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Tema 3.

Propuestas metodológicas
para la descripción del significado lingüístico

3.1. Perspectiva histórico-filológica


3.2. Metodología estructuralista
3.3. La metodología neoestructuralista: el Metalenguaje Semántico Natural
3.4. Perspectiva cognitiva
3.5. Semántica y pragmática

Introducción

La descripción del plano léxico-semántico de la lengua resulta bastante más


compleja que la del resto de niveles lingüísticos. Mientras que en el plano fónico o
en el morfosintáctico las unidades de análisis están claras y relativamente bien
asentadas por la tradición gramatical, en el nivel semántico, por el contrario, todavía
no se ha desarrollado una metodología descriptiva plenamente satisfactoria que se
haya consolidado entre los lingüistas. La dificultad de realizar una descripción
semántica de las lenguas radica, en parte, en la naturaleza abstracta del
significado de las unidades lingüísticas. Por esta razón, antes de comenzar con la
descripción del plano léxico-semántico de la lengua española, vamos a resumir en
las siguientes páginas algunas de las propuestas metodológicas que han marcado
los estudios sobre el significado, sin cuyo conocimiento sería difícil entender las
cuestiones que se plantearán en el resto de los temas.

3.1. Perspectiva histórico-filológica

En esta primera etapa, que se extiende durante aproximadamente un siglo


(desde 1830 hasta 1930), destacan autores como Michel Bréal, Hermann Paul,
Albert Carnoy o Gustaf Stern. Desde un punto de vista metodológico, las
investigaciones semánticas durante este periodo se caracterizan por tres rasgos
principales.
! El primero de ellos —siguiendo la línea general de la lingüística
decimonónica— es la orientación diacrónica: lo que preocupaba
fundamentalmente a estos autores era el cambio del significado con
el paso del tiempo.
! En segundo lugar, los estudios de este periodo se concentran en la
palabra como unidad semántica esencial (no en la oración ni en los
textos).
! En tercer lugar, predominaba durante esta época una concepción
psicológica del significado, y ello en un doble sentido: para empezar, los
significados léxicos eran considerados entidades mentales
(pensamientos o ideas); además, se consideraba que el cambio de
significado de las palabras debía explicarse ante todo como el resultado
de cambios en las formas o patrones de pensamiento. Por ejemplo, la
metonimia (como procedimiento habitual en el cambio de significado) no
se abordaba como un concepto lingüístico, sino como una capacidad
cognitiva de la mente humana.

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3.2. Metodología estructuralista

Para apreciar con claridad el cambio radical que supuso el estructuralismo en el


campo de la semántica léxica, es necesario tener en cuenta algunas de las
características generales de la gramática estructuralista. Uno de sus principios
fundamentales consiste en observar la lengua como un sistema, y no como una
mera recopilación de elementos. Las lenguas son sistemas simbólicos que funcionan
según sus propios principios: son estos principios internos los que determinan el
comportamiento de los signos lingüísticos, y no su relación con la realidad
extralingüística. Para explicar que las lenguas constituyen sistemas sui generis,
Ferdinand de Saussure, el padre del estructuralismo, recurrió a la famosa
comparación con el juego del ajedrez. De la misma manera que para describir las
reglas de este juego no es necesario acudir a factores extrínsecos (como el estado
de ánimo de los jugadores, o el valor social del ajedrez en comparación con otros
juegos), la descripción de una lengua natural tampoco exige recurrir a elementos
ajenos al sistema lingüístico: dicho sistema funciona según sus propias reglas,
las cuales le confieren su autonomía característica. Esta comparación con el ajedrez
permite igualmente explicar cómo deben estudiarse los signos lingüísticos: el valor
de cada pieza en este juego no puede apreciarse observándola de forma aislada,
sino comparando sus posibles movimientos con los de las piezas. El peón es la
pieza de menor valor porque, en relación con las demás, es la que tiene más
limitaciones en sus movimientos. Lo mismo sucede con la descripción de un
elemento lingüístico: solo podemos describir el valor de unidad léxica, por ejemplo,
en relación con las demás unidades (principio básico para comprender la teoría del
campo léxico).
La aplicación de estos principios a los estudios de semántica supuso un cambio
radical que implicó, por un lado, un rechazo a los postulados tradicionales de la
semántica filológica del siglo XIX, y, por otro, la introducción de nuevos métodos
en el análisis del significado léxico.

