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GEORGES MOUNIN

LA LINGÜÍSTICA DEL
SIGLO XX
VERSIÓN ESPAÑOLA DE

segundo Alvarez Pérez

p
77
.M618 J
fi

BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA


EDITORIAL GREDOS
MADRID
Georges Mounin

LA LINGÜISTICA DEL SIGLO XX

Qué clara, sabia y hasta emotiva sue¬


na esta historia lingüística de nuestro
descomunal siglo. Mounin ha elegido
avanzar de autor en autor —desde
Whitney a Chomsky— para concluir
con un capítulo que, si bien dedicado
al marxismo, le va a servir de mira¬
dor global. Su actitud epistemológica
deja observar cómo en cada momento
cambian las posibilidades del conoci¬
miento científico y entrechocan dia¬
lécticamente los hombres y los con¬
ceptos. Por supuesto, el lingüista tam¬
bién está condicionado (vida, ideología,
ciencia), y respira el aire de su época
casi sin sentirlo. Pero los influjos no
actúan mecánicamente. Nunca se sabe
si habrá continuidad o ruptura en la
relación entre dos sabios o en la trans¬
misión de maestro a discípulo. El azar
puede abrir raros caminos. Y, en de¬
finitiva, hay que contar primordial¬
mente con el talento original, creador.
Dispongámonos a presenciar el naci¬
miento y desarrollo de la lingüística
estructural. Ya están aquí los «inde¬
pendientes» (Whitney, Baudouin, Mei-
llet, Jespersen), y alguno casi a punto
de dar con el gran secreto ( ¡si pudié¬
ramos echarle una mano! ). Sumando
confluencias y genio, Saussure descu¬
brirá una nueva visión teórica, aunque
su triunfo sea postumo y laborioso
(da pena la miopía de tantos rese-

(Pasa a la solapa siguiente)


NUNC COCNOSCO EX PARTE

THOMAS J. BATA LIBRARY


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LA LINGÜÍSTICA DEL SIGLO XX
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
Dirigida por DÁMASO ALONSO

III. MANUALES. 40
GEORGES MOUNIN

LA LINGÜISTICA DEL
SIGLO XX
VERSIÓN ESPAÑOLA DE

SEGUNDO ÁLVAREZ PÉREZ

jfe
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
EDITORIAL GREDOS
MADRID
© 1972, Presses Universitaires de France, Paris.

© EDITORIAL GREDOS, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1976,


para la version española.

Título original: LA LINGUISTIQUE DU XXe SIÈCLE, 2' édition.

Depósito Legal: M. 38557-1976.

ISBN 84-249-1221-7. Rústica.


ISBN 84-249-1222-5. Tela.

Gráñcas Condor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1976. — 4448.


INTRODUCCIÓN

Tras la aparición del primer volumen * del presente esbozo


de una historia de la lingüística, algunos lectores se han
interesado por la fecha en que pudieran contar con el se¬
gundo. Les debo una explicación acerca de las razones por
las que he demorado darles satisfacción. He estado muy in¬
deciso debido a que, de 1966 a esta parte, se han publica¬
do numerosas y excelentes historias de la lingüística, col¬
mando la necesidad que de ellas se tenía, especialmente en
lo que concierne a las doctrinas del siglo xx. ¿Para qué re¬
petir inútilmente las explicaciones de las teorías dadas ya
por Lepschy o Malmberg? Inútil, asimismo, pretender com¬
petir, en lo que al acervo bibliográfico se refiere, con Lepschy,
De Mauro, Milka Ivic, Robins o el mismo Leroy, siempre
tan ponderado aunque más sobrio. Por todo esto, pensé en
un principio que, al menos, nada nos apremiaba.
Si, al fin, me he decidido a añadir un volumen a los men¬
cionados en la bibliografía del presente capítulo, de todos
y cada uno de los cuales me confieso deudor en algo —un
hecho, una fuente, un punto de vista, un punto de partida—,
no ha sido por la calidad de su contenido, sino más bien por

* Georges Mounin, Historia de la lingüística, desde los orígenes


al siglo XX, Madrid, Gredos, 1968.

