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y
pol´tica
Traducción:
Víctor Goldstein: Textos ilustrativos ( 12, 14, 17, 20, 21, 31, 36) y
En trevista a Pierre Bourdieu
pierre bourdieu
jean-claude chamboredon
jean-claude passeron
el oficio
de sociólogo
presupuestos epistemológicos
MÉXICO
ARGENTINA
ESPAÑA
s i g l o x x i ed i t o r es , s .a. d e c .v.
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310, MÉXICO, D.F.
H M588
B6818
2008 Bourdieu, Pier re
El oficio del sociólogo : presupuestos epistemológicos / Pier re
Bourdieu, Jean-Claude Chamboredon, Jean-Claude Passeron ;
traducción Fer nando H ugo Azcur ra ; textos ilustrativos José
Sazbón, Víctor Goldstein. — 2ª ed. — México : Siglo XXI, 2008.
423 p. — ( Sociología y política)
ISBN-13: 978-607-3-00017-8
Septiembre de 1972
Los textos ilustrativos que con stituyen la segun da parte de este libro
( pág. 117) deben ser leídos paralelamen te a los an álisis en el curso de
los cuales son utilizados o explicados. Las remision es a estos textos se
indican en la primera parte del libro median te una n ota entre corch e-
tes que lleva el n ombre del autor y el n úmero del texto. Al fin al del li-
bro ( pág. 381) incluimos un índice especial que facilita la con sulta.
Introducción
Epistemología y metodología
Nada h abría que agregar a este texto que, al negarse a disociar el mé-
todo de la práctica, de entrada rechaza todos los discursos del método,
si no existiera ya todo un discurso acerca del método que, ante la ausen-
cia de un a oposición de peso, amen aza impon er a los in vestigadores
un a imagen desdoblada del trabajo cien tífico. Profetas que se en sañan
con la impureza original de la empiria –de quien es n o se sabe si con si-
deran las mezquin dades de la rutin a cien tífica como aten tatorias a la
dignidad del objeto que ellos creen corresponderle o del sujeto cien tí-
fico que preten den en carn ar– o sumos sacerdotes del método que to-
dos los investigadores observarían voluntariamen te, mien tras vivan , so-
bre los estrados del catecismo metodológico, quienes disertan sobre el
arte de ser sociólogo o el modo científico de h acer cien cia sociológica a
men udo tien en en común la disociación del método o la teoría res-
pecto de las operacion es de in vestigación, cuan do no disocian la teoría
del método o la teoría de la teoría. Surgido de la experien cia de inves-
tigación y de sus dificultades cotidian as, n uestro propósito explicita, en
fun ción de las necesidades de esta causa, un «sistema de costumbres in-
telectuales»: se dirige a quien es, «embarcados» en la práctica de la so-
ciología empírica, sin n ecesidad algun a de que se les recuerde la nece-
sidad de la medición y de su aparato teórico y técnico, están totalmen te
de acuerdo con n osotros sobre aquello en lo cual coin cidimos porque
es eviden te: la necesidad, por ejemplo, de n o descuidar n in guno de los
instrumen tos con ceptuales o técnicos que dan todo el rigor y la fuerza
a la verificación experimental. Sólo quienes no tienen o n o quieren h a-
cer la experien cia de in vestigación podrán ver, en esta obra que apun ta
a problematizar la práctica sociológica, un cuestionamien to de la socio-
logía empírica.2
con duce sin cesar a con cebir el método como capaz de ser separado de las
in vestigacion es en que es puesto en práctica: [ A. Comte] en seña en la
primera lección del Curso de filosofía positiva que “el método n o es
susceptible de ser estudiado in depen dien temen te de las in vestigacion es en
que se lo utiliza”; lo cual da por sen tado que el empleo de un método
supon e an te todo su posesión » ( G. Can guilh em, Théorie et technique de
l’expérimentation chez Claude Bernard, Coloquio del cen ten ario de la
publicación de L’Introduction à l’étude de la médecine expérimentale, París,
Masson , 1967, pág. 24).
2 La división del campo epistemológico según la lógica de los pares ( véase 3ª
parte) y las tradicion es in telectuales que, al identificar toda reflexión con
especulación pura, n o permiten percibir la fun ción técn ica de un a
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 17
la sociología: en ella todo con duce, en efecto, a ign orar este saber,
desde el estereotipo h uman ista de la irreductibilidad de las ciencias h u-
man as h asta las características del reclutamien to y la formación de in -
vestigadores, sin olvidar la existen cia de un con jun to de metodólogos
especializados en la rein terpretación selectiva del saber de las otras
ciencias. Por tanto, es necesario someter las operacion es de la práctica
sociológica a la polémica de la razón epistemológica, para definir, y si es
posible in culcar, un a actitud de vigilan cia que en cuen tre en el com-
pleto con ocimien to del error y de los mecan ismos que lo en gen dran
uno de los medios para superarlo. La intención de dotar al investigador
de los medios para que él mismo supervise su trabajo cien tífico se
opone a los llamados al orden de los censores, cuyo n egativismo peren-
torio sólo suscita el h orror al error y lleva a recurrir de man era resig-
n ada a un a tecn ología in vestida con la fun ción de exorcismo.
Como toda la obra de Gaston Bach elard lo demuestra, la episte-
mología se diferencia de un a metodología abstracta en su esfuerzo por
captar la lógica del error para construir la lógica del descubrimiento de
la verdad como polémica contra el error y como esfuerzo para someter
las verdades próximas a la cien cia y los métodos que utiliza a una recti-
ficación metódica y perman en te [ G. Canguilhem, texto nº 1] . Pero la ac-
ción polémica de la razón cien tífica n o tendría toda su fuerza si el «psi-
coan álisis del espíritu científico» no se continuara en un análisis de las
con dicion es sociales en las cuales se producen las obras sociológicas: el
sociólogo puede en con trar un in strumen to privilegiado de vigilan cia
epistemológica en la sociología del con ocimien to, como medio para
en riquecer y precisar el conocimien to del error y de las con dicion es
que lo h acen posible y, a veces, inevitable [ G. Bachelard, texto nº 2] . Por
con siguiente, las aparien cias que aquí pudieran subsistir de una discu -
sión ad hominem se refieren sólo a los límites de la comprensión socioló-
gica de las con dicion es del error: un a epistemología que se remite a
una sociología del conocimiento, menos que ninguna otra puede impu-
tar los errores a sujetos que no son, nunca ni totalmen te, sus autores. Si,
parafraseando un texto de Marx, «no pintamos de rosado» al empirista,
al in tuicion ista o al metodólogo, tampoco n os referimos a «person as
sin o en tan to que person ificación » de posicion es epistemológicas que
sólo se comprenden totalmen te en el campo social donde se apoyan.
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 19
pe da g o g ía d e l a in v e st ig a c ió n
men udo en esta dicotomía que, en él, parece en cubrir la oposición en tre la
vida pública y la privada: «La pregun ta “¿Cómo descubrió usted su teoría por
primera vez?” in teresa, para decirlo de algún modo, a un a cuestión muy
person al, con trariamen te a lo que supon e la pregun ta “¿cómo verificó usted
su teoría?”» ( K. R. Popper, Misère de l’historicisme [ trad. de H . Rousseau] ,
París, Plon , 1956, pág. 132 [ h ay ed. en esp.] ) . O también : «No existe n ada
que se parezca a un método lógico para ten er ideas o a un a recon stitución
lógica de este proceso. En mi opin ión , todo descubrímien to con tien e un
“elemen to irracion al” o un a “in tuición creadora”, en el sen tido
bergson ian o» ( K. R. Popper, The Logic of Scientific Discovery, Londres,
H utch in son an d Co., 1959, pág. 32) . En cambio, cuando,
excepcion almen te, se con sidera explícitamen te como objeto el «con texto
del descubrimien to» ( por oposición al «con texto de la prueba») , es
in evitable romper gran can tidad de esquemas rutin arios de la tradición
epistemológica y metodológica y, en especial, la represen tación del
desarrollo de la in vestigación como sucesión de etapas distin tas y
predetermin adas ( véase P. E. H amon d, comp., Sociologists at Work, Essays on
the Craft of Social Research, Nueva York, Basic Books, 1964) .
7 Pién sese, por ejemplo, en la facilidad con que la in vestigación puede
reproducirse sin producir n ada, según la lógica de la pump-handle research.
8 M. Weber, Essais sur la théorie de la science ( trad. de J. Freun d) , París, Plon ,
1965, pág. 220 [ h ay ed. en esp.] .
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 23
l a me t o d o l o g ía y e l d e spl a za mie n t o d e l a v ig il a n c ia
13 Los autores de un largo estudio dedicado a las fun cion es del método
estadístico en sociología admiten in fine que «sus in dicacion es en lo que
con ciern e a las posibilidades de aplicar la estadística teórica a la
in vestigación empírica caracterizan sólo el estado actual de la discusión
metodológica, quedando la práctica en un segundo plano» ( E. K. Sch euch y D.
Rusch meyer, «Soziologie un d Statistik, Uber den Einfluss der modern en
Wissen sch aftsleh re auf ih r gegen seitiges Verh altn is», en Kolner Zeitschrift fur
Soziologie und Sozial-Psychologie, VIII, 1956, págs. 272-291) .
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 27
14 A. Régn ier, Les infortunes de la Raison, París, Seuil, 1966, págs. 37-38.
15 A. D. Rich tie, Scientific Method: An Inquiry into the Character and Validity of
Natural Laws, Paterson ( N.J.) , Littlefield, Adams, 1960, pág. 113. Al an alizar
esta búsqueda de «la precisión mal fun dada», que con siste en creer «que el
mérito de la solución se mide por el n úmero de decimales in dicados»,
Bach elard in dica «que si un a precisión en un resultado va más allá de la
precisión de los datos experimentales, es exactamen te la determin ación de la
n ada… Esta práctica recuerda la chan za de Dulon g quien , al referirse a un
experimen tador decía: del tercer decimal está seguro, su duda es sobre el
primero» ( Gaston Bach elard, La formación del espíritu científico, Buen os Aires,
Siglo XXI, 1972, págs. 251-252) .
16 N. R. Campbell, An Account of the Principles of Measurement and Calculation,
Lon dres, Nueva York, Lon gman s, Green an d Co., 1928, pág. 186. Podría
recordarse en este caso la distin ción que establecía Courn ot en tre orden
lógico y orden racion al, que lo llevaba a señ alar que la búsqueda de la
per fección lógica puede desviar de la captación del orden racion al ( Essai
sur les fondements de nos connaissances et sur les caractères de la critique
philosophique, París, H ach ette, 1851, págs. 242 y sigs.) .
28 el o f ic io d e so c ió l o g o
men te, a un ritual de procedimientos que quizá sea la caricatura del ri-
gor metodológico, pero que es sin duda y exactamen te el opuesto
exacto de la vigilancia epistemológica.17 Es especialmente significativo
que la estadística, cien cia del error y del con ocimien to aproximativo,
que en procedimien tos tan comun es como el cálculo de error o del lí-
mite de con fiabilidad opera con un a filosofía de la vigilancia crítica,
pueda ser frecuen temente utilizada como coartada cien tífica de la suje-
ción ciega al in strumen to.
De la misma forma, cada vez que los teóricos con ducen la in vestiga-
ción empírica y los in strumen tos con ceptuales que emplea an te el tri-
bun al de un a teoría cuyas con struccion es en el domin io de un a ciencia
que ella preten de reflejar y dirigir se n iegan a evaluar, gozan del res-
peto de los practican tes, respeto forzado y verbal, sólo en nombre del
prestigio indistin tamen te atribuido a toda empresa teórica.
Ysi sucede que la coyuntura intelectual posibilita que los teóricos pu-
ros impon gan a los cien tíficos su ideal, lógico o semántico, de la cohe-
ren cia ín tegra y un iversal del sistema de conceptos, pueden llegar a de-
ten er la in vestigación en la medida en que logran contagiar la obsesión
de pensarlo todo, de todas las formas y en todas sus relaciones a la vez,
ignoran do que en las situacion es con cretas de la práctica cien tífica no
se puede ten er la preten sión de con struir problemáticas o teorías n ue-
vas sino cuan do se ren un cia a la ambición imposible, que n o es escolar
n i profética, de decirlo todo, sobre todas las cosas y, además, orden ada-
men te.18
17 El an gustiado in terés por las en fermedades del espíritu cien tífico puede
provocar un efecto tan depresivo como las in quietudes h ipocon dríacas de
los adictos al Larousse médical.
18 A n o dudarlo, algun as disertacion es teóricas sobre todas las cosas con ocidas
o con ocibles desempeñan un a fun ción de an exión an ticipada an áloga a la
de las profecías astrológicas dispuestas siempre a digerir retrospectivamen te
el acon tecimien to: «Existen person as –dice Claude Bern ard– que sobre un a
cuestión dicen todo lo que se puede decir para ten er el derecho de
reclamar cuan do, más tarde, se h aga algun a experiencia al respecto. Son
como aquellos que ubican plan etas en todo el espacio para afirmar luego
que allí está el plan eta que h abían previsto» ( Principes de médecine
expérimentale, París, PUF, 1947, pág. 255) .
epist emo l o g ía y met o d o l o g ía 29
e l o r d e n e pist e mo l ó g ic o d e l a s r a zo n e s
i. e l h e c h o se c o n q u ist a c o n t r a l a il u sió n
d e l sa be r in me d ia t o
1. Pr eno c io n es y t éc n ic a s d e r u pt u r a
Como tien en por fun ción recon ciliar a cualquier precio la con cien cia
común con sigo misma, propon ien do explicacion es, aun con tradicto-
32 el o f ic io d e so c ió l o g o
rias, de un mismo hecho, las opiniones primeras sobre los hechos socia-
les se presentan como una colección falsamente sistematizada de juicios
de uso alternativo. Estas pren ocion es, «represen tacion es esquemáticas
y sumarias» que se «forman por la práctica y para ella», como lo observa
Durkh eim, reciben su evidencia y «autoridad» de las fun ciones sociales
que cumplen [ E. Durkheim, texto nº 4] .
La in fluen cia de las nociones comunes es tan fuerte que todas las téc-
n icas de objetivación deben ser aplicadas para realizar efectivamen te
un a ruptura, más a men udo an un ciada que efectuada. Así los resulta-
dos de la medición estadística pueden , por lo men os, tener la virtud n e-
gativa de descon certar las primeras impresion es. De la misma forma,
aún n o se h a con siderado suficien temen te la fun ción de ruptura que
Durkh eim atribuía a la definición previa del objeto como con strucción
teórica «provision al» destin ada, an te todo, a «sustituir las n ocion es del
sen tido común por un a primera noción cien tífica»1 [ M. Mauss, texto nº
5] . De hech o, en la medida en que el len guaje común y ciertos usos es-
pecializados de las palabras comun es constituyen el prin cipal vehículo
de las representacion es comun es de la sociedad, un a crítica lógica y le-
xicológica del len guaje común surge como el requisito previo más in -
dispen sable para la elaboración con trolada de las nocion es cien tíficas
[ J. H. Goldthorpe y D. Lockwood, texto nº 6] .
Como duran te la observación y la experimen tación el sociólogo esta-
blece una relación con su objeto que, en tan to relación social, nunca es
de puro con ocimien to, los datos se le presen tan como con figuraciones
vivas, singulares y, en una palabra, demasiado h uman as, que tienden a
impon érsele como estructuras de objeto. Al desmon tar las totalidades
con cretas y eviden tes que se presen tan a la in tuición , para sustituirlas
por el conjunto de criterios abstractos que las defin en sociológicamente
prin cipio de la n o-con cien cia, con cebida como con dición sine qua non
de la con stitución de la cien cia sociológica, n o es sino la reformulación
del principio del determinismo metodológico en la lógica de esta cien-
cia, del cual ninguna ciencia puede renegar sin negarse como tal.6 Es lo
que se oculta cuan do se expresa el prin cipio de la n o-con cien cia en el
vocabulario de lo in con scien te, tran sforman do así un postulado meto-
dológico en tesis antropológica, ya se termine sustantivando la sustancia
o se permita la polisemia del términ o para recon ciliar la afición a los
misterios de la interioridad con los imperativos del distanciamiento7 [ L.
Wittgenstein, texto nº 9] . De h ech o, el prin cipio de la n o-con cien cia n o
( sobre este pun to véan se págs. 15, 16 y págs. 48-50, e infra, G. Bachelard,
texto n º 2, págs. 130-133) . En caso de que n o se n os con cediera esta
distin ción , h abría que examin ar todavía si la aparien cia disparatada n o se
man tien e porque se perman ece fiel a la represen tación tradicion al de un a
pluralidad de tradicion es teóricas, represen tación que impugn a
precisamen te el «eclecticismo apacible» de la teoría del con ocimien to
sociológico, rech azan do, a partir de la experien cia práctica sociológica,
ciertas oposicion es con sideradas rituales por otra práctica, la de la
en señ an za de la filosofía.
6 «Si, como escribe C. Bern ard, un fen ómen o se presen tara en un a
experien cia con un a aparien cia tan con tradictoria, que n o se ligara de un a
man era n ecesaria a con dicion es de existen cia determin adas, la razón
debería rechazar el hecho como un h ech o n o cien tífico [ …] , porque admitir
un h ech o sin causa, es decir, in determin able en sus con dicion es de
existen cia, n o es n i más n i men os que la n egación de la cien cia» ( C.
Bern ard, Introduction à l’étude de la médecine expérimentale, París, J. B. Baillère
e H ijos, 1865, cap. 11, § 7) .
7 Aun que perman eció en cerrado en la problemática de la con cien cia
colectiva por los in strumen tos con ceptuales propios de las cien cias
h uman as de su época, Durkh eim se esforzó en distin guir el prin cipio por el
cual en el sociólogo surgen a la existen cia regularidades n o con scien tes de
la afirmación de un «in con scien te» dotado de caracteres específicos.
Refirién dose a la relación en tre las represen taciones in dividuales y las
colectivas escribe: «Todo lo que sabemos, en efecto, es que h ay fen ómen os
que se suceden en n osotros, que n o obstan te ser de orden psíquico n o son
con ocidos por el yo que somos. En cuan to a saber si son percibidos por
algún yo descon ocido o lo que pudiera ser fuera de toda captación , n o n os
importa. Con cédasen os solamen te que la vida represen tativa se extien de
más allá de n uestra con cien cia actual» ( É. Durkh eim, «Représen tation s
in dividuelles et représen tation s colectives», Revue de Métaphysique et de
Morale, IV, mayo 1898, reproducido en Sociologie et Philosophie, París,
F. Alcan , 1924; citado de acuerdo con la 3ª ed., París, PUF, 1967, pág. 25
[ h ay ed. en esp.] ) .
36 el o f ic io d e so c ió l o g o
tien e otra fun ción que alejar la ilusión de que la an tropología pueda
con stituirse como cien cia reflexiva y defin ir, simultán eamente, las con -
diciones metodológicas en las cuales puede con vertirse en cien cia expe-
rimental8 [ É. Durkheim, texto nº 10; F. Simiand, texto nº 11] .
Si la sociología espontán ea renace de manera in sistente y bajo disfra-
ces tan distintos en la sociología científica, es sin duda porque los soció-
logos que buscan con ciliar el proyecto cien tífico con la afirmación de
los derechos de la persona –derech o a la libre actividad y a la clara con -
ciencia de la actividad– o que, sencillamen te, evitan someter su práctica
a los prin cipios fun damen tales de la teoría del con ocimiento socioló-
gico, tropiezan in evitablemen te con la filosofía ingen ua de la acción y
de la relación del sujeto con la acción, que obligan a defender, en su so-
ciología espon tán ea de los sujetos sociales, la verdad vivida de su expe-
rien cia de la acción social. La resisten cia que provoca la sociología
cuando pretende separar la experien cia inmediata de su privilegio gn o-
seológico se basa en la misma filosofía h uman ista de la acción h uman a
de cierta sociología que, emplean do con ceptos como el de «motiva-
ción», por ejemplo, o limitándose por predilección a cuestion es de deci-
sion-marking, realiza, a su manera, la ingenua promesa de todo sujeto so-
cial: creyen do ser dueñ o y propietario de sí mismo y de su propia
verdad, n o queriendo con ocer otro determinismo que el de sus propias
determin acion es ( in cluso si las considera in con scientes) , el h uman ista
ingen uo que existe en todo hombre experimenta como una reducción
«sociologista» o «materialista» todo in ten to por establecer que el sen -
tido de las accion es más person ales y más «tran sparen tes» n o perten e-
cen al sujeto que las ejecuta sin o al sistema total de relacion es en las
cuales, y por las cuales, se realizan . Las falsas profun didades que pro-
mete el vocabulario de las «motivaciones» ( n otablemen te diferenciadas
de los simples «motivos») quizá ten gan por fun ción salvaguardar a la fi-
losofía de la elección, adornándola de prestigios científicos que se dedi-
quen a la in vestigación de eleccion es in con scien tes. La in dagación
super ficial de las fundacion es psicológicas tal como son vividas –«razo-
nes» o «satisfacciones»– impide a menudo la investigación de las funcio-
n es sociales que las «razon es» ocultan y cuyo cumplimien to propor-
cion a, además, las satisfaccion es directamente experimen tadas.9
Con tra este método ambiguo que permite el intercambio in defin ido
de relacion es en tre el sen tido común y el sentido común cien tífico, hay
que establecer un segun do prin cipio de la teoría del con ocimien to de
lo social que no es otra cosa que la forma positiva del principio de la no-
con ciencia: las relacion es sociales no pueden reducirse a relacion es en-
tre subjetividades an imadas de in ten cion es o «motivacion es», porque
ellas se establecen en tre con dicion es y posicion es sociales y tien en , al
mismo tiempo, más realidad que los sujetos que relacion an. Las críticas
que Marx efectuaba a Stirn er alcan zan a los psicosociólogos y a los so-
ciólogos que reducen las relacion es sociales a la representación que de
ellas se h acen los sujetos y creen , en nombre de un artificialismo prác-
tico, que se pueden tran sformar las relaciones objetivas transforman do
esa represen tación de los sujetos: «San ch o n o quiere que dos in divi-
duos estén en “con tradicción” un o contra otro, como burgués y prole-
tario [ …] ; él querría verlos man ten er un a relación person al de in divi-
duo a in dividuo. No con sidera que, en el marco de la división del
trabajo, las relacion es person ales se con vierten n ecesaria e in evitable-
mente en relaciones de clase y como tal se cristalizan; así, toda su verbo-
rragia se reduce a un voto piadoso que quiere cumplir exhortando a los
9 Tal es el sen tido de la crítica que Durkh eim h acía de Spen cer: «Los h ech os
sociales n o son el simple desarrollo de los h ech os psíquicos, sin o que estos
últimos son , en gran parte, la prolon gación de los primeros en el in terior
de la con cien cia. Esta proposición es muy importan te ya que el pun to de
vista con trario expon e al sociólogo, a cada in stan te, a que tome la causa por
efecto y recíprocamen te» ( De la division du travail social, 7ª ed., París, PUF,
1960, pág. 341 [ h ay ed. en esp.] ) .
38 el o f ic io d e so c ió l o g o
ser va todo su valor pero a con dición de que exprese n o la reivin dica-
ción de un «objeto real», efectivamente distinto del de las otras ciencias
del hombre, n i la preten sión sociologista de querer explicar sociológi-
camen te todos los aspectos de la realidad human a, sin o la fuerza de la
decisión metodológica de n o renunciar an ticipadamente al derecho de
la explicación sociológica o, en otros términ os, n o recurrir a un prin ci-
pio de explicación tomado de otras ciencias, ya se trate de la biología o
de la psicología, en tan to que la eficacia de los métodos de explicación
propiamen te sociológicos no h aya sido completamen te agotada. Ade-
más de que, al recurrir a factores que son por defin ición transh istóricos
y tran sculturales, se corre el riesgo de dar por explicado precisamen te
lo que h ay que explicar, se con den a, en el mejor de los casos, a dar
cuen ta solamen te de las semejan zas de las in stitucion es, dejan do esca-
par, como dice Lévi-Strauss, aquella que determin a su especificidad h is-
tórica a su origin alidad cultural: «Un a disciplin a cuyo primer objetivo,
si no el ún ico, es analizar e interpretar las diferen cias evita toda dificul-
tad al ten er en cuen ta n ada más que las semejan zas. Pero, al mismo
tiempo, pierde toda capacidad para distinguir lo general, al cual aspira,
de lo trivial con que se contenta»13 [ Max Weber, texto nº 14] .
Pero no basta que las características atribuidas al hombre social en su
un iversalidad se presenten como «residuos» o in varian tes descubiertos
por el an álisis de las sociedades con cretas para que sea decisivamen te
descartada esa filosofía esencialista que debe la mayor parte de su se-
ducción al esquema de pen samien to según el cual «no hay nada n uevo
bajo el sol»: de Pareto a Ludwig von Mises n o faltan an álisis, aparen te-
men te h istóricos, que se limitan a señ alar con un n ombre sociológico
prin cipios explicativos tan poco sociológicos como la «ten den cia a
crear asociacion es», «la necesidad de manifestar sentimien tos por actos
exteriores», el resentimiento, la búsqueda de prestigio, la insociabilidad
de la n ecesidad a la libido dominandi.14 No se compren dería que los so-
ciólogos puedan con tanta frecuen cia renegar de su con dición de tales
proponien do, sin otra razón , explicacion es que n o deberían utilizar
sin o como último recurso, si n o fuera que la tentación de la explicación
por las opin ion es declaradas n o se en con trara reforzada por la seduc-
ción gen érica de la explicación por lo simple, den un ciada in can sable-
men te por Bach elard por su «in eficacia epistemológica».
4. La so c io l o g ía espo n t á n ea y l o s po d er es d el l en g ua je
Si la sociología es un a ciencia como las otras que sólo tropieza con una
dificultad particular en ser como ellas, es, fundamentalmen te, en virtud
de la especial relación que se establece en tre la experien cia cien tífica y
la experien cia in gen ua del mun do social y en tre las expresion es in ge-
n ua y cien tífica de ellas. En efecto, no basta con denun ciar la ilusión de
la tran sparen cia y poseer los prin cipios capaces de romper con los su-
puestos de la sociología espontánea para termin ar con las construccio-
n es ilusorias que plan tea. «Heren cia de las palabras, h eren cia de las
ideas», según la sen ten cia de Brun schvicg, el len guaje común que, en
cuan to tal, pasa in advertido, en cierra en su vocabulario y sin taxis toda
un a filosofía petrificada de lo social siempre dispuesta a resurgir en pa-
labras comun es o expresion es complejas con struidas con palabras co-
mun es que el sociólogo utiliza in evitablemen te. Cuan do se presen tan
ocultas bajo las aparien cias de una elaboración cien tífica, las pren ocio-
n es pueden abrirse camin o en el discurso sociológico sin perder por
ello la credibilidad que les otorga su origen : las precauciones con tra la
con tamin ación de la sociología por la sociología espon tán ea n o serían
más que exorcismos verbales si n o se acompañ aran de un esfuerzo por
proporcion ar a la vigilan cia epistemológica las armas in dispen sables
para evitar el con tagio de las n ocion es por las pren ocion es. En la me-
dida en que es a menudo prematura, la ambición de desechar la len gua
común sustituyén dola lisa y llan amen te por un a len gua per fecta, por-
que está totalmen te con struida y formalizada, corre el peligro de reem-
plazar el an álisis, más urgen te, de la lógica del len guaje común : sólo
este an álisis puede dar al sociólogo el medio de redefin ir las palabras
comun es den tro de un sistema de n ocion es expresamente defin idas y
metódicamen te depuradas, sometien do a la crítica las categorías, los
problemas y esquemas que la len gua cien tífica toma de la len gua co-
mún y que siempre amen azan con volver a introducirse bajo los disfra-
ces eruditos de la len gua más formalizada. «El estudio del empleo ló-
gico de un a palabra –escribe Wittgen stein – n os permite escapar de la
in fluen cia de ciertas expresion es tipo [ …] . Estos an álisis buscan apar-
tarnos de los prejuicios que nos incitan a creer que los hechos deben es-
tar de acuerdo con ciertas imágenes que afloran en n uestra len gua.»15
Por n o someter el len guaje común , primer in strumen to de la «con s-
trucción del mun do de los objetos»,16 a un a crítica metódica, se está
predispuesto a tomar por datos objetos precon struidos en y por la len -
gua común . La preocupación por la defin ición rigurosa es in útil, e in-
cluso en gañosa, si el principio un ificador de los objetos sujetos a defin i-
ción n o se sometió a la crítica.17 Como los filósofos que se lan zan a la
15 L. Wittgen stein , Le Cahier bleu et le cahier brun ( trad. G. Duran d), París,
GaIlimard, 1965, pág. 89.
16 Véase Ern st Cassirer, «Le lan gage et la con struction du mon de des objets»,
en Journal de psychologie normal el pathologique, vol. 30, 1933, págs. 18-44, y
«Th e In fluen ce of Lan guage upon th e Developmen t of Scien tific
Th ough t», en The Journal of Philosophy, vol. 33, 1936, págs. 309-327.
17 M. Ch astain g extien de la crítica que h acía Wittgen stein de los juegos
con ceptuales a los cuales llevan los juegos de palabras sobre la palabra
«juego»: «Los h ombres n o juegan n i como sus decorados n i como sus
in stitucion es. No juegan con las palabras como sobre un a escen a; n o con el
violín como un a batuta; n o con la fortun a como el in fortun io; n o con la
armon ía del vals como un adversario; n o juegan con un proyectil como
juegan a la pelota, por ejemplo, al fútbol. Pueden decir: jugar un a situación
n o es jugar otra. Deberían decir: jugar n o es jugar» ( M. Ch astain g. «Jouer
n ’est pas jouer», Journal de psychologie normale et pathologique, n º 3, julio-
septiembre de 1959, págs. 303-326) . La crítica lógica y lin güística a la cual
M. Ch astain g somete la palabra «juego» se aplicaría casi ín tegramen te a la
n oción de «ocio», a los usos que común men te se h acen de él y a las
defin icion es «esen ciales» que le dan ciertos sociólogos: «Sustitúyase la
an tigua palabra “juego” por el n eologismo “ocio”. Reemplácese en algun as
descripcion es clásicas de los juegos “la volun tad de jugar” o “la actividad
l a r u pt u r a 43
19 No es otra cosa que pagar con la misma mon eda: si la sociología padeció la
importación in con trolada de esquemas e imágen es biológicas, la biología,
en otra época, debió elimin ar, n o sin dificultad, de las n ocion es tales como
la de «célula» o «tejido» sus con n otacion es morales o políticas ( véase infra,
G. Canguilhem, texto n º 16, pág. 204) .
20 Noam Ch omsky muestra cómo el len guaje de Skin n er, que h ace un uso
metafórico de los términ os técn icos, revela su in con sisten cia cuan do se lo
somete a un a crítica lógica o lin güística ( Noam Ch omsky, in forme de B. F.
Skin n er, Verbal Behavior, Language, vol. 35, 1959, págs. 16-58) .
21 Y. Belaval, Les Philosophes et leur langage, París, Gallimard, 1952, pág.23.
l a r u pt u r a 45
22 P. Duh em, La théorie physique, son objet, sa structure, París, M. Rivière, 1954, 2ª
ed. revisada y aumen tada, pág. 397.
23 En esta tarea de con trol semán tico, la sociología puede armarse n o sólo de
lo que Bach elard design aba como psicoan álisis del con ocimien to o de un a
crítica puramen te lógica y lin güística, sin o también de un a sociología del
uso social de los esquemas de in terpretación de lo social.
46 el o f ic io d e so c ió l o g o
5. La t en t ac ió n d el pr o f et ismo
Actualmente, la sociología tiende a man ten er con el público, nun ca cir-
cun scripto al grupo de pares, una relación opaca que siempre corre el
riesgo de en con trar su lógica en la relación en tre el autor exitoso y su
público, o in cluso a veces entre el profeta y su auditorio, ello en virtud
de que tien e más dificultades que cualquier otra cien cia en despren -
derse de la ilusión de la tran sparen cia y realizar irreversiblemen te la
ruptura con las pren ocion es y porque a men udo se le asigna, volen no-
lens, la tarea de responder a los in terrogan tes últimos sobre el porven ir
de la civilización. Much o más que cualquiera de los otros especialistas,
el sociólogo está expuesto al veredicto ambiguo y ambivalente de los n o
especialistas que se creen autorizados a dar crédito a los an álisis pro-
puestos, siempre y cuan do éstos descubran los supuestos de su sociolo-
gía espon tán ea, pero que por eso mismo son in ducidos a impugn ar la
validez de un a ciencia que n o aprueban sin o en la medida en que se re-
pita en el buen sen tido. De h ech o, cuan do el sociólogo asume como
propios los objetos de reflexión del sen tido común y de la reflexión co-
mún sobre esos objetos, no tien e n ada que opon er a la certeza común
del derech o que tien e todo h ombre de h ablar de todo lo que es h u-
man o y juzgar todo discurso, in cluso cien tífico, sobre lo que es h u-
mano. ¿Cómo no sentirse un poco sociólogo cuando los análisis del «so-
ciólogo» con cuerdan per fectamen te con las palabras de la ch arla
cotidian a y el discurso del analista y las palabras an alizadas están sepa-
radas nada más que por la frágil barrera de las comillas?24 No es casua-
lidad si la ban dera del «h uman ismo», bajo la cual se reún en quien es
creen que basta con ser h uman o para ser sociólogo y los que llegan a la
24 Preferimos dejar para cada lector la tarea de en con trar las ilustracion es de
este an álisis.
l a r u pt u r a 47
6. Teo r ía y t r a d ic ió n t eó r ic a
Al colocar su epistemología bajo el sign o del «¿por qué n o?» y la h is-
toria de la razón cien tífica bajo el de la discon tin uidad o, mejor, de la
ruptura con tin uada, Bach elard n iega a la cien cia la seguridad del sa-
ber defin itivo para recordarle que n o puede progresar si n o es cues-
tion an do con stan temen te los prin cipios mismos de sus propias con s-
truccion es. Pero para que un a experien cia como la de Mich elson y
Morley pueda desembocar en un cuestion amien to radical de los pos-
tulados fun damen tales de la teoría, tien e que existir un a teoría capaz
de provocar tal experien cia y dar lugar a un desacuerdo tan sutil
como el que h ace surgir esta experien cia. La situación de la sociología
n o es tan favorable a esas proezas teóricas que, llevan do la n egación al
corazón mismo de un a teoría cien tífica aparen temen te acabada,
h icieron posibles las geometrías n o euclidian as o la física n o n ewto-
n ian a; el sociólogo está limitado a los oscuros esfuerzos que exigen las
rupturas siempre repetidas y a las in citacion es del sen tido común , in-
gen uo o cien tífico: en efecto, cuan do se vuelve h acia el pasado teórico
de su disciplin a, se en fren ta n o con un a teoría cien tífica con stituida
sin o con un a tradición. Tal situación con tribuye a dividir en dos
el campo epistemológico, man ten ien do ambos un a relación con -
trapuesta con un a misma represen tación de la teoría: igualmen te
in capaces de opon er a la imagen tradicion al de la teoría otra que sea
propiamen te cien tífica o, por lo men os, un a teoría cien tífica de la
teoría cien tífica, un os se lan zan a ton tas y a locas a un a práctica que
busca en con trar en sí misma su propio fun damen to teórico, otros
siguen man ten ien do con la tradición la típica relación que las co-
mun idades de literatos están acostumbradas a con ser var con un
corpus en que los prin cipios que se proclaman disimulan los supues-
tos tan to más in con scien tes cuan to más esen ciales son y en que la
coh eren cia semán tica o lógica puede n o ser otra cosa que la expre-
sión man ifiesta de la última selección basada en una filosofía del h om-
bre y de la h istoria más bien que en un a axiomática con scien temen te
con struida.
