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JÓVENES DESORIENTADOS

EN EL EVANGELIO

 JESÚS Y LOS JÓVENES

LECTURA COMPELENTARIA
Comenzamos ahora el acercamiento a los jóvenes desorientados
que aparecen en el NT; a diferencia del apartado sobre los jóvenes
desorientados en el AT, en que se presentaron personajes con
nombre y apellido, ahora, en el NT, sólo encontramos en esta
categoría a los jóvenes desorientados anónimos, que son
mencionados por Jesús en sus parábolas o en sus discursos.

1. LOS CHICOS CAPRICHOSOS

 Los personajes. Mt 11, 16-19 // Lc 7,31-35


Tanto Mateo como Lucas nos han transmitido este pasaje, que
pretende retratar la actitud de sus contemporáneos; el contexto es
el de la discusión de Jesús con la gente acerca de Juan Bautista y
de la diversa conducta que llevan ambos; así como a los chiquillos
se les reclama que les hemos tocado la flauta y no han bailado, les
hemos entonado cantos fúnebres y no se han lamentado 1, así la
gente (y en la versión de Lucas, los fariseos y los doctores de la
ley), veleidosa cual chamacos caprichudos, critica por igual al
Bautista que a Jesús; a aquél porque no come pan ni bebe vino, es
decir, porque vive una vida de austeridad, le llaman endemoniado;
y a Jesús, que come y bebe, lo tachan de falta de austeridad,
diciendo que es un comilón y un borracho, e incluso amigo de
prostitutas y publicanos (Lc 7,33-34). ¿En qué quedamos? Ni el
ascetismo de Juan Bautista ni la sociabilidad de Jesús son bien
vistos; malo si se hace lo uno (ayunar) como si se hace lo otro
(alternar con la gente). La cuestión en refutarlo todo, evitar
participar, comprometerse, aunque las objeciones sean
contradictorias.

1
Jesús está haciendo alusión a los juegos o rondas infantiles que jugaban los niños en las plazas.
Jóvenes desorientados del evangelio

La expresión con la que Jesús concluye su intervención es contundente: «La sabiduría


se conoce por sus obras» (Mt 11,19); Juan, a pesar de su actitud ascética, logra
preparar el camino del Enviado, disponer los corazones, llevar a la conversión. Jesús,
ni se diga, pues a pesar de su tan criticada actitud de inserción en la vida de la gente
–o precisamente por ello– logra darle a los hombres –no sólo de su tiempo, sino de
todos los tiempos–, una vida nueva en Dios, de la que Él mismo es el portador.

 Rasgos del perfil de estos personajes


Ante todo, hemos de tener en cuenta que no se trata de personas reales, sino de una
pequeña parábola, de un ejemplo que utiliza Jesús. Pero eso mismo, nos hace ver que
a los chamacos se les tiene por veleidosos, caprichudos, que se les pueden ofrecer
alternativas y sin embargo, nada les parece, a todo le ponen peros; el llamado espíritu
de contradicción parece ser característico de esta edad, y es justamente el rasgo que
Jesús utiliza para refutar a la gente malintencionada (Mt 11,16-19//Lc 7,31-35).

2. EL JOVEN QUE NO QUISO SEGUIR A JESÚS

 El personaje. Mt 19,16-22
¿Quién es este personaje? Ninguno de los sinópticos da su nombre, pero Lucas le
menciona como alguien importante.2 El joven se acerca a Jesús ‒a quien llama
Maestro‒, en busca de consejo, de indicciones que le permitan alcanzar la vida eterna:
«Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?» (Mt 19,16). Su
pregunta no la origina el desconocimiento de los preceptos de la Ley, la cual dice
practicar, sino tal vez porque hay en él el deseo de una mayor perfección.3

Antes de dar una respuesta, Jesús le plantea a su vez una pregunta: «¿Por qué me
preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno». (Mt 19,17). Seguramente Jesús
quiere poner de manifiesto que la fuente de toda bondad es Dios y como reflejo de
semejante Creador, las creaturas son buenas.

Dicho lo cual, pasa a dar respuesta a lo que el joven le ha preguntado, afirmando que,
para entrar en la vida eterna, debe cumplir los mandamientos. ¿Cuáles?, pregunta el
joven. La duda surge probablemente ante el hecho de que la Ley se había convertido
ya en algo tan minucioso, tan extremadamente detallado, que no era difícil perderse

2
Tal vez se le califica de importante por la magnitud de sus riquezas, y el poder que esto supone,
situación que registran los tres sinópticos; Mt 19,22; Mc 10, 22; Lc 18,23.
3
De hecho, Jesús le dice al joven: Si quieres ser perfecto… (Mt 19,21).

