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Si tú mueres
memoria. Por eso lo voy a hacer yo, y voy a tratar de que sea lo más parecida
Capítulo 1
El encuentro.
Piñeyro, 1958.
del brazo por la plaza. Ya habían dado varias vueltas porque en una de las esquinas
fumaban tranquilos los chicos según ellas, más lindos del barrio. Entre ellos había dos
chicos bien. De esos que iban a un colegio pago en capital, que tenían una casa con patio
y baño propio, padres con auto y que todos los años se iban de vacaciones. Y estaban los
otros, los que Ramón llamaba los "vagos". Todos las tardes se encontraban en la plaza,
charlaban un rato y después se cruzaban al club. Entre los “vagos” había uno muy alto, de
nariz respingada al que llamaban Chipi; también estaban el ruso, el Gordo, el polaco, Raúl
La placita de Giribone era bonita todo el día, pero a esa hora se ponía de un color
especial. El reflejo del sol que se ocultaba de a poquito, iluminaba los árboles y los
convertía en parte de una postal. El perfume también era distinto, como si los paraísos se
sentaban a charlar. La gente que venía de trabajar la atravesaba para acortar camino.
-Marta, ¡Vamos!.
La voz retumbó como un eco en la plaza y en ese momento los jóvenes miraron por fin a
las chicas. Las observaron unos instantes y luego siguieron hablando como si nada. Uno
de ellos, el Negro, tiró el cigarrillo y de un salto bajó del pilar donde estaba sentado. Era
muy delgado, estatura media, de cabello oscuro bien corto y de rasgos armoniosos.
Pero Marta no se quería ir. Hacía días que se había fijado en él. Le llamaba la atención
- Yo soy Zulema.
- Yo soy ...
- ¿Cómo sabe?
- Por que recién llamaron a Marta, si ella es Zulema, usted debe ser Marta.
- No mienta.
- No miento.
- ¿Cómo es la pinta de haber estudiado? Le digo que sí. Hice el secundario en el correo.
- Eso no es secundario.
mentiroso o un loco lindo? Otra vez la sonrisa de él, los ojitos brillantes de ella y la luna
que recién llegaba iluminó sus rostros. Un fulgor de luz atravesó la plaza y no hizo falta
nada más.
- Tal vez. Mañana a esta hora va a venir otra chica más. Es mi prima Beatriz que vive en
Hasta mañana. -contestó Marta- mientras Zulema la agarraba nuevamente del brazo y la
guiaba hacia el callejón, mientras en voz muy alta repetía que estaba loca, que si se
enteraba Ramón...
Él no escuchaba más, se quedó mirando como las figuras apuraban el paso por
Don Ramón
Ramón cerró el taller donde todos los días rebobinaba los motores que le traían sus
clientes, en general gente del barrio, pero también reparaba motores para una empresa
que le encargaba el grueso del trabajo. Era una tarde fresca de otoño. Como de
costumbre caminó por Avenida Galicia hasta llegar a la plaza, pero esta vez en lugar de ir
directo para el callejón, bordeó la plaza con paso lento, mirando para todos lados. Era un
hombre alto, muy corpulento, con cara de bonachón. Ya le habían avisado y estaba
dispuesto a comprobarlo. Y era verdad. Allí, bajo uno de los árboles, un joven fumaba con
una pierna apoyada sobre un banco, en tono podría decirse, intimidante, a entender de
Ramón. Sobre el banco estaba sentada su "Martita". Muy intimidante no sería el joven
porque Martita reía muy tranquila. Ni siquiera lo vio. Ramón espió durante un par de
- ¡Julieta! ¡Julieta! Acabo de verla. Está con uno de esos, los que se juntan en el
Progresista.
- ¡Vos sabías!
- Si, es verdad, la escuché la otra noche hablando con Beatriz. Pero Marta no sabe que
yo sé. La apuré un poco a Beatriz pero ya sabés como es, con tal de apañar a la prima...
- Es chica.
- Tiene quince.
- Ya sé que tiene quince, ¿O es hija tuya nada más? Por eso digo que es chica.
Julieta entró a la habitación y volvio con las pantuflas. Ramón se las puso y demostrando
- Me contó don Aurelio que el joven tiene dieciocho años, que es cartero, vive cruzando
- El padre vende frutas con un carrito y el único que trabaja además del padre es él. Otra
cosa que me contó don Aurelio es que se pasa las tardes en el Progresista.
¡Quiero retruco!
Ya habían pasado casi seis meses de aquella tarde de marzo en que se le ocurrió según
- ¡Quién me mandó! –pensaba-. Estoy hecho un idiota. Hago cosas que no tengo que
hacer, por ejemplo, esto de levantarme un domingo para ir a comprar el pan. No soy yo.
La mujer era de estatura media, un poco gorda, con el cabello canoso y la piel muy
blanca. Tenía ojos claros y manos delgadas. Su hijo no se parecía en nada a ella. Era
igual a su padre.
- Hola mamá. –contestó Héctor. No hablaba solo, estaba pensando en voz alta nomás.
- ¿Recién llegás? No te pasés de la raya, ya te dije que una cosa es quedarse jugando a
- Mamá, primero, vine a dormir, usted no me escuchó lo cuál es muy distinto. Segundo,
me levanté temprano para comprarle el pan calentito ese que a usted le gusta. Tercero,
viva acá, mando yo así tenga treinta años y tercero, tercero... , acá mando yo.
Héctor agarró de mal humor la bolsa que estaba colgada de un gancho y salió para la
calle. Casi no había dormido y el aire lo despabiló un poco. Caminó unos metros por
Agüero hasta la esquina, luego cruzó y se paró en Rivadavia a esperar. Estaba realmente
chinchudo. Lo habían gastado toda la noche. El Turco no se cansó de decirle que lo iban
a enganchar en cualquier momento. El Chipi entre partida y partida le decía que era muy
chico para meterse de novio así. El Ruso hacía chistes todo el tiempo y no lo dejaba
muy enamorado, pero igual se reía. El único que lo defendía era el Gordo:
- Dale Negro, si todas las tardes rajás para la plaza. Cortá Negro.
- Che finíshenla que no me puedo concentrar. Por el río Paraná viene navegando...
Esos eran sus amigos. Noches de charla y truco, pelota paleta en el Progresista,
domingos de cancha, juntarse, cruzar la vía y ver como el estadio surgía a la distancia
- Envido
- Quiero
- Chau Negro.
Después de varias partidas había decidido irse a dormir. Se subió el cuello del sobretodo
y con un poco de frío tal vez por la hora, apuró el paso desde El Porvenir hasta Pavón.
Cruzó y caminó unos metros por Agüero. Sabía que no iba a dormir hasta el mediodía.
Ahora estaba ahí parado como un tonto, él, el más piola de Piñeyro, esperando a una
chica para verla dos minutos. Había sido una idea de ella.
-¿Qué te parece si nos vemos los domingos a la mañana también? - le había dicho-
Podría ser en la panadería. A mí no me dejan ir sola a esa hora, pero los sábados viene
- Bueno, pero así nos vemos más veces, además hay domingos que llueve y tengo que
Se sentía un terrible boludo. En pleno Pavón y Rivadavia con la bolsita del pan en la
mano. Miraba los adoquines y deseaba que nadie lo viera a esa hora aunque las calles
estaban casi vacías. Un perro chapoteaba en la zanja. Esto tenía que terminar ya. Al
final tenían razón sus amigos. Estar de novio era complicado. No era para él. Muy
ensimismado estaba en sus pensamientos cuando divisó la figura de dos chicas que
venían a pasito apurado por Rivadavia. Caminaban del brazo hacia donde estaba él.
- Buen día Héctor -saludó la más chica con una mirada cómplice y entró a la panadería-.
Marta se acercó a Héctor y le dio un beso en la mejilla.
-Tengo que contarte algo mi amor. Resulta que mi papá nos vio en la plaza, varias veces.
Y entonces les tuve que contar. Primero se enojaron un poco pero después convencí a mi
mamá porque mi papá ya no quería ni que vaya a la plaza. Pero bueno, después de
varias charlas, logré explicarles que somos novios y resulta que ahora quieren que vos...
Héctor no escuchaba. Estaba hipnotizado por esos ojitos alegres que lo miraban
de lo que ella le decía, sólo escuchaba su voz como una música que lo cautivaba. Le
- Te dije que mi papá nos vio y ahora quieren conocerte. Te invitan el domingo que viene
- Que allí estaré, por supuesto. Ahora vayan que yo las miro hasta la esquina.
Cuando las dos chicas doblaron, Héctor entró por fín a la panadería. Cuando volvió a su
- Viejita linda, te traje el pan calentito que te gusta y también pancitos de leche.
CAPÍTULO 4
El encantador de serpientes.
La noche anterior, como casi todos los sábados luego de cenar, Julieta se había puesto a
preparar la comida para el domingo. Después de amasar rellenó los ravioles y los
acomodó sobre la mesa para dejarlos descansar toda la noche. Por la tarde, con Marta,
habían estado pasando viruta al parquet. Ahora, ya encerados, los pisos brillaban con la
Ramón no cambió su rutina de los domingos, se levantó temprano, calentó el agua para el
mate, y se puso a preparar la picada cinco horas antes del mediodía. Entre mate y mate
probaba un poquito de salamín, un poquito de queso. Esta vez Beatriz no había venido
así que era él el encargado de ir a la panadería. Martita dormía. Compró el pan y tortitas
negras para su hija. Luego se sentó en el patio a leer el diario aunque no podía
concentrarse.
No era un domingo como todos, no venían Marieta con Roberto, ni venían Tito con Esther,
tampoco la tía Tita era la invitada esta vez. Este domingo venía "Él".
