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Jorge Luis Herrera Mora

El prólogo que presenta Racine puede ser muestra del compromiso que debe tener el
“buen escritor” o el escritor ideal con la norma estética vigente; en este caso, con la
tradición neoclásica, que ve el modelo de perfección en los antiguos dramaturgos
griegos (de allí la referencia a Eurípides).

Es interesante cuando dice en este prefacio “He considerado que la calumnia suponía
una bajeza y una negrura de alma excesivas en boca de una princesa que, por otro lado,
tiene sentimientos tan nobles y virtuosos” y luego dice que esto sería propio de un
personaje de una clase social más baja, es decir la nodriza. Esta expresión nos lleva a
pensar que de cierta forma la virtud está concentrada en las altas clases sociales y que la
jerarquía social del momento debe ser respetada estrictamente debido al absolutismo del
Rey Sol y pensando en que la corte representaba una fracción importante del público.

En este prologo Racine también hace una reflexión interesante sobre el héroe trágico: no
puede sestar exento de imperfecciones y debe tener una debilidad que lo haga un poco
más culpable. ¿Y por qué? Racine también da una justificación: porque si el héroe es
perfecto su tragedia no despertaría piedad, sino que produciría indignación. Esta
compasión es uno de los elementos fundamentales para que la tragedia logre su
objetivo: la catarsis, la purificación de las pasiones a través del sufrimiento que produce
la contemplación de un hecho precisamente trágico. Para lograrlo, la tragedia debe
atrapar al espectador y no dejar que observe el escenario con indiferencia, de manera
que la forma en que se construye la intriga es muy importante. Haré un comentario al
respecto más adelante.

Fedra se desarrolla en Atenas y la acción ocurre en un solo día, mientras que la acción
en Othello tiene lugar en Venecia y en Chipre, y además se prolonga más allá de un día.
En esto se puede encontrar otro motivo para pensar que Racine está mucho más sujeto a
la estética clásica, expresada en Aristóteles como unidad de tiempo, espacio y acción.

En el Acto I de Fedra, observamos un contraste evidente entre los diferentes discursos,


por ejemplo, entre Enone y Fedra:

Fedra: “Todo me aflige, me hiere y se conjura para herirme”


Y un poco más adelante Enone replica:
“¿Con qué derecho os atrevéis a atentar contra vos misma? Ofendéis a los Dioses que
os dieron la vida”

En un primer momento, Fedra intenta atribuir su desgracia y sus sentimientos a una


entidad abstracta, a agentes externos que por algún arcano del universo le han designado
destino terrible. En contraste, Enone hace caer esa responsabilidad en ella; para ella, es
Fedra quien a través de sus actos ha llegado hasta su estado actual.

Algo similar ocurre entre Terámenes e Hipólito:


Terámenes (en el primer acto): “Ah, señor, si estáis destinado a ello, el cielo no tendrá
en cuenta vuestras razones”
Hipólito (en el segundo acto): “Dioses, que la conocéis bien, ¿es acaso su virtud lo que
recompensáis?

Respecto a este punto, podemos entrever que ya se podría estar sugiriendo una reflexión
acerca de la libertad del ser humano, de su ser concreto en un mundo material y el
cuestionamiento de su relación con un más allá, llamémoslo así, mítico (Venus y en
general los dioses).

La construcción de la intriga en las dos piezas parece ser algo distinta. En el caso de
Othello, parece ser Yago quien a través de su interacción de los personajes logra
conjurar los actos que llevarán la tragedia, precisamente a través de esos defectos de los
héroes trágicos que ya mencionamos. En el caso de Othello este defecto parece ser la
credulidad en Yago, que finalmente encarna, en mi opinión, una credulidad más grande
hacia los estereotipos construidos alrededor de las mujeres (en intima relación con los
celos) y de los moros como representantes de la cultura oriental, entre otras cosas. En el
caso de Fedra parece importante considerar la relación de los personajes “secundarios”
cercanos con los “primarios” (para más señas: Terámenes con Hipólito, Ismene con
Aricia y Enone con Fedra.”, pues son ellos quienes funcionan como especie de
consejeros o voces de conciencia que, si bien no determinan las decisiones y acciones
de los personajes (en parte porque como parte del ideal humanista/renacentista el
hombre es la medida de todas las cosas y, de este modo, la libertad individual adquiere
cierto valor), sí influyen en ellos y ayudan a generar tensión en la intriga que se va
construyendo alrededor del espectador.

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