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BAHRANI - Las Mujeres de Babilonia en La Imaginación Orientalista
BAHRANI - Las Mujeres de Babilonia en La Imaginación Orientalista
“Así, por ejemplo, podemos ver ahora que el orientalismo es una praxis del mismo tipo,
aunque en diferentes territorios, que la dominación del género masculino o patriarcado
en las sociedades metropolitanas: el Oriente era descripto comúnmente como femenino,
sus riquezas, como muy abundantes, y sus símbolos principales eran la mujer sensual,
el harén y el gobernante despótico, pero curiosamente atractivo.”
(E. Said, Orientalismo, 1985)
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progreso en la cultura y en la civilización según su manifestación en la producción
estética. En el Museo Británico, la cuestión principal en la mente de los especialistas era
cómo ubicar los hallazgos recientemente descubiertos en lo que se denominaba
entonces “la Gran Cadena del Arte”; y se registran en los archivos numerosas
discusiones, bastante cómicas, acerca de si estos relieves podían, de hecho,
categorizarse como “arte”, y si colocarlos bajo el mismo techo que los relieves del
Partenón∗ no constituiría una afrenta para el concepto mismo de civilización. En el
aspecto más liberal del debate, existía un sentimiento generalizado de que el arte asirio
podía resultar, en verdad, bastante útil como contrapartida del gran ideal Clásico,
mientras que los curadores de los museos y los especialistas del arte antiguo describían
las representaciones asirias como un intento primitivo y fallido del naturalismo griego o
mímesis. El público en general, sin embargo, estaba fascinado, y se desencadenó una
manía por todo lo antiguo y oriental que afectó a gran parte de las artes visuales y de la
cultura popular de la segunda mitad del siglo XIX, tanto en Inglaterra como en Francia.
En 1848, Layard comenzó la publicación de su obra Travels and Adventures among the
Arabs and Kurdish tribes of Mesopotamia y de sus excavaciones arqueológicas en lo
que denominó “una tierra antigua”. En el mismo año, el artista y poeta británico Dante
Gabriel Rossetti formó la primera Hermandad Pre-Rafaelita∗∗ con su colega William
Holman Hunt. En Francia, las pinturas orientalistas de Jean-August Dominique Ingres,
Jean-Leon Gérôme, Antoine-Jean Gros, y Eugène Delacroix ya causaban furor en el
mundo del arte. Entre estas obras se destacaban las pinturas que representaban escenas
de mujeres recluidas en harenes, o jugueteando en el marco lésbico homoerótico de los
baños orientales. Estas escenas presentaban ante el público occidental lo que se suponía
que eran las imágenes de la vida en reclusión de las mujeres de Medio Oriente y el
Norte de África contemporáneos. No se trataba de escenas históricas de un pasado
lejano, sino de representaciones de culturas ajenas y exóticas que coexistían con Europa
y, sin embargo, eran constantemente descriptas como antiguas, estáticas, sensuales y
extrañas. Por lo tanto, las historias pasadas de lugares como Egipto y Mesopotamia se
∗
Los relieves del Partenón eran conocidos en Inglaterra como “los Mármoles de Elgin”. El nombre proviene de
Thomas Bruce, conde de Elgin, embajador ante el imperio otomano entre 1799 y 1803, quien obtuvo de las
autoridades turcas el permiso para extraerlos de ese monumento. Se trata de una extensa colección de mármoles que
representa más de la mitad de las esculturas decorativas del Partenón: 75 metros de los casi 160 que tenía el friso
original; 15 de las 92 metopas; 17 figuras parciales de los pedimentos así como otras piezas de arquitectura. (N. del
T.)
∗∗
La Hermandad Pre-Rafaelita fue una asociación de pintores, poetas y críticos ingleses, fundada en 1848 en
Londres por John Everett Millais, Dante Gabriel Rossetti y William Holman Hunt. Ellos propugnaban el regreso al
detallismo minucioso y al luminoso colorido de los primitivos italianos y flamencos, anteriores a Rafael (de ahí el
nombre del grupo), a los que consideraban más auténticos. (N. del T.)
