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de la suspensión de la autonomía, y del encarcelamiento o el exilio de los
máximos dirigentes políticos del soberanismo catalán.
El analista Jordi Amat ha descrito muy bien en La conjura de los irresponsables
(2017) tanto las circunstancias que impulsaron a los políticos independentistas
como las que motivaron a las fuerzas españolistas, constitucionalistas, unionistas…
o como se quieran denominar. Pero el caso es que, sin duda, la impaciencia fue uno
de los sentimientos que más impregnó aquella suma de irresponsabilidades que
llevó el escenario político catalán y español al borde del colapso. La impaciencia
por intentar aprovechar lo que se identificaba como una ventana de oportunidad
única se sumó a la impaciencia por pasar página de un conflicto político de primer
orden, que desde el poder central se infravaloró en un primer momento y que más
tarde se quiso quitar de encima de mala manera, delegando buena parte de su
responsabilidad en el Poder Judicial, como si aquel foco de tensión le quemara en
las manos y quisiera pasar el bulto a otro.
La impaciencia cuajó entre un sector importante de la población y de la
opinión publicada. Hasta tal punto que la hipótesis de que el presidente de la
Generalitat pudiera incumplir la fecha del 1 de octubre de 2017 fijada para el
referéndum se leía en clave de traición. Carles Puigdemont, que había militado en
el independentismo mucho antes que su propio partido, desde muy joven, y que
no ofrecía el más mínimo género de duda en ese sentido ante la inmensa mayoría
de la ciudadanía y del arco parlamentario, escuchaba, sin embargo, acusaciones de
traición de otros dirigentes independentistas. El sentimiento de impaciencia entre
sectores clave y especialmente movilizados del independentismo era tal que la
sospecha se extendía al instante sobre cualquiera.
A finales de diciembre de 2016, y en el marco de una mesa de análisis
televisiva, me tocó comentar las declaraciones de la entonces presidenta de la
Diputación de Barcelona, la soberanista Mercè Conesa. El titular que había
generado polémica era el siguiente: «El referéndum quizás no se podrá hacer,
tenemos que ser realistas» (16/12/2016). En la entrevista que recogía dicha
afirmación, Conesa se resistía a admitir que quizá no se podría realizar la consulta,
pero ante las preguntas reiteradas del entrevistador, acababa señalando que debía
contemplarse la posibilidad de que el Estado impidiera el referéndum. Visto el
contexto, la afirmación parecía lógica, a la vez que poco sospechosa de que Conesa
no estuviera comprometida con la realización de la votación. Pero en la mesa de
comentaristas donde participé generó polémica. Incluso se llegó a decir que, en el
contexto en el que nos encontrábamos, «dudar» era »sinónimo de debilidad ante el
adversario», o sea el Estado español, porque el independentismo no se podía