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HISTORIA DE UN ESTUDIANTE

Dr Ramón Graff Rojas

No son los conflictos la causa de nuestros males,

sino, como los vivimos y los sentimos.

Una fría mañana del año 1989 me despedí de mis padres en el terminal de
pasajeros de mi ciudad natal. Mi destino, la capital de mi país para ingresar a la
escuela de medicina donde iniciaría mi carrera médica. Nunca dije adiós, sino
hasta luego, porque en temporada de vacaciones regresaba a mi pueblo para
encontrarme nuevamente con mi familia y mis amigos.

Transcurría el año 1993, para ese entonces, cursaba el cuarto año de


medicina. Laura, mi hermana menor, llegó al hospital con una mala noticia, “mi
padre había muerto”. De inmediato, sentí un mareo muy fuerte, todo a mí
alrededor se tornó borroso, mis manos se enfriaron, me puse pálido y sudoroso.
Logré alcanzar una silla y me senté, de lo contrario me hubiese caído. Una vez
recuperado, decidí tomar el bus que me llevara a mi terruño, lo cual fue imposible
ese mismo día.
Al siguiente día llegué a mi pueblo, justo para ver a mi padre en la funeraria y
enterrarlo. Cuando regresamos a casa, sentí una gran soledad, una inmensa
tristeza; mi padre, mi confidente y amigo se había ido para siempre.

Una semana después me incorporé a la universidad y seis meses más


tarde, estando en mis clases de medicina, noté que mis tetillas crecían, tanto, que
mis compañeros de clase, en forma amistosa, me hacían bromas. Al principio
pensé que se debía a la alimentación a base a pollo, a los cuales engordaban con
hormonas femeninas, pero el crecimiento fue tal, que me sentí muy preocupado.
Asistí al médico especialista para realizar ciertas pruebas hormonales. Un mes
más tarde presente dolor estomacal continuo y una sensación de dureza en el
lado derecho, cerca del hígado. Acompañado de mi madre asistí al especialista
en vías digestivas. El médico me examinó y me practicó una tomografía
abdominal, poniendo al descubierto un tumor de diez centímetros en la cara
inferior del hígado, de consistencia dura y características de malignidad.

El médico me explicó fríamente su sospecha. Sentí mucho miedo al


enterarme del diagnóstico. En ese momento me di cuenta cuanta falta me hacía mi
padre. Lloraba en la noche a escondidas de mi madre para no hacerla sufrir.
Cuantas lágrimas deje correr por mis mejillas. Cuantas noches sin dormir. Cuantas
pesadillas interrumpieron mis pocos ratos de sueño. Me sentía como un niño
indefenso, solo tenía consuelo por la presencia de mi madre. Pensaba en lo
irónico de la vida. ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? ¿Por que esto no le ocurre a un
delincuente o a un asesino? ¿Qué hice yo para merecer esto?
Muchas preguntas pasaron por mi mente, muchos sentimientos se
encontraron en mi corazón: rabia, tristeza, angustia, pero lo más importante era
que sentía mucho miedo.

Mucha gente vino a verme al hospital: familiares, amigos, profesores,


compañeros de estudio, gente querida y personas con la cual tuve muchas
diferencias, pero que en esos momentos las olvidaron y me mostraron su
solidaridad en la dificultad que estaba viviendo. Toda esa gente buscaba, sin
condiciones, alegrar una situación triste.

Los médicos decidieron operarme, me realizaron todos los estudios. En la


mañana me vistieron de azul, me acostaron en una camilla y me trasladaron al
quirófano. El trayecto se me hizo muy largo. Muchos pensamientos pasaron por mi
mente. Recordé con cuanta alegría recorrí aquellos pasillos con mis profesores
de técnica quirúrgica. A cuantas operaciones asistí? En ese entonces mi mente
estaba centrada en aprender las técnicas del bisturí, no comprendía otras cosas.
Hoy comprendo cuanto sufrimiento lleva un paciente cuando va rumbo a pabellón.
Me doy cuenta cuanta diferencia existe entre ser observador y ser observado.
Al fin, llegue a quirófano. El ambiente estaba muy frío. Los cirujanos tenían sus
caras tapadas. Me inyectaron en la vena, me colocaron la mascara de anestesia,
sentí una sensación muy extraña en mi cuerpo y luego... nada.

