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Atenea Compañera de Odiseo Texto
Atenea Compañera de Odiseo Texto
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo surgió de la curiosidad que tuvo quien suscribe, al hilo de las
clases de literatura y mitología, acerca del tratamiento de la figura de los dioses en el
texto homérico, y en la iconografía derivada de la tradición épica (aquí, principalmente
ceñidos a la Odisea, por razones de extensión).
El punto de partida no es cómo son representados los dioses (en los poemas y en la
iconografía) cuando son los protagonistas o actores de sus propias hazañas míticas: la
Gigantomaquia, el nacimiento de Atenea o su disputa con Poseidón por el Ática; la
persecución de Amimone por Poseidón , el combate entre Zeus y Tifón…, sino de cómo
son representados cuando “intervienen” en los asuntos humanos (heroicos,
generalmente) para ayudar al héroe, bien sea acompañándolo, bien, torciendo el
discurrir natural de un acontecimiento, para acomodarlo a sus designios, que cumplen el
destino.
Atenea también habla mucho con Odiseo y con otros personajes, generalmente
adoptando la figura de terceros, para dar consejos e ideas.
Ahora bien, estas intervenciones de los dioses en el mundo de los mortales, tal como
nos las narra la épica, ¿son una parte (prodigiosa), entre otras, de los hechos que ocurren
y que el poeta desea narrar, o son un recurso estilístico del cantor, como los símiles y
los parlamentos? ¿Las intervenciones de los dioses (de Atenea en nuestro caso) son
verdaderamente teológicas, o son una forma de pintar la atmósfera de los sucesos, el
entramado mental y sentimental (incluso metafísico) sobre el que se desarrollan los
acontecimientos? ¿Son material alegórico, y cuando se dice, por ejemplo, que a un
héroe lo sacó de apuros Hefesto, quiere decirse en realidad, a efectos narrativos, que se
defendió con sus armas de metal? En algunos casos, como el de la muerte súbita de las
personas, que según el discurso mítico es un disparo de Apolo con su arco certero, la
metonimia del nombre del dios está corrientemente admitida. Cuando la personalidad
divina coincide con un elemento obvio de la naturaleza o de la sociedad, la metonimia
es un recurso expresivo esperable: si se dice que Hera envía a Lisa (la locura) a
Heracles, quiere decirse que el matrimonio de algún modo causó su enejenación…
Es en este sentido en el que nos interesa explorar la relación de Atenea con Odiseo en
su accidentado regreso a casa, y con los demás personajes que orbitan a su alrededor, y
sufren las consecuencias derivadas de su ausencia. La diosa es mencionada en la Odisea
como auxiliadora del héroe en numerosas ocasiones en que las penalidades lo abruman.
Se dice también que la diosa ha hecho de él su favorito: él, y buena parte de su familia,
a quienes también auxilia; su hijo Telémaco, principalmente.
Pero ¿cómo se sustancia realmente esta ayuda? ¿Sus intervenciones son “reales” como
personalidad divina, o son una forma artística de ilustrar la fuerza de la inteligencia de
los personajes?
Para conocerlo y ver si hay alguna pauta interesante, hemos recopilado todos los lugares
(los loci) en que se menciona a Atenea en la Odisea. Examinándolos, hemos tratado de
ver si se confirma esa communis opinio, y si se pueden extraer conclusiones interesantes
acerca de esa estrecha relación que tiene la diosa con el héroe. Él es, de todos los
héroes, el que en mayor medida honra la esfera divina de Atenea: la inteligencia
práctica, la industriosidad, si se nos permite decirlo así. Odiseo es el polýtropos, el
polymétis, el hombre que siempre tiene soluciones para todos los problemas.
Pero la astucia proverbial de Odiseo (su inteligencia práctica) ¿es suya, o es inspirada
por la diosa? ¿Él se salva por sus propios medios, o lo salva la diosa? ¿Es una diosa
providente o sólo inspiradora?
Muchas de las observaciones que hemos hecho sobre los textos las tenemos que dejar
formuladas como preguntas, dada la condición seminal de este trabajo. Para poder
afirmar con rotundidad muchas de las ideas con que nos hemos topado se necesita un
trabajo de comprobación y documentación que excede la condición del presente.
Todos los textos citados lo están de la traducción de la Odisea de José Luis Calvo para
Cátedra.
LOS DIOSES INTERVINIENDO EN LOS ASUNTOS DE LOS MORTALES.
Una primera cuestión para dilucidar, es si los dioses en general, los mencionados en los
poemas homéricos, realmente tienen peso “divino”. Si son figuras que resulten actores
de algún tipo en el plano sobrenatural, con intervenciones de tipo providente, o creador,
en paralelo con los humanos, que sí son realmente actores de sus propias acciones
humanas, valga la repetición. O bien, si se trata, como Kirk afirma en su libro El mito,
de una “mera tramoya”; algo así como recursos artísticos, superestructuras narrativas
con las que el cantor ilustra el tenor de la acción que se desarrolla, enmarcándola con la
divinidad que lo tutela. “Decorados” divinos de las acciones humanas.