Los que se afan an en h acer la suma de las con tribucion es teóricas he-
redadas de los «padres fun dadores» de la sociología, ¿no acometen un a
empresa an áloga a la de los teólogos o can on istas de la Edad Media,
que reun ían en sus en ormes Summæ el con jun to de los argumen tos y
asun tos legados por las «autoridades», textos can ón icos o Padres de la
50 el o f ic io d e so c ió l o g o
recordar, con Politzer, que «n o se puede, sea cual fuere la sin ceridad de la
in ten ción y la volun tad de precisión, tran sformar la física de Aristóteles en
física experimen tal?» ( G. Politzer, Critique des fondements de la psychologie,
París, Rieder, 1928 pág. 6 [ h ay ed. en esp.] ) .
52 el o f ic io d e so c ió l o g o
30 A. N. Wh iteh ead, Science and the Modern World, Nueva York, Men tor Book,
1925, pág. 34.
31 W. S. Jevon s, The Principles of Science, Lon dres, Meth uen , 1892, pág. 691.
l a r u pt u r a 53
tin úa n un ca h asta el in fin ito sin o que con cluye siempre en la sustitu-
ción lisa y llan a de un a clave por otra.
33 La defin ición social de las relacion es en tre la teoría y la práctica, que tien e
afin idades con la oposición tradicion al en tre las tareas n obles del cien tífico
y la min uciosa pacien cia del artesan o y, por lo men os en Fran cia, con la
oposición escolar en tre el brillan te y el serio, se refleja tan to en la
reticen cia en recon ocer la teoría cuan do se en carn a en un a investigación
parcial como en la dificultad de actualizarla en la in vestigación.
34 M. Polan yi, Personal Knowledge, Lon dres, Routledge an d Kegan Paul, 1958,
pág. 344.
l a r u pt u r a 55
la metacien cia, con las teorías parciales de lo social que implican a los
prin cipios de la metacien cia sociológica en la organización sistemática
de un con jun to de relacion es y de prin cipios explicativos de esas rela-
cion es es con den arse, ya sea a la ren un cia a h acer cien cia, esperan do
un a teoría de la metaciencia que reemplace a la ciencia, ya sea a con si-
derar una sín tesis necesariamente vacía de teorías gen erales ( o incluso
de teorías parciales) de lo social por la metaciencia, que es la con dición
de todo con ocimiento cien tífico posible.
Segunda parte
La con strucción del objeto
ii. e l h e c h o se c o n st r u ye: l a s f o r ma s
d e l a r e n u n c ia e mpir ist a
14 La n oción de opin ión debe sin duda su éxito, práctico y teórico, a que
con cen tra todas las ilusion es de la filosofía atomística del pen samien to y de
la filosofía espon tán ea de las relacion es en tre el pen samien to y la acción ,
comen zan do por el papel privilegiado de la expresión verbal como
in dicador de las disposicion es en acto. Nada h ay de sorpren den te en ton ces
si los sociólogos que ciegamen te con fían en los sondeos se expon en
con tin uamen te a con fun dir las declaracion es de acción , o peor aún las
declaracion es de in tención , con las probabilidades de acción .
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 65
empirista del registro sin supuestos, aun que más n o fuera por el h echo
de que utiliza instrumentos y técnicas de registro. «Establecer un dispo-
sitivo con miras a un a medición es plan tear un a pregun ta a la n atura-
leza», decía Max Plan ck. La medida y los in strumen tos de medición , y
en general todas las operacion es de la práctica sociológica, desde la ela-
boración de los cuestion arios y la codificación h asta el an álisis estadís-
tico, son otras tan tas teorías en acto, en calidad de procedimien tos de
con strucción , con scien tes o in con scien tes, de los h ech os y de las rela-
cion es en tre los h ech os. La teoría implícita en un a práctica, teoría del
con ocimiento del objeto y teoría del objeto, tien e tan to más posibilida-
des de ser mal controlada, y por tanto in adecuada al objeto en su espe-
cificidad, cuanto men os conscien te sea. Al llamar metodología, como a
men udo se hace, a lo que n o es sino un decálogo de preceptos tecnoló-
gicos, se escamotea la cuestión metodológica propiamente dicha, la de
la opción entre las técn icas ( métricas o n o) referen tes a la sign ificación
epistemológica del tratamiento que las técn icas escogidas hacen experi-
men tar al objeto y a la significación teórica de los problemas que se
quieren plan tear al objeto al cual se las aplica.
Por ejemplo, un a técn ica aparen temen te tan irreprochable e inevita-
ble como la del muestreo al azar puede an iquilar completamen te el ob-
jeto de la in vestigación , toda vez que este objeto debe algo a la estruc-
tura de grupos que el muestreo al azar tien e justamen te por resultado
an iquilar. Así, Elih u Katz señ ala que «para estudiar esos can ales del
flujo de in fluen cia que son los con tactos en tre in dividuos, el proyecto
de investigación resultó in operan te por el h echo de que recurriría a un
muestreo al azar de in dividuos abstraídos de su medio social [ …] .
Como cada in dividuo de un muestreo al azar n o puede hablar más que
por sí mismo, los líderes de opinión , en el padrón electoral de 1940, no
podían ser iden tificados sino dan do fe de su declaración ». Y subraya,
además, que esta técn ica «n o permite comparar los líderes con sus
seguidores respectivos, sin o sólo los líderes y los n o líderes en gen e-
ral».16 Puede verse cómo la técn ica aparen temen te más neutral con -
tiene una teoría implícita de lo social, la de un público concebido como
un a «masa atomizada», es decir en este caso, la teoría con scien te o in -
con scien temente asumida en la investigación que, por una suerte de ar-
mon ía preestablecida, se armaba con esta técn ica.17 O tra teoría del ob-
jeto, y al mismo tiempo otra defin ición de los objetivos de la in vestiga-
ción , habría recurrido al uso de otra técn ica de muestreo, por ejemplo
el sondeo por sectores: registran do el con junto de miembros de ciertas
un idades sociales extraídas al azar ( un establecimien to in dustrial, un a
familia, un pueblo) , se procura el medio de estudiar la red completa de
relacion es de comun icación que pueden establecerse en el in terior
de esos grupos, compren dien do que el método, particularmen te ade-
cuado al caso estudiado, tien e tan to menos eficacia cuan to más homo-
gén eo es el sector y cuan to más depende el fenómeno cuyas variacion es
se quieren estudiar del criterio según el cual está defin ido ese sector.
H ay que someter a la in terrogación epistemológica a todas las opera-
cion es estadísticas: «A la mejor estadística ( como también a la peor)
n o h ay que exigirle n i h acerle decir más de lo que dice, y del modo y
bajo las con dicion es en que lo dice».18 Para obedecer verdaderamen te
al imperativo que formula Simian d y para n o h acer decir a la estadís-
tica otra cosa que lo que dice, h ay que pregun tarse en cada caso lo que
dice y puede decir, en qué límites y bajo qué con dicion es [ F. Simiand,
texto nº 25] .
3. La fa l sa n eu t r a l ida d d e l a s t éc n ic a s: o bjet o c o n st r u id o
3. o a r t ef ac t o
El imperativo de la «n eutralidad ética» que Max Weber opon ía a la in-
gen uidad moralizan te de la filosofía social tien de a tran sformarse h oy
logo» es pertin ente toda vez que se desconoce el problema de la sign ifi-
cación diferen cial que las preguntas y las respuestas asumen realmente
según la condición y la posición social de las person as in terrogadas: «El
estudian te que con fun de su perspectiva con la de los n iñ os estudiados
recoge su propia perspectiva en el estudio en que cree obtener la de los
n iñ os[ …] . Cuando pregunta: “¿Trabajar y jugar es la misma cosa? ¿Qué
diferencia h ay entre trabajo y juego?”, impon e, por los sustan tivos que
su pregun ta con tien e, la diferen cia adulta que parecería cuestion ar
[ …] . Cuan do el encuestador clasifica las respuestas –n o según las pala-
bras que las con stituyen sin o de acuerdo con el sentido que les daría si
él mismo las h ubiera dado– en los tres órden es del juego-facilidad,
juego-in utilidad y juego-libertad, obliga a los pensamien tos in fan tiles a
en trar en esos compartimien tos filosóficos».22 Para escapar a este
etn ocen trismo lin güístico n o basta, como se h a visto, con someter al
análisis de con tenido las palabras obtenidas en la entrevista n o dirigida,
a riesgo de dejarse impon er las n ociones y categorías de la len gua em-
pleada por los sujetos: n o es posible liberarse de las preconstrucciones
del lenguaje, ya se trate del perten ecien te al científico o del de su ob-
jeto, más que establecien do la dialéctica que lleva a con struccion es ade-
cuadas por la con fron tación metódica de dos sistemas de precon struc-
cion es 23 [ C. Lévi-Strauss, M. Mauss, B. Malinovski, textos n os 28, 29 y 30] .
No se h an sacado todas las con secuen cias metodológicas del h ech o
de que las técn icas más clásicas de la sociología empírica están con de-
nadas, por su misma naturaleza, a crear situaciones de experimentación
ficticias esencialmente diferentes de las experimentacion es sociales que
con tin uamente produce la evolución de la vida social. Cuan to más de-
penden de la coyun tura las conductas y actitudes estudiadas, tan to más
expuesta está la investigación , en la coyuntura particular que permite la
situación de en cuesta, a captar sólo las actitudes u opinion es que no va-
len más allá de los límites de esta situación. Así, las en cuestas que tratan
sobre las relacion es en tre las clases y, más precisamen te, sobre el as-
pecto político de esas relacion es, están casi in evitablemen te con den a-
das a termin ar con la agravación de los con flictos de clase porque las
exigen cias técn icas a las cuales se deben someter las obligan a excluir
las situacion es críticas y, por ello mismo, se les vuelve difícil captar o
prever las conductas que nacerían de una situación conflictiva. Como lo
obser va Marcel Maget, h ay que «remitirse a la h istoria para descubrir
las con stantes ( si es que existen) de reacciones a situaciones n uevas. La
n ovedad h istórica actúa como “reactivo” para revelar las virtualidades
laten tes. De allí la utilidad de seguir al grupo estudiado cuan do se en -
fren ta a situacion es n uevas, cuya evocación n o es n ada más que un re-
medio para salir del paso, pues n o se pueden multiplicar las preguntas
h asta el infinito».24
En efecto, con tra la definición restrictiva de las técn icas de recolec-
ción de datos que con fiere al cuestion ario un privilegio in discutido y la
posibilidad de ver n ada más que sustitutos aproximativos de la técn ica
real en métodos n o obstan te tan codificados y tan probados como los
de la investigación etnográfica ( con sus técnicas específicas, descripción
mor fológica, tecnología, cartografía, lexicografía, biografía, gen ealogía,
etc.) , h ay que restituir a la observación metódica y sistemática su pri-
mado epistemológico.25 Lejos de constituir la forma más n eutral y con-
trolada de la elaboración de datos, el cuestion ario supone todo un
conjunto de exclusion es, no todas escogidas, y que son tan to más pern i-
ciosas cuan to más in con scientes perman ecen : para poder confeccion ar
un cuestion ario y saber qué se puede h acer con los h ech os que pro-
duce, h ay que saber lo que hace el cuestionario, es decir en tre otras co-
sas, lo que n o puede h acer. Sin hablar de las pregun tas que las normas
sociales que regulan la situación de en cuesta proh íben plan tear, n i
men cion ar aquellas que el sociólogo omite h acer cuan do acepta un a
defin ición social de la sociología, que n o es sin o el calco de la imagen
pública de la sociología como referén dum, n i siquiera las pregun tas
más objetivas, las que se refieren a las con ductas, n o recogen sin o el
resultado de un a observación efectuada por el sujeto sobre su propia
26 Al pon er todas las técn icas etn ográficas den tro de la categoría desvalorizada
del qualitative analysis, los que privilegian absolutamen te el «quantitative
analysis» se con den an a ver en él sólo un recurso por un a suerte de
etn ocen trismo metodológico que lleva a referirlos a la estadística como a su
verdad, para termin ar vien do n ada más que un a «cuasi-estadística» en la
que se en cuen tran «cuasi-distribucion es», «cuasi-correlacion es» y «cuasi-
datos empíricos»: «La reun ión y el an álisis de los cuasi-datos estadísticos sin
duda pueden ser practicados más sistemáticamen te de lo que lo h an sido
en el pasado, por lo men os si se pien sa en la estructura lógica del an álisis
cuan titativo para ten erla presen te y extraer precaucion es y directivas
gen erales» ( A. H . Barton y P. F. Lazarsfeld, «Some Fun ction s of Qualitative
An alysis in Social Research », loc. cit.) .
27 In versamen te, el in terés preferen te que los etn ólogos con ceden a los
aspectos más determin ados de la con ducta, a men udo es paralelo con la
in diferen cia por el uso de la estadística, que es la ún ica capaz de medir la
distan cia en tre las n ormas y las con ductas reales.
74 el o f ic io d e so c ió l o g o
Los metodólogos suelen recomen dar el recurso a las técn icas clásicas
de la etn ología, pero h acien do de la medición la medida de todas las
cosas y de las técn icas de medición la medida de toda técn ica, n o pue-
den ver en ellas más que apoyos subalternos o recursos para «encontrar
ideas» en las primeras fases de una investigación,28 excluyendo por esto
el problema propiamen te epistemológico de las relacion es en tre los
métodos de la etn ología y los de la sociología. El descon ocimiento recí-
proco es tan perjudicial para el progreso de un a y otra disciplin a como
el en tusiasmo desmedido que puede provocar préstamos in con trola-
dos; por otra parte las dos actitudes n o son exclusivas. La restauración
de la un idad de la an tropología social ( en ten dida en el plen o sen tido
del términ o y n o como sin ón imo de etn ología) supon e una reflexión
epistemológica que in ten taría determin ar lo que las dos metodologías
deben , en cada caso, a las tradicion es de cada una de las disciplin as y a
las características de hech o de las sociedades que toman por objeto. Si
n o existen dudas de que la importación descon trolada de métodos y
con ceptos que h an sido elaborados en el estudio de las sociedades sin
escritura, sin tradicion es h istóricas, socialmen te poco diferen ciadas y
sin ten er much os con tactos con otras sociedades, pueden con ducir a
absurdos ( pién sese por ejemplo en ciertos an álisis «culturalistas» de las
sociedades estratificadas) , es obvio que h ay que cuidarse de tomar las li-
mitacion es con dicion ales por límites de validez in heren tes a los méto-
dos de la etn ología: nada impide aplicar a las sociedades modernas los
métodos de la etn ología, median te el sometimiento, en cada caso, a la
reflexión epistemológica de los supuestos implícitos de esos métodos
que se refieren a la estructura de la sociedad y a la lógica de sus tran s-
formaciones.29
No h ay operación por más elemen tal y, en aparien cia, automática
que sea de tratamien to de la in formación que n o implique un a elec-
30 J. Dewey, Logic: The Theory of Inquiry, Nueva York, H olt, 1938, pág. 431, n . 1.
76 el o f ic io d e so c ió l o g o
31 V. Pareto, Cours d’Économie politique, t. II, Gin ebra, Droz, pág. 385. Las
técn icas más abstractas de división del material tien en por objeto justa-
men te an ular las un idades con cretas como gen eración, biografía y carrera.
32 Véase P. Bourdieu, J. C. Passeron y M. de Sain t-Martin , Rapport pédagogique et
communication, Cah iers du Cen tre de Sociologie Européen n e, nº 2, París, La
H aya, Mouton , 1965, págs. 43-57.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 77
cipios, los que rigen el uso correcto del método experimental en socio-
logía, y por esa razón con stituyen el fundamen to de la teoría del con o-
cimiento sociológico, están en este punto tan opuestos a la epistemolo-
gía espon tán ea que pueden ser con stan temen te tran sgredidos en
n ombre mismo de preceptos o fórmulas de las cuales se cree sacar par-
tido. De este modo, la misma in ten ción metodológica de n o aten erse
sino a las expresiones conscientes, puede llegar a otorgar, a construccio-
nes tales como el análisis jerárquico de opiniones, el poder de elevar las
declaracion es, aun las más super ficiales, a actitudes que son su prin-
cipio, es decir de tran smutar mágicamen te lo con scien te en in con s-
cien te, o por un proceso idén tico, pero que fracasa por razon es in ver-
sas, a buscar la estructura in con sciente del men saje de pren sa por
medio de un an álisis estructural que no puede otra cosa, en el mejor de
los casos, que redescubrir pen osamen te algun as verdades primeras
man tenidas con scientemen te por los productores del mensaje.
Del mismo modo, el prin cipio de la n eutralidad ética, lugar común
de todas las tradicion es metodológicas, paradójicamen te puede in citar,
en su forma rutin aria, al error epistemológico que aspira preven ir. Es
en n ombre de un a con cepción simplista del relativismo cultural como
ciertos sociólogos de la «cultura popular» y de los medios modern os
de comun icación pueden crearse la ilusión de actuar de acuerdo con
la regla de oro de la cien cia etnológica al considerar todos los compor-
tamien tos culturales, desde la can ción folclórica h asta un a can tata de
Bach , pasan do por un a can cion cilla de moda, como si el valor que los
diferentes grupos les recon ocen n o formara parte de la realidad, como
si n o fuera preciso referir siempre las con ductas culturales a los valores
a los cuales se refieren objetivamen te para restituirles su sen tido pro-
piamente cultural. El sociólogo que se propon e ign orar las diferen cias
de valores que los sujetos sociales establecen en tre las obras culturales,
realiza de h ech o un a tran sposición ilegítima, en tan to in con trolada,
del relativismo al cual se ve obligado el etn ólogo cuando considera cul-
turas correspon dien tes a sociedades diferen tes: las diferen tes «cultu-
ras» existen tes en un a misma sociedad estratificada están objetiva-
men te situadas un as en relación con las otras, porque los diferen tes
grupos se sitúan un os en relación con otros, en particular cuan do se
refieren a ellas; por el con trario, la relación en tre culturas correspon-
dien tes a sociedades diferen tes puede existir sólo en y por la compara-
ción que efectúa el etn ólogo. El relativismo in tegral y mecánico desem-
78 el o f ic io d e so c ió l o g o
boca en el mismo resultado que el etn ocen trismo ético: en los dos ca-
sos el obser vador sustituye la relación con los valores que man tien en
objetivamen te aquellos que él obser va, por su propia relación con los
valores de éstos ( y de ese modo con su valor) .
«¿Cuál es el físico –pregun ta Bach elard– que aceptaría gastar sus habe-
res en con struir un aparato caren te de todo sign ificado teórico?» Nu-
merosas encuestas sociológicas no resistirían tal interrogan te. La renun-
cia pura y simple ante el dato de una práctica que reduce el cuerpo de
h ipótesis a un a serie de an ticipaciones fragmentarias y pasivas conden a
a las man ipulacion es ciegas de un a técn ica que gen era automática-
men te artefactos, con struccion es vergon zosas que son la caricatura del
h ech o metódica y con scien temen te con struido, es decir de un modo
científico. Al negarse a ser el sujeto científico de su sociología, el soció-
logo positivista se dedica, salvo por un milagro del inconsciente, a hacer
un a sociología sin objeto cien tífico.
O lvidar que el h ech o con struido, según procedimien tos formal-
men te irreproch ables, pero in con scien tes de sí mismos, puede n o ser
otra cosa que un artefacto, es admitir, sin más examen , la posibilidad de
aplicar las técn icas a la realidad del objeto al que se las aplica. ¿No es
sorpren den te que los que sostien en que un objeto que n o se puede
captar n i medir por las técn icas dispon ibles n o tien e existencia cien tí-
fica, se vean llevados, en su práctica, a no considerar como dign o de ser
con ocido más que lo que puede ser medido o, peor, a conceder sólo la
existen cia cien tífica a todo lo que es pasible de ser medido? Los que
obran como si todos los objetos fueran apreciables por un a sola y
misma técn ica, o in diferen temen te por todas las técn icas, olvidan que
las diferentes técnicas pueden contribuir, en medida variable y con des-
iguales ren dimien tos, al conocimien to del objeto, sólo si la utilización
está controlada por un a reflexión metódica sobre las con dicion es y los
límites de su validez, que depende en cada caso de su adecuación al ob-
jeto, es decir a la teoría del objeto.33 Además, esta reflexión sólo puede
permitir la reinven ción creadora que exige idealmente la aplicación de
4. La a n a l o g ía y l a c o n st r u c c ió n d e h ipó t esis
Para saber construir un objeto y al mismo tiempo conocer el objeto que
se construye, hay que ser con scien te de que todo objeto cien tífico se
construye deliberada y metódicamente y es preciso saber todo ello para
preguntarse sobre las técnicas de construcción de los problemas plan te-
ados al objeto. Una metodología que no se planteara nunca el problema
de la construcción de las h ipótesis que se deben demostrar n o puede,
como lo señala Claude Bernard, «dar ideas nuevas y fecundas a aquellos
que no las tienen ; servirá solamente para dirigir las ideas en los que las
tienen y para desarrollarlas a fin de sacar de ellas los mejores resultados
posibles [ …] . El método por sí mismo no engendra nada».34
Contra el positivismo que tiende a ver en la hipótesis sólo el producto
de un a generación espon tán ea en un ambien te infecundo y que espera
in gen uamen te que el con ocimien to de los h ech os o, a lo sumo, la in-
ducción a partir de los hechos, con duzca de modo automático a la for-
mulación de h ipótesis, el an álisis eidético de H usserl, como el an álisis
histórico de Koyré demuestran , a propósito del procedimien to paradig-
mático de Galileo, que un a hipótesis como la de la inercia no puede ser
con quistada n i con struida sin o a costa de un golpe de estado teórico
que, al no hallar ningún punto de apoyo en las sensacion es de la expe-
rien cia, n o podía legitimarse más que por la coh eren cia del desafío
imaginativo lanzado a los h echos y a las imágen es ingen uas o cultas de
los h echos.35
34 C. Bern ard, Introduction à l’étude de la médecine expérimental, op. cit., cap. II,
§ 2.
35 E. H usserl, «Die Krissis der europäisch en Wissen sch aften un d die
tran szen den tale Ph än omen ologie: Ein e Ein leitun g in die
ph än omen ologisch e Ph ilosoph ie» (trad. fran cesa E. Gerrer, «La crise des
scien ces européen n es et la ph én omen ologie tran scen dan tale», Les Études
Philosophiques, n os 2 y 40, París [ h ay ed. en esp.] ) . Koyré, más sen sible que
cualquier otro h istoriador de la ciencia a la in geniosidad experimen tal de
Galileo, n o vacila sin embargo en observar en el prejuicio de con struir un a
física arquimedian a el prin cipio motor de la revolución cien tífica in iciada
por Galileo. Es la teoría, vale decir, en este caso la in tuición teórica del
prin cipio de in ercia, que precede a la experien cia y la h ace posible
80 el o f ic io d e so c ió l o g o
Con la con dición de prescin dir de las ambigüedades que deja subsis-
tir Weber al iden tificar el tipo ideal con el modelo, en el sen tido de
caso-ejemplo o caso-límite, con struido o comprobado, el razon amiento
como pasaje de los límites con stituye un a técn ica irreemplazable
de construcción de h ipótesis: el tipo ideal puede exten derse tan to en
un caso teóricamen te privilegiado en un grupo con struido de transfor-
maciones ( recuérdese, por ejemplo, el papel que h acía represen tar
Bouligan d al trián gulo rectán gulo como soporte privilegiado de la de-
mostración de la «pitagoricidad») 37 como en un caso paradigmático
que puede ser, ya sea un a pura ficción obten ida por el pasaje de los lí-
mites y por la «acen tuación un ilateral» de las propiedades pertin en tes,
ya sea un objeto realmen te observable que presen ta en el más alto
grado el n úmero mayor de propiedades del objeto construido. Para es-
capar a los peligros in h eren tes a este procedimiento, h ay que con side-
rar al tipo ideal, n o en sí mismo n i por sí mismo –a la man era de un a
muestra reveladora que bastaría copiar para con ocer la verdad de la
colección ín tegra–, sin o como un elemen to de un grupo de tran sfor-
maciones refirién dolos a todos los casos de la especie del cual es un o
privilegiado. De este modo, con struyen do por un a ficción metodoló-
gica el sistema de conductas que pon drían los medios más racionales al
servicio de fin es racionalmen te calculados, Max Weber obtien e un me-
dio privilegiado para compren der la gama de con ductas reales que el
tipo ideal permite objetivar, objetivan do su distan cia diferen cial con el
tipo puro. Ni siquiera el tipo ideal en el sen tido de muestra reveladora
( Instancia ostensiva) –que h aga ver lo que se busca, como lo in dicaba
Bacon , «al descubierto, bajo un a forma agran dada o en su más alto
grado de poten cia»– n o puede torn arse objeto de un uso riguroso: se
puede evitar lo que se ha llamado «el paralogismo del ejemplo dramá-
tico», variante del «paralogismo de la française rousse» a condición de ad-
vertir en el caso extremo sometido a observación , el revelador del con-
junto de casos isomor fos de la estructura del sistema;38 es esta lógica lo
5. Mo d el o y t eo r ía
Sólo a condición de negar la definición que los positivistas, usuarios pri-
vilegiados de la n oción , dan de modelo, se le pueden con ferir las pro-
piedades y fun cion es común men te con cedidas a la teoría.41 Sin duda,
se puede design ar por modelo cualquier sistema de relacion es en tre
propiedades seleccion adas, abstractas y simplificadas, con struido con s-
cientemen te con fin es de descripción , de explicación o previsión y, por
ello, plen amen te man ejable; pero a con dición de n o emplear sin ón i-
mos de este términ o que den a en ten der que el modelo pueda ser, en
este caso, otra cosa que una copia que actúa como un pleonasmo con lo
real y que, cuan do es obten ida por un simple procedimien to de ajuste
y extrapolación , n o con duce en modo algun o al prin cipio de la reali-
dad que imita. Duh em criticaba los «modelos mecánicos» de Lord Kel-
vin por man ten er con los h ech os sólo un a semejan za super ficial. Sim-
ples «procedimien tos de exposición» que h ablan sólo a la imaginación,
tales in strumen tos n o pueden guiar el descubrimien to puesto que n o
son sino, a lo sumo, otra cosa que una presen tación de un saber previo
y que tien den a impon er su lógica propia, evitan do así in vestigar la ló-
gica objetiva que se trata de construir para explicar teóricamente lo que
n o h acen más que represen tar.42 Ciertas formulacion es cien tíficas de
las prenociones del sentido común h acen pensar en esos autómatas que
con struían Vaucan son y Cat y que, en ausencia del con ocimien to de los
prin cipios reales de fun cionamien to, apelaban a mecan ismos basados
en otros prin cipios para producir una simple reproducción de las pro-
piedades más colosales: como lo subraya Georges Can guilh em, la utili-
zación de modelos se reveló fecunda en biología en el momento en que
se sustituyeron los modelos mecán icos, con cebidos en la lógica de la
producción y tran smisión de en ergía, por modelos cibernéticos que
descan san en la tran smisión de in formación y llegan así a la lógica del
fun cionamien to de los circuitos nerviosos.43 No es una casualidad si la
indiferencia a los prin cipios con dena a un operacion alismo que limita
sus ambicion es a «salvar las apariencias», sin perjuicio de propon er tan-
tos modelos como fen ómen os h ay, o multiplicar para un mismo fen ó-
men o modelos que n i siquiera son con tradictorios porque, productos
de un trabajo científico, están igualmente desprovistos de principios. La
in vestigación aplicada puede contentarse, sin duda, con tales «verdades
en un 40%», según la expresión de Boas, pero quien es con fun den una
restitución aproximada ( y no próxima) del fen ómen o con la teoría de
los fenómen os se exponen a fracasos inexorables, y sin embargo incom-
pren sibles, en tan to n o se aclare el poder explicativo de coin ciden cia.
Jugan do con la con fusión en tre la simple semejanza y la analogía, re-
lación en tre relacion es que debe ser conquistada con tra las aparien cias
y construida por un verdadero trabajo de abstracción y por una compa-
ración con scien temen te realizada, los modelos miméticos, que n o captan
más que las semejan zas exteriores, se opon en a los modelos analógicos,
que buscan la compren sión de los prin cipios ocultos de las realidades
que in terpretan . «Razon ar por an alogía –dice la Academia– es formar
un razon amien to fun dado en las semejan zas o relacion es de un a cosa
con otra» o más bien, corrige Courn ot, «fundado en las relacion es o se-
mejanzas en tanto éstas muestren las relacion es. En efecto, la visión de
len guaje en sus metáforas, aun las más muertas ( véase supra, § 4,
págs. 41-45) .
43 G. Can guilh em, «An alogies an d Models in Biological Discovery», Scientific
Change, Historical Studies in the Intelectual, Social and Technical Conditions for
Scientific Discovery and Technical Invention, from Antiquity to the Present,
Symposium on th e H istory of Scien ce, Lon dres, H ein eman n , 1963, págs.
507-520.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 85
44 A. Courn ot, Essais sur les fondements de nos connaissances et sur les caractères de
la critique philosophique, París, H ach ette, 1912, pág. 68.
45 C. Lévi-Strauss, Tristes tropiques, París, Plon , 1956, pág. 49 [ h ay ed. en esp.] .
86 el o f ic io d e so c ió l o g o
con tra las obcecadas eviden cias de la in tuición: «El simbolismo es útil,
in discutiblemen te, porque torn a las cosas difíciles. Queremos saber
“qué puede ser deducido de qué”. Al principio todo es evidente por sí;
y es muy difícil ver si una proposición evidente procede o no de otra. La
eviden cia es siempre en emiga del rigor. Inven temos un simbolismo tan
difícil que nada parezca evidente. Luego establezcamos reglas para ope-
rar con los símbolos y todo se vuelve mecánico».46 Pero los matemáticos
ten drían men os razones que los sociólogos para recordar que la forma-
lización puede con sagrar eviden cias del sen tido común en lugar de
con den arlas. Se puede, decía Leibniz, dar forma de ecuación a la curva
que pasa por todos los puntos de un a super ficie. El objeto percibido n o
se tran sforma en un objeto con struido como por un sen cillo arte de
magia matemática: peor, en la medida en que simboliza la ruptura con
las apariencias, el simbolismo da al objeto preconstruido una respetabi-
lidad usurpada, que lo resguarda de la crítica teórica. Si hay que preca-
verse de los falsos prestigios y prodigios de la formalización sin control
epistemológico, es porque al dar las aparien cias de la abstracción a pro-
posicion es que pueden ser obcecadamen te tomadas de la sociología es-
pon tán ea o de la ideología, amen aza con inducir a que un o pueda abs-
tenerse del trabajo de abstracción, que es el ún ico capaz de romper con
las semejanzas aparen tes para construir las an alogías ocultas.
La captación de las h omologías estructurales n o siempre tien e n ece-
sidad de apelar al formalismo para fundamen tarse y para demostrar su
rigor. Basta seguir el procedimien to que con dujo a Pan ofsky a compa-
rar la Summa de Tomás de Aquin o y la catedral gótica para advertir las
con dicion es que h acen posible, legítima y fecun da tal operación : para
acceder a la analogía oculta y escapar de esa curiosa mezcla de dogma-
tismo y empirismo, de misticismo y positivismo que caracteriza al
intuicionismo, h ay que ren un ciar a querer en con trar en los datos de la
intuición sensible el principio que los un ifique realmente y someter las
realidades comparadas a un tratamiento que las h ace igualmente dispo-
n ibles para la comparación. La an alogía n o se establece en tre la Summa
y la Catedral tomadas, por así decirlo, en su valor facial, sin o en tre dos
sistemas de relaciones inteligibles, no entre «cosas» que se ofrecerían a
46 B. Russell, Mysticism and Logic, and Other Essays, Doubleday, Nueva York,
An ch or Books, 1957, pág. 73 ( 1ª publ. Philosophical Essays, Londres, George
Allen & Un win , 1910, 2ª ed., Mysticism and Logic, 1917 [ h ay ed. en esp.] ) .
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 87
la percepción in gen ua sin o en tre objetos con quistados con tra las apa-
rien cias in mediatas y con struidos median te un a elaboración metódica
[ E. Panofsky, texto nº 32] .
De esta man era, es en su poder de ruptura y de gen eralización , am-
bos in separables, donde se recon oce el modelo teórico: diseñ o formal de
las relacion es entre aquellas que definen los objetos construidos, puede
ser transpuesto a órden es de la realidad fen omén ica muy diferen tes y
sugerir por an alogía n uevas an alogías, n uevos prin cipios de con struc-
ción de objetos [ P. Duhem, texto nº 33; N. Campbell, texto nº 34] . Así como
el matemático en cuen tra en la defin ición de la recta como cur va de
curvatura n ula el prin cipio de un a teoría gen eral de las curvas, ya que
la lín ea curva es un mejor gen eralizador que la recta, así la con struc-
ción de un modelo puro permite tratar diferentes formas sociales como
otras tan tas realizaciones de un mismo grupo de transformacion es y h a-
cer surgir de ese modo propiedades ocultas que no se revelan sino en la
puesta en relación de cada un a de las realizaciones con todas las otras,
es decir por referencia al sistema completo de relaciones en que se ex-
presa el principio de su afinidad estructural.47 Es éste el procedimiento
que con fiere su fecun didad, es decir su poder de gen eralización , a las
comparaciones entre sociedades diferentes o en tre subsistemas de una
misma sociedad, por oposición a las simples comparacion es suscitadas
por la semejanza de los con ten idos. En la medida en que estas «metáfo-
ras científicas» conduzcan a los prin cipios de las homologías estructura-
les que pudieran en con trarse sumergidas en las diferen cias fen omén i-
cas, son , como se h a dich o, «teorías en min iatura» puesto que, al
formular los principios generadores y un ificadores de un sistema de re-
lacion es, satisfacen completamente las exigen cias del rigor en el orden
de la prueba y de la fecun didad en el del descubrimien to, que son las
47 Es el mismo procedimien to, que con siste en con cebir el caso particular e
in cluso el con jun to de casos reales como casos particulares de un sistema
ideal de composicion es lógicas, que en las operacion es más con cretas de la
práctica sociológica, como la in terpretación de un a relación estadística,
puede termin ar in virtien do la sign ificación de la noción de sign ificatividad
estadística: así como la matemática pudo con siderar la ausen cia de
propiedades como un a propiedad, del mismo modo un a ausen cia de
relación estadística en tre dos variables puede ser altamen te sign ificativa si
se con sidera esta relación den tro del sistema completo de relacion es de la
que forma parte.
