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EL RICO Y

LÁZARO  

BREVE EXPOSICIÓN DE UN RELATO


REAL
 

Lucas 16:19-31
 
LAS ENSEÑANZAS DE CRISTO SOBRE
LA CONDICIÓN DE LAS ALMAS
DESPUÉS DE LA MUERTE
 
 
 
 
 
INTRODUCCIÓN
 
“Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de
lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez.
Había también un mendigo llamado Lázaro, que
estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y
ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa
del rico; y aun los perros venían y le lamían las
llagas” (v. 19-21).
 
Es llamativo cómo tantos han pretendido falsificar las
clarísimas enseñanzas de Cristo acerca de la condición
de los muertos, alegando que este relato no es real ni
verídico, sino que está hablando de forma fantasiosa, o
que por ser meramente una «parábola» —alegan— nada
tiene que ver con la realidad. Los «Testigos de Jehová»,
los «Adventistas del Séptimo Día», por ejemplo, así
como todos los aniquilacionistas  (los que creen que el
[1]

alma es capaz de ser aniquilada o extinta, y definen


erróneamente el verbo «destruir»  de esta falsa manera),
[2]

agitan esta torcida interpretación del pasaje a fin de


escapar de la realidad de las enseñanzas sobre el estado
consciente de las almas en su condición separada del
cuerpo, y así estas sectas propagan sus falsas doctrinas
que afectan los padecimientos mismos de Cristo en la
cruz (véase al final). Veremos que no es así, y la Biblia
habla por sí misma con autoridad a la conciencia de
todos, sólo que basta la absoluta e incondicional
adhesión a ella, y no a los falsos sistemas de los falsos
maestros sectarios.
 
Brevemente para empezar observamos que el mismo
Maestro no dice ni sugiere que estuviera ofreciendo
una parábola. En todas las parábolas, el Señor
manifiesta claramente que está ofreciendo una parábola.
Aquí no lo hace. En ninguna parábola el Señor
da nombres. Aquí da nombres, por lo que se trata de un
relato real. Es cierto que el Señor, en este relato, utiliza
algunos símbolos: esto nadie lo niega. Todo el lenguaje
del Señor en el Nuevo Testamento está lleno de
símbolos, pero ellos transmiten realidades concretas, no
fantasías, como se pretende. E incluso aunque el relato
pareciera tener el carácter de parábola, el pasaje es tan
poderoso que aun cuando sea considerado como una
parábola da precisamente los mismos resultados.
 
La razón es que las parábolas relatan situaciones de «la
vida diaria», pero en este caso el punto más importante
que nos hace ver que no sería una parábola es la
mención de un personaje por su nombre —«Lázaro»—
de quien a duras penas el Señor habría dado su nombre
si realmente no hubiese existido; pero lo que no puede
ser cuestionado es la situación de las almas en este
relato, pues la definición de parábola no lo permite.
 
Si en vez de parábola fuera una fábula, ésta crearía
situaciones no reales, tal como que los árboles hablan y
eligen un rey (como en el caso del hijo de Gedeón,
Jueces 9); pero estos sucesos son completamente
reales. Y si no hubiesen sucedido con Lázaro —por ser
un personaje del relato— sí pasa con los que mueren.
 
Como en el caso del sembrador, todos los elementos de
la parábola son altamente conocidos y plenamente
reales, para los que la escucharon, pues son cuadros
tomados de la vida misma.
 