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transformaron en un espacio poco común, donde la intersección del pasado histórico y
la distancia geográfica despertaba la imaginación de la cultura visual europea.
En vez de plantear una conclusión, este capítulo examinará los usos de la imagen de la
mujer babilónica/asiria, y en general, las representaciones de la antigua sexualidad
oriental durante el siglo XIX y principios del siglo XX en las artes visuales europeas. El
objetivo es investigar el papel que la sexualidad babilónica y las mujeres babilónicas
llegaron a tener en la imaginación europea, y cómo estas imaginativas representaciones,
a su vez, tuvieron una influencia en las interpretaciones académicas de los
descubrimientos arqueológicos de los primeros días de la arqueología mesopotámica.
Por lo tanto, este capítulo no es simplemente una coda, o una ocurrencia referida a las
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concepciones de la antigüedad mesopotámica en el período moderno. El contenido de
este capítulo está estrechamente relacionado con los primeros, porque la atmósfera
(cultural, social y política) de Inglaterra y de Francia durante la segunda mitad del siglo
XIX tuvo mucho que ver con la forma en que el material recientemente descubierto fue
recibido por el público y por el mundo académico, y a su vez, interpretado por los
especialistas. Enfatizaré la recíproca relación entre los discursos contemporáneos del
orientalismo y del imperialismo, y los inicios de la asiriología. Esta última no sólo
emerge de este clima intelectual, sino que éste también influiría en la interpretación de
la cultura y de los artefactos asirios. De este modo, mientras los nuevos
descubrimientos comenzaron a inspirar a las artes visuales del siglo XIX, de igual
manera, las ideologías sobre lo femenino, los roles de género y la sexualidad femenina
recreados en las obras de los artistas europeos influyeron en las reconstrucciones de la
antigüedad mesopotámica, en una reversión metaléptica* del tiempo lineal que no era
ajena a la lógica del orientalismo.
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para describir a África, de modo que el primitivismo y la promiscuidad sexual se
transformaron en dos de los aspectos significativos de los africanos en el discurso
decimonónico. Las imágenes, tanto visuales como literarias, referidas a la
disponibilidad de la mujer oriental se transformaron en lugares comunes de la
expansión imperial tanto de Francia como de Inglaterra. La utilización de estos tropos*
y la asociación de una sexualidad primitiva con el Oriente se han señalado
repetidamente en los textos postcoloniales desde la publicación de la primera obra de
Edward Said, y ya emergían en los escritos de los primeros analistas del discurso
colonial, como Frantz Fanon (1952). Pero en el otro lado de esta visión racial e imperial
del mundo, y al mismo tiempo, las imágenes de la sexualidad femenina blanca se
tiñeron con lo oriental y lo primitivo en los centros imperiales del Occidente.
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interpretaciones feministas del discurso de la historia del arte y en las representaciones
de las mujeres europeas del siglo XIX. Estas críticas de la feminidad en las artes
visuales británicas del siglo XIX pueden extenderse hasta incluir el contexto histórico
de su producción en la Gran Bretaña imperial. En una serie de imágenes producidas por
Rossetti, la mujer sexuada es una mezcla de extranjera oriental /primitiva, que contrasta
fuertemente con el ideal de la pureza femenina del centro imperial blanco y burgués de
la Gran Bretaña del siglo XIX.
Después de 1859, Rossetti produjo otra serie de imágenes de mujeres que representaban
una diversidad de temas alegóricos, literarios e históricos en los que la figura de la
mujer se representa frontalmente, limitada al área de la cabeza, hombros y pecho. El
espacio pictórico en estas pinturas se caracteriza por estar restringido a un marco que se
asemeja a una ventana, y por una falta de profundidad o una perspectiva plana que
acerca la imagen de la mujer hacia el espacio del espectador. Algunas de estas pinturas
parecen representar mujeres cuyo carácter moral o naturaleza virtuosa es cuestionable.
