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LA CONSTITUCION DE 1980:
Bases de la institucionalidad
Nacionalidad y ciudadanía
Justicia electoral
Escrito en colaboración con MARIA PIA SILVA GALLINATO, abogada, profesora auxiliar de
derecho político y constitucional de la Pontificia Universidad Católica de Chile
INDICE DE ABREVIATURAS
PREAMBULO:
DE LA CONSTITUCION DE 1980
En sesión 402, cuando el señor Carmona propusiera el articulado del primer capítulo, se
observó que sus expresiones relacionadas con la definición de las características de la
Nación chilena calzaban mejor colocadas en un prefacio y, como en la sesión 404 los
señores Guzmán y Carmona presentaran sendos proyectos de exordio, se encargó a
ambos comisionados la redacción, en conjunto, del preámbulo que se colocaría.
"Que para tal efecto la H. Junta de Gobierno convocó a la Nación toda a plebiscito para el
día 11 de septiembre de 1980";
Basta leer los cuatro considerandos transcritos para deducir que se limitan a constatar las
circunstancias de hecho que generaron la promulgación de la Carta, exactas todas y en
relación a las cuales sólo procede rememorar como una realidad histórica del debate
nacional que se produjo sobre si de manera efectiva se manifestó "en un acto libre,
secreto e informado" la mayoría nacional.
Se explica por el mismo fundamento que la Constitución asegure a todas las personas "la
libertad de conciencia, la manifestación de todas las creencias y el ejercicio libre de todos
los cultos que no se opongan a la moral, a las buenas costumbres o al orden público" (art.
19 Nº 6).
BASES DE LA INSTITUCIONALIDAD
(CAPITULO I)
(Arts. 1º a 9º)
- Memorándum elaborado por la Comisión Ortúzar que contempla las "Metas u Objetivos
Fundamentales en que deberá inspirarse la Nueva Constitución Política del Estado", de 26
de noviembre de 1973 (sesiones N 10, 11, 12, 16, 17 y 18).
- Sesiones N 37 a 54, 90, 92, 187, 188, 191, 243, 244, 363, 373, 376, 377, 378, 395, 402,
403, 404 y 411 de la misma Comisión.
6.Su relevancia. La relevancia que se ha querido dar por el constituyente al Capítulo I, a fin
de destacar su fuerza ordenativa, explica, como resulta categóricamente de las
deliberaciones que condujeron a su redacción, que se eliminara el preámbulo, tanto al
tener presente los problemas interpretativos que en otros países, principalmente en
Francia, surgieron al tratar de precisar el exacto alcance de tal enunciado, como al querer
solemnizar el propósito de atribuir a sus expresiones una calidad indiscutiblemente
normativa, orientada a comprometer la actuación de personas y órganos.
"Estima que este Capítulo -con el nombre que más adelante se considere apropiado- debe
contener las normas que constituyen los principios básicos o fundamentales que
orientarán nuestro ordenamiento constitucional y cuyo desarrollo se manifestará en el
articulado del texto... Considera difícil encuadrar en el Capítulo I, todas aquellas normas
que configuren el Estado de Derecho, bajo la nomenclatura de “Estado, Gobierno y
Soberanía”, por lo que propone que su título sea el de "Fundamentos Básicos de la
Constitución" o “Disposiciones Comunes o Generales”, en razón de que con la actual
nomenclatura se tenderá naturalmente a vincular el desarrollo de toda la idea de derecho
en los conceptos que en ella aparecen".
Por su parte, el señor Ortúzar más adelante "considera muy convincentes las
observaciones formuladas por el señor Alejandro Silva y agrega que el capítulo debe
contemplar un exordio que contenga la parte programática o declaración de principios
que informará nuestro futuro ordenamiento, como por ejemplo, el que el Estado tendrá
como deber primordial la erradicación de la miseria; o que su estructura descansará en
una concepción humanista y cristiana del hombre y de la sociedad; o bien, la idea de que
el Estado debe lograr un desarrollo económico y social a través de una mejor utilización
del territorio y de sus recursos, etcétera". "En consecuencia, sugiere adoptar, como
procedimiento, las sugerencias formuladas por el señor Silva Bascuñán" (págs. 3 y 4).
"...En seguida, estima que todas las disposiciones constitucionales tienen que articularse
de manera que no se cree el problema del grado de obligatoriedad jurídica de la norma o
precepto de que se trate; como también es importante la existencia de normas cuya
riqueza generadora de consecuencias jurídicas sea de tal modo consagrada dentro del
texto, que constituya un llamado a toda la comunidad para que ajuste su acción a dichas
reglas y no queden éstas referidas sólo a una institución o a una autoridad del campo
social".
"Por las razones anotadas, es de opinión que el Capítulo I está llamado a ser el más eficaz
para la grandeza y perfección del texto constitucional y debe continuarse su estudio
incorporando sólo aquellos preceptos que se consideren de tal grado de sustancialidad
generadora de las normas que vendrán a continuación, que haga innecesaria su repetición
a lo largo del articulado..." (pág. 6).
7.Su índole normativa. Se observa en el debate una especial preocupación de evitar que
las expresiones constitucionales estén desprovistas del énfasis que manifieste la fuerza
imperativa necesaria como para compeler el comportamiento de personas o entes.
Las transcripciones precedentes de los debates sirven para explicar que ya en la sesión 40
se encargara al presidente de la Comisión, señor Ortúzar, que resumiera las indicaciones
del señor Enrique Evans y la nuestra.
No debería atribuirse a la Carta con fundamento sólido, por quienes la analicen con
detenimiento, que ella responde todavía a las características que predominaran en los
inicios de la democracia liberal moderna, porque, como lo reflejan las Constituciones
contemporáneas, que en todo momento los redactores tuvieron en cuenta, ella acoge
plenamente las numerosas y profundas rectificaciones que la experiencia nacional y la del
universo democrático fueron introduciendo, a medida que, junto a los beneficios que
aportara la filosofía liberal del siglo XVIII, sufriera la humanidad los horrores generados
por los desaciertos e injusticias que por sus errores también ella provocara.
Sin perjuicio de estar ajena al apoyo de toda tendencia colectivista, la actual Carta es
fuertemente social, en los numerosos aspectos que quedarán señalados al irse
formulando los comentarios pertinentes a la letra de sus preceptos.
Encontrándose, por lo tanto, en postura lejana tanto del liberalismo como del
colectivismo, la filosofía jurídica que concentra lo esencial de la idea de derecho que
quiere consagrar el Capítulo I concuerda en alto grado con la que sostiene el pensamiento
católico y explican los solemnes documentos que conforman lo que se llama la doctrina
social de la Iglesia. El profesor José Luis Cea coincide con este planteamiento al decir: "Los
valores que... modelan a la nueva Constitución no son los del individualismo liberal y
decimonónico; tampoco son los del neoliberalismo providente y benefactor; ni son, por
último, los de un socialismo democrático o de otra especie. Por el contrario, reunidos en
los nueve primeros artículos se encuentra una toma de posición categórica acerca de la
persona, la sociedad y el Estado que es congruente con la civilización occidental y
especialmente hispánica que heredamos" (Tratado de la Constitución de 1980, Editorial
Jurídica de Chile, 1988, pág. 40).
9.Deber de los órganos. La trascendencia de las reglas incluidas en el Capítulo I tiene que
ser apreciada y observada por quienes, órganos o gobernados, deben sujetarse a ellas,
con mayor razón por aquellos llamados particularmente a interpretarlas, como son el
mismo legislador y los órganos jurisdiccionales instituidos directamente con tal propósito
por la Ley Fundamental o autorizados indirectamente a hacerlo al aplicar sus preceptos.
Tal criterio interpretativo habrá, sin duda, de ser particularmente exigente en su
observancia por los órganos cuya misión específica es la de velar por la misma supremacía
constitucional, como son la Corte Suprema, en el ejercicio de su facultad de declarar la
inaplicabilidad de los preceptos en pugna con la Carta, el Tribunal Constitucional y la
Contraloría General de la República, en sus tareas de prevención de inconstitucionalidad.
La Constitución no es, pues, un conjunto de artículos yuxtapuestos, sino que todos ellos
forman un sistema, de modo que la tarea hermenéutica tiene que considerar en todo
momento la lógica sustentada en el contexto y sintetizada en el centro definidor del
Capítulo I.
B) Territorio
C) Emblemas nacionales
D) El Estado
E) Forma de gobierno
F) La soberanía
H) El Terrorismo.
A. Estructura social
13.Estado, sociedad y sistema político. Uno de los aportes más esclarecedores que
permiten apreciar en el aspecto más consistente los caracteres de la filosofía jurídica de la
Carta se halla en la distinción que de ella fluye firmemente entre lo que se refiere a la
sociedad y lo que establece en relación con el Estado. La sociedad es, en efecto, el
elemento humano del Estado en toda la riqueza del fenómeno sociológico cuya realidad
presupone la organización de aquél. Tal fenómeno tiene tan sólo como una de sus
variadísimas expresiones la posibilidad de que se configure en el seno de una sociedad
mayor una idea de bien común. En el Estado tal idea se llega a precisar y concretar con los
rasgos que en un momento dado de su evolución perfilen las representaciones acogidas
concordantemente en el alma, en la psiquis de los integrantes de la colectividad nacional.
En otras palabras, el fenómeno sociológico que se expresa en la sociedad civil sigue
teniendo muchas otras manifestaciones diversas de la concepción del bien colectivo, las
que abarcan infinidad de comportamientos y procesos que quedan al margen de la esfera
del Estado.
A lo largo de la Carta el elemento humano del Estado, en cuanto conformado no sólo por
individuos, sino por un conjunto de personas, de familias y de formas sociales creadas en
la vitalidad misma de la convivencia, es reconocido en el uso de términos diversos según la
modalidad del hecho sociológico que se quiere tomar en cuenta. Con esta amplitud, la Ley
Fundamental constata en toda su riqueza y complejidad el hecho sociológico aludiendo no
sólo, propiamente, a la "sociedad" (art. 1º incs. 2º y 3º), sino a la "nación" (art. 1º inc. 5º),
a la "comunidad nacional" (art. 1º inc. 4º), al "pueblo" (art. 5º) y a los valores de distinta
naturaleza, como los de seguridad nacional, seguridad social, etc.
Fue el Consejo de Estado, a proposición del señor González Videla, quien agregó los
términos finales "y en derechos", que figuran en la actual Carta (sesión 56).
No han sido dados a conocer públicamente los motivos que llevaron finalmente a la Junta
de Gobierno a agregar en el texto sometido a plebiscito una frase que deberemos tomar
en cuenta también ahora, que, colocada después de la definición de la esencia del bien
común, añade que "el Estado está al servicio de la persona humana" (inciso 4º del art. 1º).
En armonía con la acepción anotada, el art. 25 del Código Civil dice que "las palabras
hombre, persona, niño, adulto y otras semejantes que en su sentido general se aplican a
individuos de la especie humana, sin distinción de sexo, se entenderán comprender
ambos sexos en las disposiciones de las leyes, a menos que por la naturaleza de la
disposición o el contexto se limiten manifiestamente a uno solo".
Es, pues, indudable que el primer sustantivo usado en la letra de la Carta, al decir
"hombres", pretende referirse a toda persona racional, ya sea varón o mujer, de modo
que no puede caber vacilación en orden a que tanto ésta como aquél, uno y otra, son
reconocidos, desde la partida, como libres e iguales en dignidad y derechos.
Recurriendo a las explicaciones "Catecismo de la Iglesia Católica" (1992), se lee que "el
hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una
perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de
hombre y de mujer. “Ser hombre”, “ser mujer” es una realidad buena y querida por Dios:
el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente
de Dios su Creador (cf. Gén. 2, 7.22). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad,
“imagen de Dios”. En su “ser-hombre” y su “ser-mujer” reflejan la sabiduría y la bondad
del Creador" (Nº 369).
17.La igualdad entre los sexos. En cuanto al problema de la igualdad entre los sexos, ya el
documento de "Metas u Objetivos Fundamentales...", redactado por la Comisión Ortúzar,
sostuvo que un sistema de convivencia debe estar basado "en la igualdad de los derechos
del hombre y de la mujer" (párrafo 2º Nº 2).
En el Acta Nº 3 aparece tan sólo la regla propuesta por el profesor Evans, y así ocurre
tanto en el anteproyecto de la Comisión Ortúzar como en el del Consejo de Estado.
Es evidente que para hacer efectiva la igualdad se requiere estar atento y abierto a los
esclarecimientos y precisiones que emanen de los avances de las ciencias antropológicas y
sociales, que contribuyan a la mejor comprensión de la diferencia de los sexos en los
términos más ineludibles. Sólo de tal manera se podrá separar adecuadamente la órbita
así precisada, que es consecuencia de lo natural, de la que derive de creencias erróneas,
hábitos ancestrales, prejuicios infundados, leyendas, mitos, simples expresiones históricas
y culturales, que han venido causando la vigencia de desigualdades, inferioridades y
discriminaciones que no sólo deben ser removidas, sino que deben generar una acción
positiva encaminada a rectificar normas y costumbres, a fin de que hombres y mujeres
queden en condiciones de propender al fortalecimiento de la familia y a la contribución de
ambos al progreso de la sociedad entera.
"Cuando afirmamos que la mujer es la que recibe amor para amar a su vez, no
expresamos sólo o sobre todo la específica relación esponsal del matrimonio. Expresamos
algo más universal, basado sobre el hecho mismo de ser mujer en el conjunto de las
relaciones interpersonales, que de modo diverso estructuran la convivencia entre las
personas, hombres y mujeres. En este contexto amplio y diversificado la mujer representa
un valor particular como persona humana y, al mismo tiempo, como aquella persona
concreta por el hecho de su femineidad" (Mulieris Dignitatem, Nº 29). "El ser humano, ser
racional y libre, está llamado a transformar la faz de la tierra. En este encargo, que
esencialmente es obra de cultura, tanto el hombre como la mujer tienen desde el
principio igual responsabilidad. En su reciprocidad esponsal y fecunda, en su común tarea
de dominar y someter la tierra, la mujer y el hombre no reflejan una igualdad estática y
uniforme, y ni siquiera una diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación
más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la “unidad de los dos”, o sea, una
“unidualidad” relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y
recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante. A esta “unidad de los dos”
confía Dios no sólo la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción
misma de la historia" (Carta a las mujeres, Nº 8).
Así, por ejemplo, recorriendo tan sólo las normas permanentes de la Carta, es evidente
que son aplicables puramente a personas humanas los artículos 16 Nº 2, 19 Nº 1 inc. 1º,
Nº 4 incisos 1º y 2º, Nº 7, Nº 9 inc. 4º, Nº 10 inc. 2º, Nº 15 incisos 7º y 8º, Nº 16 inc. 6º,
arts. 21 inc. final, 38 inc. 2º, 39, 41 Nº 2 y Nº 5, 45 inc. 4º, 48 Nº 2, 49 Nº 2, 54 Nº 7 e inc.
2º, 74 inc. 1º, 75 inc. 2º, 81 incisos 2º y 4º, 82 Nº 7 y Nº 10, 84 inc. 3º, 85 inc. 2º y 92 inc.
1º.
Por otra parte, sin duda que el término "persona" se usa para comprender conjuntamente
tanto a las naturales como a las jurídicas o entes colectivos, en los artículos 1º inciso final,
6º inc. 2º, 7º inc. 2º, 12 inc. 1º, el inc. 1º del art. 19, 19 Nº 2 inc. 1º, Nº 3 inc. 2º, Nº 15
incisos 7º y 8º, Nº 16 inc. 2º y art. 87 inc. 1º.
Entre tanto, de modo explícito, la Carta se refiere a las personas naturales o a las jurídicas,
o sea, a una y a otras, en los artículos 19 Nº 12, 54 Nº 8 y 57 inc. 3º.
20.Sus diversas categorías. "Hombres" o "personas" son, por otra parte, los habitantes
que conforman la población (arts. 19 Nº 18 inc. 3º y 22 inc. 1º). De los habitantes pueden
distinguirse ya los que son chilenos o nacionales (arts. 10 Nº 2 y Nº 3, 11 Nº 1, 13 inc. 1º,
22 incisos 2º y 4º, 34 inc. 1º), ya los extranjeros (art. 10 N 1 y 4 y art. 14), ya los
transeúntes (art. 10 Nº 1), ya, en fin, a los nacionalizados (art. 10 N 4 y 5).
Entre tanto, a la inversa, al comenzar el art. 19 la enunciación de la tabla de libertades y
derechos, se ha sustituido intencionalmente que el otorgamiento de ellos se hace a la
persona en vez de favorecer a los habitantes, precisamente en atención a que, como lo
veremos en su oportunidad, se ha querido reconocer como titulares no sólo a las personas
naturales, sino que a los entes colectivos, gocen o no de personalidad jurídica (Art. 19 N
12 y 15).
Serán, entre tanto, ciudadanos los habitantes que tengan las calidades exigidas para serlo,
y pueden, a su vez, convertirse en electores, que son quienes están habilitados para
intervenir en actos electorales y plebiscitarios (arts. 13, 17, 25 inc. 1º, 29 inc. 4º, 44, 46, 47
inc. 3º, 107 inc. 3º, 113 inc. 1º).
La Constitución al afirmar que los hombres nacen "libres" está manifestando, de acuerdo
con la acepción de ese término, respecto de cada uno de ellos "que tiene facultades para
obrar o no obrar", "que no es esclavo", "que es independiente", o sea, que no está sujeto
a otro. En virtud de ser libres, el constituyente, con razón, y a causa de una reminiscencia
histórica, en el art. 19 Nº 2 dispone que "en Chile no hay esclavos y el que pise su
territorio queda libre".
La libertad le permite dirigir sus actos, según la razón de su bien, sobre la base de la
verdad. En "Veritatís Splendor" (1993), Juan Pablo II lo explica luminosamente.
Para que el hombre sea efectivamente libre, sus determinaciones han de ser resultado de
una decisión espontánea suya, que no sea consecuencia de una presión que sobre él se
ejerce que perturbe su movimiento interior, dejando, en efecto, de ser libre si es
apremiado por los demás y con mayor razón si sufre coacción del poder estatal.
22."Iguales" Junto a ser libres, son todos los seres humanos, asimismo, "iguales", o sea,
semejantes unos y otros, tanto en dignidad como en derechos.
La característica esencial del hombre, que lo separa de las demás criaturas, consiste en
estar dotado de la inteligencia, que le permite conocer la ley que se cumple en él e
imponerse de la realidad que lo circunda, y de libre albedrío, que le faculta para actuar en
forma que propenda a la perfección de su ser o lo aleje de ella. La dignidad del hombre
tiene, al mismo tiempo, como fundamento que, según la Revelación Divina, ha sido creado
a imagen y semejanza de Dios para encontrar, más allá del tiempo, su plena felicidad en
El.
Esta doble raíz de la dignidad del hombre -que deriva de su naturaleza y proviene de su
vocación divina- ha sido explicada en elocuentes documentos en el pensamiento católico:
"En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa -afirma Juan XXIII en la
Encíclica Pacem in Terris- hay que establecer como fundamento el principio de que todo
hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que,
por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan
inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes
son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto" (Nº
9).
"La igualdad fundamental entre todos los hombres -ratifica la Constitución Apostólica
Gaudium et Spes- exige un reconocimiento cada vez mayor. Porque todos ellos, dotados
de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo
origen. Y porque, redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico
destino" (Nº 29).
Como afirma Juan Pablo II en su Encíclica Evangelium Vitae (1995) Nº 34: "Al hombre se le
ha dado una altísima dignidad, que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que lo une a su
Creador: en el hombre se refleja la realidad misma de Dios... En el relato bíblico, la
distinción entre el hombre y las demás criaturas se manifiesta sobre todo en el hecho de
que sólo su creación se presenta como fruto de una especial decisión por parte de Dios,
de una deliberación que establece un vínculo particular y específico con el Creador...".
Se hizo presente, por otra parte, que la afirmación de la igualdad en derechos podría
entenderse, equivocadamente, en el sentido de que pretendía afirmar que todos los
hombres habrían de tener siempre los mismos derechos. Tal deducción es inadmisible,
porque lo que corresponde es sostener que la igualdad en derechos se proyecta
exclusivamente respecto de aquellos derivados directamente de la semejanza de
naturaleza. Ello no se opone a que, teniendo todos las mismas expectativas, en el hecho
disfruten algunos, y no otros, de los derechos que les permita obtener el ordenamiento
jurídico como consecuencia de su actividad y de la situación en que, como resultado de su
esfuerzo, queden colocados. Son, pues, la igualdad inicial y la igualdad subsistente, en
cuanto mera potencialidad, las que son reconocidas por el texto. Concretamente esa
determinada persona en un momento dado tendrá aquellos derechos que derivan no sólo
de su naturaleza, sino de sus particulares circunstancias y que pueden ser muy diferentes
a aquellos de que son titulares otras personas que se hallen en situaciones diversas a las
suyas (sesión 90ª, págs. 29 a 34).
25.Preceptos consecuenciales. Las características que en su frase inicial y también en el
inciso 4º del mismo art. 1º reconoce el constituyente a la persona humana, explican el
contenido de otros preceptos sustanciales que son su mera consecuencia, como son el
derecho a la vida y a la integridad física y síquica de la persona, la protección de la vida del
que está por nacer, la prohibición de todo apremio ilegítimo (art. 19 Nº 1, incisos 1º, 2º y
4º); el respeto y protección a la vida privada y pública y a la honra de la persona (art. 19
Nº 4); la inviolabilidad del hogar y de toda comunicación privada (art. 19 Nº 5); la libertad
de conciencia (art. 19 Nº 6): el derecho a la libertad personal y a la seguridad individual
(art. 19 Nº 7); el derecho a vivir en un ambiente libre de contaminación (art. 19 Nº 9); el
derecho a la protección de la salud (art. 19 Nº 10).
2) La familia
26.Origen del precepto. Los incisos 2º y 4º del art. 1º de la Constitución disponen: "La
familia es el núcleo fundamental de la sociedad"; "Es deber del Estado... dar protección...
a la familia, propender al fortalecimiento de ésta...".
Más adelante, Jaime Guzmán, en la sesión 45ª, al explicar la redacción del que entonces
propuso como inc. 3º del artículo 1º, dijo que se podían distinguir, "sin necesidad de
recurrir a conceptos filosóficos, la realidad de dos tipos de sociedades intermedias. Las
que son necesarias y naturales, en que el Estado reconoce su existencia, como es el caso
de la familia, y todas aquellas otras que la filosofía política llama voluntarias... En cuanto a
la familia, el Estado, antes de ampararla o desarrollarla, debe reconocer su existencia
como algo necesario y consubstancial a la naturaleza humana. En cambio, el estado
simplemente ampara la formación y el desarrollo de todas aquellas sociedades
intermedias que la realidad compleja social va requiriendo..." (págs. 8 y 9).
El profesor Jorge Iván Hübner, invitado por la Comisión a la sesión 85, anotó: "Otro punto
muy importante dentro de la órbita de los derechos sociales en que nuestra Constitución
está verdaderamente atrasada, pese a la reforma del año 1971, es el reconocimiento y
protección de la familia como célula básica del Estado" (pág. 20).
En la sesión 191ª, cuando se procuraba definir los deberes constitucionales, fue el señor
Guzmán quien propuso contemplar: "La defensa de la integridad de la familia es un deber
básico para todo los miembros de la comunidad nacional". "Toda persona tiene el deber
de alimentar, educar y amparar a sus hijos menores. Los hijos tienen el deber de honrar a
sus padres, de socorrerlos en caso de necesidad y, mientras sean menores, de respetar su
legítima autoridad" (pág. 6). En la misma sesión se produjo el acuerdo que llevó a aceptar
la redacción siguiente, que pasó a ser el inc. 2º del art. 2º del texto inicial del
anteproyecto: "La familia es el núcleo fundamental de la sociedad y el Estado la protegerá
y propenderá a su fortalecimiento".
En la sesión 402ª se alteró de nuevo el orden del precepto, acordándose que pasara a ser
inciso 2º del art. 1º.
"Familia" es, según el Diccionario, "grupo de personas emparentadas entre sí que viven
juntas bajo la autoridad de una de ellas".
"Núcleo" es "elemento primordial al que se van agregando otros para formar un todo",
"parte o punto central de alguna cosa material o inmaterial".
29.Pertinencia del vocablo "núcleo". Aun dando por reconocida la trascendencia que
reviste la familia en la sociedad, es del caso reflexionar sobre si es o no pertinente la
atribución que hace el constituyente de la calidad de "núcleo" que representaría la familia
enfrentada a la sociedad en que ella se encuentra.
Puede advertirse, desde luego, que los documentos internacionales se refieren a la voz
"elemento", que se muestra como calificativo apropiado e indiscutible, puesto que
"elemento" es, en lo pertinente, "fundamento, móvil o parte integrante de una cosa" o
"componente de una agrupación humana".
En el debate de que fue objeto la redacción propuesta por Jaime Guzmán, refiriéndose él
a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la consideró "bastante
desafortunada... porque... el elemento natural y fundamental de la sociedad no es la
familia, sino que es el hombre. Si se considera que la familia es la comunidad básica de la
sociedad, sería más exacto, pero es evidente que el elemento natural y fundamental de la
sociedad es el hombre y no la familia" (sesión 191ª, pág. 7). No puede menos de
concordarse con esa acertada reflexión.
30.El matrimonio como origen de la familia. Si la familia ha tenido y tiene hoy diversos
orígenes, indiscutiblemente la fuente primordial de su fundación, de su objetivo y de sus
cualidades más características en beneficio de la perfección de sus integrantes, es el
matrimonio.
En efecto, sólo a través de la vinculación permanente y estable de los cónyuges propia del
matrimonio puede cuidarse en las mejores condiciones la vida del recién nacido y
efectuarse la crianza del hijo y su educación y, consecuentemente, permitir que se
incorpore más adelante a la actividad social con adecuada preparación.
31.Matrimonio religioso y matrimonio civil. De acuerdo con el art. 102 del Código Civil, "el
matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen actual e
indisolublemente, y por toda la vida, con el fin de vivir juntos, de procrear y de auxiliarse
mutuamente".
Las reglas sobre el matrimonio se contemplan en esa legislación común de 1857, que en
este aspecto fue sustancialmente modificada al separarse su preceptiva, por ley de 1884,
de la legislación canónica, a la que en aspectos sustanciales el Código se había referido,
estableciendo, en efecto, desde entonces una forma de matrimonio civil. El texto vigente
de ese cuerpo normativo se contiene en la Ley Nº 4.808 sobre Registro Civil, de 10 de
febrero de 1930.
Por su parte, el Código de Derecho Canónico, promulgado por el Papa Juan Pablo II el 25
de enero de 1983 mediante la Constitución Apostólica Sacrae Disciplinae Leges, define en
su art. 1055:
1. "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio
de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la
generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de
sacramento entre bautizados".
2. "Por tanto, entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea
por esos mismos sacramentos".
"Fundada por el Creador -dice Gaudium et Spes (Nº 48)- y en posesión de sus propias
leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los
cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano
por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una
institución confirmada por la Ley Divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de
los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es
el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo
cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho
personal de cada miembro de la familia y de toda la sociedad humana. Por su índole
natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a
la procreación y a la educación de la prole con las que se ciñen como su corona propia".
33.Obligaciones del Estado respecto de la familia. Al reconocer en el segundo inciso del
art. 1º, a la familia como base fundamental de la sociedad, el constituyente de inmediato,
en el inciso quinto del propio art. 1º, establece que "es deber del Estado... dar
protección... a la familia, propender al fortalecimiento de ésta".
A la sociedad nacional, y con mayor razón a los órganos del poder estatal, corresponde
discurrir los medios conducentes a fortalecer la institución. Debe adoptar todas las
medidas que estén a su alcance que propendan a robustecer las diversas familias y a sus
integrantes y a resolver los diferentes problemas que se presentan en su generación, en
su vivencia y en su proyección sobre las nuevas generaciones.
En tal oportunidad el autor de esta obra expresó: "Participa ampliamente de la tesis del
señor Diez, y, por cierto, concuerda también con el señor Guzmán, y ve muy claro que
tanto ellos como él atacan el divorcio no por motivos puramente religiosos, sino por
estimar que daña a lo natural humano, produce graves consecuencias y destruye la
colectividad. Pues bien, hay gente que, en su opinión, no tiene en esta materia una idea
suficientemente esclarecida, y que piensa que los católicos defienden esos valores por
motivos puramente religiosos. Es un hecho indiscutible. Considera que la indisolubilidad
familiar y la condenación del divorcio están ardiente y suficientemente impresas en la
conciencia tradicional chilena. Cree que los argumentos de carácter puramente natural
que sostienen esa posición son extraordinariamente fuertes y deben triunfar ante
cualquiera argumentación puramente natural. Estima que esos valores están sostenidos
no sólo por la tradición religiosa, sino también por la conciencia nacional y, sobre todo,
por la fuerza dialéctica de la argumentación que los apoya. En esta situación y sobre esta
base, no se inclinaría a abrir las puertas a la división de la familia chilena, colocando
explícitamente en la Constitución esta materia. Porque inmediatamente se proyectará
sobre el problema el aspecto religioso, lo cual le parece enormemente inadecuado y
dañino, porque -reitera- no es un problema puramente religioso... Se corre el riesgo de
dividir la sociedad chilena y de polarizar en favor del divorcio a toda la gente que no tiene
idea religiosa, en circunstancias que, en su opinión -y lo cree ardientemente, pues cada
vez está más convencido de ello-, y la experiencia de todos los pueblos lo demuestra, el
divorcio se condena por la naturaleza humana, por el Creador de la naturaleza humana...
Si se consigna explícitamente la prohibición de divorcio en la Constitución... no tendrá la
fuerza dialéctica que realmente tiene desde un punto de vista puramente moral" (págs.
22-23).
Del fundamento que acaba de recordarse deriva que, dentro del espíritu y de la letra de la
Constitución, la familia a la que en primer término el ordenamiento jurídico debe proteger
y propender a su fortalecimiento es aquella que se basa en el matrimonio indisoluble,
debiendo, por lo tanto, discurrirse todos los medios que se encaminen a objetivo tan
trascendental.
Sin embargo, si tal debe ser la inspiración básica de la organización estatal, ella debe ser
compatible con el reconocimiento de que en la realidad se forman hogares que se
originan fuera del matrimonio o sin respetar la indisolubilidad matrimonial. En presencia
de, por desgracia, tan sensible realidad social, se impone la necesidad consecuente de que
el Estado busque soluciones de justicia que, sin contradecir el principio de la
indisolubilidad matrimonial, propendan a resolver los problemas y satisfacer las
necesidades que surjan en el seno de tales hogares.
"El Estado reconoce y ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y
estructura la sociedad y les garantiza la adecuada autonomía para cumplir sus propios
fines específicos".
Este precepto se vincula al del art. 23 de la Ley Fundamental, que sanciona a los grupos
intermedios que no respeten la autonomía que les reconoce la Carta y al art. 85 de la
misma, que en su inciso 2º se refiere también a los grupos intermedios al enunciar las
facultades que competen a los tribunales electorales regionales.
Pues bien, estimamos evidente que hay muchos tipos de pluralidad de personas a los
cuales no puede aplicarse el término de "grupos intermedios" a que se refiere el
constituyente. Creemos que para quedar comprendida en la preceptiva en análisis la
multiplicidad humana aludida en el texto debe estar revestida de una cierta especie de
unidad y permanencia. Sólo si se añaden estos atributos la pluralidad merece ser
considerada como una realidad diversa de sus componentes y acreedora, por lo tanto, a
reconocerle características propias, que dan sentido y se agregan a la mera circunstancia
de tratarse de más de una persona. Sólo reuniéndose tales características, una agrupación
puede ser reconocida como intermedia entre la persona y la sociedad entera.
Hay, sin duda, la necesidad de la real existencia de una cierta forma de permanente
vinculación para estimar un conjunto de personas como "cuerpo intermedio". Resulta así
indiscutible, a nuestro juicio, que no podría considerarse como grupo intermedio un
simple conjunto accidental precisado únicamente por la individualización de quienes lo
integran, como, por ejemplo, los que se reúnen en una plaza, los que viajen dentro de un
vagón del metro, etc. Por lo demás, como veremos, la propia sustancia preceptiva de las
reglas relacionadas con este concepto refleja que el requisito de tal unidad es un
presupuesto primordial, porque sólo sobre tal característica se hace posible reconocer a la
agrupación fines específicos. La formulación de éstos presupone la previa manifestación o
expresión de una voluntad colectiva diferente de la de cada uno de sus miembros.
Las consideraciones anteriores nos llevan a concluir que debió preferirse el término
"cuerpo", porque esta acepción supone una conjunción de personas de algún modo
estructurada, que no es una simple pluralidad.
Sin perjuicio de la alusión genérica a los grupos intermedios que figura en los tres
preceptos que quedaron citados, a lo largo de la Constitución hay referencia a muchas de
las variadísimas formas en que ellos pueden manifestarse.
Encontramos, en efecto, las siguientes expresiones: grupos (arts. 6º, 7º, 19 Nº 2, Nº 15),
iglesias (art. 19 Nº 6), organizaciones (arts. 19 Nº 15, Nº 16 y Nº 19, 82 Nº 7),
organizaciones sindicales (arts. 9, 19 Nº 19, 60 Nº 4), organizaciones estudiantiles (art. 9º),
organizaciones gremiales (arts. 9º, 23, 54 Nº 7), partidos políticos (arts. 18, 19 Nº 15, 23,
82 Nº 7, 84), organizaciones vecinales (arts. 9º, 54 Nº 7), bancos (art. 57), sociedades
anónimas (art. 57), sociedad de personas (art. 57), entidades privadas, medios de
comunicación social (arts. 9º, 19 Nº 4 y Nº 12), empresas (arts. 9º, 19 Nº 16 y Nº 24, 60 Nº
9), empresas públicas (art. 104), instituciones financieras (art. 98), entidades (arts. 19 Nº
16, 98), corporaciones (arts. 19 Nº 16 y 107), fundaciones (art. 107), asociaciones (art. 19
Nº 15), movimientos (arts. 19 Nº 15, 82 Nº 7), organización política (art. 19 Nº 15),
universidades (arts. 19 Nº 12, 45 e), establecimiento de educación (art. 19 Nº 11),
establecimientos de enseñanza (art. 19 Nº 11), instituciones privadas (art. 19 Nº 9),
instituciones (arts. 6º y 98).
40.Historia del precepto. A proposición de Jaime Guzmán (sesión 9ª, pág. 7), se incorporó
en el memorándum denominado "Metas u objetivos fundamentales...", la distinción entre
lo que se llama "poder político" y "poder social", entendiéndose éste como "la facultad de
los cuerpos intermedios entre el hombre y el Estado -que reúnen los seres humanos en
razón de su común vecindad o actividad- para desenvolverse con legítima autonomía en
orden a la obtención de sus fines específicos, de acuerdo al principio de subsidiariedad,
como igualmente de exponer o representar ante las autoridades estatales su percepción
de la realidad social que éstas deberán regir. Especial importancia revisten en este sentido
las agrupaciones de carácter gremial, sean éstas laborales, empresariales, profesionales o
estudiantiles, llamadas simultáneamente a limitar y enriquecer la acción del Estado,
conservando respecto de éste su plena independencia".
El señor Evans recomendó más adelante, en la sesión 38 (pág. 11), el siguiente texto: "El
Estado reconoce y ampara la acción propia de los grupos intermedios de la comunidad
nacional y les garantiza una adecuada autonomía".
En la sesión 187ª, el señor Gustavo Lorca presentó el informe que se le había encargado
redactar sobre el derecho de participación, en el que recuerda los antecedentes que ya se
habían producido y que se debían tener en cuenta (pág. 9). Citó, al efecto, el proyecto de
reforma constitucional del Presidente Frei de 1964, que incorporaba una norma que
reconocía el derecho a participar a las personas y a los grupos, y el deber del Estado de
remover los obstáculos que limiten la libertad o igualdad de las personas y grupos. El
llamado Estatuto de Garantías, que agregó el número 17 al art. 10 de la Carta de 1925,
repetía las ideas expresadas en el proyecto de reforma de 1964 y se refería a una serie de
organizaciones sociales mediante las cuales el pueblo participa en la solución de sus
problemas, reconociéndoles personalidad jurídica e independencia para el desempeño de
sus funciones, prohibiendo a dichas organizaciones arrogarse la representación del pueblo
ni ejercer poderes propios de las autoridades estatales. El informe citado del señor Lorca,
luego de formular la crítica al Estatuto de Garantías, al exponer las bases doctrinales de la
proposición que formulaba, se refirió, transcribiendo la parte pertinente, a los
documentos denominados "Declaración de Principios de la Junta de Gobierno" y "Objetivo
Nacional", en los que se definía el concepto de "poder social" y la función subsidiaria del
poder estatal. Luego se formuló la proposición en relación a la cual se centró el debate. El
señor Guzmán recogió la indicación de Lorca en orden a que a los grupos intermedios se
les reconociera autonomía "para cumplir sus fines específicos".
En la sesión 188ª, se modificó la redacción del inc. 3º del art. 1º, incorporándose a él la
sugerencia del señor Lorca, pero referida a los "fines propios" en lugar de los
"específicos". Más adelante, en la sesión 191ª, se insertó el precepto modificado (que
aparece como inciso 3º del art. 2º) con la siguiente redacción: "El Estado reconoce y
ampara a los grupos intermedios de la comunidad y les garantiza una adecuada
autonomía para cumplir sus fines propios".
"Es evidente que la determinación de lo que en una sociedad nacional dada integra la
órbita de la política no puede menos que guardar relación con los rasgos característicos
del ideal de derecho que en ella predomina, y no será así lo mismo cuando en ella impera,
por ejemplo, el criterio liberal o el socialista" (ob. cit., págs. 114-115).
Si es cierto, por otra parte, que muchos tipos o clases de cuerpos intermedios están
mencionados directamente en la Carta Orgánica y que gran parte de ellos y otras formas
organizativas, por otro lado, son objeto de reglamentación en leyes especiales, no se exige
de ningún modo la previa existencia de un cuerpo legal para que cualquier grupo se
organice, siempre que éste tenga una finalidad que no viole el orden jurídico.
Podemos concluir que los cuerpos intermedios no deben interferir en la dirección política
del país, ni proyectarse en éste por otros medios que por aquellos que en forma directa o
indirecta les sean entregados por la vía de la participación en la generación de algunos
órganos estatales, o de la integración de otros con representantes de tales grupos, o de
las consultas facultativas u obligatorias o, en fin, de las que se les permita como
consumidores u usuarios de los servicios colectivos.
El Tribunal Constitucional, en sentencia de 7 de marzo de 1994 (rol 184), expresa que "la
autonomía de los cuerpos asociativos... se configura, entre otros rasgos esenciales, por el
hecho de regirse por sí mismo; esto es, por la necesaria e indispensable libertad para
organizarse del modo más conveniente según lo dispongan sus estatutos, decidir sus
propios actos, la forma de administrarse y fijar los objetivos o fines que deseen alcanzar,
por sí mismos y sin injerencia de personas o autoridades ajenas a la asociación, entidad o
grupo de que se trata. No significa ello, en modo alguno, que puedan estos entes actuar
de manera ilegal, dañosa o ilícita, amparándose en la referida autonomía, ya que de
incurrir en excesos en su actuación quedan, obviamente, sujetos a responsabilidades
consecuenciales que toca a los tribunales de justicia conocer, comprobar y declarar en el
correspondiente debido proceso" (considerando 7, letra d).
Con motivo de una redacción del señor Lorca que proponía disponer: "El Estado coordina,
promueve y, de acuerdo al principio de subsidiariedad, ayuda a las asociaciones cuando
no están en condiciones por sí solas de desarrollar sus actividades", expresamos: "El
Estado no es subsidiario del fin de las asociaciones. El Estado puede ser subsidiario de
ciertos objetivos propios del bien común que las asociaciones no estén, por ciertas
circunstancias, en condiciones de cumplir, o que no convenga entregarlos a ellas. Pero
parece que la redacción es inadecuada, porque da la impresión de que el Estado tiene que
colocarse en términos de que sea él quien supla las deficiencias de las asociaciones. No es
ése el principio de subsidiariedad. El principio de subsidiariedad significa que a todos los
cuerpos intermedios se les deja el máximo de libertad posible para que, cumpliendo sus
objetivos propios, propendan a la realización de los fines colectivos. Pero el Estado no es
subsidiario de las asociaciones en el sentido de que si ellas no cumplen sus respectivos
fines, los cumpla el Estado por ellas" (sesión 187ª, pág. 17).
La Ley Orgánica de Bases de la Administración del Estado Nº 18.757 confirma el rol que
toca al Estado en relación a los grupos intermedios, cuando consagra en su art. 3º: "La
Administración deberá desarrollar su acción garantizando la adecuada autonomía de los
grupos intermedios de la sociedad para cumplir sus propios fines específicos y respetando
el derecho de las personas para realizar cualquier actividad económica, en conformidad
con la Constitución Política y las leyes" (inc. 2º).
B. Territorio
50.Su definición en las Constituciones. Chile, como otros Estados de este continente,
estimó en los comienzos de su vida independiente que convenía insertar en el
ordenamiento constitucional la descripción de los linderos geográficos de su propia
jurisdicción, y así se hizo en los documentos de 1822 (art. 3º), 1823 (art. 4º), 1828 (art. 1º)
y 1833 (art. 1º). Intencionalmente no los definió la Carta de 1925 y también guarda
silencio acerca de ellos la de 1980, silencio que pudimos recomendar (sesión 38ª, pág. 13),
y que se mantuvo no obstante una proposición del señor Evans que buscaba contemplar
alguna determinación relativa a esta materia (misma sesión, pág. 7).
51.Uti possidetis juris. Nuestro país, como las naciones vecinas, constituyó durante cerca
de tres siglos una de las secciones de la monarquía española cuyos límites recíprocos
revestían en ese lapso poca importancia jurídica, puesto que significaban simples
demarcaciones dentro de un mismo imperio político y, por lo tanto, variaban con
frecuencia, por razones puramente coyunturales vinculadas a menudo al prestigio o
descrédito de sus representantes o de índole sustancialmente administrativa.
Para sujetarse a un criterio más firme, se procuró dar valor a la situación que regía al
estallar el movimiento de la independencia: es lo que se llamó uti possidetis juris de 1810.
Chile, como otros de los nuevos Estados, hubo de experimentar las consecuencias
provenientes de la indeterminación de sus límites y ello le creó conflictos con las naciones
vecinas, antes y después de que la segunda guerra con España (1866) señalara el término
definitivo de las pretensiones de ésta sobre sus antiguas colonias.
52.Los deslindes con los Estados vecinos. La indefinición de los deslindes dio origen a la
Guerra del Pacífico (1879), que tuvo su explicación económica en la disputa con Bolivia de
las riquezas salitreras, conflicto que nos envolvió también con el Perú.
Es del caso advertir que la delimitación de nuestros límites con Bolivia había sido fijada
con anterioridad, primero por el Convenio Lindsay-Corral de 1872, y luego,
definitivamente, por el Tratado Walker-Baptista de 1874.
La guerra, detenida por el pacto de tregua de 1884, terminó con Bolivia en 1904,
incorporándose definitivamente a Chile, por tratado de ese año, la provincia de
Antofagasta.
La Guerra del Pacífico concluyó con el Perú en dos etapas, cumplidas primero en el
Tratado de Ancón de 1884 y después en el de Lima de 1929. Por el primero, pasando
definitivamente a Chile lo que es ahora la provincia de Tarapacá, se dejó subordinada la
suerte definitiva de Tacna y Arica, confiadas a la plena administración de Chile, a un
plebiscito, que debería celebrarse después de diez años y que nunca se practicó. El
Tratado de 1929 realizó la división de Tacna y Arica, de manera que Arica quedó para
siempre en el dominio de Chile y nuestro país restituyó Tacna al Perú.
La tesis argentina, sostenida por el perito Moreno en la interpretación del tratado de 1881
respecto de la cláusula transcrita, era de que el deslinde debía llevarse por las altas
cumbres, en tanto que el representante de Chile, Diego Barros Arana, defendía la
necesidad de sujetarse al divortium aquarum, puesto que en los Andes "no existe tal línea
de altas cumbres, ni se hallan todas éstas, ni siquiera la mayor parte, en el cordón
divisorio de las aguas".
53.La puna de Atacama. En relación a la Puna de Atacama -que Bolivia había cedido en
parte a la Argentina en 1884- se suscitó la necesidad de delimitar el territorio de esa
región colindante con Argentina reivindicado por Chile en la Guerra del Pacífico.
No obstante lo convenido en los tratados, en la práctica los vínculos entre ambos Estados
llegaron a tal extremo de desinteligencia que se temió la guerra, la cual, en definitiva, se
evitó con los Pactos de Mayo de 1902, que consistieron en un Tratado General de
Arbitraje y en un acuerdo sobre equiparación del armamento naval.
A pesar de los tratados, las cuestiones limítrofes con Argentina se reavivaron con
frecuencia, tanto por incidencias surgidas con motivo de la demarcación de los linderos,
como al acogerse por la nación vecina diversas teorías encaminadas a definir el Canal de
Beagle de modo diferente de aquel en que indudablemente era conocido al tiempo del
tratado de 1881, dentro de cuyo concepto correspondieron a Chile las islas, más tarde
pretendidas por la Argentina -Picton, Nueva y Lenox-, incluso Snipe, desde las incidencias
de 1958.
