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EL NIDO VACÍO

Dr. Ramón Graff Rojas

Cuando los hijos se van, ya sea porque los mayores se casan y forman su propio hogar
y, el hijo menor, se aleja del núcleo familiar para iniciar su carrera universitaria en una
ciudad lejana, la familia queda reducida a los padres, ó tal vez, a uno solo, la madre,
cuando esta ha quedado viuda o divorciada.

La ausencia de los hijos crea un vacío en el hogar, un tiempo difícil de ocupar.


Un triste silencio baña el ambiente familiar. Las habitaciones permanecen solas, las
camas se mantienen tendidas, no hay voces, no hay ruidos, no se oyen las buenas
noches ni los buenos días, ni la bendición mamá. Todo está igual, sin nada que ordenar.
Las risas y el corretear de la muchachada se han ido, y con ellos la alegría y los amigos.
No se escucha nada, tan sólo el diálogo de los esposos ó el monólogo de la mujer, sola
con sus pensamientos y sus emociones, a la espera de un nuevo día, y así cada día se
hace rutina.

La soledad del nido vacío coincide a veces con la llegada de la menopausia, con
el luto por la muerte de los padres, con el divorcio, la enfermedad o muerte del marido,
otras veces con la jubilación obligatoria.

Cuando esta soledad física se une a la soledad moral por desapego a los valores,
símbolos, creencias o normas sociales; entonces el impacto emocional puede ocasionar
el aislamiento total. La madurez, la estabilidad emocional, la motivación de logro y la
fortaleza espiritual de la mujer es de vital importancia en esto momentos críticos de su
vida. Es el momento de analizar los hechos, revisar los logros y trazar nuevos rumbos.
Es necesario estimular la energía interior para iniciar la búsqueda de nuevas metas en la
vida.

Cuando los hijos se van y el hogar queda vacío, una profunda herida se abre en
el corazón de una madre, la ausencia crea dolor y tristeza. La soledad despierta angustia,
la sensación de pèrdida genera depresión, y es entonces cuando se inician las quejas y se
presentan los trastornos psicosomaticos¨: irritabilidad, sofocos, insomnio, sudoración,
fatiga, palpitaciones, tristeza, llanto, pérdida del interés, rabia, sentimiento de culpa,
abandono, son éstos algunos de los tantos síntomas que caracterizan al " síndrome del
nido vacío".

La tercera edad en la mujer es un período de tensiones y pérdidas, pérdida del rol


materno por la ausencia de los hijos, pérdida de la capacidad reproductora por la llegada
de la menopausia, culminación de los atractivos físicos y desgaste muscular, pérdida de
del trabajo por la jubilación y pérdida del apoyo afectivo que los padres y el marido
muchas veces le dieron. En síntesis, la tercera edad es un período estresante para la
mujer por cuanto la debilita haciéndola más frágil y vulnerable a las enfermedades
psicosomáticas, muy a pesar de su autoafirmación y a la madurez alcanzada.
La tercera edad es una estación más en el corto viaje por la vida. Es la estación
cuando se despiden a los seres queridos, unos porque se van con retorno y otros porque
no regresan. Para algunas mujeres que se sintieron solas y abandonadas, añorando el
pasado, llorando las pérdidas, culpándose de lo que hicieron o dejaron de hacer, es
tiempo vacío, tiempo para enfermarse y esperar la muerte. En cambio la mujer que
percibe esta estación como una pausa en el camino, es tiempo para recobrar energías,
contabilizar sus fuerzas, encontrarse consigo mismas y luego continuar la marcha,
adquiriendo logros, sembrando realidades y legando experiencias.

Aquellas mujeres que se quedaron varadas en la tercera edad, llorando, viviendo


de recuerdos y de añoranzas, presas del terror ante el futuro incierto, serán las que
sufrirán irremediablemente el síndrome del nido vacío. Quienes elaboraron sus duelos,
cultivaron la soledad para crecer, analizaron sus logros y ordenaron sus mapas de la ruta
a seguir, estas mujeres tomaran el timón de su propio destino, continuaran el viaje en su
propia compañía y llegarán felices a la parada final.

