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—Trabaja para mí, Taehyung. Déjame contratarte —su voz bajó hasta
convertirse en un roce de palabras—. El circo necesita novedad, ver tus
habilidades como trapecista. Por favor.8
El aludido acarició algunos de sus mechones oscuros entre las puntas de sus
dedos, dejando escapar un suspiro.
—Lo siento, señor Jeon. Pero como el resto de las incontables veces que me
lo ha ofrecido, debo rechazarlo.91
Sus ojos se fundieron al enfrentar sus miradas. El señor Jeon, Jeon Jungkook,
era apenas unos años mayor que Taehyung. Un simple obrero que había
amasado una importante fortuna gracias a su espectáculo de rarezas. Rarezas
poco, por no decir nada, aceptadas por la sociedad neoyorquina. Se
escuchaban historias horripilantes sobre ellas. Decían que hasta podría ser
considerado como políticamente incorrecto lo que ocurría tras el telón del
espectáculo. No solo por los trajes, la mezcla de personajes fuera de lo
convencional o el supuesto fraude de algunas de las maravillas que el señor
Jeon presentaba, sino también por la lascivia, el morbo, lo prohibido y
pecaminoso.39
—¿Qué le puedo ofrecer a un joven que lo tiene todo para que cumpla los
caprichos del público? —el mayor pellizcó uno de los mechones de Taehyung,
sosteniendo su mirada.
Un pie del menor bajó hasta el suelo. Su mano se dirigió a uno de los bolsillos
de su costosa chaqueta para pagar e irse. No entendía cómo siempre
terminaba accediendo a acompañar al hombre que estaba en boca de todos,
cuyo apellido era manchado y juzgado una y otra y otra vez, a aquel bar
solitario.2
Él, en cambio, era un joven de veintiún años que asistía a fiestas, vestía de
etiqueta y bebía champagne. Aunque en ocasiones tenía la mala costumbre de
tomar licor de melocotón en el bar con el showman del circo.23
Ahora se sentía como una pieza más que Jeon quería incluir en su juego de
luces y hechizos falsos.8
El camarero sirvió dos tragos más a los únicos clientes del bar.
—Hagamos un brindis por lo que hubiera podido ser si me dejases poner una
cuerda en tus manos.87
—Brindemos pues.
Chocaron ambos vasos y bebieron. Taehyung rezaba por no embriagarse. Pero
sus mejillas ardían de forma reconfortante.
—Supongo que las fiestas y los bailes lentos te llaman más la atención. No te
lo reprocho. Tener todo en mano gracias a papá y sin necesidad de trabajar te
hace disfrutar de la vida y acomodarte. Me hubiera gustado conocer esa
vida.56
—Gracias por invitarme, yo pago esta última ronda —dejó el dinero sobre la
barra, cerca de los vasitos vacíos.
Y Taehyung salió de aquel bar, una noche más, con el frío de la calle calando
en los poros de su piel, y con el corazón a mil.
Aterrado.2
24
Goteras.36
Tenía goteras desde que empezaron las primeras lloviznas otoñales y el frío
del cercano invierno empezaba a aparecer. Aunque eso no le desanimaba.
Pronto tendría los recursos necesarios para dejar aquel escombroso
apartamento y mudarse a una casa más grande, con lámparas de araña en
lugar de una triste bombilla colgando del techo. Con tapices sustituyendo la
húmeda moqueta que por ahora se conformaba pisar.5
Su corazón había sanado, tras tantos meses. Tal vez ya hacía un año. Había
encontrado felicidad en su juego de luces y en los extraños trucos que les
mostraba al público en su circo.
Muy en el fondo, aunque aún era una idea que apartaba de su cabeza antes de
que llegase a mayores, se sentía aliviado. Su mente había encontrado la paz.
Se sentía mal, pero a la vez tan, tan bien.1
Había llegado al punto en que besar los labios de su mujer, apretar sus senos o
enredar sus dedos entre las largas, doradas hebras de su cabello se había
convertido en un infierno. Un deseo fingido que luego dejaba una laguna en su
estómago, un orgasmo insatisfecho, un rumor detrás de su cabeza que le
señalaba cual monstruo.
Pero qué bien se sentía el frío, que casi le atravesaba la garganta como un
cuchillo. O qué vivas se sentían sus manos que hasta sus movimientos se
ralentizaban, adormecidas.2
Porque la separación perenne con su mujer le había dejado un vacío que ahora
sentía capaz de llenar. Que llenaba cada vez que, después de sus funciones,
iba al bar acompañado de ese popular joven. Un chico que negaba ver la
belleza del espectáculo que asistía a ver cada semana.11
Los cotilleos y susurros le habían hecho llegar a sus oídos todo lo que quería
saber de él. Heredero de una gran fortuna, muchacho de fiestas y teatros,
perteneciente a la monótona vida noble.
«—Los ojos se me van a sus trapecistas, señor Jeon. Me falta el aire al verles
tan alto.
—Entiendo que pueda impresionarle a un joven como usted que tiene los pies
en la tierra.
Un chico rico al que, ante el extravagante gusto y juicio de las personas con
clase, le habían puesto un columpio en el cielo y probablemente haría
acrobacias que llevarían a cualquiera más allá del asombro.
Su obsesión por verle bailar entre las cuerdas crecía cada vez que le veía
sentado allí, como una más de esas personas mundanas que asistían por
morbo, que no entendían el arte. Pero lo harían. Lo harían al verle a él.2
En su mundo, entre la música y los destellos, los trajes de colores y los gritos
ahogados, aquel joven sería una joya. Por el que todos llenarían las gradas
para ver. Con el cabello pegado a su frente por el sudor, suspendido a metros
del suelo mientras arriesgaba la vida, dependiendo de unas simples
cuerdas.28
Sí, no era solo una necesidad desenfrenada. Era una obsesión tenerle,
desafiando la gravedad, con el aliento retenido por la adrenalina y el peligro. El
riesgo.
Jungkook solo se limitaba a sonreír mirando las estrellas desde aquella azotea,
imaginando al bailarín y sus piruetas.25
Imaginando más allá de su cuerpo y cerrando los ojos ante el recuerdo fugaz
de su deseo insaciable.19
Los caballos trotaban alrededor del público, dejando en el centro a los extraños
personajes del circo; bailando, haciendo acrobacias, haciendo sus números.8
El caos ordenado y el ruido ensordecedor del lugar dejaba a Jungkook con los
sentidos embotados, completamente sumido en su papel. Dirigía con maestría
la función, gritando, cantando, agitando su bastón en el aire y dando paso a
cada una de las actuaciones.
