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Resumen TPA - Sergio Givone. “Interpretación y libertad. Conversación con Luigi Pareyson”.

SERGIO GIVONE
-Profesor: hoy en día la hermenéutica, es decir la teoría y la práctica de la interpretación, goza
de gran fortuna. Usted ha sido un precursor, pues desde el final de los años 40 ha colocado el
problema de la interpretación al centro de su reflexión; y es sobre el concepto de interpretación
que hace énfasis su "Estética".

-Se trata de un nuevo tipo de filosofía, basado no en la razón demostrativa, sino en el


pensamiento interpretativo. La fortuna de la hermenéutica deriva de la crisis del pensamiento
objetivante y demostrativo, que pretende extender el conocimiento con la pura demostración
y concibe la verdad como un objeto que se presta para una mirada total y que podemos
conocer en un sistema acabado y definitivo. Ello significa dos cosas: ante todo, que la verdad
no se entrega nunca, en una formulación única y definitiva sino que lo hace siempre en
formulaciones determinadas, históricas y personales; y éste es precisamente el reino de la
interpretación, que es de por sí múltiple, inagotable, infinita; en segundo lugar, que la verdad
no se entrega sino al interior de la interpretación individual que se da de ella, de manera que la
reflexión hermenéutica encuentra la verdad con el mismo acto con el cual, al interpretarla,
proporciona una formulación de ella.

En general no se conoce sino lo que ya se sabe pero, o se ha olvidado o aún no se ha


encontrado la manera de decirlo. Y ésta es la tarea de la filosofía como hermenéutica:
rememorar lo que en el fondo ya sabemos y decir cuánto querríamos pero no logramos decir.

A mi modo de ver, el vínculo entre estética y hermenéutica es sumamente estrecho. Tiene: un


carácter interpretativo no sólo, cómo es obvio, la lectura de una obra de arte sino también -y
esto no siempre resulta claro- su producción. El proceso de formación de la obra es
interpretativo porque consiste en un diálogo de del artista tanto con la materia que ha de
formar como con la forma que de ella resultará, si resulta. Hay que interrogar atentamente la
materia para lograr percibir las intenciones formativas, de las cuales, bajo la fecunda mirada
del artista, abundan los mármoles, las piedras, los metales, los colores, los sonidos, las
palabras. Pero se trata, asimismo, de hallar la manera de hacer (tengo que recordar que a mi
modo de ver el arte consiste en hacer, inventando al mismo tiempo la manera de hacer), y
para encontrarla no hay otro camino que interrogar la obra misma, que sin embargo aún no
existe, interrogar la forma futura para saber de ella cuál es la única forma en que ella misma se
deja realizar.

Por lo que se refiere a la lectura hay que recordar que ésta es siempre personal, puesto que el
único órgano de revelación de que dispone el lector para acceder a la obra es su propia
personalidad. Por ello no existe una interpretación única, mejor que todas las demás: única es
sólo la obra, no la interpretación, que siempre es múltiple. Esto no significa, sin embargo, que
sea arbitraria: el intérprete no deberá agregar o sobreponer su personalidad a la obra, sino
servirse de ella como instrumento e intermediario, si bien indispensable y activo; lo que
interesa es Hamlet, no el actor que lo representa, o si acaso interesa el que sea precisamente
él quien lo representa. La interpretación, entonces, no es ni única ni arbitraria.

En conclusión, ya se trate de hacer existir la forma que aún no existe, o de hacer vivir la forma
que ya existe, siempre está en juego la interpretación.

Es hora de que la filosofía se recobre a sí misma, recuperando la propia naturaleza mítica


originaria, que al fin de cuentas es la fuente inagotable de todo discurso decisivo para la
humanidad. Naturalmente no hay que entender el mito como fábula o leyenda sino como
posesión de la verdad en la única forma en que ésta se deja poseer, es decir, con un
ocultamiento que precisamente en cuanto tal irradia y revela, como sucede con las grandes
obras de arte y con la experiencia religiosa. ¿En qué sentido la filosofía debe regresar al mito?
No se trata de regresar a éste para instalarse allí. Se trata, más bien, de regresar al mito para
profundizarlo, es decir, para buscar y desarrollar el pensamiento originario que allí reside, la
solidaridad originaria entre el hombre y la verdad a la que hace poco me refería. Este
pensamiento originario es el que le confiere al mito su carácter revelador y a la reflexión
hermenéutica su valor filosófico. El mito dice cosas que no pueden ser dichas sino de esta
forma pero que es muy importante para la filosofía que sean dichas, la filosofía nunca podrá
dar una explicación completa a éstas pues se trata de lo no objetivable. Conviene precisar, en
todo caso, que no por el hecho de llevar la reflexión al mito, es decir a las grandes obras de
arte y a la conciencia religiosa, el pensamiento hermenéutico corre el riesgo de caer en el
estetismo y el irracionalismo. La hermenéutica se preocupa, a fin de cuentas, de la verdad, ya
sea mostrando el carácter de revelación y de manifestación de la verdad, propio del mito o
persiguiendo la aclaración y universalización de sus contenidos: dos empresas enteramente
racionales y filosóficas. Se trata, por lo demás, de un pensamiento verdaderamente crítico,
pues asume conscientemente el carácter de elección de su propio inicio.

