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María Isabel Conde Moreno, UCM

ATENEA COMPAÑERA DE ODISEO

XV Jornadas Homéricas, Facultad de Filología UCM, 2018

INTRODUCCIÓN

El presente trabajo surgió de la curiosidad que tuvo quien suscribe, al hilo de las
clases de literatura y mitología, acerca del tratamiento de la figura de los dioses en el
texto homérico, y en la iconografía derivada de la tradición épica (aquí, principalmente
ceñidos a la Odisea, por razones de extensión).

El punto de partida no es cómo son representados los dioses (en los poemas y en la
iconografía) cuando son los protagonistas o actores de sus propias hazañas míticas: la
Gigantomaquia, el nacimiento de Atenea o su disputa con Poseidón por el Ática; la
persecución de Amimone por Poseidón , el combate entre Zeus y Tifón…, sino de cómo
son representados cuando “intervienen” en los asuntos humanos (heroicos,
generalmente) para ayudar al héroe, bien sea acompañándolo, bien, torciendo el
discurrir natural de un acontecimiento, para acomodarlo a sus designios, que cumplen el
destino.

Los dioses intervienen en muchas ocasiones, nos dicen Homero y la tradición


mitológica, para salvar o para hundir a los héroes, La épica muestra estas intervenciones
como actos que están supuestamente al margen del discurrir natural de las cosas. Los
dioses vivifican con su actuación el mundo heroico, y como son dioses lo hacen por lo
tanto, de un modo prodigioso, milagrero; como mínimo, providente. Cuidan de que las
cosas discurran por donde el destino señala que deben ir, y por ello bajo diversas
apariencias empujan al héroe a la acción, o le retraen de ella, o para facilitar las cosas,
alteran el mundo natural en algún aspecto. Al menos, así lo expresa el poeta
aparentemente. Por ejemplo, en la Ilíada, interviene Afrodita para salvar a Paris, cuando
combate con Menelao; interviene Hermes para conducir a Príamo a salvo a través del
campamento griego sin ser descubierto; interviene Apolo para desviar la flecha de Paris
y dirigirla al talón de Aquiles; interviene Ártemis irritada, exigiendo el sacrificio de
Ifigenia para conceder vientos favorables a la flota griega en Áulide, etc.

También intervienen para aconsejar o reprender a los mortales, mostrándoles el modo


correcto en que se han de hacer las cosas, como el pasaje en que Helena, abochornada
por la cobardía de Paris, sube a sus aposentos, decidida a abandonarle, y es reprendida
vivamente por Afrodita, que, adoptando la forma de una vieja sirvienta, la pone en sus
rodillas para hacerle ver lo delicado de su posición en Troya, y la necesidad de tragarse
el orgullo y mostrarse agradable con Paris, que es su único valedor allí.

Atenea también habla mucho con Odiseo y con otros personajes, generalmente
adoptando la figura de terceros, para dar consejos e ideas.
Ahora bien, estas intervenciones de los dioses en el mundo de los mortales, tal como
nos las narra la épica, ¿son una parte (prodigiosa), entre otras, de los hechos que ocurren
y que el poeta desea narrar, o son un recurso estilístico del cantor, como los símiles y
los parlamentos? ¿Las intervenciones de los dioses (de Atenea en nuestro caso) son
verdaderamente teológicas, o son una forma de pintar la atmósfera de los sucesos, el
entramado mental y sentimental (incluso metafísico) sobre el que se desarrollan los
acontecimientos? ¿Son material alegórico, y cuando se dice, por ejemplo, que a un
héroe lo sacó de apuros Hefesto, quiere decirse en realidad, a efectos narrativos, que se
defendió con sus armas de metal? En algunos casos, como el de la muerte súbita de las
personas, que según el discurso mítico es un disparo de Apolo con su arco certero, la
metonimia del nombre del dios está corrientemente admitida. Cuando la personalidad
divina coincide con un elemento obvio de la naturaleza o de la sociedad, la metonimia
es un recurso expresivo esperable: si se dice que Hera envía a Lisa (la locura) a
Heracles, quiere decirse que el matrimonio de algún modo causó su enejenación…

Es en este sentido en el que nos interesa explorar la relación de Atenea con Odiseo en
su accidentado regreso a casa, y con los demás personajes que orbitan a su alrededor, y
sufren las consecuencias derivadas de su ausencia. La diosa es mencionada en la Odisea
como auxiliadora del héroe en numerosas ocasiones en que las penalidades lo abruman.
Se dice también que la diosa ha hecho de él su favorito: él, y buena parte de su familia,
a quienes también auxilia; su hijo Telémaco, principalmente.

Pero ¿cómo se sustancia realmente esta ayuda? ¿Sus intervenciones son “reales” como
personalidad divina, o son una forma artística de ilustrar la fuerza de la inteligencia de
los personajes?

Para conocerlo y ver si hay alguna pauta interesante, hemos recopilado todos los lugares
(los loci) en que se menciona a Atenea en la Odisea. Examinándolos, hemos tratado de
ver si se confirma esa communis opinio, y si se pueden extraer conclusiones interesantes
acerca de esa estrecha relación que tiene la diosa con el héroe. Él es, de todos los
héroes, el que en mayor medida honra la esfera divina de Atenea: la inteligencia
práctica, la industriosidad, si se nos permite decirlo así. Odiseo es el polýtropos, el
polymétis, el hombre que siempre tiene soluciones para todos los problemas.

Pero la astucia proverbial de Odiseo (su inteligencia práctica) ¿es suya, o es inspirada
por la diosa? ¿Él se salva por sus propios medios, o lo salva la diosa? ¿Es una diosa
providente o sólo inspiradora?

Muchas de las observaciones que hemos hecho sobre los textos las tenemos que dejar
formuladas como preguntas, dada la condición seminal de este trabajo. Para poder
afirmar con rotundidad muchas de las ideas con que nos hemos topado se necesita un
trabajo de comprobación y documentación que excede la condición del presente.

Todos los textos citados lo están de la traducción de la Odisea de José Luis Calvo para
Cátedra.
LOS DIOSES INTERVINIENDO EN LOS ASUNTOS DE LOS MORTALES.

Una primera cuestión para dilucidar, es si los dioses en general, los mencionados en los
poemas homéricos, realmente tienen peso “divino”. Si son figuras que resulten actores
de algún tipo en el plano sobrenatural, con intervenciones de tipo providente, o creador,
en paralelo con los humanos, que sí son realmente actores de sus propias acciones
humanas, valga la repetición. O bien, si se trata, como Kirk afirma en su libro El mito,
de una “mera tramoya”; algo así como recursos artísticos, superestructuras narrativas
con las que el cantor ilustra el tenor de la acción que se desarrolla, enmarcándola con la
divinidad que lo tutela. “Decorados” divinos de las acciones humanas.

Se trataría de algo así como los dioses que aparecen pintados en los vasos de cerámica
acompañando a otros personajes, que son los verdaderos “protagonistas” o actores de la
escena pictórica. Los dioses en estos casos aparecen en los márgenes del registro, o
elevados en su centro, presidiéndolo, y con ellos el pintor ilustra que “tutelan” la acción
de los humanos. O que la “definen”, porque a veces se trata de dioses que aparecen en
escenas muy estáticas, de poca acción, propiamente dicha; con poco que “tutelar”. Son
apariciones como las “Ateneas” que están en los márgenes de escenas como las de
“vestirse el guerrero”, o como las “Afroditas” que aparecen en las escenas de gineceo de
tenor sentimental (no en las escenas de gineceo de otro tenor, como las de higiene o de
labores “femeninas”, v.gr. el hilado, que son “competencia” de Atenea).

Cuando aparece una Afrodita entre muchachas que acarician palomas, o abren sus
cofres de joyas, o prueban gestos de coquetería con sus vestidos, el pintor nos muestra
que los actores de esas escenas las realizan con la finalidad de desenvolverse y tener
éxito en el terreno de amor sexual y sentimental, el ámbito de Afrodita.

Cuando la escena pictórica nos muestra a un muchacho en edad de efebía recibiendo


quizá por primera vez sus armas, en presencia de sus padres que lo despiden, y Atenea
aparece en el lateral del registro, el pintor quiere expresar que el chico entra en un
ámbito donde el éxito está gobernado por Atenea: el de la acción inteligente, o la
inteligencia práctica, que es el ámbito de Atenea. Aquí en concreto, los aspectos
tácticos y estratégicos de la guerra (frente a los aspectos de la agresividad brutal y
violenta, tutelados por Ares).