Ahora bien, la narración comienza hablando de un
hombre rico. Es evidente que el Señor encuadró su
discurso sobre la condición de las almas después de la
muerte dentro de un trasfondo judaico, adaptado a sus
oyentes y en el lenguaje de ellos: de aquí el simbolismo
"el seno de Abraham", etc. Conforme a la mente judaica,
una buena fortuna, como dicen los hombres, constituía la
felicidad. Los judíos consideraban tal prosperidad como
una señal del favor de Dios. El rico del relato tenía todo
lo que su corazón (o más bien la carne en realidad) podía
desear, y así daba rienda suelta a sus deseos. Pero todo
era un deleite egoísta: para el corazón del rico, Dios no
contaba para nada en tales deseos, ni tampoco había
interés alguno por el prójimo: todo era el yo. Esto queda
demostrado al entrar en la escena el mendigo Lázaro,
que comía de las migajas del rico. El rico no reparaba en
este pobre, sino sólo en sí mismo. Los perros eran más
considerados que el mendigo, y rendían a éste mayor
favor que su amo: lamían las llagas del pobre mendigo.
 
Así vemos, pues, queridos amigos cómo es el hombre,
en este caso el judío, pero el hombre al fin, en la vida
presente, conforme a sus pensamientos de bienestar
terrenal.
 
LA CONDICIÓN DE LAS ALMAS DESPUÉS DE LA
MUERTE CORPORAL
 
Pero todo cambia con la llegada de la muerte, y aquí el
Señor revela sus enseñanzas en forma inequívoca, a las
cuales debemos adherir sin compromiso, porque es el
Señor quien habla, y no el hombre, y él enseña qué es lo
que hay detrás de la tumba para que nosotros podamos
tenerla verdadera luz sobre estas cosas.
 
22  Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado
por los ángeles al seno de Abraham; y murió también
el rico, y fue sepultado.
 
Está claro que “el seno de Abraham” es un símbolo, para
los oyentes judíos, de un lugar especialmente bendito en
el mundo invisible, donde le esperan los más honorables
siervos de Dios. Pero la compañía de Abraham y la
bienaventuranza de su condición no eran simbólicas.
Veamos cómo sigue el relato.
 
23  Y en el Hades alzó sus ojos, estando en
tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su
seno.
 
Ésta no es una figura del estado final de juicio, sino de
cierta condición después de la muerte. (Mientras que el
alma del mendigo pasó a un estado de felicidad, cuando
su cuerpo yacía en el sepulcro). Del rico se dice que
“alzó sus ojos” lo cual es lenguaje simbólico de nuevo,
pero que describe el estado consciente de su alma. El
hecho es que Lázaro, conforme a la enseñanza del
Señor, fue visto en el seno de Abraham por el rico, quien
estaba en tormentos.
 
Diremos algo sobre símbolos incluidos en este relato: El
lenguaje simple y gráfico atrae más la atención de las
personas sin importar su nivel cultural, que una
descripción del estado consciente del alma después de la
muerte hecha en términos científicos la cual hubiese sido
inadecuada para los oyentes del Señor. El hecho es que
no existe la mínima dificultad en la narración tomada en
su justo sentido. En nuestro diario hablar empleamos
continuamente lenguaje figurado para que nos entiendan
mejor todos. El 90 % de la crítica antibíblica es
deshonesta, y tiene la clara intención de desacreditar la
Escritura (El hades y el castigo eterno, A.
P.). Claramente el Maestro enseña que tanto el creyente
como el inconverso, se encuentran en un estado
consciente después de la muerte, y quien enseña lo
contrario, enseña en contra de la doctrina de Cristo
 
24  Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham,
ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que
moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi
lengua; porque estoy atormentado en esta llama.
 
La prueba es ciertamente clarísima aquí de que
incluso antes del juicio, los impíos están ya en tormentos.
 
Nadie cuestiona que el Señor emplea figuras, pero, lo
repetimos, el motivo de las mismas es explicar las cosas
invisibles de la manera más inteligible posible para
nosotros; pues nosotros percibimos el mundo exterior a
través del cuerpo y los sentidos; y de aquí el Señor toma
las figuras a fin de que aquellos a quienes él se dirige y a
quienes les presenta el mundo invisible conforme a Su
propia sabiduría, las entiendan.
 
