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Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación

Facultad de Historia, Geografía y Letras


Departamento de Castellano

Reflexión Integrada y Final del Proceso de Práctica Profesional

El siguiente ensayo da cuenta de una reflexión general e integrada del proceso de la


práctica profesional, la cual se enfoca, principalmente, en el análisis de la experiencia
vivida considerando el contexto atípico de clases remotas y de teletrabajo docente.

En general, la experiencia fue buena, muy desafiante y con varios obstáculos. La principal
traba en relación con mi ejercicio docente remoto la constituyó la situación personal en el
hogar; esta situación limitó en parte mi compromiso con el proceso, generándome bastante
estrés. A esto se suma, claramente, el contexto general que nos atañe a todos en relación
con el encierro prolongado, las medidas sanitarias, las cuarentenas, etc. Para dejarlo más
claro, la experiencia vivida en la práctica fue psicológicamente desafiante. Una parte
importante de ese desafío lo constituía el hecho de ejercer docencia a un curso con el que
jamás se tuvo un contacto ni un conocimiento directo, así como tratar con la docente guía
remotamente, principalmente por WhatsApp o correos o en reuniones virtuales en la que
primaba el hacer por sobre el conocer.

Considero que es fundamental conocer al grupo humano con el que se trabajará, y este
conocimiento incluye tener contacto directo con las personas, tratar con ellas en distintos
códigos y no solo en clave laboral (por ejemplo, hablar con los estudiantes sobre sus
intereses), pero no solo eso, este conocimiento que involucra conocer al otro en un trato
directo y presencial, implica conocer toda la expresividad de su lenguaje corporal, así como
la proxémica que se da entre los individuos que entran en relación por medio de un espacio
compartido. Todo esto, evidentemente, constituyó un eslabón perdido para el proceso de mi
práctica profesional remoto.
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Por todo lo anterior, hubo un conocer –y hacer– mediatizado por la virtualidad con todo lo
que ello conlleva: en pocas palabras, una experiencia artificial del Ser. Reconozco que soy
muy crítico con esto, pero no puedo dejar de lado una reflexión más filosófica al respecto.
Considero que la virtualidad es una arma de doble filo que, fácilmente, dada la naturaleza
del ser humano, carga su peso hacia el lado más letal y dañino. La virtualidad conlleva una
artificiosidad del Ser aún más elaboraba y ficticia que en la vida digamos –en honor al uso
actual de esta palabra–, presencial. Esto queda sobremanera comprobado en el
comportamiento general de la gente en redes sociales**; esto también se comprueba en una
sesión de clases virtual, en las que las conductas se ven mediatizadas por el canal
comunicativo, en concreto, Google Meet: los individuos, en este caso los alumnos, tienen la
posibilidad de encender o no sus cámaras, de mostrar una imagen de perfil que los
represente o sea de su agrado; de usar o no el micrófono, de utilizar el chat con emojis, etc.;
en suma, la intersubjetividad se ve constantemente metamorfoseada en una avalancha
incesante de códigos audiovisuales, con preponderancia en lo visual. En mi opinión el
peligro de esto radica en el casi inevitable falseamiento que se da en torno a las relaciones
sociales que se establecen por medio de internet. Y esto cobra especial relevancia si se trata
de la práctica profesional de un docente con un curso que no conoce de antemano, es decir,
con el que jamás ha tenido contacto alguno en la vida “presencial”. ¿De qué manera, en
efecto, lleva a cabo su práctica profesional un profesor en formación, con un grupo humano
que constituirá su primera experiencia docente y al cual conoce por vez primera y
únicamente por medio de la virtualidad? ¿De qué forma expresará su práctica? ¿Cómo
generará y obtendrá aprendizajes del medio en el que se desenvuelve? Evidentemente, y
como pude vivirlo, todo esto ocurrirá de una manera, sino falseada, al menos oscura,
imprecisa: ¿cómo se puede refutar el hecho de que el diagnóstico que haga de sus curso sea
algo completamente alejado de la realidad? Y, sobre todo, ¿qué garantía queda de que el
profesor puede dominar criterios señalados en el Marco Para la Buena Enseñanza como el
B.1 o el B.2? Puesto que, en definitiva, ¿qué garantiza que los estudiantes estaban
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realmente en las clases, a pesar de comentar por el chat o abrir el micrófono? Porque, claro
está, al mismo tiempo, o intermitentemente, pueden haber estado atendiendo otros canales
virtuales o a cualquier situación emergente de la realidad de su hogar, etc.

Una sola pregunta lo formula todo: ¿Qué control cabe por parte del profesor practicante de
un medio que no conoce empíricamente? No obstante todo lo anterior, las circunstancias
eran las circunstancias dadas y, en consecuencia, la práctica profesional debió amoldarse a
tales enigmas y peligros y, pese a todo ello, o quizás precisamente a propósito de aquello, la
práctica profesional docente fue una experiencia psicológicamente desafiante y
enriquecedora; pero fue, más que todo, eso: una experiencia (virtual) psicológica; no
exenta, eso sí, de los aprendizajes del ejercicio docente a los que me he referido en los
respectivos ensayos que constituyen mi reflexión en torno a la práctica en especialidad y
transversalidad.

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