Está en la página 1de 10

BLOQUE II: DOGMÁTICA.

TEMA 5: EL ARTICULO ECLESIOLÓGICO DEL SÍMBOLO DE LOS


APÓSTOLES1.
La afirmación central de la fe cristiana sobre la Iglesia se contiene en el Símbolo
de los Apóstoles, la más antigua formulación sintética de nuestra fe. Este Símbolo se
usaba en la Iglesia de Roma. Las declaraciones posteriores del Magisterio se pueden
considerar como desarrollos y concreciones del Credo cuando confiesa: Credo
ecclesiam.
1. La Iglesia, en el marco de la fe en Dios Uno y Trino
a) Como ya apuntamos en el tema introductorio, para entender bien el sentido del
Símbolo de la fe, un primer punto es considerar que la estructura del Símbolo es
ternaria, como corresponde a la fe en Dios uno y trino.
- El símbolo tiene tres partes. Cada una de ellas se dedica a una de las Per-
sonas divinas. Se dice quién es y qué ha hecho o qué se le atribuye: Credo
in Deum…Patrem, (Credo) in Jesum Christum Filum eius unicum, Credo in
Spiritum Sanctum.
- Esto manifiesta que la fe de la Iglesia es teologal, es fe en cada una de las
Tres personas divinas; de modo que los doce artículos del Credo son
«articulaciones internas» dentro de la estructura ternaria del Símbolo.
b) En segundo lugar hay que considerar que esa estructura ternaria no está en
perspectiva «sistemática», sino histórico-salvífica. Así pone de relieve que los
cristianos creemos en Dios Padre que crea el mundo, envía a su Hijo para salvarnos
y luego al Espíritu Santo para hacer fructífera la obra del Hijo.
«“Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el
Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de
Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el evangelio a todas las
criaturas”. Con estas palabras comienza la “Constitución dogmática sobre la Iglesia” del
Concilio Vaticano II. Así, el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre la Iglesia
depende enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús. La Iglesia no tiene
otra luz que la de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la Iglesia,
comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol» (CEC 748)
c) En ese marco, y concretamente en la última parte del Símbolo correspondiente al
Espíritu Santo, aparece la Iglesia, como primero de cuatro efectos generales (según
Alejandro de Hales): la Iglesia Católica, que es comunión de los santos, la remisión
de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna.
«El artículo sobre la Iglesia depende enteramente también del que le precede,
sobre el Espíritu Santo. “En efecto, después de haber mostrado que el Espíritu Santo es
la fuente y el dador de toda santidad, confesamos ahora que es El quien ha dotado de
santidad a la Iglesia” (Catecismo Romano, 1, 10, 1). La Iglesia, según la expresión de
los Padres, es el lugar “donde florece el Espíritu” (San Hipólito, Traditio apostolica,
35)» (CEC 749).
1
Pellitero. P. 24
2. La Iglesia, santificada por el Espíritu Santo
Todo ello conecta con la interpretación que hacían los Padres de la Iglesia, al
distinguir el Credo in Deum (Patrem, Filium, Spiritum Sanctum) del Credo ecclesiam
(acusativo directo sin «in»). Así se refleja la distinta manera de entrar Dios y la
Iglesia en el objeto de la fe.
Esto lo ha recogido posteriormente y explicado el Catecismo Romano en el s.
XVI, diciendo que ponemos nuestra fe en las tres personas de la Trinidad. Pero al
confesar nuestra fe eclesiológica no decimos «Creo en la santa Iglesia» sino «Creo la
santa Iglesia», si bien en las traducciones modernas esto no aparece, «para que, incluso
por la diversa forma de expresión, distingamos a Dios, creador de todas las cosas, de
esas mismas cosas creadas, y atribuyamos a la bondad de Dios todos los grandiosos
dones y beneficios que ha dado a su Iglesia» (CR I, 10, 22).
Con otras palabras, creemos en la Iglesia no como en Dios, sino como efecto de
la acción salvadora de Dios.
- Santo Tomás lo señalaba al decir que si se prefiere decir «in» sanctam Ecclesiam
(como también se expresaba entonces) hay que entenderlo referido al Espíritu Santo,
pues es el Espíritu Santo el que santifica a la Iglesia. Así queda claro, como
hemos visto en los párrafos anteriores, que el articulo eclesiológico depende
inmediatamente del anterior, el artículo pneumatológico.
