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Propuestas metodológicas
para la descripción del significado lingüístico
Introducción
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3.2. Metodología estructuralista
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relaciones familiares, la distinción de género no se practica en el mismo grado: la
palabra tío sirve para nombrar tanto al hermano del padre como al hermano de la
madre (dicho de otra manera, no se ha considerado relevante reflejar esta distinción
en el léxico de nuestra lengua: no existen en español dos palabras para distinguir los
tíos paternos de los tíos maternos, a diferencia de lo que sucede en otras lenguas).
La comparación interlingüística del léxico del parentesco nos demuestra que
las lenguas no estructuran la realidad de la misma manera.
Por el contrario, en cada lengua existen distinciones que no se realizan en
las demás, lo que constituye una prueba clara de que el léxico no se limita a
poner etiquetas a entidades psicológicas autónomas (si así fuera, los campos
léxicos de todas las lenguas coincidirían), sino que crean sus propios conceptos:
[PARA SENTARSE]
[NO
MUEBLE]
[MUEBLE]
POYO
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[INDIVIDUAL] [PARA VARIOS]
[SIN
RESPALDO]
[CON RESPALDO]
TABURETE
[CON [SIN
BRAZOS] BRAZOS
]
SILLÓ
N SILLA
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Otro de los aspectos novedosos del estructuralismo es su acercamiento
onomasiológico al estudio del significado (a diferencia de la semántica
decimonónica, que adoptaba una actitud semasiológica). La onomasiología es la
rama de la lexicología que estudia la relación que va desde el concepto o significado
(idea) al significante (forma). La semasiología estudia la relación opuesta.
Si el lingüista se limita al estudio de una palabra concreta, su interés se
concentrará en los diferentes significados que esa palabra puede asumir (o ha
asumido con el paso del tiempo). Por el contrario, al estudiar la relación que
mantienen entre sí los diferentes elementos del sistema lingüístico, el interés del
lingüista se desplaza hacia la manera como un determinado campo conceptual es
estructurado mediante palabras.
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es que estas categorías conceptuales en las que se agrupan las entidades del
mundo no tienen una existencia objetiva en la realidad, sino que son creaciones de
los hablantes. A través de la estructura lingüística, el ser humano imprime sentido a
una realidad que en sí misma no lo tiene. Puesto que los conceptos lingüísticos son
creaciones del ser humano, la semántica cognitiva postula que estos conceptos
reflejan los mecanismos mentales del cerebro humano así como sus experiencias
corporales. La mente no es un espejo de la naturaleza y los conceptos a los que
remiten los signos lingüísticos no son meras representaciones internas de la realidad
externa previamente estructurada.
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la estructuración de la realidad que lleva a cabo la forma lingüística. Sin embargo,
dichas características no son determinantes: lo verdaderamente relevante para
explicar las categorías conceptuales es la forma como el ser humano experimenta
dichas propiedades a través de sus esquemas mentales innatos. Al estar
conceptualmente mediada, las lenguas no expresan directamente la realidad; más
bien, una lengua expresa cómo los hablantes han interiorizado el entorno en el que
viven.
La realidad ontológica (el mundo externo tal como es) existe con independencia
de nuestra mente, lengua y ciencia, pero no puede conocerse al margen de nuestro
aparato sensorial y conceptual y, por tanto, no puede aprehenderse sin la
participación activa del sujeto. La única realidad conocida es la realidad
fenomenológica, es decir, el mundo externo tal como es percibido y conceptualizado
por nuestros sentidos y nuestro entendimiento. Por consiguiente, la realidad
ontológica preexiste a la observación, y la realidad fenomenológica es creada por el
sujeto observador.
Los estudios sobre semántica han puesto de manifiesto que el significado de las
unidades lingüísticas es mucho más complejo de lo que hacen suponer las
descripciones gramaticales y las definiciones de los diccionarios. No basta con
conocer el significado de las palabras que forman un mensaje para poder
interpretarlo adecuadamente, porque hay muchos aspectos en la interpretación
de los discursos que escapan al significado denotativo de las unidades
léxicas. Se distingue, así, entre significado convencional de los elementos
lingüísticos —aquel que está descrito en el código y que un receptor alcanza solo
con descifrar o descodificar el mensaje— y significado contextual, que es el que
adquieren cuando son usados en un determinado acto concreto de comunicación.