En otros vasos es Zeus quien aparece como divinidad tutelar de una escena pictórica.
Habitualmente, blandiendo el rayo o el cetro. Lo hace en calidad de dios providente, y
garante de las instituciones. Indica que la escena es pertinente en el aspecto
institucional, y que la tutela de Zeus hará que se desarrolle con éxito dentro del orden,
del kósmos.

Apolo, cuando aparece, no en sus propias historias míticas como protagonista, sino en
las historias de otros como divinidad tutelar, suele hacerlo en calidad de divinidad
profética, identificado con el trípode o el laurel, e indica que la acción tiene como
motivo crucial un oráculo ya pronunciado, o bien, que el desenlace de la acción debe ser
guiado por un oráculo. Que el leit motiv de la acción es mántico o profético.

Dioniso y sus atributos (la máscara, la hiedra, el cántaro, la nébride), indican en la época
clásica el carácter teatral de una escena (en la época arcaica su esfera divina es la
feracidad, la fertilidad y la pujanza vital). Aparece a menudo en escenas de celebración
de triunfos teatrales, como el famoso vaso del pintor de Prónomo, donde, salvo Dioniso
y Ariadna, que “presiden” la escena, todos los personajes son “actores” de acciones
reales; son los miembros de una compañía teatral que preparan un drama satírico.

Pues bien, las apariciones de Atenea en la Odisea ¿son de esta índole “tramoyística”?
¿Es un recurso artístico, una superestructura narrativa?

La segunda cuestión que nos interesa respecto de la relación de los dioses con sus
héroes “protegidos” es la definición precisa del perfil de esa tutela. El panteón griego es
politeísta, y atribuye a cada una de las personalidades divinas una esfera de actuación
que le es propia. En algunos casos, el perfil divino del dios puede cambiar a lo largo de
las propias edades culturales griegas (caso de Dioniso, Zeus, Apolo…). O mantenerse,
como en el caso de Atenea, pero con un rango de actuación muy amplio que resumimos
con la expresión “inteligencia práctica”, fabrilidad. Comprobaremos, por tanto, que las
intervenciones de Atenea en la Odisea se corresponden con este perfil divino que tiene
como hija de Zeus y Metis.

ATENEA EN LA ODISEA

Atenea es la diosa protectora de Odiseo. Especialmente en las penalidades que padeció


durante el accidentado regreso desde Troya. Es un axioma de los poemas homéricos.

Nos proponemos examinar los loci en que el poema expresa la ayuda de la diosa al
héroe, para ver cómo se sustancia, y si se le puede dar un perfil más definido a esta
protección y ayuda. ¿Cómo protege Atenea a Odiseo? ¿Cuándo se produce esa ayuda?
¿La diosa sólo ayuda a Odiseo?

ATENEA EN LAS AVENTURAS EN EL MAR: NARRACIÓN EN PRIMERA


PERSONA

Una primera observación llama poderosamente la atención en el examen pormenorizado


de las intervenciones de Atenea en la Odisea, y es que en la narración de las aventuras
en el mar, enfrentado Odiseo a los monstruos marinos y criaturas peligrosas, Atenea
brilla por su ausencia. Cuando aparentemente Odiseo más la necesita, Atenea apenas es
mencionada, algo que como mínimo, nos desconcierta. Si Atenea ayuda por excelencia
a Odiseo en las dificultades de su regreso ¿cómo es que se echa en falta su ayuda en
aquellos trances peligrosos en que a nosotros nos parecería más necesaria? En la
iconografía también se ve ausente a Atenea en estos motivos artístico: véanse los vasos
de las sirenas, de la ceguera del Cíclope, de la magia de Circe…

En cambio, encontramos menciones constantes a Atenea prestando su ayuda en lugares


que quizá fueran más peligrosos y procelosos que el mar bravío e ignoto: en la vida
social, y especialmente, en la vida en los palacios, lugares donde, según se presenten las
cosas, puede correrse constante peligro de muerte, más cierto quizá que el que se puede
correr en la tormenta marina, o en la cueva del Cíclope.

De hecho, en las aventuras en el mar, en el canto IX, Atenea sólo es mentada cuando
Odiseo piensa cómo salir de la cueva del Cíclope: “¡si pudiera vengarme, y Atenea me
concediera esto que le suplico!” IX 317.

Odiseo aparece en todo momento en este pasaje como responsable propio de sus ideas,
que cavila él mismo, no que recibe como inspiración de Atenea, o como consejos de
terceros cuya forma pudiera adoptar la diosa: “Y esta fue la decisión que me pareció
mejor” IX 318. “Entonces me puse a deliberar cómo saldrían mejor las cosas –¡Si
encontrara el medio de liberar a mis compañeros y a mí mismo de la muerte!- Y me
puse a entretejer toda clase de engaños y planes, ya que se trataba de mi propia vida” IX
420-2. Incluso se enorgullece de su propia inteligencia en la estratagema de llamarse
“Nadie”.

¡Cuándo más nos parece que se la necesita, no se mienta a Atenea! Se achacan a Zeus
todos los sucesos providentes (tempestades) buenos y malos en el viaje. Y a Zeus se
encomienda Odiseo: “sacrifiqué (un carnero de géras) sobre la playa en honor de Zeus,
el que reúne las nubes, el hijo de Crono, el que es soberano de todos, y quemé los
muslos. Pero no hizo caso de mi sacrificio, sino que meditaba el modo de que se
perdieran todas mis naves de buenos bancos y mis fieles compañeros” IX 551-6.

¿Tiene que ver esto con el hecho de que es una narración en primera persona, y no la
narración cero del aedo? ¿Puede permitirse Odiseo no ser tan “piadoso”, en consonancia
con su carácter pragmático, y el aedo, en cambio, está obligado a ser piadoso, pues su
canto es divino, y debe trufarlo de la presencia o el aliento de los dioses?

En el episodio del Cíclope es especialmente acuciante la necesidad de pensar


estratagemas para salir con bien de ello, pues está en juego la propia vida de manera
inminente. Hay uno de los mayores clímax de la literatura, cuando el Cíclope palpa el
carnero a cuyo vientre va agarrado Odiseo, y demorándose le expresa que ojalá tuviera
voz el animal para decirle dónde está ese Nadie que tanto daño le ha hecho… Pero en
este clima de pavor Atenea no es mencionada.
En el Canto X, en otra ocasión de gran peligro, cuando las artes mágicas de Circe
transforman a los hombres en animales, es Hermes quien libra a Odiseo de ser
encantado, no Atenea. Y eso que Odiseo recurre a la astucia como recurso básico de
salvación, enviando por delante unos hombres, y viendo escondido lo que sucede: algo
que Atenea le habría podido aconsejar perfectamente. Sencillamente, cuenta, “me salió
al encuentro Hermes el de la varita de oro” X 278., que le dijo: “te voy a librar del mal
y a salvarte” X 285. Hermes arranca una planta del suelo y le muestra sus propiedades.

¿Cabe entender, dado que Hermes es el dios de los caminos, que Odiseo encuentra la
solución a su problema en el camino, donde halla la planta “que los dioses llaman moly?
Quizá conoció su poder en Troya, el lugar donde las cosas y las personas tienen un
doble nombre, el que les dan los hombres y el que les dan los dioses…

En el canto XI, en la Nekya, Atenea es mencionada sólo una vez, y no como compañera
de Odiseo, sino como escolta de Heracles cuando sacó a Cérbero del Hades XI 627:
“Pero yo me llevé al Perro a la luz y lo saqué de Hades. Y me escoltó Hermes y la de
ojos brillantes Atenea”, dice el propio Heracles a Odiseo.

En el Canto XII, el de los peligros del mar (Escila y Caribdis, la isla del sol, la
tempestad y la llegada a Ogigia), Circe hace el papel que nos parece que debía ser de
Atenea: le aconseja a Odiseo cómo enfrentarse a los peligros que le esperan en el
camino: Sirenas, Rocas Errantes, Escila y Caribdis, Vacas del Sol en la isla Trinaquia.
Atenea, en la parte más “física” y peligrosa de sus aventuras, ni es mencionada.
Posiblemente, se trata de que Circe es pertinente aquí porque su ayuda es la propia de
una divinidad profética: le aconseja cómo actuar en la empresa que se avecina. Era
propio de los griegos informarse acerca de lugares desconocidos y empresas inciertas
mediante el recurso a la adivinación o el oráculo.

