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LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN INTERNET

La era digital e Internet han supuesto la necesidad de llevar a cabo nuevas


reflexiones sobre la libertad de expresión dentro de estos ámbitos, encontrar
dónde están esos nuevos límites de un derecho tan fundamental para las
democracias actuales, que aparece en la mayoría de Cartas Magnas y en las
declaraciones de derechos humanos. Pero a veces, cuando la libertad de
expresión entra en conflicto con la protección de otros derechos, se corre el
riesgo de caer en la censura. En esta entrada vamos a ver varias
consideraciones sobre la libertad de expresión en Internet relacionado con
esos puntos.

LOS DESAFÍOS A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN LA ERA


DIGITAL
Aunque Internet no nació en el siglo XXI, es evidente que su mayor crecimiento
y explosión se ha producido en sus dos primeras décadas principalmente; la
expansión del ADSL primero y de la fibra óptica después, la implementación del
Wi-Fi y las redes 3G y 4G, así como el desarrollo de los smarphones, han hecho
que nuestra forma de comunicarnos, tanto a nivel privado como a nivel público
hayan evolucionado y cambiado drásticamente en algunos aspectos.
Y todo eso, como no podía ser de otra forma, ha afectado también a cómo
ejercemos y protegemos uno de los derechos fundamentales de todo ciudadano
que viva en democracia; la libertad de expresión y de información.
El qué, el cómo, hasta el dónde compartimos información propia o ajena en
Internet, supone nuevos desafíos para la libertad de expresión,
especialmente cuando este derecho entra en conflicto directo con otros derechos
fundamentales, como el derecho al honor, el derecho a la propia imagen o
incluso el derecho a la intimidad, o aquellos otros derechos que, no siendo
fundamentales, tienen especial protección, como la propiedad intelectual o el
derecho al olvido.
Aunque esta entrada no pretende ser un ensayo sobre la libertad de
expresión en Internet, abordaremos algunos de los problemas que enfrenta
este derecho cuando las autoridades deciden que la seguridad debe primar
sobre él, cuando es necesario poner límites a los discursos del odio, a las fakes
news o a las manipulaciones y la desinformación. Cuando por proteger
supuestamente otros derechos o mantener la seguridad, se roza o se llega a la
censura.

LOS LÍMITES A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN INTERNET


Hablar de límites a la libertad de expresión en Internet nos hace pensar
prácticamente de manera automática en «censura» y, hasta cierto punto, puede
ser cierto. Puede ser cierto que determinadas administraciones y poderes
públicos, en un intento por acabar con las amenazas de los ciberataques, de la
piratería digital, de la
desinformación que
producen las, cada vez
más extendidas, fake
news, o la manipulación
en casos tan flagrantes
como el de Cambridge
Analytica, acaben
imponiendo medidas
que deriven en censura
y en la peligrosa
limitación de la libertad
de expresión y de
información en Internet.
Sin embargo, encontrar ese equilibro entre lo permisible y lo que no, ese punto
en dónde poner los límites a la libertad de expresión en Internet se ha
convertido en uno de los mayores desafíos para la sociedad digital; porque, al
igual que ocurre en el mundo real, no todo es válido y legítimo en Internet y
aunque hay que proteger la libertad expresión en ella, también hay que proteger
otros derechos y leyes.

CUANDO LA SEGURIDAD (CASI) JUSTIFICA LA CENSURA


Como decíamos, uno de los principales motivos para restringir la libertad de
expresión en Internet está relacionado con la seguridad y nos referimos tanto a
la seguridad de la sociedad en general (de los países) como de sus ciudadanos
a nivel individual.
No son pocos los gobiernos que han intentado legislar
sobre los límites de la libertad de expresión y,
especialmente, de información en Internet en aras de
proteger la seguridad pública y privada. Y aunque las
propias cartas de derechos suelen poner límites a la
libertad de expresión respecto al respeto a los derechos
o la reputación de las personas, la protección y
seguridad nacional o el orden público, Internet ha
supuesto un desafío propio, especialmente con la
irrupción de las redes sociales y las posibilidades que
abren el anonimato y la viralización de los mensajes.
Además, es evidente que no todo puede o debe ser
publicado, sin olvidar además esa máxima de «mi libertad termina donde
comienza la de otro», por ello la necesidad de legislar y poner límites. Sin
embargo, hasta ahora, la mayoría de medidas tomadas han rozado o están
rozando la censura, y han afectado más al ciudadano de a pie que a las grandes
corporaciones, que en muchas ocasiones tienen en su mano controlar esos
límites.