3.2.1. Rechazo de la semántica filológica

Si es cierto, tal y como proponía la semántica filológica, que el significado de una


palabra consiste en una entidad psicológica (ya sea representación mental,
concepto, o pensamiento), podría concluirse que las palabras son meras etiquetas
que remiten a dichas entidades mentales preexistentes. Desde esta perspectiva, el
significado de una palabra no se deriva del sistema lingüístico, sino que es
una realidad mental que existe independientemente de la lengua.
Para el estructuralismo, esta forma de concebir el significado resulta
inadecuada, ya que este solo puede definirse como parte integrante del sistema
lingüístico, y no como resultado de la vida mental del individuo.
El significado (el valor) de un elemento léxico depende de la posición que
dicho elemento ocupa en su campo léxico. Pensemos, por ejemplo, en el campo
léxico de los parentescos. A simple vista, puede parecer que palabras como padre,
madre, hijo o hija existen en la lengua para nombrar realidades universales
independientes de las estructuras lingüísticas (las lenguas, desde esta perspectiva,
se limitarían a poner nombres a estas entidades extralingüísticas). Sin embargo, no
es así. La existencia de estas palabras en español no es el resultado de una
necesidad lógica o psicológica, como lo demuestra el hecho de que, en otras

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relaciones familiares, la distinción de género no se practica en el mismo grado: la
palabra tío sirve para nombrar tanto al hermano del padre como al hermano de la
madre (dicho de otra manera, no se ha considerado relevante reflejar esta distinción
en el léxico de nuestra lengua: no existen en español dos palabras para distinguir los
tíos paternos de los tíos maternos, a diferencia de lo que sucede en otras lenguas).
La comparación interlingüística del léxico del parentesco nos demuestra que
las lenguas no estructuran la realidad de la misma manera.
Por el contrario, en cada lengua existen distinciones que no se realizan en
las demás, lo que constituye una prueba clara de que el léxico no se limita a
poner etiquetas a entidades psicológicas autónomas (si así fuera, los campos
léxicos de todas las lenguas coincidirían), sino que crean sus propios conceptos:

Español Húngaro Inglés Malayo


Hermano
Bátya
mayor
Brother
Hermano
Öcs
pequeño
Saudara
Hermana
Néne
mayor
Sister
Hermana
Hug
pequeña

Ejemplos como este permiten definir otro de los conceptos básicos de la


semántica estructuralista, el de campo léxico y el campo semántico. Un campo
léxico es un conjunto de unidades léxicas semánticamente relacionadas cuyos
significados están mutuamente determinados y que proporcionan una estructura
conceptual de un determinado ámbito de la realidad. Al observar que las mismas
áreas conceptuales presentan diferentes estructuras léxicas en cada lengua,
algunos de los precursores de la noción de campo léxico (J. Trier y L. Weisgerber)
concluyeron que cada sistema lingüístico impone su propia visión del mundo
(una hipótesis que se adhiere al concepto de forma interior, propuesto por el
lingüista alemán Alexander von Humboldt.

Además, los elementos integrantes de un campo semántico deben cumplir las


siguientes características:
a) ser de la misma categoría gramatical (aunque los términos mujer y femenino
compartan semas, no pueden formar parte del mismo campo léxico porque uno es
un sustantivo y otro un adjetivo)
b) abarcar en su conjunto la totalidad del ámbito de significado relevante
c) reflejar contrastes de significado definibles con precisión. Pueden
comprobarse estas características en el siguiente ejemplo:

Campo semántico de asiento

[PARA SENTARSE]

[NO
MUEBLE]
[MUEBLE]
POYO

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[INDIVIDUAL] [PARA VARIOS]

[SIN PATAS] [INTERIOR] [EXTERIOR]


[CON PATAS]
MECEDORA SOFÁ BANCO

[SIN
RESPALDO]
[CON RESPALDO]
TABURETE

[CON [SIN
BRAZOS] BRAZOS
]
SILLÓ
N SILLA

La estructuración del léxico en campos como el anterior permite poner de relieve


algunas de las características de la semántica estructuralista:

• El número de componentes de un campo semántico ha de ser


necesariamente limitado. Es cierto que el léxico está expuesto constantemente
a la aparición y desaparición de nuevos elementos, pero no es este un rasgo
que impugne su carácter estructural: la entrada o salida de una unidad produce
una mayor o menor reorganización en el campo semántico, pero no anula la
estructura.

• Algunas unidades léxicas pueden adscribirse a varios campos


semánticos simultáneamente. Por ejemplo, monasterio queda incluido en el
de «lugar habitable» (en oposición a casa, mansión, palacio, etc.), así como en
el campo de «edificaciones religiosas» (en oposición a iglesia, catedral, etc.).
No es este, sin embargo, un comportamiento singular de la semántica. En el
plano de la expresión, el fonema /p/ pertenece tanto al conjunto de los fonemas
oclusivos como al de los fonemas sordos.

• No ha de olvidarse en ningún momento que tanto los rasgos que se


seleccionan para caracterizar el significado de las palabras como las
fronteras que se establecen entre unos significados y otros son
puramente lingüísticos: están en los signos, no en los referentes a los que
designan. Si estos rasgos y las fronteras entre ellos estuvieran determinados
exclusivamente por las características físicas de los objetos, todas las lenguas
utilizarían los mismos y de la misma manera (lo cual, evidentemente, no
sucede).

Por otra parte, de los postulados del estructuralismo se deriva también un


acercamiento sincrónico a la lengua (frente a los estudios diacrónicos de la
semántica filológica). Un sistema como el propugnan los estructuralistas es un
fenómeno sincrónico: se trata de una estructura que funciona en un determinado
periodo de tiempo. Cualquier cambio en el sistema implicaría una transición hacia un
nuevo sistema (igual que la invención de una nueva pieza en el ajedrez supondría
un juego distintos con nuevas reglas que exigirían un nueva descripción).