"Por otra parte, al intentar poner en práctica el laudo de 1902 -expresa Gonzalo Izquierdo-
surgieron problemas en la zona sur, en la región de Palena, que se extiende entre los
grados 43 30' y 44 de latitud sur. Ante la imposibilidad de alcanzar acuerdo, Chile recurrió
nuevamente al árbitro británico, lo que originó, en marzo de 1965, la formación de un
tribunal designado por el Gobierno de Gran Bretaña, que, a poco más de un año después,
falló entregando a Chile la región denominada California y a Argentina la llamada Valle
Hondo" (Historia de Chile, tomo III, pág. 195).
El 11 de diciembre de 1967 Chile sometió una vez más al arbitraje de la corona inglesa el
problema del Canal de Beagle mediante decisión unilateral, basada en el Tratado de 1902.
Argentina, después de resistir la acción, la aceptó y suscribió el compromiso en abril de
1971. Al gobierno de S. M. británica sólo cabía aceptar o rechazar el dictamen del tribunal
formado por cinco jueces de la Corte Internacional de Justicia, escogidos por las partes.
Las relaciones entre los dos países llegaron al punto que, a fines de 1978, la guerra se hizo
inminente y en esa situación las partes aceptaron la mediación de S. S. Juan Pablo II. La
mediación condujo a la celebración, en la Ciudad del Vaticano, del Tratado de Paz y
Amistad de 29 de noviembre de 1984, que se publicó en el Diario Oficial de 14 de mayo de
1985.
En la materia de la Laguna del Desierto, que recae en "el recorrido de la traza del límite
entre el Hito 62 y el Monte Fitz Roy", tres de los integrantes del tribunal acogieron la tesis
argentina, mediante sentencia de 27 de octubre de 1994. Contra este fallo el Gobierno
chileno pidió la revisión del laudo, aduciendo que éste había sido consecuencia de errores
de derecho resultantes de actuaciones de la causa y, subsidiariamente, hizo peticiones en
cuanto a la interpretación y modo de ejecución de la sentencia arbitral.
El 13 de octubre de 1995 se dio a conocer la sentencia por la cual el tribunal arbitral -por
cuatro votos y en contra del juez chileno Santiago Benadava- desechó la revisión pedida y,
por la unanimidad de sus miembros, la interpretación o modo de ejecución también
solicitada por nuestro país.
55.El territorio antártico. Dando mérito a antecedentes de gran valor jurídico, histórico y
geográfico, desde 1940 (D.S. Nº 1.747) la nación chilena reafirmó explícitamente sus
derechos en la zona antártica, proyección natural de su territorio, que siempre se le
reconoció como extensión suya, elocuentemente expresada en el poema épico "La
Araucana", de Alonso de Ercilla y Zúñiga, escrito por un español que conoció muy bien
nuestro país y que fue una de las figuras cumbres de la literatura del siglo de oro de su
patria. El D.F.L. Nº 298, de 17 de julio de 1956, contiene el estatuto del Territorio Antártico
Chileno, dictado de acuerdo con la Ley Nº 11.846, de 17 de junio de 1955. Chile ratificó el
Tratado Antártico de 1959, que fijó el régimen a que deberían ajustarse los diversos
Estados que han sostenido derechos en la zona.
56.Referencias constitucionales. Consecuencia de ser el territorio el ámbito espacial del
ordenamiento jurídico del Estado, de acuerdo a la definición de Kelsen, es que en la
Constitución chilena se le reconozcan diversos efectos:
b) Son chilenos los nacidos en el territorio de Chile, con las excepciones señaladas en el
texto (art. 10 Nº 1).
c) Por el hecho de avecindarse por más de un año en Chile se hacen chilenos los hijos de
padre o madre chilenos nacidos en el exterior (art. 10 Nº 3).
d) Los extranjeros avecindados en Chile por más de cinco años podrán, cumpliendo ciertos
requisitos, ejercer el derecho a sufragio (art. 14).
k) Por la declaración del estado de sitio, el Presidente puede trasladar a las personas de un
punto a otro del territorio nacional (art. 41 Nº 2).
n) Cesa en su cargo el diputado o senador que se ausentare del país por más de 30 días sin
permiso de la Cámara a que pertenezca, o en receso de ella, de su Presidente (art. 57 inc.
1º).
ñ) Son materias de ley las que permitan la entrada de tropas extranjeras en el territorio de
la República, como asimismo la salida de tropas nacionales fuera de él (art. 60 Nº 13).
En cuanto al territorio marítimo, cabe anotar que Chile, por decreto de 23 de junio de
1947, dictado por el Presidente Gabriel González Videla, declaró que sus derechos se
extendían a 200 millas marinas, tesis que fue acogida por el Perú y por Ecuador, por lo
cual junto con Chile esos Estados celebraron el Tratado de 19 de agosto de 1952. Tales
declaraciones y numerosas otras circunstancias contribuyeron a agitar en la opinión
internacional los problemas relativos al alcance de la soberanía marítima y llevaron a la
celebración de la Convención del Mar de 1982. Como consecuencia de la Convención
recién citada, por la Ley Nº 18.565, de 23 de octubre de 1986, se modificaron los arts. 593
y 596 del Código Civil y de acuerdo con ellos cabe distinguir:
a) "El mar adyacente, hasta la distancia de doce millas marinas medidas desde las
respectivas líneas de base, es mar territorial y de dominio nacional" (primera parte del art.
593).
b) En la zona contigua, que "se extiende hasta la distancia de veinticuatro millas marinas,
medidas de la misma manera", el Estado ejerce jurisdicción "para objetos concernientes a
la prevención y sanción de las infracciones de sus leyes y reglamentos aduaneros, fiscales,
de inmigración o sanitarios" (segunda parte del art. 593).
c) La zona económica exclusiva es "el mar adyacente que se extiende hasta las doscientas
millas marinas contadas desde las líneas de base a partir de las cuales se mide la anchura
del mar territorial" y en ella "el Estado ejerce derechos de soberanía para explorar,
explotar, conservar y administrar los recursos naturales vivos y no vivos de las aguas
suprayacentes al lecho, del lecho y el subsuelo del mar, y para desarrollar cualesquiera
otras actividades con miras a la exploración y explotación económica de esa zona" (art.
596 inc. 1º).
d) "El Estado ejerce derechos de soberanía exclusivos sobre la plataforma continental para
los fines de la conservación, exploración y explotación de sus recursos naturales" (art. 596
inc. 2º).
De acuerdo con el inciso final del art. 596 del Código Civil, al Estado "le corresponde toda
otra jurisdicción y derechos previstos en el Derecho Internacional respecto de la zona
económica exclusiva y de la plataforma continental".
De acuerdo con los principios del Derecho Internacional, reproducidos en nuestras leyes
nacionales (art. 159 del Código de Procedimiento Penal), son también territorio legal
chileno las naves de guerra chilenas en cualquier lugar en que se encuentren y las naves
mercantes con bandera chilena que se encuentren en alta mar. Respecto a las aeronaves,
el Código respectivo (Ley Nº 18.916, de 8 de febrero de 1990) dispone que las militares
chilenas están sometidas a la jurisdicción nacional cualquiera que sea el lugar en que se
encuentren (art. 2º inc. 2º) y las civiles y de Estado chilenas lo están mientras se desplacen
en el espacio aéreo no sujeto a la soberanía de ningún Estado (art. 5º inc. 1º).
Los tratadistas contemporáneos no consideran, como sus antecesores, que forman parte
del territorio extranjero las legaciones diplomáticas de los Estados, sino que simplemente
existen inmunidades de jurisdicción en favor de quienes tienen derecho a los privilegios
que comprenden.
Finalmente debe tenerse en cuenta que es territorio chileno todo el que esté sometido a
la jurisdicción nacional, aunque se halle transitoria o precariamente comprendido en ella,
por no estar incorporado definitivamente al territorio chileno. Así ocurría, por ejemplo,
respecto de Tacna, hasta que fue devuelta al Perú, como consecuencia del Tratado de
1929, y puede suceder respecto de un territorio ocupado militarmente por las armas
chilenas (arts. 3º Nº 1 y 5º Nº 2 del Código de Justicia Militar).
C. Emblemas nacionales
En el informe con que la Comisión Ortúzar hizo llegar al Ejecutivo su proyecto, se explica
en los siguientes términos la razón de la norma:
60.Análisis del precepto. La norma que se comenta se completa con el art. 22, que
preceptúa: "Todo habitante de la República debe respeto a Chile y a sus emblemas
nacionales" (inc. 1º), y con el art. 60 Nº 6, que coloca entre las materias de ley: "Las que
modifiquen la forma o características de los emblemas nacionales".
D. El Estado
1) Concepto
Así, en efecto, y con la mayor frecuencia, busca significar con él a la sociedad desde el
punto de vista del derecho, de la organización que se da para conducirla al bien común.
Con esta proyección se dice, por ejemplo, que el Estado es unitario (art. 3º), se le confía el
cumplimiento de numerosos deberes (art. 1º inc. 5º), se dice que está al servicio de la
persona humana y su finalidad es el bien común (art. 1º inc. 4º).
Con lo dicho, de las tres significaciones atribuidas por el constituyente al Estado, en este
Capítulo veremos que sólo contempla normas que consideran al Estado o como
organización jurídica de la sociedad o como conjunto de órganos del poder público.
En la primera de las acepciones citadas procede analizar los incisos 4º y 5º del art. 1º; la
segunda se usa en los arts. 6º y 7º.
2) Fin del Estado
62.Definición. En los siguientes términos define el inc. 4º del art. 1º de la Carta el fin del
Estado, tomando este vocablo en la primera y más fundamental de las acepciones que
quedaron sentadas:
"El Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común,
para lo cual debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada
uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material
posible, con pleno respeto a los derechos y garantías que esta Constitución establece".
En la sesión 45ª el señor Guzmán dio a conocer una proposición de texto sobre la misión
del Estado de promover el bien común. En esa misma sesión se discutió acerca de la
conveniencia de incorporar un texto como el propuesto; manifestaron los señores Diez y
Silva sus aprensiones de que la redacción insinuada fuera en exceso discursiva y
explicativa, y dio a conocer el señor Ovalle su total rechazo a la sugerencia misma por
considerar que ello no es materia propia de una Constitución. El señor Guzmán, al
sostener su posición, explicó que el concepto de bien común "...tiene, por desgracia,
interpretaciones distintas, que lo hacen contradictorio y que admite las más variadas
aplicaciones prácticas, de acuerdo con los cambios históricos que se vayan presentando,
sin que sea una concepción según la cual haya que mantener una legislación o forma de
Gobierno rígida" (pág. 7).
Durante la sesión 46ª, con motivo de una nueva propuesta del señor Guzmán, y con los
votos en contra de los señores Ovalle y Evans (pág. 18), se aprobó la siguiente redacción,
perfeccionada en la reunión 47ª (pág. 2): "La acción del Estado debe promover el bien
común creando las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los
integrantes de la comunidad nacional alcanzar su más plena realización personal posible,
tanto espiritual como material, con pleno respeto a la libertad y dignidad del ser
humano".
Más adelante, el proyecto del Capítulo I elaborado por el señor Carmona y presentado en
la sesión 402ª no contenía el precepto ya aprobado por la Comisión como art. 2º, ante lo
cual el señor Guzmán hizo una defensa de tal norma (págs. 3196 a 3198 y 3201), al paso
que el señor Bertelsen "lo encuentra intervencionista; hay en él una invitación a la
intervención estatal y al incremento de la acción estatal en los distintos ámbitos de la vida
social" (pág. 3198) y propuso que se alterara el orden del art. 2º, colocando al final de
dicho precepto lo relativo al bien común, porque "ello permitiría el desarrollo de una
concepción subsidiaria en términos tales que lo que el hombre no pueda hacer, lo hará la
familia, la sociedad y, por último, el Estado" (pág. 3203). El señor Guzmán propuso
reemplazar la primera parte de la norma, que decía: "El Estado debe promover el bien
común creando las condiciones sociales", por "El Estado debe contribuir a crear las
condiciones sociales", eliminando la referencia al "bien común", porque, al decir del señor
Guzmán, "las normas constitucionales deben apuntar más al contenido de los conceptos
que a su enunciación o a su nombre" (pág. 3203).
Pacem in Terris, reiterando a Mater et Magistra, recuerda que ésta estableció que "El bien
común abarca todo un conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el
desarrollo expedito y pleno de su propia perfección" (Nº 58). La Constitución Apostólica
Gaudium et Spes explica que se refiere al conjunto de tales condiciones con las cuales "los
hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su
propia perfección" (Nº 74).
El análisis del precepto impone distinguir los diversos trascendentales componentes que
lo incluyen:
a) Se trata de determinar la finalidad del Estado. No se refiere, pues, a la finalidad de la
sociedad, la cual tiene una variedad e infinidad de propósitos además del que se concreta
con el apoyo del Estado, que representa tan sólo uno de los muchos bienes que se buscan
en la sociedad, como es el de dotarse de una organización jurídica que propenda al mejor
desarrollo de los objetivos que mueven a sus componentes individuales o colectivos.
b) Señalando la finalidad del Estado, el texto define que consiste en promover el bien
común. "Promover" es "tomar la iniciativa para la realización o el logro de algo", con lo
cual se contempla el rasgo activo y dinámico que le es ineludible, por cuanto el bien
general no brota como resultado automático de los movimientos y actividades
espontáneamente generados en el seno de la sociedad, sino que requiere un agente
distinto de los actores que en ella se mueven, o sea, la voluntad de alguien ajeno a ellos
que se esfuerce en definir y ponga en acción lo que conviene a todos.
c) La finalidad del Estado es, caracterizada por tal promoción, buscar la realización de su
contenido y ese contenido consiste en el bien común, el bien general, "los intereses
generales de la Nación" o "el interés nacional" (art. 19 Nº 24), algo que no se identifica de
modo particular y exclusivo con los bienes, finalidades o propósitos perseguidos por cada
uno de los componentes de la sociedad civil, de la sociedad mayor jurídicamente
convertida en Estado. Así, pues, el bien colectivo es de diversa índole que el de los
miembros, porque, siendo común a todos, no consiste en la suma de los bienes
particulares ni se identifica específica y autónomamente en forma concreta con la
finalidad perseguida por cada uno de los individuos y grupos que conforman la sociedad
civil entera.
Con los términos debe contribuir se señalan la sustancia y las características de las tareas
que competen al Estado, su obligación primordial, y se precisa simultáneamente que no
asume ni absorbe por su parte las metas propuestas por sus integrantes, las cuales
deberán buscarse con su mismo esfuerzo por cada uno de ellos y por sus propios medios y
energías. Jaime Guzmán expresó que "lo que se pretende con el precepto es definir el fin
del Estado y no atribuirle un carácter exclusivo a su misión de crear tales condiciones
especiales" (sesión 402ª, pág. 3203). Veremos que las condiciones sociales a que se refiere
el precepto equivalen a los valores que, haciéndose efectivos en la convivencia, se
convierten en medios e instrumentos que favorecen el desarrollo de personas y grupos.
f) Quienes deben ser favorecidos por la contribución a que el Estado está obligado son
todos y cada uno de los integrantes de la comunidad nacional; y éstos son, según lo
establecido en los tres incisos precedentes de este mismo art. 1º, los hombres, las familias
y los grupos intermedios.
g) La finalidad del Estado definida por la Constitución persigue buscar para sus miembros
todos su mayor realización espiritual y material, ya que las dos características unidas en
términos inseparables, cuerpo y alma, integran la persona humana, y aun cuando al
Estado no le compete velar directamente por la trascendencia del hombre, su acción
debe, no obstante, en todo momento, favorecerla. Ahora bien, la realización de la tarea
de cada uno ha de ser decididamente definida y perseguida exclusivamente por cada cual
según su propia vocación en la conciencia de sus aptitudes.
h) Es del caso precisar en qué consiste la contribución que se le pide al Estado en favor de
sus miembros por el precepto en estudio, es decir, cuál es el ámbito y naturaleza de la
altísima misión que ha satisfacer.
Las condiciones sociales que se imponen habrán de comprender todas aquellas que se
dirijan a crear el clima, la atmósfera, el ambiente, el estilo de convivencia que les facilite
los objetivos que para su particular beneficio se trazan libremente los miembros
individuales o colectivos de la comunidad nacional.
Las condiciones sociales a que el constituyente quiere aludir son cabalmente, como
dijimos, los valores colectivos cuya consideración, cuidado y vigencia equivalen a los
presupuestos que favorecen una calidad de vida que permita a cada cual, según sus
propias finalidades, propender a la consecución de sus particulares objetivos.
La equivalencia entre los términos "condiciones sociales" y "valores colectivos" se
confirma en el lenguaje usado. "Condición" es, en efecto, "situación o circunstancia
indispensable para la existencia de otra" y "valor" es "grado de utilidad o aptitud de las
cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite", "alcance de la
significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase", "fuerza, actividad,
eficacia o virtud de las cosas para producir sus efectos".
Las condiciones o los valores que el constituyente invoca podrán ser variadísimos en su
naturaleza, calidad e intensidad y todos actuarán como factores que faciliten las
decisiones y las actividades propulsadas por los elementos individuales y sociales que
estructuran el tejido social.
Más adelante el constituyente hace presente algunos de esos valores, pero en ningún
momento la mención de algunos de ellos en una u otra norma puede ser exhaustiva,
porque todos los indicados, y muchos otros que pudieran no ser explicitados, pueden
requerirse como condiciones sociales en determinado momento indispensables.
j) con pleno respeto a los derechos y garantías que esta Constitución establece. Este
requisito, que pudo darse por supuesto, fue agregado, sin que se conozca su razón y
antecedentes, por la Junta de Gobierno y representa una de las muchas expresiones
encaminadas a subrayar la supremacía de la Carta misma en relación al cumplimiento de
todos los deberes que al mismo Estado le ha confiado la propia Constitución. Puede ser
objeto de críticas el uso del verbo "establecer" si se entendiera, a nuestro juicio sin
fundamento sólido, que su significación pugna con lo que dispone el inc. 2º del art. 5º de
la Carta, conforme al cual el ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto
de los derechos esenciales que emanan de la persona humana y que, por tal motivo, la
misión de la Constitución no es crearlos y darles origen, sino que precisamente
reconocerlos, limitarlos en cuanto corresponda y asegurar las posibilidades de ejercerlos.
Este agregado final del inciso contribuye a esclarecer que el criterio de posibilidad al cual
el constituyente condiciona la realización del bien común comprende tanto el orden de las
energías y medios humanos y materiales de que dispone cuanto las facultades que otorga
a la autoridad, conforme al marco del Estado de Derecho que la Carta consagra.
65.Análisis del precepto. Después de definir en forma general el deber del Estado de
propender a la vigencia de las condiciones o valores que facilitan la convivencia en el inc.
4º del art. 1º, el quinto menciona específicamente algunos de ellos.
"Es deber del Estado resguardar la seguridad nacional, dar protección a la población y a la
familia, propender al fortalecimiento de ésta, promover la integración armónica de todos
los sectores de la Nación y asegurar el derecho de las personas a participar con igualdad
de oportunidades en la vida nacional".
"Este deber ha de entenderse, por cierto, sin perjuicio del que le asiste a todo chileno de
contribuir a su preservación que está contemplado en el párrafo relativo a los deberes
constitucionales, del que nos ocupamos más adelante".
"La seguridad nacional en los Estados modernos tiene especial trascendencia, ya que ella,
en su más amplio sentido, no sólo comprende la defensa de la integridad territorial y de la
soberanía nacional, sino que también el desarrollo del país, pues una Nación
vigorosamente desarrollada está en mejores condiciones para precaver o superar con
éxito las situaciones de emergencia que puedan afectarla".
Será cuando nos refiramos in extenso a este valor social la oportunidad en que podremos
vincularlo a otros que se muestran más o menos relacionados o confundidos con él como
cuando se alude a la seguridad interna o externa, seguridad pública, o seguridad del
Estado. La seguridad nacional tiene, entre tanto, una significación muy diversa a la de la
seguridad individual y a la seguridad social.
Es del caso puntualizar una vez más aquí que la letra de las Actas Constitucionales derivó
del trabajo de una subcomisión y que la Comisión Ortúzar resolvió en pleno no dejar
testimonio de sus debates referidos al trabajo de dicha subcomisión, trabajo que se
efectuó en ausencia del autor de esta obra.
Más adelante, explicando el sentido de la frase en análisis, el señor Guzmán dijo: "el fin
del Estado es conciliar el bien de todos y de cada uno de los integrantes de la comunidad
evitando ponerse al servicio de unos en desmedro de otros. Añade que lo anterior es el
punto de partida, para afirmar a continuación que el Estado debe propender a la
integración armónica de todos los sectores de la Nación, rechazando el fomento de los
antagonismos sociales, de lo cual brota lógicamente el considerar ilícita la propagación de
doctrinas que sustenten concepciones de la sociedad fundadas en la lucha de clases"
(sesión 402ª, pág. 3202).
En el informe de la Comisión Ortúzar se dice que "la unidad nacional, expresada a través
de un propósito de integración armónica de todos los sectores de la comunidad que haga
posible lograr los grandes y permanentes objetivos de la Nación, preserva la integridad
física y moral de aquélla y la identidad histórico-cultural de la Patria".
Debe recordarse que "sector", ateniéndose a la definición, es "parte de una clase o de una
colectividad que presenta caracteres peculiares"; y que "Nación" no ha de tomarse aquí
como equivalente al Estado ni tampoco como referido a quienes tienen con éste el vínculo
de la comunidad social afectiva que los hace pertenecer a la Nación, y así ha de
entenderse por tanto aquí extensiva a todas las personas y grupos que coexisten en el
territorio nacional.
d) Es deber del Estado "asegurar el derecho de las personas a participar con igualdad de
oportunidades en la vida nacional".
Esta parte final del inciso se discutió ampliamente en las sesiones 45ª, 47ª y 187ª de la
Comisión Ortúzar. Surgida la propuesta sustancial e insinuada una redacción por la Mesa,
sigue otra por parte de Jaime Guzmán, en la que, después de definir que el Estado debe
promover el bien común, se entrega a aquél la tarea de "favorecer la participación
individual y social en los diversos campos de la vida del país" (sesión 45ª, pág. 4).
2) Reconocido ese derecho, al cual cabe comprender dentro de los derechos de las
personas humanas a que se refiere el art. 5º inc. 2º, preexistente a la formación de la
organización estatal y coexistente en ella, la Constitución convierte en deber del Estado
asegurar tal derecho, o sea, respetarlo, afirmarlo, robustecerlo, y todo con la orientación
que luego esclarece la propia norma.
En la redacción del precepto se tuvo muy en cuenta una disposición del art. 3º de la
Constitución de Italia, que había sido también recogida en el art. 10 Nº 17 del llamado
Estatuto de Garantías de 1971: "Corresponde a la República remover los obstáculos de
orden económico y social que, limitando de hecho la libertad e igualdad de los
ciudadanos, impidan el pleno desarrollo de la persona humana y la efectiva participación
de todos los trabajadores en la organización política, económica y social del país".
Que el "Estado de Chile es unitario" significa que hay en él un solo ordenamiento jurídico
positivo, generado en sus órganos centrales, aplicable a todas las personas, en la
extensión de su territorio, sobre la universalidad de las materias o aspectos que puede
comprender la competencia estatal.
La calidad de unitario del Estado en nada pugna a que ciertas normas, por su particular
razón y objetivo, no se refieran ni se apliquen a todos los miembros de la sociedad
política, sino a quienes se encuentren en las determinadas circunstancias explicadas por el
órgano que las emite. La gran mayoría de las reglas jurídicas no se aplican constantemente
a todos.
Tampoco se opone con el carácter unitario del Estado que ciertos mandatos puedan
dictarse para que rijan únicamente sólo en una o varias porciones del territorio, y así por
muchos motivos se promulgan leyes especiales destinadas a promover el desarrollo o
defender los intereses de determinadas regiones, provincias, ciudades o puertos.
El concepto de Estado unitario requiere, sin ser incompatible con su esencia, la existencia
de agentes locales de los órganos centrales, encargados de ejecutar las decisiones de
éstos, en atención a la imposibilidad práctica en que se encuentra la autoridad que se
desempeña en la capital de transmitir y realizar ella misma la voluntad del Estado hasta en
los últimos confines de su extensión espacial. Tal es la razón de que se contemple la
existencia de jefes locales para el Gobierno Interior del Estado (intendentes,
gobernadores).
67.Organización administrativa. Las funciones del Estado se realizan por la actividad de los
servicios que presta, ya directamente, por medio de órganos subordinados que
desempeñan sus facultades más privativas, ya por entes más o menos independientes
encargados de cumplir determinadas tareas. Es lo que forma la Administración estatal,
integrada por una variedad de instituciones dependientes o autónomas.
Ahora bien, los servicios administrativos pueden satisfacerse o en una forma centralizada,
con absoluto predominio de atribuciones de los funcionarios superiores que resuelven y
transmiten órdenes desde el asiento de sus jefaturas máximas, generalmente residentes
en la capital, o en forma descentralizada, es decir, dejando libertad e independencia o
autonomía más o menos amplia y sustancial a las agencias locales de las diversas
reparticiones.
El texto primitivo de la segunda parte del art. 3º de la actual Carta disponía: "Su territorio
se divide en regiones. La ley propenderá a que su administración sea funcional y
territorialmente descentralizada".
En relación a la historia del precepto original, conviene extractar las siguientes opiniones
que se dieron a conocer en la sesión 40ª de la Comisión Ortúzar, con motivo del proyecto
elaborado por la Mesa, que entonces proponía expresar: "El Estado de Chile es unitario y
está formado por regiones dotadas de facultades y recursos para promover su desarrollo":
"....no obstante que el Estado sea unitario -expresamos-, el país no está formado por
regiones, sino simplemente está estructurado en ellas. Enseguida expresa que ...la frase
“dotadas de facultades y recursos para promover su desarrollo” implica una redundancia,
ya que la misma idea será necesario contemplarla con posterioridad en el desarrollo del
texto constitucional. Por otra parte, estima muy importante definir lo que es el Estado
unitario, porque cuando se explica el grado del Estado unitario, inmediatamente se piensa
cómo se administra, y es necesario vincular el ordenamiento jurídico del Estado -que es
unitario- con la forma cómo se administra... Estima importante que la vinculación
conceptual del Estado unitario esté ligada, también, a la esencia del sistema que presidirá
la administración, la que será funcionalmente descentralizada. El órgano central, a su
juicio, no asume ni podría asumir, él mismo, las prestaciones de todos los servicios que la
colectividad exige, razón por la cual tiene que instituir, lógicamente, una serie de
reparticiones o entes vinculados a la estructura central para prestarlos. Eso es lo que se
llama una Administración funcionalmente descentralizada, por cuanto hay entidades con
personalidad jurídica y estatutos propios dentro de la unidad del Estado. Enseguida, el
órgano central debe instituir, también, la administración territorialmente descentralizada
que es precisamente lo que se tratará de hacer desde el punto de vista administrativo, ya
que no hay nada que esté más de acuerdo con la democracia que una administración
descentralizada en la cual las comunidades básicas que estructuran los distintos sectores
de la colectividad podrán expresar una voluntad que tendrá que ser considerada en el
ordenamiento jurídico" (págs. 10 y 11). Jaime Guzmán afirmó, por su parte: "No cree que
entre el Estado unitario y el federal exista un estado intermedio, con descentralización
funcional y territorial; pero de alguna manera lo que se pretende es una versión, una
modalidad o explicación del Estado unitario que se aproxima más a lo que generalmente
se quiere obtener a través del federalismo, sin necesidad de consagrar dicho régimen. Por
lo mismo, estima que estos conceptos de descentralización describen y complementan
aún más la idea del Estado unitario. Y desde este punto de vista, no advierte ninguna
inconveniencia práctica de que quede consagrado en el inciso primero; con la ventaja de
que, además, se logra una explicación clara de lo que se quiere expresar con el término
"Estado unitario" (pág. 12).
68.La reforma del art. 3º. El texto ya alterado de la segunda parte del art. 3º dispone: "Su
territorio se divide en regiones. Su administración será funcional y territorialmente
descentralizada, o desconcentrada en su caso, en conformidad con la ley", y es
consecuencia, en efecto, de la reforma que introdujo la Ley Nº 19.097, de 12 de
noviembre de 1991.
"El Ejecutivo propuso agregar las provincias y comunas, para concordar esta disposición
con el artículo 99 de mismo texto constitucional, que se refiere a estas nociones
territoriales. Por unanimidad, las Comisiones Unidas del Senado rechazaron la referida
inclusión por dos razones:
2. Porque la noción de regiones debe estar referida al territorio del Estado, y ello debe
explicarse en este artículo. Al contrario, las normas relativas a la administración interior
del Estado, como son las que regulan la división territorial de las regiones en provincias y
las de éstas en comunas, no corresponden a preceptos sobre bases esenciales de la
institucionalidad, por lo que deben insertarse en un capítulo diferente, tal como está
señalado en el texto vigente.
Se aprobó la indicación formulada en tiempo futuro "será" por los HH. Senadores señora
Frei y señores Fernández, Huerta, Pacheco, Palza y Vodanovic.
Se precisó que éste debe entenderse como una transferencia de competencias desde el
nivel central a entes jurídicamente diferenciados de aquél (es decir, dotados de
personalidad jurídica y patrimonio propio) y que no están jerárquicamente subordinados,
sino sometidos a su supervigilancia.
La unanimidad de los miembros de las Comisiones Unidas del Senado, con la excepción
anotada respecto a la forma verbal empleada, prestaron su aprobación a la indicación del
H. Senador señor Fernández.
Sin embargo, el H. Senador señor Ríos previno que si bien concurría a dicho acuerdo, no
votaba favorablemente la inclusión de la frase "o desconcentrada en su caso", toda vez
que, en su opinión, tal concepto desvirtúa el propósito de descentralización que postula el
precepto.
Las Comisiones Unidas de la Cámara de Diputados debatieron acerca del alcance de los
términos descentralización y desconcentración y sobre la procedencia de una u otra forma
de organización que, en definitiva, deberán adoptar los órganos o servicios de la
administración en conformidad a la ley.
Quedó en claro que el propósito fundamental era hacer más imperativo el mecanismo de
la descentralización, operando el de la desconcentración tan sólo en aquellos casos en que
no pueda recurrirse al anterior. Por lo tanto, no serían fórmulas alternativas.
E. Forma de Gobierno
Más adelante el señor Carmona, en la sesión 402, al recomendar una nueva redacción del
Capítulo I, incluyó la acogida en este art. 4º -la que no incluye la calificación de
"representativa"-; a ello adhirió el señor Guzmán por estimar que "sin perder la esencia
del concepto anterior, evita la tendencia a considerar a las autoridades como mandatarios
del pueblo, en circunstancia de que son sus gobernantes. Añade que quien gobierna no es
un mandatario del pueblo, porque en tal caso debería hacer lo que quiere su mandante".
El señor Bertelsen agregó: "...Chile es una República democrática no sólo en lo atinente a
los Poderes Públicos, sino en cuanto a la sociedad toda, a la cual se está dando mayor
participación" (pág. 3205).
Son semejantes una y otra Carta, las de 1925 y de 1980, al considerar la república como
forma de gobierno, puesto que equivale expresar "su gobierno" (el del Estado de Chile) es
"republicano", como se decía en la de 1925, o disponer que "Chile", es decir, el Estado de
tal nombre, "es una república".
Sabemos que en doctrina república se opone a monarquía como forma de gobierno en los
dos sentidos en que esta última puede presentarse, esto es, tanto si se la toma como
regencia con poder absoluto de un rey a quien pertenece y en quien se identifica la
soberanía estatal, como si se la entiende según la mayoría de sus realizaciones posteriores
y contemporáneas, que reducen el papel del monarca, ya al de cabeza del Poder Ejecutivo,
ya lo mantienen como simple titular, cada vez más simbólico, de la jefatura del Estado.
Colocado en la cima del gobierno y del Estado un jefe elegido, temporal y responsable, se
concreta fielmente el gobierno republicano enunciado en el art. 4º.
Por ser gobierno del pueblo, se proclama a la Nación como titular de la soberanía, a la que
no puede renunciar. Y en atención a la unidad de ésta, ningún sector de él ni individuo
alguno puede atribuirse su ejercicio (art. 5º inc. 1º).
Por ser gobierno por el pueblo, se otorga a quienes reúnen ciertas mínimas condiciones el
derecho de sufragio, que les permite elegir Presidente de la República, una porción de los
senadores, diputados y concejales (arts. 26, 44, 45 y 108), y pronunciarse en caso de que
el Presidente de la República consulte a la Nación sobre una reforma constitucional (art.
117 incs. 4º y 6º), o, en el plano comunal, que no es propiamente el gubernativo, cuando
el alcalde somete a plebiscito materias de administración municipal (art. 107 inc. 3º).
Por ser el gobierno para el pueblo, el Estado está al servicio de la persona humana y su
finalidad es el bien común (art. 1º inc. 4º) y tiene como especiales deberes los que se
indican en el inc. 5º del art. 1º, reconociendo la Carta a todas las personas los derechos,
igualdades y libertades que enuncia principalmente en la enumeración del art. 19.
"En Chile no hay persona ni grupo privilegiados", dice más adelante la Ley Fundamental
(art. 19 Nº 2), así como la Carta de 1925 disponía: "En Chile no hay clase privilegiada",
ratificando lo expresado en la de 1833. Se afirma así una vez más uno de los aspectos
característicos de la vocación democrática de Chile, que se definió desde el comienzo de
su vida propia, gracias, en mucha parte, a la influencia y tesón de O”Higgins (ver Leopoldo
Castedo, t. II, p. 645; Encina, t. VII, págs. 391 y siguientes).
F. La soberanía
Después del extenso debate que se desarrolló en las sesiones 38, 40, 48 y 49 de la
Comisión Ortúzar, se llegó a recomendar la redacción siguiente: "La soberanía reside en el
pueblo, quien la ejerce directamente a través del plebiscito y las elecciones o mediante la
delegación de su ejercicio en las autoridades que esta Constitución establece" (inc. 1º art.
4º). "Ningún sector del pueblo ni ningún individuo pueden atribuirse su ejercicio" (inc. 2º
del mismo precepto).
"Se entenderá por poder político el poder de decisión o de gobierno en los asuntos
generales de la Nación, y su ejercicio estará entregado a los órganos o poderes del Estado,
generados por medio del sufragio universal, el cual se canalizará a través de los partidos
políticos y corrientes independientes de opinión."
El comentario del precepto tiene que recoger, además, por su carácter oficial, la
explicación de la norma que se da a conocer en el informe con que el anteproyecto se
envió por la Comisión Ortúzar.
"El concepto de soberanía ha suscitado debates desde su formulación entre los estudiosos
de la Teoría del Estado, y, más modernamente, de la llamada Ciencia Política."
"Con todo, y sea que se la estime como el Poder mismo del Estado o como una cualidad
de dicho Poder, lo cierto es que la soberanía se traduce en que el ordenamiento jurídico
que nace del poder estatal no deriva su validez de ningún otro ordenamiento jurídico
superior al cual hubiera que reconocerle subordinación".
"Es cierto que la evolución de la doctrina constitucional moderna se inclina hoy a sostener
que la soberanía reside en el pueblo y no en la Nación, cambiando así el concepto de
"soberanía nacional" por el de "soberanía popular".
"Con razón V. E. expresó en su Mensaje presidencial de 1975 que "La Patria, con su
tradición e identidad histórico-cultural, no es patrimonio de ninguna generación
determinada, porque también pertenece a las que la construyeron en el pasado y a las
que la reclamarán como un legado al que tienen derecho en el futuro".
"El precepto del anteproyecto hace una distinción que no contemplaba la Constitución de
1925, cual es la de que el ejercicio de la soberanía se realiza directamente por el pueblo a
través del plebiscito y de las elecciones y por las autoridades establecidas por la
Constitución..."
Nuestra Ley Fundamental es, según la norma transcrita, fiel a la concepción clásica de la
soberanía nacional, reflejo a su vez del pensamiento político sostenido en los
acontecimientos vividos en la revolución francesa, desarrollado después por sus
expositores y concretado en los numerosos textos constitucionales que en ese país se
dictan y que los nuestros y los de muchas otras naciones imitan.
De acuerdo con tal formulación, el titular de la soberanía viene a ser una abstracción con
la que se quiere comprender la unidad del grupo, formado por su tradición histórica, que
en su realidad presente le revela el porvenir colectivo, creación ideal que interpretan los
representantes designados por el mismo grupo, quienes no pretenden sujetarse a la
voluntad de sus mandantes sino definir cómo ellos observan y deducen las exigencias de
la comunidad política.
76.Soberanía popular. El autor se inclina a adherir a una tesis diversa de la que refleja la
Carta en orden a quién debe ser tenido no sólo como teórico sino como real soberano en
una democracia.
Al iniciarse las deliberaciones sobre el tema propuso un texto (sesión 38º , pág. 8) que
establecía: "La soberanía reside en el pueblo, existe para el bien común y se ejerce
mediante las elecciones, las consultas plebiscitarias y el uso de las libertades que esta
Constitución consagra".
Al explicar la redacción propuesta, según lo testimonia la sesión 48ª: "El señor Silva
Bascuñán señala, en primer lugar, que es evidente, como lo saben quienes han estudiado
la materia, que la soberanía puede concebirse de dos maneras. Una es la posibilidad eficaz
de conducir al Estado hacia su fin; o sea, que existan instrumentos que lo capaciten para
lograr su objetivo. Pero ese no es el sentido que tiene este artículo, porque, desde ese
punto de vista, la soberanía reside en toda organización jurídica estatal".
"En este aspecto se debe precisar quién, dentro de la colectividad nacional, tiene la
soberanía, en el sentido de cuál es la voluntad que decide la marcha del poder. En este
sentido, se está empleando en el artículo 1º el concepto de la soberanía. En nuestra
sociedad política, quien define su orientación esencial hacia el fin común, es,
precisamente, el pueblo".
"Ahora bien, ¿qué significa que en el pueblo resida la soberanía” Quiere decir que él tiene
que expresar una voluntad que determine la acción del poder estatal. ¿Cómo se
manifiesta la soberanía del pueblo”: por la voluntad del electorado, el cual está llamado ya
a elegir ciertos miembros de los órganos que están sometidos en su formación a la
elección, ya mediante la consulta que se le haga plebiscitariamente, en los casos que la
Constitución establece. Eso significa concretamente que la soberanía radica en el pueblo
que la expresa, ya por medio de la elección, ya por medio de la consulta, ya en cuanto no
es elección ni consulta, mediante la delegación que hace de su poder en las autoridades
que la Constitución establezca. O sea, hay que señalar claramente que la soberanía está
en el pueblo, lo cual significa que la voluntad de toda la colectividad nacional, de toda la
comunidad organizada, es la que da orientación al poder. Pero lo esencial del poder es
manifestar una decisión..."
"...le parece que para garantizar la democracia no es suficiente proclamarla sólo como
régimen gubernativo si no se dice que la sustancia de la democracia está en que el poder
de decisión resida en la comunidad organizada y no en la interpretación del bien común
que cualquiera persona haga, con la mejor intención, por creer que está encarnando al
pueblo..." (págs. 6 y 7).
77.Ejercicio de la soberanía. Por otra parte, junto a la explicada diversidad conceptual, nos
parece, además, de peligrosas consecuencias proclamar a la Nación como soberana,
porque al hacerlo de inmediato el texto contempla dos formas de ejercicio de tal
soberanía: una, realizada por el pueblo en plebiscitos y elecciones, y otra, a través de las
autoridades establecidas en la Constitución. Según la redacción que fue impuesta, han
quedado en nivel de igualdad jurídica y política las dos formas de ejercicio de la soberanía
previstas por la Carta. Entretanto, a nuestro parecer, el ejercicio de la soberanía que se
manifiesta a través de las autoridades constituidas debe estar sustancialmente
subordinado al querer tanto directo como indirecto del electorado. El electorado debe
ser, en efecto, tomado en cuenta por dichos órganos constitucionales al ejercer sus
funciones, como expresión del sentir de la mayoría de la comunidad. No pueden así las
autoridades hacer primar su peculiar manera de concebir y servir las exigencias que
estiman ser de la Nación como soberana. En síntesis, no creo que sea feliz haber colocado
en paralelismo, al mismo nivel y sin graduación, las dos formas de ejercicio de la
soberanía, porque una de ellas ha debido quedar por sobre la otra.
Nuestra diversa visión al dilucidar problema de tan amplia resonancia se esclarece al tener
que plantearse, por ello, en el terreno doctrinario, si los gobernantes deben o no ajustarse
a la voluntad del soberano, porque si no están obligados a someterse a ella y se sienten
autorizados para resolver y decidir según su particular apreciación de las conveniencias de
la Nación, no se está adoptando una democracia al estilo de las características de la
democracia occidental contemporánea.
La divergencia acerca de la determinación del titular efectivo del poder político queda,
asimismo, revelada en la contradicción gramatical que resulta al comparar entre quien,
según la Carta, es tenido por tal -la Nación- y quienes por su lado están facultados para
ejercer la soberanía: el electorado o las autoridades constituidas. En tal alternativa se
prescinde del real soberano que es el pueblo, o sea, la sociedad gobernada, que, como
pensamos, en todo instante expresa su querer al vivir dentro del ordenamiento jurídico y
ejercer sus miembros las libertades que éste les garantiza y, en fin, cuando corresponde a
través del electorado concretar y explicitar su voluntad.
En síntesis, en nuestra opinión, los órganos a los cuales, junto al cuerpo electoral, el
constituyente ha confiado el ejercicio de la soberanía ni pueden sentirse mandatarios,
trabados por las instrucciones de los mandantes como si ejecutaran un negocio privado, ni
con la misión de servir a la Nación, identificando con ella su propia visión, pasiones o
intereses, sino con la de satisfacer el querer mayoritario de la sociedad gobernada, que
define la concepción de bien común que prevalece en su seno y con la cual deberían
considerarse comprometidos los citados órganos.
78.Por los órganos constituidos. Siendo sólo el ejercicio de la soberanía el que se delega,
ya en el cuerpo electoral, ya en las autoridades constitucionales, el poder supremo se
conserva siempre en su titular. La Nación no puede, pues, renunciar a la soberanía que en
ella se mantiene.
La Nación, haciendo uso, en la más sustancial manifestación del soberano poder que
detenta, de su suprema potencialidad, dicta su Ley Fundamental, y conforme a ella delega
el ejercicio de su atribución en el cuerpo electoral y en las autoridades constituidas.
Con justeza el texto se refiere a las autoridades y no a los poderes, en atención a que, de
haber escogido este último vocablo, se habría podido deducir que son llamados al
ejercicio de la soberanía únicamente los tres órganos clásicos tomados en cuenta en la
clasificación de Montesquieu. Ciertamente, además de los órganos legislativo, ejecutivo y
judicial, varias otras autoridades resultan ser llamadas también al ejercicio de la
soberanía, como son, por ejemplo, las que desempeñan las funciones constituyente,
calificadora, de control, municipal y demás que menciona la Carta en su texto y cuya
organización y atribuciones señala.
Sin dejar de ser una democracia, no todas las autoridades establecidas por la Constitución
son, por otra parte, emanación inmediata del electorado. Así por votación directa se
designan tan sólo el Presidente de la República, los diputados, una parte de los senadores
y los concejales. Ahora bien, tanto las autoridades que emanan del electorado como las
otras que contempla la Ley Fundamental ejercen, en su respectiva órbita, algún aspecto
de la soberanía.
Con razón, pues, la Corte Suprema, en fallo de 8 de julio de 1967, dijo: "La soberanía que
tiene la Nación en cuanto al poder de legislar se refiere está, además, irrevocablemente
delegada por ella en los poderes constitucionales y no puede, por tanto, ejercerla
directamente en ningún tiempo, salvo para intervenir, según las normas vigentes de la
Carta Fundamental, en la reforma de ésta".
"De consiguiente, establecido que la soberanía delegada que ejerce en su esfera el poder
colegislador no está limitada, ni es revocable por la Nación, se sigue de ello que aquél
puede ejercer su oficio legislativo sin restricciones que provengan de la soberanía que en
la Nación reside, la cual no tiene poder como tal para controlar a los legisladores" (R.D.J.,
t. 64, sec. 1ª, pág. 228, citada por el Repertorio de Legislación y Jurisprudencia Chilenas,
págs. 4 y 5).
80.Prohibición de atribuirse su ejercicio. La última oración que contiene el inc. 1º del art.
5º, conforme a la cual "ningún sector del pueblo ni individuo alguno puede atribuirse su
ejercicio" (el de la soberanía), es corolario de la unidad inherente a la sociedad política, ya
se simbolice ésta, según la actual Carta, como Nación, ya según debería, a nuestro juicio,
reconocerse como "pueblo" en el sentido de sociedad gobernada.
La redacción aceptada fue propuesta por el señor Diez, quien expresó: "...como
declaración teórica, como declaración de principio, como consecuencia de que el pueblo
es el todo expresado en el plebiscito o en la elección, es positivo establecer que ningún
sector del pueblo, ni menos individuo alguno, puede atribuirse el ejercicio de la soberanía.
Agrega que esta idea la recogió de la Constitución francesa" (sesión 48ª, pág. 16).
Si lo que se prohíbe es el ejercicio de la soberanía por una porción del pueblo, porque el
soberano es en su unidad la sociedad gobernada en concreto, se exhibe, una vez más, la
impropiedad en que se incurre al llamar a ser titular de la soberanía a una concepción
abstracta como es la Nación.
