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Ernesto Serenanti

Stefano Zamagni

Panorama
de historia
del pensamiento
económico

Barcelona
Diseño cubierta: Nacho Soriano
Título original:
An Outline of the History
of Economic Thought
Traducción de
F rancisco J. R amos
Revision técnica de
S alvador A lmenar , P ablo C ervera
y V icente L lombart
de la Uni versidad de Valencia

1.“ edición: febrero 1997

© Ernesto Screpanti and Stefano Zamagni 1993 f


This translation o f Outline of the History of Economic Thought
by Ernesto Screpanti and Stefano Zamagni
originally published in English in 1993
is published by arrangement with Oxford University Press

Derechos exclusivos de edición en español


reservados para todo el mundo
y propiedad de la traducción:
© 1997: Editorial Ariel, S. A.
Córcega, 270 - 08008 Barcelona

ISBN : 84-344-2114-3

Depósito legal: B . 2.661 - 1997

Impreso en España

1997. - Romanya/Valls
Verdaguer, 1 - Capellades
(Barcelona)

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño


de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida
en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico,
químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia,
sin permiso previo del editor.
SU M A R IO

Prólogo a la primera edición


Introducción
1. Nacimiento de la economía política
2. La revolución del laissez faire y la economía srnithiana
3. De Ricardo a Mili
4. El pensamiento económico socialista y Marx
5. El triunfo del utilitarismo y la revolución marginaiista
6. La construcción de la ortodoxia neoclásica
7. Los años de la alta teoría (I)
8. Los años de la alta teoría (II)
9. La teoría económica contemporánea (I)
10. La teoría económica contemporánea (II)
11. La teoría económica contemporánea (III)
)
I
/ // \

I
i
PRÓLOGO A LA PRIM ERA EDICIÓN

La experiencia en la docencia de la economía política y de su historia nos ha


enseñado algo: que si alguna vez se ha podido justificar que ambas materias se
mantuvieran separadas, ciertamente hoy esto no es posible. Ante la crisis de las
ortodoxias teóricas de las décadas de 1950 y 1960, la exuberancia de innovacio­
nes de los últimos veinte o treinta años, los numerosos redescubrimientos moder­
nos de antiguos conocimientos, el economista que pretenda enseñar hoy las «ins­
tituciones» de la economía se halla con grandes dificultades. Así, cada vez es ma­
yor la exigencia de enseñar la teoría económica concediendo la debida atención a
su historia. Esta es la exigencia que queremos satisfacer con este libro, lo cual
dice ya mucho acerca de la manera en que ha sido concebido: tratando de pre­
sentar las antiguas teorías no como algo muerto, sino como algo actual, y, unido
a lo anterior, intentando presentar las teorías contemporáneas no como verdades
adquiridas, sino también como historia.
En cualquier caso, hemos procurado' resistirnos a la doble tentación de re­
leer el pasado sólo en función del presente y de explicar el presente sólo por el
pasado; o bien, para ser más precisos; de buscar en las teorías antiguas anticipa­
ciones de las actuales, y de explicar estas últimas como simples acumulaciones
de conocimientos. Por otra parte, no sólo hemos tratado de distanciarnos de las
trivializaciones implícitas en las grandes alternativas historiográficas —como en­
tre historia «externa» e historia «interna», o entre «continuismo» y «catastrofis­
mo»—, sino que también hemos intentado evitar la contraposición que existe,
aún hoy, entre los historiadores del pensamiento «puros», que se dedican sólo a
la descripción de los «hechos» acaecidos, y los teóricos «puros», los cuales se in­
teresan únicamente por la evolución déla estructura lógica de las teorías. Una di­
cotomía, nos parece, que impone a unos y a otros simplificaciones distorsionado-
ras. Somos del parecer de que el conocimiento del «medio» en el que se ha for­
mado determinada teoría es tan importante como el de su estructura lógica; y no
aceptamos que el discurso sobre el «surgimiento» de las teorías deba considerar­
se como una alternativa al discurso sobre su lógica interna. Así, este compendio
de historia no pretende ser ni una relación de descubrimientos, ni una galería de
retratos.
Al haber optado por dar el debido relieve histórico también a las teorías con­
temporáneas, en seguida se nos ha planteado el problema de establecer un térmi­
no final para nuestra relación. El criterio para identificar dicho término necesa­
riamente había de ser subjetivo, y nosotros lo hemos fijado, convencionalmente,
en la década de 1970. Sin embargo, nos hemos reservado ei privilegio de trans­
10 PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

gredir esta regla cada vez que lo hemos considerado inevitable; por ejemplo, en
los casos de investigaciones y debates que han producido resultados importantes
en la década de 1980, pero que se habían planteado anteriormente. La única pre­
caución que hemos tomado en tales casos ha sido la de evitar citar nombres y tí­
tulos, aunque siempre con las debidas excepciones, y la de limitarnos a indicar
únicamente las líneas esenciales de los desarrollos teóricos más recientes.
Al lector habituado a los tradicionales libros de historia le podrá sorprender
el gran espacio que hemos dedicado al pensamiento contemporáneo (grosso
modo, el del último medio siglo): éste ocupa casi la mitad de las páginas de un li­
bro, que, en conjunto, resulta más bien conciso. Pues bien: pensamos que, si hay
algún desequilibrio de este tipo, seguramente consiste en haber dedicado a las
teorías contemporáneas menos espacio tléf que merecen. La investigación histo-
riográfica «cuantitativa» ha demostrado que, cualquiera que sea el índice que se
utilice para medirla, la producción científica ha crecido a un nivel exponencial en
los últimos cuatro o cinco siglos, con la sorprendente consecuencia de que segu­
ramente más del 70 % de los científicos que han vivido en todas las épocas son
contemporáneos nuestros, y tal vez muchos más. Hemos seguido, pues, un crite­
rio prudente al decidir reservar a las teorías contemporáneas un espacio muy in­
ferior al 70 %.
Finalmente, no hemos querido sustraernos a ciertas dificultades —o, mejor
dicho, a ciertas responsabilidades—, necesariamente ligadas al propósito de tra­
tar el presente como historia. Somos perfectamente conscientes de los peligros
inherentes a la aspiración de ser sabios en el sentido de William James, para
quien «el arte de ser sabios es el arte de conocer lo que hay que omitir». Y sabe­
mos muy bien que estos peligros se vuelven tanto mayores cuanto más nos acer­
camos al presente, cuanto menor es el distanciamiento con el objeto tratado,
cuanto más vasta es la materia en la que se debe escoger qué hay que omitir. Sin
embargo, creemos que se trata de peligros y responsabilidades que no es posible
eludir. Al final, no sabemos si hemos conseguido ser sabios precisamente en ese
sentido, ni en qué medida; pero de algo estamos seguros: de que, si lo omitido en
este libro es mucho, la limitación resultante se justifica, o más bien se hace nece­
saria, por la importancia de la materia que de esta manera hemos tratado de pre­
cisar.
La obra no está dirigida a un público especializado, pero tampoco única­
mente a los estudiantes. Aspiramos a llegar también a las personas cultas, o, me­
jor, a las que desean cultivarse. Así, no se requiere una preparación científica es­
pecial para leerla; sin embargo, un conocimiento básico de los fundamentos del
discurso económico, especialmente de los grandes temas de la micro y la macro-
economía, hará más fácil su comprensión. Esto es cierto, si no para toda la obra,
al menos para su mayor parte. Quedan algunos pasajes, sobre todo cuando se lle­
ga a las teorías contemporáneas, cuyas dificultades analíticas no pueden eludirse
si no se quiere caer en un exceso de simplificación que resultaría distorsionante.
En estos casos, que de todas formas hemos tratado de reducir al máximo, hemos
optado por evitar la trivialización; y por pedirle al lector un pequeño esfuerzo su­
plementario.
Los, conocimientos del público al que se dirige la obra pueden ayudar a en­
tender distintos aspectos de su estructura: por ejemplo, la decisión de no cargar
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN 11

el texto con el habitual aparato de notas a pie de página, decisión que a menudo
nos ha supuesto una limitación, pero que esperamos redunde en beneficio del
lector; o también las bibliografías presentadas al final de cada capítulo, confec­
cionadas sin ninguna pretensión de exhaustividad, y que contienen, además de
los textos de los que se han extraído las citas, únicamente obras escogidas con el
fin de proporcionar al lector una guía para una ulterior profundización.
Finalmente, deseamos expresar nuestro agradecimiento, aunque sin atri­
buirles ninguna responsabilidad, a los colegas y amigos que amable y generosa­
mente han aceptado leer y comentar una primera redacción del libro o parte de
ésta: Duccio Cavalieri, Marco Dardi, Franco Donzelli, Riccardo Faucci, Giorgio
Gattei, Vinicio Guidi, Vera Negri Zamagni, Fausto Panunzi, Fabio Petri, Pier Lui-
gi Porta, Piero Roggi, Pier Luigi Sacco, Piero Tani y Franco Volpi.
E rnesto S crepanti
S tefano Z amagni
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INTRODUCCION

Épocas de teoría económica


Una de las tesis más interesantes —aunque también de las más controverti­
das— que sostiene Schumpeter en la Historia del análisis económico es que la
evolución de las ideas económicas no avanza de modo uniforme, sino a saltos, a
través de una sucesión de épocas de revolución y de consolidación, de confusión
de lenguas y de «situaciones clásicas». Es también una de las más útiles para el
historiador del pensamiento económico, ya que, de ser válida, le ofrecería la ven­
taja de poder disponer de un criterio claro de organización de la materia. En
efecto, esta tesis conduce inmediatamente a una periodificación casi natural de la
historia del pensamiento económico; una periodificación basada precisamente en
la sucesión de «situaciones clásicas» o de las épocas de revolución. Aquí aprove­
charemos esta ventaja y, aun compartiendo con Schumpeter la idea de que cual­
quier periodificación, «aunque se base en hechos documentables», no debe to­
marse «demasiado en serio» (p. 52), trataremos de elaborar una inspirada en su
idea.
La moderna ciencia económica arranca de una primera gran revolución teó­
rica verificada, grosso modo, en el período de 1750-1780. Una época de grandes
rupturas con la tradición; una época que, iniciada con Galiani, Beccaria y Hume,
y pasando por Genovesi, Verri, Oríes, Steuart, Anderson, Condíllac, Mirabeau,
Quesnay, Turgot y todo el movimiento fisiocrático, llegó finalmente a la Riqueza
de las naciones. Un flujo caótico de ideas audaces y geniales que, a pesar de la di­
versidad y los contrastes de los diversos planteamientos, partía de algunos temas
fundamentales, comunes a muchos de atfu'ellos autores: la rebelión contra el mer­
cantilismo, la percepción o el presentimiento de una revolución in fieri en la es­
tructura económica de la sociedad, la fe en las leyes naturales y en la posibilidad
de comprenderlas científicamente, y, sobre todo, el credo del laissez faire, el cual,
aunque profesado sólo por algunos de los economistas mencionados, pronto se
convertiría en el fundamento ideológico de la nueva ciencia.
La Riqueza de las naciones fue la suprema síntesis de toda esta labor. Des­
pués de ella, durante dos décadas —como sugiere Schumpeter— hay «poco que
destacar por lo que se refiere al trabajo analítico» (p. 379). En realidad, la recupe­
ración se verificó con la «nueva economía», inmediatamente después del final de
las guerras napoleónicas, y fue Ricardo quien la inició. Éste, lejos de ser un discí­
pulo servil de Smith, se propuso «concentrar todo el talento» en los argumentos
icapeciu u ios oLíales sus opimo ues '■■el ¡Losan de a: - -..e a.; so sauce <ja': :n(!sdosv'. v
14 INTRODUCCIÓN

la mayor autoridad era en aquel momento la Riqueza de las naciones, el manual


al que recurrían todos los estudiosos de economía política. '
Con Ricardo se inició una larga serie de grandes innovadores. Baste citar al­
gunos nombres, entre los más significativos: Sismondi, Malthus, Torrens, Bailey,
Hodgskin, -Tliünen, Longfield, Rae, Sénior, Cournot, .Dupuit, List, Jones, Roscher.
El período de 1815-1845 fue uno de los más ricos en la historia del pensa­
miento económico; por no hablar de la historia del pensamiento socialista
(Owen, Saint-Simon, Fourier, Cabet, Blanqui, Rodbertus, Proudhon: todos ellos
trabajaron en este período). Y fue una época de crisis, como testimonia la hetero­
geneidad de las corrientes teóricas que se disputaban el terreno: la ricardiana; la
socialista ricardiana; las socialistas continentales; la «reacción anti-ricardiana»,
la más heterogénea de todas, que sólo ey pest se puede agregar como precursora
de la revolución marginalista; y, finalmente, la de la antigua escuela histórica ale­
mana, que nació a finales de la época. Sin embargo, a pesar —o quizás precisa­
mente a causa— de los distintos y opuestos flujos de ideas, de las agrias contra­
posiciones doctrinales, de la Babel de lenguas y de conceptos, esta época propor­
cionó una insuperable riqueza de simientes que no dejarán de fructificar en épo­
cas posteriores, aunque muy lejanas.
Quien se encargará de llevar a la economía a los cauces de una ciencia nor­
mal, hecha de verdades establecidas duraderas, será J. S. Mili; con él se cierra una
época. Siguió después un nuevo período de estancamiento, si no de decadencia. El
fenómeno se verificó en Inglaterra con Fawcett y Cairnes, y en Francia con Bas­
tía!, mientras que la extinción del impulso innovador se manifestó en Alemania
por medio de la afirmación de la escuela histórica. Después de Bastiat, Reybaud
podía sostener que la tarea de la economía política se había agotado ya y no que­
daba nada por descubrir. Pero también Cairnes afirmaba que la tarea de la econo­
mía política estaba ya «pretty well fulfilled» (p. 240). ¡En 1870! Todavía en 1876, re­
cuerda Schumpeter, estaba difundido el sentimiento de que, «si bien a los econo­
mistas les quedaba mucho por hacer en cuanto al desarrollo y la aplicación de la
doctrina existente, la mayor parte del trabajo ya se había completado» (p. 830).
Pero precisamente entonces estallaba una nueva revolución. El período de
1870-1890 es la época de la revolución marginalista: iniciado por Menger, Jevons
y Walras, y concluido por Fisher y Marshall, contó en su seno con Edgeworth,
Wieser, Bohm-Bawerk, Pantaleoni, Clark y Wicksteed. También en esta época, y
como testimonio de su carácter de crisis, de transición, se puede observar la au­
sencia de hegemonía de cualquier forma de ortodoxia, mientras se asiste a la lu­
cha entre una notable serie de corrientes teóricas opuestas: paralelamente tuvo
lugar el renacimiento del pensamiento socialista en las formas más dispares, de
la escuela marxista a los fabianos, del «socialismo» cristiano al «agrario»; tampo­
co se deben olvidar el institucionalismo y la joven escuela histórica (no sólo la
alemana), que nacieron precisamente en aquellos años para desarrollarse más
tarde; y, finalmente, hay que recordar que, en el seno del propio grupo de los au­
tores marginalistas, la heterogeneidad de los diversos planteamientos, con la con­
secuente acritud en las controversias, fue tan vasta que todavía hoy resulta difícil
reconocer en aquéllos una escuela de pensamiento homogénea. En cualquier
caso, su manera de ver las cosas, para muchos teóricos algo nuevo y nada fami­
liar, encontró cierta resistencia, y sólo en la década de 1890 se consolidó una nue­
INTRODUCCIÓN 15

va «situación clásica», un nuevo «feeling of repose». En efecto, sólo a finales de si­


glo los historiadores del pensamiento económico percibieron la fundamental ho­
mogeneidad entre las diversas versiones de la teoría marginalista.
Los grandes economistas neoclásicos de la tercera generación —Cassel, Pa-
reto, Wicksell— tuvieron la fortuna de trabajar en el seno de la que se había con­
vertido ya en una nueva tradición y una nueva ortodoxia, y no necesitaron hacer
revoluciones. Para encontrar otra era de revoluciones debemos llegar a los años
de la «alta teoría», en realidad las décadas de 1920 y 1930. Fue —para decirlo con
palabras de Shackle— «un gran espasmo creador, que [...] produjo seis o siete in­
novaciones teóricas fundamentales, las cuales, en conjunto, han modificado com-
'pletamente la orientación y el carácter de la ciencia económica» (p. 5). Pero qui­
zás sean más de seis o siete: una gran parte de las modernas teorías del ciclo, del
desarrollo, de la interdependencia sectorial, del equilibrio general, de la empresa,
del dinero, de las expectativas, de la ocupación, de la distribución, de la deman­
da, del bienestar, de la planificación y del socialismo arrancan de las semillas
plantadas en aquellos años.
Volviendo ahora a la época en que vivimos, Schumpeter no tuvo tiempo de
percatarse, pero no hay duda de que en las décadas de 1950 y 1960 se verificó
una nueva situación clásica. Aunque las discordancias no cesaron del todo —y
baste pensar en los ataques postkeynesianos a la teoría neoclásica de la distribu­
ción y del crecimiento o en el clamor de la disputa sobre la teoría del capital—,
no hay duda de que la «síntesis neoclásica» constituyó en aquella época la verda­
dera y propia vía única de la investigación económica. Surgida del intento de in­
jertar el brote keynesiano en el antiguo tronco de la teoría marginalista, la «sínte­
sis neoclásica» se redujo, en realidad, a una grandiosa obra de sistematización de
ideas y sugerencias provenientes de los años de la alta teoría. Después, fortaleci­
da por la elegancia formal del modelo de equilibrio general de Arrow-Debreu-
McKenzie, por la versatilidad teórica del modelo de equilibrio macroeconómico
de Hicks-Modigliani, por la simplicidad analítica del modelo de crecimiento y
distribución de Solow-Swan, se halló en condiciones de orientar la investigación
teórica y la política económica como ninguna otra ortodoxia científica había sido
nunca capaz de hacerlo. Y el hecho, además, de haber logrado transformar —al
menos temporalmente— en debates internos incluso las potencialidades críticas
de muchas teorías disidentes constituye una demostración de su fuerza hegemó-
nica. /' '
En efecto, sólo en las décadas de 1970 y 1980 dichas potencialidades críticas
han empezado a producir tentativas de síntesis teóricas realmente alternativas.
Estas dos décadas constituyen, en realidad, otra época de confusión de lenguas.
Una notable cantidad de nuevas teorías han tomado vida, más o menos imperfec­
tas, más o menos fascinantes, más o menos revolucionarias. Ninguna todavía
completamente satisfactoria; ninguna hegemónica. De la «nueva macroeconomía
clásica» a la teoría de los equilibrios no walrasianos, de las diversas teorías post-
keynesianas a los distintos planteamientos neo-institucionalistas, de las teorías
neo-austriacas al neomarxismo, también éste en distintas versiones: sraffianas,
antisraffianas, regulacionistas, neoschumpeterianas, neokeynesianas, etc.; la
competencia en los mercados académicos contemporáneos se muestra de nuevo
tuerte e incesante, y casi petiecta.
16 INTRODUCCIÓN

Resulta, pues, que en los más de doscientos años de historia del pensamien­
to económico que van de mediados del siglo xviii a nuestros días, se han verifica­
do cuatro grandes ciclos de progreso y estancamiento de las ideas, cuatro largas
fases de revolución seguidas de cuatro fases, igualmente largas, de consolidación.
Y nos encontramos de lleno en un quinto ciclo. Cada uno de estos ciclos se inicia
con una época de innovaciones, de ruptura con la tradición, de ideas geniales; y
de debates, de agrias disputas, de confusión de lenguas; en suma, de exaltada
«destrucción creadora» en el proceso de producción de las ideas económicas. Vie­
jas escuelas se resquebrajan, los enanos ceden el paso a los gigantes, y precisa­
mente cuando se creía que la ciencia económica había alcanzado la perfección,
se recrea el caos primigenio. Más tarde, de aquella labor emerge gradualmente la
exigencia de una nueva síntesis, la cuaLsgdogra finalmente después de dos o tres
decenios y produce una situación clásica. Luego, durante otros veinte o treinta
años, la economía política vuelve a ser una profesión tranquila: se reforman las
academias y regresa la preocupación por la elegancia, por la generalidad, por la
solución de rompecabezas. La investigación se desarrolla por canales ya marca­
dos y produce buenos manuales, perfeccionamientos, generalizaciones y aplica­
ciones diversas. •

Pluralidad de iníeipretaciones
La naturaleza subjetiva de los criterios con los que decidir qué se debe con­
siderar innovador u ortodoxo es inevitable, como lo es el carácter «cualitativo» de
la periedificación que se deriva de ello. Somos también conscientes de que resul­
ta insuficiente apelar a la autoridad de Schumpeter. Por otra parte, la idea de una
evolución a saltos, y no progresiva, no debería suscitar perplejidad. Antes bien, el
problema es: ¿cómo explicar este fenómeno?
Una primera posición la representa el llamado planteamiento «incrementa-
lista» de la historia del pensamiento económico, planteamiento desde el que se
ha comparado «el progreso de la ciencia» —por ejemplo, por Pantaleoni— «al au­
mento de tamaño de una bola de nieve que rodara por la pendiente de una mon­
taña, recogiendo más nieve, y cuya superficie representaría lo ignoto» (p. 4).
Este punto de vista presupone, según Pantaleoni, la posibilidad de separar la
ciencia económica de los fundamentos metafísicos, o bien, según Schumpeter, el
análisis de las visiones. Delimitada después la historia del pensamiento al análisis
(o a la «ciencia»), se llega a concebirla como la narración del lento y continuo au­
mento de tamaño del conocimiento: volviendo la vista atrás y «partiendo de lo
que es actualmente la ciencia económica», dicha historia será la «historia de las
verdades económicas» (Pantaleoni, p. 484). Los partidarios más convencidos de
esta visión, hoy, son algunos economistas neoclásicos; bastará citar algunos nom­
bres significativos: Knight, Stigler, Blaug y Gordon. Pero no es una visión nacida
con la teoría neoclásica: ya Say y Ferrara, por ejemplo, la profesaban.
Es obvio que, desde este punto de vista, ni siquiera puede admitirse la idea
de que la historia del pensamiento económico proceda a saltos y avance por revo­
luciones. Crisis, estancamientos y lentificaciones son ciertamente admitidos, pero
sólo como efectos perversos de los «fundamentos metafísicos» y de los condicio­
INTRODUCCIÓN 17

namientos psicológicos de las elaboraciones teóricas de cada autor; factores que,


sin embargo, no harán mella en la esencia del elemento científico, de modo que
su historia sería, en todo caso, una historia de los errores.
Un punto de vista distinto, que ha sido definido como «catastrofista» o «dis-
continuista», evoca las tesis kuhnianas sobre la estructura de las revoluciones
científicas. Un planteamiento como este, que observa la evolución de los conoci­
mientos como transcurriendo a través de una serie de revoluciones, y explica es­
tas últimas atribuyéndolas a la acumulación de anomalías en el seno de los para­
digmas en cada momento dominantes, parecería muy útil para afrontar el proble­
ma aquí planteado. Sin embargo, la aplicación de las tesis de Kuhn a la historia
del pensamiento económico ha tropezado con algunas graves dificultades; difi­
cultades atribuibles tanto a la imprecisión de la definición kuhniana de paradig­
ma como a su origen en el estudio de la historia de las ciencias naturales. Hasta
el punto de que las características de una revolución de tipo propiamente kuhnia-
no en la historia del pensamiento económico sólo se han reconocido, y no sin
controversia, en el caso de la revolución keynesiana. En efecto, dicha revolución
podría interpretarse no como una respuesta teórica al estímulo derivado del sur­
gimiento, en un ámbito socio-institucional históricamente bien delimitado, de al­
gún nuevo hecho económico (crisis, depresión, rigidez de los precios, desempleo
masivo), sino como la toma de conciencia de la relevancia de alguna anomalía
que siempre ha existido y que, no obstante, siempre ha quedado relegada por el
paradigma dominante a las notas a pie de página. Pero ¿cómo encajarlo con el
hecho de que la revolución keynesiana es sólo una parte del proceso de profunda
mutación que ha impregnado los años de la alta teoría?
En cambio, muchos economistas neoclásicos niegan que se puedan hallar
aquellas características en la revolución marginalista, no reconociéndole en reali­
dad ni siquiera el carácter de. revolución: ésta-, en efecto, consistiría sustancialmen­
te en la depuración, enucleación y generalización de los elementos propiamente
científicos presentes ya en la economía clásica.
Por lo que respecta a la revolución del laissez faire y a la «ricardiana», final­
mente, no se ajustarían al esquema de Kuhn porque resultarían-vinculadas al sur­
gimiento de un hecho histórico de gran alcance, como es el nacimiento del capi­
talismo industrial, y no determinadas por una lógica rigurosamente interna en la
evolución de un paradigma.
Recientemente, se han realizado intentos de aplicar también a la historia del
pensamiento económico la «metodología de los programas de investigación cien­
tífica» de Lakatos. Los ejemplos más conocidos son los de Roy Weintraub y de
Latsis. Según este planteamiento, un determinado programa de investigación ten­
drá éxito si demuestra ser Progressive teóricamente (si es capaz de predecir he­
chos nuevos) y empíricamente (si tales previsiones se confirman). Éste se aban­
donará cuando se convierta en degenerating (cuando necesite ser modificado para
dar cuenta de hechos ya conocidos, sin que logre predecir otros nuevos), y si se
dispone de un programa «mejor», dotado de mayor contenido empírico. Los in­
tentos de aplicación del planteamiento de Lakatos a la economía han producido
interesantes resultados en el plano de la metodología de la investigación, sobre
todo en el sentido de un debilitamiento de las creencias empiristas y positivistas
en epistemología y en el de una mayor ape.riu.ra hacra el pluralismo metudológi-
18 INTRODUCCIÓN

co. Por el contrario, en la vertiente de la historia del pensamiento económico el


planteamiento de Lakatos no ha producido resultados de importancia decisiva, y
más bien ha representado un paso atrás respecto a Kuhn, el cual, por lo menos,
admitía la importancia, si no la centralídad, de las revoluciones científicas. El
planteamiento de Lakatos, en cambio, sobre todo en virtud del énfasis en la «pro-
gresividad» de los programas de investigación triunfantes y en su mayor conteni­
do empírico respecto a los ya superados, parece inducir una recuperación de las
viejas tesis «incrementalistas».
Una crítica radical de ambos planteamientos, incrementalista y catastxofis-
ta, debería incidir en el nivel de las raíces epistemológicas comunes. Ambos han
sido unidos bajo un punto de vista que Blaug, en Teoría económica en retrospec­
ción, ha definido como «absolutista» (pp/20-21). Absolutista en el sentido de
que el interés del historiador está rigurosamente limitado sólo al desarrollo inte­
lectual de las teorías, a la lógica interna de su evolución, sin ocuparse de sus re­
laciones con las condiciones socioeconómicas en las que han surgido. El punto
de vista absolutista está claramente presente en el planteamiento incrementalis­
ta, para el cual la evolución del pensamiento no es otra cosa que una serie de in­
crementos marginales de conocimiento sobre un stock de verdades adquiridas.
Pero lo está también en el planteamiento catastrofista, para el que las revolucio­
nes científicas están provocadas por la acumulación de anomalías a partir de un
umbral en el seno de cada paradigma. En ambos casos, no hay manera de ligar
los cambios del pensamiento con los de la vida económica y social.
El planteamiento que estudia la historia de las ideas económicas en relación
con los contextos socioeconómicos en los que éstas han surgido se ha definido
por Blaug como «relativista» (pp. 20-21). Con algo más de verve y aún más de vis
polémica, Pantaleoni lo llamaba «mesológico» (p. 491). Es un punto de vista que
mantienen gran número de estudiosos de formación institucionalista, o histori-
cista, o marxista, y en general no positivista. Mitchell, Stark, Roll, Rogin o Das-
gupta, por citar algunos ejemplos, son otros tantos autores en los que el plantea­
miento mesológico es explícitamente teorizado y conscientemente utilizado. El
fundamento epistemológico de este planteamiento es —según Roll— la «convic­
ción de que la estructura económica de cada época y los cambios que ésta sufre
son los determinantes últimos del pensamiento económico» (p. 14).
Un primer punto de vista generado por el planteamiento mesológico es el
que aspira a identificar las correspondencias entre teoría económica y estructura
socioeconómica de la realidad. Y el tipo más sencillo de correspondencia parece
ser el que existe entre una realidad históricamente determinada y un pensamien­
to específico que la «refleja». En esta línea de pensamiento, Stark ha propuesto
una interpretación de las tesis schumpeterianas sobre las situaciones clásicas que
lleva a una explicación sencilla y aparentemente obvia del fenómeno en cuestión.
Comparando las situaciones clásicas representadas por las teorías de Smith y de
Walras, Stark observa que ciertamente se trata de dos doctrinas distintas; pero, al
fin y al cabo, de dos teorías del equilibrio. Y sugiere que éstas reflejarían dos ór­
denes económicos distintos, predominantes en dos épocas históricas diferentes.
Así, la doctrina de Smith reflejaría la primera situación histórica real en la
que el orden capitalista se encontraba en condiciones de equilibrio; un equilibrio
basado en la pequeña industria no mecanizada y en una economía de intercam­
INTRODUCCIÓN 19

bio completamente desarrollada en un mercado nacional en el que la mano invi­


sible estaba en condiciones de integrar la producción agrícola con la industrial.
El sistema de Walras, en cambio, reflejaría un orden económico internacional en
el que la competencia era casi perfecta, tanto en los mercados de productos como
en el de trabajo, el menos en las economías más desarrolladas.
Stark no dice nada respecto a las otras situaciones clásicas, ni aclara qué es
lo que debe reflejarse en las elaboraciones teóricas que se verifican en las épocas
de revolución intelectual. Pero sus tesis parecen perfectamente compatibles con
la siguiente indicación de Shackle en relación con el estado de la teoría económi­
ca en la década de 1920: en aquellos años se pondría fin a la «confianza en un sis­
tema económico autorregulado, implícita y naturalmente auto-optimizado, esta­
ble y coherente» (p. 5). Cuando los economistas se dieron cuenta de que con los
viejos instrumentos intelectuales ya no eran capaces de «restablecer el antiguo
orden», empezaron a buscar nuevas teorías; así, a finales de la década de 1930, la
ciencia económica «se había adaptado a la anarquía y al desorden sin tregua del
mundo real» (p. 6). Este punto de vista contiene una premisa desagradable: que
la realidad social sea sólo el objeto, y el pensamiento sea sólo el sujeto de la acti­
vidad científica, de manera que el segundo se sustraiga a las leyes que gobiernan
a la primera y, por ello, sea capaz de reflejarlas objetivamente. Por no hablar, en
fin, de las igualmente desagradables consecuencias: que la evolución de la teoría
económica esté unívocamente determinada por la de la realidad objetiva; y que,
de nuevo, exista —aunque con oscilaciones— algún tipo de progreso por acumu­
lación de verdades.
Un segundo punto de vista mesológico es el que ve en el elemento político el
canal privilegiado de la conexión entre teoría y realidad. Se trata de la conocida
tesis de la «demanda política» de ideas económicas, según la cual el surgimiento
de determinados problemas económicos reales estimularía la producción de solu­
ciones políticas y, en consecuencia, de teorías capaces de fundamentar científica­
mente dichas soluciones. Las teorías que proporcionan las soluciones justas se
unirían después y se perfeccionarían lentamente hasta formar un sistema teórico
ortodoxo.
Myrdal desarrolla una concepción similar, pero añade algunas observaciones
interesantes respecto al papel desempeñado por el relevo generacional en el seno
de la comunidad científica: la investigación de los nuevos hechos que emergen en
el transcurso de la evolución económica' y, sobre todo, en las fases de dificultad
del desarrollo, cambiaría las actitudes políticas, especialmente entre los jóvenes
investigadores. Éstos, mejor que los ancianos cultivadores de la ortodoxia, esta­
rían en condiciones de cambiar el sentido de los planteamientos de la investiga­
ción «bajo la presión de lo que se está convirtiendo en políticamente importante»
(Crises and Cycles, p. 20). Es así como se alimentarían las revoluciones teóricas
recurrentes. Esta posición, a pesar de que tiene el mérito de dar la justa impor­
tancia al elemento político, adolece del defecto de reducir el problema a la única
dimensión de la adaptación de las teorías respecto a los problemas: existe todavía
la idea de que el economista observa la realidad como en un laboratorio y sin es­
tar influido por ella.
Dificultad en la que, por el contrario, no incurre Neumark, quien sugiere que
huí unamente soio ia . 1 ‘ numvus couciuce a ¡a solución de
20 INTRODUCCIÓN

los problemas económicos fundamentales, y que esto explicaría no sólo la perpetua


oscilación de las actitudes dominantes en política económica, entre dirigismo y
laissez faire, proteccionismo y librecambio, equilibrio presupuestario y deficit spen­
ding, sino también la de las actitudes teóricas fundamentales entre la preferencia por
concepciones de los valores «naturales» y concepciones de los valores «justos», entre
filosofías idealistas y materialistas, entre industrialismo y ecologismo.

Nuestro punto de vista


Este panorama de historia del pensamiento económico no pretende ser ni
una historia de los personajes ilustres, d^su vida, de su obra, de su contribución
personal al descubrimiento de la verdad, ni una historia sistemática de los erro­
res a través de los que se ha desarrollado el aumento del conocimiento científico.
Nuestra idea es que la economía no es una disciplina «darwiniana», que el último
eslabón de la evolución no contiene en sí todos los desarrollos precedentes y que
éstos no pueden ser olvidados como irrelevantes o superados. Ciertamente, no
negamos la existencia de alguna forma de evolución en el proceso de cambio his­
tórico de las ideas económicas. Negamos, sin embargo, que se trate de un desa­
rrollo unidireccional, homogéneo y, mejor dicho, único; sobre todo, negamos que
la clave de lectura de aquel proceso la deban proporcionar necesariamente las
teorías que hoy están en boga.
El planteamiento que seguimos tiene mucho en común con la actitud relati­
vista. Sin embargo, queremos evitar caer en algunas ingenuidades y simplificacio­
nes «mesológicas», que a menudo contribuyen a producir historias del pensamien­
to económico a base de «retratos», o a tratar la evolución de las ideas económicas
como apéndice de la de los hechos económicos. Reconocemos que la realidad es­
tudiada por el economista no es inmutable como la de las ciencias naturales. Los
hechos económicos cambian en el tiempo y en el espacio, de manera que proble­
mas que parecían cruciales en un determinado período pueden resultar del todo
irrelevantes en otro, y aquellos que se consideran importantes en un cierto país
pueden ser totalmente ignorados en otro. Esta peculiaridad del objeto de investi­
gación puede contribuir a explicar parte de la historia del pensamiento económi­
co: por ejemplo, la existencia de ciertas particularidades nacionales o el surgi­
miento de ciertas teorías específicas en determinados momentos históricos. Pero
no lo explica todo; y quizás no explica precisamente lo que merece ser estudiado.
Más importantes que las peculiaridades del objeto de investigación son las del
sujeto. No hay duda de que la formación cultural y la visión del mundo de los cientí­
ficos incide de modo sustancial en su actividad de investigación; y aún más determi­
nantes son las ideas y los valores comunes aceptados por las comunidades científi­
cas, dado que son precisamente éstas las que seleccionan y guían a los individuos.
Pero —de modo más general— no hay duda de que, en última instancia, son las so­
ciedades en su conjunto las que determinan el clima cultural en el que se dan y se li­
mitan las opciones de cada científico en particular y de las comunidades científicas.
Son las sociedades en su conjunto las que dictaminan la importancia de los proble­
mas a estudiar, las que establecen las direcciones en las que se deben buscar las solu­
ciones y, por último, las que deciden cuáles son las teorías correctas.
INTRODUCCIÓN 21

Todo esto, en cualquier caso, no merecería nuestra atención si la sociedad


fuera un sujeto homogéneo. Pero no lo es. En el campo de las ciencias sociales,
una teoría es una forma de autocomprensión y autorrepresentación de un sujeto
social. Los sujetos, no obstante, son heterogéneos; existen diferencias de clase, de
cultura, de nacionalidad. Y las relaciones en las que se encuentran dichos sujetos
pueden ser conflictivas. Así, la sociedad, aunque sea un juez exigente de la produc­
ción científica, no siempre es un juez imparcial; ni siempre tiene las ideas claras
sobre lo que quiere; y, si es cierto que es ella, y sólo ella, la que decide la importan­
cia de los problemas, también lo es que sus decisiones son a menudo ambiguas o
contradictorias. Por ejemplo, algunas personas pueden considerar preocupante
una tasa de desempleo del 5 %, y otras considerar normal, o mejor dicho «natu­
ral», una del 10 %; y es inevitable que estas dos actitudes se correspondan con dos
teorías económicas muy distintas.
Pero aún más efímeros y parciales son los criterios con los que las socieda­
des dictaminan cuáles son las teorías correctas;, porque al final, puesto que «la
verdad es una», tiene que suceder que la pluralidad de visiones, de soluciones, de
direcciones de investigación que la sociedad ha generado deban ser, de alguna
manera, suprimidas en favor de una sola teoría.
El trabajo de los científicos cumple obviamente una función esencial a la
hora de establecer cuál debe ser la teoría triunfante, puesto que existen requisitos
de coherencia lógica, de generalidad, de capacidad explicativa, a los que necesa­
riamente deben atenerse. Pero no son ellos los amos del cotarro, y no pueden ha­
cer lo que les parezca.
Sucede que, sobre algunos temas y problemas fundamentales, se forman
orientaciones de base que encarnan puntos de vista distintos y a menudo contra­
puestos. Dichas orientaciones dan origen a filones de investigación que permane­
cen, aun a través de importantes cambios formales, a lo largo de toda la historia
del pensamiento económico. Como ríos en un terreno cárstico, a veces desapare­
cen bajo tierra, dando la impresión de que están muertos. Pero pueden llevar du­
rante largo tiempo una vida subterránea, desechados por las academias y priva­
dos de dignidad científica. Luego regresan a la luz cuando nadie se lo espera, y
crecen en potencia y en fragor hasta reducir al silencio a sus adversarios. Piénse­
se, por ejemplo, en la orientación que se halla en la base de las críticas a la ley de
Say y a su utilización para demostrar la imposibilidad de «sobreproducciones ge­
nerales». ¿Quién hubiera pensado, meditando sobre la derrota de Malthus a ma­
nos de Ricardo, o bien sobre el triste destino «académico» de Marx, o de Hobson,
que con Keynes la historia haría justicia? En torno a este problema, precisamen­
te, se han enfrentado siempre dos orientaciones de base, una favorable a las leyes
de los mercados autorregulados y otra favorable a la demanda efectiva. Y ningu­
na de las dos ha vencido nunca definitivamente. Otro ejemplo proviene de la teo­
ría del valor, donde se han enfrentado siempre una orientación objetivista y otra
subjetivista. Y parecía que Jevons había hecho definitivamente justicia a Ricardo.
Pero luego, un siglo más tarde, he aquí que Sraffa vuelve a ponerlo todo en cues­
tión. Se podría continuar, mostrando los destinos alternos de la orientación cuan-
titativista y de la endogenista respecto a la oferta de dinero; o bien, de la orienta­
ción macroecnnómicn y de la micrneroriómica en re iación con la distribución de
la renta; etc.
22 INTRODUCCIÓN

Para complicar las cosas, se añade la existencia de las tradiciones, es decir,


de ciertas formas de identificación cultural que vinculan entre sí a economistas
de distintas generaciones. Las tradiciones pueden depender de la existencia de
determinados entornos culturales nacionales, o bien de la formación de escuelas
de pensamiento académicas, o de la fuerza de ciertas formaciones políticas, o de
otras cosas. Así, por ejemplo, se puede hablar de una tradición inglesa en el cam­
po de la construcción de grand theories omnicomprensivas; una tradición que en­
laza —aunque con diferencias teóricas sustanciales— el magnífico sincretismo de
Smith con los de Stuart Mili y de Marshall. O bien, observando el hilo —delgado,
pero firme— que une a Davanzati, Montanari, Galiani, Ferrara y Pareto, se po­
dría hablar de una tradición italiana respecto a la teoría subjetiva del valor. Por
otra parte, se podría hablar de una tradición socialista acerca del valor y de la
distribución; o, incluso, de una tradición keynesiana sobre la dinámica económi­
ca. Las tradiciones desempeñan un papel importante en la dirección de la activi­
dad científica de los individuos y de los grupos de investigación. Junto con el de­
sarrollo de las orientaciones de base, la evolución de las tradiciones contribuye
de modo determinante a la del pensamiento económico.
En determinados períodos históricos, las orientaciones de base en torno a
algunas cuestiones teóricas fundamentales, a veces combinadas con alguna tradi­
ción específica, alcanzan a formar un sistema teórico ; es decir, en una teoría gene­
ral que aspira, al menos como tendencia, a dar una respuesta coherente y com­
pleta a cualquier problema que haya surgido o que pueda surgir en un ámbito de
investigación definido. El primer requisito de un sistema teórico es la definición
del ámbito de investigación. Después, se deben fijar: los principios fundamentales
en torno a los que organizar todo el saber, tanto el actual como el potencial; las
reglas metodológicas que establezcan cómo dirigir la investigación y cómo evaluar
los resultados; los cánones lingüísticos que permitan la clasificación, la transmi­
sión y la comunicación del saber.
La definición del ámbito de investigación resulta fundamental. Ésta contiene
in nuce todo el desarrollo del sistema; determina los problemas a estudiar; estable­
ce qué magnitudes económicas deben asumir el carácter de parámetros y cuáles el
de variables; selecciona las direcciones de investigación que hay que perseguir y
aquellas de las que hay que huir; dice a los científicos lo que está prohibido hacer.
En cuanto a los principios fundamentales, sirven para mantener juntas las partes
del sistema teórico, para formar con ellas un conjunto coherente y orgánico de
doctrina, algo más que una simple suma sincretista de teorías distintas. Las reglas
metodológicas, en cambio, indican cómo moverse en la térra incógnita de los pro­
blemas por resolver y de las verdades todavía no comprobadas. Quizás en mayor
grado que las restantes dimensiones de un sistema teórico, dichas reglas —de las
que, a menudo, no todos los investigadores son perfectamente conscientes— ha­
cen homogéneas las opciones de los científicos y coherentes los resultados de las
investigaciones, permitiendo la división del trabajo independientemente de los po­
sibles ordenamientos programados de la actividad de investigación. Finalmente, la
recomposición de los resultados de tal división del trabajo es posible gracias a la
existencia de cánones lingüísticos bien determinados; los cuales constituyen, tal
vez, la menos explícitamente codificada de las características de un sistema teóri­
co, pero no la menos importante. No sólo permiten la comunicación de los conocí-
INTRODUCCIÓN 23

mientos y la formación de las jóvenes generaciones de investigadores, es decir, la


producción y reproducción de las comunidades científicas; también, y sobre todo,
sirven para delimitar el ámbito de lo decible. Quien no domina los cánones lingüís­
ticos de la comunidad científica que cultiva un determinado sistema teórico, es de­
cir, quien no sabe respetar sus reglas de comunicación, más o menos tácitas, senci­
llamente no tiene derecho a hablar, especialmente si el sistema en cuestión accede
a los honores de la ortodoxia y de la hegemonía cultural. Y la historia del pensa­
miento económico está llena de geniales y desatendidos autodidactas, habitantes
de los «submundos» de los groseros herejes,
Para que quede más claro qué se entiende por «sistema teórico», puede resul­
tar de utilidad poner un ejemplo: tomemos el sistema neoclásico. Éste empezó a
formarse hacia mediados del siglo XIX, y, a través de crisis y de éxitos, y sufriendo
también el peso y la fuerza centrípeta de tres o cuatro grandes tradiciones nacio­
nales, alcanzó un primer esbozo de organización sistemática hacia finales de siglo.
Finalmente, en parte gracias al impulso cosmopolita de los neoclásicos norteame­
ricanos, logra a mediados del siglo XX su síntesis suprema. Algunas orientaciones
de base típicas de dicho sistema se han manifestado en una teoría subjetivista del
valor, en una teoría microeconómica de la distribución, y en una teoría armonicis-
ta del equilibrio. Éstas y otras orientaciones de base se han organizado en tomo al
principio de la maximización bajo el vínculo de ciertos objetivos planteados para
sujetos económicos individuales; mientras que el ámbito de investigación de la dis­
ciplina lo constituye el problema de la distribución óptima de recursos escasos.
El problema fundamental del historiador del pensamiento es: ¿cómo se for­
man estos sistemas? Ligados a éste, existen otros problemas colaterales igual­
mente importantes: ¿qué determina el éxito de un sistema? ¿Qué su desintegra­
ción? ¿Por qué en ciertas épocas se afirma la «dictadura» de un determinado sis­
tema y en otras se tiene la impresión de estar viviendo una anarquía teórica? En
el presente volumen trataremos, dentro de los límites que permite un simple
compendio de historia del pensamiento, de bosquejar al menos una respuesta a
estos problemas. A continuación, nos limitaremos a exponer sintéticamente algu­
nas líneas de interpretación en las que se basa nuestra tentativa.
Primero. Los problemas económicos están todos estrechamente vinculados
entre sí, por lo cual una nueva teoría que se concentre en un solo problema o en
un grupo restringido de ellos es, en cierto sentido, inestable. O hace referencia a
un sistema teórico ya existente, respecto al cual se plantea como integración, y
que al final puede contribuir a generalizar, o bien se plantea como base para la
organización de un sistema teórico nuevo. Un ejemplo típico lo proporciona la
revolución keynesiana, que, surgida con la pretensión de ser una teoría general,
ha sido después generalizada por el sistema que quería impugnar. La operación
ha pasado por la eliminación de algunas orientaciones de base que estaban pre­
sentes en Keynes, pero que resultaron incompatibles con la teoría neoclásica. En
cambio, precisamente sobre la base de estas orientaciones se han realizado inten­
tos —por otra parte, aún en curso— de construir a partir de la Teoría general un
sistema teórico postkeynesiano alternativo al neoclásico.
Segundo. El éxito de un sistema teórico presupone la realización de dos
condiciones, una interna v otra externa. La primero se refiere a la coherencia ló­
gica, tanto en términos de rigor analítico de las leonas específicas que forman un
24 INTRODUCCIÓN

sistema como en términos de las relaciones que las vinculan entre sí. La segunda
atañe a la capacidad del sistema teórico de responder a una determinada exigen­
cia social. En ciertas épocas peculiares de su evolución, la sociedad necesita de
una teoría general para autorrepresentarse: son las épocas en las que predomina
el orden y la estabilidad social. Las teorías que se elegirán deberán ser en cual­
quier caso teorías del orden, del equilibrio, de la armonía. Por ello, no todos los
sistemas teóricos son candidatos a lograr la hegemonía, aunque sean interna­
mente coherentes. Algunos, aun siendo refinados y rigurosos, están destinados de
todos modos a permanecer al margen del ámbito académico. Pero también en
otro sentido la segunda razón es más importante que la primera: ésta es siempre
necesaria, mientras que la primera no. Cuando la sociedad necesita de una teoría
general, orgánica y ortodoxa, la encuentra. Si se hallan disponibles distintos sis­
temas teóricos que satisfacen la misma exigencia, triunfará presumiblemente
aquel en el que mejor se realice también la condición de coherencia interna. Y
cuando el mercado no ofrece gran cosa, se toma lo que hay, incluso al precio del
sincretismo o de la debilidad analítica. Este es el caso, por ejemplo, de las teorías
de la «armonía social» de Bastiat, que se consolidaron en todo el mundo capita­
lista en las décadas de 1850 y 1860.
Tercero. Cuando una sociedad entra en crisis, el prestigio del sistema teóri­
co en ella dominante se ve perjudicado. En una sociedad en crisis, se debilitan las
exigencias de representar a la economía como un cuerpo orgánico y ordenado,
precisamente mientras emergen problemas reales que las teorías generales del
orden no están preparadas para afrontar. En estas épocas se debilita también la
presión de las comunidades científicas sobre los investigadores, mientras se aflo­
jan los vínculos metodológicos y doctrinales de la investigación científica; de este
modo, se liberan energías creativas. Al mismo tiempo, la atención de los científi­
cos se centra más en los problemas que emergen de la realidad que en los plan­
teados por la teoría. Estas son las épocas en las que se verifican las revoluciones
teóricas. En ellas domina la confusión de lenguas, mientras se plantean las condi­
ciones para construir nuevos sistemas teóricos. Sin embargo, también puede dar­
se la revitalización de viejos sistemas. Un sistema teórico que entra en crisis no
necesariamente desaparece de la escena; puede suceder, por el contrario, que la
propia crisis contribuya a regenerarlo. Un ejemplo típico lo constituye el caso del
sistema neoclásico tras la crisis de las décadas de 1920 y 1930.
Cuarto. Aunque la historia del pensamiento económico no puede interpre­
tarse simplemente en términos de aumento del conocimiento, se dan, no obstan­
te, ciertas formas de progreso. Un primer tipo de evolución es el que se verifica
en el seno de una determinada orientación de base. Dado que la orientación se
refiere a un problema específico, la evolución consiste en el perfeccionamiento
progresivo de la teoría con la que se pretende dar cuenta del fenómeno. Así, la
teoxía objetivista del valor ha evolucionado al pasar de Ricardo a Marx y a Sraffa.
Por otra parte, dos orientaciones distintas sobre un mismo problema no son
comparables, en cuanto se derivan de distintas premisas preanalíticas. Respecto
al problema de la distribución de la renta, por ejemplo, existe una orientación,
basada en el presupuesto de que una economía es un conjunto de relaciones de
intercambio entre individuos, que tiende a reducir el problema al de la determi­
nación de los precios de los servicios productivos de los que los individuos están
INTRODUCCIÓN 25

dotados. Y existe también otra orientación que, partiendo de la premisa de que


una economía es un sistema de relaciones funcionales y/o conflictivas entre clases
sociales, plantea el problema distributivo como el del reparto del producto nacio­
nal entre las clases. Ahora bien, que una de estas dos orientaciones explique una
realidad histórico-social mejor que la otra no es algo que pueda resolverse en el
plano analítico: la aceptación de uno u otro de los dos presupuestos sobre los que
se fundan -dichas orientaciones implica, en cualquier caso, una opción de natura­
leza preanalítica. Por esta razón, el paso de la hegemonía de una teoría que pre­
supone una orientación a la de otra teoría que presupone otra distinta no puede
valorarse en términos de progreso. Existe un segundo tipo de evolución que afec­
ta a los sistemas teóricos. Aquí, al progreso que implica a cada uno de los compo­
nentes del sistema se añade el concerniente a la organización general de los
componentes. De este modo, la sustitución de una teoría específica por otra cons­
tituye un progreso si esta última se integra mejor con el resto de las teorías que
componen el sistema. Otro tipo de progreso de un sistema es el relativo a la susti­
tución, en el seno de éste, de teorías parciales por teorías generales. Otro consiste
en la integración en el sistema de teorías que afectan a problemas nuevos. Esto
puede suceder tanto porque la investigación empírica activada por el propio sis­
tema lleve a descubrir fenómenos nuevos, como porque el sistema consiga englo­
bar y solucionar problemas surgidos de manera autónoma. De este modo, el pro­
greso de un sistema, incluso si pasa por las revoluciones teóricas, se resuelve
finalmente siempre en un proceso de perfeccionamiento analítico y/o de generali­
zación teórica. Se trata, en cualquier caso, únicamente de un progreso del siste­
ma. Tampoco en este caso resulta posible comparar, en términos de progreso, sis­
temas teóricos diferentes. Y ello, tanto a causa de la inconmensurabilidad de las
orientaciones de base en las que los distintos sistemas se inspiran, como por el
hecho de que sistemas diferentes definen en términos distintos el mismo ámbito
de investigación y los problemas a los que se aplican.
Cuanto precede contribuye a hacer comprensible el planteamiento metodo­
lógico que hemos adoptado en esta obra. Nuestro panorama de historia del pen­
samiento económico, puesto que no es ni una historia de los personajes ilustres
ni una historia clasificada por temas económicos, sigue el enfoque de una histo­
ria de las ideas; un enfoque cuyos objetivos centrales son, por un lado, la com­
prensión del contexto en el que nacen las ideas, y, por otro, la explicación de
cómo las ideas fundamentales dan foripa a determinados sistemas teóricos.

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Si no se indica otra cosa, las remisiones a determinadas páginas de las obras que aparecen a
lo largo del texto corresponden a la primera edición que de dichas obras se menciona en la bibliografía.
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26 INTRODUCCIÓN

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Ca pítulo 1
NACIM IENTO DE LA ECONOM ÍA POLÍTICA

1.1. El final de la Edad Media y el nacimiento del mundo moderno


1 .1 .1 . E l fin a l d e la E d a d M e d ia y la e sc o l á st ic a

La economía feudal surgió de las cenizas de la economía esclavista del Im­


perio romano. La relación entre dueño y esclavo, una relación que-sólo puede
materializarse si el esclavo es capaz de producir más de lo que consume, se trans­
formó en relación entre dueño y siervo. Este último estaba ligado a la tierra que
cultivaba, y obtenía la protección del señor a cambio de determinados «servicios»
económicos y políticos. No obstante, el control último de la actividad económica
estaba en manos del rey, que podía transferir, al menos en principio, los feudos
de un señor a otro. Puesto que la tierra y el trabajo no eran objeto de compraven­
ta, sino sólo de transferencia, no se necesitaban mercados de tierra ni de trabajo.
Autoridad, fe y tradición bastaban para garantizar el buen funcionamiento del
sistema.
En la Edad Media, la actividad económica se organizaba en torno a la vida
del feudo, una unidad agrícola dotada de un amplio grado de autosuficiencia,
controlada por un señor y cultivada por campesinos y siervos, a la que se atribuía
un doble objetivo: asegurar la continuidad en el tiempo de la hacienda y producir
un excedente para cederlo al señor.
La relativa seguridad económica que permitía la institución feudal contribu­
yó a la mejora de las condiciones de vida de la población, aunque sólo sea porque
la condición social de siervo es superior a la de esclavo. Al mismo tiempo, la for­
mación de ciudades en las áreas densamente pobladas y la difusión a gran escala
de talleres artesanales sentaron las premisas para el inicio de una intensa activi­
dad comercial. Surgió la figura del comerciante independiente, primero en los in­
tersticios y en las fronteras de la economía tradicional, pero luego en una esfera
económica nueva: la ciudad libre y sus mercados, embrión de las modernas ciu­
dades europeas.
Fue en los siglos xn y xin cuando se inició el crecimiento de la economía de
las ciudades y del tráfico comercial y financiero de las burguesías urbanas. Y pre­
cisamente en este período se realizaron las primeras tentativas de teorización
económica de cierta envergadura. Antes de ese momento encontramos algunas
ideas importantes en Aristóteles: sus tesis sobre la «crematística natural», es de­
cir, el arte de enriquecerse produciendo bienes y servicios útiles para la existen-
28 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

intercambio y de la usura; su distinción entre valor de uso y valor de cambio de


las mercancías, consistente el primero en la capacidad de una mercancía de satis­
facer una necesidad específica, y el segundo en la relación cuantitativa con la que
una mercancía se intercambia por otra; su intento de definir el «precio justo» de
las mercancías como el que se basa en la equivalencia de las prestaciones inter­
cambiadas.
La filosofía escolástica del siglo xiii, cuyo principal exponente fue Tomás
de Aquino (1221-1274), se vinculaba explícitamente a la filosofía aristotélica,
esforzándose por asimilaría al cristianismo. Partía del presupuesto de que la
inteligencia humana es capaz de alcanzar la verdad mediante el método espe­
culativo, y asumía que existen tres órdenes distintos de verdad a los que diri­
gir la especulación: la ley divina, tal copio se manifiesta en la revelación; el
derecho natural (jus naturalis), tal como se expresa en los «universales» que
Dios ha puesto en las criaturas; el derecho positivo, producto de las decisiones
y de las convicciones humanas, y válido para todos los hombres (jus gentium )
o bien para los súbditos de cada Estado (jus civilis). La gran parte de las pro­
posiciones económicas de la escolástica corresponden al jus gentium , y sólo
alguna al jus naturalis.
La temática del «precio justo», que provenía de Aristóteles, se resolvía en la
com m unis aestimatio del precio normal en ausencia de monopolio. Junto a esta
tesis, se formulaba la del «salario justo», definido —siempre según la com munis
aestimatio — como el que debería garantizar al trabajador un nivel de vida ade­
cuado a su condición social. En relación con esto, encontramos también esbozos
de una teoría del precio justo, que, en virtud del «intercambio de equivalentes»,
se resuelve en el coste de producción y, por tanto, principalmente en el coste del
trabajo. El coste de producción incluye un beneficio, pero debe ser un beneficio
moderado, «equitativo», lo necesario para mantener a la familia del comerciante
y hacer alguna obra de caridad. Esto, teniendo en cuenta que el comercio se con­
sideraba legítimo sólo si era útil a la comunidad —es decir, únicamente si produ­
cía servicios—, induce a ver en el concepto de beneficio de los escolásticos poco
más que un salario de dirección que incluía los gastos de representación.
El precio justo de una mercancía es una propiedad intrínseca de ésta, en
cuanto que expresa su valor intrínseco (bonitas intrínseca). Pero no queda del
todo claro qué determina este valor, y la opinión predominante oscila entre la te­
sis de los esfuerzos sostenidos en la producción y la de la capacidad de la mer­
cancía de satisfacer una necesidad humana. No obstante, en ambos casos se trata
de una propiedad objetiva de la mercancía. Tampoco está claro si las proposicio­
nes concernientes al valor de las mercancías pertenecen al derecho natural, como
haría suponer la tesis de la bonitas intrínseca, o más bien deben reconducirse al
jus gentium, como parecería sugerir la tesis de la com m unis aestimatio. En reali­
dad, los escolásticos no estaban tan interesados en entender qué es el valor, ni
qué lo determina. Para ellos, el precio justo debe ser tal para garantizar la justicia
conmutativa —es decir, el intercambio general—, de modo que nadie pueda obte­
ner mediante el intercambio de mercancías más de lo que da. No obstante, si, y
en la medida en que, dicho precio es justo porque corresponde al derecho natu­
ral, este es también verdadero, aunque no pueda observarse; y, en cierto sentido,
incluso más verdadero que los precios a los que se intercambian efectivamente
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 29

las mercancías en el mercado, los cuales pueden apartarse ligeramente, en más o


en menos, de los «justos». Es probable que haya que buscar aquí el lejano origen
de la teoría clásica de los precios naturales y de los precios de mercado.
A diferencia de las mercancías reales, que poseen un valor intrínseco, la m o­
neda tiene un valor convencional (impositus ), un valor que ha sido impuesto por
el príncipe, y no hay duda de que la doctrina del valor de la moneda corresponde
al derecho positivo, antes que al natural. Predomina entre los escolásticos, espe­
cialmente en Tomás de Aquino, una teoría convencionalista de la moneda: la mo­
neda es un patrón, y se ha inventado por los hombres para medir el valor de las
mercancías y facilitar los intercambios. Además, es un bien fungible, que se con­
sume con el uso. De aquí deriva la principal justificación de la condena de la usu­
ra. En efecto, Tomás de Aquino renueva la condena aristótelica de la usura, pero
la integra con la tesis según la cual el dinero, al no ser un bien duradero que pro­
duce servicios, como los bienes capitales, no puede alquilarse, de manera que su
préstamo no puede dar derecho a la percepción de un interés. Y contra quien
afirma que el interés es proporcional al tiempo —es decir, a la duración del prés­
tamo— argumenta que el tiempo es un bien común, otorgado por Dios a todos
los hombres, y que nadie tiene el derecho de apropiárselo privadamente o de
apropiarse de sus frutos.
Finalmente, también es importante en Tomás de Aquino su intento de justi­
ficar la propiedad privada; intento que parece el primer eslabón de una larga ca­
dena que, como veremos, vincula el pensamiento escolástico al iusnaturalismo
del siglo XVII y, más tarde, a Locke, Quesnay, Smith y al socialismo del XVIII.
Dios ha creado la tierra para todos los hombres; por tanto, nadie puede arrogar­
se un derecho que prive a los demás del uso de los bienes de la creación. Sin em­
bargo, la propiedad privada puede justificarse como estímulo al trabajo y, por
otra parte, no está reñida con el derecho natural a pesar de que no se fundamen­
te en él. No obstante, hay que entenderla como una forma de concesión que la
comunidad hace al individuo, y hay que ejercerla como un servicio: no es un ius
utendi, fruendi et abutendi, sino únicamente una potestas procurandi et dispen-
sandi.
No resulta difícil comprender el fuerte tono moralista de las teorías escolás­
ticas y su función normativa. En una época en la que el resurgimiento del comer­
cio amenazaba con disgregar un «orden» social ajustado a los designios divinos
—mientras que aportaba riqueza y biarfeátar, si no a toda la comunidad, cierta­
mente a algunas clases y categorías sociales nuevas—, constituía una exigencia
fuertemente sentida la necesidad de mantener bajo el control de la comunidad,
en la medida de lo posible, los instrumentos económicos con los que se acumula­
ban las nuevas riquezas: los beneficios comerciales, los precios, los préstamos
con usura y la propiedad mobiliaria.
Las ideas económicas de Tomás de Aquino, y de la escolástica en general,
poseen escaso valor científico y prácticamente pertenecen a la prehistoria de la
economía política. Pero no pueden ignorarse en ninguna historia de esta ciencia,
puesto que, convertidas en doctrina de la Iglesia católica, han seguido influyendo
en el pensamiento económico durante varios siglos, aun en autores que no las
compartían. Incluso economistas que elaboraron doctrinas opuestas a las tomis-
no, j 11; ui ci un de toneilas en cuenta, liasie pcmac ipu: tudaeia cu ei sigic XVlii, en
30 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

plena Ilustración, el abate Galiani no fue capaz de formular su propia teoría mo­
derna del interés sin sentirse obligado a idemostrar la coherencia de ésta con la
doctrina de la justicia «conmutativa» y con el precepto que prohíbe la usura.

1.1.2. EL CAPITALISMO «MERCANTIL»

Aproximadamente a partir de la segunda mitad del siglo XV se inició un len­


to, pero inexorable, proceso de transformación económica, social, política y cul­
tural que durará hasta después de mediados del XVIII, cuando ya se habrán dado
todas las condiciones previas al nacimiento del moderno capitalismo industrial.
Uno de los principales factores d^-este proceso de transformación fue la
afluencia de oro de las Américas. Entre 1500 y 1650, los precios se triplicaron en
Europa. Las consecuencias sociales fueron enormes. Por una parte, se asistió a
un gradual empobrecimiento de aquellas clases sociales —la aristocracia y el cle­
ro— que vivían de las rentas fijadas por la costumbre, las cuales se adecuaban
con mucha lentitud a la disminución del valor de la moneda. Por otra, se produjo
un singular enriquecimiento de la burguesía mercantil, que vivía de profits upon
alienation, es decir, de rentas derivadas de la diferencia entre los precios de venta
y los precios de compra de las mercancías, un tipo de beneficio que aumenta de
manera natural con la inflación. Este crecimiento de la. riqueza monetaria en ma­
nos de la burguesía, junto con el correspondiente proceso de expropiación gra­
dual de las antiguas clases dominantes, constituyeron uno de los factores funda­
mentales del proceso de acumulación originaria.
La expansión del comercio, y en particular del comercio de larga distancia,
llevó después a la formación de centros comerciales e industriales, y —de modo
gradual— al surgimiento de la nueva figura del mercader-manufacturero, que
provocó cambios profundos en la actividad productiva. La necesidad de cantida­
des crecientes de productos manufacturados y, sobre todo, la exigencia de una
mayor estabilidad de la oferta llevaron a un control cada vez mayor de la activi­
dad productiva por parte del propio comerciante. Ya a finales del siglo xvi el
modelo artesanal de producción, en el que el artesano tiene la propiedad de los
instrumentos de trabajo y del taller, y trabaja como un pequeño empresario in­
dependiente, empezó a ser reemplazado, en el sector de la exportación, por el
sistema de trabajo a domicilio (putting-out system). Al principio, era el comer­
ciante quien suministraba las materias primas al artesano y quien le encargaba
su transformación en productos terminados, mientras que el trabajo se conti­
nuaba realizando en talleres independientes. En una fase posterior, la misma
propiedad de los instrumentos de producción, y a menudo del taller, pasó al co­
merciante, que ahora estaba en condiciones de contratar trabajadores propios.
El trabajador ya no vendía un producto terminado al comerciante, sino directa­
mente su propia capacidad de trabajo. La industria textil fue uno de los prime­
ros sectores en los que se consolidó'el nuevo modo de producción.
Así pues, se asistía también a la lenta formación de una clase trabajadora de
tipo moderno: una clase social de sujetos privados del control del proceso de pro­
ducción, una clase para la cual la venta de la fuerza de trabajo representaba la
única fuente de sustento. En el campo, este proceso se vio favorecido por la difu­
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 31

sión del sistema de producción a domicilio, por el proceso de cercamiento de las


tierras (especialmente en Inglaterra) y por el aumento de la población. Además,
en las ciudades el aumento de los precios empobreció de manera drástica aque­
llas categorías de trabajadores semi-artesanales que constituían las capas más ba­
jas de las' antiguas corporaciones, que obtenían, al menos en parte, ingresos de
trabajo dependiente fijados por la costumbre. Dichos ingresos fueron fuertemen­
te recortados por la inflación. A aquellas capas sociales se unieron los campesi­
nos expulsados de los campos y los artesanos pobres cuyas mercancías no podían
competir con las producidas bajo el control de los mercaderes-manufactureros,
aunque sólo fuera porque no tenían una salida comercial segura.
Otro cambio importante que se verificó, en estos tres siglos fue la consolida­
ción de los modernos Estados nacionales. Se trata de un proceso largo que hunde
sus raíces en la lucha entre las ciudades libres, el Papado y el Imperio, y que se
inició en Italia en la baja Edad Media. Las transformaciones iniciadas por la de­
sintegración del Sacro Imperio Romano dieron vida a varios procesos de unifica­
ción nacional que culminaron hacia finales del siglo XV, al menos en Inglaterra,
Francia y España. En los tres siglos siguientes, las guerras europeas serán gue­
rras entre Estados-naciones, en las que la razón de Estado prevalecerá sobre
cualquier otra, aun cuando el elemento ideológico sea muy fuerte, como en las
guerras de religión.

1 .1.3. L a REVOLUCIÓN CIENTÍFICA Y EL NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA

La afirmación del principio jde la supremacía del poder espiritual sobre el


temporal, que constituyó una de las principales armas ideológicas de la lucha de
las ciudades libres contra el poder central, demolió desde sus propios fundamen­
tos la legitimidad del orden establecido en el Imperio, y dio comienzo a un proce­
so revolucionario que cambiaría la faz de Europa. Era el espíritu del hombre que
se emancipaba de la tradición. La revolución cultural fue lenta, pero inexorable.
Con el Humanismo y el Renacimiento, el hombre se colocaba en el centro del
universo, mientras la filosofía se emancipaba de Aristóteles y del tomismo. Y en
tanto la política, con Maquiavelo, dejaba de ser una rama de la filosofía moral
para convertirse en ciencia, con la Reforma protestante era la propia fe —es de­
cir, el fundamento espiritual del acto Jibfe— la que se emancipaba de la autori­
dad establecida. El Príncipe de Maquiavelo se publicó en 1516; los comienzos de
la predicación de Lutero contra la venta de indulgencias se remontan a 1517.
También en el Renacimiento se inició aquel gran proceso de emancipación
intelectual conocido como «revolución científica». Durante los siglos xvi y xvn se
asistió a una segunda oleada de expansión de las universidades europeas. La pri­
mera, auspiciada por la Iglesia, había tenido lugar en la baja Edad Media. Más tar­
de, en los siglos xiv y xv, la universidad decayó, sobre todo a causa de la tendencia
de los intelectuales más libres y creativos a sustraerse al control espiritual de la
Iglesia y a buscar protección en las cortes de los príncipes y en las «academias»
laicas. En el renacimiento de las universidades de los siglos xvi y xvn, el Estado
tendió a sustituir a la Iglesia en el control de la actividad intelectual. En este perío­
do perdieron prestigio c importancia las irc ilubl lili O
i ÜS I cLCl Op tic mugo supo-
32 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

rior —Teología, Derecho y Medicina—, en las que el control ideológico, alimenta­


do por las guerras de religión, era aún fuerte. En cambio, adquirió preeminencia
la Facultad que durante la Edad Media había sido relegada a un papel ancilar: la
de Filosofía. Fue en estas nuevas universidades donde nació la filosofía moderna y,
con ella, la ciencia. No es un hecho casual que los mayores filósofos de la época
fueran también grandes científicos, o por lo menos mostraran un gran interés por
el desarrollo de la investigación científica. La revolución se inició en la primera
mitad del siglo XVI con Copérnico, y, pasando por Kepler, Galileo, Bacon, Leibniz y
Descartes, llegaría a su conclusión en el XVIII con Newton.
Fue en este clima de revolución cultural en el que se sentaron la bases del
pensamiento económico moderno. Así como las ciencias naturales se iban eman­
cipando de la magia, la ciencia política, y, la economía aspiraban a emanciparse
de la ética y de la filosofía política. El programa se había realizado hacía ya tiem­
po, cuando fue enunciado por Antoyne de Montchrétien (ca. 1575-1621) en el
propio título de su obra principal, Traite de l'Oeconomie Politique (1615), en la
que se sostenía que la economía, «ciencia de la adquisición», es a la política
como la parte principal al todo, y que ésta se ocupa no sólo de la familia, sino
también de la república. En realidad, el nacimiento de la ciencia económica hubo
de atravesar dos procesos de emancipación: el primero requirió la superación de
la idea aristotélico-tomista según la cual aquélla se relacionaría únicamente con
el comportamiento de los agentes económicos individuales, las familias; el segun­
do supuso el abandono de la gnoseología y de la metafísica escolástica. Veámos-
los por separado.
En el pensamiento clásico griego y, a través de la influencia de Aristóteles,
en la filosofía medieval se consideraba que la economía era el arte de la adminis­
tración de la familia. Para Tomás de Aquino, oeconomia significaba simplemente
«gobierno de la casa». Se trataba de una disciplina que afectaba a la esfera priva­
da de la acción humana. Como tal, estaba subordinada a la ética y a la filosofía
política, es decir, a las disciplinas filosóficas que estudiaban la actividad pública
del hombre. La política tenía por objeto el comportamiento de los agentes socia­
les colectivos, el Estado y sus órganos in primis; la economía, en cambio, se ocu­
paba de los agentes sociales individuales, las familias. Éstas constituían sólo el
trasfondo particularista de la sociedad política. Y el objeto de la «ciencia», o filo­
sofía, política lo constituía el estudio de la sociedad política. En relación con éste,
las familias no representaban algo esencial.
Por otra parte, la filosofía política y la ética proporcionaban unos conoci­
mientos, mientras que la economía tenía únicamente finalidades prácticas. Para
Aristóteles, al igual que para sus seguidores en la baja Edad Media y para Tomás
de Aquino en particular, la «ciencia» —es decir, el conocimiento especulativo—
consistía en la aplicación de un procedimiento racional deductivo a un objeto de
estudio sobre el que se pudieran formular proposiciones y alcanzar conclusiones
dotadas de los atributos de universalidad y necesidad. La universalidad de las
proposiciones políticas se derivaba del hecho de que el consenso popular al poder
legislativo de los gobernantes sería una manifestación de la voluntad de Dios,
mientras que la universalidad de las proposiciones éticas se desprendía del hecho
de que los fines de la acción humana, a cuyo estudio se aplicaban dichas proposi­
ciones, coincidirían con los fines para los que la idea divina habría modelado a
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 33

las criaturas. Estas posibilidades quedaban excluidas de la actividad económica


de la familia. Todas las acciones de las células sociales individuales se adscribi­
rían, o bien a la ética, o bien a la política; y las que no pudieran adscribirse ni a
una ni a otra no serían dignas de estudio «científico». En otras palabras, la eco­
nomía no era una. «ciencia», porque no era ni política ni ética.
Dice bien Schumpeter cuando observa que Tomás de Aquino estaba poco in­
teresado en las cuestiones económicas por sí mismas y que «sólo cuando los fe­
nómenos económicos plantean cuestiones de teología moral se decide a ocuparse
de ellos» (p. 90). Y tiene razón cuando sostiene que, en la escolástica, la econo­
mía en su conjunto nunca se ha tratado como una materia en sí. Tomás de Aqui­
no consideraba «deshonesta» la actividad comercial de los individuos. ¿Qué pro­
posiciones universales podían formularse sobre ella? ¿Cómo podía ocuparse de
ella la «ciencia»?
Pues bien, al pretender ser economía política, o pública, o nacional, la nueva
disciplina se definió' como ciencia precisamente porque localizó su propio objeto
de investigación en el ámbito de las' actividades públicas. Con ello consolidaba
también, entre otras cosas, la propia autonomía de la nueva ciencia política, que
se estaba desarrollando paralelamente a ella. Se trataba de dos disciplinas inde­
pendientes, que estudiaban aspectos distintos de la acción social: una se ocupaba
de la acumulación y de la gestión de la riqueza; la otra, de la acumulación y de la
gestión del poder. De todos modos, ambas asumían como objeto de investigación
el comportamiento de los agentes sociales colectivos) éstos seguían siendo el Es­
tado y sus órganos, pero ahora subordinados a otro sujeto social: la nación. El
Estado tendía a obtener la legitimidad de esta última, mientras que la legitimidad
papal y/o imperial se desvanecía o, en cualquier caso, resultaba muy debilitada.
El bienestar público tendía a convertirse en uno de los factores de legitimación,
definiendo un nuevo ámbito de la actividad estatal. Y la economía política nació,
junto a la teoría de la política económica, para dar sentido y eficacia a dicha acti­
vidad.
Antes de pasar al segundo aspecto del proceso de emancipación de la econo­
mía con respecto al tomismo, es importante señalar que el nacimiento de la eco­
nomía política y de la ciencia política coincidieron con la secularización de la
ciencia (ahora ya sin comillas). Sólo cuando la acción humana dejó de estar mo­
tivada por fines espirituales adquirió sentido estudiarla sin aspirar ya a alcanzar
proposiciones universales. Es precisameilté cuando las decisiones públicas ya no
están legitimadas por Dios, sino sólo por los finés de las naciones y de los hom­
bres, cuando resulta posible estudiarlas científicamente.
Este proceso de laicización de la ciencia, por lo que se refiere a la economía
política, llegó a su culminación en el siglo XVJI, cuando ésta se dejó fecundar por
la filosofía iusnaturalista, por el empirismo inglés y por el racionalismo cartesia­
no. Pero había empezado mucho antes, ya en la época de las discusiones filosófi­
cas sobre los «universales». Los universales son las propiedades esenciales de las
cosas. Éstos, según Tomás de Aquino, antes de existir en la mente del hombre,
que puede conocerlos mediante la abstracción, existen en la mente de Dios; pero
residen también en las propias cosas, detrás —y como fundamento— de su reali­
dad empírica. Por ello, la especulación produciría la «ciencia»: la capacidad de
aDsinacción de la juenie humana operaría aubre una esu'ueiuui onioiogica del
34 ■ PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

mundo que le corresponde. Los filósofos nominalistas contrapusieron a esta con­


cepción una teoría del conocimiento que negaba la realidad de los universales.
Éstos, en 3a visión nominalista, constituyen meros signos convencionales, los
nombres de las cosas, no su esencia real. Es en la consolidación de esta concep­
ción, entre cuyos principales partidarios se hallan Roger Bacon y Guillermo de
Ockham, donde hay que buscar los orígenes del pensamiento científico moderno.
En efecto, los filósofos nominalistas buscaban el conocimiento en el estudio de
los aspectos individuales, particulares, empíricos, de las cosas, en lugar de bus­
carlo en su esencia universal.
Karl Pribram ha señalado que fueron precisamente algunos pensadores no­
minalistas, sobre todo discípulos y seguidores de Ockham, quienes, entre los si­
glos XIV y XV, realizaron los primeros internos de razonamiento científico en eco­
nomía. Uno de ellos fue lean Buridan (1290?-1358), quien trató de explicar el va­
lor de las mercancías no por lo que deben ser, sino por lo que efectivamente son; y
no en cuanto a su sustancia, sino como fenómenos relaciónales, como expresio­
nes de las necesidades humanas. Otro fue Nicolás de Oresme (1320P-1382?), que
se distanció del tomismo en el hecho de atribuirle a la moneda no un valor con­
vencional, sino un valor real vinculado al de los metales preciosos. Oresme fue el
primer estudioso que tuvo una clara intuición de la llamada «ley de Gresham», de
la que hablaremos en el próximo apartado. Otro de aquellos pensadores fue Anto­
nio Pierozzi (1389-1459), más conocido por el nombre de san Antonio de Floren­
cia, quien formuló una teoría según la cual el valor de la mercancía, además de
depender de los costes incurridos en la producción, depende también de la raritas
—es decir, de la escasez— y de la complacibilitas —esto es, de la estimación de los
individuos—. Así, forzó a la doctrina de la-communis aestimatio para que sirviera
al propósito de una visión subjetivista del valor.

1.2. El mercantilismo
1.2.1. E l b u l l io n is m g

Conviene clarificar inmediatamente que no ha existido una escuela de pensa­


miento que se autodefiniera como «mercantilista»; ni siquiera una corriente de
opinión, consciente de su propia homogeneidad teórica, que pudiera definirse
como tal. Sin embargo, no hay duda de que Adam Smith tenía alguna razón cuan­
do agrupaba bajo la categoría de «sistema comercial o mercantil» el conjunto de
ideas económicas que dominaron los ambientes políticos y comerciales europeos
en los siglos XVI, XVII y buena parte del xvm. Más allá de las fronteras nacionales
existía un núcleo común de teoría, y era éste el que permitía el diálogo y el debate,
pero también el que daba cierta homogeneidad a las distintas políticas económicas
nacionales. Sin embargo, resulta difícil identificar un «sistema» en relación con
aquellas ideas. Al menos, habría que hacer ciertas concesiones a algunas diferen­
cias ligadas a los caracteres nacionales, de gran importancia, y habría que admitir
un mínimo de evolución histórica. Pero no tenemos espacio aquí para hablar de
las diferencias nacionales, salvo algunas indicaciones que daremos cuando sea ne­
cesario. La evolución histórica, en cambio, no puede ser ignorada.
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 35

Con este propósito, y para simplificar, seguiremos la sugerencia de Cannan


de distinguir el bullionismo del mercantilismo en sentido estricto, conscientes,
sin embargo, de que esta división se basa en una clasificación un poco forzada.
El bullionismo habría tenido una posición preponderante en las opiniones
que circulaban en las cortes europeas hasta finales del siglo xvi. Se caracteriza­
ría, ante todo, por la creencia de que la moneda, o bien el oro, era la riqueza. Ob­
viamente, el hecho de que sea riqueza no plantea ninguna duda. El error estaría,
según Smith, en creer que sólo éste sea riqueza. Pero es dudoso que hayan existi­
do nunca economistas que pensaran exactamente de ese modo. Lo que había,
más bien, era la opinión generalizada de que el tesoro era el único tipo de riqueza
que valía la pena acumular; opinión no del todo insensata, desde el punto de vista
del Estado, en una época en la que las guerras se ganaban con oro. Tampoco re­
sultaba insensata desde el punto de vista del comerciante, según el cual la mone­
da es capital, o mejor, el único tipo de capital que tiene valor en sí mismo. En rea­
lidad, estaba claro para casi todos los economistas de la época que la moneda era
un medio para aumentar la riqueza y el poder. Lo que muchos bullionistas no ad­
mitían era la idea de que este medio debiera utilizarse para acrecentar el bienes­
tar colectivo, la riqueza de las naciones, como pretendería Smith. Pero ¿por qué
el Estado y los comerciantes habrían de plantearse este objetivo? En realidad, los
primeros economistas bullionistas, cuando no eran comerciantes, eran adminis­
tradores de las finanzas privadas del soberano más que funcionarios públicos;
por tanto, se ocupaban todavía de cuestiones de economía doméstica. Esto es vá­
lido seguramente para los cameralistas alemanes, los funcionarios adscritos a la
Kramer del soberano —es decir, a su tesoro—, pero también para muchos bullio­
nistas españoles. No constituía, pues, una sinrazón que se dedicaran a los objeti­
vos que se les planteaban.
Pero la verdadera «sinrazón» de estos economistas, y lo que les distingue
claramente de los mercantilistas del siguiente siglo, estaba en los métodos pro­
puestos para perseguir aquellos objetivos. Una amplia circulación de moneda
dentro del territorio nacional se considerába garantía de una gran capacidad con­
tributiva. Por ello, debía obstaculizarse la salida de los metales preciosos fuera de
las fronteras. El método más sencillo para hacerlo consistía en la prohibición de
exportar oro y plata, que se aplicó con rigor —y a veces hasta con ferocidad— en
muchos países. Otro expediente al que se recurría con frecuencia era el «alza de
las monedas», que consistía en hacer aumentar el poder adquisitivo de las mone­
das extranjeras en el territorio nacional, induciendo así una afluencia de moneda
del extranjero. Por otra parte, también se trató de obligar a las empresas naciona­
les a pagar las importaciones con mercancías, en lugar de hacerlo con dinero. Fi­
nalmente, otro medio al que se recurrió, sobre todo en España, fue el de la «ba­
lanza de contratos», que consistía en adquirir de cada país extranjero mercancías
por un importe que no excediera el de las mercancías exportadas a dicho país.
Otro «error» bullionista era la tendencia a buscar las causas de la salida sis­
temática de metales preciosos en fenómenos de naturaleza puramente monetaria,
a saber, principalmente en las desviaciones del tipo de cambio de las paridades
determinadas por el contenido metálico. Tales desviaciones se atribuían a com­
portamientos ilícitos, falsificaciones y manipulaciones de banqueros y comer-
36 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

técnicas monetarias ilegales, como el «recorte», es decirla reducción del conteni­


do metálico de la moneda respecto al valor de acuñación; o el «alza», esto es, el
aumento, mediante un «edicto», del valor oficial de las monedas corrientes en re­
lación con su contenido metálico real. Las investigaciones en este campo fueron
muchas y profundas, y llevaron a la formulación de una importante ley económi­
ca, conocida con el nombre de «ley de Gresham», según la cual la moneda mala
ahuyenta a la buena. Si en un país circularan dos tipos de moneda, con el mismo
valor nominal pero distinto valor intrínseco (porque una de las dos tiene un me­
nor contenido de metal precioso, porque se ha falsificado, porque se ha deteriora­
do...), la gente tenderá a utilizar la moneda mala en los pagos internos, mientras
que la buena será atesorada o fundida, o bien se utilizará en los pagos internacio­
nales. Por lo tanto, desaparecerá de la circulación.
A propósito de la denominación de esta ley, resulta oportuno hacer una pun-
tualización. En 1857, se atribuyó su descubrimiento a Thomas Gresham (1519-
1579) por Henry McLeod, quien, sin embargo, más tarde se retractó y la definió
como «ley de Qresme-Copérnico-Gresham». Podemos encontrar una formulación
precisa de la ley por parte de Gresham, antes que en Information Touching the
Fall of Exchange (1558), en una carta a la reina Isabel I. Hoy sabemos que la pri­
mera formulación completa de la ley se remonta a 1519, y se halla en el Tractatus
de Monetis de Nicolás Copérnico (1473-1543), aunque se pueden encontrar indi­
cios de ella en el Traité de la première invention des monnoies (c. 1360) de Nicolás
de Oresme.

1 .2 .2 . T e o r ía s y po l ít ic a s c o m e r c ia l e s m e r c a n t il ist a s

Todavía en el siglo XVII se profesaban doctrinas bullionistas. Por ejemplo,


Gerald de Malynes (1586-1641) (del que recordaremos A Treatise of the Cankerof
England’s Common Wealth, de 1603, y Consuetudo vel lex mercatoria or the An-
cient Law-Merchant, de 1622) buscaba en las alteraciones del cambio las causas
de fondo de un desequilibrio de la balanza comercial. Sin embargo, la parte más
interesante de las tesis de Malynes no es bullionista, y puede sintetizarse, con un
poco de buena voluntad, en el siguiente razonamiento. Un tipo de cambio más
alto que la paridad metálica produciría la salida de los metales preciosos. Dismi­
nuyendo la moneda en circulación en el interior del país en cuestión, se reduci­
rían los precios y empeoraría la relación de intercambio; y esto haría aumentar el
déficit comercial. Dos son los aspectos interesantes de este razonamiento: pri­
mero, el uso —aunque de manera aproximada— de la teoría cuantitativa de la
moneda; segundo, la hipótesis implícita de una baja elasticidad de las importa­
ciones y/o de las exportaciones respecto a los precios. Volveremos sobre ello
más adelante. En cambio, el aspecto menos interesante es la solución señalada:
la intervención del «Royal Exchanger» contra las prácticas ilegales y las mani­
pulaciones monetarias, únicas responsables —según Malynes— de las fluctua­
ciones del cambio.
Contra tales tesis se lanzaron Edward Misselden (1608-1654) (Free Trade of
the Means to Malee Trade Flourish, 1622; The Circle of Commerce, 1623) y Thomas
Mun (1571-1641) (Discurso acerca del comercio de Inglaterra con las Indias Orien-
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 37

tales, 1621; La riqueza de Inglaterra p o r el com ercio exterior, escrito en 1630, pero
publicado postumamente en 1664), dos cultos m erch a n t adventurers que no des­
deñaron ni la política ni la ciencia. Misselden. invirtió la tesis de Malynes: es el su­
perávit o el déficit de la balanza comercial el que hace variar el tipo de cambio, y
no al revés. Más que preocuparse por el cambio, el Estado debería fomentar las
exportaciones y desalentar las importaciones. Y este es el núcleo de la doctrina
mercantilista, doctrina que fue expuesta por-Mun de manera quizás más sistemá­
tica que por cualquier otro economista de su tiempo. Contra Malynes, que, entre
otras cosas, daba mucha importancia a las balanzas particulares del comercio de
un país con cada uno de los otros países tomados individualmente, se hizo paten­
te que lo que verdaderamente cuenta es la balanza comercial general. Es de ésta
de la que depende la entrada y salida de oro, y es directamente a ésta hacia la que
el Estado debe dirigir su atención. Así, resultaba admisible mantener un déficit
comercial con determinados países —por ejemplo, aquellos de los que se impor­
taban materias primas— si con ello se favorecía la producción nacional de los
productos industriales, la riqueza «artificial»’, como se le llamaba. Muchos de es­
tos bienes podían venderse a precios altos debido a las ventajas de naturaleza
monopolista ligadas a la superior tecnología requerida para producirlos.
Desde el punto de vista del nacimiento de la economía política, es importan­
te la identificación de los intereses de una clase social particular, la de los comer­
ciantes, con los de la colectividad; fue así como la economía dejó de ser «domés­
tica» para convertirse en «política». Los beneficios de aquella clase, p ro fits u p o n
a lien a tio n , se derivaban de un exceso del valor de las ventas sobre el de las com­
pras. Esta diferencia correspondía a una acumulación de dinero. Pues bien: la na­
ción entera se consideraba una gran compañía comercial. Su afluencia neta de
oro correspondía al excedente de las ventas al extranjero respecto a las compras
del extranjero. Y, como el comerciante, también la nación debía evitar que el te­
soro se mantuviera inactivo. Por el contrario, había de reinvertirlo bajo la forma
de «stock», para adquirir (importar) las mercancías necesarias para producir
nuevos bienes; con éstos podría aumentar las ventas (exportaciones) y las ganan­
cias (el superávit comercial). Si bien la producción, y consecuentemente la trans­
formación de las materias primas importadas, desempeñaba un papel importante
en este razonamiento, no obstante todavía se veía sólo en el excedente de las ven­
tas sobre las comjrras la fuente de los beneficios, tanto para la colectividad como
páralos individuos. >
La teoría de la política económica que se derivó de tal doctrina es sencilla.
La política comercial debía ser proteccionista. Había que abolir los impuestos a
las exportaciones y aumentar los impuestos a las importaciones. Por otra parte,
podían fomentarse las exportaciones con premios, y obstaculizarse las importa­
ciones, incluso con prohibiciones. La tarifa aduanera francesa, instituida por
Colbert en 1644, se adecuaba plenamente a estos principios. También Inglaterra
se movió en esta dirección, sobre todo hacia finales del siglo XVII. Sin embargo,
se admitían importantes excepciones: la libre importación de materias primas
útiles a la industria nacional no se obstaculizaba, mientras que se prohibía la ex­
portación de materias primas importantes, como, por ejemplo, la lana.
También forman parte de la política comercial mercantilista los privilegios
38 PANORAMA DE HISTORIA DEL'PENSAMIENTO ECONOMICO

cantes. De 1651 data el Acta de Navegación inglesa, con la que se prohibía la im­
portación de mercancías si no era en naves inglesas. También la política de ex­
pansionismo colonial se adecuaba a esta óptica, sobre todo por la demanda de
productos de la madre patria y por la oferta de materias primas a bajo coste que
se esperaba de las colonias. Finalmente, hay que mencionar la política de conce­
sión de privilegios y monopolios a las grandes compañías comerciales nacionales.
La Compañía de las Indias Orientales inglesa se fundó en 1600; la holandesa,
en 1602.
La política industrial, en cambio, se orientaba a la promoción de la actividad
productiva en el territorio nacional y se sema de instrumentos como la conce­
sión de privilegios monopolistas, de subvenciones estatales y de exenciones de
impuestos. Pero también se recurría a lappaportación de tecnologías avanzadas, a
la compra de secretos de fabricación y al fomento de la inmigración de obreros
cualificados. Finalmente, se recurrió incluso a la creación de fábricas estatales.
También en este ámbito sobresalió el mercantilismo francés, que, de nuevo con
Colbert, llevó la política industrial a niveles obsesivos, hasta llegar a la prescrip­
ción por vía administrativa de los procedimientos de fabricación y los controles
de calidad.

1.2.3. T e o r ía s y p o l ít ic a s d e m o g r á f ic a s

Existen también una teoría y una política mercantilistas en el ámbito demo­


gráfico. El problema consistía en asegurar una oferta de trabajo abundante para
satisfacer las exigencias de expansión de la naciente industria. La política debía
favorecer el incremento de la población (aún estamos lejos de las obsesiones mal-
thusianas del siglo xix), política que se llevó a cabo con particular eficacia en Ale­
mania, donde se recurrió a la abolición de los impedimentos que dificultaban el
matrimonio e, incluso, a la asignación de premios para las familias numerosas.
Se puede hablar de una auténtica psicosis mercantilista respecto a la escasez
de población. Incluso en países como Italia, en los que no había una escasez de
población real, estaba presente esta manía demográfica, hasta el punto de que las
primeras intuiciones del «principio de la población», que más tarde se llamaría
«malthusiano», no suscitaron grandes preocupaciones. Por ejemplo, Giovanni
Botero (1543/44-1617) señaló, en Delle cause della grandezza e magnificenza delle
cita (1588), la tendencia de la «potencia generadora» de los hombres a crecer más
rápidamente que la «potencia nutritiva» de los Estados, pero de ello concluyó que
esta era sólo una razón más para desarrollar la producción, no para frenar el cre­
cimiento de la población; en el peor de los casos, se podía recurrir a la emigra­
ción como válvula de escape.
Esta obsesión por el crecimiento demográfico se explica sólo en parte por la
continua y famélica demanda de soldados en una época de guerra permanente.
En realidad, hay también una motivación económica de no poca importancia teó­
rica. Los mercantilistas tenían una peculiar teoría del salario, según la cual el sa­
lario de subsistencia comportaría la máxima oferta de trabajo; si el salario au­
mentara por encima de dicho nivel, la oferta disminuiría en lugar de aumentar.
Las justificaciones más ingenuas de esta tesis se planteaban en términos de «mo-
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 39

ral»: los obreros eran considerados unos depravados, atraídos por el vicio y la
embriaguez; pagarles por encima del nivel de subsistencia significaba fomentar la
pereza y la inmoralidad, y, en consecuencia, provocar una reducción de la oferta
de trabajo.
Una explicación del fenómeno menos sesgada ideológicamente debería ba­
sarse en la determinación de las condiciones de trabajo de la naciente industria y
en la relación entre las condiciones de vida en el campo y en la ciudad. Sobre el
primer punto, lo que ocurría era sencillamente que sólo el problema de la super­
vivencia física podía obligar a los obreros a aceptar un horario de trabajo de
13-14 horas diarias. En estas condiciones, resultaba comprensi ble que un aumen­
to del jornal pudiera causar un incremento de la demanda de «tiempo libre», y
quizás de alcohol; ¿puede haber peor crimen contra la moral de la familia cristia­
na? Este es el primer factor de la extraña curva de la oferta de trabajo en la que
pensaban los economistas mercantilistas. Por otra parte, la emigración del cam­
po a las ciudades se apoyaba más en un factor de «empuje» (por ejemplo, por el
cercado) que en uno de «reclamo», puesto que, cuando se trataba de sobrevivir,
las condiciones de vida en las ciudades eran-peores que en el campo. Por ello, un
ligero aumento de los salarios industriales no habría fomentado un incremento
importante de la oferta de trabajo para la industria. Este segundo factor podría
explicar la baja elasticidad de la oferta de trabajo. Pero, aun así, la curva de la
oferta debería inclinarse negativamente a causa del primer factor.
Puede reconstruirse la teoría utilizando una curva de oferta como la SS de la
figura 1.1, en la que wr es el salario real; wr, el de subsistencia; N, la cantidad de
trabajo, y N, el nivel de pleno empleo. La oferta de trabajo es infinitamente elás­
tica en correlación con el salario de subsistencia: con este salario, se ofrece toda
la fuerza de trabajo disponible para garantizar su supervivencia. No se permite
un salario más bajo, simplemente porque no aseguraría dicha supervivencia. Al­
canzada la plena ocupación, cada aumento del salario permitiría un respiro a los
trabajadores, y la curva de ia olera se indinaría ncgaiívamrnr
40 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Partamos del punto P, una situación de pleno empleo correlativo al salario


de subsistencia y con una curva de demanda como la D D. Un aumento de la acu­
mulación haría desplazarse a la curca de demanda a D'D'. El salario aumentaría a
w 'r y la oferta de trabajo se reduciría a N ’. Conclusión: si se pretende que el enri­
quecimiento de la nación no se vea frenado por la inmoralidad de los trabajado­
res, es necesario hacer que la población crezca al menos tan rápidamente como
el «stock». Si la curva de oferta de desplaza a S S ’, la ocupación sube a Ñ ’ y el sa­
lario vuelve a wr; el nuevo punto de equilibrio será Q.
El problema del mercado de trabajo en el período de la acumulación primi­
tiva no era tanto el de los salarios altos, dado que los productos industriales se
vendían normalmente en mercados imperfectamente competitivos —y, en conse­
cuencia, a precios que en cualquier caso resultaban remuneradores—, como el de
una oferta de trabajo que se resistía a acomodarse a la expansión de la industria y
el comercio. Por ejemplo, Josiah Child (1630-1699) (de quien recordaremos B rie f
O b serva tio n s C o n cem in g Trade a n d In terest o f M oney, 1668, publicado de nuevo,
en versión modificada, como A N e w D isc o u rse ofTrcide, 1693) estaba muy preocu­
pado por el problema demográfico, como todos los mercantilistas, pero no lo es­
taba en la misma medida por la cuestión de los salarios. Aunque no era contrario
a una política de salarios bajos, sostenía que los salarios altos, en términos gene­
rales, no constituían un mal; más bien deberían verse corno la consecuencia de la
elevada riqueza de un país, del mismo modo que los salarios bajos serían un indi­
cativo de pobreza.

1 .2 .4 . T e o r ía s y po lític a s m o n e t a r ia s

Consideremos ahora la teoría de la moneda. Las primeras formulaciones de


la teoría cuantitativa las hallamos entre los mercantilistas. La revolución de los
precios que tuvo lugar en Europa tras el descubrimiento de América, y que deter­
minó un proceso inflacionario secular, no podía pasar desapercibida. La relación
entre el aumento de los precios y el aumento de la cantidad de oro en circulación
fue señalada ya por los primeros mercantilistas españoles.
Se puede hallar una primera formulación consciente de la teoría cuantitati­
va en R ép o n se a u x p aradoxes de M o n sieu r de M alestroict to u c h a n t l'en ch érissem en t
de to u tes choses (1568), de Jean Bodin (1530-1596). Jehan Cherruyt de Males­
troict, en sus Paradoxes, to u c h a n t les fa its de m o n n a ies et l’en ch érissem en t de to u ­
tes ch o ses (1566), había sostenido que el aumento de los precios verificado en
Francia había sido sólo aparente. Según este autor, los precios habían aumentado
en términos de unidad de cuenta, a causa de la pérdida de peso; sin embargo,
puesto que el contenido metálico de las monedas había disminuido, éstas no ha­
bían aumentado en absoluto en términos de oro. Bodin sostiene que esta tesis
sólo explicaba parcialmente el proceso inflacionario. Los precios habían aumen­
tado tanto en términos de unidad de cuenta como de metal precioso; y este se­
gundo factor era el más importante. Utilizando incluso datos cuantitativos, Bodin
demostró que la causa principal del aumento de los precios había que buscarla
en el incremento de la cantidad de oro en circulación. .
Después de Bodin, la teoría cuantitativa fue adoptada por muchos otros
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 41

mercantilistas. Así, la hallamos claramente expuesta en John Hales (1584-1656)


(A D iscourse o n the C o m m o n W ealth o f th is R ea lm o fE n g la n d , 1581), en Bernardo
Davanzati (1529-1606) (Lezione dalle M onete, 1588) y en Antonio Serra (Breve
trattato delta cause c h e 'p o sso n o fox abbondare li regni d o ro e el'argento dove n o n
so n o m iniere, 1613).
Sin embargo, a partir de mediados del siglo xvil tuvo lugar un importante
cambio: la teoría cuantitativa se difundió entre los mercantilistas, pero ya no in­
terpretada como una explicación del nivel de los precios, sino más bien como una
teoría del nivel de las transacciones. Tan común se hizo esta creencia, que los po­
cos economistas que no la aceptaron y siguieron fieles a la vieja teoría cuantitati­
va fueron considerados casi revolucionarios. Volveremos sobre ella en el próximo
apartado, cuando expongamos las teorías de algunos precursores de la economía
clásica.
Probablemente haya que relacionar aquel cambio de perspectiva con la inte­
rrupción, acaecida en torno al período 1620-1640, del secular proceso inflaciona­
rio iniciado con el descubrimiento de América. La tendencia secular de los pre­
cios, que había sido fuertemente creciente desde comienzos del siglo xvi, en el
XVII se estabilizó y permaneció así hasta después de mediados del xvin. Entre
otras cosas, la segunda mitad del siglo xvil y la primera del xvili representan una
época de depresión. El flujo de oro y plata de las Américas se redujo drásticamen­
te, y la lucha entre los países europeos para acaparar metales preciosos se convir­
tió casi en un juego de «suma cero».
Los economistas y los comerciantes ya no se preocupaban por la inflación,
sino por la carencia de las disponibilidades monetarias necesarias para financiar
el comercio. La idea difundida era que «la moneda estimula el comercio». El au­
mento de la afluencia de metales preciosos provocado por el superávit de la ba­
lanza comercial, en una época en la que únicamente se podía aumentar la circu­
lación monetaria interna a expensas del extranjero, se veía sobre todo como una
condición necesaria para el aumento de la producción y, por tanto, de la riqueza.
Hasta el punto de que a las sugerencias de políticas proteccionistas se añadía a
menudo el consejo, dirigido específicamente al soberano, de que no ahorrara: el
crecimiento del tesoro estatal no haría sino sustraer moneda de la circulación.
Se señalaban dos mecanismos mediante los cuales el aumento de la oferta
de moneda estimularía los niveles de actividad. El primero es un mecanismo di­
recto, consistente en el aumento de las rentas y el consumo provocado por el au­
mento de la oferta monetaria. Esta fue la tesis que sostenía, por ejemplo, Jacob
Vanderlint en M oney A n sw ers all T hings (1734), y por John Law (1671-1729) en
M o n ey a n d Trade C onsidered (1705). Este último identificó con precisión la hipó­
tesis en la que se basa esta tesis; a saber, que los precios no varían de manera
consistente con la variación de la demanda (aunque Law limitó la validez de esta
hipótesis sólo a los bienes no duraderos). Por lo tanto, la curva de la oferta era
casi horizontal. Con ello la inflación, si la hay, es progresiva, mientras que sus
efectos son, en cualquier caso, positivos, ya que el aumento de los beneficios fo­
menta ulteriormente la acumulación.
El otro mecanismo es indirecto, y consiste en la reducción del tipo de interés
provocado por el H ú m e n l o de la caruidad de moneda. Tal como Kevnes no da de­
jado de señalar, entre los mercantilistas encontramos una teoría monetaria del in­
42 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

terés: la moneda se utiliza para activar la producción y el comercio; el interés es


el precio que se paga para obtener este uso. Por otra parte, el término antiguo
para «interés» es «usura» o «uso», en inglés use, término utilizado aún por Locke
como sinónimo de «interés». Este precio depende de la demanda y de la oferta de
moneda. Así, Malynes afirmaba, en C onsuetuclo vel lex m erca to ria : «la abundancia
de moneda disminuye la usura». Misselden, su principal crítico, coincidía con él
en este aspecto: «el remedio para la usura puede ser la abundancia de moneda»,
sostenía en Free Tr'ade. Y Cantillon recuerda, en el E n sa yo , que «es una idea co­
mún, y aceptada por todos aquellos que han escrito sobre el comercio, que el au­
mento de la cantidad de circulante en un Estado hace bajar el precio del interés,
ya que, cuando la moneda es abundante, resulta más fácil obtener préstamos»
(p. 213). En resumen, el aumento de lá Cantidad de moneda,- ceteris p a rib u s , per­
mite reducir el precio del crédito y, por tanto, el coste de la financiación de las in­
versiones, fomentando de este modo la expansión económica.
El nivel del interés era, comprensiblemente, otra de las obsesiones de los
mercantilistas, puesto que éstos se identificaban en gran medida con el punto de
vista del comerciante. Cualquier política orientada a reducir el interés se valoraba
positivamente; y toda teoría capaz de justificar dicha política se consideraba bue­
na. Hasta el punto de que muchos mercantilistas, si bien adoptaban la teoría mo­
netaria del interés, no dudaban en defender también puntos de vista procedentes
del pensamiento escolástico para justificar medidas contra la usura, ni en solici­
tar una intervención estatal que redujera el interés por ley. Keynes ha encontrado
algo bueno en esta mezcla de teorías. Pero, si algo bueno hay, quizás debamos
buscarlo en el hecho de que nos hallamos ante un embrión de la teoría moneta­
rio-institucional que más tarde será elaborada por Marx, y en la que puede ras­
trearse la teoría del propio Keynes: si el interés depende de fuerzas monetarias,
su tendencia a largo plazo no es un-valor de equilibrio determinado por variables
reales, sino simplemente una media temporal délos valores a corto plazo, una
media que depende básicamente de factores institucionales.

1.2.5. L a crítica d e H u m e

Una de las principales críticas al pensamiento mercantilista la formuló David


Hume (1711-1776) en sus P olitical D iscourses (1752). La idea de Hume era que el
incremento de moneda en circulación en un país con superávit comercial haría
aumentar los precios (mientras que en los países con déficit lo haría descender).
La consiguiente pérdida de competitividad reequilibraría antes o después la balan­
za de pagos, interrumpiendo la afluencia de oro. De este modo, las políticas co­
merciales mercantilistas serían, en el mejor de los casos, efímeras, mientras que a
largo plazo resultarían inútiles. Desde un punto de vista teórico, parecerían igno­
rar la teoría cuantitativa de la moneda.
El mecanismo de ajuste de la balanza de pagos teorizado por Hume se co­
noce como mecanismo «precio-flujo monetario», y también fue descrito con
cierta precisión por Joseph Harris (1702-1764), en A n E ssa y u p o n M o n ey a n d
C oins (1757-1758). Posteriormente, fue aceptado por los clásicos, e incluso por
Marx, no sólo como crítica a los mercantilistas, sino también como descripción
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 43

de una ley económica general. Todo esto resulta extraño, ya que los mercantilis-
tas eran conscientes del problema señalado por Hume. Cantillon, por ejemplo,
lo había descrito con claridad treinta años antes, si bien —de manera significati­
va— había limitado al sector industrial la pérdida de competitividad ligada a la
inflación interior. Además, había señalado que el aumento de las importaciones
de bienes de consumo, generado directamente por el aumento de las rentas mo­
netarias, también podía contribuir a agravar las dificultades vinculadas al meca­
nismo precio-flujo monetario.
Sin embargo, en los mercantilistas hallamos también todos los elementos
teóricos necesarios para rechazar esta crítica;. incluso los encontramos clara­
mente formulados en Cantillon. Ante todo, los economistas mercantilistas eran
conscientes de la relación que liga la cantidad de moneda al valor de las transac­
ciones; sin embargo, como ya hemos mencionado, en la mayor parte de los ca­
sos —sobre todo en los siglos XVíi y xvill— no la interpretaron como una teoría
del nivel de los precios, sino como una teoría del nivel de actividad. En segundo
lugar —y esta es la tesis explicitada por Cantillon, pero que ya estaba presente
en Malynes y en muchos otros autores mercantilistas—, aunque un aumento de
la cantidad de moneda en un país con un superávit comercial se tradujera, al
menos en parte, en un incremento de los precios (en un país con déficit comer­
cial sucedería lo contrario), esto podría tener como consecuencia, en virtud de
la mejora de los términos de intercambio, un ulterior aumento del superávit, en
lugar de un reequilibrio. La hipótesis implícita en el razonamiento es la de una
baja elasticidad de las importaciones y de las exportaciones respecto a los pre­
cios. En estas condiciones, un aumento de los precios internos respecto a los in­
ternacionales hará aumentar el valor de las exportaciones y disminuir el de las
importaciones más de lo que lo haría una variación en las cantidades. De este
modo, una mejora de los términos de intercambio repercutirá positivamente en
la balanza de pagos.
Así pues, las tesis mercantilistas resultan sólidas desde el punto de vista ló­
gico; como mucho, haría falta verificar el realismo de las hipótesis en las que se
basan. Obviamente, no es este el lugar para hacerlo; pero no es arriesgado supo­
ner que el paso teórico realizado por Hume se basa en un cambio histórico real.
En la época preindustrial, probablemente la elasticidad de las exportaciones no
debía de resultar muy elevada, dado el marcado nivel de especialización produc­
tiva de los distintos países. Por otra paité, la de las importaciones de los países
imperialistas debía de ser seguramente baja, ya que en general se trataba de pro­
ductos alimenticios, materias primas y artículos de lujo que no se producían en
el interior del país. No obstante, es probable que, en la medida en que la produc­
ción industrial se desarrolló en los principales países capitalistas, se consolidara
también una importante competencia de precios, al menos para este tipo de pro­
ducción; y esto pudo haber elevado la elasticidad de las exportaciones y de las
importaciones. Resulta significativo que Cantillon, en 1730, limitara los efectos
del mecanismo precio-flujo monetario precisamente a la producción industrial.
Quizás en la época de Hume —y, mas tarde, en la de Smith— este efecto había
llegado a ser dominante.
44 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

1 .2 .6 . T e o r ía s d e l valor

También en torno a la cuestión del valor existía entre los mercantilistas cier­
ta coincidencia de puntos de vista, al menos en el sentido de que casi todos los
autores que trataron el problema en el siglo XVI y en la primera mitad del XVII
buscaron la solución en la misma dirección: en una explicación basada en la utili­
dad. Y sólo a finales del siglo XVII algunos economistas, de formación aún en par­
te mercantilista —como, por ejemplo, Petty y Locke—, se alejaron decisivamente
de los puntos de vista dominantes respecto al valor, buscando la solución del pro­
blema en los costes de producción. Pero volveremos sobre ello más adelante.
No debe sorprender el hecho de que los mercantilistas consideraran prefe­
rentemente el intercambio como la verdadera fuente de la riqueza y del beneficio.
En efecto, el comerciante no obtenía este último en virtud de un control sobre el
proceso productivo —control que, al menos en una primera fase del desarrollo,
estaba todavía en manos del artesano—, sino gracias al poder que lograba ejercer
sobre el mercado. El beneficio del comerciante nació de la diferencia entre el pre­
cio de venta y el precio de compra de las mercancías. Y este es, para él, el origen
del proceso de intercambio. De ello se deriva que la comprensión de los factores
determinantes de los precios de mercado resulte fundamental para la compren­
sión del origen y el incremento de los beneficios. Así, hay que dirigir la atención
preferentemente a las fuerzas que determinan la demanda de las mercancías. Y la
demanda lleva fácilmente a la utilidad.
En 1588, hallamos una interesante tentativa de construir una teoría del va­
lor-utilidad. Su autor es Bernardo Davanzati, quien, en L ezione delle m o n ete, citó
un pasaje de la H istoria n a tu ra l de Plinio en el que se narraba la anécdota de una
rata vendida a un precio altísimo durante el asedio de una ciudad. Para explicar
el fenómeno, Davanzati formuló la tesis según la cual el valor de las mercancías
dependería de su utilidad y de su rareza. No sería la utilidad absoluta la que
cuenta, sino la utilidad en relación a la cantidad de la que se dispone. El efecto de
una mayor rareza sería el de acrecentar el valor de uso de las mercancías y, por
tanto, el precio al que éstas se pueden vender. La teoría fue reemprendida en
1680 por Geminiano Montanari (1633-1687), quien, en el Breve trattato del valore
delle m o n ete in tu tti gli stati, sostiene que «son los deseos de los hombres los que
constituyen la medida del valor de las cosas», de manera que los precios de las
mercancías variarán, en última instancia, al variar los gustos. Pero los deseos de­
ben remitirse a la rareza de las cosas deseadas. En efecto, a igual cantidad de mo­
neda —nosotros diríamos de demanda—, la mayor escasez de las cosas las hace
«más estimadas». Por otra parte, encontramos en Montanari un interesante in­
tento de establecer, recurriendo a una analogía con el principio de los vasos co­
municantes, la «ley de nivelación del precio» de una mercancía entre diferentes
mercados, ley que más tarde se denominará «de Jevons».
Unos años más tarde, Nicholas Barbón (?-1698), en A D iscourse o f Trade
(1690), sintetizó el pensamiento mercantilista respecto al valor del siguiente
modo. Ante todo, el valor natural de las mercancías está representado sencilla­
mente por su precio de mercado. Por otra parte, son las fuerzas de la oferta y la
demanda las que determinan el precio de mercado. Finalmente, el valor de uso es
el factor principal del que depende el precio de mercado. Las condiciones de la
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 45

oferta desempeñan un papel únicamente en el sentido de que, dada la demanda,


el precio tiende a incrementarse cuando la oferta es insuficiente, y viceversa.
Se puede entender por qué en este período las grandes compañías comercia­
les buscaban el apoyo del Estado para asegurarse una posición de monopolio: la
competencia entre comerciantes reducía su poder de mercado, es decir, la capaci­
dad de controlar las condiciones de la demanda (en los mercados de abasteci­
miento) o de la oferta (en los mercados de venta). Menos comprensible parecería
la disposición de los gobiernos a conceder tales privilegios, o incluso la tendencia
—especialmente fuerte en Francia, con Colbert— a acaparar el mayor número
posible de actividades económicas bajo el control monopolista del Estado. Sin
embargo, hay que tener eri cuenta que fue precisamente a partir del. siglo xvn
cuando los soberanos de las grandes naciones empezaron a preferir el consejo de
los comerciantes al de los nobles. Por otra parte, fue precisamente en este siglo
cuando los comerciantes empezaron a propagar los principios que regían su pro­
pia economía privada como principios de «economía política». Fue así como na­
ció la ciencia económica.
Probablemente sea este el lugar apropiado para hablar de la llamada «escue­
la de Salamanca», un grupo de estudiantes de Teología y Derecho, pertenecientes
a las órdenes de los dominicos y los jesuítas, que revivieron la doctrina tomista.
Realizaron importantes contribuciones al pensamiento económico, hasta el pun­
to de inducir a Schumpeter a considerarles los verdaderos fundadores de la cien­
cia económica.
Hemos de mencionar al menos a cuatro de ellos: Leonardo de Leys (1554-
1623), Juan de Lugo (1583-1660) y especialmente Luis de Molina (1535-1600) y
Martín de Azpilcueta Navarro (?-1586). Los dos últimos realizaron aportaciones
especialmente interesantes a las teorías del valor y la moneda en De ju stitia et
ju re (1597) y C o m m en ta rio resolutorio de u su ra (1556), respectivamente. No se
puede comparar a estos eruditos con ios mercantilistas, no tanto porque conde­
naban explícitamente muchas de las prácticas bullionistas difundidas en España
como por el hecho de que afrontaban los problemas económicos desde el punto
de vista moralista del pensamiento escolástico. Sin embargo, su actitud innova­
dora respecto a las opiniones dominantes les otorga un importante carácter de
modernidad.
La preocupación por los problemas del valor y la moneda se vio estimulada
por la revolución en los precios desencadenada en España a causa de la afluen­
cia de oro de América, así como por los problemas de Derecho ético y canónico
derivados de los grandes beneficios que se obtenían en las operaciones de arbi­
traje sobre mercancías y monedas causadas por la depreciación del maravedí, la
moneda española de la época. En este contexto, se desarrollaron diversos argu­
mentos con el objetivo de forzar a la doctrina tomista de la c o m m u n is aestim a-
tio para que sirviera al propósito de una visión subjetivista del valor. Se rechazó
la tesis que situaba el origen el valor en las condiciones de coste, y se sustituyó
por otra que lo atribuía a la utilidad, a la vez que se justificaba la «paradoja del
valor» mediante la idea de que la utilidad debe medirse teniendo en cuenta la es­
casez de las mercancías. Desde este punto de vista, el «precio justo» es el que de­
termina la c o n m in á is a e siim n tin fori, es decir, la común colimación del mercado,
y coincide con el p r e íiu m cu rren s, el precio normal. Tur olía parle, en la idea de
46 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

que las pérdidas o beneficios causados por el cambio en los precios del mercado
son castigos o recompensas por la mayor o menor eficacia, se podría vislubrar
una intuición de una teoría evolucionista de la competencia. Vale la pena seña­
lar que esta idea iba acompañada de la desaprobación de la fijación pública de
los precios y de las prácticas monopolistas.
Respecto al valor de la moneda, encontramos —especialmente en Molina—
una clara anticipación de la teoría cuantitativa, especialmente en la observación
de que, en la misma medida en que una oferta excesiva de mercancías hace bajar
los precios, dados la cantidad de moneda y el número de comerciantes (¿se trata
de una prefiguración de la velocidad de circulación?), una oferta excesiva de mo­
neda haría que subieran. Por otra parte, Molina no se adhirió a la teoría predomi­
nante del valor intrínseco de la mtine^q/ni a la opinión de que las causas de la
depreciación de ésta se reducían a la falsificación y las prácticas ilegales; por el
contrario, era partidario de una teoría que concediera una mayor importancia al
valor de cambio, cuyas visibles fluctuaciones eran imputables a los cambios en la
oferta y la demanda.

1.3. Algunos precursores de la economía política clásica


1 .3 .1 . L a s p r e m is a s d e u n a r e v o l u c ió n teó r ic a

Con el avance de la acumulación capitalista se verificaron dos importantes


cambios que hicieron que el planteamiento teórico mercantilista resultara cada
vez más inadecuado respecto a la realidad económica.
En primer lugar, y a pesar de los esfuerzos de las grandes compañías para
conservar las posiciones de monopolio, la difusión, del comercio y el aumento de
la competencia tendían a reducir los diferenciales de precio entre regiones y na­
ciones, determinando una mengua en los márgenes del beneficio comercial. En
segundo lugar, la disminución de los beneficios llevaba a la ampliación del con­
trol capitalista sobre el proceso de producción.
Por otra parte, desde hacía tiempo en muchas de las antiguas corporaciones
los maestros artesanos habían empezado a transformarse de simples trabajadores
que realizaban su labor auxiliados por aprendices asalariados en organizadores y
controladores del proceso productivo. Surgió así una clase de capitalistas que no
provenían del comercio; y los intereses de esta categoría social no tardarían en
chocar con los de los mercaderes-manufactureros.
Estos cambios vinieron acompañados de una revisión radical —aunque ini­
cialmente gradual y confusa— del modo tradicional de concebir los hechos eco­
nómicos. Por un lado, se empezaba a mirar con recelo la intervención paternalis­
ta del Estado en economía. Por otro, se abría camino la idea de que los precios y
los beneficios, antes que depender de las fuerzas de la demanda, más bien refleja­
rían las condiciones de producción; y, en particular, se iba consolidando la idea
de que el origen del beneficio se había de buscar en el ámbito de la producción.
Además, la nueva clase de empresarios capitalistas necesitaba liberarse no sólo
de viejos arneses económicos y administrativos, sino también de antiguos víncu­
los morales e ideológicos. La naciente filosofía del individualismo, unida al desa­
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 47

rrollo de la ética protestante, realizaba perfectamente este cometido en tanto libe­


raba el comportamiento egoísta y adquisitivo de la condena religiosa y creaba los
presupuestos para un' nuevo tipo de legitimación de la actividad económica. Es­
tas son las bases sobre las que más tarde se construirá el gran edificio ideológico
que será el liberalismo clásico.
Hacia finales del siglo xvil y comienzos del XVIII empezó a difundirse entre
los economistas la idea de que las restricciones administrativas a la actividad
económica proporcionaban a la colectividad más inconvenientes que ventajas.
Por otra parte, si es cierto —como se empezaba a afirmar sin ningún pudor—
que el interés personal y el comportamiento adquisitivo producían riqueza para
la colectividad, además de para los individuos, entonces el Estado debería limi­
tar su propio campo de acción al reconocimiento y a la protección de los dere­
chos de propiedad y a la función, vinculada a ellos, de sancionar los compromi­
sos contractuales.
Para la historia del pensamiento económico, las fechas que delimitan este
período podrían situarse en 1662, año de publicación del Tfeatise o f Taxes a n d
C o n trib u tio n s de Petty, y 1730, año de la probable redacción definitiva del E n sa ­
y o sobre la natu ra leza del co m ercio en general de Cantiilon (aunque no se publicó
hasta 1755). En este período, cierto número de economistas, si bien todavía bajo
la influencia del pensamiento mercantilista, empezaron a distanciarse de éste en
diversos aspectos, y a sentar las premisas de aquella revolución del pensamiento
de la que, en la segunda mitad del siglo XVIII, brotará la economía política clási­
ca. Los más destacados de estos precursores son William Petty (1623-1687),
John Locke (1632-1704), Dudley North (1641-1691), Bernard de Mandeville
(1670-1733), Pierre le Pesant de Boisguillebert (1646-1714) y Richard Cantiilon
(P-1734). No disponemos aquí de suficiente espacio para explicar exhaustiva­
mente sus sistemas teóricos. Por ello, nos limitaremos a aludir sólo a las más in­
novadoras de sus tesis, en particular a aquellas que parecen anticipar los desa­
rrollos teóricos futuros, ignorando —en cambio— los componentes de su pensa­
miento más influidos por el mercantilismo; por ejemplo, no nos detendremos en
sus teorías en torno a la moneda, que, especialmente en Locke y Cantiilon, se re­
ducen a una continuación de la antigua teoría cuantitativa, aunque no sin cierta
contribución original.

1.3.2. W illia m P e tt y y la « a r itm ét ic a p o l ít ic a »

Estos economistas fueron muy conscientes de los problemas metodológicos


planteados por el intento de proporcionar una base científica al pensamiento eco­
nómico, y estuvieron fuertemente influidos por el debate sobre el método que ha­
bía acometido el pensamiento económico en el siglo xvil.
Petty, en particular, estuvo influido por el pensamiento de Bacon y por la
fascinación de las ciencias experimentales. Consciente de la imposibilidad del ex­
perimento en las ciencias sociales, Petty aspiró —sin embargo— a una funda-
mentación empirista de la economía. Por ejemplo, sostenía que se deben evitar
los razonamientos de carácter puramente especulativo. El método propuesto en
P o liíw a í A r iih m e lik (escriio caire 1671 \ 1 6 /6 , p v m p u b lica d a en ! 6C)0) c o n siste
48 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

en «utilizar sólo los argumentos basados en los sentidos y considerar únicamente


las causas que tienen un visible fundamento en la naturaleza». Las argumentacio­
nes de carácter cualitativo, basadas en «comparativos y superlativos», se deben
sustituir por otras más rigurosas, basadas en «número, peso y medida» (vol. I,
p. 244). Por lo tanto, se trata de un método fundado en la inducción de datos
cuantitativos; de ahí la denominación de «aritmética política» que propone para
la nueva ciencia, la cual, en realidad —en la praxis de Petty y sus discípulos—, se
confunde a menudo con la estadística, la contabilidad nacional y la demografía.
En economía, este planteamiento metodológico nunca ha prevalecido, salvo qui­
zás en las investigaciones de estadística económica que siempre han acompaña­
do, aunque no condicionado, a la evolución de la teoría a lo largo de toda su his­
toria, y, en una época más reciente, en ^fundación de la econometría, o al me­
nos en determinado modo de justificarla epistemológicamente.
Por el contrario, el método que ha prevalecido es el propúesto en el Discour-
se upon trade (1691) de North. Un método basado —con explícita referencia al
planteamiento filosófico cartesiano— en la deducción, y no en la inducción. Para
North, el conocimiento económico debía ser «un conocimiento basado en verda­
des claras y evidentes» (p. 511). De «principios indiscutiblemente verdaderos» se
podían deducir, simplemente en virtud de un uso riguroso de la lógica, conclusio­
nes que —por eso mismo— serían claras y evidentes como las premisas. En
North encontramos una precoz manifestación de aquella costumbre, convertida
actualmente en vicio en buena parte de la teoría económica contemporánea, que
consiste en someter al análisis únicamente problemas sencillos y bien definidos,
de manera que permita a los estudiosos hallar «verdades» claras sin implicarse
demasiado en los hechos.
Una importante innovación de Petty es la que se refiere a la explicación del
valor. Por una parte, abandona completamente la teoría subjetiva; por otra, intro­
duce el concepto de «valor natural», al que tenderían a ajustarse los precios de
las mercancías por medio de pequeñas oscilaciones; no es evidente, sin embargo,
el mecanismo por el cual se verificaría esta convergencia. Por otra parte, halla­
mos también en Petty una idea de la tendencia de las tasas de rendimiento a nive­
larse en las diversas actividades, aunque dicha idea aparecía formulada de mane­
ra poco clara. En cambio, señalaba con mayor claridad cuáles eran los factores
determinantes del valor natural: los costes de producción. Petty sostenía que di­
chos costes podían reducirse a los de la utilización del trabajo y de la tierra, aun­
que más tarde prefirió un cálculo del valor basado exclusivamente en el trabajo
contenido. Para justificarse, primero se esforzó en hallar una unidad de medida
que le permitiera expresar el valor de la tierra en términos de trabajo, pero des­
pués decidió abreviar, afirmando que, en cualquier caso, la contribución de la tie­
rra es mínima respecto a la del trabajo, por lo que no se pierde nada si se utiliza
únicamente el trabajo corno medida. Por tanto, nos hallamos aquí, ya desde sus
orígenes, ante una teoría del valor-trabajo «al 93 %» —o mejor al 99 %, como su­
girió Locke—, si bien los motivos son distintos de los que más tarde aducirá Ri­
cardo.
El interés que tiene el proceso de búsqueda de la unidad de medida para tra­
ducir el valor de las tierras en valor de trabajo está en el hecho de que, mediante
dicho proceso, Petty logró definir el precio natural del trabajo. En efecto, tal uni­
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 49

dad de medida estaría constituida por la alimentación diaria necesaria, como me­
dia, para sustentar a un trabajador. Los bienes salariales utilizados en este cálcu­
lo deben ser los producidos en las mejores condiciones. Nos hallamos aquí ante
un embrión de la teoría clásico-marxiana del salario de subsistencia y del trabajo
socialmente necesario. Sin embargo, Petty no explicó cómo y por qué el salario
tendería a mantenerse en el nivel de subsistencia. Por el contrario, sólo propor­
ciona la típica justificación mercantilista de por qué debería establecerse en este
nivel: porque la oferta de trabajo variaría en relación inversa al precio cuando
éste fuera superior al nivel de subsistencia. .
Petty se anticipó a los clásicos también en otras tres importantes cuestiones.
En primer lugar, tuvo una intuición tanto de la importancia del papel desempeña­
do por la división del trabajo en el proceso de acumulación como de la relación
existente entre división del trabajo y magnitud de los mercados. En segundo lu­
gar, esbozó una noción de excedente. Éste se calcula sustrayendo del valor del
producto obtenido sobre una parcela de tierra determinada tanto el rendimiento
que se obtendría de él sin aplicación del trabajo como el salario pagado a los tra­
bajadores empleados. El surplus así calculado se interpretaba como el producto
del trabajo en tanto obtenido sólo en virtud de la aplicación de energía humana.
¡Pero se reducía a la renta!
Otra anticipación de las teorías clásicas se refiere precisamente a la renta,
cuya formación se explica en términos de rendimientos diferenciales; sólo que el
origen de éstos no se buscaba en los diversos grados de fertilidad de las tierras,
sino en sus diversas.distancias de los mercados. Así, nos hallamos sólo ante una
teoría diférencial de la renta de posición.
Finalmente, hay que recordar la importante contribución de Petty en el tema
de la hacienda pública, donde anticipaba varias tesis de la futura teoría clásica y
librecambista. Por ejemplo, en el Treatise ofTaxes and Contributions (1662) halla­
mos quizás algo más que un embrión de la teoría de los cánones de la imposi­
ción: claridad y certeza, economía de recaudación, comodidad de pago y, por últi­
mo, proporcionalidad; criterio, este último, .que se justifica con la necesidad de
evitar el uso de la imposición para modificar la distribución de la renta.
Petty hizo prosélitos. John Graunt (1620-1674), Charles Davenant (1656-
1714), William Fleetwood (1656-1723) y Gregory King (1648-1712) formaron con
él casi una escuela y contribuyeron a la consolidación —al menos en Inglaterra—
de la utilización de los métodos cuantkátívos. Muchas de sus investigaciones apli­
cadas resultan interesantes, y por lo menos un resultado importante de ellas mere­
ce ser recordado aquí: la «ley de King», según la cual los aumentos porcentuales
del precio del trigo son una función creciente de las reducciones porcentuales de
las cosechas; en esta ley empírica se halla prefigurado el concepto de elasticidad
de la demanda.

1 .3 .3 . L o c k e , N o r t h y M a n d e v il l e

Otros dos estudiosos, John Locke y Dudlev North, estuvieron influenciados


por el pensamiento de Petty, pese a no ser discípulos suyos. Entre las contribucio­
nes de Locke ai ámuilo económico c;i ñapos Luí le rcouid u ni menos el intento de
50 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

justificar la propiedad privada utilizando la teoría del valor-trabajo. Es importan­


te porque contiene in nuce toda la sobrecarga de ideología y problemática social
que la teoría del valor-trabajo habrá de soportar en su futura evolución. La idea
básica formulada por Locke es que la libertad individual implica el derecho a dis­
poner del propio trabajo. De ahí se seguiría el derecho a la propiedad del produc­
to del propio trabajo, dado que el valor de las mercancías depende de la cantidad
de trabajo empleada para producirlas; además, puesto que la tierra se convierte
en productiva y adquiere valor sólo con la aplicación del trabajo, también la pro­
piedad privada de la tierra estaría justificada. Se trata de una justificación iusna-
turalista de la propiedad privada. El derecho a disponer del propio trabajo se
consideraba un derecho natural, independiente de la estructura institucional de
la sociedad; y lo mismo sucedía con la»propiedad de la tierra. Puesto que en su
naturaleza los hombres son sustancialmente iguales, o bien su dotación natural
de capacidad laboral no está básicamente mal distribuida, de ello se deduciría
que tampoco la propiedad de la riqueza en general, y de la tierra en particular,
debiera distribuirse de modo desigual. Así habría sido en efecto, para Locke, en
las sociedades primitivas y, en general, en las economías en las que la tierra no es
escasa, aunque no en la Inglaterra de su época.
La razón de la desigualdad vigente de hecho en las economías modernas se
buscó en la capacidad de la moneda de conservar su valor. La moneda, por una
parte, alimentaría la sed de enriquecimiento; por la otra, permitiría una acumula­
ción indefinida de las riquezas. Por ello, en caso de escasez de la tierra, llevaría a
una distribución desigual. Pero el valor de la moneda se derivaba de la conven­
ción social: ésta tenía valor mientras la gente estuviera dispuesta a aceptarla
como medio de pago. Por tanto, era la sociedad la que legitimaba una situación
económica en la que la riqueza se distribuye de manera desigual. Sin embargo, a
los ojos de Locke, ello no hacía menos legítima la propiedad privada. Serán los
socialistas del siglo xix, sobre todo los de cultura inglesa, quienes tratarán de sa­
car a la luz todas las implicaciones políticas y sociales de esta explosiva mezcla
de teoría del valor y filosofía iusnaturalista.
A finales del siglo xvn, en cambio, ésta había de servir únicamente para pro­
porcionar una base filosófica al naciente liberalismo inglés, aunque todavía no al
librecambio económico. Para Locke, los intereses de la nación seguían siendo
distintos de la suma de los intereses privados, con todas las consecuencias que de
ello se derivaban en materia de política económica, especialmente comercial, res­
pecto a las cuales el pensamiento de Locke no se distanció demasiado del tradi­
cional planteamiento mercantilista.
El paso decisivo en la dirección del librecambio lo realizaron North y Mande-
ville. Estos dos autores tenían una visión desencantada de la naturaleza humana
(«lo público es una bestia», decía North) y rechazaban la fundamentación de la po­
lítica y la ciencia económica en algüna elevada filosofía moral. En lugar de ello,
había que partir de «los exorbitantes apetitos de los hombres». He aquí una de las
primeras manifestaciones del individualismo metodológico en economía: lo «pú­
blico» no es otra cosa que la suma de los ciudadanos privados; y la ciencia que se
ocupaba de la riqueza y del bienestar públicos debía partir de los apetitos que los
individuos se esfuerzan por satisfacer. La armonía de los intereses derivaría única­
mente del hecho de que nadie está en condiciones de perseguir los intereses de un
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 51

individuo mejor que él mismo; por ello, si dejamos actuar a los individuos, éstos
prosperarán. En cambio, «toda medida en favor de una determinada empresa o de
un interés particular perjudica a otras empresas o a otros intereses y constituye un
abuso que viene a deprimir, en proporción, el beneficio de la comunidad» (p. 514).
Las consecuencias de ello en materia de política económica eran drásticas: si el in­
terés colectivo depende del privado y los individuos son los mejores jueces de sus
propios intereses, al Estado no le quedaba sino tomar nota de ello. La mejor políti­
ca era no hacer ninguna política: ninguna ley para regular el comercio, para regu­
lar el tipo de interés ni para controlar la oferta de moneda.
De ello se derivaron también dos interesantes aportaciones en materia de
teoría monetaria. En primer lugar, North reafirmaba la teoría, ya formulada por
Petty y Locke, según la cual el nivel' «justo» del tipo de interés es únicamente
aquel al que lo llevan «naturalmente» las fuerzas de la oferta y la demanda de
moneda. De este modo, toda la problemática sobre la usura, que desde hacía
tiempo había contaminado la teoría mercantilista, fue barrida de golpe. Respecto
al tipo de interés, las autoridades monetarias únicamente tenían que realizar una
labor de vigilancia. En segundo lugar, está la teoría de la oferta de moneda que,
de nuevo, lleva algunas tesis' mercantilistas. a sus últimas consecuencias: según
esta teoría, la oferta nunca puede resultar inadecuada para las necesidades del
comercio. La adecuación se verificaría mediante el atesoramiento (o la fusión del
circulante) cuando la oferta excede a la demanda, y el desatesoramiento (ó la re­
conversión de los lingotes en circulante) en el caso contrario. North era también
contrario a las leyes suntuarias, que, según él, tenían como única consecuencia la
de obstaculizar a los individuos en la prosecución de sus propios objetivos, fre­
nando sus iniciativas.
De no muy distinta opinión era Mandeville, quien, en La fábula de las abejas.
Vicios privados y beneficios públicos (1714), no sólo sostenía que lo mejor para el
logro del bienestar público era dejar a los individuos plena libertad para satisfacer
los propios «vicios» —por ejemplo, facilitar la avidez económica—, sino que tam­
bién afirmaba que algunas proclamadas virtudes económicas y sociales, como el
ahorro, resultaban socialmente menos útiles que sus contrarios. El gasto fastuoso,
por ejemplo, creaba más puestos de trabajo que la sobriedad; a causa de esta últi­
ma tesis, Mandeville fue ---comprensiblemente— muy apreciado por Keynes.

1 .3 .4 . B o is g u il l e b e r t y C a n t il l q n

A diferencia de Inglaterra, en el continente las reacciones contra el mercanti­


lismo de finales del siglo XVII y comienzos del xvill asumieron la forma del «pro­
teccionismo agrario». Varios pensadores, como Sébastien de Vauban (1633-1707),
Pierre le Pesant de Boisguillebert y Richard Cantillon en Francia, o Leone Pascoli
y Sallustio Antonio Bandini en Italia, se esforzaron en demostrar que el Estado de­
bía fomentar la agricultura en lugar de proteger el comercio y la industria. La tesis
que adoptaron era que la verdadera riqueza de la nación la constituiría la abun­
dancia de los bienes de consumo, no la del tesoro; en consecuencia, sería el resul­
tado de la producción agrícola, no del comercio o de la producción de «riqueza ar-
liüciai».
52 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Para fomentar la producción agrícola era necesario que se permitiera a los


agricultores obtener ganancias satisfactorias, y ello requería, como sostiene Bois-
guillebert en D issertation s u r la n a tu re des richeses, de l’argent, et des trib u ts
(1712), que los precios se ajustaran a las «leyes naturales». Así, el mejor medio de
garantizar precios y ganancias normales era el de laisser faire la n a tu re et la liber­
té. Estas tesis llevaron a Boisguillehert a formular propuestas en orden a modifi­
car el rumbo de la política económica similares a las que ya había formulado
Vauban en Projet d 'u n e d îm e royale (1707), esto es: simplificación del régimen fis­
cal y líberalización al menos del comercio interior. En particular, Boisguillebert
había defendido en Le détail de la France (1695) una tesis que después siguió de­
sarrollando en Le fa c tu m de la France (1707) y en el Traité de la nature, culture,
co m m e rc e et intérêt des grains (1712); a yaber: que el consumo, especialmente el
de los ten-atenientes, era el motor del desarrollo económico, puesto que propor­
cionaba demanda agregada a toda la economía. Por tanto, era necesario abolir
los impuestos que frenaban el consumo para crear un impuesto sobre la renta.
Estamos ya en la línea de pensamiento que más tarde llevará a los fisiócratas a
proponer el im p ô t u n iq u e . Téngase también en cuenta el hecho de que para Bois­
guillebert todas las rentas provenían, directa o indirectamente, de la producción
agrícola.
La tesis «librecambista» hacía necesaria la demostración de la tendencia na­
tural de la economía al equilibrio; demostración que Boisguillebert esbozó en va­
rias partes de su obra, anticipando tanto el tableau éco n o m iq u e de Quesnay como
la «ley de Say». Aunque se trata de poco más que intuiciones, en todo caso resul­
tan suficientes para iniciar una tradición francesa en la teoría del equilibrio.
Una característica común de los economistas continentales de este período
es que, a diferencia de la mayoría de los ingleses, no sintieron ninguna necesidad
de dar una justificación ética a la propiedad privada. La capacidad de los indivi­
duos de perseguir el propio interés, si se les dejaba libertad para hacerlo, resulta­
ba justificación suficiente para el laissez faire. Tanto es así, que no vacilaron en
reconocer en el abuso y en la violencia el origen de la propiedad privada. Así fue
al menos en Boisguillebert.
La misma tesis sostenía Cantillon en el E n sa yo sobre la naturaleza del co m er­
cio en general (escrito entre 1730 y 1734, pero publicado postumamente en 1755).
De origen irlandés, Cantillon trabajó durante mucho tiempo como banquero en
Francia, y viajó mucho entre París y Londres. Esta posición estratégica le permi­
tió asimilar lo mejor del pensamiento económico inglés y francés de la época.
De Petty, Cantillon tomó la teoría del valor; sin embargo, la reformuló, ba­
sándola, no exclusivamente en el trabajo contenido, sino también en la reducción
del coste de producción a los inputs de trabajo y tierra. Cantillon distinguió, de
manera más clara que Pett}/, entre «valor intrínseco», dependiente de las condi­
ciones de producción, y «precio de mercado», dependiente de las fuerzas de la
oferta y la demanda, y explicó de manera muy clara y moderna el ajuste del se­
gundo al primero, basándose en la hipótesis de que el precio del mercado lo fija
el vendedor y se modifica dinámicamente sobre la base de una estimación de la
demanda.
También tomó de Petty la inútil búsqueda de la «paridad» entre tierra y tra­
bajo, así como la teoría —ligada a ella— del salario de subsistencia, determinado
NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA 53

por las condiciones de producción de los bienes salariales. Además, Candllon es­
bozó una explicación de la convergencia del salario efectivo con el de subsisten­
cia que podría definirse como prerricardiana, o, mejor, premalthusiana: la con­
vergencia del salario se verificaría de acuerdo con la convergencia de la pobla­
ción con la demanda de trabajo. También hallamos en Cantillon una explicación
de los diferenciales salariales que anticipa la de Smitb: éstos dependerían de los
diferenciales de coste de formación de ios trabajadores, de las diferencias de ries­
go entre los diversos tipos de prestaciones laborales y de los diferentes grados de
confianza y responsabilidad requeridos por los distintos empleos.
También proviene de Petty la pasión de Cantillon por la investigación empí­
rica, aunque desgraciadamente no sabemos a qué resultados le condujo, ya que el
apéndice estadístico de su obra se perdió. Su teoría monetaria, asimismo de pro­
cedencia inglesa, es netamente cuantitativista, aunque moderada por la tesis se­
gún la cual el valor de las monedas tendería a ajustarse al coste de producción del
oro. Especialmente original resulta la descripción del proceso mediante el cual
un aumento de la oferta de moneda genera impulsos inflacionistas que se difun­
den gradualmente, por medio de las demandas inducidas, a los diversos sectores
y a las distintas clases de renta. De este modo, los efectos últimos de un aumento
de liquidez variarían según el tipo de afluencia monetaria. Este fenómeno se co­
noce hoy con el nombre de «efecto Cantillon».
Por parte francesa, Cantillon estuvo muy influenciado por los proteccionis­
tas agrarios y, sobre todo, por Boisguillebert, Tomó de Francia la predilección por
la tierra, más que por el trabajo; hasta el punto de que, donde Petty trataba de re­
ducir la tierra al trabajo para medir su yalor, él tendía a hacer lo contrario. De
Boisguillebert tomó y desarrolló la tesis según la cual la renta, siendo un ingreso
sin ser un coste de producción, constituiría una fuente de gasto autónoma de la
actividad productiva, y, por tanto, estaría en condiciones de influir en los niveles
de producción a partir simplemen te de los humores, las modas y los gustos de la
aristocracia. Esta idea, ligada a aquella otra, procedente de Petty, según la cual la
renta constituye el único tipo de producto neto, parece dar la razón a quienes ven
en Cantillon a un precursor dé los fisiócratas.
Pero aún hay más. Cantillon tomó también de Boisguillebert el esbozo del
tableau économique ya mencionado; éste, integrado con una moderna teoría de
las tres clases sociales (propietarios, arrendatarios, jornaleros) y de las trois rentes
(renta, beneficios y gastos de los agricirlfores), permitió a Cantillon formular una
teoría del flujo circular.

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54 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

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Capítulo 2
LA REVOLUCIÓN DEL L A IS S E Z F A IR E
Y LA ECONOM ÍA SMITHIAMA

2.1. La revolución del laissez faire


2.1.1. L as condiciones previas de la revolución industrial

Los treinta y cinco años que van desde el inicio de la guerra de Sucesión
austríaca, en 1741, a la declaración de .independencia de los Estados Unidos, en
1776, son de crucial importancia para la historia de Europa, así como para la his­
toria del pensamiento económico.
Se trata de un período de profunda crisis política, como demuestran los veinti­
cinco años, de guerras, «las más bárbaras de la historia europea», en las que se impli­
caron, en períodos distintos, todas las grandes potencias del continente: la guerra de
Sucesión austríaca (1741-1748), la guerra colonial entre Inglaterra, Francia y España
(1754-1763), la guerra de los Siete Años (1756-1763), la guerra ruso-turca (1768-
1774). Uno de los principales resultados de esta crisis fue la definitiva consolidación
de Inglaterra como principal potencia militar, política y económica de Europa.
Entre las transformaciones más importantes de este período se cuenta la conso­
lidación del capitalismo agrario, un proceso que fue bastante rápido en Francia e In­
glaterra. En Francia, o al menos en las regiones del norte, en Picardía, en Normandía
y en la provincia de París, surgió una nueva figura social: el femiier, el campesino
arrendatario que invertía dinero propio en la mejora de las técnicas productivas y en
la ampliación de las dimensiones de la ferme, la hacienda agrícola.
En Inglaterra este proceso se vio facilitado por el movimiento de cercado
que, iniciado más de dos siglos antes,,conoció un auténtico boom a partir de
1760. Entre las consecuencias más importantes hay que recordar las profundas
innovaciones técnicas empleadas en los métodos de cultivo, el consiguiente au­
mento de la productividad y de la producción agrícola, y la aceleración del proce ­
so de expulsión de la mano de obra del campo. Si a ello añadimos el hecho de
que precisamente a partir de 1740 tuvo lugar una aceleración del crecimiento de­
mográfico, se entiende enseguida por qué el despegue de la revolución industrial,
que tendrá lugar a finales de este período, no se verá obstaculizado por aquella
escasez de fuerza de trabajo (y de «medios de subsistencia») que había constitui­
do una de las principales preocupaciones de los mercantilistas. Así, la ocupación
industrial pudo aumentar rápidamente a partir de la década de 1760.
Una importante condición previa para el inicio de la revolución industrial la
constituyen ias numerosas ¡m¡ovaciones tecnológicas empleadas en la naciente in­
dustria y, sobre todo —aunque no únicamente—, en el sector textil: la Jenny de Fiar-
56 PANORAM liíOi Uí
xjr r rr-f\- DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

greaves data de 1764; el condensador de Watt, de 1765; el torno de hilar de


Arkwright, de 1768. Sin embargo, el proceso no se limita a Inglaterra. Por poner úni­
camente algunos ejemplos: en 1769, Cugnot construyó en Francia un carro movido
por una máquina de vapor, mientras que en Italia, en 1775, Volta inventó el electros­
copio condensador, y en 1776 construyó el electróforo y descubrió el gas metano.
En resumen, en este período se dieron todas las condiciones previas econó­
micas, sociales y tecnológicas del despegue industrial, al menos en Inglaterra.
No obstante, las condiciones previas más importantes fueron las culturales,
ya que esta fue la época en la que estalló aquella auténtica revolución cultural co­
nocida con el nombre de «Ilustración». Las raíces de este movimiento deben bus­
carse en la Inglaterra del siglo XVII, y en particular en las ideas de «razón», «expe­
riencia» y «ciencia», que filósofos y ciénfíficos como Bacon, Locke o Newton ha­
bían tratado de utilizar para sustituir a los viejos ídolos y abolir las antiguas ser­
vidumbres intelectuales. En el continente, al insertarse en las distintas tradicio­
nes nacionales, el movimiento asumió características peculiares; así, adquiriría
un cariz racionalista en la patria de Descartes, e historicista en la de Vico. El pe­
ríodo en el que alcanzó su máximo efecto desestabilizador sobre la cultura de la
época puede situarse en los años de publicación de la Enciclopedia (1751-1776).
La Ilustración desempeñó un importante papel en la historia del pensamien­
to económico: proporcionó los fundamentos filosóficos al ataque que los econo­
mistas de este período llevaron a cabo contra el pensamiento mercantilista. En
efecto, los años comprendidos entre 1751 y 1776 son, para la economía, los años
de la revolución del laissez faire. El mercantilismo, un planteamiento teórico rela­
tivamente homogéneo que había dominado el pensamiento económico europeo
durante trescientos años, creando casi una comunidad científica internacional, se
vio súbitamente atacado desde diversos frentes, y en el transcurso de un cuarto
de siglo désapareció de la escena económica. •
Sin embargo, los nuevos economistas no constituyeron a su vez un nuevo
planteamiento teórico homogéneo, ni en cada nación ni a nivel internacional;
pero sí empezaron a formarse auténticas «escuelas» —o casi—, como la de los fi­
siócratas en Francia, o las escuelas miíanesa y napolitana en Italia. Sin embargo,
como veremos, la homogeneidad de los planteamientos teóricos entre las distin­
tas escuelas era muy escasa, así como, en cierta medida, en el seno de cada una
de ellas. El único tema que las unía, por así decirlo, en sentido negativo, era la lu­
cha contra la vieja ortodoxia mercantilista —con las debidas excepciones— y,
consecuentemente, el intento de proporcionar un fundamento científico a la doc­
trina del laissez faire. Habrá que esperar a la síntesis smithiana, que llegará en
1776, para encontrar las condiciones que conducirán, en los cuarenta años si­
guientes, a la consolidación de una nueva ortodoxia a escala continental.

2.1.2. Q u e sn a y y l o s fisió c r a t a s •

En este período se consolidó en Francia la escuela fisiócrata; se trataba de


una verdadera escuela de pensamiento, con una doctrina que había que defender
y propagar, un maestro reconocido, François Quesnay (1694-1774) y un aguerri­
do grupo de discípulos.
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FA IRE Y LA ECONOMÍA SMITHÏANA 57

No disponemos aquí de suficiente-espacio para recordar a todos los econo­


mistas fisiócratas; nos limitaremos, pues, a exponer las líneas esenciales del pen­
samiento del maestro. Sus obras económicas más importantes son: las voces
«Arrendatarios» (1756), «Granos» (1757) y «Hombres» (1757), escritas para la
Enciclopedia ; el Tablean économique (1758) y las Máximas generales del gobierno
económico de un reino agricultor (1758), todos ellos textos fundamentales del pen­
samiento fisiocrático; el artículo El Derecho natural (1765) y el Diálogo sobre el
comercio (1766), en los que se explican los fundamentos iusnaturalistas del punto
de vista favorable al laissez faire y antimercantilista de la escuela fisiocrática.
La aportación científica del pensamiento fisiocrático resulta verdaderamen­
te notable. En particular, merecen ser destacados tres aspectos:
a) las nuevas y revolucionarias nociones de trabajo productivo e improduc­
tivo, introducidas en conexión con un nuevo concepto de riqueza, en virtud del
cual la auténtica fuente de riqueza es el producto neto que se obtiene aplicando el
trabajo a la tierra:
b) la visión de la interdependencia existente entre los diversos procesos
productivos y la idea de equilibrio macroeconómico;
c) la representación de los intercambios económicos corno flujos circula­
res de monedas y mercancías entre los diversos sectores económicos.
Quesnay suponía que el ciclo productivo era de duración anual, y que el pro­
ducto final de cada año era en parte consumido y en parte reinvertido como
input necesario para la producción del año siguiente. La referencia explícita era
la producción agrícola, la única capaz de producir un excedente sobre los costes
de reposición y, por ello, la única fuente verdadera de riqueza. Los fisiócratas
consideraban el excedente como una especie de don natural de la tierra. Por ello,
los agricultores formaban la «clase productiva», mientras que las personas ads­
critas a las actividades industriales constituían la «clase estéril», no porque no
produjeran mercancías útiles, sino simplemente porque el valor de su output se
consideraba igual al valor total de los inputs. Finalmente, estaba la clase de los
terratenientes, o «clase distributiva», cuya función económica consistía en consu­
mir el excedente creado por la clase productiva y en iniciar, a través de pago de
las rentas de la tierra, el proceso de circulación de la moneda y de las mercancías
entre los diversos sectores económico® Los fisiócratas llamaban «distribución» a
este proceso de circulación, de donde deriva el nombre de «clase distributiva»: su
función era asegurar una buena «distribución» de los ingresos entre los diversos
sectores.
El modelo del tablean économique es bastante sencillo. En un año, el sector
agrícola produce un output de 5.000 millones de livres. De éstos, 1.000 se destinan
a reemplazar los medios de producción empleados en agricultura, 2.000 se utilizan
para pagar los salarios de los jornaleros y los beneficios de los arrendatarios (fer-
miers), además de proporcionar las semillas para el siguiente año. Los restantes
2.000 millones representan el excedente, d pro d uit net. El sector industrial tiene
un output de 2.000 millones y un input de 2.000 millones. El tablean muestra
cómo los productos de ambos sectores son «distribuidos» en el sistema y cómo es
necesaria la circulación de la moneda para asegurar un : ivproducciún regular, d ,a
5i PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

2.000 millones

1.000 millones

F igúrX- 2 . 1 .

figura 2.1 muestra las tres clases sociales y los flujos de moneda mediante los cua­
les éstas se intercambian las mercancías. Al comenzar el año, la clase productiva
paga 2.000 millones de rentas a la clase distributiva y 1.000 millones a la clase es­
téril para adquirir productos manufacturados, y gasta 2.000 millones en el propio
sector agrícola para intercambiar materias primas, bienes salario y medios de pro­
ducción. La clase distributiva gastará 1.000 millones de su renta en la clase estéril
y 1.000 millones en la clase productiva, para adquirir productos manufacturados y
agrícolas. La clase estéril, que ha recibido 2.000 millones, 1.000 de la aristocracia
y 1.000 de los agricultores, los gastará en su totalidad en la clase productiva para
adquirir sus inputs y bienes de consumo necesarios. Al final, los 3.000 millones
que la clase productiva ha gastado fuera del sector agrícola le serán devueltos de
nuevo; de este modo, el ciclo podrá volver a empezar.
De este modelo, Quesnay sacó dos importantes consecuencias políticas. La
primera se refería a la capacidad «natural» del sistema económico para reprodu­
cirse y, en cierto sentido, para permanecer en equilibrio en tanto no se viera obs­
truido por la intervención de las autoridades políticas. El equilibrio de reproduc­
ción en el que se hallaría el sistema puede definirse como una situación en la que
cada sector proporciona a los otros sectores precisamente la cantidad de inputs
requerida por éstos, de .manera que entre los diferentes sectores y las distintas
clases se instauran relaciones de naturaleza funcional, muy semejantes a las que
proponía el apólogo de Menenio Agripa. El médico Quesnay estudiaba la estruc­
tura económica en la que basaba el organismo social como' si se tratara de un or­
ganismo natural. El equilibrio al que aquélla tendería de manera natural se veía
precisamente como una manifestación del orden natural de las cosas. Resulta evi­
dente la influencia de la filosofía iusnaturalista. Sin embargo., Quesnay fue más
coherente y más extremista que Locke, que también había sentido fuertemente
dicha influencia, al extraer sus implicaciones políticas. Frente al orden natural, lo
mejor que podía hacer el «orden positivo» —es decir, las leyes y las instituciones
de la sociedad organizada— era no intervenir. De este modo, quedaba, por así de­
cirlo, «demostrada científicamente» la máxima de Gournay: «laissez faire, laissez
passer les marchandises». En efecto, si se les permitía hacerlo, las mercancías
irían por sí mismas adonde deberían ir para satisfacer la exigencia de reproduc­
ción del mecanismo social.
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 59

La segunda implicación política del modelo fisiocrático se refiere a la doctri­


na del im p ô t u n iq u e . En ésta se lleva a sus lógicas consecuencias —dándole, de
nuevo, un fundamento «científico»— una tesis que ya habían esbozado Vauban y
Boisguillebert a comienzos de siglo: que lo mejor que podía hacer la autoridad
central en el ámbito de la economía pública era eliminar todo aquel complejo e
ineficaz aparato fiscal, heredado de la Edad Media, que obstaculizaba la libre cir­
culación de mercancías y la libre iniciativa privada, además de hacer la recauda­
ción de los impuestos difícil y costosa. El proyecto consistía en imponer un único
impuesto sobre un único tipo de requisito productivo, la tierra, que se pagaría
con el producto neto. Los otros ingresos se gastarían en «consumos necesarios»
para la producción; por tanto, no se verían afectados en términos reales. Los im­
puestos sobre éstos serían transferidos y, en cualquier caso, al final recaerían so­
bre las rentas de la tierra. En consecuencia, lo mismo daba tasar directamente es­
tas últimas.
Los discípulos de Quesnay fueron legión. Aquí apenas tenemos espacio para
recordar los nombres de los más importantes: Nicolas Baudeau, Pierre Samuel
Dupont de Nemours, Pierre Paul Mercier de la Rivière, Victor Riqueti de Mira­
beau, Guillaume François Le Trosne. Sin embargo, debemos decir algo más sobre
Anne Robert Jacques Turgot (1727-1781) y Étienne Bonnot Condillac (1715-
1780), dos economistas que, aunque influenciados por el pensamiento fisiocráti­
co, se distanciaron de él en diversos aspectos. El primero, en las R eflexiones sobre
la fo rm a c ió n y d istrib u c ió n de las riquezas (1766), criticaba la teoría fisiocrática
según la cual sólo la tierra estaría en condiciones de producir un excedente. Ade­
más, en O b seiva tio n s' su r le m ém o ire de S a in t Péravy en fa veu r de l'im p ô t indirect
(1767), formuló algunas ideas interesantes en tomo a los rendimientos decrecien­
tes generados en la agricultura por la intensificación de las inversiones. Final­
mente, en M ém o ires s u r la va leu r et les m o n n a ies (1769), trató de formular una
teoría del valor estim a tive, basada en conceptos como la utilidad y la escasez, que
no se avenía con la concepción fisiocrática del p rix fo n d a m en ta l, es decir, del va­
lor de coste determinado por las condiciones materiales de producción. Play que
recordar también la teoría subjetiva del valor —más sistemática— defendida por
Condillac en Tratado sobre el com ercio y el gobierno, considerados co n relación re­
cíproca (1776); una teoría influenciada por el análisis de Galiani, sobre todo en la
manera de tratar el intercambio entre bienes presentes y bienes futuros. En cual­
quier caso, Condillac se distanció de Q$djani al adoptar la concepción tradicional
de utilidad que considera a ésta una propiedad intrínseca de los bienes. En cam­
bio, se diferenció de Turgot al rechazar la teoría que pretende que las partes con­
tratantes obtengan el mismo provecho del intercambio.
Finalmente, hay que recordar algunos primeros intentos importantes de
aplicar la matemática a la economía, debidos a François Véron de Forbonnais, a
Pierre Dupont de Nemours y, sobre todo, a Achylle Nicolas Isnard, en cuyo Traité
des richesses (1781) se encuentra el que quizás constituya el primer y rudimenta­
rio —aunque sorprendentemente moderno— esquema de equilibrio económico
general.
60 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONOMICO

2 . 1 .3 . G alíani y los italianos

El período 1750 -1780 puede definirse, con Bousquet, como âge d 'o r del pen­
samiento económico italiano. Parecería que en Italia la Ilustración hubiera elegi­
do precisamente a la economía como su disciplina privilegiada. Los economistas
interesantes de este período se contarían por decenas, pero aquí nos limitaremos
a mencionar tínicamente a los más importantes. En primer lugar, Ferdinando Ga-
liani (1728-1787), quien en B ella m a n eta (1751) realizó un ambicioso intento de
elaborar una teoría general del valor-utilidad, mientras que en D iálogos sobre el
co m ercio de trigo (1768) atacó el pensamiento fisiocrático y su teoría de la políti­
ca económica. Citaremos también a dos economistas napolitanos: Antonio Geno-
vesi (1713-1769), cuyas L ecciones de econ& m ía civil (1765) le elevaron a la posi­
ción de «jefe de la gran familia de los economistas italianos»; y Gaetano Filangeri
(1752-1788), quien en La scien za della legislazione (1780) propuso un vasto pro­
yecto de renovación económica y política inspirado en la Ilustración. Finalmente,
dos economistas milaneses, Cesare Beccaria (1738-1794) y Pietro Verri (1728-
1797), de los que debemos recordar, respectivamente, E lem en ti di e co n o m ía
p u b b lic a (de las lecciones impartidas en Milán en los años 1769-1770, no publica­
das hasta 1804) y las M ed ita zio n i di e co n o m ía p o lítica (1771), y uno veneciano,
Giammaria Oríes (1713-1790), del que por lo menos debemos mencionar
D ell’e c o n o m ia nazionale (1774).
La contribución más importante de la investigación teórica de Galiani se re­
fiere a la teoría del valor-utilidad, que tomó de sus predecesores italianos, desa­
rrollándola hasta donde era posible en una época premarginalista. De Davanzati
y Montanari tomó —aunque sin reconocerlo del todo— la tesis según la cual el
valor dependería de la utilidad de los bienes y de su escasez. Y avanzó los pasos
siguientes. En primer lugar, sostenía que el valor no es una propiedad intrínseca
de las mercancías, como tendían a considerar los teóricos del coste de produc­
ción, sino una cualidad atribuida a éstas por las preferencias de los sujetos eco­
nómicos. En segundo lugar, estableció que había que partir de los individuos
para definir dichas preferencias. Tanto la utilidad como la escasez dependerían
de las necesidades de los individuos. Así, una misma mercancía tendría diferente
utilidad para un individuo según la cantidad que hubiera consumido de dicha
mercancía: sería tanto más baja, pudiendo incluso llegar a anularse, cuanto más
alta fuera la cantidad consumida. Aunque se trata de una tesis apenas esbozada,
constituye ya una teoría de la utilidad final decreciente. En tercer lugar —y qui­
zás sea este el aspecto más importante de su análisis, el que ha llevado a Pareto a
reconocer en él a un precursor—, Galiani se esforzó en estudiar el comporta­
miento individual en términos de preferencia entre las cantidades demandadas
de más de una mercancía, esto es, de composición de la demanda. La tesis funda­
mental es que «el valor es u n a idea de p ro p o rció n entre la p o sesió n de u n a cosa y la
de otra en el p e n sa m ie n to de u n h o m b re. Así, cuando se dice que cinco fanegas de
trigo valen lo que una bota de vino, se expresa una proporción de igualdad entre
poseer una cosa y la otra; de ahí que los hombres, siempre cautelosos para no
verse defraudados por sus propios placeres, cambien una cosa por la otra, porque
en la igualdad no hay pérdida ni engaño» (p. 39). ¿Qué falta, sino el término «tasa
de sustitución», para poder encontrar un pasaje como este en un moderno trata­
LA REVOLUCIÓN DEL LA ISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 61

do de microeconomía? Nótese también la hipótesis de racionalidad individual ex­


presada por la idea de la «cautela» en las preferencias.
No sólo Pareto, sino también otros economistas neoclásicos podrían haber
encontrado en Galiani un. importante precursor. Perfectamente consciente del
rumbo que estaba tomando la teoría económica en Inglaterra, Galiani procuró asi­
milar algunas tesis formuladas por los economistas de dicho país, sobre todo en lo
referente al coste de producción. Pero, al hacerlo, produjo —mediante un proceso
de asimilación y deformación similar' al que más tarde seguiría Marshall— algo
completamente original. Así, sostenía que, para las mercancías cuya oferta puede
hacerse aumentar con la utilización de trabajo, el valor dependería de la «fatiga»
(fatica) sufrida para producirlas. Algunos•han llegado a ver en esta tesis incluso
una teoría del valor-trabajo.
Para entender que no es así, ni siquiera hace falta reflexionar sobre el térmi­
no fatica, que en el dialecto napolitano se utiliza, ciertamente, como sinónimo de
«trabajo», pero en una acepción dotada de un menor valor de abstracción y con
una clara implicación de «labor penosa». Basta, por el contrario, seguir a Galiani
en el cálculo de la contribución proporcionada por la fatica al valor de las mercan­
cías. Dicha contribución dependería, además del tiempo y de la cantidad de traba­
jo utilizado, también de su precio. Esta tesis resulta ya incompatible con una teo­
ría pura del valor-trabajo. Pero aún se ve más claro cuando Galiani nos dice que es
de los «diferentes valores de los talentos humanos [de donde] nace el distinto pre­
cio de las “fatigas”» (p. 49). Consideraba, además, que «el valor de los talentos» se
debía estimar «de la misma rigurosa manera que se utiliza para las cosas inanima­
das y que se rige por los mismos principios de escasez y utilidad, tomados conjun­
tamente» (ibíd.). En suma, nos hallamos ante una teoría del coste «real» de pro­
ducción medido en términos de «fatiga», esto es, de dureza y dificultad del trabajo
(o mejor de los trabajos, ya que los talentos "son heterogéneos), y valorado a un
precio que depende de la utilidad o de la escasez de las dotes naturales.
Otra importante anticipación de teorías neoclásicas más recientes se refiere
al tipo de interés, que Galiani explicó en función del precio que se debe pagar
para igualar el valor del dinero presente con el del dinero futuro. La necesidad de
pagar este precio derivaría del hecho de que el dinero futuro se valora menos que
el presente. En efecto, «entre los hombres ño tiene precio sino el placer, ni se
compra otra cosa que las comodidades; y, así como uno no puede sentir placer
sin incomodar y molestar a los demás,,-no se paga otra cosa que el perjuicio y la
privación del placer causados a los otros. La congoja causada a alguien es dolor;
por tanto, hay que pagarlo. Lo que se llama fruto del dinero, cuando es legítimo,
no es sino el precio de la congoja» (p. 292). El interés es el «precio intrínseco» del
«riesgo» y de la «incomodidad» derivados de «entregar una cosa con el acuerdo
de recuperar el equivalente» (pp. 291-292), de manera que se verifique la «igual­
dad entre el dinero presente [...] y el lejano en el tiempo» (p. 290). A causa del
riesgo vinculado a la entrega futura del dinero (aunque el razonamiento vale para
las «cosas» en general), dos sumas entregadas en tiempos distintos sólo se valo­
ran como iguales si difieren en el «fruto del dinero».
Finalmente, hay que recordar la teoría del equilibrio de Galiani y las consecuen­
cias políticas que saca de ella. En Diálogos sobre el comercio de trigo criticaba algunas
ciocínnas filosóficas, en particular ia ck.¡ producto noto y h del impuesto único. Asi­
62 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

mismo, para criticar la teoría del laissez faire, Galiani partió de la tesis según la cual
la economía tendería espontáneamente al orden natural, como si estuviera regulada
por una «mano suprema». Sin embargo, introdujo una serie de interesantes conside­
raciones dinámicas, afirmando que la tendencia se realizaría automáticamente sólo
a largo plazo; por el contrario, a corto plazo se podrían verificar desórdenes y disfun­
ciones. Sin embargo, el corto plazo podía ser muy largo. Habría, pues, amplio espa­
cio y óptimas razones para tratar de corregir los mencionados desórdenes y disfun­
ciones mediante las leyes. El laissez faire no estaría justificado a corto plazo, pero
tampoco se podrían establecer criterios generales para la intervención pública en la
economía. Qué medidas resultarán más convenientes dependerá, fundamentalmen­
te, de las circunstancias de tiempo y lugar en las que se tomen.
Esta actitud pragmática respecto al laissez faire se halla también presente en
otros economistas italianos de la época. Genovesi, Beccaria y Verri, por ejemplo,
fueron favorables a la libertad económica, que consideraron —desde el punto de
vista de la Ilustración— como una manifestación del principio, más general, de la
libertad humana. La justificaron teóricamente con la tesis de que la naturaleza
tiende a llevar las cosas humanas a una situación de equilibrio si se le deja la li­
bertad para hacerlo; Genovesi apoya esta tesis con un argumento similar al hu-
meano del mecanismo precios-flujo monetario. Sin embargo, en la práctica limi­
taban la aplicación de la libertad de comercio sólo al interior de su país. Para
ellos, en el comercio exterior el Estado debía guiar y regular los flujos de exporta­
ciones e importaciones en función de los intereses nacionales, que podían no
coincidir con los de cada ciudadano en particular.
De modo más general, se puede afirmar que entre estos economistas predo­
minó una tendencia al eclecticismo teórico y al pragmatismo político. Por ejem­
plo, de los economistas franceses se recuperó el concepto de producto neto, así
como el del impuesto único —aunque con cautela—, mientras que de Galiani se
tomó la teoría del valor. En lo que respecta a la teoría de la política económica,
especialmente en materia monetaria, se mantuvieron más o menos en el ámbito
del pensamiento mercantilista. •
Filangeri y Ortes, en cambio, se mostraron más firmes partidarios del laissez
faire. El primero, avanzando considerablemente en la construcción de un sistema
normativo inspirado en la Ilustración, fue un acérrimo defensor del laissez faire,
justificándolo en economía con el argumento de que una reducción de las impor­
taciones provocaría represalias por parte de los Estados competidores y, por tan­
to, desembocaría en una reducción de las exportaciones. El segundo justificó su
posición librecambista con la tesis de que, en ausencia de barreras proteccionis­
tas, las exportaciones e importaciones de un determinado país tenderían a equili­
brarse. Ortes construyó también un vasto sistema teórico original, basándolo en
el presupuesto de que la producción nacional se vería limitada por las dimensio­
nes de la población, la cual, a su vez, no podría crecer más allá de la capacidad de
sustento ofrecida por los recursos naturales de que se hallara dotado el país. Es
preciso recordar que Ortes fue uno de los muchos «precursores» de Malthus en lo
que se refiere al principio de población, pero también anticipó la teoría de los
rendimientos decrecientes en agricultura.
También merecen ser recordadas algunas contribuciones de Beccaria y de
Verri. En Beccaria hallamos un esbozo de la teoría de la división del trabajo y de
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 63

los rendimientos crecientes en la industria, además de una intuición de la inde­


terminación de los precios en un régimen de duopolio. En Verri se encuentra una
teoría elemental de la curva de demanda, especificada en forma de hipérbole
equilátera. Verri era más crítico que Beccaria respecto a los fisiócratas. De espe­
cial interés resulta su crítica, sustancialmente parecida a la que más tarde formu­
laría Smith, a la tesis según la cual la «clase estéril» no produciría excedente. Ve­
rri afirmaba que el producto de las diversas industrias debe calcularse en valor; y,
en términos de valor, producen excedente todas las actividades que rinden benefi­
cios por encima de los salarios y los costes de reposición.
Beccaria y Verri compartían una concepción subjetivista y hedonista de los
fenómenos económicos. Partiendo de una filosofía sensualista y materialista, tra­
taron de explicar el comportamiento humano en términos utilitaristas: en las de­
cisiones económicas, los individuos actuarían movidos exclusivamente por la
búsqueda del placer y el miedo, al dolor. Pero no sólo en esto los dos economistas
milaneses se anticiparon a Bentham, sino también al plantear como objetivo de
la acción pública la «máxima felicidad dividida entre el mayor número», tesis de
Beccaria, y también al creer posible la medida del placer, que Verri consideraba
realizable en términos monetarios.
Asimismo, resultan interesantes algunos intentos de utilizar la matemática
en el razonamiento económico y las discusiones metodológicas que suscitaron.
Entre estas primitivas contribuciones a la economía matemática, recordaremos
el Tentativo a n a lítico su i contrabbandi (II Caffé, 1 7 6 4 ) de Beccaria, caracterizado
por la inteligente utilización de métodos algebraicos, y el Saggio su ll'in flu en za
dell’a n a lisi nelle scienze p o litich e ed eco n o m ich e applicata ai co n tra b b a n d i (1 7 9 2 )
de Guglielmo Silio, que recupera y profundiza en el problema de Beccaria. Otras
contribuciones a la economía matemática de este período, debidas a Paolo Frisi,
Luigi Valeriani Molinari y Adeodato Ressi, además de Verri y Ortes, abordaban
predominantemente el problema de la determinación del precio en base a las
fuerzas de la oferta y la demanda. Hay que mencionar especialmente el intento
de construir un modelo d in á m ico del proceso de ajuste del comercio en un siste­
ma de tres países, realizado por Giambattista Vasco en Saggio p o lítico della m o n e-
ta (1 7 7 2 ).

