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sociolog´a

y
pol´tica
Traducción:

Fernando Hugo Azcurra: Introducción , Primera, Segunda


y Tercera Parte y Con clusión

José Sazbón: Textos ilustrativos ( excepto los que se con signan


a continuación )

Víctor Goldstein: Textos ilustrativos ( 12, 14, 17, 20, 21, 31, 36) y
En trevista a Pierre Bourdieu
pierre bourdieu
jean-claude chamboredon
jean-claude passeron
el oficio
de sociólogo
presupuestos epistemológicos

con una entrevista a pierre bourdieu

MÉXICO
ARGENTINA
ESPAÑA
s i g l o x x i ed i t o r es , s .a. d e c .v.
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310, MÉXICO, D.F.

siglo xxi editores, s.a.


T UCU MÁN 1621, 7 O N , C 1050AAG, BUENOS AIR ES, AR GENTI NA

siglo xxi de españa editores, s.a.


MENÉNDEZ PIDAL 3 BIS, 28036, MADRID, ESPAÑA

H M588
B6818
2008 Bourdieu, Pier re
El oficio del sociólogo : presupuestos epistemológicos / Pier re
Bourdieu, Jean-Claude Chamboredon, Jean-Claude Passeron ;
traducción Fer nando H ugo Azcur ra ; textos ilustrativos José
Sazbón, Víctor Goldstein. — 2ª ed. — México : Siglo XXI, 2008.
423 p. — ( Sociología y política)

Traducción de: Lemétier desociologue

ISBN-13: 978-607-3-00017-8

1. Sociología — Metodología. I. Chamboredon, Jean-Claude, coaut.


II. Passeron, Jean-Claude, coaut. III. Azcurra, Fernando H ugo, tr.
IV. Sazbón, José, tr. V. Goldstein, Víctor, tr. VI. t. VII. Ser.

primera edición en español, 1975


vigesimoquinta reimpresión, 2007
segunda edición en español, 2008
© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
isbn 978-607-3-00017-8

diseño de interior: tholön kunst

primera edición en francés, 1973


© école pratique des hautes études
( visection) y mouton and co.
quinta edición en francés, 2005
título original: le métier de sociologue

derechos reser vados conforme a la ley


impresora gráfica hernández
capuchinas 378
col. evolución
57700 estado de méxico
Índice

Prefacio a la segunda edición .............................................. 13

Introducción: Epistemología y metodología ....................... 15


1Pedagogía de la investigación, 19. Epistemología de las
ciencias del hombre y epistemología de las ciencias de la
naturaleza, 23. La metodología y el desplazamiento de la
vigilancia, 24. El orden epistemológico de las razones, 29

PRIMERA PARTE: LA RUPTURA ................................................... 31


1
I. El hecho se conquista contra la ilusión
I. del saber inmediato........................................................... 31
I.1. Prenociones y técnicas de ruptura, 31; I.2. La ilu-
sión de la tran sparen cia y el prin cipio de la no-con-
cien cia, 33; I.3. Naturaleza y cultura: sustancia y siste-
ma de relacion es, 39; I.4. La sociología espon tán ea y
los poderes del len guaje, 41; I.5. La ten tación del pro-
fetismo, 46; I.6. Teoría y tradición teórica, 49; I.7.
Teoría del conocimiento sociológico y teoría del siste-
ma social, 53

SEGUNDA PARTE: LA CONSTRUCCIÓN DEL OBJETO ..................... 57

II. El hecho se construye: las formas


II. de la renuncia empirista .................................................. 57
II.1. «Las abdicacion es del empirismo», 61; II.2.
H ipótesis o supuestos, 65; II.3. La falsa n eutralidad de
8 el o f ic io d e so c ió l o g o

las técn icas: objeto construido o artefacto, 67; II.4. La


an alogía y la con strucción de h ipótesis, 79; II.5.
Modelo y teoría, 83

T ERCERA PARTE: EL RACIONALISMO APLICADO .......................... 89

III. El hecho se conquista, constr uye, compr ueba:


III. la jerarquía de los actos epistemológicos ..................... 89
III.1. La con secuencia de las operaciones y la jerarquía
de los actos epistemológicos, 89; III.2. Sistema de pro-
posicion es y verificación sistemática, 97; III.3. Las
parejas epistemológicas, 101

Conclusión: Sociología del conocimiento


y epistemología ................................................................ 105
Esbozo de un a sociología de la tentación positivista en
sociología, 106. El arraigo social del sociólogo, 110.
Fortaleza científica y vigilan cia epistemológica, 112

Textos ilustrativos ................................................................. 117


Nota sobre la selección de los textos............................. 119

Prólogo ................................................................................. 121


Sobre un a epistemología con cordataria ....................... 121
1. G. Can guilh em, 122
Los tres grados de la vigilancia ...................................... 129
2. G. Bachelard, 130

Introducción: Epistemología y metodología ....................... 135


Epistemología y lógica recon struida.................................... 135
3. A. Kaplan , 136

1. La ruptura ......................................................................... 139


1.1. Pren ocion es y técnicas de ruptura
Las prenocion es como obstáculo epistemológico ........ 139
4. É. Durkheim, 140
ín d ic e 9

La definición provisional como instrumento


de ruptura........................................................................ 144
5. M. Mauss, 144
El an álisis lógico como coadyuvan te
de la vigilancia epistemológica ...................................... 148
6. J. H. Goldth orpe y D. Lockwood, 148
1.2. La ilusión de la transparencia y el principio
de la n o-concien cia ......................................................... 161
La filosofía artificialista como fundamen to de la ilusión
de la reflexividad............................................................. 161
7. É. Durkheim, 161
La ignoran cia metódica.................................................. 164
8. É. Durkheim, 164
El in con sciente: del sustan tivo a la sustan cia................ 168
9. L. Wittgen stein , 169
El principio del determin ismo como n egación
de la ilusión de la tran sparencia .................................... 171
10. É. Durkh eim, 172
El código y el documen to .............................................. 175
11. F. Simian d, 176
1.3. Naturaleza y cultura: sustan cia y sistema
de relaciones ................................................................... 179
Naturaleza e historia....................................................... 179
12. K. Marx, 179
La n aturaleza como invariante psicológica y el
paralogismo de la inversión del efecto y de la causa ... 185
13. É. Durkh eim, 186
La esterilidad de la explicación de las especificidades
h istóricas por tendencias universales ............................ 190
14. M. Weber, 191
1.4. La sociología espon tán ea y los poderes
del lenguaje ..................................................................... 197
La n osografía del len guaje ........................................ 197
15. M. Chastaing, 197
Los esquemas metafóricos en biología.......................... 204
16. G. Can guilhem, 204
1.5. La tentación del profetismo .................................... 211
El profetismo del profesor y del in telectual ................. 211
10 el o f ic io d e so c ió l o g o

17. M. Weber, 212; 18. B. M. Berger, 213


1.6. Teoría y tradición teórica ........................................ 219
Razón arquitectónica y razón polémica ........................ 219
19. G. Bach elard, 219

2. La construcción del objeto .............................................. 221


El método de la econ omía política ............................... 221
20. K. Marx, 221
La ilusión positivista de un a ciencia sin supuestos....... 224
21. M. Weber, 224
«H ay que tratar a los hechos sociales como cosas» ...... 232
22. É. Durkh eim, 232
2.1. Las abdicaciones del empirismo ............................. 236
El vector epistemológico ................................................ 236
23. G. Bach elard, 236
2.2. H ipótesis o supuestos .............................................. 239
El instrumen to es una teoría en acto ............................ 239
24. E. Katz, 240
El estadístico debe saber lo que h ace............................ 247
25. F. Simian d, 247
2.3. La falsa n eutralidad de las técn icas: objeto
con struido o artefacto .................................................... 252
La entrevista y las formas de organ ización
de la experiencia............................................................. 252
26. L. Sch atzman y A. Strauss, 253
Imágenes subjetivas y sistema objetivo de referencia... 269
27. J. H . Goldthorpe y D. Lockwood, 269
Las categorías de la len gua indígen a y la construcción
de los hech os científicos................................................. 272
28. C. Lévi-Strauss, 272; 29. M. Mauss, 275;
30. B. Malin owski, 278
2.4. La analogía y la construcción de hipótesis ............ 280
El uso de los tipos ideales en sociología ....................... 280
31. M. Weber, 281
2.5. Modelo y teoría ........................................................ 288
La Summa y la catedral: las an alogías profundas como
producto de un hábito mental ...................................... 288
32. E. Pan ofsky, 288
ín d ic e 11

La función heurística de la an alogía ............................. 293


33. P. Duhem, 293
Analogía, teoría e h ipótesis............................................ 296
34. N. R. Campbell, 297

3. El racionalismo aplicado .................................................. 303


3.1. La implicación de las operacion es y la jerarquía
de los actos epistemológicos .......................................... 303
Teoría y experimen tación .............................................. 303
35. G. Can guilhem, 304
Los objetos predilectos del empirismo ......................... 312
36. W. Mills, 313
3.2. Sistema de proposicion es y verificación
sistemática........................................................................ 317
La teoría como desafío metodológico........................... 317
37. L. Hjelmslev, 317
La argumentación circular ............................................. 321
38. E. Wind, 321
La prueba por un sistema de probabilidades
con vergen tes.................................................................... 326
39. Ch . Darwin , 327
3.3. Las parejas epistemológicas .................................... 331
La filosofía dialogada...................................................... 331
40. G. Bach elard, 332
El n eopositivismo, acoplamiento del sen sualismo
y del formalismo ............................................................. 336
41. G. Can guilhem, 336
El formalismo como intuicionismo ............................... 342
42. É. Durkh eim, 342

Conclusión: Sociología del conocimiento y epistemología .. 347


Las mun dan idades de la ciencia .................................... 347
43. G. Bach elard, 347
De la reforma del entendimien to sociológico .............. 356
44. M. Maget, 356
Los con troles cruzados y la transitividad
de la cen sura ................................................................... 362
45. M. Polan yi, 362
12 el o f ic io d e so c ió l o g o

Entrevista a Pierre Bourdieu ............................................... 365

Lista de textos ....................................................................... 381


Índice de nombres ................................................................ 389
Índice temático ..................................................................... 393
Prefacio a la segunda edición

La preparación de esta segunda edición abreviada nos permi-


tió modificar el proyecto inicial de contin uar el volumen consagrado a
los Presupuestos epistemológicos con un segundo tomo que h abría tratado
acerca de la construcción del objeto sociológico y un tercero, destinado
a presentar una recopilación crítica de los in strumen tos, tanto con cep-
tuales como técn icos, de la in vestigación . Fin almente, n os pareció im-
posible realizar en estos campos el equivalen te del trabajo de con s-
trucción que la in existen cia de un a epistemología de las cien cias
sociales habría hecho posible y n ecesario; como n o podíamos, en un te-
rren o tan man ifiestamen te cubierto, y hasta obstaculizado, optar por la
ingen uidad, no hemos podido resign arnos de an teman o a la discusión
moderada de las teorías y de los conceptos en vigor, supuestos previos,
según la tradición un iversitaria, de toda discusión teórica.
Estaríamos ten tados, preferentemente, de someter estos Presupuestos
epistemológicos a un a revisión que ten diera a subordin ar totalmen te el
discurso a un a in ten ción pedagógica, realizada con tan ta imper fección
en el estado actual de la obra. De esa man era, cada un o de los prin ci-
pios h ubieran quedado fijados en preceptos o, al men os, en ejercicios
de interiorización de la postura. Por ejemplo, para despren der todas las
virtualidades h eurísticas implicadas en un prin cipio como el de la pri-
macía de las relaciones, h ubiera sido necesario mostrar en sus compo-
n en tes ( tal como se h ace en un seminario, o mejor en un grupo de in-
vestigación , cuan do se examin a la con strucción de un a muestra, la
elaboración de un cuestion ario o el an álisis de un a serie de cuadros
estadísticos) cómo este principio ordena las elecciones técnicas de la in-
vestigación ( con strucción de series de poblacion es separadas por dife-
ren cias pertinentes desde el pun to de vista de las relaciones con sidera-
das, elaboración de preguntas que, secun darias para la sociografía de la
población propiamen te dich a, permiten situar el caso con siderado en
14 el o f ic io d e so c ió l o g o

un sistema de casos dentro del cual adquiere sentido o, incluso, movili-


zación de técnicas gráficas o mecanográficas que permitan captar sin óp-
tica y exhaustivamente el sistema de relaciones entre las relaciones reve-
ladas por un conjunto de cuadros estadísticos) . Lo que nos ha detenido,
entre otras razon es, fue el temor de que este esfuerzo de esclareci-
mien to pedagógico –por los límites de la comun icación escrita– pueda
con ducir a n egar que la en señ an za de in vestigación es una enseñ an za
de in ven ción , alentan do la can on ización de preceptos desgastados de
una n ueva metodología o, peor aún, de una nueva tradición teórica. No
es un riesgo ficticio: la crítica, en su momen to h erética, del empirismo
positivista y de la abstracción metodológica, tiene enormes posibilidades
de con fun dirse, actualmen te, con los etern os discursos previos de un a
n ueva vulgata que, un a vez más, con siga postergar la ciencia sustitu-
yendo el h onroso lugar de la pureza teórica con la obsesión de la impe-
cabilidad metodológica.

Septiembre de 1972

Los textos ilustrativos que con stituyen la segun da parte de este libro
( pág. 117) deben ser leídos paralelamen te a los an álisis en el curso de
los cuales son utilizados o explicados. Las remision es a estos textos se
indican en la primera parte del libro median te una n ota entre corch e-
tes que lleva el n ombre del autor y el n úmero del texto. Al fin al del li-
bro ( pág. 381) incluimos un índice especial que facilita la con sulta.
Introducción
Epistemología y metodología

«El método –escribe Auguste Comte– no es susceptible de ser


estudiado separadamente de las investigaciones en que se lo emplea; o,
por lo menos, sería éste un estudio muerto, incapaz de fecundar el espí-
ritu que a él se consagre. Todo lo que pueda decirse de real, cuando se
lo en cara en abstracto, se reduce a generalidades tan vagas que no po-
drían tener influen cia algun a sobre el régimen intelectual. Cuan do se
ha establecido, como tesis lógica, que todos nuestros conocimientos de-
ben fundarse en la observación , que debe procederse de los principios
hacia los h echos y de los hechos hacia los principios, además de algunos
otros aforismos similares, se con oce con mucha men or claridad el mé-
todo que aquel que estudió, de man era un poco profun da, un a sola
ciencia positiva, así sea sin una intención filosófica. Precisamente por ha-
ber desconocido este dato esencial nuestros psicólogos se inclinan a con-
siderar a sus ensueños como ciencia, creyen do que comprenden el mé-
todo positivo por h aber leído los preceptos de Bacon o el Discurso de
Descartes. Ignoro si, más tarde, será posible seguir a priori un verdadero
curso de método totalmente in dependiente del estudio filosófico de las
ciencias; pero estoy convencido de que ello es imposible hoy, puesto que
los grandes procedimientos lógicos no pueden aún ser explicados, con
suficiente precisión, si se los considera separados de sus aplicaciones. Me
atrevo a agregar además que, aun cuan do una empresa de este tipo
pueda ser realizada –cosa que en efecto es concebible–, sólo por el estu-
dio de las aplicaciones regulares de los procedimientos científicos podrá
lograrse un buen sistema de hábitos in telectuales, hecho que es, sin em-
bargo, el objetivo esencial del método.»1

1 A. Comte, Cours de philosophie positive, t. I, París, Bach elier, 1830 ( citado


según la edición Garn ier, 1926, págs. 71-72) . Podría señ alarse, con
Can guilh em, que n o es fácil superar la seducción del vocabulario que «n os
16 el o f ic io d e so c ió l o g o

Nada h abría que agregar a este texto que, al negarse a disociar el mé-
todo de la práctica, de entrada rechaza todos los discursos del método,
si no existiera ya todo un discurso acerca del método que, ante la ausen-
cia de un a oposición de peso, amen aza impon er a los in vestigadores
un a imagen desdoblada del trabajo cien tífico. Profetas que se en sañan
con la impureza original de la empiria –de quien es n o se sabe si con si-
deran las mezquin dades de la rutin a cien tífica como aten tatorias a la
dignidad del objeto que ellos creen corresponderle o del sujeto cien tí-
fico que preten den en carn ar– o sumos sacerdotes del método que to-
dos los investigadores observarían voluntariamen te, mien tras vivan , so-
bre los estrados del catecismo metodológico, quienes disertan sobre el
arte de ser sociólogo o el modo científico de h acer cien cia sociológica a
men udo tien en en común la disociación del método o la teoría res-
pecto de las operacion es de in vestigación, cuan do no disocian la teoría
del método o la teoría de la teoría. Surgido de la experien cia de inves-
tigación y de sus dificultades cotidian as, n uestro propósito explicita, en
fun ción de las necesidades de esta causa, un «sistema de costumbres in-
telectuales»: se dirige a quien es, «embarcados» en la práctica de la so-
ciología empírica, sin n ecesidad algun a de que se les recuerde la nece-
sidad de la medición y de su aparato teórico y técnico, están totalmen te
de acuerdo con n osotros sobre aquello en lo cual coin cidimos porque
es eviden te: la necesidad, por ejemplo, de n o descuidar n in guno de los
instrumen tos con ceptuales o técnicos que dan todo el rigor y la fuerza
a la verificación experimental. Sólo quienes no tienen o n o quieren h a-
cer la experien cia de in vestigación podrán ver, en esta obra que apun ta
a problematizar la práctica sociológica, un cuestionamien to de la socio-
logía empírica.2

con duce sin cesar a con cebir el método como capaz de ser separado de las
in vestigacion es en que es puesto en práctica: [ A. Comte] en seña en la
primera lección del Curso de filosofía positiva que “el método n o es
susceptible de ser estudiado in depen dien temen te de las in vestigacion es en
que se lo utiliza”; lo cual da por sen tado que el empleo de un método
supon e an te todo su posesión » ( G. Can guilh em, Théorie et technique de
l’expérimentation chez Claude Bernard, Coloquio del cen ten ario de la
publicación de L’Introduction à l’étude de la médecine expérimentale, París,
Masson , 1967, pág. 24).
2 La división del campo epistemológico según la lógica de los pares ( véase 3ª
parte) y las tradicion es in telectuales que, al identificar toda reflexión con
especulación pura, n o permiten percibir la fun ción técn ica de un a
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 17

Si bien es cierto que la en señ an za de la in vestigación requiere, de


parte de quien es la con ciben como de los que la reciben, un a referen-
cia directa y constan te a la experien cia en primera persona de la práctica,
«la metodología de moda que multiplica los programas de investigacio-
n es refin adas pero hipotéticas, las con sideracion es críticas de in vestiga-
ciones realizadas por otros [ …] o los veredictos metodológicos»3 no po-
drían reemplazar un a reflexión sobre la relación justa con las técn icas y
un esfuerzo, siquiera azaroso, por transmitir prin cipios que no pueden
presen tarse como simples verdades de prin cipio porque son el prin ci-
pio de la in vestigación de verdades. Si bien es cierto, además, que los
métodos se distin guen de las técn icas, por lo men os, en que éstos son
«lo suficientemen te gen erales como para ten er valor en todas las cien-
cias o en un sector importan te de ellas»,4 esta reflexión sobre el mé-
todo debe también asumir el riesgo de rever los an álisis más clásicos de
la epistemología de las cien cias de la naturaleza; pero quizá sea n ecesa-
rio que los sociólogos se pongan de acuerdo sobre prin cipios elemen ta-
les que aparecen como eviden tes para los especialistas en ciencias de la
n aturaleza o en filosofía de las cien cias, para salir de la an arquía con -
ceptual a la que están con den ados por su indiferen cia an te la reflexión
epistemológica. En realidad, el esfuerzo por examinar un a cien cia en
particular a través de los prin cipios generales proporcion ados por el sa-
ber epistemológico se justifica y se impone especialmen te en el caso de

reflexión sobre la relación con las técn icas, otorgan un a fuerte


probabilidad al malen ten dido que aquí tratamos de despejar: en efecto, en
esta organ ización dualista de las posicion es epistemológicas todo in ten to de
volver a in sertar las operacion es técn icas en la jerarquía de los actos
epistemológicos será casi in evitablemen te in terpretada como un ataque
dirigido con tra la técn ica y los técn icos; por mucho que n os cueste, y
aun que recon ociéramos aquí la contribución capital que los metodólogos,
y en particular Paul F. Lazarsfeld, h an aportado a la racion alización de la
práctica sociológica, sabemos que corremos el riesgo de que se n os ubique
más cerca de Fads and Foibles of American Sociology que de The Language of
Social Research.
3 R. Needh am, Structure and Sentiment: A Test-case in Social Anthropology,
Ch icago-Lon dres, Un iversity of Ch icago Press, 1962, pág. VII.
4 A. Kaplan , The Conduct of lnquiry, Methodology of Behavioral Science, Ch an dler,
San Fran cisco, 1964, pág. 23. El mismo autor se lamen ta de que el términ o
«tecn ología» h aya adquirido ya un sen tido especializado; observa que
podría aplicarse con suma exactitud a un gran n úmero de estudios
calificados como «metodológicos» (ibid., pág. 19) .
18 el o f ic io d e so c ió l o g o

la sociología: en ella todo con duce, en efecto, a ign orar este saber,
desde el estereotipo h uman ista de la irreductibilidad de las ciencias h u-
man as h asta las características del reclutamien to y la formación de in -
vestigadores, sin olvidar la existen cia de un con jun to de metodólogos
especializados en la rein terpretación selectiva del saber de las otras
ciencias. Por tanto, es necesario someter las operacion es de la práctica
sociológica a la polémica de la razón epistemológica, para definir, y si es
posible in culcar, un a actitud de vigilan cia que en cuen tre en el com-
pleto con ocimien to del error y de los mecan ismos que lo en gen dran
uno de los medios para superarlo. La intención de dotar al investigador
de los medios para que él mismo supervise su trabajo cien tífico se
opone a los llamados al orden de los censores, cuyo n egativismo peren-
torio sólo suscita el h orror al error y lleva a recurrir de man era resig-
n ada a un a tecn ología in vestida con la fun ción de exorcismo.
Como toda la obra de Gaston Bach elard lo demuestra, la episte-
mología se diferencia de un a metodología abstracta en su esfuerzo por
captar la lógica del error para construir la lógica del descubrimiento de
la verdad como polémica contra el error y como esfuerzo para someter
las verdades próximas a la cien cia y los métodos que utiliza a una recti-
ficación metódica y perman en te [ G. Canguilhem, texto nº 1] . Pero la ac-
ción polémica de la razón cien tífica n o tendría toda su fuerza si el «psi-
coan álisis del espíritu científico» no se continuara en un análisis de las
con dicion es sociales en las cuales se producen las obras sociológicas: el
sociólogo puede en con trar un in strumen to privilegiado de vigilan cia
epistemológica en la sociología del con ocimien to, como medio para
en riquecer y precisar el conocimien to del error y de las con dicion es
que lo h acen posible y, a veces, inevitable [ G. Bachelard, texto nº 2] . Por
con siguiente, las aparien cias que aquí pudieran subsistir de una discu -
sión ad hominem se refieren sólo a los límites de la comprensión socioló-
gica de las con dicion es del error: un a epistemología que se remite a
una sociología del conocimiento, menos que ninguna otra puede impu-
tar los errores a sujetos que no son, nunca ni totalmen te, sus autores. Si,
parafraseando un texto de Marx, «no pintamos de rosado» al empirista,
al in tuicion ista o al metodólogo, tampoco n os referimos a «person as
sin o en tan to que person ificación » de posicion es epistemológicas que
sólo se comprenden totalmen te en el campo social donde se apoyan.
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 19

pe da g o g ía d e l a in v e st ig a c ió n

La función de esta obra define su forma y su con tenido. Una enseñ an za


de la in vestigación cuyo proyecto sea expon er los prin cipios de un a
práctica profesion al y simultán eamente imprimir cierta relación con
esta práctica, es decir proporcion ar a la vez los instrumen tos in dispen-
sables para el tratamien to sociológico del objeto y un a disposición ac-
tiva a utilizarlos apropiadamen te, debe romper con la rutin a del dis-
curso pedagógico para restituir su fuerza h eurística a los con ceptos y
operacion es más completamen te «n eutralizados» por el ritual de la ex-
posición can ón ica. Por ello, esta obra que apun ta a señ alar los actos
más prácticos de la práctica sociológica comienza por una reflexión que
trata de recordar, sistematizán dolas, las implicacion es de toda práctica,
buena o mala, y de concretar en preceptos prácticos el principio de vigi-
lan cia epistemológica ( Libro primero) .5 Se in ten tará luego la defin i-
ción de la fun ción y las con dicion es de aplicación de los esquemas teó-
ricos a los que debe recurrir la sociología para con struir su objeto, sin
pretender presentar estos primeros prin cipios de la in terrogación pro-
piamente sociológica como un a teoría acabada del con ocimien to del
objeto sociológico y, menos todavía, como un a teoría gen eral y un iver-
sal del sistema social ( Libro segun do) .* La in vestigación empírica n o
n ecesita comprometer tal teoría para escapar al empirismo, siempre
que pon ga en práctica efectiva, en cada un a de sus operacion es, los
prin cipios que lo con stituyen como cien cia, proporcion án dole un ob-
jeto caracterizado por un mínimo de coheren cia teórica. Si esta con di-
ción se cumple, los conceptos o los métodos podrán ser utilizados como
instrumentos que, arran cados de su contexto origin al, se abren a nuevos
usos ( Libro tercero) .** Al asociar la presentación de cada instrumen to
intelectual a ejemplos de su utilización, se tratará de evitar que el saber
sociológico pueda aparecer como una suma de técnicas, o como un ca-
pital de con ceptos separados o separables de su implemen tación en la
investigación .
Si nos hemos permitido extraer del orden de razones en las que se en-
contraban insertos los prin cipios teóricos y los procedimientos técnicos

5 Véase supra el prefacio a la segun da edición , págs. 13-14.


* Véase n ota 5.
** Véase n ota 5.
20 el o f ic io d e so c ió l o g o

h eredados de la h istoria de la cien cia sociológica, no es sólo para que-


brar los encadenamientos del orden didáctico que no renuncia a la com-
placen cia erudita fren te a la historia de las doctrin as o los con ceptos,
sin o para rendir tributo al reconocimiento diplomático de los valores
con sagrados por la tradición o sacralizados por la moda, ni tampoco
para liberar virtualidades heurísticas, muchas veces más numerosas de lo
que permitirían creer los usos académicos; es, sobre todo, en nombre de
un a con cepción de la teoría del conocimien to sociológico que h ace
de esta teoría el sistema de prin cipios que defin en las condicion es de
posibilidad de todos los actos y todos los discursos propiamente socioló-
gicos, y sólo de éstos, cualesquiera que sean las teorías del sistema social
de quienes producen o produjeron obras sociológicas en nombre de es-
tos prin cipios. El problema de la filiación de una investigación socioló-
gica a una teoría particular acerca de lo social, la de Marx, la de Weber
o la de Durkheim por ejemplo, es siempre secundario respecto del pro-
blema de la pertenencia de esta investigación a la cien cia sociológica: el
ún ico criterio de esta pertenencia reside, en realidad, en la aplicación
de los principios fun damentales de la teoría del con ocimiento socioló-
gico que, en cuanto tal, de ningún modo separa a autores a los que todo
aleja en el plano de la teoría del sistema social. Aunque la mayoría de los
autores han llegado a con fun dir su teoría particular del sistema social
con la teoría del conocimiento de lo social que abrazaban, por lo menos
implícitamen te en su práctica sociológica, el proyecto epistemológico
puede permitirse esta distinción preliminar para vin cular autores cuyas
oposiciones doctrinarias ocultan el acuerdo epistemológico.
Temer que esta empresa conduzca a una amalgama de prin cipios to-
mados de tradicion es teóricas diferen tes, o a la con stitución de un
cuerpo de fórmulas disociadas de los prin cipios que las fundamen tan ,
implica olvidar que la reconciliación cuyos prin cipios creemos explici-
tar se opera realmen te en el ejercicio auténtico del oficio de sociólogo
o, más exactamente, en el «oficio» del sociólogo, habitus que, en cuan to
sistema de esquemas más o men os dominados y más o menos transferi-
bles, n o es sin o la in teriorización de los prin cipios de la teoría del
con ocimien to sociológico. A la ten tación que siempre surge de tran s-
formar los preceptos del método en recetas de cocin a científica o en
ch uch erías de laboratorio, sólo puede opon érsele un ejercicio con s-
tante de la vigilancia epistemológica que, subordinando el uso de técni-
cas y conceptos a un examen sobre las condiciones y los límites de su va-
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 21

lidez, proscriba la comodidad de una aplicación automática de procedi-


mien tos probados y señale que toda operación, no importa cuán rutina-
ria y repetida sea, debe repensarse a sí misma y en fun ción del caso par-
ticular. Sólo un a rein terpretación mágica de las exigen cias de la
medición puede a la vez sobrestimar la importan cia de las operacion es
que, por otra parte, n o son más que recursos del oficio y, tran sfor-
man do la cautela metodológica en respeto sagrado, utilizar n o sin te-
mor o n o utilizar jamás, por miedo a no cumplir totalmen te las con di-
cion es rituales, in strumen tos que deberían ser juzgados sólo median te
el uso. Los que llevan la cautela metodológica h asta la obsesión hacen
pen sar en ese en fermo del que h abla Freud, que se pasaba el tiempo
limpiándose los an teojos sin ponérselos nunca.
Con siderar seriamen te el proyecto de tran smitir metódicamen te un
ars inveniendi sign ifica recon ocer que supon e algo muy diferen te y ele-
vado que el ars probandi propuesto por quienes con fun den la mecánica
lógica, luego desmon tada, de las comprobacion es y las pruebas con el
fun cionamien to real del espíritu creador; recon ocer también , con la
misma eviden cia, que h ay much o trecho en tre los senderos o, mejor di-
ch o, los atajos que h oy puede trazar un a reflexión sobre la in vestiga-
ción , y el camin o sin arrepen timien tos n i rodeos que propon dría un
discurso verdadero del método sociológico.
A diferencia de la tradición que se atien e a la lógica de la prueba, sin
permitirse, por principio, pen etrar en los arcanos de la invención, con-
den án dose de esta forma a vacilar en tre un a retórica de la exposición
formal y un a psicología literaria del descubrimien to, quisiéramos pro-
porcionar aquí los medios para adquirir una disposición mental que sea
con dición de la in ven ción y de la prueba. Si esta recon ciliación n o se
produce, ello implicaría ren un ciar a proporcion ar un a ayuda, cual-
quiera que sea, al trabajo de in vestigación , limitán don os jun to a tan tos
otros metodólogos, a invocar o llamar, como se llama a los espíritus, los
milagros de un a iluminación creadora, veh iculizados por la h agiografía
del descubrimiento científico, o los misterios de la psicología de las pro-
fun didades.6

6 Cuan do defin e el objeto de la lógica de las cien cias, la literatura


metodológica h a procurado siempre evitar explícitamen te la con sideración
de los ways of discovery en favor de los ways of validation ( véase por ejemplo
C. H empel, Aspects of Scientific Explanation and Other Essays in the Philosophy of
Science, Nueva York, Free Press, 1965, págs. 82-83) . K. R. Popper in siste a
22 el o f ic io d e so c ió l o g o

Si es eviden te que los automatismos adquiridos posibilitan la econ o-


mía de un a in ven ción perman en te, h ay que cuidarse de la creen cia de
que el sujeto de la creación cien tífica es un automaton spirituale que obe-
dece a los organ izados mecan ismos de un a programación metodoló-
gica con stituida de un a vez para siempre, y por tanto encerrar al inves-
tigador en los límites de una ciega sumisión a un programa que excluye
la reflexión sobre el programa, reflexión que es condición de invención
de nuevos programas.7 Weber afirmaba que, «así como el conocimiento
de la an atomía n o es con dición para un a march a correcta, tampoco la
metodología es condición para un trabajo fecun do». 8 Pero, aun que es
inútil confiar en descubrir un a ciencia sobre el modo de hacer cien cia,
y suponer que la lógica sea algo más que un modo de control de la cien-
cia que se con struye o que ya se h a con struido, sin embargo, como lo
obser vó Stuart Mill, «la in ven ción puede ser cultivada», es decir que
un a explicitación de la lógica del descubrimien to, por parcial que pa-
rezca, puede contribuir a la racionalización del apren dizaje de las apti-
tudes para la creación .

men udo en esta dicotomía que, en él, parece en cubrir la oposición en tre la
vida pública y la privada: «La pregun ta “¿Cómo descubrió usted su teoría por
primera vez?” in teresa, para decirlo de algún modo, a un a cuestión muy
person al, con trariamen te a lo que supon e la pregun ta “¿cómo verificó usted
su teoría?”» ( K. R. Popper, Misère de l’historicisme [ trad. de H . Rousseau] ,
París, Plon , 1956, pág. 132 [ h ay ed. en esp.] ) . O también : «No existe n ada
que se parezca a un método lógico para ten er ideas o a un a recon stitución
lógica de este proceso. En mi opin ión , todo descubrímien to con tien e un
“elemen to irracion al” o un a “in tuición creadora”, en el sen tido
bergson ian o» ( K. R. Popper, The Logic of Scientific Discovery, Londres,
H utch in son an d Co., 1959, pág. 32) . En cambio, cuando,
excepcion almen te, se con sidera explícitamen te como objeto el «con texto
del descubrimien to» ( por oposición al «con texto de la prueba») , es
in evitable romper gran can tidad de esquemas rutin arios de la tradición
epistemológica y metodológica y, en especial, la represen tación del
desarrollo de la in vestigación como sucesión de etapas distin tas y
predetermin adas ( véase P. E. H amon d, comp., Sociologists at Work, Essays on
the Craft of Social Research, Nueva York, Basic Books, 1964) .
7 Pién sese, por ejemplo, en la facilidad con que la in vestigación puede
reproducirse sin producir n ada, según la lógica de la pump-handle research.
8 M. Weber, Essais sur la théorie de la science ( trad. de J. Freun d) , París, Plon ,
1965, pág. 220 [ h ay ed. en esp.] .
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 23

e pist e mo l o g ía d e l a s c ie n c ia s d e l h o mbr e y e pist e mo l o g ía


d e l a s c ie n c ia s d e l a na t u r a l e za

La mayoría de los errores a los que se exponen la práctica sociológica y


la reflexión sobre ella radican en una represen tación falsa de la episte-
mología de las cien cias de la n aturaleza y de la relación que man tien e
con la epistemología de las ciencias del hombre. Así, epistemologías tan
opuestas en sus afirmacion es eviden tes como el dualismo de Dilth ey
–que no puede pen sar la especificidad del método de las cien cias del
h ombre sin o opon ién dole un a imagen de las cien cias de la n aturaleza
origin ada en la mera preocupación por diferen ciar– y el positivismo
–preocupado por imitar un a imagen de la cien cia n atural fabricada se-
gún las n ecesidades de esta imitación –, ambas en común ign oran la fi-
losofía exacta de las cien cias exactas. Esta grosera equivocación con -
dujo a fabricar distin cion es forzadas en tre los dos métodos para
responder a la n ostalgia o a los deseos piadosos del h uman ismo, y a ce-
lebrar in genuamen te redescubrimientos desconocidos como tales o, in-
cluso, a en trar en la escalada positivista que escolarmen te copia un a
imagen reduccion ista de la experiencia como copia de lo real.
Pero puede advertirse que el positivismo n o se h ace cargo más que
de un a caricatura del método de las cien cias exactas, sin acceder ipso
facto a una epistemología exacta de las cien cias del hombre. De h echo,
es una con stan te en la historia de las ideas que la crítica del positivismo
mecanicista sirva para afirmar el carácter subjetivo de los hech os socia-
les y su irreductibilidad a los métodos rigurosos de la cien cia. De esta
forma, al percibir que «los métodos que los científicos o los in vestigado-
res fascin ados por las ciencias de la naturaleza tan a menudo intentaron
aplicar a la fuerza a las cien cias del h ombre n o siempre fueron n ecesa-
riamente aquellos que los cien tíficos aplicaban de h ech o en su propia
disciplin a, sin o más bien los que creían utilizar»,9 Hayek in fiere de in-
mediato que los h ech os sociales se diferen cian «de los h ech os de las
cien cias físicas en tan to son creen cias u opin ion es in dividuales» y, por
con siguien te, «n o deben ser defin idos según lo que podríamos descu-
brir sobre ellos por los métodos objetivos de la cien cia sin o según lo

9 F. A. Van Hayek, Scientisme et sciences sociales, Essai sur le mauvais usage de la


raison ( trad. de M. Barre) , París, Plon , 1953, pág. 3.
24 el o f ic io d e so c ió l o g o

que piensa la persona que actúa».10 La impugnación de la imitación au-


tomática de las ciencias de la n aturaleza se vin cula tan mecán icamente
a la crítica subjetivista de la objetividad de los hech os sociales que todo
esfuerzo por en carar los problemas específicos que plan tea la tran spo-
sición a las ciencias del hombre del saber epistemológico de las ciencias
de la n aturaleza corre siempre el riesgo de parecer una reafirmación de
los derech os imprescriptibles de la subjetividad.11

l a me t o d o l o g ía y e l d e spl a za mie n t o d e l a v ig il a n c ia

Para superar las discusion es académicas y las formas académicas de su-


perarlas, es necesario someter la práctica científica a una reflexión que,
a diferen cia de la filosofía clásica del con ocimien to, se aplique n o a la
cien cia h ech a, cien cia verdadera cuyas con dicion es de posibilidad y de
coh eren cia, cuyos títulos de legitimidad sería n ecesario establecer, sin o
a la cien cia que se está haciendo. Tal tarea, propiamen te epistemológica,
consiste en descubrir en la práctica científica misma, amen azada sin ce-
sar por el error, las con dicion es en las cuales se puede discern ir lo ver-
dadero de lo falso, en el pasaje desde un con ocimien to men os verda-
dero a un con ocimien to más verdadero, o más bien , como lo afirma
Bach elard, «aproximado, es decir rectificado». Esta filosofía del trabajo
científico como «acción polémica incesan te de la Razón», tran spuesta a
la instan cia de las ciencias del hombre, puede proporcion ar los princi-
pios de un a reflexión capaz de in spirar y con trolar los actos con cretos

10 Ibid., págs. 21 y 24.


11 Ysin embargo, todo el proyecto de Durkh eim puede demostrar que es
posible evadirse de la altern ativa de la imitación ciega y del rech azo, igual-
men te ciego, a imitar: «La sociología n ació a la sombra de las cien cias de la
n aturaleza y en con tacto ín timo con ellas [ …] . Es natural que algun os de
los primeros sociólogos se equivocaran al exagerar este acercamien to h asta
el pun to de descon ocer el origen de las cien cias sociales y la auton omía que
deben disfrutar respecto de las otras cien cias que las h an precedido. Pero
esta exageración n o debe h acer olvidar toda la fecun didad de los orígen es
más importan tes del pen samien to cien tífico». Rivista Italiana di Sociologia,
tomo IV, 1900, págs. 127-159, citado en A. Cuvillier, Où va la sociologie
française?, París, Marcel Rivière, 1953, págs. 177-208 [ h ay ed. en esp.] .
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 25

de un a práctica verdaderamen te cien tífica, defin ien do en lo que ten-


gan de específico los principios del «racion alismo region al» propios de
la ciencia sociológica. El racionalismo fijista que in spiraba las preguntas
de la filosofía clásica del con ocimien to h oy se expresa mejor en los in-
tentos de algunos metodólogos que se inclinan a reducir la reflexión so-
bre el método a una lógica formal de las ciencias. Sin embargo, como lo
señ ala P. Feyerabend, «todo fijismo semán tico tropieza con dificultades
cuan do se trata de dar cuen ta en su totalidad del progreso del con oci-
mien to y de los descubrimien tos que a él con tribuyen ».12 Más precisa-
men te, in teresarse en las relacion es intemporales en tre los en un ciados
abstractos en detrimen to de los procesos por los cuales cada proposi-
ción o cada con cepto fue establecido y en gen dró otras proposicion es u
otros conceptos, supone negarse a colaborar efectivamente con quienes
están inmersos en las peripecias in seguras del trabajo científico, despla-
zando así el desarrollo de la in triga en tre bastidores para llevar a escena
sólo los desen laces. Totalmente ocupados en la búsqueda de un a lógica
ideal del descubrimiento, los metodólogos no pueden dirigirse en rea-
lidad sin o a un in vestigador defin ido abstractamen te por su aptitud
para con cretar estas n ormas de per fección , es decir a un in vestigador
impecable, lo que equivale a decir imposible o estéril. La obediencia in -
con dicion al a un organon de reglas lógicas tiende a producir un efecto
de «clausura prematura», al hacer desaparecer, como lo diría Freud, «la
elasticidad en las defin iciones», o como lo afirma Carl Hempel, «la dis-
pon ibilidad semántica de los con ceptos» que con stituye una de las con-
diciones del descubrimien to, por lo men os en ciertas etapas de la histo-
ria de un a ciencia o del desarrollo de un a in vestigación.
No se trata aquí de negar que la formalización lógica encarada como
medio para poner a prueba la lógica en acto de la investigación y la cohe-
rencia de sus resultados constituye uno de los instrumentos más eficaces
del control epistemológico; pero esta implementación legítima de los ins-
trumentos lógicos opera demasiado a menudo como garantía de la enfer-
miza predilección por ejercicios metodológicos cuyo único fin discerni-
ble es posibilitar la exhibición de un arsenal de medios disponibles.

12 P. Feyeraben d, en H . Feigl y G. Maxwell ( comps.) , «Scien tific Explan ation ,


Space an d Time», Minnesota Studies in the Philosophy of Science, vol. III,
Min n eapolis, 1962, pág. 31.
26 el o f ic io d e so c ió l o g o

Frente a algunas investigaciones concebidas en función de las necesida-


des de la causa lógica o metodológica, no puede sino evocarse, con Abra-
ham Kaplan, la conducta de un borracho que, habiendo perdido la llave
de su casa, la busca sin embargo con obstinación, bajo la luz de un farol,
ya que alega que allí se ve mejor [ A. Kaplan, texto nº 3].
El rigorismo tecn ológico que descan sa sobre la fe en un rigor defi-
n ido de una vez para siempre y para todas las situaciones, es decir una
represen tación fijista de la verdad o, en con secuencia, del error como
tran sgresión a n ormas in condicion ales, se opon e diametralmen te a la
búsqueda de rigores específicos, desde un a teoría de la verdad como teo-
ría del error rectificado. «El con ocer –agrega Gaston Bach elard– debe
evolucion ar jun to con lo conocido.» Lo que implica afirmar que es in-
útil buscar un a lógica an terior y exterior a la historia de la ciencia que
se está h acien do. Para captar los procedimientos de la investigación es
n ecesario an alizar cómo opera en lugar de encerrarla en la observancia
de un decálogo de procedimien tos que quizá sólo deban al h ech o de
ser defin idos de an teman o el parecer adelan tados respecto de la prác-
tica real.13 «Desde la fascin ación por el h ech o de que en matemática
evitar el error es cuestión de técnica, se pretende definir la verdad como
el producto de una actividad intelectual que responde a ciertas normas;
se pretende considerar los datos experimentales como se consideran los
axiomas de la geometría; se con fía determin ar reglas de pen samiento
que desempeñarían la función que la lógica desempeña en matemática.
Se quiere, a partir de un a experien cia limitada, con struir la teoría de
una vez por todas. El cálculo infinitesimal elaboró sus fundamen tos
paso a paso, la noción de número sólo alcanzó claridad después de dos
mil quinientos añ os. Los procedimientos que instauran el rigor se origi-
n an como respuestas a pregun tas que n o pueden formularse a priori, y
que sólo el desarrollo de la ciencia hace surgir. La in genuidad se pierde
len tamente. Esto, verdadero en matemática, lo es a fortiori para las cien-

13 Los autores de un largo estudio dedicado a las fun cion es del método
estadístico en sociología admiten in fine que «sus in dicacion es en lo que
con ciern e a las posibilidades de aplicar la estadística teórica a la
in vestigación empírica caracterizan sólo el estado actual de la discusión
metodológica, quedando la práctica en un segundo plano» ( E. K. Sch euch y D.
Rusch meyer, «Soziologie un d Statistik, Uber den Einfluss der modern en
Wissen sch aftsleh re auf ih r gegen seitiges Verh altn is», en Kolner Zeitschrift fur
Soziologie und Sozial-Psychologie, VIII, 1956, págs. 272-291) .
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 27

cias de observación, don de cada teoría refutada impone n uevas exigen-


cias de rigor. Es pues in útil preten der plan tear a priori las con dicion es
de un pen samien to autén ticamente cien tífico.»14
Más profun damen te, la exh ortación in sisten te por una per fección
metodológica corre el riesgo de provocar un desplazamiento de la vigilan-
cia epistemológica; en lugar de in terrogarse, por ejemplo, sobre el ob-
jeto de la medición y pregun tarse si merece ser medido, en vez de inte-
rrogar las técnicas de medida e interrogarse sobre el grado de precisión
deseable y legítimo según las condiciones particulares de ella, o incluso
examinar, más simplemen te, si los instrumentos miden lo que se desea
medir, es posible, arrastrados por el deseo de acuñ ar en tareas realiza-
bles la idea pura del rigor metodológico, perseguir, en un a obsesión
por el decimal, el ideal contradictorio de un a precisión definible intrín-
secamen te, olvidando que, tal como lo recuerda A. D. Rich tie, «realizar
un a medición más precisa que lo n ecesario n o es men os absurdo que
h acer un a medición in suficien temente precisa»,15 o también que,
como lo señ ala N. Campbell, cuan do se establece que todas las proposi-
cion es compren didas dentro de ciertos límites son equivalentes y que la
proposición defin ida aproximativamente se sitúa dentro de estos lími-
tes, el uso de la forma aproximativa es per fectamente legítimo.16 Se
en tiende que la ética del deber metodológico pueda, al engen drar un a
casuística de la equivocación técnica, con ducir, por lo men os in directa-

14 A. Régn ier, Les infortunes de la Raison, París, Seuil, 1966, págs. 37-38.
15 A. D. Rich tie, Scientific Method: An Inquiry into the Character and Validity of
Natural Laws, Paterson ( N.J.) , Littlefield, Adams, 1960, pág. 113. Al an alizar
esta búsqueda de «la precisión mal fun dada», que con siste en creer «que el
mérito de la solución se mide por el n úmero de decimales in dicados»,
Bach elard in dica «que si un a precisión en un resultado va más allá de la
precisión de los datos experimentales, es exactamen te la determin ación de la
n ada… Esta práctica recuerda la chan za de Dulon g quien , al referirse a un
experimen tador decía: del tercer decimal está seguro, su duda es sobre el
primero» ( Gaston Bach elard, La formación del espíritu científico, Buen os Aires,
Siglo XXI, 1972, págs. 251-252) .
16 N. R. Campbell, An Account of the Principles of Measurement and Calculation,
Lon dres, Nueva York, Lon gman s, Green an d Co., 1928, pág. 186. Podría
recordarse en este caso la distin ción que establecía Courn ot en tre orden
lógico y orden racion al, que lo llevaba a señ alar que la búsqueda de la
per fección lógica puede desviar de la captación del orden racion al ( Essai
sur les fondements de nos connaissances et sur les caractères de la critique
philosophique, París, H ach ette, 1851, págs. 242 y sigs.) .
28 el o f ic io d e so c ió l o g o

men te, a un ritual de procedimientos que quizá sea la caricatura del ri-
gor metodológico, pero que es sin duda y exactamen te el opuesto
exacto de la vigilancia epistemológica.17 Es especialmente significativo
que la estadística, cien cia del error y del con ocimien to aproximativo,
que en procedimien tos tan comun es como el cálculo de error o del lí-
mite de con fiabilidad opera con un a filosofía de la vigilancia crítica,
pueda ser frecuen temente utilizada como coartada cien tífica de la suje-
ción ciega al in strumen to.
De la misma forma, cada vez que los teóricos con ducen la in vestiga-
ción empírica y los in strumen tos con ceptuales que emplea an te el tri-
bun al de un a teoría cuyas con struccion es en el domin io de un a ciencia
que ella preten de reflejar y dirigir se n iegan a evaluar, gozan del res-
peto de los practican tes, respeto forzado y verbal, sólo en nombre del
prestigio indistin tamen te atribuido a toda empresa teórica.
Ysi sucede que la coyuntura intelectual posibilita que los teóricos pu-
ros impon gan a los cien tíficos su ideal, lógico o semántico, de la cohe-
ren cia ín tegra y un iversal del sistema de conceptos, pueden llegar a de-
ten er la in vestigación en la medida en que logran contagiar la obsesión
de pensarlo todo, de todas las formas y en todas sus relaciones a la vez,
ignoran do que en las situacion es con cretas de la práctica cien tífica no
se puede ten er la preten sión de con struir problemáticas o teorías n ue-
vas sino cuan do se ren un cia a la ambición imposible, que n o es escolar
n i profética, de decirlo todo, sobre todas las cosas y, además, orden ada-
men te.18

17 El an gustiado in terés por las en fermedades del espíritu cien tífico puede
provocar un efecto tan depresivo como las in quietudes h ipocon dríacas de
los adictos al Larousse médical.
18 A n o dudarlo, algun as disertacion es teóricas sobre todas las cosas con ocidas
o con ocibles desempeñan un a fun ción de an exión an ticipada an áloga a la
de las profecías astrológicas dispuestas siempre a digerir retrospectivamen te
el acon tecimien to: «Existen person as –dice Claude Bern ard– que sobre un a
cuestión dicen todo lo que se puede decir para ten er el derecho de
reclamar cuan do, más tarde, se h aga algun a experiencia al respecto. Son
como aquellos que ubican plan etas en todo el espacio para afirmar luego
que allí está el plan eta que h abían previsto» ( Principes de médecine
expérimentale, París, PUF, 1947, pág. 255) .
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 29

e l o r d e n e pist e mo l ó g ic o d e l a s r a zo n e s

Pero estos análisis sociológicos o psicológicos de la perversión metodo-


lógica y de la desviación especulativa no pueden ocupar el lugar de la
crítica propiamen te epistemológica a la que introducen . Si es necesario
prevenirse, con especial convicción, frente a la puesta en guardia de los
metodólogos es porque, al llamar la aten ción exclusivamen te sobre los
con troles formales de los procedimientos experimentales y los con cep-
tos operacionales, corren el riesgo de desplazar la vigilan cia de otros pe-
ligros más serios. Los in strumen tos y los apoyos, muy poderosos sin
duda, que la reflexión metodológica proporciona a la vigilancia se vuel-
ven contra ésta cada vez que no se cumplen las con dicion es previas a su
utilización . La cien cia de las con diciones formales del rigor de las ope-
raciones, que presenta el aspecto de una organización «operacional» de
la vigilan cia epistemológica, puede parecer fun dada en la preten sión
de asegurar automáticamen te la aplicación de los prin cipios y precep-
tos que definen la vigilancia epistemológica, de manera tal que es nece-
sario un aumen to de la vigilancia para evitar que produzca automática-
men te este efecto de desplazamiento.
Sería n ecesario, como decía Saussure, «mostrar al lin güista lo que
h ace».19 Pregun tarse qué es h acer cien cia o, más precisamen te, tratar
de saber qué hace el científico, sepa éste o no lo que hace, no es sólo in-
terrogarse sobre la eficacia y el rigor formal de las teorías y de los mé-
todos, es examinar a las teorías y los métodos en su aplicación para de-
terminar qué h acen con los objetos y qué objetos h acen . El orden
según el cual debe efectuarse este examen se impon e tan to por el aná-
lisis propiamen te epistemológico de los obstáculos al con ocimien to
como por el análisis sociológico de las implicaciones epistemológicas de
la sociología actual que defin en la jerarquía de los peligros epistemoló-
gicos y, por este camin o, de los puntos de urgencia.
Establecer, con Bachelard, que el hecho científico se conquista, construye,
comprueba, implica rech azar al mismo tiempo el empirismo que reduce
el acto científico a una comprobación y el convencionalismo que sólo le
opone los preámbulos de la con strucción . A causa de recordar el impe-

19 É. Ben ven iste, «Lettres de Ferdin and de Saussure à An toin e Meillet», en


Cahiers Ferdinand de Saussure, 21, 1964, págs. 92-135.
30 el o f ic io d e so c ió l o g o

rativo de la comprobación , en frentando la tradición especulativa de la


filosofía social de la cual debe liberarse, la comunidad sociológica per-
siste en olvidar h oy la jerarquía epistemológica de los actos cien tíficos
que subordin a la comprobación a la con strucción y la con strucción a la
ruptura: en el caso de un a cien cia experimen tal, la simple remisión a
la prueba experimental no es sin o tautológica en tan to n o se acompañe
de una explicación de los supuestos teóricos que fundamen tan un a ver-
dadera experimentación, y esta explicitación n o adquiere poder heurís-
tico en tan to n o se le adh iera la explicitación de los obstáculos episte-
mológicos que se presentan con un a forma específica en cada práctica
científica.
Primera parte
La ruptura

i. e l h e c h o se c o n q u ist a c o n t r a l a il u sió n
d e l sa be r in me d ia t o

La vigilancia epistemológica se impon e particularmente en el


caso de las cien cias del h ombre, en las que la separación en tre la opi-
n ión común y el discurso cien tífico es más impreciso que en otros ca-
sos. Aceptando con demasiada facilidad que la preocupación de una re-
forma política y moral de la sociedad arrastró a los sociólogos del siglo
XIX a aban don ar a men udo la n eutralidad cien tífica, y también que la
sociología del siglo XX pudo ren un ciar a las ambicion es de la filosofía
social sin precaverse empero de las con tamin acion es ideológicas de
otro orden , con frecuencia se deja de reconocer, a fin de extraer de ella
todas las con secuen cias, que la familiaridad con el un iverso social cons-
tituye el obstáculo epistemológico por excelen cia para el sociólogo,
porque produce continuamen te con cepcion es o sistematizacion es ficti-
cias, al mismo tiempo que sus con dicion es de credibilidad. El sociólogo
n o h a saldado cuen tas con la sociología espon tán ea y debe impon erse
un a polémica in in terrumpida con las en ceguecedoras eviden cias que
proporcion an , sin much o esfuerzo, las ilusion es del saber in mediato y
su riqueza insuperable. Le es igualmente difícil establecer la separación
entre la percepción y la ciencia –que, en el caso del físico, se expresa en
un a acen tuada oposición en tre el laboratorio y la vida cotidiana– como
en con trar en su h eren cia teórica los instrumen tos que le permitan re-
chazar radicalmente el len guaje común y las n ocion es comunes.

1. Pr eno c io n es y t éc n ic a s d e r u pt u r a
Como tien en por fun ción recon ciliar a cualquier precio la con cien cia
común con sigo misma, propon ien do explicacion es, aun con tradicto-
32 el o f ic io d e so c ió l o g o

rias, de un mismo hecho, las opiniones primeras sobre los hechos socia-
les se presentan como una colección falsamente sistematizada de juicios
de uso alternativo. Estas pren ocion es, «represen tacion es esquemáticas
y sumarias» que se «forman por la práctica y para ella», como lo observa
Durkh eim, reciben su evidencia y «autoridad» de las fun ciones sociales
que cumplen [ E. Durkheim, texto nº 4] .
La in fluen cia de las nociones comunes es tan fuerte que todas las téc-
n icas de objetivación deben ser aplicadas para realizar efectivamen te
un a ruptura, más a men udo an un ciada que efectuada. Así los resulta-
dos de la medición estadística pueden , por lo men os, tener la virtud n e-
gativa de descon certar las primeras impresion es. De la misma forma,
aún n o se h a con siderado suficien temen te la fun ción de ruptura que
Durkh eim atribuía a la definición previa del objeto como con strucción
teórica «provision al» destin ada, an te todo, a «sustituir las n ocion es del
sen tido común por un a primera noción cien tífica»1 [ M. Mauss, texto nº
5] . De hech o, en la medida en que el len guaje común y ciertos usos es-
pecializados de las palabras comun es constituyen el prin cipal vehículo
de las representacion es comun es de la sociedad, un a crítica lógica y le-
xicológica del len guaje común surge como el requisito previo más in -
dispen sable para la elaboración con trolada de las nocion es cien tíficas
[ J. H. Goldthorpe y D. Lockwood, texto nº 6] .
Como duran te la observación y la experimen tación el sociólogo esta-
blece una relación con su objeto que, en tan to relación social, nunca es
de puro con ocimien to, los datos se le presen tan como con figuraciones
vivas, singulares y, en una palabra, demasiado h uman as, que tienden a
impon érsele como estructuras de objeto. Al desmon tar las totalidades
con cretas y eviden tes que se presen tan a la in tuición , para sustituirlas
por el conjunto de criterios abstractos que las defin en sociológicamente

1 P. Faucon n et y M. Mauss, artículo «Sociologie», en Grande Encyclopédie


Française, t. XXX, París, 1901, pág. 173. No es casualidad si los que quieren
en con trar en Durkh eim, y más precisamen te en su teoría de la defin ición y
del in dicador ( véase por ej., R. K. Merton , Éléments de théorie et de méthode
sociologique [ trad. H. Men dras] , 2ª ed. aumen tada, París, Plon , 1965, pág.
61) , el origen y garan tía del «operacion alismo» descon ocen la fun ción de
ruptura que Durkh eim con fería a la defin ición : en efecto, n umerosas
defin icion es llamadas «operacion ales» n o son otra cosa que una
organ ización , lógicamen te con trolada o formalizada, de las ideas del
sen tido común .
l a r u pt u r a 33

–profesión , in gresos, n ivel de educación , etc.–, al proscribir las in duc-


ciones espontáneas que, por un efecto de halo, predisponen a extender
sobre toda un a clase los rasgos sobresalien tes de los in dividuos más «tí-
picos» en aparien cia, en resumen , al desgarrar la trama de relacion es
que se entreteje con tinuamente en la experiencia, el análisis estadístico
con tribuye a h acer posible la con strucción de relacion es n uevas, capa-
ces, por su carácter in sólito, de imponer la búsqueda de relacion es de
un orden superior que den razón de éste.
Así, el descubrimiento no se reduce nunca a una simple lectura de lo
real, hasta del más desconcertante, puesto que supone siempre la rup-
tura con lo real y las configuraciones que éste propone a la percepción.
Si se insiste demasiado en el papel del azar en el descubrimiento cientí-
fico, como lo hace Robert K. Merton en su análisis del serendipity, se corre
el riesgo de suscitar las represen taciones más in genuas del descubri-
miento, resumidas en el paradigma de la manzana de Newton: la capta-
ción de un hecho inesperado supone, al menos, la decisión de prestar
una atención metódica a lo in esperado, y su propiedad heurística de-
pende de la pertinencia y de la coherencia del sistema de cuestiones que
pone en discusión.2 Es sabido que el acto de descubrir que conduce a la
solución de un problema sensorio-motor o abstracto debe romper las re-
lacion es más aparen tes, por ser las más familiares, para hacer surgir el
nuevo sistema de relaciones entre los elementos. En sociología, como en
otros campos, «un a investigación seria conduce a reunir lo que vulgar-
mente se separa o a distinguir lo que vulgarmente se confunde».3

2. La il u sió n d e l a t r a n spa r en c ia y el pr in c ipio


2. d e l a n o -c o n c ien c ia
Todas las técn icas de ruptura, crítica lógica de las n ocion es, puesta a
prueba estadística de las falsas eviden cias, impugnación decisoria y me-
tódica de las aparien cias, son sin embargo impoten tes en tanto la socio-
logía espon tánea n o es alcan zada en su propio prin cipio, es decir en la

2 R. K. Merton , Elements de théorie et de méthode sociologique, op. cit., págs. 47-51.


3 «Por ejemplo, la cien cia de las religion es reun ió en un mismo gén ero a los
tabúes de impureza y los de pureza, puesto que son todos tabúes; por el
con trario, distin guió cuidadosamente los ritos fun erarios y el culto de los
an tepasados» ( P. Faucon n et y M. Mauss, «Sociologie», loc. cit., pág. 173) .
34 el o f ic io d e so c ió l o g o

filosofía del conocimiento de lo social y de la acción h umana que la sos-


tiene. La sociología n o puede con stituirse como ciencia efectivamen te
separada del sentido común sino con la con dición de oponer a las pre-
ten sion es sistemáticas de la sociología espon tánea la resistencia organ i-
zada de un a teoría del conocimien to de lo social cuyos principios con -
tradigan , pun to por pun to, los supuestos de la filosofía primera de lo
social. Sin tal teoría, el sociólogo puede rech azar osten siblemen te las
pren ocion es, con struyen do la aparien cia de un discurso cien tífico so-
bre los supuestos in conscientemente asumidos, a partir de los cuales la
sociología espon tán ea en gen draba esas pren ocion es. El artificialismo,
represen tación ilusoria de la gén esis de los h ech os sociales según la
cual el cien tífico podría comprender y explicar estos h ech os «mediante
el solo esfuerzo de su reflexión personal» descan sa, en última instancia,
en el supuesto de la cien cia in fusa que, arraigado en el sen timien to de
familiaridad, fun da también la filosofía espon tán ea del con ocimien to
del mun do social: la polémica de Durkh eim con tra el artificialismo, el
psicologismo o el moralismo n o es sino el revés del postulado según el
cual los hech os sociales «tienen un a manera de ser con stante, una natu-
raleza que n o depen de de la arbitrariedad in dividual y de don de deri-
van las relaciones n ecesarias» [ É. Durkheim, texto nº 7] . No otra cosa afir-
maba Marx cuan do sostenía que «en la producción social de su
existencia, los hombres establecen relaciones determinadas, n ecesarias,
independien tes de su volun tad», o in cluso Weber, cuando proscribía la
reducción del sen tido cultural de las acciones a las in ten cion es subjeti-
vas de los actores. Durkheim, que exige del sociólogo que penetre en el
mun do social como en un mun do descon ocido, recon ocía a Marx el
mérito de haber roto con la ilusión de la tran sparencia: «Consideramos
fecunda la idea de que la vida social debe explicarse, n o por la con cep-
ción que se hacen los que en ella participan , sino por las causas profun -
das que escapan a la conciencia»4 [ É. Durkheim, texto nº 8] .
Tal con vergen cia se explica fácilmen te:5 la que podría den omin arse

4 É. Durkh eim, in forme de A. Labriola, «Essais sur la con ception matérialiste


de l’h istoire», en Revue Philosophique, dic. 1897, vol. XLIV, 22º añ o, pág. 648.
5 La acusación de sin cretismo que podría provocar la comparación de los
textos de Marx, Weber y Durkh eim descan saría en la con fusión en tre la
teoría del con ocimien to de lo social como con dición de posibilidad de un
discurso sociológico verdaderamen te cien tífico y la teoría del sistema social
l a r u pt u r a 35

prin cipio de la n o-con cien cia, con cebida como con dición sine qua non
de la con stitución de la cien cia sociológica, n o es sino la reformulación
del principio del determinismo metodológico en la lógica de esta cien-
cia, del cual ninguna ciencia puede renegar sin negarse como tal.6 Es lo
que se oculta cuan do se expresa el prin cipio de la n o-con cien cia en el
vocabulario de lo in con scien te, tran sforman do así un postulado meto-
dológico en tesis antropológica, ya se termine sustantivando la sustancia
o se permita la polisemia del términ o para recon ciliar la afición a los
misterios de la interioridad con los imperativos del distanciamiento7 [ L.
Wittgenstein, texto nº 9] . De h ech o, el prin cipio de la n o-con cien cia n o

( sobre este pun to véan se págs. 15, 16 y págs. 48-50, e infra, G. Bachelard,
texto n º 2, págs. 130-133) . En caso de que n o se n os con cediera esta
distin ción , h abría que examin ar todavía si la aparien cia disparatada n o se
man tien e porque se perman ece fiel a la represen tación tradicion al de un a
pluralidad de tradicion es teóricas, represen tación que impugn a
precisamen te el «eclecticismo apacible» de la teoría del con ocimien to
sociológico, rech azan do, a partir de la experien cia práctica sociológica,
ciertas oposicion es con sideradas rituales por otra práctica, la de la
en señ an za de la filosofía.
6 «Si, como escribe C. Bern ard, un fen ómen o se presen tara en un a
experien cia con un a aparien cia tan con tradictoria, que n o se ligara de un a
man era n ecesaria a con dicion es de existen cia determin adas, la razón
debería rechazar el hecho como un h ech o n o cien tífico [ …] , porque admitir
un h ech o sin causa, es decir, in determin able en sus con dicion es de
existen cia, n o es n i más n i men os que la n egación de la cien cia» ( C.
Bern ard, Introduction à l’étude de la médecine expérimentale, París, J. B. Baillère
e H ijos, 1865, cap. 11, § 7) .
7 Aun que perman eció en cerrado en la problemática de la con cien cia
colectiva por los in strumen tos con ceptuales propios de las cien cias
h uman as de su época, Durkh eim se esforzó en distin guir el prin cipio por el
cual en el sociólogo surgen a la existen cia regularidades n o con scien tes de
la afirmación de un «in con scien te» dotado de caracteres específicos.
Refirién dose a la relación en tre las represen taciones in dividuales y las
colectivas escribe: «Todo lo que sabemos, en efecto, es que h ay fen ómen os
que se suceden en n osotros, que n o obstan te ser de orden psíquico n o son
con ocidos por el yo que somos. En cuan to a saber si son percibidos por
algún yo descon ocido o lo que pudiera ser fuera de toda captación , n o n os
importa. Con cédasen os solamen te que la vida represen tativa se extien de
más allá de n uestra con cien cia actual» ( É. Durkh eim, «Représen tation s
in dividuelles et représen tation s colectives», Revue de Métaphysique et de
Morale, IV, mayo 1898, reproducido en Sociologie et Philosophie, París,
F. Alcan , 1924; citado de acuerdo con la 3ª ed., París, PUF, 1967, pág. 25
[ h ay ed. en esp.] ) .
36 el o f ic io d e so c ió l o g o

tien e otra fun ción que alejar la ilusión de que la an tropología pueda
con stituirse como cien cia reflexiva y defin ir, simultán eamente, las con -
diciones metodológicas en las cuales puede con vertirse en cien cia expe-
rimental8 [ É. Durkheim, texto nº 10; F. Simiand, texto nº 11] .
Si la sociología espontán ea renace de manera in sistente y bajo disfra-
ces tan distintos en la sociología científica, es sin duda porque los soció-
logos que buscan con ciliar el proyecto cien tífico con la afirmación de
los derechos de la persona –derech o a la libre actividad y a la clara con -
ciencia de la actividad– o que, sencillamen te, evitan someter su práctica
a los prin cipios fun damen tales de la teoría del con ocimiento socioló-
gico, tropiezan in evitablemen te con la filosofía ingen ua de la acción y
de la relación del sujeto con la acción, que obligan a defender, en su so-
ciología espon tán ea de los sujetos sociales, la verdad vivida de su expe-
rien cia de la acción social. La resisten cia que provoca la sociología
cuando pretende separar la experien cia inmediata de su privilegio gn o-
seológico se basa en la misma filosofía h uman ista de la acción h uman a
de cierta sociología que, emplean do con ceptos como el de «motiva-
ción», por ejemplo, o limitándose por predilección a cuestion es de deci-
sion-marking, realiza, a su manera, la ingenua promesa de todo sujeto so-
cial: creyen do ser dueñ o y propietario de sí mismo y de su propia
verdad, n o queriendo con ocer otro determinismo que el de sus propias
determin acion es ( in cluso si las considera in con scientes) , el h uman ista
ingen uo que existe en todo hombre experimenta como una reducción
«sociologista» o «materialista» todo in ten to por establecer que el sen -

8 Es lo que sugiere C. Lévi-Strauss cuando distin gue el empleo que h ace


Mauss de la noción de in consciente de la de incon scien te colectivo de Jung
«llen o de símbolos y aun de cosas simbolizadas que forman un a especie de
substrato», y que le concede a Mauss el mérito «de haber recurrido al
in consciente como proveedor del carácter común y específico de los h ech os
sociales» ( C. Lévi-Strauss, «In troduction », en M. Mauss, Sociologie et
Anthropologie, París, PUF, 1950, págs. XXX y XXXII [ h ay ed. en esp.] ) . Y
también en ese sentido reconoce ya en Tylor la afirmación, sin duda con fusa
y equívoca, de lo que constituye la origin alidad de la etn ología, a saber, «la
n aturaleza incon sciente de los fen ómenos colectivos» [ …] . «Incluso cuan do
se encuentran in terpretaciones, éstas tienen siempre el carácter de
racionalizaciones o de elaboraciones secun darias: no hay n inguna duda de
que las razon es por las cuales se practica un a costumbre, o se comparte un a
creen cia, son muy distintas de las que se invocan para justificarla»
( Anthropologie structurale, París, Plon, 1958, pág. 25 [ h ay ed. en esp.] ) .
l a r u pt u r a 37

tido de las accion es más person ales y más «tran sparen tes» n o perten e-
cen al sujeto que las ejecuta sin o al sistema total de relacion es en las
cuales, y por las cuales, se realizan . Las falsas profun didades que pro-
mete el vocabulario de las «motivaciones» ( n otablemen te diferenciadas
de los simples «motivos») quizá ten gan por fun ción salvaguardar a la fi-
losofía de la elección, adornándola de prestigios científicos que se dedi-
quen a la in vestigación de eleccion es in con scien tes. La in dagación
super ficial de las fundacion es psicológicas tal como son vividas –«razo-
nes» o «satisfacciones»– impide a menudo la investigación de las funcio-
n es sociales que las «razon es» ocultan y cuyo cumplimien to propor-
cion a, además, las satisfaccion es directamente experimen tadas.9
Con tra este método ambiguo que permite el intercambio in defin ido
de relacion es en tre el sen tido común y el sentido común cien tífico, hay
que establecer un segun do prin cipio de la teoría del con ocimien to de
lo social que no es otra cosa que la forma positiva del principio de la no-
con ciencia: las relacion es sociales no pueden reducirse a relacion es en-
tre subjetividades an imadas de in ten cion es o «motivacion es», porque
ellas se establecen en tre con dicion es y posicion es sociales y tien en , al
mismo tiempo, más realidad que los sujetos que relacion an. Las críticas
que Marx efectuaba a Stirn er alcan zan a los psicosociólogos y a los so-
ciólogos que reducen las relacion es sociales a la representación que de
ellas se h acen los sujetos y creen , en nombre de un artificialismo prác-
tico, que se pueden tran sformar las relaciones objetivas transforman do
esa represen tación de los sujetos: «San ch o n o quiere que dos in divi-
duos estén en “con tradicción” un o contra otro, como burgués y prole-
tario [ …] ; él querría verlos man ten er un a relación person al de in divi-
duo a in dividuo. No con sidera que, en el marco de la división del
trabajo, las relacion es person ales se con vierten n ecesaria e in evitable-
mente en relaciones de clase y como tal se cristalizan; así, toda su verbo-
rragia se reduce a un voto piadoso que quiere cumplir exhortando a los

9 Tal es el sen tido de la crítica que Durkh eim h acía de Spen cer: «Los h ech os
sociales n o son el simple desarrollo de los h ech os psíquicos, sin o que estos
últimos son , en gran parte, la prolon gación de los primeros en el in terior
de la con cien cia. Esta proposición es muy importan te ya que el pun to de
vista con trario expon e al sociólogo, a cada in stan te, a que tome la causa por
efecto y recíprocamen te» ( De la division du travail social, 7ª ed., París, PUF,
1960, pág. 341 [ h ay ed. en esp.] ) .
38 el o f ic io d e so c ió l o g o

individuos de esas clases a desechar de su espíritu la idea de sus “contra-


dicciones” y de su “privilegio” particular [ …] . Para destruir la “con tra-
dicción” y lo “particular”, bastaría cambiar la “opinión ” y el “querer”».10
In depen dien temen te de las ideologías de la «participación» y de la «co-
mun icación » a las que a men udo respaldan , las técn icas clásicas de la
psicología social con ducen , en razón de su epistemología implícita, a
privilegiar las represen taciones de los in dividuos en detrimen to de las
relaciones objetivas en las cuales están in scriptas y que definen la «satis-
facción » o la «in satisfacción » que experimen tan , los con flictos que en -
cierran o las expectativas y ambicion es que expresan . El principio de la
n o-concien cia impon e, por el contrario, que se construya el sistema de
relaciones objetivas en el cual los in dividuos se hallan in sertos y que se
expresa mucho más adecuadamente en la economía o en la mor fología
de los grupos que en las opin ion es e in ten cion es declaradas de los su-
jetos. El prin cipio explicativo del funcionamien to de un a organ ización
está muy lejos de ser sumin istrado por la descripción de las actitudes,
las opiniones y aspiraciones in dividuales; en rigor, es la captación de la
lógica objetiva de la organ ización lo que proporciona el principio capaz
de explicar, por añ adidura, aquellas actitudes, opinion es y aspiracio-
n es.11 Este objetivismo provisorio, que es la con dición de la captación
de la verdad objetivada de los sujetos, es también la con dición de la
compren sión total de la relación vivida que los sujetos mantien en con
su verdad objetivada en un sistema de relaciones objetivas.12

10 K. Marx, Idéologie allemande ( trad. J. Molitor) , en Œ uvres Philosophiques, t. IX,


París, A. Costes, 1947, pág. 94 [ h ay ed. en esp.] .
11 Esta reducción a la psicología en cuen tra un o de sus modelos de elección
en el estudio de los grupos pequeñ os, aislados de la acción y de la
in teracción , abstraídos de la sociedad global. Son in n umerables las
in vestigacion es don de el estudio en probeta de los con flictos psicológicos
en tre sectores reemplaza el an álisis de las relacion es objetivas en tre las
fuerzas sociales.
12 Si fuera n ecesario, por las n ecesidades de la tarea pedagógica, pon er
fuertemen te el acen to en lo previo de la objetivación que se impon e a todo
desarrollo sociológico, cuan do quiere romper con la sociología espon tán ea,
n o podría reducirse la tarea de la explicación sociológica a las dimen sion es
de un objetivismo: «La sociología supon e, por su misma existen cia, la
superación de la oposición ficticia que subjetivistas y objetivistas h acen
surgir arbitrariamen te. Si la sociología es posible como cien cia objetiva, es
porque existen relaciones exteriores, n ecesarias, in depen dien tes de las
l a r u pt u r a 39

3. Nat u r a l eza y c u l t u r a : su st a n c ia y sist ema d e r el ac io n es


Si el prin cipio de la no-conciencia no es sin o el revés del referido al ám-
bito de las relacion es, este último debe con ducir al rechazo de todas los
intentos por definir la verdad de un fenómen o cultural in depen dien te-
men te del sistema de relacion es h istóricas y sociales del cual es parte.
Tan tas veces con den ado, el con cepto de n aturaleza human a, la más
sen cilla y natural de todas las n aturalezas, subsiste sin embargo bajo la
apariencia de con ceptos que son algo así como su mon eda corrien te,
por ejemplo, las «ten den cias» o las «propen sion es» de ciertos econ o-
mistas, las «motivacion es» de la psicología social o las «n ecesidades» y
los «pre-requisitos» del an álisis fun cion alista. La filosofía esen cialista,
que es la base de la n oción de naturaleza, todavía se practica en cierto
uso in genuo de los criterios de an álisis como el sexo, la edad, la raza o
las aptitudes in telectuales, al con siderarse esas características como da-
tos n aturales, n ecesarios y etern os, cuya eficacia podría ser captada in-
depen dien temen te de las con dicion es h istóricas y sociales que los cons-
tituyen en su especificidad, por un a sociedad dada y en un tiempo
determinado.
De hech o, el concepto de n aturaleza humana está presente cada vez
que se transgrede el precepto de Marx que prohíbe etern izar en la na-
turaleza el producto de la h istoria, o el precepto de Durkh eim que
exige que lo social sea explicado por lo social y sólo por lo social [ K.
Marx, texto nº 12; Durkheim, texto nº 13] . La fórmula de Durkh eim con-

volun tades in dividuales y, si se quiere, in con scientes ( en el sen tido de que


n o son objeto de la simple reflexión) , que n o pueden ser captadas sin o por
los rodeos de la obser vación y de la experimen tación objetivas. [ …] Pero, a
diferen cia de las cien cias n aturales, un a an tropología total n o puede
deten erse en un a con strucción de relacion es objetivas porque la
experien cia de las sign ificacion es forma parte de la sign ificación total de
la experien cia: la sociología, h asta la men os sospech osa de subjetivismo,
recurre a con ceptos in termediarios y mediadores en tre lo subjetivo y lo
objetivo, como alien ación , actitud o ethos. En efecto, le correspon de
con struir el sistema de relacion es que en globa y el sen tido objetivo de
las con ductas organ izadas según regularidades men surables y las relacion es
sin gulares que los sujetos man tien en con las con dicion es objetivas de su
existen cia y con el sen tido objetivo de sus con ductas, sen tido que los posee
porque están desposeídos de él. Dich o de otro modo, la descripción de la
subjetividad objetivada remite a la descripción de la in teriorización de la
objetividad» ( P. Bourdieu, Un Art moyen, París, Ed. de Min uit, 1970, 2ª ed.,
págs. 18-20; 1ª ed. 1965) .
40 el o f ic io d e so c ió l o g o

ser va todo su valor pero a con dición de que exprese n o la reivin dica-
ción de un «objeto real», efectivamente distinto del de las otras ciencias
del hombre, n i la preten sión sociologista de querer explicar sociológi-
camen te todos los aspectos de la realidad human a, sin o la fuerza de la
decisión metodológica de n o renunciar an ticipadamente al derecho de
la explicación sociológica o, en otros términ os, n o recurrir a un prin ci-
pio de explicación tomado de otras ciencias, ya se trate de la biología o
de la psicología, en tan to que la eficacia de los métodos de explicación
propiamen te sociológicos no h aya sido completamen te agotada. Ade-
más de que, al recurrir a factores que son por defin ición transh istóricos
y tran sculturales, se corre el riesgo de dar por explicado precisamen te
lo que h ay que explicar, se con den a, en el mejor de los casos, a dar
cuen ta solamen te de las semejan zas de las in stitucion es, dejan do esca-
par, como dice Lévi-Strauss, aquella que determin a su especificidad h is-
tórica a su origin alidad cultural: «Un a disciplin a cuyo primer objetivo,
si no el ún ico, es analizar e interpretar las diferen cias evita toda dificul-
tad al ten er en cuen ta n ada más que las semejan zas. Pero, al mismo
tiempo, pierde toda capacidad para distinguir lo general, al cual aspira,
de lo trivial con que se contenta»13 [ Max Weber, texto nº 14] .
Pero no basta que las características atribuidas al hombre social en su
un iversalidad se presenten como «residuos» o in varian tes descubiertos
por el an álisis de las sociedades con cretas para que sea decisivamen te
descartada esa filosofía esencialista que debe la mayor parte de su se-
ducción al esquema de pen samien to según el cual «no hay nada n uevo
bajo el sol»: de Pareto a Ludwig von Mises n o faltan an álisis, aparen te-
men te h istóricos, que se limitan a señ alar con un n ombre sociológico
prin cipios explicativos tan poco sociológicos como la «ten den cia a
crear asociacion es», «la necesidad de manifestar sentimien tos por actos
exteriores», el resentimiento, la búsqueda de prestigio, la insociabilidad
de la n ecesidad a la libido dominandi.14 No se compren dería que los so-

13 Claude Lévi-Strauss, Anthropologie structurale, op. cit., pág. 19.


14 Para probar que la actitud crítica con tra el capitalismo n o estaría in spirada
sin o en el resen timien to propio de in dividuos frustrados en su ambición
social, von Mises señ ala, in depen dien temen te de toda especificación
sociológica, la propen sión a la autojustificación , además de la aspiración al
ascen so social. Much a gen te volvería con tra el capitalismo el resen timien to
n acido de su ambición frustrada precisamen te porque h abrían fracasado en
sus posibilidades de ascen so como con secuen cia de algun a in ferioridad
l a r u pt u r a 41

ciólogos puedan con tanta frecuen cia renegar de su con dición de tales
proponien do, sin otra razón , explicacion es que n o deberían utilizar
sin o como último recurso, si n o fuera que la tentación de la explicación
por las opin ion es declaradas n o se en con trara reforzada por la seduc-
ción gen érica de la explicación por lo simple, den un ciada in can sable-
men te por Bach elard por su «in eficacia epistemológica».

4. La so c io l o g ía espo n t á n ea y l o s po d er es d el l en g ua je
Si la sociología es un a ciencia como las otras que sólo tropieza con una
dificultad particular en ser como ellas, es, fundamentalmen te, en virtud
de la especial relación que se establece en tre la experien cia cien tífica y
la experien cia in gen ua del mun do social y en tre las expresion es in ge-
n ua y cien tífica de ellas. En efecto, no basta con denun ciar la ilusión de
la tran sparen cia y poseer los prin cipios capaces de romper con los su-
puestos de la sociología espontánea para termin ar con las construccio-
n es ilusorias que plan tea. «Heren cia de las palabras, h eren cia de las
ideas», según la sen ten cia de Brun schvicg, el len guaje común que, en
cuan to tal, pasa in advertido, en cierra en su vocabulario y sin taxis toda
un a filosofía petrificada de lo social siempre dispuesta a resurgir en pa-
labras comun es o expresion es complejas con struidas con palabras co-
mun es que el sociólogo utiliza in evitablemen te. Cuan do se presen tan
ocultas bajo las aparien cias de una elaboración cien tífica, las pren ocio-
n es pueden abrirse camin o en el discurso sociológico sin perder por
ello la credibilidad que les otorga su origen : las precauciones con tra la
con tamin ación de la sociología por la sociología espon tán ea n o serían
más que exorcismos verbales si n o se acompañ aran de un esfuerzo por
proporcion ar a la vigilan cia epistemológica las armas in dispen sables

n atural ( «las cualidades biológicas de las cuales está provisto un h ombre


limitan , muy estrech amen te, el campo den tro del cual puede prestar
servicios a los otros») . Resumien do: como, según Leibn iz, está establecido
desde tiempos in memoriales en la esen cia de César que h abrá de pasar el
Rubicón , el destin o de cada sujeto social estaría con ten ido en su n aturaleza
( defin ida en lo que tien e de psicológica, y a veces de biológica) . El
esen cialismo lleva lógicamen te a una «sociodicea» ( Ludwig von Mises, The
Anti-capitalist Mentality, Prin ceton ( N.J.) , Toron to, Lon dres, Nueva York,
Van Nostran d, 1956, págs. 1-33) .
42 el o f ic io d e so c ió l o g o

para evitar el con tagio de las n ocion es por las pren ocion es. En la me-
dida en que es a menudo prematura, la ambición de desechar la len gua
común sustituyén dola lisa y llan amen te por un a len gua per fecta, por-
que está totalmen te con struida y formalizada, corre el peligro de reem-
plazar el an álisis, más urgen te, de la lógica del len guaje común : sólo
este an álisis puede dar al sociólogo el medio de redefin ir las palabras
comun es den tro de un sistema de n ocion es expresamente defin idas y
metódicamen te depuradas, sometien do a la crítica las categorías, los
problemas y esquemas que la len gua cien tífica toma de la len gua co-
mún y que siempre amen azan con volver a introducirse bajo los disfra-
ces eruditos de la len gua más formalizada. «El estudio del empleo ló-
gico de un a palabra –escribe Wittgen stein – n os permite escapar de la
in fluen cia de ciertas expresion es tipo [ …] . Estos an álisis buscan apar-
tarnos de los prejuicios que nos incitan a creer que los hechos deben es-
tar de acuerdo con ciertas imágenes que afloran en n uestra len gua.»15
Por n o someter el len guaje común , primer in strumen to de la «con s-
trucción del mun do de los objetos»,16 a un a crítica metódica, se está
predispuesto a tomar por datos objetos precon struidos en y por la len -
gua común . La preocupación por la defin ición rigurosa es in útil, e in-
cluso en gañosa, si el principio un ificador de los objetos sujetos a defin i-
ción n o se sometió a la crítica.17 Como los filósofos que se lan zan a la

15 L. Wittgen stein , Le Cahier bleu et le cahier brun ( trad. G. Duran d), París,
GaIlimard, 1965, pág. 89.
16 Véase Ern st Cassirer, «Le lan gage et la con struction du mon de des objets»,
en Journal de psychologie normal el pathologique, vol. 30, 1933, págs. 18-44, y
«Th e In fluen ce of Lan guage upon th e Developmen t of Scien tific
Th ough t», en The Journal of Philosophy, vol. 33, 1936, págs. 309-327.
17 M. Ch astain g extien de la crítica que h acía Wittgen stein de los juegos
con ceptuales a los cuales llevan los juegos de palabras sobre la palabra
«juego»: «Los h ombres n o juegan n i como sus decorados n i como sus
in stitucion es. No juegan con las palabras como sobre un a escen a; n o con el
violín como un a batuta; n o con la fortun a como el in fortun io; n o con la
armon ía del vals como un adversario; n o juegan con un proyectil como
juegan a la pelota, por ejemplo, al fútbol. Pueden decir: jugar un a situación
n o es jugar otra. Deberían decir: jugar n o es jugar» ( M. Ch astain g. «Jouer
n ’est pas jouer», Journal de psychologie normale et pathologique, n º 3, julio-
septiembre de 1959, págs. 303-326) . La crítica lógica y lin güística a la cual
M. Ch astain g somete la palabra «juego» se aplicaría casi ín tegramen te a la
n oción de «ocio», a los usos que común men te se h acen de él y a las
defin icion es «esen ciales» que le dan ciertos sociólogos: «Sustitúyase la
an tigua palabra “juego” por el n eologismo “ocio”. Reemplácese en algun as
descripcion es clásicas de los juegos “la volun tad de jugar” o “la actividad
l a r u pt u r a 43

búsqueda de un a defin ición esen cial del «juego», con el pretexto de


que la lengua común tiene un ún ico sentido común para «los juegos in-
fantiles, los juegos olímpicos, los juegos matemáticos a los juegos de pa-
labras», los sociólogos que organ izan su problemática cien tífica en
torno de términos lisa y llan amen te tomados del vocabulario familiar se
someten al len guaje de sus objetos creyen do n o ten er en cuen ta sino el
«dato». Las demarcaciones que efectúa el vocabulario común no son las
únicas preconstrucciones inconscientes e in controladas que se insinúan
en el discurso sociológico, y esa técn ica de ruptura que es la crítica ló-
gica de la sociología espon tán ea en contraría, sin duda, un instrumen to
irreemplazable en la n osografía del len guaje común que se presen ta,
por lo men os como esbozo, en la obra de Wittgen stein [ M. Chastaing,
texto nº 15] .18
Tal crítica daría al sociólogo el medio de disipar el h alo semán tico
( fringe of meaning, como dice William James) que rodea a las palabras
más comun es y con trolar las sign ificacion es dudosas de todas las metá-
foras, aun las que aparen tan estar más muertas, que corren el peligro
de situar la coh eren cia de su discurso en un orden distin to del que pre-
ten den in scribir sus formulacion es. Sea que algun a de esas imágen es
puedan ser clasificadas según el orden, biológico o mecánico, al cual re-
miten, o según las filosofías implícitas de lo social que sugieren : equili-
brio, presión , fuerza, ten sión , reflejo, raíz, cuerpo, célula, secreción,
crecimiento, regulación , gestación , decaimiento, etc. Esos esquemas de
interpretación , tomados a men udo del orden físico o biológico, corren
el riesgo de tran smitir, con el pretexto de la metáfora y de la h omon i-
mia, una filosofía in adecuada de la vida social y, sobre todo, de desalen-
tar la búsqueda de la explicación específica proporcionan do sin mayo-

libre” del jugador por un a distracción calificada de querida o tach ada de


opción del individuo sin preocuparse del tiempo libre dirigido y las
vacacion es pagadas n i de la an tigua oposición , licet-libet. Reemplácese el
“placer de jugar” por el objetivo hedonístico de las distraccion es cuidán dose de
can turrear Sombre dimanche después de Je hais les dimanches. Reemplácese
por último algun os juegos gratuitos por distracciones que se despliegan fuera
de toda finalidad utilitaria, si se puede olvidar la jardin ería de los obreros y
empleados, h asta in cluso el “bricolaje”» ( ibid.) .
18 Así, la mayor parte de los usos del términ o de incon scien te caen en el
paralogismo de las «esen cias ocultas» que con siste, según Wittgen stein , en
sacar a las palabras de su con texto de uso y asign arles de este modo un a
sign ificación sustan cial ( véase infra, L. Wittgenstein, texto n º 9, pág. 169) .
44 el o f ic io d e so c ió l o g o

res esfuerzos un a aparien cia de explicación 19 [ G. Canguilhem, texto nº


16] . Así, un psicoan álisis del espíritu sociológico podría, sin duda, en -
con trar en numerosas descripcion es del proceso revolucionario, como
explosión que sucede a la opresión , un esquema mecán ico, apen as
transpuesto. Asimismo, los estudios de difusión cultural recurren, a me-
n udo de man era más in conscien te que con scien te, al modelo de la
man ch a de aceite para in tentar explicar la extensión y el ritmo de dis-
persión de un rasgo cultural. Analizar concretamen te la lógica y las fun-
ciones de esquemas como el de «cambio de escala», por el cual se per-
mite tran sferir al n ivel de la sociedad global o mundial observaciones o
en un ciados válidos sólo en el n ivel de grupos pequeñ os, sería con tri-
buir a la purificación del espíritu cien tífico; como el de la «man ipula-
ción » o del «complot» que, descan san do en defin itiva sobre la ilusión
de la tran sparen cia, tien e la falsa profun didad de un a explicación
oculta y proporcion a las satisfaccion es afectivas de la den un cia de las
criptocracias; o in cluso el de la «acción a distan cia», que obliga a pen -
sar en la acción de los medios modern os de comun icación según las ca-
tegorías del pen samien to mágico.20
Como se ve, la mayor parte de estos esquemas metafóricos son comu-
n es a las declaracion es in gen uas y al discurso cien tífico; de h ech o, a
esta doble perten en cia deben su eficacia seudoexplicativa. Como dice
Yvan Belaval, «si n os con vencen , es porque n os h acen dudar y oscilar,
sin que lo sepamos, entre la imagen y el pensamiento, entre lo concreto
y lo abstracto. Aliado de la imaginación , el lenguaje trasplan ta subrepti-
ciamente la certeza de la eviden cia sensible a la certeza de la evidencia
lógica».21 O cultan do su origen común bajo los oropeles de la jerga
cien tífica, esos esquemas mixtos evaden la refutación , ya sea porque
propon en de in mediato un a explicación global y evocan experien cias

19 No es otra cosa que pagar con la misma mon eda: si la sociología padeció la
importación in con trolada de esquemas e imágen es biológicas, la biología,
en otra época, debió elimin ar, n o sin dificultad, de las n ocion es tales como
la de «célula» o «tejido» sus con n otacion es morales o políticas ( véase infra,
G. Canguilhem, texto n º 16, pág. 204) .
20 Noam Ch omsky muestra cómo el len guaje de Skin n er, que h ace un uso
metafórico de los términ os técn icos, revela su in con sisten cia cuan do se lo
somete a un a crítica lógica o lin güística ( Noam Ch omsky, in forme de B. F.
Skin n er, Verbal Behavior, Language, vol. 35, 1959, págs. 16-58) .
21 Y. Belaval, Les Philosophes et leur langage, París, Gallimard, 1952, pág.23.
l a r u pt u r a 45

cotidian as ( el con cepto de «sociedad de masas» que puede, por ejem-


plo, encontrar su paralelo en la experiencia de los embotellamientos de
París, y el término «mutación », que a menudo refleja sólo la vulgar ex-
periencia de lo insólito) , ya sea porque remiten a un a filosofía espontá-
n ea de la h istoria, como el esquema del retorn o cíclico cuan do con si-
dera sólo la sucesión de las estacion es, o como el esquema funcionalista
cuan do no tiene otro con ten ido que el «es estudiado por» del finalismo
in gen uo, o bien porque tropiezan con esquemas cien tíficos ya vulgari-
zados, como el de la compren sión del sociograma que reproduce, por
ejemplo, la imagen oculta de los átomos en caden ados. A propósito de
la física, Duh em señ alaba que el cien tífico se expon e siempre a h allar
en las eviden cias del sen tido común residuos de teorías anteriores que
la ciencia ya h a aban don ado; dado que todo predispon e a que los con-
ceptos y teorías sociológicas pasen al domin io público, el sociólogo,
más que cualquier otro científico, corre el riesgo de «retomar del fondo
de conocimien tos comunes, para volcarlos en la ciencia teórica, los ele-
men tos que ésta ya h abía depositado en ellos».22
Sin duda que el rigor cien tífico n o impon e que se ren un cie a todos
los esquemas an alógicos de explicación o de comprensión , como lo
confirman el uso que la física moderna h ace de los paradigmas –incluso
mecánicos– con fines pedagógicos o heurísticos, pero es preciso usarlos
de manera cien tífica y metódica. Así como las ciencias físicas debieran
romper categóricamen te con las represen tacion es animistas de la mate-
ria, y de la acción sobre ella, las cien cias sociales deben efectuar la «rup-
tura epistemológica» que diferencie la interpretación científica del fun-
cion amien to social de aquellas artificialistas o antropomórficas: sólo a
con dición de someter a la prueba de la explicitación total 23 los esque-
mas utilizados por la explicación sociológica es como se evitará el con-
tagio al que están expuestos los esquemas más depurados, cada vez que
presenten una afinidad estructural con los esquemas comun es. Bach e-
lard demuestra que la máquin a de coser se in ven tó sólo cuando se dejó

22 P. Duh em, La théorie physique, son objet, sa structure, París, M. Rivière, 1954, 2ª
ed. revisada y aumen tada, pág. 397.
23 En esta tarea de con trol semán tico, la sociología puede armarse n o sólo de
lo que Bach elard design aba como psicoan álisis del con ocimien to o de un a
crítica puramen te lógica y lin güística, sin o también de un a sociología del
uso social de los esquemas de in terpretación de lo social.
46 el o f ic io d e so c ió l o g o

de imitar los movimien tos de la costurera: la sociología obten dría sin


duda sus mejores frutos de un a adecuada represen tación de la episte-
mología de las ciencias de la naturaleza si se atuviera a verificar en cada
momen to que con struye verdaderamen te máquin as de coser, en lugar
de trasplantar penosamente los movimientos espontáneos de la práctica
ingen ua.

5. La t en t ac ió n d el pr o f et ismo
Actualmente, la sociología tiende a man ten er con el público, nun ca cir-
cun scripto al grupo de pares, una relación opaca que siempre corre el
riesgo de en con trar su lógica en la relación en tre el autor exitoso y su
público, o in cluso a veces entre el profeta y su auditorio, ello en virtud
de que tien e más dificultades que cualquier otra cien cia en despren -
derse de la ilusión de la tran sparen cia y realizar irreversiblemen te la
ruptura con las pren ocion es y porque a men udo se le asigna, volen no-
lens, la tarea de responder a los in terrogan tes últimos sobre el porven ir
de la civilización. Much o más que cualquiera de los otros especialistas,
el sociólogo está expuesto al veredicto ambiguo y ambivalente de los n o
especialistas que se creen autorizados a dar crédito a los an álisis pro-
puestos, siempre y cuan do éstos descubran los supuestos de su sociolo-
gía espon tán ea, pero que por eso mismo son in ducidos a impugn ar la
validez de un a ciencia que n o aprueban sin o en la medida en que se re-
pita en el buen sen tido. De h ech o, cuan do el sociólogo asume como
propios los objetos de reflexión del sen tido común y de la reflexión co-
mún sobre esos objetos, no tien e n ada que opon er a la certeza común
del derech o que tien e todo h ombre de h ablar de todo lo que es h u-
man o y juzgar todo discurso, in cluso cien tífico, sobre lo que es h u-
mano. ¿Cómo no sentirse un poco sociólogo cuando los análisis del «so-
ciólogo» con cuerdan per fectamen te con las palabras de la ch arla
cotidian a y el discurso del analista y las palabras an alizadas están sepa-
radas nada más que por la frágil barrera de las comillas?24 No es casua-
lidad si la ban dera del «h uman ismo», bajo la cual se reún en quien es
creen que basta con ser h uman o para ser sociólogo y los que llegan a la

24 Preferimos dejar para cada lector la tarea de en con trar las ilustracion es de
este an álisis.
l a r u pt u r a 47

sociología para satisfacer un a pasión demasiado h uman a de lo «h u-


mano», se utiliza como punto de concentración de todas las resisten cias
con tra la sociología objetiva, apoyán dose en la ilusión de la reflexividad
o en la afirmación de los imprescriptibles derechos del h ombre libre y
creador.
El sociólogo que comulga con su objeto no está nun ca exen to de ce-
der a la complacen cia cómplice de las expectativas escatológicas que el
público intelectual tiende a transferir hoy sobre las «ciencias humanas»,
y que sería much o mejor llamar cien cias del h ombre. En tan to acepta
determinar su objeto y las fun ciones de su discurso de acuerdo con los
requerimien tos de su público, y presenta a la an tropología como un sis-
tema de respuestas totales a los in terrogantes últimos sobre el h ombre
y su destin o, el sociólogo se vuelve profeta, aun si el estilo y la temática
de su men saje varían según –en cuanto «pequeñ o profeta acreditado
por el Estado»– respon da, cual si fuera dueño de la sabiduría, a las in-
quietudes de la salvación in telectual, cultural o política de un auditorio
de estudian tes o, practican do la política teórica que Wrigh t Mills con-
cede a los «estadistas» de la cien cia, se esfuerce en un ificar el pequeñ o
rein o de con ceptos sobre los cuales y por los cuales cree rein ar o, más
aún , como pequeñ o profeta margin al, con tribuya a forjar en el público
en general la ilusión de acceder a los últimos secretos de las cien cias del
h ombre [ Max Weber, B. M. Berger, textos n os 17 y 18] .
El lenguaje sociológico que, incluso en sus usos más controlados, re-
curre siempre a palabras del léxico común tomadas en un a acepción ri-
gurosa y sistemática, y que, por este h ech o, se vuelve equívoco en
cuan to deja de dirigirse sólo a los especialistas, se presta, más que cual-
quier otro, a utilizacion es falsas: los juegos de la polisemia, permitidos
por la secreta afin idad de los con ceptos más depurados con los esque-
mas comun es, con tribuyen al doble sign ificado y a los malen ten didos
que aseguran, al doble juego profético, sus auditorios múltiples y a ve-
ces contradictorios. Si, como dice Bach elard, «todo químico debe lu-
ch ar con tra el alquimista que tien e den tro», todo sociólogo debe ah o-
gar en sí mismo el profeta social que el público le pide en carn ar. La
elaboración, aparentemente científica, de las evidencias que son las que
mejor con struidas están para encon trar un público porque son eviden-
cias públicas, y la utilización de un a len gua de múltiples registros que
yuxtapon e las palabras comun es y las técn icas destin adas a servirles de
garan tía, proporcion a al sociólogo su mejor disfraz cuan do cree, a pe-
48 el o f ic io d e so c ió l o g o

sar de todo, descon certar a aquellos cuyas expectativas satisface dando


una grandiosa orquestación a sus temas favoritos y ofreciéndoles un dis-
curso cuya aparien cia de esoterismo refleja en realidad las fun cion es
esotéricas de una empresa profética. La sociología profética opera, por
supuesto, con la lógica, según la cual el sen tido común construye sus
explicacion es cuan do se conten ta con sistematizar falsamen te las res-
puestas que la sociología espon tán ea da a los problemas existen ciales
que la experiencia común encuentra en un orden disperso: de todas las
explicacion es sen cillas, las explicacion es por lo sen cillo y por la gen te
sen cilla son las más frecuen temen te esgrimidas por los sociólogos pro-
féticos que ven en fenómenos tan familiares como la televisión el prin-
cipio explicativo de las «mutacion es plan etarias». «Toda verdad –decía
Nietzsche– es sencilla: ¿n o es esto una doble men tira? Reducir algo des-
con ocido a algo con ocido alivia, tran quiliza el espíritu y además da
cierta sensación de poder. Primer principio: una explicación cualquiera
es preferible a un a falta de explicación . Como en rigor, de lo que se
trata es de desh acerse de las represen tacion es angustiosas, no nos exigi-
mos demasiado para h allar medios de alcan zarla: la primera represen -
tación por la cual lo descon ocido se declara con ocido h ace tan to bien
que se la considera verdadera.»
Que este recurso a las explicaciones por lo sencillo tenga por función
tranquilizar o inquietar, que h aga uso de los paralogismos a la man era
pars pro toto, de sistematizacion es por alusión y elipsis o de los poderes
de la an alogía espon tán ea, siempre el resorte explicativo reside en sus
profun das afin idades con la sociología espon tán ea. Ya lo decía Marx:
«Semejan tes frases literarias, que, con arreglo a un a an alogía cual-
quiera clasifican todo dentro de todo, pueden hasta parecer ingen iosas
cuan do son dich as por primera vez, y tan to más cuanto más iden tifi-
quen cosas con tradictorias en tre sí. Repetidas, e in cluso con presun -
ción, como apotegmas de valor científico, son lisa y llan amen te necias.
Aptas sólo para cándidos literatos y ch arlatanes vision arios, que en ch as-
tran todas las cien cias con su empalagosa basura».25

25 Karl Marx, Fondements de la Critique de l’Économie politique, t. 1 ( trad. R.


Dan geville) , París, An thropos, 1967, pág. 240 [ h ay ed. en esp.: Elementos
fundamentales para la crítica de la economía política, t. 1, Buen os Aires, Siglo
XXI, 1971, pág. 233] .
l a r u pt u r a 49

6. Teo r ía y t r a d ic ió n t eó r ic a
Al colocar su epistemología bajo el sign o del «¿por qué n o?» y la h is-
toria de la razón cien tífica bajo el de la discon tin uidad o, mejor, de la
ruptura con tin uada, Bach elard n iega a la cien cia la seguridad del sa-
ber defin itivo para recordarle que n o puede progresar si n o es cues-
tion an do con stan temen te los prin cipios mismos de sus propias con s-
truccion es. Pero para que un a experien cia como la de Mich elson y
Morley pueda desembocar en un cuestion amien to radical de los pos-
tulados fun damen tales de la teoría, tien e que existir un a teoría capaz
de provocar tal experien cia y dar lugar a un desacuerdo tan sutil
como el que h ace surgir esta experien cia. La situación de la sociología
n o es tan favorable a esas proezas teóricas que, llevan do la n egación al
corazón mismo de un a teoría cien tífica aparen temen te acabada,
h icieron posibles las geometrías n o euclidian as o la física n o n ewto-
n ian a; el sociólogo está limitado a los oscuros esfuerzos que exigen las
rupturas siempre repetidas y a las in citacion es del sen tido común , in-
gen uo o cien tífico: en efecto, cuan do se vuelve h acia el pasado teórico
de su disciplin a, se en fren ta n o con un a teoría cien tífica con stituida
sin o con un a tradición. Tal situación con tribuye a dividir en dos
el campo epistemológico, man ten ien do ambos un a relación con -
trapuesta con un a misma represen tación de la teoría: igualmen te
in capaces de opon er a la imagen tradicion al de la teoría otra que sea
propiamen te cien tífica o, por lo men os, un a teoría cien tífica de la
teoría cien tífica, un os se lan zan a ton tas y a locas a un a práctica que
busca en con trar en sí misma su propio fun damen to teórico, otros
siguen man ten ien do con la tradición la típica relación que las co-
mun idades de literatos están acostumbradas a con ser var con un
corpus en que los prin cipios que se proclaman disimulan los supues-
tos tan to más in con scien tes cuan to más esen ciales son y en que la
coh eren cia semán tica o lógica puede n o ser otra cosa que la expre-
sión man ifiesta de la última selección basada en una filosofía del h om-
bre y de la h istoria más bien que en un a axiomática con scien temen te
con struida.
Los que se afan an en h acer la suma de las con tribucion es teóricas he-
redadas de los «padres fun dadores» de la sociología, ¿no acometen un a
empresa an áloga a la de los teólogos o can on istas de la Edad Media,
que reun ían en sus en ormes Summæ el con jun to de los argumen tos y
asun tos legados por las «autoridades», textos can ón icos o Padres de la
50 el o f ic io d e so c ió l o g o

Iglesia?26 Los «teóricos» con temporán eos de la sociología estarían


indudablemente de acuerdo con Whiteh ead en que «una ciencia debe
olvidar a sus fun dadores»; pero el caso es que esas sín tesis podrían di-
ferir menos de lo que parece de las compilacion es medievales: el impe-
rativo de la «acumulación », al que man ifiestamen te se con sagran , ¿es
otra cosa, a men udo, que la reinterpretación , con referencia a otra tra-
dición in telectual, del imperativo escolástico de la con ciliación de los
con trarios? Como lo señ ala E. Panofsky, los escolásticos «n o podían de-
jar de advertir que las autoridades, y aun los diferentes pasajes de la Es-
critura, estaban frecuentemente en con tradicción . No les quedaba otra
cosa, en tonces, que admitirlas a pesar de todo e interpretarlas y reinter-
pretarlas sin cesar h asta que estuviesen recon ciliadas. Pues esto es lo
que h acen los teólogos desde siempre».27 Tal es, en esencia, la lógica de
un a «teoría» que, como la de Talcott Parson s, n o es más que la reelabo-
ración in definida de los elemen tos teóricos artificialmen te extraídos de
un cuerpo escogido de autoridades,28 o bien la lógica de un corpus
doctrin al, como la obra de Georges Gurvitch , que presen ta, tanto en su
tópica como en su procedimien to, todos los rasgos de las recoleccion es
canonistas medievales; vastas confrontacion es de autoridades contradic-
torias coron adas por las concordantiae violentes de las sín tesis fin ales.29

26 Esta clásica relación con un a tradición se observa siempre en los primeros


momen tos de la h istoria de un a cien cia. Bach elard señ ala que h ay, en los
libros cien tíficos del siglo XVIII, un a erudición parásita que refleja todavía la
desorgan ización y depen den cia de la fortaleza cien tífica con relación a la
sociedad mun dan a. Si «el Barón de Marivetz y Goussier, al tratar sobre el
fuego en su célebre Physique du Monde ( París, 1870) , se con sideraron en el
deber y la gloria de examin ar cuaren ta y seis teorías diferen tes an tes de
propon er un a buen a, la suya», es porque su cien cia n o rompió con su
pasado, in cluso el más balbucean te, y también por lo que, caren te de un a
organ ización propia y de n ormas autón omas, la discusión científica está
siempre con cebida sobre el modelo de la con versación mun dan a ( La
formation de l’esprit scientifique [ véase ed. en esp.: La formación del espíritu
científico, Buen os Aires, Siglo XXI, 1972] , Contribution à une psychanalyse de la
connaissance objective, 4ª ed., París, Vrin , 1965, pág. 27) . Véase infra, G.
Bachelard, texto n º 43, pág. 347.
27 E. Pan ofsky, Architecture gothique et pensée scolastique ( trad. P. Bourdieu) , París,
Éd. Min uit, 1967, pág. 118.
28 El tratamien to que h ace de las doctrin as clásicas para h acerlas con fesar su
acumulación n o es precisamen te el aspecto men os artificial de un a obra
como The Structure of Social Action, de T. Parson s.
29 El tradicion alismo teórico quizá sobreviva por la oposición que en cuen tra
en los practican tes más positivistas, in cluso en lo que les opon en : ¿h ay que
l a r u pt u r a 51

Nada se opon e tan totalmen te a la razón arquitectónica de las grandes


teorías sociológicas, que abarcan todas las teorías, todas las críticas teó-
ricas e in cluso todas las empirias, como la razón polémica, la que «por
sus dialécticas y sus críticas» con dujo a las teorías modern as de la física;
y en consecuencia, todo separa el «sobre-objeto», «resultado de un a ob-
jetividad que n o con serva del objeto sino lo que h a criticado», del sub-
objeto, nacido de las concesion es y compromisos en virtud de los cuales
surgen los gran des imperios de las teorías con preten sion es un iversalis-
tas [ G. Bachelard, texto nº 19] .
Dado que la naturaleza de las obras que la comunidad de sociólogos
recon oce como teóricas y sobre todo la forma de relación con esas teo-
rías favorecida por la lógica de su transmisión ( frecuentemente in sepa-
rable de la lógica de su producción) , la ruptura con las teorías tradicio-
n ales y la típica relación con ellas n o es más que un caso particular de
la ruptura con la sociología espon tán ea: en efecto, cada sociólogo debe
ten er en cuen ta los supuestos cien tíficos que amenazan con impon erle
sus problemáticas, sus temáticas y sus esquemas de pen samien to. Así,
por ejemplo, hay problemas que los sociólogos omiten plantear porque
la tradición profesion al n o los reconoce dign os de ser ten idos en
cuenta, n o ofrece los instrumen tos conceptuales o las técn icas que per-
mitirían tratarlos can ón icamen te; a la in versa, h ay problemas que se
exigen plantear porque ocupan un lugar destacado en la jerarquía con-
sagrada de los temas de investigación. Asimismo, no hay denuncia ritual
de las pren ocion es comun es que n o termin e rebaján dose a un a muy
bien h ech a pren oción escolar para desplazar del cuestion amien to las
prenocion es cien tíficas.
Si es preciso emplear con tra la teoría tradicion al las mismas armas
que con tra la sociología espon tán ea, es porque las con struccion es más
eruditas toman de la lógica del sen tido común n o sólo sus esquemas
de pen samien to sin o también su proyecto fun damen tal: como en
efecto lo señ ala Bach elard, n o h an efectuado la «ruptura», que carac-
teriza «al verdadero espíritu cien tífico modern o», con «la simple idea
de orden y clasificación ». Cuan do Whiteh ead señ ala que la lógica cla-

recordar, con Politzer, que «n o se puede, sea cual fuere la sin ceridad de la
in ten ción y la volun tad de precisión, tran sformar la física de Aristóteles en
física experimen tal?» ( G. Politzer, Critique des fondements de la psychologie,
París, Rieder, 1928 pág. 6 [ h ay ed. en esp.] ) .
52 el o f ic io d e so c ió l o g o

sificatoria, que se sitúa a mitad de camin o en tre la descripción del ob-


jeto con creto y la explicación sistemática que proporcion a la teoría
acabada, procede siempre de un a «abstracción in completa», 30 caracte-
riza correctamen te las teorías de la acción social de aspiracion es un i-
versales que, como la de Parson s, n o con siguen presen tar las aparien -
cias de gen eralidad y exh austividad sin o en la medida que utilizan
esquemas «abstractos-con cretos» totalmen te an álogos en su empleo y
fun cion amien to a los gén eros y especies de un a clasificación aristoté-
lica. Y Robert K. Merton , con su teoría de la «teoría del alcan ce me-
dio», puede ren un ciar a las ambicion es, in sosten ibles en la actualidad,
de un a teoría gen eral del sistema social, sin por ello cuestion ar los su-
puestos lógicos de esas empresas de clasificación y esclarecimien to
con ceptual basadas en fin es más bien pedagógicos que cien tíficos: el
proceso de cruzamien to –de elevado título: «substrucción del espacio
de atributos»– es sin duda tan frecuen te en la sociología universitaria
( pién sese en la tipología merton ian a de la an omia o en las diversas ti-
pologías de múltiples dimen sion es de la sociología de Gur vitch ) que
h ace posible la in ter fecun dación in defin ida de gran parte de la des-
cen den cia de los con ceptos escolares. Querer sumar todos los con cep-
tos h eredados por la tradición y todas las teorías consagradas, o preten -
der resumir todo lo que existe en un a suerte de casuística de lo real a
costa de esos ejercicios didácticos de taxon omía un iversal que, como
dice Jevon s, son características de la edad aristotélica de la cien cia so-
cial y «están con den adas a derrumbarse en cuan to aparecen las simili-
tudes ocultas que en cubren los fen ómen os»,31 es descon ocer que la
verdadera acumulación supon e rupturas, que el progreso teórico im-
plica la in tegración de n uevos datos a costa de un en juiciamien to crí-
tico de los fun damen tos de la teoría que aquéllos pon en a prueba. En
otros términ os, si es cierto que toda teoría científica se atiene a lo dado
como a un código h istóricamen te con stituido y provisorio que se erige
para un a época en el prin cipio soberan o de un a distin ción in equívoca
en tre lo verdadero y lo falso, la h istoria de un a cien cia es siempre dis-
con tin ua porque el refin amien to de la clave de desciframiento n o con -

30 A. N. Wh iteh ead, Science and the Modern World, Nueva York, Men tor Book,
1925, pág. 34.
31 W. S. Jevon s, The Principles of Science, Lon dres, Meth uen , 1892, pág. 691.
l a r u pt u r a 53

tin úa n un ca h asta el in fin ito sin o que con cluye siempre en la sustitu-
ción lisa y llan a de un a clave por otra.

