I

HISTORIA DE LA
1900 – 1950 ARQUEOLOGIA
TERAPIA FAMILIAR
Los personajes y las ideas Poco después de 1950 nace la terapia familiar: es indudable para todos que
se trata de una disciplina nueva. Sus precursores no dejan de subrayar la
novedad y la diferencia respecto a cada una de las prácticas terapéuticas ya
existentes.
La terapia familiar no nace de la nada. Asistencia matrimonial, terapia
Paolo Bertrando, Dario Toffanetti sexual y asistencia social quizás no la anticipaban como sostienen
Broderick y Schrader (1991), pero seguramente contribuyen a hacer crecer
la idea que se puede intervenir sobre la familia y que puede valer la pena
hacerlo. En la continuidad, representada por la tradición de la consultoría y
asistencia social, se inserta una discontinuidad: hablar de sanar a la familia,
Traducción de Felipe Gálvez Sánchez en vez de aconsejar a la familia, marca un cambio de grande relevancia. La
(extracto historia CAP. I para Historia y Sistemas II 2010) terapia familiar, después de esto, nace en múltiples formas, con algunos
puntos en común y numerosas divergencias que por muchos motivos
anticipan su futura evolución. Comprender el nacimiento de la terapia
familiar, entonces, significa encontrar un nexo entre la continuidad en la
que se sitúa, la discontinuidad de la cual es portadora y las muchas, pero no
infinitas, formas que asume.
Para entender la continuidad, la discontinuidad y la forma, es necesario
dar una mirada a los tres ámbitos distintamente, pero conectados entre sí: la
cultura psicológica y psiquiátrica estadounidense en la primera mitad del
Novecientos; las viscisitudines del psicoanálisis en el periodo de la muerte
de Freud; el nacimiento y la evolución inicial de la teoría de los sistemas y
de la cibernética. Todo esto en el contexto de la agitada sociedad
estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial.

LA ESCENA ESTADOUNIDENSE:
PSICOLOGÍA , PSIQUIATRÍA, TERAPIA

Hacia las fines del Ochocientos, Estados Unidos es un país con veloces
mutaciones, cada vez más laico e industrial, quedan aún amplias áreas de
prevalencia religiosa y agrícola. La América de los pioneros se transforma
en la América del siglo veinte, rica, potente y dinámica. La revolución se
extiende al interior de cada americano: el modo de concebir al individuo
6 7
cambia radicalmente. Hasta ahora, en un país absorbido de ética protestante,
cada individuo había sido un ciudadano responsable, cargado de deberes y
derechos sobre los cuales hacia frente a la comunidad civil. Este mismo
individuo ahora se transforma sobre todo en un privado, cerrado en sí
mismo y en el propio particular, solo en frente a la sociedad más amplia.
Mientras el “privado” se transforma en el modo de ser de los Estados
Unidos, la familia es favorecida en todas sus formas. En la primera década
del siglo, por ejemplo, bajo el empuje de los reformadores progresistas, la
vieja política de enviar los niños provenientes de familias gravemente
desadaptadas y “disfuncionales” en institutos privados se invierte: el intento
ahora es de dejarlos con sus familias, con una pequeña ayuda del gobierno
como una forma de asistencia social (Katz, 1986). Sobresale en estos años
también la relevancia de la asistencia social americana, una de las primeras
corrientes de trabajo social y psicológico sobre la familia (Broderick,
Schrader, 1991).
Con este declive de la participación comunitaria, distintos críticos
(Rieff, 1966: Gushman, 1995) individúan una de las causas de la necesidad
de terapia. Surge la tendencia a ver los problemas de los individuos y de las
familias como problemas de higiene social, sujetos a una intervención de
tipo terapéutico o preventivo. Este énfasis sobre la prevención, desconocido
en Europa, se encuentra en las raíces de movimientos como aquellos por la
higiene1 mental social o por la salud mental matrimonial y de programas
sociales de grande fortuna como el “enriquecimiento matrimonial”. En este
terreno nacen otros antecedentes no terapéuticos de intervención familiar,
en particular la consultoría matrimonial.
Por otra parte: la sociedad se ha transformado en consumista y ahora
pide a sus habitantes sobre todo producir y comprar. También las
problemáticas existenciales podrán entrar en el circuito del comercio. Entre
los productos que cada estadounidense podrá consumir estarán también las
distintas terapias (Cushman, 1995): es el triunfo de lo terapéutico (Rieff,
1996). Lo terapéutico, naturalmente, está por triunfar también en Europa
(estamos en los años formativos de Freud). Sin embargo, es distinta la
cualidad de las teorías a caracterizar al americano ya desde hace tiempo.
Desde la primera mitad del Ochocientos, había tenido gran éxito en los
Estados Unidos las teorías del “magnetismo animal” de Franz Anton
1
Nota del Traductor (N. del T.): El concepto de higiene se usa en italiano para
referirse, en este caso, a la prevención. Además aquí incluye el doble sentido que
intentaban los estado unidenses al referirse al hecho de limpiar (higiene), liberarse
de los problemas mentales.
8 9
Mesmer, considerado el grande antecesor de la hipnosis del fin del
Setecientos. En el 1836 un discípulo de Mesmer, Charles Poyer, llega a los
Estados Unidos con el mesmerismo. En la versión americana, el llamado de
Mesmer a un magnetismo universal se transforma en el recurrir a las
“fuerzas internas” que pueden sanar las enfermedades.
He aquí el punto esencial de la Weltanschauung estadounidense sobre
la cual se prepara la idea terapéutica de los primeros años del siglo: cada
persona es buena en sí, llena de potencialidad que debe ser liberada, debe
ser liberada de sus riendas, de tal modo que se pueda entrar en relación con
la propia autenticidad, que no se identifica para nada con la apariencia
social. La terapia se identifica con una serie de técnicas y estrategias que
permiten que los recursos escondidos de las personas vuelvan a la luz2. El
optimismo y el pragmatismo de los seguidores de Mesmer se transfieren,
después de la mitad del siglo, a la Christian Science di Dorothea Dix que
conjuga el mesmerismo con la prédica carismática, la liberación psíquica
con la salvación de las almas, el optimismo terapéutico con el optimismo
protestante, la catarsis con el éxtasis místico. Terapia y religiosidad se
mezclan iluminando la positividad de los mesmeristas de una luz mesiánica:
es suficiente pensar positivo (¡piensa positivo!) y el mundo, terrenal y
ultraterrenal, está en la palma de la mano.
Las características que desde el mesmerismo pasan a la Christian
Science son, en síntesis: un optimismo global, que se exprime a través del
pensamiento positivo y la ideología de la liberación; la completa
apoliticidad; una visión del Sí mismo como distinguible en un “Sí mismo
falso” público y un “Sí mismo verdadero” privado, que debe ser “liberado”
para obtener la felicidad y la plena realización; la idea que la abundancia y
prosperidad, en el sentido más material, se siguen necesariamente como
resultado del “sanar”; un cognitivismo a la base, según el cual las ideas
equivocadas son las que generan las enfermedades y es suficiente corregir
estas ideas para que las enfermedades se atenúen y eventualmente
desaparezcan.
Así, los años del triunfo terapéutico encuentran una América pronta a
recoger nuevos estímulos, un país que ya tiene una peculiar visión de que
cosa debería ser la terapia. Para usar las categorías de Cushman (1995): si
Europa geográficamente limitada, sobrepoblada y con un precario equilibrio
2
Esto podría explicar en parte cómo y por qué los terapeutas ligados a la hipnosis
(por ejemplo Milton Erickson y sus discípulos) adquieren un notorio realce en la
terapia estadounidense, especialmente las familiares (ver cap. II e cap. V).
demográfico, genera una terapia de control y Freud es el máximo ejemplo
de ello; los Estados Unidos, inmenso, geográficamente subpoblado,
conciben la terapia sobre todo como liberación de las ilimitadas reservas de
energía, bondad, autenticidad, escondidas bajo la superficie. No existe un
“mal” psicológico en sí, en contraposición a la idea Freudiana que los
instintos deben ser en cierto modo gobernados, pena de extinción de la
especie humana.
Obviamente, de todo este movimiento en la psicología y en la
psiquiatría no existe huella oficialmente, que siga el acostumbrado ideal de
rigor científico. Sin embargo, lo Zeitgeist tiene una manera sutil de penetrar
las disciplinas, como bien sabía Foucault (1966). El punto interesante aquí,
es que los Estados Unidos del inicio del Novecientos tiene un gran deseo,
un hambre de lo “terapéutico”. Y, más aún, de un particular género de
terapia, abierta, optimista, liberatoria. Con el pasar del tiempo la psiquiatría
podrá quedar incólume.
Desde el inicio del siglo hasta la Segunda Guerra Mundial
La historia de la psiquiatría y psicología (estadounidense y no
estadounidense) muestra un movimiento cíclico, en los cuales se alternan
concepciones opuestas porque los presupuestos de base son indecidibles. El
periodo oscila entre la biología y el ambiente, entre la naturaleza y la
cultura. Jeffrey Coller (1994) ha analizado todos los discursos de los
presidentes de la Asociación Americana de Psicología en sus primeros 150
años. El camino cíclico aparece muy evidente: cada vez, los psiquiatras se
acercan más a la biología y a la ergoterapia, al psicoanálisis o la genética, y
siempre con increíble entusiasmo. Como si las “nuevas” concepciones
fueran siempre descubrimientos inauditos y no regreso a concepciones
viejas de hace 20 o 30 años atrás.
La psicología también vive oscilaciones similares, cada nueva
generación da por consabido que para la época precedente esto ha sido una
dura adquisición. En el 1910 por ejemplo, se asume que el ser humano es
único y bien distinto del resto del mundo animal, y es una conquista ver su
continuidad con los otros animales: sin embargo, en el 1940, los psicólogos
asumen considerar al hombre como animal y es un descubrimiento el
considerarlo único e irrepetible.
Entre sus oscilaciones, la psicología estadounidense mantiene inalterada
su identidad: desde el inicio, podríamos decir desde fines del Ochocientos,
es una psicología eminentemente práctica y aplicada, a diferencia de
10
aquella académica y experimental encarnada por la escuela alemana de
Wundt. Los principios de psicología (1980) de Wialliam James (que en
seguida pasará a la filosofía, fundando el Pragmatismo), son un importante
ejemplo de esto, ricos de sugerencias para cambiar la vida, constituyendo
un verdadero método pedagógico. A su vez Lightne Witmer, el fundador de
la psicología clínica, ve su trabajo de lo psicológico esencialmente como
una forma de pedagogía. Para ambos, se trataba de “enseñar” un modo
“correcto” de enfrentar las tareas prácticas de todos los días (Reisman,
1991).
Desde 1913 la psicología académica estadounidense inicia a
identificarse con el comportamentismo. En ese año Jhon Watson publica su
artículo fundamental Psychology as a Behaviorist It (“la psicología vista
por un comportamental”, Watson, 1913). La renuncia al mentalismo, la idea
de limitar el campo de estudio a los comportamientos visibles, el uso de
experimentos de laboratorio y de un método extraído de las ciencias
exactas, el acento puesto en el aprendizaje, marcan profundamente la forma
de enseñar y practicar la psicología, primero en Estados Unidos, después en
el mundo entero. El comportamentalismo se califica rápidamente como el
más pragmático entre las orientaciones psicológicas.
