-trabajo y en precios de producción, y verifiquemos
si ambas medidas coinciden. La economía que estamos considerando es estacio
naria. Por ello, el producto bruto del sector de los bienes capitales es igual a las
reposiciones, 1 = k¡c + kc, y el valor total del capital es p^ si se valora en precios,
y si se valora en valores-trabajo; además, la producción bruta de los bienes de
consumo coincide con el producto neto total, y su valor es pc si se valora en pre
cios, y Xc si se valora en trabajo contenido; finalmente, sea L = lk + lce1 empleo to
tal. Entonces, la tasa de beneficio calculada en precios es:
Pk
mientras que la calculada en trabajo contenido, p, es:
/L - vL
4.3.4. E q u il ib r io , l e y d e S ay y c r isis
eficaces del mercado y eliminar las máquinas más obsoletas de las fábricas, hará
aumentar la productividad del trabajo. Por tanto, la tasa media de beneficio vol
verá a aumentar, reactivando el crecimiento económico. Cuando el empleo y los
salarios vuelvan a aumentar, se iniciará un nuevo ciclo.
El salario utilizado en este modelo es el salario de mercado. Sin embargo, no
se trata de un precio determinado por las fuerzas de la oferta y la demanda de
trabajo. Marx admitió explícitamente que las «coaliciones obreras» se crearon
precisamente para contrarrestar los efectos de la competencia sobre los salarios,
aunque manifestó algunas dudas a este respecto. A veces razonaba a la manera
de los clásicos, tratando el salario como determinado por las fuerzas del merca
do; otras veces razonaba a su manera, afirmando que el salario únicamente se
veía influido por las fuerzas del mercado. Su contribución original a este proble
ma reside en el hecho de tratar el salario como un precio fijado mediante contra
tación colectiva y dependiente de ías relaciones de fuerza entre las clases. El mer
cado actúa sólo en ía medida en que las variaciones en forma de aumento o dis
minución del ejército de reserva pueden llegar a debilitar o a reforzar los sindica
tos obreros. En salario así determinado tiende, pues, a oscilar.
La tendencia de tales oscilaciones está representada por lo que Marx llama
ba «valor de la fuerza de trabajo», concepto correspondiente al de «salario natu
ral» de los clásicos. Obviamente, Marx no lo consideraba en absoluto «natural», a
pesar de que lo trataba como un salario de subsistencia. Aun así, su teoría del sa
lario normal se diferenciaba notablemente de la clásica. En efecto, Marx no sólo
admitía el papel fundamental desempeñado por los cambios a largo plazo de los
hábitos de consumo obrero, sino que, al reconocer también el papel desempeña
do por los sindicatos a la hora de determinar la tendencia del salario, además de
sus oscilaciones, quitaba importancia a los habits and customs como determinan
tes exógenos del salario.
Su teoría, en la medida en que se diferencia de la clásica, es una teoría del
salario «normal» basada en las relaciones de fuerza existentes entre las clases.
Los trabajadores intervienen en el conflicto tratando de controlar la oferta de tra
bajo mediante los sindicatos; los capitalistas, tratando de controlar la demanda
mediante las decisiones de inversión. En el curso del ciclo económico, los sala
rios oscilarán de acuerdo con los niveles de la actividad económica. En el curso
de la acumulación, las variables de la tendencia, incluido el salario, serán deter
minadas por la evolución de la fuerza organizada de los trabajadores, por una
parte, y del progreso técnico, por la otra. En efecto, a largo plazo la demanda de
trabajo resultará fuertemente .influida por la capacidad de los capitalistas de sus
tituir a los trabajadores por máquinas; capacidad que depende del tipo de progre
so técnico incorporado en los medios de producción,
Dado que el progreso técnico tiende a sustituir trabajo por maquinaria, si no
existieran los sindicatos las fuerzas de la competencia harían que los salarios rea
les disminuyeran permanentemente. Dicha tendencia se ve contrarrestada por la
acción de las «coaliciones obreras». No obstante, según Marx los sindicatos serían
lo suficientemente fuertes como para contrarrestar los efectos del progreso técnico
sobre el salario, imprimiendo a este último una tendencia al alza, pero no lo sufi
ciente como para impedir una disminución de la cuota de salanos o u inmer
de la tasa de explotación. Esto se debería a que el progreso técnico actuaría sobre
150 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
Nótese que, cuando el salario es nulo, vale también la igualdad rmax= (1 - &¿) / %
La tasa de beneficio tenderá a caer si su límite superior es decreciente. Por tanto, la hi-
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 151
pótesis que hay que formular para que esta ley resulte válida es que el progreso técni
co siempre hace aumentar la cantidad de medios de producción necesaria para pro
ducir el producto neto.
Según Marx, de la ley de la tendencia a caer de la tasa de benefìcio se deriva
rían otras dos. Una se refiere a la tendencia de las crisis a hacerse cada vez más
acusadas. Puesto que, para superar una crisis, el capital debe activar procesos in
novadores que reducen el coeficiente producto-capital, la crisis siguiente resulta
rá más difícil de superar. A igualdad de aumentos salariales, cada crisis presupon
drá una disminución de la tasa de beneficio mayor que la de la crisis anterior. Por
tanto, la combinación del progreso técnico con el conflicto de clase no sólo hará
disminuir tendencialmente el incentivo a la inversión, sino que hará aumentar la
amplitud de las oscilaciones en torno a la tendencia de crecimiento a largo plazo.
En consecuencia, antes o después se llegará a la crisis definitiva.
Finalmente, otra ley de movimiento alude a la estructura de los mercados y
la dimensión de las empresas. Para compensar la caída de la tasa de beneficio, los
capitalistas tratarán de aumentar su nivel. Esto explicaría la tendencia a la «con
centración» y la «centralización» del capital. Por una parte, la acumulación del
capital y el aumento de su composición orgánica harán aumentar las dimensio
nes de las empresas; por otra, la disminución desigual de las tasas de beneficio
permitirá a los peces grandes comerse a los pequeños. Según Marx, la lucha com
petitiva entre los capitalistas no es menos acusada que la lucha de clases entre los
obreros y el capital. Sin embargo, valoraba positivamente los electos últimos de
la competencia, ya que llevarían a la reducción de la anarquía de la producción
capitalista y al aumento de las dimensiones de empresa en cuyo seno se planifica
y organiza la actividad laboral.
El conjunto de estas cuatro leyes de movimiento explicaría la tendencia del
modo de producción capitalista a crear las condiciones de su propia, superación.
La caída de la tasa de beneficio y las crisis cada vez más acusadas debilitarían su
fuerza propulsora, mientras que la miseria creciente reforzaría la voluntad y las
motivaciones Me Tos obreros ante el cambio revolucionario. Finalmente, los pro
cesos de concentración y centralización llevarían al sistema capitalista a crear las
cóhdicíónesfie la producción planificada. El salto cualitativo conducirá a un sis
tema económico en el que los trabajadores podrán controlar colectivamente la
actividad productiva. En esta nueva organización económica, la anarquía de la
producción capitalista será abolida, así como la explotación, y cada cuál será re
munerado en función de su propia contribución productiva, es decir, según la
cantidad y la calidad de su trabajo. Se trata del socialismo, primera fase del co
munismo.
crisis son de naturaleza real, el funcionamiento del sistema monetario puede con
tribuir de forma específica a la amplificación de las fluctuaciones económicas, in
cluso en los aspectos reales.
Marx estudió a fondo los debates monetarios ingleses de la primera mitad
del siglo XIX, y tomo partido a favor de la escuela bancaria, en cuyas teorías se
inspiró ampliamente. Particularmente importante es la aceptación de la tesis se
gún la cual la ecuación de los intercambios hace que la cantidad de oferta de
moneda y su velocidad de circulación dependan de las necesidades de las tran
sacciones.
El ajuste de la oferta a la demanda, según Marx, se verifica en parte median
te variaciones de la reserva líquida, es decir, del «atesoramiento», que varía de
forma anticíclica debido al hecho de queda moneda se retiene también como me
dida de precaución. La moneda —se lee en las Grundrisse— «es la seguridad ab
soluta» (p. 234) y sirve para «asegurar la riqueza general»; por tanto, «en los indi
viduos esta acumulación [de reservas líquidas] asume la forma más restringida
de asegurar la riqueza» (p. 230). Así pues, en las fases de rápido crecimiento, «los
tesoros se agotan en un abrir y cerrar de ojos», mientras que vuelven a acumular
se en las fases de contracción, cuando los capitalistas acumulan reservas líquidas
«en espera de condiciones de mercado más propicias» (El capital, II, p. 296). Re
sulta aquí muy evidente la influencia de la teoría de la preferencia por la liquidez
de Thornton, autor del que Marx citó precisamente la tesis de que, «en épocas de
desconfianza, las guineas se atesoran» (Grundrisse, p. 816).
Sin embargo, la adaptación de la moneda a las necesidades de las transac
ciones no se verifica únicamente por medio de las variaciones de la velocidad de
circulación; todavía más importante es el papel desempeñado por el crédito en el
ajuste de la cantidad de moneda ofrecida. Marx adoptó una definición amplia de
moneda, en la que incluía, además del circulante, los depósitos y las letras de
cambio. El crédito desempeña un papel fundamental en el proceso de acumula
ción capitalista. Durante las fases de expansión se verifica un crecimiento rápido,
no sólo de la producción, sino también del exceso de demanda agregada y de los
precios de mercado. En estas fases los capitalistas, en su conjunto, gastan más de
lo que ganan, y parte del poder adquisitivo que necesitan para financiar la acu
mulación se lo proporciona el crédito bancario y comercial. La oferta de moneda
es muy elástica respecto a la renta. Por esta razón, en las fases de expansión el
tipo de interés crece menos que la tasa de beneficio. De este modo, el sistema
monetario alimenta la expansión productiva en las fases de crecimiento rápido,
en lugar de frenarla.
En estas fases también crece excesivamente el endeudamiento neto de los
capitalistas, mientras que aumenta el riesgo del sistema bancario. Cuando el ciclo
real inicia la inflexión a causa del aumento de los salarios y de la disminución de
los beneficios, la demanda de crédito se mantiene elevada por la especulación so
bre las mercancías, que se ve progresivamente alimentada por el aumento de los
, precios. Sin embargo, en este punto los bancos empiezan a defender sus propias
reservas y el tipo de interés empieza a subir. El punto de inflexión del ciclo mone
tario se inicia con el cambio de comportamiento de los especuladores. Cuando és
tos empiezan a vender, los precios y los beneficios caen drásticamente, dado que
la d e m a n d a d e m e r c a n c ía s co n fines productivos ha empezado a debilitarse. De
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 153
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Capítulo 5
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO
Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA
tividad más acentuada, no sólo en los precios y en las tecnologías, sino también
en los modelos de organización de la empresa y de la economía nacional; esto
provocó, por una parte, el inicio del lento declive del liderazgo industrial inglés y,
por otra, un aumento de las dificultades de coordinación internacional, especial
mente en los mercados de capitales. En efecto, este fue también un período de
inestabilidad financiera, y diversos países capitalistas conocieron graves crisis fi
nancieras en 1873, 1882, 1890 y 1893. El sistema bancario inglés, que tendía a
desempeñar una función de prestador de última instancia internacional, tuvo se
rias dificultades para mantener el control de la situación, lo que muchas veces no
consiguió. En muchos países europeos, los efectos de aquellas crisis se vieron
agravados por los derivados de una larga depresión agraria, debida a la compe
tencia de los cereales de ultramar, que produjo una disminución de los precios de
los productos agrícolas y de las rentas percibidas por las —todavía sólidas— cla
ses agrarias.
Fue también esta una época de disminución del nivel general de los precios
a escala mundial y de reducción del crecimiento del comercio internacional. Am
bos son fenómenos que hay que contemplar vinculándolos tanto a los impulsos
deflacionarios generados por la adopción del Gold Standard por parte de los prin
cipales países capitalistas como al aumento de la competitividad internacional al
, que ya hemos aludido. Tampoco hay que olvidar el relajamiento general de la ten
dencia librecambista, que tan fuerte había sido en los veinte años anteriores, y el
concomitante surgimiento de tentaciones proteccionistas ampliamente difundi
das. Finalmente, por lo que se refiere al producto nacional, hay que decir que au
mentó en todos los países pese a las tormentas de una fuerte ciclicidad a corto
plazo; por otra parte, la tendencia de desarrollo a largo plazo fue en todas partes
más débil de lo que sería en los veinte años siguientes (la Belle Époque), y, en mu
chos países, aún más débil que en las dos décadas anteriores. A este fenómeno se
debe principalmente el que los estudiosos hayan hablado de «Gran Depresión». Y,
si esta tesis ha sido cuestionada por otros estudiosos, se debe sobre todo a los re
sultados obtenidos por las nuevas potencias emergentes, si bien no hay que olvi
dar que en Alemania la Grosse Depression se asocia usualmente al Bismarckzeit,
precisamente el período que estamos estudiando.
Volvamos al pensamiento económico. A comienzos de la década de 1870.
aparecieron tres importantes obras: la Teoría de la economía política (1871), de
William Stanley Jevonsi (1835-1882); los Grundsätze der Volkwirtschaftslehre
(1871), de Carl Monger '(1840-1921), y los Elementos de economía política pura
(2 tomos, 1874 y 1877), de Léon[WalrasJ 1834-1910); tres obras que marcaron el
inicio de la que inmediatamente se denominaría «revolución marginalista». Estos
tres libros son tan distintos entre sí que a primera vista podría parecer arriesgado
cualquier intento de agruparlos. En realidad tenían varios aspectos fundamenta
les en común, pero habría de transcurrir un tiempo para que se hicieran eviden
tes. Los contemporáneos no sólo no se dieron cuenta de ello, sino que ni siquiera
se hicieron eco de los tres libros, salvo —como fue el caso concreto de la Teoría—
para atacarlos duramente. Parecía que sus autores habían de seguir el mismo
destino que otros grandes «herejes» y precursores. En efecto, durante diez años
no hubo más que un completo silencio sobre ellos: aún no habían madurado sufi
cientemente los tiempos como para que el nuevo mensaje teórico y metodológico
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 157
5.1.2. El SISTEMATEÓRICONEOCLÁSICO
Una característica del nuevo sistema que aparece ya desde su inicio es la
desaparición del interés por el fenómeno del desarrollo económico, el gran
tema de las teorías económicas de Smith, Ricardo, Marx y todos los economis
tas clásicos.JEn lugar de ello, la atención se centró en los problemas de la asig
nación de recursos dados. Ciertamente, las ideas fundamentales de los clási
cos respecto al problema del crecimiento.seguían ejerciendo su influencia. En
la lección número 36 de los Eléments, por ejemplo, Walras exponía una teoría
de la evolución económica que todavía se puede considerar ricardiana. Y lo
mismo se podría decir, por poner otro ejemplo, del proceso de «crecimiento
de la riqueza» expuesto por Marshall: hñ sus Principios. Pero es un hecho que,
pese a la presencia de diversas consideraciones sobre la dinámica de los siste
mas económicos, los fundadores del sistema teórico neoclásico básicamente
prescindieron del problema de la identificación de las fuerzas que explican la
evolución en el tiempo de las economías industriales. El argumento central de
la investigación en aquel período fue el estudio de un sistema de equilibrio es
tático, es decir, de una economía —como más tarde diría Clark— «libre de
buscar los niveles finales de equilibrio dictados por los factores operantes en
cada momento dado del tiempo» (p. 29).
En el centro del sistema neoclásico se halla el problema de la asignación de
recursos dados entre distintos usos alternativos. Jevons escribió en la Teoría: «el
prob 1cma eco nómico pueelt minarse corno sigue dada una n<)biación con
versas necesidades y ciertas posibilidades de producción, en poder de ciertas tie
158 PANORAMA DE HISTORIA DEL, PENSAMIENTO ECONÓMICO
de la escena los sujetos colectivos, las clases sociales y los «cuerpos política
que —de manera frontalmente opuesta-^ los mercantilistas, los clásicos y Marx
situaran en el centro de sus sistemas teóricos;
Una quinta característica del sistema neoclásico consiste en el logro definiti
vo de un objetivo al que, con frecuencia, muchos clásicos habían aspirado, pero
que ninguno había realizado nunca del todo: la ahistoricidad de las leyes econó
micas. Asimilada la economía a las ciencias naturales, y a ía física en particular,
las leyes económicas vienen a asumir finalmente el carácter absoluto y objetivo
que se atribuye a las leyes de la naturaleza. La propia eternidad del problema
económico planteado por los neoclásicos, el problema de la escasez, fundamenta
la validez universal de las leyes económicas. Sin embargo, para que esto tenga
sentido es necesario expulsar.del ámbito dé estudio de la economía a las relacio
nes sociales, exorcizándolas como una superstición a la vez inútil y contradicto
ria con las nuevas adquisiciones de la ciencia de la época. Con la revolución mar-
ginalista nació el proyecto reduccionista del discurso económico que marcaría
todo el pensamiento neoclásico posterior, un proyecto según el cual a la econo
mía no se le reconocería otro ámbito de estudio que el de las relaciones técnicas
(las relaciones entre hombre y naturaleza). Así, mientras el reduccionismo indivi-
dualista había llevado a la eliminación de las clases sociales, el reduccionismo
antihistoricista condujo a la eliminación de las relaciones sociales, con lo que
—obviamente^ perdería importancia también el estudio de sus transformado:
nes. Mientras que en los clásicos y en Marx el aparato analítico se construye con
explícita referencia al sistema capitalista, cuyas leyes de movimiento se quiere in
vestigar, el paradigma neoclásico aspira a una completa ahistoricidad. Natural
mente, esto no es nada fácil. Hasta Walras, por ejemplo, hubo de servirse de con
ceptos como los de capital, interés, empresario, salario, etc.; conceptos que sólo
tienen sentido si se refieren al sistema capitalista.
Finalmente, el sexto elemento distintivo importante de la teoría neoclásica
reside en la sustitución de una teoría subjetivista del valor por.una objetivista-
Uno de los fundamentos del principio del valor subjetivo es la tesis de que todos
los valores son individuales y subjetivos. «Individuales» significa que hay que en
tenderlos siempre como fines de individuos determinados; es decir, no existen va
lores colectivos expresables como fines de grupos o de clases sociales en cuanto
tales. Por otra parte, los valores son subjetivos en el sentido de que surgen de un
proceso de elección: un objeto tiene valor si es deseado por un sujeto. El elemen
to de la subjetividad indica que un valor es tal porque alguien lo elige en cuanto
fin; el elemento de la individualidad, a su vez, postula que debe existir un deter
minado sujeto al que imputar aquel fin. En la concepción opuesta, la del valor 4 ,
objetivo, los valores existen independientemente de las decisiones individuales. ..
El individuo puede aceptar o rechazar los valores, pero no tiene la posibilidad de
establecer su legitimidad. Una consecuencia inmediata e importante del enfoque
neoclásico de la cuestión del valor es que la teoría de ía distribución de la renta se
convierte en un caso particular de ía teoría del valor, un problema de determina-
ciohMe los"pfeciosMe los servicios de los factores productivos, más que de repar-
to de la renta entre ías ciases sociales.
160 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
5 .1 .3 . ¿F u e u n a a u t é n t ic a r e v o l u c ió n ?
para Inglaterra como para el continente (con la excepción de Italia), como lo de
muestra el hecho de que no sólo Jevons identificaba al enemigo en la «perjudicial
influencia de la autoridad» de Smith, Ricardo, los dos Mili, Fawcett, etc., sino que
también Walras se lanzaba con violencia- contra Smith, Ricardo y Stuart Mili, y,
cuando mostraba algo de aprecio por Say, se apresuraba a añadir alguna matiza-
ción (de signo contrario a las de Marx). Y tanto Jevons como Walras eran cons
cientes, en cuanto tributaban su reconocimiento a Sénior y Gossen, de que se vin
culaban a los «herejes».
En realidad, en las teorías económicas ortodoxas premarginalistas, de Smith
y Say a los teóricos de la armonía económica, el pensamiento económico clásico
se había desarrollado conservando intacto el dualismo teórico smithiano. La me
todología de los conjuntos permanecía, anclada a una explicación de la produc
ción y de la distribución basada en las clases sociales y a una teoría del valor ba
sada en el coste de producción. La metodología microeconómica, a su vez, seguía
vinculada a una teoría del equilibrio competitivo basada en la racionalidad, en el
sentido utilitarista, de las decisiones individuales. Los dos enfoques siguieron
evolucionando paralelamente durante casi un siglo después de Smith, entrelazán
dose con mayor o menor fortuna. Ricardo había hecho su revolución, tratando de
liberar al primero del segundó. YJos marginalistas hicieron lo contrario. En eso
consiste su revolución: liberaron a la microeconomía, entendida como,tearía. de.
las decisiones individuales, de la macroeconomía clásica. No se trató de una revo
lución sólo contra Ricardo, sino contra todo aquello que en los otros clásicos se
hallaba presente de manera confusa y que Ricardo había intentado evidenciar. En
otras palabras, la tradición «clásica», respecto a la cual el sistema teórico neoclá
sico se planteaba como la continuación, estaba constituida fundamentalmente
por aquel componente benthamiano, en parte ya presente en Smith y luego recu
perado por la reacción anti-ricardiana y —sobre todo— por Mili, que Marx —en
cambio—, en la línea de las críticas ricardianas a Smith, había definido como
«vulgar», es decir, no clásico. Así, los marginalistas hicieron una revolución con
tra los clásicos de Marx, no contra los de Mili.
Tan distinto es el sistema teórico neoclásico del clásico (en la acepción
marxiana) que la revolución llevó incluso a modificar la propia denominación
de la ciencia económica, la cual, a partir de 1879, al menos en el mundo anglo
sajón, empezó a llamarse economics, en lugar de yolitical economv. El nuevo tér
mino se había utilizado ya esporádicamente en los cuarenta años anteriores,
pero en 1877 y 1878 aparece incluso en los títulos de sendos libros de J. M. Stur-
tevant y H. D. Macleod. Después, Marshall y Jevons lo propusieron explícita
mente como sustituto, más serio y científico, del viejo «economía política».
Jevons habló del término en la segunda edición (1879) de su Teoría de la eco
nomía política, y fundamentó la propuesta de sustituir political economy por
economics en razones de carácter, digámoslo así, «económico»: una sola palabra
resulta más cómoda que dos. Pero después dejó escapar frases que revelaban una
especie de complejo de inferioridad, o de espíritu de emulación, ante la mathema-
tics. Por otra parte, señalaba que aspiraba a dar una denominación nueva a «una
ciencia que hace casi un siglo era conocida por los economistas franceses como
Science économiqne» (p. 18).
Sobre este punto, Marshall tenía las ideas más claras. En Economía indas-
162 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
triol (1879), escrito en colaboración con su mujer, Mary, planteó la misma pro
puesta. La fundamentaba en que, a diferencia del pasado, cuando a la nación se
la llamaba «cuerpo político» la expresión «economía política» resultaba adecua
da; pero en aquel momento, cuando se hablaba de «intereses políticos», se enten
dían generalmente los intereses de una sola parte de la nación, por lo que parecía
preferible abandonar aquel término y hablar sencillamente de «ciencia económi
ca» o, mejor aún, de «economía», Se trataba, en realidad, de dos motivaciones
distintas. Una explícita: evitar que la ciencia se confundiera con los intereses de
una parte; y otra implícita, pero más profunda, que surgiría claramente sólo más
tarde, en la medida en que el sistema neoclásico se fue diferenciando del clásico:
evitar cualquier referencia de la ciencia económica a los «cuerpos políticos». Esta
segunda motivación se tradujo en la negativa a reconocer como objeto de investi
gación de la economía el comportamiento de los agentes económicos colectivos.
Recuérdese que precisamente los mercantilistas se habían servido de la
asunción de dicho objeto para fundar su ciencia: ya no economía (doméstica),
sino economía política; ya no la administración de la familia, sino la del Estado;
ya no el estudio de las causas del enriquecimiento de los individuos, sino del de
las naciones, del pueblo, de la clase de los comerciantes. Pues bien: resulta signi
ficativo que los neoclásicos, al rechazar el carácter «político» de la economía, re
plantearan una concepción de la ciencia que de nuevo se vinculaba a la economía
doméstica. En efecto, finalmente se descubrirá que lo que esta ciencia estudia es
precisamente lo que Steuart llamaba «el arte de proveer con prudencia y frugali
dad a todas las necesidades de una familia» (p. 9); es decir, lo opuesto a la «eco
nomía política». Hoy, en lugar de arte, se le llama «ciencia»; pero trata igualmen
te de la mmximización del bienestar de la familia, o de los beneficios de la empre
sa, que son —en definitiva— los agentes económicos individuales.
ca para resolver una serie de problemas teóricos. Las teorías del valor-trabajo ha
bían empezado a hacer agua desde el primer momento, y la tentativa de los ricar-
dianos de superar la dificultad con una teoría del coste de producción había em
peorado la situación, obligando a John Stuart Mili a abrir brechas por las que no
tuvieron dificultad alguna en colarse las críticas corrosivas de los marginalistas.
Pero las generalizaciones pudieron más que las críticas. Por ejemplo, Jevons afir
mó que los casos de producción conjunta, que para Mili eran excepciones a la
teoría del valor basada en el coste de producción, constituían en realidad el caso
general. Marshall, en cambio, había tratado de generalizar el caso de las mercan
cías cuya producción no pudiera aumentarse sin aumentar los costes. En cuanto
a la teoría del valor-trabajo, Marx era ahora el único que la defendía. La de Marx
era una versión más bien debilitada, pero no tanto como para impedir una sarta
de críticas por parte de los neoclásicos, como veremos más adelante. Y las débiles
defensas enarboladas por los marxistas (por Hilferding, entre otros) únicamente
sirvieron para desacreditar definitivamente la teoría, haciéndole perder su digni
dad científica.
Además, los clásicos no habían logrado producir una teoría satisfactoria de
la distribución de la renta, lo que constituía una grave carencia., dado que lü teo
ría de la distribución de la renta constituye el núcleo de la teoría económica clási
ca. Las principales dificultades eran las relativas a la teoría de los salarios, que
constituía el fundamento de.toda la estructura. Una vez descartada la tesis de que
los salarios permanecen anclados al nivel de subsistencia en virtud dei mecanis
mo malthusiano de la población, toda la teoría se viene abajo. Precisamente esta
era una de las críticas de Jevons. Por otra parte, el camino emprendido por los ri-
cardianos para superar esta dificultad —es decir, la teoría del fondo de salarios-
resultaba aún más débil e indefendible que la teoría de Ricardo. De nuevo fueron
Jevons y Walras quienes pusieron el dedo en la llaga, mostrando el carácter tau
tológico (en el mejor de los casos) y la inconsistencia lógica (en el peor, que era el
de las interpretaciones más generalizadas) de la teoría del fondo de salarios.
Pero todo esto no es suficiente para explicar el éxito de la revolución margi-
nalista y su rápida conquista de la hegemonía. Las razones «externas» son quizás
aún más importantes que las «internas». Hacía ya algún tiempo que la teoría ri-
cardiana se había utilizado con finalidad crítica por los economistas socialistas.
La teoría del excedente, en particular, se había planteado como fundamento de
una teoría de la explotación capitalista. Ya sabemos que, en la década de 1830,
fue precisamente el intento de oponerse a las teorías socialistas lo que llevó a al
gunos economistas de la «reacción anti-rieardiana» a criticar el ricardismo. Cua
renta años después, las cosas no habían cambiado. Jevons no tuvo dificultad al
guna para vincularse precisamente a la tradición anti-ricardiana inglesa. Pero
Walras fue aún más explícito cuando, a propósito de la teoría del interés, hizo no
tar que «es un objetivo sobre el que los socialistas han lanzado frecuentemente
sus ataques, a los que los economistas hasta ahora no han respondido de manera
totalmente convincente» (p. 422); era lo que él trataba de hacer.
A partir de la década de 1870, el socialismo teórico tendió rápidamente a
identificarse con el marxismo y a plantear cada vez con menos vacilaciones sus
pretensiones de eienuíickiad. V’ es precisamente cónica ¡ales pretcnsiones contra
lo que se lanzaron algunos marginalistas de la segunda y la tercera generación.
164 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
Aquí nos limitaremos a citar el poderoso ataque «jevoniano» que Wicksteed diri
gió a la teoría marxiana del valor en «Das Kapital: A Criticism» (en To-Day, 1884),
y el formulado —aún con mayor dureza— por Bóhm-Bawerk en Kapital und Ka-
pitalzins (1884-1889) y en Zum Abschluss des Marxischen System (1896). Sin em
bargo, ya en 1893 Pareto enfocaba la cuestión con mayor «distancia», convencido
de que «ya no hay necesidad de criticar el libro de Carlos Marx», pues dicha críti
ca está ya implícita en «el perfeccionamiento aportado por la economía política a
la teoría del valor» (p. 141).
Para que las críticas al socialismo, y al marasmo en particular, no parecie
ran demasiado impregnadas de ideología, era necesario remitirlas a sus funda
mentos científicos. Pero éstos eran los mismos que los de la teoría económica
clásica. Había, pues, que «reinventar» ¿á ciencia económica, reconstruirla sobre
fundamentos que permitieran borrar de' su seno los propios conceptos de «clase
social», «fuerza de trabajo», «capitalismo», «explotación», «excedente», etc. La
teoría de la utilidad marginal proporcionó la solución buscada. Además, parecía
que ésta permitía demostrar que en la economía competitiva se realizaba un tipo
de organización social cercano al ideal;- un tipo de organización en el que las re
glas del mercado permitirían alcanzar una situación óptima y en la que se logra
ría, al mismo tiempo, la armonía de los intereses y la maximización de los objeti
vos individuales.
Por otra parte, fue la reanudación del conflicto social bajo formas endémi
cas y acusadas lo que hizo que los ambientes académicos y los círculos político-
culturales se mostraran especialmente receptivos a la nueva teoría. La primera
Internacional de los trabajadores, nacida en Londres en 1864, celebró sus prin
cipales congresos en diversas capitales europeas entre 1866 y 1872, para disol
verse en el congreso de Filadelfia, en 1876. Sin embargo, ya en 1889 se fundaba
en París la segunda Internacional, bastante más combativa y con una mayor in
fluencia del marxismo. Estos procesos de unión de las organizaciones revolucio
narias se veían impulsados por una poderosa reanudación de las luchas obreras
en todos los países capitalistas avanzados. Todo el período que va de 1868 hasta
mediados de la década de 1870 fue una época de marcada conflictividad, como
si la rabia contenida en los anteriores veinte años de paz social estallara toda de
golpe. La Comuna de París fue sólo la punta de un iceberg, de un movimiento
mucho más amplio y duradero. Y la violenta represión con que se sofocó esta
explosión internacional de conflictividad (en 1872-1873 en Francia; en 1873-
1874 en Gran Bretaña y Alemania; en 1877 en Estados Unidos e Italia) tuvo úni
camente efectos temporales, ya que la conflictividád volvió a manifestarse, de
maneras más o menos acentuadas, en el transcurso de la década de 1880 y a me
diados de la siguiente.
Por tanto, no hay duda de que, cuando Jevons, Menger y Walras presentaron
una teoría capaz de desviar completamente la atención de los problemas desagra
dables, estaban lanzando al mercado precisamente la teoría que éste demandaba.;
En las décadas de 1880 y 1890, esta demanda fue tan fuerte que ningún econo
mista marginalista había de temer ya la posibilidad de quedar excluido de la cul
tura oficial. Merece la pena recordar aquí un caso curioso, pero elocuente. El ya
mencionado libro de Gossen de 1854, que anticipaba buena parte de los resulta
dos de la revolución marginalista, había sido un completo fracaso editorial.
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 165
Gossen murió en 1858, sin conocer las mielesdel éxito. Pero treinta años después
un perspicaz editor de Berlín reeditó el libro con un breve prólogo y una nueva
fecha: 1889; y fue un clamoroso éxito. Otro caso curioso —que resulta muy ilus
trativo, como mínimo, del estado de ánimo con el que los marginalistas se pusic-.
ron a construir una ciencia libre de valores— lo constituye el de una carta que
Auguste Walras dirigió a su "hijo León el 6 de febrero de 1859, en la que se lee:
«Algo que encuentro perfectamente satisfactorio en el plan de tu trabajo es tu in
tención —que apruebo desde cualquier punto de vista— de mantenerte en los lí
mites más inofensivos respecto a los señores propietarios. Hay que dedicarse a la
economía política como uñó se dedicaría a la acústica o a la mecánica» (citado
en Leroy, p. 289).
Finalmente, vale la pena observar que, aunque el marginalismo se planteó
como una alternativa al enfoque clásico en el plano de la teoría económica, con
servó, sin embargo, su filosofía de fondo al menos en una cuestión esencial. Je-
vons, Menger, Walras y la gran mayoría de los marginalistas de las generaciones
posteriores fueron acérrimos defensores de las razones del laissez faire. Es cierto
que, si el laissez faire de los clásicos se centraba en el problema de la acumula-
ción, el de los neoclásicos se orientaba más hacia el problema de la eficacia dis
tributiva. Pero también íos tiempos habían cambiado. Los países capitalistas más
avanzados habían resuelto el problema del despegue industrial, de modo que las
exigencias de la acumulación ya no se presentaban en los términos en los que se
le habían presentado a Smith. Por otra parte, las décadas de 1870 y 1880 estuvie
ron marcadas por la «Gran Depresión», una especie de primera gran demostra
ción de la incapacidad del capitalismo para vencer la anarquía del mercado. No
resulta sorprendente, por tanto, el éxito de unas teorías que demostraban que el
Tñércacfo,Jejos de ser_anárquico, proporcionaba la mejor asignación de recursos
posible, y que, si las cosas no iban. bien.;era p recis^ «coaliciones
obreras» impedían que el mercado funcionara...
tido» (es decir, trabajo, más capital). Llegaba así a la ley en cuestión -—cuyo pri
mer enunciado se debe, sin embargo, al economista fisiócrata Jacques Turgot—:
los aumentos de producción resultantes de iguales incrementos en el empleo de
dosis sucesivas de trabajo asistido, permaneciendo constante la cantidad de tierra
dedicada al cultivo, primero aumentan y luego disminuyen.
Jevons introdujo dos sutiles cambios en la interpretación de la ley. En primer
lugar, la eliminación de hecho de la distinción entre caso extensivo y caso intensi
vo, con una sobrevaloración del segundo caso. Los clásicos, bastante más interesa
dos en la explicación de la renta de la tierra que en la de los precios de las mercan
cías, habían centrado su atención preferentemente en el caso extensivo, el cultivo
simultáneo de tierras de distinta fertilidad o cantidad; aunque es cierto que tam
bién se habían ocupado —no sin reservas— del caso intensivo, la aplicación de su
cesivas dosis idénticas de capital y trabajo a la misma parcela de tierra. Y ello por
là sencilla razón de que, mientras la diferente productividad de las tierras de dis
tinta calidad es una circunstancia directamente observable en una situación dada,
la productividad marginal de una dosis de input indica un cambio de la situación
y, en consecuencia, representa sólo un incremento virtual del output.
En segundo lugar, el desplazamiento del interés hacia el caso intensivo con
dujo a un importante cambio del método de análisis: el razonamiento se plantea
ba en términos de cambios hipotéticos, en lugar de cambios observables, y esto
contribuyó a acreditar la tesis de la simetría entre la tierra y los otros inputs. De
dicha tesis se derivaban dos consecuencias importantes:
a) la sustituibilidad entre tierra y trabajo asistido se extiende de la produc
ción agrícola a todos los tipos de producción, incluso a aquellos en los que no
aparece un input directo de tierra;
b) la sustituibilidad se extiende a todos los inputs, mientras que para los clási
cos la sustituibilidad entre tierra y trabajo asistido presuponía una estricta comple-
mentariedad entre trabajo y utensilios.
Debemos mencionar un último punto. Jevons dedicó una gran atención a los
problemas de política económica y, en particular, a las cuestiones de política so
cial. En su última obra, The State in Relation to Labour (1882), y en la recopila
ción de artículos publicada pòstumamente en 1883 con el título Methods of Social
Reform, se indican expresamente los principios que, según él, deberían guiar la
«y / ■
rado sólo al tipo de interés fijado por el mercado, mientras que el trabajador lle
garía a percibir, en última instancia, sólo el «valor de lo que ha producido». En el
próximo capítulo veremos cómo J. B. Clark recuperará y desarrollará esta tesis.