7. Teo r ía d el c o n o c imien t o so c io l ó g ic o y t eo r ía d el sist ema


so c ia l
Un a teoría n o es n i el más gran de común den omin ador de todas las
gran des teorías del pasado n i, a fortiori, esa parte del discurso socioló-
gico que se opon e a la empiria escapan do lisa y llan amen te al con trol
experimental; no es ni la galería de las teorías can ónicas en que éstas se
reducen a la historia de la teoría, n i un sistema de conceptos que, al n o
recon ocer otro criterio de cien tificidad que el de la coh eren cia semán-
tica, se refiere a sí mismo en lugar de medirse en los h ech os, n i tam-
poco esa suma de pequeñ os h ech os verdaderos o de relacion es demos-
tradas acá y allá por un os u otros de modo disperso, que n o es otra cosa
que la reinterpretación positivista del ideal tradicion al de la Summa so-
ciológica.32 La represen tación tradicion al de la teoría y la repre-
sen tación positivista, que no asigna a la teoría otra fun ción que la de re-
presen tar tan completa, sen cilla y exactamen te como sea posible un
con junto de leyes experimen tales, tien en en común el despojar a la
teoría de su fun ción primordial, que es la de garantizar la ruptura epis-
temológica y concluir en el prin cipio que explique las contradicciones,
incoh eren cias o lagunas y que sólo él hace surgir en el sistema de leyes
establecido.
Pero las precaucion es con tra la renun cia teórica del empirismo n o
podrían sin embargo legitimar la in timación terrorista de los teóricos

32 La comparación de las proposicion es con sideradas como establecidas


presen ta un in terés eviden te si se trata de proporcion ar un medio cómodo
de movilizar la in formación adquirida ( véase B. Berelson y G. A. Stein er,
Human Behavior: An inventory of Scientific Findings, Nueva York, Harcourt,
Brace & World, 1964) . Pero este tipo de compilación «mecán icamen te
empírica» de datos descon textualizados n o podría ser presen tado sin
usurpación , según se lo h ace a veces, como un a teoría o como fragmen to
de un a teoría futura, cuya realización está de h echo aban don ada a las
in vestigacion es también futuras. Asimismo, el trabajo teórico que con siste
en probar la coh eren cia de un sistema de con ceptos, in cluso sin referen cias
a las in vestigacion es empíricas, tiene un a fun ción positiva, a con dición , sin
embargo, de que n o se presen te como la con strucción misma de la teoría
cien tífica.
54 el o f ic io d e so c ió l o g o

que, al excluir la posibilidad de teorías region ales, ah ogan la investiga-


ción en la altern ativa tipo todo o n ada, del h iperempirismo pun tillista
o de la teoría un iversal y general del sistema social. Bajo la in vocación
de la urgencia de una teoría sociológica se con fun den, en efecto, la in -
sosten ible exigen cia de un a teoría un iversal y gen eral de las formacio-
nes sociales con la inexorable demanda de una teoría del conocimien to
sociológico. Hay que disipar esta con fusión que fomen tan las doctrin as
sociológicas del siglo XIX, para reconocer la convergencia, evitando caer
en el eclecticismo o el sincretismo de la tradición teórica, de los prin ci-
pios fundamen tales que determin an la teoría del conocimiento socioló-
gico de las grandes teorías clásicas como el fundamento de teorías parcia-
les, limitadas a un orden defin ido de h echos. En las primeras frases de
su in troducción a los Cambridge Economic Handbooks, Keyn es escribía:
«La teoría econ ómica n o proporcion a un cuerpo de conclusion es esta-
blecidas y de in mediato aplicables. Es un método más que un a doc-
trin a, un in strumen to de la men te, un a técn ica de pen samien to, que
ayuda a quien esté dispuesto a sacar con clusion es correctas». La teoría
del conocimiento sociológico, como sistema de n ormas que regulan la
producción de todos los actos y de todos los discursos sociológicos posi-
bles, y sólo de éstos, es el prin cipio gen erador de las diferentes teorías
parciales de lo social ( ya se trate, por ejemplo, de la teoría de los in ter-
cambios matrimon iales o de la teoría de la difusión cultural), y por ello
el prin cipio un ificador del discurso propiamen te sociológico que h ay
que cuidarse de confundir con una teoría un itaria de lo social.33 Como
lo señ ala Michael Polanyi, «si se con sidera a la ciencia de la naturaleza
como un con ocimien to de cosas y se diferen cia la cien cia del con oci-
miento de la cien cia, es decir la metacien cia, se desemboca en la distin -
ción de tres n iveles lógicos: los objetos de la cien cia, la cien cia misma y
la metacien cia, que incluye la lógica y la epistemología de la cien cia».34
Con fun dir la teoría del con ocimien to sociológico que es del orden de

33 La defin ición social de las relacion es en tre la teoría y la práctica, que tien e
afin idades con la oposición tradicion al en tre las tareas n obles del cien tífico
y la min uciosa pacien cia del artesan o y, por lo men os en Fran cia, con la
oposición escolar en tre el brillan te y el serio, se refleja tan to en la
reticen cia en recon ocer la teoría cuan do se en carn a en un a investigación
parcial como en la dificultad de actualizarla en la in vestigación.
34 M. Polan yi, Personal Knowledge, Lon dres, Routledge an d Kegan Paul, 1958,
pág. 344.
l a r u pt u r a 55

la metacien cia, con las teorías parciales de lo social que implican a los
prin cipios de la metacien cia sociológica en la organización sistemática
de un con jun to de relacion es y de prin cipios explicativos de esas rela-
cion es es con den arse, ya sea a la ren un cia a h acer cien cia, esperan do
un a teoría de la metaciencia que reemplace a la ciencia, ya sea a con si-
derar una sín tesis necesariamente vacía de teorías gen erales ( o incluso
de teorías parciales) de lo social por la metaciencia, que es la con dición
de todo con ocimiento cien tífico posible.
Segunda parte
La con strucción del objeto

ii. e l h e c h o se c o n st r u ye: l a s f o r ma s
d e l a r e n u n c ia e mpir ist a

«El pun to de vista –dice Saussure– crea el objeto.» Lo cual


implica que un a cien cia n o podría defin irse por un sector de lo real
que le correspondería como propio. Como lo señala Marx, «la totalidad
con creta, como totalidad del pensamiento, como un con creto del pen-
samiento es, de h ech o, un producto del pen samien to y de la con cep-
ción [ …] . El todo, tal como aparece en la men te, como todo del pen -
samiento, es un producto de la men te que pien sa y que se apropia el
mun do del único modo posible, modo que difiere de la apropiación de
ese mun do en el arte, la religión , el espíritu práctico. El sujeto real
man tiene, an tes como después, su autonomía fuera de la men te [ …] »1
[ K. Marx, texto nº 20] . Es el mismo prin cipio epistemológico, in stru-
men to de la ruptura con el realismo ingen uo, que formula Max Weber:
«No son –dice Max Weber– las relacion es reales en tre “cosas” lo que
con stituye el principio de delimitación de los diferentes campos cien tí-
ficos sin o las relacion es con ceptuales en tre problemas. Un a “cien cia”
n ueva nace sólo allí donde se aplica un método n uevo a nuevos proble-
mas y don de, por lo tan to, se descubren n uevas perspectivas»2 [ Max
Weber, texto nº 21] .
In cluso si las cien cias físicas permiten a veces la división en subun ida-
des determin adas, como la selen ografía o la ocean ografía, por la yuxta-

1 Karl Marx, Introduction générale à la critique de l’économie politique ( trad. M.


Rubel y L. Evrard) , en Obras, t. 1, París, Gallimard, 1965, págs. 255-256. En
españ ol véase Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía
política, vol. 1, Buen os Aires, Siglo XXI, 1971, pág. 22.
2 M. Weber, Essais sur la théorie de la science, op. cit., pág. 146.
58 el o f ic io d e so c ió l o g o

posición de diversas disciplinas referidas a un mismo sector de lo real,


es sólo con fin es pragmáticos: la in vestigación cien tífica se organ iza de
h ech o en torn o de objetos con struidos que n o tien en n ada en común
con aquellas un idades delimitadas por la percepción in gen ua. Pueden
verse los lazos que todavía vin culan a la sociología cien tífica con las ca-
tegorías de la sociología espon tán ea en el h ech o de que a men udo se
dedica a clasificacion es por sectores aparen tes; por ejemplo, sociología
de la familia, sociología del tiempo libre, sociología rural o urbana, so-
ciología de la juven tud o de la vejez. En general, la epistemología empi-
rista con cibe las relacion es en tre cien cias vecin as, psicología y sociolo-
gía por ejemplo, como conflictos de límites, porque se imagin a la
división cien tífica del trabajo como división real de lo real.
Es posible ver en el principio durkheimiano según el cual «hay que
considerar los hechos sociales como cosas» ( se debe poner el acento en
«considerar como») el equivalente específico del golpe de estado teórico
por el cual Galileo construye el objeto de la física moderna como sistema
de relaciones cuantificables, o de la decisión metodológica por la cual
Saussure otorga a la lingüística su existencia y objeto distinguiendo la len-
gua de la palabra: en efecto, es una distinción semejante la que formula
Durkheim cuando, explicitando totalmente la significación epistemoló-
gica de la regla cardinal de su método, afirma que ninguna de las reglas
implícitas que obligan a los sujetos sociales «se encuentra íntegramente
en las aplicaciones que de ellas hacen los particulares, ya que incluso pue-
den estar sin que las apliquen en acto».3 El segundo prefacio de Las reglas
dice claramente que se trata de definir una actitud mental y no de asig-
nar al objeto un estatus ontológico [Émile Durkheim, texto nº 22] . Y si esta
suerte de tautología, por la cual la ciencia se constituye construyendo su
objeto contra el sentido común –siguiendo los principios de construc-
ción que la definen–, no se impone por su sola evidencia, es porque nada
se opone más a las evidencias del sentido común que la diferencia entre
objeto «real», preconstruido por la percepción, y objeto científico, como
sistema de relaciones expresamente construido.4

3 Émile Durkh eim, Les règles de la méthode sociologique, 2ª ed. revisada y


aumen tada, París, F. Alcan , 1901; citado según la 15ª ed. de PUF, París,
1963, pág. 9. [ H ay ed. en esp.: Las reglas del método sociológico, Buen os Aires,
Sch apire, 1973.]
4 Sin duda, la argumen tación polémica desplegada por los durkh eimistas
para impon er el prin cipio de la «especificidad de los h ech os sociales»
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 59

No es posible ahorrar esfuerzos en la tarea de construir el objeto si no


se abandona la investigación de esos objetos preconstruidos, hech os so-
ciales demarcados, percibidos y calificados por la sociología espon tá-
n ea,5 o «problemas sociales» cuya aspiración a existir como problemas
sociológicos es tanto mayor cuanto más realidad social tienen para la co-
munidad de sociólogos.6 No basta multiplicar el acoplamiento de crite-
rios tomados de la experiencia común ( piénsese en todos esos temas de
investigación del tipo «el ocio de los adolescen tes de un complejo urba-
nístico en la zona este de la periferia de París») para construir un objeto
que, producto de un a serie de divisiones reales, sigue siendo un objeto
común y no accede a la dignidad de objeto científico por el solo hecho
de prestarse a la aplicación de técnicas cien tíficas. Sin duda que Allen
H. Barton y Paul F. Lazarsfeld tien en razón cuando señ alan que expre-
siones tales como «con sumo opulen to» o «white-collar crime» construyen
objetos específicos que, irreductibles a los objetos comun es, toman en
consideración hechos conocidos, los que por el simple efecto de aproxi-
mación, adquieren un sen tido n uevo;7 pero la n ecesidad de con struir
denominaciones específicas que, aun compuestas con palabras del voca-

con serva, aun h oy, un valor que n o es sólo arqueológico precisamen te


porque la situación de comien zo o de recomien zo se cuen ta en tre las más
favorables a la explicitación de los prin cipios de con strucción que
caracterizan un a cien cia.
5 Much os sociólogos prin cipian tes obran como si bastara darse un objeto
dotado de realidad social para poseer, al mismo tiempo, un objeto dotado
de realidad sociológica: h acien do a un lado las in numerables mon ografías
de aldea, podrían citarse todos esos temas de in vestigación que n o tien en
otra problemática que la pura y simple designación de grupos sociales o de
problemas percibidos por la con cien cia común , en un momen to dado.
6 No es casualidad que ciertos sectores de la sociología, como por ejemplo el
estudio de los medios de comun icación modern os o del tiempo libre, sean
los más permeables a las problemáticas y esquemas de la sociología
espon tán ea: fuera de que esos objetos existen ya como temas obligados de
la con versación común sobre la sociedad modern a, deben su carga
ideológica al h ech o de que es también con sigo mismo que se relacion a el
in telectual cuan do estudia la relación de las clases populares con la cultura.
La relación del in telectual con la cultura en cierra todo el problema de su
relación con la con dición de in telectual, n un ca tan dramáticamen te
plan teada como en el problema de su relación con las clases populares
como clases desprovistas de cultura.
7 A. H . Barton y P. F. Lazarsfeld, «Some Fun ction s of Qualitative An alysis in
Social Research », en S. M. Lipset y N. J. Smelser ( comps.) , Sociology: The
Progress of a Decade, En glewood Cliffs ( N.J.) , Pren tice H all, 1961, págs.
95-122.
60 el o f ic io d e so c ió l o g o

bulario común , con struyen nuevos objetos al establecer n uevas relacio-


n es entre los aspectos de las cosas n o es más que un indicio del primer
grado de la ruptura epistemológica con los objetos preconstruidos de la
sociología espon tánea. En efecto, los con ceptos que más pueden des-
orien tar las nociones comunes no conservan aisladamente el poder de
resistir sistemáticamen te a la implacable lógica de la ideología: al rigor
an alítico y formal de los conceptos llamados «operatorios» se opone el
rigor sin tético y real de los con ceptos que se h an dado en llamar «sisté-
micos» porque su utilización supone la referen cia permanen te al sis-
tema total de sus interrelaciones.8 Un objeto de investigación , por par-
cial y parcelario que sea, no puede ser definido y con struido sino en
función de una problemática teórica que permita someter a un examen sis-
temático todos los aspectos de la realidad puestos en relación por los
problemas que le son planteados.

8 Los con ceptos y proposicion es defin idos exclusivamen te por su carácter


«operatorio» pueden no ser más que la formulación lógicamente
irreproch able de pren ocion es y, por este motivo, son a los conceptos
sistemáticos y proposicion es teóricas lo que el objeto precon struido es al
objeto con struido. Al pon er el acen to exclusivamen te en el carácter
operacion al de las defin icion es, se corre el peligro de tomar una simple
termin ología clasificatoria, como h ace S. C. Dodd (Dimensions of Society,
Nueva York, 1942, u «Operation al Defin ition s Operation ally Defin ed»,
American Journal of Sociology, XLVIII, 1942-19103, págs. 482-489) por un a
verdadera teoría, aban don an do para un a in vestigación ulterior el problema
de la sistematicidad de los con ceptos propuestos y aun de su fecun didad
teórica. Como lo subraya C. G. H empel, privilegian do las «defin icion es
operacion ales» en detrimen to de las exigen cias teóricas, «la literatura
metodológica con sagrada a las cien cias sociales tien de a sugerir que la
sociología, para preparar su porven ir de disciplin a cien tífica, ten dría que
proveerse de un a gama tan amplia como posible de términ os
«operacion almen te defin idos» y «de un empleo con stan te y unívoco»,
como si la formación de los con ceptos cien tíficos pudiera ser separada de la
elaboración teórica. Es la formulación de sistemas con ceptuales dotados de
un a pertin en cia teórica lo que se emplea en el progreso cien tífico: tales
formulacion es exigen el descubrimien to teórico cuyo imperativo empirista
u operacion alista de la pertin en cia empírica [ . . .] n o podría darse por sí
solo ( C. G. H empel, Fundamentals of Concept Formation in Empirical Research,
Ch icago, Lon dres, Un iversity of Ch icago Press, 1952, pág. 47) .
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 61

1. «La s a bd ic ac io n es d el empir ismo »


En la actualidad se coincide demasiado fácilmente con toda la reflexión
tradicional sobre la cien cia, en el sentido de que n o hay observación o
experimen tación que n o impliquen h ipótesis. La defin ición del pro-
ceso cien tífico como diálogo en tre h ipótesis y experien cia, sin em-
bargo, puede rebajarse a la imagen an tropomór fica de un in tercambio
en que los dos socios asumirían roles per fectamen te simétricos e inter-
cambiables; pero n o h ay que olvidar que lo real n o tien e n un ca la in i-
ciativa puesto que sólo puede respon der si se lo in terroga. Bach elard
sostenía, en otros términ os, que el «vector epistemológico [ …] va de lo
racion al a lo real y n o a la inversa, de la realidad a lo gen eral, como lo
profesaban todos los filósofos desde Aristóteles h asta Bacon » [ Gaston
Bachelard, texto nº 23] .
Si h ay que recordar que «la teoría domin a al trabajo experimen tal
desde la misma concepción de partida hasta las últimas manipulacion es
de laboratorio»,9 o aún más, que «sin teoría n o es posible ajustar n in-
gún instrumen to n i in terpretar un a sola lectura»10 es porque la repre-
sen tación de la experien cia como protocolo de un a comprobación li-
bre de toda implicación teórica se deja traslucir en miles de in dicios,
por ejemplo en la con vicción , todavía muy exten dida, de que existen
h ech os que podrían trascen der tal como son a la teoría para la cual y
por la cual fueron creados. Sin embargo, el desafortunado destino de la
noción de totemismo ( que Lévi-Strauss compara con el de histeria) bas-
taría para destruir la creen cia en la in mortalidad cien tífica de los h e-
ch os: un a vez aban don ada la teoría que los un ía, los h ech os del tote-
mismo vuelven a su estado de polvo de datos de don de un a teoría los
h abía sacado por un tiempo y de don de otra teoría no podrá sacarlos
más que con firién doles otro sentido.11
Basta con h aber intentado un a vez someter al an álisis secun dario un
material recogido en función de otra problemática, por aparentemente
n eutral que se muestre, para saber que los data más ricos n o podrían
n un ca responder completa y adecuadamente a los in terrogan tes para y
por los cuales n o h an sido con struidos. No se trata de impugn ar por

9 K. R. Popper, The Logic of Scientific Discovery, op. cit., pág. 107.


10 P. Duh em, La théorie physique, París, Vrin , pág. 277.
11 Claude Lévi-Strauss, Le totémisme aujourd’hui, París, PUF, 1962, pág. 7
[ h ay ed. en esp.] .
62 el o f ic io d e so c ió l o g o

prin cipio la validez de la utilización de un material de segun da man o


sin o de recordar las condiciones epistemológicas de ese trabajo de retra-
ducción, que se refiere siempre a hechos con struidos ( bien o mal) y n o
a datos. Tal trabajo de in terpretación , cuyo ejemplo dio ya Durkh eim
en El suicidio, podría constituir in cluso la mejor incitación a la vigilancia
epistemológica en la medida en que exige un a explicitación metódica
de las problemáticas y prin cipios de con strucción del objeto que están
compren didos tan to en el material como en el n uevo tratamien to que
se le aplica. Los que esperan milagros de la tríada mítica, archivos, data
y computers, descon ocen lo que separa a esos objetos construidos llama-
dos h ech os cien tíficos ( recogidos por el cuestion ario o por el in ven ta-
rio etn ográfico) de los objetos reales que con servan los museos y que,
por su «exceden te con creto», ofrecen a la indagación posterior la posi-
bilidad de con struccion es indefin idamen te ren ovadas. Al n o ten er en
cuenta esos preliminares epistemológicos, se está expuesto a considerar
de modo diferen te lo idén tico y de idéntico modo lo diferente, a com-
parar lo incomparable y a omitir comparar lo comparable, por el hecho
de que en sociología los «datos», aun los más objetivos, se obtienen por
la aplicación de estadísticas ( cuadros de edad, n ivel de in gresos, etc.)
que implican supuestos teóricos y por lo mismo dejan escapar un a in -
formación que h ubiera podido captar otra con strucción de los h e-
ch os.12 El positivismo, que con sidera los h ech os como datos, se limita
ya sea a rein terpretaciones inconsecuen tes, porque éstas se desconocen
como tales, ya sea a simples con firmacion es obten idas en con dicion es
técn icas tan semejan tes como sea posible: en todos los casos efectúa la
reflexión metodológica sobre las con dicion es de reiteración como un
sustituto de la reflexión epistemológica sobre la rein terpretación secun-
daria.
Sólo un a imagen mutilada del proceso experimen tal puede hacer de
la «subordin ación a los h ech os» el imperativo ún ico. Especialista de
un a cien cia impugn ada, el sociólogo está particularmen te in clin ado a
reafirmar el carácter científico de su disciplina sobrevalorando los apor-
tes que ella ofrece a las ciencias de la n aturaleza. Reinterpretado según

12 Véase P. Bourdieu y J. C. Passeron , «La comparabilité des systèmes


d’éducation », en R. Castel y J. C. Passeron ( comps.) , Éducation, démocratie et
développement, Cah iers du Cen tre de Sociologie Européen n e, nº 4, París, La
H aya, Mouton , 1967, págs. 20-58.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 63

un a lógica que n o es otra que la de la h eren cia cultural, el imperativo


científico de la subordinación al h echo desemboca en la renuncia lisa y
llan a an te el dato. A esos practican tes de las ciencias del h ombre que
tienen un a fe poco común en lo que Nietzsche llamaba «el dogma de la
inmaculada percepción», es preciso recordarles, con Alexandre Koyré,
que «la experien cia, en el sentido de experien cia bruta, n o desempeñ ó
n in gún papel, como n o fuera el de obstáculo, en el n acimien to de la
ciencia clásica».13
En efecto, todo ocurre como si el empirismo radical propusiera
como ideal al sociólogo que se an ule como tal. La sociología sería me-
n os vuln erable a las ten tacion es del empirismo si bastase con recor-
darle, como decía Poin caré, que «los hech os n o h ablan ». Quizá la mal-
dición de las cien cias del h ombre sea la de ocuparse de un objeto que
habla. En efecto, cuan do el sociólogo preten de sacar de los h ech os la
problemática y los con ceptos teóricos que le permitan con struirlos y
an alizarlos, siempre corre el riesgo de sacarlos de la boca de sus in for-
man tes. No basta con que el sociólogo escuch e a los sujetos, registre
fielmente sus palabras y razon es, para explicar su conducta y aun las jus-
tificaciones que propon en : al h acer esto, corre el riesgo de sustituir lisa
y llan amen te sus propias pren ocion es por las pren ocion es de quien es
estudia o por un a mezcla falsamente cien tífica y falsamen te objetiva de
la sociología espon tánea del «cien tífico» y de la sociología espon tán ea
de su objeto.
Obligarse a man ten er –para in dagar lo real o los métodos de cuestio-
n amiento de lo real– sólo aquellos elemen tos creados en realidad por
una indagación que se desconoce y se niega como tal, es sin duda la me-
jor man era de expon erse, n egan do que la comprobación supon e la
con strucción , a comprobar un a n ada que se h a con struido a pesar de
todo. Podrían darse cientos de ejemplos en que, creyendo sujetarse a la
n eutralidad al limitarse a sacar del discurso de los sujetos los elementos
del cuestionario, el sociólogo propon e, al juicio de éstos, juicios formu-
lados por otros sujetos y termin a por clasificarlos en relación con juicios
que él mismo no sabe clasificar o a tomar por expresión de un a actitud

13 A. Koyré, Études Galiléennes, l. À l’aube de la science classique, París, H erman n ,


1940, pág. 7. Y agrega: «Las “experien cias” que reivin dica o que reivin dicará
más tarde Galileo, aun las que ejecuta realmen te, no son n i h abrán de ser
n un ca más que experien cias de pensamien to» ( ibid., pág. 72) .
64 el o f ic io d e so c ió l o g o

profun da juicios super ficialmen te provocados por la necesidad de res-


ponder a preguntas innecesarias. Todavía más: el sociólogo que niega la
con strucción con trolada y con sciente de su distancia con lo real y de su
acción sobre lo real, puede no sólo imponer a los sujetos pregun tas que
su experiencia n o les plantea y omitir las que en efecto surgen de aqué-
llas, sino incluso formularles, con toda in genuidad, las preguntas que él
se h ace sobre ellos, mediante un a con fusión positivista entre las pre-
gun tas que surgen objetivamente y aquellas que se plan tean con sciente-
men te. El sociólogo n o sabe qué h acer cuan do, desorien tado por un a
falsa filosofía de la objetividad, se propone anularse en tan to tal.
No es sorprenden te que el hiperempirismo, que ren un cia al deber y
al derech o de la con strucción teórica en provech o de la sociología es-
pon tán ea, recupere la filosofía espon tán ea de la acción h uman a como
expresión de un a deliberación con scien te y voluntaria, transparen te en
sí misma: n umerosas encuestas de motivaciones ( sobre todo retrospec-
tivas) supon en que los sujetos puedan guardar en algún momen to la
verdad objetiva de su comportamien to ( y que con ser van con tin ua-
men te una memoria adecuada) , como si la representación que los suje-
tos se h acen de sus decisiones o de sus accion es n o debiera n ada a las
racionalizacion es retrospectivas.14 A no dudarlo, se pueden y se deben
recoger los discursos más irreales, pero a con dición de ver en ellos n o
la explicación del comportamien to sin o un aspecto de éste que debe
explicarse. Cada vez que el sociólogo cree eludir la tarea de con struir
los h ech os en fun ción de una problemática teórica, es porque está do-
min ado por un a con strucción que se descon oce y que él descon oce
como tal, recogien do al fin al n ada más que los discursos ficticios que
elaboran los sujetos para en fren tar la situación de encuestado y respon-
der a preguntas artificiales o in cluso al artificio por excelen cia como es
la ausen cia de pregun tas. Cuan do el sociólogo ren uncia al privilegio
epistemológico es para caer siempre en la sociología espontán ea.

14 La n oción de opin ión debe sin duda su éxito, práctico y teórico, a que
con cen tra todas las ilusion es de la filosofía atomística del pen samien to y de
la filosofía espon tán ea de las relacion es en tre el pen samien to y la acción ,
comen zan do por el papel privilegiado de la expresión verbal como
in dicador de las disposicion es en acto. Nada h ay de sorpren den te en ton ces
si los sociólogos que ciegamen te con fían en los sondeos se expon en
con tin uamen te a con fun dir las declaracion es de acción , o peor aún las
declaracion es de in tención , con las probabilidades de acción .
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 65

2. H ipó t esis o su pu est o s


Sería fácil demostrar que toda práctica cien tífica, in cluso y sobre todo
cuan do obcecadamen te in voca el empirismo más radical, implica
supuestos teóricos y que el sociólogo no tien e más altern ativa que mo-
verse entre interrogantes inconscientes, por tanto incontrolados e in co-
h eren tes, y un cuerpo de hipótesis metódicamente construidas con mi-
ras a la prueba experimen tal. Negar la formulación explícita de un
cuerpo de h ipótesis basadas en un a teoría es con denarse a la adopción
de supuestos tales como las pren ociones de la sociología espon tán ea y
de la ideología, es decir los problemas y con ceptos que se tien en en
tan to sujeto social cuan do n o se los quiere ten er como sociólogo. De
este modo Elih u Katz demuestra cómo los autores de la en cuesta publi-
cada bajo el título The People’s Choice n o pudieron en con trar en un a
in vestigación basada en una pren oción, la de «masa» como público ato-
mizado de receptores, los medios de captar empíricamen te el fen ó-
men o más importan te en materia de difusión cultural, a saber, el «flujo
en dos tiempos» ( two-step flow) , que no podía ser establecido sino a costa
de un a ruptura con la represen tación del público como masa despro-
vista de toda estructura 15 [ E. Katz, texto nº 24] .
Aun cuando se liberara de los supuestos de la sociología espontánea,
la práctica sociológica, sin embargo, no podría realizar n un ca el ideal

15 E. Katz, «Th e Two-Step Flow of Commun ication : An Up-to-date Report on


an H ypoth esis», Public Opinion Quaterly, vol. 21, primavera de 1957, págs.
61-78: «De todas las ideas expuestas en The People’s Choice, la h ipótesis del
flujo en dos tiempos es probablemen te la men os apoyada en datos
empíricos. La razón de ello es clara: el proyecto de in vestigación n o
an ticipaba la importan cia que revestirían en el an álisis de los datos las
relacion es in terperson ales. Dado que la imagen de un público atomizado
in spiraba tan tas in dagacion es sobre los mass media, lo más sorpren den te es
que las redes de in fluen cia in terperson ales pudieran llamar, por poco que
sea, la aten ción de los in vestigadores». Para medir con qué fuerza un a
técn ica puede excluir un aspecto del fen ómen o, basta saber cómo, con
otras problemáticas y otras técn icas, los sociólogos rurales y los etn ólogos
captaron desde tiempo atrás la lógica del two-step-flow. Los ejemplos de estos
descubrimien tos que h ay que redescubrir abun dan : es así como A. H .
Barton y P. F. Lazarsfeld recuerdan que el problema de los «grupos
in formales», de los que h ace much o tiempo eran con scien tes otros
sociólogos, sólo aparecieron tardíamen te y como un «descubrimien to
sorpren den te» a los in vestigadores de la Western Electric; véase «Some
Fun ction s of Qualitative An alysis in Social Research » ( loc. cit.) .
66 el o f ic io d e so c ió l o g o

empirista del registro sin supuestos, aun que más n o fuera por el h echo
de que utiliza instrumentos y técnicas de registro. «Establecer un dispo-
sitivo con miras a un a medición es plan tear un a pregun ta a la n atura-
leza», decía Max Plan ck. La medida y los in strumen tos de medición , y
en general todas las operacion es de la práctica sociológica, desde la ela-
boración de los cuestion arios y la codificación h asta el an álisis estadís-
tico, son otras tan tas teorías en acto, en calidad de procedimien tos de
con strucción , con scien tes o in con scien tes, de los h ech os y de las rela-
cion es en tre los h ech os. La teoría implícita en un a práctica, teoría del
con ocimiento del objeto y teoría del objeto, tien e tan to más posibilida-
des de ser mal controlada, y por tanto in adecuada al objeto en su espe-
cificidad, cuanto men os conscien te sea. Al llamar metodología, como a
men udo se hace, a lo que n o es sino un decálogo de preceptos tecnoló-
gicos, se escamotea la cuestión metodológica propiamente dicha, la de
la opción entre las técn icas ( métricas o n o) referen tes a la sign ificación
epistemológica del tratamiento que las técn icas escogidas hacen experi-
men tar al objeto y a la significación teórica de los problemas que se
quieren plan tear al objeto al cual se las aplica.
Por ejemplo, un a técn ica aparen temen te tan irreprochable e inevita-
ble como la del muestreo al azar puede an iquilar completamen te el ob-
jeto de la in vestigación , toda vez que este objeto debe algo a la estruc-
tura de grupos que el muestreo al azar tien e justamen te por resultado
an iquilar. Así, Elih u Katz señ ala que «para estudiar esos can ales del
flujo de in fluen cia que son los con tactos en tre in dividuos, el proyecto
de investigación resultó in operan te por el h echo de que recurriría a un
muestreo al azar de in dividuos abstraídos de su medio social [ …] .
Como cada in dividuo de un muestreo al azar n o puede hablar más que
por sí mismo, los líderes de opinión , en el padrón electoral de 1940, no
podían ser iden tificados sino dan do fe de su declaración ». Y subraya,
además, que esta técn ica «n o permite comparar los líderes con sus
seguidores respectivos, sin o sólo los líderes y los n o líderes en gen e-
ral».16 Puede verse cómo la técn ica aparen temen te más neutral con -
tiene una teoría implícita de lo social, la de un público concebido como
un a «masa atomizada», es decir en este caso, la teoría con scien te o in -
con scien temente asumida en la investigación que, por una suerte de ar-

16 E. Katz, loc. cit., pág. 64.


l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 67

mon ía preestablecida, se armaba con esta técn ica.17 O tra teoría del ob-
jeto, y al mismo tiempo otra defin ición de los objetivos de la in vestiga-
ción , habría recurrido al uso de otra técn ica de muestreo, por ejemplo
el sondeo por sectores: registran do el con junto de miembros de ciertas
un idades sociales extraídas al azar ( un establecimien to in dustrial, un a
familia, un pueblo) , se procura el medio de estudiar la red completa de
relacion es de comun icación que pueden establecerse en el in terior
de esos grupos, compren dien do que el método, particularmen te ade-
cuado al caso estudiado, tien e tan to menos eficacia cuan to más homo-
gén eo es el sector y cuan to más depende el fenómeno cuyas variacion es
se quieren estudiar del criterio según el cual está defin ido ese sector.
H ay que someter a la in terrogación epistemológica a todas las opera-
cion es estadísticas: «A la mejor estadística ( como también a la peor)
n o h ay que exigirle n i h acerle decir más de lo que dice, y del modo y
bajo las con dicion es en que lo dice».18 Para obedecer verdaderamen te
al imperativo que formula Simian d y para n o h acer decir a la estadís-
tica otra cosa que lo que dice, h ay que pregun tarse en cada caso lo que
dice y puede decir, en qué límites y bajo qué con dicion es [ F. Simiand,
texto nº 25] .

3. La fa l sa n eu t r a l ida d d e l a s t éc n ic a s: o bjet o c o n st r u id o
3. o a r t ef ac t o
El imperativo de la «n eutralidad ética» que Max Weber opon ía a la in-
gen uidad moralizan te de la filosofía social tien de a tran sformarse h oy

17 C. Kerr y L. H . Fish er muestran que así como, en las in vestigacion es de la


escuela de E. Mayo, la técn ica y los supuestos son afin es, la observación
cotidian a de los con tactos cara a cara y de las relacion es in terperson ales
den tro de la empresa implica la convicción dudosa de que «el pequeñ o
grupo de trabajo es la célula esen cial en la organ ización de la empresa, y
que este grupo y sus miembros obedecen sustan cialmen te a
determin acion es afectivas» [ …] . «El sistema de Mayo deriva de dos
opcion es esen ciales. Un a vez cumplidas todo está dado, los métodos, el
campo de in terés, las prescripcion es prácticas, los problemas reser vados
para la in vestígación » ( y en particular) «la in diferen cia a los problemas de
clase, de ideología, de poder» ( «Plan t Sociology: Th e Elite an d th e
Aborigin es», en M. Komarovsky comp., Common Frontiers of the Social Sciences,
Glen coe, Illin ois, Th e Free Press, 1957, págs. 281-309) .
18 F. Simian d, Statistique et expérience, remarques de méthode, París, M. Rivière,
1922, pág. 24.
68 el o f ic io d e so c ió l o g o

en un man damien to rutinizado del catecismo sociológico. De creer en


las representaciones más ch atas del precepto weberiano, bastaría preca-
verse de la parcialidad afectiva y las in citacion es ideológicas para li-
brarse de toda in terrogación epistemológica sobre la sign ificación de
los conceptos y la pertinencia de las técnicas. La ilusión de que las ope-
racion es «axiológicamen te n eutras» son también «epistemológica-
men te n eutras» limita la crítica del trabajo sociológico, el suyo o el de
otros, al examen , casi siempre fácil y estéril, de sus supuestos ideológi-
cos y al de sus valores últimos. El intermin able debate sobre la «neutra-
lidad axiológica» se utiliza a men udo como sustituto de la discusión
propiamen te epistemológica sobre la «n eutralidad metodológica» de
las técn icas y, por esa razón, proporcion a un a n ueva garan tía a la ilu-
sión positivista. Por un efecto de desplazamiento, el in terés por los su-
puestos éticos y por los valores o fin es últimos aleja del examen crítico
de la teoría del conocimiento sociológico que está implicada en los ac-
tos más elemen tales de la práctica.
Por ejemplo, ¿n o es porque se presen ta como la realización paradig-
mática de la neutralidad en la observación el que, en tre todas las técni-
cas de recolección de datos, se sobrevalora frecuentemente la entrevista
n o dirigida, en detrimen to de la observación etn ográfica que, cuan do
emplea n ormas obligadas por la tradición , realiza más completamen te
el ideal del in ven tario sistemático efectuado en un a situación real? Es
posible sospech ar de las razones del favor que goza esta técnica cuando
se obser va que n i los «teóricos» n i los metodólogos n i los usuarios del
instrumen to, n ada mezquin os sin embargo en cuan to a con sejos y con -
sign as, se pusieron jamás a interrogarse metódicamente sobre las distor-
siones específicas que produce un a relación social tan profundamente
artificial: cuan do no se con trolan sus supuestos implícitos y se en fren ta
un o con sujetos sociales igualmen te predispuestos a hablar libremen te
de cualquier cosa, y ante todo de ellos mismos, e igualmente dispuestos
a adoptar un a relación forzada e intemperan te a la vez con el lenguaje,
la entrevista n o dirigida que rompe la reciprocidad del diálogo habitual
( por otra parte no exigible por igual en cualquier medio y situación) in-
cita a los sujetos a producir un artefacto verbal, por lo demás desigual-
mente artificial según la distancia en tre la relación con el lenguaje favo-
recido por su clase social y la relación artificial con el len guaje que se
exige de ellos. Olvidar el cuestion amien to de las técn icas formalmen te
más neutrales significa no advertir, entre otras cosas, que las técn icas de
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 69

en cuesta son también técn icas de sociabilidad socialmen te calificadas


[ L. Schatzmann y A. Strauss, texto nº 26] . La observación etn ográfica, que
es a la experimentación social lo que la observación de los animales en
su medio n atural a la experimen tación en laboratorio, h ace n otar el
carácter ficticio y forzado de la mayor parte de las situacion es sociales
creadas por un ejercicio rutin ario de la sociología que llega a descono-
cer tanto más la «reacción de laboratorio» cuanto que sólo con oce el la-
boratorio y sus in strumen tos, tests o cuestionarios.
Así como n o h ay registro per fectamente neutral, tampoco existe un a
pregunta n eutral. El sociólogo que n o somete sus propias in terrogacio-
n es a la interrogación sociológica no podría hacer un análisis verdade-
ramen te neutral de las respuestas que provoca. Digamos un a pregun ta
tan unívoca en apariencia como: «¿trabajó usted hoy?». El análisis esta-
dístico demuestra que provoca respuestas diferen tes de parte de los
campesinos de Cabila o del sur argelin o, los cuales si se refirieran a un a
defin ición «objetiva» del trabajo, es decir a la defin ición que un a eco-
n omía modern a tiende a dar de los agen tes econ ómicos, debieran dar
respuestas semejan tes. Sólo a con dición de que se in terrogue sobre su
propia pregun ta, en lugar de pron unciarse precipitadamen te por lo
absurdo o la mala fe de las respuestas, el sociólogo tien e algun a posi-
bilidad de descubrir que la defin ición de trabajo que implica su pre-
gun ta está desigualmen te alejada de aquella que las dos categorías de
sujetos dan en sus respuestas.19 Puede verse cómo una pregunta que no
es transparente para el que la hace puede oscurecer el objeto que inevi-
tablemen te con struye, aun que la misma n o h aya sido h ech a expresa-
men te para con struirlo [ J. H. Goldthorpe y D. Lockwood, texto nº 27] . Te-
n ien do en cuen ta que se puede pregun tar cualquier cosa a cualquiera
y que casi siempre cualquiera tien e la suficiente volun tad para respon -
der cuan do men os cualquier cosa a cualquier pregun ta, h asta la más
irreal, si quien interroga, carente de un a teoría del cuestion ario, n o se
plan tea el problema del sign ificado específico de sus pregun tas, corre
el peligro de en con trar con demasiada facilidad un a garan tía del rea-
lismo de sus pregun tas en la realidad de las respuestas que recibe:20 in-

19 P. Bourdieu, Travail et travailleurs en Algérie, 2ª parte, París, La H aya,


Mouton , 1962, págs. 303-304.
20 Si el an álisis secun dario de los documen tos proporcion ados por la en cuesta
más in gen ua es casi siempre posible, y legítimo, es porque resulta muy raro
70 el o f ic io d e so c ió l o g o

terrogar, como lo hace D. Lerner, a subproletarios de países subdesarro-


llados sobre la inclinación a proyectarse en sus héroes cinematográficos
preferidos, cuan do n o respecto de la lectura de la pren sa, es estar ex-
puesto eviden temen te a recoger un flatus vocis que no tien e otra sign i-
ficación que la que le con fiere el sociólogo tratándolos como un dis-
curso sign ifican te.21 Siempre que el sociólogo es in con scien te de la
problemática que in cluye en sus pregun tas, se impide la compren sión
de aquella que los sujetos in cluyen en sus respuestas: las condiciones es-
tán dadas, en ton ces, para que pase in advertido el equívoco que lleva a
la descripción, en términ os de ausen cia, de las realidades ocultadas por
el instrumento mismo de la observación y por la in ten ción, socialmente
con dicion ada, de quien utiliza el in strumen to.
El cuestion ario más cerrado n o garan tiza necesariamen te la univoci-
dad de las respuestas por el solo hecho de que someta a todos los suje-
tos a preguntas formalmente idénticas. Suponer que la misma pregunta
tiene el mismo sentido para sujetos sociales distanciados por diferencias
de cultura, pero asociados por perten ecer a un a clase, es descon ocer
que las diferentes lenguas no difieren sólo por la extensión de su léxico
o su grado de abstracción sino por la temática y problemática que trans-
miten . La crítica que h ace Maxime Ch astain g del «sofisma del psicó-

que los sujetos in terrogados respon dan verdaderamente cualquier cosa y


n o revelen algo en sus respuestas de lo que son : se sabe por ejemplo que las
n o respuestas y n egarse a respon der pueden ser in terpretados en sí mismos.
Sin embargo, la recuperación del sen tido que con tien en , a pesar de todo,
supon e un trabajo de rectificación , aun que más n o fuera para saber cuál es
la pregun ta a la que verdaderamen te respon dieron y que n o es n ecesaria-
men te la que se les h a plan teado.
21 D. Lern er, The Passing of Traditional Society, Nueva York, Th e Free Press of
Glen coe, 1958. Sin en trar en un a crítica sistemática de los supuestos
ideológicos implicados en un cuestion ario, que de 117 preguntas sólo
con ten ía dos referen tes al trabajo y al estatus econ ómico ( con tra 87 sobre
los mass media, cin e, diarios, radio, televisión ) , puede observarse que un a
teoría que tome en cuen ta las con dicion es objetivas de existencia del
subproletario y, en particular, la in estabilidad gen eralizada que lo
caracteriza, puede explicar la aptitud del subproletario de imagin arse
almacen ero o periodista, y aun de la particular modalidad de esas
«proyeccion es», en tanto que la «teoría de la modern ización », que propon e
Lern er, es impoten te para explicar la relación que el subproletario
man tien e con su trabajo o el porven ir. Aun que brutal y grosero, parece que
este criterio permite distin guir un in strumen to ideológico, conden ado a
producir un simple artefacto de un in strumen to cien tífico.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 71

logo» es pertin ente toda vez que se desconoce el problema de la sign ifi-
cación diferen cial que las preguntas y las respuestas asumen realmente
según la condición y la posición social de las person as in terrogadas: «El
estudian te que con fun de su perspectiva con la de los n iñ os estudiados
recoge su propia perspectiva en el estudio en que cree obtener la de los
n iñ os[ …] . Cuando pregunta: “¿Trabajar y jugar es la misma cosa? ¿Qué
diferencia h ay entre trabajo y juego?”, impon e, por los sustan tivos que
su pregun ta con tien e, la diferen cia adulta que parecería cuestion ar
[ …] . Cuan do el encuestador clasifica las respuestas –n o según las pala-
bras que las con stituyen sin o de acuerdo con el sentido que les daría si
él mismo las h ubiera dado– en los tres órden es del juego-facilidad,
juego-in utilidad y juego-libertad, obliga a los pensamien tos in fan tiles a
en trar en esos compartimien tos filosóficos».22 Para escapar a este
etn ocen trismo lin güístico n o basta, como se h a visto, con someter al
análisis de con tenido las palabras obtenidas en la entrevista n o dirigida,
a riesgo de dejarse impon er las n ociones y categorías de la len gua em-
pleada por los sujetos: n o es posible liberarse de las preconstrucciones
del lenguaje, ya se trate del perten ecien te al científico o del de su ob-
jeto, más que establecien do la dialéctica que lleva a con struccion es ade-
cuadas por la con fron tación metódica de dos sistemas de precon struc-
cion es 23 [ C. Lévi-Strauss, M. Mauss, B. Malinovski, textos n os 28, 29 y 30] .
No se h an sacado todas las con secuen cias metodológicas del h ech o
de que las técn icas más clásicas de la sociología empírica están con de-
nadas, por su misma naturaleza, a crear situaciones de experimentación
ficticias esencialmente diferentes de las experimentacion es sociales que
con tin uamente produce la evolución de la vida social. Cuan to más de-
penden de la coyun tura las conductas y actitudes estudiadas, tan to más
expuesta está la investigación , en la coyuntura particular que permite la
situación de en cuesta, a captar sólo las actitudes u opinion es que no va-
len más allá de los límites de esta situación. Así, las en cuestas que tratan
sobre las relacion es en tre las clases y, más precisamen te, sobre el as-

22 M. Ch astain g, «Jouer n ’est pas jouer», loc. cit.


23 De este modo, la en trevista n o directiva y el an álisis de con ten ido n o
podrían ser utilizados como un a especie de patrón absoluto, pero deben
proporcion ar un medio de con trolar con tin uamen te tan to el sen tido de
las pregun tas plan teadas como las categorias según las cuales son an alizadas
e in terpretadas las respuestas.
72 el o f ic io d e so c ió l o g o

pecto político de esas relacion es, están casi in evitablemen te con den a-
das a termin ar con la agravación de los con flictos de clase porque las
exigen cias técn icas a las cuales se deben someter las obligan a excluir
las situacion es críticas y, por ello mismo, se les vuelve difícil captar o
prever las conductas que nacerían de una situación conflictiva. Como lo
obser va Marcel Maget, h ay que «remitirse a la h istoria para descubrir
las con stantes ( si es que existen) de reacciones a situaciones n uevas. La
n ovedad h istórica actúa como “reactivo” para revelar las virtualidades
laten tes. De allí la utilidad de seguir al grupo estudiado cuan do se en -
fren ta a situacion es n uevas, cuya evocación n o es n ada más que un re-
medio para salir del paso, pues n o se pueden multiplicar las preguntas
h asta el infinito».24
En efecto, con tra la definición restrictiva de las técn icas de recolec-
ción de datos que con fiere al cuestion ario un privilegio in discutido y la
posibilidad de ver n ada más que sustitutos aproximativos de la técn ica
real en métodos n o obstan te tan codificados y tan probados como los
de la investigación etnográfica ( con sus técnicas específicas, descripción
mor fológica, tecnología, cartografía, lexicografía, biografía, gen ealogía,
etc.) , h ay que restituir a la observación metódica y sistemática su pri-
mado epistemológico.25 Lejos de constituir la forma más n eutral y con-
trolada de la elaboración de datos, el cuestion ario supone todo un
conjunto de exclusion es, no todas escogidas, y que son tan to más pern i-
ciosas cuan to más in con scientes perman ecen : para poder confeccion ar
un cuestion ario y saber qué se puede h acer con los h ech os que pro-
duce, h ay que saber lo que hace el cuestionario, es decir en tre otras co-
sas, lo que n o puede h acer. Sin hablar de las pregun tas que las normas
sociales que regulan la situación de en cuesta proh íben plan tear, n i
men cion ar aquellas que el sociólogo omite h acer cuan do acepta un a
defin ición social de la sociología, que n o es sin o el calco de la imagen
pública de la sociología como referén dum, n i siquiera las pregun tas
más objetivas, las que se refieren a las con ductas, n o recogen sin o el
resultado de un a observación efectuada por el sujeto sobre su propia

24 M. Maget, Guide d’étude directe des comportements culturels, París, C.N.R.S.,


1950, pág. XXXI.
25 Se en con trará un a exposición sistemática de esta metodología en la obra de
Marcel Maget an tes citada.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 73

con ducta. Por eso la in terpretación sólo vale si se in spira en la in ten-


ción expresa de discern ir metódicamen te de las accion es las in ten cio-
n es confesadas y los actos declarados que pueden man ten er con la ac-
ción relacion es que vayan desde la valoración exagerada, o la omisión
por inclinación a lo secreto hasta las deformacion es, rein terpretaciones
e incluso los «olvidos selectivos»; tal intención supone que se obtenga el
medio de realizar científicamen te esta distinción , sea por el cuestiona-
rio mismo, sea por un uso especial de esta técn ica ( pién sese en las en-
cuestas sobre los supuestos o sobre los budgets-temps como cuasi-observa-
ción ) o bien por la obser vación directa. Por tan to, un o se ve llevado a
in vertir la relación que ciertos metodólogos establecen en tre el cuestio-
n ario, simple in ven tario de palabras, y la obser vación de tipo etn ográ-
fico como inven tario sistemático de actos y objetos culturales:26 el cues-
tionario n o es n ada más que un o de los in strumentos de la observación,
cuyas ven tajas metodológicas, como por ejemplo la capacidad de reco-
ger datos h omogén eos que también se in scriben en el campo de un
an álisis estadístico, n o deben disimular sus límites epistemológicos; de
manera que no sólo no es la técnica más económica para captar las con-
ductas n ormalizadas, cuyos procesos rigurosamen te «determin ados»
son altamente previsibles y pueden ser en consecuencia captados en vir-
tud de la observación o la in terrogación sagaz de algun os informan tes,
sin o que se corre el peligro de descon ocer ese aspecto de las conductas,
en sus usos más ritualizados, e in cluso, por un efecto de desplazamiento,
a desvalorizar el proyecto mismo de su captación .27

26 Al pon er todas las técn icas etn ográficas den tro de la categoría desvalorizada
del qualitative analysis, los que privilegian absolutamen te el «quantitative
analysis» se con den an a ver en él sólo un recurso por un a suerte de
etn ocen trismo metodológico que lleva a referirlos a la estadística como a su
verdad, para termin ar vien do n ada más que un a «cuasi-estadística» en la
que se en cuen tran «cuasi-distribucion es», «cuasi-correlacion es» y «cuasi-
datos empíricos»: «La reun ión y el an álisis de los cuasi-datos estadísticos sin
duda pueden ser practicados más sistemáticamen te de lo que lo h an sido
en el pasado, por lo men os si se pien sa en la estructura lógica del an álisis
cuan titativo para ten erla presen te y extraer precaucion es y directivas
gen erales» ( A. H . Barton y P. F. Lazarsfeld, «Some Fun ction s of Qualitative
An alysis in Social Research », loc. cit.) .
27 In versamen te, el in terés preferen te que los etn ólogos con ceden a los
aspectos más determin ados de la con ducta, a men udo es paralelo con la
in diferen cia por el uso de la estadística, que es la ún ica capaz de medir la
distan cia en tre las n ormas y las con ductas reales.
74 el o f ic io d e so c ió l o g o

Los metodólogos suelen recomen dar el recurso a las técn icas clásicas
de la etn ología, pero h acien do de la medición la medida de todas las
cosas y de las técn icas de medición la medida de toda técn ica, n o pue-
den ver en ellas más que apoyos subalternos o recursos para «encontrar
ideas» en las primeras fases de una investigación,28 excluyendo por esto
el problema propiamen te epistemológico de las relacion es en tre los
métodos de la etn ología y los de la sociología. El descon ocimiento recí-
proco es tan perjudicial para el progreso de un a y otra disciplin a como
el en tusiasmo desmedido que puede provocar préstamos in con trola-
dos; por otra parte las dos actitudes n o son exclusivas. La restauración
de la un idad de la an tropología social ( en ten dida en el plen o sen tido
del términ o y n o como sin ón imo de etn ología) supon e una reflexión
epistemológica que in ten taría determin ar lo que las dos metodologías
deben , en cada caso, a las tradicion es de cada una de las disciplin as y a
las características de hech o de las sociedades que toman por objeto. Si
n o existen dudas de que la importación descon trolada de métodos y
con ceptos que h an sido elaborados en el estudio de las sociedades sin
escritura, sin tradicion es h istóricas, socialmen te poco diferen ciadas y
sin ten er much os con tactos con otras sociedades, pueden con ducir a
absurdos ( pién sese por ejemplo en ciertos an álisis «culturalistas» de las
sociedades estratificadas) , es obvio que h ay que cuidarse de tomar las li-
mitacion es con dicion ales por límites de validez in heren tes a los méto-
dos de la etn ología: nada impide aplicar a las sociedades modernas los
métodos de la etn ología, median te el sometimiento, en cada caso, a la
reflexión epistemológica de los supuestos implícitos de esos métodos
que se refieren a la estructura de la sociedad y a la lógica de sus tran s-
formaciones.29
No h ay operación por más elemen tal y, en aparien cia, automática
que sea de tratamien to de la in formación que n o implique un a elec-

28 Véase por ejemplo, A. H. Barton y P. F. Lazarsfeld, «Some Fun ction s of


Qualitative An alysis in Social Research », loc. cit. C. Selliz, M. Deutsch y S. W.
Cook se propusieron defin ir las con dicion es en las cuales podría realizarse
un a tran sposición fructífera de las técn icas de in spiración etn ológica
( Research Methods in Social Relations, Rev. vol. 1, Meth uen , 1959, págs. 59-65) .
29 Tal sustan tivación del método etn ológico es la que realiza R. Bierstedt en su
artículo «Th e Limitation of An th ropological Meth od in Sociology»,
American Journal of Sociology, LXV, 1948-1949, págs. 23-30.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 75

ción epistemológica e in cluso un a teoría del objeto. Es eviden te, por


ejemplo, que es toda una teoría, consciente o in consciente, de la estra-
tificación social lo que está en juego en la codificación de los in dicado-
res de la posición social o en la demarcación de las categorías ( ténganse
presentes, por ejemplo, los diferentes índices entre los cuales se puede
escoger para defin ir los grados de «cristalización del estatus») . Aquellos
que, por omisión o imprudencia, se abstien en de sacar todas las con se-
cuencias de esta eviden cia se exponen a la crítica frecuen temente diri-
gida a las descripcion es escolares que tien den a sugerir que el método
experimental tiene por objeto descubrir relaciones entre «datos» o pro-
piedades preestablecidas de esos «datos». «Nada h ay de más en gañ oso
–decía Dewey– que la aparente sencillez de la investigación científica tal
como la describen los tratados de lógica»; esta sencillez especiosa al-
can za su pun to culmin an te cuan do se utilizan las letras del alfabeto
para representar la articulación del objeto: teniendo en un caso, ABCD,
en otro BCFG, en un tercero CDEH y así sucesivamen te, se con cluye
que es C el que eviden temen te determin a el fenómeno. Pero el uso de
este simbolismo es «un medio muy eficaz de oscurecer el hech o de que
los materiales en cuestión han sido ya estandarizados y de disimular por
ello que toda la tarea de la in vestigación in ductivo-deductiva descan sa
en realidad sobre operacion es en virtud de las cuales los materiales son
h omogen eizados».30 Si los metodólogos están más aten tos a las reglas
que se deben observar en la man ipulación de las categorías ya con stitui-
das que a las operacion es que permiten con struirlas, es porque el pro-
blema de la construcción del objeto no puede resolverse n un ca de an-
temano y de una vez para siempre, ya se trate de dividir a una población
en categorías sociales, por n ivel de in greso o según la edad. Por el h e-
ch o de que toda taxon omía implica un a teoría, un a división in con s-
cien te de sus altern ativas, se opera n ecesariamen te en fun ción de un a
teoría in con scien te, es decir casi siempre de un a ideología. Por ejem-
plo, dado que los in gresos varían de un a man era con tin ua, la división
de un a población por n ivel de in gresos implica n ecesariamen te un a
teoría de la estratificación : «n o se puede trazar una lín ea de separación
absoluta entre los ricos y los pobres, entre los capitalistas terratenien tes
o in mobiliarios y los trabajadores. Algun os autores preten den deducir

30 J. Dewey, Logic: The Theory of Inquiry, Nueva York, H olt, 1938, pág. 431, n . 1.
76 el o f ic io d e so c ió l o g o

de este h ech o la con secuen cia de que en n uestra sociedad n o cabe ya


h ablar de un a clase capitalista, n i opon er la burguesía a los trabajado-
res».31 Es tan to como decir, agrega Pareto, que n o existen an cian os,
puesto que n o se sabe a qué edad, o sea en qué momen to de la vida, co-
mienza la vejez.
Habría que pregun tarse, por último, si el método de análisis de datos
que parece el más apto para aplicarse en todos los tipos de relacion es
cuan tificables, como es el an álisis multivariado, no debe someterse
siempre a la interrogación epistemológica; en efecto, partiendo de que
se puede aislar por turn o la acción de las diferen tes variables del sis-
tema completo de relacion es den tro del cual actúan, a fin de captar la
eficacia propia de cada una de ellas, esta técn ica no puede captar la efi-
cacia que puede ten er un factor al in sertarse en un a estructura e in -
cluso la eficacia propiamen te estructural del sistema de factores. Ade-
más, al obten er por un corte sin crón ico un sistema defin ido por un
equilibrio pun tual, se está expuesto a dejar escapar lo que el sistema
debe a su pasado y, por ejemplo, el sentido diferente que pueden ten er
dos elemen tos semejan tes en el orden de las simultan eidades por su
perten en cia a sistemas diferen tes en el orden de la sucesión , es decir
por ejemplo, en diferen tes trayectorias biográficas.32 Gen eralmen te,
un a hábil utilización de todas las formas de cálculo que permite el aná-
lisis de un con jun to de relacion es supon dría un con ocimien to y un a
con cien cia per fectamen te claros de la teoría del h ech o social, con side-
rado en los procedimientos en virtud de los cuales cada un o de ellos se-
leccion a y con struye el tipo de relación en tre variables que determinan
su objeto.
Así como las reglas técnicas del uso de técnicas son fáciles de emplear
en la codificación, así son difíciles de determinar los principios que per-
miten un a utilización de cada técn ica que ten ga en cuen ta con scien te-
men te los supuestos lógicos o sociológicos de sus operacion es y, aún
más, de plasmarse en la práctica. En cuanto a los prin cipios de los prin-

31 V. Pareto, Cours d’Économie politique, t. II, Gin ebra, Droz, pág. 385. Las
técn icas más abstractas de división del material tien en por objeto justa-
men te an ular las un idades con cretas como gen eración, biografía y carrera.
32 Véase P. Bourdieu, J. C. Passeron y M. de Sain t-Martin , Rapport pédagogique et
communication, Cah iers du Cen tre de Sociologie Européen n e, nº 2, París, La
H aya, Mouton , 1965, págs. 43-57.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 77

cipios, los que rigen el uso correcto del método experimental en socio-
logía, y por esa razón con stituyen el fundamen to de la teoría del con o-
cimiento sociológico, están en este punto tan opuestos a la epistemolo-
gía espon tán ea que pueden ser con stan temen te tran sgredidos en
n ombre mismo de preceptos o fórmulas de las cuales se cree sacar par-
tido. De este modo, la misma in ten ción metodológica de n o aten erse
sino a las expresiones conscientes, puede llegar a otorgar, a construccio-
nes tales como el análisis jerárquico de opiniones, el poder de elevar las
declaracion es, aun las más super ficiales, a actitudes que son su prin-
cipio, es decir de tran smutar mágicamen te lo con scien te en in con s-
cien te, o por un proceso idén tico, pero que fracasa por razon es in ver-
sas, a buscar la estructura in con sciente del men saje de pren sa por
medio de un an álisis estructural que no puede otra cosa, en el mejor de
los casos, que redescubrir pen osamen te algun as verdades primeras
man tenidas con scientemen te por los productores del mensaje.
Del mismo modo, el prin cipio de la n eutralidad ética, lugar común
de todas las tradicion es metodológicas, paradójicamen te puede in citar,
en su forma rutin aria, al error epistemológico que aspira preven ir. Es
en n ombre de un a con cepción simplista del relativismo cultural como
ciertos sociólogos de la «cultura popular» y de los medios modern os
de comun icación pueden crearse la ilusión de actuar de acuerdo con
la regla de oro de la cien cia etnológica al considerar todos los compor-
tamien tos culturales, desde la can ción folclórica h asta un a can tata de
Bach , pasan do por un a can cion cilla de moda, como si el valor que los
diferentes grupos les recon ocen n o formara parte de la realidad, como
si n o fuera preciso referir siempre las con ductas culturales a los valores
a los cuales se refieren objetivamen te para restituirles su sen tido pro-
piamente cultural. El sociólogo que se propon e ign orar las diferen cias
de valores que los sujetos sociales establecen en tre las obras culturales,
realiza de h ech o un a tran sposición ilegítima, en tan to in con trolada,
del relativismo al cual se ve obligado el etn ólogo cuando considera cul-
turas correspon dien tes a sociedades diferen tes: las diferen tes «cultu-
ras» existen tes en un a misma sociedad estratificada están objetiva-
men te situadas un as en relación con las otras, porque los diferen tes
grupos se sitúan un os en relación con otros, en particular cuan do se
refieren a ellas; por el con trario, la relación en tre culturas correspon-
dien tes a sociedades diferen tes puede existir sólo en y por la compara-
ción que efectúa el etn ólogo. El relativismo in tegral y mecánico desem-
78 el o f ic io d e so c ió l o g o

boca en el mismo resultado que el etn ocen trismo ético: en los dos ca-
sos el obser vador sustituye la relación con los valores que man tien en
objetivamen te aquellos que él obser va, por su propia relación con los
valores de éstos ( y de ese modo con su valor) .

«¿Cuál es el físico –pregun ta Bach elard– que aceptaría gastar sus habe-
res en con struir un aparato caren te de todo sign ificado teórico?» Nu-
merosas encuestas sociológicas no resistirían tal interrogan te. La renun-
cia pura y simple ante el dato de una práctica que reduce el cuerpo de
h ipótesis a un a serie de an ticipaciones fragmentarias y pasivas conden a
a las man ipulacion es ciegas de un a técn ica que gen era automática-
men te artefactos, con struccion es vergon zosas que son la caricatura del
h ech o metódica y con scien temen te con struido, es decir de un modo
científico. Al negarse a ser el sujeto científico de su sociología, el soció-
logo positivista se dedica, salvo por un milagro del inconsciente, a hacer
un a sociología sin objeto cien tífico.
O lvidar que el h ech o con struido, según procedimien tos formal-
men te irreproch ables, pero in con scien tes de sí mismos, puede n o ser
otra cosa que un artefacto, es admitir, sin más examen , la posibilidad de
aplicar las técn icas a la realidad del objeto al que se las aplica. ¿No es
sorpren den te que los que sostien en que un objeto que n o se puede
captar n i medir por las técn icas dispon ibles n o tien e existencia cien tí-
fica, se vean llevados, en su práctica, a no considerar como dign o de ser
con ocido más que lo que puede ser medido o, peor, a conceder sólo la
existen cia cien tífica a todo lo que es pasible de ser medido? Los que
obran como si todos los objetos fueran apreciables por un a sola y
misma técn ica, o in diferen temen te por todas las técn icas, olvidan que
las diferentes técnicas pueden contribuir, en medida variable y con des-
iguales ren dimien tos, al conocimien to del objeto, sólo si la utilización
está controlada por un a reflexión metódica sobre las con dicion es y los
límites de su validez, que depende en cada caso de su adecuación al ob-
jeto, es decir a la teoría del objeto.33 Además, esta reflexión sólo puede
permitir la reinven ción creadora que exige idealmente la aplicación de

33 El uso mon oman íaco de un a técn ica particular es el más frecuen te y


también el más frecuen temen te den un ciado: «Dad un martillo a un n iñ o
–dice Kaplan –, y se verá que todo le h abrá de parecer merecedor de un
martillazo» ( The Conduct of Inquiry, op. cit., pág. 112) .
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 79

una técnica, «inteligencia muerta y que la mente debe resucitar», y a for-


tiori, la creación y aplicación de n uevas técnicas.

4. La a n a l o g ía y l a c o n st r u c c ió n d e h ipó t esis
Para saber construir un objeto y al mismo tiempo conocer el objeto que
se construye, hay que ser con scien te de que todo objeto cien tífico se
construye deliberada y metódicamente y es preciso saber todo ello para
preguntarse sobre las técnicas de construcción de los problemas plan te-
ados al objeto. Una metodología que no se planteara nunca el problema
de la construcción de las h ipótesis que se deben demostrar n o puede,
como lo señala Claude Bernard, «dar ideas nuevas y fecundas a aquellos
que no las tienen ; servirá solamente para dirigir las ideas en los que las
tienen y para desarrollarlas a fin de sacar de ellas los mejores resultados
posibles [ …] . El método por sí mismo no engendra nada».34
Contra el positivismo que tiende a ver en la hipótesis sólo el producto
de un a generación espon tán ea en un ambien te infecundo y que espera
in gen uamen te que el con ocimien to de los h ech os o, a lo sumo, la in-
ducción a partir de los hechos, con duzca de modo automático a la for-
mulación de h ipótesis, el an álisis eidético de H usserl, como el an álisis
histórico de Koyré demuestran , a propósito del procedimien to paradig-
mático de Galileo, que un a hipótesis como la de la inercia no puede ser
con quistada n i con struida sin o a costa de un golpe de estado teórico
que, al no hallar ningún punto de apoyo en las sensacion es de la expe-
rien cia, n o podía legitimarse más que por la coh eren cia del desafío
imaginativo lanzado a los h echos y a las imágen es ingen uas o cultas de
los h echos.35

34 C. Bern ard, Introduction à l’étude de la médecine expérimental, op. cit., cap. II,
§ 2.
35 E. H usserl, «Die Krissis der europäisch en Wissen sch aften un d die
tran szen den tale Ph än omen ologie: Ein e Ein leitun g in die
ph än omen ologisch e Ph ilosoph ie» (trad. fran cesa E. Gerrer, «La crise des
scien ces européen n es et la ph én omen ologie tran scen dan tale», Les Études
Philosophiques, n os 2 y 40, París [ h ay ed. en esp.] ) . Koyré, más sen sible que
cualquier otro h istoriador de la ciencia a la in geniosidad experimen tal de
Galileo, n o vacila sin embargo en observar en el prejuicio de con struir un a
física arquimedian a el prin cipio motor de la revolución cien tífica in iciada
por Galileo. Es la teoría, vale decir, en este caso la in tuición teórica del
prin cipio de in ercia, que precede a la experien cia y la h ace posible
80 el o f ic io d e so c ió l o g o

Tal exploración de los múltiples aspectos, que supon e un distan cia-


mien to decisivo respecto de los hechos, queda expuesta a las facilidades
del in tuicion ismo, del formalismo o de la pura especulación, al mismo
tiempo que sólo puede evadirse ilusoriamente de los con dicionamien -
tos del len guaje o de los controles de la ideología. Como lo subraya R.
B. Braithwaite, «un pen samien to científico que recurre al modelo an a-
lógico es siempre un pensamien to al modo del “como si” ( as if thinking)
[ …] ; la con trapartida del recurso a los modelos es una vigilancia con s-
tan te».36 Al distin guir el tipo ideal como con cepto gen érico obten ido
por in ducción, de la «esen cia» espiritual o de la copia impresion ista de
lo real, Weber sólo buscaba explicitar las reglas de funcion amien to y las
con dicion es de validez de un procedimien to que todo investigador,
h asta el más positivista, utiliza con scien te o in con scien temen te, pero
que n o puede ser dominado más que si se utiliza con con ocimiento de
causa. Por oposición a las construcciones especulativas de la filosofía so-
cial, cuyos refin amientos lógicos n o tien en otra fin alidad que con struir
un sistema deductivo bien ordenado y que son irrefutables por ser inde-
mostrables, el tipo ideal como «guía para la construcción de hipótesis»,
según la expresión de Max Weber, es un a ficción coh erente «en la cual
la situación o la acción es comparada y medida», una con strucción con -
cebida para con fron tarse con lo real, un a construcción próxima –a un a
distan cia tal que permite medir y reducir– y n o aproximada. El tipo
ideal permite medir la realidad porque se mide con ella y se determin a
al determinar la distancia que lo separa de lo real [M. Weber, texto nº 31] .

volvien do con cebibles las experien cias susceptibles de validar la teoría.


Véase A. Koyré, Études Galiléennes, III, Galilée et la loi d’inertie, París,
H erman n , 1966, págs. 226-227.
36 R. B. Brith waite, Scientific Explanation, Cambridge, Cambridge Un iversity
Press, 1963, pág. 93. No es casual si, en cien cias que como la econ ometría,
recurren desde h ace tiempo a la con strucción de modelos, la con cien cia
del peligro de «in mun ización » con tra la experien cia que es in heren te a
todo proceso formalista, es decir simplificador, es más acen tuado que en
sociología. H . Albert mostró la «coartada ilimitada» que sign ifica el h ábito
de razon ar ceteris paribus: La h ipótesis se vuelve irrefutable desde el
momen to en que toda obser vación con traria de la misma puede imputarse
a la variación de los factores que aquélla n eutraliza supon ién dolos
con stan tes ( H . Albert, «Modell Platon ismus», en E. Topitsch ( comp.) , Logik
der Sozialwissenchaften, Berlín , Colon ia, Kiepen h euer un d Witich , 1966, págs.
406-434) .
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 81

Con la con dición de prescin dir de las ambigüedades que deja subsis-
tir Weber al iden tificar el tipo ideal con el modelo, en el sen tido de
caso-ejemplo o caso-límite, con struido o comprobado, el razon amiento
como pasaje de los límites con stituye un a técn ica irreemplazable
de construcción de h ipótesis: el tipo ideal puede exten derse tan to en
un caso teóricamen te privilegiado en un grupo con struido de transfor-
maciones ( recuérdese, por ejemplo, el papel que h acía represen tar
Bouligan d al trián gulo rectán gulo como soporte privilegiado de la de-
mostración de la «pitagoricidad») 37 como en un caso paradigmático
que puede ser, ya sea un a pura ficción obten ida por el pasaje de los lí-
mites y por la «acen tuación un ilateral» de las propiedades pertin en tes,
ya sea un objeto realmen te observable que presen ta en el más alto
grado el n úmero mayor de propiedades del objeto construido. Para es-
capar a los peligros in h eren tes a este procedimiento, h ay que con side-
rar al tipo ideal, n o en sí mismo n i por sí mismo –a la man era de un a
muestra reveladora que bastaría copiar para con ocer la verdad de la
colección ín tegra–, sin o como un elemen to de un grupo de tran sfor-
maciones refirién dolos a todos los casos de la especie del cual es un o
privilegiado. De este modo, con struyen do por un a ficción metodoló-
gica el sistema de conductas que pon drían los medios más racionales al
servicio de fin es racionalmen te calculados, Max Weber obtien e un me-
dio privilegiado para compren der la gama de con ductas reales que el
tipo ideal permite objetivar, objetivan do su distan cia diferen cial con el
tipo puro. Ni siquiera el tipo ideal en el sen tido de muestra reveladora
( Instancia ostensiva) –que h aga ver lo que se busca, como lo in dicaba
Bacon , «al descubierto, bajo un a forma agran dada o en su más alto
grado de poten cia»– n o puede torn arse objeto de un uso riguroso: se
puede evitar lo que se ha llamado «el paralogismo del ejemplo dramá-
tico», variante del «paralogismo de la française rousse» a condición de ad-
vertir en el caso extremo sometido a observación , el revelador del con-
junto de casos isomor fos de la estructura del sistema;38 es esta lógica lo

37 Véase G. Bach elard, Le rationalisme appliqué, op. cit., págs. 91-97.


38 Así, Goffman con cibe al h ospital psiquiátrico reubicán dolo en la serie de
in stitucion es, cuarteles o in tern ados: el caso privilegiado en la serie con s-
truida puede ser en ton ces aquel que, tomado aisladamen te, mejor disimula
por sus fun cion es oficialmen te h uman itarias la lógica del sistema de los
casos isomor fos ( véase E. Goffman , Asiles, París, Éd. de Min uit, 1968) .
82 el o f ic io d e so c ió l o g o

que h ace a Mauss privilegiar el potlatch como «forma paroxística» de la


familia de los cambios de tipo total y agon ístico, o que permite ver en el
estudian te literario parisien se de origen burgués y en su in clin ación al
diletantismo, un punto de partida privilegiado para con struir el modelo
de relacion es posibles en tre la verdad sociológica de la con dición de es-
tudian te y su tran sfiguración ideológica.
El ars inveniendi, entonces, debe limitarse a proporcion ar las técnicas
de pen samien to que permitan con ducir metódicamen te el trabajo de
con strucción de h ipótesis al mismo tiempo que dismin uir, por la con -
ciencia de los peligros que tal empresa implica, los riesgos que le son in-
h eren tes. El razon amien to por an alogía que much os epistemólogos
con sideran el principio primero del descubrimien to científico está lla-
mado a desempeñ ar un papel específico en la cien cia sociológica que
tien e por especificidad n o poder con stituir su objeto sin o por el proce-
dimiento comparativo.39 Para liberarse de la con sideración ideográfica de
casos que n o con tienen en sí mismos su causa, el sociólogo debe multi-
plicar las h ipótesis de an alogías posibles h asta con struir la especie de
los casos que explican el caso considerado. Y para construir esas an alo-
gías mismas, es legítimo que se ayude con h ipótesis de analogías de es-
tructura en tre los fen ómen os sociales y los fen ómenos ya establecidos
por otras cien cias, comen zando por las más próximas, lingüística, etno-
logía, o in cluso biología. «No carece de in terés –observa Durkh eim– in-

39 Véase, por ejemplo, G. Polya, Induction and Analogy in Mathematics,


Prin ceton ( N.J.) , Prin ceton Un iversity Press, 1954, ts. I y II. Durkh eim
sugería ya prin cipios de un a reflexión sobre el buen uso de la an alogía. «El
error de los sociólogos biologistas n o es h aberla usado ( la an alogía) , sin o
h aberla usado mal. Quisieron , n o con trolar las leyes de la sociología por las
de la biología, sin o deducir las primeras de las segun das. Pero tales
deduccion es carecen de valor; pues si las leyes de la vida se vuelven a
en con trar en la sociedad, es bajo n uevas formas y con caracteres específicos
que la an alogía n o permite con jeturar y que sólo puede alcan zarse por la
observación directa. Pero si se h ubiera comen zado a determinar, con ayuda
de procedimien tos sociológicos, ciertas con dicion es de la organ ización
social, h abría sido per fectamen te legítimo examin ar luego si no
presen taban similitudes parciales con las con diciones de la organ ización
an imal», tal como lo determin a por su parte el biologista. Puede preverse
in cluso que toda organización debe ten er caracteres comun es que n o es
in útil descubrir» ( É. Durkh eim, «Représen tation s in dividuelles et représen -
tation s collectives», Revue de Métaphysique et de Morale, t. VI, mayo de 1898,
reproducido en : Sociologie et philosophie, París, F. Alcan , 1924, 3ª ed., París,
PUF, 1963) .
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 83

vestigar si un a ley, establecida por un orden de hechos, n o se encuentra


en otra parte, mutatis mutandis; esta comparación puede in cluso servir
para confirmarla y comprender mejor su alcan ce. En suma, la analogía
es una forma legítima de comparación y ésta es el único medio práctico
del que dispon emos para con seguir que las cosas se vuelvan in teligi-
bles.»40 En resumen , la comparación orien tada por la h ipótesis de las
an alogías con stituye n o sólo el in strumen to privilegiado del corte con
los datos precon struidos, que pretenden in sisten temen te ser considera-
dos en sí mismos y por sí mismos, sin o también el prin cipio de la con s-
trucción h ipotética de relaciones en tre las relaciones.

5. Mo d el o y t eo r ía
Sólo a condición de negar la definición que los positivistas, usuarios pri-
vilegiados de la n oción , dan de modelo, se le pueden con ferir las pro-
piedades y fun cion es común men te con cedidas a la teoría.41 Sin duda,
se puede design ar por modelo cualquier sistema de relacion es en tre
propiedades seleccion adas, abstractas y simplificadas, con struido con s-
cientemen te con fin es de descripción , de explicación o previsión y, por
ello, plen amen te man ejable; pero a con dición de n o emplear sin ón i-
mos de este términ o que den a en ten der que el modelo pueda ser, en
este caso, otra cosa que una copia que actúa como un pleonasmo con lo
real y que, cuan do es obten ida por un simple procedimien to de ajuste
y extrapolación , n o con duce en modo algun o al prin cipio de la reali-
dad que imita. Duh em criticaba los «modelos mecánicos» de Lord Kel-
vin por man ten er con los h ech os sólo un a semejan za super ficial. Sim-
ples «procedimien tos de exposición» que h ablan sólo a la imaginación,
tales in strumen tos n o pueden guiar el descubrimien to puesto que n o
son sino, a lo sumo, otra cosa que una presen tación de un saber previo
y que tien den a impon er su lógica propia, evitan do así in vestigar la ló-
gica objetiva que se trata de construir para explicar teóricamente lo que
n o h acen más que represen tar.42 Ciertas formulacion es cien tíficas de

40 É. Durkh eim, ibid.


41 En este parágrafo, el vocablo teoría se tomará en el sen tido de teoría
parcial de lo social ( véase supra, § 7, págs. 53-55) .
42 En tre los modelos in con trolados que obstaculizan la captación de las
an alogías profun das, h ay que ten er en cuen ta también los que tran smite el
84 el o f ic io d e so c ió l o g o

las prenociones del sentido común h acen pensar en esos autómatas que
con struían Vaucan son y Cat y que, en ausencia del con ocimien to de los
prin cipios reales de fun cionamien to, apelaban a mecan ismos basados
en otros prin cipios para producir una simple reproducción de las pro-
piedades más colosales: como lo subraya Georges Can guilh em, la utili-
zación de modelos se reveló fecunda en biología en el momento en que
se sustituyeron los modelos mecán icos, con cebidos en la lógica de la
producción y tran smisión de en ergía, por modelos cibernéticos que
descan san en la tran smisión de in formación y llegan así a la lógica del
fun cionamien to de los circuitos nerviosos.43 No es una casualidad si la
indiferencia a los prin cipios con dena a un operacion alismo que limita
sus ambicion es a «salvar las apariencias», sin perjuicio de propon er tan-
tos modelos como fen ómen os h ay, o multiplicar para un mismo fen ó-
men o modelos que n i siquiera son con tradictorios porque, productos
de un trabajo científico, están igualmente desprovistos de principios. La
in vestigación aplicada puede contentarse, sin duda, con tales «verdades
en un 40%», según la expresión de Boas, pero quien es con fun den una
restitución aproximada ( y no próxima) del fen ómen o con la teoría de
los fenómen os se exponen a fracasos inexorables, y sin embargo incom-
pren sibles, en tan to n o se aclare el poder explicativo de coin ciden cia.
Jugan do con la con fusión en tre la simple semejanza y la analogía, re-
lación en tre relacion es que debe ser conquistada con tra las aparien cias
y construida por un verdadero trabajo de abstracción y por una compa-
ración con scien temen te realizada, los modelos miméticos, que n o captan
más que las semejan zas exteriores, se opon en a los modelos analógicos,
que buscan la compren sión de los prin cipios ocultos de las realidades
que in terpretan . «Razon ar por an alogía –dice la Academia– es formar
un razon amien to fun dado en las semejan zas o relacion es de un a cosa
con otra» o más bien, corrige Courn ot, «fundado en las relacion es o se-
mejanzas en tanto éstas muestren las relacion es. En efecto, la visión de

len guaje en sus metáforas, aun las más muertas ( véase supra, § 4,
págs. 41-45) .
43 G. Can guilh em, «An alogies an d Models in Biological Discovery», Scientific
Change, Historical Studies in the Intelectual, Social and Technical Conditions for
Scientific Discovery and Technical Invention, from Antiquity to the Present,
Symposium on th e H istory of Scien ce, Lon dres, H ein eman n , 1963, págs.
507-520.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 85

la mente, en el juicio an alógico, se refiere ún icamen te a la razón de las


semejan zas: éstas n o tien en n in gún valor desde el momen to que n o
revelan las relacion es en el orden de h ech os en que la an alogía se
aplica».44
Los diferen tes procedimien tos de con strucción de h ipótesis pueden
aumentar su eficacia recurrien do a la formalización que, además de la
fun ción esclarecedora de un a esten ografía rigurosa de con ceptos y la
fun ción crítica de un a demostración lógica del rigor de las defin icion es
y de la coh erencia del sistema de enunciados, también puede cumplir,
bajo ciertas con dicion es, una fun cion heurística al permitir la explora-
ción sistemática de lo posible y la con strucción con trolada de un
cuerpo sistemático de h ipótesis como esquema completo de las expe-
rien cias posibles. Pero si la eficacia mecán ica, y metódica a la vez, de los
símbolos y de los operadores de la lógica o de la matemática, «in stru-
men tos de comparación por excelen cia», según la expresión de Marc
Barbut, permite llevar a su términ o la variación imagin aria, el razon a-
miento analógico puede cumplir también, in cluso en ausen cia de todo
refin amien to formal, su fun ción de instrumen to de descubrimien to,
aun que más trabajosamente y con menos seguridad. En su uso más co-
rrien te, el modelo proporcion a el sustituto de un a experimen tación a
men udo imposible en los h ech os y da el medio de confron tar con la
realidad las con secuencias que esta experiencia mental permite separar
de manera completa, por ficticia: «Luego de Rousseau y bajo una forma
decisiva, Marx en señ ó –observa Claude Lévi-Strauss– que la ciencia so-
cial, así como la física n o se con struye a partir de los datos de la sensibi-
lidad, no se con struye en el plano de los acontecimientos: el objetivo es
con struir un modelo, estudiar sus propiedades y las diferentes man eras
en que reaccion a en el laboratorio, para aplicar seguidamen te esas ob-
servaciones a la in terpretación de lo que sucede empíricamen te».45
Es en los prin cipios de su con strucción y n o en su grado de formali-
zación don de radica el valor explicativo de los modelos. Por cierto,
como se h a demostrado a men udo de Leibn iz a Russell, el recurso a
«evidencias ciegas» de los símbolos constituye una excelente protección

44 A. Courn ot, Essais sur les fondements de nos connaissances et sur les caractères de
la critique philosophique, París, H ach ette, 1912, pág. 68.
45 C. Lévi-Strauss, Tristes tropiques, París, Plon , 1956, pág. 49 [ h ay ed. en esp.] .
86 el o f ic io d e so c ió l o g o

con tra las obcecadas eviden cias de la in tuición: «El simbolismo es útil,
in discutiblemen te, porque torn a las cosas difíciles. Queremos saber
“qué puede ser deducido de qué”. Al principio todo es evidente por sí;
y es muy difícil ver si una proposición evidente procede o no de otra. La
eviden cia es siempre en emiga del rigor. Inven temos un simbolismo tan
difícil que nada parezca evidente. Luego establezcamos reglas para ope-
rar con los símbolos y todo se vuelve mecánico».46 Pero los matemáticos
ten drían men os razones que los sociólogos para recordar que la forma-
lización puede con sagrar eviden cias del sen tido común en lugar de
con den arlas. Se puede, decía Leibniz, dar forma de ecuación a la curva
que pasa por todos los puntos de un a super ficie. El objeto percibido n o
se tran sforma en un objeto con struido como por un sen cillo arte de
magia matemática: peor, en la medida en que simboliza la ruptura con
las apariencias, el simbolismo da al objeto preconstruido una respetabi-
lidad usurpada, que lo resguarda de la crítica teórica. Si hay que preca-
verse de los falsos prestigios y prodigios de la formalización sin control
epistemológico, es porque al dar las aparien cias de la abstracción a pro-
posicion es que pueden ser obcecadamen te tomadas de la sociología es-
pon tán ea o de la ideología, amen aza con inducir a que un o pueda abs-
tenerse del trabajo de abstracción, que es el ún ico capaz de romper con
las semejanzas aparen tes para construir las an alogías ocultas.
La captación de las h omologías estructurales n o siempre tien e n ece-
sidad de apelar al formalismo para fundamen tarse y para demostrar su
rigor. Basta seguir el procedimien to que con dujo a Pan ofsky a compa-
rar la Summa de Tomás de Aquin o y la catedral gótica para advertir las
con dicion es que h acen posible, legítima y fecun da tal operación : para
acceder a la analogía oculta y escapar de esa curiosa mezcla de dogma-
tismo y empirismo, de misticismo y positivismo que caracteriza al
intuicionismo, h ay que ren un ciar a querer en con trar en los datos de la
intuición sensible el principio que los un ifique realmente y someter las
realidades comparadas a un tratamiento que las h ace igualmente dispo-
n ibles para la comparación. La an alogía n o se establece en tre la Summa
y la Catedral tomadas, por así decirlo, en su valor facial, sin o en tre dos
sistemas de relaciones inteligibles, no entre «cosas» que se ofrecerían a

46 B. Russell, Mysticism and Logic, and Other Essays, Doubleday, Nueva York,
An ch or Books, 1957, pág. 73 ( 1ª publ. Philosophical Essays, Londres, George
Allen & Un win , 1910, 2ª ed., Mysticism and Logic, 1917 [ h ay ed. en esp.] ) .
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 87

la percepción in gen ua sin o en tre objetos con quistados con tra las apa-
rien cias in mediatas y con struidos median te un a elaboración metódica
[ E. Panofsky, texto nº 32] .
De esta man era, es en su poder de ruptura y de gen eralización , am-
bos in separables, donde se recon oce el modelo teórico: diseñ o formal de
las relacion es entre aquellas que definen los objetos construidos, puede
ser transpuesto a órden es de la realidad fen omén ica muy diferen tes y
sugerir por an alogía n uevas an alogías, n uevos prin cipios de con struc-
ción de objetos [ P. Duhem, texto nº 33; N. Campbell, texto nº 34] . Así como
el matemático en cuen tra en la defin ición de la recta como cur va de
curvatura n ula el prin cipio de un a teoría gen eral de las curvas, ya que
la lín ea curva es un mejor gen eralizador que la recta, así la con struc-
ción de un modelo puro permite tratar diferentes formas sociales como
otras tan tas realizaciones de un mismo grupo de transformacion es y h a-
cer surgir de ese modo propiedades ocultas que no se revelan sino en la
puesta en relación de cada un a de las realizaciones con todas las otras,
es decir por referencia al sistema completo de relaciones en que se ex-
presa el principio de su afinidad estructural.47 Es éste el procedimiento
que con fiere su fecun didad, es decir su poder de gen eralización , a las
comparaciones entre sociedades diferentes o en tre subsistemas de una
misma sociedad, por oposición a las simples comparacion es suscitadas
por la semejanza de los con ten idos. En la medida en que estas «metáfo-
ras científicas» conduzcan a los prin cipios de las homologías estructura-
les que pudieran en con trarse sumergidas en las diferen cias fen omén i-
cas, son , como se h a dich o, «teorías en min iatura» puesto que, al
formular los principios generadores y un ificadores de un sistema de re-
lacion es, satisfacen completamente las exigen cias del rigor en el orden
de la prueba y de la fecun didad en el del descubrimien to, que son las

47 Es el mismo procedimien to, que con siste en con cebir el caso particular e
in cluso el con jun to de casos reales como casos particulares de un sistema
ideal de composicion es lógicas, que en las operacion es más con cretas de la
práctica sociológica, como la in terpretación de un a relación estadística,
puede termin ar in virtien do la sign ificación de la noción de sign ificatividad
estadística: así como la matemática pudo con siderar la ausen cia de
propiedades como un a propiedad, del mismo modo un a ausen cia de
relación estadística en tre dos variables puede ser altamen te sign ificativa si
se con sidera esta relación den tro del sistema completo de relacion es de la
que forma parte.
88 el o f ic io d e so c ió l o g o

que defin en un a con strucción teórica: gramáticas gen eradoras de es-


quemas transportables proporcionan el prin cipio de problemas y cues-
tionamien tos indefinidamente ren ovables; realizacion es sistemáticas de
un sistema de relacion es verificadas o por verificar, obligan a un proce-
dimien to de verificación que n o puede ser más que sistemático en sí
mismo; productos con scien tes de un distan ciamien to por referen cia a
la realidad, remiten siempre a la realidad y permiten medir en la misma
las propiedades que sólo su irrealidad posibilita descubrir completa-
men te, por deducción .48

48 Sería in dispen sable en cien cias sociales un a educación del espíritu


cien tífico para que, por ejemplo en sus in formes de en cuesta, los sociólogos
rompan más a men udo con el procedimien to in ductivo que a lo sumo
con duce a un balan ce recapitulativo ( véase infra, § 2, pág. 97) para
reorgan izar en fun ción de un prin cipio un ificador (o de varios) , a fin de
explicar sistemáticamen te el con jun to de relacion es empíricamen te
comprobadas, es decir, para obedecer en su práctica a la exigen cia teórica,
así fuera al n ivel de una problemática region al.
Tercera parte
El racion alismo aplicado

iii. e l h e c h o se c o n q u ist a , c o n st r u ye , c o mpr u e ba :


l a je r a r q u ía d e l o s a c t o s e pist e mo l ó g ic o s

El principio del error empirista, formalista o intuicionista ra-


dica en la desvin culación de los actos epistemológicos y en un a repre-
sen tación mutilada de las operacion es técn icas de la que cada un a su-
pon e actos de corte, con strucción y comprobación . La discusión que
surge a propósito de las virtudes in trínsecas de la teoría o de la medida,
de la in tuición o del formalismo, n ecesariamen te es ficticio, porque
descansa en la autonomización de operaciones cuyo sentido y fecundi-
dad dependen de su in serción necesaria en un procedimien to un itario.

1. La c o n sec u en c ia d e l a s o per ac io n es y l a jer a r q u ía


d e l o s ac t o s epist emo l ó g ic o s
Aun que la represen tación más corriente de los procedimien tos de in -
vestigación como un ciclo de fases sucesivas ( observación, hipótesis, ex-
perimen tación , teoría, observación , etc.) ten ga un a utilidad pedagó-
gica, así n o fuera sustituyendo un a en umeración de tareas delimitadas
según la lógica de la división burocrática del trabajo por la imagen de
un en caden amien to de operacion es epistemológicamen te calificadas,
sigue sien do doblemen te en gañ osa. Al proyectar en el espacio bajo
forma de momen tos exteriores, un as a otras, las fases del «ciclo experi-
men tal», recompon e imper fectamen te el desarrollo real de las opera-
cion es, ya que, en realidad, en cada un a de ellas está presen te todo el
ciclo; pero más profundamen te, esta represen tación deja escapar el or-
den lógico de los actos epistemológicos, ruptura, construcción , prueba
de los hechos, que n unca se reduce al orden cronológico de las opera-
cion es con cretas de la in vestigación . Decir que el h ech o se con quista,
90 el o f ic io d e so c ió l o g o

con struye y comprueba, no significa decir que a cada uno de estos actos
epistemológicos corresponden operacion es sucesivas, provistas de tal o
cual instrumen to específico.1 De modo que, como ya se vio, el modelo
teórico es inseparablemen te construcción y ruptura, ya que fue preciso
romper con las semejan zas fen omén icas para con struir las an alogías
profun das, y porque la ruptura con las relacion es aparen tes supon e la
con strucción de nuevas relacion es en tre las apariencias.
La diferen cia en tre los actos epistemológicos n un ca se revela tan cla-
ramen te como en la práctica errón ea que, como se h a visto, se defin e
precisamen te por la omisión de tal o cual de los actos cuya in tegración
jerárquica determin a la práctica correcta. Al mostrar lo costoso que re-
sulta escamotear algun o de los actos epistemológicos, el an álisis del
error y de las con dicion es que lo h icieron posible permite defin ir la je-
rarquía de los riesgos epistemológicos que derivan del orden en el cual
están implicados los actos epistemológicos, ruptura, construcción, com-
probación : la experimen tación vale lo que vale la con strucción que
pone a prueba, y el valor heurístico y probatorio de una construcción es
fun ción del grado en el cual permite romper con las aparien cias y así
con ocer las aparien cias, recon ocién dolas como tales. De esto resulta
que n o h ay con tradicción ni eclecticismo en in sistir simultán eamen te
en los riesgos y el valor de una operación tal como la formalización o in-
cluso la in tuición . El valor de un modelo formal es fun ción del grado
en que los preliminares epistemológicos de ruptura y con strucción h ayan
sido satisfech os: si, como se vio, el simbolismo se torna peligroso al per-
mitir y disimular la subordinación lisa y llan a a la sociología espon tá-
n ea, también puede con tribuir, cuan do ejerce su poder de con trol de
relacion es con struidas sobre relacion es aparen tes, a cuidarse de recaí-
das en el sen tido común .
No hay intuición que no pueda recibir una función científica cuando,
controlada, sugiere hipótesis y aun contribuye al control epistemológico
de las demás operaciones. Sin duda que es legítima la condena del intui-

1 Al asociar automáticamen te tal o cual acto epistemológico a un a técn ica


particular, por ejemplo la ruptura al poder de distan ciamien to del
vocabulario etn ológico, la con strucción al resultado propio del formalismo
o la comprobación a las formas más estan darizadas del cuestion ario, puede
ten erse la ilusión de estar exen to de todas las exigen cias epistemológicas
por h aber empleado, aun que fuese mágicamen te, el instrumento ad hoc.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 91

cionismo cuando, al afirmarse en la convicción de que un sistema social


expresa en cada una de sus partes la acción de un único y mismo princi-
pio, cree captar por una suerte de «intuición central» la lógica unitaria y
ún ica de una cultura, ah orrándose de ese modo, como tien den a h a-
cerlo numerosas descripcion es culturalistas, el estudio metódico de los
diferentes subsistemas y la in dagación de sus interrelaciones reales. Sin
embargo, cuando la captación intuitiva, es decir uno intuito, de la unidad
inmediatamente perceptible de una situación , de un estilo de vida o de
un a manera de ser, conduce a in dagar en sus relacion es sign ificantes
propiedades y relacion es que n o se presentan sino sucesivamente en el
trabajo an alítico, constituye un a protección contra la atomización del
objeto que resulta, por ejemplo, de recurrir a indicadores incapaces de
objetivar las manifestacion es de un a actitud o de un ethos sin frag-
men tarlas.2 De esta forma, la in tuición n o sólo contribuye al descubri-
miento, sin o también al con trol epistemológico en la medida en que,
controlada, recuerda a la investigación sociológica su objetivo de recom-
poner las interrelaciones que determinan las totalidades construidas. Así
es como la reflexión epistemológica demuestra que no se puede desco-
nocer la jerarquía de los actos epistemológicos sin caer en la disociación
real de las operaciones de in vestigación que caracterizan al intuicio-
nismo, el formalismo o el positivismo.
El racion alismo aplicado rompe con la epistemología espon tán ea
fun damentalmen te cuando invierte la relación en tre teoría y experien-

2 No sería in útil rein troducir todo este con jun to de experien cias, actitudes y
n ormas de observación resumidas por el imperativo etn ológico del «trabajo
sobre el terren o» en un a práctica sociológica que, a medida que se
burocratiza, tien de a in terpon er entre el que con cibe la en cuesta y aquellos
a quien es estudia, el aparato de ejecutan tes y el mecan ográfico: la
experien cia directa de los in dividuos y las situacion es con cretas en las que
viven , ya se trate del decorado cotidian o de la vivien da, del paisaje o de los
gestos y en ton acion es, n o con stituye sin duda de por sí un con ocimien to,
pero puede proporcion ar el lazo intuitivo que a veces h ace surgir la
h ipótesis de relacion es in sólitas, pero sistemáticas, en tre los datos. Más que
el sociólogo, amen azado más bien por un a distan cia respecto de su objeto
que n o siempre es distan ciamien to epistemológico, el etn ólogo, como
todos los que recurren a la observación participan te, corre el peligro de
tomar el «con tacto h uman o» por un medio de con ocimien to y, sen sible a
las exigen cias y seduccion es de su objeto que traicion an las evocacion es
n ostálgicas de lugares y gen tes, debe realizar un esfuerzo particular para
con struir un a problemática capaz de romper las con figuracion es sin gulares
que le propon en los objetos con cretos.
92 el o f ic io d e so c ió l o g o

cia. La más elemen tal de las operacion es, la observación , que describe
el positivismo como un registro tanto más fiel cuanto menos supuestos
teóricos implica, se h ace cada vez más cien tífica en tanto los prin cipios
teóricos que la sostien en son más con scien tes y sistemáticos. Subra-
yan do que «para la gramática es ya un primer triun fo presentar correc-
tamen te los datos primarios de la observación», Noam Chomsky agrega
que «la determin ación de los datos pertin entes depen de de su posible
in serción en un a teoría sistemática, y que por tanto puede con siderarse
que el éxito de más h umilde n ivel n o es más fácil de alcanzar que los
otros [ …] . La determinación de datos valederos y pertinen tes no es fá-
cil. Lo que a men udo se observa n o es pertin en te n i sign ifican te, y lo
que es pertin en te y sign ifican te es frecuen temen te difícil de obser var,
tan to en lin güística como en un laboratorio de física o en cualquier
otra cien cia».3 Por su lado, Freud señ ala que «aun en la etapa de la des-
cripción, es imposible evitar que se apliquen ciertas nociones abstractas
al material dispon ible, n ociones cuyo origen no radica seguramente en
la mera observación de los datos».4 Se puede en contrar una prueba de
la inman en cia de la teoría de la observación pertinente en el h ech o de
que toda empresa de desciframiento sistemático, por ejemplo el análi-
sis estructural de un corpus mítico, descubre n ecesariamente lagun as
en una documen tación reunida a ciegas, aun si los primeros observado-
res sólo buscaron, por un deseo de registro sin supuestos, una recolec-
ción exhaustiva. Más aún , sucede a veces que un a lectura deten ida hace
aparecer «hechos» n o advertidos por los mismos que los examin an ; así
es como Panofsky h izo resaltar en el plan o del presbiterio de un a cate-

3 N. Ch omsky, Current Issues in Linguistic Theory, La H aya, Mouton , 1964, pág.


28.
4 Citado en K. M. Colby, An lntroduction to Psycho-analytic Research, Nueva York,
Basic Books, 1960. A. Comte mismo n o era con scien te del papel que
complacien temen te le adjudicaban sus adversarios a la teoría positivista:
«Si, por un a parte, toda teoría tien e que estar n ecesariamen te basada en
observacion es, por otra se aprecia igualmen te que, para con sagrarse a la
observación , n uestro espíritu n ecesita un a teoría cualquiera. Si al
con templar los fen ómen os, n o los relacion amos de inmediato con algun os
prin cipios, n o sólo n os sería imposible combin ar esas obser vacion es
aisladas, y en con secuen cia extraer algún provech o, sin o que estaríamos
totalmen te in capacitados para con servarlas; y lo más seguro es que los
h ech os perman ezcan inadvertidos a n uestra percepción » ( A. Comte, Cours
de philosophie positive, op. cit., t. 1, lección n º 1, págs. 14-15) .
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 93

dral la expresión inter se disputando, miles de veces leída antes de él y tí-


pica de la dialéctica escolástica, sólo cuando la tomó como objeto de in-
dagación a partir de la h ipótesis teórica según la cual el mismo habitus
de dialéctico podría expresarse en la arquitectura gótica y en la codifi-
cación escolástica de las disputationes.5
Lo que vale para la observación vale también para la experimen ta-
ción , aunque las exposiciones clásicas del ciclo experimen tal presen ten
estas dos operacion es como pun to de partida y pun to de llegada de un
proceso articulado en etapas distin tas. No h ay experimen tación , se h a
visto ya, que n o implique prin cipios o supuestos teóricos: «Un a expe-
riencia –escribe Max Plan ck– n o es otra cosa que una pregun ta dirigida
a la n aturaleza, y la medida, la lectura de la respuesta. Pero an tes de re-
alizar la experien cia, h ay que pen sarla, es decir formular la pregun ta
que se quiere dirigir a la naturaleza, y an tes de sacar una conclusión de
la medida, h ay que in terpretarla, o sea compren der la respuesta de la
n aturaleza. Estas dos tareas corresponden al teórico».6 Por su parte,
sólo la experimen tación exitosa como «razón confirmada» puede ates-
tiguar el valor explicativo y el poder deductivo de una teoría, o sea, es-
tablecer su capacidad de generar un cuerpo sistemático de proposicio-
n es susceptibles de en contrar confirmación o invalidación en la prueba
de los hech os;7 pero n o es en el acuerdo puro y simple con los h ech os
don de se basa el valor teórico de la experimen tación : «Hay que poder

5 E. Pan ofsky, Architecture gothique et pensée scolastique, op. cit., pág. 130.
6 M. Plan ck, L’image du monde dans la physique moderne, París, Gon th ier, 1963,
pág. 38.
7 Si lo propio de la epistemología positivista con siste en separar la prueba de
los h ech os de la elaboración teórica de don de los hech os cien tíficos
extraen su sen tido, va de suyo que la regla comtiana que prescribe «n o
idear n un ca sin o h ipótesis susceptibles, por su n aturaleza, de un a
verificación positiva, más o men os remota, pero siempre claramen te
in evitable» ( A. Comte, Cours de philosophie positive, París, Bach elier, 1835,
t. II, lección 28 [ h ay ed. en esp.] ) , distin gue, al men os n egativamen te, el
discurso cien tífico de todos los demás. Puede en contrarse en Sch uster, que
afirmaba que «un a teoría n o vale n ada cuan do n o se puede demostrar
que es falsa» ( citado por L. Brun schvicg, L’expérience humain et la causalité
physique, París, PUF, 1949, 3ª ed., pág. 432) , y sobre todo en K. R. Popper,
que h ace de la «falsabilidad» de un a teoría el principio de «demarcación »
de la cien cia, la argumen tación lógica que lleva a preferir la in validación a
la con firmación como forma de control experimen tal ( véase «Falsifiability
as a Criterion of Demarcation », The Logic of Scientific Discovery, op. cit., págs.
40-42 y 86-87) .
94 el o f ic io d e so c ió l o g o

establecer–como en efecto lo subraya Georges Can guilh em– que el


acuerdo o desacuerdo entre un a suposición y un a comprobación , bus-
cada a partir de la suposición tomada como prin cipio, n o se debe a un a
coinciden cia, aunque sea reiterada, sin o que es por los métodos in clui-
dos en la h ipótesis como se desembocó en el h ech o observado»8 [ G.
Canguilhem, texto nº 35] . Lo cual implica que los hechos que convalidan
la teoría valen lo que vale la teoría que validan . El mejor medio para
que los h ech os respon dan a lo que se quiere hacerles decir es evidente-
men te in dagarlos a partir de un a «teoría» que produzca h echos que n o
quieren decir n ada que valga la pen a decirse; es el caso de esas elabo-
racion es falsamen te rigurosas de las pren ocion es que sólo pueden
en con trar h ech os de algún modo a su medida, o de ciertos ejercicios
metodológicos que crean datos h ech os como a medida, o in cluso ese
trabajo teórico que n o puede fun dar la producción por parten ogénesis
de sus propios hechos teóricos más que en lo que habría que llamar, pa-
rafrasean do a Nietzsch e, el «dogma de la in maculada concepción ».9 El
objeto, se ha dich o, es lo que objeta. La experiencia no cumple con su
fun ción sin o en la medida en que establece un a in vocación perma-
n en te del prin cipio de la realidad con tra la ten tación de aban don arse
al prin cipio del placer que inspira tan to las fan tasías gratuitas de cierto
formalismo como las ficciones demasiado complacien tes del in tuicio-
n ismo o los ejercicios de alta escuela de la teoría pura.
Cuan do se somete la h ipótesis a verificación , e in cluso cuan do está
verificada o desmen tida, n o se h a termin ado con la teoría ni tampoco
con la con strucción de h ipótesis. Toda experien cia correctamen te rea-

8 G. Can guilh em, Leçons sur la méthode, dadas en la Facultad de Letras de


Estrasburgo y repetidas en Clermon t-Ferran d en 1941-42 ( in édito) . Agrade-
cemos a G. Can guilh em h abern os autorizado a reproducir este texto.
9 Si h ay que recordar que correspon de a todo sistema de proposicion es que
preten de la validez cien tífica ser evaluado por la prueba de la realidad, h ay
que preven irse también con tra la in clin ación a identificar este imperativo
epistemológico con el imperativo tecn ológico que preten deria subordin ar
toda formulación teórica a la existen cia en acto de técn icas que permiten
verificarla en el momento mismo en que se expresa. Correlativamen te,
n in gun a proposición teórica podría ser con siderada como defin itivamen te
establecida ya que, como lo subraya C. H empel, «la posibilidad teórica
exige que n uevos medios de prueba sean descubiertos para que cuestion en
las observacion es actuales y lleven así al rech azo de la teoría que validan »
( C. H empel, Fundamentals of Concept Formation in Empirical Research, op. cit.,
págs. 83-84) .
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 95

lizada tien e por objeto inten sificar la dialéctica de la razón y de la expe-


rien cia, pero sólo a con dición de que se sepa pen sar adecuadamen te
los resultados –aun los n egativos– que produce e interrogarse sobre las
razon es que obligan a los h ech os a decir n o. Cuan do Brun sch vicg re-
cuerda que «los pun tos de deten imien to son pun tos de reflexión »,10
n o in ten ta sugerir que «el ch oque in superable de la experien cia»
pueda bastar para desatar mecán icamen te la reflexión cuan do se ca-
rece de la decisión de reflexion ar y pensarse reflexionan do. Como dice
B. Russell: «Los méritos de un a prueba radican en que in fun de cierta
duda sobre el resultado que produce; y cuan do una proposición puede
ser probada en ciertos casos, pero n o en otros, se tran sforma en sos-
pechosa de falsedad en esos otros casos».11 La comprobación de un fra-
caso es tan decisiva como un a con firmación , pero sólo a con dición de
que coin cida con la recon strucción del cuerpo sistemático de proposi-
ciones teóricas en el cual adquiere un sen tido positivo. «Es verdadera-
men te excepcion al –dice Norman Campbell– que un a n ueva ley sea
descubierta o sugerida por la experimen tación , la obser vación y el exa-
men de los resultados; la mayor parte de los progresos en la formula-
ción de n uevas leyes resultan de la construcción de teorías que pueden
explicar las leyes an tiguas.»12 En resumen , la dialéctica del proceso
cien tífico n o puede ser reducida a una altern an cia, in cluso reiterada,
de operacion es in depen dien tes, por ejemplo la verificación siguien do
a la h ipótesis, sin man ten er con ella otras relaciones que las de con-
fron tación .
No existe operación , por parcial que sea, en la que n o se en cuen tre
la dialéctica en tre la teoría y la verificación. Por ejemplo, con motivo de
la elaboración de un código, las h ipótesis implicadas por el cuestion a-
rio deben ser retomadas, especificadas y modificadas en con tacto con
los h ech os que se trata de an alizar, para ser sometidas a la prueba expe-
rimental de la codificación y del an álisis estadístico: la fórmula tecn oló-
gica según la cual el código debe ser «establecido» al mismo tiempo
que el cuestion ario ( a riesgo de convertir lo que es dign o de ser cifrado

10 L. Brun sch vicg, Les étapes de la philosophie mathématique, París, F. Alcan , 1912.
11 B. Russell, Mysticism and Logic, op. cit., pág. 74.
12 N. Campbell, What is Science, Lon dres, Meth uen , 1921, pág. 88. Véase
también J. B. Con an t, Modern Science and Modern Man, Nueva York,
Columbia Un iversity Press, 1952, pág. 53.
96 el o f ic io d e so c ió l o g o

en lo que es cifrable, es decir, a men udo precifrable) implícitamen te


encierra una epistemología fijista puesto que termina por hacer desapa-
recer una de las oportunidades de ajustar a los datos las categorías de la
captación de datos. Asimismo, los procedimien tos de son deo más for-
malmente irreproch ables pueden perder toda sign ificación sociológica
si la elección del método de muestreo n o está manejada en fun ción de
las hipótesis y objetivos específicos de la in vestigación. Por lo general, la
ilusión de que existen instrumen tos para todos los fin es estimula al in-
vestigador a ah orrarse el examen de las con dicion es de validez de sus
técn icas, en el caso particular en que debe utilizarlas; los con troles
tecn ológicos se vuelven contra su intención cuando concluyen en la ilu-
sión de que un o puede absten erse del con trol de esos con troles; fuera
de que puede provocar la parálisis e incluso el error, la manía metodo-
lógica a menudo permite, no tanto ahorrar pensamiento, cosa que cual-
quier método permite, sino ah orrar el pen samiento sobre el método.13
Además de que las min ucias rutin arias de la práctica siempre corren
el peligro de abstenerse de considerar objetos que no valorarían la bon -
dad del instrumento, también amenazan hacer olvidar que, para captar
ciertos h ech os, n o se trata tan to de afin ar el in strumen to de obser va-
ción y medida como de cuestion ar el uso rutin ario de los in strumen tos.
Si Uvarov hubiera dejado hacer a su asisten te quien, preocupado por el
orden de su laboratorio, todas las mañanas ponía en su lugar las locusta
migratoria, de color gris, extraviadas del lado de los locusta danica, de co-
lor verde, n o h abría advertido el hecho de que esas dos especies no eran
más que un a y que la locusta danica se volvía gris cuan do dejaba de estar
sola: ¿n o es acaso probable que much as de las técn icas tradicion ales,
cuan do son empleadas sin un con trol epistemológico, destruyen el h e-
cho científico del mismo modo que el prin cipio de orden del asistente
de Uvarov? El deslumbramien to ejercido por el aparato técnico puede,
tan to como el prestigio del aparato teórico, impedir un a justa relación
con los h ech os y con la prueba por los h ech os. La subordinación a los
automatismos de pensamiento n o es men os peligrosa que la ilusión de
la creación sin apoyo ni con trol. El refinamiento de las técnicas de com-
probación y de prueba puede, si n o se acompañ a de un a redoblada vi-
gilan cia teórica, conducir a ver cada vez mejor en cada vez menos cosas,

13 Véase infra, G. Bachelard, texto n º 2, pág. 130.


el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 97

o in cluso a que falte lo esen cial por uno de esos equívocos que h acen
pareja fun cion al con la utilización ciega de las técn icas destin adas a
aguzar y con trolar la vista [ C. W. Mills, texto nº 36] .

