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EN EL EVANGELIO
LECTURA COMPELENTARIA
Comenzamos ahora el acercamiento a los jóvenes desorientados
que aparecen en el NT; a diferencia del apartado sobre los jóvenes
desorientados en el AT, en que se presentaron personajes con
nombre y apellido, ahora, en el NT, sólo encontramos en esta
categoría a los jóvenes desorientados anónimos, que son
mencionados por Jesús en sus parábolas o en sus discursos.
1
Jesús está haciendo alusión a los juegos o rondas infantiles que jugaban los niños en las plazas.
Jóvenes desorientados del evangelio
El personaje. Mt 19,16-22
¿Quién es este personaje? Ninguno de los sinópticos da su nombre, pero Lucas le
menciona como alguien importante.2 El joven se acerca a Jesús ‒a quien llama
Maestro‒, en busca de consejo, de indicciones que le permitan alcanzar la vida eterna:
«Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?» (Mt 19,16). Su
pregunta no la origina el desconocimiento de los preceptos de la Ley, la cual dice
practicar, sino tal vez porque hay en él el deseo de una mayor perfección.3
Antes de dar una respuesta, Jesús le plantea a su vez una pregunta: «¿Por qué me
preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno». (Mt 19,17). Seguramente Jesús
quiere poner de manifiesto que la fuente de toda bondad es Dios y como reflejo de
semejante Creador, las creaturas son buenas.
Dicho lo cual, pasa a dar respuesta a lo que el joven le ha preguntado, afirmando que,
para entrar en la vida eterna, debe cumplir los mandamientos. ¿Cuáles?, pregunta el
joven. La duda surge probablemente ante el hecho de que la Ley se había convertido
ya en algo tan minucioso, tan extremadamente detallado, que no era difícil perderse
2
Tal vez se le califica de importante por la magnitud de sus riquezas, y el poder que esto supone,
situación que registran los tres sinópticos; Mt 19,22; Mc 10, 22; Lc 18,23.
3
De hecho, Jesús le dice al joven: Si quieres ser perfecto… (Mt 19,21).
en ese mar de normas que, al menor descuido, hacían caer en la impureza; el Decálogo
se convirtió en la fuente de una abrumadora legislación, cuya conocimiento era
cuestión reservada a especialistas.
Al joven rico le parece excesivo el precio que tiene que pagar para entrar en el
discipulado de Jesús, porque es muy rico. Él esperaba de Jesús otra cosa: que le
hubiese mandado hacer obras buenas, das limosna en mayor cantidad, algo que
pudiese hacer desde su riqueza sin perturbar su vida. ¡Pero a Dios no le damos
nada hasta que no le damos todo!4
Cabe preguntarse hasta qué punto era verdad que cumplía los mandamientos, como
se lo dice a Jesús, pues Éste terminó su enlistado diciendo: amarás a tu prójimo como
a ti mismo; y lo que con su actitud está manifestando este joven, es que ama mucho
más sus riquezas que a su prójimo. Si bien le entristeció no querer/poder seguir el
proyecto que el Maestro le planteaba, seguramente calculó que su tristeza hubiera sido
mucho mayor si hubiera dejado los bienes no que poseía, sino que lo tenían poseído.
4
L. ALONSO SCHÖKEL. La Biblia de nuestro pueblo. 1875.
5
«En el Nuevo Testamento este fragmento del joven rico, es la única narración de un llamado que
termina con un neto suceso, el convidado rechazó la invitación, y esa actitud obligó a Jesús, a
pronunciarse sobre las riquezas como un peligro real, más que para la sociedad, para las decisiones
Si para cualquiera, la respuesta dada por Jesús al joven –y que, obviamente va dirigida
a todo lector de este pasaje– resulta demasiado radical, cuánto más para quien tiene
muchos bienes, como es el caso de nuestro personaje. Deshacerse de lo que se posee
equivale a deshacerse de lo que nos tiene poseídos, y la simbiosis no es fácil de
romper, por lo que supone de bienestar, de comodidades, lujos, seguridades, compra
de voluntades, extravagancias, poder… ¡La gran vida! ¿Compartirla con los pobres?
¡Imposible! ‒hasta pareciera que vivía en plena época del neoliberalismo más radical‒
El atisbo de verdad que había en su búsqueda no fue suficiente para dejar sus bienes;
sólo alcanzó para producirle cierta tristeza –aparejada a la negación del proyecto de
Dios– por lo que pudo haber sido y no fue.
Jesús narra esta parábola como una contestación a la actitud de los escribas y fariseos
que reprobaban su actitud acogedora ante los publicanos y pecadores; basta ya de
imágenes distorsionadas de Dios, fruto del legalismo farisaico, de aquí que presente
a Dios Padre transido de misericordia por su hijo pecador, al cual está deseoso de
perdonar.
¿Y qué hizo este hijo?7 Pues dejarse llevar por el deseo de autonomía –que en sí mismo
no es malo, por supuesto–, por el espíritu de aventura que suele cautivar a los jóvenes,
pero lo hizo aun a costa de romper con la familia, de la cual parecieran ya no esperar
otra cosa que la parte de los bienes materiales a los que consideran tener derecho. Así
pues, este muchacho, al precio de la inmensa tristeza de su padre, le pide la parte de
la herencia8 que al faltar éste le correspondería.9 Y el padre se la dio (Lc 15,11-12).
de las personas». Hernán Darío CARDONA. «La Pastoral Bíblica en medio de los jóvenes» en
Medellín. Vol. XXVIII. No. 110 (2002). 90.