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Una de las aportaciones más importantes de la teoría pragmática a la
comprensión de los hechos de lenguaje es sin duda la idea de que nuestros
comportamientos lingüísticos se rigen por reglas o principios. Esta idea contrasta
singularmente con una concepción más tradicional de la relación entre el lenguaje y
su uso: la perspectiva clásica admite la influencia del contexto en la elaboración e
interpretación de los mensajes, pero renuncia a integrar el contexto en la teoría
lingüística porque considera que los factores contextuales son demasiado
heterogéneos y difíciles de sistematizar con rigor científico. Opuestamente a esta
concepción, encontramos un cierto número de enfoques pragmáticos que defienden
la hipótesis de que nuestras formas de utilizar el lenguaje en la comunicación están
determinadas por principios generales que están en la base de las inferencias
pragmáticas. Esta estrategia fue iniciada por Grice y ha inaugurado una forma
totalmente nueva de ver la pragmática y el problema de la comunicación.
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a) que no necesita ser procesada, ya que podemos acceder a ella directamente
Este proceso de relacionar los enunciados con ideas previas sobre el contexto y
deducir, a partir de esa relación, otras ideas diferentes que no se han hecho
explícitas en el discurso se denomina inferencia. La inferencia es un proceso básico
en toda comunicación humana, no solo en el lenguaje verbal. Puede comprobarse
que, en lo esencial, los resultados de la comunicación del ejemplo anterior habrían
sido los mismos si, en lugar de emitir un enunciado lingüístico, nos hubiésemos
abanicado de forma ostensiva para nos viese nuestro interlocutor. En toda
comunicación humana resulta esencial este mecanismo comunicativo basado en la
ostensión-inferencia: el emisor muestra un hecho al receptor (ostensión) para que
sea éste quien deduzca a partir de ese hecho una determinada idea (inferencia), que
es la que el emisor trataba de transmitir.
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ambos participen de manera activa y que colaboren el uno con el otro. El emisor ha
de tener la intención de informar a su interlocutor de algo, y este ha de estar
dispuesto a realizar el esfuerzo de interpretar el mensaje. La noción de cooperación
fue introducida por el filósofo Paul Grice para dar cuenta de la comunicación. Según
él, la comunicación es un proceso esencialmente regido por este principio de
cooperación, que se explicita en cuatro máximas conversacionales:
Máxima de cantidad
1. Que la contribución contenga tanta información como se requiere.
2. Que la contribución no contenga más información de la que se
requiere.
Máxima de relación
Hable oportunamente (sea relevante).
Máxima de modo
Sea claro:
1. Evite expresarse oscuramente.
2. Evite ser ambiguo.
3. Sea breve (evite toda prolijidad inútil).
4. Sea ordenado.
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implicaturas conversacionales de las implicaciones lógicas. Uno de ellos es el de la
cancelabilidad. Mientras que las implicaturas conversacionales pueden ser
canceladas sin producir ninguna contradicción, la cancelación de las implicaciones
genera contradicciones. Por ejemplo, ante el enunciado «Pedro insultó a Javier y
Javier le dio un puñetazo», podemos inferir que el insulto de Pedro fue proferido en
primer lugar y que, posteriormente, Javier le dio un puñetazo; es decir, la implicatura
consiste en que «y» significa «y después». En este caso, estamos ante una
implicatura conversacional (y no ante una mera implicación lógica) porque esta
inferencia puede ser cancelada, ya que podríamos precisar: «Pedro insultó a Javier
y Javier le dio un puñetazo, pero no en este orden».
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Graciela Reyes señala algunas situaciones en las que se anulan las máximas de
Grice; por ejemplo, en las relaciones afectivas. El lenguaje más íntimo es el que más
alejado parece de los principios de Grice. Una rencilla familiar, por ejemplo, es
cooperativa desde el punto de vista comunicativo: los participantes se oyen, siguen
turnos para gritarse, tienen mucho empeño en mantener la relevancia de cada
enunciado, o al menos cierta coherencia. Pero, por supuesto, siguen reglas no
griceanas, como «exagere las faltas del otro», «deforme la verdad», «rechace lo que
el otro quiere decir en beneficio de lo que usted le quiere hacer decir», etc. El
lenguaje del amor, por otra parte, suele mostrar poca relevancia y no cumple el
principio de cantidad (¿cuántas veces se repite que uno quiere al otro?). Por otra
parte, el principio de cooperación, tal como es concebido por Grice, supone que los
participantes en la conversación están en pie de igualdad, pero es muy frecuente
que un individuo o un grupo legislen sobre lo que es relevante y lo que no lo es,
sobre la cantidad de información necesaria y sobre quién puede hablar y quién tiene
que callarse en cada situación (pensemos en una conversación con un policía, con
un juez, con el médico, con el jefe, con cualquiera que a causa de su posición o por
mera autoridad, real o impostada, nos intimide).
