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De aquí, que la estructura cognitiva humana subraya el hecho de que no se puede
concebir al conocimiento sin integrar los diversos elementos que la conforman. Esta
estructura cognitiva humana está compuesta por dos dimensiones: la dimensión sensible
y la dimensión intelectual.
Dimensión sensible del conocimiento humano: Primera fase: las sensaciones externas.
Segunda fase: la percepción interna.
Es importante subrayar, una vez más, que estas dimensiones y fases del proceso
cognoscitivo humano, aun distinguiéndose, no se dividen. Están siempre mezcladas
entre sí de tal modo que no es posible hablar de una sin hablar también de las demás. No
puedo hablar de la experiencia sensible sin mencionar lo que encuentro en la
experiencia, por lo tanto, sin traducir en palabras y conceptos la experiencia misma
(Lucas Lucas, 1999).
Entendemos por sensación externa aquella primera fase del proceso cognitivo humano
en la que se produce un acto psíquico cognoscitivo a partir de un estímulo (Lucas Lucas,
1999).
De este modo conocer es el contacto concreto e inmediato con la realidad; esto es lo que
se quiere expresar con el término experiencia, con la única condición de liberarlo de la
interpretación reducida que ha recibido del racionalismo y del empirismo.
La percepción interna
En relación con la cuestión así planteada, el sensismo afirma que la actividad intelectual
no es más que un conjunto de imágenes y sensaciones. Pero las diferencias que existen
entre las sensaciones y las imágenes sensibles, por una parte, y los conceptos
universales por otra, son tan esenciales que es del todo imposible reducir las unas a los
otros (Lucas Lucas, 1999). Las diferencias esenciales entre el saber sensible y el saber
intelectual-conceptual son:
a) La conceptualización
En tales casos, no rara vez ocurre que, antes de reemprender seriamente el trabajo, brille
de modo imprevisto en la mente, como un relámpago, la solución deseada que antes se
había buscado con tanto esfuerzo. En esto influye, evidentemente, el trabajo consciente
precedentemente realizado, pero es necesario admitir que los conceptos que se habían
ido formando en el trabajo precedente, han llegado poco a poco a organizarse y que, una
vez organizados, basta un instante de atención o cualquier asociación, quizá fortuita,
para que aparezca la solución límpida y clara del problema., como se cuenta que le
sucedió a Arquímedes; A éste el tirano de Siracusa, Gerone, había pedido que
averiguara si el orfebre le había fusionado otros metales con el oro de su corona. Un día,
mientras se bañaba en las termas, le vino a la mente la solución, tan de repente y clara
que le hizo correr por la ciudad gritando: “Heureka, lo he encontrado”. El concepto es el
fruto del acto de conceptualizar. Surge a partir de los datos, es una organización de los
datos y contiene los datos esenciales, prescindiendo de todas las particularidades
individuales; por ello es abstracto y universal. La conceptualización responde a la
pregunta “¿qué es esto?” mediante el concepto.
El concepto es interior (verbum mentis) y se expresa exteriormente a través de la
palabra. La palabra, hablada o escrita, fija el concepto y lo hace comunicable a otros.
Palabra y concepto son, sin embargo, diferentes e independientes. Hay conceptos sin
palabras, por ejemplo, cuando buscamos la correcta expresión de nuestros pensamientos
y no la encontramos, y un mismo concepto se puede expresar con diversas palabras, por
ejemplo en el caso de los idiomas: mesa, table, tavolo; y la misma palabra puede
significar conceptos diversos, por ejemplo cara puede significar: rostro, el elevado
precio de una casa, una página (Lucas Lucas, 1999).
b) El juicio
El juicio es el acto por el cual la inteligencia afirma o niega algo. Loque constituye el
acto de juzgar, su elemento esencial, es la aserción: “S es P”, siendo S y P dos
conceptos distintos. El acto de juzgar presupone al acto de conceptualizar, porque los
conceptos son como la “materia” del juicio. El juicio se distingue de los conceptos en
que éstos no son sino adquisiciones que no afirman y no niegan nada explícitamente;
mientras que el juicio afirma o niega algo de un objeto. Hecha la conceptualización se
pasa al juicio para afirmar o negar lo que se ha conceptualizado. El juicio responde a la
pregunta: “¿es así?” mediante la aserción: “esto es un árbol”. Nosotros no pensamos
mediante objetos aislados, sino mediante de juicios más o menos complejos.
Dependiendo de si la afirmación es mentalmente explícita o solamente implícita, se
tendrá un juicio explícito o implícito.
c) El razonamiento
El que el razonamiento sea una actividad propia y característica del hombre se explica
por la imperfección del conocimiento humano respecto al conocimiento angelical y
divino, y por la perfección respecto al conocimiento puramente sensible de los animales.
El hombre, por una parte, es incapaz de conocer de un golpe todas las verdades, pero
por otra parte entiende la esencia de las cosas y las relaciones que existen entre los
objetos. La capacidad que el hombre posee de percibir todo esto en los datos que le
proporciona el conocimiento sensible es lo que le permite la formulación de juicios
universales, los cuales, relacionados con otros juicios, le permiten llegar a nuevos
conocimientos que ni por intuición inmediata, ni por la sola experiencia podría adquirir.
Este procedimiento de relacionar diversos juicios se llama precisamente razonamiento
(Lucas Lucas, 1999).
Se puede afirmar, por tanto, que el razonamiento es la derivación de un juicio nuevo a
partir de otros ya formulados, por la dependencia que la inteligencia capta de aquel
juicio en relación con estos. En cuanto se expresan por medio del lenguaje, los juicios
que intervienen en el razonamiento se llaman proposiciones. Las proposiciones que
preceden se llaman premisas o antecedente. El juicio nuevo en el cual termina el
razonamiento se llama conclusión o consecuente. El nexo por el cual se obtiene la
conclusión partiendo de las premisas se llama inferencia o consecuencia (Lucas Lucas,
1999).
Según el autor citado solamente en Grecia se encuentra el primer desarrollo de ideas que
pueden considerarse precursoras de la ciencia experimental ese sentido moderno
(Artigas, 1999, p. 26). Este hecho es confirmado porque fueron los griegos los que
sometieron los conocimientos de tipo mistérico y religioso al análisis racional y trataron
de establecer las relaciones causales que los enlazaban. Más concretamente fueron los
filósofos naturalistas de Jonia y entre ellos vale una mención especial para Pitágoras
quien reconoce que la “ciencia es valiosa independientemente de su utilidad práctica”
(Romo, 2007, p. 122). Por este motivo, enseguida presentamos los aspectos más
importantes del conocimiento en Grecia, ya que el desarrollo griego será fundamental
pata explicar el desarrollo del conocimiento moderno.