Cerca de las 9 Marta se levantó y se arregló. Le encantaban esos días de invierno donde
el sol se colaba por cada ventana y calentaba las mañanas. El silencio era apenas
Al mediodía estaba todo listo. Ramón cerró el diario y mirando a Marta dijo:
- Buenas...
La puerta del patio central estaba abierta y allí, parado, estaba Héctor, con su amplia
sonrisa, tranquilo, con su traje nuevo, su corbata de seda, los zapatos recién lustrados y
¿Trabaja usted de cómico? Porque cada vez que lo veo en la plaza con mi hija, ella está
riendo. Antes que nada, ¿Trabaja?, ¿Tiene pensado algo para su futuro? ¿Qué
intenciones tiene? ¿Cómo conoció a Martita? ¿Por qué se pasa las noches en El
- No, pero me dieron una bicicleta para entregar las cartas y no se la dan a cualquiera.
Contó también que ya sabía manejar, que cuando tuviera el registro buscaría otro trabajo,
que tenía pensado viajar por el mundo, comprarse una casa, un auto Ford, cualquiera
pero Ford...
- Ninguno, estábamos jugando con los vagos en el potrero y vinieron a filmar, entonces el
- Ahhh...
Durante el almuerzo no se cansó de halagar a Julia por su mano en la cocina, lo hermoso
que era el departamento, lo interesante del trabajo de rebobinar motores y mil cosas más.
- Eso de los motores no lo hace cualquiera Ramón, algún día me tiene que enseñar.
Marta le había dicho que muy pocas personas le decían Julieta a su mamá. Se llamaba
Julia, pero Ramón la llamaba Julieta y así le decían los más íntimos. Héctor lo más
campante: Julieta ésto, Julieta lo otro. A Marta casi ni la miró. Estaba ocupado con sus
"futuros suegros".
El vermouth, los ravioles a la boloñesa, el postre de vainillas con licor, los bombones, todo
pasó con rapidez y cuando se hicieron las cinco, se paró de repente y con total
naturalidad dijo:
puerta y se quedó unos minutos con él. Luego entró corriendo y miró a sus padres.
Hubo un silencio hasta que Ramón lanzó por fín una carcajada.
¡Encantador!
CAPÍTULO 5
TE CONOZCO MASCARITA
Febrero de 1959.
Hacía casi un año que Héctor noviaba con Martita. Le encantaban su sonrisa, su
inocencia, esos ojitos dulces que lo miraban enamorados. Cada vez la quería más y le
gustaba estar con ella. ¡Pero el Carnaval era el Carnaval! Piñeyro se preparaba para la
gran fiesta. Por las mañanas, desde temprano, se empezaban a llenar de agua todo tipo
resbalones, caídas y varios insultos de alguna vieja gruñona que era salpicada "sin
querer". Los más chicos almorzaban rápido para salir de nuevo a jugar con el agua. Ni
Al atardecer había que juntar los trastos, bañarse y preparase para la noche. Muchos se
Avenida Galicia donde más tarde pasarían las comparsas. El papel picado y las
serpentinas estaban a la orden del día. Otros iban a los bailes de los clubes del barrio,
donde los mozos servían comida en las mesas ubicadas alrededor de una gran pista.
Los dos terminaban de trabajar a la misma hora, así que le mediodía del sábado era un
grato encuentro para picar algo antes de la siesta. Hacía mucho calor. El mozo trajo otro
Milonga era una forma de decirlo, porque en esos clubes la música alternaba entre
milongas, tango, rock, paso doble y muchas veces venía alguna orquesta a tocar en vivo.
- ¿Y Martita?
- No.
- Que raro, porque ... ¡Negro! sos un hijo de puta. ¡No le dijiste!
- ¡Claro que NO le dije! ¡¿Querés que se me arme la podrida che?!
El lunes siguiente Marta y Héctor charlaban en la plaza. Marta le contaba lo lindo que era
-Es hermoso, como los de acá, pero hay mucha más gente. No podíamos ni caminar.
Pero prefiero los del barrio, porque acá estás vos y te extrañé mucho.
Las comparsas venían de varios lados y competían por ganar la copa a la mejor. Los
La misma facilidad que el Negro tenía para encantar a la gente, la tenía para mentir. Las
palabras salían de su boca con tanta naturalidad que era difícil no creerle.
Flores. Así que después de cenar nos pasás a buscar y vamos todos a ver las comparsas.
Héctor estuvo de acuerdo y así fue que estuvieron toda la semana planeando la salida.
Llegó nuevamente el sábado. Cuando terminó de trabajar pasó a buscar al gordo pero
esta vez después de la picada no fueron a dormir la siesta sino a comprar. Caminaron
hasta la tienda de Pavón y Mitre. Los locales estaban llenos. La gente compraba ropa
nueva para el baile. Héctor eligió un pantalón nuevo de alpaca fina y camisa de seda. Más
tarde pasaron por la peluquería de Don Julio. Charlaban mientras regresaban cada uno a
todo.
Anocheció y Marta y sus primas se preparaban para la gran salida. Héctor también.
Quedaron en encontrarse a las diez. La plaza ya estaba llena de gente. En una de las
esquinas el gordo charlaba con Chipi. Luego empezaron a caer los demás. Algunos
prima de Flores. Pasaron por donde estaban los amigos del Negro y los saludaron. Dieron
varias vueltas a la plaza luciendo sus vestidos con volados hasta la rodilla y sus antifaces
Las tres se acercaron al grupo que ahora era más numeroso. Algunos estaban con la cara
descubierta.
Las tres chicas esperaron un rato más, luego se fueron porque Julia y Ramón las estaban
esperando.
El gordo vio como las tres figuras atravesaban la plaza hacia el callejón. Las miró sin decir
- Ya se fueron Negro. Falta el ruso, ni bien llega nos vamos. Héctor se sacó la máscara
que la cubría toda la cara. Prendió un cigarrillo y esperó a que llegara el ruso.
Marta no se enteró de la mentira hasta una noche mucho tiempo después. Un moscato de
más le soltó la lengua al Negro y como si fuera algo de lo que podía enorgullecerse se lo
contó a su novia que no sabía si llorar, irse de la pizzería o tirarle lo que quedaba del
moscato en la cara.
- ¿No fue gracioso mi amor? Estaba con una máscara al lado tuyo. Ni me viste-.
- Bueno tampoco es para que te enojes. Estuve parado al lado tuyo todo el tiempo y ni me
porque si Marta lo hubiera sabido esa misma noche de carnaval, otra habría sido la
historia.
Capítulo 6
Don Balbino
Más de dos años de novios y ella aún no conocía a la familia de Héctor. Él siempre ponía
una excusa. Conocía bien a los suyos y además Martita ya no era aquella niña que lo
no usaba esos vestiditos floreados y con moño, fumaba a escondidas de Ramón y viajaba
probar diferentes peinados y era común verla aparecer con distintas pelucas y diferentes
colores de pelo. Todas esas cosas, Héctor lo sabía muy bien, no le gustaban a su madre
Don Balbino, el padre de Héctor, era uno de los hombres más buenos que había en el
mundo. Había dejado su Lugo natal allá por el año mil novecientos quince y con apenas
cinco años ancló en Avellaneda. Trabajó desde que era niño. Luego se casó con Celia y
Todos los días, a eso de las tres de la mañana se levantaba para ir al mercado. Le
gustaba llevar a su hijo con él, cuando éste tenía dos o tres años. Y a Héctor le gustaba
acompañarlo. Balbino lo subía al carrito, lo tapaba con una frazada y empujaba el carrito
por Pavón hasta la estación. Cuando Héctor creció empezó él a empujar el carrito. Las
charlas por la madrugada entre padre e hijo eran maravillosas. Héctor adoraba a su
padre. . A veces cuando hacía demasiado frío, con sus trece años, se levantaba en
sonreía orgulloso.
En frente de su casa había un restaurante. Los dueños tenían un carro con un caballo que
usaban para transportar la mercadería. Lo dejaban en la puerta, apenas atado con una
soga a un palo. Héctor sabía que cuando se apagaban todas las luces era porque todos
se habían ido a dormir. Un día desató la soguita, se subió al carro y se fue con caballo y
todo al mercado. Así daba gusto. En dos horas estaba de vuelta. Le daba agua al caballo
y lo acariciaba un rato largo, eran amigos, casi cómplices, porque el caballo como si
entendiera, no hacía ni un ruido. Lo hizo varias veces hasta que el dueño lo pescó.
- Buenas noches...
- Shhhh, calladito, ya sé lo que hacés todas las noches pibe, lo único que te pido es que
no trates mal al caballo. Tu padre ni debe saberlo, yo no se lo voy a contar, pero se lo vas
a contar vos, y decile de parte mía que él también lo puede usar cuando quiera.
Los ojos de Héctor se iluminaron.
un pequeño local del otro lado de la vía y aunque ya no iban juntos al mercado, seguían
siendo grandes compinches. El Negro le había hablado varias veces de Marta. Y ahora
había llegado el momento en que todos la conocerían. Y sí, Balbino era muy bueno,
En la casa de Héctor había un gran revuelo. Cada uno en la familia tenía una tarea
distinta. Balbino había hecho los mandados. Celia había amasado los ñoquis caseros
para recibir a la invitada. Los cuatro hermanos de Héctor tenían que ayudar. Chelita había
hecho la salsa y Norma era la encargada de la limpieza, Carlos había armado la mesa
con los caballetes en el patio. Tito, el más chico, acomodaba los platos. El único que no
hacía nada era Héctor. Iba de un lado a otro controlando todo. Todavía no había llegado
- Me da igual. No sé para que te metiste de novio tan chico. ¡Que ganas de embromar!
- Vieja no empecés.
- Es que me dijo doña Cata que la conoce. Dice que anda en pantalones todo el día. Que
se corta y se tiñe el pelo. Que sale sola y viaja en colectivo de un lado a otro.
- No es como me habías dicho vos, una nenita de su casa. Lo único que falta es que
fume.