2 .1 .4 . H u m e y S teuart '

En Gran Bretaña, las contribuciones más importantes de este período provi­


nieron de David Hume y James Denham Steuart (1 7 1 2 -1 7 8 0 ). Los P olitical D is-
courses son importantes para la historia del pensamiento económico, sobre todo,
porque en ellos, desarrollando ideas y métodos de Petty y Locke, Hume sentó las
bases del librecambismo económico inglés. Recordemos brevemente la teoría del
ajuste de la balanza de pagos basada en el mecanismo precios-flujo monetario, ya
mencionada en el apartado 1.2.5. Según esta teoría, un su rp lu s de la balanza co­
mercial no podría producir beneficios permanentes, ya que automáticamente ac­
tivaría un proceso reequilibrador. En efecto, la afluencia de oro generada por el
superávit comercial haría subir los precios internos, mientras que descenderían
Jos de los países competido!.c¡>cu ctcuc.il. A causa etc los consiguientes cambios cíe
"'1
64 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

competí tiviciad, las balanzas comerciales se reequilibrarían gradualmente. Las


implicaciones librecambistas de esta teoría resultan evidentes.
Respecto a la moneda, Hume elaboró una versión dinámica de la teoría cuan­
titativa, en la que reconocía la posibilidad de que un aumento de la oferta de dine­
ro tuviera también efectos reales importantes, aunque momentáneos; señaló que
el aumento de los precios causado por el aumento de la moneda en circulación se
transmitiría gradualmente de un sector a otro de la economía en la medida en que
se gastara la afluencia-inicial de dinero. En este proceso de transmisión, muy se­
mejante al mecanismo multiplicador, los incrementos de los gastos pueden gene­
rar también, junto a los aumentos de los precios, una expansión de la producción
y del empleo. Se trataba de un importante reconocimiento de la validez de las teo­
rías mercantilistas, al menos en la medidq qu que no estaba bien definida la ampli­
tud del intervalo temporal en el que se desarrollaría el proceso multiplicador: bas­
taría reconocer, corno sugerirá Keynes, que siempre se vive en una transición. Sin
embargo, nadie sabrá utilizar esta intuición en defensa del mercantilismo.
Por otra parte, el ataque de Hume se desarrolló también en otros dos fren­
tes, en ambos con éxito. En primer lugar, Hume negó que el volumen del comer­
cio internacional fuera fijo y, en consecuencia, que un país únicamente pudiese
aumentar sus riquezas a expensas de los otros. En lugar de ello, sostenía que el
aumento de la riqueza de un país, en la medida en que es un aumento de la rique­
za real —esto es, del nivel de actividad económica—, fomentaría, mediante las
importaciones, un aumento paralelo de actividad en los otros países. En segundo
lugar, negó que el tipo de interés tuviera que variar inversamente a la oferta de
moneda. Por el contrario, sería el mismo aumento de la actividad económica el
que, incrementando la dotación de capital real de un país, haría disminuir la tasa
de beneficio y con él, el tipo de interés.
Estas cuatro tesis fundamentales de Hume —el mecanismo precios-flujo
monetario, la teoría cuantitativa de la moneda, la teoría del crecimiento del volu­
men del comercio internacional y la explicación de la disminución del interés
como fenómeno real— serán aceptadas en bloque por el pensamiento económico
inglés y europeo, y constituirán los pilares, si bien en versiones revisadas y corre­
gidas, del librecambismo económico del siglo XIX.
Sin embargo, si fue importante este primer ataque sistemático al pensa­
miento mercantilista, no lo fue menos la última defensa de dicho sistema, inten­
tada —quince años más tarde— por Steuart. En los Principies of Political Eco-
nomy (1767) hallamos, en primer lugar, un rechazo de la teoría cuantitativa de la
moneda, con rasgos similares a los delineados por North. Para Steuart, la varia­
ble crucial en la ecuación del intercambio era la velocidad de la circulación, la
cual, en función de las variaciones del atesoramiento, se modificaría de manera
tal que la cantidad de moneda en circulación sería siempre proporcional a las ne­
cesidades del comercio. El volumen de las transacciones dependería del nivel de
actividad, mientras que los precios vendrían determinados por las fuerzas de la
competencia y por las condiciones de coste. Por lo tanto, el valor de las transac­
ciones dependería de fuerzas reales. La cantidad de moneda que excediera de las
necesidades del comercio sería atesorada. Si, por el contrario, la cantidad de mo­
neda fuera escasa, la moneda atesorada disminuiría y, en caso necesario, el oro
afluiría a la ceca para ser acuñado.
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 65

Steuart negó el principio según el cual la mejor manera de servir a los inte­
reses colectivos consistía en dejar vía libre a los intereses privados. Definió la de­
manda en términos de la necesidad de mercancías acompañada de la capacidad
de pago, y negó que las necesidades y la capacidad de pago fueran siempre capa­
ces de garantizar el pleno empleo. Además, observó que la introducción de má­
quinas podría generar desempleo por razones no muy distintas de las que medio
siglo después aduciría Ricardo: la reabsorción de la mano de obra en otros secto­
res no sucedería automáticamente; sería, por lo tanto, el Estado el encargado de
asegurar dicha reabsorción tomando las medidas oportunas. Para lograr el pleno
empleo, el Estado debía fomentar las exportaciones, favoreciendo el aumento de
la competitividad de los productos nacionales. A tal fin, Steuart predicaba el sala­
rio de subsistencia, aunque no confiaba en ningún mecanismo automático para
obtenerlo: la fijación del salario era uno de los ámbitos en los que había de inter­
venir la legislación.
En relación al tema del salario, Steuart se incorporó a un debate que ocupó
al pensamiento económico inglés durante toda la fase de transición del mercanti­
lismo al librecambio. Por una parte, estaban quienes sostenían la necesidad de
mantener los salarios bajos para desalentar «el vicio y el ocio», una vieja tesis
mercantilista defendida con fuerza todavía, en 1757, por Malachy Postelthwayt,
en Britain’s Commercial Interest, Explained and Improved. Se consideraba que el
crecimiento demográfico podía servir a este propósito; pero el Estado había de
contribuir, por ejemplo, desalentando la «caridad» hacia los pobres y aboliendo
la legislación relativa. Por otra parte, se hallaban aquellos que —por el contra­
rio— sostenían que los niveles salariales altos podían contribuir a estimular los
esfuerzos humanos y a mejorar la capacidad laboral. A este grupo pertenecían,
por ejemplo, Robert Wallace, Nathaniel Forster y Thomas Mortimer; evidente­
mente, Steuart no.
Finalmente, hallamos en Steuart una interesantísima teoría historicista del
desarrollo económico, que —de manera acertada— se ha considerado la mejor
justificación histórica del mercantilismo. El desarrollo económico de una nación
se realizaría en tres estadios. En el primero, la demanda efectiva que actúa como
motor del crecimiento estaría constituida principalmente por los gastos volunta­
rios de las clases ricas del país. La expansión de la actividad económica permiti­
ría, por una parte, la introducción de maquinaria en la industria y de mejoras de
producción en la agricultura, con los consiguientes aumentos de la productividad
del trabajo, y, por otra, la producción de un surplus agrícola capaz de soportar el
crecimiento del sector industrial. Se entraría en el segundo estadio del desarrollo
cuando el país estuviera en condiciones de producir un surplus para las exporta­
ciones. Entonces, el lujo habría de ceder el paso a la frugalidad, y sería el superá­
vit comercial el que sostendría el desarrollo. El tercer estadio se daría cuando el
país ya no pudiera mantener permanentemente un superávit de la balanza co­
mercial. En tal caso, el crecimiento debería apoyarse de nuevo en la demanda in­
terna, y ei lujo podría volver a desempeñar su papel de estímulo. En cualquier
caso, en esta tercera fase probablemente se daría una reducción del ritmo de cre­
cimiento. En los tres estadios habría lugar para la intervención estatal, tanto para
regular la demanda interna —por ejemplo, con leyes suntuarias— como para re­
gular ios (.lujos comerciales --con loa habituales métodos mercantilistas- -.
66 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

2.2. Adam Smith


2 .2 .1 . E l «RELOJ MECÁNICO» Y LA «MANO INVISIBLE»

La teoría de la gravitación universal de Newton, al contribuir a la difusión


de la idea de un universo ordenado y racional, ejerció una gran influencia en el
pensamiento ilustrado. Según esta idea, los fenómenos naturales son reducibles
a movimientos de los átomos regulados por leyes intrínsecas al estado de natu­
raleza. Dios habría creado el universo y, al mismo tiempo, las leyes que lo regu­
lan, y después se habría hecho a un lado. No sería necesaria su intervención
continua para mantener unido el mundo, que sería capaz de autorregularse
completamente. Es más, puesto que el orden natural es racional, su conocimien­
to resulta accesible a la inteligencia humana. Este era el punto culminante de
una concepción filosófica que ya había sido planteada por Descartes: el conoci­
miento racional es posible, y cuanto más abstracto es más preciso resulta; la
matemática constituye su instrumento más eficaz y potente, más potente que la
propia observación. Esta concepción, a cuya difusión en Gran Bretaña contribu­
yeron sobremanera las universidades escocesas, traspasó los límites de las cien­
cias naturales y gozó de un éxito enorme incluso en la filosofía moral, donde su
influencia enlazó y se confundió con la del iusnaturalismo. La idea de «orden
natural» desempeñó un papel fundamental en el nacimiento de la economía po­
lítica clásica: en ella tomó cuerpo la convicción de que las relaciones entre los
hombres están reguladas por leyes mecánicas objetivas, con las que las leyes del
Derecho positivo, elaboradas por los propios hombres, podían esperar a lo sumo
no entrar en contradicción.
Sin embargo, la influencia que en el siglo XVIII ejercieron las ciencias natura­
les sobre las ciencias sociales no resulta explicable únicamente por el enorme
prestigio adquirido por las primeras; se explica también —y mejor— por una exi­
gencia teórica en el seno del pensamiento social y político de la época.
El principal problema de la filosofía política europea en el período que va
del inicio del Renacimiento a la Revolución francesa consistía en dar cuenta de la
vida social sin recurrir a presupuestos metafísicos. En la Edad Media, el consen­
so social se regía por dos principios fundamentales: el de autoridad y el de leal­
tad, ambos justificados por la suposición de la existencia de Dios. El problema
del pensamiento social moderno era: ¿cómo es posible la vida social humana si se
prescinde de estos dos principios y de su justificación metafísica?
Una primera respuesta a esta pregunta la dieron Maquiavelo y Hobbes: el
natural egoísmo de los hombres hace imposible la vida social libre, y necesario el
Estado absoluto; el principio de autoridad se basa en el monopolio del poder, y
no necesita legitimación; se rige por la violencia, y no obtiene la obediencia sino
en virtud de la fuerza. A los ciudadanos, conscientes de un primitivo «contrato
social» de sumisión y movidos por el instinto de conservación y el deseo de segu­
ridad, sólo les queda obedecer. De los repetidos actos de obediencia nació la so­
ciedad civil. La alternativa sería la disgregación social y la ley de la selva. Así, es
la fuerza la que fundamenta el Estado, y el Estado el que hace posible la vida so­
cial. Ahora bien, esta solución podía resultar adecuada para los Estados absolu­
tistas de los siglos XVI y XVII, pero no a partir de 1649, el año de la proclamación
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FA IRE Y LA ECONOMÍA SMITH1ANA 67

de la república inglesa, y, sobre todo, después de la revolución Gloriosa (1688) y


la declaración de derechos (1689).
Las clases sociales emergentes creadas por el desarrollo capitalista, excluidas
del gobierno en los Estados absolutistas, luchaban por obtener lo que les pertene­
cía, si es cierto que dinero es poder. Así, por una parte necesitaban un filosofía po­
lítica en la que pudiera justificarse la sociedad civil independientemente de la exis­
tencia del Estado. Por otra, era necesario que dicha justificación tuviera en cuenta
los procesos reales de transformación de la riqueza. Si la filosofía del Leviatán par­
tía de la suposición del egoísmo natural de los individuos para justificar el Estado,
entonces se trataba de demostrar que la vida social libre era posible incluso en
presencia de los egoísmos individuales. Y como quiera que el ámbito de acción de
los egoísmos humanos es el de la actividad económica, era necesario un desplaza­
miento del interés de la política a la economía. Finalmente, puesto que había que
excluir cualquier justificación de índole metafísica, también era necesario formu­
lar dicha justificación en términos «científicos», en lugar de hacerlo en términos
puramente especulativos.
Una de las vías que se intentaron fue la iusnaturalista. Existiría un «orden
natural», que presupone la libre exteriorización de las actividades humanas. El
«orden positivo», basado en las leyes y las convenciones, fundamenta el Estado,
pero únicamente es legítimo si no entra en contradicción con el anterior. Se trata­
ba de un camino peligroso, como demostraron las dificultades que encontró
Locke para justificar la desigualdad en la distribución de la propiedad y de la ri­
queza, y como demostrarían aún mejor los resultados radicalmente igualitaristas
que aquella filosofía llegó a producir en Francia.
Una vía distinta fue la que intentaron los empiristas y los filósofos del «senti­
do moral» ingleses y escoceses, que partían de la suposición de la existencia de
una natural «benevolencia», o «sentido de humanidad», o «simpatía», en la acti­
tud del hombre hacia sus semejantes. Si los individuos no son naturalmente
egoístas, tienden espontáneamente a asociarse, y no es necesaria ninguna inter­
vención externa para dar sentido a la vida social; ni Dios ni el Estado son necesa­
rios: es suficiente suponer una particular estructura de la psique humana. Ahora
bien, aparte del hecho de que con ello se resolvía el problema simplemente ne­
gando su existencia, la principal dificultad de tal planteamiento radica en que la
suposición de la que depende —la benevolencia— no sólo no responde al sentido
común, sino que tampoco resulta sustallcíalmente distinta de otras suposiciones
metafísicas; no es, por lo tanto, menos arbitraria e indemostrable que ellas.
Tanto Hume como Hutcheson —el maestro de Smith—, así como el propio
Smith, se movieron en esta dirección.- Sin embargo, la principal contribución
de Smith, la que ha hecho que se le considere el padre a la vez de la ciencia eco­
nómica y del liberalismo moderno, nació precisamente en el momento en el que
introdujo una innovación en aquella tradición. El golpe de genio no consistió en
rechazar e-1 planteamiento empirista, sino en llevarlo hasta sus últimas conse­
cuencias lógicas, prescindiendo incluso de la arbitraria hipótesis de la benevolen­
cia. Con el «teorema» de la «mano invisible», Smith tratará de demostrar simple­
mente esto: que los individuos sirven al interés colectivo precisamente en tanto se
guían por el interés personal
Una tentativa paiecida la uaoía realizado el medico (juesnay, quien, sin em­
68 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

bargo, desde el punto de vista filosófico había permanecido vinculado a un plan­


teamiento iusnaturalistaf mientras que se había servido de una analogía biológica
para demostrar la tendencia natural al orden de los agregados sociales. El orden
natural de Quesnay se asemejaba sobremanera al apólogo, de Menenio Agripa, y
no lograba enfocar el papel que desempeñarían las acciones humanas a la hora
de asegurar el equilibrio social. Los sujetos económicos a los que se refería Ques­
nay eran agentes sociales colectivos, clases de individuos, pero no individuos.
Smith estuvo muy influenciado por Quesnay; más bien se puede decir que el
componente propiamente «clásico» de su pensamiento, que después sería desa­
rrollado por Ricardo y sus seguidores, surgió precisamente del intento de asimi­
lar algunas ideas fundamentales, y de corregir algunos errores secundarios, del
pensamiento de Quesnay. Sin embargo/hay otro componente del pensamiento de
Smith que se distancia claramente del planteamiento fisiocrático, y es el que pre­
tende demostrar el teorema de la mano invisible. Aquí desaparecen los agentes
colectivos, y las analogías organicistas resultan inútiles. El modelo científico de
referencia es la mecánica; los objetos estudiados son átomos sociales. No en vano
Smith está considerado el fundador de la ciencia económica incluso por los eco­
nomistas neoclásicos, además de por los clásicos.

2 .2 .2 . D e sa r r o l l o y d is t r ib u c ió n d e la r e n t a

En 1776, se publicó la Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza


de las naciones, sin duda uno de los pilares del pensamiento económico moderno.
La obra se inicia con un análisis «de las causas de las mejoras del poder producti­
vo del trabajo», mejoras que inmediatamente se señalan como las condiciones
principales del crecimiento de la riqueza real. La división del trabajo es el proceso
mediante el cual una determinada operación productiva se subdivide en cierto
número de operaciones separadas, cada una de ellas realizada por individuos dis­
tintos. Con la división del trabajo aumenta la habilidad del trabajador, se reducen
los tiempos muertos vinculados a la transferencia del trabajador de una actividad
a otra y, sobre todo, se incentiva la actividad de investigación tecnológica. Por
otra parte, la división del trabajo está «limitada por la extensión del mercado»,
desde el momento en que sólo resulta posible cuando se puede producir para un
mercado lo suficientemente grande, y únicamente puede intensificarse si el mer­
cado se halla en expansión.
A su vez, el mercado resultará tanto mayor cuanto más desarrollados sean
los sistemas de transporte y comunicación, cuanto más difundidos estén los siste­
mas crediticios y monetarios que facilitan la comercialización de los productos y
cuanto más intenso sea el crecimiento del volumen de producción. Según Smith,
en la sociedad capitalista existe un mecanismo acumulativo que opera según la
siguiente secuencia: división del trabajo, crecimiento de la producción, extensión
de los mercados, intensificación de la división del trabajo, aumento de la produc­
tividad laboral, y así sucesivamente; un auténtico círculo virtuoso de desarrollo.
Si la división del trabajo es la que pone en marcha el proceso de crecimien­
to, la acumulación de capital es la que lo alimenta. Smith subdividió el capital en
capital fijo, consistente en maquinaria, instalaciones, edificios, etc., y capital cir-
LA REVOLUCIÓN DEL LA1SSEZ PAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 69

calante, el empleado en comprar materias primas y en pagar trabajo y energía. El


fondo de salarios es la parte del capital circulante que sirve para remunerar el tra­
bajo. En términos reales, es una parte de los bienes producidos en un ciclo pro­
ductivo que sirve para mantener a los trabajadores empleados en el ciclo produc­
tivo siguiente. En efecto, los salarios se pagan antes de la venta del producto, y
para los capitalistas —que los anticipan— constituyen capital.
La teoría de la distribución de la renta entre las clases sociales desempeña un
papel fundamental en la teoría smithiana del desarrollo. En efecto, las tres clases
fundamentales: capitalistas, trabajadores y terratenientes, se diferencian entre sí
tanto en el tipo de requisitos productivos que poseen —capital, trabajo y tierra—
como en la forma que adoptan sus respectivas rentas: beneficios, salarios y rentas
de la tierra. La conexión entre los tipos de requisitos productivos poseídos por las
diversas clases y el modo en que gastan sus rentas constituye la esencia de la teo­
ría de la acumulación de Smith.
Los terratenientes, que no poseen capital productivo, no están interesados
en su crecimiento y carecen de estímulo para ahorrar y acumular capital. Su pro­
pensión al ahorro es nula, como lo es su contribución al incremento de la riqueza
nacional. Los trabajadores, por su parte, únicamente poseen su trabajo. Las coa­
liciones de los capitalistas y su capacidad de influir en el gobierno y el Parlamen­
to cooperan con las fuerzas de la competencia en el mercado de trabajo para em­
pujar al salario real al nivel de subsistencia; y con una renta de subsistencia la
propensión al ahorro no puede ser sino nula. Por ello, ni siquiera los trabajadores
realizan una contribución positiva al incremento de la riqueza de la nación, aun­
que sí realicen una contribución esencial a su producción. Los capitalistas, en
cambio, poseen el capital productivo y aspiran a su ampliación, por lo que ten­
drán una elevada propensión al ahorro: de ahí que, cuanto mayor sea la parte de
la renta nacional que corresponda a beneficios, más alto será el ritmo de creci­
miento de la riqueza de la nación. El interés general de la nación, por tanto, coin­
cide con el interés particular de la clase burguesa.
También resulta importante en esta concepción la distinción smithiana entre
trabajo productivo e improductivo. El primero es el empleado en producir mer­
cancías; el segundo, el empleado en servicios personales u otras actividades asi­
milables a éstos. Smith tenía en mente la diferencia que existe entre los obreros
que dependen de los capitalistas y los sirvientes que dependen de las «clases ocio­
sas». La acumulación es acumulación fie las mercancías. Por ello, el trabajo pro­
ductivo resulta indispensable para mantener la acumulación, mientras que el im­
productivo no. De ahí la exigencia, para una economía que pretenda crecer, de re­
ducir al mínimo el porcentaje de trabajadores empleados en actividades impro­
ductivas.

2.2.3. E l valor

Smith realizó también una importante contribución al problema de la expli­


cación del valor de las mercancías, aunque no llegó a formular una teoría total­
mente satisfactoria. Su punto de partida era el reconocimiento del hecho de que la
cslruci/ura de un proceso productivo puede representarse en términos de la sene
70 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

de cantidades de trabajo empleadas para producir los bienes. En efecto, incluso el


telar que utiliza el trabajador para producir el tejido ha sido producido, a su vez,
mediante el trabajo, ayudado por otros medios de producción. «El trabajo, por
tanto, es la medida real del valor de cambio de todas las mercancías. El precio real
de cada cosa, lo que cada cosa cuesta realmente a quien necesita adquirirla, es el
esfuerzo y la molestia de adquirirla» (p. 133)'. Smith dedujo de ello que un requisi­
to previo necesario para que una mercancía tenga valor es que ésta sea el producto
del trabajo humano. Por otra parte, el valor de un bien se mide por la cantidad de
trabajo que dicho bien puede «exigir»: «el valor [de las mercancías] para quien las
posee y necesita intercambiarlas con algún nuevo producto es exactamente igual a
la cantidad de trabajo que éstas le permiten comprar o exigir».
Smith vio claramente que la medicja;del valor en trabajo exigido no coincide
con la cantidad de trabajo contenido en las mercancías. Tal coincidencia se po­
dría verificar al menos «en aquel estadio primitivo y tosco de la sociedad que pre­
cede a la acumulación de capitales y a la apropiación de la tierra [...]. Si en un
pueblo de cazadores, por ejemplo, matar un castor cuesta normalmente el doble
de trabajo que matar un ciervo, de manera natural un castor se intercambiará
por dos ciervos. Es natural que lo que habitualmente es el producto del trabajo
de dos días o dos horas tenga un valor doble de lo que usualmente es el producto
del trabajo de un día o una hora [...]. En esta situación, todo el producto del tra­
bajo pertenece al trabajador, y la cantidad de trabajo comúnmente empleada para
obtener o para producir una mercancía es la única circunstancia que puede regu­
lar la cantidad de trabajo que ésta debería habitualmente comprar, exigir o reci­
bir a cambio» (pp. 150-151). En estas especiales condiciones, pues, la cantidad de
trabajo exigido coincide con la cantidad de trabajo contenido.
Las cosas cambian cuando se pasa de un sistema en el que todo el producto
del trabajo pertenece al trabajador a uno en el que el control de los medios de
producción —y, en consecuencia, de la producción— ya no está en manos de
aquél. Cuando, además de los trabajadores, participan en la división del producto
los capitalistas y los terratenientes, el valor de cambio de una mercancía debe ser
tal que permita el pago de un beneficio y de una renta de la tierra, además de un
salario. De ello se deriva que la cantidad de trabajo que la mercancía puede pagar
debe ser superior a la empleada para producirla. Por tanto, en una sociedad capi­
talista el trabajo contenido ya no constituye una buena medida del valor de cam­
bio de las mercancías.
El trabajo exigido es un precio relativo; es el valor de una mercancía expresa­
do en términos del de otra: el trabajo que se puede comprar con ésta. Desde el mo­
mento en que el precio depende de las rentas pagadas para producir la mercancía,
Smith lo expresa como suma de dichas rentas: salarios, beneficios y rentas de la
tierra. Aquí, en aras de una mayor simplicidad, ignoraremos las rentas de la tierra.
Imaginemos una economía en la que se produce, en una tierra gratuita, una sola
mercancía —pongamos trigo— a partir de sí misma (semillas) y del trabajo. La
mercancía, que mediremos en toneladas, se utiliza, además de como bien de capi­
tal, como bien salarial. Asumamos, también en aras de la simplicidad, que el sala­
rio se pague después de realizado el trabajo. Sea k el coeficiente de capital, esto es
la cantidad de semillas necesarias para producir una tonelada de trigo; l el coefi­
ciente de trabajo, es decir la cantidad de horas-trabajo utilizadas directamente para
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FA IRE Y LA ECONOMÍA SMÍTHIANA 71

producir una tonelada de trigo. Si X es el trabajo directa e indirectamente conteni­


do en una tonelada de trigo, lk será el contenido en las k toneladas de trigo utiliza­
das como semillas. Por tanto, será:
X =l + Xk~ l
1-k
Ahora, sean r la tasa de beneficio; w y p, el salario monetario y el precio mo­
netario de una tonelada de trigo; p/w será el trabajo exigido por ésta, y wlp, el sala­
rio real. El precio del trigo será igual a la suma de los costes soportados para pro­
ducirlo y los beneficios obtenidos por los capitalistas. El coste del trabajo es wl; el
coste del capital, pk; el beneficio, pkr. Por tanto, tendremos que p = wl +pk + pkr.
Expresando el precio en trabajo exigido:
1
P = l + L H l + r) =
w w 1- k (1 + r)
Se ve enseguida que el trabajo exigido es mayor que el trabajo contenido
porque existe un beneficio; y que es tanto mayor cuanto más alto sea dicho bene­
ficio. Asimismo, se puede decir que el precio de la mercancía no es otro que la
suma de los salarios y de los beneficios (y del capital) pagados para producirla.
Sin embargo, resulta igualmente claro que la ecuación del trabajo exigido no sir­
ve para determinar el trabajo exigido, que es conocido en la medida en que lo sea
el salario real, sino únicamente la tasa de beneficio, que resulta así determinado
residualmente. Se obtienen resultados similares en el caso general en el que se
producen n mercancías, aunque no es necesario demostrarlo aquí.
La teoría del valor basada en el trabajo exigido es una impecable teoría de
los precios, si presupone una teoría del beneficio como residuo. Sin embargo, en
este asunto Smith se dejó llevar a veces por afirmaciones erróneas. Una de ellas
es que un aumento de los salarios puede conducir a un incremento de los precios,
en lugar de a. una disminución de los beneficios; otra es que,,,el beneficio serviría
para remunerar"el riesgo, o incluso la disagreableness, afrontádos por quien anti­
cipa el capital; otra más es que «salario, beneficio y renta de la tierra son las tres
fuentes originarias [...] de todo valor de cambio» (p. 155). Juntas, estas tres afir­
maciones harían pensar en una teoría mb "residual del beneficio, lo cual llevaría a
un grave error lógico en una teoría del valor basada en el coste de producción. De
estas afirmaciones erróneas surge la llamada teoría aditiva del valor, la teoría que
determina el valor de una .mercancía con la suma de las rentas pagadas para pro­
ducirla. Hay que tener presente que, cuando se habla de lo erróneo de dicha teo­
ría, se alude no tanto a la idea de que el precio de la mercancía pueda expresarse
como suma de las rentas, sino a la interpretación que hace de las rentas las fuen­
tes originarias del valor. Según tal interpretación, salarios y beneficios vendrían
determinados por las fuerzas de la oferta y la demanda en los mercados de «fac­
tores»; luego su suma determinaría el valor de la mercancía. Sin embargo, a par­
tir de la ecuación del trabajo exigido se ve enseguida que, si en ésta se predeter­
m in a n el sa la rio v el b e n e fic io , n o q u ed a ya n in g u n a v a ria b le p o r d eterm in a r: el
problema está so b r e d e te r m m a d o . N o obstante, Smith n o lle g ó a p la n tea r el p r o ­
72 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

blema en estos términos, y no sólo no fue del todo consciente de las razones por
las que una medida del valor en trabajo exigido resulta preferible a una en traba­
jo contenido, sino que ni siquiera llegó a comprender las trampas que encerraba
una explicación no residual del beneficio en el ámbito de una teoría del valor ba­
sada en el coste de producción.

2.2.4. M ercado y com petencia

La teoría del trabajo exigido desempeñó un importante papel en 'la teoría


smithiana del crecimiento. En efecto, una condición necesaria para la existencia
de una tasa de crecimiento positiva es que-' él trabajo exigido por el producto neto
sea. superior a la cantidad de trabajo empleada para producirlo. Sólo en este caso
puede existir el excedente necesario para sostener la acumulación de capital.
Por el contrario, la teoría aditiva del precio, en cuanto tiende al abandono de
una explicación basada en el coste de producción, parece destacar las fuerzas de
la demanda como determinantes fundamentales de los precios de las mercancías.
Unida a una teoría del beneficio1como remuneración normal de la actividad em­
presarial, ésta parece prestarse al intentó de demostrar la eficacia en cuanto al re­
parto (o incluso la justicia distributiva) del equilibrio competitivo. Si bien algu­
nos seguidores de Smith —de los que se hablará en próximos capítulos— conti­
nuarán en esta línea más que el propio Smith, no hay duda de que fue él quien
inició el camino.
Aquí resulta importante la distinción entre precio de mercado y precio natu­
ral: el primero es el precio efectivo de una mercancía en un determinado momen­
to; el segundo es el que permite pagar a los trabajadores, los capitalistas y los te­
rratenientes a los tipos normales de retribución. El precio de mercado depende
de las fuerzas de la oferta y la demanda. En presencia de un exceso de demanda,
el precio de mercado aumentará, mientras que disminuirá si la oferta supera a la
demanda. Sin embargo, «el precio natural es, en cierto sentido, el precio central
alrededor el cual gravitan continuamente los precios de todas las mercancías» (p.
160); y esto sucede precisamente a causa de la competencia, que regula el funcio­
namiento de los mercados.
Smith ilustró este proceso mediante un ejemplo esclarecedor. Supongamos
que un luto público provoque un aumento de la demanda de tela negra. Se inten­
sificará la competencia entre los compradores, lo cual hará aumentar el precio de
la tela negra; cuando el precio de mercado supere al precio natural, el capital in­
vertido en la producción de tela negra obtendrá un rendimiento superior al que
podría conseguir en otras industrias. Los capitalistas que produzcan esta mercan­
cía se verán estimulados a ampliar la producción, mientras que se transferirán
nuevos capitales, procedentes de otros usos, a dicha producción. De ello resultará
un aumento de la oferta de tela negra, que en un determinado momento podrá
incluso superar la demanda; esto, a su vez, hará disminuir el precio de mercado.
Este proceso de ajuste continuará hasta que el precio de mercado vuelva al nivel
natural.
El precio natural está determinado por los costes de producción, pero reali­
zado en el mercado. Las fluctuaciones del precio de mercado dependen de las
LA REVOLUCIÓN DEL LA ISSE 1FA 1R E Y'LA ECONOMÍA SMITHIANA 73

fuerzas de la demanda, pero están reguladas por las condiciones de producción.


El proceso de-ajuste arriba descrito es parte integrante del mecanismo de merca­
do mediante el que la economía se ajustaría a su vereda de equilibrio «natural».
El interés personal es el motor del sistema, la fuerza que le impide sumirse en el
caos. El elevado número de operadores, el conocimiento de las condiciones de
precio por parte de los compradores y vendedores, la movilidad de los capitales y
la ausencia de barreras de acceso, son todas ellas condiciones que limitan, hasta
anularla, la capacidad de cada agente individual de influir en los precios en pro­
vecho propio. Bajo tales condiciones, las fuerzas del mercado harán que se pro­
duzcan precisamente aquellas mercancías y precisamente en aquellas cantidades
que mejor satisfagan la demanda final. En una situación de equilibrio, las fuerzas
de la demanda regirán la distribución del capital entre las diversas industrias.
Mientras que las condiciones de la oferta determinan los precios relativos, las de
la demanda determinan las cantidades relativas de los bienes producidos.
En esta concepción, el mercado es su propio guardián y se autorregula com­
pletamente. De este modo, mientras que todo el mundo es libre de perseguir sus
intereses personales, de hecho cada uno resulta controlado por una ley imperso­
nal. Cada uno es llevado por una «mano invisible» a contribuir a la realización de
un equilibrio económico que no formaba parte de sus intenciones. Se trata del
teorema smithiano de la «mano invisible», que afirma que, en condiciones de
equilibrio competitivo:
a) la producción permite ofrecer aquellas mercancías que demandan los
consumidores;
tí) los métodos productivos elegidos son los más eficientes;
c) las mercancías se venden al precio más bajo posible, es decir, a aquel
que representa «lo que realmente cuesta la mercancía a la persona que la lleva al
mercado».
El límite principal de esta magnífica construcción es que quedó sin demos­
trar. En particular, Smith no logró demostrar ni que aquel equilibrio existe, ni
que es único, ni que es estable. Sin embargo, respecto a estos tres puntos —si
bien son fundamentales— no se puede ser demasiado severo con Smith, puesto
que aún hoy los economistas han de vérselas con los problemas de su unicidad y
su estabilidad, mientras que los de su-' existencia sólo se han resuelto en época
muy reciente.

2 .2 .5 . L a s d o s a l m a s d e S m it h

Resulta conveniente concluir esta -breve exposición del pensamiento de .


Smith volviendo a una tesis a la que habíamos aludido al comienzo de este apar­
tado. Existen dos componentes distintos en la teoría económica smithiana. Para
simplificar, ios llamaremos componente m a c r o e c o n ó m i c o y componente m i c r o e -
c o n ó m i c o . Están estrechamente ligados entre sí y es difícil separarlos, pero resul­
ta p o sib le y ú til h a ce rlo . L os n ú c le o s fundamentales de d ic h o s c o m p o n e n te s e s ­
tá n constituidos por la te o ría -d e l e x c e d e n t e y la d el e q u i l i b r i o c o m p e t i t i v o i n d i v i ­
74 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

d u a lis ta . Las propias raíces filosóficas de ambas teorías son distintas: se podría
fácilmente rastrear las fuentes empiristas y «moralistas» de la teoría del equili­
brio competitivo remontándonos a la influencia de Hume, de Hutcheson y de
Shaftesbury, una línea que enlazará a Smith con Bentham y Stuart Mili; igual­
mente, no sería difícil remontarse a la raíz iusnaturalista de la teoría del exceden­
te y a la influencia de Locke y de Quesnay, línea de pensamiento que continuará
posteriormente con Ricardo y los socialistas ricardianos. Pero no es este el lugar
adecuado para profundizar en dicho tema; baste haberlo mencionado. Única­
mente añadiremos que, si bien Smith se mostró perfectamente consciente, e n e l
p l a n o f i l o s ó f i c o , sólo del primer tipo de influencia, no por ello el segundo es me­
nos fuerte, tal como lo demuestra la presencia en su obra de la tensión —plena­
mente iusnaturalista— entre el s e r de laHiistoria y de las instituciones, por una
parte, y el d e b e r s e r del orden natural, por la otra. Esta tensión llevará a Smith a
esbozar una teoría del beneficio basada en la explotación, así como a maldecir
«el espíritu de monopolio de los comerciantes y manufactureros que ni son, si
habrían de ser, los gobernantes de la humanidad» (p. 483).
Resulta posible vincular todas las ideas de Smith a aquellos dos componen­
tes teóricos: el macroeconómico, basado en la teoría del excedente, y el microeco-
nómico, basado en la teoría del equilibrio competitivo individualista. Por ejem­
plo, el primero constituye la base de la teoría del crecimiento, y fue elaborada, en
efecto, en un intento de adaptar el análisis de Quesnay a una economía no esta­
cionaria, con todo lo que de ello se deriva en cuanto a los agentes económicos co­
lectivos, las clases sociales, los tipos de renta y las formas de gasto. También pue­
den vincularse a este primer componente la distinción entre trabajo productivo e
improductivo, la explicación del valor en términos de trabajo contenido y exigido,
y la teoría del beneficio como renta residual. La segunda teoría, en cambio, cons­
tituye el fundamento del teorema de la mano invisible, de la idea de la economía
capitalista competitiva como orden económico natural, de la teoría aditiva de los
precios en conexión con la explicación del beneficio como remuneración del ries­
go y de la teoría de los diferenciales salariales. Los sujetos económicos que apare­
cen en esta segunda teoría ya no son a g e n t e s c o l e c t i v o s , como las c l a s e s s o c i a l e s ,
sino individuos: por ejemplo, compradores o vendedores de una determinada
mercancía que deciden qué cantidad demandar u ofrecer sobre la base de un pre­
cio que ellos no pueden alterar; o bien unos determinados capitalistas que deci­
den transferir las inversiones de un sector a otro en busca de una mayor tasa de
beneficio.
Para entender hasta qué punto estos dos componentes de la teoría de Smith
son verdaderamente distintos y, sin embargo, se hallan estrechamente vinculados
entre sí, resulta conveniente observarlos aplicados a un problema específico: el
de la explicación de la naturaleza del trabajo y del nivel de su retribución.
El capítulo V del libro I de la R i q u e z a d e la s n a c i o n e s se inicia con las si­
guientes palabras: «El precio real de cada cosa, lo que cada cosa cuesta realmente
a quien necesita adquirirla, es el esfuerzo y la molestia de adquirirla. El valor real
de cada cosa para quien la ha adquirido y necesita emplearla o intercambiarla
con otra es el esfuerzo y la molestia que ésta puede ahorrarle, imponiéndosela a
otros. Lo que se adquiere con moneda o bienes se compra con el trabajo, igual
que lo que se adquiere con el esfuerzo del propio cuerpo. Esta moneda y estos
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 75

bienes nos ahorran, en efecto, dicho esfuerzo. Éstos contienen el valor de cierta
cantidad de trabajo- que nosotros intercambiamos con lo que en aquel .momento
se considera que contiene una cantidad igual. El trabajo es el primer precio, la
originaria moneda de compra con la que se pagan todas las cosas. No ha sido ni
con el oro ni con la plata, sino con el trabajo, como se han adquirido originaria­
mente todas las riquezas del mundo, y su valor, para quien las posee y necesita
intercambiarlas con algún nuevo producto, es exactamente igual a la cantidad de
trabajo que éstas le permiten comprar o exigir» (p. 133). Este famoso pasaje se ha
interpretado de dos maneras totalmente diferentes correspondientes a dos líneas
de pensamiento distintas.
Ricardo y sus seguidores, los socialistas ricardianos, así como Marx y los
marxistas, han puesto el acento en la «cantidad de trabajo» con la que se han pro­
ducido las mercancías y que ha sido exigida por éstas. En este contexto, por tra­
bajo se entiende «gasto de energía», un servicio productivo que puede definirse
merceológicamente y medirse con una unidad objetiva, por ejemplo horas de tra­
bajo por hombre. Esta mercancía entra en la producción de otras mediante rela­
ciones técnicas objetivas y se intercambia con otras mediante relaciones de inter­
cambio objetivas. Su papel productivo y su valor son independientes de las deci­
siones de los individuos y de su psicología. La determinación de su precio y de su
papel productivo puede realizarse en términos macroeconómicos, ignorando
completamente a los individuos particulares. De ahí que una teoría de la distribu­
ción basada en el concepto de «salario» como «salario natural» y en el de «exce­
dente» como «deducción del producto del trabajo» no puede ser sino una teoría
macroeconómica, y no requiere fundamento microeconómico alguno. Del mismo
modo, una teoría del valor basada en el trabajo contenido y en el trabajo exigido
no puede ser sino una teoría objetiva del valor, y no requiere fundamento psicoló­
gico alguno.
Una interpretación completamente distinta del anterior pasaje es la formula­
da por Jevons, sobre la base de las teorías propuestas por Bentham y Gossen,
más tarde aceptada por todos los economistas neoclásicos. Señalemos, sin em­
bargo —a modo de inciso—, que ya Galiani había tratado de explicar de esta ma­
nera la teoría del valor-trabajo (de Locke y de Petty). Jevons insiste en el aspecto
de la «fatiga y el fastidio» del trabajp. Éste se define ahora como un «esfuerzo pe­
noso del cuerpo y de la mente ejercido-parcial o totalmente con la perspectiva de
un bien futuro» (p. 221). Se trata, evidentemente, de «un caso de utilidad negati­
va». Su medida se expresará en términos de «penalidad», y no es posible definirla
como magnitud objetiva. En efecto, cada individuo tiene sus propias ideas acerca
de cuán «penoso» le resulta su trabajo. Una teoría del precio del trabajo que par­
ta de esta interpretación forzosamente habrá de tener fundamentos microeconó-
micos, al no poder dejar de considerar las decisiones individuales. Así, las teorías
del valor y de la distribución que pretendan interpretar el trabajo en este sentido
no podrán evitar partir de la psicología de los individuos; y se las podrá definir
razonablemente como teorías subjetivistas del valor y de la distribución.
No hay duda de que el pasaje de Smith se presta a ser interpretado legítima­
mente de ambas maneras. Pero aún hay más. El capítulo X del libro I, en el que
Smith afrontó el problema de la estructura de los diferenciales salariales, empie­
za así: «Las ventajas y las desventajas de los distintos empleos del trabajo y de los
76 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

fondos en el mismo ambiente deben ser, en su totalidad, iguales o tender conti­


nuamente a la igualdad. Si en un mismo ambiente un empleo fuera de manera
evidente más o menos ventajoso que los otros, serían tan numerosas las personas
que se amontonarían en el primer caso o lo abandonarían en el segundo, que ha­
rían que muy pronto sus ventajas o desventajas volvieran al mismo nivel que para
los otros empleos. Así sucedería al menos en una sociedad donde las cosas se
abandonaran a su curso natural, donde existiera perfecta libertad y donde c a d a
h o m b r e f u e r a p e r f e c t a m e n t e l i b r e t a n t o d e e le g ir la o c u p a c i ó n q u e j u z g a r a m á s c o n ­
El interés llevaría
v e n i e n t e c o m o d e c a m b i a r l a c a d a v e z q u e le p a r e c i e r a o p o r t u n o .
a cada hombre a buscar el empleo ventajoso y a- abandonar el desventajoso»
(pp. 201-202). y/
Este pasaje parece dar la razón a la interpretación neoclásica: Efectivamen­
te, obsérvese la referencia a las decisiones individuales en el texto destacado por
nosotros en cursiva, donde Smith habla de «cada hombre» y de su libertad de
«elegir». La legitimidad de dicha interpretación la confirma el hecho de que, para
Smith, la primera determinante de los diferenciales salariales la constituye la
«cualidad de agradable o desagradable», o bien la «levedad o dureza» del trabajo.
Así, a fin de que «las ventajas o desventajas de los diversos empleos del trabajo»
sean «perfectamente iguales» es necesario quedos diferenciales salariales reflejen
las diferencias de «penalidad». Esto sucedería en una situación de libre compe­
tencia, esto es, en una situación en la que «existiera perfecta libertad y donde
cada hombre fuera perfectamente libre de elegir [...]». Y a este punto de vista es
al que nos referíamos al hablar de la t e o r í a d e l e q u i l i b r i o c o m p e t i t i v o i n d i v i d u a l i s ­
t a como del c o m p o n e n t e m i c r o e c o n ó m i c o del pensamiento de Smith.
Naturalmente, Ricardo y Marx-disentirían de tal interpretación, y no esta­
rían del todo equivocados. En efecto, el segundo determinante de los diferencia­
les está constituido —siempre según Smith— «por el alto o bajo coste de aprendi­
zaje»; y é s t e p u e d e interpretarse como un determinante objetivo. Efectivamente,
los costes de aprendizaje de un oficio —sugerirá Marx— vienen dados por la can­
tidad de trabajo empleado para producir una determinada capacidad laboral, y
pueden determinarse con referencia a la .«tecnología educativa» disponible en
una sociedad dada en una época dada, es decir, de nuevo en términos objetivos y
macroeconómicos. A este tipo de interpretaciones nos referíamos cuando aludía­
mos a la t e o r í a d e l e x c e d e n t e como el c o m p o n e n t e m a c r o e c o n ó m i c o del pensa­
miento de Smith.
Veremos que casi todos los seguidores de Smith en la época que va desde la
publicación de la R i q u e z a d e l a s n a c i o n e s hasta el final de las guerras napoleóni­
cas desarrollarán precisamente las ideas vinculadas a la teoría del equilibrio
competitivo individualista; lo cual —sea dicho de paso— explica también por
qué Ricardo, para restablecer la autoridad de la teoría smithiana del excedente,
habrá de hacer una revolución tomando precisamente a Smith como blanco pre­
ferente. Sólo resta añadir, para mayor claridad, que una contribución funda­
mental al desarrollo teórico y a la consolidación cultural del componente mi­
croeconómico del pensamiento de Smith, en detrimento del macroeconómico,
fue la realizada por Bentham, el fundador del utilitarismo. Más adelante volve­
remos sobre ello.
LA REVOLUCIÓN D E L LAISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 77

2.3. La ortodoxia smithiana


2.3.1. UNAÉPOCADE OPTIMISMO
Los cuarenta años transcurridos desde la publicación de la Riqueza de las
naciones a la de los Principios de Ricardo constituyeron una época de entusiasmo
y optimismo, tanto para la burguesía inglesa, que se hallaba en la fase más inten­
sa de la revolución industrial, como para la continental, en particular la francesa,
inmersa en el intento de realizar el sueño de la Ilustración. Seguramente ninguno
de los intelectuales de la época representó mejor esta ola de entusiasmo que Wi-
lliam Godwin (1756-1836) y Antoine Nicolás de Condorcet (1743-1794): el prime­
ro, con sus tesis sobre la perfectibilidad humana y su programa de reforma radi­
cal de la sociedad, expresadas en la Investigación acerca de la justicia política
(1793); el segundo, con la idea, planteada en Bosquejo de un cuadro histórico de
los progresos del espíritu humano (1795), del progreso continuo del conocimiento
científico y de las bases morales de la convivencia social.
Es cierto que tampoco faltaron voces pesimistas. Una fue la de Thomas Ro-
bert Malthus (1766-1834), quien precisamente en 1798, en una polémica frente al
optimismo de Godwin, publicaba el Ensayo sobre el principio de población. Sin
embargo, se trataba de la voz aislada de un pastor conservador, exponente del
punto de vista de una clase de la que no se podía esperar sino pesimismo en una
época en la que la burguesía, sus mercancías, sus armas y sus ideas, triunfaban
en todos los frentes. El «principio mal'thusiano de población» es una expresión,
formulada de manera neta y clara, de aquel antiguo pesimismo religioso referen­
te a la naturaleza avariciosa y los efectos de la incontinencia humana, que ya Bo­
tero, Cantillon, Ortes y otros habían expresado: los medios de subsistencia ofreci­
dos por lá naturaleza crecían según una progresión aritmética, mientras que las
bocas que alimentar crecían a un ritmo exponencial. En Malthus encontramos
además la capacidad de extraer todas las consecuencias políticas de su «princi­
pio». Puesto que las clases bajas no son capaces, como las altas, de usar el freno
moral para controlar los efectos catastróficos de aquella ley de la naturaleza, en­
tonces debe permitirse al menos que la naturaleza cuide de sí misma. Ergo: la be­
neficencia y la ayuda a los pobres deben ser desalentadas y abolidas.
Desde el punto de vista de la teoría económica, el principio de población es
importante sobre todo por el uso que fie él hicieron Ricardo y Torrens en su teo­
ría de los salarios. Sin embargo, hay que recordar también las implicaciones que
dicho principio tenía para los rendimientos decrecientes en agricultura, tema so­
bre el que ya James Anderson (1739-1808), en An Inquiry into the Nature of the
Corn Laves (1777), había formulado importantes tesis. Volveremos a hablar de
ello en el próximo capítulo.
En cualquier caso, y como ya se ha mencionado, Malthus representaba una
excepción respecto al general optimismo de los economistas postsmithianos; pro­
bablemente «postsmithiana» sea el mejor término para definir una economía polí­
tica que finalmente había encontrado sus foundations en la Riqueza de las nacio­
nes. Por primera vez, en toda Europa los economistas descubrieron que hablaban
el mismo lenguaje y que tenían las mismas ideas de los propósitos, los límites y el
objeto de investigación de la ciencia económica: las que les había asignado Smiíh.
78 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Esta homogeneidad teórica, tanto tiempo buscada y finalmente hallada, te­


nía su precio, como demuestran los escasos progresos realizados por el análisis
económico en este período. Pero el aspecto que más merece ser destacado en el
panorama de la economía postsmithiana es este: que los pocos economistas que
realizaron alguna contribución original en esta época se mantuvieron todos en la
línea de uno solo de los dos componentes del pensamiento de Smith, el del equili­
brio competitivo individualista.

2 .3 .2 . BENTHAM Y EL UTILITARISMO

Una de aquellas contribuciones íueM utilitarismo, la conclusión natural de


una línea de pensamiento que vincula a Jeremy Bentham (1748-1832) con Shaf-
tesbury, pasando por Hume, Hutcheson y Smith. No hay que olvidar, sin embar­
go, las influencias de Beccaria y de Helvétius, ni las de los «teólogos» Priestly y
Paley.
Ante todo, hallamos en el utilitarismo una nueva manera de concebir la mo­
tivación de las acciones humanas. El impulso dado a la especialización del traba­
jo y, más en general, las características del modo de producción capitalista ha­
bían llevado a considerar a los individuos no como partes integrantes de un todo
interdependiente, sino como átomos sociales en pugna con las fuerzas imperso­
nales e inmutables del mercado.
Con la difusión de la convicción de que el sujeto económico es un ser egoísta
y competitivo, se abría camino también la idea de que todos los motivos de las
acciones humanas derivaban del deseo de lograr el placer y evitar el sufrimiento.
Dicha creencia constituye el núcleo del utilitarismo y su formulación canónica se
halla en los escritos de Jeremy Bentham, de manera especial en An Introduction
to the Principies of Moráis and Legislation, de 1780.
El libro se inicia con la afirmación de que cualquier motivación humana,
en cualquier tiempo y lugar, puede explicarse mediante un único principio: el
deseo de maximizar la utilidad. «Por utilidad se entiende aquella propiedad de
un objeto cualquiera de producir beneficio, ventaja, placer, bien o felicidad [...]
o de impedir el sufrimiento, el mal o la-infelicidad a aquel de cuyo interés se tra­
te» (p. 86). Al reducir todos los motivos humanos a un solo principio, Bentham
sentó las premisas para la construcción de una ciencia de la felicidad humana;
una ciencia dotada de precisión matemática como la física. E incluso propuso
un método para la cuantificación de los placeres: «el valor de un placer o de una
penalidad será mayor o menor en relación a siete circunstancias: su intensidad,
su duración, su certeza o incerteza, su proximidad o lejanía, su fecundidad, su
pureza, su extensión» (p. 97).
Otro de los pilares de la concepción benthamiana es la idea de que los seres
humanos, además de hedonistas, son también egoístas: «en condiciones norma­
les de vida, en cada corazón humano, el interés propio predomina sobre todos los
demás intereses juntos. [...]. El interés propio tiene sitio en todas partes» (Econo-
mic Writings, vol. 3, p. 421).
Ambas ideas serán asimiladas por las posteriores teorías del valor-utilidaa.
Smith había rechazado la concepción según la cual el valor de cambio se explica
LA REVOLUCIÓN DEL LAISSEZ FA IRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 79

por la utilidad de los bienes. Se había servido del célebre ejemplo del agua y los
diamantes (el agua posee un elevado valor de uso y un bajo valor de cambio, al
contrario que los diamantes) para ilustrar la ausencia de una relación necesaria
entre utilidad y valor. Los economistas neoclásicos explicarán después que no es
la utilidad total de un bien la que determina su valor de cambio, sino la utilidad
marginal, o sea el incremento de utilidad que se deriva de un pequeño incremen­
to de la disponibilidad del bien. Pero ya Bentham razonaba más o menos de esta
manera: «Los términos riqueza y valor se explican mutuamente. Un artículo pue­
de entrar en la composición de una masa de riqueza sólo si posee un cierto valor.
Y es por el grado de este valor por el que se mide la riqueza. Todo valor se basa
en la utilidad. [...]. Donde no hay uso, no puede haber valor» (An Introduction...,
p. 83). Y sigue: «el valor dé uso es la base del valor de cambio. [...]. Tal distinción
deriva de Adam Smith, pero éste no le ha atribuido un significado claro. [...]. La
razón por la que el agua no tiene un gran valor de cambio es que está igualmente
desprovista de valor de uso. Si toda la cantidad de agua requerida está disponible,
el excedente no tiene ningún tipo de valor. Lo mismo sucedería en el caso del
vino, del trigo y de cualquier otra cosa» (pp. 87-88). Como se puede ver, aquí se
anticipa —aunque de manera confusa y sin cuestionar excesivamente la autori­
dad de Smith— el principio de la utilidad marginal y su vinculación a la teoría
del valor.

2.3.3. Los ECONOMISTAS SMITHIANOS Y SAY


Bentham fue el iniciador de una tendencia de los economistas postsmithia-
nos que puede parecer sorprendente a quienes están habituados a identificar la
teoría «clásica» con la ricardiana: la tendencia a buscar la explicación del valor
en el valor de uso, en lugar de hacerlo en el coste de producción.
Esta inclinación fue especialmente clara en los seguidores alemanes de
Smith. Por ejemplo, Friedrich Soden (1753-1831), en Die Nationalökonomie
(1804), transformó la distinción smithiana entre valor de uso y valor de cambio en
la de valor «positivo» y valor «comparativo», afirmando que únicamente el prime­
ro es propiamente valor; éste dependería de la utilidad que tienen los bienes res­
pecto a la necesidad que deben satisfacer. Johan Friedrich Lotz (1778-1838), en
Revision der Grundbegriffe der Nationalwikschaftlehre (1811), avanzó en esta direc­
ción hasta hacer derivar el valor comparativo, que expresaría la comparación en­
tre dos valores positivos, de la escasez de los bienes y del sacrificio que se debe
realizar para hacerlos disponibles para la satisfacción de las necesidades.
Sin embargo, quien continuó por este camino hasta el punto de ir conscien­
temente más allá de Smith fue James Maitland Lauderdale (1759-1839), quien, en
la Inquiry into the Nature and Origin of Public Wealth (1804), no sólo rechazó la
teoría del valor de Smith, sino que incluso percibió las implicaciones que tal re­
chazo tenía en el plano de la teoría de la producción. Sobre el tema del valor,
Lauderdale centró el análisis en las fuerzas de la oferta y la demanda, tratando de
explicar las últimas por los factores subjetivos que definen las necesidades huma­
n a s y las primeras por la e s c a s e z de la s m e r c a n c ía s necesarias para sa tisfa cer di­
chas necesidades. E n c u a n to a la p r o d u c c ió n , fu e d e los primeros en plantear la
80 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

tesis de que, para comprender el papel desempeñado por las máquinas en el pro­
ceso productivo y en la producción de riqueza, no hay que atender tanto a su ca­
pacidad de cooperar con el trabajo como a la de sustituirlo. De ello dedujo lógica­
mente una teoría de los tres factores productivos, trabajo, tierra y capital, y de su
combinación en la producción.
Tesis similares eran formuladas en Francia por un economista que, a diferen­
cia de Lauderdale, se consideraba a sí mismo discípulo de Smith: Jean-Baptiste
Say (1767-1832), el «optimista». En el Tratado de economía política (1803), Say
mezcló de modo insólito las dos tesis fundamentales de la teoría smithiana del va­
lor, la concerniente a la dependencia de las variaciones de los precios de mercado
de las fuerzas de la demanda y la relativa a la dependencia de los precios naturales
de las condiciones de producción. A partir-tle ello formuló una teoría, en realidad
más parecida a la de Galiani, cuya influencia era todavía fuerte en Francia, donde
había sido.consolidada por Condillac. El valor de las.mercancías dependería de las
fuerzas de la demanda y de los costes de producción. Dé las primeras daría cuenta
la utilidad de los bienes; de los segundos, las dificultades para ofrecerlos.
Resulta interesante ver qué teorías de la producción y de la distribución se
vincularon a esta teoría del valor. La producción de los bienes requiere el empleo
de tres tipos de «servicios productivos»: los del trabajo, del capital y de la tierra.
Puesto que el valor de los bienes depende de la demanda tanto como de los esfuer­
zos realizados para satisfacerla, y dado que dichos esfuerzos requieren el empleo
de aquellos tres servicios productivos, ;el valor no podrá ser enteramente reducido
a trabajo: los tres servicios contribuyen a su formación, /además, cada servicio pro­
ductivo recibe una renta, que está determinada por la demanda de los bienes que
aquél contribuye a producir. El intermediario entre los comerciantes de los pro­
ductos y los de los servicios productivos es el empresario. Este compara el precio
que los consumidores están dispuestos a pagar por un bien con los gastos necesa­
rios para producirlo, esto es, con los costes de los servicios productivos. De esta
manera, la demanda de los bienes de consumo se transforma en demanda de
servicios productivos, y los precios de estos últimos pasarán a depender de su con­
tribución indirecta a la satisfacción de las necesidades de los consumidores.
La tesis de la dependencia de los valores de las mercancías de los precios de
todos los servicios productivos, vaga racionalización de la smithiana teoría aditi­
va de los precios, condujo a Say de un modo casi natural —si bien todavía confu­
so— a una extraña teoría de la distribución, extraña respecto a sus orígenes smi-
thianos: cada servicio productivo recibiría un precio proporcional a su contribu­
ción productiva. Así, la economía capitalista no sólo sería eficiente en la asigna­
ción de los recursos en función de la demanda, como sostenía el teorema de la
mano invisible, sino también justa en la distribución de la renta producida. El
vínculo entre Say y Smith es indudable, pero resulta evidente que Marx no anda­
ba errado respecto a la naturaleza de dicho vínculo cuando afirmaba, en Teorías
sobre la plusvalía, que «Say separa las nociones vulgares que aparecen en la obra
de Adam Smith y las desarrolla en una cristalización peculiar» (vol. 3, p. 501).
Say también superó a Smith en el intento de justificar el laissez faire. Smith se
había limitado a sostener que la avidez de los capitalistas llevaría a una economía
competitiva a asignar los recursos de modo tal que se satisficiera la demanda de
mercancías en los diversos mercados; pero también había evidenciado que el pro­
LA REVOLUCIÓN DEL LA ISSEZ FAIRE Y LA ECONOMÍA SMITHIANA 81

ceso de ajuste debería pasar por la aparición y desaparición de ineludibles proce­


sos de desequilibrios sectoriales. Quedaba abierto el problema de si tales situacio­
nes de desequilibrio se compensarían entre sí, de manera que, en cualquier caso,
se asegurara la igualdad entre la oferta y la demanda en el conjunto, o bien pudie­
ran generar una situación de desequilibrio macroeconómico. Parecía que Smith
había intuido vagamente esta segunda posibilidad cuando teorizaba la tendencia
de la tasa de beneficio a caer como consecuencia de un exceso de oferta de capital
en todas las industrias.
Say, en cambio, trató de demostrar la imposibilidad de un exceso de oferta
generalizado. Es la famosa «ley de Say», conocida también como «loi des débou-
chés» o «ley de los mercados», según la cual la oferta crea siempre su propia de­
manda. En primer lugar, Say se limitó a observar que el valor de la producción
global es necesariamente igual al valor global de las rentas distribuidas. Se trata
de una identidad contable que nadie discutiría. Puesto que las rentas constituyen
poder de compra, se puede decir asimismo que las mercancías producidas crean
siempre un poder de compra correspondiente a su valor. De ello a decir que la
producción crea siempre la propia demanda parece no haber más que un paso;
pero en realidad se trata de un paso enorme. Hay que añadir que las rentas son
completa e inmediatamente gastadas, hipótesis que Say trató de justificar sobre
todo en el Cours complet deconomie politique pratique (1828), en un intento de
responder a las diversas críticas que se habían alzado contra su primera formula­
ción de la ley, y teniendo en cuenta las controversias que ésta había generado tan­
to en el continente como en Inglaterra. En cualquier caso, el enunciado más sim­
ple y claro de la hipótesis de la que depende la validez de la ley se halla en el Tra­
tado: «Hay que subrayar que una mercancía cualquiera, apenas es colocada en el
mercado, ofrece una salida a otros productos por el importe total de su valor. En
efecto, cuando un productor ha fabricado un bien cualquiera tiene una extrema
necesidad y deseo de venderlo, a fin de que el valor de su producto no se le di­
suelva entre las manos. Pero no tiene menos prisa en deshacerse del dinero que
obtiene con la venta del bien, precisamente también para que el valor de este di­
nero no se anule al permanecer inactivo. Ahora bien, uno no puede deshacerse de
su dinero si no es comprando algún producto. Está claro, pues, que la simple pro­
ducción de un bien proporciona inmediatamente una salida a otros productos»
(pp. 141-142). Así, el poder de compra generado por la producción ya no es sólo
demanda potencial, sino también demünda efectiva. Esto lleva a la conclusión de
que son imposibles las situaciones de exceso de oferta agregada, incluso cuando
cada una de las mercancías se halle en desequilibrio. La ley de Say excluye la po­
sibilidad de crisis o superabundancias generales. Queda por ver si también exclu­
ye el desempleo. Volveremos sobre ello en el próximo capítulo, cuando tratemos
del uso ricardiano de la ley de Say.

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cis Hutcheson and David Hume as Predecesors of Adam Smith, Durham, 1965; E. Halévy,
L’évolution de la doctrine utilitaire de 1789 à 1815, Paris, 1901; C. Perrotta, Produzione e la­
voro produttivo nel mercantilismo e nell'Illuminismo, Galatina (Italia), 1988.
Sobre Adam Smith: P. Barucci, Introduzione a A. Smith e la nascita della scienza eco­
nomica, Florencia, 1973; C. Benetti, Smith: La teoria economica della società mercantile, Mi­
lán, 1979; R. H. Campbell y A. S. Skinner, Adam Smith, Londres, 1982; E. Cannan, «Adam
Smith as an Economist», en Economica, 1926; R. Faucci y E. Pesciarelli (eds.), L'economia
classica: Origini e sviluppo, Milán, 1976; S. Hollander, The Economics of Adam Smith, To­
ronto, 1973; S. levons, Theoiy of Political Economy, Nueva York, 1969 (trad, cast.: Teoria de
la economía política, México); A. L. Macfie, The Individuai in Society: Papers on Adam
Smith, Londres, 1968; C. Napoleoni, Smith, Ricardo, Marx, Turin, 1972 (trad, cast.: Fisio­
cracia, Smith, Ricardo, Marx, Barcelona, 1974); E. Pesciarelli, La giurisprudenza economica
di Adam Smith, Turin, 1988; P. Porta, Scuola classica e teoria economica, Milán, 1984; H. M.
Robertson y W. L. Taylor, «Adam Smith’s Approach to the Theory of Value», en The Econo­
mic Journal, 1957; W. R. Scott, Adam Smith as Student and Professor, Nueva York, 1965;
A. S. Skinner y T. Wilson (eds.), Essays on Adam Smith, Oxford, 1975; A. Smith, Inquiry
into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, 1776 (las págs. citadas en el texto co­
rresponden a la ed. de Harmondsworth, 1970) (trad, cast.: Investigación sobre la naturaleza
y causas de la riqueza de las naciones, México, 1958); E. G. West, Adam Smith: The Man and
His Work, Nueva York, 1969.
Capítulo 3
DE RICARDO A MILL

3.1. Ricardo y Malthus


3.1.1. T r e in t a a ñ o s d e c r isis

Los treinta años transcurridos desde el congreso de Viena a las revoluciones de


1848 son de crucial importancia en la historia de Europa. Conocido como la «época
de la restauración», fue en realidad un período de profundas transformaciones eco­
nómicas y sociales y de agudas crisis políticas. Se trata de una época llena de con­
trastes, marcada por el intento de las fuerzas aristocráticas de restaurar el viejo or­
den absolutista precisamente mientras la revolución industrial estaba minando defi­
nitivamente los fundamentos económicos de aquél. No resulta sorprendente que,
frente a la situación de paz prácticamente generalizada en el conjunto de las relacio­
nes internacionales europeas, existiera una situación de guerra civil casi permanente
en las naciones afectadas por las más fuertes dinámicas económicas y sociales.
En cualquier caso, la Santa Alianza logró mantener el control del orden in­
terno en todos los países que dominaba, es decir, prácticamente en todas las na­
ciones de Europa central y oriental, incluyendo a Italia y Alemania. El algunos de
dichos países, las sublevaciones políticas dirigidas por las fuerzas democráticas
se repitieron con creciente intensidad a lo largo del período, hasta llegar a la gran
explosión revolucionaria de 1848; pero se vieron siempre abocadas a la derrota.
La razón de ello habría de buscarse tal vez en la escasa base popular que el orden
social existente ofrecía a los movimientos democráticos; y entre las razones de di­
cha situación se hallaban sin duda el lento proceso de la acumulación capitalista
y el relativo atraso de la estructura económica de aquellos países.
La evolución del conflicto político adquirió características peculiares en los
dos países más avanzados de Europa, Francia e Inglaterra. En éstos se configuró
una dinámica política basada en tres grandes partidos: el reaccionario, el liberal y
el democrático. Obviamente, estas formaciones políticas asumieron distintas de­
nominaciones, programas y estructuras en ambos países y en el transcurso del
tiempo, pero durante todo el período se mantuvo firmemente la estructura tripar­
tita. Tras ellas, y dándoles consistencia y orientación política, operaban fuerzas
sociales bien definidas que, para simplificar, podemos identificar como las tres
clases sociales de Smith: los terratenientes, la burguesía y el proletariado.
En una primera fase, aproximadamente de 1815 a 1830 —que constituye la
«época de la restauración)? en sentido estricto—, las fuerzas reaccionarias mantu­
vieron firmemente ei poder en ambos países. Contra estas :n. tormo una alianza
84 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

de hecho entre las otras dos fuerzas políticas: whigs y radicales en Inglaterra; or-
leanistas y republicanos en Francia. Dicha alianza constituyó la base popular que
en 1830 llevó a la revolución de Julio en Francia y a la victoria electoral whig en
Inglaterra. El resultado de ambas victorias fue la instauración de dos regímenes
parlamentarios constitucionales, aunque con una base electoral muy restringida.
En Francia se amplió el censo electora!y se redujo la edad de voto para llevar el
número de electores a 240.000: ¡nada menos que el uno por ciento de la pobla­
ción! En Inglaterra, donde existía desde hacía tiempo un régimen parlamentario
constitucional, se llevó a cabo una reforma electoral en 1832, que erradicó el sis­
tema de las «aldeas podridas» (por el cual las aldeas rurales poco pobladas, con­
troladas por terratenientes, tenían una representación parlamentaria mucho más
amplia que la de los más populosos gojegios electorales urbanos, en los que era
mayor el peso de la burguesía y del proletariado industrial). Además, el número
de electores aumentó de 500.000 a 813.000.
Después de que los «industriales» se considerasen satisfechos, los terratenientes
renunciaron a la hegemonía, y las fuerzas populares hubieron de comenzar de nue­
vo. El partido democrático se radicalizó en sentido socialista, lo cual proporcionó a
los liberales una razón más para deshacer las alianzas. En Inglaterra, una parte de
los radicales confluyó, junto al movimiento sindical, en el partido carlista: una for­
mación política que reivindicaba la ampliación de los derechos políticos a los traba­
jadores como condición para la realización de objetivos económicos y sociales más
avanzados. En Francia, se constituyó un movimiento socialista que fue diferencián­
dose cada vez más claramente de las fuerzas liberales, y, como en Inglaterra, trató de
unir reivindicaciones políticas de cariz democrático con objetivos de emancipación
social incompatibles con el orden económico de un sistema capitalista.
No hace falta decir que, lejos de atenuarse, la lucha de clases se exacerbó a par­
tir de 1830. Sobre todo fue un cambio cualitativo, ya que el conflicto entre terrate­
nientes e industriales pasó a un segundo término respecto al que enfrentaba a las
clases populares contra las privilegiadas. El resultado final fue la revolución de 1848,
que en Francia se concluyó con un baño de sangre proletaria y con la consolidación
definitiva de la hegemonía burguesa sobre el conjunto de la sociedad. En Inglaterra,
donde el movimiento obrero era más fuerte que en Francia y todo el mundo había
esperado una revolución proletaria, 1848 concluyó con una farsa, con la presenta­
ción de una petición carlista en el Parlamento. En ambos países, 1848 cerró una épo­
ca de luchas e inició otra de paz social; pero más adelante hablaremos de ello.

3.1.2. Las LEYES SOBRE EL TRIGO


En Inglaterra, el período de treinta años que va desde la aprobación de las
leyes sobre el trigo (1816) a su abolición (1846) puede definirse muy acertada­
mente —desde el punto de vista de la teoría económica— como «la era de Ricar­
do». Es al comienzo de dicho período cuando David Ricardo (1772-1823) propo­
ne su teoría económica. Y en torno a esta teoría —exaltándola, deformándola,
criticándola— polemizarán los economistas de la época; en torno a ella girará
toda la investigación económica británica de aquellos años. No hace falta decir
que las controversias fueron agrias; al menos, en la misma medida en que eran
DE RICARDO A MILL 85

importantes las implicaciones políticas de las teorías discutidas, y violentos los


conflictos de cíase que las sostenían.
Un primer y fundamental conflicto de clase era el que implicaba a trabaja­
dores y capitalistas. En el próximo capítulo hablaremos de las elaboraciones teó­
ricas a que dio origen. Centraremos aquí nuestra atención en otro gran conflicto
que marcó a la sociedad inglesa en el período de su industrialización: el que im­
plicó a terratenientes y capitalistas. Este conflicto se manifestaba predominante­
mente en forma de luchas por el control del Parlamento, pero el verdadero objeto
ele In disputa era si Inglaterra debía mantener una economía agrícola o, por el
contrario, había de acelerar el ritmo de su desarrollo industrial. Las guerras na­
poleónicas, al reducir drásticamente las importaciones de productos alimenta­
rios, habían provocado un aumento sustancial de los precios de los cereales, en
particular del trigo; en cambio, los precios de los productos manufacturados ha­
bían aumentado con menos rapidez que los precios agrícolas y los salarios. En
1816, al final de un largo período de guerras, los terratenientes lograron que el
Parlamento aprobara las famosas new com laws; las tarifas aduaneras se fijaron a
un nivel tan alto que el trigo, cuyos precios exteriores eran mucho más bajos que
los interiores, no podía de hecho entrar en el país. El significado económico de la
operación estaba claro: las barreras proteccionistas permitían mantener elevadas
las rentas de la tierra, en detrimento de los beneficios, dada la rigidez de los sala­
rios reales. La oposición de los industriales fue grande, no sólo a causa de los
efectos redistributivos de las barreras proteccionistas, sino también debido al he­
cho de que éstas impedían a la industria inglesa beneficiarse, en los mercados
mundiales, de su mayor productividad respecto a la competencia europea.
La batalla duró treinta años; pero, al final, la fuerza de persuasión y de pre­
sión que la burguesía logró ejercer a nivel político y cultural condujo a la aboli­
ción total de las leyes sobre el trigo. Este acontecimiento, para cuya realización
resultó decisiva la contribución teórica de Ricardo, vino a sancionar la definitiva
hegemonía de la burguesía en la sociedad inglesa.
El principal antagonista de Ricardo en esta batalla fue Tilomas Robert Mal-
thus, que se erigió en defensor del punto de vista de los terratenientes en todas
las disputas teóricas que se establecieron en la época. Las obras principales de
ambos economistas son casi contemporáneas: los Principios de economía política
y tributación de Ricardo datan de 1817, mientras que los Principios de economía
política de Malthus se publicaron en 18Í0. En realidad, las teorías económicas de
Ricardo y Malthus se desarrollaron a la vez, en estrecha relación una con otra; te­
níaneipcomún las bases metodológicas necesarias para permitir el diálogo, pero
chocaban prácticamente en todas las conclusiones teóricas que tuvieran cierta
importancia política. Por ello, probablemente ía mejor manera de comprender
los rasgos esenciales de ambos enfoques sea estudiarlos juntos.

3 .1 .3 . L a t e o r ía d e la r e n t a d e la t ie r r a

En 1815, en el punto culminante de la polémica sobre el trigo, se publicaron


cinco pamphlets: An Inquirx into the Nature and Propress of Ren! v The Grounds of
an Opinion on the Policy of Restricting the importation of foreign Corn, ambos de­
86 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

bidos a Malthus; An Essay on the Ápplication of Capital to Land, de Edward West


(1782-1828); Essay on the Extemal Com Trade, de Robert Torrens (1780-1864), y
finalmente An Essay on the Influence of a Low Erice of Com on the Profits of
Stock, de Ricardo. Lo que tenían en común estos cinco ensayos en el plano analí­
tico, más allá de las divergencias teóricas y políticas, era el uso de la teoría de la
renta de la tierra diferencial; teoría que, según parece, fue formulada inde­
pendientemente por los tres primeros de los mencionados economistas. El propio
Ricardo no dudó en atribuir su paternidad a Malthus. Sin embargo, no hay que
olvidar que los elementos fundamentales de la teoría de la renta de la tierra dife­
rencial habían sido ya enunciados por James Anderson en 1777, a quien aludi­
mos en el capítulo anterior.
Para entender el núcleo del sistérfiá teórico resulta conveniente partir del
sencillísimo modelo de una economía cuya agricultura produce una sola mercan­
cía, pongamos trigo, a partir de sí misma (semillas) y del trabajo. En realidad, no
hacemos excesiva violencia a Ricardo por utilizar un modelo tan sencillo, ya que
él mismo recurrió implícitamente a hipótesis similares en el ensayo antes men­
cionado.
En la figura 3.1 se representan, en el eje de ordenadas, los niveles de produc­
ción neta del trigo, GA, GB, Gc, GD, GE..., que pueden obtenerse en siete tipos de
tierra, A, B, C, D, E..., ordenados por orden decreciente de fertilidad. Suponga­
mos que para cada hectárea de tierra se utilice una cantidad fija de semillas y una
cantidad fija de trabajo, pongamos un trabajador. Partamos de una situación en
la que se cultive únicamente la tierra A. La producción de trigo (neto de semillas)
será Ga. Supongamos que sea necesario aumentar la producción. Si se amplía el
cultivo a la tierra B, la producción neta aumentará a GA + GB, cultivando también
la tierra C, se producirá GA + GB + Gc; y así sucesivamente. Por tanto, un movi­
miento hacia la derecha en el eje de abscisas implica un aumento de la produc­
ción y de la extensión de los terrenos cultivados. Supongamos ahora que no se
pague renta alguna por la menos fértil de las tierras de cultivo; y que el salario
real wr sea fijo. Si se cultivan únicamente los terrenos A, B, C, D, E, el capitalista
que opera en el terreno menos fértil, E, producirá una cantidad de trigo (neto de
semillas) igual a GE, y obtendrá beneficios por un importe igual a GE - wr Los
otros capitalistas, operando en terrenos más fértiles, obtendrían beneficios más
elevados si no hubieran de pagar rentas. Por ejemplo, en el terreno D los benefi­
cios serían (GD - wf) > (GE - wr). En el terreno C serían mayores que en D, y así
sucesivamente. Sin embargo, en este caso la competencia entre los capitalistas
haría aumentar la demanda de los terrenos más fértiles respecto de la de los me­
nos fértiles, lo que permitiría a los propietarios de los primeros arrancar rentas
más altas, y tanto más altas cuanto más fértiles fuesen los terrenos. En equilibrio
competitivo, todos los capitalistas deberían obtener la misma tasa de beneficio,
por lo que el exceso de producto que se puede obtener en las tierras intramargi-
nales respecto a las marginales deberá consumirse totalmente en rentas. En la fi­
gura, las rentas están representadas por las áreas sombreadas; los salarios totales,
por el área Owrw^, y los beneficios, por el área wrTtnwr Esta es la teoría ricardia-
na de la renta de la tierra diferencial extensiva.
Esta teoría fue criticada por muchos economistas porque parecía implicar,
contrariamente a la evidencia, que sobre las tierras marginales no se pagaba ren-
DE RICARDO A MILL 87

F igura 3.1.

ta. Say criticó a Ricardo en este sentido, aunque éste no halló dificultades para
defenderse. No obstante, lo hizo sólo en una nota a pie de página de la segunda
edición de los Principios, y de manera excesivamente sintética y oscura, de modo
que muchos economistas siguieron tratando de resolver el problema recurriendo
al concepto de «renta de la tierra absoluta».
Para entender por qué se pagan rentas diferenciales también sobre la tierra
marginal, basta reinterpretar la renta de la tierra como «renta intensiva». Hay
que leer, entonces, la figura 3.1 del siguiente modo. Toda la tierra disponible en
un país está ya cultivada. Para simplificar, asumamos que toda la tierra tiene la
misma fertilidad. Para obtener incrementos de producción hay que intensificar
las inversiones en capital y trabajo sobre las tierras ya cultivadas. Los histogra-
mas de la figura 3.1 representan ahora los incrementos de producción que se
pueden obtener sobre la tierra marginal en la medida en que se aumente la inver­
sión en capital y trabajo. Asumamos qtíe" el coeficiente capital/trabajo sea fijo.
Ahora el eje de las abscisas ya no mide la extensión de la tierra cultivada (toda la
tierra disponible está cultivada), sino el nivel del empleo. Un movimiento hacia la
derecha sobre el eje de las abscisas ya no representa una ampliación del cultivo a
igualdad de coeficiente trabajo/capital/tierra, sino una intensificación del cultivo
con un aumento de los coeficientes trabajo/tierra y capital/tierra. Se supone que,
al aumentar la producción y la ocupación, la productividad del último trabajador
disminuye. GÁ es la productividad del primer trabajador empleado; GB, la del se­
gundo, etc. Entonces, el trabajador empleado con la última cantidad invertida,
cuya productividad neta es GE, no producirá renta; pero, en cualquier caso, se pa­
gará una renta que será igual a la diferencia entre la productividad de las cantida­
d es intramarginales y la de la s c a n tid a d e s m a r g in a le s d e in v ersió n . É sta se r ep re­
senta p o r el á rea so m b rea d a .
PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

3.1.4. B eneficios y salarios

Pasemos ahora al beneficio. El razonamiento con el que Ricardo trató de de­


mostrar la necesidad de abolir las leyes sobre el trigo es sencillo. Dada la limita­
ción de las tierras cultivables, si se impide la importación del trigo se obliga a que
la agricultura nacional aumente la producción, intensificando las inversiones en
agricultura y, por tanto, haciendo que aumente la parte de la renta nacional co­
rrespondiente a rentas de la tierra y que disminuya la parte correspondiente a be­
neficios. De este modo se reduce la acumulación, ya que la mayor parte del aho­
rro necesario para financiar las inversiones proviene de los beneficios. En efecto,
los terratenientes —que también obtienen ingresos muy altos-— no ahorran por­
que la acumulación de la riqueza no fppüa parte de sus aspiraciones; por su par­
te, los trabajadores —que obtienen ingresos de subsistencia— tampoco lo hacen
porque no entra en sus posibilidades.
Sin embargo, Ricardo no se detuvo aquí. En un exceso de celo propagandís­
tico, trató de ampliar este punto de vista a un horizonte de muy largo plazo, for­
mulando una ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio. Con este fin, supu­
so simplemente que el progreso técnico, a la larga, no es capaz de superar las
consecuencias económicas de los rendimientos decrecientes en agricultura. Ad­
mitió que las innovaciones técnicas, al hacer aumentar la productividad del tra­
bajo, podrían provocar incrementos de los beneficios. Pero tales efectos, según él,
serían sólo temporales, ya que los propios incrementos de los beneficios fomenta­
rían después la acumulación, harían aumentar el empleo y, en consecuencia,
reactivarían los efectos catastróficos de los rendimientos decrecientes.
Volvamos a los beneficios. El problema distributivo fue planteado por Ricardo
en términos de la relación decreciente que existe entre los salarios y los beneficios.
Tomemos de nuevo la ecuación del trabajo exigido analizada en el capítulo anterior:
p / vv = l + (pl w) k(l +r)
recordando que / y k son los coeficientes de trabajo y de capital; r, la tasa de bene­
ficio; w /p = ^vr, el salario real, y p/w , el trabajo exigido por el trigo. La ecuación
se refiere ahora a la producción que se obtiene con la cantidad marginal de inver­
sión. Como consecuencia de una intensificación del cultivo, deberá disminuir la
productividad del trabajo empleado al margen, que pasará de 1 / 1a 1 / V, con f > /.
El salario real no cambia. Supongamos que tampoco cambie el coeficiente de ca­
pital. Tendremos:
pl w = l’ r{plw )k(\ + r')
Se ve enseguida que, dados w /p y k, la tasa de beneficio disminuye como
consecuencia de la disminución de la productividad del trabajo. En términos de
Ricardo, se puede decir también que el beneficio disminuye porque, como conse­
cuencia de la intensificación del cultivo, aumenta la parte del producto necesaria
para pagar los salarios.
En esta teoría, el nivel de los salarios reales se da por sabido. Para explicar
esto, Ricardo, siguiendo a Torrens, utilizó el principio de población malthusiano.
DE RICARDO A MILL 89

En un momento dado, el salario de mercado, que depende de las fuerzas de la


oferta y la demanda de trabajo, puede ser mayor o menor que el salario •natural.
En el primer caso, el aumento del bienestar de los trabajadores estimularía las ta­
sas de natalidad y reduciría las de mortalidad, mientras que en el segundo suce­
dería lo contrario. Así, la oferta de trabajo tendería a adaptarse automáticamente
a la demanda. Cuando la población y la demanda de trabajo crecen en la misma
proporción, el salario se halla en su nivel natural, que es el que garantiza a los
trabajadores, además de la supervivencia, la reproducción al ritmo requerido por
la acumulación del capital. Hechas las debidas concesiones a la posibilidad de
cambios seculares de los habits and customs de los trabajadores, es decir, de sus
hábitos de consumo, el salario natural se define como una renta de subsistencia y
en la práctica se trata como una constante exógena.

3.1.5. B en eficios y sobreproducción

Volvamos al problema de las leyes sobre el trigo, y veamos ahora la posición de


Malthus. Ricardo no había tenido dificultad en reconocer la paternidad malthusiana
de buena parte de las teorías mencionadas, especialmente en lo relativo a la determi­
nación de la renta de la tierra y del salario. Malthus, a su vez, tampoco tuvo proble­
mas para aceptar lo fundamental de las conclusiones de Ricardo. La divergencia bá­
sica se refería a las implicaciones políticas de tales conclusiones. Mientras que Ricar­
do temía la caída de la tasa de beneficio, Malthus temía su aumento.
El núcleo de su argumentación es el siguiente. Tanto los trabajadores como
los terratenientes gastan casi íntegramente su renta para adquirir bienes de con­
sumo. Por tanto, los salarios y rentas de la tierra se resuelven íntegramente en de­
manda efectiva. Los beneficios, en cambio, son casi enteramente ahorrados y
acumulados. Si aumenta la parte beneficios respecto a la parte salarios, aumenta
el trabajo exigido por las mercancías respecto al trabajo exigido por el fondo de
salarios empleado para producirlas. Esto quiere decir que las rentas pagadas a
los trabajadores (exactamente el fondo de salarios) no pueden proporcionar un
nivel de demanda agregada suficiente para realizar el valor de las mercancías por
ellos producidas. De ahí derivaría, según Malthus, una carencia de demanda
agregada; a menos que la parte rentas de la tierra fuera suficientemente alta
como para compensar aquella carencia: ím tal caso, la demanda que no proviene
de los trabajadores productivos se vería activada por los improductivos. Bienve­
nidas sean, por tanto, las leyes sobre el trigo si sirven para redistribuir renta de
los beneficios a las rentas de la tierra.
Ricardo no tuvo dificultad alguna en identificar el error del razonamiento de
Malthus. En las Notes on Malthus (escritas en 1820, pero publicadas en 1928), argu­
mentaba lo siguiente: «puedo emplear a 20 trabajadores para proporcionarme ali­
mento y bienes de subsistencia necesarios para 25, y luego a estos 25 para proporcio­
narme alimento y bienes de subsistencia para 30; y de nuevo a estos 30 para producir
el sustento de un número mayor» (Works and Cotrespondence, vol. II, p. 429). En re­
sumen,el excedente obtenido por los capitalistas no reduce la demanda agregada,
por el sim p le h e c h o de qu e las in v ersio n es tam b ién co n stitu yen d em an d a.
Para lebaLii esta ciitica, Malthus .habría debido sostener que los oeneiicios
90 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

ahorrados no son necesariamente gastados.- Es decir, habría tenido que cuestio­


nar la validez de la ley de Say, lo que se apresuró a hacer precisamente en una
carta escrita a Ricardo en 1814, donde afirma no creer que «el poder de compra
implique necesariamente una voluntad de comprar proporcional [...]. Una nación
debe tener necesariamente el poder de comprar todo lo que produce, pero puedo
concebir fácilmente que no tenga la voluntad de hacerlo» (en Ricardo, Works...,
vol. IV, p. 132). Desgraciadamente, Malthus no supo explotar esta intuición. Su
carta tuvo únicamente el efecto de poner en guardia a Ricardo, quien entendió
enseguida el papel fundamental que podía desempeñar la ley de Say para rebatir
la tesis de su adversario. En efecto, la respuesta que dio a aquella carta de Mal­
thus es clarísima, y se reduce a esto: que si existe el poder de compra, existirá
también la voluntad, o que las decisioneí'cie ahorro se deben al deseo de acumu­
lación y, en consecuencia, generan demanda efectiva en la misma medida que las
decisiones de consumo. En otras palabras, los ahorros son inversiones, y las deci­
siones de ahorro son decisiones de gasto. Hoy está claro que esta no es una ley
económica, sino sólo una suposición arbitraria, y dicha suposición constituye el
fundamento de la «ley de Say». Esta «ley», una vez aceptada por Ricardo y refor­
mulada en sus Principios, se convirtió casi en un dogma para la teoría económica
clásica, e incluso Malthus fue prisionero de ella. En efecto, en los Principios que
escribió en polémica con los de Ricardo no llegó a poner en duda la validez de
aquella suposición, de modo que sus tesis sobre la carencia de demanda efectiva
finalmente fueron las que salieron peor libradas.
Para evitar malentendidos hay que añadir, no obstante, que la creencia de
Ricardo en la imposibilidad de una «abundancia general» no implicaba la tesis
del pleno empleo. La ley de Say, en el uso que de ella hicieron los clásicos, com­
portaba únicamente la igualdad entre demanda y oferta agregadas de las mercan­
cías reproducibles. Dicha igualdad puede verificarse con cualquier nivel de em­
pleo. Esta implica que se gasta toda la renta producida y ganada, pero no dice
nada sobre el nivel de la renta. Ricardo, como todos los clásicos, estaba convenci­
do de que en un régimen competitivo no alterado por intervenciones públicas
—por ejemplo, las poor laws, leyes de «auxilio» a los pobres— no podía existir un
desempleo permanente a muy largo plazo; pero no a causa de la ley de Say, sino
porque el principio de población malthusiano a la larga impediría la superviven­
cia de los desempleados permanentes. Sin embargo, Ricardo admitió, en el capí­
tulo «Sobre las máquinas» de la tercera edición de los Principios, que a corto pla­
zo el progreso técnico podría crear desempleados al sustituir a los trabajadores
con maquinaria, sin que el ritmo de la acumulación del capital fijo pudiera per­
mitir su reabsorción. Nótese que este «corto plazo» debe entenderse sólo como
un período más corto que el necesario para el funcionamiento del principio de
población: [podría, pues, tener una duración de unos veinte años!

3 .1 .6 . D is c u s io n e s s o b r e e l valor

Ricardo y Malthus se hallarán también en posiciones enfrentadas respecto al


valor. Malthus aceptó plenamente la teoría smithiana del precio como suma de
las rentas y, junto con ésta, la medida del valor en trabajo exigido. Le parecía que
DE RICARDO A MILL 91

el concepto de trabajo exigido podía servir perfectamente para demostrar la tesis


de la carencia de demanda efectiva. En efecto, la existencia de un beneficio impli­
ca que el trabajo exigido por las mercancías que integran el producto nacional es
superior al exigido por el fondo de salarios empleado para producirlas. Como he­
mos visto, de ello no se sigue necesariamente que no exista una demanda sufi­
ciente para vender la producción. Sin embargo, Malthus afirmó precisamente
esto; pero al hacerlo se deslizó inconscientemente de una concepción del precio
como «precio natural» a una como «precio de mercado». A menudo utilizaba la
expresión «precio necesario», aparentemente como sinónimo de «precio natu­
ral»; en realidad, se refería simplemente ál precio necesario para estimular una
producción adecuada a la demanda. Si la demanda fuera demasiado baja, el pre­
cio de las mercancías no permitiría pagar los gastos de producción y los benefi­
cios normales. Por tanto, se desalentaría la producción.
Si no se asume la ley de Say, esta argumentación resulta aplicable a todas
las mercancías producidas. Así, una carencia de demanda efectiva podría poner
en marcha un proceso deflacionario capaz de afectar tanto a la cantidad produ­
cida como a los precios. Está claro, no obstante, que en este caso se trata de pre­
cios de mercado, no de precios naturales. Malthus debería haberse limitado a
estudiar fenómenos de dinámica de desequilibrio para demostrar sus tesis sobre
las superabundancias generales. Por ello, su utilización del concepto dé «trabajo
exigido», entendido como precio natural, no sirvió más que para aumentar la
confusión.
Ricardo, que desarrolló su propio análisis en términos de precios naturales,
no pudo sino observar dicha confusión. Por otra parte, mientras que Malthus cal­
culaba el precio de las mercancías sumando salarios, beneficios y rentas de la tie­
rra, Ricardo —por el contrario— sostenía que las rentas de la tierra no forman
parte del cálculo de los precios, los cuales se determinan al margen de los culti­
vos y, en consecuencia, no contienen el coste del uso de la tierra.
No obstante, en lo que respecta al valor, Ricardo había elegido ya a Smith
como su blanco preferente. Aparte de la cuestión de si la renta de la tierra era o
no un elemento del coste de producción, Ricardo había rechazado la teoría aditi­
va del precio porque se hallaba en conflicto con la explicación del beneficio como
renta residual, tal como ya vimos en el capítulo anterior. Este problema puede
plantearse y resolverse de manera muy sencilla mientras se utiliza un modelo de
un solo bien; en este caso, no obstanté, no se plantean problemas de valoración
de las mercancías, dado que la distribución de la renta puede determinarse en
términos físicos. Para verlo, bastará tomar de nuevo la ecuación de la página 71,
y normalizarla con el precio del trigo en lugar de hacerlo con el del trabajo. Con
algunos sencillos pasos algebraicos se obtiene:
l = wrl + k(l + r)
1 k
*'TI( 1 + r >
Se ve enseguida que un aumento de los salarios reales, w r o una disminu­
ción de ia productividad del trabajo, l/¡, se resuelven en una disminución ele los
92 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

beneficios, kr. La existencia de una función decreciente entre salarios y benefi­


cios constituye una tesis fundamental de la teoría económica de Ricardo.
Los problemas surgieron cuando se trató de demostrar esta tesis en un con­
texto analítico en el que los salarios están constituidos por diversas mercancías.
Para Ricardo, la dificultad presentaba varias formas. En primer lugar, cuando au­
mentan los salarios, han de cambiar los precios de las mercancías. Según Smith,
éstos aumentarían; ¿cómo demostrar, en este caso, que los beneficios disminui­
rían? En segundo lugar, cuando varían los precios de todas las mercancías, pare­
cería que también ha de variar el valor de la mercancía elegida como unidad de
medida; ¿cómo distinguir las variaciones de los primeros de las de este último?
Ricardo creyó que podía superar esta dificultad utilizando una medida del valor
independiente de la distribución de la jarata. Por ello, rechazó la medida en traba­
jo exigido, que no es independiente de dicha distribución. En la sección primera
del capítulo primero de los Principios adoptó, como primera aproximación, una
medida en trabajo contenido, que sí es independiente de la distribución. En efec­
to, el trabajo contenido en el producto neto, en tanto que depende únicamente de
las técnicas productivas en uso, no cambia al variar el modo como se reparte el
producto. Desgraciadamente, no obstante, los valores de cambio de las mercan­
cías se modifican con la distribución de la renta. Por lo tanto, no dependen úni­
camente del trabajo contenido en ellas.
Ricardo advirtió este problema y luchó contra él durante toda su vida. En
cualquier caso, llegó a plantear la solución correcta cuando admitió que los valo­
res dependen del trabajo contenido en las mercancías y del tiempo necesario para
llevarlas al mercado, o —mejor— de las diferentes proporciones en las que, en las
diversas mercancías, pueden encontrarse el trabajo y los medios de producción.
La solución consiste en traducir dicho «tiempo» y dicha «proporción» en térmi­
nos de la estructura temporal de la inversión de trabajo. La manera más sencilla
de verlo es considerar dos mercancías producidas únicamente mediante trabajo;
las técnicas con las que se producen ambas mercancías difieren respecto al tiem­
po en el que se ha invertido el trabajo en la producción. Sean pj y p2 los precios
monetarios de las dos mercancías, y /j y l2, los dos coeficientes de trabajo, /j se in­
vierte durante tj años; l2, durante t2. Supongamos además, ahora, que el salario
monetario, w, se pague por anticipado. Entonces, los dos precios, expresados en
trabajo exigido, son:
Pi I w = /j (1 + r)íl
p2 / w = l2 (1 + rf2
El valor relativo de las dos mercancías será:
ü =i(i +
P2 . h

Éste depende de los trabajos exigidos, / 12, y de los tiempos de su inver­


sión, tp t2.
Nótese que el precio relativo es un coeficiente entre trabajos exigidos. Esta
DE RICARDO A MILL 93

sería la solución al problema de Ricardo. En efecto, la medida en trabajo exigido


no se halla en conflicto con la concepción del beneficio como residuo, ni con la
tesis de la existencia de una función decreciente entre beneficios y salarios.
Sin embargo, Ricardo no llegó a la solución del problema, aunque sí la intu­
yó. Lo que le impidió dar el paso decisivo es el concepto de «valor absoluto». Di­
cho concepto define una propiedad intrínseca de las mercancías, a la vez que in­
dependiente de sus relaciones de cambio; una propiedad vinculada a sus condi­
ciones de producción, pero no al modo en que se distribuyen las propias mercan­
cías entre las clases sociales. Sin embargo, esta propiedad de las mercancías, si
existe, no puede tener nada que ver con el valor. Ricardo, por el contrario, se obs­
tinaba en buscar en ella el valor «real», y, aun consciente de las dificultades del
concepto de «valor absoluto», nunca se decidió a abandonarlo. Más bien trató de
bordear el problema cuando —como ya hemos mencionado— se dedicó a buscar
una «medida invariable» del valor: una mercancía que, al ser producida en condi­
ciones «medias» respecto al conjunto del sistema, poseería la virtud, si se tomaba
como numerario, de hacer coincidir el valor del producto neto y de las partes de
renta de las diversas clases con las cantidades de trabajo empleadas en su pro­
ducción. Una variación de la distribución de la renta haría variar los precios rela­
tivos de las mercancías y, en consecuencia, haría variar el valor del producto neto
incluso aunque no cambiara la cantidad de trabajo contenido en éste. Sin embar­
go, y según Ricardo, si los precios de las mercancías se midieran en términos de
una mercancía producida con una técnica en la cual el coeficiente entre «trabajo
inmediato» y «trabajo acumulado» es igual al del conjunto del sistema económi­
co, entonces debería verificarse este fenómeno: que el aumento del precio de al­
gunas mercancías se vería compensado por la disminución del de otras, de mane­
ra que el valor del producto neto no cambiaría. Ricardo sabía que tal medida no
existe en la naturaleza, pero se obstinaba en buscar una definición que fuese
aceptable al menos teóricamente. Se engañaba: dicha medida es una «quimera»
—en palabras de Cannan—, o —para decirlo con Marx— una «cuadratura del
círculo».

3.2. La desintegración de la economía política clásica en la época


de Ricardo
,/ V.

3 .2 .1 . LOS RICARDIANOS, EL RICARDISMO Y LA TRADICIÓN CLÁSICA

Como ya se ha mencionado, en los años 1815-1848 el pensamiento económi­


co inglés estuvo dominado por la figura de Ricardo. Ello no significa que se ins­
taurase alguna forma de ortodoxia ricardiana, ni que existiera un acuerdo entre
los economistas de la época sobre los fundamentos teóricos de la ciencia económi­
ca. Por el contrario, se trató de una era de turbulencia ideológica, de vivas polémi­
cas, de oposiciones teóricas y políticas, de conflictos incurables. La importancia
fundamental de Ricardo en este período, al menos en Gran Bretaña, consistió úni­
camente en el hecho de que ningún economista pudo ignorar su pensamiento, o,
m ejo r d ic h o , q u e n in g u n o lo g ró d efin ir su p ro p io pensamiento sin h a cer r efe ren ­
cia ai d e R ica rd o , y a fu era para a cep ta r su a u to rid a d c o m o para rechazarla o culi-
94 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

caria, ya fuera —finalmente— para tratar de utilizarlo con propósitos que el pro­
pio Ricardo habría repudiado.
En cualquier caso, y con la intención de sistematizar, podríamos agrupar
—en un esfuerzo de síntesis— a los economistas ingleses de este período en tres
grandes grupos: el de los ricardianos, el de los socialistas ricardianos y el de la
«reacción anti-ricardiana». Hay que aclarar enseguida, no obstante, que no se tra­
ta de tres escuelas de pensamiento, sino únicamente de tres actitudes de fondo
que agrupaban a economistas de ideas más bien heterogéneas. En el próximo
apartado trataremos del tercer grupo, y en el próximo capítulo, del segundo.
Hablaremos aquí brevemente del primero. Éste comprendía a los auténticos
seguidores de Ricardo, los cuales, aunque no constituían una escuela, trataban
—cada uno a su manera— de propagandas ideas de Ricardo y de edificar sobre
ellas una especie de ortodoxia científica. Entre estos economistas, recordaremos
sobre todo a James Mili (1773-1836), amigo personal y fiel partidario de Ricardo,
que en Commerce Defended (1808) propuso su versión de la ley de los mercados,
mientras que en Elementos de economía política (1821) presentó una sencilla y
elegante síntesis de la doctrina ricardiana que contribuyó sobremanera a su con­
solidación. También merecen ser recordados el manual de John Ramsay McCu-
lloch (1789-1864), Principios de economía política (1825); la contribución meto­
dológica de Thomas De Quincey (1785-1859), -The Logic of Political Economy
(1844), y finalmente el intento de formulación matemática de las teorías ricardia-
nas realizado por William Whewell (1794-1866) en A Mathematical Exposition of
Some Doctrines of Political Economy. (1829).
Habría que incluir también en el grupo de los ricardianos a Robert Torrens
(1780-1864), un economista que estaba en desacuerdo con Ricardo sobre diversas
cuestiones de cierta importancia teórica, pero cuyo planteamiento teórico no era
sustancialmente distinto del ricardiano.La mayor divergencia era la. relativa a la
teoría del valor. Torrens criticó la teoría del valor-trabajo inmediatamente des­
pués de publicarse los Principios de Ricardo; y sus críticas desempeñaron un pa­
pel nada desdeñable en la orientación del trabajo teórico de este último. Torrens
presentó su propia teoría en el Essay on.the Production ofWealth (1822), en el que
rechazó la teoría del valor ricardiana, señalando Ja inutilidad de una teoría del
valor absoluto. El valor —afirma— es esencialmente valor de cambio y depende
de los costes de producción; así como estos últimos no son otra cosa que el capital
anticipado para soportar los gastos de. producción, incluidos los necesarios para
pagar el trabajo, los valores de las mercancías dependen del capital: se determi­
narán de manera que permitan el pago de una tasa de beneficio uniforme sobre
el capital.
Una contribución importante de Torrens y McCulloch es la relativa a la teo­
ría del fondo de salarios, de la que trataremos más adelante, en el apartado dedi­
cado a John Stuart Mili. En el apartado 3.4 nos referiremos a las contribuciones
de Torrens a los debates monetarios; sin embargo, no disponemos de espacio
para hablar de la teoría de la sobreproducción, con la que Torrens también se di­
ferenció mucho de Ricardo.
Tal vez sea cierto, como afirman algunos, que el ricardismo constituyó sólo
un paréntesis en el normal desarrollo de la ciencia económica ortodoxa, una ex­
cepción, un fenómeno particular delimitado históricamente a la primera mitad
DE RICARDO A-MILL 95

del siglo XIX, y geográficamente a Inglaterra. O quizás sea verdad, como sostie­
nen otros, que representó una desviación, un nuevo brote, del tronco principal de
la evolución de las ideas económicas; tronco cuyas raíces se hundirían en la Ri­
queza de las naciones o, mejor, en uno de los dos componentes fundamentales del
pensamiento de Smith: la teoría.del equilibrio competitivo. La rama a la que ha­
bría dado origen el brote ricardiano, cuyo desarrollo como ideología se habría
visto impedido por la acumulación capitalista, florecería más tarde, en cambio,
como teoría.económica socialista. Probablemente ambas tesis sean verdaderas,
ya que en realidad no son incompatibles entre sí.
En cambio, no parece razonable una tercera interpretación histórica del ri-
cardismo; una interpretación que lo reduce a una fase normal de la normal evolu­
ción de la ciencia ortodoxa. No parece sensata porque tiende a reducir la teoría
de Ricardo a la de la renta, interpretada como una primera aplicación del princi­
pio de la productividad marginal de los factores. Por otra parte, si esta interpreta­
ción fuera valida, no se entendería por qué los- precursores ingleses de la teoría
neoclásica —de los que pronto hablaremos— habrían tenido que arremeter con­
tra las teorías de Ricardo para afirmar las suyas propias.
Sin embargo, entenderemos mejor las cosas si cruzamos el Canal y vemos
qué está ocurriendo en el continente. También en Francia y Alemania hallaremos
a importantes precursores de la teoría neoclásica, pero veremos que no tendrán
necesidad de hacer una revolución contra el pensamiento económico dominante
en sus respectivos países para afirmar sus propias ideas; bien al contrario, aun­
que diferenciándose bastante, pudieron inscribirse en una tradición de pensa­
miento que les vinculaba a las raíces smithianas.
En efecto, los más importantes de tales precursores —Cournot y Dupuit en
Francia, Von Thünen y Gossen en Alemania, Ferrara en Italia—, a diferencia de
los ingleses, no son considerados opositores a la economía clásica. La razón de
ello es que en Inglaterra predominaba en aquella época —con Ricardo— el com­
ponente macroeconómico de la tradición clásica, el basado en la teoría del exce­
dente, mientras que en el resto de Europa, en cambio, prevalecía —con Say, So­
den, Lotz y Gioja— el componente microeconómico, el basado en la teoría del
equilibrio competitivo individualista. Así, los precursores continentales de la teo­
ría neoclásica, al desarrollar las premisas empiristas, mecanicistas e individualis­
tas del liberalismo smithiano, no necesitaron situarse fuera de la ortodoxia y de
la tradición.
No obstante, hay que recordar que muchos de estos precursores fueron
prácticamente ignorados por sus contemporáneos. La razón principal de ello es­
triba en el hecho de que éstos, al llevar hasta sus últimas consecuencias lógicas la
tradición clásica continental, la depuraron de su «clasicismo», y, por tanto, no
fueron reconocidos por quienes se erigían en fieles partidarios de dicha tradición.
En realidad, intentaron una operación opuesta a la que había intentado Ricardo:
trataron de liberar los componentes inividualistas y microeconómicos de la teoría
clásica de la teoría del excedénte, y los componentes armonicistas de la teoría del
conflicto de intereses; pero se adelantaron a su tiempo. De ellos hablaremos en
los apartados 3.2.3 y 3.2.4
96 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

3 .2 .2 . L a REACCIÓN ANTl-Rj CARDIANA

Muy probablemente, fue la utilización socialista de la teoría del valor y de la


distribución de Ricar do, además de las luchas reales que le dieron fuerza política,
lo que indujo a muchos economistas a rechazarla en bloque. Estos economistas
vinieron a formar un grupo más bien heterogéneo, identificabie a lo sumo como
una corriente de opinión, que no por casualidad sólo se ha logrado definir de una
manera negativa, con el apelativo de «reacción anti-ricardiana». En cualquier
caso, estos economistas realizaron contribuciones teóricas más originales que las
debidas a los ricardianos; dichas contribuciones hicieron de ellos los precursores
de las posteriores teorías neoclásicas.
En lo que se refiere al valor, el yqpcierto anti-ricardiano lo inició Samuel
Bailey (1791-1870), quien, en A Critical Dissertation on the Nature, Measure and
Causes of Valué (1825), atacó la misma, idea de «valor absoluto». Según Bailey,
sólo se puede hablar de valor en términos de «valor relativo», un concepto que no
denota nada de positivo o de intrínseco, sino únicamente la relación cuantitativa
en la que dos mercancías se hallan entre sí como objetos de intercambio. Ahora
bien, si se tratara sólo de esto, no estaríamos ante una crítica decisiva. En el siste­
ma teórico ricardiano el valor absoluto, así como la medida invariable del valor,
no son esenciales, y se puede prescindir de ellos sin que se pierda ninguna de las
tesis que Ricardo consideraba particularmente importantes en cuanto a la distri­
bución de la renta. No obstante, Bailey aludió también a una idea mucho más pe­
ligrosa que la de que el valor es sólo valor de cambio; en efecto, sostuvo que el va­
lor de un bien no es sino la estima que le otorgan los sujetos, y que, como tal, de­
nota únicamente un efecto producido en la mente. Esto significa que rio era el
concepto de valor absoluto el que molestaba, sino más bien la teoría que trataba
de explicar el valor en términos objetivos, es decir, a partir del conocimiento de.
las condiciones de producción de las mercancías. Este fue el camino que siguie­
ron otros críticos de Ricardo.
Por ejemplo, Nassau William Sénior (1790-1864) sostuvo, en An Outline of
the Science of Political Economy (1836), que el valor depende tanto de las condi­
ciones de la oferta como de las de la demanda. No obstante, interpretó las prime­
ras en el sentido de la limitación que la oferta plantea a la demanda; las segun­
das, en cambio, las vinculó a la utilidad de los bienes demandados. Sénior se
aproximó también a la idea de utilidad marginal decreciente cuando afirmó que
«no sólo hay límites al placer que las mercancías de cualquier tipo pueden procu­
rar, sino que el placer disminuye a un ritmo cada vez más rápido antes de que se
alcancen dichos límites, [...] dos mercancías del mismo tipo raramente procuran
el doble de placer que una sola» (p. 11).
El principio de la utilidad marginal decreciente flotaba en el ambiente. To­
dos los economistas anti-ricardianos lo estaban madurando. Se aproximó Long-
field, al que nos referiremos más adelante, con su análisis de la influencia que
puede tener la «intensidad de la demanda» sobre los precios. Y se aproximaron
sobremanera los dos sucesores de Sénior en la cátedra de economía de Oxford:
Richard Whately (1787-1863) y William Forster Lloyd (1794-1852). El primero,
en las Introductory Lectures on Political Economy (1831), llegó incluso a proponer
que la economía se redujera a la «cataláctica», es decir, a la ciencia del intercam-
DE RICARDO A MILL 97

bio. El segundo avanzó tanto en aquella línea que se le ha atribuido el mérito de


ser el primer inventor del principio de la utilidad marginal. En efecto, el enuncia­
do que de dicho principio dió en A Lecture on the Notion of Valué (1834) resulta
bastante claro y bien definido: el valor depende de «una actitud mental [...] que se
manifiesta al margen de la separación entre necesidades satisfechas y necesida­
des insatisfechas» (p. 9), de manera que la demanda de los bienes, al depender de
la satisfacción procurada por éstos, variaría al variar la cantidad de bienes de los
que ya se disponga.
Todos estos intentos de explicar el valor en términos subjetivos estaban mo­
tivados por la exigencia de rechazar la teoría del valor-trabajo. Esta última se ha­
bía convertido, en manos de los sociahstas ricardianqs^ en unpotente instrumen-_
to político, en tanto parecía implicar que el trabajo era la única fuente del valor v, .
en consecuencia, si es cierto que el beneficio es un residuo, parecía demostrar in:
cíuso la explotación del trabajo. Tras el rechazo de la teoría objetiva del valor se„
escondía, pues, el rechazo de la teoría residual del beneficio. En realidad, tampo­
co se escondía mucho: Samuel Read fue explícito al formular este programa de
investigación anti-ricardiano en An Iriquiry into the Natural Grounds of Right to
Vendible Property of'Wealth (1829). Igualmente explícito fue George Poulett Scro-
pe (1797-1876) al condenar la teoría del valor-trabajo como base de la teoría de la
explotación. Había que entender el beneficio, afirmaba en sus Principies of Politi-
cal Economy (1833), como una renta legítima, en cuanto era necesario para re­
munerar al capitalista por el período de tiempo durante el cual ha permitido que
el capital se utilizara.
Este fue el camino que tomó Sénior: tratar de explicar el beneficio como
premio al sacrificio realizado para poner el capital a disposición de la produc­
ción. Es la famosa teoría de la «abstinencia», madre de todas las teorías neoclá­
sicas del capital. Sénior partió derrecoñdcimiento de que el trabajo y la tierra
son las únicas fuerzas productivas originarias. No obstante, el empleo del capi­
tal hace aumentar la productividad de dichos factores primarios, aunque para
proporcionar el capital es necesario realizar un sacrificio. Dicho sacrificio ven­
dría a constituir un tercer «principio productivo». Esto es la abstinencia: la «di­
lación del placer» causada por un acto de ahorro; y el beneficio sería su remune­
ración. Así, la tasa de beneficio dependería del «período medio de anticipación
del capital».
En realidad, nos encontramos aquf con dos explicaciones distintas. Una de
naturaleza psicológica, que hace depender la remuneración del capital del sacrifi­
cio que realiza quien lo ofrece, y otra de naturaleza tecnológica, que lo hace de-
.pender de la medida en que la inversión contribuya al aumento de la eficiencia
productiva de los otros factores Sénior se decantó por la primera explicación. En
cambio, la segunda fue desarrollada por Samuel Mountifort Longfield (1802-
1884), quien, en las Lectures on Political Economy (1834), sugirió que el empleo
de las máquinas «facilita las operaciones del trabajador»; por tanto, el beneficio,
al no ser sino la suma «pagada por el uso de toda máquina», deberá regularse por
la eficacia con la que las máquinas «faciliten» la actividad productiva, es decir,
por la «eficacia del capital».
H a b rá q u e esp e ra r to d a v ía a lg u n o s d e c e n io s a n te s d e q u e se lle g u e a d is tin ­
g u ir claramente entre estas dos teorías, la psicológica y la tecnológica; y sólo des-
PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

pués de la revolución marginalista se logrará integrarlas en una visión unitaria,


encomendando a la teoría psicológica la tarea de explicar la oferta de capital, y a
la tecnológica, la de explicar la demanda.

3.2.3. COURNOTYDUPUIT
El representante de la tradición clásica en Francia era Say, quien, como ya
hemos visto, se había liberado tanto de la teoría del valor-trabajo como de la del
trabajo exigido, para sustituirlas por una teoría del valor que confiaba sobrema­
nera en las fuerzas de la demanda y'en la influencia de la utilidad como principa­
les detCT dejos precios. ,
Augustin Coumot (1801-1877) siguió a Say al rechazar cualquier teoría del
valor entendida como búsqueda de las causas del valor. Además, rechazó incluso
—en este caso distanciándose de Say— una teoría del valor-utilidad, rechazo mo­
tivado sobre todo por las dificultades de medida ligadas a la utilidad. En cambio,
coincidió con Say en la importancia atribuida a la demanda en la explicación de
los precios. Cournot fue el primer estudioso que se interesó por la empresa como
tal, que estudió su comportamiento en las distintas situaciones de mercado y que
planteó el problema de la determinación de la escala de producción. Por ello, no
resulta sorprendente que su magistral trabajo no fuera objeto de atención duran­
te varios decenios (lo que obligó a Cournot a abandonar la investigación econó­
mica). En las Investigaciones acerca de los principios matemáticos de la teoría de
las riquezas (1838) hallamos una primera formulación rigurosa de una función de
demanda, función que utilizó para determinar el precio y la cantidad producida
en régimen de monopolio.
Esta es la teoría que todavía hoy se encuentra en los manuales de microeco-
nomía. El monopolista «observa» una función de demanda del tipo D = f(p), don­
de p es el precio del bien. Multiplicando la demanda por el precio, se obtiene la
ganancia total, R = pfip); y de éstos, diferenciando respecto al precio, una función
de la ganancia marginal, R’ = f(p) +pfip). Cournot demostró que el beneficio del
monopolista, dado por la diferencia entre ganancias y costes, es máximo cuando
la ganancia marginal es igual al coste marginal y la derivada segunda de la fun­
ción de los beneficios es negativa.
Al introducir en el modelo un segundo empresario, Cournot sentó las bases
de la teoría del duopolio, si bien los resultados a los que llegó son menos generales
que en la teoría del monopolio. Para explicar el comportamiento de los dos agen­
tes, Coumot construyó «curvas de reacción». La curva de reacción de un duopolis-
ta revela la cantidad ofrecida por él para cada nivel de la cantidad ofrecida por el
otro. Suponiendo que la curva de demanda de mercado sea dada; que cada uno de
los dos agentes, para cada nivel de precio, tome como dado el nivel de producción
del competidor, y que los costes de producción sean nulos, Coumot demostró que
existe un único equilibrio que haga compatibles las decisiones de los duopolistas.
El modelo de duopolio de Cournot se ilustra en la figura 3.2. En el eje de las
abscisas se representa la oferta del duopolista A, Sa\ en el de las ordenadas, la
oferta del duopolista B, Sy. La curva QaQa’ es la curva de reacción del primer duo­
polista; la curva QfOf, la del segundo. Si A ofrece la cantidad H, B ofrecerá K.
DE RICARDO A MILL 99

Pero entonces A modificará su propia decisión para ofrecer H'. Sin embargo, en
correspondencia con H', B ofrecerá K'. El proceso continuará hasta que se alcan­
ce el punto C, al que convergerá dicho proceso incluso en el caso de que se inicie
en un punto a su izquierda. Se trata de un equilibrio estable, conocido actual­
mente con el nombre de «equilibrio de Nash-Cournot». Es necesario hacer aquí
dos observaciones importantes. La primera se refiere a la existencia de tal equili­
brio. En general, las curvas de los costes marginales de los duopolistas y la curva
de demanda de mercado podrían ser tales que las curvas de reacción no se encon­
traran en el cuadrante positivo, o que fueran paralelas. Suponiendo unos costes
nulos, Cournot evitó este inconveniente. En efecto, bajo esta hipótesis la condi­
ción de equilibrio depende únicamente de las curvas de la ganancia marginal;
pero éstas son iguales, desde el momento en que la mercancía ofrecida es homo­
génea. Las dos curvas de reacción son entonces simétricas, y se intersecan en el
cuadrante positivo. La segunda observación concierne a la estabilidad del equili­
brio. En equilibrio, las expectativas de cada duopolista sobre el comportamiento
de su rival se confirman, en el sentido de que, si A espera que B produzca precisa­
mente Xo y B espera que A produzca precisamente H°, el equilibrio de Cournot es
lo que surge de este duopolio. Pero si las empresas tienen expectativas que no
coinciden con (//°, Xo), entonces hay que pensar en un proceso de ajuste. La ca­
racterística esencial del proceso de aproximación al equilibrio contemplada por
Cournot es la siguiente: que cada una de las empresas hace una serie de suposi­
ciones equivocadas sobre el comportamiento de la otra, pero las magnitudes de
estos errores disminuyen poco a poco de intensidad hasta llegar a una situación
en la que las expectativas sobre el comportamiento recíproco se muestran exac­
tas. En este punto, el proceso de ajuste se detiene. Es en este sentido en el que el
equilibrio de Nash-Cournot es estable.
Otro precursor francés de la teoría neoclásica es Jules Dupuit (1804-1866),
quien, en De Vutilité. et de sa m e su re (1844) y en Otros ensayos publicados en revistas,
afrontó precisamente los problemas de los que había huido Carnet. Se propuso estu-
100 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

diar los beneficios sociales de los bienes públicos, como canales, puentes, etc., y so­
bre todo evaluar las ganancias sociales netas generadas por las variaciones arancela­
rias. No fue del todo consciente de los problemas que planteó respecto a la mensura­
bilidad de la utilidad y a la dificultad de efectuar comparaciones interpersonales de
utilidad. A pesar de ello, su contribución analítica fue notable. Dupuit construyó una
curva de demanda y la interpretó en términos de utilidad. Definió la utilidad margi­
nal distinguiéndola de la total. Asumió que el Estado que proporciona un bien redu­
ce su arancel en la medida en que aumenta la cantidad ofrecida, de modo que la uti­
lidad marginal del bien disminuye junto a su precio. El beneficio público se mide por
la suma de las utilidades intramarginales. La «utilidad relativa», dada por la diferen­
cia entre la utilidad total y la utilidad marginal multiplicada por la cantidad ofrecida
del bien, aumentará a medida que dismiñuya el precio. De esta manera Dupuit de­
mostró que, si la utilidad marginal es decreciente, el beneficio social crece al aumen­
tar la cantidad ofrecida del bien. El razonamiento era muy similar al que habían usa­
do West, Malthus y Ricardo para explicar el aumento de la renta de la tierra al au­
mentar la producción agrícola. No es fruto del azar que algunos decenios más tarde
Marshall se refiriera a la «utilidad relativa» llamándola «renta del consumidor».
Sin embargo, Dupuit concibió también el «surplus del productor», es decir,
la diferencia, en presencia de una curva de costes creciente, entre las ganancias
totales de la empresa que produce el bien y los costes marginales de todas las uni­
dades producidas. El beneficio social total vendría dado por la suma de ambos
surplus, el del consumidor y el del productor.

3.2.4. Gossen YVon Thünen


También en Alemania se estaba trabajando, en este período, sobre el proble­
ma del valor y de su relación con la utilidad. Ya hemos aludido a la tendencia de
los primeros seguidores alemanes de Smith, como por ejemplo Soden y Lotz, a
distinguir el valor «positivo», ligado a la utilidad de los bienes, del valor «compa­
rativo», equivalente al smithiano «valor de cambio». Los problemas contra los
que lucharon los economistas alemanes de la época eran básicamente dos: por
una parte, demostrar cómo puede determinarse el valor de cambio a partir del
valor «positivo»; por la otra, explicar la'formación de este último en términos pu­
ramente subjetivos. Desde el punto de vista de la historia de las doctrinas, lo que
impedía la solución del problema era el origen smithiano del concepto de «valor
de cambio». En efecto, para Smith dicho valor consistía en la relación entre dos
cantidades de bienes; era, por tanto, uña magnitud objetiva.
Después de varios intentos por parte de Hufeland, Von Hermann y Rau, fi­
nalmente Hildebrand dio un paso decisivo hacia la solución del problema al clari­
ficar que la vinculación entre el valor subjetivo y el precio presupone que la utili­
dad varíe en función de la cantidad de mercancías.
La solución definitiva la encontró Hermann Heinrich Gossen (1810-1858) en
1854. En Entwicklung der Gesetze des menschlichen Verkehrs, und der daraus-
fliessenden Regeln für menschlich.es Handeln, Gossen sostenía que no existe el «va­
lor absoluto», que el valor depende de la relación que se instaura entre un sujeto
v un objeto, relación que se basa en la utilidad. Gossen partió del presupuesto de
DE RICARDO A MILL 101

que el fin del sujeto económico era obtener el máximo placer. Formuló también
dos leyes que todavía hoy constituyen el fundamento de la teoría neoclásica del
comportamiento del consumidor. La primera ley establece el principio de la utili­
dad marginal decreciente, esto es, que el placer procurado por un bien disminuye
a medida que aumenta su consumo, hasta alcanzar eventualmente la saciedad.
La segunda ley es más importante. Se trata, en realidad, de un teorema derivado
de la asunción del comportamiento maximizador y de la ley de la utilidad margi­
nal decreciente. Esta ley establece que el individuo escogerá las cantidades de­
mandadas de los diversos bienes de modo tal que los placeres por ellos procura­
dos sean equivalentes en el momento en el que su consumo se interrumpa; o bien
que el individuo continuará intercambiando dos mercancías hasta que los valores
de las últimas unidades que posea de ellas resulten iguales.
A pesar de que su enunciado era un poco impreciso, sigue siendo cierto que
Gossen pensaba en lo que hoy se conoce como teorema de la igualdad de las utili­
dades marginales ponderadas. Gossen amplió también esta teoría a la oferta de
trabajo, que explicó introduciendo el concepto de «desutilidad».
Otro importante precursor alemán de la teoría neoclásica fue Johann Hein-
rich von Thünen (1783-1850), quien, en la primera parte de Der isolierte Staat
(1826), formuló una teoría de la localización de las actividades productivas basa­
da en el uso implícito del concepto de «coste de oportunidad». Además, desarro­
lló la teoría de la renta diferencial, demostrando que el nivel de producción de
una mercancía, para una demanda dada, vendrá determinado de manera tal que
el precio se iguale al coste de producción de la empresa en situación más desven­
tajosa. El surplus obtenido por los productores con costes más bajos constituye la
renta.
En la segunda parte de Der isolierte Staat (1850), Von Thünen amplió el razo­
namiento al trabajo y al capital, formulando por primera vez una teoría completa
de la distribución basada en la productividad marginal de los factores. Afirmaba
que un aumento del empleo de capital y trabajo hace aumentar tanto la produc­
ción como los costes, y que esto continúa hasta que las productividades margina­
les de los factores sean superiores a sus precios.
Von Thünen consideraba el capital como un factor de producción homogé­
neo, consistente en la cantidad de trabajo pasado empleada en la producción de
bienes capitales; y lo medía en «años de trabajo». Su empleo haría aumentar la
productividad del trabajo corriente, si/bién a una tasa decreciente. Von Thünen
calculaba el rendimiento del capital diferenciando una determinada función en el
punto en el que la derivada sé anula. Se trataba de la función de la renta del pro­
ductor de capital, renta que resultaba así determinada a su nivel máximo. El re­
sultado en el plano analítico fue notable, si bien su importancia teórica se ve limi­
tada por las particulares hipótesis y por la peculiar forma de la función con la
que Von Thünen trabajaba.
Por otra parte, de aquellas particulares hipótesis Von Thünen dedujo una
fórmula especial para el salario «natural», w*, a saber: w* = Jap, en la que a re­
presenta el nivel de subsistencia de los trabajadores, y p, su productividad. Tan
convencido estaba de la importancia de dicha fórmula que quiso que se inscri­
biera sobre su tumba. Aparte de la peculiaridad de la fórmula, el concepto de «sa­
lario naLurai» de Von ihünen merece ser recordado iarnbién pui su originalidad:
102 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

el salario no depende de la oferta y la demanda de trabajo, pero tampoco sólo de


las necesidades de subsistencia de los trabajadores; éste es una media geométrica
de las necesidades y de la productividad del trabajo, y representa lo que se debe
pagar al trabajador para dejarlo indiferente ante la disyuntiva de seguir siendo
trabajador o convertirse en campesino-capitalista (en el supuesto de que tal posi­
bilidad de elección existiera y que la tierra no fuera escasa). El salario natural de
Von Thünen es un concepto de naturaleza normativa. Es un salario «justo», en un
sentido preciso: es el que permitiría al asalariado agrícola obtener el máximo ren­
dimiento de sus propios ahorros (iguales a w* - a) y, al mismo tiempo, el que per­
mitiría al campesino independiente maximizar el rendimiento de sus propias in­
versiones. En otros términos —según Von Thünen—, si rigiera el salario natural
w*, el trabajador sería un asalariado popljbre elección, y no obligado por la nece­
sidad.

3.2.5. Los ROMÁNTICOS Y LA ESCUELA HISTÓRICA ALEMANA


El intento más ambicioso de crítica de la economía política clásica no provi­
no de ninguno de los «herejes» pre-neoclásicos, sino de la escuela histórica, la
cual, metiendo en el mismo saco a Smith, Ricardo, Say y todos sus seguidores,
criticó la propia idea de que fuera posible una ciencia económica autónoma.
Para entender el sentido de la oposición historicista a la economía política,
es necesario partir de sus raíces filosóficas. Mientras que la economía clásica te­
nía sus orígenes en la Ilustración del siglo XVIII, el historicismo alemán descendía
directamente del romanticismo de comienzos del XIX. Precisamente en Alemania
el romanticismo se había hecho portador de una Weltanschauung irracionalista y
organicista. En economía, éste evolucionó en sintonía con las primeras oposicio­
nes aristocráticas y reaccionarias al desarrollo capitalista; y con Fichte, Gentz y
Müller se opuso al laissez faire económico y al liberalismo político, tanto por las
consecuencias políticas que comportaban como.por las premisas filosóficas de
las que partían. De entre tales premisas, se rechazaba el individualismo y el racio­
nalismo; se exaltaban, en cambio, los ideales de la unidad orgánica de la nación,
de la superioridad de los fines colectivos sobre los individuales, de la especifici­
dad histórica y geográfica de las instituciones de cada país.
Lo más interesante que nos ha legado este planteamiento teórico ha sido el
esqueleto de una teoría «estatal» del dinero, la cual, depurada de los componen­
tes místicos que la hacían anacrónica, ha resultado ser en ciertos aspectos más
moderna que muchas teorías clásicas, sobre todo en lo que se refiere al reconoci­
miento de la naturaleza convencional e institucional del medio de intercambio.
En esta corriente de pensamiento se inscribe —aunque sin compartir la
orientación política reaccionaria ni las premisas filosóficas irracionalistas— Frie-
drich List (1789-1846). En Sistema nacional de economía política (1841), List
aceptó gran parte de las premisas analíticas de la teoría clásica. Sin embargo, re­
chazó en bloque sus implicaciones librecambistas, que sustituyó con un punto de
vista de marcado cariz mercantilista y con una teoría del desarrollo económico
en la que se daba gran importancia a la interdependencia funcional y al creci­
miento uniforme de los sectores agrícola e industrial, List no sólo no rechazó el
DE RICARDO A MILL 103

capitalismo, sino que trató de construir un sistema teórico, el cual, sobre todo
por sus implicaciones en el aspecto comercial, había de servir para facilitar el de­
sarrollo capitalista en Alemania. Sin embargo, compartía con los románticos la
idea de la superioridad de la nación sobre los individuos y del predominio de los
intereses de aquélla sobre los de cada ciudadano.
El mayor impacto de la filosofía romántica en el ámbito económico tuvo lu­
gar con la escuela histórica; una escuela que trató de dirigir el ataque directa­
mente a los fundamentos epistemológicos de la economía política. El vínculo en­
tre la escuela histórica alemana y el romanticismo es innegable, pero no por ello
hemos de pensar en una coincidencia total entre ambas corrientes de pensamien­
to. Por ejemplo, a diferencia de los economistas románticos de la generación an­
terior —como Gentz y Müller—, los representantes de la escuela histórica no se
inclinaron en su totalidad hacia posiciones políticas conservadoras. Algunos, por
el contrario, realizaron una crítica de izquierdas a la economía política y al pen­
samiento liberal.
El nacimiento de la escuela histórica alemana se remonta al Grundriss zu
Vorlesungen über die Staatswirtschaft nach geschichtlicher Methode (1843) de
Wilhelm Roscher (1817-1894). Los otros dos fundadores de la escuela son Bruno
Hildebrand (1812-1878) y Kali Knies (1821-1898), quienes, con Die Nationalöko­
nomie der Gegenwart und Zukunft (1848) el primero, y Die politische Oekonomie
vom Standpunkte der geschichtlichen Methode (1853) el segundo, llevaron la críti­
ca a la economía política clásica mucho más allá de lo que había osado hacerlo
Roscher. Estos tres autores son los principales representantes de la llamada «vie­
ja escuela histórica». Hay que distinguirlos de los historicistas de la siguiente ge­
neración, que formarán la «joven escuela histórica», cuyo principal exponente
fue Gustav Schmoller, del que hablaremos más adelante. Aquí disponemos ape­
nas del espacio suficiente para exponer las tesis fundamentales de la escuela his­
tórica, sin podernos entretener en las diferencias de opinión entre cada uno de
sus representantes (las cuales, sin embargo, fueron notables).
La crítica fundamental de los historicistas a la economía política se refería a
su pretensión de establecer leyes económicas universales. Con referencia específi­
ca al planteamiento smithiano, se negaba que las leyes económicas tuviesen las
mismas propiedades que las «leyes de la naturaleza». Ño se negaba la posibilidad
de identificar ciertas regularidades económicas, e incluso se admitía que se lla­
mara «leyes» a dichas regularidades, pero —según los historicistas— debía que­
dar claro que su validez no era universal, es decir, no era independiente de las
condiciones históricas y geográficas en las que las leyes actuaban.
Los historicistas estaban más interesados en las que llamaban «leyes de de­
sarrollo», esto es, a la regularidad con la que —según ellos— se realizaba la evo­
lución histórica de los pueblos y de las naciones; pero incluso en este caso evita
ban formular leyes universales.
Sobre todo, negaban la posibilidad de formular leyes económicas por vía de-
» ductiva. Sólo se admitía el método inductivo: las leyes de desarrollo debían cons­
truirse por inducción y por analogía sobre la base de un conjunto lo más vasto
posible de datos empíricos e históricos. Está claro que este tipo de críticas no se
referían ú n ic a m e n te a los p la n te a m ie n to s te ó r ic o s d e S m ith y R ica rd o , sin o —de
modo más general— a la simple idea de que la economía íueia una ciencia del
104 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

mismo tipo que las ciencias naturales y, en consecuencia —como más tarde se
manifestará en el Methodenstreit de finales de siglo—, a la economía neoclásica
tanto como a la clásica.
En cualquier caso, y más allá del problema del método, existía una oposi­
ción de fondo de naturaleza preanalítica entre las dos orientaciones. Los partida­
rios de la escuela histórica alemana no aceptaban la idea de que el comporta-,,
miento sociáTdependiera del interés personal de cada individuo. Ni aceptaban la
idea de que las decisiones dé los individuos sé basaran únicamente en el cálculo
racional orientado al enriquecimiento. Tenían una visión organicista de la socie­
dad, y partían del presupuesto de que los agentes sociales actuaban movidos por .
fines diversos y complejos, y en cualquier caso no todos reducibles a la racionali-
dad del cálculo económico. De aquí también la idea.de que existía una insoslaya.-
ble interdependencia entre las distintas dimensiones de la acción social y que,
por tanto, era necesario evitar ía separación y la excesiva especialización de cada
una de las disciplinas sociales. Desde este punto de vista, se consideraba que la
economía era únicamente una de las ramas de la investigación histórica.

3.3. Las teorías de la armonía económica y la síntesis milliana


3 .3 .1 . L a « e r a d e l capital » y l a s t e o r ía s d e la a r m o n ía e c o n ó m ic a

Tras la derrota de las revoluciones de 1848 y las violentas represiones a que


dio lugar, el movimiento obrero entró en letargo, y permanecería así durante
veinte años. Eso era precisamente lo que necesitaba la burguesía industrial. Tran­
quilizado en el ámbito social, firmemente en posesión de las riendas del Estado
en los principales países capitalistas, y una vez preparadas también las condicio­
nes previas tecnológicas y culturales del desarrollo económico, el capital trató de
dar su gran salto adelante. Hobsbawm denominó al período 1850-1870 la «era del
capital». Si Gran Bretaña se había convertido en «la oficina del mundo» —como
mostró la famosa exposición de 1851 en el Cristal Palace de Londres—, fueron
numerosos los países que en este período obtuvieron grandes éxitos al tratar de
emular a la «primera nación industrial del mundo». Sin embargo, ninguno de
ellos fue capaz de seguir el ritmo de desarrollo inglés.
Fue así como se formó una cierta diversidad de tipos de capitalismo indus­
trial, ya que el proceso de expansión afectó, además de Inglaterra y Francia, tam­
bién a otros países europeos, como Bélgica, Suecia y Alemania, así como a Esta­
dos Unidos. En este último país, la necesidad de proveer a un amplio mercado en
rapidísimo crecimiento condujo al precoz despegue de la formación de grandes
empresas en los sectores de producción masiva. En Alemania, se asistió al naci­
miento de la banca mixta, organismo capaz de garantizar flujos estables y consis­
tentes de financiación a las nuevas empresas y, al mismo tiempo, de favorecer el
control de los mercados mediante la formación de cárteles, y que daría lo mejor
de sí en la Belle Époque. En ambos países, la concentración industrial aumentó,
mientras que el modelo de sociedad por acciones empezaba a convertirse en la
fórmula de organización preferida por las grandes empresas.
A d e m á s d e la « in te n sific a c ió n » d e la a c u m u la c ió n c a p ita lista , ta m b ié n s u ex -
DE RICARDO A MILL 105

pansión geográfica fue importante. «Este fue el período —dice Hobsbawm, exa­
gerando sólo un poco— durante el cual el capitalismo se extendió por todo el
mundo y una considerable minoría de países "desarrollados” se convirtió en un
mosaico de economías industriales» (p. 36). Se iniciaron obras titánicas, como la
apertura del canal de Suez, o la creación dé redes ferroviarias nacionales. Se
crearon nuevos Estados y nuevos imperios. Finalmente, no hay que olvidar que
esta época estuvo dominada por un fuerte movimiento a favor de la libertad de
comercio; no sólo en Gran Bretaña, donde a partir de 1846 se abandonó casi
completamente el proteccionismo, sino también en otros países europeos, entre
los que se crearon varios acuerdos monetarios y comerciales que sirvieron para
fomentar el desarrollo del comercio internacional.
El optimismo se difundió con el aumento de la riqueza, y, fortalecido por la
paz social sobre la que se afianzaba, permitió la realización de importantes refor­
mas políticas y sociales. Los movimientos sindicales, a cambio de su aquiescen­
cia o de la colaboración con los objetivos nacionales, lograron algunas conquis­
tas. Por ejemplo, en Inglaterra se concedió la jornada laboral de diez horas en
1850; y el reconocimiento del derecho de huelga en Francia se remonta a 1864.
Pero las fuerzas de la democracia y del progreso avanzaron en todo el mündo, lle­
vando —por ejemplo— a la abolición de la servidumbre en Rusia, en 1861, y de la
esclavitud en Estados Unidos, en 1862.
Nunca antes el capital había ejercido una hegemonía tan amplia en los ám­
bitos económico, social y político, pero también en el cultural. Por su parte, los
economistas no se quedaron atrás; bien al c o n tra rio , cumplieron con su deber y
formularon teorías de la armonía económica.
Recordaremos aquí sólo a los más conocidos de dichos economistas. Fréde-
ric Bastiat (1801-1850), Henry Charles Carey (1793-1879), Francesco Ferrara
(1810-1900), John Elliot Cairnes (1823-1875) y Henry Fawcett (1833-1900). Estos
economistas no realizaron grandes contribuciones a la evolución de la teoría eco­
nómica, pero en este período tuvieron un gran éxito y ejercieron una vasta in­
fluencia en sus respectivos países. Es fácil entender por qué. Casi todos ellos de-
fendían la armonía de intereses entre las ciases sociales, y, puesto que tal armo­
nía se realizaba mejor —según ellos— cuanto más perfecta era la competencia,
eran acérrimos librecambistas, archienemigos de la intervención estatal en la
economía, y reprobaban el socialismo. En el plano de la teoría del valor, trataron
de diversas maneras de conciliar explicáciones basadas en el trabajo y en la utili­
dad,aunque sin llegar a resultados importantes.
Atención aparte merece Carey, quien empezó a elaborar su propio sistema
teórico en la década de 1830, siguiendo una orientación smithiana y profesando
claras convicciones librecambistas. Su influencia, no obstante, sólo se haría sen­
tir en Europa —por ejemplo, en autores como Bastiat, Ferrara o Dühring— des­
pués de la década de 1840, y provenía de obras como Harmony of Interests (1851)
y Principios de ciencia social (1857-1860). En la década de 1840, Carey había
abandonado sus anteriores convicciones librecambistas para dar paso a una fuer­
te propaganda proteccionista y nacionalista; en Europa, sin embargo, sólo algu­
nos de sus admiradores alemanes le seguirían en este camino. Bastiat, en cambio,
e stu v o influenciado sobre todo por su doctrina de la armonía de los intereses,
mientras que Ferrara desarrolló su teoría del coste de reproducción; esta teoría
106 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

consistía en la reducción del valor de una mercancía al coste incurrido para pro­
ducirla, pero dejaba poco clara una cuestión fundamental: si había que entender
aquel esfuerzo en términos de sacrificio subjetivo, o más bien —como en la inter­
pretación más creíble— en términos de coste de producción objetivo.
Una contribución interesante que surgió del enfoque de las «armonías eco­
nómicas» fue la de Ferrara. Vale la pena recordarlo, como mínimo porque podía
haber constituido el vínculo de unión entre Galiani y Pareto. Entre sus obras
mencionaremos, además de Lezioni di economia politica (publicadas postuma­
mente en 1934-1935), los prólogos a la Biblioteca del Economista (1850-1866), re­
cogidos y publicados en 1889 bajo el título de Esame storico-crìtico di economisti
e dottrine economiche. Ferrara desarrolló una teoría de los sucedáneos según la
cual el valor de un bien, en relación con el de un sustituto de éste, depende de la
comparación que el consumidor establece entre las dos utilidades. El valor que
surge de tal comparación es aquel para el cual el individuo está dispuesto a inter­
cambiar los dos bienes. Utilizando esta teoría para corregir la del coste de repro­
ducción de Carey, Ferrara trató de explicar también mediante el intercambio la
producción y la distribución de la renta. La producción'sería un intercambio en- /
tre producto y esfuerzos productivos. El coste de las mercancías, que en compe­
tencia es igual a su valor, vendría determinado por el sacrificio realizado para
producirlas, evaluado en relación al resultado de la misma producción: esto pre­
supone una comparación entre la incomodidad que el sujeto debe soportar para
ceder una cosa propia y la que debe soportar si renuncia a las demás. Falta en
esta argumentación el uso del criterio de las valoraciones marginales, pero queda
claro el papel de la hipótesis de la «sustituibilidad», tanto en el consumo como en
la producción. Y aunque en Ferrara las referencias a la tradición clásica son ex­
plícitas y repetidas, se ve enseguida que nos hallamos en el umbral de la revolu­
ción marginalista.
Vale la pena recordar que Pareto consideraba a Ferrara «uno de los mejores
o el mejor de los economistas italianos». Pensaba que con él la teoría del coste de
reproducción había alcanzado «su último grado de perfección». Consideraba que
únicamente le faltaba una cierta formalización analítica, y veía en ella una antici­
pación de su propia teoría de la utilidad.

3 .3 .2 . J o h n S tu a r t M ill

El más importante de los economistas de la «era del capital», aquel que do­
minó la escena intelectual más que ningún otro fue John Stuart Mill (1806-1873),
filosofo, político y reformador social, además de economista.
En economía, Mill emprendió una tarea inmensa y, en cierto sentido, heroi­
ca: un nuevo examen de los debates desarrollados en la primera mitad del siglo
con el objeto de unificar sus principales resultados teóricos. Fue sobre todo este
esfuerzo de «armonización» teórica el que determinó el notable éxito, durante los
treinta años siguientes, de su principal obra económica, los Principios de econo­
mía política, de 1848.
Sin embargo, y por el mismo motivo, una vez concluida la época clásica la
obra de Mili fue prácticamente olvidada. Mill había tratado de reconstruir la tra-
DE RICARDO A MILL 107

dición smithiana en economía uniendo dos planteamientos que eran incompati­


bles: el de la teoría macroeconómica del excedente y el del equilibrio competitivo
individualista. Gran parte de las polémicas que tuvieron lugar en los treinta años
anteriores a la publicación de los Principios de Mili habían surgido precisamente
de la dificultad de unir estos dos enfoques; de hecho, a partir de la década de
1870 se separaron completa y definitivamente. La línea ricardiana, por una parte,
condujo a la economía marxista; la anti-ricardiana, por la otra, llevó a la econo­
mía neoclásica. Mili, que parecía no haber entendido lo que sucedía, fue acusado
de eclecticismo y superficialidad por los teóricos de ambas líneas de pensamien­
to, y posteriormente fue olvidado; pero no merece serlo.
En realidad, la obra de Mili es importante porque se sitúa en una encrucija­
da fundamental de la cultura europea del siglo XIX. En ella se entrecruzan co­
rrientes de pensamiento y problemáticas teóricas que la colocan a mitad de cami­
no en la larga transición del pensamiento económico clásico al neoclásico. De
aquí proviene la impresión de eclecticismo. Sin embargo, las indicaciones de la
dirección —una dirección bien definida— en la que moverse para hallar las solu­
ciones son siempre bastante claras, aunque a menudo se ven oscurecidas por re­
ferencias teóricas a autores que se mueven en una dirección opuesta. De hecho,
todas las dificultades de Mili provenían, además de la complejidad de las temáti­
cas abordadas, del temor a romper con la tradición, al menos formalmente. Su
trabajo teórico nació de haber visto lo nuevo, sin haber tenido el valor de romper
con lo viejo. El propio Mili, en su Autobiografía de 1861, definió su trabajo como
un esfuerzo constante encaminado a «construir puentes y despejar calles» en las
teorías de sus predecesores.
De joven, Mili se afilió a la «Sociedad Utilitaria» y colaboró con la Westmins-
ter Review, órgano del grupo. Se trataba de un grupo de jóvenes radicales que lu­
chaban por la puesta en práctica —lo más completa posible— de los principios li­
berales y democráticos. Las bases filosóficas de este radicalismo estaban consti­
tuidas por el utilitarismo benthamiano, con todas las implicaciones que éste tenía
en términos de individualismo, de racionalismo, de justificación del laissez faire
en economía y del liberalismo en política.
Sin embargo, la influencia de Bentham en Mili se vio atenuada por otra, de
signo opuesto, ejercida por el pensamiento romántico en general y por el de Cole-
ridge en particular. Obviamente, Mili rechazó las implicaciones políticas de dicho
pensamiento, pero de él tomó; por uná parte, la exigencia de basar firmemente la
acción y el pensamiento políticos en una filosofía de la historia, y, por otra, el re­
chazo a la idea de reducir las decisiones y el comportamiento del hombre sólo a
la dimensión económica.
En el ensayo El utilitarismo, de 1863, Mili negó dos de los supuestos funda­
mentales de la filosofía benthamiana: el de que todos los motivos de la acción hu­
mana pueden reducirse al interés personal y a la búsqueda egoísta del máximo
placer, y el de que cada individuo es el único juez de sus propios intereses. El pri­
mer argumento le permitió vincularse con los más antiguos filósofos ingleses y
escoceses del «sentido moral». Mili afirmaba que el aumento del placer personal
podía derivar también de la conciencia de la felicidad ajena. De este modo se jus-
íificaba, desde vrsne ili fr la:ac1 de ios comportami en -
ra c io n e

to s m o tiv a d o s p o r s e n tim ie n to s d e h u m a n id a d y so lid a rid a d . E l s e g u n d o argu-


108 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

mentó era aún más importante, en tanto permitía destacadas —aunque no sus­
tanciales— enmiendas al principio del laissez faire. En efecto, en algunos casos se
admitía la intervención estatal en la economía, por ejemplo en la instrucción pú­
blica, en la reglamentación del horario laboral o en la asistencia a los pobres; en
estos casos, Mili consideraba que la autoridad pública conocía los intereses de los
individuos mejor que ellos mismos.
En general, el utilitarismo se había interpretado como basado en el criterio
de la maximización del bienestar del mayor número posible de individuos; y el
reformismo de Mili llegó hasta el punto de considerar que podía perseguirse di­
cho objetivo aun a costa de reducir el bienestar de algunos. Esta última tesis la
tomó del componente iusnaturalista de otra tradición filosófica, tradición que lo
vinculaba a Locke. En efecto, Mili justifiéaba la propiedad privada con el mismo
argumento que Locke, es decir, con el derecho de los individuos a la posesión
producto de su trabajo. Sin embargo, criticaba los abusos de este derecho, y so­
bre todo la manifiesta desigualdad en la distribución de la propiedad, que se ex­
plicaban por las circunstancias históricas e institucionales que los determinaban.
Por tanto, consideraba legítimas las intervenciones encaminadas a la corrección
de tales defectos; por ejemplo, propugnaba la tributación progresiva de las suce­
siones. 1
Mili no consideraba que estas conclusiones entraran en conflicto con las le­
yes económicas. En efecto, admitía —con Smith y Ricardo— el carácter natural
de las leyes de la producción. Sin embargo, negaba —con los socialistas y los his-
toricistas (por ejemplo, Richard Jones, un interesante historicista inglés del que
hablaremos en el próximo capítulo)— dicho carácter natural a las leyes de la dis­
tribución. Así, mientras exaltaba la competencia y el mercado, a través del cual
las leyes naturales de la producción actuarían de la mejor manera posible, no por
ello dejaba de propugnar los modelos de participación en los beneficios, el traba­
jo cooperativo, o el desarrollo de pequeñas comunidades agrícolas.
Mili se consideraba un amigo de las clases trabajadoras, así como de otras
categorías de marginados y oprimidos, y creía que la historia trabajaba para rea­
lizar finalmente una sociedad que él definía como «socialista». Sin embargo, no
se consideraba un socialista; bien al contrario, a su manera combatió el socialis­
mo de su tiempo, hasta tal punto que sintió la necesidad de demostrar la falacia
de las doctrinas socialistas desde el punto de vista de la ciencia económica. Para
comprender estos aspectos de la doctrina de Mili,, es necesario penetrar en el nú­
cleo de su teoría económica; en particular, hace falta entender sus teorías del be­
neficio y del salario.

3 .3 .3 . S a l a r io y f o n d o d e sa l a r io s ■

De la teoría del fondo de salarios se hallan indicios ya en Smith, aunque fue


desarrollada sobre todo por los seguidores de Ricardo para superar algunas difi­
cultades de la teoría ricardiana del salario natural. El uso del principio de pobla­
ción para explicar la tendencia del salario de mercado a ajustarse a su nivel natu­
ral planteó dos problemas cruciales que parecían minar los fundamentos de la
propia idea de un salario natural como punto de referencia. En primer lugar, era
DE RICARDO A MILL 109

necesario definir el salario de subsistencia en términos fisiológicos; de otro


modo, no era posible explicar el hecho de que una disminución del salario de
mercado ajustara el crecimiento de la oferta de trabajo a través de las variaciones
en las tasas de mortalidad. Pero todos .los clásicos —Smith y Ricardo incluidos—
admitían que el salario de subsistencia dependía también de los habits and cus-
toms de la población trabajadora, es decir, de factores sociales y culturales ade­
más de los biológicos. En segundo lugar, si se admitía —como se venía hacien­
do— que los habits and customs. podían cambiar también a consecuencia de las
variaciones en el nivel de la renta, el salario natural podía variar, a la larga, en
función del de mercado. Por tanto, no podía tomarse como punto de referencia
de este último.
Sin embargo, aunque se pretendiera ignorar los dos problemas anteriores, el
mecanismo de ajuste que permitía al salario natural regular la oscilación del de
mercado requería plazos larguísimos, cuya duración abarcaba varias generacio­
nes. De este modo, el salario natural perdía su importancia. ¿Qué sentido tenían
los ejercicios de estática comparativa con los que los clásicos estudiaban el cam­
bio, si los estados que se podían comparar, presuponían distancias temporales de
un cuarto de siglo o más? Por otra parte, si tales ejercicios se referían a un perío­
do de la duración de un ciclo productivo —generalmente considerada de un
año—, entonces el salario y sus cambios no podían ser sino los que determinaba
el mercado. En el próximo capítulo veremos, con Marx, cuál era la única salida
coherente de este dilema; coherente, claro está, con el planteamiento clásico.
La solución adoptada por los ricardianos fue la de abandonar de hecho el
concepto de salario natural, relegando el salario de subsistencia al simple papel
de un límite mínimo para el de mercado. Este camino, iniciado por McCulloch,
lo siguieron —con diversas variaciones— Torrens, Cairnes, Mili y otros.
Para exponer esta teoría del modo más sencillo, tomaremos como referencia
una economía en la que se produce un bien de consumo y un bien capital me­
diante trabajo y capital. Sea L la fuerza de trabajo; L*, su nivel de pleno empleo;
wr, el salario real; wr, su nivel mínimo de subsistencia, y K, el capital. Como nu­
merario, tomaremos el precio del bien de consumo.
Puesto que la producción requiere tiempo, es necesario, al final de cada ciclo
productivo, «apartar» una parte del producto para sustentar a los trabajadores du­
rante el ciclo siguiente: esto es el fondo de salarios, W =wrL. Su tamaño depende
de tres circunstancias: el importe de Ios-Eeneficios, la propensión al ahorro de los
capitalistas y las técnicas empleadas. Los clásicos tomaban como dadas, en cada
momento, las dos últimas circunstancias. Entonces, si se conoce la distribución de
la renta, resulta determinado el fondo de salarios, pongamos al nivel W. Por tan­
to, el salario y el empleo se hallan en relación inversa:
W
r L w r = —

Esta relación se representa en la figura 3.3 mediante lá curva W, junto con


una función elemental de oferta de trabajo, L, que corresponde a la que se halla
im p líc ita en el r a z o n a m ie n to d e lo s c lá sic o s.
Como puede verse en la figura, existe un único salario que garantiza el pleno
110 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

empleo (y la plena utilización del capital), que es we. Los clásicos tendían a inter­
pretar we como un salario de mercado, y a considerarlo como determinado por
las fuerzas de la oferta y la demanda de trabajo. Sin embargo, esta interpretación
choca con una seria dificultad lógica. Si la técnica viene dada, entonces la rela­
ción capital-trabajo resulta conocida, K/L. En el momento en que termina el
proceso productivo se conoce la estructura y el nivel de output. Si se decide apar­
tar un determinado fondo de salarios, W, automáticamente se decide también
cómo repartir las inversiones entre capital técnico y fondo de salarios. Por ello,
también se conocerá KiW . Resultan así determinados tanto el empleo como el
salario, independientemente de la oferta de trabajo. Si casualmente ésta fuese
igual a la «demanda», entonces el salario sería we, pero no sería un salario de
mercado. Sin embargo, si la oferta y la demanda de trabajo —pongamos L*
y L¿¡— no coinciden, entonces el salario será pero tampoco este es un salario
determinado por las fuerzas de la oferta y la demanda. En efecto, el mercado ten­
dería a nevar el salario hacia we. No obstante, esto no puede suceder puesto que,
dados W y K/W, también resulta dado K; y dado K /L en el nivel K/L¿, resulta
imposle un aumento del empleo por encima de L¿ debido a la falta de capital.
Los teóricos del fondo de salários, incluido Mili, se apercibieron vagamente
de esta dificultad, y a menudo trataron de evitarla haciendo variar K /L a su como­
didad. Se trataba de una nueva vía que, si se hubiera llevado hasta sus últimas
consecuencias, habría conducido a la teoría neoclásica del salario. Pero los pasos
que había que dar no eran pequeños; en particular, había que interpretar W como
un programa de demanda de trabajo y hacerlo depender de una función de pro­
ducción en la que se admitiera la sustituibilidad entre trabajo y capital.. Los econo­
mistas ricardianos no estaban preparados para realizar este salto.
Volvamos a Mili; y, para evitar la mencionada dificultad, supongamos que,
DE RICARDO A MILL 111

por casualidad, L* = L¿ y we = w¿. Ahora podemos ver el uso «laborista» que hizo
Mili de la teoría. A «corto plazo», los sindicatos no pueden hacer nada para modi­
ficar los salarios, que dependen únicamente de las técnicas empleadas y de las
decisiones de inversión de los capitalistas. En efecto, un aumento del salario por
encima de we comportaría una disminución del empleo (y de la utilización del ca­
pital). Pero después, si hay competencia, el exceso de oferta de trabajo llevaría de
nuevo al salario a su valor de «equilibrio». Los trabajadores —según Mili— sólo
podrían influir en el incremento de los salarios a «largo plazo». En el transcurso
del tiempo, tanto W corno L se desplazan hacia la derecha. Los salarios aumen­
tan si W se desplaza más que L. Por ello, podría aumentar tanto más rápida­
mente cuanto más alto fuera el ritmo de la acumulación y más baja la tasa de cre­
cimiento de la población. Esto explica por qué Mili sugería a sus amigos sindica­
listas que no predicaran más la revolución que la contracepción.
Sin embargo, más tarde Mili cambió de opinión. Las críticas dirigidas hacia
él por parte de William T. Thornton (en On Labour, 1869) y otros economistas le
hicieron comprender el uso que podía hacerse —y que de hecho se hacía— de su
teoría en un sentido antisindicál. En cualquier caso, no se retractó del todo: en
una recensión del libro de Thornton, publicada en Fortnightly Review en mayo de
1869, se limitó a negar no la propia teoría, sino dos hipótesis que la caracteriza­
ban. Mili admitió que no era necesario tomar como dadas la distribución de la
renta y la propensión al ahorro de los capitalistas. Por tanto, los salarios podrían
aumentar si disminuyeran el consumo de bienes de lujo y/o la parte de beneficios
de la renta. No obstante, quedaría un «límite real al aumento de los salarios», un
límite representado por el «hecho de que este aumento puede llevarle [al empre­
sario] a la ruina y obligarle a abandonar su actividad».

3.3.4. C apital y f o n d o d e sa la r io s

Más que en la explicación del salario, la importancia de la teoría milliana del


fondo de salarios radica en la explicación del beneficio y del papel que desempe­
ña el capital en la producción. Desde el punto de vista de la historia del pensa­
miento económico, este aspecto del sistema teórico de Mili es importante para
entender la función que éste desempeña en la transición del planteamiento clási­
co al neoclásico. '
Ya en los Essays on Some UnsettlecL Questions in Political Economy, escritos
entre 1829 y 1831 (aunque publicados en 1844), Mili había abordado algunos
problemas de la teoría ricardiana del valor. Aquí, sin alejarse de Ricardo, soste­
nía que el valor no depende únicamente del trabajo, ya que el valor de los me­
dios de producción y de los bienes salariales depende —a su vez—, además de
los salarios anticipados para producirlos, también del beneficio obtenido por
quienes han soportado el anticipo. De ello dedujo una teoría del valor basada en
el coste de producción, que se diferenciaba de la de Ricardo sobre todo en el he­
cho de que abandonaba la búsqueda de una medida invariable del valor, en una
línea semejante a la que había seguido Torrens. Sin embargo, todavía se mante­
nía firmemente el rechazo ricareliano de la teoría de los precios; y esto es lo que
verdaderamente cuenta.
112 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONOMICO

El giro decisivo tuvo lugar en los Principios, cuando Mili, precisamente para
rebatir las tesis socialistas de la explotación, se vio obligado a abandonar a Ricar­
do. En efecto, afirmó que los trabajadores no tienen derecho al producto íntegro
porque no sólo el trabajo contribuye a la creación del valor de las mercancías,
sino que también lo hace la abstinencia necesaria para que el capital se halle dis­
ponible. El trabajo es únicamente uno de los requisitos de la producción, en la
cual éste no puede realizarse sin el auxilio de la maquinaria y sin el anticipo de
los fondos de salarios. El otro requisito de la producción es el capital, y éste es el
resultado de la abstinencia del consumo por parte de los capitalistas. «En el aná­
lisis de los requisitos de la producción [...] hemos encontrado que existe otro ele­
mento necesario además del trabajo. Existe también el capital; y puesto que éste
es el resultado de la abstinencia, el prqdpeto o su valor debe ser suficiente para
remunerar no sólo todo el trabajo requerido, sino también la abstinencia de to­
dos aquellos que han anticipado la remuneración de las diversas categorías de
trabajadores. La compensación de la abstinencia es el beneficio» (p. 280). Mili se
refirió explícitamente a Senior: «Así como los salarios del trabajador constituyen
la remuneración de su trabajo, los beneficios del capitalista constituyen precisa­
mente, según la feliz expresión de Senior, la remuneración de la abstinencia.
Constituyen lo que él gana absteniéndose de consumir el capital para su propio
uso y destinándolo al consumo de los trabajadores productivos. Necesita una re­
compensa por esta abstinencia» (p, 245).
Nos hallamos aquí frente a una ampliación tal del concepto de «fondo de sa­
larios», que incluye a todo el capital. Para Mili, el requisito originario de la pro­
ducción sigue siendo el trabajo (aunque a veces tenga en cuenta también la tie­
rra). El capital no es sino el fondo de salarios apartado en épocas anteriores para
sustentar a los trabajadores y producir medios de producción. Estos anticipos
rinden un beneficio. Ricardo no habría estado en desacuerdo con todo esto; pero,
para él, el capital no contribuye a la creación del valor, y, por tanto, el beneficio.
no constituye la, remuneración de un servicio productivo. El salto teórico de Mili
consistió en el uso de la teoría de la abstinencia para explicar el beneficio. En
efecto, éste se subdividía en varios componentes: un salario de dirección, un pre­
mio por el riesgo y una remuneración por la abstinencia; esta última coincidiría
con el interés. Así, Mili todavía podía hablar un lenguaje ricardiano y decir que el
beneficio, neto de estos tres componentes, es un residuo. Sin embargo, cuando
afirmaba que el interés sirve para pagar una contribución productiva decía algo
que Ricardo nunca habría admitido.
La teoría es similar a la de Senior. Sin embargo, Mili incluyó en la abstinen­
cia, además del sacrificio ligado a la renuncia al consumo de un flujo de renta
dado, también el sacrificio inherente a la renuncia a consumir el stock de capital
ya acumulado. De este modo, el interés no se explica como la remuneración del
ahorro, sino —de manera más precisa— del capital.
Es inútil decir que la teoría del fondo de salarios, interpretada de esta mane­
ra, resultaría muy del agrado de los economistas de la escuela austríaca. En efec­
to, algunos de ellos consideraron la teoría neoclásica del capital —-al menos en la
versión basada en el concepto de «período de producción»—, precisamente una
ampliación de la teoría del fondo de salarios. ¿Qué más le faltaba a Mili para lle­
var a sus últimas consecuencias dicha teoría? Sobre todo dos ideas, que constitu­
DE RICARDO A MILL 113

yen precisamente el núcleo de la teoría austríaca del capital: en primer lugar, la


hipótesis de que resulta posible combinar en distintas proporciones trabajo y fon­
do de salarios; y después la de que la contribución productiva del capital decrece
al aumentar el período durante el que ha estado invertido el fondo de salarios.
No obstante, se puede considerar a Mili un precursor, no sólo de la escuela
neoclásica austríaca, sino —obviamente— también de la inglesa. Aparte de la po­
sibilidad de vincular la teoría del fondo de salarios también con la teoría del capi­
tal de Jevons, existe otra línea de ascendencia que une a Mili con la escuela neo­
clásica, y es la que lo une a Marshall. Sobre el problema del papel desempeñado
por las fuerzas de la demanda y de la producción en la determinación de los pre­
cios, Mili partió —como era habitual— de Ricardo, para distinguir dos categorías
de mercancías: aquellas cuya «oferta es absolutamente limitada», y aquellas cuya
oferta es «susceptible de multiplicación indefinida sin aumento de los costes». El
valor de las mercancías del primer tipo depende únicamente de las fuerzas de la
demanda, mientras que el de las mercancías del segundo tipo depende únicamen­
te del coste de producción. Para Mili existiría, sin embargo, un tercer tipo de
mercancía para la que la oferta es «susceptible de multiplicación indefinida, aun­
que no sin aumento de los costes». El valor de estas mercancías dependería toda­
vía del coste de producción, pero ahora sólo en las «circunstancias existentes me­
nos favorables». Mili pensaba en algo muy parecido a una «generalización» del
papel desempeñado por los rendimientos decrecientes de la tierra, pero no pro­
fundizó en el tema. El paso que faltaba por dar consistía en señalar que las «cir­
cunstancias menos favorables» de la producción dependían de la cantidad produ­
cida. Esto, por una parte, habría presupuesto la hipótesis de los rendimientos va­
riables de los factores productivos; por ia otra, habría implicado que el precio de­
pendería tanto de las fuerzas de la demanda como de las condiciones de produc­
ción.
Quisiéramos concluir esta breve exposición del pensamiento de Mili presen­
tando su teoría de la caída tendencial de la tasa de beneficio. Servirá para dar
una idea de en qué medida su reformismo se hallaba ligado a una fuerte y opti­
mista filosofía de la historia, pero también para entender que al menos en una
. cosa Mili siguió siendo sustancialmente un economista clásico: en la capacidad
de vincular las teorías abstractas a problemas históricos y políticos de gran im-
j portancia.
Para Mili —como para Smith, Ricardo y Marx— la tasa de beneficio estaba
presidida por una inevitable tendencia a caer a muy largo plazo. Pero Mili, a dife­
rencia de los otros, valoraba el «fenómeno» en términos optimistas: tenía su pro­
pia y peculiar idea del fin último de la acumulación. «Al contemplar cualquier
movimiento progresivo, la mente —escribió en los Principios— no se satisface
sólo con rastrear las leyes del movimiento; en efecto, no puede por menos que
plantearse otra pregunta: ¿con qué fin? [...] Cuando el progreso llegue a su térmi­
no, ¿en qué condiciones debemos esperar que deje al género humano?» (p. 452).
La respuesta es: «No puedo [.,.] considerar el .estado estacionario del capital y de
la riqueza con la evidente aversión generalmente manifestada hacia éste por los
economistas de la vieja escuela. Más bien me inclino a creer que, en conjunto,
éste representaría una considerable mejora respecto a nuestras condiciones ac­
tuales» (p. 453).
114 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

La causa principal de la tendencia al estado estacionario la buscaría en el


aumento de la riqueza causado por la acumulación capitalista. Dicho aumento
haría cada vez menos penosa la renuncia al consumo ligada a la acumulación del
capital. Por tanto, la remuneración de la abstinencia disminuiría gradualmente.
Finalmente, se llegaría a una sociedad en la que la riqueza sería tan elevada que
dejarían de existir tanto la necesidad como el estímulo para una nueva acumula­
ción de capital. Entonces se vería realizada la sociedad socialista: con el interés
igual a cero, nadie ganaría más que el producto de su propio trabajo. Esto no
comportaría la abolición de la propiedad privada, sino sólo la definitiva realiza­
ción de su distribución «natural». En efecto, la ley natural justificaba la propie­
dad con el derecho del individuo a poseer el producto de su propio trabajo. Dicha
ley sólo se podría realizar cuando desapareciera la ganancia del capitalista.
Mili no criticaba la propiedad privada, ni el .régimen capitalista de la época
en la que vivía, sino sólo su imperfección y sus abusos. Pero tampoco pensaba
que tales «imperfecciones» fueran infundadas: estaban justificadas históricamen­
te. Se trataba de corregir, ciertamente, algunos excesos e injusticias patentes de
los sistemas capitalistas por él observados. Pero, por lo demás, era mejor esperar
a que la historia siguiera su curso. No en vano John Stuart Mili ha sido conside­
rado uno de los padres del socialismo fabiano, es decir, del socialismo «contem­
porizador».

3.4. Teorías y debates monetarios en Inglaterra en la época


de la economía clásica
3.4.1. El R e s t r ic t io n A c t
En 1797, empujado por la necesidad de afrontar las consecuencias de una
grave crisis económica, el gobierno británico promulgó un Restriction Act que sus­
pendía la convertibilidad de la libra esterlina y. ponía en marcha un sistema mone­
tario en abierto contraste con las doctrinas monetarias ortodoxas. Inmediatamen­
te se desencadenó una especie de sublevación por parte de los principales econo­
mistas identificados con el laissez faire, y se inició un debate teórico que no dio
muestras de agotarse hasta 1821, cuando se restableció la convertibilidad. Después
de ello las discusiones se reanudaron, aunque tomaron un rumbo distinto.
El momento culminante de la polémica tuvo lugar alrededor de 1810, fecha
en la que se presentó al Parlamento el Report of the Select Committee on the High
Price of Gold Bullion. El famoso «Bullion Committee» se había constituido en fe­
brero de 1810 para investigar las razones de la depreciación de la libra esterlina
que se había verificado en la primera década del siglo. Y tanto en el plantea­
miento del problema como en la solución política sugerida reveló una clara
toma de posición a favor de una de las dos partes contendientes, la bullionista,
que fue la posición que habían asumido la mayor parte de los observadores eco­
nómicos ortodoxos de la época. Los' dos exponentes más importantes de la posi­
ción bullionista fueron Henry Thornton (1760-1815) y David Ricardo.
Del primero, indudablemente el más penetrante teórico monetario de la épo­
ca, hablaremos en el apartado 3.4.3. En cambio, comentaremos aquí brevemente
DE RICARDO A MILL 115

el enfoque de Ricardo, expresado sobre todo en The Price of Gold (1809) y The
High Price ofBullion, a Proof of the Depreciation ofBank Notes (1810). La decisión
parece justificada por el hecho de que la rigidez y la sencillez de sus tesis tuvie­
ron más éxito que la racionalidad y el realismo de las de Thornton, y vinieron a
constituir el núcleo de los principios teóricos en los que se inspiró la batalla de
los bullionistas.
La existencia de un persistente premio del oro, es decir, de una diferencia
positiva entre el precio de mercado del oro y el de acuñación, constituía la esen­
cia del problema. Para Ricardo, se trataba de una evidencia inmediata de la de­
preciación de la moneda, y éste, a su vez, era el efecto de un exceso de emisiones
de billetes del Banco de Inglaterra, exceso que se debía al régimen de inconverti­
bilidad. Para demostrar esta tesis, adujo que el cambio de la libra esterlina con
las principales divisas europeas había permanecido durante mucho tiempo por
debajo de da paridad determinada por el precio de acuñación del oro. También
este fenómeno lo atribuía al exceso de emisiones del Banco de Inglaterra.
Sin embargo, estas convicciones no'se basaban en un cuidadoso análisis de
los factores específicos subyacentes a los fenómenos monetarios observados: el de­
sarrollo económico, la tendencia del comercio exterior, las crisis, las guerras, etc.
Se trataba, por el contrario, de una aplicación rígida y abstracta de la teoría del
mecanismo precios-flujo monetario elaborada en el siglo XVIII por Hume. El tipo
de cambio entre dos monedas convertibles no puede divergir del coeficiente entre
las paridades áureas salvo en los estrechos límites de los «puntos del oro», límites
constituidos por los gastos del transporte y seguridad del oro enviado al extranje­
ro. Si el cambio de la libra esterlina respecto al dólar se depreciara más allá del
punto inferior del oro, a los importadores y a los especuladores les interesaría con­
vertir libras esterlinas en oro y enviar los lingotes a Estados Unidos. Esto reduci­
ría, en el mercado de Londres, la demanda de letras de cambio en dólares y la
oferta de libras esterlinas, y detendría la depreciación de la libra esterlina. Al mis­
mo tiempo, reduciría la cantidad de libras esterlinas en circulación y haría dismi­
nuir los precios internos. Si la depreciación inicial de la libra esterlina se hubiera
debido a un exceso de emisiones y al consiguiente exceso de importaciones, el me­
canismo precios-flujo monetario la habría ajustado automáticamente. Sin embar­
go, este mecanismo no podría funcionar si la libra esterlina fuera inconvertible.
En este caso, sería posible un cambio permanente depreciado y por debajo del
punto inferior del oro. Y puesto que taj/fenómeno ocurriría junto con la imposibi­
lidad de reducir la circulación de libras esterlinas mediante su conversión en oro,
Ricardo y los bullionistas lo interpretaban como una prueba de la existencia de un
exceso de emisiones.
De similar manera se explicaban las relaciones entre un exceso de emisiones
y un alto precio del oro. Si la moneda era convertible, no sería posible una diver­
gencia entre precio de mercado y precio de acuñación del oro, puesto que, apenas
surgiera tal divergencia, a los comerciantes les interesaría acudir a la ceca y con­
vertir libras esterlinas en lingotes para después vender oro en el mercado. De este
modo, la oferta de oro en el mercado se modificaría de manera tal que eliminaría
inmediatamente cualquier premio. Al mismo tiempo, se eliminaría automática­
mente. a través de su conversión en oro, cualquier exceso de circulación moneta-
116 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

un pi'emio permanente del oro en régimen de inconvertibilidad constituiría una


prueba evidente de un exceso de emisiones.
Los bullionistas consideraban el Restriction Act una intromisión ilícita del
gobierno en los asuntos del sector privado. En efecto, el Banco de Inglaterra era
una institución privada, aunque dotada legalmente de algunos privilegios mono­
polistas. Debería gestionarse de acuerdo con los principios de sana administra­
ción de una empresa privada. En cualquier caso, la convertibilidad de los billetes
de banco por ella emitidos la obligaría a comportarse correctamente. Con el Res­
triction Act, el gobierno había modificado en su propio beneficio las reglas del
juego, relajando el rigor administrativo del Banco, con gran perjuicio de los ciu­
dadanos. En efecto, la inconvertibilidad permitía financiar el exceso de gastos es­
tatales, generando fuertes aumentos ¿1§.-demanda agregada. En términos reales,
los gastos estatales no se añadían a los privados, según los bullionistas, sino que
los sustituían. Efectivamente, la inflación redistribuía riqueza de los acreedores a
los deudores y, en consecuencia, también del sector privado al Estado si su presu­
puesto era deficitario. Al mismo tiempo, creaba ahorro forzado, reduciendo la
cantidad producida de bienes de consumo y aumentando sus precios.
El «Bullion Committee», que:—como ya se ha dicho— estaba dominado por
los bullionistas, presentó un informe netamente favorable al retorno a la conver­
tibilidad. Sin embargo, tendrían que pasar todavía diez años antes de que el go­
bierno se decidiera a escuchar su consejo. El hecho es que en la práctica las cosas
se desarrollaban de manera bastante distinta de como pretendía la teoría ortodo­
xa; y este constituye uno de los ejemplos más esclarecedores en la historia del
pensamiento económico de cómo la sensibilidad política y la amplitud de visión
de los comerciantes, los banqueros y los hombres del gobierno puede a veces pe­
sar más que la rigidez doctrinal de los economistas teóricos.
Desde 1793 hasta 1815, Inglaterra se vio involucrada en una serie de guerras
contra Francia que requirieron la movilización de todos sus recursos militares,
políticos y económicos. El continuo e importante suministro de recursos finan­
cieros a los aliados, además de las exigencias.derivadas del mantenimiento del
ejército, comportaron periódicos drenajes de oro de las cajas del Banco de Ingla­
terra. Las propias dificultades de la guerra y del bloque continental, por otra par­
te, hicieron cada vez más inaccesibles los canales de las exportaciones y cada vez
más costosos los suministros de materias primas y de bienes salario. Si a ello se
añade que precisamente en estos veinte años se produjo una excepcional serie de
malas cosechas, no debería resultar difícil entender cuáles fueron las verdaderas
raíces de los problemas monetarios discutidos por los economistas de la época.
Y precisamente la atención minuciosa a los problemas reales fue lo que
constituyó la característica principal de las posiciones teóricas de los antibullio-
nistas, desde William Pitt (el joven), ministro de Hacienda en la época del Restric­
tion Act, hasta Charles Bosanquet, Robert Torrens y Robert Malthus. Éstos soste­
nían que la depreciación del cambio se debía a una serie de factores exógenos ex­
cepcionales, como la financiación a los aliados, los gastos militares en el extranje­
ro, la disminución de las exportaciones, el aumento del valor de los bienes impor­
tados o las malas cosechas. Probablemente, el mantenimiento de la conver­
tibilidad permitiría reequilibrar la balanza de pagos, pero produciría efectos más
perjudiciales que el mal que había de curar. Mientras, el vínculo con la expansión
DE RICARDO A MILL 117

de la oferta de moneda obligaría al gobierno a limitar el déficit público dando un


impulso deflacionario a la economía. Además, las dificultades de la balanza de
pagos provocarían nuevos impulsos del mismo género. En efecto, el reequilibrio
de las cuentas exteriores requeriría la reducción de la oferta de moneda y la dis­
minución de las rentas y de los precios internos, lo que comportaría un drástico
descenso de la producción y del empleo. Efectivamente, estos fenómenos se veri­
ficaban a menudo, en aquella época, bajo la forma de crisis económicas y pro­
ductivas, precisamente en los períodos en los que el Banco adoptaba políticas
restrictivas. ¿Podía, pues, Gran Bretaña, en las condiciones políticas en las que se
encontraba, permitirse el lujo de la deflación?
Por lo que respecta al problema de la inflación, los antibullionistas adopta­
ron un punto de vista claramente antimonetarista: para ellos, el nexo causal en
las ecuaciones de intercambio va de los precios a la oferta de moneda, y no al re­
vés. Los impulsos inflacionarios venían dé la economía real, de las malas cose­
chas, de las importaciones, mientras que la oferta de moneda se adaptaba pasiva­
mente a la demanda. Afirmaban, además, que era imposible que el Banco de In­
glaterra, junto con los bancos provinciales qué gozaban del privilegio de emisión,
emitiera más billetes de los necesarios para cubrir las necesidades del comercio,
a no ser que se limitaran a descontar sólo «letras de cambio reales». Esta tesis ha­
bía sido defendida ya por Adam Smith. Las «letras de cambio reales» son títulos
comerciales emitidos contra transacciones de bienes reales. Cuando se descuen­
tan, el banco emite moneda (billetes o depósitos) que resulta, por ello mismo, es­
timulada por el flujo de transacciones reales. Este tipo de creación de crédito no
modifica de manera permanente el stock de moneda, porque al vencimiento de
las letras de cambio la deuda se rembolsa y la moneda correspondiente se retira
de la circulación. El crédito se renueva sólo para financiar nuevas transacciones.
Según esta teoría, el flujo de creación de nueva moneda es muy elástico respecto
al flujo de renta que debería hacer circular, de modo que el stock de moneda en
circulación resulta siempre adecuado a las necesidades de las transacciones.
Esta es la esencia de la famosa «doctrina de las real bilis». No es una teoría
del todo equivocada; pero sí lo fue la aplicación que de ella hicieron los antibu­
llionistas, quienes trataron de utilizarla para demostrar la imposibilidad de un
exceso de oferta de moneda respecto a las necesidades reales de las transacciones,
es decir, la imposibilidad de efectos inflacionarios debidos a la oferta de moneda.
Esta tesis era insostenible en aquella época, principalmente por tres razones:
a) porque la economía inglesa, con el viento de la revolución industrial en
popa y en pleno esfuerzo bélico, avanzaba a gran velocidad en condiciones casi
de pleno empleo;
b) porque la especulación operaba sobre todo en las mercancías, de modo
que resultaba difícil para los bancos distinguir las «letras de cambio reales» de
las generadas por operaciones especulativas;
c) porque el Banco de Inglaterra estaba obligado por las leyes sobre la usu­
ra a prestar a un interés máximo del 5 %.
En este contexto, es hícil entender que la doctrina de las real bilis funcionara
excelentemente en las fases de estancamiento y, en cambio, fracasara del iodo en
118 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

los períodos de boom y de especulación. En caso de overtrading, la tasa de benefi­


cio, el tipo de interés de mercado y el índice de rentabilidad de las operaciones
especulativas eran sin duda mayores que el tipo oficial del 5 %, y, en consecuen­
cia, no existían frenos eficaces a la expansión del crédito.
Los antibullionistas infravaloraron los efectos que, en una situación de ple­
no empleo, podía tener una oferta de crédito muy elástica en el sentido de ali­
mentar la inflación; y con ello facilitaron la labor de sus críticos. Interpretando
las crisis como formas de reacción exagerada a los excesos de la especulación, es­
tos últimos señalaron que la elevada elasticidad de la oferta de moneda constituía
el factor principal de las fluctuaciones cíclicas. Así, apenas se desvanecieron las
restricciones económicas impuestas por el estado de guerra, se volvió a la conver­
tibilidad prácticamente sin oposición alguna.