Especialmente interesante resulta la actitud de Jevons respecto a los sindica
tos, una actitud muy crítica, pero no precisamente hostil. Por una parte, aprobó
que los sindicatos actuaran como sociedades de amigos tratando de conseguir
mejores condiciones de vida para sus miembros; por otra, se opuso ferozmente a
cualquier forma de fijación del salario basada en la contratación colectiva, por
que ello habría puesto en entredicho el mecanismo competitivo. La aceptación de
estos dos principios llevó a Jevons a la ingenua conclusión de que, si los trabaja
dores querían reducir su jornada laboral, entonces debían aceptar un jornal infe
rior. ' //
Obviamente, Jevons liquidó la teoría ricardiana de la relación decreciente
entre beneficios y salarios como «radicalmente falaz»; con ello pretendía demoler
los fundamentos teóricos de la lucha de clases. La Teoría está-llena de censuras a
Ricardo y a J. S. Mili. Por ejemplo: «La mente capaz, pero mal orientada, de Ri
cardo situó en un camino falaz el carro de la ciencia económica, camino por el
que después lo empujó la mente igualmente capaz de su admirador John Stuart
Mili» (p. 72). Por el contrario, abundan las alabanzas a Malthus, Say, Sénior y
Bastiat.
del cálculo margmalista, que —como se sabe— opera con incrementos infinitesi
males de las cantidades.
Consciente de la «fuerza» —y, por tanto, inevitablemente de los límites— de
sus hipótesis, Jevons distinguió entre productividad subjetiva del trabajo, en la
que éste se mide en términos del «potencial psico-físico» empleado por el traba
jador en su actividad, y productividad objetiva, medida en términos de horas
trabajadas. Obviamente, mientras que la primera permite tener en cuenta las di
ferencias cualitativas existentes entre los distintos tipos de trabajo en términos
de esfuerzo psico-físico, pero a cambio de la imposibilidad de medirlas a nivel
operativo, la segunda requiere una uniformidad cualitativa del trabajo, y tiene la
ventaja de la mensurabilidad.
Sobre la base de estas hipótesis, la aplicación del cálculo marginalista con
duce al resultado de que la cantidad de trabajo ofrecida es aquella para la cual el
beneficio marginal derivado de la remuneración del trabajo iguala su desutilidad
marginal. No obstante, el caso más interesante es aquel en el que el individuo
puede producir más de un bien. En este caso, se requiere que obtenga los mismos
beneficios marginales de cada una de las actividades y, en consecuencia, que de
cada una de ellas obtenga la misma desutilidad marginal. Pero esto implica que,
al menos a largo plazo, los. individuos tenderán a intercambiar los bienes según
una razón que es igual al coeficiente de las productividades marginales (a largo
plazo, éstas deberán nivelarse a fin de que todos los individuos que trabajan en
un mercado continúen haciéndolo), donde dichas productividades deben poderse
expresar también en términos subjetivos. De este modo, la condición de igualdad
en la desutilidad marginal de las distintas ocupaciones se convierte en un vínculo
importante entre la teoría utilitarista del intercambio y la teoría de la oferta de
trabajo.
Sin embargo, la mera referencia formal a las reglas del cálculo marginalista
no es suficiente para hacer de la teoría jevoniana una teoría «marginalista» de la
oferta de trabajo en el sentido más profundo. En efecto, es notorio que la hipóte
sis fundamental bajo la que el cálculo marginalista es aplicable al caso de la ofer
ta de trabajo es que el nivel de utilización de todos los factores de producción dis
tintos del trabajo se mantenga constante. Resulta, pues, indispensable aclarar el
papel desempeñado en el sistema de Jevons por los otros factores de producción.
Se descubrirá así que la idea —ampliamente extendida— de que la teoría jevonia
na del capital es sólo un «subproducto/fié la de la oferta de trabajo es, en reali
dad, infundada.
Veamos en primer lugar el caso de la tierra, al que ya hemos aludido en el
apartado anterior. ¿Es posible considerar la renta de la tierra como la remunera
ción de una actividad productiva determinada, según el principio marginalista,
bajo la hipótesis de la constancia del nivel de utilización de los otros factores? En
rigor, se debería considerar el caso extensivo, en que la cantidad de tierra cultiva
da va aumentando progresivamente. En efecto, Jevons trató este caso, pero dedi
có una mayor atención al intensivo, en el que una cantidad creciente de un factor
determinado, por ejemplo el trabajo, se aplica sobre una extensión fija de tierra.
El caso intensivo constituye una especie de «verificación» de la teoría de la oferta
de trabajo, en cuanto se traía de una aplicación de dicha teoría.
Ahora bien, mientras la tierra no tenga usos alternativos, ia teoría de jevons
170 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
5 .2 .3 . L a e c o n o m ía h ist o r ic ist a in g l e s a
con fines productivos, o bien por los consumidores finales. Estos últimos son
aquellos que han proporcionado los servicios productivos a los empresarios, y
que compran los bienes producidos por ellos, gastando la renta que han obtenido
a cambio de dichos servicios productivos.
Como se ve, no hay lugar en este esquema para el concepto de clase social.
Por el contrario, existen dos grupos de individuos diferenciados entre sí: el de los
consumidores y el de los empresarios, y la diferenciación se basa únicamente en
la diversidad de las decisiones que están llamados a tomar. El conjunto de los
consumidores decide la composición y el nivel del consumo y, por tanto, del aho
rro; el conjunto de las empresas decide el nivel y la composición de la producción
y de la inversión. Las decisiones de los consumidores no dependen del tipo de
renta que obtienen, sino sólo de su volumpn. El hecho de que la renta de un indi
viduo provenga en un 80 % de trabajo y en un 20 % de capital o viceversa no esta
blece diferencia alguna. Al desvanecerse el vínculo entre categorías de renta y
pautas de gasto, se rompe al mismo tiempo el vínculo entre salarios y beneficios,
por un lado, y entre consumo e inversión, por el otro.
Al inicio de cada período —pongamos un año—, la economía se encuentra
con una dotación inicial formada por una cierta cantidad de bienes y recursos
que incluye los recursos naturales y los bienes producidos en períodos anteriores.
Cada uno de los agentes, al inicio del período, posee una determinada cantidad
de bienes y tiene la capacidad de prestar ciertos servicios: como trabajador, podrá
ofrecer horas laborables; como empresario, podrá proporcionar servicios relati
vos a la organización y el control de la actividad productiva. Cada uno trata de
conseguir los mejores resultados del intercambio. Los consumidores-ahorradores
tratan, en primer lugar, de determinar qué distribución de su propia renta entre
consumo y ahorro les proporciona la relación más satisfactoria entre consumos
presentes y consumos futuros; en segundo lugar, intentan determinar de qué
modo la renta consumible debe repartirse en la adquisición de los diversos bienes
para obtener la máxima utilidad. Quienes ofrecen servicios productivos tratan de
conseguir el mejor equilibrio entre la renta obtenida como pago de tales servicios
y lo oneroso de su prestación. Finalmente, los empresarios intentan conseguir el
máximo beneficio de su actividad, es decir, maximizar la diferencia entre el valor
de la producción y los costes soportados por ésta. •
La prosecución de los objetivos individuales «obliga» a los agentes a intervenir
en las relaciones de intercambio. Consideremos, en primer lugar, a cada consumidor.
Ciertamente, una parte de los bienes y servicios que éste consume provienen de su
dotación inicial, pero la mayoría debe adquirirlos en el mercado. A cambio, cederá
una parte del dinero (u otro medio de pago) que ha obtenido vendiendo bienes y ser
vicios a Otros consumidores y a las empresas. La renta del consumidor depende, por
tanto, de la cantidad de bienes y servicios que cede a los otros y del precio al que
consigue venderlos. Si prescindimos de los intercambios entre consumidores, pode
mos decir que estos últimos ofrecen factores a las empresas (trabajo, capital, capaci
dad empresarial), recibiendo a cambio una-renta, que se utiliza para comprar bienes
y servicios o bien se guarda como ahorro. Este último vuelve luego a las empresas,
pasando por los intermediarios financieros.
Consideremos ahora la empresa. Para llevar a cabo su plan de producción la
empresa utiliza, además de las reservas y stocks de factores fijos ya en su poder al
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 175
inicio del período, otros inputs que adquiere de otras empresas y de los consumi
dores. El output obtenido y vendido da origen a una serie de ingresos. La diferen
cia entre ingresos y costes representa el beneficio de la empresa, el cual o bien se
distribuye a los propietarios de dicha empresa (es decir, a los consumidores), o
bien se utiliza para la adquisición de nuevas instalaciones y, por tanto, para au
mentar la dotación de los períodos futuros. Sumando la producción de todas las
empresas se obtiene la producción total del sistema. Está claro que esta suma in
cluye también los bienes intermedios, esto es, los producidos por una empresa y
utilizados por otra (como, por ejemplo, el acero producido por una empresa side
rúrgica y vendido a una empresa de maquinaria que lo utiliza en la producción
de un torno). Si del valor de la producción total se resta el valor del consumo in
termedio, se obtiene el valor del producto final (o el producto nacional bruto, en
la terminología de la contabilidad nacional). Naturalmente, el valor del producto
nacional bruto iguala a la renta nacional bruta. En efecto, si del valor de la pro
ducción de cada empresa se resta el valor del consumo intermedio se obtiene lo
que ésta ha pagado por los diversos factores utilizados o, lo que es lo mismo, las
rentas obtenidas por éstos. Y, evidentemente, la suma de las rentas pagadas a los
factores por todas las empresas nos da la renta.total obtenida por el conjunto de
los factores.
Los factores de la producción coinciden con los stocks de bienes, recursos
naturales y servicios que representan la dotación inicial del sistema. Ésta es pro
piedad de los consumidores o de las empresas; pero las empresas, a su vez, son
propiedad de los consumidores. De ello se deduce que los consumidores poseen,
directa o indirectamente, todos los factores, de manera que las correspondientes
remuneraciones sólo afluyen a ellos. Si los beneficios de las empresas se distribu
yen íntegramente y, por tanto, no se guardan para proveer a las exigencias de la
acumulación del capital, la renta nacional representa el poder adquisitivo real de
los consumidores.
5.3.2. E l e q u il ib r io e c o n ó m ic o g e n e r a l
aquí por qué la teoría de los precios ocupa un lugar central en el sistema del equi
librio económico general.
Pero los precios, si bien constituyen los parámetros sobre cuya base se eli
gen las distintas opciones, no son independientes de estas mismas opciones. Por
otra parte, entre los precios de los bienes y los precios de los factores se establece
una relación compleja. El precio de un bien es uno de los elementos que determi
nan el precio de demanda de un factor utilizado para producirlo. De la compara
ción entre precio de demanda y precio de oferta del factor se obtiene el precio de
mercado del factor, el cual, a su vez, influye en el precio de oferta del producto y,
por tanto, en el precio de mercado de este último. Existe, pues, un conjunto bien
articulado de relaciones entre precios y cantidades intercambiadas tanto de los
inputs como de los outputs. Este conjuntó de relaciones se halla en un estado de
equilibrio general cuando los precios y las cantidades son tales que la máxima sa
tisfacción que cada agente persigue con sus propias opciones resulta compatible
con las máximas satisfacciones que persiguen todos los demás agentes. La teoría
del equilibrio económico general es el estudio de esta configuración de equilibrio.
De manera más precisa, una economía se halla en equilibrio competitivo wálrasia-
no si existe un conjunto de precios tales que:
a) en cada mercado la demanda iguala a la oferta;
b) cada operador tiene la posibilidad de vender y comprar exactamente lo
que tenga proyectado;
c) todas las empresas y todos los consumidores tienen la posibilidad de in
tercambiar precisamente aquellas cantidades de mercancías que maximizan, res
pectivamente, sus beneficios y utilidades.
Vale la pena señalar que, para obtener un resultado de este tipo, únicamente
es necesario conocer, como datos j niciales, el número de consumidores, el núme
ro de empresas, las (flotaciones inicialesúde recursos, las preferencias de los con
sumidores y las técnicard'isponiBTéTrTbao lo demás se confía al comportamiento
maximizador de los agentes y al mecanismo competitivo. En realidad, para poder
llegar a un equilibrio general se necesitan dos dei ex machina: el «subastador» y el
«empresario Sísifo». Veamos de qué se trata.
El modelo de formación de los precios en el que se basa la teoría walrasiana
del intercambio es el de la contratación competitiva. En este modelo, los mercados
son concebidos como subastas (piénsese en la bolsa de valores, o en las bolsas de
mercancías del tipo francés) en las que intervienen, por una parte, los agentes de
bolsa y, por otra, el subastador. Al inicio de la contratación el subastador «vocea»
un vector de precios (un precio para cada mercancía) y deja que los agentes eco
nómicos formulen sus propuestas de compra y de venta, anotándolas en un boleto
(de ahí el nombre de ticket economy, posteriormente atribuido al modelo de tciton-
nement). Si, en correspondencia con los precios voceados, el subastador registra
que para cada mercancía la oferta y la demanda se igualan, declarará cerrada la
contratación; aquel vector de precios será entonces el vector de equilibrio. En caso
contrario, el subastador ajustará los precios en base á esta regla: aumentar los pre
cios de los bienes cuando hay exceso de demanda, y reducirlos cuando hay exceso
de oferta. Este proceso de tanteo y error, al que Walras llamó tátonnement, conti-
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 177
brío. Esta ley es la consecuencia última del hecho de que, en la concepción walra-
siana del sistema económico, el acto de demandar bienes por parte de un indivi
duo presupone que él ofrezca bienes de igual valor, aunque no de igual utilidad.
Finalmente hay un tercer tipo de problemas, quizás el más importante.
Walras no se apercibió del hecho de que haber «contado» tantas ecuaciones
—aunque independientes— como incógnitas hay no es suficiente para asegurar la
existencia de una solución. Un sistema de ecuaciones no sólo puede no tener nin
guna solución; también puede tener muchas, e incluso infinitas soluciones. Y aun
en el caso de que tenga solución, ésta puede no tener ningún significado desde el
punto de vista económico, como sucedería —por ejemplo— si algunos precios o
algunas cantidades resultaran negativos. Hizo falta casi un siglo para que los eco
nomistas neoclásicos hallaran la solución de este problema; en el capítulo 10 ve
remos con qué resultados.
5 .3 .3 . W a l r a s y la c ien c ia e c o n ó m ic a pu r a
Walras había tenido siempre la intención de escribir otros dos tratados siste
máticos, uno de economía aplicada y uno de economía social, que de algún modo
completaran su obra fundamental de teoría pura. Pero su agotador ritmo de tra
bajo en la cátedra de Lausana —a la que accedió, no sin dificultad, en 1870— ab
sorbió todas sus energías hasta 1892, año en el que abandonó la docencia. Poste
riormente se contentaría con publicar, en lugar de dos tratados sistemáticos, dos
recopilaciones de ensayos: Études deconomie sociale (1896) y Études deconomie
politique appliquée (1898).
Walras siguió muy de cerca los problemas económicos de su época, decla
rándose a favor de una línea de moderado reformismo en materia socioeconó
mica. Su posición política, derivada de la filosofía moral profesada por su padre,
fue una mezcla del liberalismo a la antigua usanza y la doctrina de la interven
ción estatal. Resulta de cierto interés el hecho de que, mientras que en cuestio
nes de justicia fue partidario convencido de un planteamiento iusnaturalista,
Walras expulsó totalmente el concepto de ley natural del razonamiento econó
mico. Nunca creyó que, más allá de los hechos observables, pudiera existir una
estructura de leyes económicas capaz de reflejar algún orden natural. Walras fue
un severo crítico de la dicotomía clásica entre precios naturales y precios de
mercado, así como de todo lo que derivaba de dicha distinción. Para él, final
mente, el análisis económico no tenía ni podía tener ningún vínculo con las me
didas de política económica: siempre mantuvo claramente diferenciados el pla
no normativo y el plano positivo.
Las recomendaciones de política económica propuestas por Walras fueron
numerosas y bastante articuladas. Sus temas preferidos fueron: la nacionaliza
ción de los monopolios naturales; la estabilización de los precios por parte de la
autoridad monetaria; el mercado de capitales, cuya eficacia y fiabilidad debería
asegurar el Estado; la adquisición de la tierra por parte del Estado y la cesión de
su uso a los agentes particulares, con el fin de incrementar los ingresos guberna
tivos. Finalmente, vale la pena señalar un aspecto curioso: Walras se definía a sí
mismo como «socialista científico».
La expresión «escuela austríaca» fue empleada por primera vez, con una cla
ra connotación peyorativa, por los economistas que se oponían a las ideas de
Menger, en especial los miembros de la escuela histórica alemana. En aquella
época, la vida filosófica austríaca estaba todavía dominada por el realismo aristo
télico, un planteamiento que ciertamente debía parecer anacrónico a hombres
que habían leído a Kant o a Hegel. Sin embargo, fue precisamente esta base aris
totélica la que permitió a Menger articular una perspectiva teórica que el exacer
bado inductivismo de sus contemporáneos alemanes no podía sino rechazar en
bloque. En efecto, es a Aristóteles a quien debemos la idea de que existen cualida-
des o hechos, como la acción, la naturaleza humana.v otros fenómenos más com-
plejos, que son cognoscibles a priori, de manera que es posible enunciar «leyes»
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 181
5 .4 .2 . I m po r ta n c ia d e l p r in c ip io d e la u t il id a d m a r g in a l e n M e n g e r
Para comprender los términos de la batalla teórica que Menger llevó a cabo
en el otro frente, contra la economía clásica, es necesario reflexionar sobre el si-
guiente problema: ¿con qué condición el principio de la utilidad marginal puede
considerarse el fundamento de todo el discurso económico? Para Menger, la res
puesta debía ser: a condición de que este principio pueda ampliarse del reducido
ámbito del intercambio a los problemas —más complejos— de la producción y la
distribución. En otras palabras, no es suficiente explicar cómo, partiendo de can
tidades dadas de bienes de consumo distribuidas entre los individuos de manera
conocida, se establece un conjunto de intercambios que, en competencia perfec
ta, maximizan las utilidades de los sujetáis'y —al mismo tiempo— determinan la
configuración del equilibrio de los precios relativos. Para que el principio de la
utilidad marginal pueda constituir el fundamento de una teoría general, es nece
sario extender su aplicación a los fenómenos productivo y distributivo. Y aquí es
donde surgen las dificultades.
En efecto, mientras que la demanda se puede traducir directamente en su
determinante subjetiva, es decir, la utilidad, la oferta plantea una serie de proble
mas particulares. Ésta se halla regulada por los costes que deben sostenerse para
producir los distintos bienes; pero no parece que los costes puedan compararse
con la utilidad. La única manera de preservar la simetría entre oferta y demanda
consistiría en traducir los costes en alguna entidad homogénea con la utilidad.
En esto reside la contribución específica do Menger, contribución que lo diferen
ció tanto de Jevons como de Walras.
184 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
Referencias bibliográficas
Sobre la revolución marginalista: M. Blaug, «Was there a Marginal Revolution?», en
H isto ry o f P o litica l E c o n o m y , 1972; J. B. Clark, The D istrib u tio n o f W ealth: a T heory o f W a
ges, In terest a n d P rofits, Nueva York, 1899; A. W. Coats, «The Economic and Social Context
of the Marginal Revolution of the 1870s», en H isto ry o f P o litica l E c o n o m y , 1972; M. Dobb,
T h eories o f Value a n d D istrib u tio n sin ce A d a m S m ith , Cambridge, 1973 (trad, cast.: Teoría
del v a lo r v de la d istrib u c ió n desde A dam S m ith , Buenos Aires, 1975); R. S. Howey, The R ise
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 185
mismo modo: todos reciben una cuota de la renta nacional proporcional a sus
respectivas productividades marginales. La cantidad producida viene determina
da por la suma de los recursos empleados y depende de factores tecnológicos,
mientras que las remuneraciones de dichos factores están determinadas por las
fuerzas de la oferta y la demanda, y dependen de la estructura de los mercados.
Así pues, la renta producida y la renta distribuida son dos magnitudes inde
pendientes, determinadas según reglas distintas, por lo que no hay ninguna razón
para esperar que sean siempre iguales. Por otra parte, desde el punto de vista ló
gico resultaría inaceptable una situación en la que la suma de las cuotas distribu
tivas fuera inferior o superior a la unidad. En efecto, en el primer caso, después
de haber pagado cada recurso según su producto marginal, quedaría un residuo
que no se sabría a quién distribuir; en el segundo, en cambio, parecería que los
recursos aplicados no producirían lo suficiente para obtener una retribución pro
porcional a su productividad marginal. En ambos casos, la coherencia lógica de
la teoría se vería inevitablemente comprometida, a menos que uno estuviera dis
puesto a introducir un principio no marginalista para explicar algunas retribucio
nes. De ahí la necesidad de demostrar que el producto se «agota» en las cuotas
correspondientes a los factores.
Supongamos, para simplificar, que haya únicamente dos factores de produc
ción: trabajo y capital. Indicando con w y r los precios unitarios a los que éstos se
adquieren en los respectivos mercados, y con L y K las cantidades empleadas, el
problema consiste en demostrar que pY = wL + rK, donde Y es el volumen del
producto, y p su precio. ¿Qué garantías hay de que la determinación de los pre
cios de los factores según la regla de la productividad marginal resulte compati
ble con la igualdad entre el valor del producto nacional y el de la renta nacional?
' La cantidad producida, Y, resulta determinada por el total de recursos empleados
según la función de producción Y =f(K, L); las retribuciones a los factores se de
terminan según la regla marginalista que establece que w = pYL y r = pYK, donde
YL = dY/dL es el valor de la productividad marginal del trabajo, eYK-dY/<)K, el
de la productividad marginal del capital. La renta producida y la distribuida son,
por tanto, magnitudes determinadas por regias distintas; así, no hay ninguna ra
zón necesaria para esperar que siempre coincidan.
El problema admite solución si podemos expresar Y de la siguiente manera:
Y =Yl L + Yk K. Efectivamente, en este caso, multiplicando los dos términos de la
ecuación porp se obtiene: pY = pYLL/YpYKK. Ahora bien, una condición sufi
ciente (aunque no necesaria) para que Y = Yl L + Yk K es que la función de pro
ducción sea homogénea de primer grado, es decir, que manifieste rendimientos
constantes de escala. En tales condiciones, se puede aplicar el famoso teorema de
Euler. Pero es obvio que esta solución para salvar el rigor formal de la teoría res
tringe excesivamente su ámbito de aplicabilidad. Sin embargo, Wicksteed no era
de esta opinión; antes bien, estaba tan convencido de la plausibilidad de la hipó
tesis de ios rendimientos constantes de escala que ni siquiera trató de justificarla.
Y será precisamente la validez empírica de la conclusión de Wicksteed lo que Pa-
reto criticará en 1897: la teoría no tiene validez universal, tanto porque existen
casos de procesos productivos con rendimientos crecientes o decrecientes de es
cala como porque los procesos a menudo se caracterizan por presentar propor
ciones fijas en el empleo de los factores, de manera que no es posible definir sus
198 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
6.2.6. E d g e w o r t h y la n e g o c ia c ió n ,
Clark y Fisher fueron los artífices de la difusión del nuevo sistema teórico en
Estados Unidos, mientras que Franlc. Taussig (1859-1940) fue su divulgador. El
predominio neoclásico aún estaba lejos de alcanzarse en 1885, año en el que se
fundó en Saratoga (Nueva York) la American Economic Association por un grupo
de jóvenes economistas en desacuerdo con la tradición clásica. La Biblia de la
vieja escuela la constituían aún los Principios de Mili: en Estados Unidos, Mili era
a la economía política lo que Euclides a la geometría. Pero ni la teoría ricardiana
de la renta de la tierra ni el principio malthusiano de la población parecían parti
cularmente adecuados para interpretar realidades como la estadounidense; y este
fue un motivo más para el abandono del sistema clásico por parte de los econo
mistas de aquel país.
duda, Clark fue el
S in influyente
e c o n o m is ta m á s del peno- y r e v e r e n c ia d o
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 201
to, no hay razón para considerar que, en general, la productividad marginal del
trabajo deba igualar al salario de subsistencia.
En segundo lugar, la aplicación de una regla general como la de la producti
vidad parece satisfacer dos principios generales: el p rin cip io de eficiencia, dado
que se excluye la posibilidad de que los recursos improductivos puedan tomar
parte en la producción de la renta y puedan seguir siendo producidos, y el p rin c i
p io de equidad, desde el momento en que parece éticamente legítimo que cada
uno reciba en función de lo que ha.contribuido a producir. En otras palabras:
cada clase obtiene, por «ley natural», el equivalente de su contribución a la pro
ducción. En tal contexto, incluso la propia noción de explotación pierde todo sig
nificado.
Una tercera e importante consecuencia es que el estudio de la distribución
funcional de la renta acaba coincidiendo con el estudio de la estructura de los
mercados de los factores, desde el momento en que es en estos mercados donde
se determinan los precios de los factores y se establecen las cantidades que de di
chos factores se intercambian. Así, desde el punto de vista marginalista el proble
ma de la distribución se convierte en el de la elaboración de una teoría de la ofer
ta y la demanda de los factores, totalmente sim étrica de la teoría de la oferta y la
demanda de las mercancías, que permita demostrar la siguiente proposición: el
funcionamiento de los mercados de los factores hace que los intercambios volun
tarios entre individuos racionales y virtualmente iguales conduzcan a úna estruc
tura distributiva eficiente y mutuamente beneficiosa.
The D istrib u tio n o f W ealth se inspiraba en un proyecto ambicioso: integrar
en un único sistema teórico consumo y producción, capital y trabajo, interés, sa
lario y renta de la tierra, productividad marginal y utilidad marginal. Sin embar
go, Clark limitó sus ambiciones al análisis de los estados estacionarios, dejando a
otros la tarea de ocuparse de la dinámica.
El modelo agregado de Clark sería recuperado en la década de 1950 por
Swan y por Solow en dos contribuciones que marcaron el inicio de la generación
de los modelos neoclásicos de crecimiento. Se trataba de modelos que sustituían
el estado estacionario de Clark por vías de crecimiento sostenido, pero cuyo obje
tivo principal ya no era la distribución de la renta basada en la productividad
marginal, ni la justificación ética del principio marginalista. Sin embargo, fue
precisamente la referencia a esta teoría la que hizo estallar —en la década de
1960— la gran controversia entre las dos Cambridges de la que hablaremos en el
capítulo 1 1 .
El enfoque de Clark no es walrasiano, sino de tipo agregado; y se basa en la
suposición de que tanto el interés como el salario tienden a la uniformidad entre
los diversos sectores productivos. La competencia y la movilidad de los factores
deberían garantizar este resultado, pero en el equilibrio descrito por Clark se tra
ta de una «movilidad sin movimiento». Para sus propósitos, Clark necesitaba que
el factor «capital» fuese homogéneo y maleable, de manera que fuera posible cal
cular su productividad marginal específica independientemente de las diversas
formas técnicas asumidas por los medios de producción en las distintas distribu
ciones y en el transcurso del tiempo. No hay que confundir este «capital» con los
bienes de capital, los cuales —por el contrario— difieren totalmente de unas in
dustrias a otras y de un período-a otro. Para Clark, éstos constituirían la manifes
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 203
rio suponer que, a partir de una situación de igualdad entre consumo corriente y
consumo futuro planificado, el sujeto reqmereuña canldlad' 5e consumo futuro,
mayor que la de consumo corriente como «compensación» por una unidad adi
cional de trabaJo.'FísHeFaiGn^^ "e sta compensación a la impaciencia, rechazan
do decididamente la idea de que el interés representa el coste de los servicios de
un factor de producción llamado «abstinencia» o «espera». En este sentido, se
opuso a ia ^ tesis austr'iaca —que popularizó Bóhm-Bawerk— de que la espera
contribuye a acrecentar el producto. Es, pues, en la impaciencia donde hay que
buscar la explicación del interés; por otra parte, la brevedad de la vida y la incer
tidumbre serían los factores que explicarían la preferencia temporal.
En 1911, Fisher publicó The P u rch a sin g P ow er o f M oney, que incluye su con
tribución a la teoría monetaria: la ecuación de los intercambios, o ecuación cuan
titativa, P = (M V + M Y ) IT , donde P denota el precio; M , la cantidad monetaria
- circulante; V, su velocidad de circulación; M ', los depósitos bancarios en cuenta
corriente; V ’, su velocidad de circulación, y T, las transacciones, o sea, el nivel de
la actividad económica. Ninguna otra fórmula matemática en toda la ciencia eco
nómica --y quizás incluso en las otras disciplinas, si exceptuamos la fórmula de
Einstein— ha gozado de mayor fama, aún hoy intacta. Con ella se representa la
idea tradicional de que las variaciones de la oferta monetaria, si la velocidad y el
volumen de las transacciones permanecen constantes, generan las variaciones del
nivel de los precios. Con la ecuación cuantitativa nació el aparato técnico del mo-
netarismo moderno, un programa de investigación que se consolidará en el curso
de la década de 1960 debido, sobre todo, a Milton Friedman. Y, si bien es cierto
que Fisher introdujo algunas matizaciories —a las que nos referiremos en el pró
ximo capítulo— que permitieran tener en cuenta los ajustes de las transacciones
y los efectos de las variaciones en V y V , el mensaje monetarista que surge de su
trabajo es fuerte y claro. Es un hecho que con Fisher y su ecuación de los inter
cambios la antigua preocupación- por el dinero, particularmente acusada en la
Norteamérica de la época, entró de lleno en su estado presente.
Bawerk como al enemigo intelectual que había que combatir: era él quien repre
sentaba la economía burguesa.
En efecto, Bóhm-Bawerk alcanzó la fama no sólo por su teoría del interés,
sino también por su ataque frontal a la teoría marxiana del valor-trabajo. En
1896 (el Libro III de El capital se había publicado dos años antes) el economista
vienés dio a la imprenta La conclusión del sistema de Marx, un ensayo en el que
pretendía estigmatizar la «gran contradicción» de la obra marxiana: la contradic
ción entre la teoría del valor-trabajo y la teoría de los precios de producción. Po
lemista de talento, y al mismo tiempo hombre de considerable experiencia prácti
ca (fue tres veces ministro de Economía del gobierno austríaco), Bóhm-Bawerk
dio origen a aquella tensión entre los estudiosos marxistas y los economistas neo
clásicos que más tarde, en el período de;, eptreguerras, hallará eco en el debate so
bre la posibilidad del cálculo económico en una economía planificada de manera
centralista' (véase el apartado 8.5).
Bóhm-Bawerk se proponía ampliar la teoría mengeriana del valor subjetivo
a la teoría del capital y del interés. Tras haber publicado, en 1884, Geschichte und
Kritik der Kapitalzinstheorie, en 1889 dio a la imprenta la que sería su obra princi
pal, Positive Theorie des Kapitales. Ambas obras constituyen las dos partes de un
tratado titulado Kapital und Kapitalzins, al que se debe el éxito de la escuela aus
tríaca a finales del siglo pasado y comienzos del actual. La obra será objeto poste
riormente de valoraciones bastantes dispares. Por una parte, los neo-bóhm-ba-
werkianos de las décadas de 1960 y 1970, encabezados por P. Bernholz y M. Fa
ber, tratarán de superar los límites señalados por el trabajo originario del maes
tro. Por otra, habrá economistas, como- L. Lachmann, que —amparándose en la
opinión de Menger (según la describe Schumpeter)— juzgarán la teoría del capi
tal de Bóhm-Bawerk como «uno de los mayores errores jamás cometidos». En
cualquier caso, el propio Bóhm-Bawerk consideraba su teoría del capital y del in
terés como una simple extensión de la teoría del valor subjetivo de Menger.
La contribución específica de Bóhm-Bawerk reside en la idea de que la ca
racterística fundamental de toda actividad productiva en la que se utiliza capital
—entendido éste como el conjunto de los medios de producción reproducibles—
c o n s is te en v in c u la r en tre sí lo s a c o n te c im ie n to s en s e c u e n c ia s te m p o r a le s. E n
este caso, son las relaciones de complementariedad, más que las de sustituibili-
dad, las que distinguen el conjunto de las transformaciones tecnológicamente po
sibles. Hay que contemplar el tiempo como una sucesión irreversible de momen
tos, de manera que el estado de la estructura productiva en un momento dado de
pende no sólo de los acontecimientos pasados, sino también de las secuencias
temporales en las que dichos acontecimientos se han materializado. En otras pa
labras, el capital intervendría en la producción como duración del tiempo trans
currido desde la introducción, en distintos momentos, de factores originarios
—como el trabajo y la tierra— hasta la obtención de un output final. Sin embar
go, a Bóhm-Bawerk, como a todos los economistas austríacos de la primera gene
ración, se le escapó el hecho de que el tiempo interviene en la producción tam
bién de otra manera: como duración del'intervalo en el que la «máquina» cede
sus servicios. En efecto, en el concepto austríaco el capital casi siempre es capital
circulante. N o hay lugar aquí para el capital fijo, lo cual explica por qué los ejem
p lo s p r e fe r id o s so n lo s q u e se refieren a procesos productivos como el envejecí-
LA CONSTRUCCIÓN DE LA O R T O D O X IA NEOCLÁSICA 207
miento del vino, el crecimiento y tala de los árboles, etc. Según la célebre termi
nología de R. Frisch, la estructura temporal del proceso productivo considerada
por Bóhm-Bawerk es del tipo c o n tin u o u s in p u t-p o in t o u tp u t. Habrá que esperar a
J. Hicks y a su ensayo C apital a n d Tim e, de 1973, para llegar a una formalización
rigurosa del caso del capital fijo, es decir, del modelo c o n tin u o u s in p u t-c o n ti
n u o u s o u tp u t.
Una vez introducida la dimensión temporal en el análisis de las decisiones
de consumo y de producción, Bóhm-Bawerk afirma que resulta posible explicar
el fenómeno del interés en estos términos: puesto que la producción requiere
tiempo y puesto que el sujeto prefiere sistemáticamente los bienes presentes a los
futuros, los procesos de producción que utilizan capital deben generar un pro
ducto que permita pagar un interés a quienes, en los períodos anteriores, hayan
invertido en los procesos productivos indirectos. Sin embargo, el desesperado in
tento dé adaptar la teoría del capital a la exigencia de demostrar la positividad del
tipo de interés es responsable de algunas graves dificultades de las que Bóhm-Ba
werk no logró nunca liberarse. Como ha señalado Von Hayek en La teoría p u ra
del capital (1941): «el tratamiento de la teoría del capital, en apoyo de la teoría del
interés, ha tenido efectos desafortunados en el desarrollo [...] sobre todo porque
los intentos de explicar el interés, por analogía con los salarios y las rentas de la
tierra, como el precio de los servicios de un determinado "factor" de producción
casi siempre han llevado a considerar el capital como una sustancia homogénea,
cuya "cantidad” puede considerarse como un dalo» (p. 5). Se trata de una impor
tante proposición, que anticipa los términos esenciales del gran debate sobre la
teoría del capital de la década de 1960.
6 .4 .2 . L a e s c u e l a a u str ía c a c o n f l u y e e n e l m a i n s t r e a m
vk=itnK
=1
¡
(donde representa la cantidad del bien de capital z-ésimo, y p¡, su precio), cons
tituye una medida apropiada del. sto c k total de capital, entendido éste como fac
tor de la producción. Esto es así porque es una función del tipo de interés, r.
El efecto W icksell es precisamente el cambio del valor del sto c k de capital que se
verifica al variar r, es decir, d \ \ ¡ dr. La expresión «efecto Wicksell» fue introduci
da por Uhr en 1951, pero no se apreció realmente su importancia hasta las con
tribuciones de Joan Robinson en 1956 y de Piero Sraffa en 1960. Existe un efecto
W icksell de precio, que consiste en la revalorización de los bienes de capital debi
da a la variación de los precios, y un efecto W icksell 'real, consistente en el conjun
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 211
En esencia, al variar r cambian tanto los precios como las cantidades físicas.
Ahora bien, si hubiera un solo bien de capital (n = 1), el efecto Wicksell real sería
siempre negativo, a lo que se podría dar la habitual interpretación de que la in
tensificación capitalista de las técnicas aumenta al disminuir el interés. Pero
cuando existen diversos bienes de capital (n > 1), los dos efectos Wicksell pueden
ser de signo positivo o negativo, al igual que su suma. Y a esto último no se le
puede aplicar ninguna interpretación habitual.