El Señor revela también que allí, en el Hades, el
rico tiene conciencia de la necesidad de misericordia. El
rico no toma, exteriormente, el lugar de un incrédulo. En
él no hay seguramente ninguna fe, pero él habla de
“Padre Abraham”, y aunque él nunca buscó a Dios por
misericordia, ve al menos que allí, en el seno de
Abraham, podía gozarse de la más rica misericordia.
Entonces pide que Lázaro moje la punta de su dedo en
agua y que refresque su lengua: ¡una miserable gota de
agua! En otro tiempo, habría sido un favor tan
insignificante que apenas se habría tenido en cuenta, y
menos aún si Lázaro lo hubiera hecho. En la tierra, el rico
habría detestado una cosa así. Pero la verdad aparece
cuando el hombre ha dejado esta vida. ¡Qué importante
es, pues, oír mientras estamos en la tierra, lo que el
Señor nos dice!
 
“Estoy atormentado en esta llama.” El que nos dice
esto es nada menos que Jesús. Y nosotros sabemos
que él es la verdad, y que éstos son verdaderos dichos
de Dios.
 
La respuesta de Abraham es digna de notar también:
 
25 Pero Abraham le dijo: Hijo (pues él no repudia la
relación según la carne), acuérdate que recibiste tus
bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero
ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado.
 
El que era de Satanás tenía buenas cosas en esta tierra;
mientras que quien era nacido de Dios, recibió males
aquí abajo. La tierra como tal no proporciona ninguna
medida para los juicios de Dios: cuando Jesús venga, y
el Reino sea establecido, será diferente. Pero tanto el
judío como el hombre en general deben aprender que
esto no es así ahora, y que, antes que Él venga, subsiste
la solemne verdad de que los hombres muestran por sus
caminos aquí en la tierra cuán poco creen palabras de
Dios como éstas. Pero cuando los hombres mueren,
seguramente habrán de probar la verdad de lo que ellos
rehusaron oír en este mundo: “Ahora éste es consolado
aquí, y tú atormentado”. No es el tiempo del Reino
público del Mesías. Lucas nos permite ver lo que es más
profundo aún que ese Reino: la bendita porción invisible
del justo, así como el mal para el injusto.
 
26 Además de todo esto, una gran sima está puesta
entre nosotros y vosotros, de manera que los que
quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de
allá pasar acá.
 
El Señor enseña aquí que existe una establecida y
grande separación entre el bien y el mal en el estado
intermedio. No se puede pasar del uno al otro. La noción
de una gracia posible en la condición separada es
absolutamente excluida por la Escritura. Los hombres
naturales sueñan con esta posibilidad de una «segunda
oportunidad»; ellos desean aferrarse del mal tanto como
puedan, o al menos de los deseos de este mundo,
despreciando las advertencias de Dios y echando mano
o adquiriendo bienes de este mundo, en lo cual ponen su
corazón, pero descuidando por completo la solemne
lección que el Señor nos ofrece mediante la narración del
rico y Lázaro. “Una gran sima está puesta entre nosotros
y vosotros”, dice Abraham. Entre los justos que partieron,
y aquellos que murieron en sus pecados la separación es
completa.
 
Y puesto que el rico no veía ninguna posibilidad de
cambio para sí, vuelve entonces su atención hacia su
familia.
 
“Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le
envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco
hermanos, para que les testifique, a fin de que no
vengan ellos también a este lugar de tormento. Y
Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen;
óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero
si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se
arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a
Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán
aunque alguno se levantare de los muertos” (v. 27-
31).
 
 
CONCLUSIÓN
 
La respuesta de Abraham trae a luz otra gran verdad: la
suprema importancia de la Palabra de Dios.
 