¿Cabe pensar también que influye el hecho de que este pasaje es una parte calcada de
la epopeya de los Argonautas?

(Cuando los compañeros de Odiseo se comen las vacas del Sol en la isla Trinaquia, éste
en su narración nos cuenta que Lampetía, una hija del Sol se lo anunció a Helios, y éste
rogó a Zeus que los castigara, amenazando con irse a brillar al Hades si no se le
compensaba. Zeus promete lanzarles su rayo y la tempestad. ¿Cómo supo Odiseo de
estos divinos coloquios? “Esto es lo que yo oí decir a Calipso, de hermoso peplo, y ella
decía que se lo había oído a su vez a Hermes”, dice el pragmático Odiseo en su
narración. XIII 389-90.)
Nada más reanudarse la narración cero en el Canto XIII, vuelve a aparecer Atenea
mencionada abundantemente, como lo había sido en los primeros Cantos, especialmente
en la Telemaquia. Esta es la primera gran divisoria que se ve en las menciones y en la
actuación de Atenea: abundante mención en la narración cero, la del aedo, y casi
desaparecida en la narración en primera persona, la de Odiseo.

ATENEA EN LAS CORTES PALACIALES: TELEMAQUIA.

Dentro del gran monto narrativo que es la narración cero en el poema (la parte del aedo,
que está tutelada por la Musa, y por lo tanto no es trivial), Atenea es la divinidad más
mencionada lo que la convierte en apariencia en la más importante. Lo es, y mucho, en
los cantos que constituyen la Telemaquia, uno de los supuestos poemas independientes
incorporados a la Odisea.

En la asamblea de los dioses, una pequeña parte proémica del poema, de unos cien
versos, es presentada como la diosa que de manera proactiva aprovecha la ausencia de
Poseidón para instar a Zeus a liberar a Odiseo. La narración resulta un tanto forzada.
Tiene dos importantes intervenciones directas (parlamentos), y en ellas Atenea expone
la razón de su intervención en los conflictos derivados de los nostoi: “es por el prudente
Odiseo por quien se acongoja mi corazón” I, 48-9. Odiseo, en palabras de Zeus,
“sobresale entre los demás hombres “por su astucia”, I, 66.

Una vez conseguido el permiso de Zeus, Atenea organiza el cumplimiento del designio
recién obtenido de los dioses, el regreso del héroe, en dos frentes: uno, obvio, facilitar la
liberación directa de Odiseo, retenido por Calipso, mediante una orden directa de los
dioses trasmitida por Hermes; otro, que es un ejercicio de anticipación, menos obvio al
oyente, instar ella misma a Telémaco a convocar en asamblea a los aqueos itacenses, y a
hacerse a la mar él mismo para inquirir noticias de su padre. Con estos designios Atenea
piensa poner en marcha una maquinaria que de manera indirecta desencadenará los
acontecimientos que conduzcan al regreso del héroe a la patria.

En este breve pasaje el protagonismo de Atenea es muy acusado y directo, en contraste


con el resto de pasajes en los que actúa, donde lo hace con la figura de otra persona.

En efecto, su primera “apariencia prestada” es la de Mentes, rey de los tafios, un antiguo


amigo del padre de Telémaco. A partir de aquí comienza un modo de narrar peculiar, en
el que siempre se menciona a Mentes en la narración llamándole “Atenea”, pero es
designado siempre “forastero” en las apelaciones vocativas que le hace Telémaco. Algo
muy incómodo para nuestras costumbres narrativas actuales. Sobre todo porque, además
de ser un vaivén, es inconsecuente, y alguna vez se cuela en la narración la mención del
personaje como el huésped o el forastero.
El narrador cero nos introduce en un juego artístico de sí-es-no-es respecto de la
intervención providencial de Atenea en el conflicto que amarga al hijo de Odiseo.
Telémaco ve a un antiguo amigo de su padre, pero el narrador nos dice que es Atenea,
quizá queriendo decir que es el instrumento de que se vale Atenea para inspirar al
muchacho: “Mientras esto pensaba sentado entre los pretendientes vio a Atenea. Se fue
derecho al pórtico, y su ánimo rebosaba de ira por haber dejado tanto tiempo al
forastero a la puerta” I 118-120. “Bienvenido, forastero, serás agasajado en mi casa.
Luego que hayas probado del banquete, dirás qué precisas”. Así diciendo la condujo y
ella le siguió, Palas Atenea. /…/ I 125-6. “La condujo, e hizo sentar en un sillón” I, 130
Le puso un poco alejado “no fuera que el huésped, molesto por el ruido, no se deleitara
con el banquete” I, 134.

Mientras canta el aedo Femio, “Telémaco se dirigió a Atenea de ojos brillantes, y


mantenía su cabeza cerca para que no se enteraran los demás: “Forastero, amigo, ¿vas a
enfadarte por lo que te diga?”” I, 167-8.

Telémaco le pregunta por su persona, y “Atenea de ojos brillantes se dirigió a él: Claro
que te voy a contestar sinceramente a todo esto. Afirmo con orgullo ser Mentes, hijo de
Anquíalo, y reino sobre los tafios, amantes del remo” I, 179-80.

Tras la presentación de Mentes, Telémaco se queja de su mala suerte, y hasta expresa


sus dudas acerca de su linaje (“mi madre asegura que soy hijo de él, yo, en cambio, no
lo sé; que jamás conoció nadie por sí mismo su propia estirpe”) I, 214-5 “Y Atenea, de
ojos brillantes, se dirigió a él: Seguro que los dioses no te han dado linaje sin nombre
/…/ I, 223. Telémaco le contestó discretamente: “Huésped, puesto que me preguntas
esto e inquieres /…/” I, 231. Telémaco pormenoriza sus desdichas, y “Le contestó
irritada Palas Atenea” I, 251. Qué falta hacía allí el regreso de Odiseo. Exhorta a
Telémaco a no comportarse más como un niño. Este le replica dirigiéndose a él como
“Huésped” otra vez I, 308, y le reitera la invitación para pernoctar. “Y contestó luego
Atenea de ojos brillantes: No me detengas más /…/”I, 315. “Así hablando, partió la de
ojos brillantes, Atenea, y se remontó como un ave, e infundió valor y audacia en el
pecho de Telémaco” I, 319-20. Este, “después de reflexionar en su mente quedó
estupefacto, pues pensó que era un dios” I, 321-2.

En la Telemaquia, Atenea “interviene” mucho, lo hace “bajo la apariencia de otra


persona”, y su ayuda se materializa, no con Odiseo, que está ausente, sino con su
familia, especialmente con su hijo. Su intervención es inspiradora. Ella no hace cosas;
hace que otros las hagan; especialmente, Telémaco. La diosa responde aquí al modelo
de la divinidad “tramoya” o decorativa. Todo lo que se nos cuenta puede haber ocurrido
de hecho sin Atenea. El chico ha oído las palabras del amigo de su padre como un
discurso inspirador, que le ha dado ideas como si se las hubiera soplado al oído la
mismísima Atenea. Lo que ocurre y lo que se habla es el resorte de la acción para
Telémaco.
En el Canto II, Telémaco, ahora resoluto, convoca a la asamblea de los itacenses y les
expone su plan de viajar para inquirir noticias acerca de Odiseo. Atenea ahora ya no
interviene. Ha dado el empujón decisivo al muchacho, y ahora es éste quien realiza el
plan con sus propias fuerzas.

Las intervenciones de los pretendientes nos van haciendo saber que Atenea asiste a
todos los miembros de la familia de Odiseo. También a Penélope. Antínoo se lo
reprocha, relatando cómo fue la argucia del tejer y destejer la mortaja de Laertes:
“Ejercitando en su mente las cualidades que le ha dado Atenea en exceso (ser entendida
en trabajos femeninos muy bellos y tener pensamientos agudos y astutos como nunca
hemos oído que tuvieran ninguna de las aqueas de lindas trenzas, ni siquiera las que
vivieron antiguamente…” II 115-120.

Tras la asamblea, Telémaco, a solas, purificándose en el mar, invoca a Atenea


directamente, pues la ha reconocido en la inspiración de Mentes:

“Préstame oídos tú, divinidad que llegaste ayer a mi palacio y me diste orden de
marchar en una nave /… / para informarme sobre el regreso de mi padre” II, 262-4.

