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Este breve símil, exclusivo también de Lucas, va dirigido por el contexto a los

discípulos de Jesús. Si, lo que es totalmente probable, se remonta a El mismo, iba, más
bien, encaminado a la multitud o a los fariseos, pues se opone a una falsa expectativa de
recompensa y a la doctrina farisea de que el hombre, basándose en su buenas obras,
poseía un auténtico título de derecho ante Dios.
El símil está formulado en forma interrogativa (vv. 7-9); sólo la aplicación es una frase
afirmativa. Se presuponen las condiciones económicas de un modesto labrador, que sólo
podía mantener un único siervo, empleado, esclavo o como quiera llamársele, que tenía
que encargarse tanto del trabajo del campo como del de casa. Aunque este esclavo
vuelva por la tarde a casa fatigado del trabajo, no puede sentarse, sin más, a la mesa y
ponerse a comer, sino que tiene que preparar antes la comida y la cena a su amo. Sólo
una vez que haya hecho esta labor, podrá satisfacer él su propio apetito. Que no piense
tampoco en un agradecimiento especial por parte de su amo una vez que haya realizado
sumisamente su trabajo. Según la concepción antigua, el esclavo es propiedad de su
amo, que puede hacer con él lo que quiera.
Jesús presupone estas condiciones, admitidas como plenamente normales, y las aplica
después al plano religioso: «Pues vosotros lo mismo: cuando hayáis hecho lo mandado,
decid: No somos más que unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer»
(v. 10). La palabra utilizada en el texto original por «inútil» puede significar también
«cuitadillo», «pobrecillo»; se trataría de una fioritura para expresar la debida modestia.
Lo que quiere decir Jesús puede expresarse así: El hombre no puede presentarse ante
Dios con ninguna clase de exigencias. Sería erróneo aplicar el símil a la imagen que
Jesús tenía de Dios y deducir que El veía en Dios un tirano que explota de modo
indignante a sus amigos más fieles. En otro lugar se presenta a Jesús como amo de sus
criados que hace exactamente con los suyos (cuando vuelve) lo que el amo exige del
esclavo en esta parábola: «El se pondrá el delantal, los hará recostarse y los servirá uno
a uno» (Lc 12, 37).
No se trata tampoco de una aprobación de la esclavitud ni de un rechazo total de la idea
de recompensa. Lo 'que Jesús rechaza es sólo la concepción de algunos hombres de que
ellos, por su cumplimiento fiel de los mandamientos, poseen un título de derecho a una
recompensa en el cielo. Servir a Dios, cumplir su voluntad, es algo plenamente natural
para una criatura; por eso no se puede exigir ninguna recompensa. Aplicadas a los
discípulos de Jesús, estas palabras son válidas para toda su enseñanza. El los convoca y
llama a la humildad y al amor. El amor no se recrea con el deber cumplido, está, más
bien, preparado para ir mucho más lejos de
¿Tenían también los oyentes de Jesús un problema semejante, cuya solución anhelaban
impacientemente? Sí. Era un problema muy antiguo, pero que precisamente entonces se
había agudizado de nuevo: la existencia del mal en el mundo. Ya en los salmos (10 y
73) se plantea con frecuencia la pregunta: ¿Por qué permite Dios que prospere y se
extienda el mal en el mundo sin imponer el castigo correspondiente? Los partidarios de
Jesús se planteaban la pregunta con especial insistencia; ¿No tenía que desaparecer
ahora el mal, debido a que el tiempo mesiánico, el Reinado de Dios estaba ya muy
próximo? ¿No sería ahora el momento preciso de ayudar a los pobres y oprimidos a
conquistar sus derechos? No faltaron antiguamente intentos de realizar la comunidad
santa de los últimos tiempos. Así los fariseos reclaman el derecho de ser pueblo de
Dios, separado de todos los impuros y pecadores.
También la secta de los esenios —ya el nombre es significativo, pues quiere decir: los
piadosos, los santos— creía ser el pueblo de la salvación última. También Juan el
Bautista ve en el Mesías venidero al hombre que separará la paja del trigo (Mt 3, 12);
según él pretendería formar una comunidad libre de pecado.
En esta parábola se compara el Reino de los Cielos con una red; quiere decir, más bien:
Con la venida del Reinado de Dios sucederá como con la pesca de peces que se han
arrastrado a la orilla con la red.
Se trata de una red de arrastre que se extiende con la ayuda de un bote y después se
arrastra con largas cuerdas hasta la orilla. Entonces se arrojan los peces, se eligen los
peces buenos, comestibles, y se echan en una cesta; se tiran los malos, es decir, los
designados como impuros por la Ley (Lev 11, lOs) (todos los peces sin aletas ni
escamas), además de otros que se arrojan por no ser comestibles.
También en esta parábola se trata del Juicio Final que introduce el Reinado cumplido de
Dios. Se compara de nuevo con una separación, esta vez, de peces comestibles e
incomestibles. Ambas clases están amontonadas en la red; sólo después de arrastrar la
red se procede a la separación. Del mismo modo en el Juicio Final se realizará la
separación de los hombres buenos y malos. Hasta entonces se seguirá echando la red y
se dejará confiadamente a Dios todo lo demás. La parábola sólo tiene ante la vista la
clasificación de la captura: No dice otra cosa, sino que sólo al final viene el juicio. De
esa manera se sitúa plenamente el servicio del aviso y la advertencia.
Los dos últimos versículos ofrecen de nuevo una interpretación de la parábola (49s).
También esta explicación procede del evangelista; no es más que una repetición
abreviada de los vv. 40-43. Pero mientras en la explicación de la parábola de la cizaña
se habla expresamente del destino de los buenos («Entonces los justos brillarán como el
sol en el Reino de su Padre» v. 43), no se dice nada de eso en la parábola de la red. Sólo
se afirma: «Saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al
horno encendido» (49s). La imagen del horno encendido que encaja bien con la cizaña
reseca, se acomoda menos a los peces. Lo único que le interesa al evangelista es la
separación de los malos y su rechazo eterno.
Las dos explicaciones de las parábolas de Mateo muestran, una vez más, cómo usaba la
Iglesia primitiva las parábolas de Jesús para la predicación. Las transmitía tal como las
encontraba, pero después proponía lo que ella tenía que decir en conexión con lo
tratado. No crea normalmente ninguna parábola nueva,

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