Sus ojos giraban por todas partes, centrado en su puesto pero buscando.
Buscándole.
No podía ser, estaría por alguna parte. Aquel joven debía estar ocupando
alguno de los asientos en ese instante.
Su sombrero fue alzado por un elefante. El público estaba extasiado con aquel
fantástico mundo, tan fuera pero tan dentro de la realidad.6
—Taehyung.55
Taehyung, oscilante, rozó sus yemas con el ala negra de la chistera hasta
tomarla entre sus manos y atraerla a sí mismo.29
—Gracias por haber asistido esta noche. Espero que lo hayan disfrutado.
¡Señor Park, publique una buena crítica en su periódico! Tiene que admitir que
me he lucido esta noche. ¿Te ha gustado, pequeño? ¡Claro que sí! ¡Todos se
divierten en el circo Jeon!54
—Maravilloso entonces.15
El silencio entre ellos se hizo presente. Los artistas estaban recogiendo sus
cosas, yendo a la parte trasera para cambiarse y volver a casa.
Ambos hombres se quedaron solos, mirando la pista vacía, iluminaba por las
luces que aún estaban encendidas.4
—Taehyung...
—Cierto, su sombrero.
—No, no. No es eso. Taehyung, escucha, vienes cada semana. Tu mirada
está siempre en al aire. Has estado mirando todo el rato a los trapecistas. Por
favor, únete al circo.
—Por favor, aunque solo sea una actuación. El público no sería capaz de
esperar lo que les muestres. Todos te aclamarían. Taehyung, espera.
—Ni siquiera me ha visto una sola vez. ¿Cómo sabe que soy bueno o que le
gustaré al público?11
—Deja de tenerle miedo al qué dirán. Tú no tienes por qué pensar en eso.
—No. Yo sí tengo que pensar en eso. Mis padres tienen una reputación, yo
unas normas que seguir. Un protocolo.3
—¡Al diablo con los protocolos, Taehyung! ¿Para qué estudiaste acrobacias
si nunca lo muestras al público?2
—Porque es algo mío. No algo que deba estar luciendo. Señor Jeon,
agradecería que me dejase de insistir. Mi respuesta es no.3
Las distancias se habían extinguido entre ellos. Estaban separados por apenas
un palmo de distancia.17
—¿Acaso no te gusta lo que hago? ¿Eres como el rancio crítico de Park que
piensa que todo lo que hago es un crimen? ¿Que las sonrisas que dibujo en las
personas son falsas?
—No.
—Usted.
—Me he cansado de que no conozca sus límites ni los de los demás. Dejaré
de venir por aquí.
—¿Por qué dices eso? Te lo pregunto otra vez, ¿a qué le tienes miedo?
Las respuestas flotaban en el aire, y aun así esperaban a que alguno hablase.
Que la tensión se disipase.2
—Me haces pensar que tienes miedo de que me vean contigo.22
La mirada de castaño cayó al suelo. El sombrero seguía en una de sus
manos.51
—Yo sí quiero.
—Dicen que le gusta más que solo lo macabro, lo que muestra en sus
funciones.4
—Sigue.
—Siempre te digo que quiero verte bailar. Pero hoy te voy a decir la verdad
—los ojos de Jungkook miraban caídos los labios delgados del menor, cuya
respiración se hacía notable—: necesito verte bailar. Ver tu cuerpo enredado
en las cuerdas, en el aire, y ver tu cara sintiéndote libre. Quiero hacerte libre.
Taehyung, eres tan pecador como yo. Dices que vives siguiendo unas normas,
pero en realidad llevas una máscara.139
La otra mano de Jungkook cerró las distancias de sus cuerpos atrayéndole por
la cintura. Sus dedos acariciaban su rostro con melancolía.
Hacía un mes desde el incidente con el señor Jeon. Desde entonces no habían
vuelto a verse ni mucho menos había puesto un pie en el circo. El maldito
circo.9
Por otra parte, un miedo mayor le asolaba desde aquel incidente: había vuelto
a poner su vida pendiendo de la cuerda.
Si bien creía que dos años sin hacer trapecismo le había pasado factura, tras
todas esas semanas de práctica diaria había recuperado terreno. La sensación
de envolver su cuerpo en telas y que la gravedad hiciese su trabajo, la
adrenalina pura, era necesaria en sus venas.1
Pero, ¿por qué? ¿Por qué lo había retomado? Empezó como un juego de niño,
una afición de adolescente. ¿A qué quería llegar con ello? ¿Qué esperaba
conseguir?32
Las pareja a su lado, las personas de la fiesta. Una sociedad sin miramientos y
sin juicio para lo que escapaba de lo habitual.
¿Sería admirado por sus habilidades? ¿O por el contrario, rechazado? Y no
solo por el hecho de amar la sensación de colgar en el aire, sino por más.
Mucho, mucho más.1
Más de lo que jamás se admitiría a sí mismo. A nadie. Una parte muy dentro de
él, tan secreta como oscura.20
—Vete.8
Taehyung miró de reojo a la pareja del balcón. Pero esta seguía riendo, ajena.
Borracha.
—Quiero disculparme.5
—Sé que no debí excederme. Espero que, algún día, puedas perdonarme.
—Le he escuchado. Pero como espero que entienda, si es que alguna vez se
molestó en conocerme, estoy pensando en sus palabras.
estaba. Los cristales de la copa sonaron bajo los mocasines del menor.
—¿En realidad qué? ¿Cuál es la realidad? —sus miradas chocaron; los ojos
de Jungkook eran tan negros como su cabello—. ¿Que resquebrajé tu
máscara?
—Entonces ámame.264
Taehyung cerró los ojos, sintiendo como una lágrima escapaba sin remedio. Su
boca gesticulaba sin poder decir nada. Mudo de miedo.2
—Ámame y suelta las cuerdas que te atan, Taehyung. Las únicas que
necesitas son las del trampolín. Esas te las puedo dar yo. Ámame, Taehyung, y
te haré volar. El cielo será tuyo, la gente se cegará al verte, el circo no sería
más que una tenue silueta a tu lado. Taehyung, Taehyung, por favor, esta vida
no es para ti. No te marchites entre las víboras.117
Jungkook tomó el rostro del menor entre sus manos, dibujando círculos con los
pulgares en sus mejillas. Limpió la lágrima que había derramado. Con cautela,
despacio, caminó hasta apoyarle en la pared, alejándose así de la fiesta.3
—Podría perderlo todo. Por algo de lo que ni siquiera estoy seguro —sus ojos
vagaban por todo su rostro mientras sus brazos se mantenían cruzados.