Entre los estudios que prepararon la revolución científica destacan los que se realizaron,
en el siglo XIV, en Oxford y en París. En Oxford la tradición de Grosseteste y Bacon
fue continuada, en el siglo XV, por autores como Richard Swineshead, John
Dumbleton, Thomas Bradwardine y William Heytesbury. Destaca la representación
matemática del movimiento formulada por Bradwardine, y el teorema de la velocidad
media de Heytesbury, conocido también como “teorema del Merton College”, que
desempeñó un papel importante en la formulación de la ley de caída de los graves de
Galileo y, por tanto, en los comienzos de la física moderna. En París destacan, en esa
época, Jean Buridan (1300-1385) y Nicole Oresme (1325-1382). Buridan intentó
explicar el movimiento mediante su teoría del “ímpetus” o impulso comunicado a un
proyectil cuando es lanzado, que se aplica también a la caída de los cuerpos bajo la
acción de la gravedad. Este concepto sirvió para formular la noción de inercia. Oresme
realizó importantes aportaciones a las matemáticas, a la representación geométrica de
las cualidades (cuestión de gran importancia para la nueva física), a la ley del
movimiento acelerado, a la caída de los graves (utilizó incluso una figura geométrica
idéntica a la que usó Galileo unos tres siglos más tarde), a la teoría del «ímpetus», y al
universo en su conjunto (rotación de la Tierra) (Artigas, 1999, p. 32).
La física de Aristóteles y la astronomía de Tolomeo fueron generalmente admitidas
todavía durante bastante tiempo, pero se iban abriendo paso nuevos conceptos que
proporcionaron la base que hizo posible que más tarde surgieran la astronomía de
Copérnico y la física de Galileo. Thomas S. Kuhn escribió:
(...) el propio ardor con que eran estudiados los textos de Aristóteles garantizaba la
rápida detección de las incongruencias de su doctrina o de sus demostraciones;
incongruencias que muchas veces se convirtieron en el fundamento de nuevas
realizaciones creativas. Los eruditos medievales apenas habían entrevisto las novedades
astronómicas y cosmológicas que pondrían sobre el tapete sus sucesores de los siglos
XVI y XVII. Sin embargo, ampliaron el campo de la lógica aristotélica, descubrieron
errores en sus razonamientos y rechazaron un buen número de sus explicaciones a causa
de su desajuste con las pruebas proporcionadas por la experiencia. Paralelamente,
forjaron un buen número de conceptos e instrumentos que se revelaron esenciales para
los futuros logros científicos de hombres como Copérnico o Galileo (Kuhn, 1978, pp.
160-161).
Creemos importante tener presente los aspectos relacionados con la ciencia que
estuvieron a la base de la revolución científica del siglo XVII. De acuerdo a Mariano
Artigas estos aspectos giraron en torno a la astronomía, a la mecánica y a las relaciones
entre ellas. Siguiendo a Artigas (1999, pp. 34-35) vamos a enumerar los que nos
parecen más relevantes:
Nicolás Copérnico (1473-1543) propuso la teoría heliocéntrica según la cual la
tierra no se encontraba inmóvil en el centro del universo sino que es un planeta
más que, como otros planetas del sistema solar, gira en torno al Sol. Copérnico
expuso su teoría en su obra “Acerca de las revoluciones de las órbitas celestes”,
publicad cuando su autor se encontraba a punto de morir en 1543. Copérnico
continuaba admitiendo que los planetas se mueven en órbitas circulares.
Siguiendo a Copérnico y utilizando los datos astronómicos obtenidos por Tycho
Brahe (1546-1601), Johannes Kepler (1571-1630) descubrió que los planetas
describen elipses en uno de cuyos focos se encuentra el Sol, y formuló las
relaciones cuantitativas contenidas en sus famosas tres leyes sobre el
movimiento de los planetas.
Galileo Galilei (1564-1642) realizó importantes descubrimientos al observar la
Luna, Venus, Júpiter y el Sol con el recién inventado telescopio; criticó los
aspectos caducos de la física de Aristóteles y argumentó en favor del sistema de
Copérnico, aunque no consiguió proporcionar pruebas concluyentes en su favor;
y contribuyó al desarrollo de la nueva ciencia de la mecánica, que estudia el
movimiento de los cuerpos.
Isaac Newton (1642-1727) publicó en 1687 sus principios matemáticos de la
filosofía natural, donde desarrolló la mecánica de modo completamente moderno
y formuló la ley de la gravedad, que explica las trayectorias elípticas de los
planetas en torno al Sol y muchos otros fenómenos. Con Newton la física
moderna se consolidó definitivamente (Artigas, 1999, pp. 34-35). También la
óptica, que estudia los fenómenos relacionados con la luz, recibió un gran
impulso del propio Newton (su obra Óptica fue publicada en 1704), y en el siglo
XIX se mostró que la luz visible es una radiación electromagnética que ocupa
solamente una pequeña parte del espectro de esas radiaciones.
Hans Christian Oersted (1777-1851), físico danés, mostró en 1820 que una
corriente eléctrica produce un campo magnético alrededor del hilo por donde
circula. Este descubrimiento provocó una gran actividad en esa área.
El francés André Marie Ampére (1775-1836) realizó, en el transcurso de ese
mismo año, cierto número de descubrimientos: por ejemplo, mostró cómo se
atraen y repelen hilos paralelos por los que circula electricidad; pero realizó su
contribución principal en 1827, al formular la ley que lleva su nombre, que
relaciona la fuerza magnética entre dos hilos con el producto de las corrientes
que fluyen por ellos y con el inverso del cuadrado de la distancia entre ellos.
El inglés Michael Faraday (1791-1867) realizó en 1821 experimentos que se
consideran como la invención del motor eléctrico; además, en 1831 mostró que
un campo magnético produce una corriente eléctrica, y usando en este contexto
su idea de líneas y campos de fuerza creó la teoría clásica de campos; en ese
mismo año construyó el primer generador eléctrico, y formuló en 1834 las leyes
de la electrólisis, sentando así las bases de la electroquímica.
A partir de estos descubrimientos sobre la electricidad y el magnetismo el
escocés James Clerk Marxwell (1831-1879) formuló en 1864 las ecuaciones
básicas que constituyen la teoría del electromagnetismo, consolidando esa
disciplina y haciendo posibles las aplicaciones prácticas (ondas
electromagnéticas) que se encuentran en la base de muchos avances ulteriores:
Heinrich Herz (1857-1894) produjo por primera vez, en 1888, ondas de radio.
Antoine Lavoisier (1743-1794) suele ser considerado como padre de la química,
realizó importantes contribuciones, que se encuentran expuestas en su “Tratado
elemental de química” (1789), obra que ejerció una influencia en la química
comparable a la que ejerció la obra de Newton en la física un siglo antes.
A comienzos del siglo XIX, John Dalton (1770-1831) formuló en 1808 la teoría
atómica moderna, que todavía consideraba que la materia se componía de
pequeñas esferas indivisibles. Esa teoría se fue consolidando a lo largo del siglo
y ha llegado a ser una de las grandes columnas de la ciencia experimental,
aunque los átomos reales nada tengan de indivisibles.
La teoría de la célula, formulada por Jakob Schleiden (1804-1881) y Theodor
Schwann (1810-1882) en 1838-1839, se encuentra en el centro de ulteriores
avances, en los que también ha desempeñado un importante papel la teoría de la
evolución, formulada con diferentes variantes por Jean-Baptiste Lamarck (1744-
1829) en 1809, y por Alfred Russel Wallace (1823-1913) y Charles Darwin
(1809-1882) en 1858 y 1859. En 1865, Gregor Mendel (1822-1884) publicó sus
leyes de la herencia biológica, que permanecieron ignoradas hasta su
redescubrimiento en 1900 y que constituyen la base de la genética, una de las
ramas más importantes de la biología.