3.4.2. El B a n k C h a r t e r A c t ■

Inmediatamente después del final de la era napoleónica, la economía inglesa


entró en una larga fase de estancamiento, una fase caracterizada por la sucesión
de breves períodos de expansión, que culminaron en efímeras explosiones de eu­
foria especulativa, y largos períodos de crisis, con fuertes disminuciones del em­
pleo, de la producción y de los precios. Las crisis más graves se verificaron en los
años 1816-1822, 1825-1831, 1836, 1839-1842 y 1847-1848.
Las causas de la primera de tales crisis hay que buscarlas principalmente en
dos factores: en primer lugar, en la reducción de los gastos públicos derivada del
final del esfuerzo bélico; en segundo término —aunque tal vez más importante—,
en los cambios monetarios causados por la decisión de volver a la conver­
tibilidad. La reducción de las emisiones del Banco de Inglaterra fue drástica ya
en los años 1817-1819, cuando se iniciaron los preparativos para el retomo al
oro, pero lo fue más aún en 1819-1821, cuando se puso en práctica la decisión del
Parlamento.
Los críticos de Ricardo se apresuraron a atribuir a su teoría monetaria la
responsabilidad de las crisis; y Ricardo tuvo dificultades a la hora de defenderse
de dichas críticas. Afirmó que la culpa había que atribuirla a la manera excesiva­
mente rápida y drástica en que el Banco había llevado a cabo el retomo a la con­
vertibilidad, olvidando que él mismo, en años anteriores, había afirmado en el
Parlamento que la restauración del Gold Standard debería tener lugar en un plazo
muy breve. En cualquier caso, la crisis de 1825, así como las demás que tuvieron
lugar con el transcurso del tiempo, sirvieron para convencer a un número cada
vez mayor de un hecho; que la simple disciplina de la convertibilidad no era con­
dición suficiente para el mantenimiento de la estabilidad monetaria. Se plantea­
ba así el problema de establecer reglas de comportamiento a las que el Banco de­
bería ajustarse.
En la polémica sobre este problema, que se inició inmediatamente después
de la crisis de 1825 y se prolongó hasta finales de la década de 1840, se formaron
dos escuelas: la metalista (currency school), que se vinculaba a la tradición bullio-
nista, y la bancaria (banking school), que proseguía básicamente la tradición anti-
bullionista, aunque aceptando algunas antiguas tesis bullionistas. Los principales
DE RICARDO A MILL 119

representantes de la primera escuela .fueron: Thomas Joplin (1790?-1847), Sa­


muel Jones Lloyd —lord Overstone— (1796-1883) y Robert Torrens, que se había
pasado al enemigo después de haber .luchado en las filas antibullionistas en la se­
gunda década del siglo. A su vez, formaban parte de la escuela bancaria: Thomas
Tooke (1774-1858), John Fullarton (1780P-1849) y James William Gilbart (1794-
1863), además de John Stuart Mili. Sólo podemos recordar aquí algunos —muy
pocos— de los importantes trabajos sobre teoría monetaria publicados en este
período. De la escuela metalista: An Analysis and History of the Currency Question
(1832) de Joplin, y Tracts and Other Publications on Metallic and Paper Currency
de Overstone (reunidos y editados por McCulloch en 1857). De la escuela banca­
ria: An Inquiry into the Currency Principie (1844) de Tooke, y On the Regulation of
Currencies (1844) de Fullarton.
Los gobernadores del Banco de Inglaterra, que previamente se habían incli­
nado por la posición antibullionista, a partir de la década de 1820 empezaron a
decantarse por la de la escuela metalista. Así, su política se fue conformando gra­
dualmente a los dictados de esta escuela, hasta llegar a la adopción de la famosa
Palmer’s Rule (del nombre de John Horsley Palmer, a la sazón gobernador del
Banco de Inglaterra). La política del Banco consistía en cubrir una tercera parte
de su pasivo con las reservas de oro, y el resto con títulos. Pero sólo en condicio­
nes de «moneda plena», es decir, cuando se consideraba que la cantidad de mone­
da en circulación era adecuada a las necesidades de las transacciones. La existen­
cia de esta situación se verificaba mediante la observación del tipo de cambio, el
cual, en una situación de «moneda plena», debía ser estable. Cuando el cambio
empezaba a empeorar, el Banco abandonaba la regla que establecía el coeficiente
de 1/3 de las reservas de oro, y hacía variar el pasivo en la misma medida que las
propias reservas. De este modo, un drenaje de oro causaría —en cualquier caso—
una contracción de la circulación, pero se podría contener el impulso deflaciona-
rio. A pesar de que este tipo de comportamiento se inspiraba en los principios de
la escuela metalista, no satisfizo a los economistas partidarios de dichos princi­
pios. Y ello fundamentalmente por dos razones.
En primer lugar, porque el Banco se había reservado la prerrogativa de mo­
dificar la composición de su propio pasivo, cuando reducía su tamaño, haciendo
recaer el peso de la contracción más sobre los depósitos que sobre los billetes.
Puesto que los metalistas habían adoptado una definición restrictiva de la mone­
da, que identificaban con el circulantedcúrrer/ry) —es decir, con las monedas me­
tálicas y los billetes del Banco de Inglaterra y los bancos provinciales—, conside­
raban que la regla de Palmer no permitía una perfecta «fluctuación metálica». El
principio de la «fluctuación metálica», establecido en aquella época por los teóri­
cos metalistas, pretendía que la masa monetaria en circulación debía oscilar
como si estuviera constituida íntegramente por oro. Por tanto, los billetes de ban­
co debían variar en la misma medida en la que variaban las reservas de oro. Pues
bien, esta regla podía ser transgredida si el Banco se reservaba la prerrogativa de
modificar la composición del pasivo, cuando lo reducía, descargando parte de la
contracción sobre los depósitos.
El segundo motivo de insatisfacción estaba ligado al hecho de que la propia
regla d e P alm er, ju n to co n la flex ib ilid a d co n la q u e se a p lica b a , h a c ía n d ifícil
asignar a la gestión d e l B a n c o a q u e lla función de amortiguación automalica de
120 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

las fluctuaciones económicas que propugnaban los metalistas. Estos economis­


tas, encabezados por Overstone, habían adoptado una teoría cíclica en la que la
permisividad monetaria desempeñaba un papel esencial. En las fases de expan­
sión —afirmaban— el Banco ajustaba rápidamente la oferta a la demanda de mo­
neda, alimentando así la inflación, la especulación y la euforia. Cuando más tarde
sobrevenían la crisis y el pánico, el Banco, para proteger sus propias reservas, se
veía obligado a tomar medidas drásticas, contribuyendo de este modo a agravar
la crisis.
Para superar estas dificultades, los teóricos metalistas propusieron la adop­
ción de dos medidas fundamentales. La primera, inspirada en parte en una pro­
puesta formulada por Ricardo en Plan for ihe Establishment of a National Bank
(escrito en 1823 y publicado póstumamerite en 1824), consistía en la división del
Banco en dos departamentos: uno bancario, con funciones crediticias, y uno de
emisión, con la tarea exclusiva de emitir billetes. De esta manera se creía que las
oscilaciones de las reservas de oro no podrían descargarse sobre los depósitos y
se traducirían íntegramente en variaciones de las emisiones de billetes. Con ello,
se aseguraría una perfecta «fluctuación metálica». La segunda medida propues­
ta se refería a la abolición del coeficiente fijo de reserva de oro. El Banco debe­
ría utilizar una cobertura de títulos sólo por una cantidad fija; para el resto, sus
emisiones de billetes habían de cubrirse con oro. De este modo, el coeficiente de
reserva variaría automáticamente de manera anticíclica, aumentando cuando
aumentaran las reservas, en las fases de expansión, y disminuyendo cuando las
reservas disminuyeran, en las fases de crisis.
El Bank Charter Act de 1844 (conocido también como Peel Act, por el nom­
bre del ministro de Hacienda que lo promulgó) adoptó plenamente el punto de
vista metalista, dividió el Banco en dos departamentos y estableció que la cober­
tura en títulos del pasivo del departamento de emisión debía ser de 14 millones
de libras esterlinas.
Veamos ahora las teorías de la escuela bancaria. Los representantes de esta
escuela aceptaron la tesis metalista que afirmaba la superioridad del Gold Stan­
dard en un régimen de papel moneda inconvertible. Pero se diferenciaban de los
metalistas prácticamente en todas las demás cuestiones de cierta importancia
teórica; en primer lugar, en la definición del dinero, que formularon en términos
menos restrictivos y más modernos que sus adversarios, incluyendo en dicha de­
finición, además del circulante, también los depósitos y las letras de cambio. Des­
de la óptica de la escuela bancaria, tanto los depósitos como las letras de cambio
varían en función de cómo varíen las transacciones; la oferta de moneda es endó­
gena, y el Banco no puede controlarla de manera eficaz. Más aún: los teóricos de
esta escuela afirmaban que también la circulación de los billetes está fuera del
control del Banco, argumento que basaban en la vieja doctrina de las real bilis, a
la que rebautizaron como «doctrina del reflujo».
Sin embargo, ahora la escuela bancaria tenía dos nuevas armas para defen­
der sus tesis, ya que la convertibilidad se había restablecido, mientras que en
1833 se había abolido el límite del 5 % para el tipo de descuento. De este modo,
al menos en principio, se podía frenar un exceso de demanda de crédito con pro­
pósitos especulativos mediante el aumento del tipo de descuento. Por otra parte,
si el exceso de emisiones se había de medir por el premio del oro, como habían
DE RICARDO A MILL 121

sostenido Ricardo y sus seguidores, entonces no podía existir ningún exceso de


emisiones en régimen de convertibilidad. En efecto, apenas el papel moneda hu­
biera empezado a depreciarse respecto al oro, aquél «refluiría» al Banco para ser
convertido, lo que detendría su depreciación y eliminaría el exceso de liquidez. El
problema de esta argumentación es que el principio de Ricardo —que la depre­
ciación de la moneda se mide con precisión por el premio del oro— no tiene vali­
dez general; y, si es válido en un régimen de curso forzoso, seguramente no puede
serlo en uno de convertibilidad. En este último, la moneda puede depreciarse con
relación a todos los bienes excepto el oro, el cual tiende a mantener su propio
precio de mercado a la par con el de acuñación.
Pero este es un problema secundario. Las tesis de la escuela bancaria con­
servan elementos de verdad aunque no sea válida la doctrina de la imposibilidad
de los efectos inflacionarios de un aumento de la oferta monetaria. En efecto, con
una definición amplia de moneda, lo que verdaderamente cuenta es la oferta de
masa monetaria total. Y los teóricos de la escuela bancaria tenían razón en una
cosa: en el hecho de que la oferta monetaria total era muy elástica respecto a la
cuantía de las transacciones y estaba fuera del control del Banco. Por otra parte,
ésta fue la razón principal por la que la camisa de fuerza monetaria constituida
por el Bank Charter Act no llegó a obstaculizar en exceso los movimientos de la
economía inglesa. Los ajustes de la oferta de dinero a las exigencias de la acumu­
lación tenían lugar a través de variaciones de los depósitos y del crédito, a pesar
de la rigidez de las reglas a las que debía atenerse el departamento de emisión.
Además, siempre quedaba abierta la posibilidad de suspender el Bank Act en pe­
ríodos de crisis grave, como efectivamente sucedió en 1847, 1857 y parcialmente
en 1866.
Finalmente hay que destacar que, con el transcurso del tiempo, los hechos
hicieron cada vez más evidente el carácter predominantemente ideológico de la
doctrina del Gold Standardal menos si ésta se entiende como una teoría del me­
canismo de equilibrio automático y neutral del comercio exterior. Durante los se­
tenta años siguientes a la promulgación del Bank Act, la economía inglesa pudo
expandirse sin grandes problemas en la balanza de pagos, a pesar de un perma­
nente déficit de la balanza comercial; en consecuencia, hubo muy pocas dificulta­
des para defender las reservas de oro del Banco de Inglaterra. Sin embargo, se
mantuvo el equilibrio exterior gracias a la adopción de una política cautelosa en
relación al tipo de descuento, ni automática ni neutral, que tuvo el efecto de ha­
cer recaer el peso de los ajustes, en caso necesario, sobre los países menos desa­
rrollados y —sobre todo— sobre los productores de materias primas.
Los economistas de la escuela bancaria, conscientes de la potencia industrial
y económica de la economía inglesa, afirmaban que los problemas serios para las
reservas de oro provenían sobre todo de dificultades comerciales de naturaleza
exógena y transitoria. Estas causas de drenaje del oro se consideraban «termina-
bles», es decir, capaces de agotarse por sí mismas. Por lo tanto, todo lo que se re­
quería del Banco —según ellos— era que mantuviese una gran reserva de oro, en
torno a los 15-18 millones de libras esterlinas, para afrontar las causas de drenaje
temporales.
Otro lerna de discusión importante era el relativo a los bancos provinciales
facultados para emitir su propio papel moneda, cubierto parcialmente con el cu-
122 PANORAMA DE PASTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

culante del Banco de Inglaterra. En la polémica con los bullionistas, los antibu-
llionistas habían afirmado que ios bancos provinciales constituían un factor de
variación de la oferta de moneda que escapaba al control de la política del Banco
de Inglaterra. En cambio, los bullionistas —en un intento de atribuir toda la cul­
pa de los males monetarios ingleses a los gobernadores del Banco— habían soste­
nido que los bancos provinciales no constituían factores autónomos de variación
de la oferta. En el debate sobre el Bank Charter Act, muchos metalistas aceptaron
las tesis de los adversarios sobre este punto. Ahora ya había quedado claro para
todo el mundo que el sistema del crédito basado en el principio de las reservas
fraccionarias generaba importantes efectos multiplicadores de los impulsos mo­
netarios centrales. Torrens, en particular, dibujó con bastante precisión el meca­
nismo de multiplicación del crédito. Sin’embargo, para él —como para algunos
otros metalistas—, éste creaba únicamente fenómenos de amplificación de los
impulsos monetarios procedentes del Banco de Inglaterra, pero no impedía que
éste controlara 1a. expansión global de la liquidez. La mayor parte de los metalis­
tas, sin embargo, no secundaron a Torrens en este punto, aunque ello no significa
que todos vieran claramente la principal razón de la incapacidad del Banco para
controlar la oferta global de moneda; a saber: la variabilidad de los coeficientes
de reserva adoptados por los bancos. De todos modos, la opinión predominante
se orientó hacia la demanda de un mayor control central de las operaciones de
los bancos locales y de la abolición gradual de sus prerrogativas de emisión. Esta
opinión fue recogida en el Bank Charter Act.

3.4.3. Henry Thornton


Los economistas que hemos mencionado en los dos apartados anteriores re­
presentan sólo una pequeña parte de todos aquellos —varias decenas— que se
ocuparon en Gran Bretaña de los problemas monetarios durante este período.
Las limitaciones que aquí nos hemos impuesto-nos han impedido referirnos a to­
dos ellos, así como hacer justicia a las particularidades de los trabajos de cada
uno de los autores mencionados. Debemos, sin embargo, precisar un poco más
en el caso de los dos economistas a los que debemos las contribuciones más im­
portantes y originales: Henry Thornton y John Stuart Mili. Y vale la pena decir
algo de sus teorías monetarias, como mínimo porque en ellas se encuentran las
raíces de aquella gran tradición inglesa de teoría monetaria que, pasando por
Marshall y su escuela, desembocará finalmente en la revolución keynesiana.
Thornton no era un académico, sino un banquero de éxito que se ocupó de
la teoría monetaria por sus implicaciones directas en la política práctica. Fue
también un influyente miembro del Parlamento, además de ferviente evangeliza-
dor; y contribuyó de manera sustancial, junto con Horner y Huskisson, a la re­
dacción del Bullion Report de 1811). Inmediatamente después del Restñction Act
•de 1797, escribió un libro lleno de profundas intuiciones y de importantes inno­
vaciones teóricas; un libro que ha sido considerado, sin exageración, «el mayor
trabajo de teoría monetaria del siglo XIX»: An Enquiry into the Nature and Effects
of the Paper Credit of Great Britain, publicado en 1802. Thornton participó en la
polémica de principios de siglo adoptando una posición bullionista, al principio
DE RICARDO A MILL 123

moderada, pero luego cada vez más decidida. Sus últimos puntos de vista se ex­
ponen en un libro de 1811, Substance on the Report ofthe Bullion Committee, que
recoge dos importantes intervenciones en el Parlamento.
Inicialmente Thornton no se mostró contrario al Restriction Act, que justifi­
có por la necesidad de afrontar los drenajes de oro causados por el pánico y la
guerra. Pero, para él, debía ser un procedimiento excepcional y transitorio. El ré­
gimen monetario normal tenía que ser el- Gold Standard. Thornton fue uno de los
teóricos más rigurosos del funcionamiento de este régimen. Desarrolló las tesis
de Hume sobre el mecanismo precios-flujo monetario y, sobre la base de éste, la
teoría de la relación existente entre depreciación del cambio, premio del oro y ex­
ceso de emisiones en un régimen de inconvertibilidad; teoría que posteriormente
sería propugnada por Ricardo y sus seguidores. Ya hemos hablado de ello en los
apartados anteriores, por lo que no insistiremos aquí. Sólo mencionaremos una
aportación de Thornton a la teoría humeana: la tesis de que la deflación interna,
mediante la cual se corregiría un déficit de la balanza de pagos, además de actuar
sobre el nivel de los precios lo haría sobre el de las rentas y, por tanto, directa­
mente sobre el de la demanda de importaciones.
Thornton no era un deflacionista desenfrenado como Ricardo. Pensaba
—asumiendo una posición similar a la antibullionista— que no siempre la depre­
ciación del cambio y el premio del oro están causados por un exceso de emisión.
En determinados casos, pueden deberse a factores exógenos y transitorios, como
una mala cosecha, una explosión de pánico o los importantes envíos de oro a los
aliados. En estos casos —afirmaba—, una contracción de las emisiones constitui­
ría un error que agravaría los problemas en lugar de resolverlos. Las ideas de
Thornton acerca de las causas de los «drenajes internos» resultan particularmen­
te importantes; en dichas ideas se hallan prefigurados algunos elementos de la
teoría de la preferencia por la liquidez. Los individuos poseen la moneda no sólo
como medio de intercambio, sino también como reserva de valor, de modo que la
cantidad deseada depende del estado de confianza.
En el Enquiry se lee: «Un elevado estado de confianza contribuye a que los
hombres se provean menos frente a los imprevistos. En tales épocas creen que, si
la demanda de pagos dirigida a ellos, que es ahora dudosa e imprevisible, hubiera
de realizarse efectivamente, estarían en condiciones de satisfacerla al momento
[...]. Por el contrario, cuando surge un estado de desconfianza, la prudencia acon­
seja que la pérdida de intereses causadaqfor la detención de billetes de banco du­
rante algunos días adicionales no debería tenerse en cuenta. Es bien sabido que
en épocas de alarma se atesoran las guineas basándose en este principio [...]. En
tiempos difíciles la propensión a atesorar, o —mejor dicho— a proveerse de gran
cantidad de billetes del Banco de Inglaterra, predominará tal vez de manera apre­
ciable» (p. 46).
Este fenómeno explica las variaciones de la velocidad de circulación de los
diversos instrumentos monetarios. Thornton utilizaba una definición amplia de
moneda, en la que incluía varios medios de cambio con distintas velocidades de
circulación, entre ellos las letras de cambio. Por tanto, en los períodos de crisis
no sólo se reducían las reservas de oro del Banco, sino que al mismo tiempo dis­
minuía la cantidad total de dinero en circulación, mientras su velocidad media de
circulación también se reducía. Constituiría, pues, un error políLico de graves
124 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

consecuencias la decisión de reducir las emisiones del Banco para frenar el dre­
naje. Es importante señalar las notables implicaciones de esta tesis en la política
monetaria. La teoría de la preferencia por la liquidez, unida a la comprensión del
carácter cíclico de los movimientos económicos, llevó a Thornton a atribuir al
Banco, considerado como un ente con fines públicos, una función básica de pres­
tamista en última instancia.
Thornton era bullionista sobre todo en lo que se refiere a los efectos a largo
plazo de los movimientos de las variables monetarias; y se inclinaba a creer en la
ineficacia de la política monetaria a largo plazo. Sin embargo, no por ello dejó de
señalar los posibles efectos reales a corto plazo de las decisiones del Banco. Afir­
maba que una expansión crediticia, al hacer aumentar los precios y —dada la ad­
herencia del salario— también los beneficios, podía estimular la producción y ha­
cer que aumentara el empleo. Asimismo, consideraba que la disminución de los
salarios reales, causada por la inflación, generaba ahorro forzado {defalcation of
reverme) y provocaba modificaciones de la estructura productiva en favor de la
acumulación de stocks de mercancías y de medios de producción. Desde su punto
de vista, no existe incompatibilidad entre los efectos reales de la expansión credi­
ticia y los fenómenos de ahorro forzado, ya que el aumento de la demanda no ac­
túa únicamente sobre las cantidades o sólo sobre los precios, sino sobre ambas
clases de variables.
Para Thornton, el Banco debería practicar una política monetaria discrecio­
nal orientada al doble objetivo de amortiguar el carácter cíclico del desarrollo
económico, interviniendo sobre todo en los períodos de crisis, y asegurar la esta­
bilidad del cambio. El principal instrumento de intervención había de consistir
en los tipos de interés.
Thornton realizó importantes contribuciones teóricas a la teoría del interés.
Observó que las leyes sobre la usura obligaban al Banco a ampliar el crédito de
manera ilimitada en los períodos en los que la tasa de beneficio era superior al
tipo de interés legal del 5 %. Y, anticipándose a Wicksell, evidenció el carácter
acumulativo y los efectos inflacionarios de este proceso. Más aún: en Substance
of two Speeches señaló también la importancia de los efectos de la inflación en el
sentido de reducir el valor real del interés. Por ejemplo, afirmaba que, con un in­
terés fijo sobre los préstamos al 5 %, una inflación del 3 % reduce el tipo de inte­
rés real al 2 %. No obstante, en los países en los que no existían leyes sobre la
usura este fenómeno llevaría a un aumento del tipo nominal. La implicación polí­
tica de este razonamiento era sencilla: sólo en ausencia de leyes sobre la usura el
Banco de Inglaterra podía dotarse de un instrumento de política monetaria eficaz
con los tipos de interés.

3 .4 .4 . MlLL Y EL DINERO

Thornton influyó de gran manera en Mili, quien ratificó el Inquiry como «la
más clara exposición, que yo conozca, en lengua inglesa del modo en que el crédito
opera en una nación mercantil» (Principies, p. 7 2 2 ). Mili entró en el ámbito de la teo­
ría monetaria en 1824, manteniendo una posición bullionista y afirmando que el au­
mento de los precios en el período de las guerras con Francia se había debido al ex­
DE RICARDO A MILL 125

ceso de emisiones y no a los gastos extraordinarios del gobierno. Sin embargo, ya en


1826, al comentar la crisis de 1825 en un artículo publicado en Parlamentary Review,
«Paper Currency and Commercial Distress», se había emancipado de la influencia
del monetarismo ricardiano. Sostenía aquí la tesis de que en un régimen de conver­
tibilidad no puede verificarse ningún exceso de emisiones. Pero esbozaba también la
idea, posteriormente desarrollada en los Principios, de que la especulación era la
causa principal del incremento de los precios, de la creación de crédito y, en conse­
cuencia, del aumento de las emisiones de billetes de banco.
Finalmente, en 1844, en plena polémica sobre el Bank CharterAct, Mili inter­
vino en defensa de las tesis de Tooke y Fullarton con un artículo publicado en la
Westminster Review, «The Currency Question». En esta intervención negó que el
Bank Act hubiera tenido efectos desestabilizadores en la economía real y en el ni­
vel de precios, y presentó de nuevo sus tesis de 1826 sobre el carácter endógeno
de la oferta de moneda y sobre el papel desempeñado por la especulación en el
sentido de desestabilizar el sistema, tesis que reforzó con la observación de que el
circulante constituye sólo una pequeña parte del «poder adquisitivo» en circula-
■ción, ya que los depósitos y el crédito representan una parte mayor. El Bank Act
resultaría ineficaz porque no incidiría sobre la especulación, no evitaría fuertes
oscilaciones del tipo de interés y, por tanto, no eliminaría los ciclos de «excita­
ción y depresión».
En cualquier caso, es en los Principios donde se encuentra la teoría moneta­
ria de Mili en su forma más completa, especialmente en la edición de 1857, en la
que realizó importantes modificaciones precisamente en las partes referentes al
tema monetario. Parecía que Mili aceptaba la teoría cuantitativa de la moneda,
que formuló de la siguiente manera: «a igualdad de cantidad de mercancías y de
número de transacciones, el valor de la moneda es inversamente proporcional a
su cantidad multiplicada por la llamada velocidad de circulación». Pero inmedia­
tamente después añadió: «la cantidad de moneda en circulación es igual al valor
monetario de todas las mercancías vendidas, dividido por el número que expresa
la velocidad de circulación» (p. 300). Esta segunda formulación resulta notable
precisamente por su ambigüedad. Si se interpreta como un enunciado de la teo­
ría cuantitativa, parece una prefiguración de la «ecuación de Cambridge» (véase
apartado 7.1.2), sobre todo si se resalta la tesis —que Mili, sin embargo, se limitó
a esbozar— de que las personas pueden decidir poseer moneda en previsión de
futuras contingencias. Si, por el contpáffo —como parece razonable—, se inter­
preta según la visión de la escuela bancaria, dicha formulación indica la existen­
cia de un nexo causal que va del valor de las transacciones a la cantidad de mone­
da. Probablemente sea esta la interpretación hacia la que tendía el propio Mili
cuando aludía a las «muchas otras calificaciones que se deben añadir a la afirma­
ción de que el valor del medio circulante [...] varía en relación inversa a su canti­
dad; calificaciones que, en un sistema crediticio complejo como el que existe en
Inglaterra, hacen que tal afirmación constituya una interpretación de los hechos
extremadamente incorrecta» (p. 303).
Por lo que respecta al tipo de interés, para Mili depende de la oferta y la de­
manda de fondos sujetos a préstamo; dicha oferta está constituida por los aho­
rros más los depósitos bancarios y los billetes de banco (Mili confunde aquí lige­
ramente los conceptos de «fondo» y «flujo»), mientras que ia demanda la une-
126 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

gran los gastos para inversiones más los gastos improductivos de los terratenien­
tes y los públicos. En las decisiones de inversión influye la diferencia entre tasa
de beneficio y tipo de interés. Este último, al variar en función de la oferta y la
demanda de fondos sujetos a préstamo, alcanza su valor normal de equilibrio
cuando llega a ser igual a la remuneración de la abstinencia y al rendimiento es­
perado del capital.
En Some Unsettled Questions, Mili había adoptado la teoría del ahorro forza­
do. En la primera edición de los Principios no la mencionó, pero en la edición de
1865 admitió que la inflación podría alimentar la creación de capital permitiendo
un desplazamiento de las inversiones del sector de los bienes de consumo (de
lujo) al de los bienes capitales. Además, y también en los Principios, Mili había
mostrado los efectos ejercidos por la inflaerón en la redistribución de riqueza de
los acreedores a los deudores, identificando a estos últimos principalmente con la
«clase productiva».
Mili tomó de la escuela bancaria, entre otras cosas, la «ley del reflujo»; y tra­
tó de reforzar la justificación de los otros teóricos antimetalistas con la observa­
ción de que un exceso de liquidez podría descargarse también al extranjero a tra­
vés de un déficit de la balanza de pagos.
En cualquier caso, dicho déficit —según él— tendería siempre a reajustarse
automáticamente. Para explicar esto, Mili acudió a la habitual teoría humeana
del mecanismo precios-flujo monetario, si bien la enriqueció desarrollando una
idea que habían sugerido ya Thornton y Gverstone: la idea de que el grueso del
ajuste de un desequilibrio exterior se realizaría por medio de variaciones del tipo
de interés. En esta óptica, un flujo de entrada de oro causado por un superávit
comercial bajaría el tipo de interés y fomentaría las exportaciones de capital,
mientras que un flujo de salida de oro produciría en efecto contrario. Un evidente
corolario político de esta teoría es que el Banco puede utilizar discrecionalmente
el tipo de interés para proteger sus reservas y estabilizar el cambio anticipando y
reforzando los ajustes automáticos. Esta concepción será posteriormente perfec­
cionada, en Theory of the Foreign Exchange (1861), por George Joachim Goschen
(1831-1907) —gobernador del Banco de Inglaterra en 1858—, y vendrá a consti­
tuir uno de los pilares teóricos de las políticas del tipo de interés en la época del
Gold Standard.
Finalmente, debemos a Mili una interesante teoría del ciclo económico, que
otorga gran importancia a los efectos de la especulación y de las expectativas. Las
perspectivas de beneficio generadas por las expectativas inflacionarias provocan
un aumento de la demanda de crédito y de mercancías. Éste alimenta la inflación
*y realiza las expectativas, provocando nuevos impulsos especulativos y poniendo
en marcha un proceso acumulativo de crecimiento de la inflación y de la especu­
lación. El ciclo se invertirá cuando los especuladores consideren que la inflación
ha avanzado demasiado y que ha llegado el momento de vender. Sin embargo,
apenas los precios empiecen a bajar puede producirse el pánico y agravarse la
crisis. Es en este punto en el que debería intervenir el Banco para frenar la con­
tracción con una expansión del crédito y una reducción del tipo de interés. Pero
las normas establecidas por el Bank Act impedían al Banco llevar a cabo esta po­
lítica, ya que lo obligaban —en época de crisis— a reducir la oferta de moneda
para defender las reservas de los «drenajes internos». En resumen, la menciona­
DE RICARDO A MILL Í27

da ley impedía que el Banco hiciera lo que habría debido hacer para estabilizar el
ciclo económico. Esto nos puede dar una idea de las razones que tenía Mili para
mostrarse en desacuerdo con el B a n k A c t.

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Capítulo 4
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX

4.1. De la utopía al socialismo


4.1.1. N a c im ie n t o d e l m o v im ie n t o o b r e r o

El presente capítulo abarca el mismo período que el anterior, y, como éste,


puede subdividirse en dos partes: la primera corresponde a los años transcurri­
dos desde las últimas guerras napoleónicas a la revolución de 1848; la segunda,
los veinte años siguientes. A diferencia del capítulo anterior, donde tratábamos
del desarrollo capitalista y de sus teorías económicas, nos ocuparemos aquí del
conflicto de clase entre los trabajadores y el capital, así como de las teorías que
surgieron de dicho conflicto.
La historia del movimiento obrero moderno se inició con la gran explosión
social ludista, que, en los años 1808-1820, tuvo lugar en Francia y, sobre todo, en
Inglaterra. En este último país, la agitación fue tan fuerte y organizada que el go­
bierno, para dominarla, hubo de recurrir a un ejército de 12.000 hombres.
El movimiento fue ahogado en sangre en ambos países, pero surgió de nue­
vo, con un mayor nivel de organización y de conciencia política, en las décadas
de 1820 y 1830. En Inglaterra estuvo organizado primero por los sindicatos de
inspiración owenista, y después por el movimiento cartista, bajo cuya bandera
llevo a cabo encarnizadas luchas por objetivos como las nuevas Poor Lavys, la Re-
form Bill, o la reducción de la jomada laboral para las mujeres y los niños. En
Francia produjo auténticas insurrecciones armadas a comienzos de la década
de 1830, algunas de las cuales dieron el golpe de gracia al régimen de Carlos X y
contribuyeron a la subida al trono del «pey-hurgués», Luis Felipe.
Todavía en la década siguiente hubo graves explosiones de conflictividad en
ambos países. En Inglaterra se alcanzó el punto culminante en 1842-1843, mien­
tras que en Francia se reanudó la lucha en 1844-1846, después de diez años de
tregua, para desembocar finalmente en la revolución de 1848.
Los veinte años siguientes, iniciados con la sangrienta derrota que sufrió el
movimiento obrero en Francia, constituyeron, al contrario que el período ante­
rior, una época de paz social casi completa en ambos países, y sólo en 1867-1869
estallarían de nuevo, de manera intensa y masiva, las luchas obreras.
La subdivisión de esta época en dos períodos, uno de intensa conflictividad
(1808-1848) y otro de paz social (1848-1868), coincide más o menos con la reali­
zada en el capítulo anterior c¡i',v ios años de la restauración y la «era del capi­
tal». Esta subdivisión en dus lases íia resultado útil para eumaieai la evolución.
130 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONOMICO

de las ideas económicas. En efecto, en la primera fase hemos observado una si­
tuación de turbulencia teórica, con una sucesión de innovaciones, una superposi­
ción de debates y una lucha incesante entre teorías alternativas; en la segunda, en
cambio, hemos asistido a diversos, intentos de sistematización y generalización
teórica y de elaboración de una ortodoxia científica. En este capítulo constatare­
mos u n fe n ó m e n o similar e n la evolución del pensamiento socialista: durante los
años de conflicto más intenso surgirán un gran número de teorías socialistas
nuevas y más o menos alternativas, mientras que los años de tregua social única­
mente producirán la gran obra sistemática de Marx.

4.1.2. L a s d o s car a s d e la u t o pía /

Así pues, en el período de 1808 a 1848 nació el moderno movimiento obre­


ro organizado, y, con él, los fundamentos de su visión del mundo. Esta no es una
historia del pensamiento político, y no disponemos aquí de espacio para tratar
del surgimiento del pensamiento socialista en general. Sin embargo, una histo­
ria del pensamiento económico, aunque sintética, no puede pasar por alto algu­
nos puntos esenciales.
En primer lugar conviene señalar los dos polos entre los que han oscilado
todos los intentos de elaboración de sistemas teóricos socialistas. Como veremos
en el próximo apartado, los sistemas que encarnaron estos dos polos a comienzos
del siglo xviii fueron los de Saint-Simon y Fourier. Pero podríamos remontamos
algunos siglos atrás, al menos hasta los años de apogeo del Renacimiento, para
rastrear en el pensamiento utópico humanista las primeras manifestaciones filo­
sóficas de aquella dualidad de proyectos.
Por una parte tenemos el modelo de la utopía del orden, elaborado por To­
más Moro y otros filósofos católicos, como Campanella y Ludovico Agostini. Este
modelo inspiró también el primer gran experimentó histórico de construcción
del «socialismo real», el de la república jesuita del Paraguay, con 144.252 habi­
tantes en el momento de máximo esplendor, y su extraordinaria duración de casi
un siglo, a caballo entre el XVII y el XVIII. Lo que predomina en este modelo es la
visión católica de la sociedad como «cuerpo místico». Los individuos existen, .y
merecen ser felices, pero sólo en tanto que forman parte de una entidad metafísi­
ca que, por decirlo así, les da vida como seres sociales. La libertad individual no
constituye un valor en Utopía: los hijos obedecen a sus padres, las mujeres a sus
maridos, y todos a los patriarcas; los esclavos obedecen a los hombres libres, y
las colonias a la metrópolis. Y sobre todo ello domina el Estado. Los esclavos no
constituyen un problema moral: son personas que prefieren la esclavitud en Uto­
pía a la libertad fuera. Tampoco el imperialismo, es un problema; al contrario:
quien está fuera del orden ideal meréce la sumisión. Resulta sorprendente que un
sistema como este haya sido concebido como sociedad ideal. Pero en realidad lo
era: era la forma ideal del dominio del cuerpo social sobre el individuo, con la
producción perfectamente planificada, las decisiones completamente centraliza­
das, la actividad laboral maravillosamente organizada, e incluso la arquitectura y
la geografía física sometidas al elegante rigor de la geometría social, por no men­
cionar la intromisión del Estado en el ámbito sexual. El principio que regulaba la
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 131

propiedad de los medios de producción en la república de los jesuitas fue enun­


ciado en una sentencia lapidaria de Voltaire: «el pueblo no posee nada; los jesui­
tas, todo».
El contrapunto de este diseño de sociedád ideal surgió casi al mismo tiem­
po, hacia mediados del siglo XVI, y era el modelo de la utopía de la libertad. La
mayoría de las versiones literarias de este modelo son casi todas menos eruditas
y refinadas que la de Tomás Moro, dado su origen popular, pero son fácilmente
reconocibles: en los diversos países de Cucaña, donde no es necesario trabajar
para comer; en el «mundo sabio y loco» de Doni, donde la familia y el dinero han
sido abolidos y donde no existe ni gobierno central ni división entre trabajo inte­
lectual y trabajo manual; o en la rabelaisiana «abadía de Théléme», donde sólo
rige una norma —«haz lo que quieras»—; y, finalmente, en el primer intento (que
fracasó al poco tiempo) de realizar dicha utopía por parte de los diggers de Eve-
rard y Winstanley durante la revolución inglesa. Se trata de un sueño de emanci­
pación que apunta a la liberación de los individuos, que cuenta con unos funda­
mentos filosóficos más o menos explícitamente anticatólicos, cuando los tiene, y
de orientación hedonista. En la medida de lo posible el trabajo desaparece y, con
él, el Estado, al menos como tendencia. La regla de «organización» política la es­
tableció Sade durante la gran revolución, y es muy sencilla: «¡Franceses, un es­
fuerzo más...!»

4.1.3. S a in t -S im o n y F o u p je r

Ahora bien: entre una y otra revolución, estos dos modelos de sociedad alter­
nativa atravesaron la cultura europea, sin solución de continuidad, desde el Re­
nacimiento a la Ilustración. En la primera mitad del siglo XIX se encontraron con
el movimiento obrero organizado, y dejaron de ser sueños para convertirse en
proyectos.
Claude-Henry de Rouvroy de Saint-Simon (1760-1825) encarnó, más que
ningún otro pensador socialista de la época, el principio de la cohesión orgánica
de la sociedad. Superando «dialécticamente» el pensamiento ilustrado, pero so­
bre todo su antítesis reaccionaria, tal como se manifestó a comienzos de siglo en
el pensamiento de De Maistre y de De Bonald, la síntesis saint-simoniana trató de
unir una visión anti-individualista de Ía/sociedad con el culto al progreso tecnoló­
gico y científico, así como de proyectar en el futuro, en lugar de hacerlo en el pa­
sado, el ideal de una organización social cohesionada y funcional. Lejos de que­
rer realizar el sueño democrático del siglo XVIII y la Revolución, Saint-Simon ela­
boró un modelo de sociedad fuertemente jerarquizada y rigurosamente merito-
crática.
Del capitalismo, Saint-Simon despreciaba el despilfarro, el parasitismo, la
anarquía; en suma, la imperfección. Su «socialismo» aspiraba a una sociedad de
productores, es decir, de trabajadores, técnicos, científicos, empresarios: los «in­
dustriales», como él los llamaba. Para Saint-Simon, en la nueva sociedad los ca­
pitalistas deberían constituir la elite dirigente, pero no en virtud del poder que
o to rg a la riq u eza , sin o m ás b ien en virtud' de su fu n ció n d e innovadores y o r g a n i­
zadores de la producción. Los trabajadores obtendrían u n a m ejo ra g ra d u a l d e su s
132 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

condiciones de vida, pero no contra las máquinas ni contra el capital, sino gra­
cias a ello.
El sistema industrial, escrito en colaboración con su secretario, Auguste
Comte, y publicado entre 1820 y 1822, es la principal obra de Saint-Simon. En
ella predicaba la ampliación de la eficacia productiva de la fábrica al conjunto cíe
la sociedad, reducida esta última a una inmensa fábrica; la planificación centrali-.
zada de la producción, y una distribución basada en el principio de la correspon­
dencia entre las remuneraciones y las prestaciones productivas.
El sistema industrial de Saint-Simon liberaría finalmente al hombre; pero
¿de qué? No es difícil darse cuenta de que una república como aquella, en la que
la libertad individual se veía coartada en favor de las prerrogativas de la colectivi­
dad, necesitaría una religión fuerte.' Por/dtra parte, presuponía un sólido pensa­
miento metafísico y ético. No resulta sorprendente, pues, que Saint-Simon aspi­
rase a dar a la humanidad un nuevo catecismo, el Catecismo político de los indus­
triales, tal como se titulaba una obra suya escrita en 1823-1824, o incluso a fun­
dar una nueva religión, un Nouveau christianisme, como pretendía su última
obra, de 1825. Ni tampoco sorprende que al final algunos de sus seguidores se li­
mitaran a fundar sectas religiosas. Los más realistas, por el contrario, se dedica­
ron a las finanzas o a la ingeniería en un intento de mejorar, si no a la humani­
dad, por lo menos al capitalismo.
En las antípodas de SainriSimon se encuentra Charles Fourier (1772-1837).
Sus principales obras son: Théorie des quatre mouvements (1808); Traite de l'asso-
ciation doméstique-agricole (1822); El nuevo mundo industrial y societario (1829),
y La fausse industrie (1835-1836). También el pensamiento de Fourier presupone
una especie de negación dialéctica de-la Ilustración, pero ahora el eslabón de
unión lo constituye Rousseau, su filosofía del buen salvaje, su intento de llevar a........
sus últimas consecuencias e l componente iusnaturalista d e l p e n s a m ie n to d e l s i­
g lo XVII.
Es importante dejar claro que no sólo Fourier, sino también una gran parte
de los pensadores socialistas del siglo XIX, tomaron de Rousseau la crítica a aquel
modo de razonar del iusnaturalismo que «consiste en establecer siempre el dere­
cho a partir del hecho» y que había permitido a Locke justificar, entre otras co­
sas, la propiedad privada y su distribución desigual.
Rousseau había adaptado el iusnaturalismo del siglo XVII a sus propios idea­
les filosóficos, hasta llevarlo a negar la naturalidad, no sólo del Estado y de la
propiedad privada, sino también de la familia. Para él, la desigualdad social ha­
bría nacido de una ruptura drástica del «estado de naturaleza originario», ruptu­
ra de la que habrían surgido la historia, las instituciones y la civilización. El «es­
tado de naturaleza» en Rousseau era una construcción ideológica que apuntaba a
evidenciar, no el carácter natural del ser social, del orden social existente, sino la
dimensión del «deber ser» que le es inherente como potencialidad y negación.
La teoría del «buen salvaje» —en una versión, a decir verdad, más bien inge­
nua— está presente también en el pensamiento de Fourier; más aún, constituye
uno de sus presupuestos filosóficos fundamentales. Para Fourier, los hombres _
.son naturalmente buenos. No es que no tengan «perversiones», pero éstas son ta­
les sólo porqué la sociedad es antinatural. Si se permitiera a los individuos reali­
zar libremente sus inclinaciones naturales, éstos se organizarían espontáneamen-
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 133

te de manera armoniosa. Le. nouveau monde amoureux (este es el título de una


obra que Fourier no tuvo el valor de dar a la imprenta, y que permaneció inédita
hasta 1967) vería combinarse las pasiones de unos individuos con las de los
otros, con lo que dejarían de ser perversiones. La familia, receptáculo de todo gé­
nero de hipocresía y de todo género de represión, sería abolida; y, con ella, el co­
mercio, cáncer de la economía y causa de despilfarro y parasitismo. El consumo
se reduciría espontáneamente a lo esencial; la industria se reorientaría; el trabajo
se organizaría en pequeñas comunidades y se distribuiría sobre la base de las ap­
titudes y deseos individuales. La alienación desaparecería junto con la explota­
ción económica y la opresión política.
No resulta difícil entender por qué Marx y Engels, en el Manifiesto del Parti­
do Comunista (1848), situaron a Fourier —aunque también a Saint-Simon, y esto
es quizás un poco más difícil de entender— entre los socialistas utópicos. Marx y
Engels, como casi todos los demás socialistas del siglo XIX, huyeron de ambos ex­
tremos, aunque, también como todos ellos, trataron de elaborar su propio siste­
ma socialista combinando las ideas de Saint-Simon y Fourier.
Para comprender el sentido-de la polaridad doctrinal encarnado por Saint-
Simon y Fourier, así como la razón de que impregnara todo el pensamiento so­
cialista, hay que partir de la ambivalencia real del problema que da origen a la re­
flexión socialista. La liberación del trabajo implica la abolición de una relación
social: la relación entre capital y trabajo. Este proyecto de liberación tenia dos ca­
ras. Por una parte, puede entenderse como un plan para abolir el beneficio y el
capital; por otra, como un proyecto para abolir el salario y el trabajo. En el pri­
mer caso, se da más importancia a la explotación capitalista; en el segundo, a la
alienación del trabajo. En el primero, se aspira a una sociedad ideal que asegure
la justicia distributiva; en el segundo, a una sociedad nueva que asegure la liber­
tad individual. En el primer caso, la libertad no constituye un valor; bien al con-
Lrario, el principio de autoridad, liberado de los residuos feudales que lo vincula­
ban arbitrariamente a personas físicas (los propietarios del capital) incluso en la
sociedad burguesa, será exaltado y —en cierto modo— purificado cuando se re­
fiere a un principio organizador tecnocrático y a un criterio distributivo meriio-
crático. En el segundo caso, en cambio, será la igualdad económica, entendida
como ley de correspondencia entre remuneraciones y prestaciones productivas,
la que carecerá de valor, puesto que no tiene en cuenta la desigualdad «natural»
de las necesidades y las aspiraciones individuales en las que se fundamenta la in­
teracción social.
Pues bien: confuso e indeciso entre estas dos aspiraciones opuestas, aparen­
temente irreconciliables, e imposibles de conciliar con las posibilidades históri­
cas, el socialismo de la primera mitad del siglo XIX parecía destinado a producir
únicamente fantasías, vanos asaltos al cielo (en Europa) y vanas comunidades
agrícolas (en América). Fue el genio de Marx el que rompió el encanto, fundando
el socialismo moderno. En realidad, Marx tuvo, no una, sino dos intuiciones ge­
niales. La primeraconsistió en interpretar los dos principios antitéticos de reor-
ganización social como leyes de dos fases históricas. La sociedad «socialista», en
la que cada cuál sería remunerado según su capacidad, sería sólo la primera fase
de una evolución hada una organización social superior, la «comunista», en la
que se daría a cada cual sólo según sus necesidades,,La oirá inunción genial con
134 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

sistió en no decir mucho más que aquello. Marx evitó las elaboraciones extrava­
gantes, dejando a la historia —es decir, a los propios hombres— la tarea de reali­
zar los ideales humanos. Fue así como el sueño socialista, en palabras de Engels,
se convirtió en «científico».

4.2. Teorías económicas socialistas


4.2.1. S ism ond i , P roudhon , R odbertus

En el ámbito del análisis económico, los socialistas de la primera mitad del


siglo XIX realizaron importantes contribuciones, produciendo una serie de doctri­
nas bastante homogéneas entre sí, pese a la diversidad de enfoques analíticos y
de backgrounds culturales. En cualquier caso, el elemento unificador fue la in­
fluencia de la teoría económica ricardiana, que, en distinta medida y con diferen­
tes grados de conciencia, se hizo sentir en todos los economistas socialistas de la
época, de Sismondi a Rodbertus y de Proudhon a los socialistas ricardianos.
De Jean Charles Leonard Simonde de Sismondi (1773-1842) recordaremos
los Nuevos principios de economía política (1819) y los Études sur l'économie po-
litique (1837-1838). Sismondi era un teórico de la anarquía de la producción ca­
pitalista y un crítico de la ley de Say. Además, consideraba el laissez faire un
arma de los capitalistas contrá los trabajadores, quienes, a causa de la compe­
tencia y del progreso técnico, se veían obligados a aceptar salarios de subsisten­
cia y a sufrir un empobrecimiento progresivo. Sin embargo, el bajo nivel de con­
sumo por parte del trabajador obstaculizaría la realización del surplus produci­
do, Así, la ley de Say no funcionaba a causa de la distribución desigual de la ren­
ta. Esta tesis se parecía a la de Malthus; pero Sismondi no proponía que se re­
solviera el problema redistribuyendo riqueza de los capitalistas a los terrate­
nientes, sino de los capitalistas a los trabajadores, objetivo que podría realizarse
mediante la intervención estatal. Sin predicar revoluciones violentas y sin pedir
la abolición de la propiedad privada, el socialismo de Sismondi aspiraba a cons­
truir una sociedad dominada por pequeños productores, agricultores y artesa­
nos; con una industria que distribuyera sus ganancias también a los trabajado­
res; con una propiedad de la tierra fraccionada, aunque no demasiado; con una
asistencia social amplia y eficiente, y con un sistema de impuestos sobre las he­
rencias fuertemente progresivo.
En una posición en parte similar se situaría, algunos años después, Pierre-
Joseph Proudhon (1809-1865), de quien recordaremos al menos ¿Qué es la pro­
piedad? (1840) y el Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la mi­
seria (1846). Proudhon se acercaba más a las ideas de Fourier que a las de Saint-
Simon: predicaba la abolición, no de la propiedad privada, sino sólo de sus exce­
sos, y exaltaba la libertad individual contra cualquier forma de estatalismo. Su
socialismo presuponía la capacidad de los individuos de organizarse espontánea­
mente y aspiraba a construir una economía de cooperativas artesanales e indus­
triales. Rechazaba la lucha de clases y veía en el crédito gratuito el principal ins­
trumento para la construcción del socialismo: por medio de aquél, los trabajado­
res podrían acumular su propio capital.
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 135

Contemporáneo de Proudhon, pero en las antípodas de sus concepciones po­


líticas y económicas, fue Johann Karl Rodbertus (1805-1875). Sus principales
obras son: Zur Erkenntniss unserer staatswirtschaftlichen Zustände (1842) y Sozia­
le Briefe an von Kirchmann (1850-1851). Crítico romántico y conservador del ca­
pitalismo, Rodbertus profesó un socialismo estatalista y reformista en el que la
desigualdad de la distribución de la renta pudiera ser, si no eliminada, al menos
reducida a unos límites dignos. Los instrumentos para alcanzar este objetivo se­
rían, básicamente, la tributación y la regulación estatal de los precios. Rodbertus
utilizó la teoría del valor-trabajo para demostrar que la existencia de rentas dis­
tintas del salario implicaba la explotación de los trabajadores. Además sostenía
que, a causa de la tendencia de los salarios a ajustarse al nivel de subsistencia, el
progreso técnico comportaría, por una parte, un creciente empobrecimiento rela­
tivo de los trabajadores y, por otra, una crónica predisposición del sistema capita­
lista a las crisis de subconsumo.

4.2.2. G odwin y O w en

En Inglaterra, la polaridad entre socialismo organicista y socialismo liberta­


rio estuvo representada por las posiciones contrapuestas de Owen y Godwin.
William Godwin (1756-1836), en la Investigación acerca de la justicia política
(1793), trató de construir su propio sistema teórico socialista sobre bases utilita­
ristas, llegando a criticar la justificación de Locke de la propiedad privada con ar­
gumentos no muy distintos a aquellos con los que Rousseau había criticado el
iusnaturalismo del siglo XVII. Según Godwin, todo individuo tiene derecho sólo a
la posesión de los bienes que le sirven para lograr su propia satisfacción; y nadie
tiene derecho a aumentar su propio placer en perjuicio del de los demás. La pro­
piedad privada, en la medida en que contradice este principio de justicia, es ilegí­
tima. Su único fundamento es el derecho de propiedad y la sanción que le otorga
el Estado. Así, libertad individual y justicia social son para Godwin dos caras de
la misma moneda, y liberar al hombre de la opresión requiere la abolición tanto
de la propiedad privada como del Estado. En cualquier caso, para Godwin el
hombre es racional y fundamentalmente bueno, y posee los medios necesarios
para realizar dichos objetivos, más con la persuasión que con la violencia.
La filosofía de Robert Owen (177P-1858), por el contrario, se inspiró en una
visión pesimista del hombre. Recordaremos aquí sólo sus dos obras más impor­
tantes: A New View of Society (1813) y The Book of the New Moral World (1836).
Owen no reconocía en el hombre ninguna aspiración natural a la libertad. Por
otra parte, pensaba que su carácter podía moldearse simplemente modificando
sus condiciones de vida. Así, propuso un sistema de organización social inspirado
en fines educativos, que incluso trató de llevar a la práctica en una fábrica de su
propiedad. Para él, la fábrica representaba el núcleo en tomo al cual se debería
reconstruir la sociedad. La fábrica habría de gestionarse cooperativamente; ha­
bría que aumentar la producción recurriendo incluso a la maquinaria más mo­
derna; los bienes se deberían intercambiar en base al trabajo contenido; la socie-
nona de ai '!' no sólo a lo planificación de lo reducción. idiTi n u vn a
la formación espiritual de los productores. El gobierno debería ser prerrogativa
136 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

de los ancianos, y toda la jerarquía de poderes que estructuraba las relaciones so­
ciales debería basarse en las diferencias de edad. Este aspecto —la gerontocra-
cia— era típico de gran parte de las utopías del orden: dado que no se podía pres­
cindir del principio de autoridad en una sociedad en la que el pueblo no poseía
nada y los jesuitas lo poseían todo, parecía que una distribución del poder basada
en la edad sería la más natural y la menos injusta.

4 .2 .3 . S o cia lista s r ic a r d ia n o s y a f in e s

En Inglaterra, el pensamiento de Owen inspiró un fuerte movimiento coope­


rativista, así como, en la década de 182ftr"ün combativo movimiento sindical que
más tarde confluiría en el carlismo.
Próximos al movimiento owenista fueron tres economistas conocidos como
«socialistas ricardianos»: William Thompson (1783-1833), John Gray (1799-1850)
y John Francis Bray (1809-1895). A ellos se pueden añadir otros dos economistas
de la época: Thomas Hodgskin (1787-1869) y Piercy Ravenston, quienes se dife­
rencian de los tres anteriores sobre todo por sus posiciones políticas: anarquista
y libertaria el primero; tradicionalista y conservadora el segundo.
Desgraciadamente, no disponemos aquí de suficiente espacio para ocupar­
nos de cada uno de estos economistas con el detenimiento que merecen. Nos li­
mitaremos, pues, a señalar sus principales obras: A Few Doubts as to the Co-
rrectness of Some Opinions Generaíly Entertained on the Subjects of Population
and Political Economy (1821), de Ravenston; An Inquiry into the Principies of the
Distribution ofWealth Most Conducive to Human Hapiness (1824), de Thompson;
Labour Defended Against the Claims of Capital (1825) y Popular Political Economy
(1827), de Hodgskin; A Lecture on.Human Happiness (1825), de Gray; Labour's
Wrongs and Labour's Remedy (1839), de Bray. Añadiremos sólo algunos comenta­
rios sobre ciertos aspectos comunes de sus doctrinas económicas, conscientes de
que, al ignorar sus diferencias, cometemos una injusticia con ellos.
Estos economistas se vincularon directamente al planteamiento teórico clá­
sico, especialmente al ricardiano. Aceptaron la teoría del valor-trabajo, la cual,
unida a una particular interpretación de la doctrina iusnaturalista de la propie­
dad, trataron de plantear como fundamento de una teoría de la explotación de los
trabajadores. De Locke tomaron la tesis de que el trabajo constituye la fuente del
valor. La consecuente explicación del valor y de la distribución se refiere a un
modelo de sociedad «natural», y éste se contrapone a la sociedad real para esta­
blecer comparaciones. De las tesis de Locke acerca de la propiedad privada, acep­
taron las que la hacen derivar del derecho natural de todo individuo a disponer
del producto de su propio trabajo, pero no las que tratan de justificar-una deter­
minada estructura histórica respecto a su distribución con la teoría del consenso
social y la convención monetaria. Para los socialistas ricardianos, el sistema capi­
talista no posee en absoluto aquel carácter de «naturalidad» que pretendían atri­
buirle Locke y Smith. Por el contrario, se trata de un sistema artificial basado en
la negación del principal derecho natural: el derecho del trabajador al producto
de su propio trabajo.
P o r otra p arte, los socialistas ricardianos destacaron el papel desempeñado
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 137

por la competencia en el mercado de trabajo, al ejercer una presión a la baja so­


bre los salarios. Es la competencia la que empuja los salarios al nivel de subsis­
tencia, y, sobre todo, la que los obliga a permanecer a un nivel que, en cualquier
caso, siempre resulta inferior al «valor del trabajo».
En cuanto a la teoría del valor y la distribución, estos economistas eran me­
nos ingenuos de lo que permitiría pensar la crítica que les dirigió Marx. Hodgskin,
en particular, que conocía a fondo la manera en que el problema se había presen­
tado a Smith y había entendido las razones de sus dificultades analíticas, propuso
una solución que se puede considerar impecable. Distinguió el «precio natural»,
entendido como el que regiría en una economía regulada por las leyes de la natu­
raleza —y que puede expresarse en términos de trabajo contenido—, del «precio
social», que es el que rige en la sociedad real, es decir, en una sociedad en la que
los trabajadores no reciben el producto íntegro de su trabajo. El «precio social» es
el precio de producción expresado en términos de trabajo exigido; y, ciertamente, „
en una economía capitalista éste es siempre mayor que el expresado en trabajo
contenido.
Finalmente, para hacer uri mínimo de justicia a los socialistas ricardianos, y
para demostrar, al menos, que no se ocuparon únicamente de problemas «metafí-
sicos», queremos recordar un escrito anónimo publicado en 1821 con el título de
An Inquiry into Those Principies Respecting the Nature of Demand and the Necessi-
ty of Consumption. La intención de su autor era intervenir en el debate entre Mal-
thus y Ricardo en torno a la posibilidad de superabundancias generales, para de­
mostrar que la aceptación por parte de Malthus de la tesis de que «ahorrar no
significa nunca atesorar» socavaba su teoría de la carencia de demanda efectiva.
Negaba, sin embargo, que Ricardo tuviera razón respecto a la imposibilidad
de superabundancias generales. En efecto, el autor sostenía que los procesos de
ajuste con los que la competencia corregiría los improvisados cambios de canales
del comercio no son automáticos, ni indoloros en términos de beneficios y de
empleo. Tales ajustes podrían requerir un largo período de inactividad y la conse­
cuente pérdida de trabajo a nivel microeconómico. Aún peor: podrían reducir la
escala de actividad del conjunto de la economía a un nivel más bajo que el inicial.
El autor del ensayo no fue demasiado claro al indicar las causas del fenómeno,
pero resulta muy interesante su tesis de que el sistema crediticio existente agrava
todas las grandes fluctuaciones, y da la impresión de poseer un conocimiento di-
recto —y no sólo teórico— del fenómerío de la crisis cuando observa que las con­
tracciones del crédito por parte de los bancos determinan una disminución de la
inversión, de la producción y del empleo.
Mencionaremos, finalmente, un economista inglés contemporáneo de los so­
cialistas ricardianos, Richard Jones (1790-1855), a pesar de que, en rigor, no ha­
bría de incluirse aquí, puesto que no era ni socialista ni ricardiano. Sin embargo,
teniendo en cuenta que este apartado constituye, de hecho, una reseña de los pre­
cursores ingleses de Marx, Jones debe figurar en ella. En sus dos principales
obras, An Essay on the Distribution ofWealth and the Sources of Taxation (1831) y
An Introductory Lecture on PoUtical Economy (1833), Jones criticó a Ricardo por
su método deductivo y/aprioristico;, sugiriendo la necesidad de basar las, generala
/.aciones feéricas, para que resulten verdaderamente útiles, 1 1’.„.rvac¡f')n f]0
los- hechos históricos. Además, criticó que Ricardo hubiera generalizado leyes
13 8 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

cuya validez está delimitada históricamente, presentándolas como leyes natura­


les. Para Jones, la economía política debería ser una forma de «anatomía econó­
mica» de las sociedades; es decir, debería estudiar las estructuras de clase y los
modelos institucionales que presiden la producción y la distribución de la renta
en sociedades históricamente determinadas. Se vería, entonces, que las leyes for­
muladas por Ricardo, en particular las relativas a la formación de la renta de la
tierra (la obra de Jones de 1831 se refería únicamente a la renta de la tierra, y
apenas tuvo eco), sólo son válidas en una sociedad capitalista. Sin embargo, este
tipo de sociedad representa únicamente una fase del desarrollo histórico de la
humanidad. Lo que la caracteriza es el hecho de que en ésta los trabajadores de­
penden de «una clase de emprendedores, que les remunera con anticipos del ca­
pital». Esta fase fue precedida por otra en la que'los trabajadores «dependían de
una clase de clientes, que les pagaban con sus propias rentas». Aunque Jones
simpatizaba más con las ideas conservadoras que con las socialistas, no excluía
que el capitalismo pudiera ser «una fase de una evolución de la industria» hacia
un estado de cosas más deseable, como aquel «en que los trabajadores se identifi­
quen con los propietarios del stock acumulado» (p. 445). No resulta sorprenden­
te, pues, que Marx dedicara a Jones un capítulo entero de su obra Teorías sobre la
plusvalía, y

4.3. La teoría económica de Marx


4.3.1. M arx y los clásicos

Precisamente mientras en todo el mundo capitalista se consolidaban las teo­


rías de la armonía económica, Karl Marx (1818-1883) trabajaba en la «crítica de
la economía política». Las fechas son aquí muy importantes. La derrota obrera
de 1848 había cerrado un ciclo de luchas de más de treinta años y había iniciado
una fase de hegemonía cultural burguesa y de -desarrollo económico capitalista
sin precedentes en la historia europea. Los viejos revolucionarios, constreñidos al
exilio y a la inactividad política, hubieron de buscar un modo de ganarse la vida.
La opción que tomó Marx consistió en encerrarse en la biblioteca del British Mü-
seum y dedicarse en cuerpo y alma... al estudio. De líder revolucionario se convir­
tió en «economista», atihque firmemente convencido de que de este modo seguía
trabajando para el «viejo topo». Se trataba, ciertamente, de un retorno al «arma
de la crítica». Pero, para Marx, la «crítica de la economía política» —subtítulo de
El capital— debía constituir un arma para la revolución proletaria.
El primer volumen de El capital se publicó en 1867. Los otros dos fueron pu­
blicados postumamente por Engels en 1883 y 1894: Marx no había tenido tiempo
de redactar una versión definitiva, y algunos capítulos son poco más que una re­
copilación de apuntes. También otras dos importantes obras de Marx se hallan
constituidas por recopilaciones de apuntes, más o menos ordenados: las Teorías
sobre la plusvalía, publicadas en 1905, y las Grundrisse, que no vieron la luz hasta
1939-1941. ; ...............................................................................
Existe una estrechísima relación entre Marx y los clásicos. Por otra parte, él
mismo iuvo la menor dificultad en reconocer los méritos científicos de
n u n c a
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 139

los grandes economistas clásicos ingleses, en especial de Ricardo. La propia de­


nominación de «clásicos» se debe a Marx. Con ella, les tributaba casi el homena­
je propio de un alumno y, entre otras cosas, pretendía distinguirlos de los econo­
mistas «vulgares», los apologistas del capitalismo, que trabajaban para producir
consenso en lugar de ciencia. Su definición de «economía política clásica» es
sencilla y rigurosa, y coincide con la de «economía ricardiana»: un sistema teó­
rico basado en la teoría del excedente, en la teoría del valor-trabajo, en la meto­
dología de conjuntos, en el análisis de los comportamientos de las clases socia­
les y de las relaciones existentes entre ellas. El propio pensamiento de Smith fue
escrutado a la luz del sistema ricardiano, y no en todas las ocasiones superó la
prueba.
Para Marx, la economía política clásica era la expresión teórica del punto de
vista de la burguesía en la época en la que el moderno sistema capitalista se esta­
ba consolidando. La referencia histórica la constituían la revolución industrial in­
glesa y la lucha por la hegemonía política que llevó a cabo la burguesía en Ingla­
terra y Francia en 1815-1848. En la lucha contra las fuerzas de la reacción aristo­
crática y clerical, la burguesía se hacía intérprete de las exigencias de todo el con­
junto de la sociedad, esforzándose en presentar sus propios intereses de clase
como intereses colectivos, y el espíritu de acumulación privada como instrumen­
to de crecimiento de la riqueza de las naciones. Por el contrario, los intereses de
los terratenientes debían mostrarse en conflicto con los de la colectividad. De ahí
la necesidad de un sistema teórico basado en el análisis de las clases sociales, en
el estudio del conflicto de clase y de la dinámica de los colectivos económicos re­
sultantes del comportamiento y de la interacción de los sujetos colectivos. A todo
esto aludía Marx cuando afirmaba que los clásicos se proponían «penetrar en la
fisiología íntima de la sociedad burguesa». Por lo tanto, el aparato analítico de la
economía clásica resultaba válido. Y Marx lo adoptó plenamente.
Sin embargo —siempre siguiendo a Marx—, a partir de 1830 se verificó un
giro importante en la historia del pensamiento económico. Apenas la burguesía
industrial llegó al poder en Inglaterra y Francia, con el apoyo del proletariado,
se apresuró a cambiar de alianzas. En aquel momento, el conflicto de clase con
el proletariado había pasado a primer plano, mientras que la lucha con los terra­
tenientes había amainado. Ahora se trataba de demostrar que el sueño ilustrado
de una sociedad de ciudadanos libres finalmente se había realizado; que en esta
sociedad ya no había opresión ni explotación, que cada cuál recibía lo que daba,
que la lucha de clases, e incluso las propias clases, ya no tenían razón de ser. En
este sentido, un sistema teórico centrado en las clases y el conflicto de clase ya
no servía. En cambio, las teorías de la armonía de los intereses y de los factores
productivos cooperantes resultaban más útiles. Así, según Marx, mientras era
traicionada por los «economistas burgueses», la herencia científica de la econo­
mía clásicá pasaba a los socialistas. Ahora era la clase de la cual éstos se hacían
representantes la que presentaba sus propios intereses como intereses colecti­
vos, De ahí el interés cognoscitivo socialista por «penetrar en la fisiología íntima
de la sociedad burguesa». En la visión de Marx, el proletariado heredaba de la
burguesía la ciencia, a la espera de heredar él mundo. Esto explicaría el lugar de
i:A capital en ia historia de] pensamiento económico; v, para Marx, daba también
cuenta de la propia capacidad de reconocer los límites de la economía política
140 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

clásica. En efecto, no es necesario recordar que se trataba de una «crítica de la


economía política».
Las críticas que Marx dirigió a los clásicos fueron muchas. Pero tres de ellas
en particular resultan fundamentales. La primera se refiere a su incapacidad de
explicar la n a tu r a le z a del beneficio y del capital. Se habían planteado el problema
de determinar la magnitud del beneficio, pero no el de explicar sus bases sociales,
es decir, su origen a partir de la explotación deí trabajo. Marx reconoció que
Smith había intuido no sólo el problema, sino también, en su distinción entre tra­
bajo contenido y trabajo exigido, las premisas para la solución correcta. Pero
nada más. A Ricardo no le reconoció ni siquiera eso.
La segunda crítica está vinculada qda primera, y se refiere a la incapacidad
de los clásicos para reconocer el carácter histórico del capitalismo. Puesto que no
sabían qué es el capital, los clásicos no diferenciaban su dimensión tecnológica
de su dimensión social. Así como la necesidad de utilizar medios de producción
para producir mercancías siempre ha existido y siempre existirá, el capital y la
formación social a la que da origen serían eternos. Sin embargo, para Marx el ca­
pital es una relación social: no es simplemente el conjunto de los medios de pro­
ducción; es, por el contrario, el poder que el control de éstos confiere a la burgue­
sía, el poder de utilizar los medios de producción para producir beneficios. Sólo
en un determinado sistema social, que Marx llamaba «modo de producción capi­
talista», los medios de producción se convierten en capital. Entonces, la tarea de
la crítica de la economía política consistiría, por una parte, en comprender cómo
funciona este modo de producción, y, por otra, en descubrir sus «leyes de movi­
miento», es decir, sus leyes de evolución y transformación histórica.
La incapacidad de los economistas clásicos —y sobre todo de los «vulga­
res»— de reconocer la existencia deja explotación como fundamento del modo
de producción capitalista les llevaba, según Marx, a centrar su atención en las
relaciones de intercambio, en lugar de hacerlo en las de pmducrión..Xestansia.-
tercera de las críticas. En el intercambio, los individuos intervienen como suje­
tos autónomos, ya que dicho intercambio es siempre el resultado de sus decisio­
nes independientes; pero intervienen también como sujetos iguales, puesto que
el intercambio siempre lo es entre equivalentes, y las diferencias cualitativas én­
tre las mercancías intercambiadas —por ejemplo, entre el trabajo y el salario—
son ocultadas por la igualdad de su valor de cambio. He aquí por qué un sistema
de mercado aparece como un sistema de igualdad y de libertad. Smith había ha­
blado de esta libertad en términos de libre competencia o perfect liberty de cada
agente económico. Si los individuos son iguales y libres, su capacidad de reco­
nocer y perseguir sus propios intereses personales activará la «mano invisible»,
en virtud de la cual todos los intereses resultan conciliados. De este modo, una
economía de intercambio de libre competencia es un sistema de armonía social,
un sistema en el que cada uno tiene lo que quiere y puede pagar con aquello que
da. Se puede entender entonces por qué Marx, al querer explicar la naturaleza
de la relación social que liga el trabajo al capital, centró su atención en el ámbi­
to de la producción en lugar de hacerlo en el de la «circulación», y se fijó espe­
cialmente en los mecanismos que regulan la, producción! de la renta y su distri-
bncLVn ¡/ñire salarios v beneficios.
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 141

43.2. E x pl o t a c ió n y valor

La teoría marxista de la explotación pretendía mostrar la verdadera natura- s


leza de la relación capital-trabajo, desenmascarando la forma de relación entre!
equivalentes bajo la que se presenta el intercambio entre salario y trabajo. El tra­
bajador interviene en el mercado del trabajo como vendedor del único requisito
productivo del que es propietario: la «fuerza de trabajo». Como cualquier mer­
cancía, también ésta debe someterse a la «ley general del valor»: en una situación
de equilibrio, recibe un precio determinado por las condiciones de producción.
Cada trabajador, para producir «capacidad laboral», debe consumir cierta canti­
dad de su salario en proporciones determinadas por los hábitos de consumo pre­
dominantes en la época considerada. Así, el «valor de la fuerza de trabajo» es
igual al valor de los medios de subsistencia necesarios para la supervivencia y la
reproducción de la clase trabajadora. El capitalista interviene en el mercado del
trabajo con la mercancía que posee, o sea, el capital, o —mejor— el salario. Con
éste paga el «valor de cambio» de la fuerza de trabajo y adquiere su «valor de
uso». Tras el intercambio, el trabajo se ha convertido en medio de producción, y
su uso, según las reglas establecidas en el contrato laboral y las normas vigentes,
es prerrogativa del capitalista. De este modo, el producto del trabajo, es decir, el
conjunto de las mercancías producidas con el uso del trabajo, pertenece al capita­
lista.
En el proceso de producción, el trabajo manifiesta su capacidad de producir
mercancías cuyo valor es superior al valor de la fuerza de trabajo. La diferencia
constituye la «plusvalía». Ésta se presenta inmediatamente como un atributo del
capital, puesto que en el proceso productivo el trabajo interviene ya como capital.
Marx denomina capital «variable» a aquella parte de los anticipos del capitalista
necesaria para pagar la fuerza de trabajo; «variable», porque interviene en la pro­
ducción con un valor inferior al de las mercancías que produce, es decir, porque
es capital que se «autovaloriza». Por el contrario, el capital «constante», esto es,
el anticipado para adquirir los medios de producción, transmite al producto úni­
camente su propio valor, sin añadirle nada.
De la plusvalía, los capitalistas deducirán la parte necesaria para pagar ren­
tas de la tierra, intereses y otras rentas de transferencia. Lo que queda es el bene­
ficio. No disponemos aquí de espacio suficiente para detenernos en la explicación
del modo como se determinan las otrqs' rentas. Por tanto, supondremos que no
existen, e identificaremos el beneficio con la plusvalía. Sin embargo, volveremos
a hablar del interés en el apartado 4.3.6.
La plusvalía, pues, es la valorización del capital y pertenece al capitalista.
Todo ha sucedido según las reglas del mercado: los trabajadores han recibido el
precio justo de la mercancía que venden, y los capitalistas lo han pagado. Y, no
obstante, el capital se ha valorizado. La razón de ello es que el trabajo posee la
capacidad de producir más de lo que resulta necesario para la reproducción de la
fuerza de trabajo.
Esta teoría explica por qué en una economía capitalista la producción de un
excedente se presenta bajo la forma de producción de plusvalía, es decir, como un
utribuh) de! capital Se trata de una teoría distinta a la de los socialistas ricardia-
nos, quienes tendían más bien a demostrar la existencia de la exp lo ta ció n , afirman
142 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

do que en la fijación del «valor de trabajo» se da una transgresión de la ley de la


naturaleza según la cual toda mercancía se paga a su precio «natural». Marx criti­
có estas teorías, sosteniendo que, para explicar la explotación, se debe partir de la
idea de que el precio «justo» del trabajo es el determinado por el mercado, y no el
establecido por una hipotética ley de la naturaleza. Así pues, Marx ni siquiera se
plantea el problema —de cariz iusnaturalista— de quién tiene «derecho» a la pro­
piedad del producto del trabajo. En cualquier caso, volveremos sobre esto más
adelante.
Por otra parte, para Marx resultaba obvio que la plusvalía era el producto
del trabajo, y sólo del trabajo. Desde su punto de vista, las distintas formaciones
sociales que se suceden en la historia pueden cambiar la forma en la que se pre­
senta la plusvalía (por ejemplo: beneficip/en la economía capitalista; diezmo, en
la economía feudal), pero no pueden alterar su sustancia. Y, en sustancia, el valor.
es trabajo, la plusvalía es plustrabajo. Marx recurrió a la teoría del valor-trabajo
para formular estas dos afirmaciones —de carácter claramente ontológico—en el
plano analítico.
Se supone que el valor del producto bruto es igual al trabajo empleado di­
recta e indirectamente para producirlo. El del producto neto equivale al trabajo
empleado directamente, denominado «trabajo vivo». El del capital constante
coincide con el trabajo empleado indirectamente, y se denomina «trabajo muer­
to». En un modelo del tipo «trigo», X es el valor-trabajo de una unidad de trigo;
l, el trabajo vivo; k, el input de semillas, y v, el valor de la fuerza de trabajo, es
decir, el trabajo empleado para producir el trigo pagado como salario a una uni­
dad de trabajo. Así, el valor del producto bruto y el del producto neto son res­
pectivamente iguales a:
X = l + Xk y X (í-k )~ l
El capital constante es C = kX; el capital variable es V =vi, por tanto, la plus­
valía es S = l (1 - v). Entonces, se puede escribir también:
X = l(l-v ) + vl + kX =S + V + C
Por lo tanto, la plusvalía es trabajo. En efecto, / es el trabajo vivo; vi, el tra­
bajo «necesario» para reproducir la fuerza de trabajo; l - vi, el trabajo del que se
apropian los capitalistas. Si / es una jornada laboral, vi representa el número de
horas en las que los trabajadores trabajan para sí mismos; l - vi, el número de ho­
ras en las que trabajan para los capitalistas. La tasa de «explotación», o de «plus­
valía», o de «plustrabajo», o, es igual a:
S ._ l-v l _ l 1
0 - V~ vi ~ v

y se ve enseguida que se anula si los trabajadores dedican toda la jornada laboral


a trabajar para sí mismos, esto es, si v = 1 .
Para entender mejor la teoría marxiana del valor y de la explotación, puede
resultar útil compararla con la de los socialistas ricardianos, en especial con la de
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 143

Hodgskin. Además, para enmarcar estas dos teorías en una perspectiva histórica
conviene referenciarlas a la teoría iusnaturalista del valor y de la propiedad, en la
que se halla su lejano origen.
El intento de utilizar la teoría del valor-trabajo para explicar la distribución
de la renta y de la riqueza se remonta al menos al iusnaturalismo del siglo xvil, si
no incluso al pensamiento escolástico. En cualquier caso, es a Locke a quien de­
bemos la primera formulación extensa. Su teoría sobre el valor y la propiedad
consistía en tres proposiciones fundamentales:
a) en el «orden natural», el valor del producto es el producto del trabajo;
b) la relación entre valor y trabajo no resulta alterada por las convenciones
sociales;
c) la propiedad privada es acumulación de trabajo pasado, y, por ello, no
entra en contradicción con el derecho natural.
La primera proposición es la conocida tesis fundamental de cualquier teoría
ontológica .del valor-trabajo. El valor lo crea el trabajo. Por tanto, las mercancías
se intercambian en base a los trabajos contenidos. Locke admitió la existencia de
una contribución productiva de la tierra, pero la consideró insignificante y, en
cualquier caso, equiparable —a través de algunas operaciones aritméticas— a la
del trabajo. La segunda proposición hace referencia a la moneda, entendida
como una institución social creada por consenso colectivo. La moneda permite la
acumulación de los productos del trabajo más allá de las necesidades inmediatas
de subsistencia, y, al mismo tiempo, permite-la transferencia de la riqueza acu­
mulada de un individuo a otro. La tercera proposición deriva de las otras dos.
Puesto que el valor es producto del trabajo y puesto que, por derecho natural,
todo individuo puede disponer libremente de su propio trabajo, la propiedad pri­
vada de la riqueza acumulada es legítima. Si ésta está distribuida de manera desi­
gual es sólo porque la moneda permite, a todo individuo que quiera hacerlo, acu­
mular, además de los productos de su propio trabajo, también aquellos adquiri­
dos a otros individuos. Así como la convención monetaria se basa en el consenso
colectivo, y puesto que no altera la ley del intercambio en base al trabajo conteni­
do, la distribución de la propiedad privada sigue siendo legítima aunque sea desi­
gual.
Hodgskin, para convertir esta teoría en una explicación de la explotación,
realizó una operación muy sencilla: aceptó la primera proposición de Locke y re­
chazó la segunda. Sin embargo, en lugar de centrar su atención en la institución
de la moneda, se refirió más específicamente a la estructura socio-institucional
de la economía capitalista' Puesto que en esta economía deben existir los benefi­
cios, las mercancías ya no pueden intercambiarse a los «precios naturales» —es
decir, al valor-trabajo—, sino a los «precios sociales»; éstos superan a aquéllos
exactamente en la cantidad necesaria para hacer posible la existencia de los bene­
ficios. De ello se deduce que la tercera proposición no es válida: que la propiedad
no es acumulación de trabajo pasado. La propiedad está mal distribuida porque a
los trabajadores no se les paga en base al valor de su trabajo, y es ilegítima por­
que las mercancías no se intercambian a los precios naturales.
Por su parte, Marx aceptó la. primera proposición lockiana, pero, dada su
144 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

formación filosófica, rechazó cualquier referencia al derecho natural. Sustituyó


la idea del orden natural por la de «producción en general», que, no obstante, tie­
ne las mismas implicaciones teóricas que la primera. La «producción en general»
es una estructura productiva definida haciendo abstracción de las particulares
condiciones institucionales y sociales' en las que la producción tiene lugar. En la
«producción en general», los valores-trabajo resultan perfectamente determina­
dos una vez conocida la técnica productiva. Éstos constituyen la «sustancia del
valor».
En relación a los problemas vinculados a la segunda proposición lockiana,
la postura de Marx es algo más compleja. Al cambiar las «formaciones económi­
co-sociales» en el curso de la historia, cambian las «formas» de los procesos de
extracción de la plusvalía. En el modo dé producción capitalista, la necesidad de
asegurar una tasa de beneficio uniforme, requerida por la hipótesis de la compe­
tencia, hace que las mercancías ya no se intercambien al valor-trabajo, sino al
«precio de producción» (hablaremos de ello en el próximo apartado). Sin embar­
go, los cambios en la forma no pueden modificar la sustancia; y la sustancia del
valor sigue siendo el trabajo. Así, sucede que los precios de producción redistri­
buyen el valor entre los diversos sectores productivos, pero no alteran su magni­
tud total. Por tanto, con referencia a la producción global, Marx obtiene un resul­
tado similar al de la segunda proposición de Locke. También en el seno de una
determinada formación económico-social, como la capitalista, el valor del pro­
ducto total sigue siendo el producto del trabajo, y la plusvalía global sigue siendo
plustrabajo.
De ello se deduce que también la tercera proposición de Locke sigue siendo
valida. Ciertamente, no en el sentido de que la propiedad privada sea legítima,
sino en el de que la propiedad es una acumulación de trabajo pasado. Sólo que es
una acumulación del trabajo de otras personas.
De esta manera, Marx logró tratar de la explotación sin hacer referencia a
ninguna justificación ético-filosófica del tipo planteado por los socialistas ricar-
dianos. Hodgskin, en cambio, formuló una teoría de la explotación que implicaba
una condena del beneficio con argumentos de tipo iusnaturalista. Sin embargo
—y paradójicamente—, Marx se distanció de Locke menos de lo que lo había he­
cho Hodgskin: para él, las tres proposiciones lockianas sobre el valor y la riqueza
seguían siendo sustancialmente válidas.

4 .3 .3 . L a t r a n sf o r m a c ió n d e l o s v a l o r es e n p r e c io s

Respecto a la cuestión del valor, Marx no fue precisamente un incauto. Apre­


ció las razones de la distinción smithiana entre trabajo contenido y trabajo exigi­
do, y criticó a Ricardo por no haber entendido bien el motivo por el que las mer­
cancías no se intercambian en base al valor-trabajo. Para Marx, éstas se intercam­
bian a los «precios de producción», que son precios determinados de manera que
garanticen una tasa de beneficio uniforme en las distintas industrias. En general,
el coeficiente entre los precios de producción de dos mercancías no coincide con
el coeficiente entre las cantidades de trabajo contenido en ellas.
Para verlo de una manera sencilla, consideremos una economía en la que se
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 145

producen únicamente dos mercancías: un bien capital y un bien de consumo.


Sean kk y kc las cantidades de bien capital utilizadas para producir una unidad de
bien capital y una de bien de consumo respectivamente; lk y lc, los inputs de tra­
bajo vivo; Xk y Xc, los valores-trabajo; pk y pc, los precios (monetarios) de produc­
ción; w, el salario monetario, y r, la tasa de beneficio. Tendremos:

^k = k + h ^k =ji - \ r
Xc ~lc + kcXc =lc +lk -i -yleKi,-

Pk~w h + hPk (l + r )
................ Pc = w lc + k cPlA l + r)
Los valores-trabajo relativos y los precios relativos son, respectivamente:

Kk lk
P^ =í [ l - k k (l +r)} + kc (l +r)
Pk k

Sólo en dos condiciones se puede verificar Xc I Xk = pc/ pk. La primera es


que r = 0; pero ésta no nos interesa, ya que en una economía capitalista el bene­
ficio debe ser positivo. La segunda es que kkl lk = kcl lc, o bien lcl lk = kc¡ kk. En
efecto, poniendo kc l kk en lugar de lc / lk en las dos ecuaciones anteriores, se ob­
tiene Xc / Xk = pc I pk.
En general, los precios divergen de los valores-trabajo, ya que las técnicas con
las que se producen las diferentes mercancías también son distintas. Marx expre­
saba este resultado diciendo que las «composiciones orgánicas» (y «técnicas») del
capital son distintas en los dos sectores; en nuestro ejemplo: kkllk*kcllc.
Sin embargo, Marx afirmaba que, en términos agregados, las valoraciones en
precios nojpodían divergir de las valoraciones en valores; es decir, que la teoría
del valor-trabajo, la cual no era válida como explicación de los valores de cambio
de cada mercancía en particular, sí lo'era todavía como explicación del valor del
producto bruto v de sus componentes agregados. Esta es la razón por la que, a lo
largo de todo el primer volumen de El capital, donde estudiaba el funcionamiento
de una economía capitalista manteniéndose al máximo nivel de abstracción y de
globalidad, Marx valoraba todas las magnitudes económicas en trabajo conteni­
do. Su idea era que la valoración en precios conducía únicamente a redistribuir el
valor total entre los diversos sectores, pero no podía alterar su magnitud global,
que dependería únicamente de la cantidad de trabajo empleado por la sociedad
para producir la renta bruta. De ello se deduciría que la tasa de explotación total
no podría verse alterada por el modo en el que se repartiera la plusvalía entre los
capitalistas, puesto que ésta viene dada por el coeficiente entre plustrabajo total y
trabajo necesario total. Finalmente, se deduciría que la tasa de beneficio total de­
bería poderse calcular, una vez conocida la técnica y el salario real, sin necesidad
146 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

de conocer los precios; y, puesto que no se vería alterada por la valoración en pre­
cios,- podría aplicarse a los costes de producción de cada industria para calcular
los propios precios. De este modo, los valores se «transformarían» en precios,
operación que Marx intentó en el tercer volumen de El capital.
Para ver dónde reside la dificultad de la transformación, calculemos la tasa
de beneficio medio en valores-trabajo y en precios de producción, y verifiquemos
si ambas medidas coinciden. La economía que estamos considerando es estacio­
naria. Por ello, el producto bruto del sector de los bienes capitales es igual a las
reposiciones, 1 = k¡c + kc, y el valor total del capital es p^ si se valora en precios,
y si se valora en valores-trabajo; además, la producción bruta de los bienes de
consumo coincide con el producto neto total, y su valor es pc si se valora en pre­
cios, y Xc si se valora en trabajo contenido; finalmente, sea L = lk + lce1 empleo to­
tal. Entonces, la tasa de beneficio calculada en precios es:

Pk
mientras que la calculada en trabajo contenido, p, es:
/L - vL

Igualando estas dos expresiones, y teniendo presente que el salario real es


wr = v / Xc = w lpc, se ve enseguida que las dos tasas de beneficio son iguales si y
sólo si:
Pc (1 - wr L) = 0
KPk
es decir, si pcl pk = Xc / La otra condición, wr = 1 / L, significa que el salario
real es igual a la productividad del trabajo. En tal caso, el beneficio es nulo y vale
de nuevo pc! pk -- \ cl Ya sabemos que esta condición, aparte del caso r = 0,
implica la igualdad de las composiciones orgánicas del capital. Se podría demos­
trar que se llega a la misma conclusión a partir de cualquier otro coeficiente en­
tre magnitudes agregadas: cuota de salarios, tasa de explotación, etc.
Así, podemos concluir que, en general, las magnitudes globales y los coefi­
cientes que las relacionan se ven alterados por las valoraciones en precios de
producción. El mercado no se limita a redistribuir la plusvalía entre los capita­
listas, sino que parece alterar su magnitud. De este modo, la tasa de beneficio y
la tasa de explotación efectivas son distintas de las calculadas en trabajo conte­
nido. El significado de esta conclusión es sencillo: dados el salario y la técnica,
la tasa de beneficio y la tasa de explotación no se pueden conocer antes de cono­
cer los precios de producción; la determinación de estos últimos, al no ser inde­
pendiente de la determinación de la distribución de la renta, desempeña un pa­
pel esencial en la determinación de los primeros. En cambio, la valoración en
trabajo contenido es independiente de la distribución de la renta y, en conse­
cuencia, no es una valoración correcta.
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 147

4.3.4. E q u il ib r io , l e y d e S ay y c r isis

Como ya se ha dicho, los precios de producción se determinan de manera que


garanticen una tasa de beneficio uniforme en las distintas industrias. En cierto
sentido, son precios de equilibrio. Pero, para entender en qué sentido, hay que de­
finir las condiciones de equilibrio, lo que Marx hizo partiendo del análisis del ta­
blean économique de Quesnay, análisis que había estudiado a fondo y que desarro­
lló en sus «esquemas de reproducción». Estos esquemas son ecuaciones que defi­
nen las condiciones de equilibrio de una economía en términos de interdependen­
cias sectoriales; y sirven para determinar los flujos de mercancías que deben «cir­
cular» entre los distintos sectores productivos a fin de que cada uno de ellos pueda
disponer de las mercancías necesarias para realizar la producción. Cuando los ni­
veles de producción de cada sector garantizan una oferta de mercancías corres­
pondiente a la demanda generada por los propios niveles de producción, entonces
la economía está en condiciones de reproducirse. Para decirlo con las palabras
que Marx utilizó en las Grundrisse, una economía se halla en condiciones de re­
producirse cuando existe «un equilibrio entre demanda y oferta, entre producción
y consumo, y, en última instancia, una producción proporcionada» (p. 153).
Con referencia a nuestro ejemplo de una economía de dos sectores, las con­
diciones de reproducción pueden ser definidas en los siguientes términos. En pri­
mer lugar, debe existir igualdad entre la oferta y la demanda para cada uno de los
dos bienes producidos, el bien de consumo y el bien capital. Además, los inter­
cambios de las mercancías deben verificarse a precios tales que las rentas netas
obtenidas en cada uno de los dos sectores coincidan con las gastadas por el otro.
Esto comporta que la parte del bien de consumo no demandada por los trabaja­
dores y los capitalistas que operan en el sector del bien de consumo es igual a la
demanda del bien de consumo procedente de los trabajadores y los capitalistas
que operan en el sector del bien capital. Por otra parte, el exceso del output del
bien capital respecto a la reinversión en el sector que lo produce debe ser igual a
la demanda de capital procedente del sector del bien de consumo. Estos son los
resultados a que llegó Marx en sus «esquemas de reproducción simple»; «simple»,
al ser relativa a una economía en estado estacionario. Para una economía en cre­
cimiento, Marx elaboró «esquemas de reproducción a escala ampliada»; sin em­
bargo, aquí no nos detendremos en ellos.
Un equilibrio como el que acabamos de definir —es decir, un estado de la
economía en el que la oferta y la demanda de todas las mercancías son iguales,
mientras las mercancías se intercambian a los precios de producción— es un
equilibrio de reproducción, o sea, un estado que garantiza la reproducción de la
economía. Los precios que predominan en este estado dependen de factores ex-
clusivamente objetivos: las técnicas utilizadas y la distribución de la renta.
Es evidente que en un equilibrio de reproducción rige la ley de Say. Si la
oferta y la demanda son iguales en cada uno de los sectores, también lo serán en
el conjunto. Por otra parte, en las ecuaciones de los esquemas de reproducción
simple la demanda de bienes de consumo coincide con la renta neta. Esto impli­
ca que toda la renta obtenida se gasta. En los esquemas de reproducción a escala
a m p lia d a d e b e verificarse q u e to d o s lo s b e n e fic io s n o c o n s u m id o s sea n in v e r ti­
d o s. Marx no lo admitió n u n c a explícitamente, p e r o en una g ra n p a rle d e E l capí-
148 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONOMICO

tal, cuando estudiaba la acumulación, el «capital en general», la explotación, la


«ley del valor», etc., es decir, cuando utilizaba una metodología de conjuntos va­
lorando las mercancías en valor-trabajo o en precios de producción, adoptaba la
ley de Say.
Sin embargo, Marx criticaba esta ley. Elaboró los esquemas de reproducción
para demostrar que el equilibrio por ellos definido puede alcanzarse «sólo por
azar». La economía que estudió se mueve siempre en desequilibrio. Las mercan­
cías se intercambian a los precios de mercado, y no a los de producción, y las de­
mandas no coinciden con las ofertas. Los excesos de demanda hacen que los pre­
cios de mercado varíen, y las tasas de beneficio garantizadas por los precios de
mercado son distintas de la «media». Puesto que la demanda agregada depende,
en última instancia, de las decisiones de lps capitalistas con respecto a los niveles
de producción, ésta puede ser, en algún momento, distinta de la oferta agregada.
A su vez, el ritmo de la acumulación depende de las tasas de beneficio. Si éstas
son bajas, los capitalistas pueden decidir no reinvertir todos los beneficios obte­
nidos, y «atesorar». De este modo, una parte de lasrentas producidas y distribui­
das no se gasta, y se crea una situación de («sobreproducción») es decir, de caren­
cia de demanda agregada. Esta es la crisis: todasTárím^ se encuentran en
una situación de exceso de oferta, de manera que su valor no puede realizarse;
los precios de mercado, y con ellos las tasas de beneficio, disminuyen. Ello con­
duce a una nueva desincentivación de la inversión y a una nueva disminución de
la demanda agregada. De este modo, la crisis se generaliza y se agrava.
En el sistema de Marx, sin embargo, todo esto no crea el caos ni resta imA
portancia a las condiciones de reproducción como determinantes principales del
movimiento de la economía capitalista. En efecto, la dinámica de desequilibrio
está regulada por leyes que hacen que las propias crisis sucedan con una cierta j
regularidad. Éstas generan un movimiento cíclico que, en los períodos largos de (
acumulación, impedirá a la economía alejarse sistemáticamente del equilibrio de j
reproducción.

4.3.5. Los SALARIOS, EL CICLOECONÓMICOYLAS «LEYES DE MOVIMIENTO»


DE LAECONOMÍACAPITALISTA ■ . --
La teoría marxiana del ciclo se basa en dos hipótesis fundamentales:
a) la inversión es una función creciente de la tasa de beneficio;
b) la tasa de beneficio es una función decreciente del salario.
Si el salario aumenta, antes o después se desincentivará la inversión. Esto
hará disminuir la demanda agregada, y estallará una crisis. Los precios de merca­
do disminuirán, junto con los niveles de actividad, provocando una nueva bajada
de la tasa media de beneficio. De este modo, la crisis se agravará. Sin embargo,
con las inversiones disminuirá también la demanda de trabajo y aumentará el
«ejército industrial de reserva», es decir, el desempleo (efectivo y encubierto).
Como consecuencia, antes o después disminuirán los salarios. Además, la propia
crisis, al estimular la renovación tecnológica, y al expulsar a las empresas menos
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 149

eficaces del mercado y eliminar las máquinas más obsoletas de las fábricas, hará
aumentar la productividad del trabajo. Por tanto, la tasa media de beneficio vol­
verá a aumentar, reactivando el crecimiento económico. Cuando el empleo y los
salarios vuelvan a aumentar, se iniciará un nuevo ciclo.
El salario utilizado en este modelo es el salario de mercado. Sin embargo, no
se trata de un precio determinado por las fuerzas de la oferta y la demanda de
trabajo. Marx admitió explícitamente que las «coaliciones obreras» se crearon
precisamente para contrarrestar los efectos de la competencia sobre los salarios,
aunque manifestó algunas dudas a este respecto. A veces razonaba a la manera
de los clásicos, tratando el salario como determinado por las fuerzas del merca­
do; otras veces razonaba a su manera, afirmando que el salario únicamente se
veía influido por las fuerzas del mercado. Su contribución original a este proble­
ma reside en el hecho de tratar el salario como un precio fijado mediante contra­
tación colectiva y dependiente de ías relaciones de fuerza entre las clases. El mer­
cado actúa sólo en ía medida en que las variaciones en forma de aumento o dis­
minución del ejército de reserva pueden llegar a debilitar o a reforzar los sindica­
tos obreros. En salario así determinado tiende, pues, a oscilar.
La tendencia de tales oscilaciones está representada por lo que Marx llama­
ba «valor de la fuerza de trabajo», concepto correspondiente al de «salario natu­
ral» de los clásicos. Obviamente, Marx no lo consideraba en absoluto «natural», a
pesar de que lo trataba como un salario de subsistencia. Aun así, su teoría del sa­
lario normal se diferenciaba notablemente de la clásica. En efecto, Marx no sólo
admitía el papel fundamental desempeñado por los cambios a largo plazo de los
hábitos de consumo obrero, sino que, al reconocer también el papel desempeña­
do por los sindicatos a la hora de determinar la tendencia del salario, además de
sus oscilaciones, quitaba importancia a los habits and customs como determinan­
tes exógenos del salario.
Su teoría, en la medida en que se diferencia de la clásica, es una teoría del
salario «normal» basada en las relaciones de fuerza existentes entre las clases.
Los trabajadores intervienen en el conflicto tratando de controlar la oferta de tra­
bajo mediante los sindicatos; los capitalistas, tratando de controlar la demanda
mediante las decisiones de inversión. En el curso del ciclo económico, los sala­
rios oscilarán de acuerdo con los niveles de la actividad económica. En el curso
de la acumulación, las variables de la tendencia, incluido el salario, serán deter­
minadas por la evolución de la fuerza organizada de los trabajadores, por una
parte, y del progreso técnico, por la otra. En efecto, a largo plazo la demanda de
trabajo resultará fuertemente .influida por la capacidad de los capitalistas de sus­
tituir a los trabajadores por máquinas; capacidad que depende del tipo de progre­
so técnico incorporado en los medios de producción,
Dado que el progreso técnico tiende a sustituir trabajo por maquinaria, si no
existieran los sindicatos las fuerzas de la competencia harían que los salarios rea­
les disminuyeran permanentemente. Dicha tendencia se ve contrarrestada por la
acción de las «coaliciones obreras». No obstante, según Marx los sindicatos serían
lo suficientemente fuertes como para contrarrestar los efectos del progreso técnico
sobre el salario, imprimiendo a este último una tendencia al alza, pero no lo sufi­
ciente como para impedir una disminución de la cuota de salanos o u inmer
de la tasa de explotación. Esto se debería a que el progreso técnico actuaría sobre
150 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

la cuota de salarios de dos maneras. Por un lado, a igualdad de la tasa de acumula­


ción, haría disminuir la tasa de crecimiento de la demanda de trabajo y, en conse­
cuencia, haría aumentar el ejército de reserva (digamos, a modo de inciso, que
esta teoría es un desarrollo de la tesis ricardiana sobre los efectos de la introduc­
ción de maquinaria sobre el empleo). Este aumento del ejército de reserva frenaría
el incremento de los salarios. Por otra parte, el uso de maquinaria cada vez más
moderna hará aumentar la productividad laboral. La idea de Marx es que la pro­
ductividad laboral tiende a aumentar más rápidamente que el salario real.
Esta idea es uno de los fundamentos de la teoría de la «miseria creciente» de
los trabajadores, la más importante de las «leyes de movimiento» de la economía
capitalista. Los trabajadores empleados mejoran constantemente sus condiciones
de vida, en cuanto el salario real aumentó. Pero su situación respecto a las clases
capitalistas empeora, puesto que la cuota de salarios disminuye. Además, aumen­
ta su insatisfacción como consumidores, ya que el desarrollo capitalista hace au­
mentar sus necesidades más rápidamente que los ingresos necesarios para satis­
facerlas. Pero también aumenta su insatisfacción respecto al trabajo, al incre­
mentarse la subordinación a los procesos laborales mecanizados. Al mismo tiem­
po, se incrementa su sujeción al poder del capital. Finalmente, al aumentar el
ejército de reserva, disminuye el porcentaje de empleados respecto a la población
apta para trabajar. Esto significa que la «miseria relativa» de la clase trabajadora
en su conjunto aumenta todavía más que la de los empleados.
La segunda ley de movimiento se refiere a la tendencia de la tasa de benefi­
cio a caer. La tasa de beneficio es una función creciente de la tasa de explotación
y decreciente de la composición orgánica del capiíal. La idea de Marx es que los
procesos de mecanización se inician para contrarrestar los efectos negativos del
conflicto de clase sobre la tasa de beneficio. En las fases de prosperidad los sala­
rios aumentarán, creando las condiciones de la crisis. Como respuesta, los capita­
listas introducirán máquinas que permitirán despedir mano de obra y hacer que
aumente la productividad. Así, la tasa de beneficio vuelve a aumentar. Después,
en la siguiente fase de prosperidad, los trabajadores recuperan el terreno perdido;
y así sucesivamente. Sin embargo, aunque el proceso de mecanización haga au­
mentar la tasa de beneficio después de cada oleada de innovaciones, a largo plazo
lo haría bajar, ya que haría disminuir el tamaño del pastel a repartir en relación
al del capital invertido para producirlo.
En otras palabras, detrás de la teoría marxiana de la tendencia a caer de la tasa
de beneficio, está la hipótesis de la tendencia a disminuir del coeficiente producto-
capital; hipótesis que Marx justificó, de manera poco convincente, por los límites que
la duración de la jomada laboral plantearía al aumento del valor del producto neto,
frente a la ausencia de límite alguno para el incremento del valor del capital.
La ley puede demostrarse de una manera muy sencilla. El límite máximo a
la tasa de beneficio, rmax, viene dado por el coeficiente producto-capital global:
P c ~ w L s Pe
Pk Pk

Nótese que, cuando el salario es nulo, vale también la igualdad rmax= (1 - &¿) / %
La tasa de beneficio tenderá a caer si su límite superior es decreciente. Por tanto, la hi-
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 151

pótesis que hay que formular para que esta ley resulte válida es que el progreso técni­
co siempre hace aumentar la cantidad de medios de producción necesaria para pro­
ducir el producto neto.
Según Marx, de la ley de la tendencia a caer de la tasa de benefìcio se deriva­
rían otras dos. Una se refiere a la tendencia de las crisis a hacerse cada vez más
acusadas. Puesto que, para superar una crisis, el capital debe activar procesos in­
novadores que reducen el coeficiente producto-capital, la crisis siguiente resulta­
rá más difícil de superar. A igualdad de aumentos salariales, cada crisis presupon­
drá una disminución de la tasa de beneficio mayor que la de la crisis anterior. Por
tanto, la combinación del progreso técnico con el conflicto de clase no sólo hará
disminuir tendencialmente el incentivo a la inversión, sino que hará aumentar la
amplitud de las oscilaciones en torno a la tendencia de crecimiento a largo plazo.
En consecuencia, antes o después se llegará a la crisis definitiva.
Finalmente, otra ley de movimiento alude a la estructura de los mercados y
la dimensión de las empresas. Para compensar la caída de la tasa de beneficio, los
capitalistas tratarán de aumentar su nivel. Esto explicaría la tendencia a la «con­
centración» y la «centralización» del capital. Por una parte, la acumulación del
capital y el aumento de su composición orgánica harán aumentar las dimensio­
nes de las empresas; por otra, la disminución desigual de las tasas de beneficio
permitirá a los peces grandes comerse a los pequeños. Según Marx, la lucha com­
petitiva entre los capitalistas no es menos acusada que la lucha de clases entre los
obreros y el capital. Sin embargo, valoraba positivamente los electos últimos de
la competencia, ya que llevarían a la reducción de la anarquía de la producción
capitalista y al aumento de las dimensiones de empresa en cuyo seno se planifica
y organiza la actividad laboral.
El conjunto de estas cuatro leyes de movimiento explicaría la tendencia del
modo de producción capitalista a crear las condiciones de su propia, superación.
La caída de la tasa de beneficio y las crisis cada vez más acusadas debilitarían su
fuerza propulsora, mientras que la miseria creciente reforzaría la voluntad y las
motivaciones Me Tos obreros ante el cambio revolucionario. Finalmente, los pro­
cesos de concentración y centralización llevarían al sistema capitalista a crear las
cóhdicíónesfie la producción planificada. El salto cualitativo conducirá a un sis­
tema económico en el que los trabajadores podrán controlar colectivamente la
actividad productiva. En esta nueva organización económica, la anarquía de la
producción capitalista será abolida, así como la explotación, y cada cuál será re­
munerado en función de su propia contribución productiva, es decir, según la
cantidad y la calidad de su trabajo. Se trata del socialismo, primera fase del co­
munismo.

4.3.6. A s p e c t o s m o n e t a r io s d e l ciclo y d e la c r isis

El estudio marxiano de los aspectos monetarios de la dinámica económica


resulta particularmente interesante y moderno. Marx se ocupó extensamente y
con gran perspicacia de los problemas monetarios, cuyo estudio consideró im­
portante para entender el funcionamiento real de la dinámica de la economía ca­
pitalista a corto plazo. Pensaba que, aunque las causas últimas del ciclo y de la
152 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

crisis son de naturaleza real, el funcionamiento del sistema monetario puede con­
tribuir de forma específica a la amplificación de las fluctuaciones económicas, in­
cluso en los aspectos reales.
Marx estudió a fondo los debates monetarios ingleses de la primera mitad
del siglo XIX, y tomo partido a favor de la escuela bancaria, en cuyas teorías se
inspiró ampliamente. Particularmente importante es la aceptación de la tesis se­
gún la cual la ecuación de los intercambios hace que la cantidad de oferta de
moneda y su velocidad de circulación dependan de las necesidades de las tran­
sacciones.
El ajuste de la oferta a la demanda, según Marx, se verifica en parte median­
te variaciones de la reserva líquida, es decir, del «atesoramiento», que varía de
forma anticíclica debido al hecho de queda moneda se retiene también como me­
dida de precaución. La moneda —se lee en las Grundrisse— «es la seguridad ab­
soluta» (p. 234) y sirve para «asegurar la riqueza general»; por tanto, «en los indi­
viduos esta acumulación [de reservas líquidas] asume la forma más restringida
de asegurar la riqueza» (p. 230). Así pues, en las fases de rápido crecimiento, «los
tesoros se agotan en un abrir y cerrar de ojos», mientras que vuelven a acumular­
se en las fases de contracción, cuando los capitalistas acumulan reservas líquidas
«en espera de condiciones de mercado más propicias» (El capital, II, p. 296). Re­
sulta aquí muy evidente la influencia de la teoría de la preferencia por la liquidez
de Thornton, autor del que Marx citó precisamente la tesis de que, «en épocas de
desconfianza, las guineas se atesoran» (Grundrisse, p. 816).
Sin embargo, la adaptación de la moneda a las necesidades de las transac­
ciones no se verifica únicamente por medio de las variaciones de la velocidad de
circulación; todavía más importante es el papel desempeñado por el crédito en el
ajuste de la cantidad de moneda ofrecida. Marx adoptó una definición amplia de
moneda, en la que incluía, además del circulante, los depósitos y las letras de
cambio. El crédito desempeña un papel fundamental en el proceso de acumula­
ción capitalista. Durante las fases de expansión se verifica un crecimiento rápido,
no sólo de la producción, sino también del exceso de demanda agregada y de los
precios de mercado. En estas fases los capitalistas, en su conjunto, gastan más de
lo que ganan, y parte del poder adquisitivo que necesitan para financiar la acu­
mulación se lo proporciona el crédito bancario y comercial. La oferta de moneda
es muy elástica respecto a la renta. Por esta razón, en las fases de expansión el
tipo de interés crece menos que la tasa de beneficio. De este modo, el sistema
monetario alimenta la expansión productiva en las fases de crecimiento rápido,
en lugar de frenarla.
En estas fases también crece excesivamente el endeudamiento neto de los
capitalistas, mientras que aumenta el riesgo del sistema bancario. Cuando el ciclo
real inicia la inflexión a causa del aumento de los salarios y de la disminución de
los beneficios, la demanda de crédito se mantiene elevada por la especulación so­
bre las mercancías, que se ve progresivamente alimentada por el aumento de los
, precios. Sin embargo, en este punto los bancos empiezan a defender sus propias
reservas y el tipo de interés empieza a subir. El punto de inflexión del ciclo mone­
tario se inicia con el cambio de comportamiento de los especuladores. Cuando és­
tos empiezan a vender, los precios y los beneficios caen drásticamente, dado que
la d e m a n d a d e m e r c a n c ía s co n fines productivos ha empezado a debilitarse. De
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO SOCIALISTA Y MARX 153

este modo se inicia la «crisis de realización». La demanda agregada disminuye,


arrastrando tras de sí la producción, y el exceso de oferta agregada («sobrepro­
ducción») tiende a aumentar. Para muchos capitalistas se hace difícil cubrir los
costes de producción. Para otros muchos resulta difícil obtener los fondos nece­
sarios para pagar las deudas. Los que consiguen encontrar liquidez tienden a
acumularla en reservas inactivas, «en espera de condiciones de mercado más fa­
vorables». También los bancos se comportan de este modo, y reducen la conce­
sión de créditos. De este modo, al ser el endeudamiento total alto, crece la de­
manda de dinero precisamente cuando la disponibilidad de crear moneda nueva
es mínima. Esta es la crisis de liquidez, la «carestía del dinero», como la llamaba
Marx. En ésta, a causa de la concatenación de las relaciones de deuda-crédito, se
verifican también desastrosos fenómenos de quiebras en cadena. En esta fase el
tipo de interés alcanza su cota máxima, y la crisis toca fondo.
Una vez que las empresas menos eficaces han sido expulsadas del mercado y
las máquinas más obsoletas se han eliminado de las fábricas, cuando los obreros
desempleados han aprendido a moderar sus pretensiones y los empleados están
dispuestos a aceptar una explotación intensificada, entonces se dan las condicio­
nes para una recuperación de la producción. Al mismo tiempo, se habrán acumu­
lado ingentes reservas líquidas inactivas, «capital monetario latente». Así, se dan
también las condiciones para una nueva expansión del crédito a bajo coste. La
crisis, pues, desempeña un papel fundamental a la hora de crear las condiciones
—tanto reales como monetarias— para la recuperación.
La modernidad de esta teoría de la dinámica monetaria resulta indudable,
como resulta evidente la influencia en ella de las doctrinas antibullionistas y anti­
metalistas inglesas. También parece notable la influencia, ya mencionada, de la
teoría de la preferencia por la liquidez de Thornton. No obstante, hay que desta­
car que, en la formulación de su propia versión de dicha teoría, Marx fue un in­
novador, incorporando dos principios fundamentales que hacen de ella la antici­
pación más importante de la teoría de Keynes. El primero es que hay que consi­
derar el stock monetario total, más que el flujo de nueva moneda o de crédito,
cuando se estudia la dinámica monetaria, es decir, los movimientos de la oferta y
la demanda de fondos, los cambios del atesoramiento y de la velocidad de circu­
lación, y las oscilaciones del tipo de interés. De este principio deriva la tesis que
hace del tipo de interés el precio del «capital monetario», es decir, del stock de
moneda, más que del flujo de créditodEl segundo principio de refiere precisa­
mente al tipo de interés. Éste ciertamente se considera un precio, aunque de un
tipo especial, una forma «irracional de precio, absolutamente en contradicción
con el concepto de pücíó'He las mercancías» (El capital, III, p. 498). Ello se debe
a que el precio de mercado de una mercancía real tiene una dinámica regulada
por el precio de producción. El de la moneda, en cambio, depende únicamente de
las fuerzas líe la ofértáyla demanda, y no posee un valor normal en torno al que
oscilar. Es completamente ajena a Marx la idea ricardiana y milliana que ve en la
tasa de rendimiento del capital real el valor de equilibrio del tipo de interés. Para
Mar^oslnovíiñieñtos a largo plazo dertipo de interés son definibles sólo como
promedlo^Flós a corto plazo, no comoT^üiaaorés defiEstosfiyTé7
sultán determinados por el «consenso general», además de «las costumbres, la
tradición jurídica, etc.» (EL capital, Ili, pp. 430-431).
154 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

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Capítulo 5
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO
Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA

5.1. La revolución marginalista


5.1.1. E l g ir o d e l a s d é c a d a s d e 1870 y 1880
Los años que van desde comienzos de la década de 1870 hasta mediados de la
de 1890 constituyen un período sumamente contradictorio. Por una parte conti­
nuó —o, mejor, se intensificó— el proceso de profunda transformación estructural
que se había iniciado en los principales países capitalistas en los veinte años ante­
riores; por otra se plantearon dificultades económicas de distinta naturaleza e in­
tensidad, pero suficientes para que muchos estudiosos las interpretaran como los
primeros síntomas de una crisis general del sistema capitalista, y otros como ma­
nifestaciones de una «Gran Depresión».
El crecimiento seguía ritmos desiguales en los distintos países, pero en todos
estuvo acompañado por un notable aumento del nivel de concentración del capi­
tal, con la difusión de prácticas colusorias, procesos de fusión, formación de cár­
teles, y un incremento general del poder oligopolista. Este proceso se vio favore­
cido por algunos importantes cambios en las técnicas productivas que hicieron
aumentar las dimensiones de las instalaciones, sobre todo en los sectores mecáni­
co, siderúrgico, de transportes y de comunicaciones. Además, se consolidó la so-
(ciedadqnónimácomo la forma de organización que se convirtió en el instrumen­
to privilegiado de la movilización y el control de las ingentes cantidades de capi­
tal necesarias para el desarrollo.
En este marco, las relaciones sociales, empezaron a estructurarse asumiendo
configuraciones distintas en la fábrica y en la sociedad. En el seno de la empresa,
sobre todo en la de grandes dimensiones, las relaciones entre individuos asumie-
ron una forma jerárquica y burocratizada, que dio origen a los primeros intentos
de «gestión de personal» y a las primeras elaboraciones de la «ciencia de la admi­
nistración de empresas». En ía sociedad en su conjunto, en cambio, se agudizó el
conflicto de clase, que precisamente en esta época empezó a asumir la forma de
un choque frontal entre poderosas formaciones políticas y sindicales, capaces de
movilizar a amplias masas sociales, y combativos grupos de intereses económi­
cos. En el apartado 5.1.4 volveremos a referirnos a ía extensa explosión de con-
flictividad social que tuvo lugar a comienzos de la década de 1870 y a los efectos
que produjo sobre el talante de la clase dominante.
La desigual evolución de los distintos países produje asimismo una compelí-
15 6 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

tividad más acentuada, no sólo en los precios y en las tecnologías, sino también
en los modelos de organización de la empresa y de la economía nacional; esto
provocó, por una parte, el inicio del lento declive del liderazgo industrial inglés y,
por otra, un aumento de las dificultades de coordinación internacional, especial­
mente en los mercados de capitales. En efecto, este fue también un período de
inestabilidad financiera, y diversos países capitalistas conocieron graves crisis fi­
nancieras en 1873, 1882, 1890 y 1893. El sistema bancario inglés, que tendía a
desempeñar una función de prestador de última instancia internacional, tuvo se­
rias dificultades para mantener el control de la situación, lo que muchas veces no
consiguió. En muchos países europeos, los efectos de aquellas crisis se vieron
agravados por los derivados de una larga depresión agraria, debida a la compe­
tencia de los cereales de ultramar, que produjo una disminución de los precios de
los productos agrícolas y de las rentas percibidas por las —todavía sólidas— cla­
ses agrarias.
Fue también esta una época de disminución del nivel general de los precios
a escala mundial y de reducción del crecimiento del comercio internacional. Am­
bos son fenómenos que hay que contemplar vinculándolos tanto a los impulsos
deflacionarios generados por la adopción del Gold Standard por parte de los prin­
cipales países capitalistas como al aumento de la competitividad internacional al
, que ya hemos aludido. Tampoco hay que olvidar el relajamiento general de la ten­
dencia librecambista, que tan fuerte había sido en los veinte años anteriores, y el
concomitante surgimiento de tentaciones proteccionistas ampliamente difundi­
das. Finalmente, por lo que se refiere al producto nacional, hay que decir que au­
mentó en todos los países pese a las tormentas de una fuerte ciclicidad a corto
plazo; por otra parte, la tendencia de desarrollo a largo plazo fue en todas partes
más débil de lo que sería en los veinte años siguientes (la Belle Époque), y, en mu­
chos países, aún más débil que en las dos décadas anteriores. A este fenómeno se
debe principalmente el que los estudiosos hayan hablado de «Gran Depresión». Y,
si esta tesis ha sido cuestionada por otros estudiosos, se debe sobre todo a los re­
sultados obtenidos por las nuevas potencias emergentes, si bien no hay que olvi­
dar que en Alemania la Grosse Depression se asocia usualmente al Bismarckzeit,
precisamente el período que estamos estudiando.
Volvamos al pensamiento económico. A comienzos de la década de 1870.
aparecieron tres importantes obras: la Teoría de la economía política (1871), de
William Stanley Jevonsi (1835-1882); los Grundsätze der Volkwirtschaftslehre
(1871), de Carl Monger '(1840-1921), y los Elementos de economía política pura
(2 tomos, 1874 y 1877), de Léon[WalrasJ 1834-1910); tres obras que marcaron el
inicio de la que inmediatamente se denominaría «revolución marginalista». Estos
tres libros son tan distintos entre sí que a primera vista podría parecer arriesgado
cualquier intento de agruparlos. En realidad tenían varios aspectos fundamenta­
les en común, pero habría de transcurrir un tiempo para que se hicieran eviden­
tes. Los contemporáneos no sólo no se dieron cuenta de ello, sino que ni siquiera
se hicieron eco de los tres libros, salvo —como fue el caso concreto de la Teoría—
para atacarlos duramente. Parecía que sus autores habían de seguir el mismo
destino que otros grandes «herejes» y precursores. En efecto, durante diez años
no hubo más que un completo silencio sobre ellos: aún no habían madurado sufi­
cientemente los tiempos como para que el nuevo mensaje teórico y metodológico
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 157

pudiera ser acogido y apreciado. Después, en la década de 1880 y primera mitad


de la dé 1890, estalló de repente la revolución. En Inglaterra, Marshall,
Edgeworth y Wicksteed; en Austria, Wieser y Bóhm-Bawerk; en Italia, Pantaleoni;
en Estados Unidos, Clark y Fisher; en Suecia, Cassel y Wicksell: todos ellos publi­
caron obras fundamentales, en la línea de la nueva manera de hacer ciencia eco­
nómica. Y en el transcurso de una década se completó la revolución. En los trein­
ta años siguientes se trabajó en el perfeccionamiento y la generalización de las
teorías. Pero ahora el viejo sistema clásico estaba muerto y enterrado, se había
consolidado una nueva ortodoxia, y, si bien perduró durante largo tiempo cierta
diferenciación entre escuelas nacionales, estaba claro para todos que en todo el
mundo se cultivaba una única ciencia y se hablaba un único lenguaje; se había
impuesto el sistema teórico neoclásico. Pero de ello hablaremos en el próximo
capítulo.
El presente capítulo, por su parte, lo dedicaremos a los tres padres fundado­
res del marginalismo, y al significado de la revolución por ellos iniciada. Sin em­
bargo, en primer lugar es necesario dar un salto fuera de la historia para estable­
cer un cuadro sintético del sistema teórico neoclásico, poniendo en evidencia al­
gunas de sus características distintivas respecto al clásico. Aunque algunos ele­
mentos de este cuadro sólo aparecerán mucho más tarde, puede resultar útil,
para entender el significado de la revolución de las décadas de 1870 y 1880, ver
ya en este momento dónde irá a desembocar.

5.1.2. El SISTEMATEÓRICONEOCLÁSICO
Una característica del nuevo sistema que aparece ya desde su inicio es la
desaparición del interés por el fenómeno del desarrollo económico, el gran
tema de las teorías económicas de Smith, Ricardo, Marx y todos los economis
tas clásicos.JEn lugar de ello, la atención se centró en los problemas de la asig­
nación de recursos dados. Ciertamente, las ideas fundamentales de los clási­
cos respecto al problema del crecimiento.seguían ejerciendo su influencia. En
la lección número 36 de los Eléments, por ejemplo, Walras exponía una teoría
de la evolución económica que todavía se puede considerar ricardiana. Y lo
mismo se podría decir, por poner otro ejemplo, del proceso de «crecimiento
de la riqueza» expuesto por Marshall: hñ sus Principios. Pero es un hecho que,
pese a la presencia de diversas consideraciones sobre la dinámica de los siste­
mas económicos, los fundadores del sistema teórico neoclásico básicamente
prescindieron del problema de la identificación de las fuerzas que explican la
evolución en el tiempo de las economías industriales. El argumento central de
la investigación en aquel período fue el estudio de un sistema de equilibrio es­
tático, es decir, de una economía —como más tarde diría Clark— «libre de
buscar los niveles finales de equilibrio dictados por los factores operantes en
cada momento dado del tiempo» (p. 29).
En el centro del sistema neoclásico se halla el problema de la asignación de
recursos dados entre distintos usos alternativos. Jevons escribió en la Teoría: «el
prob 1cma eco nómico pueelt minarse corno sigue dada una n<)biación con
versas necesidades y ciertas posibilidades de producción, en poder de ciertas tie­
158 PANORAMA DE HISTORIA DEL, PENSAMIENTO ECONÓMICO

rras y de otras mentes de recursos, debe determinarse el modo de distribuir el tra­


bajo de la mejor manera posible para dar la máxima utilidad al producto»
(p. 202). Esta formulación de Jevons dejó huella en todas las investigaciones eco­
nómicas de su época. En el análisis de las condiciones que aseguran esta óptima
asignación de recursos el pensamiento neoclásico.identificó un principio de vali­
dez universal, capaz de abarcar toda la realidad económica por sí solo. «Desde el
punto de vista analítico —para decirlo con palabras de L. Robbins—, la economía
se muestra como una serie de deducciones del concepto fundamental de escasez
de tiempo y de materiales. [...] Aquí, entonces, está la unidad del objeto de ja
ciencia económica, las formas asumidas por el comportamiento humano al dis­
poner de medios escasos» (p. 15). La tendencia a extender el modelo de base a to­
das las ramas de la investigación económica se vio reforzada en el transcurso del
siglo hasta culminar en la tesis de P. Á. Samuelson, según el cual existiría un prin­
cipio simple en el núcleo de todo problema económico: una función matemática
ajnaximizar bajo una serie de restricciones.
Otra característica común a los tres padres fundadores, que se convertirá
en pilar del sistema teórico neoclásico, es su adhesión al planteamiento utilita­
rista; un planteamiento que contaba entre sus precursores con Galiani, Becca-
ria, Bentham, Say, Sénior, Bastiat, Cournot y, sobre todo, Gossen. En realidad, la
contribución teórica más importante.de Jevons, Menger y Walras reside, más
que en una nueva formulación completa y coherente de la teoría del valor-utili­
dad y de la hipótesis de utilidad marginal decreciente, en el modo como modifi­
caron los fundamentos utilitaristas de la economía política. Su marginalism.o
acreditó una especial versión de la economía política, según la cual el comporta­
miento humano resulta exclusivamente reducible al cálculo racional orientadora
la maximización de la utilidad.- A este principio le otorgaban validez universal:
por sí solo permitiría comprender toda la realidad económica. En esto reside,
sobre todo, el aspecto revolucionario de las nuevas teorías económicas, y no tan­
to —como algunos han afirmado— en la tesis de que los precios de los bienes
vendrían determinados por la utilidad.
Un tercer elemento diferenciador es el relativo al método. El método neoclá­
sico se basa en el principio de las variaciones de las proporciones, el llamado
i «principio de sustitución», un método que no tiene equivalente en el pensamien­
to clásico. En el ámbito de la teoría del consumo, se asume que un conjunto de
bienes es sustituible por otro; en el de la teoría de la producción, que una combi­
nación de factores es sustituible por otra. El análisis se realiza en términos de las
posibilidades alternativas entre las que los sujetos, sean consumidores o produc­
tores, pueden escoger. Y el objetivo es el mismo: buscar las condiciones en las
cuales se llega a escoger la alternativa óptima. Este método presupone que las al­
ternativas en juego sean «abiertas» y que las decisiones tomadas sean reversibles;
de otro modo, el principio de sustitución no tendría razón de ser.
Una cuarta característica distintiva del planteamiento neoclásico es la relati­
va a los sujetos económicos, Si han de ser sujetos capaces de realizar elecciones
racionales con miras a la maximización de un objetivo individual, como la utili­
dad o el beneficio, forzosamente deben ser individuos; o, como mucho, grupos
sociales «mínimos», caracterizados por la individualidad de la unidad en la que
recaiga la toma de decisiones, como las familias olas empresas. Así, desaparecen
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 159

de la escena los sujetos colectivos, las clases sociales y los «cuerpos política
que —de manera frontalmente opuesta-^ los mercantilistas, los clásicos y Marx
situaran en el centro de sus sistemas teóricos;
Una quinta característica del sistema neoclásico consiste en el logro definiti­
vo de un objetivo al que, con frecuencia, muchos clásicos habían aspirado, pero
que ninguno había realizado nunca del todo: la ahistoricidad de las leyes econó­
micas. Asimilada la economía a las ciencias naturales, y a ía física en particular,
las leyes económicas vienen a asumir finalmente el carácter absoluto y objetivo
que se atribuye a las leyes de la naturaleza. La propia eternidad del problema
económico planteado por los neoclásicos, el problema de la escasez, fundamenta
la validez universal de las leyes económicas. Sin embargo, para que esto tenga
sentido es necesario expulsar.del ámbito dé estudio de la economía a las relacio­
nes sociales, exorcizándolas como una superstición a la vez inútil y contradicto­
ria con las nuevas adquisiciones de la ciencia de la época. Con la revolución mar-
ginalista nació el proyecto reduccionista del discurso económico que marcaría
todo el pensamiento neoclásico posterior, un proyecto según el cual a la econo­
mía no se le reconocería otro ámbito de estudio que el de las relaciones técnicas
(las relaciones entre hombre y naturaleza). Así, mientras el reduccionismo indivi-
dualista había llevado a la eliminación de las clases sociales, el reduccionismo
antihistoricista condujo a la eliminación de las relaciones sociales, con lo que
—obviamente^ perdería importancia también el estudio de sus transformado:
nes. Mientras que en los clásicos y en Marx el aparato analítico se construye con
explícita referencia al sistema capitalista, cuyas leyes de movimiento se quiere in­
vestigar, el paradigma neoclásico aspira a una completa ahistoricidad. Natural­
mente, esto no es nada fácil. Hasta Walras, por ejemplo, hubo de servirse de con­
ceptos como los de capital, interés, empresario, salario, etc.; conceptos que sólo
tienen sentido si se refieren al sistema capitalista.
Finalmente, el sexto elemento distintivo importante de la teoría neoclásica
reside en la sustitución de una teoría subjetivista del valor por.una objetivista-
Uno de los fundamentos del principio del valor subjetivo es la tesis de que todos
los valores son individuales y subjetivos. «Individuales» significa que hay que en­
tenderlos siempre como fines de individuos determinados; es decir, no existen va­
lores colectivos expresables como fines de grupos o de clases sociales en cuanto
tales. Por otra parte, los valores son subjetivos en el sentido de que surgen de un
proceso de elección: un objeto tiene valor si es deseado por un sujeto. El elemen­
to de la subjetividad indica que un valor es tal porque alguien lo elige en cuanto
fin; el elemento de la individualidad, a su vez, postula que debe existir un deter­
minado sujeto al que imputar aquel fin. En la concepción opuesta, la del valor 4 ,
objetivo, los valores existen independientemente de las decisiones individuales. ..
El individuo puede aceptar o rechazar los valores, pero no tiene la posibilidad de
establecer su legitimidad. Una consecuencia inmediata e importante del enfoque
neoclásico de la cuestión del valor es que la teoría de ía distribución de la renta se
convierte en un caso particular de ía teoría del valor, un problema de determina-
ciohMe los"pfeciosMe los servicios de los factores productivos, más que de repar-
to de la renta entre ías ciases sociales.
160 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

5 .1 .3 . ¿F u e u n a a u t é n t ic a r e v o l u c ió n ?

Uno de los problemas más importantes que plantea la revolución margina-


lista a los historiadores del pensamiento es si se trató o no de una auténtica revo­
lución. La denominación con la que actualmente se designa al sistema económi­
co nacido de aquélla, «sistema neoclásico», parece dar la razón a quienes sostie­
nen la tesis de la continuidad con el anterior sistema teórico, el «clásico». Pero
¿resulta adecuada tal denominación? Conviene partir precisamente de este pro­
blema.
La identificación de un sistema teórico clásico fue obra de Marx, quien
—como ya se ha mencionado— fue muy riguroso a la hora de definir el plantea­
miento y muy selectivo a la hora de etiquetar a los economistas. El patrón de me­
dida lo constituía Ricardo, pero Marx se remontó hasta Petty y Boisguillebert
para hallar los orígenes del sistema clásico. En base a aquel patrón, los anti-ricar-
dianos ingleses no habían de considerarse clásicos, mientras que Malthus y Say
deberían tomarse cum grano salís; e incluso a Smith se le atribuían algunas «no­
ciones vulgares».
Por el contrario, la definición de sistema teórico neoclásico nació con refe­
rencia a la obra de Marshall, a partir de la cual se extendió luego hasta abarcar
toda la teoría ortodoxa moderna; y se trata de una definición independiente de la
definición marxiana de economía clásica. Marshall pretendía subrayar la conti­
nuidad de una tradición que lo vinculaba a Mili y a Smith, sin excluir a Ricardo;
y se esforzaba por ignorar la existencia de la sustancial heterogeneidad de la eco­
nomía ricardiana respecto a aquella tradición,
En cambio, para Jevons estaba clarísimo el carácter anti-ricardiano de la re­
volución marginalista, y no hay duda de que, si el nombre del sistema teórico ori­
ginado por aquella revolución se hubiera basado en la obra de Jevons, se habría
denominado «anticlásico», en lugar de «neoclásico».
Ahora bien, si Marshall hubiera tenido razón al rechazar cualquier elemento
de ruptura entre los dos sistemas teóricos, también tendrían razón los historiado­
res modernos que niegan la existencia de una revolución marginalista. La idea de
estos historiadores es que, en el continente, el marginalismo se vinculaba —sin
rupturas epistemológicas importantes— a las tradiciones clásicas, como la que.
unía a Say con Bastiat, sin excluir a Dupuit y Cournot, en Francia; la que ligaba a
Lotz y Soden a la «Germán Manchester School», sin olvidar a Von Thünen y
Gossen, en Alemania; o, en fin, la que vinculaba a Galiani con Ferrara, en Italia.
Inglaterra, en cambio, habría sido un caso particular: debido a su insularidad cul­
tural, en esta nación se habría desarrollado una particular versión del plantea­
miento neoclásico, en forma de ricardismo, que de alguna manera justificaría las
pretensiones de Jevons de que se trataba de una revolución. Pero entonces, re­
trospectivamente, habría tenido razón Marshall al rechazar la idea de salto cuali­
tativo. Paradójicamente, en esta interpretación se presenta a Marshall como a al­
guien que hizo salir a Inglaterra de su insularidad.
Pero las cosas no eran exactamente así. Hay que tener presente que los autén­
ticos precursores del marginalismo no estuvieron del todo integrados en las tradi­
ciones clásicas de sus países, y más bien fueron condenados a la marginalidad en
los ambientes en los que se cultivaban las teorías ortodoxas. Y esto es cierto tanto
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 161

para Inglaterra como para el continente (con la excepción de Italia), como lo de­
muestra el hecho de que no sólo Jevons identificaba al enemigo en la «perjudicial
influencia de la autoridad» de Smith, Ricardo, los dos Mili, Fawcett, etc., sino que
también Walras se lanzaba con violencia- contra Smith, Ricardo y Stuart Mili, y,
cuando mostraba algo de aprecio por Say, se apresuraba a añadir alguna matiza-
ción (de signo contrario a las de Marx). Y tanto Jevons como Walras eran cons­
cientes, en cuanto tributaban su reconocimiento a Sénior y Gossen, de que se vin­
culaban a los «herejes».
En realidad, en las teorías económicas ortodoxas premarginalistas, de Smith
y Say a los teóricos de la armonía económica, el pensamiento económico clásico
se había desarrollado conservando intacto el dualismo teórico smithiano. La me­
todología de los conjuntos permanecía, anclada a una explicación de la produc­
ción y de la distribución basada en las clases sociales y a una teoría del valor ba­
sada en el coste de producción. La metodología microeconómica, a su vez, seguía
vinculada a una teoría del equilibrio competitivo basada en la racionalidad, en el
sentido utilitarista, de las decisiones individuales. Los dos enfoques siguieron
evolucionando paralelamente durante casi un siglo después de Smith, entrelazán­
dose con mayor o menor fortuna. Ricardo había hecho su revolución, tratando de
liberar al primero del segundó. YJos marginalistas hicieron lo contrario. En eso
consiste su revolución: liberaron a la microeconomía, entendida como,tearía. de.
las decisiones individuales, de la macroeconomía clásica. No se trató de una revo­
lución sólo contra Ricardo, sino contra todo aquello que en los otros clásicos se
hallaba presente de manera confusa y que Ricardo había intentado evidenciar. En
otras palabras, la tradición «clásica», respecto a la cual el sistema teórico neoclá­
sico se planteaba como la continuación, estaba constituida fundamentalmente
por aquel componente benthamiano, en parte ya presente en Smith y luego recu­
perado por la reacción anti-ricardiana y —sobre todo— por Mili, que Marx —en
cambio—, en la línea de las críticas ricardianas a Smith, había definido como
«vulgar», es decir, no clásico. Así, los marginalistas hicieron una revolución con­
tra los clásicos de Marx, no contra los de Mili.
Tan distinto es el sistema teórico neoclásico del clásico (en la acepción
marxiana) que la revolución llevó incluso a modificar la propia denominación
de la ciencia económica, la cual, a partir de 1879, al menos en el mundo anglo­
sajón, empezó a llamarse economics, en lugar de yolitical economv. El nuevo tér­
mino se había utilizado ya esporádicamente en los cuarenta años anteriores,
pero en 1877 y 1878 aparece incluso en los títulos de sendos libros de J. M. Stur-
tevant y H. D. Macleod. Después, Marshall y Jevons lo propusieron explícita­
mente como sustituto, más serio y científico, del viejo «economía política».
Jevons habló del término en la segunda edición (1879) de su Teoría de la eco­
nomía política, y fundamentó la propuesta de sustituir political economy por
economics en razones de carácter, digámoslo así, «económico»: una sola palabra
resulta más cómoda que dos. Pero después dejó escapar frases que revelaban una
especie de complejo de inferioridad, o de espíritu de emulación, ante la mathema-
tics. Por otra parte, señalaba que aspiraba a dar una denominación nueva a «una
ciencia que hace casi un siglo era conocida por los economistas franceses como
Science économiqne» (p. 18).
Sobre este punto, Marshall tenía las ideas más claras. En Economía indas-
162 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

triol (1879), escrito en colaboración con su mujer, Mary, planteó la misma pro­
puesta. La fundamentaba en que, a diferencia del pasado, cuando a la nación se
la llamaba «cuerpo político» la expresión «economía política» resultaba adecua­
da; pero en aquel momento, cuando se hablaba de «intereses políticos», se enten­
dían generalmente los intereses de una sola parte de la nación, por lo que parecía
preferible abandonar aquel término y hablar sencillamente de «ciencia económi­
ca» o, mejor aún, de «economía», Se trataba, en realidad, de dos motivaciones
distintas. Una explícita: evitar que la ciencia se confundiera con los intereses de
una parte; y otra implícita, pero más profunda, que surgiría claramente sólo más
tarde, en la medida en que el sistema neoclásico se fue diferenciando del clásico:
evitar cualquier referencia de la ciencia económica a los «cuerpos políticos». Esta
segunda motivación se tradujo en la negativa a reconocer como objeto de investi­
gación de la economía el comportamiento de los agentes económicos colectivos.
Recuérdese que precisamente los mercantilistas se habían servido de la
asunción de dicho objeto para fundar su ciencia: ya no economía (doméstica),
sino economía política; ya no la administración de la familia, sino la del Estado;
ya no el estudio de las causas del enriquecimiento de los individuos, sino del de
las naciones, del pueblo, de la clase de los comerciantes. Pues bien: resulta signi­
ficativo que los neoclásicos, al rechazar el carácter «político» de la economía, re­
plantearan una concepción de la ciencia que de nuevo se vinculaba a la economía
doméstica. En efecto, finalmente se descubrirá que lo que esta ciencia estudia es
precisamente lo que Steuart llamaba «el arte de proveer con prudencia y frugali­
dad a todas las necesidades de una familia» (p. 9); es decir, lo opuesto a la «eco­
nomía política». Hoy, en lugar de arte, se le llama «ciencia»; pero trata igualmen­
te de la mmximización del bienestar de la familia, o de los beneficios de la empre­
sa, que son —en definitiva— los agentes económicos individuales.

5:1.4. LAS RAZONES DE UNÉXITO


Otro problema que la revolución marginalista plantea a los historiadores del
pensamiento económico se refiere a las razones por las que ésta se dio precisa-
rñente en aquel momento histórico. ¿Por qué no en la época de Sénior, Longfield,
Dupuit, Cournot o Von Thünen? ¿Y por qué Jevons, Menger y Walras no siguie­
ron siendo simplemente herejes geniales al margen de la ortodoxia, como pareció
que sucedía durante los diez años siguientes a la publicación de sus obras? ¿Por
qué hubo, en la década de 1880, una segunda generación de marginalistas, que
dieron a aquella herejía la fuerza de una oleada revolucionaria? La manera co­
rrecta de abordar el problema relativo a la situación histórica de la revolución
marginalista parece ser ésta: no se trata de hallar las razones por las que a co­
mienzos de la década de 1870 se publicaron las obras fundamentales de los tres
grandes economistas neoclásicos, sino más bien de entender por qué, en el trans­
curso de pocos años, el mensaje contenido en aquellas obras fue acogido como el
Nuevo Testamento por la mayor parte de los economistas más destacados. En la
búsqueda de posibles explicaciones, se pueden identificar, simplificando al máxi­
mo, dos tipos de razones: unas «internas», y otras «externas».
Las primeras se hallan relacionadas con la incapacidad de la ortodoxia clási-
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MÁRGINALISTÁ 163

ca para resolver una serie de problemas teóricos. Las teorías del valor-trabajo ha­
bían empezado a hacer agua desde el primer momento, y la tentativa de los ricar-
dianos de superar la dificultad con una teoría del coste de producción había em­
peorado la situación, obligando a John Stuart Mili a abrir brechas por las que no
tuvieron dificultad alguna en colarse las críticas corrosivas de los marginalistas.
Pero las generalizaciones pudieron más que las críticas. Por ejemplo, Jevons afir­
mó que los casos de producción conjunta, que para Mili eran excepciones a la
teoría del valor basada en el coste de producción, constituían en realidad el caso
general. Marshall, en cambio, había tratado de generalizar el caso de las mercan­
cías cuya producción no pudiera aumentarse sin aumentar los costes. En cuanto
a la teoría del valor-trabajo, Marx era ahora el único que la defendía. La de Marx
era una versión más bien debilitada, pero no tanto como para impedir una sarta
de críticas por parte de los neoclásicos, como veremos más adelante. Y las débiles
defensas enarboladas por los marxistas (por Hilferding, entre otros) únicamente
sirvieron para desacreditar definitivamente la teoría, haciéndole perder su digni­
dad científica.
Además, los clásicos no habían logrado producir una teoría satisfactoria de
la distribución de la renta, lo que constituía una grave carencia., dado que lü teo­
ría de la distribución de la renta constituye el núcleo de la teoría económica clási­
ca. Las principales dificultades eran las relativas a la teoría de los salarios, que
constituía el fundamento de.toda la estructura. Una vez descartada la tesis de que
los salarios permanecen anclados al nivel de subsistencia en virtud dei mecanis­
mo malthusiano de la población, toda la teoría se viene abajo. Precisamente esta
era una de las críticas de Jevons. Por otra parte, el camino emprendido por los ri-
cardianos para superar esta dificultad —es decir, la teoría del fondo de salarios-
resultaba aún más débil e indefendible que la teoría de Ricardo. De nuevo fueron
Jevons y Walras quienes pusieron el dedo en la llaga, mostrando el carácter tau­
tológico (en el mejor de los casos) y la inconsistencia lógica (en el peor, que era el
de las interpretaciones más generalizadas) de la teoría del fondo de salarios.
Pero todo esto no es suficiente para explicar el éxito de la revolución margi-
nalista y su rápida conquista de la hegemonía. Las razones «externas» son quizás
aún más importantes que las «internas». Hacía ya algún tiempo que la teoría ri-
cardiana se había utilizado con finalidad crítica por los economistas socialistas.
La teoría del excedente, en particular, se había planteado como fundamento de
una teoría de la explotación capitalista. Ya sabemos que, en la década de 1830,
fue precisamente el intento de oponerse a las teorías socialistas lo que llevó a al­
gunos economistas de la «reacción anti-rieardiana» a criticar el ricardismo. Cua­
renta años después, las cosas no habían cambiado. Jevons no tuvo dificultad al­
guna para vincularse precisamente a la tradición anti-ricardiana inglesa. Pero
Walras fue aún más explícito cuando, a propósito de la teoría del interés, hizo no­
tar que «es un objetivo sobre el que los socialistas han lanzado frecuentemente
sus ataques, a los que los economistas hasta ahora no han respondido de manera
totalmente convincente» (p. 422); era lo que él trataba de hacer.
A partir de la década de 1870, el socialismo teórico tendió rápidamente a
identificarse con el marxismo y a plantear cada vez con menos vacilaciones sus
pretensiones de eienuíickiad. V’ es precisamente cónica ¡ales pretcnsiones contra
lo que se lanzaron algunos marginalistas de la segunda y la tercera generación.
164 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Aquí nos limitaremos a citar el poderoso ataque «jevoniano» que Wicksteed diri­
gió a la teoría marxiana del valor en «Das Kapital: A Criticism» (en To-Day, 1884),
y el formulado —aún con mayor dureza— por Bóhm-Bawerk en Kapital und Ka-
pitalzins (1884-1889) y en Zum Abschluss des Marxischen System (1896). Sin em­
bargo, ya en 1893 Pareto enfocaba la cuestión con mayor «distancia», convencido
de que «ya no hay necesidad de criticar el libro de Carlos Marx», pues dicha críti­
ca está ya implícita en «el perfeccionamiento aportado por la economía política a
la teoría del valor» (p. 141).
Para que las críticas al socialismo, y al marasmo en particular, no parecie­
ran demasiado impregnadas de ideología, era necesario remitirlas a sus funda­
mentos científicos. Pero éstos eran los mismos que los de la teoría económica
clásica. Había, pues, que «reinventar» ¿á ciencia económica, reconstruirla sobre
fundamentos que permitieran borrar de' su seno los propios conceptos de «clase
social», «fuerza de trabajo», «capitalismo», «explotación», «excedente», etc. La
teoría de la utilidad marginal proporcionó la solución buscada. Además, parecía
que ésta permitía demostrar que en la economía competitiva se realizaba un tipo
de organización social cercano al ideal;- un tipo de organización en el que las re­
glas del mercado permitirían alcanzar una situación óptima y en la que se logra­
ría, al mismo tiempo, la armonía de los intereses y la maximización de los objeti­
vos individuales.
Por otra parte, fue la reanudación del conflicto social bajo formas endémi­
cas y acusadas lo que hizo que los ambientes académicos y los círculos político-
culturales se mostraran especialmente receptivos a la nueva teoría. La primera
Internacional de los trabajadores, nacida en Londres en 1864, celebró sus prin­
cipales congresos en diversas capitales europeas entre 1866 y 1872, para disol­
verse en el congreso de Filadelfia, en 1876. Sin embargo, ya en 1889 se fundaba
en París la segunda Internacional, bastante más combativa y con una mayor in­
fluencia del marxismo. Estos procesos de unión de las organizaciones revolucio­
narias se veían impulsados por una poderosa reanudación de las luchas obreras
en todos los países capitalistas avanzados. Todo el período que va de 1868 hasta
mediados de la década de 1870 fue una época de marcada conflictividad, como
si la rabia contenida en los anteriores veinte años de paz social estallara toda de
golpe. La Comuna de París fue sólo la punta de un iceberg, de un movimiento
mucho más amplio y duradero. Y la violenta represión con que se sofocó esta
explosión internacional de conflictividad (en 1872-1873 en Francia; en 1873-
1874 en Gran Bretaña y Alemania; en 1877 en Estados Unidos e Italia) tuvo úni­
camente efectos temporales, ya que la conflictividád volvió a manifestarse, de
maneras más o menos acentuadas, en el transcurso de la década de 1880 y a me­
diados de la siguiente.
Por tanto, no hay duda de que, cuando Jevons, Menger y Walras presentaron
una teoría capaz de desviar completamente la atención de los problemas desagra­
dables, estaban lanzando al mercado precisamente la teoría que éste demandaba.;
En las décadas de 1880 y 1890, esta demanda fue tan fuerte que ningún econo­
mista marginalista había de temer ya la posibilidad de quedar excluido de la cul­
tura oficial. Merece la pena recordar aquí un caso curioso, pero elocuente. El ya
mencionado libro de Gossen de 1854, que anticipaba buena parte de los resulta­
dos de la revolución marginalista, había sido un completo fracaso editorial.
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 165

Gossen murió en 1858, sin conocer las mielesdel éxito. Pero treinta años después
un perspicaz editor de Berlín reeditó el libro con un breve prólogo y una nueva
fecha: 1889; y fue un clamoroso éxito. Otro caso curioso —que resulta muy ilus­
trativo, como mínimo, del estado de ánimo con el que los marginalistas se pusic-.
ron a construir una ciencia libre de valores— lo constituye el de una carta que
Auguste Walras dirigió a su "hijo León el 6 de febrero de 1859, en la que se lee:
«Algo que encuentro perfectamente satisfactorio en el plan de tu trabajo es tu in­
tención —que apruebo desde cualquier punto de vista— de mantenerte en los lí­
mites más inofensivos respecto a los señores propietarios. Hay que dedicarse a la
economía política como uñó se dedicaría a la acústica o a la mecánica» (citado
en Leroy, p. 289).
Finalmente, vale la pena observar que, aunque el marginalismo se planteó
como una alternativa al enfoque clásico en el plano de la teoría económica, con­
servó, sin embargo, su filosofía de fondo al menos en una cuestión esencial. Je-
vons, Menger, Walras y la gran mayoría de los marginalistas de las generaciones
posteriores fueron acérrimos defensores de las razones del laissez faire. Es cierto
que, si el laissez faire de los clásicos se centraba en el problema de la acumula-
ción, el de los neoclásicos se orientaba más hacia el problema de la eficacia dis­
tributiva. Pero también íos tiempos habían cambiado. Los países capitalistas más
avanzados habían resuelto el problema del despegue industrial, de modo que las
exigencias de la acumulación ya no se presentaban en los términos en los que se
le habían presentado a Smith. Por otra parte, las décadas de 1870 y 1880 estuvie­
ron marcadas por la «Gran Depresión», una especie de primera gran demostra­
ción de la incapacidad del capitalismo para vencer la anarquía del mercado. No
resulta sorprendente, por tanto, el éxito de unas teorías que demostraban que el
Tñércacfo,Jejos de ser_anárquico, proporcionaba la mejor asignación de recursos
posible, y que, si las cosas no iban. bien.;era p recis^ «coaliciones
obreras» impedían que el mercado funcionara...

5.2. William Stanley Jevons


5.2.1. EL CÁLCULO LÓGICO EN ECONOMÍA

En 1874, Jevons publicó, después de muchos años de trabajo, Los principios


de las ciencias, un potente tratado de lógica formal y de método científico desti­
nado a reemplazar al Sistema de la lógica (1843) de J. S. Mili; una obra que Je­
vons no dudó en definir como «una extraordinaria maraña de auto-contradiccio­
nes». Aun cuando no entraba en las intenciones de Jevons tratar en Los principios
de las aplicaciones a las ciencias sociales, es un hecho que las ideas y, sobre todo,
el bagaje lógico-analítico que desarrolló al respecto constituyeron la urdimbre so­
bre la que tejió toda su obra económica. Así, podemos leer en la Teoría de la eco­
nomía política que la economía pertenece a la clase de las ciencias «que, además
de ser lógicas, son también matemáticas [...] nuestra ciencia debe ser matemáti­
ca, simplemente porque trata de cantidades» (p. 78).
En teoría económica, Jevons se vinculó explícitamente a Bentham. En el
prólogo a la Teoría, escribió: «Las ideas de Bentham [...j son [...J el punto de parir
J 66 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

da de la teoría desarrollada en este trabajo», y más adelante: «he procurado tratar


la economía como un cálculo de placeres y sufrimientos, y he esbozado la forma
general que la ciencia económica debe asumir últimamente» (p. 44). Con este
tipo de premisas, no deben sorprendernos afirmaciones como que «el valor de­
pende por completo de la utilidad» (p. 77), un punto de vista opuesto al asumido
por una gran parte de los autores clásicos. Valor tiene aquí el sentido de precio.
El punto de partida del análisis jevoniano es el intercambio. Dos únicas ca­
racterísticas definen a los individuos como agentes económicos: la primera es
que cada cuál actúa sobre la base de un cálculo racional maximizador; y este
comportamiento es, en cualquier caso, el único elemento de la acción humana
que puede y debe estudiar la economía. «Satisfacer nuestras necesidades al máxi­
mo con el mínimo esfuerzo, [...] es decir; maximizar el placer, constituye el pro­
blema de la economía» (p. 101).
Jevons consideraba la utilidad, no como una cualidad intrínseca del objeto,
sino como «la suma de placeres que su uso proporcionaba». Tal como escribió,
«la utilidad es el argumento principal de la economía desde el principio hasta el
fin, porque el objeto de la economía es la maximización de la felicidad por la ad­
quisición de placeres, por así decirlo, al más bajo coste en términos de sacrificio»
(p. 6). En realidad, esta acepción empezó a difundirse bastante, antes de Jevons;
se encuentra incluso en Bentham, quien empleó el término)« utilidad »)tanto en el
sentido de atributo físico como en el de atributo psíquico. La decepción por tal
ambigüedad debió de ser grande, pues para Bentham «utilidad fue una palabra
elegida desafortunadamente».
Resulta difícil decir si Jevons, profundo conocedor de la obra de Bentham,
era consciente de esta ambigüedad. Sin embargo, es un hecho que, af emplear el
viejo término con un nuevo significado, Jevons contribuyó en buena medida a
crear una engorrosa fuente de confusión. Esta confusión resulta especialmente
evidente en el modo como Jevons afrontó la cuestión de hasta qué punto la utili­
dad se podía medir y comparar. Por un lado, encontramos afirmaciones del tipo:
«No veo cómo puede realizarse esta comparación. Cada mente resulta inescruta­
ble para cualquier otra mente, y no parece existir un denominador común de los
sentimientos de individuos distintos» (p. 85). Por otro lado, en no pocos pasajes
Jevons expresaba la opinión contraria, según la cual la utilidad es una magnitud
mensurable en sentido cardinal. Enseguida veremos cuáles y cuántos problemas
se derivaron de esta ambigüedad.
Naturalmente, Jevons no olvidó la producción y la acumulación del capital,
pero al tratar las cuestiones relacionadas con aquéllas adoptó el mismo aparato
conceptual y, sobre todo, la misma orientación de fondo de la que se sirvió en la
teoría del intercambio. Un elemento esencial de la contribución de Jevons a este
respecto fue su particular interpretación de la ley de rendimientos decrecientes,
interpretación que formuló al tratar de la teoría de la renta de la tierra, en el capí­
tulo cuarto de su Teoría.
Al estudiar la producción agrícola, Ricardo había observado que en una de­
terminada parcela de tierra pueden emplearse cantidades alternativas de trabajo,
asistido por ciertas cantidades de otros inputs, como utensilios agrícolas, fertili­
zantes, etc. En la producción de los bienes agrícolas es, pues, posible —precisaba
Ricardo— variar las proporciones en las que se emplea la tierra y el «trabajo asis-
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 167

tido» (es decir, trabajo, más capital). Llegaba así a la ley en cuestión -—cuyo pri­
mer enunciado se debe, sin embargo, al economista fisiócrata Jacques Turgot—:
los aumentos de producción resultantes de iguales incrementos en el empleo de
dosis sucesivas de trabajo asistido, permaneciendo constante la cantidad de tierra
dedicada al cultivo, primero aumentan y luego disminuyen.
Jevons introdujo dos sutiles cambios en la interpretación de la ley. En primer
lugar, la eliminación de hecho de la distinción entre caso extensivo y caso intensi­
vo, con una sobrevaloración del segundo caso. Los clásicos, bastante más interesa­
dos en la explicación de la renta de la tierra que en la de los precios de las mercan­
cías, habían centrado su atención preferentemente en el caso extensivo, el cultivo
simultáneo de tierras de distinta fertilidad o cantidad; aunque es cierto que tam­
bién se habían ocupado —no sin reservas— del caso intensivo, la aplicación de su­
cesivas dosis idénticas de capital y trabajo a la misma parcela de tierra. Y ello por
là sencilla razón de que, mientras la diferente productividad de las tierras de dis­
tinta calidad es una circunstancia directamente observable en una situación dada,
la productividad marginal de una dosis de input indica un cambio de la situación
y, en consecuencia, representa sólo un incremento virtual del output.
En segundo lugar, el desplazamiento del interés hacia el caso intensivo con­
dujo a un importante cambio del método de análisis: el razonamiento se plantea­
ba en términos de cambios hipotéticos, en lugar de cambios observables, y esto
contribuyó a acreditar la tesis de la simetría entre la tierra y los otros inputs. De
dicha tesis se derivaban dos consecuencias importantes:
a) la sustituibilidad entre tierra y trabajo asistido se extiende de la produc­
ción agrícola a todos los tipos de producción, incluso a aquellos en los que no
aparece un input directo de tierra;
b) la sustituibilidad se extiende a todos los inputs, mientras que para los clási­
cos la sustituibilidad entre tierra y trabajo asistido presuponía una estricta comple-
mentariedad entre trabajo y utensilios.
Debemos mencionar un último punto. Jevons dedicó una gran atención a los
problemas de política económica y, en particular, a las cuestiones de política so­
cial. En su última obra, The State in Relation to Labour (1882), y en la recopila­
ción de artículos publicada pòstumamente en 1883 con el título Methods of Social
Reform, se indican expresamente los principios que, según él, deberían guiar la
«y / ■

intervención pública en economía. En este sentido no debe sorprender que, dado


su punto de partida, Jevons llegara a la conclusión de que el estado natural de la
economía de mercado es la armonía social, y no el conflicto de clase. En The Sta­
te in Relation to Labour afirmó: «El supuesto conflicto entre trabajo y capital es
una ilusión» (p. 98); y luego, apelando a una ambigua noción de hermandad uni­
versal, añadió: «No debemos referirnos a estas cuestiones desde un punto de vista
de clase, [porque] en economía, en todo caso, debemos considerar a todos los
hombres como hermanos» (p. 104). Jevons admitió que «los trabajadores no son
los capitalistas de sí mismos», lo cual aumenta la complejidad del problema,
pues, de este modo, los capitalistas «vienen a representar unos intereses distin-
!os». Sin embargo - -alarma—, la competencia debería resobro el posible conflic­
to de intereses entre las dos partes, puesto que haría que el capital hiera remane-
168 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

rado sólo al tipo de interés fijado por el mercado, mientras que el trabajador lle­
garía a percibir, en última instancia, sólo el «valor de lo que ha producido». En el
próximo capítulo veremos cómo J. B. Clark recuperará y desarrollará esta tesis.
Especialmente interesante resulta la actitud de Jevons respecto a los sindica­
tos, una actitud muy crítica, pero no precisamente hostil. Por una parte, aprobó
que los sindicatos actuaran como sociedades de amigos tratando de conseguir
mejores condiciones de vida para sus miembros; por otra, se opuso ferozmente a
cualquier forma de fijación del salario basada en la contratación colectiva, por­
que ello habría puesto en entredicho el mecanismo competitivo. La aceptación de
estos dos principios llevó a Jevons a la ingenua conclusión de que, si los trabaja­
dores querían reducir su jornada laboral, entonces debían aceptar un jornal infe­
rior. ' //
Obviamente, Jevons liquidó la teoría ricardiana de la relación decreciente
entre beneficios y salarios como «radicalmente falaz»; con ello pretendía demoler
los fundamentos teóricos de la lucha de clases. La Teoría está-llena de censuras a
Ricardo y a J. S. Mili. Por ejemplo: «La mente capaz, pero mal orientada, de Ri­
cardo situó en un camino falaz el carro de la ciencia económica, camino por el
que después lo empujó la mente igualmente capaz de su admirador John Stuart
Mili» (p. 72). Por el contrario, abundan las alabanzas a Malthus, Say, Sénior y
Bastiat.

5.2.2. S a lario y t r a b a jo , in t e r é s y capital

En Jevons, también la teoría de la determinación de la oferta de trabajo se


apoya en los fundamentos utilitaristas de la teoría de la elección. Este aspecto del
análisis jevoniano constituye, en efecto, una de sus contribuciones más notables.
Y si bien es verdad que ha contribuido a otorgar a Jevons un lugar destacado en­
tre las grandes «figuras» del marginalismo, también lo es que ha llevado a una
cierta infravaloración del análisis jevoniano del -capital y del interés; análisis que
a menudo se ve como un mero subproducto de la «gran teoría» de la elección. No
obstante, esta opinión es infundada, al menos en parte.
La teoría de la oferta de trabajó partía de la constatación de que el trabajo',
tanto manual como intelectual, es una actividad «desagradable» para el indivi­
duo, quien la emprende sólo con miras al mayor consumo que ésta le permite.
Pese a que esta afirmación tenga algo de verdad, aún en la actualidad, para un
ojo «desencantado» resulta cualquier cosa menos evidente fuera de la atmósfera
utilitarista en la que se concibió.
En la teoría de Jevons, el signo de la utilidad marginal del trabajo está bien
definido: el trabajo produce una des-utilidad marginal —es decir, una utilidad
marginal negativa—, y en particular una desutilidad que aumenta al aumentar el
trabajo ofrecido. A esta hipótesis Jevons añadió otra, no menos fuerte: el trabaja­
dor actúa de manera autónoma, trabaja con sus propios medios y no depende de
quien le proporciona el trabajo; esto hace que la cantidad de trabajo ofrecido sea
infinitamente divisible y no esté sujeta a cambios discretos, como sucede en el
caso del trabajo dependiente, donde normalmente un contrato fija el horario de
trabajo. La hipótesis de la infinita divisibilidad resulta esencial para la aplicación
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 169

del cálculo margmalista, que —como se sabe— opera con incrementos infinitesi­
males de las cantidades.
Consciente de la «fuerza» —y, por tanto, inevitablemente de los límites— de
sus hipótesis, Jevons distinguió entre productividad subjetiva del trabajo, en la
que éste se mide en términos del «potencial psico-físico» empleado por el traba­
jador en su actividad, y productividad objetiva, medida en términos de horas
trabajadas. Obviamente, mientras que la primera permite tener en cuenta las di­
ferencias cualitativas existentes entre los distintos tipos de trabajo en términos
de esfuerzo psico-físico, pero a cambio de la imposibilidad de medirlas a nivel
operativo, la segunda requiere una uniformidad cualitativa del trabajo, y tiene la
ventaja de la mensurabilidad.
Sobre la base de estas hipótesis, la aplicación del cálculo marginalista con­
duce al resultado de que la cantidad de trabajo ofrecida es aquella para la cual el
beneficio marginal derivado de la remuneración del trabajo iguala su desutilidad
marginal. No obstante, el caso más interesante es aquel en el que el individuo
puede producir más de un bien. En este caso, se requiere que obtenga los mismos
beneficios marginales de cada una de las actividades y, en consecuencia, que de
cada una de ellas obtenga la misma desutilidad marginal. Pero esto implica que,
al menos a largo plazo, los. individuos tenderán a intercambiar los bienes según
una razón que es igual al coeficiente de las productividades marginales (a largo
plazo, éstas deberán nivelarse a fin de que todos los individuos que trabajan en
un mercado continúen haciéndolo), donde dichas productividades deben poderse
expresar también en términos subjetivos. De este modo, la condición de igualdad
en la desutilidad marginal de las distintas ocupaciones se convierte en un vínculo
importante entre la teoría utilitarista del intercambio y la teoría de la oferta de
trabajo.
Sin embargo, la mera referencia formal a las reglas del cálculo marginalista
no es suficiente para hacer de la teoría jevoniana una teoría «marginalista» de la
oferta de trabajo en el sentido más profundo. En efecto, es notorio que la hipóte­
sis fundamental bajo la que el cálculo marginalista es aplicable al caso de la ofer­
ta de trabajo es que el nivel de utilización de todos los factores de producción dis­
tintos del trabajo se mantenga constante. Resulta, pues, indispensable aclarar el
papel desempeñado en el sistema de Jevons por los otros factores de producción.
Se descubrirá así que la idea —ampliamente extendida— de que la teoría jevonia­
na del capital es sólo un «subproducto/fié la de la oferta de trabajo es, en reali­
dad, infundada.
Veamos en primer lugar el caso de la tierra, al que ya hemos aludido en el
apartado anterior. ¿Es posible considerar la renta de la tierra como la remunera­
ción de una actividad productiva determinada, según el principio marginalista,
bajo la hipótesis de la constancia del nivel de utilización de los otros factores? En
rigor, se debería considerar el caso extensivo, en que la cantidad de tierra cultiva­
da va aumentando progresivamente. En efecto, Jevons trató este caso, pero dedi­
có una mayor atención al intensivo, en el que una cantidad creciente de un factor
determinado, por ejemplo el trabajo, se aplica sobre una extensión fija de tierra.
El caso intensivo constituye una especie de «verificación» de la teoría de la oferta
de trabajo, en cuanto se traía de una aplicación de dicha teoría.
Ahora bien, mientras la tierra no tenga usos alternativos, ia teoría de jevons
170 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

funciona a la perfección: la ley de los rendimientos decrecientes hará que el tra­


bajo tenga una productividad decreciente en función de la intensidad de su apli­
cación. Puesto que todo el trabajo se remunera en base a la desutilidad de la últi­
ma unidad añadida, sobre las cantidades precedentes —cuya.productividad..es...
mayor y cuya desutilidad es menor— surge un surplus que,Jen la medida en que
el trabajador es el propietario de la tierra,jse traduce en renta de la tierra. La teo­
ría se muestra, pues, coherente con la anterior: la renta intensiva se explica en
términos de la productividad del trabajo. Pero ¿qué sucede cuando la tierra tiene
al menos un uso alternativo?
En este caso, la renta de la tierra se convierte en un elemento del coste de
producción, en evidente contraste con las tesis de Ricardo y otros Clásicos. En
efecto, en el «Prólogo» a la Teoría se leer-LSi la tierra posee usos alternativos, la
renta [diferencial] producida en la ocupación más beneficiosa es un elemento de
los costes de producción de las otras ocupaciones» (p. 70). En otras palabras, el
coste de oportunidad del uso de la tierra se convierte en un elemento esencial en
la definición de la renta de la tierra, con lo que la teoría de la oferta de trabajo ya
no resulta suficiente para determinar el nivel de las rentas. Es necesaria otra
«parte» de teoría independiente de la de la oferta de trabajo. Y es aquí donde apa­
rece la teoría del capital.
Jevons consideró el capital, prima facie, como un conjunto de bienes valora­
do en términos monetarios. El papel del capital en el proceso productivo es, a la
manera austríaca, el de constituir upa «anticipación» para pagar el trabajo: el
proceso de producción se desarrolla en el tiempo, y los trabajadores son remune­
rados —al menos en parte— antes de que el producto se materialice. La influen­
cia de Mili resulta aquí evidente.
Para Jevons, una «mejora» de las condiciones de mercado coincide con un
alargamiento del período de producción, un punto de vista «proto-austriaco» que
se convertirá en el blanco de muchas de las críticas más severas a la teoría jevo-
niana del capital. Para Jevons, no es la cantidad de capital en sí lo que se remune­
ra, sino la cantidad de capital inmovilizado para- una fracción dada del período de
producción; por tanto, en la definición del tipo de interés entra necesariamente el
elemento temporal.
En el análisis de Jevons, el coste de los bienes en los que se fija el capital
debe ser reembolsado en el transcurso del período de su utilización. Pero ¿cómo
debe calcularse este coste? Jevons distinguió entre cantidad de capital invertido
(.ACI: amount of capital invested) y cantidad de inversión de capital (AIC: amount
of investment of capital). El primero es una cantidad de capital «libre», es decir,
no incorporado en bienes; el segundo es el producto del ACI y del tiempo durante
el cual éste permanece invertido. Si, por ejemplo, w es la cantidad total de los sa­
larios pagados para construir una casa, y t, el tiempo total de inversión, entonces,
suponiendo el trabajo continua y uniformemente distribuido a lo largo del tiem­
po y utilizando la capitalización simple, la fórmula de Jevons para el capital es
AIC = wtll, y es esta magnitud la que debe ser remunerada con un interés.
Ahora bien, en un régimen de capitalización simple el tiempo medio de in­
versión, 7/2, depende sólo de las condiciones técnicas de producción y, por tanto,
es independiente de la distribución de la renta. De ahí que el tipo de interés, bajo
aquella condición, resulte expresadle en términos del tiempo medio de inversión.
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 171

No sucede lo mismo, en cambio, en un régimen de capitalización compuesta,


como debe ser el caso en una economía capitalista. Parece que Jevons fue cons­
ciente del problema, pero no extrajo las inevitables implicaciones teóricas, la más
importante de las cuales es que la productividad marginal del capital no puede
calcularse como el incremento del producto debido a un incremento unitario del
empleo de capital, definido este último como acabamos de ver.
Aquí, pues, surgen las dificultades: si el capital fuera una magnitud moneta­
ria, no habría problemas mientras el incremento del empleo de capital en dos pe­
ríodos distintos pudiera considerarse como una variación en una entidad homo­
génea; pero, en tal caso, no se ve cómo puede atribuírsele una productividad. Por
otra parte, en la medida en que el capital es monetarización de un conjunto de :
bienes reales, su valor depende del sistema de los precios y, por tanto, del nivel ;
del tipo de interés que éste debería determinar. De ahí que el valor del capital de- -
penda de la distribución de la renta.
Debemos, pues, concluir que el sistema teórico jevoniano, considerado
como un modelo global de funcionamiento del sistema económico, no puede
considerarse aceptable. Esto no debe sorprendernos, ya que los problemas con
los que Jevons tropieza serán los mismos con los que tropezarán muchos de los
especialistas mejor dotados de nuestro siglo. Los procesos de sistematización ló­
gica, aunque difíciles, constituyen en el fondo un problema de «ciencia normal».
Es, por el contrario, a la hora de «señalar el camino» cuando surge el genio; y es
en este sentido en el que hay que valorar la obra de Jevons.