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Otro de los aspectos novedosos del estructuralismo es su acercamiento
onomasiológico al estudio del significado (a diferencia de la semántica
decimonónica, que adoptaba una actitud semasiológica). La onomasiología es la
rama de la lexicología que estudia la relación que va desde el concepto o significado
(idea) al significante (forma). La semasiología estudia la relación opuesta.
Si el lingüista se limita al estudio de una palabra concreta, su interés se
concentrará en los diferentes significados que esa palabra puede asumir (o ha
asumido con el paso del tiempo). Por el contrario, al estudiar la relación que
mantienen entre sí los diferentes elementos del sistema lingüístico, el interés del
lingüista se desplaza hacia la manera como un determinado campo conceptual es
estructurado mediante palabras.

3.3. La metodología neoestructuralista: el Metalenguaje Semántico Natural

En la teoría semántica contemporánea coexisten varias escuelas y


corrientes que podrían considerarse neoestructuralistas en la medida en que
retoman algunos de los principios o métodos de la semántica estructural
aplicándolos a nuevos objetivos.

Por ejemplo, el proyecto WordNet es, en última instancia, una aplicación de la


semántica relacional, con la particularidad de que, gracias a las nuevas tecnologías,
se puede trabajar en la actualidad con corpus textuales de mayor extensión y
describir más exhaustivamente los patrones recurrentes en los que se combinan las
palabras (se observa un mayor interés por las relaciones sintagmáticas que por las
paradigmáticas). WordNet es una base de datos léxicos del inglés, que contiene
actualmente alrededor de 150.000 palabras y que puede consultarse en Internet
(http://wordnet.princeton.edu/). Recoge sólo unidades con contenido léxico
(nombres, verbos, adjetivos y algunos adverbios), de modo que no incluye ningún
elemento de los que poseen sólo significado gramatical.

Wordnet es uno de los primeros y más influyentes proyectos de representación


del significado léxico desarrollado como herramienta computacional. El proyecto se
inició a mediados de los ochenta en la Universidad de Princeton (EE.UU.), con el
propósito de constituir un inventario léxico organizado de acuerdo con principios
psicológicamente reales (es decir, tratando de reproducir una organización del
significado y sus componentes que se asemejase a la que parece funcionar en el
manejo de los contenidos semánticos que hacemos los hablantes), y que además
sirviera como instrumento auxiliar en aplicaciones computacionales y de
inteligencia artificial, tales como sistemas de traducción automática o de
representación del conocimiento.

3.4. Perspectiva cognitiva

La semántica cognitiva, que surgió a finales de los años setenta y principios de


los setenta, considera que la principal función del lenguaje es la categorización:
operación mental que consiste en agrupar en una misma categoría cosas diferentes;
en suma, organizar el mundo. Uno de los principales postulados de los cognitivistas

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es que estas categorías conceptuales en las que se agrupan las entidades del
mundo no tienen una existencia objetiva en la realidad, sino que son creaciones de
los hablantes. A través de la estructura lingüística, el ser humano imprime sentido a
una realidad que en sí misma no lo tiene. Puesto que los conceptos lingüísticos son
creaciones del ser humano, la semántica cognitiva postula que estos conceptos
reflejan los mecanismos mentales del cerebro humano así como sus experiencias
corporales. La mente no es un espejo de la naturaleza y los conceptos a los que
remiten los signos lingüísticos no son meras representaciones internas de la realidad
externa previamente estructurada.