La teoría de la relatividad
El segundo postulado establece que las leyes de la física deben tener la misma forma
cuando se refieren a sistemas inerciales, que se mueven uno respecto al otro con una
velocidad rectilínea y uniforme. A partir de ahí, Einstein llegó a una nueva formulación
de las leyes de la mecánica, obteniendo consecuencias revolucionarias: las mediciones
de distancias y de duraciones son diferentes según el sistema de referencia en que se
miden; la masa no es constante, sino que cambia con la velocidad; existe una
equivalencia entre masa y energía en las transformaciones físicas: esa equivalencia tiene
consecuencias importantes en la física atómica, y se encuentra en la base de la
utilización de la energía atómica (Artigas, 1999, pp. 54-55).
La teoría de la relatividad significó el fin de una etapa de más de dos siglos en la que se
había llegado a creer que la mecánica de Newton proporcionaba el esqueleto básico y
definitivo de la estructura de la naturaleza. Conceptos básicos como la existencia de
espacio, tiempo y movimientos absolutos cayeron de golpe, y se abrieron nuevos
horizontes que no han dejado de aplicarse a muchos fenómenos importantes (Artigas,
1999, p. 55).
Es interesante señalar que la teoría de la relatividad no significa, en modo alguno, que
“todo es relativo”. Por el contrario, esa teoría proporciona muchos conocimientos muy
exactos acerca de una gran variedad de fenómenos que antes no se podían estudiar, y los
resultados que se obtienen no tienen nada de relativo. Lo que subraya es que, cuando se
estudia el movimiento, es necesario determinar qué sistema de coordenadas se toma
como marco de referencia, ya que los resultados pueden ser diferentes cuando se
refieren a diversos sistemas: pero en cada sistema se obtendrán resultados bien
determinados, y se sabe cómo pasar de un sistema a otro. La teoría de la relatividad no
tiene nada que ver con el relativismo o el subjetivismo de tipo filosófico (Artigas, 1999,
pp. 55-56).
La física cuántica
La revolución cuántica comenzó en el año 1900. Fue provocada por Max Planck (1858-
1947) cuando, para explicar el fenómeno de la distribución de energía en la radiación
que en física se denomina del “cuerpo negro”, postuló que la energía no se emite y
absorbe de modo continuo, sino discreto, como en “paquetes” o “cuantos” de energía,
cuyo valor es siempre múltiplo de la frecuencia de la radiación: el valor de la energía es
igual a la frecuencia multiplicada por una magnitud constan te, que se denomina
“constante de Planck”. Esta constante desempeña un papel fundamental en todos los
fenómenos de la física atómica y sus resultados que marcaran decisivamente a la
humanidad. Planck propuso su revolucionaria idea en 1900, pero no tenía interés en
modificar la física: sólo pretendía resolver un problema específico. Sin embargo, se
acabó viendo que la idea de Planck exigía formular toda una nueva física para dar
cuenta de los fenómenos del microcosmos, ósea, de los átomos y de las partículas
subatómicas (Artigas, 1999, p. 56).
La física cuántica fue el resultado de muchos trabajos realizados por diferentes físicos,
entre los cuales ocupan un lugar destacado Louis de Broglie (1892-1987) y Niels Bohr
(1885-1962). La primera formulación sistemática de la mecánica cuántica se obtuvo casi
simultáneamente en dos modalidades que, más tarde, se mostró que eran equivalentes:
la “mecánica ondulatoria”, formulada en 1926 por Erwin Schrödinger (1887-1961), y la
“mecánica de matrices”, formulada en 1925 por Werner Heisenberg. Dentro de la física,
la mecánica cuántica representa un avance gigantesco, porque permite estudiar con gran
éxito el mundo microfísico. Al mismo tiempo, desde el principio existieron
discrepancias entre los físicos, no sólo sobre el significado filosófico de la física
cuántica, sino sobre su valor como teoría científica. Por ejemplo, Einstein que al
principio contribuyó de modo importante al desarrollo de la física cuántica y que nunca
negó su valor, se encontraba insatisfecho, sin embargo, con el indeterminismo cuántico
y defendió durante muchos años que debería obtenerse una nueva teoría más amplia que
eliminara ese indeterminismo (Artigas, 1999, p. 56).
Los debates en torno a la física cuántica continúan en la actualidad. Nadie pone en duda
que se trate de una teoría con un inmenso éxito predictivo. Lo que se discute es si esa
teoría es definitiva, y si implica la existencia real de indeterminismo y de otras
propiedades poco intuitivas en la naturaleza. En el antiguo debate entre Einstein
(determinismo) y Bohr (indeterminismo), la balanza parece, por el momento, inclinarse
en favor de Bohr, en vista de los resultados obtenidos en torno a la paradoja EPR
(Einstein-Podolsky-Rosen), especialmente en los experimentos realizados por Alain
Aspect y sus colaboradores en 1982. De acuerdo con la interpretación actualmente
mayoritaria, en el mundo micro físico dejan de aplicarse ideas que parecen “de sentido
común”, de modo que, por ejemplo, existirían conexiones entre fenómenos que, en un
momento determinado, no pueden relacionarse físicamente: se trata de la “no-localidad”
de la física cuántica, algo semejante a la acción a distancia, en cuanto que existirían
correlaciones entre fenómenos que, en principio, deberían ser independientes. Estas
discusiones han dado lugar a diversas interpretaciones filosóficas, algunas de las cuales
incluso llegan a afirmar que la no-localidad del mundo micro físico proporcionaría una
nueva clave para comprender las dimensiones metafísicas de la naturaleza. En cualquier
caso, no debería olvidarse que uno de los supuestos de estas interpretaciones es que la
velocidad de la luz establece un límite superior que no se puede franquear (Artigas,
1999, pp. 56-57).
La biología molecular
Una parte importante del progreso de la biología en el siglo XX está representada por
los avances en la biología molecular. El desarrollo de la biología molecular, que ha sido
posible gracias al enorme avance de la física y la química, ha abierto nuevas y
fascinantes perspectivas, ya que ha permitido desentrañar los mecanismos de la vida en
un nivel de explicación anteriormente insospechado. Las consecuencias prácticas de
estos avances, que se multiplican sin cesar, han abierto la posibilidad de actuar sobre los
vivientes de una manera que no tiene precedentes (Artigas, 1999, p. 57).
Este progreso tiene un doble interés filosófico. Por una parte, frente a la epistemología
clásica, demasiado centrada en la física, la epistemología actual se desarrolla teniendo
cada vez más en cuenta la biología. Esto resulta lógico, si consideramos en cuenta que
los vivientes son los seres más perfectos de la naturaleza. Se comprende que en épocas
anteriores la filosofía de la ciencia girase especialmente en torno a la física, y que sólo
cuando la física y la química han progresado mucho, haya podido también progresar
seriamente la biología, volviendo a colocar a los vivientes en el puesto central que les
corresponde, y a la biología en el centro de las ciencias naturales (Artigas, 1999, p. 58).
Por otra parte, el progreso científico se ha interpretado, durante siglos, como si
descalificara a las reflexiones ligadas a la finalidad natural. No parecía haber lugar para
la finalidad en la ciencia, sin embargo, el progreso actual de la biología muestra que la
naturaleza se encuentra completamente penetrada de dimensiones finalistas (Artigas,
1999, p.58).