ZSTálQ
8 Lingüística del siglo XX
determinadas lagunas. Me ha parecido que, más o menos,
su mismo método conducía a hacer el inventario de las doc¬
trinas, incluso el catálogo de autores, más que a otra cosa.
Eso seguramente fuera necesario en un principio, pero ello
entr-añaba dar crónicas en vez de historias de la lingüística,
salvo, tal vez, Robins, quien intenta describir, brevemente
pero de modo significativo, el panorama de las determina¬
ciones propiamente históricas, en su más amplio sentido,
que han debido o podido condicionar tal o cual corriente
lingüística. El riesgo, palpable en Milka Ivic, menos aparen¬
te pero perceptible en los demás, consiste en una especie de
desmenuzamiento de la historia, incluso, en una siembra de
nombres propios.
Además, y temo ser tachado de contradictorio al con¬
fesarlo, la búsqueda obstinada de objetividad descriptiva en
la exposición de las doctrinas, dejando una parte muy exigua
para la discusión o crítica de las mismas, conduce proba¬
blemente, al menos a mi entender, a una especie de neutrali¬
dad que raya con el eclecticismo, con el sincretismo casi, en
determinados momentos.
Movido, indudablemente, menos por un afán de historia¬
dor que por un temperamento de docente —y cuya docencia
obliga a seleccionar las doctrinas y, por tanto, a discutir¬
las— he tomado una dirección opuesta (sin ningún propósito
de contradicción frente a mis predecesores). He sacrificado
un poco la detallada descripción de las técnicas, ya realizada
en otras partes, para intentar esbozar, al menos, la organiza¬
ción epistemológica de las teorías. Evidentemente, no he pre¬
tendido lograr en este terreno tanto como un Alexandre Koyré
o un Althusser, en cuyo caso cada uno de los lingüistas es¬
tudiados exigiría, por sí solo, un volumen de seiscientas pá¬
ginas. La palabra epistemología nos resulta aquí de excesivo
tonelaje. En cuanto lingüista, he procurado mostrar cómo
Introducción 9

cada gran maestro se ha enfrentado al problema de las con¬


diciones de posibilidad del conocimiento lingüístico. Ins¬
pirándome en lo que creo haber aprendido de Marx o de
Bachelard, he procurado también mostrar, cuando me parecía
percibirla, «la historia —como dice Canguilhem— de la for¬
mación, de la deformación, de la rectificación de los con¬
ceptos científicos». Me he arriesgado a iniciar, como él mismo
sugiere también, «la búsqueda de las leyes reales de la pro¬
ducción científica». Iniciar, mostrar, arriesgar, intentar no
son aquí meras precauciones oratorias, sino la pura verdad:
antes de pensar en codearse con un Martial Gueroult, el
primero, tal vez, que describe la estructura («el orden de las
razones») de una teoría filosófica1, el historiador de la lin¬
güística deberá profundizar no poco en sus dos disciplinas.
Ciertamente, es bastante fácil hoy plagiar la retórica ba-
chelardiana o la althusseriana, para dar la impresión de un
«discurso epistemológico», como se suele decir de poco acá.
El superabundante empleo de palabras como ideología, cien-
tificidad no basta para hacer buena epistemología. La misma
noción de ruptura epistemológica peligra convertirse en un
tópico de epígonos si se la encuentra en todas partes y si
induce a negar antidialécticamente a su contraria, la noción
de continuidad, cuando se halla suficientemente atestiguada.
Por tanto, al igual que en el primer volumen, he intentado
señalar las discontinuidades de la historia, pero también sus
filiaciones. No comprendo el motivo según el cual la episte¬
mología actual, para ser revolucionaria, debería negar este
hecho. La negación del carácter muy generalmente acumula¬
tivo del saber me parece, sin duda, un nuevo prejuicio ideo¬
lógico: existen auténticos precursores.

1 Ver su Descartes selon l'ordre des raisons, Aubier, Montaigne,


1953, especialmente págs. 10-12 y 19-22.
10 Lingüística del siglo XX

Aquí, en primer lugar y siempre, se precisa de hechos


tomados de las fuentes, de análisis de estos hechos en su
totalidad, y no de lecturas de segunda mano o de construc¬
ciones aventuradas a expensas de datos ignorados (cuando
tal filósofo, por ejemplo, despacha en cuatro líneas un pro¬
blema relativo a la escritura fenicia que el arqueólogo más
avezado no es todavía capaz de resolver categóricamente).
También he aplicado a mis escarceos en la investigación
epistemológica lo que Martinet ha repetido refiriéndose a la
lingüística misma, y que todo «teórico» deberá meditar re¬
petidamente, sobre todo en historia donde es tan difícil hacer
luz sobre lo que es pertinente.