Se trataría de algo así como los dioses que aparecen pintados en los vasos de cerámica
acompañando a otros personajes, que son los verdaderos “protagonistas” o actores de la
escena pictórica. Los dioses en estos casos aparecen en los márgenes del registro, o
elevados en su centro, presidiéndolo, y con ellos el pintor ilustra que “tutelan” la acción
de los humanos. O que la “definen”, porque a veces se trata de dioses que aparecen en
escenas muy estáticas, de poca acción, propiamente dicha; con poco que “tutelar”. Son
apariciones como las “Ateneas” que están en los márgenes de escenas como las de
“vestirse el guerrero”, o como las “Afroditas” que aparecen en las escenas de gineceo de
tenor sentimental (no en las escenas de gineceo de otro tenor, como las de higiene o de
labores “femeninas”, v.gr. el hilado, que son “competencia” de Atenea).
Cuando aparece una Afrodita entre muchachas que acarician palomas, o abren sus
cofres de joyas, o prueban gestos de coquetería con sus vestidos, el pintor nos muestra
que los actores de esas escenas las realizan con la finalidad de desenvolverse y tener
éxito en el terreno de amor sexual y sentimental, el ámbito de Afrodita.
En otros vasos es Zeus quien aparece como divinidad tutelar de una escena pictórica.
Habitualmente, blandiendo el rayo o el cetro. Lo hace en calidad de dios providente, y
garante de las instituciones. Indica que la escena es pertinente en el aspecto
institucional, y que la tutela de Zeus hará que se desarrolle con éxito dentro del orden,
del kósmos.
Apolo, cuando aparece, no en sus propias historias míticas como protagonista, sino en
las historias de otros como divinidad tutelar, suele hacerlo en calidad de divinidad
profética, identificado con el trípode o el laurel, e indica que la acción tiene como
motivo crucial un oráculo ya pronunciado, o bien, que el desenlace de la acción debe ser
guiado por un oráculo. Que el leit motiv de la acción es mántico o profético.
Dioniso y sus atributos (la máscara, la hiedra, el cántaro, la nébride), indican en la época
clásica el carácter teatral de una escena (en la época arcaica su esfera divina es la
feracidad, la fertilidad y la pujanza vital). Aparece a menudo en escenas de celebración
de triunfos teatrales, como el famoso vaso del pintor de Prónomo, donde, salvo Dioniso
y Ariadna, que “presiden” la escena, todos los personajes son “actores” de acciones
reales; son los miembros de una compañía teatral que preparan un drama satírico.
Pues bien, las apariciones de Atenea en la Odisea ¿son de esta índole “tramoyística”?
¿Es un recurso artístico, una superestructura narrativa?
La segunda cuestión que nos interesa respecto de la relación de los dioses con sus
héroes “protegidos” es la definición precisa del perfil de esa tutela. El panteón griego es
politeísta, y atribuye a cada una de las personalidades divinas una esfera de actuación
que le es propia. En algunos casos, el perfil divino del dios puede cambiar a lo largo de
las propias edades culturales griegas (caso de Dioniso, Zeus, Apolo…). O mantenerse,
como en el caso de Atenea, pero con un rango de actuación muy amplio que resumimos
con la expresión “inteligencia práctica”, fabrilidad. Comprobaremos, por tanto, que las
intervenciones de Atenea en la Odisea se corresponden con este perfil divino que tiene
como hija de Zeus y Metis.
ATENEA EN LA ODISEA
Nos proponemos examinar los loci en que el poema expresa la ayuda de la diosa al
héroe, para ver cómo se sustancia, y si se le puede dar un perfil más definido a esta
protección y ayuda. ¿Cómo protege Atenea a Odiseo? ¿Cuándo se produce esa ayuda?
¿La diosa sólo ayuda a Odiseo?
De hecho, en las aventuras en el mar, en el canto IX, Atenea sólo es mentada cuando
Odiseo piensa cómo salir de la cueva del Cíclope: “¡si pudiera vengarme, y Atenea me
concediera esto que le suplico!” IX 317.
Odiseo aparece en todo momento en este pasaje como responsable propio de sus ideas,
que cavila él mismo, no que recibe como inspiración de Atenea, o como consejos de
terceros cuya forma pudiera adoptar la diosa: “Y esta fue la decisión que me pareció
mejor” IX 318. “Entonces me puse a deliberar cómo saldrían mejor las cosas –¡Si
encontrara el medio de liberar a mis compañeros y a mí mismo de la muerte!- Y me
puse a entretejer toda clase de engaños y planes, ya que se trataba de mi propia vida” IX
420-2. Incluso se enorgullece de su propia inteligencia en la estratagema de llamarse
“Nadie”.
¡Cuándo más nos parece que se la necesita, no se mienta a Atenea! Se achacan a Zeus
todos los sucesos providentes (tempestades) buenos y malos en el viaje. Y a Zeus se
encomienda Odiseo: “sacrifiqué (un carnero de géras) sobre la playa en honor de Zeus,
el que reúne las nubes, el hijo de Crono, el que es soberano de todos, y quemé los
muslos. Pero no hizo caso de mi sacrificio, sino que meditaba el modo de que se
perdieran todas mis naves de buenos bancos y mis fieles compañeros” IX 551-6.
¿Tiene que ver esto con el hecho de que es una narración en primera persona, y no la
narración cero del aedo? ¿Puede permitirse Odiseo no ser tan “piadoso”, en consonancia
con su carácter pragmático, y el aedo, en cambio, está obligado a ser piadoso, pues su
canto es divino, y debe trufarlo de la presencia o el aliento de los dioses?
¿Cabe entender, dado que Hermes es el dios de los caminos, que Odiseo encuentra la
solución a su problema en el camino, donde halla la planta “que los dioses llaman moly?