5 .2 .3 . L a e c o n o m ía h ist o r ic ist a in g l e s a

La disgregación de la economía política clásica en las décadas de 1870 y


1880 se muestra en el hecho de que los ataques a que se vio sometida por parte
de los marginalistas no fueron un hecho, por decirlo así, aislado. En realidad, en
este período un número cada vez mayor de economistas se lanzaron contra el sis- •
tema teórico clásico, dando origen a múltiples direcciones teóricas alternativas:
desde las socialistas (de las que recordaremos, además del marxismo, el fabianis-
mo en Inglaterra, el «socialismo agrario» en América, los «socialistas cristianos»
y los «de la cátedra» en Alemania) hasta los institucionalistas e historicistas. Tra-
taremos aquí del último de estos grupos"!
Más adelante nos referiremos a Schrholler y a la «joven escuela histórica ale­
mana», y aclararemos que la polémica historicista contra Menger implicaba un
ataque a la economía política tout court, más que al sistema teórico marginalista
en concreto. Era a la ciencia económica en general a la que los historicistas atri­
buían los vicios de ahistoricidad, deductivismo, abstracción y arbitrariedad.
Es interesante señalar que en aquel período también se estaba realizando un
ataque de este tipo en Inglaterra, la patria de la ortodoxia clásica. Las críticas de
los historicistas ingleses no fueron menos profundas y radicales que las de los
alemanes. Fuertemente influenciados por la idea comtiana de una ciencia social
unificada, los críticos ingleses no sólo produjeron una buena literatura crítico-
metodológica, sino que también fueron artífices de la apertura a otros ámbitos de
la investigación social, sobre todo a la sociología y la historia económica.
172 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

En el capítulo anterior hemos hablado ya de Richard Jones, un historicista


contemporáneo de Ricardo. Aquí recordaremos a los tres historicistas ingleses
más importantes de la siguiente generación: Thomas Edward Cliffe Leslie (1826-
1888), John Kells Ingram (1823-1907) y William Cunningham (1840-1919).
El primero mostró un gran aprecio por el uso smithiano’del método inducti­
vo; no obstante, en varios ensayos publicados entre 1870 y 1879, negó la universa­
lidad de las llamadas «leyes naturales». Además, criticó la tendencia a fundamen­
tar la economía en la simple suposición de que el comportamiento del individuo
está motivado únicamente por el deseo de enriquecimiento. Finalmente afirmó
—sagazmente— que toda la economía política clásica presuponía^ dos .hipótesis...
fundamentales, aunque mal entendidas: las que hoy se conocen como hipótesis de
7 información completa y de(previsión perfecta.Jí sobre estas hipótesis fundamenta-
' ba la validez de las tesis clásrcás sóbre la uniformidad de las tasas de salario y de
beneficio, y, por tanto, la validez de Su teoría de los precios naturales.
De Ingram recordaremos The Present Position and Prospects of Political Eco-
nomy, escrito presentado a la British Association for he Advancement of Science
en 1878, y la Historia de la economía política, de 1888. Ingram sostuvo que la eco­
nomía política clásica se fundamentaba en un tipo de razonamiento abstracto
que ignoraba completamente la realidad efectiva, así como en un método deduc­
tivo incorrecto. Según él, la deducción debía utilizarse únicamente para controlar
las inducciones, no para deducir teoremas generales de suposiciones arbitrarias^
De haber utilizado el método correcto, los clásicos se habrían dado cuenta de que
sus teorías únicamente tenían validez con referencia a determinadas condiciones
históricas.
No estaban lejos de este planteamiento las críticas que Cunningham dirigió
a Marshall. Merecen ser recordadas aquí porque revelan que el blanco de las crí­
ticas se había desplazado de la economía política clásica a la neoclásica. Obvia­
mente, esta última era mucho más merecedora de las críticas historicistas de lo
que lo fuera la ciencia de Smith y de Mili. Pues bien, en un ensayo de 1892, titula­
do significativamente The Perversión of Economic History, Cunningham acusó a
Marshall simplemente de utilizar de modo incorrecto la historia económica, es
decir, no para adquirir conocimiento observando los hechos, sino sólo para con­
firmar subrepticiamente verdades obtenidas por vía especulativa de premisas
apriorísticas.

5.3. Léon Walras


5 .3 .1 . L a VISIÓN WALRASIANA DEL FUNCIONAMIENTO d e l sist e m a e c o n ó m ic o

La principal contribución de Léon Walras (1834-1910) al desarrollo del aná­


lisis económico la constituye la teoría del equilibrio económico general. Aun
cuando el tema de la relaciones entre mercados distintos había sido objeto de es­
tudio por parte de anteriores teóricos, antes de Walras ningún economista había
logrado construir una estructura teórica general que sirviera de marco para estu­
diar las múltiples relaciones que vinculan un mercado a otro. La actuación con­
creta de las fuerzas de la oferta y la demanda en un mercado depende de los pre­
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 173

dos que se establecen en muchos otros mercados. De ahí la necesidad de un aná­


lisis general.
Los mercados deben interrelacionarse para hacer compatibles las acciones
de todos los sujetos económicos. El sujeto que no consigue realizar su intento de
maximizar su satisfacción (o bienestar) tendrá un exceso de demandas para algu­
nos bienes y un exceso de ofertas para otros. Mediante el intercambio, el indivi­
duo se sirve de los excesos de oferta para eliminar los excesos de demanda. Un
estado de equilibrio económico general es una situación en la que los precios son
tales que permiten a todos' los individuos maximizar simultáneamente sus pro­
pios objetivos.
El libre juego de la competencia conducirá a distribuir los factores entre las
producciones de las diversas mercancías de manera que se satisfagan las deman­
das de los consumidores. La escasez de los recursos productivos respecto a la de­
manda de los bienes influirá de manera determinante sobre los precios relativos.
Walras rechazó la distinción clásica, y sobre todo ricardiana, entre mercancías
escasas y; mercancías reproducibles. En los Eléments afirmó: «No existen produc­
tos puedajpmulfiplicarse indefinidamente. Todas las cosas que forman parte
de la riqueza social [...] existen sólo en cantidades limitadas [...]. En la produc­
ción de algunas cosas como frutas, animales salvajes, yacimientos_ minerales, los
servicios de la tierra desempeñan un papel preponderante. En la producción de
otras cosas, como íos servicios legales y médicos, los espectáculos predomina
el trabajo. Pero en la producción de la mayor parte de las cosas se hallan juntos
los servicios de la tierra, del trabajo y del. capital. De ahí que todas las cosas que
constituyen la riqueza social consisten en tierra y en capacidades personales, o
bien en productos de los servicios de la tierra y de las capacidades personales.
Ahora bien, Mili admite que la tierra existe sólo en cantidades limitadas. Si esto
es cierto también en el caso de las capacidades humanas, ¿cómo es posible que
los productos se multipliquen indefinidamente?» (p. 399).
Este pasaje, fundamental para entender el concepto neoclásico de escasez,
revela una mala interpretación de la posición clásica. En efecto, para Ricardo no
es el conjunto de las mercancías lo que sería reproducible de manera ilimitada,
sino cada mercancía en particular. En otras palabras, la estructura de los medios
de producción puede modificarse para producir cualquier combinación de pro­
ductos a condición de que exista libertad de entrada en todas las industrias. La
competencia, entendida como un procedo que se desarrolla en el tiempo, y no ya
comojuna situación estática en la que la cantidad de cada factor es fija e inmodi-
ficable, llevará a los capitalistas a desplazar sus capitales de los sectores en los
que la tasa de beneficio es baja a aquellos en los que es alta. De este modo, la es­
tructura de la oferta se ajustaría a la de la demanda, mientras que las cantidades
de los bienes de capital tenderían a fijarse a los niveles que garantizaran una tasa
de beneficio uniforme.
En la concepción walrasiana, la economía está formada por una pluralidad
de sujetos que están presentes en el mercado ya sea como consumidores, como
oferentés de servicios productivos o como empresarios. El proceso económico
nace del encuentro, en el mercado, de estos-distintos sujetos: los servicios pro­
ductivos son adquiridos por los empresarios y transformados en bienes, los cua­
les a su vez son adquiridos, o bien por otros empresarios, que se sirven de dios
174 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

con fines productivos, o bien por los consumidores finales. Estos últimos son
aquellos que han proporcionado los servicios productivos a los empresarios, y
que compran los bienes producidos por ellos, gastando la renta que han obtenido
a cambio de dichos servicios productivos.
Como se ve, no hay lugar en este esquema para el concepto de clase social.
Por el contrario, existen dos grupos de individuos diferenciados entre sí: el de los
consumidores y el de los empresarios, y la diferenciación se basa únicamente en
la diversidad de las decisiones que están llamados a tomar. El conjunto de los
consumidores decide la composición y el nivel del consumo y, por tanto, del aho­
rro; el conjunto de las empresas decide el nivel y la composición de la producción
y de la inversión. Las decisiones de los consumidores no dependen del tipo de
renta que obtienen, sino sólo de su volumpn. El hecho de que la renta de un indi­
viduo provenga en un 80 % de trabajo y en un 20 % de capital o viceversa no esta­
blece diferencia alguna. Al desvanecerse el vínculo entre categorías de renta y
pautas de gasto, se rompe al mismo tiempo el vínculo entre salarios y beneficios,
por un lado, y entre consumo e inversión, por el otro.
Al inicio de cada período —pongamos un año—, la economía se encuentra
con una dotación inicial formada por una cierta cantidad de bienes y recursos
que incluye los recursos naturales y los bienes producidos en períodos anteriores.
Cada uno de los agentes, al inicio del período, posee una determinada cantidad
de bienes y tiene la capacidad de prestar ciertos servicios: como trabajador, podrá
ofrecer horas laborables; como empresario, podrá proporcionar servicios relati­
vos a la organización y el control de la actividad productiva. Cada uno trata de
conseguir los mejores resultados del intercambio. Los consumidores-ahorradores
tratan, en primer lugar, de determinar qué distribución de su propia renta entre
consumo y ahorro les proporciona la relación más satisfactoria entre consumos
presentes y consumos futuros; en segundo lugar, intentan determinar de qué
modo la renta consumible debe repartirse en la adquisición de los diversos bienes
para obtener la máxima utilidad. Quienes ofrecen servicios productivos tratan de
conseguir el mejor equilibrio entre la renta obtenida como pago de tales servicios
y lo oneroso de su prestación. Finalmente, los empresarios intentan conseguir el
máximo beneficio de su actividad, es decir, maximizar la diferencia entre el valor
de la producción y los costes soportados por ésta. •
La prosecución de los objetivos individuales «obliga» a los agentes a intervenir
en las relaciones de intercambio. Consideremos, en primer lugar, a cada consumidor.
Ciertamente, una parte de los bienes y servicios que éste consume provienen de su
dotación inicial, pero la mayoría debe adquirirlos en el mercado. A cambio, cederá
una parte del dinero (u otro medio de pago) que ha obtenido vendiendo bienes y ser­
vicios a Otros consumidores y a las empresas. La renta del consumidor depende, por
tanto, de la cantidad de bienes y servicios que cede a los otros y del precio al que
consigue venderlos. Si prescindimos de los intercambios entre consumidores, pode­
mos decir que estos últimos ofrecen factores a las empresas (trabajo, capital, capaci­
dad empresarial), recibiendo a cambio una-renta, que se utiliza para comprar bienes
y servicios o bien se guarda como ahorro. Este último vuelve luego a las empresas,
pasando por los intermediarios financieros.
Consideremos ahora la empresa. Para llevar a cabo su plan de producción la
empresa utiliza, además de las reservas y stocks de factores fijos ya en su poder al
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 175

inicio del período, otros inputs que adquiere de otras empresas y de los consumi­
dores. El output obtenido y vendido da origen a una serie de ingresos. La diferen­
cia entre ingresos y costes representa el beneficio de la empresa, el cual o bien se
distribuye a los propietarios de dicha empresa (es decir, a los consumidores), o
bien se utiliza para la adquisición de nuevas instalaciones y, por tanto, para au­
mentar la dotación de los períodos futuros. Sumando la producción de todas las
empresas se obtiene la producción total del sistema. Está claro que esta suma in­
cluye también los bienes intermedios, esto es, los producidos por una empresa y
utilizados por otra (como, por ejemplo, el acero producido por una empresa side­
rúrgica y vendido a una empresa de maquinaria que lo utiliza en la producción
de un torno). Si del valor de la producción total se resta el valor del consumo in­
termedio, se obtiene el valor del producto final (o el producto nacional bruto, en
la terminología de la contabilidad nacional). Naturalmente, el valor del producto
nacional bruto iguala a la renta nacional bruta. En efecto, si del valor de la pro­
ducción de cada empresa se resta el valor del consumo intermedio se obtiene lo
que ésta ha pagado por los diversos factores utilizados o, lo que es lo mismo, las
rentas obtenidas por éstos. Y, evidentemente, la suma de las rentas pagadas a los
factores por todas las empresas nos da la renta.total obtenida por el conjunto de
los factores.
Los factores de la producción coinciden con los stocks de bienes, recursos
naturales y servicios que representan la dotación inicial del sistema. Ésta es pro­
piedad de los consumidores o de las empresas; pero las empresas, a su vez, son
propiedad de los consumidores. De ello se deduce que los consumidores poseen,
directa o indirectamente, todos los factores, de manera que las correspondientes
remuneraciones sólo afluyen a ellos. Si los beneficios de las empresas se distribu­
yen íntegramente y, por tanto, no se guardan para proveer a las exigencias de la
acumulación del capital, la renta nacional representa el poder adquisitivo real de
los consumidores.

5.3.2. E l e q u il ib r io e c o n ó m ic o g e n e r a l

El problema central de la teoría de Walras consiste en mostrar cómo los in­


tercambios voluntarios entre individuos bien informados (cada cuál conoce per­
fectamente los términos de sus propiaS ''opciones), autointeresados (cada cuál
piensa en sí mismo) y racionales (cada cuál adopta un comportamiento maximi-
zador), conducen a una organización sistemática de la producción y de la distri­
bución de la renta que resulta eficiente y mutuamente beneficiosa. Y en esto radica
la peculiaridad del problema; en que la única forma admitida de interacción so­
cial es la que se lleva a cabo en el mercado'por medio del intercambio voluntario.
Mijos sindicatos, ni los grupos de presión, ni los cárteles de empresas, ni otros ti­
pos de grupos sociales son' admitidos, ya que violarían un requisito fundamental
dél modelo de equilibrio económico general: el. deja .competgpcia perfecta,.,.
Para explicar el hecho de que el mercado coordine las acciones de los suje­
tos individuales, hay que demostrar que existen precios determinados de manera
tal que hacen que insulten ventajosas para cada individuo precisamente aquellas
actividades e iniciativas que satisfacen de manera eficiente sus necesidades. He
176 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

aquí por qué la teoría de los precios ocupa un lugar central en el sistema del equi­
librio económico general.
Pero los precios, si bien constituyen los parámetros sobre cuya base se eli­
gen las distintas opciones, no son independientes de estas mismas opciones. Por
otra parte, entre los precios de los bienes y los precios de los factores se establece
una relación compleja. El precio de un bien es uno de los elementos que determi­
nan el precio de demanda de un factor utilizado para producirlo. De la compara­
ción entre precio de demanda y precio de oferta del factor se obtiene el precio de
mercado del factor, el cual, a su vez, influye en el precio de oferta del producto y,
por tanto, en el precio de mercado de este último. Existe, pues, un conjunto bien
articulado de relaciones entre precios y cantidades intercambiadas tanto de los
inputs como de los outputs. Este conjuntó de relaciones se halla en un estado de
equilibrio general cuando los precios y las cantidades son tales que la máxima sa­
tisfacción que cada agente persigue con sus propias opciones resulta compatible
con las máximas satisfacciones que persiguen todos los demás agentes. La teoría
del equilibrio económico general es el estudio de esta configuración de equilibrio.
De manera más precisa, una economía se halla en equilibrio competitivo wálrasia-
no si existe un conjunto de precios tales que:
a) en cada mercado la demanda iguala a la oferta;
b) cada operador tiene la posibilidad de vender y comprar exactamente lo
que tenga proyectado;
c) todas las empresas y todos los consumidores tienen la posibilidad de in­
tercambiar precisamente aquellas cantidades de mercancías que maximizan, res­
pectivamente, sus beneficios y utilidades.
Vale la pena señalar que, para obtener un resultado de este tipo, únicamente
es necesario conocer, como datos j niciales, el número de consumidores, el núme­
ro de empresas, las (flotaciones inicialesúde recursos, las preferencias de los con­
sumidores y las técnicard'isponiBTéTrTbao lo demás se confía al comportamiento
maximizador de los agentes y al mecanismo competitivo. En realidad, para poder
llegar a un equilibrio general se necesitan dos dei ex machina: el «subastador» y el
«empresario Sísifo». Veamos de qué se trata.
El modelo de formación de los precios en el que se basa la teoría walrasiana
del intercambio es el de la contratación competitiva. En este modelo, los mercados
son concebidos como subastas (piénsese en la bolsa de valores, o en las bolsas de
mercancías del tipo francés) en las que intervienen, por una parte, los agentes de
bolsa y, por otra, el subastador. Al inicio de la contratación el subastador «vocea»
un vector de precios (un precio para cada mercancía) y deja que los agentes eco­
nómicos formulen sus propuestas de compra y de venta, anotándolas en un boleto
(de ahí el nombre de ticket economy, posteriormente atribuido al modelo de tciton-
nement). Si, en correspondencia con los precios voceados, el subastador registra
que para cada mercancía la oferta y la demanda se igualan, declarará cerrada la
contratación; aquel vector de precios será entonces el vector de equilibrio. En caso
contrario, el subastador ajustará los precios en base á esta regla: aumentar los pre­
cios de los bienes cuando hay exceso de demanda, y reducirlos cuando hay exceso
de oferta. Este proceso de tanteo y error, al que Walras llamó tátonnement, conti-
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 177

nuará hasta la anulación de todos los exceso^ de oferta y de demanda, En este


punto termina la subasta; la cotización final se registra como precio de equilibrio,
y la oferta y la demanda declaradas a este precio se convierten en contratos vincu­
lantes, en cuyos términos se llevan a cabo los intercambios. Este es un método de
\ contratación del tipo single agreed-price; los precios voceados por el subastador en
el transcurso del proceso de ajuste son precios virtuales; sólo los de equilibrio son
los precios a los que, efectivamente, tendrán lugar los intercambios entre los agen­
tes. Pues bien, sólo a través de un proceso de tâtonnement guiado por el subasta­
dor es posible llegar a un equilibrio general walrasiano. En efecto, si en el trans­
curso del proceso que conduce a los precios de equilibrio se permitiera a los agen­
tes intercambiar los bienes a precios de desequilibrio, las dotaciones individuales
de bienes variarían continuamente, con lo que no se podría llegar nunca a un equi­
librio walrasiano, desde el momento en que éste, por definición, se refiere a una
'asignación inicial de recursos dada. La descripción walrasiana del funcionamiento
de la economía utiliza, pues, el artificio de una ticket economy. Ciertamente,
Walras era consciente de las importantes diferencias institucionales existentes en­
tre su modelo y una verdadera economía de mercado. Sin embargo, su principal
objetivo era construir el modelo de una economía ideal donde la justicia social y la
máxTmízación del <<bieneslar fueran compatibles. Sabía que este ideal,
aunque era realizable en una ticket economy, no lo sería en una auténtica econo­
mía de mercado. No obstante, abrigaba abiertamente la esperanza de que esta últi­
ma pudiera ser reformada en la línea formulada por el modelo.
Veamos ahora el «empresario Sísifo». Para Walras, la empresa está en equili­
brio cuando el beneficio se anula a causa de la competencia entre empresarios.
En efecto, en el sistema walrasiano sólo hay una categoría de maximizadores: los
consumidores. Los empresarios, al igual que el subastador, son meros coordina­
dores que organizan la actividad de producción, tomando las tecnologías y los
precios como algo dado. El empresario walrasiano compra los inputs que necesi­
ta para producir su output, pagando por ellos los precios fijados por el subasta­
dor. Si los ingresos superan a los costes, el empresario registra un beneficio posi­
tivo; y viceversa. La existencia de un beneficio, positivo y negativo, constituye un
síntoma de desequilibrio. El empresario reacciona a dicho síntoma según la si­
guiente regla: aumentar la escala de producción cuando el beneficio es positivo, y
reducirla cuando es negativo. «Por lo tanto —escribe Walras—, en un estado de
equilibrio los empresarios no tienen ni.'beñeficios ni pérdidas» (p. 225). El benefi­
cio depende de circunstancias excepcionales, y teóricamente debe ser ignorado.
Así pues, para Walras la opción de actuar como empresario constituye un hecho
puramente accidental. Podría tratarse de un capitalista, quien entonces pagará
los servicios del trabajo y de la tierra a los respectivos propietarios, conservando
para sí un residuo que deberá igualar, en equilibrio, a ios intereses sobre los servi­
cios que ha rendido su capital. 0 podría ser un trabajador, quien, tras haber paga­
do los servicios del capital y de la tierra, obtendría un residuo igual, en equilibrio,
a su salario. Y lo mismo puede decirse si es un terrateniente el que decide actuar
como empresario. Puesto que en equilibrio los beneficios son nulos, la identidad
socio-económica del empresario resulta del todo irreievante. «[Los empresarios]
se ganan la vida no como empresarios,, sino como lerratenientes, trabajadores o
capitalistas» (p. 225).
17 8 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Para describir ia interacción entre compradores y vendedores, Walras cons­


truyó un sistema de ecuaciones simultáneas. Existen tantos mercados como mer­
cancías, incluidos los factores productivos y sus servicios. Para cada mercado se
defínen tres tipos de ecuaciones: una de demanda, una de oferta y una de equili­
brio. En cada uno de los mercados de bienes producidos, el número de las ecua­
ciones de demanda es igual al de los consumidores, mientras que el número de
las ecuaciones de oferta es igual al de las empresas que producen el bien. En cada
uno de los mercados de factores, el número de las ecuaciones de demanda es
igual al número de las empresas multiplicado por el de las mercancías que cada
una produce, mientras que el número de las ecuaciones de oferta iguala al de los
propietarios de los factores. Por otra parte, las «ecuaciones de producción» se de­
finen de manera tal que el precio de cada/producto resulte igual al coste de pro­
ducción, de modo que en equilibrio los empresarios no tengan «ni beneficios ni
pérdidas». Los costes de producción dependen de los precios de los inputs y de la
técnica utilizada. Está última se representa por «coeficientes de fabricación», que
se suponen fijos, los cuales expresan la manera en que cada input se combina con
el outpuí. Luego, en las «ecuaciones de capitalización», se supone que el valor de
compra de cada bien de capital es igual a su «renta neta» descontada al tipo de
interés corriente. Y esto implica una configuración de equilibrio tal que las tasas
de rendimiento de todos los bienes de capital sean uniformes e iguales al tipo de
interés. Finalmente, existe una ecuación que determina el tipo de interés a partir
de las fuerzas de la oferta y la demanda de bienes de capital nuevos.
Ahora bien, la condición necesaria —aunque no suficiente— para que este
sistema de ecuaciones admita una solución es que el número de incógnitas sea
igual al número de ecuaciones. Se plantean aquí tres tipos de problemas de los
que Walras no era del todo consciente. El primero se deriva de las ecuaciones de
capitalización, que, en la medida en que imponen una tasa de rendimiento uni­
forme sobre los bienes de capital, un precio de compra igual al precio de produc­
ción, y la igualdad entre oferta y demanda de cada bien de capital, introducen en
el modelo una sobredeterminación de un grado igual al número de ecuaciones de
producción de nuevos bienes de capital menos uno. Se puede evitar este proble­
ma si se renuncia al requisito de la uniformidad de la tasa de rendimiento y se in­
terpreta el modelo en términos de equilibrio temporal. Más adelante hablaremos
de ello.
El segundo tipo de problemas se deriva del hecho de que una de las ecuacio­
nes del sistema de Walras depende funcionalmente de las otras, de manera que el
número de ecuaciones independientes resulta inferior al de incógnitas. Intuitiva­
mente, la cuestión puede explicarse en los siguientes términos. Si hay equilibrio
en todos los mercados excepto en uno, significa que los consumidores han desti­
nado a la adquisición de todos los bienes, menos uno, una suma igual al valor de
los bienes ofrecidos, menos uno. Sin embargo, dado que el valor total de los bie­
nes producidos (el producto nacional) iguala, por definición, a la renta total obte­
nida por los consumidores (la renta nacional), deberá haber igualdad entre la
oferta y la demanda también en el último mercado. Esta circunstancia se deno­
minaría más tarde ley de Walras: en un sistema de equilibrio general, si todos los
mercados, excepto uno, están en equilibrio y los presupuestos de todos los agen­
tes están nivelados, entonces también el mercado restante debe estar en equili-
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 179

brío. Esta ley es la consecuencia última del hecho de que, en la concepción walra-
siana del sistema económico, el acto de demandar bienes por parte de un indivi­
duo presupone que él ofrezca bienes de igual valor, aunque no de igual utilidad.
Finalmente hay un tercer tipo de problemas, quizás el más importante.
Walras no se apercibió del hecho de que haber «contado» tantas ecuaciones
—aunque independientes— como incógnitas hay no es suficiente para asegurar la
existencia de una solución. Un sistema de ecuaciones no sólo puede no tener nin­
guna solución; también puede tener muchas, e incluso infinitas soluciones. Y aun
en el caso de que tenga solución, ésta puede no tener ningún significado desde el
punto de vista económico, como sucedería —por ejemplo— si algunos precios o
algunas cantidades resultaran negativos. Hizo falta casi un siglo para que los eco­
nomistas neoclásicos hallaran la solución de este problema; en el capítulo 10 ve­
remos con qué resultados.

5 .3 .3 . W a l r a s y la c ien c ia e c o n ó m ic a pu r a

El impacto de Walras en la evolución de la teoría económica fue enorme.


Ningún otro economista anterior a él había logrado construir un modelo teórico
y un método analítico tan vastos y versátiles. Otros habían formulado ya la idea
de la independencia entre los hechos económicos; piénsese, por ejemplo, en
Quesnay y Cournot. Sin embargo, mientras Cournot considera que el problema
del equilibrio general queda fuera del alcance de las matemáticas, el genio de
Walras le permitió demostrar que, al menos en principio, el problema se puede
resolver.
Sin embargo, su obra pasó casi desapercibida en Francia durante los veinti­
cinco años siguientes a su publicación, y en realidad sólo a partir de la década de
1950 la actitud de los estudiosos franceses con respecto a él empezó a cambiar
radicalmente. Pero también fuera de Francia su trabajo tuvo, en un primer mo­
mento, una acogida más bien fría, por no decir hostil. Las relaciones entre
Walras, por una parte, y Jevons, Edgeworth, Wicksteed y Menger, por la otra, no
fueron precisamente muy cordiales. En sus Principios, Marshall citó a Walras
sólo tres veces y en pasajes breves. No ocurrió lo mismo con los italianos: Panta-
leoni, Barone y, sobre todo, Pareto fueron grandes admiradores y fervientes pro­
pagandistas de la obra walrasiana. >
Walras, como antes Menger, trató siempre de mantener una clara distinción
entre valores morales y ciencia. Para él, la ciencia «pura» no debería verse invali­
dada por juicios de valor: «Característica distintiva de una ciencia —afirmaba—
es su completa indiferencia a las consecuencias, buenas o malas, con las que
avanza en la búsqueda de la verdad pura» (p. 52). Y, siguiendo a Bentham, aña­
día: «desde otros puntos de vista, la cuestión de si un determinado fármaco es re­
querido por un médico para curar a un paciente, o bien por un asesino para ma­
tar a su familia, es una cuestión muy grave, pero desde nuestro punto de vista re­
sulta del todo irrelevante. Para nosotros, el fármaco es útil en ambos casos, y qui­
zás puede serlo más en el segundo que en el primero» (p. 65). Este dualismo radi­
cal entre juicio técnico v juicio ético terminará por dominar la posterior evolu­
ción del pensamiento económico.
180 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Walras había tenido siempre la intención de escribir otros dos tratados siste­
máticos, uno de economía aplicada y uno de economía social, que de algún modo
completaran su obra fundamental de teoría pura. Pero su agotador ritmo de tra­
bajo en la cátedra de Lausana —a la que accedió, no sin dificultad, en 1870— ab­
sorbió todas sus energías hasta 1892, año en el que abandonó la docencia. Poste­
riormente se contentaría con publicar, en lugar de dos tratados sistemáticos, dos
recopilaciones de ensayos: Études deconomie sociale (1896) y Études deconomie
politique appliquée (1898).
Walras siguió muy de cerca los problemas económicos de su época, decla­
rándose a favor de una línea de moderado reformismo en materia socioeconó­
mica. Su posición política, derivada de la filosofía moral profesada por su padre,
fue una mezcla del liberalismo a la antigua usanza y la doctrina de la interven­
ción estatal. Resulta de cierto interés el hecho de que, mientras que en cuestio­
nes de justicia fue partidario convencido de un planteamiento iusnaturalista,
Walras expulsó totalmente el concepto de ley natural del razonamiento econó­
mico. Nunca creyó que, más allá de los hechos observables, pudiera existir una
estructura de leyes económicas capaz de reflejar algún orden natural. Walras fue
un severo crítico de la dicotomía clásica entre precios naturales y precios de
mercado, así como de todo lo que derivaba de dicha distinción. Para él, final­
mente, el análisis económico no tenía ni podía tener ningún vínculo con las me­
didas de política económica: siempre mantuvo claramente diferenciados el pla­
no normativo y el plano positivo.
Las recomendaciones de política económica propuestas por Walras fueron
numerosas y bastante articuladas. Sus temas preferidos fueron: la nacionaliza­
ción de los monopolios naturales; la estabilización de los precios por parte de la
autoridad monetaria; el mercado de capitales, cuya eficacia y fiabilidad debería
asegurar el Estado; la adquisición de la tierra por parte del Estado y la cesión de
su uso a los agentes particulares, con el fin de incrementar los ingresos guberna­
tivos. Finalmente, vale la pena señalar un aspecto curioso: Walras se definía a sí
mismo como «socialista científico».

5.4. Cari Menger .


5 .4 .1 . E l NACIMIENTO DE LA ESCUELA-AUSTRIACA Y EL M E T H O D E N S T R E IT

La expresión «escuela austríaca» fue empleada por primera vez, con una cla­
ra connotación peyorativa, por los economistas que se oponían a las ideas de
Menger, en especial los miembros de la escuela histórica alemana. En aquella
época, la vida filosófica austríaca estaba todavía dominada por el realismo aristo­
télico, un planteamiento que ciertamente debía parecer anacrónico a hombres
que habían leído a Kant o a Hegel. Sin embargo, fue precisamente esta base aris­
totélica la que permitió a Menger articular una perspectiva teórica que el exacer­
bado inductivismo de sus contemporáneos alemanes no podía sino rechazar en
bloque. En efecto, es a Aristóteles a quien debemos la idea de que existen cualida-
des o hechos, como la acción, la naturaleza humana.v otros fenómenos más com-
plejos, que son cognoscibles a priori, de manera que es posible enunciar «leyes»
EL TRIUNFO DEL UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 181

que no necesitan confirmaciónjnductiva. Y precisamente al ponerse a buscar las


«leyes de la economía» Menger estableció el sistema teórico tic la escuela austría­
ca, en oposición a la escuela histórica de Schmollen
En sus Grundsätze des Volkswirtschaftlehre, Menger se proponía reconstruir
los fundamentos de la ciencia económica, entendida como disciplina teórica
pura, de manera que ofreciera una explicación del valor y de los precios alternati­
va a la de los clásicos. Si para los autores clásicos el valor estaba esencialmente
regido por los costes pasados, para Menger —en cambio— era la expresión del
juicio del consumidor acerca de la utilidad de los bienes aptos para satisfacer sus
necesidades. Por otra parte, el libro de Menger se hallaba en las antípodas de la
manera de hacer ciencia económica predominante en las universidades alemanas
de la época. La mayoría de los economistas alemanes criticaban también la eco­
nomía política clásica, pero el objeto principal de su crítica se refería al método,
más que al contenido: en economía se debería utilizar un planteamiento históri­
co, y no teorético; y la disciplina debería ocuparse únicamente de la descripción,
de la clasificación y de la recopilación de los fenómenos observados.
En la época en la que Menger publicó los Grundsätze, la «vieja» escuela his­
tórica alemana, la de Roscher, Knies y Hildebrand, empezaba a ceder el paso a la
«joven» escuela histórica, dirigida por Gustav Schmollen De este modo, Menger
se encontró con que tenía que batirse en dos frentes bastante diferentes entre sí:
en el frente de la teoría económica, contra el sistema teórico clásico; en el frente
propiamente metodológico, contra la escuela histórica alemana. Todo esto es im­
portante para entender la compleja personalidad científica de Menger, y en parti­
cular para dar un sentido a sus preocupaciones sobre las cuestiones de método,
preocupaciones que no encontramos ni en Jevons ni en Walras.
Los resultados de la batalla mengeriana en el segundo frente son conocidos:
los economistas alemanes virtualmente ignoraron los Grundsätze. Durante cerca
de diez años desde su publicación, Menger fue un pensador aislado. Habría que
esperar a la década de 1880 para que, gracias a las entusiastas contribuciones de
Böhm-Bawerk y de Von Wieser, se formará la nueva escuela.
Gustav Schmoll er (1838-1917) fue el principal economista de la Alemania
imperial y el más destacado representante de los Kathedersozialisten («socialis­
tas de la cátedra»). Como líder de la «joven» escuela histórica, Schmoller se
opuso tenazmente al enfoque axiomático-deductivo propugnado por los clásicos
y por los neoclásicos. Su programa de investigación, que Schumpeter definió
como el Schmollerprograrnm, se situaba conscientemente en la estela de aquella
tradición alemana que ya a partir del cameralismo, y pasando por List y los re­
presentantes de la vieja escuela histórica, había tratado de sentar las bases de
una nueva alternativa teórica a los planteamientos clásico y neoclásico de la
economía. La principal acusación fue la de no tener suficientemente en cuenta,
en la elaboración teórica, el conocimiento de los hechos y del material histórico.
Schmoller era partidario de un enfoque interdisciplinar capaz de combinar los
aspectos psicológicos,, sociológicos y filosóficos que siempre van inextricable­
mente unidos a los problemas económicos. A través de una detallada investiga­
ción histórica sobre la formación de las clases sociales y sobre la historia del
gremio de tejedores de Estrasburgo, tintó de mostrar la manera en que la econo­
mía política debía liberarse de las «falsas abstracciones» y anclarse en sólidos
182 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

fundamentos empíricos. En particular, Schmoller intentó centrar su atención


tanto en los efectos generales producidos por el proceso de acumulación capita­
lista sobre las clases sociales y sobre sus relaciones como en los efectos produci­
dos por la aplicación de los principios del laissez faire sobre las condiciones de
vida de las clases menos pudientes.
Sin embargo, su principal obra, Grundrisse der allgemeinen Volkswirtschaftslehre
(1900-1904), revela algunas carencias en el aspecto analítico; sobre todo, no logra el
propósito que su autor se había fijado: el de elaborar una nueva manera de hacer
teoría económica. La influencia de Schmoller en el desarrollo de la ciencia económi­
ca en Alemania fue más bien nociva, sobre todo porque contribuyó a aislar a los eco­
nomistas alemanes del resto del mundo durante más de medio siglo. En efecto, hay
que recordar que en todas las universidatlés alemanas se negó el acceso a los econo­
mistas de distinta orientación cultural. El resultado fue el silencio casi total con el
que se acogieron en los ambientes académicos alemanes las obras de la naciente es­
cuela marginalista.
Este rechazo de las teorías clásica y marginalista tuvo inmediato reflejo en el
ámbito de la política, donde todas las posiciones que se apartaban del historicis-
mo económico fueron tachadas de Manchestertum, es decir, de tener una orienta­
ción favorable —según su interpretación— tanto a la absoluta libertad de iniciati­
va económica como a la progresiva reducción de las atribuciones del Estado has­
ta su práctica desautorización.
Schmoller fue un resuelto partidario de los soberanos ilustrados y despóti­
cos, sobre todo de los reyes prusianos, a quienes consideraba los únicos capaces
de vencer los particularismos y de unificar económicamente la nación. Las refor­
mas sociales y la justicia distributiva fueron elementos esenciales de su reflexión
teórica. En todos los aspectos, Schmoller puede considerarse un conservador en
el específico sentido prusiano del término: rechazaba tanto el marxismo como el
liberalismo «de Manchester», pero también las posiciones antirreformistas y
reaccionarias, y llegó a proponer una alianza estratégica entre la monarquía y las
clases trabajadoras.
La reacción de Menger a las posiciones de la escuela histórica alemana fue
decidida y violenta. La. disputa entre los economistas austríacos y alemanes llegó
a su punto culminante con la publicación, en 1883, de Untersuchungen über díe
Methode der Sozialwissenschatften und der politischen Oekonomie insbesondere, la
obra de Menger que inició oficialmente la agria Methodenstreit (disputa sobre el
método) y que simó para convertir a la recién nacida escuela austríaca en el cen­
tro de atención de la comunidad científica internacional. Dos son las tesis princi­
pales con las que el economista de Viena se defendió de los ataques de Schmoller.
La primera es que la «ciencia pura» está siempre wertfrei, libre de valores. En la
medida en que pretenda ser ciencia, la economía debe mantenerse libre de juicios
de valor: «La llamada orientación ética de la economía política es un vago postu­
lado vacío de todo significado profundo tanto respecto a los problemas teóricos
como a los prácticos, una confusión de pensamiento» (p. 237). Aquí Menger se
anticipaba en varias décadas a la célebre tesis de la neutralidad de la ciencia eco­
nómica, que más tarde sería «codificada» en el Essay de Robbins, en 1932.
La segunda tesis es que la economía puede tratar científicamente sólo el
ccnn porta miento de los agentes individuales, ya sean consumidores o empresas.
EL TRIUNFO DI ■L UTILITARISMO Y LA REVOLUCIÓN MARGINALISTA 18 3

Por lo tanto, desde el punto de vista científico no se podría hablar de colectivos


económicos, ni habría lugar en la ciencia económica para la macroeconomía,
para conceptos como renta nacional, riqueza colectiva y similares. Pasar de la
idea de que los deseos de los individuos constituyen el único criterio del bien y
del mal a la tesis de que el bienestar social lo promueven y fomentan las políticas
que aspiran a maximizar la suma total de los placeres, comportaría graves difi­
cultades lógicas, además de prácticas. Menger; a diferencia de Bentham, percibió
correctamente las dificultades técnicas de las teorías de las reformas basadas en
principios utilitaristas: «el mayor bienestar para el mayor número» no resulta
compatible con el individualismo metodológico, es decir, con el punto de vista se­
gún el cual todas las proposiciones sobre el comportamiento de los agentes colec­
tivos son reducibles a proposiciones sobre el comportamiento de sus componen­
tes individuales. En este sentido, el individualismo metodológico se opone al ho-
lismo u organicismo metodológico (que en aquella época encarnaba la escuela
histórica), según el cual los términos colectivos de la ciencia social designan rea­
lidades sociales con entidad propia distinta de la suma de sus constituyentes indi­
viduales. Y no sólo los componentes de la escuela histórica, sino también los clá­
sicos y Marx, según este punto de vista, habrían sido partidarios (de hecho) del
holismo metodológico; para ellos, el funcionamiento del sistema económico no
podría entenderse sólo a partir de una teoría de los comportamientos de los agen­
tes individuales, y esto explicaría que utilizaran la categoría de clase social.

5 .4 .2 . I m po r ta n c ia d e l p r in c ip io d e la u t il id a d m a r g in a l e n M e n g e r

Para comprender los términos de la batalla teórica que Menger llevó a cabo
en el otro frente, contra la economía clásica, es necesario reflexionar sobre el si-
guiente problema: ¿con qué condición el principio de la utilidad marginal puede
considerarse el fundamento de todo el discurso económico? Para Menger, la res­
puesta debía ser: a condición de que este principio pueda ampliarse del reducido
ámbito del intercambio a los problemas —más complejos— de la producción y la
distribución. En otras palabras, no es suficiente explicar cómo, partiendo de can­
tidades dadas de bienes de consumo distribuidas entre los individuos de manera
conocida, se establece un conjunto de intercambios que, en competencia perfec­
ta, maximizan las utilidades de los sujetáis'y —al mismo tiempo— determinan la
configuración del equilibrio de los precios relativos. Para que el principio de la
utilidad marginal pueda constituir el fundamento de una teoría general, es nece­
sario extender su aplicación a los fenómenos productivo y distributivo. Y aquí es
donde surgen las dificultades.
En efecto, mientras que la demanda se puede traducir directamente en su
determinante subjetiva, es decir, la utilidad, la oferta plantea una serie de proble­
mas particulares. Ésta se halla regulada por los costes que deben sostenerse para
producir los distintos bienes; pero no parece que los costes puedan compararse
con la utilidad. La única manera de preservar la simetría entre oferta y demanda
consistiría en traducir los costes en alguna entidad homogénea con la utilidad.
En esto reside la contribución específica do Menger, contribución que lo diferen­
ció tanto de Jevons como de Walras.
184 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Con sus teorías de la imputación y del coste de oportunidad, Menger tradujo,


los costes en utiliHad.'ET'pimío de partida era la clasificación de los bienes según
su distancia del consumo final: la utilidadde los-«bienes, desorden superior», o los
«factores de la producción», se deriva de la de los bienes de «primer orden» (bie­
nes de consumo) a cuya producción contribuyen. Estai utilidad”indirecta jmede
ser imputada a cada uno de los factores de la producción teniendo en cuenta su
contribución marginal a dicha producción. Así, el coste efectivo sostenido para
producir un bien determinado se convierte en coste de oportunidad: el coste re­
presentado por el sacrificio de la utilidad de aquellos otros bienes que se podrían
haber obtenido de los recursos utilizados para producir el bien en cuestión. Los
costes de producción no se valoran ya ¿n términos absolutos, sino relativos; es
decir, en términos de alternativas sacrificadas.
En conclusión, Menger amplió el principio de la utilidad marginal para que
abarcara también el fenómeno de los costes y, por tanto, las condiciones de la
oferta; así, oferta y demanda aparecen como dos aspectos del mismo problema, y
ambos se pueden explicar en términos de utilidad. Pero eso no es todo. Dado que
aquello que para la empresa representa un coste, para los propietarios de los fac­
tores productivos representa una renta, sucede que el mismo principio, desde el
momento en que explica el fenómeno de los costes, automáticamente explica
también la formación y la distribución de las rentas. Salarios, beneficios y rentas
de la tierra dependen, en última instancia, de las demandas y de los precios de los
bienes de consumo, y, en consecuencia, vienen determinados por la utilidad. De
este modo, la distribución de la renta deja de ser un capítulo aparte de la teoría
económica —como lo era en la teoría clásica— para convertirse únicamente en
un apartado, ahora privado de autonomía, del capítulo que trata de la teoría de
los precios.
Mientras que las otras versiones del marginalismo necesitarán cerca de dos
décadas para llegar a establecer que la teoría del valor basada en la utilidad mar­
ginal lleva directamente a la teoría de la distribución basada en la productividad
marginal, Menger llegó enseguida a esta conclusión. En particular, le debemos la
primera formulación de una proposición que más tarde asumiría un papel funda­
mental en el debate sobre la teoría neoclásica de la distribución: si cada factor re­
cibe el valor de su contribución productiva, el valor de la producclóñ'total resufia
exactamente «agotado» en la remuneración de los factores, y no queda ningún
excedente del que alguien pueda apropiarse sin haberlo producido. Es lo que más
tarde se conocerá como «teorema del agotamiento del producto». En el próximo
capítulo nos ocuparemos con más detenimiento de su significado.

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ch en O ek o n o m ie in sb eso n d ere ); J. A. Schumpeter, «Carl Menger», en Ten G reat E c o n o ­
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metodologici della scuola austriaca», en N o te E c o n o m ich e, 1982.
Capítulo 6
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA

6.1. La Belle É poque


Agotados los efectos inmediatos de la crisis agraria y de la «Gran Depresión»
\

que había afectado a varios países desarrollados entre el final de la década de


1870 y mediados de la de 1890, Europa, Estados Unidos y Japón reforzaron, aun­
que con moderación, las barreras proteccionistas de la industria nacional y se
lanzaron a un impetuoso desarrollo económico, que se prolongó a un ritmo sos­
tenido hasta la primera guerra mundial y fue particularmente notable por las nu­
merosas novedades tecnológicas que produjo. Algún estudioso habla incluso de
una segunda revolución industrial; una revolución que se difundió a través de mi­
les de kilómetros de cables de teléfono y de redes de distribución de energía eléc­
trica, sobre las ruedas de millones de bicicletas, motocicletas y automóviles, y so­
bre las alas de los primeros aviones, y produjo los misteriosos y potentes produc­
tos de la nueva química de síntesis de los derivados del carbón.
En esta época, en la que las ciudades resplandecían de luces y se abrían am­
plias y lisas avenidas a los nuevos medios de transporte, la movilidad de la pobla­
ción, dentro y fuera de las fronteras nacionales, aumentó enormemente; casi tan­
to como la movilidad del capital, que de los principales centros financieros de
Londres, Berlín y París se expandió a los lugares más diversos.
Nuevos países, que hasta entonces habían quedado al margen del desarrollo in­
dustrial, como Suecia, Holanda, Italia, España, Rusia, Hungría y Japón, realizaron
notables avances, mientras que el impulso de Europa hacia la expansión colonial se
hacía más urgente, casi obsesivo, aunque no siempre económicamente rentable.
A pesar de que los movimientos sindicales —ahora ya bien organizados en
muchos países— desarrollaron una intensa actividad militante, las instituciones
político-sociales se habían vuelto bastante flexibles, y el desarrollo económico se
había hecho lo suficientemente consistente como para permitir un gran número
de concesiones a los trabajadores, sobre todo en materia de salarios y de condi­
ciones de trabajo, sin provocar rupturas dramáticas de la tendencia expansiva.
Por tanto, fue también un período de mejoras en el nivel de vida de las clases po­
pulares, dé urbanización, y de transformación de los hábitos de consumo.
El desarrollo industrial paralelo de muchas áreas económicas hizo necesaria
alguna forma de coordinación de las relaciones comerciales y financieras interna­
cionales. Esta exigencia la cumplía el gold standard, un sistema monetario que
había evolucionado en los siglos precedentes y que alcanzaría su apogeo precisa­
mente en este período.
188 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Con el gold standard, las monedas nacionales eran libremente convertibles


en oro y los cambios tendían a oscilar, entre bandas muy estrechas, en tomo a los
niveles determinados por las paridades áureas. Esto desincentivaba los movi­
mientos de capital a corto plazo, que son en general desestabilizadores, e incen­
tivaba —en cambio— las inversiones exteriores a largo plazo, al mismo tiempo
que proporcionaba al comercio internacional garantías de certeza en los pagos.
No resultaba fácil para cada país permanecer vinculado a este sistema, que exigía
un alto nivel de prosperidad y de seriedad en las prácticas monetarias, pero los
períodos durante los cuales alguno de los países abandonó el gold standard fue­
ron breves. Éste no era un sistema tan automático como afirmaba una gran parte
de la literatura económica; sin embargo, Gran Bretaña poseía recursos financie­
ros y autoridad suficientes como para poner en acción, en el momento oportuno,
los necesarios mecanismos de ajuste.
Las innovaciones tecnológicas, la estabilidad económica y una relativa paz
social produjeron, pues, un ciclo de desarrollo capitalista tan vigoroso que sólo
sería superado en intensidad, duración y número de países involucrados, por la
expansión internacional de los años 1950-1973. La gran fábrica, el maqumismo y
la aspirina conquistaron incluso la imaginación popular, a través de las colosales
exposiciones internacionales que se realizaron en las principales ciudades indus­
triales del mundo y que gozaron de un enorme éxito de público, haciendo sentir
su influencia en la literatura, la pintura, la arquitectura y la música. La Belle Epo-
que fue una época de optimismo y de grandes transformaciones económicas,
aunque en el ámbito político estuvo marcada por una serie de antiguos y renova­
dos antagonismos nacionales que, alimentados por'las nuevas y potentes armas
militares fabricadas por la industria moderna, llegarían a explotar en un conflicto
armado de proporciones desconocidas hasta entonces. Dicho conflicto supuso el
final de la Belle Époque.
Las generaciones de estudiosos marginalistas que trabajaron entre finales
del siglo XIX y comienzos de la década de 1920 de nuestro siglo conquistaron las
academias en casi todos los países occidentales .y contribuyeron a alzar al nuevo
sistema teórico a una situación de predominio absoluto. En Gran Bretaña, Alfred
Marshall (1842-1924), la figura más relevante del período, dio origen a una au­
téntica escuela de pensamiento con características peculiares, pero también
Francis Ysidro Edgeworth (1845-1926), Philip Henry Wicksteed (1844-1927) y Ar-
thur Cecil Pigou (1877-1959) realizaron contribuciones de primer orden. En Aus­
tria, la rápida difusión del enfoque «austríaco» fue obra de los entusiastas segui­
dores de Menger, Eugen von Bóhm-Bawerk (1852-1914) y Friedrich von Wieser
(1851-1926). En Italia, Maffeo Pantaleoni (1857-1924), Enrico Barone (1859-
1924) y, sobre todo, Vilfredo Pareto (1848-1923) desarrollaron y popularizaron
las enseñanzas walrasianas. En Suecia, Knut Wicksell (1851-1926) y Gustav Cas-
sel (1866-1944) trataron de fusionar la teoría austríaca con la de Walras, dando
vida a una original escuela sueca. Finalmente, las dos figuras predominantes en
Estados Unidos fueron Irving Fisher (1867-1947) y John Bates Clark (1847-1938),
a quienes debemos la difusión del sistema teórico neoclásico en los ambientes
académicos y en los círculos culturales de aquel país.
Ciertamente, no hay que infravalorar la existencia de diversas corrientes de
pensamiento y de distintas escuelas nacionales, a menudo en agria polémica unas
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 189

con otras. Ello no ha de impedirnos, sin embargo, identificar un denominador


común, una sustancial unidad de pensamiento que, originada en la revolución
marginalista, tendía a emerger gradualmente y a converger hacia la construcción
de un único sistema teórico. Ya a comienzos del siglo XX la teoría económica
pura se presentaba como un corpus doctrinario compacto: la inflexión de los pri­
meros años de la década de 1870 al final había producido un sistema teórico to­
talmente nuevo, que es el que todavía predomina en la actualidad.

6.2. Marshall y los neoclásicos ingleses


6.2.1. A l f r e d M a r sh a l l

Recorriendo un itinerario totalmente personal, Marshall logró ofrecer al pa­


radigma neoclásico una salida teórica alternativa a la propuesta por Jevons y, so­
bre todo, una perspectiva cultural de mayor alcance. El método de análisis del
equilibrio parcial fue su gran invención y su contribución decisiva al análisis eco­
nómico. A diferencia de Walras, y en general de toda la tradición continental,
Marshall tendía a privilegiar el realismo y la capacidad explicativa de la teoría
más que la coherencia lógica y la elegancia formal de los resultados. Fue por eso
por lo que ignoró las interrelaciones entre los mercados, para centrarse en las
condiciones de equilibrio de cada uno de los sectores productivos. Sus principa­
les instrumentos de análisis eran los conceptos de «industria» y de «empresa re­
presentativa». Una industria es un conjunto de empresas que producen la misma
mercancía; una empresa representativa es una empresa «media» que reúne las
características más sobresalientes de la industria.
Naturalmente, Marshall era consciente de la existencia de numerosos víncu­
los de interdependencia entre todos los mercados. Walras, por otra parte, había
reconocido la utilidad práctica del método del equilibrio parcial. El hecho es que
los dos grandes economistas se dirigían a lectores distintos: Marshall, al hombre
común inteligente y, sobre todo, al hombre de negocios (por ello los aspectos ma­
temático-formales de su análisis quedaron relegados a apéndices); Walras, a sus
colegas y a los estudiosos en general (así, el aparato matemático de los Elementos
era notable y sólo accesible a unos pocos). Á este respecto, hay que señalar que
Marshall aplicaba el método del equilibrio parcial al estudio de los mercados de
mercancías, no al de los mercados de factores productivos. Para estos últimos,
también él —al igual que Walras— elaboró un sistema de «equilibrio general» en
el que las interrelaciones entre los productos y los factores de producción desem­
peñan un papel esencial.
Marshall es el ejemplo típico del economista adecuado en el momento y el
lugar adecuados. En los últimos años del siglo XIX, la Inglaterra victoriana nave­
gaba viento en popa; Y, con el crecimiento económico, se difundía el optimismo
sobre el destino de la sociedad industrial. El salario medio real aumentaba cons­
tantemente, y, gracias al progreso técnico, la semana laboral tendía a disminuir
lentamente.
i ipico intelectual de Cambridge, Marshall estudio teología, matemáticas y
física, para llegar por fin a la economía más o menos en la época en que en los
190 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

ambientes intelectuales ingleses se empezaba a advertir la influencia de las teo­


rías de Darwin y Spencer. Marshall cultivó tanto el evolucionismo darwiníano
como la moral cristiana y el utilitarismo benthamiano, pero fusionó estas tres
grandes directrices de pensamiento en una síntesis completamente personal. Así,
para Marshall, el proceso evolutivo implicaba que toda la sociedad debía tender a
la mejora material, y no sólo los más fuertes e intrépidos, como predicaban los
darvinistas sociales. Por lo que se refiere a la preparación matemática, Marshall
se benefició también de las enseñanzas del gran físico Maxwell y del matemático
Clifford. De esta influencia se deriva precisamente la introducción en la econo­
mía de los modernos métodos diagramáticos de exposición teórica.
Lo principal de su contribución se halla en los Principios de economía. La
obra se publicó en 1890, pero su primera'Redacción se remonta a comienzos de la
década de 1870, es decir, a la época en que se inició la revolución marginalista.
Los Principios de Marshall tuvieron un éxito enorme, y poco a poco fueron susti­
tuyendo —sobre todo en Inglaterra— a los de Mili como texto base en todos los
centros universitarios importantes; y buena parte de su método continúa domi­
nando la enseñanza de la microeconomía aún en nuestra época. En particular, si­
gue conservando su encanto la que puede considerarse la contribución más im­
portante de su sistema de pensamiento: la célebre «cruz marshalliana», con la
que el gran economista trató de combinar la teoría de la producción de los auto­
res clásicos con la teoría neoclásica de la demanda, elaborada por él mismo.
En este sentido, hay que tener presente que ni Jevons ni Walrás habían lo­
grado vincular directamente su teoría de la utilidad a la teoría de la demanda. En
cambio Marshall, con la hipótesis de la utilidad marginal constante del dinero,
puso en relación la escala de la utilidad marginal de un bien con la escala de de­
manda del consumidor; de este modo, llegó a la formulación de la teoría del «ex­
cedente o renta del consumidor».
La teoría se proponía ofrecer una medida de la ganancia, en términos de utili­
dad, que el consumidor obtiene de la actividad de intercambio. La idea consiste en
comparar el precio marginal de demanda, que el sujeto estaría dispuesto a pagar
por una cantidad dada del bien, con el precio de mercado de éste. Sea D(q) la cur­
va de demanda de un determinado bien; p, el precio corriente de mercado, y q, la
cantidad demandada (cfr. fig. 6.1). Al precio p0, el consumidor compra la cantidad'
q0, gastando una suma de dinero igual al área Op0Cg0. Sin embargo, estaría dis­
puesto a pagar p2 para obtener la cantidad q2) p\, para obtener la cantidad etc.
Esto significa que su desembolso efectivo es inferior al que estaría dispuesto a
afrontar para entrar en posesión de la cantidad deseada. Geométricamente, esta
diferencia, que mide el excedente del consumidor, viene indicada por el área del
triángulo D $ QC.
El modelo de ciencia predominante en el período de la formación intelectual
de Marshall era el de la física newtoniana, un modelo de cuya coherencia lógica y
de cuya robustez teórica nadie dudaba. La tarea que se proponía Marshall consis­
tía en presentar la ciencia económica de acuerdo con la visión científica entonces
dominante, destacando la solidez de sus fundamentos, la continuidad de su creci­
miento y la universalidad de sus principios. Esto ayuda a entender por qué se
oponía a las disputas sobre las cuestiones fundamentales: creía que éstas podrían
m enoscabar y debilitar el status científico de la disciplina. Es por esta razón por
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 191

la que Marshall no aceptó el ataque de Jevons a Ricardo, llegando incluso a afir­


mar que, si Ricardo pudo haber dado la impresión de que no consideraba la de­
manda como determinante del valor, fue sólo por un uso impropio del lenguaje.
Al mismo tiempo, Marshall sostenía que la teoría de la oferta y la demanda no
era la base científica de la economía. Según-su planteamiento, el problema cen­
tral de la economía no es el de la asignación de una serie de recursos dados, sino
más bien el de cómo dichos recursos llegan a ser lo que son. No sólo la «ciencia
de las actividades» —como él la llamaba— debía ser un suplemento necesario a
la «ciencia de las necesidades», sino que —como afirma en los Principios— si una
de las dos «puede pretender ser intérprete de la historia de la humanidad [...] es
la ciencia de las actividades y no la de las necesidades» (p. 90). Además, por lo
que respecta a la función positiva de la competencia, Marshall no la situó tanto
en la capacidad dé aumentar la productividad por medio de asignaciones eficien­
tes de los recursos como en el estímulo para descubrir mejores maneras de pro­
ducir los bienes. '

6.2.2. C om petencia y equilibrio en M arshall

El mérito de la invención de la teoría del equilibrio de competencia perfecta


se atribuye tradicionalmente a Cournot. La noción de equilibrio que Coumot de­
sarrolló en las Investigaciones es de tipo parcial, ya que hace referencia a un mer­
cado aislado del resto de la economía. Coumot distinguió entre dos tipos de equi­
librio: el de los mercados con un solo productor y el de los mercados con muchos
productores, el del monopolio y el de la competencia perfecta. El equilibrio com­
petitivo se veía como una situación límite; es decir, como el estado del mercado al
que se llegaría si todos los agentes económicos carecieran de poder monopolista.
192 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Como ya hemos visto en el capítulo 5, es precisamente este concepto de equili­


brio competitivo el que rechazó Walras. El sistema walrasiano parte de la hipóte­
sis de que los agentes formulan sus planes y llevan a cabo sus decisiones toman­
do los precios como dados. No así Marshall, cuya concepción de la competencia
y del equilibrio es profundamente distinta de la de Walras, aproximándose más a
la de Coumot.
En primer lugar, Marshall distinguió netamente entre comportamiento de
mercado y comportamiento normal. El primero se refiere a la cantidad de bienes
comprados y vendidos efectivamente en un momento dado y a un determinado
precio de mercado. El segundo, en cambio, refleja lo que cada uno de los agentes
decide vender o comprar «normalmente», por unidad de tiempo, en un determi­
nado período. Las decisiones normales ^penden del nivel «normal» de los pre­
cios de los bienes que el agente espera que predominen en el mercado en el perío­
do de tiempo considerado. Sabiendo por experiencia que el precio de mercado en
general difiere del precio normal, el agente basará sus decisiones cotidianas —su­
poniendo que el día sea la unidad de tiempo considerada— en la tendencia de los
precios de mercado. Sin embargo, su objetivo último consiste en realizar sus pro­
pias decisiones normales en el horizonte de tiempo considerado.
La distancia entre el precio de mercado y el precio normal llevará al sujeto a
anticipar o a retardar la compra o la venta de un determinado bien, pero no a
cambiar su idea de cuál debe ser el comportamiento normal: éste constituye una
especie de punto de referencia fijo. En efecto, hay que precisar que, para Marshall,
los precios normales son valoraciones subjetivas de los precios que se prevé que
tenderán a predominar en el mercado en un determinado horizonte temporal futu­
ro; y es basándose en estos precios esperados como cada empresario decide la di­
mensión y el tipo de instalaciones que adoptará. Marshall se mostró muy reticente
con respecto al mecanismo de formación y revisión de los precios normales, pero
negó que éstos pudieran obtenerse de manera directa de los precios de mercado
observados, como su media o la extrapolación de su tendencia pasada. Si hay un
vínculo causal entre los precios de mercado y los precios normales, parece que va
de los últimos a los primeros, y no al revés.
En segundo lugar, existe una sensible diferencia entre Walras y Marshall en
lo que se refiere a la definición de competencia. En el concepto walrasiano, -el-
agente en competencia perfecta es un price-taker: considera los precios como da­
dos y sin posibilidad de que su propio comportamiento influya en ellos. Para
Marshall, en cambio, un mercado perfectamente competitivo es aquel en el que
opera un número elevado de sujetos; cada uno de ellos tiene objetivos que están
en conflicto con los de los demás, y tratará de realizarlos sin entrar en coalicio­
nes o bloques y sin poder ejercer una presión especial. La competencia «perfecta»
de Marshall no presupone en absoluto que cada agente considere el precio de los
bienes como dados, ni presupone que las empresas sean idénticas (aunque sí de­
ben ser «parecidas»). En el sistema marshalliano, las pequeñas diferencias entre
las empresas desempeñan un papel equivalente al de las variaciones genéticas en
la teoría darwiniana.
Marshall distinguió entre precio de demanda (p¿), el precio máximo para el
que la demanda alcanza un nivel prefijado, y precio de oferta (ps), el precio míni­
mo que induce a los vendedores a ofrecer una cantidad igual a la prefijada. Dado
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA . 193

un cierto nivel de demanda, el mercado se halla en desequilibrio si el precio de


demanda difiere del precio de oferta. Una situación de desequilibrio tiende a de­
sencadenar la siguiente relación. Si p¿ > ps, los vendedores reaccionarán aumen­
tando el volumen de la oferta,-o bien mediante un aumento de la producción, o
bien mediante una reducción del nivel de las reservas; y si pc¡ < ps, ocurrirá lo
contrario. De este modo, la existencia de un desequilibrio se traduce en primer
lugar en una variación de las cantidades, y sólo después —y como consecuencia
de ésta— en una variación de los precios. En general, los vendedores marshallia-
nos preferirán aumentar sus beneficios actuando sobre las cantidades antes que
sobre los precios, por la razón obvia de que en situaciones cercanas a la compe­
tencia perfecta puede resultar difícil modificar los precios.
El método que adoptó Marshall le llevó inevitablemente a un análisis de las
condiciones de la oferta: en el movimiento hacia el equilibrio admitía variaciones
«n la oferta, no sólo de los productos, sino también de los factores, si éstos son
reproducibles. He aquí un punto de contacto con la economía ricardiana, aunque
sólo parcialmente. En efecto, Marshall no aceptó la óptica de la productibilidad
hasta el punto de adoptar la teoría del valor ricardiana. Adoptó una teoría basada
en los costes reales, pero reduciéndolos —como Sénior y Stuart Mili— a trabajo y
«espera». No en vano Schumpeter consideró la teoría del coste real de Marshall
como «la ramita de olivo ofrecida a sus predecesores clásicos» (p. 1057).

6.2.3. L a filosofía social de M arshall

En The Present Position of Economías, lección inaugural del año académico


1885-1886, Marshall definió la tarea principal de la economía como el cálculo
de los beneficios déla transformación industrial y social, teniendo siempre pre­
sente el hecho de que la misma cantidad de dinero mide un mayor placer para el
pobre que para el rico, que es tanto como decir que el bienestar total aumenta si
la distribución del «dividendo social» se modifica a favor de los pobres, hasta ni­
velar las utilidades marginales de todos los sujetos. Para Marshall, la defensa de
las políticas económicas redistributivas procede del principio utilitarista según
el cual el fin último de la actividad económica es la maximización del bienestar
colectivo.
Como buen alumno de Mili, Marshálf fue el iniciador dentro de la corriente
neoclásica de una tendencia que trata de atemperar el laissez fciire con una polí­
tica de reformas; y —precisamente como Mili— rechazó la tesis, defendida por
los más acérrimos librecambistas de la época, de que la única vía de mejorar las
condiciones de los pobres consistiría en incentivar el egoísmo de los ricos. Esta
postura de- compromiso le llevó a incluir en su sistema de pensamiento princi­
pios y normas que se revelarían en abierto conflicto con la ideología spenceria-
na dominante, y que le acarrearían no pocos sinsabores. En la visión de Mar­
shall —a diferencia de la de Walras—, existe un vínculo inextricable entre los
ámbitos económico, social y cultural, una fuerte conexión entre los hechos de la
esfera material y los ,de la esfera moral, conexión que implica importantes con­
secuencias en el modo de concebir, por ejemplo, la intervención del Estado en la
economía.
194 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

A Marshall le preocupaban las implicaciones que podía tener en economía la


ley según la cual la lucha por la existencia sólo permite «la supervivencia de
aquellos organismos mejor adaptados para beneficiarse del medio ambiente»
(p. 242). En particular, le preocupaba rebatir la tesis —formulada por los darvi­
nistas sociales de la época— de que el Estado no debería intervenir de ningún
modo para corregir el proceso de la selección natural. .Sin embargo, tomó del
darwinismo social la concepción evolucionista de la historia, concepción eficaz­
mente sintetizada por la cita que aparece en la primera página de los Principios:
«Natura non facit saltus». El progreso humano es lento, y avanza únicamente con
pequeños pasos. Los intentos de cambiar la sociedad bruscamente están conde­
nados al fracaso y, si continúan, producen únicamente miseria. Puede muy bien
suceder —admite Marshall— que en el pirso de la lenta evolución de las institu­
ciones sociales surja una determinada estructura que se preste a la explotación de
un grupo social por parte de otro. Sin embargo, la supervivencia de tal estructura
en el tiempo demostraría que, en las circunstancias dadas, sus «virtudes» sobre­
pasarían a sus «defectos».
Esta tesis se aplicaría de manera especial al capitalismo moderno. A pesar
de sus costes sociales y de las injusticias a que da lugar, el capitalismo asegura­
ría la eficacia productiva y distributiva y, en consecuencia, contribuiría a la me­
jora y al progreso de la condición humana, «pero aquellos elementos de la natu­
raleza humana que se han desarrollado en el transcurso de los siglos [...] por
sórdidos y burdos placeres, no pueden ser superados en el transcurso de una ge­
neración. Ahora, como siempre, los nobles pensadores de la reorganización de
la sociedad pintan atractivos cuadros de la vida tal y como podría aparecer bajo
el influjo de las instituciones que- su imaginación construye con facilidad. Pero
se trata de una imaginación irresponsable, ya que procede de la asunción implí­
cita de que la naturaleza humana puede, bajo nuevas instituciones, modificarse
rápidamente; lo cual no es cierto» (p. 600). En realidad, cuando Marshall habla­
ba de «sórdidos y burdos placeres» había abandonado ya de hecho las premisas
utilitaristas. Como ya hemos visto con Mili, una filosofía social que discrimina
entre placeres benignos y placeres sórdidos no puede convivir con la filosofía
utilitarista.
Para Marshall, hay que tener presente la dimensión sociopolítica de la ac:
ción humana ya desde el inicio del discurso económico. Las implicaciones gene­
rales de esta actitud en el plano de la política económica son notables. El Estado
tiene el derecho y el deber de intervenir en el ámbito económico para regular los
mecanismos del mercado y corregir las distorsiones; tesis, esta última, presente
en toda la obra marshalliana, pero sostenida fuerte y explícitamente en Posibili­
dades sociales de la caballerosidad económica (1907). Sus propuestas de introducir
en el sistema económico-político de la sociedad inglesa mecanismos correctores,
como la cooperación, la participación en los beneficios, el arbitraje en materia
salarial y otras similares, parecieron muy avanzadas a los ojos de sus coetáneos.
Y también es verdad que se debe a Marshall el que, ya desde principios de siglo,
el darwinismo social empezara a declinar en Inglaterra, aunque no llegara a desa­
parecer totalmente.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 195

6.2.4. PlGOU YLAECONOMÍADELBIENESTAR


Como puso de manifiesto Robertson en Utility and All That and Other Essays
(1952), en la Cambridge marshalliana el objeto principal de la economía se inter­
pretaba en términos de economía del bienestar. En la visión marshalliana, el estu­
dio del bienestar económico incluía el de las situaciones en las que el mecanismo
de mercado deja de producir los efectos beneficiosos que se esperan de él, es de­
cir, el estudio de los «fallos del mercado». Este fue el principal interés de Pigou,
sucesor de Marshall en la cátedra de Economía de la Universidad de Cambridge.
En La economía del bienestar (1920), Pigou afirma que el objeto de la economía
del bienestar consiste en la búsqueda de las circunstancias que conduzcan al au­
mento del bienestar económico del mundo o de un país determinado. La esperan­
za de quienes se dedican a dicha búsqueda estriba en sugerir formas de interven-
’clon, o de no intervención, por parte del Estado y de los individuos particulares,
que favorezcan tales circunstancias. Sin embargo, con Pigou el énfasis se despla­
zó del análisis del funcionamiento del proceso competitivo y la perspectiva histó­
rica —tan importante en el sistema marshalliano— al análisis formal.
La contribución más importante de Pigou se refiere a la célebre distinción
entre costes privados y costes sociales. La causa principal de la divergencia entre
ambas categorías de costes se identificaba en la ausencia de rendimientos cons­
tantes. Pigou observó que, mientras que las industrias con rendimientos decre­
cientes tienden a hacerse más grandes de lo que resulta socialmente deseable, las
industrias sujetas a rendimientos crecientes tienden a seguir siendo más reduci­
das. De ahí la conclusión de la necesidad de la intervención del gobierno en for­
ma de impuestos y subvenciones. Esta línea de pensamiento la expuso primero
en Wealth and Welfare (1912), y más tarde en su obra más conocida, La economía
del bienestar, ya mencionada.
El propio Marshall intervino para criticar las conclusiones a las que había
llegado su alumno en la obra de 1912. La aparente ineficacia de las industrias
con rendimientos decrecientes —afirmó— se derivaba del hecho de que Pigou
utilizaba un aparato analítico estático para tratar cuestiones que, por el contra­
rio, eran dinámicas. En efecto, Marshall definió la lev de los rendimientos cre­
cientes en términos de las mejoras en la organización que usualmente acompa­
ñan a un incremento de la demanda. Y este es el sentido de la conocida proposi-
ción de que, mientras que la parte en lá que la naturaleza interviene en la produc­
ción muestra una tendencia a los rendimientos decrecientes, la parte correspon­
diente al hombre muestra una tendencia a los rendimientos crecientes; lo cual
equivale a decir que el hombre lucha continuamente para encontrar maneras
nuevas de aflojar o romper los vínculos naturales. En términos teóricos, esto im­
plica una clara distinción entre un análisis estático, en el que los costes aumentan
en función del output, y un análisis dinámico, en el que los costes cambian en el
tiempo como consecuencia del ingenio y del esfuerzo humanos. Es precisamente
por este camino por el que Marshall llegó a admitir la irreversibilidad de la curva
de oferta a largo plazo: las economías de escala, una vez alcanzadas mediante el
progreso general de la economía, difícilmente desaparecerían, aunque el output
del sector decreciera, Ello implica, corno ya había observado Marshall en The
Puré Theory ofDomestic Valúes (1879), la imposibilidad de moverse hacia adelan­
196 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

te y hacia atrás en la misma curva de oferta, lo que explica su propuesta de dise­


ñar de nuevo la curva cada vez que «se introduzcan grandes economías adiciona­
les». Por otra parte, es importante señalar que, con curvas irreversibles de oferta,
el ajuste usualmente descrito en los manuales para representar el equilibrio a lar­
go plazo del sector deja de tener sentido. Marshall debía de ser consciente de ello,
ya que en la cuarta edición de sus Principios (1898) escribió que «la teoría estáti­
ca del equilibrio es sólo una introducción a los estudios económicos; y apenas re­
presenta una introducción al estudio del progreso y el desarrollo de las industrias
que muestran una tendencia a los rendimientos crecientes» (p. 461). Esta insis­
tencia en el desarrollo y en la competencia como agentes de progreso constituye
un rasgo importante del pensamiento de Marshall, rasgo que —sin embargo— no
asumió su discípulo, obsesionado comomsíaba por la exigencia de conferir rigor
formal a la obra del maestro.
Así Pigou, en su papel de intérprete autorizado de Marshall, acabó tradu­
ciendo el análisis a largo plazo al lenguaje de la competencia estática, y así pasa­
rá más tarde a los manuales de microeconomía, aun a los más acreditados. En el
curso de dicha traducción, Pigou redefinió la empresa representativa marshallia-
na como una empresa en busca de una posición de equilibrio, e identificó el equi­
librio marshalliano con el equilibrio perfectamente competitivo. Más aún: tam­
bién hizo coincidir la posición de equilibrio a largo plazo de la empresa con el
punto mínimo de la célebre curva en forma de «U» del coste medio a largo plazo;
con ello, todo el problema de ios rendimientos decrecientes se redujo a una mera
cuestión de economías externas. Situando como instrumento central del análisis
la noción de equilibrio de empresa, Pigou pasó finalmente a definir la industria
como una colección de empresas en equilibrio estático. De este modo, se dejaban
de lado las partes más interesantes del discurso marshalliano: las que trataban de
dinámica. Todo esto no fue obra de un enemigo de Marshall, sino de un «marsha­
lliano leal, aunque sin fe», según la feliz expresión de Robertson.

6.2.5. WlCKSTEED Y «EL AGOTAMIENTODEL PRODUCTO»


El nombre de Wicksteed está indisolublemente ligado —más qúe a The
Common Sense of Political Econonvy (1910), su obra más ambiciosa— a An Essay
on the Coordination of the Laws of Distrihution (1894). Es en esta obra en la que
hallamos la primera definición explícita del célebre-concepto de función de pro­
ducción. En ella se encuentra también la primera formulación explícita del «pro­
blema del agotamiento del producto». Ya hemos señalado que debemos a Menger
el proyecto de explicar todas las cuotas distributivas en términos de productivi­
dad marginal, pero recordemos también que el sistema teórico mengeriano, en su
época, no halló eco en Inglaterra. Es cierto que en la primera edición de los Prin­
cipios de Marshall se encuentran ya indicios del problema, pero Wicksteed fue el
primero en tratar la cuestión de manera sistemática. Algunos años después,
Clark, Barone y otros volverán a abordarla; más adelante hablaremos de ellos.
Al contrario que en el sistema ricardiano, que recurre a teorías distintas para
explicar las diferentes cuotas distributivas, el pensamiento marginalista parte de
mía sola lev. la de la productividad marginal. Todos los factores se consideran del
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 197

mismo modo: todos reciben una cuota de la renta nacional proporcional a sus
respectivas productividades marginales. La cantidad producida viene determina­
da por la suma de los recursos empleados y depende de factores tecnológicos,
mientras que las remuneraciones de dichos factores están determinadas por las
fuerzas de la oferta y la demanda, y dependen de la estructura de los mercados.
Así pues, la renta producida y la renta distribuida son dos magnitudes inde­
pendientes, determinadas según reglas distintas, por lo que no hay ninguna razón
para esperar que sean siempre iguales. Por otra parte, desde el punto de vista ló­
gico resultaría inaceptable una situación en la que la suma de las cuotas distribu­
tivas fuera inferior o superior a la unidad. En efecto, en el primer caso, después
de haber pagado cada recurso según su producto marginal, quedaría un residuo
que no se sabría a quién distribuir; en el segundo, en cambio, parecería que los
recursos aplicados no producirían lo suficiente para obtener una retribución pro­
porcional a su productividad marginal. En ambos casos, la coherencia lógica de
la teoría se vería inevitablemente comprometida, a menos que uno estuviera dis­
puesto a introducir un principio no marginalista para explicar algunas retribucio­
nes. De ahí la necesidad de demostrar que el producto se «agota» en las cuotas
correspondientes a los factores.
Supongamos, para simplificar, que haya únicamente dos factores de produc­
ción: trabajo y capital. Indicando con w y r los precios unitarios a los que éstos se
adquieren en los respectivos mercados, y con L y K las cantidades empleadas, el
problema consiste en demostrar que pY = wL + rK, donde Y es el volumen del
producto, y p su precio. ¿Qué garantías hay de que la determinación de los pre­
cios de los factores según la regla de la productividad marginal resulte compati­
ble con la igualdad entre el valor del producto nacional y el de la renta nacional?
' La cantidad producida, Y, resulta determinada por el total de recursos empleados
según la función de producción Y =f(K, L); las retribuciones a los factores se de­
terminan según la regla marginalista que establece que w = pYL y r = pYK, donde
YL = dY/dL es el valor de la productividad marginal del trabajo, eYK-dY/<)K, el
de la productividad marginal del capital. La renta producida y la distribuida son,
por tanto, magnitudes determinadas por regias distintas; así, no hay ninguna ra­
zón necesaria para esperar que siempre coincidan.
El problema admite solución si podemos expresar Y de la siguiente manera:
Y =Yl L + Yk K. Efectivamente, en este caso, multiplicando los dos términos de la
ecuación porp se obtiene: pY = pYLL/YpYKK. Ahora bien, una condición sufi­
ciente (aunque no necesaria) para que Y = Yl L + Yk K es que la función de pro­
ducción sea homogénea de primer grado, es decir, que manifieste rendimientos
constantes de escala. En tales condiciones, se puede aplicar el famoso teorema de
Euler. Pero es obvio que esta solución para salvar el rigor formal de la teoría res­
tringe excesivamente su ámbito de aplicabilidad. Sin embargo, Wicksteed no era
de esta opinión; antes bien, estaba tan convencido de la plausibilidad de la hipó­
tesis de ios rendimientos constantes de escala que ni siquiera trató de justificarla.
Y será precisamente la validez empírica de la conclusión de Wicksteed lo que Pa-
reto criticará en 1897: la teoría no tiene validez universal, tanto porque existen
casos de procesos productivos con rendimientos crecientes o decrecientes de es­
cala como porque los procesos a menudo se caracterizan por presentar propor­
ciones fijas en el empleo de los factores, de manera que no es posible definir sus
198 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

productividades marginales. Obsérvese que este tipo de crítica no socava la es­


tructura lógica de la teoría, sino únicamente su validez empírica. En cualquier
caso, y aparte de su mayor o menor realismo, la solución de Wicksteed no era sa­
tisfactoria, puesto que era incompleta; suponía un hecho que en realidad estaba
por demostrar: que las leyes del mercado permiten pagar los factores según su
productividad marginal, es decir, que w =pYL y r - pYK. ¿Qué estructura deberían
tener los mercados para asegurar este, resultado? Habrá que esperar primero a
Wicksell, y luego a Robinson, para avanzar de manera decisiva hacia la solución
completa del problema.

6.2.6. E d g e w o r t h y la n e g o c ia c ió n ,

Edgeworth es una figura singular en el panorama teórico de estos años. Gra­


cias a sus excepcionales dotes analíticas y a una formación matemática netamen­
te superior al estándar ¡de su época, sin duda ha sido uno de los «padres fundado­
res» de la econometria, entendida en su sentido original de aplicación sistemática
del instrumento matemático al ámbito del análisis económico. En este aspecto
tuvo una función profètica en la historia de la disciplina, anticipando la que se
convertiría en línea de investigación incuestionable en la época más reciente.
Su principal obra, Mathematical Psychics (1881), es un breve volumen que en
pocas páginas afronta, con sorprendente profundidad, algunos de los temas más
difíciles de la investigación económica. Para entender el sentido de esta obra es ne­
cesario tener presente la gran admiración que sentía Edgeworth por la mecánica
clásica, admiración que compartían algunos contemporáneos ilustres, como Je-
vons y Walras. De acuerdo con esta línea de pensamiento, el análisis económico
debía «aprender» el modo de argumentar y el razonamiento lógico de aquella dis­
ciplina, para obtener resultados de igual exactitud y elegancia. En el caso de
Edgeworth, quizás esta admiración se debía —al menos en parte— al intercambio
intelectual sostenido con el gran físico irlandés William Hamilton, amigo de su pa­
dre. En los años en los que el joven Edgeworth se formaba, Hamilton trabajaba
desde hacía tiempo en una elegante y unitaria sistematización de la mecánica que
todavía hoy lleva su nombre. La objetiva dificultad de las argumentaciones de-
Edgewortb, que utilizan extensamente instrumentos que aún .no eran de dominio
universal, como el cálculo de variaciones; su estilo literario, rico y denso de citas,
pero muchas veces también oscuro; su carácter modesto y reservado: todo ello ex­
plica por qué, a pesar de la consideración de la que Edgeworth gozó ya en vida, no
se comprendió plenamente el valor de su obra hasta muchos años después de su
muerte. Debemos, pues, considerar Mathematical Psychics a la luz de estos datos.
En la parte introductoria de la obra, Edgeworth realizó un apasionado ale­
gato en favor de la economía matemática, basado en la observación de que, a di­
ferencia de las matemáticas, en general la economía puede trabajar, no con for­
mas funcionales exactas, sino con formas indefinidas de las que sólo se especifi­
can algunas propiedades. En otras palabras: para Edgeworth, la economía mate­
mática es una disciplina esencialmente cualitativa, idea que volvería a surgir mu­
chas veces en distintos autores, como el Keynes de la Teoría general o el Samuel-
so n d e lo s F u n d a m e n t o s d e l a n á l i s i s e c o n ó m i c o .
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 199

Si hoy Edgeworth es recordado con admiración, probablemente ello se


deba sobre todo a la segunda parte de su libro. En ésta, tras haber definido a los
agentes económicos como movidos por el self-interest , se expone la famosa teoría
de la negociación, en la que se contempla el proceso de intercambio como una se­
rie de negociaciones y renegociaciones que sólo se interrumpe en el momento en
el que los individuos dejan de estar, motivados para revisar los acuerdos que se
han tomado. A diferencia del tâ to n n e m e n t walrasiano, en el que la acción del «su­
bastador» —como ente supraindividual y casi metafíisico— es la que coordina las
decisiones de los individuos, en la negociación edgeworthiana son los propios in­
dividuos quienes, tratando fatigosamente de alcanzar una posición óptima, aca­
ban llevando el sistema al equilibrio. Cómo fácilmente se puede intuir, el análisis
es muchísimo más complejo que en el contexto walrasiano. En particular, la
cuestión de la u n ic id a d del equilibrio se vuelve aquí más delicada. Ya Edgeworth
se dio cuenta de ello, y había mostrado que en una economía de intercambio con
dos individuos, dadas las dotaciones iniciales, existe un c o n tin u u m —la célebre
«curva de contratos»— de puntos Pareto'-óptimos alcanzables. Observó también
que dicha curva se reduce al aumentar el número de agentes económicos, pero
también que, en general, no puede concluirse nada definido de su comportamien­
to asintótico cuando cambia el número de agentes. Los contemporáneos de
Edgeworth no percibieron en absoluto la importancia de su teoría de la negocia­
ción, la cual, en efecto, era demasiado avanzada para su época, incluso para inte­
ligencias sutiles como las de levons y Marshall, o más tarde Keynes. Sólo en los
últimos treinta años, con los trabajos de Shubik, Scarf, Debreu y Aumann, ha re­
surgido la negociación edgeworthiana, dando origen a la teoría del core. De este
modo ha sido posible determinar exactamente la estructura asintótica del con­
junto de los equilibrios (la multiplicidad puede mantenerse también asintótica-
mente) y demostrar que la negociación puede generar equilibrios que no pueden
alcanzarse por medio del tâ to n n e m e n t walrasiano. Además, los dos conjuntos de
equilibrios tienden, en general, a coincidir sólo asintóticamente y en ciertas con­
diciones de regularidad.
A pesar de que el propio Walras estaba convencido de la posible existencia
de situaciones en las que el equilibrio competitivo no fuera el único, la negocia­
ción edgeworthiana se reveló más adecuada para afrontar el problema del dese­
quilibrio: mientras que el «subastador» walrasiano está activo, el sistema no pue-
de más que dirigirse al equilibrio, a menos que se den condiciones muy especia­
les en cuanto a las preferencias de los consumidores y la tecnología disponible.
Pero en el mundo edgeworthiano, en el que son los propios individuos quienes
realizan los ajustes, el sistema puede no alcanzar nunca el equilibrio —aun en ca­
sos no demasiado infrecuentes—, o bien puede saltar drásticamente de un equili­
brio a otro incluso en presencia de pequeñas perturbaciones. No resulta, pues,
sorprendente el hecho de que la negociación genere normalmente «más» equili­
brios que el tâ to n n e m e n t. Por otra parte, esta teoría muestra que el mecanismo de
ajuste considerado puede modificar drásticamente el conjunto de posibles resul­
tados del proceso de mercado, idea que sólo hoy empieza a entenderse plenamen­
te gracias al aparato analítico de la teoría de juegos.
La ierccra y última pane de! o p u s magnum de Edgev.sinh ¡rala del clásico
problema del comportamiento de los agentes económicos. Evocando a Bentham,
200 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

supuso que el comportamiento humano está orientado a la maximización de la


satisfacción individual y que se puede describir mediante la maximización vincu­
lada de una función de utilidad, de la que él mismo propuso algunas posibles es­
pecificaciones. En su análisis, Edgeworth se remitió —más que a la economía-
ai trabajo de fisio-psicólogos como Fechner y Helmholtz. Sin embargo, el proble­
ma que más le interesó fue el de la posibilidad de inferir la mejor asignación so­
cial de los recursos de las preferencias individuales una vez que éstas se hubieran
especificado. Y supuso no sólo que la utilidad resulta mensurable en sentido car­
dinal, sino también que no es necesario recurrir a una escala de medida con un
origen arbitrario, como ocurre —por ejemplo— con la temperatura. Coherente­
mente con sus premisas, Edgeworth concluyó que, para maximizar el bienestar
colectivo, debían ser precisamente aqüelíos individuos que tuvieran una mayor
capacidad de «experimentar placer» quienes recibieran una mayor cantidad de
recursos. Incluso podrían darse casos límite en los que un individuo debería reci­
bir todos los recursos disponibles. De ahí a la conclusión de que habría que privi­
legiar a «los seres que ocupan el lugar más alto en la escala de la evolución» no
hay más que un breve paso, aunque Edgeworth observó que en general el análisis
de este problema no puede llevar a respuestas bien definidas y plenamente satis­
factorias desde el punto de vista lógico.
Si el ingenuo utilitarismo en el que se basaba este razonamiento parece, aún
hoy, no del todo descabellado —dado que la moderna teoría del bienestar se apo­
ya todavía sólidamente sobre bases utilitaristas del mismo tipo, sólo ligeramente
más sofisticadas—, el matiz eugenésico del análisis edgeworthiano tiene inevita­
blemente un tono siniestro, y sin duda representa la parte más anticuada de su
obra. En efecto, Edgeworth, más que demostrar la naturaleza «científica» de de­
terminadas posiciones ideológicas, y —en consecuencia— defenderlas, pretendía
demostrar que también los fenómenos sociales más complejos podían ser descri­
tos de manera «exacta» por leyes pseudo-físicas; y parece que las implicaciones
políticas de dichas leyes tenían para él una importancia relativa.

6.3. La teoría neoclásica en Estados Unidos


6 .3 .1 . C l a r k y la t e o r ía d e la p r o d u c t iv id a d m a r g in a l

Clark y Fisher fueron los artífices de la difusión del nuevo sistema teórico en
Estados Unidos, mientras que Franlc. Taussig (1859-1940) fue su divulgador. El
predominio neoclásico aún estaba lejos de alcanzarse en 1885, año en el que se
fundó en Saratoga (Nueva York) la American Economic Association por un grupo
de jóvenes economistas en desacuerdo con la tradición clásica. La Biblia de la
vieja escuela la constituían aún los Principios de Mili: en Estados Unidos, Mili era
a la economía política lo que Euclides a la geometría. Pero ni la teoría ricardiana
de la renta de la tierra ni el principio malthusiano de la población parecían parti­
cularmente adecuados para interpretar realidades como la estadounidense; y este
fue un motivo más para el abandono del sistema clásico por parte de los econo­
mistas de aquel país.
duda, Clark fue el
S in influyente
e c o n o m is ta m á s del peno- y r e v e r e n c ia d o
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 201

do. Ya en su época se le consideraba el principal apóstol del «marginalismo» y de


la teoría dé la productividad marginal. Alumno de Knies en Heidelberg, Clark ha­
bía tenido una gran influencia de la escuela histórica alemana. Tanto el método
como el espíritu de dicha escuela se hicieron patentes en su primera obra, The
Philosophy of Wealth (1886), que contiene un decidido —aunque respetuoso—
ataque a las premisas de la teoría clásica. El sistema ricardiano se describe aquí
como «la apoteosis del egoísmo», y como alternativa se propone la intervención
pública para reducir el poder económico de los industriales, para llevar a cabo la
justicia distributiva, para sustituir la competencia y el conflicto por la coopera­
ción y, en general, para colocar el proceso económico bajo el control del principio
moral.
Durante los diez años siguientes Clark se vio absorbido por el desafío inte­
lectual que constituía el problema de la distribución funcional de la renta. Una
serié de ensayos prepararon el camino a su obra principal, The Distribution of
Wealth (1899). En este período, Clark cambió completamente de orientación,
abrazando el planteamiento neoclásico; y la conversión fue radical, como todas
las que sobrevienen en la edad adulta. Ahora, era la competencia entre individuos
egoístas la que aparecía como el vehículo de la cooperación social y de la justicia.
La competencia serviría al bien común, ya que las valoraciones que realiza el
mercado de las mercancías y de los factores, en tanto derivadas de las utilidades
marginales de los individuos, serían las valoraciones correctas para la sociedad
en su conjunto. Finalmente, se invocaría la intervención estatal, no para sustituir
' a la competencia, sino para imponerla mediante políticas antitrust.
El fundamento de la teoría de la distribución basada en la productividad
marginales una regla muy sencilla: cada factor de la producción debe recibir una
cuotade la renta nacional proporcionaba su contribución a la producción. Supo­
niendo que la distribución de la renta se basa en los mismos principios para to­
das las categorías de renta y para todos los sujetos, implícitamente se llega a afir­
mar que todas las rentas pueden traducirse, directa o indirectamente, en rentas
de trabajo. También el beneficio sería la compensación por una determinada ca­
pacidad laboral, la del empresario que coordina la producción y asume su riesgo.
Incluso las rentas puras del capital pueden traducirse indirectamente en rentas
de trabajo, en tanto representan la remuneración de capitales prestados que, a su
vez, provienen de ahorros acumulados y, por tanto, de rentas producidas —en un
estadio anterior— mediante trabajo. Laá diferencias entre las distintas formas de
renta, si existen, son únicamente formales; sobre todo, no hay ninguna diferencia
de principio que dependa del hecho de que los sujetos se dividan en clases socia­
les. La única excepción a esta regla la constituye la renta de la tierra, que se con­
sidera una forma espuria de renta en tanto tiene su origen únicamente en la esca­
sez de suelos agrícolas.
Una vez eliminada cualquier connotación sociopolítica del problema distri-
butivo, para demostrar que cada sujeto percibe una fracción de la renta nacional
proporciona] a su contribución a la producción, es necesario postular^quelapro-
du ctividad., marginal de un factor representa la medida correcta de dicha contri;
bución.
Una primera consecuencia, do esta teoría es que desaparece aquella relación
necesaria entre salario y consumo de subsistencia tan cara a los clásicos. En efec-
202 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

to, no hay razón para considerar que, en general, la productividad marginal del
trabajo deba igualar al salario de subsistencia.
En segundo lugar, la aplicación de una regla general como la de la producti­
vidad parece satisfacer dos principios generales: el p rin cip io de eficiencia, dado
que se excluye la posibilidad de que los recursos improductivos puedan tomar
parte en la producción de la renta y puedan seguir siendo producidos, y el p rin c i­
p io de equidad, desde el momento en que parece éticamente legítimo que cada
uno reciba en función de lo que ha.contribuido a producir. En otras palabras:
cada clase obtiene, por «ley natural», el equivalente de su contribución a la pro­
ducción. En tal contexto, incluso la propia noción de explotación pierde todo sig­
nificado.
Una tercera e importante consecuencia es que el estudio de la distribución
funcional de la renta acaba coincidiendo con el estudio de la estructura de los
mercados de los factores, desde el momento en que es en estos mercados donde
se determinan los precios de los factores y se establecen las cantidades que de di­
chos factores se intercambian. Así, desde el punto de vista marginalista el proble­
ma de la distribución se convierte en el de la elaboración de una teoría de la ofer­
ta y la demanda de los factores, totalmente sim étrica de la teoría de la oferta y la
demanda de las mercancías, que permita demostrar la siguiente proposición: el
funcionamiento de los mercados de los factores hace que los intercambios volun­
tarios entre individuos racionales y virtualmente iguales conduzcan a úna estruc­
tura distributiva eficiente y mutuamente beneficiosa.
The D istrib u tio n o f W ealth se inspiraba en un proyecto ambicioso: integrar
en un único sistema teórico consumo y producción, capital y trabajo, interés, sa­
lario y renta de la tierra, productividad marginal y utilidad marginal. Sin embar­
go, Clark limitó sus ambiciones al análisis de los estados estacionarios, dejando a
otros la tarea de ocuparse de la dinámica.
El modelo agregado de Clark sería recuperado en la década de 1950 por
Swan y por Solow en dos contribuciones que marcaron el inicio de la generación
de los modelos neoclásicos de crecimiento. Se trataba de modelos que sustituían
el estado estacionario de Clark por vías de crecimiento sostenido, pero cuyo obje­
tivo principal ya no era la distribución de la renta basada en la productividad
marginal, ni la justificación ética del principio marginalista. Sin embargo, fue
precisamente la referencia a esta teoría la que hizo estallar —en la década de
1960— la gran controversia entre las dos Cambridges de la que hablaremos en el
capítulo 1 1 .
El enfoque de Clark no es walrasiano, sino de tipo agregado; y se basa en la
suposición de que tanto el interés como el salario tienden a la uniformidad entre
los diversos sectores productivos. La competencia y la movilidad de los factores
deberían garantizar este resultado, pero en el equilibrio descrito por Clark se tra­
ta de una «movilidad sin movimiento». Para sus propósitos, Clark necesitaba que
el factor «capital» fuese homogéneo y maleable, de manera que fuera posible cal­
cular su productividad marginal específica independientemente de las diversas
formas técnicas asumidas por los medios de producción en las distintas distribu­
ciones y en el transcurso del tiempo. No hay que confundir este «capital» con los
bienes de capital, los cuales —por el contrario— difieren totalmente de unas in­
dustrias a otras y de un período-a otro. Para Clark, éstos constituirían la manifes­
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 203

tación específica y transitoria del factor general y permanente que es el capital, es


decir, el fondo de los ahorros acumulados ¿n el tiempo. Además, Clark incluía la
tierra en el stock de capital, una decisión orientada a eliminar ab ovo todos los
problemas de Ricardo y de Malthus. En un estado estacionario el fondo de capi­
tal es constante, aunque los bienes de capital en los que éste se manifiesta pueden
variar. Desde esta óptica, el capital se asimila al trabajo, que permanece homogé­
neo mientras los distintos individuos entran y salen de la fuerza de trabajo. De es­
tos dos factores se obtiene un output, también homogéneo, producido en condi­
ciones de rendimientos de escala constantes. En competencia perfecta, las pro­
ductividades marginales de los factores, que dependen de sus respectivas ofertas,
determinan los salarios y el interés.
Clark halló grandes dificultades para distinguir entre variaciones del trabajo
relativas a los bienes de capital existentes y variaciones del trabajo relativas al
stock de «capital». Llamó rentas a los rendimientos de los bienes de capital exis­
tentes (incluida la propia tierra) y afirmó que, en equilibrio, éstas igualarían al in­
terés, es decir, a la productividad marginal del «capital»; aquí el equilibrio impli­
ca que se ha alcanzado el ajuste de la composición de los bienes de capital a las
exigencias productivas. Dichas rentas se asemejan a las quasi-rentas de Marshall.
Deberían ser, por tanto, distintas de la renta de la tierra; pero Clark ignoró el he­
cho de que la oferta de la tierra es fija y no puede ajustarse a la demanda como la
de los bienes de capital. Finalmente, Clark reservó el término «beneficios» para
los excedentes temporales que surgen de la dinámica a corto plazo.

6 .3 .2 . FlSHER: ELECCIÓN INTERTEMPORAL Y TEORÍA CUANTITATIVA DEL DINERO

Aunque después de su muerte su obra fue objeto de gran admiración, Fisher


fue muy criticado en vida. El tiempo ha confirmado la predicción de Schumpe-
ter: «probablemente algunos historiadores futuros considerarán a Fisher como el
más grande economista científico norteamericano que ha habido hasta el día de
hoy» (Historia del análisis económico, p. 872). El propio Schumpeter dio dos ra­
zones para esta apreciación. La primera es que Fisher se hizo portavoz de varias
instancias no económicas: fue partidario de la eugenesia, acérrimo defensor del
prohibicionismo y escritor versátil en política. La segunda razón es que su ex­
traordinario conocimiento de las matemáticas (Gibbs, el gran físico de la termo­
dinámica, fue uno de sus mentores) le llevó a formular aplicaciones a la econo­
mía avanzadas para su época. Fisher fue, por ejemplo, el inventor de los números
índice y un pionero de la econometría. En cambio, fue un mal intérprete de los
hechos económicos y, entre otras cosas, un catastrófico especulador en la bolsa.
En el otoño de 1929 declaró públicamente que las cotizaciones habían alcanzado
su nivel de máxima estabilidad; basándose en este presupuesto perdió, además de
su reputación como economista, casi todo su patrimonio familiar.
En el transcurso de toda su carrera, Fisher se interesó por el mismo conjun­
to de problemas que preocuparon a Clark. Sin embargo, su manera de afrontar­
los fue distinta: Fisher estaba menos preocupado por la búsqueda de un funda­
mento ético del mercado y más por la validez de las hipóle sus y ó corrección de
los razonamientos.
204 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Su primera contribución teórica a la economía se encuentra en su tesis


doctoral de 1892, M a th e m a tic a l In v e stig a tio n s in -th e T heóry o f V alué a n d P n ­
ces, que contiene una magistral exposición de la teoría del equilibrio económi­
co general de Walras; aunque en el «Prefacio» declaró que no conocía su obra.
Sus principales puntos de referencia hay que buscarlos sobre todo en Jevons,
Auspitz y Lieben. De los dos economistas austríacos, autores de U n te rsu c h u n -
g en ü b er die T heorie des P reises (1889), la única contribución austríaca valiosa
a la economía matemática, Fisher apreció sobre todo el análisis del equilibrio
parcial del precio en condiciones de competencia, análisis que en esencia
equivale al —bastante más conocido— de Marshall. En su teoría del equilibrio
general, Fisher se mostraba convencido de la existencia de profundas analo­
gías formales entre la termodinámica f el sistema económico, y trató de apli­
car al estudio de este último las innovaciones que Gibbs había introducido en
el cálculo vectorial. Así, los recientes avances —debidos a Herbert Scarf—
en el cálculo de soluciones para los sistemas de equilibrio general tuvieron en
Fisher a un notable precursor.
El modelo fisheriano de equilibrio general tendía a ignorar los problemas de
la oferta; en particular, no incluía ni el capital ni el interés. Las obras A ppreciation
a n d In terest (1896) y The N a tu re o f C apital a n d In c o m e (1906), que se ocupaban
de los problemas derivados de la presencia del capital, sentaron las bases de gran
parte de la literatura posterior sobre esta cuestión. Para Schumpeter, se trataba
de la «primera teoría económica de la contabilidad, y es (o debería ser) la base
del moderno análisis de la renta» .(p. 872). Fue aquí donde se formuló la noción
de la renta como consumo; el cual, naturalmente, incluía el consumo de los servi­
cios de los bienes duraderos.
La célebre teoría fisheriana de la determinación de los tipos de interés está
contenida en The R a te o f Interest, publicada en 1907, y en la nueva edición am­
pliada de la misma obra, publicada en 1930 con el título de The Theory o f Interest.
Fisher quiso revisar el texto original porque sus críticos se habían fijado única­
mente en el aspecto de la «impaciencia» como "determinante del tipo de interés,
olvidando el de la «oportunidad». En The Theory o f Interest, elaboró la que él lla­
mó una teoría del interés «de la impaciencia y de la oportunidad», donde se defi­
nía «la oportunidadmle inversión» como «Ja tasa de rendimiento sobre los cos-
tes», entendiendo ambos conceptos en términos de flujos de renta. Como e.Lpro­
pio Keynes reconocería más tarde, se tratade un concepto muy similar a la «efi­
cacia marginal del capital» kevnesiana. Debemos a Fisher la ampliación de la teo­
ría del equilibrio general al problema de la distribución intertemporal, amplia­
ción que permitió anticipar algunas de las conclusiones del famoso modelo del
ciclo vital: las que explican por qué los individuos prefieren espaciar su consumo
en el tiempo, cualquiera que sea el curso temporal de sus rentas esperadas. Aún
hoy, la teoría fisheriana del ahorro individual es, en esencia, la aceptada en la lite­
ratura neoclásica. El planteamiento adoptado por Fisher le permitió situarse por
encima de las controversias sobre el capital y sobre el interés que ya en su época
empezaban a difundirse. Al razonar en términos de «oportunidad de inversión»,
no tuvo ninguna necesidad de hablar de un factor productivo, «el capital», que in­
terviene como argumento en la función de producción. En esta teoría, el interés
no se consider:', en coste de producción. Para entender su naturaleza, es necesa­
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 205

rio suponer que, a partir de una situación de igualdad entre consumo corriente y
consumo futuro planificado, el sujeto reqmereuña canldlad' 5e consumo futuro,
mayor que la de consumo corriente como «compensación» por una unidad adi­
cional de trabaJo.'FísHeFaiGn^^ "e sta compensación a la impaciencia, rechazan­
do decididamente la idea de que el interés representa el coste de los servicios de
un factor de producción llamado «abstinencia» o «espera». En este sentido, se
opuso a ia ^ tesis austr'iaca —que popularizó Bóhm-Bawerk— de que la espera
contribuye a acrecentar el producto. Es, pues, en la impaciencia donde hay que
buscar la explicación del interés; por otra parte, la brevedad de la vida y la incer­
tidumbre serían los factores que explicarían la preferencia temporal.
En 1911, Fisher publicó The P u rch a sin g P ow er o f M oney, que incluye su con­
tribución a la teoría monetaria: la ecuación de los intercambios, o ecuación cuan­
titativa, P = (M V + M Y ) IT , donde P denota el precio; M , la cantidad monetaria
- circulante; V, su velocidad de circulación; M ', los depósitos bancarios en cuenta
corriente; V ’, su velocidad de circulación, y T, las transacciones, o sea, el nivel de
la actividad económica. Ninguna otra fórmula matemática en toda la ciencia eco­
nómica --y quizás incluso en las otras disciplinas, si exceptuamos la fórmula de
Einstein— ha gozado de mayor fama, aún hoy intacta. Con ella se representa la
idea tradicional de que las variaciones de la oferta monetaria, si la velocidad y el
volumen de las transacciones permanecen constantes, generan las variaciones del
nivel de los precios. Con la ecuación cuantitativa nació el aparato técnico del mo-
netarismo moderno, un programa de investigación que se consolidará en el curso
de la década de 1960 debido, sobre todo, a Milton Friedman. Y, si bien es cierto
que Fisher introdujo algunas matizaciories —a las que nos referiremos en el pró­
ximo capítulo— que permitieran tener en cuenta los ajustes de las transacciones
y los efectos de las variaciones en V y V , el mensaje monetarista que surge de su
trabajo es fuerte y claro. Es un hecho que con Fisher y su ecuación de los inter­
cambios la antigua preocupación- por el dinero, particularmente acusada en la
Norteamérica de la época, entró de lleno en su estado presente.

6.4. La teoría neoclásica en Austria y Suecia


6 .4 .1 . L a ESCUELA AUSTRIACA Y EL SUBJETIVISMO
*

Menger dejó la cátedra de Economía de la Universidad de Viena en 1903.


Le sucedió Von Wieser, «la figura central de la escuela austríaca: central en el
tiempo, en las ideas que profesa, en su capacidad intelectual», tal como lo des­
cribió Streissler (p. 194). Su tratado general de 1914, Theorie der gesellschaftli-
c h e n W irtschaft, proporciona mayor alcance y sistematicidad al pensamiento
mengeriano, y durante bastante tiempo se utilizará como punto de referencia
esencial de la escuela. No obstante, sería Bóhm-Bawerk la personalidad más
prestigiosa y, a la vez, más controvertida de la escuela austríaca hasta comienzos
de la década de 1920. En los diez años que precedieron a la primera guerra
mundial, el seminario de Bóhm-Bawerk —que contaba entre sus participantes
con Von Mises y Schumpeter.- fue el principal centro de elaboración teórica de
la escuela austríaca. No en vano los marxistas de ia época se referirían a .Bolán-
206 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Bawerk como al enemigo intelectual que había que combatir: era él quien repre­
sentaba la economía burguesa.
En efecto, Bóhm-Bawerk alcanzó la fama no sólo por su teoría del interés,
sino también por su ataque frontal a la teoría marxiana del valor-trabajo. En
1896 (el Libro III de El capital se había publicado dos años antes) el economista
vienés dio a la imprenta La conclusión del sistema de Marx, un ensayo en el que
pretendía estigmatizar la «gran contradicción» de la obra marxiana: la contradic­
ción entre la teoría del valor-trabajo y la teoría de los precios de producción. Po­
lemista de talento, y al mismo tiempo hombre de considerable experiencia prácti­
ca (fue tres veces ministro de Economía del gobierno austríaco), Bóhm-Bawerk
dio origen a aquella tensión entre los estudiosos marxistas y los economistas neo­
clásicos que más tarde, en el período de;, eptreguerras, hallará eco en el debate so­
bre la posibilidad del cálculo económico en una economía planificada de manera
centralista' (véase el apartado 8.5).
Bóhm-Bawerk se proponía ampliar la teoría mengeriana del valor subjetivo
a la teoría del capital y del interés. Tras haber publicado, en 1884, Geschichte und
Kritik der Kapitalzinstheorie, en 1889 dio a la imprenta la que sería su obra princi­
pal, Positive Theorie des Kapitales. Ambas obras constituyen las dos partes de un
tratado titulado Kapital und Kapitalzins, al que se debe el éxito de la escuela aus­
tríaca a finales del siglo pasado y comienzos del actual. La obra será objeto poste­
riormente de valoraciones bastantes dispares. Por una parte, los neo-bóhm-ba-
werkianos de las décadas de 1960 y 1970, encabezados por P. Bernholz y M. Fa­
ber, tratarán de superar los límites señalados por el trabajo originario del maes­
tro. Por otra, habrá economistas, como- L. Lachmann, que —amparándose en la
opinión de Menger (según la describe Schumpeter)— juzgarán la teoría del capi­
tal de Bóhm-Bawerk como «uno de los mayores errores jamás cometidos». En
cualquier caso, el propio Bóhm-Bawerk consideraba su teoría del capital y del in­
terés como una simple extensión de la teoría del valor subjetivo de Menger.
La contribución específica de Bóhm-Bawerk reside en la idea de que la ca­
racterística fundamental de toda actividad productiva en la que se utiliza capital
—entendido éste como el conjunto de los medios de producción reproducibles—
c o n s is te en v in c u la r en tre sí lo s a c o n te c im ie n to s en s e c u e n c ia s te m p o r a le s. E n
este caso, son las relaciones de complementariedad, más que las de sustituibili-
dad, las que distinguen el conjunto de las transformaciones tecnológicamente po­
sibles. Hay que contemplar el tiempo como una sucesión irreversible de momen­
tos, de manera que el estado de la estructura productiva en un momento dado de­
pende no sólo de los acontecimientos pasados, sino también de las secuencias
temporales en las que dichos acontecimientos se han materializado. En otras pa­
labras, el capital intervendría en la producción como duración del tiempo trans­
currido desde la introducción, en distintos momentos, de factores originarios
—como el trabajo y la tierra— hasta la obtención de un output final. Sin embar­
go, a Bóhm-Bawerk, como a todos los economistas austríacos de la primera gene­
ración, se le escapó el hecho de que el tiempo interviene en la producción tam­
bién de otra manera: como duración del'intervalo en el que la «máquina» cede
sus servicios. En efecto, en el concepto austríaco el capital casi siempre es capital
circulante. N o hay lugar aquí para el capital fijo, lo cual explica por qué los ejem­
p lo s p r e fe r id o s so n lo s q u e se refieren a procesos productivos como el envejecí-
LA CONSTRUCCIÓN DE LA O R T O D O X IA NEOCLÁSICA 207

miento del vino, el crecimiento y tala de los árboles, etc. Según la célebre termi­
nología de R. Frisch, la estructura temporal del proceso productivo considerada
por Bóhm-Bawerk es del tipo c o n tin u o u s in p u t-p o in t o u tp u t. Habrá que esperar a
J. Hicks y a su ensayo C apital a n d Tim e, de 1973, para llegar a una formalización
rigurosa del caso del capital fijo, es decir, del modelo c o n tin u o u s in p u t-c o n ti­
n u o u s o u tp u t.
Una vez introducida la dimensión temporal en el análisis de las decisiones
de consumo y de producción, Bóhm-Bawerk afirma que resulta posible explicar
el fenómeno del interés en estos términos: puesto que la producción requiere
tiempo y puesto que el sujeto prefiere sistemáticamente los bienes presentes a los
futuros, los procesos de producción que utilizan capital deben generar un pro­
ducto que permita pagar un interés a quienes, en los períodos anteriores, hayan
invertido en los procesos productivos indirectos. Sin embargo, el desesperado in­
tento dé adaptar la teoría del capital a la exigencia de demostrar la positividad del
tipo de interés es responsable de algunas graves dificultades de las que Bóhm-Ba­
werk no logró nunca liberarse. Como ha señalado Von Hayek en La teoría p u ra
del capital (1941): «el tratamiento de la teoría del capital, en apoyo de la teoría del
interés, ha tenido efectos desafortunados en el desarrollo [...] sobre todo porque
los intentos de explicar el interés, por analogía con los salarios y las rentas de la
tierra, como el precio de los servicios de un determinado "factor" de producción
casi siempre han llevado a considerar el capital como una sustancia homogénea,
cuya "cantidad” puede considerarse como un dalo» (p. 5). Se trata de una impor­
tante proposición, que anticipa los términos esenciales del gran debate sobre la
teoría del capital de la década de 1960.

6 .4 .2 . L a e s c u e l a a u str ía c a c o n f l u y e e n e l m a i n s t r e a m

El planteamiento teórico austríaco confluyó en el m a in stre a m del sistema


neoclásico en las décadas de 1920 y 1930. Para no interrumpir el curso de nues­
tra narración, y aun a costa de algunas repeticiones, en este apartado hablaremos
del modo en que tuvo lugar dicha confluencia. No obstante, en los capítulos 7 y 8,
dedicados a los «años de la alta teoría», volveremos a considerar con mayor deta­
lle gran parte de las cuestiones aquí tratadas.
Después de la primera guerra mundial el panorama de la teoría económica
austríaca cambió radicalmente, saltando a la palestra nuevas generaciones de es­
tudiosos, como Friedrich von Hayek, Gottfried Haberler, Fritz Machlup, Oskar
Morgenstern, Paul Rosenstein-Rodan y Hans Mayer. En el transcurso de las déca­
das de 1920 y 1930, los debates teóricos se desarrollaron en el seno de tres gru­
pos de estudiosos, a veces superponiéndose. El primero, encabezado por el mate­
mático Karl Menger, hijo del economista Cari, se ocupaba de las aplicaciones de
las matemáticas; hablaremos de ello en el capítulo 8. donde trataremos de las
contribuciones de algunos de sus miembros al problema de la existencia de solu­
ciones en el modelo de equilibrio general. De los otros dos grupos, uno estaba di­
rigido por Mayer y estaba vinculado a la universidad. La principal contribución
de íVleyiT fue su crítica de la teoría de! equilibrio, que consideraba incapaz de ex­
plicar la secuencia de las acciones que conducen a los precios del mercado. Para
208 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

él, solamente el método «genético-causal» podría explicar dicha secuencia, aspec­


to que se planteará de nuevo en el programa de investigación neo-austriaco, al
que nos referiremos en el capítulo 11. El último grupo giraba en torno al célebre
P riva tsem in a r de Von Mises y se reunía en la Cámara de Comercio de Viena; in­
cluía, además de varios jóvenes economistas, a filósofos y sociólogos de la talla
de Félix Kaufmann, Alfred Schutz y Erik Voegelin. Debemos a este círculo una
primera sistematización rigurosa de la manera austríaca de hacer teoría econó­
mica y, sobre todo, su difusión fuera de los ambientes vieneses. Sin embargo, es
importante señalar que no siempre la inspiración filosófica de Menger fue plena­
mente apreciada por los jóvenes representantes de la escuela austríaca. El ele­
mento que supuso una mayor ruptura fue la sustitución de un paradigma aristo­
télico por un paradigma kantiano. Esto resulta evidente, sobre todo, en Von Mi­
ses, quien —aunque se consideraba el auténtico heredero de Menger— desde el
punto de vista filosófico y metodológico tenía muy poco en común con el funda­
dor de la escuela.
En este período, Lionel Robbins, de la London School of Economics, entró
en contacto con el grupo de Viena y fue en gran medida influenciado por él. Así,
en 1931 Robbins invitó a Von Hayek a enseñar en aquella institución. De estos
contactos surgió A n E ssa y o n the N a tu re a n d S ig n ifíc a m e o f E c o n o m ic S cience, de
1932, que sirvió para que una buena parte de las ideas austríacas se incorporaran
a la terminología económica de manera definitiva. No cabe duda de que en el
E ssa y de Robbins predominaba el enfoque austríaco: los únicos autores cuyas
obras se citaban pertenecían a dicha escuela. Además, el origen de la más tarde
célebre definición de Robbins de la ciencia económica (la ciencia «que estudia el
comportamiento humano como una relación entre objetivos —clasificables en or­
den de importancia— y medios escasos aplicables a usos alternativos», p. 15) se
hallaba ya en los G rundsátze de Menger, con la única variante —por otra parte de
escasa relevancia— de que allí el término «necesidades» sustituía a «objetivos».
El E ssay no tuvo un éxito inmediato, a juzgar por el ataque frontal que Souter le
dedicó en una reseña publicada en el Q uarterly -Journal o f E c o n o m ic s del año si­
guiente, donde le acusaba de haberse distanciado de la tradición del pensamiento
marshalliano: «es un sucinto y estimable resumen de las principales afirmacio­
nes de la escuela austríaca; es el credo del profesor Robbins como miembro de
dicha escuela» (p. 377).
La llegada de Von Hayek a Londres contribuyó también a difundir la teoría
austríaca del ciclo económico, una teoría que Von Mises había esbozado ya en
1912. La fase ascendente del ciclo se atribuía a distribuciones intertemporales
erróneas provocadas por tipos de interés «demasiado bajos». El error estaría en
el hecho de que las empresas inician procesos productivos que implican la exis­
tencia de un cierto deseo de los consumidores de posponer el consumo, mientras
que en realidad esto resulta incompatible con el «verdadero» p a tte m de sus prefe­
rencias temporales. El consecuente abandono o truncamiento de los procesos ya
iniciados provocaría la fase descendente del ciclo. Se hallan presentes aquí, por
una parte, el modo típicamente bóhm-bawerkiano de representar el proceso pro­
ductivo y, por la otra, la teoría wickselliana sobre la relación entre tipo de interés
real y tipo bancario, de la que hablaremos en el próximo apartado.
L os p r im e r o s a ñ o s d e la d é c a d a d e 1 9 3 0 c o n stitu y e r o n el p e r io d o d e m á x im a
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 209

influencia teórica de la escuela austríaca; influencia que, no obstante, iba a durar


poco. Aunque Mayer siguió ocupando su cátedra (que anteriormente había ocu­
pado Wieser), hasta la segunda guerra mundial, el grupo de jóvenes y brillantes
economistas del círculo de Von Mises se dispersó, en gran medida por razones
políticas. El propio Von Mises emigró en 1934 a Ginebra, y más tarde a Nueva
York. Por otra parte, muchos de los miembros del grupo llegaron al convenci­
miento de que las ideas básicas de su escuela habían pasado ya a formar parte de
la ortodoxia. El eclipse del planteamiento historicista y el declive de las actitudes
antiteóricas terminaron por persuadir incluso a los más renuentes de que las
ideas austríacas finalmente habían alcanzado un lugar hegemónico y que, por
tanto, no había ya necesidad alguna de luchar por una «versión austríaca» de la
teoría económica. Una declaración de Von Mises, de 1932, daba fe de esta convic­
ción. Refiriéndose a la división, entonces habitual, en tres escuelas de pensamien­
to, «la austríaca, la angloamericana y la de Lausana», Von Mises afirmaba —evo­
cando a Morgenstern— que estos grupos de economistas «difieren únicamente en
su manera de expresar la misma idea fundamental, y se hallan divididos más por
la terminología adoptada y por la peculiaridad de la presentación que por la esen­
cia de sus enseñanzas» (E p istem o lo g ica l P roblem s o fE c o n o m ic s , p. 214).
También Machlup era de la misma opinión. Desde su punto de vista, cuatro
ideas fundamentales del programa austríaco habían penetrado en todas las es­
cuelas de pensamiento ya antes de la segunda guerra mundial. En primer lugar, el
in d iv id u a lism o m etodológico: las únicas proposiciones cognitivas de la ciencia so­
cial son aquellas que pueden reducirse a proposiciones sobre deseos y acciones
individuales, y todas las motivaciones de los agentes y de las instituciones se ba­
san en el comportamiento individual; finalmente, no existen tendencias inmanen­
tes en la historia que apunten a determinados objetivos independientemente de la
voluntad de los individuos. En segundo lugar, el su b je tiv ism o : las acciones de los
individuos sólo se pueden comprender en relación con los conocimientos, creen­
cias y expectativas de los propios individuos. En tercer lugar, el coste de o p o rtu n i­
dad: los costes que influyen en las decisiones son los que expresan la más impor­
tante de las alternativas sacrificadas cuando se emplean recursos productivos
para un determinado fin. Por último, la d im en sió n tem poral de la actividad, tanto
del consumo como de la producción, de la que se derivan la noción de preferen­
cia temporal y la hipótesis de la mayor productividad de los métodos de produc­
ción indirectos. // '
Los avances posteriores, a cargo sobre todo de Von Hayek, Lachmann y
Kirzner, demostrarán que este elenco de ideas típicamente austríacas no estaba
completo. Volveremos sobre ello más adelante, en el capítulo 11, al referirnos a
las aportaciones de la escuela neo-austriaca.

6.4.3. WlCKSELL YEL NACIMIENTO DE LAESCUELASUECA


Wicksell es, en muchos sentidos, el Marshall de Escandinavia. Entre sus ras­
gos más característicos se hallan la honestidad de reconocer las contribuciones
(!(.' los otros autoi es, la humildad de ace piar los límites de su propio análisis, la
inteligencia de evitar generalizaciones indebidas y la extraordinaria agudeza de
210 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

anticipar ideas posteriores. Sin embargo, a diferencia de Marshall, Wicksell no


fue objeto de grandes reconocimientos en vida, ni siquiera en su propio país. Y
hasta la década de 1930, en que —por iniciativa de Kahn y Keynes— se traduje­
ron al inglés G eldzins u n d G ueterpreise (1898) y los dos-volúmenes de V orlesungen
über die N a tio n a lo e k o n o m ie (1901 y 1906), no empezaría a conocerse el nombre
—y, sobre todo, el pensamiento— de Wicksell en un círculo de economistas que
cada vez sería más amplio, hasta el punto de que, en el período que separa el
Treatise on M o n ey (1930) de la Teoría general (1936) de Keynes, todos se declara­
ban neowicksellianos.
Con lieber W ert, K apital u n d R en te (1893), el gran economista sueco realizó
un notable trabajo de síntesis. Partiendo de la teoría del valor y de la utilidad
marginal de Jevons y de Menger, trató dé'tusionar el análisis bóhm-bawerkiano
del capital y del interés con el modelo walrasiano de equilibrio económico gene­
ral. Formuló un modelo en el que el producto aumenta al hacerlo el intervalo
temporal entre la introducción de los inputs y la producción del output. Su ex­
plicación de la positividad del tipo de interés, basada en la tesis de la productivi­
dad marginal de la espera, es casi tan importante como la formulación de
Fisher. Wicksell fue consciente de la relevancia de su deuda intelectual con el
pensamiento austríaco. En 1921 llegó incluso a escribir: «Desde los P rincipios de
Ricardo no ha habido ningún otro libro —ni siquiera el brillante, aunque algo
aforístico, trabajo de Jevons y la .contribución, lamentablemente difícil, de
Walras— que haya tenido una influencia tan grande en el desarrollo de la econo­
mía como los G ru n d sä tze de Menger» (citado en Uhr, p. 834).
En el primer volumen de las L ecciones, Wicksell completó la reformulación
de la teoría del capital y del interés de Bóhm-Bawerk, abandonando la euantifica-
ción del capital en términos de «período medio de producción» y sustituyéndola
por una teoría del capital que lo reducía a la estructura temporal de los inputs
empleados en el proceso productivo en distintos períodos de tiempo. Afirmó que
tal estructura puede sufrir variaciones en.—al menos— dos dimensiones: la de la
«anchura» y la de la «altura». Finalmente, trató -—con relativo éxito— de desarro­
llar una teoría sobre el modo en que varía la estructura temporal de la produc­
ción al cambiar el nivel del salario o el tipo de interés. Como el propio Wicksell
reconoció con referencia a la técnica de envejecimiento del vino, sólo para tecno­
logías muy particulares, el valor del sto c k de capital,

vk=itnK
=1
¡
(donde representa la cantidad del bien de capital z-ésimo, y p¡, su precio), cons­
tituye una medida apropiada del. sto c k total de capital, entendido éste como fac­
tor de la producción. Esto es así porque es una función del tipo de interés, r.
El efecto W icksell es precisamente el cambio del valor del sto c k de capital que se
verifica al variar r, es decir, d \ \ ¡ dr. La expresión «efecto Wicksell» fue introduci­
da por Uhr en 1951, pero no se apreció realmente su importancia hasta las con­
tribuciones de Joan Robinson en 1956 y de Piero Sraffa en 1960. Existe un efecto
W icksell de precio, que consiste en la revalorización de los bienes de capital debi­
da a la variación de los precios, y un efecto W icksell 'real, consistente en el conjun­
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 211

to de los cambios, expresados en valor, en las cantidades físicas de los distintos


bienes de capital. Su suma es:

En esencia, al variar r cambian tanto los precios como las cantidades físicas.
Ahora bien, si hubiera un solo bien de capital (n = 1), el efecto Wicksell real sería
siempre negativo, a lo que se podría dar la habitual interpretación de que la in­
tensificación capitalista de las técnicas aumenta al disminuir el interés. Pero
cuando existen diversos bienes de capital (n > 1), los dos efectos Wicksell pueden
ser de signo positivo o negativo, al igual que su suma. Y a esto último no se le
puede aplicar ninguna interpretación habitual.
Poco, antes de su muerte, Wicksell trató de encajar el capital fijo en el mode­
lo austriaco, que sólo incluía el capital circulante. Y habría podido lograr su obje­
tivo si, en lugar de introducir una amortización lineal, hubiera empleado la fór­
mula de la amortización exponencial; pero no tuvo tiempo de hacerlo.
La contribución de Wicksell a la teoría marginalista de la distribución de la
renta (de la que ya hemos hablado en los apartados dedicados a Wicksteed y a
Clark) es de gran importancia. Para su formulación, Wicksell se sirvió de un sen­
cillo modelo de equilibrio general con un solo bien, Q, obtenido mediante el em­
pleo de trabajo, L, y capital homogéneo, K. La que más tarde se conocería como
función de producción Cobb-Douglas, Q = LaKUl, estaba ya presente en los escri­
tos juveniles de Wicksell. Por otra parte, su planteamiento del tema del agota­
miento del producto merece especial atención. Ya Barone, en «Studi sulla distri-
buzione» (publicado en Giornale degli Economisti, en 1896), se había dado cuenta
del hecho de que, para que se dé el agotamiento del producto, es suficiente que
las empresas activen la producción hasta alcanzar el nivel mínimo de los costes
medios. En estos casos no es necesario suponer la homogeneidad de primer gra­
do de la función de producción. Wicksell integró estas tesis con el reconocimien­
to explícito del hecho de que la existencia de dicho nivel mínimo es condición ne­
cesaria para el equilibrio competitivo a largo plazo. En efecto, sólo en el punto de
coste mínimo a largo plazo —al que corresponde un beneficio nulo y el agota­
miento del. producto— puede haber un equilibrio competitivo a largo plazo. A di­
ferencia de Barone y Walras, que habíapx;onsiderado esta solución como alterna­
tiva respecto a la de Wicksteed, Wicksell percibió que se trataba de una generali­
zación, dado que el punto mínimo de la curva del coste medio a largo plazo se ca­
racteriza por los rendimientos de escala «localmente» constantes. Esto quiere de­
cir que el equilibrio competitivo implica que se apliquen, al menos localmente,
las condiciones técnicas supuestas por Wicksteed.
La solución de Wicksell se basaba en su 'teoría del empresario, según la cual
el empresario contribuye a la producción mediante los servicios de sus propios
factores. En equilibrio, estos servicios tendrían la misma remuneración tanto si
eran empleados por el empresario en su empresa como si se cedían a otras em­
presas. El trabajo empleado para organizar y coordinar la empresa sería remu­
nerado corno el trabajo de lo misma calidad empleado en otra tarea y en cual­
quier otra empresa. En electo, si el empresario obtuviera una remuneración mus
212 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

alta, todos querrían dedicar su trabajo a tareas de organización y nadie querría


ser un subordinado. Obviamente, a fin de que se pueda llegar a un beneficio
nulo por este camino, es necesario que el número de quienes poseen capacidad
empresarial sea elevado. Aunque él no lo afirmó explícitamente, es lícito supo­
ner que Wicksell pensaba en un equilibrio de estado estacionario en el que el
empresario realmente no desarrolla ninguna actividad de decisión y en el que
todo el trabajo de organización se reduce a una simple supervisión.
Geldzins und Güterpreise y el segundo volumen de las Lecciones contienen la
aportación más significativa de Wicksell a la teoría monetaria. De hecho, Wicksell
fue un pionero de la aplicación del planteamiento de la oferta y la demanda agre­
gada para explicar las variaciones en el valor de la moneda. En la mayor parte de
las versiones de la teoría cuantitativa de la moneda, el nivel de los precios varía de
manera directamente proporcional a las variaciones de la cantidad de moneda,
pero en dichas versiones no existe ningún vínculo entre las variaciones de la canti­
dad de moneda, incluidas las del crédito bancario, y las decisiones de producción
de los empresarios. Wicksell clarificó estas relaciones y formuló la hipótesis de
que, en ausencia de perturbaciones exógenas (es decir, aquellas sobre las que el
banco central no tiene control alguno; como, por ejemplo, las variaciones en la
producción de oro, o las decisiones de financiar ingentes déficit del gobierno con
préstamos del banco central), las fluctuaciones del nivel de los precios estarían
causadas por una persistente divergencia entre el tipo de interés bancario (o de
mercado) y el tipo real, o «natural», entendiendo por este último la tasa de rendi­
miento esperado sobre los bienes de capital de nueva producción. Así, Wicksell lle­
gó a afirmar que, contrariamente a lo que indica la simple teoría cuantitativa, es la
cantidad de moneda la que se adapta a los movimientos del nivel de los precios;
además, puede influir en la distribución de la renta y en la predisposición al aho­
rro y a la inversión de los agentes. En el análisis wickselliano, el equilibrio mone­
tario exige la satisfacción simultánea de las tres condiciones siguientes:
a) la igualdad entre tipo de interés bancario y tipo de interés natural; o
bien, puesto que el tipo natural no es una magnitud observable, el predominio de
un tipo de interés capaz de garantizar:
b) la igualdad entre la oferta de ahorro y la demanda de préstamos para in­
versión y saldos reales de caja;
c) la estabilidad del nivel de precios.
En el apartado 7.1.3 consideraremos con mayor detenimiento el mecanismo
que asegura la igualdad entre los dos tipos de interés. Aquí simplemente consta­
taremos que —según Wicksell— los bancos podrían contribuir decisivamente al
establecimiento o al mantenimiento del equilibrio aumentando el tipo de interés
en los períodos de inflación y disminuyéndolo en lós de deflación.
El estudio de estas tres condiciones' de equilibrio monetario será objeto de
una gran atención, a finales de la década de 1920 y durante la de 1930, por parte
de Lindahl, Myrdal y Ohlin. El trabajo de estos estudiosos —unido al de sus cole­
gas más jóvenes, como Lundberg y Svennilson— contribuirá a dar un mayor al­
cance a la teoría económica de Wicksell y a consolidar la escuela de pensamiento
sueca (o de Estocolmo), de la que habláremos más extensamente en el capítulo 7.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 213

Sin embargo, es necesario destacar aquí una característica fundamental del análi­
sis wickselliano: la de que la divergencia entre los dos tipos de interés produciría
efectos que se harían sentir únicamente en el nivel de los precios. Esta divergen­
cia no modificaría los precios relativos (porque todos los precios y las rentas au­
mentarían en la misma medida), ni tendría efectos importantes en la acumula­
ción del capital. Wicksell no excluía que las modificaciones del tipo de interés
monetario pudieran hacer que resultara más conveniente la adopción de técnicas
más o menos intensamente capitalistas, pero consideraba que tales efectos tenían
una importancia secundaria. En cualquier caso, el tipo natural podía considerar­
se constante durante el proceso de acumulación.
Otro frente de la reflexión wickselliana era el relativo a la teoría de la ha­
cienda pública y de la tributación óptima. En Finanzteoretische Untersuchungen
'■ (1896), Wicksell aplicó el aparato dé la utilidad marginal al sector público de la
economía, llegando, por una parte, a la formulación del conocido principio del
beneficio y de la capacidad contributiva como criterio base de la tributación, y,
por otra, a la propuesta de fijar los precios de los servicios de las empresas públi­
cas según el criterio del coste marginal. En efecto, la obra de 1896 iniciaría, en la
teoría de los bienes públicos, la línea Wicksell-Lindahl-Musgrave-Samuelson. Se­
gún esta línea de pensamiento, debe impulsarse la producción del bien público
hasta el punto en el que el coste marginal iguale la suma de las tasas marginales
de sustitución entre bienes públicos y bienes privados de todos los individuos in­
teresados en los bienes públicos. Confiando demasiado en la honestidad y en el
principio del consenso —rasgo característico de la cultura escandinava—, Wi­
cksell no pareció darse cuenta de lo que más tarde se conocería como el proble­
ma del free-riding: en un mercado estilo Lindahl, el individuo se ve incentivado a
declarar que no obtiene ninguna utilidad del bien público con la esperanza de no
contribuir a su financiación.
En el plano político-social, Wicksell adoptó posiciones decididamente refor­
mistas. Luchó a favor de programas de redistribución de la riqueza de los ricos a
los pobres, lo que le supuso no pocos problemas para su carrera académica. Nin­
gún escritor de la época se acercó tanto a la ideología del New Deal como Wicksell.
Rechazó el marxismo —que, por otra parte, conocía muy bien— tanto como ins­
trumento para comprender las leyes del movimiento del capitalismo como en
cuanto guía para la acción dirigida a la mejora de las condiciones de vida de la cla­
se obrera. Mucho mejor que Marshall, wicksell se apercibió del hecho de que un
equilibrio competitivo no lleva necesariamente a un estado de máximo bienestar
social, ni a un estado de igualdad. Pero anticipó el argumento del sistema neoclási­
co que hace de la competencia perfecta una condición del óptimo paretiano; ade­
más, comprendió que, actuando sobre las dotaciones iniciales de los sujetos, es
posible conducir al sistema hacia un estado que, además de eficiente, resulte ética­
mente aceptable. Sin embargo, Wicksell subrayó con fuerza la tesis de que el logro
de la eficiencia de ningún modo constituye un objetivo moralmente incontroverti­
ble, y, por lo tanto, no hay lugar en la teoría económica para la apología del siste­
ma capitalista.
El inconformismo de Wicksell explica su rivalidad con Gustav Cassel, pre­
ceptor del rey y hombre destacado de la intelligents\u sueca. ! iasta la década de
1930, Cassel, auténtico pilar del conservadurismo económico sueco, fue el econo-
214 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECON ÓMICO

mista más citado en la prensa internacional. En 1918 publicó, en alemán, Econo­


mía social teórica, una obra que, aun cuando no contenía ninguna referencia ex­
plícita a Walras, desarrollaba un interesante modelo de equilibrio general. Conte­
nía también una importante novedad: no utilizaba ninguna función de utilidad.
En efecto, Cassel era un crítico tenaz de la noción de utilidad marginal. Utilizan­
do la función de demanda como concepto primitivo, y rompiendo así el vínculo
entre función de utilidad y función de demanda, Cassel situó a los precios en el
centro de su teoría de la asignación de los recursos. Quizás sea esta la razón que
explica la enorme influencia de la obra de Cassel en la literatura económica hasta
la década de 1930. Sin embargo, Schumpeter —exagerando un poco— definirá a
Cassel como «un 90 % de Walras y un 10 % de agua».
t

6.5. Pareto y los neoclásicos italianos


6.5.1. De LAUTILIDADCARDINALALORDINALISMO
Vilfredo Pareto, descendiente de una familia que contará entre sus miem­
bros tanto con eminentes políticos como con revolucionarios, sucedió a Walras
en la cátedra de Economía Política de la Universidad de Lausana, donde publicó
el Cours deconomie politique en 1896-1897. En 1906 se publicó su importante
obra Manuale di economía política. Sus múltiples intereses como investigador
abarcaban tanto la economía como la sociología y la ciencia política. Su Trattaío
di sociología generale (1916) es un clásico; y la «ley de Pareto» sobre la distribu­
ción de las rentas, según la cual la renta se distribuye entre los individuos aproxi­
madamente del mismo modo en todos los países y en todas las épocas, se debate
y se utiliza aún hoy.
Aquí, por razones de espacio, nos centraremos en la que, con razón, se con­
sidera la contribución fundamental de Pareto a la teoría económica: la fundación
del estatuto ordinalista y, ligado a ello, la formulación del «criterio paretiano» de
óptimo. Sin embargo, no podemos dejar de señalar la contribución de Pareto a la
teoría del equilibrio económico general. Según la opinión de J. Hicks, expresada
en Valor y capital (1939): «[...] su famosa teoría del equilibrio general no es nada
más que una elegante repetición de las doctrinas de Walras» (p. 12). Una opinión
compartida por muchos, pero no del todo verdadera, como mínimo porque en el
primer volumen del Cours la teoría del equilibrio general se ve enriquecida con
una parte sobre los monopolios (mientras que en Walras el monopolio únicamen­
te se trataba en la lección 41, en la forma de una exposición de la teoría de Cour-
not y sin integrarlo con la del equilibrio general). Más aún: en el Manuale, Pareto
señalaba numerosos rasgos de la que más tarde se llamaría competencia mono­
polista, a la que nos referiremos en el apartado 8.1.3.
Ya sabemos que con el advenimiento de la revolución marginalista se verifi­
có una reformulación radical de los términos del discurso económico. En parti­
cular, cambió la opinión sobre la naturaleza económica de la actividad producti­
va, que halló ahora su fundamento en las decisiones de consumo: una determina­
da configuración productiva será preferible a otra si satisface mejor las necesida-
d e s d cío s indi v¡dúos.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 215

La piedra angular de esta construcción es la teoría del comportamiento ra­


cional del consumidor, teoría que —como se recordará— los primeros margina-
listas basaron en la hipótesis de que el consumidor se halla en condiciones de es­
tablecer un orden de prioridad en sus propias necesidades. Como fundamento del
comportamiento del consumo se colocaba la célebre primera ley ele Gossen, que,
en la formulación de Georgescu-Roegen, rezaba así: «si se prueba un placer inin­
terrumpidamente, la intensidad de dicho placer disminuye continuamente hasta
alcanzar la saciedad, momento en que la intensidad se hace nula» (p. lxxx). Des­
pués de haber definido la utilidad de un bien como su capacidad de satisfacer ne­
cesidades, los primeros marginalistas pasaban a postular directamente la existen­
cia de una función que asocia a las cantidades consumibles de los bienes un valor
que mide su utilidad total. Además, se suponía que el incremento en la utilidad
correspondiente a cada nueva cantidad consumida decrece gradualmente. Este es
él principio de la utilidad marginal decreciente..
Ahora bien, toda esta brillante construcción se basa en una suposición fun­
damental: que la utilidad que el sujeto obtiene del consumo de un bien es una
magnitud mensurable en sentido cardinal, es decir, una magnitud única excepto
si se da una transformación lineal. Edgeworth, en la Mathematical Psychics, ha­
bía defendido enérgicamente la medición cardinal de la utilidad. Profundamente
influenciado por los descubrimientos de E. T. Fechner (1860) y de E. H. Weber
(1846) en psicología experimental, Edgeworth había llegado incluso a afirmar
que el placer podría medirse en función de sus átomos mediante una especie de
«hedonímetro».*
Esto no debería sorprendernos demasiado. Precisamente porque, en un pri­
mer momento, la utilidad se identifica con una propiedad intrínseca de los obje­
tos (la propiedad de generar felicidad mediante la satisfacción de las necesida­
des), los bienes poseen utilidad si contribuyen a la felicidad o al bienestar físico
de alguien. Felicidad y bienestar son algo objetivo, como el estado de salud de
una persona; y no algo subjetivo como el placer que ésta obtiene del consumo de
una buena comida. Así pues, para Bentham —como para los primeros margina-
listas— la utilidad podía tratarse como una cantidad observable, y la felicidad se­
ría tan susceptible de medición como puede serlo el peso.
Hacia finales del siglo XIX se abrió camino —primero tímidamente y luego
cada vez con más autoridad— una concepción distinta de la utilidad: la utilidad
como expresión de las preferencias y, por tanto, de las decisiones del individuo.
La contribución de Pareto a este cambio en la noción de utilidad fue determinan­
te. En el Cours, el economista italiano acuñó el término «ofelimidad» (del griego
ophelos, «beneficioso») para denotar «el atributo de una cosa que es capaz de sa­
tisfacer una necesidad o un deseo, legítimo o no» (p. 3). La principal razón aduci­
da por Pareto para fundamentar su innovación terminológica era la necesidad de
diferenciar la propiedad de las cosas deseadas por un individuo —es decir, la ofe­
limidad— de la propiedad de las cosas que son beneficiosas para la sociedad,

* I,a llamada ley d e F e c h n e r-W e b e r postula la mensurabilidad de las sensaciones que percibimos.
Según cMu ¡e\, »la intensidad de la sensación es igual ai laiantrno tic la mica-edad del estímulo;
(N . d e l t.)
216 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

«para la raza humana» —esto es, la utilidad—. Así, por ejemplo, un arma perte­
nece a la primera categoría, pero no a la segunda, mientras que la luz y el aire,
aunque son útiles a la raza humana, no proporcionan ofelimidad. Es este concep­
to de utilidad el que emplea Pareto en su monumental Trattato. La diferencia en-
tre utilidad y ofelimidad es, pues, la diferencia entre lo. «SQCiarmente..útik..yJn.,.
«deseado». A nivel de cada individuo, lo «socialmente útil» es lo que conduce a la
salud física o —de modo más general— al bienestar material, le bien-être matériel.
Un medicamento desagradable sin duda resulta útil para el enfermo, pero cierta­
mente no le procura ofelimidad.
En lo que concierne al plano de las aplicaciones económicas, hay que decir
que Pareto consideraba la ofelimidad como un atributo cuantitativo y, como tal,
sujeto a las leyes de la cantidad. Y fue^précisamente sirviéndose de la naturaleza
cardinal de la ofelimidad como Pareto llegó a demostrar el célebre teorema sobre
el máximo de ofelimidad del consumidor. Vale la pena señalar que Pareto mantu­
vo la idea de que la ofelimidad es una magnitud cardinal aun después de haber
llegado al convencimiento de que el requisito de la mensurabilidad no es en abso­
luto necesario en la teoría del consumidor. En una carta del 28 de diciembre de
1899 a Maffeo Pantaleoni, Pareto formuló la tesis de que un individuo (o un gru­
po) escoge siempre, entre las alternativas disponibles, aquella que resulta preferi­
ble a cualquier otra; y ni siquiera se le ocurrió la posibilidad de que el individuo
podría no ser capaz de elegir: todavía no había llegado el momento de dudar del
postulado de la completitud de las preferencias. Así, Pareto pudo afirmar:
«Edgeworth y los demás parten del concepto del grado final de utilidad y llegan a
la determinación de las curvas de indiferencia [...j. Yo ahora dejo totalmente
aparte el grado final de utilidad y parto de las curvas de indiferencia. En esto solo
radica la novedad [...]. Se puede partir de las curvas de indiferencia, que son un
resultado directo de la experiencia» (Lettere a Pantaleoni, II, p. 288). Entonces, la
cuestión de si la utilidad —o incluso la ofelimidad— es o no mensurable resulta
totalmente ociosa. En el Apéndice al Manuale, Pareto mostró que es posible atri­
buir índices arbitrarios (pero crecientes) a las curvas de indiferencia; de ello con­
cluyó que había acertado al pasar de la utilidad a la ofelimidad, y de ésta a los ín­
dices ordinales, capaces de liberar la teoría económica de cualquier ingrediente
«metafíisico». Sin embargo, siguió considerando la ofelimidad como unà entidá'd"
mensurable en sentido cardinal, precisamente como sus predecesores habían
considerado la utilidad.
En resumen, ya hacia finales del siglo pasado coexistían en la literatura eco­
nómica dos nociones distintas de utilidad, ambas conocidas por todos los pione­
ros del ordinalismo, sobre todo por Pareto. Más aún: todos sabían que, a efectos
de la teoría de los precios, no había razón alguna para suponer la mensurabilidad
cardinal de la utilidad, como Fisher había afirmado de manera muy clara ya en
sus Mathematical Investigations. «Por tanto, si sólo nos interesamos por las cau­
sas de los hechos objetivos de los precios y de la distribución de las mercancías,
cuatro atributos de la utilidad como "cantidad” son completamente necesarios:
1) que la utilidad de un individuo pueda ser confrontada con la de otro; 2) que,
para un mismo individuo, las utilidades marginales de una combinación de bie­
nes de consumo puedan ser comparadas con las de cualquier otra combinación;
3) que, aunque lo fueran, la utilidad y la ganancia total no son necesariamente in-
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 217

legrables; y 4) que, aunque lo fueran, no tendríamos razón alguna para conocer


las constantes de la integración» (p. 89).
Las implicaciones del nuevo concepto de utilidad eran notables. Por una
parte, el punto de referencia de la utilidad pasaba a ser únicamente el orden pre-
ferencial del sujeto; por otra, las preferencias se definían en relación a una situa­
ción de elección. De este modo, se situaba el fundamento de la utilidad en el
comportamiento virtual de un sujeto que debía elegir. Este comportamiento se
define sólo en términos del respeto a ciertas condiciones de coherencia; desapa­
rece, pues, cualquier referencia a la felicidad y a las satisfacciones individuales,
mientras que las motivaciones subyacentes a las elecciones pierden importancia.
En la literatura económica, los términos como «satisfacción», «gustos», «necesi­
dades» y «deseos» siguieron utilizándose, pero más como instrumentos heurísti­
cos para describir experiencias supuestas que como descripciones de sensaciones
"reales. Los órdenes de utilidad se superponen a los órdenes de preferencia porque
se derivan de éstos. El estatuto ordinalista se consolidará definitivamente en el
transcurso de la década de 1930 con los trabajos de Robbins, Hicks y Alien. Sin
embargo, surge espontáneamente una cuestión: ¿cómo un cambio tan radical en
la noción y en la utilización de la categoría de utilidad tardó tanto tiempo en ge­
neralizarse, si todos los ingredientes necesarios para ello estaban ya disponibles
desde principios de siglo? Sólo podremos responder a ello en el capítulo 8.

6 .5 .2 . C r it e r io pa r e tia n o y n u e v a e c o n o m ía d e l b ie n e s t a r

Una vez abandonada la noción de utilidad cardinal, resulta evidente que de­
saparece la posibilidad de realizar comparaciones interpersonales de utilidad.
Entonces, ¿cómo formular juicios sobre medidas alternativas de política econó­
mica si las utilidades individuales no "pueden ser ni comparadas ni sumadas?
Como sabemos, el criterio propuesto por Bentham para evaluar situaciones eco­
nómicas alternativas era el de la maximización de la suma de las utilidades indi­
viduales, criterio que halló su aplicación más amplia en la obra de Pigou. Pero es­
taba claro "que este criterio debía abandonarse junto con el supuesto de la cardi-
nalidad. Era necesario encontrar alguna otra regla si se pretendía formular pro­
posiciones sobre el bienestar social sin^que ello implicara comparaciones inter-
personales de utilidad. '
El nuevo criterio fue propuesto por Pareto: la eficiencia de una asignación es
máxima cuando resulta imposible aumentar una magnitud económica sin que
disminuya otra. En el caso específico del bienestar social, el criterio paretiano
asume la conocida formulación según la cual una determinada configuración
económica es óptima cuando resulta imposible mejorar el bienestar de un indivi­
duo sin que empeore el de otro. Un criterio de este tipo permite evaluar estados
sociales alternativos sin necesidad de recurrir a comparaciones interpersonales
de utilidad o de bienestar: todo lo que se requiere es determinar si cada individuo
mejora o empeora su condición.
Walras fue el primero en plantear explícitamente —si bien de manera no
muy ciara... la idea de que en. loria sociedad la mejor asíunación posible de los
recursos es la que se logra si todas las mercancías se intercambian en mercados
218 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

perfectamente competitivos. La idea anticipa un aspecto crucial de la noción pa­


redaña de óptimo social, el principio de la evaluación unánime de las asignacio­
nes. Con la afirmación de que, en equilibrio competitivo, todos los agentes al­
canzan la máxima satisfacción posible —se defina ésta como se defina—, Walras
sostenía implícitamente que una evaluación de asignaciones alternativas resulta
significativa únicamente si goza del consenso de todos. Ahora bien, Pareto intro­
dujo una noción de óptimo social compatible con el principio de la evaluación
unánime, una noción que permite llevar a término el proyecto walrasiano, es de­
cir, demostrar la superioridad de los mercados competitivos respecto de otras
estructuras de mercado. En «Il massimo di utilità dato dalla libera concorrenza»
(publicado en el Giornale degli Economisti, en 1894), Pareto enunció por prime­
ra vez su noción de óptimo social: es" fai una asignación que no resulta posible
modificar de manera que se incremente el bienestar de todos. En otras palabras,
un estado social es Pareto-óptimo si y sólo si no existe ningún estado alternativo
en el que al menos un individuo esté mejor y nadie esté peor. Por otra parte, un
estado social x es Pareto-superior a otro estado social y si y sólo si existe al me­
nos un individuo que está mejor en x que en y sin que ningún otro individuo esté
peor enx que en y.
Ahora bien: en el caso de que exista, ¿un óptimo social paretiano es también
único? Evidentemente no. Dado que una asignación a la que no se prefiere unáni­
memente otra no es necesariamente la asignación unánimemente preferida, en
una economía existirán múltiples óptimos paretianos, ninguno de los cuales es
comparable con los otros sobre la base del criterio de la unanimidad. El resulta­
do fundamental obtenido por Pareto es la demostración de que toda asignación
asociada a un equilibrio competitivo es un óptimo social en el sentido antes pre­
cisado. Si la asignación asociada a un equilibrio competitivo se prefiriera unáni­
memente a cualquier otra asignación posible, se podría afirmar que un equilibrio
distinto del competitivo resulta socialmente inferior a éste. Sin embargo, en gene­
ral no es posible afirmar la superioridad de la estructura de mercado competiti­
vo, contrariamente a la que quizás era la idea de Walras. En cualquier caso, Pare­
to demostró la superioridad de la competencia perfecta sobre el monopolio; in­
tentó también compararla con otras estructuras de' mercado, pero sin obtener re­
sultados interesantes Habrá que esperar a comienzos de los años cincuenta para
tener la primera demostración rigurosa de un resultado global (de hecho, los re­
sultados de Pareto son de naturaleza local): un equilibrio competitivo no está do­
minado, en el sentido paretiano, por ninguna otra asignación socialmemnte facti­
ble. Lo que significa un resultado como este, y sobre todo lo que implica, lo vere­
mos en los apartados del capítulo 10 dedicados al examen crítico de las recientes
aportaciones a la economía del bienestar.

6.5.3. B a r o n e , P a n t a l e o n i y e l «PARETAIO»

La historia del análisis económico está llena de grandes economistas cuyas


ideas han sido apreciadas y asimiladas sólo muchos años después, y que han vivi­
do —en el mejor de los casos— rodeados de un respeto mezclado con cierta per-
pleiiílacl, sin ser capares de fundar una "escuela» que divulgara y perfeccionara
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 219

su pensamiento. Ciertamente, no fue este el caso de Pareto. A pesar de estar dota­


do de un carácter despótico e intolerante respecto de las ideas de los demás (en la
medida en que no coincidían con las suyas), logró atraerse a algunos de los mejo­
res intelectos económicos de su época, dando origen a la célebre «escuela de Lau-
sana». En Italia, la difusión del marginalismo fue obra de dos de sus repre­
sentantes más ilustres: Enrico Barone (1859-1924) y Maffeo Pantaleoni (1857-
1924).
Enrico Barone fue un economista singular. Los años de su juventud y de su
primera madurez los pasó en el ejército, publicando algunas excelentes obras de
historia militar. Con el tiempo manifestó un creciente interés por las disciplinas
económicas, interés que al principio se tradujo en una gradual transformación de
su metodología como historiador en base a los dictámenes de la «nueva» discipli­
na, y que culminó, en 1906, en su renuncia al ejército para dedicarse por comple­
to al estudio de la economía.
Desde 1894, y gracias a su amistad con Pantaleoni y Pareto, colaboró en el
prestigioso Giomale degli Economisti, ■y muchos (entre ellos Walras) le augura­
ban una brillante carrera. Sin embargo, durante el decenio posterior a su muer­
te era una opinión relativamente común que en parte había traicionado aquellas
expectativas, quizás a causa de la excesiva heterogeneidad de sus intereses cul­
turales. Algunas veces esta opinión se expresa todavía hoy. En todo caso, es cier­
to que el trabajo al que debe principalmente su fama, el artículo «II Ministro de-
11a produzione nello Stato collettivista» (publicado en el Giomale degli Econo­
misti, en 1908) habría de esperar a 1935, año de su publicación en inglés —gra­
cias al interés de Hayek—, para que se reconociera toda su importancia y origi­
nalidad. En este trabajo, Barone se preguntaba si un planificador de un Estado
«socialista», empleando un sistema de ecuaciones walrasianas de equilibrio ge­
neral, podría obtener los mismos resultados que un sistema económico descen­
tralizado basado en la iniciativa privada. La respuesta fue que las ecuaciones
que describen los dos sistemas son formalmente equivalentes, y que el único
obstáculo para el planificador es el de la complejidad de cálculo del sistema de
ecuaciones, problema que en el contexto competitivo se resuelve teóricamente
recurriendo al «subastador». Todo esto se argumentaba sin hacer ninguna refe­
rencia a la teoría de la utilidad y a sus controvertidas interpretaciones, mientras
que la equivalencia de los resultados en la asignación en ambos sistemas se de­
mostraba con una utilización nueva yñíríginal del concepto de óptimo paredaño
como criterio de la eficacia económica.
Aunque la contribución de Barone ocupa un lugar importante en el debate
entre los defensores de la economía planificada y los de la economía de mercado,
en su análisis el elemento ideológico está totalmente ausente. Sobre todo, Barone
alimentaba un sincero interés por las posibilidades ofrecidas por el instrumento
matemático a la hora de encontrar una solución a una serie de problemas difíci­
les y de gran importancia práctica. Paradójicamente, desde este punto de vista su
principal trabajo es un fracaso, ya que —como se ha dicho— había de llegar a
conclusiones negativas respecto a la posibilidad práctica de una planificación ba­
sada en el sistema teórico walrasiano. En cualquier caso, la traducción inglesa de
mi trabajo ai rajo
sobre Barone la admiración de laco m u n id a d científica in te rn a ­

cional, hasta su definitiva consagración por Samuelson, quien —en Foundations


220 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

(1947)— subrayó la importancia de su contribución para establecer la correcta


formulación de la optimalidad paredaña como criterio de eficiencia social.
En la producción de Barone se hallan otros trabajos dignos de atención, so­
bre todo los referentes al ámbito de la teoría de la hacienda pública. También
aquí halló el modo de aprovechar las teorías de Pareto, principalmente su ley de
la estadística paredaña, que empleó para explicar cómo la distribución de las ren­
tas permanece estable en el tiempo en el seno de una comunidad. También la uti­
lizó para explicar cómo se debe distribuir la tributación fiscal entre los contribu­
yentes. Una vez más, fueron los problemas de importancia práctica los que capta­
ron su atención: sobre la base de su credo metodológico, y a pesar de reconocer
que la ley paretiana puede no ser estable, Barone la defendió como criterio heu­
rístico para resolver la espinosa cuestión de la tributación. Su relativo desinterés
por la teoría en sí misma hizo que, cuando surgieron las primeras discrepancias
entre Pareto y Walras, Barone no tomara una postura definida, sino que más bien
actuó como pacificador, lo que le acarreó la incomprensión —al menos parcial—
de ambas partes.
Aún hoy resulta imposible decir hasta qué punto las ideas de Barone han
contribuido a la elaboración y a la consolidación del sistema de pensamiento de
sus dos mentores, cuyos rasgos de carácter no incluían por cierto una gran gene­
rosidad a la hora de reconocer sus deudas intelectuales, mientras que el carácter
de Barone tendía a ser exactamente el opuesto. Así, la revalorización de su pensa­
miento quizás está todavía por realizarse plenamente.
En cuanto a Maffeo Pantaleoni, su figura no resulta menos singular, aunque
por motivos muy distintos. De temperamento fogoso y voluble, se atrajo no pocas
enemistades por su furiosa oposición a cualquier forma de limitación de la liber­
tad intelectual. A pesar de ello, fue partidario del régimen fascista y compartió en
buena medida las posiciones ideológicas de Pareto, con quien mantuvo un inter­
cambio intelectual muy intenso, hasta el punto de seguirle en sus investigaciones
en los ámbitos de la sociología, de la psicología y de la doctrina del Estado. Su in­
teligencia, brillante y heterodoxa, le permitió realizar' originales incursiones en
un gran número de debates en el corpas del análisis económico, en los que no fal­
taron nunca muestras de su espíritu agresivo.
Debemos a Pantaleoni el mérito principal de haber difundido en la cultura •
italiana las «nuevas ideas» de Walras y Pareto, así como —más en general— el
enfoque marginalista del análisis económico. En cualquier caso, hay que advertir
que, desde el punto de vista metodológico, Pantaleoni sintonizó mejor con el
planteamiento marshalliano que con el walrasiano. Varias generaciones de eco­
nomistas italianos se formaron con su manual, Principios de economía pura
(1889), que obtuvo un gran éxito incluso fuera de Italia, cuando, poco más de un
decenio más tarde, se tradujo al inglés. En todo caso, en Italia la «nueva» econo­
mía fue mucho más la economía de Pantaleoni que la de Pareto, en parte gracias
a la floreciente y duradera escuela que aquél supo crear a su alrededor.
A pesar de tener un carácter tan distinto ai de Barone, Pantaleoni compartía
con él el interés por los problemas de importancia práctica. Especialmente tras­
cendentes son sus aplicaciones del análisis marginal a algunos problemas clási­
cos del ámbito de la hacienda pública, como la financiación del gasto público y la
teoría de la tributación óptima. Sin embargo, Pantaleoni no fue nunca dogmático
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ORTODOXIA NEOCLÁSICA 221

en su utilización de las categorías marginalistas, sino que se distinguió por un re­


finado eclecticismo que con frecuencia le llevó a anticipar muchas de las posicio­
nes de las teorías heterodoxas contemporáneas más difundidas. Resulta sorpren­
dente la extraordinaria minuciosidad de sus análisis aplicados, caracterizados
por un refinado uso de la teoría económica junto con una profunda —a la vez
que insólita— capacidad para comprender los aspectos psicológicos y sociológi­
cos de la vida del sistema económico.
A diferencia de Barone, en Pantaleoni el elemento matemático nunca de­
sempeñó un papel importante. Para él, el razonamiento económico estaba dotado
de una fuerza autónoma que hacía que resultara superfluo buscar apoyo en la au­
toridad de las disciplinas «más nobles». El modelo de Pantaleoni no era la mecá­
nica, sino más bien la sociología «científica»-, cuyas categorías analíticas tienen
por objeto de estudio una serie de factores causales numerosos y complejos, así
co'mo las complicadas interacciones sociales en las que éstos se combinan.
Debemos mencionar también a Ugo Mazzola (1863-1899), autor de I dati
scientifici delta finania pubblica (1890), obra que Pantaleoni consideró «una con­
tribución permanente» a los fundamentos de la ciencia de la hacienda pública y
que ejercería una notable influencia en el trabajo teórico de Wicksell. Discípulo
de Francesco Ferrara y ferviente admirador de la teoría marginalista de Jevons y
Menger, Mazzola se hizo cargo en 1896, junto con otros colegas, del Giornale de-
gli Economisti, transformándolo en un foco dé pensamiento liberal y ampliando
su alcance cultural y científico.
Los economistas italianos del período que abarca las primeras décadas del
siglo —de una manera u otra, todos discípulos de Pareto y Pantaleoni— se dedi­
caron sobre todo a las aplicaciones del análisis del equilibrio parcial, que consi­
deraban más capaz de ser aplicado a la realidad y, consecuentemente, de produ­
cir resultados de valor práctico. A ello contribuyó en buena medida la posición de
Pasquale Jannaccone (1872-1959), discípulo de Pantaleoni y autor del libro II cos­
to di produzione (1902). En 1916, Jannaccone publicó un ensayo, «II "paretaio"»,
donde estigmatizaba' la actitud —a la sazón muy extendida entre los estudiosos
italianos— consistente en seguir de manera acrítica los cánones metodológicos
de la escuela de Lausana. Hallamos claras evidencias de dicha preocupación en
los trabajos de Umberto Ricci (1879-1946) y de Luigi Amoroso (1886-1965); este
último realizó también una importante contribución a la teoría del equilibrio
económico general. /

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222 PANORAMA DE PIISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

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nia, 1986; U. Ricci, «Pantaleoni e l'economia pura», en Giornale degli Economisti, 1925;
G. L. S. Shackle, The Years of High Theory, cit., caps. 7 y 8.
Capítulo 7
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I)

7.1. Problemas de dinámica económica


■ 7 . 1 . 1 .- « E conomic hard times...»

«Me matriculé en la universidad en el fatídico 1930, y durante los cuatro


años de carrera observé el colapso casi total de la economía norteamericana. En­
tonces incluso tuve la ocasión de oír a mi profesor de técnica bancaria, que era
también vicepresidente de la Federal Reserve de Nueva York, admitir en clase que
no conocía el motivo del cierre de todos los bancos ordenado el día antes por el
presidente. El banco de mi abuelo ya no volvió a abrir, y después mi padre fue
también a la quiebra. Concentré mi atención en aquellos sucesos: se puede ver mi
transformación por el hecho de que realicé mi tesis doctoral sobre el marasmo.
Habiendo observado la incompetencia y la impotencia del gobierno, decidí pasar­
me a la economía, esperando hallar la clave que me permitiera comprender los
acontecimientos: aunque tampoco esto era exacto, debido a la inútil ortodoxia de
la época.» Así narra R. M. Goodwin (p. 157) su conversión simultánea al marxis­
mo y a la economía. No fue un caso aislado: en aquellos años hubo una avalan­
cha de conversiones como la suya.
Toda la época que va desde el inicio de la primera guerra mundial hasta el fi­
nal de la segunda estuvo marcada por la crisis; una crisis que afectó a todos los
ámbitos de la vida burguesa, del económico al social, del político al cultural. Ya el
estallido de la primera guerra mundial había sembrado la duda sobre la raciona­
lidad del sistema capitalista mundial. Pero las mentes más lúcidas comprendie­
ron en seguida los motivos profundosxfeia conflagración y no pudieron dejar de
reconocer las razones de aquellos pensadores marxistas que, desde hacía años,
predicaban contra las iniquidades del imperialismo y profetizaban la gran guerra.
Luego, apenas concluida la primera guerra, se empezaron a preparar las condi­
ciones de la segunda, tal como Keynes y otros espíritus sagaces percibieron inme­
diatamente.
Mientras tanto, una nación-continente había intentado escapar al capitalis­
mo con la revolución bolchevique; y ni siquiera la intervención militar de las
principales potencias capitalistas había logrado someterla. Entonces aún no se
podía ver a dónde llevaría finalmente aquella revolución. Lo único que todo el
mundo vio con claridad fue la demostración práctica de que el capitalismo no era
cierno v de que la revolución proletaria era posible Tas tentativas de imitación
fueron numerosas e inmediatas, y se vieron impulsadas por ia gran oleada de
224 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

conflictividad laboral que había afectado a todos los países capitalistas avanzados
ya desde comienzos de la década de 1910, y que no mostró síntomas de estanca­
miento hasta mediados de la de 1920. Tan grande fue el terror burgués, que en
cuestión de quince años media Europa quedó en manos del fascismo.
Y si todo esto no hubiera sido suficiente para convencer aun a los más re­
nuentes de la profundidad de la crisis, habría bastado contemplar la realidad eco­
nómica: la ruina del sistema de pagos internacional; el abandono del gold stan­
dard incluso por las naciones que más lo apoyaban; las devaluaciones competiti­
vas; el proteccionismo a ultranza; la contracción del comercio internacional... Y,
más tarde, la cada vez mayor inestabilidad del crecimiento; las crisis, cada vez
más acusadas; el creciente desempleo, hasta llegar a niveles nunca vistos ante­
riormente; el hundimiento de Wall StrqetYel suicidio de los especuladores... Pare­
cía que todas las profecías marxistas se estaban cumpliendo, desde la caída de la
tasa de beneficio hasta la miseria creciente de los trabajadores, desde la exacer­
bación de las contradicciones interimperialistas hasta el resurgimiento —gracias
a las crisis— de la conciencia revolucionaria, desde el aumento de la concentra­
ción del capital a la amplificación de las oscilaciones cíclicas. ¿Se acercaba el co­
lapso final?
No resulta, pues, sorprendente que se debilitara la fascinación intelectual
ejercida por la ortodoxia económica que predicaba la eficacia distributiva de la
competencia y la racionalidad de los agentes económicos. No hay que extrañarse
de que la ideología del laissez faire no hiciera más prosélitos, mientras que los
economistas más lúcidos empezaban a teorizar la necesidad de abandonar el li­
brecambio precisamente para salvar el capitalismo.
Los economistas de esta época se pueden clasificar, grosso modo, en tres gru­
pos: rdsTjuélfxp^^ como la de Goodwin y, huyendo de
fas trabas de la ciencia oficial, se lanzaron en busca de planteamientos teóricos
aítematfvoY^deTipo"!^^ u otros— que parecían propor-
ciohár más afinados instrumentos de comprensión de la realidad; quienes, por el
contrario, abandonando cualquier pretensión de utilizar la teoría neoclásica para
comprender la realidad, trataron de cultivarla como teoría «pura», satisfechos de
resolver los rompecabezas que aquélla ofrecía en abundancia; finalmente, los
que, aun mostrando el debido respeto por la ciencia oficial en la que se habían-
educado, trataron de forzarla de manera que sirviera a fines para los que no re-
sultaba adecuada, en un intento, sobre todo, de utilizarla para explicar el mundo
real. Los ejemplos más llamativos de esta última categoría los constituyen Key-
nes y Schumpeter; pero son sólo la punta del iceberg. La mayor parte de los eco­
nomistas de este grupo volvió a ocuparse de los problemas que habían dado ori­
gen a la economía política: los de la dinámica macroeconómica. Y no resulta sor­
prendente que tuvieran que perder más tiempo del necesario para intentar libe­
rarse —a menudo sin lograrlo— de unas «técnicas de pensamiento» que servían
para ocultar la realidad más que para desvelarla. No debemos extrañarnos de
que, al final, produjeran teorías incompletas e incoherentes.
En los tres apartados siguientes de este capítulo expondremos los tres teo­
rías dinámicas más importantes elaboradas en los años de la «alta teoría»: las de
Keynes, Kalecki y Schumpeter. En este apartado, en cambio, nos ocuparemos de
varios temas de dinámica económica, con el objeto de mostrar las principales di­
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 225

rectrices del desarrollo teórico que dieron origen a las innovaciones aportadas
por los tres grandes economistas. Finalmente, en el próximo capítulo trataremos
de los avances de la teoría microeconómica y del modelo de equilibrio económico
general, así como de las contribuciones provenientes de diversas teorías hetero­
doxas.