El carácter fuerte de la ideología estadounidense dirige y orienta
también la actividad clínica y, específicamente, psiquiátrica. Como en gran
parte del mundo occidental, también en los Estados Unidos la psiquiatría
del fin del Ochocientos se encuentra casi toda contenida en el hospital
psiquiátrico, considerada la mejor respuesta a todos los problemas
psiquiátricos (Thompson, 1884; Zilboorg, 1941). A inicios del 1900, las
cosas empiezan a cambiar. Nacen los primeros repartos psiquiátricos en los
hospitales generales bajo el estímulo de los iluminados psiquiatras como
Adolf Meyer, director de la Henry Phipps Psychiatric Clinic al estilo Juhns
Hopkins Scholl of Medicine.
Paso a paso, en el periodo que va desde el inicio del siglo a la Segunda
Guerra Mundial, a la firme creencia en las causas orgánicas y hereditarias
en los problemas mentales, desde la psicosis a los retardos de la
inteligencia, se sustituye una análoga fe en las causas ambientales. Se hacen
cada vez más numerosos los antropólogos culturales que se ocupan de
psicología cuestionando los fundamentos biológicos e instintivos que todos
los autores de origen médica y psicológica, desde Freud a Watson, postulan
como raíces del comportamiento humano. Edward Sapir e George Herbert
Mead en Chicago, Ruth Benedict, Margaret Mead y el inmigrado inglés
Gregory Bateson en Nueva York, mostraban cómo muchos
11
comportamientos “innatos” (por ejemplo, la diferencia entre “masculino” y
“femenino” de Mead, 1934) cambian al cambiar las culturas. A esta
evolución no es lógicamente extraña el proprio comportamentismo, con su
énfasis sobre el aprendizaje.
Debe subrayarse que estos amplios cambios de acento fueron provocados por
investigaciones o por resultados experimentales positivos que los justifican. En
otras palabras, no había un cuerpo sustancial de pruebas que demostrase que el
ambiente fuera más significativo que la herencia para la inteligencia o la
psicopatología. Se trataba de un cambio básico en la interpretación de los
resultados y de las observaciones [...] Focalizarse sobre explicaciones adquiridas o
ambientales tiene el efecto de difundir el optimismo en el campo, desde el
momento en que los factores generales se consideraban virtualmente inmutables
(Reisman, 1991, pág.149)
La asimilación de psicología y psicoterapia con la medicina hace surgir
una idea tecnológica de la psicoterapia, ciertamente lejana a las complejas
teorías freudianas. La terapia es vista como un conjunto de procedimientos
técnicos dirigidos hacia una finalidad. Al mismo tiempo, la objetivación de
la mente (concebida como un órgano) y de sus problemas, se asocia a la
visión tecnológica en el dar un valor a la práctica terapéutica. La terapia se
vuelve definitivamente una mercadería y entra en el gran circuito comercial
de los Estados Unidos del 1900.
En el 1908, aparece un libro que será muy importante para la revisión
ideológica psiquiátrica estadounidense: Una mente que se reencuentra a sí
misma, la autobiografía de Clifford Beers (1907), libro de amplio éxito y
que aún es editado. Beers es un ex paciente psiquiátrico (según las
clasificaciones ordinarias, sería presumiblemente etiquetado como bipolar)
que, después de una serie de hospitalizaciones seguidas, con las cuales
eliminó totalmente su sintomatología, elige dedicar su vida a la misión de
cambiar las condiciones de los enfermos mentales y de los hospitalizados en
repartos psiquiátricos.
El libro, demuestra que un paciente puede alcanzar capacidades sociales
adecuadas y denuncia las condiciones en los grandes hospitales
psiquiátricos de la época, tiene un gran impacto sobre la opinión pública,
suficiente como para incentivar a los nacientes movimientos de asistencia
en la comunidad. El primero y más importante entre éstos, con una filiación
directa con la vida y obra de Beers, es justamente el Movimiento por la
higiene mental (Mental Hygiene Movement). Interesado desde siempre al
mejoramiento en los hospitales psiquiátricos, inmediatamente amplía los
12
objetivos originales, pasando a ocuparse de la prevención de todos los
problemas psíquicos.
Sus sostenedores afirman que es esencial un trabajo preventivo en las
escuelas, convencidos de que esta forma de proceder tiene la posibilidad de
incidir sobre los problemas psiquiátricos.3 Los especialistas y el público
tienden a considerar muchas operaciones “terapéuticas” como casos de
educación particular y a concebir las campañas de educación de masas
como formas de prevención de los problemas psíquicos.
El movimiento daba máxima importancia a las prácticas preventivas de la higiene
mental, asimilando la mente a otros órganos del cuerpo y la psicoterapia a las
prácticas higiénicas cotidianas. (...) Es suficiente decir que el siglo veinte iniciaba a
ubicar los problemas psicológicos al interno del individuo, a considerarlos de
naturaleza médica y susceptibles de prevención a través de una práctica higiénica
que conduciría necesariamente a la salud y a la felicidad (Cushman, 1995, pág.71).
Después de la Primera Guerra Mundial, el National Committe on Mental
Hygiene favorece la fundación de las Child Guidance Clinic (Clínica de
Seguimiento Infantil), cuyo objetivo es sustancialmente la “prevención
secundaria” de enfermedades y problemas mentales: identificar los niños en
riesgo e intervenir con el intento de reducir los índices de patología en la
edad adulta. La primera Child Guidance Clinic integrada con el sistema
judicial es el Juvenil Psychopathic Institute, fundado en el 1909 por la
asistente social Julia Larthrop y dirigida por el Psiquiatra William Healy y la
Psicóloga Augusta Bronner (Vanderboos et al., 1992).
Las Child Guidance Clinic se transforman en los lugares en los cuales
los asistentes sociales operan directamente sobre las cuestiones terapéuticas
y tienen un modo de integrar la propia tarea con la de psiquiatras y
psicólogos. La asistencia social, muy activa en los Estados Unidos desde el
fin del Ochocientos, tiene ya desde hace tiempo, focalizado el punto de
atención, de hecho, en la familia más que el individuo. Pero para influir
sobre la clínica familiar, los asistentes sociales deben por necesidad en este
3
Lamentablemente, la idea que los factores hereditarios (por lo tanto, por
definición, inmodificables) son responsables de problemas cuya insuficiencia
mental o enfermedad psiquiátrica llevará también a la esterilización forzada de un
gran número de personas consideradas enfermas de mente o quizás de inteligencia
insuficiente, en el intento de aislar definitivamente los problemas psíquicos (véase,
para un mayor detalle, Gould, 1981).
13
periodo asociarse a médicos y psicólogos, es decir, a profesionales que se
consideran (o son considerados) de un nivel superior a ellos.
Las Child Guidance Clinic se transforman en instituciones mixtas, entre
la pedagogía y la terapia. Los métodos anamnésicos son análogos a aquellos
psiquiátricos, incrementados por una cuidadosa investigación centrada
sobre la familia y el ambiente escolar, mientras que las intervenciones son
sobre todo pedagógicas. Si de un psiquiatra se espera la total
responsabilidad del verdadero tratamiento, del psicólogo se espera que
trabaje sobre el aspecto de los test y del asistente social de que se ocupe de
la entrevista inicial, la anamnesis y por consecuencia del trabajo con los
padres. Este interés por el ambiente pesa mucho sobre las orientaciones de
Lightner Witmer (Reisman, 1991).
Los problemas de la infancia inician a ser vistos en su contexto,
psiquiatras y psicoanalistas por primera vez se arriesgan a seguir madre e
hijo paralelamente, pero aún separadamente (del padre no se habla casi
nunca, lo que dice mucho de la cultura de este periodo). Las primeras
terapias de la familia y sobre todo la opinión pública, heredan de estos
movimientos la idea que la madre sea responsable de la salud mental del
hijo4.
La diferencia respecto a la prevención primaria en las escuelas es
evidente: en el caso de las Child Guidance Clinic, se trata de operar no en la
escuela o en la familia en general con métodos pedagógicos, sino sobre una
familia, en la cual se presenta el problema, pero con métodos terapéuticos.
Es en este sentido que la Child Guidance Clinic, incluso promoviendo
sustancialmente una técnica de tratamiento individual, abre el camino a la
terapia familiar. Por muchos motivos el optimismo preventivo de la Child
Guidance no será confirmado por los estudios experimentales: esto llevará a
redimensionar el movimiento y su influencia sobre la psiquiatría en general.
Pero las Child Guidance Clinic permanecerán activas y formarán algunos
de los primeros terapeutas familiares importantes, entre los cuales
Ackerman, Whitaker y Minuchin.
Casi contemporáneamente sucede el renacimiento de otro movimiento,
de educación a la vida matrimonial, promovido sobre todo por Ernest
4
Los conceptos psicoanalíticos de “sobreprotección materna” (Levy, 1943) y de
“madre esquizofrenógena” (Fromm – Reichmann, 1948), posteriormente,
encuentran su ubicación justamente al interno de este clima cultural (véase Elkaim,
1995).
14
Groves. Se trata fundamentalmente de cursos universitarios con la función
de promover entre los estudiantes una correcta vida matrimonial y una justa
“higiene” sexual. El interés por la formación matrimonial y familiar lleva
en poco tiempo a la constitución de una asociación profesional (el National
Council of Family Relations, fundado en el 1938), que constituye otro
antecedente de la profesión de terapeuta familiar.
En el mismo periodo el psicoanálisis inicia a difundirse en la psiquiatría
americana. Desde siempre su influencia sobre los pacientes hospitalizados
en repartos psiquiátricos ha sido mínima: el psicoanálisis se transforma en
la teoría de referencia para la mayoría de los psiquiatras; y las técnicas
psicoanalíticas son ampliamente utilizadas en la formación de los staff
enfermerísticos (Psiquiatric Services, 1994). Las cosas cambian con la
fundación de las clínicas psicoanalíticas. Se trata, en realidad, de la
modificación de clínicas ya existentes, en particular la Chestnut Lodge y la
Menninger Clinic, que utilizan primeramente técnicas análogas a aquellas
de los “tratamientos morales” de la locura, en uso al inicios del
Ochocientos: ambientes dignos, personal amistoso y preparado, programas
religiosos, recreativos y de trabajo (Vanderboos et al., 1992).
Al rededor de los años 1940, ambas clínicas cambian, recibiendo
numerosos psicoanalistas, algunos recientemente emigrados desde Europa.
Frieda Fromm – Reichman e Harry Sullivan son los personajes de relieve a
Chestnut Lodge, mientras por la Menninger Clinic, bajo la guía de los
hermanos Karl y William Menninger, se crean nuevas baterías de test
gracias a la obra del analista húngaro David Rapaport. Esta y otras clínicas
del ramo ponen las bases para un tratamiento psicoterapéutico que se
pretende “resolutivo” también para la psicosis, como será justamente la
primera terapia familiar.
En esta proliferación de lo “terapéutico”, los psicólogos mantienen un
rol bastante marginal. El hecho es que, hasta la Segunda Guerra Mundial,
los psicólogos (cuando no se limitan o están limitados sólo a la
administración de los test) continúan a considerarse educadores que aplican
a los propios pacientes distintos métodos de condicionamiento y
aprendizaje. Existe, naturalmente, una razón profesional por la cual los
psicólogos que trabajan en ambientes más o menos clínicos se conciben
como educadores: la terapia está de hecho reservada a los médicos, no
obstante el mismo Freud (1926) exprime un parecer contrario a esta
15
limitación.5 El campo de la Educación, en sus varias formas, permite así a
otros profesionales (psicólogos clínicos, pero también asistentes sociales,
médicos de vario tipo, sacerdotes, hombres de leyes) operar sólo en los
límites de la terapia, sin desafiar abiertamente la potente corporación
médica.