Quizá conoció su poder en Troya, el lugar donde las cosas y las personas tienen un
doble nombre, el que les dan los hombres y el que les dan los dioses…
En el canto XI, en la Nekya, Atenea es mencionada sólo una vez, y no como compañera
de Odiseo, sino como escolta de Heracles cuando sacó a Cérbero del Hades XI 627:
“Pero yo me llevé al Perro a la luz y lo saqué de Hades. Y me escoltó Hermes y la de
ojos brillantes Atenea”, dice el propio Heracles a Odiseo.
En el Canto XII, el de los peligros del mar (Escila y Caribdis, la isla del sol, la
tempestad y la llegada a Ogigia), Circe hace el papel que nos parece que debía ser de
Atenea: le aconseja a Odiseo cómo enfrentarse a los peligros que le esperan en el
camino: Sirenas, Rocas Errantes, Escila y Caribdis, Vacas del Sol en la isla Trinaquia.
Atenea, en la parte más “física” y peligrosa de sus aventuras, ni es mencionada.
Posiblemente, se trata de que Circe es pertinente aquí porque su ayuda es la propia de
una divinidad profética: le aconseja cómo actuar en la empresa que se avecina. Era
propio de los griegos informarse acerca de lugares desconocidos y empresas inciertas
mediante el recurso a la adivinación o el oráculo.
¿Cabe pensar también que influye el hecho de que este pasaje es una parte calcada de
la epopeya de los Argonautas?
(Cuando los compañeros de Odiseo se comen las vacas del Sol en la isla Trinaquia, éste
en su narración nos cuenta que Lampetía, una hija del Sol se lo anunció a Helios, y éste
rogó a Zeus que los castigara, amenazando con irse a brillar al Hades si no se le
compensaba. Zeus promete lanzarles su rayo y la tempestad. ¿Cómo supo Odiseo de
estos divinos coloquios? “Esto es lo que yo oí decir a Calipso, de hermoso peplo, y ella
decía que se lo había oído a su vez a Hermes”, dice el pragmático Odiseo en su
narración. XIII 389-90.)
Nada más reanudarse la narración cero en el Canto XIII, vuelve a aparecer Atenea
mencionada abundantemente, como lo había sido en los primeros Cantos, especialmente
en la Telemaquia. Esta es la primera gran divisoria que se ve en las menciones y en la
actuación de Atenea: abundante mención en la narración cero, la del aedo, y casi
desaparecida en la narración en primera persona, la de Odiseo.
Dentro del gran monto narrativo que es la narración cero en el poema (la parte del aedo,
que está tutelada por la Musa, y por lo tanto no es trivial), Atenea es la divinidad más
mencionada lo que la convierte en apariencia en la más importante. Lo es, y mucho, en
los cantos que constituyen la Telemaquia, uno de los supuestos poemas independientes
incorporados a la Odisea.
En la asamblea de los dioses, una pequeña parte proémica del poema, de unos cien
versos, es presentada como la diosa que de manera proactiva aprovecha la ausencia de
Poseidón para instar a Zeus a liberar a Odiseo. La narración resulta un tanto forzada.
Tiene dos importantes intervenciones directas (parlamentos), y en ellas Atenea expone
la razón de su intervención en los conflictos derivados de los nostoi: “es por el prudente
Odiseo por quien se acongoja mi corazón” I, 48-9. Odiseo, en palabras de Zeus,
“sobresale entre los demás hombres “por su astucia”, I, 66.
Una vez conseguido el permiso de Zeus, Atenea organiza el cumplimiento del designio
recién obtenido de los dioses, el regreso del héroe, en dos frentes: uno, obvio, facilitar la
liberación directa de Odiseo, retenido por Calipso, mediante una orden directa de los
dioses trasmitida por Hermes; otro, que es un ejercicio de anticipación, menos obvio al
oyente, instar ella misma a Telémaco a convocar en asamblea a los aqueos itacenses, y a
hacerse a la mar él mismo para inquirir noticias de su padre. Con estos designios Atenea
piensa poner en marcha una maquinaria que de manera indirecta desencadenará los
acontecimientos que conduzcan al regreso del héroe a la patria.
Telémaco le pregunta por su persona, y “Atenea de ojos brillantes se dirigió a él: Claro
que te voy a contestar sinceramente a todo esto. Afirmo con orgullo ser Mentes, hijo de
Anquíalo, y reino sobre los tafios, amantes del remo” I, 179-80.
Las intervenciones de los pretendientes nos van haciendo saber que Atenea asiste a
todos los miembros de la familia de Odiseo. También a Penélope. Antínoo se lo
reprocha, relatando cómo fue la argucia del tejer y destejer la mortaja de Laertes:
“Ejercitando en su mente las cualidades que le ha dado Atenea en exceso (ser entendida
en trabajos femeninos muy bellos y tener pensamientos agudos y astutos como nunca
hemos oído que tuvieran ninguna de las aqueas de lindas trenzas, ni siquiera las que
vivieron antiguamente…” II 115-120.
“Préstame oídos tú, divinidad que llegaste ayer a mi palacio y me diste orden de
marchar en una nave /… / para informarme sobre el regreso de mi padre” II, 262-4.
Ahora Atenea adoptará la forma de Méntor, el compañero a quien Odiseo confió sus
asuntos en su ausencia. “Atenea se le acercó semejante a Méntor en la figura y en la voz
y se dirigió a él con aladas palabras: Telémaco, no serás en adelante cobarde ni
estúpido si has heredado el noble corazón de tu padre” II 268-73.