En Bocca Bacciata, por ejemplo, sabemos a partir del nombre de la pintura que la mujer
no es enteramente “pura”. Se ha señalado el uso de modelos específicas para estas
obras. En el caso de Bocca Bacciata, Rossetti aparentemente prefirió a Fanny Conforth,
cuyo perfil de clase obrera y la homologación del mismo a la sensualidad y a la
promiscuidad ya ha sido discutido por Griselda Pollock. En otras imágenes de mujeres,
en pinturas que ilustran un amor espiritual puro e inmaculado, en oposición a la imagen
carnal y sensual representada en Bocca Bacciata, Rossetti parece haber preferido a
Elizabeth Siddall, su modelo, amante y finalmente esposa, destinada a padecer
enfermedades en forma permanente y a morir joven. Siddall se transformó en la figura
trágica de la feminidad etérea, a quien Rossetti y otros equipararon con un ideal de
mujer angelical, pura e inalcanzable.
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“Quisiera escuchar su opinión y la de la señora Combe sobre la cabeza de Rossetti. La
mayoría de la gente la admira mucho y me habla de ella como un triunfo de nuestra
escuela. Yo tengo grandes prejuicios y puedo estar influido por ellos al respecto… No
tengo reparos en decir que me impresiona como muy notable en su poder de ejecución,
pero es aún más notable por una obscena sensualidad de naturaleza revulsiva, propia
de las láminas extranjeras, que apenas pasaría por nuestra aduana inglesa desde
Francia… No hablaría tan abiertamente de ella si no fuera porque veo que Rossetti
aboga, como principio, por la simple gratificación para la vista y si manifiesta alguna
pasión, es la pasión animal como meta del arte.”
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marfil de origen fenicio pero descubierto en contexto neo-asirio por Layard, en las
primeras excavaciones mesopotámicas. El formato de la cabeza, vista de frente,
enmarcada en una escena arquitectónica, también recuerda el marfil que los arqueólogos
denominaron “La mujer en la ventana” (figura 2). Los marfiles se encontraban entre los
primeros hallazgos exhibidos en el Museo Británico. También fueron descriptos en el
Illustrated London News del 29 de mayo de 1852, junto con otros materiales
provenientes de los descubrimientos realizados por Layard. En ese número de la
publicación aparecieron varios ejemplos del tipo de la Mujer en la ventana. Esta
conexión puede parecer tenue, dado que no existe una confesión por parte de Rossetti de
que en verdad haya utilizado el marfil asirio como fuente para su obra, pero si se
consideran otras obras de Rossetti, parece emerger un patrón o tema en su fase posterior
a 1859, un giro que tiene lugar justamente luego de la llegada de los descubrimientos
asirios al Museo Británico.
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mujer árabe y una diosa todopoderosa del antiguo Cercano Oriente. Todas estas
imágenes de las mujeres del antiguo Cercano Oriente tomadas en conjunto encajan en la
atmósfera y en las actitudes hacia la sexualidad en la Inglaterra victoriana. Las mujeres
inglesas de la burguesía eran representadas como puras y asexuales, mientras el
erotismo se atribuía a otro lugar: es característico del Oriente, África y la periferia del
Imperio, y en la propia Inglaterra se atribuía también a la clase obrera.
“Podemos suponer que fue desde una ventana de este estilo fenicio, parte
de un palacio de Ahab, que Jezabel de Sidón, su esposa, miró con sus ojos
maquillados y su cabello acicalado a Jehú, y buscó seducirlo con sus
encantos… ¿Quién es entonces la mujer, representada de un modo similar
en estos marfiles? Porta una peluca de tipo egipcio, y una prenda cuyo
cuello está adornado con lunares. Una de las cabezas tiene los lóbulos de
las orejas perforados, como para usar aretes.”