Poco, antes de su muerte, Wicksell trató de encajar el capital fijo en el mode
lo austriaco, que sólo incluía el capital circulante. Y habría podido lograr su obje
tivo si, en lugar de introducir una amortización lineal, hubiera empleado la fór
mula de la amortización exponencial; pero no tuvo tiempo de hacerlo.
La contribución de Wicksell a la teoría marginalista de la distribución de la
renta (de la que ya hemos hablado en los apartados dedicados a Wicksteed y a
Clark) es de gran importancia. Para su formulación, Wicksell se sirvió de un sen
cillo modelo de equilibrio general con un solo bien, Q, obtenido mediante el em
pleo de trabajo, L, y capital homogéneo, K. La que más tarde se conocería como
función de producción Cobb-Douglas, Q = LaKUl, estaba ya presente en los escri
tos juveniles de Wicksell. Por otra parte, su planteamiento del tema del agota
miento del producto merece especial atención. Ya Barone, en «Studi sulla distri-
buzione» (publicado en Giornale degli Economisti, en 1896), se había dado cuenta
del hecho de que, para que se dé el agotamiento del producto, es suficiente que
las empresas activen la producción hasta alcanzar el nivel mínimo de los costes
medios. En estos casos no es necesario suponer la homogeneidad de primer gra
do de la función de producción. Wicksell integró estas tesis con el reconocimien
to explícito del hecho de que la existencia de dicho nivel mínimo es condición ne
cesaria para el equilibrio competitivo a largo plazo. En efecto, sólo en el punto de
coste mínimo a largo plazo —al que corresponde un beneficio nulo y el agota
miento del. producto— puede haber un equilibrio competitivo a largo plazo. A di
ferencia de Barone y Walras, que habíapx;onsiderado esta solución como alterna
tiva respecto a la de Wicksteed, Wicksell percibió que se trataba de una generali
zación, dado que el punto mínimo de la curva del coste medio a largo plazo se ca
racteriza por los rendimientos de escala «localmente» constantes. Esto quiere de
cir que el equilibrio competitivo implica que se apliquen, al menos localmente,
las condiciones técnicas supuestas por Wicksteed.
La solución de Wicksell se basaba en su 'teoría del empresario, según la cual
el empresario contribuye a la producción mediante los servicios de sus propios
factores. En equilibrio, estos servicios tendrían la misma remuneración tanto si
eran empleados por el empresario en su empresa como si se cedían a otras em
presas. El trabajo empleado para organizar y coordinar la empresa sería remu
nerado corno el trabajo de lo misma calidad empleado en otra tarea y en cual
quier otra empresa. En electo, si el empresario obtuviera una remuneración mus
212 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
Sin embargo, es necesario destacar aquí una característica fundamental del análi
sis wickselliano: la de que la divergencia entre los dos tipos de interés produciría
efectos que se harían sentir únicamente en el nivel de los precios. Esta divergen
cia no modificaría los precios relativos (porque todos los precios y las rentas au
mentarían en la misma medida), ni tendría efectos importantes en la acumula
ción del capital. Wicksell no excluía que las modificaciones del tipo de interés
monetario pudieran hacer que resultara más conveniente la adopción de técnicas
más o menos intensamente capitalistas, pero consideraba que tales efectos tenían
una importancia secundaria. En cualquier caso, el tipo natural podía considerar
se constante durante el proceso de acumulación.
Otro frente de la reflexión wickselliana era el relativo a la teoría de la ha
cienda pública y de la tributación óptima. En Finanzteoretische Untersuchungen
'■ (1896), Wicksell aplicó el aparato dé la utilidad marginal al sector público de la
economía, llegando, por una parte, a la formulación del conocido principio del
beneficio y de la capacidad contributiva como criterio base de la tributación, y,
por otra, a la propuesta de fijar los precios de los servicios de las empresas públi
cas según el criterio del coste marginal. En efecto, la obra de 1896 iniciaría, en la
teoría de los bienes públicos, la línea Wicksell-Lindahl-Musgrave-Samuelson. Se
gún esta línea de pensamiento, debe impulsarse la producción del bien público
hasta el punto en el que el coste marginal iguale la suma de las tasas marginales
de sustitución entre bienes públicos y bienes privados de todos los individuos in
teresados en los bienes públicos. Confiando demasiado en la honestidad y en el
principio del consenso —rasgo característico de la cultura escandinava—, Wi
cksell no pareció darse cuenta de lo que más tarde se conocería como el proble
ma del free-riding: en un mercado estilo Lindahl, el individuo se ve incentivado a
declarar que no obtiene ninguna utilidad del bien público con la esperanza de no
contribuir a su financiación.
En el plano político-social, Wicksell adoptó posiciones decididamente refor
mistas. Luchó a favor de programas de redistribución de la riqueza de los ricos a
los pobres, lo que le supuso no pocos problemas para su carrera académica. Nin
gún escritor de la época se acercó tanto a la ideología del New Deal como Wicksell.
Rechazó el marxismo —que, por otra parte, conocía muy bien— tanto como ins
trumento para comprender las leyes del movimiento del capitalismo como en
cuanto guía para la acción dirigida a la mejora de las condiciones de vida de la cla
se obrera. Mucho mejor que Marshall, wicksell se apercibió del hecho de que un
equilibrio competitivo no lleva necesariamente a un estado de máximo bienestar
social, ni a un estado de igualdad. Pero anticipó el argumento del sistema neoclási
co que hace de la competencia perfecta una condición del óptimo paretiano; ade
más, comprendió que, actuando sobre las dotaciones iniciales de los sujetos, es
posible conducir al sistema hacia un estado que, además de eficiente, resulte ética
mente aceptable. Sin embargo, Wicksell subrayó con fuerza la tesis de que el logro
de la eficiencia de ningún modo constituye un objetivo moralmente incontroverti
ble, y, por lo tanto, no hay lugar en la teoría económica para la apología del siste
ma capitalista.
El inconformismo de Wicksell explica su rivalidad con Gustav Cassel, pre
ceptor del rey y hombre destacado de la intelligents\u sueca. ! iasta la década de
1930, Cassel, auténtico pilar del conservadurismo económico sueco, fue el econo-
214 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECON ÓMICO
* I,a llamada ley d e F e c h n e r-W e b e r postula la mensurabilidad de las sensaciones que percibimos.
Según cMu ¡e\, »la intensidad de la sensación es igual ai laiantrno tic la mica-edad del estímulo;
(N . d e l t.)
216 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
«para la raza humana» —esto es, la utilidad—. Así, por ejemplo, un arma perte
nece a la primera categoría, pero no a la segunda, mientras que la luz y el aire,
aunque son útiles a la raza humana, no proporcionan ofelimidad. Es este concep
to de utilidad el que emplea Pareto en su monumental Trattato. La diferencia en-
tre utilidad y ofelimidad es, pues, la diferencia entre lo. «SQCiarmente..útik..yJn.,.
«deseado». A nivel de cada individuo, lo «socialmente útil» es lo que conduce a la
salud física o —de modo más general— al bienestar material, le bien-être matériel.
Un medicamento desagradable sin duda resulta útil para el enfermo, pero cierta
mente no le procura ofelimidad.
En lo que concierne al plano de las aplicaciones económicas, hay que decir
que Pareto consideraba la ofelimidad como un atributo cuantitativo y, como tal,
sujeto a las leyes de la cantidad. Y fue^précisamente sirviéndose de la naturaleza
cardinal de la ofelimidad como Pareto llegó a demostrar el célebre teorema sobre
el máximo de ofelimidad del consumidor. Vale la pena señalar que Pareto mantu
vo la idea de que la ofelimidad es una magnitud cardinal aun después de haber
llegado al convencimiento de que el requisito de la mensurabilidad no es en abso
luto necesario en la teoría del consumidor. En una carta del 28 de diciembre de
1899 a Maffeo Pantaleoni, Pareto formuló la tesis de que un individuo (o un gru
po) escoge siempre, entre las alternativas disponibles, aquella que resulta preferi
ble a cualquier otra; y ni siquiera se le ocurrió la posibilidad de que el individuo
podría no ser capaz de elegir: todavía no había llegado el momento de dudar del
postulado de la completitud de las preferencias. Así, Pareto pudo afirmar:
«Edgeworth y los demás parten del concepto del grado final de utilidad y llegan a
la determinación de las curvas de indiferencia [...j. Yo ahora dejo totalmente
aparte el grado final de utilidad y parto de las curvas de indiferencia. En esto solo
radica la novedad [...]. Se puede partir de las curvas de indiferencia, que son un
resultado directo de la experiencia» (Lettere a Pantaleoni, II, p. 288). Entonces, la
cuestión de si la utilidad —o incluso la ofelimidad— es o no mensurable resulta
totalmente ociosa. En el Apéndice al Manuale, Pareto mostró que es posible atri
buir índices arbitrarios (pero crecientes) a las curvas de indiferencia; de ello con
cluyó que había acertado al pasar de la utilidad a la ofelimidad, y de ésta a los ín
dices ordinales, capaces de liberar la teoría económica de cualquier ingrediente
«metafíisico». Sin embargo, siguió considerando la ofelimidad como unà entidá'd"
mensurable en sentido cardinal, precisamente como sus predecesores habían
considerado la utilidad.
En resumen, ya hacia finales del siglo pasado coexistían en la literatura eco
nómica dos nociones distintas de utilidad, ambas conocidas por todos los pione
ros del ordinalismo, sobre todo por Pareto. Más aún: todos sabían que, a efectos
de la teoría de los precios, no había razón alguna para suponer la mensurabilidad
cardinal de la utilidad, como Fisher había afirmado de manera muy clara ya en
sus Mathematical Investigations. «Por tanto, si sólo nos interesamos por las cau
sas de los hechos objetivos de los precios y de la distribución de las mercancías,
cuatro atributos de la utilidad como "cantidad” son completamente necesarios:
1) que la utilidad de un individuo pueda ser confrontada con la de otro; 2) que,
para un mismo individuo, las utilidades marginales de una combinación de bie
nes de consumo puedan ser comparadas con las de cualquier otra combinación;
3) que, aunque lo fueran, la utilidad y la ganancia total no son necesariamente in-
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 217
6 .5 .2 . C r it e r io pa r e tia n o y n u e v a e c o n o m ía d e l b ie n e s t a r
Una vez abandonada la noción de utilidad cardinal, resulta evidente que de
saparece la posibilidad de realizar comparaciones interpersonales de utilidad.
Entonces, ¿cómo formular juicios sobre medidas alternativas de política econó
mica si las utilidades individuales no "pueden ser ni comparadas ni sumadas?
Como sabemos, el criterio propuesto por Bentham para evaluar situaciones eco
nómicas alternativas era el de la maximización de la suma de las utilidades indi
viduales, criterio que halló su aplicación más amplia en la obra de Pigou. Pero es
taba claro "que este criterio debía abandonarse junto con el supuesto de la cardi-
nalidad. Era necesario encontrar alguna otra regla si se pretendía formular pro
posiciones sobre el bienestar social sin^que ello implicara comparaciones inter-
personales de utilidad. '
El nuevo criterio fue propuesto por Pareto: la eficiencia de una asignación es
máxima cuando resulta imposible aumentar una magnitud económica sin que
disminuya otra. En el caso específico del bienestar social, el criterio paretiano
asume la conocida formulación según la cual una determinada configuración
económica es óptima cuando resulta imposible mejorar el bienestar de un indivi
duo sin que empeore el de otro. Un criterio de este tipo permite evaluar estados
sociales alternativos sin necesidad de recurrir a comparaciones interpersonales
de utilidad o de bienestar: todo lo que se requiere es determinar si cada individuo
mejora o empeora su condición.
Walras fue el primero en plantear explícitamente —si bien de manera no
muy ciara... la idea de que en. loria sociedad la mejor asíunación posible de los
recursos es la que se logra si todas las mercancías se intercambian en mercados
218 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
6.5.3. B a r o n e , P a n t a l e o n i y e l «PARETAIO»
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222 PANORAMA DE PIISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
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G. L. S. Shackle, The Years of High Theory, cit., caps. 7 y 8.
Capítulo 7
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I)
conflictividad laboral que había afectado a todos los países capitalistas avanzados
ya desde comienzos de la década de 1910, y que no mostró síntomas de estanca
miento hasta mediados de la de 1920. Tan grande fue el terror burgués, que en
cuestión de quince años media Europa quedó en manos del fascismo.
Y si todo esto no hubiera sido suficiente para convencer aun a los más re
nuentes de la profundidad de la crisis, habría bastado contemplar la realidad eco
nómica: la ruina del sistema de pagos internacional; el abandono del gold stan
dard incluso por las naciones que más lo apoyaban; las devaluaciones competiti
vas; el proteccionismo a ultranza; la contracción del comercio internacional... Y,
más tarde, la cada vez mayor inestabilidad del crecimiento; las crisis, cada vez
más acusadas; el creciente desempleo, hasta llegar a niveles nunca vistos ante
riormente; el hundimiento de Wall StrqetYel suicidio de los especuladores... Pare
cía que todas las profecías marxistas se estaban cumpliendo, desde la caída de la
tasa de beneficio hasta la miseria creciente de los trabajadores, desde la exacer
bación de las contradicciones interimperialistas hasta el resurgimiento —gracias
a las crisis— de la conciencia revolucionaria, desde el aumento de la concentra
ción del capital a la amplificación de las oscilaciones cíclicas. ¿Se acercaba el co
lapso final?
No resulta, pues, sorprendente que se debilitara la fascinación intelectual
ejercida por la ortodoxia económica que predicaba la eficacia distributiva de la
competencia y la racionalidad de los agentes económicos. No hay que extrañarse
de que la ideología del laissez faire no hiciera más prosélitos, mientras que los
economistas más lúcidos empezaban a teorizar la necesidad de abandonar el li
brecambio precisamente para salvar el capitalismo.
Los economistas de esta época se pueden clasificar, grosso modo, en tres gru
pos: rdsTjuélfxp^^ como la de Goodwin y, huyendo de
fas trabas de la ciencia oficial, se lanzaron en busca de planteamientos teóricos
aítematfvoY^deTipo"!^^ u otros— que parecían propor-
ciohár más afinados instrumentos de comprensión de la realidad; quienes, por el
contrario, abandonando cualquier pretensión de utilizar la teoría neoclásica para
comprender la realidad, trataron de cultivarla como teoría «pura», satisfechos de
resolver los rompecabezas que aquélla ofrecía en abundancia; finalmente, los
que, aun mostrando el debido respeto por la ciencia oficial en la que se habían-
educado, trataron de forzarla de manera que sirviera a fines para los que no re-
sultaba adecuada, en un intento, sobre todo, de utilizarla para explicar el mundo
real. Los ejemplos más llamativos de esta última categoría los constituyen Key-
nes y Schumpeter; pero son sólo la punta del iceberg. La mayor parte de los eco
nomistas de este grupo volvió a ocuparse de los problemas que habían dado ori
gen a la economía política: los de la dinámica macroeconómica. Y no resulta sor
prendente que tuvieran que perder más tiempo del necesario para intentar libe
rarse —a menudo sin lograrlo— de unas «técnicas de pensamiento» que servían
para ocultar la realidad más que para desvelarla. No debemos extrañarnos de
que, al final, produjeran teorías incompletas e incoherentes.
En los tres apartados siguientes de este capítulo expondremos los tres teo
rías dinámicas más importantes elaboradas en los años de la «alta teoría»: las de
Keynes, Kalecki y Schumpeter. En este apartado, en cambio, nos ocuparemos de
varios temas de dinámica económica, con el objeto de mostrar las principales di
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 225
rectrices del desarrollo teórico que dieron origen a las innovaciones aportadas
por los tres grandes economistas. Finalmente, en el próximo capítulo trataremos
de los avances de la teoría microeconómica y del modelo de equilibrio económico
general, así como de las contribuciones provenientes de diversas teorías hetero
doxas.
7 .1 .2 . E l d in e r o e n d e se q u il ib r io
como,, Fisher trató de explicar las fluctuaciones económicas. Cuando los precios
empiezan a aumentar, como consecuencia de un aumento de M, los tipos de inte
rés monetario tardan en ajustarse, de manera que los tipos reales disminuyen. De
este modo, la actividad económica y la’creación de crédito bancario se ven incen
tivadas. La producción aumenta, impulsada por la demanda, y los precios au
mentan todavía más. Sin embargo, aumenta también el endeudamiento de los
agentes económicos. Al final, cuando el interés monetario (y con éste, el interés
real) alimenta para ajustarse al reducido valor de la moneda, se inicia la defla
ción; ésta tendrá efectos catastróficos a causa del alto nivel de endeudamiento ar
tificialmente generado por el boom precedente.
Otra gran influencia que se dejó sentir en el pensamiento monetario de la dé
cada de 1930, sobre todo en Inglaterra,, fp.e la de JVIarshall. La versión marshalliana
de la teoría cuantitativa está representada por la famosa «ecuación de Cam
bridge». La primera formulación oficial de la teoría se halla en una declaración
realizada por Marshall al Comité de la India en 1899. Pero ya en 1871, al reelabo
rar las tesis de Mili, Marshall había esbozado su versión personal de la teoría
cuantitativa en un manuscrito inédito. Sin embargo, durante largo tiempo la teo
ría monetaria de Cambridge permaneció como una tradición esencialmente oral.
En cualquier caso, las formulaciones canónicas —relativamente tardías— se en
cuentran en «The Exchange Valué of Legal Tender Money», de Pigou, publicado en
Quarterly Journal of Economics en 1917, y en Moneda, crédito y comercio (1923),
de Marshall. La «ecuación de Cambridge» es:
Ai = hYP
donde Y es la renta real, y h, la proporción en la que los individuos desean mante
ner reservas líquidas. Aunque se puede interpretar h como la inversa de la veloci
dad de circulación respecto a la renta, la interpretación original, que subraya su
dependencia de las decisiones de los agentes económicos, ofrece una serie de in
teresantes ventajas teóricas. Por ejemplo, permite introducir en la función de de
manda de moneda aquellos factores «psicológicos» —como la incertidumbre y
otras motivaciones de las decisiones relativas al patrimonio personal— que Key-
nes desarrollaría más tarde en la teoría de la preferencia por la liquidez. . ...
Otra importante idea marshalliana en el ámbito de la dinámica monetaria
hace referencia a las crisis periódicas; Marshall afirma que se originan por los
cambios de las expectativas de los empresarios en conexión con las fluctuaciones
del crédito. Marshall planteó esta idea por primera vez en Economía industrial
(1879), y más tarde la recuperó en «Remedios para las fluctuaciones de los pre
cios en general», publicado en Contemporary Review en 1887 (trad. cast. en Obras
escogidas, México, 1949). Marshall trató de explicarlas fluctuaciones económicas
mediante las expectativas inflacionarias. Cuando el crédito se amplía excesiva
mente y los precios aumentan, los empresarios y los especuladores esperan nue
vas subidas de precios; y aumentan su demanda de crédito y de mercancías. De
este modo, las expectativas inflacionarias se realizan por sí mismas. Puesto que
los salarios monetarios son rígidos a corto plazo, los beneficios aumentan, se in
centivan las inversiones y se alimenta la inflación. En las fases de inflación, el
crédito se expande muy rápidamente, lo que hace que la posición de los acreedo-
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 227
dexación de los contratos de pago diferido. No obstante, más que Marshall, se
rían sus discípulos —sobre todo Pigou y Keynes— quienes profundizarían en esta
línea de pensamiento. Keynes, por ejemplo, utilizará esta teoría en su Breve trata
do sobre la reforma monetaria (1 9 2 3 ).
7 .1 .3 . L a e sc u e l a d e E st o c o lm o
palmente austríacos, como Mises y Hayek —que lo utilizaron para explicar el ci-
228 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
7.1.4. P r o d u c c ió n y g asto
7.1.5. El MULTIPLICADORYELACELERADOR
El cuarto gran filón de la teoría dinámica del período de entreguerras lo
constituye el estudio de las interacciones entre el multiplicador y el acelerador.
El principio del multiplicador puede presentarse, del modo más sencillo, supo
niendo la máxima agregación posible. Si AY representa el incremento de la renta
nacional; AL, L del consume', y c, la propensión marginal al consumo, entonces
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 233
AC = cAY. Además, la suma del aumento del gasto autónomo, AA, y el incremen
to del gasto inducido, AC, es igual a la variación de la renta; es decir:
M + AC = AY
! de donde, sustituyendo AC, se obtiene;
AY; 1 —c• M
1 / (1 - c) es el multiplicador. Si la propensión al consumo es igual a 0,8, un au
mento del gasto autónomo de 100 generaría un aumento de la renta de 500. En
efecto, el gasto inicial de 100 generaría rentas que se gastarían para comprar bie
nes de consumo por un valor de 0,8 ( 100) = 80; éstos generarían rentas que se gas
tarían para comprar bienes de consumo por un valor de 0,8 (80) = 0,64 (100) = 64;
etcétera. Por tanto, la renta total generada por aquel gasto inicial de 100 sería
igual a 100 [1 + (0,8) + (0,8)2 + (0,8)3 + (0,8)4 +....] = 500. En electo, la suma de las
cantidades entre corchetes es 1 / [1 - (0,8)] = 5.
Los primeros indicios de una rudimentaria —aunque profunda— intuición
del multiplicador se hallan ya en Marx. En una interesante página del capítulo VII,
apartado 12, del segundo volumen de Teorías sobre la plusvalía, Marx trató de ex
plicar cómo la carencia de demanda efectiva en una industria con un alto nivel de
empleo puede transmitirse al conjunto de la economía a través de la reducción de
la producción en dicha industria y la consecuente disminución del empleo y de los
' salarios. La reducción del consumo que se deriva de ello se traduce en una dismi
nución de la demanda para las otras industrias, las cuales, a su vez, se verán obli
gadas a reducir la producción y el empleo, generando una nueva reducción de la
demanda efectiva. Este proceso se entrelaza con otro proceso deflacionario, que
pasa por la reducción de la demanda de bienes intermedios y de medios de pro
ducción generada por la carencia inicial de demanda y por la consecuente reduc
ción de los niveles de actividad, y que poco a poco se va irradiando al conjunto de
la economía. El pasaje en el que Marx expone este proceso resulta demasiado bre
ve y demasiado confuso para que podamos considerarlo una teoría de la interac
ción entre el multiplicador y el acelerador, o siquiera una teoría clara del multipli
cador; pero es suficiente para entender que el problema se había planteado ya mu
cho tiempo antes de que se resolviera.
Treinta años después de Marx volvemos a encontrar algo más que una sagaz in
tuición en un trabajo inédito de Julius Wulff, de 1896, y en uno de Nicolaus A. L. J.
Johannsen (difundido como manuscrito en 1898 y publicado en 1903 con el título de
Der Kreislauf des Geldes und Mechanismus des Soziallebens), quienes utilizaron el
Multiplizieren.de Prínzip —como lo denominó Johannsen— para explicar los efectos
producidos por un impulso de gastos inicial en todo el conjunto de la economía.
Otra obra de Johannsen, A Neglected Point in Connection with Crises (1908) anticipa
también el principio del multiplicador.
Sin embargo, la fecha oficial de nacimiento del multiplicador es el año 1931.
Ocurrió que la teoría..o mejor u n a teoría de la política económica había mani
festado la necesidad del principio del multiplicador. Keynes, haciéndose pona voz
234 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
7 .1 .6 . E l m o d e l o H a r r o d -D o m a r
a ju s te se h a b ía c o n v e r t id o e n a ig o s o c ia im e n t e m to lu a b ic ) p o lu ic a in e n ie p e !i
238 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
groso, dados los niveles de desempleo alcanzados en todos los países capitalistas
en el período de entreguerras. Piénsese que en Inglaterra, durante la década de
1920, el desempleo se mantenía en una media del 10 %, llegando al 22 % en 1931.
En Estados Unidos llegó incluso al 27 % en 1933.
¿Qué se podía hacer? Nada en absoluto, afirmaba el gobierno inglés. La lí
nea seguida en los círculos gubernamentales estaba dictada por aquella ortodoxia
liberal que se había consolidado en el siglo XIX y que predicaba la necesidad de
equilibrar el presupuesto público gastando lo menos posible y, por lo demás,
laissez faire a la economía privada. ¡Cuidado con tratar de aliviar el desempleo
con obras públicas! La tesis predominante en el Tesoro era que, puesto que el
gasto público había de ser financiado -míe una u otra manera— con recursos pri
vados, con los impuestos o con la deuda, sustraía capital a la iniciativa privada y,
por tanto, reducía el empleo en el sector privado en la misma proporción en la
f f *
que lo aumentaba en el público. Esta es la famosa Treasury view, que aplicó el Te
soro en la segunda mitad de la década de 1920 y Churchill presentó al Parlamen
to en .1929. Sin embargo, en 1913 había obtenido ya el aval científico por parte de
Hawtrey, quien, en Goocl ancl Bad Trade, había sostenido la tesis de que «el go
bierno, precisamente por el hecho de financiar el gasto [público] con el préstamo,
sustrae del mercado de inversiones una serie de ahorros que de otro modo se
aplicarían a la creación de capital» (p. 260). No obstante, la mayor parte de los
economistas rechazaron este punto de vista. Robertson criticó la tesis de Hawtrey
en 1915; pero ya Pigou había criticado, en 1908, un argumento similar al del Te
soro. El problema consistía en demostrar científicamente que el Treasury view es
taba equivocado. No nos parece exagerado afirmar que este fue uno de los temas
principales del debate sobre política económica del que surgió la revolución key-
nesiana.
Sin embargo, antes de llegar a Keynes es necesario volver a las teorías del ci
clo económico, para mostrar el clima y el tono del debate científico del que final
mente surgiría la Teoría general. Aceptemos, por un momento, la Treasury view en
la versión de Hawtrey: el gobierno no puede hacer que aumente el empleo si fi
nancia el gasto adicional necesario con los impuestos y/o la deuda pública. No
obstante...se podría pensar—, siempre quedaría la posibilidad de financiar el dé
ficit con la expansión monetaria. ¡Nada más peligroso!, advertía Hawtrey. Al con.-
trario: precisamente de este modo se acentuarían las fluctuaciones económicas
responsables del desempleo. La teoría del ciclo capaz de explicar esta tesis la for
muló Hawtrey en su obra, ya mencionada, Good and Bad Trade, así como en Cu
rrency and Cre'dii (1919). La expansión del crédito bancario hace aumentar el gas
to, la demanda agregada y la renta, alimentando la inflación, las expectativas de
beneficio y la actividad de inversión. De este modo, las expectativas se realizan
por sí mismas, y el boom económico avanza a un ritmo sostenido; pero, de este
modo, aumenta también la demanda de crédito (de moneda en general) por enci
ma de la capacidad del sector financiero. 'Cuando las reservas bancarias disminu;
yen «demasiado», los bancos aumentan el tipo de interés y reducen la oferta mo
netaria. La contracción del gasto derivada de ello resulta amplificada por la polí
tica de reducción de las reservas de mercancías llevada a cabo por los mayoristas?
quienes operan con un elevado coeficiente deuda-facturación y, en consecuencia,
se ven fuertemente afectados por el aumento del tipo de interés. La contracción
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 239
des monetarias pueden bajar el tipo de interés, con lo que incentivarán las inver
siones y pondrán en marcha un proceso de aumento de los precios y de los bene
ficios que alimentará la confianza de los empresarios, induciéndoles a aumentar
la producción.
Este es el secreto de la política de management monetario defendida por
Keynes en la década de 1920. Las autoridades monetarias no deben preocuparse
únicamente de la estabilidad de los precios, sino también —y sobre todo— de la
creación de ahorro. Y si estos dos objetivos se hallaran en conflicto, el que se
debe sacrificar es el de la estabilidad de los precios. Por medio de la inflación,
las autoridades monetarias podrían inducir a los capitalistas privados a crear
empleo.
El Treatise suscitó muchas críticas y Aquí nos limitaremos a mencionar la
más importante: la formulada tanto por Hawtrey como por los miembros dél cir-
cus de jóvenes economistas de Cambridge que se reunían periódicamente para
discutir las teorías de Keynes, sobre todo Kahn. Básicamente, esta crítica se redu
ce al hecho de que las «ecuaciones 'fundamentales.» mediante las cuales Keynes
formuló su modelo sólo son válidas en la hipótesis del pleno empleo; así, sus im
plicaciones respecto a la capacidad del proceso acumulativo y de la política mo
netaria de reflacionar la economía en términos reales constituían un non sequitur.
Fue una crítica sencilla y devastadora. Keynes acusó el golpe, y no cabe duda de
que contribuyó a que iniciara el trabajo teórico que, seis años después, le llevaría
a la publicación de la Teoría general. . .
Sin embargo, aquel proceso de replanteamiento se había iniciado ya en
1931. Por ejemplo, mientras que el Informe Macmillan hacía suyas las teorías
formuladas por Keynes en The End of Laissez Paire y en el Treatise, una minoría
de miembros de la Comisión —que incluía al propio Keynes— manifestó su es
cepticismo ante la posibilidad de que la política monetaria pudiera «curar» el de
sempleo. Además, y también en 1931, Keynes dio una serie de conferencias (Ha-
rris Lectures) en Chicago, donde por primera vez afrontó el problema del desem
pleo en términos del nivel de producción de equilibrio en cuanto determinado
por un nivel dado de inversiones, admitiendo de este modo —aunque sólo de pa
sada— que una situación de desempleo puede ser una situación de equilibrio.
gasto las que generan la demanda, a la que luego se ajustará la producción. Esta
tesis tiene tres importantes implicaciones teóricas. La primera es que ya no hay
razón para perder el tiempo analizando los procesos dinámicos mediante los cua
les la producción se ajusta a la demanda: basta suponer que son rápidos para dar
los por sentados y, por tanto, ignorarlos; el análisis, entonces, se convierte en aná
lisis de equilibrio. La segunda es que ya no hay razón para detenerse en la diná
mica de la composición intersectorial de la producción: dado que la producción
se ajusta rápidamente a la demanda, los cambios de su estru ctu ra pueden igno
rarse en el estudio de los factores que determinan su nivel; y esta es la principal
justificación del análisis macroeconómico keynesiano. La tercera es que, para
identificar las causas que determinan el nivel de empleo, hay que estudiar los fac
tores de los que dependen las decisiones engasto.
Para exponer de la manera más sencilla la teoría de la demanda efectiva,
adoptaremos un procedimiento expositivo inventado por Hansen. La demanda
agregada se divide en un componente autónomo, la inversión (/), y uno inducido,
el consumo (C). El consumo varía con la renta según la función C = CQ+cY. Por
lo tanto, el gasto agregado es / + C = I + C0 + cY. Las tres funciones, /, C y C + /, se
representan en la figura 7.1. En el eje de las abscisas se representa la renta produ
cida y distribuida; en el de las ordenadas, los gastos. La bisectriz del cuadrante
identifica todos los puntos en los que el gasto agregado es igual a la renta. Por lo
tanto, el punto de equilibrio será el punto E, en el que la recta C + I corta a la bi
sectriz. En este punto, los gastos generan precisamente la cantidad de demanda y
de producción que permite distribuir la renta, Y.„ necesaria para financiar los
propios gastos. Puesto que C depende del nivel de renta, mienu as que l es auto-
246 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
1~ c p q
Dadas las inversiones y la parte de.la renta correspondiente a los beneficios,
cuanto más baja sea la propensión al. ahorro de los capitalistas más alto será el
nivel de renta necesario para proporcionar los ahorros requeridos para financiar
dicha:-, inversiones.
■ LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 251
7.3.2. El CICLOECONÓMICO
A diferencia cíe Keynes, Kalecki utilizaba el principio de la demanda efectiva
no en el contexto de una leuría del n iv e l da la rama, sino en d de una teoría del c i
clo económico. Una vez determinada la renta a partir del conocimiento de las de
252 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
borar su propio sistema teórico. Al final, logró adaptar dicho trabajo a sus pro-
254 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
algunas de tales resistencias han sido superadas o debilitadas por algún acto in
novador de relieve, resulta más fácil para los demás empresarios evadirse del
freno que éstas suponen. De este modo, muchas otras innovaciones siguen a las
primeras, formando una especie de enjambre: una o algunas de ellas hacen de
avanzadilla, detrás se amontonan las demás, y todo el potencial innovador se
descarga de golpe.
Por lo que respecta a la duración de los ciclos,' Schumpeter la hace depender
fundamentalmente del tipo de bienes de capital en los que se incorpora el progre
so técnico, pero no está claro si el factor de periodicidad se relaciona con la dura
ción de los bienes de capital o con el tiempo necesario para que se complete la di
fusión de las innovaciones. En cualquier caso —con una base sobre todo empíri
ca, y partiendo de un profundo y amplio conocimiento histórico—, Schumpeter
distingue tres tipos de fluctuaciones diferenciados por tres órdenes diferentes de
periodicidad: los ciclos de Kitchin, de una duración media de 40 meses; los ciclos
de Juglar, de aproximadamente un decenio, y los ciclos de Kondratiev, de entre 50
y 60 años de duración.
Un aspecto interesante de la teoría schumpeteriana del ciclo se refiere a los
factores monetarios de la dinámica económica. El problema central de una eco
nomía capitalista en crecimiento es el de la financiación de las inversiones inno
vadoras. Los empresarios que pretenden explotar una innovación generalmente
no disponen de los fondos necesarios para hacerlo. Éstos provienen de los bene
ficios, pero las innovaciones sólo producen beneficios después de haberse lleva
do a cabo, y a menudo bastante tiempo después. De ahí la necesidad de crédito.
El sistema bancario no se limita a redistribuir los ahorros de quien los efectúa a
quien los utiliza. Mediante el crédito los bancos crean nueva moneda, es decir,
producen nuevo poder adquisitivo, liquidez añadida respecto a los stocks de mo
neda existente; y es esta liquidez añadida la que permite a los empresarios finan
ciar las innovaciones y a la sociédad incrementar el stock de capital real. En tér
minos reales, el crédito se traduce en una especie de ahorro forzado. En efecto,
permite a los empresarios apropiarse de recursos reales que no han producido y,
a través de la inflación, obliga a los agentes tradicionales a renunciar a una par
te de los recursos que han producido. Así, el crédito sirve para transferir recur
sos del consumo a la inversión, y de las inversiones menos productivas a las más
productivas.
Por otra parte, es precisamente esta^,mayor productividad de las inversiones
innovadoras la que explica el interés. Para los bancos, el tipo de interés es el pre
cio de venta del crédito. Para los empresarios, es el coste de financiación. Se tra
ta, por lo tanto, de una variable monetaria. Su existencia es posible gracias a la
existencia de los beneficios. En efecto, sólo si los beneficios son positivos los em
presarios estarán dispuestos a pagar un interés positivo. He aquí por qué Schum
peter pensaba que el tipo de interés debía ser nulo en una economía en equilibrio
estacionario. Y he aquí por qué se mostraba escéptico respecto a las teorías neo
clásicas que trataban de explicar el interés en términos de una cierta relación de
equilibrio entre el sacrificio (psicológico) inherente al acto del ahorro y las venta
jas derivadas de su utilización productiva.
258 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
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LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 259
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r
,/ >
)
)
Capítulo 8
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II)
Muy distinta fue la línea crítica que siguió Piero Sraffa (1 8 9 0 -1 9 8 3 ), quien in
tervino en la polémica con un artículo titulado «Sobre las relaciones entre coste y
cantidad producida», publicado en Giornale degli Economisti en 19 25 (trad. cast.
en Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de Valencia,
1975). En el método de equilibrio parcial es necesario suponer que el mercado de
la mercancía que se está estudiando está separado de todos los demás mercados,
de tal manera que cuanto sucede en aquél no influye de modo determinante en los
precios de las otras mercancías. Ahora bien, en un sector con costes crecientes
(decrecientes) el aumento de la producción provoca un aumento (disminución) de
los precios de los factores productivos. Por lo tanto, si se pretende seguir razonan
do en términos de equilibrio parcial, habría que postular que los inputs cuyos pre
cios aumentan (o disminuyen) al aumentar la producción del sector son solamente
los utilizados por la industria en cuestión. En cambio, la variación de sus precios
modificaría los precios de las mercancías producidas en otros sectores. Pero, ob
viamente, se trata de una hipótesis muy radical: «La imponente construcción de la
productividad decreciente sólo puede utilizarse —escribe Sraffa— en el estudio de
una minúscula categoría de mercancías: aquellas en cuya producción se emplea la
totalidad de un factor de la producción» (p. 3 1 4 ).