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en ese mar de normas que, al menor descuido, hacían caer en la impureza; el Decálogo
se convirtió en la fuente de una abrumadora legislación, cuya conocimiento era
cuestión reservada a especialistas.

Probablemente en atención a la riqueza de su interlocutor, Jesús no enuncia los


mandamientos que se refieren a las relaciones con Dios, sino sólo los que se refieren
a las relaciones con el prójimo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como
a ti mismo» (Mt 19,18-19). Por supuesto que se trata del minimum requerido para
salvarse, pero el joven aspira a algo más y, para su sorpresa, escuchará algo inusitado:
«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un
tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mt 19,21). Por toda respuesta, el joven se
marchó, pero el texto anota muy oportunamente que se marchó entristecido, pues
tenía muchos bienes. Ni siquiera la posibilidad de ser discípulo del admirado Maestro
fue suficiente motivo para dejar su riqueza que, una vez más, es percibida como un
obstáculo casi invencible para el seguimiento de Jesús; lo dicho: no se puede servir a
Dios y al dinero.

Al joven rico le parece excesivo el precio que tiene que pagar para entrar en el
discipulado de Jesús, porque es muy rico. Él esperaba de Jesús otra cosa: que le
hubiese mandado hacer obras buenas, das limosna en mayor cantidad, algo que
pudiese hacer desde su riqueza sin perturbar su vida. ¡Pero a Dios no le damos
nada hasta que no le damos todo!4

Cabe preguntarse hasta qué punto era verdad que cumplía los mandamientos, como
se lo dice a Jesús, pues Éste terminó su enlistado diciendo: amarás a tu prójimo como
a ti mismo; y lo que con su actitud está manifestando este joven, es que ama mucho
más sus riquezas que a su prójimo. Si bien le entristeció no querer/poder seguir el
proyecto que el Maestro le planteaba, seguramente calculó que su tristeza hubiera sido
mucho mayor si hubiera dejado los bienes no que poseía, sino que lo tenían poseído.

 Rasgos del perfil del joven rico


Es muy significativo que, para referirse a este pasaje, siempre lo enunciemos como la
historia del joven rico; su riqueza, a la cual aluden los tres sinópticos, parece ser el
distintivo de este personaje, riqueza5 que acabará esclavizándolo, destruyendo sus
más nobles aspiraciones.

4
L. ALONSO SCHÖKEL. La Biblia de nuestro pueblo. 1875.
5
«En el Nuevo Testamento este fragmento del joven rico, es la única narración de un llamado que
termina con un neto suceso, el convidado rechazó la invitación, y esa actitud obligó a Jesús, a
pronunciarse sobre las riquezas como un peligro real, más que para la sociedad, para las decisiones

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Si para cualquiera, la respuesta dada por Jesús al joven –y que, obviamente va dirigida
a todo lector de este pasaje– resulta demasiado radical, cuánto más para quien tiene
muchos bienes, como es el caso de nuestro personaje. Deshacerse de lo que se posee
equivale a deshacerse de lo que nos tiene poseídos, y la simbiosis no es fácil de
romper, por lo que supone de bienestar, de comodidades, lujos, seguridades, compra
de voluntades, extravagancias, poder… ¡La gran vida! ¿Compartirla con los pobres?
¡Imposible! ‒hasta pareciera que vivía en plena época del neoliberalismo más radical‒
El atisbo de verdad que había en su búsqueda no fue suficiente para dejar sus bienes;
sólo alcanzó para producirle cierta tristeza –aparejada a la negación del proyecto de
Dios– por lo que pudo haber sido y no fue.

3. EL HIJO MENOR; PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO


 El hijo menor. Lc 15,11-32
Estamos ante una de las páginas más bellas de la Escritura, calificación que no se debe
a la figura del hijo despilfarrador, que gastó pródigamente su herencia, sino a la del
padre6 tierno y misericordioso, el verdadero héroe de la parábola.

Jesús narra esta parábola como una contestación a la actitud de los escribas y fariseos
que reprobaban su actitud acogedora ante los publicanos y pecadores; basta ya de
imágenes distorsionadas de Dios, fruto del legalismo farisaico, de aquí que presente
a Dios Padre transido de misericordia por su hijo pecador, al cual está deseoso de
perdonar.