2. Sist ema d e pr o po sic io n es y ver if ic ac ió n sist emá t ic a


Si las operaciones de la práctica valen lo que vale la teoría que las fun-
damenta, es porque la teoría debe su posición en la jerarquía de las
operacion es al hech o de que actualiza el primado epistemológico de la
razón sobre la experien cia. No sorpren de por tan to que con stituya
la con dición fun damen tal de la ruptura, de la con strucción y de la ex-
perimen tación , y esto en virtud de la sistematicidad que la caracteriza:
sólo una teoría científica puede opon er a las exigencias de la sociología
espontán ea, y a las falsas sistematizaciones de la ideología, la resisten cia
organizada de un cuerpo sistemático de con ceptos y relaciones determi-
nado tanto por la coh eren cia de lo que excluye como por la coh eren cia
de lo que establece;14 sólo ella puede con struir el sistema de hechos en-
tre los cuales establece un a relación sistemática [ L. Hjelmslev, texto nº
37] ; sólo ella, por último, puede dar a la experimentación el plen o po-
der de desmentida al presentarle un cuerpo de hipótesis tan sistemático
cuan to que está ín tegramen te expuesto en cada una de ellas.
Lo que Bachelard decía de la física experimen tal sería deseable que
se dijera de la sociología: «El tiempo de las h ipótesis desh ilvan adas y
cambiantes ya pasó, como también pasó la época de las experiencias ra-
ras y aisladas. Ah ora la h ipótesis es síntesis».15 De hecho, la verificación
puntillista que somete a experimen tacion es parciales una serie discon -
tinua de hipótesis parcelarias n o puede recibir nunca de la experiencia
más que desmen tidas sin gran des consecuen cias. Pién sese, por ejem-
plo, en las facilidades que tien e el análisis de los resultados de una en -

14 Como el poder de las pren ocion es, sean populares o cien tíficas, radica en
el carácter sistemático de la in teligibilidad que proporcion an , es in útil
esperar refutarlos un o por un o. H istóricamen te, siempre es un a teoría
sistemática la que pudo dar razón de las ilusion es igualmen te sistemáticas,
como lo h acen ver a propósito de la cien cia física T. S. Kuh n ( «Th e
Fun ction of Dogma in Scien tific Research », en A. C. Crombie [ comp.]
Scientific Change [ op. cit., pág. 347] y N. R. H an son ( Patterns of Discovery,
Cambridge, Cambridge Un iversity Press, 1965) .
15 G. Bach elard, Le nouvel esprit scientifique, op. cit., pág. 6.
98 el o f ic io d e so c ió l o g o

cuesta cuan do toma el cuadro estadístico como un idad de in terpreta-


ción: al no plan tear la pregun ta de la articulación de las proposiciones
que se despren den de cada cuadro o de esas series de cuadros que des-
en cadena cada un o tras de sí el comen tario a medida que lo supera, se
evita expon er todo un cuerpo sistemático de proposicion es a la des-
men tida que podría opon erle cada un o de esos cuadros. No h ay n ada
más adecuado para preservar la buena conciencia positivista que el pro-
cedimien to que con siste en ir de un a observación a otra, sin otra idea
que aquella de que pueda surgir una, pues la prueba de la desmen tida
global en la que caía, por ejemplo, un modelo teórico, está con stan te-
men te rech azada y porque los h ech os tomados un o a un o n o tien en
nada que oponer a la interrogación discon tinua e incoactiva de estos es-
tados crepusculares de la con cien cia epistemológica en que se gen era
«el n i-siquiera-falso». El rigor aparen te de las técn icas de prueba n o
tien e en este caso otra fun ción que disimular un a escapatoria: como el
joven Horacio, el in vestigador se asegura un a fácil victoria sobre los he-
chos, h uyendo de ellos para poder en fren tarlos un o a un o.
Por el con trario, cuan do la h ipótesis implica un a teoría sistemática
de lo real, la experimen tación , que h ay que llamar en tonces experi-
men tación teórica, puede ejercer sistemáticamen te su plen o poder de
desmentida. Como lo señalaba Duhem, «un a experien cia nunca puede
con den ar a un a h ipótesis aislada sin o sólo a todo un conjun to teó-
rico».16 Por oposición a una serie discontinua de hipótesis ad hoc, un sis-
tema de h ipótesis con tien e su valor epistemológico en la coh eren cia
que con stituye su plen a vulnerabilidad: por un a parte un solo h ech o
puede cuestion arlo ín tegramen te y por la otra, con struido a costa de
una ruptura con las apariencias fen oménicas, n o puede recibir la con -
firmación inmediata y fácil que proporcionarían los hechos tomados en
su valor super ficial o los documen tos en forma literal. En efecto, al pre-
ferir exponerse a perder todo con el objeto de ganar todo, el cien tífico
con fronta en todo momento con los h echos que in terroga todo lo que
compromete en su interrogación de los hech os. Si es verdad que en su
forma más acabada, las proposicion es cien tíficas se con quistan con tra
las apariencias fen omén icas y que éstas presupon en el acto teórico que
tien e por fun ción , según la expresión de Kan t, «deletrear los fen óme-

16 P. Duh em, La théorie physique, op. cit., pág. 278.


el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 99

n os para poder leerlos como experiencias», se despren de que n o pue-


den encon trar su prueba sin o en la coheren cia ín tegra del sistema total
de h ech os creados por –y n o para– las h ipótesis teóricas que se trata de
con validar. Tal método de prueba, en que la coh erencia del sistema
con struido de h ech os in teligibles es en sí mismo su propia prueba, al
mismo tiempo que el prin cipio de la virtud probatoria de las pruebas
parciales que el positivista man ipula en orden disperso, supon e evi-
dentemen te la decisión sistemática de interrogar a los hechos respecto
de las relacion es que los con stituyen como sistema. De este modo,
cuan do Erwin Panofsky presen ta como un «elemento de prueba» el in-
ter se disputando del Album de Villard de H onn ecourt, no desconoce que
esta in scripción n o respon de a una cuestión de hecho –por ejemplo la
de la influen cia directa de los escolásticos sobre los arquitectos–, como
lo querría el h istoriógrafo positivista para quien la interrogación es un
simple cuestion ario al cual lo real respon dería pregunta tras pregunta,
por sí o por no; en realidad, este pequeñ o h ech o extrae su fuerza pro-
batoria de sus relacion es con otros hech os que, en sí mismos in sig-
n ificantes mien tras se los con sidere in depen dien temen te de las rela-
cion es que el sistema de h ipótesis establece en tre ellos, alcan zan todo
su valor sólo como términos organizados de una serie: «Ya se trate de fe-
n ómenos h istóricos o n aturales, la observación particular presen ta el
carácter de un “h ech o” sólo cuan do puede ser relacion ada con otras
obser vacion es an álogas, de modo tal que el con jun to de la serie “ad-
quiera sen tido”; el “sen tido” por tan to puede ser legítimamen te utili-
zado, a modo de con trol, para in terpretar un a n ueva observación par-
ticular den tro del mismo orden de fen ómen os. Si n o obstan te esta
n ueva observación particular se n iega, in discutiblemen te, a ser in ter-
pretada con forme al sentido de la serie, y si está probado que no existe
error posible, el “sen tido” de la serie deberá ser reformulado de ma-
n era que in cluya la n ueva observación»17 [ E. Wind, texto nº 38] . Es el
mismo movimien to circular que realiza el sociólogo, preocupado por
no imponer al dato sus propios supuestos cuando, en el examen de una
en cuesta, descifra a partir del con jun to de respuestas al cuestionario el
sen tido de cada una de las preguntas por las cuales provocó y con struyó

17 E. Pan ofsky, «Icon ograph y an d iconology», Meaning in the Visual Arts, Nueva
York, Doubleday, 1955, pág. 35.
100 el o f ic io d e so c ió l o g o

esas respuestas, reformulan do el sen tido del conjunto en función de lo


que apren de de cada un a de ellas. Duh em n o empleaba otro len guaje
para describir la lógica del progreso de la ciencia física, «cuadro simbó-
lico al cual con tin uos retoques dan cada vez más exten sión y un idad
[ …] mien tras que cada detalle del con junto, desprendido y aislado del
todo, pierde toda sign ificación y n o represen ta ya n ada», y don de un a
visión ingen ua no vería más que «un mon struoso fárrago de peticion es
de principio y círculos viciosos».18
La prueba por la coh eren cia del sistema de pruebas con den a al
círculo metódico en el que sería demasiado fácil denun ciar un círculo vi-
cioso: al rein terpretar esta lógica de la prueba por referen cia a un a de-
fin ición an alítica de la verificación , el positivismo n o puede ver en esta
con strucción sistemática de h ech os otra cosa que el resultado de un a
man ipulación de datos in spirada por la idea de sistema. Es la misma
ceguera que lleva a algun os a ver en el an álisis estructural de un mito
la proyección de las categorías de pen samien to del in vestigador o in -
cluso el protocolo de un test proyectivo, y un efecto del prejuicio en la
decisión metódica de in terpretar cada un a de las relacion es estadísti-
cas establecidas por un an álisis multivariado en fun ción del sistema de
relacion es en tre aquellas en las que cada un a conserva su sign ificación.
La fuerza probatoria de un a relación empíricamen te comprobada n o
sólo radica en la fuerza de la con exión estadística: la probabilidad
compuesta de la h ipótesis puesta a prueba está en fun ción del sistema
total de proposicion es establecidas ( ya se trate de relacion es estadísti-
cas o de regularidades de otro tipo) , es decir de esas «con caten acion es
de pruebas», según la expresión de Reich en bach , que «pueden ser
más fuertes que su eslabón más débil e in cluso que el más fuerte», 19
porque la validez de tal sistema de pruebas se mide n o sólo en la sen ci-
llez y coh eren cia de los principios aplicados, sin o además en la exten -
sión y diversidad de los h echos que abarca y, por último, en la multipli-
cidad de las con secuen cias imprevistas en las cuales desemboca [ Ch.
Darwin, texto nº 39] .

18 P. Duh em, La théorie physique, op. cit., pág. 311,


19 A. Kaplan , The Conduct of lnquiry, op. cit., pág. 245.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 101

3. La s pa r eja s epist emo l ó g ic a s


Bachelard manifiesta que las filosofías de las ciencias de la naturaleza se
distribuyen naturalmente a la manera de un espectro, cuyo idealismo y
realismo constituyen los dos extremos y que tiene como punto central el
«racionalismo aplicado», el único capaz de restablecer totalmente la ver-
dad de la práctica científica vinculando íntimamente los «valores de la co-
herencia» y la «fidelidad a lo real»: «por tanto es en el cruce de caminos
entre el realismo y el racionalismo donde debe mantenerse el epistemó-
logo. Es allí donde puede captar el nuevo dinamismo de esas filosofías
contrarias, el doble movimiento por el cual la ciencia simplifica lo real y
complica la razón» [G. Bachelard, texto nº 40; G. Canguilhem, texto nº 41].
A las formas ficticias o fecundas del diálogo entre las filosofías simétri-
cas, que describe Bachelard a propósito de la física, sería fácil hacerles co-
rresponder las filosofías implícitas de las ciencias del hombre que, orga-
nizadas también ellas en parejas de posiciones epistemológicas, se sirven
tanto más fácilmente de pretextos y establecen un diálogo tan estéril, por
apasionado que sea, cuanto más alejadas están de la «posición central»,
es decir de la práctica científica donde se establece la dialéctica más estre-
cha entre la razón y la experiencia. Se vería entonces que las tomas de po-
sición que se oponen en las polémicas científicas más brillantes en reali-
dad son complementarias: el debate con el adversario exime en efecto de
mantener en la práctica científica la discusión con él, es decir consigo
mismo. Así es como la retórica académica o profética de la filosofía social
ve en la pululación desordenada de las monografías y encuestas parciales,
con todos los renunciamientos que implican, la justificación de sus ambi-
ciones universales y de su desdén por la prueba, mientras que el ciego hi-
perempirismo encuentra una justificación a contrario en la denuncia de
las síntesis vacías de la ideología. Del mismo modo, el positivismo puede
permitirse la condena ritual del intuicionismo para someterse al automa-
tismo de las técnicas, y aun paradójicamente, a la intuición, mientras que
el intuicionismo puede encontrar en la sequedad y puntillismo de las in-
vestigaciones burocráticas del positivismo el pretexto de sus variaciones li-
terarias más impresionistas sobre las totalidades indefinidas de imprecisos
contornos20 [É. Durkheim, texto nº 42] .

20 G. Politzer pon ía ya en eviden cia las relacion es de complemen tariedad y


complicidad que un ían en la psicologia experimen tal de la preguerra el
recurso tecn oman íaco de los métodos de laboratorio y la fidelidad a un
102 el o f ic io d e so c ió l o g o

La con exión entre los términ os de esas parejas es tan fuerte, a pesar
de las aparien cias, que n o es raro que los in vestigadores más firme-
men te ligados a un a u otra de esas posiciones polares traicion en , en su
n ostalgia o en sus lapsus epistemológicamen te significativos, la idea de
que las opciones epistemológicas, buenas o malas, conscien tes o incons-
cien tes, formen un sistema, de man era que la auton omización de un a
de las operaciones de la práctica cien tífica obliga a recurrir al sustituto,
in con scien te o vergon zoso, de las operacion es rech azadas. De modo
que, por limitar el control de su práctica al control técnico de los instru-
men tos, el positivismo emula al in tuicion ismo en aquellas fases de la in-
vestigación que mejor se prestan al refin amien to tecn ológico sin ver
que, por privarse de los recursos de las teorías, se limita a tomar de la
sociología espon tán ea las n ociones que refleja en in dicios refinados así
como en los conceptos en los que esconde los más sutiles resultados de
sus man ipulacion es ( liberalismo, conformismo, empatía, satisfacción o
participación , etc.) .21 Pródigos en preceptos y fórmulas para la con fec-
ción y admin istración del cuestion ario, los man uales de metodología
abren la puerta a la intuición, a veces a la más riesgosa, cuando se trata
de formular los prin cipios de la concepción de las h ipótesis o de los es-
quemas de in terpretación de los resultados cuan titativos. La oposición
que se proclama n o debe ocultar la solidaridad profun da entre el posi-
tivismo y el in tuicion ismo que, extrayen do a men udo de la misma
fuente el fun damento de sus explicaciones y el principio de sus hipóte-
sis, sólo divergen por sus técnicas de verificación : la lectura de algun os
clásicos de la sociología positivista bastaría para conven cer de que el in -

tradicion alismo teórico. Ese ciclo in fern al de la in trospección y el


experimen talismo n o carece de an alogías con la pareja que forman en
sociologia la fidelidad a las in tuicion es de la sociología espon tán ea y el
recurso a la aterradora magia de un simbolismo mal compren dido.
21 Es muy en gen eral como puede verse que las operacion es que son objeto
de un a exclusión de prin cipio se rein troducen , sin con trol, en el
procedimien to cien tífico. Simian d señ alaba que los econ omistas que
preten den aten erse a la deducción de las propiedades formales de un
modelo se valen en ocasion es de un a observación «con scien te o
in con scien te», por ejemplo para elegir en tre varias even tualidades, de
modo que «el recurso al método experimen tal n o está rodeado, en ese
caso, de n in gun a de las precaucion es y garan tías n ecesarias para h acer de él
un empleo acertado y con vin cen te» ( F. Simian d, «La méth ode positive en
scien ce écon omique», Revue de Métaphysique et de Morale, t. XVI, n º 6, 1908,
págs. 889-904) .
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 103

tuicionismo es la verdad del positivismo porque expon e lo que éste


tiende a disimular bajo el refin amien to tecnológico.22 Por su lado el in-
tuicionismo, que cree poder cortar camin o y evitar rodeos en el an álisis
cien tífico captan do directamen te las totalidades reales y emplean do
modelos de pen samien to tomados de la sociología popular o semicien-
tífica, no desconoce el gusto del «verdadero hecho pequeño» y, por una
suerte de homenaje del vicio a la virtud, a veces busca en un a caricatura
de la prueba experimen tal la prueba de su capacidad para proporcio-
n ar pruebas.
Con tra la epistemología espon tánea, donde se afirman el positivismo
y el intuicionismo y se ah oga toda actividad in telectual en la altern ativa
de la audacia sin rigor o del rigor sin audacia, el proyecto propiamen te
cien tífico se sitúa de en trada en con dicion es en que todo aumen to de
audacia en las ambicion es teóricas obliga a un aumen to de rigor en el
establecimien to de las pruebas a las que se debe someter. Nada obliga a
la sociología a vacilar, como lo hace h oy demasiado a men udo, en tre la
«teoría social» sin fun damen tos empíricos y la empiria sin orien tación
teórica, entre la temeridad sin riesgos del intuicionismo y la minucia sin
exigencias del positivismo. Nada, salvo un a imagen mutilada, carica-
turesca o exagerada de las ciencias de la n aturaleza. Un a vez superado
el en tusiasmo por los aspectos exteriores del método experimen tal o
por los prodigios del in strumento matemático, la sociología podrá en-
con trar, sin duda, en la resolución en acto de la oposición en tre el ra-
cion alismo y el empirismo, el medio de superarse, es decir progresar en
el sen tido de la coh eren cia teórica y de la fidelidad a lo real, al mismo
tiempo.

22 Sucede in cluso que los adversarios más metódicos de la in tuición h acen la


con sagración suprema de un n ombre de pila metodológico de los procedi-
mien tos más arriesgados del in tuicion ismo, por ejemplo el que con dujo a
Ruth Ben edict a resumir cierto n úmero de caracteres impresion istas sobre
el estilo global de un a cultura por el «esquema apolín eo»: «Semejan te
fórmula, capaz de resumir en un solo con cepto descriptivo un a en orme
riqueza de observacion es particulares, puede ser llamada un a fórmula
madre ( matrix formula) . Esta defin ición oculta las n ocion es de esquema
fun damen tal de un a cultura ( basic pattern) , de tema, de ethos, de sign o de
los tiempos, de carácter n acion al y al n ivel in dividual, de tipo de
person alidad» ( A. H . Barton y P. F. Lazarsfeld, «Some Fun ction s of
Qualitative An alysis in Social Research », loc. cit.) .
Conclusión
Sociología del conocimien to
y epistemología

Todos los análisis precedentes concluyen en n egar a la socio-


logía un estatus epistemológico de excepción . Sin embargo, por el h e-
cho de que los límites entre el saber común y la ciencia son , en sociolo-
gía, más imprecisos que en cualquier otra disciplina, la necesidad de la
ruptura epistemológica se impon e con particular urgen cia. Pero el
error no puede desvin cularse, y es a veces in evitable, de las con dicion es
sociales que lo h acen posible; por ello h abría que tener un a fe in genua
en las virtudes de la predicación epistemológica para omitir pregun-
tarse sobre las condicion es sociales que harían posible o incluso inevita-
ble la ruptura con la sociología espon tán ea y la ideología, h aciendo de
la vigilan cia epistemológica un a in stitucion del campo sociológico.
No es un a casualidad que Bach elard use el len guaje del sociólogo
para describir la interpenetración del mundo científico y del de su pú-
blico mundano, que caracterizaba a la física del siglo XVIII [ G. Bachelard,
texto nº 43] . El sociólogo de la sociología n o ten dría dificultad en en-
con trar el equivalen te de estos juegos de buen a sociedad a los cuales
dieron lugar, en otra época, las curiosa de la física: el psicoanálisis, la et-
n ología e in cluso la sociología tien en h oy sus «besos eléctricos». Es en
la sociología del conocimien to sociológico donde el sociólogo en cuen-
tra el instrumen to que permite dar toda su fuerza y forma específicas a
la crítica epistemológica, tratan do de pon er al día los supuestos
inconscientes y las peticiones de principio de una tradición teórica, más
que cuestion ar los prin cipios de un a teoría con stituida.
Si en sociología el empirismo ocupa, aquí y ah ora, la cumbre de la je-
rarquía de los peligros epistemológicos, esto no se refiere solamen te a
la particular n aturaleza del objeto sociológico como sujeto que pro-
pon e la in terpretación verbal de sus propias con ductas, sino también a
las condiciones históricas y sociales en las que se cumple la práctica so-
ciológica. H ay que cuidarse en tonces de otorgar un a realidad transh is-
106 el o f ic io d e so c ió l o g o

tórica a la estructura del campo epistemológico como espectro de posi-


ciones filosóficas opuestas por parejas, en la medida que, en tre otras ra-
zon es, las diferen tes ciencias aparecidas en fech as, condiciones h istóri-
cas y sociales diferentes n o recorren, según un orden ya preestablecido,
las mismas etapas de una misma h istoria de la razón epistemológica.

e sbo zo d e u na so c io l o g ía d e l a t e n t a c ió n po sit iv ist a


e n so c io l o g ía

En la sociología fran cesa de h oy, la atracción que ejerce el empirismo


quizá se relacion e menos con las seducciones intrínsecas de esa chata fi-
losofía de la práctica cien tífica, o con el lugar que ocuparía la sociolo-
gía en un esquema de evolución valedero para todas las cien cias, que
con un con jun to de con dicion es sociales e in telectuales, que n o pue-
den desvin cularse del origen de su h istoria, en particular con el des-
arrollo, la rutinización y la declinación del durkheimismo entre las dos
guerras: por el hecho de que la sociología empírica tomó en Francia un
nuevo auge después de 1945, en un campo ideológico dominado por la
filosofía, y con más precisión por la filosofía existencialista, concluyó to-
man do partido ciegamente por la sociología norteamericana más empi-
rista, a costa de una n egación elegida u obligada, del pasado teórico de
la sociología europea.1 La ilusión del comienzo absoluto y la utopía de
un a práctica que ten dría en sí misma su propio fundamen to epistemo-
lógico n o h ubieran podido imponerse con tan ta fuerza a la generación
de los «añ os 50» sin o en virtud de la situación particular en que se
en con traba respecto de la gen eración intelectual de 1939 que, ligada a

1 Las polémicas sobre los supuestos filosóficos de las diferen tes orien tacion es
de la in vestigación sociológica n o podrían reemplazar la reflexión
epistemológica, y a men udo sólo con tribuyen a ocultar su ausen cia:
pién sese por ejemplo en el carácter académico o mundan o del debate
sobre la o las «filosofías estructuralistas». El aban ico de actitudes filosóficas
que la coyun tura in telectual plan tea a los sociólogos para dar cuen ta de su
práctica n o expresa la epistemología que realmen te implica el trabajo
cien tífico. Bach elard veía en el eclecticismo filosófico de la mayor parte de
los cien tíficos un a manera de n egar la pureza abstracta de sistemas
filosóficos atrasados respecto de la cien cia en n ombre de «la impureza
filosófica» de la cien cia.
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 107

la tradición filosófica, pero separada de la práctica empírica por un


con junto de con dicion es h istóricas de las cuales la men or no es la insu-
ficien cia de apoyo in stitucion al a la investigación, debió postergar por
la guerra la tarea de recon ciliar la in vestigación empírica y la teoría.
Para mostrar, con tra el esquema evolucion ista, lo que el deven ir de las
diferentes cien cias debe a la estructura del campo en el cual coexisten,
bastaría con subrayar que, lejos de beneficiarse con la ventaja que signi-
fica su situación de recién llegada, capaz de quemar etapas ah orrán-
dose los errores que sus predecesores en contraron en el camino y utili-
zan do los jalones que éstas dejaron, la sociología paradójicamente cae,
n o sólo en las faltas epistemológicas que las ciencias de la naturaleza ya
n o cometen , sino también en errores específicos que surgen de la con-
fron tación perman en te con la imagen aplastan te de las cien cias más
acabadas. Con más precisión , podría verse lo que la relación que cada
sociólogo mantiene con la imagen de la cientificidad de su propia prác-
tica debe al campo de con jun to en el cual se cumple: un a cien cia preo-
cupada por su reconocimiento cien tífico se interroga sin cesar sobre las
con dicion es de su propia cien tificidad, y, en esta búsqueda an gustiosa
del reaseguro, adopta con complacencia los signos más llamativos y a me-
nudo más ingenuos de la legitimidad científica. No es una casualidad si,
como lo decía Poin caré, las cien cias de la n aturaleza h ablan de sus re-
sultados pero las del hombre de sus métodos. La manía metodológica o
el gusto apresurado por los últimos refin amien tos del an álisis com-
pon en cial, de la teoría de los grafos o del cálculo matricial, asumen la
misma fun ción ampulosa que el recurso a las den ominacion es presti-
giosas o la adhesión deslumbrada por los instrumentos mejor construi-
dos, para simbolizar la especificidad del oficio y su cualidad cien tífica,
ya se trate del cuestion ario o del ordenador.
Además, la división técn ica del trabajo y la organ ización social de la
profesión suponen muchas presiones que in ducen al investigador h acia
los automatismos burocráticos, que acompañ an siempre a un a filosofía
empirista de la cien cia. Much os rasgos de la producción sociológica
n orteamerican a, tales como la proliferación redun dan te de pequeñ as
monografías empíricas o la proliferación de text-books y obras de vulgari-
zación , sin duda obedecen en much o a las características de la organ i-
zación universitaria estadounidense, donde el cuerpo un iversitario está
dividido en admin istradores e investigadores especializados y en que los
mecanismos con curren ciales someten la carrera académica a la ley del
108 el o f ic io d e so c ió l o g o

mercado.2 La profesionalización de la in vestigación , que está ligada a la


utilización de importan tes créditos, a la multiplicación de los puestos
de in vestigador, y en con secuen cia a la aparición de gran des un idades
de investigación , con dujo a una división técnica del trabajo que debe su
especificidad a la ideología de la autonomía de las operacion es que ha
gen erado. Es así como, según se h a visto, el recorte de las operaciones
de la in vestigación utilizada como paradigma, al men os in con scien te,
en la mayor parte de los in vestigadores, n o es otra cosa que la proyec-
ción en el espacio epistemológico de un organ igrama burocrático.3 A
las presiones de la organización se le agregan aquellas que imponen los
in strumen tos técn icos: por ejemplo, al verse obligado a con cebir de
golpe y de an teman o el programa de las operacion es de an álisis, la
utilización de los ordenadores amen aza desalen tar, salvo si se aumenta
la vigilan cia, el ir y ven ir in cesan tes en tre la h ipótesis y la verificación
que impone el examen manual de las encuestas. Si por último se agrega
que la represen tación popular del autómata taumaturgo con sigue im-

2 La organ ización de la vida un iversitaria n orteamerican a, que reserva un


gran espacio a los mecan ismos de abierta competen cia, n o contien e en sí el
poder de favorecer la in vestigación , como ben évolamen te se supon e en
Fran cia. Así, puesto que la sociología debe respon der a un a deman da
extrín seca ( coman ditarios, fun dadores, etc.) y porque el juicio sobre las
obras, que decide las carreras, correspon de más a los gestores de la
in vestigación que al grupo de pares, los criterios de apreciación cien tífica
que se pon en en primer plan o son tomados de un a imagen pública de las
cien cias de la n aturaleza y n o resultan fin almen te más apropiados a la
especificidad de la in vestigación que los criterios tradicion ales sobre los que
descan san las carreras un iversitarias en el sistema fran cés: la dispersión de
la in vestigación en pequeñ as un idades fragmen tarias y la multiplicación de
temas ficticios, o el ciego aban don o al aparato estadístico y la carrera por la
publicación atestiguan que la organ ización burocrática de la producción n o
bastan para garan tizar la calidad del trabajo cien tífico.
W. Mills mostró el proceso por el cual se en cuen tran in teriorizadas como
ethos burocrático las exigen cias in stitucion ales de las organ izacion es de
in vestigación , ya que los criterios extrín secos de apreciación requeridos por
el ejercicio burocráticamen te con trolado de la sociología con ducen a
valorar las delimitaciones estrictas de competen cia y el in terés exclusivo por
las técn icas rutin izadas.
3 Véase la presen tación en umerativa de las fases de la en cuesta tal como la
practican la mayoría de los man uales, por ejemplo, A. A. Campbell y G.
Katon a, «L’en quête sur éch an tillon : tech n ique de rech erch es socio-
psych ologiques», en L. Festin ger y D. Katz, Les méthodes de recherche dans les
sciences sociales ( trad. H. Lesage) , París, PUF, 1963, págs. 51-53.
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 109

pon erse a much os investigadores, propen sos a declin ar la respon sabili-


dad de las operaciones en provecho de la máquina, y que por otra parte
los generales de la in vestigación tienden a dejar en los soldados el
grueso de la batalla, es decir el con tacto con los h ech os ( y en tre otras
cosas, con los encuestados) para reservarse las gran des decision es estra-
tégicas, tales como la elección de muestras, la redacción del cuestion a-
rio o del in forme, se aprecia que todo con tribuye en favor de la dicoto-
mía entre el empirismo ciego y la teoría sin con trol, la magia formalista
y el ritual de los actos subalternos de la en cuesta.
El afán por la proeza metodológica, alen tado por la an siosa relación
con el modelo de las cien cias exactas, sin duda debe sus características
más patológicas a la dualidad de las formacion es literarias y científicas y
a la carencia de una formación sociológica específica y completa: h asta
que el in strumen to estadístico no hubo sido despojado, por su difusión
misma, de las fun cion es de protección que le correspon dían en el pe-
ríodo de titubeos y mon opolio, muchos investigadores h icieron de ese
instrumento, que sólo habían adquirido tardíamente y como autodidac-
tas, un empleo terrorista que supon ía el terror mal superado del n eó-
fito deslumbrado.
De este modo las oposicion es epistemológicas no adquieren todo su
sen tido sin o cuan do se las relaciona con el sistema de posicion es y opo-
sicion es que se establecen en tre in stitucion es, grupos o sectores dife-
ren temente ubicados en el campo in telectual. El conjun to de las carac-
terísticas que definen a cada in vestigador, a saber, su tipo de formación
( cien tífica o literaria, can ón ica o ecléctica, acabada o parcial, etc.) , su
estatus en la universidad o en relación con la universidad, su dependen-
cia de in stitucion es, sus in clin acion es de in terés y su participación en
grupos de presión propiamen te in telectuales ( revistas cien tíficas o ex-
tracientíficas, comision es y comités, etc.) con curren a determin ar sus
oportun idades de ocupar tal o cual posición , es decir adh erir a esta u
otra posición, en el campo epistemológico. Se es empirista, formalista,
teórico, o nada de esto, mucho menos por vocación que por destino, en
la medida en que el sen tido de su propia práctica le llega a cada un o
bajo la forma de un sistema de posibilidades e imposibilidades defin i-
das por las con dicion es sociales de su práctica in telectual. Puede ser
útil, como se ve, considerar por una decisión metódica a las profesiones
de fe epistemológicas como ideologías profesion ales que buscan , en úl-
tima instancia, justificar no tanto a la ciencia como al in vestigador, me-
110 el o f ic io d e so c ió l o g o

n os a la práctica real que a los límites impuestos a la práctica por la po-


sición y el pasado del in vestigador. Si las diferentes formas del error
epistemológico y de las ideologías que las justifican deben su fuerza ge-
n érica a la coyun tura teórica con sus domin an cias y lagun as, éstas no se
distribuyen al azar en tre los sociólogos. El sistema de justificacion es
ideológicas que tien den a tran sformar las limitacion es de hech o en lí-
mites de derecho podría constituir el principio de las resisten cias de la
lucidez epistemológica. Si la sociología que cada sociólogo puede hacer
de las con dicion es sociales de su práctica sociológica y de su relación
con la sociología n o puede, por sí misma, reemplazar a la reflexión
epistemológica, constituye la con dición previa de la explicación de los
supuestos in con scien tes y, al mismo tiempo, de la in teriorización más
completa de un a epistemología más acabada.

e l a r r a ig o so c ia l d e l so ció l o g o

En tre los supuestos que el sociólogo debe al hecho de ser un sujeto so-
cial, el más fundamental es, sin duda, el de la ausencia de supuestos que
caracteriza al etn ocen trismo; en efecto, sólo cuan do se descon oce
como sujeto producto de una cultura particular y n o subordin a toda su
práctica a un cuestionamiento con tin uo de este arraigo, el sociólogo se
vuelve ( más que el etn ólogo) vuln erable a la ilusión de la evidencia in-
mediata o a la ten tación de un iversalizar incon scien temen te una expe-
rien cia sin gular.4 Pero las precaucion es con tra el etn ocen trismo son de
poco peso si no se reavivan y reinterpretan de man era in cesante por la
vigilan cia epistemológica. En efecto, la lógica del etn ocen trismo es lo
que regula todavía, en el sen o de un a misma sociedad, las relacion es
en tre los grupos: el código que utiliza el sociólogo para descifrar las
con ductas de los sujetos sociales se con stituye en el curso de aprendiza-
jes socialmente calificados y participa siempre del código cultural de los
diferen tes grupos de los cuales forma parte. En tre todos los supuestos
culturales que el in vestigador arriesga implicar en sus in terpretaciones,

4 Véase el an álisis de C. Lévi-Strauss sobre el evolucion ismo como etn o-


cen trismo cien tífico ( Race et Histoire, París, Un esco, 1952, cap. III, págs.
11-15) .
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 111

el ethos de clase, principio a partir del cual se organ iza la adquisición de


los otros modelos in con scientes, ejerce su acción de la manera más lar-
vada y sistemática. Por el hech o de que las diferentes clases sociales to-
man los prin cipios fun damen tales de su ideología del funcionamien to
y el devenir de la sociedad de un a experien cia originaria de lo social en
que, entre otras cosas, los determin ismos se prueban más o menos bru-
talmente, el sociólogo que no h iciera la sociología de la relación con la
sociedad característica de su clase social de origen arriesgaría rein tro-
ducir en su relación cien tífica con el objeto los supuestos incon scien tes
de su primera experien cia de lo social o, más sutilmen te, las racion a-
lizaciones que permiten a un in telectual rein terpretar su experien cia
según un a lógica que siempre debe much o a la posición que ocupa en
el campo intelectual. Si, por ejemplo, se observa que las clases popula-
res expresan más fácilmen te una experien cia directamen te sometida a
los determin ismos econ ómicos y sociales en el len guaje del destin o,
mien tras que la evocación de los determin ismos que pesan sobre las
eleccion es, en aparien cia las más justas en simbolizar la libertad de la
persona, por ejemplo en materia de gusto artístico o de experien cia re-
ligiosa, tropieza con la in credulidad in dign ada de las clases cultas,
puede sospech arse de la n eutralidad sociológica de tan tos debates so-
bre los determin ismos sociales y la libertad h uman a.
Pero la vigilan cia epistemológica n o termin ó n un ca con el etn ocen-
trismo: la den uncia in telectual del etnocen trismo de clase puede utili-
zarse como pretexto para el etnocentrismo intelectual o profesional. En
efecto, en tanto que in telectual el sociólogo pertenece a un grupo que
llega a admitir como n atural los in tereses, los esquemas de pen sa-
miento, las problemáticas, en sín tesis, todo el sistema de supuestos que
está ligado a la clase in telectual como grupo de referen cia privilegiado.
No es casual que, cuan do algun os in telectuales denuncian el desprecio
que las clases cultas u otros intelectuales tien en por la «cultura de ma-
sas», con cluyen ten ien do con las clases populares un a relación con ese
tipo de bien es culturales que n o es otro que el suyo, o –lo que es lo
mismo– su con trario. Si el etn ocen trismo del in telectual es parti-
cularmen te in sidioso, se debe a que la sociología espon tán ea o semi-
cien tífica que segrega la clase in telectual y que tran smiten h eb-
domadarios, revistas o con versaciones de intelectuales, se critica men os
fácilmen te como precien tífica que las formulacion es populares de los
mismos lugares comun es, y porque de ese modo amen aza con cargar a
112 el o f ic io d e so c ió l o g o

la in vestigación de pren ocion es in discutidas y de problemas obligados:


un medio tan fuertemen te integrado se hace sentir sobre los que en él
se desempeñ an , o quizá más aún , sobre los que, como los estudian tes,
esperan in gresar en él, un sistema de presion es tanto más eficaces
cuan to que se presen tan como las n ormas implícitas del buen ton o o
del buen gusto. Para resistir a las insin uacion es in sidiosas y a las persua-
sion es clan destin as de un consensus in telectual que se disimula bajo las
apariencias del dissensus y para «separar resueltamente todas las pren o-
ciones», que n o tien en el mismo asidero en los in telectuales según los
escuch en en el café de Flore o en el «bar de la esquina», n o h ay que te-
mer estimular, con tra un a represen tación in gen ua de la n eutralidad
ética como ben evolen cia universal, el prejuicio de atacar todas las ideas
recibidas de la moda y h acer de la rebelión con tra el sign o de los tiem-
pos un a norma para la dirección del espíritu sociológico.

f o r t a l e za c ie n t íf ica y v ig il a n c ia e pist e mo l ó g ica

De modo que la sociología del con ocimien to, de la que a men udo n os
h emos servido para relativizar la validez del saber y, con más precisión,
la sociología de la sociología, en la que se h a querido ver sólo el re-
ch azo por el absurdo de las absurdas preten sion es del sociologismo,
con stituyen in strumen tos particularmen te eficaces del control episte-
mológico de la práctica sociológica. Si, para pen sarse reflexion an do,
cada sociólogo debe recurrir a la sociología del con ocimiento socioló-
gico, no puede esperar escapar a la relativización por un esfuerzo, nece-
sariamente estéril, por desprenderse completamente de todas las deter-
min acion es que caracterizan su situación social y para acceder al sitial
social del conocimien to verdadero en que Man nheim ubicaba a sus «in-
telectuales sin ataduras ni raíces». Hay pues que alejar la esperan za utó-
pica de que cada un o pueda liberarse de las ideologías que in ciden en
su investigación por la sola virtud de reformar decisivamen te un juicio
que está socialmen te con dicion ado o por un «auto-socio-análisis» que
n o ten dría otro fin que el autosatisfacerse en y por el socioan álisis de
otros. La objetividad de la cien cia n o podría descan sar en un fun da-
men to tan in cierto como la objetividad de los científicos. El saber de la
reflexión epistemológica n o podría plasmarse realmen te en la práctica
sino un a vez establecidas las con dicion es sociales de un control episte-
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 113

mológico, es decir, de un intercambio generalizado de críticas provistas,


entre otras cosas, de la sociología de las prácticas sociológicas [ M. Ma-
get, texto nº 44] .
Toda comunidad científica es un microcosmos social, con sus in stitu-
cion es de con trol, de presión y formación , autoridades un iversitarias,
jurados, tribun as críticas, comision es, in stan cias de cooptación , etc.,
que determin an las n ormas de la competen cia profesion al y tien den a
in culcar los valores que expresan .5 De tal modo, las oportun idades de
que se produzcan obras cien tíficas n o depen den sólo de la fuerza de la
resistencia que la comunidad cien tífica es capaz de opon er, en cuan to
tal, a las demandas más extrín secas, ya se trate de lo que espera el gran
público in telectual, de las presion es indirectas o explícitas de los usua-
rios y proveedores de fon dos o de las exigen cias de las ideologías polí-
ticas o religiosas, sin o también del grado de con formidad con las n or-
mas cien tíficas que la organ ización misma de la comun idad mantiene.
Los sociólogos cien tíficos que pon en el acen to exclusivamen te en la
in ercia del mun do cien tífico como sociedad organ izada a men udo n o
h acen más que trasplan tar uno de los lugares comun es de la hagiogra-
fía científica, el de las miserias del descubridor: reducien do un pro-
blema específico a las gen eralidades de las resistencias a la inn ovación,
olvidan distin guir los efectos opuestos que puede producir el con trol
de la comun idad cien tífica, según que las min uciosas presion es de un
tradicionalismo erudito ah oguen la investigación en la conformidad de
un a tradición teórica, o que la institucion alización de un a vigilan cia es-
timulante favorezca la ruptura con tin ua con todas las tradicion es.6 La

5 Como lo subraya Duh em, la n ormatividad lógica n o es suficien te, así como
tampoco el con ocimien to de las relacion es experimentalmen te
establecidas, para asegurar las con dicion es de la ren ovación teórica: «La
con templación de un con jun to de leyes n o basta para sugerir al físico qué
h ipótesis debe escoger para dar de esas leyes un a represen tación teórica;
también es preciso que los pen samien tos h abituales de aquellos en cuyo
medio vive, y las ten den cias que imprimió a su propia men te en sus
estudios an teriores, termin en por guiarlo y restringir la libertad demasiado
gran de que las reglas de la lógica dejan a sus procedimien tos» ( P. Duh em,
La théorie physique, op. cit., pág. 388) .
6 Se en contrará un ejemplo de este tipo de an álisis que relacion a el mi-
son eísmo de las comun idades cien tíficas con factores tan gen éricos como el
espíritu de cuerpo o la inercia de los organ ismos académicos, en los trabajos
de B. Barber ( véase, por ejemplo, «Resisten ce by Scientists to Scien tific
Discovery», Science, vol. 34, n º 3479, 1 sep. de 1961, págs. 596-602) .
114 el o f ic io d e so c ió l o g o

pregun ta referida a si la sociología es o n o un a cien cia, y un a cien cia


como las otras, debe sustituirse en ton ces por la pregun ta sobre el tipo
de organización y fun cion amiento de la fortaleza científica, más favora-
ble a la aparición y desarrollo de un a in vestigación sometida a con tro-
les estrictamente cien tíficos. A esta nueva pregunta n o se la puede res-
pon der en términ os de todo o n ada: es preciso an alizar, en cada caso,
los múltiples efectos de los variados factores que con curren a determi-
n ar las oportun idades de aparición de un a producción más o men os
cien tífica y distin guir, con más precisión , los factores que contribuyen a
aumentar las oportunidades de cientificidad de una comunidad cien tí-
fica en su conjun to y las posibilidades que cada científico tiene de bene-
ficiarse con ellas en fun ción de la posición que ocupa den tro de la co-
mun idad científica.7
Se estará de acuerdo fácilmente en que todo lo que signifique in ten -
sificar el intercambio de informaciones y críticas, romper el aislamiento
epistemológico man ten ido por la división en compartimien tos de las
in stitucion es y reducir los obstáculos de la comun icación que se refie-
ren a la jerarquía de las n otoriedades o los estatus, la diversidad de las
formaciones y las carreras, la proliferación de círculos encerrados en sí
mismos para en trar en competen cia o en con flicto declarado, con tri-
buye a acercar a la comun idad cien tífica, sometida a la in ercia de las
instituciones que debe darse para existir como tal, a la fortaleza ideal de

7 Para ver cómo las oportun idades in dividuales de descubrimientos depen -


den de aquellas vin culadas con la colectividad de la que forma parte el
cien tífico, basta men cion ar fen ómen os tan con ocidos como las in ven cion es
prematuras o las in vencion es simultán eas. Es sabido que muchos descu-
brimien tos n o fueron con siderados como tales sin o retrospectivamen te, por
referen cia a un cuadro teórico que faltaba en el momen to de su aparición .
La frecuen cia de descubrimien tos simultán eos n o puede explicarse sin o a
con dición de reubicar la in ven ción respecto de un estado de la teoría, es
decir, en tre otras cosas, a un estado de la comun idad cien tífica y de sus
técn icas de con trol y comun icación en un momen to dado. A propósito del
prin cipio de con servación de la en ergía, T. S. Kuh n dice que la
con vergen cia de los descubrimien tos n o puede aparecer sin o a posteriori,
cuan do los elemen tos dispersos h an sido in tegrados en y por un a teoría
cien tífica que, cuan do es un án imemen te recon ocida, surge, por un a cuasi-
ilusión retrospectiva, como el desen lace n ecesario de descubrimien tos
con vergen tes ( T. S. Kuhn , «En ergy Con ser vation as an Example of
Simultan eous Discovery», en Critical Problems in the History of Science, M.
Clagett [ comp.] , Madison , Un iversity of Wiscon sin Press, 1959, págs. 321-
356) .
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 115

los científicos en que podrían establecerse todas las comun icacion es


cien tíficas exigidas por la cien cia y su progreso y sólo éstas. Se puede
apreciar qué alejada está de esta situación ideal la comun idad de soció-
logos: much as polémicas revelan frecuentemen te oposicion es que radi-
can sobre todo en adh esion es extern as, pues parten del recon oci-
mien to de los mismos valores cien tíficos. Además, la eficacia científica
de la crítica depende de la forma y estructura de los intercambios en los
cuales se cumple: todo in duce a considerar que el intercambio genera-
lizado de críticas donde, como en el sistema de intercambios matrimo-
niales del mismo n ombre, A criticaría a B que criticaría a C que critica-
ría a A, con stituye un modelo más favorable para una integración
orgánica del medio científico que, por ejemplo, el club de admiradores
mutuos como intercambio restrin gido de buenos procedimien tos o lo
que casi no es mucho mejor, el intercambio de polémicas rituales por las
cuales los adversarios cómplices con solidan mutuamente su estatus. En
efecto, mientras que el intercambio restringido se satisface con la comu-
n ión en los supuestos implícitos, el intercambio generalizado obliga a
multiplicar y diversificar los tipos de comunicación y de ese modo favo-
rece la explicitación de los postulados epistemológicos. Además, como
lo señ ala Mich ael Polan yi, tal «red de crítica continua» asegura la con-
formidad de todos a las normas comun es de la cien tificidad institu-
yen do, por la «transitividad de los juicios emitidos sobre los vecinos in-
mediatos», el control de cada uno sobre algunos ( a saber lo que puede y
debe juzgar como especialista) y por algun os ( a saber los que pueden
y deben juzgarlo como especialistas) [ M. Polanyi, texto nº 45] . Con fron-
tando contin uamen te a cada cien tífico con una explicitación crítica de
sus operaciones científicas y de los supuestos que implican y obligándolo
por este medio a hacer de esta explicitación el acompañ ante obligado
de su práctica y de la comun icación de sus descubrimien tos, este «sis-
tema de controles cruzados» tien de a con stituir y reforzar sin cesar en
cada uno la aptitud de vigilancia epistemológica.8
Los efectos de la colaboración in terdisciplin aria, frecuen temen te
presen tada como un a pan acea cien tífica, tampoco podrían ser des-
vinculados de las características sociales e intelectuales de la comunidad

8 Se en con trará un an álisis de la fun ción de con trol social en la con strucción
cien tífica en G. Bach elard, La formación del espíritu científico, op. cit., cap. XII.
116 el o f ic io d e so c ió l o g o

científica. Al igual que los con tactos entre sociedades de tradicion es di-
feren tes son oportun idades en que los supuestos in con scien tes de al-
gún modo se ven obligados a explicitarse, las discusiones entre especia-
listas de disciplin as diferen tes pueden con stituir la mejor medida del
tradicion alismo de un cuerpo de cien tíficos, es decir del grado en el
que éste excluye inconscien temente de la discusión habitual los supues-
tos que hacen posible la misma. Los encuen tros interdisciplinarios que,
en el caso de las ciencias human as, dan lugar frecuen temente a simples
intercambios de «datos» o, lo que es lo mismo, de problemas n o resuel-
tos, hacen pen sar en ese tipo arcaico de tran sacciones en que dos gru-
pos pon en a disposición , uno del otro, los productos que pueden adue-
ñ arse sin siquiera verse.9
Es decir que la comun idad cien tífica debe darse formas de sociabili-
dad específicas y que puede verse, como lo dice Durkh eim, un sín toma
de su h eteronomía en el h ech o de que en Francia, al menos, y aún hoy,
se en trega muy a menudo a la complacen cia de la mundan alidad in te-
lectual: «Creemos –escribía Durkh eim al fin al de Las reglas del método so-
ciológico– que ha llegado el momento para la sociología de ren un ciar a
los éxitos mun dan os, por decirlo de algún modo, y adoptar el carácter
esotérico que convien e a toda ciencia. Gan ará así en dign idad y autori-
dad lo que pierda quizás en popularidad».10

9 Para darse cuen ta de todo lo que el len guaje, en el que un grupo de espe-
cialistas expresa sus problemáticas, debe a la tradición , en gran parte
in con scien te, de la disciplin a, basta pen sar en los malen ten didos que se
producen en los diálogos en tre especialistas, aun de disciplin as cercan as:
ver, como a men udo se h ace, el prin cipio de todas las dificultades de
comun icacion en tre las disciplin as, en la diversidad de len guajes, es
absten erse de descubrir que los in terlocutores se en cierran en su len guaje
porque los sistemas de expresión son al mismo tiempo los esquemas de
percepción y de pen samien to que h ace existir a los objetos sobre los cuales
vale la pen a h ablar.
10 É. Durkh eim, Les règles de la méthode sociologique, op. cit., pág. 144.
Textos ilustrativos
Nota sobre la selección de los textos

Si para ilustrar los principios de la cien cia sociológica h emos


recurrido a autores en otros sen tidos muy distan ciados, a riesgo de
mostrarn os in teresados en textos privados de su con texto, lo h icimos
con vencidos de que es posible definir los prin cipios del con ocimien to
de lo social, in depen dien temen te de las teorías de lo social que sepa-
ran las escuelas y las tradicion es teóricas. Por otro lado, si a men udo re-
currimos a textos con sagrados a las cien cias de la n aturaleza para col-
mar lagun as de la reflexión propiamen te epistemológica referida a la
sociología, lo h icimos con la in ten ción de aplicar, mutatis mutandis, los
análisis clásicos de la filosofía de la ciencia a esa ciencia como las demás
que es o que quisiera ser la sociología. Por último, si h emos tomado
much os textos sociológicos de la obra de los fun dadores de la sociolo-
gía, y en particular de la escuela durkheimiana, es porque creemos que
el distraído recon ocimien to que se con cede h oy día a la metodología
de Durkheim neutraliza sus logros epistemológicos más eficazmente de
lo que lo h aría un rech azo deliberado; y, más profun damente, porque
la situación de comien zo es la más favorable para la explicitación de los
principios que h acen posible un n uevo tipo de discurso cien tífico.
Prólogo

so br e u na e pist e mo l o g ía c o n c o r da t a r ia

Es preciso situar explícitamente el pensamiento de Bachelard


con respecto a la tradición de la filosofía del conocimien to y
de la teoría de las cien cias, y en particular con respecto al
realismo de Meyerson y al idealismo de Brun schvicg, para ad-
vertir la significación sintética de la filosofía del no, que integra
y supera los logros de la reflexión anterior, constituyendo a la
epistemología como reflexión sobre la cien cia en vías de rea-
lización . Al colocarse en el cen tro epistemológico de las osci-
laciones, características de todo pensamiento científico, entre
el poder de rectificación que correspon de a la experien cia
y el poder de ruptura y de creación que correspon de a la ra-
zón , Bachelard puede definir como racionalismo aplicado y ma-
terialismo racional a la filosofía que se actualiza en «la acción
polémica in cesan te de la Razón ». Esta epistemología rechaza
el formalismo y el fijismo de un a Razón un a e in divisible en
favor de un pluralismo de los racion alismos ligados a los ám-
bitos científicos que racion alizan , y, asen tan do como axioma
primero el «primado teórico del error», defin e el progreso
del con ocimien to como rectificación in cesante: hay, pues, en
ella un a predisposición a sumin istrar un len guaje y un a asis-
tencia teórica a las ciencias sociales que, para constituir su ra-
cion alismo region al, deben ven cer obstáculos epistemológi-
cos particularmente considerables.
122 el o f ic io d e so c ió l o g o

1. g . ca n g u il h e m

[ …] En La dialectique de la durée, Bach elard declara que acepta casi todo


el bergsonismo, menos la continuidad.1 Creemos que esta profesión de
fe es más sin cera en lo que niega que en lo que afirma. Resueltamente
h ostil a la idea de con tinuidad, pero moderadamente bergson iano, Ba-
ch elard n o admite que la percepción y la cien cia sean fun cion es prag-
máticas en con tinuidad. Pero lo que aquí le disgusta es más la con tinui-
dad que el pragmatismo, pues tampoco admite, con Émile Meyerson ,
que percepción y cien cia sean fun cion es especulativas en con tin uidad
de esfuerzo para la iden tificación de lo diverso.2 Seguramente está más
cerca de un a posición a la que cabría llamar, con precaución, cartesiana
–pen san do en la distinción en tre en tendimiento e imagin ación –, posi-
ción común , en cierto sen tido, a Alain y a Léon Brun sch vicg, según la
cual la ciencia se constituye en ruptura con la percepción y como crítica
de ésta. Pero más cerca de Brun sch vicg que de Alain, al inclin arse a
aceptar y celebrar, como el primero, la subordin ación de la razón a la
cien cia, la in strucción de la razón por la cien cia,3 Bach elard, sin em-
bargo, se aparta de aquél al acen tuar la forma polémica, el aspecto dia-
léctico de la superación constitutiva del saber, en el que Léon Brun s-
chvicg veía más bien el efecto de un progreso con tinuo, de corrección ,
sin duda, pero que, bien considerado, sólo requiere de la in teligen cia
un a toma de con cien cia de su n orma propia, un a «capacidad de trans-
formarse por la aten ción que se presta a sí misma» [ …] .4
Pero situar la postura epistemológica de Bach elard por su relación
con algunas otras n o n os debe desviar de lo esencial, que es hacer com-
pren der a quien es n o vivieron el acon tecimien to, precisamen te qué
acon tecimien to fue, en 1927, la aparición , en la esfera de la filosofía
fran cesa, de un estilo in sólito –por n o ser en absoluto mundan o–, de
un estilo a la vez den so, recio y sutil, madurado en el trabajo solitario,
alejado de las modas y los modelos un iversitarios o académicos, de un
estilo filosófico rural. Ahora bien , el primer imperativo de este estilo es
en un ciar las cosas como se las ve o como se las conoce, sin preocuparse

1 Véase pág. 16.


2 Le rationalisme appliqué, págs. 176-177.
3 La philosophie du non, pág. 144.
4 Les âges de l’intelligence, pág. 147.
pr ó l o g o 123

por lograr aprobación mediante el empleo de la atenuación, de la con-


cesión , del «si se quiere» o «en rigor». Con el «en rigor» se sacrifica
muy pron to todo rigor y es esto lo que Bach elard n o quiere sacrificar.
Por eso, al afirmar que «la cien cia n o es el pleon asmo de la experien-
cia»,5 que aquélla se h ace con tra la experien cia, con tra la percepción,
con tra toda actividad técn ica usual, Bach elard, conscien te de que de
esta man era pon e a la cien cia en extrañ a situación , se preocupa muy
poco por saber si los h ábitos in telectuales de sus con temporán eos les
permitirán aven irse a sus tesis. La ciencia pasa a ser una operación espe-
cíficamen te in telectual que tien e un a h istoria, pero n o orígen es. Es la
Gén esis de lo Real, pero n o se podría relatar su propia gén esis. Puede
ser descrita como re-comien zo, pero nun ca captada en su balbuceo. No
es la fructificación de un pre-saber. Una arqueología de la cien cia es un
proyecto que tiene sen tido; una preh istoria de la cien cia es un absurdo.
No para simplificar esta epistemología, sino para experimentar mejor
su coh eren cia, quisiéramos extraer de ella un cuerpo de axiomas, cuya
duplicación en código de n ormas in telectuales n os revela que su índole
n o es la de eviden cias in mediatamen te claras, sin o más bien la de in s-
trucciones laboriosamente recogidas y experimen tadas [ …] .
El primer axioma se refiere al Primado teórico del error. «La verdad sólo
tiene plen o sentido al cabo de una polémica. No podría h aber aquí una
verdad primera. Sólo h ay errores primeros.»6 Observemos de pasada el
estilo pitagórico y cartesian o de la forma gramatical. Verdad primera
está en sin gular, errores primeros en plural. El mismo axioma se anun-
cia, más lapidariamen te, así: «Una verdad sobre un fon do de error, ésa
es la forma del pen samien to cien tífico».7
El segun do axioma se refiere a la Depreciación especulativa de la intui-
ción. «Las in tuicion es son muy útiles: sir ven para ser destruidas.»8 Este
axioma se con vierte en n orma de confirmación según dos fórmulas.
«En todas las circunstancias, lo inmediato debe dar paso a lo construido.»9
«Todo dato debe ser recuperado como un resultado.»10

5 Le rationalisme appliqué, pág. 38.


6 «Idéalisme discursif», en : Recherches philosophiques, 1934-1935, pág. 22.
[ Artículo reeditado en Études, París, Vrin , 1970, pág. 89] .
7 Le rationalisme appliqué, pág. 48.
8 La philosophie du non, pág. 139.
9 Ibid., pág. 144.
10 Le matérialisme rationel, pág. 57.
124 el o f ic io d e so c ió l o g o

El tercer axioma se refiere a la Posición del objeto como perspectiva de las


ideas.11 «Compren demos lo real en la misma medida en que la n ecesi-
dad lo organiza [ …] Nuestro pen samien to va hacia lo real, no parte de
éste.»12
Conviene insistir en el alcance de estos tres axiomas. En primer lugar,
en un sen tido es un a trivialidad decir que la cien cia expulsa al error,
que reemplaza a la ign oran cia. No obstan te, fue muy frecuente que fi-
lósofos o sabios vieran el error como un acciden te lamentable, una tor-
peza que un poco men os de precipitación o de prevención n os h abría
evitado, y a la ign oran cia como un a privación del saber correspon -
dien te. Todavía n adie h abía dich o con la in sisten te con vicción de Ba-
chelard que el espíritu es ante todo por sí mismo puro poder de error,
que el error tien e un a fun ción positiva en la gén esis del saber y que la
ign oran cia n o es un a especie de lagun a o de ausen cia, sin o que tien e
la estructura y la vitalidad del in stin to.13 Igualmen te, la toma de con -
ciencia del carácter n ecesariamen te h ipotético-deductivo de toda cien-
cia h abía inclinado a los filósofos, desde fin es del siglo XIX, a considerar
in suficien te la n oción de prin cipios in tuitivos, eviden cias, datos o gra-
cias, sen sibles o in telectuales. Pero todavía n adie h abía con sagrado
tan ta en ergía y obstin ación como Bach elard en afirmar que la cien cia
se h ace con tra lo in mediato, contra las sensaciones,14 que «la eviden cia
primera no es un a verdad fundamental»,15 que el fen ómen o inmediato
n o es el fen ómen o importante.16 La malevolencia crítica n o es una pe-
n osa n ecesidad que el sabio podría querer sortear, pues no es un a con-
secuen cia de la cien cia sin o su esen cia. La ruptura con el pasado de los
con ceptos, la polémica, la dialéctica, es todo lo que en con tramos al tér-
min o del an álisis de los medios del saber. Sin exageración pero n o sin
paradoja, Bach elard ve en el rech azo el resorte propulsor del con oci-

11 Esta expresión figura en el Essai sur la connaissance approchée, pág. 246.


12 La valeur inductive de la relativité, págs. 240-241.
13 La philosophie du non, pág. 8; La formation de l’esprit scientifique, pág. 15. [ Hay
ed. en esp.: La formación del espíritu científico, Buen os Aires, Argos, 1948, pág.
17. Reedición : Buen os Aires, Siglo XXI, 1972.]
14 La formation de l’esprit scientifique, pág. 250 1ª ed. en esp., pág. 295] .
15 La psychanalyse du feu, pág. 9. [ H ay ed. en esp.: El psicoanálisis del fuego,
Madrid, Alian za Editorial, 1966, pág. 7.]
16 Les intuitions atomistiques, pág. 160.
pr ó l o g o 125

miento. Pero sobre todo nadie, como él, puso tan ta paciencia, ingen io,
cultura en multiplicar los ejemplos invocados en apoyo de esta tesis:
creemos que el modelo de esta clase de ejercicio está en el pasaje en el
que se apela al ejemplo del atomismo para probar que el ben eficio del
con ocimiento reside ún icamente en aquello que la rectificación de un
con cepto «suprime»17 en un a in tuición o en un a imagen in icial. «El
átomo es exactamen te la suma de las críticas a las que se somete su ima-
gen primera.»18 Ytambién : «El esquema del átomo propuesto por Bohr
h ace un cuarto de siglo se ha desempeñado, en este sen tido, como un a
buena imagen ; ya n o queda n ada de él.»19 Ya en una obra en la que se
mostraba men os severo con el esquema de Boh r, Bach elard h abía de-
nunciado el «carácter ilusorio de nuestras intuiciones primeras».20 Para
un filósofo según el cual «lo real no es jamás lo que podría creerse, sino
siempre lo que debería h aberse pen sado»,21 la verdad n o puede ser
sin o el «límite de las ilusiones perdidas».22
No puede asombrar, en ton ces, que n in gún realismo, y en particular
el realismo empírico, resulte aceptable como teoría del conocimien to,
en opinión de Bach elard. No h ay realidad an tes de la ciencia y fuera de
ella. La cien cia n o capta n i captura lo real, sin o que indica la dirección
y la organ ización in telectuales, según las cuales «se puede tener la segu-
ridad de que n os acercamos a lo real».23 Así como no son catálogos de
sen saciones, los conceptos científicos tampoco son réplicas mentales de
esencias. «La esen cia es un a fun ción de la relación.»24 H abien do justi-
ficado, desde el Essai sur la connaissance approchée,25 la subordinación del
con cepto al juicio, Bach elard retorn a y con solida este plan teo en oca-
sión de su examen de la física relativista. El juicio de inherencia aparece
como un caso singular del juicio de relación , el atributo como una fun-
ción de los modos, el ser como coinciden te con las relaciones. «Es la re-

17 La philosophie du non, pág. 139.


18 Ibid., pág. 139.
19 Ibid., pág. 140.
20 Les intuitions atomistiques, pág. 193.
21 La formation de l’esprit scientifique, pág. 13 [ 1ª ed. en esp., pág. 15] .
22 «Idéalisme discursif», en op. cit.
23 La valeur inductive de la relativité, pág. 203.
24 Ibid., pág. 208.
25 Cap. 11: «La rectification des con cepts».
126 el o f ic io d e so c ió l o g o

lación la que dice todo, la que prueba todo, la que contiene todo.»26 Es
en el camin o de la verdad don de el pensamiento encuen tra lo real. En
el orden de los juicios de modalidad «debe colocarse [ …] al asertórico
much o después del apodíctico».27 Por consiguien te, poco le importa a
Bach elard que los aficionados a las clasificaciones escolares o los censo-
res de ideologías h eterodoxas coloquen etiquetas a un sistema que n o
es el suyo; sólo le importa su lín ea de pen samien to. Si se lo llama idea-
lista cuan do aborda la ciencia por la vía real de la física matemática, res-
pon de: Idealismo discursivo, es decir laborioso en su dialéctica y jamás
triun fante sin vicisitudes. Si se lo llama materialista cuan do pen etra en
el laboratorio del químico, respon de: Materialismo racional, es decir in s-
truido y no ingen uo, operante y n o dócil; en un a palabra: materialismo
que n o recibe su materia sino que la establece, que «pien sa y trabaja a
partir de un mundo recomen zado».28
Es que la realidad del mun do debe retomarse siempre cuan do está
bajo la respon sabilidad de la razón . Y la razón n un ca termin a de ser
desrazon able para tratar de ser cada vez más racional. Si la razón sólo
fuera razon able, termin aría un día por satisfacerse con sus logros, por
decir sí a su activo. Pero es siempre no y n o. ¿Cómo explicarse este po-
der de n egación perman en temen te disparado? En un a admirable fór-
mula, Bach elard dijo un día que «ten emos el poder de despertar a las
fuen tes».29 Ah ora bien , en el corazón del h ombre h ay un a fuen te que
n o se agota n un ca, y a la cual, por tanto, nunca h ace falta despertar: es
la fuen te misma de aquello a lo que la filosofía rin dió h omen aje desde
antiguo en el soñar del cuerpo y del espíritu, la fuente de los sueños, de
las imágen es, de las ilusion es. La perman en cia de ese poder origin ario,
literalmen te poético, obliga a la razón a su esfuerzo perman en te de
n egación , de crítica, de reducción . La dialéctica racional, la ingratitud
esen cial de la razón para con sus logros sucesivos n o h acen más que de-
sign ar la presen cia, en la concien cia, de una fuerza infatigable de diver-
sión de lo real, de un a fuerza que acompañ a siempre al pen samien to
cien tífico, pero n o como una sombra, sin o como un a con tra-luz [ …] .

26 La valeur inductive de la relativité, pág. 270.


27 Ibid., pág. 245.
28 Le matérialisme rationel, pág. 22.
29 Essai sur la connaissance approché, pág. 290.
pr ó l o g o 127

Es preciso, pues, que el espíritu sea visión para que la razón sea revi-
sión , que el espíritu sea poético para que la razón sea an alítica en su
técn ica, y el racion alismo psicoan alítico en su in ten ción . A veces llamó
la atención que se den omin ara psicoan álisis a un proyecto filosófico
aparentemen te tan con forme a la actitud con stan te del racion alismo.
Pero es porque se trata de algo muy distinto de la vocación optimista de
la filosofía de las luces o del positivismo. No se trata de creerse o de lla-
marse racion alista. «¿Racion alistas? –dice Bach elard–. Tratamos de
llegar a serlo.»30 Yse explica así: «Pudo sorpren der que un filósofo ra-
cion alista otorgue tan ta aten ción a ilusion es y a errores, y que a cada
paso necesite represen tar los valores racion ales y las imágen es claras
como rectificacion es de datos falsos».31 Pero ocurre que, con traria-
men te a lo que pudieron creer los racion alistas de los siglos XVIII y XIX,
el error n o es un a debilidad sin o un a fuerza, la ensoñ ación n o es un
humo sino un fuego. Y como el fuego, se recupera sin cesar. «Consagra-
remos una parte de nuestros esfuerzos a mostrar que la ensoñ ación re-
toma sin cesar los temas primitivos y trabaja con tin uamen te como un
alma primitiva, a despech o de los logros del pen samien to elaborado,
con tra la propia in strucción de las experien cias científicas.» 32
Se pudo con fiar en un a reducción defin itiva de las imágen es sen si-
bles efectuada por la razón in sen sible, mien tras n o se sospech ó h asta
qué pun to la imagin ación sen sualista puede ten er la vivacidad pro-
fun da y renacien te de la sen sualidad [ …] .
Los sen tidos, en todos los sen tidos de la palabra, fabulan . Reléase a
este respecto, y a propósito de las primeras in vestigacion es sobre la
electricidad, las reflexion es de n uestro filósofo sobre el carácter sen -
sual del con ocimien to con creto 33 y su con clusión sobre la in mutabili-
dad de los valores in con scien tes.34 Por tan to, ser racion alista n o es tan
sen cillo como lo creyeron los h ombres de la Aufklärung. El racion a-
lismo es un a filosofía costosa, un a filosofía que n o con cluye, ya que se
trata de «un a filosofía que n o h a ten ido comien zo».35

30 lbid., pág. 10.


31 lbid., pág. 9.
32 La psychanalyse du feu, pág. 14 [ ed. en esp., pág. 12] .
33 Le rationalisme appliqué, pág. 141.
34 lbid., n ota.
35 Le rationalisme appliqué, pág. 123.
128 el o f ic io d e so c ió l o g o

Al describir las sutilezas dialécticas de la razón como réplica a la pro-


fusa abun dan cia de los obstáculos epistemológicos, Bach elard h a lo-
grado lo que tantos otros epistemólogos no con siguieron: comprender
la anticien cia. Émile Meyerson , en suma, eludía con poco riesgo las di-
ficultades que plan teaba a la in teligen cia filosófica la resisten cia que la
experiencia calificada, que el un iverso de la vida oponen al esfuerzo ra-
cion al por la iden tidad de lo real. Llaman do «irracion al» a ese n úcleo
rebelde, Meyerson trataba de despreciarlo; pero al justificar que la ra-
zón lo «sacrificara», le reconocía, implícitamen te, cierto valor que n o
dudaba en llamar también realidad. ¡Pero ya es demasiado dos realida-
des! De h ech o la epistemología meyerson ian a se man ten ía a base de
maniqueísmo, incapaz de distinguir entre lo n egativo y la nada. Tal es el
destin o in evitable de toda epistemología que importa a la filosofía los
valores que sólo son propios de la cien cia y que con sidera absoluta-
men te descalificada a la an ticien cia por estar descalificada por y para la
cien cia. Bach elard, por su parte, aun que tan ligado –pero diferen te-
men te– a la ciencia como a la poesía, a la razón como a la imaginación ,
n o tiene n ada de maniqueo. Se decidió a asumir el papel y el riesgo de
un «filósofo con cordatario».36 Cuan do pone de man ifiesto los arqueti-
pos laten tes de la imagin ación imagin an te, fomen tando para la razón ,
es decir con tra ella, los obstáculos a la cien cia que son los objetos de la
cien cia, las objecion es a la cien cia, Bach elard n o se con stituye en abo-
gado del diablo; se sabe cómplice del Creador. Con él, n uevamen te,
después de Bergson , la creación con tin ua cambia de sen tido. No sólo
su epistemología n o es cartesian a,37 sino también, y ante todo, su on to-
logía. La creación con tin ua n o es la garan tía de la iden tidad del Ser o
de su h ábito, sin o de su in gen uidad, de su ren ovación . «Los in stan tes
son distin tos porque son fecun dos.»38

GEORGES CANGUILH EM

«Sur une épistémologie concordataire»

36 L’activité rationaliste de la physique contemporaine, pág. 56.


37 Le nouvel esprit scientifique, pág. 135.
38 L’intuition de l’instant, pág. 112.
l o s t r e s g r a d o s d e l a v ig il a n c ia

La vigilancia del primer grado, como espera de lo esperado o


aun como aten ción a lo in esperado, es un a actitud del espí-
ritu empirista. La vigilan cia del segun do grado supon e la ex-
plicitación de los métodos y la vigilan cia metódica in dispen-
sable para la aplicación metódica de los métodos; en este
n ivel se implan ta el control mutuo del racion alismo y el em-
pirismo median te el ejercicio de un racion alismo aplicado
que es la condición de la explicitación de las relacion es ade-
cuadas en tre la teoría y la experien cia. Con la vigilan cia del
tercer grado aparece la interrogación propiamente epistemo-
lógica, la ún ica capaz de romper con el «absoluto del mé-
todo» como sistema de las «cen suras de la Razón », y con los
falsos absolutos de la cultura tradicional que puede seguir ac-
tuando en la vigilancia del segundo grado. La libertad, tanto
respecto de la cultura tradicion al como de la h istoria empí-
rica de las cien cias, obten ida por esta «crítica aguda», con-
duce a un «pragmatismo sobren aturalizan te» que busca en
una historia recompuesta de los métodos y las teorías un me-
dio para superar los métodos y las teorías. Como se ve, la so-
ciología del con ocimien to y de la cultura y, en particular, la
sociología de la enseñ an za de las cien cias, es un instrumento
casi indispen sable de la vigilan cia del tercer grado.
130 el o f ic io d e so c ió l o g o

2. g . ba c h e l a r d

Se puede defin ir un cantón particular del superyó, al que se podría lla-


mar el superyó intelectual [ …] .
La función de autovigilan cia adopta, en los esfuerzos de cultura cien -
tífica, formas compuestas muy aptas para mostrarnos la acción psíquica
de la racion alidad. Estudián dola con más deten imiento tendremos un a
n ueva prueba del carácter específicamen te secun dario del racion a-
lismo. No estamos verdaderamen te in stalados en la filosofía de lo racio-
nal sino cuando compren demos que compren demos, cuando podemos
denunciar con seguridad los errores y las apariencias de compren sión.
Para que un a autovigilan cia sea completamen te con fiable, es preciso,
de algún modo, que ella misma sea vigilada. Comien zan a aparecer así
formas de vigilancia de vigilancia, lo que, para aligerar el len guaje, desig-
naremos con la notación exponencial: ( vigilancia) 2. Incluso presen tare-
mos los elemen tos de un a vigilan cia de vigilan cia de vigilan cia, o dich o
de otro modo: de ( vigilancia) 3. Sobre este problema de la disciplina del
espíritu es in cluso bastan te fácil captar el sen tido de un a psicología
expon en cial y apreciar cómo esta psicología exponencial puede con tri-
buir al orden amiento de los elemen tos din ámicos de la convicción ex-
perimental y de la con vicción teórica. El encadenamiento de los hech os
psicológicos obedece a causalidades muy diversas según el plan de su
organ ización . Este en cadenamien to n o puede expon erse en el tiempo
continuo de la vida. La explicación de encadenamientos tan diversos re-
quiere un a jerarquía. Esta jerarquía está acompañ ada de un psicoan á-
lisis de lo in útil, de lo in erte, de lo super fluo, de lo inoperante [ …] .
Un físico vigila su técn ica en el plan o de la vigilan cia de sus pen sa-
mien tos. Con stan temen te necesita confiar en la marcha normal de sus
aparatos. Perman entemente se cerciora de su buen funcionamiento. Lo
mismo se aplica a los aparatos completamen te psíquicos del pen sa-
miento justo.
Pero después de haber sugerido la complicación del problema de la
vigilan cia por un pensamiento preciso, veamos cómo se in stituye la vigi-
lancia de vigilancia.
La vigilan cia in telectual, en su forma simple, es la espera de un h e-
cho definido, la localización de un acontecimien to caracterizado. No se vi-
gila cualquier cosa. La vigilancia se dirige a un objeto más o menos bien
design ado, pero que, por lo men os, es pasible de un tipo de design a-
pr ó l o g o 131

ción. No h ay nada nuevo para un sujeto vigilante. La fen omenología de


la novedad pura en el objeto no podría eliminar la fen omenología de la
sorpresa en el sujeto. La vigilan cia es, pues, con cien cia de un sujeto que
tien e un objeto, y con ciencia tan clara que el sujeto y su objeto adquie-
ren precisión jun tos, un ién dose de un a man era tan to más estrech a
cuan to más exactamen te prepare el racion alismo del sujeto la técn ica
de vigilan cia del objeto examin ado. La con cien cia de la espera de un
acontecimien to bien definido debe duplicarse dialécticamente con un a
conciencia de la disponibilidad de espíritu de modo que la vigilancia de
un acon tecimien to bien design ado es, en realidad, un a especie de
ritmo-análisis de la atención central y de la atención periférica. Por muy
alerta y aten ta que esté, la vigilan cia simple es, a primera vista, un a acti-
tud del espíritu empirista. En esta perspectiva, un h ech o es un h ech o,
n ada más que un h ech o. La toma de con ocimien to respeta la con tin-
gen cia de los h ech os.
La función de vigilancia de vigilancia sólo puede aparecer después de
«un discurso del método», cuan do la con ducta o el pen samien to h an
encontrado métodos, cuando han valorizado métodos. En tonces, el res-
peto del método así valorizado impone actitudes de vigilan cia que un a
vigilancia especial debe man ten er. La vigilan cia así vigilada es, en ese
caso, al mismo tiempo con ciencia de una forma y conciencia de una in-
formación . El racion alismo aplicado aparece con este «doblete». En
efecto, se trata de aprehender hechos formados, hechos que actualizan los
principios de información.
Por otro lado, podemos comprobar en esta ocasión cuán n umerosos
son los documen tos que un a en señ an za del pen samien to cien tífico
aporta a un a psicología expon en cial. Un a educación del pen samien to
cien tífico gan aría en explicitar esta vigilan cia de la vigilan cia que es la
n ítida con cien cia de la aplicación rigurosa de un método. Aquí, el mé-
todo bien design ado desempeñ a el papel de un superyó bien psicoan a-
lizado en el sen tido de que las faltas aparecen en una atmósfera serena;
n o son dolorosas, sino más bien educativas. Hay que h aberlas cometido
para poder alertar a la vigilan cia de vigilan cia, para poder instruirla. El
psicoanálisis del conocimien to objetivo y del con ocimiento racion al tra-
baja en este n ivel esclareciendo las relacion es de la teoría y la experien-
cia, de la forma y de la materia, de lo riguroso y lo aproximado, de lo
cierto y lo probable, dialécticas todas que requieren censuras especiales
para n o pasar sin precaucion es de un términ o al otro. Aquí se ten drá
132 el o f ic io d e so c ió l o g o

ocasión a men udo de romper los bloqueos filosóficos; en efecto, son


much as las filosofías que se presen tan con la pretensión de imponer un
superyó a la cultura científica. En nombre del realismo, del positivismo,
del racionalismo, a veces n os despojamos de la censura que debe garan-
tizar los límites y las relaciones de lo racion al y lo experimen tal. Apo-
yarse constan temen te en una filosofía como en un absoluto es realizar
una cen sura cuya legalidad no siempre se ha estudiado. La vigilancia de
vigilancia, al trabajar sobre los dos extremos del empirismo y del racio-
n alismo es, en muchos aspectos, un psicoan álisis mutuo de las dos filo-
sofías. Las cen suras del racion alismo y de la experien cia cien tífica son
correlativas.
¿En qué circun stan cias podremos ver aparecer la ( vigilancia) 3? Evi-
dentemen te, cuan do no sólo se vigile la aplicación del método, sin o el
método mismo. La ( vigilan cia) 3 requerirá que se pon ga a prueba el mé-
todo, pedirá que se arriesguen en la experiencia las certidumbres racio-
nales o que sobreven ga una crisis de interpretación de fenómen os debi-
damente comprobados. El superyó activo ejerce en tonces, en un o o en
otro sen tido, una crítica aguda. Impugna n o solamente al yo de cultura,
sin o a las formas an teceden tes del superyó de cultura; en primer lugar,
desde luego, la crítica se dirige a la cultura ofrecida por la en señ an za
tradicion al, y luego a la cultura razon ada, a la h istoria misma de la ra-
cion alización de los con ocimien tos. De un a man era más con den sada,
se puede decir que la actividad de la ( vigilan cia) 3 se declara absoluta-
men te libre con respecto a toda historicidad de cultura. La historia del
pen samien to cien tífico deja de ser un a aven ida n ecesaria; n o es más
que un a gimn asia de aprendiz que debe ofrecern os ejemplos de emer-
gen cias in telectuales. In cluso cuan do parece la contin uación de un a
evolución h istórica, la cultura vigilada en que pensamos recompon e
por recurren cia un a h istoria bien orden ada que de nin gún modo co-
rrespon de a la h istoria efectiva. En esta h istoria recompuesta, todo es
valor. El ( superyó) 3 en cuentra con den sacion es más rápidas que los
ejemplos diluidos sobre el tiempo histórico. Piensa la historia, sabiendo
bien las dolencias que acarrearía el revivirla.
¿Haremos n otar que la ( vigilan cia) 3 capta relacion es entre la forma y
el fin ? ¿Que destruye lo absoluto del método? ¿Que juzga que el mé-
todo es un momen to de los progresos de método? A nivel de la ( vigilan -
cia) 3 desaparece el pragmatismo fragmen tado. Es preciso que el mé-
todo h aga la prueba de un a fin alidad racion al que n ada tien e que ver
pr ó l o g o 133

con una utilidad pasajera. O, por lo men os, hay que encarar un a espe-
cie de pragmatismo sobren aturalizante, un pragmatismo design ado
como un ejercicio espiritual an agógico, un pragmatismo que buscaría
motivos de superación , de trascenden cia, y que se pregun taría si las re-
glas de la razón no son también cen suras que hay que infrin gir.

GASTÓN BACHELARD

Le rationalisme appliqué
Introducción
Epistemología y metodología

e pist e mo l o g ía y l ó g ica r e c o n st r u ida

Los sociólogos de la cien cia observan que la relación en tre el


cien tífico y su práctica, por lo men os tal como él la recon s-
truye cuan do la relata o la describe, está casi siempre media-
tizada por represen tacion es sociales in spiradas en filosofías
muy alejadas, a menudo, de la realidad del acto científico. En
el caso de las ciencias sociales, la reinterpretación de los actos
de la in vestigación se efectúa casi siempre de acuerdo con los
cán on es de la metodología como lógica recon struida, muy
alejada de la «lógica-en -acto» que orien ta el procedimien to
real de la inven ción .
Si la recon strucción del procedimien to es un o de los me-
dios de con trolar el rigor lógico de una investigación ,* puede
ten er con secuen cias con trarias cuan do se presen ta como el
reflejo del procedimien to real. De esta manera, podría ratifi-
car la dicotomía entre los procedimien tos reales, librados a la
in tuición y al azar, y el rigor ideal, que se puede actualizar
con más facilidad en ejercicios formales o en reiteracion es de
en cuestas.** Así, pues, recordar la diferen cia en tre la lógica
en acto del procedimien to cien tífico y la lógica ideal de las
reconstrucciones post festum no es favorecer la abdicación del
h iperempirismo o la aven tura del in tuicion ismo, sin o recla-
mar un a vigilan cia epistemológica, mostran do que la in ven-

* Véase supra, § 1, pág. 31, e infra, J. H. Goldth orpe y D. Lockwood, texto n º


6, pág. 148.
** Véase supra, § 1, pág. 61.
136 el o f ic io d e so c ió l o g o

ción puede ten er un a lógica propia, diferente de la lógica de


la exposición o de la demostración .

3. a . k a pl a n

Un a lógica recon struida n o podría ten er la preten sión de represen tar


fielmente los procedimien tos reales del cien tífico, por dos razon es. En
primer lugar, puesto que la lógica efectúa evaluaciones, a menudo se in-
teresa men os por lo que el cien tífico hace que por lo que no hace. No
obstan te, la formulación y el per feccionamien to de las hipótesis cien tí-
ficas ponen en juego operaciones que, después de todo, tienen su cohe-
ren cia y n o se las puede llamar ilógicas o extralógicas. Mi crítica, por
tan to, se puede formular así: en la recon strucción «h ipotético-deduc-
tiva», los acon tecimien tos más decisivos del drama cien tífico se repre-
sentan entre bastidores. Los procesos en los cuales se genera realmente
el con ocimiento son, sin n ingun a duda, determinantes para el proyecto
cien tífico, in cluso desde un estricto pun to de vista lógico. Ah ora bien ,
la recon strucción clásica pone en escen a el desen lace, sin permitirn os
con ocer la intriga.
En segun do lugar, un a lógica reconstruida no se presenta como una
descripción, sin o más bien como un a idealización de la práctica cien tí-
fica. Ni el cien tífico más cabal expresa sus procedimien tos de un a ma-
n era en tera e irreproch ablemen te lógica; y las más bellas investigacio-
n es traicion an todavía, en ciertos apartados, su carácter «demasiado
humano». La lógica-en-acto está mezclada con los desechos de una a-ló-
gica-en -acto y aun de un a ilógica-en -acto. La reconstrucción idealiza la
lógica de la cien cia porque sólo nos muestra lo que ésta debería ser si se
con siguiera separarla de los actos reales y refin arla h asta su extremo
grado de pureza.
Sin duda es legítimo defender la lógica reconstruida, pero solamen te
h asta cierto punto. Puede suceder que se lleve tan lejos la idealización
que ya sólo tenga in terés para el desarrollo de la misma ciencia lógica,
sin ayudarn os mayormen te a compren der y a juzgar la práctica cien tí-
fica real. Algun as recon struccion es h an sido idealizadas hasta tal punto
que, como observaba Max Weber con cierta amargura, «a men udo es
difícil que las disciplinas especializadas se reconozcan en ellas a simple
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 137

vista». En el peor de los casos, el lógico puede llegar a en frascarse tanto


en el arte de refin ar la poten cia y la belleza de su in strumen to que
pierde de vista el material al que debería aplicarlo. En el mejor, debe
aban don arse a un platon ismo dudoso, postulan do que la man era ade-
cuada de analizar y de compren der un fen ómeno con siste en referirse
a su arquetipo, es decir a su forma pura, abstraída de toda aplicación
con creta. Éste, desde luego, es un procedimiento posible, pero no estoy
seguro de que sea siempre el mejor.
El mayor peligro en cuan to a la confusión de la lógica-en -acto con
un a lógica recon struida, y muy en particular con una lógica fuerte-
men te idealizada, reside en que, sutilmen te, se suprime la auton omía
de la cien cia. El poder normativo de la lógica no tiene n ecesariamente
el efecto de mejorar la lógica-en -acto; puede con ducirla a con formarse
estrechamen te con las estipulacion es de la lógica recon struida. Fre-
cuen temente se dice que las cien cias del hombre deberían dejar de afa-
n arse por imitar a las cien cias físicas. Creo que esta recomen dación
con stituye un error: hay que man ten er un prejuicio favorable a las ope-
racion es de con ocimien to que ya h an dado pruebas de eficacia en la
búsqueda de la verdad. Lo importan te, en mi opin ión, es que las cien -
cias del h ombre dejen de querer imitar la imagen de las cien cias físicas
que pretenden impon er ciertas recon strucciones particulares.

ABRAHAM KAPLAN

The Conduct of Inquiry, Methodology


for Behavioral Science
1. La ruptura

1. Pren ocion es y técn icas de ruptura

l a s pr e n o c io n e s c o mo o bst á c u l o e pist e mo l ó g ic o

La impugn ación de las «verdades» del sen tido común se h a


con vertido en un lugar común del discurso metodológico, lo
que puede h acerle perder toda su fuerza crítica. Bach elard y
Durkheim demuestran que la impugn ación pun to por pun to
de los prejuicios del sen tido común n o puede reemplazar al
cuestion amien to radical de los prin cipios en los que se
asien ta: «Fren te a lo real, lo que cree saberse claramen te
ofusca lo que debiera saberse. Cuan do se presen ta, an te la
cultura cien tífica, el espíritu jamás es joven . H asta es muy
viejo, pues tien e la edad de sus prejuicios. [ …] La opin ión
pien sa mal; n o pien sa; traduce n ecesidades en con ocimien-
tos. Al design ar a los objetos por su utilidad se proh íbe el co-
n ocerlos. [ …] No es suficiente, por ejemplo, rectificarla en
casos particulares, manteniendo, como un a especie de moral
provision al, un con ocimien to vulgar provision al. El espíritu
cien tífico n os impide ten er opin ión sobre cuestion es que n o
compren demos, sobre cuestion es que n o sabemos formular
claramen te».* Las tardan zas o los errores del con ocimien to
sociológico no se deben solamen te a causas extrín secas, tales
como la complejidad y la fugacidad de los fen ómen os con si-
derados, sino a las funciones sociales de las pren ocion es que
obstaculizan la ciencia sociológica: las opiniones primeras de-
ben su fuerza no sólo al hecho de que se presentan como una
tentativa de explicación sistemática, sino también al hecho de

* G. Bach elard, La formation de l’esprit scientifique, op. cit., pág. 14 ( véase ed. en
esp., pág. 16) .
140 el o f ic io d e so c ió l o g o

que las fun cion es que cumplen con stituyen en sí mismas un


sistema.

4. é . d u r k h e im

Cuan do un n uevo orden de fen ómen os se h ace objeto de una cien cia,
ellos ya se en cuen tran represen tados en el espíritu, no sólo por imáge-
n es sen sibles, sin o por especies de con ceptos groseramen te formados.
Antes de los primeros rudimen tos de física y química, los hombres ya te-
n ían nociones sobre los fen ómen os físico-químicos, que superaban a la
pura percepción . Pueden ser vir como ejemplo las que encon tramos
mezcladas en todas las religion es. Es porque, en efecto, la reflexión es
an terior a la cien cia, que sólo se sirve de ella con un método mejor. El
h ombre n o puede vivir en medio de las cosas sin formularse sus ideas
sobre ellas, a las cuales ajusta su con ducta. [ …] En efecto, estas n ocio-
n es o con ceptos, como quiera llamárselos, n o son sustitutos legítimos
de las cosas. Productos de la experien cia vulgar, tien en por objeto, ante
todo, armon izar n uestras accion es con el mun do que nos rodea; están
estructuradas por la práctica y para ella. Ah ora bien : un a represen ta-
ción puede estar en condicion es de desempeñ ar útilmen te este papel,
sien do teóricamente falsa. Hace ya much os siglos que Copérnico disipó
las ilusiones de nuestros sen tidos, tocan tes al movimien to de los astros;
sin embargo, todavía ordenamos corrien temen te la distribución de
n uestro tiempo de acuerdo con estas ilusion es. Para que un a idea sus-
cite adecuadamente los movimien tos que reclama la naturaleza de un a
cosa, no es preciso que exprese fielmente esta naturaleza; basta que nos
h aga sen tir lo que la cosa tien e de útil o de desven tajoso, cómo puede
servirnos y cómo puede dañ arn os. Y aun las nociones así formadas sólo
presentan esta justeza práctica en forma aproximativa y solamente en la
gen eralidad de los casos. ¡Cuán tas veces son tan peligrosas como in ade-
cuadas! No es, pues, elaborándolas, de la man era que sea, como se lle-
gará jamás a descubrir las leyes de la realidad. Por el contrario, son
como un velo que se in terpon e en tre las cosas y n osotros, que n os las
disfrazan tanto mejor cuan to más tran sparen te lo creemos […] .
Las n ocion es a que acabamos de referirn os son las nociones vulgares o
prenociones que señ ala en la base de todas las ciencias como ocupan do el
l a r u pt u r a 141

lugar de los hechos. Son los ídola, especie de fantasmas que nos desfigu-
ran el verdadero aspecto de las cosas y que sin embargo tomamos por
las cosas mismas. Y como este medio imaginario no ofrece resistencia al-
gun a al espíritu, al n o sen tirse éste conten ido por n ada se aban don a a
ambicion es sin límite y cree posible con struir, o mejor dich o, recon s-
truir el mun do con sus propias fuerzas y a la medida de sus deseos.
Si así fue para las cien cias n aturales, con mayor razón debía suceder
en sociología. Los h ombres no h an esperado el surgimien to de la cien-
cia social para formarse sus ideas respecto del derech o, la moral, la fa-
milia, el Estado y aun la sociedad, pues les eran imprescin dibles para vi-
vir. Ah ora bien , es precisamen te en sociología donde esas pren ociones,
para retomar la expresión de Bacon , están en condiciones de domin ar
los espíritus y sustituir a las cosas. En efecto, las cosas sociales sólo se re-
alizan a través de los h ombres; son un producto de la actividad h u-
man a. No parecen ser n in gun a otra cosa que la puesta en práctica de
ideas, in natas o no, que llevamos en nosotros, y su aplicación a las diver-
sas circunstancias que acompañan a las relaciones de los h ombres entre
sí. [ …]
Lo que termina por acreditar este punto de vista es que, como la vida
social en todo su detalle desborda ampliamen te los límites de la con-
cien cia, ésta n o puede ten er un a percepción suficien temen te in ten sa
de ella como para sen tir su realidad. Al n o ten er un a ligazón lo bas-
tan te cercan a n i próxima a n osotros, todo eso n os impresion a fácil-
men te como un a materia medio irreal e in defin idamente plástica, que
n o se sostien e en n ada y flota en el vacío. Es por esto que tan tos pen sa-
dores sólo h an visto en las coordin acion es sociales combinacion es arti-
ficiales, más o men os arbitrarias. Pero si bien se n os escapan los deta-
lles, las formas con cretas y particulares, n os represen tamos por lo
men os los aspectos más gen erales de la existen cia colectiva y, aun que
sea en forma grosera y aproximada, son precisamen te estas representa-
cion es esquemáticas y sumarias las que con stituyen las pren ocion es de
que n os ser vimos para los usos corrien tes de la vida. Por lo tan to, n o
podemos n i soñar en poner en duda su existen cia, ya que la percibimos
al mismo tiempo que la n uestra propia. No sólo están en n osotros, sin o
que, sien do un producto de repetidas experien cias, tien en un a especie
de ascen dien te y autoridad surgidas de esa misma repetición y del h á-
bito resultan te. Sen timos su resisten cia en cuanto buscamos liberarn os
de ellas; y n o podemos dejar de con siderar como real a lo que se n os
142 el o f ic io d e so c ió l o g o

opon e. Todo con tribuye, pues, a h acern os ver en ellas la verdadera


realidad social. [ …]
Estas n ocion es vulgares n o se en cuen tran sólo en la base de la cien -
cia, sino también, y con gran frecuencia, en la trama de los razon amien-
tos. En el estado actual de nuestros conocimientos, no sabemos con cer-
teza lo que es el Estado, la soberan ía, la libertad política, la democracia,
el socialismo, el comun ismo, etcétera; por razon es de método debería,
pues, proh ibirse todo uso de estos con ceptos, en tan to no estén cien tí-
ficamen te con stituidos. Y, sin embargo, las palabras que los expresan
aparecen sin cesar en las discusion es de los sociólogos. Se las emplea
corrien temen te y con seguridad, como si correspon dieran a cosas bien
con ocidas y defin idas, mientras que sólo despiertan en nosotros n ocio-
n es con fusas, mezclas in diferen ciadas de impresion es vagas, de prejui-
cios y pasion es. Nos burlamos h oy de los sin gulares razon amientos que
los médicos medievales con struían con las n ocion es del calor, del frío,
de lo h úmedo, lo seco, etcétera, y n o advertimos que con tin uamos apli-
can do ese mismo método respecto de cierto orden de fenómen os que
lo supone men os que ninguno, a raíz de su extrema complejidad.
Este carácter ideológico es todavía más adecuado en las ramas espe-
ciales de la sociología.
De la misma manera, todos los problemas que habitualmente se plan-
tea la ética ya n o tien en relación con cosas, sin o con ideas; se trata de
saber en qué consiste la idea del derecho, la idea de la moral, no cuál es
la naturaleza del derecho y de la moral tomados en sí mismos. Los mo-
ralistas n o h an llegado todavía a la sen cillísima concepción de que, así
como n uestra represen tación de las cosas sen sibles vien e de las cosas
mismas y las expresa más o menos exactamente, nuestra representación
de la moral provien e del espectáculo mismo de las reglas que fun cio-
n an an te n uestros ojos y las represen tan esquemáticamen te; que, por
con siguien te, son estas reglas y n o nuestra sumaria visión de ellas la que
con stituye la materia de la cien cia, de la misma man era que la física
tien e por objeto los cuerpos tal como existen y n o la idea que de ellos
se h ace el vulgo. Resulta de ello que se toma por base de la moral lo
que sólo es su cúspide, o sea la forma en que se prolon ga en las con -
ciencias individuales y el eco que en cuen tra en ellas. [ …]
Hay que descartar sistemáticamente todas las prenociones. No es preciso dar
un a especial demostración de esta regla; ello resulta de todo lo ya di-
ch o. Por otra parte, esta regla es la base de todo método cien tífico. La
l a r u pt u r a 143

duda metódica de Descartes, en el fon do, es sólo una aplicación de ella.


Si en el momen to de fun dar la cien cia Descartes se impon e como ley
pon er en duda todas las ideas recibidas an teriormente, es porque sólo
quiere emplear con ceptos cien tíficamen te elaborados, es decir, con s-
truidos según el método que instituye; todos los que tengan otro origen
deben ser rech azados, por lo men os provision almen te. Ya h emos visto
que la teoría de los ídolos, en Bacon , tien e el mismo sen tido. Las dos
gran des doctrin as que tan a menudo se h an querido opon er, con cuer-
dan con este pun to esencial. Es necesario, pues, que el sociólogo, ya sea
en el momen to en que determin a el objeto de sus investigacion es o en
el curso de sus demostracion es, se prohíba resueltamente el empleo de
esos con ceptos formados fuera de la cien cia y para n ecesidades para
n ada cien tíficas. Es preciso que se libere de esas falsas eviden cias que
dominan el espíritu del vulgo; que sacuda, de una vez por todas, el yugo
de esas categorías empíricas que un a larga costumbre acaba a men udo
por transformar en tiránicas. Si alguna vez la necesidad lo obliga a recu-
rrir a ellas, que por lo men os lo h aga ten ien do con cien cia de su poco
valor, para n o dejarlas desempeñ ar en su doctrin a un papel del que son
tan poco dign as.

ÉMILE DURKHEIM

Las reglas del método sociológico


l a d e f in ic ió n pr ov isio na l c o mo in st r u me n t o d e
r u pt u r a

La exigen cia durkh eimian a de la defin ición previa, tan


frecuentemen te condenada como momento obligado del ri-
tual de la exposición escolar, y que ha sido recientemen te ob-
jeto de un a reh abilitación «operacion alista» que tampoco le
h ace justicia, tien e como fun ción primordial descartar las
pren ocion es, es decir las precon struccion es de la sociología
espon tán ea, con struyen do el sistema de relaciones que de-
fin e al h ech o cien tífico.

5. m. ma u ss

Nos resta determin ar el método que con vien e más a nuestro objeto.
Aun que pen semos que n o es n ecesario agitar con tin uamente los pro-
blemas de metodología, sin embargo, creemos que tien e interés expli-
car ah ora los procedimientos de defin ición, de observación , de an álisis
que se aplicarán en el curso de este trabajo. Así podrá h acerse con más
facilidad la crítica de cada uno de nuestros pasos y comprobar sus resul-
tados.
Partien do de que la oración , elemen to in tegran te del ritual, es un a
institución social, el estudio tien e un a materia, un objeto, algo a lo que
podemos y debemos entregarn os. En efecto, mientras que para los filó-
sofos y los teólogos, el ritual es un len guaje con ven cion al a través del
cual se expresa, de modo imper fecto, el juego de las imágenes y de los
sen timien tos ín timos, para n osotros con stituye la realidad misma.
l a r u pt u r a 145

Puesto que con tien e todo lo que h ay de activo y de vivo en la oración:


guarda en reserva todo lo que tuvo sentido en las palabras, con tiene en
germen todo lo que podremos deducir, a través de sín tesis n uevas: las
prácticas y las creen cias sociales que se en cuen tran con den sadas en él
están cargadas del pasado y del presente y preñadas de porven ir. Por lo
tan to, cuan do se estudia la oración desde este aspecto, deja de ser algo
inexpresable e in accesible. Se transforma en un a realidad definida, en
un dato con creto, en algo preciso, consisten te y polarizador de la aten-
ción del observador.

Definición. –Si ya sabemos que existe en algun a parte un sistema de


h ech os den omin ados oracion es, n o obstan te, ten emos todavía de ello
un a idea confusa: n o conocemos su amplitud n i sus límites exactos. Así
pues, necesitaremos, an te todo, tran sformar esta impresión in decisa y
flotante en una noción distinta. Éste es el objeto de la definición . No se
trata, entendámon os bien, de definir en conjunto la sustancia misma de
los h ech os. Tal definición sólo puede ven ir al términ o de la ciencia; lo
que vamos a hacer al prin cipio n o puede pasar de provision al. Está des-
tin ado exclusivamente a empren der la investigación , a determin ar a la
cosa que h a de estudiarse, sin hacer anticipaciones acerca de los resul-
tados del estudio. Se trata de saber qué hech os merecen ser calificados
como oracion es. Pero, a pesar de su provisionalidad, esta definición h a-
brá de h acerse con el máximo cuidado, ya que va a determin ar el pro-
ceso del trabajo. Facilita, en efecto, la in vestigación , puesto que deli-
mita el campo de la observación. Al mismo tiempo, da metodicidad a la
verificación de las h ipótesis. Gracias a ella, podemos escapar de lo arbi-
trario, n os obliga a con siderar todos los h ech os de la oración y sólo
estos hech os. A partir de aquí, la crítica puede h acerse de acuerdo con
reglas precisas. Para discutir un a proposición , h ay que ver: que la defi-
n ición era in correcta y viciada toda la secuen cia del razon amien to, o
que se h a descuidado determinado h ech o que entraba en la definición,
o bien, resumien do, que se h ace entrar en el campo de in vestigación a
h echos que no se habían considerado.
Por el contrario, cuando la nomenclatura no está delimitada, el autor
pasa insensiblemente de un orden de hech os a otro, o bien , un mismo
orden de h echos osten ta diferentes n ombres según los autores. Los in-
con venien tes derivados de la ausen cia de defin ición son particular-
men te sen sibles en la cien cia de las religion es, en la que n o h a habido
146 el o f ic io d e so c ió l o g o

excesiva preocupación por definir. Por ejemplo, los etnógrafos, después


de decir que esa u otra sociedad descon oce la oración , citan «can tos re-
ligiosos» sacados de n umerosos textos rituales que h an observado. Un a
defin ición previa n os ahorrará estas deplorables oscilacion es y estos in -
termin ables debates en tre autores que, sobre el mismo objeto, h ablan
de cosas distin tas. Dado que esta defin ición aparece al comien zo de la
investigación , es decir, en un momen to en el que los hech os solamente
son con ocidos desde fuera, n o puede h acerse más que por medio de
signos exteriores. Se trata, exclusivamen te de delimitar el objeto de es-
tudio y, en consecuencia, señalar sus con torn os. Necesitamos en con trar
algun os caracteres aparen tes, lo bastan te sen sibles como para que n os
permitan reconocer, casi a primera vista, todo lo que es oración . Pero,
por otro lado, esos mismos caracteres deben ser objetivos. No h ay que
fiarse de nuestras impresion es, ni de nuestras prenociones, ni tampoco
de las de los campos observados. Nos cuidaremos muy bien de decir
que un acto religioso es un a oración por el simple hech o de que así n os
lo parezca a n osotros, o porque los fieles de esta o aquella religión lo
denominen así. Del mismo modo que el físico defin e el calor por la di-
latación de los cuerpos y n o por la impresión de la temperatura, n os-
otros buscaremos el carácter en el que debe expresarse la oración , en
las cosas mismas. Definir según las impresion es es igual que n o defin ir;
pues n ada h ay más in estable que un a impresión : cambia de un in divi-
duo a otro y de un pueblo a otro; varía, en un in dividuo, como en un
pueblo, según el estado de ánimo en que éste se encuentra. Así, cuando
en vez de con stituir –arbitrariamente, supongamos, pero con la preocu-
pación de la lógica y con el sen tido de lo concreto– la n oción cien tífica
de la oración , la componemos con la ayuda de elementos tan incon sis-
ten tes como el sen timiento de los in dividuos, la vemos oscilar en tre los
con trarios, en detrimen to del trabajo. Se denomina oraciones a las co-
sas más dispares, en un mismo trabajo y por un mismo autor, o bien si-
guien do a autores que dan al términ o sen tidos diversos o, por último,
según las civilizacion es estudiadas. De esta manera, se acaba opon ien do
como con tradictorios h ech os que se deducen de un mismo gén ero, o
bien acabamos confun dien do hechos que necesitamos distinguir. Por la
misma razón que la an tigua física atribuía dos n aturalezas diferen tes al
calor y al frío, un idealista todavía h oy se resistirá a admitir que existía
alguna clase de paren tesco en tre la oración y el grosero en can tamien to
mágico. El ún ico medio de escapar de distin cion es tan arbitrarias,
l a r u pt u r a 147

como ciertas con fusion es, es prescindir, de un a vez, de todas esas


pren ocion es subjetivas e ir directamen te a la in stitución misma. Con tal
con dición , esta defin ición in icial constituirá ya un primer ben eficio
para la in vestigación . [ …]
Cuando n osotros decimos «la oración », n o con sideramos que exista
en algún lugar un a en tidad social que merezca ese nombre, y acerca de
la cual vayamos a pon ern os in mediatamen te a especular. Un a in stitu-
ción n o es un a un idad in divisible, distin ta de los h ech os que la expre-
san ; una in stitución es el sistema de los h ech os. «La religión » n o sólo
n o existe, sin o que ún icamen te h ay religion es particulares, e in cluso
cada un a de éstas n o es sin o un con jun to más o men os organ izado de
creencias y de prácticas religiosas. Del mismo modo, la palabra oración
es, en rigor, un sustantivo con el que sign ificamos un con junto de fen ó-
men os, cada un o de los cuales con stituye individualmen te una oración.
Lo que pasa, en realidad, es que todos ellos tienen en común ciertos ca-
racteres propios que podemos deducir por medio de un a abstracción.
En consecuen cia, podemos reun irlos bajo un mismo n ombre que los
design e a todos y cada uno de ellos.
Ah ora bien , n o h emos de forzarn os in útilmen te si, para con stituir
esta n oción , n os desvin culamos por completo de las ideas corrien tes.
De n ingún modo se trata de emplear en un sen tido totalmen te n uevo
un a palabra que utiliza todo el mun do, sino de sustituir el confuso con-
cepto usual por un a idea más clara y distin ta. El físico n o desfigura el
sen tido de la expresión calor cuan do la defin e por la dilatación . El so-
ciólogo tampoco desfiguraría el sen tido de la palabra oración cuan do
delimite su exten sión y su alcance. Su único fin es sustituir sus impresio-
n es person ales por un sign o objetivo que disipe las an fibologías y las
con fusion es y n os preven ga de los juegos de palabras, al tiempo que
evite los neologismos.

MARCEL MAUSS

«La oración»
e l a n á l isis l ó g ic o c o mo c oa d yu va n t e d e l a
v ig il a n c ia e pist e mo l ó g ica

La clarificación de los con ceptos y la formulación de las


proposicion es y de las h ipótesis, en un a forma tal que sean
susceptibles de una verificación experimen tal, es un a de las
con dicion es fun damen tales del rigor y un o de los instrumen -
tos más eficaces de la vigilancia epistemológica. Conceptos to-
mados del len guaje común tales como «con formismo»* o
«aburguesamien to» requieren muy particularmente un exa-
men destin ado a explicitar sus supuestos, probar su coh eren-
cia y determin ar las con secuen cias de las proposicion es que
implican . Seguramente sería esperar demasiado de los auto-
matismos de la abstracción clasificatoria ( véase supra, § 6,
pág. 49) el ver en el esquema formalizado propuesto por los
autores un plan omnibus para la verificación experimen tal;
pero por lo men os el an álisis lógico que permite desarrollar
pon e bien de manifiesto las ambigüedades que en cubre la
n oción semicien tífica de «aburguesamiento».

6. j. h . g o l d t h o r pe y d. l o c k wo o d

El en riquecimien to de la clase obrera h a h echo decir que la estructura


de la sociedad britán ica se tran sforma. Muchos autores sostienen que la
clase obrera, o por lo menos su fracción más próspera, está a pun to de

* Puede en con trarse otro ejemplo de este estilo de an álisis en M. Jah oda,
«Con formity an d In depen den ce», Human Relations, abril de 1959, págs. 99 y
sigs.
l a r u pt u r a 149

perder su iden tidad fun dién dose en la clase media. En otras palabras,
se preten de que hay n umerosos trabajadores manuales asalariados a los
que, desde el pun to de vista social, ya n o se puede distin guir de los
miembros de otros grupos –por ejemplo, empleados de oficin a, artesa-
n os calificados o técnicos subalternos– que hasta hace poco eran social-
men te superiores a ellos.
Obsérvese que, en este caso, se trataría de un a tran sformación de las
estructuras sociales much o más rápida y de un alcance much o mayor
que la que resultaría de la evolución ten dencial que afecta a la distribu-
ción de los empleos, la distribución gen eral de los ingresos y las rique-
zas, o las tasas de movilidad social de una gen eración a otra: en efecto,
se afirma que, en el período de un a vida, grupos n uméricamen te im-
portantes h acen la experiencia, no solamen te de un n ítido aumen to de
su n ivel de vida, sin o también de una tran sformación fun damen tal
de su modo de vida y de su posición en la escala social con relación a
otros grupos sociales con los cuales están h abitualmen te en con tacto.
Esto implica, pues, además de las transformacion es econ ómicas, otras
que afectan a los valores, las actitudes y las aspiraciones, los modelos de
con ducta, y la estructura de las relacion es que forman la trama de la
vida social. [ …]
Todas las tran sformacion es ten den ciales de largo plazo que acaba-
mos de mencionar fueron in vocadas, en un momento u otro, como ele-
men tos de explicación de los cambios observados en la clientela de los
partidos políticos, y en particular, claro está, de la extin ción del electo-
rado laborista desde h ace diez o más años. Pero sobre todo a la tesis del
«embourgeoisement»* de la clase obrera se le adjudicó un a sign ificación
política cuan do el partido laborista fue derrotado, por tercera vez con-
secutiva, en las eleccion es de 1959. Por ejemplo, en su estudio sobre
esas elecciones, Butler y Rose h an afirmado que los resultados «estable-
cen claramen te que n o se puede pasar por alto el desplazamiento h acia
los conservadores, como si sólo se tratara de un cambio pasajero del
viento electoral. También entran en juego factores de largo plazo. El in-
cremento regular de la prosperidad ha afectado las actitudes tradicio-
nales de la clase obrera…». Según la opinión de estos autores, gran can-
tidad de trabajadores man uales están , por lo men os, «en el umbral de

* En fran cés en el texto origin al.


150 el o f ic io d e so c ió l o g o

la clase media». El mismo tema fue retomado por «revision istas» del
partido laborista, como Croslan d: «Aun que el movimien to que se es-
boza con tra el Labour n o sea de un a gran importan cia n umérica –es-
cribe–, h ay que tomarlo en serio porque refleja claramente un a co-
rrien te de largo plazo. Además, parece estar determin ado por ciertas
tran sformacion es econ ómicas y sociales subyacen tes que no sólo son
irreversibles, sin o que aún no h an con cluido». Las fuerzas de la tran s-
formación «h acen tambalear poco a poco las barreras en tre la clase
obrera y la burguesía…» y el apoyo al partido laborista se debilita en vir-
tud de un a crisis de la identificación social: «Gente a la que objetiva-
men te se ubicaría en la clase obrera por su oficio o por su pertenencia
familiar h a alcan zado los in gresos, el modo de con sumo y a veces la psi-
cología de la clase media».
Nuestra in ten ción en este trabajo n o es determin ar si, y en qué me-
dida, la orien tación electoral an tilaborista está realmen te ligada con
procesos de cambio irreversibles. Pero pensamos que de n ingún modo
se puede con siderar decisivas a estas interpretacion es de la declinación
del partido laborista. En primer lugar, es posible in vocar razon es muy
distin tas para explicar la derrota del partido laborista, sin recurrir a la
tesis del aburguesamien to de los obreros. En segun do lugar, an tes de
que se pueda in troducir útilmente esta tesis con firiéndole una función
explicativa, un a precaución elemen tal con siste en hacerse un a idea
clara de lo que implica y también , n aturalmen te, probar su valor con -
fron tán dola con los hech os. Ah ora bien , en esta situación y aún sin h a-
blar de la prueba de los h ech os, esa tesis n o llega a satisfacer las exi-
gen cias de la claridad.
Desde el pun to de vista sociológico, la tesis según la cual la fracción
acomodada de los trabajadores man uales de un país se diluye en la
clase media implicaría esen cialmen te lo siguien te:
a) Que esos trabajadores y sus familias adquieren un n ivel de vida, en
términ os de in gresos y de bien es materiales, que los sitúa en un plan o
de igualdad por lo menos con la capa inferior de la clase media. En este
caso, se señalan algun os aspectos específicamente económicos de la es-
tratificación social.
b) Que esos mismos trabajadores adquieren también nuevas perspec-
tivas sociales y n ormas de con ducta que son más características de la
clase media que de la clase obrera. En este caso, se señ ala lo que se
puede llamar el aspecto normativo de la clase.
l a r u pt u r a 151

c) Que ten ien do un a posición econ ómica y un a orien tación n orma-


tiva similares a las de n umerosas person as de la clase media, esos traba-
jadores man uales son tratados por éstas en un pie de igualdad en todas
las relacion es sociales, desde las más ritualizadas a las más espon tán eas.
Esto es lo que se podría llamar el aspecto relacional de la clase. [ …]
Para las exigen cias del razonamien to, supondremos en primer lugar
realizada la igualdad económica entre los grupos de la clase obrera y los
de la clase media, para prestar aten ción a los otros dos aspectos que he-
mos distinguido: los aspectos relacional y n ormativo. Estos dos aspectos
de la clase social ( ya que así los h emos considerado) pueden ser conec-
tados directamen te con los con ceptos de «grupo de perten en cia» y de
«grupo de referen cia». [ …]
El caso que aquí nos in teresa es aquel en el que progresivamente una
persona se aparta, o de hech o se encuentra apartada, de las normas de
su grupo de perten en cia, y toma como grupo de referen cia a otro
grupo en el que, según los casos, es o n o es aceptada. Tales son , en
nuestra opinión, los ejes a los que, en última instancia, hay que referirse
para compren der los cambios de estructura social, en ten didos en un
sen tido más amplio que el simple sen tido económico, y compren didos
como un a forma específica del proceso gen eral según el cual los in divi-
duos se vinculan con un grupo social o se desvinculan de él.
In terpretado en términ os de clase, el an álisis –propuesto por Mer-
ton – del paso del grupo de perten en cia al grupo de referen cia in dica
claramen te que el problema del aburguesamien to del obrero implica
un proceso complejo de transformación social más que una reacción es-
pon tánea del in dividuo en con diciones econ ómicas modificadas. Es
muy posible que cierto n ivel de desahogo material sea un a con dición
previa del aburguesamien to de la clase obrera, ya que ése es el medio
esen cial para asegurarse el estilo de vida de la clase media e in gresar en
ella. Pero es un error adherir a un determin ismo económico in gen uo,
como aparen temen te h an h ech o algunos autores, e imagin arse que la
prosperidad de la clase obrera con stituye, por sí sola, la con dición sufi-
ciente de su embourgeoisement. Sólo podría con siderarse que esta posibili-
dad es real, creemos n osotros, si se cumplen las siguien tes con dicion es
particulares:
a) Cuan do h ay in dividuos de la clase obrera que tienen un a razón
para rech azar las n ormas de su clase y se sien ten predispuestos e in cli-
n ados a hacer suyas las miras de la clase media.
152 el o f ic io d e so c ió l o g o

b) Cuan do, además, son capaces de resistir la presión del con for-
mismo den tro del grupo obrero –su grupo de perten en cia–, ya
sea porque se alejan de él, o porque dich o grupo, por un a u otra ra-
zón , pierde su coh esión y por lo tan to su autoridad sobre sus miem-
bros.
c) Cuan do se les ofrecen reales posibilidades de h acerse aceptar por
los grupos de la clase media a los que aspiran perten ecer.
En ese caso el proceso real de tran sición puede representarse en la
forma del Cuadro I, cuyos cuatro compartimientos resultan de la com-
binación del aspecto relacional y del aspecto normativo de la clase:

CUADRO I. Asimilación por aspiración


Grupo de referencia
(a) (b)
Adh esión Adh esión
a las n ormas a las n ormas
de la clase de la clase
obrera media

(d) B C
Posición O brero O brero
«n o in tegrada» desvin culado que aspira
de su medio a una
promoción
Grupo social
de
pertenencia
(c) A D
Posición O brero O brero
«in tegrada» tradicion al asimilado

Las dos alternativas que pueden permitir caracterizar la situación so-


cial del obrero se establecen como sigue:

1º: a) Se refiere a normas que son esen cialmente del tipo


«clase obrera», o bien
b) Se refiere a normas que son esencialmen te del tipo
«clase media».
l a r u pt u r a 153

2º: a) Está in tegrado a un grupo de perten en cia de la clase


cuyas normas comparte, o bien
b) No está in tegrado a un grupo de perten en cia de la
clase cuyas n ormas comparte.

