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consiste en la Trinidad»
El misterio de Dios en el Catecismo
de la Iglesia Católica
RESUMEN: El año de la fe, convocado por Benedicto XVI, constituye una ocasión excelente
para una nueva recepción del Catecismo de la Iglesia Católica. En él, señala Benedicto
XVI, encontramos una fe «profesada, celebrada, vivida y rezada». El centro de esta fe
es el misterio de la Trinidad, que es fuente y fundamento de los demás misterios. En
este trabajo proponemos una lectura integral del Catecismo desde el prisma trinitario:
la Trinidad aparece como misterio confesado en el credo, celebrado en la liturgia,
practicado en la vida del cristiano y centro de su oración.
ABSTRACT: The year of Faith, announced by Benedict XVI, is an excellent time for a new
reception of the Catechism of the Catholic Church. According to Benedict XVI, the
Catechism presents the content of faith «that is professed, celebrated, lived and pra-
yed». The centre of this faith is the Mystery of Blessed Trinity, source and ground of
the other Christian Mysteries. We propose a comprehensive, Trinitarian reading of the
Catechism, which shows the Trinity as the Mystery we profess in Creed, the Mystery
we celebrate in the Liturgy, the Mystery from which Christians live everyday and the
centre of Christian prayer.
1 En adelante, me reiero al Catecismo con simple referencia al párrafo citado. Cuando exista
posibilidad de confusión, emplearé la sigla CCE.
2 CESÁREO DE ARLÉS, Sermo 9 (CCL 103, 48). Henri de Lubac cita fórmulas semejantes,
tomadas de algunos sermones atribuidos a San Agustín, cf. H. DE LUBAC, La fe cristiana. Ensayo
sobre la estructura del Símbolo de los Apóstoles, Secretariado trinitario (Koinonia, 16), Sala-
manca 19882, 79-80. Tomás de Aquino se inspira en Cesáreo de Arlés cuando airma que la fe
cristiana consiste principalmente en la confesión de la Santa Trinidad, cf. TOMÁS DE AQUINO, De
rationibus fidei 1.
3 Cf. A. BLAISE, Dictionnaire Latin-Français des Auteurs Chrétiens, Brepols, Turnhout 1956, 206.
4 La edición española del Catecismo traduce la francesa, que a su vez se toma de la traduc-
ción de Sources Chrétiennes: «La foi de tous les chrétiens repose sur la Trinité» (SCh 175,368).
Otras lenguas europeas (catalán, inglés, italiano, portugués) siguen también la versión francesa,
pues la comisión redactora del Catecismo trabajó en francés, cf. J. RATZINGER, «Introducción al
nuevo “Catecismo de la Iglesia Católica”», en: O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL-J.A. MARTÍNEZ CAMINO
(ed.), El Catecismo posconciliar. Contexto y contenidos, San Pablo, Madrid 1993, 47-64 (56).
5 Como la versión alemana: «Der Inbegriff des Glaubens aller Christen ist die Dreifaltigkeit».
6 Una perspectiva general sobre el misterio puede encontrarse en A. FERRÁNDIZ, «El sig-
12 BENEDICTO XVI, Carta apostólica Porta Fidei 9. Como fuente de esta bella fórmula, Bene-
dicto XVI cita la constitución apostólica Fidei Depositum de Juan Pablo II, en la que se presen-
taba el Catecismo: «Las cuatro partes están ligadas entre sí: el misterio cristiano es el objeto de
la fe (primera parte); es celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas (segunda parte); está
presente para iluminar y sostener a los hijos de Dios en su obrar (tercera parte); es el fundamento
de nuestra oración, cuya expresión privilegiada es el “Padrenuestro”, que expresa el objeto de
nuestra petición, nuestra alabanza y nuestra intercesión (cuarta parte)» (nº 3).
13 El Catecismo se reiere varias veces al carácter orgánico de la catequesis, cf. CCE 5, 11, 18.
El Directorio General para la Catequesis (1997) volvió a destacar este aspecto, cf. DCG 67-68,
87, 97, 114-115.
14 JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Catechesi Tradendae 5, citada en CCE 426.
15 Ciñéndonos a los tiempos más recientes: la Trinidad es la piedra angular de la fe cristiana
(Schleiermacher), la suma y gramática del Misterio cristiano (W. Kasper), lo especíico cristiano
(L. Scheffczyk). Cf. F. SCHLEIERMACHER, La fe cristiana 170,1, citado en A. CORDOVILLA, El
misterio de Dios trinitario, 26; W. KASPER, El Dios de Jesucristo, Sígueme (VeIm 89), Sala-
manca 20118, 352-356; L. SCHEFFCZYK, «Trinidad: lo especíico cristiano», Estudios trinitarios
13 (1979) 3-17.
16 J. RATZINGER, Discurso del 9 de diciembre de 1992: Actualidad Catequética nº 157-158
(1993), 24. Cf. IDEM, «Introducción al nuevo “Catecismo de la Iglesia Católica”», 62.
17 Algunos han destacado ya los rasgos trinitarios de las otras partes del Catecismo, cf. R.
Nouvelle revue théologique 115 (1993) 161-168 (165-167); IDEM, «El misterio trinitario como
hilo conductor del Catecismo de la Iglesia Católica», en: Introducción al Catecismo de la Iglesia
Católica, San Pablo, Bogotá 1993, 44-52.
19 La segunda parte comienza relacionando la Trinidad confesada en el Credo y celebrada en
la Liturgia (1066-1068). La tercera establece la relación entre Símbolo, sacramentos, vida cristia-
na y oración (1691-1692), a la que sigue una fundamentación trinitaria de la moral (1693-1695).
El primer párrafo de la cuarta se reiere a un Misterio que debe ser creído (parte I), celebrado
(parte II) y del que los cristianos deben vivir (parte III); la oración, objeto de la cuarta parte,
proporciona una relación con el Dios vivo y verdadero que hace posible todo lo anterior (2558).