Pero eso no es todo: para la coherencia lógica del edificio marshalliano es
necesario postular también que las economías (o las deseconomías) de escala son-
externas a las empresas pero internas al sector. En efecto, si fueran internas a la
empresa, ésta se vería incentivada a expandir (o contraer) su nivel de actividad,
llegando finalmente a convertirse en monopolista en su industria (o a desapare
cer del mercado); ambos casos resultan incompatibles con la hipótesis de la com
petencia. Por otra parte, si las economías o deseconomías fueran externas al sec
tor, un análisis de equilibrio parcial no tendría ningún sentido y habría que pasar
a un análisis de equilibrio general.
La crítica de Sraffa a la coherencia lógica de la construcción marshalliana
resultó más devastadora que la relativa a su escasa validez empírica. El núcleo de
dicha crítica es que, en general, la teoría marshalliana del equilibrio competitivo
no puede escapar al siguiente dilema: o es contradictoria, o bien resulta irrele
vante. El único caso lógicamente compatible con el análisis de equilibrio parcial
de un sector perfectamente competitivo es el de los costes constantes. Pero en
este caso «la síntesis clásica y neoclásica» de Marshall (y de Pantaleoni, a quien
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 263
" Con este título se publicó la traducción castellana (México, 1956), aunque nosotros preferi
mos u i r m t >!>( ¡!¡>¡a (o :‘!uiu>i)(¡Ust 'u:ü). (N. (Id i.)
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 265
8 .1 .4 . L a t e o r ía d e la c o m p e t e n c ia im p e r fe c t a d e J o a n R o b in s o n
8 .1 .5 . E l d e c l iv e d e la t e o r ía d e l a s f o r m a s d e m e r c a d o
teoría; pero los teóricos del equilibrio general eran conscientes de ello. La teoría
de la competencia imperfecta pretendía alterar este orden de prioridades, basán
dose en el realismo de las hipótesis para explicar la realidad factual. Pero el apa
rato teórico utilizado era metodológicamente idéntico al tradicional. En particu
lar, el estudio del comportamiento de la empresa en condiciones de competencia
imperfecta se realizó, tanto por parte de Chamberlin como de Robinson, en el
seno del esquema tradicional de la maximization del beneficio. ¿Con qué conse
cuencias? Veámoslo brevemente. ■.
Un mercado imperfecto es aquel en el que el máximo flujo de ventas espera
do por la empresa es inversamente proporcional al precio de su producto; o bien
aquel en el que cada empresa se halla frente a un trade-off entre cantidad vendible
y precio, representando este último sipfpnción de máximos ingresos medios. La
principal diferencia entre un mercado imperfecto y uno perfecto es que en este
último una sola empresa puede aumentar libremente las ventas al precio corrien
te; y sólo si un gran número de empresas tratan de hacer otro tanto en el mismo
momento el precio disminuye por la acción impersonal del mercado. Si, por el
contrario, el mercado es imperfecto, las ventas pueden aumentar únicamente si
antes e individualmente la empresa ha retocado su precio (evidentemente, no con
sideramos aquí los gastos de ventas o la diversificación del producto). En tales
circunstancias, la decisión de reducir el precio es previa a cualquier tentativa de
aumentar las ventas, y es también una decisión necesariamente no anónima.
Ahora bien, la decisión de reducir el precio depende tanto de la forma del
trade-off precio-cantidad en la situación de partida cómo de la función de coste. A
su vez, la forma del trade-off depende de dos elementos conjeturales: las caracte
rísticas del mercado particular de la empresa respecto del mercado general en la
que ésta opera, y los contra-movimientos esperados de los competidores. De ello
se sigue que la elección de una estrategia de empresa en condiciones de mercado
conlleva al mismo tiempo un aspecto patrimonial y un aspecto oligopolista. El
aspecto patrimonial consiste en el mercado particular de la empresa, o la cliente
la necesaria para que la empresa siga existiendo. El aspecto oligopolista, en cam
bio, consiste en la interdependencia de las decisiones.
De ahí que, en presencia de imperfecciones de mercado, la identificación de
la posición óptima en el trade-off se separa de la decisión de aproximarse-a ella
mediante ajustes de precio: tal decisión puede verse bloqueada por el temor a
fuertes reacciones por parte de los competidores o a respuestas imprevistas por
parte del mercado particular. El problema fue eficazmente planteado en un im
portante y casi desconocido artículo de K. Arrow, «Toward a Theory of Price Ad
justment», publicado en M. Abramovitz (ed.), The Allocation of Economic Resour
ces (1959). Los precios son tanto más arriesgados cuanto más incierta es la situa
ción. Pues bien: esta deducción ha sido ignorada por todos aquellos —incluidos
Robinson y Chamberlin— que han tratado el comportamiento de la empresa en
competencia imperfecta con el esquema canónico de la maximización del benefi
cio. El error de fondo de un planteamiento de este tipo consiste en dar por senta
do que la identificación del óptimo coincide con la decisión de realizarlo. Por el
contrario, lo que diferencia el modo de actuar de las empresas que operan en
mercados imperfectos es la posibilidad de que opten deliberadamente por no tra
tar de alcanzar la posición óptima.
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 271
McKenzie. Sin embargo, sigue siendo cierto que el campo de investigación inicia
do por Chamberlin y Robinson contribuyó a generar una especial «ortodoxia»
—como la llamará K. J. Arrow en «The Firm in General Equilibrium Theory», pu
blicado en R. Marris y A. Wood (eds.), The Corporate Economy— que pasaría a los
manuales de microeconomía, donde permanecería hasta nuestros días.
duos que siguen una conducta «racional». Para ello había utilizado un teorema
274 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
que adquiriría una gran importancia —en sus distintas versiones— en muchas
demostraciones de existencia: el teorema del punto fijo de Brouwer. Tras emigrar
a Estados Unidos, y trabajando independientemente de Wald, Von Neumann lo
gró extender sus resultados a una economía en la que todas las variables crecen a
una tasa constante. Pronto nos ocuparemos de ello. Mientras tanto, debemos
mencionar su intercambio intelectual con Morgenstern, que en este período al
canzó su punto máximo. Este último era consciente de la «pobreza» de las aplica
ciones económicas de las técnicas matemáticas, y, como buen positivista lógico,
pensaba en la titánica empresa de crear un lenguaje matemático adecuado para
la ciencia económica; un lenguaje que permitiera plantear de manera rigurosa los
problemas de la teoría económica, evitando la «desagradable» y restrictiva aplica
ción del cálculo diferencial. Nació así la/teoría de los juegos, cuyo aparato con
ceptual había sido desarrollado por Von Neumannya desde sus primeras demos
traciones de existencia. Sin ninguna duda, la obra clásica de este nuevo lenguaje
es Theory of Games and Economic Behaviour, de Von Neumann y Morgenstern.
Para Morgenstern, la teoría de los juegos debía constituir el núcleo fundamental
del nuevó lenguaje general del que pretendía dotar a la economía. Quizás esta
teoría no llegara a ser lo que Morgenstern pretendía, pero lo cierto es que ha ob
tenido un éxito cada vez mayor con el transcurso del tiempo; actualmente goza
de un amplio reconocimiento dentro de la profesión, y se han descubierto nuevas
y prometedoras aplicaciones en la solución de varios problemas económicos de
gran importancia.
Veamos ahora el famoso «modelo Von Neumann», quizás el resultado más
importante de esta línea de investigación. Es probable que Von Neumann empe
zara a elaborarlo ya hacia finales de la década de 1920, cuando era Privatdozent
en Berlín (cfr. apartado 8.5.4). En cualquier caso, el modelo se presentó por pri
mera vez en un seminario de 1932 en Princeton. Sólo más tarde Von Neumann
tendría conocimiento del trabajo de Wald, por lo que no es cierto en absoluto
que estuviera vinculado al Kolloquium vienés. En efecto, el artículo de Von Neu
mann se publicó en Ergebnisse eines Mathematischen Kolloquiums, en 1937, con
el titulo «Uber ein ökonomischen Gleichungssystem und eine Verallmeinerung
des Brower'schen Fixpunktsatzes». Sin embargo, sólo adquirió amplia difusión
entre el público académico cuando se tradujo al inglés y se publicó, con el título
«A model of General Economic Equilibrium», en Review of Economic Studies,
en 1945-1946 (trad. casi.: «Un modelo de equilibrio económico general», Univer
sidad de Valencia, Facultad de Ciencias Económicas, 1975). El modelo se basa
en una serie de suposiciones bastante aventuradas: existen diversos métodos
para producir conjuntamente distintas mercancías a partir de sí mismas; cada
uno de estos métodos, denominados «actividades», combina las diversas mer
cancías según determinados coeficientes de input y de output; si la economía se
expande, la relación entre output e input de cada mercancía permanece constan
te, es decir, existen rendimientos constantes de escala; el número de las activida
des no es menor que el de mercancías, pero tampoco es infinito; el consumo
está determinado por las necessities oflife, y está incluido en los inputs producti
vos sin diferenciarlo de los demás inputs; al no existir consumo improductivo,
todo el excedente producido se reinvierte; no existe más dinero que el numera
rio : hay co m p eten cia perfecta, d e m o d o q u e , en produc
e q u ilib rio , lo s p ro c e s o s
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 275
vencido de que no era posible dar una explicación coherente y unitaria del ciclo
si ésta no se basaba en una teoría del equilibrio. No obstante, las exigencias del
análisis dinámico requerían que la propia categoría de equilibrio, o las elabora
ciones teóricas vinculadas a ella, fueran profundamente replanteadas, si no en su
dimensión lógico-formal, al menos en la de la interpretación. Por ejemplo —ob
servaba Hayek—, en un contexto económico en el que el tiempo desempeña una
función, dos cantidades de un mismo bien en dos momentos distintos del tiempo
deben considerarse a todos los efectos como dos bienes distintos; por otra parte,
los fenómenos de arbitraje se verifican normalmente, no sólo en mercados sepa
rados espacialmente, sino también en el mismo mercado con referencia a dife
rentes momentos del tiempo. A partir de estas sugerencias Arrow y Debreu elabo
rarían, veinte años después, su famoso modelo de equilibrio intertemporal.
Hayek había logrado también, en la misma época, imprimir un cambio de
rumbo al análisis económico, al demostrar la crucial importancia del problema
de las expectativas en las versiones «dinámicas» del modelo walrasiano: sólo si
los individuos consiguen realizar previsiones sistemáticamente correctas sobre
las condiciones futuras del sistema económico se puede considerar que el equili
brio es una condición «normal» del propio sistema. Esta problemática fue am
pliamente reflejada en la innovadora segunda parte de Valor y capital (1939), de
Hicks. En esta obra, las observaciones de Hayek se tradujeron en un esquema
conceptual nuevo, que constituiría el punto de referencia de todas las elaboracio
nes teóricas posteriores del equilibrio, sobreviviendo regularmente a cada una de
ellas, como parece que también ha sucedido —en época reciente— en el caso de
la teoría de las expectativas racionales. '
Hicks ha reconocido en más de una ocasión su deuda intelectual con Hayek.
Sin embargo, hay que decir que, tras agotarse aquel impulso inicial, tanto Hicks
como los «jóvenes leones» de la London School adoptaron posiciones cada vez
más distantes de las de Hayek. Mientras éste se interesaba en el estudio de proce
sos de equilibrio en los que —siguiendo la tradición austríaca— la dimensión
temporal de la producción desempeñaba un papel fundamental (aun al precio de
sacrificar el papel de las expectativas mediante una hipótesis de previsión perfec
ta), Hicks —y, con él, aunque con enfoques netamente diferenciados, Kaldor,
Alien y Lerner— siguió una línea distinta, tratando de entender de qué modo el
proceso de formación de las expectativas influye en las características de equili
brio del sistema económico. Ello constituyó una importante apertura a las teorías
del desequilibrio, apertura que para Kaldor y Lerner, y más tarde también para
Hicks, se tradujo en el abandono de la propia metodología de equilibrio.
Finalmente, para entender la evolución intelectual de estos economistas es
necesario considerar también el influjo de otro «patriarca» de la London School,
Arthur L. Bowley (1869-1957), excelente estadístico y economista matemático, de
quien recordaremos Mathematical Groundwork of Economics (1924). Sus leccio
nes supusieron una importante contribución a los conocimientos matemáticos de
los «jóvenes leones» y a su comprensión de la obra de economistas como Cour-
not, Edgeworth y Pigou; en el caso de Alien, las enseñanzas de Bowley se traduje
ron en una fructífera colaboración científica, cuyo resultado fue un trabajo esta
dístico sobre la distribución de la renta que constituiría, durante muchos años,
un punto de referencia obligado en la materia.
278 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
senta el paso de la estática a la dinámica se deriva del hecho de que, mientras que
en un contexto estático las decisiones de los agentes dependen únicamente de los
precios corrientes, en un contexto dinámico éstos dependen también de los pre
cios esperados. El instrumento que permitió a Hicks recuperar el análisis estático
con fines dinámicos fue el método «de los períodos» de Myrdal y Lindahl, méto
do cuya eficacia había tenido ya tiempo de experimentar en un artículo de 1935,
«Wages and Interest: The Dynamic Problem», publicado en Economic Journal.
Como ya hemos visto en el capítulo 7, en su tesis doctoral de 1927 Myrdal. había
introducido las expectativas entre los determinantes inmediatos de los precios re
lativos: los cambios futuros anticipados producen efectos sobre el proceso econó
mico aun antes de que éstos tengan lugar. De ahí que la determinación de un
equilibrio debe incluir las con secuencias' Anticipadas de las transformaciones fu
turas. Este método de Myrdal será posteriormente denominado por Hicks el «mé
todo de las expectativas». Por otra parte —y como hemos señalado en el capítulo
anterior—, Lindahl había mostrado ya cómo analizar un proceso dinámico me
diante una sucesión de equilibrios temporales.
Dividiendo el tiempo en períodos de duración oportuna («semanas») e in
cluyendo entre los datos de un determinado período no sólo los tradicionales de
la teoría estática (gustos, tecnología y recursos), sino también el estado de las
expectativas, Hicks pudo utilizar el método estático para estudiar-el «equilibrio
temporal», es decir, el equilibrio alcanzado por el sistema económico en un pe
ríodo. En particular, trató de examinar la estabilidad y las propiedades de estáti
ca comparada de una economía en equilibrio temporal. En este contexto, se ex
plica el movimiento del sistema económico en el tiempo como una sucesión de
equilibrios temporales, cada uno de los cuales resulta distinto no sólo del ante
rior —a causa de la acumulación de capital, del progreso técnico, del cambio en
los gustos de los consumidores, etc.—, sino también del esperado por los agen
tes económicos. Y esto sucede tanto porque los agentes no pueden prever la evo
lución de los datos del sistema, y las consecuentes variaciones de los precios,
como porque los planes individuales de consumo y de producción son en gene
ral incompatibles entre sí, cuando no lo son las propias expectativas de precio.
En esta visión, el sistema económico se halla constantemente en equilibrio tem
poral, pero nunca en equilibrio «en el tiempo», en el sentido de que el vector de
los precios que caracteriza a cada período es en general distinto del que los
agentes habían previsto para dicho período en el momento de formular sus pla
nes de producción y de consumo.
Hicks afirma que podría realizarse una mayor coordinación intertemporal
de las decisiones a través de los mercados de futuros, cuando existieran merca
dos de futuros para todos los bienes. En este caso, todas las transacciones ten
drían lugar en el momento inicial sobre la base de los precios corrientes de todos
los bienes (presentes y futuros), y en los períodos posteriores se daría únicamente
la ejecución práctica de las transacciones estipuladas en aquel momento. Sin em
bargo, la incertidumbre respecto a la evolución temporal de las preferencias y de
los recursos limita la posible existencia de mercados de bienes futuros. En conse
cuencia —afirma Hicks—, no es posible examinar el funcionamiento de los siste
mas económicos reales sobre la base de modelos de equilibrio intertemporal, si
b ie n .... - p a r a d e te rm in a d o s fin e s t e ó r i c o s - ..- p u e d e re s u lta r ú til r e c u r r ir al m o d e lo
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 281
ta está dada, deberá disminuir la demanda con fines especulativos, lo que sucede-
282 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
8 .3 . L a n u e v a e c o n o m ía d e l b ie n e s ta r
8 .3 .1 . L a s is t e m a t iz a c ió n e p is t e m o l ó g ic a d e R o b b in s
8 .3 .2 . P r in c ip io p a r e t ia n o y t e s t s d e c o m p e n s a c ió n
nea ordinalista de Robbins, Hicks y Alien superó todas las resistencias. No es di
fícil ver por qué. La primera razón es que el tema central del debate teórico en
la década de aparte de las cuestiones keynesianas, volvía a ser la teoría de
1930,
pensación se paga, tendremos que, una vez realizado el pago, todos estarán tan
bien como antes, y al menos uno estará mejor, situación que denota claramente
una mejora en sentido paretiano. Pero entonces no hay necesidad de ningún test
de compensación; basta con el criterio de Pareto. Esta es la conclusión a que lle
va el criterio propuesto por Samuelson. Así, se puede concluir que los tests de
compensación, o bien no resultan convincentes (cuando la compensación no se
paga), o bien son redundantes (cuando la compensación se paga). Sin embargo,
habrá que esperar a la década de 1950 para que se perciba este problema. En este
sentido, fue decisivo un ensayo de W. Gorman, de 1955, titulado «The Intransiti-
vity of Certain Criteria Used in Welfare Economics» (publicado en Oxford Econo-
mic Papers), en el que se desvelaba la paradoja de los tests de compensación: ¡és
tos resultan lógicamente coherentes —y, por tanto, aceptables— sólo cuando no
sirven!
Mientras tanto, en el seno del sistema teórico neoclásico fue ganando terre
no aquel vasto programa de investigación, basado en la teoría del valor-elección,
que todavía hoy constituye el marco de referencia del trabajo teórico. La apodíc-
tica afirmación formulada por Edgeworth en Mathematical Psychics —«el pri
mer principio de la economía es que cada agente se ve impulsado a la acción
únicamente por su interés personal»— siguió considerándose válida, pero ahora
venía a significar que cada persona persigue su propio interés cuando maximiza
su utilidad. Y dado que la utilidad estaba llamada a representar las distintas op
ciones (una alternativa tiene mayor utilidad que otra para un individuo si, en el
caso de que pudiera elegir entre ambas, optaría por la primera), surgió la inter
pretación según la cual lo que el individuo elegiría coincide con lo que redunda
ría en su interés. En el capítulo 10 veremos los saltad os de programa de
investigación.
288 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
8 .4 .2 . L a s o l u c ió n L a n g e -L er n er
8 .4 .3 . L a c r ít ic a d e V on H ayek
—en otro contexto— para cuestionar la validez teórica del concepto de compe
tencia perfecta y para atacar la posición central del concepto de equilibrio en
economía. Volveremos a hablar de ello en el capítulo 11, al tratar de la escuela
neo-austriaca.
nicas, depende de la extensión del mercado más que de los precios relativos de los
inputs, contrariamente a lo que lleva a-suponer la teoría marginalista.
Las voces de discrepancia como la de Young se hicieron sentir en el período
de entreguerras, y fueron notables (baste citar la de Schumpeter). Pero no fueron
oídas, tanto porque la teoría neoclásica estaba evolucionando según una lógica
interna propia que la hacía inaccesible a críticas tan sencillas y radicales, como
también porque una gran parte de las voces discrepantes se unieron a las nuevas
teorías generales del «corto plazo». Por las mismas razones tampoco se escuchó a
los economistas institucionalistas, que volvieron a manifestarse precisamente en
aquellos años de crisis.
8 .5 .4 . D e D m it r ie v a L e o n t ie f
mos que entre 1926 y 1929 Bortkiewicz estuvo en contacto con Robert Remak,
matemático alemán, y Wassily Leontief, joven economista ruso que se estaba
doctorando en Berlín. Bortkiewicz había planteado a Remak el problema de la
existencia de soluciones para un modelo de «flujo circular» de n ecuaciones. Éste
trabajó en ello, y dio la solución en el artículo «Kann die Volkswirtschaftslehre
eine exacte Wissenschaft werden?», publicado en Jahrbücher für Nationalökono
mie und Statistik, en 1929. Fue una de las primeras demostraciones rigurosas de
la existencia de soluciones para un modelo de equilibrio general, aunque de un
tipo muy especial.
Por una extraña coincidencia histórica, en aquel período (1927-1929) Von
Neumann ejercía también la docencia en Berlín. No tenemos pruebas de la exis
tencia de posibles contactos con el grupo de Bortkiewicz, pero sabemos que por
entonces (quizás en 1928) Von Neumann participó en un seminario de Marschak
sobre el equilibrio económico general, en el que intervino para sugerir la posibili
dad de tratar el problema de los free goods utilizando inecuaciones. En aquella
época ya había empezado a ocuparse de los problemas de los que surgiría el fa
moso «modelo Von Neumann».
Por otra parte,, sabemos que este modelo comparte con el de Bortkiewicz,
Leontief y Remak una particular concepción de la producción, considerándola un
«proceso circular» de producción de mercancías por medio de mercancías repro-
ducibles; una idea directamente vinculada a la noción de «economía como Kreis
lauf», como flujo circular. Incluso los bienes de consumo, reducidos a las necessi-
ties oflife, se trataban en aquel modelo como inputs reproducibles. Este concepto
resultaba tan importante, y tan extraño para la época, que Von Neumann sintió la
necesidad de clarificarlo ya en las primeras líneas de su trabajo de 1937. Desde
este punto de vista, los recursos escasos simplemente se ignoran (también en esto
Von Neumann se mostró explícito), y el problema de la determinación de los pre
cios se plantea desde una óptica de reproducibilidad, y no desde el habitual enfo
que neoclásico de la escasez: son las condiciones de producción de las mercan
cías las que determinan su precio, y no su escasez respecto a la demanda. Esta
concepción no sólo unía los trabajos de los economistas mencionados; también
los diferenciaba claramente de los economistas matemáticos del Kolloquium
mengeriano. Schlesinger y Wald, por ejemplo, se vinculaban a una tradición que
se remontaba a Cassel y que planteaba el análisis de la producción en términos
de un proceso unidireccional. Desde esfaf perspectiva, la producción empieza con
la introducción de recursos originarios, inputs no producidos, y termina con la
producción de bienes de consumo finales, productos no utilizados como inputs.
Volvamos a ahora a Rusia. En la década de 1920 se estaba desarrollando un
importante debate sobre la planificación, del que surgieron dos contribuciones
teóricas pioneras: una de A. V. Chayanov y la otra de R I. Popov y L. N. Litosenko.
En la Teoría de la economía campesina (publicada en ruso, en 1926), Chayanov
desarrolló la teoría de Dmitriev, elaborando un modelo input-output para la agri
cultura. También en 1926 se publicó el trabajo de Popov y Litosenko, Balance de
la economía nacional de la URSS (correspondiente a 1923-1924), editado por Po
pov. El objetivo de la investigación consistía en mejorar los cálculos de los «ba
lances materiales» en los que se basaban los primeros in lentos de planificación.
Los balances materiales eran toscos instrumentos de contabilidad que aspiraban
302 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
a calcular los usos y los requisitos productivos de varios grupos de bienes basán
dose en determinados coeficientes de inputs planificados, llamados «normas».
Dichos balances contenían in nuce las informaciones necesarias para elaborar las
tablas input-output. Popov y Litosenko trataron de integrar las informaciones
que proporcionaban los balances con el análisis marxiano de los esquemas de re
producción. Así, consiguieron reelaborar dichos esquemas dividiendo las dos sec
ciones marxianas en nada menos que veintidós sectores productivos. Los resulta
dos que obtuvieron fueron bastante primitivos, pero no cabe duda de que se trató
de un primer paso hacia la construcción del modelo input-output. Hay que recor
dar que Leontief conocía bien el trabajo de los dos pioneros, ya que lo había rese
ñado en 1925, antes de que se publicara. Conocía también el trabajo de
Bortkiewicz, con quien discutió su propiatiesis de licenciatura en Berlín, en 1927.
En 1928, publicó parte de la tesis en un artículo titulado «Die Wirtschaft ais
Kreislauf» (en Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik), en el que se halla
un pequeño modelo similar a los de Bortkiewicz y Remak. En 1931, Leontief emi
gró a Estados Unidos, y empezó a enseñar en la Universidad de Harvard. .Y preci
samente ese mismo año empezó a trabajar en la investigación que le llévaría a in
ventar el modelo input-output. En 1936 publicó los primeros resultados impor
tantes de su investigación, si bien hasta 1941 no daría a la imprenta La estructura
de la economía americana, 1919-1929, hoy considerado la obra clásica del análisis
input-output.
El trabajo de Leontief continuó en los años siguientes, y condujo a la publi
cación de Studies in the Structure of íhe American Economy (1953) y de Análisis
económico input-output (1966; trad. cast., Barcelona, 1975). En las décadas de
1950 y 1960, esta nueva rama de la teoría económica produjo un auténtico boom
de investigaciones que dio origen a diversos planteamientos analíticos, tanto en
el ámbito de las aplicaciones empíricas como en el de las elaboraciones teóricas.
Hablaremos de ello en el capítulo 11.
Aquí nos limitaremos a describir brevemente la más elemental e importante
de las contribuciones de Leontief: el modelo input-output estático y abierto. El
análisis presupone el conocimiento —que se puede deducir de la investigación
empírica y de los datos de la contabilidad nacional— de una tabla input-output
como la siguiente:
*11 *12 ••• xln
X = *21 *22 *2n
*n 1 *w2
donde representa el total del output del sector i utilizado como input en el sec
tor /. Sea x = [xp x2, ... xn}' el vector columna de las cantidades producidas en los
diversos sectores. Entonces, si se suponen rendimientos constantes de escala, re
sulta posible dividir cada elemento de la tabla input-output por el correspondiente
elemento del vector de los outputs y obtener los coeficientes técnicos. De este
modo, tendremos una matriz de coeficientes técnicos, A = [«„•], en la que a¡j =x¿;-/ x¿
es el coeficiente de input del producto i en el sector /.
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 303
8 .5 .5 . E l r e s u r g im ie n t o d e la t e o r ía e c o n ó m ic a m a r x ista
Los años que van desde la publicación del primer volumen de El capital
(1 8 6 7 ) hasta el inicio del nuevo siglo vieron la consolidación de la hegemonía
marxista en el pensamiento socialista. No obstante, los trabajos originales produ
cidos por autores marxistas en dicho período fueron realmente pocos, especial
mente en el ámbito de la economía. El hecho es que apenas el marasmo se con
virtió en la ideología oficial de la socialdemocracia alemana, y —a través de la II
Internacional— del movimiento obrero internacional, se transformó rápidamen
te, de la teoría crítica que había sido para Marx, en una nueva forma de ortodo
xia. En cuanto tal, proporcionó muy pocos estímulos a la innovación teórica, y
sólo en la década de 1 9 1 0 hubo un resurgimiento de la creatividad entre los eco-'
nomistas marxistas. Apremiados por el impulso de una explosión social impara
ble, varios militantes socialistas trataron de .aplicar !<*s instrumentos teóricos de
Marx para entender la naturaleza y las tendencias evolutivas del capitalismo con
304 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
micos largos, Madrid, 1979) se difundió finalmente entre el gran público, pero
sólo después de que Schumpeter hubiera reformulado las tesis de Kondratiev en
su Business Cycles.
Un segundo debate importante de aquel período tenía por objeto el problema
de la industrialización de la Unión Soviética. La perla producida como resultado
de las discusiones sobre este tema la constituye un artículo de G. A. Feldman, «Ha
cia una teoría de las tasas de crecimiento de la renta nacional» (publicado en 1928,
en Planovoe Chozjajstvo). Feldman partió de los esquemas de reproducción mar-
xianos, que modificó incluyendo en los dos sectores que producen bienes de con
sumo y capital fijo a las industrias que producen el capital circulante utilizado por
aquéllos. Estableció la hipótesis de un coeficiente capital-producto constante en
los dos sectores, y se planteó el problema de cómo repartir las inversiones entre
éstos con el fin de obtener la máxima tasa de acumulación para la economía en su
conjunto. Una de las conclusiones a las que llegó es que las tasas de crecimiento
del capital en los dos sectores deben ser iguales. Sin embargo, el principal mérito
del modelo no proviene de la división en dos sectores, sino de las condiciones
identificadas por Feldman con respecto a la relación existente entre crecimiento
del stock de capital y crecimiento de la producción en su conjunto. En el estudio
de esta relación, Feldman anticipó algunos aspectos de los modelos de crecimien
to garantizado del tipo Harrod-Domar. Hay que recordar, además, que Domar fue
uno de los pocos contemporáneos de Feldman que apreciaron su labor, inspirán
dose en ella para elaborar su propio modelo.
Fuera de la Unión Soviética, el pensamiento económico marxista no produjo
resultados particularmente innovadores en el período de entreguerras. Respecto
al problema de la crisis del capitalismo, reaparecieron los viejos debates prebéli
cos sobre el colapso final, con interesantes intervenciones de H. Grossmann y
O. Bauer, y sobre el imperialismo, con N. J. Bujarin —que recuperaba las tesis de
Lenin— y F. Sternberg —que desarrollaba las de Luxemburg—. Una contribución
particularmente interesante fue la de M. H. Dobb, quien, en Economía política y
capitalismo (1937) —y especialmente en los capítulos sobre la crisis—, propuso
una versión de la teoría económica marxista no dogmática y rica en sugerencias
keynesianas. Pero los tiempos estaban cambiando y la originalidad de aquella in
terpretación de la teoría marxiana condicionó su escasa resonancia. Mayor éxito
tuvo en los ambientes marxistas la sinopsis del pensamiento económico marxia-
no —más ortodoxa y más sencilla— realizada por P. M, Svveezy en Teoría del desa
rrollo capitalista (1942), obra que se convertiría en el canon de interpretación de
Marx durante más de un cuarto de siglo.
Finalmente, respecto a las cuestiones del valor y el beneficio hay que recor
dar dos notables ensayos de K. Shibata: «On the Law of Decline in the Rate of
Profit» y «On the General Profit Rate», ambos publicados en Kyoto University
Economic Review, en 1934 y 1939 respectivamente. Sobre la caída de la tasa de
beneficio, Shibata formuló el teorema según el cual, si el criterio de rentabilidad
en la elección de las técnicas es el de la reducción de los costes (en lugar del au
mento de la productividad del trabajo), entonces, dado el salario, el cambio técni
co comporta siempre un aumento de la tasa de beneficio, cualquiera que sea la
naturaleza de la innovación. Corno aclararía algunas décadas de’-pues N. Oki.shio,
recuperando la tesis de Shibata, no se trata de una demostración de la falacia de
306 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
la teoría que formula la caída tendencial de la tasa de beneficio, sino de una indi
cación de las hipótesis restrictivas de las que depende su validez: el salario debe
ser creciente, 3/ el coeficiente producto-capital, decreciente. Por lo que se refiere
al valor, Shibata recuperó la solución de Bortkiewicz al problema de la transfor
mación, reafirmando el carácter innecesario del cálculo en valor-trabajo para la
determinación de la tasa de beneficio y de los precios. Estas tesis —como había
sucedido treinta años antes con Bortkiewicz en Europa— fueron ignoradas por el
marxismo ortodoxo, no sólo en Occidente, sino también en Japón. En realidad,
resultaban peligrosas para la teoría del valor-trabajo, ya que, de llevarse a sus úl
timas consecuencias lógicas, implicaban que la única solución correcta al proble
ma de la transformación es su disolución. Pero esto sólo se haría evidente en
1960, con Sraffa. ' yr/
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LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 307
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j
t /'
Capítulo 9
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I)
tes consecuencias en las relaciones no. sólo con Estados Unidos, sino también con
la Europa del Este, que había permanecido al margen del proceso de desarrollo.
Fueron años de grandes éxodos de fuerza de trabajo, de la agricultura a la in
dustria, de las zonas periféricas a las metrópolis; de grandes procesos de transfor
mación socio-cultural, como el enorme crecimiento de las áreas urbanas, el cam
bio de los patrones de consumo y de los modelos culturales, el incremento de la
movilidad de la población, la difusión del automóvil y la conquista de un welfare
generalizado. Las protestas sindicales fueron limitadas, en parte debido a la gran
demanda de trabajo, que proporcionaba a los trabajadores considerables posibili
dades de mejorar su situación económica.
Nunca se había experimentado un período de crecimiento tan sostenido, rá
pido y generalizado. Rápidamente se olvidaron las guerras y las crisis, y se creó la
ilusión de que no había límites a la capacidad de expansión económica y cultural.
Cuando el hombre llegó a la Luna, en 1969, parecía que cualquier objetivo podía
ser alcanzado. Los científicos y los economistas gozaban de un prestigio social
enorme, y daba la impresión de que todo lo que la mente humana fuera capaz de
concebir podía llevarse a cabo.
En realidad, esta edad de oro no superaría las décadas de 1950 y 1960; el pa
raíso terrestre, con su abundancia y su armonía, no estaba al alcance de la mano.
En primer lugar, fueron las protestas sindicales las que enfrentaron de nuevo a
los gobiernos a la dura realidad de la lucha de clases, haciendo patente que exis
tía una conflictividad de fondo que no se podía eliminar del todo, ni siquiera con
un rápido crecimiento económico. Luego empezaron a manifestarse graves dese
quilibrios en el sistema monetario internacional; y el- dólar, debilitado por los gas
tos de la guerra de Vietnam y por el fuerte crecimiento de los otros países indus
trializados, se mostró incapaz de seguir gobernando dicho sistema. A comienzos
de la década de 1970 se asistió a la muerte del Gold Exchange Standard, instaura
do con los acuerdos de Bretton Woods: primero se devaluó el dólar, y más tarde
se declaró su no convertibilidad.
También en lo referente a las materias primas la situación alcanzó su
punto álgido. La cada vez mayor conciencia de que los recursos no son inago
tables, así como el gradual aumento de la autonomía de los países producto
res, llevaron a inevitables aumentos de precio que alteraron sensiblemente los
términos de intercambio, especialmente los del petróleo. En este caso, la exis
tencia de pocos productores favoreció la'constitución de un poderoso (aunque
no omnipotente) cártel internacional, que en 1973 hizo que el precio del pe
tróleo subiera un 400 % y en los años siguientes logró mantenerlo elevado,
aunque no de manera constante.
Muchos países se encontraron de repente con importantes déficit en sus ba
lanzas de pagos, y hubieron de recurrir- a créditos internacionales y a medidas
restrictivas internas para lograr de nuevo el equilibrio. De este modo, por una
parte se originó el creciente endeudamiento exterior de varios países, especial
mente de aquellos en vías de desarrollo, y por otra se desencadenaron procesos
inflacionarios y restricciones de la demanda. La tasa de crecimiento de la econo
mía mundial sufrió una drástica reducción, y los organismos de coordinación in
ternacional se revelaron insuficientes para hacer frente a los nuevos problemas.
'Pese a ia existencia cié amplias redes internacionales de prcstamisSas de úlü-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 311
Don Patinkin (n. 1922), Paul Anthony Samuelson (n. 1915), Robert Solow
(n. 1924) y James Tobin (n. 1918). Y para dar una idea de la labor por ellos realiza
da, empezaremos comentando dos obras fundamentales: un artículo de Modiglia-
ni, «Liquidity Preference and the Theory of Interest and Money» (Econometrica,
1944), y un libro de Patinkin, Dinero, interés y precios (1956; trad. cast., Madrid,
1963), especialmente la segunda edición (de 1965), ampliamente modificada.
En su artículo, Modigliani recuperó y desarrollo el modelo IS-LM de Hicks
con el propósito de formular una teoría más general que la de Keynes. En primer
lugar, construyó un modelo «clásico» generalizado, utilizando las ecuaciones de
Hicks y limitándose a sustituir la hipótesis del salario monetario fijo por la del sa
lario flexible. De este modo obtuvo, como casos particulares, el (neo)clásico tra
dicional y el keynesiano. El primero so diferenciaría del «generalizado» por adop
tar la ecuación cuantitativa de Cambridge en lugar de la ecuación de la preferen
cia por la liquidez; el segundo, por la hipótesis de los salarios monetarios rígidos.