Centrada, como el generativismo, en la perspectiva psicológica del lenguaje,


la semántica cognitiva se separa claramente de este al defender que la facultad del
lenguaje no es autónoma respecto de otras capacidades cognitivas, y adopta un
punto de vista experiencialista según el cual el pensamiento se modula a partir
de la percepción, del movimiento corporal y de las vivencias físicas. El
contenido semántico es el fundamento del lenguaje y no se deriva de la gramática.
Por ejemplo, debido a nuestro sistema sensorial, la luz es un elemento esencial para
poder interactuar con nuestro entorno (a diferencia de otras especies que se guían
por otros estímulos). Esta necesidad de claridad explica que todo aquello que es
percibido como algo positivo sea nombrado con conceptos asociados a la
luminosidad («tener una idea brillante»), mientras que lo relacionado con la
oscuridad se vincula, por el contrario, a valoraciones negativas («una persona muy
turbia», «el panorama está muy negro»). Las similitudes interlingüísticas que se
observan en estas creaciones metafóricas han sido explicadas a partir de las
mencionadas estructuras cognitivas y de la capacidad del ser humano para
extrapolar mentalmente dichas estructuras básicas a otros ámbitos (según Lakoff, el
pensamiento humano es esencialmente metafórico: tendemos a comprender las
cosas relacionándolas con otras cosas a través de la metáfora, que deja de ser
considerada como una mera figura retórica y es concebida como un procedimiento
cognitivo). Otro ejemplo clásico es la visión del alma (o la mente) como un cuerpo
material, que es un recurso habitual en las lenguas naturales. En español son
numerosas las expresiones tanto cultas como populares en que sentimientos,
afectos, sensaciones anímicas y facultades intelectuales se describen por medio de
metáforas físicas, materiales o corporales: «heridas de una mala experiencia»,
«romper el corazón», tragar (en el sentido de aceptar algo no deseado), ceguera
(para hacer referencia a la incapacidad mental para percibir o comprender algo),
tener un corazón duro, tener tacto (tener diplomacia), tener vista (ser perspicaz),
levantar ampollas (causar indignación, enojo o enfado), etc. Dado el carácter
abstracto de los fenómenos espirituales y psíquicos, es normal que se acuda a
metáforas corporales para describirlos, conforme al principio cognitivo general según
el cual la concepción de lo abstracto resulta más asequible si se visualiza a través
de lo concreto o lo material. Además de estos somatismos, se observa igualmente
que los procesos que se perciben como positivos se asocian con el concepto arriba,
mientras que los negativos son nombrados mediante metáforas relacionadas con la
de idea de abajo («caer en una depresión», «levantar el ánimo», «hundirse tras un
fracaso», etc.).

Desde esta perspectiva experiencialista, no se niega la existencia de una


realidad independiente del ser humano, ni la influencia de esta en la creación de
los conceptos. Las propiedades de las entidades extralingüísticas existen y afectan a

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la estructuración de la realidad que lleva a cabo la forma lingüística. Sin embargo,
dichas características no son determinantes: lo verdaderamente relevante para
explicar las categorías conceptuales es la forma como el ser humano experimenta
dichas propiedades a través de sus esquemas mentales innatos. Al estar
conceptualmente mediada, las lenguas no expresan directamente la realidad; más
bien, una lengua expresa cómo los hablantes han interiorizado el entorno en el que
viven.

La realidad ontológica (el mundo externo tal como es) existe con independencia
de nuestra mente, lengua y ciencia, pero no puede conocerse al margen de nuestro
aparato sensorial y conceptual y, por tanto, no puede aprehenderse sin la
participación activa del sujeto. La única realidad conocida es la realidad
fenomenológica, es decir, el mundo externo tal como es percibido y conceptualizado
por nuestros sentidos y nuestro entendimiento. Por consiguiente, la realidad
ontológica preexiste a la observación, y la realidad fenomenológica es creada por el
sujeto observador.

La semántica cognitiva ha suscitado un gran interés entre los lingüistas. Son


muchos los investigadores que están aplicando los postulados cognitivistas en el
estudio del significado (y de la gramática, de forma más amplia).

3.5. Semántica y pragmática

Los estudios sobre semántica han puesto de manifiesto que el significado de las
unidades lingüísticas es mucho más complejo de lo que hacen suponer las
descripciones gramaticales y las definiciones de los diccionarios. No basta con
conocer el significado de las palabras que forman un mensaje para poder
interpretarlo adecuadamente, porque hay muchos aspectos en la interpretación
de los discursos que escapan al significado denotativo de las unidades
léxicas. Se distingue, así, entre significado convencional de los elementos
lingüísticos —aquel que está descrito en el código y que un receptor alcanza solo
con descifrar o descodificar el mensaje— y significado contextual, que es el que
adquieren cuando son usados en un determinado acto concreto de comunicación.

Para realizar la interpretación efectiva de un enunciado es imprescindible


relacionarlo con su emisor, con su destinatario, con la intención comunicativa,
con el contexto verbal, con la situación en que se encuentran ambos
interlocutores, con el conocimiento del mundo, etc. De todo ello se ocupa la
pragmática, una disciplina lingüística que, de forma general, estudia los principios
que regulan el uso del lenguaje en la comunicación, es decir, las condiciones
que determinan tanto el empleo de un enunciado concreto por parte de un hablante
concreto en una situación comunicativa concreta, como su interpretación por parte
del destinatario. La pragmática, como disciplina lingüística, no constituye un nivel
más de la gramática de la lengua (como la morfología o la sintaxis, por ejemplo),
sino que se trata de una perspectiva diferente del estudio de la comunicación
lingüística que se ocupa de cómo afectan a la producción e interpretación del
mensaje el resto de los factores comunicativos. En este apartado se estudiarán
dos aportaciones fundamentales de la semántica discursiva: los principios que
regulan la interpretación de los enunciados y la teoría de los actos de habla.