Creer que la Iglesia es «Santa» y «Católica», y que es «Una» y «Apostólica»
(como añade el Símbolo nicenoconstantinopolitano) es inseparable de la fe en Dios, Pa-
dre, Hijo y Espíritu Santo. En el Símbolo de los Apóstoles, hacemos profesión de creer
que existe una Iglesia Santa («Credo... Ecclesiam»), y no de creer en la Iglesia para no
confundir a Dios con sus obras y para atribuir claramente a la bondad de Dios todos los
dones que ha puesto en su Iglesia (cf. Catecismo Romano, 1, 10, 22).
- En conclusión, el Símbolo de los Apóstoles presenta a la Iglesia como misterio de fe
en el marco de la profesión de fe y en estrecha dependencia de la acción santificante
del Espíritu Santo. Y así se muestra el origen trinitario de la Iglesia, a la vez que
se hace evidente que la eclesiología se encuadra en el marco de la Teología
Dogmática.
3. La iglesia apostólica primitiva, norma y fundamento de la Iglesia de todos los
tiempos2.
Antes de empezar con Pie Ninot, es importante distinguir entre:
- Iglesia Apostólica. Es el fundamento para toda la historia que viva la Iglesia. Es la
norma y fundamento, pues en ella aparece.
- Iglesia Primitiva. La Iglesia Apostólica pertenecería a la Primitiva cronológicamente
hablando, sería un primer momento. Pero en cuanto en forma y fundamento no se
2
Pie Ninot 114-133.
puede englobar la Apostólica con la Primitiva, ya que la segunda tiene como base la
primera, aunque pertenezca como tal.

4. Carácter fundante de la Iglesia Apostólica.


Tiene importancia decisiva para la eclesiología y para toda la fe cristiana por
razón del carácter definitivo de la revelación plena que es Jesucristo. Ahora bien. No fue
hasta la Reforma cuando esta cuestión se comenzó a plantear a nivel magisterial; el
Concilio de Trento afirmo el primero de todos que la revelación fue entregada a la
Iglesia “por medio de los apóstoles en la Iglesia católica” (DH 1501). En esta línea de
comprensión se situó igualmente el Vaticano I al confirmar que la revelación “fue
transmitida por los apóstoles” (DH 3070).
A partir de la mitad del s. XIX se divulgo la expresión de “clausura de la
revelación”, especialmente con motivo de la proclamación de dos de los últimos
dogmas: el de la Inmaculada Concepción en 1854, y el primado e infalibilidad del Papa
en 1870. Entre los teólogos, J. B. Frazelin, siendo el experto del Vaticano I, fue quien
acuño la formulación positiva de “La revelación católica por medio de Jesucristo y del
Espíritu Santo se completó en los Apóstoles” (tesis XXII). De forma similar lo hará el
cardenal J. H. Newman, aunque con una formulación negativa que será la más
divulgada posteriormente: “No ha sido dada una nueva verdad después de la muerte de
Juan (o el ultimo discípulo)”.
En el s. XX esta cuestión quedo recogida en el Juramento antimodernista de 1907,
donde se condena que “la revelación que constituye el objeto de la fe católica no quedo
completa con los apóstoles” (núm. 21, DH 3421); por otra parte, la teología se ocupará
de ella especialmente en relación con la evolución del dogma. En este contexto, K.
Rahner con su habitual lucidez interpretará eclesiológicamente la fórmula tradicional de
“conclusión de la revelación” como expresión de la salvación escatológica del Dios
presente de forma plena en la Iglesia, por esta razón deberá entenderse tal formula como
la clara indicación de que ha llegado ya la “consumación de la fundación de la Iglesia”.
El CVII situara toda esta cuestión en una perspectiva primariamente cristológica
al afirmar que “Dios es mediador y plenitud de toda la revelación” (DV2), formulación
novedosa por lo que respecta a la palabra “plenitud” aplicada a Jesucristo, que no se
encuentra en la tradición bíblica y eclesial. Se confirma más adelante al declarar que
Jesucristo “consuma la obra de salvación […], llevando a la plenitud toda la revelación”
(DV4).