En 1924, seguido a los esfuerzos organizadores de Karl Menninger,
nace la American Ortopsychiatric Association. Basándose, como muchas
iniciativas del periodo, sobre la idea de una “corrección” didáctica de los
problemas psíquicos, la asociación es la primera en abrirse a todos las
profesiones de ayuda: desde 1926 acepta como miembros titulares, no sólo
a psiquiatras, sino también a psicólogos y asistentes sociales. Disciplina
estadounidense en cuanto a la higiene mental y familiar, de las cuales
comparte más de un supuesto, la ortopsiquiatría se demostrará como un
terreno fértil para las ideas de los terapeutas familiares que presentan
muchos trabajos importantes en los congresos de la asociación.
Un momento importante de la evolución de la psicología clínica
estadounidense es la fundación de los centros universitarios de consultoría
destinada a los estudiantes. No son sólo las primeras sedes en las cuales los
psicólogos clínicos se dedican a distintas tareas de evaluación y test, sino
que también son aquellas sedes en las cuales comienzan a prosperar los
modelos terapéuticos distintos al psicoanálisis. Se trata de las primeras
terapias comportamentales, y la terapia “centrada en el cliente” de Carl
Rogers, que da una gran importancia a los recursos y al crecimiento del
individuo, es además compatible con modelos comportamentales que
continúan a dominar en la psicología universitaria y considera su misión
sobre todo en el remover los obstáculos al crecimiento de los individuos
vistos fundamentalmente como “sanos” en sí, según el aceptado prejuicio
estadounidense (Vanderboos et al., 1992).
El último antecedente de importancia de las terapias familiares es la
consultoría matrimonial, especialidad creada poco después del 1930 por
Paul Popenoe, Emily Mudd y la pareja Stone. En el 1942 nace la American
Association of Marriage Counselors (AAMC), después refundada en el
1945 con Ernest Groves como primer presidente (Nichols, 1992). En los
años sucesivos, la AMMC será importante para el movimiento de terapia
familiar. Por el momento, no obstante, ni la organización, ni la profesión
misma de consultoría matrimonial tendrán directamente mucho que ver con
5
Para una exhaustiva atención al derecho de los no médicos a practicar el análisis y
su fundamento histórico, véase Jones (1953).
16
la terapia familiar propiamente tal. Los pioneros de la terapia familiar no
extraerán algún concepto ni alguna experiencia de los pioneros de la
consultoría matrimonial y prematrimonial: sus bases son completamente
distintas.
Arriesgándose a una síntesis, al momento del inicio de la Segunda
Guerra Mundial, la psiquiatría y psicología clínica estadounidense han ya
desarrollado una orientación peculiar. Primero que nada podían ser
definidas ciencias pragmáticas, con finalidades prácticas más que
académicas: su finalidad es encontrar solución operativa para resolver los
problemas de la existencia (del problema a la patología) en una manera
socialmente deseable. No existen prejuicios de cualidad acerca la cuestión
normalidad/patología: es sólo un problema de cantidad. Todas las personas,
también aquellas que requieren una psicoterapia, son consideradas como
fundamentalmente sanas o al menos “sanables”. No llevan en sí una
estructura inconsciente inmodificable, pero contienen los gérmenes de la
propia realización. Es una idea profundamente “americana”, por su tesis
liberalista, que aparece también en el psicoanálisis europeo, con la
psicología “religiosa” de Jung y aquella “política” de Reich (véase Rieff,
1966).6
Es por esto que la terapia tiene aspectos fuertemente pedagógicos: si las
personas están sanas, las dificultades nacen cuando deben enfrentar
problemas externos a ellos; si pudieran contar con una formación adecuada,
enfrentarían mejor las dificultades y se dedicarían a actividades mejores
para sí mismos y para la sociedad. La prevención es una consecuencia de la
actitud expuesta anteriormente: es considerada como importante y eficaz,
ya sea en el campo social, familiar, y psiquiátrico.
Numerosos autores (Cushman, 1995) ven en estas orientaciones la
dificultad (o incapacidad) estadounidense de interpretar los problemas
sociales en clave política. higiene mental e higiene mental familiar , o más
en general, el “amor de los americanos por lo terapéutico”, serían entonces
factores equivalentes a los movimientos socialistas y comunistas
contemporáneos en la Europa de la época. A partir de estos mismos
problemas, se prospectan soluciones opuestas: para los movimientos
políticos la finalidad es la renovación de la sociedad (reformas o
revoluciones) y las medidas preventivas consisten en amortiguadores
6
Estas dos escuelas nacen en Europa, pero es necesario recordar que Reich
emigrará en los Estados Unidos y el mismo Jung encontrará gran éxito en la
“América alternativa”, sobre todo a partir de los años sesenta del siglo.
17
sociales (como los derechos sindicales), mientras que para los movimientos
terapéuticos la finalidad es una renovación de los individuos o de las
familias (la terapia), así como la prevención consiste en amortiguadores
individuales o microsociales (justamente la salud mental y la salud mental
familiar). Se trata naturalmente de una lectura histórica general, con las
posibles y consecuentes limitaciones del caso. De todas formas, recoge un
aspecto importante del cómo el mundo estadounidense enfrenta los
problemas sociales, que se transmitirá directamente a la terapia familiar.
El periodo después de la Segunda Guerra
La Segunda Guerra Mundial representa un momento crucial para la
psiquiatría y la psicología clínica. Se presentan distintas emergencias
concatenadas: médicos y psiquiatras son insuficientes ya sea por las
necesidades de los hospitales que quedaron en su propio país, asi como para
curar el enorme número de problemáticas post traumaticas que se
presentaban. Se hace por lo tanto necesario renovar todo el corpus de los
tratamientos psiquiátricos de tal manera de poder adaptarlos a otros
contextos, mientras a los psicólogos y asistentes sociales finalmente se les
asigna roles de verdadera responsabilidad.
Otra influencia más sutil de la Guerra sobre el pensamiento
psiquiátrico, especialmente en los Estados Unidos, está en el poner en
discusión las convicciones prevalecientes sobre la fuerza del individuo y
sus resoluciones (Bloch, Rambo, 1995). Las ineludibles destrucciones
bélicas muestra de una vez por todas que la autodeterminación, en ciertos
casos, significa poco y que el individuo es, al menos en parte, determinado
por el contexto.
Al regreso de la Guerra, se descubre que un enorme número de
veteranos tiene problemas psicológicos o psiquiátricos. La entidad dispuesta
a hacerse cargo, La Veteran Administration, sigue en los mismos hospitales
44.000 “pacientes neuropsiquiátricos”. Por consecuencia, los hospitales de
la VA se transforman en las máximas fuentes de trabajo para psicólogos y
psiquiatras; en algunos casos, trabajarán algunos de los primeros terapeutas
de la familia (Miller, 1946).
Ya en el 1939, los adherentes a la American Psychological Association
eran cerca de 2200, casi todos considerados, para su descontento,
aplicadores de test. Después de la Guerra no sólo éstos crecen en número,
sino que además los psicólogos ven finalmente el reconocimiento de la
esperada dignidad de terapeutas, produciendo así un gran aumento del
18
número de profesionales de ésta área. Surgen distintos nuevos métodos de
tratamiento: por un lado prosperan las terapias de grupo, también gracias a
la actividad incansable de Jacob Moreno; por otra parte, diversos
psicoanalistas inician a ponerse el problema de la creciente duración del
psicoanálisis. Nacen así las primeras terapias breves psicoanalíticas, que se
concentran más sobre la realidad de la vida cotidiana que sobre el
inconsciente y establecen claros y limitados objetivos a alcanzar
(Alexander, French, 1946). Mientras tanto, gana popularidad la terapia no
directiva de Rogers (1951) que, como las terapias analíticas breves, se
centra sobre la relación terapéutica más que sobre las interpretaciones, y
sobre el presente más que sobre el pasado, dando confianza al cliente sobre
sus capacidades de mejorar por sí mismo.
Quizás el signo fundamental de cómo cambia el modo de entender la
psiquiatría en este periodo después de la segunda Guerra Mundial, es el
movimiento de desinstitucionalización, que rápidamente conduce a un
desmantelamiento del viejo hospital psiquiátrico en todo el occidente. Las
investigaciones más atingentes (véase Wing, 1978; Warner, 1986) muestran
que un cambio sustancial en las orientaciones de la psiquiatría había
iniciado inmediatamente después de la Segunda Guerra, precediendo
entonces por 10 años la adopción de fármacos antipsicóticos.
Entre los motivos de esta precoz desinstitucionalización es un motivo
estrechamente económico: los pacientes que sufren de problemas
psiquiátricos graves (“los enfermos mentales”, de hecho) son considerados
más inservibles en la sociedad, tanto es así que el mercado del trabajo
requerirá una mano de obra a un bajo precio (Warner, 1986). En el segundo
período después de la Segunda Guerra el hambre de mano de obra es
enorme en todo el mundo, lo que hace económicamente rentable ocupar a
personas de mínima eficiencia, justamente los pacientes psiquiátricos, en
vez que mantenerlos en las instituciones haciendo gastar al Estado. A su
vez, esta orientación facilita el uso de técnicas de rehabilitación en la
comunidad. El fenómeno conduce a favorecer todas las teorías que colocan
al individuo en su contexto.
En los Estados Unidos, el National Mental health Act del 1946, que
renueva la disciplina psiquiátrica, lleva en 1949 a la fundación del National
Institute Of Mental Health (NIMH) de Washington, que contribuye, ya sea
a la creación de los estándares para las profesiones psicológicas y
psiquiátricas, como al financiamiento de los programas sobre la naturaleza
de los problemas mentales y sus tratamientos, en particular de las
psicoterapias. En el NIMH de Washington hay una grande apertura hacia
19
nuevos métodos complementarios de investigación y terapia. Entre ellos
trabajarán los jóvenes Lyman Wynne y Murray Bowen.
Al rededor del 1950, la situación de la psiquiatría estadounidense
podría ser sintetizada de esta manera. De la etiología de los problemas
psiquiátricos se sabe, después de todo, bastante poco, pero circulan muchas
ideas sobre la posibilidad de una génesis ambiental, una perspectiva
fomentada en toda la primera mitad del siglo. Crece por lo tanto el
optimismo sobre la posibilidad de curar en modo eficaz los problemas
mentales, incluyendo aquellos más graves, junto a la tendencia a la
desinstitucionalización Los movimientos de Child Guidance, higiene
mental e higiene mental familiar son aún actividades que ejercen una fuerte
influencia sobre la sociedad y sobre la psiquiatría en particular, mientras
que la intervención sobre la familia está ya, de cierta manera, legitimada,
aunque marginalmente, por la presencia de la asistencia social y la
consultoría familiar.
Es en este escenario en el que se mezclan las dos fuentes principales
que darán forma a la futura terapia familiar: el psicoanálisis
(específicamente algunas escuelas psicoanalíticas) y la cibernética. Ambas
serán determinantes; la cibernética de manera evidente, incluso ruidosa, el
psicoanálisis de manera más escondida, a veces aparentemente en
contraposición.
PSICOANÁLISIS: LO DICHO Y LO NO DICHO
Las relaciones entre psicoanálisis y terapia familiar son, desde el inicio,
complicados y controvertidos. Junto a los terapeutas familiares que no
acostumbran a denominarse, con orgullo, psicoanalistas, se encuentra una
mayoría de terapeutas que proclama su propia dualidad. De todas formas, el
psicoanálisis es para la terapia familiar, el terreno de cultivo, la condición
necesaria de su existencia. El movimiento psicoanalítico, en el transcurso de
su historia, ha producido más ideas que praxis de trabajo, que se acercan a lo
que actualmente entendemos cuando hablamos de terapia familiar. Los casos
más significativos en este sentido son los representantes de las relaciones
objetales, desde la teoría del Apego de Jhon Bolby a la psiquiatría
interpersonal de Harry Stack Sullivan. En todos estos casos aparece, al
centro o al borde de la ortodoxa psicoanalítica, la convicción de que el
aspecto instintivo postulado por Freud no es prioritario y que se puede
redefinir la teoría psicoanalítica en base a criterios de orden relacional.