7 .1 .2 . E l d in e r o e n d e se q u il ib r io

En anteriores capítulos hemos destacado el carácter predominantemente es­


tático del análisis neoclásico; en éste debemos afirmar lo contrario. En realidad,
en la década de 1890 algunos economistas neoclásicos elaboraron modelos ma-
croeconómicos dinámicos. Es interesante observar que el ámbito en el que se
■ realizaron estos intentos fue, sobre todo, el de la economía monetaria. Ello no es
fruto del azar. En efecto, a menos que se considere el dinero como una mercancía
cualquiera, la teoría del dinero se presta poco a la aplicación del método de análi­
sis basado en la maximización de objetivos individuales en presencia de recursos
escasos: en primer lugar, porque el dinero no es un bien deseado por sí mismo y
no está claro en absoluto qué se debe éntender por demanda monetaria efectiva;
en segundo término, porque el dinero no es un bien naturalmente escaso y no
está claro qué se debe entender por oferta monetaria; finalmente, porque no re­
sultan evidentes los factores de los que dependen la oferta y la demanda moneta­
rias, y no está claro qué se debe entender por equilibrio monetario.
Los primeros economistas neoclásicos, más preocupados por otras cuestio­
nes, pasaron por alto los problemas monetarios, adoptando la ecuación de los in­
tercambios como la última palabra en cuanto a explicación científica del nivel de
los precios. Como vimos en el capítulo anterior, en la versión de Fisher (simplifi­
cada) la identidad
MV =PT
—donde M es la cantidad de dinero; V, su velocidad de circulación; P, el nivel de
los precios, y T, el de las transacciones— se convierte en una explicación del valor
del dinero una vez que se han fijado exógenamente V, T y M. La dificultad —y el
aspecto más interesante— de esta teoría'súrgen, como ya habían observado Can-
tillon y Hume, en cuanto se pretende estudiar el proceso a través del cual un im­
pulso monetario repercute en el nivel de los precios; es decir, apenas se pretende
afrontar el problema del valor del dinero en términos dinámicos. Las tentativas
más interesantes de resolver este problema las hallamos en Fisher, Wicksell y
Marshall. Aunque se trate de teorías elaboradas en la década de 1890, es conve­
niente tratarlas en este capítulo, ya que dieron sus mejores frutos precisamente
en los años de la «alta teoría».
En la teoría de Fisher, las variables que aparecen en la ecuación de los inter­
cambios están establecidas en su valor normal, de manera que la explicación de­
rivada de dicha ecuación se referiría únicamente a los «efectos últimos y perma­
nentes» de los cambios monetarios. Sin embargo, exis'en «efectos temporales»
que se dejan sentir en los períodos de transición. Y fue mediante estos electos
226 PANORAMA DE HISTORIA DEL'PENSAMIENTO ECONÓMICO

como,, Fisher trató de explicar las fluctuaciones económicas. Cuando los precios
empiezan a aumentar, como consecuencia de un aumento de M, los tipos de inte­
rés monetario tardan en ajustarse, de manera que los tipos reales disminuyen. De
este modo, la actividad económica y la’creación de crédito bancario se ven incen­
tivadas. La producción aumenta, impulsada por la demanda, y los precios au­
mentan todavía más. Sin embargo, aumenta también el endeudamiento de los
agentes económicos. Al final, cuando el interés monetario (y con éste, el interés
real) alimenta para ajustarse al reducido valor de la moneda, se inicia la defla­
ción; ésta tendrá efectos catastróficos a causa del alto nivel de endeudamiento ar­
tificialmente generado por el boom precedente.
Otra gran influencia que se dejó sentir en el pensamiento monetario de la dé­
cada de 1930, sobre todo en Inglaterra,, fp.e la de JVIarshall. La versión marshalliana
de la teoría cuantitativa está representada por la famosa «ecuación de Cam­
bridge». La primera formulación oficial de la teoría se halla en una declaración
realizada por Marshall al Comité de la India en 1899. Pero ya en 1871, al reelabo­
rar las tesis de Mili, Marshall había esbozado su versión personal de la teoría
cuantitativa en un manuscrito inédito. Sin embargo, durante largo tiempo la teo­
ría monetaria de Cambridge permaneció como una tradición esencialmente oral.
En cualquier caso, las formulaciones canónicas —relativamente tardías— se en­
cuentran en «The Exchange Valué of Legal Tender Money», de Pigou, publicado en
Quarterly Journal of Economics en 1917, y en Moneda, crédito y comercio (1923),
de Marshall. La «ecuación de Cambridge» es:
Ai = hYP
donde Y es la renta real, y h, la proporción en la que los individuos desean mante­
ner reservas líquidas. Aunque se puede interpretar h como la inversa de la veloci­
dad de circulación respecto a la renta, la interpretación original, que subraya su
dependencia de las decisiones de los agentes económicos, ofrece una serie de in­
teresantes ventajas teóricas. Por ejemplo, permite introducir en la función de de­
manda de moneda aquellos factores «psicológicos» —como la incertidumbre y
otras motivaciones de las decisiones relativas al patrimonio personal— que Key-
nes desarrollaría más tarde en la teoría de la preferencia por la liquidez. . ...
Otra importante idea marshalliana en el ámbito de la dinámica monetaria
hace referencia a las crisis periódicas; Marshall afirma que se originan por los
cambios de las expectativas de los empresarios en conexión con las fluctuaciones
del crédito. Marshall planteó esta idea por primera vez en Economía industrial
(1879), y más tarde la recuperó en «Remedios para las fluctuaciones de los pre­
cios en general», publicado en Contemporary Review en 1887 (trad. cast. en Obras
escogidas, México, 1949). Marshall trató de explicarlas fluctuaciones económicas
mediante las expectativas inflacionarias. Cuando el crédito se amplía excesiva­
mente y los precios aumentan, los empresarios y los especuladores esperan nue­
vas subidas de precios; y aumentan su demanda de crédito y de mercancías. De
este modo, las expectativas inflacionarias se realizan por sí mismas. Puesto que
los salarios monetarios son rígidos a corto plazo, los beneficios aumentan, se in­
centivan las inversiones y se alimenta la inflación. En las fases de inflación, el
crédito se expande muy rápidamente, lo que hace que la posición de los acreedo-
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 227

res resulte arriesgada y reduzca su disponibilidad para ofrecer nuevos créditos.


En un determinado momento el crédito empieza a contraerse, y el tipo de interés
decrece. Poco a poco se difunde la desconfianza, mientras que los especuladores
se ven obligados a vender para pagar las deudas. Así, los precios disminuyen y los
salarios reales se incrementan, el pánico crea más pánico y aumenta con cada
quiebra. Finalmente, la producción y el empleo se contraen. De esta concepción
se derivaba directamente una teoría de la política monetaria basada en la necesi­
dad de estabilizar el nivel de los precios, controlar el crédito establecer una in-
y

dexación de los contratos de pago diferido. No obstante, más que Marshall, se­
rían sus discípulos —sobre todo Pigou y Keynes— quienes profundizarían en esta
línea de pensamiento. Keynes, por ejemplo, utilizará esta teoría en su Breve trata­
do sobre la reforma monetaria (1 9 2 3 ).

7 .1 .3 . L a e sc u e l a d e E st o c o lm o

La obra de Wicksell constituye una importante fuente del análisis dinámico


de los años de la alta teoría. Ya hemos hablado de ella en el capítulo anterior;
aquí recordaremos los elementos esenciales de su contribución a la teoría mone­
taria, como introducción a las teorías de sus seguidores. Entre finales del siglo
pasado y comienzos del actual, Wicksell llevó a cabo un profundo análisis de la
naturaleza y de las implicaciones de la divergencia entre tipo de interés bancario
y tipo de interés natural, y —lo que es más importante— hizo de tal divergencia
el núcleo de una teoría que trataba de establecer las bases de una política econó­
mica que garantizara la estabilidad de los precios.
En la teoría de Wicksell, el tipo de interés «natural», el que iguala ahorros e
inversiones, depende del rendimiento real de las inversiones. Pero la capacidad
de los bancos de crear crédito es independiente de los ahorros, de manera que el
tipo de interés «de mercado» —es decir, el aplicado al crédito bancario— puede
ser distinto del «natural». Si es inferior, aumentará la demanda de crédito. La
oferta de crédito se ajustará, ya que es bastante elástica (aunque no del todo,
dada la necesidad de los bancos de mantener reservas). La expansión monetaria
hará aumentar la demanda de bienes reales y, con ella, los precios. Se trata de un
proceso inflacionario de desequilibrio, en el que no actúa la ley de Say. En tanto
se mantiene la divergencia entre interés "bancario e interés natural, la demanda
agregada aumenta, acarreando un aumento parcial de la oferta y generando un
proceso acumulativo de incremento de los precios.
En equilibrio monetario, se verifica que los ahorros son iguales a las inver­
siones, el interés bancario es igual al natural, los beneficios son nulos y el nivel
de los precios es constante. Para Wicksell, las fluctuaciones económicas se expli­
carían por las oscilaciones del tipo de interés natural, que pueden deberse —por
ejemplo— al progreso técnico (aunque Wicksell mencionó también los cambios
en el. estado de confianza de los empresarios), y por la tendencia del sistema ban­
cario a retardar el ajuste del interés de mercado al natural.
Este modelo tuvo una enorme influencia en la teoría monetaria de comien­
xx,
z o s de! sig lo desatTüHado
y fue re c u p e ra d o y p o r v a rio :-. on/m islas, princi­

palmente austríacos, como Mises y Hayek —que lo utilizaron para explicar el ci-
228 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

cío y la crisis—, pero también estadounidenses e ingleses, como Fisher y Keynes.


En Suecia, las enseñanzas de Wicksell fueron desarrolladas por varios de sus
alumnos, quienes, en la década de 1930, formarían la denominada «escuela de
Estocolmo», tal como la llamó Ohlin en el artículo «Algunas notas acerca de la
teoría de Estocolmo sobre el ahorro y la inversión» (publicado originalmente, en
inglés, en Economic Journal, en 1937; trad. cast. en Ensayos sobre el ciclo econó­
mico, México, 1956). Sus principales representantes son: Erik Robert Lindahl
(1891-1960), Karl Gurinar Myrdal (1898-1986), Bertil Gotthard Ohlin (1899-1979)
y Erik Lundberg (n. 1907).
Lindahl desarrolló la teoría del proceso acumulativo en un artículo de 1929,
luego traducido con el título de «The Rate of Interest and the Price Level» y publi­
cado en Estudios sobre la teoría del dinerodel capital (1939), en el que anticipó al- •
gunos temas keynesianos. Definió el equilibrio macroeconómico en términos de la
igualdad entre el valor de la producción de bienes de consumo y el gasto de consu­
mo global. Concluyó que el proceso acumulativo wickselliano, en presencia de
desempleo, se traduciría sólo parcialmente en un aumento de los precios, mientras
que, por otra parte, generaría un incremento del consumo y de la producción en
términos reales y, por tanto, una disminución del desempleo.
Myrdal trató de desarrollar críticamente el análisis wickselliano en Monctary
Equilibrium (publicado en sueco en 1931, y más tarde traducido al alemán en
1933 y al inglés en 1939). Para Myrdal, las inversiones ex ante —es decir, las deci­
siones de inversión— dependen de las expectativas de los empresarios respecto a
sus tasas de rendimiento. El equilibrio monetario se alcanza sólo cuando las in­
versiones ex ante coinciden con los ahorros ex ante, esto es, con la parte de renta
que los individuos deciden no consumir. Cuando las expectativas de los empresa­
rios varían, también lo hacen las inversiones y el valor de la producción global,
mientras que los ahorros se ajustan por medio de variaciones en las rentas obte­
nidas, en los precios (de los bienes de consumo) y en la parte de renta ahorrada.
En equilibrio, las inversiones pueden ser positivas y la demanda agregada puede
aumentar, de modo que el equilibrio monetaria resulte compatible con un nivel
de precios creciente. Y viceversa: es posible, como consecuencia de una política
monetaria restrictiva y debido a la rigidez de los salarios monetarios, que el pro­
ceso genere desempleo y que se alcance el equilibrio con un nivel de empleo cuál-'
quiera.
La escuela de Estocolmo no se limitó a desarrollar el análisis wickselliano
del proceso acumulativo en el ámbito que Wicksell le había reservado —es decir,
el de la teoría monetaria—, sino que trato de extender sus propiedades dinámicas
a otros sectores de la teoría económica, contribuyendo de este modo al nacimien­
to de los modernos métodos de dinámica económica hasta el punto de anticipar
algunos de los más recientes avances de la teoría económica no walrasiana. Ade­
más, hallamos —sobre todo en los trabajos de Lindahl— los elementos teóricos
fundamentales de los modernos conceptos de equilibrio intertemporal y tempo­
ral. Dichos conceptos serían recuperados, reelaborados y dados a conocer al
«gran público» académico por Hicks en 1939. En el próximo capítulo hablaremos
ampliamente de ello, en los apartados dedicados a este autor. Aquí nos limitare­
mos a reconstruir brevemente la evolución interna de las teorías suecas. Una pri­
mera contribución interesante al desarrollo de la dinámica moderna la encontra-
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 229

mos en un ensayo de Myrdal de 1927, Prisbildningsproblemet och fóranderlighten,


en el que introdujo las expectativas entre las variables que determinan los pre­
cios. A través de las expectativas, los cambios futuros producen efectos en la acti­
vidad económica aun antes de que realmente ocurran. De ello se deriva que la de­
terminación de las variables económicas de equilibrio debe incluir las expectati­
vas de los movimientos futuros. En un ensayo de 1929 —reeditado en la obra, ya
mencionada, de 1939— Lindahl, mediante la hipótesis de la previsión perfecta,
definió un equilibrio en el cüal, para cada individuo y cada mercancía, el precio
previsto realiza la igualdad entre oferta y demanda. Todas las expectativas sobre
la evolución futura se realizan y, por tanto, la economía se encuentra en equili­
brio «a través del tiempo», esto es, en una especie de equilibrio intertemporal. Un
año antes que Lindahl, y sin que él lo supiera, Hayek había elaborado el mismo
concepto.
La noción de equilibrio intertemporal crea la apariencia de un proceso diná­
mico. Pero no se trata de una verdadera dinámica, dado que la determinación si­
multánea de todos los precios y de todas las cantidades de todos los períodos fu­
turos acontece en el momento presente. Para superar esta dificultad, Lindahl in­
trodujo un nuevo concepto, el de «equilibrio temporal». En esta perspectiva, la
evolución de la economía en el tiempo se realizaría a través de una sucesión de
períodos. La hipótesis fundamental es que se trata de períodos de tiempo tan bre­
ves que los factores que directamente influyen en los precios —y, por tanto, tam­
bién los mismos precios— pueden considerarse constantes en cada período. La
idea es que la economía se halla en equilibrio en cada período y que los datos de
tal equilibrio —es decir, los factores que influyen en los precios— cambian de un
período a otro, como perturbaciones impredecibles. Este tipo de análisis fue criti­
cado por Myrdal y por Lundberg. El problema es que en este modelo la sucesión
de las perturbaciones —y, por tanto, de los equilibrios— queda sin explicar, mien­
tras que precisamente lo que debe explicarse es la naturaleza de los cambios que
se verifican en el paso de un período al otro. Lindahl reconoció la dificultad de
ello, y admitió haber tratado de introducir «problemas dinámicos en un contexto
estático».
Lindahl dio el salto decisivo en un ensayo inédito de 1934, y más tarde en el
artículo «The Dynamic Approach to Economic Theory» (publicado en su libro de
1939). Construyó el modelo de una economía secuencial que se mueve en «com­
pleto desequilibrio», y en la cual los pféclos de todas las mercancías son fijados
cada vez por vendedores individuales. Estos precios se basan en expectativas que,
ex post, resultan normalmente equivocadas. Los intercambios se realizan a di­
chos precios, de manera que pueden darse excesos de demanda en todos los mer­
cados. Estos excesos de demanda se eliminan mediante variaciones no programa­
das de los stocks, de modo que los compradores obtengan siempre lo que deman­
dan, mientras que únicamente los productores percibirán el desequilibro. Éstos,
basándose en las informaciones así obtenidas, modificarán sus expectativas y, en
consecuencia, los precios anunciados para los intercambios futuros. De este
modo, la economía puede moverse a través de una serie de desequilibrios tempo­
rales sin que tienda necesariamente a un estado de equilibrio walrasiano. Por
otra parte, no podría ser de otra manera, dado que en el modelo de «comoiolo de­
sequilibrio» no actúan tres de las principales ficciones analíticas de la teoría del
230 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

equilibrio walrasiano: la perfecta flexibilidad de los precios, el «subastador» y el


tâtonnement. En el capítulo 9, veremos cómo el abandono de una u otra de tales
ficciones dará origen a las modernas teorías económicas no walrasíanas.

7.1.4. P r o d u c c ió n y g asto

Desde comienzos de siglo un conjunto de teorías del ciclo, completamente


distintas de las del tipo monetario que acabamos de mencionar, empezaron a ad­
quirir popularidad, sobre todo entre los políticos y el gran público, más que entre
los economistas académicos. Se trataba de teorías que hacían especial hincapié
en los factores reales de las crisis y qu^tendían a poner en cuestión algunos ta­
búes doctrinales, corno la ley de Say y la tesis de la capacidad de la mano invisi­
ble para asegurar la estabilidad y el pleno empleo. Si bien algunas de estas teorías
fueron defendidas por economistas ortodoxos, su origen —externo al sistema
neoclásico— hay que buscarlo en aquel «submundo de Karl Marx, Silvio Gesell o
Major Douglas» del que hablaba Keynes en la Teoría general y en el que este autor
encontró, si no precursores, al menos economistas que «merecen reconocimiento
por haber tratado de analizar la influencia de los ahorros y de las inversiones so­
bre el nivel de precios y el ciclo de crédito, en una época en la que los economis­
tas ortodoxos ignoraban casi completamente este importantísimo problema»
(Treatise, I, 16,1). Podemos etiquetar a estas teorías como «teorías del desequili­
brio macroeconómico real», y dividirlas en dos grupos: las del «sobreahorro» y
las de la «sobrecapitalización». En ambos casos, habría que buscar su origen leja­
no en los «esquemas de reproducción» de Marx; pero los dos economistas de cu­
yos planteamientos surgieron directamente estas teorías fueron John Atkinson
Hobson (1858-1940) y Michail Ivanovic Tugan-Baranovskij (1865-1919).
Hobson afrontó el problema del desempleo y de las crisis en varias obras,
entre las que recordaremos The Physiology of Industry (escrita en colaboración
con A. E Mummery y publicada en 1889), The Problem of Unemployed (1896), The
Industrial System (1909) y The Economics of Unemployment (1922). Su tesis de
fondo es que el ciclo económico se origina debido a los efectos que tienen las va­
riaciones en la distribución de la renta sobre la predisposición media al ahorro-.
En las fases de expansión, los precios aumentan y los salarios reales disminuyen,
a causa del retraso con el que se ajustan los salarios monetarios. El aumento de
la parte correspondiente a los beneficios hace que aumenten, a su vez, los aho­
rros y las inversiones. Debido al aumento de la capacidad productiva, se incre­
mentará la producción de bienes de consumo; más aún: puesto que es difícil que
los salarios sigan el mismo ritmo, esta última aumentará más rápidamente que la
demanda. Por lo tanto, las reservas no vendidas se acumularán, mientras que los
precios de los bienes de consumo disminuirán. A su vez, esto hará que se reduz­
can los beneficios, provocando así la depresión. Después, la propia depresión, al
hacer que disminuyan la producción y la renta, eliminará el exceso de ahorro.
Hobson llamó la atención sobre la famosa paradoja o dilema de la frugalidad: un
nivel elevado de ahorro, aunque útil para el enriquecimiento de los individuos,
resulta perjudicial para la economía en su conjunto, en cuanto reduce la deman­
da efectiva.
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 231

En la década de 1920 esta paradoja se convirtió casi en un eslogan en los


ambientes sindicales y en los círculos políticos progresistas ingleses y estadouni­
denses, en parte porque fue difundida por dos libros cuyo éxito de público igualó
a su fracaso en el ámbito académico: The New and the Oíd Economías, de C. H.
Douglas, y Profits, de W. T. Foster y W. Catchings. Mencionamos aquí estas obras
porque Keynes les reconoció el mérito de haberse ocupado —aunque sin resol­
verlo— de uno de los problemas fundamentales de cualquier teoría del desem­
pleo: precisamente la paradoja de la frugalidad.
Keynes criticó las teorías del subconsumo con los mismos argumentos con
los que las había criticado muchos años antes Tugan-Baranovskij; es decir, me­
diante la tesis de que las carencias de demanda efectiva causadas por el bajo con­
sumo pueden ser compensadas por los elevados gastos de inversión. Tugan había
formulado esta crítica en Los fundamentos teóricos del marxismo (1905), donde
había atacado algunas teorías marxistas sobre el colapso económico y el subcon­
sumo. En su obra principal, Las crisis industriales en Inglaterra (publicada en
ruso en 1894, y en alemán en 1901), Tugan había formulado una original teoría
de las crisis económicas', según la cual las decisiones de inversión constituían la
causa principal de las fluctuaciones.
Los movimientos cíclicos ocurrirían debido a la ausencia de un mecanismo
de ponderación entre los ahorros y las inversiones. La formación del ahorro sería
un proceso bastante estable, mientras que las inversiones tenderían a realizarse
en bloques. En las fases de prosperidad las inversiones aumentan, generando de­
manda efectiva para toda la economía a través de un proceso similar al del multi­
plicador keynesiano. La financiación de las inversiones que exceden al ahorro co­
rriente se obtiene de la expansión del crédito bancario y de la disponibilidad de
capital «libre» o «prestable»; esto es, de los fondos líquidos acumulados en la an­
terior fase de depresión. El incremento de las inversiones hace que aumenten la
producción y la capacidad productiva del sector de los bienes de capital. En las
fases de prosperidad, sin embargo, la proporción entre el sector de los bienes de
consumo y el de los bienes de capital se modifica de manera tai que la capacidad
productiva del sistema tiende a superar la demanda de consumo. Esto reduce el
incentivo para la acumulación de capital. Además —y es a este factor al que Tu­
gan dará mayor importancia—, la acumulación de capital real lleva al agotamien­
to del capital prestable y la oferta de crédito tiende a decaer; el tipo de interés au­
menta, lo cual desincentiva la acumulación. De ello se deriva un exceso de oferta
de bienes de capital y una disminución de sus precios y de la producción. Poste­
riormente, la deflación se transmite de este sector a todo el conjunto de la econo­
mía. En las fases de crisis y depresión, los ahorros exceden a las inversiones y
vuelven a acumularse en forma de reservas líquidas inactivas.
Este modelo de Tugan-Baranovskij es el padre —«el primero y más origi­
nal», dirá Keynes— de toda una familia de modelos del ciclo basados en la rela­
ción entre ahorros e inversiones, que tiene entre sus principales representantes a
Spiethoff, Bouniatian, Cassel y el propio Keynes del Treatise. Más adelante habla­
remos de Keynes; aquí esbozaremos los modelos de Spiethoff y de Cassel.
Arthur Spiethoff (1873-1957) publicó, inmediatamente después de que el li­
bro de Tugan se tradujera ai alemán, un encavo T'.;o ; ,/u ío;n
Theorie der Überproduktion», en Jahrhuch f ü r G e s e tz g e b tn ig , í e i w a l tu n g u n c í
232 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Volkswirtschaft, 1902) en el que desarrollaba la teoría del economista ruso. Se­


gún Spiethoff, el boom de las inversiones puede ser provocado por las innova­
ciones tecnológicas y por la apertura de nuevos mercados. Durante la fase de ex­
pansión, la producción de los bienes de capital crece más rápidamente que la de
los bienes de consumo; incluso el empleo y el consumo crecerán más rápida­
mente, con lo que la composición de la oferta diferirá de la composición de la
demanda agregada. Los precios de los bienes de consumo se incrementarán, y,
con ellos, aumentarán los beneficios, Pero la acumulación del capital hará au­
mentar la capacidad productiva, y, en un momento- dado, la producción de los
bienes de consumo superará a la demanda, haciendo que disminuyan los pre­
cios v los beneficios. Las inversiones también disminuirán, debido tanto a lo re-
ducido de la rentabilidad como a la" encasa renovación de las instalaciones. En
otras palabras, la depresión está causada por la sobrecapitalización verificada
en el boom anterior.
Karl Gustav Cassel (1866-1945) volvió a propugnar este modelo, aunque
aportando importantes modificaciones, en Economía social teórica. De estas mo­
dificaciones, tres son fundamentales. La primera se refería al papel desempeñado
por algunos retardos temporales, como los que se dan entre las decisiones de in­
versión y la activación de las instalaciones, o entre las variaciones de los tipos de
interés y las inversiones. La segunda concernía a la explicación —en términos
que recuerdan el mecanismo del acelerador— de la influencia que las variaciones
de la demanda de bienes de consumo ejercen sobre las inversiones. Finalmente,
la tercera se refería al papel desempeñado por el sector financiero en la amplifi­
cación de la fluctuaciones económicas. Un tipo de interés bajo durante la recupe­
ración, cuando los beneficios son altos, estimula las inversiones. Sin embargo,
antes o después las inversiones superarán a los ahorros y el interés aumentará,
contribuyendo a la inversión del ciclo. En cambio, en las fases de depresión el
bajo nivel de inversiones respecto al ahorro hace que el tipo de interés disminu­
ya, preparando el camino a la siguiente recuperación. En cualquier caso, los fac­
tores monetarios son únicamente elementos de refuerzo del movimiento cíclico,
cuyas causas reales hay que buscarlas —como hicieron Tugan y Spiethoff— en
los desequilibrios entre la composición de la demanda y la composición de la
producción.
Es este tipo de desequilibrio el que subyace a casi todas las teorías no mone­
tarias prekeynesianas del ciclo económico, y el propio Keynes, en el Treatise, ra­
zonaba en estos términos. Más adelante veremos que uno de los aspectos esencia­
les de la revolución teórica a la que Keynes dio su nombre consiste en la supera­
ción de este tipo de razonamiento.

7.1.5. El MULTIPLICADORYELACELERADOR
El cuarto gran filón de la teoría dinámica del período de entreguerras lo
constituye el estudio de las interacciones entre el multiplicador y el acelerador.
El principio del multiplicador puede presentarse, del modo más sencillo, supo­
niendo la máxima agregación posible. Si AY representa el incremento de la renta
nacional; AL, L del consume', y c, la propensión marginal al consumo, entonces
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 233

AC = cAY. Además, la suma del aumento del gasto autónomo, AA, y el incremen­
to del gasto inducido, AC, es igual a la variación de la renta; es decir:
M + AC = AY
! de donde, sustituyendo AC, se obtiene;
AY; 1 —c• M
1 / (1 - c) es el multiplicador. Si la propensión al consumo es igual a 0,8, un au­
mento del gasto autónomo de 100 generaría un aumento de la renta de 500. En
efecto, el gasto inicial de 100 generaría rentas que se gastarían para comprar bie­
nes de consumo por un valor de 0,8 ( 100) = 80; éstos generarían rentas que se gas­
tarían para comprar bienes de consumo por un valor de 0,8 (80) = 0,64 (100) = 64;
etcétera. Por tanto, la renta total generada por aquel gasto inicial de 100 sería
igual a 100 [1 + (0,8) + (0,8)2 + (0,8)3 + (0,8)4 +....] = 500. En electo, la suma de las
cantidades entre corchetes es 1 / [1 - (0,8)] = 5.
Los primeros indicios de una rudimentaria —aunque profunda— intuición
del multiplicador se hallan ya en Marx. En una interesante página del capítulo VII,
apartado 12, del segundo volumen de Teorías sobre la plusvalía, Marx trató de ex­
plicar cómo la carencia de demanda efectiva en una industria con un alto nivel de
empleo puede transmitirse al conjunto de la economía a través de la reducción de
la producción en dicha industria y la consecuente disminución del empleo y de los
' salarios. La reducción del consumo que se deriva de ello se traduce en una dismi­
nución de la demanda para las otras industrias, las cuales, a su vez, se verán obli­
gadas a reducir la producción y el empleo, generando una nueva reducción de la
demanda efectiva. Este proceso se entrelaza con otro proceso deflacionario, que
pasa por la reducción de la demanda de bienes intermedios y de medios de pro­
ducción generada por la carencia inicial de demanda y por la consecuente reduc­
ción de los niveles de actividad, y que poco a poco se va irradiando al conjunto de
la economía. El pasaje en el que Marx expone este proceso resulta demasiado bre­
ve y demasiado confuso para que podamos considerarlo una teoría de la interac­
ción entre el multiplicador y el acelerador, o siquiera una teoría clara del multipli­
cador; pero es suficiente para entender que el problema se había planteado ya mu­
cho tiempo antes de que se resolviera.
Treinta años después de Marx volvemos a encontrar algo más que una sagaz in­
tuición en un trabajo inédito de Julius Wulff, de 1896, y en uno de Nicolaus A. L. J.
Johannsen (difundido como manuscrito en 1898 y publicado en 1903 con el título de
Der Kreislauf des Geldes und Mechanismus des Soziallebens), quienes utilizaron el
Multiplizieren.de Prínzip —como lo denominó Johannsen— para explicar los efectos
producidos por un impulso de gastos inicial en todo el conjunto de la economía.
Otra obra de Johannsen, A Neglected Point in Connection with Crises (1908) anticipa
también el principio del multiplicador.
Sin embargo, la fecha oficial de nacimiento del multiplicador es el año 1931.
Ocurrió que la teoría..o mejor u n a teoría de la política económica había mani­
festado la necesidad del principio del multiplicador. Keynes, haciéndose pona voz
234 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

de opiniones que circulaban en Cambridge en aquella época, había planteado el


problema en Can Lioycl George do it? (escrito en colaboración con H. Henderson,
en 1929), donde había formulado !á tesis de que un aumento del empleo generado
por las obras públicas no se limitaría al empleo creado directamente por el gasto
público, sino que generaría un empleo inducido adicional. En el Treatise on Money
del año siguiente, Keynes reafirmó esta tesis, aunque sin llegar a demostrarla de
modo convincente. Sin embargo, era el momento adecuado. En 1930, el principio
del multiplicador fue utilizado por L. E Giblin en Australia, 1930. Más tarde, en
1931, lo utilizaron Jens Warming y-Ralph-Hawtrey. Finalmente, el trabajo ya clási­
co de Richard Ferdinand Kahn (1905-1989), «The Relation of Home Investmentto
Unemployment», apareció en el Economic Journal de 1931. A partir de este mo­
mento, el principio del multiplicador pqsp/a formar parte de la ciencia económica.
Keynes entendió en seguida que se trataba de una pieza importante del rompeca­
bezas que estaba tratando de componer, y en 1936 le asignó un puesto fundamen­
tal en la Teoría general.
En cuanto ai acelerador, los primeros- indicios se remontan a un artículo de
T. N. Carver, «Á Suggestion for a Theory of Industrial Depressions», publicado en
el Quarteriy Journal of Economics, en 1903. Después, Albert Aftalion (1874-1956),
a quien se le considera el padre de este concepto, lo enunció con claridad en «La
réalité des surproductions générales» (en Revue d'Économie Potitique, 1908 y
1909) y en Les criscs périodiques de surproduction (1913). Finalmente, aparece en
un artículo de C. F. Bickerdike («A Non-Monetary Cause of Fluctuations in Em-
ployment», en Economic Journal, 1914) y en otro de John Maurice Clark («Busi­
ness Acceleration and the Law of Demand», en Journal of Political Economy,
1917).
En su forma más simple, el principio del acelerador puede explicarse del si­
guiente modo. Sea a ei coeficiente marginal capital-producción, es decir, el incre­
mento de capital necesario para que aumente la producción una cantidad margi­
nal. Entonces, la expectativa de un aumento de la demanda igual a AY* inducirá a
los empresarios a realizar inversiones, I, es decir, a aumentar el stock de capital
en una cantidad igual a:
I - a AY* ■ -
a se denomina acelerador porque, dado que su valor es normalmente mayor
que 1 , el incremento del capital resulta superior al de la demanda esperada que lo
ha inducido.

7 .1 .6 . E l m o d e l o H a r r o d -D o m a r

Desde el primer momento, el acelerador se utilizó para explicar las fluctua­


ciones económicas. Pero el año crucial para las teorías del ciclo basadas en el;
acelerador fue 1936, cuando Roy Forbes Harrod (1900-1978) publicó El ciclo eco­
nómico, obra en la que se propuso explicar el ciclo económico combinando el
principio del acelerador con el del multiplicador. Tres' años después, Paul Antho­
ny Samuelson (n, 1915) reformuló la cuestión con mayor rigor. En un artículo
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 235

publicado en Review of Economic Studies («Interrelaciones entre el análisis por


medio del multiplicador y el principio de aceleración»; trad. cast. en Ensayos so­
bre el ciclo económico, cit.) y en otro publicado en Journal of Political Economy
(«A Synthesis of the Principie of Acceleration and the Multiplier»), combinando
ambos principios con determinadas hipótesis sobre los retardos temporales, Sa-
muelson demostró que era posible generar movimientos cíclicos. Sin embargo,
su demostración resultó perjudicial para esta línea de investigación, que contri­
buyó a truncar apenas iniciada. En efecto, Samuelson demostró que, genérica­
mente, los ciclos causados por la interacción multiplicador-acelerador podían ser
atenuados o explosivos; ambas, propiedades indeseables desde el punto de vista
de la teoría del ciclo, ya que implican que los movimientos oscilatorios tienden
—en cierto sentido— a extinguirse por sí mismos.
Más fecunda fue la línea de investigación iniciada por Harrod en «Un ensayo
de teoría dinámica», publicadoen Economic Journal, en 1939 (trad. cast. en Lec-
> turas sobre la teoría económica del desarrollo, Madrid, 1966). Aquí, Harrod —utili­
zando siempre la interacción entre multiplicador y acelerador— afrontó el pro­
blema de la inestabilidad del crecimiento. Algunos años después, Evsey David
Domar (n. 1914) elaboró una teoría similar a la de Harrod en diversos ensayos
publicados en las décadas de 1940 y 1950, posteriormente recogidos en el volu­
men Essays in the Theory of Economic Growth (1957). Así, la teoría se conocería
como el «modelo Harrod-Domar».
En su versión más sencilla, se basa en tres ecuaciones:
St = sYt
It =aAYf
St =It
donde s = 1 - c es la propensión al ahorro, y AYf =Yf+1 - Yt es la variación espe­
rada de la demanda. El principio del multiplicador se halla subyacente en la pri­
mera ecuación, mientras que la segunda incorpora el principio del acelerador y la
tercera establece la condición de equilibrio macroeconómico. La solución de
equilibrio se obtiene sustituyendo las expresiones de la tercera ecuación por sus
equivalentes en la primera y la segunda,/^suponiendo que la variación de la de­
manda esperada coincide con 1a. real; es decir, AY* = AY). Se determina así la tasa
de crecimiento garantizado, G, esto es, el que garantiza el mantenimiento del
equilibrio. Será:
£ _ AYt _ s
Yt a
Esta solución es inestable: toda solución de desequilibrio tenderá a divergir
de la trayectoria de crecimiento garantizado, sin que ningún mecanismo de ajus­
te automático permita un nuevo equilibrio del sistema económico. Por ejemplo,
si el crecimiento de la demanda esperada es superior al de la demanda garantiza­
da, el acelerador hará anmeníar las inversiones más de lo necesario. A so ver. el
multiplicador hará aumentar la demanda a una tasa superior, no sólo a la garan-
236 PANORAMA DE HISTORIA .DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

tizada, sino también a la esperada. De este modo, las expectativas se ajustarán


por exceso, y el desequilibrio se agravará.
Por otra parte, dadas exógenamente las tasas de crecimiento de la población
y de la productividad del trabajo, el modelo demuestra que el crecimiento garanti­
zado es no sólo dinámicamente inestable, sino también incapaz de asegurar el ple­
no empleo y la estabilidad de los precios. La suma de las tasas de crecimiento de la
población, n, y de la productividad del trabajo, n, da la tasa de crecimiento natu­
ral, Gn. Esta es la tasa máxima a laque puede crecer la economía. Si la demanda
creciera a una tasa más alta que la natural, se crearía un impulso inflacionario, ya
que la producción real no podría acomodarse a la demanda. Si, por el contrario, la
demanda creciera a un ritmo inferior al natural, se crearía desempleo. La econo­
mía crecerá en un estado estable, sin gérfe'rar impulsos inflacionarios o deflaciona-
rios, si y sólo si crece a una tasa que coincida tanto con la garantizada como con la
natural, es decir, a una tasa igual a: •
5
G =—
a = n + 7t = Gn
Pero, puesto que s, a, n y n son magnitudes exógenas, es difícil ver cómo
puede verificarse esta igualdad, si no es por azar.
En este apartado, simplemente hemos esbozado las líneas esenciales del mo­
delo Harrod-Domar. Volveremos a hablar de él en el capítulo 9, donde trataremos
de los avances teóricos a los que dio origen en las décadas de 1950 y 1960. Sin
embargo, hay que decir algo más sobre Harrod.
El economista inglés consideraba que su contribución científica más impor­
tante la constituía Foundations of Inductive Logic (1956), obra que —en efecto—
fue objeto de gran consideración por parte de eminentes filósofos. En el ámbito
de la economía, juzgaba que sus mejores aptitudes eran las relativas al análisis
del funcionamiento del sistema monetario internacional; sin embargo, realizó
también importantes contribuciones a la teoría de la competencia imperfecta, y
fue uno de los auténticos divulgadores de la teoría keynesiana. No obstante, su
fama actual está ligada, sin ninguna duda, al hecho de ser el padre de la econo­
mía dinámica, a la que contribuyó decisivamente con sus ensayos de 1936 y 1939:
Como sucede frecuentemente con los pioneros, también Harrod adoptó una
actitud crítica frente a las innovaciones teóricas que propusieron otros autores a
partir de sus intuiciones originales. Esto es así no sólo respecto a las contribucio­
nes que se sitúan en el ámbito de la teoría neoclásica del crecimiento económico,
sino también —lo cual es más sorprendente— en relación a los trabajos vincula­
dos a la teoría postkeynesiana. En efecto, ambas teorías se presentan como exten­
siones del modelo Harrod-Domar; pero Harrod siempre se negó a reconocer en
dicho modelo una descripción realista de la dinámica efectiva de una economía
capitalista, dinámica que se considera básicamente caracterizada por continuas
fluctuaciones cíclicas.
Sin duda, el crecimiento casi ininterrumpido de las economías occidentales
desde el final de la segunda guerra mundial hasta comienzos de la década de
1970 ha contribuido a legitimar una serie de modelos de crecimiento estable que
dejan en la sombra la visión original de Harrod. Sin embargo, el período de pro­
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 237

funda inestabilidad que estamos atravesando actualmente favorece un replantea­


miento general del tema del crecimiento económico, que puede llevar a un nuevo
examen y a una nueva apreciación de los fundamentos keynesianos de .la teoría
postkeynesiana. Desde esta perspectiva, la original contribución de Harrod puede
adquirir un nuevo interés.

7.2. John Maynard Keynes


7.2.1. D ebates sobre política económica en I nglaterra

En el período de entreguerras, como ya había sucedido un siglo antes en la


época de Ricardo y Malthus, Inglaterra volvió a ser un laboratorio experimental
para la teoría económica, que tal vez en ninguna otra época y en ningún otro lu­
gar evolucionó tan estrechamente ligada a los problemas económicos reales y los
debates públicos sobre las distintas opciones de la política económica. Los princi­
pales temas de debate fueron dos: por una parte, el retorno al gold standard; por
otra, el desempleo.
Hacia 1875, el gold standard se había consolidado ya en los principales paí­
ses capitalistas, y así siguió hasta los años de la primera guerra mundial. La gue­
rra destruyó el sistema, pero en seguida se trató de reconstruirlo; sobre todo en
Inglaterra, donde se realizaron notables esfuerzos para volver a llevar a la libra
esterlina a la paridad prebélica. Entre 1920 y 1925, cuando aún se trabajaba en la
preparación del retorno al oro, el nivel de los precios en aquel país cayó en un
40 %. En 1925, la libra esterlina se vinculó de nuevo a su paridad áurea prebélica,
pero el sistema duró sólo seis años. Los precios eran todavía demasiado elevados,
y las industrias exportadoras aún demasiado débiles. Entre tanto, Estados Unidos
y Francia obtenían fuertes superávit en sus balanzas de pagos, que en Estados
Unidos se enmascararon mediante una política de préstamos exteriores a largo
plazo, mientras que Francia acumuló reservas de oro y de libras. El golpe de gra­
cia al gold standard vino crack
in m e d ia t a m e n t e d e sp u é s d e l d e 1929. L o s p ré s ta ­

mos estadounidenses cesaron, y el Banco de Francia decidió convertir las reser­


vas de libras en oro. Más tarde, en 1931, una oleada de pánico se difundió por
toda Europa a causa del colapso de la Credit Anstalt. Cuando varios países empe­
zaron a convertir sus reservas de libras'./esterlinas en oro, el Banco de Inglaterra
no pudo resistir más y se abandonó el gold standard. La década de 1930 fue un
período de caos monetario internacional, con devaluaciones competitivas, políti­
cas comerciales proteccionistas y políticas monetarias deflacionarias.
El principal problema del gold standard era que los procesos de ajuste «auto­
máticos» que implicaba requerían la flexibilidad de los precios para que funcio­
nara ia teoría del mecanismo precios-flujo monetario de Hume. Sin embargo, en
aquel momento —y desde hacía ya un cuarto de siglo— los precios y los salarios
eran bastante rígidos, y de hecho los ajustes, efectuados mediante cuidadosas
maniobras con los tipos de interés, actuaban predominantemente sobre los movi­
mientos de capital. Sin embargo, comportaban también procesos deflacionarios
que a fe c ta b a n a la p r o d u c c ió n , la re n ta re a l y el n iv e l d e e m p le o . E s te tip o d e

a ju s te se h a b ía c o n v e r t id o e n a ig o s o c ia im e n t e m to lu a b ic ) p o lu ic a in e n ie p e !i
238 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

groso, dados los niveles de desempleo alcanzados en todos los países capitalistas
en el período de entreguerras. Piénsese que en Inglaterra, durante la década de
1920, el desempleo se mantenía en una media del 10 %, llegando al 22 % en 1931.
En Estados Unidos llegó incluso al 27 % en 1933.
¿Qué se podía hacer? Nada en absoluto, afirmaba el gobierno inglés. La lí­
nea seguida en los círculos gubernamentales estaba dictada por aquella ortodoxia
liberal que se había consolidado en el siglo XIX y que predicaba la necesidad de
equilibrar el presupuesto público gastando lo menos posible y, por lo demás,
laissez faire a la economía privada. ¡Cuidado con tratar de aliviar el desempleo
con obras públicas! La tesis predominante en el Tesoro era que, puesto que el
gasto público había de ser financiado -míe una u otra manera— con recursos pri­
vados, con los impuestos o con la deuda, sustraía capital a la iniciativa privada y,
por tanto, reducía el empleo en el sector privado en la misma proporción en la
f f *

que lo aumentaba en el público. Esta es la famosa Treasury view, que aplicó el Te­
soro en la segunda mitad de la década de 1920 y Churchill presentó al Parlamen­
to en .1929. Sin embargo, en 1913 había obtenido ya el aval científico por parte de
Hawtrey, quien, en Goocl ancl Bad Trade, había sostenido la tesis de que «el go­
bierno, precisamente por el hecho de financiar el gasto [público] con el préstamo,
sustrae del mercado de inversiones una serie de ahorros que de otro modo se
aplicarían a la creación de capital» (p. 260). No obstante, la mayor parte de los
economistas rechazaron este punto de vista. Robertson criticó la tesis de Hawtrey
en 1915; pero ya Pigou había criticado, en 1908, un argumento similar al del Te­
soro. El problema consistía en demostrar científicamente que el Treasury view es­
taba equivocado. No nos parece exagerado afirmar que este fue uno de los temas
principales del debate sobre política económica del que surgió la revolución key-
nesiana.
Sin embargo, antes de llegar a Keynes es necesario volver a las teorías del ci­
clo económico, para mostrar el clima y el tono del debate científico del que final­
mente surgiría la Teoría general. Aceptemos, por un momento, la Treasury view en
la versión de Hawtrey: el gobierno no puede hacer que aumente el empleo si fi­
nancia el gasto adicional necesario con los impuestos y/o la deuda pública. No
obstante...se podría pensar—, siempre quedaría la posibilidad de financiar el dé­
ficit con la expansión monetaria. ¡Nada más peligroso!, advertía Hawtrey. Al con.-
trario: precisamente de este modo se acentuarían las fluctuaciones económicas
responsables del desempleo. La teoría del ciclo capaz de explicar esta tesis la for­
muló Hawtrey en su obra, ya mencionada, Good and Bad Trade, así como en Cu­
rrency and Cre'dii (1919). La expansión del crédito bancario hace aumentar el gas­
to, la demanda agregada y la renta, alimentando la inflación, las expectativas de
beneficio y la actividad de inversión. De este modo, las expectativas se realizan
por sí mismas, y el boom económico avanza a un ritmo sostenido; pero, de este
modo, aumenta también la demanda de crédito (de moneda en general) por enci­
ma de la capacidad del sector financiero. 'Cuando las reservas bancarias disminu;
yen «demasiado», los bancos aumentan el tipo de interés y reducen la oferta mo­
netaria. La contracción del gasto derivada de ello resulta amplificada por la polí­
tica de reducción de las reservas de mercancías llevada a cabo por los mayoristas?
quienes operan con un elevado coeficiente deuda-facturación y, en consecuencia,
se ven fuertemente afectados por el aumento del tipo de interés. La contracción
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 239

monetaria no se traduce de manera total e inmediata en una reducción del nivel


de los precios, ya que éstos son rígidos, como también lo son los salarios. Por
tanto, la deflación lleva a una reducción del nivel de actividad.
La de Hawtrey es una teoría «puramente monetaria» de las fluctuaciones
económicas; pero la hipótesis sobre la rigidez de los precios y de los salarios de­
sempeña un papel esencial a la hora de explicar el proceso de transmisión de los
impulsos monetarios a las variables reales. Esta es precisamente la hipótesis a la
que se trataría de reducir —varios años más tarde— el «caso particular» keyne-
; siano. Sin embargo, el hecho es que Keynes criticó este planteamiento teórico.
| Nos limitaremos aquí a observar lo extraño del caso, pero volveremos sobre ello
Lmás adelante.
En la década de 1920, Hawtrey se encontró bastante aislado en los ambien­
tes académicos ingleses; pero en la de 1930 Robbins y Hayek vinieron a ayudarle
en el plano teórico. Especialmente importantes fueron dos trabajos de Friedrich
August von Hayek (n. 1899): La teoría monetaria y el ciclo económico (publicada
en alemán en 1929, y traducida al inglés en 1933) y Prices and Productíon (1931).
La teoría del ciclo de Hayek trataba de compaginar una teoría monetaria de las
fluctuaciones similar a la de Hawtrey con'otras dos teorías: la del capital de
Bóhm-Bawerk y la wickselliana del proceso acumulativo. La expansión crediticia
produce inicialmente dos efectos: baja el tipo de interés y crea ahorro forzado,
aumentando el poder adquisitivo de los inversores en detrimento del de los con­
sumidores. Con las inversiones aumentan los precios de los bienes de capital y,
por tanto, su producción. De este modo, alimenta la duración del período de pro­
ducción y la intensidad capitalista del sistema. En las fases de contracción mone­
taria se verifican los procesos opuestos, de modo que el empleo deberá desplazar­
se de nuevo de un sector a otro. En efecto, la deflación reduce la duración del pe­
ríodo de producción, aumentando el consumo y reduciendo la inversión. Pero
este proceso de transformación requiere tiempo, ya que los bienes de capital no
pueden transferirse de un sector a otro, sino que deben sustituirse con bienes de
capital nuevos. Durante este proceso de sustitución técnica se crea desempleo
temporal.
En el frente teórico opuesto a Hawtrey y Hayek se hallaban Roberíson; Pi-
gou y Keynes. En A Study of Industrial Fluctuations (1915), Dennis Holme Ro-
bertson (1890-1963) evidenció los factores reales de las fluctuaciones económi­
cas, combinando una teoría de la sobreinfefsión con una teoría de los efectos de
las innovaciones tecnológicas similar a la de Schumpeter. En cambio, en Banking
Policy and the Príce Level (1926) se centró en los aspectos monetarios del ciclo,
defendiendo la teoría del ahorro forzado. Una tesis importante, que diferenciaba
la posición de Roberíson de la de Hawtrey y Hayek, era la relativa a la definición
del papel del sistema bancario. Además del tradicional objetivo de la estabilidad
de los precios, Roberíson afirmaba que se debería gobernar el sector financiero
—dada su capacidad de influir en el nivel de inversiones a través del ahorro for­
zado— con el propósito de garantizar el nivel de ahorros deseado.
Pigou fue el otro gran crítico de la Treasury view. Su explicación del ciclo
económico se encuentra en Industrial Fluctuations (1927). De la vasta y compleja
teoría de Pigou merece la pena destacar, sobre todo, tres elementos. En primer
lugar, la tesis de que las variaciones dei empleo son generadas por las de la de­
240 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

manda agregada y, en especial, por las de las inversiones, a través de un proceso


de propagación basado en el multiplicador (aunque no se enuncie explícitamente
el principio del multiplicador). En segundo término, la tesis típicamente marsha-
lliana —o, mejor aún, prekeynesiana— de que las fluctuaciones de las inversiones
dependen fundamentalmente de las expectativas de beneficio de los empresarios.
Finalmente hay que recordar que, para Pigou, la posibilidad de hacer que aumen­
te el empleo depende de que se cumplan dos condiciones de naturaleza institu­
cional: una elevada elasticidad de la oferta de crédito y una elevada flexibilidad
de los precios y de los salarios.

7.2.2. C óm o K eynes lleg ó a ser k ey n ^ s ia n o

Respecto a los dos problemas fundamentales de la política económica ingle­


sa de las décadas de 1920 y 1930, Keynes adoptó una postura precisa desde me­
diados de la primera; y no cabe duda de que, en gran medida, su producción teó­
rica de los años posteriores estuvo motivada por la exigencia de dar un status
científico a sus posiciones políticas. Keynes se opuso al retomo al gold standard
ya en 1923, cuando, en el Breve tratado sobre la reforma monetaria, señaló el peli­
gro deflacionario inherente al retorno al oro. Dos años después, cuando el gold
standard se hubo restablecido, Keynes hizo sentir su voz en The Economic Conse-
quences ofMr. Churchill (1925), donde afirmó que la libra esterlina estaba aún de­
masiado sobrevalorada respecto al dólar y que, en consecuencia, el retorno al
oro, en presencia de salarios rígidos, requeriría una serie de ajustes en los niveles
de producción que perjudicarían gravemente a la industria exportadora inglesa.
Respecto al problema del desempleo, Keynes fue un defensor de los programas
de inversión pública, al menos a partir de 1924, cuando, en el artículo «Does
Unemployment Need a Drastic Remedy?», apoyó el programa de política de em­
pleo propuesto por Lloyd George y el partido liberal.
La filosofía subyacente a esta postura política fue presentada en The End of
Laissez Paire (1926), donde Keynes sostuvo la necesidad de abandonar la rígida
ortodoxia liberal, cuyos efectos económicos temía por lo menos tanto como los
efectos políticos del «socialismo de Estado». Keynes afirmaba que existen ámbi- ‘
tos de actividad en los que la iniciativa privada desempeña una función económi­
ca esencial y en los que el Estado no debe entrometerse; pero que existen tam­
bién otros en los que el Estado funciona mejor que los particulares. No fue mu­
cho más lejos al identificar este segundo tipo de actividades económicas, que bá­
sicamente redujo a dos: el control dél crédito y la regulación del proceso de for­
mación y distribución del ahorro. Pero lo que cuenta es la idea de que el Estado
debe asumir una tarea de «concerted and delibérate management» de la economía,
aunque sea utilizando un número limitado de instrumentos políticos.
Este énfasis en el management público venía motivado también por el hecho
de que el gold standard, al que —de manera realista— Keynes dejó de oponerse
desde el momento en que se restableció, planteaba un serie de problemas de esta­
bilidad añadidos a la economía nacional; problemas que podían resolverse preci­
samente con una política macroeconómica prudente. No deja de resultar extraño
y paradójico este punto de vista si se tiene presente que el pensamiento liberal
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 241

predicaba el gold standard precisamente por su supuesta capacidad de producir


ajustes automáticos. Sin embargo, para Keynes el problema político y filosófico
fundamental era otro: ¿no son estos ajustes «automáticos», dados sus efectos so­
bre el empleo, peores que el mal que pretenden curar?
Los años cruciales para la maduración del pensamiento de Keynes fueron
los inmediatamente posteriores a la publicación del Treatise on Money (1930). En
1931 apareció el Informe Macmillan, resultado de los trabajos de una Comisión
sobre las Finanzas y la Industria de la que Keynes era miembro. El Informe pro­
pugnaba una política económica similar a la que había propuesto Keynes en The
End of Laissez Faire. Además, hacía una serie de propuestas de política monetaria
de tipo reflacionario que parecían inspiradas en el Treatise de Keynes. La idea bá­
sica era que la expansión monetaria, por medio de la inflación, estimulara los be­
neficios y las inversiones, apartando a la economía de los cauces de la depresión.
• - En el Treatise on Money, Keynes había llegado a esta conclusión teórica me­
diante un modelo bastante complejo y muy ambicioso, en el que había tratado de
integrar los resultados de dos líneas distintas de investigación: por una parte, las
teorías neoclásicas del ciclo como fenómeno de desequilibrio monetario, en par­
ticular la de Marshall y, sobre todo, la de Wicksell; por otra, las teorías del dese­
quilibrio producción-gasto, elaboradas en los «submundos» heterodoxos por Tu-
gan-Baranovskij, Hobson, etc.
De este segundo tipo de modelos Keynes tomó la separación en dos sectores
productivos, uno de bienes de consumo y uno de bienes de inversión, y, sobre
todo, la idea de estudiar la dinámica de la economía como un fenómeno de dese­
quilibrio, siendo éste generado por la falta de correspondencia entre la composi­
ción del gasto y la composición de la producción. Puesto que las decisiones de in­
versión no son decisiones de ahorro, ni decisiones de producción de bienes de
inversión, puede suceder que la parte del gasto global dedicada a inversiones sea
superior a la parte de la producción total correspondiente a los bienes de inver­
sión. En una situación de desequilibrio como esta, los precios de los bienes de in­
versión aumentarán por encima de los costes (incluidos los beneficios normales),
con lo que aumentarán los beneficios (extraordinarios). Si este aumento de los
beneficios logra aumentar la confianza de los capitalistas, aumentarán sus gastos
tanto de consumo como de inversión. De este modo, el proceso inflacionario se
autoalimentará, por una parte propagándose del séctor de los bienes de capital a
todo el conjunto de la economía, y por otfd produciendo el extraño y milagroso
efecto de «la tinaja de la viuda»: puesto que los gastos de un agente son los bene­
ficios de otro, cuanto más elevados sean los gastos totales de los capitalistas más
elevadas serán sus ganancias.
El elemento marshalliano del modelo se relacionaba con la teoría de la de­
manda monetaria, que Keynes formuló —utilizando la ecuación de Cambridge—
en términos de la cantidad de reservas líquidas que la gente desea conservar. Pero
Keynes dio un paso más y, desarrollando una tesis de Robertson, distinguió entre
una demanda de cash deposits, motivada por las necesidades de las transaccio­
nes, y una demanda de saving deposits, dependiente de factores psicológicos
como el estado de confianza y el grado de bearishness («pesimismo») de la gente,
id Upo (le interés banca rio depende de las fuerzas de la oferta y la demanda mo­
netarias. Y aquí entra en escena el proceso acumulativo de Wicksell: las autorida­
242 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

des monetarias pueden bajar el tipo de interés, con lo que incentivarán las inver­
siones y pondrán en marcha un proceso de aumento de los precios y de los bene­
ficios que alimentará la confianza de los empresarios, induciéndoles a aumentar
la producción.
Este es el secreto de la política de management monetario defendida por
Keynes en la década de 1920. Las autoridades monetarias no deben preocuparse
únicamente de la estabilidad de los precios, sino también —y sobre todo— de la
creación de ahorro. Y si estos dos objetivos se hallaran en conflicto, el que se
debe sacrificar es el de la estabilidad de los precios. Por medio de la inflación,
las autoridades monetarias podrían inducir a los capitalistas privados a crear
empleo.
El Treatise suscitó muchas críticas y Aquí nos limitaremos a mencionar la
más importante: la formulada tanto por Hawtrey como por los miembros dél cir-
cus de jóvenes economistas de Cambridge que se reunían periódicamente para
discutir las teorías de Keynes, sobre todo Kahn. Básicamente, esta crítica se redu­
ce al hecho de que las «ecuaciones 'fundamentales.» mediante las cuales Keynes
formuló su modelo sólo son válidas en la hipótesis del pleno empleo; así, sus im­
plicaciones respecto a la capacidad del proceso acumulativo y de la política mo­
netaria de reflacionar la economía en términos reales constituían un non sequitur.
Fue una crítica sencilla y devastadora. Keynes acusó el golpe, y no cabe duda de
que contribuyó a que iniciara el trabajo teórico que, seis años después, le llevaría
a la publicación de la Teoría general. . .
Sin embargo, aquel proceso de replanteamiento se había iniciado ya en
1931. Por ejemplo, mientras que el Informe Macmillan hacía suyas las teorías
formuladas por Keynes en The End of Laissez Paire y en el Treatise, una minoría
de miembros de la Comisión —que incluía al propio Keynes— manifestó su es­
cepticismo ante la posibilidad de que la política monetaria pudiera «curar» el de­
sempleo. Además, y también en 1931, Keynes dio una serie de conferencias (Ha-
rris Lectures) en Chicago, donde por primera vez afrontó el problema del desem­
pleo en términos del nivel de producción de equilibrio en cuanto determinado
por un nivel dado de inversiones, admitiendo de este modo —aunque sólo de pa­
sada— que una situación de desempleo puede ser una situación de equilibrio.

7.2.3. L a T e o r ía g e n e r a l : demanda efectiva y em pleo

El salto teórico fundamental con el que Keynes hizo su revolución consiste


en el abandono del análisis de desequilibrio típico del Treatise, y la adopción de
un enfoque de equilibrio macroeconómico. Para entender este paso, es necesario
partir de la ley de Say. La mayoría de los críticos prekeynesianos habían rechaza­
do esta ley por sus implicaciones relativas al equilibrio entre producción y gasto.
Este tipo de crítica se hallaba subyacente en todos aquellos modelos del desequi­
librio ahorro-inversión que finalmente culminarían en las ecuaciones del Treatise.
En la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), Keynes criticó la
ley de Say por una razón distinta de la tradicional: por sus implicaciones en rela­
ción a la dirección del nexo causal entre producción y gasto. Para Keynes, no es la
p r o d u c c ió n la q u e g e n e ra el g a s to y la d e m a n d a , s in o q u e so n la s d e c is io n e s d e
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 243

gasto las que generan la demanda, a la que luego se ajustará la producción. Esta
tesis tiene tres importantes implicaciones teóricas. La primera es que ya no hay
razón para perder el tiempo analizando los procesos dinámicos mediante los cua­
les la producción se ajusta a la demanda: basta suponer que son rápidos para dar­
los por sentados y, por tanto, ignorarlos; el análisis, entonces, se convierte en aná­
lisis de equilibrio. La segunda es que ya no hay razón para detenerse en la diná­
mica de la composición intersectorial de la producción: dado que la producción
se ajusta rápidamente a la demanda, los cambios de su estru ctu ra pueden igno­
rarse en el estudio de los factores que determinan su nivel; y esta es la principal
justificación del análisis macroeconómico keynesiano. La tercera es que, para
identificar las causas que determinan el nivel de empleo, hay que estudiar los fac­
tores de los que dependen las decisiones engasto.
Para exponer de la manera más sencilla la teoría de la demanda efectiva,
adoptaremos un procedimiento expositivo inventado por Hansen. La demanda
agregada se divide en un componente autónomo, la inversión (/), y uno inducido,
el consumo (C). El consumo varía con la renta según la función C = CQ+cY. Por
lo tanto, el gasto agregado es / + C = I + C0 + cY. Las tres funciones, /, C y C + /, se
representan en la figura 7.1. En el eje de las abscisas se representa la renta produ­
cida y distribuida; en el de las ordenadas, los gastos. La bisectriz del cuadrante
identifica todos los puntos en los que el gasto agregado es igual a la renta. Por lo
tanto, el punto de equilibrio será el punto E, en el que la recta C + I corta a la bi­
sectriz. En este punto, los gastos generan precisamente la cantidad de demanda y
de producción que permite distribuir la renta, Y.„ necesaria para financiar los
propios gastos. Puesto que C depende del nivel de renta, mienu as que l es auto-
246 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

ciencia marginal del capital y el de productividad marginal del capital; concepto,


este último, que muchos economistas neoclásicos han tratado de asimilar el pri­
mero.

7.2.4. L a T e o r ía g e n e r a l : preferencia po r la liquidez

En la teoría neoclásica, el tipo de interés se considera una variable real; de­


pendiente de la tecnología y/o de la psicología, se determina como el precio del
ahorro. En equilibrio, permite igualar los ahorros y las inversiones. Ya hemos vis­
to que en Keynes el ahorro se ajusta a la inversión por medio de las variaciones
de la renta generadas por las propias inversiones. En este proceso de ajuste, el
tipo de interés no desempeña función alguna. Se plantea así el doble problema de
establecer qué es y cómo debe determinarse el interés en una teoría de la deman­
da efectiva. La solución de Keynes consistió en considerar el tipo de interés como
una variable monetaria, en lugar de real, y determinarlo en base a las fuerzas de
la oferta y la demanda de dinero.
En la «ecuación de Cambridge», la teoría cuantitativa se presentaba en tér­
minos de la cantidad de reservas líquidas que los individuos desean conservar en
relación a los recursos reales de los que disponen. En esta óptica, el dinero sería
demandado principalmente por sus servicios en la compra de bienes reales. Sin
embargo, estas compras no son completamente programables, sino que depen­
den de factores imponderables e impredecibles; por lo tanto, las reservas líquidas
se demandan también por motivos de previsión. Y este es el origen de la teoría de
la preferencia por la liquidez. Los individuos desean conservar activos líquidos
porque el futuro es incierto. La moneda, el activo líquido por excelencia, es poder
adquisitivo que puede utilizarse en cualquier momento para hacer frente a con­
tingencias inesperadas. Por ello, los individuos preferirán conservar su riqueza en
forma de moneda más que en cualquier otra forma de activo. Pero el dinero es
necesario también para financiar las inversiones. Los empresarios que invierten
más de lo que ganan deberán obtener de algún modo la liquidez necesaria para
financiar los gastos de inversión. Con este fin emitirán pasivos —obligaciones, le­
tras de cambio, deudas bancarias, etc.—, que tratarán de «vender» a cámbio de
dinero. Pero ¿por qué razón los agentes económicos a los que se demanda liqui­
dez aceptarán conservar su propia riqueza en forma de activos no líquidos? Si
existe la preferencia por la liquidez, es necesario que los agentes económicos que
renuncien a conservar activos líquidos sean recompensados. He aquí el premio
por la liquidez: se trata de la diferencia entre el rendimiento de los activos no lí­
quidos y el rendimiento de los activos líquidos. En el caso simplificado tratado
por Keynes, el rendimiento del dinero es nulo y el premio por la liquidez coincide
con el interés pagado sobre un activo no líquido llamado genéricamente «título».
De este modo, resulta que la demanda de dinero depende no sólo del nivel
de las transacciones —como pretendía la ecuación de Cambridge, con su énfasis
en los motivos de las transacciones y de la previsión—, sino también del nivel del
tipo de interés. Dada la preferencia por la liquidez, la cantidad de dinero que los
agentes económicos desean conservar será tanto más alta cuanto más bajo sea el
tipo de. interés. Así. sí las autoridades monetarias lograran controlar la oferta ruine-
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 247

tana, lograrían también determinar el tipo de interés. Si tuviesen esta facultad,


dispondrían de un instrumento de política económica fácilmente manejable.
Pronto veremos la gran importancia de las dos condiciones aquí subrayadas.
La política monetaria debería actuar sobre la economía real por medio de
un «mecanismo de transmisión indirecta», hoy calificado de «keynesiano» en la
mayoría de los manuales de macroeconomía. Una expansión de la oferta moneta­
ria haría aumentar el precio de los títulos y disminuir el tipo de interés; dada la
opción de la eficiencia marginal del capital, una reducción del coste de financia­
ción provocaría un aumento de las inversiones; finalmente, por medio del multi­
plicador aumentarían también la renta y el empleo. No cabe duda de que en Key-
nes se hallan muchas propuestas que justifican esta teoría de la política moneta­
ria. Pero también es cierto que en la década de 1930, abandonando la posición
que había mantenido en la década anterior, Keynes se mostró muy escéptico res­
pecto a la eficacia de la política monetaria. Los motivos de este escepticismo pue­
den traducirse en tres tipos de consideraciones.
En primer lugar, no es cierto que las autoridades monetarias logren contro­
lar eficazmente la oferta de dinero. Aunque en la Teoría general Keynes había su­
puesto —más por comodidad expositiva que por otra razón— una cantidad de
moneda fijada exógenamente por las autoridades monetarias, en diversas ocasio­
nes, por el contrario, había expresado la opinión de que la oferta monetaria debía
adaptarse de modo bastante elástico a la demanda, y que, en definitiva, había de
ser endógena. Keynes no supo explotar todas las ventajas que la teoría de la ofer­
ta monetaria endógena representaba para su visión. En cambio —como veremos
en el capítulo 9— será el pensamiento postkeynesiano contemporáneo el que, en
época más reciente, sabrá sacar pleno partido de dichas ventajas.
Un segundo tipo de dudas provenía de consideraciones relativas ai papel de­
sempeñado por la especulación a la hora de determinar el tipo de interés. La mo­
neda no sólo se demanda para financiar la actividad productiva: se demanda tam­
bién para financiar la actividad especulativa. Los pasivos emitidos por las empre­
sas son objeto de compraventa y reciben un precio que depende únicamente de
las fuerzas de la oferta y la demanda. En «tiempos normales», los especuladores
se comportan más o menos como los otros agentes económicos y no pueden mo­
dificar los efectos de la preferencia por la liquidez de la gente sobre el tipo de in­
terés. Cuando los precios de los títulos aumentan y el interés disminuye, los espe­
culadores esperan que, en el ¡futuro, los .precios vuelvan a su valor fundamental y
el tipo de interés al suyo. Por lo tanto, venderán títulos para volver a comprarlos
en el futuro y, de este modo, contribuirán a estabilizar el mercado de los títulos.
Sin embargo, en «tiempos anormales» —y da la impresión de que Keynes piense
que en la bolsa los tiempos son a menudo anormales— los especuladores no ten­
drán en cuenta para nada los valores fundamentales, sino que tratarán de obtener
ganancias de capital especulando a muy corto plazo. Por ejemplo, comprarán tí­
tulos en las fases en las que los precios aumentan, contribuyendo así a que au­
menten aún más. Este tipo de especulación desestabiliza el mercado y condena a
la ineficacia las políticas monetarias que intentan fijar discrecionalmente el tipo
de interés. En efecto, no sólo los objetivos de la política monetaria pueden verse
frustrados por las expectativas de los especuladores, sino une incluso el empeño y
la fuerza con la que debe aplicarse una política determinada para lograr un cierto
248 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

objetivo podría provocar precisamente una oleada especulativa y producir unos


efectos totalmente opuestos a los deseados. Así —como hemos visto—, la existen­
cia de una función estable de demanda de dinero y la posibilidad de una política
monetaria eficaz dependen de que se cumplan dos condiciones: una, relativa a la
independencia de la preferencia por la liquidez (de los especuladores) con respec­
to a las variaciones del interés; la otra, concerniente a la capacidad por parte de
las autoridades monetarias de controlar la oferta de moneda. Pues bien: Keynes
creía que era difícil que estas dos condiciones se cumplieran en un sistema capi­
talista competitivo; aun así, lo cierto es que en la Teoría general la segunda de
ellas apenas fue objeto de atención por su parte.
Finalmente, el tercer tipo de dudas se refiere a la posibilidad de influir amplia­
mente en las decisiones de inversión por predio de la política monetaria. Aun admi­
tiendo que las autoridades monetarias logren determinar discrecionalmente el tipo
de interés, ¿en qué medida una variación de este último podría influir en el nivel de
inversión? En una medida mínima, afirmaba Keynes. Es cierto que las decisiones de
inversión dependen de la eficiencia marginal del capital y del coste de la financia­
ción. Pero las expectativas de beneficio dependen especialmente de los estados de
ánimo de los empresarios, y éstos resultan muy inestables. Cuando predomina el pe­
simismo las inversiones se posponen para épocas mejores, y ninguna reducción del
tipo de interés hará que los empresarios cambien de idea. Por el contrario, en las fa­
ses de optimismo las expectativas de ganancias son elevadas y se retroalimentan; y,
en consecuencia, resulta difícil que un aumento del tipo de interés pueda desincenti­
var de modo significativo las decisiones de inversión. Pero puede suceder algo peor;
a saber: que las propias variaciones del interés influyan en la formación de las expec­
tativas de beneficio. En este caso, incluso sería imposible elaborar curvas de la efi­
ciencia marginal del capital como las de la figura 7.2.
Así, aun admitiendo que se superen los dos primeros tipos de dificultades y
que las autoridades monetarias logren modificar díscrecionalmente el tipo de in­
terés sin desestabilizar los mercados financieros, ello no significa que esta políti­
ca resulte eficaz a la hora de influir en las variables reales. Se entiende entonces
por qué las políticas monetarias propugnadas por los discípulos de Keynes des­
pués de la segunda guerra mundial, y adoptadas en los principales países indus­
trializados hasta finales de la década de 1960, se inspiraban en el sencillo princi--
pió de estabilizar el tipo de interés dejando que el sistema económico obtuviera
toda la liquidez demandada.
El revolucionario libro de Keynes concluye con un importante capítulo so­
bre la «filosofía social a la que podría llevar la Teoría general». En él, Keynes recu­
peraba una serie de temas que ya había abordado diez años antes en The End of
Laissez Taire, aunque radicalizando su posición contraria al laissez faire y llegan­
do a conceder un amplio margen a la intervención estatal en la economía. Más
escéptico sobre la eficacia de la política monetaria de lo que lo había sido diez
años antes, Keynes se había llegado a convencer de que el derecho del Estado a
intervenir en el sector privado no debía limitarse ya a la gestión del crédito y
—por medio de ésta— al proceso de formación del ahorro; en lugar de ello, se ha­
bía de ampliar a los dos ámbitos en los que el laissez faire había mostrado más
claramente sus deficiencias: la determinación del nivel de inversiones y la de la
distribución de la renta.
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 249

En el primer caso, Keynes llegó incluso a predicar una especie de «socializa­


ción de las inversiones». Dado que el nivel de las inversiones normalmente tendía
—en un régimen de laissez faire— a conducir a la economía hacia equilibrios de
subempleo, el Estado tenía el derecho —o, mejor, el deber— de intervenir para
asegurar el pleno empleo. Respecto a la distribución de la renta, Keynes observó
que el régimen de laissez faire tendía naturalmente a la instauración de esquemas
distributivos arbitrarios e injustos. Consideraba, además, que la elevada cantidad
de ahorro generada por una distribución de la renta muy desigual podía servir
únicamente para mantener bajos los niveles del gasto y de la demanda agregada,
más que para sostener el proceso de acumulación. También aquí debía intervenir
el Estado.
Sin embargo, debía intervenir sin mermar los principios fundamentales en
los que se basaba la economía capitalista, tal como él la veía: el individualismo y la
propiedad privada de los medios de producción. Keynes se oponía al laissez faire,
pero seguía siendo liberal. Para él, la intervención estatal no debía abolir la «mano
invisible», sino más bien ayudarla a manifestarse y —en cierto sentido— a hacerse
visible. He aquí el origen de la nueva filosofía del «mercado administrado».

7.3. Michal Kalecki


7 .3 .1 . E l n iv e l d e r e n t a y s u d ist r ib u c ió n

Michal Kalecki (1899-1970) es considerado por muchos un keynesiano menor


y un divulgador de la revolución keynesiana. A veces se le reconoce el papel de
precursor, pero poco más. Bien al contrario, su obra es importante en la historia
del pensamiento económico contemporáneo, no sólo porque fue el primero en for­
mular la teoría de la demanda efectiva, ni por el hecho de que su versión de dicha
teoría es más realista que la keynesiana —dado el papel central que confiere al
problema de la distribución de la renta y al contexto no competitivo en el que se
determinan los precios—, sino, sobre todo, porque Kalecki, dada su formación no
académica y su planteamiento teórico marxista, fue casi completamente inmune a
aquellas rémoras doctrinales que en más de una ocasión habían confundido el
pensamiento de Keynes. Se ha dicho —a nuestro entender, acertadamente— que
precisamente por estas razones Kalecki fue más keynesiano que el propio Keynes.
Tanto es así que, después de la segunda guerra mundial, algunos de los más cohe­
rentes seguidores de Keynes en Cambridge, en un intento de depurar la obra del
maestro de cualquier residuo antikeynesiano, en realidad no hicieron sino desa­
rrollar la versión kaleckiana de la teoría de la demanda efectiva, tratando de elabo­
rar un sistema teórico que bien podría definirse como neokaleckiano.
La primera formulación del principio de la demanda efectiva se halla en un
ensayo publicado en Varsovia, en 1933, con el título de Proba teorji konjunktury,
que más tarde apareció, en versión resumida, en Econometrica (1935), con el títu­
lo de «A Macroeconomic Theory of Business Cycle». También de 1933 es el ar­
tículo «On Foreign Trade and "Domestic Exports"». En los cinco años siguientes
apaj.cci.ci un vanos artículos n ias, que señan recogieses, oe í y.i9, en ei vu.itunen ti­
tulado Essays in the Theory of Economía Fluctuations. En los años siguientes se
250 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

publicaron otros ensayos y antologías. Aquí destacaremos los Ensayos escogidos


sobre dinámica de la economía capitalista, publicados en 1971, que recogen lo me­
jor de la producción científica de Kalecki.
Para exponer 1a. teoría de la demanda efectiva de Kalecki de la manera más sim­
ple partiremos de la ecuación que define la renta nacional como la suma del consumo
y la inversión, Y = C +1. Separemos el consumo de los trabajadores del de los capita­
listas. El primero, suponiendo la propensión al consumo de los trabajadores igual a 1,
coincide con los salarios, W. El segundo es igual a CpP, donde cp es la predisposición al
consumo de los capitalistas, y P, el nivel de beneficios. Tendremos, pues:
I + W +c J = Y
¡,,'p
Dado que W =Y-P, se obtiene:
I+ Y - P (l - cp) = 7
, ! ,
1 Cp
Esta última ecuación incorpora la versión kaleckiana del teorema de «la tina­
ja de la viuda»: «Los capitalistas pueden decidir consumir e invertir en un período
determinado más que en el período anterior, pero no pueden decidir ganar más.
Son, pues, sus decisiones sobre la inversión y el consumo las que determinan los
beneficios, y no al revés» (pp. 78-79). Así, los beneficios resultan determinados por
las decisiones de inversión a través de un proceso similar al dél multiplicador key-
nesiano. Sin embargo, en la versión kaleckiana queda más claro aún el papel que
desempeña el multiplicador en el proceso de creación de los ahorros necesarios
para financiar las inversiones. Puesto que en este modelo sólo ahorran los capita­
listas, el aumento de los beneficios generado por un aumento dado de las inversio-
¡ nes continuará hasta el punto en el que se haya creado la totalidad de los fondos
' necesarios para pagar las deudas contraídas para financiar dichas inversiones.
El problema ahora es: ¿qué niveles de renta y de empleo generan unas decisio­
nes de inversión determinadas? Después de una poco convincente tentativa inicial,
basada en la hipótesis de que la tasa de beneficio, el margen de beneficio y el nivel de
utilización de la capacidad productiva varían en la misma dirección, Kalecki logró fi­
nalmente resolver el problema utilizando la «ley de Bowley», una ley empírica —des­
cubierta en 1937— según la cual la parte de la renta correspondiente a-los salarios
permanece constante en el transcurso del tiempo. También aquí simplificaremos al
máximo. Sea q = P l Y la parte de los beneficios, que se conoce. Podemos, entonces,
transformar la ecuación de los beneficios del siguiente modo:

1~ c p q
Dadas las inversiones y la parte de.la renta correspondiente a los beneficios,
cuanto más baja sea la propensión al. ahorro de los capitalistas más alto será el
nivel de renta necesario para proporcionar los ahorros requeridos para financiar
dicha:-, inversiones.
■ LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 251

Queda un último problema: el de la determinación de la parte de los benefi­


cios. Las hipótesis formulada por Kalecki para resolverlo fueron tres:
a) no existe competencia perfecta;
b) los costes variables medios de las empresas permanecen constantes
mientras no se alcance la plena utilización de las instalaciones y/o el pleno
empleo;
c) los precios son fijados por las empresas en función de los costes varia­
bles medios y del precio medio predominante en la industria en la que operan.
La idea básica era esta; que, debido a fenómenos económicos como la con­
centración industrial, la integración vertical, la diversificación productiva y la
coordinación oligopolista del mercado, las grandes empresas modernas poseen un
poder de mercado discrecional; y que utilizan dicho poder para fijar, entre otras
cosas, los precios de los productos. Por lo tanto, ni las variaciones de la demanda
ni las condiciones de escasez desempeñan un papel importante en la explicación
de los movimientos de los precios correspondientes a los productos manufactura­
dos. Desde esta óptica, los precios dependen de los costes variables, sobre todo del
coste del trabajo, y del «grado de monopolio» existente en las diversas industrias.
JLa diversidad intersectorial de los grados de monopolio se deriva de los distintos
grados de concentración industrial predominantes en los diferentes sectores pro­
ductivos, mientras que el grado de monopolio vigente en cada sector depende de la
distribución del poder de mercado entre las empresas que lo integran.
Por lo tanto, dados los grados de monopolio de las distintas empresas, sus
curvas de costes y sus contribuciones relativas a la producción de la industria, el
margen de beneficio medio de la industria depende del grado de monopolio me­
dio, y no varía al hacerlo la producción. Podemos hacer extensivo este razona­
miento al conjunto de la economía (que, para simplificar, supondremos cerrada).
Dado el margen de benefició medio del conjunto de la economía, se conoce el
coeficiente beneficios-salarios. Un aumento de las inversiones hace aumentar la
demanda agregada. Si no hay pleno empleo o plena utilización de las instalacio­
nes, las empresas pueden satisfacer la demanda aumentando la producción sin
modificar los precios. Por lo tanto, el nivel de la renta puede aumentar sin que
varíe su distribución. Ésta depende de la estructura de los mercados. Cuanto más
baja es la competencia, más altos sorr—como promedio— los precios respecto a
los costes variables y más altos son los beneficios respecto a los salarios. Poste­
riormente, Kalecki reinterpretó el «grado de monopolio» teniendo en cuenta el
conflicto de clase y, en particular, el papel desempeñado por la concertación sala­
rial a la hora de determinar la distribución de la renta. Con ello, la teoría ganó en
realismo, si bien su estructura analítica permaneció básicamente invariable.

7.3.2. El CICLOECONÓMICO
A diferencia cíe Keynes, Kalecki utilizaba el principio de la demanda efectiva
no en el contexto de una leuría del n iv e l da la rama, sino en d de una teoría del c i­
clo económico. Una vez determinada la renta a partir del conocimiento de las de­
252 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

cisiones de inversión, la tarea de Keynes ha terminado. La de Kalecki, en cambio,


acaba de empezar, puesto que se plantea la cuestión de cómo determinar las in­
versiones. El problema del ciclo económico consiste en la explicación de las fluc­
tuaciones de las inversiones.
Para Kalecki, las inversiones dependen de las expectativas de beneficio y del
tipo de interés. Este último debe influir en las inversiones en cuanto representa el
coste de financiación. Pero en todas las formulaciones analíticas de la función de
las inversiones Kalecki ignoró el tipo de interés, simplificación que se justifica
por una peculiar teoría de la estructura temporal de los tipos de interés y de sus
variaciones. Dicha teoría parece basada en una mezcla de doctrinas marxianas y
fisherianas, aunque Kalecki no citara al respecto ni a Marx ni a Fisher. El tipo de
interés a corto plazo varía procíclicamente, impulsado por la rentabilidad real.
Por lo tanto, si las expectativas de beneficio dependen de la tasa de beneficio co­
rriente y las variaciones de esta última son más fuertes.que las del tipo de interés,
la influencia del coste de la financiación en las inversiones puede ignorarse, al
menos en la misma medida en que las inversiones se financien con crédito a cor­
to plazo. Y esto es, pura y simplemente, Marx. Si, por el contrario, se financian
con la emisión de pasivos a largo plazo, hay que tomar en consideración el tipo
de interés a largo plazo. Sin embargo, según una teoría formulada por Fisher, el
interés a largo plazo no es otra cosa que la media de los tipos esperados a largo
plazo durante el período de vigencia del préstamo. Por lo tanto, las variaciones
del interés a largo plazo son siempre menores que las del interés a corto plazo; y
en la medida en que las inversiones se financien a largo plazo, la influencia de las
variaciones del coste de la financiación se puede ignorar aún más legítimamente.
No obstante, aquí surge un problema: si existe una diferencia permanente
entre la tasa de beneficio y el tipo de interés, ¿qué impide el crecimiento indefini­
do de las inversiones? La solución propuesta por Keynes a este problema consis­
tía en suponer una eficiencia marginal del capital decreciente y en justificar esta
suposición básicamente con la hipótesis de la existencia de costes crecientes en la
industria de los bienes de capital. Kalecki rechazó esta explicación y la sustituyó
por otra basada en la hipótesis del «riesgo creciente», inspirándose para ello en
un estudio de Marek Breit, un economista polaco con el que había trabajado en
Varsovia. Esta hipótesis implica que el riesgo de una inversión aumenta al hacer--
lo la proporción de inversiones respecto al patrimonio: y ello, debido a que au-
menta el riesgo“dé'iñsdlvéhiímy de quiebra?
Felina primera versión de su modelo del ciclo, Kalecki hizo depender las in-
! versiones de la renta nacional (considerada como una proxy de la cuantía de los
1 beneficios) y del stock de capital existente. La relación con la renta nacional es
I creciente: la relación con el stock de capital, decreciente. Esta no es más que una
■ particular versión del principio de ajuste del stock al capital. El movimiento cíclico
1 de las inversiones se explica mediante el acoplamiento de este principio con algu­
nas hipótesis relativas a la estructura de los retardos temporales. El aumento de
las inversiones hace aumentar el stock de capital, el cual, en un momento deter­
minado, se considerará demasiado elevado para justificar un nuevo aumento de
las inversiones, con lo que éstas empezarán a disminuir; cuando se vuelva a con­
siderar el stock de capital demasiado bajo, el ciclo empezará de nuevo. J. Tinber-
een había formulado un modelo similar, aunque limitado al caso de los astilleros,
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 253

en el artículo «¿Un ciclo de la construcción naval?» (publicado en alemán en


Weltwirtschaftlich.es Archiv, en 1931; trad: cast. en Ensayos de teoría económica,
Madrid, 1965). Es justo recordar este artículo, ya que Kalecki se inspiró amplia­
mente en él.
En una versión más tardía de su modelo, Kalecki modificó la función de las
inversiones, haciéndolas depender no sólo del nivel de la renta (mediante la fun­
ción de los ahorros), sino también de süs variaciones y de las del stock de capital.
El nuevo modelo resultó ser una generalización del antiguo, así como dé otros •
' modelos del tipo multiplicador-acelerador.
Desde comienzos de la década de 1940, Kalecki pareció mostrar una cre­
ciente insatisfacción por este tipo de modelos, aunque siguió trabajando en ellos
hasta la década de 1950. De cualquier modo, en un artículo de 1943 emprendió
un camino totalmente distinto, iniciando un campo de investigación que ha de­
mostrado ser mucho más prometedor que el de los modelos mecanicistas basa­
dos en la interacción multiplicador-acelerador: el del ciclo económico-político.
El artículo en cuestión es «Political Aspects of Full Employment», publicado en
Political Quarterly. En él, Kalecki estudiaba la posibilidad de estimular el creci­
miento de la renta a través del gasto público. Afirmaba que una política así cho­
caría, sin embargo, con la oposición de los«industrial leaders», oposición que se
explicaría tanto por factores de naturaleza ideológica como por otros de natura­
leza más específicamente económico-política. El caso es que el mantenimiento
del pleno empleo haría aumentar la «self-assurance» de los trabajadores, desper­
tando su conciencia de clase y debilitando la función disciplinaria del miedo a
perder el puesto de trabajo, estimularía las huelgas, minaría la posición social y
la autoridad de quienes ejercen el mando en las industrias y, en definitiva, po­
dría provocar transformaciones sociales y políticas consideradas peligrosas por
las clases dominantes.
No necesariamente el conflicto de clase fomentado por el pleno empleo pro­
vocaría una disminución de los beneficios, dada la capacidad de las empresas de
cargar inmediatamente sobre los precios el aumento de los costes del trabajo.
«Pero la “disciplina en las fábricas” y la "estabilidad política” son más apreciadas
que los beneficios por parte.de los dirigentes industriales. El instinto de clase les
dice que una situación de pleno empleo estable no resulta saludable pára ellos, y
que el desempleo es una parte integrante del sistema capitalista» (p. 168). Así, an­
tes o después, el gobierno se vería obíigado a abandonar las políticas de pleno
empleo; la consecuente depresión, sin embargo, obligaría a reemprender las polí­
ticas de expansión, y el ciclo empezaría de nuevo.

7.4. Joseph Alois Schumpeter


7.4.1. E quilibrio y desarrollo
La misma relación que tuvo Keynes con el pensamiento de Marshall, la tuvo
Schumpeter (1883-1950) con el de Walras: la admiración hacia el trabajo de su
maestro constituyóuji impedimento - en lugar de una ayuda hora ela­
- a ia de

borar su propio sistema teórico. Al final, logró adaptar dicho trabajo a sus pro-
254 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

pios fines, no sin antes haberlo reinterpretado a su manera; en cualquier caso, no


obtuvo un gran provecho de ello en cuanto a coherencia y claridad de visión.
No disponemos aquí del espacio suficiente para ocuparnos de todos los as­
pectos interesantes de la actividad científica de Schumpeter, ni siquiera para
mencionar sus trabajos historiográficos y sociológicos más importantes. Nos li­
mitaremos, pues, a recordar sus tres principales obras económicas: Teoría del de­
senvolvimiento económico (1912), Business Cycles (1939) y Capitalismo, socialis­
mo y democracia (1942).
Schumpeter consideraba que el modelo walrasiano de equilibrio económico
general constituía el máximo logro de lá ciencia económica del siglo XLX, el punto
culminante de toda una línea de investigación, iniciada en el siglo XVIII por Ques-
nay, cuyo objetivo consistía en el estudió'de las condiciones que permiten que un
sistema integrado por agentes económicos independientes se reproduzca en el
tiempo. Definió estas condiciones en términos del «flujo circular» de intercam­
bios que se establece entre los agentes económicos cuando las decisiones y el
comportamiento de cada uno de ellos resultan compatibles con los de todos los
demás. Las condiciones de equilibrio, cuando se realizan, permiten que el siste­
ma económico se reproduzca en el tiempo manteniendo su estructura inalterable.
De este modo, el modelo walrasiano de equilibrio económico general se reinter­
preta como un modelo de equilibrio estacionario..
Para Schumpeter, el equilibrio estacionario se alcanza mediante la actuación
de los «agentes económicos tradicionales»: sujetos que siguen comportamientos
adaptativos y rutinarios. Por otra parte, la posibilidad de que los agentes tradicio­
nales sigan este tipo de comportamiento depende de que la economía efectiva­
mente avance por una vía de equilibro estacionario, una situación en la que no se
verifican cambios endógenos importantes. Para Schumpeter, un modelo de este
tipo es lógicamente coherente, pero incapaz de explicar los fenómenos económi­
cos verdaderamente importantes, como el cambio, el desarrollo, el progreso téc­
nico, el beneficio, etc.
La dinámica real de los sistemas capitalistas la genera el comportamiento de
un tipo de agente económico distinto del tradicional: «el empresario innovador».
Éste aspira al beneficio, y —consecuentemente— no puede existir en un sistema
en el que no se admitan «ni beneficios ni pérdidas». El empresario se distingué
del gerente de una empresa en cuanto aspira a introducir en el proceso producti­
vo nuevas combinaciones de factores productivos, mientras que el gerente sim­
plemente trata de organizar los factores de manera eficaz sobre la base de unas
posibilidades técnicas dadas. Así, la renta del gerente es una renta funcional,
como la de los trabajadores, y en un equilibrio estacionario' es positiva. En cam­
bio, la del empresario nace de la ruptura del equilibrio estacionario. El beneficio
proviene de la diferencia entre ingresos y costes; es una renta residual, activada
por la innovación. Nace, por ejemplo, de la posibilidad de introducir un nuevo
método productivo que permita producir una determinada mercancía con unos
costes menores que los de la competencia; o bien de la posibilidad de explotar an­
tes que los competidores un nuevo mercado, o un nuevo producto, o una nueva
fuente de materias primas, o un nuevo método de organización. Por lo tanto, esta
renta, que en realidad es una renta de monopolio, es de naturaleza transitoria. En
efecio, antes o después la competencia hará que la innovación se difunda y, con
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 255

ello, provocará la gradual eliminación de la ganancia diferencial del empresario.


Al final del proceso de difusión, la economía vuelve a aproximarse al equilibrio,
las tasas de crecimiento de la productividad y de la producción se anulan de nue­
vo, y las empresas vuelven a no obtener «ni beneficios ni pérdidas». Las ventajas
transitorias de la innovación han ido a parar al empresario, pero todo el conjunto
de la sociedad ha obtenido un provecho permanente de dicha innovación, en for­
ma de reducción de los precios o de aumento de la gama de productos disponi­
bles. El proceso de innovación es incesante, y, aunque ningún empresario indivi­
dual pueda asegurarse una renta permanente con un sólo acto empresarial, para
la clase de los empresarios en su conjunto los beneficios son permanentemente
positivos.
De esta teoría surge una concepción del proceso competitivo totalmente dis­
tinta de la neoclásica. Schumpeter encontró poco interesante la teoría tradicional
de la-competencia atomística y estática. Cuestionó la idea de que existan merca­
dos caracterizados por un gran número de competidores, así como la idea de que
cada uno de ellos aspire a maximizar sus beneficios a corto plazo tomando los
precios como parámetros y la tecnología como dada. En la realidad —afirmaba
Schumpeter—■, la competencia se desarrolla en mercados en los que normalmen­
te operan algunas grandes empresas. Cada una de ellas trata de obtener benefi­
cios, no estáticamente, decidiendo la cantidad que se va a producir en función de
la tecnología disponible én un momento dado, sino dinámicamente, decidiendo
una estrategia innovadora a largo plazo. No es aceptando las restricciones tecno­
lógicas, sino rompiéndolas, como las empresas se hacen la competencia. Por lo
tanto, el proceso competitivo es un proceso de «destrucción creadora» —como lo
llamaba Schumpeter—, un proceso que activa el desarrollo económico destruyen­
do continuamente lo viejo mediante la creación de lo nuevo.
Es evidente que esta teoría no se refiere a una «economía de mercado» abs­
tracta; por el contrario, asume como su objeto de investigación específico el siste­
ma económico capitalista, lo que hace que el pensamiento de Schumpeter se ha­
lle más próximo al de Marx y los clásicos que al de Walras y los neoclásicos. Y,
precisamente como Marx, Schumpeter no se limitó a definir históricamente el
capitalismo, sino que trató también de estudiar sus transformaciones estructura­
les en una visión evolutiva: por una parte, las fases de su evolución; por la otra,
las condiciones de su transformación en algo distinto.
La evolución del capitalismo estaría marcada por dos grandes fases: la del
«capitalismo competitivo» y la del «capitalismo “trustificadoV La primera se ca­
racteriza por la existencia de un gran número de pequeñas empresas, y en ella la
función empresarial es asumida por el propietario del capital, el proceso de inno­
vación tiene lugar mediante la creación de nuevas empresas y la competencia ac­
túa a través de la quiebra de las empresas ineficaces y obsoletas. La segunda, en
cambio, se caracteriza por la existencia de empresas de grandes dimensiones; el
progreso técnico se programa y se activa en el seno de dichas empresas, y el cre­
cimiento tiene lugar a través del aumento de las dimensiones de las empresas, an­
tes que de su número.
Un problema que preocupaba a Schumpeter era el siguiente: ¿quién realiza
la tuncióíi empresarial en el capitalismo «írustificado»? En la medida en que el
progreso técnico se origina en los departamentos de «investigación y desarrollo»
256 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

de las grandes empresas, la coincidencia entre el capitalista como propietario


clei capital y el capitalista corno empresario innovador se desvanece. La innova­
ción se convierte, cada vez más, en una cuestión de gerentes y empleados, si no
de equipos de investigación. De este modo, tiende a desaparecer aquella clase
burguesa que había iniciado el proceso de transformación social moderna
arriesgando su propia riqueza; y con ella tienden a desaparecer sus valores éti­
cos y políticos. Por otra parte, y debido al surgimiento de otras clases sociales y
otros valores, tienden a legitimarse concepciones políticas que justifican la in­
tervención del Estado tanto en el ámbito de la actividad productiva como en el
de la distribución de la renta. De esta manera, mientras se debilita la tendencia
a la acumulación individualista del capital, se refuerzan las tendencias sociales
hacia la construcción de una organización económica basada en la planificación
centralizada.

7.4.2. Ciclo y dinero


Para Schumpeter, el desarrollo económico no evoluciona en el tiempo de un
modo regular, sino que atraviesa una serie de fluctuaciones cíclicas. O mejor aún:
precisamente el movimiento cíclico es la forma —por decirlo así— regular de la
evolución de la economía capitalista. La razón principal de ello es que las innova­
ciones tienden a aparecer agrupadas y en períodos determinados. Son estos gru­
pos de innovaciones los que, rompiendo el equilibrio estacionario, activan el pro­
ceso de desarrollo. Hacen que aumente el gasto total en bienes de inversión, lo
que acarrea el incremento de los niveles de producción de todas las industrias.
Asimismo, aumentan los precios y los beneficios, mientras que se ven incentiva­
das gran número de iniciativas económicas, incluso de naturaleza especulativa,
que —en cambio— no se considerarían convenientes en una economía en estado
estacionario. Sin embargo, a medida que avanza el proceso de difusión de las in­
novaciones, los precios vuelven a ajustarse a los costes, los beneficios son gra­
dualmente eliminados y la economía en su conjunto se aproxima al equilibrio.
Además, la depresión puede verse agravada por los impulsos deflacionarios pro­
venientes de la necesidad de los empresarios de pagar las deudas contraídas para-
financiar las innovaciones. De este modo la economía, en lugar de estabilizarse
en el camino del equilibrio, puede entrar en una profunda hondonada de depre­
sión; y esto señará, como mínimo, para expulsar del mercado todas las iniciativas
económicas más o menos aventuradas que habían sido posibles en el anterior pe­
ríodo de prosperidad.
El principal problema teórico de este modelo consiste en explicar por qué
las innovaciones tienden a distribuirse de manera no uniforme en el tiempo, si
los inventos —en cambio— se distribuyen de modo casual. Los motivos aduci­
dos por Schumpeter resultan poco Convincentes, aunque no carecen de atracti­
vo. La introducción de las innovaciones requiere la ruptura de fuertes resisten­
cias sociales y psicológicas provenientes de los comportamientos de los agentes
tradicionales. Debido a estas resistencias, los inventos no se transformen inme­
diatamente en innovaciones, sino que permanecen —por decirlo así— inertes.
Se.acumula, así, un potencial innovador no utilizado. Sin embargo, una vez que
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 257

algunas de tales resistencias han sido superadas o debilitadas por algún acto in­
novador de relieve, resulta más fácil para los demás empresarios evadirse del
freno que éstas suponen. De este modo, muchas otras innovaciones siguen a las
primeras, formando una especie de enjambre: una o algunas de ellas hacen de
avanzadilla, detrás se amontonan las demás, y todo el potencial innovador se
descarga de golpe.
Por lo que respecta a la duración de los ciclos,' Schumpeter la hace depender
fundamentalmente del tipo de bienes de capital en los que se incorpora el progre­
so técnico, pero no está claro si el factor de periodicidad se relaciona con la dura­
ción de los bienes de capital o con el tiempo necesario para que se complete la di­
fusión de las innovaciones. En cualquier caso —con una base sobre todo empíri­
ca, y partiendo de un profundo y amplio conocimiento histórico—, Schumpeter
distingue tres tipos de fluctuaciones diferenciados por tres órdenes diferentes de
periodicidad: los ciclos de Kitchin, de una duración media de 40 meses; los ciclos
de Juglar, de aproximadamente un decenio, y los ciclos de Kondratiev, de entre 50
y 60 años de duración.
Un aspecto interesante de la teoría schumpeteriana del ciclo se refiere a los
factores monetarios de la dinámica económica. El problema central de una eco­
nomía capitalista en crecimiento es el de la financiación de las inversiones inno­
vadoras. Los empresarios que pretenden explotar una innovación generalmente
no disponen de los fondos necesarios para hacerlo. Éstos provienen de los bene­
ficios, pero las innovaciones sólo producen beneficios después de haberse lleva­
do a cabo, y a menudo bastante tiempo después. De ahí la necesidad de crédito.
El sistema bancario no se limita a redistribuir los ahorros de quien los efectúa a
quien los utiliza. Mediante el crédito los bancos crean nueva moneda, es decir,
producen nuevo poder adquisitivo, liquidez añadida respecto a los stocks de mo­
neda existente; y es esta liquidez añadida la que permite a los empresarios finan­
ciar las innovaciones y a la sociédad incrementar el stock de capital real. En tér­
minos reales, el crédito se traduce en una especie de ahorro forzado. En efecto,
permite a los empresarios apropiarse de recursos reales que no han producido y,
a través de la inflación, obliga a los agentes tradicionales a renunciar a una par­
te de los recursos que han producido. Así, el crédito sirve para transferir recur­
sos del consumo a la inversión, y de las inversiones menos productivas a las más
productivas.
Por otra parte, es precisamente esta^,mayor productividad de las inversiones
innovadoras la que explica el interés. Para los bancos, el tipo de interés es el pre­
cio de venta del crédito. Para los empresarios, es el coste de financiación. Se tra­
ta, por lo tanto, de una variable monetaria. Su existencia es posible gracias a la
existencia de los beneficios. En efecto, sólo si los beneficios son positivos los em­
presarios estarán dispuestos a pagar un interés positivo. He aquí por qué Schum­
peter pensaba que el tipo de interés debía ser nulo en una economía en equilibrio
estacionario. Y he aquí por qué se mostraba escéptico respecto a las teorías neo­
clásicas que trataban de explicar el interés en términos de una cierta relación de
equilibrio entre el sacrificio (psicológico) inherente al acto del ahorro y las venta­
jas derivadas de su utilización productiva.
258 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

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LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (I) 259

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Capítulo 8
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II)

8.1. La teoría de las formas de mercado


-8-1.1. • P r im e r o s s ín t o m a s d e d isc r e p a n c ia

El sistema teórico marshalliano, quizás precisamente por su exigencia de


dar cuenta de la realidad y por su intento de unir el evolucionismo social a la éti­
ca utilitarista, terminó por adquirir un carácter ambiguo y provocó una reacción
crítica. Dicha reacción se vio favorecida, entre otras cosas, por la vulgata marsha-
lliana predicada por sus discípulos. Los Principios, además de una gran obra de
análisis económico, constituyen un impresionante libro de sociología sobre el ca­
pitalismo inglés del siglo XIX, y se hallan penetrados de un profundo sentido de la
historia. Pero los discípulos de Marshall, aun los más fieles, decidieron desarro­
llar únicamente la parte analítica de la obra marshalliana, olvidando totalmente
su fondo cultural y filosófico. Y precisamente esta desafortunada divergencia en­
tre los intereses de Marshall y los de los marshallianos dio origen a no pocos ma­
lentendidos.
En Cambridge, donde la influencia de Marshall perduró durante mucho
tiempo, los primeros síntomas de discrepancia aparecieron ya a comienzos de la
década de 1920. El objeto de las críticas era la cuestión de la compatibilidad en­
tre la hipótesis de la competencia perfecta y el método del equilibrio parcial. En
los Principios se discutía la existencia de diferentes sectores productivos, caracte­
rizados por tener costes decrecientes (fenómeno por el que, al aumentar el volu­
men de producción del sector, el coste unitario soportado por cada empresa dis­
minuye), y costes constantes, además dú los costes crecientes. La curva de oferta
a largo plazo del sector no necesariamente es ascendente, sino que puede resultar
horizontal o descendente. Ahora bien, es imposible establecer a priori cuál de las
tres situaciones debe considerarse la más plausible o probable; se trata de una
cuestión que se debe averiguar caso por caso, refiriéndose explícitamente al tipo
de sector en cuestión. En todo caso, lo que —de manera general— se puede afir­
mar es que no existe una «ley» de la oferta a largo plazo que establezca una rela­
ción creciente entre precio y cantidad, del mismo modo que se puede hablar
(aunque con reservas) de una «ley» de demanda que establece una relación decre­
ciente. A largo plazo, y a nivel de sector, no existe ninguna «ley de proporciones
variables» capaz de generar una cuna de oferta ascendente.
E! problema de la idenüíicacióion ei ca de las y üc los clisamos re­
gímenes de costes que predominan en ellas lo planteó por primera vez el historiador
262 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

de la economía J. H. Clapham. En el célebre artículo «Las cajas vacías económicas»


(publicado en Economía Journal, 1922; trad. cast. en G. Stigler y K. Boulding, eds.,
Ensayos sobre ¡a teoría de los precios,'Madrid, 3.a ed., 1968), Clapham evidenció las
frustraciones del economista que trata de' utilizar en la investigación empírica la cla­
sificación marshalliana de industrias con costes crecientes, constantes y decrecien­
tes. En el debate a que dio lugar, Pigou acabó afirmando —para defender la ortodo­
xia marshalliana— que, si la observación empírica no convalidaba la teoría de la
oferta basada en ios costes no proporcionales, ello se debía a que la documentación
estadística en poder' del investigador se hallaba atrasada.

8 .1 .2 . L a crítica d e S r a ffa al sist e m a t e ó r ic o m a r sh a l l ia n o

Muy distinta fue la línea crítica que siguió Piero Sraffa (1 8 9 0 -1 9 8 3 ), quien in­
tervino en la polémica con un artículo titulado «Sobre las relaciones entre coste y
cantidad producida», publicado en Giornale degli Economisti en 19 25 (trad. cast.
en Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de Valencia,
1975). En el método de equilibrio parcial es necesario suponer que el mercado de
la mercancía que se está estudiando está separado de todos los demás mercados,
de tal manera que cuanto sucede en aquél no influye de modo determinante en los
precios de las otras mercancías. Ahora bien, en un sector con costes crecientes
(decrecientes) el aumento de la producción provoca un aumento (disminución) de
los precios de los factores productivos. Por lo tanto, si se pretende seguir razonan­
do en términos de equilibrio parcial, habría que postular que los inputs cuyos pre­
cios aumentan (o disminuyen) al aumentar la producción del sector son solamente
los utilizados por la industria en cuestión. En cambio, la variación de sus precios
modificaría los precios de las mercancías producidas en otros sectores. Pero, ob­
viamente, se trata de una hipótesis muy radical: «La imponente construcción de la
productividad decreciente sólo puede utilizarse —escribe Sraffa— en el estudio de
una minúscula categoría de mercancías: aquellas en cuya producción se emplea la
totalidad de un factor de la producción» (p. 3 1 4 ).
Pero eso no es todo: para la coherencia lógica del edificio marshalliano es
necesario postular también que las economías (o las deseconomías) de escala son-
externas a las empresas pero internas al sector. En efecto, si fueran internas a la
empresa, ésta se vería incentivada a expandir (o contraer) su nivel de actividad,
llegando finalmente a convertirse en monopolista en su industria (o a desapare­
cer del mercado); ambos casos resultan incompatibles con la hipótesis de la com­
petencia. Por otra parte, si las economías o deseconomías fueran externas al sec­
tor, un análisis de equilibrio parcial no tendría ningún sentido y habría que pasar
a un análisis de equilibrio general.
La crítica de Sraffa a la coherencia lógica de la construcción marshalliana
resultó más devastadora que la relativa a su escasa validez empírica. El núcleo de
dicha crítica es que, en general, la teoría marshalliana del equilibrio competitivo
no puede escapar al siguiente dilema: o es contradictoria, o bien resulta irrele­
vante. El único caso lógicamente compatible con el análisis de equilibrio parcial
de un sector perfectamente competitivo es el de los costes constantes. Pero en
este caso «la síntesis clásica y neoclásica» de Marshall (y de Pantaleoni, a quien
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 263

Sraffa también había criticado) lleva básicamente a los mismos resultados de la


economía clásica: los precios se determinan exclusivamente por los costes de pro­
ducción, mientras que las condiciones de la demanda únicamente contribuyen a
determinar las cantidades producidas. El teorema de no-sustitución aún no había
sido formulado.
El artículo de 1925 atrajo el interés de Edgeworth hasta tal punto que éste le
sugirió a Keynes que invitara a Sraffa a escribir un ensayo más breve sobre el
mismo tema para su revista. Él nuevo artículo de Sraffa, «Las leyes de los rendi­
mientos en régimen de competencia» (publicado en el número de diciembre de
1926 del Economic Journal, trad. cast. en Ensayos sobre la teoría de los precios,
cit.), constituyó una contribución verdaderamente notable, tanto por su conteni­
do como por la fuerza de sus conclusiones. Apenas publicado, fue en seguida va­
lorado positivamente, en especial por parte de Keynes; fue entonces cuando sur­
gió la amistad entre Keynes y Sraffa que llevaría a este último definitivamente a
Cambridge.
Después de replantear su crítica de 1925, Sraffa observaba que los rendi­
mientos decrecientes son de fado importantes en los sectores industriales, y, por
lo tanto, que con toda probabilidad la típica curva de coste de estos sectores se
inclina negativamente. Así, en lugar de realizar un análisis de los mercados com­
petitivos sobre la base de la hipótesis de unos costes constantes (como sería ló­
gico esperar), Sraffa optó por una vía totalmente distinta: la de «abandonar el
camino de la libre competencia y tomar la dirección opuesta, a saber, la del mo­
nopolio» (p. 542). De este modo se iniciaba la línea de investigación, conocida
como «teoría de las formas de mercado», que unos años después desembocaría
en los trabajos de Robinson y de Chamberlin. En el ensayo de 1926, Sraffa seña­
ló la existencia de imperfecciones de mercado que no son simples fricciones,
sino «fuerzas activas que producen efectos permanentes, e incluso acumulati­
vos», sobre los precios y sobre las cantidades producidas; además, afirmaba que
estos obstáculos a la competencia «se hallan dotados de suficiente estabilidad
como para hacerlos merecedores de un análisis basado en presupuestos estáti­
cos» (p. 542). Entre los obstáculos que impiden un funcionamiento regular del
mercado de competencia perfecta, Sraffa señaló la posesión de determinados re­
cursos naturales, los privilegios legales, el control de un determinado porcentaje
de la producción total, etc.
La crítica a la teoría del equilibrio'parcia! a largo plazo evolucionó en dos di­
recciones, ambas indicadas por el propio Sraffa. El dilema planteado a la teoría
tradicional de la competencia perfecta por la proposición de los costes decrecien­
tes puede resolverse o bien introduciendo una curva de demanda para cada em­
presa que, en lugar de horizontal, sea descendente de izquierda a derecha, o bien
abandonando el enfoque de equilibrio parcial en favor de uno de equilibrio gene­
ral a fin de tener en cuenta los desplazamientos de las curvas de coste inducidos
por las economías externas tanto a la empresa como al sector.
Para Sraffa, la primera de las alternativas estaba dotada de una mayor capa­
cidad explicativa: lo que impide el crecimiento ilimitado de una empresa no es, a
su parecer, una curva de coste creciente, sino una curva de demanda inclinada
negativamente. .En electo, en ios sectores caracterizados por uro o cojees decre­
cientes las empresas nunca llegan a alcanzar unas dimensiones extremas.
264 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

La solución propuesta por Sraffa presupone «la ausencia de indiferencia por


parte de los compradores de los bienes respecto de los distintos productores».
Esta ausencia es imputable a múltiples causas, como «un hábito prolongado, co­
nocimientos personales, confianza en la calidad del producto, la reputación de la
marca», e implica «por parte del grupo de compradores que constituye la cliente­
la de la empresa una disponibilidad a pagar, si es necesario, un poco más para
obtener las mercancías de dicha empresa, y no las de otra» (p. 544).
De este modo, partiendo de la constatación de una dificultad de naturaleza
lógica en el seno del análisis marshalliano de la competencia, Sraffa acabó ini­
ciando una nueva línea de investigación.

8.1.3. L a TEORÍA DE LA COMPETENCIA MONOPOLISTA DE CHAMBERLIN

En 1933, Edward Chamberlin (18.99-1967) publicó Teoría de la competencia


monopólica.* En este trabajo reconocía que los mercados reales funcionan de
modo distinto al modelo de competencia perfecta, y rechazaba la idea de conside­
rar la empresa como un pasivo price-taker. Por el contrario, afirmaba que la em­
presa era capaz de influir en las decisiones de demanda de sus productos, me­
diante la diferenciación del producto, la actividad de promoción y la publicidad.
Nacía, así, una nueva teoría —si bien, como ya hemos mencionado, en el Manua-
le de Pareto se hallaba ya una primera formulación—: la teoría de los mercados
cuyas condiciones no son ni de competencia perfecta ni de monopolio.
La teoría de la competencia monopolista se basa en dos observaciones fun­
damentales:
a) la gran mayoría de las empresas fijan el precio de venta, es decir, son
price-setters; esto significa que cada empresa conserva un cierto poder de mono­
polio, de manera que, si aumenta el precio, no pierde todos los clientes, como se­
ría el caso en una situación de competencia perfecta.
b) en la mayor parte de los sectores productivos no existe un monopolio
natural; si en un determinado sector se obtienen beneficios extraordinarios, ello
hace que entren nuevas empresas en dicho sector; en otras palabras, las empresas
operan en un contexto, en cierta medida, competitivo.
Todos los autores están de acuerdo en estos dos puntos; las diferencias sur­
gen a propósito de las conclusiones que se derivan de ellos. Esto se debe al he­
cho de que la incorporación de nuevas empresas al mercado produce dos efec­
tos opuestos. Por una parte, la fuerza de la competencia hace que se incorporen
nuevas empresas, lo que lleva a la creación de «demasiadas» empresas (dema­
siadas respecto al número de consumidores). Por otra, la incorporación de nue­
vas empresas aumenta la diversidad de productos, con lo que aumenta también
el bienestar de los consumidores. Sin embargo, dado que las empresas no tienen

" Con este título se publicó la traducción castellana (México, 1956), aunque nosotros preferi­
mos u i r m t >!>( ¡!¡>¡a (o :‘!uiu>i)(¡Ust 'u:ü). (N. (Id i.)
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 265

la posibilidad de apropiarse del excedente del consumidor —como sucede, en


cambio, en una situación de monopolio—, se verán muy poco incentivadas para
diferenciar el producto. Cuál de los dos efectos prevalezca dependerá de las cir­
cunstancias.
A pesar de que Chamberlin y Robinson (de quien hablaremos en el próximo
apartado) llegan a la misma solución respecto al equilibrio de cada empresa en
particular y del sector en su conjunto, existen muchas e importantes diferencias
entre sus contribuciones, como señaló el propió Chamberlin en el capítulo 9 de la
sexta edición (1950) de su obra. Distintos son también sus antecedentes teóricos:
mientras que Robinson, en la «Introducción» a su obra, reconoce en Sraffa su
fuente de inspiración, Chamberlin asegura que la mayor parte de sus conclusio­
nes se hallaban ya en su tesis doctoral, presentada en Harvard en abril de 1927 y
elaborada bajo la supervisión de Allyn Young, sin haber leído antes el artículo de
Sraffa. ' .
El modelo de Chamberlin presenta bastantes dificultades. En primer lugar,
las hipótesis de diferenciación del producto y de comportamiento atomístico no
parece que resulten compatibles, por la sencilla razón de que las empresas cono­
cen siempre las acciones y comportamientos de las empresas rivales que ofrecen
productos similares. La segunda dificultad es que la diferenciación del producto,
en tanto origina barreras de entrada, no resulta compatible con la presunción de
libertad de incorporación al sector. Por último, la diferenciación del producto
tiende a vaciar de significado la noción de sector industrial. Más específicamente,
no permite hablar de «empresa representativa» en el sentido marshalliano, con lo
que se hace necesario analizar las relaciones entre las curvas de demanda y de
coste individuales, por un lado, y las curvas de demanda y de oferta de mercado,
por el otro.
Son estos los principales aspectos que fueron objeto de crítica. Stigler, en
particular, sostenía que la definición de grupo de empresas resultaba ambigua.
En efecto, la hipótesis de que cada empresa desconoce o prescinde de los efectos
de sus decisiones sobre el comportamiento de las demás empresas del grupo, por
un lado, y la hipótesis de que las curvas de demanda y de costes son sustancial­
mente las mismas para cada unidad productiva, por otro, no justifican la noción
de grupo, e incluso cuestionan su plausibilidad. Si se pretende que la hipótesis re­
lativa a la uniformidad de las curvas de demanda y de coste de cada empresa sea
realista, se debe definir el grupo de manera que comprenda sólo las empresas que
vendan productos homogéneos; pero en este caso no hay razón alguna para supo­
ner que las curvas de demanda de cada empresa sean descendentes.
Otros autores llamaron la atención sobre la debilidad lógica del modo como
Chamberlin llegó a determinar la posición de equilibrio a largo plazo. Harrod, por
ejemplo, afirmaba que la empresa chamberliniana, para determinar la cantidad
producida y la dimensión óptima de sus instalaciones, utiliza una curva de ingre­
sos marginales a corto plazo y una curva de costes marginales a largo plazo, y ter­
mina fijando el precio a un nivel que incentiva la incorporación de nuevas empre­
sas al mercado. A su vez, esto determinaría un desplazamiento hacia abajo de la
curva de ingresos marginales. El análisis de Harrod llevó a la conclusión de que el
margen de capacidad no uülizada, si existe, resuda sensiblemeníe menor que el in­
dicado por Chamberlin.
266 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Naturalmente, estas observaciones críticas no menoscaban la importancia de


la contribución de Chamberlin, que sigue siendo una ingeniosa —aunque incom­
pleta— solución al dilema planteado por los. costes decrecientes. Además, junto a
la importante noción de la diferenciación del producto, debemos a Chamberlin la
incorporación a la teoría de los precios de las actividades promocionales de venta,
un elemento de indudable realismo. Por otra parte, la invención de las curvas de
demanda ex ante y ex post dará origen a toda una serie de nuevas contribuciones
teóricas, entre las que merece destacarse la curva de demanda quebrada, amplia­
mente utilizada en el estudio de las estructuras de mercado oligopolistas.
La Teoría de la competencia monopólica obtuvo amplia resonancia en las dé­
cadas de 1940 y 1950. F. Machlup, R. Triffin, W. Fellner y A. Smithies figuran en­
tre los autores que han tratado de profundizar y ampliar la contribución cham-
berliniana. Entre ellos, hay que señalar en particular el entusiasmo de Triffin por
el large coup case de Chamberlin, entendido como instrumento analítico que per­
mite incorporar la competencia imperfecta al sistema de equilibrio económico
general, aunque una lectura atenta muestra que tal entusiasmo era excesivo. En
efecto, en Monopolistic Competition and General Equilibrium Theory (1949), Tri­
ffin tropezó con el problema de la determinación del número de empresas que
operan en equilibrio.
Como sabemos, el problema es conceptualmente fácil de resolver en condi­
ciones perfectamente competitivas, en las cuales los beneficios extraordinarios de
las empresas que operan en un determinado sector constituyen un indicador del
«espacio» existente para nuevas empresas. Pero ¿cómo establecer el número de
las empresas en condiciones de competencia monopolista? Bien mirado, no hay
ninguna razón para postular una tendencia a la igualdad de los costes y los ingre­
sos para todas las empresas que operan en estas condiciones (como, por el con­
trario, se puede postular en una situación de competencia perfecta), o para supo­
ner que se vaya a crear una situación en la que se detengan tanto el flujo de en­
trada de empresas convencidas de haber descubierto un «nicho» favorable entre
los consumidores como el flujo de salida de empresas con pérdidas. Leyendo las
páginas que Triffin dedica al problema de la entrada es fácil darse cuenta de que
dicho problema —fundamental en una teoría general de los equilibrios de merca­
do— permanece básicamente sin resolver. Habrá que esperar a T. Negishf («Mo­
nopolistic Competition and General Equilibrium», en Review of Economic Stu­
dies, 1961) para disponer de una primera formulación satisfactoria de un modelo
de equilibrio general en competencia monopolista. En dicho modelo, cada una de
las empresas fija el precio del bien que produce basándose en una función de de­
manda percibida, eventualmente distinta de la verdadera función de demanda,
pero tal que el punto de equilibrio pertenece a ambas funciones.

8 .1 .4 . L a t e o r ía d e la c o m p e t e n c ia im p e r fe c t a d e J o a n R o b in s o n

La Economía de la competencia imperfecta de Joan Violet Robinson (1903-


1983) se publicó en 1933. Descendiente del socialista cristiano F. D. Maurice e
hija de un general, Joan Robinson asimiló sin esfuerzo el espíritu humanitario y
re fo rm is ta d e la e c o n o m ía d e Cambridge. F ,n su sen o , el n ú c le o d e la filo s o fía so-
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 267

cíal de Pigou consistía en que la investigación científica debía aspirar a identifi­


car las deficiencias del sistema que se pudieran remediar mediante la interven­
ción estatal. La deuda intelectual de Robinson con Pigou es notable, tanto a nivel
general (por ejemplo, en relación a los fallos del mercado) como a niveles más es­
pecíficos (por ejemplo, respecto a la explicación del equilibrio del sector indus­
trial mediante la especificación de las condiciones de equilibrio para cada empre­
sa). Robinson siguió a Pigou incluso en el método, y su manifiesto metodológico
resulta sumamente claro. Ella misma presentó su obra como «una caja de herra­
mientas [...] que sólo de manera indirecta pueden ofrecer una contribución a
nuestro conocimiento del mundo real» (p. 1). El libro se dirigía al economista
analítico, y no había nada en él para el hombre de negocios.
La de Robinson es una visión austera del modo de hacer teoría económica,
que puede parecer extraña en una autora que declaraba que la principal tarea de
la economía consiste en contribuir a la mejora del bienestar de las personas. Lo
cierto es que su libro dio un potente impulso al desarrollo del formalismo en eco­
nomía, desarrollo que la propia autora acabaría contemplando con preocupación
tras su «conversión».en la década de 1940.
Debemos a Robinson la recuperación de la noción coumotiana de ingresos
marginales en el ámbito de la teoría de la empresa. Tanto Marshall como sus discí­
pulos habían utilizado curvas totales de costes y de ingresos en la exposición gráfi­
ca del problema de la maximización del beneficio, generando con ello no pocas si­
tuaciones de ambigüedad. La utilización del aparato de curvas medias y margina­
les es uno de los resultados de la obra robinsoniana, en la que también hay lugar,
por primera vez, para la relación existente entre curva media y curva marginal.
La contribución específica de Robinson a la teoría de la competencia imper­
fecta concierne a la célebre solución de tangencia. Robinson tomó la idea de
equilibrio del grupo presente en la última parte del ensayo de Sraffa y la desarro­
lló, con la ayuda de Richard Kahn, eliminando la hipótesis —excesivamente sim-
plificadora— de que el número de las empresas, y, por tanto, el conjunto de los
productos, es fijo. El resultado fue un análisis aparentemente más general que el
de Sraffa, aunque menos sólido. El problema está en la curva de demanda. Mar­
shall había considerado un monopolio en el que una sola empresa posee el con­
trol de la industria; por lo tanto, la curva de demanda de la industria es la curva
de demanda del monopolista. Por el congrio, los monopolistas de Sraffa no tie­
nen ningún acceso privilegiado a la curva de demanda del sector. Un aumento del
precio por parte de una empresa provocaría la transferencia de una parte de sus
clientes hacia otras industrias y/o hacia productores rivales de la misma indus­
tria. Pues bien, Robinson percibió la dificultad del tratamiento que daba Sraffa a
la curva de demanda de cada empresa, pero, en lugar de ocuparse de ello, prefirió
dejarlo de lado. Su estrategia consistió en tratar los problemas planteados por la
interdependencia entre las empresas postulando que éstos se han resuelto ya en
una fase anterior del análisis, lo que constituye aún hoy una práctica frecuente,
sobre todo en la teoría del oligopolio. Robinson era consciente de la «trampa»,
pero ¡si uno pretende avanzar en el análisis ciertas dificultades deben ignorarse!
En la época en la que apareció Economía de la competencia imperfecta, la
mayor parte de ios economistas no percibid orí el sentido deliberadamente horn­
eo del adjetivo «imperfecta». Tanto es así, que el propio Chamberlin, en un ar­
268 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

tículo publicado en 1950 en American Economic Review, escribiría: «La compe­


tencia imperfecta siguió la tradición de la teoría competitiva, no sólo en la identi­
ficación de una "mercancía’' (aunque definida elásticamente) con una "industria”,
sino en suponer expresamente que dicha “mercancía” es homogénea. Dicha teo­
ría no comporta ninguna ruptura con la tradición competitiva. La propia termi­
nología de "competencia imperfecta” parece implicar que el objetivo sea tender a
la perfección» (p. 87). La velada acusación es que el trabajo de la economista de
Cambridge, lejos de constituir un punto de ruptura con la teoría del valor compe­
titivo, se configuraría como una elegante continuación de la tradición marshallia-
na. En todo caso, en la introducción a la última edición de su obra, en 1969, Ro-
binson afirmó explícitamente que su intención era mostrar que, si uno trata de
elaborar una teoría marginalista de lá empresa lógicamente coherente, llega a
conclusiones que se hallan en conflicto con la visión neoclásica del mundo; y,
exactamente, a la conclusión de que la libre actuación de las fuerzas del mercado
conduce a una estructura económica en la qüe pueden coexistir necesidades insa­
tisfechas de los consumidores y una capacidad excesiva en las empresas.
Sintetizando mucho, la argumentación es la siguiente. Una empresa en com­
petencia perfecta puede vender todo lo que quiera sin alterar el precio, por la sen­
cilla razón de que sus curvas de coste crecientes le impiden producir poco más
que un porcentaje muy pequeño del output total. En cambio, la empresa con cur­
vas de coste decrecientes que pretenda aumentar sus ventas no puede hacerlo sin
reducir el precio de su output. Por otra parte, si la curva de demanda de la em­
presa es descendente, también lo será la curva de los ingresos marginales, de ma­
nera que, a partir de un determinado punto, las ventas se traducirán en ingresos
marginales negativos. Pero antes de llegar a este punto, los ingresos marginales
empiezan a ser inferiores a los costes marginales. El intento de aumentar las ven­
tas reduce los beneficios de la empresa, de modo que ésta no tendrá ningún inte­
rés en tratar de expulsar a otras empresas fuera del mercado. Pues bien: es este
tipo de competencia limitada la que Robinson pretendía formalizar en su libro.
Las implicaciones para la economía del bienestar son preocupantes: el me­
c a n is m o d e actúa manera tal que no sólo no se paga a los trabajado­
m e r c a d o d e

res el valor de su producto marginal, sino que incluso se contradice de hecho el


principio de la soberanía del consumidor. Esta constatación teórica ejerció una
gran influencia en las políticas antitrust emprendidas por muchos países occiden­
tales en las décadas de 1940 y 1950.
Hacia finales de la década de 1930, Robinson desplazó su ámbito de inves­
tigación a la teoría keynesiana, renunciando incluso a continuar el debate teóri­
co que su libro había iniciado. En el capítulo 9 examinaremos los resultados de
este cambio. Aquí nos limitaremos a presentar brevemente la tesis formulada
por Robinson en su ensayo «El teorema de Euler y el problema de la distribu­
ción» (publicado en Economic Journal, en 1934; trad. cast. en J. Robinson, Eco­
nomía de mercado versus economía planificada, Barcelona, 1973). El problema
era el del agotamiento del producto en el ámbito de la teoría marginalista de la
distribución. Se trata de un importante ensayo, que será objeto de una gran
atención en la década de 1960. Sin duda, el lector recordará la solución propues­
ta por Wicksell. Pues bien: dicha solución planteaba el siguiente interrogante:
¿qué ocurre si c! número de potenciales empresarios es tan pequeño que, aun en
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 269

una situación de equilibrio, se obtienen beneficios positivos? La respuesta de


Robinson fue la siguiente: el beneficio de equilibrio competitivo coincide con la
productividad marginal de la capacidad empresarial para la industria. Partía de
la observación de que un requisito esencial de la teoría es que la tasa de retribu­
ción de un servicio sea proporcional a su productividad marginal. Dicho requisi­
to no puede ser satisfecho por la capacidad empresarial si la productividad mar­
ginal se refiere a la empresa. En efecto, si se asumiera la capacidad empresarial
como un input variable, el problema seguiría aún sin resolver desde el momento
en que el beneficio se define como la renta del empresario neta de la remunera­
ción de los factores variables, incluida la capacidad empresarial. Por lo tanto, el
beneficio no puede ser igual a la contribución marginal de la capacidad empre­
sarial. En consecuencia, esta última debe considerarse un factor fí/o de la pro­
ducción. Pero en este caso no es posible que el beneficio sea proporcional a la
productividad marginal de la capacidad empresarial, ya que no existe el produc­
to marginal de un factor fijo. La idea de Robinson fue desplazar la atención de
la empresa al sector industrial: si la capacidad empresarial es un factor fijo para
la empresa, para la industria puede ser un factor variable. Ahora bien, el output
total del sector varía, en general, al hacerlo el número de empresas que operan
en él. Si los rendimientos de escala de cada empresa son decrecientes, el output
total correspondiente a la asignación eficaz de determinadas cantidades de in-
puts entre n empresas será menor que el output correspondiente a la asignación
eficaz de las mismas cantidades de inputs entre (n + 1) empresas. La diferencia
entre estos dos niveles de outputs es la productividad marginal física para la in­
dustria de la empresa (n + l)-sima. De ahí dedujo una nueva versión de la teoría
de la productividad marginal: la tasa de remuneración de los factores variables
es igual al valor de sus respectivas productividades marginales en las empresas
en las que se emplean, mientras que el beneficio es igual a la productividad mar­
ginal de la empresa para la industria a la que pertenece. A pesar de lo ingenioso
de este constructo, el problema fundamental de la naturaleza de la capacidad
empresarial continuó abierto: ¿en qué consiste la actividad del empresario en un
contexto de equilibrio estático como el considerado en el razonamiento prece­
dente? La remuneración de la capacidad empresarial es positiva cuando —como
se ha dicho— ésta es escasa. Sin embargo, ¿por qué, en un mundo estático, no
habrían de tener todas las empresas los mismos conocimientos tecnológicos y
las mismas capacidades de organización?'

8 .1 .5 . E l d e c l iv e d e la t e o r ía d e l a s f o r m a s d e m e r c a d o

Después de un comienzo bastante prometedor, la nueva teoría de las formas


de mercado fue decayendo gradualmente, dejando el campo libre a la otra alter­
nativa antes indicada, la del retomo al equilibrio económico general. En efecto,
la sistematización conceptual de Robinson y de Chamberlin, más que iniciar una
nueva fase de reflexiones teóricas, lo. que hizo fue terminar una fase ya agotada.
No es difícil darse cuenta de ello. La hipótesis de la competencia perfecta había
nacido en el seno de la teoría neoclásica para responder a una exigencia de cohe­
rencia lógica, lo cual implicaba una cierta limitación deJ alcance heurístico de la
270 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

teoría; pero los teóricos del equilibrio general eran conscientes de ello. La teoría
de la competencia imperfecta pretendía alterar este orden de prioridades, basán­
dose en el realismo de las hipótesis para explicar la realidad factual. Pero el apa­
rato teórico utilizado era metodológicamente idéntico al tradicional. En particu­
lar, el estudio del comportamiento de la empresa en condiciones de competencia
imperfecta se realizó, tanto por parte de Chamberlin como de Robinson, en el
seno del esquema tradicional de la maximization del beneficio. ¿Con qué conse­
cuencias? Veámoslo brevemente. ■.
Un mercado imperfecto es aquel en el que el máximo flujo de ventas espera­
do por la empresa es inversamente proporcional al precio de su producto; o bien
aquel en el que cada empresa se halla frente a un trade-off entre cantidad vendible
y precio, representando este último sipfpnción de máximos ingresos medios. La
principal diferencia entre un mercado imperfecto y uno perfecto es que en este
último una sola empresa puede aumentar libremente las ventas al precio corrien­
te; y sólo si un gran número de empresas tratan de hacer otro tanto en el mismo
momento el precio disminuye por la acción impersonal del mercado. Si, por el
contrario, el mercado es imperfecto, las ventas pueden aumentar únicamente si
antes e individualmente la empresa ha retocado su precio (evidentemente, no con­
sideramos aquí los gastos de ventas o la diversificación del producto). En tales
circunstancias, la decisión de reducir el precio es previa a cualquier tentativa de
aumentar las ventas, y es también una decisión necesariamente no anónima.
Ahora bien, la decisión de reducir el precio depende tanto de la forma del
trade-off precio-cantidad en la situación de partida cómo de la función de coste. A
su vez, la forma del trade-off depende de dos elementos conjeturales: las caracte­
rísticas del mercado particular de la empresa respecto del mercado general en la
que ésta opera, y los contra-movimientos esperados de los competidores. De ello
se sigue que la elección de una estrategia de empresa en condiciones de mercado
conlleva al mismo tiempo un aspecto patrimonial y un aspecto oligopolista. El
aspecto patrimonial consiste en el mercado particular de la empresa, o la cliente­
la necesaria para que la empresa siga existiendo. El aspecto oligopolista, en cam­
bio, consiste en la interdependencia de las decisiones.
De ahí que, en presencia de imperfecciones de mercado, la identificación de
la posición óptima en el trade-off se separa de la decisión de aproximarse-a ella
mediante ajustes de precio: tal decisión puede verse bloqueada por el temor a
fuertes reacciones por parte de los competidores o a respuestas imprevistas por
parte del mercado particular. El problema fue eficazmente planteado en un im­
portante y casi desconocido artículo de K. Arrow, «Toward a Theory of Price Ad­
justment», publicado en M. Abramovitz (ed.), The Allocation of Economic Resour­
ces (1959). Los precios son tanto más arriesgados cuanto más incierta es la situa­
ción. Pues bien: esta deducción ha sido ignorada por todos aquellos —incluidos
Robinson y Chamberlin— que han tratado el comportamiento de la empresa en
competencia imperfecta con el esquema canónico de la maximización del benefi­
cio. El error de fondo de un planteamiento de este tipo consiste en dar por senta­
do que la identificación del óptimo coincide con la decisión de realizarlo. Por el
contrario, lo que diferencia el modo de actuar de las empresas que operan en
mercados imperfectos es la posibilidad de que opten deliberadamente por no tra­
tar de alcanzar la posición óptima.
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 271

Como es fácil comprender, esto crea tensiones en el seno del planteamiento


neoclásico, dado que las hipótesis que aseguran la existencia de un equilibrio se
hallan en conflicto con la exigencia de realismo. El resultado es el típico de todos
los compromisos: se pierde el rigor lógico-formal que distingue el análisis walra-
siano de la competencia perfecta sin que, por otra parte, se gane demasiado a ni­
vel interpretativo. La teoría de las formas de mercado no perfectamente competi­
tivas no ha dado los frutos esperados precisamente debido a su carácter de com­
promiso teórico. Fue este un éxito paradójico de la búsqueda del rigor formal:
más que unificar la teoría, como esperaba Robinson, la aspiración al rigor condu­
jo a su desintegración.
Jacob Viner había realizado ya un intento de racionalización en el artículo
«Curvas de costes y curvas de oferta» (publicado en American Economic Review,
en 1931; trad. cast. en Ensayos sobre la teoría de los precios, cit.). En él, Viner ha­
bía demostrado el teorema de la envolvente: la curva del coste medio a largo pla­
zo es la envolvente de las curvas de coste medio a corto plazo. La forma de «U»
de la primera se debería a la ley de los rendimientos de escala, según la cual los
costes unitarios disminuyen al aumentar el tamaño de las instalaciones hasta
que éstas alcanzan el tamaño óptimo, aquel en el que todas las posibles econo­
mías de escala son plenamente explotadas. Superada esta dimensión se generan
deseconomías de escala, y la curva del coste unitario, después de haber alcanza­
do su punto mínimo, empieza a subir. Pero ¿a qué se deben estas deseconomías
de escala? Ciertamente, no a factores de naturaleza tecnológica. En efecto: si así
fuera, aquéllas podrían evitarse duplicando, triplicando, etc., la dimensión ópti­
ma de las instalaciones. El deus ex machina se halló en la ineficacia de la activi­
dad gerencial: el punto de inflexión de la curva del coste medio a largo plazo se
atribuyó a las deseconomías de escala de naturaleza gerencial. Las grandes dimen­
siones de la empresa requerirían métodos de gestión distintos de los que resul­
tan adecuados a una empresa pequeña o mediana. Por lo tanto, si aumenta el ta­
maño sin que se modifiquen paralelamente las formas de gestión y de control,
antes o después se registrarán aumentos de-costes debidos a ineficacias geren-
ciales.
Ciertamente, no resulta difícil darse cuenta de la fragilidad de esta línea de
argumentación. En primer lugar, no se ve por qué los métodos de gestión no de­
berían adaptarse por sí mismos a las dimensiones de la empresa. Después de
todo, la propia capacidad directiva constituye un recurso susceptible de mejora y
de innovación, y es precisamente en el ámbito del management donde se han re­
gistrado los mayores progresos en la época actual. En segundo lugar, y como más
tarde señalarán Florence y Andrews, las deseconomías de naturaleza directiva,
cuando aparecen, tienen una influencia muy escasa sobre las economías técnicas
vinculadas a las instalaciones de grandes dimensiones. De ello se deriva que, en
lugar de adquirir forma de «U», la curva del coste medio a largo plazo asumirá,
todo lo más, forma de «L».
En cualquier caso, habría que esperar a ía década de 1970 para que estas crí­
ticas confluyeran en una línea de investigación alternativa a la neoclásica tradi­
cional. Se trata de la síntesis realizada por W. Novshek y H. Sonnenschein en
«Cournot and Walras Equilibríum* {Journal o¡ Economic Theorv, 1978), un traba­
jo que se sitúa entre la línea teórica Cournot-Marshall y la línea Arrow-Debreu-
272 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

McKenzie. Sin embargo, sigue siendo cierto que el campo de investigación inicia­
do por Chamberlin y Robinson contribuyó a generar una especial «ortodoxia»
—como la llamará K. J. Arrow en «The Firm in General Equilibrium Theory», pu­
blicado en R. Marris y A. Wood (eds.), The Corporate Economy— que pasaría a los
manuales de microeconomía, donde permanecería hasta nuestros días.

8.2. La teoría del equilibrio económico general


8.2.1. LOS PRIMEROS TEOREMAS DE EXISTENCIA Y EL MODELO VON NEUMANN

El impasse en el que había quedado bloqueada la teoría del equilibrio gene­


ral en el período prebélico se debía al problema de la existencia de soluciones.
Los economistas que se habían ocupado de ello no habían hecho mucho más que
contar incógnitas y ecuaciones. Para realizar nuevos progresos en este ámbito era
necesario que se incorporaran a él nuevos estudiosos que fueran «más matemáti­
cos que economistas».
Un grupo de estas características, que constituiría una de las combinaciones
más singulares en la historia del análisis económico, se formó gracias a la activi­
dad y el patrocinio de Karl Menger (n. 1902). Hijo del gran economista austríaco
Cari Menger, Karl frecuentó asiduamente las reuniones del Círculo de Viena, del
que asimiló profundamente las aspiraciones a una axiomatización y una sistema­
tización definitiva del trabajo científico según el modelo de la Geometría del gran
matemático austríaco David Hilbert (1862-1943). En la década de 1930, Menger
creó en Viena un ciclo de seminarios permanentes, el Matematisches Kolloquium,
que frecuentaron muchos de los más destacados matemáticos y lógicos de la épo­
ca (y del siglo), como Gódel, Alt, Von Neumann y Tarski. En el Kolloquium se dis­
cutían trabajos tanto de matemática pura como aplicada, y entre estos últimos se
hallaban algunos de los más importantes artículos de economía matemática de la
década de 1930. En dichos trabajos se consideraba, más que los aspectos sustan­
ciales relativos a la aplicación de los resultados al análisis económico, sobre todo
el problema matemático subyacente, de manera que podían participar grandes
matemáticos relativamente inexpertos en economía. Se estaba creando, así, una
separación de hecho entre economía matemática ^-entendida como aplicación
de las técnicas matemáticas a la economía por parte de matemáticos profesiona­
les por lo demás poco interesados en economía— y economía propiamente dicha.
Esta separación permanece aún hoy, con efectos a menudo contraproducentes,
en la práctica de la profesión.
Por lo demás, la actitud de los participantes en el Kolloquium respecto a la
teoría económica «tradicional» la resume muy bien el desprecio con el que Von
Neumann liquidaba las obras de los economistas contemporáneos suyos, califi­
cando su matemática de «tosca y primitiva», como si los estándares matemáticos
pudieran servir de base para juzgar la validez de la investigación económica. Da­
das estas premisas, resulta fácil entender por qué el Kolloquium centró su aten­
ción en los problemas de existencia, así como —parcialmente— en los de unici­
dad y estabilidad: se trataba de los problema más adecuados para ser tratados en
puramente
té rm in o s m a te m á tic o s .
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 273

Sin embargo, en un primer momento la demostración de la existencia de un


equilibrio para un caso general no fue objeto de especial atención. Por el contra­
rio, se partió de un caso con coeficientes de producción fijos. Frederik Zeuthen
(1888-1959) propuso una ingeniosa solución para una de las principales dificulta­
des técnicas del modelo de equilibrio general: el hecho de que las restricciones
que imponen que las cantidades utilizadas de los recursos no superen a las canti­
dades disponibles adoptan la forma de. desigualdades; su propuesta consistía en
la introducción de una variable «residual» que indicara el valor de los recursos
no empleados, de modo que cualquier restricción pudiera escribirse en forma de
igualdad.
Sin embargo, Zeuthen no logró demostrar la existencia de soluciones, ni si­
quiera para el problema «más sencillo». Como tampoco Schlesinger (1899-1938),
un célebre banquero aficionado a la economía que participaba asiduamente en
las reuniones del Kolloquium. Schlesinger financió los estudios a Abraham Wald
(1902-1950), un joven matemático de origen rumano que participaba en las reu­
niones desde 1930. Fue precisamente Schlesinger quien señaló a Wald-el proble­
ma de la existencia del equilibrio económico general. Basándose en la sugerencia
de Zeuthen —también por indicación de Schlesinger—, Wald logró demostrar la
existencia de soluciones para un sistema de ecuaciones lineales estacionario, bajo
algunas hipótesis clave de convexidad y no saturación, que se convertirían en hi­
pótesis típicas de la literatura económica. En efecto, hay que señalar que, contra­
riamente a la opinión de muchos de los participantes en el Kolloquium, la impor­
tancia del resultado obtenido por Wald estribaba precisamente en haber demos­
trado que la existencia del equilibrio se puede asegurar sólo imponiendo restric­
ciones significativas sobre las preferencias de los individuos y sobre la tecnología
empleada, y que resulta imposible obtenerla bajo hipótesis totalmente «genera­
les» desde el punto de vista matemático. Como más tarde descubrirá Debreu, la
verdadera dificultad en las demostraciones de existencia «interesantes» será pre­
cisamente la de imponer restricciones sobre el comportamiento y sobre la tecno­
logía que sean lo menos arbitrarias posible y, al mismo tiempo, resulten significa­
tivas desde el punto de vista económico.
Con la escalada del nazismo, el Kolloquium se disgregó. En ese momento,
otra de las «grandes figuras» que lo habían frecuentado asumió un papel funda­
mental: se trata de Oskar Morgenstern, gran admirador del positivismo lógico,
ferviente animador del Kolloquium, sobre todo en sus aspectos metodológicos, y
acérrimo defensor de la aplicación de sus prescripciones en el ámbito de la teoría
económica. A pesar de sufrir las consecuencias del nazismo, logró que Wald pu­
diera emigrar a Estados Unidos. Una vez allí, este último emprendió estudios de
estadística económica —en parte, en colaboración con el propio Morgenstern—,
y no volvió a ocuparse del problema de la existencia. Morgenstern, en cambio, si­
guió mostrándose muy activo, mantuvo los contactos entre los supervivientes del
Kolloquium e hizo todo lo posible para que los resultados de las investigaciones
del grupo no cayeran en el olvido. En particular, mantuvo una estrecha relación
con John von Neumann (1903-1957).
Ya a finales de la década de 1920, Von Neumann había demostrado la exis­
ten cia de u nequilibrio que enfrentan
p a r a C iertas s i t u a c i o n e s en las se dos indivi­

duos que siguen una conducta «racional». Para ello había utilizado un teorema
274 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

que adquiriría una gran importancia —en sus distintas versiones— en muchas
demostraciones de existencia: el teorema del punto fijo de Brouwer. Tras emigrar
a Estados Unidos, y trabajando independientemente de Wald, Von Neumann lo­
gró extender sus resultados a una economía en la que todas las variables crecen a
una tasa constante. Pronto nos ocuparemos de ello. Mientras tanto, debemos
mencionar su intercambio intelectual con Morgenstern, que en este período al­
canzó su punto máximo. Este último era consciente de la «pobreza» de las aplica­
ciones económicas de las técnicas matemáticas, y, como buen positivista lógico,
pensaba en la titánica empresa de crear un lenguaje matemático adecuado para
la ciencia económica; un lenguaje que permitiera plantear de manera rigurosa los
problemas de la teoría económica, evitando la «desagradable» y restrictiva aplica­
ción del cálculo diferencial. Nació así la/teoría de los juegos, cuyo aparato con­
ceptual había sido desarrollado por Von Neumannya desde sus primeras demos­
traciones de existencia. Sin ninguna duda, la obra clásica de este nuevo lenguaje
es Theory of Games and Economic Behaviour, de Von Neumann y Morgenstern.
Para Morgenstern, la teoría de los juegos debía constituir el núcleo fundamental
del nuevó lenguaje general del que pretendía dotar a la economía. Quizás esta
teoría no llegara a ser lo que Morgenstern pretendía, pero lo cierto es que ha ob­
tenido un éxito cada vez mayor con el transcurso del tiempo; actualmente goza
de un amplio reconocimiento dentro de la profesión, y se han descubierto nuevas
y prometedoras aplicaciones en la solución de varios problemas económicos de
gran importancia.
Veamos ahora el famoso «modelo Von Neumann», quizás el resultado más
importante de esta línea de investigación. Es probable que Von Neumann empe­
zara a elaborarlo ya hacia finales de la década de 1920, cuando era Privatdozent
en Berlín (cfr. apartado 8.5.4). En cualquier caso, el modelo se presentó por pri­
mera vez en un seminario de 1932 en Princeton. Sólo más tarde Von Neumann
tendría conocimiento del trabajo de Wald, por lo que no es cierto en absoluto
que estuviera vinculado al Kolloquium vienés. En efecto, el artículo de Von Neu­
mann se publicó en Ergebnisse eines Mathematischen Kolloquiums, en 1937, con
el titulo «Uber ein ökonomischen Gleichungssystem und eine Verallmeinerung
des Brower'schen Fixpunktsatzes». Sin embargo, sólo adquirió amplia difusión
entre el público académico cuando se tradujo al inglés y se publicó, con el título
«A model of General Economic Equilibrium», en Review of Economic Studies,
en 1945-1946 (trad. casi.: «Un modelo de equilibrio económico general», Univer­
sidad de Valencia, Facultad de Ciencias Económicas, 1975). El modelo se basa
en una serie de suposiciones bastante aventuradas: existen diversos métodos
para producir conjuntamente distintas mercancías a partir de sí mismas; cada
uno de estos métodos, denominados «actividades», combina las diversas mer­
cancías según determinados coeficientes de input y de output; si la economía se
expande, la relación entre output e input de cada mercancía permanece constan­
te, es decir, existen rendimientos constantes de escala; el número de las activida­
des no es menor que el de mercancías, pero tampoco es infinito; el consumo
está determinado por las necessities oflife, y está incluido en los inputs producti­
vos sin diferenciarlo de los demás inputs; al no existir consumo improductivo,
todo el excedente producido se reinvierte; no existe más dinero que el numera­
rio : hay co m p eten cia perfecta, d e m o d o q u e , en produc­
e q u ilib rio , lo s p ro c e s o s
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 275

tivos no aprovechables no se activan, mientras que las mercancías con exceso de


oferta tienen un precio nulo. Von Neumann demostró que, bajo tales hipótesis,
existe un equilibrio que garantiza precios y niveles de actividad no negativos. En
este equilibrio, el tip.o de interés es igual a la tasa de crecimiento, lo cual es con­
secuencia de la hipótesis de que todos los beneficios se reinvierten. La tasa de
crecimiento es uniforme en todos los sectores, y, por lo tanto, se da un «creci­
miento equilibrado»; es decir, la composición en mercancías del producto bruto
permanece constante en el tiempo. Finalmente, en tal equilibrio sólo se activan
los métodos productivos más eficaces.
El modelo ha desempeñado un relevante papel en posteriores avances de la
teoría económica. En lo relativo a la teoría del equilibrio general, ha sido impor­
tante por su aplicación del teorema del punto fijo y por la solución que propor­
ciona al teorema de la existencia. En su época, el de Von Neumann representó el
más general de los modelos de equilibrio para los que se había demostrado la
existencia de soluciones. Además, en la teoría del desarrollo el modelo Von Neu­
mann ha abierto el camino a los modelos multisectoriales y a las teorías norma­
tivas del crecimiento de las décadas de 1950 y 1960; el famoso «teorema de la
autopista», por ejemplo, constituye una aplicación directa del modelo Von Neu­
mann. Más tarde, en la teoría de la programación, este modelo ha sentado las
bases del llamado activity anatysis, así como de los modernos métodos de pro­
gramación lineal.
Finalmente, hay que recordar que el modelo Von Neumann ha suscitado in­
cluso el interés de los economistas no partidarios del sistema teórico neoclásico.
En efecto, el modelo posee muchas características típicas de los planteamientos
clásico y marxiano; por ejemplo: el tratamiento del consumo de los trabajadores
como inpuí tecnológico; la imagen del «capitalista» como portador de la función
de acumulación; una teoría del valor que no hace depender los precios de la utili­
dad o de otros fenómenos de naturaleza subjetiva; la utilización de un concepto
de equilibrio interpretable en términos de equilibrio de reproducción, o el predo­
minio de la idea de reproducibilidad sobre la de escasez. Por otra parte, están au­
sentes varias de las características típicas, del sistema teórico neoclásico (además
del papel central del concepto de escasez); por ejemplo, la fe en la soberanía del
consumidor o en el predominio de las condiciones de la demanda sobre las de la
oferta a la hora de determinar los precios y las cantidades producidas. Asimismo,
es interesante señalar que el modelo Vorj Neumann resuelve de hecho uno de los
principales problemas analíticos del esquema de Walras, el relativo a la sobrede­
terminación del sistema de ecuaciones de equilibrio en el caso en el que se re­
quiere la uniformidad de las tasas de rendimiento de varios bienes de capital. No
obstante, lo resuelve eliminando la causa del problema, es decir, la hipótesis de la
existencia de una dotación inicial de bienes de capital dada arbitrariamente. Esta
hipótesis era importante en el modelo walrasiano, ya que servía para explicar la
remuneración de los bienes de capital en términos de las fuerzas de la oferta y la
demanda. En el modelo Von Neumann la estructura de los bienes de capital se
determina endógenamente, y depende —al igual que la remuneración del capi­
tal— únicamente de las condiciones de producción.
276 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

8.2.2. L a difusión del planteamiento walrasíano en I nglaterra

La teoría del equilibrio general llegó tardíamente a los círculos académicos


ingleses, y no produjo grandes contribuciones, al menos inicial mente (es decir,
antes de la obra de Hicks).
Un importante acontecimiento, no sólo para la difusión del planteamiento
walrasiano en Inglaterra, sino —de modo más general— para la historia del aná­
lisis económico, lo constituyó la llegada de Lionel Robbins (1898-1985) a la Lon-
don School of Economics en 1929, cuando accedió a la cátedra de sénior pro -
fessor a la increíble edad de treinta y un años. En el período de entreguerras,
Robbins fue uno de los economistas más influyentes en el panorama de la disci­
plina, y en él vivió el momento más feliz/le su actividad investigadora y docente.
Fue también en este período cuando saltó a la palestra una extraordinaria gene­
ración de «jóvenes» economistas, con figuras del calibre de Hicks, Kaldor, Roy
Alien o Abba Lerner. En poco tiempo, la London School se convirtió —gracias al
impulso decisivo de Robbins— en uno de los centros más activos de producción y
discusión de la teoría económica a escala mundial. Muchos de los más destaca­
dos economistas de la época —entre ellos Schumpeter, Von Mises, Lindahl, Ohlin
y Jacob Viner— pasaron en aquella época por la institución para contrastar sus
investigaciones. Sin embargo, la impronta más duradera fue la que dejó Hayek,
quien en 1931 impartió en la London School el ciclo de seminarios del que más
tarde surgiría su célebre obra Precios y producción (trad. cast., Madrid, 1996);
luego, en el mismo año, se trasladó a Londres para enseñar en la universidad.
Todo esto puede explicarse, al menos en parte, por el clima de liberalismo ilustra­
do que se respiraba en aquella institución bajo la dirección de Robbins.
Gracias a las enseñanzas de Robbins y de Hayek, la London School of Eco­
nomics se convirtió muy pronto en uno de los centros en los que se estudiaba la
teoría del equilibrio general con mayor empeño y profundidad. Fue también
Robbins quien animó al joven Hicks a leer a Pareto y a que diera un curso sobre
equilibrio general. La función de Robbins era fundamentalmente la de un «mece­
nas», hábil a la hora de dirigir los intereses de los «jóvenes leones» y de sistemati­
zar los resultados de sus trabajos en el marco de su propia metodología; el famo­
so Ensayo sobre la naturaleza y significación de la ciencia económica (1932; trad.
cast., México, 1980), fue uno de los productos de esta actividad. Hayek, en cam­
bio, fue el «motor inmóvil» de la especulación teórica del grupo.
En aquel período, el núcleo de la reflexión de Hayek lo constituía el intento
de aplicar el esquema conceptual del equilibrio general al análisis «dinámico» de
las fluctuaciones cíclicas. Los acontecimientos históricos parecían mostrar que la
inestabilidad de la economía real dependía de la inestabilidad de los agregados
monetarios; y, sin embargo, la moneda hallaba dificultades a la hora de encontrar
un papel significativo en el esquema conceptual walrasiano. Ya nos hemos referi­
do al componente propiamente dinámico y macroeconómico de la teoría de Ha­
yek en el capítulo 7. Aquí aludiremos brevemente a algunas de sus contribuciones
a la teoría del equilibrio económico general, que se hallan sobre todo en Precios y
producción.
A pesar de las deficiencias del aparato de equilibrio general y las consecuen­
tes dificultades de análisis que éstas generaban, Hayek estaba firmemente con-
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 277

vencido de que no era posible dar una explicación coherente y unitaria del ciclo
si ésta no se basaba en una teoría del equilibrio. No obstante, las exigencias del
análisis dinámico requerían que la propia categoría de equilibrio, o las elabora­
ciones teóricas vinculadas a ella, fueran profundamente replanteadas, si no en su
dimensión lógico-formal, al menos en la de la interpretación. Por ejemplo —ob­
servaba Hayek—, en un contexto económico en el que el tiempo desempeña una
función, dos cantidades de un mismo bien en dos momentos distintos del tiempo
deben considerarse a todos los efectos como dos bienes distintos; por otra parte,
los fenómenos de arbitraje se verifican normalmente, no sólo en mercados sepa­
rados espacialmente, sino también en el mismo mercado con referencia a dife­
rentes momentos del tiempo. A partir de estas sugerencias Arrow y Debreu elabo­
rarían, veinte años después, su famoso modelo de equilibrio intertemporal.
Hayek había logrado también, en la misma época, imprimir un cambio de
rumbo al análisis económico, al demostrar la crucial importancia del problema
de las expectativas en las versiones «dinámicas» del modelo walrasiano: sólo si
los individuos consiguen realizar previsiones sistemáticamente correctas sobre
las condiciones futuras del sistema económico se puede considerar que el equili­
brio es una condición «normal» del propio sistema. Esta problemática fue am­
pliamente reflejada en la innovadora segunda parte de Valor y capital (1939), de
Hicks. En esta obra, las observaciones de Hayek se tradujeron en un esquema
conceptual nuevo, que constituiría el punto de referencia de todas las elaboracio­
nes teóricas posteriores del equilibrio, sobreviviendo regularmente a cada una de
ellas, como parece que también ha sucedido —en época reciente— en el caso de
la teoría de las expectativas racionales. '
Hicks ha reconocido en más de una ocasión su deuda intelectual con Hayek.
Sin embargo, hay que decir que, tras agotarse aquel impulso inicial, tanto Hicks
como los «jóvenes leones» de la London School adoptaron posiciones cada vez
más distantes de las de Hayek. Mientras éste se interesaba en el estudio de proce­
sos de equilibrio en los que —siguiendo la tradición austríaca— la dimensión
temporal de la producción desempeñaba un papel fundamental (aun al precio de
sacrificar el papel de las expectativas mediante una hipótesis de previsión perfec­
ta), Hicks —y, con él, aunque con enfoques netamente diferenciados, Kaldor,
Alien y Lerner— siguió una línea distinta, tratando de entender de qué modo el
proceso de formación de las expectativas influye en las características de equili­
brio del sistema económico. Ello constituyó una importante apertura a las teorías
del desequilibrio, apertura que para Kaldor y Lerner, y más tarde también para
Hicks, se tradujo en el abandono de la propia metodología de equilibrio.
Finalmente, para entender la evolución intelectual de estos economistas es
necesario considerar también el influjo de otro «patriarca» de la London School,
Arthur L. Bowley (1869-1957), excelente estadístico y economista matemático, de
quien recordaremos Mathematical Groundwork of Economics (1924). Sus leccio­
nes supusieron una importante contribución a los conocimientos matemáticos de
los «jóvenes leones» y a su comprensión de la obra de economistas como Cour-
not, Edgeworth y Pigou; en el caso de Alien, las enseñanzas de Bowley se traduje­
ron en una fructífera colaboración científica, cuyo resultado fue un trabajo esta­
dístico sobre la distribución de la renta que constituiría, durante muchos años,
un punto de referencia obligado en la materia.
278 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

8.2,3. V alor y demanda en H icks

El ensayo «Una reconsideración de la teoría del valor», escrito en colabora­


ción con Roy Alien y publicado en Económica en 1934 (trac!, cast. en J. R. Hicks,
Riqueza y bienestar, México, 1986), los primeros tres capítulos de Valor y capital, y
Revisión de la teoría de la demanda (1956; trad. cast., México) contienen la siste­
matización ordinalista de la teoría del consumidor. Recogiendo las sugerencias
de Pareto en el Manuale y en el célebre artículo publicado, en 1911, en la Encyclo-
pédie des Sciences Mathematiques Purés et Appliquées, Hicks vio en seguida que el
análisis de Edgeworth de las curvas de indiferencia podría permitir a la teoría del
valor prescindir del embarazoso concepto de utilidad cardinal.
Para apreciar la importancia del jíaáó del cardinalismo al ordinalismo reali­
zado con Hicks, es necesario tener presente la atmósfera cultural de la época y,
en particular, los nuevos criterios planteados por el neopositivismo en orden a
fundamentar la actividad científica (sobre todo, el criterio de que cualquier enun­
ciado científico debe poder someterse a un procedimiento de verificación empíri­
ca). Ahora bien, el concepto de utilidad cardinal es un concepto filosófico, elabo­
rado con fines principalmente filosóficos; y esto no resultaba aceptable a la luz de
las nuevas orientaciones epistemológicas. Si para el filósofo benthamiano la legi­
timación científica de las categorías de la teoría utilitarista no planteaba ningún
problema, no puede decirse otro tanto de quienes se-dejaron seducir por el espíri­
tu del Círculo de Viena. Así, Hicks afirmaba en Valor y capital. «Si uno es utilita­
rista en filosofía, tiene perfecto derecho a serlo en economía. Pero si uno no lo es
(y pocos lo son hoy en día), también tiene derecho a elaborar una economía libre
de hipótesis utilitaristas» (p. 18).
A comienzos de la década de 1930, el concepto de utilidad marginal se había
superado ya definitivamente, por lo menos en la London School of Economics.
En el célebre Ensayo de 1932, Robbins había insistido varias veces en la impor­
tancia de evitar divagaciones metafísicas. El concepto de ciencia económica
como estructura de relaciones abstractas entre medios escasos y preferencias or­
denadas no deja lugar alguno a los vestigios del utilitarismo benthamiano en eco­
nomía. Como ya se ha dicho, Pareto fue uno de los primeros en comprender el
anacronismo epistemológico del cardinalismo, y precisamente debido a que pro­
puso su superación, anticipándose considerablemente a su época, su obra perma­
neció durante mucho tiempo casi sin reconocimiento ni continuación. Es cierto
que en su trabajo pionero de 1915, .«Sobre la teoría del equilibrio del consumi­
dor» (publicado originalmente, en italiano, en dómale degli Economista, trad.
cast. en Ensayos sobre la teoría de los precios, cit.), Slutsky había previsto la utili­
zación del principio de indiferencia, superando la obsoleta ley de saturación de
las necesidades; pero su artículo no se había difundido en los ambientes académi­
cos de la época.
En su ensayo de 1934, Alien y Hicks no sólo redescubrieron el famoso re­
sultado de Slutsky, la descomposición del efecto precio en un efecto de renta y
uno de sustitución, sino que —y esto es más importante— decretaron de hecho
el reemplazo de la primera ley de Gossen (la ley de la utilidad marginal decre­
ciente) por el principio de la sustitución marginal. Como más tarde aclararía el
propio H ic k sen Valor v caj)ital, lo qué se requiere para la validez del orinen
to d o
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 279

pió es ia convexidad del mapa de indiferencia. La constatación de que la utilidad


cardinal —lejos de constituir un avance en el frente interpretativo— vacía la teo­
ría de contenido empírico tuvo como consecuencia el abandono sin paliativos
del planteamiento cardinalista.

8.2.4. El EQUILIBRIO ECONÓMICO GENERAL EN HlCKS


La segunda línea de investigación que confluye en Valor y capital concier­
ne a la teoría del equilibrio general. En un primer momento, la influencia de
dicha línea en los avances de la teoría económica fue relativamente modesta,
sobre todo porque la publicación del libro tuvo lugar en plena revolución key-
nesiana, de modo que algunos de los temas hicksianos de mayor importancia
se' analizaron en un marco conceptual —el keynesiano— que era básicamente
ajeno al método del equilibrio general temporal y, al mismo tiempo, más sen­
cillo y eficaz.
Sin embargo, con el transcurso del tiempo Valor y capital vino a ejercer una
creciente influencia, no tanto por sus aportaciones específicas —por otra parte
numerosas— como por la metodología adoptada. La parte estática del trabajo fue
la primera que se consolidó, sobre todo en.Estados Unidos, contribuyendo de
modo decisivo a la recuperación de la teoría del equilibrio económico general.
Pero también la parte dinámica, tras un largo período de oscuridad, fue final­
mente apreciada, hasta el punto de que el método del equilibrio temporal se ha
convertido —en época reciente— en el principal instrumento del análisis neoclá­
sico a corto plazo.
Uno de los elementos más originales e importantes de Valor y capital es la
aplicación de la estática comparada al sistema de equilibrio general. En realidad,
antes de Hicks los teóricos del equilibrio general se habían limitado a verificar la
posible existencia de soluciones de equilibrio, pero no habían sabido utilizar el
modelo para resolver los problemas del intercambio; ni siquiera los más senci­
llos, como, por ejemplo, el de los efectos producidos por el aumento de la «ofer­
ta» o de la «demanda» de un determinado bien o factor. De ahí la difundida sen­
sación de esterilidad en relación al propio modelo. Los «ingredientes» fundamen­
tales que permitieron a Hicks escapar del callejón sin salida consistente en contar
el número de ecuaciones y de incógnitasfiíeron básicamente dos:
a) el principio según el cual un grupo de bienes puede ser tratado como un
solo bien si los precios relativos de los bienes pertenecientes al grupo permane­
cen constantes; se trata del conocido teorema de la agregación de Hicks-Leontief;
b) la idea de que los resultados cualitativos del análisis de estática com­
parada pueden derivarse de las condiciones que aseguran la estabilidad del
equilibrio.
El objetivo fundamental de Hicks consistía en elaborar una teoría dinámica,
en el sentido de que fuera una teoría en la cual «cada variable debe ser fechada».
El análisis estático se consideraba únicam ente una premisa tu ii \ —en todo
caso— indispensable para el análisis dinámico. La principal dificultad que pre­
280 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

senta el paso de la estática a la dinámica se deriva del hecho de que, mientras que
en un contexto estático las decisiones de los agentes dependen únicamente de los
precios corrientes, en un contexto dinámico éstos dependen también de los pre­
cios esperados. El instrumento que permitió a Hicks recuperar el análisis estático
con fines dinámicos fue el método «de los períodos» de Myrdal y Lindahl, méto­
do cuya eficacia había tenido ya tiempo de experimentar en un artículo de 1935,
«Wages and Interest: The Dynamic Problem», publicado en Economic Journal.
Como ya hemos visto en el capítulo 7, en su tesis doctoral de 1927 Myrdal. había
introducido las expectativas entre los determinantes inmediatos de los precios re­
lativos: los cambios futuros anticipados producen efectos sobre el proceso econó­
mico aun antes de que éstos tengan lugar. De ahí que la determinación de un
equilibrio debe incluir las con secuencias' Anticipadas de las transformaciones fu­
turas. Este método de Myrdal será posteriormente denominado por Hicks el «mé­
todo de las expectativas». Por otra parte —y como hemos señalado en el capítulo
anterior—, Lindahl había mostrado ya cómo analizar un proceso dinámico me­
diante una sucesión de equilibrios temporales.
Dividiendo el tiempo en períodos de duración oportuna («semanas») e in­
cluyendo entre los datos de un determinado período no sólo los tradicionales de
la teoría estática (gustos, tecnología y recursos), sino también el estado de las
expectativas, Hicks pudo utilizar el método estático para estudiar-el «equilibrio
temporal», es decir, el equilibrio alcanzado por el sistema económico en un pe­
ríodo. En particular, trató de examinar la estabilidad y las propiedades de estáti­
ca comparada de una economía en equilibrio temporal. En este contexto, se ex­
plica el movimiento del sistema económico en el tiempo como una sucesión de
equilibrios temporales, cada uno de los cuales resulta distinto no sólo del ante­
rior —a causa de la acumulación de capital, del progreso técnico, del cambio en
los gustos de los consumidores, etc.—, sino también del esperado por los agen­
tes económicos. Y esto sucede tanto porque los agentes no pueden prever la evo­
lución de los datos del sistema, y las consecuentes variaciones de los precios,
como porque los planes individuales de consumo y de producción son en gene­
ral incompatibles entre sí, cuando no lo son las propias expectativas de precio.
En esta visión, el sistema económico se halla constantemente en equilibrio tem­
poral, pero nunca en equilibrio «en el tiempo», en el sentido de que el vector de
los precios que caracteriza a cada período es en general distinto del que los
agentes habían previsto para dicho período en el momento de formular sus pla­
nes de producción y de consumo.
Hicks afirma que podría realizarse una mayor coordinación intertemporal
de las decisiones a través de los mercados de futuros, cuando existieran merca­
dos de futuros para todos los bienes. En este caso, todas las transacciones ten­
drían lugar en el momento inicial sobre la base de los precios corrientes de todos
los bienes (presentes y futuros), y en los períodos posteriores se daría únicamente
la ejecución práctica de las transacciones estipuladas en aquel momento. Sin em­
bargo, la incertidumbre respecto a la evolución temporal de las preferencias y de
los recursos limita la posible existencia de mercados de bienes futuros. En conse­
cuencia —afirma Hicks—, no es posible examinar el funcionamiento de los siste­
mas económicos reales sobre la base de modelos de equilibrio intertemporal, si
b ie n .... - p a r a d e te rm in a d o s fin e s t e ó r i c o s - ..- p u e d e re s u lta r ú til r e c u r r ir al m o d e lo
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 281

puro de la futures economy, es decir, a un modelo que suponga la existencia de


mercados para todos los bienes, presentes y futuros.
Así, en la segunda parte de Valor y capital Hicks no sólo presentó un método
original para el estudio de los problemas dinámicos, sino que también anticipó,
con la futures economy, algunas de las tendencias más significativos de las mo­
dernas formulaciones de la teoría del equilibrio económico general; precisamente
las que tratan de resolver los problemas del tiempo y de la incertidumbre sin
abandonar el ámbito del análisis estático.