88 el o f ic io d e so c ió l o g o
con struye y comprueba, no significa decir que a cada uno de estos actos
epistemológicos corresponden operacion es sucesivas, provistas de tal o
cual instrumen to específico.1 De modo que, como ya se vio, el modelo
teórico es inseparablemen te construcción y ruptura, ya que fue preciso
romper con las semejan zas fen omén icas para con struir las an alogías
profun das, y porque la ruptura con las relacion es aparen tes supon e la
con strucción de nuevas relacion es en tre las apariencias.
La diferen cia en tre los actos epistemológicos n un ca se revela tan cla-
ramen te como en la práctica errón ea que, como se h a visto, se defin e
precisamen te por la omisión de tal o cual de los actos cuya in tegración
jerárquica determin a la práctica correcta. Al mostrar lo costoso que re-
sulta escamotear algun o de los actos epistemológicos, el an álisis del
error y de las con dicion es que lo h icieron posible permite defin ir la je-
rarquía de los riesgos epistemológicos que derivan del orden en el cual
están implicados los actos epistemológicos, ruptura, construcción, com-
probación : la experimen tación vale lo que vale la con strucción que
pone a prueba, y el valor heurístico y probatorio de una construcción es
fun ción del grado en el cual permite romper con las aparien cias y así
con ocer las aparien cias, recon ocién dolas como tales. De esto resulta
que n o h ay con tradicción ni eclecticismo en in sistir simultán eamen te
en los riesgos y el valor de una operación tal como la formalización o in-
cluso la in tuición . El valor de un modelo formal es fun ción del grado
en que los preliminares epistemológicos de ruptura y con strucción h ayan
sido satisfech os: si, como se vio, el simbolismo se torna peligroso al per-
mitir y disimular la subordinación lisa y llan a a la sociología espon tá-
n ea, también puede con tribuir, cuan do ejerce su poder de con trol de
relacion es con struidas sobre relacion es aparen tes, a cuidarse de recaí-
das en el sen tido común .
No hay intuición que no pueda recibir una función científica cuando,
controlada, sugiere hipótesis y aun contribuye al control epistemológico
de las demás operaciones. Sin duda que es legítima la condena del intui-
2 No sería in útil rein troducir todo este con jun to de experien cias, actitudes y
n ormas de observación resumidas por el imperativo etn ológico del «trabajo
sobre el terren o» en un a práctica sociológica que, a medida que se
burocratiza, tien de a in terpon er entre el que con cibe la en cuesta y aquellos
a quien es estudia, el aparato de ejecutan tes y el mecan ográfico: la
experien cia directa de los in dividuos y las situacion es con cretas en las que
viven , ya se trate del decorado cotidian o de la vivien da, del paisaje o de los
gestos y en ton acion es, n o con stituye sin duda de por sí un con ocimien to,
pero puede proporcion ar el lazo intuitivo que a veces h ace surgir la
h ipótesis de relacion es in sólitas, pero sistemáticas, en tre los datos. Más que
el sociólogo, amen azado más bien por un a distan cia respecto de su objeto
que n o siempre es distan ciamien to epistemológico, el etn ólogo, como
todos los que recurren a la observación participan te, corre el peligro de
tomar el «con tacto h uman o» por un medio de con ocimien to y, sen sible a
las exigen cias y seduccion es de su objeto que traicion an las evocacion es
n ostálgicas de lugares y gen tes, debe realizar un esfuerzo particular para
con struir un a problemática capaz de romper las con figuracion es sin gulares
que le propon en los objetos con cretos.
92 el o f ic io d e so c ió l o g o
cia. La más elemen tal de las operacion es, la observación , que describe
el positivismo como un registro tanto más fiel cuanto menos supuestos
teóricos implica, se h ace cada vez más cien tífica en tanto los prin cipios
teóricos que la sostien en son más con scien tes y sistemáticos. Subra-
yan do que «para la gramática es ya un primer triun fo presentar correc-
tamen te los datos primarios de la observación», Noam Chomsky agrega
que «la determin ación de los datos pertin entes depen de de su posible
in serción en un a teoría sistemática, y que por tanto puede con siderarse
que el éxito de más h umilde n ivel n o es más fácil de alcanzar que los
otros [ …] . La determinación de datos valederos y pertinen tes no es fá-
cil. Lo que a men udo se observa n o es pertin en te n i sign ifican te, y lo
que es pertin en te y sign ifican te es frecuen temen te difícil de obser var,
tan to en lin güística como en un laboratorio de física o en cualquier
otra cien cia».3 Por su lado, Freud señ ala que «aun en la etapa de la des-
cripción, es imposible evitar que se apliquen ciertas nociones abstractas
al material dispon ible, n ociones cuyo origen no radica seguramente en
la mera observación de los datos».4 Se puede en contrar una prueba de
la inman en cia de la teoría de la observación pertinente en el h ech o de
que toda empresa de desciframiento sistemático, por ejemplo el análi-
sis estructural de un corpus mítico, descubre n ecesariamente lagun as
en una documen tación reunida a ciegas, aun si los primeros observado-
res sólo buscaron, por un deseo de registro sin supuestos, una recolec-
ción exhaustiva. Más aún , sucede a veces que un a lectura deten ida hace
aparecer «hechos» n o advertidos por los mismos que los examin an ; así
es como Panofsky h izo resaltar en el plan o del presbiterio de un a cate-
5 E. Pan ofsky, Architecture gothique et pensée scolastique, op. cit., pág. 130.
6 M. Plan ck, L’image du monde dans la physique moderne, París, Gon th ier, 1963,
pág. 38.
7 Si lo propio de la epistemología positivista con siste en separar la prueba de
los h ech os de la elaboración teórica de don de los hech os cien tíficos
extraen su sen tido, va de suyo que la regla comtiana que prescribe «n o
idear n un ca sin o h ipótesis susceptibles, por su n aturaleza, de un a
verificación positiva, más o men os remota, pero siempre claramen te
in evitable» ( A. Comte, Cours de philosophie positive, París, Bach elier, 1835,
t. II, lección 28 [ h ay ed. en esp.] ) , distin gue, al men os n egativamen te, el
discurso cien tífico de todos los demás. Puede en contrarse en Sch uster, que
afirmaba que «un a teoría n o vale n ada cuan do n o se puede demostrar
que es falsa» ( citado por L. Brun schvicg, L’expérience humain et la causalité
physique, París, PUF, 1949, 3ª ed., pág. 432) , y sobre todo en K. R. Popper,
que h ace de la «falsabilidad» de un a teoría el principio de «demarcación »
de la cien cia, la argumen tación lógica que lleva a preferir la in validación a
la con firmación como forma de control experimen tal ( véase «Falsifiability
as a Criterion of Demarcation », The Logic of Scientific Discovery, op. cit., págs.
40-42 y 86-87) .
94 el o f ic io d e so c ió l o g o
10 L. Brun sch vicg, Les étapes de la philosophie mathématique, París, F. Alcan , 1912.
11 B. Russell, Mysticism and Logic, op. cit., pág. 74.
12 N. Campbell, What is Science, Lon dres, Meth uen , 1921, pág. 88. Véase
también J. B. Con an t, Modern Science and Modern Man, Nueva York,
Columbia Un iversity Press, 1952, pág. 53.
96 el o f ic io d e so c ió l o g o
o in cluso a que falte lo esen cial por uno de esos equívocos que h acen
pareja fun cion al con la utilización ciega de las técn icas destin adas a
aguzar y con trolar la vista [ C. W. Mills, texto nº 36] .
14 Como el poder de las pren ocion es, sean populares o cien tíficas, radica en
el carácter sistemático de la in teligibilidad que proporcion an , es in útil
esperar refutarlos un o por un o. H istóricamen te, siempre es un a teoría
sistemática la que pudo dar razón de las ilusion es igualmen te sistemáticas,
como lo h acen ver a propósito de la cien cia física T. S. Kuh n ( «Th e
Fun ction of Dogma in Scien tific Research », en A. C. Crombie [ comp.]
Scientific Change [ op. cit., pág. 347] y N. R. H an son ( Patterns of Discovery,
Cambridge, Cambridge Un iversity Press, 1965) .
15 G. Bach elard, Le nouvel esprit scientifique, op. cit., pág. 6.
98 el o f ic io d e so c ió l o g o
17 E. Pan ofsky, «Icon ograph y an d iconology», Meaning in the Visual Arts, Nueva
York, Doubleday, 1955, pág. 35.
100 el o f ic io d e so c ió l o g o
La con exión entre los términ os de esas parejas es tan fuerte, a pesar
de las aparien cias, que n o es raro que los in vestigadores más firme-
men te ligados a un a u otra de esas posiciones polares traicion en , en su
n ostalgia o en sus lapsus epistemológicamen te significativos, la idea de
que las opciones epistemológicas, buenas o malas, conscien tes o incons-
cien tes, formen un sistema, de man era que la auton omización de un a
de las operaciones de la práctica cien tífica obliga a recurrir al sustituto,
in con scien te o vergon zoso, de las operacion es rech azadas. De modo
que, por limitar el control de su práctica al control técnico de los instru-
men tos, el positivismo emula al in tuicion ismo en aquellas fases de la in-
vestigación que mejor se prestan al refin amien to tecn ológico sin ver
que, por privarse de los recursos de las teorías, se limita a tomar de la
sociología espon tán ea las n ociones que refleja en in dicios refinados así
como en los conceptos en los que esconde los más sutiles resultados de
sus man ipulacion es ( liberalismo, conformismo, empatía, satisfacción o
participación , etc.) .21 Pródigos en preceptos y fórmulas para la con fec-
ción y admin istración del cuestion ario, los man uales de metodología
abren la puerta a la intuición, a veces a la más riesgosa, cuando se trata
de formular los prin cipios de la concepción de las h ipótesis o de los es-
quemas de in terpretación de los resultados cuan titativos. La oposición
que se proclama n o debe ocultar la solidaridad profun da entre el posi-
tivismo y el in tuicion ismo que, extrayen do a men udo de la misma
fuente el fun damento de sus explicaciones y el principio de sus hipóte-
sis, sólo divergen por sus técnicas de verificación : la lectura de algun os
clásicos de la sociología positivista bastaría para conven cer de que el in -
1 Las polémicas sobre los supuestos filosóficos de las diferen tes orien tacion es
de la in vestigación sociológica n o podrían reemplazar la reflexión
epistemológica, y a men udo sólo con tribuyen a ocultar su ausen cia:
pién sese por ejemplo en el carácter académico o mundan o del debate
sobre la o las «filosofías estructuralistas». El aban ico de actitudes filosóficas
que la coyun tura in telectual plan tea a los sociólogos para dar cuen ta de su
práctica n o expresa la epistemología que realmen te implica el trabajo
cien tífico. Bach elard veía en el eclecticismo filosófico de la mayor parte de
los cien tíficos un a manera de n egar la pureza abstracta de sistemas
filosóficos atrasados respecto de la cien cia en n ombre de «la impureza
filosófica» de la cien cia.
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 107
e l a r r a ig o so c ia l d e l so ció l o g o
En tre los supuestos que el sociólogo debe al hecho de ser un sujeto so-
cial, el más fundamental es, sin duda, el de la ausencia de supuestos que
caracteriza al etn ocen trismo; en efecto, sólo cuan do se descon oce
como sujeto producto de una cultura particular y n o subordin a toda su
práctica a un cuestionamiento con tin uo de este arraigo, el sociólogo se
vuelve ( más que el etn ólogo) vuln erable a la ilusión de la evidencia in-
mediata o a la ten tación de un iversalizar incon scien temen te una expe-
rien cia sin gular.4 Pero las precaucion es con tra el etn ocen trismo son de
poco peso si no se reavivan y reinterpretan de man era in cesante por la
vigilan cia epistemológica. En efecto, la lógica del etn ocen trismo es lo
que regula todavía, en el sen o de un a misma sociedad, las relacion es
en tre los grupos: el código que utiliza el sociólogo para descifrar las
con ductas de los sujetos sociales se con stituye en el curso de aprendiza-
jes socialmente calificados y participa siempre del código cultural de los
diferen tes grupos de los cuales forma parte. En tre todos los supuestos
culturales que el in vestigador arriesga implicar en sus in terpretaciones,
De modo que la sociología del con ocimien to, de la que a men udo n os
h emos servido para relativizar la validez del saber y, con más precisión,
la sociología de la sociología, en la que se h a querido ver sólo el re-
ch azo por el absurdo de las absurdas preten sion es del sociologismo,
con stituyen in strumen tos particularmen te eficaces del control episte-
mológico de la práctica sociológica. Si, para pen sarse reflexion an do,
cada sociólogo debe recurrir a la sociología del con ocimiento socioló-
gico, no puede esperar escapar a la relativización por un esfuerzo, nece-
sariamente estéril, por desprenderse completamente de todas las deter-
min acion es que caracterizan su situación social y para acceder al sitial
social del conocimien to verdadero en que Man nheim ubicaba a sus «in-
telectuales sin ataduras ni raíces». Hay pues que alejar la esperan za utó-
pica de que cada un o pueda liberarse de las ideologías que in ciden en
su investigación por la sola virtud de reformar decisivamen te un juicio
que está socialmen te con dicion ado o por un «auto-socio-análisis» que
n o ten dría otro fin que el autosatisfacerse en y por el socioan álisis de
otros. La objetividad de la cien cia n o podría descan sar en un fun da-
men to tan in cierto como la objetividad de los científicos. El saber de la
reflexión epistemológica n o podría plasmarse realmen te en la práctica
sino un a vez establecidas las con dicion es sociales de un control episte-
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 113
5 Como lo subraya Duh em, la n ormatividad lógica n o es suficien te, así como
tampoco el con ocimien to de las relacion es experimentalmen te
establecidas, para asegurar las con dicion es de la ren ovación teórica: «La
con templación de un con jun to de leyes n o basta para sugerir al físico qué
h ipótesis debe escoger para dar de esas leyes un a represen tación teórica;
también es preciso que los pen samien tos h abituales de aquellos en cuyo
medio vive, y las ten den cias que imprimió a su propia men te en sus
estudios an teriores, termin en por guiarlo y restringir la libertad demasiado
gran de que las reglas de la lógica dejan a sus procedimien tos» ( P. Duh em,
La théorie physique, op. cit., pág. 388) .
6 Se en contrará un ejemplo de este tipo de an álisis que relacion a el mi-
son eísmo de las comun idades cien tíficas con factores tan gen éricos como el
espíritu de cuerpo o la inercia de los organ ismos académicos, en los trabajos
de B. Barber ( véase, por ejemplo, «Resisten ce by Scientists to Scien tific
Discovery», Science, vol. 34, n º 3479, 1 sep. de 1961, págs. 596-602) .
114 el o f ic io d e so c ió l o g o
8 Se en con trará un an álisis de la fun ción de con trol social en la con strucción
cien tífica en G. Bach elard, La formación del espíritu científico, op. cit., cap. XII.
116 el o f ic io d e so c ió l o g o
científica. Al igual que los con tactos entre sociedades de tradicion es di-
feren tes son oportun idades en que los supuestos in con scien tes de al-
gún modo se ven obligados a explicitarse, las discusiones entre especia-
listas de disciplin as diferen tes pueden con stituir la mejor medida del
tradicion alismo de un cuerpo de cien tíficos, es decir del grado en el
que éste excluye inconscien temente de la discusión habitual los supues-
tos que hacen posible la misma. Los encuen tros interdisciplinarios que,
en el caso de las ciencias human as, dan lugar frecuen temente a simples
intercambios de «datos» o, lo que es lo mismo, de problemas n o resuel-
tos, hacen pen sar en ese tipo arcaico de tran sacciones en que dos gru-
pos pon en a disposición , uno del otro, los productos que pueden adue-
ñ arse sin siquiera verse.9
Es decir que la comun idad cien tífica debe darse formas de sociabili-
dad específicas y que puede verse, como lo dice Durkh eim, un sín toma
de su h eteronomía en el h ech o de que en Francia, al menos, y aún hoy,
se en trega muy a menudo a la complacen cia de la mundan alidad in te-
lectual: «Creemos –escribía Durkh eim al fin al de Las reglas del método so-
ciológico– que ha llegado el momento para la sociología de ren un ciar a
los éxitos mun dan os, por decirlo de algún modo, y adoptar el carácter
esotérico que convien e a toda ciencia. Gan ará así en dign idad y autori-
dad lo que pierda quizás en popularidad».10
9 Para darse cuen ta de todo lo que el len guaje, en el que un grupo de espe-
cialistas expresa sus problemáticas, debe a la tradición , en gran parte
in con scien te, de la disciplin a, basta pen sar en los malen ten didos que se
producen en los diálogos en tre especialistas, aun de disciplin as cercan as:
ver, como a men udo se h ace, el prin cipio de todas las dificultades de
comun icacion en tre las disciplin as, en la diversidad de len guajes, es
absten erse de descubrir que los in terlocutores se en cierran en su len guaje
porque los sistemas de expresión son al mismo tiempo los esquemas de
percepción y de pen samien to que h ace existir a los objetos sobre los cuales
vale la pen a h ablar.
10 É. Durkh eim, Les règles de la méthode sociologique, op. cit., pág. 144.
Textos ilustrativos
Nota sobre la selección de los textos
so br e u na e pist e mo l o g ía c o n c o r da t a r ia
1. g . ca n g u il h e m
miento. Pero sobre todo nadie, como él, puso tan ta paciencia, ingen io,
cultura en multiplicar los ejemplos invocados en apoyo de esta tesis:
creemos que el modelo de esta clase de ejercicio está en el pasaje en el
que se apela al ejemplo del atomismo para probar que el ben eficio del
con ocimiento reside ún icamente en aquello que la rectificación de un
con cepto «suprime»17 en un a in tuición o en un a imagen in icial. «El
átomo es exactamen te la suma de las críticas a las que se somete su ima-
gen primera.»18 Ytambién : «El esquema del átomo propuesto por Bohr
h ace un cuarto de siglo se ha desempeñado, en este sen tido, como un a
buena imagen ; ya n o queda n ada de él.»19 Ya en una obra en la que se
mostraba men os severo con el esquema de Boh r, Bach elard h abía de-
nunciado el «carácter ilusorio de nuestras intuiciones primeras».20 Para
un filósofo según el cual «lo real no es jamás lo que podría creerse, sino
siempre lo que debería h aberse pen sado»,21 la verdad n o puede ser
sin o el «límite de las ilusiones perdidas».22
No puede asombrar, en ton ces, que n in gún realismo, y en particular
el realismo empírico, resulte aceptable como teoría del conocimien to,
en opinión de Bach elard. No h ay realidad an tes de la ciencia y fuera de
ella. La cien cia n o capta n i captura lo real, sin o que indica la dirección
y la organ ización in telectuales, según las cuales «se puede tener la segu-
ridad de que n os acercamos a lo real».23 Así como no son catálogos de
sen saciones, los conceptos científicos tampoco son réplicas mentales de
esencias. «La esen cia es un a fun ción de la relación.»24 H abien do justi-
ficado, desde el Essai sur la connaissance approchée,25 la subordinación del
con cepto al juicio, Bach elard retorn a y con solida este plan teo en oca-
sión de su examen de la física relativista. El juicio de inherencia aparece
como un caso singular del juicio de relación , el atributo como una fun-
ción de los modos, el ser como coinciden te con las relaciones. «Es la re-
lación la que dice todo, la que prueba todo, la que contiene todo.»26 Es
en el camin o de la verdad don de el pensamiento encuen tra lo real. En
el orden de los juicios de modalidad «debe colocarse [ …] al asertórico
much o después del apodíctico».27 Por consiguien te, poco le importa a
Bach elard que los aficionados a las clasificaciones escolares o los censo-
res de ideologías h eterodoxas coloquen etiquetas a un sistema que n o
es el suyo; sólo le importa su lín ea de pen samien to. Si se lo llama idea-
lista cuan do aborda la ciencia por la vía real de la física matemática, res-
pon de: Idealismo discursivo, es decir laborioso en su dialéctica y jamás
triun fante sin vicisitudes. Si se lo llama materialista cuan do pen etra en
el laboratorio del químico, respon de: Materialismo racional, es decir in s-
truido y no ingen uo, operante y n o dócil; en un a palabra: materialismo
que n o recibe su materia sino que la establece, que «pien sa y trabaja a
partir de un mundo recomen zado».28
Es que la realidad del mun do debe retomarse siempre cuan do está
bajo la respon sabilidad de la razón . Y la razón n un ca termin a de ser
desrazon able para tratar de ser cada vez más racional. Si la razón sólo
fuera razon able, termin aría un día por satisfacerse con sus logros, por
decir sí a su activo. Pero es siempre no y n o. ¿Cómo explicarse este po-
der de n egación perman en temen te disparado? En un a admirable fór-
mula, Bach elard dijo un día que «ten emos el poder de despertar a las
fuen tes».29 Ah ora bien , en el corazón del h ombre h ay un a fuen te que
n o se agota n un ca, y a la cual, por tanto, nunca h ace falta despertar: es
la fuen te misma de aquello a lo que la filosofía rin dió h omen aje desde
antiguo en el soñar del cuerpo y del espíritu, la fuente de los sueños, de
las imágen es, de las ilusion es. La perman en cia de ese poder origin ario,
literalmen te poético, obliga a la razón a su esfuerzo perman en te de
n egación , de crítica, de reducción . La dialéctica racional, la ingratitud
esen cial de la razón para con sus logros sucesivos n o h acen más que de-
sign ar la presen cia, en la concien cia, de una fuerza infatigable de diver-
sión de lo real, de un a fuerza que acompañ a siempre al pen samien to
cien tífico, pero n o como una sombra, sin o como un a con tra-luz [ …] .
Es preciso, pues, que el espíritu sea visión para que la razón sea revi-
sión , que el espíritu sea poético para que la razón sea an alítica en su
técn ica, y el racion alismo psicoan alítico en su in ten ción . A veces llamó
la atención que se den omin ara psicoan álisis a un proyecto filosófico
aparentemen te tan con forme a la actitud con stan te del racion alismo.
Pero es porque se trata de algo muy distinto de la vocación optimista de
la filosofía de las luces o del positivismo. No se trata de creerse o de lla-
marse racion alista. «¿Racion alistas? –dice Bach elard–. Tratamos de
llegar a serlo.»30 Yse explica así: «Pudo sorpren der que un filósofo ra-
cion alista otorgue tan ta aten ción a ilusion es y a errores, y que a cada
paso necesite represen tar los valores racion ales y las imágen es claras
como rectificacion es de datos falsos».31 Pero ocurre que, con traria-
men te a lo que pudieron creer los racion alistas de los siglos XVIII y XIX,
el error n o es un a debilidad sin o un a fuerza, la ensoñ ación n o es un
humo sino un fuego. Y como el fuego, se recupera sin cesar. «Consagra-
remos una parte de nuestros esfuerzos a mostrar que la ensoñ ación re-
toma sin cesar los temas primitivos y trabaja con tin uamen te como un
alma primitiva, a despech o de los logros del pen samien to elaborado,
con tra la propia in strucción de las experien cias científicas.» 32
Se pudo con fiar en un a reducción defin itiva de las imágen es sen si-
bles efectuada por la razón in sen sible, mien tras n o se sospech ó h asta
qué pun to la imagin ación sen sualista puede ten er la vivacidad pro-
fun da y renacien te de la sen sualidad [ …] .
Los sen tidos, en todos los sen tidos de la palabra, fabulan . Reléase a
este respecto, y a propósito de las primeras in vestigacion es sobre la
electricidad, las reflexion es de n uestro filósofo sobre el carácter sen -
sual del con ocimien to con creto 33 y su con clusión sobre la in mutabili-
dad de los valores in con scien tes.34 Por tan to, ser racion alista n o es tan
sen cillo como lo creyeron los h ombres de la Aufklärung. El racion a-
lismo es un a filosofía costosa, un a filosofía que n o con cluye, ya que se
trata de «un a filosofía que n o h a ten ido comien zo».35
GEORGES CANGUILH EM
2. g . ba c h e l a r d
con una utilidad pasajera. O, por lo men os, hay que encarar un a espe-
cie de pragmatismo sobren aturalizante, un pragmatismo design ado
como un ejercicio espiritual an agógico, un pragmatismo que buscaría
motivos de superación , de trascenden cia, y que se pregun taría si las re-
glas de la razón no son también cen suras que hay que infrin gir.
GASTÓN BACHELARD
Le rationalisme appliqué
Introducción
Epistemología y metodología
3. a . k a pl a n
ABRAHAM KAPLAN
l a s pr e n o c io n e s c o mo o bst á c u l o e pist e mo l ó g ic o
* G. Bach elard, La formation de l’esprit scientifique, op. cit., pág. 14 ( véase ed. en
esp., pág. 16) .
140 el o f ic io d e so c ió l o g o
4. é . d u r k h e im
Cuan do un n uevo orden de fen ómen os se h ace objeto de una cien cia,
ellos ya se en cuen tran represen tados en el espíritu, no sólo por imáge-
n es sen sibles, sin o por especies de con ceptos groseramen te formados.
Antes de los primeros rudimen tos de física y química, los hombres ya te-
n ían nociones sobre los fen ómen os físico-químicos, que superaban a la
pura percepción . Pueden ser vir como ejemplo las que encon tramos
mezcladas en todas las religion es. Es porque, en efecto, la reflexión es
an terior a la cien cia, que sólo se sirve de ella con un método mejor. El
h ombre n o puede vivir en medio de las cosas sin formularse sus ideas
sobre ellas, a las cuales ajusta su con ducta. [ …] En efecto, estas n ocio-
n es o con ceptos, como quiera llamárselos, n o son sustitutos legítimos
de las cosas. Productos de la experien cia vulgar, tien en por objeto, ante
todo, armon izar n uestras accion es con el mun do que nos rodea; están
estructuradas por la práctica y para ella. Ah ora bien : un a represen ta-
ción puede estar en condicion es de desempeñ ar útilmen te este papel,
sien do teóricamente falsa. Hace ya much os siglos que Copérnico disipó
las ilusiones de nuestros sen tidos, tocan tes al movimien to de los astros;
sin embargo, todavía ordenamos corrien temen te la distribución de
n uestro tiempo de acuerdo con estas ilusion es. Para que un a idea sus-
cite adecuadamente los movimien tos que reclama la naturaleza de un a
cosa, no es preciso que exprese fielmente esta naturaleza; basta que nos
h aga sen tir lo que la cosa tien e de útil o de desven tajoso, cómo puede
servirnos y cómo puede dañ arn os. Y aun las nociones así formadas sólo
presentan esta justeza práctica en forma aproximativa y solamente en la
gen eralidad de los casos. ¡Cuán tas veces son tan peligrosas como in ade-
cuadas! No es, pues, elaborándolas, de la man era que sea, como se lle-
gará jamás a descubrir las leyes de la realidad. Por el contrario, son
como un velo que se in terpon e en tre las cosas y n osotros, que n os las
disfrazan tanto mejor cuan to más tran sparen te lo creemos […] .
Las n ocion es a que acabamos de referirn os son las nociones vulgares o
prenociones que señ ala en la base de todas las ciencias como ocupan do el
l a r u pt u r a 141
lugar de los hechos. Son los ídola, especie de fantasmas que nos desfigu-
ran el verdadero aspecto de las cosas y que sin embargo tomamos por
las cosas mismas. Y como este medio imaginario no ofrece resistencia al-
gun a al espíritu, al n o sen tirse éste conten ido por n ada se aban don a a
ambicion es sin límite y cree posible con struir, o mejor dich o, recon s-
truir el mun do con sus propias fuerzas y a la medida de sus deseos.
Si así fue para las cien cias n aturales, con mayor razón debía suceder
en sociología. Los h ombres no h an esperado el surgimien to de la cien-
cia social para formarse sus ideas respecto del derech o, la moral, la fa-
milia, el Estado y aun la sociedad, pues les eran imprescin dibles para vi-
vir. Ah ora bien , es precisamen te en sociología donde esas pren ociones,
para retomar la expresión de Bacon , están en condiciones de domin ar
los espíritus y sustituir a las cosas. En efecto, las cosas sociales sólo se re-
alizan a través de los h ombres; son un producto de la actividad h u-
man a. No parecen ser n in gun a otra cosa que la puesta en práctica de
ideas, in natas o no, que llevamos en nosotros, y su aplicación a las diver-
sas circunstancias que acompañan a las relaciones de los h ombres entre
sí. [ …]
Lo que termina por acreditar este punto de vista es que, como la vida
social en todo su detalle desborda ampliamen te los límites de la con-
cien cia, ésta n o puede ten er un a percepción suficien temen te in ten sa
de ella como para sen tir su realidad. Al n o ten er un a ligazón lo bas-
tan te cercan a n i próxima a n osotros, todo eso n os impresion a fácil-
men te como un a materia medio irreal e in defin idamente plástica, que
n o se sostien e en n ada y flota en el vacío. Es por esto que tan tos pen sa-
dores sólo h an visto en las coordin acion es sociales combinacion es arti-
ficiales, más o men os arbitrarias. Pero si bien se n os escapan los deta-
lles, las formas con cretas y particulares, n os represen tamos por lo
men os los aspectos más gen erales de la existen cia colectiva y, aun que
sea en forma grosera y aproximada, son precisamen te estas representa-
cion es esquemáticas y sumarias las que con stituyen las pren ocion es de
que n os ser vimos para los usos corrien tes de la vida. Por lo tan to, n o
podemos n i soñar en poner en duda su existen cia, ya que la percibimos
al mismo tiempo que la n uestra propia. No sólo están en n osotros, sin o
que, sien do un producto de repetidas experien cias, tien en un a especie
de ascen dien te y autoridad surgidas de esa misma repetición y del h á-
bito resultan te. Sen timos su resisten cia en cuanto buscamos liberarn os
de ellas; y n o podemos dejar de con siderar como real a lo que se n os
142 el o f ic io d e so c ió l o g o
ÉMILE DURKHEIM
5. m. ma u ss
Nos resta determin ar el método que con vien e más a nuestro objeto.
Aun que pen semos que n o es n ecesario agitar con tin uamente los pro-
blemas de metodología, sin embargo, creemos que tien e interés expli-
car ah ora los procedimientos de defin ición, de observación , de an álisis
que se aplicarán en el curso de este trabajo. Así podrá h acerse con más
facilidad la crítica de cada uno de nuestros pasos y comprobar sus resul-
tados.
Partien do de que la oración , elemen to in tegran te del ritual, es un a
institución social, el estudio tien e un a materia, un objeto, algo a lo que
podemos y debemos entregarn os. En efecto, mientras que para los filó-
sofos y los teólogos, el ritual es un len guaje con ven cion al a través del
cual se expresa, de modo imper fecto, el juego de las imágenes y de los
sen timien tos ín timos, para n osotros con stituye la realidad misma.
l a r u pt u r a 145
MARCEL MAUSS
«La oración»
e l a n á l isis l ó g ic o c o mo c oa d yu va n t e d e l a
v ig il a n c ia e pist e mo l ó g ica
6. j. h . g o l d t h o r pe y d. l o c k wo o d
* Puede en con trarse otro ejemplo de este estilo de an álisis en M. Jah oda,
«Con formity an d In depen den ce», Human Relations, abril de 1959, págs. 99 y
sigs.
l a r u pt u r a 149
perder su iden tidad fun dién dose en la clase media. En otras palabras,
se preten de que hay n umerosos trabajadores manuales asalariados a los
que, desde el pun to de vista social, ya n o se puede distin guir de los
miembros de otros grupos –por ejemplo, empleados de oficin a, artesa-
n os calificados o técnicos subalternos– que hasta hace poco eran social-
men te superiores a ellos.
Obsérvese que, en este caso, se trataría de un a tran sformación de las
estructuras sociales much o más rápida y de un alcance much o mayor
que la que resultaría de la evolución ten dencial que afecta a la distribu-
ción de los empleos, la distribución gen eral de los ingresos y las rique-
zas, o las tasas de movilidad social de una gen eración a otra: en efecto,
se afirma que, en el período de un a vida, grupos n uméricamen te im-
portantes h acen la experiencia, no solamen te de un n ítido aumen to de
su n ivel de vida, sin o también de una tran sformación fun damen tal
de su modo de vida y de su posición en la escala social con relación a
otros grupos sociales con los cuales están h abitualmen te en con tacto.
Esto implica, pues, además de las transformacion es econ ómicas, otras
que afectan a los valores, las actitudes y las aspiraciones, los modelos de
con ducta, y la estructura de las relacion es que forman la trama de la
vida social. [ …]
Todas las tran sformacion es ten den ciales de largo plazo que acaba-
mos de mencionar fueron in vocadas, en un momento u otro, como ele-
men tos de explicación de los cambios observados en la clientela de los
partidos políticos, y en particular, claro está, de la extin ción del electo-
rado laborista desde h ace diez o más años. Pero sobre todo a la tesis del
«embourgeoisement»* de la clase obrera se le adjudicó un a sign ificación
política cuan do el partido laborista fue derrotado, por tercera vez con-
secutiva, en las eleccion es de 1959. Por ejemplo, en su estudio sobre
esas elecciones, Butler y Rose h an afirmado que los resultados «estable-
cen claramen te que n o se puede pasar por alto el desplazamiento h acia
los conservadores, como si sólo se tratara de un cambio pasajero del
viento electoral. También entran en juego factores de largo plazo. El in-
cremento regular de la prosperidad ha afectado las actitudes tradicio-
nales de la clase obrera…». Según la opinión de estos autores, gran can-
tidad de trabajadores man uales están , por lo men os, «en el umbral de
la clase media». El mismo tema fue retomado por «revision istas» del
partido laborista, como Croslan d: «Aun que el movimien to que se es-
boza con tra el Labour n o sea de un a gran importan cia n umérica –es-
cribe–, h ay que tomarlo en serio porque refleja claramente un a co-
rrien te de largo plazo. Además, parece estar determin ado por ciertas
tran sformacion es econ ómicas y sociales subyacen tes que no sólo son
irreversibles, sin o que aún no h an con cluido». Las fuerzas de la tran s-
formación «h acen tambalear poco a poco las barreras en tre la clase
obrera y la burguesía…» y el apoyo al partido laborista se debilita en vir-
tud de un a crisis de la identificación social: «Gente a la que objetiva-
men te se ubicaría en la clase obrera por su oficio o por su pertenencia
familiar h a alcan zado los in gresos, el modo de con sumo y a veces la psi-
cología de la clase media».
