Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
6
M. Quesnel ve un triple tipo de autoridad: la paternal-real de Santiago, la filial-sacerdotal de Pedro y la
espiritual-profética de Pablo.
- El periodo post-apostólico (último tercio del s. I hasta la mitad del s. II).
o La gran transición.
En el año 66, los tres representantes principales de la Iglesia primitiva: Santiago,
Pedro y Pablo, ya han muerto como mártires. En adelante no aparecen nuevos nombres
de “varones apostólicos”, sino que sus textos se colocan bajo el manto de los apóstoles
ya desaparecidos. Así, Colosenses, Efesios y las cartas pastorales hablan en nombre de
Pablo. El evangelio más antiguo, el de Marcos, asume el nombre de un compañero de
Pedro y Pablo; el de Mateo se atribuye a uno de los Doce, y el de Lucas al acompañante
de Pablo. El cuarto evangelio corresponde a la tradición del discípulo amado. Las cartas
de Santiago, Pedro y Judas son ejemplos de una trayectoria post-apostólica. En
definitiva, el testimonio cristiano del periodo post-apostólica se caracteriza por ser
menos misionero e itinerante, y más pastoral y estable, para consolidar de este modo las
Iglesias constituidas en el periodo apostolito anterior.
Otra transición interna se produce con el progresivo predominio de los gentiles.
De hecho, la destrucción de Jerusalén comporto que la Iglesia de Jerusalén no
perpetuase su función preeminente, como cede con anterioridad al año 65. Si Hch 15,23
describía la Jerusalén del año 50 como interlocutora de los cristianos de Antioquia, Siria
y Cilicia - y quizás también de los de Hispania de acuerdo con la voluntad de Pablo de
visitarla (Rom 15,24.28) y del testimonio no bíblico y tardío de tal realización -, al final
del s. I la Iglesia de Roma se dirige a los cristianos de Asia Menor y de Corinto, siendo
calificada como “preeminente en la caridad” (Ign. de Ant. en su Carta a los romanos).
Así, mientras que a finales del año 50 Pablo confiaba aun en la plena
incorporación de Israel (Rom 11,11-16: “mi linaje”), en el periodo post-apostólico el
libro de los Hechos transmite las últimas palabras de Pablo sobre su pueblo de origen. Y
puesto que el pueblo hebreo no ha querido entender, la salvación les ha sido ofrecida a
los gentiles, que la acogerán. A pesar de la afirmación de la ruptura del muro de
hostilidad que separaba a ambos pueblos, se acrecienta una dura polémica contra la
“sinagoga de Satán” (Ap 2,9) y contra el templo de Jerusalén (Hch 7,47-51; Heb 8,13).
Esta transición va ligada también a la del judaísmo. La revuelta judía de los años
66 al 70 no tuvo un soporte uniforme dentro del judaísmo, especialmente entre el sector
más selecto de los fariseos. Estos llegaron a ser el grupo más influyente y hasta llevaron
a cabo la elaboración de la Misná, especie de segunda enseñanza junto a las Escrituras -
y réplica del NT cristiano -, que poco a poco se convertirá en la base de todo el
desarrollo posterior del judaísmo. A su vez, los judeo-cristianos comenzaron a ser
paulinamente considerados como una “escuelas de pensamiento” disidente y fueron
vistos como un “movimiento” o “secta” que debía ser excluido de la sinagoga.
La comunidad de Juan atestigua este proceso al recordar que quien confesaba a
Jesús era expulsado de la sinagoga (Jn 9,22.34) y aun ejecutado (Jn 16,2), en el sentido
de que la protección de la sinagoga los cristianos eran vistos como ateos, según
confirma en el año 112 Plinio el Joven, gobernador de Bitinia. Se inicia y consolida así
el dramático “desgarramiento” entre judíos y judeo-cristianos, que marcó
profundamente los inicios de la Iglesia cristiana y que ha influido en su historia
multisecular. En definitiva este “desgarramiento” se produjo de forma dramática y
definitiva cuando el cristianismo se presentó con decisión como una religión claramente
universalista en relación con el judaísmo.
Progresivamente el cristianismo apareció como una nueva religión al crecer el
número de cristianos procedentes de los gentiles y al ser excluido sus seguidores de las
sinagogas. Los antiguos privilegios de Israel según el AT (“un pueblo escogido, un
sacerdocio real y una nación santa” – Ez 43,20s), se convierten en calificativos propios
de los cristianos (cf. 1Pe 2,9s).
o La vertebración de la eclesiología tardía del NT.
La desaparición de los grandes apóstoles, la destrucción de Jerusalén y la
creciente separación del judaísmo produjeron distintas reacciones en los cristianos del
periodo postapostólico. A partir de ellas se van configurando los elementos base de la
eclesiología naciente en una institución eclesial que se regulariza progresivamente. De
hecho, no puede hablarse de varias eclesiologías completas, autónomas o diversas. Las
tres etapas que se van sucediendo y que ponen de relieve el “proceso de
institucionalización” de la Iglesia apostólica primitiva aparecen con bastante claridad en
la misma literatura paulina. Una descripción sucinta de las mismas es la siguiente:
- La institucionalización que “construye”. Según el testimonio global de las
principales cartas de San Pablo (1-2Tes, 1-2Cor, Rom, y Gal) se percibe una
institucionalización inicial que construye la comunidad, ya que se trata de una etapa
en la que prevalece una cierta autoridad carismática visibilizada claramente en la
persona del mismo Pablo, aunque bien enraizada en el origen divino y apostólico de
su ministerio.