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Una de las aportaciones más importantes de la teoría pragmática a la
comprensión de los hechos de lenguaje es sin duda la idea de que nuestros
comportamientos lingüísticos se rigen por reglas o principios. Esta idea contrasta
singularmente con una concepción más tradicional de la relación entre el lenguaje y
su uso: la perspectiva clásica admite la influencia del contexto en la elaboración e
interpretación de los mensajes, pero renuncia a integrar el contexto en la teoría
lingüística porque considera que los factores contextuales son demasiado
heterogéneos y difíciles de sistematizar con rigor científico. Opuestamente a esta
concepción, encontramos un cierto número de enfoques pragmáticos que defienden
la hipótesis de que nuestras formas de utilizar el lenguaje en la comunicación están
determinadas por principios generales que están en la base de las inferencias
pragmáticas. Esta estrategia fue iniciada por Grice y ha inaugurado una forma
totalmente nueva de ver la pragmática y el problema de la comunicación.

La interpretación, entendida como operación que lleva a cabo el receptor para


reconstruir el significado contextual de un mensaje, puede explicarse atendiendo a
una serie de principios que se estudiarán a continuación.

3.5.1. El principio de relevancia

La noción de relevancia fue introducida en los estudios de pragmática por Dan


Sperber y Deirdre Wilson. Para entender la utilidad de este concepto tenemos que
partir de la idea de entorno cognitivo (cognitive environment). El entorno cognitivo
de un individuo es el conjunto de hechos y de creencias que son, para ese individuo,
manifiestos. Manifiestos significa que el individuo es capaz de representarlos
mentalmente y de aceptar esa representación como verdadera (o probablemente
verdadera). El entorno cognitivo es diferente para cada individuo, ya sea porque su
mundo físico es distinto, porque sus capacidades perceptivas o inferenciales son
diferentes, porque cada grupo habla su propia lengua con la que construye
representaciones diferentes, o porque las memorias y experiencias y la
interpretación de ellas difieren. Pero podemos estar seguros de que, en alguna
medida, los participantes de una conversación compartimos algunos aspectos de
nuestros entornos cognitivos. Esta base común previamente compartida es la que
actúa a modo de soporte para transmitir la información novedosa.

El entorno cognitivo de cada hablante es muy amplio, pero no todos sus


elementos se despliegan en el momento de la comunicación: solo lo hacen aquellos
que tienen relación con la situación comunicativa. Este subconjunto particular de
supuestos constituye la llamada información pragmática. Evidentemente, cada uno
de los interlocutores tiene su propia información pragmática. Un buen número de los
supuestos son compartidos, comunes, pero otros no lo son, y eso es precisamente
lo que activa la comunicación. Dicho de otra manera: cuando nos comunicamos, lo
que pretendemos es, sobre todo, transmitir a nuestro interlocutor una determinada
idea que le resulte novedosa para modificar con ella su información pragmática.

Ahora bien, del conjunto de hechos y suposiciones disponibles que constituyen


su entorno cognitivo, el hablante elige algunos y no otros para procesarlos como
información. ¿Cuáles elige y por qué? Según Sperber y Wilson, lo que hace que una
información sea digna de ser procesada es una sola propiedad: la relevancia. En
nuestro entorno cognitivo hay información:

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a) que no necesita ser procesada, ya que podemos acceder a ella directamente

b) otra está totalmente desconectada de nuestro entorno, de modo que se


requeriría un gran esfuerzo, quizás en buena parte inútil, para incorporarla.

c) que, aun siendo novedosa, está conectada con la que ya tenemos: la


conexión provoca más información nueva, que no se hubiera podido inferir sin
establecer un vínculo entre lo nuevo y lo que ya conocemos. Llegamos así a
la noción cognitiva de relevancia: cuando el procesamiento de nueva
información produce este efecto de multiplicación se trata de un
procesamiento relevante. Cuanta más multiplicación, más relevancia. Una
información es tanto más relevante cuanto más enriquezca nuestro
conocimiento sin un excesivo esfuerzo de procesamiento.

Habitualmente, confiamos en que nuestro interlocutor recurrirá a los supuestos


compartidos para deducir lo que verdaderamente queremos comunicarle sin
necesidad de expresarlo de forma explícita. Por ejemplo, si decimos «Qué calor
hace aquí, ¿no?» a alguien que está sentado al lado de una ventana cerrada,
confiamos en que deducirá que, bajo este enunciado, se esconde la petición de que
abra la ventana.

Este proceso de relacionar los enunciados con ideas previas sobre el contexto y
deducir, a partir de esa relación, otras ideas diferentes que no se han hecho
explícitas en el discurso se denomina inferencia. La inferencia es un proceso básico
en toda comunicación humana, no solo en el lenguaje verbal. Puede comprobarse
que, en lo esencial, los resultados de la comunicación del ejemplo anterior habrían
sido los mismos si, en lugar de emitir un enunciado lingüístico, nos hubiésemos
abanicado de forma ostensiva para nos viese nuestro interlocutor. En toda
comunicación humana resulta esencial este mecanismo comunicativo basado en la
ostensión-inferencia: el emisor muestra un hecho al receptor (ostensión) para que
sea éste quien deduzca a partir de ese hecho una determinada idea (inferencia), que
es la que el emisor trataba de transmitir.