Nuestra in ten ción en este trabajo n o es determin ar si, y en qué me-
dida, la orien tación electoral an tilaborista está realmen te ligada con
procesos de cambio irreversibles. Pero pensamos que de n ingún modo
se puede con siderar decisivas a estas interpretacion es de la declinación
del partido laborista. En primer lugar, es posible in vocar razon es muy
distin tas para explicar la derrota del partido laborista, sin recurrir a la
tesis del aburguesamien to de los obreros. En segun do lugar, an tes de
que se pueda in troducir útilmente esta tesis con firiéndole una función
explicativa, un a precaución elemen tal con siste en hacerse un a idea
clara de lo que implica y también , n aturalmen te, probar su valor con -
fron tán dola con los hech os. Ah ora bien , en esta situación y aún sin h a-
blar de la prueba de los h ech os, esa tesis n o llega a satisfacer las exi-
gen cias de la claridad.
Desde el pun to de vista sociológico, la tesis según la cual la fracción
acomodada de los trabajadores man uales de un país se diluye en la
clase media implicaría esen cialmen te lo siguien te:
a) Que esos trabajadores y sus familias adquieren un n ivel de vida, en
términ os de in gresos y de bien es materiales, que los sitúa en un plan o
de igualdad por lo menos con la capa inferior de la clase media. En este
caso, se señalan algun os aspectos específicamente económicos de la es-
tratificación social.
b) Que esos mismos trabajadores adquieren también nuevas perspec-
tivas sociales y n ormas de con ducta que son más características de la
clase media que de la clase obrera. En este caso, se señ ala lo que se
puede llamar el aspecto normativo de la clase.
l a r u pt u r a 151
b) Cuan do, además, son capaces de resistir la presión del con for-
mismo den tro del grupo obrero –su grupo de perten en cia–, ya
sea porque se alejan de él, o porque dich o grupo, por un a u otra ra-
zón , pierde su coh esión y por lo tan to su autoridad sobre sus miem-
bros.
c) Cuan do se les ofrecen reales posibilidades de h acerse aceptar por
los grupos de la clase media a los que aspiran perten ecer.
En ese caso el proceso real de tran sición puede representarse en la
forma del Cuadro I, cuyos cuatro compartimientos resultan de la com-
binación del aspecto relacional y del aspecto normativo de la clase:
(d) B C
Posición O brero O brero
«n o in tegrada» desvin culado que aspira
de su medio a una
promoción
Grupo social
de
pertenencia
(c) A D
Posición O brero O brero
«in tegrada» tradicion al asimilado
con sumo, de la utilización del ocio y del n ivel general de las aspiracio-
n es, se abrió un campo más amplio a los progresos de la men talidad in-
dividualista. Por otro lado, en el grupo de los empleados se esbozó un a
corriente de sen tido inverso. Bajo el efecto del aumen to de los precios,
del crecien te gigan tismo de las administracion es y de la reducción de
las oportun idades de promoción profesion ales, los empleados subalter-
n os, por lo men os, ya n o tien en , man ifiestamen te, un a fe ciega en las
virtudes del «in dividualismo» y se sienten más in clin ados a un a acción
colectiva, sindical, de tipo deliberadamente apolítico y utilitario; y tanto
más por cuan to la filosofía sin dical de numerosos trabajadores manua-
les n o deja de evolucion ar para acercarse a aquella que ellos mismos
juzgan aceptable.
Para aclarar mejor la idea de «convergen cia», modificaremos nuestra
dicotomía original en tre in dividualismo y colectivismo para introducir
ahora una distinción entre los medios privilegiados y los fin es privilegia-
dos. Los medios prioritarios pueden ser, o bien la acción colectiva, o
bien el esfuerzo in dividual; las aspiracion es pueden ten er como fin
prioritario ya el presen te y la vida social local, ya la situación futura del
n úcleo familiar. Las perspectivas típico-ideales origin ales aparecen
ah ora design adas con los n ombres de «colectivismo de solidaridad» e
«individualismo radical».
En este con texto, el términ o «colectivismo de solidaridad» design a,
pues, un colectivismo ( apoyo mutuo) con cebido como fin y n o como
simple medio. Se caracteriza por una adh esión sen timental a un grupo
social local que se opone a la adh esión interesada a una asociación con
objetivos específicamen te econ ómicos, característica de lo que h emos
llamado «colectivismo utilitario». En este último caso, el medio es siem-
pre la acción colectiva, pero ésta está subordin ada al objetivo principal
que es la promoción económica y social de cada núcleo familiar. Desde
luego, el desplazamien to del cen tro de gravedad h acia la familia, y más
especialmente la modificación de perspectiva sobre la promoción, que
ya n o es concebida en términos simplemen te económicos sin o sociales,
podrá adoptar formas variadas. Pero, de una manera general, puede ser
defin ida como un a orien tación h acia el con sumo ( de bien es, del
tiempo, de las posibilidades de in strucción , etc.) que implica que la fa-
milia pasa a ser, cuan do se trata de su porven ir, un cen tro de decisión
independien te.
156 el o f ic io d e so c ió l o g o
De este modo, aun que se pueda afirmar que las perspectivas sociales
de la «n ueva» clase obrera y de la «n ueva» clase media tienden a con -
verger de la man era in dicada, h ay que cuidarse aquí de n o con fun dir
convergencia e iden tidad. Se puede, razon ablemente, pen sar que en es-
tas dos capas sociales el colectivismo utilitario y la primacía de la familia
están igualmen te presentes; pero también razonablemen te se puede es-
perar que la importan cia relativa adjudicada a cada un o de esos ele-
men tos difiera de una capa a otra. Esto es así porque con vergencia sig-
n ifica, para la «n ueva» clase obrera, adaptación de los fin es y, para la
«n ueva» clase media, adaptación de los medios. En el primer caso,
la con vergen cia con siste esen cialmen te en un a aten uación del colecti-
vismo de solidaridad, y la primacía n acien te de la familia sólo aparece
aquí como un subproducto. En el segun do caso, el subproducto es el
colectivismo in strumen tal, como resultado de la aten uación del in divi-
dualismo radical. De esta manera, aunque el nuevo «individualismo» de
la clase obrera y el n uevo «colectivismo» de la clase media acerque a es-
tas dos capas sociales, hay much as posibilidades de que tanto uno como
l a r u pt u r a 157
otro sigan siendo, de man era más o menos sutil, diferen tes, respectiva-
mente, del individualismo atenuado de la clase media y del colectivismo
aten uado de la clase obrera.
Tal vez esto sea más cierto para el individualismo, pues, según todas
las apariencias, la transformación de las aspiracion es en la clase obrera
será más progresiva que la transformación de los medios que simétrica-
men te se produce en la clase media. Así, pues, es posible esperar que,
en la zon a de con vergen cia, la diferen cia esen cial resida en que el
n uevo in dividualismo de los grupos de la clase obrera adoptará, sobre
todo, la forma de un deseo de progreso económico del n úcleo familiar,
mien tras que el in dividualismo atenuado de los grupos de la clase me-
dia se distin guirá del precedente por un a mayor sensibilidad a los esta-
tus sociales de los grupos a los que adh ieren o de los que se apartan .
Volvamos ah ora a la distin ción que an tes h icimos entre el obrero
«que aspira a un a promoción social» y el obrero «desvin culado de su
medio». Se recordará que el criterio de la distin ción es la adopción, por
parte del obrero aislado del medio tradicion al de su clase, de las n or-
mas de un grupo de estatus social de «clase media». En el segundo cua-
dro, tanto el obrero desvinculado de su medio como el obrero ávido de
promoción social correspon den ambos al casillero de abajo a la iz-
quierda; tan to en un caso como en otro, se ve que sus perspectivas so-
ciales con vergen con las de la «clase media». No obstan te, sugerimos
distin guirlos por la n aturaleza de su in dividualismo. En el caso del
obrero desvinculado de su medio, se puede con siderar que la men tali-
dad individualista que ha adquirido es el resultado de factores negativos
( la atenuación del colectivismo de solidaridad) y por con siguien te está
más cen trada en el progreso econ ómico in dividual, con cebido en tér-
min os de consumo y de con fort. En el caso del obrero ávido de promo-
ción social, se agrega un a adhesión positiva al individualismo de la clase
media que lo h ace más con scien te y más preocupado por los efectos de
diferenciación y de ascen so de estatus social producidos por su estilo
gen eral de vida. Para con cluir, reun iendo los diferen tes elemen tos de
n uestra tesis, quisiéramos formular h ipótesis, que no son otra cosa que
h ipótesis, sobre los efectos probables, al día de h oy, del en riqueci-
miento de la clase obrera sobre la estructura social británica.
a) El cambio prin cipal, sin duda, podría defin irse más adecuada-
men te como un proceso de convergencia n ormativa entre ciertas partes
de la clase obrera y de la clase media, siendo el cen tro de la convergen-
158 el o f ic io d e so c ió l o g o
l a f il o so f ía a r t if ic ia l ist a c o mo f u n da me n t o d e l a
il u sió n d e l a r e f l e x iv ida d
7. é . d u r k h e im
Si comenzamos por pregun tarn os así cuál debe ser la educación ideal,
h ech a abstracción de toda con dición de tiempo y de lugar, es porque
admitimos implícitamen te que un sistema educativo n o tien e n ada de
real por sí mismo. Sólo se ve en él un con jun to de prácticas y de in sti-
tucion es que se h an organ izado len tamen te, con el correr del tiempo,
que son solidarias de todas las demás institucion es sociales y que las ex-
presan , y que, en con secuencia, como la propia estructura de la socie-
dad, n o pueden ser cambiadas a volun tad, sin o que parecen ser un
puro sistema de con ceptos realizados; en ese sen tido, el mismo parece
derivar ún icamen te de la lógica. Se imagin a que los h ombres de cada
época la organ izan voluntariamente para realizar un fin determin ado, y
que, si tal organización no es la misma en todas partes, es porque ha ha-
bido error sobre la naturaleza del objetivo que convien e perseguir, o so-
bre la de los medios que permiten alcanzarlo. Desde ese punto de vista,
las educaciones del pasado aparecen como otros tan tos errores, totales
o parciales. No h ay que tenerlas, pues, en cuen ta; no debemos solidari-
zarnos con las fallas de observación o de lógica que h ayan podido hacer
n uestros predecesores; sin o que podemos y debemos plantearn os el
problema, sin ocuparnos de las solucion es que se le h an dado, es decir
que, dejan do de lado lo que h a sido, sólo ten emos que pregun tarn os
por lo que debe ser. Las en señ an zas de la h istoria pueden , a lo sumo,
servirn os para ahorrarn os la recaída en los errores que ya han sido co-
metidos.
Pero, de h ech o, cada sociedad, con siderada en un momen to deter-
min ado de su desarrollo, tiene un sistema de educación que se impone
a los in dividuos con una fuerza generalmente irresistible. Es vano creer
que podemos educar a n uestros h ijos como queremos. Hay costumbres
que estamos obligados a aceptar; si n os apartamos de ellas demasiado
gravemen te, se ven gan sobre nuestros hijos. Éstos, cuan do llegan a ser
adultos, no se en cuen tran en condiciones de vivir entre sus con tempo-
rán eos, con quien es no están en armon ía. Que h ayan sido educados se-
gún ideas arcaicas o demasiado prematuras, n o importa; tan to en un
caso como en el otro, n o son de su tiempo y, en con secuen cia, n o están
en con dicion es de vida n ormal. H ay, pues, en cada momen to, un tipo
regulador de educación del que no podemos apartarnos sin chocar con
vivas resisten cias que sirven para con ten er las veleidades de disidencia.
Ahora bien, n o somos nosotros, individualmen te, quienes hicimos las
costumbres y las ideas que determin an dich o tipo. Son el producto de
la vida en común y expresan las n ecesidades de ésta. Son incluso, en su
mayor parte, obra de las generaciones anteriores. Todo el pasado de la
h uman idad ha con tribuido a h acer ese con junto de máximas que diri-
gen la educación de hoy; toda nuestra historia ha dejado allí sus rastros,
l a r u pt u r a 163
ÉMILE DURKHEIM
Educación y sociología
l a ig n o r a n c ia me t ó d ica
8. é . d u r k h e im
cien cia jamás podría ser más competen te para con ocer estos h ech os
que para conocer su propia vida. Se nos objetará que, siendo obra nues-
tra, n o ten emos más que tomar concien cia de n osotros mismos para sa-
ber qué h emos puesto en ellos y cómo los h emos formado. Pero, an te
todo, la mayoría de las institucion es sociales nos han sido legadas ya h e-
chas por las generacion es anteriores, sin que hayamos tomado parte en
su formación y, en con secuen cia, n o es in terrogán don os acerca de su
formación como podríamos descubrir las causas que las en gen draron .
Además, aunque hayamos colaborado en su génesis, apen as si entreve-
mos con fusamen te y de man era in exacta, las verdaderas razon es que
n os h an llevado a obrar y la naturaleza de n uestra acción. Ya cuando se
trata simplemen te de n uestro proceder privado sabemos bastamen te
mal cuáles son los móviles relativamen te simples que n os guían ; n os
creemos desin teresados mien tras actuamos como egoístas, creemos
obedecer al odio cuan do cedemos al amor, a la razón cuan do somos es-
clavos de prejuicios irracionales, etc. ¿Cómo podríamos ten er en tonces
la facultad de discernir más claramen te las causas –much o más comple-
jas– a que obedecen las conductas colectivas? Pues cada uno participa
en un a ín fima parte de ellas; tenemos un a multitud de colaboradores y
todo lo que sucede en las otras concien cias se n os escapa.
Por lo tan to, n uestra regla n o implica n in gun a con cepción metafí-
sica, n inguna especulación sobre el fondo de los seres. Lo único que re-
clama es que el sociólogo se pon ga en el mismo estado de espíritu que
los físicos, químicos, fisiólogos, cuan do se in troducen en un a región
aún in explorada de su dominio cien tífico. Es necesario que al penetrar
en el mundo social, ten ga con ciencia de que se aventura en lo descono-
cido; es necesario que se sienta en presen cia de h ech os cuyas leyes son
tan insospech adas como podían ser las de la vida cuan do la biología n o
estaba aún estructurada; es preciso que se sien ta dispuesto a h acer des-
cubrimien tos que lo sorpren derán y lo descon certarán . Ah ora, para
ello es in dispen sable que la sociología h aya llegado a ese grado de ma-
durez in telectual. Mien tras que el sabio que estudia la n aturaleza física
tien e el vivo sen timien to de las resisten cias que ella le opon e y que
tanto esfuerzo le requiere ven cer, en verdad parecería que el sociólogo
se moviera en medio de cosas in mediatamen te tran sparen tes al espí-
ritu, tal es la soltura con la que se lo ve resolver los problemas más os-
curos. En el estado actual de la cien cia, n o sabemos todavía en verdad
qué son h asta las prin cipales in stitucion es sociales, como el Estado o la
l a r u pt u r a 167
ÉMILE DURKHEIM
9. l . wit t g e n st e in
LUDWIG WITTGENSTEIN
* É. Durkh eim, «La sociologie», en La science française, op. cit., pág. 39.
** Ibid., pág. 43.
172 el o f ic io d e so c ió l o g o
10. é . d u r k h e im
Sólo a comien zos del siglo XIX comen zó a afirmarse un a n ueva con-
cepción, impulsada por Sain t-Simon y sobre todo por su discípulo, Au-
guste Comte.
Al efectuar, en su Cours de philosophie positive, un a revisión sintética de
todas las cien cias con stituidas de su tiempo, Comte comprobó que to-
das ellas se basaban en el axioma de que los hechos estudiados están li-
gados en tre sí por relacion es n ecesarias, es decir, de acuerdo con el
principio determin ista; su con clusión fue que la validez de este prin ci-
pio, ya verificada en los demás rein os de la n aturaleza –desde el ámbito
de las magn itudes matemáticas h asta el de la vida– debía exten derse
también al reino social. Las resistencias que h oy se oponen a esta n ueva
exten sión de la idea determin ista n o deben deten er al filósofo, pues
han surgido cada vez que se trató de extender a un nuevo reino ese pos-
tulado fun damen tal y siempre fueron ven cidas. H ubo un tiempo en el
que se discutió su vigencia, in cluso en el mundo de los cuerpos brutos,
a pesar de lo cual logró establecerse en él. Luego se lo n egó en el
mun do de los seres vivos y pen san tes, don de hoy es incon trovertible.
Por con siguien te, podemos estar seguros de que los mismos prejui-
cios que debe en fren tar su aplicación en el mun do social n o subsisti-
rán duran te much o tiempo. Por otra parte, si el mismo Comte postu-
laba como un a verdad eviden te –verdad actualmen te in discutida– que
la vida men tal del in dividuo está sometida a leyes n ecesarias, ¿cómo
n o estarían sometidas a la misma n ecesidad las accion es y reaccion es
que in tercambian en tre sí las con cien cias in dividuales cuan do están
asociadas?
Desde este pun to de vista, las sociedades dejarían de ser para n os-
otros esa especie de materia in defin idamen te maleable y plástica que
los h ombres pueden, por así decir, modelar a voluntad, para mostrárse-
n os, más bien , como realidades cuya n aturaleza se nos impon e y que
sólo se pueden modificar, como todas las cosas naturales, con arreglo a
las leyes que las rigen. Las in stituciones de los pueblos ya no serían vis-
tas como el producto de la volun tad, más o men os esclarecida, de los
prín cipes, h ombres de Estado, legisladores, sin o como las resultan tes
n ecesarias de causas determin adas que las implicaban físicamen te.
Dada la forma de composición de un pueblo en un momento de su his-
toria, y el correspon diente estado de su civilización en la misma época,
se deriva un a organ ización social que se caracteriza de un a u otra ma-
n era, del mismo modo como las propiedades de un cuerpo derivan de
174 el o f ic io d e so c ió l o g o
ÉMILE DURKHEIM
* Esta defin ición del h ech o social está en tre aquellos prin cipios de Durkh eim
que más h an marcado a sus émulos o a sus discípulos, permitién doles, a la
mayoría de ellos, los resultados científicos más positivos. Gran et, por ejem-
plo, en su obra de sin ólogo trató de superar la distin ción en tre el
documen to «autén tico» y el documen to «in autén tico» o rein terpretado;
Gran et pudo desembarazarse de esta discusión , h istóricamen te
176 el o f ic io d e so c ió l o g o
11. f . simia n d
Un a última oposición , basada en las con dicion es mismas del con oci-
mien to en la materia estudiada, se en fren ta al h echo de que [ la sociolo-
gía] se con stituya siguien do el modelo de las demás [ ciencias] : a) el do-
cumento, ese in termediario en tre la men te que estudia y el h ech o
estudiado, es, como se vio, muy diferente de un a observación cien tífica:
está h ech o sin un método defin ido y con fin es distin tos del cien tífico:
tien e, pues, como se dice, un carácter subjetivo. Seguramen te por eso la
ciencia social está en una condición de inferioridad; pero es importante
obser var que en este caso, como en la cuestión de la con tin gen cia, la
fuerza de la objeción se basa más en la orien tación mental del h istoria-
dor que en la n aturaleza de las cosas. Si al documen to se le pide, como
lo h ace el h istoriador tradicion al, acon tecimien tos in dividuales, o más
bien explicacion es a partir de motivos, accion es, pen samientos in divi-
duales cuyo conocimien to n ecesariamente se obtiene sólo por interme-
dio de un a men te, el documen to n o es, en efecto, materia de trabajo
cien tífico adecuada. Pero si en vez de orientarse al «acontecimiento», la
investigación se orien ta a la «institución », a las relacion es objetivas en -
tre los fen ómen os y n o a las in ten cion es y los fin es proyectados, a me-
n udo sucede, en realidad, que se llega hasta el hech o estudiado no por
in termedio de un a men te, sin o directamente. El h ech o de que, en un a
len gua, palabras diferen tes design en al tío patern o y al tío matern o es
un a huella directa de un a forma de familia diferen te de n uestra familia
actual: un código n o es un «documen to» en el sen tido de la h istoria,
sino una comprobación de hecho directa e in mediata, si el objeto de es-
tudio es justamen te la regla jurídica. Costumbres, represen taciones co-
lectivas, formas sociales, quedan registradas a veces in con scientemen te
o dejan automáticamen te h uellas en lo que el h istoriador llama docu-
men tos. En ellos los fen ómen os sociales se pueden captar median te
FRANÇO IS SIMIAND
na t u r a l e za e h ist o r ia
12. k . ma r x
Los econ omistas tien en una singular man era de proceder. Para ellos no
hay más que dos tipos de instituciones, las artificiales y las naturales. Las
instituciones del feudalismo son artificiales, y las de la burguesía son na-
turales. En esto se parecen a los teólogos, que, también ellos, establecen
dos tipos de religion es. Cualquier religión que n o es la suya es un a in-
ven ción de los hombres, mien tras que su propia religión es una eman a-
ción de Dios. Al decir que las relaciones actuales –las relacion es de la
producción burguesa– son n aturales, los econ omistas dan a en ten der
que se trata de las relaciones en las cuales se crea la riqueza y se desarro-
180 el o f ic io d e so c ió l o g o
KARL MARX
Misère de la philosophie
cuan to más elevado sea el grado en el que existan sus elemen tos subje-
tivos y objetivos.
Sin embargo, todavía n o es lo que importa a los econ omistas en esta
parte gen eral. Como lo muestra el ejemplo de Mill, es mucho más im-
portan te presentar la producción, a diferen cia de la distribución , como
sometida a las leyes etern as de la n aturaleza, in depen dien tes de la h is-
toria: buen a ocasión para insin uar que en la sociedad, tomada in abs-
tracto, las in stituciones burguesas son leyes naturales inmutables. Tal es el
objetivo al que este método tiende más o men os con scien temen te.
KARL MARX
13. é . d u r k h e im
in clin acion es más determin adas y la realidad social, la distan cia sigue
sien do con siderable.
Por otra parte, existe un medio para aislar más o men os com-
pletamente el factor psicológico de modo de poder precisar el alcan ce
de su acción , y es buscar de qué manera afecta la raza a la evolución so-
cial. En efecto, las características étnicas son de orden orgán ico-psí-
quico. Por lo tanto, la vida social debe variar cuando varían, si es que los
fen ómen os psicológicos tien en la eficacia causal que se les atribuye so-
bre la sociedad. Ah ora bien : n o con ocemos n in gún fen ómen o social
que dependa indiscutiblemen te de la raza. No cabe duda de que n o po-
dríamos atribuir a esta afirmación el valor de una ley; por lo menos po-
demos afirmarlo como un hecho con stante de n uestra práctica. Las for-
mas de organ ización más diversas se en cuen tran en sociedades de la
misma raza, mientras que en tre sociedades de distintas razas se encuen-
tran similitudes sorpren den tes. La ciudad existió en tre los fen icios, así
como entre los romanos y los griegos; se la en cuen tra en vías de forma-
ción entre los kabilas. La familia patriarcal estaba casi tan desarrollada
en tre los judíos como en tre los h in dúes, pero n o se en cuen tra en tre los
eslavos que, sin embargo, son de raza aria. En cambio, el tipo de familia
que encontramos entre ellos existe también entre los árabes. La familia
matriarcal y el clan se observan en todas partes. El detalle de las prue-
bas judiciales y de las ceremon ias nupciales son los mismos en los pue-
blos más disímiles desde el pun to de vista étn ico. Si es así, es porque el
aporte psíquico es demasiado gen eral como para determin ar el curso
de los fenómenos sociales. Como no implica una forma social preferen-
temen te a otra, n o puede explicar n ingun a. Es verdad que h ay cierta
can tidad de h echos que se suele atribuir a la in fluen cia de la raza. Por
ello se explica, especialmen te, cómo fue tan rápido e in ten so el des-
arrollo de las artes y las letras en Aten as y tan len to y mediocre en
Roma. Pero esta interpretación de los hechos, por ser clásica, nunca fue
demostrada metódicamen te; an tes bien parece tomar más o men os
toda su autoridad de la tradición solamen te. Ni siquiera se ha probado
ver si era posible una explicación sociológica de los mismos fenómen os,
y estamos con ven cidos de que podría h acerse exitosamen te. En resu-
men , cuan do se relacion a tan ligeramen te con facultades estéticas con-
gén itas el carácter artístico de la civilización aten iense, se procede más
o men os como h acía la Edad Media cuan do explicaba el fuego por el
flogisto y los efectos del opio por su virtud dormitiva.
188 el o f ic io d e so c ió l o g o
ÉMILE DURKHEIM
14. m. we be r
* Max Weber acaba de citar textos que con sidera como un a expresión del
«espíritu del capitalismo»: B. Fran klin predica un a moral ascética para la
que el fin supremo es producir cada vez más din ero a costa de un a vida
domin ada por el cálculo y el afán de h acer ren dir al din ero, «naturalmen te
gen erador y prolífico».
l a r u pt u r a 193
n al, están totalmen te ausen tes, o bien sólo están en sus comien zos. En
cualquier otra parte, las empresas que persiguen la gan an cia tuvieron
un a tenden cia a desarrollarse a partir de un a gran econ omía familiar,
ya sea prin cipesca o patrimonial ( el oikos) ; como bien lo vio Rodbertus,
presentan, junto a paren tescos super ficiales con la economía moderna,
un desarrollo divergen te, h asta opuesto.
No obstan te, en último análisis, todas estas particularidades del capi-
talismo occiden tal n o recibieron su sign ificación modern a sin o por su
asociación con la organ ización capitalista del trabajo. Lo que en gen e-
ral se llama la “comercialización ”, el incremen to de los títulos negocia-
bles, y la bolsa, que es la racionalización de la especulación , también es-
tán ligados a ella. Sin la organ ización racion al del trabajo capitalista,
todos estos h ech os –admitien do que sigan sien do posibles– distarían
much o de ten er la misma sign ificación, sobre todo por lo que respecta
a la estructura social y todos los problemas propios del O cciden te mo-
dern o que le son con exos. El cálculo exacto, fun damen to de todo el
resto, sólo es posible sobre la base del trabajo libre.
MAX WEBER
l a n o so g r a f ía d e l l e n g ua je
15. m. c h a st a in g
1 Las cifras en tre corch etes remiten a las Philosophical lnvestigations, O xford,
1953; las cifras precedidas de I y II design an las págin as del estudio de G. E.
Moore, «Wittgen stein ’s Lectures», Mind, 1954 y 1955.
198 el o f ic io d e so c ió l o g o
¿De qué están en fermos? De malas man eras de h ablar [ 47] . Sin duda
emplean palabras que n osotros utilizamos: conocimiento, ser, yo, objeto,
etc. [ 48] , pero n o las emplean como n osotros, n i como ellos mismos
cuan do utilizan humildemente las palabras mesa, cocina o tenis [ 44] .
Cuan do pregun tan : «¿Un coron el pien sa?», ¿h acen la pregun ta que a
veces lamen tablemen te n osotros n os h acemos [ 126] ? Cuando con fie-
san : «No puedo conocer sus sentimien tos», ¿les diremos: «Traten de ha-
cerlo»? O interpretan extravagantemente n uestras expresiones corrien tes
[ 19] , o su extravagan cia se expresa median te giros extraordin arios
[ 47] . O , en su desorden , ya n o compren den n uestro lenguaje coti-
dian o, ni tampoco el suyo,2 o inven tan un len guaje tan in compren sible
como el de un loco que pide: Leche a mi azúcar [ 138]. Sus problemas na-
cen de sus desen fren os lin güísticos [ 51] . Precisamente: de no respetar
las reglas de los juegos de palabras.3
Ah ora bien, el sentido de una palabra o de un conjunto de palabras está de-
terminado por el sistema de reglas que fijan su empleo,4 [ I, 298] . Los enun cia-
dos filosóficos n o tien en , por con siguien te, sen tido 5 [ 48] . Y cada filó-
sofo, perdido en la bruma [ 222] de sus absurdos, n o h ace más que
repetir: «Soy un extraviado».6
2 Cuando filosofamos, nos parecemos a los salvajes, a los primitivos que oyen hablar a
los civilizados, interpretan mal sus palabras y sacan extrañas conclusiones de su
interpretación [ 79] . MacDon ald traduce: los filósofos «emplean palabras
corrien tes al mismo tiempo que las privan de su función corrien te» ( «Th e
ph ilosoph er’s use of an alogy», Logic and Language, O xford, 1955, 1, pág.
82) .
3 Wittgen stein utiliza la expresión Sprachspiel ( len guaje-juego) para design ar
a veces el sistema ( I, 6) de un a len gua, otras el uso de esa len gua, es decir el
h abla, y otras más el h abla y los actos con los que ésta se con fun de [ 5] .
Ilustra esta expresión comparan do, como Saussure, el len guaje con el juego
de ajedrez.
4 Fórmula de Sch lick que éste atribuye a Wittgen stein ( «Mean ing an d
Verification », Phi. Rev., 1936, pág. 341) .
5 Véase B. A. Farrell, «An appraisal of th erapeutic positivism», Mind, 1946.
6 Ein philosophisches Problem hat die Form: «lch kenne mich nicht aus» [ 49] .
l a r u pt u r a 199
7 Sólo dentro de un lenguaje puedo significar algo por algo [ 18] . Fórmula muy
«saussurian a».
8 Ejemplos de Wittgen stein ( J. Wisdom, «O th er min ds», Mind, 1940, págs.
370-372) .
9 La sign ificación de un a palabra está, pues, «mediatizada» por las cir-
cun stan cias en las que se la utiliza. P. F. Strawson ve en «la h ostilidad a la
doctrin a de la in mediación » un a de las con stan tes de las Philosophical Investi-
gations ( Mind, 1951, págs. 92, 98) .
10 Véase Wo unsere Sprache uns einen Körper vermuten lässt, und kein Körper ist, dort
möchten wir sagen, sei ein GEIST [ 18] .
11 Algun os lin güistas h ablan exactamen te como Wittgen stein : «¿Dón de
comien za y dón de termin a el gén ero “olla” o el gén ero “marmita”?» ( A.
Dauzat, La géographie linguistique, París, 1922, pág. 123) .
200 el o f ic io d e so c ió l o g o
Apren dan a con ocer, median te ejemplos, cómo trabajan las palabras
[ 31-2, 51, 109] . Tomen , even tualmen te, algun as dosis de ejemplos en
tratados de semántica. .
3º La dieta parcial [ 155] .14 Sin duda, h ay filósofos que se abstienen de
alimentar sus especulaciones por medio de ejemplos; pero otros sólo ali-
mentan sus pensamientos con una especie de ejemplos. Estos últimos filósofos
terminan por olvidar la existencia de especies diferentes. Universalizan,
por tanto, man eras particulares de h ablar: de «algunos» h acen «todos»;
de un a parte, la totalidad [ 3, 13, 18, 37, 110, 155] . O bsérven los: meta-
físicos que sustituyen «semejan te» por «idéntico», aunque estos dos tér-
minos sólo sean ocasionalmente sinónimos [ 91] , o psicólogos que supo-
n en que un motivo es el motivo [ II, 19] . A men udo filósofos del lenguaje,
tien en la costumbre de tratar a todas las palabras como nombres y a to-
dos los n ombres como n ombres propios [ 18-20; I, 9] .
El remedio: la especificación explícita. Formulen las condicion es es-
peciales en las que las palabras X tien en un a sign ificación Y, limitando
así expresamente esa significación con condiciones ejemplificatorias. «En
ese caso [ …] .» «En esos casos [ …] .» A veces bastará decir: «En un gran
n úmero de casos [ …] ».
Para preparar este remedio, completen la fórmula ya prescrita: «¿En
qué circun stan cias decimos que…?» con la pregun ta: «¿No h ay cir-
cunstancias en las que h ablamos de manera distin ta?». Si, por ejemplo,
se sienten in clin ados a con siderar que los juegos son competicion es,
n o sólo deben pregun tar: «¿Qué juegos?», sin o también : «¿Existen jue-
gos sin competidores? ¿Cuáles?» Con estas pregun tas apren derán a
comparar los diversos modos de empleo de la palabra «juego» [ 3, 20,
30, 32, 50] .
4º «El error de categoría».15 Como los filósofos n o tien en la práctica
de comparar los campos semán ticos de sus vocablos, cometen el error
de confundir esos campos [ 24, 13] . Su lenguaje se parece entonces a un
ten is en el que se buscaran los «objetivos» del fútbol, a un rin g en el
que combatieran boxeadores de diferen tes categorías [ 231] . ¿Imitarán
a esos humoristas para los cuales el «error de categoría» es una ley? No.
Ellos no proponen como bromas sus bromas gramaticales [ 47] . Con mu-
14 Einseitige Diät.
15 Véase G. Ryle, The Concept of Mind, Cambridge, 1951, págs. 16-18 [ h ay ed.
en esp.] .
202 el o f ic io d e so c ió l o g o
cha seriedad h acen de la psicología otra física [ 151] , o del pen samien to
otra palabra [ 217] , dicen que la señ orita Duran d tien e un «yo» así
como tien e cabellos rubios16 o que el espíritu tien e opin ion es como las
tien e el señ or Martín [ 151] , y asimilan las razones del soñ ar a las causas
del sueño [ II, 20-I] , n uestro len guaje a un a len gua lógica [ 46] o la sig-
n ificación de la palabra a la palabra misma [ 49] . Con mucha seriedad
toman por proposicion es empíricas maneras figuradas de hablar
[ 100-I] y, por expresion es corrien tes, metáforas en las que las palabras
pasan de su campo semántico a un campo distinto [ I, 5, 295] .
El remedio: algun os ejercicios de «con mutación ».17 Practiquen este
tipo de pregun tas: «En las circun stan cias en que digo A, ¿puedo con -
mutar A por B? ¿Puedo decir ya sea A o B, ya sea A y B?». Pregun ten ,
por ejemplo: «¿Puedo decir «¿sufro?» como digo «¿amo?» y «siento du-
ran te algun os segun dos un a violen ta aflicción » como «siento duran te
algun os segun dos un violento dolor» ?» Y de esta man era ya n o cede-
rán a la ten tación de in troducir el amor y la aflicción en la categoría de
las sensaciones en las que ponen el dolor y hasta el sufrimien to [ 61, 154,
174] . Pregun ten : «¿Puedo decir que h ablo con palabras y frases?18 ¿O
que un jugador de ajedrez utiliza piezas y gambitos?». Y ya n o se sen ti-
rán in clin ados a pon er a los n ombres en el mismo nivel que las proposi-
cion es [ 24] .
Apren dan , pues, median te pregun tas en las que emplean una frase en
contraste con otras, un vocablo en oposición a otros [ 9, 90] , a reconocer
a la vez las diferencias semánticas que establece sistemáticamente el len-
guaje habitual y los errores de los filósofos que violan el «sistema de di-
ferencias»19 de su len gua.
Este remedio, como los anteriores, deriva así de un psicoanálisis cuyo
reglamen to es el siguien te: para que los filósofos se curen , h acerlos
MAXIME CHASTAING
16. g . ca n g u il h e m
* Célula, celdilla y celda se dicen igual en fran cés: cellule. [ N. del T.]