20 Este esquema se encuentra en los diversos subsidios pastorales publicados para el año
de la fe: B. FORTE, La puerta de la fe, Sal Terrae, Santander 2012; PONTIFICIO CONSEJO PARA LA
PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN, Vivir el año de la fe, San Pablo, Madrid 2012. Sin
embargo, en esta última publicación, la parte dedicada a la fe vivida (175-197) se distancia de la
exposición moral del Catecismo para hablar de la parroquia.
Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos
en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los
creyentes en su vida de fe» BENEDICTO XVI, Carta apostólica Porta Fidei 11.
23 «El Catecismo no debía ser redactado por especialistas, sino por pastores, a partir de su
experiencia de la Iglesia y del mundo, como libro de anuncio. Correspondiendo a las tres partes
que se habían previsto al inicio, se buscó y se encontró un equipo de redactores compuesto por
dos obispos para cada sección: para la parte relativa a la confesión de fe los obispos responsables
fueron Estepa (España) y Maggiolini (Italia); para la sección sacramental, Medina (Chile) y Karlic
(Argentina); para la moral, Honoré (Francia) y Konstant (Inglaterra). En cuanto se estableció
que debía añadirse una cuarta parte autónoma sobre la oración, buscamos un representante de
la teología oriental. Como no se consiguió un obispo para ser redactor, decidimos que fuera J.
Corbon, que […] ha escrito el maravilloso texto sobre la oración con que concluye el Catecismo
[…] [Como secretario de redacción] Christoph Schönborn ha llevado a cabo con valentía la obra,
muchas veces ímproba, de conectar entre sí las maneras de pensar y las diversas formas de estilo»
J. RATZINGER, «Introducción al nuevo “Catecismo de la Iglesia Católica”», 55-57.
24 Sobre la pertinencia de una lectura teológica del Catecismo, cf. R. BLÁZQUEZ, «Teología y
1. Confesar la Trinidad
La primera parte del Catecismo se dedica a la confesión de fe, co-
menzando por la revelación y el acto de fe (26-184). Remito al estudio del
profesor Conesa para el análisis de estos números. Para el objeto de nuestro
estudio, es de interés la presentación trinitaria del acto de fe (150-152). Lla-
ma la atención que el número 150 trate genéricamente la fe en Dios, sin más
especiicación, y no (como cabría esperar) en Dios Padre. Más aún, cuando
el número siguiente airma: «Para el cristiano, creer en Dios es inseparable-
mente creer en aquel que él ha enviado, “su Hijo amado”».
Tras esta primera sección, la segunda ofrece un extenso comentario
del Símbolo Apostólico, con frecuentes referencias al Símbolo de Nicea-
Constantinopla. La estructura del comentario es claramente trinitaria, como
corresponde a las tres partes del Símbolo (Creo en Dios Padre… Creo en
Jesucristo, Hijo Único de Dios… Creo en Dios Espíritu Santo). Junto con
esta división tripartita convive otra, también de gran tradición en la Iglesia:
los doce artículos del Símbolo Apostólico25.
de la razón humana partiendo de las cosas creadas» CONCILIO VATICANO I, Constitución dog-
mática Dei Filius II (DS 3004). Cf. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae I, q. 2, a. 3, citado
en CCE 34.
28 Cf. DS 40-42, 44, 46, 48, 50, 55, 60, 73, 75, 108, 125, 150, 3001, 3021.
29 Cf. I. ORTIZ DE URBINA, El Símbolo Niceno, CSIC, Madrid 1947, 54; C. GRANADO BELLI-
DO, «El Concilio de Nicea», Facies Domini 3 (2011), 401-444 (422). Algunos teólogos dogmá-
ticos se han hecho eco de los estudios históricos: «La palabra “Dios” de la fórmula “creo en un
solo Dios” no designa la realidad divina uniesencial, sino al Padre; es decir, a la Primera Persona
divina» M. SCHMAUS, Teología dogmática I: La Trinidad de Dios, Rialp, Madrid 1960, 176.
Gregorio Nacianceno, Gregorian & Biblical Press (Analecta Gregoriana 308), Roma 2010, 98.
33 DIONISIO ROMANO, Epistula. Traducción de J. COLLANTES (ed.), La fe de la Iglesia católica.
Las ideas y los hombres en los documentos doctrinales del Magisterio, BAC (Normal 446), Ma-
drid 20014, 321.
34 La fórmula está inspirada en Ap 1,8 y la desarrolla E. DURAND, Le Père, alpha et oméga
35Cf. CCE 236. Resulta de gran utilidad la concisa síntesis de C. GRANADO, El Espíritu Santo
en los Santos Padres, San Pablo, Madrid 2012, 5-11.
36 Se lee con provecho el comentario de R. FERRARA, «La fe en Dios, Padre y Creador», 153-154.
37 Cf. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae I, q. 25, 5, ad 1, citado en CCE 271.
38 Cf. J.-P. BATUT, Pantokrator. Dieu le Père tout-puissant» dans la théologie prénicéenne,
Institut des Études Augustiniennes, Paris 2009; A. DE HALLEUX, «Dieu le Père tout-puissant»,
Revue théologique de Louvain 8 (1977) 401-422.