En 1971, David Huelle y Floris Takens publicaron un artículo clásico, formulando una
teoría general de lo que llamaban atractores extraños, de los que el atractor de Lorenz
era un caso particular. En sistemas que disipan energía, las trayectorias son atraídas
hacia una región, pero son extremadamente sensibles a las condiciones iniciales. Se
denominan también atractores caóticos o atractores fractales. Según lo anterior, es fácil
deducir que se denomina caos al comportamiento errático de unas trayectorias
deterministas muy sensibles a las condiciones iniciales. Se trata de estudiar fenómenos
caracterizados por un movimiento aparentemente aleatorio que se describe mediante
ecuaciones deterministas. Por eso se habla de caos determinista. En estos fenómenos
existen muchas regularidades que se observan experimentalmente y pueden ser tratadas
matemáticamente. Se obtienen ecuaciones deterministas en las cuales, cuando existen
pequeños cambios en las condiciones iniciales, surgen grandes desviaciones e
imprevisibilidad (Artigas, 1999, p. 59).
El caos es, por una parte, determinista, pero por otra, refleja un futuro incierto. Sugiere
la existencia de una indeterminación en el mundo físico y permite comprender cómo, a
partir de una colección bastante limitada de componentes y de leyes básicas, pueden
llegar a formarse sistemas muy variados y que poseen muchos tipos de complejidad
(Artigas, 1999, p. 59)
La informática
El concepto de información suele utilizarse en tres contextos que, si bien están
relacionados, son diferentes. En primer lugar, tanto en la vida ordinaria como en las
ciencias de la información, se relaciona con la comunicación de mensajes y, por tanto,
con la acción de informar a alguien acerca de contenidos que tienen un significado. En
segundo lugar, la teoría de la información estudia aspectos tecnológicos de la
transmisión y tratamiento de mensajes, utilizando conceptos matemáticos relacionados
con la teoría de la probabilidad. En tercer lugar, en las ciencias experimentales se utiliza
cada vez más un concepto de información que equivale aproximadamente a un
programa que guía la actividad natural: este concepto se comenzó a utilizar en la
biología cuando se descubrió la existencia de la información genética, y se ha extendido
también a otros dominios de la física y la química. De aquí que, la “teoría de la
información” trata del estudio científico de la información, y comprende el estudio del
procesamiento y transmisión de información. La informática estudia ese ámbito
científico y tecnológico, que ocupa un lugar cada vez más destacado en la vida ordinaria
y en la ciencia contemporánea, y que incluye los ordenadores, las telecomunicaciones y
la microelectrónica.
Ética y biogenética
Según esta postura un conocimiento es tal solo cuando cumple con las reglas básicas de
la lógica y posee una validez universal. En otras palabras cuando nuestra razón juzga,
con claridad y evidencia, que una cosa tiene que ser así, siempre y en todas partes, y que
no puede ser de otro modo, solo entonces nos encontramos ante un verdadero
conocimiento. Un juicio que cumple con los anteriores requisitos adquirirá el carácter
de necesario y tendrá una validez universal (Hessen, 2010, pp. 42-43).
Un conocimiento que sea coherente con la lógica racional más elemental y que, por
ende, sea válido universalmente, puede demostrarse con la misma rigurosidad interna
que tiene la matemática. Ejemplo: si la razón dice con certeza y claridad, que “todo
cuerpo es extenso”, esta aseveración es cierta y válida ya que nadie puede dudar de que
la extensión es intrínseca a todo cuerpo.
Gerhard Kropp (1961, pp. 36-37) advierte que uno de los riesgos del racionalismo se
halla en si manía de demostración. El racionalismo exagerado puede tomar, en forma
excluyente y subjetivamente, hechos por verdades racionales, identificando verdad y
realidad y rayando las características del dogmatismo. Sin embargo, el racionalismo y
su orientación hacia las matemáticas tiene, entre otros, los siguientes méritos:
La experiencia
La palabra experiencia se utiliza en sentidos diversos. Uno de los más comunes es que
“designa los conocimientos inmediatos, en los que se da un contacto directo entre el
sujeto y la realidad conocida, tal como sucede en el conocimiento sensible; en este
sentido, son experiencias las percepciones sensibles” (Artigas, 1999, p. 162). El
empirismo del siglo XVII y XVIII, como también el positivismo lógico del siglo XX,
consideran a la experiencia como el factor más determinante del conocimiento. Dewey
y las Escuelas Nuevas consideran a la experiencia como el punto de partida de la
educación y el “hacer experiencia” es el método por excelencia del aprendizaje (Nanni,
2009, p. 476).
Uno de los méritos del empirismo consiste en haber subrayado el valor de la experiencia
en el proceso del conocimiento. Este hecho es algo que llama la atención de todas las
formas de aprendizaje estudiantil, pero a su vez, se sabe que la experiencia sensorial no
es un todo completo y terminado; por eso, debe considerarse como el punto de arranque
para ulteriores profundizaciones.
En efecto, las sensaciones, para tener un contenido, deben ubicarse en las dimensiones
espacio-temporales. Kant agrupa en cuatro clases, las formas intelectuales puras
(categorías) con las cuales hay que contar en el proceso de producción de
conocimientos; estas son:
Cuadro No. 1
• Afirmativos • A es B • Realidad
• Indefinidos • A es no B • Limitación
• Sustancia/
• A es B
• Categóricos Accidente
• Si C es D, A es
• Por la relación • Hipotéticos • Causa/ Efecto
B
• Disyuntivos • Acción
• A es B o C
recíproca
• A es
• Problemáticos posiblemente B • Posibilidad
•Por la
• Asertóricos • A es realmente B • Existencia
modalidad
• Apodícticos • A es • Necesidad
necesariamente B
Fuente: Juan Cruz Cruz (2017). Juicios y categorías kantianas, recuperado de:
http://www.leynatural.es/2017/03/29/vocabulario-los-filosofos-categorias/
Cabe destacar que de acuerdo al enfoque histórico social, trabajar con los demás es más
productivo que trabajar aisladamente, ya que, incluso los procesos psicológicos
superiores tienen un origen comunitario (Barriga & Hernández, 2010, p. 26).
La mediación tecnológica
De aquí que, las técnicas didácticas interactivas son aquellos recursos de la didáctica
contemporánea que posibilitan la interacción entre docentes y estudiantes con el
objetivo de construir, cooperativa y participativamente, conocimientos significativos.
Finalmente, vale la pena subrayar que el acercamiento a las TIC, tanto para los docentes
como para los estudiantes, debe realizarse en forma lúdica: mientras aprendemos los
unos de los otros, que logremos incluso divertirnos. Por otro lado, si las TIC no sirven
para dinamizar el proceso de enseñanza aprendizaje y para mejorar el rendimiento
académico o si aún no se cuenta con las pericitas necesarias, quizá sea mejor no usarles
(Cebrián, 2003, p. 45-46).
El mundo intelectual-científico contemporáneo tiene una concepción del saber bastante
fragmentado, parcial e incompleto. En efecto, se constata una división tácita entre las
ciencias humanísticas y las ciencias experimentales; entre las ciencias sociales y las
ciencias exactas.