La regla que comentamos resulta de la experiencia recogida con motivo de la anarquía
que sucedió a la caída del absolutismo moderno, en la que cada hombre, cada grupo, se
sentía depositario exclusivo de la soberanía y se atrevía a considerarse intérprete de los
deseos y exigencias colectivos, a través de apasionados memoriales o tumultuosas
reuniones en que pretendían imponer a todos sus particulares opiniones, pasiones e
intereses.
Una persona, un grupo, sólo pueden actuar en su exclusivo nombre, ejercer sus
particulares derechos, hacer peticiones por su propia cuenta, incluso cuando lo que
solicitan crean los peticionarios ser en interés de todos, aspiración que resultará por cierto
laudable y categóricamente admitida en la misma Constitución cuando asegura a todas las
personas la posibilidad de "presentar peticiones a la autoridad, sobre cualquier asunto de
interés público o privado, sin otra limitación que la de proceder en términos respetuosos y
convenientes" (art. 19 Nº 14).
Como las definiciones del Código Penal de 1874 no cubrían todas las formas modernas de
rebelión, se dictó, en 1936, la Ley Nº 6.026, de Seguridad Interior del Estado, ampliada
más tarde por la Ley Nº 8.987, que se llamó de Defensa Permanente de la Democracia,
derogada y reemplazada el 6 de agosto de 1958 por la Ley Nº 12.927, cuyo texto fue
refundido por Decreto Nº 890 del Ministerio del Interior, de 26 de agosto de 1975, y
modificada por la Ley Nº 19.041, de 14 de febrero de 1991. Esta ley de seguridad interior
del Estado, completada en el Código Penal, sanciona, en títulos diversos, delitos contra la
soberanía nacional y seguridad exterior del Estado; contra la seguridad interior de éste;
contra el orden público; y contra la normalidad de las actividades nacionales.
Otros cuerpos normativos que pueden entenderse vinculados a este precepto son: la ley
orgánica constitucional de estados de excepción, Nº 18.415, de 14 de junio de 1985; y las
siguientes leyes de quórum calificado: Nº 16.643, de 4 de septiembre de 1967, sobre
abusos de publicidad (art. 26); Nº 18.314, de 17 de mayo de 1984, sobre conductas
terroristas; y Nº 17.798, de 6 de diciembre de 1977, sobre control de armas.
81.Los pueblos indígenas. Es del caso plantearse el problema que surge al reflexionar
sobre el anhelo de sectores de la población nacional, que presentan las características
culturales de las poblaciones autóctonas, de conservar y fortalecer las peculiaridades que
los diferencian dentro de la comunidad nacional. Por evidente que sea el hecho de que
porciones de la población integran familias de pueblos indígenas, ninguna podría, dentro
de la preservación de la unidad nacional y del respeto de la prohibición en examen,
transformarse en ente colectivo autónomo, que pretenda fijar sus particulares caracteres
y objetivos y conformar una dirección propia que lo conduzca con entera libertad a su
realización.
Tal cuestión se suscitó cuando se propuso concretar entre nosotros la inspiración reflejada
en el Convenio Nº 169, abierto a la ratificación de Chile, sobre "pueblos indígenas y
tribales en países independientes", acordado el 7 de junio de 1989 por la Conferencia
General de la Organización Internacional del Trabajo. En el art. 1º del mencionado
Convenio se precisa que éste es aplicable "a los pueblos tribales en países independientes,
cuyas condiciones sociales, culturales y económicas les distingan de otros sectores de la
colectividad nacional, y que estén regidos total o parcialmente por sus propias costumbres
o tradiciones o por una legislación especial" (letra a) y que los "pueblos... son
considerados indígenas por el hecho de descender de poblaciones que habitaban el país o
en una región geográfica a la que pertenece el país en la época de la conquista o de la
colonización o del establecimiento de las actuales fronteras estatales y que, cualquiera
que sea su situación jurídica, conservan todas sus propias instituciones sociales,
económicas, culturales y políticas, o parte de ellas" (letra b).
Si cada sector, cada corporación, cada estamento social quiere hacer triunfar, sin
restricción de medios, sus propios puntos de vista, pretendiendo asumir actitudes
incompatibles con el desempeño normal y regular de los órganos de autoridad, el orden
constitucional se destruye, la democracia se hace imposible y merecen los sectores que
provoquen tal situación la condena que deriva del precepto en análisis.
83.Soberanía externa. Cualquiera que sea la tesis que se sostenga acerca del titular de la
soberanía y sobre quienes pueden ejercerla, tanto referida ésta al poder supremo
decisorio como a la sustancia de las resoluciones y actuaciones de éste, la soberanía a que
el constituyente se remite es tanto la que se refleja en la esfera interna -referida al
establecimiento de la organización de la sociedad política y al funcionamiento de ésta
dentro de su marco- como aquella que se refleja en el ámbito de la soberanía externa, en
cuanto, como se ha dicho, comprende ésta el derecho que tiene la organización estatal a
que los demás Estados y la convivencia internacional respeten su propia autonomía.
La soberanía externa se vincula con los problemas que se abren en torno a la preservación
de la seguridad del país en relación a sus vecinos, a los demás Estados y a la comunidad
internacional. La preocupación por este valor máximo de subsistencia del propio Estado es
lo que, en términos indiscutibles, la Carta llama seguridad exterior o externa o del Estado
y al que la actual Constitución alude con frecuencia -y con sentido que da origen a
dificultades interpretativas-, con los vocablos "seguridad nacional". La importancia que la
Constitución da al valor en referencia queda anunciada en el inc. 5º de su art. 1º, cuando
establece que "es deber del Estado resguardar la seguridad nacional".
Se explica, por ello, que al configurar la misión constitucional del Jefe del Estado, la
extienda la Carta no sólo a todo cuanto tenga por objeto la conservación del orden público
en el interior, sino que, al mismo tiempo, la seguridad externa de la República (art. 24 inc.
2º).
Con los mismos fundamentos proclama la Carta que las Fuerzas Armadas "son esenciales
para la seguridad nacional" (art. 90 inc. 2º) y se constituye específicamente un "Consejo
de Seguridad Nacional" (art. 96).
Los motivos expuestos explican que al Jefe del Estado confíe la Carta la misión de conducir
las relaciones políticas con las potencias extranjeras y organismos internacionales hasta
llegar a concluir, firmar y ratificar los tratados que estime conveniente para los intereses
del país, los que deberán ser sometidos a la aprobación del Congreso (art. 32 Nº 17 y 50
Nº 1).
84.Primera oración del inc. 2º del art. 5º y su origen. La primera oración del inc. 2º del art.
5º dispone:
"El ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales
que emanan de la naturaleza humana".
De las diversas acepciones que permite el vocablo, debería concluirse que no admite
diferenciar, en lo que pertenece a la esencia, entre lo que es importante y lo que no lo es,
ya que si no es importante no está en la esfera de la esencia. Así lo dio a entender
claramente Jaime Guzmán cuando prefirió eliminar la referencia a los derechos
"fundamentales", porque se deseaba extender la norma "a todos los derechos que
arrancan de la naturaleza humana; y no sólo a algunos" (sesión 49ª, pág. 19).
El alcance que acabamos de dar al vocablo "esencia" habrá de ser el mismo que más
adelante debamos reconocerle cuando en el art. 19 Nº 26 la Constitución garantiza a
todas las personas "la seguridad de que los preceptos legales que por mandato de la
Constitución regulen o complementen las garantías que ésta establece o que las limiten
en los casos en que ella lo autoriza, no podrán afectar los derechos en su esencia..." y al
interpretar el inc. 3º del Nº 24 del mismo art. 19: "Nadie puede, en caso alguno, ser
privado... de algunos de los atributos o facultades esenciales del dominio..."
Si en los "derechos esenciales" deben comprenderse todas las conclusiones evidentes que
derivan de lo natural, el concepto no puede proyectarse hacia consecuencias más o
menos lejanas de aquello que es ineludible, por corresponder más bien a las diversas
alternativas de aplicación, que provengan de las distintas situaciones de hecho o de la
repercusión de innumerables factores secundarios, coyunturales, relativos, discutibles,
etc., que deben tomarse en cuenta para concretar las decisiones que se expresan en las
normas jurídicas. Tal es, a nuestro juicio, el sentido que conviene dar a la agregación del
calificativo en examen, que debe mirarse como una advertencia para que no se exagere su
significación y se la lleve a generar una excesiva drasticidad normativa, y a perturbar la
evolución del ordenamiento jurídico y la incorporación a él de perfeccionamientos que se
inspiren en una imaginación creadora de soluciones de justicia.
e) El aspecto trascendental de la norma es, por cierto, precisar qué se entienden como
derechos esenciales "que emanan de la naturaleza humana".
86.Segunda parte del inc. 2º del art. 5º y su gestación. La segunda oración del inc. 2º del
art. 5º, conforme al texto que le dio la ley de reforma constitucional Nº 18.825, de 17 de
agosto de 1989, consecuente con el plebiscito de 30 de julio de ese año, expresa:
"Es deber de los órganos del Estado respetar y promover tales derechos, garantizados por
esta Constitución, así como por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se
encuentren vigentes".
Este agregado al art. 5º se originó en una proposición formulada por la Comisión Técnica
Concertación-Renovación Nacional, en su informe de 5 de abril de 1989, ratificada en su
segundo informe, de 15 de mayo, y luego incorporada también por el Gobierno, pero
sobre la base de cambiar, por la redacción que ahora figura en el texto, la expresión
precedente, que se refería a "las normas internacionales que comprometan a Chile".
Así, pues, en virtud del precepto que se comenta, los órganos del Estado no pueden
colocarse, en relación a los derechos a que el constituyente se refiere, en una actitud
simplemente pasiva, tomándolos como causa de restricción y vallas a su actividad, sino en
una postura de vigilancia y afirmación en cuanto a su observancia y de actividad en su
promoción. Sólo de este modo estarán dichos órganos en condiciones de ayudar al
cumplimiento del fin esencial de la organización jurídica de la sociedad, cual es contribuir
a crear las condiciones sociales que permitan a todos y cada uno de los integrantes de la
comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible (art. 1º, inc. 4º).
Debemos admitir, sin embargo, que desde el punto de vista gramatical, al ser colocada
una coma antes de la palabra "garantizados", la norma está distinguiendo dos categorías o
clases de derechos: por una parte, los que menciona la Constitución y, por otra, aquellos
derechos esenciales que no figuran en la tabla que ella contiene. Tal calificación deja a una
y otra especie de derechos en situación jurídica diferente, por cuanto a quien se vea
afectado por el desconocimiento de un derecho categóricamente registrado en la Carta le
bastará mencionar el precepto pertinente para entablar una acción fundada en él, en
tanto que quien alegue verse afectado en un derecho esencial no catalogado en la Ley
Fundamental, habrá de instar por su reconocimiento a los órganos de autoridad que,
según el requirente, habrían actuado contra ellos.
Es, por lo demás, lo que afirma la profesora Cecilia Medina: "Si la comunidad
internacional, o la nacional, se ponen de acuerdo en que ciertos derechos son "humanos"
o "esenciales", ellos podrán ser invocados por sus titulares sin necesidad de verse
expuestos a probar su naturaleza; ella está ya determinada de antemano y de manera
fehaciente. El artículo 5º, inciso 2º de la Constitución no está ajeno a este fenómeno.
Primero, establece como límite al ejercicio del poder los derechos esenciales que emanan
de la naturaleza humana, cualquiera que ellos sean. Segundo, establece una certeza
jurídica al reconocer constitucionalmente ciertos catálogos en los cuales esos derechos
están consagrados: la propia Constitución y los tratados internacionales ratificados por
Chile y que se encuentren vigentes. Esta decisión tiene un sólido fundamento. En el primer
caso, el más alto órgano estatal en materia de creación de normas, el órgano
constituyente, ha llegado a la conclusión de que ciertos derechos merecen
reconocimiento como derechos humanos; en el segundo, la comunidad internacional, con
participación del Estado de Chile, ha logrado un consenso en ese mismo sentido"
(Constitución, tratados y derechos esenciales, pág. 45).
89."Tratado". Ha de observarse, desde luego, que los documentos a los cuales el precepto
se refiere son exclusivamente aquellos que tengan la calidad de tratados.
Pues bien, sobre tal base ha de tomarse en cuenta la "Convención sobre Derecho de los
Tratados", suscrita en Viena el 23 de mayo de 1969, promulgada en Chile por Decreto Nº
381 del Ministerio de Relaciones Exteriores, publicado en el Diario Oficial del 22 de junio
de 1981. El decreto citado deja constancia de que fue ratificada dicha Convención por la
Junta de Gobierno mediante D.L. Nº 3.633, de 26 de febrero de 1981, y que fue
depositada su ratificación el 6 de abril de 1981 con dos reservas, relativas al principio de la
inmutabilidad de los tratados y al cambio fundamental de circunstancias a que se refiere
el art. 62 del instrumento. Pues bien, el art. 2º Nº 1 letra a) dispone que "se entiende por
“tratado” un acuerdo internacional celebrado por escrito entre Estados y regido por el
derecho internacional, ya conste en un instrumento único o en dos o más instrumentos
conexos y cualquiera que sea su denominación particular". La definición está fundada
exclusivamente en un criterio formal, que prescinde del todo de la naturaleza, contenido y
objetivo de las estipulaciones que contenga el documento, o sea, los tratados no
conforman distintas categorías que puedan fundarse en esos criterios.
En nuestro sistema constitucional, los tratados se concluyen y firman (art. 32 Nº 17) por el
Presidente de la República, se presentan al Congreso para que sean aprobados o
desechados en él de acuerdo con los trámites de una ley (art. 50 Nº 1), se ratifican por el
Presidente de la República (art. 32 Nº 17), sin perjuicio de que también deben
promulgarse y publicarse como las leyes, del modo que indica el art. 72 incisos 2º y 3º.
De los preceptos transcritos de la Convención de Viena se deriva con toda claridad que la
ratificación debe entenderse producida una vez que se han practicado las formalidades
indicadas en el citado art. 16. En otros términos, no basta la aprobación de un tratado
según el orden interno para que éste sea aplicable en el orden internacional o interno. Se
requiere además la ratificación, o sea, se necesita que un determinado Estado comunique
al otro o a la comunidad internacional que lo ha aprobado según su derecho y que tal
aprobación haya sido recibida o registrada conforme a las prescripciones de la citada
Convención.
92.Tratados a que se aplica la norma. Es, por cierto, condición para hacer aplicable a un
tratado la regla constitucional incorporada en 1989, que la convención contenga la
garantía de un derecho esencial emanado de la naturaleza humana, ya tenga el tratado
como finalidad específica asegurarlo, ya cuando, tratando cualquier materia, incorpore
alguna norma que configure un derecho de la especie descrita en este precepto de la
Carta. Cecilia Medina afirma, al respecto: "...si lo que se pretende reforzar por la
Constitución son los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana, el inciso
2º del artículo 5º debe incluir a todos los tratados que contengan alguna disposición que
proteja esos derechos. Por lo demás, el sentido de la norma es, en este aspecto,
inequívoco, al hablar de “tratados internacionales”, sin hacer distinción alguna. La
posición de los órganos de supervisión del sistema interamericano también apoya esta
respuesta" (ob. cit., pág. 49).
Estimamos inconcuso que el precepto que se analiza es aplicable tanto respecto a los
tratados que se encontraban en vigor al tiempo de incorporarse la norma a la Carta como,
con tanta o mayor razón, a los acuerdos internacionales ratificados con posterioridad.
93.Tratado no publicado. Parece útil anotar aquí cuáles son los tratados que, siendo de la
índole descrita por la regla constitucional, revisten una proyección más general y
sustancial. Tal calidad tienen, por ejemplo, el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos,
ambos de 16 de diciembre de 1966 y ratificados por Chile el 10 de febrero de 1972; la
Convención contra la Tortura o Penas Crueles, Inhumanas o Degradantes, de las Naciones
Unidas, de 10 de diciembre de 1984, ratificada el 30 de septiembre de 1988; la
Convención sobre Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, de
18 de diciembre de 1979, ratificada el 7 de diciembre de 1989; la Convención sobre los
Derechos del Niño, de 20 de noviembre de 1989, ratificada el 13 de agosto de 1990; la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, de 22 de noviembre de 1969, ratificada
el 21 de agosto de 1990, etc. Quienes deseen imponerse del texto mismo de esos y de
muchos otros documentos pueden encontrarlos íntegramente transcritos en la obra del
profesor Máximo Pacheco Gómez: Los Derechos Humanos.
Es inevitable recordar aquí, por ser causa en alto grado determinante de la introducción
en el plebiscito de 1989 del texto que se analiza, que, no obstante haber sido
promulgados por el gobierno militar en 1976 el Pacto de Derechos Civiles y Políticos y el
de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, convenidos ambos por las Naciones
Unidas en 1966, vinieron a publicarse, respectivamente, el 30 de abril y el 30 de mayo de
1989. Tan pronunciado retardo se basó en la intención de mantener la vigencia y
aplicación de normas legales claramente incompatibles con dichos pactos. Al amparo de
ese obstáculo, generado por el propio régimen, los tribunales se excusaron de acoger
acciones, recursos y reclamaciones sólidamente fundados en la vulneración manifiesta de
reglas que, siendo obligatorias para Chile en el campo internacional, se violaban
impunemente en la esfera interior. Es del caso admitir que, específicamente, la renuencia
a obedecer dichos pactos en la vida interna chilena se basaba, no hay duda, en que
conforme a ellos resultaban condenables las expulsiones de personas, decretadas,
principalmente, al amparo de la regla 24 transitoria de la Constitución que las autorizaba.
Vencido el período transitorio, la Junta de Gobierno no tuvo ya inconveniente en ordenar
insertar en el Diario Oficial los pactos mencionados, como lo confesó en declaración
explícita hecha al ordenar tal inserción.
Así, por ejemplo, la Corte Suprema, confirmando una sentencia de mayoría, expresó:
"Que... encontrándose establecido en autos que ni el decreto promulgatorio del Pacto que
ordenó cumplirlo como Ley de la República, ni el texto mismo han sido hasta la fecha
publicados en el Diario Oficial, es fundado que el Pacto carece de fuerza obligatoria en
Chile, al igual que, en idéntica situación, carecería de ella una ley promulgada pero no
publicada" (caso Leopoldo Ortega Rodríguez y Jaime Insunza Becker, en Revista Fallos del
Mes, Nº 311, octubre, 1984, págs. 588 y 589).
Fue precisamente esta renuencia de la jurisdicción nacional a acoger las acciones que
invocaban los pactos por la mera circunstancia de no haber sido publicados oficialmente
en el país, el motivo más determinante de las continuas condenaciones que sufrió Chile en
la sesión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas, apoyadas en el informe
adverso de su Comisión de los Derechos Humanos asentada en Ginebra, reacción de
alcance universal traducida en la designación de un relator especial para que velara sobre
el cumplimiento por Chile de los compromisos en la materia.
94.Jus cogens. El precepto constitucional se extiende exclusivamente a los tratados
internacionales, en tanto que, según quedó anotado, se había propuesto hacerlo aplicable
a los derechos garantizados "por las normas internacionales que comprometen a Chile".
"Para los efectos de la presente Convención -dice el acuerdo de Viena sobre el derecho de
los tratados en su art. 53- una norma imperativa de derecho internacional general es una
norma aceptada y reconocida por la comunidad internacional de Estados en su conjunto
como norma que no admite acuerdo en contrario y que sólo puede ser modificada por
una norma ulterior de derecho internacional que tiene el mismo carácter". En los términos
transcritos, el Convenio define lo que, desde el punto de vista de los analistas del Derecho
Internacional, se entiende como jus cogens.
El cambio impuesto en relación a la letra que se proponía armoniza con haberse omitido
en el anteproyecto de la Comisión Ortúzar una norma que en un comienzo había logrado
consenso en su seno, y que expresaba: "Chile adhiere a los principios y normas
universalmente aceptadas del Derecho Internacional y favorece los organismos mundiales
y regionales para la paz y el desarrollo".
96.Alcance del precepto. Un examen más completo que procure determinar en todo su
alcance el inciso en análisis, debería efectuarse después del comentario de los preceptos
de la Carta que consagran el régimen de los tratados internacionales, en los ya citados
arts. 32 Nº 17, 50 Nº 1 y 82 Nº 2. Reservándonos para entonces una revisión de la materia,
que pudiera resultar más profunda, y tomando en cuenta, simultáneamente, los
fundamentos que se vinculan a toda especie de tratado y aquellos que inciden
particularmente en derechos humanos esenciales, puntualizamos respecto de estos
últimos:
h) Desde que está ratificado un tratado que se vincula al régimen de los derechos
humanos esenciales se generan las obligaciones que el Estado de Chile debe respetar,
tanto respecto de los países contratantes como de los chilenos.
j) En la Comisión Ortúzar sostuvimos que "...dentro del ordenamiento jurídico chileno los
tratados constituyen una jerarquía de normas que están por debajo de la Constitución,
pero antes de la ley común y de todas las demás normas jurídicas que se dicten dentro del
Estado, de manera, entonces, que debe prevalecer, en el derecho interno, todo el
contenido de los tratados que regularmente se hayan tramitado y siempre que tal
contenido esté dentro de los preceptos constitucionales". Basándonos en esta convicción
formulamos la siguiente proposición de norma, que en definitiva no fue incorporada al
anteproyecto: "Los tratados regularmente aprobados, ratificados y promulgados,
prevalecen en el derecho interno en cuanto sean aplicables y su contenido no se oponga a
los preceptos de esta Constitución". En seguida sostuvimos: "que en esta forma queda
consagrada la jerarquía normativa de los tratados, que es inferior a la de la Carta
Fundamental, pero superior a cualquiera otra norma jurídica, y considera que, en realidad,
respecto de las demás normas jurídicas el tratado no las deroga ni las modifica, sino que
las supera, las hace inaplicables, las deja sin efecto, las hace caducas, no genéricamente,
en todo su contenido, sino que nada más que en función de su aplicación, en todo cuanto
se oponga a sus disposiciones" (sesión 47ª, págs. 14 y 15).
Las afirmaciones anteriores conservan, a mi juicio, pleno valor, incluso respecto de los
tratados sobre los derechos humanos esenciales. Revisten éstos, en efecto, una fuerza
jurídica superior a la de la ley, sin dejar de estar comprendidos, desde el punto de vista
formal, en el nivel de ésta, en virtud de que, de acuerdo con la Carta Fundamental, toda
normativa sobre derechos de los gobernados pertenece a la órbita legislativa. Así, pues,
aun cuando, por su propia índole, los preceptos contenidos en los tratados que
consideramos recaigan, según ya se ha anotado, en asuntos de la más diversa naturaleza,
cuando ellos inciden en lo que se pudiera llamar el "estatuto de la libertad" consagrado
por la Constitución, quedan siempre evidentemente situados en la categoría formal de la
ley y ello advirtiendo, una vez más, la circunstancia de que les acompaña mayor fuerza
jurídica al compararlos con la que reviste la ley interna común. En síntesis, si tratados y
leyes integran formalmente el mismo rango o jerarquía normativa, en la aplicación de
ambas preceptivas a un caso concreto tendrá primacía la del tratado sobre el precepto
legal.
- Parece claro, en la primera hipótesis, que la jurisdicción chilena debe dar preferencia al
contenido preceptivo de la Carta sobre el pertinente del tratado, por cuanto debe
considerar que el estatuto constitucional resguarda mejor los derechos esenciales que
emanan de la naturaleza humana. La aplicación de tal criterio por la magistratura nacional
no puede afectar las relaciones de Chile en el orden internacional, porque éste se
encuentra advertido de que la decisión de Chile, al ratificar el tratado, se hizo con el
presupuesto de que nuestra Carta Política manifiesta que la soberanía tiene como
limitación los derechos humanos esenciales, en los términos en que aparecen
especificados por nuestro estatuto. La situación producida no podría ser apreciada ante el
Derecho Internacional como una infracción al art. 27 de la Convención de Viena, porque
éste dispone que "una parte no podrá invocar sus disposiciones de su derecho interno
como justificación del incumplimiento del tratado", y la inobservancia del acuerdo en el
caso no está causada por el derecho interno. En éste no se permite, en efecto, vulnerar los
derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana, en atención a que ellos están
fuera de la soberanía interna de Chile, en cuyo ejercicio se celebró el tratado, y por sobre
la misma Carta Fundamental, como ella lo reconoce.
Así, pues, repetimos, si al precepto del tratado se le conoce una fuerza jurídica superior a
la del ordenamiento interno, ello no ocurre en pugna con nuestra Constitución, sino
precisamente en virtud de ella, que explícitamente coloca a derechos de tal trascendencia
por encima y por sobre el propio ordenamiento interno. En virtud de nuestra Carta, según
reiteramos, el tratado prefiere a ésta tan sólo si aquél no quebranta los derechos
esenciales que emanan de la naturaleza humana, de acuerdo con el criterio de la
jurisdicción nacional al resolver algún caso de aplicación del pacto.
97.Diversos tipos de normas. Nos parece que en la copiosa, densa y compleja literatura
provocada por la reforma del inc. 2º del art. 5º de la Constitución de 1980, subyace una
falta de claridad que explica la confusión consiguiente. Ella es causada porque no se
distingue debidamente, en la esfera de lo que corresponde dilucidar, lo que pertenece a la
técnica jurídica -desde el punto de vista de lo orgánico, formal y jerárquico-, que precisa la
validez, vigencia y efectos de la norma, de los problemas que suscita la decisión
jurisdiccional, que depende de los criterios de aplicación al caso de los principios de la
jerarquía normativa. Para resolver, en efecto, una controversia, se requiere tomar en
cuenta ambos aspectos. Aceptada esta premisa, debe apreciarse el alcance y efectos de la
norma aplicable al caso y pronunciarse sobre a cuál debe darse preferencia, cuando hay
varias normas aplicables a la controversia. La decisión judicial no altera las características
y el nivel permanente de las normas jurídicas que deben tomarse en cuenta en la solución
de la contienda.
Concluir que un precepto prevalece sobre otro, o sea, que tiene primacía al fallar un caso,
no representa por sí un pronunciamiento que se vincule a la determinación de la jerarquía
de la norma, porque, si no se puede preferir, por cierto, la inferior a la superior, puede
prevalecer una sobre otra, si teniendo ambas la misma jerarquía, ha de tomarse en cuenta
aquella que tiene mayor fuerza jurídica. Así tratado y ley son, en el orden jerárquico y en
el formal, normas jurídicas del mismo tipo, pero al considerar ambas para resolver el caso
propuesto, goza de mayor fuerza jurídica aquella que se contiene en el tratado. En este
sentido, concordamos con el profesor Gustavo Fiamma Olivares, quien sostiene que "no
existe en esencia ...una relación de jerarquía entre la ley y el tratado, sino, más bien, una
distribución de competencias" ("La jerarquía normativa de los tratados internacionales", El
Mercurio, Cuerpo D, pág. 24, del domingo 6 de noviembre de 1994).
"Los órganos del Estado deben someter su acción a la Constitución y a las normas dictadas
conforme a ella.
"Los preceptos de esta Constitución obligan tanto a los titulares o integrantes de dichos
órganos como a toda persona, institución o grupo.
"La infracción de esta norma generará las responsabilidades y sanciones que determine la
ley".
"Los órganos del Estado actúan válidamente previa investidura regular de sus integrantes,
dentro de su competencia y en la forma que prescriba la ley.
Las únicas alteraciones observables en la génesis del art. 6º consisten en que en el inciso
primero del anteproyecto de la Comisión Ortúzar se decía que los órganos del Estado
"someten" su acción a la Constitución, en lugar de "deben someter", y en que antes del
término "norma", se incluía el vocablo "toda". Ambos cambios se introdujeron en el
Consejo de Estado.
"El concepto de Estado de Derecho se caracteriza por ser un orden jurídico objetivo e
impersonal que obliga por igual a gobernantes y gobernados, traduciendo así el concepto
chileno de la juridicidad, de clara estirpe portaliana.
"El Estado de Derecho, en los términos expresados, lleva implícita la afirmación del orden
jerárquico de las normas de derecho, en virtud del cual un precepto jurídico no puede
contravenir lo dispuesto por otro de rango superior y, por tanto, ninguna norma puede
vulnerar o desconocer el contenido de la Constitución Política, principio conocido bajo el
nombre de “supremacía constitucional”.
"Expresión del Estado de Derecho es, por cierto, el que las funciones del Estado sean
ejercidas, de acuerdo con la Constitución, por órganos diversos e independientes entre sí,
sin perjuicio de la adecuada interrelación que debe existir entre ellos, concepto esencial
en una auténtica democracia".
Coincide con la apreciación que formulamos el debate que surgió en la Comisión Ortúzar
sobre la necesidad de incorporar un precepto que en forma explícita impusiera
literalmente la propia expresión "Estado de Derecho", que en las proposiciones iniciales se
usaba. Más adelante dicha referencia se suprimió, según resulta del debate, porque se
hizo valer que las características típicas del Estado de Derecho se van definiendo con
claridad en la aplicación de la normativa y además al considerar que la calificación de si un
determinado ordenamiento jurídico configura o no lo que procede exigir para denominar
a una organización como Estado de Derecho, es más bien tarea reservada a la deducción y
apreciación del intérprete, de los filósofos políticos, de los comentaristas de la Carta.
Reiteramos aquí lo que dijimos en la sesión 47ª: "...el Estado de Derecho tiene como
requisito técnico y lógico un ordenamiento jurídico que se respete, pero como base
fundamental requiere que ese ordenamiento jurídico, esa voluntad, estén sometidos
básica y sustancialmente al respeto de los derechos fundamentales del ser humano,
consistiendo, entonces, sin duda, en que si el Estado de Derecho es el resultado del
movimiento del Estado, de cómo se maneja el Estado, no cabría ponerlo, por lo tanto, en
el texto de la Constitución..." (pág. 24).
a) Obligatoriedad de la Constitución.
b) Supremacía constitucional.
d) Imperio de la ley.
f) Responsabilidades.
g) Sanciones.
Al disponer la Carta que sus preceptos "obligan tanto a los titulares o integrantes de
dichos órganos (del Estado) como a toda persona, institución o grupo" (inc. 2º del art. 6º),
la Ley Fundamental pretende que los integrantes de la comunidad política asuman el
compromiso de ajustar su conducta a sus mandatos e inspirar sus actos en el propósito de
colaborar al cumplimiento de las finalidades del Estado.
Así, pues, ya se identifique "institución" a órgano del Estado o a grupo intermedio o a ente
colectivo de otro tipo o especie, no alcanzado por las otras palabras empleadas, el uso de
voz de tan diversa resonancia, como es "institución", se hace con la intención de alcanzar
toda forma social.
Este precepto -como lo sostuvimos en la sesión 53 de la Comisión Ortúzar (pág. 8)- pone
de manifiesto la necesidad de que la Carta busque la realización de una de las misiones
importantes del propio documento, cual es contribuir a la educación cívica de los
miembros de la sociedad política y, junto a eso, llamarles la atención a la observancia del
deber consecuente de participar en su proceso directivo y luego en el cumplimiento de las
finalidades que ella se proponga.
Los deberes recién mencionados se proyectan sobre todos los habitantes, sean nacionales
o extranjeros. A todos ellos cabe aplicar el art. 8º del Código Civil, según el cual nadie
puede alegar ignorancia de la ley después de que ésta haya entrado en vigencia, y además
el art. 76 del mismo Código, según el cual el error en materia de derecho constituye una
presunción de mala fe que no admite prueba en contrario.
Al establecer el inc. 1º del art. 6º que "los órganos del Estado deben someter su acción a
la Constitución y a las normas dictadas conforme a ella", emplea la Carta, por primera vez
en nuestra tradición jurídica, una categoría conceptual definida en la evolución de la
ciencia política contemporánea, proveniente de la ciencia política alemana.
Hemos estudiado el alcance de la teoría de los "órganos del Estado" en nuestro Tratado,
tomo I, N 227 a 233, págs. 301 a 308, al cual nos remitimos para evitar mayores
desarrollos. En la síntesis de "Derecho Político" definíamos "órgano del Estado" como "un
cuerpo, integrado por una o más personas, cuya voluntad o voluntades, debidamente
expresadas, valen como si fueran manifestación, directa y propia del querer del Estado, o
sea, se imputan a éste, de modo que sus consecuencias, favorables o adversas, son
experimentadas por la colectividad organizada, en cuyo nombre actúan" (pág. 57). Se ha
escogido la expresión "órgano del Estado" a fin de comprender en un solo vocablo, y de la
mayor riqueza jurídica, la sustancia de otros términos que pudieran ser empleados en
significaciones más o menos análogas, como pudieron ser autoridades, gobernantes,
magistraturas, potestades estatales, poderes públicos, etc., algunos de los cuales siguen,
por lo demás, usándose con el mismo alcance, como recurso de redacción o con una
significación más precisa pertinente. En la sesión 411, al revisarse la redacción de los arts.
6º y 7º precedentemente aprobados, se aprovechó la sugerencia del señor Bertelsen
consistente en uniformar en dichos artículos "la referencia a “autoridades públicas”,
“órganos de autoridad” y “órganos del Estado”, estableciendo sólo esta última expresión
con el objeto de evitar en lo futuro posibles interpretaciones equívocas respecto de tales
preceptos" (pág. 3443).
103.Diversos medios para asegurarla. Así, pues, en virtud del precepto que se comenta, se
afirma, por una parte, la supremacía de la Constitución sobre toda norma jurídica y, por
otra, se establece la obligación de que todas las demás se ajusten a ella, tanto en el
aspecto adjetivo como en el sustantivo.
En el segundo aspecto enunciado, el constituyente exige que los preceptos de toda índole
emanados o que emanen de cualquier autoridad, se atengan a las bases de organización,
procedimiento y solemnidades que dispone la misma Ley Fundamental y, al mismo
tiempo, en armonía con su sustancia normativa, en la que se incluye la invocación a los
valores en que han de inspirarse las decisiones.
"La congruencia entre la Constitución y las leyes -ha dicho la Corte Suprema- ha de
mantenerse a través de los sucesivos cambios que aquélla y éstas experimenten como
norma esencial de la organización del Estado para que no existan pugnas entre la Carta
Política y las leyes comunes; de donde se sigue que para procurar la armonía hace falta o
que las leyes de adapten a la Constitución o que ésta se adapte a aquéllas, alternativa en
que la decisión resulta obvia por la sola razón de que la Carta Fundamental es el marco
dentro del cual deben mandar, prohibir o permitir las leyes que se dicten; y si el límite
constitucional se estrecha, deberán modificarse también, para no excederlo, las leyes; y si
se amplía, podrán las leyes ampliarse a su vez" (sentencia de 8 de julio de 1967, RDJ, t.
LXIV, sec. 1º, p. 223, citada por el Repertorio, pág. 6).
104.c) Organos del Estado y su acción. Concepto. c) Organos del Estado y su acción
Nos correspondió proponer inicialmente en esta materia un texto que habrá de pasar, en
gran parte, a la actual letra del inc. 1º del art. 7º de la Carta, ya que decía: "Los órganos
del Estado son independientes en el ejercicio de sus respectivas funciones y actúan
válidamente, previa investidura regular de sus integrantes, dentro de su competencia y
sujetándose a las formalidades y requisitos que deban respetar" (sesión 50ª, pág. 2). La
primera parte de la proposición fue acogida como artículo separado cuando actuaba la
primitiva integración de la Comisión Ortúzar: "Las funciones del Estado son ejercidas, de
acuerdo con la Constitución, por órganos diversos e independientes entre sí".
105.Requisitos de validez. El primer inciso del art. 7º describe los requisitos que deben
reunirse para una actuación válida de los órganos.
Lo que se entiende como acto eficaz de una autoridad queda adecuadamente descrito por
la significación que a "válidamente" da el Diccionario de la Lengua, el cual anota que es
"de manera válida", y "válida" es "firme, subsistente y que vale o debe valer legalmente".
Ello, con mayor seguridad, si se opone aquel término al de "nulo", o sea, "falto de valor y
fuerza para obligar o tener efecto, por ser contrario a las leyes, o por carecer de las
solemnidades que se requieren en la sustancia o el modo". La referencia a la validez
contiene a un tiempo el efecto de "eficacia", vale decir de "virtud, actividad, fuerza y
poder para obrar", y también de "eficiencia", que es "virtud y facultad para lograr un
efecto determinado".
Ahora bien, la validez de que se trata es la que se relaciona con el Estado, o sea, con la
sociedad organizada, en cuanto produzca consecuencias que obliguen a ésta o haya de
recibirlas. La ausencia de las condiciones que precisa el texto puede generar hechos que
causen otros efectos o responsabilidades, pero que no repercuten en el Estado como
organización jurídica.
No puede olvidarse que la plena fuerza jurídica de un acto de autoridad debe reunir no
sólo los requisitos determinantes de su legalidad que puntualiza el precepto, sino que,
conjunta y simultáneamente, los de legitimidad y justicia que deben también
acompañarlo. El acto válido puede contener, en efecto, un elemento de ilegitimidad o de
injusticia, que plantea problemas diferentes a la determinación de la exigencia de
legalidad, o sea, de conformidad, por lo menos formal y técnica, con el ordenamiento
jurídico, elemento que, al reunirse, en principio, no alcanza por sí solo a resolver otras
cuestiones, como son las que derivan de la ilegitimidad o injusticia que habrán de
dilucidarse y resolverse por otras vías.
Con anterioridad a la actuación del órgano deben, pues, existir el llamado al cargo y la
posesión en él, puesto que la letra exige la "previa investidura", o sea, ésta ha de ser
posterior al perfeccionamiento del llamado.
Las solemnidades que configuran la investidura habrán de estar precisadas por su parte
antes de su cumplimiento. Además la "regularidad" a que alude el texto se refiere así a la
correcta ejecución de las formas que estén indicadas para el proceso de investidura. Una
forma de investidura que contempla la propia Carta es el juramento o promesa que ha de
efectuar el Presidente de la República ante el Congreso Pleno (art. 27 inc. final).
b) "Dentro de su competencia".
1. Que la decisión recaiga en la esfera, ámbito, campo o materia que haya sido confiada a
la resolución del órgano.
2. Que la decisión se adopte en la materia ejerciendo las atribuciones que, en la esfera de
ella, hayan sido conferidas al órgano.
"Es mejor correr el riesgo de que existan algunos actos válidos que puedan tener
cumplimiento, cuya finalidad no esté clara, porque se tiene la manera de sujetarlos o
impedirlos; pero no habría manera de ordenar el país si, desde la partida, hubiera
preocupación de los fines de cada acto, ya que, entonces, los gobernados empezarían a
discutir, igual que la autoridad, si está o no dentro de los fines, con lo cual el acto quedaría
paralizado" (sesión 50, págs. 16-17) "...estima muy grave introducirle (al precepto ya
aprobado) instituciones como “el abuso del poder” o la “buena fe”. Desde luego, la buena
fe es un concepto de intencionalidad, de subjetividad, de discrecionalidad sumamente
sutil y complejo y, por otra parte, cae en el terreno eminentemente político y moral, difícil
de catalogar jurídicamente y de mencionarlo en esta indicación (pág. 13) ...le parece muy
grave colocar dentro del mismo plano de exigibilidad, de los tres requisitos objetivos
indiscutibles que requieren nada más que una comparación casi mecánica, otro requisito
que es más de presunción, porque no puede ser lógico exigir que se examine en cada
momento la buena fe del gobernante, ya que cabe exigirla implícita y excepcionalmente
-reconocer la mala fe- sólo en aquellos casos en que ésta realmente exista..." (sesión 51ª,
pág. 15).
En la sesión 402ª de la Comisión Ortúzar, Juan de Dios Carmona, que pasó después a
integrarla, propuso un nuevo precepto que no incluía ya la última oración comentada,
dejando así el texto en los mismos términos aprobados en la sesión 50ª, sin que exista
constancia en actas acerca de los motivos que se tuvieron en vista para desechar en
definitiva el requisito de buena fe. Presumo que fueron los que expliqué.
107.Distintas formalidades. El tercer requisito que se exige para que el acto de autoridad
sea válido es que se establezca "en la forma que prescriba la ley".
"Forma" es "fórmula o modo de proceder en una cosa", "modo, manera de hacer una
cosa". Para lo que aquí interesa, la forma es el conjunto de condiciones, requisitos,
modalidades, solemnidades, etc., que conducen a la mejor preparación y fundamentación
de la decisión que se adopte, en otras palabras, todo aquello que, vinculado al acto o
decisión, pueda distinguirse o diferenciarse de la materia o contenido mismo de la
actuación.
La Constitución exige formas de diverso tipo, como, por ejemplo, la firma del Ministro (art.
35 inc. 2º), la firma del Ministro junto a la del Presidente (art. 35 inc. 1º), la firma de todos
los Ministros junto al Presidente (art. 32 Nº 22 y 88 inc. 1º), la firma de determinado
número de parlamentarios (art. 62 inc. 1º); informes previos de un órgano para la decisión
de otro (art. 49 N 7 y Nº 10; 64 inc. 5º; 67; 68 inc. 2º; 74 inc. 2º; 82 Nº 9); acuerdos previos
de un órgano para la decisión de otro (art. 40 Nº 1, Nº 2, Nº 3 y Nº 4; art. 50 Nº 2; 93 inc.
2º; 107 inc. 3º y 108 inc. 3º); decisión de un órgano a proposición de otro (art. 32 Nº 14);
listas, ternas, concursos, propuestas (art. 75); plazos de diversa naturaleza y con distintos
objetivos (arts. 9º inc. 2º; 10 Nº 3; 12; 13 inc. 1º; 14; 16 Nº 3; 19 Nº 7 letra c); 25 inc. 1º;
24 inc. 3º; 25 incs. 2º y 3º; 26; 27 incs. 1º y 3º; 28 inc. 2º; 29 incs. 3º y 4º; 40 Nº 2 incs. 2º y
5º y Nº 3 inc. 2º; 43 inc. 2º; 44; 45 incs. 2º y 3º, letras b) a f) e incs. 4 º y 5º; 46; 47 inc. 3º;
48 Nº 1, Nº 2 letra a) e inc. 3º; 49 Nº 1 inc. 3º, Nº 5 inc. 2º, Nº 6; 51; 52; 57 inc. 1º; 61 inc.
1º; 64; 65; 70 inc. 1º; 71; 72; 77 inc. 2º; 81 inc. 3º; 82 incs. 3º, 5º, 7º, 8º, 10º, 11º y 16º; 84
inc. 4º; 85 inc. 2º; 87 inc. 2º; 93 inc. 1º; 108 inc. 1º; 113 inc. 1º; 117 inc. 1º, y 119); quórum
de asistencia, de aprobación, sobre los presentes, sobre los miembros en ejercicio (arts.
26; 27 inc. 3º; 40 Nº 2 inc. 4º; 47 inc. 3º; 48 Nº 1 incs. 2º, 4º y 5º; 49 Nº 1 incs. 2º y 3º; 53;
62 inc. 1º; 63; 65; 67; 68; 81 inc. 6º; 82 N 4, 7, 11, 12, 14 y 15; 95 inc. 3º; 107 inc. 3º; 116
inc. 2º y 117), etc.
En la expresión la forma "que prescriba la ley", este último vocablo debe entenderse como
aplicable tanto a la misma Constitución como a las disposiciones legales de diverso tipo
que se dicten en conformidad a ella o cuya fuerza jurídica se haya impuesto, como a las
reglas de inferior jerarquía debidamente autorizadas por el legislador.
Al comparar el actual texto con el art. 4º de l Constitución de 1925, que ya reproducía sin
cambios el 151 (160) de la Carta de 1833, se observan tan sólo dos alteraciones: la
primera, decidida en el seno de la Comisión Ortúzar, por la cual se sustituye el vocablo
"reunión" por "grupo" de personas, y la segunda, introducida sin mayor conocimiento del
motivo del cambio, en la revisión final hecha por la Junta de Gobierno, de agregar la
referencia a la "Constitución", a pesar de que siempre se había entendido que el vocablo
genérico "leyes" comprendía aquí la Ley Fundamental.
Lo primero que se observa es la semejanza de este inciso con el inc. 2º del art. 6º, en
cuanto expresa la intención de hacer aplicable la norma a todos los integrantes de la
sociedad política, personales o sociales, revestidos de autoridad o sin ella, al comprender
toda magistratura, persona o grupo.
Luego, es del caso poner de relieve que se trata de una prohibición constitucional, ya que
por ella nadie "puede atribuirse" aquello que el texto rechaza.
Sustancialmente el precepto prohíbe invocar y hacer efectiva una función que a quien
actúe no le haya sido conferida. "Autoridad o derechos" expresan facultad, potestad,
atribución, o sea, toda potencialidad de soberanía, toda participación en el poder estatal.
"Derechos" presenta en esta frase, como se ve, un concepto equivalente o sinónimo de
atribución o facultad, muy diverso entonces del que corresponde a los derechos
subjetivos, como facultades del individuo o de la persona natural o jurídica que es titular
de beneficios originados al amparo del ordenamiento estatal, en aplicación del derecho
objetivo.
La atribución de competencia tiene, pues, que ser indiscutible, vale decir, otorgada de
modo claro, patente, categórico, al margen de toda vacilación o duda. Se trata o de fundar
un derecho subjetivo o de una participación en el poder político, de conducción de la
sociedad en general, y no puede, por lo tanto, fundarse en una pretensión que derive del
capricho de quien ejerce la facultad.