“Así habló Atenea, hija de Zeus, y Telémaco ya no aguardó más, pues había escuchado
la voz de un dios” II 297-8.
¿Han sido drogados los pretendientes a instancias de Telémaco? El haber inspirado esta
“astucia” al muchacho sí entra dentro de las competencias divinas de Atenea.
Recordemos la sucesión de hechos. Telémaco ha ido al palacio para reunir las
provisiones que le ha encargado Méntor. Al verlo llegar, los pretendientes se mofan de
él una vez más, ahora especialmente de su iniciativa de botar una nave y partir de viaje,
y de buscar aliados fuera de Ítaca. “Quizá quiere ir a Efira –dice entre otros un joven
arrogante-, tierra fértil, a fin de traer de allí venenos que corrompen la vida y echarlos en
la crátera para destruirnos a todos” II 328-30.
En el palacio, Atenea, mientras tanto, nos dice el poeta, derramaba dulce sueño sobre
los pretendientes, que se marcharon a sus casas a toda prisa para dormir, pues las copas
se caían de sus manos.
“Entonces Atenea de ojos brillantes se dirigió a Telémaco llamándolo desde fuera del
palacio, agradable para vivir, asemejándose a Méntor en la figura y timbre de voz” II
399-400. Méntor-Atenea le exhorta a partir, y él obedeció y se puso en camino. “lo
condujo rápidamente Palas Atenea, y él marchaba en pos de las huellas de la diosa” II
405-6.
Ahora Telémaco es un hierón ménos, una fuerza sagrada, que imparte las órdenes con
resolución y firmeza.
“Subió luego Telémaco a la nave; Atenea iba delante y se sentó en la popa, y a su lado
se sentó Telémaco. /…/ Atenea de ojos brillantes les envió un viento favorable, el
fresco Céfiro que silba sobre el ponto rojo como el vino. Telémaco animó a sus
compañeros, les ordenó que se asieran a las jarcias y éstos escucharon al que les urgía”
II 417-421. La nave comenzó su viaje impulsada por las maniobras correctas, que
dirigía con buen tino Telémaco. Seguramente esto es lo que se quiere decir con la
expresión de que Atenea se sentó en popa (desde donde se dirige la maniobra) y a su
lado iba Telémaco. El muchacho, inspirado por la diosa (quizá por Méntor mismo)
dirigía con inteligencia.
En el Canto III llegan a Pilos, y “Entonces descendió Telémaco de la nave y Atenea iba
delante. Y a él dirigió sus palabras la diosa de ojos brillantes: Telémaco, ya no has de
tener vergüenza ni un poco siquiera, pues has navegado el mar para inquirir dónde
oculta la tierra a tu padre y qué suerte ha corrido. Conque, vamos marcha directamente a
casa de Néstor /…/ y suplícale para que te diga la verdad” III 16-21. Diríamos que
Atenea es ahora un recurso del poeta para mostrar el monólogo interior del personaje,
que trata de inspirarse autoconfianza.
Del mismo tenor continúa el relato. Telémaco y Mentor son bien recibidos por los
pilios, Néstor y sus hijos. Como en ocasiones anteriores, Méntor es llamado Atenea por
el narrador, pero Telémaco llama por su nombre a su acompañante: “Méntor, no
hablemos más de esto” III 240.
En los intercambios de cortesías, afirma Néstor que Odiseo fue el favorito de Atenea, y
le desea a Telémaco igual suerte con el problema de los pretendientes (que Atenea le
asista, lo que ya se está produciendo). “Si la de ojos brillantes, Atenea, quiere amarte
del mismo modo que protegía al ilustre Odiseo en aquel entonces en el pueblo de los
troyanos donde los aqueos pasamos penalidades (pues nunca he visto que los dioses
amen tan a las claras como Palas Atenea le asistía a él) si quiere amarte así y
preocuparse de ti en su ánimo, cualquiera de aquellos (los pretendientes) se olvidaría del
matrimonio (por las consecuencias que le esperan)” III 218-223.
Aquí se separan sus destinos. Néstor le ofrece un carro a Telémaco para viajar más
deprisa a Esparta por tierra (y proseguir su búsqueda interrogando a Menelao), pues no
es prudente alargar el viaje y dejar a los pretendientes sin vigilancia largo tiempo en
Ítaca. En tanto, les ofrece cama en palacio para pasar la noche.
La diosa de ojos brillantes, Atenea (Méntor) ve buena la idea, y propone marchar él con
la nave al territorio de los caucones, a cobrar una deuda, mientras Telémaco viaja a
Esparta acompañado por Pisístrato.
Todos los presentes ven el prodigio o el vaticinio. Más parece lo primero, puesto que no
se dice nada acerca de la dirección del vuelo (a derecha o izquierda), que es un rasgo
importante cuando se trata de un augurio.
Así lo hace por la mañana: “Hijos míos, llevad a cabo rápidamente mi deseo para que
antes que a los demás dioses propicie a Atenea, la que vino manifiestamente al
abundante banquete en honor del dios” III 418-20
Méntor, igual que Mentes, hasta entonces han desempeñado el papel de inspiradores de
las acciones de Telémaco. Atenea ha hablado a través de sus voces de hombres
experimentados para aconsejarle. Ellos poseen la sabiduría que al chico le falta, si no en
razón de otra cosa, de ser varones de edad, experimentados de la vida.
Y Atenea culmina su “paseo por la tierra” por así decirlo, con una epifanía en forma de
ave, y con el magnífico sacrificio que le ofrece Néstor.
