Ubicándonos en el siglo XV, aunque es bien conocida su obra, no hay que pasar por alto que la figura de Miguel Ángel ha sido de las más claras a la hora de expresar el lenguaje por el cual se retrataba el renacimiento, movimiento que hizo que se propiciara no sólo la grandiosidad del hombre en sí, sino también, que explotara todo ese cúmulo de pasiones que hicieron de esta época una etapa de cambios profundos en la historia de occidente. Con la crisis de la iglesia, acabando con el periodo de abuso del poder, surge la falta de garantías para la salvación, y con ella, la voluntad de encontrarla en el valor y la dignidad del hombre, teniendo como concepto clave para entender este periodo el Humanismo, que rompe definitivamente con las tradiciones medievales y se exaltan las cualidades de la naturaleza humana y se le da un sentido racional a la vida. Todo esto tiene sentido en la medida en que influencia mucho el hecho de que los humanistas son espíritus profundamente religiosos. Su filosofía está demasiado impregnada de idealismo, demasiado dedicada al conocimiento del ser y demasiado preocupada del acceso al mundo divino. En este momento de la historia se refleja, en el ámbito de la pintura, un interés por el manejo de la perspectiva, una noción de luz en las obras como también del color, pero haciendo énfasis en las expresiones de los rostros de los protagonistas inmortalizados en el plano. Si bien es cierto que se quedaría corto abarcar este periodo de la historia tan brevemente, podría tratar de concentrar la atención en el análisis de una de las obras más reconocidas de Miguel Ángel: el David, una escultura monumental para la representación de un humano, que es lo que el artista trata de plantear; un personaje que ya no corresponde a lo divino, sino que resalta y se destaca por sus habilidades, dándole importancia a los detalles y al relieve para componer la figura, que tiene ahora una posición o postura que concuerda con la proporción humana, conformando así una composición equilibrada que también logra demostrar la pasión por la anatomía. Más adelante, a finales del siglo XVI, y con la Contrarreforma de fondo, la pintura barroca va teniendo lugar con sus tendencias realistas con Caravaggio como uno de sus exponentes, quien proclamó una ruptura con las lógicas manieristas, dejando impresionados a sus contemporáneos con una extensa obra que pretende presentar los temas religiosos como si fuesen parte de la cotidianidad, convirtiéndolas en escenas reales, pero también cargados con una intensión dramática que impresiona al espectador. En La Crucifixión de San Pedro se puede fácilmente admirar la composición del contraste de luz y sombra que acentúan un ambiente trágico que desolaría a cualquiera, dejando ver una clara tensión religiosa en las figuras que plasma.