8.2.5. El modelo IS-LM


En el artículo «Keynes y los “clásicos”. Una posible interpretación», publica­
do en Econometrica, en 1937 (trad. cast. en J. R. Hicks, Ensayos críticos sobre teo­
ría monetaria, Barcelona, 1970), aunque expuesto ya el año anterior en un semi­
nario, Hicks inició —inmediatamente después de la publicación de la Teoría gene­
ral— el proceso de reabsorción de Keynes en los cauces de la teoría ortodoxa que
habría de mantener ocupados a los economistas neoclásicos durante los treinta
años siguientes. En homenaje al planteamiento teórico de Keynes, Hicks siguió
aparentemente un enfoque marshalliano, tomando como dado el stock de capital
e interpretando el principio de la demanda efectiva en términos de un modelo de
equilibrio a corto plazo. En realidad, en aquel artículo presentaba un ambicioso
—aunque sencillo— modelo de equilibrio económico general temporal, en el que
mostraba cómo puede alcanzarse el equilibrio macroeconómico simultáneamen­
te en dos mercados, el del dinero y el de los ahorros.
Hicks generalizó la Teoría general, reduciéndola a cuatro ecuaciones: una
para los ahorros, S = S (Y), deducida de la función del consumo; una para las in­
versiones, I = I (i), que incorpora la función de la eficacia marginal del capital;
una para la demanda de dinero, L = L(Y, i), expresada en términos de demanda
para transacciones y con fines especulativos; y una para la oferta de dinero, que
se supone dada exógenamente, M = M. Y e i representan la renta y el tipo de inte­
rés respectivamente. Igualando la oferta y la demanda de ahorros, y la oferta y la
demanda de dinero, se obtienen las dos ecuaciones siguientes;
I (Ó = S (Y)
M=L {Y,i)
que dan origen a las curvas IS y LM representadas en la figura 8.1. La curva IS
muestra todas las combinaciones de renta e interés que aseguran el equilibrio
real. Por ejemplo, un aumento de la renta hace que aumenten los ahorros y re­
quiere una disminución del tipo de interés para inducir a los empresarios a au­
mentar las inversiones. Se da, pues, un movimiento hacia la derecha a lo largo de
la curva IS. La curva LM muestra todas las 'combinaciones de renta e interés en
las que la demanda monetaria coincide con la oferta. Por ejemplo, un aumento
d ela renta hace auoicule
q u e la m a n d a de dinero a irsac o h e a l a o fei

ta está dada, deberá disminuir la demanda con fines especulativos, lo que sucede-
282 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

rá como consecuencia de un aumento del tipo de interés. Se dará, pues, un movi­


miento hacia la derecha a lo largo de la curva LM.
El punto E es aquel en el que los dos mercados están en equilibrio simultá­
neamente. Determinada de este modo la renta, se podrá calcular el nivel de em­
pleo conociendo la función de producción. Dado el salario monetario, el nivel de
los precios resultará determinado endógenamente de modo que asegure la igual­
dad entre productividad marginal del trabajo y salario real. Sin embargo, Hicks
no dio una solución definitiva a este aspecto del problema. En el próximo capítu­
lo veremos que precisamente a partir de aquí surgirá, con Modigliani, la síntesis
neoclásica de la segunda posguerra.
Con su modelo, Hicks trató de demostrar que la Teoría general no era tan ge­
neral como creía Keynes, sino un caso particular de la (neo)clásica: el caso de la
trampa de ]a liquidez. En las épocas de depresión, el tipo de interés sería muy
bajo y los especuladores estarían poco dispuestos a mantener activos no líquidos;
por lo tanto, su demanda de dinero absorbería la cantidad ofrecida, cualquiera
que fuese ésta, de modo que todo aumento de la oferta monetaria se vería com­
pensado por el correspondiente aumento de la demanda sin que disminuyera el
tipo de interés. En un caso así, la política monetaria resultaría totalmente inefi­
caz; sobre todo, sería incapaz de reconducir a la economía hacia una situación de
pleno empleo. En la figura 8.1 se ve que, utilizando la curva TS’, el equilibrio es­
tará en el punto E’, en la parte horizontal de la curva LM) en tal caso, un aumento
de la oferta monetaria haría que toda la curva LM se desplazara hacia la derecha,
pero no el punto de equilibrio.
En el próximo capítulo veremos que este modelo de Hicks llegará a consti­
tuir —en las décadas de 1950 y 1960— el núcleo de la «síntesis neoclásica», es de­
cir, de un planteamiento de la economía que, en su intento de asimilar a Keynes a
la teoría ortodoxa, tergiversará completamente su mensaje. Pero es necesario ad­
vertir inmediatamente que Hicks, a partir de la década de 1970, rechazará con
firmeza esta interprclación reductora déla obra kevnesiana.
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 283

8 .3 . L a n u e v a e c o n o m ía d e l b ie n e s ta r

8 .3 .1 . L a s is t e m a t iz a c ió n e p is t e m o l ó g ic a d e R o b b in s

La economía del bienestar había surgido, tras la revolución marginalista,


como el banco de pruebas de la teoría neoclásica en el ámbito de las aplicaciones
económicas. Pero los problemas de los que se ocupaba se referían únicamente a
aspectos particulares o a situaciones que, a fin de cuentas, resultaban de impor­
tancia secundaria en el sistema económico. Precisamente debido a la incapacidad
de llegar a sugerir intervenciones de cierta envergadura o a orientar políticas eco­
nómicas válidas a nivel global, Keynes se había opuesto tenazmente a la econo­
mía del bienestar, tratando incluso de modificar sus cuestiones básicas. Lionel
Robbins fue uno de los primeros en percibir el alcance de la crítica keynesiana a
Pigou, en aquel momento considerado una autoridad en la materia; y a comien­
zos de la década de 1930 inició la tarea de superar el planteamiento teórico surgi­
do de la línea de pensamiento Cannan-Marshall-Pigou. El trabajo de reorganiza­
ción conceptual —y, sobre todo, epistemológica— que Robbins llevó a cabo en
aquel período contribuyó a conferir al sistema teórico neoclásico la preeminente
posición que asumió tras el «paréntesis» de la revolución keynesiana. La exposi­
ción de los resultados de su trabajo nos permitirá, entre otras cosas, responder a
un cuestión planteada al final del capítulo 6: ¿por qué el paso del cardinalismo al
ordinalismo no se realizó hasta la década de 1930, si —como hemos visto— Lodos
los presupuestos teóricos necesarios estaban ya disponibles desde comienzos de
siglo?
El caballo de batalla del trabajo de Robbins es la célebre redefinición del ob­
jeto de estudio de la economía. Si, como escribió en Ensayo sobre la naturaleza y
significación de la ciencia económica, «la unidad del discurso de la ciencia econó­
mica» se debe buscar «en las formas asumidas por el comportamiento humano al
disponer de medios escasos» (p. 15), entonces el concepto más adecuado para es­
tudiar el bienestar económico —y, de modo más general, las decisiones de un
agente económico— debe ser el de la utilidad entendida como expresión de las
preferencias individuales. Dado' que la utilidad, por su naturaleza, no se puede
observar, y aún menos medir, Robbins descubrió que ello despoja de fundamento
científico cualquier afirmación sobre los efectos de las medidas redistributivas en
el bienestar colectivo. '
Interpretando la utilidad en términos de preferencias, la versión igualitarista
del utilitarismo pierde toda su fuerza: las comparaciones interpersonales resultan
arbitrarias —o, mejor aún, imposibles en el plano positivo—, ya que las motiva­
ciones subyacentes a las elecciones individuales pueden ser totalmente dispares.
No hay ningún modo de comparar las satisfacciones de personas distintas; y
Robbins continuaba afirmando: «por supuesto, en la vida diaria suponemos cons­
tantemente que se pueden hacer tales comparaciones. Pero la propia diversidad
de las suposiciones en distintos momentos y lugares constituye una evidencia de
su naturaleza convencional» (p. 124). Es importante no pasar por alto la agudeza
del argumento: no existiría ningún «hecho» al que tales comparaciones hagan re-
ierencia, sino única rnc’nte expresiones de valores nías o menos ampliamente
compartidos en una determinada comunidad; y, en cuanto tales, sólo «pueden
284 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

justificarse haciendo referencia a valores inapelables de obligación moral». En


conclusión, «no tienen lugar alguno en la ciencia pura y no pueden justificarse
apelando a ninguna clase de ciencia positiva» (p. 125).
Entre los economistas reunidos en torno a Robbins en la London Schooi
of Economics era opinión muy extendida que la noción de «preferencias indi­
viduales» era epistemológicamente más segura que la de «niveles de bienes­
tar». El positivismo lógico había tenido un impacto dramático en la ciencia
social anglo-americana, y en Inglaterra había penetrado precisamente a través
de la London Schooi. A comienzos de siglo, la epistemología positivista aún
no había empezado a turbar el sueño de los economistas. Hubo que esperar a
la sistematización filosófica realizada por el Círculo de Viena para que tam­
bién en economía se empezara a hablpr de la «observabilidad» como criterio
de diferenciación entre el discurso científico y el no científico, y de la «neutra­
lidad» respecto a los juicios de valor como criterio de separación entre ciencia
y ética. De este modo se llegó, en la década de 1930, a la noción de utilidad
como satisfacción de las preferencias individuales. Dicha noción, a la vez que
tenía en cuenta la inobservabilidad de las utilidades individuales, permitía es­
tablecer el carácter normativo de las comparaciones interpersonales que moti­
van las políticas sociales.
Las preferencias pueden hacerse operativas por medio de una definición en
términos de elección: la afirmación «el estado de cosas x es preferible al estado
de cosas y» quedaría completamente definida por la afirmación «el estado x sería
elegido por un sujeto si sólo estuvieran disponibles x e y». Naturalmente, a
Robbins y los otros autores que siguieron esta orientación ni siquiera se les ocu­
rrió que el definiens, en tanto proposición condicional, sólo podría cumplir su
función una vez se hubiera definido la noción de preferencia. Se puede preferir la
salud a la enfermedad, pero ciertamente no se elige estar sano o enfermo. Pasa­
ron por alto el hecho de que las preferencias —salvo las absolutas— poseen natu­
raleza holística, y, por tanto, que la práctica ordinalista de definir lo que resulta
preferible en términos de lo que se elige o se elegiría no es inmune a las críticas
desde el punto de vista epistemológico.
En cualquier caso, fueron estos presupuestos los que permitieron a Robbins
hablar de una «nueva» economía del bienestar como una disciplina libre de cual­
quier proposición ética. No obstante, resulta interesante observar que, si el objeti­
vo declarado era el de lograr la neutralidad del utilitarismo respecto a la cuestión
del valor (cualquier cosa que los sujetos consideren que tiene valor debe ser acep­
tada), el nuevo sistema produjo un resultado «colateral», sólo en apariencia para­
dójico. Las preferencias de una persona son el producto no sólo de necesidades
biológicas, sino también de un proceso de socialización. Por lo tanto, se hallan
determinadas por las relaciones sociales existentes; y tienden a reflejarlas y a re­
forzarlas. De ello se deduce que una teoría que exige la máxima satisfacción de
las preferencias dadas en un determinado contexto social contribuye, sin duda, a
reforzar la estructura social que las ha determinado; en consecuencia, se trata de
una teoría fuertemente desvirtuada en un sentido «conservador».
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 285

8 .3 .2 . P r in c ip io p a r e t ia n o y t e s t s d e c o m p e n s a c ió n

Hubo voces de discrepancia, aunque no fueron muchas; la más insistente


fue la de L. Fraser en Economic Thought.and Language No obstante, la lí­ (1 9 3 7 ).

nea ordinalista de Robbins, Hicks y Alien superó todas las resistencias. No es di­
fícil ver por qué. La primera razón es que el tema central del debate teórico en
la década de aparte de las cuestiones keynesianas, volvía a ser la teoría de
1930,

los precios. Se trataba de una consecuencia secundaria de la crítica de Sraffa al


sistema marshalliano. Hasta aquel momento, los problemas fundamentales
—dado el objetivo de aliviar las situaciones de necesidad de la gente— eran más
bien los de la producción y la distribución. El bienestar material aumenta si la
distribución del dividendo social se decanta a favor de los pobres, hasta que re­
sultan niveladas las utilidades marginales de todos los sujetos. Pero tal nivela­
ción constituye también un requisito' de eficiencia. Por lo tanto, la defensa de
políticas económicas igualitarias se basaba al mismo tiempo en consideraciones
de eficiencia y de equidad, dos objetivos que se consideraban complementarios
y no antagónicos. Está claro que, desde este punto de vista, es a la noción de uti­
lidad como «satisfacción de las necesidades» a la que hay que hacer referencia.
Si se admite que las necesidades de los individuos son comparables, entonces
también deben serlo las utilidades.
De este modo, aunque ya se sabía a finales del siglo xix que conceptos como
los de la mensurabilidad y la posibilidad de comparación de las utilidades indivi­
duales resultaban superfluos a efectos de una teoría de los precios, se considera­
ba en general que eran necesarios para el estudio de las condiciones adecuadas
para mejorar el bienestar de los individuos.
Sin embargo, una vez redefinido el objetivo de la investigación económi­
ca situando la teoría de los precios en un lugar central, el aparato analítico or­
dinalista resultó ser más que suficiente. Siguiendo el canon metodológico de
la «navaja» de Ockham, Hicks y Alien demostraron, en particular, que un con­
cepto «psicológico» como el de utilidad marginal puede sustituirse provecho­
samente por un concepto «comportamental» como el de la tasa marginal de
sustitución.
La segunda razón del éxito del programa ordinalista es que, en lo que se re­
fiere directamente a las cuestiones de economía del bienestar, en la década de
1930 se habían «descubierto» las virtudes del criterio de óptimo de Pareto, la
más valiosa de las cuales consiste en que éste no tiene ninguna necesidad de
presuponer comparaciones interpersonales de utilidad; y ello parecía significar
que, aunque las comparaciones fueran imposibles, se podrían realizar algunas
recomendaciones de política económica, La principal de dichas recomendacio­
nes era que «la mejor política es no hacer ninguna política». El criterio de Pare­
to parecía haber traducido a proposición científica este fundamental aspecto de
la doctrina liberal. Es cierto, como se vio en seguida, que podía haber muchos
óptimos sociales —quizás incluso infinitos—, y que, en consecuencia, se requie­
ren criterios «científicos» para elegir entre ellos. Pero eso no preocupaba dema­
siado: los «tests de compensación» propuestos por Hicks, Kaldor, Scitovsky y
Samuelson, la auténtica novedad teórica de la década de 1940 en este jrente, pa­
recía que iban a llenar este vacío. Los trabajos que iniciaron esta línea de inves-
286 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

ligación fueron: «Las proposiciones de la teoría del bienestar», de Kaldor (Eco­


nomía Journal, 1939; trad. cast. en Ensayos sobre el valor y la distribución, Ma­
drid, 1973); «Valuación del ingreso social», de Hicks (Económica, 1940; trad.
cast. en J. R. Hicks, Riqueza y bienestar, México, 1986); «Una nota sobre las pro­
posiciones de bienestar en la teoría económica», de Scitovsky (Review of Econo-
mic Stuclies, 1941-1942; trad. cast. en Ensayos sobre bienestar y crecimiento, Ma­
drid, 1970), y finalmente el capítulo VIII de los Fundamentos del análisis econó­
mico, de Samuelson.
La idea de los tests de compensación se basa en la noción de «bienestar po­
tencial», es decir, un tipo de bienestar que tiene en cuenta todas las posibles re­
distribuciones realizables a partir de una determinada situación. Sean x ey dos
alternativas sociales —por ejemplo, CoíTstruir un parque (x) y no construirlo
(y)—, y sean S(x) y S(y) el conjunto de alternativas accesibles a partir dex ey res­
pectivamente. Se dice, entonces,, que x es Hicks-Kaldor superior a y (simbólica­
mente, xHKy) si existe una alternativa z perteneciente a S{x) tal que z sea Pare-
to superior a y (simbólicamente, zPy). La existencia de tal estado de cosas hace
virtualmente posible que todo el mundo esté mejor una vez se haya elegido la al­
ternativa x. En el ejemplo, es posible idear un esquema de compensación basado
en impuestos y subsidios tales que quienes salgan ganando con la construcción
del parque puedan compensar a aquellos que salgan perdiendo, de manera que al
final nadie esté peor y algunos estén mejor.
Desgraciadamente, los tests de compensación presentan dos graves dificulta­
des. La primera atañe a su coherencia lógica. Veamos de qué se trata de una ma­
nera gráfica. Sea u(x) el conjunto de vectores de utilidad generado por el conjun­
to de alternativas S(x). Con sólo dos individuos, A y B, u(x) puede representarse
en un gráfico cuyos ejes representen la utilidad de un individuo, uA, y la utilidad
del otro, uB. La frontera del área sombreada en la figura 8.2 se denomina frontera
de la utilidad relativa a x. Por debajo, se indican u(x) = [uA(x], uB(x)] y u(w) =
= [uA(w), uB(w)], donde w denota una alternativa que pertenece a S(x). Claramen­
te, B prefiere w a x, de modo que el paso de x a w comporta que B compense de
alguna manera a 4. En la frontera de la utilidad relativa ay se indican los puntos
uiy) = [uA(y), uB(y)\ y n(v) = [uA{v), uB(v)], donde v es una-alternativa accesible a
partir de y. En los términos de la figura 8.2, ¿qué alternativa resulta Hicks-Kaldor
superior? Dada x, es posible alcanzar la alternativa w, y ambos sujetos prefieren
way. Por tanto, wPy y, en consecuencia, xHKy. Por otra parte, dada y, es posible
alcanzar la alternativa v, y ambos sujetos prefieren v a x, de manera que vPx y,
por tanto, yHKx. El criterio propuesto resulta lógicamente incoherente. Por su
parte, el criterio de Scitovsky presenta problemas parecidos.
La segunda dificultad a la que aludíamos tiene que ver con el sentido en el
cual un aumento del «bienestar potencial» es importante para las comparaciones
de bienestar efectivo. Aunque quien sale ganando con una determinada medida
pueda compensar a quien sale perdiendo, ¿por qué eso habría de constituir una
mejora? ¿Quizás porque se considera que la compensación debe pagarse? No pa­
rece que esta sea precisamente la respuesta. En efecto, si la compensación no se
paga, entonces la situación de mayor bienestar potencial puede perfectamente
considerarse peor siempre que se atribuya una mayor consideración al perjuicio
de quien pierde que a) provecho de quien gana. Si —por el contrario— la com­
LOS -AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 287

pensación se paga, tendremos que, una vez realizado el pago, todos estarán tan
bien como antes, y al menos uno estará mejor, situación que denota claramente
una mejora en sentido paretiano. Pero entonces no hay necesidad de ningún test
de compensación; basta con el criterio de Pareto. Esta es la conclusión a que lle­
va el criterio propuesto por Samuelson. Así, se puede concluir que los tests de
compensación, o bien no resultan convincentes (cuando la compensación no se
paga), o bien son redundantes (cuando la compensación se paga). Sin embargo,
habrá que esperar a la década de 1950 para que se perciba este problema. En este
sentido, fue decisivo un ensayo de W. Gorman, de 1955, titulado «The Intransiti-
vity of Certain Criteria Used in Welfare Economics» (publicado en Oxford Econo-
mic Papers), en el que se desvelaba la paradoja de los tests de compensación: ¡és­
tos resultan lógicamente coherentes —y, por tanto, aceptables— sólo cuando no
sirven!
Mientras tanto, en el seno del sistema teórico neoclásico fue ganando terre­
no aquel vasto programa de investigación, basado en la teoría del valor-elección,
que todavía hoy constituye el marco de referencia del trabajo teórico. La apodíc-
tica afirmación formulada por Edgeworth en Mathematical Psychics —«el pri­
mer principio de la economía es que cada agente se ve impulsado a la acción
únicamente por su interés personal»— siguió considerándose válida, pero ahora
venía a significar que cada persona persigue su propio interés cuando maximiza
su utilidad. Y dado que la utilidad estaba llamada a representar las distintas op­
ciones (una alternativa tiene mayor utilidad que otra para un individuo si, en el
caso de que pudiera elegir entre ambas, optaría por la primera), surgió la inter­
pretación según la cual lo que el individuo elegiría coincide con lo que redunda­
ría en su interés. En el capítulo 10 veremos los saltad os de programa de
investigación.
288 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

8 .4 . El debate sobre el cálculo económico en el socialismo


8 .4 .1 . E m p ie z a e l b a il e

Una gran parte de las interpretaciones socialistas de la economía política de


Marx consideran el socialismo incompatible con el mercado. Las relaciones de
mercado, incluso en su forma más simple de intercambio de mercancías entre
productores autónomos, se hallan presentes en El capital como el núcleo del que
—tanto lógica como históricamente— surge el capitalismo. Según esta línea de
pensamiento, el socialismo no sólo haría inútil el mercado, sino que lo superaría
como mecanismo de asignación de recursos, haciendo además evidente, median­
te la planificación, la naturaleza social, cjel trabajo. La planificación aseguraría la
asignación eficiente de los recursos, eliminando el absurdo que supone la existen­
cia de necesidades no satisfechas en presencia de recursos no utilizados.
Después de la Revolución de Octubre, la idea de la planificación central
como base económica del socialismo pasó a formar parte de los documentos pro­
gramáticos de muchos partidos comunistas. Cualquier aceptación del mecanismo
de mercado se presentaba sólo como una concesión transitoria, justificada bási­
camente por el retraso de las condiciones socioeconómicas y por las dificultades
de la fase de transición del capitalismo al socialismo. Sin embargo, no hay que ol­
vidar que, tanto entre las corrientes reformistas del marxismo como entre las de
extrema izquierda —por no hablar de los grupos anarquistas—, ya a partir de la
II Internacional se había empezado a reconocer la importancia del mercado para
el funcionamiento de la economía socialista. (Sin embargo, tras la victoria del le­
ninismo en Rusia se silenciaría cualquier discrepancia, y el socialismo pasaría a
identificarse con el «centralismo, democrático», la «planificación central» y el Es­
tado como propietario de todos los medios de producción.)
En este contexto, no resulta sorprendente que los debates sobre el socialis­
mo alcanzaran el frente teórico. El debate sobre planificación y mercado se inició
en el pensamiento liberal cuando Von Hayek dio a conocer un artículo que había
escrito Von Mises en 1920, «Die Wirtschaftsrechnung im sozialistischen Ge-
meinwesen», publicándolo en una antología titulada Collectivist Economic Plan-
ning (1935). En dicho artículo, Von Mises negaba categóricamente la posibilidad
del cálculo económico racional en el socialismo: sin mercado, no hay formación
de los precios; sin formación de los precios, no hay cálculo económico. El argu­
mento de Von Mises consistía esencialmente en que las relaciones de intercambio
entre los bienes producidos, y, por tanto, la formación de sus precios, sólo pue­
den establecerse sobre la base de la propiedad privada.
A comienzos de la década de 1930 hubo numerosos intentos de refutar esta
tesis por parte de F. Taylor, H. D. Dickinson, C. Landauer, E. Heimann y otros.
Asimismo, hay que recordar el desafío que Karl Polanyi lanzó a Von Mises ya en
1922, en el transcurso de un seminario sobre el guild socialism, impartido en Vie-
na por el propio Polanyi. El intento por parte de este último de elaborar una teo­
ría positiva de la economía socialista se basaba en su aversión tanto por la econo­
mía de mercado como por el socialismo centralizado, que consideraba dos for­
mas de «ilibertad». En aquellos años, la posibilidad de construir una economía
socialista, eficaz constituyó el objeto de las más vivas discusiones entre los estu­
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 289

diosos de la economía. Von Mises, desde lo alto de la autoridad de su status aca­


démico, declaró que era imposible. De todos modos, todas las revoluciones en
Europa central habían fracasado, la guerra civil había hecho pedazos la econo­
mía soviética y el socialismo aún no estaba a la orden del día en las repúblicas so­
viéticas.

8 .4 .2 . L a s o l u c ió n L a n g e -L er n er

Fueron el economista rumano Abba Lemer (1905-1982) y, sobre todo, el eco­


nomista polaco Oskar Lange (1904-1965) quienes respondieron de manera más vi­
gorosa a las tesis de Von Mises y de Von Hayek. La «solución Lange-Lerner» apa­
reció en el ensayo de Lange «Sobre la teoría económica del socialismo» (publica­
do, en los años 1936-1937, en la Review of Economie Studies; trad. cast. en O. Lan­
ge y F. M. Taylor, Sobre la teoría económica-del socialismo, Barcelona, 1970), y en
dos ensayos de Lerner, «Economie Theory and Socialist Economies» (Review of
Economie Studies, 1934) y «Statics and Dynamics in Socialist Economies» (Econo­
mie Journal, 1937). La solución propuesta negaba la validez teórica del argumento
de Von Mises, utilizando la demostración elaborada por Barone en su trabajo de
1908 («II Ministro de la produzione nello' Statto collettivista»): la demostración de
la equivalencia entre planificación y libre mercado en la asignación eficiente de los
recursos. Por otra parte, Lange y Lemer trataron de identificar una solución
«práctica» en el conocido procedimiento iterativo «por ensayo y error», según la
cual la «Oficina Central de Planificación» ejercería de hecho las mismas funciones
que el mercado. Lange elaboró dos modelos alternativos. En el primero, los bienes
de consumo y los servicios del trabajo son asignados por medio del libre mercado
sobre la base de los precios monetarios, mientras que a los demás inputs se les
asignan precios contables. Los valores de equilibrio de ambos grupos de precios se
determinan mediante un único procedimiento iterativo. En cada estadio del proce­
so el planificador anüncia un vector de precios no negativos, e imparte a los direc­
tores de las empresas socialistas las dos reglas siguientes:
a) minimizar el coste medio de producción empleando una combinación
de factores tal que el producto marginal en valor de cada uno de los factores
iguale a su precio; >
b) determinar el nivel de producción en el punto en el que el coste margi­
nal del producto iguale al precio fijado por la Oficina.
De modo parecido, al tratar los precios anunciados como parámetros, las fa­
milias maximizan sus funciones de utilidad. Se obtienen así las funciones de de­
manda de los bienes y de la oferta de trabajo. Para cada bien o servicio, el planifi­
cador junta las propuestas recibidas de las empresas y de las familias. Si para un
determinado bien o servicio se registra un exceso de demanda positivo (negativo),
su precio se aumentará (disminuirá). El nuevo vector de los precios se anunciará
a las empresas y a las familias, y el proceso empezará de nuevo, hasta que todos
los excesos de demanda se eliminen. Corno admitió e! propio Lange, el procedi­
miento es exactamente el mismo que el del tâtonnement walrasiano.
290 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

En su segundo modelo, Lange no supuso la existencia de libre mercado. El


planificador obtiene la demanda de los bienes de consumo y la oferta de trabajo a
partir de una función del bienestar social derivada de las preferencias individua­
les. El proceso iterativo únicamente se dirige a determinar los precios contables,
y es de naturaleza virtual. Una vez se ha llevado a cabo la producción planificada,
los bienes de consumo pueden venderse en los mercados reales, a precios efecti­
vos que pueden no corresponder a los valores de equilibrio contable.
En la elaboración del procedimiento «por ensayo y error», al principio se
hizo hincapié en la demostración de que el socialismo planificado es capaz de
asignar los recursos del mismo modo que la economía capitalista de mercado.
Después, se pasó al intento —más ambicioso— de construir un modelo nor­
mativo de socialismo de mercado. Sip pnbargo, en esta última interpretación
—es decir, como solución normativa— el modelo resulta más vulnerable a la
verificación empírica que en su interpretación «positiva». En efecto, mientras
que el comportamiento efectivo de los agentes en los mercados capitalistas no
se halla determinado en absoluto por las proposiciones de la teoría del equili­
brio general, los dirigentes socialistas deberían ser aleccionados para seguir
las reglas del modelo, con todas las consecuencias que ello comportaría. Así,
si el equilibrio del modelo no es estable, o si el proceso que conduce al equili­
brio resulta particularmente lento, a los dirigentes les faltaría una guía segura
y eficaz, con lo que la validez empírica del modelo desaparecería. Esto explica
la inclusión en el modelo de socialismo de mercado de un cierto número de
«piezas» que no tienen equivalente en el mercado capitalista. Una de las «pie­
zas» más importantes es la determinación de la tasa de acumulación, no me­
diante procesos de mercado, sino —de manera directa y arbitraria— por parte
de la Oficina Central, la cual fija también las reglas de distribución entre los
sujetos del dividendo social proveniente de la tierra y el capital de propiedad
pública. En vista de estas dificultades, no resulta sorprendente que, en una
elaboración posterior del planteamiento de Lange (el ensayo «Decentraliza­
tion and Computation in Resource Allocation», publicado en R. W. Pfouts, ed.,
Essays in Economics and Econometrics, Chapel Hill, N.C., 1960), K. Arrow y
L. Hurwicz desarrollaran el segundo modelo, en claro contraste con la reco­
mendación del propio Lange en el sentido de no emplear dicho modelo por
considerarlo excesivamente «poco democrático».
Así pues, en el modelo de Lange el mercado acababa por convertirse en un
mero instrumento de cálculo para resolver un sistema de ecuaciones simultáneas;
el mercado había de realizar ni más ni menos que las funciones de una calculado­
ra, analogía que el propio Lange propondrá más tarde, en un ensayo de 1965. El
socialismo de mercado debe ser capaz de combinar la eficiencia en la asignación
de los recursos productivos (lo que requiere una serie de reglas establecidas por
la Oficina Central para impedir comportamientos mono-oligopolistas) con una
distribución de la renta que maximice el bienestar colectivo (lo que implica la eli­
minación de las desigualdades derivadas de la propiedad privada de los medios
de producción). Una economía que operara sobre la base de estos principios esta­
ría abierta a las innovaciones sin sucumbir a los desastres causados por las fluc­
tuaciones cíclicas. Ciertamente, Lange no ocultaba las dificultades que entrañaba
la realización de un proyecto semejante. La más grave de ellas, el peligro de buró-
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 291

cratización de la vida económica (con la consiguiente falta de incentivos adecua­


dos para los directores de las empresas socialistas a la hora de seguir las reglas
del planificador), la consideraba, sin embargo, de menor importancia que la pér­
dida de eficiencia causada por el capitalismo mono-oligopolista.

8 .4 .3 . L a c r ít ic a d e V on H ayek

Este modelo de socialismo de mercado fue objeto de violentos ataques desde


dos frentes opuestos: por una parte, quienes se oponían a la adopción del merca­
do en el sistema socialista; por otra, quienes no aceptaban el socialismo. El pri­
mer tipo dé crítica se basaba en la consideración de que el modelo de socialismo
de mercado asegura, como mucho, la eficiencia estática, pero no la eficiencia di­
námica. Dicho modelo no aportaba ninguna solución, por ejemplo, al problema
de la plena utilización de los recursos potenciales, objetivo que sólo podría lograr­
se por medio de la planificación centralizada, que —en cualquier caso— sería ne­
cesaria para conjurar los fuertes elementos de inestabilidad vinculados a los pro­
blemas derivados de las economías de escala. Esta era la tesis planteada, entre
otros, por Maurice Dobb en «Nota sobre el ahorro y la inversión en una econo­
mía socialista» (publicado en Economic Journal, en 1939; trad. cast. en M. Dobb,
El cálculo económico en una economía socialista, Barcelona, 1970), y posterior­
mente por Paul Baran en «Planificación económica nacional, parte 3: la planifi­
cación bajo el socialismo» (en Survey of Contemporary Economics, 1952; trad.
cast. en B. F. Haley, ed., Compendio de economía contemporánea, Madrid, 1970);
línea de pensamiento que finalmente obligará al propio Lange a rehacer algunos
puntos de su modelo en «The Computer and the Market» (en C. Feinstein, ed.,
Capitalism, Socialism and Economic Growth, 1967).
El segundo tipo de crítica —que es el que acabará por tener una mayor in­
fluencia—, está vinculado sobre todo a las tesis de Von Hayek. Su último ensayo
importante sobre esta materia es «Socialist Calculation: The Competitive Solu-
tion» (publicado en Económica, en 1940). El cálculo económico —había argu­
mentado Von Mises— exige la guía que proporcionan los precios. Dado que una
economía centralmente planificada no posee mercados de factores productivos,
tampoco puede disponer de precios-guía. Lange había respondido afirmando que
no hay ninguna necesidad de que los préciós sean los de mercado; a la hora de to­
mar decisiones, se puede utilizar como guía los precios anunciados por la autori­
dad central y tomados como referencia por los directores de empresa socialistas.
Dichos precios se utilizarían como parámetros, exactamente igual como haría
una empresa en condiciones perfectamente competitivas. En respuesta a este ar­
gumento, Von Hayek desarrolló su interpretación del proceso de mercado como
proceso de descubrimiento: en el transcurso de éste, la información dispersa entre
una miríada de agentes económicos llegaría a ser movilizada y utilizada de mane­
ra eficiente. Este es el mensaje central del célebre artículo «Economics and
Knowledge» (publicado en Económica, en 1937): el mercado es generador de co­
nocimiento. Cada individuo es el único depositario —afirmaba Hayek— de una
sene ele elementos especííicos de conocimiento, y únicamente mediante una inte­
racción no condicionada entre los agentes económicos puede difundirse este co­
292 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

nocimiento disperso de manera beneficiosa para todo el conjunto de la sociedad.


En consecuencia, su oposición al socialismo se justificaba por la tesis de que di­
cho sistema atribuiría a una agencia que operaría en condiciones de información
necesariamente incompleta un poder coercitivo sobre el ámbito de acción de los
individuos, quienes —en cambio— serían los únicos depositarios de las informa­
ciones relevantes. «¿Cómo puede la combinación de fragmentos de conocimiento
existentes en mentes distintas producir unos resultados que, para producirse de
manera deliberada, requerirían un conocimiento por parte de la mente dirigente
que ningún individuo puede poseer?» (p. 53). Las condiciones (conocimiento per­
fecto) que delimitan el problema a resolver (lograr el equilibrio) son las mismas
que aseguran su solución. Entonces, el problema económico consiste no tanto en
cómo asignar unos recursos dados, sino^-sobre todo— en «cómo la interacción
espontánea de una serie de personas, cada una de las cuales posee únicamente
fragmentos de conocimiento, puede llevar a un estado de cosas en el que los pre­
cios se correspondan con los costes» (p. 50). Este estado de cosas sólo puede pro­
ducirse por la dirección deliberada de alguien que posea el conocimiento combi­
nado de todos los individuos..
En época más reciente, se recuperará la contribución de Hayek de 1937
\

—en otro contexto— para cuestionar la validez teórica del concepto de compe­
tencia perfecta y para atacar la posición central del concepto de equilibrio en
economía. Volveremos a hablar de ello en el capítulo 11, al tratar de la escuela
neo-austriaca.

8.5. Planteamientos alternativos


8 .5 .1 . ALLYN YOUNG Y LOS RENDIMIENTOS CRECIENTES

En la época victoriana, el tema del desarrollo económico, que —como se re­


cordará— había sido el centro de la reflexión teórica de los clásicos, perdió su
puesto destacado en la escala de intereses de los economistas ortodoxos. Quizás
ello se debiera a que se empezó a valorar el desarrollo económico en el contexto
de una visión más general del progreso humano, de manera que se dejó de ver
como un problema. O tal vez porque había sido desplazado por cuestiones más
urgentes, como las vinculadas al problema de la determinación de los precios y
de las remuneraciones de los recursos en situaciones de eficiencia distributiva.
Finalmente, se debe atribuir una buena parte de la responsabilidad a la atracción
ejercida por la elegancia formal del sistema teórico neoclásico y a su capacidad
de monopolizar el interés de los economistas; la teoría neoclásica trata las insti­
tuciones, la población, la tecnología, en suma, los elementos clave del proceso de
crecimiento, sólo como datos exógenos, considerando que las causas o los facto­
res de su transformación deben plantearse fuera del ámbito de investigación de la
ciencia económica. Así, los economistas que han querido ocuparse de estas mate­
rias a menudo se han visto obligados a «abandonar el redil». Fue así como nació
la economía institucionalista.
Incluso el tema de la división del trabajo y de los rendimientos crecientes
. --el aran tema d e Srniíh— terminó siendo considerado un caso particular de la
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 293

teoría de los precios de equilibrio. Y Allyn Young, economista de Harvard, hubo


de escribir en 1928 un vehemente ensayo, «Rendimientos crecientes y progreso
económico» (publicado, en inglés, en Economic Journal; trad. cast. en Revista de
Economía Política, 1958), para recordar a sus colegas que, por el contrario, se tra­
ta del algo de fundamental importancia desde el punto de vista teórico. En pre­
sencia de rendimientos de escala crecientes, el cambio se hace progresivo y se
propaga de manera acumulativa, puesto que lás fuerzas que impulsan dicho cam­
bio son endógenas. Así, el estado real de la economía durante un período cual­
quiera no puede preverse más que como resultado de la secuencia de aconteci­
mientos de períodos anteriores.
La consideración básica de la que partió Young era que cualquier aumento
en la oferta de las mercancías amplía —al menos potencialmente— el mercado
de otras mercancías. Por lo tanto, «la extensión del mercado» depende de la divi­
sión del trabajo en la misma medida en que ésta depende de aquélla. Así, para
Young, «la tesis de Adam Smith equivale al teorema de que la división del trabajo
depende en buena parte de la división del trabajo. Se trata de algo más que de
una simple tautología. Significa [...] que las fuerzas contrarias que actúan derro­
tando a las fuerzas del equilibrio económico se hallan más extendidas y más pro­
fundamente arraigadas en la constitución del sistema económico moderno de lo
que comúnmente se cree» (p. 533). Para Smith, el proceso de crecimiento econó­
mico posee unas características predominantemente acumulativas. Los aumentos
de las cantidades producidas (la ampliación del mercado) permiten una mejor di­
visión del trabajo; y en la medida en que el trabajo se especializa, su productivi­
dad aumenta. De este modo, con un determinado nivel de empleo son posibles in­
crementos adicionales de la producción global que proporcionen nuevos estímu­
los al crecimiento.
En presencia de rendimientos crecientes de escala, la propia noción de equi­
librio a largo plazo entra en crisis. En efecto, si un cambio cualquiera en la utili­
zación de los recursos, cualquier reorganización de las actividades productivas,
crea la oportunidad de un nuevo cambio que de otro modo no hubiera existido,
entonces la teoría de la asignación óptima de los recursos según la cual cada uno
de los recursos da en el margen una contribución igual al output, cualquiera que
sea su uso, se vacía de significado. Si el pattem de utilización de los recursos en
cada momento depende de. los usos anteriores, la noción de eficiencia económica
basada en el principio de la asignación ¿te medios escasos entre usos alternativos
ya no se sostiene, salvo a corto plazo, cuando las instalaciones son fijas por hipó­
tesis; Marshall pareció plenamente consciente de este problema a juzgar por su
intento de trazar una curva de oferta «irreversible».
Lina segunda consecuencia importante de la existencia de rendimientos cre­
cientes es que —como observará Kaldor en «La irrelevancia de la economía del
equilibrio» (publicado en Economic Journal, en 1971; trad. cast. en Información
Comercial Española, 498, 1975)—, al aumentar el nivel de actividad, resulta renta­
ble aumentar el coeficiente capital-trabajo: cuanto más alto sea dicho nivel, más
especializada será la maquinaria que puede utilizarse provechosamente. En pala­
bras de Young; «Sería un derroche producir un martillo para clavar un solo clavo;
es mucho mejor utilizar cualquier otro instrumento que se tenga a mano» (p. 530).
Esto significa que la elección de la relación capital-trabajo, y en general de las téc­
294 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

nicas, depende de la extensión del mercado más que de los precios relativos de los
inputs, contrariamente a lo que lleva a-suponer la teoría marginalista.
Las voces de discrepancia como la de Young se hicieron sentir en el período
de entreguerras, y fueron notables (baste citar la de Schumpeter). Pero no fueron
oídas, tanto porque la teoría neoclásica estaba evolucionando según una lógica
interna propia que la hacía inaccesible a críticas tan sencillas y radicales, como
también porque una gran parte de las voces discrepantes se unieron a las nuevas
teorías generales del «corto plazo». Por las mismas razones tampoco se escuchó a
los economistas institucionalistas, que volvieron a manifestarse precisamente en
aquellos años de crisis.

8.5.2. Thorstein Veblen


En la década de 1890 la economía clásica había desaparecido ya de la esce­
na, de manera que a partir de entonces todos los ataques externos a la economía
política se convirtieron en críticas antineoclásicas. Esto fue lo que sucedió en Es­
tados Unidos con las escuelas institucionalistas. Esta línea de pensamiento fue
iniciada por Veblen en la década de 1890 y continuada por otras generaciones de
institucionalistas en las décadas posteriores. Su evolución y sus críticas han
acompañado siempre en Estados Unidos al desarrollo de la ortodoxia neoclásica,
quizás como compensación de la debilidad de las críticas marxistas en dicho
país. Y continúa viva todavía hoy, por ejemplo con Gaibraith, sus seguidores y al­
gunas comentes de la llamada radical political economy. Recientemente, A. Gru-
chy ha descrito a los institucionalistas como pensadores que «indagan problemas
como el del impacto del cambio tecnológico en la estructura y el funcionamiento
del sistema económico, las relaciones de poder entre los diversos grupos de inte­
rés económico, la lógica del proceso de industrialización y la determinación de
los fines y de las prioridades nacionales» (p. 11).
Para captar el sentido de una definición como esta es necesario prestar aten­
ción a la evolución de la historia económica estadounidense en el período que va
de 1880 a 1915, la época más activa de la carrera intelectual de Thorstein Veblen
(1857-1929), «fundador» de la escuela institucionalista. Este fin de siglo fue cual­
quier cosa menos un período de «tranquilidad victoriana». Aparte del hecho de
que el quinquenio 1885-1890 fue como el ojo de un huracán entre las depresiones
de las décadas de 1870 y de 1890, hay que tener presente que el país se hallaba
comprometido en la tarea de añadir a su ya desarrollado sector agrícola un po­
tente sector industrial, capaz de amenazar la supremacía económica inglesa. Ade­
más, la «frontera» alcanzó sus límites hacia 1890, y la expansión territorial empe­
zó a dirigirse a ultramar (piénsese en el neocolonialismo en el Caribe, en Cen-
troamérica y en el Pacífico, así como en la guerra hispano-norteamericana de
1898). Finalmente, en torno a 1897 se inició una nueva oleada de prosperidad: la
llamada «tercera onda» de Kondratiev, portadora de innovaciones imponentes en
los sectores químico y automovilístico. La concentración de capitales, especial­
mente en el sector petrolífero, siguió avanzando sin problemas —en buena parte
gracias a Rockefeller— hasta la aprobación del Sherman Act en 1890 (la primera
ley antitrust, aunque de consecuencias bastantes limitadas). Pero también el rao-
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 295

vimiento obrero produjo sus grandes «concentraciones» en aquel período: en


1881 se constituyó aquel gran sindicato que más tarde se convertiría en la Ameri­
can Federation of Labor, mientras que a finales de siglo surgieron una serie de
sindicatos de diversa naturaleza, más o menos radicales.
El núcleo del análisis vebleniano de la sociedad capitalista lo constituía la
dicotomía entre «industria» y «negocios»: la primera se ocupa de «producir co­
sas»; los segundos, de «producir dinero». Los sujetos de la industria son los inge­
nieros y los profesionales a ellos vinculados; los sujetos del mundo de los nego­
cios son los comerciantes, los financieros, los especuladores. Los primeros están
motivados por el instinto empresarial y la curiosidad creadora; los segundos, por
una actitud depredadora hacia sus semejantes. Los miembros de este segundo
grupo rivalizan entre sí en términos de «consumo ostentoso», un tipo de consu­
mo que no satisface necesidades reales, sino únicamente el deseo de exhibir el
propio status ante la sociedad.
En la célebre Teoría de la clase ociosa (1899), Veblen aplicó su teoría social al
estilo de vida del consumidor medio estadounidense, mostrando cómo el instinto
de laboriosidad podía resultar atrofiado por la emulación del «depredador» (el
hombre de negocios de éxito) y cómo la exigencia natural de satisfacer las necesi­
dades podía verse desnaturalizada por el consumo ostentoso.
Para Veblen —al igual que para Marx—, la tecnología es el motor del desa­
rrollo socioeconómico; y éste es acumulativo e independiente de las acciones y de
la voluntad de los hombres de negocios. Además —y de nuevo como Marx—, Ve­
blen estaba convencido de que el progreso técnico comportaba importantes
transformaciones capaces de llevar a la economía tanto a un estado de depresión
crónica como a una concentración monopolista caracterizada por unos benefi­
cios elevados y por una infrautilización de los recursos. Dicha situación intensifi­
caría la lucha entre industria y negocios. A dónde llevaría esta lucha era algo que
para el propio Veblen no estaba del todo claro. Pero al final de The Theory of Bu­
siness Enterprise (1904), leemos: «Es difícil decir cuál de los dos factores antago­
nistas demostrará a la larga ser el más fuerte [...] sin embargo, es posible afirmar
que el dominio pleno de la empresa de negocios es necesariamente un dominio
transitorio» (p. 400).
Esta incertidumbre permaneció viva en el pensamiento de Veblen casi hasta
el final de su vida. En Economic Theofj ín the Calculable Future (1925), pareció
decantarse por un predominio del mundo de los negocios, lo que le llevó a formu­
lar tristes presagios para la ciencia económica. En el mundo dominado por los
negocios —afirmaba en Essays in our Changing Order (1934)—, la ciencia econó­
mica estaría al servicio del «tráfico de los negocios», y «cualquier avance teórico
puede hallar eco o alcanzar un resultado práctico sólo si, y en la medida en que,
éste puede presentarse como "una propuesta de negocios”, es decir, en la medida
en que se demuestre capaz de generar una ganancia diferencial para cualquier
empresa interesada» (p. 13).'En realidad, Veblen —como un nuevo Saint-Si-
mon— consideraba al ingeniero industrial como el factor verdaderamente pro­
gresivo de la economía moderna, y creía firmemente en la existencia de un con­
flicto iundamental entre ingenieros y capitalistas. Aunque los capitalistas, para
Veblen, son sólo los que operan en el sector financiero.
296 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

8.5.3. E l PENSAMIENTO INSTITUCIONALISTAENEL PERÍODO DE ENTREGUERRAS

Los institucionalistas estadounidenses más importantes de la generación


que siguió a la de Veblen fueron Wesley Clair Mitchelí (1874-1948) y John Rogers
Commons (1862-1944). El primero fue discípulo directo de Veblen, aunque pron­
to se distanció del maestro al dar una mayor importancia a la investigación apli­
cada y mostrar una mayor cautela con respecto a las generalizaciones teóricas.
Criticó la economía ortodoxa por el carácter estático de los análisis fundamenta­
dos en el concepto de equilibrio. Rechazó también el concepto de competencia
perfecta, afirmando que muchos precios son rígidos en cuanto están determina­
dos por factores institucionales, como contratos, convenciones, etc. Centró su
atención en el estudio empírico de los'•cíelos económicos, poniendo de relieve el
papel desempeñado por el dinero en su dinámica, y demostró la permanencia del
ciclo en el tiempo, permanencia que se manifestaba en la economía estadouni­
dense a pesar de los grandes cambios que habían afectado a su estructura demo­
gráfica, sus bases tecnológicas, su estructura institucional y su sistema financie­
ro. Las principales obras de Mitchelí son Business Cycles and their Causes (1913)
y Business Cycles: The Problem and its Settings (1927).
Una importante contribución de Mitchelí al desarrollo de la ciencia econó­
mica la constituyó su trabajo de recopilación y sistematización de datos estadísti­
cos, así como —sobre todo— su labor de perfeccionamiento de los métodos para
su estudio; dicho trabajo lo realizó en el National Bureau of Economic Research,
fundado por él inmediatamente después de la primera guerra mundial.
A diferencia de Mitchelí, Commons mostró un mayor interés por las genera­
lizaciones teóricas. Aunque su actividad de investigación se había iniciado ya an­
tes de finales de siglo, sus principales obras se publicaron en los años de la alta
teoría: Legal Foundations of Capitalism (1924) e Institutional Economics (1934).
Los intereses de Commons abarcaban desde la sociología de las instituciones ju­
rídicas hasta la historia del trabajo, desde la teoría de la economía pública a la de
los conflictos de intereses. Para él, el núcleo de la actividad económica lo consti­
tuía el estudio de la «acción colectiva», es decir, de la actividad (y de los aparatos)
de «control de la acción individual». Commons sostenía que los individuos ac­
túan manteniendo fuertes relaciones de interdependencia, tanto en las situacio­
nes de conflicto como en las de cooperación. Para él, las «transacciones de con­
tratación», a cuyo estudio se limitaba la economía ortodoxa, constituían sólo una
parte —y ni siquiera la más importante— de las transacciones económicas. En
cambio, las relaciones más ignoradas por la economía ortodoxa eran las más im­
portantes: las «transacciones gerenciales», es decir, las que atañen al ejercicio del
mando entre superiores e inferiores —como, por ejemplo, entre empleadores y
empleados—; y las «transacciones de repartición», es decir, aquellas en las que se
reparten costes o beneficios entre los miembros de una organización —por ejem­
plo, la percepción de contribuciones sociales en un sindicato, la distribución de
la carga fiscal en un Estado o la distribución de los beneficios en una empresa—.
Todas estas transacciones se desarrollan en un determinado contexto institucio­
nal y legal que les da sentido y obligatoriedad; y es este contexto el que se debe
estudiar para entender cómo funciona una economía.
uo» mor [uve una vida académica difícil, encontró una
y estable
p o s ic ió n
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 297

relativamente tarde, en la Universidad de Wisconsin, donde aglutinó en tomo a sí


a una serie de jóvenes economistas, como A. Gmchy, S. Slichter y J. K. Galbraith,
que continuarían la tradición institucionalista.
A comienzos de la década de 1930 dos manuales institucionalistas —uno de
W. E. Atkins y el otro de Slichter— obtuvieron un discreto éxito en los ambientes
académicos estadounidenses. Ello se debió a dos circunstancias. La primera es
que Rexford Tugwell, editor de The Trend of Economics (1924) —un volumen de
síntesis del pensamiento institucionalista— se convirtió, después de haber forma­
do parte del brain trust de Roosevelt, en el responsable del ministerio de Agricultu­
ra en el gobierno federal de Washington,' posición desde la que emprendió una en­
conada lucha en defensa del Estado del bienestar. Un punto en el que The Trend in­
sistía particularmente era la necesidad para la teoría económica de examinar las
instituciones económicas (establecimientos comerciales, gobierno, grupos de inte­
reses) y los inventivos «no comerciales» además de los pecuniarios. Todos estos
elementos —afirmaba— hay que considerarlos tal como se presentan en el mundo
real, y no como impone la teoría ortodoxa. El libro recomendaba también la medi­
ción estadística de los fenómenos económicos, una molestia que la teoría domi­
nante de la época no deseaba tomarse. La segunda circunstancia es que la Univer­
sidad de Wisconsin se convirtió en la fuente tanto de las ideas como de la iniciati­
va práctica de la legislación social estadounidense. En cierto sentido, Commons
fue en Estados Unidos lo que había sido Bismarek en la Alemania de la segunda
mitad del siglo xtx y Lloyd George en la Inglaterra de comienzos del XX. Su grupo
de economistas luchó por la aprobación del Social Security Act, una ley que no
sólo representó el nacimiento del Estado del bienestar en Estados Unidos, sino
que —como consecuencia de la feroz reacción de los empresarios— marcó el ini­
cio de un cambio sustancial en las relaciones entre la profesión y el mundo empre­
sarial: los economistas ya no se avendrían fácilmente a desempeñar una simple
función de racionalización del orden económico vigente, como había ocurrido en
el pasado y como Veblen había estigmatizado.
Veblen había sido un institucionalista pesimista y crítico. John Commons,
en cambio, tendía a poner de relieve los aspectos positivos de la economía esta­
dounidense. En su opinión, las principales deficiencias de aquel particular siste:
ma capitalista podían corregirse por medio de cautelosas reformas instituciona­
les. En cualquier caso, más allá de las específicas diferencias de opinión y de in-
vestigación entre un aútor y otro, había algunas características comunes en las
obras de todos los estudiosos que se adscribían al planteamiento institucionalis­
ta. En primer lugar, el énfasis en el carácter «abierto» del sistema económico les
llevó a adoptar una definición amplia del ámbito de investigación de la ciencia
económica, y a entenderla como una ciencia que no puede reducirse al estudio de
las condiciones de una asignación eficiente de unos recursos dados entre unos
usos alternativos. En segundo término, para explicar el modo de funcionamiento
y de desarrollo de los sistemas económicos, se consideraba el cambio institucio­
nal bastante más importante que la que Knight llamaba «la mecánica teórica del
sistema de los precios». Hay que tener presente, no obstante, que la crítica de la
«mecánica del precio» por parte de los institucionalistas se refería a su falta de
adecuación, no a su carácter erróneo; según ellos, simplemente no se puede con­
siderar el mercado la única institución capaz de hacer avanzar a una sociedad ha­
298 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

cia el crecimiento económico. En tercer lugar, los institucionalistas sostenían que


fundamentar el discurso económico en el análisis del comportamiento de los
agentes individuales, prescindiendo de las influencias sociales sobre sus procesos
de decisión, constituye una reducción. Si la economía política debe interesarse
por la transformación y por los aspectos evolutivos del sistema, ha de fijar su
atención en las complejas interacciones que se establecen entre el comportamien­
to individual y al contexto institucional.
De estos principios de desprenden dos consecuencias notables en el ámbito
del análisis económico. Por un lado, el rechazo del individualismo metodológico
como canon explicativo; por el otro, la consideración de que el análisis de equili­
brio resulta irrelevante: la ciencia económica debe interesarse por el estudio de
los procesos sociales que se desarrollanren el tiempo histórico, más que por el
análisis de las posiciones de equilibrio de las elecciones individuales.
Mención especial merece aquí un autor «incómodo» como Gunnar Myrdal
(1898-1986), un economista que —como ya hemos visto— había empezado su ca­
rrera como teórico ortodoxo. Ya hemos hablado de la importancia de su Monetary
Equilibrium (1931) en la evolución de la teoría económica. En 1930, Myrdal publi­
có, en sueco, El elemento político en la formación de la teoría económica (la edición
alemana es de 1932, y la primera edición inglesa, de 1953; trad cast. en Madrid,
1967). En 1932, tuvo una conversión radical. Como él mismo escribió en la «Intro­
ducción» a la edición inglesa de su obra, el cambio en su línea de pensamiento
tuvo lugar después de tomar conciencia de la debilidad básica de su trabajo ante­
rior. Con sus propias palabras: «En todo el libro está presente la idea de que, cuan­
do todos los elementos metafísicos son radicalmente eliminados, lo que queda es
un saludable cuerpo de teoría económica positiva totalmente independiente de las
valoraciones. Entonces, se pueden inferir conclusiones políticas simplemente aña­
diendo al conocimiento científico objetivo de los hechos un conjunto escogido de
premisas de valor. Esta creencia implícita en la existencia de un Corpus de conoci­
miento científico adquirido independientemente de cualquier juicio de valor es, tal
como ahora lo veo, un ingenuo empirismo [...]. Las valoraciones se hallan necesa­
riamente implicadas ya en el estadio en el que observamos los factores y en el que
realizamos el análisis teórico» (p. vil). A partir de esta toma de conciencia, Myrdal
decidió abandonar el viejo sistema teórico, para seguir —de una manera bástante
personal— una línea de investigación institucionalista. Siguiendo este enfoque, se
ocupó de múltiples aspectos del problema del crecimiento económico, sobre todo
de las relaciones entre países con distinto nivel de desarrollo. Las nuevas ideas ela­
boradas por Myrdal a partir de este replanteamiento se exponen en varios ensayos,
recogidos en el volumen Valué in Social Theory (1958), además de sus obras Teoría
económica y regiones subdesarrolladas (1957) y Asían Drama: An Inquiry into the
Poverty of'Nations (1968).

8 .5 .4 . D e D m it r ie v a L e o n t ie f

Probablemente no se puede hablar de la existencia de una auténtica escuela


de economía matemática rusa, pero no cabe duda de que a comienzos de siglo se
formó un grupo de economistas rusos que abordó determinados problemas de
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 299

teoría económica utilizando un metodología común, centrada sobre todo en el ál­


gebra lineal, y siguiendo un planteamiento bastante homogéneo. La principal re­
ferencia doctrinal la constituía la teoría del equilibrio económico general, aunque
también fue notable el estimuló de algunos debates marxistas, particularmente
en lo que se refiere a la teoría del valor.
El más importante exponente de este grupo de economistas fue, sin duda,
Vladimir Karpovich Dmitriev (1868-1913), «el padre y fundador de la economía
matemática rusa», quien, en los Ensayos económicos sobre el valor, la competencia
y la utilidad (publicados en ruso entre 1898 y 1902, y recopilados en un volumen
en 1904), se propuso reconciliar la teoría ricardiana de los precios y de la distri­
bución con la teoría neoclásica de la utilidad marginal. La reconciliación consis­
tía en demostrar que la primera, si bien rigurosa en el aspecto analítico, es un
caso particular de la segunda; un caso particular definido por la hipótesis de que
la producción se desarrolla en presencia de rendimientos constantes de escala, de
competencia perfecta y de empleo de un solo input primario, el trabajo. Bajo tal
hipótesis —demostró Dmitriev—, Jas condiciones de demanda únicamente influ­
yen en la composición del output, mientras que los precios quedan determinados
por las condiciones de producción. No resulta difícil identificar aquí los elemen­
tos esenciales del «teorema de no-sustitución» que se redescubriría en la década
de 1950. Dmitriev anticipó también algunas características del modelo iñput-out-
put de Leontief, cuando trató de calcular los requisitos totales de trabajo necesa­
rio para la producción de las mercancías, los que en la teoría clásico-marxiana se
definen como «valores-trabajo». Dmitriev realizó la primera formulación general
de los criterios de determinación de dichos valores, haciendo referencia a un mo­
delo de producción de n mercancías y demostrando que, para calcular el trabajo
contenido en éstas, es necesario y suficiente conocer los coeficientes técnicos y
los coeficientes de trabajo directo. Los valores-trabajo, por tanto —a diferencia
de los valores de cambio, o precios de producción—, no dependen de la distribu­
ción de la renta, como ya había percibido Ricardo cuando advirtió las dificulta­
des de la medida invariable del valor. Dmitriev calculó los valores de cambio ig­
norando completamente los valores-trabajo, pero expresándolos en términos de
las cantidades de trabajo invertidas y capitalizadas en las «épocas» anteriores
para producir los bienes salario consumidos por los trabajadores. En una econo­
mía en la que los bienes salario se producen mediante otros bienes salario, la tasa
de beneficio se determina a la vez que los valores de cambio, y depende única­
mente de las condiciones de producción de dichos bienes, y no de las de los bie­
nes de lujo; además, se encuentra en relación decreciente con los salarios.
Dmitriev mencionó a Marx sólo de pasada, centrando su atención en Ricar­
do, pero sus conclusiones resultan de gran importancia para la teoría marxiana
del valor, especialmente para el problema de la transformación de los valores en
precios, como inmediatamente percibió Ladislaus von Bortkiewicz (1868-1913).
En dos importantes artículos («Wertrechnung und Preisrechnung im marxschen
System», en Archiv für Sozialmssenschaft und Sozialpolitik, 1906 y 1907; «Zur Be-
richtigung der grundlagenden theoretischen Konstruction von Marx im dritten
Band des "Kapital"», en Conrads Jahrbücher, 1907), formalizando una solución
numérica de Tugan-Baranovskij y ampliando algunos procedimientos analíticos
de Dmitriev, Bortkiewicz logró dos resultados notables. En primer lugar demos­
300 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

tró que, contrariamente a lo que sostenían algunos críticos de .Marx, la transfor­


mación es posible, y las insuficiencias del procedimiento adoptado por el propio
Marx se pueden reducir únicamente a la falta de un instrumento analítico apro­
piado, y no a un defecto de la teoría. No obstante, en segundo lugar demostró que
precisamente lo que hace posible la transformación la hace también inútil; en
efecto, los precios de producción pueden calcularse sin conocer el trabajo conte­
nido en las mercancías, de manera que se puede relegar la teoría del valor-trabajo
a un papel puramente «auxiliar».
El tema fue planteado de nuevo por Georg von Charasoff (1877-?), quien, en
dos monografías (Karl Marx über die menschliche und kapitalistiche Wirtschaft,
1909, y Das System des Marxismus, 1910)^escritas como parte de una trilogía que
quedó incompleta, trató de reformulaf de manera rigurosa los fundamentos teó­
ricos de la Contribución a la crítica de la economía política. Respecto al problema
de la transformación, generalizó al caso de n mercancías la solución de
Bortkiewicz y demostró que el procedimiento de transformación que siguió Marx
no estaba equivocado, sino sólo incompleto, y podía interpretarse como el primer
paso de un proceso iterativo de transformación que se aproxima a la solución de
los precios de producción. No obstante, de este modo se hace aún más evidente la
naturaleza innecesaria de la teoría del valor-trabajo. En efecto, el proceso iterati­
vo de transformación puede iniciarse a partir de un vector de precios cualquiera,
de modo que el vector del valor-trabajo pasa a desempeñar un simple papel de
vector arbitrario de valores de cambio.
Von Charasoff descubrió también otras propiedades interesantes del modelo
de los precios de producción. Distinguió claramente los «productos básicos» de
los de lujo, y demostró que los precios de producción y la tasa de beneficio de­
penden únicamente de las condiciones de producción de los primeros. Calculó la
tasa de beneficio mediante un proceso iterativo dual. Suponiendo un salario de
subsistencia y asimilando los inputs de los bienes salario a los de los otros bienes
de capital, Von Charasoff demostró que, partiendo de un vector cualquiera de las
cantidades producidas, es posible remontarse a los vectores de las cantidades em­
pleadas como inputs en «épocas» anteriores mediante un proceso iterativo que
converge hacia un determinado vector de input. Llamó Urkapital («capital origi­
nario») a este vector. Su adopción en el proceso productivo generaría un vector
de output que se diferenciaría del Urkapital sólo por un factor de escala. En otras
palabras, en la producción con Urkapital las mercancías producidas se hallan en­
tre sí en la misma proporción que los medios de producción y el factor de benefi­
cio coincide con el factor de escala que vincula input y output. Además, sucede
que, si todos los beneficios se reinvierten, la tasa de crecimiento de la producción
de Urkapital coincidirá con la tasa de beneficio. Otro resultado importante atañe
al problema de la distribución de la renta, sobre el que Von Charasoff trabajó to­
mando las técnicas y los salarios reales como dados, y la duración de la jornada
laboral como variable, demostrando que, al reducirse esta última, la tasa de bene­
ficio disminuye, hasta hacerse nula cuando la plusvalía es igual a cero.
Volvamos a Bortkiewicz. Sabemos que ejerció la docencia en Berlín, entre
1901 y 1931. En 1926, Ragnar Frisch le invitó a formar un círculo de matemáti­
cos y economistas que había de ser la sección alemana de la futura Econometric
Society. Se sabe imi) poco de las aclividades de dicha sección; sin embargo, sabe-
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 301

mos que entre 1926 y 1929 Bortkiewicz estuvo en contacto con Robert Remak,
matemático alemán, y Wassily Leontief, joven economista ruso que se estaba
doctorando en Berlín. Bortkiewicz había planteado a Remak el problema de la
existencia de soluciones para un modelo de «flujo circular» de n ecuaciones. Éste
trabajó en ello, y dio la solución en el artículo «Kann die Volkswirtschaftslehre
eine exacte Wissenschaft werden?», publicado en Jahrbücher für Nationalökono­
mie und Statistik, en 1929. Fue una de las primeras demostraciones rigurosas de
la existencia de soluciones para un modelo de equilibrio general, aunque de un
tipo muy especial.
Por una extraña coincidencia histórica, en aquel período (1927-1929) Von
Neumann ejercía también la docencia en Berlín. No tenemos pruebas de la exis­
tencia de posibles contactos con el grupo de Bortkiewicz, pero sabemos que por
entonces (quizás en 1928) Von Neumann participó en un seminario de Marschak
sobre el equilibrio económico general, en el que intervino para sugerir la posibili­
dad de tratar el problema de los free goods utilizando inecuaciones. En aquella
época ya había empezado a ocuparse de los problemas de los que surgiría el fa­
moso «modelo Von Neumann».
Por otra parte,, sabemos que este modelo comparte con el de Bortkiewicz,
Leontief y Remak una particular concepción de la producción, considerándola un
«proceso circular» de producción de mercancías por medio de mercancías repro-
ducibles; una idea directamente vinculada a la noción de «economía como Kreis­
lauf», como flujo circular. Incluso los bienes de consumo, reducidos a las necessi-
ties oflife, se trataban en aquel modelo como inputs reproducibles. Este concepto
resultaba tan importante, y tan extraño para la época, que Von Neumann sintió la
necesidad de clarificarlo ya en las primeras líneas de su trabajo de 1937. Desde
este punto de vista, los recursos escasos simplemente se ignoran (también en esto
Von Neumann se mostró explícito), y el problema de la determinación de los pre­
cios se plantea desde una óptica de reproducibilidad, y no desde el habitual enfo­
que neoclásico de la escasez: son las condiciones de producción de las mercan­
cías las que determinan su precio, y no su escasez respecto a la demanda. Esta
concepción no sólo unía los trabajos de los economistas mencionados; también
los diferenciaba claramente de los economistas matemáticos del Kolloquium
mengeriano. Schlesinger y Wald, por ejemplo, se vinculaban a una tradición que
se remontaba a Cassel y que planteaba el análisis de la producción en términos
de un proceso unidireccional. Desde esfaf perspectiva, la producción empieza con
la introducción de recursos originarios, inputs no producidos, y termina con la
producción de bienes de consumo finales, productos no utilizados como inputs.
Volvamos a ahora a Rusia. En la década de 1920 se estaba desarrollando un
importante debate sobre la planificación, del que surgieron dos contribuciones
teóricas pioneras: una de A. V. Chayanov y la otra de R I. Popov y L. N. Litosenko.
En la Teoría de la economía campesina (publicada en ruso, en 1926), Chayanov
desarrolló la teoría de Dmitriev, elaborando un modelo input-output para la agri­
cultura. También en 1926 se publicó el trabajo de Popov y Litosenko, Balance de
la economía nacional de la URSS (correspondiente a 1923-1924), editado por Po­
pov. El objetivo de la investigación consistía en mejorar los cálculos de los «ba­
lances materiales» en los que se basaban los primeros in lentos de planificación.
Los balances materiales eran toscos instrumentos de contabilidad que aspiraban
302 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

a calcular los usos y los requisitos productivos de varios grupos de bienes basán­
dose en determinados coeficientes de inputs planificados, llamados «normas».
Dichos balances contenían in nuce las informaciones necesarias para elaborar las
tablas input-output. Popov y Litosenko trataron de integrar las informaciones
que proporcionaban los balances con el análisis marxiano de los esquemas de re­
producción. Así, consiguieron reelaborar dichos esquemas dividiendo las dos sec­
ciones marxianas en nada menos que veintidós sectores productivos. Los resulta­
dos que obtuvieron fueron bastante primitivos, pero no cabe duda de que se trató
de un primer paso hacia la construcción del modelo input-output. Hay que recor­
dar que Leontief conocía bien el trabajo de los dos pioneros, ya que lo había rese­
ñado en 1925, antes de que se publicara. Conocía también el trabajo de
Bortkiewicz, con quien discutió su propiatiesis de licenciatura en Berlín, en 1927.
En 1928, publicó parte de la tesis en un artículo titulado «Die Wirtschaft ais
Kreislauf» (en Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik), en el que se halla
un pequeño modelo similar a los de Bortkiewicz y Remak. En 1931, Leontief emi­
gró a Estados Unidos, y empezó a enseñar en la Universidad de Harvard. .Y preci­
samente ese mismo año empezó a trabajar en la investigación que le llévaría a in­
ventar el modelo input-output. En 1936 publicó los primeros resultados impor­
tantes de su investigación, si bien hasta 1941 no daría a la imprenta La estructura
de la economía americana, 1919-1929, hoy considerado la obra clásica del análisis
input-output.
El trabajo de Leontief continuó en los años siguientes, y condujo a la publi­
cación de Studies in the Structure of íhe American Economy (1953) y de Análisis
económico input-output (1966; trad. cast., Barcelona, 1975). En las décadas de
1950 y 1960, esta nueva rama de la teoría económica produjo un auténtico boom
de investigaciones que dio origen a diversos planteamientos analíticos, tanto en
el ámbito de las aplicaciones empíricas como en el de las elaboraciones teóricas.
Hablaremos de ello en el capítulo 11.
Aquí nos limitaremos a describir brevemente la más elemental e importante
de las contribuciones de Leontief: el modelo input-output estático y abierto. El
análisis presupone el conocimiento —que se puede deducir de la investigación
empírica y de los datos de la contabilidad nacional— de una tabla input-output
como la siguiente:
*11 *12 ••• xln
X = *21 *22 *2n

*n 1 *w2
donde representa el total del output del sector i utilizado como input en el sec­
tor /. Sea x = [xp x2, ... xn}' el vector columna de las cantidades producidas en los
diversos sectores. Entonces, si se suponen rendimientos constantes de escala, re­
sulta posible dividir cada elemento de la tabla input-output por el correspondiente
elemento del vector de los outputs y obtener los coeficientes técnicos. De este
modo, tendremos una matriz de coeficientes técnicos, A = [«„•], en la que a¡j =x¿;-/ x¿
es el coeficiente de input del producto i en el sector /.
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 303

Imponiendo la igualdad entre la oferta y la demanda de cada producto, se


obtiene el sistema de ecuaciones:
x =Ax +y
donde x representa las ofertas de los diversos productos; Ax, las demandas para
usos intermedios; y = |jq, y2, ... las demandas para usos finales. Si el sistema
económico es viable —es decir, si es capaz de producir de cada bien una cantidad
no inferior a la utilizada como input, y de al menos un bien una cantidad supe­
rior—, entonces resulta posible resolver la ecuación para determinar los niveles
de output necesarios para producir las cantidades finales deseadas:
x = (I- A)-1 y
donde 7 es la matriz identidad, mientras que (7 - A) es la llamada «matriz inversa
de Leontief». La columna z-ésima de dicha matriz indica la cantidad de output de los
distintos bienes que es necesario activar para obtener una unidad del bien i en la de­
manda final. Si multiplicamos la ecuación anterior por el vector de los coeficientes
de trabajo l = [lv l2, .. ln], hallamos el nivel de empleo global L = he = / (7 - A)-1 y.
Obsérvese que el vector l (7 - A)"1 no es otro que el vector de los requisitos totales de
trabajo necesarios para producir una unidad de cada producto que aparece en la de­
manda final; en otras palabras, es el vector del valor-trabajo.
Concluiremos este apartado recordando a un importante matemático y eco­
nomista ruso contemporáneo de Leontief: Leonid Vitalevic Kantorovic (1912-
1986). Entre sus contribuciones a la economía, destacaremos Métodos matemáti­
cos cíe la planificación y organización de la producción (1939), en la que trazó las
líneas generales básicas de la teoría de la programación lineal. Sin embargo, no
llegó a encontrar un método eficiente para la solución de determinados proble­
mas de la programación lineal, carencia que más tarde superaría Dantzig, dando
con ello inicio a las aplicaciones prácticas de este tipo de programación.

8 .5 .5 . E l r e s u r g im ie n t o d e la t e o r ía e c o n ó m ic a m a r x ista

Los años que van desde la publicación del primer volumen de El capital
(1 8 6 7 ) hasta el inicio del nuevo siglo vieron la consolidación de la hegemonía
marxista en el pensamiento socialista. No obstante, los trabajos originales produ­
cidos por autores marxistas en dicho período fueron realmente pocos, especial­
mente en el ámbito de la economía. El hecho es que apenas el marasmo se con­
virtió en la ideología oficial de la socialdemocracia alemana, y —a través de la II
Internacional— del movimiento obrero internacional, se transformó rápidamen­
te, de la teoría crítica que había sido para Marx, en una nueva forma de ortodo­
xia. En cuanto tal, proporcionó muy pocos estímulos a la innovación teórica, y
sólo en la década de 1 9 1 0 hubo un resurgimiento de la creatividad entre los eco-'
nomistas marxistas. Apremiados por el impulso de una explosión social impara­
ble, varios militantes socialistas trataron de .aplicar !<*s instrumentos teóricos de
Marx para entender la naturaleza y las tendencias evolutivas del capitalismo con­
304 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

temporáneo. Mencionaremos únicamente tres importantes trabajos de aquella


década: El capital financiero (1910), de R. Hilferding; La acumulación del capital
(1913), de R. Luxemburg, y El imperialismo (1916), de V. I. Lenin. El primero tra­
taba de explicar una fundamental transformación estructural del capitalismo de
la Belle Époque: el surgimiento de los bancos mixtos de tipo alemán, su intromi­
sión en la esfera productiva y su papel en la aceleración de los procesos de «con­
centración» y «centralización» del capital. Las otras dos obras pretendían dar
cuenta de la imparable tendencia del capital en los países más desarrollados a
proyectarse en los mercados internacionales, generando y exacerbando la conflic-
tividad interimperialista, mientras el modo de producción capitalista se extendía
a escala mundial. El argumento básico de Luxemburg era que el impulso impe­
rialista se debía a las carencias de demaiida efectiva generadas en los mercados
internos por una distribución de la renta muy desigual. Por su parte, Lenin —ba­
sándose en las teorías de Hobson y de Hilferding— trataba de centrarse en los
efectos de las tendencias monopolistas en la caída de la tasa de beneficio y la con­
secuente necesidad de buscar las deseadas «contratendencias» en el mercado ex­
terior.
Más tarde, en la década de 1920, inmediatamente después de la Revolución
rusa y antes de la consolidación del estalinismo, hubo una breve etapa de fervien­
te creatividad en la Unión Soviética. La revolución había liberado energías inte­
lectuales y, al mismo tiempo, había puesto a la orden del día una serie problemas
económicos de gran importancia. No disponemos aquí de suficiente espacio para
dedicar a los debates soviéticos de la década de 1920 toda la atención que mere­
cerían. Ya hemos mencionado el debate sobre la planificación; nos limitaremos a
añadir algo más acerca de dos contribuciones surgidas en otros dos interesantes
debates: los que se desarrollaron sobre la crisis del capitalismo y sobre la acumu­
lación socialista.
Del debate sobre la crisis del capitalismo surgió la interesante contribución
de Nikolaj Dmitrievic Kondratiev (1892-1938). En varios trabajos publicados en
ruso, entre 1925 y 1928, Kondratiev trató de dar una explicación teórica —ade­
más de una verificación empírica— del fenómeno de las oscilaciones largas (o ci­
clos económicos mayores), cuya existencia había señalado, ya en 1901, el econo­
mista marxista ruso A. J. Helphand, y de cuyo estudio se habían ocupado tam­
bién Pareto y J. Van Gelderen (en 1913), así como S. de Wolff (en 1924); a modo
de inciso, señalaremos que tres de estos cuatro precursores de Kondratiev eran
marxistas. La verificación empírica de Kondratiev no resultó del todo convincen­
te; la explicación teórica, aún menos. Pero no pasó desapercibida, ya que era in­
geniosa. Basada en una mezcla de la teoría del ciclo de Tugan-Baranovskij y la
teoría marshalliana de los equilibrios a breve y a largo plazo, el planteamiento
teórico de Kondratiev aspiraba a dar cuenta de la existencia de ciclos de reinver­
sión de distinta periodicidad sobre la base de la diferente duración de las inmovi­
lizaciones de capital. Los ciclos mayores, de medio siglo de duración, serían ge­
nerados por las inmovilizaciones debidas a grandes inversiones en infraestructu­
ras a largo plazo, como carreteras, líneas de ferrocarril, etc. El principal artículo
de Kondratiev sobre el tema, de 1925, fue traducido al alemán en 1926, y al inglés
en 1935. Con el título de «The Long Wave in Economic Life» (publicado en Re-
view of Econnivics mui 4totistics; trad. casi, en NT. D. Kondratiev, Los ciclos peonó-
LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 305

micos largos, Madrid, 1979) se difundió finalmente entre el gran público, pero
sólo después de que Schumpeter hubiera reformulado las tesis de Kondratiev en
su Business Cycles.
Un segundo debate importante de aquel período tenía por objeto el problema
de la industrialización de la Unión Soviética. La perla producida como resultado
de las discusiones sobre este tema la constituye un artículo de G. A. Feldman, «Ha­
cia una teoría de las tasas de crecimiento de la renta nacional» (publicado en 1928,
en Planovoe Chozjajstvo). Feldman partió de los esquemas de reproducción mar-
xianos, que modificó incluyendo en los dos sectores que producen bienes de con­
sumo y capital fijo a las industrias que producen el capital circulante utilizado por
aquéllos. Estableció la hipótesis de un coeficiente capital-producto constante en
los dos sectores, y se planteó el problema de cómo repartir las inversiones entre
éstos con el fin de obtener la máxima tasa de acumulación para la economía en su
conjunto. Una de las conclusiones a las que llegó es que las tasas de crecimiento
del capital en los dos sectores deben ser iguales. Sin embargo, el principal mérito
del modelo no proviene de la división en dos sectores, sino de las condiciones
identificadas por Feldman con respecto a la relación existente entre crecimiento
del stock de capital y crecimiento de la producción en su conjunto. En el estudio
de esta relación, Feldman anticipó algunos aspectos de los modelos de crecimien­
to garantizado del tipo Harrod-Domar. Hay que recordar, además, que Domar fue
uno de los pocos contemporáneos de Feldman que apreciaron su labor, inspirán­
dose en ella para elaborar su propio modelo.
Fuera de la Unión Soviética, el pensamiento económico marxista no produjo
resultados particularmente innovadores en el período de entreguerras. Respecto
al problema de la crisis del capitalismo, reaparecieron los viejos debates prebéli­
cos sobre el colapso final, con interesantes intervenciones de H. Grossmann y
O. Bauer, y sobre el imperialismo, con N. J. Bujarin —que recuperaba las tesis de
Lenin— y F. Sternberg —que desarrollaba las de Luxemburg—. Una contribución
particularmente interesante fue la de M. H. Dobb, quien, en Economía política y
capitalismo (1937) —y especialmente en los capítulos sobre la crisis—, propuso
una versión de la teoría económica marxista no dogmática y rica en sugerencias
keynesianas. Pero los tiempos estaban cambiando y la originalidad de aquella in­
terpretación de la teoría marxiana condicionó su escasa resonancia. Mayor éxito
tuvo en los ambientes marxistas la sinopsis del pensamiento económico marxia-
no —más ortodoxa y más sencilla— realizada por P. M, Svveezy en Teoría del desa­
rrollo capitalista (1942), obra que se convertiría en el canon de interpretación de
Marx durante más de un cuarto de siglo.
Finalmente, respecto a las cuestiones del valor y el beneficio hay que recor­
dar dos notables ensayos de K. Shibata: «On the Law of Decline in the Rate of
Profit» y «On the General Profit Rate», ambos publicados en Kyoto University
Economic Review, en 1934 y 1939 respectivamente. Sobre la caída de la tasa de
beneficio, Shibata formuló el teorema según el cual, si el criterio de rentabilidad
en la elección de las técnicas es el de la reducción de los costes (en lugar del au­
mento de la productividad del trabajo), entonces, dado el salario, el cambio técni­
co comporta siempre un aumento de la tasa de beneficio, cualquiera que sea la
naturaleza de la innovación. Corno aclararía algunas décadas de’-pues N. Oki.shio,
recuperando la tesis de Shibata, no se trata de una demostración de la falacia de
306 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

la teoría que formula la caída tendencial de la tasa de beneficio, sino de una indi­
cación de las hipótesis restrictivas de las que depende su validez: el salario debe
ser creciente, 3/ el coeficiente producto-capital, decreciente. Por lo que se refiere
al valor, Shibata recuperó la solución de Bortkiewicz al problema de la transfor­
mación, reafirmando el carácter innecesario del cálculo en valor-trabajo para la
determinación de la tasa de beneficio y de los precios. Estas tesis —como había
sucedido treinta años antes con Bortkiewicz en Europa— fueron ignoradas por el
marxismo ortodoxo, no sólo en Occidente, sino también en Japón. En realidad,
resultaban peligrosas para la teoría del valor-trabajo, ya que, de llevarse a sus úl­
timas consecuencias lógicas, implicaban que la única solución correcta al proble­
ma de la transformación es su disolución. Pero esto sólo se haría evidente en
1960, con Sraffa. ' yr/

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LOS AÑOS DE LA ALTA TEORÍA (II) 307

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j

t /'
Capítulo 9
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I)

9.1. De la edad de oro a la estanflación


Ya durante los oscuros años de la barbarie bélica el mundo se planteaba
cuáles serían las bases sobre las que, una vez acabada la guerra, se podría reacti­
var la economía. Entre la primera y la segunda guerra mundial se había produ­
cido no sólo la pérdida de liderazgo de Gran Bretaña, sino también un cierto re­
traso de toda Europa, que ahora importaba de Estados Unidos tecnologías, capi­
tales y modelos de organización. Así, fue Estados Unidos el país que asumió el
papel principal a la hora de determinar las directrices de la reconstrucción. Tres
fueron los presupuestos básicos en los que se basó el nuevo período de prosperi­
dad: el crecimiento económico como instrumento de solución de los conflictos
distributivos y de contención del comunismo; la integración europea como un
modo de enfrentarse a la posibilidad de otras guerras mundiales, y la coordina­
ción económica internacional como condición, para evitar crisis perjudiciales
como la de 1929.
El Plan Marshall contribuyó de manera determinante a activar el desarrollo
industrial de los países europeos, impulsando la colaboración económica, pro­
porcionando los medios para importar las materias primas indispensables, resol­
viendo la «cuestión alemana» sin estancarse por el pago de reparaciones, y, final­
mente, inculcando a los europeos el deséo de imitar el modelo consumista esta­
dounidense. Sin embargo, tan importantes como el Plan Marshall fueron los
acuerdos monetarios internacionales decididos en Bretton Woods, en 1944, con
la fundación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y con la
constitución del GATT, organismos y ácuerdos destinados a coordinar las inter­
venciones de política monetaria y comercial a escala mundial.
El gran boom que siguió a ello fue generalizado, e implicó a los antiguos paí­
ses industrializados y a algunos nuevos países que surgieron del proceso de des­
colonización. Naturalmente, los países que ya poseían una base industrial sólida
pudieron acortar su distancia con Estados Unidos, dando lugar a auténticos «mi­
lagros económicos»; los que —por el contrario— acababan de superar un pasado
colonial disfrutaron de una mejora más bien limitada, vinculada sobre todo a la
venta de materias primas en los mercados internacionales.
La aspiración a la integración europea demostró ser algo más que un vago
propósito, llevando a la creación primero de la CECA y después del Mercado Co­
mún, junto a todas las demás- iniciativas comunitarias que dieron un nuevo im­
pulso a la economía europea! A la larga lograron frenar su declive, con importan­
310 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

tes consecuencias en las relaciones no. sólo con Estados Unidos, sino también con
la Europa del Este, que había permanecido al margen del proceso de desarrollo.
Fueron años de grandes éxodos de fuerza de trabajo, de la agricultura a la in­
dustria, de las zonas periféricas a las metrópolis; de grandes procesos de transfor­
mación socio-cultural, como el enorme crecimiento de las áreas urbanas, el cam­
bio de los patrones de consumo y de los modelos culturales, el incremento de la
movilidad de la población, la difusión del automóvil y la conquista de un welfare
generalizado. Las protestas sindicales fueron limitadas, en parte debido a la gran
demanda de trabajo, que proporcionaba a los trabajadores considerables posibili­
dades de mejorar su situación económica.
Nunca se había experimentado un período de crecimiento tan sostenido, rá­
pido y generalizado. Rápidamente se olvidaron las guerras y las crisis, y se creó la
ilusión de que no había límites a la capacidad de expansión económica y cultural.
Cuando el hombre llegó a la Luna, en 1969, parecía que cualquier objetivo podía
ser alcanzado. Los científicos y los economistas gozaban de un prestigio social
enorme, y daba la impresión de que todo lo que la mente humana fuera capaz de
concebir podía llevarse a cabo.
En realidad, esta edad de oro no superaría las décadas de 1950 y 1960; el pa­
raíso terrestre, con su abundancia y su armonía, no estaba al alcance de la mano.
En primer lugar, fueron las protestas sindicales las que enfrentaron de nuevo a
los gobiernos a la dura realidad de la lucha de clases, haciendo patente que exis­
tía una conflictividad de fondo que no se podía eliminar del todo, ni siquiera con
un rápido crecimiento económico. Luego empezaron a manifestarse graves dese­
quilibrios en el sistema monetario internacional; y el- dólar, debilitado por los gas­
tos de la guerra de Vietnam y por el fuerte crecimiento de los otros países indus­
trializados, se mostró incapaz de seguir gobernando dicho sistema. A comienzos
de la década de 1970 se asistió a la muerte del Gold Exchange Standard, instaura­
do con los acuerdos de Bretton Woods: primero se devaluó el dólar, y más tarde
se declaró su no convertibilidad.
También en lo referente a las materias primas la situación alcanzó su
punto álgido. La cada vez mayor conciencia de que los recursos no son inago­
tables, así como el gradual aumento de la autonomía de los países producto­
res, llevaron a inevitables aumentos de precio que alteraron sensiblemente los
términos de intercambio, especialmente los del petróleo. En este caso, la exis­
tencia de pocos productores favoreció la'constitución de un poderoso (aunque
no omnipotente) cártel internacional, que en 1973 hizo que el precio del pe­
tróleo subiera un 400 % y en los años siguientes logró mantenerlo elevado,
aunque no de manera constante.
Muchos países se encontraron de repente con importantes déficit en sus ba­
lanzas de pagos, y hubieron de recurrir- a créditos internacionales y a medidas
restrictivas internas para lograr de nuevo el equilibrio. De este modo, por una
parte se originó el creciente endeudamiento exterior de varios países, especial­
mente de aquellos en vías de desarrollo, y por otra se desencadenaron procesos
inflacionarios y restricciones de la demanda. La tasa de crecimiento de la econo­
mía mundial sufrió una drástica reducción, y los organismos de coordinación in­
ternacional se revelaron insuficientes para hacer frente a los nuevos problemas.
'Pese a ia existencia cié amplias redes internacionales de prcstamisSas de úlü-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 311

ma instancia, no se pudo evitar algunas quiebras bancarias, por fortuna limita­


das. Hubo también algunos episodios bastante graves de crisis de bolsa, que, por
fortuna, no tuvieron los efectos de avalancha que se habían dado en casos ante­
riores, sobre todo gracias a una mayor rapidez de intervención por parte de los
bancos centrales y de los gobiernos. Se trató de reforzar la coordinación y el con­
trol de la economía internacional mediante la creación del Sistema Monetario
Europeo y de las conferencias de los «siete grandes» países industrializados,
mientras que en el ámbito interno se experimentaban nuevas formas de relacio­
nes industriales.
En general, en las décadas de 1970 y 1980 el panorama internacional se ca­
racterizó por fuertes dosis de incertidumbre e inestabilidad, lo que hizo difícil la
coordinación y la programación de las políticas económicas de los gobiernos,
además de la formulación de planes coherentes de desarrollo a largo plazo para
las grandes empresas. Estas últimas se vieron obligadas a buscar nuevos esque­
mas de organización que hicieran más flexibles sus flujos de producción y les
permitieran adaptarse mejor al consumo demandado por sus clientes; ello llevó a
la construcción de redes de empresas vinculadas entre sí, cuyo funcionamiento
resultaba bastante más complejo de cuanto se había dado en el pasado.
Finalmente, la creciente preocupación por los efectos contaminantes deriva­
dos de la generalización y masificación de la producción industrial contribuiría a
un replanteamiento del modelo de desarrollo predominante en las décadas de
1950 y 1960.

9.2. La síntesis neoclásica


9.2.1. Generalizaciones: de nuevo el modelo IS-LM
En el capítulo 8 señalábamos que los intentos de «normalización» de la here­
jía keynesiana se habían iniciado inmediatamente después de la publicación de la
Teoría general. La presteza de la respuesta neoclásica resulta impresionante si se
piensa, por ejemplo, que el artículo de Hicks .«Keynes y los “clásicos”», publicado
en 1937, se había presentado ya en una reunión de la Econometric Society en
1936. Los intentos de reabsorción y de generalización se reanudaron inmediata­
mente después de la guerra, y mantuvieron ocupados a los economistas durante
veinte años, dando origen al enfoque teórico de los problemas macroeconómicos
que se conocería como «síntesis neoclásica» y que constituiría el núcleo funda­
mental de la ortodoxia económica de la segunda posguerra. Muchos definieron
este enfoque como «neokeynesiano», aunque impropiamente (a menos que se in­
terprete el término como una contracción de «neoclásico-keynesiano»). La deno­
minación utilizada por Robinson, «keynesiano bastardo», resulta un poco fuerte,
pero expresa mejor el concepto. No obstante, aquí —para evitar malentendidos-
nos atendremos a la denominación que nos parece más correcta: «síntesis neoclá­
sica». Los economistas que han contribuido a la construcción de este sistema teó­
rico han sido muchos, aunque aquí nos hemos de limitar a mencionar a los más
importantes: VViíham Baurnol (n. 1922), jam es Duesenberry (n. 1918), Lawrence
R. Klein (n. 1920), Franco Modigliani (n. 1918), James Edward Meade (n. 1907),
312 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Don Patinkin (n. 1922), Paul Anthony Samuelson (n. 1915), Robert Solow
(n. 1924) y James Tobin (n. 1918). Y para dar una idea de la labor por ellos realiza­
da, empezaremos comentando dos obras fundamentales: un artículo de Modiglia-
ni, «Liquidity Preference and the Theory of Interest and Money» (Econometrica,
1944), y un libro de Patinkin, Dinero, interés y precios (1956; trad. cast., Madrid,
1963), especialmente la segunda edición (de 1965), ampliamente modificada.
En su artículo, Modigliani recuperó y desarrollo el modelo IS-LM de Hicks
con el propósito de formular una teoría más general que la de Keynes. En primer
lugar, construyó un modelo «clásico» generalizado, utilizando las ecuaciones de
Hicks y limitándose a sustituir la hipótesis del salario monetario fijo por la del sa­
lario flexible. De este modo obtuvo, como casos particulares, el (neo)clásico tra­
dicional y el keynesiano. El primero so diferenciaría del «generalizado» por adop­
tar la ecuación cuantitativa de Cambridge en lugar de la ecuación de la preferen­
cia por la liquidez; el segundo, por la hipótesis de los salarios monetarios rígidos.
Modigliani demostró que el modelo (neo)clásico presentaba la habitual dicoto­
mía entre la economía real y la monetaria. Los salarios flexibles aseguran la con­
secución de un equilibrio de pleno empleo, en correspondencia con el cual todas
las variables reales dependen de factores reales. La neutralidad del dinero asegu­
ra que las variaciones de la cantidad en circulación influyan únicamente en el ni­
vel de los precios y en las restantes variables monetarias. Estableciendo la trampa
de la liquidez como un caso muy especial, Modigliani mostró luego cómo, dada
la oferta monetaria, en el modelo keynesiano se puede alcanzar el equilibrio ma-
croeconómico con cualquier nivel de empleo, y, en consecuencia, que nada ga­
rantizaba el pleno empleo. Demostró que la causa de este resultado es la hipóte­
sis de los salarios monetarios rígidos. La razón es muy simple: con una oferta
monetaria dada, la restricción sobre el salario monetario resulta ser de hecho
una restricción sobre el salario real. Las condiciones monetarias determinan la
renta monetaria. La renta real variará de modo que iguale la productividad mar­
ginal del trabajo al salario real; y habrá un nivel de empleo distinto para cada ni­
vel de salario.
En los años posteriores a la publicación del artículo de Modigliani, la aten­
ción se dirigió a la explicación del modo como la flexibilidad del salario y de los
precios viene a neutralizar la teoría de Keynes. Para algunos, parecía que existían
al menos dos casos muy particulares en los cuales ni siquiera la flexibilidad de
los salarios podía confirmar las tesis de Keynes. Uno es el de la trampa de la li­
quidez, que ya hemos mencionado en el capítulo 7;' el otro es el de la insensibili­
dad de las inversiones al tipo de interés. Si se establece la hipótesis de que no
sólo los ahorros dependen del interés, sino también las inversiones, entonces la
curva IS adopta una posición vertical, de manera que ninguna política de expan­
sión monetaria puede influir en el nivel de empleo. Pues bien: se demuestra que
también en estos casos es necesario presuponer la rigidez de los precios o de los
salarios para obtener las conclusiones de Keynes.
En esta demostración desempeñan un papel fundamental los llamados «efectos
riqueza», de los que pueden distinguirse dos tipos: el «efecto Pigou» —o «efecto de
los activos líquidos reales»—, y el «efecto Keynes» —o «windfall ejfect»—. Veamos,
en primer lugar, en qué consiste el efecto Pigou. Supongamos que hay desempleo. Si
los salarios monetarios son flexibles, disminuirán; y a continuación disminuirán los
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 313

precios. Dada la oferta monetaria, las reservas líquidas de los agentes económicos
aumentarán en términos reales. Entonces, los agentes reducirán la demanda de dine­
ro en un intento de recuperar las reservas líquidas deseadas. Esto hará que la curva
LM se desplace hacia la derecha. Una reducción de los precios corresponde a un au­
mento de la oferta monetaria en términos reales, y se da automáticamente cuando
hay desempleo. Un segundo efecto del aumento de las reservas líquidas reales es que
hace que los agentes económicos se sientan más ricos, por lo que aumentarán su de­
manda de bienes de consumo. Esto hará que la curva IS se desplace hacia la derecha
e impulsará la economía hacia el pleno empleo. Además, el aumento de la oferta de
dinero en términos reales hará que disminuya el tipo de interés y que aumente el va­
lor de los activos financieros. Al sentirse más ricos, los consumidores podrán reducir
su propensión al ahorro, lo cual, mientras hace que la curva IS se desplace nueva­
mente hacia la derecha al aumentar el multiplicador, hace que aumente también su
iñclináción. Los ahorros resultan sensibles a las variaciones del interés, y la curva IS,
si primero era vertical, ahora pasa a estar inclinada negativamente.
Finalmente, el aumento de la riqueza financiera de los empresarios conse­
cuente a la disminución del tipo de interés les induce a gastar más, incluso en la
actividad de inversión. Este es el efecto Keynes, que implica el aumento de la sen­
sibilidad de las inversiones a las variaciones del tipo de interés, y el aumento aún
mayor de la inclinación de la curva IS. Además, si las ganancias extraordinarias
originadas por la reducción del tipo de interés fomentan el optimismo de los em­
presarios, la curva IS se desplazará nuevamente hacia la derecha. En conclusión,
las curvas LM horizontales o IS verticales no pueden causar ningún perjuicio: si
los precios y los salarios son flexibles, la economía posee las fuerzas suficientes
para dirigirse automáticamente hacia el pleno empleo. El equilibrio de subempleo
keynesiano ya no resulta admisible, ni siquiera como caso muy especial.
La sistematización de estos resultados en un modelo de equilibrio económi­
co general fue obra de Patinldn, quien, en su libro ya mencionado, logró generali­
zar el modelo neoclásico de Hicks y Modigliani. La generalización consistía, por
una parte, en la introducción de un cuarto mercado, además de los del «producto
nacional», del dinero y del trabajo: el mercado de los activos financieros; y, por
otra, en la introducción de una nueva variable en las funciones de oferta y de­
manda de las cuatro mercancías: el nivel de los precios. Dicha variable interviene
en las funciones de oferta y de demanda del trabajo junto al salario monetario, de
manera que sólo cuenta el salario real, con lo que se elimina cualquier posible
«ilusión monetaria»; y en las funciones de demanda de las mercancías, del dinero
y de los títulos, así como en la función de oferta de los títulos, en calidad de de-
flactor de las reservas líquidas, de manera que sólo cuenta su nivel real. Por lo
tanto, no hay que extrañarse si en este modelo se reafirman la neutralidad del di­
nero y la habitual dicotomía neoclásica. Lo más interesante de la teoría de Patin-
kin estriba en la precisa identificación de las hipótesis de las que dependen sus
conclusiones. Las dos hipótesis principales se refieren a la ausencia de ilusión
monetaria y la perfecta flexibilidad de los precios en todos los mercados. No pa­
rece haber esperanza para Keynes: si se interpreta en el contexto de un modelo
de equilibrio económico general, su teoría general se disuelve en la nada.
Jumo ai trabajo de generalización ai que acabarnos de rcierirnus, ios econo­
mistas de la síntesis neoclásica desarrollaron una serie de investigaciones sobre as-
314 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

pecios específicos de la teoría keynesiana, con el propósito de corregir determina­


dos defectos, de perfeccionar algunas tesis específicas y hacer que cuadraran con
los resultados de la investigación empírica. Dichas investigaciones dieron origen a
los debates que llevarían a descartar o a enmendar ciertas particularidades de la
teoría de Keynes, de modo que al final ésta resultaría irreconocible. Nos detendre­
mos aquí en cuatro de los más importantes problemas macroeconómicos aborda­
dos en las décadas de 1950 y 1960: el de la función del consumo, el de la función
de la demanda de dinero, el de la teoría de la inflación y el del crecimiento.

9.2.2. P erfeccionamientos: la función del consumo


t / '

La función del consumo desempeñaba un papel fundamental en la teoría de


Keynes en tanto permitía identificar una relación simple entre consumo y renta,
de la que se podía obtener una medida de la propensión marginal al consumo así
como del multiplicador. Es importante que tal función sea estable, en el sentido
de que sus parámetros no varíen significativamente cuando cambian las magnitu­
des de las variables. Sólo si el multiplicador es estable resulta legítimo el procedi­
miento keynesiano de explicar las variaciones de la renta y del empleo mediante
las del gasto autónomo. La función del consumo keynesiana, en su forma más
sencilla, es:
C = CQ+cY
donde C0 es una constante, C representa el consumo e Y es la renta disponible (es
decir, la renta obtenida neta de impuestos). En esta función, la propensión media
al consumo, C/Y, es más alta que la marginal, c. Es obvio que esta función no
puede ser válida a largo plazo, ni puede aplicarse a un período de tiempo muy
largo, ya que en tal caso comportaría un ahorro agregado negativo en correspon­
dencia con unos niveles de renta bajos —como,-por ejemplo, los vigentes en Eu­
ropa y Estados Unidos en el siglo XIX—.
A largo plazo es otra la función válida, como, mostró Simón Kuznets (1901-
1985) en Uses of National Income in Peace and War (1942); una función del tipo:"
C = bY
en la cual la propensión marginal al consumo, b, coincide con la media, y resulta
mayor que la medida por c. Este tipo de función, que se adapta bien a series his­
tóricas muy largas, pasó muy pronto a ser conocida como función del consumo a
largo plazo. La otra función, que —en cambio— se adapta mejor a los datos cross
section sobre los presupuestos familiares, se interpretó como una función a corto
plazo.
Una explicación sencilla y razonable de la diferencia existente entre funcio­
nes del consumo a corto y largo plazo la constituye la que ofrece Duesenberry en
Income, Saving and the Theory of Consumption Behaviour (1949), en la que for­
muló la «hipótesis de la renta relativa». Según dicha hipótesis, el consumo de las
familias as una 1unción no sólo de los niveles de renta absolutos, sino también de
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 315

los relativos. Las familias pobres tienen una propensión media al consumo más
alta que las familias ricas, de modo que los datos cross section muestran una pro­
pensión media decreciente. Cuando la renta nacional aumenta sin que cambie su
distribución, aumenta en la misma proporción el consumo de las familias, de
modo que la distribución del consumo permanece constante. Así, la media nacio­
nal de las propensiones (familiares) medias puede mantenerse constante en el
transcurso del tiempo. En otras palabras, al variar la renta nacional las funciones
del consumo a corto plazo se desplazarán hacia arriba a lo largo de una función a
largo plazo. A pesar de su racionalidad, esta explicación no obtuvo demasiado
éxito; tal vez porque —excesivamente fiel al espíritu keynesiano— no daba dema­
siada importancia a la exigencia de encontrar, para la función macroeconómica
del consumo, un fundamento microeconómico basado en la presunción de un
comportamiento maximizador por parte de los consumidores, o tal vez porque a
los economistas neoclásicos aún les gustan menos las reducciones sociológicas
que las psicológicas, o quizás por ambas razones.
Más éxito tuvo la sugerencia, planteada por Tobin en «Relative Income, Ab-
solute Income and Saving» (publicado en Money, Trade and Economic Growth,
1951), de explicar los desplazamientos hacia arriba de la función a corto plazo in­
cluyendo la riqueza entre sus argumentos. La sugerencia fue recogida por Modi-
gliani y Brumberg, quienes, en el artículo «Utility Analysis and the Consumption
Function: An Interpretation of Cross Section Data» (publicado en K. K. Kurihara,
ed., Economía postkeynesiana, 1954; trad. cast., Madrid, 1964), propusieron la lla­
mada teoría del «ciclo vital», teoría que sufrió diversas modificaciones y perfec­
cionamientos —aunque pocos cambios sustanciales— en el transcurso de sucesi­
vos debates. Sintéticamente, puede exponerse del siguiente modo. En presencia
de una función de utilidad aditiva y con una utilidad marginal decreciente, los
consumidores procurarán distribuir el consumo de manera uniforme en el trans­
curso de su vida, de manera que no hayan de consumir demasiado cuando ganen
mucho y demasiado poco cuando ganen poco. Por lo tanto, durante los años en
que trabajen ahorrarán con el fin de acumular una riqueza que gastarán en su ve­
jez, cuando hayan dejado de producir renta. De este modo, la función del consu­
mo vendría a tener dos argumentos: la riqueza W, y la «renta vital» Yv, es decir, lo
que el individuo espera ganar anualmente, como media, en el transcurso de toda
su vida. La función tendría la forma:
C =aW + cYv
El problema de Kuznets se resuelve si se suponen constantes los coeficientes
entre riqueza y renta disponible, y entre renta vital y renta disponible. Entonces,
la propensión media al consumo C IY = aW ÍY +cYv l Y, sería constante. Sin em­
bargo, esto sucedería únicamente a largo plazo, pues en este caso es legítimo su­
poner que el coeficiente riqueza-renta es constante; a corto plazo, en cambio, di­
cho coeficiente oscilaría de manera considerable, y, con él, lo haría también la
propensión media al consumo.
No muy distinta es la teoría de la «renta permanente» formulada por Milton
fnedman (n. 1912) en 1 'na ¡curia d e la j u n c ió n de c o n s u m o (1957; írad. casi., Ma­
drid). La renta permanente se define como el valor actual de la riqueza futura.
316 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Puesto que la riqueza futura no se conoce, la valoración de la renta permanente


depende de las expectativas del consumidor. Suponiendo unas expectativas adap-
tativas, se puede calcular la renta permanente, Y , como una media ponderada de
las rentas percibidas en los años pasados; en la práctica, como una media de las
rentas actuales ganadas en dos años consecutivos del pasado reciente, Fe F_p
Yp - aY + (1 - a) F_j
con 0 < a < 1. La función del consumo a largo plazo dependerá de la renta per­
manente, y tendrá la forma:
C^MYp
Sin embargo, a corto plazo la renta corriente diferirá de la permanente debi­
do a un componente transitorio casual. Si es inferior, la propensión media al con­
sumo a corto plazo será mayor que a largo plazo, y viceversa. Por tanto, la pro­
pensión marginal será inferior a la media, lo que se explicaría por el hecho de
que los individuos no saben si las variaciones de las rentas corrientes observadas
se mantendrán en el tiempo, o bien son sólo transitorias. Así, revirtiendo el con­
sumo sobre las rentas corrientes se obtendrá una función de la forma:
C = C0 +cY
la misma de la sencilla función del consumo keynesiana. Sin embargo, Friedman
la ha deducido de una teoría que la explica como una función altamente inestable.
Los parámetros de la función de Friedman podrán variar de manera significativa
al hacerlo la renta comente, dado que ésta incorpora un fuerte componente ca­
sual y transitorio. Más adelante veremos el importante papel que asignará
Friedman a la inestabilidad de la función del consumo en su ataque a la teoría
keynesiana.

9 .2 .3 . C o r r e c c io n e s : d in e r o e in fl a c ió n

Otro ámbito en el que los teóricos de la síntesis neoclásica han ido más allá
de Keynes ha sido el de la teoría de la demanda de dinero. En la teoría keynesia­
na, los especuladores desempeñaban un papel fundamental. Según Keynes, éstos
especulan sobre los cambios en el valor de los activos financieros, formándose
expectativas basadas en un período muy breve y sin prestar atención a los facto­
res «fundamentales» que deberían gobernar los precios de las acciones. Dichas
expectativas adoptan la forma de previsiones sobre las expectativas de los demás,
y en ciertas ocasiones, cuando los mercados se hallan dominados por fenómenos
de psicología de masas, pueden llegar a realizarse por sí mismas, creando inesta­
bilidad y quiebras catastróficas. Si la demanda de dinero se halla dominada —o,
en cualquier caso, influenciada de manera significativa— por este tipo de especu­
lación, puede verse afectada por cambios drásticos y saltos repentinos como con-
sccucncin de variaciones en las opiniones de los especuladores. Sin embargo,
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 317

dado que dichas opiniones pueden variar de manera imprevisible, incluso en re­
lación a las variaciones del tipo de interés, la función de demanda de dinero de
Keynes resulta sumamente inestable y no es capaz de proporcionar un punto de
apoyo fiable a la política monetaria. En efecto, Keynes era muy escéptico no sólo
respecto a la eficacia, sino también a la posibilidad de llevar a cabo una política
monetaria discrecional.
La revisión neoclásica de la teoría de la demanda de dinero keynesiana tenía
tres objetivos fundamentales:
a) eliminar del cuerpo de la teoría la especulación desestabilizadora;
b) hallar fundamentos microeconómicos capaces de reconducir la deman­
da agregada de dinero hacia alguna forma de comportamiento maximizador de
los individuos;
’c) elaborar una función estable de la demanda de dinero.
En su artículo «The Transaction Demand for Cash: An ínventory Theoretic
Approach» (Quarterly Journal of Economics, 1952), Baumol intentó explicar la
existencia de una relación decreciente estable entre la demanda de dinero para
transacciones y el tipo de interés. Aplicó la teoría de la gestión de las reservas a la
demanda de dinero, y demostró que la demanda por el motivo de transacción de­
pende no sólo del volumen de las transacciones, sino también de los costes que se
deben soportar para convertir títulos (a corto plazo) en dinero, y —sobre todo—
del tipo de interés. Esto sucede porque las reservas líquidas que las empresas
mantienen para el normal desarrollo de su actividad representan un coste en tér­
minos de los rendimientos a los que se renuncia por no haber invertido la riqueza
en activos menos líquidos. Cuando aumenta el tipo de interés lo hace también el
coste de oportunidad, y, a igualdad de las demás condiciones, las empresas se ven
inducidas a reducir sus saldos de caja. Así pues, la demanda de dinero para tran­
sacciones se encuentra en relación decreciente con el tipo de interés.
Otros intentos más ambiciosos de hallar un fundamento microeconómico a
la teoría monetaria fueron los realizados por Hicks y por Tobin. En la década de
1950 se elaboró la teoría de la «selección de carteras», en relación con la cual no
podemos dejar de mencionar al menos dos trabajos de Harry Markowitz, el ar­
tículo «Portfolio Selection» (.Journal ofFinance, 1952) y el libro Portfolio Selection
(1959), y uno de Tobin, «Liquidity Prefereñcé as Behaviour toward Risk» (Review
of Economic Studies, 1958; trad. cast. en M. G. Mueller, Lecturas de macroecono-
mía, Barcelona, 1974). Tobin abordó directamente el problema de la demanda de
dinero con fines especulativos, y lo resolvió reduciéndolo a un problema de elec­
ción frente al riesgo. El mantenimiento de activos no líquidos promete un rendi­
miento, identificable con la suma del interés y de las ganancias de capital, que el
dinero no puede proporcionar. Los agentes económicos formularían sus expecta­
tivas en relación a las posibles ganancias de capital y las especificarían en la for­
ma de una distribución de frecuencia. Admitirían la posibilidad de que se verifi­
caran diversos valores de ganancia esperada, atribuyendo a cada uno de ellos un
valor subjetivo. Suponiendo —en aras de la simplicidad— una distribución de
forma normal, Tobin lomó la inedia como una medida del valor esperado, y la
desviación estándar como una medida del riesgo. Dado el tipo de interés corrien­
318 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

te y la ganancia de capital esperada, el rendimiento esperado de la inversión re­


sulta ser una función creciente del riesgo. Al aumentar el porcentaje de riqueza
invertida en títulos, aumenta el rendimiento, pero también aumenta el riesgo de
la inversión. El inversor tendrá sus preferencias respecto a cómo combinar rendi­
miento y riesgo. Su problema de reduce, pues, al de la maximización de la satis­
facción; y el modo como repartirá su riqueza entre dinero y títulos dependerá de
su aversión al riesgo. Para inducir a un inversor típico —que se supone tiene
aversión al riesgo— a aumentar la demanda de títulos y, en consecuencia, a dis­
minuir la demanda de dinero, será necesario aumentar el tipo de interés. Así, la
demanda de dinero con fines especulativos resulta ser una función decreciente
estable del tipo de interés.
Tras la publicación del artículo de'Tobin, la investigación continuó sobre
todo en la línea de extender sus resultados a la selección de carteras en presencia
de diferentes títulos. Hicks realizó varias contribuciones importantes en distintos
ensayos recogidos en el volumen Ensayos críticos de teoría monetaria (1967; trad.
cast., Barcelona, 1970). Pero la última palabra en esta línea de investigación ven­
dría, de nuevo, de la mano de Tobin, quien, en un artículo de 1969 —«A General
Equilibrium Approach to Monetary Theory» (Journal of Money, Credit and Ban­
king)—, amplió la teoría de la selección de carteras como comportamiento ante el
riesgo al caso general en el que se debe escoger entre una vasta gama de activos
financieros. Entre éstos, Tobin incluía el stock de capital real; además, introdujo
una nueva variable económica, q, que definió como el coeficiente entre la valora­
ción de mercado de una empresa y el coste de reposición de su capital. De ahí
surgió la famosa q-theory de la acumulación, según la cual, al crecer q, crece la
conveniencia de la inversión real. Cuando q aumenta, las empresas no tendrán di­
ficultad en hallar financiación externa, que encontrarán en abundancia y a bajo
coste; por lo tanto, aumentarán las inversiones reales. Cuando q disminuye y la
valoración de bolsa resulta inferior al coste de reposición del capital, las empre­
sas que quieran invertir encontrarán más conveniente adquirir en bolsa otras em­
presas o participaciones en éstas, en lugar de aumentar las inversiones reales. De
este modo, las inversiones resultan ser una función creciente de q. Es esta varia­
ble, q, la que debería figurar en el modelo IS-LM, en lugar de un genérico «tipo de
interés». Sin embargo, en cualquier caso sigue siendo cierto que q depende de las
decisiones de las autoridades monetarias respecto a los niveles y a la estructura
de los tipos de interés. Quedaría así excluida la posibilidad de que las inversiones
fueran insensibles a las políticas monetarias discrecionales.
Otro ámbito de investigación en el que la síntesis neoclásica trató de perfec­
cionar a Keynes es el de la teoría de la inflación. Sobre este tema, Keynes había
formulado una teoría precisa ya en el Treatise. Y básicamente permaneció fiel a
dicha teoría incluso después de la publicación de la Teoría general; hasta el punto
de que la formuló de nuevo —casi sin variaciones— en 1940, en «Cómo pagar la
guerra» (trad. cast. en Ensayos de persuasión, Barcelona). Para Keynes, la infla­
ción dependería del exceso de gasto agregado respecto del output real. Se trata,
por tanto, de un problema que sólo resulta relevante en una situación de pleno
empleo. En dicha situación, un exceso de demanda agregada hace aumentar los
beneficios y pone en marcha un proceso inflacionario acumulativo que, modifi­
cando la distribución dé la renta a favor de los capitalistas, continuará basta que
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 319

los ahorros alcancen el nivel necesario para la financiación de las inversiones. Un


corolario de esta teoría —desarrollado más por los seguidores postkeynesianos
que por el propio Keynes— es que en una situación de desempleo no puede expli­
carse la inflación mediante las fuerzas de la demanda, sino sólo mediante los im­
pulsos provenientes de los costes.
Esta duplicidad teórica, con una inflación pura de demanda en situación de ple­
no empleo y una inflación pura de costes- en situación de desempleo, pareció poco
elegante y desagradó a muchos economistas; y en cuanto se halló un pretexto para
abandonarla, todos los keynesianos neoclásicos se apuntaron. El pretexto lo ofreció
Alban William H. Phillips (1914-1975), quien, en «The Relation between Unemploy-
ment and the Rate of Change of Money Wage Rates in the United Kingdom, 1861-
1957» (Económica, 1958; trad. cast. en M. G. Mueller, Lecturas de macroeconomia,
cit.), presentó los resultados de una investigación empírica de la que se deducía la
existencia de una relación decreciente entre la tasa de crecimiento de los salarios
monetarios y la tasa de desempleo. La explicación teórica «ortodoxa» de la «curva de
Phillips» la proporcionó Richard George Lipsey (n. 1928) en el artículo «The Rela-
tionship between Unemployment and .the Rate of Change of Money Wage Rates un
the United Kingdom, 1862-1955: A Further Analysis» (.Económica, 1960). La explica­
ción se basaba en la ley de la oferta y la demanda. Los salarios variarían como una
función decreciente del exceso de oferta de trabajo. La tasa de desempleo revelaría
este exceso de oferta. De este modo, la curva de Phillips parece reconciliarse con la
teoría ortodoxa del salario, salvo en el hecho -frjue, sin embargo, posteriormente se
revelaría crucial— de que hace depender del exceso de oferta, no las variaciones del
salario real, sino las del salario monetario.

9.2.4. S im p l if ic a c io n e s : c r e c im ie n t o y d ist r ib u c ió n

El último paso que faltaba para completar la reabsorción de Keynes en el


marco del sistema neoclásico consistía en mostrar que el tipo de interés, aunque
influido por las fuerzas monetarias, sigue estando regulado por fuerzas reales; y
que finalmente resulta posible reducirlo a aquello que precisamente Keynes ha­
bía negado que fuera: el precio de los servicios del capital, o el precio de equili­
brio de los ahorros y las inversiones. Ya Hicks y Modigliani, en los dos artículos
mencionados acerca del modelo IS-LM/ habían tratado de llegar a este resultado.
Pero este modelo, al basarse en la hipótesis del equilibrio temporal (con un stock
de capital dado), se'prestaba poco a aquel objetivo. Para hacer del interés el pre­
cio de equilibrio de los servicios del capital, debe poderse vincular a la producti­
vidad del capital y hacerse depender de las proporciones de utilización del factor
capital. Además, es necesario que dichas proporciones, dado que el equilibrio es
una situación en la que los individuos han maximizado sus objetivos, puedan vin­
cularse de alguna manera a las decisiones de agentes económicos optimizadores.
Finalmente, el stock de capital no puede tomarse como un dato; y el concepto de
equilibrio que se debe tomar como referencia es el equilibrio a largo plazo. El
modelo neoclásico de crecimiento cumplía estos objetivos, o al menos así lo pare­
cía cu aquel momento.
Ignorando la enorme cantidad de ensayos sobre este tema publicados en la
320 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

década de 1960. nos limitaremos a recordar aquí el primero y más sencillo de es­
tos modelos, el elaborado por Solow en «A Contrib'ution to the Theory of Econo­
mía Growth» (Quarterly Journal of Economías; trad. cast. en L. A. Rojo, Lecturas
sobre la teoría económica del desarrollo, Madrid, 1966) y por T. W. Swan en «Eco-
nomic Growth and Capital Accumulation» (The Economic Record), ambos de
1956. Sin embargo, hay que tener presente que un año antes Tobin había dibuja­
do ya las líneas esenciales de dicho modelo en «A Dynamic Aggregative Model»
(.Journal ofPolitical Economy).
La explicación del tipo de interés en términos de la productividad marginal
del capital era sólo uno de los «pájaros» que Solow pretendía matar «de un tiro».
El otro lo constituía la solución de un problema fundamental del crecimiento
surgido del modelo Harrod-Domar, el c^la capacidad de una economía capitalis­
ta de crecer a la tasa «natural», asegurando el mantenimiento del pleno empleo.
Dejando aparte el problema de la estabilidad, que los neoclásicos ignoraron ya
desde el primer momento partiendo del supuesto de que la economía crece siem­
pre a la tasa garantizada, se resolvió el del crecimiento natural añadiendo a las
tres ecuaciones fundamentales del modelo Harrod-Domar (cfr. apartado 7.1.6)
una función de producción agregada del tipo Y - F (K,L), en la que Y representa
la renta nacional; K, el capital, y L, el trabajo. En el capítulo 11, cuando aborde­
mos el debate sobre la teoría del capital, veremos las dificultades analíticas y teó­
ricas inherentes a los propios conceptos de función de producción agregada y ca­
pital agregado. Sin embargo, aquí las ignoraremos, tratando el capital como si
fuese «gelatina».
Si se presuponen rendimientos de escala constantes, se puede reescribir la
función de producción como y =f(k), con y = Y IL y k = K /L ,yse puede dibujar
tal como aparece en la figura 9.1. Se demuestra que, dada la propensión al aho­
rro de la colectividad 5, y establecidas las hipótesis adecuadas sobre la forma de
la función de producción, existe una única relación capital-producto, a*, que ase­
gura la igualdad entre la tasa de crecimiento garantizada y la natural, n. En otras
palabras, a*, la relación capital-producto de pleno empleo, se determina endóge­
namente de modo que se verifique la igualdads / a* = n, o bien 1 la* =nls.
La solución del problema Harrod-Domar se lograba tratando la relación ca­
pital-producto como una variable, en lugar de como un dato. El significado eco­
nómico de esta solución reside en el hecho de que, al ser la relación capital-pro­
ducto flexible, los empresarios lo escogerán con el objetivo dé maximizar sus be­
neficios. Las técnicas se modificarán en respuesta a las variaciones de los precios
de los factores. Si en cualquier momento se creara una situación de desempleo,
la flexibilidad de los salarios reales garantizaría la reducción del coste del trabajo
necesaria para inducir a los empresarios a modificar las técnicas de modo que
aumentara la demanda de trabajo. El desempleo sólo podría ser temporal y fric-
cional. En equilibrio, el salario será igual a la productividad marginal del trabajo,
y la economía crecerá con pleno empleo. Del mismo modo, cualquier trastorno
monetario que alterase el tipo de interés haría que los empresarios modificaran
la demanda de capital, de manera que su productividad marginal igualara al cos­
te de financiación. Así, se aseguraría e'1 equilibrio en el mercado del capital por
medio de un tipo de interés que remunera los servicios productivos del capital,
siendo igual a su productividad marginal.
LA TEORÍA ECONÒMICA CONTEMPORÁNEA (I) 321

La fuerza persuasiva de este modelo de debía también al hecho de que con él


se lograba explicar de la manera más sencilla un fenómeno histórico en el que
Keynes se había resistido a creer y que el modelo Harrod-Domar no lograba ex­
plicar: la capacidad de las economías capitalistas más avanzadas de crecer man­
teniendo el pleno empleo, como había sucedido en las décadas de 1950 y 1960.
Este fenómeno no .llevaría a los economistas postkeynesianos a negar explícita­
mente a Keynes, pero sí justificaba su rechazo al pesimismo de éste. Después de
todo, la economía capitalista parecía capaz de cuidar de sí misma, de manera que
las políticas económicas de tipo keynesiano no habían servir para curar ningún
mal incurable. Como mucho, se podían invocar para corregir determinadas im­
perfecciones: por ejemplo, cuando los sindicatos se empeñaban en mantener los
salarios rígidos. Pero, en general, sólo debían servir para «sintonizar» el creci­
miento económico, atenuar sus eventuales oscilaciones y permitir que la «mano
invisible» actuara libremente. Por otra parte, al ser políticas a corto plazo tampo­
co se podía pretender mucho más de ellas. Del mismo modo que la teoría keyne-
siana no afectaba de manera significativa al planteamiento teórico neoclásico,
tampoco las políticas keynesianas debían afectar significativamente al funciona­
miento del mercado.

9.3. La contrarrevolución monetarista


9 .3 .1 . A cto p r im e r o : m o n e y m a t t e r s

Mientras en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) y en las Univer­


sidades de Yale y Harvard se elaboraba la síntesis neoclásica, Milton Friedman,
en ia Universidad de Chicago, trabajaba en su personal reconstrucción del siste­
ma teórico neoclásico. La teoría monetarista, como se llamaría al replanteamien­
322 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

to friedmaniano de la antigua teoría cuantitativa del dinero, se desarrolló parale­


lamente a la síntesis neoclásica y —al menos en apariencia— en conflicto con
ella, dado que se presentaba como crítica y superación de la economía de Keynes,
mientras que los neoclásicos del MIT se autoproclamaban «neokeynesianos». La
contrarrevolución monetarista se inició en 1956, cuando Friedman publicó «The
Quantity Theory of Money: A Restatement» (trad. cast. en M. G. Mueller, Le.cturas
de macroeconomía, cit.). A este famoso artículo le siguieron otras contribuciones
importantes, posteriormente recogidas en el libro The Optimum Qantity of Money
(1969), que contiene los fundamentos de la teoría monetarista.
Friedman afirmaba que la teoría cuantitativa debía interpretarse como una
teoría de la demanda de dinero, y no como una simple teoría del nivel de los pre­
cios. Sólo añadiéndole hipótesis específicas sobre las condiciones de la oferta (del
dinero y de los bienes reales) se podría utilizar este planteamiento para explicar
el nivel de los precios. Luego reformuló la teoría de.la demanda de dinero tenien­
do en cuenta los avances de la investigación moderna. Después de una serie de
perfeccionamientos propuso un modelo no muy distinto del basado en la selec­
ción de carteras, e incluyó en los argumentos de la función de demanda de dinero
el tipo de interés sobre los títulos y las acciones, el índice de inflación —interpre­
tado como el negativo de la tasa de rendimiento de las reservas líquidas—, la ri­
queza y otras variables estructurales e. institucionales. En esencia, esta función
no presenta nada nuevo respecto a la utilizada por los neoclásicos keynesianos, y
puede ser fácilmente manipulada —tal como se hace cuando se la utiliza en la in­
vestigación empírica— para transformarla en una función de la demanda de re­
servas líquidas reales dependiente sólo dei tipo de interés y del nivel de renta.
Friedman estaba convencido —incluso más que los economistas neoclásicos key­
nesianos— de que se trataba de una función muy estable.
En un artículo de 1963, escrito en colaboración con D. Meiselman, «The Re-
lative Stability of Monetary Velocity and the Investment Multiplier in the United
States, 1897-1958» (reeditado en J. Praeger, ed., Monetary Economics, 1971),
Friedman reformuló la tesis de la estabilidad de la función de demanda de dinero
bajo la forma de una hipótesis sobre la estabilidad (y la magnitud) de la velocidad
de circulación del dinero, que rebautizó como «multiplicador monetario». Des­
pués acopló esta hipótesis a otra, relativa al multiplicador de la renta, del que
afirmaba que era más bajo e inestable que el monetario. Justificó esta hipótesis
con una teoría de la función del consumo basada en la renta permanente. Dado
que el consumo depende de la renta permanente y, por tanto, de las rentas perci­
bidas en los años pasados además de en el actual, la propensión al consumo cal­
culada sobre la renta comente es más baja que la calculada sobre la renta perma­
nente. Además, la renta corriente contiene siempre un componente transitorio
que es casual y sumamente variable. De ello se deduce que la propensión al con­
sumo, y, por tanto, el multiplicador keynesiano, no sólo son bajos, sino que cam­
bian significativamente en respuesta a los cambios anuales del nivel de la renta.
La conclusión fue muy simple: los impulsos provenientes de la política fiscal, que
actúan sobre la economía a través del multiplicador keynesiano, resultan menos
eficaces que los monetarios, que lo hacen a través del multiplicador monetario.
Esta conclusión se vio luego reforzada por la llamada «tesis del desplaza­
miento», reformulación moderna de la antigua Treaswy View,. contra la que Key-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 323

nes había luchado denodadamente. Dada la oferta monetaria, un aumento del


gasto público financiado con crédito hace que aumente el tipo de interés y, en
consecuencia, «desplaza» a los inversores privados, de modo que la demanda
agregada apenas aumenta. Por el contrario, dado el gasto público, un aumento de
la oferta de dinero hace que aumente la renta sin que se incremente el tipo de in­
terés: money matters. La tesis extrema respecto al desplazamiento requiere una
curva LM vertical; pero, en general, una curva LM más inclinada que la IS es sufi­
ciente para concluir que el dinero cuenta más que los estímulos reales.
Sin embargo, Friedman no dedujo de esta tesis la conclusión de que la polí­
tica monetaria discrecional resulta aconsejable. En efecto, en una monumental
investigación realizada con la colaboración de A. J. Schwartz, A Monetary History
ofthe United States, 1861-1960 (1963), creyó haber demostrado que la influencia
de los cambios de la' oferta de dinero es fuerte, pero irregular, mientras que el re­
traso entre el impulso monetario y los efectos reales es dilatado y variable. Esto
significa que el dinero podría ciertamente trastornar la economía, real; pero, dada
la naturaleza imprevisible de sus efectos, nadie estaría en condiciones de utilizar­
lo como instrumento de política discrecional. Por lo tanto, lo mejor que pueden
hacer las autoridades monetarias es hacer que aumente la oferta de dinero al rit­
mo requerido por el crecimiento real a largo plazo, dejando al mercado la tarea
de realizar los ajustes a corto plazo.

9.3.2. Actosegundo: y o u c a n ’t f o o l a l l t h e p e o p l e a l l t h e t iu e
A finales de la década de 1960 se asestó un golpe decisivo al neoclasicismo
keynesiano en dos artículos que atacaban la teoría subyacente a la curva de Phi­
llips: uno de E. S. Phelps, «Phillips Curve, Expectations of Inflation, and Optimal
Unemployment over Time» (Econometríca, 1967), y el otro de Friedman, «The
Role of Monetary Policy» (American Economía Review, 1968). En dichos artículos
se observaba que, si se interpreta la curva de Phillips en términos de la ley de la
oferta y la demanda, y si los agentes económicos se consideran racionales, enton­
ces la tasa de desempleo no debe relacionarse con las variaciones del salario mo­
netario, sino con las del salario real. La tasa de crecimiento del salario real viene
dada por la diferencia entre la tasa de crecimiento del salario monetario y el índi­
ce de inflación esperado. Dadas unas determinadas expectativas inflacionarias,
las autoridades monetarias podrán reducir el desempleo sólo si hacen que au­
mente la oferta de dinero en una medida tal que genere una inflación mayor que
la esperada. De este modo, los empresarios creerán en una disminución del sala­
rio real y aumentarán la demanda de trabajo. El salario monetario aumentará, y
los trabajadores —dadas las expectativas inflacionarias— aumentarán la oferta
de trabajo.
Una sencilla «curva de Phillips a corto plazo» (lineal) tendrá la forma:
w = p p g-n (t/-t/„ )
donde V1/ es la tasa de crecimiento Je los salarios monetarios, Pt:, el índico de in­
flación esperado; U, la tasa de desempleo, y Un, su nivel «natural», que depende
324 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

de las preferencias de los agentes económicos y de la tecnología. En correspon­


dencia con unas expectativas inflacionarias dadas, por ejemplo, P{, tendremos
una curva de Phillips a corto plazo inclinada negativamente, como la curva I en
la figura 9.2. Para obtener un desempleo al nivel U es necesario que la oferta de
dinero aumente de manera que los salarios se incrementen a la tasa tij. Sin em­
bargo, los individuos no se dejarán engañar durante mucho tiempo. Cuando per­
ciban que los precios han aumentado más de lo previsto, aumentarán sus expec­
tativas, por ejemplo /f >Íf. Ahora bien, si el salario continúa aumentando a la
tasa W¡, los trabajadores reducirán la oferta de trabajo, de modo que en la figu­
ra 9.2 se verificará un desplazamiento horizontal hacia Un. Para mantener el de­
sempleo al nivel U, las autoridades deberán hacer que aumente la oferta de dine­
ro aún más que antes, de manera que se genere una inflación efectiva a un índice
mayor que P{.
Esto engañará de nuevo a los agentes económicos y causará un desplaza­
miento hacia la izquierda a lo largo de la curva II (correspondiente a las expecta­
tivas P2 ). En conclusión, para seguir engañando a los agentes económicos las au­
toridades deberán activar y mantener un proceso de inflación acelerada. Esta es
la llamada «hipótesis aceleracionista». En presencia de cualquier índice de infla­
ción constante (y, por tanto, conocido por los agentes económicos), nadie se deja­
rá engañar y la economía se estabilizará a la tasa natural de desempleo, Un. A lar­
go plazo no hay ninguna relación decreciente entre desempleo y tasa de creci­
miento de los salarios monetarios, o en cualquier caso se trata de una relación
muv débil. La «curva de Phillips a largo plazo», en correspondencia con la cual el
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 325

índice de inflación esperado coincide con el real, sería casi vertical, como la L de
la figura 9.2.
La curva de Phillips a largo plazo se.obtiene a partir de la fórmula anterior
cuando W - P - P e, donde P es el índice de inflación real. Entonces:
. U =Un-(l -$)PI p
de donde se ve que la curva es vertical,, es decir U = Un, si (3 = 1. En este caso, la
política monetaria resulta del todo ineficaz como política de pleno empleo, y úni­
camente tiene efectos inflacionarios. Sin embargo, si ¡3 < 1, la curva de Phillips a
largo plazo está inclinada, aunque menos que la de corto plazo. (3es el «coeficien­
te de expectativa», y expresa la medida en la que el índice de inflación real depen­
de del esperado. Para los neokeynesianos, (3dependería de la entidad de la ilusión
monetaria: cuanto más fuerte es ésta, más bajo resulta [3. La divergencia entre los
neoclásicos keynesianos y los neoclásicos monetaristas estriba, pues, en la mag­
nitud de [3: los primeros lo consideran bajo; los segundos, cercano a 1.
Las distintas tesis formuladas por Friedman contra el sistema neoclásico
keynesiano han suscitado siempre acalorados debates apenas publicadas, como
si se tratara de herejías. Esto puede parecer extraño si se piensa que Friedman
ha aceptado siempre todos los fundamentos teóricos de la síntesis neoclásica,
desde la función del consumo a la de la demanda de dinero, de la importancia
práctica de los efectos riqueza a la relevancia teórica de la flexibilidad de los
precios, de la adhesión al modelo IS-LM al respeto a la teoría del equilibrio eco­
nómico general. En realidad, Friedman se ha limitado simplemente a llevar a
sus últimas consecuencias lógicas las premisas de la síntesis neoclásica, y los
motivos aparentes de discrepancia se refieren sobre todo a ciertas hipótesis
acerca de la magnitud de algunos parámetros económicos, como la propensión
al consumo, la velocidad de circulación del dinero y el coeficiente de expectativa
inflacionaria. La verdadera discrepancia atañe principalmente a las consecuen­
cias que se pueden extraer, en términos de teoría de la política económica, de las
magnitudes de aquellos parámetros. Así, uno se sentiría tentado a creer a
Friedman cuando afirma que todas las diferencias pueden resolverse en el ámbi­
to de la investigación empírica. ¡Lástima que la investigación empírica no haya
logrado nunca dirimir diferencias políticas de este tipo!
¿Cómo se explica, entonces, que/hacia comienzos de la década de 1970 el
monetarismo finalmente triunfara, conquistando una inesperada hegemonía, o
casi? La causa es predominantemente política. Por una parte, la estanflación de
estos años parecía dar la razón a los monetaristas, que desde hacía varios lustros
advertían sobre los' efectos inflacionarios de las políticas keynesianas; mientras
que, con la hipótesis aceleracionista predicaban la necesidad de un largo período
de estancamiento para reducir la inflación. Por otra, los monetaristas ofrecían
una receta sencilla para resolver todos los problemas: bloquear la expansión mo­
netaria y deflacionar la economía. Y esto agradaba no sólo a los políticos de men­
te sencilla, sino también a los más avispados; como —por ejemplo— aquellos
que, no creyendo en la tesis monetarista de que los sindicatos no son responsa­
bles d e lainflación, cualquier
p e n s a b a n q u e en monetaristas po­
c a s o las p o l í t i c a s
dían servir para darles una lección.
326 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

9 .3 .3 . ACTO TERCERO: LOS ALUMNOS SUPERAN AL MAESTRO

El triunfo del monetarismo tuvo una vida breve: apenas Milton Friedman
había conquistado la hegemonía, después de más de quince años de lucha, fue in­
mediatamente «desplazado» por el «neomonetarismo»; este es quizás el término
más apropiado para definir la que muchos han denominado —exagerando un
poco— «nueva macroeconomía clásica». Esta escuela de pensamiento, que se
consolidó hacia finales de la década de 1970, se vinculaba explícitamente al mo­
netarismo tradicional, pero se diferenciaba de éste en diversos aspectos, sobre
todo por el mayor refinamiento del planteamiento teórico y metodológico, así
como por su mayor extremismo —si ello es posible— en política económica. Los
principales representantes de esta escuplg/son Robert E. Lucas Jr. (n. 1937), Tho-
mas J. Sargent (n. 1943) y Neil Wallace (n. 1939). Los principales ensayos de Lu­
cas se publicaron entre 1972 y 1981, y posteriormente fueron recogidos en el vo­
lumen Studies in Business Cycle Theory (1981). Otros pilares de la «nueva ma­
croeconomía clásica» se encuentran en el ensayo de Lucas y Sargent «After Key-
nesian Macroeconomics» (publicado en el volumen Rational Expectations and
Econometric Pratice, 1981, editado por los mismos autores), y en el de Sargent y
Wallace, «Rational Expectations, the Optimal Monetary Instrument, and the Op-
timal Money Supply Rule» (Journal of Political Economy, 1975).
El monetarismo había mostrado su mayor debilidad precisamente en rela­
ción a los temas en los que parecía haber triunfado. Al reconocer la existencia de
la curva de Phillips a corto plazo, de hecho había reforzado la posición de aque­
llos keynesianos para quienes la política económica servía precisamente para sin­
tonizar la economía a corto plazo. Además, al admitir lá posible existencia de una
curva de Phillips a largo plazo inclinada negativamente, de hecho había reconoci­
do que las políticas keynesianas podían también tener efectos duraderos, aunque
poco espectaculares. Así pues, en el plano político y empírico no parecía que las
diferencias fueran tan grandes. En el plano teórico, sin embargo, Friedman había
dado un pequeño paso adelante respecto a la síntesis neoclásica al hacer hincapié
en el papel desempeñado por las expectativas a la hora de frustrar la política eco­
nómica. Como ya hemos mencionado, el modelo IS-LM, interpretado como un
modelo de equilibrio general temporal, fue adoptado tanto por los neoclásicos
como por los monetaristas. En un modelo de equilibrio temporal, si no están
abiertos los mercados de futuros para todos los bienes, la única manera de justifi­
car la influencia de dichos bienes en las transacciones corrientes consiste en in­
troducir las expectativas respecto a los precios de los bienes disponibles en el fu­
turo. Y esto es lo que había hecho Friedman al introducir las expectativas infla­
cionarias. Éstas se pueden interpretar como expectativas sobre el precio futuro
de aquellos bienes de consumo para los cuales no existen mercados de futuros.
Pero Friedman, siguiendo a Philip Cagan («The Monetary Dynamics of Flyperin-
flation», en M. Friedman, ed., Studies in the Quantity Theoiy of Money, 1956), pre­
suponía «expectativas adaptativas», un tipo de expectativas formado de un modo
más bien mecánico, es decir, extrapolando la experiencia pasada. Esta suposición
no sólo carecía de una justificación teórica sólida, sino que también era la princi­
pal responsable de la posibilidad de que el coeficiente de expectativas en la curva
de P h illip s fuera d istin to d e 1; o bien ---para decirlo de una manera sólo en apa-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 327

rienda distinta—, de la posibilidad de que los agentes económicos se dejen enga­


ñar sistemáticamente. En efecto, las expectativas adaptativas pueden dar origen a
errores de previsión sistemáticos.
Lucas superó de golpe esta dificultad al adoptar la hipótesis de las «expecta­
tivas racionales», hipótesis que ya había sido formulada en 1961 por John Fraser
Muth (n. 1930) en un célebre artículo publicado en Econometrica con el título de
«Rational Expectations and the Theory of Pricé Movements». La principal laguna
de las expectativas adaptativas consiste en que no manejan de manera racional
toda la información disponible. Por ejemplo, dado que el proceso de formación
de las expectativas adaptativas únicamente tiene en cuenta la experiencia pasada,
el agente que lo adopta ignorará los anuncios y los efectos futuros de las opciones
actuales de política económica. Para tener en cuenta estos y otros fenómenos im­
portantes a la hora de tomar las decisiones, los agentes deberán razonar utilizan­
do la teoría económica, la «correcta» naturalmente. Las expectativas racionales
son las que se forman sobre la base del conocimiento de todas las informaciones
disponibles y de su elaboración mediante el modelo económico «correcto». Y el
modelo económico «correcto» es, naturalmente, el de Lucas. Éste, en tanto es
«correcto», permite determinar los «verdaderos» valores de equilibrio de las va­
riables económicas. Así, la hipótesis de las expectativas racionales se traduce bá­
sicamente en la de «previsión perfecta», con la única diferencia de que tiene en
cuenta los trastornos estocásticos (una diferencia significativa, pero no decisiva
desde el punto de vista teórico). Las expectativas racionales no eliminan cual­
quier error de previsión posible, pero admiten únicamente errores casuales. Las
previsiones basadas en las expectativas racionales son .«verdaderas» sólo «como
promedio».
Los neomonetaristas recuperaron de Friedman la hipótesis de la tasa natu­
ral de desempleo y la reformularon transformando la curva de Phillips en una
«función de oferta agregada». Con este fin utilizaron la llamada «ley de Okun»,
una ley que postula la existencia de una relación decreciente entre la tasa de
desempleo y la diferencia entre la tasa de crecimiento de la renta nacional y
su tendencia. Reformularon dicha ley de manera que se obtuviera la ecua­
ción (U -U n) =-y (Y -Y n). Aquí, Yn es la tasa de crecimiento «natural» de la
renta, es decir, la que garantiza el desempleo «natural». Sustituyendo esta ecua­
ción en la de la curva de Phillips y suporpqndo que P =W y (3=1, se obtiene:
Y =Yn + — (P -P e)
m
de donde se ve en seguida que, si las expectativas son racionales, entonces P = Pe y
la renta crecerá a la tasa natural. El desempleo se estabilizará también a su tasa na­
tural. No habrá ninguna curva de Phillips a corto plazo, mientras que la de largo pla­
zo será perfectamente vertical. Esto significa que cualquier política económica ex­
pansiva sistemática está condenada al fracaso. Tanto si las autoridades monetarias
anuncian sus decisiones como si, aun no anunciándolas, las toman siguiendo un mo­
delo conocido por los agentes económicos, estos últimos podrán prever inmediata­
mente sus efectos y lio se dejarán engañar'; con ello, las condcnaián a la ineficacia.
¿Cómo se explicarían, entonces, las oscilaciones cíclicas? Desde luego, no
328 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

mediante la rigidez de los precios y las imperfecciones del mercado, corno afir­
maban los neoclásicos kevnesianos. Los neomonetaristas supusieron que los pre­
cios pueden sanear los mercados en cualquier momento, es decir, que son precios
de equilibrio perfectamente flexibles. Por lo tanto, sólo queda una posibilidad.
Los shocks casuales no son previsibles, como tampoco los son las políticas econó­
micas no sistemáticas. Así, a corto plazo pueden darse sorpresas, y puede suceder
que P ¿P e. Sin embargo, para ello es necesario suponer que la información no
es perfecta. Y esto es lo que hicieron los neomonetaristas con la llamada «hipóte­
sis de las islas», que ya había sido formulada por Phelps. Los agentes económicos
operan en mercados «locales» separados unos de otros, como islas. Las primeras
informaciones que adquieren son las que se refieren a sus mercados específicos.
Si las interpretan como limitadas a. tales-“mercados, y éstas no lo son, se engaña­
rán, al menos temporalmente. Por ejemplo, una decisión política imprevisible
con efectos inflacionarios provocará un aumento generalizado de los precios.
Cada empresario observará un incremento del precio de su producto. Si lo inter­
preta como un aumento limitado a su propio mercado, creerá que se trata de un
cambio de los precios relativos, y no de los absolutos. Así, se verá inducido a au­
mentar la producción. Sin embargo, más tarde se dará cuenta de que se ha enga­
ñado y volverá al nivel «natural» de producción. Por lo tanto, la política económi­
ca puede resultar eficaz a corto plazo, pero sólo si es extemporánea, no sistemáti­
ca e imprevisible.
En esta óptica, las fluctuaciones económicas son generadas por shocks exó-
genos inesperados, y se basan en el hecho de que la información es incompleta.
Una de las críticas a esta concepción es que sólo puede explicar los movimientos
casuales y de escasas consecuencias en las variables económicas, pero no el au­
téntico ciclo económico. En la realidad, el ciclo se caracteriza por la sucesión de
fases más o menos largas en las que las distintas variables —producción, empleo,
salarios, etc.— sufren «co-movimientos» bastante marcados, es decir, evolucio­
nan en el tiempo manteniendo una fuerte correlación entre sí. Se trata del llama­
do «problema de la persistencia». Para responder a este tipo de críticas, Lucas ha
propuesto dos tipos de respuesta. Por una parte, ha sugerido que las «islas» en las
que operan los agentes económicos podrían hallarse bastante alejadas entre sí, de
manera que se requiera un cierto lapso de tiempo para colmar las carencias in­
formativas; por otra, ha afirmado que existen ciertos mecanismos económicos
—como, por ejemplo, el acelerador— que tienden a prolongar en el tiempo los
efectos de los shocks exógenos.
De esta problemática ha surgido la literatura sobre el «ciclo económico real»
que ha florecido en los años más recientes. Aquí recordaremos sólo las dos con­
tribuciones que han iniciado esta línea de investigación: «Time to Build and
Aggregate Fluctuations» (Econometrica, 1982), de F. Kydland y E. C. Prescott, y
«Real Business Cycles» (Journal ofPolitical Economy, 1983), de J. B. Long y C. I.
Plosser. Estas teorías conservan las dos tesis fundamentales del planteamiento
neomonetarista: agentes económicos con expectativas racionales y mercados en
equilibrio en todo momento. En cambio, desplazan la atención de los shocks mo­
netarios a los reales como principal factor cíclico, sobre todo los vinculados a los
cambios en el gasto público y en la productividad de los factores. El aumento de
la nduotiviuad hace que aumente la renta de los factores y, a igualdad de
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 329

inputs, el nivel de producción. En cambio, el aumento del gasto público hace que
aumenten por una parte la demanda agregada y los salarios, y por la otra el tipo
de interés y los ahorros. En las fases de boom, se da un aumento de la oferta de
trabajo, pero no a causa de un aumento de los salarios inducido por un exceso de
demanda. Los salarios —según esta línea de pensamiento— coinciden siempre
con la productividad marginal del trabajo, mientras que la oferta y la demanda de
los servicios de todos los factores se igualan en todo momento. La razón princi­
pal del «co-movimiento» salarios-empleo-producción habría que buscarla en la
racionalidad del comportamiento de los trabajadores. Éstos programan la oferta
de su propio factor en un período de tiempo bastante largo, pongamos de uno a
dos años. Por tanto, al estar en condiciones de prever la evolución futura de las
rentas, tenderán a trabajar más cuando los salarios sean más altos, y menos
cuando sean más bajos. Y es en este fenómeno de sustitución intertemporal del
tiempo libre donde habría que buscar la razón principal de la persistencia de los
efectos de los shocks exógenos.

9 .3 .4 . ¿F ue AUTÉNTICA GLORIA?

Desde su nacimiento, y de manera creciente a medida que adquiría audience,


la nueva macroeconomía clásica ha estado sometida a un fuego cruzado de críti­
cas. Hoy se conocen todos sus puntos débiles. Aquí mencionaremos algunos de
ellos, los que nos parecen más decisivos. Apenas aludiremos al hecho de que cons­
tantemente es objeto de refutaciones por parte de la investigación empírica, dado
que no todos los economistas teóricos se dejan impresionar fácilmente por un de­
fecto de este tipo, y muchos creen que, en cualquier caso, no se trata de un defecto
irremediable, dado que la investigación empírica es incesante y que no hay límites,
o casi, a lo que se le puede pedir y a lo que se puede obtener de ella. Más graves, en
cambio, son las lagunas de carácter teórico.
En primer lugar, hay problemas con el concepto de racionalidad de las ex­
pectativas. En la teoría neomonetarista, dicho concepto sirve básicamente para
reducir a un riesgo calculable los efectos que el futuro imprevisible puede causar
en el presente, y que Keynes definía en términos de incertidumbre. Los nuevos
economistas clásicos simplemente han negado la existencia de este problema, y
lo han hecho suponiendo que los agentes económicos pueden contemplar en sus
cálculos toda la gama de acontecimientos posibles. Una suposición verdadera­
mente difícil de digerir.
Otra laguna importante se refiere a la hipótesis de la naturaleza estacionaría
del equilibrio hacia el que convergería la economía producida por agentes econó­
micos racionales. El modelo teórico sobre cuya base se forman las expectativas
racionales debe representar una economía con una estructura bastante persisten­
te. Sólo de este modo se justificará que los individuos formen sus expectativas so­
bre la base de una evaluación de las variables «fundamentales». Además, se debe
establecer la hipótesis de que existe sólo un modelo correcto de la economía en
cuestión; y esta es una hipótesis que resulta mucho menos obvia de lo que puede
creerse a primera vista. Si ei Qpu de equilibrio al que la economía d e b e ría conver­
ger dependiera, a su vez, de las expectativas, nos encontraríamos no con uno,
330 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

sino con muchos equilibrios de expectativas racionales, uno para cada expectati­
va capaz de autorrealizarse. Podría haber incluso un continuum de teorías distin­
tas, que los agentes económicos podrían utilizar para formular sus propias previ­
siones sin que los acontecimientos que siguieran a éstas les indujeran a cambiar
de opinión.
Además, los modelos con expectativas racionales se exponen a serios proble­
mas de inestabilidad dinámica. En este sentido, los neomonetaristas ya no pue­
den permitirse actuar como Friedman, simplemente suponiendo que la economía
está siempre regulada por precios de equilibrio e ignorando jactanciosamente la
dinámica de desequilibrio junto con los problemas de estabilidad a ella vincula­
dos. Y esto porque, además de los habituales problemas dinámicos que se plan­
tean en el tradicional modelo de equilibrio walrasiano al que hacen referencia, se
producen otros más específicos cuando se introducen las expectativas racionales.
Por ejemplo, las soluciones de muchos modelos con expectativas racionales po­
seen la naturaleza de «punto de silla»; es decir: existen infinitos caminos que
tienden a alejar a la economía del equilibrio, y sólo uno que tiende a hacerla con­
verger hacia él. Los neomonetaristas no se han dejado amedrentar por esta difi­
cultad, y simplemente han sostenido que la economía, cualquiera que sea el
shock que haya de sufrir, es capaz de volver por sí misma siempre e instantánea­
mente a aquel único camino estable. Pero no han dado una justificación convin­
cente de este razonamiento.
Otro problema de estabilidad es el que puede surgir cuando el proceso de
formación de las expectativas se describe en términos de aprendizaje de los
errores. Si el equilibrio hacia el que la economía debería tender dependiese, a su
vez, de las expectativas, es posible que los cambios de las expectativas generadas
por la corrección de los errores hicieran cambiar los equilibrios de manera ex­
plosiva. Finalmente, sucede que la aplicación de la hipótesis de las expectativas
racionales al análisis de los comportamientos especulativos en los mercados fi­
nancieros —probablemente el único contexto real en el que tiene sentido aplicar
dicha hipótesis— puede dar origen fenómenos, de autorrealización de las expec­
tativas, con todas las consecuencias derivadas de ello en términos de «burbujas»
especulativas, crashes catastróficos y similares, posibilidades que ya había entre­
visto Keynes. •
A la luz de todas estas razones, y de otras que —por falta de espacio— no he­
mos podido indicar aquí, nos podríamos preguntar el porqué de la amplia acogi­
da que ha tenido la nueva economía neoclásica en la era de Reagan y de
Thatcher. Hay una respuesta inmediata, la más sencilla y, tal vez, la más real: pre­
cisamente porque se trataba de la era de Reagan y de Thatcher. Los neomoneta­
ristas han sido capaces de desplegar una potente y vasta artillería de recursos re­
tóricos, entre los que incluso se ha contado la apelación a la lógica. Pero la efica­
cia de dicha artillería se ha visto potenciada, en el ámbito político, por el triunfo
del neoconservadurismo de las décadas de 1970 y 1980, y, en el profesional, por
la obra de preparación realizada por el viejo monetarismo de Friedman.
Sin embargo, la razón principal del éxito del neomonetarismo, al menos en
lo que se refiere a los ambientes más estrictamente académicos, hay que buscarla
en el papel que ha desempeñado en el desarrollo de una tradición de gran presti­
gio como es la de la «síntesis neoclásica». En la evolución de esta tradición, la
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 331

nueva macroeconomía clásica ha representado el punto final de llegada. De la


síntesis neoclásica, los monetaristas han aceptado el referente teórico fundamen­
tal, el equilibrio económico general walrasiano, además de una serie de convic­
ciones de no poca importancia, como la de que Keynes no tendría carta de ciuda­
danía en un mundo de precios flexibles e individuos racionales. Ya el primer mo-
netarismo había derribado algunas puertas, mostrando, por una parte, las nece­
sarias implicaciones de la hipótesis flex-price en términos de predominio de la
oferta (respecto a la demanda efectiva) a la hora de determinar las propiedades
del equilibrio general; y, por otra, el carácter «natural» de tales propiedades. Los
neomonetaristas han aceptado ambas implicaciones teóricas del viejo monetaris-
mo. Y lo que han añadido—completando, de este modo, el distanciamiento res­
pecto a Keynes— es la hipótesis de las expectativas racionales, la única plausible,
en efecto, en un mundo en el que los sujetos son perfectamente racionales (en el
sentido neoclásico), y los mercados, perfectamente competitivos. Así, partiendo
de las lejanas premisas «kevnesianas» de la síntesis neoclásica, no se podía llegar
más que a las lógicas últimas conclusiones de la nueva macroeconomía clásica. Y
la única diferencia real entre los padres y los hijos parece finalmente reducirse
sólo al distinto grado de ingenuidad con el que se puede creer en el realismo de la
hipótesis flex-price.
Esto nos lleva a señalar, en defensa de la nueva macroeconomía clásica —si
es que esto puede constituir una defensa—, que una buena parte de las debilida­
des que la caracterizan (por ejemplo, las relativas al modo de tratar la incerti­
dumbre, a la hipótesis de la naturaleza estacionaria del equilibrio y al estudio de
sus propiedades dinámicas) son debilidades características también de muchos
otros modelos neoclásicos keynesianos. De manera que, después de todo, el he­
cho de que los neomonetaristas hayan contribuido a sacarlas a la luz podría con­
siderarse incluso un mérito.
Finalmente, no podemos dejar de recordar que hay dos nuevos elementos
que se han incorporado al bagaje del economista teórico contemporáneo cuyo
mérito se debe a los neomonetaristas. El primero es la introducción sistemática
en la macroeconomía del estudio de los procesos de formación endógena de las
expectativas, junto con los de elaboración y difusión de las informaciones; en
suma, la introducción de un nuevo e importante instrumento teórico en la caja de
herramientas del economista: la economía de la información. El segundo elemen-
to es de carácter crítico y está constituido por la llamada policy evaluation propo­
sition. Según dicha proposición, las políticas económicas de tipo keynesiano se
basan erróneamente en modelos econométricos cuyos parámetros se suponen es­
tables. En realidad, los parámetros de las formas estructurales de los modelos se
derivan de hipótesis sobre el comportamiento y sobre las reglas de decisión de los
agentes económicos que están lejos de justificar su estabilidad. En particular, a la
hora de definir las funciones que hay que estimar, normalmente se toman como
dadas las expectativas de los agentes decisorios respecto a las variables del mode­
lo. Pero si las expectativas se han formado endógenamente, cambiarán cuando
varíen las magnitudes de las variables y, sobre todo, cuando varíen las decisiones
de política económica. Esto significa que los parámetros estructurales no son es­
tables, ni independientes de las políticas que su estabilidad debería justificar, lo
cual no sólo elimina el fundamento de la mayor parte de las políticas económicas
332 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

discrecionales de tipo neokeynesiano, sino que —de modo más general— despoja
de fundamento teórico a todas las investigaciones econométricas que no sean ca­
paces de explicar la formación endógena de las expectativas.

9 .4 . D e l d e s e q u ilib r io a l e q u ilib r io n o -w a lr a s ia n o

9 .4 .1 . E l DESEQUILIBRIO Y LOS MICROFUNDAMENTOS DE LA MACROECONOMÍA

En la década de 1 9 6 0 ya estaba claro pqra todo el mundo —menos para los


autores de manuales— que el modelo de equilibrio walrasiano no podía hacer
justicia a Keynes. Ya Patinkin, en 19ifd, en la obra en la que presentaba la
summa teórica de la síntesis neoclásica, Dinero, interés y precios, había sugerido
que, dado, que no había lugar para Keynes en el modelo de equilibrio económico
general, había que estudiar las situaciones de desequilibrio para dar cuenta de la
problemática keynesiana. Esta sugerencia fue seguida por dos economistas de
formación todavía neoclásica, quienes, en varios artículos publicados en el
transcurso de la década de 1 9 6 0 , lanzaron un poderoso ataque al modelo IS-LM.
Su propósito era buscar en la dinámica de desequilibrio los fundamentos mi-
croeconómicos de la macroeconomía keynesiana. Los economistas en cuestión
son Robert Wayne Clower (n. 1 9 2 6 ) y Axel Leijonhufvud (n. 1 9 3 3 ), y sus princi­
pales trabajos: «La contrarrevolución keynesiana: una evaluación teórica»
(1 9 6 5 ; trad. cast. en R. Clower y A. Leijonhufvud, La nueva teoría monetaria, Ma­
drid, 1 9 7 6 ) y «A Reconsideration of the Microfundations of Monetary Theory»
(1 9 6 7 ) —ambos reeditados en el libro Selected Readings in Monetary Theory
(1 9 6 9 ) —, de Clower; y Análisis de Keynes y de la economía keynesiana (1 9 6 8 ;
trad. cast., Barcelona, 1 9 7 6 ), y Keynes y los clásicos (1 9 6 9 ; trad. cast. en La nue­
va teoría monetaria, cit.), de Leijonhufvud.
Clower proponía simplemente que del planteamiento teórico walrasiano se
abandonara la idea de que los intercambios se realizan en equilibrio. En una situa­
ción de equilibrio, todas las decisiones de los individuos se realizan de manera que
sean compatibles entre sí. Por lo tanto, las demandas «programadas» (o «nociona­
les», o «potenciales») coinciden con las efectivas. Esta coincidencia desaparece
fuera del equilibrio. Si los precios no vacían los mercados, los individuos no logra­
rán vender o comprar las cantidades programadas. En consecuencia, las deman­
das efectivas resultarán condicionadas por las rentas monetarias efectivamente
realizadas. Si estas últimas no permiten comprar las cantidades deseadas, los pla­
nes de gasto deberán ser revisados. Por otra parte, todas las transacciones se reali­
zarán en moneda, lo que permitirá realizar una clara separación entre las decisio­
nes relativas a las mercancías que se demandan y las que conciernen a las mercan­
cías que se ofrecen. Se verifica, así, una especie de «dualismo decisorio». De este
modo, en lugar de la tradicional restricción del presupuesto, que,ten equilibrio,
implica que el valor de la oferta de servicios debe ser igual al de ia demanda de
bienes, el agente económico que opera en desequilibrio debe sopífueise a dos res­
tricciones distintas. La primera es una restricción de gasto, y requiere que las com­
pras sean sostenidas por disponibilidades monetarias (no negativas). La segunda
es una restricción de renta, y plantea que la acumulación de reservas líquidas se
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 333

vea limitada por la capacidad de generar una renta mediante la venta de bienes y
servicios. De este modo, puede suceder que los trabajadores que no logran vender
todos los servicios del trabajo que querrían tampoco podrán comprar todos los
bienes de consumo que desearían; pero, entonces, las empresas no podrán vender
todas las mercancías producidas. Así, un exceso de demanda inicial puede trans­
mitirse a todo el conjunto de la economía a través de un proceso multiplicativo se­
mejante al concebido por Keynes.
Leijonhufvud siguió un planteamiento similar al de Clower, aunque insis­
tiendo en la idea de que el proceso multiplicativo es básicamente un fenómeno de
«iliquidez», es decir, un proceso generado por la falta de liquidez (respecto a los
niveles deseados de las reservas) que se da en los intercambios fuera del equili­
brio. Además, acentuó —respecto a Clower— el papel atribuido a las carencias
informativas como factores generadores de los procesos multiplicativos. Este úl­
timo punto tiene especial importancia. En Clower no estaba claro si el abandono
del modelo walrasiano implicaba el abandono del «subastador» o del tâtonne­
ment, o incluso de la ley de Walras. En cambio Leijonhufvud, al hacer hincapié
en las carencias informativas generadas por precios distintos de los vigentes en el
equilibrio walrasiano, captó la esencia de este planteamiento teórico y abrió el
camino a los modelos de equilibrio no-walrasiano elaborados en la década de
1970. Y dicha esencia consiste en que no es el tâtonnement lo que se debe aban­
donar, sino el «subastador».
Pero antes de describir este tipo de modelos resulta oportuno recordar un
tipo distinto de modelos no-walrasianos, desarrollados en la década de 1960: el
de los «procesos de no-tâtonnement». Aunque, en rigor, no deberíamos hablar
aquí de ellos, puesto que no tienen nada que ver con ningún tipo de materia key-
nesiana, resulta útil hacerlo, como mínimo, para establecer un elemento de com­
paración. En efecto, en los procesos de no-tâtonnement sucede precisamente lo
contrario de lo que acontece en los modelos de equilibrio no-walrasiano, de los
que hablaremos en el próximo apartado: desaparece el tâtonnement, pero sobrevi­
ve el «subastador». El origen de este planteamiento se remonta a dos contribucio­
nes de Frank Hahn (n. 1925) y de Takashi Negishi (n. 1933). La primera es «On
the Stability of Pure Exchange Equilibrium» (International Economie Review,
1962), de Hahn; la segunda', «A Theorem on Non-Tâtonnement Stability» (Econo-
métrica, 1962), de Hahn y Negishi. El modelo, que originariamente se había for­
mulado con referencia a una economía/de'puro intercambio, fue luego ampliado
a una economía de producción por F. Fisher en un artículo de 1974, «The Hahn
Process with Firms but no Production» (Econometrica), y uno de 1976, «A Non-
Tâtonnement Model with Production and Consumption» (Econometrica).
En este modelo, los agentes económicos son price-takers, y los precios son fi­
jados por un «subastador». Sin embargo, los intercambios pueden efectuarse
también a precios que no vacían los mercados. Por lo tanto, algunos agentes pue­
den resultar racionados. Después de cada intercambio, el «subastador» calculará
otros precios; y sobre la base de éstos los agentes tomarán nuevas decisiones y
efectuarán nuevos intercambios. La economía se mueve a lo largo de una secuen­
cia de períodos; los datos en los que se basan las decisiones tomadas en un deter­
minado período (especialmente las dotaciones individuales de- mercancías) de­
penden de los intercambios efectuados en el período anterior. Por lo tanto, el
334 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

equilibrio al que eventualmente llevará este proceso de evolución secuencial será,


en general, diferente del walrasiano. En realidad, este último depende exclusiva­
mente de los datos iniciales, y no se halla influido por el proceso a través del cual
se llega al equilibrio.

9.4.2. Los MODELOS DE EQUILIBRIO NO-WALRASIANO


En el modelo de equilibrio económico general walrasiano, los agentes econó­
micos son price-takers tanto en equilibrio como en desequilibrio. Incluso a precios
de desequilibrio, continúan ignorando cualquier posible restricción cuantitativa a
sus decisiones, dado que efectuarán los cambios únicamente cuando se hayan al­
canzado los precios de equilibrio. Por otra parte, los precios son perfectamente fle­
xibles; no han sido establecidos por ningún agente económico individual, sino que
los ha anunciado el «subastador», que los decide en función de los excesos de de­
manda. Así, los agentes podrán utilizarlos «paramétricamente», tanto si son pre­
cios «justos» como equivocados. Sólo seguirán modificando sus decisiones en tan­
to no alcancen los precios justos, es decir, los que rigen en el equilibrio walrasiano.
Por su parte, el «subastador» seguirá modificando los precios en tanto no se hayan
eliminado todos los excesos de demanda. En consecuencia, el equilibrio walrasia­
no es un equilibrio tanto en el sentido de que se han anulado todos los excesos de
demanda en correspondencia con un nivel de actividad que asegura la plena utili­
zación de los recursos, como en el sentido de que los agentes económicos no tienen
ningún estímulo para cambiar sus decisiones, y, por tanto, no existen fuerzas capa­
ces de modificar el ajuste económico alcanzado.
Un «equilibrio no-walrasiano», en cambio, es una situación en la que una
parte de los recursos disponibles permanece sin utilizar y, sin embargo, es posible
que no exista ningún estímulo que induzca a los agentes a modificar sus decisio­
nes. Es un equilibrio únicamente en el sentido de que la economía, una vez alcan­
zado tal estado, no se ve impulsada a alejarse de él, o bien en el sentido de que los
individuos han realizado de algún modo sus planes. Un equilibrio de este tipo,
puede obtenerse en un contexto teórico en el que algunas de las hipótesis funda­
mentales del modelo walrasiano no resultan válidas, en particular la relativa a la
flexibilidad de los precios. La teoría que de ello se deriva puede denominarse
«teoría del equilibrio no-walrasiano» o del «equilibrio con racionamiento», si
bien algunos siguen llamándola «teoría del desequilibrio», y otros, «teoría del
^-equilibrio», como si realmente tuviera algo que ver con Keynes.
Los modelos más interesantes de este planteamiento han sido elaborados en
la década de 1970 como desarrollo de las contribuciones de Patinkin, Clower y
Leijonhufvud, y se deben a Robert J. Barro (n. 1944), Herschel I. Grossman (n.
1939), Jean-Pascal Benassy (n. 1948), Jean-Michel Grandmont (n. 1939), Jacques
H. J. M. E. Dréze (n. 1929) y Edmond Malinvaud (n. 1923). Los textos clásicos
son: «Un modelo de desequilibrio general de la renta y el empleo» (American Eco-
nomic Review, 1971; trad. cast. en E. Aguiló y J. Fernández, eds., Desequilibrio,
inflación, desempleo, Barcelona, 1979) y Money, Employment and Inflation (1976),
de Barro y Grossman; «Neo-Keynesian Disequilibrium in a Monetary Economy»
(Review of Economic Studies, 1975), de Benassy; «Existence of an Equilibrium
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 335

under Price Rigidity and Quantity Rationing» (International Economic Review,


1975), de Dréze; «The Logic of the Fix-Price Method» (Scandinavian Journal of
Economics, 1977), de Grandmont; y finalmente Una reconsideración de la teoría
del paro (1977; trad. cast., Barcelona, 1979), de Malinváud.
No disponemos aquí de suficiente espacio para tratar de la evolución interna
de la teoría, a pesar de que resultaría interesante hacerlo, dado que sólo en las
contribuciones más recientes ha quedado claro que se trata de una teoría del
equilibrio. Tampoco podemos detenemos en las diferencias existentes entre los
modelos de los distintos autores, las cuales son también notables. Por el contra­
rio, nos limitaremos a presentar su máximo común denominador. La figura 9.3
representa las curvas de demanda, D, y de oferta, S, de un bien. El precio de equi­
librio walrasiano es p*. Al precio p0 existe un exceso de demanda E{) > 0: las «tije­
ras» tienen un «lado largo», en este caso la demanda, y un «lado corto», la oferta.
El lado corto es aquel en el que la supaa» de las transacciones deseadas es menor.
Así, al precio p} el exceso de demanda es negativo, E¡ < 0, y el lado corto es el de
la demanda. En los dos casos, y cí\ son Ia oferta y la demanda «efectivas»,
mientras que q* es la demanda «nocional».
Para definir la modalidad de intercambio se establecen dos hipótesis. La pri­
mera es la hipótesis de intercambio voluntado, según la cual ningún agente está
obligado a cambiar más de lo que desea. La segunda es la hipótesis de mercados
ordenados, o carentes de facciones, que afirma que, en cada mercado, sólo puede
haber una discrepancia entre la transacción deseada y la realizada para los agentes
que se encuentran en uno de los dos lados del mercado. De estas dos hipótesis se
deriva la llamada «regla del lado corto», por la cual sólo los agentes que se encuen­
tran en el íado cono del mercado logran realizan sus planes. Los agentes que no
consiguen realizar sus planes de intercambio resultarán racionados. En una sitúa-
336 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

ción de exceso de oferta, resultarán racionados los vendedores; en una de exceso


de demanda, los compradores. Los agentes racionados están sujetos a restriccio­
nes cuantitativas. Por lo tanto, es legítimo suponer que, al formular sus planes,
tendrán en cuenta las informaciones proporcionadas por las cantidades, más que
las provenientes de ios precios. Una hipótesis establecida en las versiones del tipo
de la de Benassy es que los agentes, para decidir acerca de la oferta o la demanda
que presentarán en un mercado, tendrán en cuenta las restricciones cuantitativas
percibidas en los otros mercados. De este modo, el trabajador decidirá qué canti­
dades de bienes de consumo comprará teniendo en cuenta las cantidades de traba­
jo que efectivamente logre vender. Por su parte, el empresario decidirá acerca de la
demanda de trabajo teniendo en cuenta las cantidades de mercancías que consiga
vender realmente. En cambio, en las verdiones del tipo de la de Dréze los agentes
tienen en cuenta las restricciones percibidas en todos los mercados. Ahora bien, si
los precios a los que se efectúan los intercambios son los determinados por un
equilibrio walrasiano, ninguno sufrirá restricciones cuantitativas; pero si los pre­
cios son distintos de aquéllos, surgirán restricciones cuantitativas en todos los
mercados.
La hipótesis fundamental del equilibrio no-walrasiano es que los precios
—o, al menos, algunos de ellos— son fijos. Es básicamente por esta razón por la
que en las funciones de oferta y de demanda intervienen como argumentos tanto
las señales de precio como las señales cuantitativas. Se puede alcanzar un equili­
brio sobre la base de dichas funciones de demanda, pero se trata de un equilibrio
inusual. En él los sujetos no se ven inducidos a modificar sus decisiones, por
ejemplo, considerando nuevas y mejores posibilidades de intercambio, no porque
éstas no existan, sino porque las restricciones percibidas les inducen a creer que
no existen. Así, puede suceder que los trabajadores desempleados se convenzan
de que no existe, ni siquiera potenciálmente, una demanda de trabajo adecuada a
su oferta; que acepten como permanente la renta obtenida como desempleados o
subempleados, y ajusten su demanda de consumo a dicha renta. A su vez, los em­
presarios podrán pensar que la demanda de bienes así determinada es normal,
con lo que ajustarán a ella la producción y la demanda de trabajo. De este modo,
los empresarios justificarán las valoraciones pesimistas de los trabajadores, quie­
nes —a su vez— justificarán las de los empresarios. Un equilibrio no-walrasiano
es una situación en la que la oferta y la demanda «efectivas» formuladas por los
agentes económicos —sobre la base de las señales de precio y de cantidad obser­
vadas en los mercados— resultan compatibles entre sí. Las demandas son iguales
a las ofertas, pero distintas de las «nocionales» o «potenciales», es decir, las que
se realizarían en equilibrio walrasiano. Por otra parte, en un equilibrio no-walra-
siano los planes de los agentes económicos se realizan efectivamente, y, en conse­
cuencia, no hay ningún estímulo para modificarlos.
El tipo particular de equilibrio que se alcanza depende, entonces, de las hipó­
tesis particulares que se establecen respecto a qué precios son fijos, qué mercados
proporcionan las restricciones cuantitativas y qué agentes resultan racionados.
Así, se puede dar un equilibrio con «desempleo keynesiano», en el que son fijos
tanto los precios de los bienes de consumo como los salarios monetarios, y en el
que los consumidores son racionados en el mercado de trabajo y las empresas en
los de loo bienes. O bien puede haber un equilibrio con «desempleo clásico», cuan-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 337

do los salarios reales son «demasiado altos» para garantizar el pleno empleo; en­
tonces, mientras que las empresas no son racionadas ni en los mercados de los
bienes ni en el del trabajo, los trabajadores son racionados en ambos. Existe tam­
bién un determinado tipo de equilibrio capaz de explicar lo que sería el caso espe­
cífico considerado por Keynes en la Teoría general: aquel en el que los precios de
los bienes son flexibles y los salarios monetarios son rígidos. En este caso, las em­
presas no son racionadas en los mercados de bienes, dada la flexibilidad de los
precios. Sin embargo, a causa del desempleo generado por los salarios monetarios
fijos, los trabajadores serán racionados en el mercado de trabajo. A esto se reduci­
ría el «caso keynesiano». ¿No resulta paradójico que este sea el final de una línea
de investigación originada por la insatisfacción frente a la síntesis neoclásica?
Extraño destino el de las interpretaciones neoclásicas de Keynes. Surgidas
del intento de demostrar que Keynes se había ocupado de un caso particular en el
que los precios y/o los salarios son rígidos, han suscitado una creciente insatisfac­
ción entre los economistas keynesianos, y —a través de una serie de polémicas y
contrarrevoluciones— han producido finalmente una evolución que ha termina­
do demostrando que el caso de Keynes es precisamente aquel en el que los pre­
cios y/o los salarios son rígidos. La diferencia entre el punto de partida —la sínte­
sis neoclásica— y el punto de llegada —los modelos de equilibrio con raciona­
miento— es que allí se reinterpretaba a Keynes como un caso de equilibrio tem­
poral walrasiano, mientras que aquí se le reinterpreta como un caso de equilibrio
temporal no-walrasiano. Una diferencia menos importante de lo que podría pare­
cer a primera vista. Por otra parte, en ambos casos se obtiene un resultado devas­
tador para la teoría general de Keynes: ésta simplemente no existe como tal.