El despertar lo recuerdo muy bien: ráfagas de lucidez, abría los ojos con
mucha dificultad y la visión era borrosa. Escuchaba pasos y voces lejanas. No
comprendía las palabras. Sentía que alguien me tocaba, me agarraba la mano,
pero no reconocía a las personas.
El no poder hablar, el dolor en la herida, los gases estomacales, el frío inmenso
que sentía al salir de pabellón y en la sala de recuperación me hacieron sentir mal.
La incomodidad de ser bañado en la cama porque cualquier movimiento me
causaba dolor y me hacía muchas veces llorar, no saber si es de día o de noche
por cuanto pasas la mayor parte del tiempo sedado.

Al día siguiente, me llevaron a mi habitación, allí me enteré que fue


imposible sacarme el tumor por cuanto todo mi abdomen estaba invadido por el
cáncer. Solo se tomó biopsia cuyo resultado fue “Coriocarcinoma” en grado
avanzado.

El coriocarcinoma es un cáncer que solo se ve en mujeres con embarazo


molar o posterior a un aborto. No entendí la razón de ese tumor en mi cuerpo. Fui
considerado como enfermo en fase terminal ya que tenía invasión de hígado,
pulmón e intestinos. Me sentí perdido, sin esperanzas. Solo me quedó llorar en
silencio. No podía dormir, sentía mucho miedo. En ese momento comprendí que el
miedo es parte de la vida, es nuestro guardián interior. Cuida lo que amamos y
poseemos. Allí entendí que no era temor a la muerte lo que sentía, por que ni la
amaba ni la poseía, porque quien está muerto no tiene miedo. Tenía miedo a
perder la vida, por cuanto en ese momento era lo único que amaba y tenía.
Los médicos decidieron aplicarme quimioterapia. En tres meses perdí
quince kilos, quedé calvo, la hemoglobina bajó a seis gramos, no tenía fuerzas
para levantarme de la cama, me sentía morir.

Una noche vino visitarme la doctora Marta Rodriguez, profesora de la


cátedra de psiconeuroinmunología de la escuela de medicina, quien me informó
sobre los nuevos descubrimientos en relación con los efectos de las emociones en
la etiología del cáncer y el tratamiento con visualizaciones. Me dejó varios libros:
Historia de un niño con tumor cerebral curado con visualizaciones, Sanar es un
viaje del Dr. Simonton y Fundamentos de una nueva Medicina del Dr. Hamer.
Todos, sin excepción, me conmovieron y me dieron una razón de vivir.

El libro del doctor Hamer me impactó, sus descubrimientos y teorías sobre


la influencia de los factores psicosociales, la vivencias de situaciones traumáticas
en forma inesperada y su relación con la aparición de enfermedades, incluyendo
el cáncer me devolvieron la esperanza de vida.

Las teorías de este médico alemán, trajeron a mi memoria aquel momento


traumático que me ocasionó la muerte de mi padre y luego seis meses después la
aparición del cáncer en mis órganos.

Inicié las prácticas de visualizaciones recomendadas por la doctora Marta.


Cuando recibía la inyección intravenosa de quimioterapia, la imaginaba como una
sustancia llena de energía que viajaba por mi sangre y llegaba al tumor.
Imaginaba como esa energía quemaba las células malignas y las destruía.

Estuve varios meses haciendo visualizaciones. Traté de mantener el buen humor.


Nunca oculté mi enfermedad a familiares y amigos. Siempre hablaba de ella y con
ella. Le perdí el miedo al tumor y me aferré a la vida.
Sentí que mi enfermedad me estaba diciendo algo: que me sentí indefenso con la
muerte de mi padre y que tuve miedo a dirigir mi propia vida. Me di cuenta que la
muerte es parte de la vida. Aprendí que para curarme era necesario: querer
curarme, aprender como curarme y darme el tiempo suficiente para curarme.

Sentí la bondad infinita en mi corazón, recuperé mis fuerzas y mi apetito, aumenté


de peso y me creció el cabello. Al final, con alegría y cariño pude vencer mi
enfermedad.

Hoy estoy curado, soy médico y entiendo mejor a mis pacientes. Hoy
comprendo que la enfermedad no es un castigo, es una señal de alerta de que
nuestra estabilidad emocional está alterada. Es un aviso que hemos perdido la
felicidad y la paz interior. Que no son los conflictos los culpables de nuestra
inestabilidad, sino, la forma como los vivimos y los sentimos. Que las emociones
desagradables alteran y disminuyen las defensas de nuestro organismo, nos
debilitan y predisponen a sufrir todo tipo de enfermedades, incluyendo el cáncer.

Esta historia es basada en un hecho real, solo han sido cambiado los
nombres para salvaguardar la identidad de sus autores

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