20
Los Maestros
Que en el psicoanálisis exista un núcleo relacional, e incluso familiar, está
claro desde el momento en que Sigmund Freud formula su idea del
Complejo de Edipo, prototipo de todo triángulo familiar:
Según mis tantas experiencias, los padres tienen la parte principal en la vida
psíquica infantil de todos los futuros psiconeuróticos: amor por uno de los padres,
odio por el otro, forman parte de aquella reserva inalienable de impulsos psíquicos
que se forma en este periodo. (...) El Rey Edipo, que ha matado a su padre Laio,
que se ha casado con su madre Giocasta, es solamente una forma de apagar un
deseo de nuestra infancia (Freud, 1899, pág. 242 – 244).
El hecho es que, desde el inicio, el interés de Freud está concentrado no
sobre el triángulo en sí, sino sobre las consecuencias en la psiquis del
individuo. La teoría freudiana tiene una base interpersonal e interaccionista,
pero a las cuales rápidamente renuncia. El Edipo y la interiorización de una
relación come ha sido percibida en el pasado; el triángulo perverso de Haley
(1959) es una modalidad relacional visible y describible a partir de un
observador externo, en el momento en que sucede.
También las reglas técnicas resienten las consecuencias de la elección
individualista. Confiando exclusivamente en la relación dual entre analista
y analizado, Freud, desliga toda forma de análisis simultáneo7 de parientes
o esposos del analizado, considerándola inútil (Freud, 1912), o bien incluso
una fuente de resistencias (Freud, 1915 – 1917). Aún así, el mismo Freud
no es –como frecuentemente le sucede- inmune a las contradicciones. Al
menos en una ocasión, históricamente documentada, analiza
simultáneamente dos esposos, James y Alix Strachey, quienes después
fueron sus traductores ingleses y responsables de la Edición Standard de sus
Obras. Algunos consideran el caso clínico del pequeño Hans (Freud, 1908)
una terapia familiar ante litteram8. Pero Freud habría considerado
incorrecta una interpretación así y una pura casualidad el trabajo con la
pareja Strachey: En sus ideas y en su praxis psicoanalítica, nada anticipa
directamente a la terapia familiar. Para encontrar un pensamiento que en
7
En este caso, por “simultánea” se entiende conducir en el mismo periodo dos
análisis separados de miembros de la misma familia. Freud no toma siquiera en
consideración la posibilidad de tener en la misma sala más de un paciente.
8
N. del T.: Del latino, “algo hecho prima de que haya sido escrito”
21
cierto modo se le acerca, es necesario interpelar otros clínicos, en aquellos
años más o menos cercanos al grupo freudiano.
En este sentido la figura más interesante, entre los psicoanalistas de la
época de oro, es sin dudas, Alfred Adler, el portavoz más significativo de la
tensión política y social que se situaba en la ciudad de Viena de fin de siglo.
Adler, proveniente de una familia burgués al igual que la familia de Freud,
se dedica inmediatamente a un trabajo por las clases sociales
desaventajadas, en la praxis y realidad de la psicoterapia, en vez de que de
los símbolos y la lectura intrapsíquica. Aún compartiendo la misma
proveniencia social, para Freud la escalada social es un imperativo
absoluto, para Adler quedar ligado al proprio grupo es un valor importante
del cual no desea liberarse: vive en una casa pequeña y modesta, sin
sirvientes particulares, sin cargos universitarios, pero es muy cordial y
abierto a la difusión de las ideas, suyas y de otros.
Su premisa de fondo es que la vida trae consigo inevitables definiciones
de poder y que es profundamente mistificatorio fingir que no existen. Adler
se concentra en el sistema de axiomas que fundan su Psicología Individual.
La palabra clave para comprenderla es Menschenkenntnis, es decir,
“comprensión practica e instintiva del hombre”. Los axiomas a los cuales
hace referencia es la unidad del ser humano, su ser interno y no dividido en
partes como la psicología freudiana parece sostener, la unidad de la persona
con una armonía cósmica universal, la interacción de la persona con su
ambiente.
La teoría adleriana es optimista en sentido social, compartiendo y
participando activamente con la comunidad; la persona es un todo unitario y
no dividido en su interior, la teoría evolutiva considera que el niño se
perciba a sí mismo como un ser inferior cuando se compara con los adultos.
La psicología individual es mucho menos individual de lo que se piensa.
Para Adler la persona se realiza en la relación con el otro, no en sí y por sí
mismo.
En particular, el ambiente familiar surge como verdadero y propio lugar
de desarrollo (factor de riesgo, se diría en el lenguaje de años más tarde) de
la neurosis. Para el niño, desarrollar síntomas es un modo de responder a los
estímulos de padres frustrantes o hiperprotectivos, y, conjuntamente, un
modo de pedirles ayuda (Adler, 1928 – 1929). En el 1922, Adler inicia a
realizar seminarios en los cuales entrevista a niños problemáticos junto a
sus padres, de frente a un público de profesores. Una consecuencia
totalmente inesperada de este trabajo, que debería ser sólo demostrativo, fue
el efecto terapéutico de las entrevistas. Según el mismo Adler, aquello se
22
debía justamente a la forma en la cual se desarrollaba el seminario: los
niños, entrevistados en público junto a sus familias, comprenden que los
miembros de la comunidad son quienes se harán cargo de sus problemas
(Reisman, 1991). No sorprende que los primeros psicoanalistas que buscan
de integrar los elementos de terapia familiar en la propia práctica son
adlerianos.
En el mismo periodo surge una nueva práctica psicoterapéutica, la
psicoterapia de grupo, sobre todo en la obra de Jacob Levy Moreno (1966),
un psiquiatra de origen rumano, emigrado a Viena, que experimenta
distintas técnicas hasta conquistar la fama con el psicodrama. Moreno usa el
psicodrama también para trabajar con parejas y con varios miembros de una
misma familia (Moreno, 1934). El Stegreiftheater, fundado por Moreno en
1921, asume como base programática, la representación de las situaciones
de vida cotidiana de los protagonistas. El principio terapéutico fundamental
se identifica con la idea que poner en escena de frente a un público, la
propia existencia problemática, las ansiedades y los conflictos más o menos
conscientes, lleva a una liberación (catarsis) de las pasiones que involucran,
tanto a los protagonistas de la representación, como a los espectadores.
Junto a tantos colegas de origen Judía, Moreno emigra a Nueva York al
rededor del 1930 conquistándose un buena posición. También el
estadounidense Slavson y el alemán Paul Schilder contribuyen a la difusión
de los métodos de trabajo con grupos, que dan un contrapeso a la relación
diádica íntima favorecida previamente por el psicoanálisis ortodoxo
(Reisman, 1991).
Tres versiones del psicoanálisis
Aparte de las contribuciones de los verdaderos maestros, se encuentra
también quien más se empeñaba en trasplantar los métodos psicoanalíticos
en el inédito seting de la terapia familiar o de pareja, pero aquellos que
surgen antes de la Guerra, complesivamente, son sólo pequeñas huellas,
señales débiles. En el 1921, Flugel publica The psychoanalytic Study of the
Family, che discute acerca del análisis individual de varios miembros de
algunas familias. La primera relación sobre el psicoanálisis de pareja de
cónyuges fue presentada por Clarence Oberndorf, una analista de Nueva
York, en un congreso del American Psyquiatric Association en 1931. El
artículo extraído de esta comunicación describe el análisis secuencial (por
lo tanto no en conjunto) de cinco parejas (Oberndorf, 1938). Pertenecen a la
misma época también el primer artículo teórico importante de Nathan
23
Ackerman, The Unity of the Family (1938), y el libro de Richardson (1945)
Patients Have Families. En 1948, Bela Mittlemann, del Instituto
psicoanalítico de Nueva York, publica los primeros relatos de terapias
“conyugales conjuntas” en Estados Unidos.
Broderick y Schrader (1991) recuerdan que el IX congreso
internacional de psicoanálisis, realizados en Nyon en Suiza en 1936, tenían
como tema “La Neurosis familiar y familias neuróticas”. Fueron
presentados algunas exposiciones de exitosos intentos de terapia
psicoanalítica de familia o de pareja, pero que no conquistaron otros
seguidores.
En definitiva, el cuadro que surge (visto a posteriori evidentemente)
pareciera indicar que las potencialidades para el desarrollo de una terapia
familiar desde el tronco común del psicoanálisis, existen ya de antes de la
Guerra, sobre todo en el acogedor ámbito estadounidense. Las razones de la
falta de éste desarrollo son probablemente aún más profundas del mandato
freudiano y de sus vínculos con la profesión. Es probable que simplemente
antes de la Guerra, la cultura y la sociedad no estaban preparadas para
recibir el desarrollo de una terapia familiar. Volveremos a este tema más
adelante.
Antes de 1940, la floreciente comunidad psicoanalítica austríaca,
alemana y de Hungría, que había producido hasta aquel entonces los líderes
más importantes del movimiento, había sido destruida por el nazismo.
Como tantos otro intelectuales hebreos, los psicoanalistas fueron a parar en
masa a los Estados Unidos, donde les acoge una psicología y (sobre todo)
una psiquiatría ya plasmada de teorías analíticas. A través de esta mezcla,
se crea en Estados Unidos una formidable colonia de analistas, ubicada en
la costa oriental, que influencia fuertemente el pensamiento psiquiátrico en
el período posterior a la Segunda Guerra. Fue así como los Estados Unidos
se transforma de una vez por todas en la patria del psicoanálisis de
observancia freudiana. El camino teórico de los herederos de Freud fue
accidentado, marcado en aquellos años por una proliferación de modelos y
prácticas cada vez más diferenciadas. Como todas las obras de los padres
fundadores, la freudiana también se prestaba a muchas lecturas: en esta obra
conviven elementos terapéuticos desde los más mesiánicos a los más
subversivos. Los seguidores (y también los adversarios) de Freud se
repartieron en muchas líneas de este pensamiento un tanto descarado,
acentuando de vez en cuando algunos aspectos. En el mundo anglosajón,
aquello que más interesa, sigue siendo el elemento terapéutico, la versión
24
más moderada, adaptativa del freudismo: donde estaba el Ello, deberá estar
ahora el Yo9.
Coopera a esta lectura también la traducción freudiana de James
Strachey para la Standard Edition, que ofrece a la cultura anglosajona un
Freud traducido en estilo “científico”, menos complejo, sufriente y literario
que el original. Una versión similar se transportará al cuerpo de la terapia
familiar.
Podemos así individuar, en torno a los años 1950, tres principales vías
del psicoanálisis, cuyo recorrido se enlaza de varias maneras con el de los
terapeutas familiares.
- Las teorías de las relaciones objetales, evolución de las investigaciones
de Melanie Klein, que puebla al inconsciente con una serie, siempre
más rica, de instancias interiores. En aquellos años, la Klein es sin lugar
a dudas la más creativa e innovadora de los analistas;
- El psicoanálisis “ortodoxo” de Anna Freud, que toma una vía cada vez
más “científica”, llega con Bowlby y la teoría del apego a dialogar con
la biología y la etología.
- El culturalismo neofreudiano, que prospera en los Estados Unidos con
las obras de Erich Fromm, Karen Horney y Harry Stack Sullivan. Es
una versión del psicoanálisis que se caracteriza por el grande optimismo
y la evidente atención a las interacciones, llevada al extremo en la obra
de Sullivan.