Modigliani demostró que el modelo (neo)clásico presentaba la habitual dicoto
mía entre la economía real y la monetaria. Los salarios flexibles aseguran la con
secución de un equilibrio de pleno empleo, en correspondencia con el cual todas
las variables reales dependen de factores reales. La neutralidad del dinero asegu
ra que las variaciones de la cantidad en circulación influyan únicamente en el ni
vel de los precios y en las restantes variables monetarias. Estableciendo la trampa
de la liquidez como un caso muy especial, Modigliani mostró luego cómo, dada
la oferta monetaria, en el modelo keynesiano se puede alcanzar el equilibrio ma-
croeconómico con cualquier nivel de empleo, y, en consecuencia, que nada ga
rantizaba el pleno empleo. Demostró que la causa de este resultado es la hipóte
sis de los salarios monetarios rígidos. La razón es muy simple: con una oferta
monetaria dada, la restricción sobre el salario monetario resulta ser de hecho
una restricción sobre el salario real. Las condiciones monetarias determinan la
renta monetaria. La renta real variará de modo que iguale la productividad mar
ginal del trabajo al salario real; y habrá un nivel de empleo distinto para cada ni
vel de salario.
En los años posteriores a la publicación del artículo de Modigliani, la aten
ción se dirigió a la explicación del modo como la flexibilidad del salario y de los
precios viene a neutralizar la teoría de Keynes. Para algunos, parecía que existían
al menos dos casos muy particulares en los cuales ni siquiera la flexibilidad de
los salarios podía confirmar las tesis de Keynes. Uno es el de la trampa de la li
quidez, que ya hemos mencionado en el capítulo 7;' el otro es el de la insensibili
dad de las inversiones al tipo de interés. Si se establece la hipótesis de que no
sólo los ahorros dependen del interés, sino también las inversiones, entonces la
curva IS adopta una posición vertical, de manera que ninguna política de expan
sión monetaria puede influir en el nivel de empleo. Pues bien: se demuestra que
también en estos casos es necesario presuponer la rigidez de los precios o de los
salarios para obtener las conclusiones de Keynes.
En esta demostración desempeñan un papel fundamental los llamados «efectos
riqueza», de los que pueden distinguirse dos tipos: el «efecto Pigou» —o «efecto de
los activos líquidos reales»—, y el «efecto Keynes» —o «windfall ejfect»—. Veamos,
en primer lugar, en qué consiste el efecto Pigou. Supongamos que hay desempleo. Si
los salarios monetarios son flexibles, disminuirán; y a continuación disminuirán los
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 313
precios. Dada la oferta monetaria, las reservas líquidas de los agentes económicos
aumentarán en términos reales. Entonces, los agentes reducirán la demanda de dine
ro en un intento de recuperar las reservas líquidas deseadas. Esto hará que la curva
LM se desplace hacia la derecha. Una reducción de los precios corresponde a un au
mento de la oferta monetaria en términos reales, y se da automáticamente cuando
hay desempleo. Un segundo efecto del aumento de las reservas líquidas reales es que
hace que los agentes económicos se sientan más ricos, por lo que aumentarán su de
manda de bienes de consumo. Esto hará que la curva IS se desplace hacia la derecha
e impulsará la economía hacia el pleno empleo. Además, el aumento de la oferta de
dinero en términos reales hará que disminuya el tipo de interés y que aumente el va
lor de los activos financieros. Al sentirse más ricos, los consumidores podrán reducir
su propensión al ahorro, lo cual, mientras hace que la curva IS se desplace nueva
mente hacia la derecha al aumentar el multiplicador, hace que aumente también su
iñclináción. Los ahorros resultan sensibles a las variaciones del interés, y la curva IS,
si primero era vertical, ahora pasa a estar inclinada negativamente.
Finalmente, el aumento de la riqueza financiera de los empresarios conse
cuente a la disminución del tipo de interés les induce a gastar más, incluso en la
actividad de inversión. Este es el efecto Keynes, que implica el aumento de la sen
sibilidad de las inversiones a las variaciones del tipo de interés, y el aumento aún
mayor de la inclinación de la curva IS. Además, si las ganancias extraordinarias
originadas por la reducción del tipo de interés fomentan el optimismo de los em
presarios, la curva IS se desplazará nuevamente hacia la derecha. En conclusión,
las curvas LM horizontales o IS verticales no pueden causar ningún perjuicio: si
los precios y los salarios son flexibles, la economía posee las fuerzas suficientes
para dirigirse automáticamente hacia el pleno empleo. El equilibrio de subempleo
keynesiano ya no resulta admisible, ni siquiera como caso muy especial.
La sistematización de estos resultados en un modelo de equilibrio económi
co general fue obra de Patinldn, quien, en su libro ya mencionado, logró generali
zar el modelo neoclásico de Hicks y Modigliani. La generalización consistía, por
una parte, en la introducción de un cuarto mercado, además de los del «producto
nacional», del dinero y del trabajo: el mercado de los activos financieros; y, por
otra, en la introducción de una nueva variable en las funciones de oferta y de
manda de las cuatro mercancías: el nivel de los precios. Dicha variable interviene
en las funciones de oferta y de demanda del trabajo junto al salario monetario, de
manera que sólo cuenta el salario real, con lo que se elimina cualquier posible
«ilusión monetaria»; y en las funciones de demanda de las mercancías, del dinero
y de los títulos, así como en la función de oferta de los títulos, en calidad de de-
flactor de las reservas líquidas, de manera que sólo cuenta su nivel real. Por lo
tanto, no hay que extrañarse si en este modelo se reafirman la neutralidad del di
nero y la habitual dicotomía neoclásica. Lo más interesante de la teoría de Patin-
kin estriba en la precisa identificación de las hipótesis de las que dependen sus
conclusiones. Las dos hipótesis principales se refieren a la ausencia de ilusión
monetaria y la perfecta flexibilidad de los precios en todos los mercados. No pa
rece haber esperanza para Keynes: si se interpreta en el contexto de un modelo
de equilibrio económico general, su teoría general se disuelve en la nada.
Jumo ai trabajo de generalización ai que acabarnos de rcierirnus, ios econo
mistas de la síntesis neoclásica desarrollaron una serie de investigaciones sobre as-
314 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
los relativos. Las familias pobres tienen una propensión media al consumo más
alta que las familias ricas, de modo que los datos cross section muestran una pro
pensión media decreciente. Cuando la renta nacional aumenta sin que cambie su
distribución, aumenta en la misma proporción el consumo de las familias, de
modo que la distribución del consumo permanece constante. Así, la media nacio
nal de las propensiones (familiares) medias puede mantenerse constante en el
transcurso del tiempo. En otras palabras, al variar la renta nacional las funciones
del consumo a corto plazo se desplazarán hacia arriba a lo largo de una función a
largo plazo. A pesar de su racionalidad, esta explicación no obtuvo demasiado
éxito; tal vez porque —excesivamente fiel al espíritu keynesiano— no daba dema
siada importancia a la exigencia de encontrar, para la función macroeconómica
del consumo, un fundamento microeconómico basado en la presunción de un
comportamiento maximizador por parte de los consumidores, o tal vez porque a
los economistas neoclásicos aún les gustan menos las reducciones sociológicas
que las psicológicas, o quizás por ambas razones.
Más éxito tuvo la sugerencia, planteada por Tobin en «Relative Income, Ab-
solute Income and Saving» (publicado en Money, Trade and Economic Growth,
1951), de explicar los desplazamientos hacia arriba de la función a corto plazo in
cluyendo la riqueza entre sus argumentos. La sugerencia fue recogida por Modi-
gliani y Brumberg, quienes, en el artículo «Utility Analysis and the Consumption
Function: An Interpretation of Cross Section Data» (publicado en K. K. Kurihara,
ed., Economía postkeynesiana, 1954; trad. cast., Madrid, 1964), propusieron la lla
mada teoría del «ciclo vital», teoría que sufrió diversas modificaciones y perfec
cionamientos —aunque pocos cambios sustanciales— en el transcurso de sucesi
vos debates. Sintéticamente, puede exponerse del siguiente modo. En presencia
de una función de utilidad aditiva y con una utilidad marginal decreciente, los
consumidores procurarán distribuir el consumo de manera uniforme en el trans
curso de su vida, de manera que no hayan de consumir demasiado cuando ganen
mucho y demasiado poco cuando ganen poco. Por lo tanto, durante los años en
que trabajen ahorrarán con el fin de acumular una riqueza que gastarán en su ve
jez, cuando hayan dejado de producir renta. De este modo, la función del consu
mo vendría a tener dos argumentos: la riqueza W, y la «renta vital» Yv, es decir, lo
que el individuo espera ganar anualmente, como media, en el transcurso de toda
su vida. La función tendría la forma:
C =aW + cYv
El problema de Kuznets se resuelve si se suponen constantes los coeficientes
entre riqueza y renta disponible, y entre renta vital y renta disponible. Entonces,
la propensión media al consumo C IY = aW ÍY +cYv l Y, sería constante. Sin em
bargo, esto sucedería únicamente a largo plazo, pues en este caso es legítimo su
poner que el coeficiente riqueza-renta es constante; a corto plazo, en cambio, di
cho coeficiente oscilaría de manera considerable, y, con él, lo haría también la
propensión media al consumo.
No muy distinta es la teoría de la «renta permanente» formulada por Milton
fnedman (n. 1912) en 1 'na ¡curia d e la j u n c ió n de c o n s u m o (1957; írad. casi., Ma
drid). La renta permanente se define como el valor actual de la riqueza futura.
316 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
9 .2 .3 . C o r r e c c io n e s : d in e r o e in fl a c ió n
Otro ámbito en el que los teóricos de la síntesis neoclásica han ido más allá
de Keynes ha sido el de la teoría de la demanda de dinero. En la teoría keynesia
na, los especuladores desempeñaban un papel fundamental. Según Keynes, éstos
especulan sobre los cambios en el valor de los activos financieros, formándose
expectativas basadas en un período muy breve y sin prestar atención a los facto
res «fundamentales» que deberían gobernar los precios de las acciones. Dichas
expectativas adoptan la forma de previsiones sobre las expectativas de los demás,
y en ciertas ocasiones, cuando los mercados se hallan dominados por fenómenos
de psicología de masas, pueden llegar a realizarse por sí mismas, creando inesta
bilidad y quiebras catastróficas. Si la demanda de dinero se halla dominada —o,
en cualquier caso, influenciada de manera significativa— por este tipo de especu
lación, puede verse afectada por cambios drásticos y saltos repentinos como con-
sccucncin de variaciones en las opiniones de los especuladores. Sin embargo,
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 317
dado que dichas opiniones pueden variar de manera imprevisible, incluso en re
lación a las variaciones del tipo de interés, la función de demanda de dinero de
Keynes resulta sumamente inestable y no es capaz de proporcionar un punto de
apoyo fiable a la política monetaria. En efecto, Keynes era muy escéptico no sólo
respecto a la eficacia, sino también a la posibilidad de llevar a cabo una política
monetaria discrecional.
La revisión neoclásica de la teoría de la demanda de dinero keynesiana tenía
tres objetivos fundamentales:
a) eliminar del cuerpo de la teoría la especulación desestabilizadora;
b) hallar fundamentos microeconómicos capaces de reconducir la deman
da agregada de dinero hacia alguna forma de comportamiento maximizador de
los individuos;
’c) elaborar una función estable de la demanda de dinero.
En su artículo «The Transaction Demand for Cash: An ínventory Theoretic
Approach» (Quarterly Journal of Economics, 1952), Baumol intentó explicar la
existencia de una relación decreciente estable entre la demanda de dinero para
transacciones y el tipo de interés. Aplicó la teoría de la gestión de las reservas a la
demanda de dinero, y demostró que la demanda por el motivo de transacción de
pende no sólo del volumen de las transacciones, sino también de los costes que se
deben soportar para convertir títulos (a corto plazo) en dinero, y —sobre todo—
del tipo de interés. Esto sucede porque las reservas líquidas que las empresas
mantienen para el normal desarrollo de su actividad representan un coste en tér
minos de los rendimientos a los que se renuncia por no haber invertido la riqueza
en activos menos líquidos. Cuando aumenta el tipo de interés lo hace también el
coste de oportunidad, y, a igualdad de las demás condiciones, las empresas se ven
inducidas a reducir sus saldos de caja. Así pues, la demanda de dinero para tran
sacciones se encuentra en relación decreciente con el tipo de interés.
Otros intentos más ambiciosos de hallar un fundamento microeconómico a
la teoría monetaria fueron los realizados por Hicks y por Tobin. En la década de
1950 se elaboró la teoría de la «selección de carteras», en relación con la cual no
podemos dejar de mencionar al menos dos trabajos de Harry Markowitz, el ar
tículo «Portfolio Selection» (.Journal ofFinance, 1952) y el libro Portfolio Selection
(1959), y uno de Tobin, «Liquidity Prefereñcé as Behaviour toward Risk» (Review
of Economic Studies, 1958; trad. cast. en M. G. Mueller, Lecturas de macroecono-
mía, Barcelona, 1974). Tobin abordó directamente el problema de la demanda de
dinero con fines especulativos, y lo resolvió reduciéndolo a un problema de elec
ción frente al riesgo. El mantenimiento de activos no líquidos promete un rendi
miento, identificable con la suma del interés y de las ganancias de capital, que el
dinero no puede proporcionar. Los agentes económicos formularían sus expecta
tivas en relación a las posibles ganancias de capital y las especificarían en la for
ma de una distribución de frecuencia. Admitirían la posibilidad de que se verifi
caran diversos valores de ganancia esperada, atribuyendo a cada uno de ellos un
valor subjetivo. Suponiendo —en aras de la simplicidad— una distribución de
forma normal, Tobin lomó la inedia como una medida del valor esperado, y la
desviación estándar como una medida del riesgo. Dado el tipo de interés corrien
318 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
9.2.4. S im p l if ic a c io n e s : c r e c im ie n t o y d ist r ib u c ió n
década de 1960. nos limitaremos a recordar aquí el primero y más sencillo de es
tos modelos, el elaborado por Solow en «A Contrib'ution to the Theory of Econo
mía Growth» (Quarterly Journal of Economías; trad. cast. en L. A. Rojo, Lecturas
sobre la teoría económica del desarrollo, Madrid, 1966) y por T. W. Swan en «Eco-
nomic Growth and Capital Accumulation» (The Economic Record), ambos de
1956. Sin embargo, hay que tener presente que un año antes Tobin había dibuja
do ya las líneas esenciales de dicho modelo en «A Dynamic Aggregative Model»
(.Journal ofPolitical Economy).
La explicación del tipo de interés en términos de la productividad marginal
del capital era sólo uno de los «pájaros» que Solow pretendía matar «de un tiro».
El otro lo constituía la solución de un problema fundamental del crecimiento
surgido del modelo Harrod-Domar, el c^la capacidad de una economía capitalis
ta de crecer a la tasa «natural», asegurando el mantenimiento del pleno empleo.
Dejando aparte el problema de la estabilidad, que los neoclásicos ignoraron ya
desde el primer momento partiendo del supuesto de que la economía crece siem
pre a la tasa garantizada, se resolvió el del crecimiento natural añadiendo a las
tres ecuaciones fundamentales del modelo Harrod-Domar (cfr. apartado 7.1.6)
una función de producción agregada del tipo Y - F (K,L), en la que Y representa
la renta nacional; K, el capital, y L, el trabajo. En el capítulo 11, cuando aborde
mos el debate sobre la teoría del capital, veremos las dificultades analíticas y teó
ricas inherentes a los propios conceptos de función de producción agregada y ca
pital agregado. Sin embargo, aquí las ignoraremos, tratando el capital como si
fuese «gelatina».
Si se presuponen rendimientos de escala constantes, se puede reescribir la
función de producción como y =f(k), con y = Y IL y k = K /L ,yse puede dibujar
tal como aparece en la figura 9.1. Se demuestra que, dada la propensión al aho
rro de la colectividad 5, y establecidas las hipótesis adecuadas sobre la forma de
la función de producción, existe una única relación capital-producto, a*, que ase
gura la igualdad entre la tasa de crecimiento garantizada y la natural, n. En otras
palabras, a*, la relación capital-producto de pleno empleo, se determina endóge
namente de modo que se verifique la igualdads / a* = n, o bien 1 la* =nls.
La solución del problema Harrod-Domar se lograba tratando la relación ca
pital-producto como una variable, en lugar de como un dato. El significado eco
nómico de esta solución reside en el hecho de que, al ser la relación capital-pro
ducto flexible, los empresarios lo escogerán con el objetivo dé maximizar sus be
neficios. Las técnicas se modificarán en respuesta a las variaciones de los precios
de los factores. Si en cualquier momento se creara una situación de desempleo,
la flexibilidad de los salarios reales garantizaría la reducción del coste del trabajo
necesaria para inducir a los empresarios a modificar las técnicas de modo que
aumentara la demanda de trabajo. El desempleo sólo podría ser temporal y fric-
cional. En equilibrio, el salario será igual a la productividad marginal del trabajo,
y la economía crecerá con pleno empleo. Del mismo modo, cualquier trastorno
monetario que alterase el tipo de interés haría que los empresarios modificaran
la demanda de capital, de manera que su productividad marginal igualara al cos
te de financiación. Así, se aseguraría e'1 equilibrio en el mercado del capital por
medio de un tipo de interés que remunera los servicios productivos del capital,
siendo igual a su productividad marginal.
LA TEORÍA ECONÒMICA CONTEMPORÁNEA (I) 321
9.3.2. Actosegundo: y o u c a n ’t f o o l a l l t h e p e o p l e a l l t h e t iu e
A finales de la década de 1960 se asestó un golpe decisivo al neoclasicismo
keynesiano en dos artículos que atacaban la teoría subyacente a la curva de Phi
llips: uno de E. S. Phelps, «Phillips Curve, Expectations of Inflation, and Optimal
Unemployment over Time» (Econometríca, 1967), y el otro de Friedman, «The
Role of Monetary Policy» (American Economía Review, 1968). En dichos artículos
se observaba que, si se interpreta la curva de Phillips en términos de la ley de la
oferta y la demanda, y si los agentes económicos se consideran racionales, enton
ces la tasa de desempleo no debe relacionarse con las variaciones del salario mo
netario, sino con las del salario real. La tasa de crecimiento del salario real viene
dada por la diferencia entre la tasa de crecimiento del salario monetario y el índi
ce de inflación esperado. Dadas unas determinadas expectativas inflacionarias,
las autoridades monetarias podrán reducir el desempleo sólo si hacen que au
mente la oferta de dinero en una medida tal que genere una inflación mayor que
la esperada. De este modo, los empresarios creerán en una disminución del sala
rio real y aumentarán la demanda de trabajo. El salario monetario aumentará, y
los trabajadores —dadas las expectativas inflacionarias— aumentarán la oferta
de trabajo.
Una sencilla «curva de Phillips a corto plazo» (lineal) tendrá la forma:
w = p p g-n (t/-t/„ )
donde V1/ es la tasa de crecimiento Je los salarios monetarios, Pt:, el índico de in
flación esperado; U, la tasa de desempleo, y Un, su nivel «natural», que depende
324 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
índice de inflación esperado coincide con el real, sería casi vertical, como la L de
la figura 9.2.
La curva de Phillips a largo plazo se.obtiene a partir de la fórmula anterior
cuando W - P - P e, donde P es el índice de inflación real. Entonces:
. U =Un-(l -$)PI p
de donde se ve que la curva es vertical,, es decir U = Un, si (3 = 1. En este caso, la
política monetaria resulta del todo ineficaz como política de pleno empleo, y úni
camente tiene efectos inflacionarios. Sin embargo, si ¡3 < 1, la curva de Phillips a
largo plazo está inclinada, aunque menos que la de corto plazo. (3es el «coeficien
te de expectativa», y expresa la medida en la que el índice de inflación real depen
de del esperado. Para los neokeynesianos, (3dependería de la entidad de la ilusión
monetaria: cuanto más fuerte es ésta, más bajo resulta [3. La divergencia entre los
neoclásicos keynesianos y los neoclásicos monetaristas estriba, pues, en la mag
nitud de [3: los primeros lo consideran bajo; los segundos, cercano a 1.
Las distintas tesis formuladas por Friedman contra el sistema neoclásico
keynesiano han suscitado siempre acalorados debates apenas publicadas, como
si se tratara de herejías. Esto puede parecer extraño si se piensa que Friedman
ha aceptado siempre todos los fundamentos teóricos de la síntesis neoclásica,
desde la función del consumo a la de la demanda de dinero, de la importancia
práctica de los efectos riqueza a la relevancia teórica de la flexibilidad de los
precios, de la adhesión al modelo IS-LM al respeto a la teoría del equilibrio eco
nómico general. En realidad, Friedman se ha limitado simplemente a llevar a
sus últimas consecuencias lógicas las premisas de la síntesis neoclásica, y los
motivos aparentes de discrepancia se refieren sobre todo a ciertas hipótesis
acerca de la magnitud de algunos parámetros económicos, como la propensión
al consumo, la velocidad de circulación del dinero y el coeficiente de expectativa
inflacionaria. La verdadera discrepancia atañe principalmente a las consecuen
cias que se pueden extraer, en términos de teoría de la política económica, de las
magnitudes de aquellos parámetros. Así, uno se sentiría tentado a creer a
Friedman cuando afirma que todas las diferencias pueden resolverse en el ámbi
to de la investigación empírica. ¡Lástima que la investigación empírica no haya
logrado nunca dirimir diferencias políticas de este tipo!
¿Cómo se explica, entonces, que/hacia comienzos de la década de 1970 el
monetarismo finalmente triunfara, conquistando una inesperada hegemonía, o
casi? La causa es predominantemente política. Por una parte, la estanflación de
estos años parecía dar la razón a los monetaristas, que desde hacía varios lustros
advertían sobre los' efectos inflacionarios de las políticas keynesianas; mientras
que, con la hipótesis aceleracionista predicaban la necesidad de un largo período
de estancamiento para reducir la inflación. Por otra, los monetaristas ofrecían
una receta sencilla para resolver todos los problemas: bloquear la expansión mo
netaria y deflacionar la economía. Y esto agradaba no sólo a los políticos de men
te sencilla, sino también a los más avispados; como —por ejemplo— aquellos
que, no creyendo en la tesis monetarista de que los sindicatos no son responsa
bles d e lainflación, cualquier
p e n s a b a n q u e en monetaristas po
c a s o las p o l í t i c a s
dían servir para darles una lección.
326 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
El triunfo del monetarismo tuvo una vida breve: apenas Milton Friedman
había conquistado la hegemonía, después de más de quince años de lucha, fue in
mediatamente «desplazado» por el «neomonetarismo»; este es quizás el término
más apropiado para definir la que muchos han denominado —exagerando un
poco— «nueva macroeconomía clásica». Esta escuela de pensamiento, que se
consolidó hacia finales de la década de 1970, se vinculaba explícitamente al mo
netarismo tradicional, pero se diferenciaba de éste en diversos aspectos, sobre
todo por el mayor refinamiento del planteamiento teórico y metodológico, así
como por su mayor extremismo —si ello es posible— en política económica. Los
principales representantes de esta escuplg/son Robert E. Lucas Jr. (n. 1937), Tho-
mas J. Sargent (n. 1943) y Neil Wallace (n. 1939). Los principales ensayos de Lu
cas se publicaron entre 1972 y 1981, y posteriormente fueron recogidos en el vo
lumen Studies in Business Cycle Theory (1981). Otros pilares de la «nueva ma
croeconomía clásica» se encuentran en el ensayo de Lucas y Sargent «After Key-
nesian Macroeconomics» (publicado en el volumen Rational Expectations and
Econometric Pratice, 1981, editado por los mismos autores), y en el de Sargent y
Wallace, «Rational Expectations, the Optimal Monetary Instrument, and the Op-
timal Money Supply Rule» (Journal of Political Economy, 1975).
El monetarismo había mostrado su mayor debilidad precisamente en rela
ción a los temas en los que parecía haber triunfado. Al reconocer la existencia de
la curva de Phillips a corto plazo, de hecho había reforzado la posición de aque
llos keynesianos para quienes la política económica servía precisamente para sin
tonizar la economía a corto plazo. Además, al admitir lá posible existencia de una
curva de Phillips a largo plazo inclinada negativamente, de hecho había reconoci
do que las políticas keynesianas podían también tener efectos duraderos, aunque
poco espectaculares. Así pues, en el plano político y empírico no parecía que las
diferencias fueran tan grandes. En el plano teórico, sin embargo, Friedman había
dado un pequeño paso adelante respecto a la síntesis neoclásica al hacer hincapié
en el papel desempeñado por las expectativas a la hora de frustrar la política eco
nómica. Como ya hemos mencionado, el modelo IS-LM, interpretado como un
modelo de equilibrio general temporal, fue adoptado tanto por los neoclásicos
como por los monetaristas. En un modelo de equilibrio temporal, si no están
abiertos los mercados de futuros para todos los bienes, la única manera de justifi
car la influencia de dichos bienes en las transacciones corrientes consiste en in
troducir las expectativas respecto a los precios de los bienes disponibles en el fu
turo. Y esto es lo que había hecho Friedman al introducir las expectativas infla
cionarias. Éstas se pueden interpretar como expectativas sobre el precio futuro
de aquellos bienes de consumo para los cuales no existen mercados de futuros.
Pero Friedman, siguiendo a Philip Cagan («The Monetary Dynamics of Flyperin-
flation», en M. Friedman, ed., Studies in the Quantity Theoiy of Money, 1956), pre
suponía «expectativas adaptativas», un tipo de expectativas formado de un modo
más bien mecánico, es decir, extrapolando la experiencia pasada. Esta suposición
no sólo carecía de una justificación teórica sólida, sino que también era la princi
pal responsable de la posibilidad de que el coeficiente de expectativas en la curva
de P h illip s fuera d istin to d e 1; o bien ---para decirlo de una manera sólo en apa-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 327
mediante la rigidez de los precios y las imperfecciones del mercado, corno afir
maban los neoclásicos kevnesianos. Los neomonetaristas supusieron que los pre
cios pueden sanear los mercados en cualquier momento, es decir, que son precios
de equilibrio perfectamente flexibles. Por lo tanto, sólo queda una posibilidad.
Los shocks casuales no son previsibles, como tampoco los son las políticas econó
micas no sistemáticas. Así, a corto plazo pueden darse sorpresas, y puede suceder
que P ¿P e. Sin embargo, para ello es necesario suponer que la información no
es perfecta. Y esto es lo que hicieron los neomonetaristas con la llamada «hipóte
sis de las islas», que ya había sido formulada por Phelps. Los agentes económicos
operan en mercados «locales» separados unos de otros, como islas. Las primeras
informaciones que adquieren son las que se refieren a sus mercados específicos.
Si las interpretan como limitadas a. tales-“mercados, y éstas no lo son, se engaña
rán, al menos temporalmente. Por ejemplo, una decisión política imprevisible
con efectos inflacionarios provocará un aumento generalizado de los precios.
Cada empresario observará un incremento del precio de su producto. Si lo inter
preta como un aumento limitado a su propio mercado, creerá que se trata de un
cambio de los precios relativos, y no de los absolutos. Así, se verá inducido a au
mentar la producción. Sin embargo, más tarde se dará cuenta de que se ha enga
ñado y volverá al nivel «natural» de producción. Por lo tanto, la política económi
ca puede resultar eficaz a corto plazo, pero sólo si es extemporánea, no sistemáti
ca e imprevisible.
En esta óptica, las fluctuaciones económicas son generadas por shocks exó-
genos inesperados, y se basan en el hecho de que la información es incompleta.
Una de las críticas a esta concepción es que sólo puede explicar los movimientos
casuales y de escasas consecuencias en las variables económicas, pero no el au
téntico ciclo económico. En la realidad, el ciclo se caracteriza por la sucesión de
fases más o menos largas en las que las distintas variables —producción, empleo,
salarios, etc.— sufren «co-movimientos» bastante marcados, es decir, evolucio
nan en el tiempo manteniendo una fuerte correlación entre sí. Se trata del llama
do «problema de la persistencia». Para responder a este tipo de críticas, Lucas ha
propuesto dos tipos de respuesta. Por una parte, ha sugerido que las «islas» en las
que operan los agentes económicos podrían hallarse bastante alejadas entre sí, de
manera que se requiera un cierto lapso de tiempo para colmar las carencias in
formativas; por otra, ha afirmado que existen ciertos mecanismos económicos
—como, por ejemplo, el acelerador— que tienden a prolongar en el tiempo los
efectos de los shocks exógenos.
De esta problemática ha surgido la literatura sobre el «ciclo económico real»
que ha florecido en los años más recientes. Aquí recordaremos sólo las dos con
tribuciones que han iniciado esta línea de investigación: «Time to Build and
Aggregate Fluctuations» (Econometrica, 1982), de F. Kydland y E. C. Prescott, y
«Real Business Cycles» (Journal ofPolitical Economy, 1983), de J. B. Long y C. I.
Plosser. Estas teorías conservan las dos tesis fundamentales del planteamiento
neomonetarista: agentes económicos con expectativas racionales y mercados en
equilibrio en todo momento. En cambio, desplazan la atención de los shocks mo
netarios a los reales como principal factor cíclico, sobre todo los vinculados a los
cambios en el gasto público y en la productividad de los factores. El aumento de
la nduotiviuad hace que aumente la renta de los factores y, a igualdad de
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 329
inputs, el nivel de producción. En cambio, el aumento del gasto público hace que
aumenten por una parte la demanda agregada y los salarios, y por la otra el tipo
de interés y los ahorros. En las fases de boom, se da un aumento de la oferta de
trabajo, pero no a causa de un aumento de los salarios inducido por un exceso de
demanda. Los salarios —según esta línea de pensamiento— coinciden siempre
con la productividad marginal del trabajo, mientras que la oferta y la demanda de
los servicios de todos los factores se igualan en todo momento. La razón princi
pal del «co-movimiento» salarios-empleo-producción habría que buscarla en la
racionalidad del comportamiento de los trabajadores. Éstos programan la oferta
de su propio factor en un período de tiempo bastante largo, pongamos de uno a
dos años. Por tanto, al estar en condiciones de prever la evolución futura de las
rentas, tenderán a trabajar más cuando los salarios sean más altos, y menos
cuando sean más bajos. Y es en este fenómeno de sustitución intertemporal del
tiempo libre donde habría que buscar la razón principal de la persistencia de los
efectos de los shocks exógenos.
9 .3 .4 . ¿F ue AUTÉNTICA GLORIA?
sino con muchos equilibrios de expectativas racionales, uno para cada expectati
va capaz de autorrealizarse. Podría haber incluso un continuum de teorías distin
tas, que los agentes económicos podrían utilizar para formular sus propias previ
siones sin que los acontecimientos que siguieran a éstas les indujeran a cambiar
de opinión.
Además, los modelos con expectativas racionales se exponen a serios proble
mas de inestabilidad dinámica. En este sentido, los neomonetaristas ya no pue
den permitirse actuar como Friedman, simplemente suponiendo que la economía
está siempre regulada por precios de equilibrio e ignorando jactanciosamente la
dinámica de desequilibrio junto con los problemas de estabilidad a ella vincula
dos. Y esto porque, además de los habituales problemas dinámicos que se plan
tean en el tradicional modelo de equilibrio walrasiano al que hacen referencia, se
producen otros más específicos cuando se introducen las expectativas racionales.
Por ejemplo, las soluciones de muchos modelos con expectativas racionales po
seen la naturaleza de «punto de silla»; es decir: existen infinitos caminos que
tienden a alejar a la economía del equilibrio, y sólo uno que tiende a hacerla con
verger hacia él. Los neomonetaristas no se han dejado amedrentar por esta difi
cultad, y simplemente han sostenido que la economía, cualquiera que sea el
shock que haya de sufrir, es capaz de volver por sí misma siempre e instantánea
mente a aquel único camino estable. Pero no han dado una justificación convin
cente de este razonamiento.
Otro problema de estabilidad es el que puede surgir cuando el proceso de
formación de las expectativas se describe en términos de aprendizaje de los
errores. Si el equilibrio hacia el que la economía debería tender dependiese, a su
vez, de las expectativas, es posible que los cambios de las expectativas generadas
por la corrección de los errores hicieran cambiar los equilibrios de manera ex
plosiva. Finalmente, sucede que la aplicación de la hipótesis de las expectativas
racionales al análisis de los comportamientos especulativos en los mercados fi
nancieros —probablemente el único contexto real en el que tiene sentido aplicar
dicha hipótesis— puede dar origen fenómenos, de autorrealización de las expec
tativas, con todas las consecuencias derivadas de ello en términos de «burbujas»
especulativas, crashes catastróficos y similares, posibilidades que ya había entre
visto Keynes. •
A la luz de todas estas razones, y de otras que —por falta de espacio— no he
mos podido indicar aquí, nos podríamos preguntar el porqué de la amplia acogi
da que ha tenido la nueva economía neoclásica en la era de Reagan y de
Thatcher. Hay una respuesta inmediata, la más sencilla y, tal vez, la más real: pre
cisamente porque se trataba de la era de Reagan y de Thatcher. Los neomoneta
ristas han sido capaces de desplegar una potente y vasta artillería de recursos re
tóricos, entre los que incluso se ha contado la apelación a la lógica. Pero la efica
cia de dicha artillería se ha visto potenciada, en el ámbito político, por el triunfo
del neoconservadurismo de las décadas de 1970 y 1980, y, en el profesional, por
la obra de preparación realizada por el viejo monetarismo de Friedman.
Sin embargo, la razón principal del éxito del neomonetarismo, al menos en
lo que se refiere a los ambientes más estrictamente académicos, hay que buscarla
en el papel que ha desempeñado en el desarrollo de una tradición de gran presti
gio como es la de la «síntesis neoclásica». En la evolución de esta tradición, la
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 331
discrecionales de tipo neokeynesiano, sino que —de modo más general— despoja
de fundamento teórico a todas las investigaciones econométricas que no sean ca
paces de explicar la formación endógena de las expectativas.
9 .4 . D e l d e s e q u ilib r io a l e q u ilib r io n o -w a lr a s ia n o
vea limitada por la capacidad de generar una renta mediante la venta de bienes y
servicios. De este modo, puede suceder que los trabajadores que no logran vender
todos los servicios del trabajo que querrían tampoco podrán comprar todos los
bienes de consumo que desearían; pero, entonces, las empresas no podrán vender
todas las mercancías producidas. Así, un exceso de demanda inicial puede trans
mitirse a todo el conjunto de la economía a través de un proceso multiplicativo se
mejante al concebido por Keynes.
Leijonhufvud siguió un planteamiento similar al de Clower, aunque insis
tiendo en la idea de que el proceso multiplicativo es básicamente un fenómeno de
«iliquidez», es decir, un proceso generado por la falta de liquidez (respecto a los
niveles deseados de las reservas) que se da en los intercambios fuera del equili
brio. Además, acentuó —respecto a Clower— el papel atribuido a las carencias
informativas como factores generadores de los procesos multiplicativos. Este úl
timo punto tiene especial importancia. En Clower no estaba claro si el abandono
del modelo walrasiano implicaba el abandono del «subastador» o del tâtonne
ment, o incluso de la ley de Walras. En cambio Leijonhufvud, al hacer hincapié
en las carencias informativas generadas por precios distintos de los vigentes en el
equilibrio walrasiano, captó la esencia de este planteamiento teórico y abrió el
camino a los modelos de equilibrio no-walrasiano elaborados en la década de
1970. Y dicha esencia consiste en que no es el tâtonnement lo que se debe aban
donar, sino el «subastador».