Se puede constatar que existe una especie de pugna o contraposición entre los
intelectuales formados en las ciencias humanísticas o sociales y aquellos que se han
especializado en las ciencias experimentales o exactas. A veces, se cuestiona hasta la
validez objetiva de las apreciaciones y aportes de uno u otro ámbito del conocimiento.
Estamos convencidos que es posible una concepción más unitaria del conocimiento. En
esto, la profundización investigativa en las áreas filosóficas de Epistemología, Filosofía
de la Ciencia y Teoría del conocimiento pueden dar luces y ser un auténtico aporte en
esta búsqueda de unidad sistémica del conocimiento. Pero también el aporte de la
Antropología Filosófica u otras disciplinas filosóficas, en sus múltiples relaciones con
las demás ciencias, puede ofrecer una interesante perspectiva de solución a este
problema. Estamos seguros que el amplio espectro de la filosofía puede ofrecer pautas
para evitar la fragmentación del conocimiento –y por ende del ser humano– al que
asistimos en nuestros días.
Es evidente que hay una concepción fragmentada del conocimiento; esto trae
consecuencias para el ser humano. En consecuencia, si las bases del quehacer científico
son parciales, hay el riesgo de fragmentar al ser humano mismo. Si se absolutiza uno de
los ámbitos de la ciencia será fácil caer en la absolutización de tal o cual producto o
resultado del conocimiento.
Ante este panorama, consideramos que uno de los puntos sobre los cuales se puede
buscar una comprensión más holística del saber es el hombre. En efecto, el hombre que
es un ser capaz de conocimiento es capaz también de autocrítica y metacognición; el ser
humano que es el protagonista principal de la producción científica, es también el que se
cuestiona sobre el sentido y la finalidad de sus saberes. Debido a esta inquietud
trascendental del hombre no caben los reduccionismos de ningún género.
Consideramos que este desafío es, ante todo, para la filosofía con su peculiar forma de
reflexionar sobre la realidad. En efecto, la verdadera filosofía en un saber libre que
lucha contra todo tipo de condicionamientos artificiales, evitando caer en visiones
totalitarias, ideologizadas y alienantes.
Albert Keller (1988) ya se pregunta por qué el conocimiento sería característico del
hombre en cuanto hombre y para responder esta cuestión afirma que el conocer no es
exclusivo del ser humano puesto que otros animales también poseen un cierto tipo de
conocimiento intuitivo. Este conocimiento sensible se encuentra igualmente en la
humanidad sin embargo no es su totalidad, aparece entonces lo que los filósofos griegos
llamaron logos y que hoy podemos traducir por razón o –considerando una vertiente
más psicológica– inteligencia.
Es decir que no hace falta con ejercitar la conciencia sobre los objetos externos, sino
que es indispensable orientarla correctamente. Además, para Keller (1988) –y ligado al
tema de la certeza–: …. el logos no sólo significa razón, cálculo, cuenta, fundamento,
sino que también, y antes, significa lo dicho, el discurso, la noticia, la palabra. Con ello
no solo se expresa la vinculación del pensamiento al lenguaje, y la vinculación de la
razón humana al cuerpo, sino que connota también su cometido primordial de dar razón
y cuenta, de responder (p. 54).
Mario Bunge (1988) considera que: “el verdadero núcleo del denominado problema
mente – cerebro es la identificación del sujeto de los predicados mentales” (p. 23), el
acercamiento a este tópico nos remite básicamente a tres conceptos y sus relaciones:
mente, cerebro y cuerpo.
Siguiendo a Bunge (1988) de acuerdo a cuál sea el vínculo establecido entre estos
elementos se hablará de: monistas espiritualistas –en cuanto consideran que la mente
es independiente del cuerpo y niegan la realidad de este último–, dualistas
psicofísicos –en cuanto creen en la existencia del cuerpo pero diametralmente separado
de la mente– y finalmente los monistas psicofísicos –en cuanto creen que la mente es
únicamente una función cerebro-neuronal y reducen su actividad a una acción
meramente fisiológica.
Siguiendo a Bunge (1988) de acuerdo a cuál sea el vínculo establecido entre estos
elementos se hablará de: monistas espiritualistas –en cuanto consideran que la mente es
independiente del cuerpo y niegan la realidad de este último–, dualistas psicofísicos –en
cuanto creen en la existencia del cuerpo pero diametralmente separado de la mente– y
finalmente los monistas psicofísicos –en cuanto creen que la mente es únicamente una
función cerebro-neuronal y reducen su actividad a una acción meramente fisiológica.
Con la finalidad de subsanar este problema Bunge (2013) propone la creación de una
nueva categoría que en su acepción filosófico - científica se denomina: “monismo psico
neural emergentista” (p. 42), según ésta, el ser humano poseedor de mente y cuerpo es
una unidad que a través de una base biológica –presente únicamente en los vertebrados
superiores– es capaz de generar abstracciones.
En tal virtud, hay quienes consideran que existe un escepticismo total o absoluto que
niega categóricamente la posibilidad de conocer y hay otro grupo que considera que
existe un escepticismo parcial o relativo que sostiene que el conocimiento humano
depende de una serie de condicionamientos o factores que lo determinan. Es importante
aclarar que el escepticismo no pone en duda al objeto o al fenómeno del conocimiento,
pero si duda de todo aquello que se dice de él.
El último problema que se había señalado con respecto al conocimiento era aquel de la
veracidad en el conocimiento, al respecto, Keller (1988) explica cómo la noción de
verdad dependerá de la escuela o corriente que la trate, así la verdad del conocimiento
está en realidad ligada a la forma en la cual se adquiere dicho conocimiento, así como
de los métodos que permitan su confirmación. De esta manera, en Keller (1988)
encontramos:
Lo cierto es que la función misma de la filosofía y en tanto tal el fin mismo del hombre
es la búsqueda de la verdad a través de los diversos medios intelectuales y científicos
que ha desarrollado durante la historia.
Así mismo, considera además que la forma fundamental del espíritu de la humanidad en
general se encuentra en hombre mismo, allí se encuentra la esencia y la verdad (Brau,
2009).
Por otra parte, en David Hume encontramos un claro escepticismo cuando sostiene que
“un verdadero escéptico desconfiará de sus dudas filosóficas” (Hume traducido por
Viqueira, 2001, p. 343) lo mismo que de sus convicciones filosóficas, la duda escéptica
surge naturalmente de una reflexión profunda e intensa sobre la cuestión de los hábitos
de pensamiento, sostiene con acierto que “… el único resultado del escepticismo es un
asombro momentáneo, irresolución y confesión” (Hume traducido por Viqueira, 2001,
p. 289), en esta misma línea afirma que si somos filósofos debemos permanecer sólo
sobre principios escépticos, de allí que: “Toda realidad no es más que un puro fenómeno
o hecho de conciencia, no hay sustancia ni material ni espiritual, la sustancia no es más
que un concepto complejo basado en la relación de la identidad y de permanencia en el
tiempo”(Hume, traducido por Viqueira, 2001, p. 376); aspecto que lo condujo a profesar
un fenomenismo escéptico.