Toda la intervención de Atenea, si bien puede explicarse como un recurso artístico del
narrador, está fuertemente impregnada de atmósfera religiosa, que culmina con la
epifanía y el sacrificio, algo que no estará en otros pasajes en los que el tratamiento de
la presencia de Atenea es más trivial.
En el canto IV, Menelao los recibe hospitalariamente incluso sin reconocerlos, por
solidaridad, tal como él la experimentó en sus viajes errabundos.
Luego reconocen Helena y Menelao a Telémaco por su extremo parecido con Odiseo, y
por tener el mismo ademán para llorar (lo hará Odiseo en el palacio de Alcínoo).
Helena echa al vino una droga para conjurar la tristeza a la que se han entregado al
evocar la guerra (no es descabellado, pues, pensar que los pretendientes fueron drogados
en su momento).
“Escúchame, hija de Zeus, portador de égida, Atritona, si alguna vez el muy hábil
Odiseo quemó en el palacio gordos muslos de buey o de oveja, acuérdate de ellos ahora,
salva a mi hijo y aleja a los muy orgullosos pretendientes”. Ofreció granos de cebada en
una cesta y lanzó el grito ritual. IV 761-6.
Agotada por la angustia, Penélope cae dormida, e interviene Atenea en un pasaje
pintoresco: un sueño, “tramando un plan” IV 796. En sueños se le presenta su hermana
Iftima, que le da ánimos y le asegura que su hijo está a salvo pues “le acompaña como
guía Palas Atenea, a quien cualquier hombre desearía tener a su lado. Se ha
compadecido de tus lamentos y me ha enviado ahora para que te comunique esto” IV
826-28.
El poeta nos presenta por fin a Odiseo mismo, el hombre que hasta ese momento era
sólo una ausencia.
Al ver Poseidón que los dioses han permitido a Odiseo regresar a casa en la balsa de
Calipso, desata la tempestad, pero luego se marcha a Egas (¿?), dejando a la tempestad
seguir su curso, e interviene Atenea para detenerla: “Atenea, la hija de Zeus decidió otra
cosa: cerró el camino a todos los vientos y mandó que todos cesaran y se calmaran;
levantó al rápido Bóreas y quebró las olas hasta que Odiseo, movido por Zeus, llegara a
los feacios” v 381-5. En esta intervención no cabe pensar que el auxilio de Atenea vaya
a realizarse mediante la inspiración de pensamientos e ideas con que los humanos hallen
una solución exitosamente, poniéndola por obra ellos mismos con las adecuadas
technai. Parar los vientos y las olas es una acción completamente providente. Escapa
por completo a la capacidad de acción de los humanos. Es prodigiosa en sentido
estricto, no metafórico. Esta es una de las escasas ocasiones en que Atenea actúa como
una diosa providencial en el mundo natural, en la narración.
De hecho, Odiseo atribuye su salvación a Zeus, que es dios providencial más corriente,
no a Atenea: “¡Ay de mí! Después que Zeus me ha concedido inesperadamente ver
tierra y he terminado de surcar este abismo, no encuentro por dónde salir del canoso
mar” v 408-10. Llama la atención que Odiseo no reconozca a Atenea aquí.
Quien sí atribuye su salvación a Atenea es el narrador, una vez más: una gran ola “lo
habría desgarrado la piel y roto los huesos si Atenea, la diosa de ojos brillantes, no le
hubiese inspirado a su ánimo lo siguiente: lanzóse, asió la roca con ambas manos y se
mantuvo en ella gimiendo hasta que pasó una gran ola” V426-30. Una segunda
acometida lo habría matado” si Atenea, la diosa de ojos brillantes, no le hubiera
inspirado sensatez” V 435-7. Gracias a ello, encuentra la boca de un río y logra alcanzar
la orilla.
Parece a salvo, pero él mismo razona para elegir entre los dos peligros que ahora le
acechan (Aquí contra lo que esperaríamos, Atenea no interviene ni se la menciona): el
terrible relente y la peligrosa humedad del río, o el acecho de las fieras en la tierra
adentro. Una vez que hubo tomado la decisión de ir tierra adentro, Atenea “vertió sobre
sus ojos el sueño”.
En la isla de los feacios, Atenea volverá a intervenir del modo más propio en ella:
inspirando ideas inteligentes a Odiseo para que salga de apuros, y ocasionalmente
facilitándole las cosas con un azar ventajoso, como la persuasión del heraldo a los
feacios para que acudan a la asamblea. Y se repite el motivo de la diosa que adopta la
apariencia de una persona (una muchacha que lleva un cántaro). Las menciones de la
diosa son en general triviales, salvo en la escena de Nausícaa.
“Al palacio de Alcínoo (rey de los feacios) se encaminó Atenea, la de ojos brillantes,
planeando el regreso para el magnánimo Odiseo” VI 12-3.
Odiseo se acerca y las jóvenes huyen, “Sola la hija de Alcínoo se quedó, pues Atenea le
infundió valor en su pecho” VI 139-40. Nos parecería más acorde con la función tutelar
de Atenea, que se nos dijese que ella inspiró a Odiseo las palabras aduladoras (“dulces y
astutas”) con que aborda a la muchacha en una auténtica captatio benevolentiae, pero no
es así.
En cambio se atribuye a Atenea que tras lavarse las salmueras del naufragio y ungirse,
“le concedió aparecer más apuesto y robusto e hizo caer de su cabeza espesa cabellera
semejante a la flor del Jacinto” VI 229-30. O sea, le inspiró para sacarse el mayor
partido a su atractivo. “Atenea vertió su gracia sobre la cabeza y hombros de Odiseo”
VI 234.