Por esto DV4 de forma programática ofrece una nueva y positiva referencia
cristológica: “la economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará;
ni hay que esperar otra revelación publica antes de la gloriosa manifestación de
Jesucristo nuestro Señor”. En la relación conciliar se apunta la distinción entre dos
cuestiones, puesto que “no se dice que la revelación este cerrada con la muerte de los
apóstoles, ya que esta explicitación ulterior es discutida, pero en cambio en el texto se
afirma la razón última del hecho, es decir, que la revelación se consuma en Cristo”.
Con referencia a la función de los apóstoles sobre la transmisión de esta
revelación, el CVII presenta su misión de la misma manera que los dos anteriores
concilios; sin embargo, precisa el término “apóstoles” con el de “varones apostólicos”
(DV 7.18) para así no limitarse a los Doce y poder confirmar el origen enteramente
“apostólico” de todo el NT. A su vez, subraya la función decisiva que tuvo el
acontecimiento pascual y el propio Espíritu para que ellos comunicasen “con una mayor
comprensión los dichos y hechos de Jesús”, conservando por los autores sagrados en los
evangelios a fin de transmitir siempre “datos verdaderos y sinceros sobre Jesús”
(DV19).
La misión peculiar de los apóstoles en la Iglesia viene claramente explicitada en el
CVII de la manera siguiente: “los apóstoles […] reúnen la Iglesia Universal que el
Señor formo en los apóstoles y edifico sobre el bienaventurado Pedro, el primero de
ellos” (LG 19). Afirmación confirmada con numerosas citas litúrgicas y patrísticas que
muestra que se está ante una “noción de apostolicidad de naturaleza ontológica, ya que
la Iglesia se halla fundada siempre sobre los primeros e irreemplazables testigos: los
apóstoles”.
Respecto al título neo testamentario de “apóstol” conviene tener en cuenta que, a
pesar de su presencia en los sinópticos, debe de considerarse fruto de una lectura
posterior a partir del acontecimiento pascual. En efecto, la misión definitiva del apóstol
se realiza después de la resurrección, y por esto los “Doce” son el primer núcleo que
atestigua el Cristo resucitado (cf. 1Cor 15,5), compartiendo un lugar privilegiado como
testigos de Jesús “a partir del bautismo de Juan hasta el día que resucito” (Hch 1,22).
Por esta razón el mismo NT amplia a otros personajes el calificativo de apóstol, tal
como aparece con Pablo, Bernabé, Timoteo,… En este sentido, aunque exista cierta
tendencia a identificar a los Doce con los apóstoles, su comprensión más amplia se
consolida posteriormente en Didaje, Hermas, e Ireneo.
Así pues, esta etapa es la fase constituyente de la Iglesia, conociendo ya desde
antiguo como “el tiempo apostólico”, que designa la etapa de la revelación “en su
acontecer” coincidente con la formación del NT, y que por tanto se extiende hasta el
último libro neo testamentario como es la Carta segunda de Pedro, escrita en torno a la
primera mitad del s. II. Y ello porque tal etapa de la Iglesia es testigo inmediato de la
resurrección de Cristo como evento escatológicamente decisivo, ya que los “apóstoles”
con los “varones apostólicos” son destinatarios y a su vez transmisores de la revelación
cristiana. Queda así constituida en esta etapa la SSEE como elemento conformador de la
fe de la Iglesia apostólica.
Etapas de la Iglesia Apostólica34.
La palabra “Iglesia” aparece solo tres veces en los evangelios siempre en boca de
Jesús. En Mt 18,17 este término describe a la comunidad local ejerciendo la corrección
fraterna; por su parte, en Mt 16,18, se alude a la Iglesia en sentido amplio: “Sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia”. Aparte de esta pequeña referencia terminológica durante el
ministerio de Jesús, en la segunda mitad del s. I se encuentra la siguiente expresión:
3
En la historia de la Iglesia debemos distinguir dos periodos dentro de la etapa de la Iglesia Apostólica:
por un lado el llamado periodo apostólico (35-65) y por otro, el periodo post-apostólico (70-150).
4
Pie-Ninot p.118
“Como Cristo amo a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,25): se trata de una forma
germinal en la cual se expresa la relación fundante, originaria y fundamenta dora de
Jesús con la Iglesia. A comienzos del s. II Ignacio de Antioquia habla claramente de la
“Iglesia Católica” y, a finales de este mismo siglo, Celso distingue entre los
conventículos gnósticos y “la gran Iglesia” (Orígenes, Contra Celso).