Imponiendo distancia.
—¿Me estás diciendo que ves tu vida con alguna mujer, asistiendo a fiestas
como esta, viviendo una vida como esta? Cada noche que salías conmigo al
bar, cada vez que venías al circo tu rostro, tu precioso rostro, se iluminaba.
—Para, por favor —Taehyung cerró sus ojos con fuerza, sintiendo la helada
pared de piedra en toda su espalda.1
Pero Taehyung solo le miró como si fuese el ser más repugnante de la tierra.
Tal vez aquello dolió más.132
Le dejó ir. Le vio caminar lejos, fuera de su vista. Quizás no le volvería a ver
nunca más en su vida, esta vez sí.
Tomó una copa cualquiera de la mesa y bebió más de la mitad de una vez. El
contenido no le importaba.
—Buenas, Jeon, ¿ha dejado los cacahuetes por una noche?6 —No
—Para nada. Y menos en fiestas tan entretenidas como esta. Uno no sabe lo
que se puede encontrar.
—Seguro que sí. Espero que la próxima crítica que haga sobre mi circo tenga
palabras menos afiladas.
Jungkook sonrió altivo, ante los ojos caídos del más bajo.
—O, mejor aún, siga diciendo todo lo malo que quiera. A fin de cuentas el
público llega atraído por sus fatídicas palabras de crítico indignado —Jungkook
le dio una palmadita en el hombro—. Y luego vuelven a casa con una gran
sonrisa.
Pero Jungkook no le hacía caso al crítico, que se estaba tomando todas las
libertades de seguir machacándole como siempre. Su atención había volado a
la puerta sur del salón, donde Taehyung se ajustaba las mangas como
siempre.
—Eso haré. Gracias por el consejo. Y feliz Navidad, alegre esa cara que
parece el amargado del cuento inglés.11
Alguien gritó la hora, avisando de ser media noche. Las voces se alzaron
llamando a la Navidad. Jungkook no se inmutó, no le importaba la Navidad
porque realmente no tenía con quién compartirla. Y ni el superfluo beso que se
había llevado cambiaba nada.12
Se vistió con demasiado trabajo y bajó los peldaños de la ancha escalera con
parsimonia. Cada paso le suponía un esfuerzo considerable.
—La que no entiende soy yo. ¿Por qué nunca me dijiste lo que te ocurría?
Podríamos haberte ayudado, cariño. Habríamos buscado la manera de
solucionarlo.62
—¿Por qué hacéis esto? —su voz salió tan rota como su cuerpo.3
—Y tú qué sabes.4
—¿Cómo has dicho?
Su madre se giró hacia él, sorprendida, entre otras, por el tono con el que se
había dirigido hacia ella.
Y, acto seguido, cerró la gran puerta de entrada y salió. Sin despedirse, sin un
beso y todavía sosteniendo el periódico entre sus dedos, apretándolo con una
fuerza desorbitante.
Cuando salió, vio a los caballos preparados en el carro que le llevaría con sus
abuelos.
Las calles estaban casi vacías pues todos corrían a resguardarse en sus casas
de la inminente lluvia. El también corría, sorteando calles y pavimento
levantado. El periódico seguía en su mano, como si tenerlo consigo le fuese a
salvar. No se atrevía a soltarlo.
Pasó de largo la calle principal, bajando por una que conducía a un barrio
bajuno, con pisos altos y demasiado juntos, cuyas calles estaban en mal
estado.
La puerta del portal se abrió con solo un empujón. Había visto ese bloque una
sola vez y desde el final de la calle. Nunca quiso acercarse y cruzar una línea
imaginaria que él mismo había trazado.
«La azotea solo la uso yo, ¿sabes? Soy el único que vive arriba».
Jadeante, consiguió llegar. Solo había una puerta en aquel piso. Y solo le hizo
falta golpearla una vez, con tres golpes rápidos.
Park le debía una explicación. Vio todo lo que ocurrió en el balcón durante la
fiesta y no dudó en exponerles.86
Aunque no era un gran misterio. Pero quería oír su voz, ver cuán afectado
estaba.
Los ojos furiosos de Taehyung le echaban en cara todo lo que decía. Jungkook
no movió las manos de sus hombros, temeroso de su reacción.
—¿Por qué te importa tanto lo que diga la gente? ¿Es que no te das cuenta
de lo tóxico que es tu ambiente? Solo saben criticar.45
—No sabes nada —su puño golpeó sin fuerza el pecho de Jungkook—. No
sabes nada, tú no tienes, tú no eres...3
—Yo no soy tú, y tú no eres yo. Pero los dos somos lo mismo.76
Sus ojos volvieron a inundarse a la par que su voz se rompía. Su pulso seguía
temblando y sabía que si Jungkook no le sostenía, caería al suelo.
—Sí. Fui yo. Lo hice. No te atreves a ponerle palabras, a darle voz a tus
pensamientos —sus manos tiraron de él hasta tener su rostro más cerca y sus
miradas a la misma altura—. Te robé un insignificante beso. Porque los
hombres se pueden besar, Taehyung. Los hombres también pueden amarse
entre ellos. Y tú no lo quieres ver. No lo quieres admitir.151
—Y si te hubieran enseñado que tienes que ser feliz por ti y no por los
demás, que tus límites los trazas tú, ahora no estarías así y serías capaz de
vivir.41
El castaño quiso reír. Realmente quiso reír. Pero en su rostro se creó una
mueca de desprecio.
No quería.
—Te quiero y quiero amarte. Me da igual lo que digan sobre los hombres que
aman a otros hombres pero esa es la verdad. Y no pienso callarme más
cuando sabes perfectamente cuál es mi verdadero yo.57
Sus narices casi se tocaban. Jungkook se sentía borracho en los ojos marrones
del menor.15
Un beso casto.
Sus bocas calientes fundidas la una en la otra pero no duró lo suficiente.
—Se supone que los acróbatas usan las cuerdas para poder volar y no como
una restricción que los mantiene atados al suelo.
Pero muy en el fondo, quería otra respuesta. La duda, el ansia por una
respuesta afirmativa. Sus manos estaban cerradas con fuerza en sus costados.
Su mente contraria a sus deseos.