Ahora bien, esta actitud radical del escepticismo evidenciada en la filosofía de Hume
encuentra su máxima expresión en la duda propiciada acerca de la idea de Yo, de Dios y
el mundo ya que éstas son ideas que no pueden rastrearse hasta su impresión sensible:
…. todas las ideas, especialmente las abstractas, son naturalmente débiles y oscuras. La
mente no tiene sino un dominio escaso sobre ellas; tienden dócilmente a confundirse
con ideas semejantes; y cuando hemos empleado muchas veces un término cualquiera,
aunque sin darle un significado preciso, tendemos a imaginar que tiene una idea
determinada anexa (Hume, 1984, p. 37).
Lo mismo expresa Piaget (1970) de la siguiente manera: “el carácter propio del
conocimiento científico es llegar a cierta objetividad, en el sentido de que, mediante el
empleo de ciertos métodos, ora deductivos (lógico- matemáticos), ora experimentales,
finalmente hay acuerdo entre todos los sujetos acerca de determinado sector de los
conocimientos” (p. 24).
2.5 Comprender que son las ciencias formales y las ciencias factuales
La clasificación realizada por Mario Bunge, para quien de manera simple y pedagógica
existe dos grupos de ciencias: las ciencias formales y las ciencias factuales. El primer
grupo de ciencias incluye básicamente a la lógica y la matemática mientras que en el
segundo grupo se encuentra una nueva clasificación entre ciencias naturales –física,
química y biología– y ciencias culturales donde se incluyen la sociología, la economía,
la historia, etc.
Esto a pesar de que los avances científicos a su vez implican nuevas y más complejas
especializaciones. Es allí en donde aparece el papel de la epistemología como estudio
filosófico que debe cumplir un cometido especial: el análisis unitario del fenómeno
científico.
De manera que se habla del método científico en general como la característica propia
de las disciplinas científicas, sin embargo, cada ciencia particular posee “un conjunto
abierto (y en expansión) de problemas que se plantea con un conjunto de tácticas o
técnicas” (Bunge,1988, p. 32).
Siguiendo a este filósofo, el método general de la ciencia responde a una serie de pasos
claramente delimitados que pueden considerarse como condición de éxito para el
proceso investigativo. Bunge (1983, pp. 25-26) los organiza de la siguiente manera:
Para este autor la distinción entre conocimiento y acción es clave dentro de cualquier
análisis gnoseológico ya que “mediante el conocimiento tomamos noticia del exterior,
captamos información de los demás entes. Mediante la acción modificamos el exterior,
influimos en los demás entes” (Luque, 1993, p. 3). Considera entonces que la totalidad
del conocer implica ambas funciones que, en el ser humano, además, toma matices más
complejos por acción de la voluntad.
Otra clasificación que implica reconocer el origen del conocimiento es la expuesta por
Luque (1993) para quien, es necesario primero dividir entre conocimiento sensible e
intelectual, para después subdividir a este último. A continuación, se presenta el cuadro
estructurado por Luque (1993).
Cuadro No. 1
Sensible Intelectual
Conocimien Conocimiento que comienza en el sujeto y que tiene que ver con
to las ideas, con los conceptos que él posee. Es un conocimiento de
idealidades.
que
comienza
Racional Irracional
en la
realidad,
Conmocion
Discursivo Intuitivo Existencial
al
Conocimient
o
irracional
estéticos,
éticos y
metafísicos)
A diferencia de las ciencias formales, las ciencias fácticas requieren que sus postulados
sean verificables empíricamente a través del establecimiento de una hipótesis y su
correspondiente demostración, “únicamente después que haya pasado las pruebas de la
verificación empírica podrá considerar que un enunciado es adecuado a su objeto, o sea
que es verdadero, y aún así hasta nueva orden” (Bunge, 2013, p. 9). Bunge considera
que existen ciertas características científicas que se aplican de mejor manera a las
ciencias fácticas ya que, en última instancia, éstas hacen uso de las ciencias formales
para gestionar sus teorías.
Para Mario Bunge (1988) el problema se traza en una intersección entre filosofía
(antropología filosófica) y biología, a partir de la cual se pueden obtener tres respuestas:
una vitalista, una mecanicista y una biosistemista.
La primera corriente asegura que “lo que caracteriza a la vida es una entidad inmaterial”
(Bunge, 1988, p. 22), es decir la entelequia o fuerza vital, por lo cual ningún biólogo o
científico podría adherirse en su totalidad a esta perspectiva ya que basa la vida en
entidades que no son empíricamente comprobables.
Por otro lado, se encuentra el mecanicismo que “sostiene que los seres vivos no son sino
entidades físicas complicadas”, de manera que reduce lo viviente a su realidad material,
obviando otras dimensiones que sin ser evidentes son existentes.
Como señala Bunge (2013): “toda discusión seria del problema mente-cerebro exige
alguna familiaridad con la psicología fisiológica contemporánea, así como con algunos
conceptos técnicos de la filosofía moderna” (p. 127). Se comprende de esta manera
cómo el estudio del sujeto –con respecto al conocimiento– no puede ni debe reducirse a
una única disciplina, ello implicaría un claro error metodológico.
Para Morin (1994a) se trata de investigar el conocimiento del conocimiento, cómo surge
y qué es, de manera que: “por ser el acto de conocimiento a la vez biológico, cerebral,
espiritual, lógico, lingüístico, cultural, social, histórico, el conocimiento no puede ser
disociado de la vida humana ni de la relación social” (p. 27), de manera que resulta
difícil, sino imposible, aislar al conocimiento del sujeto y a éste del medio donde se
desarrolla diariamente, su subjetividad es la suma de diversos valores que atraviesan los
campos históricos, culturales, biológicos, generacionales, etc.
En el sujeto humano el conocimiento es “un fenómeno biológico original que deviene
original con el desarrollo de los aparatos neuro - cerebrales” (Morin, 2002, p. 75) y a su
vez este conocimiento que es cerebral: “siempre indivisible del individuo-sujeto, está
unido a todo el ser; está al servicio del comportamiento” (2002, p. 75).
De manera que el cerebro es la estructura que se sitúa frente al objeto -la realidad- para
realizar una serie de interpretaciones y traducciones que luego se convertirán en
conocimiento.
Con respecto al lenguaje articulado humano que se caracteriza por el uso de signos que
“representan” cosas, Merani (1971) explica: “la elaboración del signo a la escala
humana es un proceso reflexivo que incorpora al reflejo del mundo en la conciencia
significados abstractos que apuntalan el andamiaje de un pensamiento también
abstracto” (p. 95), este signo no necesariamente posee un único significado –es decir
que no se trata de un condicionante– sino que se convierte en posibilidad metafórica
para crear discursos interpretados de mil y un formas distintas.
En conclusión, para Merani (1971) “el cerebro es un sistema sin rigidez funcional y
cuya variabilidad en cuanto a cambios en la cantidad, dirección y finalidad de los neuro
dinamismos es infinita” (p. 50).
Jean Piaget (1972) ha descrito este desarrollo en cuatro grandes etapas: período
sensorio-motor, período pre - operacional, periodo de las operaciones concretas y
período de las operaciones formales. Cada uno de ellos se corresponde con cierto rango
de edad y aunque no se trata de límites rígidos se considera que representan al rango
más amplio de desarrollo cerebral infantil.