La mayor parte de mis reflexiones estan inspiradas en momentos especificos que


han sucedido y que me han impactado emocionalmente.
Hace muchos años tuve conocimientos de los descubrimientos científicos del Dr. Ryke
Hamer, un médico Aleman, quien a raiz de la trágica muerte de su hijo, presentó un
cáncer testicular y su esposa presentó un cáncer de mama. Hamer, inició una serie de
investigaciones en el Hospital de Munich, encontrado una estrecha relación entre la
muerte de su hijo y la aparición del cáncer. Esto me llamo mucho la atención y seguí
con mucho detenimiento sus investigaciones y la creación de lo que el llamó “La nueva
Medicina” fundamentada en que: toda vivencia emocionalmente traumatica
desencadena un programa biológico que posteriormente se evidencia en una
enfermedad” Siempre tuve la creencia y era del criterio que las emociones jugan un
papel muy importante en la salud, pero, los descubrimientos del Dr. Hamer, reforzaron
mis creencias.

El año 1999, el jugador de beisbol venezolano Andrés Galarraga, quien jugaba para ese
entonces con los Bravos de Atlanta, a raíz de un vivencia traumática, presentó un un
tumor maligno en la espalda, lo cual le impidió continuar jugando por un largo período
de tiempo. El gato Galarrraga, como cariñosamente lo llamabamos, gozaba de un gran
aprecio y afecto por todos los venezolanos. Aquella noticia llamó mucho mi atención y
escribí un artículo “ La Medicina del Alma” la cual fue publicada en el diario “El
Universal”y enviado al Gato Galarraga.

Posteriormente este mismo artículo se lo envié a mi queridisima sobrina Zulia, cuando


estuvo enferma como consecuencia de una situación emocional.

LA MEDICINA DEL ALMA

No son los conflictos la causa de nuestros males, sino, como los vivimos y los sentimos

Alguna vez en la vida y en cualquier momento de nuestra existencia, todos los


seres humanos, sin distinción de edad, sexo, raza o condición social, nos enfrentamos a
situaciones traumáticas, conflictos y enfermedades que amenazan nuestra propia vida,
sin embargo, el principio básico de todo ser vivo es la “ vida misma” y por ninguna
razón podemos renunciar a ella. Todos los seres vivos del universo se rigen por una ley
de la naturaleza “sobrevivir”, esta ley permite preservar la vida del individuo y de la
especie a la cual pertenece. Para sobrevivir, la naturaleza nos ha dotado de un sistema
de protección y autocuración que nos permite superar todas las dificultades, curar todos
los males y cicatrizar todas las heridas del cuerpo y, también, del alma.

Las enfermedades se manifiestan en el cuerpo porque es lo único visible que


tenemos, sin embargo, la mayoría de esas dolencias tienen su asiento en el alma, lugar
que no se puede ver pero si podemos sentir. Al alma no llega la cirugía ni las medicinas,
solo, llega allí, el amor, la comunicación, la fe y la esperanza.
La enfermedad no es un castigo, es una señal de alerta de que nuestra estabilidad
emocional está alterada. Es un aviso que hemos perdido la felicidad y la paz interior.
No son los conflictos los culpables de nuestra inestabilidad, es la forma como los
vivimos y los sentimos. Cada cual sufre o padece su enfermedad en forma diferente,
según sea la razón o actitud que asume ante la vida.

Las emociones juegan un papel muy importante en la alteración de nuestra salud.


La angustia, le depresión, la ira y el resentimiento; son más poderosos que cualquier
agente infeccioso. Estas emociones desagradables alteran y disminuyen las defensas del
organismo, nos debilitan y predisponen a sufrir todo tipo de enfermedades, incluyendo
el cáncer. Aceptar la enfermedad es el inicio de la curación, negarla o tener miedo ante
ella es más letal que la enfermedad misma. Todas las enfermedades son curables, el
cuerpo posee sus propios mecanismos internos que promueven la sanación. Muchas
personas sufren y mueren, más por miedo, que por su mismo mal.

Una vida feliz, en paz con Dios, consigo mismo y con los demás, es el camino
de la salud, es la medicina que llega al alma y el mejor remedio para los males de
nuestro cuerpo.

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