Hay cerca de la ciudad un bosquecillo sagrado (alsós) de Atenea. Allí le dirige Odiseo
una ferviente plegaria suplicando ser bien recibido por los feacios.
Se insinúa un trato “milagroso”: “No lo vieron los feacios, famosos por sus naves,
mientras marchaba entre ellos por su ciudad, ya que no lo permitía Atenea, de lindas
trenzas, la terrible diosa que preocupándose por él en su ánimo le había cubierto con una
nube divina” VII 38-41. Posiblemente se trata más bien de que la muchacha, temerosa
de los prejuicios de sus compatriotas contra los forasteros, le conduzca por calles
apartadas, dando rodeos. “Te mostraré el camino, pero no mires ni preguntes a ninguno
de los hombres, pues no soportan con agrado a los forasteros ni agasajan con gusto al
que llega de otra parte. VII 30-32. Atenea le da un consejo poco propio de una niña (no
hay que buscar realismo en el personaje) cuando llegan al palacio: que pase adentro con
decisión, que es siempre mejor opción que dudar. VII 50-1. Y otro: que se gane a la
reina: Arete.
Atenea entonces se retira a Maratón y a Atenas, a la morada de Erecteo. Parece ser que
esta vez sin epifanía. Es un pasaje raro, sin paralelo en el resto de la Odisea: “cuando
hubo hablado así, marchó Atenea de ojos brillantes por el estéril ponto y abandonó la
agradable Esqueria. Llegó así a Maratón a Atenas, de anchas calles, y penetró en la
sólida morada de Erecteo”. VII 78-81.
En el palacio Odiseo va “envuelto en espesa niebla que le había derramado Atenea” VII
140 (iría furtivamente) hasta que encontró a los reyes. Todos se sorprenden al ver a un
intruso, pero él lo conjura arrojándose a las rodillas de Arete. Probablemente es el
estupor de Alcínoo lo que se verbaliza como su hierón ménos, la “sagrada fuerza de
Alcínoo”.
Odiseo narra su accidentado viaje sin aludir para nada a la ayuda de Atenea, que él no
“ha visto”.
Por la mañana, “recorría la ciudad Palas Atenea, que tomó el aspecto del heraldo del
prudente Alcínoo, preparando el regreso a su patria para el valeroso Odiseo” VIII 8-10.
La providencia de la diosa se realiza dando al heraldo capacidad de persuasión sobre los
feacios para que acudan al ágora a solucionar el problema de Odiseo. Y derramando
sobre Odiseo “una gracia divina por su cabeza y hombros e hizo que pareciese más alto
y más grueso” VIII 18-20. “Así sería grato a todos los feacios y temible y venerable, y
llevaría a término muchas pruebas, las que los feacios iban a poner a Odiseo” VIII 21-
23. Posiblemente se quiere decir que Odiseo se ha mentalizado concentrándose y
entrenado para superar las pruebas.
Vuelve a aparecer Atenea en la narración cero. Al llegar a Ítaca los feacios “Sacaron
las riquezas que los ilustres feacios le habían donado cuando volvía a casa por voluntad
de la magnánima Atenea” XIII 120-1.
Otra vez, Atenea “esparce en torno suyo una nube para hacerlo irreconocible y contarle
todo” XIII 189-90. O sea, se movió ocultamente para no ser descubierto antes de
tiempo, y para informarse.
No reconoce su tierra tras tantos años, y para ayudarle “se le acercó Atenea, semejante
en su aspecto a un hombre joven, un pastor de rebaños delicado como suelen ser los
hijos de los reyes, portando sobre sus hombros un manto doble, bien trabajado. Bajo sus
brillantes pies llevaba sandalias y en sus manos un venablo” XIII 221-5.
Esta vez la apariencia de Atenea hace más obvia su condición de personaje divino
porque “no encaja” con su aspecto. Es como una especie de pastor pijo con cayado.
Hasta entonces los personajes tras los que se manifestaba Atenea podían considerarse
personajes reales a través de los cuales hablaba Atenea intuitivamente. En este caso no.
De hecho, al poco, de modo inexplicable e inexplicado, el pastor “muta” a muchacha.
¿Son momentos sucesivos, personajes con los que se topa, y cuyas palabras él entiende
como una inspiración divina? El pastor le confiesa que están en Ítaca, y la mujer le
aconseja que oculte las riquezas de los feacios en una cueva de las Ninfas, y que bajo
ningún concepto revele su identidad a nadie. Son una información y un consejo que bien
pudieron darle dos lugareños con los que trabara conversación. De hecho, la
conversación que tiene con la mujer, que es una mujer de mundo, puede ser una
conversación entre dos adultos connoiseurs. Es una conversación en que la mujer
reconoce el engaño en lo que le cuenta el forastero, sea quien sea, pero lo deja pasar, y
le aconseja que guarde sus riquezas, y que no revele que acaba de llegar. Se entiende
que en la isla los ánimos están revueltos esperando noticias del regreso de Odiseo o de
Telémaco, y ser un recién llegado puede resultar peligroso
“Así dijo y sonrió la diosa de ojos brillantes, Atenea, y lo acarició con su mano. Tomó
entonces el aspecto de una mujer hermosa y grande, conocedora de labores brillantes, y
le habló y dijo aladas palabras: “Astuto sería y trapacero sería el que te aventajara en
toda clase de engaños, por más que fuera un dios el que tuvieras delante. Desdichado,
astuto, que no te hartas de mentir, ¿es que ni siquiera en tu propia tierra vas a poner fin a
los engaños y las palabras mentirosas que te son tan queridas? Vamos, no hablemos ya
más pues los dos conocemos la astucia: tú eres el mejor de los mortales en el consejo y
con la palabra, y yo tengo fama entre los dioses por mi previsión y mis astucias. Pero
¡aun así no has reconocido a Palas Atenea, la hija de Zeus, la que te asiste y protege en
todos tus trabajos, la que te ha hecho querido a todos los feacios! De nuevo he venido a
ti para que juntos tramemos un plan para ocultar cuantas riquezas te donaron los ilustres
feacios al volver a casa por mi decisión, y para decirte cuántas penas estás destinado a
soportar en tu bien edificada morada. Tú has de aguantar por fuerza, y no decir a
hombre ni mujer ni nadie que has llegado después de vagar; soporta en silencio
numerosos dolores aguantando en silencio las violencias de los hombres” XIII 287-
311.