Así, comprendido por referen cia a este cuadro, el proceso de embour-


geoisement se descompone en tres movimientos: de A a B, de B a C y de
C a D.
Un cuadro como éste permite formalizar de una man era relativa-
mente sistemática y no ambigua la tesis del embourgeoisement, y encarar su
verificación experimen tal. Este tipo de presentación esquemática per-
mite hacer resaltar, en la base de esta tesis, diferentes supuestos y postu-
lados que, ante el examen, se muestran carentes de fundamento y de un
simplismo inadmisible. Hay varios, pero sin duda el fun damental con-
siste en la idea, implícita h asta ah ora en todas las discusion es sobre el
aburguesamiento, de que ese proceso implica la asimilación de las perso-
n as de la clase obrera a la sociedad de las clases medias y a su estilo de
vida, una y otro considerados como «dados». Hay por lo menos dos pun-
tos, en relación con este postulado, que requieren un comentario.
En primer lugar, la tesis del aburguesamien to p resen tada de este
modo supon e, en tre otras cosas, que la «n ueva» clase obrera progresa
h acia un a clase media in mutable y h omogén ea. Pero ésta es un a idea
que, apen as en un ciad a, se revela in sosten ible. Sin h ablar de la gran
distin ción «vertical» en tre los empresarios y las profesion es liberales,
por un lado, y los trabajadores asalariados por otro, es bien eviden te
que la estratificación está extremadamen te desarrollada en la clase
media, pero al mismo tiempo es rica en matices y cualquier cosa me-
n os estática. Es, pues, importan te, como h emos tratado de sugerir,
que la in vestigación futura se dedique a estudiar las relacion es en tre
la clase obrera y los grupos de la clase media específicamen te defin i-
dos por la débil distan cia que los separa de los obreros. H ay, por ejem-
plo, razon es p ara pen sar que en tre los empleados subaltern os la
ten den cia in dividu alista a la que an tes n os referimos es men os pro-
n un ciada que an tes en ese grupo o que ah ora en otros grupos de la
clase media. Si así fuera, y si es con esta parte de la clase media con la
que el obrero ávido de promoción social tien de a iden tificarse, en ese
caso el fen ómen o del embourgeoisement es much o más plausible: cierta-
men te más plausible que si el «aburguesamien to» implicara un cam-
154 el o f ic io d e so c ió l o g o

bio radical de h orizon te social, un paso del polo colectivista al polo in -


dividualista.
No obstante, si se admite que ciertas partes de la clase media pueden
ten er un a mentalidad social que se aparta del in dividualismo, con side-
rado como característica del con junto de la clase, esto entraña otra con-
secuen cia más importan te: es preciso con siderar que la idea de embour-
geoisement, en la medida en que supon e un proceso de «asimilación por
aspiración » a los valores y las n ormas de la clase media, n o es más que
un a de las interpretacion es posibles de las modificacion es que afectan
actualmen te a la frontera entre las clases. De acuerdo con otra hipóte-
sis, este cambio podría ser un a convergencia independiente en tre la «n ue-
va» clase obrera y la «n ueva» clase media más bien que un a absorción
de un a por otra.
Varias consideraciones podrían confirmar este punto de vista. En pri-
mer lugar, como ya dijimos, n o se h a establecido que las actitudes y el
comportamien to de la «n ueva» clase obrera están ligados a un a aspira-
ción h acia un estatus de clase media. En segun do lugar, n ingún ejem-
plo h a demostrado en forma con vin cen te cómo de tales aspiracion es
podrían origin arse relacion es sociales en las que participen los obreros
en cuestión . En tercer lugar, h ay h echos, como el persisten te vigor del
sindicalismo obrero, o el crecimiento del sindicalismo, en particular en-
tre los empleados, que n o es fácil in corporar al cuadro de la con cep-
ción del embourgeoisement que se h a desarrollado hasta ah ora. Por el con -
trario, si se adopta la tesis de la «con vergen cia», n o sólo ésta explica
muy fácilmen te esos h ech os, sin o que la falta de interés man ifiesto de
los obreros por perten ecer a la clase media n o le afecta en nada. Si qui-
siéramos explicitar aún más esta tesis, diríamos que la convergencia de
las actitudes y de los comportamien tos en tre ciertos grupos de la clase
obrera y de la clase media deriva esen cialmen te de cambios en las in s-
titucion es econ ómicas y en las con diciones de la vida urbana, que h an
debilitado simultán eamen te el «colectivismo» de un os y el «in dividua-
lismo» de otros. Del lado de la clase obrera, vein te añ os de casi plen o
empleo, la desaparición progresiva de la comun idad tradicion al fun -
dada en el trabajo, la burocratización crecien te del sindicalismo y la in s-
titucion alización de los con flictos del trabajo, son factores que h an ac-
tuado todos en el mismo sen tido con ducien do a un progresivo
debilitamien to de la solidaridad n atural que an imaba a las agrupacio-
n es locales y a la acción colectiva. Al mismo tiempo, en el terren o del
l a r u pt u r a 155

con sumo, de la utilización del ocio y del n ivel general de las aspiracio-
n es, se abrió un campo más amplio a los progresos de la men talidad in-
dividualista. Por otro lado, en el grupo de los empleados se esbozó un a
corriente de sen tido inverso. Bajo el efecto del aumen to de los precios,
del crecien te gigan tismo de las administracion es y de la reducción de
las oportun idades de promoción profesion ales, los empleados subalter-
n os, por lo men os, ya n o tien en , man ifiestamen te, un a fe ciega en las
virtudes del «in dividualismo» y se sienten más in clin ados a un a acción
colectiva, sindical, de tipo deliberadamente apolítico y utilitario; y tanto
más por cuan to la filosofía sin dical de numerosos trabajadores manua-
les n o deja de evolucion ar para acercarse a aquella que ellos mismos
juzgan aceptable.
Para aclarar mejor la idea de «convergen cia», modificaremos nuestra
dicotomía original en tre in dividualismo y colectivismo para introducir
ahora una distinción entre los medios privilegiados y los fin es privilegia-
dos. Los medios prioritarios pueden ser, o bien la acción colectiva, o
bien el esfuerzo in dividual; las aspiracion es pueden ten er como fin
prioritario ya el presen te y la vida social local, ya la situación futura del
n úcleo familiar. Las perspectivas típico-ideales origin ales aparecen
ah ora design adas con los n ombres de «colectivismo de solidaridad» e
«individualismo radical».
En este con texto, el términ o «colectivismo de solidaridad» design a,
pues, un colectivismo ( apoyo mutuo) con cebido como fin y n o como
simple medio. Se caracteriza por una adh esión sen timental a un grupo
social local que se opone a la adh esión interesada a una asociación con
objetivos específicamen te econ ómicos, característica de lo que h emos
llamado «colectivismo utilitario». En este último caso, el medio es siem-
pre la acción colectiva, pero ésta está subordin ada al objetivo principal
que es la promoción económica y social de cada núcleo familiar. Desde
luego, el desplazamien to del cen tro de gravedad h acia la familia, y más
especialmente la modificación de perspectiva sobre la promoción, que
ya n o es concebida en términos simplemen te económicos sin o sociales,
podrá adoptar formas variadas. Pero, de una manera general, puede ser
defin ida como un a orien tación h acia el con sumo ( de bien es, del
tiempo, de las posibilidades de in strucción , etc.) que implica que la fa-
milia pasa a ser, cuan do se trata de su porven ir, un cen tro de decisión
independien te.
156 el o f ic io d e so c ió l o g o

CUADRO II. Convergencia normativa


Medios privilegiados

Acción colectiva Acción in dividual O rien tación


h acia el
Colectivismo presen te
de solidaridad y la vida
( clase obrera social
«tradicion al»)

«con vergen cia» Fines


( n ueva clase privile-
obrera) giados

Colectivismo O rien tación


utilitario, «Conver- Individua- h acia la
primacía de la gen cia» lismo situación
familia ( n ueva radical futura del
clase media) n úcleo
familiar

De este modo, aun que se pueda afirmar que las perspectivas sociales
de la «n ueva» clase obrera y de la «n ueva» clase media tienden a con -
verger de la man era in dicada, h ay que cuidarse aquí de n o con fun dir
convergencia e iden tidad. Se puede, razon ablemente, pen sar que en es-
tas dos capas sociales el colectivismo utilitario y la primacía de la familia
están igualmen te presentes; pero también razonablemen te se puede es-
perar que la importan cia relativa adjudicada a cada un o de esos ele-
men tos difiera de una capa a otra. Esto es así porque con vergencia sig-
n ifica, para la «n ueva» clase obrera, adaptación de los fin es y, para la
«n ueva» clase media, adaptación de los medios. En el primer caso,
la con vergen cia con siste esen cialmen te en un a aten uación del colecti-
vismo de solidaridad, y la primacía n acien te de la familia sólo aparece
aquí como un subproducto. En el segun do caso, el subproducto es el
colectivismo in strumen tal, como resultado de la aten uación del in divi-
dualismo radical. De esta manera, aunque el nuevo «individualismo» de
la clase obrera y el n uevo «colectivismo» de la clase media acerque a es-
tas dos capas sociales, hay much as posibilidades de que tanto uno como
l a r u pt u r a 157

otro sigan siendo, de man era más o menos sutil, diferen tes, respectiva-
mente, del individualismo atenuado de la clase media y del colectivismo
aten uado de la clase obrera.
Tal vez esto sea más cierto para el individualismo, pues, según todas
las apariencias, la transformación de las aspiracion es en la clase obrera
será más progresiva que la transformación de los medios que simétrica-
men te se produce en la clase media. Así, pues, es posible esperar que,
en la zon a de con vergen cia, la diferen cia esen cial resida en que el
n uevo in dividualismo de los grupos de la clase obrera adoptará, sobre
todo, la forma de un deseo de progreso económico del n úcleo familiar,
mien tras que el in dividualismo atenuado de los grupos de la clase me-
dia se distin guirá del precedente por un a mayor sensibilidad a los esta-
tus sociales de los grupos a los que adh ieren o de los que se apartan .
Volvamos ah ora a la distin ción que an tes h icimos entre el obrero
«que aspira a un a promoción social» y el obrero «desvin culado de su
medio». Se recordará que el criterio de la distin ción es la adopción, por
parte del obrero aislado del medio tradicion al de su clase, de las n or-
mas de un grupo de estatus social de «clase media». En el segundo cua-
dro, tanto el obrero desvinculado de su medio como el obrero ávido de
promoción social correspon den ambos al casillero de abajo a la iz-
quierda; tan to en un caso como en otro, se ve que sus perspectivas so-
ciales con vergen con las de la «clase media». No obstan te, sugerimos
distin guirlos por la n aturaleza de su in dividualismo. En el caso del
obrero desvinculado de su medio, se puede con siderar que la men tali-
dad individualista que ha adquirido es el resultado de factores negativos
( la atenuación del colectivismo de solidaridad) y por con siguien te está
más cen trada en el progreso econ ómico in dividual, con cebido en tér-
min os de consumo y de con fort. En el caso del obrero ávido de promo-
ción social, se agrega un a adhesión positiva al individualismo de la clase
media que lo h ace más con scien te y más preocupado por los efectos de
diferenciación y de ascen so de estatus social producidos por su estilo
gen eral de vida. Para con cluir, reun iendo los diferen tes elemen tos de
n uestra tesis, quisiéramos formular h ipótesis, que no son otra cosa que
h ipótesis, sobre los efectos probables, al día de h oy, del en riqueci-
miento de la clase obrera sobre la estructura social británica.
a) El cambio prin cipal, sin duda, podría defin irse más adecuada-
men te como un proceso de convergencia n ormativa entre ciertas partes
de la clase obrera y de la clase media, siendo el cen tro de la convergen-
158 el o f ic io d e so c ió l o g o

cia lo que h emos llamado el «colectivismo utilitario» y la «primacia de


la familia». Al men os por ah ora, casi n o tien e fun damen to la tesis del
aburguesamien to, si con este término se en tien de la adhesión en gran
escala de los trabajadores man uales y de sus familias a los estilos de vida
de la clase media y, de un a manera general, su absorción por esa socie-
dad. En particular, es imposible establecer de man era rigurosa que los
trabajadores man uales aspiren con scien temen te a la sociedad de clase
media, y tampoco que ésta se esté abrien do a ellos.
b) No podemos limitarn os a distinguir a los grupos que vemos orien -
tados al proceso de con vergen cia n ormativa en términ os puramen te
econ ómicos. Sin n in guna duda, del lado de la clase obrera no se puede
con siderar al enriquecimiento en sí mismo como la razón suficien te de
la aten uación del colectivismo de solidaridad. Más bien h ay que con si-
derar que el proceso de convergen cia está estrech amen te ligado con
cambios estructurales que afectan a las relaciones sociales en la vida in-
dustrial, local y familiar, cambios vin culados n o sólo con el incremento
de la prosperidad sino también con los progresos realizados en la indus-
tria desde el pun to de vista de la organ ización y de la tecn ología, con el
proceso de urban ización , ten den cias de la evolución demográfica, y
con la evolución de los medios de comun icación de masa y de la «cul-
tura de masa».
e) Aun entre los grupos de la «n ueva» clase obrera, en los que se ma-
n ifiestan el colectivismo utilitario y la primacía de la familia, los objeti-
vos de estatus social son mucho menos marcados que los objetivos eco-
n ómicos: en otras palabras, el obrero «desvin culado de su medio»
con stituiría un tipo much o más difun dido que el obrero «que aspira a
una promoción social». Comparadas con las condiciones que favorecen
la aparición de una men talidad más in dividualista, se puede considerar
que las que h acen posible el surgimien to de aspiracion es h acia otro es-
tatus social son muy particulares. Nos in clinamos así a la idea de que la
con vergencia normativa, bien considerada, no entraña por el momento
sin o un a modificación muy limitada de la frontera entre las clases.
d) Fin almen te, está en la lógica de las con sideracion es precedentes el
pen sar que, al men os por ah ora, las con secuen cias políticas del en ri-
quecimien to de la clase obrera son in determin adas.
El enlace en tre «enriquecimien to» y «sufragio» está mediatizado por
la situación social del obrero en riquecido. Si, como creemos, esta situa-
ción se caracteriza muy frecuen temen te por la desvin culación con el
l a r u pt u r a 159

medio obrero, y si las actitudes predominan tes correspon den al «colec-


tivismo utilitario» y a la «primacía de la familia», es más probable que la
elección del partido al cual adherirá el obrero ( para retomar aquí a Du-
verger) se fun de más en la asociación que en la comun idad. Es decir
que es muy probable que su actitud utilitaria hacia el sindicalismo se ex-
tienda a la política, y que su voto se oriente al mejor postor. Es probable
que en esta parte de la clase obrera votar por los con servadores sign ifi-
que, en las circun stancias actuales, «votar por la prosperidad». Pero un
voto tan calculado y oportun ista implica adhesion es políticas muy frági-
les y casi no h ace falta agitar el espan tajo de la desocupación gen erali-
zada para mostrar de qué man era esas adh esion es se pueden dislocar.
En efecto, una vez que el obrero ha h echo la experiencia de un n ivel de
vida crecien te, con sidera que es legítimo esperar que en el futuro con-
tin úe la mejoría. Por eso, su fidelidad política presen te puede in vertirse
rápidamen te si asocia la n o realización de sus esperan zas a la política
realizada por el gobiern o. La misma lógica de «frustración relativa»
puede actuar en el caso del obrero que aspira a una promoción social,
aun que la n aturaleza de sus aspiraciones sea sen siblemen te diferen te.
Pero, en la medida en que sus aspiraciones h acia una mejoría de su es-
tatus social ( y n o simplemen te del n ivel de vida) no son recon ocidas
por los grupos a cuyo estatus pretende acceder, la revisión de sus ideas
políticas es un a de las con secuen cias posibles de su en riquecimien to y
de sus aspiracion es, que h ay que tener en cuenta para evaluar la futura
fison omía de la clientela de los partidos.

JOHN H . GOLDTHO RPE Y DAVID LOCKWOO D

«Affluen ce and the British Class Structure»


2. La ilusión de la tran sparen cia y el
prin cipio de la n o-con cien cia

l a f il o so f ía a r t if ic ia l ist a c o mo f u n da me n t o d e l a
il u sió n d e l a r e f l e x iv ida d

La ilusión de la tran sparen cia se origin a en la idea de que,


para explicar y compren der las in stitucion es, bastaría reen-
con trar las in ten cion es de las que ellas son producto. Esta
idea del sentido común debe un a parte de su fuerza a las ac-
titudes comun es que permite: etnocen trismo o moralismo; la
ilusión artificialista con duce a la ilusión del tecn ócrata, que
cree poder con stituir o transformar las in stituciones por de-
creto, o a la ilusión del evolucion ista, para quien el pasado
sólo puede sumin istrar el ejemplo de formas in feriores a las
formas actuales. Esto sirve para ilustrar el motor prin cipal de
la sociología espontánea, que debe su coherencia psicológica
al carácter sistemático de las ilusiones que suscita.* Contra es-
tas ilusiones, Durkheim recuerda la complejidad de las deter-
min acion es que un a in stitución social debe a su pasado y al
sistema de in stitucion es en el que se inserta.

7. é . d u r k h e im

Si comenzamos por pregun tarn os así cuál debe ser la educación ideal,
h ech a abstracción de toda con dición de tiempo y de lugar, es porque
admitimos implícitamen te que un sistema educativo n o tien e n ada de
real por sí mismo. Sólo se ve en él un con jun to de prácticas y de in sti-

* Véase supra, É. Durkheim, texto n º 4, pág. 140.


162 el o f ic io d e so c ió l o g o

tucion es que se h an organ izado len tamen te, con el correr del tiempo,
que son solidarias de todas las demás institucion es sociales y que las ex-
presan , y que, en con secuencia, como la propia estructura de la socie-
dad, n o pueden ser cambiadas a volun tad, sin o que parecen ser un
puro sistema de con ceptos realizados; en ese sen tido, el mismo parece
derivar ún icamen te de la lógica. Se imagin a que los h ombres de cada
época la organ izan voluntariamente para realizar un fin determin ado, y
que, si tal organización no es la misma en todas partes, es porque ha ha-
bido error sobre la naturaleza del objetivo que convien e perseguir, o so-
bre la de los medios que permiten alcanzarlo. Desde ese punto de vista,
las educaciones del pasado aparecen como otros tan tos errores, totales
o parciales. No h ay que tenerlas, pues, en cuen ta; no debemos solidari-
zarnos con las fallas de observación o de lógica que h ayan podido hacer
n uestros predecesores; sin o que podemos y debemos plantearn os el
problema, sin ocuparnos de las solucion es que se le h an dado, es decir
que, dejan do de lado lo que h a sido, sólo ten emos que pregun tarn os
por lo que debe ser. Las en señ an zas de la h istoria pueden , a lo sumo,
servirn os para ahorrarn os la recaída en los errores que ya han sido co-
metidos.
Pero, de h ech o, cada sociedad, con siderada en un momen to deter-
min ado de su desarrollo, tiene un sistema de educación que se impone
a los in dividuos con una fuerza generalmente irresistible. Es vano creer
que podemos educar a n uestros h ijos como queremos. Hay costumbres
que estamos obligados a aceptar; si n os apartamos de ellas demasiado
gravemen te, se ven gan sobre nuestros hijos. Éstos, cuan do llegan a ser
adultos, no se en cuen tran en condiciones de vivir entre sus con tempo-
rán eos, con quien es no están en armon ía. Que h ayan sido educados se-
gún ideas arcaicas o demasiado prematuras, n o importa; tan to en un
caso como en el otro, n o son de su tiempo y, en con secuen cia, n o están
en con dicion es de vida n ormal. H ay, pues, en cada momen to, un tipo
regulador de educación del que no podemos apartarnos sin chocar con
vivas resisten cias que sirven para con ten er las veleidades de disidencia.
Ahora bien, n o somos nosotros, individualmen te, quienes hicimos las
costumbres y las ideas que determin an dich o tipo. Son el producto de
la vida en común y expresan las n ecesidades de ésta. Son incluso, en su
mayor parte, obra de las generaciones anteriores. Todo el pasado de la
h uman idad ha con tribuido a h acer ese con junto de máximas que diri-
gen la educación de hoy; toda nuestra historia ha dejado allí sus rastros,
l a r u pt u r a 163

e incluso la historia de los pueblos que n os h an precedido. Del mismo


modo que los organ ismos superiores llevan en sí como un eco de toda
la evolución biológica cuya culminación constituyen. Cuando se estudia
históricamen te la manera como se h an formado y desarrollado los siste-
mas de educación, se ve que ellos depen den de la religión, de la organ i-
zación política, del grado de desarrollo de las cien cias, del estado de la
industria, etc. Si se los separa de todas esas causas h istóricas, se vuelven
incomprensibles. ¿Cómo puede el individuo, por lo tanto, pretender re-
con struir, por el solo esfuerzo de su reflexión privada, lo que n o es obra
del pensamiento in dividual? No se en cuentra fren te a una tabla rasa so-
bre la que puede edificar lo que quiere sino a realidades existentes que
no puede crear ni destruir ni transformar a voluntad. Sólo puede actuar
sobre ellas en la medida en que ha apren dido a conocerlas, en que sabe
cuáles son su n aturaleza y las con dicion es de que depen den ; y sólo
puede llegar a saberlo si en tra en su escuela, si comien za por observar-
las, como el físico observa la materia bruta y el biólogo los cuerpos vi-
vos.

ÉMILE DURKHEIM

Educación y sociología
l a ig n o r a n c ia me t ó d ica

Para luch ar metódicamen te con tra la ilusión de un saber


in mediato que funde la familiaridad con el mun do social, el
sociólogo debe tener presen te que para él el mun do social es
tan descon ocido como lo era el mun do biológico para el bió-
logo an tes de que se con stituyera la biología. La exterioridad
de los fen ómen os sociales respecto del observador in dividual
provien e de la exten sión y la opacidad del pasado del que
h an surgido, al mismo tiempo que de la multiplicidad de ac-
tores que esos fenómenos abarcan. Por consiguiente, hay que
postular, aun que fuera decisoriamen te, la extrañ eza del uni-
verso social, lo cual supone, además del reconocimiento epis-
temológico del carácter ilusorio de las prenociones, la convic-
ción , in telectual y ética a la vez, de que los descubrimien tos
científicos no son fáciles ni verosímiles: la decisión de ignorar
surge como un a precaución metodológica in dispen sable en
un a situación epistemológica en la que es tan difícil saber
que n o se sabe y lo que n o se sabe.

8. é . d u r k h e im

En efecto, n o decimos que los h ech os sociales sean cosas materiales,


sin o que son cosas, tan to como lo son las cosas materiales, aun que de
otra man era.
En efecto: ¿qué es un a cosa? La cosa se opon e a la idea como lo que
se con oce desde afuera a lo que se con oce desde aden tro. Es un a cosa
l a r u pt u r a 165

todo objeto de con ocimien to que n o sea n aturalmen te apreh en sible


por la in teligen cia, todo aquello de lo que n o podemos ten er un a n o-
ción adecuada por un simple procedimiento de análisis men tal, todo lo
que el espíritu sólo puede llegar a compren der a condición de salir de
sí mismo a través de observacion es y experimen taciones, pasan do pro-
gresivamente desde los caracteres más exteriores e in mediatamen te ac-
cesibles h asta los men os visibles y más profun dos. Tratar como cosas a
los h echos de un cierto orden no significa clasificarlos en cierta catego-
ría de la realidad, sin o en frentarlos con cierta actitud mental. Es abor-
dar su estudio tomando por principio que se las ign ora absolutamente
y que tan to sus propiedades características como las causas descon oci-
das de las que depen den , n o podrían ser descubiertas aun por la más
aten ta introspección .
Ya defin idos los términ os de esta man era, lejos de ser paradójica
n uestra afirmación , hasta podría pasar por tautológica si n o fuera aún
demasiado desconocida en las cien cias h umanas y sobre todo en socio-
logía. En efecto, en este sen tido puede decirse que todo objeto de la
ciencia es una cosa, salvo, quizás, los objetos matemáticos; ya que en lo
que se refiere a estos últimos, dado que son con struidos por n osotros
mismos, desde los más simples h asta los más complejos, es suficien te
para con ocerlos mirar den tro de n osotros y an alizar in teriormen te el
proceso men tal del que resultan . Pero desde que se trata de h ech os
propiamente dichos, en el momento en que emprendemos la construc-
ción de un a cien cia de ellos, son para n osotros desconocidos, cosas ig-
n oradas, ya que las representacion es que hayamos podido h acern os de
ellos en el curso de n uestra vida, por haber sido formadas sin método
n i crítica, carecen de valor cien tífico y deben ser descartadas. Aun los
h ech os de la psicología in dividual presen tan este carácter y deben ser
con siderados bajo este án gulo. En efecto, aun que n os sean in teriores
por defin ición , la con ciencia que ten emos de ellos no n os revela su n a-
turaleza in terna ni su génesis. Ella nos los h ace conocer, es verdad, pero
h asta cierto pun to, sólo como las sensacion es n os h acen con ocer el co-
lor o la luz, el son ido o la electricidad; n os da de ellos impresion es con-
fusas, pasajeras, subjetivas, pero n un ca nocion es claras y distin tas, con-
ceptos explicativos. Precisamen te por eso es que en el curso de este
siglo se fun dó un a psicología objetiva, cuya regla fun damental con siste
en estudiar los hechos men tales desde fuera, o sea como cosas. Con ma-
yor razón debe hacerse lo mismo con los h ech os sociales, ya que la con-
166 el o f ic io d e so c ió l o g o

cien cia jamás podría ser más competen te para con ocer estos h ech os
que para conocer su propia vida. Se nos objetará que, siendo obra nues-
tra, n o ten emos más que tomar concien cia de n osotros mismos para sa-
ber qué h emos puesto en ellos y cómo los h emos formado. Pero, an te
todo, la mayoría de las institucion es sociales nos han sido legadas ya h e-
chas por las generacion es anteriores, sin que hayamos tomado parte en
su formación y, en con secuen cia, n o es in terrogán don os acerca de su
formación como podríamos descubrir las causas que las en gen draron .
Además, aunque hayamos colaborado en su génesis, apen as si entreve-
mos con fusamen te y de man era in exacta, las verdaderas razon es que
n os h an llevado a obrar y la naturaleza de n uestra acción. Ya cuando se
trata simplemen te de n uestro proceder privado sabemos bastamen te
mal cuáles son los móviles relativamen te simples que n os guían ; n os
creemos desin teresados mien tras actuamos como egoístas, creemos
obedecer al odio cuan do cedemos al amor, a la razón cuan do somos es-
clavos de prejuicios irracionales, etc. ¿Cómo podríamos ten er en tonces
la facultad de discernir más claramen te las causas –much o más comple-
jas– a que obedecen las conductas colectivas? Pues cada uno participa
en un a ín fima parte de ellas; tenemos un a multitud de colaboradores y
todo lo que sucede en las otras concien cias se n os escapa.
Por lo tan to, n uestra regla n o implica n in gun a con cepción metafí-
sica, n inguna especulación sobre el fondo de los seres. Lo único que re-
clama es que el sociólogo se pon ga en el mismo estado de espíritu que
los físicos, químicos, fisiólogos, cuan do se in troducen en un a región
aún in explorada de su dominio cien tífico. Es necesario que al penetrar
en el mundo social, ten ga con ciencia de que se aventura en lo descono-
cido; es necesario que se sienta en presen cia de h ech os cuyas leyes son
tan insospech adas como podían ser las de la vida cuan do la biología n o
estaba aún estructurada; es preciso que se sien ta dispuesto a h acer des-
cubrimien tos que lo sorpren derán y lo descon certarán . Ah ora, para
ello es in dispen sable que la sociología h aya llegado a ese grado de ma-
durez in telectual. Mien tras que el sabio que estudia la n aturaleza física
tien e el vivo sen timien to de las resisten cias que ella le opon e y que
tanto esfuerzo le requiere ven cer, en verdad parecería que el sociólogo
se moviera en medio de cosas in mediatamen te tran sparen tes al espí-
ritu, tal es la soltura con la que se lo ve resolver los problemas más os-
curos. En el estado actual de la cien cia, n o sabemos todavía en verdad
qué son h asta las prin cipales in stitucion es sociales, como el Estado o la
l a r u pt u r a 167

familia, el derech o de propiedad o el con trato, la pen a y la respon sabi-


lidad; ign oramos casi completamen te las causas de que depen den , las
fun cion es que cumplen , las leyes de su evolución ; apen as si comen za-
mos a en trever algun os destellos acerca de algun os pun tos. No obs-
tan te, basta recorrer las obras de sociología para ver lo excepcion al
que es el sen timiento de esta ign oran cia y de estas dificultades. No sólo
se con sidera obligatorio dogmatizar sobre todos los problemas a la vez,
sin o que se cree posible alcan zar la esen cia misma de los fen ómen os
más complejos en algun as págin as o en algun as frases. O sea que teo-
rías semejan tes n o expresan los h ech os, que n o podrían ser agotados
con tal rapidez, sin o las n ocion es previas que el autor poseía de ellos
an tes de toda in vestigación .

ÉMILE DURKHEIM

Las reglas del método sociológico


e l in c o n sc ie n t e : d e l su st a n t ivo a l a su st a n c ia

H ablar de in conscien te, como hoy se hace habitualmen te en


etn ología por an alogía con la lin güística, es exponerse a los
peligros que implica la polisemia de un a palabra utilizada en
otra tradición y con otro sen tido por los psicoan alistas y, más
profun damen te, a la ilusión cosista que se origin a en la ten -
den cia a in ferir la sustan cia del sustan tivo. Decir «ten go in -
con scien temen te un dolor de muelas» o «ten go un dolor de
muelas sin saberlo» en vez de «ten go un dolor de muelas in -
con scien te» es ponerse también a salvo de la ilusión de h aber
h ech o «un asombroso descubrimien to, un descubrimien to
pasmoso»; esta ilusión suscita ciertos usos de la palabra in -
con scien te en las cien cias del h ombre, y el ejercicio de tra-
ducción al que invita Wittgenstein puede tener en ese caso la
misma virtud de «desen can to», con los diferen tes sen tidos
que Max Weber daba a esta palabra. Por eso es de buen mé-
todo n egarse a hablar del incon scien te de los sujetos sociales,
y decir, más simplemen te: «los sujetos sociales asumen signifi-
cacion es sin saberlo, o in con scien temen te», o también «los
sujetos sociales n o tien en un a con cien cia clara de los esque-
mas de acción o de pen samien to que actualizan »: se puede
esperar, así, que el lenguaje sociológico gan e en rigor y preci-
sión lo que pierde en magia y en hechizo.*

* Durkh eim ya h abía marcado la diferen cia que separa la afirmación


metodológica de que existen en las con ductas regularidades no
con scien tes, de la afirmación de un «in con scien te» como in stan cia psíquica
particular. De esta manera, sugiere el papel del lenguaje en la ten den cia a
l a r u pt u r a 169

9. l . wit t g e n st e in

Puede resultar cómodo utilizar la expresión «dolor de muelas in-


con sciente» para describir un a caries dental que n o va acompañ ada de
una sensación dolorosa; podríamos decir en ese caso que «teníamos do-
lor de muelas sin saberlo». Exactamen te en este sentido el psicoan álisis
h abla de pen samien tos in con scien tes, de «volicion es», etc. ¿Y qué me
impide decir, en ese sen tido, que me duelen las muelas sin saberlo? Po-
dría decirse así, sabien do que se trata de una terminología nueva que se
puede explicar utilizan do el len guaje corrien te. Por otro lado, es evi-
den te que aquí la palabra «saber» está empleada de un a man era des-
acostumbrada. Para advertirlo mejor, h aría falta que n os pregun tára-
mos: «¿Median te qué procesos se llega a saber en esos casos?» «¿Qué
queremos decir con “llegar a saber” o “descubrir”?»
Podríamos muy bien decir, según los términ os de esta n ueva con ven-
ción : «Ten go in conscientemente un dolor de muelas», pues lo que po-
demos esperar de un a expresión es que n os permita distin guir en tre
un a muela en ferma dolorosa y un a muela en ferma in dolora. No obs-
tan te, la n ueva expresión suscita represen tacion es y an alogías que h a-
cen difícil aten erse estrictamen te a los términos de la conven ción. H a-
ría falta ten er la men te con stan temen te alerta para suprimir las
imágenes de esta clase, particularmente en el pen samien to filosófico,
que se esfuerza por con templar lo que se dice a propósito de las cosas.
La expresión «dolor de muelas in con scien te» podría, en ton ces, h acer-
n os pen sar que se acaba de h acer un asombroso descubrimien to, un

«realizar» n iveles de con cien cia distin guidos en el an álisis. H ay términ os


que requieren un complemen to, verbos que n ecesitan un sujeto, por tan to
un a sustan cia, etimologías que sugieren sign ificacion es laterales. «En el
fon do, la n oción de un a represen tación in con scien te y la de un a con cien cia
sin yo que capta, son equivalen tes. Pues cuan do decimos que un h ech o
psíquico es in con scien te, sólo en tendemos que n o es captado. Toda la
cuestión con siste en saber qué expresión es más conven ien te. Desde el
pun to de vista de la imagin ación , tan to un a como otra tien en el mismo
in con ven ien te. No n os resulta más fácil imagin ar una represen tación sin
sujeto que se represen te, que un a represen tación sin con cien cia»
( É. Durkh eim, «Représen tation s in dividuelles et représen tation s
collectives», publicado primero en Revue de Métaphysique et de Morale, t. VI,
mayo de 1898, y reproducido en Sociologie et Philosophie, París, PUF, 3ª ed.,
1967, pág. 25 [ h ay ed. en esp.] .)
170 el o f ic io d e so c ió l o g o

descubrimien to de algún modo pasmoso para n uestra compren sión ; o


tal vez nos provoque un gran asombro esa expresión ( ese famoso asom-
bro del filósofo) , y n os pregun temos: «¿Un dolor de muelas in con s-
cien te? ¿Cómo es posible algo así?». En ton ces n os in clin aremos a afir-
mar que es imposible ese «dolor de muelas in con scien te», pero un
h ombre de cien cia n os dirá que eso existe, y que está comprobado; y
agregará: «Veamos, la cosa es simple: h ay in numerables h echos que us-
tedes n o con ocen , y existe ese dolor de muelas que no conocían , justa-
men te se lo acaba de descubrir». Con lo cual no n os quedaremos satis-
fech os, pero no sabremos cómo respon der. Son problemas de este tipo
los que en fren tan con stantemente a filósofos y científicos.

LUDWIG WITTGENSTEIN

Le Cahier bleu et le cahier brun.


Études préliminaires aux investigations philosophiques
e l pr in c ipio d e l d e t e r min ismo c o mo n e g a c ió n d e l a
il u sió n d e l a t r a n spa r e n c ia

«Para que pudiera existir un a verdadera cien cia de los h e-


ch os sociales, fue preciso que se llegara a ver en las socieda-
des realidades comparables a las que con stituyen los demás
rein os, y a compren der que tienen un a n aturaleza que no po-
demos modificar arbitrariamen te y leyes que derivan n ecesa-
riamen te de esa n aturaleza. En otros términ os, la sociología
sólo pudo nacer cuando la idea determin ista, sólidamen te es-
tablecida en las cien cias fisicas y n aturales, se exten dió fin al-
mente al orden social.»* Fue preciso, sin duda, el ejemplo de
las demás cien cias para lograr superar el ten az prejuicio, en
virtud del cual se con cedía al mun do social un tratamien to
de excepción : el organ icismo surgió como un esfuerzo para
extender el determin ismo, ya admitido en biología, al «reino
social», don de se lo impugnaba, y para salvar el abismo, tanto
tiempo aceptado, en tre las sociedades y el resto del un i-
verso».** Esta evocación h istórica de la dificultad que tuvo el
prin cipio del determinismo para imponerse en el estudio del
«rein o social» debe facilitar el an álisis y la liquidación de las
formas sutiles en las que todavía sobrevive la ilusión de la
transparen cia, hacien do ver, bajo la forma simple y tosca que
asumían en otras épocas, los verdaderos fundamentos de esta
ilusión recurren te.

* É. Durkh eim, «La sociologie», en La science française, op. cit., pág. 39.
** Ibid., pág. 43.
172 el o f ic io d e so c ió l o g o

10. é . d u r k h e im

La sociología no pudo surgir h asta que n o se aceptó que las sociedades,


como el resto del mun do, están sometidas a leyes que derivan n ecesa-
riamen te de su n aturaleza y que la expresan . Ah ora bien , esta con cep-
ción se formó muy len tamen te. Duran te siglos los h ombres creyeron
que ni los minerales estaban regidos por leyes defin idas, ya que podían
asumir todas las formas y todas las propiedades posibles siempre que
un a volun tad suficien temente poderosa se lo propusiera. Se creía que
ciertas fórmulas o ciertos gestos ten ían la virtud de tran sformar a un
cuerpo bruto en un ser vivo, a un h ombre en un an imal o un a plan ta,
e inversamente. Esta ilusión, para la que ten emos una especie de in cli-
n ación instintiva, debía, naturalmente, subsistir much o más tiempo en
el ámbito de los h echos sociales. [ …]
Solamente a fines del siglo XVIII se comenzó a vislumbrar la idea de que
el reino social tiene sus propias leyes, como los demás reinos de la natu-
raleza. Al declarar que «las leyes son las relaciones necesarias que derivan
de la naturaleza de las cosas», Montesquieu comprendió que esta exce-
lente defin ición de la ley natural se aplicaba tanto a las cosas sociales
como a las demás; precisamente El espíritu de las leyes tiene por objeto mos-
trar que las instituciones jurídicas se fundan en la naturaleza de los hom-
bres y de sus medios. Poco después, Condorcet se proponía descubrir el
orden según el cual se habían realizado los progresos de la humanidad;
ésa era la mejor manera de demostrar que en ellos no hubo nada for-
tuito, ni caprichoso, y que dependían de causas determinadas. Al mismo
tiempo, los economistas enseñaban que los hechos de la vida industrial y
comercial están regidos por leyes, que incluso creyeron descubrir.
No obstan te, aun que esos diferen tes pen sadores prepararon el ca-
min o a la concepción en la que se basa la sociología, su visión de lo que
eran las leyes de la vida social seguía sien do ambigua y fluctuan te. En
efecto, n o postulaban que los hech os sociales se encadenan entre sí de
acuerdo con relacion es de causa a efecto, defin idas e invariables, que el
sabio trata de observar median te procedimientos an álogos a los que se
emplean en las cien cias de la n aturaleza. Sólo en ten dían que, como la
n aturaleza del h ombre estaba dada, h abía un solo camin o natural que
la h umanidad debía seguir si quería estar de acuerdo consigo misma y reali-
zar sus destin os; pero también era posible que se apartara de ese ca-
min o. [ …]
l a r u pt u r a 173

Sólo a comien zos del siglo XIX comen zó a afirmarse un a n ueva con-
cepción, impulsada por Sain t-Simon y sobre todo por su discípulo, Au-
guste Comte.
Al efectuar, en su Cours de philosophie positive, un a revisión sintética de
todas las cien cias con stituidas de su tiempo, Comte comprobó que to-
das ellas se basaban en el axioma de que los hechos estudiados están li-
gados en tre sí por relacion es n ecesarias, es decir, de acuerdo con el
principio determin ista; su con clusión fue que la validez de este prin ci-
pio, ya verificada en los demás rein os de la n aturaleza –desde el ámbito
de las magn itudes matemáticas h asta el de la vida– debía exten derse
también al reino social. Las resistencias que h oy se oponen a esta n ueva
exten sión de la idea determin ista n o deben deten er al filósofo, pues
han surgido cada vez que se trató de extender a un nuevo reino ese pos-
tulado fun damen tal y siempre fueron ven cidas. H ubo un tiempo en el
que se discutió su vigencia, in cluso en el mundo de los cuerpos brutos,
a pesar de lo cual logró establecerse en él. Luego se lo n egó en el
mun do de los seres vivos y pen san tes, don de hoy es incon trovertible.
Por con siguien te, podemos estar seguros de que los mismos prejui-
cios que debe en fren tar su aplicación en el mun do social n o subsisti-
rán duran te much o tiempo. Por otra parte, si el mismo Comte postu-
laba como un a verdad eviden te –verdad actualmen te in discutida– que
la vida men tal del in dividuo está sometida a leyes n ecesarias, ¿cómo
n o estarían sometidas a la misma n ecesidad las accion es y reaccion es
que in tercambian en tre sí las con cien cias in dividuales cuan do están
asociadas?
Desde este pun to de vista, las sociedades dejarían de ser para n os-
otros esa especie de materia in defin idamen te maleable y plástica que
los h ombres pueden, por así decir, modelar a voluntad, para mostrárse-
n os, más bien , como realidades cuya n aturaleza se nos impon e y que
sólo se pueden modificar, como todas las cosas naturales, con arreglo a
las leyes que las rigen. Las in stituciones de los pueblos ya no serían vis-
tas como el producto de la volun tad, más o men os esclarecida, de los
prín cipes, h ombres de Estado, legisladores, sin o como las resultan tes
n ecesarias de causas determin adas que las implicaban físicamen te.
Dada la forma de composición de un pueblo en un momento de su his-
toria, y el correspon diente estado de su civilización en la misma época,
se deriva un a organ ización social que se caracteriza de un a u otra ma-
n era, del mismo modo como las propiedades de un cuerpo derivan de
174 el o f ic io d e so c ió l o g o

su con stitución molecular. Nos en con tramos en ton ces an te un orden


de cosas estable, in mutable; para describirlo y explicarIo, para enun ciar
sus características y las causas de las que éstas dependen, se hace a la vez
posible y necesaria un a cien cia pura. [ …]
Hasta ayer se pensaba que en este campo todo era arbitrario, contin -
gen te; que los legisladores o los reyes podían , como los antiguos alqui-
mistas, cambiar el aspecto de las sociedades, h acerlas pasar de un tipo a
otro. En realidad, esos supuestos milagros eran ilusorios, y esta ilusión ,
aún bastante difun dida, dio lugar a graves equívocos. [ …]
Al mismo tiempo que proclaman la n ecesidad de las cosas, las cien -
cias nos pon en en las man os los medios para dominarlas. Comte señ ala
con in sisten cia que, en tre todos los fen ómen os n aturales, los sociales
son los más maleables, los más susceptibles de variacion es, de cambios,
por ser los más complejos. Es decir que la sociología de n ingún modo
impon e al h ombre un a actitud pasivamen te con servadora; por el con -
trario, extiende el campo de n uestra acción por el solo hecho de exten -
der el campo de n uestra ciencia. Sólo nos aparta de los proyectos irre-
flexivos y estériles, in spirados en la creen cia de que n os es posible
cambiar, a volun tad, el orden social, sin ten er en cuen ta los h ábitos, las
tradiciones, la constitución men tal del h ombre y de las sociedades.

ÉMILE DURKHEIM

«Sociologie et Sciences sociales»


e l c ó d ig o y e l d o c u me n t o

En la polémica en tablada por Simian d con tra el positivismo


de historiadores como Seignobos no debe interesarnos tan to
las críticas a un a con cepción de la h istoria fáctica ya supe-
rada, sin o más bien los principios de un a sociología cien tí-
fica. Al n egarse a en cerrar a la sociología en un a problemá-
tica de las in ten cion es subjetivas que h aría de ella, con tra
toda lógica, un a cien cia de lo acciden tal, Simian d muestra
que solamen te la h ipótesis de la «n o-con cien cia» permite
realizar un estudio de las relacion es objetivas en tre los fen ó-
menos. Median te esta decisión de método, la sociología pos-
tula un objeto propio, la institución, y, al mismo tiempo, tran s-
forma el tipo de pregun tas que se le h an de h acer al material,
que ya no es tratado como documento, o sea como testimon io
subjetivo sobre las in ten cion es de actores h istóricos, sin o
como un con junto de indicios a partir de los cuales la in terro-
gación cien tífica puede con stituir objetos de estudio especí-
ficos, «costumbres, representacion es colectivas, formas socia-
les»: éstos son los verdaderos hechos científicos del sociólogo,
ya que n o son h ech os registrados con scien temen te, es decir
arbitrariamen te, por el autor del documento.*

* Esta defin ición del h ech o social está en tre aquellos prin cipios de Durkh eim
que más h an marcado a sus émulos o a sus discípulos, permitién doles, a la
mayoría de ellos, los resultados científicos más positivos. Gran et, por ejem-
plo, en su obra de sin ólogo trató de superar la distin ción en tre el
documen to «autén tico» y el documen to «in autén tico» o rein terpretado;
Gran et pudo desembarazarse de esta discusión , h istóricamen te
176 el o f ic io d e so c ió l o g o

11. f . simia n d

Un a última oposición , basada en las con dicion es mismas del con oci-
mien to en la materia estudiada, se en fren ta al h echo de que [ la sociolo-
gía] se con stituya siguien do el modelo de las demás [ ciencias] : a) el do-
cumento, ese in termediario en tre la men te que estudia y el h ech o
estudiado, es, como se vio, muy diferente de un a observación cien tífica:
está h ech o sin un método defin ido y con fin es distin tos del cien tífico:
tien e, pues, como se dice, un carácter subjetivo. Seguramen te por eso la
ciencia social está en una condición de inferioridad; pero es importante
obser var que en este caso, como en la cuestión de la con tin gen cia, la
fuerza de la objeción se basa más en la orien tación mental del h istoria-
dor que en la n aturaleza de las cosas. Si al documen to se le pide, como
lo h ace el h istoriador tradicion al, acon tecimien tos in dividuales, o más
bien explicacion es a partir de motivos, accion es, pen samientos in divi-
duales cuyo conocimien to n ecesariamente se obtiene sólo por interme-
dio de un a men te, el documen to n o es, en efecto, materia de trabajo
cien tífico adecuada. Pero si en vez de orientarse al «acontecimiento», la
investigación se orien ta a la «institución », a las relacion es objetivas en -
tre los fen ómen os y n o a las in ten cion es y los fin es proyectados, a me-
n udo sucede, en realidad, que se llega hasta el hech o estudiado no por
in termedio de un a men te, sin o directamente. El h ech o de que, en un a
len gua, palabras diferen tes design en al tío patern o y al tío matern o es
un a huella directa de un a forma de familia diferen te de n uestra familia
actual: un código n o es un «documen to» en el sen tido de la h istoria,
sino una comprobación de hecho directa e in mediata, si el objeto de es-
tudio es justamen te la regla jurídica. Costumbres, represen taciones co-
lectivas, formas sociales, quedan registradas a veces in con scientemen te
o dejan automáticamen te h uellas en lo que el h istoriador llama docu-
men tos. En ellos los fen ómen os sociales se pueden captar median te

«desesperada» en el caso de la tradición ch in a, cuan do tomó por objeto


( objeto en segun do grado, es decir objeto con struido) los «esquemas» y los
«estereotipos» según los cuales el material ritual o h istórico está presen tado
en las obras ch in as clásicas; Gran et rin dió h omen aje a la en señan za de
Durkh eim por in spirarle esa idea metodológica ( M. Gran et, Danses et
légendes de la Chine ancienne, París, PUF, 1959, tomo I, in troducción , págs.
25-37) .
l a r u pt u r a 177

un a verdadera observación , h ech a por el autor de la investigación, obser-


vación a veces inmediata, pero frecuentemente mediata ( es decir obser-
vación de los efectos o las h uellas del fen ómen o) , pero n o, en todo
caso, por vía indirecta, o sea por intermedio del autor del documento. La
crítica del con ocimien to, realizada por los metodólogos de la h istoria y
aplicada por ellos sin alteración a la cien cia social, sólo es plen amen te
válida para el objeto y la práctica de la h istoria tradicion al; para que
abarque toda la práctica de la cien cia social positiva in cluyen do asi-
mismo su parte mejor y más fecun da, h abría que rehacerla por completo,
modificarla considerablemente y completarla en gran medida.

FRANÇO IS SIMIAND

«Méth ode h istorique et Sciences Sociales»


3. Naturaleza y cultura: sustan cia
y sistema de relacion es

na t u r a l e za e h ist o r ia

Marx demostró repetidamente que cuan do las propiedades o


las con secuen cias de un sistema social son atribuidas a la
«n aturaleza» es porque se olvida su gén esis y sus fun cion es
h istóricas, es decir todo aquello que lo con stituye como sis-
tema de relaciones; más exactamente, Marx señala que el h e-
ch o de que este error de método sea tan frecuen te se debe a
las fun cion es ideológicas que cumple al lograr, por lo men os
imagin ariamente, «elimin ar la h istoria». Así, al afirmar el ca-
rácter «natural» de las instituciones burguesas y de las relacio-
n es burguesas de producción, los econ omistas clásicos justifi-
caban el orden burgués al mismo tiempo que in mun izaban a
la clase domin an te con tra la idea del carácter h istórico, por
tan to tran sitorio, de su domin ación .

12. k . ma r x

Los econ omistas tien en una singular man era de proceder. Para ellos no
hay más que dos tipos de instituciones, las artificiales y las naturales. Las
instituciones del feudalismo son artificiales, y las de la burguesía son na-
turales. En esto se parecen a los teólogos, que, también ellos, establecen
dos tipos de religion es. Cualquier religión que n o es la suya es un a in-
ven ción de los hombres, mien tras que su propia religión es una eman a-
ción de Dios. Al decir que las relaciones actuales –las relacion es de la
producción burguesa– son n aturales, los econ omistas dan a en ten der
que se trata de las relaciones en las cuales se crea la riqueza y se desarro-
180 el o f ic io d e so c ió l o g o

llan las fuerzas productivas con arreglo a las leyes de la n aturaleza. En


con secuen cia, esas relaciones son a su vez leyes n aturales in depen dien-
tes de la influen cia del tiempo. Se trata de las leyes etern as que siempre
deben regir la sociedad. Del mismo modo que h ubo h istoria, pero ya
no la h ay. Hubo historia porque existieron instituciones del feudalismo,
y porque en esas in stituciones del feudalismo se encuen tran relaciones
de producción totalmen te diferen tes de aquellas de la sociedad bur-
guesa, que los econ omistas quieren h acer pasar por n aturales y, por lo
tan to, eternas.

KARL MARX

Misère de la philosophie

Nuestro objeto actual es ante todo la producción. Naturalmente, el punto


de partida son in dividuos que producen en sociedad, en consecuencia
una producción de individuos socialmente determinada. El cazador y el
pescador aislados, esos ejemplares ún icos del que parten Smith y Ri-
cardo, forman parte de las ficcion es pobremen te imagin adas del siglo
XVIII, de esas robin sonadas que, por poco que le guste a tales historiado-
res de la civilización , en modo algun o expresan un a simple reacción
con tra los excesos de refinamien to y un retorno a lo que muy equivoca-
damen te se figura un o como el estado n atural. El “con trato social” de
Rousseau, que establece relacion es y lazos en tre sujetos indepen dientes
por n aturaleza, tampoco descan sa en tal n aturalismo. Aquí no ten emos
más que la aparien cia, aparien cia puramente estética, de las gran des y
pequeñas robinsonadas. Se trata más bien de una anticipación de la “so-
ciedad civil”, que se preparaba desde el siglo XVI y que, en el XVIII, mar-
ch aba a pasos de gigan te h acia su madurez. En esta sociedad de libre
competen cia, cada in dividuo se presen ta como separado de los lazos
n aturales, etc., que, en épocas an teriores, lo con vertían en el in gre-
dien te de un con glomerado humano determin ado y limitado. Ese in di-
viduo del siglo XVIII es un producto, por un lado, de la disolución de las
formas de sociedades feudales, y por el otro de las fuerzas productivas
n uevas surgidas desde el siglo XVI. A los profetas del siglo XVIII que car-
gan sobre sus h ombros a todo Smith y a todo Ricardo se les aparece
l a r u pt u r a 181

como un ideal cuya existencia la situaban en el pasado. Para ellos era, n o


un desen lace h istórico, sin o el pun to de partida de la h istoria. O curre
que, según la idea que se h acían de la n aturaleza humana, el in dividuo
está de acuerdo con la n aturaleza como ser surgido de ella y n o como
fruto de la historia. Esta ilusión fue hasta ah ora lo propio de toda época
n ueva. Stewart, que en muchas ocasiones se opon e al siglo XVIII y, como
aristócrata, se man tien e más en el terren o h istórico, supo evitar ese
error ingenuo.
Cuanto más nos remontamos en la historia, tanto más el in dividuo –y
como consecuencia también el individuo productor– aparece como un
ser dependiente en parte de un conjunto mayor: ante todo y de manera
muy n atural en la familia y en el clan , que n o es más que un a familia
ampliada; más tarde, en las comun idades de formas diversas, surgidas
del an tagonismo y de la fusión de los clan es. Sólo en el siglo XVIII, en la
“sociedad burguesa”, las diferentes formas de conexión social se presen-
tan al in dividuo como un simple medio de lograr sus fin es person ales,
como un a n ecesidad exterior. Sin embargo, la época que asistió al n a-
cimiento de esta concepción, esta idea del individuo en singular, es pre-
cisamen te aquella en que las relacion es sociales ( gen erales según este
punto de vista) alcanzaron su mayor desarrollo. El hombre es, en el sen-
tido más literal del términ o, un ζω ∼ον πολι τκόν; es n o sólo un an imal
social, sin o un an imal que n o puede in dividualizarse sin o en la socie-
dad. La idea de una producción realizada por un individuo aislado, que
viva fuera de la sociedad –hecho raro que bien puede ocurrir a un hom-
bre civilizado, extraviado por azar en un a comarca salvaje y que virtual-
men te posea las fuerzas de la sociedad– no es menos absurda que la de
un desarrollo del len guaje sin que h aya in dividuos que vivan y h ablen
juntos. No hay n in gun a n ecesidad de detenerse más tiempo en esto. Si
tocamos este punto es porque la n ecedad, que ten ía un sentido razon a-
ble en tre la gen te del siglo XVIII, fue rein troducida, muy seriamen te, en
plena economía moderna, por Bastiat, Carey, Proudhon, etc. A todas lu-
ces es muy cómodo para Proudh on, entre otros, hacer el an álisis h istó-
rico-filosófico de un fen ómen o econ ómico cuya gén esis h istórica ig-
n ora; por eso recurre a un mito: la idea se le h abría ocurrido ya lista a
Adán o a Prometeo, y luego h abría sido introducida, etc. Nada más fas-
tidioso y árido que el lugar común en el delirio.
Cuando hablamos de producción, siempre se trata de la producción
en una fase determin ada de la evolución social, de la producción de in-
182 el o f ic io d e so c ió l o g o

dividuos que viven en sociedad. A partir de en ton ces podría parecer


que, para h ablar de la producción como tal, fuera necesario, o bien ob-
servar el proceso del desarrollo h istórico en sus diferen tes fases, o bien
declarar previamen te que nos ocupamos de un a época determin ada,
por ejemplo de la producción burguesa modern a; de hech o, ése es
n uestro tema propiamen te dich o. No obstan te, todas las épocas de la
producción se distinguen por ciertos rasgos comunes, por ciertas parti-
cularidades. La producción en general es un a abstracción , pero un a abs-
tracción razonada, en la medida en que realmen te pone de man ifiesto
los elemen tos comun es, los fija, y así n os ah orra la repetición . Sin em-
bargo, esos caracteres gen erales o esos elemen tos comun es, deslin da-
dos por comparación, se articulan de muy diversa man era y se desplie-
gan en determin acion es variadas. Algun os de esos caracteres son de
todos los tiempos, otros n o perten ecen sin o a ciertas épocas. Tales de-
termin acion es serán comunes a la época más modern a como a la más
an tigua. Sin ellas, n in gun a producción es con ven iente. Por cierto, las
len guas más evolucion adas comparten con las men os desarrolladas al-
gun as leyes y propiedades, pero lo que con stituye su desarrollo son
precisamen te los elemen tos que n o son gen erales, y que n o poseen en
común con las otras len guas; h ay que deslin dar las determin acion es
que valen para la producción en gen eral, para n o perder de vista la di-
feren cia esen cial n o vien do más que la un idad: ésta resulta del h ech o
de que el sujeto, la h uman idad, y el objeto, la n aturaleza, son idén ti-
cos. En este olvido reside, por ejemplo, toda la sabiduría de los econ o-
mistas modern os, que se en carn izan en demostrar la etern idad y armo-
n ía de las con dicion es sociales existen tes. Por ejemplo, n in gun a
producción es posible sin un in strumen to de producción , así n o fuera
este in strumen to más que la mano; n in gun a, sin un trabajo hech o, acu-
mulado, así este trabajo n o fuera más que la h abilidad adquirida y con -
centrada en la mano del salvaje por el ejercicio repetido. El capital, en -
tre otras cosas, también es un in strumen to de producción , también es
un trabajo h ech o, materializado. Por con siguien te, el capital es un a
in stitución n atural, un iversal y etern a; en verdad, es todo eso, a con di-
ción de descuidar el carácter específico, el elemen to que, del “in stru-
men to de producción ”, del “trabajo acumulado”, h ace un capital. Así
es como toda la h istoria de las relacion es de producción aparece, por
ejemplo en Carey, como un a falsificación suscitada por la malevolen cia
de los gobiern os. Si n o h ay producción en gen eral, tampoco h ay pro-
l a r u pt u r a 183

ducción gen eral. La producción siempre es un a rama particular de la


producción , por ejemplo la agricultura, la cría de gan ado, la man ufac-
tura, etc.; o bien es totalidad. No obstan te, la econ omía política n o es
la tecnología. En otra parte desarrollaremos la relación entre las deter-
min acion es gen erales de la producción en un n ivel social determin ado
y las formas particulares de la producción . Por último, la producción
n o es tampoco ún icamen te particularizada; por el con trario, es siem-
pre un cuerpo social determin ado, un sujeto social, que ejerce su acti-
vidad en un con jun to más o men os gran de, más o men os rico, de esfe-
ras de la producción . [ …]
En economía política es usual comenzar por un capítulo de generali-
dades; precisamente aquel que figura bajo el título “producción” ( véase,
por ejemplo, J. St. Mill) , donde se trata acerca de las condiciones generales
de toda producción. Esta parte general estudia o supuestamente debe
estudiar:
1º Las condiciones sin las cuales no puede h aber producción, vale de-
cir, que n o hacen sin o caracterizar los aspectos esenciales de toda pro-
ducción . Sin embargo, como lo veremos, este método se reduce a un
pequeño n úmero de caracteres muy simples, que se infla con ayuda de
insípidas tautologías;
2º Las con dicion es que h acen avan zar más o men os la producción,
como, por ejemplo, el estado progresivo o estan cado de la sociedad en
Adam Smith. Sus apreciaciones son preciosas, pero para darles un valor
cien tífico h abría que en tregarse a in vestigacion es sobre los períodos
que marcan los niveles de la productividad en la evolución de cada pue-
blo, y esas in vestigacion es exceden el cuadro propiamen te dich o de
n uestro tema; en la medida en que a él se refieran, ten drán su lugar en
el an álisis de la competen cia, de la acumulación, etc. Expresada en tér-
min os gen erales, la respuesta desemboca en la idea gen eral siguien te:
la producción de un pueblo está en su apogeo en el mismo momen to
en que alcanza su apogeo histórico a secas. De h echo, un pueblo se en-
cuen tra en su apogeo in dustrial en la medida en que n o sea todavía la
ganan cia como tal, sino la pasión de gan ar, lo que constituya para él lo
esen cial. Ésta es la superioridad de los yanquis sobre los in gleses. O in-
cluso esta idea: tales razas, tales disposiciones, tales climas, tales con di-
cion es n aturales –proximidad del mar, fertilidad del suelo, etc.– son
más favorables que otras para la producción . Un a vez más se desem-
boca en esta tautología: la riqueza se crea con tanta mayor facilidad
184 el o f ic io d e so c ió l o g o

cuan to más elevado sea el grado en el que existan sus elemen tos subje-
tivos y objetivos.
Sin embargo, todavía n o es lo que importa a los econ omistas en esta
parte gen eral. Como lo muestra el ejemplo de Mill, es mucho más im-
portan te presentar la producción, a diferen cia de la distribución , como
sometida a las leyes etern as de la n aturaleza, in depen dien tes de la h is-
toria: buen a ocasión para insin uar que en la sociedad, tomada in abs-
tracto, las in stituciones burguesas son leyes naturales inmutables. Tal es el
objetivo al que este método tiende más o men os con scien temen te.

KARL MARX

Introduction générale à la critique de l’économie politique


l a na t u r a l e za c o mo in va r ia n t e psic o l ó g ica
y e l pa r a l o g ismo d e l a in v e r sió n d e l e f e c t o
y d e l a ca u sa

Recurrir a las explicacion es psicológicas detien e el an álisis


porque provoca sin mayor esfuerzo el sen timien to de la evi-
den cia in mediata: si in vocamos esas «n aturalezas simples»
que son las «propen sion es», los «in stin tos» o las «ten den -
cias» de un a n aturaleza h uman a, n os expon emos a con side-
rar como explicación aquello mismo que h ay que explicar y,
en particular, a en con trar los prin cipios de in stitucion es
como la familia o la magia en los sen timien tos que suscitan
las propias in stitucion es: «No h ay que presen tar a la vida so-
cial, con Spen cer, como un a simple resultan te de las n atura-
lezas in dividuales, ya que, por el con trario, éstas derivan de
aquélla. Los h ech os sociales n o son el simple desarrollo de
los h ech os psíquicos, sin o que estos últimos son , en gran
parte, la prolon gación de los primeros en el in terior de las
con cien cias [ …] . El pun to de vista con trario expon e a cada
in stan te al sociólogo a tomar la causa por el efecto, y recí-
procamen te. Por ejemplo, si, como es muy frecuen te, se ve
en la organ ización de la familia la expresión lógicamen te
n ecesaria de sen timien tos h uman os in h eren tes a toda con-
cien cia, se in vierte el orden real de los h ech os; por el con -
trario, la organ ización social de las relacion es de paren tesco
h a determin ado las relacion es respectivas de padres e h ijos.
Éstas h abrían sido muy distin tas si la estructura social h u-
biera sido diferen te, y la prueba es que, en efecto, en
un a multitud de sociedades el amor patern al es descon o-
186 el o f ic io d e so c ió l o g o

cido».* Durkh eim muestra que sólo a con dición de tratar a


la natura naturans –in vocada por el discurso precien tífico
como natura naturata– como naturaleza cultivada se la puede
compren der en su especificidad.

13. é . d u r k h e im

Un a explicación puramen te psicológica de los h echos sociales siempre


dejará escapar, pues, todo lo que tienen de específico, es decir de social.
Lo que h a ocultado a los ojos de tan tos sociólogos la insuficien cia de
este método es que, al tomar el efecto por la causa, a menudo les suce-
dió asign ar como condicion es determinan tes de los fen ómenos sociales
ciertos estados psíquicos, relativamen te defin idos y especiales, pero
que, en realidad, son su con secuen cia. De esta man era, se con sideró
como in n ato del h ombre cierto sen timien to de religiosidad, cierto mi-
nimum de celos sexuales, de piedad filial, de amor patern al, etcétera, y
es a su través que se quiso explicar la religión , el matrimonio, la familia.
Pero la h istoria demuestra que, lejos de ser in h eren tes a la n aturaleza
h uman a, esas in clin acion es faltan totalmen te en ciertas circun stan cias
sociales, o presen tan tales variacion es de un a sociedad a otra, que el
residuo obtenido al eliminar todas estas diferencias, que es el único que
puede ser considerado de origen psicológico, se reduce a algo vago y es-
quemático que deja a in fin ita distan cia los h ech os que se tratan de ex-
plicar. Por lo tanto, sucede que esos sentimientos resultan de la organi-
zación colectiva, en lugar de ser su base. Ni siquiera se h a probado en
absoluto que la ten dencia a la sociabilidad h aya sido un instin to con gé-
n ito del gén ero h uman o desde sus orígen es. Es much o más n atural ver
en ella un producto de la vida social, que se ha organ izado len tamen te
en nosotros; ya que es un hech o observado que los animales son socia-
les o n o, según las disposicion es de sus hábitats los obliguen o los des-
víen de la vida común. Y todavía habría que agregar que, aun entre esas

* É. Durkh eim, De la division du travail social, 1ª ed., París, F. Alcan , 1893;


citado según la 7ª ed., París, PUF, 1960, pág. 341. [ H ay ed. en esp.: De la
división del trabajo social, Buen os Aires, Sch apire, 1973, pág. 296.]
l a r u pt u r a 187

in clin acion es más determin adas y la realidad social, la distan cia sigue
sien do con siderable.
Por otra parte, existe un medio para aislar más o men os com-
pletamente el factor psicológico de modo de poder precisar el alcan ce
de su acción , y es buscar de qué manera afecta la raza a la evolución so-
cial. En efecto, las características étnicas son de orden orgán ico-psí-
quico. Por lo tanto, la vida social debe variar cuando varían, si es que los
fen ómen os psicológicos tien en la eficacia causal que se les atribuye so-
bre la sociedad. Ah ora bien : n o con ocemos n in gún fen ómen o social
que dependa indiscutiblemen te de la raza. No cabe duda de que n o po-
dríamos atribuir a esta afirmación el valor de una ley; por lo menos po-
demos afirmarlo como un hecho con stante de n uestra práctica. Las for-
mas de organ ización más diversas se en cuen tran en sociedades de la
misma raza, mientras que en tre sociedades de distintas razas se encuen-
tran similitudes sorpren den tes. La ciudad existió en tre los fen icios, así
como entre los romanos y los griegos; se la en cuen tra en vías de forma-
ción entre los kabilas. La familia patriarcal estaba casi tan desarrollada
en tre los judíos como en tre los h in dúes, pero n o se en cuen tra en tre los
eslavos que, sin embargo, son de raza aria. En cambio, el tipo de familia
que encontramos entre ellos existe también entre los árabes. La familia
matriarcal y el clan se observan en todas partes. El detalle de las prue-
bas judiciales y de las ceremon ias nupciales son los mismos en los pue-
blos más disímiles desde el pun to de vista étn ico. Si es así, es porque el
aporte psíquico es demasiado gen eral como para determin ar el curso
de los fenómenos sociales. Como no implica una forma social preferen-
temen te a otra, n o puede explicar n ingun a. Es verdad que h ay cierta
can tidad de h echos que se suele atribuir a la in fluen cia de la raza. Por
ello se explica, especialmen te, cómo fue tan rápido e in ten so el des-
arrollo de las artes y las letras en Aten as y tan len to y mediocre en
Roma. Pero esta interpretación de los hechos, por ser clásica, nunca fue
demostrada metódicamen te; an tes bien parece tomar más o men os
toda su autoridad de la tradición solamen te. Ni siquiera se ha probado
ver si era posible una explicación sociológica de los mismos fenómen os,
y estamos con ven cidos de que podría h acerse exitosamen te. En resu-
men , cuan do se relacion a tan ligeramen te con facultades estéticas con-
gén itas el carácter artístico de la civilización aten iense, se procede más
o men os como h acía la Edad Media cuan do explicaba el fuego por el
flogisto y los efectos del opio por su virtud dormitiva.
188 el o f ic io d e so c ió l o g o

Fin almen te, si la evolución social tuviera verdaderamen te su origen


en la con stitución psicológica del hombre, n o se compren de cómo hu-
biera podido producirse. Ya que en tal caso h abría que admitir que
tiene por motor algún resorte intrínseco a la naturaleza human a. ¿Pero
cuál podría ser ese resorte? ¿Sería esa especie de in stin to del que h a-
blaba Comte, que impulsa al h ombre a realizar cada vez más su n atura-
leza? Pero es respon der a la pregun ta con la pregunta y explicar el pro-
greso por un a ten den cia in n ata al progreso, verdadera en tidad
metafísica cuya existencia, por lo demás, n ada demuestra, ya que las es-
pecies an imales, h asta las más elevadas, no se ven en absoluto acuciadas
por la n ecesidad de progresar, y aun entre las sociedades h uman as, las
h ay que se placen en perman ecer in defin idamen te estacionarias. ¿Se-
ría, como parece creerlo Spen cer, la n ecesidad de un a mayor felicidad
por la que las formas cada vez más complejas de la civilización estarían
destin adas a realizar cada vez más completamen te? En tonces h abría
que establecer que la felicidad se acrecien ta con la civilización, y ya he-
mos expuesto en otra parte todas las dificultades que presen ta esta h i-
pótesis. Pero hay más todavía; aun cuando tuviera que ser admitido uno
de estos dos postulados, n o por ello se h abría h ech o inteligible el
desarrollo histórico; ya que la explicación que de ello resultara sería pu-
ramen te fin alista, y ya hemos demostrado más arriba que los h echos so-
ciales, como todos los fen ómen os naturales, no se explican por el solo
h ech o de demostrar que sirven a algún fin . Cuan do se h aya probado
per fectamente que las organizacion es sociales cada vez más inteligentes
que se han sucedido en el curso de la historia h an permitido la satisfac-
ción cada vez mayor de tal o cual de nuestras inclin acion es fundamen -
tales, ello todavía n o permite compren der cómo se han producido. El
h ech o de que eran útiles n o n os demuestra su causa. Aun que se expli-
cara cómo hemos llegado a imagin arlas, a plan ificarlas por adelantado
de man era de represen tarnos los servicios que podríamos esperar de
ellas –y el problema es ya difícil–, los an h elos de que podrían así ser ob-
jeto tampoco ten drían la virtud de crearlas de la nada. En una palabra,
aun que se admita que son los medios n ecesarios para alcan zar el fin
perseguido, el problema sigue en pie: ¿cómo, es decir, de qué y por qué
se han constituido estos medios?
Llegamos, en ton ces, a la siguien te regla: La causa determinante de un
hecho social debe ser buscada entre los hechos sociales antecedentes, y no entre los
estados de la conciencia individual. Por otra parte, se con cibe fácilmen te
l a r u pt u r a 189

que todo lo preceden te se aplica tan to a la determin ación de la causa,


como de la fun ción . La fun ción de un h ech o social sólo puede ser so-
cial, es decir que consiste en la producción de efectos socialmen te úti-
les. Sin duda, puede darse, y en efecto sucede, que como con trapartida
también sirva al in dividuo. Pero este feliz resultado n o es su razón de
ser in mediata. Por lo tan to, podemos completar la proposición prece-
den te dicien do que: La función de un hecho social siempre debe ser buscada
en la relación que sostiene con algún fin social.

ÉMILE DURKHEIM

Las reglas del método sociológico


l a e st e r il ida d d e l a e x pl ica c ió n d e l a s
e spe c if ic ida d e s h ist ó r ica s po r t e n d e n c ia s
u n iv e r sa l e s

La práctica del an álisis h istórico y la apelación con stan te al


método comparativo h icieron a Max Weber particularmen te
sen sible al verbalismo tautológico de las explicacion es psico-
lógicas por las tenden cias de la n aturaleza h umana, cuan do
se trataba de explicar «constelaciones históricas particulares».
La explicación de la con ducta capitalista por un a aura sacra
fames que h abría alcan zado su grado de in ten sidad más alto
con la época modern a, combina, contradictoriamente, dos ti-
pos de reducción h istórica: el desmen uzamien to de las tota-
lidades reales en un a multitud de h echos aislados de su con-
texto y destin ados a ilustrar un a explicación tran shistórica; la
reducción evolucionista de un sistema específico de compor-
tamien to a un a institución origin aria respecto a la cual n o
aportaría nin guna n ovedad esen cial.
Sería posible opon er a este texto, en el que Weber cons-
truye sistemáticamente los rasgos específicos del capitalismo
modern o, los análisis de Sombart, quien , después de admitir
que «el espíritu de la vida económica puede variar al infinito,
o en otras palabras: las cualidades psíquicas que requiere la
realización de actos económicos pueden variar de un caso a
otro, en la misma medida que las ideas rectoras y los princi-
pios generales que presiden el conjunto de la actividad econó-
mica», cede no obstante a la tentación de explicar una forma-
ción h istórica sin gular por un a «generalidad» cara al sen tido
común : según Sombart, «la pasión del oro y el amor al di-
l a r u pt u r a 191

nero» constituyen el origen común de las muy diversas formas


h istóricas desarrolladas por los pueblos germano-eslavo-célti-
cos. «Se puede admitir [ …] que los jóven es pueblos de Eu-
ropa, o por lo menos sus capas superiores, experimen taron
tempranamente una ardiente pasión por el oro y se sintieron
impulsados por fuerzas irresistibles a la búsqueda y la con-
quista del precioso metal.»* Por lo tanto, una gran parte de su
método consiste en buscar, a través de recuerdos anecdóticos
que ilustran la inclinación al atesoramiento, o protestas mora-
les que vituperan la «mamonización de todos los aspectos de
la vida», huellas de ese amor al oro y al dinero, el cual, en for-
mas diversas, sería un factor con stante de la vida económica.

14. m. we be r

El «afán de lucro», la «búsqueda de la gan an cia», del dinero, de la ma-


yor candidad de din ero posible, n o tien en en sí mismos n ada que ver
con el capitalismo. Mozos, médicos, cocheros, artistas, cocottes, funciona-
rios venales, soldados, ladron es, cruzados, timberos, men digos, todos
pueden verse poseídos por ese mismo afán, como pudieron estarlo o lo
estuvieron gen tes de con dicion es variadas en todas las épocas y en cual-
quier lugar, en todas partes don de existen o existieron de algun a ma-
n era las con dicion es objetivas de tal estado de cosas. En los man uales
de h istoria de la civilización para uso de las clases in fan tiles se debería
en señar a ren un ciar a esa imagen ingen ua. La avidez por un a gan an cia
sin límites en n ada implica al capitalismo, y much o men os a su «espí-
ritu». El capitalismo se iden tificaría más bien con el dominio [ Bändi-
gung] , por lo menos con la moderación racional de ese impulso irracio-
n al. Sin duda, el capitalismo es idén tico a la búsqueda de la gan an cia,
de un a gan an cia siempre renovada, en una empresa continua, racion al
y capitalista; es búsqueda de la rentabilidad. Está obligado a eso. Ahí
don de toda la econ omía está sometida al orden capitalista, un a em-

* W. Sombart, Le Bourgeois ( trad. S. Jankelevitch ) , París, Payot, 1926. [ H ay ed.


en esp.: El burgués, Buen os Aires, Edicion es O resme, 1953.]
192 el o f ic io d e so c ió l o g o

presa capitalista in dividual que n o estuviera an imada [orientiert] por la


búsqueda de la rentabilidad estaría con denada a desaparecer. [ …]
Un estado de án imo semejan te al que se expresa en Ben jamin Fran -
klin obtuvo la aprobación de todo un pueblo.* Tan to en la An tigüedad
como en la Edad Media lisa y llan amen te h abría sido proscrito como
actitud caren te de dign idad y man ifestación de un a sórdida avaricia.
O tro tan to ocurre, todavía en nuestros días, con todos los grupos socia-
les que se en cuen tran n o tan directamen te bajo la férula del capita-
lismo modern o, o que n o están tan adaptados a él. Quizá n o –como ya
se dijo a men udo– porque en las épocas precapitalistas el afán de lucro
h abría sido aún descon ocido o n o tan in ten so. Ni porque la auri sacra
fame, la avidez por el oro, h abría sido men or an tañ o –o lo fuera ah ora–
en el exterior de los medios del capitalismo burgués que en el in terior
de su esfera particular, así como están dispuestos a creerlo algun os
modern os román ticos llen os de ilusion es. No, n o es ah í don de radica
la diferen cia en tre el espíritu capitalista y el espíritu precapitalista. La
avidez del man darín ch in o, la del aristócrata de la antigua Roma, la del
campesin o modern o, pueden sosten er todas las comparacion es. Y la
auri sacra fame del coch ero napolitan o, del barcaiuolo, la de los repre-
sen tan tes asiáticos de oficios an álogos, así como la del artesan o de la
Europa del Sur o del Asia, se revelará –como cualquiera pudo compro-
barlo– extraordin ariamen te más in ten sa, y en particular much o men os
escrupulosa que, digamos, la de un in glés colocado en idén ticas cir-
cun stan cias.
La falta absoluta de escrúpulos, el egoísmo in teresado, la avidez y la
codicia de gan an cia fueron precisamen te los rasgos salientes de los
países cuyo desarrollo capitalista burgués –medido a escala occidental–
estaba retrasado. Cualquier empleador lo dirá: la falta de coscienziosità
de los obreros de esos países –por ejemplo Italia, comparada con
Aleman ia– fue, y en cierta medida sigue sien do, un o de los prin cipales
obstáculos a su desarrollo capitalista. El capitalismo no puede utilizar el
trabajo de aquellos que practican la doctrina del liberum arbitrium in dis-

* Max Weber acaba de citar textos que con sidera como un a expresión del
«espíritu del capitalismo»: B. Fran klin predica un a moral ascética para la
que el fin supremo es producir cada vez más din ero a costa de un a vida
domin ada por el cálculo y el afán de h acer ren dir al din ero, «naturalmen te
gen erador y prolífico».
l a r u pt u r a 193

ciplin ado, así como tampoco puede emplear –como n os lo mostró


Fran klin – a un h ombre de n egocios absolutamen te sin escrúpulos. La
diferencia no es, por lo tanto, una cuestión de grado en el afán de lucro
pecuniario. La auri sacra fame es tan vieja como la historia de la h umani-
dad. Pero veremos que quien es se someten a ella sin mesura –como el
capitán h olan dés que «iría h asta el Infiern o para gan ar din ero, así tu-
viera que chamuscar sus velas»– bajo ningún con cepto podrían ser con-
siderados como testigos del «espíritu» específicamente moderno del ca-
pitalismo con siderado como fenómeno de masas; y eso es lo ún ico que
importa. En todas las épocas de la historia, esa fiebre adquisitiva despia-
dada, sin relación con ningun a norma moral, tuvo el camino expedito
cada vez que le resultó posible. [ …]
No obstan te, fue en Occiden te donde el capitalismo en contró su ma-
yor exten sión y con oció tipos, formas, ten den cias, que jamás se presen-
taron en otra parte. En todo el mun do hubo comercian tes: mayoristas
o minoristas, que comerciaban sobre el terren o o en otras partes. Exis-
tieron préstamos de todo tipo; algunos bancos se dedicaron a las opera-
cion es más variadas, por lo men os comparables a las de n uestro siglo
XVI . Los préstamos marítimos [ Seedarleben] , las commenda, las asociacio-
n es y sociedades en coman dita fueron ampliamen te extendidos y h asta
en ocasion es adoptaron un a forma perman ente. En todas partes don de
existieron créditos de fun cion amien to para las in stitucion es públicas,
aparecieron los prestamistas: en Babilon ia, en Grecia, en la In dia, en
Ch in a, en Roma. Fin an ciaron guerras, la piratería, los mercados de
abastecimien to, las operaciones inmobiliarias de todo tipo.
En la política de ultramar desempeñaron el papel de empresarios co-
lon iales, de plan tadores poseedores de esclavos, utilizan do el trabajo
forzado. Tomaron en arrien do domin ios y cargos, con un a preferencia
por la recaudación de los impuestos. Fin anciaron a los jefes de partidos
en período de eleccion es, y a los condottieri en tiempos de guerras civi-
les. En resumidas cuentas, fueron especuladores en busca de todas las oca-
sion es de realizar un a gan an cia pecun iaria. Esta variedad de empresa-
rios, los aventureros capitalistas, existió en todas partes. Con excepción
del comercio o de las operacion es de crédito y de banca, sus actividades
adoptaron un carácter irracion al y especulativo, o bien se orien taron
hacia la adquisición por la violencia, ante todo mediante saqueos: ya sea
directamen te, por la guerra, o in directamen te, bajo la forma perma-
n en te del botín fiscal, es decir, por la explotación de los sujetos. O tras
194 el o f ic io d e so c ió l o g o

tan tas características que a menudo se en cuen tran todavía en el capita-


lismo del O cciden te moderno: capitalismo de los filibusteros de la fi-
n an za, de los gran des especuladores, de los cazadores de con cesion es
coloniales, de los gran des financistas. Y sobre todo en el que se vin cula
más especialmen te con la explotación de las guerras con la que resulta
relacion ada, h oy y siempre, un a parte, pero solamente un a parte, del
gran comercio in tern acional.
Pero en los tiempos modernos, el Occiden te con oció en forma exclu-
siva otra forma de capitalismo: la organ ización racion al capitalista del
trabajo ( formalmen te) libre, de la que en otras partes n o se encuen tran
más que vagos esbozos. En la An tigüedad, la organ ización del trabajo
servil sólo alcan zó cierto n ivel de racion alización en las plantacion es y,
en un grado menor, en las ergasteria. Al comienzo de los tiempos moder-
nos, la racionalización fue todavía más restringida en las granjas y los ta-
lleres señoriales, así como en las industrias domésticas de los domin ios
señ oriales que utilizan el trabajo servil. Las verdaderas in dustrias do-
mésticas, que recurrían al trabajo libre, n o existieron fuera de O cci-
den te sin o de man era aislada; el h ech o está probado. Sin embargo, el
uso muy difun dido de jorn aleros sólo excepcion almen te con dujo a la
in stalación de man ufacturas –y en formas muy diferen tes de la organ i-
zación in dustrial ( mon opolios de Estado) –, en todo caso n un ca a un a
organ ización del apren dizaje del oficio a la man era de n uestra Edad
Media.
Pero la organ ización racion al de la empresa, ligada con las previsio-
n es de un mercado regular y n o con las ocasiones irracion ales o políti-
cas de especular, no es la única particularidad del capitalismo occiden-
tal. Ella n o h abría sido posible sin otros dos factores importan tes: la
separación de lo doméstico [Haushalt] y de la empresa [Betrieb], que domin a
toda la vida econ ómica modern a; y la contabilidad racion al, que le está
ín timamen te ligada. En otras partes también en con tramos la separa-
ción en el espacio de la vivienda y el taller ( o la tienda) ; ejemplos: el ba-
zar orien tal y las ergasteria de algunas civilizacion es. De igual modo, en
el Levan te, en Extremo O rien te, en la An tigüedad, algun as asociacio-
n es capitalistas tienen su contabilidad independiente. Pero respecto de
la in depen dencia modern a de las empresas éstas n o son más que tenta-
tivas modestas. An te todo, porque las con dicion es in dispen sables de
esta indepen den cia, o sea, nuestra contabilidad racional y nuestra sepa-
ración legal de la propiedad de las empresas y de la propiedad perso-
l a r u pt u r a 195

n al, están totalmen te ausen tes, o bien sólo están en sus comien zos. En
cualquier otra parte, las empresas que persiguen la gan an cia tuvieron
un a tenden cia a desarrollarse a partir de un a gran econ omía familiar,
ya sea prin cipesca o patrimonial ( el oikos) ; como bien lo vio Rodbertus,
presentan, junto a paren tescos super ficiales con la economía moderna,
un desarrollo divergen te, h asta opuesto.
No obstan te, en último análisis, todas estas particularidades del capi-
talismo occiden tal n o recibieron su sign ificación modern a sin o por su
asociación con la organ ización capitalista del trabajo. Lo que en gen e-
ral se llama la “comercialización ”, el incremen to de los títulos negocia-
bles, y la bolsa, que es la racionalización de la especulación , también es-
tán ligados a ella. Sin la organ ización racion al del trabajo capitalista,
todos estos h ech os –admitien do que sigan sien do posibles– distarían
much o de ten er la misma sign ificación, sobre todo por lo que respecta
a la estructura social y todos los problemas propios del O cciden te mo-
dern o que le son con exos. El cálculo exacto, fun damen to de todo el
resto, sólo es posible sobre la base del trabajo libre.

MAX WEBER

L’éthique protestante et l’esprit du capitalisme


4. La sociología espon tánea y los
poderes del len guaje

l a n o so g r a f ía d e l l e n g ua je

Nosotros –decía aproximadamen te Bacon – creemos que


gobern amos n uestras palabras cuan do en realidad son éstas
las que n os gobiern an sin que lo sepamos, y nos enredan in si-
diosamente en los engañ os de sus falsas apariencias. No es su-
ficiente, como lo preten de la tradición racion alista de la Lin-
gua universalis o de la Characteristica generalis, sustituir las
incertidumbres del len guaje común , ese idolum fori, por la ló-
gica per fecta de un lenguaje con struido: es necesario analizar
la lógica del len guaje corrien te, que por ser corrien te pasa
in advertido. Sólo un a crítica de esta clase puede pon er de
man ifiesto las falsas problemáticas y las categorías falaces que
veh iculiza el len guaje y que siempre amen azan con rein tro-
ducirse bajo el disfraz cien tífico de la len gua más formali-
zada.

15. m. c h a st a in g

Wittgenstein trata a los filósofos como enfermos e inventa un nuevo mé-


todo [ II, 26] 1 que los curará de sus dolencias. ¿De qué man era? Calmán-
dolos. ¿Cómo disipará su in quietud? ¿Resolvien do sus problemas? No:
disolvién dolos [ 48, 51, 91, 155] .

1 Las cifras en tre corch etes remiten a las Philosophical lnvestigations, O xford,
1953; las cifras precedidas de I y II design an las págin as del estudio de G. E.
Moore, «Wittgen stein ’s Lectures», Mind, 1954 y 1955.
198 el o f ic io d e so c ió l o g o

¿De qué están en fermos? De malas man eras de h ablar [ 47] . Sin duda
emplean palabras que n osotros utilizamos: conocimiento, ser, yo, objeto,
etc. [ 48] , pero n o las emplean como n osotros, n i como ellos mismos
cuan do utilizan humildemente las palabras mesa, cocina o tenis [ 44] .
Cuan do pregun tan : «¿Un coron el pien sa?», ¿h acen la pregun ta que a
veces lamen tablemen te n osotros n os h acemos [ 126] ? Cuando con fie-
san : «No puedo conocer sus sentimien tos», ¿les diremos: «Traten de ha-
cerlo»? O interpretan extravagantemente n uestras expresiones corrien tes
[ 19] , o su extravagan cia se expresa median te giros extraordin arios
[ 47] . O , en su desorden , ya n o compren den n uestro lenguaje coti-
dian o, ni tampoco el suyo,2 o inven tan un len guaje tan in compren sible
como el de un loco que pide: Leche a mi azúcar [ 138]. Sus problemas na-
cen de sus desen fren os lin güísticos [ 51] . Precisamente: de no respetar
las reglas de los juegos de palabras.3
Ah ora bien, el sentido de una palabra o de un conjunto de palabras está de-
terminado por el sistema de reglas que fijan su empleo,4 [ I, 298] . Los enun cia-
dos filosóficos n o tien en , por con siguien te, sen tido 5 [ 48] . Y cada filó-
sofo, perdido en la bruma [ 222] de sus absurdos, n o h ace más que
repetir: «Soy un extraviado».6

Principales síntomas de su extravío:


1º El «fuera de juego». Los enfermos privan a las palabras de los tex-
tos en los que las utilizamos, extraen a las frases de sus contextos usuales;
pronuncian, así, palabras fuera de uso a las que otorgan una sign ifica-
ción absoluta, mien tras que n uestras palabras sólo tien en significación

2 Cuando filosofamos, nos parecemos a los salvajes, a los primitivos que oyen hablar a
los civilizados, interpretan mal sus palabras y sacan extrañas conclusiones de su
interpretación [ 79] . MacDon ald traduce: los filósofos «emplean palabras
corrien tes al mismo tiempo que las privan de su función corrien te» ( «Th e
ph ilosoph er’s use of an alogy», Logic and Language, O xford, 1955, 1, pág.
82) .
3 Wittgen stein utiliza la expresión Sprachspiel ( len guaje-juego) para design ar
a veces el sistema ( I, 6) de un a len gua, otras el uso de esa len gua, es decir el
h abla, y otras más el h abla y los actos con los que ésta se con fun de [ 5] .
Ilustra esta expresión comparan do, como Saussure, el len guaje con el juego
de ajedrez.
4 Fórmula de Sch lick que éste atribuye a Wittgen stein ( «Mean ing an d
Verification », Phi. Rev., 1936, pág. 341) .
5 Véase B. A. Farrell, «An appraisal of th erapeutic positivism», Mind, 1946.
6 Ein philosophisches Problem hat die Form: «lch kenne mich nicht aus» [ 49] .
l a r u pt u r a 199

en relación con las condiciones –verbales o no– en las que aprendimos


a jugar con ellas [ 6, 10, 20, 24, 36, 44, 65, 73, 220] . Plantean, por ejem-
plo, fuera de todos los juegos en los que sus palabras tienen una función,
por tanto fuera de todo lenguaje,7 pregun tas como: «¿Esto es simple o
complejo?», «¿Esto es un estado mental?» [ 21, 61] .

Algunos sign os diagn ósticos:


a) Las contradicciones [ 50] . Un h ombre que pregun ta: «¿Se puede ju-
gar al ajedrez sin la rein a?», «¿Puedo sen tir tu dolor de muelas?», «¿Un
tigre sin rayas es un tigre?»,8 es un filósofo. Si ha aprendido a decir «ti-
gre» para den omin ar a un animal carnicero de piel rayada, ¿no se con-
tradice, en efecto, cuan do h abla de un tigre sin piel rayada?
b) Las esencias ocultas [ 43] . El filósofo que busca dien tes en el pico de
una gallina encuentra en él dientes invisibles: busca el sentido de las pa-
labras «ser» y «objeto»; ah ora bien , al privarlas de todo sentido visible,
separándolas de las circunstancias en las que surgieron y de las que son,
man ifiestamen te, sign os,9 debe imagin ar que el sen tido buscado se
oculta en ideas o esencias espirituales que las palabras significan 10 ( como
un a in cisión en un a piedra sign ifica un tesoro en terrado) , y luego in-
ven tar un a intuición [ 84] que le permita descubrir de una vez [ 80] la
esen cia secreta de los seres y de los objetos [ 48] .
c) Las definiciones [ 73] . Cuan do un buscador de esen cias ocultas le
pregunta: «¿Qué es el juego?», ¿acaso no espera que usted le dé un a res-
puesta definitiva [ 43] ? Cuan do los filósofos preguntan , buscan defin icio-
n es. Pero ¿cómo decirles dón de termin a el juego, o dón de comien za
[ 33-6] ?11 ¿Acaso no aprendimos a hablar de juegos infantiles, de Juegos

7 Sólo dentro de un lenguaje puedo significar algo por algo [ 18] . Fórmula muy
«saussurian a».
8 Ejemplos de Wittgen stein ( J. Wisdom, «O th er min ds», Mind, 1940, págs.
370-372) .
9 La sign ificación de un a palabra está, pues, «mediatizada» por las cir-
cun stan cias en las que se la utiliza. P. F. Strawson ve en «la h ostilidad a la
doctrin a de la in mediación » un a de las con stan tes de las Philosophical Investi-
gations ( Mind, 1951, págs. 92, 98) .
10 Véase Wo unsere Sprache uns einen Körper vermuten lässt, und kein Körper ist, dort
möchten wir sagen, sei ein GEIST [ 18] .
11 Algun os lin güistas h ablan exactamen te como Wittgen stein : «¿Dón de
comien za y dón de termin a el gén ero “olla” o el gén ero “marmita”?» ( A.
Dauzat, La géographie linguistique, París, 1922, pág. 123) .
200 el o f ic io d e so c ió l o g o

O límpicos, de juegos matemáticos, de juegos de palabras, etc.? ¿No


aprendimos, por consiguiente, a ampliar in defin idamen te el ámbito de
los juegos? Nuestro concepto «juego» parece ilimitado [ 31-3] .12
El remedio: restituir a las palabras y las frases su propio ámbito, es decir
el de las situaciones en las que se las utiliza [ 48, 155] . Posología: en caso
de crisis filosófica, detectar las palabras críticas y preguntarse: «¿En qué
circunstan cia las pron un ciamos?» [ 48, 61, 188; II, 19] .
2º El den omin ador común . Los en fermos se defien den : preten den
defin ir, en toda circun stan cia, lo que es común a todo juego; quisieran
con templar la esencia del Arte en la que comulgan todas las artes. Y en-
ton ces atacan: para que apliquemos un n ombre común , como «juego»
o «arte», a diferen tes actividades, es preciso que esas actividades ten gan
un denominador común.
¿Esto quiere decir que para h ablar en fran cés de vol el vuelo [ vol] de
un aviador debe ten er algo en común con el robo [ vol] de un malhechor?
Nuestros antepasados cazadores pasaron de un robo [vol] a otro por in-
termedio de an imales voladores [ volátiles] y ladrones [ voleurs] de la
caza. Nosotros pasamos gradualmente de un modo de empleo de la pala-
bra «oficina» a otro, sin pensar en una Idea de Oficina de la que parti-
ciparían un a bayeta, un mueble, un local, un a sociedad y un estableci-
mien to público.* La semasiología de las transiciones graduales disipa el
misterio de las Ideas demasiado gen erales [ II, 17] .
Por consiguiente, el remedio es: No digan: «Deben tener algo en común»
todas las sustancias, cualidades o acciones que designa una misma pala-
bra; más bien observen y vean si tienen algo en común. Observen el funciona-
miento de la palabra «ocupación » y vean si la «ocupación de un obrero»
tiene algo en común con la «ocupación de un lugar». Si un golpe es
«seco» como un terreno y un terreno «seco» como el champagne.13 Si la
vida del verbo «tomar» es tan uniforme como la del verbo «roturar».

12 Véase M. Ch astain g, «Jouer n ’est pas jouer», J. Psy., 1959.


* Todos estos usos correspon den o correspon dieron a la palabra «bureau». [ N.
del T.]
13 Véase R. Wells, «Mean in g an d use», Word, agosto de 1951, pág. 24. En este
n úmero de Word la filosofía de Wittgen stein con fluye con la lingüística
estructural ( véase S. Ullman n , «Th e con cept of meanin g in linguistics»,
Archivium Ling., 1956, págs. 18-20) . Pero con fluen cia n o es in fluen cia.
¿Wittgen stein h a recibido la in fluen cia de los lin güistas? ¿H a influido él
sobre la lin güística?
l a r u pt u r a 201

Apren dan a con ocer, median te ejemplos, cómo trabajan las palabras
[ 31-2, 51, 109] . Tomen , even tualmen te, algun as dosis de ejemplos en
tratados de semántica. .
3º La dieta parcial [ 155] .14 Sin duda, h ay filósofos que se abstienen de
alimentar sus especulaciones por medio de ejemplos; pero otros sólo ali-
mentan sus pensamientos con una especie de ejemplos. Estos últimos filósofos
terminan por olvidar la existencia de especies diferentes. Universalizan,
por tanto, man eras particulares de h ablar: de «algunos» h acen «todos»;
de un a parte, la totalidad [ 3, 13, 18, 37, 110, 155] . O bsérven los: meta-
físicos que sustituyen «semejan te» por «idéntico», aunque estos dos tér-
minos sólo sean ocasionalmente sinónimos [ 91] , o psicólogos que supo-
n en que un motivo es el motivo [ II, 19] . A men udo filósofos del lenguaje,
tien en la costumbre de tratar a todas las palabras como nombres y a to-
dos los n ombres como n ombres propios [ 18-20; I, 9] .
El remedio: la especificación explícita. Formulen las condicion es es-
peciales en las que las palabras X tien en un a sign ificación Y, limitando
así expresamente esa significación con condiciones ejemplificatorias. «En
ese caso [ …] .» «En esos casos [ …] .» A veces bastará decir: «En un gran
n úmero de casos [ …] ».
Para preparar este remedio, completen la fórmula ya prescrita: «¿En
qué circun stan cias decimos que…?» con la pregun ta: «¿No h ay cir-
cunstancias en las que h ablamos de manera distin ta?». Si, por ejemplo,
se sienten in clin ados a con siderar que los juegos son competicion es,
n o sólo deben pregun tar: «¿Qué juegos?», sin o también : «¿Existen jue-
gos sin competidores? ¿Cuáles?» Con estas pregun tas apren derán a
comparar los diversos modos de empleo de la palabra «juego» [ 3, 20,
30, 32, 50] .
4º «El error de categoría».15 Como los filósofos n o tien en la práctica
de comparar los campos semán ticos de sus vocablos, cometen el error
de confundir esos campos [ 24, 13] . Su lenguaje se parece entonces a un
ten is en el que se buscaran los «objetivos» del fútbol, a un rin g en el
que combatieran boxeadores de diferen tes categorías [ 231] . ¿Imitarán
a esos humoristas para los cuales el «error de categoría» es una ley? No.
Ellos no proponen como bromas sus bromas gramaticales [ 47] . Con mu-

14 Einseitige Diät.
15 Véase G. Ryle, The Concept of Mind, Cambridge, 1951, págs. 16-18 [ h ay ed.
en esp.] .
202 el o f ic io d e so c ió l o g o

cha seriedad h acen de la psicología otra física [ 151] , o del pen samien to
otra palabra [ 217] , dicen que la señ orita Duran d tien e un «yo» así
como tien e cabellos rubios16 o que el espíritu tien e opin ion es como las
tien e el señ or Martín [ 151] , y asimilan las razones del soñ ar a las causas
del sueño [ II, 20-I] , n uestro len guaje a un a len gua lógica [ 46] o la sig-
n ificación de la palabra a la palabra misma [ 49] . Con mucha seriedad
toman por proposicion es empíricas maneras figuradas de hablar
[ 100-I] y, por expresion es corrien tes, metáforas en las que las palabras
pasan de su campo semántico a un campo distinto [ I, 5, 295] .
El remedio: algun os ejercicios de «con mutación ».17 Practiquen este
tipo de pregun tas: «En las circun stan cias en que digo A, ¿puedo con -
mutar A por B? ¿Puedo decir ya sea A o B, ya sea A y B?». Pregun ten ,
por ejemplo: «¿Puedo decir «¿sufro?» como digo «¿amo?» y «siento du-
ran te algun os segun dos un a violen ta aflicción » como «siento duran te
algun os segun dos un violento dolor» ?» Y de esta man era ya n o cede-
rán a la ten tación de in troducir el amor y la aflicción en la categoría de
las sensaciones en las que ponen el dolor y hasta el sufrimien to [ 61, 154,
174] . Pregun ten : «¿Puedo decir que h ablo con palabras y frases?18 ¿O
que un jugador de ajedrez utiliza piezas y gambitos?». Y ya n o se sen ti-
rán in clin ados a pon er a los n ombres en el mismo nivel que las proposi-
cion es [ 24] .
Apren dan , pues, median te pregun tas en las que emplean una frase en
contraste con otras, un vocablo en oposición a otros [ 9, 90] , a reconocer
a la vez las diferencias semánticas que establece sistemáticamente el len-
guaje habitual y los errores de los filósofos que violan el «sistema de di-
ferencias»19 de su len gua.
Este remedio, como los anteriores, deriva así de un psicoanálisis cuyo
reglamen to es el siguien te: para que los filósofos se curen , h acerlos

16 J. E. Th ompson , «Th e argumen t from an alogy an d our kn owledge of oth er


min ds», Mind, 1951, pág. 343.
17 Vocablo caro a los «glosemáticos». Justificado por la vigésima nota en la
que, como ellos, Wittgen stein con sidera a la palabra la «un idad de con -
mutación » más pequeña que puede ten er un valor de frase ( 8, 9) , y por la
n ota 558, en la que Wittgen stein emplea el famoso «substitution test» para
iden tificar el sen tido de un a palabra ( véase L. H jelmslev, Prolegomena to a
study of language, In diana, 1953, pág. 66) .
18 Véase G. Ryle, «O rdin ary lan guage», Phi. Rev., 1953.
19 Fórmula de Saussure.
l a r u pt u r a 203

conscientes de sus excentricidades verbales;20 para hacerlos conscientes


de esas excen tricidades, recordarles el lenguaje corrien te, que, por ser
corrien te, pasa in advertido [ 43-9] . Llamarlos [ 50] al orden lin güístico,
mediante un a clara exposición de n uestras man eras de h ablar [ 6, 51,
133, 167] . El terapeuta, que, como Descartes, ama el orden y la clari-
dad,21 como Sócrates, n o en señ a n ada: expon en te del len guaje coti-
dian o, nunca propon e más que trivialidades [ 42, 47, 50; II, 27] .22

MAXIME CHASTAING

«Wittgen stein et les problèmes de la conn aissance d’autrui»

20 Los problemas filosóficos nacen cuando el lenguaje se emancipa [ 19] .


21 Ya Malebran ch e practicaba el método wittgein steinian o ( Recherche de la
vérité, VI, 2, 7) .
22 Sie stellt nur fest, was Jeder ihr zugibt [ 156] , dice Wittgen stein de su filosofía.
l o s e sq u e ma s me t a f ó r ic o s e n bio l o g ía

Los esquemas comun es –imágen es o an alogías– tien en el po-


der de obstaculizar, por la compren sión global e inmediata
que suscitan, el desarrollo del con ocimien to científico de los
fen ómen os. Para liberar las virtudes h eurísticas de n ocion es
como «célula» o «tejido», fue preciso que el pensamiento bio-
lógico lograra n eutralizar las con notacion es afectivas o socia-
les que esas palabras con servaban de su uso corrien te. Muy a
men udo, como en el caso de H arvey, que debió rech azar la
imagen de la «irrigación» para poder formular la hipótesis de
la circulación de la san gre, h ay que saber romper radical-
men te con un sistema de imágen es que impide la formula-
ción de un a teoría coh eren te. Más gen eralmen te, recurrir a
una analogía, aunque no sea absolutamente adecuada, puede
permitir que se adviertan las ambigüedades de una an alogía
men os adecuada, siempre que se lo h aga con el con trol de
un a in ten ción teórica: la metáfora del organ ismo con cebido
como una sociedad permitió que la biología rompiera con la
represen tación tecn ológica del cuerpo; pero esta analogía
fue a su vez rectificada por el desarrollo de la teoría bioló-
gica.

16. g . ca n g u il h e m

Con la célula, estamos an te un objeto biológico cuya sobredetermi-


n ación afectiva es in discutible y considerable. El psicoan álisis del con o-
l a r u pt u r a 205

cimiento ya cuenta con afortun ados resultados que le permiten aspirar


a la dign idad de un gén ero al que se puede aportar, aunque sin in ten-
ción sistemática, algun as con tribuciones. Cada un o en con trará en sus
recuerdos de las lecciones de h istoria natural la imagen de la estructura
celular de los seres vivos. Esta imagen tien e un a con stan cia casi can ó-
n ica. La represen tación esquemática de un epitelio es la imagen de un
pastelillo de miel. Célula es un a palabra que n o n os h ace pen sar en el
mon je o en el prision ero, sino que nos evoca la abeja.* Haeckel h a he-
ch o n otar que las celdillas de cera llen as de miel con stituyen un a ré-
plica completa de las células vegetales llen as de jugo celular. No obs-
tan te, n o creemos que esta correspon den cia in tegral explique la
in fluencia que tien e sobre el pen samien to la n oción de célula. Quién
sabe si, al adoptar conscientemen te el términ o célula de la colmen a de
las abejas para designar el elemen to del organismo vivo, el espíritu h u-
man o n o h a adoptado también , in conscien temen te, la n oción de tra-
bajo cooperativo cuyo producto es el panal de miel. Así como el alvéolo
es el elemento de un edificio, las abejas son, según la expresión de Mae-
terlinck, in dividuos enteramen te absorbidos por la república. En reali-
dad, la célula es una noción anatómica y funcional a la vez, la noción de
un material elemental y de un trabajo in dividual, parcial y subordinado.
Lo cierto es que h ay valores afectivos y sociales de cooperación y de aso-
ciación que se ciern en de cerca o de lejos sobre el desarrollo de la teo-
ría celular. [ …]
El términ o tejido merece algun as con sideracion es. Como se sabe,
tissu [ tejido] viene de tistre, forma arcaica del verbo tisser [ tejer] . Vimos
que el vocablo célula estaba recargado de significacion es implícitas de
orden afectivo y social; el vocablo tejido no está men os cargado de im-
plicaciones extrateóricas. Célula n os hace pen sar en la abeja y n o en el
h ombre. Tejido n os h ace pen sar en el h ombre y n o en la arañ a. El te-
jido es, por excelen cia, obra h uman a. La célula, provista de su forma
h exagon al can ón ica, es la imagen de un todo cerrado sobre sí mismo.
Pero el tejido es la imagen de un a con tinuidad en la que toda in terrup-
ción es arbitraria, en la que el producto deriva de una actividad siempre
abierta a un a con tin uación. Se lo puede delimitar aquí o allá, según las
necesidades. Además, una célula es algo frágil, que está h echo para que

* Célula, celdilla y celda se dicen igual en fran cés: cellule. [ N. del T.]
206 el o f ic io d e so c ió l o g o

lo admiremos, para ser mirado sin tocar so pen a de destrucción . En


cambio se debe tocar, palpar, estrujar un tejido para apreciar su trama,
su suavidad, su delicadeza. Se pliega, se despliega un tejido, se lo desen -
rolla en on das superpuestas sobre el mostrador. [ …]
La san gre, la savia, fluyen como el agua. El agua can alizada irriga el
suelo; también la san gre y la savia deben irrigar. Fue Aristóteles quien
asimiló la distribución de la san gre a partir del corazón y la irrigación
de un jardín por medio de canales. Y Galeno no pensaba de otro modo.
Pero irrigar el suelo es, fin almen te, perderse en el suelo. Y éste es exac-
tamen te el prin cipal obstáculo para la compren sión de la circulación .
Se h on ra a H arvey por haber h ech o la experien cia de la ligadura de las
ven as del brazo, cuya h in chazón debajo del pun to de contracción es
un a de las pruebas experimen tales de la circulación. Ah ora bien , esta
experiencia ya había sido hecha en 1603 por Fabricio de Aquapendente
–y es muy posible que todavía se remon te más lejos–, quien estableció
como conclusión el papel regulador de las válvulas de las venas, aun que
pensaba que la función de éstas era impedir que la sangre se acumulara
en los miembros y las partes inclin adas. Lo que Har vey añadió a la suma
de comprobacion es hech as an tes que él es este h echo a la vez simple y
decisivo: en un a h ora, el ven trículo izquierdo en vía al cuerpo, por la
aorta, un peso de san gre que es el triple del peso del cuerpo. ¿De
dón de vien e y adón de puede ir tanta san gre? Y por lo demás, si se abre
un a arteria, el organ ismo se desangra por completo. Así n ace la idea de
un posible circuito cerrado. «Me h e pregun tado –dice H arvey– si todo
no se explicará por un movimien to circular de la sangre.» Fue en tonces
cuan do, repitien do la experien cia de la ligadura, Har vey logra dar un
sen tido coh eren te a todas las observacion es y experien cias. Se ve así
cómo el descubrimien to de la circulación de la san gre consiste, an te
todo, y quizás esencialmente, en postular un con cepto destinado a «dar
coh eren cia» a observacion es precisas h ech as sobre el organismo en di-
versos pun tos y en diferen tes momen tos para suplan tar a otro con -
cepto, el de irrigación , directamente importado a la biología del campo
de la técn ica h uman a. La realidad del con cepto biológico presupon e el
aban don o de la comodidad del con cepto técnico de irrigación.

GEORGES CANGUILH EM

La Connaissance de la vie
l a r u pt u r a 207

***

Es la fisiología la que da la clave de la totalización orgán ica, clave que


n o h abía podido sumin istrar la an atomía. Los órgan os, los sistemas de
un organ ismo altamente diferen ciado n o existen para sí mismos, ni los
un os para los otros en cuanto órganos o sistemas; existen para las célu-
las, para los in n umerables radicales an atómicos, creán doles el medio
interno, de composición constan te por compensación de desviaciones,
que les es necesario. De manera que su asociación, o sea su relación de
tipo social, sumin istra a los elemen tos el medio colectivo de vivir un a
vida separada: «Si se pudiera realizar a cada in stan te un medio idéntico
a aquel que la acción de las partes contiguas crea con tin uamente a un
organismo elemen tal dado, éste viviría en libertad exactamente como en so-
ciedad.» La parte depende de un todo que sólo se ha con stituido para su
man tenimien to. Llevan do a la escala de la célula el estudio de todas las
funciones, la fisiología general explica el hecho de que la estructura del
organismo total esté subordin ada a las funciones de la parte. Hech o de
células, el organ ismo está hecho para las células, para partes que son en
sí mismas conjuntos de menor complicación .
La utilización de un modelo econ ómico y político sumin istró a los
biólogos del siglo XIX el medio de compren der lo que la utilización de
un modelo tecn ológico n o h abía con seguido an tes. La relación de las
partes con el todo es un a relación de integración –este último con cepto
se afirmó en fisiología n erviosa– cuyo fin es la parte, pues la parte ya n o
es un a pieza o un in strumen to, sin o un individuo. En el período en el
que lo que más adelan te sería muy positivamen te la teoría celular de-
pen día tan to de la especulación filosófica como de la exploración mi-
croscópica, el términ o mónada fue utilizado a men udo para designar el
elemento an atómico, an tes que se prefiriera gen eral y defin itivamen te
el términ o célula. Con el n ombre de món ada, en particular, Auguste
Comte rech azó la teoría celular. La influencia in directa, pero real, de la
filosofía leibn izian a sobre los primeros filósofos y biólogos román ticos
que meditaron sobre la teoría celular, n os autoriza a decir de la célula
lo que Leibniz dijo de la món ada, o sea que es pars totalis. No es un in s-
trumento, un útil, sin o un in dividuo, un sujeto de fun cion es. El tér-
min o armon ía vuelve frecuen temen te a la pluma de Claude Bern ard
para dar una idea de lo que entien de por totalidad orgánica. No es di-
fícil recon ocer allí un eco debilitado del discurso leibn izian o. De este
208 el o f ic io d e so c ió l o g o

modo, con el reconocimiento de la forma celular como elemen to mor-


fológico de todo cuerpo organ izado, el concepto de organ ización cam-
bia de sen tido. El todo ya n o es el resultado de un ajuste de órganos; es
un a totalización de in dividuos. En el siglo XIX, paralela y simultán ea-
men te, el término «parte» pierde su sentido aritmético tradicional, de-
bido a la con stitución de la teoría de los con juntos, y su sentido an ató-
mico tradicional, debido a la con stitución de la teoría celular.
Un os treinta añ os después de la muerte de Claude Bern ard la técnica
del cultivo in vitro de células trasplantadas, per feccion ada por A. Carrel
en 1910, pero in ventada por J. Jolly en 1903, ¿sumin istró la prueba ex-
perimental de que el organ ismo está con struido como una sociedad de
tipo liberal –pues Claude Bernard toma como modelo la sociedad de su
tiempo– en la que las con dicion es de vida in dividual son respetadas y
podrían ser prolon gadas fuera de la asociación , siempre que se las pro-
vea artificialmente de un medio apropiado? De h echo, para que el ele-
mento en libertad, es decir liberado de las in h ibicion es y los estímulos
que sufre por estar in tegrado al todo, viva en libertad como en socie-
dad, es preciso que el medio que se le sumin istra en vejezca paralela-
men te a él mismo, lo que implica h acer que la vida elemental sea late-
ral respecto al todo cuyo equivalen te está con stituido por el medio
artificial; lateral y no independien te. Además, la vida en libertad impide
el retorn o al estado de sociedad, lo que es un a prueba de que la parte
liberada h a perdido irreversiblemen te su carácter de parte. Como lo h a
h ech o n otar Etien n e Wolff: «Nun ca la asociación de células previa-
men te disociadas ha conducido a la reconstitución de la un idad estruc-
tural. La síntesis nunca siguió al análisis. Por un uso ilógico del lenguaje
se da a men udo el nombre de cultivos de tejidos a proliferaciones celula-
res anárquicas que n o respetan ni la estructura ni la coh esión del tejido
del que provien en ». Es decir que un elemento orgánico sólo puede re-
cibir el n ombre de elemen to en estado no separado. En este sentido es
válida la fórmula h egelian a según la cual el todo realiza la relación de
las partes entre sí como partes, de modo que fuera del todo no hay par-
tes.
Es decir que en este pun to la embriología y la citología expe-
rimentales han rectificado el con cepto de la estructura orgán ica dema-
siado estrech amen te asociado por C. Bern ard a un modelo social que
n o era quizás, en defin itiva, más que una metáfora. Reaccionando con -
tra el uso de los modelos mecán icos en fisiología, Claude Bern ard escri-
l a r u pt u r a 209

bió un día: «La laringe es un a larin ge y el cristalin o un cristalino, o sea


que sus con dicion es mecán icas o físicas no se realizan en ninguna parte
fuera del organ ismo vivo». Con los modelos sociales en biología sucede
como con los modelos mecán icos. Si el con cepto de totalidad regula-
dora del desarrollo y del funcion amiento orgánico siguió sien do, desde
la época en que, precursoramen te, C. Bern ard verificó su eficacia
experimen tal, un con cepto in variante, por lo menos formalmente, del
pen samien to biológico, h ay que reconocer sin embargo que su suerte
ya no está ligada con la del modelo social que, en prin cipio, lo sostuvo.
El organ ismo n o es un a sociedad, aunque presen te, como un a socie-
dad, un a estructura de organ ización . La organ ización , en el sen tido
más general, es la solución de un problema que con cierne a la conver-
sión de un a competen cia en compatibilidad. Ahora bien , para el orga-
n ismo la organización es un hech o; para la sociedad, un problema. Así
como C. Bern ard decía que «la larin ge es un a larin ge», n osotros pode-
mos decir que el modelo del organismo es el organismo mismo.