De manera que el proceso del conocimiento se inicia en un período en el cual “a falta
de función simbólica, el lactante no presenta todavía pensamiento ni afectividad ligada a
representaciones que permitan evocar las personas o los objetos ausentes” (Piaget, 1972,
p. 15), supone a su vez el paso por 4 subestadios donde el niño va construyendo las
bases de su inteligencia pero “está limitado a sensaciones sucesivas, solo tiene metas
concretas y es útil en el presente inmediato” (Cohen, 1973, p. 66).
Los niños alcanzan el período de las operaciones concretas cuando “organizan sus ideas
mentales según las operaciones de la lógica simbólica moderna” (Cohen, 1973, p. 66),
para Piaget (1972) se trata de operaciones reversibles mentalmente que implican
también el manejo de la inversión y reciprocidad, estas operaciones “afectan
directamente a los objetos y aún no a hipótesis enunciadas verbalmente” (p. 103).
Para Luque (1993) este es el verdadero sujeto del conocimiento: “el sujeto tiene
consciencia cuando se conoce conociendo, cuando en su reflexión el sujeto lógico, sin
contaminación material alguna, se toma como su propio objeto” (p. 8). Este énfasis que
se presta a la capacidad de autoconocimiento busca separar al ser humano del resto de
entes que, según Luque (1993), también “conocen” el mundo pero de manera mucho
más limitada.
Desde un punto de vista ontológico, el sujeto se acerca al objeto suponiendo sobre estos
tres principios básicos explicados por Romero (1961):
Todo objeto es idéntico a sí mismo
Ningún objeto puede ser, al mismo tiempo, P y no P
Todo objeto tiene que ser P o no P (p. 29).
Estos principios tienen correlación con los tres principios de la lógica: principio de
identidad, principio de no contradicción y principio del tercero excluido.
Tras esta aclaración, es preciso también señalar que no existe unanimidad al momento
de establecer cuáles son los pasos específicos del método hermenéutico, sin embargo,
Matos, Fuentes, Montoya y Quesada (2007, p. 29) brindan una estructura que puede
servir de base para comprender cómo la hermenéutica comprende al objeto:
La consecución de este proceso hermenéutico implica determinar al objeto como una
totalidad, a la cual el investigador se acerca y procura comprender primero en una suerte
de análisis que necesariamente debe terminar por reconstruir al objeto:
De manera que para la hermenéutica el objeto requiere del reconocimiento de las partes
y sus correspondientes relaciones para generar una verdadera interpretación de su
totalidad. Se comprende entonces su afán por “leer” al objeto, ya que la lectura implica
una puesta en escena de relaciones de significado que se conectan en una totalidad final.
3.6 Describir para que sirven, los tres sistemas atencionales principales
descritos por Redolar
Con la finalidad de comprender cabalmente el proceso del conocimiento, es necesario
recurrir a las ciencias que actualmente describen dicho proceso de manera exitosa. La
neurociencia cognitiva ha tomado un importante papel en la generación de
explicaciones sobre la mente humana, se trata por tanto de un “campo científico
relativamente reciente que surge de la convergencia de dos disciplinas que, hasta hace
escasas décadas, habían transitado por caminos separados: la neurociencia y la
psicología cognitiva” (Redolar, 2014, p. 21).
Por un lado, tenemos entonces a la psicología cognitiva que estudia las funciones
mentales superiores, para lo cual hace uso de un modelo computacional en cuanto
analogía que “proporcionó un lenguaje para hablar de los procesos mentales […] El
sistema del lenguaje se conoce como procesamiento de la información” (Hunt, 2007, p.
19). En concordancia con la propuesta de Hunt (2007), la aplicación de este modelo al
análisis de dichas funciones permitió entender a la energía ambiental como información,
los procesos de percepción y comprensión pasaron a concebirse como codificación, la
memoria se entendió como almacenaje e integración y todas estas nuevas analogías
permitieron a su vez establecer nuevas preguntas sobre la forma en que trabaja el
cerebro.
Sin embargo, esto no significa que la psicología cognitiva reduzca el cerebro a una
máquina ya que “los procesos cerebrales que corresponden a actividades como
percepción, memoria, pensamiento y lenguaje son más complejos que los de cualquier
computadora existente” (Hunt, 2007, p. 22). El uso del modelo computacional es
siempre y en toda circunstancia metafórico.
A partir de esto Hunt (2007) destaca que la cognición podría analizarse en tres grandes
subprocesos que no son necesariamente secuenciales: procesamiento de entrada o input,
almacenamiento y salida u output. Por su lado, la neurociencia en cuanto disciplina
científica que estudia “el sistema nervioso que hace posible las funciones mentales
superiores” (Redolar, 2014, p. 3), desarrolló en los últimos años nuevas y mejores
técnicas de neuroimagen y registro electrofisiológico permitiendo de esta manera
acercarnos materialmente al cerebro y sus procesos.
Dentro de este primer momento del proceso cognitivo la atención es uno de los
elementos fundamentales para la consecución exitosa del mismo. Redolar (2014) afirma
que “la atención es un mecanismo esencial para seleccionar la información relevante del
entorno en función de las metas y expectativas del individuo, así como de la saliencia y
del peligro potencial de los estímulos” (p. 389).
La información entrante fluye del registro sensorial hacia la memoria de corto plazo
para su almacenamiento permanente en la memoria de largo plazo. La transferencia de
información desde el registro sensorial hasta la memoria de corto plazo es controlada
por la atención. Una vez en la memoria de corto plazo, la información se somete a
procesos de control, operaciones que cumplen una variedad de funciones de la memoria.
La memoria de carácter implícito suele ser rígida y puede resistir mejor las alteraciones
cerebrales por daño o envejecimiento. La memoria explícita que almacena la
información adquirida consciente y voluntariamente por la persona, esta memoria se
subdivide en memoria semántica, memoria episódica y memoria de trabajo.
Por su parte Redolar (2014) señala que “el cerebro cambia con el uso, los circuitos
cerebrales se modifican en función de la actividad y, por supuesto, las sinapsis se
reestructuran como consecuencia de la experiencia” (p. 163). De manera que la
plasticidad cerebral-neuronal es una de los presupuestos sobre los cuales se construye el
conocimiento humano.
Werner Stark (1963) propone, sin embargo, una lista de problemas mucho más suscinta
y encaminada hacia la resolución del conflicto entre el individuo y la determinación
social del conocimiento, para este autor los temas a tratar son: las bases de la
determinación social, la naturaleza de la determinación social, el grado de la
determinación social y la conquista de la determinación social.
Dentro de este análisis sociológico, Wolff (1974) reconoce, a través de los análisis
previos de Child citado por Wolff (1974) que existen una serie de premisas
metodológicas sobre las cuales se guía el estudio sobre el conocimiento determinado,
dichas premisas son:
Ahora bien, dentro de todas estas premisas, la premisa sobre las categorías del
pensamiento ha ocupado un importante papel dentro del análisis de la sociología del
conocimiento ya que, tomando la herencia kantiana, se busca deducir hasta qué punto el
pensamiento y por ende el conocimiento se ve determinado por lo social.
Con la finalidad de brindar una explicación satisfactoria Wolff (1974) cita las
afirmaciones realizadas por Child en este ámbito, Child habría recurrido a la
implementación de una estructura categorial que “se halla situada entre la
infraestructura y la superestructura” (p. 73).