Otro de los fenómenos lingüístico-sociales que con más frecuencia conlleva una
infracción de las máximas conversacionales de Grice es la cortesía verbal. A
menudo, la máxima de modo («sea claro y breve; evite las ambigüedades») queda
anulada cuando formulamos peticiones a nuestros interlocutores. Al solicitar favores,
recurrimos a actos de habla indirectos introducidos por circunloquios que tratan de
justificar la petición o «amortiguar» una posible negativa de nuestro interlocutor. Así,
cuando el hablante siente que va a invadir el territorio intencional del oyente, o que
va a plantear un conflicto de intereses entre los propios y los del destinatario,
empleará diversos medios lingüísticos para mitigar los efectos de su solicitud (para
solicitar el pago de una factura, en lugar de «Págame la factura», podría recurrirse a
un acto de habla indirecto: «Tengo entre manos un gran proyecto, pero para
financiarlo necesitaría cobrar cuanto antes las facturas»).
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sociológicos, como el poder relativo que existe entre los interlocutores, la distancia
social entre ellos y el grado de imposición del acto en cuestión con respecto a la
imagen de uno o ambos interlocutores. Mediante la adición de estos tres valores se
podrá calcular el riesgo potencial que supondrá un determinado acto contra la
imagen, o, en otras palabras, la gravedad del acto en cuestión. Cuanto más indirecto
sea un acto de habla, menor será la amenaza para el interlocutor:
Escala de
indireccionalidad
- ¿Contestarás el teléfono?
- ¿Puedes contestar el
teléfono?
-¿Podrías contestar el
teléfono, por favor?
Modo indirecto Más cortés
1. Actos asertivos: El hablante niega, acepta o corrige algo, con diferente nivel
de certeza. Ejemplo: «El teatro estaba lleno».
2. Actos directivos: El hablante trata de influir en el oyente a que este realice
una acción. Ejemplo: «Deben terminar sus tareas para mañana», «ordenar»,
«perdonar», «rogar», «instar», «destituir», etc.
3. Actos compromisorios: El hablante promete, pacta, garantiza que llevará a
cabo una acción. Ejemplo: «No voy a fallarte».
4. Actos declarativos: El hablante pretende modificar la realidad. Ejemplo:
«declarar», «certificar», «inaugurar», «bautizar», «absolver», «bendecir», etc.
5. Actos expresivos: El hablante expresa su estado anímico y actitudes frente a
situaciones y asuntos de la vida. Ejemplo: «Hoy, la verdad, no me siento
bien», «felicitar», «disculparse», «dar el pésame», etc.
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La realización de tales actos está sujeta a un conjunto de reglas convencionales,
cuya infracción afectará directamente a los efectos comunicativos del acto. Searle
propuso una tipología de dichas condiciones, que se refieren a las circunstancias y
al papel de los participantes del acto de habla, a sus intenciones así como a los
efectos que pretenden provocar. Son las llamadas condiciones de felicidad. Así, por
ejemplo, para prometer algo a alguien, hay que ser sincero, dirigirse a un
destinatario interesado en la realización de esta promesa, no prometer algo
imposible de cumplir o cuyo cumplimiento, por el contrario, resulta evidente, etc.
En una primera versión de su teoría, Searle establece una relación directa entre
la forma lingüística de una expresión y la fuerza ilocutiva del acto de habla que se
realiza al emitirla (siempre que ello se dé en las condiciones apropiadas); así, por
ejemplo, con un imperativo se estaría dando órdenes, y con una interrogativa,
solicitando información. Posteriormente, observa que en muchas ocasiones, con una
pregunta no siempre se solicita información, sino que puede estar haciéndose una
sugerencia, o también se puede estar dando una orden indirecta. Ello lo lleva a
establecer el concepto de acto de habla directo cuando se entiende claramente la
intención del emisor e indirecto para referirse a los casos en que el significado
literal no coincide con la fuerza ilocutiva o intención, como ocurre ante un enunciado
del tipo «¿Puedes cerrar la ventana?», en el que la pregunta esconde una petición.
Bibliografía
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Académicas.
SEARLE, J. (1969): Actos de habla, traducción de Luis M. Valdés Villanueva. Madrid:
Cátedra, 1980.
TRUJILLO, R. (1988): Introducción a la semántica española. Madrid: Arco Libros.
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