Ahora Atenea adoptará la forma de Méntor, el compañero a quien Odiseo confió sus
asuntos en su ausencia. “Atenea se le acercó semejante a Méntor en la figura y en la voz
y se dirigió a él con aladas palabras: Telémaco, no serás en adelante cobarde ni
estúpido si has heredado el noble corazón de tu padre” II 268-73.

(Telémaco es constantemente caracterizado, en las palabras de los demás, y en las


propias, como un muchacho infantilizado, irresoluto, postergador, mezquino y
acobardado. Se insinúa que vive acongojado por la figura de su madre, una femme
formidable).

En la figura de Méntor ejerce Atenea de manera indirecta como diosa providente. Él


aparejará la nave para que Telémaco realice su viaje: “yo soy tan buen amigo de tu
padre que te voy a aparejar una nave y te voy a acompañar en persona” II 287-88.

“Así habló Atenea, hija de Zeus, y Telémaco ya no aguardó más, pues había escuchado
la voz de un dios” II 297-8.

Como se ve, el “protagonismo” de Atenea es muy acusado. Quizá no tanto en la acción


propiamente dicha, que puede verse como un cúmulo de felices casualidades que llevan
a Telémaco a lograr el ánimo y los medios para salir a buscar a su padre, cuanto en la
intención del narrador, que a este respecto es muy clara. El narrador quiere dejar muy
claro que es la intervención divina de Atenea, mediatizada por las personas de la
realidad del momento, la que mueve la acción. Ella no puede hacerlo como Zeus, de
manera directa, como una divinidad providente, pero lo hace mediante recursos
indirectos, sobre todo, uno a quienes los griegos daban carácter propiciatorio: oír las
palabras ajenas al azar.
Telémaco prepara con Euriclea lo que Méntor le ha encargado para el viaje (vino y
harina), y “Entonces la diosa de ojos brillantes, Atenea, concibió otra idea. Tomando la
forma de Telémaco marchó por toda la ciudad y poniéndose cerca de cada hombre le
decía su palabra; les ordenaba que se congregaran con el crepúsculo junto a la rápida
nave. Después pidió una rápida nave a Noemón, esclarecido hijo de Fronio, y éste se la
ofreció de buena gana” II 381-6. O sea, Atenea actúa como inspiradora de las palabras
de Telémaco. El hombre antes irresoluto ahora es un hombre seguro de sí mismo, capaz
de contagiar su entusiasmo. Atenea hace el papel de diosa tutelar con él, como tantas
veces había hecho con su padre, el gran persuasor entre los griegos.

A continuación, realiza aparentemente funciones de diosa providencial. “Los valientes


compañeros (los marineros que acompañarán a Telémaco) ya se habían congregado en
grupo, pues la diosa había movido a cada uno en particular” II 392-3. “Entonces la
diosa de ojos brillantes, Atenea, concibió otra idea: se puso en camino hacia el palacio
del divino Odiseo y una vez allí derramó dulce sueño sobre los pretendientes, los
hechizó cuando bebían, e hizo caer las copas de sus manos. Y éstos se apresuraron por
la ciudad para ir a dormir y ya no estuvieron sentados por más tiempo, pues el sueño se
posaba sobre sus párpados” II 393-8.

He dicho “aparentemente”, porque no parece estar en la naturaleza divina de Atenea el


conculcar el orden natural, provocando el sueño antes de tiempo, o el ser una diosa de la
fortuna. El sueño de los pretendientes que aquí se nos describe se enfatiza como un
sueño anormal, tempranero.

¿Han sido drogados los pretendientes a instancias de Telémaco? El haber inspirado esta
“astucia” al muchacho sí entra dentro de las competencias divinas de Atenea.
Recordemos la sucesión de hechos. Telémaco ha ido al palacio para reunir las
provisiones que le ha encargado Méntor. Al verlo llegar, los pretendientes se mofan de
él una vez más, ahora especialmente de su iniciativa de botar una nave y partir de viaje,
y de buscar aliados fuera de Ítaca. “Quizá quiere ir a Efira –dice entre otros un joven
arrogante-, tierra fértil, a fin de traer de allí venenos que corrompen la vida y echarlos en
la crátera para destruirnos a todos” II 328-30.

Telémaco no responde. Aparenta hacer oídos sordos. Pero ¿acaso no se ha producido un


momento de no-des-ideas, ya que poco después los pretendientes sucumben a un
oportuno sueño pelmazo? En efecto, Telémaco encarga a Euriclea que le tenga
preparadas las provisiones “que recogerá por la tarde” cuando su madre suba a
acostarse. Le encarga sigilo sobre estos preparativos, y “se puso en camino hacia las
habitaciones de abajo para reunirse con los pretendientes” II 381. Y al poco marchó por
la ciudad a reclutar tripulantes ¿Tras dejarlos drogados? Es tentador pensarlo.

En el palacio, Atenea, mientras tanto, nos dice el poeta, derramaba dulce sueño sobre
los pretendientes, que se marcharon a sus casas a toda prisa para dormir, pues las copas
se caían de sus manos.
“Entonces Atenea de ojos brillantes se dirigió a Telémaco llamándolo desde fuera del
palacio, agradable para vivir, asemejándose a Méntor en la figura y timbre de voz” II
399-400. Méntor-Atenea le exhorta a partir, y él obedeció y se puso en camino. “lo
condujo rápidamente Palas Atenea, y él marchaba en pos de las huellas de la diosa” II
405-6.

Ahora Telémaco es un hierón ménos, una fuerza sagrada, que imparte las órdenes con
resolución y firmeza.

Y una nueva intervención de Atenea (en figura de Méntor, amigo de Odiseo):

“Subió luego Telémaco a la nave; Atenea iba delante y se sentó en la popa, y a su lado
se sentó Telémaco. /…/ Atenea de ojos brillantes les envió un viento favorable, el
fresco Céfiro que silba sobre el ponto rojo como el vino. Telémaco animó a sus
compañeros, les ordenó que se asieran a las jarcias y éstos escucharon al que les urgía”
II 417-421. La nave comenzó su viaje impulsada por las maniobras correctas, que
dirigía con buen tino Telémaco. Seguramente esto es lo que se quiere decir con la
expresión de que Atenea se sentó en popa (desde donde se dirige la maniobra) y a su
lado iba Telémaco. El muchacho, inspirado por la diosa (quizá por Méntor mismo)
dirigía con inteligencia.

En el Canto III llegan a Pilos, y “Entonces descendió Telémaco de la nave y Atenea iba
delante. Y a él dirigió sus palabras la diosa de ojos brillantes: Telémaco, ya no has de
tener vergüenza ni un poco siquiera, pues has navegado el mar para inquirir dónde
oculta la tierra a tu padre y qué suerte ha corrido. Conque, vamos marcha directamente a
casa de Néstor /…/ y suplícale para que te diga la verdad” III 16-21. Diríamos que
Atenea es ahora un recurso del poeta para mostrar el monólogo interior del personaje,
que trata de inspirarse autoconfianza.

Pero la réplica es desconcertante: Telémaco contesta a Méntor, a quien no se ha


mencionado en la travesía, pero que iba con ellos. A las palabras que el narrador nos
acaba de decir que son de Atenea, “le contestó Telémaco discretamente: Méntor, ¿cómo
voy a ir a abrazar sus rodillas? No tengo aún experiencia alguna en discursos ajustados.
Y además a un hombre joven le da vergüenza preguntar a uno más viejo” III 22-25 “Y
la diosa de ojos brillantes, Atenea, se dirigió de nuevo a él: Telémaco, unas palabras las
concebirás en tu propia mente, y otras te las infundirá la divinidad III 26-27.

Del mismo tenor continúa el relato. Telémaco y Mentor son bien recibidos por los
pilios, Néstor y sus hijos. Como en ocasiones anteriores, Méntor es llamado Atenea por
el narrador, pero Telémaco llama por su nombre a su acompañante: “Méntor, no
hablemos más de esto” III 240.

En los intercambios de cortesías, afirma Néstor que Odiseo fue el favorito de Atenea, y
le desea a Telémaco igual suerte con el problema de los pretendientes (que Atenea le
asista, lo que ya se está produciendo). “Si la de ojos brillantes, Atenea, quiere amarte
del mismo modo que protegía al ilustre Odiseo en aquel entonces en el pueblo de los
troyanos donde los aqueos pasamos penalidades (pues nunca he visto que los dioses
amen tan a las claras como Palas Atenea le asistía a él) si quiere amarte así y
preocuparse de ti en su ánimo, cualquiera de aquellos (los pretendientes) se olvidaría del
matrimonio (por las consecuencias que le esperan)” III 218-223.