El respeto a la prohibición constitucional deberá tomar muy en cuenta el marco fijado a la
atribución del órgano público, ya que éste puede ser, como ocurre con mayor frecuencia,
más o menos minuciosamente reglado y entonces señalado estrictamente el marco de
actuación del órgano, o discrecional en la esfera o campo en que se permita algún grado
de libertad decisoria. Lo que rechaza categóricamente el precepto es la actuación
arbitraria, en cuanto se muestre injusta, fuera de la ley o de la razón.
La prohibición en análisis tiene como ámbito lo que establezcan la Constitución y las leyes.
Si ningún problema suscita aquí la referencia a la Constitución, la hecha a las leyes importa
impedir que sean normas jurídicas, generales o especiales, carentes de tal obligatoriedad
las que amparen la actuación. Así, pues, todas las órdenes que quedan en el campo de la
potestad reglamentaria están desprovistas del carácter de "leyes" para los efectos del
inciso que se estudia. Mientras tanto, por otra parte, no hay duda que en el término
"leyes" se comprenden aquí no sólo las leyes comunes u ordinarias (art. 63 inc. 4º), sino
que las leyes interpretativas de la Constitución (art. 63 inc. 1º), las leyes orgánicas
constitucionales (art. 63 inc. 2º), las leyes de quórum calificado (art. 63 inc. 3º), los
tratados internacionales en cuanto contengan normas de esa índole (art. 50 Nº 1) y los
decretos con fuerza de ley (arts. 61 y 50 Nº 1).
112.Los decretos leyes. Es pertinente considerar aquí, para los efectos del precepto, la
situación de los decretos leyes.
Para analizar la posición particular que presentan los decretos leyes hay que diferenciar
dos aspectos: si importan preceptos legales que puedan fundar el ejercicio de esta
atribución; y, en caso afirmativo, si determinado decreto ley es o no compatible con la
Carta Fundamental.
Sabemos que desde un punto de vista formal los decretos leyes son decretos supremos
dictados por gobiernos en los que no funciona el Congreso, en materias que son de ley, o
sea, con prescindencia de las normas constitucionales que determinan el proceso de
gestación de las leyes.
En este siglo, Chile conoce tres períodos en que se presenta la situación descrita; en el
primero, que corre de septiembre de 1924 a diciembre de 1925, que precede
inmediatamente a la vigencia de la Carta de ese año, se promulgan 816 decretos leyes; en
el segundo, de junio a septiembre de 1932, se dictan 669; en el tercero, que se extiende
del 11 de septiembre de 1973 al 10 de marzo de 1981, es decir, en el plazo que corre
desde que se produce la intervención militar hasta la entrada en vigencia de la actual
Constitución, se dictan 3.660. En todas esas oportunidades los gobiernos de facto
disolvieron el Congreso.
El valor jurídico de los textos así llamados se discutió en el país en los dos primeros
períodos recordados.
Sin embargo, respecto de los dictados en esas dos primeras épocas, su fuerza legal resultó
reconocida aun después de recuperada la normalidad, por cuanto el legislador los dejó
vigentes o excepcionalmente los modificó o derogó, y los tribunales, incluso la Corte
Suprema, admitieron su validez y llegaron a tratarlos como preceptos de tal naturaleza
para la interposición del recurso de inaplicabilidad por pugna de su contenido sustancial
con el de la Carta.
A los decretos leyes de gobiernos de hecho se les ha atribuido fuerza obligatoria en todos
los países en que han imperado, y en el nuestro el propio Poder Legislativo así lo ha
declarado implícitamente de modo reiterado, al mantenerlos en vigencia o al derogar sólo
algunos o al modificar otros. Así argumentó constantemente la Corte Suprema, por
ejemplo en fallos de 11 de octubre y 16 de noviembre de 1933, 14 de junio de 1935 y 22
de junio de 1937 (RDJ, sec. 1ª, 2ª parte, t. XXXI, pág. 85; t. XXXI, pág. 125; t. XXXII, pág.
398; t. XXXIV, pág. 328).
Resuelta positivamente la cuestión sobre la fuerza jurídica de los decretos leyes, sus
normas han de entenderse preceptos legales para todos los efectos, como, por ejemplo,
para los recursos de casación en el fondo o de inaplicabilidad, y no sólo para el principio
del imperio de la ley.
113.Esfera de actividad de autoridades y gobernados. La regla en análisis recoge, en la
forma explicada, uno de los postulados definitorios del derecho público: el de que la
autoridad sólo puede hacer aquello para lo cual se halla expresamente facultada, a
diferencia de los particulares, que en la esfera de sus relaciones privadas pueden hacer
cuanto no les esté explícitamente prohibido. En principio, las personas y los grupos que
ellas forman con objetivos de perfeccionamiento y de progreso ponen en movimiento no
sólo aquello que les asegura de manera categórica el ordenamiento jurídico positivo, sino
todo lo que proviene de la inteligencia y de la libertad del hombre y su naturaleza social.
Esta le permite decidir y ejecutar cuanto crea conducir al logro de los objetivos
propuestos, por cierto con las limitaciones impuestas por razones de bien común. Sin
embargo, esta diferencia que existe entre la actuación de gobernantes y gobernados,
como la misma distinción entre el derecho público y el privado, no tiene carácter absoluto,
y así es frecuente, como recordamos, un campo de discrecionalidad que se reserva a la
autoridad, tal como se establecen prohibiciones en el orden de las relaciones puramente
privadas. La precisión de la órbita de la autoridad tiene, dentro de cierta esfera, una
excepción muy característica en la descripción del alcance del mandato del Jefe del
Estado, el cual, aunque se mantiene siempre dentro de la Constitución y las leyes, se
entiende, sin embargo, por aquélla, a "todo cuanto tiene por objeto la conservación del
orden público en el interior y la seguridad externa de la República" (art. 24 inc. 2º).
114.La delegación. Otra repercusión relevante del contenido de la norma es hacer efectiva
la distribución de competencias, cuyo establecimiento y respeto representan la razón
misma del constitucionalismo, y presupuesto fundamental del Estado de Derecho. Porque,
si sigue teniendo vigencia el postulado de la separación de los poderes, sin llegar a
referirlo exclusivamente a una división tripartita indiscutible pero exagerada, resulta
imprescindible respetarlo como regla inspiradora en el trazado y funcionamiento de los
diversos órganos estatales, sin perjuicio de las relaciones recíprocas que entre ellos se
entablen.
Es inevitable entender que la Constitución prohíba la delegación de las funciones que ella
confía, puesto que si se autoriza, se alteraría la distribución de competencias cuya
determinación representa la finalidad sustancial de su preceptiva, ya que "delegar" es "dar
una persona a otra la jurisdicción que tiene por su dignidad u oficio para que haga sus
veces o conferirle su representación".
Precisando la sustancia de este principio, el profesor Eduardo Soto Kloss -en un estudio
especial al cual en este punto decididamente nos remitimos, porque enfrenta en toda su
complejidad los puntos que se desarrollan más adelante- explica que puede caracterizarse
la delegación "como la transferencia del ejercicio de determinadas atribuciones jurídicas
que hace el titular de un órgano administrativo en un órgano inferior dentro de la misma
línea jerárquica de un ente, de modo expreso, temporal y revocable" ("La delegación en el
Derecho Administrativo Chileno", en Revista de Derecho Público, vol. 1989, N 45-46, pág.
115).
Manifestación de esta característica propia de la delegación es, por ejemplo, la norma del
art. 2º inciso final de la Ley Nº 19.175, de 11 de noviembre de 1992, que expresa: "El
intendente podrá delegar en los gobernadores determinadas atribuciones, no pudiendo
ejercer la competencia delegada sin revocar previamente la delegación".
Se explica, por la razón sustancial recordada, que el legislador permita la delegación de las
facultades administrativas del Presidente, confiadas a sus agentes, y que así lo reconozca
el art. 43, ya transcrito, de la ley orgánica constitucional que contiene las Bases de la
Administración del Estado, y que, consecuentemente, el Estatuto Administrativo, fijado en
la Ley Nº 18.834, de 23 de septiembre de 1989, preceptúe: "Serán obligaciones de cada
funcionario: a) Desempeñar personalmente las funciones del cargo en forma regular y
continua, sin perjuicio de las normas sobre delegación" (art. 55); "El funcionario estará
afecto a las siguientes prohibiciones: a) Ejercer facultades, atribuciones o representación
de las que no esté legalmente investido, o no le hayan sido delegadas" (art. 78).
El inciso 3º del art. 7º dispone, en su primera parte: "Todo acto en contravención a este
artículo es nulo..."
El constituyente declara así nulas las actuaciones de los órganos del Estado de que sea
autor persona que carezca de investidura, o decida fuera de su competencia o lo haga sin
ajustarse a la forma prevista por la ley (inc. 1º), o de una magistratura, persona o grupo de
personas que se atribuyan otra autoridad o derechos que los que expresamente se les
hayan conferido en virtud de la Constitución o las leyes (inc. 2º). En todas esas situaciones
el acto carece de validez y eficacia, o sea, no produce efecto alguno que repercuta en la
organización de la sociedad estatal, no puede perjudicar a ésta, no causa obligación que
ella deba asumir.
Este postulado jurídico fundamental ha sido llevado con carácter general a la letra de la
Carta de 1980. Siendo nulo e ineficaz el acto que omite los requisitos a que se condiciona
su validez, no merece obediencia. Lo admite explícitamente, por ejemplo, un precepto
que figuraba en la Carta de 1925, recogido ahora en el inc. 1º del art. 35: "Los reglamentos
y decretos del Presidente de la República deberán firmarse por el Ministro respectivo y no
serán obedecidos sin este esencial requisito".
Tal vez el análisis de tema tan denso y sugerente debiera comenzar por diferenciar
conceptualmente lo que cabe calificar como nulidades de tal índole, en relación a las que
procede catalogar como de derecho privado.
Siguiendo tal criterio, puede reconocerse que en las nulidades de derecho privado se
discute, entre tanto, si las actuaciones o decisiones de las personas naturales o jurídicas
privadas, amparadas en el ejercicio de la autonomía de la voluntad que reconoce el
ordenamiento jurídico, han respetado o no las prohibiciones, limitaciones y restricciones
en él impuestas. La legislación común se funda en una sabia tradición secular, sobre los
presupuestos del libre consentimiento y sobre la naturaleza, requisitos y clases del acto
jurídico.
119.Nulidades de derecho privado. El Código Civil, en efecto, define los vicios de que
puede adolecer el acto jurídico y que pueden causar nulidad absoluta o relativa; en ambas
clases de nulidad ésta debe ser declarada por el juez, pero la nulidad absoluta puede aun
reconocerse por éste sin petición de parte, o sea, de oficio, en interés de la moral y de la
ley. Hay causas de nulidad por objeto ilícito en todo lo que contraviene al derecho público
chileno. Así la promesa de someterse en Chile a una jurisdicción no reconocida por las
leyes chilenas es nula por vicio de objeto. Hay, asimismo, objeto ilícito en todo contrato
prohibido por las leyes. Los actos nulos producen sus efectos hasta que la justicia
pronuncie, por resolución firme, su nulidad, pero declarada ésta se retrotrae la situación
de las partes al estado en que se encontraban antes de la realización del acto nulo. Tales
bases se consagran en los arts. 1681 a 1697, 1462 y 1466 del Código Civil.
121.Diferencias según el autor del acto nulo. En la órbita que compete al Poder Judicial,
son principalmente los Códigos Orgánico de Tribunales y de Procedimiento Civil y Penal,
vigentes en virtud de lo dispuesto en los arts. 74, 19 Nº 3 y 5º transitorio, los cuerpos
normativos que concretan los requisitos del art. 7º. El régimen de nulidad procesal, que es
el que se produce en el curso de una litis, en relación con los actos o resoluciones
originados en ella, está reglado en el art. 83 del Código de Procedimiento Civil, tal como
también las cuestiones de competencia que surjan en relación con una controversia se
resuelven según las disposiciones contempladas en el Título XI del Libro I de ese mismo
Código y en varias otras de sus normas. Expedida la sentencia, proceden los recursos de
casación dirigidos a anularla, ya por vicio de forma ya por infracción del fondo de la ley
(Título XIX, Libro III del Código de Procedimiento Civil; Título X, Libro II, 2ª, parte del
Código de Procedimiento Penal).
Cabe aplicar lo recién expresado a los actos que emanan de los órganos jurisdiccionales
establecidos en la Constitución, como son el Tribunal Constitucional (arts. 81 y 82); el
Tribunal Calificador de Elecciones (art. 84); los tribunales electorales regionales (art. 85); la
Contraloría General de la República, respecto de algunas de sus atribuciones (art. 88).
Todos estos órganos, en cuanto ejerzan jurisdicción, podrán verse en la posibilidad de
aplicar el principio de nulidad establecido en el art. 7º, naturalmente en cuanto los
pronunciamientos que formulen no atropellen las facultades de otro órgano e infrinjan,
por tanto, el principio de la separación de los poderes.
122.Nulidades de actos administrativos. En cuanto a los actos que deriven del Poder
Administrador, la complejidad de las cuestiones que plantean las nulidades de derecho
público se causan, entre tanto, por no haberse avanzado en nuestro país en la índole de
problemas que en otros han sido objeto de suficiente precisión de parte del ordenamiento
jurídico. Urge, en efecto, que se revise la ley orgánica de la Contraloría, que se dicte una
ley que sistematice el procedimiento administrativo, que se defina un régimen de
contencioso administrativo y se establezca una jurisdicción especializada en la materia. La
carencia en este último aspecto en nuestro actual ordenamiento deriva de que no solo no
se cumplió, bajo la Carta de 1925, la aspiración que formulara en su art. 107, y, en relación
a la actual, de que la expresión de semejante propósito, formulada en su redacción
primitiva, quedó desvirtuada por la reforma que al art. 38 dispuso la Ley Nº 18.825
consecuente del plebiscito de 1989, cuyo inc. 2º dispone: "Cualquiera persona que sea
lesionada en sus derechos por la Administración del Estado, de sus organismos o de las
municipalidades, podrá reclamar ante los tribunales que determine la ley..." Cierto es, sin
embargo, que el establecimiento por la actual Constitución -adelantado por el Acta
Constitucional Nº 3- del recurso de protección, ha abierto vasto alcance, ampliamente
aprovechado, para reprimir los actos administrativos ilegales y arbitrarios.
Pues bien, la invalidación administrativa crea problemas en el caso de que el acto nulo
hubiere producido ya consecuencias antes de su reconocimiento. En un estudio muy
esclarecedor, el profesor Eduardo Soto Kloss sintetiza, en los siguientes términos, la
complejidad que adquiere en tal caso la situación propuesta: "3...es jurídicamente
improcedente el ejercicio de tal potestad invalidatoria por parte de la Administración si el
acto administrativo ilegal ha producido efectos y ellos han ingresado al patrimonio de
terceros de buena fe, ya que los errores de la Administración deben ser soportados por
ella misma y jamás ser cargados a terceros enteramente ajenos a su torpeza (nemo
auditur propiam turpitudinem allegans) y, además, habiéndose producido efectos
jurídicos del acto administrativo defectuoso, dichos efectos devienen adquiridos y, por
tanto, protegidos y asegurados por la propia Constitución (art. 19 Nº 24 y art. 20 inc. 1º),
pues para sus beneficiarios constituyen un derecho de propiedad" ("La invalidación de los
actos administrativos en el Derecho chileno", en RDJ, t. LXXXV, 1988, 1ª parte, sección
Derecho, pág. 166).
Es fácil admitir el principio de que las nulidades de derecho público operan de pleno
derecho. Es del caso formularse por qué, si es evidente que el acto de autoridad no
revestido de todas las condiciones a las que se vincula su validez, que le privan de valor y
eficacia y que por eso es nulo, no se traduce siempre, en la realidad fáctica, en la
aplicación directa e inmediata de las consecuencias del inc. 3º del art. 7º. En otras
palabras, el tema se traduce en reflexionar sobre las razones que llevan a que, por muchos
motivos y de vasto alcance, la nulidad de que se trata, no obstante ser de pleno derecho,
requiere, sin embargo, de una declaración que la constate, o sea, por qué se necesita su
anulación o invalidación, y, por lo tanto por qué, mientras tal declaración no se formule, el
acto debe seguir siendo respetado, sin perjuicio de las responsabilidades y sanciones que
merezca el autor.
El tema de las nulidades de derecho público tuvo mucha actualidad con motivo de
haberse promulgado una ley en circunstancias que horas antes se había presentado a su
respecto un requerimiento ante el Tribunal Constitucional, hecho que ignorara, al hacerlo,
el Presidente de la República. Algunos profesores sostuvieron que los intereses que se
creían afectados con el dispositivo sustancial de ese cuerpo normativo, aplicando el
principio de las consecuencias ipso iure de la nulidad de derecho público, podían actuar
como si la ley no se hubiera promulgado, o sea, prescindiendo sin más ni más del hecho
ineludible de su promulgación, sin necesidad, por lo tanto, de que órgano alguno
constatara y declarara tal nulidad. No participamos entonces del parecer de dichos
profesores y creemos que vino a quedar debidamente esclarecida la situación por la vía
del derecho sólo mediante la decisión del Tribunal Constitucional de 11 de abril de 1995
(rol 209), que declaró inconstitucional el decreto promulgatorio, acogiendo el reclamo que
al efecto se había deducido.
En el enfrentamiento del acto con la persona que lo sufre, ésta debe tomar en cuenta, en
efecto, por una parte, la presunción de validez que corresponde reconocer en principio y
desde la partida a todo acto de autoridad provisto de apariencia formal, o aun sin ella, por
la sola causa de derivar del órgano que está ejerciendo o está asumiendo la función. El
punto se precisa cuando, por una parte, se reconoce a la persona que está sufriendo el
acto ilegal o abusivo la posibilidad de representarlo y negarse a obedecer, y, por otra, de
quedar como única vía posible en la práctica la búsqueda de una solución acudiendo al
ordenamiento jurídico. Quien sufre el acto y representa el vicio a la autoridad no tiene
otro camino que obedecer, si dicha autoridad no lo rectifica. Nadie puede hacerse justicia
por sí mismo. Si, en efecto, el autor del acto pone en movimiento la fuerza que le da
poder imperativo, al afectado no le queda otro camino que someterse, sin perjuicio de
interponer las acciones encaminadas a conseguir la constatación de la nulidad del acto por
el órgano competente y de requerir de inmediato de este último la suspensión provisional
de su coactividad, mediante lo que se llama "orden de no innovar".
En la charla ya citada, el profesor Soto Kloss sintetiza las características que presenta la
nulidad de derecho público, en términos que en seguida extractamos:
"1. Se trata de una nulidad ipso iure... el acto que emita o dicte o celebre (el órgano) es
nulo... y ello ab initio, de suyo, sin que se admita validez provisoria alguna. Es decir, no
entra al ordenamiento jurídico... y se traduce esa actuación en un puro hecho... es el
mecanismo de tutela, de salvaguarda, de defensa, de la supremacía constitucional... del
valor sobreeminente de la Carta Fundamental... salvaguarda además del principio de
juridicidad.
3. Si es ipso iure... se trata de una nulidad perpetua e imprescriptible, vale decir imposible
de sanearse por el transcurso del tiempo... si no existe, jamás el tiempo y su transcurso
podrán darle validez o sustento jurídico" (Gaceta, págs. 20 y 21).
125.Momento del vicio. El vicio que anule el acto debe tener como causa algún motivo
coexistente al tiempo de su ejecución, de modo que no podría considerarse que el acto es
nulo por una circunstancia o hecho ocurrido con posterioridad.
El problema surgió en la tramitación del proyecto de ley -al que nos referimos brevemente
en el Nº 349- que era relativo al arreglo de la deuda subordinada de algunos bancos
comerciales al Banco Central de Chile. Tal proyecto fue promulgado, según dijimos, con
algunas horas de posterioridad al hecho -desconocido por el Jefe de Estado al suscribir el
correspondiente decreto- de haberse presentado una cuestión de constitucionalidad en
relación a él ante el Tribunal Constitucional. La comunicación oficial del Tribunal al
Ejecutivo se había despachado después del instante en que se colocara la firma del
decreto promulgatorio. Pues bien, en el caso, mediante sentencia de 10 de febrero de
1995 (rol 207), se dio lugar al requerimiento, reconociéndose la inconstitucionalidad
sustancial del proyecto y, como consecuencia, con el mérito de esta declaración, se
interpuso reclamo en contra del decreto promulgatorio del proyecto cuestionado. En fallo
que acogió este segundo reclamo, de 11 de abril de 1995 (rol 209), disintiendo el ministro
Juan Colombo formuló las siguientes consideraciones, que compartimos:
"8º) ...en lo que se refiere a que el decreto habría sido dictado en forma contraria a la
Constitución, debe recordarse que sobre el particular, y de acuerdo a los principios que
rigen la nulidad de los actos jurídicos, el vicio que genera su eventual ineficacia debe
incorporarse necesariamente al acto en el mismo instante en que se manifiesta la
voluntad en tal sentido... El vicio que anula afecta a la voluntad manifestada. Esto significa
que el vicio de inconstitucionalidad del decreto promulgatorio debió existir en el día y a la
hora en que el decreto se dictó, hecho que no ocurrió en el caso sometido a la decisión de
este Tribunal.
"El decreto, al nacer, debe tener incorporado el vicio de inconstitucionalidad y ello ocurre
al momento de dictarse el decreto, según lo dispone nuestra normativa constitucional y
legal. Debe, por tanto, haber una relación de causa a efecto entre el vicio y la
inconstitucionalidad.
"El vicio que anula puede sanearse o convalidarse, pero jamás podrá incorporarse a un
acto generado con antelación.
Más adelante, el Ministro señor Colombo expresa que lo argumentado lleva a concluir
"que a un Decreto Supremo promulgatorio de una ley no se le puede incorporar un vicio
con efecto retroactivo" (cons. 9º).
126.f) Responsabilidad.
a) Los órganos del Estado no sometan su acción a la Constitución y a las normas dictadas
conforme a ella (art. 6º inc. 1º).
"Responsabilidad" es, recurriendo una vez más a la fuente oficial del idioma, "deuda,
obligación de reparar y satisfacer, por sí o por otro, a consecuencia de delito, de una
culpa, o de otra causa legal", "cargo u obligación moral que resulta para uno del posible
yerro en cosa o asunto determinado".
Las responsabilidades que se generan en relación con el Estado o sus órganos pueden
gravar ya al Estado mismo, ya a los titulares unipersonales o colectivos que los conformen.
La responsabilidad del Estado o de sus órganos se explica porque, aun cuando, en razón
de la nulidad, el acto no esté llamado a producir los efectos que por su naturaleza debe
generar, podrá provocar efectos que deriven del acto nulo y que provoquen daños a
terceros que no tienen por qué sufrirlos. La responsabilidad que puede asumir en tales
situaciones el Estado es sin perjuicio de la que, conjuntamente, deban reconocer y
soportar los titulares unipersonales o colectivos de esos órganos o los funcionarios que en
representación de ellos han actuado en las condiciones que han causado que el acto
carezca de validez.
En el propio texto constitucional hay situaciones en las cuales, por su relevancia, la misma
Carta ha reconocido el principio de la responsabilidad directa del Estado. Así ocurre en el
art. 19 Nº 7 letra i), conforme al cual la persona en cuyo favor se ha dictado
sobreseimiento definitivo o sentencia absolutoria, en las circunstancias que menciona la
norma, debe ser indemnizada por el Estado de los perjuicios patrimoniales y morales que
haya sufrido. Asimismo, según el art. 19 Nº 24, el expropiado tiene derecho a
indemnización por el daño patrimonial efectivamente causado en virtud de la
expropiación. El legislador puede, por su parte, admitir otros motivos o causas de
responsabilidad del Estado. Las afirmaciones precedentes se confirman en numerosos
cuerpos normativos, como, por ejemplo, en la Ley Orgánica de Bases de la Administración
del Estado Nº 18.575 (art. 4º).
El principio general de responsabilidad está consagrado en el inc. 2º del art. 38, conforme
al cual: "Cualquier persona que sea lesionada en sus derechos por la Administración del
Estado, de sus organismos o de las municipalidades, podrá reclamar ante los tribunales
que determine la ley, sin perjuicio de la responsabilidad que pudiera afectar al funcionario
que hubiere causado el daño". Este principio general está reiterado de manera explícita en
los siguientes preceptos:
- Según el art. 49 Nº 1 inc. 5º, el funcionario declarado culpable en juicio político se hace
responsable penal y civilmente por los daños y perjuicios causados al Estado o a los
particulares.
- Según el art. 36, los Ministros de Estado son personalmente responsables por los actos
que firmaren y solidariamente por los que suscribieren o acordaren con otros Ministros.
De acuerdo con el art. 49 Nº 2, corresponde al Senado decidir en relación a las acciones
judiciales que cualquiera persona inicie en contra de un Ministro con motivo de los
perjuicios que pueda haber sufrido injustamente por acto de éste en el desempeño de su
cargo. Los Ministros de Estado o funcionarios que autoricen o den curso a gastos que
contravengan las bases señaladas en el art. 32 Nº 22 son responsables solidaria y
personalmente de su reintegro, y culpables del delito de malversación de caudales
públicos.
- Según el art. 76, los jueces son personalmente responsables por los delitos de cohecho,
falta de observancia en materia sustancial de las leyes que reglan el procedimiento,
denegación y torcida administración de justicia y, en general, de toda prevaricación en
que incurran en el desempeño de sus funciones.
Por su parte, el art. 15 de la Ley Nº 18.575 dispone: "El personal de la Administración del
Estado estará sujeto a responsabilidad administrativa, sin perjuicio de la responsabilidad
civil y penal que pueda afectarle". El Estatuto Administrativo (Ley Nº 18.834) es el cuerpo
normativo que reglamenta, en su Título V, la responsabilidad administrativa.
Es del caso anotar finalmente que además la responsabilidad del Estado o sus órganos, y
de titulares o integrantes de los órganos y de sus funcionarios, la infracción constitucional
puede generar responsabilidad directa a los gobernados.
127.g) Sanciones.
Otra consecuencia jurídica del acto inválido a la que se refieren las expresiones finales de
los arts. 6º y 7º, es la determinación de las sanciones que deben aplicarse a quienes
resulten responsables de la generación del acto nulo.
Las sanciones pueden revestir diversos caracteres y ser así ya de índole civil, relativa a la
indemnización de los efectos dañinos del acto; ya de carácter penal, en relación a
privaciones de libertad, multas, inhabilidades, etc.; ya de carácter puramente
administrativo, vinculadas al responsable con el órgano en el que se generó el acto
inválido, etc.
H. El terrorismo
128.Génesis del art. 9º. El terrorismo fue tratado en las sesiones 395, 404 y 411 de la
Comisión Ortúzar por los integrantes que la conformaron desde junio de 1977. En el curso
de la sesión 395, luego de aprobarse algunas normas relativas a las Fuerzas Armadas, el
presidente, señor Ortúzar, propuso consignar una disposición que les entregara alguna
atribución relativa al terrorismo. En seguida el señor Carmona propició que la regla
pertinente se incluyera entre los primeros artículos de la Constitución, que ella precisara
que los delitos terroristas no prescribirían y que en cuanto a ellos no cabría el derecho de
asilo, ni la amnistía ni el indulto (pág. 3044). En la sesión 404, la Mesa recomendó una
redacción y, en definitiva, el anteproyecto emanado de la Comisión Ortúzar contuvo la
siguiente norma:
"El terrorismo, en cualquiera de sus formas, es contrario a los derechos naturales del
hombre.
"Los delitos que la ley califique como conductas terroristas serán siempre juzgados por
tribunales militares.
"No procederá respecto de estos delitos la libertad provisional, la amnistía ni el indulto, ni
podrá invocarse el derecho de asilo.
El Consejo de Estado modificó la redacción en cuanto dijo que el terrorismo "es por
esencia contrario a los derechos humanos"; consideró a esta especie de criminalidad
"como delitos comunes y no políticos para los efectos del derecho de asilo"; amplió las
inhabilidades respecto de sus responsables y duplicó la duración de las inhabilidades en
caso de reincidencia.
Así estructurado el texto primitivo de la Constitución, llamó a una ley de quórum calificado
a que determinara las conductas terroristas y su penalidad; eliminó el precepto que
entregaba a los tribunales militares el juzgamiento de los delitos terroristas; elevó a 15
años la duración de las inhabilidades para el ejercicio de los empleos, funciones y
actividades a que se refería el art. 8º de la Carta, y consideró, en fin, comunes a los delitos
terroristas "para todos los efectos legales" y no sólo en relación con el derecho de asilo.
"A través de sus diversas manifestaciones, atenta contra los derechos más sagrados, como
el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad personal, el derecho de propiedad, etc.
"Las depredaciones que este último sufre sirven para financiar sus acciones delictivas. En
sus tenebrosos procedimientos, como el asalto, el secuestro o la toma de rehenes, el
asesinato, la masacre, el incendio, el sabotaje, etc., las víctimas son indeterminadas, en
cuanto al terrorista no le guía otro propósito que el de provocar el pavor y la alarma
pública, para crear, con la desgracia, conmoción y graves problemas a la autoridad.
La Corte Suprema ha expresado que: "En un sentido restringido, los atentados terroristas
son actos criminales cometidos solamente, o principalmente, con un propósito de alarma
(elemento subjetivo), por el empleo de métodos capaces de crear un estado de peligro
común (elemento objetivo). Desde el punto de vista psicológico, internacional, el
terrorismo tiende a causar pavor, pánico, alarma, que se traduce en un peligro común. La
infracción política realizada por el método terrorista cesa de ser tal y pasa a ser común. La
infracción terrorista presenta cierta analogía con la infracción política en cuanto a su base
teórica, pero el método (el terror) corrompe, transforma y desnaturaliza la infracción en
una de derecho común. Este método suprime el carácter ideológico de la infracción y hace
del terror el elemento preponderante del acto" (fallo de 24 de septiembre de 1957, RDJ, t.
54, sec. 4ª, pág. 197, citada por Repertorio, ob. cit.). Otra sentencia de la Corte Suprema
más reciente ha dicho que "las conductas que el legislador ha de tipificar como delito
sobre la base de la habilitación que le ha otorgado la Constitución en su artículo 9º inciso
2º, han de relacionarse con el terrorismo, esto es, conductas y actos graves que lesionan
indiscriminadamente bienes jurídicos importantes -como la vida, la integridad física,
bienes materiales, sustracción de personas, etc.-, con el objeto de causar temor o terror
en la población, para sojuzgarla y llevar a cabo los planes o propósitos de los terroristas y
de su organización (fallo de 26 de enero de 1988, RDJ, t. 85, sec. 5ª, pág. 15, citada por
Repertorio, ob. cit.).
El profesor Jorge Mario Quinzio ha definido el acto terrorista como "un acto de violencia
aguda o atroz, cometido normalmente con medios de estrago, dirigido a producir estados
de conmoción y temor generalizado en la población con fines políticos de sometimiento
colectivo y quebrantamiento moral del actor político oponente, el llamado
“aniquilamiento subjetivo” (Tratado de Derecho Constitucional, tomo II, pág. 35).
De acuerdo con la Ley Nº 18.314, según la redacción que le dio la Ley Nº 19.027,
"constituirán delitos terroristas los enumerados en el artículo 2º, cuando en ellos
concurriere alguna de las circunstancias siguientes:
El art. 2º de la ley establece una serie de delitos que, si reúnen las circunstancias del art.
1º, constituyen delitos terroristas.
130.Inhabilidades. Por otra parte, el inc. 2º del art. 9º, en los términos que quedaron
establecidos por la reforma plebiscitaria recogida en la Ley Nº 18.825, consagra las
siguientes inhabilidades para los responsables de estos delitos: "quedarán inhabilitados
por el plazo de quince años para ejercer funciones o cargos públicos, sean o no de
elección popular, o de rector o director de establecimiento de educación, o para ejercer
en ellos funciones de enseñanza; para explotar un medio de comunicación social o ser
director o administrador del mismo, o para desempeñar en el funciones relacionadas con
la emisión o difusión de opiniones o informaciones; ni podrán ser dirigentes de
organizaciones políticas o relacionadas con la educación o de carácter vecinal, profesional,
empresarial, sindical, estudiantil o gremial en general, durante dicho plazo.
"Lo anterior se entiende -añade la última oración del inciso- sin perjuicio de otras
inhabilidades o de las que por mayor tiempo establezca la ley".
Se explica este último inciso, porque hay inhabilidades establecidas en el Código Penal de
diversa especie, que pueden aplicarse a quienes hayan sido condenados, sin perjuicio de
otras que pudieran consagrarse en la legislación. La propia Carta Política contempla, como
ocurre con el art. 19 Nº 15 inc. 7º -relacionado con el inc. 6º del mismo precepto, art. 82
Nº 7 e inc. 14-, inhabilidades para quienes, según sentencia del Tribunal Constitucional,
hayan sido reconocidos responsables de los hechos que hayan motivado la declaración de
inconstitucionalidad de movimientos, organizaciones o partidos políticos. Esta inhabilidad
se extiende por cinco años y consiste en la prohibición para participar en la formación de
otros partidos políticos, movimientos u otras formas de organización política, y para optar
a cargos públicos de elección popular o desempeñar los cargos que se mencionan en los N
1 a 6 del art. 5º.
131.Delitos comunes y políticos. La primera parte del inc. 3º del art. 9º, como
consecuencia de la modificación introducida por la Ley Nº 19.055, expresa: "Los delitos a
que se refiere el inciso anterior serán considerados siempre comunes y no políticos para
todos los efectos legales..."
Ilustra esta diferenciación una sentencia de la Corte Suprema que expresa: "La mayoría de
los autores consideran, además, indispensables para distinguir entre delitos políticos y
comunes, tomar en cuenta la finalidad y los móviles de los responsables, o sea,
contemplar tanto el aspecto objetivo del delito como su visión subjetiva. Los delitos
políticos y sociales obedecen a motivos de interés político o colectivo y se caracterizan por
el sentimiento altruista o patriótico que los anima; mientras que los comunes se hallan
informados de un sentimiento egoísta más o menos excusable (emoción, amor, honor) o
reprobable (venganza, odio, lucro) (fallo de 24 de septiembre de 1957, RDJ, t. 54, sec. 4ª,
pág. 197, citado por Repertorio, ob. cit.); "El delito político no se diferencia del delito
común en cuanto al móvil y al bien lesionado o protegido. Es decir, en los elementos
subjetivos y objetivos de todo acto delictual. Sólo que en el primero hay que tomar en
consideración, en forma esencial, el fin que se propone el culpable. No puede ser, por
tanto, delito político el que comete un individuo con un propósito principalmente egoísta,
interesado, innoble, mezquino, inhumano. Y, por el contrario, será político cuando en su
comisión existe nobleza, desinterés, altruismo, ideal, fraternidad humana, generosidad
como estado del alma" (voto disidente del mismo fallo).
132.Libertad provisional e indulto. La última parte del art. 9º dispone "...no procederá
respecto de ellos el indulto particular, salvo para conmutar la pena de muerte por la de
presidio perpetuo".
La actual redacción fue impuesta por la reforma constitucional de la Ley Nº 19.055, que
modificó el texto primitivo, que hacía improcedente la amnistía para esta especie de delito
y el otorgamiento de la libertad provisional.
133.Otros preceptos sobre el terrorismo. Debe recordarse, en fin, lo dispositivo del art. 16
Nº 2, en virtud del cual se suspende el derecho de sufragio a los procesados por estos
delitos; el art. 17 Nº 3, conforme al cual se pierde la calidad de ciudadano por condena
por delito terrorista; y, por último, el art. 17 inc. 2º, que dispone que los condenados por
estos delitos sólo pueden rehabilitarse en la ciudadanía en virtud de una ley de quórum
calificado una vez cumplida la condena.
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noción y fundamentos. Una aproximación preliminar para el análisis de su operatividad
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TRONCOSO REPETTO, Claudio, y VIAL SOLAR, Tomás. "Sobre los derechos humanos
reconocidos en tratados internacionales y en la Constitución", RDUC, volumen 20, Nos 2-3,
1993. Tomo II de las XXIV Jornadas Chilenas de Derecho Público, págs. 695-704.
NACIONALIDAD Y CIUDADANIA:
JUSTICIA ELECTORAL
(CAPITULOS II Y VIII)
A. Nacionalidad
- El informe elaborado por Sergio Diez, inserto en la sesión 56ª y los debates producidos
en las sesiones, 60ª, 61ª, 62ª, 63ª, 64ª, 65ª, 82ª, 238ª y 411ª de la Comisión Ortúzar.
- El Decreto Nº 5.142 del Ministerio del Interior, de 29 de octubre de 1960, modificado por
el D.L. 1.432, de 20 de mayo de 1976 y por la Ley Nº 18.005, de 25 de junio de 1981.
Sabemos que el grupo humano participante de una comunidad de valores que conviven
dentro de ciertos límites tiende a transformarse de nación en Estado.
Para que el lazo que une a la persona con la nación sea vínculo de derecho, ha de existir el
ordenamiento jurídico en que se establezca; tiene que haberse constituido el Estado.
Así, pues, nacionalidad es propiamente el vínculo que existe entre la persona y el Estado.
El texto de 1833 trataba de esta materia en su Capítulo IV, bajo el epígrafe: "De los
chilenos", y en él seguían confundiéndose nacionalidad y ciudadanía. La reforma del 13 de
agosto de 1874 recayó en algunos aspectos del sistema de nacionalidad.
No debe olvidarse, sin embargo, que las libertades y derechos son asegurados por la
Constitución a todas las personas (art. 19) y, por lo tanto, a nacionales y extranjeros, y
que, consecuente con tal principio, el legislador equipara, en general, al que no es
nacional con el que lo es, y las diferencias entre uno y otro, con ser numerosas, son, en
todo caso, excepcionales, de modo que los beneficios que reserva al chileno están
siempre inspirados en razones justificables y dentro del marco de dichas garantías
constitucionales.
Por su lado, según el inc. 1º del art. 22, todo habitante de la República debe respetar a
Chile y a sus emblemas nacionales.
Así, pues, si "la ley es obligatoria para todos los habitantes de la República, incluso los
extranjeros" (art. 14 del Código Civil), "no reconoce diferencias entre el chileno y el
extranjero para la adquisición y goce de los derechos" civiles (art. 57).
Esa conclusión, que ha venido prevaleciendo en los vínculos entre los Estados, y
generando al efecto infinidad de compromisos entre ellos, se inspira, por lo demás, en el
texto de las declaraciones universales y continentales relativas a los derechos individuales
y sociales.
Es así como la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre señala en su
art. XIX: "Toda persona tiene derecho a la nacionalidad que legalmente le corresponda y el
de cambiarla, si así lo desea, por la de cualquier otro país que esté dispuesto a
otorgársela", y la Declaración Universal de Derechos Humanos, en su art. 15 expresa: "1.
Toda persona tiene derecho a una nacionalidad. 2. A nadie se privará arbitrariamente de
su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad".
No cabe, en efecto, considerar, a nuestro juicio, de esa índole un derecho que sólo tiene
su origen en la expresión de voluntad del ordenamiento jurídico de cada Estado. Sobre la
base de aceptar el supuesto recién sentado, corresponde concluir que la materia de los
compromisos internacionales que se adopten en relación a la nacionalidad no incide en
derechos esenciales que emanen de la naturaleza humana para los efectos consagrados
en el inc. 2º del art. 5º de la Constitución.
Sin embargo, la evolución del concepto de la soberanía interna y la intensificación de la
convivencia y actividades entre los integrantes de todos los pueblos, ha llevado a la
conclusión de que nadie puede encontrarse sin nacionalidad, y por ello tiende a
reconocerse y asegurarse a todos los hombres, en esta hora de la humanidad, alguna
forma de nacionalidad, y a ello propenden por eso multitud de tratados y acuerdos
internacionales.
La Constitución chilena en su art. 10 determina cinco fuentes. Las tres primeras revisten el
carácter de originales, naturales o biológicas, ya que se relacionan con los hechos del
nacimiento o de la generación; y las otras dos se califican como adquiridas, derivadas,
legales o puramente positivas. El número de tales fuentes es ahora mayor en atención a
que, si el jus soli sigue siendo la primera, hay, entre tanto, causas de jus sanguinis en los N
2 y 3, debido a que el precepto que regía éste se dividió, en la sesión 63ª de la Comisión
Ortúzar, a proposición del profesor Evans, quien hizo notar la particularidad que presenta
la referida a los hijos de padres o madre chilenos nacidos en el extranjero y que se
encontraren al servicio de la República (págs. 10 y 11).
141.Jus soli. "Son chilenos: 1º los nacidos en el territorio de Chile..." Es la primera fuente
originaria, el jus soli o derecho de la tierra, aplicado con entusiasmo y vigor por los países
americanos desde los albores de su vida independiente con el fin de incorporar a sus
jóvenes nacionalidades el mayor número de personas de sangre blanca o europea, que
habían tenido oportunidad de recibir más sólida cultura, de la cual requerían para
fortalecer sus capas dirigentes.
El territorio a que se refiere la Ley Fundamental es, desde luego, el natural o físico,
comprendido en sus límites geográficos o, como dijo la Corte Suprema, en sentencia de
abril de 1924, la superficie de tierra en que el país ejerce su soberanía a título de tenencia,
de posesión o de dominio, y siempre que sea independiente de la soberanía de otra
nación (Gaceta, 1924, 1 semestre, Nº 44). Así fue constantemente reconocida la calidad de
chileno a los nacidos en los territorios de Tacna y Arica, no sólo durante los diez años
previstos en el Tratado de Ancón de 1884, sino en todo el lapso de ocupación de esas
provincias, que se prolongó hasta el Tratado de Lima, de 3 de junio de 1929, en cuyo art.
10 se señala el procedimiento para determinar la nacionalidad de los nacidos en esa
región.
Según el parecer de la unanimidad de nuestros comentaristas, comprende también, para
estos efectos, el territorio de Chile los demás lugares que de acuerdo con los principios del
derecho internacional, ya recordados al definir este concepto, participan de la ficción de
territorialidad (ver ob. cit. de los señores Roldán, pág. 114; Estévez, pág. 72; Bernaschina,
Tomo II, pág. 77; Andrade, pág. 62; y, en relación a la actual Carta, Molina, pág. 73;
Quinzio, pág. 45; Pfeffer, Tomo I, pág. 282).
142.El jus soli se impone. Se ha discutido el carácter de la nacionalidad que se genera por
el nacimiento en el territorio.
Jorge Huneeus (ob. cit., Tomo I, pág. 22) opinaba que tal nacionalidad era simplemente
ofrecida, y sobre dicha doctrina se basaron algunos fallos, pero la tesis contraria se impuso
en la sentencia de la Corte de Tacna de 9 de octubre de 1907 (RDJ, Tomo V, sec. 2ª, pág.
97) y de la Corte Suprema de 6 de octubre de 1917 (RDJ, Tomo XV, sec. 1ª, pág. 91), las
cuales concuerdan en que el precepto otorga por sí solo la nacionalidad chilena sin que
requiera además el consentimiento de quien la recibe.
Desde el 3 de marzo de 1866, la Corte de Santiago había establecido que una persona
nacida en Chile, hija de padre francés, es chilena, a pesar de estar inscrita en los registros
consulares franceses y haber sido declarada francesa por un tribunal francés (Gaceta,
1866, 1 semestre, Nº 217, pág. 149).
a) El padre y la madre han de ser extranjeros. Si es uno solo extranjero y el otro chileno,
rige el principio general y el nacido en nuestro territorio es chileno, y
b) Han de encontrarse en Chile en servicio de su Gobierno, es decir, del Gobierno del que
uno u otro de los padres o los dos son nacionales. No se aplica la excepción si están al
servicio de un Estado a cuya nacionalidad no pertenece ninguno de los dos padres. Si, por
ejemplo, el padre francés y la madre belga están al servicio de Inglaterra, el hijo nacido en
nuestro territorio es chileno. Hemos dicho al servicio de un Estado, porque nos parece que
el vocablo "Gobierno" en esta norma debería entenderse referido no sólo al Poder
Ejecutivo, sino que a todo órgano integrante del aparato oficial de un determinado
Estado.
No se precisa por la Ley Fundamental la naturaleza del servicio, de modo que podrá ser de
carácter diplomático o de cualquiera otra índole.
"Transeúnte" es "el que transita o pasa por un lugar", "el que está de paso, que no reside
sino transitoriamente en un sitio".
Creemos que, para que se produzca la situación contemplada, se requiere que sean
transeúntes ambos padres, porque así dice la letra y ha sido explícita cuando ha querido
ordenar otra cosa (art. 10 Nº 2). Se trata de una excepción que, como tal, ha de
interpretarse de modo restrictivo, y en vista de que no es lógico que deje de ser nacional
el hijo de chileno por ser extranjero en tránsito el otro de sus progenitores. Así, pues, si es
transeúnte sólo el padre o sólo la madre, el hijo de chileno o de chilena, o de extranjero
domiciliado en el país, que nace en Chile, tiene nuestra nacionalidad, aunque el otro
progenitor sea extranjero transeúnte. Estimamos que ello ocurre en ambos casos, porque
no cabe reconocer la primacía que en el matrimonio tiene el marido y padre, cuando la
generación que en esta materia se considera es la puramente natural. Es un caso en que
cabe aplicar el principio de la igualdad entre hombre y mujer.
El texto actual se diferencia del que figuraba en la Constitución de 1925, ya que ésta
expresaba: "todos los que sin embargo podrán optar entre la nacionalidad de sus padres y
la chilena".