Una experiencia ya larga [dice] ha demostrado que no es


por la lectura de algunas páginas o por el estudio durante unas
pocas horas como se pueden asimilar los principios básicos
de la fonología. Una formación literaria, como es generalmente
la de los lingüistas o, incluso, la de los etnólogos, no es su¬
ficiente para hacer accesible, inmediatamente, la operación abs¬
tractiva que constituye el análisis fonológico. En Francia par¬
ticularmente, la enseñanza tradicional prepara muy bien las
mentes para el empleo de la abstracción, pero bastante defi¬
cientemente para la operación abstractiva misma. Situados
ante una realidad concreta infinitamente compleja, numerosos
sujetos, aun entre los más inteligentes, se sienten anonadados.
Demasiado prudentes para elegir al azar algunos aspectos de
esta realidad, prefieren refugiarse en el ámbito de las abstrac¬
ciones ya despejadas (en Trubetzkoy, Principes de phonologie,
Préface, págs. X-XI).

Y también en Le français sans fard (1969):

El aprendizaje [de la gramática, etc.] conserva en [el fran¬


cés] un gusto por la abstracción gratuita [...] y lo aleja de la
operación abstractiva misma, paso de lo concreto a lo abstracto
mediante la aplicación del principio de pertinencia, operación
que fundamenta la ciencia (pág. 84).
Introducción 11

Mi solución ha sido, por tanto, centrar la atención del


lector exclusivamente en una docena de grandes doctrinas
actuales, ignorando provisionalmente el resto. Está más que
justificado inquirir sobre el porqué de determinadas ausen¬
cias. Las razones son muy diversas. Todas, ciertamente, im¬
plican un juicio de valor, aunque de grados muy diferentes.
¿Por qué no Anton Marty? Porque, en definitiva, todo lo inte¬
resante que se quiera, es más un rezagado que un precursor,
excepto tal vez en los países de lengua alemana, y aun en
éstos. (No ha sido posible descubrir ningún vínculo entre el
pensamiento lingüístico que enseñaba en Praga antes de
1914 y el que se difunde allí a partir de 1928). ¿Y Peirce, tan
importante para una teoría de los signos? Francamente,
porque en materia de lingüística permanece al margen y
sólo a posteriori aporta luz al problema: imposible averiguar
si Saussure, Sapir o Bloomfield han tenido conocimiento de
su existencia. Se ha dejado igualmente de lado a algunos
rusos, principalmente Shcherba, más esclarecidos, tal vez, por
Trubetzkoy, de lo que ellos, a su vez, lo esclarecen a él. ¿Pero
Gustave Guillaume? Además de haber quedado restringida
su influencia real a un pequeño núcleo de franceses que ha
pesado muy poco en la lingüística del siglo xx, hemos clau¬
dicado ante el análisis e incluso la exégesis de un pensamien¬
to de gran densidad, cuya discusión rigurosa no urge y exi¬
giría, al mismo tiempo, más espacio del que nos brinda un
capítulo de manual. Hemos descartado también a Benvenis-
te: tiene mucha más importancia como indoeuropeísta que
como teórico de la lingüística general, campo en el que es
poco creador. Nos ha legado esquemas relativos a la situa¬
ción lingüística, exposiciones generales de gran claridad, pero
sin novedad, y algunas sugerencias imbuidas de una filosofía
12 Lingüística del siglo XX

del lenguaje muy introspectiva2. También han sido sacrifica¬


dos a pesar de su originalidad, sobre todo el primero, Firth
y Gardiner, un poco anterior, porque se han quedado dema¬
siado aislados, privados de eco (más que Malinovski) fuera
de Inglaterra. Un hombre como Tesniére, un tanto olvidado
por toda suerte de razones, merecería probablemente un es¬
tudio, debido a la vigorosa novedad que, en su día, supuso
su sintaxis estructural. Tal estudio está sin hacer. Espere¬
mos que alguien más calificado llegue a realizarlo —así como
una serie de trabajos que hagan justicia, mejor de lo que yo
hubiera podido hacerlo, a los lingüistas aquí descartados.
En resumidas cuentas, he intentado apartarme del marco
(necesario) de los resultados, de las técnicas y de los proce¬
dimientos. Hablo de los autores aquí seleccionados, no tanto
para juzgarlos —desde el estado actual de mis conocimien¬
tos, desde el pedestal de nuestras doctrinas o incluso de una
doctrina— cuanto para hacer que sean leídos. Porque yo los
he leído una vez y releído y practicado —sin pretender haber
leído enteramente sus extensas bibliografías (pocos son los
investigadores que, como Althusser y Michel Foucault, parece
han agotado absolutamente su materia). Admiro a todos,
aunque de distinto modo, a pesar de las apariencias. La
admiración me parece el sentimiento más ávido de exactitud
y el más provisto de ella. Por tanto, no me he privado del
vibrato de la convicción, en un sentido o en otro. Me lo he
permitido en la misma medida en que he acaparado en mí
mismo eso que los astrónomos llaman coeficiente personal,
que permite efectuar lo que ellos mismos denominan co-
ílección del observador. Al mismo tiempo marxista (sin os¬
tentación) y partidario convencido de una doctrina, nunca