39 Cf. C. von SCHÖNBORN, «Les critères de rédaction du Catéchisme», 165.
40 Cf. IRENEO DE LYON, Adversus Haereses II,30,9 y IV,20,1, citado en CCE 292.
a Moisés («Yo soy el que soy»: Ex 3,14). Pero este nombre no es, ni mucho
menos, una deinición que pueda encerrar a Dios en los estrechos límites del
pensamiento humano. Todo lo contrario. El nombre divino invita a Moisés
y a cada hebreo a dejar a Dios en su libertad, a ser testigo y beneiciario de
su acción soberana, sin tratar de conceptualizar antes de tiempo. Ex 3,14
puede traducirse también en futuro («Yo soy el que seré»), como si Dios
dijera: «Quién soy yo, ya lo verás»42. Gregorio Nacianceno bebe de esta
doble fuente, griega y hebrea, cuando explica por qué no podemos nombrar
a Dios de modo adecuado: «Nadie, en efecto, respiró jamás la totalidad
del aire, ni hubo mente humana que comprendiera enteramente la esencia
de Dios, ni palabra alguna que la circunscribiese por completo»43. Con se-
mejantes presupuestos, parecería que Dios, además de incomprensible, es
absolutamente inaccesible. El prólogo de Juan, en cambio, coniesa que «a
Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1,18). Dios (Padre) es incomprensible
e incomprehensible: no puede agotarse su conocimiento porque no puede
ser medido. El Hijo, en cambio, es la «medida» de Dios Padre, la imagen
«a escala» en la que podemos contemplar al Padre inmenso44. Esta relación
entre el misterio del Padre y su revelación por el Hijo es la que esconde la
teología del «nombre», que el Catecismo ha devuelto a la primera ila del
pensamiento teológico. Leemos en el número 433 que «el Nombre de Dios
Salvador era invocado una sola vez al año» en el Antiguo Israel. El nombre
de «Jesús», que signiica «Dios salva» (cf. 430), implica que en la persona de
Jesús se encuentra Dios mismo. Más aún: «el nombre de Jesús signiica que
el Nombre mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo» (432).
Jesús mismo, continúa unas líneas más abajo, «es el Nombre divino, el único
que trae la salvación». La «teología del nombre» se debe a algunos autores
salmo 118, 131, comentado también en GREGORIO NACIANCENO, Oratio 28, 6 (SCh 250, 112,22).
44 Cf. IRENEO DE LYON, Adversus Haereses IV,4,2 (SCh 100,420,33-35); TERTULIANO, Adver-
sus Praxean IX, 2 (CCh 2, 1168,12-18); GREGORIO NACIANCENO, Oratio 30,20 (SCh 250, 266-
268); ORÍGENES, De Principiis I,2,8 (SCh 252, 126-128). En un trabajo anterior me he ocupado
de estos textos. Me permito remitir a él como trasfondo de lo que aquí señalo, cf. D. GARCÍA
GUILLÉN, «Verbum Abbreviatum», Facies Domini 4 (2012), 31-72 (36-46).
GRILLMEIER, Cristo en la tradición cristiana, Sígueme (Verdad e Imagen, 143), Salamanca 1997,
169-171; B. STUDER, Dios salvador en los Padres de la Iglesia. Trinidad-Cristología-Soteriología,
Secretariado Trinitario («Koinonia», 31), Salamanca 1993, 66-68,73.
46 JUSTINO, 2 Apologia 6,1 (BAC 116,266).
47 Cf. JUSTINO, 2 Apologia 6,3-6 (BAC 116,266-267).
48 Comenta José Granados a propósito del texto de Justino: «No es que Dios no tenga nom-
bre, sino que no tiene nombre impuesto. Posee un nombre misterioso, al igual que una forma
inefable [...] Teniendo Dios nombre, ¿hay manera de conocerlo? La lógica impone [...] que sea el
Hijo quien revele este nombre. Justino no llama al Hijo “Nombre divino”, pero sí dice que éste,
a diferencia del Padre, posee muchos nombres [...] Jesucristo tiene nombre por ser engendrado
[...] El Padre, siendo inengendrado, carece de nombre impuesto... pero el Hijo sí tiene alguien
superior que le imponga el nombre. Los nombres que posee se los ha dado el Padre al engendrarle
y porque el Hijo está continuamente a su servicio» J. GRANADOS, Los misterios de la vida de Cristo
en Justino mártir, Pontiicia Università Gregoriana (Analecta Gregoriana 296), Roma 2005, 52.
49 Cf. Is 11, 2; Za 4, 14; 6, 13; Is 61, 1, citados en CCE 436.
que ungiría al Mesías. «Unción» será, precisamente, uno de los símbolos del
Espíritu en el Nuevo Testamento y la tradición de la Iglesia50.
La primera teología cristiana relexionó en muchas ocasiones sobre
esta unción mesiánica del Cristo, situándola en un momento preciso de la
vida de Jesús: su bautismo en el Jordán. El Catecismo recoge una preciosa
cita de Ireneo de Lyon que se encuadra en este marco teológico: «en el nom-
bre de Cristo está sobreentendido el que ha ungido, el que ha sido ungido y
la Unción misma con la que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre. El
que ha sido ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción»51.
Aquí se aprecia sin diicultad que la Unción es un acontecimiento trinitario,
en el que cada uno de los Tres interviene de forma personal y característica.
Esta teología tan rica y matizada se volvió, con el tiempo, difícil de sostener.
A ello contribuyó no poco que en la antigüedad cristiana «Espíritu» designa-
ra tanto el Espíritu Santo como la divinidad52. Podía malentenderse –como
de hecho sucedió– que Jesús recibió la naturaleza divina en el Jordán, que
aquel día fue «adoptado» por Dios como hijo (de ahí el conjunto variado
de herejías que recibió el nombre de «adopcionismo»). Un segundo factor
para el abandono de la teología del bautismo de Cristo como Unción hay
que buscarlo en el desarrollo del dogma cristológico. El Concilio de Calce-
donia (451) proclamó que en la persona de Jesucristo se unen dos natura-
lezas: la humana y la divina. Cuando la Iglesia llega a la convicción de que
la humanidad de Cristo queda santiicada por estar unida a la naturaleza
divina, queda poco lugar para airmar que Jesús pueda recibir el Espíritu
Santo como si no lo tuviera antes. Antes de Calcedonia, ya encontramos a
Gregorio Nacianceno, que explica el título «Cristo» sin referirse al Espíritu
Santo: la divinidad unge su humanidad y la santiica53. A partir de aquí, el
bautismo de Cristo en el Jordán y la unción de su humanidad por el Espíritu
irán desapareciendo, aunque no falte alguna excepción signiicativa54.