Aquí se separan sus destinos. Néstor le ofrece un carro a Telémaco para viajar más
deprisa a Esparta por tierra (y proseguir su búsqueda interrogando a Menelao), pues no
es prudente alargar el viaje y dejar a los pretendientes sin vigilancia largo tiempo en
Ítaca. En tanto, les ofrece cama en palacio para pasar la noche.

La diosa de ojos brillantes, Atenea (Méntor) ve buena la idea, y propone marchar él con
la nave al territorio de los caucones, a cobrar una deuda, mientras Telémaco viaja a
Esparta acompañado por Pisístrato.

“Así hablando partió la de ojos brillantes Atenea, TOMANDO LA FORMA DEL


BUITRE BARBADO” III 371. Como es obvio que quien parte es Méntor, ¿quiere
decirse que aparece la figura de un ave, un buitre, que es sentida como epifanía de la
diosa, que se aleja de quien hasta entonces había sido el instrumento a través del cual
comunicaba su eficacia a Telémaco, el prudente Méntor?

Todos los presentes ven el prodigio o el vaticinio. Más parece lo primero, puesto que no
se dice nada acerca de la dirección del vuelo (a derecha o izquierda), que es un rasgo
importante cuando se trata de un augurio.

Néstor reconoce la presencia de la diosa, y promete hacerle un sacrificio propiciatorio:


“Y la admiración atenazó a todos los aqueos. Admiróse el anciano cuando lo vio con
sus ojos y tomando la mano de Telémaco le dirigió su palabra y le llamó por su nombre:
Amigo, no creo que llegues a ser débil no cobarde si ya, tan joven, te siguen los dioses
como escolta. Pues este no era otro de entre los que ocupan las mansiones del Olimpo
que la hija de Zeus, la rapaz Tritogenia, la que honraba también a tu noble padre entre
los argivos. Soberana, séme propicia, dame fama de nobleza a mí mismo, a mis hijos y a
mi venerable esposa y a cambio yo te sacrificaré una cariancha novilla de un año, no
domada, a la que jamás un hombre haya llevado bajo el yugo. Te la sacrificaré rodeando
de oro sus cuernos” así dirigió sus súplicas y Palas Atenea le escuchó,” III 372-385.

Así lo hace por la mañana: “Hijos míos, llevad a cabo rápidamente mi deseo para que
antes que a los demás dioses propicie a Atenea, la que vino manifiestamente al
abundante banquete en honor del dios” III 418-20

El sacrificio se describe pormenorizadamente, creando una atmósfera muy piadosa.


“Llegó la novilla, llegaron los compañeros de Telémaco (de la nave); llegó el broncero
llevando en sus manos las herramientas (para trabajar el oro). Y LLEGÓ ATENEA
PARA ASISTIR A LOS SACRIFICIOS” III 430-5
¿Bajo qué forma? ¿Méntor? ¿Un ave? ¿Cómo metonimia del arte del broncista, que va a
bañar los cuernos de la novilla en oro, y de los que han de llevar a cabo las tareas del
sacrifico (carniceros)? No se dice nada que lo explicite. Parece que es la diosa tutelar de
la escena y al mismo tiempo la divinidad receptora del sacrificio.

Méntor, igual que Mentes, hasta entonces han desempeñado el papel de inspiradores de
las acciones de Telémaco. Atenea ha hablado a través de sus voces de hombres
experimentados para aconsejarle. Ellos poseen la sabiduría que al chico le falta, si no en
razón de otra cosa, de ser varones de edad, experimentados de la vida.

Y Atenea culmina su “paseo por la tierra” por así decirlo, con una epifanía en forma de
ave, y con el magnífico sacrificio que le ofrece Néstor.

Toda la intervención de Atenea, si bien puede explicarse como un recurso artístico del
narrador, está fuertemente impregnada de atmósfera religiosa, que culmina con la
epifanía y el sacrificio, algo que no estará en otros pasajes en los que el tratamiento de
la presencia de Atenea es más trivial.

En el canto IV, Menelao los recibe hospitalariamente incluso sin reconocerlos, por
solidaridad, tal como él la experimentó en sus viajes errabundos.

Luego reconocen Helena y Menelao a Telémaco por su extremo parecido con Odiseo, y
por tener el mismo ademán para llorar (lo hará Odiseo en el palacio de Alcínoo).

Helena echa al vino una droga para conjurar la tristeza a la que se han entregado al
evocar la guerra (no es descabellado, pues, pensar que los pretendientes fueron drogados
en su momento).

En el palacio de Menelao NO se mienta a Atenea, a pesar de ser muy pertinente en


algunos momentos: cuando se dispone la labor de hilado de Helena, o cuando Helena
recuerda cómo Odiseo se disfrazó de mendigo para una misión de espionaje en Troya.
Sólo se la menciona recordando cuando Odiseo aguantó el examen tramposo al que le
sometió la misma Helena al pie del Caballo de Madera en cuyo vientre se apostaban los
griegos. Al final, a la suspicaz Helena, Palas Atenea “la llevó lejos”. Atenea providente
y protectora. O sea, Odiseo tuvo la inteligencia de no delatarse.

La Telemaquia, poema dominado de principio a fin por la personalidad divina de


Atenea, se cierra con la relación del tercer miembro de la familia con la diosa: Penélope.

Ésta aguarda angustiada en Ítaca. Desolada al conocer el viaje secreto de Telémaco, y


que además planean asesinarle, eleva una plegaria a Atenea, siguiendo el consejo de
Euriclea “pues ella en efecto lo salvará de la muerte” IV 752.

“Escúchame, hija de Zeus, portador de égida, Atritona, si alguna vez el muy hábil
Odiseo quemó en el palacio gordos muslos de buey o de oveja, acuérdate de ellos ahora,
salva a mi hijo y aleja a los muy orgullosos pretendientes”. Ofreció granos de cebada en
una cesta y lanzó el grito ritual. IV 761-6.
Agotada por la angustia, Penélope cae dormida, e interviene Atenea en un pasaje
pintoresco: un sueño, “tramando un plan” IV 796. En sueños se le presenta su hermana
Iftima, que le da ánimos y le asegura que su hijo está a salvo pues “le acompaña como
guía Palas Atenea, a quien cualquier hombre desearía tener a su lado. Se ha
compadecido de tus lamentos y me ha enviado ahora para que te comunique esto” IV
826-28.

La atmósfera de religiosidad en torno a Atenea ha alcanzado un punto muy alto.

LA NARRACIÓN CERO EN EL MAR

El poeta nos presenta por fin a Odiseo mismo, el hombre que hasta ese momento era
sólo una ausencia.

Al ver Poseidón que los dioses han permitido a Odiseo regresar a casa en la balsa de
Calipso, desata la tempestad, pero luego se marcha a Egas (¿?), dejando a la tempestad
seguir su curso, e interviene Atenea para detenerla: “Atenea, la hija de Zeus decidió otra
cosa: cerró el camino a todos los vientos y mandó que todos cesaran y se calmaran;
levantó al rápido Bóreas y quebró las olas hasta que Odiseo, movido por Zeus, llegara a
los feacios” v 381-5. En esta intervención no cabe pensar que el auxilio de Atenea vaya
a realizarse mediante la inspiración de pensamientos e ideas con que los humanos hallen
una solución exitosamente, poniéndola por obra ellos mismos con las adecuadas
technai. Parar los vientos y las olas es una acción completamente providente. Escapa
por completo a la capacidad de acción de los humanos. Es prodigiosa en sentido
estricto, no metafórico. Esta es una de las escasas ocasiones en que Atenea actúa como
una diosa providencial en el mundo natural, en la narración.

De hecho, Odiseo atribuye su salvación a Zeus, que es dios providencial más corriente,
no a Atenea: “¡Ay de mí! Después que Zeus me ha concedido inesperadamente ver
tierra y he terminado de surcar este abismo, no encuentro por dónde salir del canoso
mar” v 408-10. Llama la atención que Odiseo no reconozca a Atenea aquí.