Qué tan obsesionado estaba que ni podía pensar en nada más que no fuera su
propio interés. Y en tenerle a él.3
Taehyung, tal vez abrumado, tal vez perdido, sin saber qué iba a pasar ahora
que había saltado a ese foso tan oscuro, se aferró a lo único que podía
mantenerle con vida.7
Sus manos subieron hasta los hombros del mayor y, paulatinamente, muy
lento, se inclinó hacia él. Sin otras intenciones que darle a entender lo que
quería, ya que aún no estaba preparado para afrontarlo por sí mismo.8
Tan ciego pero tan cálido. Y quizá el engaño del hogar opacó el exterior, donde
llovía con fuerza y el viento golpeaba las persianas.
Taehyung tenía un miedo atroz que se obligó a disipar. Movió sus manos a la
nuca de Jungkook y, justo en ese momento, sintió cómo sus labios eran
partidos. Sus bocas una encima de otra, abiertas y curiosas. La lengua del
mayor se deslizó por el interior de su labio superior, delineando todo el
contorno y empapándolo en su saliva.13
Las suaves lamidas, los pequeños soplos de aire y las sutiles mordidas en la
base de su cuello le sacaba más jadeos bajos. Llenó su clavícula de besos y
subió por su manzana de adán, por debajo de su mandíbula hasta su labio
inferior, el cuál mordió y tironeó sin fuerza.57
Y cuandos sus ojos volvieron a verse entre ellos, quiso cerrarlos y volver a su
paz mental donde el tacto de otro hombre, de Jeon Jungkook, no le producía
placer.18
Pero la mano en su muslo le recordó que todo era verdad. Y que ya era
demasiado tarde.15
Los dedos de Jungkook se clavaron sobre la tela de sus piernas, apretando sus
muslos y recorriéndole ligeramente hacia arriba. En ningún momento apartó el
rostro de Jungkook, por lo que pudo ver la sorna en él. Pero también había algo
más, y empezó a dudar de si sería verdad que lo amaba.18
Sus pelvis hacían movimientos circulares, imitando el ritmo de sus bocas otra
vez juntas. Una falsa embestida y el gemido de Taehyung le recordó a
Jungkook que aún estaban de pie, apoyados en la mesa del salón.31
Sin alejarse demasiado, tomó una de las manos que Taehyung tenía en su
nuca entre las suyas y tiró de él para que lo siguiera.
Caminó liderando el paso hasta entrar a una estancia más pequeña que
iluminó al girar la pestaña de una lámpara de aceite.
—¿Qué?
—Tengo miedo.9
—¿De mí?
Pero negó.
—No —besó sus dedos al acercarlo en sus labios—. Tal vez no esté bien.
Pero no es algo que los demás puedan decidir por ti.2
—No.
—Solo con una persona. Y a día de hoy sigo dudando de si aquello fue
amor.6
—¿Tu mujer?18
Y le besó allí en la misma cama que la había besado a ella. Pero esta vez era
él. Era el hombre del que se había enamorado.63
Taehyung estaba muy tenso bajo aquel beso, sin saber qué hacer con sus
manos. Los labios de Jungkook en ningún momento fueron agresivos pero no
dejaba de causarle pudor.
Jungkook jugueteó con los botones de la chaqueta del menor entre sus dedos.
Se encontraba semi-recostado a su lado y aún no tenía muy claro si Taehyung
era consciente o solo se estaba dejando llevar.5
Desnudos.
Almas desnudas.24
Se irguió para poder verle. El sonrojo en sus cuerpos y el calor que emanaban,
sus adormecidos movimientos.
Paseó sus dedos por todo su cuerpo, acariciando sus brazos, su pecho, su
cara. Tocando toda la piel ardiente.
—No te avergüences. Dame tus manos.
Dudoso y aún con la vista perdida en otro puno, le tendió sus manos
temblorosas. Jungkook las tomo como si fueran de cristal y las llevó hasta su
propio pecho.
—Mi corazón está así por ti. Tú, todo tú, es mi dueño ahora.49
Aún sujetando las manos en su pecho, se reclinó sobre él hasta besar sus
labios.
—Podré mentir en muchas cosas. Pero jamás en algo que pudiera hacerte
daño. Te deseo —Jungkook se removió en la cama hasta estar frente a las
piernas del menor—. Te deseo. Dios, Taehyung. Me has vuelto loco.62
Y llegados a aquel punto, Taehyung volvió a sentir miedo. Sus piernas estaban
cerradas pero tenía una erección notable. Jungkook se encontraba igual. Pero
su mente estaba bloqueada. Ni siquiera podía pensar.8
Jungkook besó su pecho y subió, esta vez con besos más húmedos, hasta
detrás de su oreja. Su respiración pesada y caliente le excitaba.
Porque se estaba sintiendo querido. Y quizá, por una mísera vez en su vida iba
a olvidar las voces de su cabeza que le habían perseguido desde siempre, e
iba a dejar fluir todo.
Así que mientras Jungkook jugaba con sus erectos pezones, las plantas de sus
pies se deslizaron encima de la colcha, permitiendo que Jungkook se
acomodase entre sus piernas.
Abiertas.
Para él.42
Los suaves jadeos de Taehyung cada vez eran más seguidos. El simple tacto
de sus dedos y los dispersos besos habían conseguido que el menor estuviera
a merced del azabache.
Jungkook bajó las manos hasta los muslos de Taehyung de nuevo. Cepillando
con sus yemas la tersa piel, disfrutando de cómo sus vellos se ponían en punta
allá por donde pasaban sus manos.
Sus manos mantenían sus piernas abiertas mientras que sus pulgares
dibujaban pequeñas figuras cerca de su ingle.
Jungkook no pensó que tener a Taehyung bajo él sería así. Si bien había
imaginado aquella escena demasiadas veces, no se acercaba a la realidad.2
¿Habría sido enfermo fantasear con él? Tenerlo en su mente igual que estaba
ahora. Para él.32
¿Habría sido enfermo?45
Incluso, en un fugaz segundo pasó por su cabeza la idea de que estaba
destruyendo a Taehyung. Que él le había empujado a aquello. Que Taehyung
podría haber conseguido lo que él no consiguió.
Y ante la idea, que surgió como un fuego entre sus recuerdos, sintió cómo
desde su estómago subía una fuerza arrolladora. Un deseo creciente y
puro.