En la sesión 60ª de la Comisión Ortúzar, propusimos que se dijera "todos los que podrán
optar entre la nacionalidad a que tuvieren derecho y la chilena", redacción que fue
aprobada, pero más adelante, revisada en la sesión 82ª, se prefirió el texto actual,
explicándose el cambio, acogido por el presidente de la Comisión, señor Ortúzar, al
resumir el debate, en los siguientes términos: "El señor Ortúzar (presidente) expresa que
prefiere, también, dicha redacción, porque, en la forma en que se encuentra redactado
actualmente el inciso, pareciera que esas personas, en igualdad de condiciones, van a
optar entre adquirir una nacionalidad extranjera y la chilena, cuando, en realidad, la
opción es por conservar la nacionalidad a que tuvieren derecho o por adquirir la chilena.
Señala que esa es la diferencia que desea destacar, porque la nueva redacción tiene la
ventaja de que reafirma el concepto de que tales personas no tienen su nacionalidad en
suspenso, como pudiera desprenderse, sino que son realmente extranjeros, pero que
llegadas a cierta edad se les confiere el derecho de optar o por conservar esa nacionalidad
extranjera o por adquirir la chilena, motivo por el que prefiere la redacción que había
propuesto y que, ahora, sugiere el señor Guzmán" (pág. 15).
Según el comienzo del inciso 2º del art. 10 "la ley reglamentará los procedimientos de
opción por la nacionalidad chilena", norma que, por ser análoga a la que contenía la
Constitución precedente, dio lugar a que el legislador la cumpliera mediante la Ley Nº
4.200, de 10 de octubre de 1927, y más adelante por la Ley Nº 13.955, ambas
incorporadas al Decreto del Ministerio del Interior Nº 5.142, publicado el 29 de octubre de
1960, cuerpo normativo que sigue vigente.
"Los nacidos en territorio de Chile que, siendo hijos de extranjeros que se encuentren en
el país al servicio de su Gobierno, o hijos de extranjeros transeúntes, resolvieran optar por
la nacionalidad chilena, conforme al art. 5º, Nº 1, de la Constitución Política, deberán
hacerlo mediante una declaración en que manifiesten que optan por la nacionalidad
chilena. Dicha declaración deberá hacerse en el plazo fatal de un año, contado desde la
fecha en que el interesado cumpla veintiún años de edad, y ante el intendente o
gobernador respectivo, en Chile, o el agente diplomático o cónsul de la República en el
extranjero, y después de acreditar fehacientemente que el interesado se encuentra en
alguno de los casos consignados en el art. 5º Nº 1 de la Constitución".
En relación al precepto recién copiado, debe advertirse que las referencias al art. 5º Nº 1
deben ahora entenderse hechas respecto del art. 10 Nº 1, que es el que corresponde de la
nueva Ley Fundamental; y que la mención de los veintiún años de edad debe considerarse
vigente no obstante que la Ley Nº 19.221, de 1 de junio de 1993, estableció que "es mayor
de edad la persona que ha cumplido dieciocho años". Tal interpretación se deduce de que
la ley recién citada no incluyó explícitamente la modificación pertinente del D. Nº 5.142 y
éste en su letra no se refiere a la mayoría de edad, sino que categóricamente a los
veintiún años.
Obsérvese el trato favorable, que sin embargo, da la Ley Fundamental a quienes concede
el derecho de opción, el cual consiste en que, para hacerse chilenos, no necesitan obtener
carta de nacionalidad, y les basta manifestar en tiempo y forma su preferencia por Chile.
Si no optan dentro del plazo, continúan como extranjeros.
La opción no puede hacerse antes de que comience el año del plazo que la ley les otorga
para decidirse, de modo que si la formulan con anterioridad a su inicio, la declaración no
tiene eficacia, como tampoco la tendría la promesa de optar para una vez llegado el
comienzo del plazo.
En cuanto a los efectos que acarrea la opción, concordamos con la explicación del
profesor Hernán Molina Guaita: "El que opta por la nacionalidad chilena, adquiere dicha
nacionalidad por jus soli. Y esto es así, porque se aplica la regla del nacimiento en el
territorio de Chile. No tratándose de una nacionalización, no estará sujeto a ninguna de las
limitaciones de la nacionalidad derivada o adquirida. Esto no quiere decir que la
nacionalidad chilena se adquiera con efecto retroactivo, sino que será chileno a partir del
momento de la opción. La anotación en el Registro respectivo del Ministerio del Interior es
elemento de prueba" (Derecho Constitucional, pág. 77).
El precepto se aleja del que contenía la Carta de 1925 en cuanto, por una parte, menciona
ahora al padre o madre chilenos (antes se refería a "los hijos de chilenos") y en cuanto se
reemplaza la expresión "para los efectos que las leyes fundamentales, o cualesquiera
otras" por la de "para todos los efectos".
Si los hijos nacen en territorio chileno no hay problema, ya que son chilenos en virtud de
ese solo hecho. Para estimar que el territorio es chileno habrán de aplicarse los principios
que informan la determinación tanto del territorio nacional o físico como del legal o
ficticio de nuestro país.
Basta que el nacimiento no haya ocurrido en territorio chileno, para que se entienda, a
nuestro juicio, que éste se ha producido en territorio extranjero, no siendo necesario, por
lo tanto, precisar a quién pertenece el territorio que no es de Chile. "Extranjero" es, por lo
demás, en una de sus acepciones, "toda nación que no es la propia".
No hay duda de que basta que el padre o la madre, de nacionalidad chilena, estén al
servicio de la República para que se llene el requisito. Cabe plantearse si éste concurre en
el caso de que el cónyuge que no sea chileno esté al servicio de Chile. Parece evidente que
en tal situación no se satisfaría la exigencia. Tal conclusión se deduce, a nuestro juicio, de
la letra, que prescribe "hallándose cualquiera de éstos" (el padre o la madre chilenos), con
lo cual excluye al padre o a la madre extranjeros.
No se define en la regla en análisis la naturaleza del servicio y comprende así todo el que
se realice en el servicio de la República, es decir, en el del Estado de Chile. "República" es
la forma del gobierno, de la cual no deriva la nacionalidad, de manera que ha de
entenderse aquí como simple modo de aludir a nuestro Estado. En todo caso, República o
Estado está concebido en sentido amplio, no sólo de los poderes públicos o del Gobierno
o Poder Ejecutivo, sino que de cualquiera de los órganos que integran el Estado. Si así lo
sostuvimos en relación al término "Gobierno" usado en el Nº 1 del art. 10, tanta o mayor
razón existe para afirmar el alcance amplio de un vocablo que en su propia acepción
reviste mayor amplitud, como es el término "República". Una beca otorgada por nuestro
propio Gobierno al padre o madre chilenos, daría lugar a la situación en estudio, no así
una beca de un Estado extranjero otorgada al chileno, a menos que sea dada en virtud de
un acuerdo o compromiso con el Estado de Chile.
En otras palabras, nos parece que está al servicio de la República quien cumple una tarea
encomendada a algún órgano del aparato oficial del Estado, o sea, del conjunto de los
órganos fundamentales del Poder Público y de los propios del Gobierno y de la
Administración, ya sea esta última desconcentrada o funcional o territorialmente
descentralizada. El criterio para determinar hasta qué punto ha de entenderse como
Estado para este efecto puede encontrarse, por ejemplo, en relación a la amplitud con
que se expresa la tutela ejercida por la Contraloría General de la República o que
determina si un órgano forma parte del sector público de la economía.
Más simple será, nos parece, reconocer cuándo una persona no está al servicio de la
República, puesto que ello se producirá si la permanencia en el exterior se debe a motivos
de carácter estrictamente personal o de familia o al ejercicio de una determinada
profesión o al desarrollo de actividades de carácter comercial o industrial o al servicio de
una asociación, sociedad, empresa o cualquier otro ente chileno de carácter privado.
En el mencionado informe del profesor Sergio Diez, que sirvió de base, según se anotó, a
las deliberaciones de la Comisión Ortúzar, se recordó que, en el proyecto de reforma
constitucional presentado por el Presidente Eduardo Frei Montalva en 1964, se había
propuesto agregar a la expresión: "actual servicio de la República" la de "o de organismos
internacionales a los cuales se encuentre adherido el Estado de Chile", proposición que,
aceptada en la Cámara de Diputados, alcanzó a ser desechada en la Comisión pertinente
del Senado por estimar ésta que no puede equipararse una situación a otra, dado que al
servicio de organismos internacionales se actúa a título personal, y puesto que los hijos de
los chilenos que en tal situación sirven a su país pueden adquirir la nacionalidad
avecindándose en Chile.
Quien ha adquirido la nacionalidad por esta causal se entiende, para todos los efectos,
como nacido en territorio chileno. Como dijo el profesor Evans, "este es un caso de jus
sanguinis al cual la Constitución le atribuye efectos del jus soli" (sesión 63ª, pág. 11).
La nacionalidad chilena del padre o madre ha de existir a la época del nacimiento del hijo.
Según el art. 59 del Código Civil, el domicilio "consiste en la residencia, acompañada, real
o presuntivamente, del ánimo de permanecer en ella".
Para adquirir la nacionalidad ¿se exige la reunión de todos los requisitos que condicionan
el domicilio”
Según Claro Solar, es ello necesario y no bastaría el simple tránsito por el territorio de la
República o una residencia o habitación puramente accidental.
La Corte Suprema, en sentencia de 11 de septiembre de 1908, declaró que no basta el
simple avecindamiento, sino que es menester que ejercite algún acto o alguna
manifestación de voluntad para adquirirla.
Nos parece que hay dos requisitos divergentes, que no están en el espíritu de la
Constitución, y que en la exigencia intermedia se encuentra la interpretación correcta. No
es suficiente la calidad de transeúnte, pero no se exige tampoco el ánimo de permanencia
que requiere el domicilio. Basta el hecho de la vecindad o residencia.
En la sesión 60ª se acordó aprobar la sugerencia de Sergio Diez (pág. 12), pero, con motivo
de que Jorge Ovalle anotara que la constitución de domicilio puede concretarse sin
establecer ninguna residencia (sesión 61ª, pág. 4) y continuando el debate, se decidió
llamar al profesor de Derecho Internacional Fernando Albónico Valenzuela, quien
concurrió a la sesión 62ª. En ésta, el pofesor Albónico explicó su preferencia por el
requisito de avecindamiento, basándose en que "...el domicilio no cabe directamente
respecto del incapaz, sino que es un atributo propio de los mayores de edad, y lo que se
pretende no es atribuir nacionalidad sólo al mayor de edad, sino también al menor... En
seguida, expresa que, en su opinión, lo anterior debería entenderse en el sentido de una
estadía permanente en el país, esto es, que la vinculación del individuo con el Estado diga
relación con las actividades que aquél desarrolla: de estudios, de trabajo, etc." (págs. 17 y
18). El profesor de la misma asignatura, Eduardo Hamilton, hizo presente el texto de
documentos internacionales que imponían lazos de residencia continuada (sesión 62ª,
pág. 27). Con tales antecedentes, el presidente de la Comisión señor Ortúzar propuso el
requisito de un año de avecindamiento y fue acogido (sesión 63ª, pág. 5).
Indudablemente la nacionalidad por esta causal se adquiere desde que ocurre el año del
avecindamiento. No podría entenderse, por otra parte, que esta fuente genere
retroactivamente la consecuencia de tenerse por chileno a la persona desde el momento
del nacimiento; lo será una vez vencido el plazo.
En cuanto al plazo, conviene anotar que se había propuesto el requisito de que el hecho
se hubiera producido "ininterrumpidamente" durante éste, pero tal condición fue
eliminada en la sesión 411ª de la Comisión Ortúzar (pág. 3452). El señor Guzmán llegó a
expresar que "en ningún caso, el avecindarse en Chile significa permanencia física, sin
interrupción alguna, ni la prohibición de salir al exterior, aunque sea por poco tiempo".
Nuestras Constituciones de 1822 (art. 4º), 1823 (art. 6º) y 1828 (art. 6º), determinaron
diversas fuentes de nacionalización.
Conforme al inciso 2º del mismo art. 10, "la ley reglamentará los procedimientos... de
otorgamiento, negativa y cancelación de las cartas de nacionalización, y la formación de
un registro de todos estos actos". Como en términos semejantes se disponía en la
Constitución de 1925, se dictó el D.L. Nº 747, de 15 de diciembre de 1925, cuyo texto
definitivo, autorizado por la Ley Nº 6.924, se estableció en el Decreto Nº 3.690, de 1941,
que fue a su vez modificado por la Ley Nº 12.587, de 15 de febrero de 1958, y por la Ley
Nº 13.955, de 9 de julio de 1960. Esta última autorizó la dictación de un nuevo texto
refundido, que se hizo por Decreto Nº 5.142 del Ministerio del Interior, publicado el 29 de
octubre de 1960. Este es, pues, el texto vigente, ya citado en relación al derecho de
opción, y tocante al cual hay que tomar en cuenta la reforma que le introdujo el D.L. Nº
1.432, de 10 de mayo de 1976, y, ya en vigencia la nueva Carta, la Ley Nº 18.005, de 25 de
junio de 1981.
La carta se concede:
a) "A los extranjeros que hayan cumplido 21 años de edad". Es del caso reiterar lo ya
manifestado en relación a la norma de este mismo cuerpo normativo (Decreto Nº 5.142),
que permite la opción por la nacionalidad chilena también desde el cumplimiento de los
21 años, en cuanto a que, mientras no se dicte otro texto legal que altere la exigencia,
corresponde considerar la permanencia de ésta, aun cuando la mayoría de edad se
produce al cumplir los 18 años, desde la dictación de la Ley Nº 19.221, de 1º de junio de
1993. Esta última no dispuso la modificación del precepto en examen.
Debe considerarse que, en virtud del inciso 4º del mismo art. 2º, "Podrá otorgarse
también carta de nacionalización a los hijos de padre o madre chilenos nacionalizados,
que hayan cumplido 18 años de edad y que cumplan los demás requisitos indicados en el
inciso 1º. Estas personas quedarán comprendidas en los casos de excepción que
contempla el art. 4º letra i)". Debe advertirse que la referencia, en virtud de la
modificación de la Ley Nº 18.005, que dio un nuevo texto al art. 4º, debería hacerse no al
inciso 1º, sino a los diversos números de su inciso 2º.
La enumeración que precede guarda completa analogía con los artículos 15 y 16 del D.L.
Nº 1.094, que determina los extranjeros a quienes se prohíbe y a quienes podrá impedirse
el ingreso al país. Sujetándose a sus normas el ingreso, pocas serán las personas que,
habiendo logrado su permanencia definitiva en Chile, no estén más tarde en posición de
solicitar su carta de nacionalización.
152.Tramitación. La ley determina los numerosos datos que debe contener la petición de
nacionalización (art. 4º del D.L. Nº 1.094, reemplazado por la Ley Nº 18.005).
El Ministerio del Interior envía las presentaciones que se hacen en Santiago en informe a
Investigaciones de Chile. Las que se presentan ante el Intendente Regional o Gobernador
Provincial se envían por éste, dando cuenta inmediatamente de ello al Ministro del
Interior, a la Unidad de Investigaciones de su jurisdicción o, a falta de ella, a la de
Carabineros. La respectiva unidad policial enviará directamente la solicitud informada a
Investigaciones de Chile, quien remitirá los antecedentes al Ministerio del Interior, con los
informes respectivos debidamente ratificados y confirmados por ese Servicio (arts. 4º y 5º
del Decreto Nº 5.142).
Investigaciones de Chile deberá necesariamente informar sobre los viajes que hubiere
realizado el peticionario hacia o desde el territorio nacional, señalando las fechas de sus
ingresos y salidas; y además, previa consulta al Gabinete Central de Identificación, sobre la
circunstancia de que el solicitante tenga cónyuge o hijos chilenos" (inciso 4º del art. 5º
agregado por la Ley Nº 18.005).
A fin de activar el curso de los trámites, que se prolongaban excesivamente y daban lugar
a la necesidad de encargar a terceros su activación, se fijaron plazos perentorios para
evacuar los informes exigidos (art. 6º del Decreto Nº 5.142).
El nacionalizado a tal punto es chileno que la ley ordena que "los documentos que el
Gabinete de Identificación otorgue a las personas que han obtenido carta de
nacionalización, deberán contener la mención de la nacionalidad chilena, sin emplear los
términos de nacionalizado chileno u otros semejantes" (art. 11 del Decreto Nº 5.142).
El decreto que deniegue la carta de nacionalización será siempre fundado y firmado por el
Presidente de la República, aunque puede expedirse también con la sola firma del
Ministro (art. 7º del Decreto Nº 5.142). No existe ningún recurso contra la negativa del
otorgamiento, por tratarse precisamente de una gracia que otorga o niega libremente el
Estado, pero, por eso mismo, en cualquier momento podrá el Presidente cambiar su
resolución y expedir la carta que había negado, sobre todo si se han reunido con
posterioridad antecedentes que destruyen los que originaron el rechazo.
La negación de la nacionalización no está comprendida en las situaciones en que, según el
art. 12 de la Constitución, puede recurrirse a la Corte Suprema, ya que ello está permitido
tan sólo si se priva o se desconoce la nacionalidad chilena. Sin embargo, la obligación de
explicar en el mismo decreto la razón del rechazo, demuestra que, si el otorgamiento es
discrecional, la negación no ha de ser arbitraria; si el rechazo revistiere este carácter,
podría, a nuestro juicio, interponerse un recurso de protección en caso de que los
fundamentos de tal negativa pudieren violar alguno de los derechos respecto de los cuales
puede interponerse tal recurso.
La única excepción a la libertad del Ejecutivo para acoger o desechar una carta de
nacionalización, está contenida en el art. 11 del D.F.L. Nº 69, de 8 de mayo de 1953, que
creó el Departamento de Inmigración, porque establece que los inmigrantes tendrán
derecho a obtener la nacionalidad chilena, si durante cinco años hubieren permanecido
ininterrumpidamente en el país, demostrando buenas costumbres, ejercitando
actividades lícitas y que no se encuentren procesados ni hayan sido condenados por
delitos que merezcan pena aflictiva.
De acuerdo al ya citado inciso 2º del art. 2º del Decreto Nº 5.142, modificado por el D.L.
Nº 1.432, "esta renuncia se formalizará ante el Ministerio del Interior, si el extranjero
residiere en la Región Metropolitana de Santiago, o ante el Intendente o Gobernador
respectivo, si residiere en provincia, y deberá ser escrita y firmada personalmente por el
solicitante. Estará dirigida al Presidente de la República, en un formulario que se
proporcionará por la autoridad correspondiente, sin costo alguno para el extranjero. Se
presentará con posterioridad a la calificación favorable que la autoridad haga de la
solicitud de nacionalización".
Se había sostenido, en armonía con la letra del actual precepto, que "el hecho de que la
persona que solicita la carta haya perdido su nacionalidad de origen por causa de
matrimonio, no excluye la obligación de renunciar expresamente a ella o a cualquiera otra
que pudiera haber adquirido" (Informe Consejo de Defensa Fiscal, de 13 de enero de
1939).
El Consejo de Defensa Fiscal emitió con fecha 23 de junio de 1938 dos informes
contradictorios sobre si la renuncia debe ser también válida ante el país respecto del cual
se hace. Nos inclinamos a creer que no es necesaria la validez de la renuncia ante el
Estado que se abandona, porque no está exigida expresamente esta validez en nuestra
Constitución. Se trata, además, de una materia en que debe primar el régimen jurídico del
Estado que otorga la Carta y vendría, según la interpretación impugnada, a negarse la
nacionalidad chilena por una circunstancia completamente ajena a la voluntad de Chile y
del propio peticionario.
155.Reciprocidad. Dice la segunda parte del Nº 4 del art. 10: "No se exigirá esta renuncia a
los nacidos en el país extranjero que, en virtud de un tratado internacional, conceda este
mismo beneficio a los chilenos".
En el documento presentado por Sergio Diez, que fue base del debate en la Comisión
Ortúzar, se recordó que la Cámara de Diputados había aprobado -en tanto la había
desechado la Comisión pertinente del Senado- una indicación formulada con motivo del
proyecto de reforma presentado en 1964 por el Presidente Frei Montalva, según la cual:
"No se exigirá la renuncia de la nacionalidad española respecto de los nacidos en España,
ni la de los latinoamericanos nacidos en el Continente, con más de 10 años de residencia
en Chile, siempre que en esos países se conceda el mismo beneficio a los chilenos.
Tampoco se exigirá la renuncia a los extranjeros con más de 10 años de residencia en
Chile, pero se entenderá que pierden su nacionalidad de origen, por el solo hecho de
concedérseles este beneficio" (incs. 2º y 3º del Nº 3 del art. 5º).
En la sesión 63ª de la Comisión Ortúzar quedó aprobado, en los mismos términos, el
precepto contemplado en la reforma de la Ley Nº 12.548 (pág. 16), sin embargo, más
adelante, en la sesión 238ª, se acordó suprimir el plazo de diez años que exigía el texto, en
atención, sobre todo, a que se hizo presente que los chilenos en España podían obtener la
nacionalidad en las mismas condiciones que las de cualquier otro país sin más de dos años
de residencia en la Península (págs. 2 y 3). Al revisar el proyecto Ortúzar, el Consejo de
Estado, a proposición de Juan de Dios Carmona (sesión 66ª, de 21 de marzo de 1979),
aprobó el texto definitivo que, confirmado por la Junta, fue sometido a plebiscito.
a) Si el extranjero que solicita nuestra nacionalidad tiene aquella del país en cuyo suelo
nació. La norma excepcional no se aplica así al que es extranjero por otra causal diferente
a la de haber nacido en el territorio del país de cuya nacionalidad goza.
b) Si el país, del cual es nacional el extranjero que pide la nuestra, concede a los chilenos
el mismo beneficio, o sea, el de adquirir la nacionalidad de aquel país sin abandonar la
chilena. Tal es lo que se llama la reciprocidad, que se produce cuando hay, según el
diccionario, "correspondencia mutua de una persona con otra".
Parece claro que el requisito de reciprocidad debe ser acreditado por quien solicita
nuestra nacionalidad.
La razón de esa reforma fue la fuerza de los vínculos que existen entre España y Chile,
muchas de cuyas características nacionales manifiestan la huella profunda que dejó el
hecho histórico de haber formado parte, cerca de tres siglos, de la monarquía española.
La reforma tenía además antecedentes positivos que la explicaron. El más fuerte era el
texto del art. 24 de la Constitución Republicana Española de 9 de diciembre de 1931: "A
base de una reciprocidad internacional efectiva y mediante los requisitos y trámites que
fijará una ley, se concederá ciudadanía a los naturales de Portugal y países hispánicos de
América, comprendido Brasil, cuando así lo soliciten y residan en territorio español, sin
que pierdan ni modifiquen su ciudadanía de origen. En estos mismos países, si sus leyes
no lo prohíben, aun cuando no reconozcan el derecho de reciprocidad, podrán
naturalizarse los españoles sin perder su nacionalidad de origen".
La consideración fundamental del convenio es "que no hay ninguna objeción jurídica para
que una persona pueda tener dos nacionalidades, a condición de que sólo una de ellas
tenga plena eficacia, origine la dependencia política e indique la legislación a que está
sujeta.
Los interesados deberán inscribir sus respectivas cartas de nacionalización en los registros
correspondientes a cada país y desde esa fecha "gozarán de la plena condición jurídica de
nacionales" (art. 2º). Las dos naciones se comunicarán recíprocamente las adquisiciones y
pérdidas de la nacionalidad, los cambios de domicilio, y los actos relativos al estado civil
de las personas beneficiadas (art. 5º).
El ejercicio de los derechos civiles y políticos regulados por la ley del país del domicilio, no
podrá surtir efectos en el país de origen, si ello lleva aparejada la violación de las normas
de orden público (art. 6º, inc. 2º).
Otras dos disposiciones de carácter transitorio tienen importancia: el inc. 1º del art. 6º,
que permite recobrar la nacionalidad de origen a los que hubieron debido renunciarla
para adquirir la nueva nacionalidad; y el art. 7º, según el cual los que no estuvieran
acogidos a los beneficios del Convenio continuarán disfrutando los derechos y ventajas
que les otorguen las legislaciones chilena y española, respectivamente.
Una regla análoga figuraba en la Constitución de 1925, pero ella constituía el inciso final
del art. 5º, colocado, por lo tanto, después de contemplada la nacionalización por gracia.
El traslado del inciso, y la mención a que la norma recae sólo en los nacionalizados por
carta, deja afirmada la voluntad del constituyente en la forma más indudable, aunque a la
misma conclusión cabía llegar con sólo la referencia que ya se hacía a la "carta de
nacionalización".
El precepto en estudio se aplica en relación con los "cargos públicos de elección popular",
que en la actualidad, según la Carta, son los de diputados (art. 43), parte de los senadores
(incs. 1º y 2º del art. 45) y concejales (art. 108).
Resulta así que, respecto de esos cargos electivos, el nacionalizado necesita por lo menos
diez años de permanencia en Chile, ya que la carta de nacionalización no puede otorgarse,
por mandato de la ley, antes de cinco años de residencia continuada en el país. Cabe
anotar que los españoles nacionalizados sin haber renunciado a su nacionalidad han
quedado en la misma situación que los demás nacionalizados, desde que la actual
Constitución suprimió, en relación a ellos, el requisito de diez años de residencia para
obtener la nacionalidad chilena.
En nuestra historia política, pocas veces se ha otorgado la nacionalidad por gracia: los
ejemplos más conocidos son los de Andrés Bello, José Joaquín de Mora y las que se
otorgaron con motivo de la guerra con España en 1886. En 1948 se dio por Ley Nº 8.951 al
doctor Juan Noé y a sus hijos. En este último tiempo se observa una tendencia a otorgar
más a menudo este beneficio.
La Constitución no prescribe que en la ley especial de gracia se mencionen
nominativamente las personas a las cuales se otorga, de modo que puede concederse en
forma colectiva, y ello ocurrió con los españoles en la época recordada. Tampoco requiere
la Ley Fundamental que se hayan prestado servicios al país, y podrá así darse este honor a
quienes han merecido el agradecimiento nacional por servicios prestados a la humanidad
entera.
El beneficiado con la ley de gracia debe entenderse como nacional para todos los efectos.
Los nacionalizados por gracia pueden ser elegidos en cargos de elección popular desde
que se publica la ley respectiva, puesto que a ellos no se aplica el plazo que se exige para
tal objeto en relación a los que han obtenido carta de nacionalización. Unicamente la
Presidencia de la República queda impedida al beneficiado con especial ley de gracia, por
ser requisito para ese cargo el nacimiento en territorio de Chile; sería sorprendente el
caso de que tal nacionalizado contara con ese requisito.
Los planteamientos del señor Diez fueron debatidos ampliamente en las sesiones 61ª y
62ª y, en definitiva, fueron rechazados en la sesión 63ª (pág. 15).
Tal afirmación tiene base, a nuestro juicio, aun cuando en el texto propuesto por la
Comisión Ortúzar no se contenga el adverbio "sólo", con el que se había acordado iniciar
la enumeración de las causales de pérdida, a proposición del señor Evans (sesión 64ª, pág.
18). En la sesión 411ª se acordó eliminar, en efecto, el adverbio "sólo" tanto en relación a
la causales de pérdida de la ciudadanía como en cuanto a las de pérdida de la
nacionalidad, dejando constancia que tal supresión no importaba privar del carácter de
taxativa la enunciación (pág. 3441).
El precepto es análogo al de la Carta de 1925, tal como fue modificado por la Ley Nº
12.548.
Esta causal de pérdida se aplica a quienes hubieren obtenido, por cualquier fuente, la
nacionalidad chilena y después se nacionalizaren en el extranjero, salvo que la chilenidad
la hubieran obtenido por ley especial de gracia, que sólo puede revocarse mediante otra
ley especial (art. 11 Nº 5).
La regla general es expresión del propósito de exigir fidelidad absoluta a quienes integran
nuestro Estado y de que no se propenda tampoco, por culpa de nuestro sistema jurídico, a
la creación de doble nacionalidad respecto de una misma persona.
Luis Claro Solar (Explicaciones de Derecho Civil, Tomo I, pág. 181) pide la concurrencia de
tres requisitos: 1) que el chileno haya adquirido realmente la nacionalidad extranjera; 2)
que la haya adquirido voluntariamente, y 3) que haya sido capaz de cambiar de
nacionalidad.
a) La primera de ellas se refiere a los chilenos que lo sean por jus soli o jus sanguinis, que
hubieren obtenido otra nacionalidad sin renunciar a la chilena cuando en virtud de un
tratado internacional se ha concedido a los chilenos el beneficio sin exigirles la renuncia
de su calidad de tales (art. 10 Nº 4).
b) La segunda excepción a la regla general en estudio consiste en que "la causal de
pérdida de la nacionalidad chilena señalada precedentemente (o sea, la generada por
nacionalización en país extranjero) no regirá respecto de los chilenos que, en virtud de
disposiciones constitucionales, legales o administrativas del Estado en cuyo territorio
residan, adopten la nacionalidad extranjera como condición de su permanencia en él...".
La norma transcrita reproduce la que se introdujera por la Ley Nº 12.548, de 1957, sin otra
alteración que el agregado de la expresión "administrativas", con lo cual se amplía su
alcance.
Ha ocurrido que algunas de las glorias nacionales, precisamente para poder construir su
fama científica, literaria o artística, se han visto en la necesidad de adoptar extraña
nacionalidad, cuando en lo interno no pretendían desvincularse de Chile, sino incrementar
con sus propios éxitos el prestigio patrio.
Consideramos que esta excepción en nada altera por lo demás las conclusiones a que se
había llegado antes de la reforma de 1957, según recordamos, en el sentido de que la
ocurrencia de circunstancias que incorporen al chileno a diversa nacionalidad no opera la
pérdida de la chilena, si no ha solicitado expresamente la nacionalidad extranjera. La
Constitución se limita a añadir ahora que, aun pedida la nacionalidad foránea, no se
pierde la nuestra si se exige al chileno que adopte la extranjera como condición de
permanencia en el país extranjero. En consecuencia, el chileno no pierde su nacionalidad
si se le ha impuesto la extranjera sin su espontáneo y libre consentimiento.
Los servicios, para que opere la causal, han de prestarse durante una guerra exterior, no
antes ni después de ella. No se precisa que la guerra haya sido formalmente declarada por
Chile.
La condición de que la guerra debe ser "exterior" fue colocada por iniciativa del señor
Guzmán (sesión 63ª, pág. 29), en atención a que la guerra puede ser interna, según deriva
del propio texto de la Constitución (arts. 39 y 40 Nº 2). A proposición del presidente de la
Comisión, señor Ortúzar, se dejó constancia en actas de que la expresión "guerra exterior"
es "la que se realiza entre el Estado chileno y otro Estado, sea que las acciones bélicas se
desarrollen dentro del territorio nacional o fuera de él" (sesión 64º, pág. 12).
Los servicios han de ser prestados a enemigos de Chile, o sea, a Estados que combaten en
contra de Chile, o a aliados de esos Estados enemigos.
Recuérdese que contra una privación arbitraria por esta causal, procede el recurso de
reclamación que se analizará más adelante.
Esta causal se introdujo como resultado del debate que surgió en la Comisión Ortúzar al
considerar la anterior (Nº 2) y se explica al tener presente aquella que había incorporado
el ya mencionado D.L. Nº 175, de 1973.
En la sesión 64ª, el señor Evans propuso reemplazar la causal introducida a través del
decreto ley recién recordado, por la siguiente: "Por sentencia judicial fundada en texto
legal, que aplique la sanción por razón de indignidad. Esta ley deberá contar con la
aprobación de la mayoría de los congresales en ejercicio" (pág. 8). Prevaleció el criterio de
precisar dos causales diversas con los números 2 y 3, que sustentamos expresando:
"...están bien configuradas las dos causales de pérdida de la nacionalidad en uno y otro
caso, en cuanto una se relaciona con el ataque de la soberanía externa del país en virtud
de traición o algún hecho que importe términos atentatorios o estar en desacuerdo con la
personalidad y esencia misma de la Patria; la otra se vincula con el manejo interno de la
Nación, sobre discrepancias relativas al ejercicio del Poder del Estado en un momento
histórico dado..." (pág. 9). En el debate se reflejó gran resistencia y crítica a dar paso a
esta causal, en razón del rechazo de los términos en que se estableció por el D.L. Nº 175,
pero la redacción en definitiva fue aprobada en atención a los mayores requisitos que
llegaron a incluirse en el texto.
Debe, en efecto:
a) Dictarse una sentencia judicial condenatoria. La privación se producirá una vez que ésta
se encuentre ejecutoriada. Se trata aquí de un forma especial de privación de la
nacionalidad, respecto de la que no cabe el recurso de reclamación contemplado en el art.
12, ya que éste sólo procede en relación a un "acto o resolución de autoridad
administrativa" que prive o desconozca la nacionalidad.
Al comparar la letra de la norma en este punto con la del D.L. Nº 175, se observa el
agregado de "la dignidad de la patria", propuesto por el señor Guzmán, diciendo: "no se
atenta contra los intereses fundamentales del Estado cuando se profana la bandera. Sin
embargo, lo considera todavía más repudiable que muchas de las conductas que pudieran
llamarse "atentatorias contra los intereses esenciales del Estado" (sesión 64ª, pág. 16). En
cuanto a la "dignidad de la patria", para fundamentar una sanción por ofenderla,
corresponderá tomar en cuenta lo que dispone el art. 22 de la Constitución sobre la
obligación de que "todo habitante de la República debe respeto a Chile y a sus emblemas
nacionales" (inc. 1º), y de que "los chilenos tienen el deber fundamental de honrar a la
patria" (inc. 2º).
En cuanto a la segunda categoría de delitos, o sea, a la de aquellos "que atenten contra los
intereses esenciales y permanentes del Estado", explica muy acertadamente el profesor
Molina Guaita, que "los intereses protegidos por la norma son los esenciales, es decir, los
más vitales, fundamentales o básicos; y además permanentes, que perduran en el tiempo"
(ob. cit., pág. 95), término este último con el que quisimos llamar la atención de que ha de
haberse afectado no un interés coyuntural, episódico, transitorio, sino que un
presupuesto estable e indiscutido de la convivencia.
c) La ley que configure los delitos que revistan el carácter descrito debe haber sido
aprobada con quórum calificado, es decir, con la mayoría de los parlamentarios en
ejercicio, según lo dispone el art. 63 inc. 3º.
Como, en virtud del inc. 2º del art. 10, "la ley reglamentará los procedimientos de...
cancelación de las cartas de nacionalización", que es el mismo cuerpo normativo referido
al derecho de opción a la nacionalidad chilena, ya que a ambas materias se refiere dicho
inciso (Decreto Nº 5.142 de 1960), su art. 8º expresa:
"El (decreto) que la cancele deberá también ser fundado en haber sido concedido con
infracción a lo dispuesto en el artículo 3º de esta ley -(que determina quiénes no pueden
obtener este beneficio)- o en haber acaecido ocurrencias que hagan indigno al poseedor
de la carta de nacionalización de tal gracia o por haber sido condenado por alguno de los
delitos contemplados en la Ley Nº 12.927, de 6 de agosto de 1958. La cancelación de la
carta de nacionalización se hará previo acuerdo del Consejo de Ministros y por decreto
firmado por el Presidente de la República".
Entre los casos de indignidad a que se refiere este precepto, deben entenderse
comprendidos indiscutiblemente aquellos en que se produzca la pérdida de la
nacionalidad en razón de las causales de los N 2 y 3 del art. 11 de la Constitución, ya
estudiadas.
Por sentencia de 10 de febrero de 1993, la Corte Suprema ordenó dejar sin efecto un
decreto que cancelaba una carta de nacionalización, por cuanto las razones de hecho y de
derecho que lo sustentaban no eran suficientes para justificar la medida (reclamo de León
Martínez, Ignacio, en RDJ, t. XC, 2ª parte, sec. 3ª, pág. 177, y en Gaceta Jurídica, Nº 156,
1993, pág. 35).
165.Por ley de revocación. La nacionalidad se pierde, por último, "por ley que revoque la
nacionalización concedida por gracia" (art. 11, Nº 5).
Esta norma se originó con motivo de una proposición de Jaime Guzmán, que fue de
inmediato aceptada por la unanimidad, como consta del acta de la sesión de la Comisión
Ortúzar Nº 64, págs. 17 y 18.
Debería, a nuestro juicio, interpretarse que ninguna de las demás causales de pérdida de
la nacionalidad establecidas en la Constitución puede ser aplicable a quien ha obtenido su
nacionalidad por ley especial de gracia.
Se trata, así, de una disposición excepcional, puesto que impide otorgar carta de
nacionalización en conformidad a la legislación general a quienes con anterioridad hayan
sido privados de nuestra nacionalidad, ya que, por este mandato del constituyente, será
necesario otorgar respecto de cada persona una ley que la incorpore de nuevo al régimen
jurídico chileno (Actas de la Constitución de 1925, págs. 333-334). Sin embargo, esta
excepción constitucional no está recogida en el art. 3º de la ley de nacionalización
(Decreto Nº 5.142 de 1960), al precisar las personas a quienes no debe otorgarse la
nacionalidad.
El precepto fue ratificado por la Comisión Ortúzar en la sesión 65ª, luego de un debate en
el cual se formularon diversas otras alternativas. Tal vez el argumento sustancial para
mantener la norma fue que el órgano más adecuado para rehabilitar era el Congreso, por
cuanto se requería hacer una apreciación política y, si existía voluntad de enmendar algún
error o injusticia, la ley se despacharía rápidamente (págs. 10 a 12).
Es del caso anotar que, dados los términos generales en que está redactada la norma, ella
se aplica incluso a quienes hubieren perdido por ley la nacionalidad antes concedida por
gracia.
Este recurso fue establecido en la reforma de la Constitución de 1925 que dispuso la Ley
Nº 12.548, de 1957, pero referido entonces exclusivamente a la cancelación de la carta de
nacionalización.
Las garantías de que la cancelación fuera dispuesta por decreto fundado del Presidente y
previo acuerdo del Consejo de Ministros -que ya se consagraran en el D.F.L. Nº 747, de
1925- se mostraron insuficientes, a juicio de la opinión pública. Se estimó en numerosas
ocasiones injusta la acción del Ejecutivo inspirada en el propósito de transformar en
extranjeros a quienes se quería expulsar, ya por el procedimiento de la Ley Nº 3.446, de
1918, que establecía recurso ante la Corte Suprema, ya por el sistema mucho más
expedito que rigió durante la Ley Nº 8.987, de 1948, llamada de Defensa Permanente de
la Democracia, cuyo art. 26 permitía el arresto y expulsión, sin más trámites, previo
decreto del Ministro del Interior.
b) El recurso que aquí se considera puede estimarse más bien como una acción, que
puede dirigirse ante un órgano judicial para que éste ejerza la misión tutelar que a la
magistratura corresponde en relación con los derechos de las personas, y dado que, por
otra parte, el término "recurso" es aplicable más bien al que se produce dentro de un
procedimiento ya existente, puesto que, como lo define el Diccionario, recurso en derecho
es "acción que concede la ley al interesado en un juicio o en otro procedimiento para
reclamar contra las resoluciones, ora ante la autoridad que las dictó, ora ante alguna
otra". La reclamación aquí no integra un proceso anterior.
Al crearse este recurso en 1957 sólo se concedía a la persona a la que se había cancelado
su carta. Al permitir que también pueda interponerse por cualquiera a su nombre, aun
cuando esté desprovisto de toda representación o mandato de ella, se ha ampliado el
recurso y en tal forma armoniza con las bases de las acciones de protección (art. 20) y
amparo (art. 21), lo que parece lógico en razón de la importancia que tienen los valores
que uno y otro resguardan.
e) "de autoridad administrativa", lo cual significa, según muy precisamente dedujo Jaime
Guzmán, "que no se refiere al caso en que la pérdida de la nacionalidad proviene del
legislador o de sentencia judicial; de modo que en ese sentido quedan implícitamente
excluidos los casos en que la pérdida de la nacionalidad provenga de otro origen" (sesión
64ª, pág. 19).
g) "dentro del plazo de treinta días". Según la Ley Nº 12.548, el plazo era de diez días. En
la comparecencia del profesor Albónico, éste insinúa la conveniencia de ampliar el
término hasta esa extensión (sesión 62ª, pág. 21) y Enrique Evans así lo propone,
aprobándolo la Comisión, porque "el plazo de diez días... (lo) estima demasiado breve y
sugiere, por lo tanto, ampliarlo a treinta días, pues se trata de una situación demasiado
importante para el afectado como para concederle un término tan breve dentro del cual
podrá oponer un recurso que le afecta de manera tan fundamental". El presidente Enrique
Ortúzar agregó "que siempre es más difícil informarse de este tipo de materias cuando se
permanece en el extranjero, además de que la persona afectada puede encontrarse en
viaje" (sesión 65ª, págs. 4 y 5).
h) "ante la Corte Suprema". La relevancia del valor que representa para la persona
afectada y la trascendencia que tuvo el problema que llevó a generar el recurso, explican
que se haya confiado directamente al Tribunal Supremo el conocimiento de él.
i) "la que conocerá como jurado", lo que significa que puede examinar en conciencia los
hechos y pronunciar en la misma forma sus decisiones. El sistema de jurado es también
excepcional en la Constitución; el Senado tiene tal carácter al juzgar en el juicio político
(art. 49 Nº 1). Entretanto, la misma Corte Suprema, en el caso de indemnización por error
judicial (art. 19 Nº 7 letra i), el Tribunal Constitucional (art. 82 inc. 2º) y el Tribunal
Calificador de Elecciones (art. 84 inc. 5º) tienen exclusivamente la calidad de jurado en la
aplicación de los hechos, ya que sentenciarán con arreglo a derecho. Por otra parte, la
Corte Suprema es, en este caso, jurado en la plenitud de la apreciación de la prueba y
fallo.
j) "en tribunal pleno", es decir, constituyendo una sola sala, con el quórum necesario para
su funcionamiento. Es el único caso en que la Constitución impone esta forma de
actuación de la Corte Suprema; el Código Orgánico de Tribunales lo exige respecto de la
apelación del desafuero (art. 96 Nº 2) e igualmente en relación al recurso de
inaplicabilidad como a las contiendas de competencia que conoce la Corte Suprema en
virtud del art. 79 de la Carta (art. 96 Nº 1).
k) "La interposición del recurso suspenderá los efectos del acto o resolución recurridos".
"De manera que, en síntesis -expresa el profesor José Luis Cea (Tratado de la Constitución,
pág. 314)- el art. 12 encuentra su cabal aplicación en las controversias que puedan surgir
con la opción por la nacionalidad chilena, la calificación de la locución "actual servicio de
la República", el solo hecho de avecindarse por más de un año en Chile y la negativa de la
carta de nacionalización a extranjeros que cumplan con todas las exigencias legalmente
establecidas al efecto. Es esa la interpretación que también cabe sustentar respecto de la
pérdida de la nacionalidad, dispuesta por decreto supremo en caso de prestación de
servicios durante una guerra exterior a enemigos de Chile o de sus aliados, así como
tratándose de la cancelación de la carta de nacionalización. En estos dos últimos eventos,
se trata de decisiones políticas manifestadas con la forma de actos administrativos, siendo
dicha forma la que cabe considerar para los efectos de incluir las decisiones en el art. 12
de la Constitución (Actas, sesión 64ª, págs. 3, 8, 18 y 19; sesión 65ª, págs. 2-9)".
B. Ciudadanía
En la Comisión Ortúzar las tres primeras materias recién precisadas fueron debatidas
conjuntamente en el curso de las sesiones 65ª a 67ª, 70ª a 77ª, 80ª a 82ª, 354ª, 358ª, 359ª
y 411ª; la Justicia Electoral, el Sistema de Votación y los Tribunales Electorales Regionales
lo fueron, entretanto, en las sesiones 360ª, 381ª, 382ª, 407ª, 409ª y 415ª, al paso que el
Consejo de Estado trató tales asuntos en las sesiones 55ª, 57ª, 74ª a 79ª, 81ª, 82ª, 86ª,
87ª y 100ª.
El análisis de las materias así diferenciadas requiere además tener presente, en cuanto
corresponda, la preceptiva de las siguientes leyes orgánicas constitucionales: sobre
Votaciones Populares y Escrutinios (Nº 18.700, de 6 de mayo de 1988); sobre Inscripciones
Electorales y Servicio Electoral (Nº 18.556, de 1º de octubre de 1986), dictadas en
cumplimiento del art. 18 de la Carta; y sobre Tribunal Calificador de Elecciones (Nº 18.460,
de 15 de noviembre de 1985), concretando lo previsto en el art. 84 de la Constitución.
Debe también tomar en cuenta la ley sobre Tribunales Electorales Regionales (Nº 18.593,
de 9 de enero de 1987).
Tal imprecisión provenía del léxico, según el cual ciudadano tiene ya un significado amplio,
sinónimo al de nacional, puesto que equivale a "natural o vecino de una ciudad" o
"perteneciente a la ciudad", ya una acepción estricta, que se refiere al "habitante de las
ciudades antiguas o de Estados modernos, como sujeto de derechos políticos y que
interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país" (Diccionario Real Academia).
Todo ciudadano es, pues, un nacional, en virtud de que se exige, para ser titular de aquella
calidad y gozar de derechos políticos, tener el vínculo de la nacionalidad, que liga a la
persona con la sociedad jurídicamente organizada.