Hemos visto el testimonio del mundo invisible y que el
Señor nos reveló mediante este relato real. Los
oponentes de la Biblia quieren hacernos creer que el
Señor estaba ofreciendo una novela, que estaba
contando cuentos ficticios e imaginarios que nada tienen
que ver con la realidad. Los que creen que diciendo esto
escapan de la clara revelación del Maestro, se equivocan
para eterna perdición. De hecho, también la propia
resurrección de nuestro Señor sella la verdad de sus
palabras, pues no hay prueba más evidente del fracaso
total de cualquier otro medio para resucitar al hombre.
Aunque él resucitó de entre los muertos, de en medio de
una banda de hombres armados que custodiaban la
tumba, esto no logró persuadir el corazón de los
hombres, y menos aún de los sacerdotes y ancianos
judíos, quienes sólo se endurecían más completamente
por ello. Todos manifestaron su incredulidad.
 
Para terminar reiteramos que la compañía de Abraham y
la bienaventuranza de su condición no eran simbólicas. Y
así como las Escrituras claramente nos dicen que
el hades es para el creyente una condición de
bienaventuranza, así también el Señor nos dice que
el hades es para el inconverso una condición de
tormento. ¿Podemos creer la primera declaración y
rehusar la otra? ¡Seguramente que no! ¡Cuán
infinitamente benignas —y tan infinitamente solemnes,
para que sus oyentes escaparan de tal condenación—,
fueron las advertencias que el Señor hizo cuando estuvo
aquí en la tierra!
 
El oponente de Cristo quien enseña una doctrina
contraria a la del verdadero Cristo respecto de estas
cosas puede argüir, si le place, que si los ojos y la
lengua son simbólicos, los tormentos y la
llama deberían ser también simbólicos. Pero si los
tormentos físicos son simbólicos, preguntamos: ¿de qué
son simbólicos? Aquí el simbolismo se acaba, pues no
hay sino una única respuesta: Los tormentos físicos, si
fueren simbólicos, deben ser simbólicos de los tormentos
espirituales. Los tormentos que afectan el cuerpo, si son
simbólicos, lo deben ser de los tormentos que afectan al
alma, y esto es justamente lo que simbolizan. El hecho
de que algunos contiendan esgrimiendo el argumento de
que el lenguaje es simbólico, no debilita en lo más
mínimo ni afecta en el menor grado la seriedad de la
advertencia. Porque si el lenguaje es simbólico, el
simbolismo es utilizado nada menos que por el mismo
Hijo de Dios, y su intención era dar él mismo una
impresión adecuada y justa en sus oyentes.
 
¿Es terrible el simbolismo? La verdad que se propone
señalar es lo terrible. ¿Es terrible el simbolismo? La
advertencia también es terrible. Pero el racionalismo y el
sentimentalismo, que constituyen la base de las falsas
doctrinas aniquilacionista y universalista, tienen como
resultado la privación del sentido escueto de la verdad de
Dios sobre estas cosas tan claramente enseñadas.
 
Se infiere claramente de las Escrituras adónde va el alma
del creyente tras la muerte, así como también adonde va
la del impío. Y en otro estudio demostraremos que el
hades es la condición de las almas después de la
muerte, o sea, que es un estado, y no un lugar, que el
creyente, tras la muerte, está con Cristo en felicidad,
mientras que los malos pasan inmediatamente a un lugar
de tormento.
 
Y concluimos diciendo que la verdad de la doctrina del
Nuevo Testamento respecto al infierno o destino de los
malos, es que éste se refiere a un castigo con dos
características fundamentales: es un
castigo eterno y consciente, y constituye una falsa
doctrina fundamental el hecho de negar una o ambas de
estas dos características perfectamente enseñadas por
el Señor y sus apóstoles.
 
Flavio H. Arrué
 

 
(Las notas expositivas fueron tomadas de William Kelly a
partir de su «Exposition of the Gospel of Luke», y se
adaptaron algunos extractos de «El hades y el castigo
eterno», de A. Pollock).
 
Para un tratamiento detallado de la condición del alma
después de la muerte, se recomienda la excelente obra
en inglés, de reciente publicación:«Man’s constitution
and Eternal, Conscious Punishemnet» por R. A. Huebner
(157 páginas http://presenttruthpublishers.com/pdf/ptp-
cat-current.pdf).
 