Será el enlace de estas tres tradiciones, cada una a su vez radicadas en
un pensamiento freudiano siempre más superficial (y con menos
declinaciones hacia las implicaciones más inquietantes), lo que influirá
directamente sobre la terapia familiar. A veces, el diálogo y la línea de
sucesión serán inmediatamente evidentes como en el caso del culturalismo
de Sullivan; a veces más tangenciales e indirectas, como en el caso de
Bowlby. Las relaciones objetales quedarán ampliamente marginadas,
mientras la influencia de la psicología del Yo, permanecerá más sutil y
escondida.
9
Aunque Melaine Klein (que entre paréntesis no es de origen inglés) mantiene
mucho del lado oscuro de Freud, es seguida en esto por Bion.
25
 Las relaciones objetales
Melanie Klein (1928, 1932, 1948) es la primera que desafía la teoría de la
estructura de personalidad de Freud, observando que los niños tienen una
gran facilidad en instaurar relaciones, mucho más de cuanto Freud mismo
habría pensado (Sutherland, 1980), aún manteniendo el acento sobre la base
instintiva del desarrollo. Para Klein las relaciones con los objetos, derivan de
las fantasías, que surgen en la relación primaria con la madre o más
específicamente con su pecho, y surgen desde la fuerza del instinto en esta
situación.
Aún así, todavía dentro de un marco individualista e intrapsíquico,
muchos conceptos kleinianos parecen hechos justamente para describir
eventos de la vida de relación. Entre éstos los más importantes son las
identificaciones proyectivas e introyectivas. Según la descripción de Segal
(1973), la identificación introyectiva “sucede cuando el objeto es
introyectado en el Yo y después asume total o parcialmente estas
características”. La identificación proyectiva, en cambio, “es resultado de
proyecciones de partes en sí del sujeto, pero puede también ocurrir en la
identificación del Sí mismo con el objeto de su proyección”. Una
identificación proyectiva patológica “es el resultado de una minuciosa
desintegración del Sí mismo o de parte de éste, que es proyectado en el
objeto y más tarde desintegrado” (Segal, 1973).
La evolución del área kleiniana en los siguientes años constituye
aquello que fue definido como la “teoría de las relaciones objetales”. Varias
concepciones reunidas bajo esta definición fueron desarrolladas
independientemente sobre todo por Balint, Winnicott, Fairbairn y Guntrip,
que por su premisa de base, fueron reagrupados retrospectivamente como
“los teóricos británicos de las relaciones objetales” (Sutherland, 1980).
La teoría de las relaciones objetales afirma que el niño está en grado,
desde su nacimiento, de meterse activamente en relación con el partner más
cercano: y por lo tanto, un partner activo, que busca el desarrollo de
relaciones con la madre respondiendo y modificando incluso la modalidad
de relación con ésta. Es al interno de ésta relación que se resuelven las
necesidades de nutrición, calor, juego y recibimiento.
La palabra “objeto” en términos de las “relaciones objetales” no se
refiere sencillamente a otra persona, ni tampoco a la memoria de una
persona o de una experiencia. El “objeto interno” es una estructura mental
al interior del Yo, definible come una composición de experiencias
introyectadas con los significantes adquiridos en el curso del desarrollo. La
26
premisa de base de la teoría es que existen, para cada persona, un mundo
externo constituido por las relaciones que las personas tienen con los otros
y un mundo interno poblado por los objetos constituidos por las
experiencias que la persona ha cumplido en el curso de su vida. En esta
óptica, el mundo interno se constituye inmediatamente a las experiencias
del mundo externo.
Cushman (1995) subraya, sin embargo, que las relaciones objetales ven
la importancia del mundo externo en el constituirse de la vida psíquica,
pero terminan por reconducir a la dialéctica relevante para el trabajo
analítico, solamente al mundo interno, poblado por muchas instancias
intrapsíquicas y fantasías inconscientes (cuyo número crecerá con los años,
con la complejización de la teoría). El “aquí y el ahora” del ambiente
externo es menos importante que el “allá y el entonces”, constantemente
puesto en escena en el teatro intrapsíquico y después retomado y modulado
en la relación dual con el analista.
De esta forma, la teoría y la praxis de las relaciones objetales no
pueden, por su misma estructura, favorecer el surgimiento de una terapia
eminentemente ambiental y exterior como la terapia de la familia. Por otro
lado, la parte interactiva de la teoría no cesará de atraer terapeutas cada vez
más insatisfechos de la creciente simplificación y esquematicidad de
muchas teorías de la familia.
El Apego
Jhon Bowlby aparece en escena en un momento cumbre de la historia y
del movimiento psicoanalítico. En el conflicto entre Klein y Freud, Bowlby
intenta tomar una posición de mediador, centrada sobre la “objetividad
científica” de la teoría del Apego, convencido de que es inoportuno
desperdiciar energías e ideas en competiciones privadas de futuro. Bowlby
agrega, con su temperamento irreverente y bastante rebelde, que cree en la
eficacia práctica del psicoanálisis, pero al mismo tiempo duda de sus
fundamentos teóricos y los pone en discusión de manera radical. La
respuesta de la sociedad consiste sin embargo, en un progresivo
alejamiento, una cortés frialdad en relación a ésta y a sus pretensiones
científicas, consideradas además ingenuas. Se consuma así la ruptura entre
el establishment psicoanalítico y Bowlby, que rápidamente abandona la
lucha y se dedica a sus intereses, privando así al psicoanálisis inglés de su
rigor y de su curiosidad científica (Holmes, 1993).
27
 La cuestión clave de la cual Bowlby parte para desarrollar su
contribución teórica es el problema de la separación del niño de la madre:
empíricamente Bowlby había observado que, si el vínculo primario sufre
alguna lesión, las consecuencias emotivas resultan particularmente
significativas también para la formación del carácter del adulto. Bowlby se
convence que el apego del niño en relación a la madre es un instinto sui
generis. Respecto a esto, la idea de imprinting de Lorenz (1949) le parece
una prueba de la existencia a nivel filogenético de un idéntico instinto ya
sea en el animal como en el hombre: la atención de Bowlby para la verifica
científica de las teorías psicológicas lo llevará a buscar un modelo
epigenético del desarrollo de la persona, que proponga, en vez de una
linearidad secuencial de fases y estadios, un contemporáneo crecimiento de
las líneas del desarrollo en el cual el resultado depende de la interacción
entre la persona y su ambiente.
En particular, la importancia que Bowlby atribuye al contexto del desarrollo
y a las interacciones que lo determinan lo conducen a interesarse
teóricamente a la familia; al mismo tiempo, su trabajo como analista infantil
hace que sea muy cercana a su práctica clínica. Es significativo, a este
respecto, el artículo de 1949, titulado The study and reduction of group
tensions in the family, que trata de un joven que seguía Bowlby en terapia
durante dos años, sin éxito. El analista toma entonces la iniciativa de
organizar una sesión familiar:
Después de 90 minutos la atmósfera cambió de manera verdaderamente
impresionante y todos comenzaron a tener simpatía por la situación de los otros [...]
y se vieron envueltos en el cooperar en el honesto intento de encontrar nuevas
técnicas para vivir juntos [...] y que las modalidades con las cuales habían
enfrentado este problema en el pasado, se habían demostrado equivocadas
(Bowlby, 1949).
Sorprendentemente el trabajo se concluye con una sección titulada
“reacciones circulares en la familia y en los otros sistemas sociales” en el
cual Bowlby hipotetiza una visión netamente sistémica de terapia en relación
a contextos más amplios.
No obstante estos éxitos iniciales, Bowlby abandona bastante pronto las
experimentaciones en la Tavistock Clinic, y su práctica continua a ser
aquella tradicional y diádica del psicoanálisis. Probablemente el motivo está
en algunas características de la teoría del Apego, en la versión bowlbiana
original. Como otros teóricos de las relaciones objetales, también Bowlby
abre una visión relacional, pero limita drásticamente el campo a las
28
relaciones madre-hijo. Además, estudia los modelos internos del Apego, es
decir las estructuras intrapsíquicas derivadas de las relaciones de Apego;
será sobre éstas estructuras interiores que se focalizarán los terapeutas que,
después de él, buscarán aplicar la teoría del Apego a la práctica clínica.
Como para las relaciones objetales, también en el caso del Apego, la
fidelidad a la matriz intrapsíquica del psicoanálisis impide un contacto
directo con las primeras terapias familiares. Aunque si, paradojalmente,
Bowlby entra en un mito de los orígenes de la terapia familiar, aún cuando
es de una forma tangencial y casual (como será visto en el Capítulo 2).
Los neofreudianos
Mientras el psicoanálisis inglés recoge sus importantes frutos teóricos,
el mundo estadounidense desarrolla otros autóctonos, quedándose en el
tronco de una teoría cada vez más terapéutica y normativa, característica
como ya habíamos encontrado en el optimismo y liberacionismo:
Lentamente, en el transcurso de las primeras décadas del vigésimo siglo, la cultura
estadounidense inició a apropiarse del psicoanálisis y a cambiarla para adpatarla a
las propias necesidades, metiendo sutilmente (pero con fuertes consecuencias) un
sentido liberacionista y conformista sobre la teoría de Freud, subversiva y
dominacionista (Cushman, 1995, pág. 148).
De esta forma, los analistas más representativos de los Estados Unidos de
después de la Guerra, son todos portadores de un optimismo, de una visión
positiva y de una tendencia a la integración social que no posee huellas del
lado oscuro e inquieto de la experiencia analítica original. Hasta que,
también Estados Unidos produce su escuela original, que toma el nombre de
“culturalismo neofreudiano”. Sus representantes más insignes (Karen
Horney, Frieda Fromm-Reichman, Erich Fromm y Harry Stack Sullivan)
muestran una atención común a la cultura y a los factores sociales en el
determinar los problemas psíquicos, con una consecuente centralidad del
aspecto ambiental en la psicoterapia. En vez de rehacerse de las raíces
innatas e inmodificables del comportamiento humano (las pulsiones de
Freud), los neofreudianos consideran imposible establecer cuál es un
desarrollo o una psiquis “normal”: esto que es considerado sano en una
cierta cultura podrá ser considerado neurótico en otra. Otra raíz común es la
des-sexualización del complejo de Edipo, transformado ahora en un deseo de
cercanía e intimidad. El culturalismo neofreudiano orienta el clima del
psicoanálisis americano hacia el ambiente y forma muchos de los analistas
29
que se transformarán en terapeutas familiares. Algunas figuras, después,
ejercerán un rol particularmente relevante en este sentido: Horney, Fromm-
Reichmann y Sullivan.
Karen Horney, desde Berlín emigrada en los Estados Unidos está entre
las primeras sostenedoras de que la neurosis depende de “disturbo en las
relaciones interhumanas” (Horney, 1937). La dialéctica postulada por ella
es nueva: es la específica cultura dominante, con su realidad histórica, la
que desvía y coarta las potencialidades del individuo. Curar las neurosis
significa entonces –a diferencia de lo que postulaba Freud- promover el
máximo grado de autorealización del individuo y no de represión de sus
instintos, también con el costo de ponerlo en contraposición a la sociedad.
En otro campo Horney recorre el tiempo: es la primera psicoanalista de
sexo femenino que se ocupa del significado, en terapia del sexo femenino:
la envidia del pene no es tanto la envidia de la sexualidad masculina, sino
de la posición de poder que el hombre tiene en la sociedad (Russo y
O’Connell, 1992). Rápidamente, Horney es quizás la primera que, como
guía de una escuela se pone el problema del género.