Odiseo le contesta: “Es difícil, diosa, que un mortal te reconozca si contigo topa, por
muy experimentado que sea, pues tomas toda clase de apariencias. Ya sabía yo que
siempre me has sido amiga mientras los hijos de los aqueos combatíamos en Troya,
pero desde que saqueamos la elevada ciudad de Príamo y nos embarcamos –y un dios
dispersó a los aqueos- no te había vuelto a ver, hija de Zeus. No te vi embarcar en mi
nave para protegerme de desgracia alguna, sino que he vagado siempre con el corazón
acongojado hasta que los dioses me han librado del mal, hasta que en el rico pueblo de
los feacios me animaste con tus palabras y me condujiste en persona hacia la ciudad.”
XIII 311-323.
Aquí tenemos explicitada la clave de la ayuda de Atenea a Odiseo. No es una ayuda que
sirva para sortear los peligros y obstáculos en cualquier circunstancia, sino EN
LAVIDA EN SOCIEDAD. Atenea asiste a Odiseo (y se supone que a los mortales a
quienes protege, en general) cuando necesita librarse de las asechanzas de la vida en
sociedad, no de los peligros de la naturaleza. Les asiste inspirándoles ideas felices (que
pueden incluir el engaño) para que ellos mismos se liberen del peligro o triunfen en sus
empeños. No es una diosa providente que conculca el orden natural para ayudar a sus
protegidos, ni es una diosa que haga sagradas epifanías que sobrecogen a los humanos.
Es una diosa inspiradora que se vale de la reflexión del interesado y de las ideas que les
dan a los hombres las palabras oídas a otros, bien sea por azar o logradas mediante
interrogatorio.
Atenea acompaña a Odiseo en los lugares sociales “peligrosos” para él: en las cortes
convulsas del final del período micénico. El lugar donde uno puede ser asesinado por
sus parientes, como Agamenón, o despojado de sus riquezas por sus vasallos, como
Telémaco. O donde el desconocimiento de los protocolos, por ser un extranjero, puede
ocasionarle a uno perder o ganar oportunidades, como en el palacio de los feacios. O
donde un ausente aparentemente añorado largo tiempo, puede ser en realidad una
incómoda visita, ya reemplazada en los afectos, como puede ser quizá Odiseo, un
esposo demasiado ausente y posiblemente olvidado en los propios aposentos de
Penélope, fuera de la posición oficial de lealtad.
Atenea se explica más: “En tu pecho siempre hay la misma cordura. Por eso no puedo
abandonarte en el dolor, porque eres discreto, sagaz y sensato. Cualquier otro que
llegara después de andar errante, marcharía gustoso a ver a sus hijos y esposa en el
palacio; sólo tú no deseas conocer ni enterarte hasta que hayas puesto a prueba a tu
mujer, quien permanece inconmovible en el palacio mientras las noches se le consumen
entre dolores y los días entre lágrimas. En verdad, yo jamás desconfié, pues sabía que
volverías después de haber perdido a todos tus compañeros, pero no quise enfrentarme
con Poseidón, hermano de mi padre, quien había puesto el rencor en su corazón irritado
porque le habías cegado a su hijo.
Pero vamos, te voy a mostrar el suelo de Ítaca para que te convenzas /…/” XIII 330-
342.
¿Quién es esta mujer, “hermosa y grande”? Parece una diosa al hablar de “su hermano
Poseidón”, pero una itacense al decir que “no desconfiaba del regreso” de Odiseo. ¿Es
una parte del personaje la mujer real, y otra los pensamientos que inspira en Odiseo, que
se la imagina razonando?
La diosa le insta a esconder su tesoro en una gruta de Náyades, lugar de culto que él
conocía bien porque había hecho allí sacrificios a las Ninfas. La diosa puede ser mera
inspiradora de la idea. Luego, “sentándose los dos junto al tronco de olivo sagrado,
meditaban la muerte para los soberbios pretendientes” XIII 371-2. El olivo (uno
particular de anchas hojas) es el árbol de Atenea.
Atenea (la mujer) le revela el asunto de los pretendientes. Llevan ya tres años
cortejando a Penélope, y esta aparenta recibir bien las peticiones, aunque en su fuero
alberga otras intenciones, al parecer. Odiseo se estremece al ver lo cerca que ha estado
de correr la suerte de Agamenón “si tú, diosa, no me hubieras revelado todo como es
debido” XIII 383-4.