- La institucionalización que “estabiliza”. Una vez desaparecidos los grandes
apóstoles, se inicia una segunda etapa tripificada particularmente por las cartas
deuteropaulinas, donde se constante una institucionalización que tiende
progresivamente a que se estabilice la comunidad inicial. En efecto, la ausencia del
apóstol Pablo conlleva el establecimiento de cierta autoridad y vertebración en las
iglesias según el “modelo” familiar convertido en paradigmático.
- La institucionalización que “protege”. En la etapa final las cartas pastorales
manifiestan una institucionalización que protege las comunidades nacientes,
pasando de “sectas” a iglesia, con la función decisiva de Timoteo y Tito, a quien se
dirige estos escritos. Además, comienza a emerger la misión de los presbyteroi
(presbíteros-ancianos) y una cierta episkopé (supervisión-obispo, siempre en
singular) en cada ciudad, desplegándose ambas a finales del s. II.
Así pues, la desaparición de la generación apostólica creo de forma especial una
situación totalmente nueva para la Iglesia, que de acuerdo con el principio del
“tradición por sucesión” (la famosa formula de Ireneo), le obligo paulatinamente a
encontrar “sucesores” del particular “ministerio” que ejercían los apóstoles. Esta
transición entre el periodo apostólico y el periodo postapostolico se hizo de forma
relevante con la ayuda de la función de la episcopé, entendida como un ministerio de
“vigilancia”. En efecto, las comunidades locales postapostólicas experimentaron la
necesidad de consolidarse en un “lugar”, y a su vez mantenerse en la “catolicidad” de la
Iglesia una. Este ministerio fue asumido por aquellos que sucedían a los apóstoles, en su
particular episcopé, se llamaran inicialmente “obispos” o “presbíteros”, tal como
aparece en Tit 1,7-11 y en 1Tim 3,1-7, así como en la 1Clem de finales del s. I.
Correlativamente se pasa del apostolado misionero inicial al episcopado local. En
efecto, cada comunidad tenía un colegio de ministros locales conocidos como
“presbíteros” o ancianos, siendo de forma preeminente a partir de la presidencia única
de la celebración eucarística, cuando se asumió el episcopado único en cada iglesia en la
persona del presidente de la eucaristía. Así, de manera progresiva se condensaron en
una misma persona aquello que venía de la episcopé apostólica y aquello que definía ya
al obispo local. De esta forma, hacia el año 110 se encuentra ya en Ignacio de Antioquia
el testimonio consolidado del triple grado del ministerio apostólico: el obispo, los
presbíteros y los diáconos, establecidos “hasta los confines de la tierra”
5. Conclusión. La Iglesia apostólica, norma y fundamento de la Iglesia de todos los
tiempos.
Con el ultimo escrito del NT (2Pe) se concluye la Iglesia apostólica propiamente
dicha, y por tanto su valor constitutivo y fundante. Se trata de principios del s. II, pero
no más allá de su mitad. Esta época apostólica tiene como testigos y garantes
fundamentales a “los apóstoles y los varones apostólicos” (DV 7.18), que a través de
“los autores sagrados” que escribieron para “que conozcamos la “verdad” de lo que
nos enseñaba (cf. Lc 1,2-4)” (DV 19), formaron el NT, el cual completa a su predecesor
el Antiguo y Primer Testamento.
A su vez, esta época se encuentra marcada por una progresiva institucionalización
de la koinonia naciente, en la cual emerge la función de los sucesores de los apóstoles,
los cuales aseguran la fidelidad a su enseñanza. Este proceso es descrito como preciso
por el concilio Vaticano II cuando distingue entre la “institución divina” de todo el
ministerio eclesiástico por parte de Jesús y su triple realización histórica concreta
“desde antiguo”, pues “el misterio eclesiástico de institución divina es ejercido por
aquellos que desde antiguo fueron llamados obispos, presbíteros y diáconos” (LG 28).
A su vez, dentro de este contexto aparece la imagen consolidad del apóstol Pedro
en este último escrito del NT, donde su misión abraza a Pablo y Santiago a través de
Judas. De esta forma, Pedro aparece como la figura-puente, y “es, junto con los otros
apóstoles, el garante de la tradición apostólica, aunque también el más importante de
ellos. Pedro fue distinguido de manera especial por la revelación tenida en el monte,
convirtiéndolo en “testigo” del misterio de Cristo con autoridad y capacitándole para
la recta interpretación de la Escritura”
De esta forma se puede afirmar con los hermanos Rahner que “el periodo cercano
a las fuentes de la época apostólica constituye para todos los tiempos del desarrollo de
la Iglesia una magnitud dogmáticamente relevante y a la vez históricamente
delimitable, que en cuanto tal sigue siendo única y valida y por consiguiente no puede
superarse ni repetirse. Así, “la Iglesia apostólica es el fundamento permanente uy la
norma para todo lo porvenir, el estatuto por el que se ha regir todo el discurrir de la
Iglesia”.
Notas sobre el “proto-catolicismo”7.
E. Käsemann – Protocatolicismo
E. Schweitzer
H. Conzelmann
H. Schlier
7
Pie-Ninot, p. 130