Para quienes sepan inglés, también pueden descargar la
extensa obra de William Kelly en relación con este
tema: «THE PREACHING TO THE SPIRITS IN
PRISON.»
 

 
NOTAS
 
[1]  N. del Editor—
 
EL ANIQUILACIONISMO ES UNA FALSA DOCTRINA
FUNDAMENTAL
 
La enseñanza del aniquilacionismo de los malos, constituye
un ataque contra el carácter de los padecimientos de Cristo
en la cruz. Cristo sufrió la pena por nuestros pecados, lo
cual no es «aniquilación», sino que fue algo consciente y
real. Y ahora fijémonos lo grave de esto: Si Cristo sufrió el
castigo en nuestro lugar en forma consciente (es decir, no
fue «aniquilada su alma en la cruz de modo de no sufrir»,
sino que supo lo que fue el tormento por el pecado, algo
indecible e insondable para nuestras pobres y finitas
mentes, pero castigo al fin), ¿no es una blasfemia sostener
que el castigo consciente de los malvados es irreal?
Equivale a negar no sólo las enseñanzas clarísimas de
Cristo sobre este tema en los Evangelios, sino el carácter
mismo de la obra expiatoria de Cristo en la cruz por el
pecado. Y esta negación constituye falsa
doctrina fundamental, y quienes la sostienen o toleran (por
más que no sostengan ellos mismos el mal, pero toleran) a
quienes la confiesan y propagan, se hacen una sola masa
con esta levadura. Y no sólo las conocidas sectas
mencionadas son las que propagan esta levadura del
aniquilacionismo, sino que muchos dentro del campo
«evangélico» también adhieren a ella, como puede verse,
por ejemplo, en un artículo reciente aparecido
en Bibliotheca Sacra (julio-setiembre 1999, página 359)
donde leemos: «Un viejo proponente del aniquilacionismo
es Arnobio, y varios prominentes evangélicos son sus
defensores modernos: F. F. Bruce, Philip Edgecumbre
Hughes, John R. W. Stott (anglicano). El concepto de éstos
difiere del modelo bíblico del castigo eterno en dos
aspectos. Primero, que el severo castigo eterno no es para
siempre ni es un sufrimiento consciente, sino que, en vez
de ello, es una expulsión de la presencia de Dios por medio
de una aniquilación, es decir, por medio de la destrucción
de la existencia de la persona. En segundo lugar, la justicia
de Dios no es vista como inescrutable, sino que, en vez de
ello, ella puede ser armonizada con los propios conceptos
de la humanidad de penas proporcionadas.»
 
Debemos cuidarnos de no entrar, pues, en ningún tipo de
asociación con males doctrinales fundamentales, ni con
nadie que los sostenga abiertamente ni que los tolere (o
sea, que, aunque no los acepte, tampoco los condene y
siga relacionada con los falsos maestros, en expresa
oposición a 2.ª Juan 2:9-11). En los últimos 10 años, la
doctrina de la aniquilación de los malos se ha ido
propagando cada vez más entre los «evangélicos». J. N.
Darby escribió al respecto : [3]

 
«No tengo ninguna duda de que un aniquilacionista debe ser
“quitado o puesto fuera” (1.ª Corintios 5:13): éstos siempre niegan
la expiación, la responsabilidad del hombre, la inmortalidad del
alma y toda conciencia justa de pecado» (Letters of J. N.
Darby 3:91).
 