La influencia de Frieda Fromm-Reichmann, la grande analista de
esquizofrénicos en Chestnut Lodge, es más pragmática que teórica.
Confiando en la posibilidad de recuperación de los psicóticos, tanto así que
una de sus colaboradoras hipotetizará que el verdadero factor curativo de
sus terapias es su extraordinaria fuerza de voluntad (Russo e O’Connell,
1992), adopta en sus terapias algunos argumentos que la acercan a la vida
de todos los días más que al raro mundo del análisis ortodoxo: elimina el
diván, cambia las sesiones, busca desalentar las regresiones de los
pacientes, que deben ser considerados personas de su edad anagráfica y no
como niños prendidos por necesidades infantiles. Al mismo tiempo,
considera las relaciones familiares en la primera infancia como
fundamentales para la génesis de la esquizofrenia.
Es ella quien crea el desafortunado término “madre esquizofrenógena”
(Fromm-Reichmann, 1948), que será después criticado como un pecado
original a los terapeutas de la familia, como si la terapia familiar de la
esquizofrenia consistiera en la búsqueda de los padres “esquizofrenógenos”
considerados culpables de los malestares de los hijos.10 Fromm-Reichmann
10
El equívoco acá es doble, por una parte Fromm-reichmann no es una terapeuta
familiar, sino una analista y en el desarrollo de su concepto utiliza únicamente las
percepciones y los recuerdos de sus pacientes; por otra parte es conocida su
capacidad de empatizar con los familiares, a los cuales, de todas formas, reserva
30
es también una terapeuta eficaz, cuyos éxitos favorecerán el desarrollo de
los programas de investigación sobre la terapia de los esquizofrénicos, de
los cuales a su vez nacerán gran parte de los primeros modelos de terapia
familiar.
Sin embargo, para encontrar una concepción radicalmente interactiva
de la personalidad y de la terapia, es necesario llegar a Harry Stack
Sullivan.11 Irlandese de origen, personalidad difícil, a veces esquivo y
bizarro, formal y sarcástico, Sullivan representa el verdadero trait d’union
entre la psiquiatría y el psicoanálisis más atento en el ámbito político y
social, y aquellos que se transformarán en las terapias de la familia.
Aún siendo un buen conocedor de Freud y del psicoanálisis, Sullivan no
hace ningún misterio de frente a su desacuerdo teórico. Después de un
periodo de colaboración con el psiquiatra culturalista Adolf Meyer, inicia
concebir las personas no más como individuos sino como redes de
relaciones interpersonales; la misma personalidad individual no es más que
“la configuración relativamente durable, de las situaciones interpersonales
que caracterizan la vida humana”. Probablemente no es extraño a este
desarrollo de su pensamiento el clima económico entre las dos guerras,
permeado por un ansiedad y una inquietud difusa, que culminará con el crac
del 1929 y la sucesiva depresión. Como una persona que ha vivido desde la
infancia una situación incierta e inestable, Sullivan no logra ver a la psiquis
y a la personalidad como algo estable e aislado, terreno de choque entre
instancias interiores derivadas por pulsiones arcaicas de origen biológica.
Su tendencia será siempre la de conectar al individuo a su contexto,
subrayando la decisiva importancia de este último en el generar problemas
y soluciones.
Su teoría del desarrollo infantil, elaborada también sobre la influencia
de los antropólogos Edward Sapir y George Herbert Mead, diseña al niño
como un ser que crece en respuesta a la mutación de las situaciones
sociales, a medida que madura. Sullivan revisa los “estadios” freudianos, ya
no como sencillamente ligados a las zonas erógenas, sino sobre todo ligado
a las relaciones interpersonales típicas de este momento del desarrollo, no
sólo del niño, sino de la familia y del ambiente más próximo.
Coherentemente con esta idea, la primera infancia deja de ser el único
origen de la personalidad: la adolescencia y también la edad adulta
breves encuentros de conocimiento, al más puro estilo de la mejor tradición
psicoanalítica.
11
Para las notas biográficas, véase Perry (1982); para una evaluación de la obra,
véase Cushman (1995).
31
continúan a plasmar en la persona, en el flujo constante de sus relaciones
interpersonales (Sullivan, 1953). La individualidad no es para Sullivan,
objeto de investigación científica. Son las interacciones de cada persona
con los otros, terapeutas y estudiosos incluidos, las que pueden ser
indagadas (Sullivan, 1953). La individualidad personal no es más que un
mito, afirma Sullivan en un notable artículo, The illusion of personal
individuality (La ilusión de la individualidad personal):
No se podrá producir algún grande progreso en este campo de estudios hasta que no
se entienda que el campo de observación es aquello que las personas hacen unos
con otros, aquello que comunican los unos a los otros, sobre aquello que hacen los
unos y los otros. Una vez hecho esto, no podrá jamás ser claramente justificada
alguna cosa como la personalidad individual, durable y única. Por lo que yo sé,
cada ser humano tiene tantas personalidades como relaciones interpersonales.
(Sullivan, 1950, pág. 220-221).
Sullivan, como Fromm-Reichmann, manifiesta y practica la convicción
que es posible tratar con la psicoterapia también los problemas graves como
la esquizofrenia. Al rededor de 1925, instituye en el Sheppard-Pratt
Hospital un reparto en el cual los pacientes son cuidadosamente seguidos
paso a paso por enfermeros no profesionales, bajo su directa supervisión, en
la convicción de que un adecuado ambiente humano sea más importante
que los cuidados especialísticas para mejorar el pronóstico de los
esquizofrénicos. Don Jackson, uno de los fundadores e la terapia familiar
moverá los primeros pasos justamente partiendo del método sullivaniano de
terapia de la esquizofrenia. Y no es ésta la única vía por la cual el trabajo de
Sullivan tiene una notable influencia sobre el nacimiento de la terapia
familiar. A través de Sapir, con su presencia en la inquieta escena
intelectual de New York en el tiempo entre la dos guerras, Sullivan
mantiene diferentes contactos con el grupo de cibernéticos, mientras su
revista Psychiatric contribuye mucho a la introducción en psiquiatría de
temas relacionales y culturales:
A diferencia de Klein, Sullivan situaba la interacción social en el espacio entre las
personas. [...] El Sí mismo en la teoría de Sullivan era un proceso, o un sistema.
Además, Sullivan no concebía aquello que llamaba el sistema de Sí mismo, como
una cosa que debe ser reforzada; lo veía como un obstáculo a una exacta
percepción y a un funcionamiento normal. El objetivo primario de la psicoterapia,
así, no era construir o reparar el Sí mismo, sino deconstruir el sistema del Sí
mismo. (Cushmann, 1995, pág. 160).
32
La teoría sullivaniana es indudablemente el punto en el cual el
pensamiento psiquiátrico y psicoanalítico se hace más cercano a la terapia
familiar. Para transformase en terapia familiar, la concepción interpersonal
es sin embargo, de un lado, demasiado contextual, del otro lo es demasiado
poco. Es demasiado contextual en los aspectos teóricos, por la importancia
dada a la sociedad y al contexto cultural y político en el cual la
“personalidad” se inscribe (Sullivan tiene posiciones políticas bastante
definidas). Por el lado técnico, en compensación, el culturalismo es
demasiado poco contextual, aún abriendo el campo a la relación y a la
visión relacional, mantiene al centro al individuo: las relaciones son
importantes porque dan forma a la personalidad individual; el analista con
su óptica relacional, puede tener cuenta del mundo interpersonal de su
paciente, pero la relación curativa será siempre la que se establece entre
paciente e individuo.
En síntesis, los desarrollos del psicoanálisis no son suficientes a
desarrollar la terapia familiar. Una terapia dirigida a la familia –a una
entidad sobreindividual- como “paciente” tiene necesidad de una
concepción y de un lenguaje descriptivo nuevo, que consienta de leer la
enfermedad mental en términos de relaciones. El grande aporte viene esta
vez desde un campo externo a la psiquiatría, psicología y psicoanálisis:
desde la excéntrica disciplina que nace justamente en aquellos años con el
nombre de “cibernética”.
CIBERNETICA: LA METAFORA COMUNICATIVA.12
El concepto de sistema surge de la biología y de la fisiología, en
tiempos bastante precoces. Bateson (en Brand, 1976) hace resaltar las
primeras ideas sistémicas a Wallace, un contemporáneo a Darwin, y las
primeras instrucciones cibernéticas a las ecuaciones con las que Clerk
Maxwell, en el 1868, había descrito las acciones de los reguladores de las
máquinas a vapor. En 1879, el fisiólogo Claude Bernard había introducido
la idea de milieu internas del organismo, para indicar aquellas condiciones
12
Para todas las notas de este párrafo, hemos hecho gran referencia a Heims
(1991). Todas las notas sobre Norbert Wiener y John von Neumann fueron
extraídas desde Heims (1980). Para las notas biográficas sobre Gregory Bateson,
véase Lipset (1980), M.C. Bateson (1984), Derriu (2000).
33
que son mantenidas como constante en cada organismo viviente
independiente de las variaciones del ambiente circundante. Canon (1932)
define “homeostasis” como el conjunto de procesos a través de los cuales el
organismo logra conservar la constancia del proprio ambiente interno.
En estos mismos años, Ludwing von Bertalanffy (1934), concibe su teoría
general de los sistemas: una teoría general de la organización, aplicable en
línea de principio a cualquier tipo de sistema independiente de sus
materiales constituyentes. Según Bertalanffy, es posible una descripción
formal de cualquier sistema en cuanto tal: el sistema es un todo que se
comporta en modo diverso a la simple suma de sus partes; es una totalidad
ordenada, el modo en el cual es ordenada tiene consecuencias significativas
sobre su modo de comportarse.
Contemporáneamente, el neurofisiólogo Warren McCulloch (una extraña
figura de científico interdisciplinario, proveniente de iniciales estudios de
teología y filosofía, sucesivamente pasado a la psicología y por consecuencia
a la neurología y a la psiquiatría) inicia a estudiar la transición de los
impulsos al interno del sistema nervioso central. Poco antes del 1940
encuentra Walter Pitts, una figura singular, lógico y matemático, junto al
cual se da cuenta que el lenguaje para describir la interacción entre las
neuronas, investigado ampliamente, es aquel lenguaje de la lógica formal y
del álgebra booleana. McCulloch y Pitts (1943) construyen su célebre teoría
de las redes nerviosas, en la cual demuestran como las sencillas conexiones
sinápticas de las neuronas son suficientes para realizar y discriminar
funciones lógicas complejas.
El lenguaje hipotetizado por McCulloch e Pitts es el mismo que los
matemáticos John von Neumann y Norbert Wiener están desarrollando en
sus investigaciones sobre los sistemas de puntuación y sobre la idea de
computación digital, que reciben un formidable impulso del esfuerzo bélico
de Estados Unidos para la Segunda Guerra Mundial. Wiener y von
Neumann están entre los matemáticos mejor considerados de la época,
ambos genios, en algunos aspectos el opuesto el uno del otro. De sus
concepciones opuestas derivará a la naciente cibernética un doble
entendimiento: ciencia de la autoorganización y al mismo tiempo ciencia
del control.
Norbert Wiener es un intelectual excéntrico, un hebreo sin patria,
crecido en un ambiente liberal de New England, un materialista interesado a
la incertidumbre del mundo. Durante la Guerra, ha desarrollado un sistema
de puntuación automático para la ofensiva contra aérea, que usaba
mecanismos de retroalimentación negativa. De aquí derivan las ideas sobre
34
la teleología en el viviente, expuesto en el célebre artículo Behavior,
Purpose and Teleology (Rosenblueth et al., 1943). Liberal desde el punto de
vista político, después de Hiroshima Wiener se transformó en pacifista y
rechazó todo contacto con las tecnologías militares. Su cibernética es una
ciencia abierta al viviente, un estudio de la autoorganización, del control
como autocontrol, expresado también en el título de su libro, The Human
Use of Human Beings (1951).