¿Y qué hizo este hijo?7 Pues dejarse llevar por el deseo de autonomía –que en sí mismo
no es malo, por supuesto–, por el espíritu de aventura que suele cautivar a los jóvenes,
pero lo hizo aun a costa de romper con la familia, de la cual parecieran ya no esperar
otra cosa que la parte de los bienes materiales a los que consideran tener derecho. Así
pues, este muchacho, al precio de la inmensa tristeza de su padre, le pide la parte de
la herencia8 que al faltar éste le correspondería.9 Y el padre se la dio (Lc 15,11-12).

de las personas». Hernán Darío CARDONA. «La Pastoral Bíblica en medio de los jóvenes» en
Medellín. Vol. XXVIII. No. 110 (2002). 90.
6
La palabra padre, aparece 12 veces en esta parábola.
7
Dado el propósito de este estudio, no veremos al personaje del hijo menor desde las varias posibles
interpretaciones alegóricas que de él se pueden hacer, sin desconocer en modo alguno la riqueza
que en ellas se encuentra.
8
En Dt 21,17 estaba prescrito que al primogénito le tocaban dos tercios de la herencia, por lo que
a este hijo menor, le toca un tercio de los bienes de su padre.
9
El libro del Eclesiástico no aconseja distribuir la herencia cuando aún viven los padres:
«Escuchadme, grandes del pueblo, jefes de la asamblea, prestad oído. A hijo y mujer, a hermano

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Comienza la aventura. El chico se va de casa, lo más lejos posible, y la diversión se


convierte en su ocupación fundamental, al punto que el texto de Lucas dice que vivía
como un libertino. Pero ese estilo de vida no se vive impunemente, así que más
temprano que tarde, el dinero –heredado, no ganado– se le termina, comienza a pasar
hambre, los amigos, –o mejor dicho pseudoamigos– desaparecen, y no le queda más
remedio que buscar trabajo, y lo encuentra: cuidando puercos, precisamente puercos,
el animal más impuro para un judío (Lv 11,1-8). Y tal era la situación de penuria a la
que había llegado, que hubiera deseado para sí la comida que comían los cerdos que
cuidaba (Lc 15,13-16).

Vaya extremos: de ser un junior, pasó a valer menos que un animal. Algunos rasgos
del migrante aparecen aquí con toda su crudeza, como la sobrevaloración de lo
desconocido –el chico se fue a un país lejano– y la tan frecuente decepción ante la
realidad; el perderse ante las posibilidades de la nueva situación –el chico vivía como
un libertino–; la añoranza, la nostalgia por los buenos tiempos, por lo que se dejó atrás
y que no supo apreciar –el chico deseaba tener todo lo que allá tenía–; la progresiva
pérdida de la utopía que le llevó a migrar –el chico ya no tienen nada de aquello con
lo que llegó a esas tierras–.

Y finalmente, la soledad –¿dónde están los amigos con los cuales derrochó su
herencia?–, la humillación, la pobreza, despiertan en él el deseo irresistible de volver
a la casa de su padre, donde lo tenía todo: casa, vestido, sustento, compañía, cariño,
consejos, familia.

Y entonces, según la expresión usada por Jesús: «se volvió hacia sí mismo» (Lc 15,17);
valiosísima enseñanza, pues nos hace ver que mientras uno no hace un viaje hacia su
propio corazón,10 hacia su interioridad, no vamos a caer en la cuenta de que
necesitamos volver a Casa. Considera, pues, el chico, la posibilidad de regresar,
pensando:

y amigo no des poder sobre ti en vida tuya. No des a otros tus riquezas, no sea que, arrepentido,
tengas que suplicar por ellas. Mientras vivas y haya aliento en ti, no te enajenes a ti mismo a nadie.
Pues es mejor que tus hijos te pidan, que no que tengas que mirar a los manos de tus hijos». Eclo
33,19-22
10
«¿No inició el retorno del Hijo pródigo con una conversación trascendental interna? Recordemos
que fue en aquella precaria situación que se determinó a volver a casa, cuando, entrando en sí
mismo, dijo…[…] El recuerdo de su buen padre permanecía vivo en el corazón del hijo menor.
Cuando llegó al fondo de sí mismo, al manantial del que brota el arroyo de su vida, se le abrieron
las puertas de la libertad. ¿Acaso esta reflexión dialogada no se convirtió en fecunda
interpretación?» Juan LÓPEZ VERGARA, «Métodos pastorales de interpretación bíblica. ¿Qué está
escrito en la Ley?» en Qol 61 (enero-abril 2013) 90.