Quien sí atribuye su salvación a Atenea es el narrador, una vez más: una gran ola “lo
habría desgarrado la piel y roto los huesos si Atenea, la diosa de ojos brillantes, no le
hubiese inspirado a su ánimo lo siguiente: lanzóse, asió la roca con ambas manos y se
mantuvo en ella gimiendo hasta que pasó una gran ola” V426-30. Una segunda
acometida lo habría matado” si Atenea, la diosa de ojos brillantes, no le hubiera
inspirado sensatez” V 435-7. Gracias a ello, encuentra la boca de un río y logra alcanzar
la orilla.

Parece a salvo, pero él mismo razona para elegir entre los dos peligros que ahora le
acechan (Aquí contra lo que esperaríamos, Atenea no interviene ni se la menciona): el
terrible relente y la peligrosa humedad del río, o el acecho de las fieras en la tierra
adentro. Una vez que hubo tomado la decisión de ir tierra adentro, Atenea “vertió sobre
sus ojos el sueño”.

LA NARRACIÓN CERO EN EL PAÍS DE LOS FEACIOS

En la isla de los feacios, Atenea volverá a intervenir del modo más propio en ella:
inspirando ideas inteligentes a Odiseo para que salga de apuros, y ocasionalmente
facilitándole las cosas con un azar ventajoso, como la persuasión del heraldo a los
feacios para que acudan a la asamblea. Y se repite el motivo de la diosa que adopta la
apariencia de una persona (una muchacha que lleva un cántaro). Las menciones de la
diosa son en general triviales, salvo en la escena de Nausícaa.

“Al palacio de Alcínoo (rey de los feacios) se encaminó Atenea, la de ojos brillantes,
planeando el regreso para el magnánimo Odiseo” VI 12-3.

La diosa pondrá en marcha un mecanismo de salvación, una especie de conspiración de


providencias que comienzan por inspirar un sueño que saque del lecho a Nausícaa, la
hija del rey. “Apresuróse como un soplo de viento hacia la cama de la joven, y se puso
sobre su cabeza y le dirigió su palabra tomando la apariencia de la hija de Dimante,
famoso por sus naves, pues era de su misma edad y muy grata a su ánimo” VI 21-4.
Dicho su mensaje, Atenea marchó al Olimpo, y Nausícaa, conmocionada por el sueño
que la exhortaba a acelerar su boda, lo pone por obra.

Nausícaa y sus sirvientas lavan la ropa, se bañan, comen, juegan a la pelota… un


delicioso cuadro de felicidad campestre. Cuando se disponen a recoger “Atenea dispuso
otro plan. Que Odiseo se despertara y viera a la joven de hermosos ojos que lo
conduciría a la ciudad de los feacios” VI 112-5. Para ello hace que Nausícaa falle en un
lance del juego, la pelota se pierda, y las chicas griten. Cf vaso de Nausícaa .

Odiseo se acerca y las jóvenes huyen, “Sola la hija de Alcínoo se quedó, pues Atenea le
infundió valor en su pecho” VI 139-40. Nos parecería más acorde con la función tutelar
de Atenea, que se nos dijese que ella inspiró a Odiseo las palabras aduladoras (“dulces y
astutas”) con que aborda a la muchacha en una auténtica captatio benevolentiae, pero no
es así.

En cambio se atribuye a Atenea que tras lavarse las salmueras del naufragio y ungirse,
“le concedió aparecer más apuesto y robusto e hizo caer de su cabeza espesa cabellera
semejante a la flor del Jacinto” VI 229-30. O sea, le inspiró para sacarse el mayor
partido a su atractivo. “Atenea vertió su gracia sobre la cabeza y hombros de Odiseo”
VI 234.
Hay cerca de la ciudad un bosquecillo sagrado (alsós) de Atenea. Allí le dirige Odiseo
una ferviente plegaria suplicando ser bien recibido por los feacios.

Se menciona Explícitamente el apoyo de Atenea: “Atenea, siempre preocupada por


Odiseo, derramó en torno suyo una gran nube, no fuera que alguno de los magnánimos
feacios, saliéndole al encuentro, le molestara de palabra y le preguntara quién era” VII
14-18. Los feacios son reacios al contacto con extranjeros.

A la entrada de la cuidad, “le salió al encuentro la diosa Atenea de ojos brillantes,


tomando la apariencia de una niña pequeña con un cántaro” VII 19-20. En adelante, la
muchacha, será llamada siempre por el poeta Palas Atenea, aunque interviene como
muchacha (dice que el palacio está “cerca de mi irreprochable padre”). Formularmente
se dice que Odiseo “marchaba tras las huellas de la diosa” VII 38.

Se insinúa un trato “milagroso”: “No lo vieron los feacios, famosos por sus naves,
mientras marchaba entre ellos por su ciudad, ya que no lo permitía Atenea, de lindas
trenzas, la terrible diosa que preocupándose por él en su ánimo le había cubierto con una
nube divina” VII 38-41. Posiblemente se trata más bien de que la muchacha, temerosa
de los prejuicios de sus compatriotas contra los forasteros, le conduzca por calles
apartadas, dando rodeos. “Te mostraré el camino, pero no mires ni preguntes a ninguno
de los hombres, pues no soportan con agrado a los forasteros ni agasajan con gusto al
que llega de otra parte. VII 30-32. Atenea le da un consejo poco propio de una niña (no
hay que buscar realismo en el personaje) cuando llegan al palacio: que pase adentro con
decisión, que es siempre mejor opción que dudar. VII 50-1. Y otro: que se gane a la
reina: Arete.

Atenea entonces se retira a Maratón y a Atenas, a la morada de Erecteo. Parece ser que
esta vez sin epifanía. Es un pasaje raro, sin paralelo en el resto de la Odisea: “cuando
hubo hablado así, marchó Atenea de ojos brillantes por el estéril ponto y abandonó la
agradable Esqueria. Llegó así a Maratón a Atenas, de anchas calles, y penetró en la
sólida morada de Erecteo”. VII 78-81.

En el palacio Odiseo va “envuelto en espesa niebla que le había derramado Atenea” VII
140 (iría furtivamente) hasta que encontró a los reyes. Todos se sorprenden al ver a un
intruso, pero él lo conjura arrojándose a las rodillas de Arete. Probablemente es el
estupor de Alcínoo lo que se verbaliza como su hierón ménos, la “sagrada fuerza de
Alcínoo”.

Odiseo narra su accidentado viaje sin aludir para nada a la ayuda de Atenea, que él no
“ha visto”.

Por la mañana, “recorría la ciudad Palas Atenea, que tomó el aspecto del heraldo del
prudente Alcínoo, preparando el regreso a su patria para el valeroso Odiseo” VIII 8-10.
La providencia de la diosa se realiza dando al heraldo capacidad de persuasión sobre los
feacios para que acudan al ágora a solucionar el problema de Odiseo. Y derramando
sobre Odiseo “una gracia divina por su cabeza y hombros e hizo que pareciese más alto
y más grueso” VIII 18-20. “Así sería grato a todos los feacios y temible y venerable, y
llevaría a término muchas pruebas, las que los feacios iban a poner a Odiseo” VIII 21-
23. Posiblemente se quiere decir que Odiseo se ha mentalizado concentrándose y
entrenado para superar las pruebas.

LA NARRACIÓN CERO EN ÍTACA.

Vuelve a aparecer Atenea en la narración cero. Al llegar a Ítaca los feacios “Sacaron
las riquezas que los ilustres feacios le habían donado cuando volvía a casa por voluntad
de la magnánima Atenea” XIII 120-1.

Otra vez, Atenea “esparce en torno suyo una nube para hacerlo irreconocible y contarle
todo” XIII 189-90. O sea, se movió ocultamente para no ser descubierto antes de
tiempo, y para informarse.

No reconoce su tierra tras tantos años, y para ayudarle “se le acercó Atenea, semejante
en su aspecto a un hombre joven, un pastor de rebaños delicado como suelen ser los
hijos de los reyes, portando sobre sus hombros un manto doble, bien trabajado. Bajo sus
brillantes pies llevaba sandalias y en sus manos un venablo” XIII 221-5.

Esta vez la apariencia de Atenea hace más obvia su condición de personaje divino
porque “no encaja” con su aspecto. Es como una especie de pastor pijo con cayado.
Hasta entonces los personajes tras los que se manifestaba Atenea podían considerarse
personajes reales a través de los cuales hablaba Atenea intuitivamente. En este caso no.
De hecho, al poco, de modo inexplicable e inexplicado, el pastor “muta” a muchacha.