Sus manos sujetaban a ambos lados de su cara las piernas del menor,
separadas. Taehyung sacó la mano derecha de debajo del gran almohadón y la
puso encima de la cabellera negra entre sus piernas.3
El sabor del presemen cada vez se hacía más notorio, por lo que liberó el
miembro de su boca y alzó la vista.
—Hermoso.5
Taehyung podría haberse limitado a gemir, pero también le había oído sisear.
Dejó sus piernas caer en el colchón, permitiéndole volver a relajarse.
Acarició sus costados y sus brazos, hasta sus hombros. Se encontraba a
horcajadas del castaño, viendo su rostro aterrado.
—Eres hermoso.
Taehyung le miró.
—¿Qué es?2
—Aceite.182
El casi inapercibido gesto que Taehyung hizo con sus cejas hizo que su
corazón diese un vuelco.
Jungkook volvió a acomodarse entre las piernas del menor, bajando hasta sus
labios, mordisqueando su boca.
Besaba todo sus rostro mientras le hablaba. Con sus manos destapó el
pequeño frasco y dejó caer el aceite en sus dedos con una generosa
cantidad.
—Dame tu mano.
Mientras dejaba que aquel fogoso beso le distrajese, condujo su mano hasta
los testículos del menor. Bajó un poco más hasta su entrada, donde dibujó con
su dedo índice la forma.
Con ayuda del aceite, introdujo el dedo con cuidado en su interior. Tan lento
como pudo.
—Jungkook...
—Dime —susurró.57
—Ven.
Y, una vez más, la fuerza de aquel chico le sorprendió. Taehyung había sido
criado con todos esos tabús a su alrededor, pero ahora tenía la oportunidad de
ver qué se escondía tras todos ellos.1
Así que lo recibió en sus brazos y dejó que se aferrase a su espalda. Jungkook
alineó su miembro en su entrada y le envolvió en el abrazo.
estás haciendo bien, Tae. Cierra los ojos, estoy aquí contigo. Pero
esta vez la intromisión era mayor. Ahora no eran solo dos dedos. El
gemido de dolor del menor le hizo parar en seco.10
Se desprendió del abrazo para ver su rostro sudado, sus ojos cerrados
fuertemente y los jadeos saliendo de su boca.
No podía decirle que así estaba más hermoso incluso. No, no
Con ayuda de sus manos, Jungkook subió las piernas de Taehyung hasta sus
hombros, donde dejó caer sus tobillos.1
Cerca de la oreja del menor susurraba elogios y palabras cariñosas, una vez
más, buscando distraerle de lo que pudiera causarle dolor.
Y cumplió hasta que un minuto después Taehyung le miró con los ojos
entrecerrados y los labios separados.
Un bajo «ya» fue la señal que necesitó para que comenzara a embestir. Ahora
sí, haciendo que Taehyung gimiese de placer. Que sus labios formasen una
«o» cuando no pudiese emitir sonido alguno.110
Tomó sus caderas, ayudándole con el movimiento encima suya. La ola de calor
que le recorrió fue abrasadora, y cuando su orgasmo estalló en el interior de
Taehyung, este llenó su abdomen de semen.
—Eres mi príncipe.61
Al salir de él, el semen escurrió entre sus muslos. Taehyung entreabrió los
labios ante la extraña sensación. Definitivamente Jungkook le amaba. Amaba
todo de él.8
—Te quiero.
Taehyung tenía buen humor por las mañana, y eso le quitó un peso de encima
a Jungkook, que aún no sabía cómo sería su despertar después de lo que pasó
en la tarde anterior.8
Jungkook apartó los cabellos de su frente y dejó un largo beso allí. La pequeña
risita que soltó el castaño fue suficiente para él.24
—Hoy hay dos funciones en el circo. Por lo que tendré que estar todo el día
fuera. ¿Qué harás tú?
—Volver con mis padres desde luego que no. Tendré que pensar en algo.
Quizás llame a Jung para que me haga un favor mientras encuentro dónde
quedarme o algo. Si es que se digna a dirigirme la palabra después de lo que
salió en el periódico.
Taehyung jugó con las sábanas entre sus manos, sentado en el colchón.
Todavía seguía desnudo.
Jungkook no se resistió a darle un beso más profundo que les volvió a tumbar
en la cama.
Los días entre semana había dos funciones programadas: una por la tarde y
otra por la noche.
Caminaron juntos por la calle, charlando como siempre hacían. Pero Taehyung
pensaba que todos los ojos se volvían hacia ellos, que todos los cuchicheos
eran sobre ellos. No llegaba a oír nada, pero su cabeza se hundía en frases
que él mismo imaginaba.
El trayecto hasta el edificio del circo Jeon fue tedioso. Su corazón latía
desembocado y sus manos temblaban, aferradas a sus piernas.
Sí, se sorprendieron a ver al hijo de los Kim allí. No había que ser un genio
para saber que la mayoría de ellos había leído el periódico. Ni tampoco había
que tener demasiadas luces para extrañarse y sacar conclusiones al ver a su
jefe con el joven con el que siempre iba de copas en el circo, juntos, sin nadie.
O al menos eso pensaba Taehyung.1
La vergüenza subió a su rostro y sintió ganas de salir de allí. Pero pareció que
Jungkook vio sus intenciones, por lo que se acercó hasta él y le pasó un brazo
por los hombros.
—El señorito Kim admira su trabajo, señores. Por lo que espero que hoy den
lo mejor que tengan para impresionarle. Este aviso va en especial para mis dos
trapecistas, ¿dónde están mis mellizos acróbatas? —una joven y otro
muchacho aparecieron de entre el tumulto de personas tan diversas—. Espero
que hoy os luzcáis. ¡Todos a trabajar!1
—Aquí son todos una familia. Nadie te va a juzgar por quién seas o cómo
seas. Si respetas, te respetarán. Ellos saben lo que es que el mundo les
señale, nunca te harán lo mismo a ti.75
Taehyung puso las manos en su pecho al verle acercarse, pero se dejó besar.
Taehyung dudó sobre qué hacer. En parte aún trataba de procesar los cambios
tan significativos en su vida de un día para otro. Ni siquiera le parecía real que
anoche se hubiera acostado con Jungkook.
Ni que quizá esta noche volvería a dormir en la misma cama que él.1
Echó un ojo por varias zonas, viendo las habilidades de cada uno. La gente le
saludaba con una sonrisa, le preguntaba qué le parecía su número e incluso la
Lettie, la mujer barbuda, le preguntó si estaba cómodo allí.24
Se encontraba feliz. Estaba viendo una parte del circo que nunca pensó ver y
que pocos tenían el privilegio de conocer. Así pasó la hora hasta que el público
llegó. Sin quitarle ojo, como siempre, al ensayo de los dos trapecistas.