- Yo fumo mamá.
- Probá la salsa.
- Que esté todo limpio che. -dijo ella con ironía-. Que viene la novia del "Hétor".
Héctor tomó los platos y los acomodó él mismo. Estaba nervioso y no soportaba las risas
de Carlos.
-Che, en vez de reirte ayudá. ¿Por qué no pusieron mantel? ¿No tenemos mantel?
- Claro que tenemos –dijo Norma burlándose- Pero es para ocasiones especiales.
- Oíme tarada, andá a preguntarle a la vieja si tenemos un mantel como la gente, y mejor
que te comportes porque cuando vea en la calle a alguno de esos novios tuyos vas a ver.
- ¿Puede ser que por hoy aunque sea, se vuelvan un poco más "finos"? Vos Tito, andá a
lustrarte los zapatos, mirá que parecés. Vos Carlos, ¿no podrías plancharte un poco esa
camisa? Y vos Norma, tratá de decirme Héctor, no Hétor, no seas bruta. Les pido que se
Y luego, olvidando todas las reglas semánticas y sintácticas miró a todos lados y
preguntó:
Y pasó un año, y otro, y otro más. Marta ahora se ponía pantalones estilo Audrey
Héctor había renunciado al correo y ahora era colectivero en la "8". Los lunes Marta no
esperando que pase "el Negro" solamente para saludarlo y dejarle algún mensaje como -
Si las calles de Piñeyro pudieran hablar, contarían las palabras de amor de ambos. Yo no
las sé. Las imagino. Pero lo que si sé es que Héctor era extremadamente fiel a sus
amigos. Si había campeonato de billar, ahí estaba, no importaba si tenía que dejar
plantada a doña Julia con el matambre y la ensalada rusa, o sí al día siguiente tenía que
"aguantar" la cara enojada de Marta. Encima tenía el tupé de protestar por el "control"
- Antes me controlaba mi vieja y ahora vos. ¡¿Qué soy el varón domado yo?!
campeonatos de truco con copitas de "Legui" y puchos. Los dolores de muela servían
para las charlas interminables en " El progresista" donde la mayoría compartía su pasión
por el rojo. Y ni hablar de las veces que "mató" a algún familiar lejano creando velorios
actuación innatas que hacía que convenciera al más incrédulo. A veces mentía de tal
manera que él mismo se lo creía. Pero Marta ya lo conocía. Después de varias peleas,
podía ver como se le achicaban los ojitos cuando ella lo miraba y le decía:
-Héctor…mirame…
Eso era suficiente para que el Negro sonriera y ella se diera cuenta de que estaba
caminaron bajo las estrellas. El silencio cómplice se veía interrumpido por algún tango
que sonaba a lo lejos. Cruzaron el viejo puente de la mano. Cenaron en "El Puentecito".
rhum.
- Me pidió mi mamá que cuando me llevés a casa entrés. Quieren hablar con vos.
su sillón del patio. La noche estaba hermosa, una leve brisa movía las plantas del patio y
las estrellas convertían el patio en un juego interminable de luces y sombras. Luego del
- Estamos muy contentos de que festejen otro año más de novios. Pero Héctor, queremos
preguntarte algo.
- Lo escucho.
- Si.
- ¿Qué intenciones? .
- Mirá, siguió Ramón, si el problema es la plata con Julia algo tenemos ahorrado y la
fiesta me toca pagarla a mí. Ustedes dos trabajan así que se pueden mantener
tranquilamente.
Héctor no tenía la menor idea de lo que le estaban hablando y Ramón se estaba poniendo
nervioso.
- Yo creo Héctor, que con la edad que tiene, los años que llevan juntos y sabiendo que se
Cuando se dio cuenta de lo que querían decirle los padres de Marta, miró a su novia pero
ésta no demostraba la más mínima preocupación. Buscó ayuda en la mirada de ella, pero
El Negro miró a Julia que todavía seguía con la sonrisa dibujada en el rostro y de los
nervios olvidó que era su futura suegra y que jamás la había tuteado, pero con las pocas
- Julieta, ¿me servís una copita de Legui? Una copita no, mejor una copa, la más grande
que tengas.
CAPÍTULO 9 Tanto va el cántaro a la fuente…
Lo que para Héctor había sido un "apriete para el casorio", para Marta era algo sin
importancia. Y eso fue lo que más lo preocupó. Él, el "piola" de Piñeyro esperaba que su
novia le dijera que Ramón tenía razón, que ya hacía cuatro años que noviaban, que sería
lindo compartir las noches juntos. Nada de eso. Ella con la mayor naturalidad que podía
existir le dijo:
Ante tamaña demostración de desprecio, fue él quién empezó a apurarse. Como los dos
trabajaban solían salir mucho, cenas, bailes, noches de club cuando venía a tocar alguna
orquesta. Pero ahora había que ahorrar. Se fue solo a la mueblería de su amigo el
polaco. Allí compró una mesa y seis sillas a pagar. Le dieron una tarjetita donde iban
anotando los pagos mensuales. Nada más que eso. Fue contento a contarle a Marta, pero
olvidó dos pequeñas cositas, primero que Marta no había participado de la elección,
Al principio Marta se enojó mucho, él había hecho como siempre, lo que le venía en gana
sin consultarle y a pesar de que al Negro le pareció una hermosa sorpresa, a ella no.
Pasado el percance de por qué no la había llevado a elegirlos, empezaron a ver en dónde
guardarían todo.
La casa de Marta era muy chica, un patio central, dos piezas, un comedor, un baño y una
cocina pequeña al otro lado del patio. Estaba pintada de forma impecable. Julia pasaba
viruta a esos pisos hasta volverlos un espejo. Nada estaba fuera de lugar. Ramón tenía su
sillón propio para leer el diario. Julia tenía un cómoda en su habitación donde ordenados
Por el contrario, la casa de Héctor era un terrible despelote. Era vieja, pero muy grande.
Tenía tres habitaciones enormes, con techos muy altos, pisos de madera, un patio largo
con baldosas gastadas y desparejas. Como eran muchos hermanos siempre estaba llena
de gente. Los amigos de uno, las amigas de otro. Algún novio o novia que se quedaba a
tomar mate. Los paisanos de Balbino que se sentaban bajo el árbol del fondo a charlar de
buyes perdidos. Ahí había un espacio con una pequeña huerta que Balbino cuidaba con
esmero y un árbol de granadas. El lugar ideal para guardar los muebles era la habitación
- ¡Ponelos en tu pieza nene! - le había dicho Norma-. Sos vos el que se va a casar.
Norma era brava. Mejor que nadie la mirara mal en la cuadra porque se armaba. Pero por
suerte estaba Chelita. Ella no tenía problemas con nadie. Además se llevaba bien con
Marta, que cuando iba de visita le cortaba el pelo y le hacía peinados modernos. En
- Norma, dejalo tranquilo ¿Qué nos podría molestar guardarle unos muebles? Insistió
quién molestar.
Y así pasó un año más hasta que Héctor pasó los límites posibles que Marta podía
soportar.
En los últimos años Marta y Héctor trataban de pasar las vacaciones de verano juntos.
Como a ella no la dejaban viajar sola con su novio, no tenían más remedio que veranear
con la familia. Julieta y Ramón iban siempre que podían a Mar del Plata y fue así que
Héctor entró por primera vez a lo que consideraría por siempre su segunda casa: la
Quiso el destino que un mes de junio de mucho frío, mientras estaba sentado con sus
amigos en una mesa del Progresita, llegó Pepe a quién hacía un tiempo no veían. El
motivo era que el mismo había conseguido un puesto de chofer en un micro de larga
distancia, que hacía el recorrido Buenos Aires-Mar del Plata. Una sola frase alcanzó para
-En ésta época no viaja ni el loro. Voy solo y al otro día también vuelvo solo.
A los pocos días estaba Héctor parado en Pavón y Mitre. Sabía el horario exacto en que
su amigo pasaba por ahí. Éste último frenaba, y ahí estaba el Negro viajando a Mar del
En su trabajo Héctor no tenía mayores problemas porque usaba los días que tenía franco
o pedía un día sin goce de sueldo. El problema era encontrar una excusa para explicarle a
Marta porqué desaparecía dos días. Y como bien dicen, al mejor cazador se le escapa la
liebre, y él no fue la excepción porque Marta se enteró, ardió Troya y los dos enamorados
Héctor suspendió de inmediato los viajes al Casino de Mar del Plata, pero ya era tarde.
Marta esta vez se había enojado de verdad. Héctor hizo lo imposible para que su amor
entendiera que él jamás le había mentido, simplemente había cambiado algunos detalles.
Había dos cosas que Marta había entendido en esos años. Que el Negro no iba a cambiar
y que se querían de verdad. Así que luego de varios meses se amigaron y siguieron
Pasaron dos años más y luego de la compra de varios otros muebles llegó el momento de
fijar la fecha. Ramón insistió en hacer una gran fiesta. Fiesta que ni Marta ni Héctor
querían.
Pero Ramón era implacable. Era su única hija y la fiesta la iba a hacer aunque tuviera que
empeñar el alma.
- Martita, mirá que el tío Tramezzani les presta el departamento en Mar del Plata.
- Ya me dijo Beatriz papá, pero igual, no tiene sentido una fiesta cuando no nos sobra la
plata.
En cuanto salía el tema de la fiesta discutían hasta que Ramón se ponía los lentes y
Cuando se cansaron de decirle que no querían fiesta, optaron por dejarlo que organice
todo como él quería. El futuro suegro eligió un día para no abrir el taller y se dedicó a ir a
ver a dos conocidos. Uno era un miembro de la comisión del club. Allí acordó el alquiler
del salón. Luego se fue a lo del gallego en Mitre. El gallego era el mejor en cuanto a
helados. La torta fue un regalo de doña Cata. Julia y Marta se ocuparon del vestido.