Ocurre tras autopresentarse Odiseo de modo engañoso como un combatiente de Troya


que ha causado la muerte a un hijo de Idomeneo, rey de Creta, para proteger su botín del
robo. “le dijo aladas palabras (aunque no la verdad) (a Atenea-pastor) y de nuevo tomó
la palabra controlando continuamente en el pecho su astuto pensamiento” XIII 252-5.
Odiseo cuenta cómo le ayudaron a escapar unos fenicios. Entonces Atenea muta de
apariencia y se produce un momento de revelación.

¿Son momentos sucesivos, personajes con los que se topa, y cuyas palabras él entiende
como una inspiración divina? El pastor le confiesa que están en Ítaca, y la mujer le
aconseja que oculte las riquezas de los feacios en una cueva de las Ninfas, y que bajo
ningún concepto revele su identidad a nadie. Son una información y un consejo que bien
pudieron darle dos lugareños con los que trabara conversación. De hecho, la
conversación que tiene con la mujer, que es una mujer de mundo, puede ser una
conversación entre dos adultos connoiseurs. Es una conversación en que la mujer
reconoce el engaño en lo que le cuenta el forastero, sea quien sea, pero lo deja pasar, y
le aconseja que guarde sus riquezas, y que no revele que acaba de llegar. Se entiende
que en la isla los ánimos están revueltos esperando noticias del regreso de Odiseo o de
Telémaco, y ser un recién llegado puede resultar peligroso

“Así dijo y sonrió la diosa de ojos brillantes, Atenea, y lo acarició con su mano. Tomó
entonces el aspecto de una mujer hermosa y grande, conocedora de labores brillantes, y
le habló y dijo aladas palabras: “Astuto sería y trapacero sería el que te aventajara en
toda clase de engaños, por más que fuera un dios el que tuvieras delante. Desdichado,
astuto, que no te hartas de mentir, ¿es que ni siquiera en tu propia tierra vas a poner fin a
los engaños y las palabras mentirosas que te son tan queridas? Vamos, no hablemos ya
más pues los dos conocemos la astucia: tú eres el mejor de los mortales en el consejo y
con la palabra, y yo tengo fama entre los dioses por mi previsión y mis astucias. Pero
¡aun así no has reconocido a Palas Atenea, la hija de Zeus, la que te asiste y protege en
todos tus trabajos, la que te ha hecho querido a todos los feacios! De nuevo he venido a
ti para que juntos tramemos un plan para ocultar cuantas riquezas te donaron los ilustres
feacios al volver a casa por mi decisión, y para decirte cuántas penas estás destinado a
soportar en tu bien edificada morada. Tú has de aguantar por fuerza, y no decir a
hombre ni mujer ni nadie que has llegado después de vagar; soporta en silencio
numerosos dolores aguantando en silencio las violencias de los hombres” XIII 287-
311.

Odiseo le contesta: “Es difícil, diosa, que un mortal te reconozca si contigo topa, por
muy experimentado que sea, pues tomas toda clase de apariencias. Ya sabía yo que
siempre me has sido amiga mientras los hijos de los aqueos combatíamos en Troya,
pero desde que saqueamos la elevada ciudad de Príamo y nos embarcamos –y un dios
dispersó a los aqueos- no te había vuelto a ver, hija de Zeus. No te vi embarcar en mi
nave para protegerme de desgracia alguna, sino que he vagado siempre con el corazón
acongojado hasta que los dioses me han librado del mal, hasta que en el rico pueblo de
los feacios me animaste con tus palabras y me condujiste en persona hacia la ciudad.”
XIII 311-323.

Aquí tenemos explicitada la clave de la ayuda de Atenea a Odiseo. No es una ayuda que
sirva para sortear los peligros y obstáculos en cualquier circunstancia, sino EN
LAVIDA EN SOCIEDAD. Atenea asiste a Odiseo (y se supone que a los mortales a
quienes protege, en general) cuando necesita librarse de las asechanzas de la vida en
sociedad, no de los peligros de la naturaleza. Les asiste inspirándoles ideas felices (que
pueden incluir el engaño) para que ellos mismos se liberen del peligro o triunfen en sus
empeños. No es una diosa providente que conculca el orden natural para ayudar a sus
protegidos, ni es una diosa que haga sagradas epifanías que sobrecogen a los humanos.
Es una diosa inspiradora que se vale de la reflexión del interesado y de las ideas que les
dan a los hombres las palabras oídas a otros, bien sea por azar o logradas mediante
interrogatorio.

Atenea acompaña a Odiseo en los lugares sociales “peligrosos” para él: en las cortes
convulsas del final del período micénico. El lugar donde uno puede ser asesinado por
sus parientes, como Agamenón, o despojado de sus riquezas por sus vasallos, como
Telémaco. O donde el desconocimiento de los protocolos, por ser un extranjero, puede
ocasionarle a uno perder o ganar oportunidades, como en el palacio de los feacios. O
donde un ausente aparentemente añorado largo tiempo, puede ser en realidad una
incómoda visita, ya reemplazada en los afectos, como puede ser quizá Odiseo, un
esposo demasiado ausente y posiblemente olvidado en los propios aposentos de
Penélope, fuera de la posición oficial de lealtad.

Este es el ámbito divino de Atenea. No es el mundo de los peligros de la naturaleza,


donde al héroe lo auxilia principalmente Zeus, que sí es una divinidad providente.

Este pasaje es el gran momento de revelación de Odiseo respecto de Atenea.

Atenea se explica más: “En tu pecho siempre hay la misma cordura. Por eso no puedo
abandonarte en el dolor, porque eres discreto, sagaz y sensato. Cualquier otro que
llegara después de andar errante, marcharía gustoso a ver a sus hijos y esposa en el
palacio; sólo tú no deseas conocer ni enterarte hasta que hayas puesto a prueba a tu
mujer, quien permanece inconmovible en el palacio mientras las noches se le consumen
entre dolores y los días entre lágrimas. En verdad, yo jamás desconfié, pues sabía que
volverías después de haber perdido a todos tus compañeros, pero no quise enfrentarme
con Poseidón, hermano de mi padre, quien había puesto el rencor en su corazón irritado
porque le habías cegado a su hijo.

Pero vamos, te voy a mostrar el suelo de Ítaca para que te convenzas /…/” XIII 330-
342.

¿Quién es esta mujer, “hermosa y grande”? Parece una diosa al hablar de “su hermano
Poseidón”, pero una itacense al decir que “no desconfiaba del regreso” de Odiseo. ¿Es
una parte del personaje la mujer real, y otra los pensamientos que inspira en Odiseo, que
se la imagina razonando?

La mujer-Atenea le muestra los viejos lugares, quizá algo transformados, pero


reconocibles, lo que “dispersó la nube y apareció el país ante sus ojos” XIII 352. La
“nube” parece ser el estado de confusión que perturba las apariencias en algo por lo
demás reconocible. Es un momento “ah, sí”. “Ahora lo veo”.

La diosa le insta a esconder su tesoro en una gruta de Náyades, lugar de culto que él
conocía bien porque había hecho allí sacrificios a las Ninfas. La diosa puede ser mera
inspiradora de la idea. Luego, “sentándose los dos junto al tronco de olivo sagrado,
meditaban la muerte para los soberbios pretendientes” XIII 371-2. El olivo (uno
particular de anchas hojas) es el árbol de Atenea.

Atenea (la mujer) le revela el asunto de los pretendientes. Llevan ya tres años
cortejando a Penélope, y esta aparenta recibir bien las peticiones, aunque en su fuero
alberga otras intenciones, al parecer. Odiseo se estremece al ver lo cerca que ha estado
de correr la suerte de Agamenón “si tú, diosa, no me hubieras revelado todo como es
debido” XIII 383-4.
“Vamos, trama un plan para que los haga pagar, y asísteme tú misma poniendo dentro
de mí el mismo vigor y valentía que cuando destruimos las espesas almenas de Troya”
XIII 385-8.

La diosa accede, y lo primero de todo, “te voy a hacer irreconocible para todos: arrugaré
la hermosa piel de tus ágiles miembros y haré desaparecer de tu cabeza los rubios
cabellos; te cubriré de harapos que te harán odioso a la vista de cualquier hombre y
llenaré de legañas tus antes hermosos ojos, de forma que parezcas desastroso a los
pretendientes, a tu esposa y a tu hijo”. XIII 388-402.

O sea, la primera providencia de Odiseo será caracterizarse y maquillarse como


mendigo.