Toda esta etapa configura la Iglesia primitiva en su época apostólica, siendo su
testimonio inspirado el NT, el cual ha sido redactado en su mayor parte a los largo del s.
I. Durante la segunda mitad del s. II se cierra definitivamente dicha época apostólica
con la redacción de la Segunda Carta de Pedro, texto que puede datarse de principios del
s. II o hacia el 145-150.
A finales del s. II, el Fragmento Muratoriano y Orígenes presentan listas de libros
neo testamentarios, prueba concreta de la existencia de un canon básico de libros
reconocidos como testimonio de la Iglesia Apostólico. En este último lapso de tiempo
acontece lo que K. Rahner observa: “En un tiempo en que se podía mirar atrás como
hacia una época anterior y “diferente”, se pudo establecer con toda certeza que el
tiempo de la Iglesia Apostólica había pasado”. Por eso no es extraño que diversos
escritos inmediatamente posteriores o incluso coincidentes con los textos últimos del
NT se hayan calificados como obra de los “padres apostólicos”, dada su cercanía a la
edad apostólica y porque algunos de ellos fueron considerados Escritura sagrada por
varios autores antiguos. Esta etapa del s. II (padres apostólicos, apologetas, escritores
como Ireneo, que cierra el siglo) es muy importante para entender la Iglesia apostólica
neo testamentaria. Así, algunas líneas de desarrollo, solo apuntadas en el NT, se
documentan mejor en este periodo y a su vez muestran su “recepción” más inmediata.
Así pues, la duración de la Iglesia Apostólica neo testamentaria puede ser
comprendida mejor cuando se la articula desde un punto de vista histórico-litúrgico. En
primer lugar, se encuentra el periodo apostólico, entre los años 30-65, que está marcado
por los grandes apóstoles; en segundo lugar, las generaciones siguientes o periodo post-
apostólico, a partir del año 66, que se inicia con la expresión que alude a los apóstoles
ya desaparecidos y se prolonga hasta el final del NT (entre 125-150). Sin embargo, el
adjetivo “apostólico” aparece por primer vez con Ignacio de Antioquia (primera mitad
del s. II), tanto en una inscripción de la carta A los Tralianos, donde se recuerda el
modelo de los apóstoles, como en el Martirio de Policarpo, donde se alude a la norma
establecida por su doctrina. Por todo ello se puede concluir con razón que en torno al s.
II “los apóstoles” han sido para conciencia cristiana inicial el punto decisivo del paso
histórico de Jesucristo a su Iglesia.
- El periodo apostólico (aproximadamente entre los años 30-65)5.
o La comunidad y su vida.
Aunque inicialmente Jesús no tuviese un interés explícito en crear una sociedad
formalmente distinta de Israel, aunque si tuviera la intención de llevar a plenitud las
promesas mesiánicas sobre el pueblo de Dios – de ahí que se puede hablar de
“eclesiología implícita” y “procesual” -, muy pronto los “seguidores de Jesús” se
convirtieron en una comunidad reconocida en la que el bautismo tenía la función de
designarlos como tales. De hecho, el amplio uso de la expresión koinonia, comunidad o
5
Pie-Ninot, p. 124
comunión, en el NT, manifiesta la forma de vida de estos bautizados; por otra parte,
quizás también este aludiendo a un antiguo nombre semita dado al grupo cristiano,
designación procedente del nombre esenio propio de la comunidad de Qumrán,
conocida como yahad, es decir, “la única”, “la común-unida”.
Otros nombres antiguos son: los “discípulos” (27 veces en Hch), el “camino” (6
en Hch, que recuerda también a Qumran), los “santos” (3 en Hch 9 y 26,10) y
finalmente la “iglesia” (28 en Hch). Esta última expresión será la que progresivamente
se impondrán, empleándose tanto para significar las comunidades locales, como para un
ámbito más amplio. En su trasfondo puede verse una referencia al momento en el que
Israel se convirtió en pueblo de Dios a través de la alianza, pero también en el que es
calificado como qahal, asamblea, expresión que los LXX traducen por ekklesia, Iglesia.
Otro signo claro de la continuidad con Israel viene dado por la expresión “los Doce”,
referida a las doce tribus de Israel, especie de expresión-síntesis de todo el pueblo que
también se encuentra presente en Qumran (cf. El “el Consejo de los doce hombre”).