Pero después de las dos horas de descanso, por fin llegó la actuación de la
noche. Era mil veces mejor, porque ya no había luz fuera y las luces del interior
se intensificaban. Además, añadían pirotecnia a la función.14
Taehyung había visto un par de veces la actuación de la tarde y al final siempre
prefería la de la noche. Era más mágica.11
Como la última vez que fue al circo, la música dominaba todo el lugar. La
cantidad de personas en la arena no dejaba que nadie perdiese el interés.
Estaban llegando al cierre de ese pase cuando los trapecistas aumentaron el
arco de sus saltos. Jungkook sacó una rosa de su chistera que elevó en el aire.
La persona más alta del escenario la tomó y estiró el brazo. La trapecista la
agarró al vuelo y la tiró al público.
Algunas señoritas saltaron de sus asientos para llevarse la rosa. Al final, una
joven con un vestido blanco precioso se la quedó. Sus amigas bromearon con
la atrevida acción del showman.
La función llegó a su fin cuando la música rompió y los últimos fuegos subieron
como columnas en el aire.
Los artistas recogieron sus cosas del escenario y Jungkook fue a despedir a
todas las personas.
Taehyung bajó de la grada cuando casi todos habían salido, pero un grito y un
golpe seco le hizo salir corriendo de los asientos hasta la entrada.
—¡Jungkook!
—Aquí no ha pasado nada, Jeon. Solo vine a disculparme —Park les dio la
espalda en todo momento—. Buenas noches.5
—¡Es un imbécil!
—Ya. Para.
Jungkook se cubrió los ojos con las palmas de las manos; luego gruñó.8
De nuevo en medio de aquella fría entrada casi a oscuras, con luces de aceite
en algunos puntos, se quedaron solos. Taehyung se acercó hasta la figura del
mayor y le abrazó por la espalda.6
Jungkook supo que tenía que tranquilizarse. Aquello no era lo que debía
mostrarle a Taehyung. Taehyung estaba asustado en aquel momento.
—¿Un regalo?
Taehyung volvió a la nave principal, mirando por dónde pisaba porque las luces
eran muy tenues. Cuando llegó de nuevo al recinto del interior la luz de la luna
iluminaba todo.
La rosa no tenía espinas. La llevó a su nariz para oler su perfume pero debía
llevar bastante tiempo cortada. Su olor se había ido.41
—Nunca había tenido uno —dijo sin poder apartar la vista de la tela
brillante—. Es precioso.
—¿No? Pero haces trapecio, Tae.17
Taehyung revisó el traje, atento, tal como había hecho con la rosa momentos
antes. La tela era suave y elástica.
—Quiero probármelo.
—Oh, claro. Puedes ir a los vestidores —pero Taehyung ya había ido hacia
allí— de atrás.1
Jungkook sonrió ante la ilusión del menor. Espero apoyado en la valla de las
gradas a que volviese.10
—Gracias —dijo bajando la mirada y marcando con sus dedos los dibujos del
traje. Cada curva, cada perla, cada volante.
—Nada. Me alegra verte con esa sonrisa. Se nota que es algo que te gusta.
—Mis padres no siempre me apoyaron. Cuando vieron que era algo que me
atraía más que tomar té o bailar en fiestas, no le dieron más importancia y se
olvidaron del tema. Pero nunca me dejó de gustar.
Jungkook desvió su mirada hacia arriba. Taehyung cesó su risa y buscó qué
veía.
Jungkook sacó un rollo de tela de su bolsillo y se arrodilló frente a él. Tomó uno
de sus pies y lo apoyó en su rodilla mientras lo envolvía en la tela. Repitió el
mismo proceso con el otro pie mientras Taehyung mantenía el equilibrio
apoyándose en su hombro.
Jungkook tiró de la cuerda y volvió a alzar el aro hasta que quedó a la altura de
los ojos del castaño. Luego anudó la cuerda al saliente de metal de nuevo.
Irreal.
Dio pequeños pasos hacia él. Todos los músculos de su cuerpo estaban tensos
por el esfuerzo de sujetar su peso en aquella posición. Jungkook agarró el
metal por abajo con sus manos, intentando no desestabilizarle.
Estiró y juntó las piernas hacia arriba, formando una línea recta con su cuerpo.
Cruzando su torso a través del aro y bajando las piernas, consiguió erguirse
aferrado a la cuerda, apoyando los pies encima del metal y manteniéndose en
pie.
—No me puedo creer que te estés disculpando. Taehyung, por el amor de...
¡Eres increíble! O sea, anoche me di cuenta de que eras elástico pero-169
—Está bien, perdón. Pero hablo en serio: tienes talento. Eres firme en tus
movimientos y trasmites control. Es lo que le gusta al público. El público no
quiere sufrir con la duda de si el trapecista caerá. Quiere control.15
Jungkook le sonrió, mostrando sus dientes. Tomó una de sus manos, palma
con palma, y puso la otra en su cintura, dirigiéndole en un baile improvisado.
—Es tan tuyo como mío. Y te amará —lo alzó en el aire por la cintura,
haciendo que Taehyung pusiese las manos en sus hombros como reflejo—.
Enseña de qué eres capaz. En tu interior hay un don que tienes que sacar a la
luz.10
Jungkook le bajó de nuevo al suelo y le sujetó por la espalda, poniendo allí sus
manos, dejándole caer un poco hacia atrás mientras el castaño mantenía sus
dedos en la tela de sus hombros.
Taehyung cruzó sus brazos detrás del cuello de Jungkook, sin saber qué decir.
Y quizá porque no sabía que decir le besó. Jungkook le acercó a su cuerpo,
abrazándole. Todo iba demasiado rápido para Taehyung y no sabía cómo
decirle a Jungkook que necesitaba respirar.2
Pasaron los días y la vida de Taehyung siguió dando giros. Estaban terminando
de mudarse a la mansión de las afueras y habían puesto el piso de la ciudad en
venta. Taehyung insistió en que debería conservarlo y ponerlo en alquiler, pero
Ahora, Taehyung compartía casi todas las horas de su día con otro hombre.