Pero antes de describir este tipo de modelos resulta oportuno recordar un
tipo distinto de modelos no-walrasianos, desarrollados en la década de 1960: el
de los «procesos de no-tâtonnement». Aunque, en rigor, no deberíamos hablar
aquí de ellos, puesto que no tienen nada que ver con ningún tipo de materia key-
nesiana, resulta útil hacerlo, como mínimo, para establecer un elemento de com
paración. En efecto, en los procesos de no-tâtonnement sucede precisamente lo
contrario de lo que acontece en los modelos de equilibrio no-walrasiano, de los
que hablaremos en el próximo apartado: desaparece el tâtonnement, pero sobrevi
ve el «subastador». El origen de este planteamiento se remonta a dos contribucio
nes de Frank Hahn (n. 1925) y de Takashi Negishi (n. 1933). La primera es «On
the Stability of Pure Exchange Equilibrium» (International Economie Review,
1962), de Hahn; la segunda', «A Theorem on Non-Tâtonnement Stability» (Econo-
métrica, 1962), de Hahn y Negishi. El modelo, que originariamente se había for
mulado con referencia a una economía/de'puro intercambio, fue luego ampliado
a una economía de producción por F. Fisher en un artículo de 1974, «The Hahn
Process with Firms but no Production» (Econometrica), y uno de 1976, «A Non-
Tâtonnement Model with Production and Consumption» (Econometrica).
En este modelo, los agentes económicos son price-takers, y los precios son fi
jados por un «subastador». Sin embargo, los intercambios pueden efectuarse
también a precios que no vacían los mercados. Por lo tanto, algunos agentes pue
den resultar racionados. Después de cada intercambio, el «subastador» calculará
otros precios; y sobre la base de éstos los agentes tomarán nuevas decisiones y
efectuarán nuevos intercambios. La economía se mueve a lo largo de una secuen
cia de períodos; los datos en los que se basan las decisiones tomadas en un deter
minado período (especialmente las dotaciones individuales de- mercancías) de
penden de los intercambios efectuados en el período anterior. Por lo tanto, el
334 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
do los salarios reales son «demasiado altos» para garantizar el pleno empleo; en
tonces, mientras que las empresas no son racionadas ni en los mercados de los
bienes ni en el del trabajo, los trabajadores son racionados en ambos. Existe tam
bién un determinado tipo de equilibrio capaz de explicar lo que sería el caso espe
cífico considerado por Keynes en la Teoría general: aquel en el que los precios de
los bienes son flexibles y los salarios monetarios son rígidos. En este caso, las em
presas no son racionadas en los mercados de bienes, dada la flexibilidad de los
precios. Sin embargo, a causa del desempleo generado por los salarios monetarios
fijos, los trabajadores serán racionados en el mercado de trabajo. A esto se reduci
ría el «caso keynesiano». ¿No resulta paradójico que este sea el final de una línea
de investigación originada por la insatisfacción frente a la síntesis neoclásica?
Extraño destino el de las interpretaciones neoclásicas de Keynes. Surgidas
del intento de demostrar que Keynes se había ocupado de un caso particular en el
que los precios y/o los salarios son rígidos, han suscitado una creciente insatisfac
ción entre los economistas keynesianos, y —a través de una serie de polémicas y
contrarrevoluciones— han producido finalmente una evolución que ha termina
do demostrando que el caso de Keynes es precisamente aquel en el que los pre
cios y/o los salarios son rígidos. La diferencia entre el punto de partida —la sínte
sis neoclásica— y el punto de llegada —los modelos de equilibrio con raciona
miento— es que allí se reinterpretaba a Keynes como un caso de equilibrio tem
poral walrasiano, mientras que aquí se le reinterpreta como un caso de equilibrio
temporal no-walrasiano. Una diferencia menos importante de lo que podría pare
cer a primera vista. Por otra parte, en ambos casos se obtiene un resultado devas
tador para la teoría general de Keynes: ésta simplemente no existe como tal.
9 .5 . T e o r ía s p o s t k e y n e s ia n a s y n e o k e y n e s ia n a s
9 .5 .1 . R e in t e r p r e t a c io n e s a n t in e o c l á sic a s d e K e y n e s
Parece que exista una incompatibilidad básica entre teoría keynesiana y teo
ría neoclásica, incompatibilidad confirmada por el hecho de que todos los econo
mistas que han tomado en serio a Keynes y su convicción de haber formulado
una teoría general han chocado, de una manera o de otra, con el sistema teórico
neoclásico. ' // J
Aceptando un término ya consolidado, aunque muy poco afortunado, lla
maremos «postkeynesianos» a este tipo de economistas. No constituyen una es
cuela, y ni siquiera está claro que compartan un sistema teórico común. En rea
lidad, se trata de economistas con planteamientos más bien heterogéneos, inclu
so en su interpretación de Keynes. Quizás un día surja de su trabajo un sistema
teórico postkeynesiano homogéneo. Pero, por ahora, debemos contentarnos con
clasificarlos por grupos según su afinidad. Y la clasificación más elemental debe
distinguir los postkeynesianos europeos de los estadounidenses. El primer gru
po ha tenido como punto de encuentro, la Universidad de Cambridge, y como
signo de identificación cultural, la referencia directa a la tradición keynesiana.
Los principales representantes de este guipo son: Richaid Rain; Q 905-1989),
Joan Violet Robinson (1908-1983), Nicolás Kaldor (1908-1986) y Luigi Ludovico
338 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
gica con un regusto casi más marxiano que keynesiano. La tasa de crecimiento de
la economía puede ser una cualquiera: puede ser una tasa de crecimiento en
equilibrio, o garantizada, en el sentido de Harrod-Domar; pero no necesariamen
te asegurará el pleno empleo.
Robinson consideraba el crecimiento con pleno empleo como un caso límite
difícilmente alcanzable en un régimen de laissez faire. A este caso límite, lo llamó
—no sin cierta ironía— «edad de oro». Una economía con progreso técnico neu
tral crecería, en edad de oro, a una tasa uniforme: es decir, todas las variables cre
cerían a la misma tasa,, incluido el empleo «en unidades de eficiencia». El pleno
empleo resultaría asegurado por una tasa de crecimiento de la renta igual a la del
stock de capital, y asimismo igual a la suma de las tasas de crecimiento de la po
blación y de la productividad del trabajo. El modelo de crecimiento de la edad de
oro es un modelo «cerrado». En él, las decisiones de inversión se hallan someti
das a las influencias de la lábil psicología de los empresarios, y son determinadas
endógenamente como las que garantizan precisamente el crecimiento uniforme.
Las hipótesis que es necesario establecer para obtener este resultado son dos:
«previsión perfecta» y «tranquilidad perfecta». La primera sirve para eliminar la
incertidumbre; la segunda, para asegurar que las expectativas se pueden formular
correctamente. De hecho, ambas se reducen a la suposición de que la economía
crece de modo uniforme. Y la circularidad del razonamiento no debe sorprender
nos. Es una de las cosas que Robinson pretendía mostrar: para tener un creci
miento uniforme, es necesario que la economía haya crecido siempre de modo
uniforme.
Kaldor se mostró menos escéptico respecto a la capacidad de las economías
capitalistas de crecer garantizando el pleno empleo. En consecuencia, realizó ma
yores esfuerzos que Robinson para explicar las condiciones reales del crecimien
to sostenido. Sus principales contribuciones a la elaboración de la teoría postkey-
nesiana del crecimiento y la distribución se encuentran en los siguientes ensayos:
«Teorías alternativas de la distribución» (Review of Economic Studies, 1956; trad.
cast. en N. Kaldor, Ensayos sobre el valor y la distribución, Madrid, 1973), «Un
modelo de crecimiento económico» (The Economic Journal, ,1957; trad. cast. en
N. Kaldor, Ensayos sobre estabilidad y desarrollo económicos, Madrid, 1969), «Ca
pital Accumulation and Economic Growth» (en F. A. Lutz y D. C, Hague, The
Theory of Capital, 1961) y «Un nuevo modelo de crecimiento económico» (escrito
en colaboración con J. A. Mirlees y publicado en Review of Economic Studies,
1962; trad. cast. en M. G. Mueller, Lecturas de macroeconomía, cit., y en L. A.
Rojo, Lecturas sobre la teoría económica del desarrollo, cit.).
Kaldor prefería la versión keynesiana del teorema de «la tinaja de la viuda» a
la kaleckiana. En condiciones de crecimiento con pleno empleo y plena utilización
de las instalaciones, no resulta posible separar el problema de la distribución de la
renta de el del crecimiento, como sucedía en el modelo abierto de Robinson. Ni re
sulta posible dejar abierto el modelo. La economía no puede crecer, en términos
reales, más rápidamente que la tasa natural. Supongamos que tampoco crece más
despacio. Entonces, la tasa de crecimiento del stock de capital se determina endó
g e n a m e n te . L o s a h o rro s d e b e rá n a u m e n ta r al m is m o r itm o q u e la s in v e r s io n e s .
ficios y los que perciben salarios, y que la propensión al consumo los primeros d e
342 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
sea menor que la de los segundos, la distribución de la renta deberá ser determina
da endógenamente de modo que se aseguren los flujos de ahorro necesarios para
financiar las inversiones. En un momento dado cualquiera, cuanto mayor sea la
tasa de inversión (en relación a la renta) tanto mayor deberá ser la cuota de bene
ficios; y ello porque sobre los beneficios se ahorra porcentualmente más que sobre
los salarios, y sólo una cuota mayor de beneficios podrá garantizar un mayor por
centaje de ahorros sobre una renta dada.
Este resultado es válido también para una economía en crecimiento. En una
economía que crece en equilibrio, la tasa de crecimiento de la riqueza coincidirá
con la del stock de capital:
K~ K
Bajo la «hipótesis de ahorro clásica», S = spP, donde sp es la propensión al
ahorro sobre los beneficios. Entonces:
S _SpP _ I
K~ K ~K
de donde se obtiene la famosa «ecuación distributiva de Cambridge»:
manera que la preferencia por la liquidez del público no actúe de freno de los
346 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
animal spirits de los capitalistas. Y que esto suceda, o no, depende sobre todo del
funcionamiento del sistema bancario. Así, en un período de aumento de la prefe
rencia por la liquidez de los ahorradores, un eventual crecimiento sostenido del
stock de capital requerirá un crecimiento de la cantidad de dinero superior al de
la acumulación, de manera que se satisfaga la demanda proveniente del circuito
financiero además de la procedente del circuito industrial.
Minsky ha estudiado a fondo los efectos desestabilizadores que puede tener
la estructura del sistema financiero para la economía real; recientemente, este
economista ha propuesto no sólo una original reinterpretaeión de Keynes como
teórico de la inestabilidad financiera, sino también una interesante teoría de la
crisis con reminiscencias de algunas —más antiguas— lecciones marshallianas y
fisherianas (véase el apartado 7.1.2). En la teoría de Minsky resulta fundamental
la distinción keynesiana entre el «riesgo del deudor», o del empresario —es decir,
el de no ver realizadas las propias expectativas de beneficio y no poder pagar las
deudas—, y el «riesgo del acreedor» —o sea, el de no poder recuperar los fondos
prestados—. Mediante la hipótesis de riesgo creciente (como se recordará, una
hipótesis de origen kaleckiano), Minsky justificó la existencia de una curva decre
ciente para la eficiencia marginal (o para el precio de demanda) del capital. Di
cha curva, definida en términos agregados con referencia al conjunto de las em
presas, y tomando como dadas las expectativas de los empresarios al nivel E, se
representa como P¿ (E) en la figura 9.5. Utilizó una hipótesis de riesgo creciente
del acreedor para justificar la existencia, de una curva del precio de oferta del ca
pital creciente, como PS(E). La curva Q es una hipérbole equilátera, y representa
las expectativas de autofinanciación en un momento dado.
Si las empresas limitaran sus inversiones a la autofinanciación, las fijarían al
nivel /', donde el precio de oferta, Ps’, es igual al que se puede pagar recurriendo
únicamente a la autofinanciación. Pero el precio de demanda es superior, por lo
que las empresas se verán inducidas a aumentar sus inversiones, endeudándose. Al
¡ave! ! " de inversa mes, las empresas se endeudarán ¡»ara .financiar inversiones del
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (1) 347
valor de PS"I" - PST. Durante las fases de expansión económica, mejora el estado
de confianza de los capitalistas, aumenta E, y las curvas P¿{E) y Ps (E) se des
plazarán hacia la derecha. Esto hará que aumenten las inversiones, pero también
el endeudamiento y las cargas financieras de las empresas. Así, a medida que el
boom progresa, aumentará la «fragilidad financiera» del sistema. Dicha fragilidad
financiera se puede medir en términos del coeficiente entre endeudamiento y ren
ta producida por las empresas, y aumenta con el boom, ya que se incrementa el
riesgo de que sea necesario refinanciar a corto plazo un volumen creciente de en
deudamiento a largo plazo. Entonces, bastarán las expectativas de una inversión
de la tendencia del ciclo económico o un aumento del tipo de interés para desen
cadenar la crisis financiera. Dado el elevado nivel de endeudamiento y la concate
nación de las deudas de las empresas, tanto industriales como financieras, cual
quier intento por parte de una de ellas de reforzar su posición de liquidez redu-
cietido los gastos repercutirá negativamente en las demás. Además, los intentos de
hacer más líquidas las carteras harán que aumente la oferta de activos financieros
a largo plazo, haciendo que su valor disminuya. Esto, a su vez, hará que aumente
el coste de la financiación e introducirá nuevos impulsos deflacionarios en la eco
nomía. Las consecuencias serán catastróficas: procesos acumulativos de reduc
ción de las inversiones, de la renta y de las capacidades de autofinanciación, posi
blemente acompañados de quiebras en cadena y crashes financieros. Así, una leve
inflexión del ciclo real —aunque sólo se trate de una expectativa— puede provocar
un colapso. En la filosofía social de Minsky —y, más en general, de los postkeyne-
sianos—, esto sirve para justificar la adopción de una serie de prudentes medidas
de monetary management, precisamente lo contrario de lo que afirmaban los mo-
netaristas. Y si no se han vuelto a dar crisis como la de 1929, habría que atribuir el
mérito —desde este punto de vista— precisamente a la adopción por los gobiernos
de los principales países capitalistas de políticas monetarias de tipo keynesiano.
Probablemente sea este el lugar adecuado para mencionar las ideas desarro
lladas por John Hicks tras la «conversión» sufrida hacia mediados de la década
de 1960. Aunque dicha conversión requerirá por parte de los historiadores una la
bor de reinterpretación más amplia de id que permite una obra de las caracterís
ticas de la presente, sin embargo es posible observar que debe de haber sido más
drástica de lo que parecería a primera vista, ya que ha llevado al gran economista
neoclásico británico a considerar «a piece of rubbish» sus tesis sobre la distribu
ción funcional de la renta, elaboradas en 1932, en La teoría de los salarios (tesis
que aún hoy se enseñan en los manuales ortodoxos de economía); a reconsiderar
(aunque no a rechazar en bloque) la importancia teórica general del individualis
mo metodológico y de la hipótesis del comportamiento maximizador de los indi
viduos, y, finalmente, a rechazar las interpretaciones de Keynes basadas en su an
tiguo modelo IS-LM. Y sí todo esto no fuera suficiente para justificar una aproxi
mación (aunque no una asimilación completa) del «segundo Hicks» al plantea
miento posLkeynes.ia.uo, se podrían añadir algunos o Líos vaiieníes cambios de ac
titud: su rápida aceptación de las críticas de Cambridge a la teoría neoclásica del
348 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
capital (en Capital y crecimiento, 1965; trad. cast., Barcelona, 1967), aunque se
puede hallar una primera intuición del problema ya en el párrafo 24 del «Apéndi
ce matemático» de Valor y capital, su utilización del método de los sectores verti
calmente integrados y su elaboración de modelos de crecimiento non-sieady State
(en Capital y tiempo, 1973; trad. cast. México, 1976), y, por último, su más recien
te replanteamiento de la teoría del dinero, expuesto en A Market Theory of Money
(publicado postumamente en 1989).
Pero los temas que aquí más nos interesan son los relativos a la crítica del
modelo IS-LM y a la elaboración de los fundamentos teóricos del planteamiento
fix-price. El rechazo al modelo IS-LM se basaba principalmente en dos razones: en
primer lugar, porque el papel que desempeñaba la preferencia por la liquidez —tal
como la entendía Keynes— a la hora, cjp' determinar la dinámica del empleo no
puede apreciarse adecuadamente en un modelo de equilibrio temporalmente está
tico como el es IS-LM; en segundo término, porque no tiene sentido determinar el
equilibrio macroeconómico por medio de dos curvas, una de las cuales expresa
una condición de equilibrio de flujo, y la otra una condición de equilibrio de stock.
En cuanto al planteamiento fix-price (propuesto en Capital y crecimiento y recupe
rado en La crisis de la economía keynesiana, 1974; trad. cast., Barcelona, 1976), va
bastante más allá de la vieja tesis neoclásica según la cual los resultados obtenidos
por Keynes dependerían del abandono de la hipótesis de competencia perfecta, y
también de la observación de que una gran parte de los modelos macroeconómi-
cos keynesianos, empezando por la teoría del multiplicador, presuponen una hipó
tesis implícita de precios fijos. El objetivo de Hieles es más ambicioso: se trata de
rechazar en bloque la teoría neoclásica de la formación de los precios en un régi
men competitivo; una teoría que, suponiendo que todos los agentes económicos
son price-takers, necesita inventar un «subastador» ficticio para explicar el proceso
de fijación de los precios. Según el último Hicks, sólo en unos mercados determi
nados —los especulativos— pueden tener sentido las tradicionales hipótesis flex-
price por las que los precios son determinados únicamente por la oferta y la de
manda. Por el contrario, en los mercados de bienes industriales los precios son fi
jados por los propios agentes y modificados por ellos en relación a los indicadores
económicos considerados importantes (principalmente: variaciones de los salarios
y de los otros precios). Esto no implica que dichos precios sean «rígidos», sino
sólo que no varían tan rápidamente (es decir, instantáneamente) como enseñan los
; manuales de microeconomía neoclásica. La principal consecuencia es que se debe
rechazar el extendido prejuicio de origen marshalliano (aunque Marshall no era j
; un teórico del «subastador») de que las variaciones de precio predominan en los j¡
: ajustes a corto plazo y las variaciones de cantidad en los ajustes a largo plazo. Nos ;
parece que esta conclusión impulsa la reinterpretación de Keynes bastante más
allá de lo que habrían permitido las propias bases teóricas de las que el marsha
lliano Keynes era consciente.
El planteamiento fix-price ha obtenido un éxito notable en las décadas de
1970 y 1980. Aparte de los modelos de equilibrio no-walrasiáno —que, al menos
parcialmente, se han inspirado en él—, o los modelos postkeynesianos —que han
adoptado la hipótesis fix-price mucho antes de que Hicks la propusiera de nue
vo—, en estos últimos veinte años se ha desarrollado una línea de pensamiento
que ha situado esta hipótesis en el centro del análisis macroeconómico, avanzan-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 349
ríos ligeramente superiores y más estables que los del mercado externo a la em
presa. De este modo aspira, por una parte, a estimular la eficiencia de las presta
ciones laborales, y, por otra, a mantener en el seno de la empresa las capacidades
de que están dotados los trabajadores. Cuando la economía entra en una fase de
recesión las empresas no reducen los salarios, sino que despiden a los trabajado
res más ineficientes y menos cualificados.
Debemos recordar aquí a otros tres grupos de economistas que han tratado
de atacar a la escuela neomonetarista con sus propias armas, adoptando la hipó
tesis de las expectativas racionales. Como caballo de batalla, han utilizado el re
chazo a la hipótesis de los precios flexibles.
El primero de dichos grupos lo constituyen una serie de economistas que
han investigado sobre las implicaciones' teóricas de un hecho tan obvio como des
conocido por los neomonetaristas: que los contratos de trabajo —aun los indicia
dos— se definen sobre una base nominal y son, en cualquier caso, contratos a
largo plazo. De esta línea de investigaciones, recordaremos únicamente las con
tribuciones de J. Gray («Wage Indexation: A Macroeconomic Approach», en Jour
nal of Monetary Economics, 1976) y S. Fisher («Long Term Contracts, Rational
Expectations and the Optimal Money Supply Rule», en Journal of Political Eco-
nomy, 1977). El resultado al que se ha llegado en esta línea de investigación es
que, contrariamente a lo que afirmaban los neomonetaristas, determinadas op
ciones de política monetaria pueden ser eficaces, aunque resulten perfectamente
predecibles por los agentes económicos, simplemente porque la duración del
contrato de trabajo y/o el grado de indiciación pueden impedir un rápido y pleno
ajuste de los salarios a los efectos esperados de dicha política monetaria.
En esta línea de pensamiento profundiza también la hipótesis de los contra
tos de trabajo escalonados (staggered), formulada recientemente por J. B. Taylor
en «Staggered Wage Setting in a Macro Model» (American Economic Review,
1979). En este planteamiento, todos los contratos son contratos a largo plazo,
pero no todos expiran en la misma fecha. Además, se supone que el trabajador no
aspira exclusivamente a maximizar su propio salario, sino que se esfuerza tam
bién en mantener cierta «relatividad» con los otros trabajadores. Supongamos
que una política monetaria restrictiva lleva a una reducción de la demanda agre
gada en el tiempo t. Los trabajadores que renuevan el contrato en t, y tienen ex
pectativas racionales, saben que —por ejemplo— en el tiempo t + 8 la política
económica volverá a ser expansiva. Si aceptaran una reducción del salario nomi
nal en t, permitirían una reducción'de los precios.. Pero de este modo su salario
real disminuiría respecto al de los trabajadores que renuevan el contrato en el
tiempo t + 8, para quienes el salario nominal no disminuye entre t y t + 8. Por tan
to, rechazarán la reducción del salario nominal para evitar una disminución del
salario relativo; en lugar de ello, preferirán aceptar un aumento del desempleo.
De esta manera se explicaría por qué la política monetaria es capaz de producir
efectos reales incluso en presencia de expectativas racionales.
Otro grupo de teorías que merece ser recordado aquí es el que ha desarrolla
do el análisis de los costes por reajuste de los precios (small menú costs). Las
principales contribuciones se deben a economistas como B. T. McCallum, N. G.
Mankiw, O. J. Blanchard, N. Kiyotaki, G. Akerlof y J. Yellen. Los costes para el
a-ajuste de los precios son los que déla soportar la empresa para modificar los
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 351
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Capítulo 10
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II)
minancia diagonal» o «sustituibilidad bruta». Más tarde, en 1943, Aliáis había de-
360 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
de que ésta no sirve para resolver el problema. En efecto, una vez demostrado
que los equilibrios no son infinitos falta todavía demostrar que son dinámica
mente estables. ¿Qué podemos hacer con los equilibrios, aunque sean «pocos», si
se obstinan en alejar de sí a la economía?
relevancia. Cualquier teoría, por muy pura que sea, no es nunca neutra respecto
al tipo de problemas sobre los que ayuda al economista a centrar la atención y a
la manera como lo ayuda a resolverlos. Una crítica que se ha dirigido frecuente
mente al modelo de equilibrio económico general es que éste resulta del todo ina
decuado para abordar los problemas realmente importantes, como el desarrollo,
el cambio, el papel económico de las instituciones, el comportamiento de los
agentes económicos colectivos, etc.
Ahora bien, cualquier economista neoclásico estará dispuesto a suscribir
esta opinión, pero nadie la tomará como una crítica decisiva. El modelo de equi
librio general —sostienen sus partidarios— no es adecuado para abordar aquellos
problemas, que, efectivamente, deberán ser encomendados a otras ciencias -—la
sociología, la historia, la ciencia política, etc.—, pero resulta más adecuado que
ningún otro para abordar el problema de la asignación eficiente de los recursos
escasos. ¿Por qué este problema debería considerarse irrelevante?, ¿y quién deci
de qué problemas son relevantes o no lo son?: ¿los economistas?, ¿los usuarios?;
¿no significa absolutamente nada que la sociedad haya puesto en manos precisa
mente de los economistas neoclásicos sus mejores universidades y sus institutos
de investigación mejor dotados?
Obviamente, esto nos lleva a un tercer campo de batalla: el ideológico, en el
que se han distinguido, sobre todo, los críticos marxistas. Es cierto —afirman és
tos— que el sistema teórico neoclásico, cuyo núcleo es el modelo de equilibrio ge
neral, posee la hegemonía en todas las academias del mundo capitalista; pero ello
no demuestra que sea una buena representación de dicho mundo, ni que resulte
verdaderamente útil para abordar los problemas importantes, sino únicamente
que se trata de una representación en la que sus clases dominantes se reconocen.
¿No es tal vez un modelo que aspira a demostrar la intrínseca tendencia al orden
y a la eficiencia de un mundo hecho de individuos egoístas, libres e iguales?, ¿y a
ocultar el hecho de que en este mundo la igualdad y la libertad son únicamente
atributos formales de los agentes que se reúnen en el mercado, mientras que,
apenas se contempla la producción, uno se da cuenta de que sólo son realmente
libres e iguales los individuos que poseen los medios necesarios para sustraerse al
trabajo y para ejercer el control sobre el trabajo de los demás?
La inspiración del modelo de equilibrio económico general hay que buscarla
en la teoría smithiana del equilibrio competitivo individualista, una teoría a la
que el desarrollo teórico de.los dos siglqs'posteriores ha proporcionado un gran
perfeccionamiento, aunque sin alterar su esencia. En esta visión del mundo, el
orden social es el resultado precisamente de la interacción de múltiples sujetos
individuales autónomos, egoístas y racionales. Dichos agentes entran en relación
unos con otros no en virtud de la actuación de las instituciones, de los colectivos
sociales o de cualesquiera otras entidades supraindividuales, sino únicamente a
través del mercado. El hecho de que se trate de sujetos individuales es fundamen
tal. En la teoría neowalrasiana se les llama consumidores y productores. E inclu
so los productores —es decir, las empresas— son considerados agentes decisorios
individuales, y no organizaciones como sugeriría el sentido común. En efecto, en
esta teoría los individuos que participan en la actividad de la empresa se reúnen y
loman decisiones antes de que ésta, na inicie; y se reúnen en e! mercado. El em
presario compra bienes y servicios; los trabajadores y los ahorradores los venden.
366 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
cia de la gravedad de este problema está hoy bastante extendida, al menos entre
los economistas expertos. Ya en 1969, por ejemplo, John Hicks exhortaba a uno
de nosotros, alumno suyo en Oxford, a que no se entusiasmara demasiado por
las demostraciones de existencia, que —en cualquier caso— tropezarían con el
problema de la estabilidad. Sin embargo, es cierto que en muchos economistas
neoclásicos prevalece la tendencia a relegar el análisis de estos argumentos a las
notas a pie de página, los obiter dicta o las comunicaciones verbales. De todos
modos, recientemente se ha puesto de relieve la importancia fundamental de
este problema por parte de B. Ingrao y G. Israel, en «General Economic Equili-
brium: A History of Ineffectual Paradigmatic Shift» (Fundamenta Scientiae,
1985) y The Invisible Hand (1990).
¿Cuál ha sido la reacción de los economistas neoclásicos ante esta revela
ción? Pues bien: hoy está bastante extendida la sensación de que es necesario
un'cambio de rumbo radical, pero no está claro en qué dirección hay que
avanzar.
Por una parte, se ha tratado de recurrir a la lógica modal y a los contrafac
tuales. Este ha sido el camino emprendido por Hahn en On the Notion of Equili-
brium in Economics (1973). El modelo de equilibrio general no describe la reali
dad —se afirma—, sino únicamente un mundo ideal posible. Pero esto no hace
que resulte menos útil para los economistas: por una parte, puede servir para en
señarles a no hacer afirmaciones apresuradas sobre la eficiencia de la mano invi
sible; por otra, para entender el mundo real por comparación con el posible. Por
ejemplo, se podría saber por qué existe desempleo permanente en el mundo real
simplemente reflexionando sobre la naturaleza de las hipótesis que permiten al
modelo de equilibrio general eliminar dicho desempleo.
Pues bien: esta argumentación es insostenible, y ello por dos razones. En
primer lugar, porque las condiciones con las que se ha demostrado la existencia
del equilibrio general son sólo suficientes, pero no necesarias. Esto significa
que, siendo verdadera la proposición «si A, entonces B», no lo es necesariamente
«no-B porque no-A». Esta última es la argumentación que debería ilustrarnos
sobre la realidad económica, diciéndonos al menos por qué ésta no corresponde
al mundo ideal posible del modelo de equilibrio general. Pues bien: esta «ilustra
ción» queda excluida. Pero hay otro problema aún más serio, y es el que surge
de la imposibilidad de demostrar la estabilidad del equilibrio individualista. El
modelo de equilibrio económico generafinú describe un mundo posible, aunque
irreal, sino —a partir de sus propias hipótesis— un mundo improbable. No nos
dice que se debe alcanzar un equilibrio individualista si valen las hipótesis usua
les sobre la competencia, la convexidad, etc.,'sino que es posible que no se al
cance, a pesar de dichas hipótesis, o —mejor— precisamente a causa de las más
importantes de ellas, las que definen su carácter individualista. Por lo tanto, la
propia argumentación «si A, entonces B» no se sostiene; y no porque el mundo
que A representa no se dé en la realidad, sino porque su representación, A, no se
da ni siquiera en la teoría.
La otra postura es más pesimista. Ha sido formulada recientemente por
Alan P. Kirman en un ensayo cuyo título lo dice todo: «The Intrinsíc Limits of
M ódem Econom ic Th.co.ry: The Emperoi' has no Cloílies» (E co n o m ic .Journal,
1989). Según Kirman, sólo se puede salir del impasse que ha seguido a la caída de
368 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
bilidad de utilizar esta teoría para estudiar todos aquellos fenómenos que son tí
picos de una economía monetaria, especialmente los de la inflación y el desem
pleo. La recuperación contemporánea de la noción hicksiana de equilibro tempo
ral se debe a K. Arrow y F. Hahn (Análisis general competitivo, 1971), y, sobre
todo, a J. M. Grandmont («Temporary General Equilibrium», en Econometrica,
1977, y Money and Value, 1983).
El punto de partida de la teoría del equilibrio temporal es el abandono del su
puesto de que existe un sistema completo de mercados, supuesto que resulta cual
quier cosa menos atractivo tanto a nivel empírico como conceptual. Roy Radner
(«Competitive Equilibrium under Uncertainty», en Econometrica, 1968) ha abor
dado el estudio de economías básicamente secuenciales, es decir, aquellas en las
que se efectúan transacciones en cualquier fecha y en las que la naturaleza incom
pleta de los mercados no permite reducir la actividad económica a un único inter
cambio inicial, como —por el contrario-—ocurre en el equilibrio intertemporal.
Así, en lugar de un equilibrio atemporal, tenemos una «sucesión de equilibrios
temporales».
Como ya hemos mencionado en el apartado 8.2.4, uno de los fundamentos
de la concepción hicksiana es el artificio de la semana, un período de tiempo en
el cual la economía alcanza una situación de equilibrio general. Dado que el
proceso económico se desarrolla en el tiempo, y dado que sólo hay un número
limitado de mercados futuros, todos los operadores económicos toman las deci
siones relativas a un determinado momento («semana» actual) de manera su
bordinada a sus planes y a sus expectativas sobre el futuro («semanas» siguien
tes). En particular, decidirán —por ejemplo— ahorrar, reduciendo su consumo
actual, si esperan que en el futuro los precios de los bienes desciendan. Estas
conjeturas podrán verificarse en mayor o menor medida; si no es así, los agentes
se verán obligados a revisar sus planes basándose en los nuevos datos. A pesar
de ello, sus decisiones actuales, una vez tomadas basándose en expectativas in
correctas, ya no pueden modificarse. De este modo, las expectativas sobre el fu
turo, sean acertadas o erróneas, influirán en el equilibrio actual del sistema eco
nómico.
Un equilibrio temporal, aun siendo un equilibrio general en cada momento
dado del proceso económico (en cada «semana»), se transforma en el tiempo en
la medida en que los agentes verifican sus expectativas y revisan sus planes.
Grandmont ha utilizado el esquema hictslano de equilibrio temporal para intro
ducir el dinero en el modelo de equilibrio general. Si los bienes son perecederos
y, por tanto, no pueden transferirse de un período a otro, los individuos se verán
obligados a demandar dinero para transferir sus ahorros en el tiempo. De este
modo, el dinero viene a desempeñar un papel de reserva de valor, permite a los in
dividuos transferir su riqueza de un período a otro, o —en caso necesario— de un
lugar a otro, o incluso de un estado de naturaleza a otro. Si ios individuos reciben
en cada período ciertas cantidades de dinero,' así como de cualesquiera otros bie
nes, entonces el dinero viene a formar parte —a todos los efectos— del esquema
de equilibrio, sin que resulte posible separar, como en el caso de la dicotomía tra
dicional, una «parte real» y una «parte monetaria» de la economía. En conse
cuencia, la cantidad de din cío pt escale en el sistema influirá cu la determinación
de los precios relativos de las diversas mercancías. En el modelo de Grandmont,
370 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
10 .2. L a e v o lu c ió n d e la n u e v a e c o n o m ía d e l b ie n e s t a r y la s te o r ía s
d e la j u s t ic ia e c o n ó m ic a
que esperar a los inicios de la década de 1950 para disponer de la primera de
mostración rigurosa de un resultado global (pues los resultados de Pareto tenían
carácter local): un equilibrio competitivo no se halla dominado, en el sentido de
Pareto, por ninguna asignación socialmente factible. Este es el contenido del pri
mer teorema fundamental de la economía del bienestar, que Kenneth Arrow y Ge-
rard Debreu demostraron en sus artículos de 1951, «An Extensión of the Basic
Theorems on Classical Welfare Economics» y «The Coefficient of Resource Utili-
zation».
Además, los mismos autores demostraron también el resultado inverso:
dada una asignación deseada óptima en el sentido de Pareto, bajo ciertas condi
ciones siempre es posible hallar un modo de distribución de los recursos iniciales
entre los individuos tal que el equilibrio wydrasiano asociado a dicha distribución
coincida con la asignación deseada. Este es el contenido del segundo teorema fun
damental de la economía del bienestar, que representa una solución al problema
de la descentralización de una asignación óptima, es decir, al problema de indicar
cómo es posible conseguir una asignación Pareto-óptima. Estos dos teoremas, to
mados conjuntamente, sancionan una especie de correspondencia biunívoca en
tre equilibrio walrasiano y óptimo paretiano; de ahí su importancia fundamental.
Gracias a ellos, la smithiana mano invisible —si se ignoran los conocidos proble
mas de inestabilidad y falta de unicidad— deja de ser una sugerente metáfora
para convertirse en un teorema cargado de consecuencias políticas: la justifica
ción no sólo ideológica, sino también analítica, del laissez faire.
En esencia, el primer teorema afirma que el mecanismo competitivo es non-
wasteful, es decir: no malgasta los recursos. Ello se deriva de la demostración de
que un equilibrio general de la producción y del intercambio goza de las tres pro
piedades siguientes:
a) eficiencia en la asignación de los recursos productivos entre las
empresas;
b) eficiencia en la distribución de los bienes producidos entre los consu
midores;
c) eficiencia en la composición del producto final, en el sentido de que la
composición del output se corresponde plenamente con la estructura de las pre
ferencias de los sujetos.
A partir de estas propiedades resulta posible dar una definición del concep
to de precio más completa que aquella que lo considera simplemente una rela
ción de intercambio entre mercancías. En efecto, en la configuración de equili
brio el precio de un bien en términos de otro bien resulta, al mismo tiempo,
igual a la tasa marginal de sustitución para todos los consumidores y a la tasa
marginal de transformación en el sistema de producción. Así, el precio resulta
definido como el valor común de uña relación de equivalencia tanto psicológica
como tecnológica. ,.
Claramente, en función de cuál sea la distribución inicial de los recursos en
tre los agentes se obtendrá una determinada combinación de mercancías produ
cidas y una determinada configuración de equilibrio general. En otras palabras,
la determinación del punto en la curva de transformación y del correspondiente
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 373
F igura 10.1.
xas. Sea y* una asignación Pareto-óptima cualquiera, en la que y* > 0 para todas
las i y /. Entonces, existe un vector de transferencias T y un vector de precios p ta
les que el par (y*, p) es un equilibrio competitivo walrasiano, dadas dichas trans .1
ferencias.
Resulta fácil constatar que la suma algebraica de los f¡ debe anularse. En 1
efecto, el teorema asegura que, para todos los i, y* maximiza f/¿ bajo la restric
ción py¡ < pw¡ + T¿. Por otra parte, por la hipótesis de monotonicidad (no sacie
dad) de las funciones U¡, los individuos gastarán íntegramente todas sus rentas.