Este breve recorrido histórico explica que, en el Catecismo, la unción
mesiánica de Jesús coincida con su encarnación. Concebido por obra del
comentario al evangelio de Juan siendo aún joven: en él se combinan sin diicultad la unión de
naturalezas en Cristo con la acción del Espíritu sobre su carne, cf. G. HERNÁNDEZ PELUDO, Cristo
y el espíritu según el «In Ioannis Evangelium» de San Cirilo de Alejandría, UPSA (Plenitudo
Temporis 11), Salamanca 2009.
en CCE 437.
56 Cf. Jn 13,1; 17, 1, citados en CCE 730.
57 Cf. Lc 23,46; Jn 19,30; Jn 20,22; Hch 2.
58 Cf. C. VON SCHÖNBORN, «El concepto teológico del Catecismo de la Iglesia Católica», Teo-
Theologique 80 (1958) 225-252; A. ORBE, La unción del Verbo (Estudios Valentinianos III),
Gregoriana (AnGr 113), Roma 1961; H. MÜHLEN, Una Mystica Persona, Schöningh, Paderborn
19682.
60 E. ROMERO POSE (con L. TRUJILLO y R. PRAT), «Jesucristo Resucitado nos comunica el don
del Espíritu» en: Congreso «Jesucristo, la Buena Noticia», Edice, Madrid 1997, 201-237 (218).
Cristo (de los que nos ocuparemos después), el Bautismo del Señor ocupa
un lugar central y tiene mucho que aportar a la cristología y la espirituali-
dad. Sin embargo, una presentación teológica de Cristo ungido por el Padre
en el Espíritu debe saber responder a las objeciones de quienes piensan que
un acento excesivo en la acción del Espíritu puede empañar la confesión de
la divinidad de Cristo61.
Esta propuesta se sitúa en la brecha abierta por Antonio Orbe, como las bellas páginas de L. F.
LADARIA, El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad, Secretariado Trinitario («Ágape»,
19), Salamanca 20104, 94-111, que expone la teología del Bautismo de Cristo como unción
dentro de una teología de los misterios de la vida de Cristo. Destacable es también la propuesta
reciente de un discípulo de Ladaria: J. GRANADOS, Teología de los misterios de la vida de Jesús,
Sígueme (VeIm 179), Salamanca 2009.
61 Juan José Ayán Calvo, discípulo de Orbe y Romero Pose, ha propuesto una relectura de la
cristología de Elipando de Toledo (s. VIII). Más que un adopcionismo, según Ayán, en Elipando
encontraríamos una cristología similar a la de algunos autores prenicenos (Ireneo, Justino…),
en la que la unción de Cristo por el Espíritu ocupa un lugar central. Cf. J. J. AYÁN CALVO, «La
cristología de Elipando a la luz de la tradición patrística», RET 65 (2005) 141-171. Cinco años
después, su propuesta ha encontrado una educada pero dura crítica, que recuerda las razones que
llevaron al magisterio eclesiástico a rechazar el adopcionismo de Elipando, cf. RET 70 (2010)
437-509. Se incluye la respuesta de Ayán, que concluye con una airmación muy interesante para
nuestra investigación: quienes citan el CCE 536 para relativizar la acción del Espíritu en Jesús,
suelen olvidar los pasajes en que el mismo Catecismo destaca esta acción (646, 648, 653).
62 GREGORIO NACIANCENO, Oratio 30,20 (SCh 250, 266,4). En otro lugar airma: «es Hijo úni-
co, de un padre único, de un modo único y únicamente Hijo» Oratio 25,16 (SCh 284, 196,18-19).
63 Aunque el Catecismo no habla del Espíritu Santo en este punto, creo que es válida la
ilación.
64 Cf. DS 150, citado en CCE 202 y 205. Aunque el nombre de «Señor» se atribuye al Espíri-
virtud del Espíritu eterno») la hace muy elocuente. Por último, también la
Resurrección de Cristo se describe como obra de la Trinidad (648), como lo
será también nuestra resurrección (989).
Desde la Encarnación y la Pascua, el Catecismo extrae luz para toda
la vida terrena de Cristo. «Todo aquello que Jesús hizo» –se nos dice en el
párrafo 512– «hay que verlo a la luz de los misterios de Navidad y Pascua».
De aquí se deriva el principio fundamental: «Toda la vida de Cristo es mis-
terio». Por eso se consagra una generosa sección a todos los misterios de la
vida del Señor (512-570). Cada misterio maniiesta un aspecto diferente de
la particularísima relación del Hijo con el Padre y el Espíritu en los distintos
momentos de su vida71. Todos y cada uno de los Misterios comparten tres
rasgos comunes: revelan el misterio del Padre, son misterios de redención y
realizan la recapitulación de la humanidad en Jesucristo (516-518). Se des-
taca con claridad que los misterios de la Vida de Cristo revelan su relación
con el Padre y la identidad divina del Hijo, pero la presencia del Espíritu
Santo es más discreta. En esta sección tan sólo se menciona al Espíritu en
los misterios del Bautismo (535) y la Transiguración (555-556), aunque
encontrará algo más de espacio en la exposición concedida al tercer artículo
de la fe (689-690).
La atención prestada a dos secciones del segundo artículo de fe (los
«nombres» de Cristo y los «misterios» de su vida) nos ha permitido compro-
bar que la confesión de fe en Jesucristo es posible tan sólo en un contexto
trinitario. La igura y la historia de Jesús de Nazaret adquieren su pleno
sentido tan sólo cuando se leen en perspectiva trinitaria, mostrando a Jesús
en relación con el Padre, con el Espíritu Santo y abriéndonos a la profun-
didad de la identidad divina de Jesús. Él es el Hijo enviado por el Padre, la
«visibilización» del invisible. Es el también Cristo ungido por el Espíritu
quien, tras la resurrección, derrama ese mismo Espíritu sobre la Iglesia. Él
es, por in, Jesús el Cristo. Sus palabras y acciones, su autoridad y estilo…
dan testimonio de su identidad divina. Contemplando a Jesús, es posible
airmar con el Nuevo Testamento: «en verdad, éste era Hijo de Dios» (Mc
15,39; cf. Jn 20,31).
misterios de la vida de Cristo constituye una de las novedades del Catecismo. Cf. J. RATZINGER,
Evangelio, Catequesis, Catecismo, Edicep, Valencia 1996, 55.