GEORGES CANGUILH EM

«Le tout et la partie dans la pensée biologique»


5. La ten tación del profetismo

e l pr o f e t ismo d e l pr o f e so r y d e l in t e l e c t ua l

Si la situación del profesor requerido por las expectativas de


un público de adolescen tes, y más an sioso de las «n otas per-
son ales» que atento a las reglas in gratas de la tarea cien tífica,
suscita particularmen te la ten tación profética y un tipo parti-
cular de profecía, el an álisis weberiano permite comprender
también , mutatis mutandis, cómo el sociólogo se h alla ex-
puesto a traicionar las exigencias de la in vestigación cada vez
que, in telectual más que sociólogo, acepta, con scien te o in-
con scien temen te, respon der a las solicitacion es de un pú-
blico intelectual que espera de la sociología respuestas totales
a problemas h uman os que perten ecen , por derech o, a todo
h ombre, especialmen te intelectual.
A la luz del an álisis de Weber hay que leer el texto de Ben-
n et M. Berger: la desilusión suscitada en tre los intelectuales
por los sociólogos que, en cerrán dose en su especialidad, se
n iegan a ser in telectuales, ilustra a contrario la in citación al
profetismo que implican las expectativas del gran público in-
telectual, an sioso de en foques de con jun to que «h agan pen -
sar», de compromisos sobre los valores últimos, de considera-
ciones sobre los «gran des problemas», o de sistematizaciones
abusiva y alusivamen te dramáticas, muy adecuadas para pro-
vocar el temblor existencial.
212 el o f ic io d e so c ió l o g o

17. m. we be r

Tal vez, un examen de con cien cia podría mostrar que es muy particu-
larmen te difícil satisfacer ese postulado [ vale decir, ren unciar a dar
«evaluacion es prácticas» en los cursos] porque sólo a regañadientes re-
nunciamos a en trar en el juego tan in teresan te de las evaluaciones, má-
xime cuan do n os dan la oportun idad de añ adir n uestra tan excitan te
«n ota personal». Todo docente podrá comprobar que la cara de los es-
tudian tes se ilumin a y sus rasgos se tensan n o bien éste comien za a «ha-
cer alarde» de su doctrin a personal, o in cluso que la can tidad de audi-
tores a su curso crece de un a man era extremadamen te ven tajosa
cuan do los estudiantes tienen la expectativa de que hable de tal modo.
Además, cualquier profesor sabe que la competen cia en la frecuen ta-
ción de los cursos h ace que la un iversidad a men udo dé la preferencia
a un profeta, por pequeñ o que sea, que llen a los anfiteatros, y descarta
al erudito, por gran de que sea, que se atiene a su materia, a men os que la
profecía se aleje en exceso de las evaluaciones que usualmente son con-
sideradas n ormales desde el pun to de vista de las con venciones o de la
política. [ …]
Sea como fuere, es una situación sin precedentes ver a muchos profe-
tas acreditados por el Estado que, en vez de predicar su doctrin a en la
calle, en las iglesias y otros sitios públicos, o bien en privado, en grupús-
culos de creyentes escogidos person almente y que se recon ocen como
tales, se arrogan el derecho a despachar desde lo alto de una cátedra, en
«nombre de la ciencia», veredictos decisivos sobre cuestiones atinentes a
la concepción del mundo, aprovechando que, por un privilegio del Es-
tado, la sala del curso le garan tiza un silencio supuestamente objetivo,
incontrolable, que los pone cuidadosamente a resguardo de la discusión
y como con secuen cia de la con tradicción . Hay un viejo prin cipio, del
que Schmoller un día se convirtió en el ardiente defensor, que exige que
lo que ocurre en un curso debe escapar a la discusión pública. Aunque
sea posible que esta manera de ver traiga aparejado incidentalmente al-
gunos inconvenientes, en apariencia se admite, y en lo personal yo com-
parto esa opinión, que el «curso» [ 479] debería ser otra cosa que un «dis-
curso», y que la severidad imparcial, la objetividad y la lucidez de un a
lección profesoral sólo podrían resentirse, desde el punto de vista peda-
gógico, por la intervención de la publicidad, por ejemplo del género pe-
riodístico. En todo caso, pareciera que el privilegio de la ausencia de
l a r u pt u r a 213

control no puede convenir sino en el ámbito exclusivo de la pura califi-


cación del profesor como especialista. Sin embargo, no hay ninguna cali-
ficación de especialista en profecías person ales, y por consiguien te ese
privilegio, en este caso, pierde su razón de ser. Pero, ante todo, la ausen-
cia de con trol n o debe servir para explotar la condición del estudiante
que, a causa de su porvenir, está forzado a frecuen tar ciertos estableci-
mientos escolares y seguir las lecciones de los profesores que allí en se-
ñ an , para tratar de in culcarle, al abrigo de toda contradicción , además
de los elementos que necesita para su carrera ( atención y formación de
sus dotes de inteligencia y de su pensamiento, y también adquisición de
con ocimientos) , una supuesta «con cepción del mun do» person al del
profesor, que ciertamente en ocasion es es muy interesan te ( pero a me-
nudo también per fectamente insubstancial) .
Al igual que cualquiera, el profesor dispon e de otros medios para
propagar sus ideales prácticos, y si n o los posee, puede procurárselos
con facilidad, en las formas apropiadas, si lealmente quiere tomarse el
trabajo de h acerlo, así como la experien cia lo in dica. Pero el profesor
en cuanto profesor n o debería tener la preten sión de querer llevar en su
cartuchera el bastón de mariscal del hombre de Estado ( o de reforma-
dor cultural) , como ocurre cuan do aprovech a su cátedra, a resguardo
de cualquier tormenta, para expresar sus sentimientos de político ( o de
política cultural) . Puede ( y debe) hacer lo que su Dios o demonio le or-
dene, por las vías de la prensa, de las reun iones públicas, de las asocia-
ciones o del en sayo literario, en suma en una forma que sea también ac-
cesible a cualquier otro ciudadano.

MAX WEBER

Essais sur la théorie de la science

18. b. m. be r g e r

La mayoría de las críticas que se les h acen a los sociólogos están in spira-
das en la idea de que la fun ción esencial de los intelectuales, en la tra-
dición occiden tal, consiste en comentar e interpretar la significación de
la experien cia contemporán ea. [ …]
214 el o f ic io d e so c ió l o g o

Si la imagen con temporánea del in telectual es, esencialmente, la de


un h ombre de letras, n o es porque la calidad estética de las n ovelas,
de las obras de teatro, de los en sayos o de la crítica literaria califique a
sus autores como in telectuales, sin o porque, al escribir esas obras, un o
se presen ta como comen tador de la cultura de la época y como in tér-
prete de la experiencia con temporán ea. [ …]
Los h ombres de letras han monopolizado el papel de intelectual por-
que (a) están liberados por completo de las exigen cias que impon e la
especialización técn ica; (b) son libres ( den tro de los límites de su posi-
ción de hombres de letras) de emitir juicios de valor gen erales e intran -
sigen tes; (c) están totalmen te eximidos de las coercion es que impon e
un a in stitución .

espec ia l izac ió n
Los in telectuales son críticos, liberales o con servadores, radicales o
reaccion arios, de la vida de la época. Su competen cia es ilimitada;
abarca n ada men os que el con jun to de la vida cultural de un pueblo.
[ …] Para quien estudia las human idades, y particularmen te la h istoria
literaria, ser especialista es ten er un a competen cia particular a propó-
sito de un período histórico dado y a propósito de los personajes impor-
tan tes asociados a este período: el doctor Joh n son an te la literatura in -
glesa del siglo XVIII, la sign ificación de Gide en la literatura fran cesa del
siglo XX, el prín cipe Mettern ich y la h istoria de Europa después de
1815; Kant, Hegel y el idealismo alemán entre 1750 y 1820. Ser especia-
lista en tales temas n o es obstáculo para desempeñ ar el papel de in te-
lectual, ya que la tradición de los estudios h uman ísticos orien ta h acia
los enfoques de conjun to y estimula a discutir e interpretar el marco so-
cial, cultural, in telectual, espiritual de aquel campo del que declara ser
«con ocedor». Las humanidades –y particularmente la historia de la lite-
ratura– ofrecen así a los intelectuales un estatus profesional que n o
puede impedirles que desempeñen su fun ción de in telectuales. [ …]

ju ic io s d e va l o r
En sus comen tarios de la cultura con temporán ea, en sus in terpre-
tacion es de la experien cia con temporán ea, los in telectuales n o están
excesivamen te sometidos a la obligación del «desapego» y de la «obje-
l a r u pt u r a 215

tividad». A diferencia del sociólogo, sometido a la regla de un a estricta


separación en tre los h ech os y los valores, del in telectual se espera que
juzgue y valore, que elogie y condene, que trate de conquistar a la gente
para su punto de vista y que defienda su posición contra sus adversarios.
Esta fun ción, que adopta la forma de la polémica en los libres deba-
tes en tre in telectuales, se realiza, en los medios un iversitarios, a través
de la oposición en tre «corrien tes de pen samien to» divergen tes. Mien -
tras que en sociología la existen cia de corrien tes de pen samien to des-
con cierta a todos, porque pon e de manifiesto la insuficien cia de los co-
n ocimien tos ( en el campo cien tífico, las con jeturas sólo se admiten a
propósito de temas en los que no se cuenta con hechos bien estableci-
dos) , en el terren o de las h uman idades se admite y se espera que exis-
tan corrientes de pen samiento divergentes porque según las n ormas de
estas disciplin as deben emitirse juicios de valor, desarrollar pun tos de
vista personales y propon er in terpretaciones divergentes.

l iber t a d d e l a s impo sic io n es in st it u c io n a l es


Los hombres de letras han sabido, más que los miembros de otras profe-
siones intelectuales, resistir el movimiento de burocratización de la vida
intelectual, gracias a que en los Estados Unidos existe un gran mercado
para la literatura de ficción y gracias a las posibilidades de ven der co-
mentarios y artículos críticos a revistas de mediano o de gran porte. [ …]
Los escritores in depen dientes que pueden subsistir sin depender del
salario asegurado por una un iversidad u otra gran organ ización tien en
garan tizada la mayor libertad en la crítica de la vida de la época. No
cuentan con esas posibilidades los sociólogos en cuanto tales. Por lo de-
más, la in vestigación sociológica importan te se realiza, cada vez más,
dentro de equipos, mien tras que la in vestigación en h istoria literaria o
en el campo de las h uman idades todavía está, en gran medida, a cargo
de investigadores que trabajan in dividualmente. Es evidente que el tra-
bajo colectivo impon e límites a los comen tarios y las in terpretacion es
personales de los autores, mientras que el investigador individual, espe-
cialista en las disciplin as h uman ísticas, que sólo es respon sable an te sí
mismo, está liberado de las limitacion es impuestas por la in vestigación
colectiva.
[ …] Aunque la sociología se haya atribuido un a especie de derech o
de experticia en lo referente a la sociedad y la cultura, las tradiciones de
216 el o f ic io d e so c ió l o g o

la ciencia ( estricta especialización, objetividad, investigación en equipo)


se oponen a que los sociólogos desempeñ en el papel de intelectuales.
[ …] Cuando el sociólogo preten de con ocer como especialista la situa-
ción de sus con temporáneos, se pien sa que lo que está afirman do, en
realidad, es que conoce mejor que el intelectual la situación correspon-
diente. Por ese solo hecho, esa pretensión implícita se presenta a los in-
telectuales como un n uevo objeto al que dirigir la crítica, lo que h arán
más gustosamente en la medida en que esa afirmación parece impugnar
su derecho a ocupar la posición que ocupan como intelectuales.
[ Incluso los intelectuales favorables a la sociología esperan que los so-
ciólogos «se con sagren a los gran des problemas». A esta expectativa se
oponen los imperativos del trabajo científico y las exigencias de las in s-
titucion es de in vestigación . «Pues exh ortar al sociólogo, como h ace el
intelectual, a “con sagrarse a los grandes problemas” es, en realidad, pe-
dirle que n o sea un cien tífico, sino un humanista, un in telectual.»]
La acogida, si no completamen te favorable, al men os llena de con si-
deración, que los intelectuales brin daron a los trabajos de Riesman y de
Mills ( los menos abarrotados de tecnicismos científicos) y su total hosti-
lidad a trabajos como The American Soldier, plagado de metodología
científica, refuerzan este estímulo implícito.
[ El autor observa en otro lugar de su texto que «con la publicación
de La muchedumbre solitaria y la acogida que tuvo, David Riesman se des-
embarazó, ante la comunidad intelectual, de la condición de sociólogo,
con virtién dose por ello en un in telectual».]
Otra causa de hostilidad hacia la sociología es que, como toda ciencia,
se percibe que la sociología «desencanta» el mundo, mientras que la tra-
dición del humanismo y del arte «se basa en la idea de que el mundo
está “encantado” y de que el hombre es el misterio de los misterios».
Los intelectuales que viven en esta tradición creen, al parecer, que la
realización de los fines que se propon en las ciencias sociales implica ne-
cesariamen te que los poderes de creación del h ombre serán objeto de
explicacion es reductoras, que se n egará su libertad, se mecan izará su
«n aturaleza», y se reducirá a fórmulas todo lo que en él h ay de «mila-
groso»; que «el in dividuo cuya in finitud es conmovedora» ( para h ablar
como Cummin gs) 1 será rebajado a la con dición de un «producto so-

1 E. E. Cummin gs, Six Non-Lectures, Cambridge, H arvard Un iversity Press,


1955, págs. 110-111.
l a r u pt u r a 217

cial» limitado y determin ado en el que cada misterio, cada cualidad


trascenden te puede ser, si n o precisamente den omin ada, al men os for-
mulada en los términos de un a teoría sociológica cualquiera. No puede
sorprender que un a visión tan in quietan te suscite la doble con vicción
de que una ciencia de la sociedad es a la vez imposible y nociva.

BENNET M. BERGER

«Sociology an d the In tellectuals: An An alysis of a Stereotype»


6. Teoría y tradición teórica

r a zó n a r q u it e c t ó n ica y r a zó n po l é mica

La teoría científica progresa por rectificacion es, es decir por


la in tegración de las críticas que tien den a destruir la imagi-
n ería de los primeros comien zos. Decir que el con ocimien to
coh erente es producto de la razón polémica y n o de la razón
arquitectón ica es recordar que n o se puede prescin dir del
trabajo de crítica y de sín tesis dialéctica sin caer en las falsas
con ciliaciones de las sín tesis tradicion ales.

19. g . ba c h e l a r d

Pero tratemos de en contrar principios de coheren cia en la actividad de


la filosofía del n o.
Nadie compren dió mejor que Eddin gton el valor de las recti-
ficaciones sucesivas de los diversos esquemas atómicos. Tras h aber evo-
cado el esquema propuesto por Boh r, quien asimilaba el sistema ató-
mico a un sistema plan etario en min iatura, Eddin gton advierte que n o
se debe tomar demasiado literalmen te esta descripción :1 «Las órbitas
difícilmen te pueden referirse a un movimiento real en el espacio, pues
gen eralmente se admite que la n oción habitual de espacio deja de apli-
carse den tro del átomo; y en n uestros días n adie tien e el men or deseo
de insistir en el carácter de instantaneidad o de discon tinuidad que im-
plica la palabra salto. Asimismo se verifica que n o se puede localizar el

1 Eddin gton , Nouveaux sentiers de la science, trad. fr., pág. 337. [ H ay ed. en
esp.]
220 el o f ic io d e so c ió l o g o

electrón de la man era que implicaría esa imagen . En resumidas cuen -


tas, el físico diseñ a un esmerado plan o del átomo y luego el juego de su
espíritu crítico lo con duce a suprimir, un o tras otro, cada detalle. ¡Lo
que subsiste es el átomo de la física modern a!» Nosotros expresaríamos
de otro modo las mismas ideas. No creemos, en efecto, que sea posible
compren der el átomo de la física modern a sin evocar la h istoria de su
imagin ería, sin recapitular las formas realistas y las formas racion ales,
sin explicitar su per fil epistemológico. La h istoria de los diversos esque-
mas es, en este caso, un plan pedagógico in eluctable. Por cualquier
lado, lo que se quita a la imagen debe en con trarse en el concepto rec-
tificado. Diríamos, pues, de buena gana que el átomo es exactamente la
suma de las críticas a las que se sometió su primera imagen . El con oci-
mien to coh eren te n o es un producto de la razón arquitectón ica, sin o
de la razón polémica. Por sus dialécticas y sus críticas, el sobrerracion a-
lismo determina de algún modo un sobreobjeto. El sobreobjeto es el resul-
tado de un a objetivación crítica, de una objetividad que sólo retien e del
objeto aquello que h a criticado. Tal como aparece en la microfísica
contemporán ea, el átomo es el tipo mismo del sobreobjeto. En sus rela-
ciones con las imágenes, el sobreobjeto es, muy exactamente, la no-ima-
gen . Las in tuicion es son muy útiles: sirven para que las destruyamos. Al
destruir sus imágen es primeras, el pensamiento científico descubre sus
leyes orgánicas. El n oúmeno se revela dialectizando un o a uno todos los
prin cipios del fen ómen o. El esquema del átomo propuesto por Boh r
h ace un cuarto de siglo h a actuado, en este sen tido, como un a buen a
imagen : ya n o queda n ada de él. Pero h a sugerido n umerosos no, de
modo que con ser va un valor pedagógico in dispen sable en toda in icia-
ción . Afortun adamen te, esos no se h an coordin ado y con stituyen , en
verdad, la microfísica con temporánea.

GASTÓN BACH ELARD

La philosophie du non
2. La construcción del objeto

e l mé t o d o d e l a e c o n o mía po l ít ica

Al resumir, en la Introducción general de 1857, los principios de


su proceder, Marx rechaza a la vez «la ilusión de Hegel» que
con sidera a «lo real como el resultado del pen samien to que
se reabsorbe en sí mismo», y la ingen uidad de los empiristas
que toman por objeto cien tífico el objeto «real» en su totali-
dad concreta, por ejemplo la población de una sociedad real,
sin advertir que este procedimien to no hace más que asumir
las abstraccion es del sen tido común n egán dose a realizar el
trabajo de abstracción científica que implica siempre un a
problemática h istórica y socialmen te con stituida. Lo «con -
creto pen sado», que la in vestigación recon struye al términ o
de su trabajo, es distin to del «sujeto real que subsiste, tan to
an tes como después, en su autonomía fuera del espíritu».

20. k . ma r x

Cuan do con sideramos un país determin ado desde el punto de vista de


la economía política, comen zamos por su población: su distribución en
las clases, en las ciudades, el campo, los mares, las diferen tes ramas de
producción , la exportación y la importación , la producción y el con-
sumo anuales, los precios de las mercan cías, etcétera.
Aparen temen te es un buen método comen zar por lo real y lo con-
creto, la suposición verdadera; por consiguiente, en la economía, por la
población que es la base y el sujeto del acto social de la producción en
su con jun to. No obstan te, si miramos de cerca, este método es falso. La
222 el o f ic io d e so c ió l o g o

población es una abstracción si yo hago a un lado, por ejemplo, las cla-


ses de las que se compone. A su vez, estas clases son una palabra carente
de sentido si ign oro los elemen tos sobre los cuales descansan, por ejem-
plo el trabajo asalariado, el capital, etc. Éstos supon en el intercambio,
la división del trabajo, el precio, etc. Si por lo tan to comenzara por la
población , me h aría un a represen tación caótica del con junto; luego,
a través de un a determin ación más precisa, procediendo por an álisis,
desembocaría en con ceptos cada vez más simples; un a vez alcan zado
este punto habría que desan dar el camino, y desembocaría de nuevo en
la población . Esta vez, n o ten dría bajo mi mirada un mon tón caótico,
sin o un a totalidad rica en determin acion es y en relacion es complejas.
Históricamente, es el primer camin o seguido por la economía naciente.
Los econ omistas del siglo XVII, por ejemplo, siempre comienzan por el
con jun to vivo, la población , la n ación , el Estado, varios Estados, etc.;
pero siempre terminan por descubrir, mediante el análisis, cierta can ti-
dad de relaciones gen erales abstractas, que son determin antes, como la
división del trabajo, el din ero, el valor, etc. No bien esos momen tos par-
ticulares fueron más o men os fijados y abstraídos, se vieron surgir los
sistemas econ ómicos que se elevan de lo simple, como trabajo, división
del trabajo, n ecesidad, valor de cambio, h asta el Estado, el intercambio
en tre las nacion es y el mercado mundial. Este último método es a todas
luces el método científico exacto. Lo con creto es concreto, porque es la
sín tesis de numerosas determinaciones, por tan to unidad de la diversi-
dad. Por eso lo con creto aparece en el pen samien to como el proceso
de la sín tesis, como resultado, y no como punto de partida, aunque sea
el verdadero punto de partida, y como consecuencia también el pun to
de partida de la intuición y la represen tación. En el primer método, la
representación plen a es volatilizada en una determinación abstracta; en
el segun do, las determin acion es abstractas desembocan en la reproduc-
ción de lo con creto por la vía del pen samien to. Por eso H egel cayó en
la ilusión de con cebir lo real como el resultado del pen samien to que se
reabsorbe en sí, se profun diza en sí, se mueve por sí mismo, mien tras
que el método de elevarse de lo abstracto a lo con creto n o es para el
pen samien to más que la man era de apropiarse de lo con creto, de re-
producirlo como con creto pensado. Pero de nin guna man era es esto el
proceso de la gén esis de lo con creto mismo. Por ejemplo, la categoría
econ ómica más simple, digamos el valor de cambio, supon e un a pobla-
ción que produce en con dicion es determin adas y, además, cierto tipo
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 223

de familia o de comun a, o de Estado, etc. Jamás puede existir de otra


man era que en cuan to relación un ilateral, abstracta, de un con jun to
con creto, vivien te, ya dado. El valor de cambio, empero, como catego-
ría, posee una existencia an tediluviana. De tal modo, para la con cien cia
( y la conciencia filosófica así está hecha) el pensamiento que concibe es
el h ombre real, y lo real es el mun do un a vez con cebido como tal; el
movimien to de las categorías se le aparece como el verdadero acto de
producción ( el cual, por fastidioso que sea, sólo recibe impulso desde
afuera) cuyo resultado es el mun do; es exacto –pero n o es más que otra
tautología, en la medida en que la totalidad con creta como totalidad
pensada, concreto pensado, es de hecho un producto del pen samien to,
del acto de con cebir; por lo tan to en modo algun o es el pruducto del
con cepto que se en gen draría a sí mismo, que pen saría fuera y por en-
cima de la percepción y de la represen tación , sin o un producto de la
elaboración de las percepciones y de las representaciones en conceptos.
La totalidad, tal y como aparece en el espíritu como un todo pen sado,
es un producto del cerebro pen san te, que se apropia el mun do de la
ún ica man era posible, man era que difiere de la apropiación de ese
mundo en el arte, la religión, el espíritu práctico. El sujeto real subsiste,
tan to an tes como después, en su auton omía fuera del espíritu, por lo
men os en la misma medida en que el espíritu no actúa sino de manera
especulativa, teórica. Por con siguien te, también en el método teórico,
es preciso que el sujeto, la sociedad, esté constantemen te presente para
el espíritu como premisa.

KARL MARX

Introduction générale à la critique de l’économie politique


l a il u sió n po sit iv ist a d e u na c ie n c ia sin su pue st o s

Si la con cepción weberian a de la con strucción del objeto de


in vestigación se refiere a un a represen tación de la fun ción
epistemológica de los valores, que da a su teoría del con oci-
mien to de lo social un carácter y expectativas específicos, la
crítica de la ilusión según la cual el sabio podría determinar,
in depen dien temen te de todo supuesto teórico, lo que es
«esencial» y lo que es «acciden tal» en un fen ómeno, h ace re-
saltar con vigor las contradicciones metodológicas de la ima-
gen positivista del objeto científico: además de que el conoci-
mien to de las regularidades, instrumen to irreemplazable, n o
suministra por sí mismo la explicación de las configuraciones
h istóricas sin gulares con sideradas en su especificidad, la
apreh en sión de las regularidades se realiza en fun ción de
un a problemática que determin a lo «acciden tal» y lo «esen -
cial» respecto de los problemas planteados, sin que n un ca se
pueda dar un a defin ición realista de estos dos términ os.

21. m. we be r

El an álisis unilateral de la realidad cultural desde ciertos «pun tos de


vista» específicos –en este caso desde el de su condicion alidad econ ó-
mica– ante todo se justifica de man era puramen te metodológica por el
h ech o de que la educación del ojo en la observación del efecto de ca-
tegorías de causas cualitativamen te semejan tes, así como la utilización
constante del mismo aparato conceptual y metodológico, ofrecen todas
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 225

las ventajas de la división del trabajo. Este an álisis n ada tien e de «arbi-
trario» [ willkürlich] mientras el suceso hable en su favor, lo que significa
mien tras aporte un con ocimien to de relacion es que resultan preciosas
para la imputación de acontecimientos históricos con cretos. Así, la uni-
lateralidad y la irrealidad de la in terpretación meramen te econ ómica,
en suma, n o son sin o un caso especial de un prin cipio de validez muy
gen eral para el conocimien to científico de la realidad cultural. [ …]
No existe absolutamen te n in gún análisis cien tífico «objetivo» de la
vida cultural o –para emplear un a expresión cuyo sen tido es más estre-
cho, aun que, con seguridad, n o significa n ada esen cialmen te diferente
por lo que respecta a n uestro objetivo– de las «manifestacion es socia-
les», que sea independiente de los pun tos de vista especiales y un ilatera-
les, gracias a los cuales dichas man ifestacion es se dejan seleccionar, de
man era explícita o implícita, con sciente o in con scien te, para con ver-
tirse en el objeto de la in vestigación , o an alizar y organ izar con miras a
la exposición . La razón de esto h ay que buscarla en la particularidad
del objetivo del con ocimien to de toda in vestigación en las cien cias so-
ciales, en la medida que se propon en superar la mera con sideración
formal de n ormas –jurídicas o convencion ales– de la coexistencia social
[ sozialen Beieinandersein] .
La cien cia social que n os propon emos practicar es un a ciencia de la
realidad [ Wirklichkeitswissenschaft] . Nosotros tratamos de comprender la
origin alidad de la realidad de la vida que nos rodea y en cuyo seno esta-
mos ubicados, para deslin dar por un lado la estructura actual de las re-
lacion es y de la sign ificación cultural de sus diversas man ifestacion es, y
por el otro las razones que hicieron que históricamente se haya desarro-
llado en esta forma y no en otra [ ihres so-und-nicht-anders-Gewordenseins] .
Ah ora bien , en cuan to tratamos de tomar con cien cia de la man era en
que la vida se presen ta a n osotros en forma in mediata, comprobamos
que se man ifiesta «en » n osotros y «fuera» de n osotros a través de un a
diversidad absolutamen te in fin ita de coexisten cias y sucesion es de
acon tecimien tos que aparecen y desaparecen . In cluso cuando con side-
ramos aisladamen te un «objeto» sin gular –por ejemplo un acto de in -
tercambio con creto– la absoluta profusión de esta diversidad en modo
algun o dismin uye su fuerza, n o bien tratamos seriamen te de describir
de un a manera exhaustiva su singularidad en la totalidad de sus elemen-
tos in dividuales y, con mayor razón , n o bien queremos captar su condi-
cionalidad causal. Todo conocimiento reflexivo [ denkende Erkenntnis] de
226 el o f ic io d e so c ió l o g o

la realidad in fin ita por un espíritu h uman o fin ito tien e en con secuen -
cia por base el supuesto implícito siguiente: únicamen te un fragmento li-
mitado de la realidad puede con stituir cada vez el objeto de la aprehen -
sión [ Erfassung] cien tífica, y ún icamen te él es «esen cial», en el sentido
en que merece ser con ocido. ¿Según qué prin cipios se opera la selec-
ción de este fragmento? Incesan temen te se siguió creyen do que, en úl-
timo an álisis, se podría en con trar el criterio decisivo, in cluso en las
cien cias de la cultura, en la repetición legal [ gesetzgemässige] de ciertas
conexiones causales. Según esta concepción, el contenido de las «leyes»
que podemos discernir en el curso de la diversidad in fin ita de los fen ó-
men os es lo ún ico que debería ser observado como «esen cial» desde el
punto de vista científico. Por eso, en cuan to se probó por los medios de
la in ducción amplificadora h istórica que la «legalidad» de un a con e-
xión causal vale sin excepcion es, o incluso en cuanto se estableció por
la experiencia ín tima su eviden cia in mediatamen te intuitiva, se admite
que todos los casos semejantes, cualquiera que sea su número, se subor-
din an a la fórmula así en contrada. La porción de la realidad individual
que resiste cada vez a la selección de lo legal se con vierte en ton ces, o
bien en un residuo que todavía n o fue elaborado científicamente, pero
que h abrá que in tegrar al sistema de las leyes a medida que se per fec-
cion e, o bien en algo «acciden tal» que por esa razón es desdeñ able
como desprovisto de toda importan cia desde el pun to de vista cien tí-
fico, justamente porque es «ininteligible legalmente» y por eso no entra
en el «tipo» del proceso, de man era que no puede ser otra cosa que el
objeto de una «curiosidad ociosa».
En con secuen cia siempre reaparece –in cluso en tre los represen tan -
tes de la escuela h istórica– la opin ión según la cual el ideal hacia el que
tien de o podría ten der todo con ocimien to, in cluso las cien cias de la
cultura, así fuera en un porven ir alejado, con sistiría en un sistema de
proposiciones a partir de las cuales sería posible «deducir» la realidad.
Es sabido que un o de los maestros de las cien cias de la naturaleza creyó
in cluso que era posible caracterizar el objetivo ideal ( prácticamen te
irrealizable) de tal elaboración de la realidad cultural como un conoci-
miento «astron ómico» de los fenómen os de la vida. Aun que estas cues-
tiones ya h ayan sido objeto de much as discusiones, no dejaremos de to-
marn os el trabajo de volver a considerarlas, a n uestra vez. En prin cipio,
salta a la vista que el con ocimien to «astron ómico» en el que se pien sa
en este caso en modo algun o es un con ocimien to de leyes; por el con -
l a const r ucci ón del obj et o 227

trario, toma en préstamo a otrasdisciplinas, por ejemplo a la mecánica,


las «leyes» que utiliza en calidad de supuestos de su propio trabajo. En
cuanto a la astronomía, ésta se interesa en la siguiente pregunta: ¿cuál
es el efecto singular que la acción de esas leyes produce sobre una cons-
telación singular, debido a que son esas constelaciones singulares las
que, en nuestra opinión, tienen importancia?Cada una de esas constela-
ciones singulares que nos «explica» o que prevé evidentemente no se
deja explicar causalmente sino como una consecuencia de otra conste-
lación antecedente igualmente singular. Y, en la medida en que nos es
posible remontar nos en la br uma grisácea del pasado más lejano, la
realidad a la que se aplican dichasleyestambién sigue siendo singular e
igualmente refractaria a una deducción a partir de leyes. Un «estado origi-
nal» [ Urzustand] cósmico que no tuviera un carácter singular, o que lo
fuera en un grado menor que la realidad cósmica del mundo presente,
a todas luces sería un pensamiento desprovisto de sentido [ sinnloser Ge-
danke] . En nuestra disciplina, empero, un resto de representaciones
análogas, ¿no asedia las suposiciones concernientes a los «estados origi-
nales» de orden económico y social, despojados de todo «accidente»
histórico, que se infiere ora del derecho natural, ora de las obser vacio-
nes verificadas sobre los «pueblos primitivos», por ejemplo las suposi-
ciones referentes al «comunismo agrario primitivo», la «promiscuidad
sexual», etc., de las cuales procedería el desar rollo histórico singular
por una suerte de caída en lo concreto [ Sündenfall ins Konkrete] ? [ …]
Supongamos que por el canal de la psicología o por cualquier otra
vía se pueda llegar un día a analizar, según algunosfactoressimplesy úl-
timos cualesquiera, todas las conexiones causales de la coexistencia hu-
mana, tanto aquellas que ya se obser varon como esas otras que será po-
sible establecer todavía en los tiempos venideros, y que se logre
aprehenderlas exhaustivamente en una for midable casuística de con-
ceptos y de reglas con la validez rigurosa de leyes, ¿qué significaría un
resultado semejante para el conocimiento del mundo de la cultura
dado históricamente o incluso para aquel de un fenómeno particular
cualquiera, por ejemplo el del desarrollo y la significación cultural del
capitalismo? En cuanto medio del conocimiento no significa ni más ni
menosque lo que una enciclopedia de lascombinacionesde la química
orgánica significa para el conocimiento biogenético del mundo de la
fauna y la flora. Tanto en un caso como en el otro, se habrá realizado
un trabajo preparatorio ciertamente importante y útil. Pero ni en un
228 el o f ic io d e so c ió l o g o

caso n i en el otro se podría deducir jamás de esas «leyes» y «factores» la


realidad de la vida. No porque en los fen ómen os vitales subsistieran
even tuales «fuerzas» superiores y misteriosas ( como las «domin an tes»,
las «en telequias» y otras fuerzas de ese tipo) –lo que por otra parte
con stituye un problema en sí– sin o muy sencillamente porque, en el co-
nocimiento de la realidad, lo ún ico que nos importa es la constelación en
la cual esos «factores» ( h ipotéticos) se en cuen tran agrupados en un fe-
n ómen o cultural h istóricamen te significativo a n uestro modo de ver;
luego porque, si quisiéramos «explicar causalmente» ese agrupamien to
sin gular, n os veríamos obligados a remon tarn os sin cesar hacia otros
agrupamien tos igualmen te sin gulares a partir de los cuales ten dríamos
que «explicarlos», evidentemente con ayuda de esos conceptos ( h ipoté-
ticos) llamados «leyes».
El establecimien to de esas «leyes» y «factores» ( h ipotéticos) jamás
con stituiría sin o la primera de las múltiples operacion es a las que n os
con duciría el con ocimien to que nos esforzamos por alcan zar. El an áli-
sis y la exposición metódica del agrupamien to sin gular de esos «facto-
res» dados cada vez históricamen te, así como su combinación con creta,
significativa a su manera, resultante, y sobre todo el esfuerzo para tornar
in teligible [ Verständlichmachung] el fun damen to y la n aturaleza de esta
sign ificación , con stituirían la segun da operación , que sin embargo n o
es posible llevar a buen término sin la ayuda del preceden te trabajo pre-
paratorio, aun que con stituya, con relación a él, una tarea totalmen te
n ueva e in depen dien te. La tercera operación con sistiría en remon tar-
n os tan lejos como fuera posible en el pasado, para ver cómo se des-
arrollaron las diversas características sin gulares de los agrupamien tos
que son significativos para el mundo actual, y para dar de ello un a expli-
cación h istórica a partir de esas con stelacion es anteriores igualmen te
sin gulares. Por último, es posible con cebir un a cuarta operación , que
recaería en la evaluación de las con stelaciones posibles en el futuro.
Para todos estos fines, la disponibilidad de conceptos claros y el cono-
cimien to de esas «leyes» ( h ipotéticas) serían man ifiestamente de un a
gran ven taja como medios heurísticos, pero tan sólo como tales. Para
ello son incluso lisa y llan amen te in dispen sables. No obstan te, h asta re-
ducidos a tal fun ción, in mediatamen te pueden verse en un pun to deci-
sivo los límites de su alcan ce, y esta comprobación n os con duce a exa-
min ar la particularidad determin an te del método en las cien cias de la
cultura. Llamamos «cien cias de la cultura» a las disciplin as que se es-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 229

fuerzan por conocer la significación cultural de los fenómenos de la vida.


La significación de la estructura de un fen ómen o cultural y el fun da-
men to de esta significación no se dejan extraer de ningún sistema de le-
yes, por per fecto que sea, así como tampoco encuentran allí su justifica-
ción o su in teligibilidad, porque suponen la relación de los fenómenos
culturales con ideas de valor [ Beziehung auf Wertideen] . El con cepto de
cultura es un concepto de valor. La realidad empírica es para nosotros cul-
tura porque, y en la medida en que la refiramos a ideas de valor, abarca
los elemen tos de la realidad y exclusivamente esa suerte de elemen tos
que adquieren un a significación para nosotros por esa relación con los
valores. Un a ín fima parte de la realidad sin gular que se examin a cada
vez se deja colorear por nuestro in terés determin ado por esas ideas de
valor; sólo esa parte adquiere un a sign ificación para nosotros, y la tien e
porque revela relacion es que son importantes [ wichtig] como con secuen-
cia de su ligazón con ideas de valor. Precisamen te por ello, y en la me-
dida en que es así, vale la pen a con ocerla en su singularidad [individue-
lle Eigenart] . Jamás sería posible deducir de un estudio sin supuestos
[ voraussetzungslos] del dato empírico lo que adquiere un a sign ificación
para n osotros. Por el con trario, la comprobación de esta sign ificación
es el supuesto que h ace que algo se con vierta en objeto de la in vestiga-
ción . Naturalmente, lo significativo como tal no coin cide con nin guna
ley como tal, y tan to men os cuan to que la validez de la ley de marras es
más gen eral. En efecto, la sign ificación que tiene para nosotros un frag-
men to de la realidad a todas luces n o con siste en las relacion es que le
son tan comunes como sea posible con muchos otros elementos. La re-
lación de la realidad con ideas de valor que le confieren un a sign ifica-
ción , así como el procedimien to que consiste en poner de man ifiesto y
orden ar los elemen tos de lo real coloreados por esa relación desde la
perspectiva de su significación cultural, son pun tos de vista absoluta-
men te diferentes y distintos del an álisis de la realidad h ech o con miras
a descubrir sus leyes y ordenarla en conceptos generales. Estas dos espe-
cies de métodos del pensamien to que orden a lo real de n in gún modo
tien en en tre ellos relaciones lógicamente n ecesarias. En ciertas circuns-
tan cias, pueden coincidir en un caso particular, pero las consecuencias
serán de las más fun estas si esta coin ciden cia acciden tal n os en gañ a
acerca de su h eterogeneidad de principio.
La significación cultural de un fen ómen o, por ejemplo la del in ter-
cambio mon etario, puede con sistir en el h ech o de que se presen ta
230 el o f ic io d e so c ió l o g o

como un fen ómen o de masas, lo que por otra parte con stituye un o de
los elementos fundamen tales de la civilización moderna. Pero enton ces
es justamen te el h ech o h istórico que desempeñ a ese papel lo que h ay
que compren der desde el pun to de vista de su significación cultural, y lo
que hay que explicar causalmente desde el pun to de vista de su forma-
ción histórica. La in vestigación que recae sobre la esencia general del in-
tercambio y de la técnica del tráfico comercial es un trabajo preliminar,
extremadamen te importan te e in dispen sable. Sin embargo, todo eso
n o n os da todavía un a respuesta a la pregun ta: ¿cómo llegó h istórica-
men te el intercambio a la significación fun damen tal que tiene en nues-
tros días?; n i sobre todo a esa otra que n os importa en último an álisis:
¿cuál es la significación de la econ omía fin an ciera para la cultura? Por-
que es únicamen te a causa de ella como n os in teresamos en la descrip-
ción de la técnica del intercambio, así como es a causa de ella como hoy
existe una cien cia que se ocupa de esta técnica. En todo caso, n o deriva
de n ingun a de esas especies de «leyes». Los caracteres genéricos del in ter-
cambio, de la compra, etc., in teresan al jurista, pero lo que a n osotros,
econ omistas, n os importa, es el an álisis de la significación cultural de la
situación histórica que h ace que en n uestros días el intercambio sea un
fen ómen o de masas. Cuan do ten emos que explicar este h echo, cuan do
queremos compren der lo que por ejemplo diferen cia nuestra civiliza-
ción econ ómica y social de aquella de la An tigüedad, don de el in ter-
cambio presen taba exactamen te los mismos caracteres genéricos que
h oy; en suma, cuan do queremos saber en qué con siste la sign ificación
de la «econ omía fin an ciera», en ton ces se in troducen en la in vestiga-
ción un número de principios lógicos de origen radicalmente heterogé-
n eo. Emplearemos los con ceptos que la búsqueda de los elemen tos ge-
n éricos de los fen ómenos económicos de masa n os aporta como medios
de la descripción , en la medida en que implican elemen tos sign ificati-
vos para n uestra civilización. Sin embargo, cuan do h ayamos deslin -
dado, con toda la precisión posible, tales conceptos y tales leyes, no sólo
n o h abremos alcan zado todavía el objetivo de nuestro trabajo, sin o que
la cuestión referen te a lo que debe con stituir el objeto de la formación
de con ceptos genéricos no estará desprovista de supuestos, porque pre-
cisamen te fue resuelta en fun ción de la significación que algun os ele-
men tos de la diversidad in finita que llamamos «tráfico» presentan para
la civilización . Lo que tratamos de alcan zar es precisamen te el con oci-
mien to de un fen ómen o h istórico, es decir, significativo en su singulari-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 231

dad. El punto decisivo en todo esto es que la idea de un con ocimien to


de los fen ómen os singulares en gen eral carece de sentido lógico, salvo
que admitamos el supuesto de que sólo una parte finita de la multitud in-
fin ita de los fenómenos posee una significación. Aunque tuviéramos el co-
n ocimiento más completo posible de la totalidad de las «leyes» del deve-
n ir, estaríamos desamparados an te la pregun ta: ¿cómo un a explicación
causal de un h echo singular es posible en general?, tenien do en cuenta
que hasta la descripción del más pequeño fragmento de la realidad jamás
puede ser pen sado de man era exh austiva. La can tidad y la n aturaleza
de las causas que determin aron un acontecimiento singular cualquiera
siempre son infinitas, y no h ay en las cosas mismas n in gún tipo de crite-
rio que permita seleccion ar un a fracción de ellas como la ún ica que
debe ser considerada.
El ensayo de un conocimiento de la realidad desprovisto de cualquier
supuesto no desembocaría en otra cosa más que en un caos de «juicios
existenciales» [ Existenzialurteile] que recaen sobre innumerables percep-
cion es particulares. E in cluso ese resultado sólo sería posible en apa-
rien cia, pues la realidad de cada percepción particular siempre pre-
sen ta, si se la examina más de cerca, una multitud infin ita de elemen tos
singulares que n o se dejan expresar de manera exh austiva en los juicios
de percepción . Lo ún ico que pon e orden en este caos es el h ech o de
que, en cada caso, solamen te un a porción de la realidad sin gular ad-
quiere interés y significación a nuestro modo de ver, porque sólo esa por-
ción está en relación con las ideas de valor culturales con las que en cara-
mos la realidad con creta. En con secuen cia, son sólo algun os aspectos
de la diversidad siempre in fin ita de los fen ómen os sin gulares, a saber,
aquellos a los que atribuimos un a significación general para la cultura, los
que merecen ser con ocidos [ wissenswert] ; y también , solamen te ellos
son objeto de la explicación causal.

MAX WEBER

Essais sur la théorie de la science


«h a y q u e t r a t a r a l o s h e c h o s so c ia l e s c o mo c o sa s»

Protestan do con tra los errores de lectura cometidos a propó-


sito de este precepto, Durkheim demuestra que al enun ciarlo
n o preten día postular el primer principio de una filosofía so-
cial, sin o la regla metodológica que es la con dición sine qua
non de la con strucción del objeto sociológico. Ése es real-
mente el sentido de los análisis con los que trata de evitar que
el an álisis sociológico ceda a las ten tacion es de la sociología
espon tán ea, in vitan do al in vestigador a orientarse pre-
feren temen te hacia los aspectos mor fológicos o institucion a-
les, es decir a las formas más objetivadas de la vida social. Si
h ay que ten er presen te este texto, es porque desde el co-
mien zo dio lugar a lecturas que, sien do con tradictorias, eran
igualmen te in exactas y también porque, ya clásico, está ex-
puesto a que se lo mire sin leerlo.

22. é . d u r k h e im

La primera regla y la más fun damen tal es considerar los hechos sociales
como cosas. [ …]
Ysin embargo, los fenómenos sociales son cosas y deben ser tratados
como cosas. Para demostrar esta proposición , n o es preciso filosofar
acerca de su n aturaleza n i discutir las an alogías que presentan con los
fen ómen os de rein os in feriores. Es suficien te comprobar que son el
ún ico datum que se le ofrece al sociólogo. Efectivamen te, es cosa todo
lo que está dado, todo lo que se ofrece o, más bien, se impon e a la ob-
servación . Tratar los fen ómen os sociales como cosas es tratarlos en ca-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 233

lidad de data, que con stituyen el pun to de partida de la ciencia. Los fe-
n ómenos sociales presen tan in discutiblemen te este carácter. Lo que
n os es dado n o es la idea que los hombres se h acen del valor, ya
que ésta es in accesible: son los valores que se in tercambian realmen te
en el curso de las relacion es econ ómicas. No es tal o cual con cepción
del ideal moral, sin o el con jun to de reglas que determin an efectiva-
men te la con ducta. No es la idea de lo útil o de la riqueza, sin o todo el
detalle de la organ ización econ ómica. Es posible que la vida social sólo
sea el desarrollo de ciertas n ocion es; pero, supon ien do que así sea, es-
tas n ocion es n o son dadas in mediatamen te. Por lo tan to, n o se las
puede alcan zar directamente, sin o sólo a través de la realidad fenomé-
n ica que las expresa. No sabemos a priori cuáles son las ideas que están
en el origen de las diversas corrientes en tre las que se divide la vida so-
cial, ni si existen ; sólo después de haberlas remontado hasta sus fuentes
sabremos de dónde provien en .
Nos es preciso, pues, considerar los fenómenos sociales en sí mismos,
abstraídos de las represen taciones que de ellos tienen los sujetos con s-
cientes; hay que estudiarlos desde afuera como cosas exteriores; ya que
es en su realidad de tales como se n os presen tan . Si esta exterioridad es
sólo aparen te, la ilusión se disipará a medida que la cien cia avance y se
verá, digámoslo así, lo exterior volverse in terior. Pero la solución n o
puede ser prejuzgada y, aun que fin almente no tuvieron todos los carac-
teres intrín secos de la cosa, h ay que tratarlos al principio como si los tu-
vieran . Esta regla se aplica, pues, a la realidad social ín tegra, sin que
pueda realizarse ningun a excepción . Hasta los fenómenos que más pa-
rezcan con sistir en coordin acion es artificiales deben ser con siderados
desde este punto de vista. El carácter convencional de una práctica o de una
institución jamás debe ser presumido. Si, por otra parte, se nos permite invo-
car n uestra experien cia person al, creemos poder asegurar que, proce-
dien do así, a men udo se obten drá la satisfacción de ver a los h ech os
aparentemen te más arbitrarios presentar, después de un a obser vación
más aten ta, caracteres de con stan cia y de regularidad, sín tomas de su
objetividad. [ …]
Es este mismo progreso el que debe efectuar la sociología. Es n ecesa-
rio que pase del estado subjetivo, que aún no ha superado, a la fase ob-
jetiva.
Por otra parte, este pasaje puede efectuarse much o más fácilmen te
que en psicología. En efecto, los h ech os psíquicos se dan naturalmente
234 el o f ic io d e so c ió l o g o

como estados del sujeto, del que ni siquiera parecen separables. Interio-
res por defin ición , parece que sólo podría tratárselos como exteriores
violen tan do su n aturaleza. No sólo se n ecesita un esfuerzo de abstrac-
ción, sin o todo un conjunto de procedimien tos y artificios para llegar a
con siderarlos desde este punto de vista. Por el con trario, los hechos so-
ciales tien en más n atural e in mediatamen te todos los caracteres de la
cosa. El derech o existe en los códigos, los movimien tos de la vida coti-
dian a se inscriben en las cifras estadísticas, en los mon umentos h istóri-
cos, las modas en los trajes, los gustos en las obras de arte. En virtud de
su ín dole misma, tien den a con stituirse fuera de las con cien cias in di-
viduales, puesto que las dominan . Para verlos bajo su aspecto de cosas,
n o es n ecesario, pues, torturarlos in geniosamente.

ÉMILE DURKHEIM

Las reglas del método sociológico

La proposición según la cual los h ech os sociales deben ser tratados


como cosas –afirmación fun damen tal de n uestro método– es quizá la
que h a sido más discutida. Se en con tró paradójico y escandaloso que
asimiláramos las realidades de la vida social a las del mun do exterior.
Sin gular equivocación acerca del sentido y alcance de esta asimilación ,
cuyo objeto n o es rebajar las formas superiores del ser a sus formas in -
feriores, sino por el contrario, reivindicar para las primeras un grado de
realidad por lo men os igual al que todo el mun do recon oce a las segun-
das. En efecto, n o decimos que los h ech os sociales sean cosas materia-
les, sin o que son cosas, tan to como lo son las cosas materiales, aunque
de otra manera.
En efecto: ¿qué es un a cosa? La cosa se opon e a la idea como lo que
se con oce desde afuera a lo que se con oce desde aden tro. Es un a cosa
todo objeto de con ocimien to que n o sea n aturalmen te apreh en sible
por la in teligen cia, todo aquello de lo que n o podemos tener un a n o-
ción adecuada por un simple procedimiento de análisis mental, todo lo
que el espíritu sólo puede llegar a compren der a condición de salir de
sí mismo a través de observacion es y experimen taciones, pasan do pro-
gresivamente desde los caracteres más exteriores e in mediatamen te ac-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 235

cesibles h asta los men os visibles y más profun dos. Tratar como cosas a
los h echos de un cierto orden no significa clasificarlos en cierta catego-
ría de la realidad, sin o en frentarlos con cierta actitud mental. Es abor-
dar su estudio toman do por prin cipio que se los ign ora absolutamente
y que tan to sus propiedades características como las causas descon oci-
das de las que depen den n o podrían ser descubiertas aun por la más
aten ta introspección .

ÉMILE DURKHEIM

Ibid., prefacio a la segun da edición


1. Las abdicacion es del empirismo

e l v e c t o r e pist e mo l ó g ic o

In virtien do el proyecto de la filosofía clásica de las cien cias


que ten día a h acer en trar obligatoriamente el trabajo del in-
vestigador en un juego de altern ativas preformadas, Bach e-
lard impon e al filósofo la n ecesidad de «matizar su len guaje
para traducir el pen samien to con temporán eo en su fin eza y
movilidad». De esta man era, en lugar de ver en el «apacible
eclecticismo» de los sabios un ín dice de la in con cien cia filo-
sófica de la ciencia, Bachelard toma como objeto de reflexión
epistemológica la «impureza metafísica» de la actividad cien-
tífica y por este camin o rech aza la preten sión de los «metafí-
sicos in tuitivos» de superar el racionalismo cien tífico. El «ra-
cion alismo rectificado» de la cien cia testimonia que un
«racion alismo que corrigió juicios a priori, como ocurrió con
las n uevas exten sion es de la geometría, ya n o puede ser
un racionalismo cerrado».

23. g . ba c h e l a r d

Desde William James se h a repetido con frecuen cia que todo h ombre
cultivado sigue fatalmen te un a metafísica. Creemos más exacto decir
que todo h ombre, en su esfuerzo de cultura cien tífica, n o se apoya en
un a sin o en dos metafísicas, y estas dos metafísicas, n aturales y con vin -
cen tes, implícitas y ten aces, son con tradictorias. Para otorgarles rápida-
men te un n ombre provisorio, design amos estas dos actitudes filosófi-
cas fun damen tales, asociadas sin dificultad en un espíritu cien tífico
modern o, con las etiquetas clásicas de racion alismo y realismo. ¿Que-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 237

remos un a prueba in mediata de este amable eclecticismo? Meditemos


el siguien te postulado de filosofía cien tífica: «La cien cia es un pro-
ducto del espíritu h uman o, producido de acuerdo con las leyes de
n uestro pen samien to y adaptado al mun do exterior. Ofrece, pues, dos
aspectos: un o subjetivo, otro objetivo, ambos igualmen te n ecesarios,
pues cambiar cualquier aspecto de las leyes de n uestro espíritu resulta
tan imposible como cambiar las leyes del mun do». Extrañ a declara-
ción metafísica que puede con ducir, tan to a un a especie de racion a-
lismo redoblado que en con traría en las leyes del Mun do las leyes de
n uestro espíritu, como a un realismo un iversal que impon e la in varia-
bilidad absoluta «a las leyes de nuestro espíritu», con cebidas como un a
parte de las leyes del Mun do.
La filosofía cien tífica, en realidad, no se h a depurado desde la decla-
ración de Bouty. No sería demasiado difícil mostrar que, por un a parte,
el racionalista más decidido acepta cotidian amen te, en sus juicios cien-
tíficos, las en señ an zas de un a realidad que n o con oce a fon do y, por
otra, el realista más in tran sigente procede a realizar simplificaciones in -
mediatas, exactamen te como si admitiera los prin cipios que plan tea el
racionalismo. Todo esto significa que para la filosofía cien tífica n o exis-
ten n i realismo n i racion alismo absolutos y que n o se puede partir de
un a actitud filosófica gen eral para juzgar el pen samien to cien tífico.
Tarde o tempran o, el tema fun damental de la polémica filosófica será
el pen samien to cien tífico; este pensamiento llevará a sustituir las meta-
físicas in tuitivas e in mediatas por las metafísicas discursivas, objetiva-
men te rectificadas. Siguien do estas rectificacion es, un o se con ven ce,
por ejemplo, de que un realismo que ha encon trado la duda científica
ya n o perten ece a la misma especie que el realismo in mediato. De la
misma man era, un o se con ven ce de que un racion alismo que corrigió
juicios a priori, como ocurrió con las nuevas exten sion es de la geome-
tría, ya n o puede ser un racion alismo cerrado. Creemos que sería in te-
resan te tomar la filosofía cien tífica en sí misma, juzgada sin ideas pre-
con cebidas, al margen in cluso de las obligacion es demasiado estrictas
del vocabulario filosófico tradicional. En realidad, la ciencia crea filoso-
fía. El filósofo, por lo tan to, debe matizar su len guaje para traducir el
pen samien to con temporán eo en su fin eza y movilidad. Debe, igual-
men te, respetar esa sorpren den te ambigüedad por la cual todo pen sa-
mien to científico tien de a interpretarse a la vez en lenguaje realista y en
len guaje racion alista. Es posible, pues, que debamos tomar, como pri-
238 el o f ic io d e so c ió l o g o

mera lección para meditar, como h ech o que merece explicación , esa
impureza metafísica arrastrada por el doble sen tido de la prueba cien -
tífica, que se afirma tan to en la experiencia como en el razon amien to,
en contacto con la realidad tanto como en referencia a la razón.
Por otra parte, parecería que se puede ofrecer sin demasiados incon -
ven ien tes un a razón de esta base dualista de toda filosofía cien tífica:
por el h ech o de ser un a filosofía que se aplica, la filosofía de la ciencia
n o puede man ten er la pureza y la un idad de un a filosofía especulativa.
Cualquiera que sea el pun to de partida de la actividad científica, esta
actividad puede con vencer totalmen te sólo si aban dona el domin io de
base: si experimenta, es preciso razonar; si razona, es necesario experimentar.
Toda aplicación es trascenden cia. Mostraremos cómo en la más simple
actividad científica se puede rescatar una dualidad, especie de polariza-
ción epistemológica que tiende a clasificar la fen omenología bajo la do-
ble categoría de lo pin toresco y de lo compren sible, es decir, bajo la
doble etiqueta del realismo y del racion alismo. Si, en realidad con la
psicología del espíritu científico, supiéramos colocarn os en la fron tera
misma del con ocimien to cien tífico, veríamos que la ciencia con tempo-
rán ea se en cuen tra abocada a un a verdadera sín tesis de las con tradic-
cion es metafísicas. De todas man eras, el sen tido del vector epistemoló-
gico lo con sideramos per fectamen te n ítido. Se mueve sin duda de lo
racion al a lo real y, de n in gun a man era, a la in versa, de la realidad a
lo general, como lo sostenían todos los filósofos, desde Aristóteles h asta
Bacon . Dicho de otra manera, la aplicación del pensamiento cien tífico
n os parece esen cialmen te «realizan te». A lo largo de esta obra in ten ta-
remos mostrar lo que llamaremos la realización de lo racion al o, más
gen éricamente, la realización de lo matemático.

GASTON BACH ELARD

Le nouvel esprit scientifique


2. Hipótesis o supuestos

e l in st r u me n t o e s u na t eo r ía e n a c t o

Tomada al pie de la letra, la comparación de las técn icas con


h erramien tas podría llevar a un a crítica puramen te técn ica
de las técn icas. El an álisis que h ace E. Katz de la elaboración
progresiva de la hipótesis, según la cual la transmisión de las
in formacion es difun didas por los medios de comun icación
modern os se efectúa en dos tiempos, muestra, en cambio,
que las limitaciones de las técn icas constituyen otras tantas in-
citaciones clan destin as a orientar el análisis en un sentido de-
termin ado, y que las omisiones son al mismo tiempo in dica-
cion es. Por eso, el h ech o de que el muestreo al azar y el
son deo de opinión captan sujetos separados de la red de rela-
cion es en que actúan y se comun ican h ace que esas técn icas
lleven a h ipostasiar un artefacto obten ido por abstracción : al
trabajar con in dividuos de algún modo «desocializados», la
autoridad de los líderes sólo puede explicarse por cualidades
psicológicas. Para an ular las in dicacion es subrepticias que su-
gieren los supuestos de un a técnica, no es suficien te el refina-
mien to tecnológico: los estudios que se proponen recuperar
la red total de comun icaciones, a partir de las relacion es que
unen a los sujetos de dos en dos, siguen siendo prisioneras de
la obstrucción in icial. Sólo una ruptura con los automatismos
metodológicos pudo llevar a estudiar en un a comun idad
completa el con junto de las relaciones sociales, del que se de-
duce tan cómodamen te la red de influen cias que ya no es ne-
cesario pedir a los sujetos que la determin en en lugar del
sociólogo.
240 el o f ic io d e so c ió l o g o

24. e . k a t z

El an álisis del proceso de la toma de decisiones en el transcurso de un a


campaña electoral condujo a los autores de The People’s Choice1 a la hipó-
tesis de que las in formaciones difun didas por los medios de comunica-
ción de masa se tran smiten quizá men os directamen te de lo que h abi-
tualmen te se supone. Se puede pen sar que la influencia de los medios
de comun icación masivos llega primero a los líderes de opin ión , quie-
n es, a su vez, tran smiten lo que han leído y escuchado a aquel sector de
su medio sobre el que ejercen influencia: tal es la hipótesis de la «comu-
n icación en dos tiempos».
Teniendo en cuenta el funcionamiento de la sociedad moderna, la hi-
pótesis implica en particular que los intercambios cotidian os en tre los
individuos eran los que más influían y que la influencia de los medios de
comun icación de masa, por su parte, era menos automática y men os
fuerte de lo que se suponía. En cuan to a la teoría social y a la orien ta-
ción de la investigación sobre la comunicación, la hipótesis sugería que
la imagen de la sociedad urbana moderna requería una revisión. La ima-
gen del público como masa de individuos separados, ligados solamente
a los diversos medios de comunicación y sin relaciones en tre sí, se con-
tradecía con la idea de un flujo de comunicación en dos tiempos, pues
ésta implicaba que los medios de comun icación de masa difundían sus
informaciones a través de redes de individuos vinculados entre sí.
Si, en tre todas las ideas que se en cuen tran en The People’s Choice, la
del flujo en dos tiempos es probablemen te la men os con firmada por
h echos experimen tales, es porque el estudio no preveía la importancia
que adquirían las relacion es in terpersonales en el an álisis de los datos.
Lo sorpren den te, cuan do se con oce la imagen de un público atomi-
zado que in spiraba tan tas investigacion es sobre los medios de comun i-
cación , es que la in fluen cia in terperson al h aya logrado atraer la aten -
ción de los sociólogos.
[ …] Los descubrimientos principales de The People’s Choice se referían
a: a) «la acción de la in fluencia person al, [ …] que se ejerce más fre-
cuentemente y es más eficaz que los medios de comunicación de masa

1 P. Lazarsfeld, B. Berelson , H . Gaudet, El pueblo elige. Cómo decide el pueblo en


una campaña electoral, Buen os Aires, Edicion es Tres.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 241

en la determinación de los comportamien tos electorales»; b) el flujo de


la in fluen cia person al: «los líderes de opin ión se en cuen tran en todos
los n iveles de la sociedad y son, sin n inguna duda, muy semejan tes a las
personas en quien es in fluyen»; c) los líderes de opin ión y los medios de
comunicación de masa: éstos parecen más receptivos a la radio, los dia-
rios, las revistas, en un a palabra, a los medios de comun icación como
tales.
Así pues, la hipótesis que se presen taba era que «las ideas pasan a me-
n udo de la radio y los impresos a los líderes de opinión , quienes las re-
tran smiten hacia grupos menos activos de la población».
El método adoptado por el estudio de The People’s Choice presen taba
varias ven tajas para observar por qué canales sufrían influencia las deci-
sion es en curso de elaboración. Más particularmen te, el método del pa-
nel permitía localizar los cambios desde su aparición y pon erlos en co-
rrelación con las in fluen cias que se ejercían sobre el que tomaba las
decision es. Por otro lado, el resultado ( la decisión ) era un in dicador
tangible de cambio, fácilmente registrable. Pero, para estudiar los cana-
les de in fluen cia que son los con tactos in dividuales, el método se mos-
traba insuficiente porque se basaba en un a muestra recogida al azar de
in dividuos desvin culados de su en torno social: ésa fue la razón por la
cual h izo falta una ruptura para pasar de los datos disponibles a la hipó-
tesis de una comunicación en dos tiempos.
Como cada sujeto, en un a muestra recogida al azar, no puede h ablar
sin o de sí mismo, en el estudio de los comportamientos electorales,
realizado en 1940, los líderes de opin ión debían designarse a sí mismos,
es decir por sus propias respuestas a las dos pregun tas en las que se los
con sultaba si a veces daban con sejos. En realidad, se les pedía simple-
men te a los en cuestados que se declararan a sí mismos líderes de opi-
n ión o n o. Además de que esa técn ica de autodesign ación es de validez
dudosa, también impide comparar a los líderes con sus respectivos par-
tidarios y sólo autoriza un a con fron tación entre líderes y no líderes en
gen eral. En otros términ os: los datos con sisten solamen te en dos cate-
gorías estadísticas: in dividuos que declaran dar con sejos e in dividuos
que declaran lo con trario. Por con siguien te, el in terés más marcado
que los líderes ten ían en la elección no prueba que la comun icación
vaya de los individuos más in teresados a los individuos menos interesa-
dos, ya que, con todo rigor, podría ocurrir in cluso que los líderes sólo
ejerzan influen cia entre ellos mismos, mientras los no líderes no intere-
242 el o f ic io d e so c ió l o g o

sados se h allan completamente fuera del campo de influen cia. Sin em-
bargo, es muy gran de la ten tación –y el estudio, a pesar de much as pre-
cauciones, cede a ella– de presumir que los n o líderes siguen a los líde-
res. [ …] Los mismos autores observan que h ubiera valido más
preguntar a cada uno de quién tomaba con sejo para luego estudiar las
relaciones en tre los que daban con sejos y los que los recibían. Pero este
procedimien to presen ta much as dificultades, dada la improbabilidad
de que líderes y «seguidores» estén in cluidos al mismo tiempo en la
muestra: tal es el problema in icial que los estudios siguien tes trataron
de resolver.
[ El autor presen ta a con tin uación otros tres estudios que permitie-
ron tratar los problemas que h abía suscitado la en cuesta de The People’s
Choice. La primera encuesta, realizada en un a pequeña ciudad, con side-
raba líderes de opinión a las person as men cion adas varias veces en las res-
puestas de los sujetos in terrogados, «remon tán dose así de las person as
influidas a las person as influyen tes», localizando de esta man era mejor
que el estudio de los comportamientos electorales, «que consideraba lí-
deres de opin ión a person as defin idas solamen te por el h ech o de dar
con sejos, líderes efectivos».
El segun do estudio versaba precisamente sobre la pareja líder-«segui-
dor» que el estudio precedente no había determin ado, ya que la mues-
tra in icial de person as entrevistadas servía solamente para localizar a los
líderes.]
Si la pareja con sejero-acon sejado podía recon stituirse, yen do del
acon sejado a su con sejero, también era posible comen zar por el otro
extremo, in terrogan do primero a un a person a que preten día h aber ac-
tuado como consejero y luego ubican do a la persona sobre la que éste
pretendía haber influido. El segun do estudio trató de proceder de esa
man era. Como en el estudio de los comportamientos electorales, se pi-
dió a los en cuestados que se design aran a sí mismos como líderes y se
pidió a las person as que se con sideraban in fluyen tes que in dicaran, lle-
gado el caso, el nombre de aquellos sobre los que h abían influido. Fue
posible enton ces n o sólo estudiar la in teracción entre consejero y acon -
sejado, sino también confrontar la autoridad que preten dían poseer los
sujetos con la que les reconocían los que ellos decían h aber in fluido.
Los in vestigadores esperaban de esta man era con trolar esa técn ica de
«autodesign ación ». Como lo temían los autores de The People’s Choice,
fue muy difícil pregun tar a las person as de quién tomaban con sejos
l a const r ucci ón del obj et o 243

para luego estudiar la interacción entre consejeros y aconsejados. Si, a


causa de los problemas encontrados en el campo, no se pudo inter ro-
gar a todas laspersonas a quienes los líderesdecían haber influido, y si,
como consecuencia, fue a menudo necesario, en el transcurso del aná-
lisis, volver a lascomparacionesglobalesentre líderesy no líderes–con-
siderándose como más influyentes a los gr upos que contaban con una
mayor concentración de sujetos que se declaraban líderes–, quedó de-
mostrado, por lo menos en principio, que un método que tome en
cuenta las relaciones personales es a la vez posible y fr uctífero.
Pero en el momento en que resultó evidente que ese objetivo era ac-
cesible, el objetivo mismo comenzó a transfor marse. Se empezó a en-
contrar preferible tomar en consideración cadenas de influencia más
largas que las implicadas en la simple pareja; y, de resultas de esto, con-
siderar a la pareja consejero-aconsejado como un componente de un
gr upo social más estr ucturado.
En primer lugar, los descubrimientos realizados a partir del segundo
estudio, y más tarde del tercero, revelaron que en sus decisiones los lí-
deres de opinión, según su propio testimonio, recibieron a su vez la in-
fluencia de otras personas, sugiriendo así la existencia de líderes de
líderes. Luego, resultó claro que ser líder de opinión no podía conside-
rarse un «rasgo» psicológico que ciertos individuos poseerían y otros
no, aunque el estudio de los comportamientos electorales implicara a
menudo esa hipótesis. Pareció evidente, en cambio, que el líder de opi-
nión esinfluyente en ciertosmomentos y en cierto ámbito, porque está
habilitado para serlo por otrosmiembrosde su gr upo. Lasrazonesde la
autoridad conferida a ciertas personas debían buscarse no sólo sobre
la base de datosdemográficos( estatussocial, sexo, edad, etc.) sino tam-
bién de la estr uctura y los valores de los gr upos a los que pertenecían
consejero y aconsejado. Así, pues, la sorprendente promoción de jóve-
nes como líderes de opinión en gr upos tradicionales, cuando esos gr u-
pos enfrentaban situaciones nuevas creadas por la urbanización y la in-
dustrialización, sólo puede comprenderse por una referencia a los
antiguosy a los nuevosmodelosde relacionessocialesdentro del grupo
y a losantiguosy a losnuevosmodelosde actitud respecto al mundo ex-
terior al grupo.
Por otro lado, al criticar el segundo estudio, resultó claro que, si se
podía estudiar el peso de lasdiferentesinfluenciassobre lasdecisionesin-
dividuales en materia de moda, el método adoptado no era adecuado
244 el o f ic io d e so c ió l o g o

para estudiar la evolución de la moda en el grupo –para seguir la moda


como proceso de difusión– mien tras n o tuviera en cuenta el con ten ido de
la decisión y el factor temporal: las decision es de los «alteradores de
moda» estudiadas en el segundo estudio podían equilibrarse: la señ ora
Ypodía pasar de la moda B a la moda A, mien tras que la señ ora X pa-
saba de la moda A a la B. Lo que es cierto en cuanto a la moda es válido
también para cualquier otro fenómen o de difusión: para estudiarlo h ay
que recon struir la propagación de un «rasgo» específico en el tiempo.
Este in terés por la difusión , al mismo tiempo que por el estudio de re-
des de comunicación más complejas, dio origen a un nuevo estudio que
se con cen tró en un «rasgo» específico, que estudiaba su difusión en el
tiempo y a través de la estructura social de toda un a comunidad.
[ Este tercer estudio, que analizaba, a partir de índices objetivos ( rele-
vamien to de las recetas de los médicos según listas en poder de los far-
macéuticos) , la rapidez de adopción de un remedio nuevo por los mé-
dicos de un a pequeñ a ciudad, situaba precisamen te a los sujetos
interrogados den tro de su red de relaciones…]
De un a man era gen eral, y comparado con los estudios precedentes,
el estudio de la adopción de un medicamen to h izo de la decisión un fe-
n ómen o más objetivo, a la vez psicológico y sociológico. Ante todo, el
que decide n o es la ún ica fuen te de información concerniente a su pro-
pia decisión . Datos objetivos proven ien tes de las recetas son utilizados
de man era con currente. Luego, el papel de las diferen tes influen cias es
evaluado n o sólo a partir de la recon strucción que h ace de ellas el su-
jeto sin o también a partir de correlacion es objetivas, las que autorizan
con clusion es en cuan to a los can ales por los que se tran smite esa in -
fluen cia. Por ejemplo, los médicos que primero adoptaron el n uevo
medicamento tenían más oportunidades de participar en coloquios mé-
dicos especializados, lejos de su residen cia, que aquellos que lo adopta-
ron más tarde.
Del mismo modo, se puede deducir el papel que desempeñ an las re-
laciones sociales en la elaboración de la decisión en un médico, no sólo
del testimon io del mismo médico sin o también de la posición del mé-
dico en las redes in terpersonales reveladas por las respuestas a las pre-
gun tas sociométricas: de esta manera, se puede clasificar a los médicos
según su grado de in tegración a la comun idad médica, o según su
grado de influencia, medido por el n úmero de veces que sus colegas los
design an como amigos, como colaboradores de discusión y como cole-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 245

gas de deliberación. También pueden clasificarse según su perten en cia


a tal o cual red o a tal o cual camarilla, según la iden tidad de quien o
quien es lo n ombran . El primer procedimien to permite ver si la rapidez
de adopción del medicamen to está vinculada a la influencia de los mé-
dicos. El segun do procedimien to permite saber, por ejemplo, si la per-
ten en cia a un mismo subgrupo implica un a iden tidad en el modo de
utilización de los medicamen tos. Resulta así posible con fron tar el testi-
mon io del médico sobre sus propias decision es, y las influencias que h a
sufrido, con el registro más objetivo de sus decision es efectivas y de las
influencias a las que estuvo expuesto.
O bser vemos que, en este estudio, las redes de relacion es sociales se
establecen con anterioridad a la in troducción del nuevo medicamento,
ya que las relaciones de amistad o de colaboración profesion al, etc., se
registran in depen dientemen te de toda decisión particular tomada por
el médico. El estudio se preocupa del papel que pueden desempeñ ar
esos diferen tes elemen tos de estructuras sociométricas en la tran smi-
sión de la in fluencia. Por ejemplo, se puede con siderar que los elemen -
tos de la estructura son «sen sibles» a la introducción del nuevo medica-
men to y describir el proceso de difusión del medicamen to a medida
que es aceptado por los in dividuos y los grupos de la comunidad. Mien -
tras que el segun do estudio sólo podía aspirar a examin ar la relación
cara a cara entre dos individuos sobre quienes había influido en una de-
cisión determin ada, el estudio de la difusión de un medicamen to
puede situar esa relación en tre la red de relacion es en las que está in-
merso el médico, todas las cuales pueden desempeñar un papel.
[ …] Esos cambios sucesivos en el método de in vestigación permitie-
ron llegar a resultados que precisan y completan la hipótesis in icial, es-
tableciendo en particular:
– que la in fluen cia person al desempeñ a un papel mayor que la in-
fluen cia directa de los medios de comun icación de masa; por ejemplo,
la integración de los médicos a la comunidad médica aparecía en el ter-
cer estudio como un factor muy importan te;
– que los grupos primarios presen tan un a gran homogen eidad en las
opin iones;
– que el papel de los medios de comun icación de masa no es simple,
ya que puede ir desde la «in formación» h asta la «legitimación » de las
opin iones;
– que los líderes n o tien en un a autoridad global y válida para todos
246 el o f ic io d e so c ió l o g o

los campos, sin o que la autoridad que se les recon oce está limitada a
ciertos campos determinados;
– que, por consiguiente, no presentan características sustan ciales que
los separarían de aquellos a quien es in fluyen , sin o que se distin guen
por las cualidades que se les recon oce ( competencia, etc.) y por su po-
sición social;
– que los líderes de opin ión están a la vez más expuestos a la acción
de los medios de comun icación de masa y son más sensibles a su in -
fluen cia.]
En cada uno de los estudios que hemos analizado, el problema meto-
dológico cen tral fue saber cómo tomar en cuen ta las relacion es in ter-
person ales, preservan do al mismo tiempo la economía y la represen ta-
tividad que otorga la muestra recogida al azar en un momento dado del
tiempo. Las respuestas a este problema fueron diversas, desde un cues-
tion ario que pedía a los in dividuos de la muestra que mencion aran a
aquellas personas con las que man tien en relacion es de interacción ( es-
tudio in icial) h asta un estudio por en trevistas que se remontaba desde
las personas influidas h asta los sujetos que h abían ejercido la in fluencia
( segun do estudio) y fin almente a entrevistas que abarcaban a toda un a
comun idad ( tercer estudio) . Los estudios futuros se situarán pro-
bablemen te en tre esos extremos. De todas maneras, para la mayoría de
ellos, al parecer, el prin cipio cen tral deberá ser con struir en torn o a
cada átomo in dividual de la muestra moléculas más o men os gran des.

ELIHU KATZ

«Th e Two-Step Flow of Commun ication:


an Up-to-Date Report on an Hypoth esis»
e l e st a d íst ic o d e be sa be r l o q u e h a c e

No es en un a reafirmación celosa de la origin alidad de los


métodos sociológicos sin o en un a comparación rigurosa de
los métodos de las cien cias n aturales y los de la sociología
donde Simiand, quien considera que el método estadístico es
un a forma del experimental, busca la especificidad de la epis-
temología propia de la sociología.* Los hechos que manipula
el sociólogo son, en cierto modo, doblemen te abstractos, pri-
mero por ser hechos abstractos con respecto a la realidad em-
pírica ( como los h ech os sobre los que trabaja el físico) , y ade-
más por ser h ech os sociológicos, abstractos respecto de las
manifestacion es in dividuales: por ser de índole colectiva, los
h ech os sociales n o se realizan plen amen te en n in gún fen ó-
men o in dividual, de modo que «la n o correspon den cia con
una realidad objetiva [ …] n o salta a la vista». La reflexión so-
bre la técn ica estadística y sobre la elaboración a que ésta so-
mete los h ech os debe ser recon siderada, por con siguien te,
en cada investigación sociológica.

25. f . simia n d

Si traspon emos al ámbito estadístico [ las] con dicion es de buen a abs-


tracción que n os en seña la metodología de las cien cias positivas, adver-
tiremos que la primera precaución que debemos tomar para n o en ga-
ñar a otros ni engañarnos a nosotros mismos con nuestras abstracciones

* Véase supra, In troducción , pág. 135, e infra, E. Wind, texto n º 38, pág. 321.
248 el o f ic io d e so c ió l o g o

estadísticas con siste en preocuparn os de que n uestras expresion es de


h ech os complejos, n uestras medias, n uestros ín dices, n uestros coefi-
cien tes, n o sean resultados de cómputos cualesquiera, de combin acio-
n es arbitrarias en tre cifras y cifras, sin o que se modelen a partir de la
complejidad con creta, respeten las articulacion es de lo real, expresen
algo a la vez distin to y verdadero con respecto a la multiplicidad de los
casos in dividuales a la que correspon den . O bser vemos que lo que n os
puede despistar, lo que de hecho a menudo nos despista cuando emple-
amos abstraccion es estadísticas, no es que sean abstracciones sino que son
malas abstracciones.
No vemos que n in gún físico determin e la den sidad de un a agrupa-
ción cualquiera de objetos h eteróclitos, pues man ifiestamen te, si esa
agrupación n o tien e n ingun a iden tidad física, el dato carecería de todo
in terés cien tífico. No vemos que n in gún botán ico agrupe sus obser va-
cion es sobre plan tas cada cin co meses, o cada diez, pues man ifiesta-
men te el ciclo de la vegetación es an ual. Todavía más cercano y ya en el
campo estadístico, n o vemos que n in gún biólogo determine y estudie
un a media de los tamaños de los diversos an imales de un circo.
E in versamen te, ¿acaso n o hay ejemplos, aun en trabajos de cierta ca-
lidad, de ín dices de precios establecidos a partir de precios de todas las
categorías con fun didas in discrimin adamen te, precios de materias pri-
mas con precios de productos fabricados, precios de mercan cías con
precios de ser vicios, de salarios, de alquileres, cuan do en realidad los
movimientos de esos diversos grupos son a menudo muy diferen tes, ya
sea por su sentido, por su funcionamiento, por su fecha, como para que
un a expresión común , que lo con fun de todo, pueda ser algo más que
en gañosa o sin sen tido, por n o ten er en cuenta esas diferencias?
¿Y n o h ay también ejemplos de estudios que agrupan por medias
quin quen ales, decen ales, ciertos datos de estadística económica con
elemen tos cuyas variacion es características se presen tan en ciclos más
cortos o más largos que el lustro o el decen io, y a men udo irregulares?
La representación que n os ofrecen tales medias disimulará así el rasgo
esen cial del elemen to estudiado, en vez de ponerlo en eviden cia, y por
con siguien te n os despistará in evitablemen te. Much os otros ejemplos
podrían agregarse a estas indicaciones.
Pero creemos que éstas bastan para mostramos, ante todo, dón de se
debe recon ocer la verdadera diferen cia, desde este pun to de vista, en -
tre la experien cia común de las ciencias positivas y la experiencia esta-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 249

dística, y luego cómo podemos remediar la insuficien cia de esta última,


desde el mismo pun to de vista.
La diferen cia en tre los dos tipos de in vestigación n o es que un a
opere con realidades y la otra con abstraccion es, sin o que, en la expe-
rimen tación material de las cien cias positivas, la abstracción mala, ca-
ren te de suficien te correspon den cia con la realidad, sin fun damen to
objetivo, se revela a men udo tal como es por un a eviden cia física, ma-
terial; en cambio en la in vestigación estadística las cifras como tales
n un ca se niegan a ser combinadas con otras cifras y, en general, en este
caso la correspon den cia o n o correspon den cia con una realidad obje-
tiva no es un h echo que, como se dice, «salte a la vista».
En la experiencia material, el sabio aísla, en medio de la complejidad
que presenta la n aturaleza, ciertos elemen tos que tienen una relación
reconocida o presumible con otros, pero, si se equivoca en la relación, si
olvida un elemen to esen cial, se ve obligado a advertirlo porque, mate-
rialmente, el fenómeno esperado no se produce. Aquí, en cambio, el es-
tadístico aísla también, en la complejidad de lo dado, ciertos elementos
con otros que presume están en relación con ellos, pero es en virtud de
un a operación mental; casi n un ca dispon e de un a experiencia fáctica;
n o retira, o no introduce, materialmen te n ingún factor. Y, por eso, la
realidad o la n o realidad de la relación percibida n o puede manifestár-
sele de manera material.
Ytodavía más, aquí se puede ver que n os acercamos al riesgo de un
círculo vicioso; frecuen temen te la expresión estadística es n ecesaria
para aislar y, también se podría decir, para con stituir el h ech o estadís-
tico, y que, no obstante, habría que saber ya de antemano cuál es, cómo
se comporta exactamen te ese h ech o estadístico, para escoger con ve-
n ientemente la base y la ín dole de la expresión estadística que se debe
emplear.
Pero, al mismo tiempo, advertimos que la in vestigación estadística
puede acercarse a las con dicion es por las cuales la experimentación fí-
sica distin gue en tre la buen a abstracción y la mala abstracción. [ …]
Para que ten ga algun a correspon den cia con la realidad, la primera
con dición es que nuestras expresiones estadísticas estén establecidas so-
bre un a base que presen te cierta homogeneidad, o también sobre un a
base que ten ga un a exten sión apropiada, una extensión oportuna.
Es eviden te, sin duda, que los casos in dividuales abarcados en un
dato estadístico presen tan siempre una h eterogen eidad más o men os
250 el o f ic io d e so c ió l o g o

gran de y más o men os compleja ( sin lo cual n o h abría n ecesidad de


una expresión estadística para represen tarlos jun tos) y que, por tan to,
la h omogen eidad n o puede ser sino relativa; que la extensión oportuna
también variará, no sólo según los datos sin o también según los proble-
mas, y también será relativa. Pero el ejemplo de la experimen tación de
las ciencias positivas n os muestra que la elección de las abstracciones es-
tadísticas que adoptaremos no por eso será arbitraria, si pretende estar
fun dada.
Aquí n o podemos con tar con eviden cias materiales; tratemos, pues,
de precavern os con precaucion es in telectuales. Procedamos median te
tan teos, en sayos, pruebas, contrapruebas, cotejos.
Justamente porque hay buenas y malas medias, medias que tienen un
sen tido y otras que no tienen nin guno, desconfiemos de las medias, contro-
lemos, cotejemos las in dicacion es de medias de un tipo con las de otro
tipo, con otros ín dices, con datos complemen tarios; y conservemos so-
lamen te aquellas que, después de estas pruebas, nos presenten un a ver-
dadera con sistencia y respondan a algun a realidad colectiva.
E, igualmente, a propósito de los demás modos de expresión estadís-
tica. H oy día, por ejemplo, en razón del con siderable movimien to de
los precios y sus con secuencias, ¿quién n o h abla, quién no razon a,
quién n o discute de los «index numbers»? ¿Quién n o basa sus pruebas y
argumen tos en ellos para las tesis más diversas y a veces más opuestas?
Pero, an tes de esa utilización, ¿cuán tas person as advirtieron o se preo-
cuparon de saber cómo se establecen esos index numbers, sobre qué ba-
ses, median te qué métodos, qué sign ifican y qué n o sign ifican ? Irvin g
Fish er h a señ alado que para represen tar un con jun to de precios o de
can tidades se puede establecer un n úmero in defin ido de fórmulas de
números índices que distan mucho de tener el mismo sentido o los mis-
mos usos; así se limitó, en la perspectiva de su estudio, a determin ar
sólo cuarenta y cuatro fórmulas posibles, in dican do las características de
cada un a respecto de tal o cual con dición . Stan ley Jevon s h abía em-
pleado un a media geométrica por ciertas razon es y para cierto pro-
blema. Wesley C. Mitchell, en cambio, empleó, por ciertas razon es dis-
tin tas e igualmen te con éxito para el problema estudiado por él, un a
media acompañada de cuartiles y deciles. Los diversos index numbers fre-
cuen temen te citados e in vocados h oy día se establecen a men udo en
con dicion es y sobre bases muy diferen tes. ¿Todo esto n o tien e impor-
tancia? O, en cambio, ¿n o se lo debe con siderar, según las cuestiones es-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 251

tudiadas, y precisamente por las conclusiones que se trata de extraer? O


también , justamen te a causa de esas diferen cias, ¿no se los debe utilizar
en complemen to recíproco o en un cotejo útil, para tales o cuales cues-
tion es, y para pon er de relieve los límites de su valor y de su legítimo
empleo?

FRANÇO IS SIMIAND

Statistique et expérience. Remarques de méthode


3. La falsa neutralidad de las técn icas:
objeto con struido o artefacto

l a e n t r e v ist a y l a s f o r ma s d e o r g a n iza c ió n
d e l a e x pe r ie n c ia

David Riesman h a señ alado algun os aspectos en que puede


resentirse la entrevista, en la medida en que esta técn ica pre-
supon e –casi siempre sin presen tar los medios de con tro-
larla– la aptitud de los sujetos para respon der al «marco de
opinión convencional de la entrevista». Como caso particular
del in tercambio social, n o escapa a las «con ven ciones relati-
vas a lo que se debe decir y callar», con ven cion es que «varían
según las clases sociales, las region es y los grupos étn icos».*
En cuan to situación de in teracción social, la situación de la
entrevista tien de a in terpretarse a partir del modelo de otras
relacion es ( con fiden cia, recrimin ación , discusión amistosa,
etc.) , cuyos modelos pueden diferir de un grupo a otro. Por
último, la relación con un sociólogo n o es sin o un caso par-
ticular de la relación con extrañ os, an te quienes el hon or im-
pon e n o dejar traslucir los sen timien tos o las opinion es más
ín timas: por eso, la situación de la en trevista puede pon er en
juego toda la moral de un grupo. «Hay que compren der por
qué las personas de clase obrera n o se muestran , casi nunca,
muy acogedoras con los encuestadores, por qué se muestran
evasivos e inclin ados a dar respuestas más destin adas a reh uir
que a explicar claramente la situación. Tras esas manifestacio-

* D. Riesman , «Th e Sociology of th e In ter view», en Abundance for What,


Nueva York, Doubleday an d Compan y, 1964, págs. 517-539. [ Hay ed. en
esp.: ¿Abundancia para qué?, México, Fon do de Cultura Econ ómica, 1965.]
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 253

n es, esa expresión “ésas son cosas mías”, puede h aber un or-
gullo h erido. En efecto, es difícil creer que un visitan te perte-
n ecien te a otra clase pueda jamás represen tarse claramen te
todos los pormen ores de las dificultades en con tradas: así, se
está muy aten to a “n o exponerse”, a protegerse con tra la so-
licitud protectora.» *
Dado que rara vez se averigua el efecto diferen cial de las
técn icas de en cuesta en función de la perten en cia social de
los sujetos, n o es in útil reproducir aquí un analisis de sociolo-
gía de la comunicación que intenta constituir como objeto de
estudio lo que h abitualmen te se trata como in strumen to de
estudio, y a veces como in strumen to absoluto de medición
de ciertas «aptitudes» ( recuérdese por ejemplo a Lern er, que
ve en la aptitud de los sujetos para controlar la situación de la
en trevista el in dicio de su aptitud para la in n ovación ) .** L.
Sch atzman y A. Strauss muestran que la entrevista incorpora
técnicas de comun icación y formas de organ ización de la ex-
perien cia que opon en pun to por pun to a las clases medias y
las clases populares; extraer todas las con secuencias de estos
an álisis obligaría a ren un ciar a la ilusión de la neutralidad de
las técn icas y, en este caso, a elaborar los medios de con trolar
los efectos de la situación de la en trevista, para poder ten er-
los en cuenta.

26. l . sc h a t zma n y a . st r a u ss

Por lo común se acepta que pueden existir importan tes diferen cias en-
tre las clases sociales, a nivel del pensamiento y de la comunicación. Los
hombres viven en un entorno que está mediatizado por símbolos. Nom-
brán dolos, iden tificán dolos y clasificándolos se h ace posible percibir y
con trolar los objetos o los acon tecimien tos. El orden se impon e en y

* R. H oggart, The Uses of Literacy, 5ª reimpresión , Lon dres, Ch atto an d


Win dus Ltd., 1959, pág. 68.
** Véase supra, § 3, pág. 67.
254 el o f ic io d e so c ió l o g o

por un a organ ización con ceptual, y esta organ ización n o sólo se ex-
presa en las reglas individuales, sino también en los códigos gramatica-
les, lógicos y, más gen eralmente, en todos los sistemas de comunicación
propios de un grupo, pues la comunicación debe satisfacer los impera-
tivos sociales de la comunicación , que también se impon en a esa «con-
versación interior» que es el pensamiento. Tanto el razonamiento como
el discurso están sometidos –a través de la crítica, el juicio, la aprecia-
ción y el control– a exigencias particulares: existen reglas diferenciales
en materia de organ ización del discurso y del pensamien to que –fuera
de las in comprension es puramen te lin güísticas– pueden llegar a obsta-
culizar la comun icación entre grupos diferen tes.1
Por esa razón debe ser posible observar, entre un a clase social y otra,
diferencias en materia de comunicación que no consisten solamente en
una diferencia de grado en la precisión, la búsqueda o la riqueza del vo-
cabulario y las cualidades del estilo, y que deben pon er de man ifiesto
los modos de pen samien to a través de los modos del discurso. [ …]
[ Estas h ipótesis h an sido puestas a prueba median te el estudio de en-
trevistas, realizadas para estudiar las respuestas a una situación de catás-
trofe, con h abitan tes de poblaciones de Arkan sas sobre las cuales se ha-
bía abatido un torn ado. Se con stituyeron dos grupos:
– el grupo «in ferior», compuesto de sujetos perten ecien tes a las cla-
ses populares, caracterizados por un a educación que no supera la gram-
mar school y un in greso familiar an ual in ferior a los 2.000 dólares;
– el grupo «superior», compuesto de sujetos pertenecien tes a la clase
media, que frecuentaron un college por lo menos duran te un añ o, y con
un in greso anual superior a los 4.000 dólares.]
Las diferen cias comprobadas en tre la clase popular y la clase media
son n otables y, un a vez formulado el prin cipio de esa diferencia, es sor-
pren den te ver con qué facilidad se puede detectar la estructura de co-
mun icación característica de un grupo, a la sola lectura de algunos pá-

1 Véase E. Cassirer, An Essay on Man, New H aven , 1944 [ ed. en esp.: Antro-
pología filosófica, México, Fon do de Cultura Econ ómica, 1945] ; S. Lan ger,
Philosophy in a New Key, Nueva York, 1948 [ ed. en esp.: Nuevas claves de la
filosofía, Buen os Aires, Sur] ; A. R. Lin desmith y A. L. Strauss, Social
Psychology, Nueva York, 1949, págs. 237-252; G. Mead, Mind, Self and Society,
Ch icago, 1934 [ ed. en esp.: Espíritu, persona y sociedad, Buen os Aires,
Paidós] ; C. W. Mills, «Lan guage, Logic an d Cultura», American Sociological
Review, IV, 1939, págs. 670-680.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 255

rrafos de un a entrevista. La diferen cia no reside simplemen te en la ap-


titud o la in eptitud de un grupo para dar a su discurso una formulación
clara y detallada que corresponda a los requerimientos del encuestador.
Ytampoco en la sola corrección o en el refin amien to de la gramática,
o en el uso de un vocabulario más preciso o más rico. La diferen cia
prin cipal consiste en un a disparidad con siderable en:
a) la can tidad y la índole de las perspectivas adoptadas en el curso de
la comunicación ;
b) la facultad de ponerse en el lugar del in terlocutor;
c) el tratamiento de las clasificaciones;
d) la armazón del discurso y el aparato estilístico que ordenan la co-
mun icación y la h acen efectiva.

per spec t iva o pu n t o d e vist a


Por perspectiva en ten demos el pun to de vista desde el cual se coloca el
h ablante para h acer un a descripción . Las perspectivas pueden diferir
en n úmero y alcan ce. También puede variar la agilidad con que el n a-
rrador evoluciona de un a perspectiva a otra.
Un a descripción h ech a por un miembro de las clases populares se
presen ta casi siempre como un a reproducción de lo que él vio con sus
propios ojos; propon e al in terlocutor sus propias percepcion es y
sus propias imágen es, sin tomar n in gun a distan cia respecto de ellas. El
resultado, en el mejor de los casos, es un a n arración directa y sin vuel-
tas de los acon tecimien tos tal como él los vio y experimen tó. Frecuen-
temen te llega a situarse claramen te a sí mismo en el tiempo y en el
espacio, y a in dicar aproximativamen te, median te diversos procedi-
mien tos asociativos, un a progresión de los h ech os que guarda relación
con el papel que él h a desempeñ ado en ellos. Pero esta progresión n o
reproduce el desarrollo de los h ech os sin o en la medida en que se re-
lacion an con el in forman te. Las demás person as y sus accion es sólo in -
tervienen en su relato en la medida en que in ter fieren con sus propias
accion es. [ …]
Las imágen es empleadas por el informan te varían considerable-
men te en claridad, pero siempre son person ales. Puede repetir sucesos
que les pasaron a otras person as, pero n o los cuenta como si él mismo
fuera esa otra persona que reconstituye acontecimientos y sentimientos.
Puede describir los actos de otras personas y los motivos que las impul-
256 el o f ic io d e so c ió l o g o

saron en la medida en que él mismo se sien te implicado, pero su facul-


tad de ponerse en lugar de otro es muy limitada. Si llega a asumir el pa-
pel de otro frente a terceras person as, sólo es ocasion almente y de ma-
nera implícita: «Había gen te que ayudaba a otros que estaban heridos».
Esta in capacidad se pon e muy de man ifiesto cuan do hay que describir
el comportamien to de más de dos o tres person as. En este n ivel ya la
descripción es con fusa: el in forman te se limita a señ alar reaccion es
aisladas, sin propon er un cuadro claro de las accion es de un os y de
otros. No percibe la reciprocidad de las conductas, o sólo la sugiere im-
plícitamen te en la comun icación ( corrieron allá para ver qué les h abía
pasado, pero n o les h abía pasado n ada) . Aun in terrogan do cuidadosa-
men te al in forman te, casi no es posible obten er de él un a exposición
más clara de la situación . En las respuestas men os in teligibles, el en -
cuestador pierde por completo el h ilo de un relato en el que las imáge-
n es, las accion es, las personas y los acon tecimien tos aparecen sin ser
an un ciados n i situados y desaparecen silen ciosamen te.
Los miembros de las clases medias son tan capaces como los de las
clases populares de comunicar detalladamen te un a descripción de pri-
mer grado, pero ésta n o se sitúa en un a perspectiva tan limitada. Pue-
den colocarse en distin tos pun tos de vista y adoptar, por ejemplo, el de
otra person a, el de un a categoría de person as, un a organ ización , un a
person a jurídica o incluso el de toda una ciudad.
El in forman te perten ecien te a las clases medias, cuan do describe el
comportamien to de otras person as, o de categorías de person as, tiene
la facultad de colocarse en el punto de vista de éstas más que en el suyo
propio; puede también in cluir en su relato series de accion es bajo la
forma en que otros las h an registrado. In cluso puede realizar un a des-
cripción de su propio comportamien to según un a óptica diferen te de
la suya propia.

Co r r espo n d en c ia en t r e l as imá g en es d el h a bl a n t e
y d el in t er l o c u t o r
Los individuos sólo perciben muy desigualmen te la necesidad de intro-
ducir una mediación lin güística en tre sus propias imágen es subjetivas y
las de sus interlocutores.[ …]
Cuan do el con texto de la discusión está materialmen te presen te
an te ambos in terlocutores, o les es común en virtud de un a idén tica
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 257

experien cia pasada, o está implícitamen te presen te como con secuen -


cia de sus relacion es an teriores, el problema de con texto está en gran
parte resuelto. Pero cuan do el con texto n o está dado, y tampoco es re-
creado por el h ablan te, el in terlocutor se en cuen tra an te espin osos
problemas de in terpretación . Las respuestas men os in teligibles presen-
taban series de imágen es que se sucedían como en un sueñ o, y que
muy raramen te recurrían a comparacion es, precision es, explicacion es
u otros procedimien tos susceptibles de sumin istrar un con texto. De
esa man era el en cuestador se ten ía que esforzar para seguir el relato y
compren der su sen tido; an te cada n uevo desarrollo debía proceder a
realizar verificacion es si n o quería que el in forman te lo dejara, por así
decir, en el camin o. Los in forman tes aceptaban de buen grado y aun
con solicitud relatar sus experien cias, pero la sola volun tad de comuni-
carse no siempre es suficien te para establecer un a comun icación clara.
Esta última implica, en tre otras con dicion es, la facultad de compren-
der el propio discurso como los demás lo compren den .
Al parecer, los sujetos de las clases populares con ceden muy poca
aten ción a las diferencias de perspectivas. A lo sumo el informan te revi-
vía la hora exacta en que h abía efectuado ciertos actos, o bien , to-
man do con cien cia de que su in terlocutor n o asistía a la escen a, locali-
zaba para él los objetos y los sucesos. En ocasion es, tomaba concien cia
de la existencia del otro: «uno n o lo puede imagin ar si n o estuvo allí».
Hay que observar, sin embargo, que n o ponía en duda la existen cia de
un a correspon den cia en tre su universo subjetivo y el del otro. Utilizaba
en gran medida sobren ombres sin establecer claramente las iden tida-
des, y empleaba frecuen temen te los términ os «n osotros» y «ellos» sin
referencias precisas. Raramen te el h ablante se anticipaba a las reaccio-
n es que debía suscitar su comunicación, y parecía sentir escasamen te la
n ecesidad de explicitar ciertas particularidades de su n arración . Pocas
veces matizaba los juicios que vertía, sin duda porque en su opinión era
obvio que sus percepcion es reflejaban la realidad y eran compartidas
por todos los presen tes. Esta ten den cia a supon er que todo era obvio
hacía que su relato careciera de profundidad y riqueza, y con tuviera po-
cos matices y escasos ejemplos verdaderos. Muy a men udo el interlocu-
tor se en contraba an te un fragmento descriptivo que supuestamente re-
presen taba un relato más completo. El h ablan te agregaba en ton ces,
even tualmente, frases del tipo de «y otras cosas por el estilo» o «y todo
lo demás». Estas modalidades de expresión n o son verdaderamen te
258 el o f ic io d e so c ió l o g o

recapitulativas; sólo son sucedán eos de un in forme detallado y abs-


tracto. Los resúmen es prácticamen te n o existían : éstos supon en , en
efecto, que los informan tes tien en con cien cia de los requerimien tos de
los oyen tes. Ciertas frases que parecían con stituir resúmen es –tales
como «eso es todo lo que sé» y «así pasaron las cosas»– simplemen te in-
dicaban que allí se deten ían los con ocimien tos del h ablan te. Fin al-
men te, había ciertas expresion es que parecían ten er un valor recapitu-
lativo, como «era una lástima», pero se trataba más bien de soliloquios
que represen taban un ensimismamien to o una emoción , más que resú-
men es de lo que precedía.
También el informante de las clases medias presupone la correspon -
den cia en tre las imágen es ( subjetivas) del otro y las suyas propias. Sin
embargo, a diferen cia de los miembros del grupo «inferior», admite fá-
cilmente la diversidad de las visiones subjetivas y por con siguiente la n e-
cesidad de sumin istrar un con texto. Se empeñ a, pues, median te diver-
sos procedimien tos, en recrear un con texto y en clarificar el sen tido de
su relato. Matiza su opin ión , la resume y sitúa el escenario de la acción
con un a den sa in troducción; desarrolla ampliamen te los temas trata-
dos, ilustra su relato con frecuen tes ejemplos, se adelanta a un a posible
incredulidad y se preocupa much o por localizar los sitios citados y por
establecer la iden tidad de las person as, y todo esto con gran riqueza de
detalles. Se sien te men os apremiado en recurrir a la expresión «como
usted sabe»; tien de a sumin istrar aclaracion es cuando supon e que h ay
un aspecto del relato que puede suscitar dudas o n o con vencer. Pocas
veces deja de localizar en el tiempo y en el espacio las imágenes o series
de imágen es. Merece observarse la frecuen cia con que introduce mati-
ces y reservas en sus opiniones; ella in dica n o sólo una multiplicidad de
en foques posibles, sin o también un a gran sen sibilidad para las reaccio-
n es de los oyen tes presen tes o virtuales ( in cluyen do al mismo h a-
blante) .
En un a palabra, el in forman te perteneciente a las clases medias con -
ser va lo que se podría llamar «el con trol de la comun icación », por lo
menos en esa situación semiorgan izada que es la situación de la en tre-
vista. Sir ve, por así decir, de in termediario en tre sus propias imágen es
y el in terlocutor, con el afán de «presen tar» correctamen te, como
cuando se hacen «presen taciones», lo que ha visto y lo que sabe. Está en
la situación de un director cinematográfico que dispone de varias cáma-
ras, cada una de ellas en focada sobre un aspecto diferen te de la escen a
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 259

y que, mien tras filma, con trola cuidadosamen te sus efectos. In versa-
men te, el relato de un informante de las clases populares evocaría más
bien un film realizado con un a cámara ún ica. [ …] Los sujetos origi-
n arios de las clases medias –aparen temen te en virtud de su mayor sen-
sibilidad a las reaccion es del in terlocutor– toman más distan cia res-
pecto de su experien cia person al. No se limitan a con tar lo que vieron:
compon en un relato. La relación de los h ech os será más o men os
exacta, pero en la medida en que se trata de un discurso orden ado, se
h allarán en él las cualidades y los defectos de los relatos con certados.
Aquí no se trata de comparar la exactitud respectiva de los relatos h e-
chos por los miembros de las clases medias y los de las clases populares.
En la «objetividad» de los primeros h ay que ver an te todo un a toma de
distancia del narrador con respecto al acon tecimiento.
Por la manera en que se orden a su relato, el in forman te de las clases
medias muestra que tien e, al mismo tiempo, con cien cia del otro y de sí
mismo. Le es posible interrumpirse en medio de un desarrollo, o tomar
un a orien tación n ueva; de un a man era gen eral, ejerce estrecho control
sobre el desen volvimien to de su comun icación . El in forman te de las
clases populares parece mucho men os capaz de esa visión de con junto.
El con trol que ejerce sólo se refiere a la can tidad de in formación que
acepta o n o comun icar al en cuestador. Pero también es posible supo-
n er que dispon e de procedimien tos estilísticos de con trol que n o son
inmediatamente percibidos por un observador que, a su vez, perten ece
a la clase media.

Cl a sif ic ac ió n y r el ac io n es c l a sif ic at o r ia s
Los informantes de clase popular se refieren generalmente a individuos
particulares a los que design an a men udo con un nombre propio o con
un n ombre de familia. Esta man era de proceder n o aclara la descrip-
ción ni facilita la identificación de las personas en cuestión sino cuan do
el in forman te se limita a referir las experien cias de algun os in dividuos
bien defin idos. Llega un momen to en que el en cuestador desea reco-
ger in formacion es, n o ya sobre personas, sin o sobre categorías de per-
sonas, e incluso sobre organ ismos, así como sobre las relacion es que se
establecieron en tre esas categorías, o esos organ ismos, y el informan te:
en ese caso un sujeto de las clases populares se muestra casi siempre in-
capaz de dar una respuesta. En el peor de los casos, su discurso no logra
260 el o f ic io d e so c ió l o g o

captar las categorías de person as o de acciones en cuan to tales porque,


según toda eviden cia, su pensamien to no domin a la lógica de las clases.
Las pregun tas que versan sobre organ ismos como la Cruz Roja son re-
traducidas en términ os con cretos, y hablará de la Cruz Roja «que ayuda
a la gen te» o de «gen te que ayuda a otra gen te»; efectivamen te, sólo
tien e n ocion es muy vagas sobre los complejos mecan ismos según los
cuales fun cion an los organ ismos y las organ izacion es. Cuando ocasio-
nalmen te el in formante in troduce categorías, siempre es de manera ru-
dimentaria: «Había gen te que corría y otros que miraban lo que pasaba
en las casas». El cuadro que se obtiene no es sin o un bosquejo impresio-
n ista. La con fusión que siguió al torn ado está bastan te bien sugerida,
pero la descripción n o revela plan algun o. A veces el in forman te h ace
interven ir clases de person as, bajo la forma de oposicion es ( ricos y po-
bres, personas h eridas y person as indemn es) , o en umera, en forma de
listas, grupos de accion es fácilmen te iden tificables y de n aturaleza
opuesta; pero n o tratará de explicitar más las relacion es que pueden
existir en tre esas clases de personas o de accion es. Para describir una es-
cena, por otra parte, nunca recurrirá de man era sistemática a la n oción
de categoría y a las relacion es entre categorías: este procedimiento su-
pon dría capacidad para ubicarse en diferen tes pun tos de vista.
Se advierte que los en trevistados piensan esencialmen te en términos
particularizantes o concretos. Es indudable que la mayoría de los in for-
mantes, cuando no todos, disponen de un sistema de pensamiento cate-
gorizante; pero, en la comunicación que establecen explícitamente con
el encuestador, los términ os que design an categorías están ausentes o
sólo aparecen en forma rudimentaria, permaneciendo implícitas las re-
laciones entre categorías: las relaciones que pueden existir entre las co-
sas y las personas, o bien no se las formula explícitamente, o bien se las
sugiere con cierta vaguedad. El discurso nunca está ilustrado con verda-
deros ejemplos, ya sea porque su uso implica recurrir a categorías, ya sea
porque la pertenencia del encuestador a la clase media le impida reco-
nocer, en ciertos detalles, alusiones conscientes a un esquema categorial.
El discurso de los sujetos de clase media compren de, en gran me-
dida, una terminología clasificatoria, sobre todo cuando el narrador ha-
bla de lo que h a visto más bien que de sí mismo. Una actitud caracterís-
tica del in formante perten ecien te a las clases medias, cuan do describe
los actos realizados por otros, con siste en ubicar a las personas y sus ac-
ciones en clases y en formular explícitamente las relaciones que existen
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 261

en tre esas clases. Su discurso se organ iza frecuentemente en torno a la


descripción de la con ducta y proceder de diversas categorías de perso-
n as. Cuan do el in forman te cita a alguien o algo, es eviden te que lo
toma como represen tan te de un a categoría gen eral. Ve a los organ is-
mos de asisten cia y otros organismos públicos como con juntos o clases
de servicios y de accion es coordin ados; algunos sujetos sólo se refieren
en todo su relato a in stitucion es, sin tomarse la molestia de design ar a
las person as por su nombre o de person alizar su informe. En resumen,
en las comun icacion es que establecen los miembros de las clases me-
dias, la imagin ería con creta está menoscabada o eclipsada por la termi-
nología conceptual. El discurso se organiza de manera natural en torno
a clasificacion es sin que, indudablemente, el in forman te sea muy con s-
cien te de ello. Esta disposición es parte in tegran te de su educación,
tan to escolar como más amplia; pero no se debe afirmar que los miem-
bros de las clases medias pien san y se expresan siempre en un a lógica
categorizadora, pues eviden temen te n o ocurre así. Es muy probable
que la situación de la en trevista en cuan to tal exija del in forman te des-
cripcion es fuertemen te con ceptualizadas. No obstan te, se puede decir
que el pen samien to y el discurso de los miembros de las clases medias
son men os con cretos que los de los miembros de las clases populares.