“Vamos, trama un plan para que los haga pagar, y asísteme tú misma poniendo dentro
de mí el mismo vigor y valentía que cuando destruimos las espesas almenas de Troya”
XIII 385-8.
La diosa accede, y lo primero de todo, “te voy a hacer irreconocible para todos: arrugaré
la hermosa piel de tus ágiles miembros y haré desaparecer de tu cabeza los rubios
cabellos; te cubriré de harapos que te harán odioso a la vista de cualquier hombre y
llenaré de legañas tus antes hermosos ojos, de forma que parezcas desastroso a los
pretendientes, a tu esposa y a tu hijo”. XIII 388-402.
“Llégate en primer lugar al porquero, el que vigila tus cerdos, quien se mantiene fiel y
sigue amando a tu hijo y a la prudente Penélope” XIII 404-6.
O sea, mira quién de tus antiguos servidores va a serte leal a prueba de todo, y ve con él.
Y pregúntale conversando.
Tras este coloquio, Atenea “le tocó con su varita: arrugó la hermosa piel de sus ágiles
miembros e hizo desaparecer de su cabeza los rubios cabellos /…/” XIII 429-439. Lo
convirtió en mendigo con lo que parece una “varita mágica” como la de Circe; único
pasaje en que se le atribuye a Atenea. Es una operación de maquillaje, seguramente, y es
la mujer quien lo ayuda con sus pinceles.
Odiseo relata a Eumeo sus aventuras como falso cretense. No se mienta a Atenea; de
hecho, cuando necesita una idea, es Zeus quien se la da: “Entonces Zeus puso en mi
mente el siguiente plan” XIV 272. Tira sus armas y así se gana la protección del rey.
Reaparece la mujer “grande y hermosa” /…/ que le da nuevos consejos y le trae ropa
lujosa. “Así dijo Atenea y lo tocó con su varita de oro. Primero puso en su cuerpo un
manto bien limpio y una túnica, y aumentó su estatura y juventud (o sea, se irguió).
Luego volvió a tornarse moreno, sus mandíbulas se extendieron y de su mentón nació
negra barba. Cuando hubo realizado esto marchó Atenea” XVI 159-179.
Odiseo se explica: “”En verdad esto es obra de Atenea la Rapaz que me convierte en el
hombre que ella quiere –pues puede-: unas veces semejante a un mendigo y otras a un
hombre joven vestido de hermosas ropas, que es fácil para los dioses que poseen el alto
cielo exaltar a un mortal o arruinarlo” XVI 208-212.
Padre e hijo conversan sobre la estrategia que han de seguir, pues sólo cuentan como
aliados como aliados con Atenea y Zeus.
Casi ninguna mención a Atenea; ni siquiera cuando Odiseo necesita de todo su aguante,
al ser vejado por el cabreo Melantio. XVII 236 y ss.
Sólo: “ Entonces Atenea se puso cerca de Odiseo Laertíada y lo apremió a que recogiera
mendrugos entre los pretendientes y pudiera conocer quiénes eran rectos y quiénes
injustos” XVII 361-3
Se retoma el motivo de Atenea que ayuda a Odiseo bajo apariencia de Méntor, pero su
presencia es mucho más breve que en la Telemaquia, y de hecho huye pronto porque los
pretendientes amenazan con confiscarle los bienes.
Reaparece Zeus como el gran dios providente. Cuando llega el momento de la verdad,
Odiseo se encomienda a éste; le pide una doble señal de propiciación, y él se la da: un
trueno y unas palabras de la molinera deseando que los pretendientes coman por última
vez.
“Y Atenea no dejaba que los arrogantes pretendientes contuvieran del todo los
escarnios que laceran el corazón, para que el dolor se hundiera todavía más en el ánimo
de Odiseo Laertíada” XX 283-7
“Palas Atenea levantó una risa inextinguible entre los pretendientes y les trastornó la
razón” XX 347. En un momento de gran dramatismo los pretendientes ríen
extraviadamente.
Los pretendientes lanzan sus venablos contra Odiseo, “pero Atenea dejó sin efecto todos
sus disparos” XXII 256. Por dos veces. 273. Odiseo y los suyos, en cambio, siempre
aciertan (como los disparos de los buenos en el cine bélico), “Entonces Atenea levantó
la égida, destructora para los mortales, desde lo alto del techo y sus corazones sintieron
pánico” XXII 296-8. El pasaje, impropio en este contexto de realismo, rememora Ilíada
XV 306 y ss. Atenea utiliza la égida de Zeus, instrumento mágico que produce pánico
en los combatientes.
Y Zeus el que reúne las nubes le contestó: ¨Hija mía, ¿por qué me preguntas esto? ¿No
has concebido tú misma la decisión de que Odiseo se vengara de aquellos al volver?
Obra como quieras, aunque te voy a decir lo que más conviene: una vez que el divino
Odiseo ha castigado a los pretendientes, que hagan juramento de fidelidad, y que reine
él para siempre. Por nuestra parte, hagamos que se olviden del asesinato de sus hijos y
hermanos. Que se amen mutuamente, y que haya paz y riqueza en abundancia.´ Así
hablando, movió a Atenea, ya antes deseosa de bajar, y ésta descendió lanzándose de
las cumbres del Olimpo.” XXIV 473-488.
Zeus, dios garante de las instituciones sanciona las condiciones de paz, sofocando las
intentonas de trabar combate. La guerra moviliza a los dioses, que la paran con señales.