En resumen, el proceso de interpretación de los mensajes podría explicarse


básicamente de la siguiente manera: damos por descontado que el emisor quiere
comunicarse con nosotros para transmitirnos información y que, en consecuencia,
ha construido su mensaje de modo que podamos inferir información relevante sin
necesidad de hacer un desmedido esfuerzo de procesamiento. Por ejemplo, si
preguntamos a alguien «¿Te vienes al cine?» y nos responde «Mañana tengo
examen», interpretamos correctamente sus palabras como una negativa, y no como
un cambio de tema de conversación, porque suponemos que nuestro interlocutor
coopera en la conversación (y, por tanto, está respondiendo a nuestra pregunta), y,
además, porque suponemos que pretende ser relevante (y, por tanto, que en sus
palabras nos da información suficiente y fácilmente interpretable).

3.5.2. El principio de cooperación (máximas conversacionales)

Para comprender el proceso comunicativo, hay que tener en cuenta también un


hecho fundamental: la comunicación es siempre una actividad cooperativa. Para
que hablante y oyente puedan comunicarse de forma exitosa es necesario que

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ambos participen de manera activa y que colaboren el uno con el otro. El emisor ha
de tener la intención de informar a su interlocutor de algo, y este ha de estar
dispuesto a realizar el esfuerzo de interpretar el mensaje. La noción de cooperación
fue introducida por el filósofo Paul Grice para dar cuenta de la comunicación. Según
él, la comunicación es un proceso esencialmente regido por este principio de
cooperación, que se explicita en cuatro máximas conversacionales:

Máxima de cantidad
1. Que la contribución contenga tanta información como se requiere.
2. Que la contribución no contenga más información de la que se
requiere.

Máxima de calidad (o de veracidad)


Que la contribución sea verídica:
1. No afirme lo que crea que es falso.
2. No afirme nada de lo que no tenga pruebas.

Máxima de relación
Hable oportunamente (sea relevante).

Máxima de modo
Sea claro:
1. Evite expresarse oscuramente.
2. Evite ser ambiguo.
3. Sea breve (evite toda prolijidad inútil).
4. Sea ordenado.

Pese al tono imperativo de estas máximas, la teoría de Grice no debe


interpretarse como un listado de mandatos. Se trata, por el contrario, de los
principios que regulan las inferencias que realizamos a partir de los mensajes de
nuestros interlocutores. Los hablantes actuamos en las conversaciones como si
diéramos por sentado su cumplimiento. Dicho de otra manera: sin esta actitud por
parte de los hablantes, no habría implicaturas y, en consecuencia, no sería posible la
conversación con todas las inferencias que suelen realizarse en ella. Una
implicatura es algo que el hablante sugiere o implica con un enunciado, aunque no
lo exprese literalmente. Esto puede ayudar a comunicarse de manera más eficiente
que decir explícitamente todo lo que queremos comunicar. Este fenómeno es parte
de la pragmática.

Incluso cuando estas máximas no se cumplen resultan igualmente reveladoras,


ya que su violación es un indicio que nos permite deducir las intenciones
comunicativas de los interlocutores. Así, por ejemplo, si ante la pregunta «¿Cómo te
llamas?», formulada por un chico a una chica, se obtiene la respuesta «Tengo
novio», se está violando la máxima de relación, pues, aparentemente, la respuesta
no guarda relación con la pregunta. Ahora bien, a partir de ese desajuste lógico, el
interlocutor podrá inferir que la chica no quiere ser molestada.

Además, Grice observó que, gracias a las máximas anteriores, algunos


enunciados comunican más de lo que significan en conjunto las palabras que
componen la oración. Grice propuso distintos criterios para distinguir estas

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implicaturas conversacionales de las implicaciones lógicas. Uno de ellos es el de la
cancelabilidad. Mientras que las implicaturas conversacionales pueden ser
canceladas sin producir ninguna contradicción, la cancelación de las implicaciones
genera contradicciones. Por ejemplo, ante el enunciado «Pedro insultó a Javier y
Javier le dio un puñetazo», podemos inferir que el insulto de Pedro fue proferido en
primer lugar y que, posteriormente, Javier le dio un puñetazo; es decir, la implicatura
consiste en que «y» significa «y después». En este caso, estamos ante una
implicatura conversacional (y no ante una mera implicación lógica) porque esta
inferencia puede ser cancelada, ya que podríamos precisar: «Pedro insultó a Javier
y Javier le dio un puñetazo, pero no en este orden».

Sin embargo, las implicaciones lógicas no pueden ser canceladas. Fijémonos


en el siguiente ejemplo: «El duque de Norfolk tiene tres castillos, pero solo un
coche». La implicación de esta oración es que existe un contraste entre tener tres
castillos y solamente un coche (el hablante utiliza explícitamente la conjunción pero
porque quiere que deduzcamos que, teniendo tres castillos, cabría esperar que
tuviese más de un coche). En este caso, no estamos ante una implicatura
conversacional, sino ante una implicación lógica manifestada lingüísticamente.
Prueba de ello es que no tiene sentido cancelar dicha implicación: «El duque de
Norfolk tiene tres castillos, pero solo un coche, aunque no hay contradicción en ello»
(si no hay contradicción, ¿por qué se ha utilizado la conjunción pero?).