LOS PLAGIOS Y LA PROPIEDAD INTELECTUAL


Uno de esos intentos por legislar sobre lo que se puede y no se puede publicar
o compartir por Internet lo encontramos en las sucesivas leyes para proteger la
propiedad intelectual; en la lucha contra la piratería y la protección de los
derechos de autor, las leyes se han ido endureciendo más y más, porque todavía
sigue resultando relativamente fácil acceder a contenidos protegidos por
derechos de autor en Internet y hacerse con ellos de forma ilegal (en muchas
ocasiones, enriqueciendo a quienes alojan dichos contenidos en la Red).
Una de las últimas leyes más restrictivas en este aspecto ha sido la Directiva
europea del Copyrigth, aprobada en marzo de 2020, que con su artículo 17
pretende evitar que los usuarios de cualquier plataforma online que permita la
publicación de contenidos publiquen material infractor. Aunque cuenta con una
serie de excepciones para la cita y la parodia, en la práctica puede acabar
trayendo más problemas y autocensura por parte de las propias plataformas,
haciendo más mal que bien.
En un intento por proteger los derechos de autor, es posible que la
implementación de filtros automáticos en las plataformas, como el ID Content de
YouTube, puedan afectar a contenidos legítimos, que se verían descartados
automáticamente. Las compañías como Twitter, Facebook, Instagram, Twitch o
la propia YouTube acabarían «censurando» muchos contenidos por evitar
incurrir en una infracción y recibir una sanción. Desgraciadamente, los algoritmos
no son suficientes para decidir qué es y qué no es legal en este aspecto.

LA DESINFORMACIÓN
¿Es legítimo amparar el hecho de distribuir o publicar información falsa bajo la
libertada de expresión? ¿Es válido publicar fake news o bulos en Internet? No
debería serlo, porque la desinformación y la manipulación de las opiniones a
través de las campañas de fake news, que están a la orden del día actualmente,
traen consigo otra serie de problemas.
Llevamos un tiempo viéndolo, pero con la pandemia de Covid-19 hemos sido
aún más testigos de cómo los bulos han corrido como la pólvora gracias, en gran
medida, a la viralización que permiten las redes sociales. Y en un mundo cada
vez más saturado de información (verdadera y falsa), donde mucha gente ni
siquiera ejerce el más mínimo esfuerzo crítico (ya no digamos de buscar y
contrastar la información que recibe en la pantalla de su móvil), limitar este tipo
de mensajes es necesario.
¿Corremos el riesgo de caer en la censura y el control? Es posible,
especialmente cuando hay autoridades que empiezan a hablar de la necesidad
de «desanonimizar» las redes sociales. Lo que está claro es que la libertad de
expresión en Internet no puede justificar la desinformación.

LOS DISCURSOS DEL ODIO


La inclusión de los delitos de odio en el Código Penal supuso un paso adelante
para convertir en delito ciertas acciones dirigidas a personas o colectivos por el
hecho de pertenecer a dichos colectivos. Esto tuvo también su traducción en
Internet, donde las plataformas han incluido los discursos de odio como una de
las razones para ser baneado de un servicio, ver su cuenta suspendida o ver la
eliminación de los contenidos publicados que se consideren de esa naturaleza.
El problema para la libertad de expresión en Internet surge cuando se hace una
interpretación extensiva del delito de odio, especialmente aplicada a la crítica
política y de las administraciones públicas. Además, por la propia naturaleza y
funcionamiento de las redes sociales, atajar estos discursos del odio, se
convierte en una tarea complicada y compleja, por lo que al final se opta por
utilizar la ley y los tribunales para tratar de ponerle freno, lo que a la larga puede
acabar redundando en una pérdida de libertada de expresión en la Red.
Aunque es cierto que no todas las opiniones son válidas ni se puede permitir la
incitación al odio, tampoco se debe abusar de una figura legal que no se creó
con la intención para la que se está usando actualmente en muchas
circunstancias en las que no sería necesario. De nuevo se hace necesario
encontrar ese punto dónde poner el límite, antes de que caigamos en la censura
y la autocensura.