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¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí


me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra
el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de
tus jornaleros. Lc 15,17-19

Pero… ¿Qué le dirá su papá? ¿Lo recibirá de nuevo? ¿Lo escuchará siquiera? ¿Y su
hermano mayor, cómo lo verá? Después de todo, de él jamás recibió un mal ejemplo.
Pero su situación ha llegado a un extremo insoportable y es preferible pasar por la
humillante admisión de su fracaso que seguir como está. Finalmente habrá que
decir: Papá, tenías razón.

Y emprendió el regreso; aprovechó el camino para ensayar bien su perorata acerca de


su arrepentimiento y de su disposición para ser tratado como un simple jornalero –es
decir, como un trabajador eventual– y no como hijo. Pero toda esperanza quedó
inmensamente desbordada por la actitud de su padre, que vivía anhelando el regreso
de su hijo:

Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello


y le besó efusivamente. Lc 15,20

Si le vio de lejos, es porque seguramente oteaba el horizonte día tras día, en espera de
distinguir la figura del muchacho; y cuando lo vio, al padre aquel no le importó perder
la mesura propia de su edad y se echó a correr, abrazó a su hijo y lo llenó de besos, en
un derroche de gratuidad, de amor incondicional ‒diríamos, a lo Dios ‒. Tremendo
desconcierto que esto ocasionaría en el chico, que aún confundido, intenta decirle a
su papá lo que tanto había repasado: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no
merezco ser llamado hijo tuyo». Lc 15,21

¿Dónde quedó aquello de trátame como a uno de tus jornaleros? Ni siquiera lo


alcanzó a decir, pues el emocionado padre ya estaba dando disposiciones a los criados
para que preparasen la fiesta de bienvenida que, si bien el hijo no merece, el padre no
parece opinar igual, pues su misericordia está más allá de los merecimientos.

Pero el padre dijo a sus siervos: "Traigan aprisa el mejor vestido y vístanle,
pongan un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traigan el novillo
cebado, mátenlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío
estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y
comenzaron la fiesta. Lc 15,22-24

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El hecho de volver a vestir y calzar como hijo de semejante padre, de portar el anillo
que simbolizaba la pertenencia familiar –una especie de poder notarial, de tarjeta de
crédito–, no dejaba lugar a dudas: el despilfarrador, el pródigo, el libertino, el
fracasado aquel, ha recuperado su dignidad, ha vuelto a ser el hijo, cuyo padre
parece no tener memoria para recordarle sus errores ni, por lo tanto, para reprocharle
su conducta egoísta, para ponerle condiciones, para ironizar sobre sus pretensiones de
autonomía, para llenarle de advertencias; simplemente le llenó de amor. Y comenzó
la fiesta.11

 Rasgos del perfil del hijo menor


Pues sí que este muchacho estaba desorientado. Se dejó llevar por el deseo de una
vida disipada, hasta el punto de pedir a su padre una herencia que aún no era tiempo
de recibir para, en seguida, marcharse de casa, cual si la presencia del padre le quitara
la libertad. Si eso le causó dolor a su padre –de quien desea tomar distancia– o a su
hermano –a la madre nunca se le menciona– no pareció importarle.

Después de derrochar pródigamente cuanto su padre le había dado a petición suya,


valora la conveniencia de regresar a la casa paterna, no porque quiera reparar el daño
causado, no porque le preocupe el dolor de su padre, no porque desee pedir perdón,
sino porque las circunstancias le han obligado a ello; no es lo mismo andar por ahí
gastándose el dinero que no costó ningún trabajo ganar, que trabajar para tener
siquiera lo indispensable para comer; hay quienes aprenden por las buenas y hay
quienes aprenden por las malas. Luego la conversión de este muchacho habría que
escribirla entre comillas y, además, preguntarse qué tanto tiempo pasará antes de que
empiece a pensar en volver a irse.

Si queremos que los jóvenes tengan los pies sobre la tierra,


hay que colocarles alguna responsabilidad sobre los hombros.
Y qué mayor responsabilidad que indagar en su propio corazón
cuál es la vocación a la que el Señor les llama, y tener el
Valor y la confianza de responder a ella con pasión,
dejando cualquier tipo de “riqueza” que nos tenga esclavizados.

11
El resto de esta bellísima parábola, donde se presenta al hijo mayor y su oposición a que el padre
reciba a su hermano, no corresponde a nuestro tema.

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