72 GREGORIO NACIANCENO, Discurso 31,26 citado en la traducción de CCE 684. Cf. D. GAR-
mano, dedo, paloma. En cada uno de ellos, la acción del Espíritu brilla con
un destello singular.
Si el Espíritu es el último en revelarse completamente, es lógico subra-
yar las fases de la progresiva manifestación del Espíritu. Se señalan tres: el
tiempo de las promesas (es decir, la Antigua Alianza: 702-716), la plenitud
de los tiempos (717-730) y los últimos tiempos (731-741). En ellas, asisti-
mos a una progresiva personalización del Espíritu: si al principio se muestra
como una fuerza creadora viviicante, Dios promete desde bien pronto que
el Espíritu habitará en una persona y un pueblo especial, el Mesías y su
pueblo mesiánico. La plenitud de los tiempos trae una nueva presencia del
Espíritu. Comienza actuando en Juan, el precursor, y en María, aunque la
promesa mesiánica encuentra cumplimiento desbordante cuando el Espíritu
se derrama sobre Jesús, haciendo de Él «Cristo» (el Ungido). En Pentecostés
se inician los últimos tiempos. En ellos, Cristo gloriicado derrama el Espí-
ritu sobre su Iglesia: de su humanidad gloriicada, a su cuerpo eclesial; de la
persona de Cristo, a la persona de la Iglesia. Sobre esta dimensión personal
de la Iglesia, hay que notar el paralelismo entre la acción del Espíritu en
María (722-725) y la pneumatología eclesiológica (737). En ambos, María
y la Iglesia, el Espíritu actúa de cuatro formas: prepara, maniiesta, hace
presente y pone en comunión. Lo que el Espíritu realizará en la Iglesia se
encuentra anticipado en la persona de la Madre del Señor. De este modo, se
airma implícitamente lo mismo que encontraremos desarrollado en el sexto
párrafo de la confesión de fe: la estrecha relación entre María y la Iglesia.
De la fe en el Espíritu se pasa a la acción del Espíritu en la Iglesia.
El Símbolo de los Concilios de Nicea y Constantinopla consideró oportu-
no añadir un cuarto artículo de fe: «creo en la Iglesia». El Apostólico, sin
embargo, puso a la Iglesia dentro del artículo pneumatológico: «credo…
ecclesiam». De este modo, como señala el Catecismo, el Símbolo Apostólico
quiso reservar la fórmula «Credo» sólo para el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, a in de que nadie confundiera a Dios con sus obras (750). A pesar
de esta diferencia entre los dos símbolos, observamos que ambos establecen
una relación clara entre la fe en la Trinidad (completada por la fe en el Espí-
ritu), y la acción del Espíritu en su Iglesia. Con esta relación entre Espíritu
e Iglesia se cierra el párrafo dedicado al Espíritu (738-741).
El origen de la Iglesia hay que buscarlo «en el designio de la Santísima
Trinidad y su realización progresiva en la historia» (758). Al hablar del de-
signio trinitario sobre la Iglesia, se sigue de cerca la exposición del Concilio
74 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen Gentium 2-4; Decreto Ad Gen-
tes 2-4.
75 Esta «preiguración» de la Iglesia se ilustra con un buen número de testimonios patrísticos
tenen Bestimmung der Kirche», en: J. ERNST – S. LEIMGRUBER, ed., Surrexit Dominus vere. Die
Gegenwart des Auferstandenen in seiner Kirche, Fs. J. J. Degenhardt, Paderborn 1995, 209-225.
2. Celebrar la Trinidad
El Símbolo coniesa el misterio de la Santísima Trinidad y su «desig-
nio benevolente» (Ef 1,9) que se nos ha manifestado en Cristo. La Liturgia
anuncia y celebra este mismo Misterio para que cada hombre y mujer viva
en él y pueda convertirse en su testigo en medio del mundo. Así se inicia la
segunda parte, centrada en la celebración del Misterio79. Quiero detenerme
de modo especial en el artículo titulado «La Liturgia, obra de la Santísima
Trinidad» (1077-1112). Se trata de una de las joyas trinitarias del Catecismo
y una absoluta novedad en el contexto del magisterio eclesial80. La distri-
vaída de la vida de Jesús. Por eso, la acción memorial del Espíritu requiere
una palabra técnica, tomada del griego: Anámnesis. El Espíritu recuerda a
la asamblea cuanto Cristo ha hecho por nosotros, trae a la memoria toda la
historia de la salvación, para hacerla presente aquí y ahora. Éste es el tercer
aspecto: el Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo en el hoy de cada
creyente y cada asamblea. En la celebración sacramental, principalmente
en la Eucaristía, se invoca el Espíritu sobre los dones y sobre las personas.
Este «invocar sobre» (epi-klesis, en griego) convierte cada celebración en un
momento irrepetible, singular, en el que la gracia divina se derrama de modo
particular, y se anticipa la venida del Reino y la comunión con la Trinidad
Santa. Además de comunión con Dios en Jesucristo, la Liturgia realiza la
comunión de cada iel con el resto de la Iglesia: siempre es el Espíritu el que
pone a cada iel en comunión con Dios y con el resto de los cristianos. En la
liturgia eucarística, airmaba Cirilo de Alejandría,
todos nosotros, que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber
el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios (…)
Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo
hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo
cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios
que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad
espiritual83.
ria del Catecismo «habrá que tratar de J. Corbon como se trató del cardenal Guglielmo Sirleto y
otros corredactores del Catecismo tridentino» F. AROCENA, «El P. Jean Corbon y el “Catecismo de
la Iglesia católica”», Phase 41 (2001), 415-424 (416). El mismo autor ve inluencias de Corbon
en otros lugares del Catecismo, cf. F. AROCENA, «Presentación», en: J. CORBON, Liturgia fontal,
Palabra, Madrid 20092, 16, nota 9.