El ser humano de los últimos tiempos está convencido que el mejor conocimiento es
aquel que ha logrado cumplir con estas tres tareas fundamentales: generalizarse,
difundirse y democratizarse.
A su vez este tema colinda con el de los medios de comunicación y sus políticas ya
que, en última instancia, son estos los que viabilizan la transmisión informativa y del
conocimiento.
Estas tres actividades básicas sobre las cuales recae el derecho pueden ser ejercidas por
los ciudadanos con total libertad e implican que:
Sobre los cambios sociales que deberían obrarse a partir de la posible democratización
del conocimiento, su generación y acceso, Mancipe y Cáceres (2009) establecen que la
democratización en cuanto concepto teórico tiene significaciones en el mundo social,
que son:
Con respecto a la divulgación científica, referida tanto a las ciencias sociales como a las
ciencias naturales, se establece justamente un nuevo tipo de relaciones que incluye
necesariamente al receptor (y su derecho a la información), al científico que puede o no
ser el difusor y a los medios de comunicación encargados de la masificación de los
conocimientos. Para Erazo (2007): ….los problemas en Comunicación Pública de la
Ciencia y Tecnología (CPCT) provienen de la extensión y complejidad de la ciencia, del
auge informativo, de los vertiginosos avances científicos, de las seudociencias, de la
falta de cultura científica, y del reto de la imprecisión y de la inmediatez que exigen los
medios de comunicación (p. 26).
Goleman, D. y Morse, G. (2006) manifiestan que “el cerebro ha crecido de abajo hacia
arriba y sus centros más elevados se desarrollaron como elaboraciones de partes más
inferiores y antiguas” (Goleman, D. 1997, 28), de suerte que se puede decir que “el
cerebro se encuentra compuesto de tres capas, el evolutivamente más antiguo y simple
al centro; mientras que el más moderno y complejo se encuentra en el exterior. En la
parte superior de la espina dorsal (centro del cerebro), yacen las estructuras más
primitivas, las mismas que compartimos con los reptiles y peces, éstas controlan las
funciones básicas de supervivencia, como la respiración y el hambre; donde el antiguo
sistema límbico las envuelve, el cual compartimos con los perros y otros mamíferos.
Éste contiene el tálamo en las emociones básicas como miedo, agresión y satisfacción.
Estas estructuras se encuentran rodeadas por la corteza moderna, la materia gris con
pliegues que reconocemos como el cerebro humano” (Morse, G., 2006, 28).
El conocimiento es un proceso mental difícil de explicar, aun los estudios más serios del
cerebro no han llegado a concluir con certeza qué procesos tienen lugar en ese
aproximadamente kilo y medio de células y jugos nerviosos. Se sabe que “una señal
visual va primero de la retina al tálamo, donde es traducida al lenguaje del cerebro. La
mayor parte del mensaje va entonces a la corteza visual, donde se analiza y evalúa en
busca de un significado y respuesta apropiados; si la respuesta es emocional, una señal
irá a la amígdala para activar los centros emocionales. Pero una porción más pequeña de
la señal original irá directamente desde el tálamo a la amígdala en una transmisión más
rápida, permitiendo una respuesta más rápida (aunque menos precisa). Así, la amígdala
puede desencadenar una respuesta emocional antes de que los centros corticales hayan
comprendido a la perfección lo que está ocurriendo” (Goleman, D.,1997, 38), esto es el
recorrido cerebral de lo que se ve; sin embargo, no se conoce en qué consisten los
procesos o microprocesos neuronales que dan las señales para que actúe el órgano
cerebral. Más complejo resulta saber qué procesos mentales dan origen al conocimiento
que es el objeto de estudio de la epistemología.
Actualmente se estudia el cerebro mediante imágenes en color tomadas por escáner, con
métodos conocidos como el de la tomografía por emisión de positrones (TEP) y el de
imágenes por resonancia magnética funcional (IRMF); sin embargo, todavía las
imágenes salpicadas que vemos son impresionistas y las conclusiones que sacan los
investigadores acerca de ellas son usualmente limitadas y a menudo cuestionadas. Al
igual que las imágenes en sí mismas, los detalles de las funciones del cerebro recién
están comenzando a aclararse (Morse, G., 2006, 32). En consecuencia, este tipo de
métodos modernos tampoco son de mucha utilidad en el estudio del conocimiento que
es tema de análisis de este material.
Ciencia
Por lo que se refiere a ciencia, es otro concepto epistemológico que no cuenta con una
definición que sea del consenso de los propios científicos, en consecuencia, existen
múltiples definiciones que dependen del enfoque epistemológico. Para Wartofsky
(1981, 17) la ciencia es un “cuerpo organizado o sistematizado de conocimientos que
hace uso de leyes o principios generales. Es un conocimiento acerca del mundo, del cual
se puede alcanzar un acuerdo universal y criterios comunes para justificar presuntos
conocimientos y creencias”.
Teoría
Conceptos y definiciones
Ciencia de la totalidad de las cosas por sus causas últimas, adquirida por la luz
de la razón (Tomás de Aquino, escolástico).
La idea que se piensa a sí misma. El saberse a sí mismo del Espíritu Absoluto
(G. Hegel, idealista).
Ontología, fenomenológica universal basada en la hermenéutica de la existencia
humana (M. Heidegger, existencialista).
Sistema general de concepciones sobre el conjunto de los fenómenos (Augusto
Comte, liberal).
La ciencia demuestra que se utiliza la razón y también hay una forma general de
hacerlo, Mario Bunge.
2.- Las especificidades de cada método son las siguientes: a) De la tenacidad. La gente
sostiene firmemente la verdad, porque siempre lo ha considerado así. b) De la autoridad.
De creencias establecidas como puede ser la Biblia, un notable físico o el peso de la
tradición. c) A priori. El método de la intuición. Concuerda con la razón y no
necesariamente con la experiencia. d) De la ciencia. Método tal que la conclusión última
siempre sea la misma. Destacan aquí elementos como la relevancia empírica, la
objetividad y la abstracción (Peirce, en Buchler, 1995, capítulo 1).
Las ciencias culturales conocidas como humanas estudian el hombre como ser social y
la clasificación con fines de investigación que son dos, las ciencias puras y las ciencias
aplicadas; las ciencias puras o teóricas tienen como objetivo la comprensión racional de
algún aspecto de la realidad y las ciencias aplicadas tienen como objetivo encontrar
alguna utilidad de las teorías o técnicas para incrementar el bienestar humano.
Esta actividad se dice que tiene dos propósitos: producir conocimientos y teorías, y
resolver problemas prácticos, aunque no es el punto de vista de todos; también se dice
que el objeto de la ciencia es construir síntesis que satisfagan las necesidades
intelectuales comunes a toda la humanidad (Lukasiewics, J., 1970, 35).
Ya que se tiene idea de lo que se entiende por filosofía, de qué otras ramas están
compuestas y que se considera como el “estudio de todas las cosas”, tendremos tres de
sus principales divisiones que, en efecto, incluyen el estudio de todo lo que se puede
ver, percibir o imaginar, esto es: teoría de la ciencia o epistemología, teoría de los
valores o axiología, y teoría del universo o cosmología. De esta manera sabemos que la
epistemología es una rama de la filosofía y su objeto de estudio es el conocimiento
(Hessen, 1978, en Raluy, 1990).