Por lo tanto: py¡ =pwt + T). Así, para el conjunto de la economía tendremos:
Ipi I w9+
/ m 1 m
IL?! i=1 =
/=!
que podemos reescribir como:
m l (m m
W:
¿= 1 / =i 1=1 i =1 !i
Debe prestarse especial atención a lo que presupone el segundo teorema para j
su validez. La autoridad central, el Estado, debe conocer no sólo las posibilidades
tecnológicas y las dotaciones iniciales de cada uno de los individuos, sino también
sus funciones de utilidad (o de bienestar). De otro modo, no podría llegar a deter
minar con exactitud las transferencias T¡. Pero si el Estado posee tal conocimiento,
¿para qué se habría de requerir la intervención del mercado? ¿No podría el Estado
llegar por sí mismo directamente a la asignación y* de la figura 10.1 sin recurrir al
mecanismo del mercado, por ejemplo, mediante alguna forma de planificación?
Evidentemente, la respuesta ha de ser afirmativa.
Tal como ha señalado insistentemente P. Dasgupta en «Positive Freedom,
Markets, and the Welfare State» (Oxford Review of Economic Policy, 1986), la si
guiente paradoja parece inevitable. Mientras que el segundo teorema fundamen
tal de la economía del bienestar se ha invocado para apoyar la tesis de que el Es
tado debe aprovecharse del mercado, sólo resulta válido en aquellas circunstan
cias en las que no hay ninguna necesidad de recurrir al mercado como mecanis
mo de asignación. Como se puede ver, se trata de una paradoja fundamental que i
no parece tener una solución.
Hay que hacer una observación importante sobre el uso específico que se ha
hecho del segundo teorema en la nueva economía del bienestar. Éste ha servido
para sancionar la separación entre los problemas de eficiencia y los problemas de
justicia distributiva. El mercado, en cuanto instrumento de asignación, resulta
eficiente; por lo tanto, si la distribución del bienestar (o de la renta) que sigue a !
I
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 375
Entre los diversos supuestos que es necesario introducir para demostrar los
dos teoremas fundamentales, hay uno que —junto al de la existencia de merca
dos completos— resulta fundamental: se trata de la ausencia de efectos extemos.
Así, se debe excluir:
a) que las elecciones de consumo de algunos sujetos influyan en los niveles
de utilidad que otros sujetos derivan de sus propias elecciones de consumo;
b) que las funciones de producción de determinadas empresas se vean in
fluidas por las decisiones de producción de otras empresas.
Las externalidades existen cuando, dada la definición existente de los dere
chos de propiedad —esto es, los derechos y obligaciones de quienes ejercen una
actividad económica—, el sujeto que perjudica no tiene la obligación de indemni
zar a los consumidores o a los productores perjudicados por sus actividades! o
—como, por ejemplo, en el caso de los prados que rodean a las colmenas— cuan
do los propietarios no tienen ningún modo de que. se les paguen las molestias su
fridas.
La presencia de externalidades señala una insuficiencia en el mecanismo de
mercado, y ello en el sentido de que las opciones de los individuos se realizan ba
sándose en precios y en costes que no reflejan el valor real de los recursos utiliza
dos. En el caso de una fábrica que emite humo, el productor actuará basándose
en el coste de su actividad, el coste privado ,■ que resulta inferior al que soportaría
si hubiera de pagar indemnizaciones por los daños ocasionados a sus vecinos, es
decir, al coste social (suma de los costes privados y de los daños sufridos por los
demás). El resultado es que tenderá a incrementar su producción por encima del
nivel al que lo haría si hubiese de tener en cuenta también las externalidades, es
decir, el coste social. De ahí la imperfección en el funcionamiento del mecanismo
de mercado.
En definitiva, se puede afirmar que los teoremas fundamentales únicamente
logran incorporar aquel tipo de interacciones sociales que puede ser absorbido
por el mecanismo de los precios. En presencia de externalidades, este último re
sulta incapaz de informar correctamente a los decision-makers («agentes deciso-
res»), lo cual hace que desaparezca el/dafácter óptimo de las asignaciones de
equilibrio competitivo. Sin embargo, lo que precede no autorizaría a concluir que
la existencia de efectos externos anula la función del mercado.
La solución para corregir esta ineficiencia debida a las externalidades reside
en la introducción de las oportunas medidas correctivas: básicamente, los im
puestos y subvenciones de los que había hablado Pigou. Si en el ejercicio de su ac
tividad de consumo o de producción un sujeto perjudica a otros, deberá pagar un
impuesto proporcional al perjuicio causado; mientras que, si beneficia a otros,
deberá recibir una subvención.
La solución concebida por Pigou, y posteriormente recuperada y perfeccio
nada por Samuelson en la década de 1940', vino a calmar las aguas agitadas por
quienes mauilcstaban sus dudas respecto a la capacidad del mercado para conse
guir una asignación eficiente de los recursos. No obstante, la tregua duró poco. A
376 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
finales de la década de 1950 empezó a abrirse camino otra línea de ataque a la te
sis del libre mercado; ésta partía de la constatación de que, por una serie de razo
nes vinculadas al propio proceso de crecimiento económico, el conflicto entre la
acción individual y la satisfacción de las preferencias individuales está llamado a
agudizarse. Obtener lo que se quiere y hacer lo que se quiere resultan ser dos co
sas incompatibles cuando se hallan presentes fenómenos masivos de interacción
social. Piénsese en el caso de los commons, señalado en primer lugar por G. Har-
din en «The Tragedy of Commons» (Science, 1968): los individuos, cada uno de
los cuales busca su interés personal, interfieren entre sí hasta el punto de que co
lectivamente podrían estar mejor sólo si se pudiera restringir su comportamien
to; sin embargo, individualmente nadie está interesado en someterse a tal auto-
rrestricción. Piénsese también en el cas£/de los «bienes posicionales», señalado
por F. Hirsch en Los límites sociales al crecimiento (1977).- En estas situaciones,
que son cada vez más frecuentes a medida que una economía evoluciona, la ac
ción individual ya no es un medio seguro para conseguir los propios objetivos in
dividuales, Debemos, sobre todo, a Albert Hirschman y a Amartya Sen la demos
tración de que la mejor manera de lograr estos últimos es, o bien mediante la ac
ción colectiva, o bien vinculando la acción individual a un código moral de com
portamiento más «rico» que el código de moralidad mercantil al que aludían
Smith y los clásicos; más rico en el sentido de que, además de la honestidad y la
confianza, debería incluir la benevolencia.
Consideremos ahora los numerosos casos descritos del célebre dilema del
prisionero. Son casos que surgen puntualmente cada vez que se consideran los
«bienes públicos», es decir, bienes caracterizados por la ausencia de rivalidad en
el consumo (una serie de individuos puede beneficiarse al mismo tiempo de un
bien, sin que ello reduzca la utilidad de cada uno de ellos) y por la inexcluibilidad
de los beneficios (en el caso de que el bien esté disponible para alguien, no resul
ta posible o conveniente excluir a los demás de los beneficios que produce dicho
bien). Pues bien: el paradójico resultado es que, en el caso de los bienes públicos,
los sujetos racionales son inducidos a elegir la alternativa y la línea de actuación
que no maximiza su bienestar.
Por la propiedad de rivalidad en el consumo, el coste marginal de suministro
de los beneficios de un bien público disponible es nulo, por lo que parece óptimo
extender la disponibilidad de dicho bien a todo el conjunto de la colectividad. Sin
embargo, ésta habrá de financiar su coste. Si cada consumidor debe pagar la mis
ma cantidad, entonces los consumidores cuya utilidad marginal sea menor prefe
rirán no consumir el bien público, lo cual resulta subóptimo en vista del hecho de
que el consumo adicional por parte de un sujeto no incrementa el coste-total. Por
lo tanto, la condición de «optimalidad» requiere que cada consumidor pague un
precio igual a su valoración marginal, resultado al que habían llegado ya Wicksell
y Lindahl.
Lo que.impide que se alcance un equilibrio óptimo es el problema del free-
rider («el que viaja gratis»): la presencia de consumidores que se benefician de
los bienes de consumo colectivos, no participando adecuadamente en su finan
ciación.
Finalmente, otro caso de fallo del mercado, señalado por G. Akerlof en «The
Markcl for 1 ernons» (QuarU”7v Journal of Fconomios, 1970), es el relativo a los
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 377
des, de los bienes públicos y de las asimetrías informativas fue el sugerido por
Ronald H. Coase en su célebre artículo «The Problem of Social Cost» (Journal of
Law and Economías, 1960). En presencia de información completa por.parte de
los agentes y en ausencia de costes de transacción, las consecuencias de las exter-
nalidades, las asimetrías y los bienes públicos se pueden corregir por medio del
propio mecanismo del mercado, sin necesidad de recurrir a "otros principios de
organización. En efecto, Coase demostró que, si las partes implicadas pueden ne
gociar libremente la abolición de los efectos externos, se puede lograr una asigna
ción óptima de los recursos independiente de la distribución inicial de los dere
chos de propiedad y sin ninguna intervención por parte del Estado. En otras pa
labras, según Coase la argumentación de Pigou ignoraba la posibilidad de un
acuerdo y, en consecuencia, de una «tfaftsacción» entre las partes. Si es posible
—sin costes— un acto de intercambio entre el sujeto (o sujetos) cuyas acciones
generan externalidades y el sujeto (o sujetos) sobre el que recaen los efectos ex
ternos, entonces se puede «internalizar» las externalidades, es decir, se puede ha
cer que recaigan sobre la parte que las ha provocado. Considérese el caso de la fá
brica que emite material contaminante y la comunidad afectada por ello. Dicha
comunidad, que tiene derecho a un aire limpio, puede enajenar este derecho ven
diendo «concesiones» para contaminar. Cada concesión permite a la fábrica pro
ducir una unidad más de output junto a la contaminación correspondiente. La
comunidad seguirá vendiendo concesiones hasta que los beneficios marginales
así obtenidos excedan a ios costes marginales representados por el aumento de la
contaminación. Como se puede ver, el teorema de Coase se basa en la idea de que
los individuos pueden libremente hacer de sus derechos de propiedad un objeto
de negociación, como si se tratara de cualquier otro bien.
Se ha observado que el teorema de Coase es bastante más firme que el primer
teorema de la economía del bienestar. Al igual que éste, afirma que si algo es nego
ciable —incluidos los derechos de propiedad— entonces están asegurados los re
sultados eficientes en el sentido de Pareto cualquiera que sea la estructura de pro
piedad sobre cuya base operan los sujetos; pero se diferencia de él en el hecho de
que no necesita ninguna hipótesis de convexidad, de comportamiento price-taking
(«precio-aceptante») ni de mercados completos. Lo que exige es únicamente la au
sencia de cualquier tipo de barrera a la negociación. Ahora bien, dado que el teore
ma de Coase depende de la hipótesis de que los sujetos negocien de manera efi
ciente, resulta obvio que posee capacidad explicativa únicamente si hay razones
para creer que las negociaciones eficientes son plausibles.
Sobre este punto concreto, la literatura de los últimos años sobre la teoría
del bargaining («negociación») —asociada, entre otros, a los nombres de K. Bin-
more y J. Farrell— ha venido a mostrar que los resultados de eficiencia prometi
dos por el teorema de Coase rigen únicamente en casos especiales y poco intere
santes; por ejemplo, en el caso de un pequeño número de agentes y en ausencia
de costes de transacción. Con ello, se frustran las esperanzas de los estudiosos
de la «escuela de Chicago», para los cuales las múltiples situaciones del tipo «di
lema del prisionero» representarían no tanto un- fallo del mercado como un
«fallo de las instituciones» (en el sentido de que una asignación adecuada de los
derechos de propiedad entre los individuos interesados resolvería cualquier difi-
culíad).
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 379
Esto no impide que la contribución de Coase haya sido importante y rica en es
tímulos. En gran medida, ha contribuido al surgimiento y a la difusión de los plan
teamientos neo-institucionalistas, de los que hablaremos en el próximo capítulo.
Ante la «crisis de identidad» de la nueva economía del bienestar -—una crisis que,
como ya hemos mencionado, se manifestó a partir de la década de 1950—, se registró
una doble repuesta: por una párte, la neo-institucionalista, a la que nos referiremos
más ¿delante; por otra, la de la teoría de la elección social, de la que nos ocuparemos
a continuación. Se suele situar la fecha de nacimiento de dicha teoría en 1951, cuando
K. Arrow público su célebre Elección social y valores individuales. La obra obtuvo una
sorprendente y extraordinaria acogida, sobre todo a causa de la extendida necesidad
de colmar el vacío teórico abierto por el éxito dé las teorías keynesianas.
Es sabido que, en la teoría keynesiana, la intervención pública se define no
tanto como la gestión pública de la actividad económica, sino más bien como la
activación por parte del sector público de un nivel de gasto capaz de estimular al
sector privado para producir más. Desde esta perspectiva, el problema de la elec
ción social pasa obviamente a un segundo plano. La relación del Estado con la
economía no se plantea tanto en términos dé una elección relativa al modo como
emplear los recursos de la sociedad, sino en términos de satisfacción de todos los
intereses que la ampliación del gasto público hace compatibles entre sí. Sin em
bargo, la gradual ampliación del sector público en la segunda posguerra acabó
por plantear un nuevo problema: la elección entre diversas alternativas en el em
pleo de los recursos. En efecto, más allá de un cierto umbral de intervención pú
blica, y frente a situaciones de desempleo de tipo estructural o tecnológico, resul
taba evidente que el problema de la elección social ya no se podía eludir. De ahí el
interés por el programa de investigación de Arrow.
Las raíces de la moderna teoría de la elección social se remontan a la Ilus
tración, y especialmente a dos fuentes distintas: por una parte, el enfoque norma
tivo del problema del bienestar económico iniciado por el trabajo de Bentham;
por otra, la teoría de las votaciones y de las decisiones de comité vinculada a los
nombres de Borda, Condorcet y Rousseau. No obstante, la influencia de estas dos
líneas de pensamiento ha sido distinta en el transcurso del tiempo.
Hasta la década de 1920, la postura filosófica de la economía del bienestar
(no se habla todavía de teoría de la elección social) había sido la del utilitarismo
clásico. Si es la función de utilidad del individuo i sobre el conjunto X de los
estados sociales alternativos, entonces el estado x es, al menos, tan «bueno»
como el estado y —simbólicamente: xRy— y sólo si
m m
XnauX17,«
¿= 1 i=1
c) condición de Párelo (si todos los individuos prefieren x ay, x debe ser
socialmente preferido a y)]
d) no «dictatorialidad» (no debe existir un dictador que imponga sistemáti
camente sus preferencias a las de los demás).
La dificultad estriba en esto: para al menos algunas configuraciones de orde
naciones individuales, el intento de satisfacer estos requisitos genera una ordena
ción de preferencias sociales que no respeta la propiedad de transitividad, preci
samente tal como sucede en la paradoja de la votación por mayoría de Condor-
cet. Sean x, y, z tres alternativas sociales entre las que hay que escoger en base al
criterio de la mayoría. Puede suceder que en la comparación entrex&y venzax\
entre y y z, venza y, y entre x y z, venza z- No existe, pues, una alternativa capaz
de vencer a las otras. En efecto, x pierde ante z, que —a su vez— pierde ante y, la
cual —a su vez— pierde ante x. Esto significa que la elección social, en tanto no
puede racionalizarse por una relación binaria transitiva sobre X, no satisface el
requisito de la racionalidad.
Por lo tanto, una de dos: o bien se renuncia al menos a una de las condicio
nes impuestas por Arrow a la elección social (o, como mínimo, se la debilita), o
bien se cambia el propio marco de referencia, de modo que permita —por ejem
plo— la utilización de una estructura informativa que vaya más allá de la mera
coherencia de las preferencias individuales y su agregación en una función de
elección social dependiente únicamente de las ordenaciones individuales. El re
sultado de Arrow es de fundamental importancia, dado que demuestra que unas
propiedades ético-racionales mínimas, aparentemente poco restrictivas para ase
gurar la democracia en el proceso de evaluación social, generan resultados sor
prendentes si se adoptan a la vez.
La vasta literatura sobre la elección social ha explorado ambas líneas de in
vestigación en el transcurso de los últimos treinta años. C. D’Aspremont, P. Das-
gupta, P. Fishburn, C. Plott, P. Hammond, P. Pattanaik, K. May y D. Black son al
gunos de los autores más representativos de la primera línea, mientras que la
principal •contribución al desarrollo. de la. segunda se debe a Amartya Sen
(n. 1933).
** '
10.2.4. SEN Y LA CRÍTICA DEL UTILITARISMO .
de las alternativas en juego, sino que ha}' que basarse únicamente en el modo en
que los individuos las ordenan. Esta condición, conocida en la literatura especia
lizada como «condición de neutralidad», no es más que un reflejo del «bienesta-
rismo», es decir, de la tesis según la cual los niveles de bienestar o de utilidad ma
nifestados por cada uno de los individuos constituyen la única base legítima para
llegar a una evaluación global de los estados sociales. Precisamente de conformi
dad con los cánones del «bienestarismo» el conjunto de informaciones relevantes
contenidas en cualquier estado social se reduce a un vector de niveles de utilidad,
cada uno de cuyos componentes se refiere a un individuo.
A partir de aquí Sen inició, con Elección colectiva y bienestar social (1970;
trad. cast., Madrid, 1976), su crítica al utilitarismo. ¿Por que razón —se pregun
taba—, a la hora de decidir cuál es el ¿cáíiportamíento moralmente aceptable, o
bien cuál debe ser la manera de unir las preferencias de los individuos, se debe
reconocer como autoridad última los juicios de dichos individuos? Es cierto que
el principio de «soberanía del consumidor» es una manifestación de respeto ha
cia los individuos. Sin embargo —aparte del hecho de que incluso utilitaristas
como Harsanyi reconocen la necesidad de no considerar ciertas preferencias an
tisociales y, en consecuencia, de censurar las funciones de utilidad expresadas
por determinados miembros de la colectividad—, resulta difícil negar que exis
ten cosas que tienen valor aunque no sean deseadas (o preferidas) por alguien.
Del mismo modo, aunque existan algunos individuos que no tengan la posibili
dad de manifestar sus preferencias respecto a determinados valores (piénsese en
quienes viven bajo un régimen de opresión y no tienen al valor de manifestar su
deseo de libertad), nada exime del deber de otorgarles lo que no piden explícita
mente. Y al contrario, existen bienes a los que los individuos creen tener dere
cho y que, sin embargo, no parece que la sociedad les pueda otorgar legítima
mente.
En el ámbito de los derechos el utilitarismo resulta particularmente frágil,
y ello por tres razones concretas. En primer lugar, por su visión más bien res
tringida de la personalidad humana. Como escribió Sen en Utilitarism and he-
yon d (1984): «Esencialmente el utilitarismo considera a las personas como loca
lizaciones de sus respectivas utilidades [...]. Una vez considerada la utilidad de
la persona, el utilitarismo no presta atención a cualquier otra información sobre
ella» (p. 14). En segundo lugar, porque los derechos, en tanto representan áreas
de discontinuidad —es decir, áreas en las que ni siquiera se puede concebir un
trade-off ilimitado entre las alternativas en juego—, no tienen lugar en una es
tructura teórica que postula la continuidad'. Finalmente, la tercera razón tiene
que ver con la ordenación por suma. Claramente, al unir todas las piezas de uti
lidad en una suma total se pierden tanto la identidad de los individuos como su
diferenciación, requisitos obviamente necesarios para que resulte posible una
atribución de derechos.
En definitiva, cualquier intento de introducir los derechos en el cálculo mo
ral debe romper con el utilitarismo. Éste no puede limitarse a afirmar la tesis del
individualismo ético, según la cual todos los individuos, y sólo los individuos,
cuentan, y todos cuentan igualmente. Un individualismo ético aceptable implica
algo más que el respeto a los individuos; implica también el respeto del indivi
duo. Pues hicu. en si; !
exploración de! uinhitn do os derechos, Sen se encout.ro
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 383
1 0 .2 .5 . L a s t e o r ía s e c o n ó m ic a s d e l a ju s t ic ia
siste en establecer las regias fundamentales (la «constitución») dentro de las cua
les los individuos pueden perseguir legítimamente sus propios fines privados.
En su influyente ensayo de 1971, Teoría de la justicia (trad. cast., México,
1993), J. Rawls despertó de nuevo el interés por la línea de pensamiento contrac-
tualista, sugiriendo un procedimiento alternativo al utilitarista para expresar un
juicio de preferencia social entre estados alternativos. Para Rawls, una estructura
distributiva es justa cuando es equitativa, es decir, cuando ofrece las mismas
oportunidades a todos los miembros de la colectividad, a condición de que, si tal
igualdad no existe de hecho, las reglas de juego prevean que la asignación de los
recursos favorezca a los grupos menos aventajados. Este es el sentido del criterio
de elección social denominado maximin: se trata de maximizar el bienestar de los
sujetos que ocupan los estratos más bqjpg de la escala social. Según Rawls, para
llegar a este criterio de elección los sujetos deben distanciarse del conocimiento
de sus propios atributos personales, situándose tras «un velo de ignorancia». De
trás de este velo, todos se hallan en una' «situación originaria» de total igualdad,
en el sentido de que todos poseen la misma información acerca de los efectos
probables de las diferentes normas distributivas sobre su situación futura. Por lo
tanto, la justicia se introduce por medio de la imparcialidad en el proceso de de
cisión colectiva, que opera a través de la información que resulta disponible para
los sujetos en la situación originaria. La teoría de Rawls es típicamente end-state-
orientated, en el sentido de que centra su atención en el «estado final» cuando se
deben establecer evaluaciones.
Un planteamiento alternativo, vinculado a los nombres de Von Hayek y No-
zick —y cuyas raíces se remontan a la tradición liberal—, ha desarrollado una
teoría de la justicia «procedimental», en la que por justicia se entiende el respeto
a las normas y a los procedimientos con los que los sujetos adquieren los recur
sos y los derechos. En su ilustración de la «teoría del título válido» (entitlement
theory), formulada en Anarquía, Estado y utopía (1974; trad. cast., México, 1990),
R. Nozick clarificó los dos principios de justicia que caracterizan su postura filo
sófica: el de justicia en la adquisición (la adquisición inicial de la propiedad debe
realizarse respetando las reglas de juego), y el de justicia en la transferencia (la
transmisión de la propiedad entre sujetos distintos debe realizarse sobre la base
de un derecho válido). Así pues, el planteamiento process-orientated de Nozick re
chaza el consecuencialismo, uno de los pilares del edificio utilitarista según el
cual en una determinada línea de actuación sólo se deben tener en cuenta sus
consecuencias.
También Hayek, en Los fundamentos de la libertad (1960; trad. cast., Ma
drid, 1982), defendió la postura process-orientated: a la hora de juzgar los resul
tados de instituciones sociales como el mercado, hay que atenerse únicamente
al proceso a través del cual se logran dichos resultados; y el proceso es justo si
respeta unas normas con las que estarían de acuerdo individuos racionales y
auto-interesados. Por lo tanto, el proceso justifica el resultado; lo cual equivale a
decir que los medios justifican el fin, y no al revés, como establece la postura
end-state-orientated,
Una manera distinta de plantear el problema de la justicia es la de Sen,
quien, en Sobre la desigualdad económica (1973; trad. cast., Barcelona, 1979) y
C r m n u o d r tie s a n d (" n ic ih ilitie s (1985), centró su análisis en la constatación de que
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 387
ca, incluso en los casos de monopolio o de-oligopolio los precios deberían variar
en función de las diferencias entre la oferta y la demanda; tanto es así que el
«grado de monopolio» medido por el índice de Lerner (definido por la diferencia
entre precio de equilibrio y coste marginal) se expresa en términos de elasticidad
de la demanda. Por el contrario, para los autores, postkeynesianos ios precios del
output vienen determinados por el coste de producción correspondiente a una
tasa normal de utilización de la capacidad productiva y por un m a rk-u p («mar
gen») que se añade a los costes variables. La cuestión es: ¿de qué depende el nivel
del m a rk -u p ?
Los distintos autores han dado respuestas diferentes a esta cuestión. Ya nos
hemos referido a la postura de Kalecki en el apartado 7.4. Según los autores de la
teoría de las barreras de entrada —P. Sylos Labini, J. Bain y F. Modigliarü, de
quienes recordaremos respectivamente: O ligopolio y progreso técnico (1957; trad.
cast., Barcelona, 1966), Barriers to N ew C o m p etitio n (1956) y «New Developments
on the Oligopoly Front» (.J ournal o f P oliíical E c o n o m y , 1958)--, el nivel del m ark-
up viene determinado por la exigencia de prevenir la entrada de potenciales com
petidores en el mercado. Esta es la teoría del precio límite. El nivel de margen de
pende de factores como el grado de concentración del sector, las economías de
escala, la diferenciación del producto, la ventaja en cuanto a costes de las empre
sas existentes frente a las potenciales, etc.
La literatura postkeynesiana ha puesto de relieve otros factores como deter
minantes del m a rk-u p . Particularmente en la década de 1960 la atención se ha
centrado en el estudio de la oferta y la demanda de la financiación necesaria para
las decisiones de inversión. A. S. Eichner, de quien recordaremos The M egacorp
a n d O ligopoly (1976), ha afirmado que, dado que el factor que determina la ex
pansión a largo plazo de la empresa es la autofinanciación, más que la financia
ción externa, el cálculo del m a rk-u p se efectuará teniendo presente dicho objetivo
de expansión de la empresa. La idea de tomar las inversiones como variable fun
damental para la determinación de los precios ha permitido a Eichner sentar las
bases de una nueva fundamentación microeconómica de la dinámica macroeco-
nómica.
En los últimos años, el planteamiento postkeynesiano ha hallado un impor
tante apoyo en el trabajo del historiador de la economía Alfred Chandler, En La
m a n o visible: revo lu ció n en dirección de em presa nortea m erica n a (1977; trad. cast.,
Madrid, 1988), Chandler ha puesto de relieve el hecho de que la práctica del
m a rk -u p p ric in g se ha introducido por las grandes empresas como estrategia de
control financiero sobre las ingentes cantidades de capital fijo que éstas invier
ten. A finales del siglo XIX, las grandes empresas recurrían ya a la integración ver
tical y a la diversificación de los productos, sobre todo en los ámbitos en los que
se producían productos básicos. La evolución posterior de este fenómeno, a par
tir de la década de 1920, supuso la difusión de las actividades de «multi-ínstala-
ción» y «multi-producto». En este contexto, el m a rk-u p p ricing se convierte en el
instrumento operativo con el que las grandes empresas tratan de descentralizar
las decisiones de producción en divisiones y subdivisiones: el precio de cada pro-
dLicio debe ser la] que asegure una tasa de rendimiento «ubre el uubud invertido
en la división que produce aquella mercancía, tasa que debe estar en línea con la
tasa media de rendimiento sobre el capital total invertido por la empresa en su
392 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
cer las leyes de la física o de la geometría. Por supuesto, esta es una defensa muy
débil. ¿Quién asegura que las leyes que inconscientemente sigue el empresario
son precisamente las inventadas por los economistas marginalistas?
Una segunda línea de defensa del marginalismo se fundamenta en la investi
gación empírica. Por ejemplo, J. Early —en «Recent Developments in Cost
Accounting and the Marginal Analysis» (.J ournal o f P olitical E c o n o m y , 1955)—,
basándose en una muestra de 110 sociedades estadounidenses, ha encontrado
que los modernos métodos de contabilidad son capaces de proporcionar informa
ción sobre los costes e ingresos marginales, y que dicha información es de hecho
utilizada por las empresas. Se trata, pues, de una investigación empírica que llega
a conclusiones opuestas respecto a las obtenidas por Hall y Hitch.
Otros autores —entre ellos A. Alchian, de quien recordaremos «Uncertainty,
Evolution and Economic Theory» (J o u rn a l o f P olitical E c o n o m y , 1950)— han re
currido al principio darwiniano de la supervivencia de los más fuertes para con
cluir que las empresas más fuertes —es decir, las que permanecen en el merca
do-— son las que maximizan su beneficio. El medio ambiente económico en el
que operan las empresas seleccionaría aquellas que aspiran a la maximización
del beneficio, mientras que eliminaría a todas las demás. De este modo, según Al
chian el economista puede postular legítimamente que la mejor hipótesis sobre él
comportamiento de la empresa es la de la maximización del beneficio.
Finalmente, una cuarta línea de defensa es la de quienes han afirmado que
las hipótesis en las que se basa la teoría tradicional de la empresa son, en conjun
to, realistas. F. Machlup es el principal exponente de este punto de vista. En
«Marginal Analysis and Empirical Research» (A m erican E c o n o m ic R eview , 1946),
este autor señaló que la evidencia empírica contraria al marginalismo tiene de
masiadas lagunas para que se pueda considerar decisiva. Las declaraciones de los
hombres de negocios —según las cuales el precio se fijaría al nivel del coste me
dio más un margen bruto— no constituyen una prueba contra la regla margina-
lista de la maximización del beneficio. Y ello por la sencilla razón de que los en
trevistados, al no conocer el lenguaje de la teoría económica, se expresarían de
manera impropia. Habría además razones psicológicas que inducirían a los em
presarios a declarar que la maximización del beneficio no figura entre sus objeti
vos: éstos querrían dar una imagen de «honestidad», y mostrar que sus activida
des sirven a un fin social. Para Machlup, lasjrjpótesis en las que se basa la teoría
marginalista de la empresa serían, en conjunto, plausibles. Es cierto que las em
presas no conocen de manera objetiva los costes e ingresos marginales; pero ello
no constituiría un problema grave, dado que una evaluación subjetiva de estas
curvas sería igualmente válida.
En una contribución posterior —«Theories of the Firm: Marginalist, Beha-
vioral, Managerial» (A m erican E c o n o m ic R eview , 1967)-—, Machlup ha tratado de
reconciliar los planteamientos marginalista, gerencial y conductista. Según él, no
habría ningún conflicto radical entre el principio del coste pleno y el marginalis
mo, dado que dicho principio se podría incorporar —como caso especial— a la
teoría marginalista. Mientras que la empresa registra amplios márgenes de bene-
iicio 1iay lugar para los intereses y deseos de los diversos ampos Cjue operan en
ella, precisamente como teorizan ios planteamientos gerencial y conductista;
pero cuando sopla el viento de la competencia y el conflicto interno alcanza nive
396 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
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398 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONOMICO
de los bienes; por lo tanto, puede muy bien suceder que una empresa considere
conveniente producir sus inputs aunque sus costes de transacción sean iguales a
cero y sus costes de administración sean positivos. En esencia, la confusión se de
rivaría del hecho de que se supone que la información necesaria a efectos de
transacción tiene un coste, y que es gratuita cuando se utiliza a efectos de pro
ducción.
La postura de Demsetz puede considerarse una consecuencia natural de la
idea de empresa como «función de producción en equipo» (team production fuñe-
tion), una idea que A. Alchian y H. Demsetz habían formulado en su ensayo de
1972, «Production, Information Costs and Economic Organization», publicado
en American Economic Review. En este trabajo, habían propuesto la tesis de que
la empresa surge de un particular «fallp/kl mercado»: el mercado no lograría or
ganizar de modo eficiente la «producción en equipo» porque no sería capaz de
proporcionar la información suficiente para evaluar la contribución de cada uno
de los factores implicados en la producción.
Además del planteamiento transaccional, la otra gran línea de investigación
en la que se ha articulado el programa neo-institucionalista es la de la teoría de
los derechos de propiedad. Tal como han puesto de manifiesto A. Alchian y
H. Demsetz en «The Property Rights Paradigm» (Journal of Economic Histor}>,
1972), el objetivo de esta teoría es doble: por una parte comparar, en cuanto a su
eficiencia, las consecuencias que diferentes estructuras de propiedad pueden te
ner en la asignación social; por otra —y con carácter más exigente— explicar, ba
sándose en un criterio de eficiencia, qué estructuras de derechos de propiedad se-
determinan endógenamente en una sociedad a partir de una situación inicial
dada.
La idea básica subyacente a esta línea de investigación es que, en las relacio
nes de intercambio que tienen por objeto bienes o servicios, no son precisamente
éstos los que procuran satisfacción (o utilidad) y los que dan un sentido a tales
relaciones. En lugar de ello, lo que realmente cuenta es lo que los agentes tienen
derecho a hacer una vez que han entrado en posesión de los bienes o servicios.
De ello se deriva una visión del intercambio como intercambio de derechos de
propiedad: el valor que un sujeto atribuye a un recurso depende de los derechos
de propiedad que éste le permite exigir. Se trata, entonces, de explicar el desarro
llo en el tiempo de los distintos tipos de derechos de propiedad, y asimismo de
responder a cuestiones tales como: ¿de qué modo la naturaleza de los derechos
de los que un individuo puede disponer influye en su comportamiento?, ¿cuál es
el significado de las distintas estructuras de derechos de propiedad? Finalmente,
y de manera más específica: ¿Cómo explicar el surgimiento de la empresa en
cuanto institución alternativa al mercado recurriendo a las categorías de la teoría
de los derechos de propiedad? Estas son algunas de las preguntas que ha tratado
de responder la reciente propuesta de investigación iniciada por el teorema de
Coase en 1960.
En la formulación originaria de Demsetz, la estructura de derechos que se
observa en la sociedad capitalista es un reflejo de los costes de transacción debi
dos a las asimetrías de información y a.la naturaleza idiosincrásica de las accio
nes en las que se materializan las prestaciones de los sujetos. La teoría más re
ciente de la estructura de propiedad ha abordado el problema de los Factores de
LA TEORÌA ECONÒMICA CONTEMPORÁNEA (III) 405
Cuanto más «ansiosa» está una parte de concluir el acuerdo, más estará dispues
ta a «ceder». El artículo de Ken Binmore «Modeling Rational Players», publicado
en Economics and Philosophy (1987), constituye la referencia más significativa en
este contexto. En este trabajo, la noción tradicional de racionalidad sustantiva se
ha sustituido por la de «racionalidad algorítmica», que recupera y generaliza la
célebre noción de racionalidad, «procedimental» de Herbert Simón, a la que ya
nos hemos referido en el capítulo anterior.
Finalmente, un campo muy reciente de aplicación de la teoría de los juegos
es el de la teoría de la política económica (política monetaria, política fiscal, coo
peración económica internacional...), donde el criterio de perfección de Selten y
el concepto de equilibrio secuencial han encontrado una amplia utilización en re
lación a los conceptos de credibilidad y reputación de «jugadores» como el go
bierno y los sindicatos. Entre los trabajos más importantes sobre este tema, re
cordaremos: R. J. Aumann y M. Kurz, «Power and Taxes» (Econometrica, 1977), y
P. Dubey y M. Shubik, «A Theory of Money and Financial Institutions» (Journal
ofEconomic Theory, 1978).
La mayor fecundidad de las aplicaciones económicas de la teoría de los jue
gos, respecto a las derivadas de otros tipos de instrumentos matemáticos, depen
de tal vez en parte del hecho de que esta teoría no se ha tomado prestada de otras
disciplinas, sino que se ha desarrollado precisamente en el seno de la investiga
ción económica, lo que ha favorecido la elaboración de conceptos y procedimien
tos formales adecuados a las representaciones de los fenómenos de interacción
social y económica.
Sin embargo, no se debe ocultar que existen aún graves limitaciones en los
modelos elaborados en el seno de la teoría de los juegos. Por ejemplo, las deter
minaciones de las nociones más apropiadas de racionalidad individual y de equi
librio de un juego son múltiples y parcialmente arbitrarias. Además, aun después
de haber adoptado una noción bien definida de equilibrio de un juego (por ejem
plo, la de Nash), a menudo queda el problema —especialmente en los superjue-
gos— de la multiplicidad de los resultados que representan equilibrios. En cual
quier caso, sigue siendo cierto que la teoría de los juegos —precisamente debido
a su rigurosa estructura lógica, que permite a los economistas clasificar los dife
rentes tipos de racionalidad y de equilibrio— se va configurando como un plan
teamiento de investigación alternativo al npowalrasiano.