Las peticiones indirectas constituyen también un ejemplo de implicatura


potencialmente cancelable. Después de preguntar «¿Tienes hora?», el hablante
puede añadir: «No pido que me digas qué hora es: solo estoy haciendo una
encuesta sobre quién lleva reloj», de manera que la implicatura que se infería de su
pregunta («dime qué hora es») queda cancelada.

Críticas al principio de cooperación

La pragmática, aunque intentó salir de los espacios abstractos del sistema


lingüístico para explicar el uso real que los hablantes hacemos de la lengua, no está
libre de simplificaciones engañosas que no reflejan adecuadamente la realidad que
se pretende estudiar. En las teorías de Grice, la eficiencia es lo natural y esperable.
Sus máximas conversacionales han sido criticadas por ofrecer una visión idílica de la
interacción verbal. Los hablantes no siempre se someten al principio de
cooperación. En algunos ejemplos se observa que algunas de estas violaciones del
principio de cooperación resultan significativas y permiten inferir información
relevante, pero existen violaciones de estas máximas que no son cooperadoras,
pues están impregnadas de ingredientes persuasivos, interesados y manipuladores.
No es difícil imaginar situaciones de la vida social en las que la máxima de calidad
(«no afirme lo que crea que es falso») queda en suspenso. Pensemos, por ejemplo,
en la publicidad, donde la exageración (y por lo tanto un porcentaje de falsedad) es
habitual; o en muchos otros intercambios donde los locutores, más que colaborar
entre sí, tratan de intimidar, confundir o imponer sus ideas sin respetar las reglas
cooperativas de la conversación (la «letra pequeña» de los contratos, en los que las
cláusulas perjudiciales para el cliente aparecen redactadas de forma
voluntariamente enrevesada, proporciona un claro ejemplo de violación del principio
de cooperación).

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Graciela Reyes señala algunas situaciones en las que se anulan las máximas de
Grice; por ejemplo, en las relaciones afectivas. El lenguaje más íntimo es el que más
alejado parece de los principios de Grice. Una rencilla familiar, por ejemplo, es
cooperativa desde el punto de vista comunicativo: los participantes se oyen, siguen
turnos para gritarse, tienen mucho empeño en mantener la relevancia de cada
enunciado, o al menos cierta coherencia. Pero, por supuesto, siguen reglas no
griceanas, como «exagere las faltas del otro», «deforme la verdad», «rechace lo que
el otro quiere decir en beneficio de lo que usted le quiere hacer decir», etc. El
lenguaje del amor, por otra parte, suele mostrar poca relevancia y no cumple el
principio de cantidad (¿cuántas veces se repite que uno quiere al otro?). Por otra
parte, el principio de cooperación, tal como es concebido por Grice, supone que los
participantes en la conversación están en pie de igualdad, pero es muy frecuente
que un individuo o un grupo legislen sobre lo que es relevante y lo que no lo es,
sobre la cantidad de información necesaria y sobre quién puede hablar y quién tiene
que callarse en cada situación (pensemos en una conversación con un policía, con
un juez, con el médico, con el jefe, con cualquiera que a causa de su posición o por
mera autoridad, real o impostada, nos intimide).

Otro de los fenómenos lingüístico-sociales que con más frecuencia conlleva una
infracción de las máximas conversacionales de Grice es la cortesía verbal. A
menudo, la máxima de modo («sea claro y breve; evite las ambigüedades») queda
anulada cuando formulamos peticiones a nuestros interlocutores. Al solicitar favores,
recurrimos a actos de habla indirectos introducidos por circunloquios que tratan de
justificar la petición o «amortiguar» una posible negativa de nuestro interlocutor. Así,
cuando el hablante siente que va a invadir el territorio intencional del oyente, o que
va a plantear un conflicto de intereses entre los propios y los del destinatario,
empleará diversos medios lingüísticos para mitigar los efectos de su solicitud (para
solicitar el pago de una factura, en lugar de «Págame la factura», podría recurrirse a
un acto de habla indirecto: «Tengo entre manos un gran proyecto, pero para
financiarlo necesitaría cobrar cuanto antes las facturas»).

P. Brown y S. Levinson han completado las propuestas de Grice estudiando el


funcionamiento de la cortesía verbal. Su teoría se inspira en los trabajos de E.
Goffman, quien introduce el concepto de imagen pública (face). A partir de este
concepto, Brown y Levinson consideran que toda persona tiene una imagen positiva
(la necesidad de ser apreciado, comprendido o admirado por los demás) y una
imagen negativa (la necesidad de no ser molestado; es decir, el deseo de que no se
le impongan acciones contra su voluntad). Durante la interacción verbal los
hablantes se esfuerzan por lograr una estabilidad en sus relaciones con los demás y,
por lo tanto, evitan vulnerar la imagen del otro. Sin embargo, en ocasiones existen
«actos que amenazan la imagen» (AAI) o «face threatening acts», como rechazar
una invitación (A: «¿Te vienes con nosotros al cine?»; B: «No»). En estos casos, es
necesario desarrollar estrategias para mitigar ese ataque; por ejemplo, justificando el
rechazo: «Tengo mucho trabajo»; o maximizando la imagen positiva del interlocutor:
«Eres muy amable, gracias, pero no puedo ir».