6
La palabra padre, aparece 12 veces en esta parábola.
7
Dado el propósito de este estudio, no veremos al personaje del hijo menor desde las varias posibles
interpretaciones alegóricas que de él se pueden hacer, sin desconocer en modo alguno la riqueza
que en ellas se encuentra.
8
En Dt 21,17 estaba prescrito que al primogénito le tocaban dos tercios de la herencia, por lo que
a este hijo menor, le toca un tercio de los bienes de su padre.
9
El libro del Eclesiástico no aconseja distribuir la herencia cuando aún viven los padres:
«Escuchadme, grandes del pueblo, jefes de la asamblea, prestad oído. A hijo y mujer, a hermano
Vaya extremos: de ser un junior, pasó a valer menos que un animal. Algunos rasgos
del migrante aparecen aquí con toda su crudeza, como la sobrevaloración de lo
desconocido –el chico se fue a un país lejano– y la tan frecuente decepción ante la
realidad; el perderse ante las posibilidades de la nueva situación –el chico vivía como
un libertino–; la añoranza, la nostalgia por los buenos tiempos, por lo que se dejó atrás
y que no supo apreciar –el chico deseaba tener todo lo que allá tenía–; la progresiva
pérdida de la utopía que le llevó a migrar –el chico ya no tienen nada de aquello con
lo que llegó a esas tierras–.
Y finalmente, la soledad –¿dónde están los amigos con los cuales derrochó su
herencia?–, la humillación, la pobreza, despiertan en él el deseo irresistible de volver
a la casa de su padre, donde lo tenía todo: casa, vestido, sustento, compañía, cariño,
consejos, familia.
Y entonces, según la expresión usada por Jesús: «se volvió hacia sí mismo» (Lc 15,17);
valiosísima enseñanza, pues nos hace ver que mientras uno no hace un viaje hacia su
propio corazón,10 hacia su interioridad, no vamos a caer en la cuenta de que
necesitamos volver a Casa. Considera, pues, el chico, la posibilidad de regresar,
pensando:
y amigo no des poder sobre ti en vida tuya. No des a otros tus riquezas, no sea que, arrepentido,
tengas que suplicar por ellas. Mientras vivas y haya aliento en ti, no te enajenes a ti mismo a nadie.
Pues es mejor que tus hijos te pidan, que no que tengas que mirar a los manos de tus hijos». Eclo
33,19-22
10
«¿No inició el retorno del Hijo pródigo con una conversación trascendental interna? Recordemos
que fue en aquella precaria situación que se determinó a volver a casa, cuando, entrando en sí
mismo, dijo…[…] El recuerdo de su buen padre permanecía vivo en el corazón del hijo menor.
Cuando llegó al fondo de sí mismo, al manantial del que brota el arroyo de su vida, se le abrieron
las puertas de la libertad. ¿Acaso esta reflexión dialogada no se convirtió en fecunda
interpretación?» Juan LÓPEZ VERGARA, «Métodos pastorales de interpretación bíblica. ¿Qué está
escrito en la Ley?» en Qol 61 (enero-abril 2013) 90.
Pero… ¿Qué le dirá su papá? ¿Lo recibirá de nuevo? ¿Lo escuchará siquiera? ¿Y su
hermano mayor, cómo lo verá? Después de todo, de él jamás recibió un mal ejemplo.
Pero su situación ha llegado a un extremo insoportable y es preferible pasar por la
humillante admisión de su fracaso que seguir como está. Finalmente habrá que
decir: Papá, tenías razón.
Si le vio de lejos, es porque seguramente oteaba el horizonte día tras día, en espera de
distinguir la figura del muchacho; y cuando lo vio, al padre aquel no le importó perder
la mesura propia de su edad y se echó a correr, abrazó a su hijo y lo llenó de besos, en
un derroche de gratuidad, de amor incondicional ‒diríamos, a lo Dios ‒. Tremendo
desconcierto que esto ocasionaría en el chico, que aún confundido, intenta decirle a
su papá lo que tanto había repasado: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no
merezco ser llamado hijo tuyo». Lc 15,21
Pero el padre dijo a sus siervos: "Traigan aprisa el mejor vestido y vístanle,
pongan un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traigan el novillo
cebado, mátenlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío
estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y
comenzaron la fiesta. Lc 15,22-24
El hecho de volver a vestir y calzar como hijo de semejante padre, de portar el anillo
que simbolizaba la pertenencia familiar –una especie de poder notarial, de tarjeta de
crédito–, no dejaba lugar a dudas: el despilfarrador, el pródigo, el libertino, el
fracasado aquel, ha recuperado su dignidad, ha vuelto a ser el hijo, cuyo padre
parece no tener memoria para recordarle sus errores ni, por lo tanto, para reprocharle
su conducta egoísta, para ponerle condiciones, para ironizar sobre sus pretensiones de
autonomía, para llenarle de advertencias; simplemente le llenó de amor. Y comenzó
la fiesta.11
11
El resto de esta bellísima parábola, donde se presenta al hijo mayor y su oposición a que el padre
reciba a su hermano, no corresponde a nuestro tema.