3. Vivir en la Trinidad
La tercera parte del Catecismo se dedica a «la vida en Cristo» (1691-
2557) y se divide en dos secciones. La primera trata de establecer los fun-
damentos de la vida cristiana («vida en el Espíritu») y supone una novedad,
al menos, por dos motivos. Ningún documento magisterial había realizado
semejante esfuerzo por establecer las bases de la vida moral del cristiano.
Además, el concepto amplio de «vida cristiana» restablece la unidad (tantas
86Ambos han publicado sus breves comentarios a la segunda parte: E. E. KARLIC, «La cele-
bración del misterio cristiano», Pastoral litúrgica nº 214 (1993), 9-15; J. MEDINA ESTÉVEZ, «Los
sacramentos de la Iglesia católica», Ibídem 16-24.
87 Cf. CCE 1359-1381.
88 El sacramento del Orden constituye un buen ejemplo. El Catecismo le dedica una ex-
veces añorada) entre teología moral y teología espiritual89. Una vez estable-
cidos los fundamentos, la segunda sección expone una «moral especial» al
hilo de las Diez palabras del Sinaí.
En ocasiones, la vida cristiana se relaciona con «Dios» o con la «Trini-
dad», sin indicar la acción especíica de cada una de las personas. Un buen
ejemplo es el número 16 que, aunque no pertenece a la tercera parte, ofrece
un resumen de ésta. Hasta tres veces se emplea la palabra «Dios» en sentido
genérico, sin especiicar lo propio de cada persona90. De modo similar, las
virtudes teologales y la unión con Dios se relacionan con la «Trinidad» en
los nn. 1812, 1840 y 2014. Este lenguaje es, sin duda, correcto y tiene hon-
das raíces en la tradición cristiana; prueba de ello es la bella airmación del
número 226 sobre las consecuencias morales de la fe en el Dios único: «la
fe en Dios, el Único, nos lleva a usar de todo lo que no es él en la medida en
que nos acerca a él, y a separarnos de ello en la medida en que nos aparte
de él». Al hablar del Dios único la Iglesia ha recordado siempre que éste es
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Sin embargo, los títulos de la tercera parte y de su primera sección
hablan, respectivamente, de «vida en Cristo» y «vida en el Espíritu». En mu-
chos textos de la tercera parte, el dinamismo trinitario de la vida cristiana
se describe de forma detallada. Propongo clasiicarlos en tres grupos, a in
de leerlos en su riqueza y complementariedad, sin violentar su diferencia.
En varios lugares se describe la acción propia del Padre, la del Hijo y del
Espíritu Santo; un segundo grupo de textos señala la acción de Cristo y
el Espíritu, sin desarrollar tanto la especial relación del creyente con Dios
Padre; esta relación se destaca mejor en un tercer grupo, que caracteriza la
vida cristiana desde la iliación divina.
89 Cf. L. MELINA, Participar en las virtudes de Cristo. Por una renovación de la Teología
la bienaventuranza, y los caminos para llegar a ella: mediante un obrar recto y libre, con la ayuda
de la ley y de la gracia de Dios (Sección primera); mediante un obrar que realiza el doble man-
damiento de la caridad, desarrollado en los diez Mandamientos de Dios (Sección segunda)» (16).
CCE 542, 759, 815, 854, 959, 1632, 2233. El término, recuperado por la eclesiología conciliar
(LG 6), tiene raíces bíblicas (cf. Ef 2,19-22) y conoce en nuestros días un tímido pero prometedor
desarrollo, cf. las contribuciones recogidas por R. PELLITERO (ed.), La Iglesia como familia de
Dios, Rialp, Madrid 2010.
92 Cf. CCE 2204 citando LG 11 y Familiaris Consortio 21. Cf. también CCE 1655-1658
y 2685. Se dice que «Ecclesia domestica» es una «antigua expresión», aunque no se ofrecen
mayores concreciones. Ciñéndonos al ámbito patrístico, la encontramos en Juan Crisóstomo y
Agustín de Hipona, cf. V. GROSSI-A. DI BERARDINO, La Chiesa antica: ecclesiologia e istituzioni,
Borla, Roma 1984, 242-243.
93 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen Gentium 2-4; Decreto Ad Gen-
tes 2-4.
CCE 1694. Esta especial relación con Dios Padre por medio de Jesucristo se
alcanza únicamente por la acción del Espíritu Santo (1695). Si esta presen-
tación trinitaria se ofrece precisamente en la introducción, es legítimo pen-
sar que toda la tercera parte ha de leerse a la luz de este pórtico trinitario;
desde él pueden iluminarse las airmaciones en que la dimensión trinitaria
es menos evidente. Lo mismo ha de decirse del breve resumen de la tercera
parte que aparece al principio de la cuarta: el in de la moral cristiana es
«que la vida de los ieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para
gloria de Dios Padre» (2558).
creyentes. Como «Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,18), el Mesías
hace de ella «un pueblo mesiánico», un pueblo de ungidos por el Espíritu96.
Cada bautizado recibe la unción del Espíritu Santo y se convierte en «cris-
tiano», es decir: «miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey», como se dice
al ungir con crisma al recién bautizado97. La unción bautismal permite que
cada iel comprenda las verdades de fe desde dentro, «con una percepción
íntima de las cosas espirituales que experimenta»98. La tradición cristiana
denomina esta percepción como «sentido de la fe» (sensus fidei)99. Por eso,
los dones del Espíritu Santo –termina airmando el párrafo 1831– «comple-
tan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los
ieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas». En
la misma línea hay que situar el número 2038, dedicado a la contribución
de cada iel a la enseñanza y aplicación de la moral cristiana. En virtud del
Espíritu recibido, se airma, la vida de cada creyente es vida «en Cristo», que
lo hace capaz de mirarlo todo según el Espíritu de Dios (cf. 1Co 2,10-15),
hasta el punto de que los humildes pueden iluminar a los más sabios. De
este modo, nos parece, se está insinuando que el Espíritu Santo coniere al
cristiano un sentido para discernir sus acciones, un sentido moral análogo
al sensus fidei.