Despertaban juntos, comían juntos, paseaban por el campo, iban y venían del
circo y dormían en la misma cama. El castaño no sabría decir cuál era el
cambio más notorio. Se lo había preguntado a sí mismo en alguna ocasión, en
las noches cuando el ajetreo del día había cesado y podía escuchar sus
propios pensamientos. Su corazón se desembocaba por segundos, aún con un
nudo en el estómago y demasiadas ideas en su cabeza. Era fácil ahogarse
cuando falta aire.
Pero Jungkook estaba aprendiendo de él, cada día un poco más, y cuando veía
que podía hundirse en sí mismo lo atraía hacia su pecho y acariciaba su
cabeza.1
Jungkook buscó su mano entre las sábanas hasta entrelazar sus dedos.
—Tú y yo. Ahora somos familia. Es más, podría decir que eres el amor de mi
vida.53
Taehyung buscó sus ojos, cayendo a su lado en la amplia cama —mucho más
grande que la del antiguo apartamento de Jungkook— con los labios
despegados.
Jungkook pasó el mechón que tenía entre sus dedos por detrás de la oreja del
castaño, mirándole con ternura.
—Te amo.
Los ojos del menor se nublaron.
—Yo también.58
Sellaron sus palabras con un beso antes de que se las llevara el viento.
Taehyung terminó a horcajadas de Jungkook y ese día comprobó que
Jungkook había traído a la nueva casa todos los enseres de la anterior.
Frasquitos pequeños incluidos.14
—Actuar en el circo.96
—¡Eso es maravilloso! ¡Mandaré a hacer los carteles esta tarde! ¡Tu rostro
estará por todo Nueva York y todos correrán a verte!
—Oh, no. Jungkook, espera. No quiero eso. No quiero que nadie sepa quién
soy.3
—Ya tuve suficiente con salir en un periódico. No quiero que la gente hable
de mí.
—No hará falta. Luego, por la tarde, nos acercamos al circo. Necesitarás
practicar y yo necesito hablarlo con los chicos. Allí tengo la solución para que
nadie sepa quién eres.20
Cuando el sol bajó, un carro les llevó hasta la ciudad y les dejó cerca del circo
Jeon.
—Buenas tardes a todos. Tengo que daros una noticia. Para la actuación de
Nochevieja contaremos con una persona más en la plantilla: un trapecista.
—El joven se estuvo fijando mucho en los mellizos el otro día cuando
practicaban en el trapecio. Ya os dije que se lo había notado.1
—Sí, tú siempre notas todo —rió alguien de atrás y todos acompañaron su
risa.2
—Vale, escuchad. Nadie puede saber quién es, ¿entendido?
—Ay, Jungkook, es el niño de los Kim. Va tirando clase y dinero allá por
donde camina. ¿Cómo pretendes que nadie de la gentuza le reconozca?
—Tengo eso bajo control. Pero quería que lo tuviérais en cuenta. Ahora todos
a trabajar —dio un par de palmadas en el aire y todos volvieron a lo suyo.
Dicho eso. Los tres se separaron. Jungkook pasó cerca de una hora revisando
que todos estuvieran bien encaminados para la actuación del 31. El circo era
su pasión, por lo que hasta el mínimo detalle tenía que estar en orden y ser
perfecto.
Todos los números lo eran. Las luces, los fuegos, los trajes. Sería la mejor
actuación que presentarían en mucho tiempo.1
El sonido de las cuerdas y las cadenas le hizo alzar la vista. Arriba, vio a
Taehyung cuando saltaba de un trampolín a otro, su cuerpo suspendido en el
aire y luego agarrando la barra de metal entre sus dedos, volviendo a
columpiarse.
Jungkook se echó el cabello hacia atrás, dejando salir el aire de sus pulmones.
—En realidad tenía otra cosa en mente. Un solo. Hablad luego entre los tres
la forma de enlazar vuestro número con el de él.
Ambos asintieron, aunque se miraron entre ellos un poco incrédulos por lo que
acababan de oír.47
Con un impulso un poco más grande que otros, Taehyung llegó con el trapecio
hasta la apertura de la tribuna donde Jungkook le observaba de pie.
Casi juró ver una sonrisa en el rostro de Taehyung. Y sin darse cuenta, el
vaivén había vuelto a llevarse al joven.
Taehyung corrió por el interior de la tribuna de madera hasta saltar a los brazos
de mayor.
—Me ha encantado. Vas a ser la estrella de fin de año. Ya he hablado con los
mellizos sobre cómo haréis el número. Tendrás un solo.
—¿Yo? ¿Un solo? Jungkook, eso es demasiado.8
—Tiene que haber una por aquí. Sé que había una de ese color... ¡Aquí está!
Jungkook sacó una peluca de color azul realmente bonita. Tenía algunos
detalles en blanco y el color era bastante claro.1
Taehyung tocó las hebras de fibra. Era un color que pegaba con su traje.
—No hace falta que interrumpas su ensayo por esto. Haces demasiado por
mí y no quiero que me consideren un estorbo.
Taehyung intentó sonreírle, pero su rostro tenía una sombra que Jungkook
fingió no ver. Quizás, que quiso no ver.58
—Todos te amarán.
—Yo no necesito que todos me amen. Me basta con que, con que me ames
tú.61
Jungkook besó su frente y dio un pequeño toque en su nariz.
El mayor se fue.
Había aceptado actuar porque sabía que Jungkook se pondría realmente feliz.
Y quería ser el causante de su felicidad. Como una vez le recordó decir, «soy
feliz si tú también lo eres».7
Pero Taehyung se preguntó bajo las luces amarillas del circo, con el hermoso
traje de trapecista puesto, la peluca que le permitiría convertirse en otra
persona en sus manos, si aquello le hacía feliz.62
Tomaba su rostro para ver sus facciones, amando cada parte de él. Y
Taehyung se sentía amado.5
—Lo harás —el humo salió de sus labios cuando exhaló—. Me sentiré
celoso.1
Jungkook rió con aquello, dando a entender que era una broma. Su mano
ascendió por la piel caliente del menor, que cerró los ojos, sintiendo el
contraste de sus temperaturas.
—Eso ya lo sé.
—Lo sé.
«Entonces no me tienes que atar a ti», le quiso decir.161
Pero las palabras murieron junto al desprecio del humo del tabaco que nunca
manifestó.55
El circo había estado activo desde primera hora de la mañana. Todos los
personajes tenían sus números perfectamente memorizados. Todos estaban
vestidos. Todos tenían mariposas en el estómago.
Su traje celeste relucía. Había recibido más de un halago de los demás por su
increíble presencia.1
Se había apretado las vendas de las manos y los pies dos veces y ya no sabía
qué más hacer para mantenerse entretenido.