206 el o f ic io d e so c ió l o g o
GEORGES CANGUILH EM
La Connaissance de la vie
l a r u pt u r a 207
***
GEORGES CANGUILH EM
e l pr o f e t ismo d e l pr o f e so r y d e l in t e l e c t ua l
17. m. we be r
Tal vez, un examen de con cien cia podría mostrar que es muy particu-
larmen te difícil satisfacer ese postulado [ vale decir, ren unciar a dar
«evaluacion es prácticas» en los cursos] porque sólo a regañadientes re-
nunciamos a en trar en el juego tan in teresan te de las evaluaciones, má-
xime cuan do n os dan la oportun idad de añ adir n uestra tan excitan te
«n ota personal». Todo docente podrá comprobar que la cara de los es-
tudian tes se ilumin a y sus rasgos se tensan n o bien éste comien za a «ha-
cer alarde» de su doctrin a personal, o in cluso que la can tidad de audi-
tores a su curso crece de un a man era extremadamen te ven tajosa
cuan do los estudiantes tienen la expectativa de que hable de tal modo.
Además, cualquier profesor sabe que la competen cia en la frecuen ta-
ción de los cursos h ace que la un iversidad a men udo dé la preferencia
a un profeta, por pequeñ o que sea, que llen a los anfiteatros, y descarta
al erudito, por gran de que sea, que se atiene a su materia, a men os que la
profecía se aleje en exceso de las evaluaciones que usualmente son con-
sideradas n ormales desde el pun to de vista de las con venciones o de la
política. [ …]
Sea como fuere, es una situación sin precedentes ver a muchos profe-
tas acreditados por el Estado que, en vez de predicar su doctrin a en la
calle, en las iglesias y otros sitios públicos, o bien en privado, en grupús-
culos de creyentes escogidos person almente y que se recon ocen como
tales, se arrogan el derecho a despachar desde lo alto de una cátedra, en
«nombre de la ciencia», veredictos decisivos sobre cuestiones atinentes a
la concepción del mundo, aprovechando que, por un privilegio del Es-
tado, la sala del curso le garan tiza un silencio supuestamente objetivo,
incontrolable, que los pone cuidadosamente a resguardo de la discusión
y como con secuen cia de la con tradicción . Hay un viejo prin cipio, del
que Schmoller un día se convirtió en el ardiente defensor, que exige que
lo que ocurre en un curso debe escapar a la discusión pública. Aunque
sea posible que esta manera de ver traiga aparejado incidentalmente al-
gunos inconvenientes, en apariencia se admite, y en lo personal yo com-
parto esa opinión, que el «curso» [ 479] debería ser otra cosa que un «dis-
curso», y que la severidad imparcial, la objetividad y la lucidez de un a
lección profesoral sólo podrían resentirse, desde el punto de vista peda-
gógico, por la intervención de la publicidad, por ejemplo del género pe-
riodístico. En todo caso, pareciera que el privilegio de la ausencia de
l a r u pt u r a 213
MAX WEBER
18. b. m. be r g e r
La mayoría de las críticas que se les h acen a los sociólogos están in spira-
das en la idea de que la fun ción esencial de los intelectuales, en la tra-
dición occiden tal, consiste en comentar e interpretar la significación de
la experien cia contemporán ea. [ …]
214 el o f ic io d e so c ió l o g o
espec ia l izac ió n
Los in telectuales son críticos, liberales o con servadores, radicales o
reaccion arios, de la vida de la época. Su competen cia es ilimitada;
abarca n ada men os que el con jun to de la vida cultural de un pueblo.
[ …] Para quien estudia las human idades, y particularmen te la h istoria
literaria, ser especialista es ten er un a competen cia particular a propó-
sito de un período histórico dado y a propósito de los personajes impor-
tan tes asociados a este período: el doctor Joh n son an te la literatura in -
glesa del siglo XVIII, la sign ificación de Gide en la literatura fran cesa del
siglo XX, el prín cipe Mettern ich y la h istoria de Europa después de
1815; Kant, Hegel y el idealismo alemán entre 1750 y 1820. Ser especia-
lista en tales temas n o es obstáculo para desempeñ ar el papel de in te-
lectual, ya que la tradición de los estudios h uman ísticos orien ta h acia
los enfoques de conjun to y estimula a discutir e interpretar el marco so-
cial, cultural, in telectual, espiritual de aquel campo del que declara ser
«con ocedor». Las humanidades –y particularmente la historia de la lite-
ratura– ofrecen así a los intelectuales un estatus profesional que n o
puede impedirles que desempeñen su fun ción de in telectuales. [ …]
ju ic io s d e va l o r
En sus comen tarios de la cultura con temporán ea, en sus in terpre-
tacion es de la experien cia con temporán ea, los in telectuales n o están
excesivamen te sometidos a la obligación del «desapego» y de la «obje-
l a r u pt u r a 215
BENNET M. BERGER
r a zó n a r q u it e c t ó n ica y r a zó n po l é mica
19. g . ba c h e l a r d
1 Eddin gton , Nouveaux sentiers de la science, trad. fr., pág. 337. [ H ay ed. en
esp.]
220 el o f ic io d e so c ió l o g o
La philosophie du non
2. La construcción del objeto
e l mé t o d o d e l a e c o n o mía po l ít ica
20. k . ma r x
KARL MARX
21. m. we be r
las ventajas de la división del trabajo. Este an álisis n ada tien e de «arbi-
trario» [ willkürlich] mientras el suceso hable en su favor, lo que significa
mien tras aporte un con ocimien to de relacion es que resultan preciosas
para la imputación de acontecimientos históricos con cretos. Así, la uni-
lateralidad y la irrealidad de la in terpretación meramen te econ ómica,
en suma, n o son sin o un caso especial de un prin cipio de validez muy
gen eral para el conocimien to científico de la realidad cultural. [ …]
No existe absolutamen te n in gún análisis cien tífico «objetivo» de la
vida cultural o –para emplear un a expresión cuyo sen tido es más estre-
cho, aun que, con seguridad, n o significa n ada esen cialmen te diferente
por lo que respecta a n uestro objetivo– de las «manifestacion es socia-
les», que sea independiente de los pun tos de vista especiales y un ilatera-
les, gracias a los cuales dichas man ifestacion es se dejan seleccionar, de
man era explícita o implícita, con sciente o in con scien te, para con ver-
tirse en el objeto de la in vestigación , o an alizar y organ izar con miras a
la exposición . La razón de esto h ay que buscarla en la particularidad
del objetivo del con ocimien to de toda in vestigación en las cien cias so-
ciales, en la medida que se propon en superar la mera con sideración
formal de n ormas –jurídicas o convencion ales– de la coexistencia social
[ sozialen Beieinandersein] .
La cien cia social que n os propon emos practicar es un a ciencia de la
realidad [ Wirklichkeitswissenschaft] . Nosotros tratamos de comprender la
origin alidad de la realidad de la vida que nos rodea y en cuyo seno esta-
mos ubicados, para deslin dar por un lado la estructura actual de las re-
lacion es y de la sign ificación cultural de sus diversas man ifestacion es, y
por el otro las razones que hicieron que históricamente se haya desarro-
llado en esta forma y no en otra [ ihres so-und-nicht-anders-Gewordenseins] .
Ah ora bien , en cuan to tratamos de tomar con cien cia de la man era en
que la vida se presen ta a n osotros en forma in mediata, comprobamos
que se man ifiesta «en » n osotros y «fuera» de n osotros a través de un a
diversidad absolutamen te in fin ita de coexisten cias y sucesion es de
acon tecimien tos que aparecen y desaparecen . In cluso cuando con side-
ramos aisladamen te un «objeto» sin gular –por ejemplo un acto de in -
tercambio con creto– la absoluta profusión de esta diversidad en modo
algun o dismin uye su fuerza, n o bien tratamos seriamen te de describir
de un a manera exhaustiva su singularidad en la totalidad de sus elemen-
tos in dividuales y, con mayor razón , n o bien queremos captar su condi-
cionalidad causal. Todo conocimiento reflexivo [ denkende Erkenntnis] de
226 el o f ic io d e so c ió l o g o
la realidad in fin ita por un espíritu h uman o fin ito tien e en con secuen -
cia por base el supuesto implícito siguiente: únicamen te un fragmento li-
mitado de la realidad puede con stituir cada vez el objeto de la aprehen -
sión [ Erfassung] cien tífica, y ún icamen te él es «esen cial», en el sentido
en que merece ser con ocido. ¿Según qué prin cipios se opera la selec-
ción de este fragmento? Incesan temen te se siguió creyen do que, en úl-
timo an álisis, se podría en con trar el criterio decisivo, in cluso en las
cien cias de la cultura, en la repetición legal [ gesetzgemässige] de ciertas
conexiones causales. Según esta concepción, el contenido de las «leyes»
que podemos discernir en el curso de la diversidad in fin ita de los fen ó-
men os es lo ún ico que debería ser observado como «esen cial» desde el
punto de vista científico. Por eso, en cuan to se probó por los medios de
la in ducción amplificadora h istórica que la «legalidad» de un a con e-
xión causal vale sin excepcion es, o incluso en cuanto se estableció por
la experiencia ín tima su eviden cia in mediatamen te intuitiva, se admite
que todos los casos semejantes, cualquiera que sea su número, se subor-
din an a la fórmula así en contrada. La porción de la realidad individual
que resiste cada vez a la selección de lo legal se con vierte en ton ces, o
bien en un residuo que todavía n o fue elaborado científicamente, pero
que h abrá que in tegrar al sistema de las leyes a medida que se per fec-
cion e, o bien en algo «acciden tal» que por esa razón es desdeñ able
como desprovisto de toda importan cia desde el pun to de vista cien tí-
fico, justamente porque es «ininteligible legalmente» y por eso no entra
en el «tipo» del proceso, de man era que no puede ser otra cosa que el
objeto de una «curiosidad ociosa».
En con secuen cia siempre reaparece –in cluso en tre los represen tan -
tes de la escuela h istórica– la opin ión según la cual el ideal hacia el que
tien de o podría ten der todo con ocimien to, in cluso las cien cias de la
cultura, así fuera en un porven ir alejado, con sistiría en un sistema de
proposiciones a partir de las cuales sería posible «deducir» la realidad.
Es sabido que un o de los maestros de las cien cias de la naturaleza creyó
in cluso que era posible caracterizar el objetivo ideal ( prácticamen te
irrealizable) de tal elaboración de la realidad cultural como un conoci-
miento «astron ómico» de los fenómen os de la vida. Aun que estas cues-
tiones ya h ayan sido objeto de much as discusiones, no dejaremos de to-
marn os el trabajo de volver a considerarlas, a n uestra vez. En prin cipio,
salta a la vista que el con ocimien to «astron ómico» en el que se pien sa
en este caso en modo algun o es un con ocimien to de leyes; por el con -
l a const r ucci ón del obj et o 227
como un fen ómen o de masas, lo que por otra parte con stituye un o de
los elementos fundamen tales de la civilización moderna. Pero enton ces
es justamen te el h ech o h istórico que desempeñ a ese papel lo que h ay
que compren der desde el pun to de vista de su significación cultural, y lo
que hay que explicar causalmente desde el pun to de vista de su forma-
ción histórica. La in vestigación que recae sobre la esencia general del in-
tercambio y de la técnica del tráfico comercial es un trabajo preliminar,
extremadamen te importan te e in dispen sable. Sin embargo, todo eso
n o n os da todavía un a respuesta a la pregun ta: ¿cómo llegó h istórica-
men te el intercambio a la significación fun damen tal que tiene en nues-
tros días?; n i sobre todo a esa otra que n os importa en último an álisis:
¿cuál es la significación de la econ omía fin an ciera para la cultura? Por-
que es únicamen te a causa de ella como n os in teresamos en la descrip-
ción de la técnica del intercambio, así como es a causa de ella como hoy
existe una cien cia que se ocupa de esta técnica. En todo caso, n o deriva
de n ingun a de esas especies de «leyes». Los caracteres genéricos del in ter-
cambio, de la compra, etc., in teresan al jurista, pero lo que a n osotros,
econ omistas, n os importa, es el an álisis de la significación cultural de la
situación histórica que h ace que en n uestros días el intercambio sea un
fen ómen o de masas. Cuan do ten emos que explicar este h echo, cuan do
queremos compren der lo que por ejemplo diferen cia nuestra civiliza-
ción econ ómica y social de aquella de la An tigüedad, don de el in ter-
cambio presen taba exactamen te los mismos caracteres genéricos que
h oy; en suma, cuan do queremos saber en qué con siste la sign ificación
de la «econ omía fin an ciera», en ton ces se in troducen en la in vestiga-
ción un número de principios lógicos de origen radicalmente heterogé-
n eo. Emplearemos los con ceptos que la búsqueda de los elemen tos ge-
n éricos de los fen ómenos económicos de masa n os aporta como medios
de la descripción , en la medida en que implican elemen tos sign ificati-
vos para n uestra civilización. Sin embargo, cuan do h ayamos deslin -
dado, con toda la precisión posible, tales conceptos y tales leyes, no sólo
n o h abremos alcan zado todavía el objetivo de nuestro trabajo, sin o que
la cuestión referen te a lo que debe con stituir el objeto de la formación
de con ceptos genéricos no estará desprovista de supuestos, porque pre-
cisamen te fue resuelta en fun ción de la significación que algun os ele-
men tos de la diversidad in finita que llamamos «tráfico» presentan para
la civilización . Lo que tratamos de alcan zar es precisamen te el con oci-
mien to de un fen ómen o h istórico, es decir, significativo en su singulari-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 231
MAX WEBER
22. é . d u r k h e im
La primera regla y la más fun damen tal es considerar los hechos sociales
como cosas. [ …]
Ysin embargo, los fenómenos sociales son cosas y deben ser tratados
como cosas. Para demostrar esta proposición , n o es preciso filosofar
acerca de su n aturaleza n i discutir las an alogías que presentan con los
fen ómen os de rein os in feriores. Es suficien te comprobar que son el
ún ico datum que se le ofrece al sociólogo. Efectivamen te, es cosa todo
lo que está dado, todo lo que se ofrece o, más bien, se impon e a la ob-
servación . Tratar los fen ómen os sociales como cosas es tratarlos en ca-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 233
lidad de data, que con stituyen el pun to de partida de la ciencia. Los fe-
n ómenos sociales presen tan in discutiblemen te este carácter. Lo que
n os es dado n o es la idea que los hombres se h acen del valor, ya
que ésta es in accesible: son los valores que se in tercambian realmen te
en el curso de las relacion es econ ómicas. No es tal o cual con cepción
del ideal moral, sin o el con jun to de reglas que determin an efectiva-
men te la con ducta. No es la idea de lo útil o de la riqueza, sin o todo el
detalle de la organ ización econ ómica. Es posible que la vida social sólo
sea el desarrollo de ciertas n ocion es; pero, supon ien do que así sea, es-
tas n ocion es n o son dadas in mediatamen te. Por lo tan to, n o se las
puede alcan zar directamente, sin o sólo a través de la realidad fenomé-
n ica que las expresa. No sabemos a priori cuáles son las ideas que están
en el origen de las diversas corrientes en tre las que se divide la vida so-
cial, ni si existen ; sólo después de haberlas remontado hasta sus fuentes
sabremos de dónde provien en .
Nos es preciso, pues, considerar los fenómenos sociales en sí mismos,
abstraídos de las represen taciones que de ellos tienen los sujetos con s-
cientes; hay que estudiarlos desde afuera como cosas exteriores; ya que
es en su realidad de tales como se n os presen tan . Si esta exterioridad es
sólo aparen te, la ilusión se disipará a medida que la cien cia avance y se
verá, digámoslo así, lo exterior volverse in terior. Pero la solución n o
puede ser prejuzgada y, aun que fin almente no tuvieron todos los carac-
teres intrín secos de la cosa, h ay que tratarlos al principio como si los tu-
vieran . Esta regla se aplica, pues, a la realidad social ín tegra, sin que
pueda realizarse ningun a excepción . Hasta los fenómenos que más pa-
rezcan con sistir en coordin acion es artificiales deben ser con siderados
desde este punto de vista. El carácter convencional de una práctica o de una
institución jamás debe ser presumido. Si, por otra parte, se nos permite invo-
car n uestra experien cia person al, creemos poder asegurar que, proce-
dien do así, a men udo se obten drá la satisfacción de ver a los h ech os
aparentemen te más arbitrarios presentar, después de un a obser vación
más aten ta, caracteres de con stan cia y de regularidad, sín tomas de su
objetividad. [ …]
Es este mismo progreso el que debe efectuar la sociología. Es n ecesa-
rio que pase del estado subjetivo, que aún no ha superado, a la fase ob-
jetiva.
Por otra parte, este pasaje puede efectuarse much o más fácilmen te
que en psicología. En efecto, los h ech os psíquicos se dan naturalmente
234 el o f ic io d e so c ió l o g o
como estados del sujeto, del que ni siquiera parecen separables. Interio-
res por defin ición , parece que sólo podría tratárselos como exteriores
violen tan do su n aturaleza. No sólo se n ecesita un esfuerzo de abstrac-
ción, sin o todo un conjunto de procedimien tos y artificios para llegar a
con siderarlos desde este punto de vista. Por el con trario, los hechos so-
ciales tien en más n atural e in mediatamen te todos los caracteres de la
cosa. El derech o existe en los códigos, los movimien tos de la vida coti-
dian a se inscriben en las cifras estadísticas, en los mon umentos h istóri-
cos, las modas en los trajes, los gustos en las obras de arte. En virtud de
su ín dole misma, tien den a con stituirse fuera de las con cien cias in di-
viduales, puesto que las dominan . Para verlos bajo su aspecto de cosas,
n o es n ecesario, pues, torturarlos in geniosamente.
ÉMILE DURKHEIM
cesibles h asta los men os visibles y más profun dos. Tratar como cosas a
los h echos de un cierto orden no significa clasificarlos en cierta catego-
ría de la realidad, sin o en frentarlos con cierta actitud mental. Es abor-
dar su estudio toman do por prin cipio que se los ign ora absolutamente
y que tan to sus propiedades características como las causas descon oci-
das de las que depen den n o podrían ser descubiertas aun por la más
aten ta introspección .
ÉMILE DURKHEIM
e l v e c t o r e pist e mo l ó g ic o
23. g . ba c h e l a r d
Desde William James se h a repetido con frecuen cia que todo h ombre
cultivado sigue fatalmen te un a metafísica. Creemos más exacto decir
que todo h ombre, en su esfuerzo de cultura cien tífica, n o se apoya en
un a sin o en dos metafísicas, y estas dos metafísicas, n aturales y con vin -
cen tes, implícitas y ten aces, son con tradictorias. Para otorgarles rápida-
men te un n ombre provisorio, design amos estas dos actitudes filosófi-
cas fun damen tales, asociadas sin dificultad en un espíritu cien tífico
modern o, con las etiquetas clásicas de racion alismo y realismo. ¿Que-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 237
mera lección para meditar, como h ech o que merece explicación , esa
impureza metafísica arrastrada por el doble sen tido de la prueba cien -
tífica, que se afirma tan to en la experiencia como en el razon amien to,
en contacto con la realidad tanto como en referencia a la razón.
Por otra parte, parecería que se puede ofrecer sin demasiados incon -
ven ien tes un a razón de esta base dualista de toda filosofía cien tífica:
por el h ech o de ser un a filosofía que se aplica, la filosofía de la ciencia
n o puede man ten er la pureza y la un idad de un a filosofía especulativa.
Cualquiera que sea el pun to de partida de la actividad científica, esta
actividad puede con vencer totalmen te sólo si aban dona el domin io de
base: si experimenta, es preciso razonar; si razona, es necesario experimentar.
Toda aplicación es trascenden cia. Mostraremos cómo en la más simple
actividad científica se puede rescatar una dualidad, especie de polariza-
ción epistemológica que tiende a clasificar la fen omenología bajo la do-
ble categoría de lo pin toresco y de lo compren sible, es decir, bajo la
doble etiqueta del realismo y del racion alismo. Si, en realidad con la
psicología del espíritu científico, supiéramos colocarn os en la fron tera
misma del con ocimien to cien tífico, veríamos que la ciencia con tempo-
rán ea se en cuen tra abocada a un a verdadera sín tesis de las con tradic-
cion es metafísicas. De todas man eras, el sen tido del vector epistemoló-
gico lo con sideramos per fectamen te n ítido. Se mueve sin duda de lo
racion al a lo real y, de n in gun a man era, a la in versa, de la realidad a
lo general, como lo sostenían todos los filósofos, desde Aristóteles h asta
Bacon . Dicho de otra manera, la aplicación del pensamiento cien tífico
n os parece esen cialmen te «realizan te». A lo largo de esta obra in ten ta-
remos mostrar lo que llamaremos la realización de lo racion al o, más
gen éricamente, la realización de lo matemático.
e l in st r u me n t o e s u na t eo r ía e n a c t o
24. e . k a t z
sados se h allan completamente fuera del campo de influen cia. Sin em-
bargo, es muy gran de la ten tación –y el estudio, a pesar de much as pre-
cauciones, cede a ella– de presumir que los n o líderes siguen a los líde-
res. [ …] Los mismos autores observan que h ubiera valido más
preguntar a cada uno de quién tomaba con sejo para luego estudiar las
relaciones en tre los que daban con sejos y los que los recibían. Pero este
procedimien to presen ta much as dificultades, dada la improbabilidad
de que líderes y «seguidores» estén in cluidos al mismo tiempo en la
muestra: tal es el problema in icial que los estudios siguien tes trataron
de resolver.
[ El autor presen ta a con tin uación otros tres estudios que permitie-
ron tratar los problemas que h abía suscitado la en cuesta de The People’s
Choice. La primera encuesta, realizada en un a pequeña ciudad, con side-
raba líderes de opinión a las person as men cion adas varias veces en las res-
puestas de los sujetos in terrogados, «remon tán dose así de las person as
influidas a las person as influyen tes», localizando de esta man era mejor
que el estudio de los comportamientos electorales, «que consideraba lí-
deres de opin ión a person as defin idas solamen te por el h ech o de dar
con sejos, líderes efectivos».
El segun do estudio versaba precisamente sobre la pareja líder-«segui-
dor» que el estudio precedente no había determin ado, ya que la mues-
tra in icial de person as entrevistadas servía solamente para localizar a los
líderes.]
Si la pareja con sejero-acon sejado podía recon stituirse, yen do del
acon sejado a su con sejero, también era posible comen zar por el otro
extremo, in terrogan do primero a un a person a que preten día h aber ac-
tuado como consejero y luego ubican do a la persona sobre la que éste
pretendía haber influido. El segun do estudio trató de proceder de esa
man era. Como en el estudio de los comportamientos electorales, se pi-
dió a los en cuestados que se design aran a sí mismos como líderes y se
pidió a las person as que se con sideraban in fluyen tes que in dicaran, lle-
gado el caso, el nombre de aquellos sobre los que h abían influido. Fue
posible enton ces n o sólo estudiar la in teracción entre consejero y acon -
sejado, sino también confrontar la autoridad que preten dían poseer los
sujetos con la que les reconocían los que ellos decían h aber in fluido.
Los in vestigadores esperaban de esta man era con trolar esa técn ica de
«autodesign ación ». Como lo temían los autores de The People’s Choice,
fue muy difícil pregun tar a las person as de quién tomaban con sejos
l a const r ucci ón del obj et o 243
los campos, sin o que la autoridad que se les recon oce está limitada a
ciertos campos determinados;
– que, por consiguiente, no presentan características sustan ciales que
los separarían de aquellos a quien es in fluyen , sin o que se distin guen
por las cualidades que se les recon oce ( competencia, etc.) y por su po-
sición social;
– que los líderes de opin ión están a la vez más expuestos a la acción
de los medios de comun icación de masa y son más sensibles a su in -
fluen cia.]
En cada uno de los estudios que hemos analizado, el problema meto-
dológico cen tral fue saber cómo tomar en cuen ta las relacion es in ter-
person ales, preservan do al mismo tiempo la economía y la represen ta-
tividad que otorga la muestra recogida al azar en un momento dado del
tiempo. Las respuestas a este problema fueron diversas, desde un cues-
tion ario que pedía a los in dividuos de la muestra que mencion aran a
aquellas personas con las que man tien en relacion es de interacción ( es-
tudio in icial) h asta un estudio por en trevistas que se remontaba desde
las personas influidas h asta los sujetos que h abían ejercido la in fluencia
( segun do estudio) y fin almente a entrevistas que abarcaban a toda un a
comun idad ( tercer estudio) . Los estudios futuros se situarán pro-
bablemen te en tre esos extremos. De todas maneras, para la mayoría de
ellos, al parecer, el prin cipio cen tral deberá ser con struir en torn o a
cada átomo in dividual de la muestra moléculas más o men os gran des.
ELIHU KATZ
25. f . simia n d
* Véase supra, In troducción , pág. 135, e infra, E. Wind, texto n º 38, pág. 321.
248 el o f ic io d e so c ió l o g o
FRANÇO IS SIMIAND
l a e n t r e v ist a y l a s f o r ma s d e o r g a n iza c ió n
d e l a e x pe r ie n c ia
n es, esa expresión “ésas son cosas mías”, puede h aber un or-
gullo h erido. En efecto, es difícil creer que un visitan te perte-
n ecien te a otra clase pueda jamás represen tarse claramen te
todos los pormen ores de las dificultades en con tradas: así, se
está muy aten to a “n o exponerse”, a protegerse con tra la so-
licitud protectora.» *
Dado que rara vez se averigua el efecto diferen cial de las
técn icas de en cuesta en función de la perten en cia social de
los sujetos, n o es in útil reproducir aquí un analisis de sociolo-
gía de la comunicación que intenta constituir como objeto de
estudio lo que h abitualmen te se trata como in strumen to de
estudio, y a veces como in strumen to absoluto de medición
de ciertas «aptitudes» ( recuérdese por ejemplo a Lern er, que
ve en la aptitud de los sujetos para controlar la situación de la
en trevista el in dicio de su aptitud para la in n ovación ) .** L.
Sch atzman y A. Strauss muestran que la entrevista incorpora
técnicas de comun icación y formas de organ ización de la ex-
perien cia que opon en pun to por pun to a las clases medias y
las clases populares; extraer todas las con secuencias de estos
an álisis obligaría a ren un ciar a la ilusión de la neutralidad de
las técn icas y, en este caso, a elaborar los medios de con trolar
los efectos de la situación de la en trevista, para poder ten er-
los en cuenta.
26. l . sc h a t zma n y a . st r a u ss
Por lo común se acepta que pueden existir importan tes diferen cias en-
tre las clases sociales, a nivel del pensamiento y de la comunicación. Los
hombres viven en un entorno que está mediatizado por símbolos. Nom-
brán dolos, iden tificán dolos y clasificándolos se h ace posible percibir y
con trolar los objetos o los acon tecimien tos. El orden se impon e en y
por un a organ ización con ceptual, y esta organ ización n o sólo se ex-
presa en las reglas individuales, sino también en los códigos gramatica-
les, lógicos y, más gen eralmente, en todos los sistemas de comunicación
propios de un grupo, pues la comunicación debe satisfacer los impera-
tivos sociales de la comunicación , que también se impon en a esa «con-
versación interior» que es el pensamiento. Tanto el razonamiento como
el discurso están sometidos –a través de la crítica, el juicio, la aprecia-
ción y el control– a exigencias particulares: existen reglas diferenciales
en materia de organ ización del discurso y del pensamien to que –fuera
de las in comprension es puramen te lin güísticas– pueden llegar a obsta-
culizar la comun icación entre grupos diferen tes.1
Por esa razón debe ser posible observar, entre un a clase social y otra,
diferencias en materia de comunicación que no consisten solamente en
una diferencia de grado en la precisión, la búsqueda o la riqueza del vo-
cabulario y las cualidades del estilo, y que deben pon er de man ifiesto
los modos de pen samien to a través de los modos del discurso. [ …]
[ Estas h ipótesis h an sido puestas a prueba median te el estudio de en-
trevistas, realizadas para estudiar las respuestas a una situación de catás-
trofe, con h abitan tes de poblaciones de Arkan sas sobre las cuales se ha-
bía abatido un torn ado. Se con stituyeron dos grupos:
– el grupo «in ferior», compuesto de sujetos perten ecien tes a las cla-
ses populares, caracterizados por un a educación que no supera la gram-
mar school y un in greso familiar an ual in ferior a los 2.000 dólares;
– el grupo «superior», compuesto de sujetos pertenecien tes a la clase
media, que frecuentaron un college por lo menos duran te un añ o, y con
un in greso anual superior a los 4.000 dólares.]
Las diferen cias comprobadas en tre la clase popular y la clase media
son n otables y, un a vez formulado el prin cipio de esa diferencia, es sor-
pren den te ver con qué facilidad se puede detectar la estructura de co-
mun icación característica de un grupo, a la sola lectura de algunos pá-
1 Véase E. Cassirer, An Essay on Man, New H aven , 1944 [ ed. en esp.: Antro-
pología filosófica, México, Fon do de Cultura Econ ómica, 1945] ; S. Lan ger,
Philosophy in a New Key, Nueva York, 1948 [ ed. en esp.: Nuevas claves de la
filosofía, Buen os Aires, Sur] ; A. R. Lin desmith y A. L. Strauss, Social
Psychology, Nueva York, 1949, págs. 237-252; G. Mead, Mind, Self and Society,
Ch icago, 1934 [ ed. en esp.: Espíritu, persona y sociedad, Buen os Aires,
Paidós] ; C. W. Mills, «Lan guage, Logic an d Cultura», American Sociological
Review, IV, 1939, págs. 670-680.
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 255
Co r r espo n d en c ia en t r e l as imá g en es d el h a bl a n t e
y d el in t er l o c u t o r
Los individuos sólo perciben muy desigualmen te la necesidad de intro-
ducir una mediación lin güística en tre sus propias imágen es subjetivas y
las de sus interlocutores.[ …]
Cuan do el con texto de la discusión está materialmen te presen te
an te ambos in terlocutores, o les es común en virtud de un a idén tica
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 257
y que, mien tras filma, con trola cuidadosamen te sus efectos. In versa-
men te, el relato de un informante de las clases populares evocaría más
bien un film realizado con un a cámara ún ica. [ …] Los sujetos origi-
n arios de las clases medias –aparen temen te en virtud de su mayor sen-
sibilidad a las reaccion es del in terlocutor– toman más distan cia res-
pecto de su experien cia person al. No se limitan a con tar lo que vieron:
compon en un relato. La relación de los h ech os será más o men os
exacta, pero en la medida en que se trata de un discurso orden ado, se
h allarán en él las cualidades y los defectos de los relatos con certados.
Aquí no se trata de comparar la exactitud respectiva de los relatos h e-
chos por los miembros de las clases medias y los de las clases populares.
En la «objetividad» de los primeros h ay que ver an te todo un a toma de
distancia del narrador con respecto al acon tecimiento.
Por la manera en que se orden a su relato, el in forman te de las clases
medias muestra que tien e, al mismo tiempo, con cien cia del otro y de sí
mismo. Le es posible interrumpirse en medio de un desarrollo, o tomar
un a orien tación n ueva; de un a man era gen eral, ejerce estrecho control
sobre el desen volvimien to de su comun icación . El in forman te de las
clases populares parece mucho men os capaz de esa visión de con junto.
El con trol que ejerce sólo se refiere a la can tidad de in formación que
acepta o n o comun icar al en cuestador. Pero también es posible supo-
n er que dispon e de procedimien tos estilísticos de con trol que n o son
inmediatamente percibidos por un observador que, a su vez, perten ece
a la clase media.
Cl a sif ic ac ió n y r el ac io n es c l a sif ic at o r ia s
Los informantes de clase popular se refieren generalmente a individuos
particulares a los que design an a men udo con un nombre propio o con
un n ombre de familia. Esta man era de proceder n o aclara la descrip-
ción ni facilita la identificación de las personas en cuestión sino cuan do
el in forman te se limita a referir las experien cias de algun os in dividuos
bien defin idos. Llega un momen to en que el en cuestador desea reco-
ger in formacion es, n o ya sobre personas, sin o sobre categorías de per-
sonas, e incluso sobre organ ismos, así como sobre las relacion es que se
establecieron en tre esas categorías, o esos organ ismos, y el informan te:
en ese caso un sujeto de las clases populares se muestra casi siempre in-
capaz de dar una respuesta. En el peor de los casos, su discurso no logra
260 el o f ic io d e so c ió l o g o
formante pueda salirse muy rápido de los marcos organ izadores que él
mismo h a dado a su discurso. El peligro a que se expone el encuestador
cuan do son dea de ese modo, o cuan do in siste en obten er un a n arra-
ción más min uciosa, es que lleva al en trevistado a olvidar la lín ea rec-
tora de su relato y a veces la misma pregun ta in icial que se le h izo. En
cambio, el en cuestador puede fácilmen te obten er n umerosas in for-
maciones a favor de esas digresion es, aun que a men udo deba son dear
algo más al informan te cuando quiere reinsertar en un contexto el ma-
terial así recogido. Las pregun tas de orden general son las más suscep-
tibles de desviar al informan te de su tema, en la medida en que propo-
nen marcos mal definidos. [ …] Si la pregun ta planteada pone en juego
categorías abstractas o supera la compren sión del en trevistado ( por
ejemplo, cuan do versa sobre los organ ismos de asisten cia) , el in for-
mante tiende a reaccionar con respuestas muy gen erales, o con en ume-
racion es con cretas, o incluso con un raudal de imágenes. Cuando el en-
cuestador se esfuerza, mediante preguntas más acucian tes, por obtener
la relación detallada de un acontecimiento o el desarrollo de un a idea,
gen eralmen te sólo se topa con repeticion es o en umeracion es, un a
suerte de «fuego gran eado» de imágenes que tien den a llenar los blan-
cos del cuadro que se le solicita. La falta de precisión real en los detalles
está ligada probablemen te a la in capacidad de cambiar de perspectiva
para relatar los acontecimientos. [ …]
Cuando el in forman te perten ece a las clases populares, el en cuesta-
dor experimenta gen eralmente grandes dificultades para someter la en-
trevista a un marco organizador que abarque el con jun to del discurso,
y sólo logra impon er «marcos parciales» al in forman te plantean do n u-
merosas pregun tas para precisar la cron ología de los h ech os, la situa-
ción y la iden tidad de las person as y para h acer desarrollar los detalles
men cion ados. [ …]
Nos resulta difícil determinar los procedimien tos estilísticos que ha-
cen eficaz un a comun icación , pero esto se debe tal vez a que n osotros
mismos perten ecemos a las clases medias. En tre los procedimien tos
más fácilmente iden tificables, se puede in cluir el empleo de n otacion es
cron ológicas rudimen tarias ( como «enton ces… y después») , la yuxta-
posición o la oposición directa de clases lógicas ( por ejemplo, ricos y
pobres) , y la localización de los acontecimientos en el tiempo. Pero es-
tán ausen tes los procedimien tos complejos que caracterizan a las entre-
vistas con miembros de las clases medias.