Es posible que, por excepción, disfrute, sin embargo, de algunos derechos de carácter
político quien no sea nacional y, por tanto, carezca de la ciudadanía. Tal ocurre, entre
nosotros, por permitir el art. 14 de la Constitución el derecho de sufragio a los extranjeros
en la situación en él prevista.
A la inversa, no todo nacional es necesariamente ciudadano, desde que, para poseer esta
última calidad, deben llenarse por aquél los demás requisitos de los que, junto al de
nacionalidad, ella depende, y, en consecuencia, en el hecho, muchos nacionales pueden
no gozar de la ciudadanía.
La ciudadanía es, según lo dicho, un concepto amplio, que comprende las diversas formas
de intervención en los negocios públicos reservadas a quienes participen de tal cualidad.
Aunque la forma más típica de esa intervención es el sufragio, la Constitución de 1980, a
diferencia de la anterior, ha preferido definir el contenido propio de la ciudadanía,
mencionando, en el art. 13 inc. 2º, que analizaremos, los diversos derechos que confiere.
La claridad del actual texto se afirma al tener presente, por otra parte, que, según él, se
puede disponer del derecho de sufragio sin ser ciudadano, como resultado, según
recordamos, del precepto que llama también a votar a los extranjeros en las condiciones
que define la propia Carta.
a) "los chilenos".
El primero de los requisitos que nuestra legislación fundamental, como otras, impone para
gozar de la ciudadanía, es, pues, la nacionalidad. Resulta lógico atribuir la facultad de
intervenir en los negocios de un Estado a quienes le están adheridos por ese vínculo
jurídico, por el cual son miembros suyos, puesto que cabe suponer su lealtad y fidelidad a
él, la comprensión de sus intereses, que no puede presumirse, entre tanto, en quienes no
están unidos o no han querido unirse a nuestra sociedad política, integran otra nación y
no han asumido el suficiente compromiso con el destino de Chile, como para estimarlos
habilitados para influir en el curso de su dirección.
Determinada edad no se exigía a los que habían contraído matrimonio en las Cartas de
1823 y 1828. La de 1833, hasta su reforma de 1888, requirió 25 años a los solteros y 21 a
los casados. Desde 1888 no se distingue entre unos y otros.
Jaime Guzmán, concordando, por su parte, con las argumentaciones recién anotadas,
"estima que para determinar la edad a que debe tener derecho a voto una persona es
necesario distinguir dos factores que, a su juicio, son muy diferentes: la madurez
intelectual y la madurez ante la vida. Agrega que la madurez intelectual es la capacidad
para discernir, siendo él un convencido de que esta clase de capacidad la tienen los
mayores de 18 años... Señala que... no rechaza el derecho a voto de los mayores de 18
años por una falta de madurez intelectual, sino que por ausencia de madurez ante la vida,
que para él consiste en algo completamente distinto, pues cree que una persona tiene esa
madurez cuando es responsable de su propia subsistencia, cuando no es dependiente,
cuando se enfrenta a la vida en todos los problemas en forma experimental y directa, y no
cuando se encuentra alejado de esos problemas... (sesión 65ª, pág. 23).
De las diversas intervenciones que entonces hicimos resulta tal vez oportuno transcribir
parcialmente algunas afirmaciones, porque las reiteramos aquí decididamente, y a través
de ellas formulamos ahora nuestro comentario sobre el precepto que, como veremos, se
impuso en definitiva.
"...estima, desde su posición, que debe otorgarse ese derecho a los 18 años de edad, ya
que si se aleja a la juventud de la preocupación viva por la cosa pública en el momento en
que su actividad está concentrada en la fundamentación de su vida privada o en su
orientación personal, se privará a la nación, justamente en ese período, de las
determinaciones que deben adoptarse por el hombre en la época en que tiene las grandes
generosidades, como también, los grandes defectos. Recuerda al respecto que un escritor
francés -le parece que es Paul Valéry- expresaba que la juventud está llamada a disfrutar
el placer o a realizar actos de heroísmo. Cree que el período de los 18 a los 21 años
corresponde a una edad en que es importante que la generosidad juvenil, esa previsión de
futuro, se identifique con la preocupación por la cosa pública, y por ello es que estima que
si en esos tres años se aleja al joven de dicha preocupación -en una edad en que
generalmente ha terminado su educación básica y está entregado a sus determinaciones
fundamentales de trabajo y de formación de familia-, se le privará de un derecho cuyo
ejercicio importa una preocupación por el interés general, sobre todo si se considera que
la base del éxito de la democracia se encuentra en la creación de una conciencia cívica..."
(sesión 65ª, pág. 26). "Estima que el éxito de la democracia está en la fuerza de la
representatividad del que tiene el título de gobernante en cualquiera de los órganos del
Estado, y esa representatividad estará, en gran parte, vinculada a la participación del
mayor número en la expresión de la voluntad de los componentes de la comunidad. Cree
que, dada la precocidad de la formación del hombre en esta época de la historia del
mundo, éste a los 18 años tiene suficiente discernimiento, a tal punto que no sólo puede
contratar libremente -ya que está capacitado para administrar su propio patrimonio-, sino
que tiene plena responsabilidad penal y puede perder su vida por la fuerza de su
ordenamiento jurídico que descarga sobre él una sanción. Entonces, si la persona es
considerada por la colectividad tan identificada con su ordenamiento jurídico que puede
incluso perder la vida como consecuencia de infringirlo, es lógico que tenga posibilidad de
dar su opinión en la formación de la voluntad del Estado y en la elección de los
gobernadores" (sesión 66ª, pág. 18).
La edad política de 18 años coincide ahora con la mayoría de edad civil, como
consecuencia de la Ley Nº 19.221, de 1º de junio de 1993, que redujo ésta, puesto que a
ella se llegaba a los 21 años desde la Ley Nº 7.612, de 1943; el texto primitivo del Código
Civil la fijaba en 25 años.
Esta edad ciudadana coincide también con la plena responsabilidad criminal, según lo
establece el art. 10 del Código Penal.
La condenación a sanción tan grave, que impide adquirir la ciudadanía, tiene que haberse
impuesto en una sentencia definitiva (art. 158 del Código de Procedimiento Civil), que se
encuentre ejecutoriada, entendiéndose así "desde que se haya notificado a las partes, si
no procede recurso alguno en contra de ella; y, en caso contrario, desde que se notifique
el decreto que la mande cumplir, una vez que terminen los recursos deducidos, o desde
que transcurran todos los plazos que la ley concede para la interposición de dichos
recursos, sin que se hayan hecho valer por las partes" (art. 147 del mismo Código).
Se entiende así que, frente al rechazo que el establecimiento de este requisito provoca en
el comisionado señor Evans, el integrante de la Subcomisión, señor Guillermo Bruna,
explicara, por su parte, en los siguientes términos, que vale la pena reproducir, la
fundamentación de la norma, por informar el criterio que predominó: "Aquella persona
que no ha demostrado en su conducta personal, humana y cívica una lealtad para con el
Estado, que le está otorgando esta responsabilidad, no merece tener este estatuto de
ciudadano; no sólo se le está privando de la facultad de expresar su opinión en un
plebiscito o de la facultad de escoger o designar a una persona en una elección, sino que
se le priva completamente de toda injerencia en los negocios políticos de cualquiera
forma que el ciudadano puede hacerlo, ya sea formando parte de un partido político, ya a
elegir o a ser elegido..." (sesión 66ª, pág. 28).
En virtud del requisito en análisis, resulta que, por ejemplo, no es ciudadano el chileno
que, al llegar a los 18 años, se encuentra condenado por delito sancionado con tan alto
castigo, en tanto que, por otra parte, el nacionalizado, mayor de 18 años, que no ha
recibido una pena tan extrema, adquiere simultáneamente junto con su chilenidad, sin
más trámite, también la ciudadanía, desde que obtiene la carta o una ley especial se la
otorga.
174.Supresión del requisito de saber leer y escribir. No debe olvidarse que la Constitución
precedente, al identificar la ciudadanía con el derecho a sufragio, colocaba, entre los
requisitos para obtener este último, saber leer y escribir, calidad que se omite en el actual
texto como prerrequisito de la ciudadanía, tal como ya se había suprimido, como
condición de la facultad de sufragar, por la Ley Nº 17.284 (1970).
Tanto en uno como otro texto se confiaba, como se ve, al legislador la determinación de
las bases del padrón propuesto.
f) La inscripción podrá ser tan sólo un medio de prueba de la calidad de ciudadano, si así lo
dispone el legislador, como, según veremos, lo ha ordenado.
b) "de optar a cargos de elección popular". Son de esta clase los de Presidente de la
República (art. 25), de diputados (arts. 43 y 44), de aquellos senadores elegidos
directamente (arts. 45 inc. 1º y 46) y de concejales (art. 108).
Conviene considerar también que el Código Penal de 1874 incluía entre los derechos
políticos la capacidad para ser jurado, teniendo en cuenta, sin duda, el tipo de jurisdicción
que entonces juzgaba los delitos de imprenta.
3º Por condena por delitos que la ley califique como conducta terrorista" (art. 17 inc. 1º).
Tiene trascendencia precisar si el legislador está facultado para añadir otras causales de
privación de la ciudadanía que las tres contempladas en el precepto.
Las normas resumidas despertaron enérgica resistencia no sólo en los sectores que
rechazaban el criterio político de la ley, sino también entre quienes lo aceptaban, pero
reconocían que en esos aspectos pugnaban con la Ley Fundamental, la cual, a juicio de
una comisión de juristas designada por el propio Partido Conservador, debía ser
previamente modificada a fin de hacer posibles otros motivos que los indicados en la letra
de la Constitución para adquirir, suspender y privar de la ciudadanía. Así, pues, dentro de
la tienda conservadora, estando de acuerdo en llegar a la meta propuesta, en este aspecto
rechazaron la ley, por considerar que requería previa reforma constitucional, como
miembros de la referida comisión, los señores Carlos Estévez, Rafael Moreno Echavarría,
Víctor Delpiano y Marcos Silva Bascuñán, al paso que, además por aspectos doctrinarios,
la rebatieron los senadores Horacio Walker y Eduardo Cruz Coke, sin contar, por supuesto,
con la vigorosa impugnación proveniente de las fuerzas políticas que estaban entonces en
la oposición, principalmente del entonces diputado Radomiro Tomic.
Reconoce el fallo que son distintas las prohibiciones de la Ley Nº 8.987 de las que enuncia
la Constitución: "Esta constatación no es, sin embargo, determinante para concluir que
existe contradicción entre los preceptos legales y las disposiciones constitucionales
mencionadas, puesto que las leyes secundarias pueden complementar el texto
constitucional". Sostiene que la construcción gramatical de los arts. 8º y 9º de la Carta de
1925 no importaba enunciaciones taxativas: "Si el propósito del constituyente hubiera
sido dictar normas limitativas a este respecto, le habría bastado acentuar o aclarar el
concepto, iniciando el inciso primero de los artículos aludidos con el adverbio sólo,
locución de que aquél se valió insistentemente cuando quiso fijar el sentido estricto o
limitativo de una regla, como puede verse en los arts. 5º, Nº 4, inc. 2º; 6, Nº 3, inc. 2º; 7,
inc. 3º; 10, Nº 9, inc. 2º; 44; 45, incs. 3º y 4º; 72, Nº 17, inc. 3º; 81, inc. 2º, 85, inc. 2º, y
109". Lo precedentes anteriores y posteriores a la vigencia de la Constitución de 1925 ya
citados, que el fallo recuerda, "contribuyen a demostrar aún más que si no se varió la
redacción fue porque el constituyente de 1925 mantuvo como meramente ejemplares y
no limitativas las enumeraciones que contiene dichos preceptos".
Al derogarse la citada Ley Nº 8.987, por la que nuevamente se llamó de Seguridad Interior
del Estado, publicada el 6 de agosto de 1958 con el Nº 12.927, y revalidarse las
inscripciones que se habían cancelado, desaparecieron las disposiciones comentadas y su
accidentada existencia, tal como las amplias discusiones que acompañaron su preparación
y se prolongaron durante toda su vigencia.
Cuestión tan trascendental que agitó durante largo tiempo a la comunidad nacional no
habrá de surgir bajo el imperio de la actual Constitución, porque, según la voluntad del
constituyente expresada en la historia del texto, no podrá el legislador introducir otras
causales de privación de la ciudadanía que las indicadas en él.
180.Análisis de dichas causales. Consideremos ahora particularmente cada una de las tres
causales de pérdida de la ciudadanía:
En la Comisión Ortúzar, al comienzo del debate pertinente, el señor Guzmán opinó que la
rehabilitación en la ciudadanía debería ser automática y producirse con el solo mérito del
cumplimiento de la condena, exigiéndose el trámite de la rehabilitación tan sólo en caso
de reincidencia (sesión 70ª, pág. 9). Más adelante, se prefirió confiar la atribución a la
Corte Suprema en razón, según se dijo, de la gran incidencia de las rehabilitaciones en
materia política contingente y de que el Tribunal Supremo sería más exigente y más
apolítico que el Senado (sesión 71ª). Más adelante, actuando una nueva integración de la
Comisión Ortúzar, se impuso el parecer del señor Bertelsen de otorgar la facultad del
Senado, fundado en que "siendo ésta, en definitiva, una decisión de prudencia política, no
resulta comprensible cómo operará una atribución semejante en manos de la Corte
Suprema, sobre todo si se tiene en cuenta que en Chile los tribunales fallan conforme a
derecho estricto". La señora Romo, apoyando este punto de vista, recordó que,
tratándose de la eliminación de antecedentes, los tribunales "operan automáticamente
conforme a derecho" (sesión 354ª, págs. 2252-2253).
El Senado sólo puede otorgar la rehabilitación a quien perdió la ciudadanía "una vez
extinguida su responsabilidad penal".
Las causas por las que tal extinción opera no están establecidas en la misma Carta; es
materia confiada a la precisión del legislador; su determinación podrá así experimentar las
variaciones que correspondan a la evolución de la ciencia penal y a la experiencia de la
comunidad nacional. Actualmente rige el art. 93 del Código Penal, conforme al cual la
responsabilidad criminal, se extingue, en síntesis, por la muerte del reo, por el
cumplimiento de la condena, por amnistía, por indulto, por el perdón del ofendido, por la
prescripción de la acción penal y por la prescripción de la pena.
c) Por condena por delitos que la ley califique como conducta terrorista (art. 17 Nº 3).
2) El sufragio
181.Objeto del sufragio: elección o votación. El primero, el más típico, y en cierto modo el
más importante de los derechos que comprende la ciudadanía, aunque no se confunda
ahora con ésta, es, según lo expresa el inc. 2º del art. 13, el de sufragio.
De las definiciones anotadas se deduce que a través del sufragio puede expresarse la
voluntad de quien lo emite dirigida ya a preferir o seleccionar determinada persona o
personas para el ejercicio de una función, ya a pronunciarse, de modo favorable o
adverso, sobre una proposición o consulta que se le ha formulado. En la primera de las
acepciones, se conforma lo que conviene entender como elección; en la segunda, como
votación. "Elección" es, en efecto, "nombramiento que regularmente se hace por votos
para algún cargo, comisión, etc.", "emisión de votos para cargos políticos". "Votación", por
su lado, es "acción y efecto de votar" y "votar", en fin, es "dar uno su voto o decir su
dictamen en una reunión o cuerpo deliberante, o en una elección de persona".
Así conceptuado el sufragio, que el ciudadano está habilitado para ejercer, recae, según la
Constitución, ya en la facultad que tiene de participar en la elección de los componentes
de determinados órganos, ya en las consultas a que puede dar respuesta quien lo emita.
En orden al sufragio que importa votación, o sea, pronunciamiento sobre los términos de
una consulta, el constituyente usa el vocablo "plebiscito". "Plebiscito" es, en efecto,
"resolución tomada por todo un pueblo a pluralidad de votos"; "consulta que los poderes
públicos someten al voto popular directo para que apruebe o rechace una determinada
propuesta sobre soberanía, ciudadanía, poderes especiales, etc." En la actual Ley
Fundamental los plebiscitos están contemplados como posibles de convocar en el proceso
de reforma de la misma Carta (arts. 117 y 119) y en la administración local, como
consecuencia de las reformas que, respectivamente, se le introdujeron al texto primitivo
de la Constitución por las leyes N 18.825 y 19.097 (art. 107 inc. 3º).
Esta norma, contenida en el inc. 2º del art. 15, se acordó en la Comisión Ortúzar, sin
mayor debate y en sus mismos términos (sesión 413ª, pág. 3505).
183.Sufragio de los extranjeros. "Los extranjeros avecindados en Chile por más de cinco
años, y que cumplan con los requisitos señalados en el inciso primero del artículo 13,
podrán ejercer el derecho de sufragio en los casos y formas que determina la ley" (art. 14).
Esta materia fue incorporada, como precepto separado, por la Junta de Gobierno, puesto
que tanto el proyecto de la Comisión Ortúzar como el del Consejo de Estado lo incluían
simplemente como inciso 3º del art. 13.
La Subcomisión de Sistema Electoral había propuesto aun con mayor amplitud esta
norma, al expresar: "Los extranjeros podrán participar en elecciones y plebiscitos y los
nacionalizados chilenos podrán optar a cargos políticos y de representación popular, en
las ocasiones y forma que señale la ley". En el curso de las deliberaciones, se observó la
desarmonía jurídica e intelectual resultante, por una parte, al consagrar como el
contenido más fundamental de la ciudadanía -que presupone la nacionalidad chilena- el
derecho a sufragio, y al otorgar, por otra, esta misma atribución a los extranjeros. Primó el
criterio favorable a la aprobación del precepto, tomando en consideración tanto que los
extranjeros con larga permanencia están en condiciones de acceder si quieren a la
nacionalidad, beneficio que puede estimarse aun más fundamental que el de la
ciudadanía, como que queda abierto el ejercicio del sufragio a los extranjeros favorecidos
con la doble nacionalidad, admitida por aplicación del art. 10 Nº 4 (sesión 72ª, págs. 18 a
23).
Sobre la base del texto, no todos los extranjeros tienen derecho a sufragio, sino los que
reúnan, además, las siguientes circunstancias: a) más de 18 años de edad; b) no
condenados a pena aflictiva; c) avecindados en Chile por más de cinco años, lapso que,
propuesto por diez años en la Comisión Ortúzar y así aceptado por el Consejo de Estado,
fue reducido a cinco por la Junta de Gobierno cuando fijó el texto que sometió a
plebiscito, y d) existencia de una ley que determine los casos y forma de ejercicio del
derecho.
El legislador podrá disponer sobre esa materia a través de una ley común u ordinaria,
puesto que la letra de la norma se refiere sin más circunstancias a "la ley". Creemos que
este asunto legislativo no queda comprendido en el art. 18, en cuanto éste menciona las
materias propias de la ley orgánica constitucional que tal precepto impone. No obstante, a
nuestro parecer, advertimos que las normas legales pertinentes a la aplicación del art. 14
en análisis se contienen en las leyes de carácter orgánico constitucional Nº 18.700, sobre
Votaciones Populares y Escrutinios; Nº 18.556, sobre Inscripciones Electorales y Servicio
Electoral, y Nº 18.695, sobre Municipalidades.
Los extranjeros tienen, pues, el mismo derecho que los chilenos en la generación de los
poderes públicos, pero carecen de la posibilidad de ser elegidos para aquellas funciones
que requieren la ciudadanía para su obtención y de ejercer los demás derechos vinculados
a tal calidad.
Esta causal reemplaza a la que la Constitución de 1925 establecía por "ineptitud física o
mental que impida obrar libre y reflexivamente" (art. 8º Nº 1). La imprecisión y relatividad
de esta causal así definida había dado lugar a serias críticas (Tratado de Derecho
Constitucional, Tomo II, Nº 131, pág. 146).
La interdicción por demencia está contemplada en el Código Civil, Título XXV del Libro I y
en el Código de Procedimiento Civil (art. 843).
"2º Por hallarse la persona procesada por delito que merezca pena aflictiva o por delito
que la ley califique como conducta terrorista".
El sobreseimiento temporal deja sin efecto la suspensión del derecho de sufragio, según lo
aclaró la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia de la Cámara de Diputados (de 22
de febrero de 1933. Boletín de Sesiones Extraordinarias de la Cámara de Diputados, 1932-
33, t. 1, pág. 992).
A proposición del señor Carmona, la Comisión Ortúzar agregó, al procedimiento por pena
aflictiva, otra causal diferente de suspensión, referida a los delitos que la ley califique
como conductas terroristas (sesión 411, pág. 3449), cualquiera que sea la penalidad que
merezca el delito por el que se declara reo, aunque ha de suponerse que, dada la
peligrosidad social de este tipo de delincuencia, las sanciones que fije el legislador han de
ser elevadas.
Ha de tenerse presente, en fin, que, según el inc. 2º del art. 9º, una ley de quórum
calificado determinará las conductas terroristas y su penalidad.
"3º Por haber sido sancionado por el Tribunal Constitucional en conformidad al inciso
séptimo del número 15º del artículo 19 de esta Constitución. Los que por esta causa se
hallaren privados del ejercicio del derecho de sufragio lo recuperarán al término de cinco
años, contado desde la declaración del Tribunal. Esta suspensión no producirá otro efecto
legal, sin perjuicio de lo dispuesto en el inciso séptimo del número 15º del artículo 19".
El texto recién copiado sustituyó al que se contuvo en el primitivo de la actual Carta, y que
correspondía al propuesto por la Comisión Ortúzar y aprobado por el Consejo de Estado,
salvo que la recuperación del ejercicio del derecho de sufragio se produciría, según el
texto primitivo de la Carta, a los diez años y no a los cinco. La actual letra es consecuencia
de una de las reformas hechas en virtud del plebiscito de 1989, por la cual,
simultáneamente, entre otros cambios, se suprimió el art. 8º, contenido en las "Bases de
la Institucionalidad", y se trasladaron al Nº 15 del art. 19, relativo al derecho de
asociación, aquellos aspectos que se consideró conveniente mantener del precepto
suprimido.
En el voto de minoría que acompaña el informe del Consejo de Estado, los señores Ibáñez
y Cáceres reiteraron y sintetizaron su parecer en términos que contemplan las siguientes
afirmaciones sustanciales: "El establecimiento del sufragio universal como forma de
generar prácticamente la totalidad del poder público, restablecerá a su vez necesaria y
automáticamente todos los vicios que otros artículos del nuevo proyecto de Constitución
han tratado cuidadosamente de evitar".
"La raíz de tales vicios reside en que todas las decisiones públicas, por complejas o vitales
que sean, quedan, en definitiva, a merced de lo que resuelvan masivas mayorías. Y es
absolutamente irreal pretender que una mayoría, por el solo hecho de serlo, sea también
depositaria de la verdad, la sabiduría, la prudencia, el coraje y otras virtudes requeridas en
la adopción de decisiones que competen al Estado y al Gobierno"...
"Debe destacarse con especial énfasis que si el sufragio universal constituyese el único
medio de generar poder público, comprendidas en éste prácticamente todas las
magistraturas, se crearía un estímulo incontenible para tejer la malla de intereses que
forman los partidos políticos. Tal sistema no permite, salvo excepciones, elegir personas
independientes y de valer para los cargos políticos, porque ellas estarán siempre en
desventaja electoral con respecto a quienes cuenten con el amplio respaldo de un
partido".
188.Evolución del sufragio universal en Chile. "Sufragio universal" es "aquel en que tienen
derecho a participar todos los ciudadanos, salvo determinadas excepciones";
"restringido", entre tanto, es "aquel en que se reserva el derecho de voto para los
ciudadanos que reúnen ciertas condiciones".
El sufragio universal se reconoce en Chile como resultado de una evolución cuyas grandes
etapas interesa recordar.
"Son ciudadanos activos con derecho a sufragio -decía, al efecto, el texto primitivo de
1833- los chilenos que habiendo cumplido veinticinco años, si son solteros, y veintiuno, si
son casados, y sabiendo leer y escribir, tengan alguno de los siguientes requisitos: 1º) Una
propiedad inmoble, o un capital invertido en alguna especie de giro o industria. El valor de
la propiedad inmoble, o del capital, se fijará para cada provincia de diez en diez años por
una ley especial. 2º) El ejercicio de una industria o arte, o el goce de algún empleo, renta o
usufructo, cuyos emolumentos o productos guarden proporción con la propiedad
inmoble, o capital de que se habla en el número anterior".
La reforma de 9 de agosto de 1988 cambió el texto constitucional por uno análogo al que
reprodujo el de 1925, requiriéndose desde entonces, junto a la chilenidad y los 21 años,
sólo saber leer y escribir y estar inscrito.
La duda se fue afirmando hasta el punto que las leyes de inscripción electoral desde 1888
hubieron de referirse expresamente a los varones.
En la Carta de 1925 nada se consignó sobre la materia. No obstante, al discutirse las bases
de los registros municipales, Nolasco Cárdenas estimó preferible que se dijera
expresamente que podían inscribirse en ellos extranjeros y mujeres. "A juicio del señor
Edwards Matte basta con que se deje testimonio en el acta de que el espíritu de esta
disposición es que puedan inscribirse las mujeres. Observa el señor Maza que si dice
expresamente que en este caso podrán votar los extranjeros y las mujeres, se entendería
que la Constitución les prohíbe a las mujeres votar en las demás elecciones, cuando, en
realidad, el espíritu de la Subcomisión no ha sido ése, sino dejar a la ley que les otorgue el
voto municipal y el voto político cuando lo estime oportuno y conveniente y sin necesidad
de una reforma constitucional. El señor Guerra (don Guillermo) opina que, por ahora, es
mejor no dar a las mujeres el voto político. El señor Yáñez (don Eliodoro) recuerda que de
las disposiciones de la actual Constitución se desprende que las mujeres pueden
inscribirse" (Actas, págs. 389 y 390).
Un número cada vez más cuantioso de mujeres se fue incorporando al cuerpo electoral.
Así en la elección presidencial de 1970 participaron 1.873.859 varones y 1.665.288
mujeres, y en la del 11 de diciembre de 1993 sufragaron 3.518.119 varones y 3.865.167
mujeres, representando estas últimas el 52,35% del electorado.
Así, pues, las votaciones que se realicen en el seno de los cuerpos intermedios de la
comunidad nacional y que puedan servir para generar el personal directivo de los diversos
grupos o las decisiones que en el interior de éstos se adopten, pueden realizarse en las
condiciones sustantivas y procesales que libremente ellos mismos establezcan.
Naturalmente el legislador, en cuanto fije las bases del estatuto de algunas formas
asociativas que él mismo regule, se encuentra también en la posibilidad de acoger, en
todo o parte, las características fijadas por el texto constitucional para las votaciones
populares. Lo mismo cabe decir en cuanto a las que se convoquen para la representación
de los usuarios, consumidores o interesados en la prestación de servicios de carácter más
o menos público reglamentados por la ley.
Al finalizar las diversas cualidades del sufragio tomaremos en cuenta no sólo la letra de la
Carta, sino que las proyecciones de ésta en la legislación consecuente. Se encuentran
éstas contenidas en la Ley Nº 18.700, de carácter orgánico constitucional, sobre
Votaciones Populares y Escrutinios, y en el cuerpo normativo del mismo rango que es la
Ley Nº 18.556, sobre Inscripciones Electorales y Servicio Electoral.
"El voto sólo será emitido por cada elector", dispone el art. 61 de la Ley Nº 18.700. La ley,
consecuentemente, reglamenta la forma cómo se asegura la identidad y concurrencia
personal del titular del derecho de sufragio para la realización de éste, y castiga la
suplantación (arts. 62, 63 y 136 Nº 3 de la Ley Nº 18.700).
La ley recién citada, al exigir la emisión del voto directamente por el sufragante, e imponer
el desplazamiento físico de éste al lugar de la votación, ha dado al carácter personal del
voto un alcance incompatible con la posibilidad de que pueda emitirse también por
correspondencia o por mandatario. Al interpretar así el legislador la condición de
personalidad del voto se ha ajustado a nuestra tradición jurídica.
Estimamos que, mientras tanto, la personalidad del voto no pugna con su emisión a través
de correspondencia y que, en relación a éste, la ley puede encontrar, y en otros países se
encuentran, las modalidades apropiadas para que tal fórmula no se oponga en su esencia
con el voto personal, puesto que responde a la exigencia de una expresión directa de su
voluntad.
Por otra parte, el legislador, sin abandonar tampoco el carácter personal del voto,
quedaría, a nuestro juicio, facultado también para habilitar lugares especiales de votación,
diferentes de aquel en que se centre el proceso. Ello puede proyectarse tanto respecto de
recintos comprendidos en el territorio físico nacional como de los que se establezcan en
su territorio puramente jurídico, lo que ocurre con las delegaciones diplomáticas de
nuestro país en el extranjero. En una época en que las relaciones internacionales y los
traslados de las personas de un país a otro se han incrementado fuertemente, tal como se
impone la necesaria realización de innumerables tareas por los nacionales de un país en el
territorio de otro Estado, deberían adoptarse sistemas que posibiliten que, sin pérdida de
sus características de personalidad e independencia, el voto de los chilenos pueda
también expresarse fuera del país; ello con tanto mayor razón cuanto que numerosas
circunstancias concurren a que buen número de nacionales trabajen en el exterior.
Parece evidente, en primer término, que este requisito constitucional significa que todos
son titulares del mismo derecho, o sea, que se impone la singularidad del voto, es decir,
una persona un voto.
Consecuentemente, la Ley Nº 18.700 sanciona al "que votare más de una vez en una
misma elección o plebiscito" (art. 136 Nº 1).
En orden a este primer efecto, pugna, a nuestro juicio, con la naturaleza igualitaria del
voto toda forma de sufragio plural, en la que unas personas tengan más derechos que
otras. Hay voto plural, en efecto, cuando, en determinadas circunstancias, algunos
sufragantes pueden emitir más de un voto, en razón, por ejemplo, de la fortuna
acumulada, de la familia a su cargo, de los títulos profesionales de que disponga, etc.
Resultaría también incompatible con este requisito de igualdad una forma como el voto
múltiple, que ha sido practicado en Inglaterra, y conforme al cual una misma persona
puede sufragar en las diversas circunscripciones en relación a las cuales reúna,
respectivamente, alguna de las calidades que lo permiten, como, por ejemplo, ser
propietario de un inmueble, o ejercer una determinada profesión, etc.
En segundo término, creemos que la calidad de igualitario del voto exige que el sistema
jurídico traduzca tal característica estableciendo modalidades que conduzcan a que el
voto de cada ciudadano tenga el mismo alcance e influencia, repercuta del mismo modo y
grado en el resultado. Lo que acabamos de decir puede ser tomado en cuenta en muy
diversos aspectos y muy particularmente en la formación de las distintas circunscripciones
electorales y fijación del número de cargos que han de ser proveídos en cada una de ellas.
El debate que sobre este punto se recogió en la sesión 74ª de la Comisión Ortúzar es
concluyente, en orden a que en la calidad de igualitario se comprende, como hemos
dicho, la "singularidad" del voto, cualidad por cuya categórica inclusión habíamos instado.
En tanto, se prefirió claramente usar tan sólo el vocablo "igualitario", a fin de que
comprendiera mucho más allá que la simple singularidad. El señor Guzmán expresó: "Cree
inconveniente que, para la historia fidedigna del establecimiento de la Constitución,
quedara la impresión de que en la Comisión ni siquiera se discutió el tema y nadie
reflexionó si era mejor o no el voto igualitario o admitir formas de ponderación del voto.
Muchos podrían pensar que no es posible que valga lo mismo el voto de una persona culta
e ilustrada que el voto de un analfabeto. Estima que deben valer igual, fundamentalmente
porque... en las votaciones populares el género de la decisión a que la persona es llamada
se relaciona más con una intuición fundamental que emana de la inteligencia aplicada a la
vida práctica que de una erudición o una cultura adquirida en libros o en estudios. Son
decisiones muy importantes y muy primarias las que se adoptan en las votaciones
populares. En general no son técnicas o calificadas. Por esta razón, la inteligencia práctica
de la persona y su experiencia de la vida en la comunidad es mucho más importante que
factores de erudición o de la cultura. La mejor demostración de ello es que el sufragio, en
general, no es diferente en las distintas capas culturales del país...". El señor Ortúzar
propone, en seguida, dejar constancia de las opiniones vertidas por el señor Guzmán, las
que al parecer interpretan el sentir de todos los miembros de la Comisión (págs. 28 y 29).
La lectura del debate pertinente revela que en él se produjeron referencias a una cuestión
diversa, como es el sistema de votación, ya que según el que se adopte es perfectamente
posible que, siendo permanentemente igual el derecho de cada uno, las determinaciones
que se adopten, dentro del sistema de que se trate, por uno u otro elector, siempre
dentro de la libertad de cada cual, proyecten, no obstante, consecuencias diferentes. Por
ejemplo, en el voto acumulativo, la forma en que distribuyen los sufragantes sus
inclinaciones entre los diversos candidatos, o en el voto proporcional, el lugar o posición
de preferencia en que quiere favorecer a una lista o particularmente a uno u otro
postulante, etc. En otras palabras, el mismo derecho, igual para todos, puede alcanzar
resultados diversos según las decisiones que adopten los votantes, en el margen de la
libertad que se les ha otorgado según el sistema de votación aplicado.
Es del caso recordar la crítica que surgió respecto del sistema de representación
proporcional en la aplicación de la Carta de 1925, con motivo de que la determinación del
número de diputados de cada circunscripción dependía de su respectiva población. La
falta, durante varios decenios, de la dictación de la ley que aprobara el resultado de los
censos realizados hizo que, considerando la población real de cada circunscripción
-altamente variada a través del tiempo muchas de ellas- viniera a resultar que, en el
hecho, la influencia efectiva en la votación de un ciudadano de determinada
circunscripción fuera muy diferente al alcance que lograba el de otra.
Veremos, en fin, que la ley electoral vigente, al disponer que cada circunscripción
parlamentaria elija tan sólo dos representantes, cualquiera que sea su respectiva
población, parece insostenible dentro del principio de la igualdad querida por el
constituyente.
193.Sufragio secreto. El sufragio será secreto.
El carácter secreto del sufragio en las elecciones populares tiene rango constitucional
desde la reforma de 1888.
Es del caso anotar que, desde 1833, cuando la elección de Presidente de la República
debía hacerla el Congreso -por no haber obtenido en las urnas ningún candidato la
mayoría absoluta de los sufragios válidamente emitidos-, se hacía "en votación secreta"
(art. 65 inc. 1º de la Constitución de 1925). En la actual Carta debe practicarse de esa
forma la selección de aquellos integrantes del Tribunal Constitucional elegidos por la Corte
Suprema (art. 81 letra a) y la de los miembros del Tribunal Calificador de Elecciones
elegidos también por dicha Corte (art. 84 letra a).
"Secreto" es "lo que cuidadosamente se tiene reservado y oculto" y "voto secreto" es "el
que se emite por papeletas dobladas, por bolas blancas y negras, o de otro modo en que
no aparezca el nombre del votante".
El señor Guzmán opinó que el voto secreto es "una garantía para la libertad del ejercicio
del sufragio: sólo el que emite el voto puede saber por quién sufragó" (sesión 74ª, pág.
18).
La discusión tocante a la índole facultativa o imperativa del sufragio no había sido definida
con anterioridad por el constituyente, pero el legislador chileno había llegado a
convertirlo en un deber cada vez más estricto, sancionando con multa y con prisión
conmutable en multa para el elector que no sufragaba, y estableciendo además para el no
inscrito la inhabilidad para ejercer, ante autoridades y servicios públicos, "los derechos
que les confieren las leyes y que miren al solo interés del infractor" (Ley Nº 12.889, de
1958). La Ley Nº 14.851, de 1962, precisó que la persona que no cumpliera con la
obligación de inscribirse sería penada con prisión conmutable en multa e incluyó nuevas
medidas para forzar a la inscripción (arts. 65 a 68).
En la Comisión Ortúzar se dieron con gran vigor las razones que justifican la obligatoriedad
del sufragio y en favor de ésta se adhirió el señor Guzmán, quien se había manifestado
vacilante al respecto (sesión 73ª, págs. 27 a 34).
La cuestión sobre la imperatividad del ejercicio del derecho que parecía así tan clara en
nuestra tradición ciudadana, se ha vuelto en la actualidad desconcertante, por cuanto, por
una parte, la Ley Nº 18.556 no contiene una norma expresa que obligue a los ciudadanos a
inscribirse en los registros electorales, ni castiga al que no se inscribe, y por otra, la Ley Nº
18.700 dispone que "todo ciudadano está obligado a sufragar, y el que no lo hiciere sufrirá
la pena que fija el artículo 139, con las excepciones que prevé el mismo artículo".
El art. 2º de la Ley Nº 18.556 señala que "para acreditar la existencia de los requisitos a
que se refieren los artículos 13 y 14 de la Constitución Política, los ciudadanos y los
extranjeros con derecho a sufragio deberán cumplir con el trámite de inscripción en los
Registros Electorales". En virtud de la consideración 11ª de su sentencia de 8 de
septiembre de 1986 (rol 38), el Tribunal Constitucional previno que aceptaba la norma
recién transcrita sobre la base de que "debe considerarse establecida con el único objeto
de ejercer el derecho de sufragio, pero no como una forma general y obligatoria de
acreditar que se poseen las calidades que dichos preceptos constitucionales establecen
para cualquier otro efecto que sea menester. Por otra parte dicha inscripción... debe
entenderse sólo como una formalidad establecida para atestiguar que se cumplen las
exigencias constitucionales para ejercer el derecho a sufragio".
Es del caso anotar que respecto de los concejales, que integran las municipalidades, el art.
108 habla de "sufragio universal", sin agregar el calificativo de "directo", aun cuando éste
cabe suponerlo, y por ello el art. 62 de la Ley Nº 18.695 lo dice expresamente.
La legislación vigente es producto de una larga evolución que recoge el continuo avance
hacia la libertad e independencia del sufragio, sostenido incesantemente a lo largo de la
historia republicana, que ha ido marcando paso a paso sus conquistas en una sucesión de
reformas legislativas tan minuciosas que puede decirse que no hay asunto que haya sido
objeto de más constantes desvelos.
Las grandes tendencias de los perfeccionamientos que se han obtenido se han dirigido a:
1) organizar el registro permanente y público de los electores; 2) constituir autoridades
propias e independientes del Ejecutivo para todo lo relativo a la preparación, realización y
juzgamiento del proceso electoral; 3) dotar a tales órganos de medios eficaces para
imponer sus determinaciones; 4) librar al elector de las presiones colectivas, del poder
público y del dinero; 5) establecer una justicia electoral para examinar la juridicidad del
proceso y resolver las reclamaciones que se interpongan.
197.Sufragio informado. Para que las decisiones del cuerpo electoral correspondan de
manera efectiva a una expresión de la voluntad de sus integrantes, indispensable es que
éstos actúen ilustrados previamente a través de las informaciones que la colectividad haya
estado en condiciones de proporcionarles acerca del sentido y alcance de las alternativas
que se juegan en la consulta y de la idoneidad que revisten las personas de los candidatos
para ejercer, con preparación y dignidad, las tareas que habrán de enfrentar en el ejercicio
de las atribuciones del órgano de origen popular.
El resguardo del orden público durante los actos electorales y plebiscitarios corresponderá
a las Fuerzas Armadas y Carabineros del modo que indique la ley".
La Comisión Ortúzar debatió esta materia en las sesiones 74ª, 77ª, 80ª y 82ª, y propuso el
siguiente texto:
"Habrá un padrón electoral público en el que serán inscritos, de oficio y gratuitamente, los
ciudadanos y extranjeros con derecho de sufragio".
"La ley establecerá el organismo autónomo que tendrá a su cargo el padrón y señalará las
normas para su formación, publicidad y duración, los procedimientos para requerir
inclusiones o exclusiones y el tribunal que debe pronunciarse sobre ellas".
Por su parte, el Consejo de Estado elaboró una norma diversa, discutiendo la materia en la
sesión 100ª:
"El resguardo del orden público durante los actos electorales y plebiscitarios será
entregado a las Fuerzas Armadas y Carabineros del modo que se indique en la ley
respectiva".
En el debate que se recogió en la sesión 100ª del Consejo de Estado se observa que el
propósito del constituyente no fue, como lo pretendiera el anteproyecto de la Comisión
Ortúzar, obligar al legislador a imponer el sistema del padrón electoral -fórmula que fue
propuesta por ésta-, sino que evitar que se impusieran procedimientos inadecuados,
como se estimaba, aludiéndose explícitamente a él por el señor Humeres, el recorte de la
cédula de identidad, que se usara en la consulta de 1978 (pág. 198). En dicha deliberación
se precisó que "1º) la referencia a la organización y funcionamiento de un sistema
electoral comprende el servicio o entidad que tendrá a cargo el sistema y 2º) que el
término "sistema" es amplio y comprende los requisitos que la ley pudiere establecer,
inscripciones, elecciones, plebiscitos, reclamos, etc." (pág. 199).
Es así como la aplicación de este imperativo mandato se hace mediante las leyes Nº
18.556, de 1º de octubre de 1986, sobre Inscripciones Electorales y Servicio Electoral, Nº
18.583, de 13 de diciembre de 1986, sobre Planta del Servicio Electoral, y Nº 18.700, de 6
de mayo de 1988, sobre Votaciones Populares y Escrutinios, todas ellas, por lo demás,
objeto de diversas modificaciones.
La primera cuestión que surge de la lectura de la regla que acaba de transcribirse, plantea
si según ella la voluntad del constituyente es que todo lo vinculado al sistema electoral
público se haya de establecer mediante ley orgánica constitucional o si la competencia de
ésta se precisa por las materias o asuntos que expresamente se señalan en su redacción,
de manera que aquellos mandatos que no traten de esos específicos asuntos quedarían
por tanto fuera del contenido de una legislación de tal categoría y sujetos, en
consecuencia, a la posibilidad de ser reglamentados por la vía de leyes comunes.
"5º Que para concluir en la forma indicada... ha considerado el carácter especial del art.
18 de la Constitución, en cuanto dispone que será materia de ley orgánica constitucional
la organización y funcionamiento del sistema electoral público y la forma en que se
realizarán los procesos electorales y plebiscitarios en todo lo no previsto por la
Constitución, precepto que denota que la voluntad del constituyente es que la citada ley
tenga el rango de orgánica constitucional no sólo en su núcleo esencial, sino también en
aquellas materias que sean su complemento indispensable, no obstante que éstas,
consideradas aisladamente, sean propias de ley común";
"6º Que el criterio anterior es coincidente con el que se manifiesta en el informe de la
Comisión Conjunta de la H. Junta de Gobierno (referida al proyecto de ley orgánica sobre
el sistema de Inscripción Electoral), que en su página 40 concluye de la siguiente manera:
"Por lo tanto, si bien es cierto el proyecto contiene normas de rango de ley común, en el
caso de algunos artículos transitorios, indicándose tal carácter en las normas
correspondientes, según se verá en el análisis y fundamentación del articulado, la
Comisión Conjunta estima que, en general, todas sus normas tienen rango orgánico
constitucional";
"7º Que en el debate sobre esta materia habido en la Comisión de Estudios sobre la Nueva
Constitución Política, sesión 77ª, celebrada el lunes 14 de octubre de 1974, págs. 17 y
siguientes, quedó de manifiesto la amplitud de su alcance".
Pues bien, la lectura del debate de la Comisión Ortúzar, aludido en el último considerando
del fallo de 8 de septiembre de 1986, no sirve, en nuestra opinión, para deducir de él lo
que el Tribunal sostiene, puesto que tal debate recayó en el ámbito de la competencia del
legislador sobre el texto que se discutía y que no contemplaba al efecto una ley orgánica
constitucional.
Fue el Consejo de Estado el que, por una parte, precisó la categoría jurídica de "sistema
electoral público" y, por otra, en la oración que siguiera a la letra inicial, determinó las
materias que señalaba corresponderían al campo de la ley orgánica constitucional.
La interpretación del Tribunal Constitucional unifica y trata como si fuera una misma
oración, cuando son dos las que categóricamente se contienen en el texto derivado del
Consejo de Estado. En la frase "en todo lo no previsto por esta Constitución", tomando en
cuenta el lugar en que está colocada, claramente indica que se vincula, no en general al
sistema electoral público, sino particularmente a la organización y funcionamiento y forma
de realización de los procesos electorales y plebiscitarios. En otras palabras, el Tribunal
Constitucional parte de un supuesto que no está en el texto, argumentando como si éste
dijera que "una ley orgánica constitucional regulará el sistema electoral público en todo lo
no previsto por esta Constitución", cuando la verdad es que en su letra categóricamente
esta frase se refiere de modo particular -y por ello está separada entre comas- tan sólo a
las materias que, comprendidas en tal sistema, el precepto menciona.
Si se exige que en la determinación de las materias que competen a una ley orgánica
constitucional haya ésta de ajustarse, del modo más estricto y restrictivo, a los términos
en que se consagra, no puede dársele una extensión deducible tan sólo por analogía. Sólo
de la manera que sostenemos se resguarda el principio de la soberanía del legislador
común, que debe reconocerse en cuanto no haya sido éste expresa e indiscutiblemente
limitado. Lo anterior, sin perjuicio de los desarrollos de nuestra opinión que se harán en su
oportunidad con alcance general, al tratar particularmente del régimen de las leyes
orgánicas constitucionales (art. 63 de la Carta).