Es en estas situaciones cuando actúa la cortesía verbal: se trata de evitar o


reparar el daño causado por los AAI. Para determinar el nivel de cortesía que deberá
emplear con el interlocutor, el hablante debe tener en cuenta una serie de factores

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sociológicos, como el poder relativo que existe entre los interlocutores, la distancia
social entre ellos y el grado de imposición del acto en cuestión con respecto a la
imagen de uno o ambos interlocutores. Mediante la adición de estos tres valores se
podrá calcular el riesgo potencial que supondrá un determinado acto contra la
imagen, o, en otras palabras, la gravedad del acto en cuestión. Cuanto más indirecto
sea un acto de habla, menor será la amenaza para el interlocutor:

Escala de
indireccionalidad

Modo directo Menos cortés


- ¡Contesta el teléfono!

- Quiero que contestes el


teléfono.

- ¿Contestarás el teléfono?

- ¿Puedes contestar el
teléfono?

-¿Te importaría contestar


el teléfono?

-¿Podrías contestar el
teléfono, por favor?
Modo indirecto Más cortés

3.5.3. Los actos de habla

Se entiende por acto de habla la unidad básica de la comunicación lingüística,


propia del ámbito de la pragmática, con la que se realiza una acción. Según la teoría
de los actos de habla, los enunciados sirven no solo para describir la realidad, sino
también para realizar acciones lingüísticas muy diversas, por ejemplo, ordenar o
prometer. Se distinguen los siguientes actos de habla:

1. Actos asertivos: El hablante niega, acepta o corrige algo, con diferente nivel
de certeza. Ejemplo: «El teatro estaba lleno».
2. Actos directivos: El hablante trata de influir en el oyente a que este realice
una acción. Ejemplo: «Deben terminar sus tareas para mañana», «ordenar»,
«perdonar», «rogar», «instar», «destituir», etc.
3. Actos compromisorios: El hablante promete, pacta, garantiza que llevará a
cabo una acción. Ejemplo: «No voy a fallarte».
4. Actos declarativos: El hablante pretende modificar la realidad. Ejemplo:
«declarar», «certificar», «inaugurar», «bautizar», «absolver», «bendecir», etc.
5. Actos expresivos: El hablante expresa su estado anímico y actitudes frente a
situaciones y asuntos de la vida. Ejemplo: «Hoy, la verdad, no me siento
bien», «felicitar», «disculparse», «dar el pésame», etc.

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La realización de tales actos está sujeta a un conjunto de reglas convencionales,
cuya infracción afectará directamente a los efectos comunicativos del acto. Searle
propuso una tipología de dichas condiciones, que se refieren a las circunstancias y
al papel de los participantes del acto de habla, a sus intenciones así como a los
efectos que pretenden provocar. Son las llamadas condiciones de felicidad. Así, por
ejemplo, para prometer algo a alguien, hay que ser sincero, dirigirse a un
destinatario interesado en la realización de esta promesa, no prometer algo
imposible de cumplir o cuyo cumplimiento, por el contrario, resulta evidente, etc.

En una primera versión de su teoría, Searle establece una relación directa entre
la forma lingüística de una expresión y la fuerza ilocutiva del acto de habla que se
realiza al emitirla (siempre que ello se dé en las condiciones apropiadas); así, por
ejemplo, con un imperativo se estaría dando órdenes, y con una interrogativa,
solicitando información. Posteriormente, observa que en muchas ocasiones, con una
pregunta no siempre se solicita información, sino que puede estar haciéndose una
sugerencia, o también se puede estar dando una orden indirecta. Ello lo lleva a
establecer el concepto de acto de habla directo cuando se entiende claramente la
intención del emisor e indirecto para referirse a los casos en que el significado
literal no coincide con la fuerza ilocutiva o intención, como ocurre ante un enunciado
del tipo «¿Puedes cerrar la ventana?», en el que la pregunta esconde una petición.

Bibliografía

AUSTIN, J. L. (1962): Cómo hacer cosas con palabras, traducción de Genaró Carrió y
Eduardo Rabossi. Barcelona: Paidós.
ESCANDELL VIDAL, M. V. (2007): Apuntes de semántica léxica. Madrid: UNED.
GEERAERTS, D. (2010): Theories of Lexical Semantics. Oxford University Press.
MARTÍNEZ MARTÍN, F. M. y otros (2002): Lengua española. Madrid: UNED.
OTAOLA OLANO, C. (2004): Lexicología y semántica léxica. Madrid: Ediciones
Académicas.
SEARLE, J. (1969): Actos de habla, traducción de Luis M. Valdés Villanueva. Madrid:
Cátedra, 1980.
TRUJILLO, R. (1988): Introducción a la semántica española. Madrid: Arco Libros.

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