9 .5 . T e o r ía s p o s t k e y n e s ia n a s y n e o k e y n e s ia n a s

9 .5 .1 . R e in t e r p r e t a c io n e s a n t in e o c l á sic a s d e K e y n e s

Parece que exista una incompatibilidad básica entre teoría keynesiana y teo­
ría neoclásica, incompatibilidad confirmada por el hecho de que todos los econo­
mistas que han tomado en serio a Keynes y su convicción de haber formulado
una teoría general han chocado, de una manera o de otra, con el sistema teórico
neoclásico. ' // J
Aceptando un término ya consolidado, aunque muy poco afortunado, lla­
maremos «postkeynesianos» a este tipo de economistas. No constituyen una es­
cuela, y ni siquiera está claro que compartan un sistema teórico común. En rea­
lidad, se trata de economistas con planteamientos más bien heterogéneos, inclu­
so en su interpretación de Keynes. Quizás un día surja de su trabajo un sistema
teórico postkeynesiano homogéneo. Pero, por ahora, debemos contentarnos con
clasificarlos por grupos según su afinidad. Y la clasificación más elemental debe
distinguir los postkeynesianos europeos de los estadounidenses. El primer gru­
po ha tenido como punto de encuentro, la Universidad de Cambridge, y como
signo de identificación cultural, la referencia directa a la tradición keynesiana.
Los principales representantes de este guipo son: Richaid Rain; Q 905-1989),
Joan Violet Robinson (1908-1983), Nicolás Kaldor (1908-1986) y Luigi Ludovico
338 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Pasinetti (n. 1930). El punto de encuentro del segundo grupo lo constituye el


Journal of Post-Keynesian Economics, y sus principales representantes son: Paul
Davidson (n. 1930), Hyman Philip Minsky (n. 1919) y Sidney Weintraub (1914-
1984). Sin embargo, el lejano ascendiente de este grupo es un economista inglés,
George Lennox Shannan Shackle (n. 1903). También debemos mencionar a
otros dos economistas que, al menos en parte, pueden considerarse postkeyne-
sianos: Lorie Tarshis (n. 1911), quien, pese a haberse graduado en Cambridge
sobre economía kaleckiana, se halla próximo a los postkeynesianos estadouni­
denses; y Kenneth Ewart Boulding (n. 1910), quien, desde allende el Atlántico,
ha realizado importantes contribuciones a la elaboración de la teoría de la dis­
tribución de Cambridge. Finalmente, recordaremos a Joseph Steindl (n. 1912),
un «kaleckiano» difícil de clasificar y,qué ha trabajado de una manera original,
sobre todo, en relación a la teoría de los precios normales en condiciones de
monopolio. No disponemos de suficiente espacio para hablar de la generación
más joven de postkeynesianos, que son legión —sobre todo en Estados Unidos,
Gran Bretaña e Italia—; únicamente diremos que ha emprendido la ardua tarea
de integrar los distintos componentes de las teorías postkevnesianas en un in­
tento de obtener un sistema teórico completo y coherente.
La diferencia teórica más importante entre estos dos grandes grupos se re­
fiere al ámbito de investigación privilegiado, que es el del crecimiento y la distri­
bución para los postkeynesianos europeos, y el de la dinámica monetaria para los
estadounidenses. Esto parece indicar que no existe una incompatibilidad sustan­
cial entre ambos grupos, sino que más bien cabe interpretar sus teorías como
complementarias, al menos tendencialmente. Ambos grupos, al rechazar la sínte­
sis neoclásica, se han esforzado en reinterpretar a Kevnes, distinguiendo lo que
hay de auténticamente keynesiano en la Teoría general de los residuos neoclásicos
y marshallianos. Sin embargo, la dirección en la que se desarrolla este trabajo de
reinterpretación no es la misma para los dos grupos.
La esencia de la interpretación de Keynes propia de Cambridge ha sido muy
bien expresada en sendos trabajos de Garegnani y de Pasinetti. En «Note su con-
surni, investimenti e domanda effetíiva» (Economía Intemazionale, 1964-1965),
Pierangelo Garegnani (n. 1930) ha formulado la idea de que el principio de la de­
manda efectiva se refiere a una economía en equilibrio de reproducción. En ese
estado rige la igualdad entre ahorros e inversiones, de manera que se garantice el
equilibrio entre la demanda efectiva y la cantidad ofrecida de bienes producidos,
pero no necesariamente la plena utilización de los recursos o el pleno empleo. El
ajuste de los ahorros a las inversiones tiene lugar por medio de las variaciones de
la renta causadas por las propias inversiones, y no a través de la determinación
de un valor de equilibrio para el precio de los servicios del capital, es decir, del
tipo de interés. El rechazo de la concepción neoclásica del interés ha llevado a
Garegnani a quitar importancia a la noción de eficacia marginal del capital y a
aceptar la teoría de la preferencia por la liquidez únicamente como una construc­
ción auxiliar, necesaria para dar una explicación alternativa del interés. Además,
rechaza la idea de que la teoría de Keynes es una teoría del tipo de corto plazo,
afirmando más bien que el principio de la demanda efectiva resulta más valioso
precisamente a largo plazo, cuando tiene sentido suponer que la economía crece
en una vía A eqia'i'bno en e.l que predominan los precios normales.
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 339

Pasinetti se mueve en una línea de interpretación similar en su ensayo «La


economía de la demanda efectiva» (en Crecimiento económico y distribución de la
renta, 1977; trad. cast., Madrid, 1978), en el que se esfuerza en reinterpretar la Teo­
ría general desde una óptica ricardiana, llegando incluso a redescubrir en Keynes
el poder del «vicio ricardiano». Debido a éste, Keynes habría evitado dejarse des­
lumbrar por su amor a la elegancia y la simetría, procurando investigar, en cam­
bio, algunas relaciones causales claras y sencillas entre las principales variables
económicas. De este modo, habría podido identificar la existencia de una cadena
de causaciones unidireccionales que iría del dinero al consumo, pasando por la
determinación del tipo de interés, de las inversiones y del nivel de la renta.
La interpretación de Shackle es totalmente distinta. De este autor recordare­
mos, sobre todo, Expectation in Economics (1949), Uncertainty in Economics
(1955), Epistémica y economía (1972; trad. cast., México, 1976) y The Years of
High Theory (1967). Respecto a lo que aquí nos interesa, esta última obra es im­
portante principalmente por la interpretación que ofrece de Keynes. En sus pri­
meros trabajos sobre la incertidumbre y las «elecciones cruciales», Shackle re­
chazó las concepciones probabilísimas de las expectativas con el argumento de
que las opciones, una vez elegidas, destruyen la posibilidad de repetición de los
experimentos. Los agentes económicos serían conscientes de este hecho, y, en
consecuencia, evitarían formular expectativas respecto a todos los acontecimien­
tos posibles; en lugar de ello, tenderían a centrar su atención en parejas de posibi­
lidades objetivas que consideraran particularmente importantes. Dichas posibili­
dades se referirían a acontecimientos que, ex ante, los agentes económicos juzga­
ran potencialmente capaces (o incapaces) de producir sorpresas.
También la incertidumbre desempeña un papel fundamental en la reinter­
pretación de Keynes ofrecida por Shackle; ésta constituiría el factor principal de
las fluctuaciones económicas y la razón primordial del carácter intrínsecamente
inestable del capitalismo. En esta perspectiva, el concepto de eficacia marginal
del capital se revaloriza; pero no sin antes haber sido reinterpretado en sentido
antineoclásico. La eficacia marginal no tendría nada que ver con la productivi­
dad del capital; bien al contrario, no sería sino una especie de «alquimia psíqui­
ca», una construcción mental por medio de la cual los empresarios tratarían de
deducir de unas expectativas básicamente no racionales algunos criterios de
evaluación sobre la conveniencia de las inversiones. Frente a una incertidumbre
entendida como conciencia de las sonpíésas que se pueden producir por aconte­
cimientos imprevisibles, las expectativas de los empresarios no pueden ser más
que lábiles y mudables. Y es de aquí de donde se deriva la sustancial inestabili­
dad del capitalismo. Obviamente, desde esta perspectiva la teoría de la preferen­
cia por la liquidez desempeña un importante papel, ya que, ante la imposibili­
dad de reducir la incertidumbre a riesgo, el dinero resultaría ser un instrumento
de seguridad indispensable frente a los acontecimientos imprevisibles. Pero el
dinero como tal puede contribuir también al aumento de la inestabilidad econó­
mica, en cuanto la preferencia por la liquidez y el comportamiento irracional de
los especuladores pueden multiplicar los efectos depresivos de la incertidumbre
y de la desconfianza de los empresarios. Por lo tanto, es importante estudiar las
lunciones que aquel desempeña e n la actividad cenia m ica todo,
v, s o b r e ia m a ­

nera como se organiza su producción y control.


340 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

9.5.2. Distribución y crecimiento


Gran parte de las teorías postkeynesianas de Cambridge se han desarrollado
en las décadas de 1950 y 1960 en polémica con la síntesis neoclásica, en particu­
lar con los modelos neoclásicos del crecimiento del tipo Solow-Swan. La polémi­
ca se ha manifestado en un ataque a la teoría neoclásica del capital y de la distri­
bución. Pero este aspecto del debate ha tenido como referente principal el plan­
teamiento teórico sraffiano, más que el postkeynesiano en sentido estricto. En el
capítulo 11 hablaremos de ello.
La contribución específica de los postkeynesianos, en cambio, ha consistido
en la formulación de una teoría alternativa del crecimiento y de la distribución.
Las raíces de esta nueva teoría hay que,buscarlas en el teorema de «la tinaja de la
viuda», según el cual el montante de las rentas obtenidas por los capitalistas de­
pende, en última instancia, sólo de sus propios gastos. Como ya hemos visto en el
capítulo 7, hay una versión keynesiana y una kaleckiana de este teorema, y la
principal diferencia entre ellas se refiere al nivel del output, que Keynes —en el
Treatise— supone fijado al nivel de pleno empleo, mientras que Kalecki lo sitúa
en uno de subempleo. La teoría postkeynesiana surgió del intento de extender los
resultados de este teorema a un contexto teórico en el que el nivel de la renta au­
menta con el transcurso del tiempo.
La concepción kaleckiana fue desarrollada, sobre todo, en los modelos
«abiertos» de Robinson. Los textos clásicos son: La acumulación de capital (1956;
trad. cast., México, 1960) y algunos ensayos (especialmente «Normal Prices» y «A
Model of Accumulation») recogidos en el volumen Ensayos sobre la teoría del cre­
cimiento económico (1962; trad. cast., México, 1973). En el crecimiento con de­
sempleo e infrautilización de las instalaciones, la hipótesis fundamental es que
los precios se fijan aplicando la regla del mark up a los costes directos, que se su­
ponen constantes. Esto significa que, dada la técnica, la distribución de la renta
resulta determinada por la política de precios realizada por las empresas, y de­
pende del grado medio de monopolio predominante en la economía. En elabora­
ciones posteriores, Robinson ha tratado de disminuir la importancia atribuida a
la estructura de los mercados, así como —desarrollando algunas de las sugeren­
cias de Kalecki— de introducir en el análisis el papel desempeñado por los -sindi­
catos obreros, hasta llegar a vincular el mark up medio —y, en consecuencia, la
distribución de la renta— a las relaciones de fuerza entre las clases. Sea como
fuere, en presencia de desempleo la distribución de la renta resulta independiente
de los niveles de actividad, o de la tasa de crecimiento de la economía. En la hi­
pótesis simplificadora de que se consuman todos los salarios, los beneficios se
determinarán de manera que se proporcione el flujo de financiación necesario
para sostener el crecimiento del stock de capital. Así pues, los beneficios depen­
derán de las inversiones, mientras que la tasa de beneficio dependerá del coefi­
ciente capital-producto y de la tasa de crecimiento de la renta. Si se supone un
progreso técnico neutral, de modo que se asegure un coeficiente capital-producto
constante, para «cerrar» el modelo bastará conocer el comportamiento de los ca­
pitalistas respecto a las inversiones. Pero esto es precisamente lo que la teoría
económica no nos permite determinar endógenamente. Las decisiones de inver­
sión dependen de los animad svirits de los capitalistas, una variable socio-psicoló-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 341

gica con un regusto casi más marxiano que keynesiano. La tasa de crecimiento de
la economía puede ser una cualquiera: puede ser una tasa de crecimiento en
equilibrio, o garantizada, en el sentido de Harrod-Domar; pero no necesariamen­
te asegurará el pleno empleo.
Robinson consideraba el crecimiento con pleno empleo como un caso límite
difícilmente alcanzable en un régimen de laissez faire. A este caso límite, lo llamó
—no sin cierta ironía— «edad de oro». Una economía con progreso técnico neu­
tral crecería, en edad de oro, a una tasa uniforme: es decir, todas las variables cre­
cerían a la misma tasa,, incluido el empleo «en unidades de eficiencia». El pleno
empleo resultaría asegurado por una tasa de crecimiento de la renta igual a la del
stock de capital, y asimismo igual a la suma de las tasas de crecimiento de la po­
blación y de la productividad del trabajo. El modelo de crecimiento de la edad de
oro es un modelo «cerrado». En él, las decisiones de inversión se hallan someti­
das a las influencias de la lábil psicología de los empresarios, y son determinadas
endógenamente como las que garantizan precisamente el crecimiento uniforme.
Las hipótesis que es necesario establecer para obtener este resultado son dos:
«previsión perfecta» y «tranquilidad perfecta». La primera sirve para eliminar la
incertidumbre; la segunda, para asegurar que las expectativas se pueden formular
correctamente. De hecho, ambas se reducen a la suposición de que la economía
crece de modo uniforme. Y la circularidad del razonamiento no debe sorprender­
nos. Es una de las cosas que Robinson pretendía mostrar: para tener un creci­
miento uniforme, es necesario que la economía haya crecido siempre de modo
uniforme.
Kaldor se mostró menos escéptico respecto a la capacidad de las economías
capitalistas de crecer garantizando el pleno empleo. En consecuencia, realizó ma­
yores esfuerzos que Robinson para explicar las condiciones reales del crecimien­
to sostenido. Sus principales contribuciones a la elaboración de la teoría postkey-
nesiana del crecimiento y la distribución se encuentran en los siguientes ensayos:
«Teorías alternativas de la distribución» (Review of Economic Studies, 1956; trad.
cast. en N. Kaldor, Ensayos sobre el valor y la distribución, Madrid, 1973), «Un
modelo de crecimiento económico» (The Economic Journal, ,1957; trad. cast. en
N. Kaldor, Ensayos sobre estabilidad y desarrollo económicos, Madrid, 1969), «Ca­
pital Accumulation and Economic Growth» (en F. A. Lutz y D. C, Hague, The
Theory of Capital, 1961) y «Un nuevo modelo de crecimiento económico» (escrito
en colaboración con J. A. Mirlees y publicado en Review of Economic Studies,
1962; trad. cast. en M. G. Mueller, Lecturas de macroeconomía, cit., y en L. A.
Rojo, Lecturas sobre la teoría económica del desarrollo, cit.).
Kaldor prefería la versión keynesiana del teorema de «la tinaja de la viuda» a
la kaleckiana. En condiciones de crecimiento con pleno empleo y plena utilización
de las instalaciones, no resulta posible separar el problema de la distribución de la
renta de el del crecimiento, como sucedía en el modelo abierto de Robinson. Ni re­
sulta posible dejar abierto el modelo. La economía no puede crecer, en términos
reales, más rápidamente que la tasa natural. Supongamos que tampoco crece más
despacio. Entonces, la tasa de crecimiento del stock de capital se determina endó­
g e n a m e n te . L o s a h o rro s d e b e rá n a u m e n ta r al m is m o r itm o q u e la s in v e r s io n e s .

Suponiendo que existan dos c la s e s d e p e rc e p to re s d e r e n ta , lo s q u e p e r c ib e n b e n e ­

ficios y los que perciben salarios, y que la propensión al consumo los primeros d e
342 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

sea menor que la de los segundos, la distribución de la renta deberá ser determina­
da endógenamente de modo que se aseguren los flujos de ahorro necesarios para
financiar las inversiones. En un momento dado cualquiera, cuanto mayor sea la
tasa de inversión (en relación a la renta) tanto mayor deberá ser la cuota de bene­
ficios; y ello porque sobre los beneficios se ahorra porcentualmente más que sobre
los salarios, y sólo una cuota mayor de beneficios podrá garantizar un mayor por­
centaje de ahorros sobre una renta dada.
Este resultado es válido también para una economía en crecimiento. En una
economía que crece en equilibrio, la tasa de crecimiento de la riqueza coincidirá
con la del stock de capital:

K~ K
Bajo la «hipótesis de ahorro clásica», S = spP, donde sp es la propensión al
ahorro sobre los beneficios. Entonces:
S _SpP _ I
K~ K ~K
de donde se obtiene la famosa «ecuación distributiva de Cambridge»:

La tasa de beneficio, r = P / K, depende únicamente de las decisiones de gas­


to de los capitalistas, es decir, de su propensión al ahorro y de sus decisiones de
inversión, siendo gn =I ¡ K = AI / 1.
La demostración de que este resultado no depende de la restrictiva «hipóte­
sis de ahorro clásica» la proporcionó Pasinetti en el ensayo «Tasa de beneficio y
distribución de la renta en relación a la tasa de crecimiento» (Review of Econo­
mía Studi.es, 1962; trad, cast. en Crecimiento económico y distribución de la renta,
cit.). Consideremos una economía en la que existen dos clases sociales, trabaja­
dores y capitalistas. Sus propensiones al consumo, s¡ y sc respectivamente, son ta­
les que 0 < s¡ < 11 Y < sc < 1. Entonces, los trabajadores serán también propieta­
rios del capital, dado que acumulan riqueza por medio del ahorro. Por lo tanto,
obtendrán beneficios (dividendos, intereses), además de los salarios, sustrayendo
una parte a los capitalistas. Pasinetti demostró que el ahorro efectuado por los
trabajadores sobre los salarios y sobre sus beneficios coincide con la reducción
del ahorro efectuado por los capitalistas, debido al hecho de que éstos no obtie­
nen todos los beneficios. Es como si, pagando a los trabajadores una parte de los
beneficios, los capitalistas hubiesen delegado en aquéllos la función de ahorrar
de más lo que ellos ahorran de menos. Por lo tanto, respecto a la financiación de
las inversiones resulta del todo indiferente que los trabajadores ahorren o no, o
que reciban una parte de los beneficios o no. En cualquier caso, la distribución
de la renta entre salarios y beneficios sigue estando determinada por las decisio­
nes de gasto de los capitalistas, v la ecuación de Cambridge signe siendo válida.
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 343

Una particularidad de los modelos de crecimiento postkeynesianos —parti­


cularidad que comparten con el modelo Harrod-Domar— es que el coeficiente
capital-producto se considera constante. No se trata de una hipótesis simplifica-
dora, sino de una propiedad esencial de estos modelos, que elimina de raíz cual­
quier posibilidad de explicar la distribución de la renta sobre la base del principio
de sustitución, mientras que proporciona una alternativa completa a las teorías
del crecimiento del tipo Solow-Swan. Kaldor realizó un gran esfuerzo para legiti­
mar la presunción de un coeficiente capital-producto constante, tratando de dar
tanto una justificación empírica como una explicación teórica. A partir de la ob­
servación histórica, Kaldor llegó a la convicción de que en el transcurso de su
evolución la acumulación capitalista estaba gobernada por una serie de regulari­
dades empíricas que denominó «hechos esquemáticos». Entre ellos, revestirían
especial importancia los relativos a la constancia de la cuota de salarios y de la
tasa de beneficio, ambas propiedades de los modelos de crecimiento uniforme;
asimismo, incluyó la constancia del coeficiente capital-producto en la lista de he­
chos esquemáticos.
El problema consiste en cómo explicar estos hechos. La «función del progre­
so técnico» fue inventada por Kaldor, en parte, para resolver esta cuestión. Dicha
función relaciona la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo, y , con
la del coeficiente capital-trabajo, k , y asume la forma y = €>(k). Se supone que
es creciente a una tasa decreciente, como, la dibujada en la figura 9.4. Existe un
punto en el que tanto y como k crecen a la misma tasa, y, en consecuencia, la
relación capital-trabajo es constante: es el punto E, donde la función corta a la bi­
sectriz del cuadrante. La economía tendería a estabilizarse en este punto. En
efecto, si se hallara a la izquierda, la producción (y la demanda agregada) crece­
ría más rápidamente que el stock de capital, lo cual generaría expectativas opti­
mistas respecto a las variaciones de la tasa de beneficio y estimularía el dinamis­
mo de los capitalistas. Las inversiones, el stock de capital y el coeficiente capital-
trabajo aumentarían; es decir, se verificaría un movimiento hacia la derecha a lo
largo de la función del progreso técnico. Si, por el contrario, se hallara a la dere­
cha del punto E, ello significaría que la demanda agregada aumenta con menos
rapidez que el stock de capital. Los capitalistas esperarían una reducción de la
tasa de beneficio, y reducirían su actividad de inversión. La economía converge­
ría de nuevo hacia el punto E. En dicho punto, no sólo el coeficiente capital-pro­
ducto debe ser constante, sino que también debe serlo la tasa de beneficio espera­
do (e igual al realizado). La economía crecerá en estado uniforme; y en «perfecta
tranquilidad», añadiría Robinson.
No es posible terminar este apartado sin recordar un reciente trabajo de Pa-
sinetti, Cambio estructural y crecimiento económico (1981; trad. cast., Madrid,
1985), en el cual, recuperando un programa de investigación formulado ya hacia
1965 en «A New Theoretical Approach to the Problems of Economic Growth»
CPontificia Academia Scientiarum), ha realizado un ambicioso intento de integrar
la teoría postkeynesiana del crecimiento con algunas implicaciones teóricas de
los análisis de Leontief, Von Neumann y Sraffa. El modelo de crecimiento post-
keyriesiano resulta desagregado con el fin de explicar la evolución de una econo­
mía integrada por diversos sectores productivos. La población crece a una lasa
exógena constante; la productividad del trabajo crece también a una tasa exógena
344 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

constante, pero no uniforme en los distintos sectores-; la demanda de bienes de


consumo varía según una ley de Engel modificada de modo que tenga en cuenta
nuevos bienes. La economía podrá crecer en equilibrio si puede asegurar dos
condiciones: en primer lugar, la capacidad productiva deberá aumentar en cada
sector de modo que satisfaga la demanda sectorial; en segundo, la demanda agre­
gada deberá aumentar de manera que absorba los bienes (de inversión) produci-
bles en exceso respecto a la producción de bienes de consumo. Una economía
que respete dichas condiciones crecerá en equilibrio «natural». Obviamente, se
tratará de un crecimiento no equilibrado. Las tasas de beneficios sectoriales, de­
pendientes de las condiciones técnicas de producción, no serán uniformes. Los
salarios, como en las demás teorías postkeynesianas, seguirán determinándose
residualmente.

9.5.3. E l dinero y la inestabilidad de la economía capitalista


Aunque vinculadas a una sólida tradición que se remonta al Radcliff'e Re­
pon del Comité sobre el Funcionamiento del Sistema Monetario (1959) y a di­
versas ideas de Keynes sobre la naturaleza endógena de la oferta monetaria, las
modernas teorías monetarias postkeynesianas se han elaborado predominante­
mente en la década de 1970 y comienzos de la de 1980. Sin embargo, merece la
pena señalar que una de las primeras contribuciones de relieve a la elaboración
de estas teorías se debe a Tobin, y es el famoso artículo, de 1963, «Commercial
Banks as Creators of Money» (en D. Carson, ed„ Banking and Monetary Studies),
en el que se esbozan algunos de los presupuestos teóricos fundamentales de una
teoría de la oferta endógena de dinero. Sin embargo, se trataba únicamente de
un embrión de teoría, que continuó siéndolo durante un tiempo. Cuando, a co­
m ienzos de la década de 1670. tuvo lugar el «parto», el descubrim iento moneta-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 345

rista de la anticipación del dinero con respecto a la renta desempeñaría el papel


de «comadrona». El descubrimiento de Friedman se refería al hecho de que la
tasa de variación de la oferta monetaria muestra una serie de ciclos que no sólo
se asemejan a los de la renta, sino que los preceden sistemáticamente, si bien
con un período variable. La explicación monetarista fue que existiría un nexo
causal que va del dinero a la renta, explicación que, refrendada por la evidencia
empírica, vendría a constituir uno de los pilares fundamentales del ataque mo­
netarista a la teoría «eokeynesiana.
En cualquier caso, a partir del debate que surgió en torno a este problema a
comienzos de la década de 1970, las teorías posíkeynesianas no sólo no resulta­
ron maltrechas, sino que de hecho se vieron reforzadas por el descubrimiento
monetarista. En efecto, una teoría que establece que el nivel de la renta depende,
a través de la demanda efectiva, de las decisiones autónomas de los empresarios,
lleva naturalmente a suponer que la oferta monetaria varía endógenamente en
función de la demanda de financiación para las inversiones. Desde el punto de
vista postkeynesiano, el nexo causal es doble, y va de las inversiones a la deman­
da de dinero y de las inversiones a la demanda agregada. Si la oferta monetaria se
ajusta rápidamente a la demanda, entonces sus variaciones deben anticipar las de
la renta. En efecto, el multiplicador keynesiano sólo consigue transmitir a la ren­
ta el impulso proveniente de las inversiones después de cierto tiempo. De aquel
debate surgieron dos contribuciones importantes: una de Kaldor, «El nuevo mo-
netarismo» (Lloyds Bank Review, 1970; trad. cast. en L. A. Rojo, El nuevo moneta-
rismo, Madrid, 1971), y la otra de Tobin, «Dinero y renta: post hoc ergo propter
hoc?» (Quarterly Journal of Economías, 1970; trad. cast. en El nuevo monetaris-
mo, cit.). Las posteriores etapas del desarrollo de la teoría monetaria postkeyne-
siana se hallan integradas por otra serie de interesantes contribuciones, entre las
que recordaremos: Monetary Management: Principies and Practice (1971), de A. B.
Cramp; Money and the Real World (1972), de Davidson; varios ensayos de Wein-
traub, escritos en la década de 1970 y posteriormente recopilados en el volumen
Keynes, Keynesians and Monelarists (1978); varios ensayos de Minsky, también de
la década de 1970, recogidos en el volumen Can «it» Happen Again? Essays on
Instability and Finance (1982), además del ya clásico Las razones de Keynes
(1975); y, finalmente, Origins of the New Monetarism (1980) y The Scourge of Mo-
netarism (1982), de Kaldor. ^
La naturaleza endógena de la oferta monetaria tiene efectos ambivalentes
sobre la dinámica de la economía capitalista: por una parte, permite el creci­
miento de las inversiones más allá de las capacidades inmediatas de autofinan-
ciación; por la otra, acentúa con ello la inestabilidad intrínseca de un régimen de
laissez faire, por ejemplo, creando las condiciones para que se den crisis financie­
ras catastróficas y drásticas interrupciones del crecimiento. Davidson ha señala­
do que los intermediarios financieros y el sistema bancario desempeñan un papel
fundamental en el mecanismo que permite a las empresas movilizar recursos
para la acumulación. La existencia de un flujo de ahorros correspondiente a la
acumulación real deseada no es condición ni suficiente ni necesaria para que di­
c h aacumulación se Io
r e a lic e , q u e se r e q u ie r e — o, mejor, los
es q u e lo s a h o rro s

recursos financieros— afluyan ai circuito in d u s t r ia l e n u n a m e d id a a d e c u a d a , de

manera que la preferencia por la liquidez del público no actúe de freno de los
346 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

animal spirits de los capitalistas. Y que esto suceda, o no, depende sobre todo del
funcionamiento del sistema bancario. Así, en un período de aumento de la prefe­
rencia por la liquidez de los ahorradores, un eventual crecimiento sostenido del
stock de capital requerirá un crecimiento de la cantidad de dinero superior al de
la acumulación, de manera que se satisfaga la demanda proveniente del circuito
financiero además de la procedente del circuito industrial.
Minsky ha estudiado a fondo los efectos desestabilizadores que puede tener
la estructura del sistema financiero para la economía real; recientemente, este
economista ha propuesto no sólo una original reinterpretaeión de Keynes como
teórico de la inestabilidad financiera, sino también una interesante teoría de la
crisis con reminiscencias de algunas —más antiguas— lecciones marshallianas y
fisherianas (véase el apartado 7.1.2). En la teoría de Minsky resulta fundamental
la distinción keynesiana entre el «riesgo del deudor», o del empresario —es decir,
el de no ver realizadas las propias expectativas de beneficio y no poder pagar las
deudas—, y el «riesgo del acreedor» —o sea, el de no poder recuperar los fondos
prestados—. Mediante la hipótesis de riesgo creciente (como se recordará, una
hipótesis de origen kaleckiano), Minsky justificó la existencia de una curva decre­
ciente para la eficiencia marginal (o para el precio de demanda) del capital. Di­
cha curva, definida en términos agregados con referencia al conjunto de las em­
presas, y tomando como dadas las expectativas de los empresarios al nivel E, se
representa como P¿ (E) en la figura 9.5. Utilizó una hipótesis de riesgo creciente
del acreedor para justificar la existencia, de una curva del precio de oferta del ca­
pital creciente, como PS(E). La curva Q es una hipérbole equilátera, y representa
las expectativas de autofinanciación en un momento dado.
Si las empresas limitaran sus inversiones a la autofinanciación, las fijarían al
nivel /', donde el precio de oferta, Ps’, es igual al que se puede pagar recurriendo
únicamente a la autofinanciación. Pero el precio de demanda es superior, por lo
que las empresas se verán inducidas a aumentar sus inversiones, endeudándose. Al
¡ave! ! " de inversa mes, las empresas se endeudarán ¡»ara .financiar inversiones del
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (1) 347

valor de PS"I" - PST. Durante las fases de expansión económica, mejora el estado
de confianza de los capitalistas, aumenta E, y las curvas P¿{E) y Ps (E) se des­
plazarán hacia la derecha. Esto hará que aumenten las inversiones, pero también
el endeudamiento y las cargas financieras de las empresas. Así, a medida que el
boom progresa, aumentará la «fragilidad financiera» del sistema. Dicha fragilidad
financiera se puede medir en términos del coeficiente entre endeudamiento y ren­
ta producida por las empresas, y aumenta con el boom, ya que se incrementa el
riesgo de que sea necesario refinanciar a corto plazo un volumen creciente de en­
deudamiento a largo plazo. Entonces, bastarán las expectativas de una inversión
de la tendencia del ciclo económico o un aumento del tipo de interés para desen­
cadenar la crisis financiera. Dado el elevado nivel de endeudamiento y la concate­
nación de las deudas de las empresas, tanto industriales como financieras, cual­
quier intento por parte de una de ellas de reforzar su posición de liquidez redu-
cietido los gastos repercutirá negativamente en las demás. Además, los intentos de
hacer más líquidas las carteras harán que aumente la oferta de activos financieros
a largo plazo, haciendo que su valor disminuya. Esto, a su vez, hará que aumente
el coste de la financiación e introducirá nuevos impulsos deflacionarios en la eco­
nomía. Las consecuencias serán catastróficas: procesos acumulativos de reduc­
ción de las inversiones, de la renta y de las capacidades de autofinanciación, posi­
blemente acompañados de quiebras en cadena y crashes financieros. Así, una leve
inflexión del ciclo real —aunque sólo se trate de una expectativa— puede provocar
un colapso. En la filosofía social de Minsky —y, más en general, de los postkeyne-
sianos—, esto sirve para justificar la adopción de una serie de prudentes medidas
de monetary management, precisamente lo contrario de lo que afirmaban los mo-
netaristas. Y si no se han vuelto a dar crisis como la de 1929, habría que atribuir el
mérito —desde este punto de vista— precisamente a la adopción por los gobiernos
de los principales países capitalistas de políticas monetarias de tipo keynesiano.

9.5.4. NUEVOS PLANTEAMIENTOS KEYNESIANOS

Probablemente sea este el lugar adecuado para mencionar las ideas desarro­
lladas por John Hicks tras la «conversión» sufrida hacia mediados de la década
de 1960. Aunque dicha conversión requerirá por parte de los historiadores una la­
bor de reinterpretación más amplia de id que permite una obra de las caracterís­
ticas de la presente, sin embargo es posible observar que debe de haber sido más
drástica de lo que parecería a primera vista, ya que ha llevado al gran economista
neoclásico británico a considerar «a piece of rubbish» sus tesis sobre la distribu­
ción funcional de la renta, elaboradas en 1932, en La teoría de los salarios (tesis
que aún hoy se enseñan en los manuales ortodoxos de economía); a reconsiderar
(aunque no a rechazar en bloque) la importancia teórica general del individualis­
mo metodológico y de la hipótesis del comportamiento maximizador de los indi­
viduos, y, finalmente, a rechazar las interpretaciones de Keynes basadas en su an­
tiguo modelo IS-LM. Y sí todo esto no fuera suficiente para justificar una aproxi­
mación (aunque no una asimilación completa) del «segundo Hicks» al plantea­
miento posLkeynes.ia.uo, se podrían añadir algunos o Líos vaiieníes cambios de ac­
titud: su rápida aceptación de las críticas de Cambridge a la teoría neoclásica del
348 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

capital (en Capital y crecimiento, 1965; trad. cast., Barcelona, 1967), aunque se
puede hallar una primera intuición del problema ya en el párrafo 24 del «Apéndi­
ce matemático» de Valor y capital, su utilización del método de los sectores verti­
calmente integrados y su elaboración de modelos de crecimiento non-sieady State
(en Capital y tiempo, 1973; trad. cast. México, 1976), y, por último, su más recien­
te replanteamiento de la teoría del dinero, expuesto en A Market Theory of Money
(publicado postumamente en 1989).
Pero los temas que aquí más nos interesan son los relativos a la crítica del
modelo IS-LM y a la elaboración de los fundamentos teóricos del planteamiento
fix-price. El rechazo al modelo IS-LM se basaba principalmente en dos razones: en
primer lugar, porque el papel que desempeñaba la preferencia por la liquidez —tal
como la entendía Keynes— a la hora, cjp' determinar la dinámica del empleo no
puede apreciarse adecuadamente en un modelo de equilibrio temporalmente está­
tico como el es IS-LM; en segundo término, porque no tiene sentido determinar el
equilibrio macroeconómico por medio de dos curvas, una de las cuales expresa
una condición de equilibrio de flujo, y la otra una condición de equilibrio de stock.
En cuanto al planteamiento fix-price (propuesto en Capital y crecimiento y recupe­
rado en La crisis de la economía keynesiana, 1974; trad. cast., Barcelona, 1976), va
bastante más allá de la vieja tesis neoclásica según la cual los resultados obtenidos
por Keynes dependerían del abandono de la hipótesis de competencia perfecta, y
también de la observación de que una gran parte de los modelos macroeconómi-
cos keynesianos, empezando por la teoría del multiplicador, presuponen una hipó­
tesis implícita de precios fijos. El objetivo de Hieles es más ambicioso: se trata de
rechazar en bloque la teoría neoclásica de la formación de los precios en un régi­
men competitivo; una teoría que, suponiendo que todos los agentes económicos
son price-takers, necesita inventar un «subastador» ficticio para explicar el proceso
de fijación de los precios. Según el último Hicks, sólo en unos mercados determi­
nados —los especulativos— pueden tener sentido las tradicionales hipótesis flex-
price por las que los precios son determinados únicamente por la oferta y la de­
manda. Por el contrario, en los mercados de bienes industriales los precios son fi­
jados por los propios agentes y modificados por ellos en relación a los indicadores
económicos considerados importantes (principalmente: variaciones de los salarios
y de los otros precios). Esto no implica que dichos precios sean «rígidos», sino
sólo que no varían tan rápidamente (es decir, instantáneamente) como enseñan los
; manuales de microeconomía neoclásica. La principal consecuencia es que se debe
rechazar el extendido prejuicio de origen marshalliano (aunque Marshall no era j
; un teórico del «subastador») de que las variaciones de precio predominan en los j¡
: ajustes a corto plazo y las variaciones de cantidad en los ajustes a largo plazo. Nos ;
parece que esta conclusión impulsa la reinterpretación de Keynes bastante más
allá de lo que habrían permitido las propias bases teóricas de las que el marsha­
lliano Keynes era consciente.
El planteamiento fix-price ha obtenido un éxito notable en las décadas de
1970 y 1980. Aparte de los modelos de equilibrio no-walrasiáno —que, al menos
parcialmente, se han inspirado en él—, o los modelos postkeynesianos —que han
adoptado la hipótesis fix-price mucho antes de que Hicks la propusiera de nue­
vo—, en estos últimos veinte años se ha desarrollado una línea de pensamiento
que ha situado esta hipótesis en el centro del análisis macroeconómico, avanzan-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 349

do por el camino abierto por Hicks, sobre todo, en la búsqueda de justificaciones


microeconómicas. Aún es difícil decir si las investigaciones que se mueven en
esta dirección llevarán a la elaboración de un sistema teórico homogéneo. Cierta­
mente, éstas no pueden asimilarse del todo a los planteamientos postkeynesia-
nos, sobre todo debido a la presencia de ciertos residuos teóricos marginalistas
en los análisis de los autores que las han llevado a cabo. Por otra parte, casi todos
estos autores tienen en común con los postkeynesianos una actitud crítica respec­
to al neomonetarismo, además de la voluntad de reconstruir la macroeconomía
sobre bases keynesianas. A falta de algo mejor, y conscientes de la violencia he­
cha a la peculiaridad de cada economista —como, por otra parte, sucede siempre
que se aplican etiquetas—, los agruparemos bajo la común denominación de
«nuevos planteamientos keynesianos».
Un primer grupo de estos autores, al que pertenecen economistas como
M. N. Baily, D. F. Gordon, C. Azariadis y A. M. Okun, ha trabajado en la teoría de
los «contratos implícitos». Según dicha teoría, los trabajadores tienen una mayor
aversión al riesgo que los empresarios. En consecuencia, estos últimos tienden a
asumir una parte del riesgo que deberían afrontar los trabajadores en un merca­
do perfectamente competitivo, en el que los salarios tendrían una fuerte variabili­
dad. Con este fin, ofrecen a los trabajadores contratos implícitos (es decir, no es­
critos) en virtud de los cuales los salarios se mantienen estables en el tiempo. Una
de las principales consecuencias de ello es que en los períodos de recesión los
empresarios, en lugar de reducir el nivel de los salarios, tenderán a despedir a al­
gunos de sus empleados.
El mayor esfuerzo teórico en esta dirección ha sido realizado por Okun, con
el artículo «Inflation: Its Mechanics and Welfare Costs» (Brooking Papers on Eco-
nomic Activity, 1975; trad. cast. en Cuadernos Económicos del ICE, 15, 1981) y
con el libro Prices and Quantities (1982), en los que, por una parte, ha tratado de
extender la tesis de los contratos implícitos del mercado de trabajo a los de los
productos, mientras que, por otra, ha intentado explicar la formación de dichos
contratos por el fenómeno del coste de las informaciones más que por el de la
aversión al riesgo. Es básicamente porque la información es incompleta y costosa
por lo que los agentes tienden a intervenir en contratos implícitos a largo plazo:
de este modo tratan de ahorrar precisamente en los costes de la información.
Okun ha desarrollado la distinción hicksiana entre mercados flex-price y fix-price,
transformándola en una diferenciacióiTéntre ■ «auction» y «customer» markets. En
los primeros, los precios vienen determinados por las fuerzas de la oferta y la de­
manda; en cambio, en los segundos son los vendedores quienes los fijan, y los
mantienen constantes el mayor tiempo posible debido a una serie de contratos
implícitos que aspiran a preservar la clientela específica de la empresa. Los custo­
mer markets permiten a las empresas economizar tanto en la utilización de las
instalaciones como en el coste necesario para adquirir y proporcionar informa­
ciones relativas al mercado de sus productos (estudios de mercado, publicidad,
etcétera). Okun aplicó al mercado de trabajo una distinción similar a la estableci­
da entre auction y customer markets, ampliando una tesis de P. B. Doeringer y
M. J. Piore sobre «mercados de trabajo duales». Habría mercados de trabajo con-
currenciales y mercados de trabajo internos a la empresa (career markets). En es­
tos últimos, la empresa ofrece a los trabajadores contratos a largo plazo por sala-
350 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

ríos ligeramente superiores y más estables que los del mercado externo a la em­
presa. De este modo aspira, por una parte, a estimular la eficiencia de las presta­
ciones laborales, y, por otra, a mantener en el seno de la empresa las capacidades
de que están dotados los trabajadores. Cuando la economía entra en una fase de
recesión las empresas no reducen los salarios, sino que despiden a los trabajado­
res más ineficientes y menos cualificados.
Debemos recordar aquí a otros tres grupos de economistas que han tratado
de atacar a la escuela neomonetarista con sus propias armas, adoptando la hipó­
tesis de las expectativas racionales. Como caballo de batalla, han utilizado el re­
chazo a la hipótesis de los precios flexibles.
El primero de dichos grupos lo constituyen una serie de economistas que
han investigado sobre las implicaciones' teóricas de un hecho tan obvio como des­
conocido por los neomonetaristas: que los contratos de trabajo —aun los indicia­
dos— se definen sobre una base nominal y son, en cualquier caso, contratos a
largo plazo. De esta línea de investigaciones, recordaremos únicamente las con­
tribuciones de J. Gray («Wage Indexation: A Macroeconomic Approach», en Jour­
nal of Monetary Economics, 1976) y S. Fisher («Long Term Contracts, Rational
Expectations and the Optimal Money Supply Rule», en Journal of Political Eco-
nomy, 1977). El resultado al que se ha llegado en esta línea de investigación es
que, contrariamente a lo que afirmaban los neomonetaristas, determinadas op­
ciones de política monetaria pueden ser eficaces, aunque resulten perfectamente
predecibles por los agentes económicos, simplemente porque la duración del
contrato de trabajo y/o el grado de indiciación pueden impedir un rápido y pleno
ajuste de los salarios a los efectos esperados de dicha política monetaria.
En esta línea de pensamiento profundiza también la hipótesis de los contra­
tos de trabajo escalonados (staggered), formulada recientemente por J. B. Taylor
en «Staggered Wage Setting in a Macro Model» (American Economic Review,
1979). En este planteamiento, todos los contratos son contratos a largo plazo,
pero no todos expiran en la misma fecha. Además, se supone que el trabajador no
aspira exclusivamente a maximizar su propio salario, sino que se esfuerza tam­
bién en mantener cierta «relatividad» con los otros trabajadores. Supongamos
que una política monetaria restrictiva lleva a una reducción de la demanda agre­
gada en el tiempo t. Los trabajadores que renuevan el contrato en t, y tienen ex­
pectativas racionales, saben que —por ejemplo— en el tiempo t + 8 la política
económica volverá a ser expansiva. Si aceptaran una reducción del salario nomi­
nal en t, permitirían una reducción'de los precios.. Pero de este modo su salario
real disminuiría respecto al de los trabajadores que renuevan el contrato en el
tiempo t + 8, para quienes el salario nominal no disminuye entre t y t + 8. Por tan­
to, rechazarán la reducción del salario nominal para evitar una disminución del
salario relativo; en lugar de ello, preferirán aceptar un aumento del desempleo.
De esta manera se explicaría por qué la política monetaria es capaz de producir
efectos reales incluso en presencia de expectativas racionales.
Otro grupo de teorías que merece ser recordado aquí es el que ha desarrolla­
do el análisis de los costes por reajuste de los precios (small menú costs). Las
principales contribuciones se deben a economistas como B. T. McCallum, N. G.
Mankiw, O. J. Blanchard, N. Kiyotaki, G. Akerlof y J. Yellen. Los costes para el
a-ajuste de los precios son los que déla soportar la empresa para modificar los
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 351

precios de sus productos cuando varían las condiciones de demanda o de produc­


ción. Se trata de costes de distintos tipos, que van desde los vinculados a la actua­
lización de las nóminas y de las listas de precios a los derivados de cambiar las
etiquetas de los productos; pero también entran en este grupo los causados por la
pérdida de confianza de la clientela frente a unos precios que cambian continua­
mente y a unos contratos demasiados complicados. La empresa trata de evitar es­
tos costes, aunque sean pequeños en relación a los precios de los productos. Y
para ello tiende a fijar unos precios que mantiene estables durante al mayor tiem­
po posible. Así, frente a los cambios en la demanda que se consideran transito­
rios, la empresa puede optar por modificar el nivel de la producción, de la utiliza­
ción de las instalaciones y de las reservas, en lugar de los precios de los produc­
tos. Sería este fenómeno el que haría que las políticas monetarias a corto plazo
tuvieran una eficiencia real.
- Entre los recientes enfoques microeconómicos del problema del desempleo,
uno de los más interesantes es el de los salarios de eficiencia. La idea básica es que
la productividad del trabajo aumenta con el salario. Ya J. Leibenstein, en Econo-
mic Bachvardness and Economic Growth, propuso una primera teoría sobre el pa­
pel de los salarios de eficiencia en los países subdesarrollados. La tesis consistía en
que, dados los niveles de subsistencia de los salarios predominantes en los países
del Tercer Mundo, un aumento de dichos salarios —haciendo que mejoraran las
condiciones de vida y la salud de los trabajadores— no podría sino mejorar el ren­
dimiento. En la década de 1970 se realizaron diversos intentos de generalizar la
teoría para extenderla a los páíses industrializados; dichos intentos se debieron,
por ejemplo, a Phelps, Stiglitz, Calvo y Solow. Finalmente, a comienzos de la déca­
da de 1980 se llegó a una formulación completa con diversas contribuciones de
Akerlof, Shapiro, Stiglitz, Yellen y otros.
La teoría de los salarios de eficiencia se basa, en buena medida, en tres ideas
principales. La primera es que la intensidad del esfuerzo en el trabajo de cada
empleado —y, en consecuencia, la productividad marginal del trabajo— aumenta
al hacerlo el salario. La segunda es que el esfuerzo de los trabajadores se ve in­
fluido también por el nivel de desempleo, en tanto el miedo a ser despedido por
ineficiencia aumenta con la probabilidad de no encontrar inmediatamente otro
puesto de trabajo de la misma remuneración, probabilidad que —evidentemen­
te— es tanto mayor cuanto más alto es el desempleo. Finalmente, la tercera es
que existe una forma de asimetría informativa, en tanto las empresas no pueden
averiguar directamente la intensidad del esfuerzo de cada trabajador. En estas
condiciones, las empresas considerarán conveniente pagar salarios elevados para
estimular la eficiencia de los trabajadores. En cualquier caso, los salarios son
—por hipótesis— iguales a la productividad marginal del trabajo. Sin embargo, si
hay desempleo las empresas no se verán impulsadas a reducir los salarios y con­
tratar a los desempleados, puesto que si así lo hicieran provocarían una reduc­
ción de la eficiencia de los empleados. Por otra parte, si la demanda agregada dis­
minuye, haciendo disminuir la demanda de trabajo, las empresas no considera­
rán conveniente reducir el salario, ya que de ese modo activarían un fenómeno de
selección inversa: perderían a los trabajadores más eficientes, quienes se pon­
drían a buscar empleos mejor remunerados. Por lo tanto, las empresas manten­
drán los salarios invariables y despedirán a los trabajadores «sobrantes». Y, al no
352 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

poder discernir los niveles de eficiencia individuales, los despidos se realizarán al


azar. Así, los salarios no sólo serán altos —es decir, más elevados que aquellos
que garantizarían el pleno empleo— sino que serán también bastante rígidos, y
ello como una simple consecuencia de las elecciones racionales de las empresas.
Por otra parte, existirá siempre un nivel positivo de desempleo, en tanto el miedo
a la pérdida del puesto de trabajo sea uno de los factores que estimulan el esfuer­
zo de los trabajadores. En un equilibrio de este tipo no habría óptimo paretiano,
a causa del desempleo; pero las empresas maximizarían sus beneficios, en parte
gracias a este mismo desempleo.

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LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (I) 353

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Capítulo 10
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II)

10.1. El planteamiento neowalrasiano del equilibrio económico general


10.1.1. L a conquista d elteo rem a de existencia

El advenimiento del nazismo dio origen a una diáspora de intelectuales.


Todo el fervor de estudios y debates que había animado Berlín y Viena en la déca­
da de 1920 se extinguió en la década siguiente; y para los principales economistas
centroeuropeos se inició la «marcha hacia el Oeste», aparte de los que se suicida­
ron, como Schlesinger, o murieron en los campos de concentración, como Re-
mak. Algunos se afincaron en Londres, pero la mayoría se dirigieron a Estados
Unidos; a finales de la década de 1930 trabajaban en este país, entre otros, Von
Neumann, Morgenstern, Wald, Leontief, Tintner, Marschak y Frisch.
La presencia de estos economistas en el panorama intelectual estadounidense
de las décadas de 1940 y 1950 no dejó de tener efectos en la evolución de la teoría del
equilibrio económico general. Aunque la reanudación de los estudios estadouniden­
ses sobre dicha teoría se vio estimulada —indirectamente— más por Valor y capital
de Hicks que por los trabajos de los supervivientes del Kolloquium vienés, bien es
verdad que las contribuciones de Wald, Von Neumann y Morgenstern proporciona­
ron un notable impulso a aquella reanudación. Con el teorema del punto fijo, Wald y
Von Neumann habían señalado el camino que había que recorrer para resolver el
problema de la existencia. Además, la obra de Von Neumann y Morgenstern de 1944,
Theory ofGames and Economic Behaviour, había servido —entre otras cosas— para
decretar el abandono de las viejas técnica^ del cálculo diferencial y orientar de nuevo
a la economía matemática hacia el uso ele las técnicas de análisis convexo. Una im­
portante aportación de dicha obra fue la demostración de la existencia de soluciones
para un juego de dos personas de suma cero, demostración que más tarde fue gene­
ralizada a un juego de n personas por John Nash, en «Equilibrium points in N-Per-
sons Games» (en Proceedings ofthe National Academy of Sciences, 1950).
Otro impulso decisivo a la reanudación de los estudios estadounidenses so­
bre el equilibrio general en la década de.1940 se debió a dos trabajos de Samuel-
son, uno de 1941, «The Stability of Equilibrium; Comparative Statics and Dyna­
mics» (en Econometñca), y otro de 1947, Fundamentos del análisis económico.
Estos trabajos, partiendo de la lección de Hicks de 1939, pusieron a la orden del
día los principales problemas analíticos del modelo de equilibrio económico ge­
neral; aunque no resolvieron ninguno de ios problemas realmente importantes
—ni el de la existencia, ni el de la unicidad, ni siquiera el de la estabilidad—, tu­
356 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

vieron el mérito de señalar el camino que se debía seguir. La tesis de Samuelson


de que todos los problemas abordados por la economía (en el planteamiento neo­
clásico) pueden reducirse a problemas de maximización restringida tuvo una
gran importancia; pero aún más importante fue la prioridad que dio al problema
de la estabilidad dinámica sobre todos los demás. Probablemente hasta hoy los
economistas no empiecen a percibir la profundidad de ciertas intuiciones de Sa­
muelson relativas a la dinámica. En cualquier caso, obtuvo especialmente dos re­
sultados: en primer lugar, la reformulación rigurosa del mecanismo walrasiano
de tâtonnement en la forma de una ecuación diferencial; y, en segundo, el enun­
ciado del fundamental «principio de correspondencia», según el cual todo ejerci­
cio de estática comparada desarrollado en torno a un punto de equilibrio presu­
pone la estabilidad dinámica del equilibró.
La década de 1950 se inició con dos artículos que demostraban las propieda­
des de «optimalidad» de un equilibrio competitivo: uno de Kenneth Joseph
Arrow (n. 1921), «An Extension of the Basic Theorems of Classical Welfare Eco­
nomies» (en J. Neyman, ed., Proceedings of the Second Berkeley Symposium on
Mathematical Statistics and Probahility), y otro de Gérard Debreu (n. 1921), «The
Coefficient of Resource Utilization» (en Econometrica, 1951). En aquel período,
ambos economistas habían empezado a trabajar conjuntamente en el problema
de la demostración de la existencia de soluciones, y en 1952, en una reunión de la
Econometric Society, presentaron un trabajo fundamental en el que, por fin, se
conquistaba definitivamente aquella meta. El instrumento decisivo de dicha con­
quista había sido el teorema del punto fijo de Kakutani. El trabajo se publicó en
1954, en Econometrica, con el título «Existence of an Equilibrium for a Compéti­
tive Economy». Hay que recordar también que en la mencionada reunión Lionel
Wilfred McKenzie (n. 1919) presentó un modelo de equilibrio competitivo del co­
mercio internacional en el que —si bien bajo hipótesis menos generales— se re­
solvía el problema de existencia por medio de técnicas matemáticas similares a
las utilizadas por Arrow y Debreu. El trabajo de McKenzie se publicó también en
Econometrica, en 1954, con el título «On Equilibrium in Graham's Model of
World Trade and Other Compétitive Systems». La semejanza con el trabajo de
Arrow y Debreu es tan grande que algunos se refieren —quizás acertadamente—
a la demostración de la existencia del equilibrio económico general como al «mo­
delo Arrow-Debreu-McKenzie».
Finalmente, en 1959 se escribió el «Nuevo Testamento» walrasiano. El autor
fue Debreu; el título, simple y lapidario, Teoría del valor (trad. cast., Barcelona,
1973). Nos parece útil presentar una breve exposición de este trabajo, como míni­
mo para mostrar la belleza y —en resumidas cuentas— la simplicidad del sueño
walrasiano finalmente realizado.
El modelo presupone que se conocen los siguientes datos:
a) el número de las mercancías, /;
b) el número de los productores, n;
c) el número de los consumidores, m\
d) la tecnología a disposición de cada productor;
e) las restricciones físicas y las características psicológicas de cada consu-
m id u , :¡k. it.iros .sus gustos:
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 357

f) la dotación inicial de cada consumidor;


g) la parte de los beneficios de cada productor que pertenece a cada
consumidor.
Las mercancías son un conjunto de bienes y servicios especificados en tér­
minos de características físicas y localizáeión espacial y temporal. Así, un bien
disponible hoy en dos lugares distintos se considera como dos mercancías dife­
rentes. Lo mismo vale para un bien disponible en dos fechas distintas. A cada
mercancía se asocia un precio. El vector de los precios es p = (p¡, El precio
se paga en el momento de la estipulación del contrato. Todos los contratos se es­
tipulan en un lugar y en un momento determinados, incluso los relativos a mer­
cancías que se entregarán en el futuro. Los precios de estas últimas serán, por lo
tanto, precios «futuros». Esto hace que el modelo de Debreu sea un modelo de
equilibrio intertemporal.
Hay que señalar que otros economistas habían realizado ya intentos de for­
malization de un modelo de equilibrio general intertemporal; entre ellos, Frisch y
Tintner. Recordaremos especialmente, el propuesto en 1943 por el maestro de De­
breu, Maurice Allais (n. 1911), de quien debemos mencionar al menos dos obras
importantes: Á la recherche d'une discipline économique: Première partie: L'écono­
mie pure (1943) y Économie et intérêt (1947). Suponiendo que cada agente econò­
mico se halla dotado de preferencias sobre el consumo tanto presente como futu­
ro, Allais estudió también las propiedades de «optimalidad» del equilibrio general
intertemporal. Especialmente en la obra de 1943, Allais demostró —anticipándo­
se a Arrow y Debreu— tanto el primero como el segundo teorema fundamentales
de la economía del bienestar, mientras que en Économie et interet introdujo
—once años antes de que lo hiciera Samuelson— el célebre modelo de generacio­
nes superpuestas en el estudio de los procésos económicos dinámicos. El artículo
«Capital Accumulation and Efficient Allocation of Resources» (Econometrica,
1953), del otro gran discípulo de Allais, Edmond Malinvaud, representó otro im­
portante avance en el modelo de equilibrio intertemporal.
Volvamos al modelo de Debreu. Las restricciones tecnológicas del productor j
se representan por un conjunto de producción Yj, que contiene todas las combina­
ciones técnicas de inputs y outputs accesibles a dicho productor. Un «plan de pro­
ducción» es una de estas combinaciones, y se expresa por el vector}j = (y-j, ..., yj/),
en el que los inputs se representan por .etefnentos negativos, y los outputs por ele­
mentos positivos. El productor elegirá un plan de producción con el objetivo de
maximizar el beneficio ti?-= py¡:
Por lo que se refiere a los consumidores, para cada uno de ellos —por ejemplo,
i— se define un conjunto de consumo Xit que contiene todas las combinaciones de
mercancías que el consumidor puede comprar y vender. Para algunas mercancías
existen restricciones físicas. Por ejemplo, no se puede vender más de un cierto núme­
ro de horas de trabajo al día. Además, para cada consumidor se define un orden de
preferencias que expresa sus gustos. Finalmente, dada la dotación de recursos del
consumidor i, o¿ = (c(1, ..., g¿¿), y sus cuotas de beneficios, 0 ¿= (0 Ü, 0 ¿n), se define
su riqueza, que es w¡ =pa¿+ 0¿rc, donde %= (ítj,..., nn). Un «plan de consumo» para el
consumidor i es un vector xt (x1; ..., x¡) que tiene coi rio deméritos negativos las
mercancías vendidas, y como elementos positivos las compradas. El consumidor ele­
358 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

girá dentro de X¡ con el objetivo de maximizar su satisfacción bajo la restricción


del presupuesto px¡ <w¿.
Un estado de la economía es un (m + n)-tuplo, (x, y) = (x¡, ..., xm, pq, ..., yn),
que contiene los planes de acción de todos los consumidores y de todos los pro­
ductores. Obsérvese que cada elemento del (m + n)-tuplo es un vector de l ele­
mentos. En dicho estado de la economía, la demanda neta total es x - y, mientras
que el exceso de demanda es z = x - y - a. Un equilibrio es un (m + n + 1)-tuplo,
(x*,y*, p*) = (x*, x*v y*, ...,y*, p*), tal'que: x* maximiza la satisfacción de to­
dos los consumidores; y* maximiza los beneficios de todos los productores; todos
los recursos disponibles se utilizan, y sólo se utilizan éstos, es decir, x* - y* - a.
El vector de los precios de equilibrio es p*.
Debreu demostró que dicho vector jeXiste bajo una serie de hipótesis no me­
nos plausibles que todas las adoptadas previamente y, desde luego, más generales
que éstas. Veamos algunas de las más importantes. Todo conjunto de consumo
debe ser convexo, de manera que, si en un conjunto se encuentran dos planes de
consumo, dicho conjunto incluirá también todas sus combinaciones lineales y
convexas. Además, los consumidores deben ser insaciables, en el sentido de que,
para cada plan de consumo elegido, siempre habrá otro preferido. En lo que se
refiere a la producción, un supuesto importante es que el conjunto de producción
total, Y = Yjj Yj, es convexo. Esto, junto a la «hipótesis de inactividad» (es decir,
0 e Y), excluye la posibilidad de rendimientos de escala crecientes: si en un con­
junto se encuentran dos planes de producción, dicho conjunto incluirá también
todas sus combinaciones lineales. Por otra parte, las investigaciones más recien­
tes han permitido debilitar «moderadamente» tal hipótesis, admitiendo la posibi­
lidad de que los productores individuales puedan beneficiarse de «moderados»
rendimientos de escala crecientes. En este sentido, resulta especialmente impor­
tante la aportación de Arrow y Hahn en Análisis general competitivo (1971; trad.
cast., Madrid, 1977).
Hay otras hipótesis, particularmente incómodas, concernientes a la existen­
cia de los mercados y a las capacidades de previsión de los sujetos económicos.
Dado que en el tiempo presente se estipulan contratos para todas las mercancías
producidas y entregadas no sólo en el presente, sino también en el futuro, deben
existir mercados futuros para todas las mercancías de todas las épocas futuras;
una hipótesis cuya verosimilitud no merece la pena cuestionar. Y, efectivamente,
Debreu no lo hizo. Además, es necesario suponer quedos sujetos económicos se
hallan dotados de previsión perfecta, ya que deben conocer con precisión, en
cuanto consumidores, la evolución futura de sus preferencias, y, en cuanto pro­
ductores, la evolución futura de la tecnología.
Debreu trató de evitar esta singularidad introduciendo la incertidumbre,
pero lo hizo de una manera no menos singular: atribuyendo un nuevo requisito a
las mercancías, uno relativo al «estado del mundo». Así, por ejemplo, un saco de
trigo disponible aquí y ahora sería una mercancía distinta no sólo de aquella dis­
ponible ahora y en otro lugar, o aquí y mañana, sino también de aquella disponi­
ble aquí y mañana en el caso de que esta noche se produjera un terremoto o cual­
quier otro acontecimiento. Se supone que los individuos pueden formular planes
de acción en relación a todas las mercancías, es decir, a todos los lugares, a todos
los períodos futuros v a todos los posibles estados del mundo. Además, hay que
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 359

suponer evidentemente que existen mercados «contingentes» para cada posible


estado del mundo, ya que los individuos deben poder estipular contratos en ellos.
Muchos consideran que este es un modo más razonable de explicar el comporta­
miento respecto a los acontecimientos futuros; más razonable, por ejemplo, que
la previsión perfecta.
Finalmente, recordaremos otro conjunto de hipótesis inverosímiles: el relati­
vo a la inexistencia de «externalidades» tanto respecto a la producción (econo­
mías o deseconomías externas) como al consumo (cualquier fenómeno de inter­
dependencia entre los gustos dé los consumidores y entre producción y consumo,
de modas, de persuasión oculta, etc.).

1 0 .1 .2 . LA DERROTA EN EL TERRENO DE LA UNICIDAD Y DE LA ESTABILIDAD

Aun cuando finalmente se había alcanzado la meta de la existencia, no ter­


minarían ahí las dificultades para la economía neoclásica. En realidad, se trata
sólo del principio, pues es necesario demostrar también que el equilibrio es —de
algún modo— único y estable. Hay dos razones por las que la unicidad y la esta­
bilidad resultan indispensables. Una es de naturaleza llamémosle filosófica, y es
fundamental; hablaremos de ella en el próximo apartado. A la otra, de naturaleza
metodológica, nos referiremos brevemente a continuación.
El problema deriva del hecho de que una gran parte de los razonamientos
con los que el economista neoclásico explica el significado social de las variables
económicas, de los precios, de las retribuciones, etc., son el resultado de algún
ejercicio de estática comparada. Por ejemplo, para decir que la relación entre los
precios de dos mercancías expresa su grado de escasez relativa respecto a los gus­
tos de los consumidores —dada la tecnología—, se dice simplemente que es igual
a sus tasas (marginales) de transformación y de sustitución. Dichas tasas margi­
nales se definen en términos de coeficientes entre «variaciones» de los dos bie­
nes. En realidad, tales «variaciones» se definen en términos de diferencias entre
los valores que las variables adoptan en dos estados de equilibrio distintos, si
bien se interpretan como cambios en torno a un tercer equilibrio intermedio.
Esta es la estática comparada. Para que estos ejercicios sean correctos —como
había señalado Samuelson, mediante el principio de correspondencia, ya en la
década de 1940— es necesario que el equilibrio en torno al que se han desarrolla­
do sea estable y único. Sí no fuera así, incluso un cambio muy pequeño en torno
al equilibrio llevaría a la economía lejos de éste, y haría que las distintas tasas de
sustitución, de transformación, etc., carecieran de significado. Las más importan­
tes tesis neoclásicas acerca del papel económico de la escasez, de la soberanía del
consumidor, de la eficiencia distributiva de los mercados, etc. , no podrían ya sos­
tenerse, por la sencilla razón de que los conceptos y los razonamientos de la está­
tica comparada no tendrían significado económico alguno.
Ahora bien, no es imposible obtener los resultados de unicidad y estabilidad
deseados; sin embargo, resulta insostenible el precio que hay que pagar en térmi­
nos del carácter restrictivo de las hipótesis. Ya Wald, en 1936, h a b ía re­
o b te n id o

sultados de unicidad y estabilidad utilizando determinadas hipótesis del tipo « d o ­

minancia diagonal» o «sustituibilidad bruta». Más tarde, en 1943, Aliáis había de-
360 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

mostrado la estabilidad global del proceso de tâtonnement bajo hipótesis equiva­


lentes a las de sustituibilidad bruta, mediante una aplicación del segundo método
de Lyapunov. La hipótesis de sustituibilidad bruta implica que el exceso de de­
manda global de una mercancía disminuye cuando, aumenta su precio o disminu­
ye el de cualquier otra mercancía. La dominancia diagonal implica que el exceso
de demanda de una mercancía es más sensible al cambio de su precio que al de
los precios de todas las demás mercancías. Pues bien: los resultados de las inves­
tigaciones más recientes sobre este argumento no se alejan demasiado de los ob­
tenidos por Wald y Allais. En particular, parece que la hipótesis de sustituibilidad
bruta resulta crucial para obtener la estabilidad. Esta fue, efectivamente, una de
las hipótesis adoptadas por K. J. Arrow y L. Hurwicz en el artículo «On the Stabi-
lity of Compétitive Equilibrium I» (.Econdmetrica, 1958). En este artículo se mos­
traban casos de economías caracterizadas por un equilibrio estable bajo diversas
hipótesis particulares; evidentemente, se trataba de una argumentación poco sis­
temática y general. Sin embargo, al año siguiente se obtuvo un teorema general
de estabilidad global que aún hoy constituye un hito en la evolución de la teoría
de la estabilidad. Dicho teorema se hallaba en el artículo «On the Stability of
Compétitive Equilibrium II», publicado en Econometrica y firmado por K. J.
Arrow, H. D. Block y L. Hurwicz. Las principales hipótesis en las que se basaba el
teorema se referían a la continuidad de las funciones de exceso de demanda y,
precisamente, a la sustituibilidad bruta.
El resultado fue recibido casi con entusiasmo, en la confianza de que se po­
dría generalizar eliminando algunas de las hipótesis más restrictivas. Tanto es así
que al año siguiente aparecieron cuatro o cinco artículos de cierta importancia
sobre el tema. Pero entre estos artículos se encontraba uno de Herbert Scarf que
sirvió para desalentar inmediatamente a los más optimistas. Se trataba de «Some
Examples of Global Instability of the Compétitive Equilibrium» (International
Economie Review, 1960), en el que se presentaban algunos casos de economías
bastantes simples en las que el equilibrio existía, pero era globalmente inestable.
Un resultado importante de Scarf fue la demostración del hecho de que era posi­
ble obtener inestabilidad simplemente introduciendo una hipótesis de comple-
mentariedad, lo que se consideró una confirmación del papel fundamental de­
sempeñado por la hipótesis de sustituibilidad bruta en aras de la estabilidad. En
1964, cuando apareció «Equilibrium, Stability and Growth», de M. Morishima,
.este papel fundamental de la hipótesis de sustituibilidad bruta era prácticamente
aceptado por todos.
Después de esto, no se han dado otros pasos importantes en este ámbito
de investigación. Sin embargo, hay que recordar los pequeños progresos reali­
zados por Arrow y Hahn en Análisis general competitivo (1971), y por S. Smale
en «A Convergence Process of Price Adjustment and Global Newton Methods»
(.Journal of Mathematical Economies, 1976). En ambos trabajos se realiza un
intento de modificar la tradicional ecuación samuelsoniana del tâtonnement
de manera que se obtenga estabilidad global sin tener que establecer hipótesis
demasiado restrictivas sobre las funciones de exceso de demanda. Desgracia­
damente, es necesario introducir algunas hipótesis sustitutivas desprovistas
de significado económico.
La «moraleja» Je la historia, que. ya forma parte de la doctrina oficial, es
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 361

que la estabilidad no es una propiedad intrínseca del modelo de equilibrio eco­


nómico general.
Las cosas no han sido muy distintas en el ámbito de los estudios sobre el
problema de la unicidad. Por otra parte, los problemas de la estabilidad y de la
unicidad se hallan estrechamente vinculados, ya que, en la medida en que no se
logre eliminar la posibilidad de que existan muchos equilibrios, debe también ad­
mitirse la de que alguno de ellos sea inestable. En realidad, ya a comienzos de 1a.
década de 1950, cuando Arrow y Debreu empezaron a trabajar en el problema de
la existencia, estaba claro que las condiciones generales con las que se trataba de
demostrar la existencia del equilibrio no podían ser suficientes para garantizar
también su unicidad. Y Debreu debía haber sido consciente, más que ningún
otro, de las razones analíticas y de las implicaciones teóricas de esta dificultad.
Ello puede explicar, por una parte, el carácter rigurosamente axiomático que im­
primió a sus investigaciones ya desde el inicio (con el consiguiente rechazo a es­
cuchar cualquier crítica de falta de realismo), y, por la otra, la ausencia en la Teo­
ría del valor de los habituales ejercicios neoclásicos de estática comparada (lo que
casi constituía un esnobismo).
La explicación de las razones por las que no se podía confiar demasiado en
la posibilidad de resolver el problema de la unicidad la proporcionó Hugo Freund
Sonnenschein (n. 1940), en un artículo publicado en Econometrica, en 1972, titu­
lado «Market Excess Demand Functions». Á este trabajo le siguieron otros que
confirmaron y consolidaron sus resultados. Aquí nos limitaremos a recordar úni­
camente tres de los más importantes: un nuevo artículo de Sonnenschein, «Do
Walras' Law and Continuity Characterise the Class of Community Excess De­
mand Functions?» (Journal of Economic Theory, 1973); otro de Debreu, «Excess
Demand Functions» (Journal of Mathematical Economics, 1974), y, finalmente,
otro de A. P. Kirman y K. J. Koch, «Market Excess Demand Functions in Exchan-
ge Economies with Identical Preferences and Collinear Endowments» (Review of
Economic Studies, 1986).
En su artículo de 1972, Sonnenschein demostró finalmente algo que muchos
habían sospechado desde hacía tiempo: que las habituales hipótesis generales
con las que se explica el comportamiento del consumidor, y de las que se derivan
las funciones individuales de demanda, no resultan suficientes para plantear nin­
guna restricción significativa a la forma de las funciones de demanda globales.
Así, quedó claro que se debía abandonaf cualquier esperanza de identificar hipó­
tesis generales sobre el comportamiento individual que permitieran obtener fun­
ciones de exceso de demanda agregada compatibles con la unicidad y la estabili­
dad del equilibrio.
Para contemplar el problema desde otro ángulo: se sabe que pueden obte­
nerse resultados de unicidad y estabilidad con hipótesis restrictivas sobre las fun­
ciones de exceso de demanda agregada; ef problema es si existe algún conjunto de
supuestos particulares sobre el comportamiento de los individuos que justifiquen
dichas hipótesis. La respuesta es negativa. Por más restrictivos que sean los su­
puestos sobre los individuos, las funciones globales pueden adoptar prácticamen-
Se cualquier forma. Como mucho, se las puede forzar’ a adoptar las propiedades
de continuidad y homogeneidad de grado cero y a respetar la ley de Walras. Pero
estas restricciones no son suficientes para asegurar la estabilidad y la unicidad
362 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

del equilibrio. En el próximo apartado nos referiremos a las consecuencias «filo­


sóficas» de este resultado.
Sólo nos falta añadir aquí algo sobre un intento realizado en los mismos
años para hallar, si no una vía de escape, al menos un modo de mitigar la grave­
dad del problema. Dicho intento vendría motivado por la doble esperanza, prime­
ro, de poder separar el problema de la estabilidad del de la unicidad, y, a conti­
nuación, de solventar al menos este último. Esta esperanza había surgido de la
constatación de que, mientras que para la estabilidad lo deseable era obtener re­
sultados globales, en el caso de la unicidad —en cambio— algunos resultados lo­
cales podrían resultar suficientes. Y este fue el camino que tomó Debreu en dos
importantes artículos publicados en la década de 1970: «Economies with a Finite
Set of Equilibria» (Econometrica, 1979b Y «Regular Differentiable Economies»
(American Economic Review, 1976).
Una «economía regular» es una economía con un conjunto discreto de equi­
librios, lo que significa que cada equilibrio posee un entorno dentro del cual es
único. Esto excluye la situación más peligrosa, la de que junto a un equilibrio
pueda haber infinito número de otros equilibrios, situación que dejaría «esencial­
mente indeterminada la explicación del equilibrio» (p. 281). Además, se supone
que el conjunto de las posibles economías irregulares debe resultar despreciable.
Finalmente, es necesario que las economías regulares sean estructuralmente esta­
bles, de manera que un pequeño cambio en los parámetros no pueda generar un
cambio catastrófico en el equilibrio.
Pues bien: utilizando un potente teorema de Sard y adoptando dos hipótesis
particularmente improbables, Debreu logró demostrar que las economías regula­
res poseen un conjunto de equilibrios, no sólo discreto, sino también finito; que
las economías irregulares constituyen un conjunto despreciable, y, finalmente,
que el conjunto de los equilibrios depende de los parámetros de manera no sólo
continua, sino también diferenciable. Las dos hipótesis inverosímiles de las que
dependen estos resultados son las siguientes: en primer lugar, que las funciones
de demanda individuales deben ser diferenciables; y en segundo, que todas las
mercancías deben ser «deseables», esto es, tales que, en la medida en que su pre­
cio tienda a cero, el exceso de demanda medio de todas las mercancías tienda a
infinito. Ahora bien, la hipótesis de la «diferenciabilidad» no sólo resulta suma­
mente osada: raya incluso la metafísica. Los economistas están acostumbrados a
considerarla normal, pero ello no significa que sea una hipótesis sensata; signifi­
ca únicamente que la educación del economista consigue —en general— desarro­
llar en él unas particulares dotes de suspensión de sus facultades críticas. Esta hi­
pótesis no sólo presupone que los individuos pueden formular una demanda pre­
cisa, al variar —por ejemplo— el precio de los automóviles, para cualquier núme­
ro de automóviles y cualquier fracción de ellos, sino que —lo que es aún peor—
implica que es posible determinar la tasa de variación de la demanda de automó­
viles en correspondencia con cada variación infinitesimal de su precio. Aún más
osada (si ello es posible) resulta la hipótesis de la «deseabilidad», la cual implica
que, en la medida en que el precio del agua —por ejemplo— tienda a cero, los in­
dividuos tenderán a ahogarse voluntariamente o tratarán de atesorar los mares.
Sin embargo, el verdadero problema de la teoría de las economías regulares no
consiste lanío en lo falla de realismo de sus hipótesis sino más bien en el hecho
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 3Ó3

de que ésta no sirve para resolver el problema. En efecto, una vez demostrado
que los equilibrios no son infinitos falta todavía demostrar que son dinámica­
mente estables. ¿Qué podemos hacer con los equilibrios, aunque sean «pocos», si
se obstinan en alejar de sí a la economía?

10.1.3. ¿E l FIN DE UN MUNDO?

El modelo de equilibrio económico general ha estado en el punto de mira de


la crítica desde el momento en que apareció; sus críticos no han dado muestras
de cansancio, y se han mostrado al menos tan tenaces como lo han sido sus parti­
darios a la hora de ignorar las críticas. Así, la acumulación de literatura crítica ha
alcanzado tales proporciones que resulta imposible tratarla en los estrechos már­
genes'de un apartado de un volumen como este. Nos limitaremos, pues, a presen­
tar una esquemática reseña de tales críticas, así como de las respuestas a ellas,
sin detenernos a detallar las contribuciones específicas y los autores específicos
que las han originado.
La más difundida de las críticas es, obviamente, la que apela al requisito del
realismo —si se prefiere, de la verosimilitud—, o a su capacidad explicativa y de
previsión. Probablemente ha sido también la más escuchada; sin embargo, no ha
llegado nunca a ser decisiva. Ahora bien, que el modelo de equilibrio económico
general se basa en hipótesis extremas es un hecho incuestionable, con su compe­
tencia atomística, la ausencia de externalidades, la insaciabilidad, la «deseabili-
dad», la «diferenciabilidad», los mercados futuros y contingentes para todas las
mercancías, etc. ¿Dónde reside, pues, su poder de explicación y previsión? ¿Qué
es lo que describe? ¿Para qué sirve? ¿Por qué es necesario estudiarlo?
Un primer conjunto de respuestas a estas cuestiones proviene de un grupo
de economistas angloamericanos, como Arrow, Hahn, Townsend y Roy Wein-
traub, por recordar sólo a los que han realizado las contribuciones más recien­
tes. Dada su herencia empirista y positivista, estos economistas se han mostrado
particularmente sensibles a este tipo de críticas. Las contra-argumentaciones
por ellos formuladas puede reducirse, básicamente, a cuatro tipos. En primer lu­
gar, es cierto que el modelo de equilibrio general en sí no posee ninguna capaci­
dad explicativa por ahora; pero no hay razón alguna para desesperar; la investí-
gación avanza hacia el relajamiento y la generalización de las hipótesis, y no hay
que excluir la posibilidad de que lleve también a un aumento de su nivel de rea­
lismo y de que el «programa de investigación», del que esta teoría constituiría el
hará, core, se muestre finalmente progressive. En segundo lugar, el modelo de
equilibrio general desempeñaría ya en este momento una importante función
heurística, ya que es capaz de inspirar gran cantidad de investigaciones y aplica­
ciones en ámbitos específicos de la teoría económica en los que se pueden al­
canzar —y de hecho se han alcanzado— notables resultados en el campo de la
previsión. En tercer lugar, el modelo de equilibrio general representa, en rela­
ción a dichas investigaciones y aplicaciones en ámbitos específicos, el marco ge­
neral de referencia teórica, como una estructura profunda capaz de mantener
unidas diversas piezas de teoría por otra parte heterogéneas e independientes
entre sí. Finalmente, en cuarto lugar, la teoría del equilibrio económico general
364 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

puede utilizarse como un instrumento taxonómico para clasificar los distintos


tipos de economías reales; basta aplicarles las oportunas restricciones, por ejem­
plo, sobre el número y sobre el tipo de mercados que se suponen abiertos, sobre
el grado de competencia, sobre la amplitud del horizonte temporal en que se su­
pone que se toman las decisiones, etc.
Todos estos argumentos resultan más bien débiles, y por la misma razón de
fondo: apelan a algo distinto del modelo que pretenden justificar, en lugar de ba­
sarse en las características del propio modelo. La primera argumentación con­
siste únicamente en una llamada a la esperanza de que,' en el futuro, la teoría
pueda convertirse en algo que hoy no es. La segunda sólo tendría fuerza si se lle­
gara a demostrar que para las investigaciones y aplicaciones específicas que se
han inspirado en el modelo de equilibfío general éste ha constituido efectiva­
mente una ayuda, y no un obstáculo, para lograr resultados firmes —cuando los
han logrado. La tercera, en cambio, debería ser capaz de demostrar que muchos
de los resultados alcanzados en el ámbito de las aplicaciones específicas no po­
drían enmarcarse en un sistema teórico distinto de aquel al que pertenece el
modelo de equilibrio general. Finalmente, la debilidad de la cuarta reside en el
hecho de que los modelos especiales que se pueden obtener negando algunas hi­
pótesis del modelo de equilibrio general —por ejemplo, la hipótesis de los pre­
cios flexibles para obtener equilibrios no-walrasianos, o la de los intercambios
en equilibrio para obtener procesos de no-tâtonnement— son precisamente el re­
sultado de una negación de dicho modelo, y no se entiende cómo esto puede
considerarse una virtud.
Pero hay otra manera de responder a la cuestión: «¿qué es lo que describe el
modelo de equilibrio económico general?», y consiste en recurrir a una respuesta
drástica: «¿por qué debería describir algo?». No es fruto del azar que este haya
sido el camino emprendido, sobre todo, por los economistas educados en la tradi­
ción racionalista y convencionalista de la patria dé Descartes y de Poincaré; baste
citar los nombres de Debreu y de Malinvaud, aunque no el de su maestro, Allais,
quien —por el contrario— se ha mostrado siempre muy sensible a las exigencias
de la investigación empírica y de las aplicaciones prácticas. Debreu, de manera
más rigurosa que los demás y siguiendo un enfoque inspirado en las concepcio­
nes epistemológicas del grupo «Bourbaki», ha planteado el modelo de equilibrio
económico general en los términos de una teoría estrictamente axiomática. Una
teoría económica «pura», como la walrasiana, es una abstracción. En cuanto tal,
no tiene necesidad de justificar sus hipótesis mediante la inducción, ni de verifi­
carlas a través de la investigación empírica; y es necesariamente «irrealista». Esto
es cierto tanto para la teoría del equilibrio económico general como para cual­
quier otra. ¿Es tal vez más realista el modelo postkeynesiano de crecimiento sos­
tenido?, ¿o la mercancía tipo de Sraffa? Por no hablar de los esquemas de repro­
ducción de Marx o del tableau économique de Quesnay. Una teoría pura no es una
imitación, un reflejo o una descripción de la realidad, sino una metáfora, o bien
—para decirlo con la feliz expresión de Samuelson— una parábola. Es esta acti­
tud la que ha justificado a los economistas neoclásicos •—como, por otra parte, a
todos los economistas teóricos— a la hora de seguir trabajando en la teoría igno­
rando los problemas de realismo de las hipótesis.
De aquí, sin embargo, r! debate se ha despinzado a un terreno nuevo: el de la
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 365

relevancia. Cualquier teoría, por muy pura que sea, no es nunca neutra respecto
al tipo de problemas sobre los que ayuda al economista a centrar la atención y a
la manera como lo ayuda a resolverlos. Una crítica que se ha dirigido frecuente­
mente al modelo de equilibrio económico general es que éste resulta del todo ina­
decuado para abordar los problemas realmente importantes, como el desarrollo,
el cambio, el papel económico de las instituciones, el comportamiento de los
agentes económicos colectivos, etc.
Ahora bien, cualquier economista neoclásico estará dispuesto a suscribir
esta opinión, pero nadie la tomará como una crítica decisiva. El modelo de equi­
librio general —sostienen sus partidarios— no es adecuado para abordar aquellos
problemas, que, efectivamente, deberán ser encomendados a otras ciencias -—la
sociología, la historia, la ciencia política, etc.—, pero resulta más adecuado que
ningún otro para abordar el problema de la asignación eficiente de los recursos
escasos. ¿Por qué este problema debería considerarse irrelevante?, ¿y quién deci­
de qué problemas son relevantes o no lo son?: ¿los economistas?, ¿los usuarios?;
¿no significa absolutamente nada que la sociedad haya puesto en manos precisa­
mente de los economistas neoclásicos sus mejores universidades y sus institutos
de investigación mejor dotados?
Obviamente, esto nos lleva a un tercer campo de batalla: el ideológico, en el
que se han distinguido, sobre todo, los críticos marxistas. Es cierto —afirman és­
tos— que el sistema teórico neoclásico, cuyo núcleo es el modelo de equilibrio ge­
neral, posee la hegemonía en todas las academias del mundo capitalista; pero ello
no demuestra que sea una buena representación de dicho mundo, ni que resulte
verdaderamente útil para abordar los problemas importantes, sino únicamente
que se trata de una representación en la que sus clases dominantes se reconocen.
¿No es tal vez un modelo que aspira a demostrar la intrínseca tendencia al orden
y a la eficiencia de un mundo hecho de individuos egoístas, libres e iguales?, ¿y a
ocultar el hecho de que en este mundo la igualdad y la libertad son únicamente
atributos formales de los agentes que se reúnen en el mercado, mientras que,
apenas se contempla la producción, uno se da cuenta de que sólo son realmente
libres e iguales los individuos que poseen los medios necesarios para sustraerse al
trabajo y para ejercer el control sobre el trabajo de los demás?
La inspiración del modelo de equilibrio económico general hay que buscarla
en la teoría smithiana del equilibrio competitivo individualista, una teoría a la
que el desarrollo teórico de.los dos siglqs'posteriores ha proporcionado un gran
perfeccionamiento, aunque sin alterar su esencia. En esta visión del mundo, el
orden social es el resultado precisamente de la interacción de múltiples sujetos
individuales autónomos, egoístas y racionales. Dichos agentes entran en relación
unos con otros no en virtud de la actuación de las instituciones, de los colectivos
sociales o de cualesquiera otras entidades supraindividuales, sino únicamente a
través del mercado. El hecho de que se trate de sujetos individuales es fundamen­
tal. En la teoría neowalrasiana se les llama consumidores y productores. E inclu­
so los productores —es decir, las empresas— son considerados agentes decisorios
individuales, y no organizaciones como sugeriría el sentido común. En efecto, en
esta teoría los individuos que participan en la actividad de la empresa se reúnen y
loman decisiones antes de que ésta, na inicie; y se reúnen en e! mercado. El em­
presario compra bienes y servicios; los trabajadores y los ahorradores los venden.
366 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Después, se inicia la producción. En la actividad de las empresas intervienen los


recursos, los bienes y los servicios adquiridos por el empresario; no los indivi­
duos que se ios han vendido. El sujeto decisorio de la empresa sigue siendo un in­
dividuo. En el mercado, los bienes se intercambian según relaciones de valor que
no se ven influidas por ningún sujeto y que dependen únicamente de la escasez
de los propios bienes respecto a los deseos de los consumidores. Dichas relacio­
nes de intercambio, en tanto aseguran la máxima satisfacción de cada sujeto que
resulte compatible con la de todos los demás, garantizan —por ello mismo— una
asignación eficiente de los recursos. Cuando están vigentes tales relaciones de in­
tercambio, la economía se encuentra en un estado de equilibrio que goza de cier­
tas propiedades de «optimalidad».
Ahora bien, teniendo en cuenta todo esto resulta bastante irrelevante que
esta grandiosa construcción sea la expresión de un determinado punto de vista.
Después de todo, ¿por qué uno no podría escoger su propio punto de vista? En
efecto, la crítica ideológica se ha mostrado incapaz de desalentar al estudioso del
equilibrio general a la hora de cultivar su disciplina a su manera. Una crítica ver­
daderamente eficaz debería haber demostrado la inconsistencia de la propia
construcción, su incapacidad de explicar lo que pretende explicar a partir de sus
propias premisas. Pero este tipo de crítica no ha sido nunca formulado por los
marxistas, ni tampoco por otros economistas antineoclásicos.
Por una extraña broma de la historia, han sido precisamente los propios
economistas neoclásicos quienes finalmente han logrado la crítica decisiva. Y ello
ha supuesto arribar a un puerto seguro después de un tormentoso viaje de dos si­
glos.
A fin de que la grandiosa construcción del equilibrio competitivo individua­
lista resulte válida, es necesario demostrar que el mercado es capaz de llevar efec­
tivamente a la economía hacia un estado de equilibrio. Y es necesario que sea
sólo el mercado, y no alguna institución social o algún agente colectivo; de otro
modo, la esencial premisa individualista se vería socavada. Se trata de un proble­
ma fundamental, que Galiani y Smith «resolvieron» suponiendo que los procesos
de ajuste en desequilibrio se hallan regulados por una fantasmal «mano supre­
m a » o « in v is ib le » q u e lo s que
h a c e «resolvió» suponiendo que el
e s t a b le s ; W a lr a s

proceso de tâtonnement está regulado por un -—aún más fantasmal— «subasta­


dor», y que los modernos seguidores de Smith y de Walras han demostrado que
es irresoluble.
En efecto, el significado de los recientes avances de la investigación sobre
los problemas de la estabilidad y de la unicidad es este: que el comportamiento
de los individuos no resulta suficiente para dar a la mano invisible la fuerza ne­
cesaria para llevar al mercado hacia el equilibrio. Para obtener un equilibrio es­
table, es necesario establecer hipótesis fuertes sobre el comportamiento de cual­
quier variable global; y el solo conocimiento de los criterios de comportamiento
de los agentes individuales no resulta suficiente para justificar ninguna de di­
chas hipótesis. Esto significa sencillamente que una economía competitiva indi­
vidualista no es posible, en tanto que no posee las fuerzas necesarias para alcan­
zar el equilibrio, ni siquiera cuando se halla regulada por la «mano suprema»
del «subastador». Con ello desaparece nada menos que el fundamento «científi­
co» de la teoría del laissez, faire y de la doctrina económica ortodoxa. La concien-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 367

cia de la gravedad de este problema está hoy bastante extendida, al menos entre
los economistas expertos. Ya en 1969, por ejemplo, John Hicks exhortaba a uno
de nosotros, alumno suyo en Oxford, a que no se entusiasmara demasiado por
las demostraciones de existencia, que —en cualquier caso— tropezarían con el
problema de la estabilidad. Sin embargo, es cierto que en muchos economistas
neoclásicos prevalece la tendencia a relegar el análisis de estos argumentos a las
notas a pie de página, los obiter dicta o las comunicaciones verbales. De todos
modos, recientemente se ha puesto de relieve la importancia fundamental de
este problema por parte de B. Ingrao y G. Israel, en «General Economic Equili-
brium: A History of Ineffectual Paradigmatic Shift» (Fundamenta Scientiae,
1985) y The Invisible Hand (1990).
¿Cuál ha sido la reacción de los economistas neoclásicos ante esta revela­
ción? Pues bien: hoy está bastante extendida la sensación de que es necesario
un'cambio de rumbo radical, pero no está claro en qué dirección hay que
avanzar.
Por una parte, se ha tratado de recurrir a la lógica modal y a los contrafac­
tuales. Este ha sido el camino emprendido por Hahn en On the Notion of Equili-
brium in Economics (1973). El modelo de equilibrio general no describe la reali­
dad —se afirma—, sino únicamente un mundo ideal posible. Pero esto no hace
que resulte menos útil para los economistas: por una parte, puede servir para en­
señarles a no hacer afirmaciones apresuradas sobre la eficiencia de la mano invi­
sible; por otra, para entender el mundo real por comparación con el posible. Por
ejemplo, se podría saber por qué existe desempleo permanente en el mundo real
simplemente reflexionando sobre la naturaleza de las hipótesis que permiten al
modelo de equilibrio general eliminar dicho desempleo.
Pues bien: esta argumentación es insostenible, y ello por dos razones. En
primer lugar, porque las condiciones con las que se ha demostrado la existencia
del equilibrio general son sólo suficientes, pero no necesarias. Esto significa
que, siendo verdadera la proposición «si A, entonces B», no lo es necesariamente
«no-B porque no-A». Esta última es la argumentación que debería ilustrarnos
sobre la realidad económica, diciéndonos al menos por qué ésta no corresponde
al mundo ideal posible del modelo de equilibrio general. Pues bien: esta «ilustra­
ción» queda excluida. Pero hay otro problema aún más serio, y es el que surge
de la imposibilidad de demostrar la estabilidad del equilibrio individualista. El
modelo de equilibrio económico generafinú describe un mundo posible, aunque
irreal, sino —a partir de sus propias hipótesis— un mundo improbable. No nos
dice que se debe alcanzar un equilibrio individualista si valen las hipótesis usua­
les sobre la competencia, la convexidad, etc.,'sino que es posible que no se al­
cance, a pesar de dichas hipótesis, o —mejor— precisamente a causa de las más
importantes de ellas, las que definen su carácter individualista. Por lo tanto, la
propia argumentación «si A, entonces B» no se sostiene; y no porque el mundo
que A representa no se dé en la realidad, sino porque su representación, A, no se
da ni siquiera en la teoría.
La otra postura es más pesimista. Ha sido formulada recientemente por
Alan P. Kirman en un ensayo cuyo título lo dice todo: «The Intrinsíc Limits of
M ódem Econom ic Th.co.ry: The Emperoi' has no Cloílies» (E co n o m ic .Journal,
1989). Según Kirman, sólo se puede salir del impasse que ha seguido a la caída de
368 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

los fundamentos de la teoría del equilibrio competitivo individualista renuncian­


do al individualismo metodológico; lo cual viene a ser lo.mismo que decir:
«¡Muera Sansón con todos los filisteos!»
El individualismo metodológico, en sus versiones débiles, es un criterio epis­
temológico que sirve para identificar el objeto y el modo de investigación de la
ciencia económica. Establece que, cualquiera que sea el fenómeno estudiado por
la economía, en todo caso debe ser posible definirlo como el resultado de algún
conjunto de decisiones o de comportamientos individuales. Esto no excluye la
posibilidad de que existan fenómenos sociales que únicamente puedan describir­
se en términos de comportamiento colectivo, que existan agentes colectivos y ac­
ciones colectivas, clases sociales, instituciones, etc. Sólo afirma que el economis­
ta que los estudia debe explicarlos en términos de las decisiones de los individuos
que los han creado y forman parte de ellos. Así, por ejemplo, las acciones colecti­
vas no pueden ser sino el resultado de las acciones y de las interacciones de los
individuos que participan en ellas. Se trata de una postura, de hecho, compartida
por casi todas las teorías económicas no neoclásicas, y las excepciones probable­
mente se reducen sólo a algunos representantes de las escuelas teóricas alemanas
y a algunos fisiócratas.
La visión neowalrasiana, en cambio, se basa en una versión fuerte del indivi­
dualismo metodológico: según esta versión, sólo existen los agentes individuales, y
sus relaciones sociales no son mediadas por ninguna institución que no sea el
mercado; el cual, sin embargo, es cualquier cosa menos una institución, pues no
en vano lo gobierna una mano invisible o un «subastador».
Pues bien: no es a la versión débil del individualismo metodológico a la que
se debe renunciar, sino a la fuerte. Y no se trata de un problema que afecte a to­
dos los economistas, sino sólo a los «huérfanos» de Walras.
Tampoco resulta admisible escapar de esta dificultad de la manera simplis­
ta que algunos han propuesto: limitándose a añadir una hipótesis de sustituibili-
dad bruta o de dominancia diagonal a las habituales hipótesis individualistas.
Y ello básicamente por dos razones. En primer lugar, porque la sustituibilidad
bruta y la dominancia diagonal son hipótesis sin una justificación económica
importante, ni siquiera en términos de instituciones o agentes colectivos. En se­
gundo lugar, porque en general la sustituibilidad bruta no resulta admisible, t)
—mejor— no es posible excluir los fenómenos de complementariedad, al menos
si nos referimos a una economía capitalista, como ya había intuido Hicks en
1939, mucho antes de que se iniciara el reciente debate sobre el retorno de las
técnicas.

10.1.4. E quilibrio temporal y dinero en la teoría del equilibrio general


Los avances de la teoría del equilibrio económico general posteriores al mo­
delo Arrow-Debreu-McKenzie no han conducido a la formulación de un nuevo
corpus teórico, sino a la modificación —y a veces a la eliminación— de tal o cual
postulado del modelo originario. En estas investigaciones ha tenido una especial
importancia la noción de equilibrio temporal, tanto desde el punto de vista de la
coherencin interna de la teoría del equilibrio general como en relación a la posi­
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 369

bilidad de utilizar esta teoría para estudiar todos aquellos fenómenos que son tí­
picos de una economía monetaria, especialmente los de la inflación y el desem­
pleo. La recuperación contemporánea de la noción hicksiana de equilibro tempo­
ral se debe a K. Arrow y F. Hahn (Análisis general competitivo, 1971), y, sobre
todo, a J. M. Grandmont («Temporary General Equilibrium», en Econometrica,
1977, y Money and Value, 1983).
El punto de partida de la teoría del equilibrio temporal es el abandono del su­
puesto de que existe un sistema completo de mercados, supuesto que resulta cual­
quier cosa menos atractivo tanto a nivel empírico como conceptual. Roy Radner
(«Competitive Equilibrium under Uncertainty», en Econometrica, 1968) ha abor­
dado el estudio de economías básicamente secuenciales, es decir, aquellas en las
que se efectúan transacciones en cualquier fecha y en las que la naturaleza incom­
pleta de los mercados no permite reducir la actividad económica a un único inter­
cambio inicial, como —por el contrario-—ocurre en el equilibrio intertemporal.
Así, en lugar de un equilibrio atemporal, tenemos una «sucesión de equilibrios
temporales».
Como ya hemos mencionado en el apartado 8.2.4, uno de los fundamentos
de la concepción hicksiana es el artificio de la semana, un período de tiempo en
el cual la economía alcanza una situación de equilibrio general. Dado que el
proceso económico se desarrolla en el tiempo, y dado que sólo hay un número
limitado de mercados futuros, todos los operadores económicos toman las deci­
siones relativas a un determinado momento («semana» actual) de manera su­
bordinada a sus planes y a sus expectativas sobre el futuro («semanas» siguien­
tes). En particular, decidirán —por ejemplo— ahorrar, reduciendo su consumo
actual, si esperan que en el futuro los precios de los bienes desciendan. Estas
conjeturas podrán verificarse en mayor o menor medida; si no es así, los agentes
se verán obligados a revisar sus planes basándose en los nuevos datos. A pesar
de ello, sus decisiones actuales, una vez tomadas basándose en expectativas in­
correctas, ya no pueden modificarse. De este modo, las expectativas sobre el fu­
turo, sean acertadas o erróneas, influirán en el equilibrio actual del sistema eco­
nómico.
Un equilibrio temporal, aun siendo un equilibrio general en cada momento
dado del proceso económico (en cada «semana»), se transforma en el tiempo en
la medida en que los agentes verifican sus expectativas y revisan sus planes.
Grandmont ha utilizado el esquema hictslano de equilibrio temporal para intro­
ducir el dinero en el modelo de equilibrio general. Si los bienes son perecederos
y, por tanto, no pueden transferirse de un período a otro, los individuos se verán
obligados a demandar dinero para transferir sus ahorros en el tiempo. De este
modo, el dinero viene a desempeñar un papel de reserva de valor, permite a los in­
dividuos transferir su riqueza de un período a otro, o —en caso necesario— de un
lugar a otro, o incluso de un estado de naturaleza a otro. Si ios individuos reciben
en cada período ciertas cantidades de dinero,' así como de cualesquiera otros bie­
nes, entonces el dinero viene a formar parte —a todos los efectos— del esquema
de equilibrio, sin que resulte posible separar, como en el caso de la dicotomía tra­
dicional, una «parte real» y una «parte monetaria» de la economía. En conse­
cuencia, la cantidad de din cío pt escale en el sistema influirá cu la determinación
de los precios relativos de las diversas mercancías. En el modelo de Grandmont,
370 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

la inflación no es un fenómeno puramente monetario, causado por un simple ex­


ceso de oferta de dinero, sino que se halla profundamente vinculado a los fenó­
menos reales y a las expectativas de los agentes.
Sin embargo, la función de reserva de valor no es la única que desempeña el
dinero. Históricamente, éste se ha desarrollado como medio de intercambio para
facilitar la organización de los procesos de intercambio descentralizados, proce­
sos en los que desaparece cualquier personificación del mercado como la que re­
presenta el «subastador».
Si no tiene ningún sentido introducir el dinero en un modelo como el walra-
siano —en el que, en cada momento, es cierto que los intercambios tendrán lugar
en equilibrio con la plena satisfacción de todos los agentes .que participan en él—,
resulta, por el contrario, extremadamente importante disponer de tal instrumen­
to si se supone que los intercambios se desarrollan en una serie de «mercados» fí­
sicamente separados e imperfectamente comunicados. Así, incluso considerando
la función del dinero como medio de transacción, existen razones válidas para in­
troducirlo en el esquema de equilibrio general. Sin embargo, al igual que en el
caso anterior, es necesario modificar la estructura del modelo de referencia,
abandonando —al menos en parte— el mundo walrasiano: por ejemplo, admi­
tiendo que los intercambios entre individuos pueden tener lugar incluso fuera del
equilibrio. Este es el camino seguido, entre otros, por F. Fisher en Disequilibrium
Foundations of Equilibrium Economics (1983).
En la literatura reciente hay muchos otros ejemplos de tentativas de intro­
ducir el dinero en el seno de esquemas más o menos modificados de equilibrio
económico general. Especialmente dignas de mención son las de F. Hahn: Equi­
librium and Macroeconomics (1985) y Money Growth and Stability (1985). Dichas
tentativas subrayan la función del dinero, ya sea como reserva de valor, ya sea
como medio de transacción (o incluso su papel en la actividad especulativa). Sin
embargo, en el estado actual de los conocimientos este problema no ha hallado
aún una solución definitiva y plenamente satisfactoria. El modelo de equilibrio
general debe su fuerza a la metáfora del «subastador», auténtico deus ex machi­
na que actúa como el coordinador necesario para hacer mutuamente compati­
bles los planes de cada uno de los operadores. Una vez introducido, el dinero de­
sempeña una función de coordinación de los intercambios que se superpone
—al menos en parte— a la del «subastador», y que, antes o después, puede en­
trar en conflicto con éste. Así pues, la convivencia entre la visión «real», que des­
taca el papel del «subastador», y la «monetaria», que subraya el del dinero en la
coordinación de las actividades económicas, resulta difícil, cuando no contra­
dictoria. En tanto dicha contradicción no se resuelva de manera teóricamente
satisfactoria, la introducción del dinero en los esquemas de equilibrio económi­
co general será siempre, en cierta medida, artificial. Considerando la —no preci­
samente insignificante— importancia práctica de problemáticas como la de la
inflación y el desempleo, no debemos sorprendernos si el estado actual de la teo­
ría del equilibrio general con dinero da lugar aún a serias dudas y acaloradas
discusiones.
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 371

10 .2. L a e v o lu c ió n d e la n u e v a e c o n o m ía d e l b ie n e s t a r y la s te o r ía s
d e la j u s t ic ia e c o n ó m ic a

1 0 .2.1 . LOS DOS TEOREMAS FUNDAMENTALES DE LA ECONOMÍA DEL BIENESTAR

Veamos ahora el componente normativo del sistema teórico neoclásico. Con


la plena incorporación del utilitarismo al discurso económico, la economía del
bienestar se convirtió en una rama de investigación parcialmente autónoma en el
seno de la ciencia económica. Tres son las tesis o principios fundamentales de la
filosofía utilitarista. El primer principio se refiere a la evaluación de situaciones
alternativas, y establece que la única base correcta de tal evaluación es el bienes­
tar o la satisfacción que obtienen los sujetos al hacer aquello que prefieren. A este
primer componente del utilitarismo se le denomina «bienestarismo» (welfarism).
El segundo principio alude a la base de elección de las acciones, y afirma que las
acciones deben ser comparadas o evaluadas únicamente sobre la base de las con­
secuencias que producen, mientras que no deben considerarse en absoluto las in­
tenciones del agente u otras motivaciones distintas de las relativas al bienestar.
Este componente del utilitarismo se conoce como «consecuencialismo» (el valor
de una acción es íntegramente determinado por el valor de sus consecuencias).
Finalmente, el tercer principio se refiere al modo de organizar el bienestar de to­
dos y cada uno de los agentes, y establece que el criterio de globalidad debe ser el
de la suma de los bienestares individuales. A este tercer componente se le deno­
mina «ordenación por suma» (sum-ranking): la evaluación de estados sociales al­
ternativos se debe realizar en términos de la suma de las utilidades individuales a
ellos asociadas.
Con el transcurso del tiempo, estos tres pilares de la doctrina benthamiana
han sido objeto de reformulaciones e interpretaciones diversas. En particular,
con el surgimiento del ordinalismo, el tercer principio se sustituyó por el criterio
de Pare to.
Por su parte, debemos a Roy Harrod la importante distinción, planteada en
«Utilitarianism Revised» (M i n d , 1936), entre utilitarismo del acto y utilitarismo
de la norma. Finalmente, John Harsanyi, en Rational Behaviour and Bargaining
Equilibrium (1977), ha sentado las bases del neo-utilitarismo con su distinción
entre «preferencias éticas» y «preferencias personales».
En los párrafos siguientes intentaremos discernir en qué sentido la nueva
economía del bienestar sigue teniendo unos fundamentos utilitaristas, además de
analizar los problemas que dichos fundamentos plantean. Descubriremos que el
surgimiento de la teoría de las opciones sociales se halla vinculado a dichos pro­
blemas. Y veremos como el fundamental ensayo de K. Arrow publicado en 1951,
Elección social y valores individuales (trad. casi., Madrid, 1974), constituye un
punto de inflexión en la historia de la economía del bienestar.
La primera formulación moderna de la relación entre equilibrio walrasiano
y óptimo paretiano se halla en el ensayo de A. Bergson «A Reformulation of Cer-
tain Aspects of Welfare Economics», publicado en Quarterly Journal of Econo-
mics, en 1937-1938. En él transcurso de las décadas de 1930 y 1940, muchos
oíros aiilores --entre ellos Ibcks. Kaldor, Lenice v Tange contribnveron a de­
sarrollar y a perfeccionar esta nueva rama de la disciplina. Sin embargo, habría
372 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

que esperar a los inicios de la década de 1950 para disponer de la primera de­
mostración rigurosa de un resultado global (pues los resultados de Pareto tenían
carácter local): un equilibrio competitivo no se halla dominado, en el sentido de
Pareto, por ninguna asignación socialmente factible. Este es el contenido del pri­
mer teorema fundamental de la economía del bienestar, que Kenneth Arrow y Ge-
rard Debreu demostraron en sus artículos de 1951, «An Extensión of the Basic
Theorems on Classical Welfare Economics» y «The Coefficient of Resource Utili-
zation».
Además, los mismos autores demostraron también el resultado inverso:
dada una asignación deseada óptima en el sentido de Pareto, bajo ciertas condi­
ciones siempre es posible hallar un modo de distribución de los recursos iniciales
entre los individuos tal que el equilibrio wydrasiano asociado a dicha distribución
coincida con la asignación deseada. Este es el contenido del segundo teorema fun­
damental de la economía del bienestar, que representa una solución al problema
de la descentralización de una asignación óptima, es decir, al problema de indicar
cómo es posible conseguir una asignación Pareto-óptima. Estos dos teoremas, to­
mados conjuntamente, sancionan una especie de correspondencia biunívoca en­
tre equilibrio walrasiano y óptimo paretiano; de ahí su importancia fundamental.
Gracias a ellos, la smithiana mano invisible —si se ignoran los conocidos proble­
mas de inestabilidad y falta de unicidad— deja de ser una sugerente metáfora
para convertirse en un teorema cargado de consecuencias políticas: la justifica­
ción no sólo ideológica, sino también analítica, del laissez faire.
En esencia, el primer teorema afirma que el mecanismo competitivo es non-
wasteful, es decir: no malgasta los recursos. Ello se deriva de la demostración de
que un equilibrio general de la producción y del intercambio goza de las tres pro­
piedades siguientes:
a) eficiencia en la asignación de los recursos productivos entre las
empresas;
b) eficiencia en la distribución de los bienes producidos entre los consu­
midores;
c) eficiencia en la composición del producto final, en el sentido de que la
composición del output se corresponde plenamente con la estructura de las pre­
ferencias de los sujetos.
A partir de estas propiedades resulta posible dar una definición del concep­
to de precio más completa que aquella que lo considera simplemente una rela­
ción de intercambio entre mercancías. En efecto, en la configuración de equili­
brio el precio de un bien en términos de otro bien resulta, al mismo tiempo,
igual a la tasa marginal de sustitución para todos los consumidores y a la tasa
marginal de transformación en el sistema de producción. Así, el precio resulta
definido como el valor común de uña relación de equivalencia tanto psicológica
como tecnológica. ,.
Claramente, en función de cuál sea la distribución inicial de los recursos en­
tre los agentes se obtendrá una determinada combinación de mercancías produ­
cidas y una determinada configuración de equilibrio general. En otras palabras,
la determinación del punto en la curva de transformación y del correspondiente
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 373

F igura 10.1.

punto en la curva de contratos depende de la distribución inicial de las dotacio­


nes de recursos entre los sujetos. Esto no debe sorprendernos. En efecto, sabe­
mos que todos los puntos situados en la curva de transformación representan un
óptimo de producción, del mismo modo que todos los puntos situados en la cur­
va de contratos representan un óptimo de consumo. Pero cuál de estos infinitos
puntos será seleccionado por el mecanismo de mercado dependerá de la dotación
inicial de recursos.
Está claro que el problema que ahora surge no es ya un problema de eficien­
cia, sino más bien de justicia distributiva. Es en este marco en el que se debe in­
terpretar el segundo teorema fundamental. Considérese la figura 10.1, donde se
representa el diagrama de Edgeworth relativo a la actividad de intercambio entre
dos sujetos A y B. Sea w la configuración inicial de las dotaciones de ios bienes;
considerando las coordenadas del punto w respecto al origen Oa y el origen Ob, se
ve que A posee mucho más que B. El equilibrio competitivo relativo w es x*. Sin
embargo, una asignación como y*, que también yace en la curva de contratos —y,
en consecuencia, cumple el requisito de la eficiencia—, parece preferible a x* en
base a un juicio de equidad. Se plantea la cuestión siguiente: ¿puede el mecanis­
mo competitivo, dado w, conducir a la economía a una asignación como y*? La
respuesta la proporciona el segundo teorema fundamental de la economía del
bienestar, que asegura que el mercado cqirjpetitivo es unbiased, es decir, neutral:
mediante una oportuna redistribución inicial de los recursos, es posible llegar a
cualquier óptimo paretiano deseado como un equilibrio competitivo.
Imaginemos que una autoridad central (por ejemplo, un banco) realiza
transferencias entre los individuos. Cada agente tiene una cuenta en este banco,
en la que se hallan relacionados todos los bienes que posee. Supóngase que exis­
ten l mercancías (j = 1, 2, ..., T)ym individuos (i = 1, 2,..., m). Sea una asignación
inicial w = (uq, w2, wm), donde e y¿ son l-tuplos y cuyos elementos, w¿/-e y¿-,
representan las dotaciones de la mercancía / del individuo i. El problema es el si­
guiente: ¿existe un vector de transferencias T = (T{, T2, ..., Tm) y un vector de pre­
cios p = (pv, p2, ..., p¡) tales que cada individuo maximice su función de utilidad U¡
(i ■ 1, 2, ..., ¡n) bajo la restricción py¡ <pw¡ -t T¡? La respuesta afirmativa se halla
en el segundo teorema fundamental. Supóngase que las funciones í/¿ sean indivi­
dualistas y monótonas (crecientes) y que las curvas de indiferencia sean conve-
374 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

xas. Sea y* una asignación Pareto-óptima cualquiera, en la que y* > 0 para todas
las i y /. Entonces, existe un vector de transferencias T y un vector de precios p ta­
les que el par (y*, p) es un equilibrio competitivo walrasiano, dadas dichas trans­ .1

ferencias.
Resulta fácil constatar que la suma algebraica de los f¡ debe anularse. En 1
efecto, el teorema asegura que, para todos los i, y* maximiza f/¿ bajo la restric­
ción py¡ < pw¡ + T¿. Por otra parte, por la hipótesis de monotonicidad (no sacie­
dad) de las funciones U¡, los individuos gastarán íntegramente todas sus rentas.
Por lo tanto: py¡ =pwt + T). Así, para el conjunto de la economía tendremos:

Ipi I w9+
/ m 1 m
IL?! i=1 =
/=!
que podemos reescribir como:
m l (m m
W:
¿= 1 / =i 1=1 i =1 !i
Debe prestarse especial atención a lo que presupone el segundo teorema para j
su validez. La autoridad central, el Estado, debe conocer no sólo las posibilidades
tecnológicas y las dotaciones iniciales de cada uno de los individuos, sino también
sus funciones de utilidad (o de bienestar). De otro modo, no podría llegar a deter­
minar con exactitud las transferencias T¡. Pero si el Estado posee tal conocimiento,
¿para qué se habría de requerir la intervención del mercado? ¿No podría el Estado
llegar por sí mismo directamente a la asignación y* de la figura 10.1 sin recurrir al
mecanismo del mercado, por ejemplo, mediante alguna forma de planificación?
Evidentemente, la respuesta ha de ser afirmativa.
Tal como ha señalado insistentemente P. Dasgupta en «Positive Freedom,
Markets, and the Welfare State» (Oxford Review of Economic Policy, 1986), la si­
guiente paradoja parece inevitable. Mientras que el segundo teorema fundamen­
tal de la economía del bienestar se ha invocado para apoyar la tesis de que el Es­
tado debe aprovecharse del mercado, sólo resulta válido en aquellas circunstan­
cias en las que no hay ninguna necesidad de recurrir al mercado como mecanis­
mo de asignación. Como se puede ver, se trata de una paradoja fundamental que i
no parece tener una solución.
Hay que hacer una observación importante sobre el uso específico que se ha
hecho del segundo teorema en la nueva economía del bienestar. Éste ha servido
para sancionar la separación entre los problemas de eficiencia y los problemas de
justicia distributiva. El mercado, en cuanto instrumento de asignación, resulta
eficiente; por lo tanto, si la distribución del bienestar (o de la renta) que sigue a !

un proceso de negociación competitiva se considera injusta, entonces simple­


mente hay que revisar, mediante transferencias a tanto alzado (lump-sum), las
dotaciones iniciales de los sujetos. Ello supone admitir que existe una dicotomía
entre el momento de la producción de la riqueza y el momento de su distribución
entre quienes han contribuido a producirla. La intervención de la autoridad pú­
blica se justificaría únicamente en el segundo momento, y no en el primero. i

I
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 375

1 0 ,2 .2 . E l DEBATE SOBRE LOS FALLOS DEL MERCADO Y EL TEOREMA DE COASE

Entre los diversos supuestos que es necesario introducir para demostrar los
dos teoremas fundamentales, hay uno que —junto al de la existencia de merca­
dos completos— resulta fundamental: se trata de la ausencia de efectos extemos.
Así, se debe excluir:
a) que las elecciones de consumo de algunos sujetos influyan en los niveles
de utilidad que otros sujetos derivan de sus propias elecciones de consumo;
b) que las funciones de producción de determinadas empresas se vean in­
fluidas por las decisiones de producción de otras empresas.
Las externalidades existen cuando, dada la definición existente de los dere­
chos de propiedad —esto es, los derechos y obligaciones de quienes ejercen una
actividad económica—, el sujeto que perjudica no tiene la obligación de indemni­
zar a los consumidores o a los productores perjudicados por sus actividades! o
—como, por ejemplo, en el caso de los prados que rodean a las colmenas— cuan­
do los propietarios no tienen ningún modo de que. se les paguen las molestias su­
fridas.
La presencia de externalidades señala una insuficiencia en el mecanismo de
mercado, y ello en el sentido de que las opciones de los individuos se realizan ba­
sándose en precios y en costes que no reflejan el valor real de los recursos utiliza­
dos. En el caso de una fábrica que emite humo, el productor actuará basándose
en el coste de su actividad, el coste privado ,■ que resulta inferior al que soportaría
si hubiera de pagar indemnizaciones por los daños ocasionados a sus vecinos, es
decir, al coste social (suma de los costes privados y de los daños sufridos por los
demás). El resultado es que tenderá a incrementar su producción por encima del
nivel al que lo haría si hubiese de tener en cuenta también las externalidades, es
decir, el coste social. De ahí la imperfección en el funcionamiento del mecanismo
de mercado.
En definitiva, se puede afirmar que los teoremas fundamentales únicamente
logran incorporar aquel tipo de interacciones sociales que puede ser absorbido
por el mecanismo de los precios. En presencia de externalidades, este último re­
sulta incapaz de informar correctamente a los decision-makers («agentes deciso-
res»), lo cual hace que desaparezca el/dafácter óptimo de las asignaciones de
equilibrio competitivo. Sin embargo, lo que precede no autorizaría a concluir que
la existencia de efectos externos anula la función del mercado.
La solución para corregir esta ineficiencia debida a las externalidades reside
en la introducción de las oportunas medidas correctivas: básicamente, los im­
puestos y subvenciones de los que había hablado Pigou. Si en el ejercicio de su ac­
tividad de consumo o de producción un sujeto perjudica a otros, deberá pagar un
impuesto proporcional al perjuicio causado; mientras que, si beneficia a otros,
deberá recibir una subvención.
La solución concebida por Pigou, y posteriormente recuperada y perfeccio­
nada por Samuelson en la década de 1940', vino a calmar las aguas agitadas por
quienes mauilcstaban sus dudas respecto a la capacidad del mercado para conse­
guir una asignación eficiente de los recursos. No obstante, la tregua duró poco. A
376 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

finales de la década de 1950 empezó a abrirse camino otra línea de ataque a la te­
sis del libre mercado; ésta partía de la constatación de que, por una serie de razo­
nes vinculadas al propio proceso de crecimiento económico, el conflicto entre la
acción individual y la satisfacción de las preferencias individuales está llamado a
agudizarse. Obtener lo que se quiere y hacer lo que se quiere resultan ser dos co­
sas incompatibles cuando se hallan presentes fenómenos masivos de interacción
social. Piénsese en el caso de los commons, señalado en primer lugar por G. Har-
din en «The Tragedy of Commons» (Science, 1968): los individuos, cada uno de
los cuales busca su interés personal, interfieren entre sí hasta el punto de que co­
lectivamente podrían estar mejor sólo si se pudiera restringir su comportamien­
to; sin embargo, individualmente nadie está interesado en someterse a tal auto-
rrestricción. Piénsese también en el cas£/de los «bienes posicionales», señalado
por F. Hirsch en Los límites sociales al crecimiento (1977).- En estas situaciones,
que son cada vez más frecuentes a medida que una economía evoluciona, la ac­
ción individual ya no es un medio seguro para conseguir los propios objetivos in­
dividuales, Debemos, sobre todo, a Albert Hirschman y a Amartya Sen la demos­
tración de que la mejor manera de lograr estos últimos es, o bien mediante la ac­
ción colectiva, o bien vinculando la acción individual a un código moral de com­
portamiento más «rico» que el código de moralidad mercantil al que aludían
Smith y los clásicos; más rico en el sentido de que, además de la honestidad y la
confianza, debería incluir la benevolencia.
Consideremos ahora los numerosos casos descritos del célebre dilema del
prisionero. Son casos que surgen puntualmente cada vez que se consideran los
«bienes públicos», es decir, bienes caracterizados por la ausencia de rivalidad en
el consumo (una serie de individuos puede beneficiarse al mismo tiempo de un
bien, sin que ello reduzca la utilidad de cada uno de ellos) y por la inexcluibilidad
de los beneficios (en el caso de que el bien esté disponible para alguien, no resul­
ta posible o conveniente excluir a los demás de los beneficios que produce dicho
bien). Pues bien: el paradójico resultado es que, en el caso de los bienes públicos,
los sujetos racionales son inducidos a elegir la alternativa y la línea de actuación
que no maximiza su bienestar.
Por la propiedad de rivalidad en el consumo, el coste marginal de suministro
de los beneficios de un bien público disponible es nulo, por lo que parece óptimo
extender la disponibilidad de dicho bien a todo el conjunto de la colectividad. Sin
embargo, ésta habrá de financiar su coste. Si cada consumidor debe pagar la mis­
ma cantidad, entonces los consumidores cuya utilidad marginal sea menor prefe­
rirán no consumir el bien público, lo cual resulta subóptimo en vista del hecho de
que el consumo adicional por parte de un sujeto no incrementa el coste-total. Por
lo tanto, la condición de «optimalidad» requiere que cada consumidor pague un
precio igual a su valoración marginal, resultado al que habían llegado ya Wicksell
y Lindahl.
Lo que.impide que se alcance un equilibrio óptimo es el problema del free-
rider («el que viaja gratis»): la presencia de consumidores que se benefician de
los bienes de consumo colectivos, no participando adecuadamente en su finan­
ciación.
Finalmente, otro caso de fallo del mercado, señalado por G. Akerlof en «The
Markcl for 1 ernons» (QuarU”7v Journal of Fconomios, 1970), es el relativo a los
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 377

mercados con información asimétrica. Una de las condiciones para un correcto


funcionamiento del mercado es una información perfecta sobre los bienes y ser­
vicios objeto de negociación. Ahora bien, es un hecho que el conocimiento del
comprador a menudo es muy inferior al del vendedor. En este tipo de situaciones,
el agente que posee más información se ve conducido por el propio criterio de ra­
cionalidad a una situación de moral hazard («riesgo moral»), o hidden action
(«acción oculta»); o bien de adverse selection («selección adversa»), o hidden in­
formation («información! oculta»). Estas últimas son aquellas situaciones en las
que las partes contratantes poseen informaciones distintas sobre alguna caracte­
rística del contrato (por ejemplo, sobre la calidad del producto), y es por ello por
lo que se habla de información oculta. Las situaciones de riesgo moral, en cam­
bio, surgen cuando los posibles efectos de un contrato dependen de las acciones
de al menos uno de los contratantes, y dichas acciones no son perfectamente ob­
servables por el otro contratante; en este sentido se habla de acción oculta. En
ambos casos, los agentes se ven motivados a dar información falsa; en otras pala­
bras, a violar el código de moralidad mercantil, necesario para el correcto funcio­
namiento del mercado. Como ha observado Arrow, la adhesión a un código kan­
tiano de ética profesional puede remediar estas formas específicas de insuficien­
cia del mercado.
El hecho de que resulte necesario un comportamiento ético no utilitarista en
situaciones en las que el mercado y el- interés personal producirían resultados in-'
deseables, ha traído de nuevo a escena el concepto de benevolencia, noción que
Smith había abandonado cuando escribió que «no es la benevolencia del carnice­
ro, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la conside­
ración de su propio interés» (p. 17). La necesidad de normas y de comportamien­
tos éticos que integren y, en ocasiones, sustituyan al interés personal aparece hoy
como uno de los resultados más interesantes de la investigación teórica de los úl­
timos veinte años sobre los fundamentos de la doctrina del libre mercado.
La diversidad de los resultados derivados de la «acción benevolente» y de la
acción inspirada en el familiar criterio de racionalidad económica no sólo obliga
a revisar este último (¿qué clase de racionalidad es la que produce resultados
subóptimos?), sino, sobre todo, arroja serias dudas sobre la posibilidad lógica de
mantener separados entre sí el juicio de racionalidad —entendido como juicio
circunscrito a la relación entre opciones y preferencias— y el juicio moral —en­
tendido como juicio sobre las propias preferencias—. Nótese que la imposibili­
dad de restringir la noción de racionalidad al juicio de adecuación de los medios
respecto a los fines es de naturaleza lógica: se deriva de la separación que esta­
blece la interacción social entre intención y resultado de la acción, es decir, de la
divergencia entre los resultados esperados y los resultados reales de la opción
individual.
¿Cuál es el sentido último del argumento? Que los principios del interés per­
sonal de la moralidad mercantil resultan insuficientes como instrumentos de or­
ganización social en presencia de fenómenos masivos de interacción social, como
ocurre precisamente en el caso de las modernas economías con un avanzado ni­
vel de industrialización. En este tipo de situaciones, la prosecución del self-inte­
rest («interés propio») deja de asegurar el logro de ia eficiencia económica.
Un modo radicalmente distinto de abordar el problema de las externalida-
378 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

des, de los bienes públicos y de las asimetrías informativas fue el sugerido por
Ronald H. Coase en su célebre artículo «The Problem of Social Cost» (Journal of
Law and Economías, 1960). En presencia de información completa por.parte de
los agentes y en ausencia de costes de transacción, las consecuencias de las exter-
nalidades, las asimetrías y los bienes públicos se pueden corregir por medio del
propio mecanismo del mercado, sin necesidad de recurrir a "otros principios de
organización. En efecto, Coase demostró que, si las partes implicadas pueden ne­
gociar libremente la abolición de los efectos externos, se puede lograr una asigna­
ción óptima de los recursos independiente de la distribución inicial de los dere­
chos de propiedad y sin ninguna intervención por parte del Estado. En otras pa­
labras, según Coase la argumentación de Pigou ignoraba la posibilidad de un
acuerdo y, en consecuencia, de una «tfaftsacción» entre las partes. Si es posible
—sin costes— un acto de intercambio entre el sujeto (o sujetos) cuyas acciones
generan externalidades y el sujeto (o sujetos) sobre el que recaen los efectos ex­
ternos, entonces se puede «internalizar» las externalidades, es decir, se puede ha­
cer que recaigan sobre la parte que las ha provocado. Considérese el caso de la fá­
brica que emite material contaminante y la comunidad afectada por ello. Dicha
comunidad, que tiene derecho a un aire limpio, puede enajenar este derecho ven­
diendo «concesiones» para contaminar. Cada concesión permite a la fábrica pro­
ducir una unidad más de output junto a la contaminación correspondiente. La
comunidad seguirá vendiendo concesiones hasta que los beneficios marginales
así obtenidos excedan a ios costes marginales representados por el aumento de la
contaminación. Como se puede ver, el teorema de Coase se basa en la idea de que
los individuos pueden libremente hacer de sus derechos de propiedad un objeto
de negociación, como si se tratara de cualquier otro bien.
Se ha observado que el teorema de Coase es bastante más firme que el primer
teorema de la economía del bienestar. Al igual que éste, afirma que si algo es nego­
ciable —incluidos los derechos de propiedad— entonces están asegurados los re­
sultados eficientes en el sentido de Pareto cualquiera que sea la estructura de pro­
piedad sobre cuya base operan los sujetos; pero se diferencia de él en el hecho de
que no necesita ninguna hipótesis de convexidad, de comportamiento price-taking
(«precio-aceptante») ni de mercados completos. Lo que exige es únicamente la au­
sencia de cualquier tipo de barrera a la negociación. Ahora bien, dado que el teore­
ma de Coase depende de la hipótesis de que los sujetos negocien de manera efi­
ciente, resulta obvio que posee capacidad explicativa únicamente si hay razones
para creer que las negociaciones eficientes son plausibles.
Sobre este punto concreto, la literatura de los últimos años sobre la teoría
del bargaining («negociación») —asociada, entre otros, a los nombres de K. Bin-
more y J. Farrell— ha venido a mostrar que los resultados de eficiencia prometi­
dos por el teorema de Coase rigen únicamente en casos especiales y poco intere­
santes; por ejemplo, en el caso de un pequeño número de agentes y en ausencia
de costes de transacción. Con ello, se frustran las esperanzas de los estudiosos
de la «escuela de Chicago», para los cuales las múltiples situaciones del tipo «di­
lema del prisionero» representarían no tanto un- fallo del mercado como un
«fallo de las instituciones» (en el sentido de que una asignación adecuada de los
derechos de propiedad entre los individuos interesados resolvería cualquier difi-
culíad).
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 379

Esto no impide que la contribución de Coase haya sido importante y rica en es­
tímulos. En gran medida, ha contribuido al surgimiento y a la difusión de los plan­
teamientos neo-institucionalistas, de los que hablaremos en el próximo capítulo.

10.2.3. L a TEORÍA DE LA ELECCIÓN SOCIAL: EL TEOREMA DE IMPOSIBILIDAD


d e Arro w

Ante la «crisis de identidad» de la nueva economía del bienestar -—una crisis que,
como ya hemos mencionado, se manifestó a partir de la década de 1950—, se registró
una doble repuesta: por una párte, la neo-institucionalista, a la que nos referiremos
más ¿delante; por otra, la de la teoría de la elección social, de la que nos ocuparemos
a continuación. Se suele situar la fecha de nacimiento de dicha teoría en 1951, cuando
K. Arrow público su célebre Elección social y valores individuales. La obra obtuvo una
sorprendente y extraordinaria acogida, sobre todo a causa de la extendida necesidad
de colmar el vacío teórico abierto por el éxito dé las teorías keynesianas.
Es sabido que, en la teoría keynesiana, la intervención pública se define no
tanto como la gestión pública de la actividad económica, sino más bien como la
activación por parte del sector público de un nivel de gasto capaz de estimular al
sector privado para producir más. Desde esta perspectiva, el problema de la elec­
ción social pasa obviamente a un segundo plano. La relación del Estado con la
economía no se plantea tanto en términos dé una elección relativa al modo como
emplear los recursos de la sociedad, sino en términos de satisfacción de todos los
intereses que la ampliación del gasto público hace compatibles entre sí. Sin em­
bargo, la gradual ampliación del sector público en la segunda posguerra acabó
por plantear un nuevo problema: la elección entre diversas alternativas en el em­
pleo de los recursos. En efecto, más allá de un cierto umbral de intervención pú­
blica, y frente a situaciones de desempleo de tipo estructural o tecnológico, resul­
taba evidente que el problema de la elección social ya no se podía eludir. De ahí el
interés por el programa de investigación de Arrow.
Las raíces de la moderna teoría de la elección social se remontan a la Ilus­
tración, y especialmente a dos fuentes distintas: por una parte, el enfoque norma­
tivo del problema del bienestar económico iniciado por el trabajo de Bentham;
por otra, la teoría de las votaciones y de las decisiones de comité vinculada a los
nombres de Borda, Condorcet y Rousseau. No obstante, la influencia de estas dos
líneas de pensamiento ha sido distinta en el transcurso del tiempo.
Hasta la década de 1920, la postura filosófica de la economía del bienestar
(no se habla todavía de teoría de la elección social) había sido la del utilitarismo
clásico. Si es la función de utilidad del individuo i sobre el conjunto X de los
estados sociales alternativos, entonces el estado x es, al menos, tan «bueno»
como el estado y —simbólicamente: xRy— y sólo si
m m

XnauX17,«
¿= 1 i=1

Claramente, resultan aquí indispensables la caídmalidaJ y las comparacio­


nes interpersonales de las utilidades individuales. Como se recordará, tras la sis­
380 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

tematización de Robbins el único ámbito en el que se consideraba lícito basarlos


juicios de bienestar social había pasado a ser el de los m-tuplos de utilidades (or­
dinales) individuales; éstos, sin embargo, no admiten la comparación interperso­
nal, con lo que el tradicional aparato informativo del utilitarismo resultaba, de
hecho, inservible. En particular, dado que la función de utilidad cardinal de los
sujetos se había reemplazado por su relación binaria de preferencia, Rt, la rela­
ción de preferencia social R sólo podía derivarse de los m-tuplos de las ordenacio­
nes individuales [R¡).
Pues bien: fue en este contexto de «crisis de información» en el que se in­
corporó la aportación de la otra fuente intelectual antes mencionada. En tanto
interesada especialmente en los métodos y procedimientos electorales, la teo­
ría de las votaciones no había tenido,lymca necesidad de ir más allá del cono­
cimiento de los m-tuplos de ordenaciones individuales. De este modo, sucedió
que el economista del bienestar, que hasta la década de 1930 no tenía razón
alguna para interesarse por los trabajos de Borda, Condorcet o Lewis Carroll,
descubrió en la teoría de las votaciones un instrumento para enfrentarse a la
carencia de información evidenciada por los avances metodológicos de aque­
llos años.
Esta convergencia dio origen a la moderna teoría de la elección social. Es
cierto que sus inicios no fueron muy esperanzadores, a juzgar por el célebre teo­
rema de imposibilidad de Arrow, de 1951. En efecto, ya antes del fracaso del
planteamiento basado en los tests de compensación, Harrod y Bergson —entre
otros— se habían mostrado escépticos ante la posibilidad de llegar a construir
una ordenación de estados sociales de tipo individualista sin tener que recurrir,
de alguna manera, a comparaciones interpersonales de bienestar. En este sentido,
el fundamental ensayo de Arrow demostró, de manera explícita y rigurosa, la va­
lidez de aquella intuición.
He aquí el problema. Cada individuo posee —por hipótesis— una ordena­
ción de preferencias bien definida sobre el conjunto de los estados sociales.
Como dichas ordenaciones son la expresión de los sistemas de valores de los dis­
tintos individuos, en general no coincidirán unos con otros. Una «función de
elección social» es, por definición, una transformación o mapa del conjunto de
todos los m-tuplos lógicamente posibles de las ordenaciones individuales en -el
conjunto de todas las posibles ordenaciones de preferencia social respecto a los
diversos estados sociales. Simbólicamente: R = F (Rp R2, ..., Rm). Al decidir el or­
den de los estados sociales, x e y, la única información admisible es que —supon­
gámoslo— el sujeto z-ésimo prefiere x ay, y que el sujeto j-ésimo prefiere y ax;
pero nada nos autoriza a suponer que alguien prefiere encontrarse en la posición
de i en el estado y antes que en la posición de / en el estado x. Arrow demostró
que no existe ninguna función de elección social capaz de satisfacer los siguien­
tes requisitos mínimos de coherencia y de moralidad:
a) dominio universal (el dominio de la función de elección social debe in­
cluir todos los perfiles de ordenaciones individuales lógicamente concebibles);
b) independencia de las alternativas irrelevantes (la elección social de un
conjunto dado de alternativas no debe verse influida por el modo en que los indi­
viduos ordenan las alternativas que no pertenecen a dicho conjunto);
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 381

c) condición de Párelo (si todos los individuos prefieren x ay, x debe ser
socialmente preferido a y)]
d) no «dictatorialidad» (no debe existir un dictador que imponga sistemáti­
camente sus preferencias a las de los demás).
La dificultad estriba en esto: para al menos algunas configuraciones de orde­
naciones individuales, el intento de satisfacer estos requisitos genera una ordena­
ción de preferencias sociales que no respeta la propiedad de transitividad, preci­
samente tal como sucede en la paradoja de la votación por mayoría de Condor-
cet. Sean x, y, z tres alternativas sociales entre las que hay que escoger en base al
criterio de la mayoría. Puede suceder que en la comparación entrex&y venzax\
entre y y z, venza y, y entre x y z, venza z- No existe, pues, una alternativa capaz
de vencer a las otras. En efecto, x pierde ante z, que —a su vez— pierde ante y, la
cual —a su vez— pierde ante x. Esto significa que la elección social, en tanto no
puede racionalizarse por una relación binaria transitiva sobre X, no satisface el
requisito de la racionalidad.
Por lo tanto, una de dos: o bien se renuncia al menos a una de las condicio­
nes impuestas por Arrow a la elección social (o, como mínimo, se la debilita), o
bien se cambia el propio marco de referencia, de modo que permita —por ejem­
plo— la utilización de una estructura informativa que vaya más allá de la mera
coherencia de las preferencias individuales y su agregación en una función de
elección social dependiente únicamente de las ordenaciones individuales. El re­
sultado de Arrow es de fundamental importancia, dado que demuestra que unas
propiedades ético-racionales mínimas, aparentemente poco restrictivas para ase­
gurar la democracia en el proceso de evaluación social, generan resultados sor­
prendentes si se adoptan a la vez.
La vasta literatura sobre la elección social ha explorado ambas líneas de in­
vestigación en el transcurso de los últimos treinta años. C. D’Aspremont, P. Das-
gupta, P. Fishburn, C. Plott, P. Hammond, P. Pattanaik, K. May y D. Black son al­
gunos de los autores más representativos de la primera línea, mientras que la
principal •contribución al desarrollo. de la. segunda se debe a Amartya Sen
(n. 1933).
** '
10.2.4. SEN Y LA CRÍTICA DEL UTILITARISMO .

El ataque del economista hindú se ha dirigido contra la «pobreza informati­


va» del esquema de Arrow. En particular, dicho esquema no tiene en cuenta dos
tipos de información sobre el proceso de la elección social: la información sobre
las utilidades de cada individuo y la información extrautilitaria. Ello es conse­
cuencia de la elección ordinalista de Arrow; una elección que implica que lo que
se debe tener en cuenta en las decisiones sociales son únicamente las ordenacio­
nes de preferencias individuales, y no —por ejemplo— las comparaciones que los
propios individuos puede establecer entre sus ordenaciones. Hay, sin embargo,
otra restricción - - implícita, mas no por ello menos restrictiva-.- sobre el conjun­
to de las informaciones admisibles. La conceptuaiización de Arrow implica que
en la definición de R no se pueden tener en cuenta las características «objetivas»
382 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

de las alternativas en juego, sino que ha}' que basarse únicamente en el modo en
que los individuos las ordenan. Esta condición, conocida en la literatura especia­
lizada como «condición de neutralidad», no es más que un reflejo del «bienesta-
rismo», es decir, de la tesis según la cual los niveles de bienestar o de utilidad ma­
nifestados por cada uno de los individuos constituyen la única base legítima para
llegar a una evaluación global de los estados sociales. Precisamente de conformi­
dad con los cánones del «bienestarismo» el conjunto de informaciones relevantes
contenidas en cualquier estado social se reduce a un vector de niveles de utilidad,
cada uno de cuyos componentes se refiere a un individuo.
A partir de aquí Sen inició, con Elección colectiva y bienestar social (1970;
trad. cast., Madrid, 1976), su crítica al utilitarismo. ¿Por que razón —se pregun­
taba—, a la hora de decidir cuál es el ¿cáíiportamíento moralmente aceptable, o
bien cuál debe ser la manera de unir las preferencias de los individuos, se debe
reconocer como autoridad última los juicios de dichos individuos? Es cierto que
el principio de «soberanía del consumidor» es una manifestación de respeto ha­
cia los individuos. Sin embargo —aparte del hecho de que incluso utilitaristas
como Harsanyi reconocen la necesidad de no considerar ciertas preferencias an­
tisociales y, en consecuencia, de censurar las funciones de utilidad expresadas
por determinados miembros de la colectividad—, resulta difícil negar que exis­
ten cosas que tienen valor aunque no sean deseadas (o preferidas) por alguien.
Del mismo modo, aunque existan algunos individuos que no tengan la posibili­
dad de manifestar sus preferencias respecto a determinados valores (piénsese en
quienes viven bajo un régimen de opresión y no tienen al valor de manifestar su
deseo de libertad), nada exime del deber de otorgarles lo que no piden explícita­
mente. Y al contrario, existen bienes a los que los individuos creen tener dere­
cho y que, sin embargo, no parece que la sociedad les pueda otorgar legítima­
mente.
En el ámbito de los derechos el utilitarismo resulta particularmente frágil,
y ello por tres razones concretas. En primer lugar, por su visión más bien res­
tringida de la personalidad humana. Como escribió Sen en Utilitarism and he-
yon d (1984): «Esencialmente el utilitarismo considera a las personas como loca­
lizaciones de sus respectivas utilidades [...]. Una vez considerada la utilidad de
la persona, el utilitarismo no presta atención a cualquier otra información sobre
ella» (p. 14). En segundo lugar, porque los derechos, en tanto representan áreas
de discontinuidad —es decir, áreas en las que ni siquiera se puede concebir un
trade-off ilimitado entre las alternativas en juego—, no tienen lugar en una es­
tructura teórica que postula la continuidad'. Finalmente, la tercera razón tiene
que ver con la ordenación por suma. Claramente, al unir todas las piezas de uti­
lidad en una suma total se pierden tanto la identidad de los individuos como su
diferenciación, requisitos obviamente necesarios para que resulte posible una
atribución de derechos.
En definitiva, cualquier intento de introducir los derechos en el cálculo mo­
ral debe romper con el utilitarismo. Éste no puede limitarse a afirmar la tesis del
individualismo ético, según la cual todos los individuos, y sólo los individuos,
cuentan, y todos cuentan igualmente. Un individualismo ético aceptable implica
algo más que el respeto a los individuos; implica también el respeto del indivi­
duo. Pues hicu. en si; !
exploración de! uinhitn do os derechos, Sen se encout.ro
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 383

con un resultado de imposibilidad formalmente análogo al de Arrow, aunque sus­


tancialmente más embarazoso. Se trata de la célebre tesis de la «imposibilidad
del liberal paredaño», presentada en el artículo «La imposibilidad de un liberal
paredaño» (Journal of Political Economy, 1970; trad. cast. en F. Hahn y M. Hollis,
eds., Filosofía y teoría económica, México, 1986). La-tesis es que no existe ninguna
función (o regla) de elección social que satisfaga, al mismo tiempo, las siguientes
condiciones:
a) dominio universal;
b) libertad mínima (debe existir un núcleo mínimo de elecciones, las perte­
necientes al ámbito protegido del individuo, respecto a las cuales el deseo o la vo­
luntad del interesado deben considerarse soberanos);
c) condición de Pareto.
En primer lugar, se trata de un resultado que —a diferencia del de Arrow—
presupone la especificación de una sola ordenación de preferencias por parte de
cada individuo. En segundo término, no se requiere aquí ni la transitividad ni la
cuasi-transitividad de la preferencia social, sino únicamente su «aciclicidad»,
una condición —mucho más débil— por la cual, dadas n alternativas sociales
x¡, x2, ..., xn, -si x¡ se prefiere a x2, x2 se prefiere a x3, ..., xn_± se prefiere a xn, en­
tonces debe resultar que x1 se prefiere a xn. En tercer lugar, la apelación a un in­
cremento de las informaciones de utilidad resulta aquí inadmisible; y ello por la
razón obvia de que la concepción de libertad requiere que los derechos se consi­
deren en virtud de la naturaleza de las opciones en juego, es decir, en virtud del
hecho de que se trata de cuestiones «personales», y no sobre la base de las ga­
nancias netas de utilidad ligadas a ellas. En cuarto lugar, la imposibilidad en
cuestión no tiene nada que ver con la ausencia de información extrautilitaria,
desde el momento en que es la propia condición de libertad la que incorpora
este tipo de información. La explicación última de la imposibilidad del liberal
paretiano reside más bien, no ya en una información inadecuada, sino en la uti­
lización incongruente de las informaciones disponibles: el principio de Pareto
impone que determinados tipos de decisiones sociales se basen exclusivamente
en informaciones de utilidad, mientras que el principio liberal insiste en atribuir
un papel preponderante a las informaciones extrautilitarias para llegar a otros
tipos determinados de elecciones sociales^iil resultado de imposibilidad capta la
tensión entre ambos principios.
Ha habido diversos y numerosos intentos de ampliar el trabajo de Sen, del
mismo modo que se han producido numerosas tentativas más o menos ingenio­
sas de eludir sus resultados negativos. Pero es evidente que el interés de las tesis
de Sen no radica tanto en su carácter paradójico como en su capacidad de mos­
trar que la introducción de los derechos en el proceso de elección social plantea
una serie de problemas nuevos al economista; problemas que difícilmente puede
resolver quien crea que no se deben tener en cuenta las informaciones sobre las
motivaciones subyacentes a las preferencias individuales, así como la naturaleza
de las alternativas sociales en juego.
384 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

1 0 .2 .5 . L a s t e o r ía s e c o n ó m ic a s d e l a ju s t ic ia

Uno de los resultados colaterales más interesantes de la línea de investiga­


ción de la teoría de las opciones sociales ha sido el cambio profundo en el modo
de concebir el nexo entre los problemas de eficiencia y los problemas de justicia
distributiva.
Ya Smith, en Teoría de los sentimientos morales, había señalado que la justi­
cia constituye el pilar fundamental del edificio social. «Los hombres son guiados
por una mano invisible a realizar una distribución de todo lo necesario para vivir
prácticamente idéntica a la que se habría realizado si la tierra se hubiera dividido
en partes iguales entre sus habitantes; así, sin pretenderlo, sin saberlo, promue­
ven el interés de la sociedad y proporqiqnan los medios necesarios para la multi­
plicación de la especie» (pp. 184-185). Sin embargo, en el curso de la posterior
evolución de la economía el principio del self-interest acabó polarizando la aten­
ción de los economistas, hasta el punto de relegar la categoría de justicia al limbo
de las consideraciones éticas, es decir, metacientíficas. Entonces ¿cómo se explica
el vigoroso resurgimiento del interés por el tema de la justicia verificado en la se­
gunda mitad de la década de 1960? ¿Hay alguna relación entre este hecho y los
grandes movimientos de emancipación de aquellos años?
Ya hemos dicho que el utilitarismo tuvo, al menos en sus inicios, fuertes im­
plicaciones políticas reformistas. Piénsese en J. S. Mill, Marshall, Wicksteed o Pi-
gou. Y únicamente tras la consolidación del ordinalismo se convirtió en una apo­
logía del statu quo. En particular, la creencia de que la justicia distributiva y la
eficiencia son antitéticas se debió a la difusión del criterio de eficiencia pareda­
ño. Por otra parte, si hoy este convencimiento no resulta inquietante ni perturba­
dor, ello es consecuencia del modo como el pensamiento Leynesiano plantea los
términos de la relación entre eficiencia y justicia. En efecto, en este sistema el Es­
tado nunca entra en conflicto con el mercado, sino que lo ayuda, desde el mo­
mento en el que la intervención pública persigue a la vez objetivos de equidad y
de eficiencia. Una situación de desempleo derivada- de la carencia de demanda
efectiva constituye una pérdida de recursos; por lo tanto, un Estado ineficiente es
al mismo tiempo injusto. Keynes se mostró explícito sobre estos dos puntos. Por
otra parte, un importante resultado político del keynesianismo ha sido el de mos­
trar que existen especiales circunstancias históricas en las que el Estado puede
actuar con éxito como mediador neutral entre las clases. Un alto nivel de inver­
sión pública en una depresión no sólo genera más puestos de trabajo para los de­
sempleados y, en consecuencia, un mayor volumen de los salarios totales, sino
que también ayuda a los capitalistas a conseguir un nivel más alto de beneficios.
Pero esta función económica del Estado deja de tener validez cuando desapa­
recen las condiciones para el funcionamiento del modelo de capitalismo coopera­
tivo. Entonces, la política económica keynesiana entra en crisis; y, con ella, la filo­
sofía del mercado administrado. Así, no resulta sorprendente que a partir de la dé­
cada de 1960 volviera a difundirse entre los economistas y policy-makers la tesis
del trade-off entre eficiencia y justicia. En su ensayo Equality and Efficiency: The
Big Trade-Off (1975), Arthur Okun ha resumido elegantemente el punto de vista de
la mayoría: «Cualquier intento de dividir el pastel en partes iguales reduce las di­
mensiones pastel« (p. 48': T.n in eficiencia de las intervenciones en el ámbito de
del
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 385

la redistribución se describe mediante la imagen de un cubo agujereado: «El dine­


ro debe transportarse del rico al pobre en un cubo agujereado. Parte de aquél de­
saparecerá en el trayecto» (p. 91). Uno de los fundamentos de la tesis del trade-off
es la idea de que, mientras el mercado sería capaz de asegurar la eficiencia, inclu­
so bajo el amplio conjunto de condiciones antes mencionadas, en cambio no dis­
pondría de instrumentos para garantizar la justicia.
Pues bien: en los últimos años se ha empezado a dudar del planteamiento
«justificacionista» de la racionalidad económica,, planteamiento que durante tan­
to tiempo ha permitido al economista trabajar sin que le «molestaran» las preo­
cupaciones relativas a la distribución equitativa de los recursos y de las rentas.
En primer lugar, las dificultades de diversa naturaleza ligadas al correcto funcio­
namiento del mecanismo del mercado —de las que ya hemos hablado en el apar­
tado 10.2 .2— han debilitado lo que parecían ser sólidas certezas acerca de la ca­
pacidad del mercado para lograr el objetivo de la eficiencia. En segundo término,
se ha ido difundiendo la conciencia de que las sociedades en las que vivimos son
estructuras complejas en las que es posible que se dé al mismo tiempo igualdad
de derechos y desigualdad en la distribución de la riqueza. Somos a la vez miem­
bros del «club de la ciudadanía», en el que nos reconocemos como iguales («un
hombre, un voto»), y miembros del «club del mercado», cuyas reglas prevén pre­
mios y sanciones debidos a transacciones qué no obedecen a ningún principio de
igualdad social. Las tensiones más familiares son las que se dan entre derechos
de ciudadanía y derechos de propiedad; entre derechos y oportunidades; entre ser
igualmente libres para hacer o poseer algo y tener diferentes capacidades básicas
para hacer o poseer algo. Sin embargo, democracia económica y democracia po­
lítica no pueden diverger demasiado ni durante demasiado tiempo, ya que, de ser
así, los propios fundamentos del sistema de mercado se resentirían peligrosa­
mente. Esto equivale a afirmar que mantener separados los objetivos de asigna­
ción y los objetivos de redistribución no beneficia ni a los criterios de eficiencia
ni a los de equidad. Y es aquí donde encuentra su razón de ser el creciente interés
desarrollado en los últimos años en tomo al tema de la justicia en el discurso
económico. El proyecto ha consistido en llegar a definir un marco de referencia
en el que poder tratar, al mismo tiempo, las cuestiones de eficiencia y las cuestio­
nes de justicia, superando la tradicional separación entre los dos ámbitos del dis­
curso.
En vista de la importancia de este proyecto, no debe sorprendernos el hecho
de que las líneas de ataque propuestas hasta el momento sean numerosas, si bien
se trata de variantes —más o menos radicales— de las dos principales tradiciones
de pensamiento en el ámbito de la filosofía política: la contractualista y la utilita­
rista. La primera, cuyas raíces se remontan a Hobbes, Locke y Rousseau, concibe
el Estado como el resultado de un proceso de negociación entre sujetos interesa­
dos, precisamente como sucede en un contrato de negocios entre agentes econó­
micos. En la perspectiva utilitarista, en cambio, el Estado es un ente que maximi-
za el bienestar social, del mismo modo que una empresa maximiza sus benefi­
cios. El Estado es, pues, una especie de superagente que resuelve los conflictos de
intereses entre los individuos del mismo modo en que cada individuo resuelve
sus eonihclos personales. Por el contrario, en ia óptica ec-ntractualisla cí indivi­
duo puede ser un maximizador, pero no así el Estado, cuya tarea específica con­
386 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

siste en establecer las regias fundamentales (la «constitución») dentro de las cua­
les los individuos pueden perseguir legítimamente sus propios fines privados.
En su influyente ensayo de 1971, Teoría de la justicia (trad. cast., México,
1993), J. Rawls despertó de nuevo el interés por la línea de pensamiento contrac-
tualista, sugiriendo un procedimiento alternativo al utilitarista para expresar un
juicio de preferencia social entre estados alternativos. Para Rawls, una estructura
distributiva es justa cuando es equitativa, es decir, cuando ofrece las mismas
oportunidades a todos los miembros de la colectividad, a condición de que, si tal
igualdad no existe de hecho, las reglas de juego prevean que la asignación de los
recursos favorezca a los grupos menos aventajados. Este es el sentido del criterio
de elección social denominado maximin: se trata de maximizar el bienestar de los
sujetos que ocupan los estratos más bqjpg de la escala social. Según Rawls, para
llegar a este criterio de elección los sujetos deben distanciarse del conocimiento
de sus propios atributos personales, situándose tras «un velo de ignorancia». De­
trás de este velo, todos se hallan en una' «situación originaria» de total igualdad,
en el sentido de que todos poseen la misma información acerca de los efectos
probables de las diferentes normas distributivas sobre su situación futura. Por lo
tanto, la justicia se introduce por medio de la imparcialidad en el proceso de de­
cisión colectiva, que opera a través de la información que resulta disponible para
los sujetos en la situación originaria. La teoría de Rawls es típicamente end-state-
orientated, en el sentido de que centra su atención en el «estado final» cuando se
deben establecer evaluaciones.
Un planteamiento alternativo, vinculado a los nombres de Von Hayek y No-
zick —y cuyas raíces se remontan a la tradición liberal—, ha desarrollado una
teoría de la justicia «procedimental», en la que por justicia se entiende el respeto
a las normas y a los procedimientos con los que los sujetos adquieren los recur­
sos y los derechos. En su ilustración de la «teoría del título válido» (entitlement
theory), formulada en Anarquía, Estado y utopía (1974; trad. cast., México, 1990),
R. Nozick clarificó los dos principios de justicia que caracterizan su postura filo­
sófica: el de justicia en la adquisición (la adquisición inicial de la propiedad debe
realizarse respetando las reglas de juego), y el de justicia en la transferencia (la
transmisión de la propiedad entre sujetos distintos debe realizarse sobre la base
de un derecho válido). Así pues, el planteamiento process-orientated de Nozick re­
chaza el consecuencialismo, uno de los pilares del edificio utilitarista según el
cual en una determinada línea de actuación sólo se deben tener en cuenta sus
consecuencias.
También Hayek, en Los fundamentos de la libertad (1960; trad. cast., Ma­
drid, 1982), defendió la postura process-orientated: a la hora de juzgar los resul­
tados de instituciones sociales como el mercado, hay que atenerse únicamente
al proceso a través del cual se logran dichos resultados; y el proceso es justo si
respeta unas normas con las que estarían de acuerdo individuos racionales y
auto-interesados. Por lo tanto, el proceso justifica el resultado; lo cual equivale a
decir que los medios justifican el fin, y no al revés, como establece la postura
end-state-orientated,
Una manera distinta de plantear el problema de la justicia es la de Sen,
quien, en Sobre la desigualdad económica (1973; trad. cast., Barcelona, 1979) y
C r m n u o d r tie s a n d (" n ic ih ilitie s (1985), centró su análisis en la constatación de que
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 387

ios valores fundamentales como la libertad no pueden disfrutarse, de hecho, por


debajo de ciertos niveles mínimos de bienestar. En consecuencia, Sen propuso
vincular la idea de justicia a la noción de capacidades fundamentales (basic capa­
bilities), una noción que indica las funciones que un individuo es capaz de ejercer
con un determinado cesto de bienes a su disposición. Es decir, no sería suficiente
prestar atención únicamente a la cantidad de bienes 3' servicios a disposición de
un individuo, sino que también se debería averiguar si éstos poseen la capacidad
efectiva de servirse de ellos para satisfacer sus necesidades. Recientemente, el
planteamiento de Sen ha hallado una amplia aplicación en el estudio de la pobre­
za, así como —de modo más general— en la literatura sobre ios países en vías de
desarrollo. Una importante contribución en este ámbito la constituye el trabajo
de Dasgupta, An Inquiry into Wellbeing and Distribution (1992).
Las teorías que hemos presentado ofrecen un abanico bastante variado de
posibles acepciones de la noción de justicia distributiva y, en consecuencia, de
distintos modos de solucionar el problema del trade-off entre eficiencia y justicia.
Esta pluralidad de posturas es el resultado del reconocimiento de una sencilla
verdad: que la dimensión política del discurso económico plantea graves proble­
mas que el economista no puede eludir, cualquiera que sea la solución que ofrez­
ca. De este modo, la famosa tesis de la neutralidad de la ciencia económica ha
sido progresivamente abandonada. Independientemente de que esto se justifique
desde una óptica liberal, neo-utilitarista o contractualista, permanece el hecho de
que poco a poco se ha ido extendiendo el convencimiento —hoy aceptado por
muchos especialistas— de que la economía carece de utilidad si se la separa de la
política.

10.3. La controversia sobre el marginalismo en la teoría de la empresa


y de los mercados
10.3.1. La crítica de la teoría neoclásica de la em presa
La sistematización alcanzada por la teoría neoclásica tradicional sobre el
tema de la naturaleza y los objetivos de la empresa capitalista plantea no pocos
problemas teóricos y de interpretación. En tomo a éstos surgió la llamada contro­
versia marginalista, que se inició en la 'década de 1940 y se prolongó hasta finales
de la de 1960. En esta controversia participaron estudiosos de distintas orientacio­
nes teóricas, que no aceptaban el presupuesto de la maximización del beneficio
como punto de partida válido para explicar el comportamiento de la empresa,
La visión neoclásica tradicional de la empresa se basa en tres pilares. El pri­
mero es la teoría de la competencia perfecta, núcleo en tomo al cual se ha desa­
rrollado también el análisis de las otras formas de mercado. El segundo es la tesis
de que las situaciones a largo plazo no serían sino la suma de muchas situaciones
a corto plazo, de modo que la empresa maximiza sus beneficios a largo plazo si y
sólo si logra maximizar sus beneficios período por período. Finalmente, el terce­
ro es el concepto de la empresa como «caja negra tecnológica», que combina
inputs adquiridos en ei mercado con recursos específicos de ia empresa para pro­
ducir un output que se venderá en dicho mercado. Así, el problema de los resulta­
388 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

dos económicos de la empresa se traduce en el de la combinación óptima de los


factores, ignorando cualquier dimensión organizativa e institucional.
A partir de estas premisas, la teoría tradicional ha desarrollado un modelo
de competencia perfecta que excluye de hecho cualquier consideración seria de la
dinámica y de la vida de la empresa. Y, en efecto, aunque dicho modelo tiene mu­
cho que decir acerca del sistema de los precios, en cambio puede decir muy poco
sobre la competencia entre empresas y su organización interna. De lo que se ocu­
pa no es de la competencia, sino de la descentralización; tanto es así que, en lu­
gar de hablar de competencia perfecta, se debería hablar de descentralización
perfecta. Los únicos parámetros que guían las elecciones son los exógenos —los
gustos y la tecnología—, y los determinados de manera impersonal por el merca­
do —los precios—. Y dado que todos los'parámetros se hallan fuera del control
de cualquier agente o institución, ninguna autoridad central podría desempeñar
una función de asignación de una manera eficiente. La «competencia» considera­
da en este modelo se reduce a una serie de ajustes en las cantidades instantáneos
y sin costes; nada que recuerde la noción de «hacerlo mejor que...». Además, las
decisiones de maximización se toman en un contexto en el que es perfecto y gra­
tuito el conocimiento de las posibilidades de producción, mientras que las tareas
fundamentales del management no son en absoluto objeto de atención. Resulta
evidente que en un marco teórico de este tipo no hay lugar para la empresa en
cuanto institución económica: la empresa no es aquí más que un algoritmo.
No obstante, ya en 1932 dos estudiosos estadounidenses, Adolf Berle y Gar-
diner Means, habían publicado The Modem Corporation and Prívate Property, una
obra destinada a convertirse en la referencia obligada de todas las teorías moder­
nas de la empresa. Fue aquí donde, por primera vez, se enunció y argumentó de
manera rigurosa la tesis de la separación entre propiedad y control: no son los
propietarios capitalistas, sino los dirigentes profesionales quienes ejercen el con­
trol de la gran empresa; en consecuencia, es posible el poder sin la propiedad.
En la misma época, dos estudiosos ingleses, Robert Hall y Charles Hitch, ha­
bían publicado un trabajo titulado «Price Theory and Business Behaviour» (Ox­
ford Economic Papers, 1939). Se trataba de una investigación realizada en Oxford
y coordinada por los autores, que aspiraba a indagar el proceso de decisión de las
empresas frente a determinadas medidas gubernamentales. Basándose en uña
muestra de 58 empresas, el Oxford Economic Group llegaba a la conclusión de
que los hombres de negocios no tratan de maximizar sus beneficios del modo in­
dicado por la teoría marginalista. Más bien se comportarían según una regla, lla­
mada «regla del coste pleno», que en general conduce a resultados distintos de
los contemplados en la teoría tradicional.
Las conclusiones de Hall y Hitch, aunque se mantenían en el nivel de la in­
vestigación empírica y no proponían ningún enfoque alternativo, representaban
una crítica al marginalismo; en realidad, la primera crítica seria proveniente del
ámbito empírico. Por otra parte, los artículos de Sraffa de 1925 y 1926 habían
constituido el primer ataque importante en el frente teórico. Más tarde, en 1939,
Paul M. Sweezy publicaba el artículo «La demanda en condiciones de oligopolio»
(Journal of Political Economy; trad. cast. en G. J. Stigler y K. E. Boulding, eds.,
Ensayos sobre la teoría de los precios, Madrid, 1968), en el que, a partir de los re­
sallados obn-nidn-, por Richard K a h n en «The Problem of Duopol.v» (Economic
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 389

Journal, 1937), elaboraba el célebre modelo de la «curva de demanda quebrada»


para explicar por qué el precio de los productos en los mercados oligopolistas
tiende a mantenerse rígido, en lugar de variar tal como había previsto la teoría
tradicional.
En la estela de estas contribuciones se formaron, en las décadas de 1940 y
1950, varias líneas de investigación que —aunque desde perspectivas distintas, y
teniendo en común únicamente el rechazo de la teoría neoclásica tradicional—
han tratado de dar una base teórica a los resultados empíricos del «grupo de Ox­
ford». Los avances más significativos de la «controversia marginalista» se hallan
representados por dos grupos de teorías: el de las teorías postkeynesianas de la
empresa, vinculadas sobre todo a los nombres de M. Kalecki, J. Bain, P. Sylos
Labini, P. W. S. Andrews y J. Steindl; y el de las teorías gerenciales y conductis-
tas, vinculadas a los nombres de W. Baumol, R. Marris, E. Penrose, H. Simón y
O. Williamson.
Desde finales de la década de 1960 la teoría económica de la empresa ha
abordado una serie de problemáticas que han modificado su contenido respecto
a las fases anteriores. Dos han sido las líneas de investigación predominantes en
este sentido. En primer lugar, se ha afrontado directamente el problema de la na­
turaleza de la empresa en cuanto organización. En particular, se ha tratado de
responder a la cuestión de por qué existe la empresa. En efecto, si las transaccio­
nes de mercado constituyen el modo más eficaz de organizar la actividad econó­
mica, ¿por qué la mayor parte de esta actividad se desarrolla en el seno de la em­
presa?; cuestión que ya había planteado Ronald H. Coase en «La naturaleza de la
empresa», un trabajo pionero publicado, en -1937, en Económica (trad. cast. en
Información Comercial Española, 557, 1980). El problema consiste en explicar
cómo surge una institución que constituye una alternativa al mercado y, en parti­
cular, por qué existen y se consolidan empresas no atomísticas. Las teorías neo-
institucionalistas de la empresa, de las que hablaremos en el próximo capítulo, se
sitúan en este contexto. La segunda línea de investigación ha abordado el estudio
de políticas de empresa distintas de la habitual política de precios: políticas de in­
novación, de inversión, de publicidad, de contratación laboral, etc. Esto ha lleva­
do a la consolidación de las teorías de la organización industrial y de las teorías
evolucionistas de la empresa. Se trata de un material muy reciente, del que sólo
haremos unas breves indicaciones.

10.3.2. Las teorías postkeynesianas de la empresa


Incluso los estudiosos que aceptan el supuesto de maximización del benefi­
cio no han dejado de señalar que el objetivo de la maximización a largo plazo no
implica, por sí mismo, la igualdad entre costes marginales a corto plazo e ingre­
sos marginales. Sólo en el caso de que las decisiones que se toman período a pe­
ríodo fueran independientes unas de otras la maximización del beneficio a corto
plazo comportaría también la maximización a largo plazo. El estudio del long-
run profit-maximimtion se inició en Oxford. Tres números de Oxford Economic
Capers (de 1954, 19a5 y 1956) contienen las principa les auuiribueioneo sobre el
tema, debidas a J. Hicks, P. Streeten, F. H. Hahn y H. R. S. Edwards.
390 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Las razones aducidas para abandonar el principio marginalista de la igual­


dad entre costes marginales e ingresos marginales son las siguientes. En primer
lugar, las empresas no pueden conocer con precisión su curva de demanda; por lo
tanto, no puede aplicarse la regla marginalista por falta de información. En se­
gundo término, la principal preocupación de la empresa es el precio, y no la can­
tidad que ha de producir; la empresa fija el precio basándose en un determinado
criterio, y vende a dicho precio cualquier cantidad que el mercado sea capaz de
absorber. Finalmente, la aplicación de la regia marginalista implica una fuerte va­
riabilidad del precio, en el sentido de que cualquier variación —aunque sea
leve— en las condiciones de coste o de demanda comporta una variación del pre­
cio. Sin embargo, esto se contradice claramente con la evidencia empírica, que
indica que los precios de las empresas ma-ñufactureras tienden a ser rígidos a pe­
sar de las variaciones en la demanda y en los costes. Como habían escrito Hall y
Hitch en el trabajo ya mencionado: «Los precios así establecidos tienen tendencia
a permanecer estables. Sólo cambiarán si se da un cambio significativo en los
costes del trabajo o de las materias primas, pero no en respuesta a variaciones
moderadas o transitorias de la demanda» (p. 224).
Las razones indicadas adquieren especial importancia en el caso de los mer­
cados oligopolistas, donde las empresas tienen intereses tanto comunes como en
conflicto. Los intereses comunes consisten en que todas aspiran a la expansión
del sector en el que operan, desde el momento en que —una vez especificadas sus
respectivas cuotas de mercado— el beneficio de cada empresa depende del estado
de salud del sector. Por otra parte, es precisamente en el reparto de las cuotas de
mercado donde se manifiesta el conflicto. Ahora bien, de todos los instrumentos
por medio de los cuales se ejerce la rivalidad entre los oligopolistas, la competen­
cia de precios es sin duda la más peligrosa. La reducción del precio por parte de
una empresa con miras a aumentar su cuota de mercado dará lugar a inmediatas
represalias, con efectos negativos en el nivel de beneficios de todo el sector.
El modo específico como se realiza la competencia no de precio depende de
la naturaleza y de la historia del sector de la industria de que se trate, del tipo de
mercancías que produzca, de las leyes vigentes y del estado general en el que se
halla el sistema económico. En otras palabras, la comprensión de la forma espe­
cífica que asume la lucha entre empresas rivales en mercados oligopolistas no
puede prescindir de la consideración explícita del contexto institucional de refe­
rencia. Es decir, no se puede comprender el comportamiento de la empresa oligo-
polista sólo a partir del criterio de racionalidad entendido como maximización
del beneficio; argumentación que ya Nicholas Kaldor había anticipado en «El
equilibrio de la empresa» (Economic Journal, 1934; trad. cast. en Ensayos sobre el
valor y la distribución, A/Iadrid, 1973).
Debido a fenómenos como la integración vertical, la diversificación produc­
tiva y la coordinación oligopolista del mercado, la gran empresa posee un poder
de mercado discrecional. Por otra parte, realidades como la concentración, las ba­
rreras —tanto de entrada como de salida— y las colusiones se hallan en conflicto
con el mecanismo competitivo concebido por la teoría neoclásica, dado que ha­
cen que los precios no puedan responder a las diferencias entre la oferta y la de­
manda. Al no existir ninguna función específica de reacción de los precios, éstos
no i-.urden converger baria un precio cíe equilibrio. Desde la perspectiva neoclási-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (IJ) 391

ca, incluso en los casos de monopolio o de-oligopolio los precios deberían variar
en función de las diferencias entre la oferta y la demanda; tanto es así que el
«grado de monopolio» medido por el índice de Lerner (definido por la diferencia
entre precio de equilibrio y coste marginal) se expresa en términos de elasticidad
de la demanda. Por el contrario, para los autores, postkeynesianos ios precios del
output vienen determinados por el coste de producción correspondiente a una
tasa normal de utilización de la capacidad productiva y por un m a rk-u p («mar­
gen») que se añade a los costes variables. La cuestión es: ¿de qué depende el nivel
del m a rk -u p ?
Los distintos autores han dado respuestas diferentes a esta cuestión. Ya nos
hemos referido a la postura de Kalecki en el apartado 7.4. Según los autores de la
teoría de las barreras de entrada —P. Sylos Labini, J. Bain y F. Modigliarü, de
quienes recordaremos respectivamente: O ligopolio y progreso técnico (1957; trad.
cast., Barcelona, 1966), Barriers to N ew C o m p etitio n (1956) y «New Developments
on the Oligopoly Front» (.J ournal o f P oliíical E c o n o m y , 1958)--, el nivel del m ark-
up viene determinado por la exigencia de prevenir la entrada de potenciales com­
petidores en el mercado. Esta es la teoría del precio límite. El nivel de margen de­
pende de factores como el grado de concentración del sector, las economías de
escala, la diferenciación del producto, la ventaja en cuanto a costes de las empre­
sas existentes frente a las potenciales, etc.
La literatura postkeynesiana ha puesto de relieve otros factores como deter­
minantes del m a rk-u p . Particularmente en la década de 1960 la atención se ha
centrado en el estudio de la oferta y la demanda de la financiación necesaria para
las decisiones de inversión. A. S. Eichner, de quien recordaremos The M egacorp
a n d O ligopoly (1976), ha afirmado que, dado que el factor que determina la ex­
pansión a largo plazo de la empresa es la autofinanciación, más que la financia­
ción externa, el cálculo del m a rk-u p se efectuará teniendo presente dicho objetivo
de expansión de la empresa. La idea de tomar las inversiones como variable fun­
damental para la determinación de los precios ha permitido a Eichner sentar las
bases de una nueva fundamentación microeconómica de la dinámica macroeco-
nómica.
En los últimos años, el planteamiento postkeynesiano ha hallado un impor­
tante apoyo en el trabajo del historiador de la economía Alfred Chandler, En La
m a n o visible: revo lu ció n en dirección de em presa nortea m erica n a (1977; trad. cast.,
Madrid, 1988), Chandler ha puesto de relieve el hecho de que la práctica del
m a rk -u p p ric in g se ha introducido por las grandes empresas como estrategia de
control financiero sobre las ingentes cantidades de capital fijo que éstas invier­
ten. A finales del siglo XIX, las grandes empresas recurrían ya a la integración ver­
tical y a la diversificación de los productos, sobre todo en los ámbitos en los que
se producían productos básicos. La evolución posterior de este fenómeno, a par­
tir de la década de 1920, supuso la difusión de las actividades de «multi-ínstala-
ción» y «multi-producto». En este contexto, el m a rk-u p p ricing se convierte en el
instrumento operativo con el que las grandes empresas tratan de descentralizar
las decisiones de producción en divisiones y subdivisiones: el precio de cada pro-
dLicio debe ser la] que asegure una tasa de rendimiento «ubre el uubud invertido
en la división que produce aquella mercancía, tasa que debe estar en línea con la
tasa media de rendimiento sobre el capital total invertido por la empresa en su
392 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

conjunto. Finalmente, vale la pena recordar que la primera evidencia histórica de


la práctica de establecer los precios según la regla del coste pleno se remonta a
1878, año en el que un contable de Manchester llamado Thomas Battersby publi­
có un ensayo sobre los procedimientos que empleaban las empresas inglesas de
la época para fijar los precios. H. R. S. Edwards se refiere a ello en «Some Notes
on the Early Literature and Development of Cost Accounting in Great Britain»
(The A c c o u n ta n l , 1937).