Barnett prosigue relatando que entre los asirios “el aro era un símbolo religioso
relacionado con Ishtar”, y que el tocado que usa la mujer en la ventana es similar al de
la diosa desnuda. Concluye que la mujer en la ventana es una forma de Afrodita-
Astarté, y que es “de hecho, el símbolo del sacrificio religioso de la virginidad”.
Barnett relata que, según el testamento apócrifo de Judas (12:1), era una costumbre de
los amorreos “permitir que las mujeres que desearan contraer matrimonio pasaran
siete días como prostitutas”, y que San Agustín, que era cartaginés, confirmó esta
tradición. Los marfiles, por lo tanto, representan a estas prostitutas sagradas, según
Barnett y los seguidores de su argumento. Por último, Barnett relaciona toda esta
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evidencia con los famosos relatos de Heródoto (Historias, I, 199) y de Estrabón (XV, 1)
acerca del requisito babilónico de prostitución para todas las mujeres. Sin embargo, la
interpretación de Barnett no era nueva: sólo estaba reafirmando lo que ya se había
transformado en la interpretación académica aceptada de los marfiles del tipo de la
Mujer en la ventana, una interpretación que aún sigue siendo la norma vigente: que la
imagen representa a una prostituta del templo.
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Sículo, y en la obra del poeta inglés Lord Byron, especialmente en su Tragedy of
Sardanapalus de 1821. Las principales fuentes que Diodoro utilizó para su Historia del
Mundo fueron Ctesias, Aristóbulo y Polibio. De este último, Diodoro tomó la
descripción de la depravación asociada con Sardanápalo, quien “superó a todos sus
antecesores en lujo y pereza… vivía la vida de una mujer… practicaba la indulgencia
sexual de ambos tipos sin ningún tipo de recato”.
En Gran Bretaña, la obra del pintor histórico John Martin estuvo dedicada a la idea de la
decadencia y caída. Produjo una serie de obras sobre el tema de la Caída de Nínive
(figura 10) y la Caída de Babilonia (figura 11); y éstas no solamente fueron exhibidas
ante gran cantidad de espectadores en Londres, sino también se reprodujeron
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masivamente como grabados, vendidos en forma separada o incluidos en biblias como
ilustraciones. Estas escenas siempre incluían movimientos dramáticamente agitados de
las mujeres babilonias y asirias en el primer plano de la representación, lamentando la
corrupción sexual y sensual que había llevado a esta decadencia. Las pinturas históricas
de John Martin también preceden a las primeras excavaciones en Mesopotamia, y he
demostrado en otro trabajo cómo sus pinturas se transformaron en la fuente para las
reconstrucciones arqueológicas de las ciudades asirias realizadas por el historiador de la
arquitectura James Fergusson, en colaboración con el mismo Layard. Si bien el aspecto
de corrupción y sexualidad se dejó de lado en estas reconstrucciones, demuestra sin
embargo, con bastante claridad, el proceso metaléptico por medio del cual la cultura
visual moderna influyó en la interpretación de los hallazgos recientemente descubiertos,
y el mismo proceso puede reconocerse en el área del género y de la sexualidad.