Los textos que hemos incluido en este segundo grupo muestran que el
cristiano participa de la unción bautismal de Cristo. En virtud del Espíritu
recibido, cada creyente se incorpora a Cristo y puede vivir su vida cristiana,
que es «vida en Cristo por el Espíritu». Teniendo la mente de Cristo (cf. 1 Co
2,16) y ungido por su Espíritu, cada cristiano adquiere un sentido especial
que lo hace capaz de comprender internamente las verdades de fe y discer-
nir el verdadero camino ético del evangelio.
del Padre» (2157). Por la Ley nueva del amor, el hombre no es ya esclavo,
sino libre. Pero no con una libertad cualquiera: como hijo de Dios en Jesu-
cristo y heredero de los bienes paternos, vive en la libertad de los hijos de
Dios (1741, 1972). Esta iliación no es patrimonio de unos pocos: toda la
humanidad está llamada a «manifestar la imagen de Dios y ser transforma-
da a imagen del Hijo Único del Padre» (1877). Algunos han señalado que
la iliación es el centro de la exposición moral del Catecismo100 y no faltan
propuestas teológicas que toman esta categoría como punto de partida de
una teología moral101.
Nuestro recorrido por la tercera parte del Catecismo nos ha permitido
ver que la Trinidad se pone en relación con la vida cristiana de tres modos.
A veces, se señala la especial acción de cada una de las divinas personas en
la vida del cristiano. En otros lugares, la fundamentación cristocéntrica de
la moral se completa con una pneumatología: cada cristiano es incorporado
a Cristo por el Espíritu, y disfruta de los dones del Espíritu, que lo van con-
igurando a Cristo. Por último, hay textos que presentan la vida del cristiano
como «existencia ilial». Las tres vertientes aparecen unidas en el párrafo
2074, que nos sirve de conclusión:
Jesús dice: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece
en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis
hacer nada» (Jn 15, 5). El fruto evocado en estas palabras es la san-
tidad de una vida hecha fecunda por la unión con Cristo. Cuando
creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus
mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus
hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser,
por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. «Este
es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os
he amado» (Jn 15, 12).
100 Cf. T. TRIGO, «La iliación divina como fundamento de la vida moral en el “Catecismo de
la Iglesia Católica”», en: J.L. ILLANES–J. SESÉ– T. TRIGO et alii (ed.), El Dios y Padre de Nuestro
Señor Jesucristo. XX Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, Eunsa,
Pamplona 2000, 397-407.
101 Cf. R. TREMBLAY, «La paternidad de Dios, fundamento de la moral cristiana y de la ética
humana», en: J.L. ILLANES–J. SESÉ– T. TRIGO et alii (ed.), El Dios y Padre de Nuestro Señor Jesu-
cristo, 379-395. Más bibliografía proporciona J.R. FLECHA ANDRÉS, «Trinidad y Moral Cristiana»,
595-597, a la que podría añadirse una contribución de Marciano Vidal: «El rostro de Dios Padre
y la moral cristiana», en: R. LAZCANO (ed.), Dios, nuestro Padre, Centro Teológico San Agustín,
Madrid 1999, 169-199.
4. Orar en la Trinidad
La cuarta parte se abre con un trazado de las partes anteriores. La
primera parte habla de la confesión del Misterio, la segunda de su celebra-
ción y la tercera de su vivencia. Confesar, celebrar y vivir el Misterio sólo es
posible si el cristiano tiene una relación personal con el Dios vivo y verda-
dero. «Esta relación es la oración» (2558) y de ella se ocupa la cuarta parte
que, como la tercera, se divide en dos secciones: una introductoria, sobre
la oración en la vida cristiana y un comentario al Padrenuestro. La teología
de la oración que ofrece la primera parte es otra de las piezas maestras del
Catecismo, al menos en lo que a la teología trinitaria se reiere. De nuevo,
se aprecia la inluencia de Jean Corbon, que escribió valiosos comentarios a
la cuarta parte102.
La oración cristiana se deine como una acción conjunta entre Dios y
el hombre. En Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ambas ori-
llas han quedado unidas en alianza personal103. Esta «sinergia», o actuación
conjunta de Dios y el hombre, se produce en el Espíritu Santo. Por eso, la
oración cristiana brota a la vez «del Espíritu Santo y de nosotros» (2564).
Si al inicio la oración se presenta en términos relacionales, esta relación se
redeine ahora en clave trinitaria: «la relación viva de los hijos de Dios con
su Padre ininitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu San-
to» (2565). En esta relación, hombre y Dios entran por completo. Según la
fórmula de Gregorio Nacianceno, que se cita aquí, se trata de «la unión de
la Santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo entero»104.
El Hijo de Dios revela «en la plenitud de los tiempos» (Ga 4,4) el mis-
terio de la oración. Los evangelios nos muestran a Cristo orando a Dios, su
Padre, durante todo su ministerio público, desde el principio hasta el inal.
El Catecismo destaca dos momentos especialmente signiicativos: su explo-
sión de júbilo ante el anuncio del evangelio a los sencillos (cf. Mt 11,25-27),
y la resurrección de Lázaro (cf. Jn 11,41-42). Cuando llega su Hora, Jesús
no deja de invocar a Aquel que lo ha enviado, y su conianza en Él no se ve
defraudada. Tampoco tras el aparente fracaso de la cruz. La resurrección
102 «La prière chrétienne dans le Catechisme de l’Église Catholique», NRTh 116 (1994),
3-26; «Orar en la Trinidad Santa», Communio 22 (2000), 190-207; «La oración cristiana», Scrip-
ta Theologica 31 (1999/3) 733-747. Los tres han sido recopilados en un volumen: Liturgia y
oración, Cristiandad, Madrid 2004, respectivamente en las pp. 181-225, 147-179, 119-145.