10.3.3. Las teorías gerenciales y conductistas


Otra línea de crítica a la teoría neodásica tradicional parte de la constata­
ción del declive de la empresa familiar y la consolidación de la sociedad anónima
en el capitalismo moderno. Esto tendría dos importantes consecuencias. En pri­
mer lugar, la actividad de control de los procesos empresariales debe encomen­
darse a gerentes profesionales. En segundo, dado que la cartera óptima de cada
inversor tiende a diversificarse entre las acciones de un gran número de socieda­
des, el accionista pierde la capacidad de seguir de cerca la marcha de cada em­
presa. De ello se deriva que los gerentes de las grandes empresas acaban por esta­
blecer las líneas de la política de la sociedad sin ninguna supervisión por parte de
los accionistas. En su importante ensayo Teoría del crecim ien to de la em presa
(1959; trad. cast., Madrid, 1962), E. Penrose señaló que la empresa, utilizando re­
cursos internos y externos, puede crecer —hasta una determinada fase— sin ha­
llar barreras importantes a su expansión. Es decir, goza de economías de escala
«dinámicas», realizables tanto a través de la adquisición de otras empresas como
por medio de la diversificación de los mercados. Sin embargo, existiría una «cur­
va de crecimiento»: más allá de una determinada fase los costes de organización
aumentan, con lo que la tasa de crecimiento de la empresa empieza a decaer.
El trabajo de Penrose ha constituido un importante punto de inflexión en la
teoría de la empresa, reemplazando la visión neoclásica tradicional por una no­
ción de la gran empresa como p o o l de recursos organizados por los gerentes. Esta
concepción de la empresa ha marcado el punto de partida de dos líneas de inves­
tigación distintas, la gerencial y la conductista, las cuales, aunque parten de lós
mismos presupuestos y se plantean el común objetivo de interpretar el fenómeno
de la «revolución gerencial», resultan diferentes desde el punto de vista metodo­
lógico.
La primera línea de investigación —asociada a las contribuciones de Bau-
mol, Marris y Williamson— mantiene el principio de la maximización sujeta a
restricciones como expresión de la racionalidad de las elecciones. La novedad
con respecto al planteamiento tradicional la constituía la especificación de la fun­
ción objetivo. En la contribución de William Baumol (B u sin ess B ehaviour, Valué
a n d G row th, 1959), por ejemplo, se maximizaba la tasa de crecimiento de la em­
presa. Además, se tenía en cuenta de manera explícita la influencia del mercado
bursátil. Robin Marris, en The E c o n o m ic Theory of'M anagerial C apitalism (1964),
insistía también en este punto: la bolsa, además de constituir una fuente de finan­
ciación, permite una evaluación continua de la empresa a través del valor de sus
arciones. Por .¡ira p a i íe , c o m o señalaba O. Williamson en su trabajo M a n a «erial
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 393

D iscretion a n d B u sin e ss B e h a v io u r (1964), los gerentes disponen de un cierto


margen de discreción a la hora de seguir políticas empresariales que maximicen
su función de utilidad. En este contexto, el beneficio actuaría únicamente como
una restricción derivada de la necesidad de remunerar a los accionistas para evi­
tar la caída del valor bursátil de las acciones..
La teoría de los takeovers («compradores por absorción»), desarrollada por
Marris, se ocupa de una de las principales maneras en que los mercados de capi­
tales pueden influir en los comportamientos gerenciales: mediante un efecto de
control. La amenaza de los takeovers sirve para disciplinar a los gerentes: la ca­
rencia de maximización de los beneficios reduce el valor de la empresa en el
mercado y, en consecuencia, induce a los inversores y empresarios externos a
comprar la empresa y cambiar la gerencia. El primer estudio formal del papel
disciplinario de los takeovers se debe a S. J. Grossman y O. Hart («Takeover
Bids", the Free-Rider Problem and the Theory of the Corporation», en B ell J o u r­
n a l o f E c o n o m ic s, 1980), mientras que C. M. Jensen y W. H. Meckling («The
Theory of the Firm: Managerial Behaviour, Agency Costs and Ownership Struc-
ture», en J o u rn a l o f F in a n cia l S tru ctu re, 1976) realizaron el primer análisis de la
importancia de las diversas estructuras de propiedad a la hora de determinar la
eficiencia de los takeovers.
La segunda línea de investigación, vinculada a la obra de Herbert Simón
—artífice de la moderna teoría de la organización—, se ha caracterizado por la
adopción de un criterio de racionalidad distinto. La empresa moderna —observa­
ba Simón en E l co m p o rta m ien to a d m in istra tivo (1965; trad. cast., Madrid,
1971)— opera en un contexto de incertidumbre y en un mundo que cada vez re­
sulta más complejo debido al aumento tanto de la información como de su velo­
cidad de difusión; la organización constituye el medio de hacer frente a estas difi­
cultades. De modo más preciso, uno de los fundamentos del discurso de Simón
era la tesis de que la empresa moderna no es una «entidad individual» bien defi­
nida, sino más bien una «organización», es decir, un conjunto de individuos y
centros de poder. En este contexto, las diversas d e c is io n e s resu lta ría n d e la in te ­
racción y compromisos entre los distintos centros. Por lo tanto, sólo un adecuado
estudio de las interacciones entre los componentes internos de una empresa per­
mitiría la definición de algo parecido a un objetivo empresarial. Dicho estudio in­
cluye distintos aspectos. En primer lugar, es cierto que la empresa —en tanto
«sistema»— se halla integrada por individuos; pero éstos operan como «personi­
ficaciones de roles» interactuando unos con otros, o —mejor— como elementos
de una red de información. En segundo lugar, si la empresa es un «organismo»
en el que conviven distintos centros de poder, cada uno de ellos con su objetivo
específico, resulta necesaria una labor de coordinación y de control si se pretende
llegar a una decisión unívoca. La teoría del control de sistemas complejos esta­
blece que éstos se rigen por el principio de la «homeostasis», entendida como la
capacidad de un organismo de conservar su propia estructura a través del tiempo
cualesquiera que sean las variaciones y estímulos ambientales. Así pues, la em­
presa —en tanto «organismo homeostático»—- adopta formas que le permitan ge­
nerar p r o c e so s d e autorregulación c a p a c e s de responder a lo s cambios exteriores
de modo q u e se restablezca su eq u ilib r io interno, precisamente tal c o m o su c e d e
con los organismos biológicos.
394 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

De estas dos indicaciones metodológicas surgió la idea de que el objetivo


fundamental de una empresa es, sobre todo, su propia «supervivencia». En el ám­
bito operativo, la empresa aspiraría a alcanzar no una solución óptima, sino una
«satisfactoria» —es decir, una solución suficientemente buena para todos los gru­
pos internos de la empresa—; y puesto que la supervivencia de la empresa se ha­
lla, en cualquier caso, ligada al beneficio, ésta aspiraría a alcanzar un nivel satis­
factorio de beneficio. Este es un ejemplo típico de lo que Simón ha llamado satis-
fic in g b eh a vio u r, y que encuentra su justificación en el hecho de que las empre­
sas, al igual que cualquier otro sujeto, actúan sobre la base de una racionalidad
limitada (b o u n d ed rationality). Sólo en un estado estacionario las diferencias en
los resultados entre 1a. conducta maximizadora y la conducta sa tisficin g tenderían
a desaparecer, desde el momento en que/én dicha situación los beneficios que sa­
tisfacen a la empresa acabarían por corresponder, a largo plazo, a sus oportuni­
dades de obtener el máximo beneficio. No ocurre lo mismo, en cambio, en aque­
llos casos en los que las situaciones cambian continuamente y el conocimiento es
incierto. Por otra parte, según Simón la conducta de la empresa en el mercado
resultaría determinada, no por las reglas de la llamada racionalidad sustantiva,
sino por las de una ra cionalidad procedirnental. Esta consiste en atribuir raciona­
lidad a los procedimientos de conducta como criterios guía para la determina­
ción de las elecciones económicas. La noción de racionalidad procedirnental —ya
popular— fue expuesta por Simón en «De la racionalidad sustantiva a la proce­
sal» (en S. J. Latsis, ed., M eth o d a n d A ppraisal in E c o n o m ic s, 1976; trad. cast. en
F. Hahn y M. Hollis, F ilosofía y teoría eco n ó m ica , cit.).
Las ideas de H. A. Simón han dado origen al p la n tea m ien to co n d u ctista de la
teoría de la empresa, del que recordaremos aquí únicamente la obra de R. Cyert y
J. March, A B eh a vio u ra l Theory o fth e F irm (1963). El objetivo central del trabajo
de estos autores consistía en el estudio del proceso de decisión en una gran em­
presa con producción múltiple, operando en una situación de incertidumbre y en
el ámbito de un mercado imperfecto. En particular, el interés por los problemas
de organización planteados por la estructura interna de la gran empresa ha lleva­
do a Cyert y March a una concepción de la empresa en la que ésta se interpreta
no como una unidad de decisión individual con un objetivo único, sino como una
organización «multidecisional» con pluralidad de objetivos.

10.3.4. Las reacciones neoclásicas y las nuevas teorías de la empresa


En el curso de la polémica que estamos analizando, han surgido cuatro lí­
neas importantes de defensa del marginalismo.
Milton Friedman ha afirmado que la teoría tradicional de la empresa ha pro­
ducido unas previsiones buenas y razonables, y, por lo tanto, debe valorarse de
manera positiva. Esto se deriva del planteamiento metodológico adoptado por
este autor; planteamiento según él cual el realismo de .los supuestos en los que se
basa una teoría resulta completamente irrelevante. Desde la óptica convencional,
lo que realmente cuenta son las previsiones que dicha teoría permite realizar. En
esencia, para Friedman el empresario se comportaría como un experto jugador
de h¡il;n rnie l< o>>tn con la velocidad v el ángulo necesarios aun sin cono­
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 395

cer las leyes de la física o de la geometría. Por supuesto, esta es una defensa muy
débil. ¿Quién asegura que las leyes que inconscientemente sigue el empresario
son precisamente las inventadas por los economistas marginalistas?
Una segunda línea de defensa del marginalismo se fundamenta en la investi­
gación empírica. Por ejemplo, J. Early —en «Recent Developments in Cost
Accounting and the Marginal Analysis» (.J ournal o f P olitical E c o n o m y , 1955)—,
basándose en una muestra de 110 sociedades estadounidenses, ha encontrado
que los modernos métodos de contabilidad son capaces de proporcionar informa­
ción sobre los costes e ingresos marginales, y que dicha información es de hecho
utilizada por las empresas. Se trata, pues, de una investigación empírica que llega
a conclusiones opuestas respecto a las obtenidas por Hall y Hitch.
Otros autores —entre ellos A. Alchian, de quien recordaremos «Uncertainty,
Evolution and Economic Theory» (J o u rn a l o f P olitical E c o n o m y , 1950)— han re­
currido al principio darwiniano de la supervivencia de los más fuertes para con­
cluir que las empresas más fuertes —es decir, las que permanecen en el merca­
do-— son las que maximizan su beneficio. El medio ambiente económico en el
que operan las empresas seleccionaría aquellas que aspiran a la maximización
del beneficio, mientras que eliminaría a todas las demás. De este modo, según Al­
chian el economista puede postular legítimamente que la mejor hipótesis sobre él
comportamiento de la empresa es la de la maximización del beneficio.
Finalmente, una cuarta línea de defensa es la de quienes han afirmado que
las hipótesis en las que se basa la teoría tradicional de la empresa son, en conjun­
to, realistas. F. Machlup es el principal exponente de este punto de vista. En
«Marginal Analysis and Empirical Research» (A m erican E c o n o m ic R eview , 1946),
este autor señaló que la evidencia empírica contraria al marginalismo tiene de­
masiadas lagunas para que se pueda considerar decisiva. Las declaraciones de los
hombres de negocios —según las cuales el precio se fijaría al nivel del coste me­
dio más un margen bruto— no constituyen una prueba contra la regla margina-
lista de la maximización del beneficio. Y ello por la sencilla razón de que los en­
trevistados, al no conocer el lenguaje de la teoría económica, se expresarían de
manera impropia. Habría además razones psicológicas que inducirían a los em­
presarios a declarar que la maximización del beneficio no figura entre sus objeti­
vos: éstos querrían dar una imagen de «honestidad», y mostrar que sus activida­
des sirven a un fin social. Para Machlup, lasjrjpótesis en las que se basa la teoría
marginalista de la empresa serían, en conjunto, plausibles. Es cierto que las em­
presas no conocen de manera objetiva los costes e ingresos marginales; pero ello
no constituiría un problema grave, dado que una evaluación subjetiva de estas
curvas sería igualmente válida.
En una contribución posterior —«Theories of the Firm: Marginalist, Beha-
vioral, Managerial» (A m erican E c o n o m ic R eview , 1967)-—, Machlup ha tratado de
reconciliar los planteamientos marginalista, gerencial y conductista. Según él, no
habría ningún conflicto radical entre el principio del coste pleno y el marginalis­
mo, dado que dicho principio se podría incorporar —como caso especial— a la
teoría marginalista. Mientras que la empresa registra amplios márgenes de bene-
iicio 1iay lugar para los intereses y deseos de los diversos ampos Cjue operan en
ella, precisamente como teorizan ios planteamientos gerencial y conductista;
pero cuando sopla el viento de la competencia y el conflicto interno alcanza nive­
396 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

les capaces de mermar los márgenes de beneficio, hasta el punto de amenazar la


propia supervivencia de la empresa, su conducta no podrá sino seguir las familia­
res reglas marginalistas de maximización. Por supuesto, este modo de poner fin a
la controversia no pudo evitar la vigorosa reanudación, en la década de 1970, del
interés por la teoría del coste pleno, como tampoco pudo prever que las críticas a
la teoría tradicional avanzarían por nuevos y originales caminos.
Uno de estos caminos es el planteamiento evolucionista de la teoría de la
empresa, iniciado por el importante trabajo de R. Nelson y S. G. Winter, A n E vo-
lu tio n a ry Theory o f E c o n o m ic C hange (1982). En dicho trabajo, la determinación
del comportamiento de la empresa se basa en el estudio de los mecanismos de
tipo adaptativo, que apoyan la tesis —tradicional en biología— de que los siste­
mas vivientes no siguen, en general, cárrímos óptimos. Como mucho, puede con­
seguirse un resultado óptimo, bajo ciertas condiciones, como una propiedad
asintótica, y no como una consecuencia directa de los comportamientos de los
agentes. La «memoria» de la empresa es la base de su comportamiento. Cuando
los resultados dejan de ser satisfactorios, la empresa busca nuevas routines: o las
elabora de manera autónoma en el interior de la organización, o bien las imita
del exterior. En los últimos años, el planteamiento evolucionista se ha vinculado
a la reflexión neoschumpeteriana sobre la empresa y los mercados. Además de
los propios R. Nelson y S. G. Winter (D yn a m ic C o m p etitio n a n d Technical Pro-
gress, 1977), recordaremos sobre todo a N. Rosenberg (D entro de la caja negra:
tecnología y eco n o m ía , 1982; trad. cast, Barcelona, 1993).
Una segunda línea de investigación es la de la teoría de la organización indus­
trial, que se basa en la idea de que el estudio de la empresa y de los mercados debe
realizarse en términos de las soluciones óptimas, no-tanto respecto a las restriccio­
nes de producción, como a las restricciones contractuales entre las partes interesa­
das. Se trata de un planteamiento que contempla la empresa como una estructura
de contratos (n exu s o f contracts), en cuyo ámbito desempeña un papel fundamen­
tal la transmisión de la información entre los diversos miembros de la empresa.
En efecto, si la especialización productiva asegura un aumento de la productividad
d e lo s e m p le a d o s, al m is m o tiempo plantea un problema de coordinación de las
acciones por parte de los diversos miembros de la organización, muchos de los
cuales disponen de diferentes conjuntos de información. Además, en la empresa
moderna los grupos de interés no se reducen únicamente a los representados por
los gerentes y por los accionistas; existen también otros grupos —como los traba­
jadores, los mandos intermedios, etc.—, que poseen sus propios intereses y que,
debido a la existencia de asimetrías informativas, pueden perseguir objetivos que
vayan en detrimento de los de la empresa en su conjunto. Así pues, se trata de ave­
riguar —tal como ha afirmado J. Tiróle en L a teoría de la organización in d u stria l
(1988)— cómo es posible explotar la información dispersa en el sistema empresa
logrando un equilibrio entre los múltiples grupos de interés que operan en su
seno. Esto explica por qué uno de los principales instrumentos de análisis de la va­
riada literatura sobre la organización industrial es el modelo de mediación princi-
pal-agent, introducido por S. Ross («The Economic Theory of Agency: the Princi­
páis Problem», en A m erícan E c o n o m ic R eview , 1973) y J. Mirrlees («Notes on Wel-
fare Economics, Information and Uncertainty», en M. S. Balch et a l, eds., C ontri-
b u tio n s lo E c o n o m ic A nalvsis, i 984).
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (II) 397

Finalmente, otra línea de investigación es la de la «nueva economía indus­


trial», cuyo rasgo característico —como ha manifestado R. Schmalensee en The
N ew In d u stria l O rganization a n d the E c o n o m ic A nalysis o f M o d e m M arkets
(1982)— lo constituye el abandono de la idea de que la empresa es un ente que se
adapta, más o menos pasivamente, a unas condiciones dadas. Este planteamiento
aspira a superar el célebre esquema de la economía industrial tradicional, basado
en la tríada estructura-comportamiento -perform ance. Las estructuras de produc­
ción, las formas de mercado y los modos de organización empresarial no son
simplemente el resultado de una adaptación eficaz de las empresas a un orden
externo, sino que, bien al contrario, éstas son.capaces de modificar las condicio­
nes del medio ambiente a través de su comportamiento. En otras palabras, mien­
tras que en la economía industrial tradicional se contempla la empresa como un
adaptador racional sometido a los procesos de selección del mercado, en la nueva
economía industrial la empresa desarrolla de manera activa una búsqueda de es­
trategias de dominación (como la creación estratégica de barreras de entrada y
de salida) orientadas a incrementar su poder en dicho mercado.

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Ca pítulo 11
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III)

11.1. La «nueva economía política» y su entorno


11.1:1. El OBJETO DE LA DISPUTA’
Se suele denominar «nueva economía política» (n ew p o iitica í e co n o m y) a un
abigarrado grupo de subdisciplinas y de áreas de estudio que van de la p u b lic
choice a la «nueva economía institucional» o «neo-institucionalismo», de la eco­
nomía conductista (behavioural e c o n o m ic s ) a la economía de los derechos de pro­
piedad. Se trata de líneas de investigación que surgieron y se consolidaron en el
transcurso de la década de 1970. Se diferencian entre sí en la importancia que
atribuyen a los distintos temas de investigación, pero comparten la misma ambi­
ción; superar los límites que la teoría ortodoxa plantea al análisis de los efectos
económicos de las instituciones.
La teoría ortodoxa trata de explicar las opciones de los agentes económicos,
sus interacciones y los resultados que de ellas se derivan a nivel colectivo, a partir
de dos tipos de supuestos. Por una parte, se supone que los fines y motivaciones
de la acción humana se dan a priori y toman la forma de una función de utilidad
que se ha de maximizar. El otro tipo de presupuestos se refiere a la estructura le-
gahinstitucional en la que los sujetos eligen sus opciones. La hipótesis básica aquí
es que dicha estructura es un dato que condiciona las opciones, aunque no resulta
condicionado por ellas. Es cierto que se han formulado algunas variantes que ate­
núan el rigor de tales hipótesis. Por ejemplo, en la llamada «teoría de la búsqueda»
(search theory ) la hipótesis de que el conjunto de alternativas se da a p riori es susti­
tuida por la de que se pueden generar nuevas alternativas mediante un proceso de
búsqueda, cuyo coste —sin embargo— se co n o ce a priori. En otras variantes, se es­
tablece la hipótesis de que las consecuencias de las alternativas que integran el
campo de posibles opciones del sujeto no se conocen con certeza; el agente deciso­
rio poseería, en cambio, una distribución conjunta de probabilidades de los resul­
tados, de modo que su problema resultaría ser el de cómo maximizar la utilidad
esperada. Es evidente, sin embargo, que estas atenuaciones no modifican la natu­
raleza de las hipótesis básicas sobre el comportamiento de los agentes.
El objetivo declarado de la nueva economía política es el estudio de las pro­
piedades de conjuntos alternativos de reglas legales-institucionales. De este
modo, se ofrece como guía a quienes se interesan en el cambio constitucional.
Mientras que la economía ortodoxa examina ia elección bajo una sene cíe restric­
cio n es p red eterm in a d a s —y, en consecuencia, aspira a servir al p o licy-m a ker que
400 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

opera en un contexto dado—, la nueva economía política se ocupa de la elección


de las restricciones, dirigiéndose directamente a las asambleas «constituyentes».
Un ejemplo clarificador puede ser el de la política monetaria. La nueva economía
política no se interesa tanto por establecer si se requiere la expansión o la restric­
ción monetaria para realizar el objetivo de la estabilización en un determinado
contexto, sino más bien por evaluar las propiedades de regímenes monetarios al­
ternativos (políticas inspiradas por reglas fijas o discrecionales; moneda cuyo va­
lor deriva del poder del Estado o de una mercancía, etc.).
La nueva economía política puede verse como la recuperación, en clave mo­
derna, de un antiguo proyecto smithiano, para el cual el análisis del funciona­
miento de los mercados era únicamente una etapa necesaria en el camino hacia
una meta bastante más general: la de .demostrar precisamente que el hecho de
que los mercados funcionen bien por sí mismos constituye un argumento norma­
tivo en favor de una determinada estructura institucional. Según la interpreta­
ción de James Buchanan (n. 1919), de Gordon Tullock (n. 1922) y del segundo
Von Hayek —por indicar sólo a los principales exponentes de la nueva corriente
de pensamiento—, Adam Smith se ocupó básicamente de comparar distintas es­
tructuras institucionales; de ahí que surgiera su propuesta de un «Estado míni­
mo» como solución a la comparación entre las ventajas y las desventajas de cada
una de las alternativas disponibles. En este sentido —según los autores mencio­
nados—, la consolidación del paradigma neoclásico es la responsable de las dis­
continuidades producidas en la ciencia económica. La constitución de la econo­
mía del bienestar como una rama de la investigación dotada de una cierta auto­
nomía hizo que el discurso económico sobre las instituciones fuera relegado a
este ámbito, donde se ha desarrollado, no en términos de análisis comparativo,
sino en términos de eficiencia. Así, incluso la reacción normativa contra la exce­
siva difusión del laissez faire se basó en los «fallos del mercado», más que en la
comparación de distintas instituciones.

11.1.2. E l neo -institucionalismo


La fundación, en 1958, del Jo u rn a l o f Lave a n d E c o n o m ic s vino a sancionar el
nacimiento de una fructífera asociación entre las Facultades de Economía y de
Derecho de la Universidad de Chicago, que dio lugar a una de las más importantes
líneas de investigación que confluyeron en el moderno n eo -in stitu cio n a lism o esta­
dounidense. El punto de partida de esta línea de investigación fue la observación
de que, en las modernas sociedades capitalistas, las relaciones entre los sujetos
económicos se hallan reguladas por un entramado de mecanismos institucionales
que resultan mucho más complejos y articulados que los considerados por el mo­
delo tradicional de competencia perfecta: las sociedades se rigen por sofisticados
sistemas legales, de los que se derivan los derechos de propiedad, los criterios para
la asignación de los recursos de propiedad común, o de los bienes públicos, y las
relaciones contractuales a largo plazo que pueden favorecer la pervivencia de es­
tructuras de monopolio o de colusión. El objetivo de esta línea de investigación
consistía en analizar este denso entramado de hechos institucionales, estudiar sus
propiedades de eficiencia y darle una justificación microeconórnica.
LA TEORÍA ECONÒMICA CONTEMPORÁNEA (III) 401

A partir de estas tentativas, el neo-institucionalismo se desarrolló siguiendo


dos planteamientos distintos. ELprimero, el evolucionista, halló su expresión más
acabada en el sistema de pensamiento elaborado por Friedrich von Hayek entre
finales de la década de 1950 y finales de la de 1970, y, en su vertiente propiamen­
te filosófica, por Robert Nozick. Von Hayek se vinculaba explícitamente a la tra­
dición filosófica escocesa del siglo XVIII, asumiendo el papel de intérprete y conti­
nuador de dicha tradición y formulando una especie de «proposición generaliza­
da de la mano invisible». La tesis principal es que, no sólo en el campo limitado
de la acción económica, sino en todo el ámbito de la acción social la libre interac­
ción entre individuos desarrolla reglas de comportamiento y mecanismos institu­
cionales adecuados a la consecución del orden político y del progreso económico
de la sociedad. Este orden político y económico se interpreta, no como el resulta­
do de un plan orientado conscientemente a una serie de objetivos colectivos, sino
comò el producto espontáneo y no intencionado de la libre interacción indivi­
dual. Así, para Von Hayek las instituciones son el «resultado de la acción huma­
na, pero no del plan humano».
El segundo planteamiento, más complejo, surgió en el seno de una línea de
pensamiento contractualista, y sus diversas contribuciones hacen referencia ex­
plícita a una teoría del comportamiento racional; su objetivo consistía en explicar
los mecanismos institucionales de una sociedad mediante un modelo contractua­
lista que justificara su constitución y su modo de actuación en términos no sólo
de eficiencia económica, sino también de consenso basado en un criterio de ra­
cionalidad individual. El planteamiento contractualista y el evolucionista com­
parten la tendencia a tratar la interacción entre sujetos económicos de una mane­
ra explícita. Así, resulta connatural al proyecto neo-institucionalista el abandono
de la categoría neoclásica de competencia perfecta, entendida como la competen­
cia entre individuos aislados qüe actúan en condiciones paramétricas, y la recu­
peración del originario concepto clásico de competencia como rivalidad entre in­
dividuos que interactúan.
Otro importante resultado del neo-institucionalismo ha sido la reintroduc­
ción en la economía del estudio de fenómenos que los economistas neoclásicos
habían relegado fuera de su campo de estudio. Instituciones como las reglas mo­
rales de convivencia) los contratos a largo plazo, las relaciones de autoridad o la
reputación se habían visto confinadas durante mucho tiempo a los ámbitos de in­
vestigación de disciplinas como la filosofía moral, la sociología, el derecho o la
ciencia política. Hay que atribuir ai neo-institucionalismo el mérito de haber res­
tituido estas cuestiones a la agenda del economista.
Ante una situación de «fallo del mercado», el intento de solución contractua­
lista parte de la convicción de que los sujetos pueden organizar su vida social se­
gún un diseño consciente. La tarea de los «planificadores» consistiría en «redise­
ñar» la sociedad y sus instituciones de manera que todas las acciones estuvieran
guiadas por fines conocidos. Especialmente importante en este contexto es el tra­
bajo de L. Hurwicz «The Design of Mechanism for Resource Allocation» (Ameri­
can Economie Review, 1973). No obstante, la primera definición completa de este
campo de investigación, conocido también como «escuela de puhlic-choice-», se
halla en El cálculo del consenso (1962; li ad, cast., Madrid, 1980), la obra «clasica»
en la que James Buchanan y Gordon Tullock estudiaban «los fundamentos lógi-
402 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

eos de la democracia constitucional». El planteamiento general entronca con la


tradición europea (continental) de la ciencia de la hacienda pública de las últimas
décadas del siglo pasado, una tradición que contó entre sus representantes más
ilustres con los italianos Pantaleoni, De Viti, De Marco, Mazzola y Montemartini,
y con los suecos Wicksell y Lindahl. En The Lirnits of Liberty: Between Anarchy
and Leviathan (1975), una de sus obras de mayor alcance, Buchanan abordaba el
estudio de la organización económica de una sociedad de hombres libres. Su ob­
jetivo era llegar a una constitución económica sobre bases individualistas, enten­
diendo por «constitución» un conjunto de reglas convenidas de antemano, las
cuales constituirán el referente de todas las acciones que se realicen en la fase
post-constitucional. El constitucionalismo económico de Buchanan es contrac-
tualista, en tanto las reglas en las que /Sé basa presuponen el consenso —y, en
consecuencia, el acuerdo— de todos los interesados. Es importante señalar que,
en la óptica contractualista, la economía del bienestar es —para decirlo con pala­
bras de A. Schotter— «el estudio de las reglas de juego óptimas para las situacio­
nes económicas y sociales» (p. 5), y ya no la disciplina que estudia las condicio­
nes para una asignación óptima de los recursos en un contexto institucional
dado.
Por otra parte, una de las ideas fundamentales del pensamiento económico
evolucionista es la de que el éxito del individuo a la hora de lograr sus objetivos
depende de su capacidad de actuar según una serie de reglas que evolucionan es­
pontáneamente. En definitiva, la diferencia entre los dos planteamientos se pue­
de expresar de manera sucinta en términos de la distinción entre «constitución
económica óptima» y «camino óptimo de reforma».
Un ámbito de estudio en el que el neo-institucionalismo ha encontrado una am­
plia aplicación en los últimos años es el de la teoría de la empresa y de los mercados.
¿Por qué existe la institución de la empresa? Y ¿por qué se observa una diversidad
tan grande en las características de la empresa: en la estructura jerárquica, en las di­
mensiones, en la diversificación productiva, en la estructura de propiedad...? No se
trata de preguntas ociosas, ya que —conceptualmente hablando— podría existir una
economía de mercado con una acentuada especialización productiva, aunque sin
empresas. En efecto, la división del trabajo no implica necesaiiamente la existencia
de un sistema de empresas. ¿Por qué, entonces, surge la empresa como institución,
si, según el modelo de competencia perfecta, el mercado es capaz de asegurar la efi­
ciencia en la asignación?
El problema lo planteó por primera vez explícitamente Ronald Coase, en
1937, en su artículo «La naturaleza de la empresa» (Económica; trad. cast. en In­
formación Comercial Espartóla, 557, 1980), donde observaba que el mercado com­
porta costes de utilización que hay que tener en cuenta junto a los costes de pro­
ducción. Cuando los primeros superan un determinado nivel el mercado entra en
crisis, y es entonces cuando la empresa le sustituye. En otras palabras, en un
mundo de incertidumbre la empresa se constituye en la alternativa al mercado
cuando la información adquiere valor y el mercado se convierte en un instrumen­
to ineficiente a la hora de obtener y controlar dicha información.
Las intuiciones iniciales de Coase han sido desarrolladas en época más re­
ciente por Oliver Williamson, que ha elaborado un enfoque de la teoría de los
mercados y de las organizaciones de empresa desde el punto de vista de los eos-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 403

tes de transacción. En Markets and Hierarchies: A Study in the Economics of Inter­


na! Organizations (1975) se encuentra una primera sistematización de este plan­
teamiento, generalizado más tarde en una segunda obra de síntesis, The Econo­
mía Institutions of Capitalism (1985). Williamson distingue entre costes de tran­
sacción ex ante y ex post. Los primeros se identifican con la categoría tradicional
de los costes de utilización del mercado —los costes vinculados a la negociación
y a la redacción de los contratos—, mientras que los costes de transacción ex post
son los que surgen en la fase de ejecución de una transacción y se originan por
circunstancias no previstas de antemano en el contrato. El nivel de los costes vie­
ne determinado por las características de las transacciones, que Williamson ha
clasificado en tres dimensiones principales. La primera es la especificidad: para
que la transacción tenga lugar se requiere una inversión específica de una de las
partes del contrato o de ambas. La segunda dimensión se refiere a la frecuencia:
por ejemplo, la utilización de un proveedor habitual permite reducir notablemen­
te costes como los inherentes al control de calidad. La tercera es la incertidumbre:
cuando más incierto es el intercambio, más detallado será el contrato que lo re­
gula.
En definitiva, los costes de transacción no se reducen únicamente a los cos­
tes de utilización del mercado; ni las transacciones se limitan sólo a los intercam­
bios del mercado. Por ejemplo, se puede hablar de costes de transacción a propó­
sito de los recursos empleados para regular la ejecución de los contratos de tra­
bajo. Es este marco conceptual el que ha permitido a Williamson explicar, con
abundancia de detalles, las diversas etapas por las que ha pasado la organización
de la empresa desde la forma marshalliana clásica hasta los grandes conglomera­
dos modernos.
Una crítica —por decirlo así— interna a la teoría de los costes de transac­
ción es la que ha formulado recientemente Harold Demsetz, en La competencia:
aspectos económicos, jurídicos y políticos (1982; trad. cast., Madrid, 1986). Para
Demsetz, la cuestión fundamental es: ¿por qué las empresas a veces producen sus
inputs y otras veces consideran más conveniente comprarlos a otras empresas?
La solución no tiene tanto que ver con la sustitución entre mercados y empresas
como, más bien, con el grado de centralización de la coordinación gerencial en el
seno de la empresa y entre unas empresas y otras. Cuanto más produzcan inter­
namente las empresas los inputs que necesitan, más centralizada resultará la
coordinación gerencial. Como ha observado Demsetz, un aumento en los costes
de transacción no conduce a una sustitución de la coordinación de mercado por
una coordinación gerencial —tal como afirmaba, por el contrario, la teoría de los
costes de transacción—. Lo que sucede es más bien la sustitución de la coordina­
ción gerencial en el seno de unas pocas grandes empresas por la coordinación ge­
rencia! en el seno de numerosas empresas, aunque más pequeñas.
Las empresas compran los inputs cuando ello resulta más conveniente que
producirlos por sí mismas. El coste de transacción es, ciertamente, un elemento
del coste de adquisición; pero sólo un elemento. Según Demsetz, el papel destaca­
do atribuido a los costes de transacción ha acabado por hacer que se pierda de
vista el panorama completo, considerando implícitamente que todas las empre­
sas pueden producir bienes y sel vicios igualmente bien. Por el eoncnriu, es un
hecho que las diferentes empresas no son sustitutos perfectos en la producción
404 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

de los bienes; por lo tanto, puede muy bien suceder que una empresa considere
conveniente producir sus inputs aunque sus costes de transacción sean iguales a
cero y sus costes de administración sean positivos. En esencia, la confusión se de­
rivaría del hecho de que se supone que la información necesaria a efectos de
transacción tiene un coste, y que es gratuita cuando se utiliza a efectos de pro­
ducción.
La postura de Demsetz puede considerarse una consecuencia natural de la
idea de empresa como «función de producción en equipo» (team production fuñe-
tion), una idea que A. Alchian y H. Demsetz habían formulado en su ensayo de
1972, «Production, Information Costs and Economic Organization», publicado
en American Economic Review. En este trabajo, habían propuesto la tesis de que
la empresa surge de un particular «fallp/kl mercado»: el mercado no lograría or­
ganizar de modo eficiente la «producción en equipo» porque no sería capaz de
proporcionar la información suficiente para evaluar la contribución de cada uno
de los factores implicados en la producción.
Además del planteamiento transaccional, la otra gran línea de investigación
en la que se ha articulado el programa neo-institucionalista es la de la teoría de
los derechos de propiedad. Tal como han puesto de manifiesto A. Alchian y
H. Demsetz en «The Property Rights Paradigm» (Journal of Economic Histor}>,
1972), el objetivo de esta teoría es doble: por una parte comparar, en cuanto a su
eficiencia, las consecuencias que diferentes estructuras de propiedad pueden te­
ner en la asignación social; por otra —y con carácter más exigente— explicar, ba­
sándose en un criterio de eficiencia, qué estructuras de derechos de propiedad se-
determinan endógenamente en una sociedad a partir de una situación inicial
dada.
La idea básica subyacente a esta línea de investigación es que, en las relacio­
nes de intercambio que tienen por objeto bienes o servicios, no son precisamente
éstos los que procuran satisfacción (o utilidad) y los que dan un sentido a tales
relaciones. En lugar de ello, lo que realmente cuenta es lo que los agentes tienen
derecho a hacer una vez que han entrado en posesión de los bienes o servicios.
De ello se deriva una visión del intercambio como intercambio de derechos de
propiedad: el valor que un sujeto atribuye a un recurso depende de los derechos
de propiedad que éste le permite exigir. Se trata, entonces, de explicar el desarro­
llo en el tiempo de los distintos tipos de derechos de propiedad, y asimismo de
responder a cuestiones tales como: ¿de qué modo la naturaleza de los derechos
de los que un individuo puede disponer influye en su comportamiento?, ¿cuál es
el significado de las distintas estructuras de derechos de propiedad? Finalmente,
y de manera más específica: ¿Cómo explicar el surgimiento de la empresa en
cuanto institución alternativa al mercado recurriendo a las categorías de la teoría
de los derechos de propiedad? Estas son algunas de las preguntas que ha tratado
de responder la reciente propuesta de investigación iniciada por el teorema de
Coase en 1960.
En la formulación originaria de Demsetz, la estructura de derechos que se
observa en la sociedad capitalista es un reflejo de los costes de transacción debi­
dos a las asimetrías de información y a.la naturaleza idiosincrásica de las accio­
nes en las que se materializan las prestaciones de los sujetos. La teoría más re­
ciente de la estructura de propiedad ha abordado el problema de los Factores de
LA TEORÌA ECONÒMICA CONTEMPORÁNEA (III) 405

los que depende la estructura óptima de los derechos de propiedad en la empre­


sa. Por ejemplo, O. Hart y J. Moore («Property Rights and the Nature of the
Firm», en STICERD Discussion Papers, 1988) han propuesto la tesis de que es el
agente que resulta «indispensable» en relación a una determinada actividad
quien debe ser el propietario de dicha actividad. Esta tesis es importante, ya que
ha permitido explicar el surgimiento y la pervivencia de formas de empresa dis­
tintas de la capitalista, como —por ejemplo— las empresas cooperativas, las co­
gestionadas o las non-profit. En la misma línea, H, Hausmann («Ownership of the
Firm», en Journal of Law, Economics and Organization, 1988) ha formulado una
teoría en base a la cual se debe atribuir la propiedad de la empresa a aquel sujeto
(individual o colectivo) para el cual son menores los costes del ejercicio de la acti­
vidad —además de los costes de transacción—. Es interesante observar que los
resultados más recientes de esta reflexión teórica confirman lo que, en una pers­
pectiva de análisis histórico, habían «descubierto» Chandler, en su obra de 1977,
y L. Hannah, en The Rise of the Corporate Economy (1983): la estructura óptima
de propiedad de la empresa no es única, sino que existen numerosas estructuras
que pueden llamarse óptimas en función de las diferentes circunstancias del en­
torno.

1 1 .1 .3 . L a ESCUELA NEO-AUSTRIACA y e l esta tu t o s u b jetiv ista

Son muchos los significados atribuidos a la expresión «economía neo-aus-


triaca». Para la corriente bóhm-bawerkiana, representada por autores como
M. Faber y P. Bernholz, el problema fundamental consiste en ofrecer una formu­
lación coherente y actual de la teoría de Bóhm-Bawerk del capital y del interés.
Para otros economistas, la expresión «teoría neo-austriaca» se halla asociada, no
tanto a una metodología o a una doctrina específica como, más bien, a una ideo­
logía ultraliberal. Para éstos, ser neo-austriaco hoy significa básicamente estar a
favor del libre mercado. La difusión de este punto de vista de debe principalmen­
te a Fritz Machlup (1902-1983) y a su interpretación de la obra y del pensamiento
de Von Mises, expuesta en Knowledge: Its Creation, Distribution and Economie
Significance (1980-1983). En los últimos años, este planteamiento ha sido objeto
de gran atención por parte del más acérrimo seguidor estadounidense de Von Mi­
ses, Murray Rothbard.
Para otro grupo más de estudiosos, el programa de investigación neo-austria­
co se caracterizaría sobre todo por la reanudación del interés hacia las ideas de
Menger —primero— y de Von Hayek —más tarde— respecto al mercado y a la
competencia como procesos de aprendizaje y de descubrimiento. Y precisamente
a partir de estas ideas se ha desarrollado, en los últimos veinte años y sobre todo
en Estados Unidos, una línea de investigación vinculada a la obra de autores como
I. Kirzner, M. Rizzo, G. O'Driscoll y L. Lachmann. Indudablemente, se trata de la
| línea de investigación más interesante dentro del abigarrado planteamiento neo-
austriaco. El elemento común y unificador de estos autores reside en la afirma-
¡ ción de que, a causa de la naturaleza subjetiva de las decisiones humanas, del
cambio incesante que caracteriza al mundo social y de la imposibilidad de adqui-
J rir o centralizar un conocimiento que existe únicamente de forma dispersa, resulta
406 PANORAM A DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

imposible una ciencia económica objetiva y predictiva. El objetivo de la teoría eco­


nómica sería, más bien, la comprensión de los caracteres propios de la acción hu­
mana y la explicación de las interpelaciones entre los agentes y su contexto institu­
cional. Más específicamente, los estudiosos neo-austriacos aspiran a explicar la
existencia y las propiedades evolutivas del orden económico. Por lo tanto, sería im­
pensable la reducción de la economía a una disciplina que buscara regularidades
observadas o leyes mecánicas a partir de las cuales formular predicciones cuanti­
tativas. Contrariamente a lo que pretendía el positivismo, para la escuela neo-aus-
triaca no es posible ninguna verdad obtenida mediante observación. Ello implica,
entre otras cosas, que la teoría debe explicar no tanto los resultados sistemáticos
del mercado, sino más bien el modo como se alcanzan dichos resultados.
En Competencia y función empresarial (1973; trad. cast, Madrid, 1975), Is­
rael Kirzner ha desarrollado la idea de que la competencia es un proceso, y no un
estado de cosas. El abandono por parte de la economía neo-austriaca del esque­
ma asignativo como esquema teórico de referencia ha llevado a dar un mayor re­
lieve a los procesos a través de los cuales se coordinan las decisiones individuales
en el mercado. El ajuste de los distintos planes individuales, que en el análisis
tradicional se halla implícito en su resultado de equilibrio, debería —en cambio—
reconstruirse en su proceso dinámico, un proceso de naturaleza básicamente se-
cuencial. Por lo tanto, la actividad del mercado se configuraría como un proceso
que —dado su carácter esencialmente innovador, creador y generador de cam­
bio— tiene un resultado que no se puede conocer desde su inicio. De ello se deri­
va que la estructura de mercado no puede darse a priori, sino que surge del pro­
ceso competitivo y depende del camino a través del que se alcanza. El mercado es
un sistema caracterizado por un desequilibrio permanente; por lo tanto, no tiene
sentido evaluar las ventajas y desventajas de una economía de mercado que se
encuentra en una situación de equilibrio y de óptimo paretiano. Para la teoría
neo-austriaca, las características institucionales de un sistema económico se de­
ben describir y evaluar examinando de qué modo se coordinan y se realizan las
decisiones de los agentes; claramente, esto no puede llevarse a cabo en una situa­
ción de equilibrio donde las decisiones ya han sido coordinadas por medio de al­
guna figura mítica (el «subastador») y los contratos son self-enforcing (no se re­
quiere ninguna autoridad para su ejecución).
Posturas radicales como esta presuponen necesariamente premisas radica­
les. En el caso en cuestión, se trata del enfoque subjetivista. Como ya menciona­
mos en el capítulo 5, el subjetivismo entró en la economía con la revolución
marginalista. Sin embargo, mientras que el pensamiento neoclásico tradicional
limitaba su aplicación al estudio del comportamiento del consumidor, el princi­
pal objetivo de la escuela neo-austriaca consiste en extender el planteamiento
subjetivista a todos los ámbitos de la investigación económica. Considerando los
aspectos comunes que presentan los trabajos más .significativos de los autores
neo-austriacos, es posible resumir su interpretación del enfoque subjetivista en
cuatro tesis fundamentales.
La primera es que el economista, en la medida en que intenta explicar la es­
tructura y las funciones de las instituciones económicas, debe ser consciente de
que está tratando con sujetos que actúan intencionadamente. Esto significa que
el economisia únicamente puede conceptuar las in s titu c io n e s que pretende esto-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 407

diar en la medida en que se reconozca a sí mismo, implícita o explícitamente,


como parte del sistema, de manera que los objetos sociales no pueden «darse» al
observador si antes no han sido «comprendidos» por éste. Como ha señalado
Kirzner, en Discovery and the Capitalist Process (1985), la relación pre-teórica del
economista con las instituciones que estudia constituye una condición necesaria
para adquirir un conocimiento científico de ellas.
La segunda tesis se refiere al concepto de tiempo, y establece que el tiempo
posee una dirección y que su sentido se comprende a partir de un determinado
punto final. La propia idea de un curso histórico de los acontecimientos nace de
un modelo del tiempo que presupone la orientación hacia un fin. De ello se dedu­
ce que el paso del tiempo y la ausencia de cambios resultan incompatibles, dado
que el mero transcurso del tiempo varía las expectativas de los agentes. Tiempo y
conocimiento se complementan: si se acepta que el tiempo pasa, se debe aceptar’
que el conocimiento de los agentes económicos varía. Por el contrario, para la
teoría neoclásica tradicional el tiempo —al igual que el espacio— es homogéneo,
en el sentido de que cada punto es igual a los otros excepto en la posición que
ocupa; además, del mismo modo que el espacio puede resultar vacío, también el
tiempo puede transcurrir sin que los agentes aprendan nada o modifiquen sus ex­
pectativas. En su trabajo The. Economías of Time and Ignorance (1985), G. P.
O’Driscoll y M. Rizzo han señalado que es precisamente el concepto espacializa-
do de tiempo el que ha proporcionado a los economistas neoclásicos la base con­
ceptual tanto de la noción de equilibrio como de la de ajuste como sucesión de
estados virtuales antes que como proceso histórico.
La tercera tesis del programa subjetívista es que el flujo de nuevo conoci­
miento —es decir, el flujo de información— no se suma simplemente al stock de
conocimiento que ya poseen los agentes; en lugar de ello, este nuevo conocimien­
to vuelve obsoleta al menos una parte de dicho stock. Y esta circunstancia explica
la imposibilidad, como norma, de cualquier enfoque asintótico de un equilibrio
informacional. Este aspecto ha sido puesto de relieve por L. Lachmann, en The
Market as an Economic Process (1986), quien ha distinguido entre «información
como incorporación de un flujo de mensajes que se intercambian» y «conoci­
miento como composición de pensamiento que un individuo puede recordar
cuando prepara y programa la acción en un punto dado del tiempo» (p. 49).
Lachmann rechaza el planteamiento tradicional de la economía de 1a- informa­
ción porque éste se limita a describir das'reacciones de los individuos ante los
acontecimientos, mientras que el problema consiste en comprender cómo la in­
formación produce conocimiento. Esta falta de adecuación surgiría plenamente
con la teoría de las expectativas racionales, en la cual se supone que los agentes
utilizan toda la información de la que disponen sin que, no obstante, se especifi­
que la cantidad de conocimiento que ya poseen.
Finalmente, la cuarta tesis es que los distintos individuos poseen, en general,
conocimientos diferentes. Del mismo modo que hay una división del trabajo, hay
una división del conocimiento. Y esta heterogeneidad de conocimientos es inhe­
rente al propio concepto de economía descentralizada. Por otra parte, si el proce­
so de mercado resulta interesante, ¿no es quizás porque permite la transmisión
del conocimiento de un individuo a otro? Esta es la celebre tesis expuesta por
Von Hayek en Competition as a Discovery Procedure (1968): «Es difícil aliviar a los
408 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

economistas del peso de haber analizado, durante cuarenta o cincuenta años, la


competencia basándose en supuestos que, de ser verdaderos, harían de tal proce­
so algo completamente inútil y falto de interés. Si realmente cada cual tuviera un
conocimiento completo de lo que la teoría económica llama los datos, la compe­
tencia sería un método absolutamente antieconómico de asegurar el ajuste a di­
chos datos» (p. 179). Como ha señalado S, C. Littlechild («Radical Subjetivism or
Radical Subversión?», en M. Rizzo, ed., Time, Uncertainty and Disequilibrium,
1979), la teoría de las expectativas racionales constituiría el ejemplo más llamati­
vo —aunque no el único— del vicio de suponer agentes con expectativas «conver­
gentes» (convergentes hacia un conjunto objetivo de conocimientos dependiente
sólo de la estructura del modelo). Las' condiciones (expectativas convergentes)
que enmarcan el problema a resolver (•larConsecución del equilibrio) son las mis­
mas que aseguran su solución.

11.1.4. L a teoría de los juegos

Históricamente, la teoría de los juegos se elaboró como un instrumento lógi­


co con el que investigar y estudiar situaciones en las que los resultados de las
elecciones de algunos agentes son parcialmente determinados por las elecciones
de otros agentes cuyos intereses posiblemente se hallan en conflicto con aquéllos.
La importancia de esta teoría para las cuestiones económicas se ha cifrado prin­
cipalmente en la posibilidad de utilizarla para abordar los problemas planteados
por las situaciones —cada vez más frecuentes en las economías avanzadas— de
conflicto y cooperación entre agentes decisorios racionales e inteligentes. «Racio­
nales» significa que cada agente efectúa sus propias elecciones tratando de maxi-
mizar la utilidad esperada subjetiva (subjecive expected utility) cuando se especifi­
quen las decisiones de los demás agentes. «Inteligentes» significa que cada agente
es capaz de saber algo acerca de la estructura de la situación en la que se halla,
precisamente como el teórico que estudia dicha situación. En particular, cada
agente decisorio sabe que los otros individuos son agentes decisorios racionales e
inteligentes; de ahí que el supuesto fundamental en la teoría de los juegos sea que
todos los agentes perciben y responden directamente a las acciones de los demás.
Para captar el sentido en que un juego es un contexto de decisiones interde­
pendientes, consideremos una versión simplificada del modelo de duopolio de
Coumot y comparemos el problema de elección del duopolista con el de una em­
presa que actúa en un mercado perfectamente competitivo. En este último caso, la
empresa A elige el nivel de producción para ofertar en el mercado una vez que co­
nozca los precios del producto y de los inputs necesarios para la producción de
aquel bien. Bajo la hipótesis de competencia perfecta, la empresa A percibe que se
enfrenta —al precio del mercado— a una curva de demanda para su producto per­
fectamente elástica (horizontal); es decir, para aquel precio la cantidad de produc­
to de la empresa A será comprada completamente en el mercado (por hipótesis es
una cantidad pequeña con respecto al volumen de intercambios totales en ese
mercado). Además, la empresa no tiene necesidad de tomar en consideración las
decisiones de otras empresas operantes en el sector: la única información relevan-
no es: complelamuie anónima y está sintetizada por los precios. Consideremos
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 409

ahora un duopolio, es decir, una situación en que, además de la empresa A, existe


otra empresa —indiquémosla como B— que produce y vende un producto idénti­
co al de su rival. Supongamos que la conducta de los consumidores de ese bien sea
conocida por los dos productores y se resuma en la función de demanda p =f (Q),
donde p indica el precio y Q el output total, igual a la suma de qA y qB que repre­
sentan los niveles de producción de las empresas Ay B respectivamente. Para sim­
plificar, supongamos como Cournot que los costes de producción sean nulos; si
cada empresa elige (independientemente una de otra) su propio nivel de produc­
ción para maximizar sus propios beneficios (que señalamos con p), entonces
—formalmente-— la empresa A elige qA para maximizar pA =pqA = f(qA + qB) qA-
Por tanto, pA depende también de qB; es decir, la elección del nivel óptimo de pro­
ducción por parte de la empresa A ya no es, como en el caso de la competencia
perfecta, independiente del nivel de producción simultáneamente elegido por la
empresa rival.
El vínculo definitivo entre la teoría de los juegos y la teoría económica no se
estableció hasta 1944, con la publicación de Theory of Games and Economic
Behaviour, de Von Neumann y Morgenstern, a quienes ya hemos aludido a propó­
sito del Kolloquium de Viena. En esta obra se integran los instrumentos de la teo­
ría de los juegos en la concepción económica; y de la fusión de ambos plantea­
mientos surgieron una serie de conceptos y de líneas de investigación que aún
hoy son objeto de atención por parte de los economistas: el concepto de juego
cooperativo, en el que los jugadores pueden establecer acuerdos o formular ame­
nazas que serán racionalmente llevados a cabo; el análisis de las coaliciones, que
recupera los estudios pioneros de Edgeworth y que lleva al moderno análisis del
core; la definición axiomática de la utilidad esperada y la demostración de su im­
portancia como criterio de elección en condiciones de incertidumbre. Sin embar­
go, algunas circunstancias —entre ellas, la novedad de los conceptos y de las de­
mostraciones matemáticas— limitaron de manera notable la difusión de Theory
of Games, sobre todo en el ámbito de las disciplinas sociales, a las que en gran
medida estaba dirigida la obra. Habría que esperar a finales de la década de 1950,
con la publicación de Games and Decisions (1957), de R. Luce y H. Raiffa, y
—más tarde— del libro de T. Schelling The Strategy of Conflíct (1960), para que la
teoría de los juegos se difundiera ampliamente. Sólo entonces se empezaron a ver
sus primeras aplicaciones económicas interesantes, sobre todo en Estados Uni­
dos, debidas a K. Arrow, G. Debreu, J. fíarsanyi, L. Shapley y M. Shubik.
Hoy la teoría es capaz de analizar numerosas categorías de «juegos», aunque
la atención de los estudiosos se ha centrado principalmente en algunos casos de
especial interés. Una primera clase de juegos que ha dado lugar a una teoría ex­
haustiva y general ha sido la de los juegos de dos personas de suma cero. Además
de su propia relevancia —que no se debe olvidar—, los juegos de suma cero han
resultado de vital importancia para la teoría de los juegos porque el aparato con­
ceptual desarrollado para analizarlos se ha revelado, en buena medida, ampliable
al análisis de casos más generales.
Particularmente importante es el concepto de nivel de seguridad, el nivel mí­
nimo de pago que un jugador puede asegurarse independientemente de las estra­
tegias del otro. Un juego tiene un resultado racional desde el punto de vista indivi­
dual si el pago obtenido por cada jugador no es inferior a su nivel de seguridad: si
410 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

un individuo es racional, actuará siempre de modo que se asegure por lo menos


el nivel de pago que puede obtener con certeza. El nivel de seguridad se puede
calcular tanto para las estrategias puras (que son secuencias de acciones bien de­
terminadas) como para las mixtas (en las cuales, en uno o más estadios del juego,
la elección de la acción se realiza por medio de un experimento estocástico,
como, por ejemplo, el lanzamiento de una moneda al aire).
En un juego estrictamente determinista, es decir, aquel en el sólo hay un re­
sultado racional desde el punto de vista individual en términos de estrategias pu­
ras, se podrá estar seguro de que ese será el resultado que predominará cuando
todos los jugadores sean racionales. En cambio, un juego es determinado si única­
mente tiene un resultado racional desde el punto de vista individual en términos
de estrategias mixtas. Hay juegos que/ rió son estrictamente determinados, sino
sólo determinados; en este caso, los jugadores no disponen de una opción «racio­
nal» en términos de estrategias puras, pero sí en el conjunto —más amplio— de
las estrategias mixtas.
Ya a comienzos de siglo, E. Zermelo («líber eine Anwendung der Mengen-
lehre auf die Theorie des Schachspiels», en Proceedings of the Fifth International
Congress of Mathematicians, 1913) había logrado demostrar que el juego del aje­
drez es estrictamente determinado. Obviamente, esto no significa que la estrate­
gia «óptima» para este juego resulte fácil de identificar, como todo ajedrecista
sabe muy bien. En cualquier caso, el teorema de Zermelo ha tenido una extraor­
dinaria importancia en tanto ha sido el prototipo de los teoremas, cada vez más
generales, obtenidos en los años sucesivos. Concretamente, sustituyendo el con­
cepto de resultado racional desde el punto de vista individual por el de equilibrio
estratégico se ha «exportado» el teorema fuera del ámbito de los juegos de suma
cero. Una estrategia conduce al equilibrio si maximiza el nivel de pago obtenido
por un jugador, dadas las estrategias elegidas por todos los.demás. Esta noción fun­
damental, introducida por el matemático estadounidense John Nash, en 1951, en
«Non-cooperative Games» (Armáis of Mathematics), se conoce todavía hoy como
«equilibrio de Nash»; se basa en la idea de que, en equilibrio, las estrategias de­
ben constituí]' «respuestas mutuamente mejores», y ello en el sentido de que nin­
gún jugador puede actuar mejor de lo que lo hace; dado lo que hacen los demás
jugadores. El trabajo de Nash permitió a H. W. Kuhn demostrar, en Lectures on
the Theoiy of Games (1953), que todo juego de n personas con información per­
fecta (es decir, en el que todos los jugadores conocen la estructura completa del
juego, desde los pagos hasta los posibles movimientos de los demás) posee un
equilibrio en términos de estrategias puras. A pesar de su interés, este teorema no
es especialmente potente, ya que nada excluye que un juego tenga un número
muy alto de equilibrios, de manera que no está claro en absoluto cuál sería el
equilibrio que predominaría si todos los jugadores fueran racionales. Esto es, en
efecto, lo que sucede para la gran mayoría de los juegos. Así, recientemente se ha
desarrollado una línea de investigación que ha tratado de perfeccionar el conjunto
—generalmente muy numeroso— de los equilibrios estratégicos de ciertas clases
de juegos mediante el empleo de los más diversos criterios auxiliares. Por ahora,
los resultados de estas investigaciones son controvertidos, dado que, en realidad,
no existe un criterio «objetivamente válido» para llevar a cabo tal perfecciona-
mienlo.
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 411

John Harsanyi —en «Games of Incomplete Information Played by Bayesian


Players», publicado en Management Science, 1967-1968, y «The Tracing Procedu-
re», publicado en International Journal of Game Theory, 1975— ha introducido
una clase más general de juegos, denominados «juegos bayesianos», en los que
los jugadores pueden no conocer con certeza la estructura del juego. Por otra
parte, R. Selten ha introducido la noción de «equilibrio perfecto»; en «Reexami-
nation of the Perfectness Concept for Equilibrium in Extensive Games» (Interna­
tional Journal of Game Theory, 1975), parte de la constatación de que muchos
equilibrios de Nash son imperfectos, en el sentido de que se basan en amenazas
de acciones dependientes de circunstancias que nunca se verifican en la situación
de equilibrio y que los jugadores nunca tendrían en cuenta si pudieran elegir. El
concepto de equilibrio perfecto elimina precisamente este tipo de imperfeccio­
nes. Recientemente, D. Kreps y R. Wilson han propuesto una síntesis de estas dos
líneas de investigación, mediante la noción de «equilibrio secuencial», en «Se-
quential Equilibria» (Econometrica, 1982).
En el caso de los juegos de dos personas de suma cero, las cosas están
mucho más claras: en efecto, el famoso teorema del minimax de Von Neu-
mann afirma que, si el número de las estrategias puras admisibles es finito, di­
chos juegos son determinados, es decir que admiten un único resultado indivi­
dualmente racional en términos de estrategias mixtas. Este teorema ha tenido
un enorme impacto en el desarrollo de la disciplina (la propia demostración
de la existencia de un equilibrio competitivo se ha obtenido como generaliza­
ción de una de las demostraciones del minimax), y durante un largo período
de tiempo se ha considerado a los juegos de suma cero «el» ámbito de aplica­
ción de la teoría.
Aunque ha avanzado mucho a partir de las intuiciones de Von Neumann y
Morgenstern, la teoría contemporánea se ha visto enfrentada a una serie de pro­
blemas formidables. Por ejemplo, en el campo de los juegos cooperativos existe
también, en general, una multiplicidad de equilibrios posibles. Así, el número y la
naturaleza de los equilibrios asociados a un determinado juego vendrán determi­
nados por la particular interpretación del juego, por el conjunto de las estrategias
a disposición de los jugadores y por los «criterios de racionalidad» a los que éstos
deberán atenerse. No hay un criterio de elección válido universalmente. Cada cri­
terio propuesto selecciona equilibrios «razonables» para ciertos juegos; sin em­
bargo, para otros juegos excluye alguííos igualmente «razonables» para elegir
otros menos «plausibles».
Otra dificultad de la teoría de los juegos en las décadas de 1950 y 1960 con­
siste en que ésta se refería principalmente a juegos de información completa y
perfecta. En los juegos de información completa, los jugadores conocen la natura­
leza del juego;, en los de información perfecta, en cambio, no sólo conocen la na­
turaleza del juego, sino también todos los movimientos precedentes realizados
por los otros jugadores. Esto contribuía a restringir en buena medida el campo
de los fenómenos que la teoría podía abordar y, por tanto, limitaba las posibilida­
des de aplicación en el ámbito económico. Los avances teóricos de las décadas de
1970 y 1980, debidos principalmente a Harsanyi y Selten, han remediado en par­
te esta deficiencia.
Un planteamiento reciente es el de los juegos repetidos, llamados también su-
412 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

perjuegos. El comportamiento estratégico' puede cambiar si, en lugar de «una vez


para todos», los jugadores saben que un determinado juego se puede repetir un
cierto número de veces, tal vez indefinido. El ejemplo típico es el famoso «dilema
del prisionero», un juego de suma distinta de cero que da origen a una solución no
cooperativa si se juega una sola vez, pero que —sin embargo— puede generar un
comportamiento cooperativo si se repite un número suficiente de veces. R. Luce y
H. Raiffa fueron de los primeros en señalar que el dilema consiste en el hecho de
que una elección egoísta es racional, pero no lleva a la mejor de las soluciones po­
sibles, mientras que la elección cooperativa es irracional para quien la elige a me­
nos que el otro jugador elija también una opción cooperativa. Lo que es mejor
para el individuo no es necesariamente mejor para todos los individuos en conjun­
to. El interés por los juegos repetido^, proviene de un teorema, conocido como
«teorema popular» (Folk Theorem) —cuyo autor no se conoce—, que establece una
analogía fundamental entre los juegos repetidos y los juegos no repetidos coopera­
tivos, subrayando que la aparición de factores como la «reputación», la «credibili­
dad», etc., típicos de los juegos repetidos, lleva naturalmente a los jugadores a ex­
plorar las posibilidades de soluciones cooperativas. Y ello porque dichos factores
pueden hacer creíbles los acuerdos y las amenazas que generan la cooperación.
A. Axelrod (The Evolution of Cooperation, 1984) ha verificado experimentalmente
el teorema, mostrando, efectivamente, que los resultados cooperativos tienden a
prevalecer en un juego repetido un número infinito de veces.
Dado el estrecho vínculo existente entre la «indeterminación oligopolista» y
la teoría de los juegos, no debe sorprendernos que el aparato conceptual de esta
última haya hallado su más extensa aplicación en los estudios de economía in­
dustrial En su artículo de 1947, «La teoría de los precios y el oligopolio» (Econo-
mic Journal; trad. cast. en G. Stigler y K. Boulding, eds., Ensayos sobre la teoría de
los precios, Madrid, 1968), K. W. Rothschild lamentaba el hecho de que, al tratar
el tema del oligopolio, los economistas se hubieran dejado influir en exceso por
analogías sacadas de la mecánica y de .la biología. En el estudio de las situaciones
oligopolistas —señalaba Rothschild— es mejor tomar como referencia aquellos
ámbitos de investigación que estudian movimientos y contra-movimientos, lu­
chas por el poder y comportamientos estratégicos. Ahora bien, es precisamente el
uso de la teoría de los juegos lo que ha llevado, en los últimos años, a una refor­
mulación de una serie de conceptos como las barreras de entrada, la relación en­
tre estructuras de mercado y cambio tecnológico, etc. Como ha indicado M. Shu-
bik, en Strategy and Market Structure (1959), el resultado más interesante en este
sentido ha sido el siguiente: el nexo de causalidad que va de la estructura de mer­
cado a la conducta y a los resultados ha sido reemplazado por la idea de que la
estructura de mercado, entendida como el número y la dimensión de las empre­
sas que en él operan, se determina endógenamente a través de la interacción es­
tratégica entre las propias empresas.
Otra área en la que la teoría de los juegos se ha aplicado de manera fructífe­
ra es la de la negociación bilateral (bargaining), en la que dos o más individuos
han de ponerse de acuerdo para la -repartición de una apuesta dada, con la res­
tricción de que, a falta de acuerdo, ninguno obtiene nada (teorías de los contra­
tos, subastas, negociaciones colectivas...). Este problema ha permitido dar una
definición precisa de un concepto económico clave: el de «poder negociador».
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 413

Cuanto más «ansiosa» está una parte de concluir el acuerdo, más estará dispues­
ta a «ceder». El artículo de Ken Binmore «Modeling Rational Players», publicado
en Economics and Philosophy (1987), constituye la referencia más significativa en
este contexto. En este trabajo, la noción tradicional de racionalidad sustantiva se
ha sustituido por la de «racionalidad algorítmica», que recupera y generaliza la
célebre noción de racionalidad, «procedimental» de Herbert Simón, a la que ya
nos hemos referido en el capítulo anterior.
Finalmente, un campo muy reciente de aplicación de la teoría de los juegos
es el de la teoría de la política económica (política monetaria, política fiscal, coo­
peración económica internacional...), donde el criterio de perfección de Selten y
el concepto de equilibrio secuencial han encontrado una amplia utilización en re­
lación a los conceptos de credibilidad y reputación de «jugadores» como el go­
bierno y los sindicatos. Entre los trabajos más importantes sobre este tema, re­
cordaremos: R. J. Aumann y M. Kurz, «Power and Taxes» (Econometrica, 1977), y
P. Dubey y M. Shubik, «A Theory of Money and Financial Institutions» (Journal
ofEconomic Theory, 1978).
La mayor fecundidad de las aplicaciones económicas de la teoría de los jue­
gos, respecto a las derivadas de otros tipos de instrumentos matemáticos, depen­
de tal vez en parte del hecho de que esta teoría no se ha tomado prestada de otras
disciplinas, sino que se ha desarrollado precisamente en el seno de la investiga­
ción económica, lo que ha favorecido la elaboración de conceptos y procedimien­
tos formales adecuados a las representaciones de los fenómenos de interacción
social y económica.
Sin embargo, no se debe ocultar que existen aún graves limitaciones en los
modelos elaborados en el seno de la teoría de los juegos. Por ejemplo, las deter­
minaciones de las nociones más apropiadas de racionalidad individual y de equi­
librio de un juego son múltiples y parcialmente arbitrarias. Además, aun después
de haber adoptado una noción bien definida de equilibrio de un juego (por ejem­
plo, la de Nash), a menudo queda el problema —especialmente en los superjue-
gos— de la multiplicidad de los resultados que representan equilibrios. En cual­
quier caso, sigue siendo cierto que la teoría de los juegos —precisamente debido
a su rigurosa estructura lógica, que permite a los economistas clasificar los dife­
rentes tipos de racionalidad y de equilibrio— se va configurando como un plan­
teamiento de investigación alternativo al npowalrasiano.

11.2. La teoría de la producción como proceso circular


11.2.1. E l A C TIV IT Y A N A LY SIS Y EL TEOREMA DE NO SUSTITUCIÓN

En el capítulo 8 nos hemos referido a una cierta tradición en el análisis de


las interdependencias sectoriales originada, a comienzos del presente siglo, en
Rusia con Dmitriev, para emigrar más tarde a Alemania —concretamente a Ber­
lín—, con Von Charasoff y Von Bortkiewicz. Allí, en la segunda mitad de la déca­
da de 1920, dicha tradición inspiró los trabajos de Leontief y Remak. En el m is­
mo capítulo hemos aludido también al Kolloquium vienés de Menger y a las con­
tribuciones de Schlesinger y Wald al problema de la existencia de soluciones en
414 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

el modelo de equilibrio general, así como a los trabajos de Von Neumann en


Berlín y Viena.
Estas tradiciones de pensamiento se transplantaron a Estados Unidos en la
década de 1930, y allí, en la segunda posguerra, produjeron distintos e impor­
tantes frutos. Ya hemos hablado de la contribución de Von Neumann al surgi­
miento de la teoría de los juegos y del modelo de crecimiento equilibrado. Nos
hemos referido también a la contribución de Leoñtief al surgimiento del análisis
input-output y a sus aplicaciones prácticas. Finalmente, en el capítulo 10 hemos
hablado de la influencia ejercida por esta tradición de pensamiento en el desa­
rrollo del planteamiento neowalrasiano del análisis del equilibrio. A continua­
ción, nos referiremos brevemente a dos avances teóricos importantes que tuvie­
ron lugar también en la segunda posguerra, y que se pueden interpretar como
profundizaciones y ampliaciones de los modelos de Leoñtief y Von Neumann. Se
trata del análisis de actividad y el teorema de no sustitución.
La obra de referencia clásica de ambos planteamientos es, sin duda, el libro
Activity Analysis of Production and Allocation, editado en 1951 por Tjalling Char­
les Koopmans (1910-1984). Otras obras que hay que recordar en este contexto
son: Linear Inequalities and Related Systems (1956), editada por H. W. Kuhn y
A. K. Tucker; Programación lineal y análisis económico (1959; trad. cast., Madrid,
1962), de R. Dorfman, R A. Samuelson y R. M. Solow; The Theory of Linear Eco-
nomic Models (1960), de D. Gale, y Linear Programming and Extensions (1963), de
G. B. Dantzig. También es importante el primer ensayo de Tres ensayos sobre el es­
tado de la ciencia económica (1957; trad. cast., Barcelona), en el que Koopmans
trataba de vincular este tipo de análisis a la teoría del equilibrio económico gene­
ral neowalrasiana.
El análisis de actividad es una generalización del modelo de Von Neumann
en términos de programación lineal, y consiste en la introducción de diversos
recursos escasos en la utilización del modelo para resolver el problema de su
asignación eficiente. Las primeras ideas sobre la programación lineal —como ya
hemos mencionado— se remontan a una contribución de Kantorovic, de 1939.
Sin embargo, la teoría sólo adquirió relieve en 1947, tras haberse descubierto en
el método símplex una manera eficiente de resolver un problema de programa­
ción lineal. Su autor fue George Bernard Dantzig (n. 1914), que había redescü-
bierto la programación lineal independientemente de Kantorovic. Su primera
publicación importante sobre el tema fue Programming in a Linear Structure
(1948), a la que siguió un artículo que se publicó en la obra, antes mencionada,
editada por Koopmans en 1951.
Un problema de programación lineal se puede plantear del siguiente modo:
maximizar z =px bajo las restricciones Hx <s; x >0 (primal)
minimizar z = ws bajo las restricciones wií < p, w >0 (dual)
donde p = (pp ..., pm) y w = (wp..., wn) son vectores fila; x = (xp ..., xm) y s = (sq,..., sn),
vectores columna, y H, una matriz n x m. Las incógnitas del problema son x y w. Se­
gún el significado que se quiera atribuir a las variables, se pueden obtener distintas
aplicaciones del modelo. Las aplicaciones prácticas en la programación productiva de
las empresas han sido pariiculannenle importantes; sin embargo, aquí nos interesan
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 415

preferentemente las aplicaciones teóricas, y la más importante de ellas es el análisis de


actividad. En este caso, H se interpreta como una matriz que contiene en cada colum­
na una combinación técnicamente admisible de inputs. Cada columna se refiere a una
«actividad», y cada fila a un recurso. En general, existen más actividades que recursos,
m > n. El vector de los precios de los bienes finales es p; el de las intensidades a las
que se realizan las actividades es x. Finalmente, 5 son las cantidades disponibles de re­
cursos; w, sus «precios sombra». Entonces, el problema «primal» consiste en elegir un
vector de niveles de actividad que maximice el valor del output final, dados los precios
de los bienes finales, de manera que no se utilicen más recursos de los disponibles. El
«dual», en cambio, consiste en elegir un vector .de precios sombra que minimice el
coste de los recursos empleados de modo tal que el coste de producción de cada mer­
cancía producida no sea inferior a su precio. Esta última condición asegura que no
haya beneficios. Después, la solución del problema de programación asegurará que
no'haya pérdidas.
La solución de equilibrio (óptima) existe si H > 0 y si cada columna de H
contiene al menos un elemento positivo. Sean x*, w* los valores de equilibrio.
Entonces,
max. z =px" =w"s = mm z
lo que significa que el producto nacional neto es igual al valor añadido. Además,
tendremos:
w*Hx* =w*s
w*Hx* = px*
La primera de estas ecuaciones implica que wf = 0 si la demanda de los re­
cursos s¿ es inferior a la oferta; la segunda, que xf =0 si el precio de la mercancía
i es inferior a su coste. Esto significa que los recursos no escasos son gratuitos y
que los procesos no rentables no son activados. Por lo tanto, el análisis de activi­
dad no sólo sirve para determinar la intensidad a la que se realizan las activida­
des, sino también para decidir qué actividades realizar (las más rentables) y qué
actividades descartar.
El libro editado por Koopmans en/f951, Activity Analysis of Production and
Allocation, contenía también sendos ensayos sobre el llamado «teorema de no
sustitución» de Georgescu-Roegen, Arrow, Koopmans y Samuelson. Inicialmente,
este teorema se formuló bajo la forma de una aplicación teórica del modelo de
Leontief. Se basa en las siguientes hipótesis: existe un solo input primario; dicho
input es indispensable para producir cualquier mercancía; cada proceso produce
un solo output; existen rendimientos constantes de escala; hay competencia per­
fecta. El problema consiste en elegir las actividades más rentables, es decir, las
que minimizan los costes. Sucede entonces que, bajo las hipótesis mencionadas,
los precios y los niveles de actividad resultan independientes entre sí, y el conjun­
to de actividades elegido como el más rentable para obtener un determinado vec­
tor de demanda final sigue siendo también ei más rentable para la producción de
cualquier otro vector.
416 PANORAMA DÉ HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Este último resultado es de crucial importancia. Las actividades son elegidas


por parte de los empresarios con el objetivo de minimizar los costes; si no existen
otros inputs primarios además del trabajo, existe un único conjunto de activida­
des que resulta ser el más rentable; puesto que predominan los rendimientos de
escala constante, una técnica que resulte ser la más rentable para un determina­
do nivel de actividad lo será también para cualquier otro nivel; por lo tanto, la
elección de las técnicas no cambia al variar la composición de la demanda y de
las cantidades producidas, y los precios dependen únicamente de las condiciones
de producción.
Hay dos interpretaciones distintas sobre la relevancia de este teorema. En la
primera —y originaria— se interpreta el término «sustitución» como sinónimo de
«cambio de las técnicas». Entonces el teprema sirve para demostrar la validez del
modelo de Leontief y de otros modelos similares. La hipótesis de los coeficientes
fijos, que aparece en estos modelos, no es restrictiva (como afirmaban algunos
críticos de Leontief). En efecto, el teorema demuestra que dichos coeficientes
pueden interpretarse como aquellos que han sido elegidos por los empresarios de
entre una amplia gama de posibilidades técnicas; dicha elección no se modifica
cuando cambia la demanda final.
Según la otra interpretación, el «teorema de no sustitución» aspira a eviden­
ciar el hecho de que, al variar la composición de la demanda, no se da ninguna
sustitución entre los factores primarios. Por otra parte, resulta evidente que no se
puede dar la sustitución entre factores primarios cuando sólo hay uno. Así, la va­
lidez del teorema residiría en el hecho de que, cuando hay más de uno, la sustitu­
ción es posible y tiene lugar cada vez que se verifica un cambio en los gustos de
los consumidores. Esto parece confirmar la tradicional visión neoclásica según la
cual, en general, si aumenta la demanda de un bien producible con una elevada
intensidad de un determinado factor, no sólo aumentará el precio de dicho bien,
sino también la demanda y la remuneración del factor en cuestión, y, en conse­
cuencia, variarán también los precios de todos los demás bienes. Por lo tanto, en
general los precios dependerán de la demanda de los bienes finales y de la esca­
sez de los inputs primarios. En el próximo apartado veremos hasta qué punto es
necesario ser cauteloso al sostener una tesis de este tipo.
Mientras tanto, observaremos que existen casos en los que el teorema de no
sustitución no tiene validez, y en los que la sustitución entre factores primarios
no desempeña función alguna. Uno de dichos casos es aquel en el que los rendi­
mientos de escala no son constantes. Aquí está claro que las variaciones de la de­
manda tendrán importantes efectos en las condiciones de coste de las mercancías
y, por lo tanto, en sus precios. Pero esto no tiene nada que ver con la sustitución
entre factores primarios. Otro caso es aquel en el que existe producción conjunta.
Aquí, en general, las variaciones de la demanda modificarán las condiciones de
conveniencia en la activación de los distintos procesos, dado que una determina­
da mercancía puede producirse conjuntamente con cualquier otra utilizando di­
ferentes actividades. Por lo tanto, las variaciones en la demanda podrán provocar
cambios en las técnicas activadas y, consecuentemente, en los costes y los pre­
cios. Sin embargo —una vez más—, esto no tiene nada que ver con la'sustitución
entre factores primarios.
Finalmente, recordaremos res contribuciones de década de
1 la 1960: «A N e w
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 417

Theorem of Non-Substitution» (Money, Growth and Methodology, 1961), de P. A.


Samuelson; «The Dynamic Non-Substitution Theorem» (Review of Economic
Studies, 1969), de I. A. Minies, y «Non-Substitution Theorems with Durable Ca­
pital Goods» (Review of Economic Studies, 1970), de J. E. Stiglitz. En estos traba­
jos, se generalizaba el teorema con la introducción de un tipo de interés y de un
caso especial de producción conjunta (máquinas usadas, no transferibles de una
actividad a otra ni empleadas conjuntamente). La introducción del interés modi­
fica los resultados del teorema en el sentido de que existirá un sistema diferente
de precios para cada valor distinto del interés. El carácter «dinámico» del teore­
ma consistiría en la posibilidad de aplicarlo a una economía que crece de modo
uniforme.

1 1 .2.2 . E l DEBATE SOBRE LA TEORÍA DEL CAPITAL

Excluida la posibilidad de sustitución entre factores primarios, bajo las hi­


pótesis del teorema de no sustitución parece posible —sin embargo— otro tipo de
sustitución: entre el «factor» capital y el trabajo. Aun excluyendo los efectos de la
demanda de los bienes finales en los precios,, ¿no podría existir una relación sig­
nificativa entre la demanda de los «factores productivos» trabajo y capital y sus
remuneraciones? Si los precios de los servicios de los factores son indicadores de
la escasez, entonces debería ocurrir que, al aumentar la relación salario-interés,
aumentara la demanda de los servicios del capital respecto a la de los servicios
del trabajo. En competencia perfecta, las remuneraciones reales de los factores
deberían igualar a sus productividades marginales; por lo tanto, la explicación de
la existencia de una relación decreciente entre la intensidad de capital de las téc­
nicas y el coste relativo del capital habría que buscarla en la disminución relativa
de la productividad marginal del capital respecto a la del trabajo, disminución
que se debería a la sustitución del trabajo por el capital.
Esta teoría es muy antigua, aun prescindiendo del concepto de productivi­
dad marginal. Después de la revolución marginalista la adoptaron numerosos
economistas, que introdujeron precisamente la noción de productividad margi­
nal; entre ellos, citaremos a Jevons, Wicksteed, Clark, Bóhm-Bawerk y Wicksell.
Sin embargo, ya Wicksell (como hemos mencionado en el capítulo 6) se había
dado cuenta de la singularidad de ciertds fenómenos —a los que más tarde se co­
nocería como «efectos Wicksell»—, y había señalado la posibilidad de que se die­
ran algunas «paradojas» en la relación existente entre intensidad de capital de las
técnicas y la remuneración del capital.
Sin embargo, sólo a raíz del debate de las décadas de 1950 y 1960 se solven­
taría el problema. El debate fue iniciado por J. V. Robinson, con el artículo «La
función de producción y la teoría del capital» (Review of Economic Studies, 1953-
1954; trad. cast. en I Robinson, Teoría del desarrollo. Aspectos críticos, Barcelona,
1973), en el que la autora formulaba una tesis inspirada por la lectura de la «In­
troducción» (1951) de Sraffa a los Principios de Ricardo: que el «grado de meca­
n iz a c ió n » de u n a técnica p ro d u c tiv a p o d ía a u m e n ta r, en lu g a r de disminuir como
consecuencia de un aumento de la relación interés-salario. Robinson señalaba
también que el origen de este extraño efecto habría que buscarlo en la imposibili-
418 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

dad de medir el capital en términos físicos, dada su composición heterogénea, y


en la consiguiente necesidad de medirlo-en valor. Más tarde, D. Champernowne
—en un comentario al artículo de Robinson—, aunque reconocía la importancia
del problema por ella señalado, sugería que éste se podía resolver midiendo el ca­
pital por medio de un «índice en cadena» que él mismo había elaborado; no obs­
tante, admitía que era posible que su índice no funcionara en algunos casos «ex­
traños». Robinson contraatacó, sobre todo en un apartado de La acumulación del
capital (1956; trad. cast., México, 1960), donde indicaba que la relación perversa
que existe entre los precios de los servicios de los factores y la intensidad de capi­
tal de las técnicas no se debe a fenómenos de naturaleza puramente «financiera»
—como parecía sugerir Champernowne—, sino que puede generarse por un cam­
bio técnico real. f ?./
Por una curiosa broma de la historia, aquel mismo año vieron la luz los pri­
meros modelos de crecimiento unisectoriales neoclásicos, los de Solow y Swan, a
los que ya nos hemos referido en el capítulo 9. En dichos modelos se utilizaba
precisamente la función de producción agregada y la teoría del capital que Ro­
binson había criticado, lo que contribuyó a caldear el ambiente. En cualquier
caso, en 1960 aparecía Producción de mercancías por medio de mercancías (trad.
cast., Barcelona, 1983), de Sraffa, una obra que contenía —aunque de modo con­
ciso— todos los elementos necesarios para aclarar la cuestión. Al mismo tiempo
se publicaba El capital en la teoría de la distribución (trad. cast., Barcelona, 1981),
de Garegnani, donde se realizaba una, crítica explícita a las teorías neoclásicas del
capital.
La crítica de Robinson fue aceptada sin resistencia por numerosos econo­
mistas neoclásicos; entre ellos, recordaremos a Morishima y Iiicks, quienes trata­
ron el tema en Equilibrium, Stability and Growth (1964) y en Capital y crecimiento
(1965; trad. cast,, Barcelona, 1967) respectivamente. Sin embargo, aún en 1962 y
1965 Samuelson y Levhari habían tratado de resolver el problema de un modo
distinto del que Robinson había sugerido. Debido a esto, fueron criticados por va­
rios seguidores de Sraffa, como Pasínetti y Garegnani, de quienes recordaremos
únicamente dos importantes ensa}ms: «Cambios de técnica y la “tasa de retorno”
en la teoría del capital» (trad. cast. en O. Braun, ed., Teoría del capital y la distri­
bución, Buenos Aires, 1973), del primero, y «Switches of Techniques», del segun­
do, ambos publicados en Quarterly Journal of Economics, en noviembre de 1966.
Este número de la revista contenía varios artículos más sobre el mismo tema, de­
bidos a Levhari, Morishima, Robinson y Naqvi, Bruno, Burmeister y Sheshinski.
En cualquier caso, el más importante fue el summing-up («resumen») en el que
Samuelson reconocía la validez de las críticas y —aunque tratando de minimizar
su importancia— admitía el error inherente a las teorías neoclásicas del capital
global. Con ello se puso fin al debate, aunque sus consecuencias se hicieron sen­
tir hasta comienzos de la década de 1970. La última palabra sobre este problema
la dijo Garegnani en «El capital heterogéneo, la función de producción y la teoría
de la distribución» (Review of Economía Studies, 1970; trad. cast. en Revista Es­
pañola de Economía, 3 [3], 1973).
Para exponer esta cuestión de la manera más sencilla, utilizaremos un mo­
delo de una economía en la que únicamente se producen dos mercancías, un bien
d e c o n s u m o v u n b ie n de: c a p ita l,trabajo;
m e d ia n te c a p ita l y se tra ta del m is m o
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 419

modelo que hemos utilizado en el capítulo 4 para clarificar el problema marxiano


de la transformación de los valores en precios: .
p = wlp. + k^p (1 + r)
1 = wlc + kcp (1 + r)

El precio del bien de consumo se toma como numerario; w es el salario real;


p, el precio relativo del bien capital; r, la tasa de beneficio, que es igual al tipo de
interés; ljc y lc. los coeficientes de trabajo en las dos industrias, y k¡c y kc, los coefi­
cientes de capital. Para simplificar, aquí supondremos que todos los símbolos de­
notan magnitudes escalares; sin'embargo, en una interpretación más general, k-k se
puede interpretar como una matriz, y p y lk, como dos vectores. Volveremos a ha­
blar de ello en el próximo apartado. Con algunos sencillos pasos algebraicos se ob­
tiene, a partir de las dos.ecuaciones, una función decreciente entre salario y bene­
ficio; es decir:
1 - k¡f(1 + r)
rv = •
\k % O (1 + r)
V
En la figura 11.1 aparecen dos curvas distintas salario-beneficio, que repre­
sentan dos técnicas productivas diferentes (dos sistemas de ecuaciones diversos);
llamémosles a y (L Las técnicas difieren en el distinto modo como combinan ca­
pital y trabajo, pero también es posible que el (o algún) bien capital sea física­
mente distinto en los dos casos.
La concavidad de la curva a implica que en la técnica a se cía que k,c/ lj. >kc ¡ lc.
En cambio, la curva p es lineal porque hK/ 1¡( = kc / lr En la técnica a, el coeficiente
capital-trabajo vanará al hacerlo el precio del capital, y, ea cuiisucuciic.,ia, ul vmmi ibi
distribución de la renta, aunque no cambie la técnica productiva. En cambio, en la
420 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

técnica [3 el coeficiente capital-trabajo global no varía al hacerlo la distribución de la


renta, porque no varían los precios. Gráficamente, el coeficiente capital-trabajo se
mide, para la técnica [3, por la inclinación de la recta [3. En efecto, en el caso en el que
kk/lk =kcl h fórmula anterior se puede reducir a:

en la que /<q / lc mide la inclinación de la recta (3. Para la técnica a, en cambio, el


coeficiente capital-trabajo se mide —por ejemplo, en el punto P2— por la abertu­
ra del ángulo a, y es diferente en cada punto distinto de la curva a.
Comparemos ahora ambas técnicas pn correspondencia con distintos esque­
mas de distribución. En los puntos situados a la izquierda de jq, los capitalistas
elegirán la técnica (3, dado que ésta, respecto a la a, proporciona beneficios más
elevados en correspondencia con cada salario. En los puntos comprendidos entre
?q y r2, en cambio, se preferirá la técnica a, mientras que en los situados a la dere­
cha de r2 se volverá a la técnica (3. Este es el fenómeno llamado del «retomo de
las técnicas»: la técnica (3, que se había abandonado como consecuencia de un
aumento de la tasa de beneficio en torno a r¡, vuelve a preferirse cuando la tasa
de beneficio se hace aún mayor, es decir, superior a r2. En el punto P¡ y en el pun­
to P2, las dos técnicas resultan igualmente rentables y tienen un mismo sistema
de precios. Al pasar de la técnica (3 a la a en torno al punto P¡ se verifica una dis­
minución de la relación capital-trabajo. Este cambio de la intensidad de capital
de las técnicas se debe a causas puramente reales, dado que en el punto P¡ las dos
técnicas poseen el mismo sistema de precios. Este fenómeno se conoce con el
nombre de «efecto Wicksell real positivo». Por lo tanto, en el paso de la técnica a
a la {3 en torno al punto P2, se verifica un efecto Wicksell real negativo. En este
caso, al aumentar la tasa de beneficio, la relación capital-trabajo aumenta en lu­
gar de disminuir; y ello sucede a causa de un cambio técnico real. También en los
puntos comprendidos entre P¡ y P2 la relación capital-trabajo aumenta al hacerlo
el tipo de interés, pero en este caso ello se debe únicamente a que cambia el pre­
cio del capital. Se trata de un «efecto Wicksell de precio». El fenómeno del au­
mento de la relación capital-trabajo como consecuencia de un aumento del inte­
rés se denomina «inversión del valor del capital». Se trata de un fenómeno que
contradice la parábola neoclásica según la cual la intensidad de capital de las téc­
nicas es una función decreciente de la relación entre los precios de los «factores»
capital y trabajo.
Traspasemos ahora los límites de aplicabilidad del teorema de no sustitución
y admitamos que existan otros inputs primarios, además del trabajo, como —por
ejemplo— la tierra, y que cada sector puede producir conjuntamente más de una
mercancía. Entonces, al variar la composición de la demanda final podrán variar
las intensidades de empleo de los inputs primarios, dado que las distintas mer­
cancías los utilizan en proporciones diferentes. Pues bien: otra parábola neoclási­
ca afirmaba que la intensidad del empleo de cada input primario es una función
decreciente de su remuneración. Esta parábola se deriva de una «generalización»
de la teoría clásica de la renta de la tierra intensiva, generalización que llevaron a
cabo varios economizas corno Von Tbünen, Jevons, Wicksteed y Clark. Así como
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 421

la renta de la tierra tendería a aumentar —afirma la parábola— con la intensifica­


ción de la utilización del trabajo por unidad de tierra, del mismo modo la remu­
neración del trabajo tendería a aumentar con el incremento en la utilización de
tierra por unidad de trabajo.
Este razonamiento se puede invertir. Si la relación salario-renta de la tierra
varía en una determinada dirección, es necesario que varíe también en la misma
dirección la relación entre la productividad marginal del trabajo y la de la tierra.
Este resultado estaría asegurado no sólo por las hipótesis de competencia y de
productividades marginales decrecientes, sino también por el supuesto del com­
portamiento maximizador de los empresarios. Éstos, como consecuencia de un
aumento de la relación entre las remuneraciones de ambos factores, tenderían a
sustituir el más caro por el más barato, haciendo variar así las productividades
marginales en la misma dirección que las remuneraciones, y la intensidad de su
utilización en la dirección opuesta. Desgraciadamente, las cosas no son así. Si
evidentemente es posible que, al variar los precios y las remuneraciones, varíen
las técnicas y —por lo tanto— también las proporciones de utilización de los
inputs primarios, también es verdad que en una economía capitalista no existe
necesariamente una función decreciente entre dichas proporciones y la relación
entre las remuneraciones de los factores. Este resultado, derivado también del
análisis de Sraffa, fue desarrollado más tarde por sus seguidores, entre quienes
recordaremos a J. S. Metcalfe e I. Steedman, que abordaron este tema en profun­
didad en el ensayo «Reswitching and Primar}' Input Use» (Economic Journal,
1 9 7 2 ).

1 1 .2 .3 . «P r o d u c c ió n d e m e r c a n c ía s p o r m e d io d e m e r c a n c ía s »

Todo lo anterior se halla en el libro de Sraffa, pero sólo esbozado en sus lí­
neas esenciales, casi en germen. Y no debe sorprendernos que la teoría económi­
ca ortodoxa haya necesitado varios años de debate para aceptar sus implicacio­
nes teóricas. Sin embargo, aún hay más cosas en Producción de mercancías, y no
hay por qué suponer que sus implicaciones teóricas más importantes son precisa­
mente las que la teoría ortodoxa considera como tales. El hecho es que este pro­
ducto tardío de la época de la alta teoría es un libro conciso, esencial, compacto,
que no se deja asimilar fácilmente. N>Aesulta fácil determinar cuál es su lugar
apropiado en la historia del pensamiento económico, dada la escasez de referen­
cias ofrecidas por Sraffa en relación a sus fuentes. Este es el problema que más
nos interesa aquí: encontrar el lugar apropiado para Sraffa en la historia del pen­
samiento económico.
El núcleo del modelo contenido en la primera parte de Producción de mercan­
cías lo hemos presentado ya en las dos ecuaciones del apartado anterior. Todo lo
que hemos de hacer es reinterpretar kt como una matriz de coeficientes técnicos
de dimensiones nxn; l^, como un vector de coeficientes de trabajo positivos, y p,
como un vector de precios relativos. Si se conoce w, el sistema de n ecuaciones de­
termina simuitáneamente la tasa de beneficio y los precios relativos de n - 1 mer-
CcUlCÍüS.

Al variar w, lo hacen también las condiciones de coste relativas de las distin-


422 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

tas mercancías, ya que las proporciones de utilización del trabajo o de los medios
de producción en las diversas industrias son distintas. Por lo tanto, varían todos
los precios relativos. Entre tasa de beneficio y salario existe una función decre­
ciente similar a la representada en la figura 11.1, En general no se trata de una
función lineal, y la curva que la representa podrá tener tantas protuberancias
como el número de mercancías producidas menos una. Por lo tanto, si existen
distintas técnicas podrán darse muchos casos de retorno de técnicas e inversión
del valor del capital. El beneficio no es proporcional a una determinada contribu­
ción productiva del capital, concepto —este último— que ni siquiera se puede de­
finir en el modelo de Sraffa. Respecto a la distribución, el modelo indica simple­
mente que, conocida una de las dos variables distributivas, la otra se determina
residualmente. ■ , ¿r
En la segunda parte de Producción de mercancías se introducen las produc­
ciones conjuntas. Esto hace que resulte posible explicar el capital fijo, y las máqui­
nas utilizadas en distintas etapas se contemplan como producciones conjuntas de
las industrias que las utilizan cuando tienen menos de un año (un año es la dura­
ción del ciclo productivo). Además, se explica también la utilización de muchos ti­
pos de recursos naturales. El modelo se hace, así, más complejo, y pierde varias de
las propiedades que tenía bajo la hipótesis de producción única con sólo capital
circulante y trabajo. Sin embargo, no pierde la propiedad esencial: el beneficio no
puede explicarse por la contribución productiva del «factor» capital y su escasez,
sino que queda un excedente, cuyo tamaño depende únicamente de las relaciones
sociales y técnicas con las que se produce «capitalistamente» un output final de­
terminado. Este nos parece que es el mensaje fundamental de Sraffa.
De este resultado es del que hay que partir para situar históricamente su
obra. Así, resulta posible rechazar de inmediato las interpretaciones del modelo
de Sraffa que lo convierten en un caso particular de un modelo de equilibrio eco­
nómico general neowalrasiano. Estas interpretaciones —entre las que recordare­
mos la de Hahn en «The Neo-Ricardians» (Cambridge Journal of Economics,
1982)— son poco significativas, no porque carezcan de fundamento analítico,
sino porque, al centrar la atención en los aspectos formales del modelo, olvidan
su esencia teórica. Desde esta perspectiva, el modelo de Sraffa corresponde a
aquel caso particular de equilibrio intertemporal en el que se obtiene una tasa de
beneficio uniforme. Además, según otra crítica, se trata de un modelo de precios
de «producción » sólo en tanto supone rendimientos constantes de escala y única­
mente en la medida en que recurre al teorema de no sustitución. Ahora bien, Sra­
ffa no necesita suponer nada respecto a los rendimientos de escala porque estu­
dia una economía en la cual la escala de la producción se supone dada. Es cierto,
no obstante, que sería necesario decir algo sobre los rendimientos de escala ape­
nas se quisiera renunciar a este supuesto; por ejemplo, cuando se pretendiera es­
tudiar los ajustes de los precios de mercado a los de producción, o si se admitiera
la posibilidad de crecimiento, o si se introdujese alguna hipótesis sobre el consu­
mo, aun cuando se tratara de una simple función del consumo clásica o keynesia-
na. Y es dudoso que una hipótesis distinta de la de los rendimientos constantes
pueda preservar las propiedades más importantes de la teoría de Sraffa. Pero es­
tos son problemas que el autor no se plantea, y no hay razón alguna para evaluar
su teoría cu base a algo que no se menciona en ella.
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 423

En realidad, lo que hace del modelo de Sraffa algo esencialmente distinto


del modelo de equilibrio intertemporal es una serie de importantes característi­
cas teóricas, entre las que podemos destacar: la ausencia de la hipótesis de pleno
empleo, el rechazo a considerar los precios como determinados por la oferta y la
demanda, la ausencia de una hipótesis de dotación inicial de bienes de capital
dada arbitrariamente. En cambió, lo que lo distancia del teorema de no sustitu­
ción es simplemente el hecho de presuponer cantidades dadas.
Ello nos lleva de inmediato al mundo de los economistas clásicos y de
Marx, si no hubiera bastado la teoría del beneficio como excedente. Los clásicos
y Marx utilizaban una dinámica que se desarrolla en el tiempo histórico. Presu­
ponían como dadas —en un determinado momento, o en un período muy breve
(por ejemplo, un ciclo productivo)— la técnica utilizada y la composición de la
demanda final. Para estudiar el cambio, no razonaban suponiendo que en todo
momento está abierta la posibilidad de elegir entre las técnicas y los consumos
finales predominantes en distintas economías en estado estacionario. Para ellos,
las técnicas y la demanda cambian con el transcurso del tiempo, son distintas de
un período a otro; pero en cada período, en cada ciclo productivo, existe una
única técnica y una única demanda final. Así, los precios pueden cambiar con el
transcurso del tiempo, y también como consecuencia de ios cambios en la de­
manda final, dado que dichos cambios provocan cambios en las técnicas. Ahora
bien, casi todo el libro de Sraffa puede leerse desde esta óptica. La única excep­
ción importante la constituyen las seis páginas del último capítulo, en las que el
autor aborda el problema del cambio técnico adoptando el método de la estática
comparada. Esta «anomalía» puede interpretarse como una concesión, for the
sake of argument, al modo de razonar de los economistas neoclásicos; una con­
cesión encaminada a mostrarles las paradojas ligadas al retorno de las técnicas.
No nos parece que esto constituya un problema a la hora de vincular el plantea­
miento de Sraffa a los clásicos y a Marx.
Los problemas están en otra parte; y dos de ellos, sobre todo, merecen una
especial atención. El primero se refiere a la necesidad de definir con mayor clari­
dad la postura de Sraffa respecto al planteamiento clásico y ai de Marx. Después
de todo, no existe un «paradigma clásico-marxiano», si bien es cierto que Marx se
consideraba un crítico —aunque «dialéctico»— de Ricardo y de Smith. Entonces,
¿Sraffa era un «neorricardiano», como'afirman algunos marxistas ortodoxos,
además de algunos ortodoxos neoclásico«?'' ¿O bien era un marxista, como sostie­
nen muchos de sus seguidores, además de él mismo? El segundo problema es el
siguiente: ¿para qué sirve el modelo de Sraffa? Hay algunos aspectos de su mane­
ra de razonar que, de entrada, nos dejan más bien perplejos. Por poner sólo un
ejemplo: la ausencia de hipótesis sobre los rendimientos de escala hace que se
deba emprender el análisis de los cambios en la distribución de la renta razonan­
do como si éstos no pudieran provocar cambios en la composición de la deman­
da. ¿Qué tipo de economía real se puede describir con semejante hipótesis?
Para clarificar estos dos problemas es necesario identificar el nivel de abs­
tracción en el que sitúa el modelo de Sraffa. Pues bien: este nivel lo define el pro­
pio Sraffa.-aunque con su habitual concisión— en el propio subtítulo del libro:
«Preludio para una crítica de la icona económica.» Se irata del mismo subtítulo
que aparece en el primer capítulo de El capital, «La mercancía», auténtico prekt-
424 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

dio de la Contribución a la crítica de la economía política. En dicho capítulo, Marx


abordaba el análisis de la mercancía y su valor, y sentaba las bases teóricas de
todo su trabajo posterior; atacaba a los «economistas vulgares», a quienes acusa­
ba de buscar en las relaciones de intercambio la explicación del valor de las mer­
cancías, y —vinculándose explícitamente a Ricardo— afirmaba que dicha expli­
cación había que buscarla, en cambio, en el ámbito de la producción.
Sin embargo, aunque Marx había señalado claramente que el valor es un
fenómeno social, su vinculación a Ricardo le indujo a determinar el valor de
las mercancías haciendo abstracción de la forma económica capitalista en la
que se producen. Según la tesis expuesta por Marx en el capítulo sobre «La
mercancía», el valor dependería únicamente de la cantidad de trabajo emplea­
do en su producción, limitándose su,determinación social al modo en que la
sociedad distribuye la actividad laboral entre las distintas industrias. En otras
palabras, el valor no se vería influido por el modo como la producción se halla
estructurada socialmente, ni por el modo como las clases sociales se enfren­
tan en el ámbito de la producción. Así, por ejemplo, el valor del producto so­
cial —y esto no sólo en el primer capítulo de El capital, sino, como consecuen­
cia del análisis que en él se realiza, en todo el libro— no dependería de la ma­
nera como se distribuye el producto (clara reminiscencia de la pretensión ri-
cardiana de medir el valor haciéndolo independiente de las variaciones en la
distribución). Es evidente que, para lograr este resultado, Marx se había de si­
tuar a un nivel de abstracción muy alto; y resulta casi paradójico que un libro
sobre el «capital» se inicie con un. capítulo en el que el capital se ignora com­
pletamente. Pues bien: es casi como si Sraffa hubiera reescrito este capítulo,
tratando a su vez de lograr el máximo nivel de abstracción posible, sobre los
rendimientos de escala, el desarrollo, los ajustes en desequilibrio, las formas
de gasto, la estructura de los mercados, e incluso la específica estructura insti­
tucional que históricamente origina el modo de producción capitalista; exac­
tamente como en el capítulo sobre «La mercancía». Sin embargo, dejaba claro
—de una vez por todas— que lo único que resulta imposible ignorar, a la hora
de determinar el valor de las mercancías producidas en una economía capita­
lista, es el hecho de que se producen en condiciones capitalistas; que no tiene
sentido suponer —como hace Marx en el mencionado capítulo— que «la cate­
goría del salario de trabajo no existe aún en esta etapa de nuestra exposición»
(I, p. 51); que no existe una medida invariable del valor en el sentido de Ricar­
do, y que la única medida invariable del valor existente, el trabajo contenido,
no es una medida correcta precisamente porque no es capaz de explicar el ca­
rácter capitalista de la producción de mercancías.
En otras palabras, Sraffa toma en serio a Marx al tratar el valor como un fe­
nómeno social; tan en serio que ello le lleva a alejarse de Ricardo más de lo que
lo hizo el propio Marx. En efecto, el sutil trabajo de exégesis desarrollado en la
«Introducción» a los Principios de Ricardo aspiraba a mostrar, entre otras cosas,
la inutilidad de los conceptos de «valor absoluto» y de «medida invariable del
valor» respecto al principal objetivo teórico de Ricardo, la teoría del excedente.
Luego, en Producción de mercancías, demostró su falsedad. Y estamos seguros
de que aquellas seis páginas del último capítulo de Producción de mercancías a
las que antes eludíamos son, después de todo, sólo un subproducto de un análi-
LA TEORÍA ECONÒMICA CONTEMPORÁNEA (III) 425

sis más útil y profundo sobre Marx y Ricardo. Es interesante observar que el
subproducto en cuestión se traduce en una crítica a las teorías neoclásicas del
capital que se vinculaban —a través de Jevons y Bohm-Bawerk— precisamente a
la teoría ricardiana del valor-trabajo. Por otra parte, la crítica a los vicios analíti­
cos de la teoría del valor-trabajo, tanto marxiana como ricardiana, tampoco fue
mucho más que un subproducto: Sraffa la mencionó en su libro, pero dándole
escasa importancia.
En conclusión, nos parece que se puede afirmar que, si bien en lo que se re­
fiere a la determinación del beneficio la teoría de Sraffa no dejaba entrever dife­
rencias analíticas sustanciales entre Ricardo y Marx, en lo relativo al valor —en
cambio— ésta sólo se puede interpretar de una manera: considerando que «Pre­
ludio para una crítica de la teoría económica» vendría a ser como el primer capí­
tulo de El capital tal como Marx lo habría escrito si hubiera sido un poco menos
ricardiano y un poco más marxista.

11.3. R ad ical P o litica l E con om y y similares


11.3.1. El p e n s a m ie n t o e c o n ó m ic o m a r x ist a a n t e s d e 1968
En este apartado hablaremos de un grupo de economistas que han realizado
interesantes contribuciones al desarrollo de la teoría marxista en la segunda pos­
guerra.
El primero de ellos es Paul Alexander Baran (1910-1964). Ruso, hijo de un
militar menchevique, respiró desde muy joven el clima de los acalorados deba­
tes soviéticos de la década de 1920. Emigró en 1928, y, tras diversas desventuras
académicas en Alemania e Inglaterra, en 1939 recaló en Estados Unidos. Allí lo­
gró obtener una posición académica segura, en 1951, en la Universidad de Stan-
ford. Su obra principal es La economía política del crecimiento (1957; trad. cast.,
México, 1967), en la que formulaba la famosa teoría del «excedente potencial».
Mientras que el «excedente real» producido en una economía se mide por la di­
ferencia entre producción actual y consumo actual, el potencial se define como
la diferencia entre la producción posibilitada por la tecnología existente y el
consumo productivo necesario para obtener dicho nivel de producción. Obvia­
mente, es una magnitud nocional, qué —no obstante— sirve para mostrar las
distorsiones reales de las economías capitalistas. En efecto, en las economías de
este tipo el excedente potencial es siempre superior al real debido a la gran im­
portancia que en éste tienen el consumo de productos de lujo, el trabajo impro­
ductivo, o las ineficiencias distributivas generadas por el mercado y por el siste­
ma del beneficio.
Más adelante volveremos sobre el concepto de excedente, cuando considere­
mos el libro escrito por Baran en colaboración con Sweezy. Aquí únicamente nos
referiremos brevemente al análisis baraniano del imperialismo, un análisis que
—distanciándose de manera original de la vulgata marxista-leninista de la épo­
ca ...hizo avanzar al pensamiento marxista en la dirección de la teoria del inter-
cambio desigual como mecanismo fundamental de producción y reproducción
del imperialismo y el subdesarrollo. Esta teoría inspiró muchos trabajos posterio­
426 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

res; de entre todos ellos, y en aras d'e la brevedad, citaremos únicamente uno de
los más interesantes: el de André Gunder Frank, Capitalismo y subdesarrollo en
América Latina (1967). El libro de Baran fue también importante políticamente:
su tesis de que los movimientos de liberación nacional no sólo contribuirían a li­
berarse a sí mismos del imperialismo, sino también a liberar a los países imperia­
listas del capitalismo, proporcionó un fundamento teórico a una gran parte de los
movimientos tercermundistas de la década.de 1960.
Las tesis de Baran se desarrollaron en la obra El capital monopolista (1966;
trad. cast., México, 1968), escrita en colaboración con Sweezy. Ya hemos hablado
de Paul Malor Sweezy (n. 1910) en el capítulo 8, a propósito de su snmma de la
teoría económica marxista, Teoría del desanollo capitalista, un libro con el que se
han formado varias generaciones de iñtéfectuales marxistas. En aquella obra se
esbozaban ya dos líneas de pensamiento originales de Sweezy, relacionadas con
su personal interpretación de dos leyes de movimiento marxianas: por una parte,
la teoría de la «crisis de realización», que.reconvirtió —también bajo el influjo de
las teorías de origen keynesiano relacionadas con el estancamiento— en una ori­
ginal teoría de la depresión desde el punto de vista del subconsumo; por otra, la
ley de la tendencia a la creciente «concentración» y «centralización» del capital,
enriquecida con la experiencia adquirida por su participación en los debates de la
década de 1930 sobre las formas de mercado no competitivas. Como ya hemos
mencionado en el capítulo 10, Sweezy había participado en este debate con una
contribución original, el artículo «La demanda en condiciones de oligopolio»
(.Journal of Political Economy, 1939; trad. cast. en G. J. Stigler y K. E. Boulding,
eds., Ensayos sobre la teoría de los precios, Madrid, 1968), en el que había presen­
tado la tesis de la curva de demanda acodada.
En El capital monopolista, estos distintos objetivos de investigación se fusio­
naron con la teoría del excedente económico de Baran, y dieron origen a la tesis
de la tendencia al crecimiento del excedente potencial, una tesis que —para los au­
tores— había de reemplazar a la ley marxiana de la caída tendencial de la tasa de
beneficio como explicación fundamental de la marcha del capitalismo hacia su
autodestmcción. La acumulación capitalista causaría,-además de una creciente
concentración del capital, un constante aumento de la producción y de la produc­
tividad. Dada la desigual distribución de la renta —característica permanente de
las economías capitalistas—, la acumulación crearía también un importante pro­
blema de «absorción del excedente» y una carencia permanente de oportunidades
de inversión. La consecuente tendencia al estancamiento podría verse compensa­
da por ciertas countervailing influences, como los gastos de ventas, el gasto públi­
co, los gastos militares, etc. Pero éstas, por una parte, contribuirían a crear diver­
sos problemas de naturaleza política y social, como el despilfarro, la ineficiencia
o las guerras imperialistas; y, por otra, servirían para obstaculizar sólo de manera
transitoria la tendencia intrínseca al estancamiento.
Otro importante economista marxista de este período fue Maurice Herbert
Dobb (19Q0-1976), a cuya obra Economía política y capitalismo, de 1937 (trad.
cast., México, 1966), nos hemos referido anteriormente. En 1946, publicó Estu­
dios sobre el desarrollo del capitalismo (trad. cast., Buenos Aires, 1971), un libro
que nutrió a varias generaciones de historiadores de la economía, sobre todo in­
gleses, v i me. dio aneen a intensos debates entre historiadores v economistas
O • - -> J 7. -
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 427

marxistas. Uno de los principales temas de debate se refería al problema de si el


declive del feudalismo se había debido a sus contradicciones internas —como
sostenía Dobb—, o bien a factores «externos», como el desarrollo del comercio y
de las relaciones entre campo y ciudad —como afirmaba Sweezy, entre otros—.
La importancia de este debate no se limitó al ámbito de los estudios de historia
económica, sino que afectó a un problema central de la teoría económica marxis-
ta, el de la «acumulación primitiva».
Uno de los temas que más interesaron a Dobb en la segunda posguerra
fue el de la teoría económica del socialismo, a la que contribuyó con varias
obras tanto teóricas como de economía aplicada. Las principales son: Desarro­
llo de la economía soviética desde 1917 (1948; trad. cast., Madrid); On Econo-
mic Theory and Socialista (1955), recopilación de ensayos cuya redacción se
remonta a la década de 1930; Ensayo sobre crecimiento económico y planifica­
ción (1960; trad. cast., Madrid), y Economía del bienestar y economía del socia­
lismo (1969; trad. cast., Madrid, 1972). Dobb fue un crítico de las teorías del
«socialismo de mercado» del tipo Lange-Lerner, poniendo de relieve su carác­
ter básicamente estático y —por tanto— irreal; en oposición a dichas teorías,
formuló la tesis de que —dada la pesada herencia de desigualdad en la distri­
bución de la renta y de los recursos— una economía en fase de transición al
socialismo debe ser capaz de anteponer los problemas de equidad y de desa­
rrollo a los de la asignación eficaz de los recursos.
Estos tres académicos «heréticos» —Baran, Sweezy y Dobb— fueron en rea­
lidad bastante ortodoxos si se considera su trabajo desde el punto de vista de la
doctrina marxista de la época. Su ortodoxia se manifestó sobre todo en la elec­
ción del «nivel de análisis» en el que concentraron sus esfuerzos teóricos, que fue
el nivel «intermedio» del análisis de la evolución económica; mientras que el ni­
vel, más elevado, de los «principios fundam ental es» del marxismo no fue siquiera
abordado. Para entender este hecho, puede resultar útil la teoría de los «tres nive­
les» formulada en la década de 1950 por Kozo Uno (1897-1977) precisamente
para racionalizar aquella postura metodológica. Uno, importante economista ja­
ponés de aquel período —más aún, uno de los líderes de la escuela marxista japo­
nesa—•, propuso aquella teoría en Principios de economía política, publicado (en
japonés) en dos volúmenes, en 1950-1952, y más tarde reeditado en forma abre­
viada en 1964 (en 1980 se traduciría al inglés). La tesis es que la teoría marxista
se articula en tres niveles de análisis: ePprimero, el más abstracto, aborda los pro­
blemas concernientes a los principios fundamentales, del valor, de la crisis, de las
leyes de movimiento, etc.; el segundo nivel delimita el ámbito de estudio respecto
a la evolución de la forma económica capitalista, y da origen a la llamada teoría
de los «tres estadios» del desarrollo capitalista (mercantilismo, liberalismo e im­
perialismo); finalmente, el tercero es el de los «análisis concretos de las situacio­
nes concretas». Pues bien: la ortodoxia de los grandes economistas marxistas de
aquel período se manifiesta en el hecho de que, pese a la originalidad con la que
son capaces de abordar los problemas del «segundo» y «tercer» nivel, ninguno de
ellos ha osado nunca acceder al nivel más alto, afrontando los grandes principios
fundamentales. Otra muestra de esta ortodoxia la constituye la convicción —que,
no obstante, sólo Uno ha tenido el coraje de declarar explícitamente-..de que la
historia del capitalismo habría terminado en 1917; a partir de esa fecha habría
428 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

empezado la historia de la transición al socialismo. Pero está claro que aquí el


riesgo de anatema era importante.
Vale la pena detenerse un momento en este problema, porque en él se ha ba­
sado una de las principales líneas divisorias entre el marxismo tradicional y el
moderno. Ya en los primeros momentos de la segunda posguerra algunos marxis-
tas auténticamente heterodoxos, como Amadeo Bordiga y Tony Cliff —por men­
cionar sólo a dos—, habían cuestionado el carácter socialista de la Unión Soviéti­
ca. Bordiga había elaborado una original teoría del sistema estalinista que rom­
pía con los controvertidos argumentos sobre la «transición difícil», el «Estado
obrero degenerado» o el «colectivismo burocrático»: el sistema instaurado por
Stalin en la Unión Soviética era simplemente una nueva forma de capitalismo.
Esta tesis fue formulada en varios ensayós a partir de 1964, y, en forma completa,
en el libro Struttura económica e sacíale delta Russia d’oggi (1957). En una línea
de pensamiento similar se movía, independientemente, Tony Cliff, con un libro
publicado primero en 1948, y de nuevo, tras varias reelaboraciones, en 1955, con
el título de Stalinist Russia: A Marxi'st Analysis. La reedición modificada más re­
ciente, titulada State Capitalism in Russia, es de 1974.
Esta tesis fue minoritaria en el marxismo de las décadas de 1950 y 1960;
pero la historia le ha hecho justicia. Ya Charles Bettelheim (n. 1913), estudioso de
orientación maoísta —de quien recordaremos al menos Planification et croissance
accélerée (1964), y Calcul économique et formes de proprieté (1970)—, abordó el es­
tudio de los problemas de la «transición» interpretando las transformaciones eco­
nómicas y sociales generadas por el desarrollo económico soviético como típicas
de un proceso capitalista. En la década dé 1980 esta visión pasaría a ser la predo­
minante en los ambientes rnarxistas occidentales, hasta el punto de que incluso
Sweezy se aproximó a esta postura en uno de sus trabajos, Post-Revolutionary So-
ciety (1981).
Hay que recordar también a otro marxista «herético» contemporáneo: Er-
nest Mandel (n. 1923), de orientación trotskista, quien —después de un sistemáti­
co, pero bastante tradicional, Tratado de economía marxista (1962; trad. cast., Mé­
xico)— publicó dos obras de notable originalidad: El capitalismo tardío (1975;
México, 1979) y Long Waves of Capitalist Development (1980). Aunque situándose
también en un nivel «intermedio» de análisis, y sin abordar principios «funda­
mentales» como la caída tendencial de la tasa de beneficio, estas obras han con­
tribuido a alejar los debates sobre el futuro del capitalismo de las simplificacio­
nes de las teorías del colapso y del estancamiento, además de volver a llamar la
atención de los economistas rnarxistas sobre el problema de las ondas económi­
cas de larga duración (ciclos largos).
Finalmente, no podemos dejar de mencionar a uno de los pocos economis­
tas rnarxistas del período que han tenido el coraje de entrar en la ciudadela de los
principios fundamentales para limpiarla de algunos lugares comunes de la orto­
doxia marxista. Nos referimos a Nobuo Okishio (n. 1927), quien, desarrollando
una serie de tesis que ya habían sido formuladas en la década de 1930 por Shiba-
ta, ha demostrado —entre otras cosas— que la ley de la caída tendencial de la
tasa de beneficio no es en absoluto una ley, sino únicamente una teoría particular
que depende de algunas hipótesis restrictivas y nada realistas sobre la naturaleza
del progreso técnico. A! menos tres de sus ensayos sobre este terna son importan-
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 429

tes: «Technical Change and the Rate of Profit» (Kobe University Economic Review,
1961), «A Formal Proof of Marx’s Two Theorems» (Kobe University Economic Re­
view, 1972) y «Notes on Technical Progress and Capitalist Society» (Cambridge
Journal of Economics, 1977).

1 1 .3 .2 . P l a n t e a m ie n t o s n e o m a r x ist a s y p o st m a r x ist a s

El año 1968 fue crucial para la evolución del pensamiento marxista. Una po­
pulosa generación de jóvenes, libres de ideologías y de partidos, se aproximó re­
pentinamente a la política. En todo el mundo, se rebeló contra el autoritarismo,
la opresión y la explotación; y aunque buscaron sus principales referentes cultu­
rales en los clásicos antiguos y modernos del pensamiento marxista, no por ello
dejaron de aportar su propio fervor iconoclasta al orden establecido de la doctri­
na socialista oficial. En los años siguientes se liberaron energías creadoras y esta­
llaron agrios debates teóricos; y ni siquiera lo más «sagrado» salió indemne. De
todo ello surgió una teoría económica postmarxista, o radical political economy, o
economía neomarxista —como se la quiera llamar—, que, no obstante —al me­
nos hasta hoy—, no parece que sea mucho más que un archipiélago de teorías
críticas.
No disponemos aquí de suficiente espacio para tratar todo el potencial de
originalidad que surge de este magma teórico. Por ello, y para aludir al menos a
las líneas de investigación que nos parecen más importantes y prometedoras, no
tendremos más remedio que hacer abundante uso de nuestras «tijeras». Así, igno­
raremos —con pocas excepciones— el análisis que Uno clasificaría como de «se­
gundo nivel», si bien se trata de líneas de investigación interesantes y originales.
Las pocas excepciones a las que aludimos las constituyen algunos importan­
tes trabajos que se distinguen por haber innovado el tradicional análisis marxista
sobre algunas cuestiones teóricas de cierto relieve. En primer lugar, La crisis fis­
cal del Estado (1973; trad. cast., Barcelona, 1981), de James G’Connor, que rom­
pió con las simplificaciones marxistas-leninistas sobre el Estado como «comité
de negocios de la burguesía» para estudiar el papel desempeñado por el Estado
capitalista moderno en el proceso de acumulación y, al mismo tiempo, los efectos
de la lucha de clases en las transformaciones del propio Estado. Después, Labour
and Monopoly Capital (1974), de HarryriBraverman, que abordó el problema de
los efectos de la mecanización y el control gerencia] de las empresas en la trans­
formación del proceso de trabajo y la composición de clase en el capitalismo mo­
derno. También El moderno sistema mundial (1974-1980; trad. cast., Madrid,
1979-1984), de Immanuel Wallerstein, que innovó el análisis marxiano de la
«acumulación primitiva», formulándo la concepción de un capitalismo que sólo
puede vivir —y, desde sus comienzos, vive efectivamente— como «economía-
mundo», es decir, como un sistema integrado de división internacional del traba­
jo. Finalmente, Geometría dell'imperialismo (1978), de Giovanni Arrighi, que re­
formuló la teoría marxista del imperialismo según un original esquema general
capaz de explicar; corno casos particulares, tanto el imperialismo de Hobson, Le-
nin y Rosa Luxemburg como ios de la guerra de Victnam \ las «democracias po­
pulares».
430 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

Volviendo al «primer nivel» de análisis, trataremos ahora un poco más ex­


tensamente de algunos debates y desarrollos teóricos relativos a tres grandes te­
mas de la reflexión marxista contemporánea: la teoría del valor, el circuito mone­
tario y el cambio estructural de la economía capitalista. Finalmente, aludiremos
al «nuevo institucionalismo europeo», una línea de investigación surgida recien­
temente, la cual, aunque no se puede asimilar totalmente a los planteamientos
neomarxistas, parece mantener con éstos un cierto grado de parentesco.
Respecto a la cuestión del valor, el debate se reinició en 1960 con el libro de
Sraffa, pero permaneció en rescoldo durante una década, estalló en llamas en la
de 1970 y se extinguió completamente, en la de 1980. Hoy parece aceptada por la
mayoría la idea de que se debe renunciar al esplendor dialéctico de la teoría del
valor-trabajo. Las razones aducidas para gHo son básicamente tres.
La primera, y la más importante, es que aquella teoría —último residuo del «na­
turalismo ricardiano» en Marx— se halla en conflicto con la tesis propiamente mar-
xiana que considera el valor un «fenómeno social». Ya hemos hablado de ello en el
apartado dedicado a Sraffa, y no insistiremos aquí; nos limitaremos a señalar que
Marx. El valor como coste social real (1976; trad. cast., Madrid, 1979), de M. Lippi, es
la obra que más lúcidamente ha abordado este aspecto del problema.
La segunda razón está relacionada con el problema de la transformación.
También hemos hablado de ello —concretamente, en el capítulo dedicado a
Marx—, y aquí nos limitaremos a reafirmar los puntos esenciales. Por muy mo­
destos que sean los requerimientos analíticos que se pueden formular en relación
a los procedimientos de transformación, no se puede dejar de admitir que las si­
guientes proposiciones no son válidas en general:
a) es necesario conocer los valores-trabajo para determinar los precios de
producción;
b) dado el salario y las técnicas, es posible determinar la tasa de beneficio
antes de conocer los precios;
c) en el paso de los valores a los precios permanecen constantes todas las
magnitudes globales;
d) en particular, permanecen constantes la tasa de beneficio y la tasa de ex­
plotación.
Marx no fue consciente de estas dificultades. Pero hoy aparecen claras a
todo el mundo, y es casi un hecho universalmente aceptado que, frente a éstas,
no es posible permanecer fiel a la teoría del valor-trabajo; sin embargo, hay quien
se conforma con mantenerla como teoría «auxiliar», mientras que otros siguen
tratando de hallar la solución correcta al problema de la transformación.
Desgraciadamente, no podemos conformamos con una solución auxiliar. En
efecto, hay una tercera razón que lleva inexorablemente al abandono de aquella
teoría. Y es que, en general —es decir, cuando no nos queremos limitar a los ca­
sos de producción simple con sólo capital circulante—, las variables expresadas
en términos de trabajo contenido no necesariamente adoptan valores dotados de
significado económico. Este es el conocido fenómeno —señalado también por
Sraffa— por el cual, en presencia de producciones conjuntas y sistemas de pre­
cios ocoYoVnicmrionk' sigmíicafivos, pueden darse valores-trabajo negativos; e in­
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (ÍÍI) 431

cluso tasas de explotación negativas en presencia de tasas de beneficio positivas.


No se trata de un curiosum o de un caso límite, sino de una posibilidad que pue­
de darse normalmente en el caso más general.
Se han realizado enormes esfuerzos para eludir estos problemas, aunque con
escaso éxito. Por ejemplo, A. Medio, en «Beneficios y plusvalía: apariencia y realidad
en la producción capitalista» (en E. K. Hunt y J. G. Schwartz, eds., Crítica de la teoría
económica, 1972), muestra un caso en el que se pueden transformar los valores en
precios respetando todos —o casi todos— los requerimientos mándanos: el caso de
una economía sin mercancías no básicas, sin producción conjunta, sin capital fijo; y
estructurada de manera que mantenga una proporción uniforme entre el output y el
input de cada mercancía. En cambio, M. Morislrima, en «Marx in the Light of Mó­
dem Economic Theory» (.Econometrica, 1974), ha demostrado un «teorema mama-
no fundamental», según el cual la tasa de beneficio es positiva si y sólo si lo es tam­
bién la tasa de explotación, siendo los valores-trabajo positivos si lo son ios precios.
Sin embargo, la definición de «valor-trabajo» adoptada por Monshima no tiene nada
que ver con la de «trabajo contenido» utilizada por Marx. Además —y ello resulta,
aún más sospechoso—, el «teorema mamario fundamental» de Monshima no.es in­
compatible con una teoría de la distribución marginalista, en la cual no tiene sentido
hablar de explotación marxiana.
Los neomarxistas no han hecho un drama de la pérdida del valor-trabajo.
La opinión más extendida en la actualidad es que la teoría de la explotación es
independiente de la del valor-trabajo. Así, se han multiplicado los esfuerzos para
mostrar cómo es posible explicar la explotación sin utilizar el concepto de «tra­
bajo contenido». Recordaremos aquí cuatro de los más interesantes, aunque la
investigación sobre este problema se halla aún en curso: J. Eatwell, «Mr. Sraffa's
Standard Cominodity and the Rate of Exploitation» (Quarterly Journal ofEcono-
mics, 1975); I. Steedman, Marx, Sraffa y el problema de la transformación (1977);
J. E. Roemer, A General Theory of Exploitation and Class (1982), y S. Bovvles y
H. Gintis, Democracy and Capitalism: Property, Community and the Contradic-
lions of Modern Social Thought (1986).
Vayamos ahora a los otros dos grupos de teorías neomarxistas que nos inte­
resan aquí: el de las teorías del circuito monetario y el de las teorías del cambio
estructural. En este caso —y en la esperanza de que el hecho de que se trata de
trabajos aún en curso nos sirva de justificación—, haremos un uso aún más drás­
tico de nuestras «tijeras», y evitarernoí/dar indicaciones relativas a autores y tex­
tos (en cualquier caso, en las referencias bibliográficas señalaremos algunas rese­
ñas y antologías).
Las teorías del circuito monetario parten de la particular visión marxiana
del flujo circular —entendido como «circuito del capital mercancía» y «circui­
to del capital productivo»— que hace de él un subconjunto de un «circuito del
capital monetario», más amplio. Este último se inicia con la creación de poder
adquisitivo —mediante el crédito— y termina con su destrucción —por medio
del pago, de las deudas—. La moneda desempeña un papel esencial en el pro­
ceso de producción capitalista: al ser poder adquisitivo no producido (a dife­
rencia de los bienes reales), permite que el proceso de producción se inicie
«de la nada». Ei crédito no es accesible a todos los agentes económicos, sino
básicamente sólo a los capitalistas, los cuales —por lo tanto— se hallan en
432 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

condiciones de comprar fuerza de trabajo y medios de producción sin haber


producido antes un equivalente en términos reales. Por el contrario, los traba­
jadores, que prácticamente no tienen acceso al crédito —al menos no en la
medida suficiente como para poder convertirse en capitalistas—, sólo pueden
comprar mercancías después de haberlas producido. Algunos autores conside­
ran esta asimetría social una característica esencial del modo de producción
capitalista, e incluso más importante que la propia estructura institucional
que regula la propiedad de los medios de producción. En efecto, lo que real­
mente cuenta en la relación de clase que se instaura-en el proceso de produc­
ción no es tanto quién posee los medios de producción, como quién los con­
trola. Y los controla quien toma las decisiones de inversión; por lo tanto,
quien tiene acceso a la financiación. / / /
Por otra parte, la oferta de moneda se considera endógena y el sector que la
«trata» se considera como un auténtico sector productivo: su output es la liquidez,
y se expande y se contrae en sintonía con la demanda, es decir, con el nivel de acti­
vidad de la economía en su conjunto. Sin embargo, esto no significa que se mueva
en sintonía perfecta, lo que puede dar origen a las crisis de realización, así como
—de modo más general— a una fuerte ciclicidad en la dinámica de la acumula­
ción. Las crisis se explican aquí no sólo por la función de reserva de valor de la
moneda y la consecuente posibilidad de acumulación excesiva de reservas líqui­
das, sino también —y sobre todo— por el doble carácter de activo-pasivo de la mo­
neda y la consecuente necesidad por parte de los deudores de pagar, antes o des­
pués, sus deudas. En efecto, debido a la concatenación de las relaciones de deuda-
crédito, a menudo las crisis financieras adquieren las características de quiebras
en cadena. Hay aquí un estrecho parentesco con las teorías postkeynesianas. De
modo más general, se puede afirmar que las teorías neomarxistas del circuito mo­
netario se derivan precisamente del intento de asimilar a la teoría marxista doctri­
nas y teorías elaboradas por algunos seguidores antineoclásicos de Keynes; sin
embargo, también es constante la referencia a otros teóricos «heréticos» de la mo­
neda anteriores, como Tooke, Wicksell o Schumpeter. Por otra parte, hay que se­
ñalar que, si bien Marx constituye la referencia doctrinal predominante entre los
teóricos del circuito monetario, no todos los economistas que siguen esta línea de
investigación —especialmente en Francia— se consideran marxistas.
Veamos ahora el último conjunto de problemas teóricos que aquí nos intere­
san, los que surgieron de los debates de la última década sobre los ciclos largos.
Probablemente se trata de la innovación teórica más importante de la economía
política neomarxista. Lo que se esconde tras las discusiones sobre los ciclos lar­
gos, pugnando por salir a la luz, es la negativa a aceptar la legitimidad del propio
concepto de «leyes de movimiento tendenciales». Atentos a la recurrente capaci­
dad de la historia para desmentir las teorías de la historia —y recelosos no sólo
frente al implícito optimismo histórico de los modelos de crecimiento sostenido
neoclásicos y postkeynesianos, sino también ante el optimismo «explícito» de los
modelos de estancamiento y de colapso del marxismo tradicional—, los marxis­
tas de las jóvenes generaciones han aprendido a ser cautelosos con la historia y
sus «leyes de movimiento». Pero no han renunciado a la idea de que la economía
política, entendida como ciencia del modo de producción capitalista, se ocupe de
Sos cambios a largo plazo. No obelante, una. vez abandonada la ilusión de explicar
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 433

la historia con alguna hipótesis fuerte sobre la tendencia secular de la tasa de be­
neficio o de la de acumulación, no quedan más que dos caminos: renunciar al
análisis de los fenómenos a largo plazo, o abordarlo en términos de cambio es­
tructural recurrente, o —lo que es lo mismo— de ciclo largo.
En efecto, las teorías del cambio estructural aspiran a considerar endógenos
una serie de fenómenos económicos que las teorías ortodoxas tienden a tratar como
parámetros y datos exógenos: la tecnología, las instituciones, las relaciones de clase,
etc. En la medida en que se niega al sistema capitalista la capacidad de mantener de
manera estable y permanente un cierto «régimen» de acumulación —es decir, una
determinada estructura de los parámetros mencionados—, se reconoce la necesidad
de cambios estructurales drásticos. Pero en la medida en que se niega cualquier ten­
dencia intrínseca al colapso final, se reconoce también la capacidad de utilizar el
cambio estructural para restablecer las condiciones de acumulación. Por este cami­
no se llega directamente a algún tipo de teoría del cambio estructural cíclico; y, del
mismo modo que hay ocuparse de los cambios de las fuerzas fundamentales, se debe
tratar de los ciclos largos. Además, en este nivel de análisis no tiene importancia la
periodicidad que se les atribuya (treinta años, medio siglo...); más aún, ni siquiera es
importante admitir una periodicidad regular. Lo que verdaderamente cuenta es esto:
cualesquiera que sean las propiedades de la configuración estructural que se consi­
dere necesaria para sostener la acumulación, se niega la capacidad del sistema de re­
producirse indefinidamente. Ello implica que el propio desarrollo es capaz de crear
las condiciones necesarias para modificar sus propias bases, sean éstas sociales, ins­
titucionales o tecnológicas.
Este planteamiento metodológico está presente —más o menos consciente­
mente— en todas las teorías contemporáneas del ciclo largo. Las diferencias afec­
tan únicamente al tipo de cambio estructural en el que se centra la atención y el
tipo de parámetros que las distintas teorías pasan a considerar endógenos. Así, es
posible distinguir (para hacerse al menos una idea) dos grandes grupos de teo­
rías. Por una parte, las neo-schumpeterianas (aunque aceptadas también, en los
últimos años, por muchos economistas neomarxistas), que hacen hincapié en el
cambio tecnológico, las oleadas de grandes «innovaciones básicas», los cambios
de los «paradigmas tecnológicos», etc.; por la otra, las teorías neomarxistas en
sentido estricto, en las que los cambios de los esquemas institucionales, el con­
flicto de clase, etc., pasan a ser considerados endógenos. En este último grupo in­
cluimos también algunas versiones de”'la' teoría de la «regulación», las cuales
—dado el énfasis que ponen en la tendencia de los «regímenes de regulación» a
crear las condiciones de su propio cambio de forma a largo plazo— nos parece
que no pertenecen propiamente al grupo de doctrinas de los estadios del creci­
miento, sino más bien a las del ciclo largo. Por otra parte, creemos que los recien­
tes estudios de los economistas neomarxistas sobre el carácter recurrente del
cambio estructural reabsorben no sólo el antiguo interés por las «leyes de movi­
miento» tendencial, sino también el relativo a las «fases del desarrollo».
Por último, debemos mencionar un planteamiento teórico que ha tomado
cuerpo en la década de 1970 y 1980, y que hoy se conoce como «nuevo institucio-
nalismo europeo». Es importante no confundirlo con el neo-institucionalismo es­
tadounidense (del que ya tiernos hablado en el apartado i 1.2.2), sobre todo por­
que no ha surgido —como éste— de la economía neoclásica. Bien al contrario, se
434 ' PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

caracteriza por una tendencia explícita a vincularse a la tradición crítica de Ve-


blen, así como por la atención que dedica a diversos temas especialmente próxi­
mos la economía marxista, Igualmente notable es el interés por Schumpeter; y
—entre los economistas más actuales— por autores como Michel Aglietta, Kurt
Rothschild, Janos Kornai, John K, Galbraith, Nicholas Georgescu-Roegen y los
postkeynesianos europeos.
En esta línea de pensamiento confluyen tanto la escuela francesa de la «re­
gulación» como diversos tipos de planteamientos neo-schumpeterianos del cam­
bio económico, incluidos algunos recientes enfoques «evolucionistas» del estudio
del progreso técnico y de las instituciones, como —finalmente— una parte de las
tentativas de análisis del cambio estructural a las que antes hemos aludido. La
polémica en torno a la tradición neoclásica es especialmente fuerte, mientras que
se rechaza explícitamente el individualismo metodológico; rechazo basado en la
tesis de que, a la hora de determinar el comportamiento económico, las acciones
condicionadas e inconscientes desempeñan un papel al menos tan importante
como las decisiones racionales. Se destaca la función de las instituciones, enten­
didas como mecanismos sociales creados para enfrentarse a la incertidumbre y
como mecanismos de adquisición y elaboración de las informaciones, pero tam­
bién como marcos capaces de moldear las acciones individuales y producir com­
portamientos colectivos. Especialmente marcado es el énfasis en el indeterminis­
mo de las decisiones humanas, así como —en relación con ello— la tendencia a
estudiar el cambio económico en términos de procesos «evolutivos» de tipo acu­
mulativo, según una visión que recuerda temas e ideas tanto de Schumpeter
como de Kaldor. En este sentido, algunos estudiosos hablan de evolutionary poli­
tical economy.. Recientemente, G. H. Hodgson ha esbozado de forma programáti­
ca las líneas generales de este planteamiento, en Economics and Institutions: A
Manifesto for Modern Institutional Economics (1988).
En las versiones francesas de este planteamiento predomina una concepción
del modo de producción capitalista que atribuye una gran importancia al carácter
funcional del conjunto de normas e instituciones que servirían para «regular» ciertos
«regímenes» de determinación salarial y de obtención de excedente. Pero también se
hace hincapié claramente en la naturaleza histórica y transitoria de este sistema de
regulación. Sin embargo, no queda claro si su proceso de cambio estaría gobernado
por leyes de movimiento bien definidas, y, en su caso, cuáles serían estas leyes.
En conjunto, nos parece que estos planteamientos del análisis del capitalis­
mo muestran aún algunas dificultades para emerger de la neblina de la inspira­
ción creadora, probablemente a causa de su rechazo a adscribirse a un sistema
teórico bien definido. Sin embargo —y por ello mismo— nos parece también que
constituyen el presagio de importantes innovaciones teóricas, quizás más que los
otros planteamientos neomarxistas o postmarxistas.

1 1 .3 .3 . C uatro e c o n o m is t a s « in c ó m o d o s »

Hay cuatro «economistas» para quienes no hemos podido encontrar la «ca­


silla» exacta en el panorama de las escuelas económicas contemporáneas: Nicho­
las Gconrescu-Rocgen (n. !906b John Kenneth Galbraith (n. 1908). Albert Otto
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 435

Hirschman (n. 1915) y Richard Murphy Goodwin (n. 1913). Los hemos agrupado
porque estamos convencidos de que, en el fondo, su «resistencia» a dejarse clasi­
ficar constituye una característica que los une y los califica mucho más clara­
mente de lo que puede parecer a primera vista. Y los hemos incluido entre los
«herejes» porque creemos que, entre las cualidades que los unen, no es la menos
importante el gusto por la «herejía».
Nicholas Georgescu-Roegen, tras iniciar su carrera en Rumania como esta­
dístico matemático, pasó e estudiar economía en Harvard, en 1934-1936, donde
fue discípulo de Schumpeter. La primera fase de su trabajo económico tuvo por
objeto la teoría del consumidor, el análisis input-output y la teoría de la produc­
ción en general. En esta fase publicó los fundamentales ensayos «The Puré
Theory of Consumer Behaviour» (Quarterly Journal of Economics, 1936) y
«Choice, Expectations and Measurability» (Quarterly Journal of Economics,
1954). El primer artículo, que trataba del problema de la integrabilidad en la
teoría de la demanda, contenía dos resultados importantes: la demostración de
que las variedades integrales no coinciden necesariamente con las variedades de
indiferencia (de ahí la distinción entre integrabilidad en sentido matemático e
integrabilidad en sentido económico), y la demostración de que los dos tipos de
variedad pueden reducirse a uno solo en presencia del postulado de transitivi-
dad de las preferencias. De este modo, Georgescu ponía fin a la discusión inicia­
da por Pareto y Volterra acerca de la posibilidad de remontarse a la función (or­
dinal) de utilidad del consumidor a partir de la observación de sus opciones de
mercado. El segundo artículo abordaba el problema de la no existencia del
mapa de indiferencia del consumidor en presencia de una estructura preferen-
cial de tipo lexicográfico. Georgescu concentró sus críticas en la que denomina­
ba «la falacia ordinalista»: a pesar de las apariencias, el planteamiento ordinalis-
ta no se diferenciaría sustancialmente del cardinalista, y, por lo tanto, el paso
del segundo al primero no constituiría un avance teórico real, como habían creí­
do Robbins y otros.
En otro frente de investigación, hay que mencionar tres trabajos. Uno es el
relativo al teorema de no sustitución, del que ya hemos hablado y que Georgescu
fue el primero en descubrir. Los otros dos se refieren a dos de los problemas más
inabordables de la dinámica macroeconómica: el de no linealidad y el de discon­
tinuidad, que afrontó en «Relaxation Phenomena in Linear Dynamic Models»
(publicado en Activity Analysis of Produótlon and Allocation, ya citado). En este
ensayo, y basándose en una innovadora aplicación de la teoría de las oscilacio­
nes, Georgescu proporcionó un resultado fundamental para indagar los cambios
de régimen.
La segunda fase del trabajo científico de Georgescu se inició con el famoso
ensayo metodológico de 1966, Analiíical Economics: Issues and Problems, un li­
bro que contenía una despiadada crítica de la «economía estándar». La principal
acusación consistía en haber reducido el proceso económico a una «analogía me­
cánica» y haber confinado la teoría económica al ámbito de aplicación de la me­
cánica racional. El ensayo proponía una nueva alianza entre la actividad econó­
mica y el medio ambiente natural, propuesta que en los años posteriores se con­
vertiría en su «programa bioeeunómico». La ciare de este ambicioso proyecto
hay que buscarla en la ley de la entropía, «la más económica de las leyes físicas»;
436 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

la reflexión sobre esta ley llevó a Georgescu a indagar acerca de las condiciones
de supervivencia del género humano. A caballo entre la economía y la termodiná­
mica, en la obra The Entropy Law and the Economic Process (1971) formuló una
nueva ley, la «cuarta ley de la termodinámica», relativa a la imposibilidad del mo­
vimiento perpetuo del tercer tipo, definido como un sistema cerrado capaz de
realizar trabajo indefinidamente a un nivel constante. La implicación económica
de esta ley consiste en el rechazo del «dogma energético»; según este dogma,
«sólo la energía cuenta», mientras que la «materia» no se considera para nada.
Esta línea de pensamiento desembocó más tarde en el modelo de «fondos y flu­
jos», presentado en Energy and Economic Myths (1976). Dicho modelo constituía
una alternativa radical tanto al modelo de la función de producción como al del
análisis de actividad, ambos consider&deé incapaces de tener en cuenta el papel
desempeñado por el elemento tiempo en la actividad productiva. En el transcurso
de los últimos años, el modelo de fondos y flujos ha sido objeto de una creciente
atención tanto por parte de los economistas teóricos como de los analistas de la
organización productiva. Finalmente, recordaremos el largo ensayo introductorio
que escribió Georgescu en 1983 para la edición inglesa del famoso libro de
Gossen, The Laws of Human Relations and the Rules of Human Action Derived
Therefrom, un ensayo que es mucho más que una espléndida biografía intelec­
tual, y que demuestra no sólo la profundidad y amplitud de la cultura económica
de Georgescu, sino también su extraordinaria capacidad de superar los angostos
límites a los que la ciencia oficial a menudo confina el discurso económico. Esto
puede ayudar a comprender el generalizado fin de non-recevoir de la profesión
respecto al mensaje crítico de Georgescu; el mensaje de un autor que no se deja
aprisionar fácilmente en ninguna escuela de pensamiento.
Pasemos ahora a Galbraith, sin duda el exponente más representativo
—pero también el más original— del pensamiento institucionalista contemporá­
neo (que no se debe confundir con el planteamiento neo-institucionalista); una
corriente de pensamiento que cuenta entre sus principales representantes con
John Adams, Kenneth Boulding, Alian Gruchy, Warren Samuels, Daniel Fusfeld y
Paul Strassman, y que tiene en el Journal of Economic Issues su más prestigiosa
tribuna crítica. Siguiendo los pasos de Veblen, y basándose en una particular lec­
tura del pensamiento keynesiano, Galbraith ha explorado la naturaleza societaria
y los métodos de planificación del sistema de las empresas, además de la influen­
cia de lo que considera «los imperativos tecnológicos»; pero se ha ocupado tam­
bién de la formación social de las preferencias individuales, de la interacción en­
tre esfera privada y esfera pública, y de las fuerzas que influyen en la formación
de las opiniones en el sector público.
En El capitalismo americano (1961; trad. cast., Barcelona, 1968), Galbraith
propuso la teoría del countervailing power («poder compensador»). Según esta
teoría, una manera de mantener en equilibrio un sistema social —reduciendo las
desigualdades, las injusticias y el grado.de explotación— consiste en compensar
el exceso de poder detentado por determinados grupos socioeconómicos (grandes
empresas, cárteles, patronales, etc.) permitiendo la constitución de otros grupos
de poder con intereses contrapuestos. Se trata de una teoría plena de realismo y
sensatez, pero que no ha encontrado espacio —ni podía encontrarlo— en el seno
d e l sistema tenrmo En lo trilogía integrada por J,a sociede,7 ■ rain ¡la
n e o , b is ic o .
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 437

(1958), El nuevo Estado industrial (1967; trad. casi., Barcelona, 1980) y La econo­
mía y el objetivo público (1973; trad. cast., Barcelona, 1981), Galbraith sostiene vi­
gorosamente la tesis de que la «mano invisible» está lejos de tener los beneficio­
sos efectos que le atribuyen los teóricos del laissez faire. Por el contrario, conduce
a una exacerbación de las desigualdades en la distribución de la renta, al predo­
minio de los intereses privados sobre los públicos, al subdesarrollo y a la «mise­
ria» de la economía pública y, finalmente, a una disminución del nivel de investi­
gación y desarrollo. Esta última actividad desempeña un papel fundamental en el
proceso de desarrollo económico; y para Galbraith es un hecho que una gran par­
te de dicha actividad, sobre todo la que resulta verdaderamente útil desde el pun­
to de vista del progreso económico, se desarrolla en el seno de las grandes empre­
sas. En parte por esta razón, Galbraith se ha mostrado bastante escéptico respec­
to a la eficiencia y la utilidad de las políticas antitrust. Según él, resulta más útil
la planificación estratégica, un tipo de intervención pública en el ámbito econó­
mico que no aspire a coartar la actividad privada, sino a coordinarla y a adaptar­
la al servicio del interés público. En dos trabajos más recientes, La pobreza de las
masas (1979; Barcelona, 1982) y The Anatomy of Poverty (1983), Galbraith ha se­
guido avanzando por este camino, propugnando una intervención pública orien­
tada principal y sistemáticamente a lá redistribución de la renta en favor de los
estratos más pobres de la sociedad.
El otro gran maître à penser de la izquierda liberal estadounidense contem­
poránea es Albert Hirschman. Graduado en Trieste, en 1937, se ocupó inicial­
mente de estadística demográfica y de economía italiana. En la memoria «Le
contrôle des changes en Italie» (1939), Hirschman desarrolló una labor de docu­
mentación muy atenta a la realidad italiana de la época, mientras que en su pri­
mer libro, La potencia nacional y la estructura del comercio exterior (1945; trad.
cast., Madrid, 1950), trató de los aspectos históricos y teóricos de la relación en­
tre poder nacional y estructura del comercio exterior, con una referencia explícita
a la política de la Alemania nazi. Ya en estos trabajos, Hirschman adoptaba una
posición crítica respecto a algunos de los fundamentos teóricos de la doctrina
económica dominante; no obstante, en el desarrollo de sus tesis siguió utilizando
la estructura analítica de la teoría ortodoxa, casi como si quisiera demostrar su
potencial aplicado a objetos de conocimiento alternativos. En La estrategia del de­
sarrollo económico (1958; trad. cast., México, 1961) —una de sus obras más im-
portantes—, así como en Estadios de política económica en América Latina. En
ruta hacia el progreso (1963; trad. cast., Madrid, 1963), Hirschman propuso, para
afrontar los problemas de los países en vías de desarrollo, un análisis realmente
alternativo al ortodoxo. La estrategia se centra en la «búsqueda del primum mo-
vens», o de las condiciones históricas, psicológicas y antropológicas del desarro­
llo económico. Las conclusiones a las que llegó fueron que el desarrollo es posi­
ble incluso en presencia de recursos naturales escasos; que, en condiciones apro­
piadas, todos los pueblos pueden aprender las aptitudes productivas; que no es
cierto que el ahorro sea crónicamente insuficiente, ni que lo sea la capacidad em­
presarial. Más importante es el hecho de que el desarrollo depende de la capaci­
dad de movilizar recursos y aptitudes «ocultos, dispersos v mal utilizados». El
análisis del desarrollo elaborado por Hirschman se basó en la observación de ios
aspectos sociales y políticos de la realidad objeto de estudio, una línea de investí-
43 8 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

gación que halló su máxima expresión en la recopilación de ensayos Desarrollo y


América Latina (1971; trad. casi., México, 1973).
En 1977, Hirschman publicó Las pasiones y los intereses (trad. cast., Méxi­
co, 1978), un importante ensayo sobre historia de las ideas que reconstruye la
larga secuencia de pensamiento que, iniciada con Maquiavelo, desembocaría, en
el siglo XVII, en la doctrina del predominio de los intereses sobre las pasiones.
En su Teoría de los sentimientos morales, Smith había puesto los impulsos no
económicos al servicio de los económicos, haciendo que aquéllos perdieran la
particular autonomía de la que habían gozado anteriormente. Luego, en la Ri­
queza de las naciones, había basado su análisis en la idea de que los hombres es­
tán motivados predominantemente por el deseo de mejorar sus condiciones eco­
nómicas, y de que la «simpatía» y otros/sentimientos morales pueden también
definirse en función del self interest. Fue así como nació la economía política
moderna: una gran conquista intelectual que, no obstante, comportaría una sig­
nificativa restricción del ámbito de investigación, a la vez que un empobreci­
miento en la concepción de la naturaleza humana.
De aquí surge la primera tesis «fuerte» del pensamiento del Hirschman: es
necesario complicar gradualmente la disciplina económica, dado que ésta se ha
basado en postulados demasiado simplistas. Se trata de una crítica dirigida sobre
todo a la teoría neoclásica, pero de la que no se salvan muchos planteamientos al­
ternativos, desde los keynesianos hasta los institucionalistas, desde los marxistas
hasta los neo-institucionalistas. Una característica constante del trabajo de
Hirschman es su rechazo a los límites tradicionales de la disciplina; característica
que —con el tiempo— se ha transformado en «el arte de violar las fronteras».
Este es el mensaje central de su trabajo De la economía a la política y más allá
(1981; trad. cast., México, 1984), un libro que contiene una apasionada invitación
—dirigida especialmente a los economistas— a tomarse en serio aquellas accio­
nes y comportamientos humanos que no pueden reducirse al tradicional concep­
to de «interés».
En Interés privado y acción pública (1982; trad. cast., México, 1986), se cen­
tra en el problema de las oscilaciones del compromiso humano entre la esfera
privada y la pública. Finalmente, en «Against Parsimony: Three Easy Ways of
Complicating Some Categories of Economic Discourse» (American Economic Ré-
view, 1984; trad. cast. en A. Hirschman, Enfoques alternativos sobre la sociedad de
mercado, México, 1989) reanuda la cuestión de la «complicación del discurso
económico». Este proceso de complicación debería pasar por la introducción en
el ámbito de investigación de esta disciplina de dos modalidades fundamentales,
y de dos tensiones propias, de la condición humana. Las primeras son la «auto-
rreflexión» y la voice, la protesta, dé la que Hirschman se había ocupado ya en el
ensayo Salida, voz y lealtad (1970; trad. cast., México, 1977). Las segundas se re­
fieren a la distinción entre modos «instrumentales» y «no instrumentales» de
comportamiento, y a la distinción entre interés personal y moralidad pública.
Para Hirschman, con ello se lograría sustraer el problema económico de la sim­
plista reducción ortodoxa al principio de la maximización restringida.
El otro gran «hereje» de esta generación de economistas es Richard M. Good-
win, el «marxista extravagante», tal como se ha definido a sí mismo. Graduado en
Harvaol en ! 934, se convirtió al marxismo impulsado por los acontecimientos
LA TEORÍA ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA (III) 439

económicos de la gran crisis; más tarde estudió con Harrod en Oxford, donde leyó
las pruebas de imprenta de la Teoría general, que le fascinó. De nuevo en Harvard,
en 1938 siguió los cursos de Schumpeter y Leontief. Tras doctorarse en esta Uni­
versidad en 1941, enseñó física y matemática aplicada hasta 1945, y economía
hasta 1950. Posteriormente se trasladó a Europa, donde ha impartido la docencia
en Inglaterra y en Italia.
Marx y Schumpeter fueron sus dos grandes mentores intelectuales: «sólo Marx
había entendido la verdad [...] sólo Schumpeter había tomado en serio a Marx», es­
cribió en el prefacio a la edición italiana de Essays in Economic Dynamics (1982,
pp. 12-13). Este libro contiene lo mejor de la contribución de Goodwin a la teoría
economía dinámica, mientras que Essays in Linear Economías (1983) contiene lo
mejor de su trabajo en el ámbito de los modelos lineales multisectoriales. Aquí úni­
camente podemos recordar algunos —los más importantes— de dichos ensayos.
' En primer lugar, en el ámbito de la teoría del ciclo, citaremos «The Non-Li­
near Accelerator and the Persistence of Business» (Econometrica, 1951), donde
Goodwin trataba de resolver un problema fundamental de las teorías del ciclo ba­
sadas en la interacción entre multiplicador y acelerador, el de la «no persisten­
cia». Goodwin entendió que este problema estaba esencialmente vinculado al ca­
rácter lineal del modelo. Lo resolvió precisamente introduciendo la no linealidad,
y obtuvo las oscilaciones de «relajación»: la economía se expande hasta alcanzar
el pleno empleo o la plena utilización de las instalaciones; después de esto, se «re­
laja» y entra en una fase depresiva, en la que permanecerá hasta alcanzar un ni­
vel nulo de inversión bruta.
Probablemente más importante aún es el modelo elaborado en el artículo
«A Growth Cycle» (en C. H. Feinstein, Socialism, Capitalism and Economic
Growth, 1967), en el que Goodwin utilizó las ecuaciones de Volterra para forma­
lizar la teoría marxiana del ciclo. El modelo se basa en la idea de que la causa
principal del ciclo reside en la relación de conflicto y de dependencia que une a
las dos clases sociales fundamentales de la economía capitalista. Cada una de
ellas trata de aumentar las dimensiones de su porción del pastel. Pero las reglas
del juego imponen que ninguna de las dos pueda quedarse con el pastel entero:
ninguna de las dos porciones puede aumentar indefinidamente a expensas de la
otra. A largo plazo, ambas porciones serán constantes; a corto plazo, oscilarán.
El mecanismo que asegura la oscilación lo constituyen los efectos negativos del
aumento de la cuota de salarios en las inmersiones, y los de la disminución de las
inversiones en el desémpleo.
Estos dos artículos revelan, respectivamente, las influencias harrodiano-
keynesiana y marxista en la formación de Goodwin. La influencia schumpeteria-
na se hace patente en otro artículo, «Innovations and the Irregularity of Econo­
mic Oyeles» (Review of Economics and Statistics, 1946), cuya importancia teóri­
ca —según una interpretación reciente— residiría en haber mostrado el efecto
de «resonancia» que la irregularidad de las inversiones innovadoras provocaría
en el movimiento cíclico. En «Dynamical Coupling with Special Reference to
Markets Having Production Lags» (Econometrica, 1947), Goodwin trató de ex­
plicar la coexistencia de ciclos de distinta periodicidad, acoplando las ecuacio­
nes del ciclo de los negocios con las del ciclo de la construcción. En una época
más reciente, ha utilizado este mismo acoplamiento dinámico para insertar un
440 PANORAMA DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÒMICO

ciclo breve de tipo marciano en un movimiento de oleada larga, explicando este


último —a la manera schumpeteriana— en términos de las innovaciones básicas
y su tendencia a aparecer en grupos.
Respecto a la otra importante línea de investigación de Goodwin —la inspi­
rada por la influencia de Leontief—, únicamente disponemos aquí de espacio su­
ficiente para recordar las dos contribuciones que nos parecen más relevantes:
«The Multiplier as a Matrix» (Economie Journal, 1949), un trabajo al que siguie­
ron otros sobre el mismo tema y que dio origen a un interesante debate a co­
mienzos de la década de 1950, y «Static and Dynamic General Equilibrium Mo-
dels» (publicado en la obra colectiva Input-Output Relations, 1953), donde —en­
tre otras cosas— trató de introducir en el modelo de Leontief un original proceso
de tâtonnement capaz de generar pequérfas oscilaciones.
Goodwin ha sido, en ocasiones, objeto de crítica debido a su supuesto eclecti­
cismo; sin embargo, esta crítica nos parece injustificada. Es cierto que este econo­
mista ha sufrido el influjo de autores de los más diversos planteamientos teóricos.
Pero también lo es que se ha esforzado en señalar algunos importantes aspectos
que dichos autores tienen en común; por ejemplo: la visión del capitalismo como
un sistema dinámico intrínsecamente inestable; la conciencia de la insuficiencia
del tradicional análisis estático y del equilibrio a la hora de comprender las leyes
de movimiento de dicho sistema; la fundamental importancia reconocida al com­
portamiento de los agentes económicos colectivos, y el consecuente juicio de irre­
levancia en relación al análisis microeconómico. Es asimismo cierto que su inves­
tigación ha estado constantemente dominada por la exigencia de integrar las ideas
provenientes de aquellos distintos planteamientos en una visión orgánica. El ver­
dadero problema es que dicha investigación no ha culminado con la formulación
de un sistema teórico completo. Este, sin embargo, es un problema que afecta a
toda la investigación teórica postkeynesiana y neomarcista contemporánea. Por
otra parte, se trata de una labor aún en curso, y el hecho es que la contribución de
Goodwin a dicha labor resulta fundamental.

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f//
INDICE

Prólogo a la primera edición.............................................................. 9


Introducción.................................................................................... 13
Épocas de teoría económica .......................................................................................... 13
Pluralidad de interpretaciones........................................................................................ 16
Nuestro punto de vista ................................................................................................... 20
Referencias bibliográficas.................................................................. 25
1. Nacimiento de la economía política ................................................................ 27
1.1. El final de la Edad Media y el nacimientodel mundo moderno . . . ............... 27
1.1.1. El final de la Edad Media y la escolástica.............................................. 27
1.1.2. El capitalismo «mercantil» ................................................................... 30
1.1.3. La revolución científica y el nacimiento de la economía política . . . . 31
1.2. El mercantilismo............................................................................................... 34
1.2.1. El bullionismo.................................................................. 34
1.2.2. Teorías y políticas comerciales mercantilistas...................................... 36
1.2.3. Teorías y políticas demográficas............................................................. 38
1.2.4. Teorías y políticas monetarias................................................................ 40
1.2.5. La crítica de Hume................................................................................. 42
1.2.6. Teorías del v a lo r.................................................................................... 44
1.3. Algunos precursores de la economíapolítica clásica.......................................... 46
1.3.1. Las premisas de una revolución teórica................................................. 46
1.3.2. William Petty y la «aritmética polifiqa»................................................. 47
1.3.3. Locke, North y Mandeville............•......................................................... 49
1.3.4. Boisguillebert y Cantillon..................................................................... 51
Referencias bibliográficas................................................................................................ 53
2. La revolución del laissez faire y la economía sm itliiana................................ 55
2.1. La revolución del laissez faire .............................................................................. 55
2.1.1. Las condiciones previas de la revolución industrial............................. 55
2.1.2. Quesnay y los fisiócratas........................................................................ 56
2.1.3. Galiani y los italianos ........................................................................... 60
2.1.4. HumeySteuart....................... 63
2.2. Adam Sinith........................................................................................................ 66
2.2.1. El «reloj mecánico» y la «mano invisible» ........................................ ■ . 66
2.2.2. Desarrollo y distribución de la r e n ta .............. ■.................................... 68
444 ÍNDICE

2.2.3. El valor................................................................................................... 69
2.2.4. Mercado y competencia........................................................................ 72
2.2.5. Las dos almas de S m ith ........................................ ............................... 73
2.3. La ortodoxia smithiana....................................................................................... 77
2.3.1. Una época de optimismo ...................................................................... 77
2.3.2. Bentham y el utilitarismo...................................................................... 78
2.3.3. Los economistas smithianos y S a y ........... ........................................... 79
Referencias bibliográficas................................................................................................. 81
3. De Ricardo a M ili.................................................................................................... 83
3.1. Ricardo y Malthus ................................................................................................. 83
3.1.1. Treinta años de crisis.............................................................................. 83
3.1.2. Las leyes sobre el trigo . .......................................................... 84
3.1.3. La teoría de la renta de la tierra....................: ..................................... 85
3.1.4. Beneficios y salarios.............................................................................. 88
3.1.5. Beneficios y sobreproducción................................................................ 89
3.1.6. Discusiones sobre el valor...................................................................... 90
3.2. La desintegración de la economía política clásica en la época de Ricardo . . . 93
3.2.1. Los ricardianos, el ricardismo y la tradición clásica............................. 93
3.2.2. La reacción anti-ricardiana................................................................... 96
3.2.3. Cournot y Dupuit.................................................................................... 98
3.2.4. Gossen y Von T hünen........................................................................... 100
3.2.5. Los románticos y la escuela histórica alemana...................................... 102
3.3. Las teorías de la armonía económica y la síntesis milliana . ■............................. 104
3.3.1. La «era del capital» y las teorías de la armonía económica................. 104
3.3.2. John Stuart M ili.................................................................................... 106
3.3.3. Salario y fondo de salarios...................................................................... 108
3.3.4. Capital y fondo de salarios .•....................... : ........................................ 111
3.4. Teorías y debates monetarios en Inglaterra en la época de la economía clásica . 114
3.4.1. El Restriction A c t ............................................................. 114
3.4.2. El Bank Charter Act .............................................................................. 118
3.4.3. Henry Thornton ..................................................................................... 122
3.4.4. Mili y el dinero....................................................................................... 124
Referencias bibliográficas................................................................................................ 127
4. El pensamiento económico socialista y M a rx ................................................. 129
4.1. De la utopía al socialismo . . . ......................................................................... 129
4.1.1. Nacimiento del movimiento obrero....................................................... 129
4.1.2. Las dos caras de la utopía...................................................................... 130
4.1.3. Saint-Simon y Fourier........................................................................... 131
4.2. Teorías económicas socialistas........................................................................... 134
4.2.1. Sismondi, Proudhon, Rodbertus .......................................................... ,134
4.2.2. GodwinyOwen .................................................................................... 135
4.2.3. Socialistas ricardianos y afin es.................' ......................................... 136
4.3. La teoría económica de Marx .............................................................................. 138
4.3.1. Marx y los clásicos................................................................................. 138
4.3.2. Explotación y valor . . . . '...................................................................... 141
4.3.3. La transformación de los valores en precios......................................... 144
4.3.4. Equilibrio, ley de Say y crisis . . . '....................................................... 147
4.3.5. Los salarios, el ciclo económico y las «leyes de movimiento»
do la economía capitalista . . ............................................................. 148
ÍNDICE 445
4.3.6. Aspectos monetarios del ciclo y de la crisis........................................ 151
Referencias bibliográficas.......................................................................................... 154
5. El triunfo del utilitarismo y la revolución m arginalista............................. 155
5.1. La revolución marginalista.............................................................................. 155
5.1.1. El giro de las décadas de 1870 y 1880 ................................................. 155
5.1.2. El sistema teórico neoclásico............................................................. 157
5.1.3. ¿Fue una auténtica revolución?.......................................................... 160
5.1.4. Las razones de un é x ito ..................................................................... 162
5.2. William Stanley Jevons.................................................................................... 165
5.2.1. El cálculo lógico en economía............................................................. 165
5.2.2. Salario y trabajo, interés y capital....................................................... 168
5.2.3. - La economía historicista inglesa . ................................................. 171
5.3. LéonWalras..................................................................................................... 172
5.3.1. La visión walrasiana del funcionamiento del sistema económico . . . 172
5.3.2. El equilibrio económico general.......................................................... 175
5.3.3. Walras y la ciencia económica pura ..................................................... 179
5.4. Cari Menger..................................................................................................... 180
5.4.1. El nacimiento deja escuela austríaca y el Methodenstreit ................. 180
5.4.2. Importancia del principio de la utilidad marginal en Menger............ 183
Referencias bibliográficas........................................................................... : . 184
6. La construcción de la ortodoxia neoclásica................................................. 187
6.1. La Belle É poque ................................................................................................ 187
6.2. Marshall y los neoclásicos ingleses ................................................................... 189
6.2.1. Alfred Marshall................................................................................... 189
6.2.2. Competencia y equilibrio en Marshall .............................................. 191
6.2.3. La filosofía social de Marshall............................................................. 193
6.2.4. Pigou y la economía del bienestar....................................................... 195
6.2.5. Wicksteed y «el agotamiento del producto»........................................ 196
6.2.6. Edgeworth y la negociación................................................................ 198
6.3. La teoría neoclásica en Estados Unidos.......................................................... 200
6.3.1. Clark y la teoría de la productividad m arginal................................... 200
6.3.2. Fisher: elección intertemporal y teoría cuantitativa del dinero . . . . 203
6.4. La teoría neoclásica en Austria y Suecia.......................................................... 205
6.4.1. La escuela austríaca y el subjetivismo................................................. 205
6.4.2. La escuela austríaca confluye ej} ej mainstream ................................ 207
6.4.3. Wicksell y el nacimiento de la escuela su eca...................................... 209
6.5. Pareto y los neoclásicos italianos ...................................................... . . . . 214
6.5.1. De la utilidad cardinal al ordinalismo................................................. 214
6.5.2. Criterio paretiano y nueva economía del bienestar............................. 217
6.5.3. Barone, Pantaleoni y el «paretaio» .................................................... 218
Referencias bibliográficas................................; ................................................ . . 221
7. Los años de la alta teoría ( I ) .................... ...................................................... 223
7.1. Problemas de dinámica económica................................................................ 223
7.1.1. «Economic hará times...» ..................................................................... 223
7.1.2. El dinero en desequilibrio.................................................................. 225
7.1.3. La escuela de Estocoimo..................................................................... 227
7.1.4. Producción y gasto.............................................................................. 230
446 ÍNDICE-

7.1.5. El multiplicador y el acelerador .............................................................. 232


7.1.6. El modelo Harrod-Domar...................................................................... 234
7.2. John Maynard K eynes....................................................................................... 237
7.2.1. Debates sobre política económica en Inglaterra............................ 237
7.2.2. Cómo Keynes llegó a ser keynesiano . . . ■........................................... 240
7.2.3. La Teoría general: demanda efectiva y empleo ...................................... 242
7.2.4. La Teoría general: preferencia por la liquidez........................................ 246
7.3. Michal Kalecki ................................................................................................... 249
7.3.1. El nivel de renta y su distribución.......................................................... 249
7.3.2. El ciclo económico................. ................................................................ 253
7.4. Joseph Alois Schumpeter.................................................................................... 253
7.4.1. Equilibrio y desarrollo . . . . ' . ............................................................. 253
7.4.2. Ciclo y dinero..........................> ............................................................. 256
Referencias bibliográficas............................................................................................. 258
8. Los años de la alta teoría ( I I ) ............................................................................ 261
8.1. La teoría de las formas de m ercado................................................................... 261
8.1.1. Primeros síntomas de discrepancia....................................................... , 261
8.1.2. La crítica de Sraffa al sistema teórico marshalliano............................. 262
8.1.3. La teoría de la competencia monopolista de Chamberlin.................... 264
8.1.4. La teoría de la competencia imperfecta de Joan R obinson.................. 266
8.1.5. El declive de la teoría de las formas de mercado................................... 269
8.2. La teoría del equilibrio económico general....................................................... 272
8.2.1. Los primeros teoremas de existencia y el modelo VonNeumann........... 272
8.2.2. La difusión del planteamiento walrasiano en Inglaterra....................... 276
8.2.3. Valor y demanda en Hieles...................................................................... 278
8.2.4. El equilibrio económico general en Hicks ............................................ 279
8.2.5. El modelo IS-L M .................................................................................... 281
8.3. La nueva economía del bienestar ...................................................................... 283
8.3.1. La sistematización epistemológica de Robbins...................................... 283
8.3.2. Principio paredaño y tests de compensación......................................... 285
8.4. El debate sobre el cálculo económico en el socialismo...................................... 288
8.4.1. Empieza el b a ile .................... 288
8.4.2. La solución Lange-Lemer...................................................................... 289
8.4.3. La crítica de Von H ayek......................................................................... 291
8.5. Planteamientos alternativos . . . ...................................................................... 292
8.5.1. Allyn Young y los rendimientos crecientes............................................ 292
8.5.2. Thorstein Veblen.................................................................................... 294
8.5.3. El pensamiento institucionalista en el período de entreguerras............ 296
8.5.4. De Dmitriev a Leontief............................................................................ 298
8.5.5'. El resurgimiento de la teoría económica márxista . . . '......................... 303
Referencias bibliográficas............................................................................................. 306
9. La teoría económica contemporánea ( I ) ........................................................... 309
9.1. De la edad de oro a la estanflación...................................................................... 309
9.2. La síntesis neoclásica.......................................................................................... 311
9.2.1. Generalizaciones: de nuevo el modelo IS-LM ......................................... 311
9.2.2. Perfeccionamientos: la función del consumo......................................... 314
9.2.3. Correcciones: dinero einflación.............................................................. 316
9.2.4. Simplificaciones: crecimiento y distribución......................................... 319
.yolero: money matters 321
- Acto segundo: you can't fool all the people all the t i m e .................. . . 323
... '9.3.3. Acto tercero: los alumnos superan al maestro.......................... 326
9.3.4. ¿Fue auténtica gloria?.........■................................................ .. 329
9.4: Del desequilibrio al equilibrio no-walrasiano ■. . . . .................................... .332
9.4.1. El desequilibrio y los microfundamentos de la macroeconomía . . . . 332
9.4.2. Los modelos de equilibrio no-walrasiano . . . ; .................. .. 334
9.5. Teorías postkeynesianas y neokeynesianas . ............................................ 337
9.5.1. Reinteipretaciones antineoclásicas de Keynes.................................. 337
9.5.2. Distribución y crecimiento ................................................... 340
9.5.3. El dinero y la inestabilidad de la economía capitalista.................. .. . 344
9.5.4. Nuevos planteamientos’keynesianos............................................... 347
Referencias bibliográficas... 352
1Q. La teoría económica contemporánea (II) ................................................. 355
10.1. El planteamiento neowalrasiano del equilibrio económico general .............. 355
10.1.1. La conquista del teorema de existencia.................................. 355
10.1.2. La derrota en el íerreno de la unicidad y de la estabilidad .............. 359'
10.1.3. ¿El fin de un m undo?........................................................................ 363\
10.1.4. Equilibrio temporal y dinero en la teoría del equilibrio general ■ . . . 368
10.2. La evolución de la nueva economía de] bienestar y las teorías
de la justicia económica..................................................................... '............. 371
10.2.1. Los dos teoremas fundamentales de la economía del bienestar . . . . 371
10.2.2. El debate sobre los fallos del mercado y el teorema de Coase , . . . . . 375
10.2.3. La teoría de la elección social: el teorema de imposibilidad de Arrow 379
10.2.4. Sen y la crítica del utilitarismo................................................... .. . 381
10.2.5. Las teorías económicas de la justicia................................................. 384
10.3. La controversia sobre el marginalismo en la teoría de la empresa
y de los mercados . . . .................................................................................... 387
^^-4fl»34^t2wa^fear4e-fete6rfeHaeod[ásdca-de'la em presa................................ 387
10.3.2. Las teorías postkeynesianas de la empresa . . ................................... 389
10.3.3. Las teorías gerenciales y conductistas ............................................... 392
10.3.4. Las reacciones neoclásicas y las nuevas teorías de la empresa . . . . 394
Referencias bibliográficas............................................................................................ 397
11, La te o r ía eco n ó m ica c o n tem p o rá n e a (III) 399
11.1. La «nueva economía política» y su erytOHio . . ....................... 399
. 11.1.1. El objeto de la disputa................................................. 399
11.1.2. El neo-institucionalismo ........................................... 400
11.1.3. La escuela neo-austríaca y el estatuto subjetivista . . . 405
11.1.4. La teoría de los juegos..................................... .. . . . 408
11.2. La teoría de la producción como proceso circular.............. . . 413
11.2.1. El activity analysis y el teorema de no sustitución . . . 413
11.2.2. El debate sobre 1a. teoría del capital............................. 417
. 11.2.3. «Producción de mercancías por medio de mercancías» 421
11.3. Radical Politicai Economy y similares . . . . . . . . . . . . . . . 425
11.3.1. El pensamiento económico marxista antes de 1968 . . 425
f 11.3.2. Planteamientos neomarxistas y postmarxistas............ 429
•11.3.3. •Cuatro economistas «incóm^-os» . . . . . . . . . / ............... 434
Referencias bibliográficas.............. y .............................. 440

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