John von Neumann es integrado y rico, un hombre exitoso. También él
era Hebreo, pero adaptado, Janos Neumann había nacido en Budapest, llega
a Estados Unidos y americaniza su nombre en John (para todos “Johnny”) y
se transforma en un consejero muy escuchado por los potentes: militares,
políticos, industriales. Formalista convencido, interesado a las estructuras
lógicas, piensa poder aplicar la lógica formal a los problemas de vida y de
decisiones (suya fue la afortunada teoría matemática de los juegos a suma
cero, véase von Neumann, Morgenstern, 1944). Amante del poder, en
política es un conservador convencido; al final de la Guerra, se encuentra
entre los principales artífices de la bomba de hidrógeno. Su cibernética,
aquella que con los años evolucionará en informática, es una ciencia del
control externo e impuesto. Aún cuando no es el inventor del computador,
le pertenece la idea que, como las neuronas de McCulloch y Pitts, también
las válvulas eléctricas pueden refigurar las funciones booleanas en base 2 y
representar ya sea la capacidad de cálculo, como la lógica humana. El
primer computador digital moderno, ENIAC, nace con un involucramiento
activo y directo de von Neumann. No obstante las diferencias, los dos
matemáticos comparten el interés por la novedades teóricas, más allá que
una confianza en la ciencia y sobretodo en los formalismos matemáticos.
La cibernética, como la conocemos, trae orígenes desde una serie de
conferencias interdisciplinarias, sostenidas financieramente por la Fundación
Josiah Macy, liderada por McCulloch, que toman el nombre de Macy
Conference. La idea de conjugar las nuevas instituciones matemáticas,
ingeniería y fisiología que sucede en los campos tradicionalmente
considerados más humanistas se debe sobre todo a dos antropólogos y un
economista dedicado a la filantropía: Gregory Bateson, Margaret Mead y
Lawrence Frank.
Intelecto dúctil y voluble, Gregory Bateson es un perfecto trampolín de
la upper middle class intelectual británica del inicio del siglo. Hijo de
William Bateson, el científico que había acuñado el término “genética” y lo
había introducido en el lenguaje científico, Bateson había recibido el
nombre de Gregory en honor a Gregor Mendel. En su juventud estudió
35
filosofía, acercándose al empirismo crítico de Bertrand Russell y Alfred
North Whitehead. Dotado del espíritu del grande aficionado inglés, no logra
limitar su propio campo de interés, también porque su primer curriculum
universitario fue fuertemente influenciado por su padre, científico brillante
pero autoritario que, después de la muerte de los dos primeros hijos,
escogió (forzadamente) a Gregory como el heredero del espíritu científico
de la familia.
Así Bateson inicia la carrera científica con un artículo de zoología
escrito junto a su padre (Bateson, Bateson, 1925) y prosigue con un viaje a
las Galápagos, según el ejemplo de Darwin. Desilusionado y aburrido de la
biología, cuando regresa a su patria escoge como profesión la antropología
y se dedica al estudio de las estructuras tribales entre los Iatmul del Río
Sepik, en Nueva Guinea. De la descripción de un ritual Iatmul, el naven
(Bateson, 1936-1958) nacen las primeras perplejidades hacia las vías
explicativas de la antropología: Bateson inicia a concebir la relación entre
sociedad e individuo de manera circular y recíproca, mientras crece en él el
interés por el mundo en el cual se organizan las dinámicas entre grupos al
interno de una sociedad. Mientras tanto, encuentra en el campo a Margaret
Mead, que de colega de trabajo pasa a ser su esposa.
Se transfiere con ella a Nueva York e inicia a vagabundear entre distintas
disciplinas, constituyéndose en conocidos profesionales de importancia. Se
transforma en corresponsal de muchos de los más fértiles pensadores en el
campo de la psicología y psiquiatría de la época, entre los cuales Kurt Lewin
(que estaba desarrollando la teoría de los campos psicológicos), Harry
Sullivan (como ya se ha dicho, uno de los primeros psiquiatras que integra
conceptos sociológicos en sus versiones clínicas), Milton Erickson
(hipnotizador y terapeuta que Bateson y Mead consultan para aclarar el
sentido del trance ritualístico en Bali). Al mismo tiempo, estrecha los
vínculos con el círculo de McCulloch y Wiener.
Margaret Mead sigue un camino paralelo, pero distante del camino de su
marido. Perseverante y tenaz, así como Bateson era errático y discontinuo,
Mead era ya una antropóloga famosa sobretodo por su trabajo en Nueva
Guinea sobre las diferencias sexuales, que también ha contribuido a hacer
más accesible al grande público con un libro escrito en un óptimo estilo
(Mead, 1934). Resalta en aquel período también su vínculo con Frank,
militante convencido del movimiento por la salud mental.
Aquello que distingue a Mead y Frank de Bateson, es el trabajo social.
Bateson es socialmente desinteresado y contrario a la idea de la influencia
(quizás también por haber experimentado en carne propia las fuertes y duras
36
influencias paternas); en contraposición, Mead y sobretodo Frank
intervenían socialmente. En la línea del pragmatismo de James y Dewey,
estaban convencidos que era posible mejorar la sociedad interviniendo
sobre el individuo. Aquí la cibernética de Mead encuentra las ideas
pedagógicas del movimiento por la higiene social, de la cuales Frank había
sido un activo sostenedor: y aquí, quizás está otra de las raíces de la terapia
familiar, una teoría situada en la mitad entre individuo y sociedad.
Inclusive, aún cuando al inicio de las conferencias no se interesaba aún de
psiquiatría ni de psicoterapia, en este mismo periodo se somete por primera
vez a una psicoterapia analítica (con la analista Junghiana Elisabeth
Hellersberg) para superar un período de “depresión endógena” (Bateson, in
Lipset, 1980, pág. 184). El acostumbramiento a los problemas psicológicos,
junto a su formación de antropólogo, le consentirá de ver en la cibernética la
posibilidad que Wiener y McCulloch, simplemente, no están en condiciones
de captar; aún cuando ellos mismos todavía no se dan cuenta.
Aquello que puede ser considerado claramente el prólogo de las Macy
Conference, del cual lamentablemente no existen registros, sucedió en el
1941 en el New York Institute of Psychoanalysis. Lo organizaron Bateson y
Mead, y fue centrado en la presentación, por parte de Milton Erikson, de
uno de sus casos de hipnosis de frente a un auditorio compuesto por Frank,
Freemont-Smith, Warren McCulloch, el psicoanalista Lawrence Kubie y el
neurofisiólogo Arturo Rosenblueth:
Poco después de aquel encuentro, Estados Unidos entra en Guerra.
Bateson continua, desde Ceylon donde se encontraba durante el periodo
bélico, a intercambiar correspondencia con McCulloch. Apenas terminada la
Guerra, retoma los contactos con Freemont-Smith. Mientras tanto, Norbert
Wiener entra a su vez en contacto con McCulloch.
Se decide finalmente, gracias al esfuerzo conjunto de Bateson, McCulloch
y Frank, que la Macy Fundation financiará una serie de conferencias en las
cuales el argumento principal es la hipótesis de un nuevo lenguaje
interdisciplinario en grado de describir fenómenos diferentes, como la
transmisión de información por medio de señales eléctricas, la
neurofisiología, la posibilidad de proyectar máquinas calculadoras y
sistemas artificiales capaces de autoregularse.
La idea de reunir un grupo de modestas proporciones, no más de 20 investigadores
en los distintos campos y realizar una serie de exposiciones, discusiones y
almuerzos, por dos días consecutivos, de tal modo que se abriera la posibilidad de
debatir a fondo las recíprocas divergencias y de progresar en el desarrollo de sus
ideas según las mismas líneas de pensamiento. (Wiener, 1948, pág. 41)
37

Así, en 1946 se inician las verdaderas Macy Conference. Se trataba de
encuentros informales en los que participaba un grupo de personajes ilustres
y curiosos de novedad: además de Bateson y Mead, McCulloch y Pitts,
Rosenblueth y Kubie, Wierner y von Neumann, junto al matemático Leonard
Savage, el ingeniero electrónico William Bigelow, los psicólogos Molly
Harrower, Kurt Lewin y Heinrich Kluever. Otros, como el teórico de los
sistemas Heinz von Foerster, se agregaron inmediatamente, mientras otros
todavía participaban esporádicamente. (para la lista completa, véase Heims,
1991). La estructura de las conferencias es bastante particular: existían
únicamente discusiones libres, en las cuales los participantes podían lanzar y
retomar ideas siempre nuevas sin la preocupación de ser “comprendidos” o
de defender las propias posiciones.
El joven Heinz von Foerster, ingeniero apenas llegado de la desastrada
Viena después de la Guerra, es nombrado el encargado de las actas de las
conferencias, que inician a ser transcritas justamente a partir del 1949. Es
en este mismo año que se decide oficialmente de adoptar, para definir la
nueva disciplina, el término “cibernética” propuesto por Wiener (1948)
usando la palabra griega que significa “timonel”.13
Una síntesis de la primera conferencia, realizada en los días 8 y 9 de marzo
de 1946 en Nueva York, puede dar una idea mejor de los contenidos de los
encuentros. La mañana del 8, habla von Neumann, que describe la estructura
base de los computadores digitales, y el neuroanatomista Rafael Lorente de
Nò que trataba de las analogías entre esta máquina y las transmisiones de los
impulsos nerviosos sobre los cuales estaba trabajando. En la tarde, Wiener
habla de máquinas teleológicas y retroalimentación negativa, mientras
Rosenblueth se ocupa de los mecanismos homeostáticos y del
comportamiento finalístico en los organismos. El segundo día, McCulloch y
Pitts afrontan el propio trabajo sobre la lógica de las redes neuronales;
Bateson y Mead tratan el tema de la ausencia de principios fundantes
científicamente correctos para las ciencias sociales y de la posibilidad de
utilizar la retroalimentación negativa y la homeostasis como patrones
explicativos de los fenómenos sociales, utilizando como ejemplo las
observaciones de Bateson en Nueva Guinea. El filósofo Filmer Northrop
hipotetiza sobre la posibilidad de recabar una ética de las ciencias naturales;
13
Lamentablemente no existen transcripciones de las primeras cinco conferencias,
en particular de la primera que fue probablemente la más importante de todas.
Existen primitivos registros sobre bovinaturas de hilo que, pero –según Heims
(1991) quien intentó escucharlas- son ya absolutamente indescifrables.
38
la psicóloga Molly Harrower habla de las diferencias perceptivas entre
personas normales y personas que han tenido lesiones cerebrales; el analista
Kubie, de neurosis (en particular obsesivo compulsiva) mientras el
Gestaltico Heinrich Kluever ilustra cómo, a través de mecanismos de
retroalimentación, la mente humana ajusta las propias percepciones para
mantener constante no sólo el propio ambiente interno, sino también el
ambiente externo. Según Steve Heims (1991), los argumentos de aquel
primer encuentro no sólo han dado forma a todas las conferencias sucesivas,
sino que también han puesto el problema de las sucesivas generaciones de
cibernéticos hasta nuestros días.
En la definición de su creador Wiener, la cibernética es “el estudio del
control y de la comunicación en el animal y la máquina”. Según una tardía
definición de Bateson, “es una garra de la matemática que estudia los
problemas del control, de la recursividad y de la información” (1979, pág.
