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Lunes 16 de junio de 2014 

| Publicado en edición impresa

Editorial I

Una TV desechable
Cuando lo único que interesa es el rating y triunfan las ofertas cada vez más
vulgares, se dilapida el valor de un medio muy importante para la educación

El rating, ¿deberá seguir siendo la vara que mida todo lo que la mayoría de los argentinos
debamos consumir en materia de televisión abierta? Por supuesto que pocos querrían
aceptar que ésta es la respuesta, pero a juzgar por las ofertas que triunfan, cada vez más
simplistas y vulgares, pareciera ser la única razón.

Ahora que los realities y los shows en los que, además de bailar, los participantes se pelean
y se injurian, han pasado a segundo plano y no atraen tanto el interés del público, parece
que lo que reditúa es tratar al aire los temas absolutamente privados, y cuanto más privados,
mejor. No de otra manera se entiende que, en pleno horario de la tarde, dos conductores de
programas de chimentos sobre figuras del espectáculohayan usado sus propios problemas
más íntimos como tema de atracción. Tampoco se entiende que, por ello, también haya
menores -hijos, además, de esos mismos conductores- involucrados en esos bochornosos
dimes y diretes de adultos que nunca deberían haber llegado a ser tratados en la televisión
en horarios de protección al menor.
Ya nos hemos referido en otras oportunidades desde estas columnas a la llamada televisión
"autorreferencial". En años recientes, ha habido mucho de lo que avergonzarse: shows
protagonizados por jóvenes ignotos que buscaban volverse célebres gracias a presuntos
amoríos, escándalos, escenas de pugilato, confesiones de intimidades sexuales o hasta
habilidades para la traición. Sin embargo, como observábamos, todo puede empeorar en la
televisión argentina.

Y que ahora, ya mismo, muchos de los temas mencionados cedan su lugar al interés
promovidopor los partidos del Mundialno debe hacernos olvidar hasta dónde se ha llegado
esta vez o hasta dónde se llegará la próxima.
Simplemente, en algún momento debe haber un límite frente a la apología del mal gusto y
ese primer límite deben ponerlo los televidentes responsables. Algo así comienza a ocurrir
en el campo de la publicidad, desde el momento en que un reciente aviso de una importante
compañía de bebidas debió ser retirado porque habían mermado las ventas. Hubo un error,
hubo un rechazo de los compradores, y así lo comprendieron los empresarios, que actuaron
en consecuencia.

Pero en el caso de la televisión pública argentina no parecería que muchos espectadores se


horrorizaran de que ciertos conductores cuenten "en vivo y en directo" sus problemas
personales más íntimos y escabrosos. ¿Tanto atraen confidencias y acusaciones de
infidelidad dignas de un burdo teleteatro y hechas, en muchos casos, con términos soeces?
Quizás allí esté la explicación de su inesperado éxito, y del rating consiguiente: estas
experiencias tan personales, dichas al aire sin ningún pudor ni recato, parecen formar parte
de una escandalosa "novela", y esa sensación de ficticio hace olvidar al televidente que esos
personajes son bien reales.

Lo que también llama la atención es la ausencia de los organismos o las autoridades


competentes. Antes, existía una entidad de control que podía hacer un llamado de atención
o apercibimiento; hoy, parece no existir ninguna, probablemente porque no son éstos los
temas a los que está dedicada. Por supuesto, no es cuestión de reclamar ninguna forma de
control o censura que implique restringir la libertad de expresión, pero sí de controlar por lo
menos los temas que son consumidos en el horario de protección al menor.

Pero el deslizamiento imparable de la televisión argentina hacia fórmulas y contenidos cada


vez más torpes y groseros, insistimos, parece ?preocupar cada día a menos a los televidentes
habituales, por eso continúa creciendo en audiencia. Es más, cuando todo hace pensar que
ya se ha alcanzado lo soportable, hay una nueva vuelta de tuerca y un tema perdido en el
tiempo reaparece y es rescatado de nuevo para las cámaras. Todo sirve y, como ya hemos
dicho, en pleno horario vespertino.

Es evidente que lo que perdura a través del tiempo es esta insólita adhesión del público de la
televisión abierta. La "toxicidad" sobre la que tanto se ha hablado o se ha escrito
últimamente también se ha apoderado de los televidentes, que no comprenden en
profundidad hasta qué punto esto que ven puede dañarlos espiritualmente.

El público televidente debe tomar conciencia de que su poder radica en lo que ve, pero
también y sobre todo en lo que elige no ver. La televisión no puede mejorar si no estamos
dispuestos a dar el primer paso desde nuestra casa, utilizando el control remoto de manera
responsable, por nuestros hijos y también por nosotros mismos.

En medio de las profundas transformaciones tecnológicas que aportan Internet y las redes
sociales, los especialistas en educación coinciden en destacar que todavía la televisión sigue
siendo un medio muy importante para ayudar a los niños y jóvenes a acceder a distintas
fuentes de información y de conocimiento. No dilapidemos su valor, entonces, dedicándola
a exaltar todo lo contrario

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