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IMPACIENCIA
PUIGDEMONT, O LOS EFECTOS DEL TENER PRISA «Impaciencia:
intranquilidad producida por algo que molesta o que no acaba de llegar».
En 2010, la asociación Òmnium Cultural alumbró el spot Somniem
(Soñemos), donde una serie de caras conocidas de la sociedad catalana ponía voz a
unos versos de 1979 del cantante Lluís Llach. El procés independentista catalán
tuvo en ese vídeo uno de sus impulsos virales más importantes en su fase inicial.
De hecho, lo que más triunfó fue una de las frases finales, pronunciada por el
expresidente del Parlament y exlíder de ERC, un nonagenario Heribert Barrera que
decía «tenemos prisa, mucha prisa». Barrera moriría al año siguiente, pero no lo
haría la popularidad de su frase. Ese «tener prisa» había cautivado a una parte no
anecdótica de la sociedad catalana, especialmente en el ámbito independentista,
pero también en clave de reacción, de un «ahora o nunca» que, en un contexto de
desconcierto generalizado y de rechazo contra lo establecido y lo fijado como
inevitable, buscaba dar un salto cualitativo y cuantitativo en el campo soberanista.
Se había abierto la idea de una «ventana de oportunidad» que no había existido
durante generaciones y que no se sabía cuánto tiempo estaría ahí esperando a que
alguien la cruzara. Ese sentimiento de impaciencia impregnó a buena parte de la
opinión publicada en Catalunya, incluso también de la mano de algún rotativo
identificado tradicionalmente con lo más establecido y mainstream. Las encuestas
—¿Vox Populi, Vox Dei ?— acompañaban. La política, sin duda, siguió esa estela, y
la competición entre los partidos soberanistas se fijó en quién ofrecía más y mejor
pasaporte al otro lado de esa «ventana de oportunidad» abierta hasta no se sabía
cuándo. Aunque, no nos engañemos, por «más y mejor» se proyectaba sobre todo
un «antes». La prisa. Ese papel central que juega hoy la inmediatez en nuestras
vidas y por tanto también en nuestra política. Ese valorar la rapidez de acción por
encima de todo, en detrimento de la recolección de datos y de la siembra de
consensos, que requieren habitualmente de procesos lentos. Es una cultura, cabe
decirlo, muy defendida y difundida por los gigantes tecnológicos de Silicon Valley,
obsesionados con la resolución de problemas «en tiempo real».
El articulista del diario La Vanguardia Antoni Puigverd, quien ha descrito el
independentismo catalán como «una reacción emocional» y como «una fiebre sin
estrategia», lo planteó gráficamente en su artículo «La emoción de la vanidad», de
febrero de 2019: «Cuenta Esopo que dos ranas buscaban, inquietas, un charco en el
que chapotear, pues se había secado el remanso en el que vivían. Caminando,