Héctor pidió la fecha para el civil, Martita arregló el tema de la Iglesia. Las dos familias
“desinvitados”.
Y así, entre invitaciones, borrones y más de un olvido, quedó organizada la gran fiesta.
La fiesta salió mejor de lo esperado. Acudieron las familias de ambos y los amigos. De
parte de Héctor, los del “Pueblito” ( unas manzanas de Piñeyro) un par de ex-
dos chicas de la peluquería y por supuesto sus primas. Había comida de sobra, por
suerte, porque llegaron amigos del negro que no habían sido invitados porque si invitaban
a todos necesitaban varias fiestas. Estos pasaron solamente a saludar pero Ramón les
permitió el acceso al salón, ya que ese día nada ni nadie podría opacar su alegría. Tan
grande era su emoción que por primera vez en su vida y estando rodeado de riquísima
Julieta habló hasta por los codos. Balbino se emocionó y Celia lloró de alegría. Hasta
Norma se portó bien, tal vez porque como estaba muy bonita, tenía a todos los chicos a
su alrededor.
La luna de miel fue hermosa. Diez días en Mar del Plata. Caminatas por la rambla, cenas
cuando Marta se iba a caminar por la peatonal o a comprar algún "pullover", y Héctor se
iba al Casino al cuál apenas levantaban la persiana se tiraba de cabeza para conseguir
"color".
que alquilaron era más que diminuto. Habían gastado bastante en la luna de miel, pero los
dos trabajaban así que seguían con su vida como cuando eran solteros. De cocinar ni
hablar porque enfrente tenían una pizzería y a dos cuadras un restaurante donde hacían
Marta trabajaba en una peluquería muy prestigiosa, donde tenía que estar parada incluso
sancionarlas.
- Cuando no hay clientas, ustedes peinan las pelucas -decía-. Pero nunca las quiero ver
sentadas.
Marta no se callaba, solía contestarle por esa y por varias cosas más hasta que un día se
cansó y renunció. Total, como peluquera era excelente. Algo iba a conseguir.
Héctor había trabajado desde los doce años. Había sido afilador de cuchillos, lustrador de
cucharitas en una fábrica, vendedor de frutas, cartero, colectivero. Pero Héctor era lo que
se dice un jóven "inquieto" así que más de dos años seguidos en un lugar lo aburría. Y
por eso, como era un hombre lo que se dice "oportuno" y tenía además un profundo
Cuando llegó a su casa y se lo dijo a ella, ésta con total naturalidad le contestó:
Y se fueron a la pizzería porque como decía el Negro: “Si hay miseria que no se note”.
Lo que les había parecido gracioso, ahora empezaba a preocuparlos. Los dos seguían
sin trabajo y de los ahorros muy poco quedaba. Sabían que el dinero se acababa, había
Era una noche de primavera cuando tomaron algo del poquísimo dinero que les quedaba
y se fueron a cenar afuera para festejar. Esta vez festejaban otra cosa. Marta estaba
embarazada.
Capítulo 12 La Nena
no trabajara, pero como ella solía hacer lo que quería, no se quedó quieta un minuto.
Peinaba y cortaba el pelo a muchas vecinas y amigas y se le había ocurrido pintar ella
misma el departamento. En el último mes de embarazo corrió ella sola un ropero para
cambiarlo de lugar. Cuando se dio cuenta estaba en la sala de urgencias del hospital. La
mandaron a hacer reposo y se tranquilizó hasta que una noche de mucho frío por fín llegó
“la Nena”.
levantaba muy temprano; por eso, cuando nació la Nena, buscó otro trabajo más y
consiguió un empleo de algunas horas como chofer del dueño de una curtiembre.
Los meses de invierno pasaron rápido. Durante el verano Héctor y Marta casi no se
veían. Marta pasaba las tardes en lo de Julieta. A veces esperaba a que Ramón las fuera
a buscar al cerrar el taller, otras se iba sola con el cochecito y la Nena. Caminaba
Ese año no tuvieron vacaciones, el Negro trabajaba sin parar. Llegó nuevamente el
invierno y todo seguía igual. Marta pasaba las tardes con Julieta. Cuando llegaban al
con la cera de los pisos e inundaba toda la casa. A eso de las cinco Ramón apuraba el
paso a su casa. Allí se tiraba sobre el piso de parquet donde Julia había puesto una
alfombrita para que juegue la Nena, y se quedaba horas con ella. Marta se sentaba a tejer
mientras Julia cocinaba. Tirarse al piso era fácil, lo difícil era levantarse, era muy
corpulento y se le "trababan" las rodillas, así que una opción para no tener que llamar a
los bomberos era que Julia y Marta se pusieran una de cada lado y con una silla adelante
lo ayudaran a pararse.
vianda que Julia les daba para que Martita no tuviera que cocinarle nada a Héctor.
Otras veces Marta visitaba a sus suegros y pasaba las tardes en la vieja casa del Negro.
Héctor estaba más que contento con su hija. Al principio tenía lo que él llamaba más
que estaba a una cuadra. Al estar todos entretenidos se habían olvidado un poco de él,
pero cuando empezó a trabajar con el jefe de la curtiembre, caía en la cama agotado y ya
Cuando el jefe de la curtiembre falleció, Héctor se quedó con un trabajo solamente. Esto
le vino bien a los dos porque él tenía un poco de tiempo para su club y Marta tenía la
excusa para volver a trabajar porque ya estaba aburrida de estar sin hacer nada. Julieta y
Ramón eran tan absorbentes que se ocupaban de la Nena. Así que Marta consiguió un
En los próximos meses se acomodaron de nuevo con los gastos. Marta tenía un sueldo
muy bajo pero ganaba mucho con las propinas. Era muy dulce y tenía muchas clientas
Marta nuevamente renunció. La Nena ya tenía dos años y estaba casi todo el día en la
casa de Julieta y Ramón. Todo marchaba bien por el momento, pero sólo por el momento.
Capítulo 13 ¿Y ahora?
Llegó el verano y la gran noticia. Marta estaba embarazada nuevamente. Esta vez se
Todas las noches Marta se acostaba con la Nena y se quedaba dormida hasta que Héctor
llegaba y la despertaba para cenar juntos. Esa noche no se acostó. Se quedó despierta
Como hacia todas las noches ni bien llegaba, encendió la ducha y con la puerta abierta
- Bueno, nada grave, discutí con Don Jacinto y renuncié. Ya me tenía aburrido. Se cree
que porque es el dueño del camión me va a "gobernar" a mí. Lo mandé al carajo. Aparte,
estoy podrido de llegar a la madrugada. Qué horario de mierda. Pero quedate tranquila
Cuando se sacó el jabón de los ojos vio como Marta, apoyada en el marco de la puerta lo
- ¿Te acordás de don Pancho? - le preguntó el polaco a Héctor- El que le hizo el letrero a
mi viejo en la mueblería.
- No.
- Bueno , no importa, hoy vino a arreglar algo y escuché que hablaba con mi viejo. Le
preguntó si quería que yo trabaje con él en el taller, porque necesita a alguien para que lo
- ¿Y?
- Y se me ocurrió decirle a mi viejo que me de la dirección y una nota para que vayas vos
a verlo, Negro.
Al día siguiente Héctor se levantó temprano y fue a ver a don Pancho. Había pasado un
mes de su renuncia y con una hija y otro en camino iba a trabajar como siempre lo había
hecho, de lo que sea. Don Pancho lo contrató enseguida. Era un hombre bueno, le
enseñaba a Héctor todo lo que él sabía sobre letreros y el Negro aprendía rápido. En un
mes ya estaba colgado de los andamios colocando carteles por todo Avellaneda y
Barracas. Además era el encargado de los letreros luminosos de neón. Como una
Una mañana muy fría de Julio nació el bebé. Y como todo padre que se precie, fue al
registro civil a anotarlo. El tema del nombre había sido al igual que tres años atrás, una
discusión. Si venía una nena no había problema pero si venía un nene el Negro insistía en
que se llamaría Héctor cosa que Marta no quería por nada del mundo.
-Eso de poner el nombre de los padres no me gusta. Cuando nombrás a uno no sabés a
quién le hablás. ¿Por qué no le ponemos Héctor, Ramón, Balbino, y toda la parentela? -
Ahora la discusión empezaba otra vez. Finalmente, como a entender de Marta, había
cosas más importantes por las que discutir, ella decidió que .si era varón se llamaría
Walter Gabriel.
Llegó un bonito bebé y ahí iba Héctor caminando contento hacia el registro. Al rato volvía
con la partida de nacimiento en la mano con un flamante "Héctor Gabriel". Marta se enojó,
y mucho, no tanto por el nombre si no porque su querido "Negro" hacía lo que se le daba
la real gana. Los gritos retumbaron en todo Piñeyro. El "Negro" como si nada hubiera
pasado, tomó en brazos a sus dos hijos y se puso a jugar un rato con ellos. Luego se fue
a trabajar. Si Héctor era caprichoso, Marta más, y el hermoso y regordete bebé jamás fue
llamado Héctor. Fue y es Gabriel, Gaby, Gabo, Gabito, pero Héctor, ¡No! Héctor, por
Dos años trabajando con los letreros le habían dado muchas alegrías. Ganaba muy bien,
Marta no necesitaba trabajar según decía Héctor, aunque en realidad ella extrañaba la
peluquería. Llegaba temprano, a eso de la seis, se bañaba y se iba a jugar al billar al club.
En una de esas tardes de billar llegó al club el Polaco. Le decían así aunque era más
argentino que el dulce de leche, y ni siquiera sus padres eran polacos, eran alemanes. La
madre había quedado viuda muy joven y se había ido a vivir a Mar del Plata con una
hermana. En Alemania había quedado una tía y algunos primos que el muchacho ni
conocía.