Considerando ahora las materias que explícitamente el art. 18 entrega a la ley orgánica
constitucional, los cuerpos normativos ya mencionados de tal rango reglamentan de lleno,
y aun más allá de lo que, según lo dicho, debería corresponderles, todo lo relativo a la
organización y funcionamiento (del sistema electoral público) y a la regulación de la forma
en que se realizarán los procesos electorales y plebiscitarios.
"31º ...la organización y funcionamiento del servicio electoral público, materia propia de
ley orgánica constitucional conforme al art. 18 de la Carta Fundamental, comprende, sin
lugar a dudas, la regulación del Servicio Electoral, que es uno de los organismos básicos
que interviene en el funcionamiento del sistema...".
"32º Que demostrado que las normas que regulan el Servicio Electoral son propias de ley
orgánica constitucional, debe entenderse que también lo son las que fijan la planta de su
personal, ya que ésta determina el personal necesario para el funcionamiento de la
entidad. Separar estas materias y suponer que la Carta Fundamental reservó al dominio
de la ley orgánica constitucional el régimen jurídico que regula el Servicio Electoral y a la
competencia de la ley común la planta del personal que lo sustenta, significaría subordinar
la eficacia de una ley orgánica constitucional a la voluntad de la ley común, ya que nada se
obtendría con tener una completa estructura jurídica del Servicio si, al propio tiempo, no
se contare con una planta de personal adecuada para hacerla realidad". No concordamos
con este razonamiento.
Respecto a la regulación que debe hacer la ley orgánica de los procesos electorales y
plebiscitarios, el Tribunal Constitucional, en su sentencia de 5 de abril de 1988, estima que
comprende no sólo los que se establecen en las disposiciones permanentes de la Carta,
sino también aquellos a que se refieren sus normas transitorias (considerando 6º).
"12º Que... cabe señalar... que el art. 1º de la Carta Fundamental constituye uno de los
preceptos más fundamentales en que se basa la institucionalidad, ya que por su profundo
y rico contenido doctrinario refleja la filosofía que inspira nuestra Constitución y orienta al
intérprete en su misión de declarar el verdadero sentido y alcance de la preceptiva
constitucional".
"El inciso final de este artículo señala como uno de los deberes fundamentales del Estado,
"asegurar el derecho de las personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida
nacional". Esta norma es de vastas proyecciones, pero sin duda adquiere especial
relevancia en los procesos electorales y plebiscitarios ya que, a través de ellos, el pueblo
ejerce la soberanía nacional manifestando su parecer sobre las personas que estarán a
cargo de llevar adelante las funciones básicas del Estado en procura de obtener su
finalidad primordial: "Contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a
cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y
material posible, con pleno respeto a los derechos y garantías que esta Constitución
establece".
"13º Que la Carta Fundamental después de establecer esta norma rectora y vital va
encarnándola en preceptos concretos: enumera los derechos que se les aseguran a las
personas, fija los distintos poderes y órganos que constituyen la estructura del Estado, el
régimen de gobierno, sus atribuciones, sus limitaciones y, en fin, las normas conforme a
las cuales podrá enmendarse o modificarse la Constitución misma".
"Entre este conjunto de normas básicas es necesario destacar, ahora, por su directa
vinculación con el tema en estudio, la contenida en el art. 19 Nº 2...".
"14º Que, por último, es tal la importancia que la Constitución de 1980 le atribuye al
ejercicio de la soberanía nacional por el pueblo, que no le bastó con lo dicho, sino que
estimó necesario dar un encargo especial al legislador sobre este aspecto, disponiendo en
su art. 18...".
"Esta es la voluntad de la Constitución y todo esfuerzo que se haga con el objeto de hacer
realidad esta voluntad suprema debe ser considerado como su fiel expresión".
"15º Que, sin embargo, estos conceptos que aparentemente son sencillos se tornan
complejos y difíciles cuando se asume la tarea de traducirlos en normas concretas, tanto
porque su expresión a través de fórmulas simplemente aritméticas no logra el propósito
de igualdad perseguido, como porque naturalmente es distinta la situación en que un
ciudadano independiente y un miembro de un partido político enfrentan una elección. El
primero está libre de todo compromiso político y estatutario, pero, a su vez, no dispone
del apoyo de una organización jurídica que lo respalde; el miembro de un partido político,
en cambio, está subordinado a una estructura política y a normas que se ha obligado a
respetar, pero, al propio tiempo, cuenta con la ventaja que entraña pertenecer a una
colectividad política, una de cuyas finalidades es, precisamente, la participación
organizada en los actos electorales y plebiscitarios".
"16º Que, por otra parte, tampoco pueden ser las mismas las normas que rijan los
procesos electorales que aquellas que regulen los actos plebiscitarios, ya que mientras los
primeros dan opción a los independientes a hacerse representar por candidatos, en los
actos plebiscitarios, en cambio, tal opción no se presenta, pues se trata de aprobar o
rechazar una reforma constitucional o una determinada proposición de los gobernantes
en los casos previstos en la Constitución".
El texto primitivo de la Constitución de 1833 (art. 9) decía que "Nadie podrá gozar de
derecho de sufragio sin estar inscrito en el registro de electores de la municipalidad a que
pertenezca, y sin tener en su poder el boleto de calificación tres meses antes de las
elecciones".
Este sistema resultó dañino a la libertad electoral no sólo porque las municipalidades
dependían entonces de lleno del Gobierno, sino porque las boletas de calificación, en
tiempos en que no se practicaban las modernas formas de identificación, no daban
garantía de seriedad y se transformaron en instrumento de comercio cívico y de
intervención electoral. O se compraban las boletas o las retiraba la autoridad, y se
suplantaban con facilidad los electores, haciendo votar con el documento a persona
diversa de la mencionada en él. Se cuenta de un hombre rústico que se presentó con la
boleta correspondiente a "Pedro Pérez, presbítero" y, manifestada la extrañeza por el
presidente de la mesa, el sufragante explicó impertérrito: "Sí, señor, presbítero por la
madre".
a) Juntas Electorales. (Título I, Párrafo 1º, arts. 4º a 11). Sus funciones son proponer al
Director del Servicio Electoral la nómina de postulantes para ser designados miembros de
las Juntas Inscriptoras y designar, a proposición de los alcaldes, los locales en que éstas se
constituirán y funcionarán (art. 4º). Se constituyen en cada provincia, sin perjuicio de la
atribución del Director de crear temporal o permanentemente otras en las circunstancias
que la misma ley señala (arts. 4º, 5º y 7º). Se integran en las provincias asientos de Corte
de Apelaciones, por el Fiscal de ésta, el Defensor Público de su capital y su Conservador de
Bienes Raíces, actuando de presidente el primero y de secretario el último; y en las otras
provincias, por el Defensor Público, el Notario y el Conservador de Bienes Raíces de sus
capitales, actuando de presidente el primero y de secretario el último (art. 6º). Las juntas
celebrarán sus sesiones en el oficio del secretario y podrán funcionar con dos de sus
miembros (art. 10). De todas sus actuaciones se levantarán actas en un libro público
denominado Protocolo Electoral y mantenido bajo la custodia del secretario (art. 11).
b) Juntas Inscriptoras. (Título I, Párrafo 2º, arts. 12 a 24). Sus funciones son inscribir a los
electores con derecho a sufragio, certificar el hecho de haberse efectuado la inscripción y
otorgar el comprobante correspondiente (art. 12 inc. 1º). Existen en cada comuna, sin
perjuicio de la facultad de la Dirección del Servicio Electoral de crear otras en las
circunstancias que determina la ley (arts. 12 y 13). La Junta Inscriptora ejercerá sus
funciones en el local en que tenga su sede la municipalidad respectiva y su territorio
jurisdiccional se denominará circunscripción electoral (art. 12 inc. 2º). Las juntas estarán
integradas por tres miembros designados por el Director del Servicio Electoral, de los
cuales dos lo serán a proposición en cuaterna de la Junta Electoral. La citada ley
modificatoria Nº 18.822 de 1989 autoriza designar también un miembro suplente. Los
requisitos del nombramiento son ser ciudadano -luego no pueden ser los extranjeros-
mayor de veintiún años (no obstante la edad electoral de dieciocho años), haber aprobado
la enseñanza básica o equivalente, ser vidente y tener domicilio en la Circunscripción
Electoral respectiva. Los miembros de las juntas, mientras conserven este carácter,
deberán abstenerse, bajo sanción, de desarrollar cualquier actividad política partidista. No
pueden ser miembros quienes desempeñen cargos de representación popular o sean
candidatos a ocuparlos, ni los que ejerzan cargos de confianza exclusiva del Presidente, o
sean dirigentes de partidos políticos (art. 14). Las juntas podrán funcionar con dos
miembros (art. 15). El cargo es obligatorio y nadie podrá excusarse de su desempeño,
salvo causa debidamente justificada (art. 16). La concurrencia a las sesiones de la junta
será obligatoria para todos sus miembros (art. 19). Los miembros de la junta recibirán la
remuneración que el texto indica (art. 21 inc. 1º). Las juntas funcionarán durante los siete
primeros días hábiles de cada mes, a partir de las 9 de la mañana y por espacio de tres
horas. No obstante, si al término del horario normal de funcionamiento se encontraren
personas que requirieren su inscripción, continuarán funcionando, pero no más allá de las
20 horas, salvo el día sábado, en que no actuarán más allá de las 14 horas (art. 22 inc. 1º).
El Director puede suspender, en ciertas condiciones y determinado límite, el
funcionamiento de la junta (art. 22 inc. 2º). "Sin embargo, durante los noventa días
anteriores al cierre del período de inscripciones... las juntas funcionarán todos los días
hábiles en la forma señalada en el inciso primero" (inciso 3º del art. 22, modificado por las
leyes Nº 18.655, de 22 de septiembre de 1987, y Nº 18.822, de 11 de agosto de 1989).
"Las juntas suspenderán su funcionamiento a contar del centésimo vigésimo día anterior a
una elección ordinaria y lo reanudarán al décimo día hábil siguiente a la fecha en que les
sean devueltos ambos ejemplares de los Registros Electorales cerrados transitoriamente,
procediendo a reiniciar las inscripciones cuando corresponda. En cada caso de una
elección extraordinaria o plebiscito, la suspensión operará desde el día en que se publique
en el Diario Oficial el decreto supremo de convocatoria" (inc. 4º del art. 22 modificado por
la Ley Nº 18.822).
c) Registros Electorales. (Título II, Párrafo 1º, arts. 25 a 33). Las inscripciones se hacen en
registros públicos, separados para varones y mujeres, de los chilenos y extranjeros con
derecho a sufragio, conteniendo un total de trescientos cincuenta inscripciones cada uno
(art. 25). Cada registro se forma en duplicado, en libros encuadernados con tapa dura, que
tienen varias columnas con las menciones que señala el texto (art. 27); un ejemplar es el
Registro Electoral Local, único que se utiliza en cada acto y forma el Archivo Electoral
Local; el otro está destinado a formar el Archivo Electoral General de todo el país, bajo la
custodia y responsabilidad del Director del Servicio Electoral, de cuyas oficinas no puede
retirarse (art. 28). Los registros tienen validez hasta que el número de inscripciones
vigentes se reduzca a menos de treinta y cinco; por resolución fundada del Director del
Servicio Electoral, publicada en el Diario Oficial, se produce la caducidad del registro y de
las inscripciones que contenga (art. 32).
d) La inscripción. (Título II, Párrafos 2º, 3º y 4º, arts. 34 a 60). La inscripción será gratuita y
deberá realizarse ante la junta correspondiente al domicilio del elector (art. 34). Podrá
efectuarse en los siete primeros días hábiles de cada mes y en cualquier día hábil dentro
de los noventa días anteriores al cierre que proceda ante una elección ordinaria (art. 35).
La inscripción requiere necesariamente la presencia de la persona que la solicita y sólo se
perfecciona al estampar ella su firma y su impresión digital en ambos ejemplares del
Registro (art. 36). El requisito constitucional de avecindamiento en Chile para los
extranjeros se acreditará con un certificado otorgado por el Ministerio del Interior en que
conste dicha circunstancia (art. 37). Se admitirá la inscripción de menores de 18 años que
cumplan esa edad a más tardar el día de la elección ordinaria (art. 38). La ley reproduce
las normas constitucionales y legales que determinan quiénes no pueden inscribirse o
tienen su derecho de sufragio suspendido (art. 39). Si la junta niega una inscripción, el
afectado puede pedir copia del acta firmada por los miembros de la junta (art. 40). La
persona, al solicitar su inscripción, exhibirá su cédula de identidad, luego de lo cual será
interrogada verbalmente y bajo juramento acerca de su domicilio y de si se halla o no
inscrita en los Registros Electorales. La persona estampará su firma con la impresión
digital a que se refiere el texto. Si es analfabeta o no vidente se dejara constancia de ese
hecho (art. 42). A medida que se efectúen las inscripciones, las juntas forman, por orden
alfabético de apellidos, los índices de los inscritos (art. 44). La persona a quien se le niegue
la inscripción podrá reclamar dentro de quinto día ante el juez del crimen competente,
por escrito o verbalmente, acompañando la copia del acta, aunque si no hubiere
testimonio del hecho en ella, se admitirán otras pruebas para hacerlo constar; la sentencia
será apelable dentro de cinco días ante la Corte de Apelaciones competente (art. 50).
Cualquiera persona podrá pedir al juez del crimen competente la exclusión de quien
hubiere sido inscrito en contravención a la ley; la resolución judicial correspondiente
deberá ser consultada (art. 51). Las Cortes de Apelaciones conocen en cuenta de las
apelaciones o de la consulta (art. 52). La ley precisa los casos en que cabe disponer la
cancelación de las inscripciones (art. 53). La persona inscrita que hubiere cambiado de
domicilio a un lugar correspondiente al territorio jurisdiccional de otra junta, tiene
derecho a requerir nueva inscripción electoral, pero estará obligada, al mismo tiempo, a
solicitar que se cancele la inscripción vigente al Director del Servicio por intermedio de la
Junta Inscriptora a la que hubiera requerido nueva inscripción (art. 54). Cualquiera
persona tendrá derecho a requerir del Director del Servicio Electoral la cancelación de las
inscripciones de personas fallecidas (art. 59). Ninguna autoridad podrá exigir servicio o
trabajo alguno que impida a las personas inscribirse (art. 99).
e) Orden público y sanciones. (Título III, arts. 61 a 86). Corresponde a las juntas conservar
el orden y garantizar la libertad de acceso de quienes concurran a inscribirse (art. 61),
debiendo impedir la formación de grupos que entorpezcan tal acceso, pudiendo solicitar
el auxilio de Carabineros (art. 62). Ninguna tropa o partida de fuerza armada puede
situarse en el recinto, sin acuerdo de la junta (art. 66). Carabineros cuidará el libre tránsito
en las calles o caminos de acceso (art. 67). Los delitos o faltas electorales darán derecho a
acción popular, sin necesidad de rendir caución (art. 68). No procederá el indulto
particular en favor de los condenados en virtud de esta ley (art. 71). Las sanciones se
refieren al incumplimiento de las obligaciones de las Juntas Inscriptoras (arts. 74 a 77),
castigando al que impidiere ejercer sus funciones (art. 78). La persona que en el acto de la
inscripción suplantare a otra o se inscribiere bajo su propio nombre más de una vez o
proporcionare datos falsos en la inscripción o prestare falso testimonio o lo hiciere con
nombre supuesto sufrirá las penas que señala el texto (art. 79). En relación a esta última
norma, la Corte de Apelaciones de Santiago, en fallo de 13 de octubre de 1989, expresó
que, para dar por tipificada esa figura delictual, debe constar en la respectiva acta que el
ciudadano fue interrogado bajo juramento si se hallaba o no inscrito en los Registros
Electorales (Gaceta Jurídica, Nº 112, pág. 72, caso Rosa Guillermina Escribano González).
f) Servicio Electoral. (Título IV, arts. 87 a 98). Se crea el Servicio Electoral, organismo
autónomo, con personalidad jurídica y patrimonio propio, domiciliado en la capital,
relacionado con el Presidente de la República a través del Ministro del Interior (art. 87),
sometido a la fiscalización de la Contraloría General de la República (art. 88), al cual
corresponden las funciones que enumera la ley (art. 90). El Director del Servicio Electoral
es el Jefe Superior de éste, nombrado por el Presidente de la República, con el voto
conforme de la mayoría de los miembros en ejercicio del Senado, pudiendo ser removido
en igual forma y gozando del fuero establecido en el art. 58 inc. 2º de la Constitución
respecto de los parlamentarios; el Subdirector será de la confianza exclusiva del Director y
podrá subrogarlo (art. 91). "Para ser designado Director o Subdirector será necesario,
además de cumplir con los requisitos generales para ocupar cargos públicos, ser abogado
con más de diez años de título y no haber desempeñado cargos de representación popular
o dirigente de partido político en los cinco años anteriores a su designación" (art. 92). Las
funciones del Director están minuciosamente señaladas en el art. 93 de la ley. "El Director
tendrá el carácter de ministro de fe en las actuaciones que las leyes le encomienden" (art.
94). "En las causas que se intentaren en contra del Director, conocerá en primera instancia
un Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago y en segunda instancia la respectiva
Corte" (art. 95). "El personal del Servicio será nombrado por el Director y se regirá por las
normas aplicables a los funcionarios de la administración pública" (art. 96). A este
respecto corresponde anotar que la ley orgánica constitucional Nº 18.583, de 13 de
diciembre de 1986, modificada por la Nº 18.655, de 22 de septiembre de 1987, trata de la
planta del Servicio Electoral. "Ni el Director, ni el personal del Servicio, ni las personas que
a cualquier título desempeñen alguna función en él podrán militar en partidos políticos, ni
participar en o adherir a reuniones, manifestaciones, asambleas, publicaciones o cualquier
otro acto que revista un carácter político-partidista o de apoyo a candidatos a cargos de
representación popular. Tampoco podrán participar de modo similar con ocasión de los
actos plebiscitarios" (art. 97).
a) Cédulas electorales. (Párrafo 5º, arts. 22 a 29). En este punto la Ley Nº 18.700 ratifica el
contenido de la reforma trascendental que introdujera ya la Ley Nº 12.889, de 1958, en
relación con el establecimiento de la cédula única oficial, que puso término al sistema
practicado durante varios decenios, conforme al cual se entregaba a los interesados,
candidatos o partidos, la impresión de los votos, con los riesgos y perjuicios inherentes a la
posibilidad de que, cumpliendo esa tarea, se usaran artificios que daban paso al cohecho o
a la falta de seriedad y de independencia del voto. Justamente hacer imposible esos
riesgos, evitar las nulidades por mala confección de las cédulas, abaratar el proceso
electoral y facilitar la votación, fueron los propósitos que persiguiera aquella reforma.
- La emisión del sufragio se hará mediante cédulas oficiales confeccionadas por el Servicio
Electoral (art. 22 inc. 1º), de acuerdo con las minuciosas reglas que se contemplan (arts.
22 a 26).
- Las dimensiones serán fijadas para cada elección, de acuerdo con el número de
candidatos o cuestiones sometidas a plebiscito, en papel no transparente que llevará el
sello de ese Servicio y la indicación material de sus pliegues, en papeles de diferentes
colores en el caso de votaciones simultáneas (art. 22 inc. 1º).
- "La cédula tendrá una franja en el extremo superior de su cara impresa en forma tal que,
al ser doblada de acuerdo con la indicación material de sus pliegues, deje oculto el texto
impreso y pueda cerrarse adhiriendo la franja superior a la cara exterior de la misma
mediante un sello adhesivo que la Mesa entregará al elector. En el borde lateral superior
derecho de la cédula habrá un talón perforado en su unión con el resto del documento",
que llevará la indicación de serie y numeración correlativa (art. 22 inc. 1º).
- "Será obligación del Servicio Electoral disponer que la cédula confeccionada sea doblada
en tal forma que resulte absolutamente imposible, una vez cerrada, conocer la
preferencia marcada por el elector" (art. 22 inc. 3º).
El origen de esta última norma se explica porque, al prepararse la cédula con que debía
votarse para la elección presidencial de 1958, el modelo primeramente confeccionado por
la Dirección General del Registro Electoral, que indicaba sólo dos dobleces horizontales,
permitía observar con facilidad la preferencia hecha por el elector. Por tal motivo, el
Ministro del Interior, Abel Valdés Acuña, pidió al Director del Registro Electoral
subrogante, Oscar Rojas Astaburuaga, que exigiera, además, un pliegue vertical, con el
que resultaba del todo imposible divisar la marca realizada, y así hizo este funcionario
confeccionar las cédulas. En esta circunstancia, el Tribunal Calificador de Elecciones, el 5
de agosto de 1958, dejó testimonio de que "ha podido constatar la enorme dificultad que
presentará para el elector el doblez lateral que se le ha impreso, toda vez que con ese
doblez será difícil o más bien imposible que pueda plegarse en toda su extensión en su
parte superior", por lo cual, "haciendo uso de las facultades privativas, acuerda declarar
que no será necesario, para la validez del voto, que el elector haga el referido doblez" y
"que no considerará marcado el voto que se emita con este doblez o sin él en la próxima
elección presidencial".
Tal interpretación vino a acogerse en la Ley Nº 12.938, de 1958, según la cual la Dirección
por sí sola debía resolver en materia de dobleces y, posteriormente, por la Ley Nº 14.089,
de 1960.
- El Director, en audiencia pública determinará el orden de precedencia de los candidatos
en la cédula, practicando al efecto un sorteo (art. 23).
- El Servicio Electoral hará publicar en diarios los facsímiles de la cédula y las Juntas
Electorales los harán fijar en lugares de afluencia pública (art. 29).
Tal fue el origen de la norma que se contuvo en el art. 8º de la Ley General de Elecciones,
incorporado por la Ley Nº 12.889, en 1958, y que rigió con las modificaciones introducidas
en 1962 por la Ley Nº 14.851.
- Define como "propaganda electoral la dirigida a inducir a los electores a emitir su voto
por candidatos determinados o a apoyar algunas de las proposiciones sometidas a
plebiscito. Dicha propaganda sólo podrá efectuarse en las oportunidades y en la forma
prescrita en esta ley" (arts. 30, 32, 33, 34 y 35).
c) Mesas receptoras de sufragios. (Párrafo 7º, arts. 36 a 38). Tienen por finalidad recibir
los votos, hacer el escrutinio y cumplir las demás funciones que señala la ley (art. 36). Hay
una mesa por cada Libro de Registro, sin perjuicio de que, por excepción, pueden reunirse
dos o más registros (art. 37). Cada mesa se compondrá de cinco vocales elegidos de entre
los que estén inscritos en los registros respectivos y el nombramiento de sus integrantes
se hará siguiendo el orden numérico de tales registros (art. 38 inc. 2º).
d) Designación de vocales. (Párrafo 8º, arts. 39 a 47). Las Juntas Electorales designarán a
los vocales de las mesas receptoras (art. 39). La ley determina quiénes no pueden serlo
(art. 40). En la forma de designación se toma en cuenta una selección de nombres que
deben hacer los miembros de la junta (arts. 41 y 42). El secretario de la Junta Electoral
publicará el nombre de los designados en los periódicos y en la oportunidad que fije la ley
y comunicará por carta certificada a los vocales su nombramiento, indicando la fecha, la
hora y el lugar en que funcionará la mesa y el nombre de los demás vocales (art. 43).
Dentro del plazo de tres días hábiles contados desde la publicación, cualquier vocal podrá
excusarse de desempeñar el cargo fundándose en las causales que enumera el texto o
solicitar la exclusión de los vocales afectados por alguna causal de inhabilidad (art. 44). La
Junta Electoral se pronuncia sobre las excusas y exclusiones en la oportunidad que el texto
precisa (art. 45) y procede de inmediato a designar al reemplazante (art. 46). Los vocales
designados volverán a desempeñar las mismas funciones en todos los actos electorales y
plebiscitarios que se verifiquen hasta la próxima elección ordinaria (art. 47).
e) Constitución de las mesas receptoras. (Párrafo 9º, arts. 48 a 51). Se constituirán con
tres de sus miembros a lo menos (art. 48) en el sitio que se les haya fijado para su
funcionamiento, a las catorce horas del último día sábado que preceda al tercer día
anterior al acto eleccionario o plebiscitario en que les corresponda actuar (art. 49 inc. 1º).
Si a la hora precisa no concurriere la mayoría, no podrá constituirse más tarde y los
vocales asistentes levantarán en duplicado acta en que se dejará constancia de su nombre
y de los inasistentes. Concurriendo la mayoría, se constituye la mesa, nombrando de su
seno, por voto uninominal, presidente y secretario, respectivamente, a los que obtengan
primera y segunda mayoría, y nombrará, también por mayoría, un comisario, levantando
acta duplicada (art. 50).
f) Locales de votación. (Párrafo 10º, arts. 52 a 54). En la misma audiencia en que la Junta
Electoral designa a los vocales, se determinan los locales en que funcionarán las mesas,
sujetándose a las normas que el texto señala (arts. 52 y 53). Será responsabilidad de los
alcaldes de las respectivas municipalidades la instalación de las mesas receptoras en los
locales designados, debiendo aquéllos proveer las mesas, sillas y cámaras secretas
necesarias (art. 53 inc. 1º). El Director del Servicio Electoral determinará las características
de las urnas (art. 53 inc. 2º). En cada recinto de votación funcionará una Oficina Electoral
dependiente de la respectiva Junta Electoral, a cargo de un delegado nombrado por la
junta, para cuya designación se preferirá a las personas que señala el texto y que tendrá
las funciones que en él se indican (art. 54).
g) Utiles electorales. (Párrafo 11, arts. 55 y 56). El Servicio Electoral pone a disposición de
las Oficinas Electorales, por medio de las juntas, los útiles que quedan a disposición de las
mesas en el local de votación y durante el día de la elección (arts. 55 y 56).
a) Instalación de las mesas. (Párrafo 1º, arts. 57 a 59). A las siete de la mañana del día
fijado para el acto eleccionario deben reunirse los vocales, constituyéndose la mesa con a
lo menos tres. El delegado de la junta procederá a designar a los vocales que faltaren. En
ningún caso las mesas podrán integrarse pasadas las tres de la tarde (art. 57). Reunido el
número de tres, los vocales procederán a abrir el paquete de útiles y a levantar el acta de
instalación (art. 58). El presidente de la mesa colocará sobre ella la urna, de modo que el
costado con el material transparente quede a la vista del público. Cumplidos los trámites
que detalla el texto, se declarará abierta la votación, dejándose constancia de la hora en el
acta y firmándose ésta por los vocales y apoderados que lo desearen (art. 59).
b) Votación. (Párrafo 2º, arts. 60 a 68). El texto se preocupa del secreto e independencia
del voto (art. 61). El elector entregará al presidente de la mesa su cédula de identidad (art.
62 inc. 1º), el presidente anotará el número de la cédula en el cuaderno de firmas. El
elector firmará en la línea frente al número (art. 62 inc. 21). Si a juicio de la mesa existiere
disconformidad notoria y manifiesta entre las indicaciones del Registro y la identidad del
sufragante, se recabará la intervención del experto de identificación (art. 63). Admitido el
elector a sufragar, se le entregará la cédula y se anotará el número de serie de ésta en el
respectivo cuaderno de firmas; se le proporcionará un lápiz de grafito color negro, un sello
adhesivo para la cédula y la plantilla si fuere no vidente; luego se le entregará la cédula o
cédulas; el elector entrará a la cámara secreta y no podrá permanecer en ella por más de
un minuto (art. 64). En el interior de la cámara el elector podrá marcar su preferencia con
el lápiz, "haciendo una raya vertical que cruce la línea horizontal impresa al lado izquierdo
del número del candidato o sobre la opción de su preferencia en caso de plebiscito. Hecho
esto procederá a doblar la cédula de acuerdo con los pliegues marcados en ella y a
cerrarla adhiriendo su franja superior a la cara exterior con el sello adhesivo que le
entregó la mesa. Sólo después de haber cerrado la cédula, el elector saldrá de la cámara y
hará devolución de ella al presidente a fin de que la mesa compruebe que es la misma
cédula que se le entregó. Luego de verificar que la cédula no contiene marcas externas, el
presidente cortará el talón y devolverá la cédula al votante, quien deberá depositarla en la
urna" (art. 65). Después de haber sufragado, todo votante deberá impregnar con la tinta
indeleble que habrá en cada mesa, su pulgar derecho; sólo una vez cumplida esa
formalidad, se procederá a devolver al elector su cédula de identidad (art. 66). La ley se
pone en el caso de la inutilización de las cédulas y de lo que corresponde hacer con las
cédulas sobrantes (art. 67). Cuando la mesa hubiere funcionado nueve horas consecutivas
y si no hubiere ningún elector que deseare sufragar, o antes si hubiere sufragado la
totalidad de los habilitados, el presidente declarará cerrada la votación y el secretario
escribirá en el cuaderno de firmas respectivo, frente a los números correspondientes a los
electores que no hayan sufragado, las palabras "no votó" (art. 68).
c) Escrutinios por mesas. (Párrafo 3º, arts. 69 a 74). Cerrada la votación, se procede a
practicar el escrutinio en el mismo lugar, en presencia del público y de los apoderados y
candidatos presentes (art. 69).
El escrutinio de mesa se regirá por las siguientes normas indicadas en el art. 71: El
presidente contará el número de electores que hayan sufragado (1). Se abrirá la urna y se
separarán las cédulas (2). Se contarán las cédulas utilizadas en la votación y se firmarán al
dorso por el presidente y el secretario o por los vocales que señale el presidente, de lo
que se dejará constancia en el acta (3). El secretario abrirá las cédulas y el presidente les
dará lectura de viva voz (4). Serán nulas y no se escrutarán las cédulas en que aparezca
marcada más de una preferencia. La mesa dejará constancia al dorso de ellas del hecho de
su anulación y de la circunstancia de haberse reclamado o no de esa decisión. Las cédulas
que la mesa considere marcadas deberán escrutarse. Las emitidas sin dobleces se
considerarán marcadas. Se escrutarán como votos en blanco las cédulas que aparecieren
sin la señal que indique preferencia del elector (5). Sobre la base de la última regla
enunciada, el Tribunal Calificador de Elecciones, en su sentencia de 21 de enero de 1994,
consideró: "5º) Que las mesas receptoras de sufragios son los órganos encomendados por
la ley para practicar, en su oportunidad, el escrutinio de ellos, estando facultadas,
entonces, para determinar cuáles votos son nulos o blancos o válidamente emitidos. La
constancia que, para el primer caso, ordena la norma legal referida, no puede estimarse
una solemnidad de lo obrado por la mesa, de tal modo que su omisión no queda
sancionada con la nulidad. A lo cual debe agregarse que la ley no contempla para ella esa
sanción, lo cual es necesario tratándose de una nulidad de derecho público, como es la de
la especie, toda vez que no se trata acá de una infracción al artículo 7º de la Constitución
Política de la República". Tratándose de una elección de Presidente de la República y de
parlamentarios, se sumarán separadamente los votos obtenidos por cada uno de los
candidatos; de igual forma se sumarán los votos por cada cuestión sometida a plebiscito
(6). Terminado el escrutinio, se entregará la minuta con el resultado, firmada por los
miembros de la mesa, al delegado de la junta (7). Los vocales, apoderados y candidatos
tendrán derecho a exigir que se les certifique copia del resultado (8).
Hecho el escrutinio y antes de cerrarse el acta, se pondrán las cédulas en los diversos
sobres que el texto señala (art. 72). La ley determina las constancias que deben
estamparse en el acta, que se escribirá en el propio Registro, llenándose además dos
formularios que se entenderán como copias fidedignas del acta, de los cuales uno quedará
en poder del secretario de la mesa para su remisión al Tribunal Calificador de Elecciones y
el otro en poder del presidente de la mesa en sobre cerrado dirigido al Colegio Escrutador
(art. 73). El secretario lo depositará en la oficina de Correos dirigido al Tribunal Calificador
de Elecciones en el plazo de una hora desde el cierre del acta, presumiéndose fraudulento
el ejemplar del acta que no se deposite en el correo dentro del tiempo fijado (art. 74).
d) Devolución de cédulas y útiles. (Párrafo 4º, arts. 75 y 78). Las normas pertinentes
precisan las obligaciones del comisario.
a) Colegios escrutadores. (Párrafo 1º, arts. 79 a 85). Tienen por función sustancial reunir
las actas de los escrutinios realizados en las mesas y sumar los votos que en ellas se
consignen, no pudiendo deliberar ni resolver sobre cuestión alguna relativa a la validez de
la votación (art. 79). Existirán los que determine el Director del Servicio Electoral, por
resolución fundada publicada en el Diario Oficial (art. 80). Cada colegio estará compuesto
de seis miembros titulares e igual número de suplentes y un secretario. Para ser miembro
se requerirá haber desempeñado el cargo de presidente de alguna mesa del respectivo
colegio (art. 81). A las catorce horas del día siguiente a la elección o plebiscito se reunirá,
por lo menos, la mayoría absoluta de los presidentes de las mesas receptoras que
hubieren funcionado, en sesión pública, en los recintos que se hubiesen designado por la
Junta respectiva. Al inicio de la reunión, los presidentes de mesa deberán entregar al
secretario el sobre sellado que contenga las actas de escrutinio de la mesa (art. 82). El
secretario elegirá al azar a los miembros titulares y suplentes del colegio (art. 83). El
Director del Servicio Electoral designará a los secretarios de los colegios escrutadores (art.
84).
b) Escrutinio por los colegios. (Párrafo 2º, arts. 86 a 95). Designados los miembros del
colegio, el secretario procederá a sortear de entre ellos a un presidente, éste lo declara
constituido y se levanta el acta pertinente (art. 86). El colegio en audiencia pública
procede a sumar el número de votos obtenido por cada candidato y por cada lista (art.
87). El secretario leerá las actas de las mesas en alta voz, pudiendo los demás miembros
del colegio comprobar la exactitud de la lectura y cada uno de los miembros tomará nota
separadamente de cada acta. El colegio no podrá dejar de escrutar las actas ni aun a
pretexto de vicios o irregularidades que pudieren afectarlas (art. 88). Hecha la operación
de suma, se extenderá por triplicado un cuadro de los resultados y se levantará un acta
(art. 89). Cada uno de los ejemplares del cuadro deberá ser suscrito por los miembros
presentes del colegio y por los candidatos y apoderados que lo desearen; el primer
ejemplar se agrega al Libro de Actas; uno se entrega al presidente del colegio y el otro al
secretario en sobres cerrados y sellados (art. 90). El presidente remitirá el sobre al
Director del Servicio Electoral. El secretario del colegio entregará al secretario de la Junta
Electoral, dentro de las 24 horas, el acta y el cuadro que reciba. En el mismo plazo, el
secretario de cada colegio enviará las actas de escrutinio de las mesas al Servicio Electoral
(art. 91). Los apoderados y candidatos podrán exigir que se les certifique por el secretario
copia del cuadro y del acta (art. 94). En principio, el sexto día siguiente a la elección o
plebiscito, el Servicio Electoral dará a conocer los resultados, de acuerdo con los
escrutinios practicados por los colegios (art. 95).
a) Orden público (Título VI, arts. 110 a 123). El Presidente de la República, con cuarenta
días de anterioridad a una elección, debe designar a quien tiene el mando de la fuerza
encargada de la mantención del orden público (art. 111). El Ministerio del Interior, previa
coordinación con el de Defensa, debe dictar disposiciones para el resguardo del orden
público, que deben publicarse en el Diario Oficial con cinco días de anterioridad a la
elección (art. 112). Se prohíbe la celebración de manifestaciones o reuniones públicas de
carácter electoral desde las cero horas del segundo día anterior a una elección y cuatro
horas después de cerrada la votación (art. 115 inc. 1º); en el mismo período
permanecerán cerradas las secretarías de propaganda y toda oficina destinada a atender
electores (art. 115 inc. 2º). El día del acto, hasta cuatro horas después del cierre de la
votación, no podrán funcionar recintos de espectáculos o de eventos deportivos, artísticos
o culturales y cerrarán los establecimientos que expendan bebidas alcohólicas (art. 116).
b) Sanciones y procedimientos judiciales (Título VII, arts. 124 a 163). La ley es minuciosa
para establecer sanciones a las autoridades o personas responsables de actos contrarios al
correcto funcionamiento del acto electoral y, entre ellos, a los miembros de las Juntas
Electorales, Mesas Receptoras y Colegios Escrutadores (arts. 124 a 135, 137, 138, 140 a
142). "Será castigado con presidio menor en su grado medio a presidio mayor en su grado
mínimo: 1) El que votare más de una vez en una misma elección o plebiscito; 2) El que
suplantare la persona de un elector o pretendiere llevar su nombre para sustituirlo; 3) El
que confeccionare actas de escrutinio de una mesa que no hubiere funcionado; 4) El que
falsificare, sustrajere, ocultare o destruyere algún registro electoral, acta de escrutinio o
cédula electoral; 5) El que se apropiare de una urna que contuviere votos emitidos que
aún no se hubieren escrutado; 6) El que suplantare la persona del delegado de la Junta
Electoral o de uno de los miembros de una mesa o colegio; 7) El que tuviere cédulas
electorales en circunstancias que no sean previstas en la ley, y 8) El que impidiere a
cualquier elector ejercer su derecho a sufragar por medios violentos, amenazas o
privándolo de su cédula nacional de identidad para extranjeros" (art. 135). Las faltas,
delitos y crímenes penados en la ley producen acción pública, sin que el querellante esté
obligado a rendir fianza ni caución alguna (art. 143). Se determina el juez competente para
el conocimiento de las infracciones (art. 144). "En materia electoral solamente se
reconocen los fueros establecidos por la Constitución Política" (art. 145). Se establecen
normas especiales de procedimiento (arts. 146 a 149). "Sólo procederá el indulto general
o la amnistía en favor de los condenados o procesados en virtud de esta ley" (art. 150).
c) Independencia e inviolabilidad y de las sedes y apoderados (Título VIII, arts. 154 a 163).
"Ninguna autoridad o empleador podrá exigir servicio o trabajo alguno que impida votar a
los electores. En aquellas actividades que deban necesariamente realizarse el día en que
se celebrare una elección o plebiscito, los trabajadores podrán ausentarse durante dos
horas, a fin de que puedan sufragar, sin descuento de sus remuneraciones" (art. 155). Los
partidos y candidatos independientes declararán la ubicación de las sedes ante el juez del
crimen que corresponda y ante la respectiva Junta Electoral, en la oportunidad que señala
la ley (art. 157 inc. 1º). Las sedes podrán funcionar aun en el día de la elección, pero sólo
para los efectos de la atención y distribución de apoderados (art. 158). "Cada uno de los
partidos que participe en una elección y los candidatos independientes, podrán designar
un apoderado con derecho a voz, pero sin voto, para que asista a las actuaciones que
establece esta ley, de las respectivas Juntas Electorales, Mesas Receptoras, Colegios
Escrutadores y de las Oficinas Electorales que funcionen en los recintos de votación...",
igual derecho se reconoce respecto de los plebiscitos nacionales y comunales (art. 159).
Para ser designado apoderado se requiere ser ciudadano, tener inscripción electoral
vigente y no haber sido sancionado por delitos contemplados por esta ley o por cualquiera
de las leyes que regulan el Sistema Electoral Público. Esta última condición se presume
salvo prueba en contrario ante el presidente de la respectiva junta, mesa o colegio (art.
160 inc. 1º). La ley, que en este punto fue modificada por la Ley Nº 19.351, de 23 de
noviembre de 1994, señala quiénes no pueden ser apoderados (art. 160 inc. 2º).
e) Disposiciones generales (Título X, arts. 169 a 177). El día que se fije la realización del
acto electoral será feriado legal (art. 169). Se dictarán normas para el cumplimiento de los
preceptos constitucionales que recaigan en los plebiscitos relativos a la reforma de la
Carta y a los comunales (arts. 170 a 173) y a las fechas en que deben realizarse las diversas
elecciones según la Carta (art. 174 a 176).
4) Justicia electoral
207.Su régimen. El Capítulo VIII de la Constitución, conformado por los arts. 84, 85 y 86,
que tratan del Tribunal Calificador de Elecciones y de los tribunales electorales regionales,
lleva como epígrafe "Justicia Electoral" y está situado después de aquellos que tratan del
Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. En la Carta precedente el Tribunal Calificador
de Elecciones, reglamentado entonces en el art. 79, formaba por sí solo su Capítulo VI,
que antecedía al del Poder Judicial.
La ley orgánica constitucional, ordenada por el inciso final del art. 84, se promulgó con el
Nº 18.460, el 15 de noviembre de 1985, y ha sido modificada hasta ahora por las leyes N
18.604, de 23 de marzo de 1987; 18.741, de 1º de octubre de 1988; 18.911, de 24 de
enero de 1990; 18.947, de 27 de febrero de 1990, y 18.963, de 10 de marzo de 1990.
Los tribunales electorales regionales son regulados por la Ley Nº 18.593, de 9 de enero de
1987, que carece de carácter orgánico constitucional.
Sin embargo, la tarea de calificar una elección constituye una labor esencialmente
jurisdiccional, puesto que supone el previo esclarecimiento de hechos, a menudo
complejos, y debe, en consecuencia, cumplirse con criterio de juez y al margen de los
apasionamientos y parcialidades propios de quienes tienen por misión específica la lucha
por sus ideales políticos.
La práctica del sistema reveló, en el hecho, la magnitud del reparo que doctrinariamente
se le podía formular, y es así como con frecuencia el fallo de las Cámaras se inspiró en el
criterio político de la mayoría dominante, más que en el ánimo imparcial y objetivo de
hacer justicia en relación a los hechos producidos.
Una parte apreciable del tiempo útil del trabajo parlamentario se empleaba en los debates
extensos y violentos que seguían no sólo a las elecciones generales, sino a las
complementarias, y como el período de duración del cargo de diputado era entonces de
tres años y el de los senadores de seis, el lapso comprometido en el ejercicio de esa
función llegó a ocupar una proporción sustancial del período trienal.
A comienzos del siglo, diversas mociones, entre ellas una de Maximiliano Ibáñez, en 1900,
y otra de Agustín Edwards, en 1903, prepararon la creación, por la Ley Nº 1.807, de 8 de
febrero de 1906, de la Comisión Revisora de Poderes, formada por dos ministros de la
Corte Suprema y uno de la Corte de Apelaciones de Santiago, elegidos por sorteo; por el
presidente o vicepresidente de la Cámara de Diputados y por uno de los miembros del
Consejo de Estado, es decir, por un total de cinco miembros, tres de carácter judicial y dos
de carácter político.
Con los antecedentes expuestos, puede comprenderse que, al discutirse la Carta de 1925,
se quitara a las Cámaras la facultad de calificar las elecciones de sus miembros, y se
creara, sin grandes resistencias (Actas, págs. 114-146; 163-164; 363-369; 515-516), el
Tribunal Calificador de Elecciones, tribunal especial que conocería las de Presidente de la
República, Diputados y Senadores, cuya organización y funcionamiento se regularía por el
legislador. Este lo hizo a través de preceptos comprendidos en la Ley General de
Elecciones. El Tribunal Calificador se componía de cinco miembros; un ex presidente o
vicepresidente del Senado, un presidente o vicepresidente de la Cámara de Diputados,
dos ministros de la Corte Suprema y un ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago
(art. 79).
210.La crisis de 1961. La institución del Tribunal Calificador sufrió una grave crisis al
ejercer sus facultades con motivo de las elecciones parlamentarias de marzo de 1961.
Desde que se conoció el resultado del sorteo se comentó la composición del Tribunal. A
uno de los magistrados de la Corte Suprema llamado a integrarlo se lo consideraba, por
amplios sectores, inclinado a actuar en la esfera de los tribunales como fervoroso servidor
de sus ideales políticos. Otro de sus miembros, senador en actividad, estaba ejerciendo, al
practicarse el sorteo, la presidencia de su partido, que se apresuró a abandonar para
desempeñar la función que la suerte le entregaba.
La defensa del señor Carmona solicitó que la revisión y recuento de votos que practicara el
Tribunal se hiciera en presencia de los candidatos, sus apoderados y abogados, lo que
negó, fundado en el secreto de los acuerdos.
El 13 de mayo se conoció la sentencia, que efectivamente proclamó senador al señor
Maurás. Bajando al señor Carmona 47 votos y aumentando 34 al señor Maurás, resultó
perdiendo el primero por sólo 9 votos. Se hizo una revisión general de las cédulas y se
anularon o validaron así algunas cuya nulidad o validez no se había pedido por ninguno de
los reclamantes.
Luego después, el Director General del Registro Electoral certificó haberse practicado,
exclusivamente respecto de esta disputada elección, la destrucción de los efectos
correspondientes y en vista de que el Tribunal no había ordenado su conservación, no
obstante pedida formalmente con anterioridad al fallo, fundado en que no se había
denunciado delito.
La agitación política observada antes del fallo aumentó cuando éste fue conocido, y
culminó en la incidencia que tuvo lugar en la ceremonia de la inauguración de la
legislatura ordinaria.
La primera cuestión que hubo de resolver el nuevo Congreso fue la acusación que
diputados pertenecientes al Partido Demócrata Cristiano, que había presentado al señor
Carmona, y otras colectividades políticas de oposición, dedujeron en contra de los
ministros de la Corte Suprema integrantes del Tribunal Calificador, señores Osvaldo Illanes
Benítez y Miguel González Castillo.
Los argumentos que hicieron valer los parlamentarios que se pronunciaron por dicha
inadmisibilidad fueron consistentes: el Tribunal Calificador es un Tribunal especial, que no
integra el Poder Judicial, sus miembros no están incluidos entre los funcionarios que
pueden ser acusados y no revisten la calidad de magistrados de los Tribunales Superiores
de Justicia.