Los nervios le comían desde dentro, llegando a sentir ganas de vomitar que
reprimió al convencerse de que era una reacción de su cuerpo al estar tan
tenso.2
—Los mellizos me dijeron que estabas aquí. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
Jungkook vestía un precioso traje negro con detalles dorados y una chistera
decorada para la ocasión. Tenía el bastón en la mano derecha, con el que
completaba su atuendo de showman.
—No es nada. Son solo los nervios. Nunca antes me había parecido que
viniera tanta gente.5
Taehyung cerró sus ojos con fuerza, las voces de las gradas cada vez se
intensificaban más.
Los caballos, los elefantes y los artistas inundaban la pista con sus trucos y su
magia de engaños. El público aplaudía sin dar crédito a todo lo que veía.4
Los colores vivos tapaban la monotonía de las calles. Aquel mundo estaba
hecho para soñar.
Jungkook era aclamado por el espectáculo que estaba ofreciendo. Dirigía con
fervor los bailes y los movimientos de cada persona en la arena. Como un
titiritero.
La música podía escucharse incluso fuera del edificio. Dentro, había otro
universo.
Anne, con su traje morado, dio un último giro en el aire, saltando justo a la
misma vez que Taehyung lo hacía desde la tribuna. El público estalló en
aplausos y gritos al ver al nuevo artista vestido de azul.21
Jungkook mantenía sus ojos en él, vendo todos y cada uno de sus
movimientos. Su cuerpo era parte de las cuerdas que colgaban. Lo hacía ver
fácil. Taehyung tenía tal control sobre sí mismo que lo hacía ver fácil.
Jungkook dejó su bastón alzado, indicándole al público que le viese a él. Solo a
él.
Taehyung apretaba las barras de metal con intrepidez y fuerza. Era consciente
de que todos los ojos estaban en él. Con una sola pierna colgó del trampolín y
el público le aplaudió, pero él no oía más que el sonido de su propia
respiración.
La peluca colgaba bocabajo cada vez que su cuerpo tendía con la gravedad,
dejando que fuese el impulso el que le arrastrase en el aire que luego cortaba
en su cara.
Taehyung hizo dos vueltas en lugar de tres en uno de los trampolines. Llegó
antes de tiempo al segundo. El ruido de abajo le golpeó. Rompió en sus oídos,
haciéndole consciente de que no estaba solo. Esta vez, no estaba solo con las
cuerdas.30
De nada sirve una rosa sin espinas si no tiene olor. Y de nada sirve un
trapecista que desafía a la gravedad si al final termina cayendo.96
El mundo, el mundo que le había prometido Jungkook desde que le dejó entrar
en su vida, se paró. El trampolín que había soltado había vuelto hacia atrás, el
que iba a salvarle la vida no llegó a sus manos.59
Taehyung vio las cuerdas doblarse en el aire, alejándose. Su corazón dio un
latido tan fuerte que lo sintió en todo su cuerpo. No oía, no procesaba nada.
Solo su cuerpo suspendido. La caída duró segundos, tal vez alguien gritó.18
Le vio.
Su brazo extendido en la arena, con su dedos doblados con delicadeza. Igual
que el día que vio su rostro en el aire cuando practicaba y pareció que le
señalaba.5
Abrazó su torso con tal fuerza que pensó que le estaría haciendo daño. Su
mano quitó la peluca hasta descubrirle las hebras castañas, sedosas.
Su pecho dolía horrores y su cara ardía. Las lágrimas interminables bajaban
hasta su barbilla, hasta la cabeza que era apretada contra su cuerpo.2
—¡Jungkook!
Jungkook les veía pasar, dejando a su mente ir con ellos. Se sentía derruido.
Sabía que los miembros del circo estaban con él. Pero no suponía ninguna
diferencia. Si le hablaban, no respondía. No les oía.
No podía soportar ver cómo la gente estaba triste, cómo había pena en el
rostro del hombre de bata blanca.
Deberían morir todos. Todos muertos.
Él también.57
Se levantó de la silla sin esperar a que terminasen de hablar con él. Oyó que lo
llamaban por su nombre dos veces. No quería oír su maldito nombre ni una vez
más.
Salió de la clínica sin saber si subió o bajó escaleras, si abrió o cerró puertas, si
el suelo estaba arriba o abajo.
Ahora corría, había gente en la calle que no miró a la cara. Los callejones se
hicieron extensamente cortos. Alguien se había acordado de cerrar la puerta
con llave pero el empuje en el manillar hizo ceder a la cerradura oxidada.
Sus pies le llevaron hasta el centro, debajo de la luz nocturna. Una forma sin
sentido de color rojo se veía en la arena.
No la vio antes.20
Ni tampoco la de su pantalón.
Miró hacia el techo y quiso petrificarse allí. El único sitio del que jamás debió
apartar la mirada. Sus puños se apretaron, cargado de impotencia.39
Gritó y gritó hasta que las lágrimas reaparecieron. No podía ser, no podía ser.1
Volvió atrás, a las escaleras. Subió los peldaños de dos en dos. Pensando en
recibirle en sus brazos al llegar arriba y volver a besarle. Decirle que lo había
hecho bien. Que no tenía que demostrar nada, que lo amaba si él era feliz.13
Que no tenía que demostrarle nada al mundo, que él estaba equivocado. Que
la vida es cruel para los que se entregan el corazón el uno al otro y que su
felicidad era lo más importante de todo.2
¿No había sido asesinato? ¿No había sido su necedad la que había puesto fin
a...?13
Porque tal vez, él nunca hubiera querido que lo hiciera. Y porque su castigo
debía ser el hastío del recuerdo.
Fue la última vez que bajó aquellas escaleras. En las que recordaba haberle
besado.21
Giró hacia la parte de atrás, donde le vio nervioso antes de decirle que el
mundo estaría a sus pies. De decirle que todos le amarían, riéndose en su
interior, egoísta por creerse poseedor de una persona.12
Todos los trajes que una vez pusieron color, todo el lugar que construyó a base
de sudor. También quedaría en sus recuerdos.
Vacía.
Vacío.12
Las vio comerse las paredes, el techo. Una viga se desprendió, pero cayó lejos
de donde él estaba.
Le era indiferente.
Salió del circo que se estaba envolviendo en llamas. La gente gritaba pidiendo
ayuda por el fuego. Jungkook ni siquiera se giró.