El polaco había ido un año atrás a visitar a su madre y "Marpla" lo cautivó. Se quedó a
vivir con ella y ahora estaba en Piñeyro para terminar de vender la casa familiar y de paso
Fue en esa precisa tarde cuando entre tacos y bolas le contó al Negro que en Mar del
Plata estaba muy bien, que tenía mucho trabajo, que le sobraba para vivir y que había
mucha diversión. Un par de horas alcanzaron para que "el señor inquieto" sintiera eso
Como siempre pensaba las cosas con total detenimiento, se tomó las cinco cuadras que
lo separaban del club a su casa para decidirse y otra vez, parado frente a Marta, con una
sonrisa que ella conocía perfectamente le dijo:
- Gorda...
- Héctor, si es lo que estoy pensando no quiero ni oirte. Ya nació nuestro segundo hijo. No
- No.
- Ah…
-No todavía. Mañana voy a renunciar. Nos vamos a vivir a Mar del Plata.
- Estás loco.
- Sí, estoy loco, pero vos. Además, ¿qué más querés? ¿Tu prima no se fue a vivir allá?
- Pule pisos.
Marta se sostuvo de una silla para no desmayarse y cuando reaccionó pensó en todo lo
que podía decirle a ese ser extraño que tenía adelante: que hacía las cosas sin pensar,
que estaba un poco loco, que con los letreros le iba bien, que con dos chicos no le
convenía arriesgarse, que a ver si de una vez por todas dejaba el machismo de lado y se
tomaba la molestia de preguntarle. Así que lo miró fijamente a los ojos y muy seria le dijo:
cuando digo la Nena no es porque quiera hablar en tercera persona, sino porque así me
decían. Creo que cuando Gaby era chico pensó que mi nombre era "Lanena". Me decía,
Vivir en Mar del Plata era fantástico. Héctor y Marta alquilaron un departamento en la
calle Libertad a una cuadra de la playa. En la esquina estaba la plaza donde Gaby y yo
pasábamos largas horas jugando. También había un museo que visitábamos con
frecuencia no porque alguno de nosotros dos tuviera interés en las ciencias naturales sino
porque estaba en la esquina y como decía Marta, hay que aprender todo lo que se pueda.
Al principio no fue tan fácil como habían pensado. Héctor terminó puliendo pisos con el
Polaco, pero mientras lo hacía, iba visitando a personas que el querido tío de Marta le
recomendaba. Así, con su encanto, fue consiguiendo clientes, y en apenas unos meses
dejó los pisos y volvió a los letreros. Otra vez las cosas empezaron a mejorar y muy
rápido. Tal es así que fue suficiente que Marta dijera: -extraño a mis viejos-, para que
Héctor los mandara a buscar y los instalara también en La Feliz. Julieta y Ramón no
pusieron reparo alguno. Hicieron sus valijas, mandaron los muebles y se mudaron a Mar
Con la llegada de los abuelos, mis padres podían salir muy seguido. Solían ir a cenar con
quedarse con Gaby y con Mirinda como me llamaba el abuelo. No era fácil. Gaby con sus
dos añitos era para mí, mi hermanito querido, pero para Gaby yo era "su víctima"
preferida. Mis juguetes habían sido destruídos uno a uno desde el momento en que Gaby
había empezado a caminar. Las muñecas ya no tenían cabeza, los juegos de cocina
estaban totalmente desarmados y los libros de cuentos estaban escritos y con las hojas
rotas. Eso era lo que más me molestaba porque había aprendido a leer a los cuatro años
que me hacía, se escondía detrás de las puertas esperando que llegue para asustarme.
Fue así que empezaron los primeros roces entre Marta y Ramón. Marta lo retaba y
Ramón se enojaba.
- Es chiquito, dejalo.
- Es mi nieto.
Y llegaban las peleas. Trataban de salir cuando Gaby estuviera dormido, para asegurarse
de que nada iba a pasar, pero era en vano. Una noche estaban invitados a una cena y
Subieron al taxi y se fueron. Dos segundos más tarde Gaby me corría con una escoba
con tal mala suerte para mí que tropecé y mi frente golpeó contra la punta de un mueble
dejando sangre por todo el living, llantos y una cicatriz que aún tengo.
Insisto, la época de Mar del Plata fue hermosa. En invierno era maravilloso recorrer la
ciudad vacía. Marta me llevaba a pasear de la mano por la Rambla mientras Gaby se
levantaba temprano y salía con su caña , volvía unas horas después y nos llevaba a todos
a desayunar. El olor del mar, el café y las medialunas estaban incorporado a la rutina.
Pero había otra cosa que también estaba incorporada a la rutina y que rompía con las
- No.
- Estoy podrida de ir siempre al mismo lugar. Me decís que me llevás al cine y mentís, me
decís que vamos al teatro y mentís. Siempre lo mismo con vos. Así que si querés salir,
salí solo.
- Shhhhhh, no rezongués ¿Cómo voy a salir solo sin el amor de vida? - decía el
- Gorda, después vamos a donde vos quieras, pero primero tenemos que pasar por un
lado...
Héctor la abrazaba y con muchísimo amor pero con un total desprecio por la opinión de su
Las calles de Mar del Plata se iluminaban durante el verano con los carteles hechos por el
Una tarde de lluvia vi que Héctor entró rápido al departamento, que Marta armó una valija
con ropa de él y que él se marchó con su camioneta y un amigo que lo acompañó para
más caminaría con él de la mano recorriendo la huerta que éste se había armado en el
fondo de su casa. El querido Balbino caminaba por otras tierras ahora. Y como suele
suceder muchas veces en los grandes amores, a los pocos meses la abuela Celia se fue
a buscarlo. Otra vez la valija, la camioneta, el amigo y las lágrimas que inundaron los ojos
de mi padre..
Qué el tiempo cura las heridas es mentira, sólo las cierra un poquito, para que no
sangren, pero están ahí. Héctor siguió con su vida de antes y sólo él sabe lo que habrá
de su Martita, Héctor con sus letreros, Marta visitando a Beatriz, Gaby enloqueciendo a la
familia y yo leyendo como si fuera lo único que me dejaban hacer. Pero leer, leer y leer
no me hacía más "piola". Una tarde estaba tomando la merienda mientras miraba un
programa en la tele. Me gustaba el pan con manteca pero odiaba la leche. De repente me
- Mamá, me dijiste que yo puedo ver a los que trabajan en la tele pero ellos no me pueden
ver a mí. Pero recién Fofó le dijo a Miliki que había una nena que se estaba comiendo
todo el pan con manteca pero que no quería tomar la leche y me señaló. Me parece que
nos ven.
Supongo que Marta, que en ese momento me acarició sonriendo, por dentro habrá
pensado, ¿Para qué lee todo el día si después me pregunta boludeces? Pero nunca me lo
dijo.
En cuanto al Negro, la pesca, la playa y ruleta lo tenían entretenido pero como todo
geminiano que se precie, se aburrió también y quién sabe si la casualidad lo llevó ese día
al bar, o sí su destino estaba escrito, pero una mañana en que se dirigió al café a
CAPÍTULO 18 "Contame..."
Los abuelos Ramón y Julia se habían instalado por fín en Mar del Plata. Nada mejor que
estar cerca de los nietos. Los padres de Héctor habían fallecido casi juntos y en Buenos
Estaban por empezar por fín las clases. Digo por fín porque la nena era bastante
insoportable con el tema del colegio. Cuando tenía tres años molestó a su madre hasta el
cansancio porque quería ir a la escuela, así que Marta con toda su paciencia la anotó en
un jardín. Duró tres días porque dijo que la maestra no le enseñaba a leer y que todos
querían jugar y ella se aburría. Aprendió a leer con Marta y al año siguiente, la
insoportable Mirinda insistió con lo mismo y como preescolar no era obligatorio, otra vez
fue Marta a anotarla. Y una vez más, a los tres días se aburrió. Marta tendría que haberle
dicho que no sea malcriada, que vaya igual, que se la aguante, pero eso era imposible en
la relación de Marta con su hija por más insoportable que fuera. Otro año más y por fin
con cinco años la pudieron anotar en primer grado en una "escuela de verdad". Le
compraron su portafolio marrón y su libro Campanita. Llegó marzo y allí iba contenta a la
Beatriz. Era un lugar de encuentro, donde se mezclaba el olor a café con las charlas de
amigos, conocidos, y el encanto de Ramoncito que era un amigo más. Ese día llegó
Carlos a desayunar. Carlos era soltero, vivía solo en Mar del Plata y tenía algunos
parientes que se habían ido a vivir a Alemania, lugar de donde eran sus antepasados.
- ¿Qué hacés Carlos? Hace rato que no te veía. ¿En que andás? ¿Te casás?
Héctor lo miró atentamente por un instante, luego le hizo señas a Ramoncito para que le
sirviera otro café y por arte de magia la palabra tan temida salió de su boca:
-Contame...
CAPÍTULO 19
Un restaurante de Mar del Plata, lujoso, con ventanales enormes que permitían mirar el
mar desde las mesas. Estaba ubicado en una colina, y desde la altura se apreciaba la
- Es que tengo que darte una noticia, una noticia que te va a encantar.
Marta conocía al negro desde que él tenía dieciocho años, así que con mirarlo sabía de
- ¿Cuál Carlos?
La comida de Marta se enfrió en el plato. Esto era demasiado. Ella lo había seguido toda
la vida, pero irse a Alemania se le podía ocurrir solamente a él. De nada sirvieron los
argumentos que ella le ponía, él ya estaba decido y contra eso no había nada que hacer.
O sí, podía enojarse, dejar de hablarle, divorciarse, dejarlo que se vaya solo...