Las operaciones de apertura de los sobres que contienen las cédulas y la exhibición y
recuento de éstas no pueden, en derecho, identificarse con el juicio valorativo que
constituye la calificación ni con el debate del órgano pluripersonal que debe decidirla, tal
como cabe, por ejemplo, distinguir entre la inspección personal del Tribunal y el fallo de
éste.
Los antecedentes que pudieron reunirse con motivo de esta crisis, especialmente a través
de las declaraciones que los miembros y funcionarios del mismo Tribunal formularon a la
Comisión acusadora -y entre ellos las del Subdirector Andrés Rillón, quien con anterioridad
al fallo había protocolizado un documento en que manifestaba su discrepancia con el
procedimiento del Tribunal y al cual éste había negado su confianza-, produjeron en la
mayoría de la opinión nacional la convicción de que, en realidad, su labor se desarrollaba
sin la formalidad suficiente como para dar la mayor seguridad de que quedaba al margen
de toda sospecha y de que convenía introducir las modificaciones constitucionales, o, por
lo menos, legales conducentes a evitar la repetición de una crisis de la naturaleza de la
sufrida.
Las Cámaras aprobaron, al debatirse la reforma electoral de 1962, normas por las cuales
los partidos políticos interesados podían hacerse representar en los actos de recuentos de
votos practicados por el Tribunal Calificador de Elecciones por un apoderado sin derecho a
voz que podría formular posteriormente observaciones por escrito.
Esas reglas fueron vetadas por el Presidente de la República sosteniendo que esos actos
no eran diligencias probatorias sino "de calificación y ponderación de pruebas... que...
corresponde efectuar sin injerencia de las partes... sin publicidad y facultades para
controvertir".
Mediante el veto se impidió que esos preceptos, que recogían la experiencia de la jornada
de 1961, se convirtieran en ley.
Por resolución, testimoniada en acta de 12 de abril de 1965, el Tribunal Calificador
resolvió que los escrutinios no son públicos y mediante fallo de 4 de mayo de ese año
rechazó la reposición.
La crisis que con detenimiento ha sido expuesta, fue sorteada, en definitiva, sin afectar el
prestigio del Tribunal Calificador de Elecciones, el cual continuó desarrollando sus tareas
bajo el imperio de la Constitución de 1925, hasta el fin de su vigencia, de modo que
concitó el respeto ciudadano. Ello explica que, como luego analizaremos, en lo sustancial
esta institución fuera reiterada por la Carta de 1980. Las normas pertinentes de la
legislación dictada bajo el imperio de ésta evitarán, según esperamos, un nuevo conflicto
de la especie del que ha quedado narrado, en atención a que ahora, como lo dispone el
art. 103 Nº 5 de la Ley Nº 18.700, cuando corresponda al Tribunal Calificador practicar un
escrutinio -si éste resultara necesario según las normas pertinentes-, tal escrutinio debe
hacerse públicamente.
Es del caso anotar también que no se menciona a los miembros del Tribunal Calificador
entre los funcionarios acusables en juicio político (art. 48 Nº 2). Sin embargo, los
integrantes de tal Tribunal -que tengan al mismo tiempo la calidad de magistrados de los
Tribunales Superiores de Justicia- son acusables conforme al art. 48 Nº 2 letra c) por
notable abandono de deberes. En estas condiciones podrá surgir nuevamente una
cuestión análoga a la que se presentó en 1961 y, en tal eventualidad, habrá de discutirse
otra vez si la actuación de dichos magistrados, como integrantes del Tribunal Calificador
de Elecciones, envuelve la posibilidad de considerarla como comprendida en la referida
causal. En su oportunidad habremos de plantear y procurar resolver este punto.
Finalmente, tampoco se incluye al Tribunal Calificador entre las autoridades a las que el
Consejo de Seguridad Nacional pueda hacer presente su opinión, según la atribución a que
se refiere la letra b) del art. 96, respecto de algún acto, hecho o materia que atente
gravemente en contra de la seguridad nacional. Una nueva inadvertencia de la misión
relevante del organismo en la estructura democrática.
La elección por el Tribunal Supremo debe practicarse en votaciones sucesivas, a fin de que
tenga más amplio prestigio el escogido y prime en todo momento el criterio que aparezca
como mayoritario en relación al sentido de la selección; debe realizarse en forma secreta,
que es lo recomendado cuando corresponde decidirse entre personas, para evitar los
inconvenientes que derivan del conocimiento público de las preferencias; y debe
resolverse la votación por la mayoría absoluta de sus miembros para cada uno de los
escogidos, con el objeto de que se revele una adhesión sólida e indiscutible, y se evite así
que el resultado provenga de simples mayorías relativas, con abstenciones o votos en
blanco.
En cuanto a los requisitos que debe reunir el abogado que ha de integrar el Tribunal, se
observa que, en tanto el anteproyecto de la Comisión Ortúzar había propuesto que debía
éste haber "ejercido la profesión o desempeñado una cátedra de derecho público en
alguna Universidad del Estado o reconocida por éste, por un lapso no inferior a diez años",
y el Consejo de Estado mantuvo tales condiciones, eliminando sólo el calificativo de
"público" de la cátedra de derecho, la Junta de Gobierno, y en consecuencia el texto en
vigor, dispuso la mención del inciso 2º del art. 81, referido a los requisitos de "tener a lo
menos quince años de título, haberse destacado en la actividad profesional, universitaria
o pública, no tener impedimento alguno que las inhabilite para desempeñar el cargo de
juez" y "ser personas que sean o hayan sido abogados integrantes de la Corte Suprema
por tres años consecutivos, a lo menos".
Los nombramientos, tanto los mencionados en la letra a) como los de la letra b) del art.
84, deberán hacerse por la Corte Suprema en pleno extraordinario, celebrado con treinta
días de anticipación, a lo menos, a la fecha en que los miembros del Tribunal en ejercicio
deban cesar en sus funciones (inc. 2º del art. 2º de la Ley Nº 18.460).
"c) Un ex presidente del Senado o de la Cámara de Diputados que haya ejercido el cargo
por un lapso no inferior a tres años, el que será elegido por sorteo" (art. 84).
Es del caso recordar que en la Constitución de 1925 al Tribunal eran llamados tanto un ex
presidente o ex vicepresidente del Senado como un ex presidente o ex vicepresidente de
la Cámara de Diputados, que hubiesen ejercido el cargo por un año.
Tal llamado no se contemplaba en el informe elaborado por la señora Luz Bulnes para la
Comisión Ortúzar. Para fundamentar su eliminación, ella expresó: "...no obstante estimar
buena la experiencia vivida en Chile con el Tribunal Calificador integrado por miembros de
los tribunales de justicia y por ex miembros de órganos políticos, considera conveniente
recoger la tendencia actual a fin de otorgarle un carácter netamente especializado en
materia jurídica" (sesión 381ª, pág. 2762). Fue a indicación de Jaime Guzmán que se
incorporó esta letra, pero con la modalidad de que el cargo lo hubiesen ejercido los ex
integrantes de las Cámaras por lo menos durante un año (sesión 382ª, pág. 2793). Más
adelante, en la sesión 415ª (pág. 3566) se acordó modificar el plazo aumentándolo a dos
años. El Consejo de Estado, a proposición del señor Pedro Ibáñez, extendió el término a
tres años, contra la opinión del señor Hernán Figueroa (sesión 87ª).
El prolongado período durante el cual la actual generación chilena vivió sin que funcionara
el Parlamento (1973-1990), unido a la exigencia de un lapso tan pronunciado de
permanencia, de tres años, hacen prever que resultará muy difícil, durante un tiempo
dilatado, disponer de un número apropiado de personas que reúnan el requisito. Tal
realidad la enfrentó la ley orgánica constitucional Nº 18.460, al disponer, en su art. 2º
incisos 4º y 5º: "Si sólo existiere una persona que reúna las calidades y requisitos exigidos
en la letra c), dicha persona integrará de pleno derecho el Tribunal Calificador de
Elecciones. De no existir ninguna persona con los requisitos a que hace mención la
referida letra c), el Tribunal se integrará sólo con los miembros indicados en las letras a) y
b)".
Se trata de un claro ejemplo de una norma jurídica inadecuada, que ha impuesto, cierto es
por falta de visión de la misma Carta, una solución que parece no armonizar con la
voluntad del constituyente, de conformar el órgano con el aporte de una visión diferente
a la percibida por funcionarios de la carrera judicial. Una regla más acertada pudo
inspirarse en un criterio semejante al que refleja el art. 45 inc. 4º, según el cual la
designación, por determinados órganos públicos, de los senadores a que se refieren las
letras b) a f) de este artículo, "podrá recaer en ciudadanos que hayan desempeñado otras
funciones relevantes en los organismos, instituciones o servicios mencionados en cada
una de las citadas letras".
Tal como podía preverse, hasta ahora en el hecho el Tribunal se integra sólo por cuatro
miembros, lo que no representa una conformación eficiente al dar paso a que
reiteradamente se produzcan empates. Como entre esos cuatro miembros no habrá
ninguno que haya pertenecido al Parlamento, la actual conformación se aleja de modo
sustancial del propósito del constituyente.
En todo caso, cuando sea posible la designación de un representante que tenga la calidad
que nos ocupa, la selección, en el actual texto, como en el de 1925, ha de realizarse por
sorteo entre quienes estén habilitados.
De acuerdo con el inc. 3º del art. 84, aunque cuenten con las demás calidades exigidas por
la norma, las designaciones del abogado elegido por la Corte Suprema o del ex presidente
del Senado o de la Cámara, "no podrán recaer en personas que sean parlamentario,
candidato a cargos de elección popular, ministro de Estado, ni dirigente de partido
político".
a) Los integrantes duran cuatro años en sus funciones, período análogo al que señalaba la
Constitución precedente y que coincide con el de la renovación parlamentaria.
b) La Ley Nº 18.460, en la segunda oración del inciso final del art. 2º, dispone, a nuestro
juicio con sólido fundamento, que "podrán ser reelegidos en sus cargos y el que acceda a
él por sorteo participará también en los que deban verificarse cada cuatro años". Se
resuelve así una duda que había surgido durante la vigencia de la Constitución anterior y
se ha confirmado la interpretación que nos pareció la más adecuada (Tratado, tomo II, Nº
184, pág. 190).
d) Según el mismo inc. 4º del art. 84, a los miembros del Tribunal "les serán aplicables las
disposiciones de los artículos 55 y 56 de esta Constitución", es decir, los que tratan,
respectivamente, de las incompatibilidades e incapacidades parlamentarias.
e) Presidirá el Tribunal el ministro en ejercicio de la Corte Suprema, y en caso de haber
más de uno, el de mayor antigüedad en ella. A falta o ausencia de un ministro en ejercicio
de esa Corte, lo presidirá el miembro del Tribunal que sea elegido por mayoría de votos
(art. 4 de la Ley Nº 18.460).
f) El Tribunal sesionará con la mayoría de sus miembros y adoptará sus acuerdos por la
mayoría absoluta de los presentes. En caso de empate, decidirá el voto de quien lo presida
(art. 11, Ley Nº 18.460).
g) "Los miembros del Tribunal serán inviolables por las opiniones que manifiesten y los
votos que emitan en el desempeño de su cargo" (art. 6º, Ley Nº 18.460).
h) Los integrantes del Tribunal gozarán de un fuero, expresado en forma idéntica a la del
fuero parlamentario (art. 7º, Ley Nº 18.460).
i) El Tribunal designará un secretario relator, que deberá ser abogado, quien, como
ministro de fe pública, autorizará todas las resoluciones y demás actuaciones del Tribunal
(art. 8º, Ley Nº 18.460).
j) "Los miembros del Tribunal percibirán una remuneración equivalente a una unidad
tributaria mensual por cada audiencia a que concurran, con un máximo por cada mes
calendario de treinta unidades tributarias mensuales" (art. 14 de la Ley Nº 18.460, según
modificación introducida por la Ley Nº 18.911, de 24 de enero de 1990).
l) La Ley Nº 18.460 señala las bases de la planta del personal y de sus nombramientos,
indicando que se regirá por el derecho laboral común (art. 15).
De acuerdo con la segunda y tercera oración del inc. 1º del art. 104 de la Ley Nº 18.700:
"Conociendo de las reclamaciones de nulidad (el Tribunal Calificador), apreciará los
hechos como jurado y al tenor de la influencia que, a su juicio, ellos hayan tenido en el
resultado de la elección o plebiscito. Con el mérito de los antecedentes declarará válida o
nula la elección o plebiscito y sentenciará conforme a derecho".
Según el inc. 1º del art. 12 de la Ley Nº 18.460 "el procedimiento para la tramitación de las
causas y asuntos que se sustancien ante el Tribunal Calificador de Elecciones será regulado
por éste mediante autos acordados en los que se asegurará, en todo caso, un racional y
justo proceso", y de acuerdo al inc. 4º, "en todo lo demás, el procedimiento se ajustará a
las disposiciones del Código Orgánico de Tribunales y del Código de Procedimiento Civil,
en lo que fueren aplicables y no sean contrarias a las de esta ley".
Este precepto debe vincularse con los siguientes de la misma Ley Fundamental: arts. 18,
sobre sistema electoral público; 26, sobre elección de Presidente de la República; 27,
sobre calificación de la elección de Presidente de la República y su proclamación; 55 inc.
3º, relativo a la proclamación de los parlamentarios elegidos; 82 Nº 4, sobre las cuestiones
suscitadas con motivo de la convocatoria a plebiscito; 85 inc. 2º, relacionado con el
nombramiento de los miembros de los tribunales electorales regionales, y 119 inc. 3º,
sobre comunicación al Presidente de la República del resultado del plebiscito.
De las reglas comprendidas en los dos párrafos del mencionado Título V, es del caso
destacar por lo menos las siguientes:
b) Procederá el Tribunal de norte a sur, apreciando los hechos como jurado y al tenor de la
influencia que, a su juicio, ellos hayan tenido en el resultado de la elección o plebiscito y
declarará válido o nulo el acto sentenciando conforme a derecho. Los hechos, defectos o
irregularidades que no influyan en el resultado, sea que hayan ocurrido antes, durante o
después de la votación, no darán mérito para declarar su nulidad, pero se pronunciará
siempre ésta en relación a los actos de la junta para designar las mesas receptoras o los
colegios escrutadores que no hubieren funcionado con el número de miembros
correspondientes o en los lugares designados (art. 104).
c) El Tribunal mandará repetir las votaciones anuladas y sólo en las mesas afectadas en el
caso de que den lugar a una decisión diferente. En la repetición funcionarán las mesas con
la misma integración, salvo los casos excepcionales que menciona el texto (arts. 105 y
106).
e) Una vez dictada la sentencia, el Tribunal proclamará a los candidatos que hubieren
resultado elegidos o el resultado del plebiscito (art. 108).
Pues bien, dictada la reforma de la Carta de 1925, dispuesta por la Ley Nº 17.284, de 1970,
el Tribunal Calificador de Elecciones, en dictamen de 17 de noviembre de 1970, publicado
en el Diario Oficial de 23 de ese mes y año, en ejercicio de la atribución citada e
interpretando la Carta, llegó a conclusiones sustanciales en cuanto a la situación en que
había quedado el derecho de sufragio de los extranjeros, de los analfabetos y de los
mayores de 18 años. Para llegar a las conclusiones pertinentes, el Tribunal formuló las
siguientes consideraciones:
"Las cuestiones involucradas en las consultas que se examinan dicen atinencia con la
interpretación de normas electorales contenidas en la Constitución Política del Estado y
debe dilucidarse, entonces, si dentro de la potestad que la ley atribuye al Tribunal
Calificador, se encuentra la de establecer disposiciones interpretativas de la Constitución
Política del Estado en materia electoral. A este respecto, debe tenerse presente que la
Constitución Política es la ley fundamental de la organización del Estado y que si bien en
su génesis, subsistencia y valor, esta ley fundamental difiere de las leyes corrientes, no por
ello deja de ser una ley de la República y debe, pues, entenderse incluida en la órbita de
competencia de este Tribunal Calificador, en cuanto está llamado a determinar el sentido
y el alcance de todo precepto que se relacione con el sistema electoral" (considerando 5º).
La ley orgánica constitucional Nº 18.460, en su art. 9º, después de mencionar en sus letras
a) a d) las atribuciones confiadas al Tribunal por la Constitución, añade que goza, según la
letra e), de "las demás funciones que le encomienden la Constitución Política y las leyes".
El precepto que acaba de transcribirse abre la duda acerca de si la ley orgánica
constitucional sobre el Tribunal Calificador ha podido contemplar tan sólo en hipótesis
que el legislador dicte cuerpos normativos que contemplen otras facultades o atribuciones
del Tribunal Calificador, diversas por tanto de las que el constituyente directa o
indirectamente le ha otorgado.
Estimamos indiscutible que la Ley Nº 18.460 no ha debido estimarse facultada para ello y
no ha podido, en consecuencia, incluir esa letra d) del art. 9º en cuanto menciona a "las
leyes". El texto de la citada letra e) del art. 9º sería aceptable si el constituyente hubiera
previsto en la letra de la regla que el organismo dispusiera también de las funciones que
pudiera confiarle la ley orgánica constitucional, lo que no ha ocurrido en este caso, a
diferencia, por ejemplo, de lo contemplado para la Contraloría (art. 87), el Banco Central
(art. 97) y los consejos regionales (art. 102).
El criterio recién expuesto se conforma con el que dio a conocer el Tribunal Constitucional,
en su sentencia de 24 de febrero de 1987, rol 43, en la que estimó inconstitucional que se
le otorgara a él mismo la atribución que se le proponía -que consistía en la facultad de
ordenar la suspensión provisional del procedimiento de formación de un partido político-,
en atención a que eso "configura una nueva facultad, de especial relevancia jurídica"
(cons. 33º), "no contenida entre aquellas que taxativamente señala el art. 82 de la Carta
Fundamental y teniendo presente que las facultades que la Constitución confiere a los
órganos que ella crea son de derecho estricto, fuerza es concluir que el artículo... es
inconstitucional, porque vulnera el art. 82 de la Carta Fundamental" (cons. 34º).
Así, pues, corresponde entender que la ley orgánica constitucional sobre el Tribunal
Calificador de Elecciones, en cuanto la letra e) de su art. 9º, se pone en la eventualidad de
que las leyes le confieran otras atribuciones que aquellas que a dicho organismo le otorga
directamente la Ley Fundamental, va claramente en contra de ésta.
Sobre tal hipótesis, cabe concluir que el recurso de protección solo puede ser acogido si
recae en actuaciones del Tribunal Calificador siempre que las denunciadas por esa vía
incidan en el ejercicio de atribuciones comunes y genéricas que otorgan las leyes
generales a cualquiera persona natural o jurídica, absolutamente ajenas a las que
directamente le reconoce como exclusivas y propias de su jerarquía constitucional la
misma Carta. Así, por ejemplo, puede producirse una controversia entre el Tribunal y el
personal de la repartición en cuanto a los derechos laborales que a los funcionarios
correspondan.
Debe recordarse que la habilidad o inhabilidad de los elegidos era cuestión que
correspondía resolver a la Cámara de Diputados o al Senado, si se trataba de
parlamentarios (art. 26 inc. 2º de la Constitución de 1925).
Con motivo de las elecciones parlamentarias de 1961, se pidió que se declarara la nulidad
de la inscripción en los registros electorales, la declaración de candidatura y la elección
presuntiva de un diputado por Atacama, en razón de haber sido condenado por delito con
pena aflictiva. El Tribunal se declaró incompetente por importar una causa de inhabilidad
preexistente, de acuerdo con el art. 27, o sea, porque debía ser resuelta por la respectiva
Cámara (art. 26 inc. 2º) (sentencia de 13 de mayo de 1961, R., tomo 58, 2ª parte, sec. 3ª,
Quezada y otros).
5) Sistema de votación
220.Concepto. El sistema electoral público previsto en el art. 18 de la Carta, que describe
el marco dentro del cual debe la ley orgánica constitucional dictar las normas pertinentes,
ha de entenderse que incluye, sin duda, la determinación del mecanismo de votación que
podrá precisar el legislador.
"Partiendo del supuesto de que los ciudadanos hayan votado -decimos en otra obra
nuestra-, o sea, depositadas en las urnas sus cédulas, los sistemas de votación tratan de
determinar, deducir e interpretar los resultados, o sea, precisar quién fue nombrado, cuál
fue la decisión del electorado" (Derecho Político. Ensayo de una síntesis, Editorial Jurídica
de Chile, primera edición, pág. 137).
En Chile el primer sistema de votación que se usó fue, como se dijo, el de suscripción o
libros, en que se firmaba la adhesión o rechazo (Constituciones de 1812 y 1818).
La proposición de este precepto fue del Presidente Arturo Alessandri y su texto primitivo
era:
"En las elecciones de diputados y senadores, así como en las de las Municipales, se
empleará un procedimiento que asegure en la práctica una efectiva proporcionalidad en la
representación".
Con tales correcciones se insertó en la primera prueba, pero al revisarse ésta (sesión 26ª,
de 7 de julio, pág. 341), a pedido de Guillermo Guerra se acordó la supresión de la frase
"así como en las de Municipales", en atención a "que estas últimas elecciones no van a
tener carácter político como las otras".
El señor Alessandri manifestó que "lo que desea es acabar con el voto acumulativo", que
tiene dos graves inconvenientes: "de fomentar el caudillaje y producir la desorganización
de los partidos". Defendieron, entre tanto, ese sistema Manuel Hidalgo, porque "es muy
ventajoso para los partidos pequeños"; Nicolás Cárdenas, porque "da representación justa
a las fuerzas pequeñas".
El señor Edwards lo combatió por hacer fracasar las combinaciones mejor cimentadas, y el
señor Yáñez porque permitía la burla a los partidos de mayoría sobre una base fácil de
establecer. José Maza "expresa que todos los votos proporcionales, empíricos o prácticos,
persiguen el objeto de dar a las minorías y a todas las corrientes en lucha una
representación equivalente a las fuerzas de que disponen. El voto acumulativo es
empíricamente proporcional, pero tiene muchos defectos, que la práctica ha dejado de
manifiesto en Chile. En cambio, el voto repartidor es matemáticamente proporcional,
asegurando esta proporcionalidad en todo caso. Por lo demás, la proposición de S.E. no
obliga la adopción de un voto determinado, sino que expresa una aspiración democrática
y conveniente".
Por D.L. Nº 710, de 1925, adelantándose a la Carta que luego se aprobaría, se estableció el
sistema de representación proporcional, sujetándose a la difundida fórmula ideada por el
profesor holandés Víctor D”Hondt, que tuvo sus mayores modificaciones por la Ley Nº
12.889, de 1958.
La recién mencionada ley puso término a la facultad que se practicó por la ciudadanía
desde 1915 hasta su promulgación, de marcar preferencia en la cédula.
Las reglas que otorgaban tal facultad daban alcance primordial al orden que en la
declaración de candidaturas se señalaba a los candidatos dentro de la lista: porque,
primero las listas en que no se marcaba preferencia alguna se consideraban lisa y
llanamente en favor de la lista y se agregaban al primer candidato de ella; enseguida, si
con estos votos agregados al primero de los candidatos y sus propias preferencias, llenaba
éste la cifra repartidora, se le proclamaba elegido, y así se iban atribuyendo,
respectivamente, los sobrantes que fueran quedando en el mismo orden de precedencia;
finalmente, si ninguno obtenía la cifra repartidora o no se alcanzaba ésta mediante la
atribución de los sobrantes, se multiplicaban los votos asignados a cada candidato no
proclamado en conformidad a la regla anterior, para el primero de éstos por el número de
puestos que quedaban por atribuir a la lista; para el segundo, por esta cifra menos uno;
para el tercero, por esa cifra menos dos, y así sucesivamente, y llegando el multiplicador a
la unidad, era igual para todos. Se proclamaba a quienes correspondieran las más altas
mayorías, colocando los productos así obtenidos, de mayor a menor.
222.Cifra repartidora. Al haberse practicado por cerca de medio siglo, por la eventualidad
de que pueda volver a implantarse y como una información de interés general, damos a
conocer las bases legales del sistema ilustradas con su forma de aplicación.
"El Tribunal sumará los votos de preferencia individual emitidos en favor de cada uno de
los candidatos de una misma lista y este resultado determinará "los votos de lista" (art.
115).
Primera hipótesis. Se presentan, por ejemplo, para elegir cinco cargos, cuatro listas, cuyos
candidatos reciben las siguientes preferencias:
B 173 H 857 M 48
C 32 I 222 N 274
D 601 J 57
E 258 K 954
Se practicaba la regla transcrita -el Tribunal sumaba las preferencias de cada candidato de
una misma lista y obtenía los votos de lista-, con el siguiente resultado:
"Para determinar la “cifra repartidora” o “cuociente electoral”, las cifras totales obtenidas
por cada lista se dividirán sucesivamente por uno, dos, tres, cuatro, etc., hasta formar, por
cada uno de los votos de lista, tantos cuocientes como diputados o senadores
corresponda elegir. Estos cuocientes se colocarán en orden normal y decreciente hasta
tener un número de ellos igual al de diputados o senadores por elegir. El cuociente que
ocupe el último de estos lugares constituirá la “cifra repartidora”, que permitirá
determinar cuántos son los elegidos en cada lista" (art. 116).
Votos de Lista
1º) 2.312
2º) 1.379
3º) 1.156
4º) 838
Lista Nº 1:
Lista Nº 2:
Lista Nº 3:
Lista Nº 4:
"Para determinar qué candidatos son los favorecidos en cada lista se observarán las
siguientes reglas:
"1ª Si a una lista corresponde igual número de puestos que el de candidatos presentados,
se proclamarán elegidos a todos éstos".
En el ejemplo que se ha dado, la lista 2 tiene derecho a un puesto y, como en ella sólo
figuró el candidato F, que obtuvo así todos los votos de la lista, sale proclamado al aplicar
esa norma.
El caso no resultó muy frecuente, porque, casi siempre, y a veces con exceso de
optimismo, los partidos presentaban mayor número de candidatos que el que
correspondía a sus mejores expectativas. Sin embargo, sucedió algunas veces, y se señalan
muy especialmente como ejemplos los casos ocurridos en 1926 al candidato a diputado
por Santiago, Jorge Alessandri Rodríguez; en 1932, a Eugenio Matte Hurtado como
senador y, en 1953, al senador Eugenio González.
La regla consistía simplemente en volver a aplicar el mismo mecanismo matemático,
distribuyendo el puesto o puestos sobrantes como si se tratara de una nueva elección, en
la que habrá que determinar una nueva cifra repartidora especial, entre los votos de
combinación o de lista, según corresponda, y colocar los cuocientes en orden normal y
decreciente, siendo la cifra repartidora el cuociente que ocupe en la ordenación el
número que corresponda al de puestos sobrantes.
He aquí un ejemplo de aplicación de la regla recién transcrita para elegir ocho diputados,
considerando la presentación de cuatro listas:
Votos de Lista
1º) 3.576
2º) 2.440
3º) 1.788
4º) 1.280
5º) 1.220
6º) 1.192
7º) 972
Se verá que la lista Nº 3 tiene derecho a elegir cuatro puestos, pero supongamos que ha
llevado un solo candidato. Le sobran, por lo tanto, fuerzas para otros tres, que no pueden
ser elegidos en ella y tienen que ser repartidos entre las otras tres listas, como si se tratara
de una nueva elección.
1º) 2.440
2º) 1.280
"3ª Si el número de candidatos presentados es mayor que el de los puestos que a la lista
corresponda, se proclamarán elegidos los que hubieren obtenido las más altas mayorías
de votos de preferencias".
Remitiéndonos al ejemplo que se sigue, es eso lo que ocurre en la lista Nº 1, que tiene un
elegido y dentro de la cual votaron por cinco candidatos. Triunfa, según la norma
transcrita, el candidato D, con 601 votos, por haber obtenido la más alta mayoría de votos
de preferencia.
"4ª Si dentro de una misma lista resultaren dos o más candidatos con igual número de
votos particulares, se proclamará a los que resulten favorecidos en un sorteo que se
practicará, en audiencia pública, por el Tribunal Calificador".
Volviendo a nuestro ejemplo, la situación prevista ocurrió en la lista Nº 3, que logró elegir
tres de los cinco candidatos: K, con 954 votos, y H, con 857 votos, pero el tercer lugar
resulta empatado con 222 votos por los candidatos G e I. Entre ellos deberá dirimirse el
empate mediante sorteo.
"5ª Si un puesto corresponde con igual derecho a varias listas, se atribuirá a la lista que
haya obtenido mayor número de "votos de lista" y en caso de empate de distintas listas,
se preferirá al candidato que haya obtenido mayor número de votos particulares, y, en
caso de igualdad de votos particulares, se procederá al sorteo en audiencia pública por el
Tribunal Calificador" (art. 117).
c) El Senado se compondrá -junto a integrantes escogidos del modo que la Carta señala-
de miembros elegidos en votación directa por circunscripciones electorales, en
consideración a las trece regiones del país. Cada región constituirá una circunscripción,
excepto seis de ellas que serán divididas, cada una, en dos circunscripciones por la ley
orgánica constitucional respectiva. A cada circunscripción corresponderá elegir dos
senadores (art. 45).
d) La disposición trigésima transitoria, agregada por la Ley Nº 18.825, dispone: "En tanto
no entre en vigencia la ley orgánica constitucional que determine las seis regiones en cada
una de las cuales habrá dos circunscripciones senatoriales, se dividirán, en esta forma, las
regiones de Valparaíso, Metropolitana de Santiago, del Maule, del Bío-Bío, de La
Araucanía y de Los Lagos".
e) En cada municipalidad habrá un Concejo integrado por concejales elegidos por sufragio
universal en conformidad a la ley orgánica constitucional de municipalidades (art. 108 inc.
1º, según reforma de la Ley Nº 19.097 de 1991).
El Título Final de la citada Ley Nº 18.700, incorporado asimismo por la Ley Nº 18.799, y
que trata "De los distritos electorales y circunscripciones senatoriales para las elecciones
de diputados y senadores", contiene el siguiente art. 178:
El art. 179, por su parte, fija cuáles son los distritos electorales.
"Si ninguna lista obtuviere los dos cargos, elegirá un cargo cada una de las listas o nóminas
que obtenga las dos más altas mayorías de votos totales de lista o nómina, debiendo el
Tribunal proclamar elegidos Senadores o Diputados a aquellos candidatos que, dentro de
cada lista o nómina, hubieren obtenido las más altas mayorías".
"Si el segundo cargo por llenar correspondiere con igual derecho a dos o más listas o
nóminas, el Tribunal proclamará electo al candidato que hubiere reunido mayor cantidad
de preferencias individuales".
"En caso de empate entre candidatos de una misma lista o entre candidatos de distintas
listas o nóminas, que a su vez estuviesen empatadas, el Tribunal procederá, en audiencia
pública, a efectuar un sorteo entre ellos, y proclamará electo al que salga favorecido".
En cada circunscripción deben presentarse por lo menos dos listas, cada una de las cuales
ha de contener la mención de dos candidatos. Pongámonos en el caso más simple, en que
se presentan dos listas: A y B. Si en la lista A un candidato recibe 200 votos y el otro 30, y
en la lista B un candidato recibe 84 votos y otro 30, como esta última lista obtiene en total
114 votos, al paso que la A logró en total 230 votos, la lista A se lleva los dos cargos por la
sola circunstancia de que duplicó el recuento hecho para la lista B. En el caso, en la lista A
ha triunfado un candidato que sacó 30 votos y en la lista B perdió un candidato que sacó
84 votos. En el ejemplo propuesto, si la lista B hubiera alcanzado 116 votos, o sea, dos
votos más, habría quedado en igualdad de condiciones que la lista A, es decir, ambas
habrían obtenido un cargo.
226.Críticas al sistema. El futuro político del país servirá para poner a prueba el sistema de
votación incorporado por la ley orgánica en vigencia. Nuestro temor es que dicho sistema
no contribuya a la consolidación y fortalecimiento del régimen democrático. Para pensarlo
así no sólo observamos las permanentes iniciativas que tratan de modificarlo
formulándole severas críticas, sino estimamos que la solución dada, e impuesta durante la
intervención militar, no fue por ello precedida del amplio debate nacional que debió
requerir un cambio tan profundo de nuestra tradición jurídica, recogida en una rica
experimentación de medio siglo. Es difícil concordar en que el sistema en vigencia se
conforme con la realidad del pluralismo partidista nacional y favorezca el buen
entendimiento entre los partidos y su prestigio, desde que se ven forzados por él a entrar
en arreglos y combinaciones que los desdibujan y les impiden presentar opciones claras a
la competencia ciudadana y hacer posible el libre juego de las distintas fuerzas para llegar
a concordancias más reales y sólidas.
No se necesita ser profeta para prever lo que ocurrirá en las próximas etapas de la
convivencia cívica, en que probablemente se fortalecerá la tendencia a implantar otra
solución más adecuada y ecuánime que la consagrada en el citado art. 178 del cuerpo
normativo. Se ha acogido ya una rectificación en materia de elección de los concejales
municipales, al dar cabida, para ella, a la representación proporcional a través de la
reforma que se hizo a la Ley Nº 18.695 por la Ley Nº 19.130, de 1992 (arts. 92 a 102).
Esas fueron las razones que llevaron a suprimir la posibilidad de las declaraciones
conjuntas, por la Ley Nº 12.889, de 1958.
Esta misma ley consagró el derecho de dos o más partidos para convenir en un pacto
sobre combinaciones de listas para las distintas circunscripciones o agrupaciones
electorales del país. La ley, además, autorizaba expresamente tales pactos tanto para las
elecciones de senadores como para las de diputados.
Mediante reforma que a la Ley Nº 18.700 introdujo la citada Ley Nº 18.709, de 26 de mayo
de 1989, agregándose un art. 3º bis, se permite que en las elecciones de parlamentarios
dos o más partidos políticos puedan acordar un pacto electoral que regirá en todas las
regiones en que uno o más de ellos se encuentran legalmente constituidos, pudiendo
incluir sólo candidatos de aquellos partidos que se hallen en tal situación en la respectiva
región; debe formalizarse el pacto ante el Director del Servicio Electoral antes del
vencimiento del plazo para efectuar las declaraciones de candidaturas; se entenderá
constituido a contar de la fecha de su formalización; los partidos integrantes no podrán
acordar otro pacto a menos que fuere dejado sin efecto con las formalidades que el texto
indica.
- Deben efectuarse por escrito, para cada acto eleccionario, ante el Servicio Electoral, por
el presidente y secretario de la Directiva Central de cada partido o partidos que hubieren
acordado un pacto o por a lo menos cinco ciudadanos que patrocinen una candidatura
independiente, acompañando nómina de los patrocinantes y además por el candidato
respectivo o un mandatario designado por éste en escritura pública (art. 3º).
- Se exige la indicación de las personas que estarán a cargo de los trabajos electorales y
nombramiento de apoderados (art. 7º). Se señalan también los requisitos que deben
cumplir los candidatos de partidos políticos (art. 9º).
- La ley contempla además reglas minuciosas referidas a los distintos tipos o especies de
declaraciones. Así se dictan normas en relación a las candidaturas a parlamentarios
presentadas por los partidos o los pactos (art. 4º); en cuanto a la sustitución o
modificaciones o retiros de candidaturas (art. 5º); en orden a la oportunidad en que
deben hacerse las declaraciones de candidaturas de parlamentarios y de Presidente de la
República (art. 6º); en relación al mínimum de patrocinantes de candidaturas
independientes (art. 8º); en cuanto al número de ciudadanos exigidos y a la forma cómo
debe formalizarse el patrocinio de los candidatos independientes (arts. 10 y 11); y, en fin,
respecto a las candidaturas a Presidente de la República (arts. 14 a 16).
229.Inscripción de las candidaturas. El Director del Servicio Electoral, dentro de los diez
días siguientes al vencimiento del plazo de declaración, ha de aceptar o rechazar las
candidaturas mediante resoluciones que se publicarán en el Diario Oficial, debiendo
rechazar las que no cumplan con los requisitos establecidos en los arts. 25, 44 y 46 de la
Constitución o en algunas de las situaciones previstas en el art. 54 de ella o que no
satisfagan los requisitos exigidos en la misma ley. Las declaraciones de candidaturas
independientes patrocinadas por personas afiliadas a partidos no invalidarán la
candidatura de que se trate, salvo que represente más del 5% del total de patrocinantes
(art. 17). De la resolución del Director, dentro de 5 días, puede reclamarse ante el Tribunal
Calificador (art. 18). Dentro de los tres días siguientes de vencido el citado plazo de cinco
días o del fallo del Tribunal Calificador, el Director procederá a inscribir las candidaturas
(art. 19).
Pero, llamado a resolver la cuestión suscitada, ¿cómo debió decidirla el Tribunal” Nos
parece que tales votos no debieron considerarse nulos, sino emitidos en blanco, porque
una persona que no existe no puede ser objeto de elección, colocar su nombre en la
cédula equivale a no señalar persona alguna, cumplir la obligación de sufragar sin
decidirse por nadie. Esos votos no eran nulos, porque no carecían de los requisitos para su
validez.
Es evidente que si un candidato distinto del muerto ha logrado la mayoría de los sufragios
válidamente emitidos, ningún problema surgirá ante el desgraciado evento. En tanto que
si precisamente es el fallecido quien alcanzó tal mayoría, la jornada no condujo a elección
alguna y, en esa situación, se impone el llamado a nueva elección. Si es el Presidente
titular el que convoca, en todo caso su mandato termina al final del período y,
eventualmente, el término del proceso electoral correspondería encabezarlo a quien ha
sido llamado a la vicepresidencia como consecuencia de la vacancia.
232.La preceptiva constitucional. "Habrá tribunales electorales -disponía el inc. 1º del art.
85 del texto aprobado en el plebiscito de 1980- encargados de conocer de la calificación
de las elecciones de carácter gremial y de las que tengan lugar en aquellos grupos
intermedios que determine la ley".
"Los miembros de estos tribunales durarán cuatro años en sus funciones y tendrán las
inhabilidades e incompatibilidades que determine la ley".
"La ley determinará las demás atribuciones de estos tribunales y regulará su organización
y funcionamiento".
El primero de ellos deriva del régimen municipal. Según el inc. 3º del art. 104 de la
Constitución de 1925: "La calificación de las elecciones de regidores, el conocimiento de
los reclamos de nulidad que ocurran acerca de ellas, y la resolución de los costos que
sobrevengan posteriormente, corresponderán a la autoridad que determine la ley".
El legislador cumplió tal encargo, y así la Ley de Municipalidades Nº 11.860 determinó que
la autoridad encargada de tales funciones era el "Tribunal Calificador de Elecciones
Municipales", establecido en cada provincia y que se componía: a) Cuando debía
funcionar en una ciudad asiento de Corte de Apelaciones, de un miembro de la Corte
respectiva, designado por sorteo practicado por el Tribunal; o del juez de letras en las
demás cabeceras de provincia, y en las que hubiere más de uno, del más antiguo; b) Del
Tesorero Provincial, y c) De un mayor contribuyente elegido por sorteo entre los veinte
mayores de la provincia. Desde la dictación, en 1941, de la Ley Nº 6.825, los fallos
expedidos por los Tribunales Calificadores Provinciales era consultados ante el Tribunal
Calificador de Elecciones. Comentando esta solución, expresábamos en la edición original
de esta obra: "La intervención, como magistratura superior, del Tribunal Calificador de
Elecciones no deriva directamente del ordenamiento constitucional, pero se la entrega a
este Tribunal en ejercicio de la libertad que otorga el mismo constituyente al legislador
para señalar la autoridad a que corresponde determinar en esta materia, y con el
propósito de mantener la unidad interpretativa, en una misma índole de materias y en
preceptos legales idénticos, como son las normas comunes o repetidas de las leyes de
organización y atribuciones de las Municipalidades, de Inscripciones Electorales y General
de Elecciones" (Tratado, tomo III, Nº 492, pág. 476).
Es importante anotar las diversas fases de la gestación de la referida letra primitiva del inc.
1º del actual art. 85.
Si se recorre el texto en vigencia se constata, en efecto, que a una ley común u ordinaria
se confía la precisión de los siguientes aspectos:
b) Señalar la forma en que serán apelables las resoluciones de dichos tribunales para ante
el Tribunal Calificador de Elecciones.
239.Ambito del encargo del legislador. Acerca de los términos en que se confía el encargo
hecho al legislador, tocante a "la calificación de las elecciones de carácter gremial y de las
que tengan lugar en los grupos intermedios", puede observarse que son ambiguos, puesto
que pudieran entenderse como que facultan a la ley para determinar a cuáles
organizaciones gremiales y a cuáles grupos intermedios se extiende la autorización, o
como que la propia Constitución confía directamente a los tribunales electorales
regionales competencia tocante a los que tengan carácter gremial y sólo deja, entre tanto,
al legislador la facultad de precisar respecto de qué tipos de grupos intermedios pueden
llegar a tener competencia los tribunales electorales regionales en el aspecto de que se
trate.
Pues bien, esta última interpretación no nos parece la más razonable, desde que los
gremios importan tan sólo una de las muchas clases de grupos intermedios, de manera
que la precisión de si determinado tipo asociativo queda comprendido en el concepto de
gremio requeriría una definición de lo que se entiende por tal, que sólo podría hacer el
legislador si recibiera un mandato expreso en tal sentido de parte del constituyente; de
otra manera la significación del término quedaría abierta a apreciaciones que en definitiva
pertenecería tan sólo a la judicatura formular.
Ese es, por lo demás, el criterio que concreta la Ley Nº 18.593, en cuyo art. 10 se dispone
que corresponde a los tribunales electorales regionales, según el Nº 1: "Calificar las
elecciones de carácter gremial y las de los grupos intermedios, que tengan derecho a
participar en la designación de los integrantes de los Consejos Regionales de Desarrollo o
de los Consejos de Desarrollo Comunal, de acuerdo con las respectivas leyes orgánicas
constitucionales".
Ahora bien, en cuanto a los Consejos Regionales de Desarrollo, que contemplaba el texto
primitivo del art. 101 de la Constitución, integrados del modo que el mandato señalaba, la
ley orgánica constitucional, que en el inc. 2º de ese texto se contemplaba, no se dictó
antes de la promulgación de la reforma constitucional dispuesta por la Ley Nº 19.097, la
cual, conforme a la redacción que dio al art. 102 de la Carta, estableció un Consejo
Regional, cuya integración y organización confió a la determinación de una ley orgánica
constitucional. Esta última se dictó, en efecto, con el Nº 19.175, el 11 de noviembre de
1992, y estructura dicho organismo a base de consejeros elegidos por los concejales de la
región, constituidos para estos efectos en colegio electoral en cada una de las provincias
respectivas. De todo esto resulta que tampoco tiene vigencia, en relación a los Consejos
Regionales, este Nº 1 del art. 10 de la Ley Nº 18.593.
240.Decisiones de los tribunales y sus recursos. Según el Nº 2 del art. 10 de la recién
citada Ley Nº 18.593, compete a los tribunales electorales regionales: "Conocer de las
reclamaciones de las elecciones de carácter gremial y de las de cualesquiera otros grupos
intermedios..." Estas reclamaciones, de acuerdo con el art. 16, deberán ser presentadas
dentro del plazo de diez días contado desde la fecha del último escrutinio de la elección
respectiva, por cualquiera persona que tenga interés directo en ella. La reclamación
deberá ser escrita, contendrá las menciones que la ley señala (art. 17) y se sujetará al
procedimiento que indican los arts. 18 a 25.
Conforme al inc. 4º del art. 85 de la Carta, y en armonía con el art. 84 referido al Tribunal
Calificador de Elecciones, los tribunales electorales regionales "procederán como jurado
en la apreciación de los hechos y sentenciarán con arreglo a derecho".
Contra el fallo del tribunal electoral sólo procederá el recurso de reposición, el que deberá
interponerse dentro del plazo de cinco días, contados desde su notificación. Sin perjuicio
de lo anterior, el tribunal de oficio o a petición de parte podrá modificar sus resoluciones
sólo si hubiere incurrido en algún error de hecho que así lo exija (art. 26).
242.Otras atribuciones. La cuarta facultad que señala la Ley Nº 18.593 es: "Cumplir las
demás atribuciones que les encomienden las leyes".
Esta regla guarda armonía con la Carta, la cual ha dejado abierta al legislador con amplitud
la determinación de las funciones propias de estos tribunales, siempre, por supuesto, que
las que se concedan quepan en la esfera propia de las finalidades básicas con que la Ley
Fundamental contempla estos organismos.
- En cada región existirá un tribunal electoral regional, con sede en la capital de la misma,
salvo en la Metropolitana de Santiago, donde habrá dos (art. 1º inc. 2º).
- Los miembros deberán tener residencia en la región, podrán ser reelegidos (art. 3º inc.
1º) y serán remunerados del modo que se indica (art. 3º inc. 3º modificado por la Ley Nº
19.146, de 24 de junio de 1992).
- El tribunal no podrá funcionar sin la totalidad de sus miembros (art. 13); adoptará sus
acuerdos por mayoría de votos (art. 14); sus miembros no pueden ser aprehendidos sin
orden del tribunal competente, salvo en el caso de crimen o simple delito y sólo para
ponerlo inmediatamente a disposición del tribunal (art. 15).
Es comprensible el período de cuatro años fijado para los miembros de estos organismos,
término que es análogo al de duración de los integrantes del Tribunal Calificador de
Elecciones.
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