“La más ingeniosa [práctica] en mi opinión es una costumbre que, según yo entiendo,
comparten con los Eneti en Illirya. En cada aldea, una vez al año, todas las mujeres en
edad de casamiento acostumbraban a reunirse en lugar, mientras los hombres
formaban un círculo alrededor de ellas; un subastador las llamaba entonces de a una
para que se pusieran de pie y las ofrecía a la venta, empezando con la de mejor
apariencia y pasando luego a la segunda más hermosa ni bien la primera había sido
vendida a un buen precio. El matrimonio era el objeto de tal transacción. Los hombres
ricos que querían una esposa apostaban unos contra otros por las mujeres más bellas,
mientras que los hombres más humildes, a los que no les importaba el buen aspecto en
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una mujer, recibían una paga para llevarse a las menos deseables, ya que cuando el
subastador había vendido a las más bellas, podía llamar a la menos agraciada, incluso
a una lisiada, para que se pusiera de pie, y luego preguntaba quién aceptaría menos
dinero para casarse con ella, y era entregada a cualquiera que aceptara la menor
suma.. El dinero provenía de la venta de las mujeres bellas, que de esta manera
proveían la dote para sus hermanas menos agraciadas o deformadas”. (Heródoto, I:
196)
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El hecho de que el público victoriano captaba esta analogía se hace evidente en una
reseña escrita en la Blackwood´s Edinburgh Magazine, donde queda claro que el autor
sentía que la pintura de Long estaba dirigida a la Inglaterra contemporánea a través de la
antigua Babilonia:
“No debemos sorprendernos si las jóvenes, la flor de la juventud inglesa, que se reúnen
alrededor con una curiosidad no exenta de sentimientos personales, hallaran algo así
como una revelación en esta imagen. Uno las ve mirarse unas a otras, medio
sonrientes, medio ruborizadas, a veces con un asombro o una indignación mitigada:
“¿Es así como piensan de nosotras, estos hombres, a pesar de que no se atreven a
verlo?”, se preguntan las jóvenes.” (Blackwood’s Edinburgh Magazine 17, 1875: 763)
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indica la peligrosidad de los apetitos sexuales femeninos, considerados como
insaciables. A su vez, durante la segunda mitad del s. XIX, las diosas como Ishtar y
Lilith fueron representadas frecuentemente con rasgos masculinos, y en ocasiones, las
divinidades femeninas del Cercano Oriente también fueron descriptas como si fueran
bisexuales, una identidad sexual que en esa época estaba siendo explorada y
desarrollada en términos psicológicos por Sigmund Freud. Todos estos aspectos
contradictorios de la feminidad del antiguo Cercano Oriente, y de la sexualidad en
general, apuntan a atribuir los extremos de la sexualidad, del libertinaje sexual y de la
perversión a algún otro lugar tanto en el tiempo como en el espacio.
La pintura de Edgar Degas titulada Semíramis Construyendo una Ciudad (1862) se
encuentra en el otro lado del espectro del orientalismo histórico. Esta imagen se
inspiró, al parecer, en las antigüedades que habían llegado recientemente al Museo del
Louvre, que Degas tuvo la oportunidad de ver y bocetar en una serie de estudios, como
también en la producción de la ópera de Rossini de 1860, Semiramide. Sin embargo, se
trata de una pintura poco común, porque no representa claramente a Babilonia como una
ciudad libertina, y tampoco Semíramis parece una figura femenina exótica ni
excesivamente erotizada. Degas no utiliza ninguno de los descubrimientos
arqueológicos como fuente de inspiración para los detalles de la escena pictórica. Lo
que vemos es un paisaje urbano cerca de un río. Las estructuras arquitectónicas se
vuelven más tenues en el fondo, según la tradición de la perspectiva atmosférica
utilizada en la pintura mural romana. El ilusionismo en la perspectiva de las estructuras
arquitectónicas del primer plano también recuerda a la pintura romana. A primera
vista, esta desviación de la norma de la representación orientalista puede parecernos
desconcertante. Semíramis se ve escultural y austera, es una figura casi sin género, en
tanto que Babilonia se representa como una ciudad fundada por una mujer. La reina se
encuentra acompañada por un séquito de mujeres, en lo que parece ser un Oriente
sáfico∗ donde las normas de género se encuentran invertidas. En la tradición clásica
tardía, Semíramis ha sido descripta como una mujer lasciva y una asesina. En su
Historia Natural, Plinio declara que ella también tuvo relaciones sexuales con su
caballo. En efecto, lo que vemos en estas representaciones es un mundo invertido,
donde Sardanápalo es descripto en palabras de Justino, que escribe en el siglo III d.C.,
como
∗
Safo de Lesbos fue una poetisa griega del siglo VI a.C., cuyos poemas, debido a su contenido referido a
las vivencias amorosas femeninas, desencadenaron rumores sobre su sexualidad. (N. del T.).