2 Ver G. Mounin, reseña de Problèmes de linguistique générale, en


Lmgua, vol. 18, núm. 4, 1967, págs. 412-420.
Introducción 13

he aparentado remontarme a Sirio a la hora de examinar


otras teorías. Me parece una manera de ser objetivo digna
de ser tenida en consideración.
Desearía que se me permitiera reproducir aquí la decla¬
ración de Rebecca Posner a propósito de su Supplément a
la introducción de la Lingüística románica de Iordan-Orr,
y, por una vez, sin traducir, pues temo perder todo lo que
constituye el mérito del texto inglés, que suscribo plena¬
mente:
The style of présentation I have adopted [escribe] is largely
dictated by the original text I have the honour of supplemen-
ting. I shall try to retain some of liveliness and originality of
Iordan-Orr’s survey, by deliberately selecting some schools and
scholars, at the risk of offending worthy workers in the field
who may be passed over quickly or in silence. My feeling is
that the partisan spirit of Iordan-Orr partly accounts for its
continuing appeal to students: I shall too show, if not partisan
spirit, at any rate preference, in that I shall attempt to highlight
controversial and personal views rather than iron out différen¬
ces to a fiat, featureless set of compromises. I am bound thus
to appear unfair to some, even though I should disclaim any
intention of denigrating the compétence or integrity of any.
The scholarly world is no stranger to bitter controversy, and
its linguistic community often appears to have more than its
fair share. Even though disagreement is often nowadays, es-
pecially in America, expressed in immoderate terms, it is, I
feel, a sign of life, and we should view with alarm any signs
of a move towards greater conformity among linguists, espe-
cially as a complex reality like language can be observed from
many angles each of which will reveal it in a new and valuable
light. (Thirty Years on, pág. 400).

Al igual que el primer volumen de 1966 *, aunque por otras


razones, éste será también más un ensayo que una historia
de la lingüística general en el siglo xx, donde el autor ha

*
Historia de la lingüística..., cit.
14 Lingüística del siglo XX

tenido presente, probablemente, una actitud familiar al crí¬


tico de poetas: criticar es arriesgarse. Pero era preciso afron¬
tar ese riesgo para dar realmente, como se suele decir, pá¬
bulo a la reflexión.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Entre las historias de la lingüística citadas en el primer volumen