Esa era una buena idea, decirle que se vaya solo, para que reaccione, pero la gran idea
Héctor le contó que no lo había decido así nomás, que lo había pensado un "par de días"
y que era lo mejor. Carlos le había contado que en Alemania los esperaba mucho trabajo,
que podía hacer más plata, que irían a conocer el mundo juntos, que comprarían una gran
casa y vivirían tranquilos. El se iría primero y luego la mandaría a buscar a ella y a los
chicos.
- No, ya lo pensé, vos te vas de vuelta a Buenos Aires a la casa donde vivían mis viejos.
- Por eso, ya están acostumbrados, que se vayan a Buenos Aires y después los llevamos
a Alemania.
- Estás loco Héctor. Loco es poco. Calmate un poco y razoná. No conocés el idioma,
consiga algo con los letreros. Tiene un bar. El primo es argentino así que nos vamos a
entender bien.
- Siempre te apoyé, pero esta vez te pasaste un poquito. Pensá en todos los riesgos
Héctor.
- Si pienso no voy.
- Pensá en la nena.
- Viste lo obsesionada que estaba con empezar el colegio, hace años que quiere ir y
ahora que empezó primer grado ¿la vamos a sacar?. Se va a traumar, le va a hacer mal.
- Ahhhhhhhh. Esta hija mía está más loca que una cabra. Que no hinche las pelotas. Si
Héctor era un aventurero, nadie lo dudaba, pero la única persona en el mundo que apoyó
su viaje fue Marta. Y aunque parezca increíble estaba contenta. Los que no estaban
contentos eran Julia y Ramón. Ahora que se habían asentado en Mar del Plata, tenían
que volver a Buenos Aires. Según ellos los tenían de acá para allá, según Marta, nadie los
obligaba. Esta vez pusieron el grito en el cielo. ¿Cómo Héctor, su querido Héctor ahora se
volvieron a Avellaneda.
Julia y Ramón se instalaron en lo del querido tío Cacho, que les ofreció su enorme casa
Marta y los nenes se quedaron en la casa que era de los padres de Héctor, dónde ahora
vivían dos de los hermanos, Norma y Carlos, porque Chelita y Tito ya se habían casado.
Carlos era un ser maravilloso, esos tíos buenos que todos quieren tener, pero, también
estaba Norma.
Entre las cosas que vendieron en Mar del Plata estaban las pulseras y collares que Marta
tenía de chica, lo cual aumentó el enojo de Julieta. Pero había que pagar el pasaje y dejar
Se despidieron de Beatriz, de Ramoncito. del bar, del sol, la arena y del Casino y salieron
exacta, tan solo imágenes que quedarían guardadas en su memoria. Los vecinos de la
calle Yapeyú que se habían juntado para despedir al negro; su padre con la cabeza llena
de huevo que le tiraban todos en medio de aplausos y gritos; lágrimas en los ojos de
Los dejaron subir al barco para conocerlo. Era enorme. Tenía pileta, bares, restaurantes.
El sonido del barco al partir era indescriptible, era como una triste melancolía. Era miedo y
era también la esperanza de volver a ver a esa persona cuya figura se volvía más y más
Habían ido a despedirlo amigos y toda la familia. No faltaron las palabras de aliento.
Y así fue, muchos la cuidaron, pero otros demostraron que las palabras eran solo eso,
como la canción: Parole, parole, parole, porque desde el momento en que Héctor puso un
Esas palabras retumbaban por las paredes. Venían de algunos vecinos, de gente que ni
siquiera nos conocía pero se juntaba a hablar en el almacén de don Manolo, pero lo más
Marta era la esposa del negro así que tenía una paciencia a prueba de todo y un carácter
Un día la nena pidió "urgente" la caja donde guardaban las postales y las fotos que Héctor
mandaba. Cuando su madre le preguntó para que las quería, ella le contó que eran para
- No.
- Entonces guardá las cartas, que los demás piensen lo que quieran.
Al dia siguiente a la partida el negro mandó un telegrama desde el barco, contando que se
mareaba, que todos lo cargaban porque dos por tres lo tenían que llevar al camarote y
- Tratá de disfrutar mi amor, te extrañamos. Cuando llegues a Alemania mandá fotos del
viaje.
Las fotos no tardaron en llegar, venían con un sello desde Frankfurt. El Negro había
contado del viaje sólo una parte ya que no se lo veía tan mal como decía. Estaba
tomando sol en cubierta, o leyendo una revista con un trago al lado. También jugando a
las cartas en la confitería, riendo en las fiestas del salón, cantando bingo o disfrutando en
Llegaron al bar de Don Sam, el primo de Carlos que les dio una cálida bienvenida y les
Pero Héctor olvidó que de alemán no sabía ni como decir "Hola", así que deambuló por
Carlos se cansaron de buscar en vano , Don Sam les dio trabajo en el bar. Héctor se
Don Sam era un buen tipo y hacía lo que podía. Tenía a estos dos argentinos instalados
ahí y trataba por todos los medios de ayudarlos. El bar era frecuentado también por
nada. Carlos era soltero y le gustaba salir, pero el negro esta vez guardaba todo lo que
La casa de los padres de Héctor era grande, tenía varías habitaciones que habían
quedado vacías. Estaba la habitación de los abuelos que nadie ocupaba y que tenían
cerrada con llave. La de Chelita y Norma ahora estaba ocupada por esta última. Dos
grandes salas, y dos habitaciones más completaban el espacio. Una dónde dormía el tío
Carlos y otra que ahora usaban Marta y los chicos. En el fondo un jardín que fuera
Norma era ahora la "dueña" de la casa y aunque era muy buena con Gaby y Mirinda, no
lo era con Marta. Peleaba, criticaba y hacía sentir que en esa casa mandaba ella. No era
fácil para Marta ahora que el Negro estaba lejos. Norma decidía qué se comía, qué se
compraba y a qué hora se dormía en "su" casa. El pobre de Carlos intentaba cumplir su
promesa de cuidar a Marta pero ante una mirada de Norma se daba vuelta y se iba a su
habitación.
Marta solía irse con los chicos a la casa de Tito y Adelina. Tito era el más joven,
simpático, bonachón. Adelina era un encanto. Ir a la casa de ellos era sentirse a gusto.
Solían pasar el día entero ahí, pero a la noche había que volver. A veces llegaban y
estaba alguno de los "pretendientes" de Norma de visita. Era muy bonita y tenía a
muchos jóvenes a sus pies, pero ninguno le venía bien. Además, con su carácter muchos
escapaban a tiempo.
No había pasado ni un mes cuando Marta tomó a los nenes de la mano y se fue a buscar
por Yapeyú totalmente agitado. Marta en la puerta de calle con los dos chicos de la mano
esperándolo.
- Ni siquiera se lo pedí. Él se ofreció. Dijo que armes las valijas y vayan hoy mismo para
allá.
-Vayan a saludar a la tía, le dijo Marta a los chicos. Ella obviamente no lo hizo. Todavía
Luego se despidieron del tío Carlos que se aguantaba las ganas de llorar pero que no
Y así, una noche de frío invierno subieron con sus valijas a la camioneta de Chipi, el
imaginaría que con el tiempo, muchos, pero muchos años después Norma sería una de
las personas que más lloraría cuando Marta se fue para siempre.
Capítulo 24 Cartas
Querida flaca:
No sabés como te extraño. Quisiera ver a los nenes y llenarlos de besos. Lamento lo que
pasó con mi hermana. Espero que estén bien en lo de Cacho. Te mandé un giro, va a ser
el último desde Frankfurt. No me escribas más acá. Para cuando llegue tu carta yo ya no
voy a estar más en Alemania. Te voy a mandar un telegrama diciendo donde me podés
ubicar.
Te acordarás que te conté sobre un argentino que venía al bar, Roberto. Él también se
quiere piantar. Acá no pasa nada nena. Dice que se va a probar a Holanda y decidimos
irnos con él. Si en Holanda no conseguimos laburo me tiro al océano y me voy nadando a
verte.
Extrañame mucho, cuidá a esos dos sinvergüenzas. Decile a Cacho que le voy a devolver
Hola mi flaca:
No creo que duremos mucho en este país. Este boludo de Roberto nos trajo acá y ahora
nos vamos a ir a la mierda. Dijo que tenía un conocido pero parece que no le da bola.
¿Qué carajo vamos a hacer en Holanda? Apenas pudimos conseguir una posada para
¿Te arrepentiste de que me vaya? Espero que no. No te fallé nunca y no te voy a fallar
ahora.
Tal vez volvamos a Alemania. O tal vez... creo que acá cerca está Francia...Decile a la
Te quiere tu amor
Héctor
Marta
Soy “la nena”. Así me decían Marta y Héctor pero también soy Mirinda como me llamaba
de la otra. Pero para entrar a una habitación había que pasar por otra. En la entrada había
un enorme patio y al costado un baño viejo y feo. Cuando terminaba el patio aparecía una
gran puerta por donde se entraba a la cocina. La cocina era enorme. Una mesa al lado
de una ventana que daba a un patio escondido al que teníamos prohibido pasar. Era un
patío secreto y no teníamos idea ni Gaby ni yo de qué había ahí. Sólo sabíamos que no
debíamos entrar. Sobre otra pared un gran armario del que siempre salía un muy
Luego de atravesar la misma se podía ingresar a otra donde ahora dormían Julieta y
Ramón. Y pasando ésta última se entraba por fín a una enorme sala que se había
Era pleno invierno y el olor de galletitas del armario se mezclaba con el kerosene del
calentador y aunque la casa era vieja y bastante fea, se había convertido en el mejor lugar
del mundo. Allí estábamos todo el día rodeado de nuestros abuelos y del querido tío
Cacho que nos daba lo que se nos antojaba. Después de almorzar nos llevaba a la
calesita hasta las cinco de la tarde, luego veníamos caminando de la mano y pasábamos
por la panadería, comprábamos algo para tomar la leche y nos instalábamos en la gran
cocina a ver televisión. Cuando el asma se lo permitía nos llevaba el abuelo Ramón.
