Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Una fría mañana del año 1989 me despedí de mis padres en el terminal de
pasajeros de mi ciudad natal. Mi destino, la capital de mi país para ingresar a la
escuela de medicina donde iniciaría mi carrera médica. Nunca dije adiós, sino
hasta luego, porque en temporada de vacaciones regresaba a mi pueblo para
encontrarme nuevamente con mi familia y mis amigos.
El despertar lo recuerdo muy bien: ráfagas de lucidez, abría los ojos con
mucha dificultad y la visión era borrosa. Escuchaba pasos y voces lejanas. No
comprendía las palabras. Sentía que alguien me tocaba, me agarraba la mano,
pero no reconocía a las personas.
El no poder hablar, el dolor en la herida, los gases estomacales, el frío inmenso
que sentía al salir de pabellón y en la sala de recuperación me hacieron sentir mal.
La incomodidad de ser bañado en la cama porque cualquier movimiento me
causaba dolor y me hacía muchas veces llorar, no saber si es de día o de noche
por cuanto pasas la mayor parte del tiempo sedado.
Hoy estoy curado, soy médico y entiendo mejor a mis pacientes. Hoy
comprendo que la enfermedad no es un castigo, es una señal de alerta de que
nuestra estabilidad emocional está alterada. Es un aviso que hemos perdido la
felicidad y la paz interior. Que no son los conflictos los culpables de nuestra
inestabilidad, sino, la forma como los vivimos y los sentimos. Que las emociones
desagradables alteran y disminuyen las defensas de nuestro organismo, nos
debilitan y predisponen a sufrir todo tipo de enfermedades, incluyendo el cáncer.
Esta historia es basada en un hecho real, solo han sido cambiado los
nombres para salvaguardar la identidad de sus autores