(G. Mounin, Historia de la lingüística. Desde los orígenes al siglo XX,
Madrid, Gredos, 1968) algunas, como las de Thomsen y Pedersen, a
causa de su fecha de publicación, son mudas respecto al siglo xx; igual¬
mente los capítulos de Meillet, Jespersen y Bloomfield. Otras, como
las de Tagliavini, Arens y Kukenheim, son demasiado sucintas, o muy
anticuadas en sus puntos de vista, para ser utilizables. Entre las que
se siguen consultando, sin hablar de De Mauro, que es la más rica
mina en lo referente a Saussure (y, por consiguiente, en lo referente
a todos sus contemporáneos o seguidores), las bibliografías más abun¬
dantes se encuentran en Leroy (400 nombres en el índice), Lepschy
(500), Malmberg (550) y Rebecca Posner (800, solamente para la lin¬
güística románica).
He aquí la relación de obras, por orden alfabético de sus auto¬
res: Tristano Bolelli, Per una storia della ricerca lingüistica, Nápoles,
Edit. Morano, 1965; F. P. Dinneen, An Introduction to General Linguis-
tics, Nueva York, Holt, Rhinehart and Winston, 1967 (no ha podido
ser consultada); Al. Graur y L. Wald, Scurtâ istorie a Lingvisticii,
2.a ed. rev. y aumentada, Bucarest, 1965; Milka Ivió, Prends in lin-
guistics, La Haya, Mouton, 1965 (trad. del servio por Muriel Heppell);
André Jacob, Points de vue sur le langage, París, Klincksieck, 1969;
Giulio Cesare Lepschy, La linguistique structurale, París, Payot, 1968
(trad. del italiano por L.-J. Calvet); Maurice Leroy, Les grands cou¬
rants de la linguistique moderne, 7.a reimpresión, 2.a ed. revisada y
aumentada, Bruselas, Ed. de l’Université, 1971; Bertil Malmberg, Les
nouvelles tendances de la linguistique, París, PUF, 2.a ed. actualizada,
1968 (trad. del sueco por J. Gengoux; hay version española de Juan
Almela, Los nuevos caminos de la lingüística, 4.a ed., Madrid, Siglo XXI,
1971); Jean-Claude Pariente, Essais sur le langage, Paris, Ed. de
Minuit, 1969 (reedición de 11 artículos aparecidos en Journal de psy-
Introducción 15
chologie, número extraordinario del 15 de enero-15 de abril de 1933,
presentados por J.-C. P.); Rebecca Posner, Thirty Years On. A Supplé¬
ment, Oxford, Blackwell, 1969, [Suplemento, págs. 395-570, a Iordan-
Orr, An Introduction to Romance Linguistics, its Schools and Scholars,
Londres, Methuen, 1937]; R. H. Robins, A Short History of Linguistics,
Londres, Longmans, 1967; T. A. Sebeok, Portraits of Linguists, A
Biographical Source Book for the History of Western Linguistics 1746-
1963, 2 vols., Bloomington, Indiana University Press, 1966; J. T. Water-
man, Perspectives in Linguistics, Chicago, University Press, 1963 (trad.
ital., 1968); 2.a ed. aumentada, 1970: Siglo xx, págs. 61-110; V. A. Zve-
gincev, Istoria iazykoznania XIX i XX vekov, 2 vols., Moscú, 3.a ed.
(agotada), 1964.
Sobre Saussure, como se ha dicho anteriormente; F. de Saussure,
Corso di lingüistica generale, Bari, Laterza, 1967, trad. con introduc¬
ción, notas biográficas y bibliográficas de Tullio de Mauro.
Cuando se citen estas obras en el texto, será en forma abreviada,
pero identificable (Ricerca, Trends, Grands courants, Tendances, Essais,
Short History, Corso, etc.)3. Confiamos que el lector se orientará
mejor así que mediante aquellas expresiones (¿creen los autores más
científica su presentación?) en que se dice: las hipótesis evocadas por
(37) y citadas en 1.2.2.3, han sido reconsideradas y modificadas por (51)
(cf. I.4.2.3.), lo que demuestra que Chomsky (1957 b) no había consi¬
derado el problema en toda su amplitud..., etc.
Cada capítulo va seguido de una bibliografía complementaria, es
decir, que no se repiten en ella las referencias dadas en el texto.

3 Ha de tener siempre en cuenta el lector que Language designa


la revista americana de Bloomfield, y Langages, una revista francesa;
que los títulos americanos de las obras de Sapir y Bloomfield son
Language, trad. por Lenguaje. Por el contexto se verá siempre de qué
autor se trata.
WILLIAM DWIGHT WHITNEY

William Dwight Whitney (1827-1894) realizó sus estudios


en Yale a partir de 1845; habiéndose interesado por las cien¬
cias naturales en un principio, a partir de 1848 prefirió el
estudio del sánscrito. Reside en Alemania entre 1850 y 1853,
en Tubinga y Berlín, donde asiste a las clases de Franz Bopp,
el verdadero fundador de la gramática comparada de las
lenguas indo-europeas. En 1854, es nombrado profesor de
sánscrito en la Universidad de Yale, cuya cátedra de gramá¬
tica comparada obtendrá en 1869.
En primer lugar, es esencialmente uno de los buenos
sanscritistas de su época. Como en éstos, sus preocupacio¬
nes rebasaban la gramática comparada, para incluir lo que
entonces se denominaba, siguiendo a Adolphe Pictet, la pa¬
leontología lingüística, es decir, la antropología deducible de
los documentos indoeuropeos: publicó, por ejemplo, en los
Asiatic and Linguistic Studies, un Lunar Zodiac, sobre el dis¬
cutido problema del origen de las divisiones del tiempo,
que le valió post mortem una rigurosa crítica del hermano
de Saussure, Léopold (vid. Les origines de l’astronomie chi¬
noise, Edit. Maisonneuve, 1930, págs. 54-75). También se in¬
teresó por las lenguas vivas, llegando a escribir una gramá¬
tica inglesa elemental y a publicar diccionarios de francés
y alemán. Y, lo que es más importante aún, fue uno de los
William Dwight Whitney 17