“Llégate en primer lugar al porquero, el que vigila tus cerdos, quien se mantiene fiel y
sigue amando a tu hijo y a la prudente Penélope” XIII 404-6.

O sea, mira quién de tus antiguos servidores va a serte leal a prueba de todo, y ve con él.
Y pregúntale conversando.

La diosa-mujer anuncia que se separa de Odiseo “para ir a Esparta de hermosas mujeres,


a buscar a su hijo Telémaco” XIII 411-2. Odiseo se alarma: “Si lo conoces todo, por qué
no se lo dijiste a él, y permitiste que vagara por el mar y descuidara el palacio” Atenea
responde que “ella misma lo escoltó allí para que coseche fama de valiente” XIII 422. O
sea, para que explicite ante los pretendientes que cuenta con la alianza política de los
grandes: Menelao, Néstor.

Tras este coloquio, Atenea “le tocó con su varita: arrugó la hermosa piel de sus ágiles
miembros e hizo desaparecer de su cabeza los rubios cabellos /…/” XIII 429-439. Lo
convirtió en mendigo con lo que parece una “varita mágica” como la de Circe; único
pasaje en que se le atribuye a Atenea. Es una operación de maquillaje, seguramente, y es
la mujer quien lo ayuda con sus pinceles.

Y se separan; Odiseo marcha a la majada de Eumeo y Atenea a Lacedemonia, a buscar


a Telémaco.

Odiseo relata a Eumeo sus aventuras como falso cretense. No se mienta a Atenea; de
hecho, cuando necesita una idea, es Zeus quien se la da: “Entonces Zeus puso en mi
mente el siguiente plan” XIV 272. Tira sus armas y así se gana la protección del rey.

Es como si Odiseo (o el poeta) no quisieran hacer a Atenea partícipe de mentiras; o bien


que la protección de Atenea sólo se manifiesta en escenarios nobles: en palacios, y entre
aristócratas, no entre porqueros. El hogar humilde del hombre bueno pero poco
ambicioso.

Atenea reaparece en la corte de Menelao. Por la noche se le aparece a Telémaco, y le


urge a partir, razonando que ya lleva mucho tiempo fuera de casa (a ver si por cuidar de
mi padre voy a perderme yo), e instándole a regresar de noche y ocultamente, no sea
que los pretendientes le tengan tendida una emboscada… Se trata de un razonamiento
en monólogo del muchacho en el momento del duermevela.

Al partir por mar, Telémaco hace un sacrificio a Atenea XV 231.

Y regresa a Ítaca, camino de la majada de Eumeo. Telémaco, Odiseo y Eumeo


coinciden en la cabaña.

Reaparece la mujer “grande y hermosa” /…/ que le da nuevos consejos y le trae ropa
lujosa. “Así dijo Atenea y lo tocó con su varita de oro. Primero puso en su cuerpo un
manto bien limpio y una túnica, y aumentó su estatura y juventud (o sea, se irguió).
Luego volvió a tornarse moreno, sus mandíbulas se extendieron y de su mentón nació
negra barba. Cuando hubo realizado esto marchó Atenea” XVI 159-179.

Odiseo, o la mujer realizan de nuevo la labor de maquillaje que retira de Odiseo su


caracterización de mendigo. Nótese que Atenea reaparece sólo cuando padre e hijo (los
reyes) se han quedado a solas, y su sociedad no incluye al plebeyo Eumeo.

Odiseo se explica: “”En verdad esto es obra de Atenea la Rapaz que me convierte en el
hombre que ella quiere –pues puede-: unas veces semejante a un mendigo y otras a un
hombre joven vestido de hermosas ropas, que es fácil para los dioses que poseen el alto
cielo exaltar a un mortal o arruinarlo” XVI 208-212.

Padre e hijo conversan sobre la estrategia que han de seguir, pues sólo cuentan como
aliados como aliados con Atenea y Zeus.

Odiseo mendiga entre los pretendientes.

Casi ninguna mención a Atenea; ni siquiera cuando Odiseo necesita de todo su aguante,
al ser vejado por el cabreo Melantio. XVII 236 y ss.

Sólo: “ Entonces Atenea se puso cerca de Odiseo Laertíada y lo apremió a que recogiera
mendrugos entre los pretendientes y pudiera conocer quiénes eran rectos y quiénes
injustos” XVII 361-3

Cuando se precipitan los acontecimientos, y la narración de la matanza se hace


trepidante, aparece Atenea nombrada a menudo, pero sólo en versos formulares triviales
del tipo: Atenea de ojos brillantes le inspiró…”

Se retoma el motivo de Atenea que ayuda a Odiseo bajo apariencia de Méntor, pero su
presencia es mucho más breve que en la Telemaquia, y de hecho huye pronto porque los
pretendientes amenazan con confiscarle los bienes.

Reaparece Zeus como el gran dios providente. Cuando llega el momento de la verdad,
Odiseo se encomienda a éste; le pide una doble señal de propiciación, y él se la da: un
trueno y unas palabras de la molinera deseando que los pretendientes coman por última
vez.
“Y Atenea no dejaba que los arrogantes pretendientes contuvieran del todo los
escarnios que laceran el corazón, para que el dolor se hundiera todavía más en el ánimo
de Odiseo Laertíada” XX 283-7

“Palas Atenea levantó una risa inextinguible entre los pretendientes y les trastornó la
razón” XX 347. En un momento de gran dramatismo los pretendientes ríen
extraviadamente.

Los pretendientes lanzan sus venablos contra Odiseo, “pero Atenea dejó sin efecto todos
sus disparos” XXII 256. Por dos veces. 273. Odiseo y los suyos, en cambio, siempre
aciertan (como los disparos de los buenos en el cine bélico), “Entonces Atenea levantó
la égida, destructora para los mortales, desde lo alto del techo y sus corazones sintieron
pánico” XXII 296-8. El pasaje, impropio en este contexto de realismo, rememora Ilíada
XV 306 y ss. Atenea utiliza la égida de Zeus, instrumento mágico que produce pánico
en los combatientes.

Otro rasgo taumatúrgico de Atenea: los esposos se reconocen y lloran de emoción;


habría llegado la aurora, “si la diosa de ojos brillantes, Atenea, no hubiera concebido
otro proyecto: contuvo a la noche en el otro extremo al tiempo que la prolongaba, y a
Eos, de trono de oro, la empujó de nuevo hacia Océano, y no permitía que unciera sus
caballos de veloces pies” XXIII 242-246.

Muertos los pretendientes, la mitad de los parientes persisten en su afán de venganza.


“Entonces Atenea se dirigió a Zeus el hijo de Crono: ´Padre nuestro Cronida el más
excelso de los poderosos, dime, ya que te pregunto, ¿qué esconde ahora tu mente? ¿Es
que vas a levantar otra vez funesta guerra y terrible combate, o vas a establecer la
amistad entre ambas partes?

Y Zeus el que reúne las nubes le contestó: ¨Hija mía, ¿por qué me preguntas esto? ¿No
has concebido tú misma la decisión de que Odiseo se vengara de aquellos al volver?
Obra como quieras, aunque te voy a decir lo que más conviene: una vez que el divino
Odiseo ha castigado a los pretendientes, que hagan juramento de fidelidad, y que reine
él para siempre. Por nuestra parte, hagamos que se olviden del asesinato de sus hijos y
hermanos. Que se amen mutuamente, y que haya paz y riqueza en abundancia.´ Así
hablando, movió a Atenea, ya antes deseosa de bajar, y ésta descendió lanzándose de
las cumbres del Olimpo.” XXIV 473-488.

Zeus, dios garante de las instituciones sanciona las condiciones de paz, sofocando las
intentonas de trabar combate. La guerra moviliza a los dioses, que la paran con señales.

Gritó horriblemente el sufridor, el divino Odiseo y se lanzó de un brinco como el águila


que vuela alto. Entonces el Cronida arrojó ardiente rayo que cayó delante de la de ojos
brillantes, la de poderoso padre, y ésta (Méntor) se dirigió a Odiseo. ´Hijo de Laertes de
linaje divino, Odiseo rico en ardides, contente, abandona la lucha igual para todos, no
sea que el Cronida se irrite contigo, el que ve a lo ancho, Zeus´.
Así habló Atenea; él obedeció y se alegró en su ánimo. Y Palas Atenea, la hija de Zeus,
portador de égida, estableció entre ellos un pacto para el futuro, semejante a Méntor en
el cuerpo y en la voz” XXIV 528-549(fin).

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