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así lo desean, se nutren de material dinamizado por múltiples emisores que
con este proceder tienen un plus de motivación productiva en su actividad en
canales como WhatsApp o Telegram, a través de las cuales se suministran
informaciones, consignas y material a los ciudadanos a través de personas cercanas
a ellos, familiares o amigos; no partidos, organizaciones ni instituciones clásicas.
Este método genera confianza, credibilidad y sensación de confidencialidad en los
públicos objetivo de estas comunicaciones, que a la vez se sienten más libres de
compartir en estos canales no sometidos al escrutinio o a la discusión de las redes
como Twitter. Al contrario, generan un contagio en clave piramidal: una ola que si
coge las dimensiones de tsunami, es muy difícil de parar, como mínimo en sus
primeros efectos. Un contagio que implica la vía de las emociones también, que
canaliza perfectamente la indignación. Pero de forma muy bien pensada y sin
tantas prisas. Y alimentando la expectativa de movilización de una base
independentista que, aunque no ha logrado de momento el objetivo que creyó
tocar con la punta de los dedos en el año 2017, sigue dando la mayoría absoluta de
los escaños a los partidos independentistas en el Parlament de Catalunya. Eso sí,
en el contexto de un movimiento que tuvo como una de sus banderas el «tenemos
prisa» y en un mundo cada vez más acelerado y con menos paciencia a la hora de
esperar resultados, el fiasco de la convocatoria de Tsunami para actuar en el marco
del Barça‐Madrid del 18 de diciembre de 2019 y su posterior mutis provocaron en
muchos un sentimiento de decepción que solo un contexto muy extremo podría
ayudar a remontar.
LA IMPACIENCIA POR PROYECTAR ACCIÓN FRENTE AL VIRUS
Pocos meses después de la sentencia del procés, tras las primeras semanas de
propagación de la pandemia del coronavirus por Europa, Carles Puigdemont fue
un presidente más elíptico que nunca desde que en octubre de 2017 había
emprendido rumbo a Bélgica. Sus partidarios seguían defendiéndolo como el
presidente legítimo que desde el exilio mantenía en alto la bandera de la
reivindicación independentista catalana, pero hacía tiempo que eso no se ligaba a
una acción o a una decisión directa sobre la gestión del Govern de la Generalitat.
En el contexto de la crisis de la Covid‐19, Quim Torra, el presidente que él había
elegido para sustituirlo después de imponerse a ERC en las elecciones catalanas
del 21‐D de 2017 y de no poder ser investido a distancia, miró de alzarse como no
lo había hecho hasta entonces con la bandera de la gestión eficaz al frente de la
institución. Eso dejaba poco margen a un Carles Puigdemont que después de haber
protagonizado un acto multitudinario de reivindicación independentista en
Perpiñán, el 29 de febrero de 2020, a pocos días del estallido del brote en
Catalunya, no volvió a aparecer en público hasta casi un mes después, el 26 de