El modelo de vida de esta koinonia, comunidad o comunión cristiana está bien
descrita en Hch 2,42, y refleja un claro trasfondo judeo-cristiano en los cuatro aspectos
que aparecen: la oración, la fracción del pan, la enseñanza de los apóstoles y la
comunidad de bienes. No es extraño, pues, que esta profunda experiencia comunitaria
de los creyentes comporte la descripción novedosa de la Iglesia como “fraternidad”
(1Pe 2,17; 5,9).
o Diversidades en la comunidad.
Progresivamente la comunidad primitiva se encontró con un nuevo y decisivo
desafío: la incorporación de gentiles, suscitándose un vivo debate entre sus tres
principales portavoces: Pedro, Santiago y Pablo6. Hacia mediados del s. I se produjeron
actitudes diferentes en las comunidad cristiana, sin duda reflejo de la existencia de
diferencias en la comunidad cristiana, sin duda reflejo de la existencia de diferencias
teológicas atestiguadas en el NT, que generaron varios grupos dentro del cristianismo
judeo-gentil. El primero de ellos insistía en la plena observancia de la ley mosaica,
incluida la circuncisión; el segundo mantenía la importancia de la observancia de
algunas prácticas del judaísmo, pero sin la circuncisión; el tercero, en cambio, negaba la
necesidad de prácticas judaicas judías, especialmente en las comidas; por último, el
cuarto grupo no consideraba esenciales el culto y las fiestas judías, oponiéndose
claramente al templo de Jerusalén, como refleja el discurso de Esteban y con más
radicalidad la Carta a los Hebreos (8,13) y varios texto joánicos (Jn 8,44; Ap 3,9).
Este panorama inicial de la comunidad primitiva (hasta el año 65) es fuertemente
apostólico, ya que los evangelios, el libro de los Hechos y Pablo destacan la importancia
de los apóstoles como grupo y como individuos en este periodo formativo. De ahí las
observaciones ya presentes en 1Tes, el escrito cristiano más antiguo, donde se reclama
respeto “a los que os presiden en el Señor” (5,12), y a su vez en escrito posteriores, en
los que se subraya la diversidad de funciones en las primitivas Iglesias paulinas (Flp
1,2; 1Cor 12).

6
M. Quesnel ve un triple tipo de autoridad: la paternal-real de Santiago, la filial-sacerdotal de Pedro y la
espiritual-profética de Pablo.
- El periodo post-apostólico (último tercio del s. I hasta la mitad del s. II).
o La gran transición.
En el año 66, los tres representantes principales de la Iglesia primitiva: Santiago,
Pedro y Pablo, ya han muerto como mártires. En adelante no aparecen nuevos nombres
de “varones apostólicos”, sino que sus textos se colocan bajo el manto de los apóstoles
ya desaparecidos. Así, Colosenses, Efesios y las cartas pastorales hablan en nombre de
Pablo. El evangelio más antiguo, el de Marcos, asume el nombre de un compañero de
Pedro y Pablo; el de Mateo se atribuye a uno de los Doce, y el de Lucas al acompañante
de Pablo. El cuarto evangelio corresponde a la tradición del discípulo amado. Las cartas
de Santiago, Pedro y Judas son ejemplos de una trayectoria post-apostólica. En
definitiva, el testimonio cristiano del periodo post-apostólica se caracteriza por ser
menos misionero e itinerante, y más pastoral y estable, para consolidar de este modo las
Iglesias constituidas en el periodo apostolito anterior.
Otra transición interna se produce con el progresivo predominio de los gentiles.
De hecho, la destrucción de Jerusalén comporto que la Iglesia de Jerusalén no
perpetuase su función preeminente, como cede con anterioridad al año 65. Si Hch 15,23
describía la Jerusalén del año 50 como interlocutora de los cristianos de Antioquia, Siria
y Cilicia - y quizás también de los de Hispania de acuerdo con la voluntad de Pablo de
visitarla (Rom 15,24.28) y del testimonio no bíblico y tardío de tal realización -, al final
del s. I la Iglesia de Roma se dirige a los cristianos de Asia Menor y de Corinto, siendo
calificada como “preeminente en la caridad” (Ign. de Ant. en su Carta a los romanos).