Marta iba y venía del correo. Yo escribía interminables cartas que nunca se mandaban
porque tardaban mucho y era imposible saber por que tierras lejanas andaría el Negro.
Hacía varios meses que papá se había ido y me estaba olvidando de su voz. Para
recordar su cara tenía una foto que guardaba en una cajita con las cartas que le daría
cuando lo viera, si es que lo vería alguna vez y con las postales que me mandaba de
todos lados.
Teníamos lo que habíamos traído de Mar del Plata, ropa, juguetes, muchos libros y la total
incertidumbre de qué iba a pasar. Recuerdo a los abuelos cuchicheando vaya a saber
qué. Supongo que ellos también empezaban a dudar del Negro. El abuelo Ramón se
apareció una mañana con una enciclopedia completa "Gran enciclopedia de los
pequeños", que puso sobre mi cama. Recuerdo que Marta no se alegró mucho. Ya me
había dicho que cuando viajáramos no podría llevar todos los libros y ahora Ramón venía
con semejante regalo. Miré a Marta, luego a Ramón, luego a Marta otra vez. Creo, a la
distancia, que lo hizo porque ya no tenía esperanzas de que nos fueramos a encontrar
alguna vez con el Negro. Pero Marta no perdía las esperanzas y como desafiando a su
padre me dijo:
- Leelos pronto porque en cualquier momento nos vamos y se los vamos a dejar a la
primer momento en que llegaron. En los pocos meses que pasaron juntos se encariñó
mucho con Héctor y cuando éste le contó que se iban con Roberto a Holanda, se
entristeció.
-A mi primo lo quiero mucho negro, pero ahora me encariñé con vos y a pesar de que me
duele que se vayan los entiendo. Te digo una sola cosa, lo mejor que tenés es tu carácter
negro, desde que llegaste tuviste que dormir en el suelo porque tenías que ahorrar para
los pasajes para tu familia. Hiciste de mozo, de lavacopas, trabajaste en el bar conmigo y
jamás te escuché quejarte. Siempre hacés chistes, siempre te reís. Eso te va a ayudar en
la vida. Y si en Holanda no les va bien, vuelvan. Siempre algo para hacer hay acá.
No sólo los ayudó con palabras, les prestó dinero para que compraran un auto.
- Cuando consigan trabajo en Holanda me van mandando giros para devolverme lo que
les presté - les había dicho-. El auto va a ser necesario. Y así fue, porque no durarían
mucho en Holanda.
Y luego de abrazos y consejos Carlos, el negro y su nuevo amigo Roberto metieron sus
trabajo. Sólo encontraron gente maravillosa a la que no le entendían una palabra pero que
Entre penas y lamentos dejaron Holanda rumbo a Francia. Allí durmieron varios días en la
habitación de una posada vieja y fea de París a la que había que acceder luego de subir
cinco pisos por escalera. Los ahorros empezaban a bajar y las posibilidades de traer a
Eiffel. Ensimismado en sus pensamientos estuvo por casi una hora mirando a la gente
Héctor lo miró con lágrimas en los ojos. Jamás iba a demostrar tristeza, jamás iba a
Carlos rió y con ganas. Era verdad. En todo Paris era imposible comunicarse. En los
comiendo todos los días pizza que era más barata y más fácil de pedir.
- Hoy vamos a comer como Dios manda. -dijo el Negro- Si hay miseria que no se note.
Entraron a un restaurante y enseguida un mozo les trajo la carta. Intentaron pedir carne
pero fue en vano. El mozo los miraba y no les contestaba. Detrás del mostrador otro
- Mirá, traenos ésto, ésto y esto otro y después de que nos traigas todo, andate un poco a
hombros y sin inmutarse miró al corpulento de la barra. Este agarró un enorme cuchillo y
- ¿Quién es el vivo que putea a mis mozos? -dijo con perfecto acento porteño-
Se abrazaron como si se conocieran de toda la vida. El hombre les contó que hacía años
que vivía en Paris. Que le había ido muy bien, pero que en realidad había llegado a la
ciudad luz con bastante dinero y eso era fundamental. Comieron gratis, luego el
restaurante cerró y todos se quedaron charlando hasta altas horas. Hablaron de tangos,
de timba, del hipódromo, de Mar del Plata, de asados, pero por sobre todo hablaron de la
nostalgia. El hombre estaba emocionado por haberse encontrado con estos tres
argentinos a los que observaba como si mirara un espejo . Entre copas y lágrimas el
hombre les dijo: no se queden acá. Les va a resultar difícil. Creo que lo mejor para
ustedes es irse para España. Por lo menos van a poder entenderse y conseguir trabajo. Si
estado allí jamás pero les parecía que estaban en casa. Los olores, los sonidos, las caras,
todo era familiar. Luego de varias paradas desde Francia, habían llegado por fín a Madrid.
Madrid los enamoró desde el primer día. Empezaba el otoño y las calles se llenaban de
comer algo. Era maravilloso el sonido de su propio idioma por todos los costados. Al
negro le parecía que escuchaba a sus tías cuando se reunían en el patio a conversar.
Voces conocidas, voces de ayer que ahora se le volvían imprescindibles. Todo se veía
como en Piñeyro. De repente las callecitas eran iguales, las casas eran iguales, todos los
hombres con los que se cruzaban se veían parecidos a su querido padre. Entraron a una
especie de bar-restaurante donde los atendieron de maravilla y fue allí que consiguieron
La posada era vieja, con patios anchos uno tras otro y habitaciones a los costados. El
único y pequeño problema era que el dinero se les había acabado. Lo poco que les
quedaba lo guardaban para comer. Héctor se acercó a una mesa que hacía las veces de
mostrador, donde una mujer de unos cincuenta años anotaba algo en un cuaderno. Los
- Y usted es argentino.
- ¿Tanto se me nota?
- Oye majo, hace años que manejo este lugar, mira tu si no voy a conocer a un argentino
La mujer se quitó las gafas, las apoyó sobre el escritorio y observó por un largo rato al
joven que tenía parado adelante y al cual no se le borraba la sonrisa por nada del mundo.
Nunca sabré con exactitud la charla que tuvieron, pero esa mujer a la que no habían visto
en su vida, no sólo les dio alojamiento, les dio toda la ayuda que necesitaban para
empezar una vez más. El negro le prometió pagarle hasta el último centavo cuando
consiguiera un trabajo. Doña Magda les mantenía limpia la habitación, los obligaba a
almorzar en su enorme comedor con otros huéspedes para que no gastaran afuera y les
Si resulta increíble haberse cruzado en la vida con doña Magda, más increíble resulta que
-Toma, fíjate en los anuncios. Piden un tío para eso que haces tú.
Antes de que terminara de hablar, Héctor ya estaba en la calle de las Azucenas con el
diario bajo el brazo esperando a que llegue el dueño. Sentía ese cosquilleo que bien
conocía. Sabía en su interior que esta vez todo le iba a salir bien. Cuando el dueño llegó
se presentó:
- Buen día. Me llamo Héctor y creo que necesita alguien para trabajar.
mirar los domicilios. Años de trabajar allí lo hacían parte del paisaje. Miró el nombre en el
Marta no estaba, la carta la recibió el tío Cacho. Tomó el enorme sobre y lo dejó sobre la
mesa de la cocina.
anterior los ravioles que a Martita le encantaban. Miró el sobre con tristeza y no dijo una
Ramón tenía un mazo de cartas en la mano con el que intentaba enseñarle a Gaby a
jugar.
Mirinda leía en un rincón de la mesa.
El mazo de cartas cayó de las manos de Ramón y de desparramó por el piso. Gaby se
Ella no le contestó. Se aguantó las lágrimas que peleaban por salir de sus ojos, apagó la
Claro que sabían, días antes había llegado el telegrama. Lo que para Marta eran buenas
noticias para Ramón y Julieta era el fin del mundo. Incluso Cacho estaba triste.
Ramón se quedó parado al lado de la cocina mirando la salsa. ¿Cuánto estuvo así? Una
tristeza, lloraría porque esa era la vida que quería, que había eligido aquella tarde en la
- Mirinda observó la tristeza en los ojos del querido tío Cacho cuando éste apoyó el sobre
en la mesa, vio como su abuela escapaba a su habitación, y notó los ojos brillantes de
Ramón cuando volvió a la mesa a jugar a las cartas. Se quedó un largo rato
contemplando el sobre.
Yo no recuerdo si entendí en ese momento la dimensión de lo que estaba pasando. Sólo
sé que cuando Marta volvió, abrió el esperado sobre y con lágrimas en los ojos sacó los
SI bien disfrutó los meses en los que había probado suerte en Alemania, Holanda y
Francia, Madrid fue para Héctor amor a primera vista. Recorría las calles como si
estuviera en su querido Piñeyro. Todas las mañanas salía muy temprano de la pensión y
se iba caminando hasta Azucenas y Murillo. Bien podía tomar el metro pero prefería
recorrer a pie las aceras angostas que lo separaban de su trabajo. Miraba a un lado y a
otro fotografíando en su mente cada casa, cada plaza. Le encantaban los pasadizos, las
puertas y ventanas antiguas, los bares y puestos donde comprar porras y churros. Ya no
barcitos donde pedía café con leche con un churro o alguna factura alemana. Allí leía el
periódico y a las nueve menos cuarto tomaba por Bravo Murillo unas cinco calles hasta
Azucenas. Doblaba y luego de recorrer una calle cortita entraba a la antigua casa que
empresa que le había dado trabajo. Solían conversar un rato mientras llegaba el hijo del
dueño, Jesús también, un joven de la edad del negro que trabajaba con su padre en la
fábrica de letreros.
Subían cada uno a una furgoneta y se iban para las afueras de Madrid donde tenían el
Jesús hijo era un buen tipo, soltero, del estilo bonachón, agradable, gracioso. Ideal para
el Negro que le festejaba todo lo que hacía, incluso cosas que hacían enojar a su padre.