299). En pocas palabras, es el estudio de la autoregulación como se verifica
ya sea en los sistemas naturales (por ejemplo la regulación homoestática
corporal) como en aquellos artificiales (por ejemplo, el termostato que
regula el calentamiento). Wiener formaliza el concepto de feedback
(retroalimentación). Se trata de la peculiaridad de las unidades que forman
un sistema cibernético de no ser simples emisores o pasajes de una
comunicación, sino de dar y recibir siempre un mensaje de regreso en
relación al mensaje emitido o recibido. El mensaje, de esta forma, regresa
siempre al emisor, modificándola. Se puede distinguir una
retroalimentación positiva (en la cual el efecto es de hacer proseguir al
sistema en dirección de su movimiento precedente, aumentando en
inestabilidad) de una negativa (en la cual el mensaje sobre el éxito del
funcionamiento precedente es usado para ajustar el mecanismo que regula
el funcionamiento futuro, llevando al sistema hacia la estabilidad).
El juego circular de información que se establece puede ser
comprendido sólo sustituyendo la noción de causalidad linear (una causa
que determina el efecto) con la noción de causalidad circular: una parte del
sistema causa una modificación en otra parte, que a su vez reacciona
modificando la primera y así sucesivamente. El concepto de
retroalimentación permite concebir y proyectar mecanismos orientados a un
fin sin necesidad de teleología: las máquinas de puntuaciones de Wiener
parece autocorregirse por un fin determinado, pero en realidad responden
simplemente al esquema del propio proyecto. La retroalimentación y la
recursividad, análogamente, pueden ser usadas para idear explicaciones del
comportamiento humano que salen de la estrechez del comportamentismo,
39
todavía imperante en la psicología académica, sin caer, al mismo tiempo, en
la introspección de la marca de James.
Bajo la influencia dominante de los antropólogos Bateson y Mead, es casi
inevitable que el punto focal de la línea “humanista” de las conferencias,
sean no los individuos sino los sistemas sociales, de los cuales los individuos
son parte. Bateson, por ejemplo, usa la cibernética para dar razón a su
explicación de los fenómenos que había observado de los Iatmul en Nueva
Guinea, pero no sabía explicarse cómo aquellos fenómenos potencialmente
disgregantes para la sociedad, no llegaron a destruirla. La retroalimentación
negativa, con su capacidad de llevar a cero las desviaciones, proporciona
finalmente una descripción formal de los procesos que reducen los efectos
amplificadores de la retroalimentación positiva.
Las Macy Conference crean los fundamentos de una ciencia
interdisciplinaria de la comunicación y de la información. El lenguaje
cibernético se caracteriza por un elevado grado de abstracción y
formalización, muy buscado y querido por los fundadores. Un lenguaje más
concreto haría difícil la transferencia de las descripciones de una categoría
de sistemas a la otra. Las abstracciones, sin embargo, obstaculizan la
asimilación de la teoría por parte de los clínicos, que en su mayoría, al
menos al inicio, son extraños al espíritu de la cibernética así delineada:
científica, antihumanística, intelectual, lógica, ahistórica (justamente como
es proyectada hacia el futuro y la renovación, en vez que hacia la
comprensión del pasado), y al mismo tiempo abierta a la novedad y a la
diversidad, lista a dar vuelta los puntos de vista.
A través de la cibernética es posible librarse de las herencias
energéticas de las teorías freudianas para asentarse esencialmente sobre la
información y sobre la retroalimentación. El formalismo de la teoría
proporciona un apoyo a la institución clínica según el cual el
comportamiento de los miembros de la familia depende de la articulación
de la relación con los otros, desviando la atención de los terapeutas del
individuo al ambiente en el cual se encuentra e induciendo a buscar el
sentido de lo que la persona tiene en el contexto que le rodea: esto hace
posible el paso de lo intrapsíquico a lo relacional. En definitiva, pierde
importancia el por qué se verifican los acontecimientos (la búsqueda de
causas pasadas) respecto al cómo se verifican (la búsqueda de patrones de
comunicación en el presente).
La cibernética que Bateson introducirá en la terapia familiar será
aquella de Wiener, por ende privada del formalismo matemático e
interpretada en clave antropológica. Es a través de Wiener, que había
40
trabajado personalmente con Bertrand Russel en 1913, que Bateson
profundiza las paradojas russelianas. Bateson comparte con Wiener la
visión holísitica e interdisciplinaria: todo está conectado a todo y por lo
tanto los límites usuales entre las disciplinas han de ser superadas. Más allá
de las diferencias de campo (matemática e ingeniería, estudio de los
animales, de la máquina y del hombre), aquello que cuenta son los patrones
(pattern), las formas son abstractas y por lo tanto transferibles de un
dominio a otro.
En la cibernética de la terapia familiar, sin embargo, se infiltrarán también
las ideas de von Neumann (por ejemplo la teoría de los juegos). Lentamente
tomarán cuerpo, en parte porque es más adaptable al modo de pensar de los
terapeutas, en parte por el apoyo práctico de la aparición de los
computadores, que inevitablemente harán prevalecer el modo de pensar de
sus creadores. Algunas ideas de Jay Haley sobre la familia como entidad de
poder y sobre la terapia como estrategia, resentirán una concepción similar.
En el acoger las ideas cibernéticas, los terapeutas familiares tendrán
dificultades en el verdadero sentido de la interdisciplinariedad de las Macy
Conference. Es así como usarán la cibernética, con todos sus correlaciones
matemáticas e ingenierísticas, como una metáfora. De este modo, desde la
cibernética derivará una de las dificultades expresivas de la terapia familiar:
la tendencia a utilizar metáforas extraídas de otras disciplinas. Desconfiada
hacia la psicología, en polémica con la psiquiatría, casi siempre con
relaciones difíciles con el psicoanálisis, la terapia familiar tendrá siempre la
necesidad de un punto de apoyo colocado fuera; es frecuente que los
terapeutas familiares confundan la interdisciplinariedad de los primeros
cibernéticos con la toma en prestamos de teorías distantes e irreducibles a la
realidad familiar. Cada vez más, la terapia familiar, se basará sobre
metáforas extraídas de la ciencia de la información, de las matemáticas, de
la crítica literaria. Paradojalmente la terapia de la familia se fundará sobre
cualquier teoría, menos sobre la propia teoría de la familia.
TERAPIA FAMILIAR Y LA SOCIEDAD
ESTADOUNIDENSE
Si recapitulamos las observaciones de las páginas anteriores, es
relativamente fácil sintetizar las condiciones que hacen posible que la
terapia familiar nazca en los Estados Unidos al rededor de 1950 y por qué
nace justamente en éstos años y no 20 años antes. Sin embargo, no explica
el por qué nace en los Estados Unidos y no en otro lugar. En el fondo, la
41
psiquiatría inglesa ha desarrollado, en estos años, una psiquiatría de
comunidad, comunidades terapéutica y teóricas y terapias de grupo de la
psiquiatría americana. Su movimiento psicoanalítico es fuerte y no faltan
los valientes analistas capaces de desafiar las convenciones: Bowlby ha
experimentado sesiones familiares antes de cualquier otro analista
estadounidense. Pero la terapia familiar en el reino Unido hace su aparición
(independiente) muchos años después que en los Estados Unidos se había
ya transformado en una profesión reconocida. Evidentemente, debe haber
sucedido algo que hizo posible en los Estados Unidos un ambiente ideal
para el desarrollo de la terapia familiar.14
Probemos a seguir otro tipo de razonamiento: ¿A cuáles familias es
aplicada originalmente la terapia familiar? No a todas. Si se leen las obras
de los primeros autores es evidente que se toman en consideración (al
menos hasta los trabajos de Minuchin al rededor del 1960) siempre típicas
familias nucleares, aquellas conocidas en todo el mundo como el
estereotipo americano del film y la popular teleserie: la familia del sentido
común. La época en la cual nos ocupamos es aquella en la que la familia
estadounidense media asume una forma que se transforma después en el
símbolo y el arquetipo mismo de la familia, como debe ser, de la familia
“normal”. Se puede entonces hipotetizar que el nacimiento de la terapia
familiar y aquel tipo de familia sobre la cual inicialmente es ejercitada,
están estrechamente ligadas. Se podría leer la terapia familiar como un
intento de una sociedad inquieta (véase el profundo análisis de Coontz,
1992) de protegerse de la disgregación, buscando perpetuar aquella que
parece ser la forma de convivencia ideal, no más a través de la sanción
social, sino a través de la sanación. Y quizás, entonces, si curar primero que
nada a las familias de los esquizofrénicos para dar un sentido a aquellas
vidas familiares, es una especie de cura simbólica para el entero cuerpo
social.
En los años que seguirán, los terapeutas de la familia estarán entre los más
preparados a negar la distinción entre “normalidad” y “patología”, pero esto
no significa que la terapia familiar, al momento de su nacimiento, tenga
todos los carácteres de una mínima ingeniería social –un modo de reconducir
la familia a una pretendida normalidad-. Tampoco la cibernética es extraña a
esta tendencia normalizadora. Los fundadores de la cibernética se definen
unánimemente “científicos”: la gran parte de ellos independientemente del
14
Parte de los argumentos de este párrafo han sido ya desarrollados en la Ouverture
del libro Nodi Familiari (Bertrando, 1997a).
42
propio campo de investigación, demuestra optimismo sobre la posibilidad de
desarrollar una tecnología en grado de mejorar también a la sociedad (a
excepción del mismo Bateson, más escéptico a este respecto). Aquello no
puede suceder con medios políticos: la política (en Estados Unidos) está ya
en sospecha de radicalismo y filocomunismo y, de todas formas, no es,
jamás lo ha sido como hemos visto, la respuesta americana a los problemas
sociales.
Se llega por lo tanto a pensar en mejorar la sociedad mejorando el nivel
microsocial. Esto es quizás el motivo fundamental por el cual, desde el
pensamiento cibernético, surge justamente la terapia familiar: un modo de
operar sobre los problemas que hasta ahora habían sido vistos
exclusivamente en la dimensión política (impracticable por la vía de la
guerra fría) o bien estrechamente individual (poco coherente con la
característica comunicativa de la cibernética).
Existe otro factor importante que favorece a los Estados Unidos como
patria de la terapia familiar y está justamente en el modo de vida,
comparados al resto del mundo, sobre todo a Europa. Los Estados Unidos no
sólo son el símbolo del Occidente victorioso que ha derrotado la armada de
Hitler, sino además el país que más que ningún otro ha ofrecido hospitalidad
a las grandes mentes achatadas de la Europa continental oprimida por el
nazismo. La gran prosperidad (derivada también ésta de la Guerra, que ha
hecho tanto por las industrias estadounidenses), junto a la riqueza de
posibilidades dadas por una fuerte economía, atrae después a aquellos
talentos que hasta ahora se habían quedado en Europa.
Es en Estados Unidos que surge una nueva característica de la vida
cotidiana: la presencia siempre más insistente de aquellas tecnologías que,
como ha bien notado McLuhan (1964) modifican definitivamente nuestra
percepción de la vida y que enseguida Kenneth Gergen (1991) definirá
como tecnologías de la saturación social. En Estados Unidos es fácil
comunicar con quien se desea, mientras en Europa, aún medio destruida es
todavía difícil. Se puede viajar, moverse en todas las direcciones,
encontrarse y mantener contactos personales, mientras en el resto del
mundo los contactos a distancia dependen todavía de medios menos
inmediatos, como las cartas.
Los experimentos de los primeros terapeutas de la familia, en cambio de
quedar confinados a su instituto o a aquellos limítrofes. Como sucede
después de todo a Bowlby, pueden ser comunicados ya sea en el complejo de
las profesiones, como a todos los colegas interesados en experimentar los
mismos métodos.
43