Ma r c os o r g a n iza d o r es y pr o c ed imien t o s est il íst ic o s


La comunicación exige enunciados organizados. No es n ecesario que el
principio de esta organización sea explícitamente formulado por el ha-
blante o percibido por el oyente. Los marcos organizadores del discurso
pueden ser de muchos tipos: así, frecuentemente es la pregunta misma
del encuestador la que determinará el ordenamiento de la descripción,
o bien es el mismo hablante quien encuadra su discurso en sus propios
marcos organ izadores ( «H ay algo que usted debe saber a este res-
pecto»). O bien el marco lo suministran juntos el encuestador y el infor-
mante, como cuan do el primero plan tea una pregunta «abierta»: en el
amplio campo que le deja esa pregunta, el informan te tien e la posibili-
dad de ordenar su descripción en torno de los elementos que le parecen
más significativos. En efecto, en cierta medida, el informante tiene la li-
bertad de organizar su discurso como si se tratara de con tar una historia
o una intriga dramática de un tipo algo particular, con servan do sola-
mente de las preguntas del encuestador indicaciones generales sobre los
262 el o f ic io d e so c ió l o g o

imperativos que debe respetar. La exposición de los acontecimientos, de


los inciden tes o de las imágen es que se trata de tran smitir al oyente
puede efectuarse con o sin orden, siguiendo una progresión dramática
o en un orden cron ológico; pero si se quiere que la comunicación sea
efectiva, es n ecesario seguir un orden, cualquiera que sea ese orden.
Esos marcos organ izadores se expresan a través de procedimientos esti-
lísticos que difieren de una clase social a otra.
La pregun ta con la que el en cuestador in icia la en trevista ( «Cuén -
teme a su man era la h istoria del torn ado») in vita al in forman te a des-
empeñ ar un papel activo en la organ ización de su exposición ; y eso es
lo que algun as veces h ace. Sin embargo, a excepción de un a person a
que se sumergió en un relato person al, los in forman tes de clase popu-
lar n o hicieron largas declaracion es sobre lo que les sucedió durante y
después del torn ado. En las clases populares, al revés de lo que sucede
en las clases medias, los marcos organ izadores utilizados orden an más a
men udo porcion es del discurso que la totalidad, y son mucho más limi-
tados. Esos marcos son de distintos tipos, pero siempre el discurso se or-
gan iza a partir de una perspectiva centrada. Una de las organizaciones po-
sibles del relato es la narración en modo personal, en la que los sucesos,
las acciones, las imágenes, las personas y los lugares aparecen según un
orden cron ológico. Ciertos procedimien tos estilísticos favorecen este
tipo de organización, por ejemplo el empleo de elementos de enlace de
valor temporal: «y luego», «y», «en ton ces»; mencionemos también que
sólo se alude a los acon tecimien tos y las imágen es en el momen to en
que el h ablan te los rememora, o a medida que in ter vien en en la pro-
gresión del relato. El recurso al parén tesis puede permitir especificar
relacion es de paren tesco o localizar en el espacio a los in dividuos de
que se trata. Pero, a menos que el desarrollo del relato en vuelva al pro-
pio en trevistado, éste ten derá a perderse en los detalles a favor de un
inciden te particular, y será a su vez este in ciden te el que le suministrará
los n uevos marcos de su discurso, permitiéndole abarcar con ellos acon-
tecimien tos suplemen tarios. Del mismo modo, cuan do un a pregun ta
del en cuestador in terrumpe el curso del relato, esa pregun ta puede
preparar el terren o a un a respuesta con stituida por cierto n úmero de
imágen es o de un in ciden te. Es frecuente que la alusión a un in cidente
desen caden e la in troducción de otro in ciden te y, si bien el h ablan te
con cibe sin duda un a relación lógica o temporal en tre ellos, difícil-
men te esa relación será visible para el en cuestador. Esto h ace que el in-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 263

formante pueda salirse muy rápido de los marcos organ izadores que él
mismo h a dado a su discurso. El peligro a que se expone el encuestador
cuan do son dea de ese modo, o cuan do in siste en obten er un a n arra-
ción más min uciosa, es que lleva al en trevistado a olvidar la lín ea rec-
tora de su relato y a veces la misma pregun ta in icial que se le h izo. En
cambio, el en cuestador puede fácilmen te obten er n umerosas in for-
maciones a favor de esas digresion es, aun que a men udo deba son dear
algo más al informan te cuando quiere reinsertar en un contexto el ma-
terial así recogido. Las pregun tas de orden general son las más suscep-
tibles de desviar al informan te de su tema, en la medida en que propo-
nen marcos mal definidos. [ …] Si la pregun ta planteada pone en juego
categorías abstractas o supera la compren sión del en trevistado ( por
ejemplo, cuan do versa sobre los organ ismos de asisten cia) , el in for-
mante tiende a reaccionar con respuestas muy gen erales, o con en ume-
racion es con cretas, o incluso con un raudal de imágenes. Cuando el en-
cuestador se esfuerza, mediante preguntas más acucian tes, por obtener
la relación detallada de un acontecimiento o el desarrollo de un a idea,
gen eralmen te sólo se topa con repeticion es o en umeracion es, un a
suerte de «fuego gran eado» de imágenes que tien den a llenar los blan-
cos del cuadro que se le solicita. La falta de precisión real en los detalles
está ligada probablemen te a la in capacidad de cambiar de perspectiva
para relatar los acontecimientos. [ …]
Cuando el in forman te perten ece a las clases populares, el en cuesta-
dor experimenta gen eralmente grandes dificultades para someter la en-
trevista a un marco organizador que abarque el con jun to del discurso,
y sólo logra impon er «marcos parciales» al in forman te plantean do n u-
merosas pregun tas para precisar la cron ología de los h ech os, la situa-
ción y la iden tidad de las person as y para h acer desarrollar los detalles
men cion ados. [ …]
Nos resulta difícil determinar los procedimien tos estilísticos que ha-
cen eficaz un a comun icación , pero esto se debe tal vez a que n osotros
mismos perten ecemos a las clases medias. En tre los procedimien tos
más fácilmente iden tificables, se puede in cluir el empleo de n otacion es
cron ológicas rudimen tarias ( como «enton ces… y después») , la yuxta-
posición o la oposición directa de clases lógicas ( por ejemplo, ricos y
pobres) , y la localización de los acontecimientos en el tiempo. Pero es-
tán ausen tes los procedimien tos complejos que caracterizan a las entre-
vistas con miembros de las clases medias.
264 el o f ic io d e so c ió l o g o

Los in forman tes de clase media impon en por sí mismos a la en tre-


vista marcos que n o varían de un extremo al otro del relato. Aun que
muy sen sibles a los requerimien tos del en cuestador, con sideran que la
responsabilidad del relato les perten ece personalmente, y así se trasluce
desde el comienzo de la entrevista: numerosos informantes responden
de entrada con una descripción coh erente a la invitación del encuesta-
dor: «Cuén teme su h istoria». El marco organ izador puede suscitar un
tipo de relato fluido que prodiga una masa de detalles sobre lo que les
h a ocurrido al in forman te y a sus vecin os; puede sumin istrar un a des-
cripción estática pero minuciosa de la comunidad afectada; o bien, me-
diante el empleo de procedimien tos dramáticos y notacion es escénicas,
puede pon er en eviden cia la existen cia de un a red de relacion es com-
plejas rein sertán dolas en una progresión dramática. La ciudad en tera
puede ser tomada como marco de referen cia y su historia reconstituida
en el tiempo y en el espacio.
Además del marco prin cipal, el in forman te pertenecien te a las clases
medias utiliza n umerosos marcos an exos. Como los miembros de las
clases populares, puede volver atrás ante una pregunta del encuestador,
pero, particularmen te cuan do la pregun ta, por su carácter gen eral y
abstracto, le permite un a gran libertad, organ iza su respuesta a partir
de un submarco que determina la elección y la organización del con te-
nido de la digresión . Cuando pasa de una imagen a otra, es raro que és-
tas n o estén ligadas a la pregun ta que las h a provocado. Tien e, asi-
mismo, ten den cia a profun dizar más que a repetir o a en umerar sus
percepciones. [ …]
Como integra múltiples perspectivas, el in formante puede permitirse
largos paréntesis, o discutir las acciones simultáneas de otros personajes
en relación con él mismo, o también efectuar variadas comparacion es
que permiten gran riqueza de detalles y favorecen la comprensión para
volver fin almente al pun to de partida y retomar el relato, generalmen te
después de prevenir al interlocutor de sus digresiones, las que terminan
con una fórmula recapitulativa o una frase de transición como «bueno,
sea como sea…». [ …]
Hay que tomar en con sideración todo lo que se refiere a la situación
de la en trevista para in terpretar correctamen te esas diferencias en tre
las clases sociales. Los miembros de las clases medias perciben n ecesa-
riamen te al en cuestador como un a person a cultivada que sabe expre-
sarse, aun que se trate de un descon ocido que no perten ece a la pobla-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 265

ción . Se sabe que recoge in formación por cuen ta de algún organismo:


esto confiere legitimidad a sus preguntas y, además, incita al informante
a expresarse libremen te y a ofrecer in formacion es completas. Aun que
probablemen te n un ca h aya participado an tes de la situación de la en-
trevista, el in forman te tuvo much as veces ocasión de h ablar exten sa-
men te con representan tes de ciertos organ ismos o, por lo men os, tuvo
la experien cia de con versacion es con miembros de las clases cultas.
También se puede supon er que el modo de vida propio de las clases
medias lo obliga a prestar much a aten ción a las palabras empleadas
para evitar ser mal compren dido: por eso está sensibilizado con los pro-
blemas que plan tea la comun icación en sí misma, y la comun icación
con personas que n o tienen necesariamente su punto de vista y sus mar-
cos de referen cia.
Un a comun icación de este orden exige un a men te siempre alerta,
atenta a la vez a las significaciones de su propio discurso y a las intencio-
n es posibles del discurso del otro. Los papeles que se asumen pueden
ser inadecuados en much os casos, pero siempre son el resultado de una
actitud activa. H abituado a estimar y anticipar las reacciones del oyente
a sus palabras, el h ablante adquiere el control de procedimientos in ge-
n iosos y ágiles que le permiten corregir, matizar, h acer más plausible,
explicar y reformular su discurso, o sea que adopta múltiples perspec-
tivas y establece su comun icación en fun ción de cada un a de ellas. La
posibilidad de elegir en tre varias perspectivas implica la probabilidad
de escoger entre diferen tes man eras de orden ar y estructurar las partes
del discurso. Por otra parte, el h ablan te es capaz de categorizar y ligar
en tre sí las clases lógicas que emplea, lo que equivale a decir que su
educación le permite adoptar variadas perspectivas de un alcance muy
amplio. Si bien los miembros de las clases medias no tien en siempre un
discurso tan sutil, ya que la comun icación está frecuen temen te rituali-
zada y, en gran parte, compuesta de sobreentendidos, como es n atural
entre personas que se conocen bien y que tienen tantas cosas en común
que n o necesitan sutilizar para compren derse, no obstante se puede de-
cir que esos sujetos son capaces, cuan do se les solicita, de ofrecer un
relato complejo y conscientemente organizado. Esta forma de discurso
requiere del hablante, además de h abilidad y perspicacia, la facultad de
man tener sutilmen te al in terlocutor a distan cia mien tras le en trega
cierta parte de in formación . Para los miembros de las clases populares,
el en cuestador perten ece a un a clase social más elevada que el in for-
266 el o f ic io d e so c ió l o g o

man te, hasta el punto de que la entrevista constituye una «conversación


en tre un a clase social y otra». Esa con versación requiere sin duda más
esfuerzo y h abilidad que la que se entabla en tre un informante y un en-
cuestador que perten ecen por igual a las clases medias, de manera que
n o h ay que asombrarse si a men udo el en cuestador se sien te despis-
tado, o si, por su lado, el informan te respon de frecuen temen te elu-
dien do la pregun ta. [ …]
Un miembro de las clases populares de un a población de Arkan sas,
que tien e pocas veces ocasión de en con trarse fren te a un interlocutor
pertenecien te a las clases medias, sobre todo en una situación del tipo
de la en trevista, debe h ablar en este caso exten samen te con un desco-
n ocido de sus experien cias personales y rememorar, para su in terlocu-
tor, un a can tidad considerable de detalles. Probablemente sólo tiene el
hábito de h ablar de esta clase de temas y con tantos detalles a in terlocu-
tores que poseen en común con él un a experien cia y un material sim-
bólico, y an te los cuales casi n o tien e n ecesidad de interrogarse
con scien temen te sobre las técn icas de la comun icación . Si puede, en
gen eral, pen sar, sin riesgos de error, que sus interlocutores asign arán a
sus palabras, frases y mímicas, sign ificacion es aproximadamente simila-
res, n o ocurre lo mismo en la situación de la en trevista n i, en gen eral,
en todas aquellas situacion es en las que se establece un diálogo n o h a-
bitual en tre dos clases sociales distin tas.
¿El in forman te que perten ece a las clases populares describe defi-
cientemen te lo que capta o sólo capta lo que describe? ¿Su discurso re-
fleja exactamen te el modo de pen samien to y de percepción que le es
h abitual, o percibe efectivamen te según un a lógica abstracta y catego-
rizan te, y se ubica en múltiples perspectivas sin ser, n o obstante, capaz
de transmitir sus percepciones?
Cada vez que se trata de describir actividades human as, es n ecesario
apelar, de manera explícita o implícita, a un vocabulario referente a ob-
jetivos e in ten cion es, aun que sólo sea para defin ir las accion es. En el
discurso de los que n o conciben que pueda existir una verdadera dispa-
ridad en tre su un iverso subjetivo y el de sus oyen tes, n o es frecuen te
que aparezcan los términ os que design an explícitamen te in ten cion es.
El recurso frecuente de los miembros de las clases populares a la expre-
sión «por supuesto» seguida de algun a frase como «ellos fueron a pedir
n oticias de sus familiares», implica que casi no es n ecesario expresar lo
que «ellos» iban a h acer y todavía men os n ecesario dar las razon es de
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 267

ese acto. La razón ( «pedir noticias») es implícita y fin al; n o requiere ni


profundización n i explicación. Cuando los motivos son explícitos ( «n e-
cesitaban ayuda, por eso fuimos a ver») , se los men cion a en cierto
modo in n ecesariamen te y muy bien se los podría h aber omitido [ …] .
Para el hablan te n o se plantea la cuestión de saber por qué la gen te ac-
tuaba como lo h acía: para él la cosa era tan evidente que no creía nece-
sario cuestionar o profundizar los motivos de esas acciones. Apremiado,
por el en cuestador, a precisar esas declaracion es, el in forman te apenas
si las profundiza: cuando recurre al vocabulario de la intención , lo hace
den tro de límites estrech os. Los términ os más frecuen temen te utiliza-
dos remitían a la idea de obligacion es con cern ien tes a la familia, a las
preocupacion es que causa la propiedad, a sen timien tos h uman itarios
( «necesidad de ayuda») , y a las incitacion es de la curiosidad ( «fuimos a
ver») . […]
Los miembros de las clases medias se en cuen tran muy a sus an ch as
cuan do se trata de encon trar «razon es», múltiples y distin tas, a la reali-
zación de determin ados actos. La riqueza de las categorías de su pensa-
miento les permite definir las actividades y describirlas con una gran va-
riedad de medios. Poseen un in strumen to que les permite distribuir
imágenes difusas ( «corrían en todas las direccion es») en clases lógicas
de accion es y de acon tecimien tos, sobre todo gracias al dominio del vo-
cabulario abstracto de la volun tad. También es preciso que el h ablante,
cuan do quiere sumin istrar un a descripción racion al del comporta-
mien to del otro, se asegure por diferen tes procedimien tos que las dis-
tin ciones que in troduce serán comprendidas por el in terlocutor. En la
práctica, la n ecesidad de explicar los comportamientos puede estar li-
gada a la necesidad de establecer una buena comunicación , de presen-
tar un informe racion al, sin dejar de mostrarse objetivo. Esto hace que
el empleo con stan te de fórmulas relativizan tes o gen eralizan tes acom-
pañ e a la apelación al len guaje de la volun tad ( «No podría decir por
qué, pero es muy posible que él h aya creído que era la ún ica solu-
ción …») .
No causará asombro que los miembros de las clases medias den
prueba de la misma soltura en el análisis de las estructuras sociales que
en el de los comportamientos individuales: su familiaridad se debe, ante
todo, esto es obvio, a los frecuentes contactos que mantienen con orga-
nismos, pero más aún a su capacidad de percibir y traducir en palabras
clases abstractas de accion es. El hablante que pertenece a las clases po-
268 el o f ic io d e so c ió l o g o

pulares, por su lado, no parece tener sino nociones rudimentarias sobre


la estructura de los organismos, por lo menos en cuanto a las institucio-
nes de socorro y asistencia. Contactos prolongados con los represen tan-
tes de esas instituciones tendrían no sólo el efecto de familiarizarlo con
las organizaciones, sino también de habituarlo a pensar en términos de
organización, es decir, en definitiva, en términos abstractos.
La ten den cia propia de los miembros de las clases populares a ex-
presar con cretamen te las actividades de los organ ismos de asisten cia
corrobora la obser vación de Warn er de que los miembros de las clases
populares sólo tien en un con ocimien to o un «sen timien to» muy débil
de las estructuras sociales de las comun idades a las que perten ecen .
Esa ten den cia n os permite compren der también las dificultades que
surgen cuan do se trata de tran smitir in formacion es relativamen te abs-
tractas, utilizan do la mediación de in strumen tos institucionales de co-
mun icación .

LEO NARD SCHATZMAN Y ANSELME STRAUSS

«Social Class an d Modes of Commun ication »


imá g e n e s su bje t iva s y sist e ma o bje t ivo d e r e f e r e n c ia

J. H. Goldthorpe y D. Lockwood n o se limitan a criticar el tan


cuestionado procedimien to en virtud del cual, para estudiar
la distancia en tre las clases, se pide a los sujetos que se sitúen
a sí mismos en la jerarquía social. El an álisis de los autores
muestra también que toda técn ica debe ser in terrogada,
tan to sobre su grado de adecuación al problema planteado
( pues el con ocimien to de las opin ion es de los sujetos n o
puede suplan tar un a captación objetiva de las relacion es en-
tre los grupos) como sobre el tipo de abstracción , buen a o
mala, que realiza: pedir a los sujetos que definan la posición
que se atribuyen en la estructura social sin preocuparse por
con ocer esa estructura social y, sobre todo, la represen tación
que tien en de ella los sujetos, es tratar un a «Gestalt» como
una «serie de respuestas separadas en tre sí y sin relación recí-
proca».*

27. j. h . g o l d t h o r pe y d. l o c k wo o d

Los datos de las encuestas de opin ión y de actitudes que se con sideran
pruebas pertinentes de la tesis del aburguesamiento pueden resumirse
así: en cierto número de estudios realizados en el curso de estos últimos

* Para ubicar esta crítica de técn icas habitualmen te empleadas en las


en cuestas sobre la estratificación social, en la discusión gen eral en la que se
in serta, véase supra, texto n º 8, pág. 164.
270 el o f ic io d e so c ió l o g o

añ os sobre un gran n úmero de trabajadores man uales, una proporción


apreciable de los en cuestados –en tre el diez y el cuaren ta por cien to–
h a declarado perten ecer a la clase media; algun os de esos estudios h an
mostrado asimismo cierta correlación entre dichas declaraciones y otras
conductas características de la clase «media», como el voto conservador.
En virtud de estas comprobacion es se sostien e que la concien cia de
clase se debilita en el mundo obrero y que muchos trabajadores manua-
les ya no aceptan identificarse con aquellos que, objetivamente, ocupan
un a posición fun damen talmen te idéntica a la suya y más bien se perci-
ben a sí mismos como perten ecien tes, con el mismo carácter que los
empleados o los trabajadores in dependien tes, etc., a una capa social su-
perior.
Sin entrar a discutir en detalle estos resultados, lo importante es cues-
tion ar directamen te el método de en cuesta, es decir la preten sión de
establecer cómo los individuos perciben su posición en la estructura so-
cial y se ubican en un a clase dada por medio de un a con sulta de tipo
electoral. [ …]
En primer lugar, es sabido que las respuestas a un a pregun ta como:
«¿A qué clase social cree usted perten ecer?», pueden variar sign ificati-
vamente según se dé al encuestado un a lista de clases preestablecidas o,
por el con trario, se deje la pregun ta abierta. En segun do lugar, es sa-
bido también que, cuan do se utilizan categorías preestablecidas ( y ése
es, generalmente, el caso) se registran asimismo gran des variacion es en
las respuestas según los términ os elegidos para designar las clases –por
ejemplo, si se utiliza el términ o «clase in ferior» para reemplazar o para
completar la expresión «clase obrera», o si no se lo utiliza en absoluto.
En tercer lugar –y éste es tal vez el punto más importan te–, es eviden te
que respuestas a pregun tas que son literalmen te idén ticas, y por tan to
son agrupadas por el en cuestador, pueden , en realidad, tener un a sig-
nificación muy diferente, según las personas consultadas, ya que en esas
respuestas in fluye n o sólo la forma de la pregunta formulada –la que se
puede con siderar con stan te para un a muestra dada–, sin o además la
imagen propia que los encuestados tienen de su sociedad y de su estruc-
tura, imagen, como se sabe, susceptible de considerables variaciones. Es
así como, an te un a misma pregun ta, se puede apelar a esquemas dife-
rentes, incluso muy diferentes. Por ejemplo, en el caso de un trabajador
man ual que declara pertenecer a la clase media, esa afirmación puede
significar, en tre otras cosas:
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 271

a) que el en cuestado n o se con sidera un igual, y trata de distinguirse


de las personas que, en su opinión, constituyen la capa inferior de la so-
ciedad, por ejemplo los que sólo ocupan empleos in termiten tes o los
que están al borde de la miseria;
b) que se percibe a sí mismo ocupando un a posición media en un a
clase obrera, defin ida de man era amplia, que de h ech o con stituye en
gran medida su un iverso social; en otras palabras, que se con sidera su-
perior a obreros men os calificados o peor pagados, pero in ferior a los
capataces, a los agentes de policía, a los en cargados de talleres de repa-
ración de automóviles, etcétera;
c) que se sien te en el mismo n ivel que gran can tidad de empleados,
pequeños comerciantes, etc., en el plano económico, o sea en el plano de
los ingresos y los bien es materiales;
d) que es con scien te de que el estilo de vida al que aspira es por lo
men os diferen te de lo que habitualmente se acepta como estilo de vida
de la clase obrera; o, por último,
e) que pertenece, por su origen familiar, a la clase media.
Si se tien en presen tes estas con sideracion es, se in ferirá n ece-
sariamente que los resultados de los estudios realizados como con sultas
electorales, en los que se pide a los sujetos que designen la clase social
a la que creen perten ecer, tien en muy poco valor sociológico. Parece
prácticamen te imposible in terpretar esas in formacion es de modo de
extraer indicacion es serias sobre el sentido de las clases y la con ciencia
de clase de las person as in terrogadas: a ello se opon en el coeficien te
personal de variación y la ambigüedad de las respuestas, que es muy
con siderable. En todo caso, esas en cuestas n o con stituyen de n in gún
modo, en n uestra opin ión , la base sólida que permitiría sosten er que
un número importante de trabajadores man uales tratan hoy día de pre-
sen tarse como miembros de grupos que perten ecen realmen te a la
clase media n i que aspiran a integrar esos grupos.

JOHN H . GOLDTHO RPE Y DAVID LOCKWO OD

«Affluen ce and the British Class Structure»


l a s ca t e g o r ía s d e l a l e n g ua in d íg e na y l a
c o n st r u c c ió n d e l o s h e c h o s c ie n t íf ic o s

Claude Lévi-Strauss sugiere que si Mauss n ecesita recurrir a


una teoría indígena, el «hau», para explicar el mecanismo del
don y del contra-don , es porque, en gañado por las categorías
de su len gua, h a distin guido tres operacion es y, por tan to,
tres obligacion es diferen tes, «dar, recibir, devolver», allí
donde n o h ay sin o un acto de in tercambio que el an álisis no
debe fragmen tar. Mauss n o se habría visto obligado a buscar
un a fuerza capaz de explicar la restitución del don si, en lu-
gar de aceptar acríticamen te una teoría que n o es sino la ex-
plicación con sciente de una «n ecesidad inconsciente cuya ra-
zón está en otra parte», h ubiera con fiado en la lengua
indígena, la que, como él mismo observa, «tien e un a sola pa-
labra para design ar la compra y la ven ta, el préstamo y lo
prestado», operacion es que él con sideraba an titéticas en vir-
tud de las sugerencias de su propio lenguaje.

28. c . l é v i-st r a u ss

¿No es éste quizás un caso ( no tan extrañ o, por otra parte) en que el et-
n ólogo se deja en gañ ar por el in dígen a? Y no por el indígena en gen e-
ral, que n o existe, sin o por un grupo determin ado de in dígenas de cu-
yos problemas se h an ocupado los especialistas, pregun tán dose y
tratan do de resolver sobre lo que se pregun tan . En este caso, en lugar
de aplicar hasta el fin al sus principios, Mauss ren un cia en favor de un a
teoría neozelandesa que tiene gran valor como documento etnográfico,
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 273

pero que no deja de ser otra cosa que un a teoría. No h ay motivos para
que, porque un os sabios maorís se h ayan plan teado an tes que n adie
ciertos problemas y los h ayan resuelto de un a forma atractiva, pero
poco con vin cen te, ten gamos que aceptar su in terpretación . El hau n o
es la razón última del intercambio, sino la forma conscien te bajo la cual
los h ombres de un a sociedad determin ada, don de el problema ten ía
una especial importan cia, han comprendido una necesidad incon scien-
te, cuya razón es otra.
Mauss, en el momen to decisivo, se en cuen tra domin ado por la duda
y el escrúpulo; n o sabe si lo que tien e que h acer es el esquema de un a
teoría o la teoría de la realidad in dígen as. Aun que en parte tien e ra-
zón , ya que la teoría in dígen a está en un a relación much o más directa
con la realidad in dígen a que lo que puede estar un a teoría elaborada
a partir de n uestras categorías y problemas. Fue, por lo tan to, un pro-
greso, en el momen to en que él escribía, atacar un problema etn ográ-
fico partien do de la teoría n eozelan desa o melan esia, an tes que
median te n ocion es occiden tales, como el an imismo, el mito o la parti-
cipación . Sin embargo, in dígen a u occiden tal, la teoría n o es n un ca
más que un a teoría; a lo sumo ofrece un a sen da de acceso, pues lo que
creen los in teresados, sean fueguin os o australian os, está siempre muy
lejos de lo que h acen o pien san efectivamen te. Después de h aber ex-
puesto la con cepción in dígen a h abría que h aberla sometido a un a crí-
tica objetiva que permitiera alcan zar la realidad subyacen te. Ah ora
bien : h ay much as men os oportun idades de que ésta se en cuen tre en
las elaboracion es con scien tes que en las estructuras men tales in con s-
cien tes a las cuales se puede llegar por medio de las in stitucion es e in-
cluso mejor por medio del len guaje. El hau es el resultado de la refle-
xión in dígen a, mas la realidad está más clara en ciertos trazos
lin güísticos que Mauss n o dejó de pon er en relieve, sin darles, sin em-
bargo, la importan cia que merecían : «Los papúes y los melan esios –es-
cribió– tien en un a sola palabra para design ar la compra y la ven ta, el
préstamo y lo prestado; las operaciones an titéticas se expresan con la
misma palabra». Y la prueba está aquí: n o es que las operacion es sean
«an titéticas», sin o que son dos formas de un a misma realidad. No es
n ecesario el hau para con seguir un a sín tesis, ya que la an títesis n o
existe. Es un a ilusión subjetiva de los etn ógrafos, y a veces también de
los in dígen as, que cuan do razon an sobre sí mismos, lo cual les ocurre
con frecuen cia, se con ducen como etn ógrafos o más exactamen te
274 el o f ic io d e so c ió l o g o

como sociólogos, es decir, como colegas con los cuales está permitido
discutir.

CLAUDE LÉVI-STRAUSS

«ln troduction à l’œ uvre de Marcel Mauss»


Pero los prin cipios metodológicos que implica esta crítica n o
bastan para defin ir cómo el etnólogo debe con struir sus obje-
tos. No es suficien te precaverse contra la teoría in dígen a y re-
currir a la len gua como lugar privilegiado de las estructuras
inconscientes. Mauss hacía notar en otro lugar que las demar-
cacion es realizadas por tal o cual len gua n o tien en n in gún
privilegio con respecto a las con struccion es del sociólogo,
quien n o debe n ecesariamente someterse a las categorías de
la lengua indígen a.

29. m. ma u ss

Para que un fen ómen o social exista, n o es in dispen sable que logre su
expresión verbal. Lo que una lengua dice en una palabra, otras lo dicen
en varias. Aún más: no es absolutamente n ecesario que lo expresen: en
el verbo transitivo, por ejemplo, la noción de causa n o aparece explici-
tada y, sin embargo, se encuentra incluida en él.
Para que la existen cia de un determin ado prin cipio de operacion es
men tales esté asegurada, es necesario y suficien te que esas operaciones
sólo se expliquen por ese prin cipio. Nadie se h a atrevido a discutir la
un iversalidad de la noción de sagrado y, sin embargo, sería sumamen te
difícil citar en sán scrito o en griego una palabra que corresponda al ( sa-
cer) de los latin os. Se dirá en sán scrito: puro ( medhya) , sacrificio ( yaj-
‘ γι ος) ,
niya) , divin o ( devya) , terrible ( ghora) ; en griego: san to ( ι ερός o ά
ven erable ( σεµνός) , justo ( θε´σµος) , respetable ( α’ι δε´σι µος) . A pesar
276 el o f ic io d e so c ió l o g o

de esto, ¿acaso los griegos y los h in dúes n o tuvieron un a con cien cia
absolutamen te justa y arraigada de lo sagrado?

MARCEL MAUSS

«In troduction à l’an alyse de quelques


ph én omèn es religieux»
Fue Malin owski quien en un ció más completamen te las re-
glas de con strucción del objeto cien tífico al pregun tarse
cómo clasificar los diferen tes tipos de don es, pagos y tran sac-
cion es comerciales que obser vó en tre los triobrian deses. Si
es preciso evitar esa forma de etn ocen trismo metodológico,
que con siste en in troducir en la descripción «categorías fic-
ticias», dictadas por n uestra propia termin ología y n uestros
propios criterios, y si la termin ología in dígen a es un medio
de lograr ese resultado, «con vien e recordar que ésta n o
con stituye un a con den sación milagrosa», pues existen , en el
plan o de las in stitucion es y de los comportamien tos, «prin ci-
pios de clasificación » in con scien tes que el etn ólogo debe de-
tectar para controlar la clasificación que le propon e espon tá-
n eamen te la len gua in dígen a. Así, con trariamen te a un a
imagen popular del método etn ológico, caracterizada por la
fidelidad a lo con creto, el an álisis de Malin owski muestra
que la preocupación por lograr un a descripción con creta de
los comportamien tos tien e justamen te la fun ción de permi-
tir que el etn ólogo n o sea víctima de las categorías espon tá-
n eas del len guaje, ya se trate del suyo o del len guaje de los
sujetos que estudia.*

* Véase supra, § 4, pág. 41.


278 el o f ic io d e so c ió l o g o

30. b. ma l in owsk i

H e h ablado ex profeso de formas de in tercambio, de presen tes y con -


trapresentes, más bien que de trueques o de comercio, pues si existe el
trueque puro, en tre él y el simple presen te se in tercala toda un a gama
de combin acion es in termedias y tran sitorias, al pun to de que es com-
pletamen te imposible establecer un a clara demarcación entre el comer-
cio por un lado y el in tercambio de presen tes por el otro. A decir ver-
dad, la clasificación que realizaríamos en virtud de n uestra propia
termin ología y n uestros propios criterios es con traria a un método co-
rrecto. Para tratar correctamen te estos datos es indispen sable diseñ ar
un a lista completa de todos los modos de retribución y de todos los ti-
pos de presentes. En este enfoque de con jun to figurará, para comenzar,
el caso extremo del puro don, es decir el hech o de ofrecer sin que haya
n in guna devolución. Luego, pasan do por las múltiples formas habitua-
les de don es o de pagos, restituidos en parte o bajo ciertas con dicion es
y que a veces termin an por con fundirse, vien en tipos de intercambio en
los que se respeta un a paridad más o men os estricta, para termin ar fi-
n almente con el verdadero trueque. En la exposición que sigue, clasifi-
caré en términos generales cada transacción partiendo del criterio de la
equivalencia.
Un in forme catalogado no puede sumin istrar un a visión de los h e-
ch os tan clara como lo h aría un a descripción con creta; parece in cluso
algo artificial pero –esto debe ser especificado– no in troduciré catego-
rías ficticias, ajen as a la mentalidad in dígen a. No h ay n ada más en ga-
ñ oso en los in formes etn ográficos que la descripción de los h ech os de
las civilizaciones primitivas, con ayuda de términ os adaptados a nuestro
propio mun do. En todo caso, aquí trataremos de evitar ese error. Los
prin cipios de la clasificación , de cuya n oción carecen totalmen te los
aborígen es, se en cuen tran , no obstan te, en su organ ización social, en
sus costumbres y aun en su termin ología lin güística. Esta última n os
ofrece siempre el medio más seguro y más simple para acercarnos a una
compren sión de las distin cion es y las clasificaciones in dígen as. Pero
con viene recordar también que, por más válido que sea como clave de
sus conceptos, el con ocimiento de la termin ología no con stituye a este
respecto una conden sación milagrosa. En la práctica, numerosos rasgos
salien tes y esen ciales de la sociología y de la psicología social triobrian -
desas n o están represen tados por n in gún términ o, mien tras que el
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 279

idioma compren de variedades y matices que ya n o correspon den a


n ada, actualmen te. Por eso, todo estudio termin ológico debe estar
siempre seguido del análisis de los datos etn ográficos y de una encuesta
sobre la men talidad in dígen a, es decir que es preciso recoger much as
opin ion es, expresion es típicas y frases corrien tes, realizan do un o
mismo in terrogatorios con tradictorios. De todos modos, para llegar a
compren der profun da y definitivamente los h ech os, siempre h abrá que
recurrir al estudio del comportamiento, al an álisis etn ográfico de las
costumbres y de los casos con cretos en los que se reflejan las prescrip-
cion es tradicion ales.

BRONISLAW MALINOWSKI

Les Argonautes du Pacifique occidental


4. La an alogía y la con strucción
de h ipótesis

e l u so d e l o s t ipo s id e a l e s e n so c io l o g ía

La metodología weberian a del tipo ideal n o propon e, como


se supone gratuitamen te cuando se le reproch a su «con struc-
tivismo», un in strumen to de prueba que debería sustituir la
in vestigación de las regularidades empíricas o el trabajo h is-
tórico de la búsqueda de causas. Cuando se trata de explicar
«con stelacion es h istóricas sin gulares» ( formaciones sociales,
con figuracion es culturales o acon tecimien tos) , las con struc-
cion es típico-ideales del sociólogo pueden «prestar ayuda»
para llevar a la formulación de h ipótesis y sugerir las pregun -
tas que se plan tearán a la realidad; n o podrían , en cambio,
proveer por sí mismas n in gún con ocimien to de la realidad.
La «adecuación sign ificativa» que el tipo ideal debe realizar
para poder desempeñ ar su papel de revelador de las relacio-
n es ocultas, por otra parte, n o autoriza el uso que corrien te-
men te se h ace de la defin ición weberian a de la «sociología
compren siva» como garan tía de un a sociología psicológica
que debería con sagrarse a con struir sus objetos por referen -
cia a las «motivacion es» y a la viven cia de los actos: aquí se ve
que el «sen tido supuesto» n o tien e n ada en común con el
«sen tido subjetivo» de la experien cia vivida, ya que Weber
presen ta explícitamen te la h ipótesis de la n o-concien cia del
sen tido cultural de los actos como un prin cipio de la sociolo-
gía compren siva.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 281

31. m. we be r

Así como varias veces lo postulé como verdad man ifiesta, la sociología
forma con ceptos típicos y busca las reglas genéricas del acon tecimien to.
Al revés de la historia, que aspira al análisis y a la imputación causal de
accion es, de con stelacion es, de personalidades individuales de impor-
tan cia cultural, la con ceptualización propia de la sociología toma en
préstamo su material en forma de paradigmas –de preferencia pero n o
exclusivamen te– a los aspectos de la con ducta que también tien en que
ver con el pun to de vista de la h istoria. Ella forma sus con ceptos y busca
sus reglas an te todo desde el pun to de vista siguien te: si de tal modo
puede hacer un favor a la imputación causal histórica de los fenómenos
que in teresan a la cultura.
Al igual que para toda cien cia gen eralizadora, la especificidad de las
abstraccion es de la sociología implica que sus con ceptos estén relativa-
men te vacíos de contenido frente a la realidad h istórica. Lo que en con-
trapartida procura es un a univocidad in cremen tada del con cepto. Esta
un ivocidad incrementada es obtenida por un grado óptimo de adecua-
ción sign ificativa, objetivo al que tien de la con ceptualización socioló-
gica. Ésta puede ser alcanzada de manera particularmen te completa en
el caso de con ceptos y reglas racion ales. Pero la sociología también
busca aprehender en conceptos teóricos y sign ificativamente adecuados
fen ómen os irracion ales ( místicos, proféticos, n eumáticos,* afectivos) .
En todos los casos, tan to racionales como irracionales, se aleja de la re-
alidad y con tribuye al con ocimien to de ésta explicitan do el grado de
aproximación del fen ómen o h istórico respecto de los con ceptos que
permiten situarlo.
El mismo fenómeno h istórico puede ser, por ejemplo, en uno de sus
elementos «feudal», «patrimon ial» en otro, carismático en otros. Para
que el sen tido de estas palabras sea unívoco, por su parte la sociología
debe bosquejar tipos ideales de complejos de relaciones dotados de una
coherencia y de una adecuación significativa tan completa como sea po-
sible, pero que por este motivo n o se dejan observar en la realidad en

* En el len guaje de los gn ósticos, se decía «neumático» a lo que represen taba el más
alto grado de per fección espiritual. [ N. del T.]
282 el o f ic io d e so c ió l o g o

esta forma pura absolutamen te ideal, al igual que una reacción física
calculada en la hipótesis de un espacio absolutamente vacío.
La casuística sociológica sólo es posible a partir del tipo puro ( ideal) .
Es eviden te que la sociología también emplea ocasion almen te el tipo
medio an álogo a los tipos empíricos surgidos de la estadística, n oción
que no requiere un a aclaración metodológica particular. Pero cuan do
h abla de casos «típicos», constantemente invoca el tipo ideal que puede
ser racion al o irracion al, las más de las veces racion al ( siempre, por
ejemplo, en la teoría de la econ omía política) , pero en todo caso defi-
n ido por el h ech o de que está con struido por referen cia a un máximo
de adecuación sign ificativa.
Es menester darse cuenta claramente de que, en el campo sociológico,
las «medias» y los «tipos medios» no se dejan formar con cierta univoci-
dad sino ahí donde sólo se trata de diferencias de grado en cierto com-
portamiento significativo de índole cuantitativamente homogénea. La
cosa ocurre. Pero, en la mayoría de los casos, el acto que tiene que ver
con la historia o la sociología está influido por motivos cualitativamente
heterogéneos entre los cuales es imposible establecer una «media» en el sen-
tido propio. Las construcciones de tipos ideales de acto social que em-
prende por ejemplo la teoría económica son pues «irreales», en el sen-
tido de que preguntan cómo se actuaría en el caso ideal de una finalidad
racional orientada hacia la economía, para poder comprender el acto
real, siempre influido por inhibiciones tradicionales, pasiones, errores, y
por la interferencia de fines o consideraciones no económicas. […]
Precisamente de la misma man era se debería proceder a la con struc-
ción ideal-típica de un a actitud puramen te mística o acosmística res-
pecto de la vida ( por ejemplo, de la política y de la econ omía) . Cuanto
más claro y un ívoco es el tipo ideal, tanto más ajeno es al universo con-
creto en este sentido, y tan to más favorece a la termin ología, a la clasi-
ficación y a la h eurística. La imputación causal con creta de acon teci-
mien tos sin gulares a la que procede el h istoriador n o constituye un a
operación muy diferen te: para explicar el desarrollo de la campañ a de
1866, deslin da primero ( en forma ficticia) , desde el pun to de vista de
Mottke y Benedek, cómo cada un o de ellos, con ocien do plenamen te su
situación propia y la del adversario, habría tomado posición en el caso
de un a fin alidad racion al ideal, para luego explicar causalmen te el des-
vío observado ( por un a información falsa, un error de h echo, una falta
de razon amien to, el temperamen to person al o con sideracion es extra-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 283

estratégicas) . También aquí se emplea un a con strucción que es implíci-


tamen te ideal-típica.
Pero los con ceptos construidos de la sociología no son idealmente tí-
picos de man era extern a solamen te, también lo son de man era in trín-
seca. En la mayoría de los casos, el acto real se desarrolla en un a semi-
con ciencia o un a in con cien cia completa «del sen tido que lo anima». El
actor lo «sien te» de man era más vaga de lo que sabría expresar o «po-
n er en claro», y actúa casi siempre movido por el in stin to o el h ábito.
Sólo excepcion almen te y cuan do se repiten actos an álogos, el sen tido
( ya sea racion al o irracion al) del acto accede a la con cien cia. Un acto
en teramente sign ificativo, vale decir, plen a y claramente consciente, es
un caso-límite en la realidad. Cualquier consideración histórica y socio-
lógica en frentada al an álisis de la realidad deberá tener en cuen ta cons-
tan temen te ese estado de h ech o. Pero esto n o puede impedir que la
sociología forme sus conceptos clasificando los «sentidos supuestos» posi-
bles, por tan to como si el acto se desen volviera según un a orien tación
con scientemen te significativa.
En materia de método, sólo h ay elección en tre términos inmediatos
pero oscuros, o claros, pero enton ces irreales y típicamen te ideales.

MAX WEBER

Wirtschaft und Gesellschaft

La teoría abstracta de la econ omía n os ofrece justamen te un ejemplo


de esas especies de sín tesis que h abitualmen te se design an como
«ideas» [ Ideen] de los fenómenos h istóricos. En efecto, nos presenta un
cuadro ideal [ Idealbild] de los acon tecimien tos que ocurren en el mer-
cado de los bienes, en el caso de una sociedad organizada según el prin-
cipio del in tercambio, de la libre competen cia y de una actividad estric-
tamen te racion al. Este cuadro de pensamien to [ Gedankenbild] reún e
relacion es y acon tecimien tos determinados de la vida h istórica en un
cosmos no contradictorio de relacion es pensadas. Por su contenido, esta
con strucción tien e el carácter de una utopía que se obtien e acen tuan do
por el pensamiento [ gedankliche Steigerung] elementos determin ados de la
realidad. Su relación con los hech os dados empíricamente consiste sim-
284 el o f ic io d e so c ió l o g o

plemen te en esto: allí don de se comprueba o sospecha que un as rela-


cion es, del gén ero de aquellas que son presen tadas abstractamen te en
la con strucción precitada –en este caso las de los acon tecimien tos que
dependen del «mercado»– tuvieron en un grado cualquiera una acción
en la realidad, podemos represen tarn os pragmáticamen te, de man era
in tuitiva y compren sible, la naturaleza particular de esas relaciones según
un ideal-tipo [ Idealtypus] . Esta posibilidad puede ser preciosa, hasta indis-
pen sable, tan to para la búsqueda como para la exposición de los h e-
chos. Por lo que respecta a la búsqueda, el concepto ideal-típico se pro-
pon e formar el juicio de imputación : n o es él mismo un a «h ipótesis»,
pero trata de guiar la elaboración de las hipótesis. Del otro lado, n o es
un a exposición de lo real, sin o que se propon e dotar a la exposición de
medios de expresión unívocos. En consecuencia, es la «idea» de la orga-
n ización modern a, históricamente dada, de la sociedad en una econ omía
del in tercambio, don de esta idea se deja desarrollar por nosotros exac-
tamen te según los mismos prin cipios lógicos que aquellos que por
ejemplo sirvieron para construir la de la «economía urbana» en la Edad
Media en la forma de un concepto genético [ genetischer Begriff] . En este
último caso se forma el concepto de «econ omía urbana», n o estable-
cien do un a media de los principios económicos que existieron efectiva-
men te en la totalidad de las ciudades examin adas, sin o justamen te
con struyen do un ideal-tipo. Se obtiene un ideal-tipo acentuando unilate-
ralmente uno o varios pun tos de vista y encadenando una multitud de fe-
n ómen os, dados aisladamente, difusos y discretos, que se encuen tran a
veces en gran can tidad, otras en pequeña cantidad y en ocasion es nada
de nada, que se orden an según los precedentes pun tos de vista escogi-
dos unilateralmen te, para formar un cuadro de pensamiento homogén eo
[ einheitlich] . En n in gun a parte se en con trará empíricamente semejan te
cuadro en su pureza conceptual: es una utopía. El trabajo histórico ten-
drá la tarea de determin ar en cada caso particular h asta qué pun to la
realidad se aproxima o se aleja de ese cuadro ideal, en qué medida por
ejemplo h ay que atribuir, en el sen tido conceptual, la cualidad de «eco-
n omía urban a» a las con dicion es econ ómicas de un a ciudad determi-
n ada. Aplicado con prudencia, este con cepto presta la ayuda específica
que se espera de él en provech o de la in vestigación y la claridad. [ …]
¿En qué con siste ah ora la sign ificación de esos conceptos ideal-típi-
cos para un a cien cia empírica tal como la que proponemos practicar?
De an teman o querríamos insistir en la n ecesidad de separar rigurosa-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 285

men te los cuadros de pensamiento de que aquí nos ocupamos, que son
«ideales» en un sen tido puramen te lógico, de la n oción del deber-ser o de
«modelo». En efecto, n o se trata sin o de con struccion es de relacion es
que son suficien temente justificadas por lo que se refiere a n uestra ima-
ginación, por tan to «objetivamen te posibles», y que parecen adecuadas a
n uestro saber n omológico.
Quien quiera esté con vencido de que el conocimien to de la realidad
h istórica debería o podría ser un a copia [Abbildung] «sin supuestos» de
h ech os «objetivos», n egará todo valor a esas con struccion es. E in cluso
aquel que h aya recon ocido que en el nivel de la realidad n ada está des-
provisto de supuestos en el sentido lógico, y que el más simple extracto
de un acto o documen to n o puede tener sen tido cien tíficamen te sin o
por la relación con «significacion es» y por tan to, en último an álisis, por
un a relación con ideas de valor, n o obstan te se verá llevado a ver la
con strucción de cualquier tipo de “utopía” h istórica como un medio de
ilustración peligrosa fren te a la objetividad del trabajo científico, y toda-
vía con más frecuencia como un simple juego. De h echo, jamás puede
decidirse a priori si se trata de un puro juego del pensamiento o de un a
con strucción de con ceptos fecun da para la cien cia. También aquí n o
existe otro criterio que el de la eficacia para el con ocimien to de las re-
laciones entre los fen ómenos con cretos de la cultura, para el de su con-
dicion alidad causal y de su significación. Por con siguien te, la con struc-
ción de ideal-tipos abstractos n o es ten ida en cuen ta como objetivo,
sin o únicamen te como medio del con ocimien to. Todo examen aten to
que remita sobre los elemen tos con ceptuales de un a exposición h istó-
rica muestra que el historiador, no bien busca elevarse por en cima de la
simple comprobación de relaciones con cretas para determin ar la signi-
ficación cultural de un acon tecimien to singular, por simple que sea, por
tan to para «caracterizarlo», trabaja y debe trabajar con con ceptos que,
en general, no se dejan pun tualizar de manera rigurosa y unívoca sin o
en la forma de ideal-tipos.
En efecto, ¿cómo se deja pun tualizar el con ten ido de con ceptos
como los de «in dividualismo», «imperialismo», «feudalismo», «mercan-
tilismo», «con ven cion al» y otras in n umerables con struccion es con cep-
tuales de ese gén ero que utilizamos para tratar de domin ar la realidad
por el pen samien to y la comprensión ? ¿Acaso por la descripción «sin su-
puestos» de un a manifestación con creta cualquiera aislada o bien , por
el con trario, por la síntesis abstractiva [abstrahierende Zusammenfassung]
286 el of i ci o de soci ól ogo

de lo que es común a varios fenómenos concretos? El lenguaje del histo-


riador contiene centenaresde palabrasque implican semejantescuadros
de pensamiento, pero imprecisos, por ser elegidossegún lasnecesidades
de la expresión en el vocabulario corriente no elaborado por la refle-
xión, cuya significación sin embargo uno experimenta de manera con-
creta, sin que sean pensadoscon claridad. En un enorme número de ca-
sos, sobre todo en la historia política narrativa, la imprecisión del
contenido de los conceptos en modo alguno perjudica la claridad de la
exposición. Basta entonces con que se experimenteen los casos particula-
res lo que el historiador creyó ver, o incluso puede uno contentarse con
que una precisión particular del contenido conceptual de importancia re-
lativa en un caso particular se presente al espíritu como habiendo sido
pensada. Sin embargo, en el caso en que espreciso tomar conciencia cla-
ramente de una manera más rigurosa de la significación de un fenó-
meno cultural, la necesidad de operar con conceptos claros, especifica-
dos no solamente en uno, sino en todos los aspectos particulares, se
vuelve más imperioso. Evidentemente, es absurdo querer dar una «defi-
nición» de esas síntesis del pensamiento histórico según el esquema: ge-
nus proximum et differentia specifica: no hay más que hacer la prueba. Esta
última manera de establecer la significación de las palabras sólo se en-
cuentra en lasdisciplinasdogmáticasque utilizan el silogismo. Jamáspro-
cede, o sólo de manera ilusoria, a la simple «descomposición descriptiva»
[ schilderndeAuflösung] de esos conceptos en sus elementos, pues lo que
importa en este caso essaber cuálesson entre esoselementoslosque de-
ben ser considerados como esenciales. Cuando uno se propone dar una
definición genética del contenido de un concepto, no queda otra forma
que la del ideal-tipo, en el sentido indicado más arriba. El ideal-tipo es
un cuadro de pensamiento, noesla realidad histórica, ni sobre todo la re-
alidad «auténtica». Todavía menossir ve de esquema en el cual podría or-
denarse la realidad en calidad de ejemplar. No tiene otra significación que
la de un concepto límite[ Grenzbegriff] puramente ideal, con el que se mide
[ messen] la realidad para clarificar el contenido empírico de algunos de
sus elementos importantes, y con el cual se la compara. Estos conceptos
son imágenes[ Gebilde] en lascualesconstruimosrelaciones, utilizando la
categoría de posibilidad objetiva, que nuestra imaginación formada y
orientada según la realidad juzga como adecuadas.
En esta función, el ideal-tipo es en particular un intento por captar
las individualidades históricas o sus diferentes elementos en conceptos
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 287

genéticos. Tomemos por ejemplo las n ocion es de «Iglesia» y de «secta».


Éstas se dejan analizar por la vía de la pura clasificación en un complejo
de características, en el cual n o sólo la frontera en tre ambos conceptos,
sino también su contenido, perman ecerán siempre in distintos. En cam-
bio, si me propongo captar gen éticamen te el con cepto de «secta», vale
decir, si lo con cibo con relación a ciertas sign ificacion es importan tes
para la cultura que el «espíritu de secta» man ifestó en la civilización
moderna, en tonces ciertas características precisas de un o y otro de esos
dos conceptos se volverán esenciales porque implican un a relación cau-
sal adecuada respecto de su acción sign ificativa. En este caso los con-
ceptos toman al mismo tiempo la forma de ideal-tipos, lo que sign ifica
que n o se man ifiestan , o sólo lo h acen esporádicamen te, en su pureza
con ceptual. Aquí como en otras partes, todo con cepto que n o es pura-
mente clasificatorio n os aleja de la realidad.

MAX WEBER

Essais sur la théorie de la science


5. Modelo y teoría

l a SUMMA y l a ca t e d r a l :
l a s a na l o g ía s pr o f u n da s c o mo pr o d u c t o
d e u n h á bit o me n t a l

El paralelismo en tre la evolución del arte gótico y la evolu-


ción del pen samien to escolástico duran te el período que se
extiende aproximadamente entre 1130-1140 y 1270 no puede
surgir sin o a con dición de «pon er en tre parén tesis las apa-
rien cias fen omén icas» para destacar así las an alogías ocultas
entre los principios de organización lógica de la escolástica y
los prin cipios de construcción de la arquitectura gótica. Con
esta elección metodológica se in ten ta rastrear algo más que
un vago «paralelismo» o establecer «in fluen cias» discon ti-
n uas y parcelarias. Ren un cian do a las pruebas aparen tes con
que se con ten ta el in tuicion ismo o a las pequeñas pruebas
circun stan ciales, tran quilizadoras pero reductoras, que satis-
facen al positivismo, Pan ofsky se ve con ducido a relacion ar
con un principio oculto, habitus o «fuerza formadora de hábi-
tos», la con vergencia h istórica que es el objeto de su in vesti-
gación .

32. e . pa n o f sk y

Duran te la fase «con cen trada» de este desarrollo extraordinariamen te


sin crón ico, es decir en el período que se extien de aproximadamen -
te desde 1130-1140 h asta 1270, se puede obser var, me parece, un a co-
n exión en tre el arte gótico y la escolástica más con creta que un simple
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 289

«paralelismo» y, sin embargo, más general que esas «in fluen cias» in di-
viduales ( y también muy importan tes) que los con sejeros eruditos ejer-
cen sobre los pin tores, los escultores o los arquitectos. Por oposición a
un simple paralelismo, esta con exión es un a autén tica relación de
causa a efecto; por oposición a un a in fluen cia in dividual, esta relación
de causa a efecto se establece más por difusión que por con tacto di-
recto. Se establece, en efecto, por la difusión de lo que se puede lla-
mar, a falta de un términ o mejor, un hábito men tal, restituyen do a este
clisé gastado su más preciso sen tido escolástico de «prin cipio que or-
den a el acto», principium importans ordinem ad actum. 1 Tales h ábitos
men tales existen en toda civilización . Así, n o h ay n in gún escrito mo-
dern o sobre h istoria que n o esté impregn ado de la idea de evolución
( idea cuya evolución merecería estudiarse much o más de lo que se h a
h ech o h asta ah ora y que en la actualidad parece en trar en un a fase crí-
tica) , y, sin ten er un con ocimien to profun do de la bioquímica o del
psicoanálisis, h ablamos todos los días con la mayor soltura de la in su-
ficien cia vitamín ica, de alergias, de fijación con la madre y de comple-
jos de in ferioridad.
Si frecuen temen te es difícil, si n o imposible, aislar una fuerza forma-
dora de h ábitos ( habit-forming force) entre much as otras e imagin ar los
can ales de tran smisión , el período que se extien de aproximadamen te
en tre 1130-1140 h asta 1270 y la zon a de «cien to cincuen ta kilómetros
alrededor de París» con stituyen un a excepción . En esta área restrin -
gida, la escolástica poseía el mon opolio de la educación : en lín eas ge-
n erales, la formación in telectual h abía pasado de las escuelas mon ásti-
cas a institucion es urban as más que rurales, cosmopolitas an tes que
region ales y, por decirlo así, solamen te semieclesiásticas. Es decir, a las
escuelas catedrales, a las un iversidades y a los studia de las n uevas órde-
n es men dican tes ( casi todas aparecidas en el siglo XIII ) cuyos miem-
bros desempeñ aban un papel cada vez más importan te en el sen o de
las mismas un iversidades. Y, a medida que el movimien to escolástico,
preparado por la en señ an za de los benedictin os y promovido por Lan -
fran c y An selme du Bec, se desarrollaba y se expan día gracias a los do-
min ican os y a los fran ciscan os, el estilo gótico preparado en los mon as-

1 Tomás de Aquin o, Summa Theologiae ( de ah ora en adelan te S. Th.) , I-II, q.


49, art. 3, C.
290 el o f ic io d e so c ió l o g o

terios ben edictin os y promovido por Suger de Sain t-Den is, alcan zaba
su apogeo en las gran des iglesias urban as. Es sign ificativo que duran te
el período román ico los grandes n ombres de la h istoria de la arquitec-
tura sean los de las abadías ben edictin as, duran te el período clásico
del gótico, el de las catedrales, y duran te el período tardío, el de las
iglesias parroquiales.
Es muy poco probable que los con structores de edificios góticos h a-
yan leído a Gilbert de la Porrée o a Tomás de Aquino en su texto origi-
n al. Pero estaban expuestos a la doctrin a escolástica de much as otras
man eras, in depen dien temente del hech o de que su actividad los ponía
directamente en con tacto con los que concebían los programas litúrgi-
cos e icon ográficos. Habían ido a la escuela, h abían escuch ado los ser-
mones,2 habían podido asistir a las disputationes de quolibet3 que, al tratar
todas las cuestion es del momento, se habían tran sformado en aconteci-
mientos sociales muy parecidos a nuestras óperas, nuestros conciertos o
n uestras con feren cias públicas,4 y h abían podido establecer con tactos
fructíferos con los letrados en muchas otras ocasiones. Debido a que las
cien cias n aturales, las h umanidades, e incluso las matemáticas, aún n o
h abían desarrollado su método y su termin ología específicos y esotéri-

2 Véase E. Gilson , «Michel Men ot et la tech n ique du sermon médiéval», en


Les idées et les lettres, París, Vrin , 1932, pág. 93-154. [ N. del T. fran cés.]
3 H ay que distin guir las disputationes ordinariae y su redacción literaria, las
quaestiones disputatae, de las disputationes quodlibetales y su versión escrita, las
quaestiones quodlibetales. Cada disputatio ordinaria se desarrollaba así: el
primer día le tocaba respon der al bach iller, en presen cia de su maestro, a
las argumenta y a las objetiones plan teadas por los maestros, bachilleres o
estudian tes presen tes en esta ceremon ía un iversitaria que ten ía lugar a
in tervalos diversos. El segun do día el maestro orden aba y agrupaba los
argumen tos y las objecion es y les opon ía como sed contra breves argumen tos
extraídos de la razón y de la autoridad. A con tin uación in ten taba
libremen te resolver a fon do la cuestión , vin culán dola a sus orígen es o a sus
con secuen cias h istóricas o especulativas, después formulan do y
demostran do su respuesta defin itiva, llamada determinatio magistralis.
Fin almen te, basán dose en todo esto, respon día a las objecion es. Dos veces
por añ o, an tes de Navidad y an tes de Pascua, ten ían lugar ejercicios de
discusión sobre temas diversos, llamados disputationes de quolibet porque
trataban sobre cuestiones diversas y porque n o llegaban tan lejos en la
solución de los problemas ( véase M. Grabman n . La Somme Théologique de
Saint Thomas d’Aquin, París, 1925, págs. 11-18) . [ N. del T. fran cés.]
4 M. de Wulf, History of Mediaeval Philosophy, 3ª ed. in gl. ( trad. por E. C.
Messen ger) , Lon dres, II, 1938, pág. 9.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 291

cos, la totalidad del saber h umano era todavía accesible al espíritu n or-
mal y no especializado.
[ La situación social del arquitecto permite, por otra parte, compren-
der cómo pudo h allarse en una situación favorable para in teriorizar el
conjunto de los hábitos de pensamiento característicos de la escolástica.
Existe en esta época «un profesion alismo urbano que, por el h echo de
que n o se h abía esclerosado todavía en el sistema rígido de las guildes y
de las Bauhütten, ofrecía un ámbito dentro del cual el clérigo y el laico,
el poeta y el jurista, el letrado y el artesan o podían en trar en con tacto
casi en un pie de igualdad».
El arquitecto profesion al era «un hombre que h abía viajado mucho,
que frecuen temen te h abía leído mucho y que gozaba de un prestigio
social sin igual en el pasado y jamás superado desde entonces». Diversos
in dicios muestran in cluso que «el mismo arquitecto era con siderado
como un a suerte de escolástico».]
Cuan do se in ten ta establecer cómo el h ábito men tal producido por
la escolástica primitiva y clásica puede h aber afectado la formación
de la arquitectura gótica primitiva y clásica, es necesario pon er en tre
parén tesis el con ten ido n ocion al de la doctrin a y con cen trar la aten -
ción en su modus operandi, para decirlo con un términ o tomado de los
mismos escolásticos. Las sucesivas doctrin as sobre temas tales como la
relación en tre el alma y el cuerpo o el problema de los un iversales se
reflejan n aturalmen te más en las artes figurativas que en la arquitec-
tura. Sin duda, el arquitecto vivía en con tacto estrech o con los esculto-
res, maestros vidrieros, escultores sobre madera, etc., cuyas obras estu-
diaba toda vez que las en con traba ( como lo testimon ia el Album de
Villard de H on n ecourt) , a los que contrataba y con trolaba en sus pro-
pias empresas y a quien es debía tran smitir un programa icon ográfico
que n o podía elaborar, h ay que recordarlo, sin o con los con sejos y la
colaboración estrech a de un escolástico. Pero al h acer esto, h ablan do
con propiedad, an tes que aplicarla, asimilaba y tran smitía la sustan cia
del pen samien to con temporán eo. En realidad lo que el arquitecto,
que «con cebía la forma del edificio sin man ipular él mismo la mate-
ria»,5 podía y debía aplicar directamen te y en cuan to arquitecto, era
más bien esa man era particular de proceder que debía ser la primera

5 S. Th., I, q. I, art. 6, C.
292 el o f ic io d e so c ió l o g o

cosa que sorpren día al espíritu del laico cuan do entraba en con tacto
con un escolástico.

ERWIN PANOFSKY

Architecture gothique et pensée scolastique


l a f u n c ió n h e u r íst ica d e l a a na l o g ía

Cuan do Duh em critica los modelos mecán icos utilizados por


los físicos in gleses de la escuela de Lord Kelvin , y que repro-
ducen los efectos de un determinado número de leyes gracias
a mecan ismos que pon en en juego un a lógica de fun cion a-
mien to completamen te distin ta, distin gue cuidadosamen te
de este recurso imaginativo, basado en semejanzas super ficia-
les, el procedimien to an alógico propiamen te dich o que, al
pasar de relacion es abstractas a otras relacion es abstractas,
constituye el motor heurístico de las generalizaciones y de las
trasposicion es fundadas en una teoría.

33. p. du h e m

Es conven ien te, si se quiere apreciar con exactitud la fecun didad que
puede ten er el empleo de modelos, no con fun dir este empleo con el uso
de la analogía.
El físico que busca reun ir y clasificar en un a teoría abstracta las le-
yes de un a determin ada categoría de fen ómen os, muy frecuen te-
men te se deja guiar por la an alogía que vislumbra en tre estos fen óme-
n os y los fen ómen os de otra categoría; si estos últimos se en cuen tran
ya orden ados y organ izados en un a teoría satisfactoria, el físico tratará
de agrupar a los primeros en un sistema del mismo tipo y de la misma
forma.
La historia de la Física n os muestra que la búsqueda de las an alogías
en tre dos categorías distintas de fenómenos h a sido, tal vez, entre todos
294 el o f ic io d e so c ió l o g o

los procedimien tos empleados para con struir teorías físicas, el método
más seguro y más fecun do.
Así, la an alogía vislumbrada en tre los fen ómen os producidos por la
luz y los que constituyen el sonido es la que ha sumin istrado la n oción
de onda luminosa de la cual Huygen s supo extraer un excelente partido;
más tarde, es esta misma an alogía la que con dujo a Malebran ch e, y de
inmediato a Young, a represen tar una luz monocromática con un a fór-
mula similar a la que represen ta un son ido simple.
Una similitud vislumbrada en tre la propagación del calor y la propa-
gación de la electricidad en el in terior de conductores permitió a O hm
trasladar en bloque, a la segun da categoría de fenómenos, las ecuacio-
n es que Fourier h abía concebido para la primera.
La h istoria de las teorías del magnetismo y de la polarización dieléc-
trica n o es otra cosa que el desarrollo de analogías, vislumbradas desde
tiempo atrás por los físicos, en tre los iman es y los cuerpos que aíslan
electricidad; gracias a esta an alogía, cada un a de las dos teorías se h a
ben eficiado con el progreso de la otra.
El empleo de la an alogía física toma a veces un a forma todavía más
precisa.
Si consideramos dos categorías de fen ómenos muy distintas, muy des-
iguales, que h ayan sido reducidas a teorías abstractas, puede suceder
que las ecuaciones en que se formula una de estas teorías sean algebrai-
camen te idén ticas a las ecuacion es que expresan a la otra. En ese caso,
aun cuan do las dos teorías sean esen cialmen te h eterogén eas por la n a-
turaleza de las leyes que coordin an, el álgebra establece entre ellas un a
exacta correspon dencia; toda proposición de un a de las teorías tiene su
h omóloga en la otra; todo problema resuelto en la primera, plan tea y
resuelve un problema semejan te en la segun da. Cada un a de estas dos
teorías puede, según el término empleado por los ingleses, servir para
ilustrar a la otra: «Por an alogía física –dice Maxwell– entien do esa seme-
jan za parcial en tre las leyes de un a cien cia y las leyes de otra cien cia,
que h ace que un a de las dos cien cias pueda servir para ilustrar a la
otra».
Daremos a con tinuación un ejemplo, tomado entre muchos otros po-
sibles, de esta ilustración mutua entre dos teorías:
La idea de cuerpo caliente y la idea de cuerpo electrizado son dos no-
cion es esen cialmen te h eterogén eas; las leyes que rigen la distribución
de temperaturas estacion arias en un grupo de cuerpos buenos con duc-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 295

tores del calor y las leyes que fijan el estado de equilibrio eléctrico en
un conjun to de cuerpos buenos conductores de la electricidad, se refie-
ren a objetos físicos absolutamente diferen tes; sin embargo, las dos teo-
rías que tien en por objeto clasificar estas leyes se expresan por medio
de dos grupos de ecuacion es que el matemático n o podría distin guir;
de esta man era, cada vez que resuelve un problema sobre la distribu-
ción de las temperaturas estacion arias, resuelve simultán eamen te un
problema de electroestática, y recíprocamente.
Ah ora bien , tal corresponden cia algebraica entre dos teorías, tal ilus-
tración de un a por la otra, es un logro de much ísimo valor; n o sola-
men te significa un a n otable econ omía intelectual, porque permite tras-
ladar de un a sola vez a un a de las teorías todo el aparato algebraico
con struido para la otra, sin o que también constituye un procedimien to
de in ven ción . Puede suceder, en efecto, que en un o de los dos domi-
n ios a los que se aplica el mismo plan algebraico, la in tuición experi-
men tal plan tee muy n aturalmen te un problema o que sugiera su solu-
ción , mien tras que en el otro domin io el físico n o h aya sido tan
fácilmen te con ducido a formular esa cuestión o a dar esa respuesta. Es-
tas diversas maneras de recurrir a la analogía entre dos grupos de leyes
físicas o en tre dos teorías distin tas [ …] con sisten en aproximar, un o a
otro, dos sistemas abstractos, ya sea porque un o de ellos, ya con ocido,
sirva para con jeturar la forma del otro, que todavía n o se con oce; ya sea
porque, formulados los dos, se esclarezcan mutuamente.

PIERRE DUH EM

La théorie physique, son objet, sa structure


a na l o g ía , t e o r ía e h ipó t e sis

Sin duda, es un lugar común de la reflexión epistemológica


aclarar el papel del recurso de la an alogía en el descubri-
mien to científico; pero, con la ayuda de un an álisis lógico de
la estructura de las teorías, con cebidas como la asociación
de un léxico y de una sintaxis, Norman Campbell puede mos-
trar que la an alogía n o cumple solamen te un a fun ción de
asisten cia provisional en la formulación de las h ipótesis, sino
que con stituye el motor mismo del poder explicativo de un
sistema de proposicion es que fun cion a como una teoría.*
Contra la representación positivista de la teoría o, lo que es lo
mismo, con tra la definición «operacionalista» del sen tido de
las proposiciones, Campbell sostien e que el «sen tido» teórico
de un sistema de proposicion es n o se reduce al sen tido de
cualquier sistema de proposicion es que fuera su equivalen te
lógico.

* Sería n ecesario agregar que el recurso de la an alogía, aun en su papel de


in strumen to de in ven ción de h ipótesis, n o es fecun do sin o cuan do se apoya
en el esfuerzo para generalizar y traspon er teorías ya establecidas: como lo
señ alan M. Coh en y E. Nagel, «el sen timien to con fuso de semejan za» por el
que comien za psicológicamen te el proceso cien tífico con duce «a la
h ipótesis de un a an alogía explícita de estructura o de fun ción » sólo
cuan do, por el rodeo de un proceso discursivo, la hipótesis considerada
presen ta «ciertas analogías estructurales con otras teorías ya sólidamen te
con stituidas» ( M. R. Coh en , E. Nagel: An Introduction to Logic and Scientific
Method, Lon dres, Routledge & Kegan Paul, 1964, págs. 221-222 [ h ay ed. en
esp.: Introducción a la lógica y al método científico, Buen os Aires, Amorrortu,
1969] ) .
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 297

34. n . r . ca mpbe l l

Todos los que h an escrito sobre los prin cipios de la cien cia h an h a-
blado de la relación estrech a que un e a la an alogía con las teorías o las
h ipótesis. Me parece, sin embargo, que la mayor parte de ellos h a in-
terpretado equivocadamen te la man era en que se plantea el problema.
Ellos presen tan las an alogías como «auxiliares» al ser vicio de la forma-
ción de h ipótesis ( términ o por medio del cual se h an h abituado a de-
sign ar lo que prefiero llamar teorías) y del progreso de las cien cias.
Pero, desde mi pun to de vista, las an alogías n o son simples «auxiliares»
para el establecimien to de teorías, sin o que son parte in tegran te de
teorías que, sin ellas, estarían completamen te desprovistas de valor y
serían in dign as de este n ombre. Se dice frecuen temen te que la an alo-
gía guía la formulación de la teoría, pero que un a vez formulada la te-
oría, la an alogía h a desempeñ ado su papel y se puede, en con secuen -
cia, dejarla de lado u olvidarla.
Tal descripción del proceso es radicalmen te falsa y frecuen temen te
peligrosa. Si la física fuera un a cien cia puramen te lógica, si su objeto
solamen te con sistiera en establecer un sistema de proporcion es verda-
deras y con ectadas lógicamen te en tre sí, sin que n in gún otro rasgo ca-
racterizara su desarrollo, se podría aceptar esta presen tación del pro-
blema. Un a vez que se h ubiera establecido la teoría y mostrado que
con ducía, por medio de un a deducción puramen te lógica, a las leyes
por explicar, se podría, sin n in gun a duda, aban don ar el soporte de
un a an alogía, caren te ya de toda sign ificación . Pero si esto fuera así
tampoco h ubiera sido n ecesario utilizar la an alogía en la etapa de for-
mulación de la teoría. Cualquier ilumin ado puede in ven tar un a teoría
lógicamen te satisfactoria para explicar la ley que se quiera. Se sabe
muy bien que n o existe en la actualidad n in gun a teoría física satisfac-
toria que explique la variación de la resisten cia de un metal en función
de la temperatura: ah ora bien , n o me h a costado más de un cuarto de
h ora la teoría que h e propuesto en las págin as preceden tes; y sin em-
bargo es, lo sosten go, formalmente tan satisfactoria como cualquier teo-
ría física. Si la teoría debiera sólo respon der a este criterio, n un ca n os
faltarían teorías para explicar las leyes establecidas; un escolar podría,
en un día de trabajo, resolver problemas que, en van o, h an preocu-
pado a gen eracion es de cien tíficos, limitados al proceso vulgar de en-
sayos y errores. Lo que «n o march a» en la teoría que acabo de impro-
298 el o f ic io d e so c ió l o g o

visar,* lo que h ace que sea absurda e in dign a de más de un in stan te de


aten ción , es precisamen te el h ech o de que n o h aga intervenir n in gun a
an alogía; en la medida en que la an alogía n o in ter ven ga en su con s-
trucción , la teoría está desprovista de todo valor. [ …] No h ay n in gun a
dificultad en en con trar un a teoría que explique lógicamen te un con -
jun to de leyes existen tes; lo que es difícil es en con trar un a que, a la
vez, las explique lógicamen te y h aga in ter ven ir a la an alogía deseada
[ …] . Con siderar que la an alogía es un a ayuda para la in vención de te-
orías es tan absurdo como con siderar que la melodía es un a ayuda
para la composición de son atas. Si la música n os exigiera sólo la satis-
facción de las leyes de la armon ía y los prin cipios formales de desarro-
llo, todos n osotros seríamos gran des compositores; en realidad es la
ausen cia de sen tido melódico la que impide que la simple compra de
un man ual n os lleve a las cumbres de la aptitud musical.
En mi opin ión, la creencia perversa según la cual las an alogías no se-
rían otra cosa que un a ayuda momen tán ea para el descubrimien to de
teorías se basa en un a represen tación falsa de la naturaleza de las teo-
rías. Decía más arriba que es un lugar común afirmar la importancia de
las analogías en la formulación de las h ipótesis y que al término «h ipó-
tesis» se lo utiliza h abitualmen te para design ar proposiciones ( o siste-
mas de proposicion es) que prefiero llamar teorías. Corregida de este
modo la aserción es verdadera, pero son muy escasos los autores dis-
puestos a reconocer que las «hipótesis» de las cuales hablan constituyen
en este caso un a clase específica de proposicion es que, en particular, n o
se con fun de con la clase de proposicion es llamadas leyes; de h ech o
existe una gran ten tación de con siderar que la h ipótesis no es sin o un a
ley de la que aún se carece de prueba.
En este caso se podría considerar con todo derech o que la an alogía
es un simple auxiliar en el descubrimien to de las leyes y que pierde
todo su in terés cuan do la ley h a sido descubierta. En efecto, un a vez
propuesto el con ten ido de la ley que se debe verificar, el método desti-
n ado a elaborar la prueba de su verdad o su falsedad de n in gun a ma-
n era descan sa en algún uso de la an alogía; si la «hipótesis» ( en el sen-

* En las págin as preceden tes el autor h a en sayado, a man era de juego,


formalizar un cuerpo de defin icion es y de proposicion es que formalmen te
den cuen ta de un con jun to de leyes experimen tales establecidas.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 299

tido teórico en el que yo la en tien do) fuera un a ley, se podría pon er a


prueba su verdad, como la de cualquier otra ley, examin an do si las ob-
servaciones que se afirma que están unidas por un a relación con stan te
lo están o n o en la realidad. Según que la prueba sea positiva o n ega-
tiva, la ley debe ser con siderada verdadera o falsa y la an alogía no tien e
en esto n ada que ver. Si la prueba fuera positiva, la ley seguiría sien do
verdadera aun que aparezca ulteriormen te que la an alogía que la sugi-
rió era falsa; y si la prueba fuera n egativa, la ley sería falsa por más com-
pleta y adecuada que pueda parecer la an alogía.
Pero justamente una teoría no es una ley; no puede, a diferencia de una
ley, ser verificada directamen te por la experimen tación ; y el método
que sugirió la con strucción de un a teoría n o es extrín seco a la teoría.
En efecto, frecuen temente sucede que se admite un a teoría sin que sea
n ecesario proceder a n in gun a experimen tación suplemen taria; en la
medida en que descan sa en experiencias, frecuen temen te esas expe-
rien cias han sido h ech as y son conocidas much o antes de que la teoría
sea formulada. La ley de Boyle y la ley de Gay-Lussac eran conocidas an-
tes de que se formulara la teoría din ámica de los gases; y la teoría fue
aceptada, o en parte aceptada, an tes de que otras leyes experimen tales,
susceptibles de deducirse de ella, fueran establecidas. La teoría repre-
sen tó en este caso un progreso del con ocimien to cien tífico que n o se
despren día ni de un aumen to del capital de conocimientos experimen-
tales ni del establecimien to de leyes nuevas. Las razon es por las que se
la aceptó, debido a que aportaba un conocimiento válido que no estaba
con tenido en las leyes de Boyle y de Gay-Lussac, n o ten ían nada de ex-
perimen tales. Esas razon es remitían directamen te a la an alogía que la
h abía sugerido; jun to con la validez de la an alogía hubieran desapare-
cido todas las razon es para admitir la teoría.
La afirmación de que la teoría n o es un a ley es particularmen te evi-
dente cuando se consideran teorías que con tienen nociones hipotéticas
que n o están en teramen te determin adas por la experien cia; por ejem-
plo, n ocion es como las m, n, x, y, z, de la teoría din ámica de los gases en
su forma más simple. En efecto, en este caso la teoría plantea algo ( espe-
cialmente proposiciones que se refieren a n ocion es consideradas sepa-
radamen te) que n o podría ser n i refutado n i con firmado por la expe-
rien cia; establece algo que n o puede ser pen sado como un a ley, porque
todas las leyes son siempre susceptibles, si no de un a confirmación , por
lo menos de un a refutación por la experien cia. Eviden temen te se po-
300 el o f ic io d e so c ió l o g o

dría objetar que la posibilidad de con siderar que la teoría no es una ley
se aplica al gén ero particular de teoría que se h a tomado como ejem-
plo. En el caso límite en que todas las n ocion es h ipotéticas estuvieran
dadas por el «diccion ario» ( que sirve de base a la teoría) como con cep-
tos susceptibles de medición, la afirmación es mucho men os eviden te;
en este caso se podría formular, a propósito de cada un a de las n ocio-
n es h ipotéticas, un a afirmación que, aun cuan do no sea todavía un a ley
establecida, pueda ser con firmada o refutada. [ …] Es n ecesario, pues,
con siderar atentamente los casos en que el diccion ario de base pon e en
relación las fun cion es de ciertas n ocion es h ipotéticas ( y n o de todas)
con con ceptos métricos, y en que estas fun cion es son lo suficien te-
mente numerosas como para determinar todas las nociones enunciadas
por la h ipótesis. Es cierto que aquí se pueden formular, a propósito de
cada una de las n ocion es, proposicion es susceptibles de ser sometidas a
la experien cia. En n uestro ejemplo, si un litro de gas tien e un a
masa/ volumen de 0,09 gm cuan do la presión es de un millón de din as
por cen tímetro cuadrado, enton ces, en virtud de este con ocimien to ex-
perimental, se puede afirmar que v tien e un valor de 1,8 x 10 cm 5/ seg:
se puede formular así un a afirmación precisa a propósito de la noción
h ipotética v, a partir de datos estrictamente experimen tales. Si el «dic-
cion ario» de la teoría men cion ara un n úmero suficien te de fun cion es
para otras n ociones, sería posible realizar afirmaciones experimentales
del mismo tipo al respecto. Si un a teoría puede reducirse así a un a se-
rie de afirmacion es precisas que remitan a datos experimen tales, ¿n o
debemos con siderarla como un a ley o, por lo menos, como una propo-
sición que no difiere de la ley desde el punto de vista de su significación
experimen tal?
Sostengo, sin embargo, que no es así. El sentido ( meaning) de un a propo-
sición , o de un con jun to de proposicion es, n o se reduce lisa y llan a-
men te al sentido de cualquier formulación que proporciona su equiva-
len te lógico y que puede ser extraída por desimplicación . Queda
siempre un a diferen cia de sen tido. Y por sen tido de un a proposición
en tien do las n ocion es que se movilizan en el entendimien to cuan do se
formula la proposición . De este modo, un a teoría puede con stituir el
equivalen te lógico de un conjunto de proposicion es experimen tales y,
n o obstan te, sign ificar algo completamen te diferen te; y, en la medida
en que es una teoría, importa más su significación que sus equivalencias
lógicas. Si la equivalen cia lógica representara todo lo que está en juego,
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 301

la teoría absurda que h e improvisado más arriba tendría tan to valor


como cualquier otra; pero es absurda porque n o significa nada, es decir,
n o evoca n in gun a noción, si dejamos de lado las leyes que explica. Para
un a formulación teórica el poder de movilizar otras n ocion es es más
importan te que su reductibilidad lógica a las leyes que explica y que no
con tienen todo lo que ella dice. Las leyes n o preten den decir ( mean)
más de lo que dicen (assert) . En la historia de la cien cia, frecuen te-
men te las teorías h an sido aceptadas y con sideradas de gran valor in-
cluso cuan do, según la opin ión generalizada, n o fueran completa-
men te verdaderas y n o con stituyeran el equivalen te estricto de leyes
experimen tales, por la razón de que ellas organ izan in telectualmen te
n ociones a las que se estima intrín secamen te válidas.

NO RMAN R. CAMPBELL

Physics: the Elements


3. El racionalismo aplicado

1. La implicación de las operacion es


y la jerarquía de los actos
epistemológicos

t e o r ía y e x pe r ime n t a c ió n

Ten ien do en cuen ta que la sign ificación de un h ech o cien tí-


fico remite a la teoría y aun a toda la h istoria de la teoría, las
experimen tacion es presen tadas aisladamen te, sin referen cia
a la teoría que las h izo posibles o a las teorías que ellas con-
tradicen , son puros sin sen tidos epistemológicos. G. Can guil-
h em cita la experiencia en la que «un músculo aislado, colo-
cado en un recipiente llen o de agua, se contrae debido a un a
excitación eléctrica, sin variación del n ivel del líquido»; por
medio de esta experien cia se establece que un a «contracción
muscular es un a modificación de la forma del músculo sin va-
riación del volumen ». Y a con tinuación señala: «Es un h ech o
epistemológico que un hecho experimental en señado de este
modo n o ten ga n in gún sen tido biológico».* Y aún más; si
bien la n ecesidad de un a recon strucción teórica es sugerida
por las con tradiccion es que aportan los h ech os a las teorías
existen tes, o por la can tidad de datos empíricos que deben
ser in tegrados, las teorías mismas n o proceden directamen te
de estos h ech os sino de teorías preceden tes, con referencia a
las cuales se con stituyen . Sólo la h istoria de la teoría puede,
por lo tan to, permitir compren der completamen te tanto las
teorías actuales como los h ech os empíricos que ellas en gen-
dran y organ izan.

* G. Can guilh em, La connaissance de la vie, op. cit., pág. 18. Duh em llamaba
«experien cias ficticias» a esas experien cias que se presen tan sin situarlas
con relación a un a teoría, por medio de un artificio pedagógico destin ado
a justificar las proposicion es que esas experien cias n o podían , por sí solas,
probar. ( P. Duh em, La théorie physique, op. cit., pág. 306.)
304 el o f ic io d e so c ió l o g o

35. g . ca n g u il h e m

La teoría celular es muy adecuada para plan tearle al espíritu filosófico


la duda sobre el carácter de la cien cia biológica: ¿es racion al o experi-
men tal? Son los ojos de la razón los que ven las on das luminosas, pero
parece fuera de toda duda que son los ojos, órgan os de los sen tidos, los
que identifican las células de un corte vegetal. La teoría celular sería en-
ton ces un a colección de protocolos de observación . El ojo, armado del
microscopio, ve al ser vivo macroscópico compuesto de células tal como
el ojo desnudo ve al ser vivo macroscópico como un componente de la
biosfera. Y sin embargo el microscopio es más la prolon gación de la in -
teligen cia que la prolon gación de la vista. Además, la teoría celular n o
es la afirmación de que el ser vivo se compon e de células, sin o, en pri-
mer lugar, de que la célula es el único compon en te de todos los seres vi-
vos; y luego, de que toda célula provien e de un a célula preexisten te.
Ah ora bien , n o es el microscopio el que permite decir esto. El micros-
copio es a lo sumo uno de los medios para verificar lo que se h a dicho.
Pero, ¿de dón de vin o la idea de decirlo antes de verificarlo? [ …]
Desde que en biología se plan teó el interés por la con stitución mor-
fológica de los cuerpos vivos, el espíritu h uman o ha oscilado en tre un a
y otra de las dos represen tacion es siguien tes: o bien se trata de un a sus-
tan cia plástica fun damen tal con tin ua, o bien de un a composición de
partes, de átomos organ izados, o de gran os de vida. Aquí, como en óp-
tica, se en fren tan las exigencias in telectuales de con tin uidad y de dis-
con tin uidad.
En biología, el términ o protoplasma design a un constituyen te de la
célula considerado como elemento atómico que compone el organismo,
pero la significación etimológica del término nos remite a la concepción
del líquido formador inicial. El botánico Hugo von Mohl, uno de los pri-
meros autores que observaron con precisión el n acimien to de células
por división de células preexistentes, propuso en 1843 el término «pro-
toplasma», para h acer referen cia a la fun ción fisiológica de un fluido
que precede a las primeras producciones sólidas, en todas partes donde
deban nacer células. Se trata de lo mismo que Dujardin h abía llamado
en 1835 «sarcoda», enten dien do por este término una gelatina viviente
capaz de organ izarse ulteriormen te. Ni siquiera en Sch wann, conside-
rado el fundador de la teoría celular, dejan de inter ferir las dos imáge-
nes teóricas. Existe, según Schwann, una sustancia sin estructura, el cito-
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 305

blastema, en el que nacen los núcleos alrededor de los cuales se forman


las células. Schwann dice que en los tejidos las células se forman allí
donde el líquido nutritivo penetra los tejidos. La comprobación de este
fen ómeno de ambivalencia teórica en los mismos autores que más h an
h echo para fun damentar la teoría celular h a sugerido a Klein la si-
guiente observación , de alcan ce capital para n uestro estudio: «Se
encuentra pues un pequeño número de ideas fundamentales que se re-
piten con insistencia en autores que trabajan sobre los objetos más diver-
sos y que se sitúan en puntos de vista muy diferentes. Sin duda, estos au-
tores no han tomado esas ideas los un os de los otros; estas h ipótesis
fun damentales parecen represen tar modos de pensar con stantes que
forman parte de la explicación en las ciencias».l Si trasponemos estas
comprobaciones de orden epistemológico al plano de la filosofía del co-
nocimiento, debemos decir, contra el lugar común empirista, frecuente-
mente adoptado sin críticas por los científicos cuando se elevan hasta la
filosofía de su saber experimental, que las teorías jamás proceden de las he-
chos. Las teorías no proceden sino de teorías anteriores, frecuentemente
muy antiguas. Los hechos no son sino el camino, difícilmente recto, por
el cual las teorías proceden unas de las otras. Esta filiación de teorías, so-
lamente a partir de teorías, h a sido muy bien aclarada por A. Comte
cuando señaló que si un hecho observable supone una idea que oriente
la atención, es lógicamen te in evitable que teorías falsas precedieran a
teorías verdaderas. Pero ya hemos dicho en qué aspectos la teoría com-
tian a nos parece insostenible: es en su identificación de la an terioridad
cron ológica y de la in ferioridad lógica, identificación que condujo a
Comte a consagrar, bajo la influencia de un empirismo atemperado por
la deducción matemática, el valor teórico, en adelan te defin itivo a sus
ojos, de esa monstruosidad lógica que es el «hech o general».
En resumen , es n ecesario buscar en otra parte, y n o en el descubri-
miento de ciertas estructuras microscópicas de los seres vivos, los oríge-
n es autén ticos de la teoría celular.

GEORGES CANGUILH EM

La connaisance de la vie

1 M. Klein , Histoire des origines de la théorie cellulaire, París, H erman n , 1936.


306 el o f ic io d e so c ió l o g o

***

Se debe admitir actualmen te que, tal como decía Brun sch vicg, «la
modalidad de los juicios físicos de n in gun a man era n os parece dife-
ren te de la modalidad de los juicios matemáticos».2 El empirismo n o
podía presen tarse como la filosofía de la cien cia experimental sin o en
oposición a la pretensión del racionalismo de considerarse como la filo-
sofía de la cien cia matemática. La experien cia del físico n o podía pre-
ten der identificarse con la intuición sen sible sino en la época en que el
razonamien to matemático preten día apoyarse de man era definitiva en
un a in tuición intelectual.
La epistemología con temporán ea no reconoce cien cias inductivas n i
cien cias deductivas. No admite la distinción, fun dada sobre característi-
cas in trínsecas, de los juicios científicos hipotéticos y los juicios científicos
categóricos. No recon oce sin o cien cias hipotético-deductivas. En este sen -
tido n o hay diferen cia esen cial en tre la geometría-cien cia de la n atura-
leza ( Comte, Einstein) y la física matemática. Tampoco h ay ruptura en-
tre la razón y la experiencia: es n ecesaria la razón para h acer un a
experiencia y es n ecesaria una experien cia para darse un a razón . La ra-
zón n o aparece como un decálogo de principios, sin o como una norma
de sistematización , capaz de arran car al pensamiento de su sueñ o dog-
mático.
Se admitirá en ton ces:
Contra el empirismo: que no existe, hablando con propiedad, un método in-
ductivo. Lo que es inducción, es decir la in ven ción de h ipótesis en la
ciencia experimen tal, es el sign o más claro de la in suficien cia de método
para explicar el progreso del saber.
Con tra el positivismo: que no existe una diferencia de certidumbre relativa
a las leyes y a las teorías explicativas. No h ay hecho que no esté penetrado
por la teoría, n o h ay ley que n o sea un a h ipótesis momen tán eamen te
estabilizada; por lo tan to la investigacion de las relacion es de estructura
es tan legítima como la investigación de las relaciones de sucesión o de
similitud.
No podemos con siderar que la h ipótesis es un a in suficiencia del co-

2 Experience humaine et causalité phisique, pág. 606.


el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 307

n ocimiento, n o se trata de un mal menor al que la inteligencia se con-


fía en ausencia de principios categóricos. La h ipótesis es la an ticipación
de un a relación capaz, simultán eamente, de defin ir el con cepto impli-
cado en la percepción del fenómen o y de explicarlo. ( Ejemplo: la hipó-
tesis de Torricelli propon e, para el fenómen o observado, el con cepto
de presión y la explicación por el equilibrio de los fluidos.) Si los cien tíficos
h acen h ipótesis es para en con trar, por medio de ellas, los h ech os que
les permitirán con trolarlas. La hipótesis es un juicio de valor sobre la reali-
dad. 3 Pero, ¿cuáles son las con dicion es lógicas para el control de un a hi-
pótesis?
Un hech o n o puede estar en relación de con formidad o discon-
formidad con un a idea sin o con un a con dición : que h aya h omogen ei-
dad lógica en tre el h ech o y la idea. Esto quiere decir que si la idea es
juicio –juicio para juzgar–, el h ech o debe ser también juicio, juicio se-
guro, provisionalmen te. La idea –hipótesis o ley– es un juicio un iversal;
el h echo, un juicio particular. Un hecho no puede pues confirmar o in-
validar un a h ipótesis sin o cuan do los dos juicios con ectan los mismos
con ceptos. En la práctica experimental toda la dificultad consiste en establecer
que la relación es exactamente la misma, que los conceptos tienen la misma com-
prensión. Para que un h ech o con tradiga un a hipótesis es necesario que
el mismo método h aya determin ado los elemen tos de lo particular ( el
h ech o) y de lo un iversal ( la h ipótesis) . Es n ecesario que los con ceptos
puestos en relación procedan de las mismas técn icas de detección y de
an álisis. En biología, toda acción de una sustancia química sobre un te-
jido n o puede interpretarse correctamen te sin o en función de la dosis.
Es raro que se pueda, en esa ciencia, exten der a una especie en tera un a
con clusión relativa a cierta variedad de la especie; la misma dosis de ca-
feín a tien e un a acción sobre el músculo estriado de la ran a. Pero el
modo de acción es diferen te en la ran a verde y en la ran a rojiza. En
con secuen cia, estamos muy lejos de que un h ech o percibido u obser-
vado, por el solo h ech o de que lo sea, con stituya un argumen to a favor
o en contra de una h ipótesis; debe, previamen te, ser criticado y recon s-
truido de man era que su tradición con ceptual lo vuelva lógicamen te

3 Véase Plan ck, «La gran cuestión n o es saber si un a determin ada idea es
verdadera o falsa, n i siquiera saber si tien e un sen tido claramen te en un -
ciable, sin o más bien saber si la idea será la fuente de un trabajo fecun do»
( Initiations à la physique, pág. 272) .
308 el o f ic io d e so c ió l o g o

comparable a la hipótesis en cuestión. Un h echo no prueba nada mien-


tras los con ceptos que lo en un cian n o hayan sido metódicamen te criti-
cados, rectificados, reformados. Sólo los h echos reformados aportan in-
formación.
Por esta razón se rech aza la objeción de pragmatismo que podría sus-
citar el hech o de defin ir a la hipótesis como un juicio de valor. Lo que
h ace el valor ( valor de realidad) de una hipótesis n o es el simple hech o
de la con cordan cia con los hech os. En efecto, es necesario poder esta-
blecer que el acuerdo o desacuerdo previsto en tre una suposición y una
comprobación, in vestigado a partir de la suposición tomada como prin-
cipio, n o se debe a un a coinciden cia, aun que se repita, sin o que se h a
llegado al h echo observado por los métodos que la hipótesis implica.
Se compren de así que n o es siempre por mison eísmo o por amor
propio por lo que un teórico se n iega a admitir la validez de un h echo
probatario o n o probatorio. Mich elson murió creyen do firmemen te
que su experien cia n o era con cluyen te y que se debía poder pon er de
man ifiesto el movimien to de la Tierra por la propagación anisotrópica
de la luz relativa a un observador terrestre. Ese mismo hecho con dujo a
Ein stein , en 1905, a replan tear los prin cipios de la mecánica clásica.
Fren te a la con tradicción de un h ech o y de una teoría, se puede dudar
del h ech o o de la teoría, a elección . Esta elección depen de de la vejez
de la teoría y del n úmero de hech os que ha «cristalizado» sistematizán -
dolos o, al contrario, de su juventud y de sus titubeos; depende también
de la audacia in telectual de los cien tíficos. De todas maneras n o h ay sa-
ber que n o sea polémico, n o hay h ech o en bruto tan brutal que impida
toda sospech a sobre él. Esto se puede con firmar por el examen más
detallado de los métodos de verificación .
Cuan do un a h ipótesis explica y sir ve para prever un h echo o grupo
de h ech os, n o está con firmado que sea la ún ica que lo pueda h acer.
Cuan do dos h ipótesis son posibles, el único medio de resolver la alter-
n ativa sería prever, además de todos los hechos que un a u otra puedan
pretender explicar indiferentemen te, un h ech o al cual sólo un a de las
dos con ferirá inteligibilidad. Un a experiencia de este tipo se llama cru-
cial ( experimentum crucis, Bacon ) , por ejemplo la experien cia de Périer
en el Puy-de-Dôme, por sugeren cia de Pascal ( ¿h orror al vacío o pre-
sión atmosférica?) . Actualmente n o se cree más en las experiencias cru-
ciales. P. Duh em h a mostrado en la Théorie physique que de derech o, si
n o de hecho, las h ipótesis posibles son siempre más numerosas que las
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 309

dos ramas de una alternativa. Por ejemplo, Foucault estableció hipóte-


sis que permitirían decidir, pensaba, entre la hipótesis de la emisión y la
de las on dulacion es, referidas a la n aturaleza del fen ómen o lumin oso
( propagación de la luz en el aire y en el agua) .
Pero Duh em muestra que un a tercera h ipótesis, la del electromag-
n etismo, estaba, de derecho, presen te en el momen to mismo en que se
pen saba poder plan tear la cuestión en la forma de un a altern ativa. En
resumen , la exclusión de todas las h ipótesis, a excepción de un a sola
–exclusión que daría un a prueba plenamen te satisfactoria– es un ideal
efectivamente inaccesible. Como lo dice Edgard Poe ( Eureka) : «Mostrar
que ciertos resultados existen tes, que ciertos h echos recon ocidos pue-
den ser, aun matemáticamente, explicados por cierta hipótesis, no es es-
tablecer la h ipótesis misma. En otros términ os, mostrar que ciertos da-
tos pueden e in cluso deben en gen drar cierto resultado existen te n o es
suficiente para probar que ese resultado es la consecuen cia de los datos
en cuestión ; es n ecesario demostrar todavía que n o existe y que no pue-
den existir otros datos capaces de en gen drar el mismo resultado». Aun
supon iendo que solamente dos teorías estén en competen cia, los prin-
cipios, en el in terior de cada teoría, son múltiples. Sería n ecesario po-
der calcular aparte las con secuencias que dependen de cada uno de los
prin cipios separadamen te. Pero es su totalidad la que será con firmada
o rech azada en bloque por la experiencia.
Much os lógicos están de acuerdo en recon ocer que un a con firma-
ción n un ca es categórica y defin itiva, pero pien san que la n egación es
decisiva, que lo positivo en la experien cia es la negación de la teoría
que la implica. Jean Nicod escribe: «La con firmación sólo da un a pro-
babilidad; por el contrario, la refutación crea certeza. La con firmación
sólo es favorable, mien tras que la refutación es fatal».4 Esto, aparen te-
men te, implica pasar por alto la imposibilidad de dar a un hech o un va-
lor teórico in depen dien te del momento de la cultura cien tífica y del
estado de la técn ica de detección y de medida. Newton tuvo que con fir-
mar su teoría por ciertos cálculos que utilizaban la lon gitud del radio
terrestre, n ecesariamen te in ferida de la medida del meridian o. Ah ora
bien , esta medida era tan groseramen te aproximada en esa época que
la experiencia –pues se trataba de una experien cia– con tradecía la teo-

4 Le problème logique de l’induction, pág. 24.


310 el o f ic io d e so c ió l o g o

ría. Newton aban don ó su teoría hasta el día en que con oció los resulta-
dos de un a n ueva medida del meridiano realizada por el abate Picard.
La teoría fue en tonces verificada y Newton se decidió a publicarla.
Aun que n o se pueda privilegiar la experien cia n egativa en relación
con la experien cia positiva, de todos modos h ay que recon ocer que el
pensamiento está más seguro de lo falso que de lo verdadero. La verdad
es la posición que siempre creemos estar en condiciones de mantener,
aun que el h ech o de que much os errores de h oy h ayan sido verdades
ayer ten dría que h acern os adoptar un a actitud más cautelosa. Por el
con trario, en el recon ocimien to de un error está lo esen cial de lo que
llamamos la verdad, pues la negación aceptada y recon ocida se justifica
por un a afirmación más compren siva; el juicio n o abandona n ada que
n o crea justificado aban donar. Si la experien cia del Puy-de-Dôme h izo
defin itivamente del h orror al vacío un error, se debía a que en la h ipó-
tesis de Torricelli el desconocimien to, común h asta en tonces, de los
efectos de la presión atmosférica se explicaba y excusaba a la vez.
Esto n os h ace volver a la defin ición propuesta: la h ipótesis es un jui-
cio de valor sobre la realidad. Su valor reside en que permite prever y
con struir h ech os n uevos, a menudo aparen temen te paradójicos, que la
in teligen cia in tegra con el saber adquirido, pero cuya sign ificación se
ren ueva en un sistema coheren te. Las realizaciones que se agregan a la
realidad confirman la causalidad natural por medio de la eficacia prag-
mática, pero un a eficacia pen etrada de in teligen cia. El pragmatismo
tiene razón en exigir que las ideas válidas sean ideas creadoras, pero no
h ay que olvidar que los logros autén ticos son logros calculables, si
n o son siempre previamente calculados.
Debemos con cluir que n o hay, h ablando con propiedad, un método
experimen tal, si se quiere enten der por esto un procedimien to de in -
vestigación distin to del método deductivo. Todo lo que es método es
deducción, pero ningun a deducción , ningún método, basta para con s-
tituir un a cien cia. En este sen tido, la relación con la experien cia es
esen cial para el progreso del saber y esta relación, que propiamen te
es de invención, no podría ser codificada en las reglas de un método. El
términ o «experimen tal» es ambiguo. La cien cia es experimen tal en la
medida en que ella tien e relación con la experien cia, pero esta relación
es un problema fren te al cual la ciencia se presenta como solución . No
es verdaderamente ciencia sino porque se arriesga a ser solución, es de-
cir, sistema in teligible. La solución de los problemas empíricos n o
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 311

puede ser sino racional, los problemas que exigen soluciones racionales
n o pueden ser planteados sino por la Razón.

GEORGES CANGUILH EM

«Leçon s sur la méth ode»


l o s o bje t o s pr e d il e c t o s d e l e mpir ismo

El carácter abiertamente polémico de los an álisis que Wright


Mills h a consagrado a las abdicacion es cien tíficas de la socio-
logía empirista n orteamerican a exime, muy frecuentemen te,
de tomar en serio el problema epistemológico que ellas plan -
tean : existe un a con exión fun cion al en tre las técnicas de in -
vestigación de la sociología burocrática y la problemática que
con struye, o que elude. Aquellos a quien es Mills llama en
otra parte «alto estadígrafo»* fabrican de man era in con s-
cien te h ech os «a medida», y tien den a seleccion ar como ob-
jetos de estudio a los que mejor se prestan para la aplicación
de las técn icas in discutidas de la en cuesta rutin aria: de esta
man era la sociología de la difusión y de la comun icación
tiende a reducirse a estudios de opinión pública; la sociología
política, al an álisis del comportamien to electoral, y el pro-
blema de las clases sociales al estudio de la estratificación de
los habitantes de pequeñ as ciudades. Al términ o de esta rede-
fin ición ciega de los objetos de la cien cia por medio de las
técnicas, «la verdad y la falsedad están moldeadas en partícu-
las tan finas que se vuelven imposibles de distinguir».** Igno-
rán dose como construcción e impidien do in terrogarse sobre
los procedimien tos, por medio de los cuales construye sus he-
ch os, la en cuesta can ón ica se proh íbe simultán eamente in -
ven tar otros procedimien tos de con strucción así como con -

* W. Mills, «IBM + realidad + h uman ismo = sociología», en Poder, política,


pueblo, México, FCE, 1964, pág. 440.
** Ibid.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 313

trolar las con struccion es que realiza; de esta man era queda
aban don ada, en tre otros procedimien tos, la comparación
h istórica, que es la ún ica que puede revelar si el campo de es-
tudio elegido permite verdaderamen te aprehender al objeto
que se pretende estudiar.*

36. c . w. mil l s

El empirismo abstracto se vincula con un momento del trabajo y le per-


mite acaparar el en ten dimiento.
La inh ibición metodológica n o tien e otro equivalente más que el fe-
tich ismo con ceptual. No voy a pasar revista a todos los trabajos de los
empiristas; me limitaré a caracterizar su método y señ alar algun as de
sus h ipótesis. Con pocas diferen cias, todos proceden de la misma ma-
n era. Se extraen los «elemen tos de información» de una en trevista más
o menos estereotipada con un a serie de individuos escogidos por mues-
treo. Se clasifican las respuestas y, para mayor comodidad, se fich an en
tarjetas per foradas, tras lo cual un tratamien to estadístico permite bus-
car las relaciones. La facilidad de este método que un a in teligen cia me-
dia asimila sin esfuerzo explica su éxito. Los resultados son traducidos
en lenguaje estadístico; en el n ivel más sencillo, son enunciados de pro-
porcion es. En los n iveles más complejos, se combin an las respuestas
para desembocar en cotejos que pueden ser múltiples, y que en tonces
se reducen según diversos métodos. La utilización de los datos no siem-
pre es sencilla, pero haremos eso a un lado, porque si bien el grado de
complicación varía, siempre se man ipula el mismo tipo de datos.
Fuera de la publicidad y de las comunicaciones de masas, es la «opi-
nión pública» lo que constituye la mayor parte de sus investigaciones; no
obstante, nunca reformularon de manera inteligente los problemas de
opinión pública y de comunicaciones. Se contentan con clasificar las pre-
guntas: ¿quién dice qué a quién, por el canal de qué medios de comuni-
cación, y con qué resultados? Las definiciones de base son las siguientes:

* Véase, por ejemplo, S. Th ern strom, «Yan kee City Revisited: th e Perils of
H istorical Naïveté», American Sociological Review, vol. XXX, 1965, n º 2, págs.
234-242.
314 el o f ic io d e so c ió l o g o

«Por “público” en tien do el n úmero, o sea, las reaccion es y los sen ti-
mientos no particulares y no in dividualizados de una gran cantidad de
person as. Esto requiere un a relación detallada de muestras. Por “opi-
n ión ” en tien do n o sólo la opin ión del público sobre cuestion es de ac-
tualidad, y de política –cuestiones actuales–, sino también las actitudes,
los sentimientos, los valores, la información, y las accion es que les están
asociadas. Para hacerse un a idea de esto h ay que recurrir n o sólo a los
cuestionarios y las entrevistas, sino también a procedimientos proyecti-
vos, a escalas.»*
Hay aquí una confusión muy tajan te entre el objeto y el método. Sin
duda, el autor quiere decir más o menos esto: la palabra «público» va a
designar todo agregado ponderable susceptible de un muestreo estadís-
tico. Ten ien do en cuen ta que las opin ion es son las de la gen te, para
descubrirlas con vien e h ablar con ellos. Pero a veces se n iegan , o son in -
capaces de darlas: en ton ces podemos tratar de emplear «los procedi-
mientos proyectivos o las escalas».
Estas in vestigacion es se limitan a las estructuras n orteamerican as, y
n o se remon tan a más de quin ce añ os. Por eso n o redefinen el con -
cepto de «opin ión pública», ni reformulan los gran des problemas que
con él se vin culan . No pueden h acerlo, siquiera en forma prelimin ar,
en los límites h istóricos y estructurales en que se los en cierra.
El problema de la «colectividad», o del «público», en las sociedades
occidentales, surgió como consecuencia de las transformaciones que pa-
deció el consen so tradicional y clásico de la sociedad medieval; h oy al-
canza su fase aguda: lo que se llamaba «colectividades» en los siglos XVIII
y XIX está en vías de transformarse en una sociedad de «masas». Además,
las colectividades están perdien do toda pertinen cia estructural, ya que
los hombres libres poco a poco se convierten en «hombres de masa», en-
cerrados cada un o en medios sin poder. Aquí ten emos, por ejemplo,
algo que debería inspirar la elección y el propósito de las investigaciones
sobre las colectividades, la opinión pública, y las comunicaciones de ma-
sas. También se necesitaría una reseña histórica completa de las socieda-
des democráticas, h aciendo sitio en especial a lo que se llamó la fase del
«totalitarismo democrático» o la de la «democracia totalitaria». En

* Bern ard Berelson , “The Study of Public O pin ion ”, The State of the Social
Sciences, publicado por Léon ard D. Wh ite, Un iversity of Ch icago Press,
Ch icago, Illin ois, 1956, pág. 299.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 315

suma, en este campo, el empirismo abstracto tal como es practicado no


está en condiciones de plantear los problemas de la sociología.
Cierta can tidad de los problemas que preten den en carar esos empi-
rismos ( los efectos provocados por los medios de comun icación de ma-
sas, por ejemplo) , n o pueden formularse fuera de un marco estructu-
ral. ¿Cómo esperar comprender sus efectos ( y no hablemos del sen tido
que adoptan un os en con tacto con los otros para el desarrollo de un a
sociedad de masas) estudian do solamen te, in cluso con un a en orme
precisión , un a población que, desde hace un a gen eración , está «satu-
rada» de esos medios? Tal vez la publicidad tien e todo el in terés en cla-
sificar a los in dividuos según su grado de «con tamin ación mediática»,
pero de esto n o se sacará un a sociología de los medios de comun ica-
ción de masas.
En los estudios sobre la vida política, es el «comportamien to electo-
ral» lo que con stituye el tema favorito, sin duda a causa de la facilidad
de las in vestigacion es estadísticas. La pobreza de los resultados n o
tien e otro equivalen te que la complicación de los métodos, y la preo-
cupación que a él se le aporta. Las cien cias políticas deben ten er muy
en cuen ta un estudio exh austivo don de n o se dice n i un a palabra de la
cocin a electoral de los gran des partidos, así como tampoco de la me-
n or in stitución política… Y sin embargo es realmen te lo que ocurre
con The People’s choice ( La elección electoral) , estudio de gran fama so-
bre la elección de 1940 en el con dado de Erie ( O h io) . Esta obra n os
enseñ a que los ricos, los campesin os y los protestantes votan a los repu-
blican os; que los electores de coordenadas in versas votan a los demó-
cratas, y así siguien do, pero n ada se dice de la din ámica política en los
Estados Un idos.
La idea de legitimación es un a de las con cepcion es cen trales de las
cien cias políticas, máxime cuan do los problemas de esta disciplin a re-
caen en cuestion es de opin ión y de ideología. Las investigacion es sobre
la «opinión pública» sorprenden tan to más cuanto que hay grandes sos-
pech as de que la política electoral n orteamerican a es un a política sin
opinión, si se adjudica a la palabra «opinión» un mín imo de seriedad; y
de ser electoral sin revestir n in gun a sign ificación política profun da, si
se toma la expresión «sign ificación política» en serio. Pero las «in vesti-
gaciones políticas» n o están en condicion es de plantear estas preguntas
( porque estas observacion es, a mi modo de ver, son simples preguntas) .
Y¿cómo sería de otro modo? Necesitarían un a erudición h istórica y un
316 el o f ic io d e so c ió l o g o

estilo de reflexión psicológica que no son personae gratae ante empiristas


abstractos y que, a decir verdad, tampoco están a su alcan ce. [ …]
Nin gun a con cepción nueva tampoco en las pocas in vestigaciones de
estratificación que la nueva escuela ha emprendido. Se han tomado tex-
tualmen te las gran des con cepcion es de los otros; se h a sutilizado en
gen eral, sin «traducirlos», «indicios» de «estatus socio-econ ómico». Al-
gun os problemas espin osos (la «concien cia de clase», la «falsa con cien-
cia», las relaciones entre las concepcion es del estatus y las de la clase, el
difícil concepto weberiano de «clase social») se encuen tran siempre en
el mismo punto. Por último, y sobre todo en un sen tido, se persiste en
escoger las pequeñ as ciudades para realizar muestras, sabien do bien
que esos estudios, puestos uno tras otro, jamás expresarán las estructu-
ras de clases, de estatus y de poder, a escala n acional. [ …]
Los empiristas abstractos no formularon sus pregun tas y sus respues-
tas sino en los límites que curiosamen te impusieron a su epistemología
arbitraria. Y h e pesado mis palabras: son víctimas de la Inhibición Meto-
dológica. El resultado es que sus estudios acumulan los detalles ign o-
ran do volun tariamen te toda especie de forma; con much a frecuen cia,
la única forma que se puede encontrar aquí es la que ponen los tipógra-
fos y los encuadern adores. La abun dan cia de detalles n o n os conven ce
de nada que merezca un a convicción .

CHARLES W. MILLS

L’imagination sociologique
2. Sistema de proposiciones
y verificación sistemática

l a t e o r ía c o mo d e sa f ío me t o d o l ó g ic o

H jelmslev muestra, a propósito del an álisis saussuriano de un


problema gen ético, que el progreso cien tífico supone desa-
fíos metódicos fun dados exclusivamen te en la econ omía de
pen samien to que ellos posibilitan en la con strucción de los
h ech os y que sólo pueden ser validados por los h ech os que
permiten descubrir. La prueba n o es aportada por una expe-
rien cia crucial, sin o por la coh eren cia de los in dicios que la
teoría permite percibir en los hech os que hasta ese momento
aparecían dispersos e insignifican tes. En este caso, la decisión
metodológica de con siderar como sistema «fórmulas» que
son sólo abstraccion es que «resumen » correspon den cias
lin güísticas y que los métodos tradicion ales n o vinculaban ,
permite dar mayor coheren cia a la descripción de un estado
de len gua hipotético, posteriormen te con firmado por los h e-
ch os fon éticos que esta hipótesis permitió descubrir.

37. l . h je l msl e v

[ Las con cepcion es de Ferdin an d de Saussure permitieron h acer pro-


gresar el an álisis de los problemas genéticos ( historia y formación de las
len guas) al in staurar la aplicación del método estructural a estos pro-
blemas. Su obra] se caracteriza por con siderar, por un a parte, las fór-
mulas* comun es como un sistema y sacar de ello todas las con secuen -

* Se dice que existe fun ción con stan te en tre elemen tos de expresión de
diversas len guas cuan do «la misma correspon den cia se en cuen tra en las
mismas con dicion es en todas las palabras con sideradas». De esta man era,
318 el o f ic io d e so c ió l o g o

cias y, por otra, por n o conferirles otra realidad que ésta, por con si-
guiente, no las considera como son idos prehistóricos, con una pronun-
ciación determin ada, que se irían tran sforman do gradualmen te h asta
dar los son idos de las diversas len guas indoeuropeas. [ …]
Precisamente porque Saussure considera las fórmulas comunes como
un sistema y, además, como un sistema liberado de determinaciones fo-
n éticas con cretas, en un a palabra, como un a estructura pura, se
arriesga en esta obra a aplicar a la propia len gua original indoeuropea
en sí misma, a pesar de ser el reducto de las teorías sobre la transforma-
ción del len guaje, los métodos que servirán de ejemplo para el an álisis
de todo estado lin güístico y de modelo para todo el que quiera analizar
un a estructura lin güística. Saussure coloca an te sí este sistema con si-
derado en sí mismo y formula esta pregun ta: ¿cómo es posible an ali-
zarlo de forma que se obten ga la explicación más simple y más ele-
gan te? Dich o de otro modo: ¿cómo reducir al mín imo el número de
fórmulas o de elemen tos n ecesarios para dar cuen ta de todo este meca-
n ismo?
Por este camin o Saussure llegó a algo que n adie h abía podido h acer
h asta en ton ces: a tratar el sistema in doeuropeo, o en otros términ os, a
in troducir un método n uevo, un método estructural, en la lin güística
gen ética.
[ Para ofrecer un ejemplo de esta construcción que tiende a reducir y
simplificar el n úmero de fórmulas que permiten explicar un a len gua,
H jelmslev muestra cómo Saussure, en presen cia de dos series de alter-
n ancias in doeuropeas: * e : * o : O , por un a parte, y vocal larga : * A, por
otra, formula la hipótesis de que en la alternancia vocal larga : * A, la vo-
cal larga es «la combinación de un a vocal breve con o A», y logra de esta
man era «asimilar las dos clases de altern an cias que h abían parecido
completamen te diferen tes hasta en tonces»:

existe fun ción en tre los elemen tos de expresión m del gótico, del celta, del
latín , del griego, del lituan o, del eslavo an tiguo, del armen io y del h in dú
an tiguo. En con tramos, por ejemplo: latín mater, griego mater, lituan o: móte
mote, eslavo an tiguo mati, armen io mayr, h in dú an tiguo ma-ta-. Esta fun ción se
expresa por un sign o ún ico, llamado «fórmula»; abstracción que design a la
serie de elemen tos que, en las diferen tes len guas de un a familia, se
en cuen tran vin culados por un a correspon den cia con stan te.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 319

*ei : *oi : *i
^ ^
≠ *eu
^
: *ou
^
: *u
≠ *eA : *oA : *A]

Esta actitud sign ifica un a ruptura decisiva con el método de recon s-


trucción tradicion al: un a fórmula como *oA de Saussure n o está moti-
vada por las funciones de los elemen tos existen tes entre las lenguas in-
doeuropeas sin o por un a fun ción in tern a de la len gua origin al. Si n os
atuviéramos solamente a las fun cion es de los elementos que existen en-
tre las diferen tes len guas in doeuropeas, n o h abría razón para h acer
un a distin ción en tre o- en do-num y o- en rhéto-r. Si la o- de do-num, pero n o
la o- de rhéto-r, se puede rein terpretar en *oA, n o se debe a un a fun ción
que vincule lenguas diferentes sino a un a fun ción que vin cula elemen-
tos de un mismo estado lingüístico. Lo que ha sucedido aquí es que se
h a establecido la igualdad en tre un a magnitud algebraica y el producto
de las otras dos, y esta operación recuerda el análisis por el cual el quí-
mico identifica el agua como un producto de oxígen o e h idrógeno. Es
una operación que debe efectuarse en todo estado lingüístico con vistas
a obtener la descripción más simple.
Para compren der lo que h ay de esen cial y de in teresan te desde el
pun to de vista del método en estas reduccion es, h ay que darse cuen ta
de que con stituyen un a especie de descomposición de las magn itudes
indoeuropeas en productos algebraicos o químicos; y que esta descom-
posición , lejos de proceder directamente de una comparación en tre las
diferentes lenguas indoeuropeas, se obtiene operan do con el resultado
mismo de esta comparación , deriva del an álisis de este resultado. Más
tarde, much o después de que se hiciera este análisis, se descubrió la exis-
ten cia de un a lengua in doeuropea, el hitita, que distin gue entre un a *o
altern ando con un a *o- y un a *o altern ando con un a *A; el lin güista po-
laco Kurylowicz pudo, en efecto, mostrar que en h itita h correspon de a
veces a i.-e.*A. Además, H erman Moller pudo con firmar su teoría
refiriéndose al camito-semítico: la piedra an gular de la demostración
h ech a por H erman Moller, del paren tesco gen ético entre el in doeuro-
peo y el camito-semítico es, en efecto, que el camito-semítico posee con-
son an tes particulares que corresponden a los diferen tes coeficientes in-
doeuropeos. Estas con firmacion es, obten idas con sideran do fun cion es
de elemen tos descon ocidos h asta en ton ces, son , sin duda, muy in tere-
320 el o f ic io d e so c ió l o g o

san tes, especialmen te por mostrar que el análisis interno de una estruc-
tura lin güística, como la de la len gua origin al in doeuropea, está llen o
de realidad. Cuan do con tales an álisis se podría temer el perderse en
las esferas de la abstracción, sucede todo lo con trario: con ello el lin -
güista queda preparado para poder recon ocer mejor las fun cion es de
los elemen tos descubiertos como secuela de ello: el an álisis del estado
lin güístico verdaderamen te h a permitido profun dizar en el con oci-
miento de la estructura. Pero, por otra parte, estas con firmaciones pro-
cedentes del hitita y del camito-semítico n o son precisamente más que
con firmaciones, y el análisis in tern o del sistema de los elemen tos de la
len gua origin al es independien te de ellas.

