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Pequeño hombre, no hombrecito

M tiene 30 años. M solo ha estado con una mujer. La mujer era una prostituta. A M sí que
le gustan mucho las mujeres o eso puede deducirse de su conducta. Aunque no sea un
putero (solo ha estado con una), M ha hecho más de mil openings (o una cifra parecida).
Un opening, en el mundillo de la seducción, consiste en una apertura, es decir, en abrir
una interacción con una mujer. M lo ha hecho en el metro, en plazas, en la ciclovía, a lo
largo de la Alameda y de Avenida Providencia; también lo ha hecho en la playa y quizás en
muchos más lugares. M no tiene trabajo y vive con su padre. M y el padre de este vivieron
antes con el hermano y la madre de M. Todo apunta a que M y su padre fueron echados
de la casa matriz o que su padre decidió irse (o fue echado) y M lo siguió. M alguna vez
estudió, pero lo dejó. Trabajó innumerables veces como guardia. La pandemia sorprendió
a M viviendo con su padre y sin trabajo. M tiene problemas para comunicarse, pero
pareciera ser que nadie nunca le ha reprochado esto. La gente lo entiende a la perfección
o finge hacerlo. A pesar de todo, M tiene un humor desenfadado. Jamás se lo ha visto
ansioso ni colérico. Da la impresión de que M estuviera constantemente bajo los efectos
de algún estupefaciente. Hoy, después de una cuasi kafkiana coordinación vía WhatsApp
con su padre (M nunca ha contestado una llamada telefónica y cuando contesta un
WhatsApp, normalmente lo hace al día siguiente o subsiguiente o bien no lo hace) fui a
ver a M y estaba igual que siempre.

-Hola, M. Tanto tiempo.

-Hola, P. Tanto tiempo.

-¿Qué es de tu vida? ¿Qué has hecho?

-Aquí, tranquilo con mi viejo.

Vamos a su departamento, es decir, al departamento que arrienda su padre a un primo


suyo. San Joaquín, barrio popular, departamentos sociales. Ladrillos rojos y opacos cuyo
brillo es solo el baño de sol que a esa hora los ilumina. La tarde es preciosa: corre viento y
hay harto movimiento. Da la impresión de que es verano y se es feliz. Se ven mujeres
guapas, universitarias que circulan por la avenida. Entonces M saca a colación el temita de
la seducción. M me refiere una de las veces que aplicó “la garra”. La garra, a falta de una
mejor definición, es una suerte de estrategia de seducción relámpago que implica una
situación adrenalínica de “todo o nada”; situación que para una mujer puede
interpretarse, con toda legitimidad, como un franco acoso.

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