264 el o f ic io d e so c ió l o g o
27. j. h . g o l d t h o r pe y d. l o c k wo o d
Los datos de las encuestas de opin ión y de actitudes que se con sideran
pruebas pertinentes de la tesis del aburguesamiento pueden resumirse
así: en cierto número de estudios realizados en el curso de estos últimos
28. c . l é v i-st r a u ss
¿No es éste quizás un caso ( no tan extrañ o, por otra parte) en que el et-
n ólogo se deja en gañ ar por el in dígen a? Y no por el indígena en gen e-
ral, que n o existe, sin o por un grupo determin ado de in dígenas de cu-
yos problemas se h an ocupado los especialistas, pregun tán dose y
tratan do de resolver sobre lo que se pregun tan . En este caso, en lugar
de aplicar hasta el fin al sus principios, Mauss ren un cia en favor de un a
teoría neozelandesa que tiene gran valor como documento etnográfico,
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 273
pero que no deja de ser otra cosa que un a teoría. No h ay motivos para
que, porque un os sabios maorís se h ayan plan teado an tes que n adie
ciertos problemas y los h ayan resuelto de un a forma atractiva, pero
poco con vin cen te, ten gamos que aceptar su in terpretación . El hau n o
es la razón última del intercambio, sino la forma conscien te bajo la cual
los h ombres de un a sociedad determin ada, don de el problema ten ía
una especial importan cia, han comprendido una necesidad incon scien-
te, cuya razón es otra.
Mauss, en el momen to decisivo, se en cuen tra domin ado por la duda
y el escrúpulo; n o sabe si lo que tien e que h acer es el esquema de un a
teoría o la teoría de la realidad in dígen as. Aun que en parte tien e ra-
zón , ya que la teoría in dígen a está en un a relación much o más directa
con la realidad in dígen a que lo que puede estar un a teoría elaborada
a partir de n uestras categorías y problemas. Fue, por lo tan to, un pro-
greso, en el momen to en que él escribía, atacar un problema etn ográ-
fico partien do de la teoría n eozelan desa o melan esia, an tes que
median te n ocion es occiden tales, como el an imismo, el mito o la parti-
cipación . Sin embargo, in dígen a u occiden tal, la teoría n o es n un ca
más que un a teoría; a lo sumo ofrece un a sen da de acceso, pues lo que
creen los in teresados, sean fueguin os o australian os, está siempre muy
lejos de lo que h acen o pien san efectivamen te. Después de h aber ex-
puesto la con cepción in dígen a h abría que h aberla sometido a un a crí-
tica objetiva que permitiera alcan zar la realidad subyacen te. Ah ora
bien : h ay much as men os oportun idades de que ésta se en cuen tre en
las elaboracion es con scien tes que en las estructuras men tales in con s-
cien tes a las cuales se puede llegar por medio de las in stitucion es e in-
cluso mejor por medio del len guaje. El hau es el resultado de la refle-
xión in dígen a, mas la realidad está más clara en ciertos trazos
lin güísticos que Mauss n o dejó de pon er en relieve, sin darles, sin em-
bargo, la importan cia que merecían : «Los papúes y los melan esios –es-
cribió– tien en un a sola palabra para design ar la compra y la ven ta, el
préstamo y lo prestado; las operaciones an titéticas se expresan con la
misma palabra». Y la prueba está aquí: n o es que las operacion es sean
«an titéticas», sin o que son dos formas de un a misma realidad. No es
n ecesario el hau para con seguir un a sín tesis, ya que la an títesis n o
existe. Es un a ilusión subjetiva de los etn ógrafos, y a veces también de
los in dígen as, que cuan do razon an sobre sí mismos, lo cual les ocurre
con frecuen cia, se con ducen como etn ógrafos o más exactamen te
274 el o f ic io d e so c ió l o g o
como sociólogos, es decir, como colegas con los cuales está permitido
discutir.
CLAUDE LÉVI-STRAUSS
29. m. ma u ss
Para que un fen ómen o social exista, n o es in dispen sable que logre su
expresión verbal. Lo que una lengua dice en una palabra, otras lo dicen
en varias. Aún más: no es absolutamente n ecesario que lo expresen: en
el verbo transitivo, por ejemplo, la noción de causa n o aparece explici-
tada y, sin embargo, se encuentra incluida en él.
Para que la existen cia de un determin ado prin cipio de operacion es
men tales esté asegurada, es necesario y suficien te que esas operaciones
sólo se expliquen por ese prin cipio. Nadie se h a atrevido a discutir la
un iversalidad de la noción de sagrado y, sin embargo, sería sumamen te
difícil citar en sán scrito o en griego una palabra que corresponda al ( sa-
cer) de los latin os. Se dirá en sán scrito: puro ( medhya) , sacrificio ( yaj-
‘ γι ος) ,
niya) , divin o ( devya) , terrible ( ghora) ; en griego: san to ( ι ερός o ά
ven erable ( σεµνός) , justo ( θε´σµος) , respetable ( α’ι δε´σι µος) . A pesar
276 el o f ic io d e so c ió l o g o
de esto, ¿acaso los griegos y los h in dúes n o tuvieron un a con cien cia
absolutamen te justa y arraigada de lo sagrado?
MARCEL MAUSS
30. b. ma l in owsk i
BRONISLAW MALINOWSKI
e l u so d e l o s t ipo s id e a l e s e n so c io l o g ía
31. m. we be r
Así como varias veces lo postulé como verdad man ifiesta, la sociología
forma con ceptos típicos y busca las reglas genéricas del acon tecimien to.
Al revés de la historia, que aspira al análisis y a la imputación causal de
accion es, de con stelacion es, de personalidades individuales de impor-
tan cia cultural, la con ceptualización propia de la sociología toma en
préstamo su material en forma de paradigmas –de preferencia pero n o
exclusivamen te– a los aspectos de la con ducta que también tien en que
ver con el pun to de vista de la h istoria. Ella forma sus con ceptos y busca
sus reglas an te todo desde el pun to de vista siguien te: si de tal modo
puede hacer un favor a la imputación causal histórica de los fenómenos
que in teresan a la cultura.
Al igual que para toda cien cia gen eralizadora, la especificidad de las
abstraccion es de la sociología implica que sus con ceptos estén relativa-
men te vacíos de contenido frente a la realidad h istórica. Lo que en con-
trapartida procura es un a univocidad in cremen tada del con cepto. Esta
un ivocidad incrementada es obtenida por un grado óptimo de adecua-
ción sign ificativa, objetivo al que tien de la con ceptualización socioló-
gica. Ésta puede ser alcanzada de manera particularmen te completa en
el caso de con ceptos y reglas racion ales. Pero la sociología también
busca aprehender en conceptos teóricos y sign ificativamente adecuados
fen ómen os irracion ales ( místicos, proféticos, n eumáticos,* afectivos) .
En todos los casos, tan to racionales como irracionales, se aleja de la re-
alidad y con tribuye al con ocimien to de ésta explicitan do el grado de
aproximación del fen ómen o h istórico respecto de los con ceptos que
permiten situarlo.
El mismo fenómeno h istórico puede ser, por ejemplo, en uno de sus
elementos «feudal», «patrimon ial» en otro, carismático en otros. Para
que el sen tido de estas palabras sea unívoco, por su parte la sociología
debe bosquejar tipos ideales de complejos de relaciones dotados de una
coherencia y de una adecuación significativa tan completa como sea po-
sible, pero que por este motivo n o se dejan observar en la realidad en
* En el len guaje de los gn ósticos, se decía «neumático» a lo que represen taba el más
alto grado de per fección espiritual. [ N. del T.]
282 el o f ic io d e so c ió l o g o
esta forma pura absolutamen te ideal, al igual que una reacción física
calculada en la hipótesis de un espacio absolutamente vacío.
La casuística sociológica sólo es posible a partir del tipo puro ( ideal) .
Es eviden te que la sociología también emplea ocasion almen te el tipo
medio an álogo a los tipos empíricos surgidos de la estadística, n oción
que no requiere un a aclaración metodológica particular. Pero cuan do
h abla de casos «típicos», constantemente invoca el tipo ideal que puede
ser racion al o irracion al, las más de las veces racion al ( siempre, por
ejemplo, en la teoría de la econ omía política) , pero en todo caso defi-
n ido por el h ech o de que está con struido por referen cia a un máximo
de adecuación sign ificativa.
Es menester darse cuenta claramente de que, en el campo sociológico,
las «medias» y los «tipos medios» no se dejan formar con cierta univoci-
dad sino ahí donde sólo se trata de diferencias de grado en cierto com-
portamiento significativo de índole cuantitativamente homogénea. La
cosa ocurre. Pero, en la mayoría de los casos, el acto que tiene que ver
con la historia o la sociología está influido por motivos cualitativamente
heterogéneos entre los cuales es imposible establecer una «media» en el sen-
tido propio. Las construcciones de tipos ideales de acto social que em-
prende por ejemplo la teoría económica son pues «irreales», en el sen-
tido de que preguntan cómo se actuaría en el caso ideal de una finalidad
racional orientada hacia la economía, para poder comprender el acto
real, siempre influido por inhibiciones tradicionales, pasiones, errores, y
por la interferencia de fines o consideraciones no económicas. […]
Precisamente de la misma man era se debería proceder a la con struc-
ción ideal-típica de un a actitud puramen te mística o acosmística res-
pecto de la vida ( por ejemplo, de la política y de la econ omía) . Cuanto
más claro y un ívoco es el tipo ideal, tanto más ajeno es al universo con-
creto en este sentido, y tan to más favorece a la termin ología, a la clasi-
ficación y a la h eurística. La imputación causal con creta de acon teci-
mien tos sin gulares a la que procede el h istoriador n o constituye un a
operación muy diferen te: para explicar el desarrollo de la campañ a de
1866, deslin da primero ( en forma ficticia) , desde el pun to de vista de
Mottke y Benedek, cómo cada un o de ellos, con ocien do plenamen te su
situación propia y la del adversario, habría tomado posición en el caso
de un a fin alidad racion al ideal, para luego explicar causalmen te el des-
vío observado ( por un a información falsa, un error de h echo, una falta
de razon amien to, el temperamen to person al o con sideracion es extra-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 283
MAX WEBER
men te los cuadros de pensamiento de que aquí nos ocupamos, que son
«ideales» en un sen tido puramen te lógico, de la n oción del deber-ser o de
«modelo». En efecto, n o se trata sin o de con struccion es de relacion es
que son suficien temente justificadas por lo que se refiere a n uestra ima-
ginación, por tan to «objetivamen te posibles», y que parecen adecuadas a
n uestro saber n omológico.
Quien quiera esté con vencido de que el conocimien to de la realidad
h istórica debería o podría ser un a copia [Abbildung] «sin supuestos» de
h ech os «objetivos», n egará todo valor a esas con struccion es. E in cluso
aquel que h aya recon ocido que en el nivel de la realidad n ada está des-
provisto de supuestos en el sentido lógico, y que el más simple extracto
de un acto o documen to n o puede tener sen tido cien tíficamen te sin o
por la relación con «significacion es» y por tan to, en último an álisis, por
un a relación con ideas de valor, n o obstan te se verá llevado a ver la
con strucción de cualquier tipo de “utopía” h istórica como un medio de
ilustración peligrosa fren te a la objetividad del trabajo científico, y toda-
vía con más frecuencia como un simple juego. De h echo, jamás puede
decidirse a priori si se trata de un puro juego del pensamiento o de un a
con strucción de con ceptos fecun da para la cien cia. También aquí n o
existe otro criterio que el de la eficacia para el con ocimien to de las re-
laciones entre los fen ómenos con cretos de la cultura, para el de su con-
dicion alidad causal y de su significación. Por con siguien te, la con struc-
ción de ideal-tipos abstractos n o es ten ida en cuen ta como objetivo,
sin o únicamen te como medio del con ocimien to. Todo examen aten to
que remita sobre los elemen tos con ceptuales de un a exposición h istó-
rica muestra que el historiador, no bien busca elevarse por en cima de la
simple comprobación de relaciones con cretas para determin ar la signi-
ficación cultural de un acon tecimien to singular, por simple que sea, por
tan to para «caracterizarlo», trabaja y debe trabajar con con ceptos que,
en general, no se dejan pun tualizar de manera rigurosa y unívoca sin o
en la forma de ideal-tipos.
En efecto, ¿cómo se deja pun tualizar el con ten ido de con ceptos
como los de «in dividualismo», «imperialismo», «feudalismo», «mercan-
tilismo», «con ven cion al» y otras in n umerables con struccion es con cep-
tuales de ese gén ero que utilizamos para tratar de domin ar la realidad
por el pen samien to y la comprensión ? ¿Acaso por la descripción «sin su-
puestos» de un a manifestación con creta cualquiera aislada o bien , por
el con trario, por la síntesis abstractiva [abstrahierende Zusammenfassung]
286 el of i ci o de soci ól ogo
MAX WEBER
l a SUMMA y l a ca t e d r a l :
l a s a na l o g ía s pr o f u n da s c o mo pr o d u c t o
d e u n h á bit o me n t a l
32. e . pa n o f sk y
«paralelismo» y, sin embargo, más general que esas «in fluen cias» in di-
viduales ( y también muy importan tes) que los con sejeros eruditos ejer-
cen sobre los pin tores, los escultores o los arquitectos. Por oposición a
un simple paralelismo, esta con exión es un a autén tica relación de
causa a efecto; por oposición a un a in fluen cia in dividual, esta relación
de causa a efecto se establece más por difusión que por con tacto di-
recto. Se establece, en efecto, por la difusión de lo que se puede lla-
mar, a falta de un términ o mejor, un hábito men tal, restituyen do a este
clisé gastado su más preciso sen tido escolástico de «prin cipio que or-
den a el acto», principium importans ordinem ad actum. 1 Tales h ábitos
men tales existen en toda civilización . Así, n o h ay n in gún escrito mo-
dern o sobre h istoria que n o esté impregn ado de la idea de evolución
( idea cuya evolución merecería estudiarse much o más de lo que se h a
h ech o h asta ah ora y que en la actualidad parece en trar en un a fase crí-
tica) , y, sin ten er un con ocimien to profun do de la bioquímica o del
psicoanálisis, h ablamos todos los días con la mayor soltura de la in su-
ficien cia vitamín ica, de alergias, de fijación con la madre y de comple-
jos de in ferioridad.
Si frecuen temen te es difícil, si n o imposible, aislar una fuerza forma-
dora de h ábitos ( habit-forming force) entre much as otras e imagin ar los
can ales de tran smisión , el período que se extien de aproximadamen te
en tre 1130-1140 h asta 1270 y la zon a de «cien to cincuen ta kilómetros
alrededor de París» con stituyen un a excepción . En esta área restrin -
gida, la escolástica poseía el mon opolio de la educación : en lín eas ge-
n erales, la formación in telectual h abía pasado de las escuelas mon ásti-
cas a institucion es urban as más que rurales, cosmopolitas an tes que
region ales y, por decirlo así, solamen te semieclesiásticas. Es decir, a las
escuelas catedrales, a las un iversidades y a los studia de las n uevas órde-
n es men dican tes ( casi todas aparecidas en el siglo XIII ) cuyos miem-
bros desempeñ aban un papel cada vez más importan te en el sen o de
las mismas un iversidades. Y, a medida que el movimien to escolástico,
preparado por la en señ an za de los benedictin os y promovido por Lan -
fran c y An selme du Bec, se desarrollaba y se expan día gracias a los do-
min ican os y a los fran ciscan os, el estilo gótico preparado en los mon as-
terios ben edictin os y promovido por Suger de Sain t-Den is, alcan zaba
su apogeo en las gran des iglesias urban as. Es sign ificativo que duran te
el período román ico los grandes n ombres de la h istoria de la arquitec-
tura sean los de las abadías ben edictin as, duran te el período clásico
del gótico, el de las catedrales, y duran te el período tardío, el de las
iglesias parroquiales.
Es muy poco probable que los con structores de edificios góticos h a-
yan leído a Gilbert de la Porrée o a Tomás de Aquino en su texto origi-
n al. Pero estaban expuestos a la doctrin a escolástica de much as otras
man eras, in depen dien temente del hech o de que su actividad los ponía
directamente en con tacto con los que concebían los programas litúrgi-
cos e icon ográficos. Habían ido a la escuela, h abían escuch ado los ser-
mones,2 habían podido asistir a las disputationes de quolibet3 que, al tratar
todas las cuestion es del momento, se habían tran sformado en aconteci-
mientos sociales muy parecidos a nuestras óperas, nuestros conciertos o
n uestras con feren cias públicas,4 y h abían podido establecer con tactos
fructíferos con los letrados en muchas otras ocasiones. Debido a que las
cien cias n aturales, las h umanidades, e incluso las matemáticas, aún n o
h abían desarrollado su método y su termin ología específicos y esotéri-
cos, la totalidad del saber h umano era todavía accesible al espíritu n or-
mal y no especializado.
[ La situación social del arquitecto permite, por otra parte, compren-
der cómo pudo h allarse en una situación favorable para in teriorizar el
conjunto de los hábitos de pensamiento característicos de la escolástica.
Existe en esta época «un profesion alismo urbano que, por el h echo de
que n o se h abía esclerosado todavía en el sistema rígido de las guildes y
de las Bauhütten, ofrecía un ámbito dentro del cual el clérigo y el laico,
el poeta y el jurista, el letrado y el artesan o podían en trar en con tacto
casi en un pie de igualdad».
El arquitecto profesion al era «un hombre que h abía viajado mucho,
que frecuen temen te h abía leído mucho y que gozaba de un prestigio
social sin igual en el pasado y jamás superado desde entonces». Diversos
in dicios muestran in cluso que «el mismo arquitecto era con siderado
como un a suerte de escolástico».]
Cuan do se in ten ta establecer cómo el h ábito men tal producido por
la escolástica primitiva y clásica puede h aber afectado la formación
de la arquitectura gótica primitiva y clásica, es necesario pon er en tre
parén tesis el con ten ido n ocion al de la doctrin a y con cen trar la aten -
ción en su modus operandi, para decirlo con un términ o tomado de los
mismos escolásticos. Las sucesivas doctrin as sobre temas tales como la
relación en tre el alma y el cuerpo o el problema de los un iversales se
reflejan n aturalmen te más en las artes figurativas que en la arquitec-
tura. Sin duda, el arquitecto vivía en con tacto estrech o con los esculto-
res, maestros vidrieros, escultores sobre madera, etc., cuyas obras estu-
diaba toda vez que las en con traba ( como lo testimon ia el Album de
Villard de H on n ecourt) , a los que contrataba y con trolaba en sus pro-
pias empresas y a quien es debía tran smitir un programa icon ográfico
que n o podía elaborar, h ay que recordarlo, sin o con los con sejos y la
colaboración estrech a de un escolástico. Pero al h acer esto, h ablan do
con propiedad, an tes que aplicarla, asimilaba y tran smitía la sustan cia
del pen samien to con temporán eo. En realidad lo que el arquitecto,
que «con cebía la forma del edificio sin man ipular él mismo la mate-
ria»,5 podía y debía aplicar directamen te y en cuan to arquitecto, era
más bien esa man era particular de proceder que debía ser la primera
5 S. Th., I, q. I, art. 6, C.
292 el o f ic io d e so c ió l o g o
cosa que sorpren día al espíritu del laico cuan do entraba en con tacto
con un escolástico.
ERWIN PANOFSKY
33. p. du h e m
Es conven ien te, si se quiere apreciar con exactitud la fecun didad que
puede ten er el empleo de modelos, no con fun dir este empleo con el uso
de la analogía.
El físico que busca reun ir y clasificar en un a teoría abstracta las le-
yes de un a determin ada categoría de fen ómen os, muy frecuen te-
men te se deja guiar por la an alogía que vislumbra en tre estos fen óme-
n os y los fen ómen os de otra categoría; si estos últimos se en cuen tran
ya orden ados y organ izados en un a teoría satisfactoria, el físico tratará
de agrupar a los primeros en un sistema del mismo tipo y de la misma
forma.
La historia de la Física n os muestra que la búsqueda de las an alogías
en tre dos categorías distintas de fenómenos h a sido, tal vez, entre todos
294 el o f ic io d e so c ió l o g o
los procedimien tos empleados para con struir teorías físicas, el método
más seguro y más fecun do.
Así, la an alogía vislumbrada en tre los fen ómen os producidos por la
luz y los que constituyen el sonido es la que ha sumin istrado la n oción
de onda luminosa de la cual Huygen s supo extraer un excelente partido;
más tarde, es esta misma an alogía la que con dujo a Malebran ch e, y de
inmediato a Young, a represen tar una luz monocromática con un a fór-
mula similar a la que represen ta un son ido simple.
Una similitud vislumbrada en tre la propagación del calor y la propa-
gación de la electricidad en el in terior de conductores permitió a O hm
trasladar en bloque, a la segun da categoría de fenómenos, las ecuacio-
n es que Fourier h abía concebido para la primera.
La h istoria de las teorías del magnetismo y de la polarización dieléc-
trica n o es otra cosa que el desarrollo de analogías, vislumbradas desde
tiempo atrás por los físicos, en tre los iman es y los cuerpos que aíslan
electricidad; gracias a esta an alogía, cada un a de las dos teorías se h a
ben eficiado con el progreso de la otra.
El empleo de la an alogía física toma a veces un a forma todavía más
precisa.
Si consideramos dos categorías de fen ómenos muy distintas, muy des-
iguales, que h ayan sido reducidas a teorías abstractas, puede suceder
que las ecuaciones en que se formula una de estas teorías sean algebrai-
camen te idén ticas a las ecuacion es que expresan a la otra. En ese caso,
aun cuan do las dos teorías sean esen cialmen te h eterogén eas por la n a-
turaleza de las leyes que coordin an, el álgebra establece entre ellas un a
exacta correspon dencia; toda proposición de un a de las teorías tiene su
h omóloga en la otra; todo problema resuelto en la primera, plan tea y
resuelve un problema semejan te en la segun da. Cada un a de estas dos
teorías puede, según el término empleado por los ingleses, servir para
ilustrar a la otra: «Por an alogía física –dice Maxwell– entien do esa seme-
jan za parcial en tre las leyes de un a cien cia y las leyes de otra cien cia,
que h ace que un a de las dos cien cias pueda servir para ilustrar a la
otra».
Daremos a con tinuación un ejemplo, tomado entre muchos otros po-
sibles, de esta ilustración mutua entre dos teorías:
La idea de cuerpo caliente y la idea de cuerpo electrizado son dos no-
cion es esen cialmen te h eterogén eas; las leyes que rigen la distribución
de temperaturas estacion arias en un grupo de cuerpos buenos con duc-
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 295
tores del calor y las leyes que fijan el estado de equilibrio eléctrico en
un conjun to de cuerpos buenos conductores de la electricidad, se refie-
ren a objetos físicos absolutamente diferen tes; sin embargo, las dos teo-
rías que tien en por objeto clasificar estas leyes se expresan por medio
de dos grupos de ecuacion es que el matemático n o podría distin guir;
de esta man era, cada vez que resuelve un problema sobre la distribu-
ción de las temperaturas estacion arias, resuelve simultán eamen te un
problema de electroestática, y recíprocamente.
Ah ora bien , tal corresponden cia algebraica entre dos teorías, tal ilus-
tración de un a por la otra, es un logro de much ísimo valor; n o sola-
men te significa un a n otable econ omía intelectual, porque permite tras-
ladar de un a sola vez a un a de las teorías todo el aparato algebraico
con struido para la otra, sin o que también constituye un procedimien to
de in ven ción . Puede suceder, en efecto, que en un o de los dos domi-
n ios a los que se aplica el mismo plan algebraico, la in tuición experi-
men tal plan tee muy n aturalmen te un problema o que sugiera su solu-
ción , mien tras que en el otro domin io el físico n o h aya sido tan
fácilmen te con ducido a formular esa cuestión o a dar esa respuesta. Es-
tas diversas maneras de recurrir a la analogía entre dos grupos de leyes
físicas o en tre dos teorías distin tas [ …] con sisten en aproximar, un o a
otro, dos sistemas abstractos, ya sea porque un o de ellos, ya con ocido,
sirva para con jeturar la forma del otro, que todavía n o se con oce; ya sea
porque, formulados los dos, se esclarezcan mutuamente.
PIERRE DUH EM
34. n . r . ca mpbe l l
Todos los que h an escrito sobre los prin cipios de la cien cia h an h a-
blado de la relación estrech a que un e a la an alogía con las teorías o las
h ipótesis. Me parece, sin embargo, que la mayor parte de ellos h a in-
terpretado equivocadamen te la man era en que se plantea el problema.
Ellos presen tan las an alogías como «auxiliares» al ser vicio de la forma-
ción de h ipótesis ( términ o por medio del cual se h an h abituado a de-
sign ar lo que prefiero llamar teorías) y del progreso de las cien cias.
Pero, desde mi pun to de vista, las an alogías n o son simples «auxiliares»
para el establecimien to de teorías, sin o que son parte in tegran te de
teorías que, sin ellas, estarían completamen te desprovistas de valor y
serían in dign as de este n ombre. Se dice frecuen temen te que la an alo-
gía guía la formulación de la teoría, pero que un a vez formulada la te-
oría, la an alogía h a desempeñ ado su papel y se puede, en con secuen -
cia, dejarla de lado u olvidarla.
Tal descripción del proceso es radicalmen te falsa y frecuen temen te
peligrosa. Si la física fuera un a cien cia puramen te lógica, si su objeto
solamen te con sistiera en establecer un sistema de proporcion es verda-
deras y con ectadas lógicamen te en tre sí, sin que n in gún otro rasgo ca-
racterizara su desarrollo, se podría aceptar esta presen tación del pro-
blema. Un a vez que se h ubiera establecido la teoría y mostrado que
con ducía, por medio de un a deducción puramen te lógica, a las leyes
por explicar, se podría, sin n in gun a duda, aban don ar el soporte de
un a an alogía, caren te ya de toda sign ificación . Pero si esto fuera así
tampoco h ubiera sido n ecesario utilizar la an alogía en la etapa de for-
mulación de la teoría. Cualquier ilumin ado puede in ven tar un a teoría
lógicamen te satisfactoria para explicar la ley que se quiera. Se sabe
muy bien que n o existe en la actualidad n in gun a teoría física satisfac-
toria que explique la variación de la resisten cia de un metal en función
de la temperatura: ah ora bien , n o me h a costado más de un cuarto de
h ora la teoría que h e propuesto en las págin as preceden tes; y sin em-
bargo es, lo sosten go, formalmente tan satisfactoria como cualquier teo-
ría física. Si la teoría debiera sólo respon der a este criterio, n un ca n os
faltarían teorías para explicar las leyes establecidas; un escolar podría,
en un día de trabajo, resolver problemas que, en van o, h an preocu-
pado a gen eracion es de cien tíficos, limitados al proceso vulgar de en-
sayos y errores. Lo que «n o march a» en la teoría que acabo de impro-
298 el o f ic io d e so c ió l o g o
dría objetar que la posibilidad de con siderar que la teoría no es una ley
se aplica al gén ero particular de teoría que se h a tomado como ejem-
plo. En el caso límite en que todas las n ocion es h ipotéticas estuvieran
dadas por el «diccion ario» ( que sirve de base a la teoría) como con cep-
tos susceptibles de medición, la afirmación es mucho men os eviden te;
en este caso se podría formular, a propósito de cada un a de las n ocio-
n es h ipotéticas, un a afirmación que, aun cuan do no sea todavía un a ley
establecida, pueda ser con firmada o refutada. [ …] Es n ecesario, pues,
con siderar atentamente los casos en que el diccion ario de base pon e en
relación las fun cion es de ciertas n ocion es h ipotéticas ( y n o de todas)
con con ceptos métricos, y en que estas fun cion es son lo suficien te-
mente numerosas como para determinar todas las nociones enunciadas
por la h ipótesis. Es cierto que aquí se pueden formular, a propósito de
cada una de las n ocion es, proposicion es susceptibles de ser sometidas a
la experien cia. En n uestro ejemplo, si un litro de gas tien e un a
masa/ volumen de 0,09 gm cuan do la presión es de un millón de din as
por cen tímetro cuadrado, enton ces, en virtud de este con ocimien to ex-
perimental, se puede afirmar que v tien e un valor de 1,8 x 10 cm 5/ seg:
se puede formular así un a afirmación precisa a propósito de la noción
h ipotética v, a partir de datos estrictamente experimen tales. Si el «dic-
cion ario» de la teoría men cion ara un n úmero suficien te de fun cion es
para otras n ociones, sería posible realizar afirmaciones experimentales
del mismo tipo al respecto. Si un a teoría puede reducirse así a un a se-
rie de afirmacion es precisas que remitan a datos experimen tales, ¿n o
debemos con siderarla como un a ley o, por lo menos, como una propo-
sición que no difiere de la ley desde el punto de vista de su significación
experimen tal?
Sostengo, sin embargo, que no es así. El sentido ( meaning) de un a propo-
sición , o de un con jun to de proposicion es, n o se reduce lisa y llan a-
men te al sentido de cualquier formulación que proporciona su equiva-
len te lógico y que puede ser extraída por desimplicación . Queda
siempre un a diferen cia de sen tido. Y por sen tido de un a proposición
en tien do las n ocion es que se movilizan en el entendimien to cuan do se
formula la proposición . De este modo, un a teoría puede con stituir el
equivalen te lógico de un conjunto de proposicion es experimen tales y,
n o obstan te, sign ificar algo completamen te diferen te; y, en la medida
en que es una teoría, importa más su significación que sus equivalencias
lógicas. Si la equivalen cia lógica representara todo lo que está en juego,
l a c o n st r u c c ió n d el o bjet o 301
NO RMAN R. CAMPBELL
t e o r ía y e x pe r ime n t a c ió n
* G. Can guilh em, La connaissance de la vie, op. cit., pág. 18. Duh em llamaba
«experien cias ficticias» a esas experien cias que se presen tan sin situarlas
con relación a un a teoría, por medio de un artificio pedagógico destin ado
a justificar las proposicion es que esas experien cias n o podían , por sí solas,
probar. ( P. Duh em, La théorie physique, op. cit., pág. 306.)
304 el o f ic io d e so c ió l o g o
35. g . ca n g u il h e m
GEORGES CANGUILH EM
La connaisance de la vie
***
Se debe admitir actualmen te que, tal como decía Brun sch vicg, «la
modalidad de los juicios físicos de n in gun a man era n os parece dife-
ren te de la modalidad de los juicios matemáticos».2 El empirismo n o
podía presen tarse como la filosofía de la cien cia experimental sin o en
oposición a la pretensión del racionalismo de considerarse como la filo-
sofía de la cien cia matemática. La experien cia del físico n o podía pre-
ten der identificarse con la intuición sen sible sino en la época en que el
razonamien to matemático preten día apoyarse de man era definitiva en
un a in tuición intelectual.
La epistemología con temporán ea no reconoce cien cias inductivas n i
cien cias deductivas. No admite la distinción, fun dada sobre característi-
cas in trínsecas, de los juicios científicos hipotéticos y los juicios científicos
categóricos. No recon oce sin o cien cias hipotético-deductivas. En este sen -
tido n o hay diferen cia esen cial en tre la geometría-cien cia de la n atura-
leza ( Comte, Einstein) y la física matemática. Tampoco h ay ruptura en-
tre la razón y la experiencia: es n ecesaria la razón para h acer un a
experiencia y es n ecesaria una experien cia para darse un a razón . La ra-
zón n o aparece como un decálogo de principios, sin o como una norma
de sistematización , capaz de arran car al pensamiento de su sueñ o dog-
mático.
Se admitirá en ton ces:
Contra el empirismo: que no existe, hablando con propiedad, un método in-
ductivo. Lo que es inducción, es decir la in ven ción de h ipótesis en la
ciencia experimen tal, es el sign o más claro de la in suficien cia de método
para explicar el progreso del saber.
Con tra el positivismo: que no existe una diferencia de certidumbre relativa
a las leyes y a las teorías explicativas. No h ay hecho que no esté penetrado
por la teoría, n o h ay ley que n o sea un a h ipótesis momen tán eamen te
estabilizada; por lo tan to la investigacion de las relacion es de estructura
es tan legítima como la investigación de las relaciones de sucesión o de
similitud.
No podemos con siderar que la h ipótesis es un a in suficiencia del co-
3 Véase Plan ck, «La gran cuestión n o es saber si un a determin ada idea es
verdadera o falsa, n i siquiera saber si tien e un sen tido claramen te en un -
ciable, sin o más bien saber si la idea será la fuente de un trabajo fecun do»
( Initiations à la physique, pág. 272) .
308 el o f ic io d e so c ió l o g o
ría. Newton aban don ó su teoría hasta el día en que con oció los resulta-
dos de un a n ueva medida del meridiano realizada por el abate Picard.
La teoría fue en tonces verificada y Newton se decidió a publicarla.
Aun que n o se pueda privilegiar la experien cia n egativa en relación
con la experien cia positiva, de todos modos h ay que recon ocer que el
pensamiento está más seguro de lo falso que de lo verdadero. La verdad
es la posición que siempre creemos estar en condiciones de mantener,
aun que el h ech o de que much os errores de h oy h ayan sido verdades
ayer ten dría que h acern os adoptar un a actitud más cautelosa. Por el
con trario, en el recon ocimien to de un error está lo esen cial de lo que
llamamos la verdad, pues la negación aceptada y recon ocida se justifica
por un a afirmación más compren siva; el juicio n o abandona n ada que
n o crea justificado aban donar. Si la experien cia del Puy-de-Dôme h izo
defin itivamente del h orror al vacío un error, se debía a que en la h ipó-
tesis de Torricelli el desconocimien to, común h asta en tonces, de los
efectos de la presión atmosférica se explicaba y excusaba a la vez.
Esto n os h ace volver a la defin ición propuesta: la h ipótesis es un jui-
cio de valor sobre la realidad. Su valor reside en que permite prever y
con struir h ech os n uevos, a menudo aparen temen te paradójicos, que la
in teligen cia in tegra con el saber adquirido, pero cuya sign ificación se
ren ueva en un sistema coheren te. Las realizaciones que se agregan a la
realidad confirman la causalidad natural por medio de la eficacia prag-
mática, pero un a eficacia pen etrada de in teligen cia. El pragmatismo
tiene razón en exigir que las ideas válidas sean ideas creadoras, pero no
h ay que olvidar que los logros autén ticos son logros calculables, si
n o son siempre previamente calculados.
Debemos con cluir que n o hay, h ablando con propiedad, un método
experimen tal, si se quiere enten der por esto un procedimien to de in -
vestigación distin to del método deductivo. Todo lo que es método es
deducción, pero ningun a deducción , ningún método, basta para con s-
tituir un a cien cia. En este sen tido, la relación con la experien cia es
esen cial para el progreso del saber y esta relación, que propiamen te
es de invención, no podría ser codificada en las reglas de un método. El
términ o «experimen tal» es ambiguo. La cien cia es experimen tal en la
medida en que ella tien e relación con la experien cia, pero esta relación
es un problema fren te al cual la ciencia se presenta como solución . No
es verdaderamente ciencia sino porque se arriesga a ser solución, es de-
cir, sistema in teligible. La solución de los problemas empíricos n o
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 311
puede ser sino racional, los problemas que exigen soluciones racionales
n o pueden ser planteados sino por la Razón.