LOUIS H JELMSLEV

Le langage
l a a r g u me n t a c ió n c ir c u l a r

El afán de la disimilación que se in spira o se basa en una


represen tación in exacta de los métodos de las cien cias n atu-
rales lleva a la ceguera epistemológica, que puede expresarse
muy bien tanto en la afirmación de la especificidad de un mé-
todo intuicionista como en la imitación servil y timorata de las
cien cias n aturales. Adoptan do un a posición completamen te
opuesta, E. Wind se esfuerza por establecer, por medio de
un a con frontación metódica, la forma específica que revisten
en ciencias h uman as los problemas epistemológicos de las
cien cias de la naturaleza. Por el h ech o de que no es sin o un
aspecto de la implicación mutua de la teoría y las operaciones
de in vestigación , «el círculo metódico» n o es un círculo ló-
gico: el progreso de la teoría del objeto trae aparejado un
progreso del método cuya aplicación adecuada exige un refi-
n amien to de la teoría, que es la única capaz de controlar la
aplicación del método y de explicar en qué y por qué el mé-
todo tien e éxito. Así se establece un movimien to que tran s-
forma al simple documento en objeto científico y que ignora
la separación in móvil que el positivismo preten de establecer
en tre los hechos y las interpretacion es de los hechos.

38. e . win d

Examinaré aquí solamen te algun os de los pun tos de con tacto en tre la
historia y la naturaleza y, más precisamente, destacaré las similitudes en-
322 el o f ic io d e so c ió l o g o

tre los métodos cien tíficos, por medio de los cuales se constituyen estos
dos dominios como objetos de con ocimiento y de experiencia.
La sola afirmación de estas similitudes podrá parecer herética a mu-
ch os.l Desde h ace decen as de añ os los cien tíficos aleman es en señ an
que la h istoria y las cien cias de la naturaleza están en las an típodas un a
de la otra, sien do su ún ico pun to en común la adh esión a las gran des
reglas de la lógica, y que el primer deber del historiador es rechazar sin
la men or complacen cia el ideal de aquellos que quisieran reducir el
mun do a un a simple fórmula matemática. Si bien , en sus orígenes, esta
rebelión permitió, sin nin gun a duda, que las ciencias h istóricas se libe-
raran de la tutela de las otras cien cias, en la actualidad perdió toda ra-
zón de ser. El mismo con cepto de n aturaleza, al cual Dilth ey opuso su
Geisteswissenschaft, desde h ace much o tiempo h a sido aban don ado por
las mismas cien cias de la n aturaleza, y la n oción de un estudio de la n a-
turaleza que tratara sobre los h ombres y sus destin os de la misma ma-
n era que sobre guijarros y sobre rocas, sometiéndolos a las mismas «le-
yes etern as», n o subsiste sin o bajo la forma de un a pesadilla en ciertos
h istoriadores.
Será necesario, pues, no tomar como una reincidencia en los errores
del método de pensamiento, tan abun dan temen te despreciado con el
nombre de «positivismo», los ejemplos que puedan seguir, elegidos para
ilustrar el h echo de que las cuestiones que los historiadores están de
acuerdo en considerar de su propia pertenencia se plantean también en
las ciencias de la naturaleza. Aunque pueda parecer poco plausible a los
h istoriadores, habitan tes apegados a su rin cón del Globus Intellectualis,
que los científicos de las antípodas no caminen sobre sus cabezas…

d o c u men t o e in st r u men t o
A pesar de las reglas de la lógica tradicional, el método n ormal para ob-
ten er documen tos probatorios supone una especie de círculo lógico.
El h istoriador que con sulta sus documen tos para in terpretar un su-
ceso político dado n o puede juzgar el valor de estos documen tos si no
con oce el lugar que éstos ocupan en la secuen cia de sucesos para las

1 Lo que sigue se refiere particularmen te a la escuela de Dilth ey, Win delban d


y Rickert.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 323

que justamen te él los con sulta. De la misma man era, el h istoriador del
arte que, a partir de la obser vación de un a obra determin ada, llega a
un a con clusión sobre la evolución de su autor, se tran sforma en un afi-
cion ado esclarecido que examin a las razon es que conducen a atribuir
esa obra a tal artista: en esta perspectiva le es necesario plantear a priori
la evolución del artista, que es justamente lo que trataba de deducir.
Tal desplazamien to del cen tro de interés, del objeto de la in vestiga-
ción a sus medios, y la in versión del objetivo y de los medios que los
acompañ an , es característico de la mayor parte de los trabajos h istóri-
cos, y los ejemplos pueden multiplicarse. Un estudio sobre el barroco
que se apoye en los escritos teóricos de Bern in i, se tran sforma en un
an álisis del papel de la teoría en la evolución creadora de Bern in i. Un
estudio sobre la toma del poder por César y sobre el procon sulado de
Pompeyo que utilice como fuen te prin cipal los escritos de Cicerón se
transforma en un an álisis del papel de Cicerón en el con flicto entre el
sen ado y los usurpadores.
De un a man era general esto podría design arse como la dialéctica del
documento: la información que se busca adquirir con la ayuda del do-
cumento debe ser planteada a priori si se quiere aprehender todo el sen-
tido de ese documen to.
El científico de las ciencias de la naturaleza se enfrenta con la misma
paradoja. El físico in ten ta deducir las leyes gen erales n aturales con la
ayuda de documen tos que están , ellos mismos, sujetos a esas leyes. Se
emplea el mercurio como patrón de medida del calor de un fluido,
pero simultán eamen te se afirma que el mercurio se dilata regular-
men te a medida que la temperatura aumen ta. Pero, ¿cómo es posible
sosten er tal afirmación sin con ocer las leyes de la termodin ámica? Y
además, ¿n o se ponen , esas mismas leyes, a su vez, de manifiesto por las
medidas que emplean un fluido como patrón , y que, precisamen te, es
el mercurio?
La mecán ica clásica se sirve de patron es métricos y de relojes trasla-
dados de un lugar a otro; se parte de la h ipótesis de que tales traslados
n o producen n in gún efecto sobre la con stan cia de las medidas sumin is-
tradas por estos in strumen tos. H ipótesis que n o deja de expresar un a
ley mecán ica ( es decir, que los resultados de un a medición son in de-
pendientes de la posición del objeto medido) , ley cuya validez debe ser
verificada por medio de in strumen tos que sólo son dign os de fe en la
medida en que la ley supuesta sea válida.
324 el o f ic io d e so c ió l o g o

Por lo tan to, n i la ciencia ni la historia escapan a este círculo lógico.


Cada in strumen to, cada documen to, participa de la estructura que él
mismo está en cargado de h acer aparecer.

La in t r u sió n d el o bser va d o r
Es extraño que Dilthey haya visto en esta participación uno de los rasgos
distintivos del estudio histórico opuesto al de las ciencias de la naturaleza.
En Einleitung in die Geisteswissenschaften admite que el estudio de los «cuer-
pos sociales» es menos preciso que el de los «cuerpos naturales». «Y, sin
embargo», escribe más adelante, «esa desventaja está compensada, y su-
perada, por las oportunidades que dan a ese estudio la situación privile-
giada en la que me encuentro, ya que formo parte de ese cuerpo social y
puedo, además, estudiarme y conocerme desde el interior… Sin duda el
individuo es uno de los elementos en las interacciones sociales, … que re-
acciona a sus efectos de manera consciente por la voluntad y por la ac-
ción, pero también es la inteligencia que obser va y estudia las interaccio-
nes sociales al mismo tiempo que su reacción personal.»
Creo que es un a afirmación muy temeraria decir que los h ombres,
que forman la sustan cia de lo que Dilthey llama «la realidad socioh istó-
rica», pueden llegar a analizarse y a con ocerse «desde el interior». Esta
afirmación h ace del difícil precepto moral «con ócete a ti mismo» un a
eviden cia prosaica que, de hech o, está refutada por toda la experiencia
presen te y pasada. Cualesquiera que fueren las objecion es que se le
pueden h acer al psicoan álisis, n o se puede n egar que los h ombres n o
tienen un con ocimien to inmediato e intuitivo de sí mismos, y que viven
y se expresan según much os n iveles. De aquí resulta que la in terpreta-
ción de los documen tos h istóricos requiere un método much o más
complejo que la doctrina de Dilth ey de la percepción inmediata con el
recurso directo que supon e a un a especie de in tuición . Pierce escribe
en un fragmen to sobre la psicología del desarrollo de las ideas: «Lo que
es necesario que estudiemos son las creencias que los hombres n os en -
tregan in conscientemente, y n o aquellas que exhiben».
Un a vez aban don ado el recurso directo a un a experien cia in tuitiva,
las observacion es de Dilth ey n o implican n ada de lo que un físico n o
pueda hacerse cargo: «Yo mismo soy, en la medida en que utilizo in stru-
men tos y aparatos de medición , parte integran te de este mundo físico;
el individuo ( técn ico y observador) participa en las in teracciones de la
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 325

n aturaleza, pero también es la in teligen cia que observa y estudia las


interaccion es n aturales y las reacciones personales».
No se me objete que bajo este disfraz tomado de las ciencias de la na-
turaleza la afirmación de Dilthey h a perdido completamente su sentido.
Es cierto que la he despojado de su profun didad y que lo que subsiste
parece muy prosaico. Pero la afirmación así obtenida n o solamente es
simple, sino que también es verdadera: el investigador irrumpe en la estruc-
tura que es objeto de su investigación. Tal es la exigencia de la suprema regla
metodológica. Para estudiar la física hay que perten ecer al un iverso fí-
sico; el espíritu puro no estudia la física. Es n ecesario un cuerpo ( cual-
quiera que fuere la importancia de la «interpretación» del espíritu) para
transmitir los signos que se deben interpretar. De otra manera no habría
n ingún con tacto con el mun do exterior que n os proponemos analizar.
El espíritu puro tampoco estudia la h istoria. Para h acerlo, es necesario
sentirse históricamente involucrado; es necesario sentirse inmerso en la
masa de experiencias pasadas que irrumpen en el presente bajo la forma
de la «tradición»; tradición que nos arrastra, que nos enajena, que a me-
nudo se contenta con exponer los hechos, con reproducirlos, con hacer
alusión a una experiencia más antigua que hasta ahora no ha sido reve-
lada. Lo repito, el investigador es, en primer lugar, un receptor de seña-
les, aunque esté al acecho y en búsqueda de estas señales sin poder
actuar sobre su transmisión . Las vagas fórmulas de las antítesis tradicio-
n ales ( «cuerpo-alma», «in terioridad-exterioridad») n o pueden dar
cuen ta del registro y de la elaboración de estas señ ales ni de la march a
de todo este «aparato receptor». La única an títesis válida es la an títesis
«conjunto-parte». Al irrumpir en la estructura que se propone estudiar,
el investigador se transforma, al igual que sus instrumentos, en parte del
objeto de su estudio; h ay que otorgar a la expresión «parte del objeto»
un a doble sign ificación: él no es, como todo instrumento de encuesta,
sino una parte del conjunto estudiado; pero, de la misma manera, no es
sino una parte de sí mismo, exteriorizada bajo la forma de instrumento,
que penetra en el mundo objetal de su estudio.

EDGARD WIND

«Some Poin ts of Con tact Between H istory


and Natural Science»
l a pr u e ba po r u n sist e ma d e pr o ba bil ida d e s
conver gent es

El razonamien to en virtud del cual Darwin establece, indirec-


tamente y por un juego sutil de verosimilitudes e inverosimili-
tudes, que todas las razas de palomas descien den de un a
misma especie ilustra los riesgos y los recursos de una discur-
sividad artesan al, posiblemen te más próxima a la march a la-
boriosa de la in vestigación y de la prueba en sociología que
los programas impecables, pero difícilmen te aplicables, de la
metodología pura. Darwin compon e y opon e sistemas y sub-
sistemas de probabilidades y de improbabilidades para pro-
bar lo que el problema real que enfrenta lo obliga a probar a
partir de los materiales que el problema le impone. Pon e en
eviden cia, como lo h a demostrado A. Kaplan, quien cita este
texto,* que la hipótesis opuesta a la que él propone no se sos-
tien e sin o por medio de múltiples suposicion es que, si se las
reún e, son improbables, pero que se las aceptaría tal vez más
fácilmen te si fueran propuestas en orden disperso. Así com-
pone, por medio de razones positivas y n egativas, algun as de
las cuales n o valdrían gran cosa en sí mismas, un sistema
de pruebas, «un a caden a de eviden cias» que es más «fuerte
que su eslabón más débil y aún más fuerte que su eslabón
más fuerte».*

* A. Kaplan , The Conduct of Inquiry, op. cit., pág. 245.


el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 327

39. c h . da r win

Por con siderables que sean las diferen cias que se pueden obser var
en tre las razas de palomas, estoy plen amen te convencido de que la opi-
n ión común de los n aturalistas es justa, o sea que todas descien den de
la paloma silvestre ( Columba livia) , in cluyen do en esta den omin ación
diversas razas geográficas o subespecies que difieren en tre sí en pun tos
muy insign ifican tes. Como algun as de las razon es que me h an con du-
cido a esta creen cia son aplicables en algún grado a otros casos, las ex-
pon dré aquí brevemen te. Si las diferentes razas no son variedades y no
h an procedido de la paloma silvestre, tien en que h aber descen dido,
por lo men os, de siete u och o tron cos primitivos, pues es imposible ob-
ten er las actuales razas domésticas por el cruzamien to de un n úmero
men or; ¿cómo, por ejemplo, podría producirse un a buchon a cruzando
dos castas, a n o ser que un o de los tron cos progen itores tuviese el
en orme buch e característico? Los supuestos tron cos primitivos deben
de h aber sido todos palomas de roca; esto es: que n o se criaban en los
árboles n i ten ían in clin ación a posarse en ellos. Pero, aparte de la Co-
lumba livia con sus subespecies geográficas, sólo se con ocen otras dos o
tres especies de paloma de roca, y éstas no tienen n ingun o de los carac-
teres de las razas domésticas. Por lo tanto, los supuestos tron cos primi-
tivos, o bien tien en que existir aún en las region es don de fueron do-
mesticados primitivamen te, sien do todavía descon ocidos por los
orn itólogos ( y esto, ten ien do en cuen ta su tamañ o, costumbres y carac-
teres, parece improbable) , o bien tien en que h aberse extinguido en es-
tado salvaje. Pero aves que se crían en precipicios y son buenas volado-
ras resultan difíciles de extermin ar y la paloma silvestre, que tien e las
mismas costumbres que las razas domésticas, n o h a sido extermin ada
en teramente n i aun en algun os de los pequeñ os islotes britán icos ni en
las costas del Mediterráneo. Por consiguien te, la supuesta extinción de
tan tas especies que tien en costumbres semejan tes a las de la paloma sil-
vestre parece un a suposición muy temeraria. Es más: las diversas castas
domésticas an tes citadas h an sido transportadas a todas las partes del
mun do, y, por con siguien te, algunas de ellas deben de haber sido lleva-
das de n uevo a su país n atal; pero n in guna se ha vuelto salvaje o bravía,
si bien la paloma ordinaria de palomar, que es la paloma silvestre ligerí-
simamen te modificada, se h a h ech o bravía en algun os sitios. En suma,
todas las experien cias recien tes muestran que es difícil lograr que los
328 el o f ic io d e so c ió l o g o

an imales salvajes se reproduzcan con regularidad en cautiverio; sin em-


bargo, en la h ipótesis del origen múltiple de n uestras palomas h abría
que admitir que siete u och o especies, por lo menos, fueron domestica-
das tan por completo en tiempos an tiguos por el h ombre semicivili-
zado, que son per fectamente prolíficas en cautiverio.
Un argumento de gran peso, y aplicable en otros varios casos, es que
las castas an tes especificadas, aun que coin ciden gen eralmen te con la
paloma silvestre en con stitución, costumbres, voz, color, y en las más de
las partes de su estructura, son , sin embargo, ciertamen te, muy an óma-
las en otros caracteres; en vano podemos buscar por toda la gran fami-
lia de los colúmbidos un pico como el de la carrier o men sajera inglesa,
o como el de la tumbler o volteadora de cara corta, o el de la barb; plu-
mas vueltas como las de la capuch in a, buche como el de la buchon a in-
glesa, plumas rectrices como las de la colipavo. Por lo tan to, h abría que
admitir no sólo que el h ombre semicivilizado consiguió domesticar por
completo diversas especies, sin o que, in ten cion almen te o por casua-
lidad, tomó especies extraordin ariamen te an ómalas, y, además, que
desde enton ces estas mismas especies han llegado todas a extin guirse o
a ser descon ocidas. Tantas casualidades extrañas son en grado sumo in-
verosímiles.
Algun os h ech os referen tes al color de las palomas merecen ser teni-
dos en con sideración . La paloma silvestre es de color azul pizarra, con
la parte posterior del lomo blanca; pero la subespecie india, Columba in-
termedia de Stricklan d, tien e esta parte azulada. La cola tiene en el ex-
tremo un a faja oscura y las plumas extern as con un filete blan co en la
parte exterior, en la base. Las alas presen tan dos fajas n egras. Algun as
razas semidomésticas y algunas verdaderamen te silvestres tien en , ade-
más de estas dos fajas negras, las alas moteadas de n egro. Estos diferen-
tes caracteres no se presentan juntos en ninguna otra especie de toda la
familia. Ah ora bien : en las razas domésticas, tomando ejemplares de
pura raza, todos los caracteres dichos, incluso el filete blan co de las plu-
mas rectrices extern as, aparecen a veces per fectamen te desarrollados.
Más aún: cuando se cruzan ejemplares pertenecien tes a dos o más razas
distin tas, n in guna de las cuales es azul ni tien e ningun o de los caracte-
res arriba especificados, la descendencia mestiza propende mucho a ad-
quirir de repen te estos caracteres. Para dar un ejemplo de los n umero-
sos que h e obser vado: crucé algun as colipavos blan cas, que se criaban
por completo sin variación , con algun as barbs n egras –y ocurre que las
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 329

variedades azules de barb son tan raras, que n un ca he oído de n in gún


caso en Inglaterra–, y los híbridos fueron negros, castañ os y moteados.
Crucé también un a barb con un a spot –que es un a paloma blan ca, con
cola rojiza y un a manch a rojiza en la frente, y que notoriamen te cría sin
variación–; los mestizos fueron oscuros y moteados. Entonces crucé uno
de los mestizos colipavo-barb con un mestizo spot-barb, y produjeron un
ave de tan hermoso color azul, con la parte posterior del lomo blan ca,
doble faja n egra en las alas y plumas rectrices con orla blan ca y faja,
¡como cualquier paloma silvestre! Podemos compren der estos h ech os
mediante el principio, tan conocido, de la reversión o vuelta a los carac-
teres de los an tepasados, si todas las castas domésticas descien den de la
paloma silvestre. Pero si negamos esto ten dremos que hacer una de las
dos h ipótesis siguien tes, sumamen te in verosímiles: o bien –primera–,
todas las diferen tes supuestas ramas primitivas tuvieron el color y dibu-
jos como la silvestre –aun cuan do n in gun a otra especie vivien te tien e
este color y dibujos–, de modo que en cada casta separada pudo h aber
un a tenden cia a volver a los mismísimos colores y dibujos; o bien –se-
gun da h ipótesis– cada raza, aun la más pura, en el tran scurso de un a
docena, o a lo sumo un a veintena, de gen eracion es, h a estado cruzada
con la paloma silvestre: y digo en el período de doce a vein te generacio-
n es, porque n o se con oce nin gún caso de descen dien tes cruzados que
vuelvan a un an tepasado de san gre extrañ a separado por un n úmero
mayor de gen eracion es. En un a raza que h aya sido cruzada sólo un a
vez, la ten den cia a volver a algún carácter derivado de este cruzamien to
irá h acién dose n aturalmen te cada vez men or, pues en cada un a de las
gen eracion es sucesivas h abrá men os san gre extrañ a; pero cuan do n o
h a h abido cruzamien to algun o y existe en la raza una ten den cia a vol-
ver a un carácter que fue perdido en algun a gen eración pasada, esta
ten dencia, a pesar de todo lo que podamos ver en con trario, puede
transmitirse sin disminución duran te un n úmero indefinido de genera-
cion es. Estos dos casos diferentes de reversión son frecuentemente con-
fun didos por los que han escrito sobre h erencia.
Por último, los híbridos o mestizos que resultan entre todas las razas
de palomas son per fectamen te fecun dos, como lo puedo afirmar por
mis propias observaciones, h ech as de in ten to con las razas más diferen-
tes. Ahora bien , apenas se h a averiguado con certeza ningún caso de hí-
bridos de dos especies completamen te distin tas de an imales que sean
per fectamen te fecun dos. Algun os autores creen que la domesticidad
330 el o f ic io d e so c ió l o g o

con tin uada largo tiempo elimin a esta poderosa ten den cia a la esterili-
dad. Por la h istoria del perro y de algun os otros an imales domésticos,
esta conclusión es probablemente del todo exacta, si se aplica a especies
muy próximas; pero sería en extremo temerario extenderla tanto, hasta
supon er que especies primitivamente tan diferen tes como lo son ah ora
las palomas men sajeras in glesas, volteadoras, buch on as in glesas y coli-
pavos h an de producir descen dien tes per fectamen te fecun dos inter se.
Por estas diferentes razon es, a saber: la imposibilidad de que el h om-
bre h aya h ech o criar sin limitación en domesticidad a siete u och o su-
puestas especies desconocidas en estado salvaje, y por n o haberse vuelto
salvajes en n ingun a parte; el presentar estas especies ciertos caracteres
muy an ómalos comparados con todos los otros colúmbidos, n o obs-
tan te ser tan parecidas a la paloma silvestre por much os con ceptos; la
reaparición acciden tal del color azul y de las diferen tes señales n egras
en todas las razas, lo mismo man ten idas puras que cruzadas y, por úl-
timo, el ser la descen den cia mestiza per fectamen te fecun da; por todas
estas razon es tomadas en con jun to, podemos con seguridad llegar a
la con clusión de que todas nuestras razas domésticas descien den de la
paloma silvestre o Columba livia, con sus subespecies geográficas.

CH ARLES DARWIN

El origen de las especies


3. Las parejas epistemológicas

l a f il o so f ía d ia l o g a da

Bachelard ha mostrado frecuentemente que la actividad de la


cien cia modern a está orientada por un a «bi-certidumbre»
que explicita el diálogo más o men os den so en tre la filosofía
del racion alismo y la filosofía del realismo.* La epistemología
se distin gue de la filosofía tradicion al de las cien cias por el
h ech o de que acepta como objeto de reflexión esta doble fi-
losofía que an ima todos los actos del cien tífico, en lugar de
interrogar a éstos a partir de un a filosofía del con ocimien to.
Se pon e de man ifiesto en tonces que «todas las filosofías del
con ocimien to cien tífico se ordenan a partir del racionalismo
aplicado y del materialismo técnico». Las filosofías que se en-
cuen tran en las dos perspectivas «debilitadas» que llevan al
idealismo y al realismo in gen uos pierden su poder de dar
cuenta del trabajo del cien tífico y de prestarle una asistencia
teórica, en la medida, precisamen te, en que se alejan del
«cen tro filosófico don de se fun damen tan , a la vez, la expe-
rien cia reflexiva y la in vención racional, en resumen, [ de] la
región en la que trabaja la ciencia contemporánea». Este an á-
lisis espectral de las posiciones epistemológicas, aplicado mu-
tatis mutandis a las cien cias sociales, debería pon er de man i-
fiesto que los diálogos ficticios en tre adversarios alejados, y a
veces cómplices ( por ejemplo, el formalismo y el intuicio-
n ismo) , son más frecuen tes que los den sos in tercambios en-
tre la teoría y la experiencia.

* Véase supra, textos n º 1, pág. 122, y n º 23, pág. 236.


332 el o f ic io d e so c ió l o g o

40. g . ba c h e l a r d

De h ech o, este in tercambio simultán eo en tre dos filosofías con trarias,


en acción en el pen samien to cien tífico, comprometen a n umerosas fi-
losofías, y ten dremos que presen tar diálogos, sin duda menos den sos,
pero que extien den la psicología del espíritu cien tífico. Por ejemplo, se
mutilaría la filosofía de la cien cia si n o se examin ara cómo se sitúan el
positivismo o el formalismo, ya que, sin duda, ambos cumplen fun cio-
n es en la física y en la química con temporán eas. Pero un a de las razo-
n es que n os hace creer que nuestra posición central está bien fundada
es que todas las filosofías del conocimien to cien tífico se orden an a par-
tir del racion alismo aplicado. Casi no es n ecesario comentar el cuadro
siguien te cuan do se lo aplica al pensamiento cien tífico:

Idealismo

Con vencionalismo

Formalismo

Racionalismo aplicado y Materialismo técn ico

Positivismo

Empirismo

Realismo

In diquemos solamen te las dos perspectivas de pen samiento debilita-


das que llevan, por una parte, del racionalismo al idealismo in gen uo y,
por la otra, del materialismo técn ico al realismo in genuo.
Así, cuando se interpreta sistemáticamen te el con ocimiento racion al
como la con stitución de ciertas formas, como un simple acoplamien to
de fórmulas adecuadas para informar cualquier experien cia, se establece
un formalismo. Este formalismo puede, en rigor, recibir los resultados del
pen samien to racion al, pero n o puede proporcion ar todo el trabajo
del pen samien to racion al. Por otra parte, un o n o se atien e siempre a
un formalismo. Ha comen zado un a filosofía del con ocimiento que de-
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 333

bilita el papel de la experien cia. Se está muy cerca de ver en la cien cia
teórica un con jun to de convenciones, un a serie de pen samien tos más o
men os cómodos organ izados en el len guaje claro de las matemáticas, las
que n o son más que el esperanto de la razón . La comodidad de las con-
ven ciones n o les quita su arbitrariedad. Estas fórmulas, estas convencio-
n es, esta arbitrariedad, muy fácilmen te llegarán a ser sometidas a un a
actividad del sujeto pensante. Se llega así a un idealismo. Este idealismo
h a dejado de ser declarado en la epistemología con temporán ea, pero
h a jugado un papel tan importan te en las filosofías de la n aturaleza du-
ran te el siglo XIX que todavía debe figurar en un examen gen eral de las
filosofías de la cien cia.
Por otra parte, h ay que señ alar la impoten cia del idealismo para re-
con struir un racion alismo de tipo modern o, un racionalismo activo ca-
paz de dar razón de los con ocimien tos de las nuevas region es de la ex-
periencia. Dich o de otro modo, n o podemos in vertir la perspectiva que
acabamos de describir. De hecho, cuando el idealista establece un a filo-
sofía de la n aturaleza se limita a orden ar las imágenes que tien e de la na-
turaleza, consagrándose al carácter inmediato de esas imágen es. No su-
pera los límites de un sen sualismo etéreo. No se compromete en un a
experien cia sosten ida. Se asombraría si se le exigiera con tin uar las
in vestigacion es de la cien cia por medio de la experimen tación esencial-
men te in strumen tal. No se cree obligado a aceptar las convenciones de
otras men talidades. No acepta la len ta disciplin a que formaría su espí-
ritu sobre la base de las leccion es de la experien cia objetiva. El idea-
lismo pierde en ton ces toda posibilidad de dar cuenta del pensamiento
científico moderno. El pen samien to cien tífico no puede en con trar sus
formas duras y múltiples en esa atmósfera de soledad, en ese solipsismo
que es el mal congénito de todo idealismo. Al pensamiento cien tífico le
es n ecesaria un a realidad social, el con sen so de una fortaleza física y
matemática. Debemos en ton ces in stalarn os en la posición cen tral del
racionalismo aplicado, tratan do de instaurar una filosofía específica para
el pen samien to científico.
En la otra perspectiva de n uestro cuadro, en lugar de esta evanescen-
cia que con duce al idealismo, nos encontramos con una inercia progre-
siva de pen samien to que con duce al realismo a un a con cepción de la
realidad como sin ónimo de la irracionalidad.
En efecto, al pasar del racionalismo de la experiencia física, estrecha-
men te solidaria de la teoría, al positivismo, parecería que de inmediato
334 el o f ic io d e so c ió l o g o

se pierden todos los principios de la necesidad. En con secuencia, el posi-


tivismo puro casi n o puede justificar la poten cia de la deducción pre-
sen te en el desarrollo de las teorías modern as; n o puede dar cuen ta de
los valores de coherencia de la física con temporánea. Y, sin embargo, com-
parado con el empirismo puro, el positivismo se presen ta por lo men os
como custodio de la jerarquía de las leyes. Se atribuye el derech o de
descartar las aproximacion es fin as, los detalles, las variedades. Pero esta
jerarquía de leyes n o tien e el valor de organ ización de las necesidades
compren didas claramen te por el racion alismo. Por lo demás, al fun -
darse sobre juicios de utilidad, el positivismo es proclive a degradarse
en el pragmatismo, en esa multitud de recetas que es el empirismo. El po-
sitivismo n o tien e n ada de lo n ecesario para decidir las órden es de
aproximacion es, para sen tir esa extrañ a sen sibilidad de racion alidad
que dan las aproximaciones de segundo orden, esos conocimientos más
aproximados, más discutidos, más coh eren tes que en con tramos en el
examen atento de las experien cias refinadas y que nos hacen compren -
der que h ay más racion alidad en lo complejo que en lo simple.
Por otra parte, al dar un paso más allá del empirismo que se absorbe
en el relato de sus resultados, se obtiene ese cúmulo de h echos y de co-
sas que, al abultar el realismo, le da la ilusión de la riqueza. A con tinua-
ción mostraremos h asta qué pun to es con trario a todo espíritu cien tí-
fico el postulado, tan fácilmen te admitido por algun os filósofos, que
asimila la realidad a un polo de irracionalidad. Cuando conduzcamos la
actividad filosófica del pensamiento cien tífico hacia su centro activo, se
verá claramente que el materialismo activo tien e precisamente por fun -
ción elimin ar todo lo que podría ser calificado como irracion al en sus
materias, en sus objetos. La química, gracias a sus a priori racionales, nos
en trega sustancias sin accidentes; libera a todas las materias de la irracio-
n alidad de los orígen es. [ …]
Si se hace un ensayo de determinación filosófica de las nociones cien-
tíficas activas, se advertirá de in mediato que cada una de estas n ociones
tien e dos bordes, siempre dos bordes. Cada n oción precisa es un a n o-
ción que ha sido precisada. Ha sido precisada en un esfuerzo de idon e-
ísmo, en el sen tido gon sethian o del términ o, idon eísmo tan to más
acen tuado cuan to más rigurosas han sido las dialécticas. Pero estas dia-
lécticas ya h an sido suscitadas por las lejan as simetrías del cuadro que
h emos propuesto. De este modo, se podrían esclarecer muchos proble-
mas de la epistemología de las cien cias físicas si se in stituyera la filoso-
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 335

fía dialogada del formalismo y el positivismo. El formalismo coordin a-


ría con much a claridad todos los puntos de vista matemáticos que infor-
man las leyes positivas obten idas por la experien cia cien tífica. Sin po-
seer la apodicticidad del racion alismo, el formalismo tien e un a
autonomía lógica.
En tre el empirismo y el con ven cionalismo –sin duda, filosofías dema-
siado distendidas– sería posible todavía establecer correspondencias. Su
diálogo ten dría, por lo men os, el atractivo de un doble escepticismo.
Por eso tienen mucho éxito entre los filósofos modernos que observan
desde una perspectiva más alejada los progresos del pen samien to cien-
tífico.
En cuan to a las dos filosofías extremas, idealismo y realismo, n o tie-
n en casi fuerza sin o por su dogmatismo. El realismo es defin itivo y el
idealismo prematuro. Ni un o n i otro tienen esa actualidad que reclama
el pensamien to cien tífico. En particular, realmen te n o se ve cómo
puede un realismo cien tífico elaborarse a partir de un realismo vulgar.
Si la cien cia fuera un a descripción de un a realidad dada, n o se ve con
qué derecho la cien cia ordenaría esa descripción .
Nuestra tarea en ton ces será mostrar que el racion alismo n o es de
n in guna man era solidario del imperialismo del sujeto; que n o puede
formarse en un a con cien cia aislada. También ten dremos que probar
que el materialismo técnico n o es de n in guna man era un realismo filosó-
fico. El materialismo técnico corresponde esencialmen te a un a realidad
tran sformada, a un a realidad rectificada, a un a realidad que, precisa-
men te, ha recibido la marca humana por excelencia, la marca del racio-
n alismo.
Así, nos veremos siempre llevados al centro filosófico en que se fun-
damentan a la vez la experiencia reflexiva y la inven ción racional; en re-
sumen, a la región donde trabaja la ciencia contemporán ea.

GASTON BACHELARD

Le rationalisme appliqué
e l n e o po sit iv ismo , a c o pl a mie n t o
d e l se n sua l ismo y d e l f o r ma l ismo

Se ve claramente en el caso del n eopositivismo de la Escuela


de Viena que, contrariamente a la representación común que
adjudica automáticamen te a todo refin amien to formal las
propiedades de la construcción teórica, el formalismo más ra-
dical exige la sumisión a los «h ech os» del sen tido común, es
decir, a la teoría sen sualista que implica el sen tido común
cuando éste se represen ta el hecho como un dato.

41. g . ca n g u il h e m

Se h a señ alado frecuen temen te que en tre el empirismo y el positi-


vismo h ay un a relación de filiación : el in termediario en tre Comte y los
sen sualistas del siglo XVIII es D’Alembert. El positivismo se defin e a sí
mismo como la n egativa a tomar en cuen ta toda proposición cuyo con -
ten ido n o man ten ga, directa o in directamen te, alguna correspon den -
cia con h ech os comprobados. «Al agregar [ al términ o filosofía] la pala-
bra positiva, an un cio que con sidero ese modo especial de filosofar que
con siste en con siderar que las teorías, cualquiera que fuera el orden
de sus ideas, tien en por objeto la coordin ación de los h echos obser va-
dos.»1 Salta a la vista de in mediato cómo aquí los h ech os están disocia-
dos de la teoría, que de algun a man era es posterior y exterior a estos
datos: lo mismo sucede en el esquema del método positivista, según el

1 A. Comte, Adverten cia a la primera edición del Cours de philosophie positive,


1830.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 337

cual el espíritu h uman o descubre, «por el uso combin ado del razon a-
mien to y la obser vación », las leyes efectivas de los fen ómen os, es decir
las relacion es in variables de sucesión y de similitud. 2 En otra parte
Comte desarrolla de esta manera el sentido de la palabra positivo: real,
verificable, útil.3 La relación , ya apreciable en el empirismo, de la espe-
culación teórica con la utilización pragmática, es in n egable en el posi-
tivismo. Se man ifiesta en la distin ción , desde el pun to de vista astron ó-
mico, en tre el universo y el mundo ( el sistema solar) , ún ico dign o del
in terés h uman o; en la h ostilidad de Comte al empleo de métodos o de
in strumen tos que permitan , ya sea determin ar la composición de los
astros, ya sea complicar y corregir las relacion es legales de forma sim-
ple ( tales como la ley de Mariotte) ; en la proscripción del cálculo de
probabilidades en física y en biología. En cuan to a la subordin ación
gen eral del con ocimien to a la acción ( saber para prever a fin de po-
der) , es demasiado con ocida para que valga la pen a in sistir.
Las mismas tendencias se vuelven a encon trar en lo que se h a con ve-
n ido llamar el n eopositivismo de la Escuela de Viena, que un e, paradó-
jicamente, un a teoría radicalmen te sensualista de la exploración de lo
real, una teoría radicalmen te formalista ( en el sentido que le con fieren
los trabajos modern os sobre la axiomática) del pen samien to y del dis-
curso, y que deriva de dos tradicion es muy diferen tes, cuyos símbolos
son los n ombres de Ern st Mach y de Hilbert. Los represen tan tes más
autén ticos de esta escuela son R. Carnap, M. Sch lick y Neurath , a los
que h abría que agregar a Ph . Fran ck y, aunque un poco más alejado, a
H. Reichenbach , que niega ser estrictamen te adicto.
Los neopositivistas de Viena toman, aunque con muchas restricciones,
la idea fundamental de Wittgenstein ( Tractatus logico-philosophicus) , que
sostiene que el lenguaje es la copia del mundo: lo real es un conjunto de
«datos» cuya descripción constituye el con ocimien to. A los objetos co-
rresponden los n ombres; a las relaciones efectivas en tre los objetos, las
proposiciones. El len guaje tien e los mismos límites que el mundo; n o
podría comprender nada inteligible que no estuviera en el mundo ( por
ejemplo, la noción de frontera del mundo no tiene sentido) . Llevando
las cosas h asta el fin –a donde Carn ap se n iega seguirlo– Wittgenstein

2 Cours phil. pos., 1ª lección .


3 Discours sur l’ensemble du positivisme, 1ª parte.
338 el o f ic io d e so c ió l o g o

plantea que no podría haber «proposiciones sobre las proposiciones». El


ún ico objetivo de la filosofía es criticar el len guaje, clarificar las propo-
siciones ( en este caso habría que preguntarse cómo se puede trabajar so-
bre proposiciones si n o se pueden h acer proposicion es sobre proposi-
ciones) .
Por lo tanto, h echas todas las reservas, la base de la ciencia está com-
puesta, según los vien eses, por proposicion es que llevan al plan o del
len guaje el resultado de observacion es. Son solamen te las proposicio-
n es las que pueden tener sentido, y n o las palabras aisladas. Pues el sen-
tido de un juicio sobre la realidad está siempre en relación con un método de ve-
rificación. Un juicio que n o se pudiera verificar, es decir, reducir a
algun a observación efectiva, n o tien e sentido. Por ejemplo, el con cepto
de simultaneidad recibió un a sign ificación en la física relativista porque
Ein stein defin ió las condiciones de un método de tran smisión y de re-
cepción de señ ales. Fuera de esta experien cia, la noción de simultan ei-
dad no tien e n in gún valor.
Según Neurath todas las ciencias de la naturaleza o del espíritu son los
fragmentos de una «ciencia unitaria» por construir, y esa ciencia es la fi-
losofía. Tal ciencia unitaria debe contar con una lengua universal, y esa
len gua será la de la física. De aquí provien e el términ o fisicalismo, que
n o significa que toda proposición cien tífica deba reducirse a las
teorías físicas que actualmente se aceptan porque están verificadas, sino
más bien que toda proposición de alcance real debe poder encontrar su
verificación de la misma manera que los enunciados protocolarios o propo-
siciones-comprobaciones ( Protokollsätze) de la física. Toda experiencia física
con siste en comprobar que, en determinadas circun stancias definidas,
un h echo elemen tal determin ado ( desplazamien to de un a aguja sobre
un cuadran te, aparición o desaparición de un a sombra o de una estría
luminosa sobre una pantalla) ha sido registrado por un experimentador.
Toda teoría física válida debe conducir a tales comprobaciones: el proto-
colo fiel de la comprobación es capaz de transmitir a cualquier persona
el contenido y el resultado auténticos de la observación; y la concordan-
cia de las proposiciones-comprobaciones derivada de la teoría ( es decir
las observacion es que se debe llegar a registrar) con las proposiciones-
comprobacion es enunciadas directamen te por los observadores reales
garantiza la exactitud de la teoría.
Examin aremos aquí el n eopositivismo vien és solamente en sus aspec-
tos fisicalistas.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 339

Según Neurath y Carn ap, es necesario precisar el sen tido de la pala-


bra datos cuan do se h abla de la relación que da significación de validez
a un a proposición de alcan ce real. Ellos pien san que en todo en un-
ciado protocolario se debe decir algo relativo a objetos físicos, por
ejemplo, que se observan sobre un a pan talla, en tal lugar, una man ch a
sombreada o un círculo claro. La consecuen cia de esta afirmación es
que la distin ción , tan del gusto de todas las filosofías ontológicas, en tre
el mundo «real» y el mun do «aparen te», está desprovista de sentido. Lo
real y lo aparen te difieren un o del otro como «dos resultados experi-
men tales obten idos en circun stan cias diferen tes» ( Fran ck) . Por ejem-
plo, la distinción entre el aparente cristal de Nace y el cristal real ( es de-
cir su estructura molecular) equivale a la distin ción en tre dos
iluminacion es: a la luz del sol o de un a lámpara, el ojo h uman o ve el
cuerpo como un cuerpo compacto, pero bajo un h az de rayos de Ront-
gen se percibe sobre la placa fotográfica un a estructura gran ular.4 En
con secuen cia, el papel de un a teoría física es solamen te coordin ar los
datos de la experien cia siguien do un esquema y con el fin de orien tar
la espera de ciertas comprobacion es ven ideras. Es así como, si se plan-
tea la identidad de la luz y de la electricidad, «no se puede dejar de ci-
tar por lo men os un fen ómen o observable como con secuen cia de la
iden tidad “real” de la luz y de la electricidad».5 Esta orientación de la es-
pera es el ún ico sen tido real que se puede dar al prin cipio de causali-
dad: «Si buscamos lo que es necesario entender cuando, en la vida prác-
tica, h ablamos del prin cipio de causalidad, en con traremos que se trata
de cierta man era de asociar los datos de n uestra experien cia, para lo-
grar la adaptación al mun do que n os rodea y con el fin de evitar la in-
quietud que n os causa el porven ir inmediato».6 Aquí se ve cómo el
n eopositivismo h ace su «retorno a H ume», a través de Comte.
Existe, sin embargo, en tre el empirismo sen sualista y el positivismo
del siglo XIX o del siglo XX, esta importan te diferen cia: según los empi-
ristas sen sualistas, el caos de las «impresion es» termin a por en con trar
un orden en sí mismo, debido al h ech o de las con exion es de asocia-
ción . El positivismo, por el con trario, in siste en la n ecesidad de poner el
orden; según Comte por medio de una teoría de tipo matemático, según

4 Fran ck, op. cit., pág. 219.


5 Fran ck, op. cit., pág. 235.
6 Fran ck, op. cit., pág. 276.
340 el o f ic io d e so c ió l o g o

los vien eses por medio del esquema formal. Pero aquí se trata de la
yuxtaposición de dos exigen cias ( n aturalismo y racion alismo) , de n in -
gun a man era de su síntesis. Tanto la teoría física como el esquema for-
mal son posteriores y exteriores a los datos. El positivismo admite, pues, la
suficien cia in icial del dato inmediato para constituir una materia de co-
n ocimien to, que se recon oce después por un a exigen cia de coordin a-
ción . Esto es lo que h a percibido Gon seth , cuan do dice de la doctrin a
del Círculo de Vien a: «Es el realismo más sumario, el men os matizado».7
El realismo más sumario, sin duda, pero también el más vulgar, puesto
que es el mismo del sen tido común , el que postula, bajo la forma de
creencia absoluta, la iden tidad de la sen sación y del con ocimien to.
Es este postulado o esta creencia lo que deben juzgarse. Y lo haremos
resumiendo, en primer lugar, el pensamiento sobre este aspecto de uno
de los más grandes físicos contemporán eos, Max Planck.8
Si se admite que las percepciones sensibles son a la vez un dato primi-
tivo y la única realidad in mediata, es falso hablar de ilusiones de los sen -
tidos. Además, si n o podemos ir más allá de la impresión person al, es
imposible que de allí surja un con ocimien to objetivo; n o h ay n in gun a
razón para seleccion ar, para elegir en tre las impresion es person ales: to-
das tien en el mismo derech o. El positivismo, llevado h asta sus últimas
consecuen cias, «rechaza la existencia y aun la simple posibilidad de una
física in depen dien te de la individualidad del cien tífico».9 No h ay cien-
cia posible sin o bajo la con dición de plan tear la existencia de un
mun do real, pero del que n o podemos ten er un con ocimien to in me-
diato. El trabajo cien tífico es, pues, un esfuerzo h acia un objetivo inac-
cesible: «el objetivo es de n aturaleza metafísica, es in accesible».10
El positivismo tiene razón en ver en las medidas la base de la ciencia,
pero descon oce gravemen te el h ech o de que la medida es un fen ó-
men o para el cual el cien tífico, el in strumen to y aun la teoría son inte-
riores. Hay que señalar el paren tesco de las críticas que Planck y Meyer-
son dirigen al positivismo. El con cepto de realidad, el con cepto de
«cosa» es, dice Meyerson , indispensable para la investigación científica.

7 Qu’est-ce que la logique?, pág. 34.


8 Initiations à la physique, c. IX, «Le positivisme et la réalité du mon de
extérieur», pág. 201.
9 Véase pág. 210.
10 Plan ck, pág. 210.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 341

El fon do del problema es finalmen te éste: cuál es el valor teórico de los


datos sensibles.
En primer lugar estos sólo son datos. De inmediato la epistemología
sen sualista o positivista recon oce que, si la cien cia se h ace a partir de
datos sensibles, se hace alejándose de ellos. A despech o de su matemati-
cismo, Comte perman ece fiel al realismo empirista: «Pese a todas las su-
posicion es arbitrarias, los fenómenos lumin osos constituyeron siempre
un a categoría sui generis n ecesariamente irreductible a cualquier otra:
un a luz será etern amen te heterogén ea a un movimien to o a un son ido.
Las mismas consideracion es fisiológicas se opondrían in eludiblemente,
a falta de otros motivos, a tal confusión de ideas, por las características
inalterables que distin guen profun damen te al sentido de la vista, ya sea
del sentido del oído, ya sea del sen tido del tacto o de la presión.11
Ah ora bien , toda la evolución del saber desmiente esta afirmación . El
con ocimien to un ifica aquello que la sen sorialidad especifica y distin-
gue; se esfuerza por con stituir un un iverso cuya realidad provien e pre-
cisamen te del h ech o de que desacredita la preten sión de la percepción
sen sible de plan tearse como un saber. Sin duda, la teoría explicativa
man tiene contacto, y el contacto más estrecho, con la experien cia, pero
en tan to que la experien cia es el problema que se debe aclarar y n o un co-
mien zo de solución . La relación de la teoría con la experien cia garan-
tiza que la teoría n o se aleje del problema que la ha suscitado, pero no
implica, de nin guna man era, que es bajo la forma de la experiencia in i-
cial como se dará la solución .

GEORGES CANGUILH EM

«Leçon s sur la méth ode»

11 Cours de philosophie positive, 33ª lección , Sch leich er II, pág. 338.
e l f o r ma l ismo co mo in t u ic io n ismo

A pesar de que está con ducida en fun ción de los prin cipios
–y de los supuestos– particulares de su autor, la crítica que
h izo Durkh eim a la tentativa de Simmel de fundar una socio-
logía formal muestra la con exión que un e al proyecto forma-
lista y el intuicionismo. La in ten ción prematura de dar como
objeto a la sociología las formas sociales abstraídas de su
«contenido» conduce necesariamente a asociaciones azarosas
o a aproximacion es in ducidas por las intuiciones del sen tido
común : al privarse de los con ocimien tos y los controles que
impon dría la construcción de objetos más complejos, el cien -
tífico queda aban don ado a la «fan tasía in dividual» y se con -
den a a un método donde el ejemplo se tran sforma en el sus-
tituto de la prueba, y la acumulación ecléctica en el sustituto
del sistema.

42. é . d u r k h e im

[ Durkh eim recuerda la in tención de la obra de Simmel: dar a la socio-


logía un objeto propio, distinguiendo en la sociedad el «con ten ido» del
«continen te». El continen te, es decir «la asociación den tro de la cual se
obser van esos fen ómen os» que con stituyen el objeto de la sociología,
«ciencia de la asociación en lo abstracto».]
Pero, ¿por qué medios se realizará esta abstracción? Si es cierto que
todas las asociaciones humanas se forman teniendo en cuenta fines par-
ticulares, ¿cómo será posible aislar la asociación en gen eral de los diver-
sos fin es a los que ella sir ve, con el propósito de determin ar las leyes?
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 343

«Comparan do las asociacion es destin adas a los objetivos más diferen tes
y extrayen do lo que tien en en común. De esta man era, todas las dife-
ren cias que presen tan los fin es especiales alrededor de los cuales se
constituyen las sociedades, se neutralizan mutuamente, y la forma social
será la única en resaltar. Así, un fen ómeno como la formación de partidos
se percibe con tan ta claridad en el mundo artístico como en los medios
políticos, en la industria como en la religión. Por lo tanto, si se investiga
lo que se encuentra en todos estos casos a pesar de la diversidad de los
fin es y de los in tereses, se obten drán las leyes de este modo particular
de agrupación. El mismo método n os permitirá estudiar la dominación y
la subordinación, la formación de las jerarquías, la división del trabajo, la
concurrencia, etcétera.»1
Podría parecer que, de esta man era, se le h a asign ado a la sociología
un objeto claramen te defin ido. En realidad creemos que tal con cep-
ción sólo sirve para man ten erla en el ámbito de un a ideología metafí-
sica de la que, por el con trario, h a man ifestado una irresistible n ecesi-
dad de eman ciparse. No le n egamos a la sociología el derech o de
con stituirse por medio de ideas abstractas puesto que n o h ay cien cia
que pueda formarse de otro modo. Sólo que es n ecesario que las abs-
traccion es estén metódicamen te elaboradas y que dividan los h ech os
según sus distin cion es n aturales, sin lo cual degen eran forzosamen te
en construccion es imagin arias, en un a van a mitología. La vieja econ o-
mía política reclamaba, sin duda, el derech o a abstraer, que, en prin -
cipio, n o se le puede n egar; pero el uso que h acía de ese derech o es-
taba viciado, pues establecía en la base de toda su deducción un a
abstracción que n o ten ía el derech o de plan tear: la n oción de un h om-
bre que, en sus accion es, se movía exclusivamen te por su in terés perso-
n al. Una h ipótesis de este tipo n o puede plan tearse al comien zo de la
in vestigación ; solamente las observacion es repetidas y las con fron tacio-
n es metódicas pueden permitir apreciar la fuerza impulsiva que tales
móviles son capaces de ejercer sobre n osotros. No estamos en con di-
cion es de afirmar que pueda h aber en n osotros ciertos elemen tos
suficientemen te defin idos que n os autoricen a aislarlos de los otros fac-
tores de n uestra con ducta y a con siderarlos aparte. ¿Quién podría

1 Anné Sociologique, vol. I, pág. 72.


344 el o f ic io d e so c ió l o g o

decir si en tre el egoísmo y el altruismo existe esa separación defin ida


que el sen tido común admite sin reflexión ?
Para justificar el método propuesto por Simmel n o es suficien te re-
cordar el ejemplo de las ciencias que proceden por abstracción; es n e-
cesario mostrar que la abstracción a la que un o se refiere está hech a se-
gún los prin cipios a los que debe someterse toda abstracción científica.
Ah ora bien, ¿con qué derecho se separa, de manera tan radical, el con-
tin en te del con ten ido de la sociedad? Se limitan a afirmar que sólo el
continente es de n aturaleza social y que el contenido tiene sólo indirec-
tamen te ese carácter. No existe, pues, n in gun a prueba para establecer
un a proposición que, lejos de aparecer como un axioma eviden te,
puede ser con siderada por el cien tífico como un a afirmación gratuita.
Sin duda, n o todo lo que pasa en la sociedad es social, pero n o se
puede decir lo mismo de todo lo que se desarrolla en y por la sociedad.
Por consiguien te, para colocar fuera de la sociología los diversos fen ó-
men os que con stituyen la trama de la vida social, será n ecesario h aber
demostrado que estos fen ómen os n o son obra de la colectividad, sin o
que tienen orígen es completamente distintos y que, simplemente, se si-
túan en el cuadro general constituido por la sociedad. Ahora bien, que
sepamos, esta demostración no h a sido intentada, n i siquiera se han co-
men zado las in vestigacion es que ella supon e. Sin embargo, es fácil per-
cibir a primera vista que las tradicion es y las prácticas colectivas de la re-
ligión, del derecho, de la moral, de la economía política n o pueden ser
h ech os que ten gan un carácter social menor que las formas exteriores
de la sociabilidad; y si se profun diza el examen de esos hechos, esta pri-
mera impresión se con firma: en todas partes se h alla presen te la obra
de la sociedad que elabora estos fen ómen os, y bien clara es su repercu-
sión sobre la organización social. Ellos son la sociedad misma, viva y ac-
tuante. ¡Qué idea extrañ a sería imagin ar el grupo como un a especie de
forma vacía, de molde que podría recibir in diferen temen te cualquier
clase de material! Se afirma que h ay estructuras que se en cuentran por
doquier, cualquiera que fuere la n aturaleza de los fin es perseguidos.
Pero es muy eviden te que en tre todas estas fin alidades, cualesquiera
que fueren sus divergencias, hay caracteres comunes. ¿Por qué son sola-
men te estos últimos los que deben ten er valor social, con exclusión de
los caracteres específicos?
No solamen te este empleo de la abstracción n o tiene n ada de metó-
dico, puesto que su resultado es separar cosas que son de la misma n a-
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 345

turaleza, sin o que la abstracción que se obtien e de este modo, y que se


pretende tran sformar en el objeto de la cien cia, carece de toda deter-
min ación . En efecto, ¿qué sign ifican las expresion es empleadas, tales
como formas sociales, formas de la asociación en general? Si solamen te se
quisiera hablar de la manera en que los individuos se encuen tran en re-
lación unos con otros en el sen o de la asociación , de las dimensiones de
esta última, de su densidad, en un a palabra, de su aspecto exterior y
mor fológico, la n oción estaría definida, pero sería demasiado estrecha
para poder constituir por sí sola el objeto de un a ciencia; pues equival-
dría a reducir la sociología solamen te a la con sideración del sustrato
sobre el que descan sa la vida social. Pero, de hecho, n uestro autor atri-
buye a este términ o un a sign ificación much o más exten sa. No sola-
men te en tiende por él el modo de agrupamiento, la con dición estática
de la asociación , sin o también las formas más gen erales de las relacio-
n es sociales. Éstas son las formas más amplias de cualquier especie de
relación que pueda en tablarse en el seno de la sociedad; y es ésta la n a-
turaleza de los h ech os que se nos presen tan como directamen te perte-
n ecientes a la sociología; ellos son : la división del trabajo, la concurrencia,
la imitación, el estado de libertad o de dependencia en que un individuo se
en cuentra fren te al grupo.2 Pero en ton ces, en tre estas relacion es y las
otras relacion es más especiales n o h ay sin o un a diferen cia de grado: ¿y
cómo un a simple diferen cia de este tipo podría justificar un a separa-
ción tan tajante en tre dos órden es de fen ómen os? Si las primeras con s-
tituyen la materia de la sociología, ¿por qué las segun das deben estar
excluidas, si son de la misma especie? El fun damen to aparen te que te-
n ía la abstracción propuesta cuan do los dos elemen tos se opon ían un o
al otro, como el con tinen te al conten ido, se disipa cuando se aclara me-
jor la sign ificación de estos términ os y se percibe que n o son más que
metáforas empleadas de man era in exacta.
El aspecto más general de la vida social no es el conten ido o la forma,
como tampoco lo son los aspectos especiales que pueda ofrecer. No hay
allí dos especies de realidad que, aun sien do solidarias, serían distintas
y disociables, sino h echos de la misma n aturaleza, examin ados con gra-
dos diversos de gen eralidad. ¿Cuál es, por otra parte, el grado de gene-
ralidad n ecesario para que tales h echos puedan ser clasificados en tre

2 Revue de Métaphysique et de Morale, II, pág. 499.


346 el o f ic io d e so c ió l o g o

los fen ómen os sociológicos? Nadie lo puede decir, y la pregunta es un a


de aquellas que n o pueden ser con testadas. Se compren de en ton ces
h asta qué punto este criterio es arbitrario y de qué man era permite ex-
ten der o restringir a volun tad los límites de la ciencia. Con el pretexto
de circunscribir la in vestigación , este método en realidad la aban don a
a la fantasía in dividual. Ya no hay ninguna regla que permita decidir, de
man era imperson al, dón de comien za y dón de termina el círculo de los
h ech os sociológicos; n o solamente los límites son móviles, lo que sería
legítimo, sin o que n o se puede compren der por qué ellos deben colo-
carse en tal pun to y n o en tal otro. H ay que agregar a todo esto que,
para estudiar los tipos más gen erales de los actos sociales y sus leyes, es
n ecesario con ocer las leyes de los tipos más particulares, porque los pri-
meros n o pueden estudiarse y explicarse sin o por comparación metó-
dica con los segun dos. En este aspecto, todo problema sociológico su-
pon e el con ocimien to profun do de todas esas cien cias especiales que
un o querría colocar fuera de la sociología, pero de las cuales esta úl-
tima n o podría prescin dir. Ycomo esta competen cia universal es impo-
sible, n o queda más remedio que con ten tarse con conocimientos suma-
rios, recogidos apresuradamente y que n o se someten a ningún control.
En realidad, tales son las características de los estudios de Simmel.
Apreciamos en ellos el refin amiento y la in geniosidad; pero no creemos
que de esta forma sea posible trazar, de man era objetiva, las division es
principales de nuestra ciencia como él las comprende. Entre las cuestio-
nes que propon e a la con sideración de los sociólogos no se percibe nin -
gún vín culo; son temas de meditación que n o se in cluyen en n in gún
sistema científico que forme un todo. Además, las pruebas que usa con -
sisten gen eralmen te en simples ejemplificacion es; se citan h ech os, to-
mados de los dominios más dispares, sin estar precedidos de su crítica
y, por con siguien te, sin que se pueda apreciar su valor. Para que la so-
ciología merezca el n ombre de cien cia, es n ecesario que con sista en
algo completamente distinto de las variaciones filosóficas sobre algunos
aspectos de la vida social, elegidos más o men os al azar, según las ten -
den cias particulares de los in dividuos; es n ecesario plan tear el pro-
blema de man era que se pueda extraer una solución lógica.

ÉMILE DURKHEIM

«La sociologie et son domain e scien tifique»


Conclusión

Sociología del conocimien to


y epistemología

l a s mu n da n ida d e s d e l a c ie n c ia

Bach elard pon e de man ifiesto la in terdepen den cia en tre la


admiración excesiva por la cien cia y la complacen cia de los
cien tíficos por esta admiración de su público que caracteriza
la vida mun dan a y pública de la física del siglo XVIII; al h a-
cerlo, destaca la lógica más gen eral, según la cual un a disci-
plina científica es incitada a la mundanidad en la medida en
que no h a con sumado la ruptura epistemológica con la expe-
rien cia primera. El an álisis de las con dicion es sociales de la
impregn ación de un a ciencia por la atmósfera intelectual de
la época muestra que solamen te un a «fortaleza científica h o-
mogén ea y bien custodiada» puede defen derse con tra las se-
duccion es de las «experiencias de etiqueta».

43. g . ba c h e l a r d

[ Actualmen te, dice el autor, «la educación cien tífica elemental h a des-
lizado en tre la n aturaleza y el observador un libro demasiado correcto,
demasiado corregido».]
No ocurriría lo mismo duran te el período precien tífico, en el siglo
XVIII . En esa época el libro de cien cias podía ser un libro buen o o malo.
Pero no estaba controlado por un a en señ an za oficial. Cuando llevaba el
sign o de un con trol, era a men udo de un a de aquellas academias de
provin cia, reclutadas en tre los espíritus más en revesados y más mun da-
n os. Enton ces el libro hablaba de la naturaleza, se interesaba por la vida
cotidiana. Era un libro de divulgación para el conocimiento vulgar, sin
348 el o f ic io d e so c ió l o g o

el telón de fon do espiritual que a menudo con vierte n uestros libros de


divulgación en libros de gran vuelo. Autor y lector pensaban a la misma
altura. La cultura cien tífica estaba como aplastada por la masa y varie-
dad de los libros mediocres, mucho más numerosos que los libros de va-
lor. Es en cambio muy llamativo que en n uestra época los libros de di-
vulgación científica sean libros relativamente raros.
Abrid un libro de enseñ anza científica modern o: en él la ciencia se
presenta referida a una teoría de conjun to. Su carácter orgán ico es tan
evidente que se hace muy difícil saltar capítulos. En cuanto se han trans-
puesto las primeras páginas, ya no se deja hablar más al sen tido común;
ya no se atiende más a las preguntas del lector. En él, el Amigo lector sería
con gusto reemplazado por una severa advertencia: ¡Atención, alumno!
El libro plantea sus propias preguntas. El libro man da.
Abrid un libro cien tífico del siglo XVIII, advertiréis que está arraigado
en la vida diaria. El autor conversa con su lector como un conferen cista
de salón . Acopla los in tereses y los temores naturales. ¿Se trata, por
ejemplo, de en con trar la causa del truen o? Se h ablará al lector del te-
mor al truen o, se tratará de mostrarle que este temor es vano, se sentirá
la n ecesidad de repetirle la vieja observación : cuando estalla el trueno,
el peligro ha pasado, pues sólo el rayo mata. Así dice el libro del abate
Poncelet 1 en la primera págin a de la Adverten cia: «Al escribir sobre el
trueno, mi prin cipal in tención ha sido la de moderar, en cuanto sea po-
sible, las incómodas impresion es que este meteoro acostumbra ejercer
sobre un a in fin idad de person as de toda edad, de todo sexo y de toda
con dición . ¿A cuántos h e visto pasar los días en tre violen tas agitacion es
y las n och es en tre mortales in quietudes?». El abate Pon celet con sagra
un capítulo íntegro, que resulta ser el más largo del libro ( páginas 133
a 155) , a las reflexion es sobre el espan to provocado por el truen o. Dis-
tingue cuatro tipos de miedo que an aliza detalladamen te. [ …]
La clase social de los lectores obliga a veces a un ton o particular en el
libro precien tífico. La astronomía para la gente de mun do debe in cor-
porar las bromas de los gran des. Un erudito de un a gran pacien cia,
Claude Comiers, comien za con estas palabras su obra sobre los come-
tas, obra frecuen temente citada en el tran scurso del siglo: «Puesto que

1 Abate Pon celet, La Nature dans la formation du Tonnerre et la reproduction des


tres vivants, 1769.
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 349

en la Corte se h a debatido con calor si cometa era mach o o h embra, y


que un mariscal de Fran cia, para dar términ o al diferen do de los doc-
tos, dictaminó que era necesario levan tar la cola de esa estrella, para sa-
ber si debía tratársele de el o la…».2 Sin duda un sabio moderno n o ci-
taría la opin ión de un mariscal de Fran cia. Y tampoco proseguiría,
interminablemente, con bromas sobre la cola o la barba de los cometas:
«Como la cola, según el refrán , siempre es lo más duro de pelar, la de
los cometas h a dado siempre tanto trabajo para explicar como el n udo
gordiano para desatar».
En el siglo XVII las dedicatorias de los libros científicos son , si cabe, de
un a adulación más pesada que aquellas de los libros literarios. En todo
caso, son aún más ch ocan tes para un espíritu científico modern o indi-
ferente a las autoridades políticas. [ …]
A veces h ay intercambio de puntos de vista en tre el autor y sus lecto-
res, entre los curiosos y los sabios. Por ejemplo, en 1787, se publicó un a
correspon dencia completa bajo el siguien te título: «Experiencias reali-
zadas sobre las propiedades de los lagartos, ya en carne como en líqui-
dos, para el tratamien to de las en fermedades ven éreas y h erpéticas».
Un viajero retirado, de Pon tarlier, asegura haber visto n egros de la Lui-
sian a curarse del mal ven éreo «comiendo an olis». Precon iza esa cura.
El régimen de tres lagartos por día con duce a resultados maravillosos
que son señalados a Vicq d’Azyr. En varias cartas Vicq d’Azyr agradece a
su correspon sal. [ …]
El mun do cien tífico con temporán eo es tan h omogén eo y tan bien
protegido, que las obras de alien ados y de espíritus trastornados difícil-
men te en cuen tran editor. No ocurría lo mismo h ace cien to cin cuen ta
añ os. […]
Estas observaciones gen erales sobre los libros de primera instrucción
son quizá suficien tes para señ alar la diferen cia que existe, an te el pri-
mer contacto con el pensamien to científico, en tre los dos períodos que
queremos caracterizar. Si se n os acusara de utilizar autores bastan te ma-
los, olvidan do los buen os, respon deríamos que los buen os autores n o
son n ecesariamente aquellos que tien en éxito y que, puesto que necesi-

2 Claude Comiers, La Nature et présage des Comètes. Obra matemática, física,


química e h istórica, en riquecida con las profecías de los últimos siglos, y
con la fábrica de los gran des telescopios, Lyon , 1665 [ págs. 7-74] .
350 el o f ic io d e so c ió l o g o

tamos estudiar cómo nace el espíritu cien tífico bajo la forma libre y casi
an árquica –en todo caso n o escolarizada– tal como ocurrió en el siglo
XVIII, n os vemos obligados a con siderar toda la falsa cien cia que aplasta
a la verdadera, toda la falsa ciencia en contra de la cual, precisamente, ha
de con stituirse el verdadero espíritu cien tífico. En resumen, el pen sa-
miento precientífico está «en el siglo». Pero n o es regular como el pen-
samiento científico formado en los laboratorios oficiales y codificado en
los libros escolares. Veremos cómo la misma con clusión se impon e
desde un pun to de vista algo diferente.
En efecto, Morn et ha mostrado bien , en un libro despierto, el carác-
ter mun dan o de la cien cia del siglo XVIII. Si volvemos sobre el tema es
simplemente para agregar algun os matices relativos al interés, en cierto
modo pueril, que en ton ces suscitaban las cien cias experimen tales, y
para propon er un a in terpretación particular de ese in terés. A este res-
pecto nuestra tesis es la siguiente: Al satisfacer la curiosidad, al multipli-
car las ocasion es de la curiosidad, se traba la cultura científica en lugar
de favorecerla. Se reemplaza el con ocimien to por la admiración , las
ideas por las imágenes.
Al tratar de revivir la psicología de los obser vadores en tretenidos ve-
remos in stalarse un a era de facilidad que elimin ará del pen samien to
cien tífico el sentido del problema, y por tan to el n ervio del progreso. To-
maremos n umerosos ejemplos de la cien cia eléctrica y veremos cuán
tardíos y excepcion ales h an sido los in ten tos de geometrización en las
doctrin as de la electricidad estática, puesto que hubo que llegar a la
aburrida cien cia de Coulomb para encon trar las primeras leyes cien tífi-
cas de la electricidad. En otras palabras, al leer los numerosos libros de-
dicados a la cien cia eléctrica en el siglo XVIII, el lector modern o adver-
tirá, según n uestro modo de ver, la dificultad que sign ificó aban don ar
lo pintoresco de la observación básica, decolorar el fen ómeno eléctrico,
y despejar a la experien cia de sus caracteres parásitos, de sus aspectos
irregulares. Aparecerá en ton ces claramen te que la primera empresa
empírica n o da n i los rasgos exactos de los fen ómen os, n i un a descrip-
ción bien orden ada, bien jerarquizada de los fen ómen os.
Una vez admitido el misterio de la electricidad –y es siempre muy rá-
pido admitir un misterio como tal– la electricidad dio lugar a un a
«cien cia» fácil, muy cercan a a la h istoria n atural y alejada de los cálcu-
los y de los teoremas que, después de los H uygen s y los Newton , in va-
dieron poco a poco a la mecán ica, a la óptica, a la astron omía. Todavía
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 351

Priestley escribe en un libro traducido en 1771: «Las experien cias eléc-


tricas son , en tre todas las que ofrece la física, las más claras y las más
agradables». Así, esas doctrin as primitivas, que se referían a fen ómen os
tan complejos, se presen taban como doctrin as fáciles, con dición in dis-
pensable para que fueran entreten idas, para que interesaran al público
mun dan o. O también, para h ablar como filósofo, esas doctrin as se pre-
sen taban bajo el sign o de un empirismo evidente y profundo. ¡Es tan có-
modo, para la pereza in telectual, refugiarse en el empirismo, llamar a
un h ech o un h ech o, y vedarse la in vestigación de una ley! Aún h oy to-
dos los malos alumn os del curso de física «compren den » las fórmulas
empíricas. Ellos creen fácilmen te que todas las fórmulas, aun aquellas
que provien en de un a teoría sólidamente organ izada, son fórmulas em-
píricas. Se imaginan que un a fórmula no es sino un conjun to de núme-
ros en expectativa que es suficien te aplicar en cada caso particular. Ade-
más, ¡cuán seductor es el empirismo de esta electricidad primera! Es un
empirismo n o sólo eviden te, es un empirismo coloreado. No h ay que
compren derlo, sólo basta verlo. Para los fen ómenos eléctricos, el libro
del mundo es un libro en colores. Basta h ojearlo sin n ecesidad de pre-
pararse para recibir sorpresas. ¡Parece en ese domin io tan seguro decir
que jamás se hubiera previsto lo que se ve! Dice precisamen te Priestley:
«Quienquiera h ubiera llegado por algún raciocin io ( a predecir la con-
moción eléctrica) h ubiera sido con siderado un gran gen io. Pero los
descubrimien tos eléctricos se deben en tal medida al azar, que es me-
n os el efecto del gen io que las fuerzas de la Naturaleza las que excitan
la admiración que le otorgamos»; sin duda, en Priestley es un a idea fija
la de referir todos los descubrimien tos cien tíficos al azar. Hasta cuan do
se trata de sus descubrimien tos person ales, realizados pacien temen te
con una ciencia de la experimen tación química muy notable, Priestley
se da el lujo de borrar los vínculos teóricos que lo condujeron a prepa-
rar experien cias tan fecun das. H ay un a volun tad tal de filosofía empí-
rica, que el pen samien to n o es casi más que un a especie de causa oca-
sion al de la experien cia. Si se escuch ara a Priestley, todo lo h a h ech o el
azar. Según él, la suerte prima sobre la razón . En treguémon os pues al
espectáculo. No n os ocupemos del físico, que n o es sino un director de
escen a. Ya n o ocurre lo mismo en n uestros días, en los que la astucia
del experimentador, el rasgo de gen io del teórico despiertan la admira-
ción. Ypara mostrar claramente que el origen del fenómeno provocado
es human o, es el nombre del experimentador el que se une –y sin duda
352 el o f ic io d e so c ió l o g o

para la eternidad– al efecto que ha construido. Es el caso del efecto Zee-


man , del efecto Stark, del efecto Raman, del efecto Compton y también
del efecto Caban n es-Daure que podría servir de ejemplo de un efecto
en cierto modo social, producto de la colaboración de los espíritus.
El pen samien to precien tífico n o se con sagra al estudio de un fen ó-
men o bien circun scrito. No busca la variación, sino la variedad. Yes éste
un rasgo particularmente característico; la investigación de la variedad
arrastra al espíritu de un objeto a otro, sin método; el espíritu n o
apun ta en ton ces sin o a la exten sión de los con ceptos; la in vestigación
de la variación se liga a un fen ómeno particular, trata de objetivar todas
las variables, de probar la sen sibilidad de las variables. Esta in vestiga-
ción en riquece la comprensión del concepto y prepara la matematiza-
ción de la experien cia. Mas veamos el espíritu precien tífico en de-
man da de variedad. Basta recorrer los primeros libros sobre la
electricidad para que llame la atención el carácter heteróclito de los ob-
jetos en los que se in vestigan las propiedades eléctricas. No es que se
convierta la electricidad en una propiedad general: paradójicamen te se
la con sidera una propiedad excepcion al pero ligada al mismo tiempo a
las sustancias más diversas. En primera línea –naturalmente– las piedras
preciosas; luego el azufre, los residuos de la calcin ación y de la destila-
ción, los belemnites, los humos, la llama. Se trata de vin cular la propie-
dad eléctrica con las propiedades del primer aspecto. Después de haber
h echo el catálogo de las sustan cias susceptibles de ser electrizadas, Bou-
langer deduce la con clusión que «las sustan cias más quebradizas y más
tran sparen tes son siempre las más eléctricas».3 Se presta siempre un a
gran aten ción a lo que es natural. Por ser la electricidad un prin cipio
natural, se creyó por un momen to dispon er de un medio para distin -
guir los diaman tes verdaderos de los falsos. El espíritu precien tífico
quiere siempre que el producto n atural sea más rico que el producto
artificial.
A esta con strucción científica completamen te en yuxtaposición , cada
un o puede aportar su piedra. Ah í está la historia para mostramos el en-
tusiasmo por la electricidad. Todos se interesan, hasta el Rey. En una ex-
periencia de gala 4 el abate Nollet, «en presencia del Rey, da la conmoción

3 Priestley, Histoire de l’électricité, 3 vols., París, 1771, t. I, pág. 237.


4 Loc. cit., t. I, pág. 181.
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 353

a ciento ochenta de sus guardias; y en el convento de los Cartujos de Pa-


rís, toda la comun idad formó un a línea de 900 toesas, median te un
alambre de h ierro en tre cada person a… y cuan do se descargó la bote-
lla, toda la compañ ía tuvo en el mismo instan te un estremecimien to sú-
bito y todos sin tieron igualmen te la sacudida». La experien cia, ah ora,
recibe su n ombre del público que la con templa, «si much as person as
en rueda reciben el ch oque, la experien cia se den omin a los Con jura-
dos» ( pág. 184) . Cuando se llegó a volatilizar a los diaman tes, el hech o
pareció asombroso y h asta dramático a las person as de calidad. Mac-
quer hizo la experien cia ante 17 personas. Cuan do Darcet y Rouelle la
retomaron , asistieron a ella 150 person as ( Encyclopédie. Art. Diaman t) .
La botella de Leiden provocó un verdadero estupor.5 «Desde el año
mismo en que fue descubierta, much as person as, en casi todos los paí-
ses de Europa, se gan aron la vida mostrán dola por todas partes. El
vulgo, de cualquier edad, sexo y condición, consideraba ese prodigio de
la n aturaleza con sorpresa y admiración .»6 «Un Emperador se h abría
con formado con obten er, como en tradas, las sumas que se dieron en
chelines y en calderilla para ver h acer la experiencia de Leiden.» En el
tran scurso del desarrollo científico, sin duda se verá un a utilización fo-
rán ea de algunos descubrimien tos. Pero hoy esta utilización es in sign i-
fican te. Los demostradores de rayos X que, h ace unos trein ta años, se pre-
sen taban a los directores de escuela para ofrecer un poco de n ovedad
a la enseñan za, no h acían ciertamente fortun as imperiales. En nuestros
días parecen haber desaparecido totalmen te. En lo sucesivo, por lo me-
n os en las cien cias físicas, el ch arlatán y el científico están separados
por un abismo.
En el siglo XVIII la cien cia in teresa a todo h ombre culto. Se cree ins-
tintivamen te que un gabinete de historia natural y un laboratorio se ins-
talan como una biblioteca, según las ocasiones; se tiene confian za: se es-
pera que los h allazgos in dividuales, de carácter azaroso, se coordin en
por sí mismos. ¿No es acaso la Naturaleza coheren te y h omogén ea? Un
autor an ón imo, verosímilmen te el abate de Man gin, presen ta su Histo-
ria general y particular de la electricidad con este subtítulo muy sin tomá-
tico: «O de lo que algunos físicos de Europa han dich o de útil e in tere-

5 Loc. cit., t. I, pág. 156.


6 Loc. cit., t. III, pág. 122.
354 el o f ic io d e so c ió l o g o

san te, de curioso y divertido, de gracioso y festivo». Subraya el in terés


mun dan o de su obra, pues, si se estudian sus teorías, se podrá «decir
algo claro y preciso sobre las diferen tes cuestion es que diariamen te se
debaten en el mundo, y respecto de las cuales las damas mismas son las
primeras en plan tear pregun tas… El caballero al que an tes, para h a-
cerse con ocer en los círculos sociales, le era suficien te un poco de voz
y un buen porte, en la h ora actual está obligado a con ocer por lo me-
n os un poco su Réaumur, su Newton , su Descartes».7
En su Tableau annuel des progrès de la Physique, de l’Histoire naturelle et des
Arts, añ o 1772, Dubois dice respecto de la electricidad ( págs. 154-170) :
«Cada físico repitió las experiencias, cada un o quiso asombrarse por sí
mismo… Ustedes saben que el Marqués de X tien e un h ermoso gabi-
n ete de física, pero la electricidad es su locura, y si aún rein ara el paga-
nismo con seguridad elevaría altares eléctricos. Con ocía mis gustos y no
ign oraba que también yo estaba atacado de electromanía. Me in vitó pues
a un a cena en la que se en con trarían , me dijo, los gran des bon etes de
la orden de los electrizadores y electrizadoras». Desearíamos con ocer
esta electricidad h ablada que sin duda revelaría más cosas sobre la psi-
cología de la época que sobre su ciencia.
Poseemos in formacion es más detalladas sobre el almuerzo eléctrico de
Fran klin ( véase Letters, pág. 35) ; Priestley lo n arra en estos términ os:
«mataron un pavo con la con moción eléctrica, lo asaron , hacien do gi-
rar un asador eléctrico, sobre un fuego encendido mediante la botella
eléctrica; luego bebieron a la salud de todos los electricistas célebres de
In glaterra, H olan da, Fran cia y Aleman ia en vasos electrizados y al son
de un a descarga de un a batería eléctrica».8 El abate de Mangin , como
tantos otros, cuen ta este prodigioso almuerzo. Y agrega ( 1ª parte, pág.
185) : «Pienso que si alguna vez Franklin h iciera un viaje a París, no de-
jaría de coron ar su magn ífica comida con un buen café, fuertemen te
electrizado». En 1936, un min istro inaugura un a aldea electrificada. Tam-
bién él absorbe un almuerzo eléctrico y n o se en cuen tra por eso peor. El
h ech o tien e buen a prensa, a varias column as, probando así que los in-
tereses pueriles son de todas las épocas.

7 Sin n ombre de autor, Histoire générale et particulière de l’électricité, 3 partes,


París, 1752, 2a parte, págs. 2 y 3.
8 Priestley, loc. cit., t. III, pág. 167.
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 355

Por otra parte, se siente que esta ciencia dispersa a través de toda un a
sociedad culta n o con stituye verdaderamen te un mundo del saber. El la-
boratorio de la Marquesa du Ch âtelet en Cirey-sur Blaise, elogiado en
tan tas cartas, no tien e en absoluto n ada en común , n i de cerca n i de le-
jos, con el laboratorio modern o, en el que toda una escuela trabaja de
acuerdo con un programa preciso de in vestigacion es, como los labora-
torios de Liebig o de O stwald, el laboratorio del frío de Kammerlin g
On nes, o el laboratorio de la Radiactividad de Mme. Curie. El teatro de
Cirey-sur-Blaise es un teatro; el laboratorio de Cirey-sur-Blaise no es un
laboratorio. Nada le otorga coheren cia, n i el dueñ o, n i la experien cia.
No tiene otra cohesión que el buen gusto y la buen a mesa próximas. Es
un pretexto de con versación , para la velada o el salón.
De una manera más general, la ciencia en el siglo XVIII no es una vida,
n i es una profesión. A fines de siglo, Condorcet opon e aún en este sen-
tido las ocupacion es del juriscon sulto y las del matemático. Las prime-
ras alimen tan a su h ombre y reciben así un a con sagración que falta en
las segun das. Por otra parte, la lín ea escolar es, para las matemáticas,
un a línea de acceso bien escalon ada que por lo men os permite distin-
guir en tre alumn o y maestro, y dar al alumn o la impresión de la tarea
in grata y larga que tien e que cubrir. Basta leer las cartas de Mme. du
Châtelet para tener múltiples motivos de son risa ante sus preten sion es
ligadas a la cultura matemática. Ella plan tea a Maupertuis, h acien do
moh ínes, cuestion es que un joven alumn o de cuarto añ o resuelve h oy
sin dificultad. Estas matemáticas melindrosas se opon en totalmen te a
un a sana formación cien tífica.

GASTON BACHELARD

La formación del espíritu científico


d e l a r e f o r ma d e l e n t e n d imie n t o so c io l ó g ic o

Los errores de método n o se origin an tan to en la fidelidad a


un a teoría con stituida como en un a «disposición » intelec-
tual, que siempre debe algo a las características sociales del
mun do in telectual. Por ejemplo, la compartimen tación de
los tipos de explicación n o se basa tan to en un a reflexión
teórica que afirma la autonomía del ámbito estudiado, como
en un a adh esión mecán ica a las tradiciones de disciplinas ais-
ladas que con stituyen otros tan tos ámbitos de in vestigación
in sulares. Como los errores epistemológicos se in scriben ,
como ten tacion es, in citacion es o determin acion es, en in sti-
tucion es y relacion es sociales ( tradición de un a disciplin a,
expectativas del público, etc.) y n un ca se reducen a simples
obcecacion es in dividuales, n o se los puede rectificar por un
simple retorn o reflexivo del in vestigador sobre su actividad
cien tífica; la crítica epistemológica supon e un análisis socio-
lógico de las con dicion es sociales de los diversos errores epis-
temológicos.

44. m. ma g e t

La in vestigación etn ográfica, como cualquier otra, n o está preser vada


de las solicitaciones afectivas. La necesidad de evasión está en el origen
de algunas vocaciones; evasión h acia otros pueblos, hacia otros ambien-
tes o hacia el campo, h acia el viejo y con ocido tiempo en que la estabi-
lidad ilusoria de un a edad de oro con trasta con la descon certan te tur-
bulen cia de los tiempos modern os. Se percibe igualmen te la atracción
estética por lo exótico o lo rústico, las in tenciones éticas o políticas de
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 357

diversos tradicionalismos y regionalismos, el vértigo metafísico y la ob-


sesión de recuperar o de descubrir la human idad real en su esencia, la
adh esión filial a la memoria de los an tepasados y a los vestigios de for-
mas de vida que fueron suyas y expresaron su ser. Por último, las varia-
das formas de esn obismo respecto a lo curioso, lo raro: en las veladas
modernas, las historias de una exploración compiten con los tests psico-
an alíticos. [ …]
Es peligroso asimismo el recurso exagerado, cuan do n o exclusivo, a
la in tuición . La participación en un a ceremon ia, el h ech o de en con -
trarse en la atmósfera de un partido de pelota vasca o de una peregrina-
ción, sugieren al espectador que está en comunión con los practicantes.
Vivir su vida, «meterse en su piel», h acen pensar que esta puesta en si-
tuación restituirá automáticamen te la organ ización psíquica del grupo;
algunos artistas o in spirados parecen lograrlo de inmediato.
De hech o, se puede considerar que la in tuición es un a actividad in ce-
san te de todo sujeto que se esfuerce por compren der el mun do y por
discernir, a partir de lo actualmen te perceptible, las sign ificacion es y re-
laciones latentes. La función de comunicación aparece cuando h ay que
leer «en tre lín eas». El papel de la in tuición h a sido subrayado in cluso
en las matemáticas. Cuando se trata de restituir los sistemas culturales,
n o hay motivo para prohibirse radicalmen te los beneficios de la inmer-
sión en el medio y los estímulos del mimetismo, de la «Einfühlung» o de
la empatía. Pero h ay que con trolar sus productos y n o con siderar sus
datos in mediatos como con ocimien tos irrevocablemen te adecuados,
sino como h ipótesis por verificar. Por otro lado, es dudoso que, en vir-
tud de las diferencias culturales, el obser vador pueda lograr una coinci-
den cia absoluta. El procedimien to in tuicion ista presenta los mismos in-
con venientes que la in trospección en gen eral. Sin verificación ( en este
caso, cada vez que sea posible, una crítica por parte de los participantes
del resultado de las investigaciones) , se producen malentendidos crón i-
cos en la vida corrien te, errores an tropomór ficos, etnocéntricos, o, más
simplemen te, egocén tricos en la euforia de las comunion es aparen tes.
La especialización estrech a, impermeable a toda sugestión exterior,
es un a fuen te de errores frecuen temen te den un ciada. Tal rama de la
tecnología, de las artes regionales, la vestimen ta, la arquitectura, son es-
tudiadas por sí mismas sin consideración por el conjun to que in tegran;
lo rural lo es in depen dien temen te de sus relacion es con el mun do ur-
ban o con temporán eo, y a la inversa. Esto no es tan grave mien tras n os
358 el o f ic io d e so c ió l o g o

man ten emos en el plan o de las descripcion es mor fológicas. Una in ves-
tigación, incluso an imada de las mejores in ten cion es y preocupada por
n o ign orar las conexiones con los demás niveles, puede verse impedida
de llevar a cabo su programa por circun stan cias extracien tíficas. Así se
h an compuesto repertorios que son los ún icos documentos dispon ibles
sobre épocas del pasado; éstos deben figurar en el activo de esas in ves-
tigaciones con fin adas, por parcial que sea la imagen que propon en .
Esta compartimen tación perjudica mucho más las ten tativas de expli-
cación que se limitan exclusivamen te al campo elegido. Ciertamen te,
en cada orden de fen ómenos pueden defin irse organizaciones, estruc-
turas actuales y procesos de tran sformación específicos. La lin güística
fue un a de las primeras disciplin as que n os h izo familiar la n oción de
solidaridad in tern a a propósito de los sistemas fon éticos y semán ticos.
Pero, al mismo tiempo, mostró que su evolución n o se puede explicar
sin una referen cia a los demás plan os de la cultura y a la coyuntura so-
cial. Auton omía relativa n o es in depen den cia absoluta.
La ten dencia al monopolio de la explicación es vivaz, así como la es-
peran za de en con trar un a característica un iversal. H ay determin ismos
exclusivos que pretenden la h egemon ía, y n adie está absolutamente in-
mun izado con tra su seducción: geografismo, biologismo, difusion ismo,
fun cion alismo… e in cluso etn ografismo, así como las actitudes dema-
siado estrictamen te an titéticas que son tan defectuosas y decepcion an -
tes cuando, sien do inicialmen te posiciones polémicas temporarias con
respecto a un exceso, tien den a estabilizarse en una n egación categó-
rica de realidades de las que sólo se cuestion aban sus in terpretaciones
defectuosas.
Al con signar las generalizacion es apresuradas, más allá de los resulta-
dos con fiables, las presun cion es de exclusividad o de un iversalidad, la
h ipóstasis de los con ceptos y su sustan tivación metafísica, hemos en u-
merado los prin cipales riesgos que acech an a n uestras investigacion es,
en virtud de las especializaciones obcecadas, las lagunas de la documen-
tación y la exigencia de verdades absolutas, inmediatamente accesibles.
Rápidamente la realidad se toma el desquite y, en con tacto con ella,
se desploman las explicaciones esquemáticas, los determin ismos un ila-
terales y excluyen tes, las extrapolaciones azarosas, los compartimientos
estan cos. Así como surgieron un a fisicoquímica, un a bioquímica, un a
biogeografía…, ah ora la geografía h uman a, la psicología somática, la
psicología social, la psicología genética –para citar sólo estas disciplinas–
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 359

se in stalan en las fron teras que an tes separaban h uman idad y medio
ambiente, cuerpo y espíritu, in dividuo y sociedad, biología y cultura. El
estudio de las culturas progresa en la medida en que se conoce mejor el
n ivel biológico y los procesos de conformación modeladora de esa
«cera maleable». Ese estudio es incon cebible ahora, por ejemplo, sin te-
n er en cuen ta los trabajos de psicología genética de Wallon y Piaget, en
la medida en que éstos insisten en que la psicología debe tomar en con-
sideración las características del medio ambiente. Recién llegada, la ci-
bern ética, a partir de modelos mecánicos in fin itamen te más complejos
que los autómatas contemporán eos del asociacionismo y el sensualismo
del siglo XVIII, ofrece n uevas perspectivas de las relacion es entre funcio-
n amiento del sistema n er vioso cen tral, fisiología in tern a y comun ica-
ción social. Es curioso comprobar la perseverancia de oposiciones teóri-
cas en tre la h istoria y un a an tropología que ign ora los fen ómen os
evolutivos. La cien cia de la especie humana es inseparable de la historia
de esta especie, salvo en virtud de disposiciones metodológicas proviso-
rias que defin en especializacion es orgán icas. Por haberse provisto de
nociones como biocen osis, asociación biológica, genotipo, etc., que ma-
n ifiestan su recon ocimien to de los fenómen os de in teracción entre es-
pecies y medios, la biología pudo otorgar tempran amen te un lugar pre-
ferencial a las tran sformaciones de esas especies, lo que le permitió un a
completa renovación . Con mayor razón , la an tropología cultural debe
ten er en cuen ta la dimen sión diacrón ica de los fenómen os que estudia,
las coyunturas en las que aparecen , cambian o desaparecen .
Este retorno a un a con cepción más rica de la complejidad de las co-
sas h uman as y esta proliferación de disciplin as de en lace, de h ipótesis
y de descubrimien tos n o dejan de provocar, a su vez, algun os in con ve-
n ien tes. Pasemos por alto la ten den cia, ya señ alada, a la esquematiza-
ción de los con ceptos y de las teorías: fetich ismo verbal y simplificacio-
n es riesgosas ya h an hon rado copiosamen te las teorías recientes de los
«cerebros» electrón icos y de las comunicacion es, a pesar de la circun s-
pección de sus promotores. Más prudente, pero excitado por ese movi-
mien to de con vergen cia y esa multiplicidad de actividades diversas, el
in vestigador podrá creerse obligado a con ocerlo todo, desde los últi-
mos descubrimientos de la electrón ica a los de la psicología somática o
la fon ología. Si la comprobación de la in terdepen dencia lleva a la afir-
mación de que todo está en todo, h abrá un a con fusa mon adología pro-
clive a implan tarse, que será tan esterilizan te como el defecto de la
360 el o f ic io d e so c ió l o g o

compartimen tación , y correrá el riesgo de provocar un a estupefacción


inh ibidora al cuestion ar el derech o de proceder por planos y etapas su-
cesivas en el estudio de esa totalidad de la que se dice que debe ser cap-
tada por entero, y el derecho a con sign ar las discon tinuidades y discri-
min acion es más eviden tes por temor a dejar escapar las relacion es
en tre plan os y fen ómenos distin tos.
Sin duda, más que n un ca es necesario resistir a esos vértigos exaltan -
tes o in hibidores y asign arse tareas precisas en vin culación con las otras
disciplinas científicas, ya que la historia y la situación actual de cada una
de ellas puede suministrar útiles en señ anzas y pun tos de apoyo a todas
las demás.
La necesidad de reducir «la ecuación personal», de aprovechar las in-
dispen sables sugestiones de la in tuición , aun que con trolándolas impla-
cablemen te, de con jugar in ducción y deducción , an álisis y sín tesis, la
importan cia de la estadística, tan to metódica –se trate de electron es o
de sistemas estacion arios o de in dividuos y coyun tura social– como im-
plícita en la vida cotidiana, la evolución dialéctica del conocimiento en
exten sión y en compren sión , de la discrimin ación y la asimilación , de
las clasificacion es y las tipologías, en función de los descubrimien tos, la
revisión n ecesaria de los conceptos a la luz de la experien cia…, estos
problemas n o son nuevos. Las ciencias más probadas h an debido resol-
verlos y trabajan in cesan temen te en el per feccion amien to de las res-
puestas. Asimismo, tuvieron que despren derse de la preten sión a la ver-
dad absoluta y defin itiva, en el mismo momento en que obten ían , en el
plan o práctico, los resultados men os discutibles. Del mismo modo, las
cien cias h uman as pueden eximirse a su vez de la agotadora misión de
decir qué son el h ombre o la sociedad en sí, y consagrarse a su estudio
progresivo. Al men os en cuanto a los problemas fun damen tales, la uni-
dad de la cien cia se afirma, de la física a la psicología, de las cien cias n a-
turales a las humanas.
De una disciplin a a otra se tran spon en las actitudes fundamentales
frente al objeto, las nocion es básicas, los en sayos de organización. El
con ductismo –in depen dientemen te de los postulados ontológicos que
se le adjudican– ofrece el ejemplo de la negativa a ceder sin control a las
sugestiones de la introspección y a los prestigios de las fulguraciones in-
tuitivas. Las nociones de con jun to solidario y de con texto son, desde
hace tiempo, familiares a la psicología de la forma y a la lingüística; la de
interdependencia organismo-medio, a la biología y a la psicología gené-
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 361

tica. La lingüística ha contribuido a explicitar las relaciones en tre las


perspectivas sincrónica y diacrónica y la noción de estructura, cuyo firme
promotor es Claude Lévi-Strauss en el campo de los sistemas sociales.
Evidentemente, estas trasposiciones n o deben efectuarse sin un a severa
crítica de las condiciones de validación, particulares del ámbito en el
que se decide trabajar. Si bien se admite, por ejemplo, que la definición
de los geotipos puede propon er modelos utilizables para la de los gru-
pos culturales relativamente homogéneos ( a los que analógicamente po-
dría llamarse etnotipos), la disponibilidad y la sociabilidad específicas de
la humanidad impiden su aplicación rígida y obligan –sin desconocer la
persistencia de ciertas sugestion es o imposiciones del medio– a disten-
der las relaciones entre hombre y medio ( determinismo geográfico) en
favor del medio social y del rigor de la tran smisión cultural de ge-
n eración en generación . Igualmen te hay que descon fiar de cierta quí-
mica o en ergética sociales sin por eso negarse rotun damente a estable-
cer analogías válidas. No es en absoluto necesario redescubrir, con
nuevo esfuerzo, problemas ya conocidos, a los que ya se les han dado so-
lución, que a veces sólo requieren un mínimo de adaptación crítica y de
vigilancia para convertirse en útiles instrumentos de trabajo en un nuevo
ámbito.
Así como la separación entre cien cias naturales y ciencias human as se
h ace cada vez más permeable a los intercambios, del mismo modo se
asiste a la desaparición de la famosísima dicotomía «human idades-cien -
cias», en virtud de lo cual estudiantes formados primero en la indiferen-
cia cuando no en el menosprecio de las actividades científicas, se encon-
traban añ os después en un a situación falsa con respecto a disciplin as
que se erigen en cien cia por lo menos en un o de sus aspectos.
Formación epistemológica básica, in formación y con tactos perma-
n en tes no pueden más que facilitar la especialización in dispensable en
un concurso de disciplin as tan to más con scien tes de su solidaridad or-
gánica, en la medida en que h an definido con más precisión sus tareas
específicas y se h an eximido de la preocupación o de la preten sión de
con ocerlo todo o de explicarlo todo, así como también del temor a dis-
currir en la soledad.

MARCEL MAGET

Guide d’étude directe des comportemens culturels


l o s c o n t r o l e s c r u za d o s y l a t r a n sit iv ida d
d e l a c e n su r a

Con tra la ilusión de un a objetividad fundada sólo en el espí-


ritu de objetividad, Mich ael Polan yi muestra que es sobre la
base de los mecanismos sociales del control cruzado, y no por
un milagro de buen a volun tad cien tífica de los científicos,
como puede instaurarse, más allá de las fronteras de las espe-
cialidades, la adh esión común a n ormas comun es; del mismo
modo, h ay un a especie de delegación circular del poder de
con trol que permite garan tizar un consen so gen eral sobre el
valor cien tífico de las obras particulares.

45. m. po l a n yi

Cada científico con trola un área que abarca su propio campo y algun as
fran jas limítrofes de territorio sobre las que otros especialistas vecin os
también pueden h acer juicios competen tes. Supon gamos que un tra-
bajo h ech o en la especialidad de B pueda ser juzgado competen te-
men te por A y C, el de C por B y D; el de D por C y E, y así sucesiva-
men te. Si cada un o de estos grupos de vecin os recon oce las mismas
n ormas, en ton ces las n ormas sobre las que con cuerdan A, B y C serán
las mismas que aquellas sobre las que concuerdan B, C y D o también C,
D y E, y así sucesivamen te a través de todo el campo de la cien cia. Este
ajuste mutuo de las n ormas se organ iza eviden temen te en toda la red
de lín eas en la que se efectúan un a multitud de controles cruzados de
los ajustes que se producen a todo lo largo de cada línea particular; a lo
que se agrega un a can tidad de juicios un poco men os seguros, prove-
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 363

n ien tes de cien tíficos que juzgan produccion es más alejadas pero de
mérito excepcional.
Ah ora bien , el fun cion amien to del sistema reposa esen cialmen te en
la tran sitividad de los juicios de vecin dad. Exactamen te al modo en que
un a columna en march a marca el mismo paso en virtud de que cada in-
dividuo regula el suyo a partir de los que están más cerca de él.
En virtud de este con sen so, los cien tíficos forman una línea continua
–o más bien una red con tin ua– de críticas, que mantien en el mismo n i-
vel mínimo de calidad científica en todas las publicaciones legitimadas
por cien tíficos. Más aún : es sobre la base de la misma lógica, es decir
fun dándose en cada vecin o in mediato, como pueden estar seguros de
que un trabajo cien tífico situado por en cima del n ivel mín imo, o ele-
vado de in mediato a los más altos grados de per fección , es juzgado se-
gún las mismas n ormas en las diversas ramas de la cien cia. Lo atin ado
de estas apreciacion es comparativas es vital para la cien cia, pues son és-
tas las que orien tan la distribución de los hombres y los recursos en tre
las diversas direccion es de in vestigación y las que, en particular, deter-
min an las decisiones estratégicas de las que depende que sean con cedi-
dos o negados la asisten cia o el recon ocimien to a nuevas orien tacion es
cien tíficas. Es fácil, n o lo n iego, en con trar ejemplos en los que esta
apreciación se mostró falsa o, por lo men os, fuertemen te en retardo;
pero debemos recon ocer que n o podemos h ablar de «cien cia» en el
sen tido de cuerpo de con ocimien tos bien defin ido, al que, en defin i-
tiva, se le reconoce autoridad, sino en la medida en que aceptamos que
estos juicios de valor son, en lo esen cial, correctos.

MICHAEL PO LANYI

Personal Knowledge. Towards a Post-Critical Philosophy


Entrevista a Pierre Bourdieu
( realizada por Beate Krais
en diciembre de 1988)

«… yo soy un poco como un viejo médico que conoce todas


las enfermedades del en ten dimien to sociológico.»

Beate Krais. Cuando escribiste este libro ya tenías cierta experiencia en el tra-
bajo sociológico. ¿En qué punto de tu trabajo te pareció útil o necesaria esta re-
flexión epistemológica que se manifiesta en El oficio de sociólogo? Te lo pre-
gunto porque hoy tienes mucha más experiencia… pero de cualquier manera, ya
habías trabajado bastante en esa época.
Pierre Bourdieu. El trabajo había empezado alrededor de 1966. En esa
época, la École des H autes Études h abía creado un a formación in ten -
siva en sociología: en ese marco yo h abía h ech o, con Passeron, un a se-
rie de cursos de epistemología, y el libro era una man era de perpetuar
el curso sin estar obligado a repetirlo todos los años. Por con siguiente,
en el pun to de partida, h abía un a in ten ción pedagógica, y el libro se
ofrecía como un man ual; pero, al mismo tiempo, ten ía un a ambición
mayor. Escribir un man ual era un a manera de hacer un tratado del mé-
todo sociológico en un a forma modesta.

Beate Krais. Pero también era un trabajo de reflexión sobre lo que ya se había
hecho.
Pierre Bourdieu. Sí. Ten ía una in tención pedagógica, pero también la
volun tad de h acer el balan ce de un os diez añ os de trabajo sobre el te-
rren o, primero en etn ología, luego en sociología. Yo h abía trabajado
much o en Argelia con la gen te del Instituto de Estadística, y ten ía la
sensación de que ponía en práctica una metodología que no había en-
con trado su explicación. La sen sación de que era muy n ecesario expli-
citarla se vio reforzada por el hecho de que, en esa época, era la cumbre
366 el o f ic io d e so c ió l o g o

de la invasión «lazarsfeldian a» en Fran cia. Lazarsfeld –era alrededor de


los añ os sesenta– h abía ven ido a París y h abía dado unos cursos solem-
n es en la Sorbon a a los que h abían asistido, creo, todos los sociólogos
fran ceses, salvo yo, y de un a man era muy deliberada: yo pen saba que,
simbólicamen te, n o ten ía que ir a meterme en la escuela de Lazarsfeld
( bastaba con leer los libros) . A través de las in teresan tes técn icas, que
h abía que apren der y que yo h abía apren dido, en efecto él impon ía
otra cosa, vale decir, una epistemología implícita de tipo positivista que
yo n o quería aceptar. Y ésa es la verdadera in ten ción de El oficio. Por
otra parte, h ay un a nota muy al comienzo, que expresa más o men os lo
siguien te: se dirá que este libro está dirigido contra la sociología empí-
rica, cuan do n o es cierto. Está destin ado a fun dar teóricamen te otra
manera de proceder a la investigación empírica, poniendo una tecnolo-
gía que Lazarsfeld h izo avanzar en ormemen te –eso es incuestion able–
al servicio de otra epistemología. Ésa era la verdadera in tención del li-
bro. En esa época yo veía dos errores opuestos con tra los cuales ten ía
que definirse la sociología: el primero, que puede llamarse teoricista, es-
taba simbolizado por la escuela de Fran kfurt, es decir, por gen te que,
sin hacer un a in vestigación empírica, den uncia en todas partes el peli-
gro positivista ( Goldman n era el represen tan te en Fran cia de esta co-
rrien te) . El segun do, que puede llamarse positivista, estaba simbolizado
por Lazarsfeld. Era el dúo Lazarsfeld/ Adorn o, a propósito del cual es-
cribí un a n ota en el apén dice de La distinción. En con tra de estas dos
orientacion es, h abía que h acer una sociología empírica fundada teóri-
camen te, un a sociología que puede ten er in ten cion es críticas ( como
cualquier cien cia) pero que debe realizarse empíricamen te.

Beate Krais. ¿Qué existía en cuanto a tradiciones epistemológicas sobre las


cuales pudieras apoyarte en esa época, para llevar a cabo esa intención?
Pierre Bourdieu. An te todo, en esa época ten ía mi propia experien -
cia… H abía trabajado en Argelia con gen te del In stituto de Estadísti-
cas, con todos mis amigos del INSEE,* Alain Darbel, Claude Seibel,
Jean -Paul Rivet, con quien es apren dí la estadística «sobre la march a».
Fue un a de las circun stan cias felices de mi vida. Ellos tenían un a tradi-

* INSEE, In stituto Nacion al de Estadística y Estudios Econ ómicos. ( N. del T.)


en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 367

ción de estadística muy rigurosa, que nada ten ía que en vidiarle a la ver-
sión anglosajon a, pero que era ign orada por los sociólogos. Dich o lo
cual, al tiempo que eran muy estrictos en materia de muestreo o de
modelos matemáticos, estaban en cerrados en un a tradición burocrá-
tico-positivista que les proh ibía in terrogarse acerca de las operacion es
elementales de la in vestigación . Un poco an tes de trabajar en este li-
bro, yo en señ aba sociología en la Escuela Nacion al de Estadística y Es-
tudios Econ ómicos. Cuan do daba ese curso a los futuros estadísticos,
descubrí que había que en señ ar n o solamen te a tratar los datos, sino a
con struir el objeto a propósito del cual eran recogidos; n o solamen te a
codificar, sin o a deslin dar las implicacion es de una codificación ; n o so-
lamen te a h acer un cuestion ario, sin o a con struir un sistema de pre-
gun tas a partir de un a problemática, etc. Ésa era mi experien cia.
Por otra parte, yo ten ía mi formación , y, en el curso de mis estudios
de filosofía, más bien me había interesado en la filosofía de las ciencias,
en la epistemología, etc. Traté de transferir al terreno de las ciencias so-
ciales toda un a tradición epistemológica represen tada por Bach elard,
Canguilhem, Koyré, por ejemplo, y mal conocida en el extranjero, salvo
por gente como Kuh n , a través de Koyré, lo que implica que la teoría
kuh n ian a de las revolucion es cien tíficas n o se me presen tó como un a
revolución cien tífica… Esta tradición , que n o es fácil de caracterizar
con una palabra en “ismo”, tien e por fun damen to común la primacía
otorgada a la con strucción : el acto cien tífico fun damen tal es la con s-
trucción de objeto; no se llega a lo real sin una hipótesis, sin in strumen-
tos de con strucción . Y cuan do un o se cree desprovisto de todo su-
puesto, todavía se con struye sin saberlo y casi siempre, en ese caso, de
man era in adecuada. En el caso de la sociología, esa aten ción por la
con strucción se impon e con un a urgencia particular, porque el mun do
social de algún modo se autocon struye: estamos h abitados por precon s-
truccion es. En la experien cia cotidiana, como en much os trabajos de
cien cias sociales, se encaran tácitamente instrumentos de con ocimiento
impensados que sirven para construir el objeto, cuando deberían ser to-
mados como objeto. Es lo que descubrieron algun os etn ometodólogos,
en el mismo momen to, pero sin acceder a la idea de ruptura enunciada
por Bach elard: lo que h ace que, al defin ir la cien cia como un simple
account of accounts, en defin itiva perman ecen en la tradición positivista.
Hoy se lo ve claramente con la moda del discourse analysis ( que fue for-
midablemen te reforzado por el progreso de los in strumen tos de registro
368 el o f ic io d e so c ió l o g o

como el video) : prestar atención al discurso tomado en su valor apa-


ren te, tal como se da, con una filosofía de la ciencia como registro ( y no
como con strucción ) , con duce a ign orar el espacio social en el cual se
produce el discurso, las estructuras que lo determin an , etcétera.

Beate Krais. Esa idea de la construcción del objeto me parece extremadamente


importante. Tal vez hoy sea trivial para las ciencias naturales, pero no puede de-
cirse que forme parte del tool kit de los investigadores en ciencias sociales, como
precondición de toda gestión científica…
Pierre Bourdieu. La n ecesidad de romper con las precon struccion es,
las pren ocion es, con la teoría espon tán ea, es particularmente impera-
tiva en el marco de la sociología, porque n uestro espíritu, nuestro len -
guaje, están llen os de objetos precon struidos, y creo que las tres cuartas
partes de las in vestigacion es n o h acen otra cosa que con vertir en pro-
blemas sociológicos problemas sociales. Pueden darse mil ejemplos: el
problema de la vejez, el problema de las mujeres, plan teado de cierta
man era, el problema de los jóven es… H ay todo tipo de objetos pre-
con struidos que se impon en como objetos cien tíficos y que, al estar
arraigados en el sen tido común , reciben de entrada la aprobación de la
comun idad cien tífica y del gran público. Por ejemplo, una buena parte
de los recortes del objeto correspon den a division es burocráticas: las
grandes divisiones de la sociología correspon den a la división en min is-
terios, Min isterio de Educación , Min isterio de Cultura, Min isterio de
Deportes, etc. Más ampliamente, muchos instrumentos de construcción
de la realidad social ( como las categorías profesion ales, las clases de
edad, etc.) son categorías burocráticas que n adie pen só. Como lo dice
Thomas Bernhard, en Alte Meister, todos somos más o menos «servidores
del Estado», «h ombres estatizados», como productos de la Escuela y
profesores… Y, para apartarse de lo prepen sado, se n ecesita un a formi-
dable en ergía de ruptura, un a violen cia icon oclasta que se en cuen tra
con mayor frecuen cia entre escritores como Th omas Bernhard o artis-
tas como H an s H aacke, que en tre profesores de sociología, in cluso to-
talmen te «radicales» en su inten ción .
La dificultad es que esos objetos precon struidos parecen ser eviden -
tes y que, por el con trario, un trabajo cien tífico fun dado en un a rup-
tura con el sen tido común tropieza con multitud de dificultades. Por
ejemplo, las operacion es cien tíficas más elemen tales se vuelven extre-
madamen te difíciles. Mien tras se lo acepte tal cual, vale decir, tal y
en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 369

como se da, el mun do social ofrece datos ya preparados, estadísticas,


discursos que se pueden grabar sin problemas, etc. En suma, cuando se
lo in terroga como requiere ser in terrogado, no ofrece dificultades: h a-
bla de buena gan a, cuenta todo lo que se quiera, da cifras… Le gustan
los sociólogos que registran, que reflejan, que funcion an como espejos.
El positivismo es la filosofía de la cien cia como espejo…

Beate Krais. Pero ¿no te estás acercando a una posición positivista cuando di-
ces que no se sabe nada en sociología mientras el sociólogo no haya obtenido sus
«datos científicos» a través de un trabajo científico a la manera de las ciencias na-
turales? Comprendo que en ciencias sociales no es posible tomar las cosas –los «he-
chos sociales»– tal como se presentan. Y sin embargo hay que admitir que los agen-
tes también son expertos en su vida, que tienen una conciencia y un conocimiento
práctico del mundo social, y que ese conocimiento práctico es más que una simple
ilusión.
Pierre Bourdieu. En tre las precon struccion es que la cien cia debe po-
n er en discusión está cierta idea de la cien cia. Por un lado está el sen-
tido común , del que h ay que desconfiar porque los agentes sociales no
tien en la ciencia in fusa, como se dice en fran cés. Un o de los obstáculos
para el con ocimien to cien tífico –creo que Durkh eim ten ía much a ra-
zón al decirlo– es esa ilusión del con ocimiento in mediato. Pero, en un
segundo tiempo, es cierto que la convicción de tener que construir con-
tra el sen tido común puede a su vez favorecer un a ilusión cien tificista,
la ilusión del saber absoluto. Esa ilusión se la encuen tra expresada con
much a claridad en Durkh eim: los agentes se h allan en el error, que es
privación; privados del con ocimiento del todo, tienen un con ocimiento
del primer género, totalmente ingenuo. Luego viene el sabio, que apre-
h ende el todo y que es como una suerte de Dios respecto de los simples
mortales, que n o comprenden nada. La sociología de la sociología que,
para mí, forma parte in tegrante de la sociología, es in dispensable para
pon er en en tredich o tan to la ilusión del saber absoluto, que es in h e-
ren te a la posición del sabio, como la forma particular que adopta esta
ilusión según la posición que el sabio ocupa en el espacio de produc-
ción cien tífica. In sistí en este pun to en Homo academicus: en el caso de
un estudio del mun do académico, el peligro es particularmen te
grande; la objetivación cien tífica puede ser un a manera de pon erse en
posición de «Dios Padre» fren te a sus competidores. Acaso sea lo pri-
mero que descubrí en ocasión de mis trabajos etn ológicos: h ay cosas
370 el o f ic io d e so c ió l o g o

que ya n o se compren den si n o se toma como objeto la propia mirada


científica. El hecho de no conocerse a uno mismo como sabio, de no sa-
ber todo cuan to está implicado en la situación de observador, de an a-
lista, es generador de errores. El estructuralismo, por ejemplo –traté de
mostrarlo en El sentido práctico–, descan sa en esa ilusión que con siste en
pon er en la cabeza de los agen tes los pensamientos que el sabio forma
para con ellos.

Beate Krais. Uno tenía al dúo Adorno/ Lazarsfeld un poco como el Escila y
Caribdis de la sociología. Pero tú también habías hecho alusiones al humanismo
sociológico en El oficio de sociólogo, y me pregunto un poco qué es ese «huma-
nismo», en materia de sociología, que habías presentado como uno de los peligros.
Pierre Bourdieu. La sociología empírica, por un lado, salió en Francia,
en la posguerra, de gen te que estaba relacion ada con los movimientos
sociales de Izquierda Cristiana ( por ejemplo, estaba el Reverendo padre
Lebret, que animaba un movimien to llamado «Econ omía y Huma-
n ismo») . Ellos hacían un a sociología… –¿cómo decirlo?– caritativa.
Gente muy muy amable, que quería el bien de la humanidad… Hay una
frase célebre de André Gide que dice: «con buenos sentimientos se hace
mala literatura». Del mismo modo podría decirse: «con buen os sen ti-
mien tos se hace mala sociología». A mi juicio, todo ese movimien to de
humanismo cristiano o socialismo humanitario conducía a la sociología
a un atolladero.