Don Jesús era más que exigente. Se había divorciado de la madre de su único hijo y
tenía una nueva esposa, Conchi, con la cuál vivía en el centro de Madrid. Héctor lo había
conquistado desde un primer momento, por su encanto y por lo que en realidad sabía de
letreros. Tenía una particularidad, subía a los techos de los edificios y allí instalaba las
luces de neón. No era un hombre miedoso y además, a entender de Don Jesús estaba
un poco loco, por lo cuál era imposible convencerlo de que use un arnés.
- Hijo que si te caes te tengo que pagar por bueno .- decía Jesús padre-. O usas el arnés
como todos o te despido. -pero antes de que terminara de decirlo Héctor ya estaba abajo
Una mañana llegó más temprano que de costumbre. Don Jesús estaba esperándolo en la
- Tu dirás que me meto en lo que no me importa. Pero hace dos meses que estás con
nosotros y lo único que sé de tí es que eres argentino y que tu familia está en Buenos
Aires. Además me ha dicho mi hijo que te ha invitado muchas noches a salir y te has
- Todavía falta.
- ¿Qué eres sordo o idiota? Te he dicho que ya les mandas los pasajes y que se vengan.
Yo no sé, ni sabré nunca lo que sintió el Negro en ese momento. Durante mucho tiempo
traté de imaginar su cara cuando don Jesús le ofreció el dinero que le faltaba. Esa cara
Llegó el momento de hacer la valijas. Marta había aclarado que teníamos que llevar lo
menos posible, lo demás quedaría al cuidado de los abuelos. Entre las cosas que
podíamos llevar estaba toda nuestra ropa, las cartas de Héctor, fotos, un solo libro que yo
tenía que elegir entre todos los que tenía y una de mis muñecas. Marta le eligió algunos
juguetes a Gaby para el viaje Yo elegí una muñeca que caminaba y hablaba, que me
había comprado Héctor antes de irse. Marta que siempre estaba impecable, fue unos días
antes del viaje a una tienda de Valentín Alsina y compró un trozo de tela rosa con dibujos.
-Si vos pensás viajar con tu muñeca en la mano - me dijo- , tiene que ir impecable.
Salimos una madrugada de mucho calor con más miedos que valijas. Los abrazos con tío
Sabía que si iba no iba a poder soportarlo y lo único que lograría sería hacer que Marta se
Marta practicamente había crecido junto al Negro. Desde los quince años lo había
apoyado en todas sus locuras, pero creo que porque era como él. Sabía que quedaban
atrás sus padres, sus primas, su gente, pero en ningún momento dudo en subirse a ese
barco que la reuniría con Héctor. Le dolían los reclamos de Julia, pero creo que más le
dolía el silencio de Ramón. Ahí estaba el abuelo, parado en el puerto como un roble
deseando los mejores augurios para el viaje. El tío Cacho lloraba, él no. Todo iba por
Recuerdo que yo también lloré cuando escuché el fuerte sonido de la sirena al partir y vi
la imagen de esos dos hombres queridos que se quedaron mirando como el barco se
Y nos fuimos los tres a recorrer lo que por quince días sería nuestra nueva casa.
Capítulo 31 Mientras, en Madrid...
Héctor no paraba un segundo. Como ya tenía resuelto el tema del viaje de su familia, se
compañero de bares. Era una costumbre terminar de trabajar y recorrer cada barcito, en
algunas calles había hasta tres seguidos. Picaban algo, tomaban su chato de vino y si
había lugar jugaban a las cartas. Héctor sentía una gran tranquilidad así que se dedicaba
a hacer sociales con todo el que quisiera escucharlo. En esas charlas conseguía cada vez
más clientes para el taller y eso aumentaba el aprecio de Jesús padre hacia él.
ayudaba pero no era fácil. Los que Héctor visitaba estaban alejados del centro de Madrid
El taller estaba en las afueras de Madrid, en un barrio llamado San Sebastián de los
Reyes.
- No sé
No tuvo que caminar mucho. Cerca del taller, en la calle Mayor 3 se alquilaba un
Pero había algo que le resultó extraño a Héctor. El edificio era nuevo y el departamento
estaba impecable, pero en la cocina había algo no le terminaba de cerrar. Jesús hijo lo
había acompañado.
- Y yo que coño sé. Pero te digo algo, más me gustaría a mí tener una. No sabes lo
Por un momento le vino a la mente la cara de Marta, pero finalmente arregló con el dueño
y firmó el contrato, o mejor dicho, una hojita donde figuraban el nombre del dueño y el de
Una vez solucionado el tema del departamento, se dedicó a irse de tapas y a jugar a las
cartas con Jesús. En unas semanas llegaría el barco desde Argentina y se le acabaría la
farra.
Capítulo 32 EL CABO SAN ROQUE
para los tres, pequeño, con cuatro camitas literas, dos de cada lado. En el medio un
placard y frente a las literas una claraboya redonda que no se podía abrir ya que
estábamos en uno de los pisos intermedios. Cuando había mucho movimiento en el mar,
parecía que estábamos en un submarino, sólo se veían las olas golpeando la ventana.
En cambio, si había buen tiempo y el mar estaba tranquilo la ventanita se volvía celeste
Había varias salas de lectura, tiendas, pileta, bares y una cubierta llena de reposeras
horarios para desayunar, dos para almorzar y dos para la cena. Nosotros desayunábamos
temprano. Podíamos elegir entre té, leche, o café con leche. Había lo que ellos llamaban
bollos que eran muy sabrosos y nos daban "mantequilla" y mermelada para las tostadas.
Luego recorríamos un poco la parte interna y nos íbamos a la pileta. Marta tomaba sol
en una de las reposeras mientras leía alguna revista, Gaby y yo jugábamos en el agua
Yo tenía como mucho dos o tres comidas de mi agrado: milanesas, ravioles, y ñoquis los
cuáles no existían entre los platos que servían. El menú era fijo así que o comíamos ahí o
teníamos que ir a comer al bar. Ni bien nos sentábamos nos traían una cazuelita con
consomé. Un caldo espeso que jamás probé así que no puedo decir si era rico o no.
Luego venía la entrada. Nos daban fiambres. quesos, panes pero yo comía como mucho
un poco de jamón. Luego, el plato principal y eso sí era cuestión de suerte. Si traían
escalope con puré o tallarines, comía sin chistar. Si no, miraba a Marta sabiendo lo que se
venía:
- Probá, es riquísimo.
- No
- No me gusta
No sé para que Marta perdía tiempo tratando de convencerme porque al final me salía
con la mía y no comía nada , salvo los postres, sabiendo que a la tarde llegaba mi
revancha. Héctor ya había experimentado los quince días de barco así que en una de sus
La merienda no estaba incluída, pero por suerte Héctor había mandado bastante dinero
para que disfrutemos el viaje, así que a eso de las cuatro nos íbamos al bar y yo pedía mi
Recuerdo que Marta me miraba comer y olvidando que ella era la gran culpable me decía:
Lo que nosotros llamábamos bar era en realidad un hermoso y gigantesco salón con
mesas fijas al suelo, sillas azules, una barra de madera brillante a un costado y una
A las cinco en punto se jugaba al bingo y ahí estábamos Marta y yo con nuestros
respectivos cartoncitos mientras tratábamos por todos los medios de lograr que Gaby se
porte bien. En general las tardes eran apacibles, salvo una vez que hubo tal movimiento
que los cartones volaron por el aire y las sillas que estaban vacías terminaron estrelladas
contra la pared.
Antes de cenar Marta nos llevaba a la cubierta y mirábamos la inmensidad del atardecer
Durante la cena Marta ya estaba resignada así que me dejaba que coma solamente el
postre y luego nos llevaba al camarote. Nos dejaba solos un momento y al rato volvía con
Como dije había cuatro camas literas. Gaby y Marta dormían en las de abajo y yo había
elegido una de las literas de arriba. Ahí me quedaba leyendo hasta que Marta me decía:
En los quince días que estuvimos hicimos algunos amigos y como si fuera nuestra casa,
una tarde invité a una nena a jugar a mi camarote. Ella insistió con jugar en la litera de
arriba cosa que Marta no permitió porque podría caerse. Pero lo que nunca imaginó es
que la que se iba a caer era yo. Subí a agarrar mi muñeca y me asomé para decirle algo a
mi amiga que me esperaba abajo. De ahí en más sólo recuerdo las corridas hasta la
enfermería, el hielo que me pusieron en el labio, y la boca hinchada durante varios días.
Cuando cruzamos la línea del Ecuador hubo una gran fiesta con baile, juegos y mesas
especiales con cosas dulces. Todos recibíamos premios y al finalizar cada uno recibió un
diploma que certificaba haber estado en la fiesta de Neptuno y ser miembro del club.
Estábamos los tres apoyados en la baranda de una parte estratégica desde dónde nos
habían dicho que podríamos ver como se producía el amarre. Desde ahí también se veía
a la gente que esperaba a los pasajeros. El puerto estaba lleno. Yo me cansé de buscar a
Héctor entre todos esos desconocidos que se movían de un lugar a otro. De a ratos
miraba a Marta que no nos soltaba las manos a ninguno de los dos. En una de las veces
que la miré, vi que su rostro se iluminó. Sonrió, me soltó la mano y me acarició la cabeza.
- Ahí está.
- ¿A dónde? - le dije-.
Intenté una vez más y vi a un hombre que se parecía a mi papá. El extraño estaba
atención sus patillas. El extraño tenía la mirada fija en Marta no dejaba de sonreir. Por un
momento dejó de mirar a Marta y me clavó la mirada a mí, y fue en ese preciso instante
que observando sus ojos y su interminable sonrisa, reconocí por fín a papá, a mi querido
Héctor.