primeros comparatistas (exceptuando a Humboldt) que re¬


flexionó sobre las estructuras de las lenguas amerindias.
En su Vie du langage (en adelante, V. L.), observa «que
un verbo perteneciente a la lengua de los algonquinos reali¬
za una cantidad de distinciones tan extrañas para nosotros
que, cuando nos las explican, apenas podemos comprender¬
las» (pág. 181; ver también págs. 177, 214, 215). Aconsejó, en
forma activa, al mayor Powell —quien, por los años de 1880,
organizaba, promovía con todos sus medios y dirigía el in¬
ventario y la clasificación de las lenguas amerindias en los
Estados Unidos— en la elaboración de los métodos de trans¬
cripción ortográfica de estas lenguas.
Carecemos todavía de datos y trabajos para situar la
orientación científica de Whitney en las grandes corrientes
intelectuales de su época. Es un espíritu vigoroso, comba¬
tivo, que se opuso a todas las doctrinas de moda en su
tiempo: a Schleicher, que hacía de la lingüística una ciencia
natural dependiente del modelo darwiniano; a Max Müller,
que vulgarizaba brillantemente, aunque muy a menudo con
superficialidad; y también a lo que aún sobrevivía de la in¬
fluencia de Humboldt y de su teoría de la lengua como ema¬
nación metafísica del genio de los pueblos y de los individuos
—y de la de Steinthal, quien intentaba salvar el pensamiento
de Humboldt insertándolo en una lingüística psicológica. Por
otra parte, Whitney se mantiene a distancia frente a los
neogramáticos, que combatían contra los mismos adversa¬
rios, aunque por razones distintas. Aun reconociendo generoso
que «Alemania es la escuela de la filología comparada», aña¬
de que «los sabios de este país se han distinguido mucho
menos en lo que nosotros hemos llamado las ciencias del
lenguaje. Hay en ellos (al igual que en otras partes) tal con¬
fusión de opiniones sobre puntos de la más fundamental
importancia, tal incertidumbre en la doctrina, tal indiferen-

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. —2


18 Lingüística del siglo XX

cia a este respecto, y tal inconsecuencia que se puede decir


que para ellos todavía no ha nacido la ciencia del lenguaje»
(V. L., pág. 262).
Como afirma Bolelli, no cabe duda de que el pensamien¬
to de Whitney está vinculado con el empirismo anglosajón;
ni de que en su actitud científica, según Terracini, hay algo
que se remonta a Adam Smith y a Stuart Mili. Pero esto no
basta para explicar la originalidad, única en su tiempo, de
la producción lingüística de Whitney.

Cuatro son sus obras de lingüística general:

1. Language and the Study of Language. Twelve Lectures


on the Principies of Linguistic Science, Londres, Trübner,
1867 (editada al mismo tiempo en Nueva York).
2. Language and its Study with Especial Reference to
the I.-E. Family of Languages. Seven Lectures, etc., editada
por R. Morris, Londres, Trübner, 1876, XXII + 317 págs. (en
adelante, L. S.).
Esta obra fue traducida al alemán: Die Sprachwissen-
schaft. Vorlesungen über die Prinzipien der vergl. Sprachfor-
schung [La ciencia del lenguaje, conferencias sobre los prin¬
cipios de la lingüística comparada], bearbeitet und erweitert
[refundida y ampliada], von Julius Jolly, Munich, 1874.
3. The Life and Growth of Language, Nueva York y Lon¬
dres, 1875. Es «una forma abreviada» de las conferencias
contenidas en las dos primeras obras (L. S., pág. VI). Esta
obra ha sido traducida:
a) Al francés: La vie du langage, París, Librairie Germer-
Baillière, 1875; aquí se cita (bajo la sigla V. L.) por
la 3.a edición, 1880, VII + 264 págs. No se indica nom¬
bre del traductor, pero Godel, en las Sources manus¬
crites [del Curso de Saussure], pág. 19, dice: traduc¬
ción francesa del autor.
William Dwight Whitney 19

b) Al italiano: La vita e lo sviluppo del linguaggio, trad.


de Francesco d’Ovidio, Milán, Dumolard, 1876.
c) Al alemán: Leben und Wachstum der Sprache, Leip¬
zig, 1876. Traducción de Leskien, uno de los funda¬
dores del movimiento neogramático.
4. Max Müller and the Science of Language. A Criticism,
Nueva York, 1892.