EL DERECHO AL HONOR
Volviendo al choque de derechos, y tal y como ocurre también fuera de Internet
(especialmente en medios tradicionales), no es poco habitual que la libertad de
expresión e información entre en conflicto en ocasiones con el derecho al honor,
la intimidad personal y familiar y la propia imagen.
Actualmente, las redes sociales se han convertido también en un campo donde
los insultos están a la orden del día. Y no, los insultos no están amparados bajo
la libertad de expresión, de hecho, si así lo considera un juez, pueden ser delito
de injurias y/o calumnias. Evidentemente, para llegar a ese extremo, es
necesario que se analice y evalúe cada caso y situación, es decir, cuando estos
dos derechos entran en conflicto, es necesario realizar una ponderación con
respecto a los bienes jurídicos en conflicto, valorando la veracidad de la
información y que esta se refiera a asuntos de relevancia pública que son de
interés general, tanto por el tema al que se refiere como por las personas que
intervienen.

Habrá ocasiones, concretamente cuando se trata de personajes públicos y


temas de relevancia para la sociedad, que ciertos «ataques» (críticas o parodia,
por ejemplo) o revelación de información de interés público, en las que la libertad
de expresión e información quedará por encima del derecho al honor, pero
cuando no se cumplan esas condiciones, es posible que la parte afectada
«invite» a la justicia a intervenir.
En este aspecto los límites a la libertad de expresión en Internet parecen más
claros, sin embargo, no debería depender siempre de lo que pueda decir un juez,
y aunque estamos en nuestro derecho de verter una opinión crítica contra alguien
a través de Internet, debemos evitar caer en ciertas actitudes, como la del insulto.

EL «CONTROL INTERNO»: LOS TÉRMINOS DE USO


Todas las redes sociales y foros de Internet cuentan con unos términos y
condiciones de uso que, seamos sinceros, muy poca gente se lee antes de
aceptar. En dichas condiciones de uso se recogen una serie de comportamientos
que están y no están permitidos y que cuando no se cumplen, llevan al bloqueo
o suspensión de la cuenta. Redes sociales y otras plataformas monitorean el
comportamiento de sus usuarios, así como cuentan con los mecanismos
necesarios para que se puedan denunciar dichos comportamientos.
Así que surge la pregunta, ¿puede este «control interno» de redes sociales, foros
y otras plataformas de opinión limitar la libertad de expresión en Internet? La
respuesta es que sí puede llegar a ello.
Principalmente porque para compañías internacionales como Twitter, Facebook
o Google es más sencillo bloquear «por si acaso», algo además que suelen
hacer por medios automatizados, que revisar una a una todas las reclamaciones
que reciben. Además, hay que tener en cuenta que hablamos de multinacionales
que deben considerar las leyes de cada país en el que están, para añadir un
poco más de complejidad al asunto.
Habrá ocasiones en que esos bloqueos de cuentas y eliminación de contenidos
puedan «borrar» del debate público algunos temas o participantes. Y a veces
estará justificado, pero otras simplemente estarán coartando la libertad de
expresión.

EL OJO QUE TODO LO VE: LA CIBERVIGILANCIA


Ya lo hemos mencionado en el punto anterior, pero las redes sociales y las
plataformas de opinión monitorean a sus usuarios para asegurarse de que no se
violan los términos y condiciones de uso y esto, sin duda, puede derivar en
nuestra propia autocensura, puesto que si sabemos qué podemos o no podemos
decir o publicar, si queremos seguir conservando nuestra cuenta de usuario, nos
contendremos a la hora de hacer ciertas publicaciones o comentarios.
Internet, pese a que nos guste pensar que es un medio libre, no lo es tanto, la
cibervigilancia, ya sea por parte de las propias plataformas o por parte de las
autoridades (estas amparadas en mantener la seguridad nacional y ciudadana)
está muy presente en nuestros días. Como decíamos, cada vez que nos
conectamos a un servicio, estamos siendo monitoreados; cada vez que hacemos
una búsqueda en Google, hacemos publicaciones en redes sociales, publicamos
un comentario o subimos una foto, vamos dejando un rastro digital que puede
que en el futuro se vuelva en nuestra contra. Ya no es raro oír que los
reclutadores de una empresa pueden buscarnos en redes sociales para ver
cómo nos comportamos fuera del ámbito profesional.
Por ello, volvemos a la autocensura; si nos preocupa la imagen que proyectamos
en redes sociales, parece evidente pensar que nosotros mismos estableceremos
unos límites a nuestra propia libertad de expresión.
Sabernos vigilados o sentirnos vigilados limitará nuestro derecho a poder
expresarnos libremente por temor a esas consecuencias futuras.