Así, mientras que a finales del año 50 Pablo confiaba aun en la plena
incorporación de Israel (Rom 11,11-16: “mi linaje”), en el periodo post-apostólico el
libro de los Hechos transmite las últimas palabras de Pablo sobre su pueblo de origen. Y
puesto que el pueblo hebreo no ha querido entender, la salvación les ha sido ofrecida a
los gentiles, que la acogerán. A pesar de la afirmación de la ruptura del muro de
hostilidad que separaba a ambos pueblos, se acrecienta una dura polémica contra la
“sinagoga de Satán” (Ap 2,9) y contra el templo de Jerusalén (Hch 7,47-51; Heb 8,13).
Esta transición va ligada también a la del judaísmo. La revuelta judía de los años
66 al 70 no tuvo un soporte uniforme dentro del judaísmo, especialmente entre el sector
más selecto de los fariseos. Estos llegaron a ser el grupo más influyente y hasta llevaron
a cabo la elaboración de la Misná, especie de segunda enseñanza junto a las Escrituras -
y réplica del NT cristiano -, que poco a poco se convertirá en la base de todo el
desarrollo posterior del judaísmo. A su vez, los judeo-cristianos comenzaron a ser
paulinamente considerados como una “escuelas de pensamiento” disidente y fueron
vistos como un “movimiento” o “secta” que debía ser excluido de la sinagoga.
La comunidad de Juan atestigua este proceso al recordar que quien confesaba a
Jesús era expulsado de la sinagoga (Jn 9,22.34) y aun ejecutado (Jn 16,2), en el sentido
de que la protección de la sinagoga los cristianos eran vistos como ateos, según
confirma en el año 112 Plinio el Joven, gobernador de Bitinia. Se inicia y consolida así
el dramático “desgarramiento” entre judíos y judeo-cristianos, que marcó
profundamente los inicios de la Iglesia cristiana y que ha influido en su historia
multisecular. En definitiva este “desgarramiento” se produjo de forma dramática y
definitiva cuando el cristianismo se presentó con decisión como una religión claramente
universalista en relación con el judaísmo.
Progresivamente el cristianismo apareció como una nueva religión al crecer el
número de cristianos procedentes de los gentiles y al ser excluido sus seguidores de las
sinagogas. Los antiguos privilegios de Israel según el AT (“un pueblo escogido, un
sacerdocio real y una nación santa” – Ez 43,20s), se convierten en calificativos propios
de los cristianos (cf. 1Pe 2,9s).
o La vertebración de la eclesiología tardía del NT.
La desaparición de los grandes apóstoles, la destrucción de Jerusalén y la
creciente separación del judaísmo produjeron distintas reacciones en los cristianos del
periodo postapostólico. A partir de ellas se van configurando los elementos base de la
eclesiología naciente en una institución eclesial que se regulariza progresivamente. De
hecho, no puede hablarse de varias eclesiologías completas, autónomas o diversas. Las
tres etapas que se van sucediendo y que ponen de relieve el “proceso de
institucionalización” de la Iglesia apostólica primitiva aparecen con bastante claridad en
la misma literatura paulina. Una descripción sucinta de las mismas es la siguiente:
- La institucionalización que “construye”. Según el testimonio global de las
principales cartas de San Pablo (1-2Tes, 1-2Cor, Rom, y Gal) se percibe una
institucionalización inicial que construye la comunidad, ya que se trata de una etapa
en la que prevalece una cierta autoridad carismática visibilizada claramente en la
persona del mismo Pablo, aunque bien enraizada en el origen divino y apostólico de
su ministerio.
- La institucionalización que “estabiliza”. Una vez desaparecidos los grandes
apóstoles, se inicia una segunda etapa tripificada particularmente por las cartas
deuteropaulinas, donde se constante una institucionalización que tiende
progresivamente a que se estabilice la comunidad inicial. En efecto, la ausencia del
apóstol Pablo conlleva el establecimiento de cierta autoridad y vertebración en las
iglesias según el “modelo” familiar convertido en paradigmático.
- La institucionalización que “protege”. En la etapa final las cartas pastorales
manifiestan una institucionalización que protege las comunidades nacientes,
pasando de “sectas” a iglesia, con la función decisiva de Timoteo y Tito, a quien se
dirige estos escritos. Además, comienza a emerger la misión de los presbyteroi
(presbíteros-ancianos) y una cierta episkopé (supervisión-obispo, siempre en
singular) en cada ciudad, desplegándose ambas a finales del s. II.