1 1 .2 .3 . «P r o d u c c ió n d e m e r c a n c ía s p o r m e d io d e m e r c a n c ía s »
Todo lo anterior se halla en el libro de Sraffa, pero sólo esbozado en sus lí
neas esenciales, casi en germen. Y no debe sorprendernos que la teoría económi
ca ortodoxa haya necesitado varios años de debate para aceptar sus implicacio
nes teóricas. Sin embargo, aún hay más cosas en Producción de mercancías, y no
hay por qué suponer que sus implicaciones teóricas más importantes son precisa
mente las que la teoría ortodoxa considera como tales. El hecho es que este pro
ducto tardío de la época de la alta teoría es un libro conciso, esencial, compacto,
que no se deja asimilar fácilmente. N>Aesulta fácil determinar cuál es su lugar
apropiado en la historia del pensamiento económico, dada la escasez de referen
cias ofrecidas por Sraffa en relación a sus fuentes. Este es el problema que más
nos interesa aquí: encontrar el lugar apropiado para Sraffa en la historia del pen
samiento económico.
El núcleo del modelo contenido en la primera parte de Producción de mercan
cías lo hemos presentado ya en las dos ecuaciones del apartado anterior. Todo lo
que hemos de hacer es reinterpretar kt como una matriz de coeficientes técnicos
de dimensiones nxn; l^, como un vector de coeficientes de trabajo positivos, y p,
como un vector de precios relativos. Si se conoce w, el sistema de n ecuaciones de
termina simuitáneamente la tasa de beneficio y los precios relativos de n - 1 mer-
CcUlCÍüS.
tas mercancías, ya que las proporciones de utilización del trabajo o de los medios
de producción en las diversas industrias son distintas. Por lo tanto, varían todos
los precios relativos. Entre tasa de beneficio y salario existe una función decre
ciente similar a la representada en la figura 11.1, En general no se trata de una
función lineal, y la curva que la representa podrá tener tantas protuberancias
como el número de mercancías producidas menos una. Por lo tanto, si existen
distintas técnicas podrán darse muchos casos de retorno de técnicas e inversión
del valor del capital. El beneficio no es proporcional a una determinada contribu
ción productiva del capital, concepto —este último— que ni siquiera se puede de
finir en el modelo de Sraffa. Respecto a la distribución, el modelo indica simple
mente que, conocida una de las dos variables distributivas, la otra se determina
residualmente. ■ , ¿r
En la segunda parte de Producción de mercancías se introducen las produc
ciones conjuntas. Esto hace que resulte posible explicar el capital fijo, y las máqui
nas utilizadas en distintas etapas se contemplan como producciones conjuntas de
las industrias que las utilizan cuando tienen menos de un año (un año es la dura
ción del ciclo productivo). Además, se explica también la utilización de muchos ti
pos de recursos naturales. El modelo se hace, así, más complejo, y pierde varias de
las propiedades que tenía bajo la hipótesis de producción única con sólo capital
circulante y trabajo. Sin embargo, no pierde la propiedad esencial: el beneficio no
puede explicarse por la contribución productiva del «factor» capital y su escasez,
sino que queda un excedente, cuyo tamaño depende únicamente de las relaciones
sociales y técnicas con las que se produce «capitalistamente» un output final de
terminado. Este nos parece que es el mensaje fundamental de Sraffa.
De este resultado es del que hay que partir para situar históricamente su
obra. Así, resulta posible rechazar de inmediato las interpretaciones del modelo
de Sraffa que lo convierten en un caso particular de un modelo de equilibrio eco
nómico general neowalrasiano. Estas interpretaciones —entre las que recordare
mos la de Hahn en «The Neo-Ricardians» (Cambridge Journal of Economics,
1982)— son poco significativas, no porque carezcan de fundamento analítico,
sino porque, al centrar la atención en los aspectos formales del modelo, olvidan
su esencia teórica. Desde esta perspectiva, el modelo de Sraffa corresponde a
aquel caso particular de equilibrio intertemporal en el que se obtiene una tasa de
beneficio uniforme. Además, según otra crítica, se trata de un modelo de precios
de «producción » sólo en tanto supone rendimientos constantes de escala y única
mente en la medida en que recurre al teorema de no sustitución. Ahora bien, Sra
ffa no necesita suponer nada respecto a los rendimientos de escala porque estu
dia una economía en la cual la escala de la producción se supone dada. Es cierto,
no obstante, que sería necesario decir algo sobre los rendimientos de escala ape
nas se quisiera renunciar a este supuesto; por ejemplo, cuando se pretendiera es
tudiar los ajustes de los precios de mercado a los de producción, o si se admitiera
la posibilidad de crecimiento, o si se introdujese alguna hipótesis sobre el consu
mo, aun cuando se tratara de una simple función del consumo clásica o keynesia-
na. Y es dudoso que una hipótesis distinta de la de los rendimientos constantes
pueda preservar las propiedades más importantes de la teoría de Sraffa. Pero es
tos son problemas que el autor no se plantea, y no hay razón alguna para evaluar
su teoría cu base a algo que no se menciona en ella.
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 423
sis más útil y profundo sobre Marx y Ricardo. Es interesante observar que el
subproducto en cuestión se traduce en una crítica a las teorías neoclásicas del
capital que se vinculaban —a través de Jevons y Bohm-Bawerk— precisamente a
la teoría ricardiana del valor-trabajo. Por otra parte, la crítica a los vicios analíti
cos de la teoría del valor-trabajo, tanto marxiana como ricardiana, tampoco fue
mucho más que un subproducto: Sraffa la mencionó en su libro, pero dándole
escasa importancia.
En conclusión, nos parece que se puede afirmar que, si bien en lo que se re
fiere a la determinación del beneficio la teoría de Sraffa no dejaba entrever dife
rencias analíticas sustanciales entre Ricardo y Marx, en lo relativo al valor —en
cambio— ésta sólo se puede interpretar de una manera: considerando que «Pre
ludio para una crítica de la teoría económica» vendría a ser como el primer capí
tulo de El capital tal como Marx lo habría escrito si hubiera sido un poco menos
ricardiano y un poco más marxista.
res; de entre todos ellos, y en aras d'e la brevedad, citaremos únicamente uno de
los más interesantes: el de André Gunder Frank, Capitalismo y subdesarrollo en
América Latina (1967). El libro de Baran fue también importante políticamente:
su tesis de que los movimientos de liberación nacional no sólo contribuirían a li
berarse a sí mismos del imperialismo, sino también a liberar a los países imperia
listas del capitalismo, proporcionó un fundamento teórico a una gran parte de los
movimientos tercermundistas de la década.de 1960.
Las tesis de Baran se desarrollaron en la obra El capital monopolista (1966;
trad. cast., México, 1968), escrita en colaboración con Sweezy. Ya hemos hablado
de Paul Malor Sweezy (n. 1910) en el capítulo 8, a propósito de su snmma de la
teoría económica marxista, Teoría del desanollo capitalista, un libro con el que se
han formado varias generaciones de iñtéfectuales marxistas. En aquella obra se
esbozaban ya dos líneas de pensamiento originales de Sweezy, relacionadas con
su personal interpretación de dos leyes de movimiento marxianas: por una parte,
la teoría de la «crisis de realización», que.reconvirtió —también bajo el influjo de
las teorías de origen keynesiano relacionadas con el estancamiento— en una ori
ginal teoría de la depresión desde el punto de vista del subconsumo; por otra, la
ley de la tendencia a la creciente «concentración» y «centralización» del capital,
enriquecida con la experiencia adquirida por su participación en los debates de la
década de 1930 sobre las formas de mercado no competitivas. Como ya hemos
mencionado en el capítulo 10, Sweezy había participado en este debate con una
contribución original, el artículo «La demanda en condiciones de oligopolio»
(.Journal of Political Economy, 1939; trad. cast. en G. J. Stigler y K. E. Boulding,
eds., Ensayos sobre la teoría de los precios, Madrid, 1968), en el que había presen
tado la tesis de la curva de demanda acodada.
En El capital monopolista, estos distintos objetivos de investigación se fusio
naron con la teoría del excedente económico de Baran, y dieron origen a la tesis
de la tendencia al crecimiento del excedente potencial, una tesis que —para los au
tores— había de reemplazar a la ley marxiana de la caída tendencial de la tasa de
beneficio como explicación fundamental de la marcha del capitalismo hacia su
autodestmcción. La acumulación capitalista causaría,-además de una creciente
concentración del capital, un constante aumento de la producción y de la produc
tividad. Dada la desigual distribución de la renta —característica permanente de
las economías capitalistas—, la acumulación crearía también un importante pro
blema de «absorción del excedente» y una carencia permanente de oportunidades
de inversión. La consecuente tendencia al estancamiento podría verse compensa
da por ciertas countervailing influences, como los gastos de ventas, el gasto públi
co, los gastos militares, etc. Pero éstas, por una parte, contribuirían a crear diver
sos problemas de naturaleza política y social, como el despilfarro, la ineficiencia
o las guerras imperialistas; y, por otra, servirían para obstaculizar sólo de manera
transitoria la tendencia intrínseca al estancamiento.
Otro importante economista marxista de este período fue Maurice Herbert
Dobb (19Q0-1976), a cuya obra Economía política y capitalismo, de 1937 (trad.
cast., México, 1966), nos hemos referido anteriormente. En 1946, publicó Estu
dios sobre el desarrollo del capitalismo (trad. cast., Buenos Aires, 1971), un libro
que nutrió a varias generaciones de historiadores de la economía, sobre todo in
gleses, v i me. dio aneen a intensos debates entre historiadores v economistas
O • - -> J 7. -
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 427
tes: «Technical Change and the Rate of Profit» (Kobe University Economic Review,
1961), «A Formal Proof of Marx’s Two Theorems» (Kobe University Economic Re
view, 1972) y «Notes on Technical Progress and Capitalist Society» (Cambridge
Journal of Economics, 1977).
1 1 .3 .2 . P l a n t e a m ie n t o s n e o m a r x ist a s y p o st m a r x ist a s
El año 1968 fue crucial para la evolución del pensamiento marxista. Una po
pulosa generación de jóvenes, libres de ideologías y de partidos, se aproximó re
pentinamente a la política. En todo el mundo, se rebeló contra el autoritarismo,
la opresión y la explotación; y aunque buscaron sus principales referentes cultu
rales en los clásicos antiguos y modernos del pensamiento marxista, no por ello
dejaron de aportar su propio fervor iconoclasta al orden establecido de la doctri
na socialista oficial. En los años siguientes se liberaron energías creadoras y esta
llaron agrios debates teóricos; y ni siquiera lo más «sagrado» salió indemne. De
todo ello surgió una teoría económica postmarxista, o radical political economy, o
economía neomarxista —como se la quiera llamar—, que, no obstante —al me
nos hasta hoy—, no parece que sea mucho más que un archipiélago de teorías
críticas.
No disponemos aquí de suficiente espacio para tratar todo el potencial de
originalidad que surge de este magma teórico. Por ello, y para aludir al menos a
las líneas de investigación que nos parecen más importantes y prometedoras, no
tendremos más remedio que hacer abundante uso de nuestras «tijeras». Así, igno
raremos —con pocas excepciones— el análisis que Uno clasificaría como de «se
gundo nivel», si bien se trata de líneas de investigación interesantes y originales.
Las pocas excepciones a las que aludimos las constituyen algunos importan
tes trabajos que se distinguen por haber innovado el tradicional análisis marxista
sobre algunas cuestiones teóricas de cierto relieve. En primer lugar, La crisis fis
cal del Estado (1973; trad. cast., Barcelona, 1981), de James G’Connor, que rom
pió con las simplificaciones marxistas-leninistas sobre el Estado como «comité
de negocios de la burguesía» para estudiar el papel desempeñado por el Estado
capitalista moderno en el proceso de acumulación y, al mismo tiempo, los efectos
de la lucha de clases en las transformaciones del propio Estado. Después, Labour
and Monopoly Capital (1974), de HarryriBraverman, que abordó el problema de
los efectos de la mecanización y el control gerencia] de las empresas en la trans
formación del proceso de trabajo y la composición de clase en el capitalismo mo
derno. También El moderno sistema mundial (1974-1980; trad. cast., Madrid,
1979-1984), de Immanuel Wallerstein, que innovó el análisis marxiano de la
«acumulación primitiva», formulándo la concepción de un capitalismo que sólo
puede vivir —y, desde sus comienzos, vive efectivamente— como «economía-
mundo», es decir, como un sistema integrado de división internacional del traba
jo. Finalmente, Geometría dell'imperialismo (1978), de Giovanni Arrighi, que re
formuló la teoría marxista del imperialismo según un original esquema general
capaz de explicar; corno casos particulares, tanto el imperialismo de Hobson, Le-
nin y Rosa Luxemburg como ios de la guerra de Victnam \ las «democracias po
pulares».
430 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
la historia con alguna hipótesis fuerte sobre la tendencia secular de la tasa de be
neficio o de la de acumulación, no quedan más que dos caminos: renunciar al
análisis de los fenómenos a largo plazo, o abordarlo en términos de cambio es
tructural recurrente, o —lo que es lo mismo— de ciclo largo.
En efecto, las teorías del cambio estructural aspiran a considerar endógenos
una serie de fenómenos económicos que las teorías ortodoxas tienden a tratar como
parámetros y datos exógenos: la tecnología, las instituciones, las relaciones de clase,
etc. En la medida en que se niega al sistema capitalista la capacidad de mantener de
manera estable y permanente un cierto «régimen» de acumulación —es decir, una
determinada estructura de los parámetros mencionados—, se reconoce la necesidad
de cambios estructurales drásticos. Pero en la medida en que se niega cualquier ten
dencia intrínseca al colapso final, se reconoce también la capacidad de utilizar el
cambio estructural para restablecer las condiciones de acumulación. Por este cami
no se llega directamente a algún tipo de teoría del cambio estructural cíclico; y, del
mismo modo que hay ocuparse de los cambios de las fuerzas fundamentales, se debe
tratar de los ciclos largos. Además, en este nivel de análisis no tiene importancia la
periodicidad que se les atribuya (treinta años, medio siglo...); más aún, ni siquiera es
importante admitir una periodicidad regular. Lo que verdaderamente cuenta es esto:
cualesquiera que sean las propiedades de la configuración estructural que se consi
dere necesaria para sostener la acumulación, se niega la capacidad del sistema de re
producirse indefinidamente. Ello implica que el propio desarrollo es capaz de crear
las condiciones necesarias para modificar sus propias bases, sean éstas sociales, ins
titucionales o tecnológicas.
Este planteamiento metodológico está presente —más o menos consciente
mente— en todas las teorías contemporáneas del ciclo largo. Las diferencias afec
tan únicamente al tipo de cambio estructural en el que se centra la atención y el
tipo de parámetros que las distintas teorías pasan a considerar endógenos. Así, es
posible distinguir (para hacerse al menos una idea) dos grandes grupos de teo
rías. Por una parte, las neo-schumpeterianas (aunque aceptadas también, en los
últimos años, por muchos economistas neomarxistas), que hacen hincapié en el
cambio tecnológico, las oleadas de grandes «innovaciones básicas», los cambios
de los «paradigmas tecnológicos», etc.; por la otra, las teorías neomarxistas en
sentido estricto, en las que los cambios de los esquemas institucionales, el con
flicto de clase, etc., pasan a ser considerados endógenos. En este último grupo in
cluimos también algunas versiones de”'la' teoría de la «regulación», las cuales
—dado el énfasis que ponen en la tendencia de los «regímenes de regulación» a
crear las condiciones de su propio cambio de forma a largo plazo— nos parece
que no pertenecen propiamente al grupo de doctrinas de los estadios del creci
miento, sino más bien a las del ciclo largo. Por otra parte, creemos que los recien
tes estudios de los economistas neomarxistas sobre el carácter recurrente del
cambio estructural reabsorben no sólo el antiguo interés por las «leyes de movi
miento» tendencial, sino también el relativo a las «fases del desarrollo».
Por último, debemos mencionar un planteamiento teórico que ha tomado
cuerpo en la década de 1970 y 1980, y que hoy se conoce como «nuevo institucio-
nalismo europeo». Es importante no confundirlo con el neo-institucionalismo es
tadounidense (del que ya tiernos hablado en el apartado i 1.2.2), sobre todo por
que no ha surgido —como éste— de la economía neoclásica. Bien al contrario, se
434 ' PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
1 1 .3 .3 . C uatro e c o n o m is t a s « in c ó m o d o s »
Hirschman (n. 1915) y Richard Murphy Goodwin (n. 1913). Los hemos agrupado
porque estamos convencidos de que, en el fondo, su «resistencia» a dejarse clasi
ficar constituye una característica que los une y los califica mucho más clara
mente de lo que puede parecer a primera vista. Y los hemos incluido entre los
«herejes» porque creemos que, entre las cualidades que los unen, no es la menos
importante el gusto por la «herejía».
Nicholas Georgescu-Roegen, tras iniciar su carrera en Rumania como esta
dístico matemático, pasó e estudiar economía en Harvard, en 1934-1936, donde
fue discípulo de Schumpeter. La primera fase de su trabajo económico tuvo por
objeto la teoría del consumidor, el análisis input-output y la teoría de la produc
ción en general. En esta fase publicó los fundamentales ensayos «The Puré
Theory of Consumer Behaviour» (Quarterly Journal of Economics, 1936) y
«Choice, Expectations and Measurability» (Quarterly Journal of Economics,
1954). El primer artículo, que trataba del problema de la integrabilidad en la
teoría de la demanda, contenía dos resultados importantes: la demostración de
que las variedades integrales no coinciden necesariamente con las variedades de
indiferencia (de ahí la distinción entre integrabilidad en sentido matemático e
integrabilidad en sentido económico), y la demostración de que los dos tipos de
variedad pueden reducirse a uno solo en presencia del postulado de transitivi-
dad de las preferencias. De este modo, Georgescu ponía fin a la discusión inicia
da por Pareto y Volterra acerca de la posibilidad de remontarse a la función (or
dinal) de utilidad del consumidor a partir de la observación de sus opciones de
mercado. El segundo artículo abordaba el problema de la no existencia del
mapa de indiferencia del consumidor en presencia de una estructura preferen-
cial de tipo lexicográfico. Georgescu concentró sus críticas en la que denomina
ba «la falacia ordinalista»: a pesar de las apariencias, el planteamiento ordinalis-
ta no se diferenciaría sustancialmente del cardinalista, y, por lo tanto, el paso
del segundo al primero no constituiría un avance teórico real, como habían creí
do Robbins y otros.
En otro frente de investigación, hay que mencionar tres trabajos. Uno es el
relativo al teorema de no sustitución, del que ya hemos hablado y que Georgescu
fue el primero en descubrir. Los otros dos se refieren a dos de los problemas más
inabordables de la dinámica macroeconómica: el de no linealidad y el de discon
tinuidad, que afrontó en «Relaxation Phenomena in Linear Dynamic Models»
(publicado en Activity Analysis of Produótlon and Allocation, ya citado). En este
ensayo, y basándose en una innovadora aplicación de la teoría de las oscilacio
nes, Georgescu proporcionó un resultado fundamental para indagar los cambios
de régimen.
La segunda fase del trabajo científico de Georgescu se inició con el famoso
ensayo metodológico de 1966, Analiíical Economics: Issues and Problems, un li
bro que contenía una despiadada crítica de la «economía estándar». La principal
acusación consistía en haber reducido el proceso económico a una «analogía me
cánica» y haber confinado la teoría económica al ámbito de aplicación de la me
cánica racional. El ensayo proponía una nueva alianza entre la actividad econó
mica y el medio ambiente natural, propuesta que en los años posteriores se con
vertiría en su «programa bioeeunómico». La ciare de este ambicioso proyecto
hay que buscarla en la ley de la entropía, «la más económica de las leyes físicas»;
436 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
la reflexión sobre esta ley llevó a Georgescu a indagar acerca de las condiciones
de supervivencia del género humano. A caballo entre la economía y la termodiná
mica, en la obra The Entropy Law and the Economic Process (1971) formuló una
nueva ley, la «cuarta ley de la termodinámica», relativa a la imposibilidad del mo
vimiento perpetuo del tercer tipo, definido como un sistema cerrado capaz de
realizar trabajo indefinidamente a un nivel constante. La implicación económica
de esta ley consiste en el rechazo del «dogma energético»; según este dogma,
«sólo la energía cuenta», mientras que la «materia» no se considera para nada.
Esta línea de pensamiento desembocó más tarde en el modelo de «fondos y flu
jos», presentado en Energy and Economic Myths (1976). Dicho modelo constituía
una alternativa radical tanto al modelo de la función de producción como al del
análisis de actividad, ambos consider&deé incapaces de tener en cuenta el papel
desempeñado por el elemento tiempo en la actividad productiva. En el transcurso
de los últimos años, el modelo de fondos y flujos ha sido objeto de una creciente
atención tanto por parte de los economistas teóricos como de los analistas de la
organización productiva. Finalmente, recordaremos el largo ensayo introductorio
que escribió Georgescu en 1983 para la edición inglesa del famoso libro de
Gossen, The Laws of Human Relations and the Rules of Human Action Derived
Therefrom, un ensayo que es mucho más que una espléndida biografía intelec
tual, y que demuestra no sólo la profundidad y amplitud de la cultura económica
de Georgescu, sino también su extraordinaria capacidad de superar los angostos
límites a los que la ciencia oficial a menudo confina el discurso económico. Esto
puede ayudar a comprender el generalizado fin de non-recevoir de la profesión
respecto al mensaje crítico de Georgescu; el mensaje de un autor que no se deja
aprisionar fácilmente en ninguna escuela de pensamiento.
Pasemos ahora a Galbraith, sin duda el exponente más representativo
—pero también el más original— del pensamiento institucionalista contemporá
neo (que no se debe confundir con el planteamiento neo-institucionalista); una
corriente de pensamiento que cuenta entre sus principales representantes con
John Adams, Kenneth Boulding, Alian Gruchy, Warren Samuels, Daniel Fusfeld y
Paul Strassman, y que tiene en el Journal of Economic Issues su más prestigiosa
tribuna crítica. Siguiendo los pasos de Veblen, y basándose en una particular lec
tura del pensamiento keynesiano, Galbraith ha explorado la naturaleza societaria
y los métodos de planificación del sistema de las empresas, además de la influen
cia de lo que considera «los imperativos tecnológicos»; pero se ha ocupado tam
bién de la formación social de las preferencias individuales, de la interacción en
tre esfera privada y esfera pública, y de las fuerzas que influyen en la formación
de las opiniones en el sector público.
En El capitalismo americano (1961; trad. cast., Barcelona, 1968), Galbraith
propuso la teoría del countervailing power («poder compensador»). Según esta
teoría, una manera de mantener en equilibrio un sistema social —reduciendo las
desigualdades, las injusticias y el grado.de explotación— consiste en compensar
el exceso de poder detentado por determinados grupos socioeconómicos (grandes
empresas, cárteles, patronales, etc.) permitiendo la constitución de otros grupos
de poder con intereses contrapuestos. Se trata de una teoría plena de realismo y
sensatez, pero que no ha encontrado espacio —ni podía encontrarlo— en el seno
d e l sistema tenrmo En lo trilogía integrada por J,a sociede,7 ■ rain ¡la
n e o , b is ic o .
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 437
(1958), El nuevo Estado industrial (1967; trad. casi., Barcelona, 1980) y La econo
mía y el objetivo público (1973; trad. cast., Barcelona, 1981), Galbraith sostiene vi
gorosamente la tesis de que la «mano invisible» está lejos de tener los beneficio
sos efectos que le atribuyen los teóricos del laissez faire. Por el contrario, conduce
a una exacerbación de las desigualdades en la distribución de la renta, al predo
minio de los intereses privados sobre los públicos, al subdesarrollo y a la «mise
ria» de la economía pública y, finalmente, a una disminución del nivel de investi
gación y desarrollo. Esta última actividad desempeña un papel fundamental en el
proceso de desarrollo económico; y para Galbraith es un hecho que una gran par
te de dicha actividad, sobre todo la que resulta verdaderamente útil desde el pun
to de vista del progreso económico, se desarrolla en el seno de las grandes empre
sas. En parte por esta razón, Galbraith se ha mostrado bastante escéptico respec
to a la eficiencia y la utilidad de las políticas antitrust. Según él, resulta más útil
la planificación estratégica, un tipo de intervención pública en el ámbito econó
mico que no aspire a coartar la actividad privada, sino a coordinarla y a adaptar
la al servicio del interés público. En dos trabajos más recientes, La pobreza de las
masas (1979; Barcelona, 1982) y The Anatomy of Poverty (1983), Galbraith ha se
guido avanzando por este camino, propugnando una intervención pública orien
tada principal y sistemáticamente a lá redistribución de la renta en favor de los
estratos más pobres de la sociedad.
El otro gran maître à penser de la izquierda liberal estadounidense contem
poránea es Albert Hirschman. Graduado en Trieste, en 1937, se ocupó inicial
mente de estadística demográfica y de economía italiana. En la memoria «Le
contrôle des changes en Italie» (1939), Hirschman desarrolló una labor de docu
mentación muy atenta a la realidad italiana de la época, mientras que en su pri
mer libro, La potencia nacional y la estructura del comercio exterior (1945; trad.
cast., Madrid, 1950), trató de los aspectos históricos y teóricos de la relación en
tre poder nacional y estructura del comercio exterior, con una referencia explícita
a la política de la Alemania nazi. Ya en estos trabajos, Hirschman adoptaba una
posición crítica respecto a algunos de los fundamentos teóricos de la doctrina
económica dominante; no obstante, en el desarrollo de sus tesis siguió utilizando
la estructura analítica de la teoría ortodoxa, casi como si quisiera demostrar su
potencial aplicado a objetos de conocimiento alternativos. En La estrategia del de
sarrollo económico (1958; trad. cast., México, 1961) —una de sus obras más im-
portantes—, así como en Estadios de política económica en América Latina. En
ruta hacia el progreso (1963; trad. cast., Madrid, 1963), Hirschman propuso, para
afrontar los problemas de los países en vías de desarrollo, un análisis realmente
alternativo al ortodoxo. La estrategia se centra en la «búsqueda del primum mo-
vens», o de las condiciones históricas, psicológicas y antropológicas del desarro
llo económico. Las conclusiones a las que llegó fueron que el desarrollo es posi
ble incluso en presencia de recursos naturales escasos; que, en condiciones apro
piadas, todos los pueblos pueden aprender las aptitudes productivas; que no es
cierto que el ahorro sea crónicamente insuficiente, ni que lo sea la capacidad em
presarial. Más importante es el hecho de que el desarrollo depende de la capaci
dad de movilizar recursos y aptitudes «ocultos, dispersos v mal utilizados». El
análisis del desarrollo elaborado por Hirschman se basó en la observación de ios
aspectos sociales y políticos de la realidad objeto de estudio, una línea de investí-
43 8 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
económicos de la gran crisis; más tarde estudió con Harrod en Oxford, donde leyó
las pruebas de imprenta de la Teoría general, que le fascinó. De nuevo en Harvard,
en 1938 siguió los cursos de Schumpeter y Leontief. Tras doctorarse en esta Uni
versidad en 1941, enseñó física y matemática aplicada hasta 1945, y economía
hasta 1950. Posteriormente se trasladó a Europa, donde ha impartido la docencia
en Inglaterra y en Italia.
Marx y Schumpeter fueron sus dos grandes mentores intelectuales: «sólo Marx
había entendido la verdad [...] sólo Schumpeter había tomado en serio a Marx», es
cribió en el prefacio a la edición italiana de Essays in Economic Dynamics (1982,
pp. 12-13). Este libro contiene lo mejor de la contribución de Goodwin a la teoría
economía dinámica, mientras que Essays in Linear Economías (1983) contiene lo
mejor de su trabajo en el ámbito de los modelos lineales multisectoriales. Aquí úni
camente podemos recordar algunos —los más importantes— de dichos ensayos.
' En primer lugar, en el ámbito de la teoría del ciclo, citaremos «The Non-Li
near Accelerator and the Persistence of Business» (Econometrica, 1951), donde
Goodwin trataba de resolver un problema fundamental de las teorías del ciclo ba
sadas en la interacción entre multiplicador y acelerador, el de la «no persisten
cia». Goodwin entendió que este problema estaba esencialmente vinculado al ca
rácter lineal del modelo. Lo resolvió precisamente introduciendo la no linealidad,
y obtuvo las oscilaciones de «relajación»: la economía se expande hasta alcanzar
el pleno empleo o la plena utilización de las instalaciones; después de esto, se «re
laja» y entra en una fase depresiva, en la que permanecerá hasta alcanzar un ni
vel nulo de inversión bruta.
Probablemente más importante aún es el modelo elaborado en el artículo
«A Growth Cycle» (en C. H. Feinstein, Socialism, Capitalism and Economic
Growth, 1967), en el que Goodwin utilizó las ecuaciones de Volterra para forma
lizar la teoría marxiana del ciclo. El modelo se basa en la idea de que la causa
principal del ciclo reside en la relación de conflicto y de dependencia que une a
las dos clases sociales fundamentales de la economía capitalista. Cada una de
ellas trata de aumentar las dimensiones de su porción del pastel. Pero las reglas
del juego imponen que ninguna de las dos pueda quedarse con el pastel entero:
ninguna de las dos porciones puede aumentar indefinidamente a expensas de la
otra. A largo plazo, ambas porciones serán constantes; a corto plazo, oscilarán.
El mecanismo que asegura la oscilación lo constituyen los efectos negativos del
aumento de la cuota de salarios en las inmersiones, y los de la disminución de las
inversiones en el desémpleo.
Estos dos artículos revelan, respectivamente, las influencias harrodiano-
keynesiana y marxista en la formación de Goodwin. La influencia schumpeteria-
na se hace patente en otro artículo, «Innovations and the Irregularity of Econo
mic Oyeles» (Review of Economics and Statistics, 1946), cuya importancia teóri
ca —según una interpretación reciente— residiría en haber mostrado el efecto
de «resonancia» que la irregularidad de las inversiones innovadoras provocaría
en el movimiento cíclico. En «Dynamical Coupling with Special Reference to
Markets Having Production Lags» (Econometrica, 1947), Goodwin trató de ex
plicar la coexistencia de ciclos de distinta periodicidad, acoplando las ecuacio
nes del ciclo de los negocios con las del ciclo de la construcción. En una época
más reciente, ha utilizado este mismo acoplamiento dinámico para insertar un
440 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO
Referencias bibliográficas
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INDICE
2.2.3. El valor................................................................................................... 69
2.2.4. Mercado y competencia........................................................................ 72
2.2.5. Las dos almas de S m ith ........................................ ............................... 73
2.3. La ortodoxia smithiana....................................................................................... 77
2.3.1. Una época de optimismo ...................................................................... 77
2.3.2. Bentham y el utilitarismo...................................................................... 78
2.3.3. Los economistas smithianos y S a y ........... ........................................... 79
Referencias bibliográficas................................................................................................. 81
3. De Ricardo a M ili.................................................................................................... 83
3.1. Ricardo y Malthus ................................................................................................. 83
3.1.1. Treinta años de crisis.............................................................................. 83
3.1.2. Las leyes sobre el trigo . .......................................................... 84
3.1.3. La teoría de la renta de la tierra....................: ..................................... 85
3.1.4. Beneficios y salarios.............................................................................. 88
3.1.5. Beneficios y sobreproducción................................................................ 89
3.1.6. Discusiones sobre el valor...................................................................... 90
3.2. La desintegración de la economía política clásica en la época de Ricardo . . . 93
3.2.1. Los ricardianos, el ricardismo y la tradición clásica............................. 93
3.2.2. La reacción anti-ricardiana................................................................... 96
3.2.3. Cournot y Dupuit.................................................................................... 98
3.2.4. Gossen y Von T hünen........................................................................... 100
3.2.5. Los románticos y la escuela histórica alemana...................................... 102
3.3. Las teorías de la armonía económica y la síntesis milliana . ■............................. 104
3.3.1. La «era del capital» y las teorías de la armonía económica................. 104
3.3.2. John Stuart M ili.................................................................................... 106
3.3.3. Salario y fondo de salarios...................................................................... 108
3.3.4. Capital y fondo de salarios .•....................... : ........................................ 111
3.4. Teorías y debates monetarios en Inglaterra en la época de la economía clásica . 114
3.4.1. El Restriction A c t ............................................................. 114
3.4.2. El Bank Charter Act .............................................................................. 118
3.4.3. Henry Thornton ..................................................................................... 122
3.4.4. Mili y el dinero....................................................................................... 124
Referencias bibliográficas................................................................................................ 127
4. El pensamiento económico socialista y M a rx ................................................. 129
4.1. De la utopía al socialismo . . . ......................................................................... 129
4.1.1. Nacimiento del movimiento obrero....................................................... 129
4.1.2. Las dos caras de la utopía...................................................................... 130
4.1.3. Saint-Simon y Fourier........................................................................... 131
4.2. Teorías económicas socialistas........................................................................... 134
4.2.1. Sismondi, Proudhon, Rodbertus .......................................................... ,134
4.2.2. GodwinyOwen .................................................................................... 135
4.2.3. Socialistas ricardianos y afin es.................' ......................................... 136
4.3. La teoría económica de Marx .............................................................................. 138
4.3.1. Marx y los clásicos................................................................................. 138
4.3.2. Explotación y valor . . . . '...................................................................... 141
4.3.3. La transformación de los valores en precios......................................... 144
4.3.4. Equilibrio, ley de Say y crisis . . . '....................................................... 147
4.3.5. Los salarios, el ciclo económico y las «leyes de movimiento»
do la economía capitalista . . ............................................................. 148
ÍNDICE 445
4.3.6. Aspectos monetarios del ciclo y de la crisis........................................ 151
Referencias bibliográficas.......................................................................................... 154
5. El triunfo del utilitarismo y la revolución m arginalista............................. 155
5.1. La revolución marginalista.............................................................................. 155
5.1.1. El giro de las décadas de 1870 y 1880 ................................................. 155
5.1.2. El sistema teórico neoclásico............................................................. 157
5.1.3. ¿Fue una auténtica revolución?.......................................................... 160
5.1.4. Las razones de un é x ito ..................................................................... 162
5.2. William Stanley Jevons.................................................................................... 165
5.2.1. El cálculo lógico en economía............................................................. 165
5.2.2. Salario y trabajo, interés y capital....................................................... 168
5.2.3. - La economía historicista inglesa . ................................................. 171
5.3. LéonWalras..................................................................................................... 172
5.3.1. La visión walrasiana del funcionamiento del sistema económico . . . 172
5.3.2. El equilibrio económico general.......................................................... 175
5.3.3. Walras y la ciencia económica pura ..................................................... 179
5.4. Cari Menger..................................................................................................... 180
5.4.1. El nacimiento deja escuela austríaca y el Methodenstreit ................. 180
5.4.2. Importancia del principio de la utilidad marginal en Menger............ 183
Referencias bibliográficas........................................................................... : . 184
6. La construcción de la ortodoxia neoclásica................................................. 187
6.1. La Belle É poque ................................................................................................ 187
6.2. Marshall y los neoclásicos ingleses ................................................................... 189
6.2.1. Alfred Marshall................................................................................... 189
6.2.2. Competencia y equilibrio en Marshall .............................................. 191
6.2.3. La filosofía social de Marshall............................................................. 193
6.2.4. Pigou y la economía del bienestar....................................................... 195
6.2.5. Wicksteed y «el agotamiento del producto»........................................ 196
6.2.6. Edgeworth y la negociación................................................................ 198
6.3. La teoría neoclásica en Estados Unidos.......................................................... 200
6.3.1. Clark y la teoría de la productividad m arginal................................... 200
6.3.2. Fisher: elección intertemporal y teoría cuantitativa del dinero . . . . 203
6.4. La teoría neoclásica en Austria y Suecia.......................................................... 205
6.4.1. La escuela austríaca y el subjetivismo................................................. 205
6.4.2. La escuela austríaca confluye ej} ej mainstream ................................ 207
6.4.3. Wicksell y el nacimiento de la escuela su eca...................................... 209
6.5. Pareto y los neoclásicos italianos ...................................................... . . . . 214
6.5.1. De la utilidad cardinal al ordinalismo................................................. 214
6.5.2. Criterio paretiano y nueva economía del bienestar............................. 217
6.5.3. Barone, Pantaleoni y el «paretaio» .................................................... 218
Referencias bibliográficas................................; ................................................ . . 221
7. Los años de la alta teoría ( I ) .................... ...................................................... 223
7.1. Problemas de dinámica económica................................................................ 223
7.1.1. «Economic hará times...» ..................................................................... 223
7.1.2. El dinero en desequilibrio.................................................................. 225
7.1.3. La escuela de Estocoimo..................................................................... 227
7.1.4. Producción y gasto.............................................................................. 230
446 ÍNDICE-