«…Yo lo ayudaría con todo gusto en este tema en lo mayor de mis
capacidades, porque esta doctrina (aniquilacionista), constituye una
mortal y desmoralizadora herejía, o, mejor dicho, es pura
infidelidad. Yo siempre la he refutado, pero nunca la he visto tan
diseminada como en estos últimos tiempos, en Nueva York y en
Boston. Tiene como consecuencia provocar la negación de toda
responsabilidad y conciencia, debilitar de la manera más fatal el
sentido de pecado, el valor consecuentemente de la expiación y, en
casos extremos, hasta la divinidad de Cristo. Todos no llegan a este
extremo, y ni siquiera están enterados de ello, pero la falsa doctrina
ha arrastrado a miles en esos lugares de Estados Unidos» (Letters
of J. N. Darby1:403).
 
Pero ningún aniquilacionista puede demostrar con la
Escritura misma, algún pasaje que enseñe que el alma va a
ser extinguida o que cesará de existir para siempre; ¿acaso
la muerte de Cristo, como dijimos, trajo la extinción de su
alma cuando sufrió la pena por nuestros pecados? Si un
supuesto evento de semejante importancia como el de una
supuesta aniquilación o extinción del alma fuese cierta, ¿no
estaría claramente enseñada en los Evangelios por el
Señor mismo o en alguna otra parte del Nuevo
Testamento? Pero toda la argumentación de los
aniquilacionistas es muy superficial, pobre y falta de una
exégesis seria de los pasajes donde se enseña esta
doctrina claramente, y en su literatura no podemos
encontrar ninguna refutación de estas verdades por medio
de la Palabra misma, ni siquiera trazas de ello. Aquí hemos
tratado solamente el relato del Rico y Lázaro, pero para
quienes quieran realizar un tratamiento detallado de todos
los argumentos aniquilacionistas y su correspondiente
refutación, véase el escrito «El hades y el castigo
eterno», por A. J. Pollock. Quienes sepan inglés pueden
consultar la extensa y excelente obra de F. W Grant: Facts
and Theories as to a Future State
 
[2] N. del E.—  Los aniquilacionistas suelen dar a la palabra
«destruir» el significado de «extinguir» o «dejar de existir».
Así, cuando citan, por ejemplo, Mateo 10:28: “Temed más
bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el
infierno”, ellos definen el término «destruir» por «dejar de
existir o desaparecer». Pero basta citar el DRAE para
darse cuenta de que el vocablo español no tiene esa
acepción, sino más bien «ruina, asolamiento, pérdida
grande y casi irreparable». Acerca del verbo griego vertido
«destruir» (apollumi), Vine dice: «La idea que comunica no
es la de extinción, sino de ruina; no del ser, sino del
bienestar. Esto queda claro en base del uso que se le da,
como p. ej., de la rotura de los cueros de vino Lucas 5:37;
de la oveja perdida, esto es, pérdida para el pastor, lo que
es metáfora de la destitución espiritual, Lucas 15:4, 6, etc.;
el hijo perdido; 15:24; de la comida que perece, Juan 6:47;
del oro, 1 Pedro 1:7. así también de las personas, Mateo
2:13, “matar”; 8:25, “perecemos”; 22:7; 27:20; de la pérdida
de bienestar en el caso de los perdidos en el más allá,
Mateo 10:28; Lucas 13:3, 5; Juan 3:16 (v. 15 en algunos
manuscritos); 10:28; 17:12; Romanos 2:12, 1 Corintios
15:18; 2 Corintios 2:15, “los que se pierden”; 4:3; 2
Tesalonicenses 2:10; Santiago 4:12; 2 Pedro 3:9» (W. E.
Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo
Testamento, vol. I, pág. 428).
 
Así que, el mismo idioma, tanto griego como español, no
da sustento alguno a las fantasías de los aniquilacionistas.
 