GEORGES CANGUILH EM
trolar las con struccion es que realiza; de esta man era queda
aban don ada, en tre otros procedimien tos, la comparación
h istórica, que es la ún ica que puede revelar si el campo de es-
tudio elegido permite verdaderamen te aprehender al objeto
que se pretende estudiar.*
36. c . w. mil l s
* Véase, por ejemplo, S. Th ern strom, «Yan kee City Revisited: th e Perils of
H istorical Naïveté», American Sociological Review, vol. XXX, 1965, n º 2, págs.
234-242.
314 el o f ic io d e so c ió l o g o
«Por “público” en tien do el n úmero, o sea, las reaccion es y los sen ti-
mientos no particulares y no in dividualizados de una gran cantidad de
person as. Esto requiere un a relación detallada de muestras. Por “opi-
n ión ” en tien do n o sólo la opin ión del público sobre cuestion es de ac-
tualidad, y de política –cuestiones actuales–, sino también las actitudes,
los sentimientos, los valores, la información, y las accion es que les están
asociadas. Para hacerse un a idea de esto h ay que recurrir n o sólo a los
cuestionarios y las entrevistas, sino también a procedimientos proyecti-
vos, a escalas.»*
Hay aquí una confusión muy tajan te entre el objeto y el método. Sin
duda, el autor quiere decir más o menos esto: la palabra «público» va a
designar todo agregado ponderable susceptible de un muestreo estadís-
tico. Ten ien do en cuen ta que las opin ion es son las de la gen te, para
descubrirlas con vien e h ablar con ellos. Pero a veces se n iegan , o son in -
capaces de darlas: en ton ces podemos tratar de emplear «los procedi-
mientos proyectivos o las escalas».
Estas in vestigacion es se limitan a las estructuras n orteamerican as, y
n o se remon tan a más de quin ce añ os. Por eso n o redefinen el con -
cepto de «opin ión pública», ni reformulan los gran des problemas que
con él se vin culan . No pueden h acerlo, siquiera en forma prelimin ar,
en los límites h istóricos y estructurales en que se los en cierra.
El problema de la «colectividad», o del «público», en las sociedades
occidentales, surgió como consecuencia de las transformaciones que pa-
deció el consen so tradicional y clásico de la sociedad medieval; h oy al-
canza su fase aguda: lo que se llamaba «colectividades» en los siglos XVIII
y XIX está en vías de transformarse en una sociedad de «masas». Además,
las colectividades están perdien do toda pertinen cia estructural, ya que
los hombres libres poco a poco se convierten en «hombres de masa», en-
cerrados cada un o en medios sin poder. Aquí ten emos, por ejemplo,
algo que debería inspirar la elección y el propósito de las investigaciones
sobre las colectividades, la opinión pública, y las comunicaciones de ma-
sas. También se necesitaría una reseña histórica completa de las socieda-
des democráticas, h aciendo sitio en especial a lo que se llamó la fase del
«totalitarismo democrático» o la de la «democracia totalitaria». En
* Bern ard Berelson , “The Study of Public O pin ion ”, The State of the Social
Sciences, publicado por Léon ard D. Wh ite, Un iversity of Ch icago Press,
Ch icago, Illin ois, 1956, pág. 299.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 315
CHARLES W. MILLS
L’imagination sociologique
2. Sistema de proposiciones
y verificación sistemática
l a t e o r ía c o mo d e sa f ío me t o d o l ó g ic o
37. l . h je l msl e v
* Se dice que existe fun ción con stan te en tre elemen tos de expresión de
diversas len guas cuan do «la misma correspon den cia se en cuen tra en las
mismas con dicion es en todas las palabras con sideradas». De esta man era,
318 el o f ic io d e so c ió l o g o
cias y, por otra, por n o conferirles otra realidad que ésta, por con si-
guiente, no las considera como son idos prehistóricos, con una pronun-
ciación determin ada, que se irían tran sforman do gradualmen te h asta
dar los son idos de las diversas len guas indoeuropeas. [ …]
Precisamente porque Saussure considera las fórmulas comunes como
un sistema y, además, como un sistema liberado de determinaciones fo-
n éticas con cretas, en un a palabra, como un a estructura pura, se
arriesga en esta obra a aplicar a la propia len gua original indoeuropea
en sí misma, a pesar de ser el reducto de las teorías sobre la transforma-
ción del len guaje, los métodos que servirán de ejemplo para el an álisis
de todo estado lin güístico y de modelo para todo el que quiera analizar
un a estructura lin güística. Saussure coloca an te sí este sistema con si-
derado en sí mismo y formula esta pregun ta: ¿cómo es posible an ali-
zarlo de forma que se obten ga la explicación más simple y más ele-
gan te? Dich o de otro modo: ¿cómo reducir al mín imo el número de
fórmulas o de elemen tos n ecesarios para dar cuen ta de todo este meca-
n ismo?
Por este camin o Saussure llegó a algo que n adie h abía podido h acer
h asta en ton ces: a tratar el sistema in doeuropeo, o en otros términ os, a
in troducir un método n uevo, un método estructural, en la lin güística
gen ética.
[ Para ofrecer un ejemplo de esta construcción que tiende a reducir y
simplificar el n úmero de fórmulas que permiten explicar un a len gua,
H jelmslev muestra cómo Saussure, en presen cia de dos series de alter-
n ancias in doeuropeas: * e : * o : O , por un a parte, y vocal larga : * A, por
otra, formula la hipótesis de que en la alternancia vocal larga : * A, la vo-
cal larga es «la combinación de un a vocal breve con o A», y logra de esta
man era «asimilar las dos clases de altern an cias que h abían parecido
completamen te diferen tes hasta en tonces»:
existe fun ción en tre los elemen tos de expresión m del gótico, del celta, del
latín , del griego, del lituan o, del eslavo an tiguo, del armen io y del h in dú
an tiguo. En con tramos, por ejemplo: latín mater, griego mater, lituan o: móte
mote, eslavo an tiguo mati, armen io mayr, h in dú an tiguo ma-ta-. Esta fun ción se
expresa por un sign o ún ico, llamado «fórmula»; abstracción que design a la
serie de elemen tos que, en las diferen tes len guas de un a familia, se
en cuen tran vin culados por un a correspon den cia con stan te.
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 319
*ei : *oi : *i
^ ^
≠ *eu
^
: *ou
^
: *u
≠ *eA : *oA : *A]
san tes, especialmen te por mostrar que el análisis interno de una estruc-
tura lin güística, como la de la len gua origin al in doeuropea, está llen o
de realidad. Cuan do con tales an álisis se podría temer el perderse en
las esferas de la abstracción, sucede todo lo con trario: con ello el lin -
güista queda preparado para poder recon ocer mejor las fun cion es de
los elemen tos descubiertos como secuela de ello: el an álisis del estado
lin güístico verdaderamen te h a permitido profun dizar en el con oci-
miento de la estructura. Pero, por otra parte, estas con firmaciones pro-
cedentes del hitita y del camito-semítico n o son precisamente más que
con firmaciones, y el análisis in tern o del sistema de los elemen tos de la
len gua origin al es independien te de ellas.
LOUIS H JELMSLEV
Le langage
l a a r g u me n t a c ió n c ir c u l a r
38. e . win d
Examinaré aquí solamen te algun os de los pun tos de con tacto en tre la
historia y la naturaleza y, más precisamente, destacaré las similitudes en-
322 el o f ic io d e so c ió l o g o
tre los métodos cien tíficos, por medio de los cuales se constituyen estos
dos dominios como objetos de con ocimiento y de experiencia.
La sola afirmación de estas similitudes podrá parecer herética a mu-
ch os.l Desde h ace decen as de añ os los cien tíficos aleman es en señ an
que la h istoria y las cien cias de la naturaleza están en las an típodas un a
de la otra, sien do su ún ico pun to en común la adh esión a las gran des
reglas de la lógica, y que el primer deber del historiador es rechazar sin
la men or complacen cia el ideal de aquellos que quisieran reducir el
mun do a un a simple fórmula matemática. Si bien , en sus orígenes, esta
rebelión permitió, sin nin gun a duda, que las ciencias h istóricas se libe-
raran de la tutela de las otras cien cias, en la actualidad perdió toda ra-
zón de ser. El mismo con cepto de n aturaleza, al cual Dilth ey opuso su
Geisteswissenschaft, desde h ace much o tiempo h a sido aban don ado por
las mismas cien cias de la n aturaleza, y la n oción de un estudio de la n a-
turaleza que tratara sobre los h ombres y sus destin os de la misma ma-
n era que sobre guijarros y sobre rocas, sometiéndolos a las mismas «le-
yes etern as», n o subsiste sin o bajo la forma de un a pesadilla en ciertos
h istoriadores.
Será necesario, pues, no tomar como una reincidencia en los errores
del método de pensamiento, tan abun dan temen te despreciado con el
nombre de «positivismo», los ejemplos que puedan seguir, elegidos para
ilustrar el h echo de que las cuestiones que los historiadores están de
acuerdo en considerar de su propia pertenencia se plantean también en
las ciencias de la naturaleza. Aunque pueda parecer poco plausible a los
h istoriadores, habitan tes apegados a su rin cón del Globus Intellectualis,
que los científicos de las antípodas no caminen sobre sus cabezas…
d o c u men t o e in st r u men t o
A pesar de las reglas de la lógica tradicional, el método n ormal para ob-
ten er documen tos probatorios supone una especie de círculo lógico.
El h istoriador que con sulta sus documen tos para in terpretar un su-
ceso político dado n o puede juzgar el valor de estos documen tos si no
con oce el lugar que éstos ocupan en la secuen cia de sucesos para las
que justamen te él los con sulta. De la misma man era, el h istoriador del
arte que, a partir de la obser vación de un a obra determin ada, llega a
un a con clusión sobre la evolución de su autor, se tran sforma en un afi-
cion ado esclarecido que examin a las razon es que conducen a atribuir
esa obra a tal artista: en esta perspectiva le es necesario plantear a priori
la evolución del artista, que es justamente lo que trataba de deducir.
Tal desplazamien to del cen tro de interés, del objeto de la in vestiga-
ción a sus medios, y la in versión del objetivo y de los medios que los
acompañ an , es característico de la mayor parte de los trabajos h istóri-
cos, y los ejemplos pueden multiplicarse. Un estudio sobre el barroco
que se apoye en los escritos teóricos de Bern in i, se tran sforma en un
an álisis del papel de la teoría en la evolución creadora de Bern in i. Un
estudio sobre la toma del poder por César y sobre el procon sulado de
Pompeyo que utilice como fuen te prin cipal los escritos de Cicerón se
transforma en un an álisis del papel de Cicerón en el con flicto entre el
sen ado y los usurpadores.
De un a man era general esto podría design arse como la dialéctica del
documento: la información que se busca adquirir con la ayuda del do-
cumento debe ser planteada a priori si se quiere aprehender todo el sen-
tido de ese documen to.
El científico de las ciencias de la naturaleza se enfrenta con la misma
paradoja. El físico in ten ta deducir las leyes gen erales n aturales con la
ayuda de documen tos que están , ellos mismos, sujetos a esas leyes. Se
emplea el mercurio como patrón de medida del calor de un fluido,
pero simultán eamen te se afirma que el mercurio se dilata regular-
men te a medida que la temperatura aumen ta. Pero, ¿cómo es posible
sosten er tal afirmación sin con ocer las leyes de la termodin ámica? Y
además, ¿n o se ponen , esas mismas leyes, a su vez, de manifiesto por las
medidas que emplean un fluido como patrón , y que, precisamen te, es
el mercurio?
La mecán ica clásica se sirve de patron es métricos y de relojes trasla-
dados de un lugar a otro; se parte de la h ipótesis de que tales traslados
n o producen n in gún efecto sobre la con stan cia de las medidas sumin is-
tradas por estos in strumen tos. H ipótesis que n o deja de expresar un a
ley mecán ica ( es decir, que los resultados de un a medición son in de-
pendientes de la posición del objeto medido) , ley cuya validez debe ser
verificada por medio de in strumen tos que sólo son dign os de fe en la
medida en que la ley supuesta sea válida.
324 el o f ic io d e so c ió l o g o
La in t r u sió n d el o bser va d o r
Es extraño que Dilthey haya visto en esta participación uno de los rasgos
distintivos del estudio histórico opuesto al de las ciencias de la naturaleza.
En Einleitung in die Geisteswissenschaften admite que el estudio de los «cuer-
pos sociales» es menos preciso que el de los «cuerpos naturales». «Y, sin
embargo», escribe más adelante, «esa desventaja está compensada, y su-
perada, por las oportunidades que dan a ese estudio la situación privile-
giada en la que me encuentro, ya que formo parte de ese cuerpo social y
puedo, además, estudiarme y conocerme desde el interior… Sin duda el
individuo es uno de los elementos en las interacciones sociales, … que re-
acciona a sus efectos de manera consciente por la voluntad y por la ac-
ción, pero también es la inteligencia que obser va y estudia las interaccio-
nes sociales al mismo tiempo que su reacción personal.»
Creo que es un a afirmación muy temeraria decir que los h ombres,
que forman la sustan cia de lo que Dilthey llama «la realidad socioh istó-
rica», pueden llegar a analizarse y a con ocerse «desde el interior». Esta
afirmación h ace del difícil precepto moral «con ócete a ti mismo» un a
eviden cia prosaica que, de hech o, está refutada por toda la experiencia
presen te y pasada. Cualesquiera que fueren las objecion es que se le
pueden h acer al psicoan álisis, n o se puede n egar que los h ombres n o
tienen un con ocimien to inmediato e intuitivo de sí mismos, y que viven
y se expresan según much os n iveles. De aquí resulta que la in terpreta-
ción de los documen tos h istóricos requiere un método much o más
complejo que la doctrina de Dilth ey de la percepción inmediata con el
recurso directo que supon e a un a especie de in tuición . Pierce escribe
en un fragmen to sobre la psicología del desarrollo de las ideas: «Lo que
es necesario que estudiemos son las creencias que los hombres n os en -
tregan in conscientemente, y n o aquellas que exhiben».
Un a vez aban don ado el recurso directo a un a experien cia in tuitiva,
las observacion es de Dilth ey n o implican n ada de lo que un físico n o
pueda hacerse cargo: «Yo mismo soy, en la medida en que utilizo in stru-
men tos y aparatos de medición , parte integran te de este mundo físico;
el individuo ( técn ico y observador) participa en las in teracciones de la
el r ac io n a l ismo a pl ic a d o 325
EDGARD WIND
39. c h . da r win
Por con siderables que sean las diferen cias que se pueden obser var
en tre las razas de palomas, estoy plen amen te convencido de que la opi-
n ión común de los n aturalistas es justa, o sea que todas descien den de
la paloma silvestre ( Columba livia) , in cluyen do en esta den omin ación
diversas razas geográficas o subespecies que difieren en tre sí en pun tos
muy insign ifican tes. Como algun as de las razon es que me h an con du-
cido a esta creen cia son aplicables en algún grado a otros casos, las ex-
pon dré aquí brevemen te. Si las diferentes razas no son variedades y no
h an procedido de la paloma silvestre, tien en que h aber descen dido,
por lo men os, de siete u och o tron cos primitivos, pues es imposible ob-
ten er las actuales razas domésticas por el cruzamien to de un n úmero
men or; ¿cómo, por ejemplo, podría producirse un a buchon a cruzando
dos castas, a n o ser que un o de los tron cos progen itores tuviese el
en orme buch e característico? Los supuestos tron cos primitivos deben
de h aber sido todos palomas de roca; esto es: que n o se criaban en los
árboles n i ten ían in clin ación a posarse en ellos. Pero, aparte de la Co-
lumba livia con sus subespecies geográficas, sólo se con ocen otras dos o
tres especies de paloma de roca, y éstas no tienen n ingun o de los carac-
teres de las razas domésticas. Por lo tanto, los supuestos tron cos primi-
tivos, o bien tien en que existir aún en las region es don de fueron do-
mesticados primitivamen te, sien do todavía descon ocidos por los
orn itólogos ( y esto, ten ien do en cuen ta su tamañ o, costumbres y carac-
teres, parece improbable) , o bien tien en que h aberse extinguido en es-
tado salvaje. Pero aves que se crían en precipicios y son buenas volado-
ras resultan difíciles de extermin ar y la paloma silvestre, que tien e las
mismas costumbres que las razas domésticas, n o h a sido extermin ada
en teramente n i aun en algun os de los pequeñ os islotes britán icos ni en
las costas del Mediterráneo. Por consiguien te, la supuesta extinción de
tan tas especies que tien en costumbres semejan tes a las de la paloma sil-
vestre parece un a suposición muy temeraria. Es más: las diversas castas
domésticas an tes citadas h an sido transportadas a todas las partes del
mun do, y, por con siguien te, algunas de ellas deben de haber sido lleva-
das de n uevo a su país n atal; pero n in guna se ha vuelto salvaje o bravía,
si bien la paloma ordinaria de palomar, que es la paloma silvestre ligerí-
simamen te modificada, se h a h ech o bravía en algun os sitios. En suma,
todas las experien cias recien tes muestran que es difícil lograr que los
328 el o f ic io d e so c ió l o g o
con tin uada largo tiempo elimin a esta poderosa ten den cia a la esterili-
dad. Por la h istoria del perro y de algun os otros an imales domésticos,
esta conclusión es probablemente del todo exacta, si se aplica a especies
muy próximas; pero sería en extremo temerario extenderla tanto, hasta
supon er que especies primitivamente tan diferen tes como lo son ah ora
las palomas men sajeras in glesas, volteadoras, buch on as in glesas y coli-
pavos h an de producir descen dien tes per fectamen te fecun dos inter se.
Por estas diferentes razon es, a saber: la imposibilidad de que el h om-
bre h aya h ech o criar sin limitación en domesticidad a siete u och o su-
puestas especies desconocidas en estado salvaje, y por n o haberse vuelto
salvajes en n ingun a parte; el presentar estas especies ciertos caracteres
muy an ómalos comparados con todos los otros colúmbidos, n o obs-
tan te ser tan parecidas a la paloma silvestre por much os con ceptos; la
reaparición acciden tal del color azul y de las diferen tes señales n egras
en todas las razas, lo mismo man ten idas puras que cruzadas y, por úl-
timo, el ser la descen den cia mestiza per fectamen te fecun da; por todas
estas razon es tomadas en con jun to, podemos con seguridad llegar a
la con clusión de que todas nuestras razas domésticas descien den de la
paloma silvestre o Columba livia, con sus subespecies geográficas.
CH ARLES DARWIN
l a f il o so f ía d ia l o g a da
40. g . ba c h e l a r d
Idealismo
↑
Con vencionalismo
↑
Formalismo
↑
Racionalismo aplicado y Materialismo técn ico
↑
Positivismo
↑
Empirismo
↑
Realismo
bilita el papel de la experien cia. Se está muy cerca de ver en la cien cia
teórica un con jun to de convenciones, un a serie de pen samien tos más o
men os cómodos organ izados en el len guaje claro de las matemáticas, las
que n o son más que el esperanto de la razón . La comodidad de las con-
ven ciones n o les quita su arbitrariedad. Estas fórmulas, estas convencio-
n es, esta arbitrariedad, muy fácilmen te llegarán a ser sometidas a un a
actividad del sujeto pensante. Se llega así a un idealismo. Este idealismo
h a dejado de ser declarado en la epistemología con temporán ea, pero
h a jugado un papel tan importan te en las filosofías de la n aturaleza du-
ran te el siglo XIX que todavía debe figurar en un examen gen eral de las
filosofías de la cien cia.
Por otra parte, h ay que señ alar la impoten cia del idealismo para re-
con struir un racion alismo de tipo modern o, un racionalismo activo ca-
paz de dar razón de los con ocimien tos de las nuevas region es de la ex-
periencia. Dich o de otro modo, n o podemos in vertir la perspectiva que
acabamos de describir. De hecho, cuando el idealista establece un a filo-
sofía de la n aturaleza se limita a orden ar las imágenes que tien e de la na-
turaleza, consagrándose al carácter inmediato de esas imágen es. No su-
pera los límites de un sen sualismo etéreo. No se compromete en un a
experien cia sosten ida. Se asombraría si se le exigiera con tin uar las
in vestigacion es de la cien cia por medio de la experimen tación esencial-
men te in strumen tal. No se cree obligado a aceptar las convenciones de
otras men talidades. No acepta la len ta disciplin a que formaría su espí-
ritu sobre la base de las leccion es de la experien cia objetiva. El idea-
lismo pierde en ton ces toda posibilidad de dar cuenta del pensamiento
científico moderno. El pen samien to cien tífico no puede en con trar sus
formas duras y múltiples en esa atmósfera de soledad, en ese solipsismo
que es el mal congénito de todo idealismo. Al pensamiento cien tífico le
es n ecesaria un a realidad social, el con sen so de una fortaleza física y
matemática. Debemos en ton ces in stalarn os en la posición cen tral del
racionalismo aplicado, tratan do de instaurar una filosofía específica para
el pen samien to científico.
En la otra perspectiva de n uestro cuadro, en lugar de esta evanescen-
cia que con duce al idealismo, nos encontramos con una inercia progre-
siva de pen samien to que con duce al realismo a un a con cepción de la
realidad como sin ónimo de la irracionalidad.
En efecto, al pasar del racionalismo de la experiencia física, estrecha-
men te solidaria de la teoría, al positivismo, parecería que de inmediato
334 el o f ic io d e so c ió l o g o
GASTON BACHELARD
Le rationalisme appliqué
e l n e o po sit iv ismo , a c o pl a mie n t o
d e l se n sua l ismo y d e l f o r ma l ismo
41. g . ca n g u il h e m
cual el espíritu h uman o descubre, «por el uso combin ado del razon a-
mien to y la obser vación », las leyes efectivas de los fen ómen os, es decir
las relacion es in variables de sucesión y de similitud. 2 En otra parte
Comte desarrolla de esta manera el sentido de la palabra positivo: real,
verificable, útil.3 La relación , ya apreciable en el empirismo, de la espe-
culación teórica con la utilización pragmática, es in n egable en el posi-
tivismo. Se man ifiesta en la distin ción , desde el pun to de vista astron ó-
mico, en tre el universo y el mundo ( el sistema solar) , ún ico dign o del
in terés h uman o; en la h ostilidad de Comte al empleo de métodos o de
in strumen tos que permitan , ya sea determin ar la composición de los
astros, ya sea complicar y corregir las relacion es legales de forma sim-
ple ( tales como la ley de Mariotte) ; en la proscripción del cálculo de
probabilidades en física y en biología. En cuan to a la subordin ación
gen eral del con ocimien to a la acción ( saber para prever a fin de po-
der) , es demasiado con ocida para que valga la pen a in sistir.
Las mismas tendencias se vuelven a encon trar en lo que se h a con ve-
n ido llamar el n eopositivismo de la Escuela de Viena, que un e, paradó-
jicamente, un a teoría radicalmen te sensualista de la exploración de lo
real, una teoría radicalmen te formalista ( en el sentido que le con fieren
los trabajos modern os sobre la axiomática) del pen samien to y del dis-
curso, y que deriva de dos tradicion es muy diferen tes, cuyos símbolos
son los n ombres de Ern st Mach y de Hilbert. Los represen tan tes más
autén ticos de esta escuela son R. Carnap, M. Sch lick y Neurath , a los
que h abría que agregar a Ph . Fran ck y, aunque un poco más alejado, a
H. Reichenbach , que niega ser estrictamen te adicto.
Los neopositivistas de Viena toman, aunque con muchas restricciones,
la idea fundamental de Wittgenstein ( Tractatus logico-philosophicus) , que
sostiene que el lenguaje es la copia del mundo: lo real es un conjunto de
«datos» cuya descripción constituye el con ocimien to. A los objetos co-
rresponden los n ombres; a las relaciones efectivas en tre los objetos, las
proposiciones. El len guaje tien e los mismos límites que el mundo; n o
podría comprender nada inteligible que no estuviera en el mundo ( por
ejemplo, la noción de frontera del mundo no tiene sentido) . Llevando
las cosas h asta el fin –a donde Carn ap se n iega seguirlo– Wittgenstein
los vien eses por medio del esquema formal. Pero aquí se trata de la
yuxtaposición de dos exigen cias ( n aturalismo y racion alismo) , de n in -
gun a man era de su síntesis. Tanto la teoría física como el esquema for-
mal son posteriores y exteriores a los datos. El positivismo admite, pues, la
suficien cia in icial del dato inmediato para constituir una materia de co-
n ocimien to, que se recon oce después por un a exigen cia de coordin a-
ción . Esto es lo que h a percibido Gon seth , cuan do dice de la doctrin a
del Círculo de Vien a: «Es el realismo más sumario, el men os matizado».7
El realismo más sumario, sin duda, pero también el más vulgar, puesto
que es el mismo del sen tido común , el que postula, bajo la forma de
creencia absoluta, la iden tidad de la sen sación y del con ocimien to.
Es este postulado o esta creencia lo que deben juzgarse. Y lo haremos
resumiendo, en primer lugar, el pensamiento sobre este aspecto de uno
de los más grandes físicos contemporán eos, Max Planck.8
Si se admite que las percepciones sensibles son a la vez un dato primi-
tivo y la única realidad in mediata, es falso hablar de ilusiones de los sen -
tidos. Además, si n o podemos ir más allá de la impresión person al, es
imposible que de allí surja un con ocimien to objetivo; n o h ay n in gun a
razón para seleccion ar, para elegir en tre las impresion es person ales: to-
das tien en el mismo derech o. El positivismo, llevado h asta sus últimas
consecuen cias, «rechaza la existencia y aun la simple posibilidad de una
física in depen dien te de la individualidad del cien tífico».9 No h ay cien-
cia posible sin o bajo la con dición de plan tear la existencia de un
mun do real, pero del que n o podemos ten er un con ocimien to in me-
diato. El trabajo cien tífico es, pues, un esfuerzo h acia un objetivo inac-
cesible: «el objetivo es de n aturaleza metafísica, es in accesible».10
El positivismo tiene razón en ver en las medidas la base de la ciencia,
pero descon oce gravemen te el h ech o de que la medida es un fen ó-
men o para el cual el cien tífico, el in strumen to y aun la teoría son inte-
riores. Hay que señalar el paren tesco de las críticas que Planck y Meyer-
son dirigen al positivismo. El con cepto de realidad, el con cepto de
«cosa» es, dice Meyerson , indispensable para la investigación científica.
GEORGES CANGUILH EM
11 Cours de philosophie positive, 33ª lección , Sch leich er II, pág. 338.
e l f o r ma l ismo co mo in t u ic io n ismo
A pesar de que está con ducida en fun ción de los prin cipios
–y de los supuestos– particulares de su autor, la crítica que
h izo Durkh eim a la tentativa de Simmel de fundar una socio-
logía formal muestra la con exión que un e al proyecto forma-
lista y el intuicionismo. La in ten ción prematura de dar como
objeto a la sociología las formas sociales abstraídas de su
«contenido» conduce necesariamente a asociaciones azarosas
o a aproximacion es in ducidas por las intuiciones del sen tido
común : al privarse de los con ocimien tos y los controles que
impon dría la construcción de objetos más complejos, el cien -
tífico queda aban don ado a la «fan tasía in dividual» y se con -
den a a un método donde el ejemplo se tran sforma en el sus-
tituto de la prueba, y la acumulación ecléctica en el sustituto
del sistema.
42. é . d u r k h e im
«Comparan do las asociacion es destin adas a los objetivos más diferen tes
y extrayen do lo que tien en en común. De esta man era, todas las dife-
ren cias que presen tan los fin es especiales alrededor de los cuales se
constituyen las sociedades, se neutralizan mutuamente, y la forma social
será la única en resaltar. Así, un fen ómeno como la formación de partidos
se percibe con tan ta claridad en el mundo artístico como en los medios
políticos, en la industria como en la religión. Por lo tanto, si se investiga
lo que se encuentra en todos estos casos a pesar de la diversidad de los
fin es y de los in tereses, se obten drán las leyes de este modo particular
de agrupación. El mismo método n os permitirá estudiar la dominación y
la subordinación, la formación de las jerarquías, la división del trabajo, la
concurrencia, etcétera.»1
Podría parecer que, de esta man era, se le h a asign ado a la sociología
un objeto claramen te defin ido. En realidad creemos que tal con cep-
ción sólo sirve para man ten erla en el ámbito de un a ideología metafí-
sica de la que, por el con trario, h a man ifestado una irresistible n ecesi-
dad de eman ciparse. No le n egamos a la sociología el derech o de
con stituirse por medio de ideas abstractas puesto que n o h ay cien cia
que pueda formarse de otro modo. Sólo que es n ecesario que las abs-
traccion es estén metódicamen te elaboradas y que dividan los h ech os
según sus distin cion es n aturales, sin lo cual degen eran forzosamen te
en construccion es imagin arias, en un a van a mitología. La vieja econ o-
mía política reclamaba, sin duda, el derech o a abstraer, que, en prin -
cipio, n o se le puede n egar; pero el uso que h acía de ese derech o es-
taba viciado, pues establecía en la base de toda su deducción un a
abstracción que n o ten ía el derech o de plan tear: la n oción de un h om-
bre que, en sus accion es, se movía exclusivamen te por su in terés perso-
n al. Una h ipótesis de este tipo n o puede plan tearse al comien zo de la
in vestigación ; solamente las observacion es repetidas y las con fron tacio-
n es metódicas pueden permitir apreciar la fuerza impulsiva que tales
móviles son capaces de ejercer sobre n osotros. No estamos en con di-
cion es de afirmar que pueda h aber en n osotros ciertos elemen tos
suficientemen te defin idos que n os autoricen a aislarlos de los otros fac-
tores de n uestra con ducta y a con siderarlos aparte. ¿Quién podría
ÉMILE DURKHEIM
l a s mu n da n ida d e s d e l a c ie n c ia
43. g . ba c h e l a r d
[ Actualmen te, dice el autor, «la educación cien tífica elemental h a des-
lizado en tre la n aturaleza y el observador un libro demasiado correcto,
demasiado corregido».]
No ocurriría lo mismo duran te el período precien tífico, en el siglo
XVIII . En esa época el libro de cien cias podía ser un libro buen o o malo.
Pero no estaba controlado por un a en señ an za oficial. Cuando llevaba el
sign o de un con trol, era a men udo de un a de aquellas academias de
provin cia, reclutadas en tre los espíritus más en revesados y más mun da-
n os. Enton ces el libro hablaba de la naturaleza, se interesaba por la vida
cotidiana. Era un libro de divulgación para el conocimiento vulgar, sin
348 el o f ic io d e so c ió l o g o
tamos estudiar cómo nace el espíritu cien tífico bajo la forma libre y casi
an árquica –en todo caso n o escolarizada– tal como ocurrió en el siglo
XVIII, n os vemos obligados a con siderar toda la falsa cien cia que aplasta
a la verdadera, toda la falsa ciencia en contra de la cual, precisamente, ha
de con stituirse el verdadero espíritu cien tífico. En resumen, el pen sa-
miento precientífico está «en el siglo». Pero n o es regular como el pen-
samiento científico formado en los laboratorios oficiales y codificado en
los libros escolares. Veremos cómo la misma con clusión se impon e
desde un pun to de vista algo diferente.
En efecto, Morn et ha mostrado bien , en un libro despierto, el carác-
ter mun dan o de la cien cia del siglo XVIII. Si volvemos sobre el tema es
simplemente para agregar algun os matices relativos al interés, en cierto
modo pueril, que en ton ces suscitaban las cien cias experimen tales, y
para propon er un a in terpretación particular de ese in terés. A este res-
pecto nuestra tesis es la siguiente: Al satisfacer la curiosidad, al multipli-
car las ocasion es de la curiosidad, se traba la cultura científica en lugar
de favorecerla. Se reemplaza el con ocimien to por la admiración , las
ideas por las imágenes.
Al tratar de revivir la psicología de los obser vadores en tretenidos ve-
remos in stalarse un a era de facilidad que elimin ará del pen samien to
cien tífico el sentido del problema, y por tan to el n ervio del progreso. To-
maremos n umerosos ejemplos de la cien cia eléctrica y veremos cuán
tardíos y excepcion ales h an sido los in ten tos de geometrización en las
doctrin as de la electricidad estática, puesto que hubo que llegar a la
aburrida cien cia de Coulomb para encon trar las primeras leyes cien tífi-
cas de la electricidad. En otras palabras, al leer los numerosos libros de-
dicados a la cien cia eléctrica en el siglo XVIII, el lector modern o adver-
tirá, según n uestro modo de ver, la dificultad que sign ificó aban don ar
lo pintoresco de la observación básica, decolorar el fen ómeno eléctrico,
y despejar a la experien cia de sus caracteres parásitos, de sus aspectos
irregulares. Aparecerá en ton ces claramen te que la primera empresa
empírica n o da n i los rasgos exactos de los fen ómen os, n i un a descrip-
ción bien orden ada, bien jerarquizada de los fen ómen os.
Una vez admitido el misterio de la electricidad –y es siempre muy rá-
pido admitir un misterio como tal– la electricidad dio lugar a un a
«cien cia» fácil, muy cercan a a la h istoria n atural y alejada de los cálcu-
los y de los teoremas que, después de los H uygen s y los Newton , in va-
dieron poco a poco a la mecán ica, a la óptica, a la astron omía. Todavía
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 351
Por otra parte, se siente que esta ciencia dispersa a través de toda un a
sociedad culta n o con stituye verdaderamen te un mundo del saber. El la-
boratorio de la Marquesa du Ch âtelet en Cirey-sur Blaise, elogiado en
tan tas cartas, no tien e en absoluto n ada en común , n i de cerca n i de le-
jos, con el laboratorio modern o, en el que toda una escuela trabaja de
acuerdo con un programa preciso de in vestigacion es, como los labora-
torios de Liebig o de O stwald, el laboratorio del frío de Kammerlin g
On nes, o el laboratorio de la Radiactividad de Mme. Curie. El teatro de
Cirey-sur-Blaise es un teatro; el laboratorio de Cirey-sur-Blaise no es un
laboratorio. Nada le otorga coheren cia, n i el dueñ o, n i la experien cia.
No tiene otra cohesión que el buen gusto y la buen a mesa próximas. Es
un pretexto de con versación , para la velada o el salón.
De una manera más general, la ciencia en el siglo XVIII no es una vida,
n i es una profesión. A fines de siglo, Condorcet opon e aún en este sen-
tido las ocupacion es del juriscon sulto y las del matemático. Las prime-
ras alimen tan a su h ombre y reciben así un a con sagración que falta en
las segun das. Por otra parte, la lín ea escolar es, para las matemáticas,
un a línea de acceso bien escalon ada que por lo men os permite distin-
guir en tre alumn o y maestro, y dar al alumn o la impresión de la tarea
in grata y larga que tien e que cubrir. Basta leer las cartas de Mme. du
Châtelet para tener múltiples motivos de son risa ante sus preten sion es
ligadas a la cultura matemática. Ella plan tea a Maupertuis, h acien do
moh ínes, cuestion es que un joven alumn o de cuarto añ o resuelve h oy
sin dificultad. Estas matemáticas melindrosas se opon en totalmen te a
un a sana formación cien tífica.