103 Cf. J. CORBON, Liturgia Fontal, 135-143; IDEM, «La prière chrétienne dans le Catechisme
105 El carmelita Jesús Castellano ha realizado una breve pero jugosa paráfrasis del comenta-
rio del Catecismo al Padrenuestro. Puede leerse, entre otros lugares, en J. CASTELLANO, Pedagogía
de la oración cristiana, CPL (Biblioteca Litúrgica, 6), Barcelona 1996, 53-56.
106 Una vez más, hay que reconocer una inluencia de Corbon, aunque es obligado remitir a
107 No me resulta convincente el modo en que lo explica Corbon: «La prière au Père contient
tout le mystère de la prière, mais l’on ne s’étonnera pas de la brièveté de ce paragraphe, puisque
toute la IIe section de la IVe Partie du CEC lui est consacrée» J. CORBON, «La prière chrétienne
dans le Catechisme de l’Église Catholique», 14.
108 Cf. B. NEUNHEUSER, «“Cum altari adsistitur semper ad Patrem dirigatur oratio”. Der Canon
21 des Konzils von Hippo 393. Seine Bedeutung und Nachwirkung», Aug. 25 (1985) 105-119.
109 De casi dos mil oraciones, apenas seis van dirigidas directamente a Cristo, cf. J. LÓPEZ
MARTÍN, «Liturgia», en: X. PIKAZA–N. SILANES (ed.), Diccionario teológico El Dios cristiano,
Secretariado Trinitario, Salamanca 1992, 813-829, aquí 826, nota 11. Por eso no creo que sea
acertado aludir a una «pluralidad» de la lex orandi, como hace A. IVORRA ROBLA, «¿Orar hacia
el Padre? En torno a la pluralidad trinitaria de la lex orandi», Estudios trinitarios 42 (2008)
307-327.
110 Lo hace notar también Y. CONGAR, El Espíritu Santo, Herder, Barcelona 19912, 317-318.
con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los
hombres» (2679).
Podemos airmar sin dudarlo que la oración se presenta en el Catecis-
mo con hondas raíces cristológicas y trinitarias. La relación con Jesucristo
se observa, en primer lugar, en la deinición de la oración como «sinergia»,
como cooperación entre Dios y el hombre. Ambos se han abrazado para
siempre en Jesucristo, en una alianza indisoluble que nada ni nadie podrá
romper111. No hay oración cristiana, hemos leído, que no sea oración en
Cristo y por medio de Cristo. Parece justo airmar, como hace Corbon, que
la cuarta parte es una «relectura orante del misterio de Cristo»112. Desde
esta centralidad cristológica, la oración cristiana se presenta en nítida aper-
tura trinitaria. Sólo en el Espíritu queda el hombre incorporado a Cristo,
que ora «en él» y «por medio de él». Se nos concede llamar a Dios «Padre» y
no es mero atrevimiento humano, sino impulso y obra del Espíritu que Él ha
enviado a nuestros corazones (cf. Ga 4,6), respuesta a la misma generosidad
de Dios que nos llamó hijos suyos (cf. 1Jn 3,1). La dimensión trinitaria de la
oración cristiana nos recuerda que todo lo hemos recibido del Padre por el
Hijo en el Espíritu. En ese mismo Espíritu, nuestra vida entera se convierte
en ofrenda al Padre por medio Jesucristo. La oración introduce el día a día
del cristiano en la dinámica del Misterio trinitario de Dios. El mismo Miste-
rio que el Credo coniesa, que la Liturgia celebra y que anima la vida moral
de cada creyente. La cuarta parte que el Catecismo dedica a la oración, lejos
de ser un mero apéndice o incorporación de última hora, ofrece el único
«motor» capaz de mover la «maquinaria» de las tres partes anteriores. Sin la
relación que cada cristiano tiene con el Padre por Cristo en el Espíritu (eso
es la oración) sería imposible confesar, celebrar y vivir la fe cristiana.
111 Así lo coniesa una de las piezas maestras de la lex orandi reciente: «Muchas veces los
hombres hemos quebrantado tu alianza; pero tú, en vez de abandonarnos, has sellado de nuevo
con la familia humana, por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, un pacto tan sólido que ya nada lo
podrá romper» MISAL ROMANO, Plegaria eucarística sobre la reconciliación I.
112 J. CORBON, «La prière chrétienne dans le Catechisme de l’Église Catholique», 6.
nas están impregnadas de teología trinitaria. Pero cabe preguntarse, ¿de qué
teología trinitaria? Benedicto XVI indica que el Catecismo recuerda «los
diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado
en la doctrina»113. A ello se dedica esta breve conclusión: a proyectar una
visión de síntesis, en la que aparezca con claridad qué tipo (o mejor: qué
tipos) de teología trinitaria encontramos en este documento magisterial.
117 Valga por todos M. ALCALÁ, «Nuevo Catecismo Católico», Razón y fe 227 (1993), 161-
169 (168).
118 Parece defender esta opinión J. STÖHR, «La preponderancia de la analogía psicológica
para la Santísima Trinidad», en: C. IZQUIERDO–J.J. ALVIAR et alii (ed.), Dios en la palabra y en la
historia, EUNSA, Pamplona 1993, 411-421. Como han indicado teólogos de gran solvencia, las
procesiones son dogma y la analogía de San Agustín, tan sólo una de sus posibles explicaciones,
cf. R. FERRARA, El misterio de Dios, 494; L. LADARIA, La Trinidad, misterio de comunión, Secre-
tariado Trinitario («Ágape», 30), Salamanca 2002, 162, nota 83.
119 Cf. K. RAHNER, «Advertencias sobre el tratado dogmático “De Trinitate”», en: IDEM, Es-
critos de Teología IV, Taurus, Madrid 1964, 105-136 (110-117).