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“… un hombre más corrupto que una mujer… haciendo girar lana escarlata en una
rueca, en compañía de prostitutas, y vestido como una mujer, que supera a todas las
mujeres en la suavidad de su cuerpo, y en la lascivia de sus ojos.”
Del mismo modo, se describe a Semíramis en los antiguos textos clásicos como una
mujer cuya sexualidad es a la vez antinatural y excesiva, y en el siglo XIX se transforma
en un ejemplo de la mujer que actúa como un hombre. Degas incluye un caballo en una
posición destacada en el primer plano de la composición. El caballo representado es un
fino animal cuyas riendas son sostenidas por una servidora, cuya espalda se ofrece al
observador. Resta como motivo de especulación si Degas quiso hacer referencia a la
afirmación de Plinio respecto del animal con el que Semíramis copulaba.
La obra del pintor francés Georges Rochegrosse, La caída de Babilonia (1891), ilustra
una dramática escena en la que toda la corrupción y la lascivia del antiguo Oriente
constituyen manifestaciones de la decadencia de ese imperio. La pintura representa el
interior de un magnífico palacio que consiste en una mezcla de detalles arquitectónicos
asirios, babilónicos y persas. En el primer plano de la composición se despliega un
conjunto de mujeres desnudas y semivestidas, en una variedad de poses, que exhiben
sus cuerpos ante el observador. Toda la escena representa una caótica orgía de excesiva
sensualidad, con su énfasis principal en los cuerpos femeninos del primer plano. La
pintura pretende ser históricamente precisa, basada en un estudio de los recientes
hallazgos arqueológicos y de los textos antiguos referidos a la decadencia y caída de
Babilonia. Esta pretensión de exactitud no es extraña en las pinturas orientalistas. Por
cierto, otras imágenes del Medio Oriente contemporáneo del siglo XIX, producidas al
mismo tiempo, se presentaban al público espectador de arte como fieles descripciones
del Oriente, pintadas en el lugar o como resultado de un cuidadoso estudio. Este tipo
de imágenes se hallaba ampliamente difundido a fines del siglo XIX gracias a los
medios impresos y a las reproducciones. Por lo tanto, las pinturas orientalistas de los
harenes y de los baños públicos no fueron vistas solamente por unos pocos visitantes
privilegiados de los museos, sino también por la gran mayoría del público en forma de
reproducciones.
Según lo planteado por Reina Lewis, el arte orientalista priorizó el placer visual
masculino: un placer visual que estaba íntimamente relacionado con la identidad
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imperial e involucrado en las relaciones de poder del imperio. Pero la antigüedad,
especialmente la depravación sexual y la lascivia de los babilonios y de los asirios,
también jugó un papel importante. Se transformó en una interesante dimensión
temporal en la que el erotismo se asignaba al ámbito geográfico del Oriente. El
surgimiento de la arqueología y la recolección de antigüedades para los grandes museos
de París y Londres tuvieron lugar en esta atmósfera de moralidad sexual en la que las
mujeres europeas de clase media debían ser representadas como puras y virginales, y
dentro del marco de estas relaciones políticas entre el Oriente y el Occidente. Lo que
también es importante remarcar aquí es el contexto recíproco de las primeras
descripciones arqueológicas de los hallazgos asirios y babilónicos. Si las antigüedades
mesopotámicas recientemente descubiertas tuvieron un gran impacto en la imaginación
popular y en las representaciones del Oriente en la sociedad europea del siglo XIX,
también sucedió a la inversa. El Oriente imaginario de la literatura y de la pintura del
siglo XIX, muchas veces inspirado en los relatos bíblicos o clásicos, penetró en algunos
de los primeros relatos académicos sobre Mesopotamia, que pasó entonces a ser
descripta como un lugar de prostitución ritual y de costumbres disolutas, un lugar
donde, para resumir en las palabras de Heródoto (I, 199), todas y cada una de las
mujeres nativas del país tenían que convertirse en prostitutas, ya que éste era su deber
con la diosa.
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