[3] N. del E.— Es un hecho conocido que C. H. Spurgeon,
ante el avance de la corriente de la apostasía de los
últimos tiempos, se vio envuelto en la llamada «Downgrade
Controversy», en la que no sólo alzó su voz en contra de la
decadencia de la ortodoxia sobre el tema del castigo eterno
junto con otras doctrinas fundamentales de la fe que se
veían atacadas, a través de su serie de escritos publicados
en «The Sword and Trowel» en los que denuncia estas
falsas doctrinas fundamentales, sino que, al haber éstas
penetrado a tal punto en la Unión Bautista de Londres,
pese a la contención aparente de la «declaración de fe»
sobre doctrinas fundamentales que se debían sostener
para ser miembro de la Unión a la que él pertenecía, que
se vio finalmente forzado a salir de la «Unión» el 28 de
octubre de 1887, dando como razón de su separación el
hecho de que la Unión prefería la paz denominacional al
deber de confrontar el error y, de esa manera, por el hecho
de tolerar el mal en su seno, la Unión hizo que los
cristianos fieles a la verdad y que no querían ningún tipo de
asociación con el mal, ya directa, ya indirecta, se viesen
forzados a separarse de ella de forma indefectible.
 
Spurgeon era sano en sus principios bíblicos de separación
absoluta del mal y del error, es decir, ningún tipo de
asociación y tolerancia del mal. Unas citas de algunos
párrafos de Spurgeon sobre qué creía él acerca de la
separación del mal, pueden ser de interés para el lector.
 
 
C. H. Spurgeon sobre la separación del error
 
Citas de Spurgeon en: Ian Murray, «The forgotten
Spurgeon» 2.ª edición, 1973, London/Carlisle
 
Página 143
 
«En el tiempo presente, se vuelve un tema serio en qué
medida aquellos que permanecen “por la fe una vez
entregada a los santos” deben confraternizar con aquellos
que se han desviado hacia otro evangelio. El amor cristiano
tiene sus exigencias, y las divisiones han de ser evitadas
como graves males; pero ¿cuánto estamos justificados
de estar asociados (inglés: ‘being in confederacy’) con
aquellos que se apartan de la verdad?»
 
Página 144
 
«Sí, tenemos ante nosotros el desgraciado espectáculo de
cristianos que públicamente profesan ser ortodoxos, y que
permiten su unión con aquellos que niegan la fe, y que
difícilmente disimulan su menosprecio por aquellos que no
pueden ser culpables de tan grosera deslealtad a Cristo.
Para ser muy claros, no podemos llamar a estas cosas
«Uniones Cristianas»; ellas comienzan a parecerse a
«Confederaciones del mal»... Es nuestra solemne
convicción que donde no haya una verdadera
comunión espiritual, no debe haber ningún intento de
comunión. La comunión con el error vital y conocido es
participación en el mal.»
 
Página 154f
 
«La Unión (Bautista) tal como está constituida al presente,
no tiene ningún poder disciplinario, porque no tiene una
base doctrinal sólida declarada («declaración de fe»), y no
vemos ninguna razón de por qué toda forma de creencia y
de falsa doctrina no deba ser incluida en ella, y no
solamente hacer referencia al bautismo por inmersión como
el único bautismo válido. No hay ningún provecho en
censurar a la Unión por tolerar errores del tipo más
extremo, pues, hasta donde vemos, ella es impotente de
ayudarse a sí misma, si es que alguna vez ha querido
hacerlo. Aquellos que originalmente la fundaron, la
hicieron “sin forma y vacía”, y así habrá de permanecer.»
 
Página 159
 
«En cuanto a la rotura de la unidad, nada jamás ha
promovido más ampliamente la unión de lo verdadero,
que la rotura con lo falso.  La separación de todos
aquellos que toleran errores fundamentales, no es cisma,
sino simplemente lo que la verdad y la conciencia, y lo
que Dios, requiere de todos aquellos que “son hallados
fieles”.»
 
Página 162
 
«Ellos permanecen vinculados donde sus conciencias les
dice que no debieran estar, porque, ellos alegan que son
más útiles así que si saliesen “fuera del campamento”
(religioso). Pero esto es “hacer males para que vengan
bienes”, y nunca debería ser tolerado por una conciencia
iluminada»
 

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