¿EL FINAL DE LA AUTORREGULACIÓN? ALGUNAS MEDIDAS


LEGALES TOMADAS POR LOS PAÍSES QUE PUEDEN LIMITAR
LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN INTERNET
No son pocos los gobiernos que quieren poner límites a lo que se puede y no se
puede publicar en Internet. Y no, nos referimos
a regímenes autoritarios, sino a democracias
que, en un intento por luchar contra la
desinformación, las fake news, el ciberacoso y
otros problemas derivados del uso abusivo de
las redes sociales e Internet, pueden acabar
queriendo controlar ellos mismos los
contenidos que se publican en la Red.
Ese fue el caso del proyecto de regulación
presentado por el Gobierno de Teresa May en
Reino Unido en 2019, mediante el que
pretendía crear una autoridad independiente para limpiar las plataformas de
contenidos peligrosos. Este organismo podría bloquear el acceso a webs,
sancionar a las redes sociales e incluso demandar a los ejecutivos de una
empresa. Es decir, pasar de la autorregulación que ejercen las propias
compañías a un control por parte de las autoridades.
Otro ejemplo de este intento de controlar lo que se publica en la Red por parte
de los gobiernos, lo encontramos en Singapur, que en 2019 presentó un proyecto
de ley contra las fake news, mediante el cual se permitía a cualquier ministro del
gobierno ordenar la corrección y eliminación de contenido que considerase falso.
Más cerca, en abril de 2019, la Comisión de Libertades Civiles, Justicia y Asuntos
de Interior del Parlamento Europeo aprobó el texto de una propuesta de
reglamento sobre la prevención de contenidos terroristas en línea. Si bien no se
obligaría a las plataformas a monitorear previamente estos contenidos, sí que
estarían obligadas a intervenir en el plazo de una hora tras ser informadas por
las autoridades para retirar el contenido afectado. En caso contrario, se les
podría aplicar una multa de hasta el 4% de su facturación anual. Con este
proyecto, se pretende evitar casos de censura ocasionados por mecanismos de
IA automatizados y contar con el factor humano, es decir, una persona que revise
si el contenido publicado está realmente relacionado con el terrorismo.
Tras el ataque terrorista contra dos mezquitas en Nueva Zelanda el pasado 2019,
cuyas imágenes fueron publicadas por el mismo terrorista en Facebook y,
aunque la red social actúo con rapidez para eliminar dichos contenidos,
Camberra aprobó una ley mediante la cual elevaba al 10% de la facturación
anual la multa contra plataformas que no eliminen contenido sobre «secuestros,
asesinatos, violaciones y ataques terroristas».

EL FUTURO DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN INTERNET


Es difícil predecir el futuro de la libertad de expresión en Internet, con
entidades públicas y privadas defendiendo sus propios intereses, muchas veces
sin contar con la importancia que supone proteger este derecho. Querer poner
límites para luchar contra los abusos es correcto, pero es necesario evitar caer
en extralimitaciones que acaben derivando en la censura o autocensura.
La libertad de expresión no puede amparar los discursos del odio, la
desinformación o la manipulación, pero es necesario encontrar un equilibrio entre
las leyes y normas que lo regulan y el propio derecho individual de cada de
persona a expresar su opinión.
Es un asunto complejo que hasta los relatores especiales para libertad de
expresión de la OEA (Organización de los Estados Americanos), la ONU, la
OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) y la CADHP
(Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos) trataron en una
declaración conjunta emitida el 10 de julio de 2019 con el objetivo de «interpretar
las garantías de los derechos humanos para la libertar de expresión». Uno de
los puntos que recoge esta declaración respecto a la libertad de expresión en
Internet es el siguiente:

«Entendemos que la libertad de expresión enfrenta tres clases de problemas:


un ambiente hostil e intolerante para quienes como periodistas, activistas u
opositores informan o se expresan sobre asuntos de interés público; las
presiones de los Estados para regular o censurar la circulación de información
adversa en Internet; y el creciente rol de las empresas dominantes en Internet
que están tomando decisiones poco transparentes y muchas veces
automáticas sobre contenidos que pueden estar protegidos por la libertad de
expresión».
Para los relatores, este es un desafío que habrá de enfrentarse durante la
próxima década.

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