La filosofía tiene que abrir por fin los ojos ante el problema del mal, que presupone la
presencia en el universo de la negación, entendida no como oposición lógica sino como fuerza
negativa y destructora que con furia devastadora atraviesa toda la realidad. En el corazón de la
realidad no hay sólo positividad sino también negatividad; y entre estos dos términos no hay ni
síntesis ni dialéctica conciliadora, sino tensión y lucha. Hay una sola fuerza que anima tanto el
bien como el mal, es decir, la libertad, pero por ello mismo la libertad es doble, ambigua: es
libertad positiva y libertad negativa, capaz de afirmarse en el acto mismo en que se niega,
ímpetu creador y, al mismo tiempo, poder de auto y omnidestrucción. Sobre la humanidad
pende un destino de expiación arcano y cruel, y el vínculo que une inseparablemente la culpa
al sufrimiento es extremadamente misterioso. ¿Cómo sería posible enfrentar estos
argumentos atormentadores si no es a través de una dura, severa, rigurosa hermenéutica de la
conciencia religiosa? La vicisitud del Universo es una inmensa tragedia, por así decirlo
cosmoteándrica, y por ello el pensamiento hermenéutico no puede evitar desembocar en el
pensamiento trágico.

-Hoy en día el problema del mal y del dolor puede ser enfrentado con éxito sólo por una
hermenéutica de la tragedia, tanto antigua como moderna, así como de la experiencia
religiosa cristiana". Y sin embargo la misma hermenéutica ha generado perspectivas
conciliadoras y optimistas, perspectivas que parecen desconocer el problema grande y terrible
del mal y del dolor.

-Todo depende de la manera en que se concibe la relación entre verdad e interpretación, y de


si esta elección inicial llega a ser Consciente o permanece oculta. La verdad, dije antes, no se
da sino al interior de la interpretación. Y ello puede ser entendido de dos modos: o la verdad
reside en la interpretación como estímulo y como norma, es decir, sin reducirse a ésta; o bien
la verdad se entrega por entero a la interpretación, se disuelve en el acontecimiento mismo de
la interpretación. En el primer caso la interpretación tiene, respecto de la verdad, un deber de
fidelidad al cual puede llegar a faltar por un desconocimiento voluntario, sin contar con que el
proceso interpretativo siempre puede fallar. En el segundo caso, por el contrario, se justifica
cualquier resultado, ante la ausencia de toda norma para seguir, así como de toda distinción
entre fidelidad y traición, entre logro y fracaso. En el primer caso las interpretaciones dignas
de este nombre, es de ser fieles y logradas, son pocas y se encuentran cercadas por una
multitud de discursos erróneos, falsos, insignificantes. En el segundo caso hay tantas
interpretaciones como discursos, y todas las interpretaciones son verdaderas; es más, no hay
verdades sino sólo interpretaciones, sin distinción alguna. Evidentemente en el primer caso el
pensamiento hermenéutico está dominado por la angustia de la interpretación, es decir, por
conciencia del riesgo del fracaso y por la responsabilidad de la traición: se trata de un camino
duro, incómodo, hostil.

También resulta evidente que en el segundo caso la falta de distinción entre verdad y error
garantiza un recorrido ligero y confortable: y ésta es una concepción tranquilizadora y
optimista, libre de elementos trágicos o perturbadores, esencialmente consoladora.

-La filosofía, entendida como ejercicio hermenéutico, es ante todo diálogo, diálogo con los
filósofos (y no sólo con éstos) del pasado del presente.

-En la enorme cantidad de lecturas que por las razones más diversas cada uno de nosotros está
obligado a hacer, y que acaso hace de buen grado, se destacan las que indican una constante
frecuentación, las que constituyen un apoyo seguro en los momentos de concentración y un
recurso extremo en las horas de necesidad.

Finis

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