Beate Krais. Pero ese humanismo no es necesariamente cristiano, creo. Pueden


verse paralelos en una sociología que pretende ser de izquierda; puede ser una so-
ciología en el espíritu del trabajo social –por otra parte es una raíz importante de
la sociología anglosajona, piénsese en los Webb– o una sociología que quiere que
el sociólogo prosiga sus investigaciones a partir de un Klassen standpun kt, a
partir de una toma de posición en favor del proletariado.
Pierre Bourdieu. Por desgracia, la sociología empírica sobre el esparci-
mien to, el trabajo, las ciudades, estaba h ech a por person as h uman a-
men te per fectas, pero, si puedo decir, demasiado h uman as… La rup-
tura también se opera contra todo eso. No se hace sociología para darse
el gusto de sufrir jun to a los que sufren . H abía que ten er el coraje de
decir que no a todo eso. Me acuerdo de que cuan do trabajaba en Arge-
lia, en plen a guerra, an te cosas que me impactaban much o mucho, yo
trataba de conservar una especie de distancia que era también un a ma-
en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 371

nera de respetar la dignidad de la gen te… El modelo que se me ocurre,


aquí, es Flaubert; vale decir, alguien que deja caer una mirada distante
sobre la realidad, que ve las cosas con simpatía, pero sin dejarse agarrar.
Sin duda, eso h ace que yo h aya exasperado a much a gen te: rech acé el
prêchi-prêcha, como se dice en francés,* la buen a voluntad, la amabilidad
h umanista. Un ejemplo de esta actitud sería la utilización de la n oción
de in terés. Eviden temen te, n o tomo la palabra «in terés» en el sen tido
de Benth am. Me pasé el tiempo dicién dolo. Pero era un a man era de
cortar con esa especie de h umanismo, de recordar que h asta el h uma-
n ista se da el gusto llamán dose h umanista. Eso…

Beate Krais. Sí, pero cuando uno posee esa mirada crítica, se tiene como una
presuposición de que los agentes son cómplices de lo que ocurre. De otro modo hay
que pensar en los agentes como marionetas reguladas por estructuras sociales to-
talmente exteriores a ellos, como por ejemplo el capitalismo…
Pierre Bourdieu. La sociología es un a cien cia muy difícil. Siempre se
n avega entre dos escollos, de tal modo que al evitar un o se corre el
riesgo de caer en el otro. Por esta razón me pasé la vida demoliendo los
dualismos. Uno de los puntos sobre los cuales insistiría más fuertemente
que en El oficio de sociólogo es la necesidad de superar los pares de oposi-
cion es, que a men udo están expresados por los conceptos en “ismo”.
Por ejemplo, por un lado está el humanismo, que por lo menos tiene el
mérito de in citar a acercarse a la gente. Pero no son gen te real. Por el
otro, tenemos a teoricistas que están a mil leguas de la realidad, y de la
gente tal y como es. Los althusserianos eran típicos de esta actitud: esos
normalistas, a menudo de origen burgués, que nunca habían visto a un
obrero, ni a un campesino, ni nada, hacían una gran teoría sin agentes.
Esa ola teoricista vin o justo después de El oficio de sociólogo. Según la
época, habría que escribir de otro modo El oficio de sociólogo. Las propo-
siciones epistemológicas son deslindadas por una reflexión que siempre
es gobernada por los peligros dominantes en el momento considerado.
Como el peligro principal cambia en el curso del tiempo, el acento do-
minante del discurso también debe cambiar. En la época en que fue es-

* El prêchi-prêcha es un a locución muy fran cesa que parodia un discurso


moralizador, un a moralin a, un puro «bla, bla, bla» sin con secuen cias. ( N.
del T.)
372 el o f ic io d e so c ió l o g o

crito El oficio de sociólogo, había que reforzar el polo teórico contra el po-
sitivismo. En los añ os seten ta, en el momento de la marejada alth usse-
riana, hubiera sido necesario reforzar el polo empírico contra ese teori-
cismo que reduce a los agentes al estado de Träger. Toda una parte de mi
trabajo, por ejemplo El sentido práctico, se opone radicalmente a ese etno-
cen trismo de sabios que pretenden saber la verdad de la gente mejor
que esa misma gente y hacer su felicidad a pesar de ellos, según el viejo
mito platónico del filósofo-rey ( modernizado en la forma del culto a Le-
nin) : nociones como las de habitus, práctica, etc., tenían la función, en-
tre otras, de recordar que hay un saber práctico, un conocimiento prác-
tico que tien e su lógica propia, irreductible a la del conocimien to
teórico; que, en un sen tido, los agentes conocen el mundo social mejor
que los teóricos; y recordan do también que, por supuesto, no lo con o-
cen realmente y que el trabajo del sabio consiste en explicitar, según sus
articulaciones propias, ese saber práctico.

Beate Krais. El saber teórico o científico, pues, no es totalmente distinto del sa-
ber práctico, porque está construido, como el saber práctico, pero está construido
explícitamente, reconstruye el saber práctico de manera explícita y así lo «levanta
a la conciencia», como se dice en alemán ( in s Bewusstsein heben) . Al mismo
tiempo, hay que destacar que lo que es reconstruido con los medios de la ciencia es
la misma «cosa», no es un «objeto» o una realidad que pertenecen a otro mundo,
inaccesible a los agentes… Pero ¿cómo se opera la construcción del objeto? ¿Cómo
hacer, cómo tomar la distancia necesaria sin elevarse en seguida por encima de
esos pobres agentes «que no saben lo que hacen», como está escrito en la Biblia?
Pierre Bourdieu. Yo creo más que n un ca que lo más importan te es la
con strucción del objeto. A todo lo largo de mi trabajo h e visto h asta
qué pun to todo, in clusive los problemas técnicos, se juega en la defini-
ción previa del objeto. Evidentemen te, esta con strucción de objeto n o
es una suerte de acto in icial, y con struir un objeto no es h acer un «pro-
yecto de in vestigación ». H abría razon es para h acer un a sociología de
los Research Proposals que los investigadores deben producir, en los Esta-
dos Un idos, para obten er créditos: le piden a un o que defin a previa-
men te sus objetivos, sus métodos, que pruebe que lo que h ace es n uevo
con relación a los trabajos an teriores, etc. La retórica que hay que po-
n er en march a para suscitar el methodological appeal, del que h ablan
Adam Przeworski y Frank Salomon en un texto destin ado a acon sejar a
los autores de proposals ( «On the Art of Writing Proposals», Nueva York,
en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 373

Social Scien ce Research Council, 1981), encierra una epistemología im-


plícita socialmen te san cion ada. Al punto de que cuan do un trabajo de
investigación empírica no se presenta según las normas de esta retórica,
much os in vestigadores, en los Estados Un idos y en otras partes, tien en
la impresión de que n o es cien tífico. Cuan do de h ech o este modo de
presentación de un proyecto cien tífico está en las antípodas de la lógica
real del trabajo de con strucción de objeto, trabajo que se h ace n o de
una vez por todas al comien zo, sin o en todos los minutos de la in vesti-
gación, median te una serie de pequeñas correcciones. Lo que n o signi-
fica que se en fren te al objeto completamen te desarmado. Se dispon e
de principios gen erales de método que están in scritos de algún modo
en el habitus cien tífico. El «oficio» del sociólogo es muy exactamen te
eso: una teoría de la con strucción sociológica del objeto con vertida en
h abitus. Poseer ese oficio es domin ar en el estado práctico todo cuan to
está contenido en los conceptos fundamentales, habitus, campo, etc. Es
saber por ejemplo que, para ten er una posibilidad de con struir el ob-
jeto, hay que volver explícitos los supuestos, construir sociológicamente
las preconstrucciones del objeto; o incluso que lo real es relacional, que
lo que existe son las relacion es, vale decir, algo que no se ve, a diferen-
cia de los in dividuos o los grupos. Tomemos un ejemplo. Yo ten go el
proyecto de estudiar las grandes escuelas. Ante todo, al decir «las gran-
des escuelas», ya h ice un a elección decisiva… Todos los añ os h ay un
n orteamerican o que vien e a estudiar la Escuela Politécn ica desde los
orígenes hasta n uestros días, u otro que viene para la Escuela Normal…
A todo el mun do eso le parece muy bien . Nin gún problema. Los obje-
tos están totalmen te con stituidos, los arch ivos también , etc. En reali-
dad, a mi juicio –pero n o puedo desarrollar este pun to–, n o es posible
estudiar la Escuela Politécnica independien temente de la Escuela Nor-
mal, de la Escuela Nacional de Administración ; está inscrita en un espa-
cio. Por lo tanto, se estudia un objeto que n o es tal. Pero se en cuen tra
lo que decía h ace un momento: cuan to más se estudia un objeto in ge-
n uo, tan to más los datos se propon en sin problemas para ser estudia-
dos. Por el con trario, a partir del momen to en que digo que el objeto
construido es el conjunto de las gran des escuelas, estoy fren te a miles de
problemas: por ejemplo, estadísticas no comparables. Y me expon go a
parecer como men os cien tífico que aquellos que se atien en al objeto
aparente, tan grandes son las dificultades que hay que superar para cap-
tar empíricamen te el objeto construido.
374 el o f ic io d e so c ió l o g o

Beate Krais. Yo creo que deberíamos hablar un poco del segundo libro de El
oficio de sociólogo. ¿Por qué no fue escrito? En el prefacio a la segunda edi-
ción francesa puede leerse que estaba previsto escribir tres volúmenes: los presu-
puestos epistemológicos es el volumen que existe; un segundo libro sobre la cons-
trucción del objeto sociológico, y un tercero que debería contener un repertorio
crítico de las herramientas. Muy bien puedo concebir el tercer libro, pero tengo di-
ficultades para imaginar lo que podría ser un libro sobre la construcción del ob-
jeto sociológico.
Pierre Bourdieu. El primer volumen podía ser un libro original disfra-
zado de manual, porque n o h abía n ada sobre la cuestión, y por otra
parte creo que, todavía hoy, no hay gran cosa… La segunda parte se po-
nía mucho más difícil. O bien se hacía un manual clásico, retomando las
secciones que uno espera encontrar en un manual de sociología ( estruc-
tura, función, acción, etc.) , o bien se hacía la misma cosa que en la pri-
mera parte, es decir, un tratado original que habría sido una teoría ge-
n eral. Por mi parte, yo no ten ía ningun a gan a de h acer un man ual
clásico, de tomar posición sobre «función y funcionalismo»: era un ejer-
cicio meramen te escolar. La tercera parte, sobre las herramientas, ha-
bría podido ser útil, pero eso h ubiera implicado recon ocer la división
teoría/ empiria que es el equivalente de la oposición, profundamente fu-
nesta, de la tradición anglosajon a en tre theory y methodology. Se decía en
El oficio de sociólogo que las diferentes técnicas estadísticas contienen filo-
sofías sociales implícitas que habría que explicitar: cuan do se h ace un
análisis de regresión, un path analysis o un análisis factorial, habría que
saber qué filosofía de lo social se empren de, y en particular qué filoso-
fía de la causalidad, de la acción, del modo de existencia de las cosas so-
ciales, etc. Es en función de un problema y de una construcción particu-
lar del objeto como se puede escoger en tre una técnica u otra: por
ejemplo, si yo utilizo mucho el análisis de las correspondencias, es por-
que pienso que es una técn ica esen cialmente relacion al, cuya filosofía
corresponde totalmente a lo que, en mi opinión, es la realidad social. Es
un a técnica que «piensa» en términ os de relaciones, como trato de h a-
cerlo con la noción de campo. En con secuen cia, n o es posible disociar
la con strucción de objetos de los instrumentos de con strucción de ob-
jeto, porque para pasar de un programa de in vestigación a un trabajo
científico se n ecesitan instrumentos, y esos in strumen tos están más o
menos adaptados según lo que se busca. Si yo hubiera querido explicar
los factores determinantes del éxito diferencial de los alumnos en las di-
en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 375

ferentes escuelas, habría podido ( suponiendo que he podido probar –lo


que no ocurre, a mi juicio– la independencia de las diferentes variables
fundamentales) recurrir al análisis de regresión múltiple.

Beate Krais. Entonces se vuelve sobre el problema de la construcción del objeto,


esta vez por el lado de los instrumentos que deben estar adaptados a los objetos es-
pecíficos. El trabajo del sociólogo, si comprendo bien, está muy determinado por
las propiedades del objeto específico, su historia…
Pierre Bourdieu. Es el problema de la particularidad de los objetos. Te-
n iendo en cuen ta mi concepción del trabajo cien tífico, es eviden te que
n o puedo trabajar más que sobre un objeto situado y fech ado. Supon -
gamos que quiera estudiar cómo fun cion a el juicio profesoral. Yo pre-
sumo que los juicios que h acen los profesores sobre sus alumn os y so-
bre los trabajos que producen son el resultado de la puesta en
fun cionamien to de estructuras men tales que son el producto de la in-
corporación de estructuras sociales tales como, por ejemplo, la división
en disciplin as. Para resolver este problema muy general, voy a trabajar
sobre los galardon ados del concurso gen eral o bien sobre fichas de no-
tas que realizó un profesor particular, en los añ os sesen ta, y deslin dar
las categorías que allí resultan expuestas. Si hoy, veinte añ os después, lo
publico, van a decir: «estos datos son viejos, eso ya termin ó, los profeso-
res de letras ya n o son domin an tes, ah ora son los profesores de mate-
máticas», etc. De h ech o, ten go como objeto las estructuras men tales de
un person aje que ejerce un a de las magistraturas sociales más podero-
sas en n uestra sociedad, que tien e el poder de con den ar ( usted es
idiota o nulo) o consagrar ( usted es inteligente) simbólicamen te. Es un
objeto muy importan te, y que puede observarse en todas partes. A tra-
vés de mi an álisis de un caso h istórico, doy un programa para otros aná-
lisis empíricos llevados a cabo en situaciones diferen tes de aquella que
estudié. Es un a invitación a la lectura gen eradora y a la in ducción teó-
rica que, partien do de un caso particular bien con struido, gen eralizo.
Así, teniendo un programa ( se trata de explicitar estructuras mentales,
prin cipios de clasificación , taxonomías que sin duda se expresan en ad-
jetivos), basta con rehacer la encuesta en otro momento y en otro lugar,
en busca de las invariantes. Los que critican el carácter «francés« de mis
resultados no ven que lo importante no son los resultados, sino el pro-
ceso según el cual son obten idos. Las «teorías» son programas de in ves-
tigación que suscitan no la «discusión teórica» sino la puesta en fun cio-
376 el o f ic io d e so c ió l o g o

namiento práctica, que rechaza o generaliza. Husserl decía que hay que
sumergirse en el caso particular para descubrir ah í la invarian te, y
Koyré, que había seguido los cursos de H usserl, muestra que Galileo n o
n ecesitó repetir mil veces la experien cia del plan o in clinado para com-
pren der el fen ómeno de la caída de los cuerpos. Le bastó con con struir
el modelo, con tra las aparien cias. Cuan do el caso particular está bien
con struido, deja de ser particular y, normalmen te, todo el mundo debe-
ría estar en condicion es de hacerlo fun cion ar.

Beate Krais. Veinte años pasaron desde la primera edición francesa de El ofi-
cio de sociólogo, y durante estos veinte años, la sociología evolucionó mucho.
Sobre todo evolucionó por lo que concierne a la investigación empírica, y tú tam-
bién trabajaste mucho desde entonces. Por lo tanto, hoy tienes más experiencia. Si
volvieras a escribir El oficio de sociólogo, ¿qué cambiarías? ¿Querrías añadir
algo?
Pierre Bourdieu. Sobre todo, diría las cosas de otra man era. Se trataba
de un texto programático. Yo ten ía un a experien cia a mis espaldas,
pero prin cipalmen te ten ía que h ablar de mi in satisfacción fren te al dis-
curso oficial sobre la práctica cien tífica. H oy sé mejor y de man era más
práctica lo que se en unciaba entonces como un programa. En el fon do,
El oficio de sociólogo sigue siendo un libro de profesor. Por otra parte, hay
much as cosas n egativas y son típicamen te cosas de profesor… No h a-
gan esto, no h agan aquello… Está llen o de advertencias. Es a la vez pro-
gramático y n egativo. Es un poco como si se diera un manual de gramá-
tica para en señ ar a h ablar… Aun que El oficio de sociólogo h able todo el
tiempo de oficio en el sen tido fran cés ( «ten er oficio» es tener un «h a-
bitus», un domin io práctico) , presen ta un discurso didáctico, por con -
siguien te un poco ridículo: in cesan temen te repite que h ay que con s-
truir, pero sin mostrar n un ca prácticamen te cómo se con struye. Pien so
que es un libro que también hizo dañ o. Despertó a la gente, pero en se-
guida fue utilizado en el sentido teoricista. Entre las man eras de n o h a-
cer sociología –y hay much as–, h ay un a que consiste en relamerse con
gran des palabras y en tregarse in defin idamen te a los «presupuestos
epistemológicos». El oficio se tran smite en gran parte como práctica, y
para ser capaz de tran smitirlo hay que ten erlo muy profun damen te in -
teriorizado. A men udo digo en mi seminario que yo soy un poco como
un viejo médico que con oce todas las en fermedades del en tendimiento
sociológico. H ay propen siones al error que varían según el sexo, el ori-
en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 377

gen social y la formación in telectual: los varon es son con más frecuen-
cia teoricistas, mien tras que las ch icas están socialmen te preparadas
para ser demasiado modestas, demasiado prudentes, demasiado min u-
ciosas, para refugiarse en la empiria, en las pequeñ as cosas, y h ay que
alen tarlas para que sean audaces, para que ten gan un desparpajo teó-
rico… Dicho lo cual, h ay toda un a serie de enfermedades clásicas, que
se pueden reconocer. Mi experien cia como director de in vestigación , a
la que h ay que añadir la experien cia de todas las enfermedades que yo
mismo tuve, en un momen to u otro de mi carrera, y todos los errores
que cometí, me permite, creo, en señ ar en la práctica, a la man era de
un viejo artesan o, los principios de la construcción de objeto, y ésa es la
gran diferencia con lo que se encuen tra en El oficio. Si tuviera que reh a-
cer El oficio, presen taría un a serie de ejemplos, o, si se quiere, «obras
maestras», como las que h acían los artesan os en la Edad Media. Como
ejemplo de con strucción de objeto, daría lo que está como apén dice de
Homo Academicus, el an álisis de una lista de premios de escritores. Diría:
«Aquí está el material; lo tien en bajo los ojos, todo el mun do puede
verlo. ¿Por qué está mal con struido? ¿Qué sign ifica este cuestion ario?
¿Qué harían con él?». El segundo es un apéndice de La distinción que se
llama “El juego ch in o”. Un día tropecé con un n úmero de la revista
Sondages, publicada por el IFOP,* y h abía cuadros estadísticos de las dis-
tribuciones de los diferen tes atributos que los encuestados habían asig-
n ado a diferen tes políticos ( Giscard, March ais, Ch irac, Ser van -Sch rei-
ber, etc.) . El comen tario se limitaba a simples paráfrasis: a Marchais lo
comparan con el pin o. Podría en tregarse el material bruto a los estu-
dian tes ( el artículo de Sondages) , y luego, a man era de ejercicio, pre-
gun tarles qué sacarían de eso y mostrarles lo que se puede sacar. En
ambos casos, se trata de deslin dar las con dicion es ocultas de la con s-
trucción del objeto precon struido que sostien e los resultados ingenua-
men te presen tados. En el primer caso, h ay que in terrogar la muestra:
¿quiénes son los jueces cuyos juicios con dujeron a esa lista de premios?
¿Cómo fueron escogidos? ¿La lista de premios n o está in cluida en la
lista de los jueces elegidos y en sus categorías de percepción ? En el se-
gun do caso, h ay que in terrogar el cuestion ario. De man era gen eral,
siempre h ay que cuestion ar los cuestion arios… Las person as que for-

* IFO P, In stituto Fran cés de O pin ión Pública. ( N. del T.)


378 el o f ic io d e so c ió l o g o

mularon la pregunta h icieron in terven ir categorías de pen samien to in -


conscien tes ( como el pin o, es negro, es oscuro, es la madera con que se
h acen los ataúdes, está relacion ado con la idea de muerte, etc.) * y lle-
varon a los en cuestados a empeñ ar también categorías igualmen te in -
con scientes que resultaron ser más o menos las mismas. Hubo comuni-
cación de los in con scien tes. Y un a en cuesta idiota, cien tíficamen te
nula, puede así dar lugar a un objeto científicamente apasionante si, en
vez de leer ton tamen te los resultados, se leen las categorías de pen sa-
mien to in con scien tes que se proyectaron en los resultados que pro-
dujo. En ambos casos, se trata de datos ya publicados que había que re-
con struir. Con frecuen cia pasa esto. En suma, yo daría tres o cuatro
ejemplos de casos límites don de la cuestión es h acer lo que se dice teó-
ricamen te en El oficio de sociólogo, que se tien e un objeto en vez de ten er
un simple artefacto, o nada de n ada. Más bien, haría fragmentos esco-
gidos con trabajos empíricos, con algun os comentarios.
Otra cosa que reforzaría es la sociología de la sociología: esto se men -
cionaba al fin al de El oficio, pero en un modo muy abstracto. Desde en-
tonces, todo ese aspecto se desarrolló mucho, sobre todo con Homo aca-
demicus. Pero fuera de eso, la gran diferen cia estaría en la man era de
n arrar… No h e releído… pero pien so que sin duda much as cosas h oy
me pon drían n ervioso… Estoy seguro de que diría: ¡qué arrogan te!
Cuan do un o es joven es arrogante, por in seguridad…

Beate Krais. En la primera pregunta te pedía que situaras un poco El oficio


de sociólogo en el contexto de hace 20 años, y ahora, si escribieras El oficio de
sociólogo bis, ¿cómo sería el contexto? ¿En qué debate se ubicaría ese libro? Y
¿cuáles son los problemas o barreras específicas que se manifestaron desde enton-
ces en los veinte años de trabajo de investigación?
Pierre Bourdieu. Lo esencial no ha cambiado tanto. El paradigma «po-
sitivismo» sigue siendo muy fuerte. Se siguen h aciendo in vestigaciones
empíricas sin imaginación teórica, con problemas que son mucho más el
producto del sentido común «erudito» que de una verdadera reflexión
teórica; por otro lado está la gran teoría, la eterna gran teoría, comple-
tamen te separada de la investigación empírica. Por otra parte, ambas

* En fran cés existe la locución sentir le sapin ( literalmen te: oler a pin o) , que
es un equivalen te de n uestra «oler a difun to». ( N. del T.)
en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 379

van muy bien de la man o, vale decir, que se puede hacer investigación
empírica de tipo positivista al tiempo que se hace teoría teórica. Lo que
h oy se llama teoría a men udo son comentarios de autores can ón icos
( hoy tenemos, en Alemania, en Inglaterra y en los Estados Unidos, mu-
chos de esos catch-all theories cuyo modelo es el de Parsons) o grandes
trend-reports producidos para los cursos ( a men udo a partir de n otas to-
madas por estudian tes…) . Por azar ten go bajo los ojos dos ejemplos
ideal-típicos: un artículo de Robert Westhnow y Marsh a Witters, titulado
«New Directions in th e Study of Culture» ( Ann. Rev. Sociol., 1988, 14,
págs. 49-97) y otro de Judith R. Blau, «Study of the Arts: A Reappraisal«
( Ann. Rev. Sociol., 1988, 14, págs. 269-292) . El estado de la teoría teórica
se explica sin duda por el hecho de que esos productos dispares e incon-
sistentes de una suerte de fast-reading escolar, que con frecuencia se aso-
cia a la aplicación de categorías escolares de clasificación igualmente ab-
surdas, ejerce un efecto de lavado de cerebro. Frente a esta teoría
concebida como una especialidad en sí, está la «metodología», esa serie
de recetas o preceptos que hay que respetar, no para conocer el objeto,
sino para ser reconocido como conocedor del objeto.
Dicho lo cual, la situación cambió much o y h ablaría totalmen te de
otro modo… Creo que un a fracción importan te de los productores de
sociología en los Estados Un idos se liberó del paradigma positivista.
Hubo movimientos que, como el interaccion ismo, la etn ometodología,
a pesar de todo tuvieron efectos ben éficos, porque decían cosas que
son bastan te cercanas a lo que se dice en El oficio de sociólogo ( por ejem-
plo con la reflexión sobre los supuestos, sobre las folk theories, etc.) . Tam-
bién existió el desarrollo de corrien tes «h istóricas» que reintrodujeron
la dimensión h istórica en el análisis sociológico, en particular en el an á-
lisis del Estado. Y después estuvo Kuh n, que h izo pen etrar un poco de
la tradición europea de la filosofía de la cien cia, al evocar cosas cerca-
n as a los temas desarrollados en El oficio: la cien cia construye y, a su vez,
es socialmente construida, etc. Creo que hoy ten emos la posibilidad de
un a aceptación de El oficio, cuan do en la época en que fue escrito n o
había caso; no se veía de ninguna manera quién en el mundo podría in-
teresarse en eso. Por esa razón , cuan do en su momen to n os costó mu-
ch o trabajo en con trar bajo la pluma de sociólogos textos aptos para
ilustrar n uestros propósitos, hoy sin duda sería mucho más fácil.
Pienso que existieron gran des cambios, sobre todo en los Estados
Un idos: al lado de la ortodoxia cen tral, aquella que defen día la tríada
380 el o f ic io d e so c ió l o g o

capitolin a ( Parson s, Merton, Lazarsfeld) , se desarrollaron todo tipo de


corrien tes n uevas. H icieron su aparición formas de in vestigación más
críticas, y an te todo de sí mismas ( incluso si, en Europa, y muy particu-
larmen te en Alemania, donde el dualismo de la gran teoría y de la em-
piria positivista se perpetúa, n o parecen percibirlo: la metrópolis cam-
bia, pero, en los pequeños mostradores de la empiria cultural
n orteamerican a, siguen h aciendo trabajos a la an tigua) . Dich o lo cual,
la crítica de las estrategias de discursos o estrategias de observación y
man ten imien to, cuando ella es su mismo fin , desemboca en un a forma
de dimisión nih ilista y, en su punto límite, oscurantista, que desde todo
punto de vista es lo opuesto de la crítica epistemológica previa del tipo
de aquella que se propon e en El oficio y que tien e por objetivo h acer
progresar la cien tificidad de la sociología.

Beate Krais. Hay una corriente irracionalista que dice: ¡todo eso no sirve
para nada! ¿Qué es la ciencia? Apenas un oficio para ganarse la vida, ¡eso es
todo!
Pierre Bourdieu. Sí, ésa es la razón por la cual la epistemología siem-
pre es muy difícil. Pien so que n adie tiene ganas de ver el mundo social
tal cual es; h ay varias man eras de n egarlo; está el arte, eviden temen te.
Pero h ay in cluso una forma de sociología que alcan za ese resultado ex-
traordin ario, h ablar del mundo social como si n o se hablara de él: es la
sociología formalista, que interpon e entre el in vestigador y lo real una
pan talla de ecuacion es, por lo general mal construidas. Es también un a
forma de nihilismo. La negación ( Verneinung) en el sen tido de Freud es
un a forma de escapism. Cuando se quiere h uir del mundo tal y como es,
un o puede ser músico, puede ser filósofo, puede ser matemático. Pero
¿cómo h uir de él sien do sociólogo? H ay gen te que lo logra. Basta con
escribir fórmulas matemáticas, h acer ejercicios de game-theory o simula-
ciones con su computadora. Para lograr ver y hablar del mundo tal cual
es, h ay que aceptar estar siempre en lo complicado, lo con fuso, lo im-
puro, lo vago, etc., e ir así con tra la idea común del rigor in telectual.
Lista de textos*

pr ó l o g o

Texto 1. Sobre un a epistemología concordataria, pág. 122.


Georges Canguilh em, «Sur un e épistémologie concordataire», en
Hommage à Bachelard. Études de philosophie et d’histoire des scien-
ces, París, PUF, 1957, págs. 3-12.
Texto 2. Los tres grados de la vigilan cia, pág. 130.
Gaston Bach elard, Le rationalisme appliqué, 1a ed., París, PUF,
1949, cap. IV, págs. 75 y 77-80.

in t r o d u c c ió n . e pist e mo l o g ía y me t o d o l o g ía

Texto 3. Epistemología y lógica reconstruida, pág. 135.


Abrah am Kaplan , The Conduct of Inquiry, San Francisco, Ch andler
Publishing Compan y, 1954, págs. 10-12.

* El listado de las fuen tes se ajusta al de la edición origin al en francés, excepto


en aquellos casos en los que se incluyeron traducciones al español ya publica-
das de los textos ilustrativos, y en los que, por esa razón, se consignan los
datos de edición correspondientes.
382 el o f ic io d e so c ió l o g o

1. l a r u pt u r a

1.1. Pr en o c io n es y t éc n ic a s d e r u pt u r a

Texto 4. Las pren ocion es como obstáculo epistemológico, pág. 139.


Émile Durkh eim, Las reglas del método sociológico, Buen os Aires,
Schapire, 1973, págs. 31-33, 35-36, 40-41.
Texto 5. La defin ición provision al como in strumen to de ruptura, pág.
144.
Marcel Mauss, «La oración », en Lo sagrado y lo profano, O bras I,
Barcelon a, Barral, 1970, págs. 121-123, 135-136.
Texto 6. El an álisis lógico como coadyuvan te de la vigilan cia epistemo-
lógica, pág. 148.
Joh n H . Goldth orpe y David Lockood, «Affluen ce an d the British
Class Structure», en The Sociological Review, vol. XI, n º 2, 1963,
págs. 134-136 y 148-156.

1.2. La il u sió n d e l a t r a n spa r en c ia


y el pr in c ipio d e l a n o -c o n c ien c ia

Texto 7. La filosofía artificialista como fun damen to de la ilusión de la


reflexividad, pág. 161.
Émile Durkh eim, Educación y sociología, Buen os Aires, Sch apire,
1974, págs. 10-12.
Texto 8. La ignorancia metódica, pág. 164.
Émile Durkheim, Las reglas del método sociológico, op. cit., págs. 12-14.
Texto 9. El incon scien te: del sustantivo a la sustan cia, pág. 168.
Ludwig Wittgen stein , Le Cahier bleu et le cahier brun. Études prélimi-
naires aux investigations philosophiques ( trad. G. Durand) , París,
Gallimard, 1965, págs. 57-58.
Texto 10. El prin cipio del determin ismo como n egación de la ilusión
de la tran sparen cia, pág. 171.
Émile Durkh eim, «Sociologie et Scien ces sociales», en De la mé-
thode dans les sciences, F. Alcan, París, PUF, 1921, págs. 260-267.
Texto 11. El código y el documento, pág. 175.
Fran çois Simian d, «Méth ode h istorique et scien ces sociales», en
Revue de synthèse historique, 1903, págs. 22-23.
l ist a d e t ex t o s 383

1.3. Nat u r a l eza y c u l t u r a : su st a n c ia y sist ema d e r el ac io n es

Texto 12. Naturaleza e h istoria, pág. 179.


Karl Marx, Misère de la philosophie, París, Éd. Sociales, 1961, págs.
129-130. Introduction générale à la critique de l’économie politique
( trad. M. Rubel y L. Évrard) , en Œ uvres, París, Gallimard,
1965, t. 1, págs. 235-239.
Texto 13. La naturaleza como invariante psicológica y el paralogismo de
la inversión del efecto y de la causa, pág. 185.
Émile Durkh eim, Las reglas del método sociológico, op. cit., págs. 87-
89.
Texto 14. La esterilidad de la explicación de las especificidades h istóri-
cas por tenden cias universales, pág. 190.
Max Weber, L’éthique protestante et l’esprit du capitalisme ( trad. J.
Ch avy) , París, Plon , 1964, págs. 15-21 y 56-61.

1.4. La so c io l o g ía espo n t á n ea y l o s po d er es d el l eng ua je

Texto 15. La n osografía del len guaje, pág. 197.


Maxime Ch astain g, «Wittgen stein et les problèmes de la con n ais-
san ce d’autrui», en Revue Philosophique de la France et de l’étran-
ger, París, PUF, t. CL, 1960, págs. 297-303.
Texto 16. Los esquemas metafóricos en biología, pág. 204.
Georges Can guilhem, La Connaissance de la vie, 2ª ed. rev. y aum.,
París, Vrin , 1965, págs. 48-49, 63-64. «Le tout et la partie dans
la pen sée biologique», en Les études philosophiques, París, PUF,
n ueva serie, añ o 21, 1966, n º 1, págs. 13-16.

1.5. La t en t ac ió n d el pr o f et ismo

Textos 17 y 18. El profetismo del profesor y del intelectual, págs. 211 y


213.
Max Weber, Essais sur la théorie de la science ( trad. J. Freun d) , París,
Plon, págs. 413-415. Bennet M. Berger, «Sociology and the In-
tellectuals: An An alysis of a Stereotype», en Antioch Review,
vol. XVII, 1957, págs. 267-290.
384 el o f ic io d e so c ió l o g o

1.6. Teo r ía y t r a d ic ió n t eó r ic a

Texto 19. Razón arquitectónica y razón polémica, pág. 219.


Gaston Bach elard, La philosophie du non, París, PUF, 1940, págs.
138-140.

2. l a c o n st r u c c ió n d e l o bje t o

Texto 20. El método de la economía política, pág. 221.


Karl Marx, Introduction générale à la critique de l’économie politique,
op. cit., págs. 254-256.
Texto 21. La ilusión positivista de un a cien cia sin supuestos, pág. 224.
Max Weber, Essais sur la théorie de la science, op. cit., págs. 151-163.
Texto 22. «H ay que tratar a los h ech os sociales como cosas», pág. 232.
Émile Durkh eim, Las reglas del método sociológico, op. cit., págs. 31,
38, 39, 39-40 y prefacio a la 2ª edición , pág. 12.

2.1. La s a bd ic ac io n es d el empir ismo

Texto 23. El vector epistemológico, pág. 236.


Gaston Bach elard, Le nouvel esprit scientifique, op. cit., págs. 1-4.

2.2. H ipó t esis o su pu est o s

Texto 24. El in strumen to es una teoría en acto, pág. 239.


Elih u Katz, «Th e Two-Step Flow of Commun ication : An Up-to
Date Report on an H ypoth esis», en Public Opinion Quarterly,
vol. XXI, 1957, págs. 61-78 ( trad. Y. Delsaut) .
Texto 25. El estadístico debe saber lo que hace, pág. 247.
Fran çois Simian d, Statistique et expérience. Remarques de méthode, M.
Rivière et Cie., París, 1922, págs. 30-37.
l ist a d e t ex t o s 385

2.3. La fa l sa n eu t r a l ida d d e l a s t éc n ic a s: o bjet o


2.3. c o n st r u id o o a r t ef ac t o

Texto 26. La en trevista y las formas de organ ización de la experien cia,


pág. 252.
Leon ard Sch atzman y An selme Strauss, «Social Class an d Modes
of Commun ication », en American Journal of Sociology, Ch icago,
III., Un iversity of Ch icago Press, vol. LX, n º 4, 1955, págs.
329-338 ( trad. F. Boltanski) .
Texto 27. Imágenes subjetivas y sistema objetivo de referen cia, pág. 269.
Joh n H . Goldth orpe y David Lockwood, «Affluen ce an d th e
British Class Stru cture», loc. cit., págs. 142-144 ( trad. N.
Lallot) .
Textos 28, 29 y 30. Las categorías de la len gua in dígen a y la con struc-
ción de los h ech os científicos, págs. 272, 275 y 278.
Claude Lévi-Strauss, «In troduction à l’œ uvre de Marcel Mauss»,
en Marcel Mauss, Sociologie et Anthropologie, París, PUF, 1950,
págs. XXXVIII-XL. Marcel Mauss, «In troduction à l’an alyse de
quelques ph én omèn es religieux», en Hubert y Mauss, Mélan-
ges d’histoire des religions, París, Alcan , 1908, t. VIII, pág. XXI, re-
producido en Marcel Mauss, ( Πuvres, t. I, Les fonctions sociales
du sacré, París, Ed. de Minuit, 1968. Bronislaw Malin owski, Les
argonautes du Pacifique occidental ( trad. A. y S. Devyver) , París,
Gallimard, 1965, págs. 237-238.

2.4. La a n a l o g ía y l a c o n st r u c c ió n d e h ipó t esis

Texto 31. El uso de los tipos ideales en sociología, pág. 280.


Max Weber, Wirtschaft und Gesellschaft, J. C. B. Moh r, Tubin ga,
1922, cap. 1, § I. ( París, Plon) Max Weber, Essais sur la théorie
de la science, op. cit.

2.5. Mo d el o y t eo r ía

Texto 32. La Summa y la catedral: las an alogías profun das como pro-
ducto de un hábito men tal, pág. 288.
386 el o f ic io d e so c ió l o g o

Er win Pan ofsky, Architecture gothique et pensée scolastique ( trad. P.


Bourdieu) , Ed. de Minuit, París, 1967, 83-90.
Texto 33. La función h eurística de la an alogía, pág. 293.
Pierre Duh em, La théorie physique, son objet, sa structure, París, Vrin,
págs. 140-143.
Texto 34. Analogía, teoría e h ipótesis, pág. 296.
Norman R. Campbell, Physics: The Elements, Cambridge, University,
1920, págs. 123-128.

3. e l r a c io na l ismo a pl ica d o

3.1. La impl ic ac ió n d e l a s o per ac io n es y l a jer a r q u ía


d e l o s ac t o s epist emo l ó g ic o s

Texto 35. Teoría y experimentación, pág. 303.


Georges Canguilh em, La Connaissance de la vie, op. cit., págs. 47-50.
Georges Can guilhem, «Leçon s sur la méth ode», dictadas en
la Facultad de Letras de Estrasburgo, retomadas en Cler-
mon t-Ferran d en 1941-42 ( inédito) .
Texto 36. Los objetos predilectos del empirismo, pág. 312.
Ch arles W. Wrigh t Mills, L’imagination sociologique ( trad. P. Clin -
quart) , París, Maspero, 1967, pp. 55-60.

3.2. Sist ema d e pr o po sic io n es y ver if ic ac ió n sist emá t ic a

Texto 37. La teoría como desafío metodológico, pág. 317.


Louis Hjelmslev, Le langage, París, Ed. de Min uit, 1966, págs. 163-
167.
Texto 38. La argumentación circular, pág. 321.
Edgar Wind, «Some Poin ts of Con tact between History an d Natu-
ral Scien ce», en Philosophy and History: Essays Presented to Cas-
sirer, Clarendon Press, Oxford, 1936, págs. 255-264 ( trad. J. C.
Garcias) .
Texto 39. La prueba por un sistema de probabilidades convergen tes,
pág. 326.
l ist a d e t ex t o s 387

Ch arles Dar win , El origen de las especies, Buen os Aires, Albatros,


1973, págs. 42-46.

3.3. La s pa r eja s epist emo l ó g ic a s

Texto 40. La filosofía dialogada, pág. 331.


Gaston Bach elard, Le rationalisme appliqué, op. cit., págs. 4-8.
Texto 41. El neopositivismo, acoplamien to del sen sualismo y del forma-
lismo, pág. 336.
Georges Canguilh em, «Leçon s sur la méth ode», op. cit.
Texto 42. El formalismo como intuicionismo, pág. 342.
Émile Durkheim, «La sociologie et son domaine scientifique», en
A. Cuvillier, Où va la sociologie française?, París, M. Rivière et
Cie., 1953, págs. 180-186.

c o n c l u sió n . so c io l o g ía d e l c o n o c imie n t o y e pist e mo l o g ía

Texto 43. Las mun dan idades de la ciencia, pág. 347.


Gaston Bach elard, La formación del espíritu científico, Buenos Aires,
Siglo XXI, 1972, págs. 28-29, 30-31, 31-32, 32, 33-40.
Texto 44. De la reforma del en ten dimiento sociológico, pág. 356.
Marcel Maget, Guide d’étude directe des comportements culturels, París,
CNRS, 1953, advertencia, págs. XXI-XXVI.
Texto 45. Los con troles cruzados y la tran sitividad de la cen sura, pág.
362.
Mich ael Polan yi, Personal Knowledge, Lon dres, Routledge an d Ke-
gan Paul, 1958, págs. 217-218.
Índice de nombres

Albert, H .: 80 n.36. Boas, F.: 84.


Aristóteles: 50-51 n .29, 61, 206, Boh r, N.: 125, 219, 220.
238. Bourdieu, P.: 38-39 n .12, 50
n .27, 62 n .12, 69 n .19, 76
Bach elard, G.: 18, 24, 26, 27 n .32.
n .15, 29, 34-35 n .5, 41, 45-47, Braith waite, R. B.: 80, 80 n .36.
45 n.23, 49, 50 n .26, 51, 61, Brun sch vicg, L.: 41, 93 n .7, 95,
78, 81 n .37, 96 n .13, 97, 97 95 n.10, 121, 122, 306.
n .15, 101, 105, 106 n .1, 115
n .8, 121, 122-128, 130-133, Campbell, N.: 27, 27 n .16, 87,
139, 139n ., 219-220, 236-238, 95, 95 n .12, 296, 297-301.
331, 332-335, 347-355, 367. Canguilh em, G.: 15-16 n .1, 18,
Bacon : 15, 61, 81, 141, 143, 197, 43-44, 44 n .19, 84, 84 n .43,
308. 93-94, 94 n .8, 101, 122-128,
Barber, B.: 113 n .6. 204-206, 207-209, 303, 303n .
Barbut, M.: 85. 304-305, 306-311, 336-341,
Barton , A. H . ( y P Lazarsfed) : 367.
59, 59 n .7, 65 n .15, 73 n .26, Cassirer, E.: 42 n .16, 254 n .1.
74 n.28. Cat: 84.
Belaval, Y.: 44, 44 n .21. Ch astain g, M.: 42 n .17, 43, 70,
Benedict, R.: 103 n .22. 71 n.22, 197-203, 200 n .12.
Benven iste, E.: 29 n .19. Ch omsky, N.: 44 n .20, 92, 92
Berelson, B. ( y G. A. Stein er) : n .3.
53 n.32, 240 n .1. Coh en , M. R. ( y E. Nagel) :
Berger, B. M.: 47, 211, 213-217. 296n .
Bergson , H .: 21-22 n.6, 122, Colby, K. M.: 92 n.4.
128. Comte, A.: 15, 15-16 n.1, 92 n .4,
Bern ard, C.: 15-16 n .1, 28 n .18, 93 n.7, 173, 174, 188, 207,
35 n.6, 79, 79 n .34, 207, 305, 306, 336-337, 336 n .1,
208-209. 339, 341.
Bierstedt, R.: 74 n .29. Con an t, J. B.: 95 n .12.
390 el o f ic io d e so c ió l o g o

Cook, S. W.: véase Selliz. H amon d, P. E.: 21-22 n .6.


Copérn ico: 140. H an son , N. R.: 97 n .14.
Courn ot, A.: 27 n .6, 84, 85 n .44. H ayek, F. A. von : 23, 23 n.9.
H egel, G. W. F.: 208, 214, 221,
Darwin , C.: 100, 326, 327-330. 222.
Descartes, R.: 15, 143, 203, 353. H empel, C. G.: 21 n.6, 25, 60
Deutsch , M.: véase Selliz. n .8, 94 n .9.
Dewey, J.: 75, 75 n .30. H jelmslev, L.: 202 n .17, 317-320.
Dilth ey, W.: 23, 322, 322 n .1, H usserl, E.: 79, 79 n.35, 376.
324, 325.
Dodd, S. C.: 60 n.8. Jah oda, M.: 148n.
Duh em, P.: 45, 45 n .22, 61 n .10, James, W.: 43, 236.
83, 87, 98, 98 n .16, 100, 100 Jevons, S.: 52, 52 n .31, 250.
n .18, 113 n .5, 293-295, 303n .,
308, 309. Kant, E.: 98, 214.
Durkh eim, É.: 20, 24 n .11, 32, Kaplan, A.: 17 n .4, 26, 78 n.33,
32 n.1, 34, 34 n .4 y 5, 35 n .7, 100 n .19, 136-137, 326, 326n .
36, 37 n .9, 39, 58, 58 n.3 y 4, Katz, E.: 65, 65 n .15, 66, 66
62, 82, 82 n .39, 83 n .40, 101, n .16, 108 n.3, 239, 240-246.
106, 116, 116 n .10, 119, 139, Kelvin , Lord: 83, 293.
140-143, 144, 161-163, 161n ., Kerr, C. ( y L. H . Fisher) : 67
164-167, 168-169n., 170-174, n .17.
171n ., 175-176n., 186-189, Keyn es, J. M.: 54.
186n ., 232-235, 342-346, 369. Komarovsky, M.: 67 n.17.
Koyré, A.: 63, 63 n .13, 79, 79-80
Faucon net, P. ( y M. Mauss) : 32 n .35, 367, 376.
n .1, 33 n .3. Kuh n, T. S.: 97 n .14, 114 n .7,
Feyerabend, P.: 25, 25 n .12. 367, 379.
Fish er, L. H .: véase Kerr.
Freud, S.: 21, 25, 92, 380. Labriola, A.: 34 n .4.
Lazarsfeld, P. F. ( A. H. Barton y
Galileo, G.: 58, 63 n .13, 79, 79 P. F. Lazarsfeld, véase Barton ) :
n .35, 376. 16-17 n .2, 59 n .7, 65 n .15, 73
Goffman , E.: 81 n .38. n .26, 74 n .28, 103 n .22, 240
Goldthorpe, J. H . ( y D. n .1, 366, 370, 380.
Lockwood) : 32, 69, 148-159, Leibn iz, G. W.: 40-41 n .14, 85,
135n ., 269-271. 86, 207.
Goussier y Marivetz, barón de: Lern er, D.: 70, 70 n.21, 253.
50 n.26. Lévi-Strauss, C.: 36 n.8, 40, 40
Gran et, M.: 175-176n. n .13, 61, 61 n .11, 71, 85, 85
Gurvitch , G.: 50, 52. n .45, 110 n.4, 272-274, 361.
ín d ic e d e n o mbr es 391

Lockwood, D.: véase Passeron, J.-C.: 62 n .12, 76 n .32,


Goldth orpe. 365.
Plan ck. M.: 66, 93, 93 n .6, 307
Maget, M.: 72, 72 n .4 y 5, 113, n .3, 340, 340 n .10.
356-361. Poin caré, H .: 63, 107.
Malin owski, B.: 277, 278-279. Polan yi, M.: 54, 54 n.34, 115,
Man n heim, K.: 112. 362-363.
Marivetz, barón de: véase Politzer, G.: 50-51 n.29, 101
Goussier. n .20.
Marx, K.: 18, 20, 34, 34 n .5, 37, Polya, G.: 82 n .39.
38 n.10, 39, 48, 48 n .25, 57, Popper, K. R.: 21-22 n .6, 61 n .9,
57 n.1, 85, 179-184, 221-223. 93 n.7.
Mauss, M.: 32, 32 n .1, 33 n .3, 36
n .8, 71, 81, 144-147, 272-274, Régn ier, A.: 27 n .14.
275-276 ( É. Durkh eim y M. Reich en bach , H .: 100, 337.
Mauss, véase Durkh eim, P. Rich tie, A. D.: 27, 27 n .15.
Faucon n et y M. Mauss, véase Rickert, H .: véase Dilthey.
Faucon n et) . Riesman , D.: 216, 252, 252n .
Mayo, E.: 67 n .17. Rousseau, J.-J.: 21-22 n .6, 85,
Merton , R. K.: 32 n .1, 33, 33 180.
n .2, 52, 151, 380. Rusch meyer, D. ( y E. K.
Meyerson , E.: 121, 122, 128, Sch euch ) : 26 n .13.
340. Russell, B.: 86 n .46, 95 n .11.
Mich elson ( y Morley) : 49, 308.
Mill, S.: 22, 183-184. Sain t-Martin , M. de: 76 n .32.
Mills, C. W.: 47, 96-97, 108 n .2, Saussure, F. de: 29, 29 n.19, 57,
216, 254 n .1, 312, 312n ., 58, 198 n .3, 202 n.19,
313-316. 317-319.
Mises, L. von : 40, 40-41 n .4. Sch atzman , L. y A. Strauss: 69,
Morley, véase Mich elson . 253-268.
Sch euch , E. K.: véase
Nagel, E., véase Coh en . Rüschmeyer.
Newton, I.: 33, 309-310, 350, 353. Seignobos, L.: 175.
Nietzsch e, F.: 48, 63, 94. Selliz, C. ( C. Selliz, M. Deutsch
y S. W. Cook) : 74 n .28.
Panofsky, E.: 50, 50 n .27, 86-87, Simian d, F.: 36, 67, 67 n.18,
92, 93 n .5, 99, 99 n .17, 102 n .21, 175, 176-177,
288-292. 247-251.
Pareto, V.: 40, 76, 76 n .31. Skin n er, B. F.: 44 n .20.
Parson s, T.: 50, 50 n .28, 52, Sombart, W.: 190, 191n.
379-380. Spen cer, H .: 37 n .9, 185, 188.
392 el o f ic io d e so c ió l o g o

Stein er, G. A.: véase Berelson . Weber. M.: 20, 22, 22 n .8, 34, 34
Strauss, A.: véase Schatzman . n .5, 40, 47, 57, 57 n .2, 67-68,
80-81, 136, 168, 190, 191-195,
Tomás de Aquin o, san to: 86, 211, 212-213, 192 n ., 224-231,
289 n .1, 290. 280, 281-287, 316.
Tylor, E.: 36 n .8. Wh iteh ead, A. N.: 50, 51, 52
n .30.
Uvarov, K.: 96. Win d, E.: 99, 247n ., 321-325.
Win delban d, W.: véase Dilth ey:
Vaucan son : 84. 322 n .1.
Villard, de H on necourt: 99, Wittgen stein , L.: 35, 42, 42-43
291. n .15, 17 y 18, 43, 168, 169-
170, 197, 197 n .1, 198 n .3 y 4,
199 n .8 y 11, 200 n.13, 202
n .17, 203, 203 n.22, 337-338.
Índice temático*

abstracción : 44, 148, 317; acumulación (como ideal de los


cien tífica, 342-346; «teóricos en sociología»): 50,
del sen tido común y véase teóricos, tradición teórica;
cien tífica, 221-223; el imperativo de la, y la
los h ech os sociológicos como con ciliación de los
doble, 247; con trarios, 50;
metodología de la, 247-251, y ruptura, 52.
269; ambición ( y explicación
operada por las técn icas, 269; psicológica) : 40, véase
sociológica y totalidades, 75 explicación por la psicología,
n .30; n aturaleza.
y descubrimien to de los an alogía/ s: 79-88, 90, 361;
h ech os, 340-341, véase con trolada por la in ten ción
con strucción . teórica, 204, véase ruptura;
actitud: 77; y descubrimien to, 82, 87-88,
mental, véase habitus; 293-295;
y opinión, 71, 77. el razon amiento por, y el
aculturación : método comparativo, 82-85;
situación de, y relacion es el buen uso de la, 81 n.38,
en tre las disciplinas 86-87, 90;
cien tíficas: 62, 115-116, véase espon tán ea, como forma de
cien cias del h ombre y explicación profética, 48,
cien cias de la n aturaleza, 204, véase esquemas
etn ología y sociología, metafóricos, profetismo;
in vestigacion es modelos an alógicos, véase
in terdisciplin arias, modelos ocultos, 288;
préstamos. y teoría, 293-295.

* Las págin as de referen cia pueden tratar el tema sin con ten er el términ o
con que aquí se lo design a.
394 el o f ic io d e so c ió l o g o

an álisis: ars probandi: 21, véase prueba.


de con ten ido, 71; artefact ( como producto de un a
estadístico, véase estadístico; ciega utilización de las
estructural, 76-77, 92, 100; técnicas) : 78, 239;
fun cion alista, 39; verbal, 64, 67-69, véase
jerárquico de las opin ion es, en trevista, cuestionario,
77; objeto precon struido,
multivariado, 75-77, 100; técnica.
multivariado y atomización artificialismo ( como filosofía
de las relacion es, 76; espontán ea de lo social) : 34,
multivariado e h istoria, 76; 161-163, 173-174;
quantitative analysis y in terpretacion es
qualitative analysis, 73 n .26; artificialistas, 45.
secun dario como trabajo de aspiración ( a la movilidad social
retraducción , 61-62, 69-70 como forma sutil de la
n .20. explicación por la
an tropología social ( como n aturaleza) : 40-41 n .14, véase
recon ciliación de la n aturaleza.
sociología y de la etnología) : atomización:
74, véase cien cias humanas, del objeto, 91;
métodos etnográficos. de las relacion es, véase
aparien cias ( ruptura con las) : an álisis multivariado,
32, 33, 86-87, 90, véase totalidades.
ruptura, fen ómenos, audien cia ( y profetismo) : 46,
semejan zas, sociología 113, 212, véase profetismo,
espontánea, an alogía, objeto público.
precon struido. auri sacra fames ( y explicación
aptitudes ( con sideradas como por la psicología): 190-195,
datos n aturales) : 39, 252. véase explicación por la
aproximado ( con ocimien to) : psicología, naturaleza.
24; autómata/ s: 83-84, véase
y con ocimien to modelos mecán icos;
aproximativo, 84. represen tación popular del
arquitectón ica ( razón ) : 219. autómata y epistemología
aristotelismo ( sus formas en espontán ea, 108-109, véase
sociología: las teorías epistemología espon tán ea.
clasificatorias) : 52, véase auton omía ( de la cien cia
taxon omía, tradición teórica, sociológica) : 112-116.
teoría, padres fundadores. auton omización ( de las
ars inveniendi: 21, 82, véase operacion es de la
in ven ción . in vestigación ) : 89, véase
índi ce t emát i co 395

disociación real de las de pensamiento y entrevista,


operaciones, actos 259-261;
epistemológicos. «ficticias», 277-279;
azar: véasedescubrimiento. sociales ( división de las) , 74,
véasedivisión.
biografía ( como técnica causalidad: véasedeterminismo;
etnográfica) : 72, 76 n.31, estr uctural, 76.
véasemétodos etnográficos. célula: 204-209, véaseanalogía
biología: 40, 304-305, véase biológica.
naturaleza; censo:
analogías biológicas, 43, el, sin supuestos como ideal
204-209, véaseanalogía/ s. empírico, 62-63, 69, véase
burocratización ( de la empirismo, positivismo;
investigación sociológica) y el ideal del, y la entrevista no
peligros epistemológicos: 91 dirigida, 68-69, véase
n.2, 106-109, véasepump entrevista;
handleresearch, metodología, la ilusión del, sin supuestos,
r utina; 224-231;
división burocrática del técnicas de, y construcción,
trabajo de investigación y 65-66, véaseconstr ucción,
jerarquía de los actos hechos, técnicas;
epistemológicos, 89-90, véase y obser vación, 91-92, véase
actos epistemológicos; obser vación;
ethos burocrático, 108 n.2, y recopilación de
véasesociología de la documentación, 92, véase
sociología; comprobación.
institutos de investigación y, characteristica generalis: 197, véase
108-109. for malización, lenguaje.
ciclo ( experimental) : 89;
capitalismo, explicación del, experimental y actos
por la psicología: 40 n.14, epistemológicos, 97, véase
190-195. actos epistemológicos;
carrera ( profesión) : 76 n.31. fase del, experimental y
cartografía ( como disciplina división burocrática de las
etnográfica) : 72, véase operaciones de
métodos etnográficos. investigación, 89, véase
categorías: operaciones.
de análisis y teoría: 74-75, ciencia:
véaseanálisis; historia de la, 106-107;
de expresión, 260; la sociología como,
del lenguaje, véaselenguaje; experimental y no como,
396 el o f ic io d e so c ió l o g o

reflexiva, 35-36, véase las con dicion es sociales de la:


principio de la 113;
n o-con cien cia; la inquietud de la, en
sociología de la, 105, 113, sociología, 107-110;
113 n .6, 135-136; los sign os exteriores de la, en
y metacien cia, 55; las cien cias h uman as, 107.
y percepción , 31, 121-123; círculo ( metódico) : 99-100, 249,
y sen sación , 339-340, véase 317, 321-324.
fisicalismo. circulus methodicus, véase círculo
cien cias de la naturaleza: ( metódico) .
represen tación común de las, clases sociales:
136-137; efectos diferen ciales de las
y cien cias del h ombre, véase técnicas según las, 252-253,
cien cias del h ombre. véase técnicas;
cien cias del hombre: 47; estudios de las, y estudio de
comparación de los métodos la estratificación social,
de las cien cias de la 312-316;
n aturaleza y de los métodos y con ven cion es de expresión ,
de las, 247, 321; 252;
el estereotipo de la y relación con el len guaje,
irreductibilidad de las, en las 252-268;
cien cias de la n aturaleza, 13, y represen tación del
127, véase dualismo fun cionamien to de la
dilth eyano, h uman ismo; sociedad, 110-111.
y cien cias de la n aturaleza, clasificación/ es:
92, 107, 109, 137, 171-174, aristotélicas, 52;
321-325, 359-361, véase categorías de, 259-261;
aculturación; el espíritu cien tífico
la disimulación como forma modern o como ruptura con
de relación de las, en el espíritu de, 51, 52, véase
cien cias de la n aturaleza, tradicion es teóricas;
247, 321-322; por domin ios aparen tes
la imitación servil de las como sign o de la
cien cias de la n aturaleza, 321 pen etración de la sociología
véase positivismo; cien tífica por la sociología
la tran sposición de las espontán ea, 59, véase objeto
adquisicion es de la reflexión con struido, sociología
epistemológica sobre las espontán ea;
cien cias de la n aturaleza en y con strucción , 275, 276;
las, 17, 321. y teoría, 51-53.
cien tificidad: clausura ( efecto de la,
ín d ic e t emá t ic o 397

prematura) : 25, véase el lugar de la, en la jerarquía


metodología. de los actos epistemológicos,
codificación : 29-30, 83-84, véase actos
elaboración de un código, epistemológicos;
95-97; y cuestion ario, 90 n .1;
puesta en juego de un a y teoría, 93.
teoría en la, 73-74. comun icación :
coh eren cia: en la fortaleza cien tífica,
del sistema de h ipótesis, véase 108-109;
h ipótesis; medios modernos de, 44, 77,
prueba por la, véase prueba, 239-240, 313-316;
sistema. sociología de la, 253-255,
comien zos ( situación de) : 119; 313, 314-315;
y explicitación de los técn icas de, y situación de
prin cipios de construcción , en trevista, 252-268.
59-59 n .4, véase padres comun idad ( cien tífica) : véase
fun dadores, tradición fortaleza cien tífica.
teórica. con cepto/ s:
«como si» ( pensamien to sobre cuerpo sistemático de, 99;
el modo de) : 80, véase gen érico, véase in ducción ;
variación imagin aria. el, y la coh eren cia de las
comparación : 86; observaciones, 206, 207-208;
el método comparativo como operatorios y sistemáticos, 59,
característica de la cien cia véase operacion alismo;
sociológica, 82-83; rectificado, 220, véase razón
en tre sociedades diferen tes, polémica.
86-87; con cien cia:
h istóricas, 313-316; prin cipio de la n o-
y abstracción , véase an alogía, con cien cia, 33-38, 76-77,
apariencia, método 175-177, 280, 282, véase
estructural, semejan za. ilusión de la tran sparen cia.
complot ( explicación por la con cien cia social: véase
teoría del) : 44. experien cia común,
compren sión , véase sen tido, sociología espon tán ea.
sociología compren siva. con ciliación/ es falsas: 219, véase
comprobación : 88-100; tradición teórica;
del fracaso y reconstrucción de con trarios e imperativo de
del sistema de hipótesis, 94-95; la acumulación , 50, véase
el empirismo como escolástica.
reducción del camin o con creto:
cien tífico a la, 29; la invocación de lo, como
398 el o f ic io d e so c ió l o g o

preocupación human ista, precon struido, lenguaje,


véase h uman ismo; esquemas de in terpretación ;
la invocación de lo, como teórica, 272-279, véase
exigen cia del sen tido común , empirismo;
58; y manipulación de categorías
pen sado, 221-223, véase con stituidas, 75-76, véase
objeto con creto y objeto metodología;
con struido, véase abstracción , y pre-con strucción del
objeto con struido. len guaje, 71;
confirmación , véase prueba e y ruptura, 90, véase ruptura;
in validación , véase y teoría, véase teoría.
in validación . con struido ( objeto) : véase
conquista: véase ruptura. objeto.
construcción / es: 57-88, 146, con trol/ es:
176-177, 190, 221-223, 232, con dicion es sociales del,
275-276, 277, 312, 342; epistemológico, 112-116;
an alogía y, 79, 82, 86-87, véase cruzados, 114-115, 362-363,
an alogía; véase grupos de pares,
el empirismo como rech azo fortaleza cien tífica;
de la, 63, 312-313, véase epistemológico, 67, 86, 95-97,
empirismo; 112-113, véase vigilan cia
especulativas de la filosofía epistemológica;
social, 79-80; epistemológico y,
formalismo y, 84-85, 90 n .1, tecnológico,76;
véase formalización , formalización y, 85, véase
simbolismo; formalización ;
la definición previa como, lógico, 307-311;
32, véase defin ición ; tecnológico, 96, 101-103,
la, de las h ipótesis, véase véase metodología.
h ipótesis; con vencion alismo: 29-30, 332,
los principios de, como 334-335.
fun damen to del valor de los copia:
modelos, 84-85; la, como forma positivista del
lugar de la, en la jerarquía de préstamo a la epistemología
los actos epistemológicos, 24, de parte de las cien cias de la
89-97; n aturaleza, 23-24, véase
modelo y, 87, véase modelo; cien cias del h ombre y
rech azo de la, y sumisión a cien cias de la n aturaleza;
las precon struccion es del la, como representación
len guaje, 272-279, véase positivista del modelo
objeto con struido y objeto teórico, 82-83, véase modelo.
ín d ic e t emá t ic o 399

corpus: cuestion es:


la tradición teórica como, irreales: 63-64, 69-70, véase
49-50, véase tradición artefact;
teórica; n eutralidad de las, 69-71;
mítico, 92. que se plan tea el sociólogo y,
corte ( epistemológico) : véase que se plan tean al sujeto, 64,
ruptura. véase empirismo, ilusión de la
crisis: tran sparen cia;
situación de, y técnicas de un ivocidad de las, 69-71.
en cuestas tradicionales, culturalismo: 91, 103 n .22, véase
71-72. in tuicion ismo.
cosa: véase objeto cultura:
precon struido; comparación en tre, de un a
«H ay que tratar a los hech os sociedad y otra en el in terior
sociales como cosas», de un a misma sociedad,
232-235, véase experien cia, 77-78, 111, véase
objetivo, subjetivo. etn ocen trismo, relativismo
cotejo: cultural;
de las verdades establecidas, de clase e in vestigación
53 n.32. sociológica, 110-112;
cristalización del estatus: 75. «de masas», 111;
crítica: véase con trol; n aturaleza y, 39-41;
del len guaje común , véase popular, 77;
len guaje epistemológico y relación con la, de las clases
discusión filosófica, 67, 106 cultas, 111;
n .1; relación con la, de las clases
epistemológica y sociología populares, 111;
del con ocimien to sociología de la, 112, 129;
sociológico, 105; tradicion al, 129, véase
lógica, 32, 148, 219. tradición teórica.
cuestion ario: 69-74, 101;
cerrado y univocidad de las data: 61, véase datos, h ech os y
respuestas, 70; datos.
el privilegio metodológico dato ( y con tra-dato) : 81,
del, 72-73, 90 n .1; 272-279.
teoría del, y uso del, 69-72; datos: 61-62, 303, 308, 338, 341,
y cuasi-observación , 72-73, véase h ech os y datos;
véase métodos etnográficos; los criterios de análisis
y obser vación, 72-73; tratados como n aturales, 39;
y neutralidad en el cen so, n aturales, 39, véase
69-73. n aturaleza;
400 el o f ic io d e so c ió l o g o

observación de los, y teoría, in terdisciplin ario, 115-116,


92, véase comprobación , véase polémica, préstamo.
observación , teoría; difusión cultural: 44, 65, 239-
recopilación de, véase 246, 313-316;
recopilación; los esquemas metafóricos en
y categorías de apreh en sión los estudios de la, 44.
de los, ( en los casos de dimisión ( fren te al dato) : 78,
codificación ) , 95. véase empirismo, datos.
defin ición : disposición ( in telectual) : 356,
cien tífica y, del lenguaje véase habitus.
común , véase categorías del disimilación:
len guaje; la, como forma de relación
la, previa como técn ica de en tre cien cias del h ombre y
ruptura, 31-33, 144-147; cien cias de la n aturaleza,
social de la sociología, 72, véase ciencias del h ombre.
véase sociología. división : véase categorías,
demostración: véase lógica clasificación ;
recon struida, prueba. de un a población, 74-75,
descripción : véase an álisis, código.
y con strucción , 275-279, véase división del trabajo:
con strucción , métodos la, de in vestigación en
etn ográficos. sociología, 108-109, véase
descubrimiento: véase burocratización , operacion es
in ven ción . de in vestigación .
desmen tido ( poder del, de la divulgación ( lógica de la) : véase
experien cia) : 97, véase difusión , esquemas
comprobación , experien cia, metafóricos, moda.
in validación . documen tación ( recopilación
desplazamiento ( de la de, y teoría) : 92, véase h ech os
vigilan cia) : véase vigilan cia. y datos, observación, registro.
determin ismo/ s: documen to:
adh esión al, y experien cia de tran sformación del, en
los, sociales, 110-111; objeto de estudio, 175, 175n .,
exclusivos, 358; 321-322, véase círculo
metodológicos, 35-36, metódico.
171-174; dogma;
relación con los, sociales de de la «in maculada
las clases populares, 111. con cepción », 94;
diálogo/ s: de la «in maculada
ficticios, 101, 331, véase percepción », 63, véase teoría.
parejas epistemológicas; dualismo ( diltheyano) , 23,
ín d ic e t emá t ic o 401

321-325, véase cien cias del en cuesta/ s:


h ombre y ciencias de la de motivación , véase
n aturaleza, subjetivismo. motivación;
durkh eimismo ( rutin ización examen de la, 99, véase
del, en Fran cia) : 106, 119. an álisis;
técn icas de, véase técn icas.
eclecticismo: en cuestador: 252;
acumulación ecléctica e relación en cuestador-
in tuicion ismo, 342, en cuestado como relación de
345-346; clase, 253, 264-265;
filosófico de los cien tíficos, véase en trevista.
106 n .1, 236, véase ruptura en cuestadores:
con la tradición teórica. y auton omía cien tífica de la
edad ( tratada como dato sociología, 108, 113-114.
n atural) : 39; en sayo [ épreuve] :
división de las clases de, y lógico, véase crítica lógica;
teoría, véase división . de los hech os, de realidad,
efecto ( in versión del efecto y de véase, comprobación ,
la causa) : 37 n.9, 185-189. verificación .
electoral ( estudio del en señ an za ( e in vestigación en
comportamien to) : 312, 314. sociología) : véase
empirismo: 18, 29, 53-54, 61-64, organ ización un iversitaria,
89, 105-110, 123, 221, sociología de la formación de
306-307, 313, 332, 334; sociólogos.
el, como característica del en trevista: 312-313;
pen samiento precien tífico, la situación de la, como
350-351; relación social, 252-253;
el, como primer peligro n o directiva e ideal de la
epistemológico, 105-106; n eutralidad, 68;
el ideal empirista del cen so, y cen so, véase cen so;
65, véase cen so; y formas de organ ización de
h iperempirismo, 63-64, 100; la experien cia, 252-268.
la represen tación empírica epistemología:
de las relacion es en tre actos epistemológicos, 29,
cien cias semejan tes, 58; 89-97, véase comprobación ,
lugar del, en el espectro de con strucción , ruptura;
las posicion es actos epistemológicos y
epistemológicas, 100, operacion es, 89-90, véase
332-335, véase parejas; operacion es;
véase experien cia, actos epistemológicos y
positivismo, teoría. momentos del ciclo
402 el o f ic io d e so c ió l o g o

experimental, 89, véase ciclo reflexión epistemológica,


experimental; 17-18, 23-24, 74;
actos epistemológicos y tareas ruptura epistemológica, véase
en un proceso burocrático, ruptura;
108-110, véase vector epistemológico, 61,
burocratización ; 236-238;
adquisición epistemológica vigilan cia epistemológica,
de las cien cias de la véase vigilan cia;
n aturaleza, 17, 22, 23-24, 119; y filosofía tradicional de las
con trol epistemológico, véase cien cias, 331;
con trol; y metodología, véase
crítica epistemológica y metodología.
an álisis sociológico, 105-110, equívoco: 69-70, 89-90.
356; error: 18, 24, 90, 124;
el campo epistemológico, an álisis sociológico de las
103, 105-110; con dicion es del, 18, véase
el espectro de las posicion es sociología del conocimien to;
epistemológicas, 106, primacía epistemológica del,
331-335; 121-125, véase obstáculos
espontánea, 75-77, 91, 102, epistemológicos.
108; escala/ s: 314;
espontánea de la sociología el cambio de, como esquema
burocrática, 89-90; de in tegración , 44, véase
espontánea de los cien tíficos, esquema de in terpretación .
306, 351; escatología: 212, véase
fijista, 95; profetismo.
jerarquía de los actos escolástica: 50, 93;
epistemológicos, 28, 89-97; y tradición teórica en
las profesion es de fe sociología, 49-51, véase teoría.
epistemológicas como escuelas ( los con flictos de las,
ideologías profesion ales, 109; en sociología) : 114-115, véase
obstáculos epistemológicos, polémica.
véase obstáculos; esen cialismo: 39-41, 123, véase
orden epistemológico de n aturaleza.
razon es, 29-30; especialistas ( grupo de los) :
parejas epistemológicas, véase fortaleza científica,
101-103, 331-335; grupo de pares.
per fil epistemológico, véase especificidad/ es:
per fil; de las cien cias del h ombre,
positivista, 93 n .7, 340, véase véase ciencias del h ombre y
positivismo; cien cias de la n aturaleza;
ín d ic e t emá t ic o 403

h istóricas y explicación por tabla, véase tabla;


lo gen eral, 39-40, 191-195. vigilan cia epistemológica y
espectro ( de las posicion es uso de las, 28, 65-66.
epistemológicas) : 101, estratificación : 74-78;
331-335, véase parejas teoría de la, y códigos, 74,
epistemológicas. véase clases sociales.
especulación : 80, véase filosofía estructura:
social. in con scien te, 77.
especulativo/ a: véase teóricos; estructural:
diversión , 28-29. afin idad, 86;
esferas ( del público) , véase causalidad, véase causalidad;
público método, 92.
esquemas ( de in terpretación ) : estructura social:
cien tíficos y comun es, 44-47, percepción de la, por los
204-209; sujetos, 266-268.
fun cionalistas, 45; ethos ( de clase) : 108 n .2, 111.
metafóricos, 41-46, 204-206; etn ocen trismo: 110, 111, 161;
tran sferen cia de, 72-73, de clase, 110-111;
86-87, 360-361, véase analogía; del in telectual, 103-104;
tran sferen cia de, e in ven ción, ético, 78;
44-46, véase etn ología, lin güístico, 71, 275, véase
in ven ción ; precon struccion es del
tran sferen cia de, y ruptura, len guaje;
véase ruptura; metodológico, 73 n .26, véase
uso metódico de los, 45-46, etn ología y sociología.
72-74, véase etn ología y etn ografía:
sociología; métodos etn ográficos, 72-73,
véase modelo. véase observación etn ográfica.
estadística/ o/ s: etn ología: 275;
an álisis, de las respuestas, el peligro del contacto
95-97; h uman o en : 91 n .2,
el método, como método 356-357;
experimental, 247-251; in troducción de los métodos
la, en etnología, 73 n .27; de la, en sociología, 74;
la medida, como técn ica de método etn ológico y
ruptura, 31-32, véase ruptura; con strucción , 275-279, véase
lazo, y fuerza probatoria, 99; con strucción ;
«cuasi», 73 n.26; vocabulario etn ológico y
sign ificatividad, y distanciamien to ficticio, 90
sign ificación sociológica, 87 n .1.
n .47; evolucion ismo: 161, 190-192.
404 el o f ic io d e so c ió l o g o

examen de la en cuesta: véase familia:


en cuesta. la, como in stitución y la
expectativas ( del público) : véase explicación por la psicología,
público. 185-187, véase explicación
experien cia: 62, 79-80, 97, 101; por la psicología.
común y con ceptualización familiaridad:
cien tífica, véase profetismo; la, con el un iverso social
común y experimen tación , como obstáculo
véase experimentación ; epistemológico, 31-32,
crucial, 302, 317; 164-167, 204-206, véase
primera, 347, 350-355, véase ilusión de la tran sparen cia,
obstáculos epistemológicos, pren ocion es, sociología
comprobación ; espontán ea.
razón y, véase jerarquía de los fen ómen os: véase aparien cias,
actos epistemológicos; objeto con struido:
véase experimentación . apariencias fen oménicas, 84,
experimen tación : 85, 93; 86-87;
ficticia y, social, 69-72; el operacionalismo como
y experiencia común, 79 n.35; sumisión a los, 84, véase
y modelo, 85, véase modelo; operacion alismo.
y teoría, 93-99; filosofía/ s:
véase comprobación . clásica de las ciencias, 236,
explicación : 331;
por lo gen eral, 39; con struccion es de la, social y
por lo simple, 39-41, 47, véase tipo ideal, 80;
n aturaleza, profetismo; del con ocimien to de lo social
sociológica y, psicológica, de la sociología espon tán ea,
véase n aturaleza, psicología; 33-34, véase ilusión de la
y compren sión , véase cien cias tran sparen cia;
del h ombre y ciencias de la del con ocimien to y
n aturaleza, sen tidos, epistemología, 24, 331-335;
sociología compren siva; esencialista, véase
y modelo, 84-85, véase esencialismo;
modelos miméticos y h uman ista, véase human ismo;
modelos an alógicos. implícitas en las ciencias del
explicar: «lo social por lo h ombre, 100-101, véase
social», 59, 189, véase parejas epistemológicas;
con strucción . in gen ua de la acción, 36,
véase sociología espon tán ea;
«falsabilidad»: 93 n .7, véase social, 31-32, 49, 100-101,
in validación . 232.
ín d ic e t emá t ic o 405

fin alismo: y sociedad cultivada, 354;


in gen uo y fun cion alismo, 45; y vigilan cia epistemológica,
y explicación sociológica, 112-116.
191-192, véase artificialismo. frustración ( y explicación
fisicalismo: 337-339, véase psicológica) : 40 n.14, véase
n eopositivismo. explicación por la psicología.
fijismo: fun ción / es:
racion alismo fijista, 25, véase de las prenocion es, véase
metodología; pren ocion es;
semán tico, 25. sociales y «razon es de los
flujo ( en dos tiempos) : 65, sujetos», 36-37, véase ilusión
239-246, véase difusión . de la tran sparen cia, prin cipio
formalismo: 80, 89, 94, 109, de no-con ciencia.
331-335; fun cion alismo: 38, 39-46.
e in tuicion ismo, 331, 342-
346;
y disociación real de las gen ealogía ( como técn ica
operacion es de la etn ográfica) : 72.
in vestigación , 89-91; gen eración : 76 n .31.
y sen sualismo, 315, 318, véase gen eral ( explicación por lo) :
parejas epistemológicas; véase explicación .
véase crítica del len guaje, gen eralización : 87, véase
formalización , simbolismo. modelo teórico, ruptura;
formalización: 25, 85, 89; de median o alcan ce, véase
e in ven ción , 85-86; teoría de median o alcan ce.
función clarificadora de la, 85; gramática gen eradora: 88, véase
fun ción crítica de la, 85-86; con strucción .
valor de la, y satisfacción de grupo/ s:
los requisitos de tran sformación , 81, véase
epistemológicos, 89; estructura, método
y con strucción , 85; estructural;
y con trol epistemológico, 25, étn icos, 252-254;
85-86; restrin gidos, 43.
y len guaje común , véase
len guaje común ; h ábitos ( in telectuales) : 15-16,
y ruptura, 42, 85-86; véase habitus.
véase formalismo, modelos, habitus: 93, 288-292, 356;
simbolismo. del sociólogo, 13-14, 20.
fortaleza cien tifica ( también hau: 272, véase teoría in dígena.
mun do del saber) : 347, 349, h ech o/ s:
354; gen eral, 305;
406 el o f ic io d e so c ió l o g o

la aplicación automática de y an alogía, 280, véase


las técn icas y la con strucción an alogía;
de, sin sign ificación teórica, y experimen tación, 93, véase
95, 96-97, véase artefact; experimentación ;
las técn icas y la con strucción y observación, véase
de los, 94, véase técn ica; obser vación.
percibidos y, con struidos, h istoria: 39;
307-308; n aturaleza e, véase n aturaleza;
ritualismo técn ico y y sociología, véase sociología.
destrucción de los, 96-97; h istoria de vida: véase biografía.
y datos, 61-62, 92, 176-177, h istoriadores: véase sociología e
336; h istoria.
y teoría, 61-63, 93-95, h omogen eización ( de los
303-311, 317; materiales) : 75, véase
véase con strucción, objeto. técnicas.
h ech os sociales ( especificidad h omologías ( estructurales) ,
de los) : 232-235. captación de las, y an alogía:
h eurística: véase in ven ción . 86, véase analogías.
h iperempirismo: 135, véase h umanas ( cien cias) : véase
empírismo. cien cias del h ombre.
h ipótesis: 145, 280; h umanismo: 17-18, 23, 37-38,
e in ducción , 79-81; 39-40, 46-47;
el desarrollo cien tífico como el estereotipo h uman ista de
diálogo de la, y de la la especificidad de las
experien cia, 61; cien cias h uman as, 18, 24-25,
el paso de la, a la verificación véase ciencias del h ombre;
y las coaccion es técn icas, la filosofía h umanista como
108; prin cipio de resisten cias a
in ven ción de las, y tipo ideal, una sociología objetiva,
80, 280, véase tipo ideal; 37-40, 38-39 n .12, 46-47, véase
la, en la teoría positivista, 78, subjetivismo, objetivo;
79, véase positivismo; la filosofía h umanista como
la inven ción de las, 79-83, obstáculo epistemológico,
véase analogía; 36-37, véase ilusión de la
lugar de la, en el desarrollo tran sparen cia;
cien tífico, 306-311; la filosofía h umanista, su
parcelaria, 98; forma in gen ua, 37, véase
sistema de, 65-66, 97-99; sociología espon tán ea;
sistema de, y prueba por la la filosofía h umanista, sus
coh eren cia, 97-102; formas en sociología, 36-37,
teóricas, 98; véase motivación ;
ín d ic e t emá t ic o 407

la filosofía h uman ista y imagin aria ( variación ) : véase


profetismo, 46-48, véase variación .
profetismo; improbabilidades: 326.
su forma epistemológica, el in con scien te: 35, 273;
subjetivismo, 23-24. len gua e, 273-279;
y no con scien te, 35-36, 168-
idealismo: 101, 331-335. 170, véase prin cipio de n o-
ideología: con cien cia.
las síntesis vacías de la, y el in dicadores:
h iperempirismo ( como elección de los, de la posición
pareja epistemológica) , 101; social y teoría, 74-76;
método «ideológico», y dispersión del objeto,
233-234, véase objetivación, 91-92, véase totalidad.
subjetivismo; in ducción / es: 79, 312-314;
rechazo del control cien cias in ductivas y cien cias
epistemológico y sumisión a deductivas, 307;
la, 75, 80, 85-86; espon tán eas, 33, véase
ruptura con la, 105, 109-112, esquemas de in terpretación .
véase ruptura; véase in esperado: véase
«sociodicea». descubrimien to, serendipity.
ign oran cia ( metódica) : 164-167, in formador: 74, véase técnicas
véase ilusión de la etn ográficas.
tran sparen cia, pren ocion es. in h ibición ( metodológica) : 316,
ilusión : véase metodología, rutin a.
de la in mediatez, véase in mediatez ( ilusión de la) :
in mediatez; 110-111, 123-124.
de la reflexividad, véase in stinto ( y explicación por la
reflexividad; psicología) : 188, véase
de la tran sparen cia, véase explicación por la psicología,
tran sparen cia. n aturaleza.
imagen / es: in stitución : 105, 161-163;
común de las cien cias del la, como objeto de la
h ombre, véase cien cias del sociología, 175-177;
h ombre; los aspectos institucion ales
común de las cien cias de la como formas objetivadas de
n aturaleza, véase ciencias de la vida social, 232, 273.
la n aturaleza; in strumen to ( de estudio) : véase
del len guaje, véase len guaje, técn ica;
metáforas; el, como teoría en acto, 323,
pública de la sociología, véase véase círculo metódico,
sociología. teoría;
408 el o f ic io d e so c ió l o g o

tran sformación del, en in strumen to de con trol


objeto de estudio, 253. epistemológico, 90-91;
in tegración : la, con trolada y la in ven ción
del medio cien tífico, 114-116, de hipótesis, 91, 360;
véase fortaleza científica; la metodología y el recurso a
el concepto de, en biología, la, 101, véase parejas
207-209. epistemológicas;
in telectual/ es: 47, 59 n .6, 211; razon amien to por an alogía y
el etn ocen trismo del, 111; ruptura con los datos de la,
el sociólogo como, 109-110, sen sible, 84-87;
111, 211, 213-217, véase sen sible, véase ruptura.
profetismo; in tuicion ismo: 80, 85-86, 89-91,
medios, 111-112; 94, 103, 136, 288, 321, 323,
público, véase públicos. 324-325, 342, 357;
in terdisciplin aria como ambición de retomar
( colaboración , y con dicion es directamen te la lógica de
de su utilidad una cultura en una
epistemológica) : 115, véase «in tuición central», 90, 91,
préstamo de un a disciplin a a 102-103, 356, 360;
otra, aculturación. el, como disociación de las
«in tereses» ( del sociólogo) : operacion es de la
véase papel epistemológico de in vestigación , 90-91;
los valores. el culturalismo como, 90-91;
in trospección, recurso a la, e el peligro del, en el uso de la
ilusión de la tran sparen cia: an alogía, 79-80;
63-64, véase ilusión de la la consagración
tran sparencia; metodológica del, 103 n.22;
sociología introspectiva, 64 y esquemas de pen samiento
n .14. de la sociología popular o
in tuición / es: 90-91, 123; semicien tífica, 102, véase
del sen tido común, 342, véase esquemas de in terpretación ,
sen tido común ; sociología semicien tífica;
el simbolismo como y positivismo, 101-102, véase
protección con tra la parejas epistemológicas;
eviden cia de la, 85-86; y prueba, 288.
la, con trolada y la in validación: 93 n .7, 308-311,
apreh en sión de las véase comprobación ,
totalidades con struidas, prueba.
90-91, véase in vención : 18, 20-22, 26-27;
burocratización ; apren dizaje de la, 22;
la, con trolada como de técn icas, 78, 79;
ín d ic e t emá t ic o 409

e in esperado, 33, véase de prestigio de las


serendipity; operacion es de in vestigación,
fun ción h eurística de la véase operacion es de
formalización , véase in vestigación .
formalización ; juego: 43.
lógica de la, 135; juicio de valor: véase n eutralidad
virtualidades h eurísticas de ética.
los con ceptos y rutin ización ,
19, 119; laboratorio ( reacción en el) :
y an alogía, 82, 293-295, véase 69-71, véase experimen tación
an alogía; ficticia.
y demostración , véase prueba; lapsus ( en la con ducta de un a
y ruptura, 31-33; in vestigación ) : 102.
y ruptura con las legitimidad, y situación de la
con n otaciones comun es de en trevista: 264-265.
los con ceptos, 204-206, véase len gua: véase len guaje;
esquemas metafóricos, y palabra, 58.
ruptura; len guaje:
y tipo ideal, 79-81, 282, véase categorías del, y con strucción
tipo ideal. de los objetos cien tíficos,
in ventario sistemático: 79-80, 197, 272-279;
la observación etn ográfica categorías del, in dígen a y
como, 67, 73-74, véase categorías del, del etn ólogo,
métodos etn ográficos. 272-274;
in vestigación : común y, cien tífico, 146-147,
en señ an za de la, 16-17, 19; 148;
in stitucion es de, 107-110; común y pren ocion es, 31-32,
in stitucion es y véase pren ocion es;
burocratización , véase común y profetismo, 43-46,
burocratización . 47-48;
isomor fos ( casos) : 81, véase crítica del, 32, 42-43, 197-203;
grupo de tran sformación . en fermedades del, 202-203;
formalizado y lógica del,
jerarquía: común , 42-43, 197, véase
de los actos epistemológicos, formalización ;
89-97, véase obstáculos poderes del, 41-46, véase
epistemológicos; esquemas de in terpretación ;
de los peligros precon struccion es del, 71
epistemológicos, 89-97, relación con el, y situación
véase obstáculos de en trevista, 68-70,
epistemológicos; 253-268;
410 el o f ic io d e so c ió l o g o

semicien tífico, 148; mecán ica/ s:


y cuestion ario, 70. las imágen es, en sociología,
lexicología ( como disciplin a 43;
etn ográfica) : 72-73, véase los paradigmas, en física, 45,
métodos etnográficos. véase esquemas de
ley: 306-311; in terpretación .
e h ipótesis, 306-311; medida/ medición :
y teoría, 306-311, véase teoría. cuidado exclusivo de la, y
líderes de opin ión : 66; vigilan cia epistemológica,
y explicación por cualidades 26-27;
psicológicas, 239; las exigen cias de la, 16, 21;
y son deo de opin ión , 239. objeto men surable y objeto
límite ( razon amien to por paso cien tífico, 78, 312, véase
al) : véase tipo ideal; comprobación ;
e in ven ción de las h ipótesis, y teoría, 89, 340.
81. men saje ( de pren sa) : 77, véase
lógica: an álisis estructural.
formal, 24-26; metáforas: 43, 147, 204-205,
recon struida, 351-352; véase esquemas de
recon struida y, en acto, in terpretación ;
136-137. an alogía y, véase analogía;
véase sistema. esquemas metafóricos, véase
magia: 164-147, 185; esquemas de in terpretación .
pen samiento mágico y método/ s:
estudio de los medios absolutismo del, 17-18, 129;
modern os de comunicación , auton omización del, 15, 107;
44. círculo metódico, véase
man ipulacion es ( ciegas) : véase círculo;
artefact. comparativo, véase
masa/ s: 65-66; comparación ;
la n oción de, y la elección de disociación del, y
las técn icas de en cuesta, operacion es de la
66-67; in vestigación , 16;
sociedad de, véase sociedad. etn ográficos, véase etn ografía;
mass-media: véase medios experimental, 74, 76-77, véase
modern os de comunicación . experimentación ;
matemática: véase simbolismo gran des sacerdotes del, 16;
matemático. supervisión del, 130-133.
materialismo técn ico: 331-335, metodología:
véase racion alismo distorsión metodológica,
aplicado. 29-30, 109;
ín d ic e t emá t ic o 411

ejercicios metodológicos, mon ografía: 101.


25-26; moral:
la, como lógica recon struida, de un grupo y relación con el
135-137; sociólogo, 252.
la ética del deber moralismo: 34.
metodológico, 27-28; mor fología: 232;
la moda en , 107; la descripción mor fológica
manía metodológica, 95-97, como disciplin a etn ográfica,
107; 72, véase métodos
refin amiento metodológico y etn ográficos.
problemas cien tíficos reales, motivación / es:
78, 79, 326; apreh en sión de las, y
y epistemología, 17-18; explicación por la psicología,
y tecn ología, 66; 280;
y vigilan cia epistemológica, el concepto de, y el con cepto
24-28. de naturaleza h uman a, 39-41,
metodólogos: 17, 25, véase véase n aturaleza;
gran des sacerdotes del el concepto de, y la filosofía
método. h uman ista, 36, véase
mímicas ( como técnicas de h uman ismo;
expresión ) : 266. en cuestas de, 64.
moda/ s: muestra ( reveladora) : 81.
in telectuales, 111-112; muestreo: 65-66, 312-314;
la, en sociología, 19, 112. al azar y n eutralización de los
modelo/ s: 80-81, 83-88; grupos, 239-246.
defin ición positivista del, 83; mun dan o ( público) : véase
el, como sistema de público.
relacion es con struidas, 83, mutación :
87; el concepto de, como
mecán icos, y cibern éticos en esquema mixto, 45, véase
biología, 83; esquemas de in terpretación .
miméticos y, an alógicos,
84-85, 293-295; n aturaleza:
teórico, 87, 90; e h istoria, 39, 179-184, véase
y experimen tación , 85; h istoria;
y tipo ideal, 80-81. el concepto de, y sus formas
momen tos ( la represen tación disfrazadas, 39;
del desarrollo cien tífico la explicación por la, y sus
como sucesión de) : 89, véase formas sutiles, 39-41, véase
actos epistemológicos, datos n aturales, esencialismo,
operacion es. sociología espon tán ea;
412 el o f ic io d e so c ió l o g o

y cultura, 39-41, véase la sociología como cien cia,


cultura. 38, 38-39 n.12, 144-145;
n aturaleza simple: 185, véase relacion es, y relacion es con
explicación por lo simple. estas relacion es, 38-39 n .12,
n ecesidad: 269, véase ilusión de la
como prin cipio explicativo tran sparen cia, subjetividad,
n o sociologizado, véase subjetivismo.
n aturaleza. objetivación: 144-147, 232-235;
n egativismo: 18, véase crítica. lo previo de la, 38-39 n .12;
n eopositivismo: 336-341, véase las técn icas de, como técn icas
positivismo. de ruptura, 31-32, 232, véase
n eutralidad: ruptura.
epistemológica, 69; objetividad: 64;
ética, 68, 77, 214-215; la falsa filosofía de la, como
ética y, epistemológica, caución de la abdicación
67-68. empirista, 58, véase cen so.
n eutralización ( de los objetivismo: 38-39 n.12, véase
con ceptos y de las positivismo.
operacion es por el discurso objeto/ s:
pedagógico) : 19, véase an alogía y ruptura con los
in ven ción , rutin a. datos;
«n i-siquiera-falso»: 98, véase precon struidos, 80-83;
an álisis estructural. cien tífico y técnica del
n ivel de ingresos: 75, véase con ocimien to, 78;
codificación . común , 59;
n ociones ( comun es) : véase con struido, 57-60, 221-223,
pren ocion es. véase con strucción, cosa,
n omin alismo: véase abstracción , h ech os;
objeto real y objeto de la con struido y artefact, 67-69,
cien cia. 77-79;
n o-respuesta: véase artefact. con struido, y percibido,
n orma/ s: 85-86;
con ductas n ormalizadas y con struido, y precon struido,
cuestion ario, 72-73, véase 58-59, 60 n.8, 81, 85-86;
métodos etnográficos; que h abla ( como, del
sociales y situación de sociólogo) , 63;
en cuesta, 72. real, y de la cien cia, 58-59,
n osografía ( del len guaje) : véase 61-62, 221;
en fermedades del len guaje. sobre-objeto y sub-objeto, 51,
véase razón arquitectón ica,
objetivo/ a: razón polémica;
ín d ic e t emá t ic o 413

sociología sin , cien tífico, 78; las, en la división burocrática


véase con strucción , h echos y del trabajo, 108;
datos. y actos epistemológicos,
observación : 176-177, 339-341; 89-91;
cuestion ario y, directa, y fases del ciclo
71-73; experimen tal, 89-97.
el primado epistemológico operatorio/ s:
de la, metodológica, 72; con ceptos, véase con cepto;
en cuesta y cuasi observación , la organ ización , de la
73; vigilan cia epistemológica,
etn ográfica, 69, 71-72; véase vigilan cia
etn ográfica e in strumentos epistemológica;
de laboratorio, 68; véase operacion alismo.
protocolo de, 304, 339; opin ión / es:
y defin ición , 145-146; an álisis jerárquico de las,
y teoría, 91-92, 304-305, véase 75-76;
teoría. común , véase pren ocion es,
obstáculo/ s ( epistemológicos) : sociología espon tán ea;
29-30, 31-55, 119-128; pública, 312-316;
el, de la familiaridad, 31. técn icas de medición de las,
olvidos selectivos: 72, véase 313;
cuestion ario. y comportamien to, 71-72.
operacion alismo: 84, 144, 296; orden :
el, como dimisión teórica, 60, de la in vención y, de la
84. prueba, véase lógica de la
operacion es ( de in vestigación ) : in ven ción y lógica de la
89-91, 108-109; prueba.
con trol epistemológico de orden ador/ es:
las, estadísticas, 66-67, véase el, como símbolo de
actos epistemológicos; cien tificidad, 107;
implican cia recíproca de las, utilización de los, y
89-97; desarrollo experimen tal, 108.
jerarquía de las, y lugar de la organ icismo: 82, 82 n .39, 83-84,
teoría, 97; 171, véase tran sferen cia de
la disociación real de las, esquemas.
como prin cipio de los errores
epistemológicos, 91, 101; padres fun dadores ( relación
la inman en cia de la teoría en con los, en sociologia) : 49,
las, más automáticas, 65-67, véase aristotelismo, situación
74-75; de comien zo, tradición
la jerarquía de prestigio de teórica.
414 el o f ic io d e so c ió l o g o

paradigma: y explicitación de los


uso pedagógico y heurístico prin cipios de construcción
de los, 45, véase esquemas. de un a cien cia, véase
paradigmático ( caso) : 80-82, relacion es en tre disciplin as;
véase modelo, muestra, véase crítica, con trol,
revelador, tipo ideal. vigilan cia epistemológica.
parejas: véase parejas polisemia:
epistemológicas. juegos de, y profetismo,
pares ( grupo de) : 47-48;
y con trol cien tífico, 112-116, la, del términ o
véase fortaleza científica, «in con scien te», 35.
con troles crecien tes, posicion es ( sociales) : 37, véase
polémica. relacion es sociales.
parten ogén esis ( como modo de positivismo: 23, 24-25, 49-50, 79,
producción de la teoría) : 127, 175-177, 224, 288, 306,
véase dogma de la 321-322, 331-335, 336-341;
«in maculada con cepción », con tradiccion es lógicas del,
teoría. 224;
pedagogía: e in tuicion ismo, 101-103;
de la in vención , véase el, como disociación real de
in ven ción ; las operacion es de
de la in vestigación, véase in vestigación , 91;
en señ an za de la ilusión positivista de un a
in vestigación . cien cia sin supuestos,
peligros epistemológicos: véase 224-231, 283, véase supuestos;
obstáculos epistemológicos. rein terpretación positivista
percepción : de la prueba, 98-100, véase
in ven ción y ruptura con las prueba;
con figuracion es de la, 32-33; rein terpretación positivista
objeto de, y objetos de de las exigen cias de la
cien cia, 57-59, véase objeto con strucción , véase
con struido y objeto con strucción ;
precon struido; represen tación positivista de
y cien cia, 31. la observación , 92, véase
per fil epistemológico: 219-220, obser vación.
véase epistemología, post-festum ( reconstrucción ) :
vigilan cia epistemológica. véase lógica reconstruida.
polémica: 115, 124; potlach: 81-82.
razón , véase razón; práctica:
y crítica epistemológica, 18, de la in vestigación y
106, 106 n .1, 312, 313; epistemología, véase
ín d ic e t emá t ic o 415

operacion es y actos in con trolados de con ceptos y


epistemológicos, de métodos etn ológicos, 74,
epistemología espon tán ea; véase etn ología y sociología.
de la in vestigación y método, prestigio:
véase metodología. la búsqueda del, como
pragmatismo: 308, 310-311, 334, prin cipio explicativo no
337. sociologizado, 40, véase
preceptos: véase cen sores, n aturaleza.
metodología. prin cipios:
pre-con struido ( objeto) : véase y reglas técn icas, 76-77, véase
objeto. teoría del con ocimien to
pren ociones: 31-33, 111, sociológico.
139-143, 144-147, 164; prin cipio del placer ( y prin cipio
comun es y cien tíficas, 51, de realidad) : 94, véase
véase tradición teórica; experien cia.
elaboración cien tífica de las, probabilidades: 326.
42-43, 47-48, 94; problemas sociales ( y
formulacion es de las, problemas sociológicos) : 59,
83-84; véase h uman ismo,
fun ciones sociales de las, profetismo.
31-32, 139; problemática/ s: 61, 221-222;
las, como explicación falsas, veh iculizadas por el
sistemática, 139-140, 204; len guaje, 197, véase len guaje;
len guaje formalizado y, 42, in con scien te, 69-71;
véase formalización ; teórica, 60.
ruptura con las, véase procedimien tos: véase técn icas.
ruptura. profetas ( en sociología) : 16,
pre-requisitos ( como forma sutil 47-48;
del con cepto de n aturaleza «pequeñ o, acreditado por el
h uman a) : 39, véase Estado», 47;
n aturaleza. «pequeñ o, margin al», 47,
préstamos: véase profetismo.
de con ceptos, véase an alogía, profetismo: 46-50, 211-217, 361;
esquemas; del in telectual, 47, 211-217;
de las cien cias del h ombre a del profesor, 47, 211-213.
las cien cias de la n aturaleza, propen sion es ( como forma sutil
véase aculturación, del con cepto de n aturaleza
epistemología de las cien cias h uman a) : 39, 40 n .14, véase
del h ombre y epistemología n aturaleza.
de las cien cias de la protocolo ( de observación) :
n aturaleza; véase observación.
416 el o f ic io d e so c ió l o g o

prueba/ s: social, 36-37, 38 n.11.


con caten acion es de la, 100; psicologismo: 34, 144-147.
defin ición positivista de la, público:
288; in telectual, 113, 211-212;
experimental, 29-30; mun dan o, 107, 116, 347-349,
la definición in tuicionista de 351-355, véase fortaleza
la, 288; cien tífica, profetismo;
la, por la con vergen cia de los relación con el, y formas de
in dicios, 326; la producción in telectual,
las caricaturas de la, 46-47, 109, 113-116, 211,
experimental, 102-103; 213-217, 347-355, véase
lógica de la, y lógica de la sociología del
in ven ción , 21, 135-137, véase con ocimien to.
in ven ción ; pump-handle research, 22 n.7,
rigor aparente de las técnicas véase burocratización de la
de, y n eutralización del in vestigación sociológica,
poder de desmentida de la reiteración de las en cuestas.
experien cia, 97;
sistema de, y prueba por la racion alismo:
coh eren cia, 99, 317-320, 327, aplicado, 91, 100-101,
véase círculo metódico; 121-128, 130-133, 236-237,
y ejemplo, 102-103, 342, 346. 331-335;
psicoan álisis: fijista, 25, 96, 121;
del espíritu cien tífico, 18, rectificado, 24, 121, 236;
126-128; region al, 24-25, 121.
del espíritu sociológico, racion alización :
43-45. en cuestas de motivación y,
psicología: 63-64;
explicación por la, 40, 190- y explicación científica,
191; 272-274.
explicación por la, y raza ( tratada como dato
n eutralización de las n atural) : 39.
relacion es sociales por las razón:
técnicas, 239, véase son deo de arquitectón ica, 51;
opin ión ; polémica, 24, 51, 121, 124,
sociología compren siva y 192-193, 308-309;
sociología psicológica; y experien cia, 97, 101, 306,
los con ceptos de la, social, véase comprobación ,
mon eda corrien te del experien cia;
con cepto de naturaleza 34, véase racion alismo.
véase n aturaleza; realidad: véase comprobación ,
ín d ic e t emá t ic o 417

experimentación , objeto real reiteración ( de en cuestas) : 62,


y objeto con struido. véase pump-handle research.
realismo: 100, 123, 221-223, relacion es: véase objeto
331-335; con struido;
del sen tido común , 340, véase en tre los h echos, 98;
sen sualismo. ocultas, 280;
rebelión ( fun ción sustancia y sistema de, 37.
epistemológica de la) : 112. relativizacion es:
recetas: 20, 109, 334. y sociología de la sociología,
recolección ( de datos) , 72, 92, 109-110, 112-113, véase la
técnicas de, véase datos y sociología de la sociología
h ech os, observación como ayudan te de la
rectificación : 121, 125, 127, vigilan cia epistemológica.
219-220, véase con ocimien to relativismo cultural: 77;
aproximado. la tran sposición ilegítima del,
reducción ( h istórica) : véase en las relacion es en tre
especificidades h istóricas. «culturas» en un a sociedad
referén dum ( imagen pública de estratificada, 77;
la sociología como) : 72, y etn ocen trismo ético, 77-78.
269-271. reproducción: véase modelos
reflexividad ( ilusión de la) : miméticos y modelos
161-167. an alógicos.
reflexivo ( an álisis) : 233. resen timien to ( como prin cipio
reglas: explicativo no
e in strumen tos para la sociologizado) : 40-41, 40
apreh en sión de las, 73-74, n .14.
véase métodos etnográficos. rigores:
regularidades: 224, 280; específicos, 26.
apreh en sión de las, y rigorismo ( tecn ológico) : 26,
problemática, 224; véase metodología.
con ocimien to de las, y ritualismo:
explicación de las de los procedimientos, 28.
especificidades h istóricas, ruptura ( epistemológica) :
224, véase explicación por la 29-30, 31-55, 60, 89-90, 105,
psicología; 233, 347, 350-355;
estadísticas, véase estadísticas. an álisis estadísticos y,
rein terpretación : 62, véase epistemológica, 31-33;
préstamo cultural; con el sistema de imágen es
la, como forma de relación del len guaje común , 204,
del sujeto con sus con ductas, véase len guaje común ;
72-73. con dicion es sociales de la,
418 el o f ic io d e so c ió l o g o

con la sociología espon tán ea, característica del espíritu


106-107; precientífico, 351-352, véase
con la experien cia primera, in tuición , sen sualismo.
347; sectores ( son deo por) : 67.
con la sociología espon tán ea, secun dario ( an álisis) : véase
33-46; an álisis.
con los automatismos semejan za;
metodológicos, 239, véase y an alogía, 84-85, 87-88,
rutin a; 293-295, véase comparación ,
formalización y, 41-42, 85-86; método comparativo,
in ven ción y, 32; modelos miméticos y
la, con la tradición teórica, modelos an alógicos.
49, 50-51, véase tradición sen sualismo: 336-341.
teórica; sen tido:
la definición previa como cien cia y, común , 221, 347;
técnica de, 31-33, véase común , 37, 342;
defin ición ; común y, común cien tífico,
poder de, del modelo 37, véase tradición teórica;
teórico, 87, 90; formalización y ruptura con
técnicas de, 31-33; el, común , 85-86, véase
teoría y, 97-98. formalización ;
rutin a: 19-22; subjetivo y, supuesto, 280,
e in ven ción de las técn icas, 282-283, véase principio de
78-79; n o-con cien cia, sociología
tecnológica, 20-22, 74-76, compren siva;
95-97, 312-316; vivido, 280.
tecnológica y vigilan cia serendipity: 33, véase in ven ción .
epistemológica, 77, 95-97; serie:
véase burocratización, la, y el sen tido de las
metodología, vigilan cia obser vaciones particulares,
epistemológica. 98.
rutin ización: sexo: ( tratado como dato
de los con ceptos e in ven ción , n atural) , 39;
19-20; véase n aturaleza.
de los con ceptos y significación : véase sen tido;
tran sferen cias de esquemas, diferen cial, 70-71.
véase analogías, esquemas. signo ( de los tiempos) :
véase moda, público.
saber in mediato ( ilusión del) : simbolismo:
31-55, 164-167, 340-341; el, como protección con tra la
la ilusión del, como in tuición , 84-86;
ín d ic e t emá t ic o 419

matemático y construcción , sociograma ( esquemas de


85-86. in terpretación del) : 45.
simple ( explicación por lo) : sociología:
34-38, 41, 185-186, véase aplicada, véase en cuestador;
n aturaleza, sociología burocrática, 313, véase
espontán ea. burocratización ;
sin crón ico ( corte) : compren siva y, psicológica,
el an álisis multivariado, 280;
realización de un , 76. de la, 105-116;
sistema: de la cien cia, 105, 113, 113
de factores y an álisis n .6, 136;
multivariados, 76; de la en señ an za de las
de proposicion es, 296; cien cias, 129;
sub-, 91. de la formación de los
sistemático: sociólogos, 109-110, 361;
cuerpo, de con ceptos, 98; del con ocimien to, 105,
in ven tario, 68, 73, véase 129-130, 347;
in ven tario; e h istoria, 38, 39-41, 74, 161,
verificación , véase sistema de 163, 234;
pruebas. empirista, 106, 312-316;
sistematicidad ( como especificidad de la h istoria de
característica de la teoría) : la, 107;
97-98. formal, 342;
sistémicos ( conceptos) : véase h istoria de la, 19, véase
con ceptos. tradición teórica;
sobren ten didos: la, del con ocimien to como
comun icación y, 266, véase colaboradora de la vigilancia
comun icación. epistemológica, 18, 105-107,
sociabilidad: 109-110, 112;
técnicas de, y técn icas de política, 313;
en cuesta, 69-70. y biología, 205-206, 207-209,
social: véase organicismo;
«h ay que explicar lo, por lo», y cien cias exactas, véase
39. epistemología de las cien cias
sociedad de masas: 314-315, del h ombre y epistemología
véase masa; de las cien cias de la
el concepto de, como n aturaleza;
esquema mixto, 45, véase y comparación , véase método
esquemas. comparativo;
«sociodicea»: 40-41 n .14, véase y etn ología, 72-75, véase
ideología. métodos etn ográficos.
420 el o f ic io d e so c ió l o g o

sociología espon tán ea: 31, vigilan cia epistemológica,


33-46, 47, 111, 161, 232; 105, 112-116;
los resurgimien tos de la, en véase sociología.
la sociología cien tífica, 36, sofisma:
58, 85-86, 101; del psicólogo, 69-71.
rech azo de la construcción son deo:
teórica y aban dono a la, 64, de opinión, 239;
65; técnicas de, 96, véase
refin amien to tecnológico y muestreo.
aban don o a la, 101-102, subjetividad:
101-102 n .20, véase derech os de la, 24, véase
positivismo e in tuicion ismo; h uman ismo, objetivación .
ruptura con la, véase ruptura; subjetivismo: 23-24, 176-177,
teoría y ruptura con la, véase véase acusación de
teoría; sociologismo, h uman ismo,
valor y límites de la objetivismo.
formalización para la ruptura subjetivo ( el carácter, de los
con la, 85-86, véase h ech os sociales) : véase
formalización ; subjetivismo.
y len guaje común, 40, 41-46, sustan cialismo, véase
197, véase esquemas esencialismo.
metafóricos; Summa:
y sociología semicien tífica, la, como ideal de los
111, véase profetismo; «teóricos» en sociología,
y tradición teórica, 51; 49-50, véase escolástica,
véase pren ocion es. tradición teórica.
sociologismo: 36, 39, 112; supuestos: 110-112;
la acusación de, como cen so sin , véase cen so;
despech o h uman ista, 36, cien cia sin , véase ilusión
véase h uman ismo; positivista de un a cien cia sin ,
preten sión sociologista y de las técn icas, véase técn icas;
decisión metodológica que explicitación de los, y control
con stituyen la sociología, 39, cien tífico, 114-116;
58, véase con strucción . explicitación de los, y
sociólogo/ s: con tactos entre disciplin as,
habitus de, véase habitus; 114-116;
comun idad de los, y rechazo de los, y aban don o a
represen tacion es comun es las pren ocion es, 65.
de la teoría, 51-52;
véase tradición teórica; tablas ( estadísticas) , lectura de
comun idad de los, y las: 100.
ín d ic e t emá t ic o 421

taxon omía/ s: teoría/ s: 61, 101, 293-301,


las, un iversales, característica 317-320;
de la edad aristotélica de la con strucción de la, y prueba
cien cia; de la coh eren cia de un a, 53,
social, 52, véase aristotelismo, 53 n.32;
tradición teórica; con strucción teórica y trabajo
y teoría, 75, véase división . teórico: con strucción
técn icas: sistemática de los hech os y
con trol epistemológico de producción por
las, 76-77, 95-96; parten ogén esis, 94, véase
crítica de las, 239, 269; dogma de la «inmaculada
crítica de los supuestos de con cepción »;
las, y refin amien to del con ocimien to de lo
tecnológico, 66, 78-79, 239; social, 224, 232, véase cien cia
crítica de los supuestos de y metacien cia;
las, y diálogo del con ocimien to sociológico
in terdisciplin ario, 115-116; y, del sistema social, 18,
de pen samien to, 54-55, 82; 19-21, 33-34, 51-55, 76-77,
de prueba, véase prueba; 119;
ilusión de la neutralidad de del objeto y técn icas, 74-76,
las, 67-79, 253; 80;
la absolutización de las, 253; dimisión teórica y terrorismo
la definición de los objetos de de los teóricos, 53-54, véase
ciencia por las, 78, 313-316; parejas epistemológicas;
supuestos de las, 252-253; e h istoria de la, 304-305;
supuestos sociológicos de las, el lugar de la, en la jerarquía
de en cuesta, 252-253; de los actos epistemológicos,
teoría y, de verificación , 61-62, 89, 91-92, 97;
94-95, 94 n.9; el modelo teórico como
y método, 17, véase «teoría en min iatura», 87,
tecnología. véase modelo;
tecn ócrata ( ilusión del) : 161, el racion alismo aplicado y el
véase artificialismo. lugar de la, 91;
tecn ología: golpe de estado teórico, 79,
la, como disciplina véase in ven ción , ruptura;
etn ográfica, 72-74, véase in dígena, 272-274, 275-276;
métodos etn ográficos; in man en cia de la, a la
y metodología, 17-18, 66, medida, véase medida;
véase metodología. la, como clasificación , 50-52;
ten dencias: 39, véase n aturaleza, la, como compilación , 49-53;
propen sión . la, como h istoria de la, 52-53;
422 el o f ic io d e so c ió l o g o

la, «del alcan ce medio», 52; y método, 321;


la, in con scien temen te y observación, 92;
comprometida en el uso de y operacion es de
una técn ica, 66-67, 74-75; in vestigación , 89-97;
la represen tación positivista y ruptura, 90, véase ruptura;
de la, como cotejo de las y tradición teórica, 46-53,
verdades establecidas, 53, 122-124;
véase dimisión teórica, y verificación , 94, 94 n .9, 95,
positivismo; 338-339.
las represen taciones teóricos ( el cuerpo de los, en
comun es de la, en sociología, sociología) : 28, 49-50, 52,
49-53; véase teoría, tradición
la, sin ataduras teórica.
experimentales, 51-52, 53, 53 terren o ( trabajo sobre el) , la
n .32, 93-94, véase con stru- rein troducción del precepto
cción teórica, dogma de la del, en sociología: 91 n .2,
«in maculada con cepción »; véase métodos etnográficos.
la sociología del terrorismo:
con ocimien to sociológico y la de los teóricos, véase
ruptura con la tradición teóricos;
teórica, 105; metodológico, véase
n eopositivismo y, 339; metodología;
parciales y modelos teóricos, profético, véase profetismo.
83, 87-88, véase modelos; tipo ideal: 280-287;
parciales y, un iversal del e h ipótesis, 280;
sistema social, 53-55; e in ven ción , 280;
positivismo y, 101, 296; el, como con strucción
revisión teórica, 304-305; aproximada, 80, 81, 277-278,
ruptura con la tradición 283;
teórica, 51, 105, 113, 219-220; el, como utopía, 282;
y actos epistemológicos, 89, y modelo, 80-81;
92; y muestra reveladora, 80-81;
y an alogía, 293-301, véase y tipo medio, 280.
an alogía; tipología:
y comprobación , 91-94, véase y clasificación aristotélica, 52,
comprobación ; véase aristotelismo,
y experien cia, 61, 91-94, 96, taxon omía.
97-98, 205-206, 304-311, tissu [ tejido] : 205-206, véase
340-341; an alogía biológica.
y h ech os, véase h ech os; totales ( respuestas) : 211, véase
y ley, 299-301; profetismo, público.
ín d ic e t emá t ic o 423

totalidad/ es: variables: 75-77, 87 n .47;


las, patentes de la in tuición, división de las, véase código,
véase ruptura. h omogen ización ;
totemismo: 61. véase an álisis multivariado.
tradicion alismo ( como forma variación ( imagin aria) : 80-82.
de relación con la teoría en verbalismo ( mundan o) : véase
sociología) : 49, 50-51, esquemas metafóricos.
113-116, véase tradición verificación :
teórica, aristotelismo, padres e in validación , véase
fun dadores. in validación ;
tradición / es: experimen tal, 16, 93 n.7;
de disciplin a, 115-116, 356- imperativo epistemológico de
361; la, e imperativo tecn ológico
el papel de la, en la de la, 94 n .9.
defin ición de la metodología vigilan cia ( epistemológica) : 18,
de la sociología y de la 19-20, 29-30, 31, 61, 105-116,
etn ología, 73-75; 130-133, 135, 148, 359-360;
la, en la h istoria de la metódica, 129-133;
sociologia, 19, véase padres metodología y
fun dadores, tradicion alismo; desplazamien to de la, 24-28,
teórica, véase teoría. 29;
tran sformación ( grupo de) : razon amien to an alógico y,
véase grupo. 80;
tran sparen cia ( ilusión de la) : y an álisis sociológico,
33-38, 43, 171, 323-325, véase 356-361;
prin cipio de no-con ciencia. y sociología del
con ocimien to, véase
un iversitaria ( organ ización) ; sociología del con ocimien to.
y producción sociológica, vocabulario: véase len guaje,
106-110, véase sociología de la metáfora;
sociología. etn ológico, véase etn ología.
útiles: 19, 96; vulgarización : 347.
y técn icas, 239, véase técn icas. vuln erabilidad:
la, de un sistema de
validación : véase prueba. h ipótesis, fun ción de su
valores: coh eren cia, 98-99, véase
relacion es con los, y sistema.
referen cia a los, 77-79;
papel epistemológico de los, Wesenschau: véase variación
224. imagin aria.

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