GASTON BACHELARD
44. m. ma g e t
man ten emos en el plan o de las descripcion es mor fológicas. Una in ves-
tigación, incluso an imada de las mejores in ten cion es y preocupada por
n o ign orar las conexiones con los demás niveles, puede verse impedida
de llevar a cabo su programa por circun stan cias extracien tíficas. Así se
h an compuesto repertorios que son los ún icos documentos dispon ibles
sobre épocas del pasado; éstos deben figurar en el activo de esas in ves-
tigaciones con fin adas, por parcial que sea la imagen que propon en .
Esta compartimen tación perjudica mucho más las ten tativas de expli-
cación que se limitan exclusivamen te al campo elegido. Ciertamen te,
en cada orden de fen ómenos pueden defin irse organizaciones, estruc-
turas actuales y procesos de tran sformación específicos. La lin güística
fue un a de las primeras disciplin as que n os h izo familiar la n oción de
solidaridad in tern a a propósito de los sistemas fon éticos y semán ticos.
Pero, al mismo tiempo, mostró que su evolución n o se puede explicar
sin una referen cia a los demás plan os de la cultura y a la coyuntura so-
cial. Auton omía relativa n o es in depen den cia absoluta.
La ten dencia al monopolio de la explicación es vivaz, así como la es-
peran za de en con trar un a característica un iversal. H ay determin ismos
exclusivos que pretenden la h egemon ía, y n adie está absolutamente in-
mun izado con tra su seducción: geografismo, biologismo, difusion ismo,
fun cion alismo… e in cluso etn ografismo, así como las actitudes dema-
siado estrictamen te an titéticas que son tan defectuosas y decepcion an -
tes cuando, sien do inicialmen te posiciones polémicas temporarias con
respecto a un exceso, tien den a estabilizarse en una n egación categó-
rica de realidades de las que sólo se cuestion aban sus in terpretaciones
defectuosas.
Al con signar las generalizacion es apresuradas, más allá de los resulta-
dos con fiables, las presun cion es de exclusividad o de un iversalidad, la
h ipóstasis de los con ceptos y su sustan tivación metafísica, hemos en u-
merado los prin cipales riesgos que acech an a n uestras investigacion es,
en virtud de las especializaciones obcecadas, las lagunas de la documen-
tación y la exigencia de verdades absolutas, inmediatamente accesibles.
Rápidamente la realidad se toma el desquite y, en con tacto con ella,
se desploman las explicaciones esquemáticas, los determin ismos un ila-
terales y excluyen tes, las extrapolaciones azarosas, los compartimientos
estan cos. Así como surgieron un a fisicoquímica, un a bioquímica, un a
biogeografía…, ah ora la geografía h uman a, la psicología somática, la
psicología social, la psicología genética –para citar sólo estas disciplinas–
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 359
se in stalan en las fron teras que an tes separaban h uman idad y medio
ambiente, cuerpo y espíritu, in dividuo y sociedad, biología y cultura. El
estudio de las culturas progresa en la medida en que se conoce mejor el
n ivel biológico y los procesos de conformación modeladora de esa
«cera maleable». Ese estudio es incon cebible ahora, por ejemplo, sin te-
n er en cuen ta los trabajos de psicología genética de Wallon y Piaget, en
la medida en que éstos insisten en que la psicología debe tomar en con-
sideración las características del medio ambiente. Recién llegada, la ci-
bern ética, a partir de modelos mecánicos in fin itamen te más complejos
que los autómatas contemporán eos del asociacionismo y el sensualismo
del siglo XVIII, ofrece n uevas perspectivas de las relacion es entre funcio-
n amiento del sistema n er vioso cen tral, fisiología in tern a y comun ica-
ción social. Es curioso comprobar la perseverancia de oposiciones teóri-
cas en tre la h istoria y un a an tropología que ign ora los fen ómen os
evolutivos. La cien cia de la especie humana es inseparable de la historia
de esta especie, salvo en virtud de disposiciones metodológicas proviso-
rias que defin en especializacion es orgán icas. Por haberse provisto de
nociones como biocen osis, asociación biológica, genotipo, etc., que ma-
n ifiestan su recon ocimien to de los fenómen os de in teracción entre es-
pecies y medios, la biología pudo otorgar tempran amen te un lugar pre-
ferencial a las tran sformaciones de esas especies, lo que le permitió un a
completa renovación . Con mayor razón , la an tropología cultural debe
ten er en cuen ta la dimen sión diacrón ica de los fenómen os que estudia,
las coyunturas en las que aparecen , cambian o desaparecen .
Este retorno a un a con cepción más rica de la complejidad de las co-
sas h uman as y esta proliferación de disciplin as de en lace, de h ipótesis
y de descubrimien tos n o dejan de provocar, a su vez, algun os in con ve-
n ien tes. Pasemos por alto la ten den cia, ya señ alada, a la esquematiza-
ción de los con ceptos y de las teorías: fetich ismo verbal y simplificacio-
n es riesgosas ya h an hon rado copiosamen te las teorías recientes de los
«cerebros» electrón icos y de las comunicacion es, a pesar de la circun s-
pección de sus promotores. Más prudente, pero excitado por ese movi-
mien to de con vergen cia y esa multiplicidad de actividades diversas, el
in vestigador podrá creerse obligado a con ocerlo todo, desde los últi-
mos descubrimientos de la electrón ica a los de la psicología somática o
la fon ología. Si la comprobación de la in terdepen dencia lleva a la afir-
mación de que todo está en todo, h abrá un a con fusa mon adología pro-
clive a implan tarse, que será tan esterilizan te como el defecto de la
360 el o f ic io d e so c ió l o g o
MARCEL MAGET
45. m. po l a n yi
Cada científico con trola un área que abarca su propio campo y algun as
fran jas limítrofes de territorio sobre las que otros especialistas vecin os
también pueden h acer juicios competen tes. Supon gamos que un tra-
bajo h ech o en la especialidad de B pueda ser juzgado competen te-
men te por A y C, el de C por B y D; el de D por C y E, y así sucesiva-
men te. Si cada un o de estos grupos de vecin os recon oce las mismas
n ormas, en ton ces las n ormas sobre las que con cuerdan A, B y C serán
las mismas que aquellas sobre las que concuerdan B, C y D o también C,
D y E, y así sucesivamen te a través de todo el campo de la cien cia. Este
ajuste mutuo de las n ormas se organ iza eviden temen te en toda la red
de lín eas en la que se efectúan un a multitud de controles cruzados de
los ajustes que se producen a todo lo largo de cada línea particular; a lo
que se agrega un a can tidad de juicios un poco men os seguros, prove-
so c io l o g ía d el c o no c imien t o y epist emo l o g ía 363
n ien tes de cien tíficos que juzgan produccion es más alejadas pero de
mérito excepcional.
Ah ora bien , el fun cion amien to del sistema reposa esen cialmen te en
la tran sitividad de los juicios de vecin dad. Exactamen te al modo en que
un a columna en march a marca el mismo paso en virtud de que cada in-
dividuo regula el suyo a partir de los que están más cerca de él.
En virtud de este con sen so, los cien tíficos forman una línea continua
–o más bien una red con tin ua– de críticas, que mantien en el mismo n i-
vel mínimo de calidad científica en todas las publicaciones legitimadas
por cien tíficos. Más aún : es sobre la base de la misma lógica, es decir
fun dándose en cada vecin o in mediato, como pueden estar seguros de
que un trabajo cien tífico situado por en cima del n ivel mín imo, o ele-
vado de in mediato a los más altos grados de per fección , es juzgado se-
gún las mismas n ormas en las diversas ramas de la cien cia. Lo atin ado
de estas apreciacion es comparativas es vital para la cien cia, pues son és-
tas las que orien tan la distribución de los hombres y los recursos en tre
las diversas direccion es de in vestigación y las que, en particular, deter-
min an las decisiones estratégicas de las que depende que sean con cedi-
dos o negados la asisten cia o el recon ocimien to a nuevas orien tacion es
cien tíficas. Es fácil, n o lo n iego, en con trar ejemplos en los que esta
apreciación se mostró falsa o, por lo men os, fuertemen te en retardo;
pero debemos recon ocer que n o podemos h ablar de «cien cia» en el
sen tido de cuerpo de con ocimien tos bien defin ido, al que, en defin i-
tiva, se le reconoce autoridad, sino en la medida en que aceptamos que
estos juicios de valor son, en lo esen cial, correctos.
MICHAEL PO LANYI
Beate Krais. Cuando escribiste este libro ya tenías cierta experiencia en el tra-
bajo sociológico. ¿En qué punto de tu trabajo te pareció útil o necesaria esta re-
flexión epistemológica que se manifiesta en El oficio de sociólogo? Te lo pre-
gunto porque hoy tienes mucha más experiencia… pero de cualquier manera, ya
habías trabajado bastante en esa época.
Pierre Bourdieu. El trabajo había empezado alrededor de 1966. En esa
época, la École des H autes Études h abía creado un a formación in ten -
siva en sociología: en ese marco yo h abía h ech o, con Passeron, un a se-
rie de cursos de epistemología, y el libro era una man era de perpetuar
el curso sin estar obligado a repetirlo todos los años. Por con siguiente,
en el pun to de partida, h abía un a in ten ción pedagógica, y el libro se
ofrecía como un man ual; pero, al mismo tiempo, ten ía un a ambición
mayor. Escribir un man ual era un a manera de hacer un tratado del mé-
todo sociológico en un a forma modesta.
Beate Krais. Pero también era un trabajo de reflexión sobre lo que ya se había
hecho.
Pierre Bourdieu. Sí. Ten ía una in tención pedagógica, pero también la
volun tad de h acer el balan ce de un os diez añ os de trabajo sobre el te-
rren o, primero en etn ología, luego en sociología. Yo h abía trabajado
much o en Argelia con la gen te del Instituto de Estadística, y ten ía la
sensación de que ponía en práctica una metodología que no había en-
con trado su explicación. La sen sación de que era muy n ecesario expli-
citarla se vio reforzada por el hecho de que, en esa época, era la cumbre
366 el o f ic io d e so c ió l o g o
ción de estadística muy rigurosa, que nada ten ía que en vidiarle a la ver-
sión anglosajon a, pero que era ign orada por los sociólogos. Dich o lo
cual, al tiempo que eran muy estrictos en materia de muestreo o de
modelos matemáticos, estaban en cerrados en un a tradición burocrá-
tico-positivista que les proh ibía in terrogarse acerca de las operacion es
elementales de la in vestigación . Un poco an tes de trabajar en este li-
bro, yo en señ aba sociología en la Escuela Nacion al de Estadística y Es-
tudios Econ ómicos. Cuan do daba ese curso a los futuros estadísticos,
descubrí que había que en señ ar n o solamen te a tratar los datos, sino a
con struir el objeto a propósito del cual eran recogidos; n o solamen te a
codificar, sin o a deslin dar las implicacion es de una codificación ; n o so-
lamen te a h acer un cuestion ario, sin o a con struir un sistema de pre-
gun tas a partir de un a problemática, etc. Ésa era mi experien cia.
Por otra parte, yo ten ía mi formación , y, en el curso de mis estudios
de filosofía, más bien me había interesado en la filosofía de las ciencias,
en la epistemología, etc. Traté de transferir al terreno de las ciencias so-
ciales toda un a tradición epistemológica represen tada por Bach elard,
Canguilhem, Koyré, por ejemplo, y mal conocida en el extranjero, salvo
por gente como Kuh n , a través de Koyré, lo que implica que la teoría
kuh n ian a de las revolucion es cien tíficas n o se me presen tó como un a
revolución cien tífica… Esta tradición , que n o es fácil de caracterizar
con una palabra en “ismo”, tien e por fun damen to común la primacía
otorgada a la con strucción : el acto cien tífico fun damen tal es la con s-
trucción de objeto; no se llega a lo real sin una hipótesis, sin in strumen-
tos de con strucción . Y cuan do un o se cree desprovisto de todo su-
puesto, todavía se con struye sin saberlo y casi siempre, en ese caso, de
man era in adecuada. En el caso de la sociología, esa aten ción por la
con strucción se impon e con un a urgencia particular, porque el mun do
social de algún modo se autocon struye: estamos h abitados por precon s-
truccion es. En la experien cia cotidiana, como en much os trabajos de
cien cias sociales, se encaran tácitamente instrumentos de con ocimiento
impensados que sirven para construir el objeto, cuando deberían ser to-
mados como objeto. Es lo que descubrieron algun os etn ometodólogos,
en el mismo momen to, pero sin acceder a la idea de ruptura enunciada
por Bach elard: lo que h ace que, al defin ir la cien cia como un simple
account of accounts, en defin itiva perman ecen en la tradición positivista.
Hoy se lo ve claramente con la moda del discourse analysis ( que fue for-
midablemen te reforzado por el progreso de los in strumen tos de registro
368 el o f ic io d e so c ió l o g o
Beate Krais. Pero ¿no te estás acercando a una posición positivista cuando di-
ces que no se sabe nada en sociología mientras el sociólogo no haya obtenido sus
«datos científicos» a través de un trabajo científico a la manera de las ciencias na-
turales? Comprendo que en ciencias sociales no es posible tomar las cosas –los «he-
chos sociales»– tal como se presentan. Y sin embargo hay que admitir que los agen-
tes también son expertos en su vida, que tienen una conciencia y un conocimiento
práctico del mundo social, y que ese conocimiento práctico es más que una simple
ilusión.
Pierre Bourdieu. En tre las precon struccion es que la cien cia debe po-
n er en discusión está cierta idea de la cien cia. Por un lado está el sen-
tido común , del que h ay que desconfiar porque los agentes sociales no
tien en la ciencia in fusa, como se dice en fran cés. Un o de los obstáculos
para el con ocimien to cien tífico –creo que Durkh eim ten ía much a ra-
zón al decirlo– es esa ilusión del con ocimiento in mediato. Pero, en un
segundo tiempo, es cierto que la convicción de tener que construir con-
tra el sen tido común puede a su vez favorecer un a ilusión cien tificista,
la ilusión del saber absoluto. Esa ilusión se la encuen tra expresada con
much a claridad en Durkh eim: los agentes se h allan en el error, que es
privación; privados del con ocimiento del todo, tienen un con ocimiento
del primer género, totalmente ingenuo. Luego viene el sabio, que apre-
h ende el todo y que es como una suerte de Dios respecto de los simples
mortales, que n o comprenden nada. La sociología de la sociología que,
para mí, forma parte in tegrante de la sociología, es in dispensable para
pon er en en tredich o tan to la ilusión del saber absoluto, que es in h e-
ren te a la posición del sabio, como la forma particular que adopta esta
ilusión según la posición que el sabio ocupa en el espacio de produc-
ción cien tífica. In sistí en este pun to en Homo academicus: en el caso de
un estudio del mun do académico, el peligro es particularmen te
grande; la objetivación cien tífica puede ser un a manera de pon erse en
posición de «Dios Padre» fren te a sus competidores. Acaso sea lo pri-
mero que descubrí en ocasión de mis trabajos etn ológicos: h ay cosas
370 el o f ic io d e so c ió l o g o
Beate Krais. Uno tenía al dúo Adorno/ Lazarsfeld un poco como el Escila y
Caribdis de la sociología. Pero tú también habías hecho alusiones al humanismo
sociológico en El oficio de sociólogo, y me pregunto un poco qué es ese «huma-
nismo», en materia de sociología, que habías presentado como uno de los peligros.
Pierre Bourdieu. La sociología empírica, por un lado, salió en Francia,
en la posguerra, de gen te que estaba relacion ada con los movimientos
sociales de Izquierda Cristiana ( por ejemplo, estaba el Reverendo padre
Lebret, que animaba un movimien to llamado «Econ omía y Huma-
n ismo») . Ellos hacían un a sociología… –¿cómo decirlo?– caritativa.
Gente muy muy amable, que quería el bien de la humanidad… Hay una
frase célebre de André Gide que dice: «con buenos sentimientos se hace
mala literatura». Del mismo modo podría decirse: «con buen os sen ti-
mien tos se hace mala sociología». A mi juicio, todo ese movimien to de
humanismo cristiano o socialismo humanitario conducía a la sociología
a un atolladero.
Beate Krais. Sí, pero cuando uno posee esa mirada crítica, se tiene como una
presuposición de que los agentes son cómplices de lo que ocurre. De otro modo hay
que pensar en los agentes como marionetas reguladas por estructuras sociales to-
talmente exteriores a ellos, como por ejemplo el capitalismo…
Pierre Bourdieu. La sociología es un a cien cia muy difícil. Siempre se
n avega entre dos escollos, de tal modo que al evitar un o se corre el
riesgo de caer en el otro. Por esta razón me pasé la vida demoliendo los
dualismos. Uno de los puntos sobre los cuales insistiría más fuertemente
que en El oficio de sociólogo es la necesidad de superar los pares de oposi-
cion es, que a men udo están expresados por los conceptos en “ismo”.
Por ejemplo, por un lado está el humanismo, que por lo menos tiene el
mérito de in citar a acercarse a la gente. Pero no son gen te real. Por el
otro, tenemos a teoricistas que están a mil leguas de la realidad, y de la
gente tal y como es. Los althusserianos eran típicos de esta actitud: esos
normalistas, a menudo de origen burgués, que nunca habían visto a un
obrero, ni a un campesino, ni nada, hacían una gran teoría sin agentes.
Esa ola teoricista vin o justo después de El oficio de sociólogo. Según la
época, habría que escribir de otro modo El oficio de sociólogo. Las propo-
siciones epistemológicas son deslindadas por una reflexión que siempre
es gobernada por los peligros dominantes en el momento considerado.
Como el peligro principal cambia en el curso del tiempo, el acento do-
minante del discurso también debe cambiar. En la época en que fue es-
crito El oficio de sociólogo, había que reforzar el polo teórico contra el po-
sitivismo. En los añ os seten ta, en el momento de la marejada alth usse-
riana, hubiera sido necesario reforzar el polo empírico contra ese teori-
cismo que reduce a los agentes al estado de Träger. Toda una parte de mi
trabajo, por ejemplo El sentido práctico, se opone radicalmente a ese etno-
cen trismo de sabios que pretenden saber la verdad de la gente mejor
que esa misma gente y hacer su felicidad a pesar de ellos, según el viejo
mito platónico del filósofo-rey ( modernizado en la forma del culto a Le-
nin) : nociones como las de habitus, práctica, etc., tenían la función, en-
tre otras, de recordar que hay un saber práctico, un conocimiento prác-
tico que tien e su lógica propia, irreductible a la del conocimien to
teórico; que, en un sen tido, los agentes conocen el mundo social mejor
que los teóricos; y recordan do también que, por supuesto, no lo con o-
cen realmente y que el trabajo del sabio consiste en explicitar, según sus
articulaciones propias, ese saber práctico.
Beate Krais. El saber teórico o científico, pues, no es totalmente distinto del sa-
ber práctico, porque está construido, como el saber práctico, pero está construido
explícitamente, reconstruye el saber práctico de manera explícita y así lo «levanta
a la conciencia», como se dice en alemán ( in s Bewusstsein heben) . Al mismo
tiempo, hay que destacar que lo que es reconstruido con los medios de la ciencia es
la misma «cosa», no es un «objeto» o una realidad que pertenecen a otro mundo,
inaccesible a los agentes… Pero ¿cómo se opera la construcción del objeto? ¿Cómo
hacer, cómo tomar la distancia necesaria sin elevarse en seguida por encima de
esos pobres agentes «que no saben lo que hacen», como está escrito en la Biblia?
Pierre Bourdieu. Yo creo más que n un ca que lo más importan te es la
con strucción del objeto. A todo lo largo de mi trabajo h e visto h asta
qué pun to todo, in clusive los problemas técnicos, se juega en la defini-
ción previa del objeto. Evidentemen te, esta con strucción de objeto n o
es una suerte de acto in icial, y con struir un objeto no es h acer un «pro-
yecto de in vestigación ». H abría razon es para h acer un a sociología de
los Research Proposals que los investigadores deben producir, en los Esta-
dos Un idos, para obten er créditos: le piden a un o que defin a previa-
men te sus objetivos, sus métodos, que pruebe que lo que h ace es n uevo
con relación a los trabajos an teriores, etc. La retórica que hay que po-
n er en march a para suscitar el methodological appeal, del que h ablan
Adam Przeworski y Frank Salomon en un texto destin ado a acon sejar a
los autores de proposals ( «On the Art of Writing Proposals», Nueva York,
en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 373
Beate Krais. Yo creo que deberíamos hablar un poco del segundo libro de El
oficio de sociólogo. ¿Por qué no fue escrito? En el prefacio a la segunda edi-
ción francesa puede leerse que estaba previsto escribir tres volúmenes: los presu-
puestos epistemológicos es el volumen que existe; un segundo libro sobre la cons-
trucción del objeto sociológico, y un tercero que debería contener un repertorio
crítico de las herramientas. Muy bien puedo concebir el tercer libro, pero tengo di-
ficultades para imaginar lo que podría ser un libro sobre la construcción del ob-
jeto sociológico.
Pierre Bourdieu. El primer volumen podía ser un libro original disfra-
zado de manual, porque n o h abía n ada sobre la cuestión, y por otra
parte creo que, todavía hoy, no hay gran cosa… La segunda parte se po-
nía mucho más difícil. O bien se hacía un manual clásico, retomando las
secciones que uno espera encontrar en un manual de sociología ( estruc-
tura, función, acción, etc.) , o bien se hacía la misma cosa que en la pri-
mera parte, es decir, un tratado original que habría sido una teoría ge-
n eral. Por mi parte, yo no ten ía ningun a gan a de h acer un man ual
clásico, de tomar posición sobre «función y funcionalismo»: era un ejer-
cicio meramen te escolar. La tercera parte, sobre las herramientas, ha-
bría podido ser útil, pero eso h ubiera implicado recon ocer la división
teoría/ empiria que es el equivalente de la oposición, profundamente fu-
nesta, de la tradición anglosajon a en tre theory y methodology. Se decía en
El oficio de sociólogo que las diferentes técnicas estadísticas contienen filo-
sofías sociales implícitas que habría que explicitar: cuan do se h ace un
análisis de regresión, un path analysis o un análisis factorial, habría que
saber qué filosofía de lo social se empren de, y en particular qué filoso-
fía de la causalidad, de la acción, del modo de existencia de las cosas so-
ciales, etc. Es en función de un problema y de una construcción particu-
lar del objeto como se puede escoger en tre una técnica u otra: por
ejemplo, si yo utilizo mucho el análisis de las correspondencias, es por-
que pienso que es una técn ica esen cialmente relacion al, cuya filosofía
corresponde totalmente a lo que, en mi opinión, es la realidad social. Es
un a técnica que «piensa» en términ os de relaciones, como trato de h a-
cerlo con la noción de campo. En con secuen cia, n o es posible disociar
la con strucción de objetos de los instrumentos de con strucción de ob-
jeto, porque para pasar de un programa de in vestigación a un trabajo
científico se n ecesitan instrumentos, y esos in strumen tos están más o
menos adaptados según lo que se busca. Si yo hubiera querido explicar
los factores determinantes del éxito diferencial de los alumnos en las di-
en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 375
namiento práctica, que rechaza o generaliza. Husserl decía que hay que
sumergirse en el caso particular para descubrir ah í la invarian te, y
Koyré, que había seguido los cursos de H usserl, muestra que Galileo n o
n ecesitó repetir mil veces la experien cia del plan o in clinado para com-
pren der el fen ómeno de la caída de los cuerpos. Le bastó con con struir
el modelo, con tra las aparien cias. Cuan do el caso particular está bien
con struido, deja de ser particular y, normalmen te, todo el mundo debe-
ría estar en condicion es de hacerlo fun cion ar.
Beate Krais. Veinte años pasaron desde la primera edición francesa de El ofi-
cio de sociólogo, y durante estos veinte años, la sociología evolucionó mucho.
Sobre todo evolucionó por lo que concierne a la investigación empírica, y tú tam-
bién trabajaste mucho desde entonces. Por lo tanto, hoy tienes más experiencia. Si
volvieras a escribir El oficio de sociólogo, ¿qué cambiarías? ¿Querrías añadir
algo?
Pierre Bourdieu. Sobre todo, diría las cosas de otra man era. Se trataba
de un texto programático. Yo ten ía un a experien cia a mis espaldas,
pero prin cipalmen te ten ía que h ablar de mi in satisfacción fren te al dis-
curso oficial sobre la práctica cien tífica. H oy sé mejor y de man era más
práctica lo que se en unciaba entonces como un programa. En el fon do,
El oficio de sociólogo sigue siendo un libro de profesor. Por otra parte, hay
much as cosas n egativas y son típicamen te cosas de profesor… No h a-
gan esto, no h agan aquello… Está llen o de advertencias. Es a la vez pro-
gramático y n egativo. Es un poco como si se diera un manual de gramá-
tica para en señ ar a h ablar… Aun que El oficio de sociólogo h able todo el
tiempo de oficio en el sen tido fran cés ( «ten er oficio» es tener un «h a-
bitus», un domin io práctico) , presen ta un discurso didáctico, por con -
siguien te un poco ridículo: in cesan temen te repite que h ay que con s-
truir, pero sin mostrar n un ca prácticamen te cómo se con struye. Pien so
que es un libro que también hizo dañ o. Despertó a la gente, pero en se-
guida fue utilizado en el sentido teoricista. Entre las man eras de n o h a-
cer sociología –y hay much as–, h ay un a que consiste en relamerse con
gran des palabras y en tregarse in defin idamen te a los «presupuestos
epistemológicos». El oficio se tran smite en gran parte como práctica, y
para ser capaz de tran smitirlo hay que ten erlo muy profun damen te in -
teriorizado. A men udo digo en mi seminario que yo soy un poco como
un viejo médico que con oce todas las en fermedades del en tendimiento
sociológico. H ay propen siones al error que varían según el sexo, el ori-
en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 377
gen social y la formación in telectual: los varon es son con más frecuen-
cia teoricistas, mien tras que las ch icas están socialmen te preparadas
para ser demasiado modestas, demasiado prudentes, demasiado min u-
ciosas, para refugiarse en la empiria, en las pequeñ as cosas, y h ay que
alen tarlas para que sean audaces, para que ten gan un desparpajo teó-
rico… Dicho lo cual, h ay toda un a serie de enfermedades clásicas, que
se pueden reconocer. Mi experien cia como director de in vestigación , a
la que h ay que añadir la experien cia de todas las enfermedades que yo
mismo tuve, en un momen to u otro de mi carrera, y todos los errores
que cometí, me permite, creo, en señ ar en la práctica, a la man era de
un viejo artesan o, los principios de la construcción de objeto, y ésa es la
gran diferencia con lo que se encuen tra en El oficio. Si tuviera que reh a-
cer El oficio, presen taría un a serie de ejemplos, o, si se quiere, «obras
maestras», como las que h acían los artesan os en la Edad Media. Como
ejemplo de con strucción de objeto, daría lo que está como apén dice de
Homo Academicus, el an álisis de una lista de premios de escritores. Diría:
«Aquí está el material; lo tien en bajo los ojos, todo el mun do puede
verlo. ¿Por qué está mal con struido? ¿Qué sign ifica este cuestion ario?
¿Qué harían con él?». El segundo es un apéndice de La distinción que se
llama “El juego ch in o”. Un día tropecé con un n úmero de la revista
Sondages, publicada por el IFOP,* y h abía cuadros estadísticos de las dis-
tribuciones de los diferen tes atributos que los encuestados habían asig-
n ado a diferen tes políticos ( Giscard, March ais, Ch irac, Ser van -Sch rei-
ber, etc.) . El comen tario se limitaba a simples paráfrasis: a Marchais lo
comparan con el pin o. Podría en tregarse el material bruto a los estu-
dian tes ( el artículo de Sondages) , y luego, a man era de ejercicio, pre-
gun tarles qué sacarían de eso y mostrarles lo que se puede sacar. En
ambos casos, se trata de deslin dar las con dicion es ocultas de la con s-
trucción del objeto precon struido que sostien e los resultados ingenua-
men te presen tados. En el primer caso, h ay que in terrogar la muestra:
¿quiénes son los jueces cuyos juicios con dujeron a esa lista de premios?
¿Cómo fueron escogidos? ¿La lista de premios n o está in cluida en la
lista de los jueces elegidos y en sus categorías de percepción ? En el se-
gun do caso, h ay que in terrogar el cuestion ario. De man era gen eral,
siempre h ay que cuestion ar los cuestion arios… Las person as que for-
* En fran cés existe la locución sentir le sapin ( literalmen te: oler a pin o) , que
es un equivalen te de n uestra «oler a difun to». ( N. del T.)
en t r evist a a pier r e bo u r d ieu 379
van muy bien de la man o, vale decir, que se puede hacer investigación
empírica de tipo positivista al tiempo que se hace teoría teórica. Lo que
h oy se llama teoría a men udo son comentarios de autores can ón icos
( hoy tenemos, en Alemania, en Inglaterra y en los Estados Unidos, mu-
chos de esos catch-all theories cuyo modelo es el de Parsons) o grandes
trend-reports producidos para los cursos ( a men udo a partir de n otas to-
madas por estudian tes…) . Por azar ten go bajo los ojos dos ejemplos
ideal-típicos: un artículo de Robert Westhnow y Marsh a Witters, titulado
«New Directions in th e Study of Culture» ( Ann. Rev. Sociol., 1988, 14,
págs. 49-97) y otro de Judith R. Blau, «Study of the Arts: A Reappraisal«
( Ann. Rev. Sociol., 1988, 14, págs. 269-292) . El estado de la teoría teórica
se explica sin duda por el hecho de que esos productos dispares e incon-
sistentes de una suerte de fast-reading escolar, que con frecuencia se aso-
cia a la aplicación de categorías escolares de clasificación igualmente ab-
surdas, ejerce un efecto de lavado de cerebro. Frente a esta teoría
concebida como una especialidad en sí, está la «metodología», esa serie
de recetas o preceptos que hay que respetar, no para conocer el objeto,
sino para ser reconocido como conocedor del objeto.
Dicho lo cual, la situación cambió much o y h ablaría totalmen te de
otro modo… Creo que un a fracción importan te de los productores de
sociología en los Estados Un idos se liberó del paradigma positivista.
Hubo movimientos que, como el interaccion ismo, la etn ometodología,
a pesar de todo tuvieron efectos ben éficos, porque decían cosas que
son bastan te cercanas a lo que se dice en El oficio de sociólogo ( por ejem-
plo con la reflexión sobre los supuestos, sobre las folk theories, etc.) . Tam-
bién existió el desarrollo de corrien tes «h istóricas» que reintrodujeron
la dimensión h istórica en el análisis sociológico, en particular en el an á-
lisis del Estado. Y después estuvo Kuh n, que h izo pen etrar un poco de
la tradición europea de la filosofía de la cien cia, al evocar cosas cerca-
n as a los temas desarrollados en El oficio: la cien cia construye y, a su vez,
es socialmente construida, etc. Creo que hoy ten emos la posibilidad de
un a aceptación de El oficio, cuan do en la época en que fue escrito n o
había caso; no se veía de ninguna manera quién en el mundo podría in-
teresarse en eso. Por esa razón , cuan do en su momen to n os costó mu-
ch o trabajo en con trar bajo la pluma de sociólogos textos aptos para
ilustrar n uestros propósitos, hoy sin duda sería mucho más fácil.
Pienso que existieron gran des cambios, sobre todo en los Estados
Un idos: al lado de la ortodoxia cen tral, aquella que defen día la tríada
380 el o f ic io d e so c ió l o g o
Beate Krais. Hay una corriente irracionalista que dice: ¡todo eso no sirve
para nada! ¿Qué es la ciencia? Apenas un oficio para ganarse la vida, ¡eso es
todo!
Pierre Bourdieu. Sí, ésa es la razón por la cual la epistemología siem-
pre es muy difícil. Pien so que n adie tiene ganas de ver el mundo social
tal cual es; h ay varias man eras de n egarlo; está el arte, eviden temen te.
Pero h ay in cluso una forma de sociología que alcan za ese resultado ex-
traordin ario, h ablar del mundo social como si n o se hablara de él: es la
sociología formalista, que interpon e entre el in vestigador y lo real una
pan talla de ecuacion es, por lo general mal construidas. Es también un a
forma de nihilismo. La negación ( Verneinung) en el sen tido de Freud es
un a forma de escapism. Cuando se quiere h uir del mundo tal y como es,
un o puede ser músico, puede ser filósofo, puede ser matemático. Pero
¿cómo h uir de él sien do sociólogo? H ay gen te que lo logra. Basta con
escribir fórmulas matemáticas, h acer ejercicios de game-theory o simula-
ciones con su computadora. Para lograr ver y hablar del mundo tal cual
es, h ay que aceptar estar siempre en lo complicado, lo con fuso, lo im-
puro, lo vago, etc., e ir así con tra la idea común del rigor in telectual.
Lista de textos*
pr ó l o g o
in t r o d u c c ió n . e pist e mo l o g ía y me t o d o l o g ía
1. l a r u pt u r a
1.1. Pr en o c io n es y t éc n ic a s d e r u pt u r a
1.5. La t en t ac ió n d el pr o f et ismo
1.6. Teo r ía y t r a d ic ió n t eó r ic a
2. l a c o n st r u c c ió n d e l o bje t o
2.5. Mo d el o y t eo r ía
Texto 32. La Summa y la catedral: las an alogías profun das como pro-
ducto de un hábito men tal, pág. 288.
386 el o f ic io d e so c ió l o g o
3. e l r a c io na l ismo a pl ica d o
Stein er, G. A.: véase Berelson . Weber. M.: 20, 22, 22 n .8, 34, 34
Strauss, A.: véase Schatzman . n .5, 40, 47, 57, 57 n .2, 67-68,
80-81, 136, 168, 190, 191-195,
Tomás de Aquin o, san to: 86, 211, 212-213, 192 n ., 224-231,
289 n .1, 290. 280, 281-287, 316.
Tylor, E.: 36 n .8. Wh iteh ead, A. N.: 50, 51, 52
n .30.
Uvarov, K.: 96. Win d, E.: 99, 247n ., 321-325.
Win delban d, W.: véase Dilth ey:
Vaucan son : 84. 322 n .1.
Villard, de H on necourt: 99, Wittgen stein , L.: 35, 42, 42-43
291. n .15, 17 y 18, 43, 168, 169-
170, 197, 197 n .1, 198 n .3 y 4,
199 n .8 y 11, 200 n.13, 202
n .17, 203, 203 n.22, 337-338.
Índice temático*
* Las págin as de referen cia pueden tratar el tema sin con ten er el términ o
con que aquí se lo design a.
394 el o f ic io d e so c ió l o g o