Así pues, la desaparición de la generación apostólica creo de forma especial una
situación totalmente nueva para la Iglesia, que de acuerdo con el principio del
“tradición por sucesión” (la famosa formula de Ireneo), le obligo paulatinamente a
encontrar “sucesores” del particular “ministerio” que ejercían los apóstoles. Esta
transición entre el periodo apostólico y el periodo postapostolico se hizo de forma
relevante con la ayuda de la función de la episcopé, entendida como un ministerio de
“vigilancia”. En efecto, las comunidades locales postapostólicas experimentaron la
necesidad de consolidarse en un “lugar”, y a su vez mantenerse en la “catolicidad” de la
Iglesia una. Este ministerio fue asumido por aquellos que sucedían a los apóstoles, en su
particular episcopé, se llamaran inicialmente “obispos” o “presbíteros”, tal como
aparece en Tit 1,7-11 y en 1Tim 3,1-7, así como en la 1Clem de finales del s. I.
Correlativamente se pasa del apostolado misionero inicial al episcopado local. En
efecto, cada comunidad tenía un colegio de ministros locales conocidos como
“presbíteros” o ancianos, siendo de forma preeminente a partir de la presidencia única
de la celebración eucarística, cuando se asumió el episcopado único en cada iglesia en la
persona del presidente de la eucaristía. Así, de manera progresiva se condensaron en
una misma persona aquello que venía de la episcopé apostólica y aquello que definía ya
al obispo local. De esta forma, hacia el año 110 se encuentra ya en Ignacio de Antioquia
el testimonio consolidado del triple grado del ministerio apostólico: el obispo, los
presbíteros y los diáconos, establecidos “hasta los confines de la tierra”
5. Conclusión. La Iglesia apostólica, norma y fundamento de la Iglesia de todos los
tiempos.
Con el ultimo escrito del NT (2Pe) se concluye la Iglesia apostólica propiamente
dicha, y por tanto su valor constitutivo y fundante. Se trata de principios del s. II, pero
no más allá de su mitad. Esta época apostólica tiene como testigos y garantes
fundamentales a “los apóstoles y los varones apostólicos” (DV 7.18), que a través de
“los autores sagrados” que escribieron para “que conozcamos la “verdad” de lo que
nos enseñaba (cf. Lc 1,2-4)” (DV 19), formaron el NT, el cual completa a su predecesor
el Antiguo y Primer Testamento.
A su vez, esta época se encuentra marcada por una progresiva institucionalización
de la koinonia naciente, en la cual emerge la función de los sucesores de los apóstoles,
los cuales aseguran la fidelidad a su enseñanza. Este proceso es descrito como preciso
por el concilio Vaticano II cuando distingue entre la “institución divina” de todo el
ministerio eclesiástico por parte de Jesús y su triple realización histórica concreta
“desde antiguo”, pues “el misterio eclesiástico de institución divina es ejercido por
aquellos que desde antiguo fueron llamados obispos, presbíteros y diáconos” (LG 28).
A su vez, dentro de este contexto aparece la imagen consolidad del apóstol Pedro
en este último escrito del NT, donde su misión abraza a Pablo y Santiago a través de
Judas. De esta forma, Pedro aparece como la figura-puente, y “es, junto con los otros
apóstoles, el garante de la tradición apostólica, aunque también el más importante de
ellos. Pedro fue distinguido de manera especial por la revelación tenida en el monte,
convirtiéndolo en “testigo” del misterio de Cristo con autoridad y capacitándole para
la recta interpretación de la Escritura”
De esta forma se puede afirmar con los hermanos Rahner que “el periodo cercano
a las fuentes de la época apostólica constituye para todos los tiempos del desarrollo de
la Iglesia una magnitud dogmáticamente relevante y a la vez históricamente
delimitable, que en cuanto tal sigue siendo única y valida y por consiguiente no puede
superarse ni repetirse. Así, “la Iglesia apostólica es el fundamento permanente uy la
norma para todo lo porvenir, el estatuto por el que se ha regir todo el discurrir de la
Iglesia”.
 Notas sobre el “proto-catolicismo”7.
E. Käsemann – Protocatolicismo
E. Schweitzer
H. Conzelmann
H. Schlier

7
Pie-Ninot, p. 130

También podría gustarte