La suerte de los escritos e ideas de Whitney sigue siendo


ambigua. Sus obras, como hemos visto, fueron publicadas
en Londres y Nueva York al mismo tiempo. No pasaron des¬
apercibidas en Europa. Fueron reeditadas y traducidas. L. S.
conocía ya en 1870 su tercera edición, la cuarta es de 1884; la
troducción francesa de V. L. conoció tres ediciones (de 1875 a
1880). Uno de los iniciadores del movimiento neogramático,
Wilhelm Scherer, reseña la traducción alemana de Jolly. Pero
da la impresión de que sus lectores de entonces no captan
más que lo que tiene en común con los comparativistas y
sanscritistas de la época. Su primer verdadero y gran lector
es sin duda Saussure. Aunque no hubiera tenido más lec¬
tores que éste ya sería muy importante. Pero si no influyó
en Boas, nos explica seguramente a Bloomfield, quien, muy
parco en cumplidos, dice de Whitney que sus dos grandes
obras «aparecen incompletas, pero apenas envejecidas, y son
[en 1933] todavía utilizadas como una excelente introducción
al estudio del lenguaje» (Le langage, Payot, 1970, pág. 21).
Sapir, Whorf y todos los americanos le son deudores en algo
(pero él aparentemente desconoce a Peirce y Peirce le ignora
a él). En Europa, ni Saussure mismo hace que se le vuelva
a leer. Todavía hoy, nuestros historiadores de lingüística son
más que lacónicos respecto a Whitney. Cuando Meillet es¬
cribe, en 1926, que la lingüística general carecía y carece
aún de un buen manual, excluyendo de este modo a Whitney,
20 Lingüística del siglo XX

se da la medida exacta de su poca fortuna entre nosotros.


Únicamente Benedetto Croce, clarividente adversario, le da
entrada en su Estética come scienza dell’espressione e lin¬
güistica generale, 1901 (cito por la tercera edición revisada,
1950, págs. 449-450), al reprocharle «volver a la vieja doctri¬
na de la palabra como signo», y al lamentar que Wundt
haga suyas las simplezas de Whitney» (págs. 449-450). Otra
excepción notable: Terracini, en su Guida alio studio délia
lingüistica storica (Roma, 1949), le encuentra «todavía fas¬
cinante».
La primera gran tesis whitneyana, que le enfrenta a
Schleicher y Max Müller, es la de que el lenguaje no es un
hecho natural, una propiedad biológica del hombre, sino un
hecho social, y, por consiguiente, que la lingüística no es una
ciencia natural, sino una ciencia histórica. «Los materiales
de la arqueología, observa, son aún más físicos que los de
la lingüística, y sin embargo no se ha pensado nunca en
calificarla de ciencia física» (V. L., pág. 257). Para apreciar
cuán revolucionaria pudo ser en su tiempo esta posición,
basta con observar el lugar que ocupa en los escritos de la
época el empleo metafórico del término organismo. Este
empleo fue llevado hasta el infantilismo por Arsène Darmes-
teter (quien, sin embargo, leyó a Whitney), en La vie des
mots (Delagrave, 1887), cuya primera frase ofrecemos a con¬
tinuación, y donde no todo, ciertamente, es tan criticable:
«Si existe una verdad trivial hoy día, es la de que las lenguas
son organismos vivos, cuya vida, por ser de orden puramente
intelectual, no es menos real y se puede comparar a la de
los organismos del reino vegetal o del reino animal» (pág. 3).
Explica el nacimiento de las palabras polisémicas por gema¬
ción como «en los organismos inferiores» (pág. 38); y ex¬
plica su vida por la lucha por la supervivencia, etc. La relee-
William Dwight Whitney 21
tura de estos calcos catastróficos de los modelos teóricos de
una ciencia por otra puede ser provechosa todavía hoy.
De la primera tesis de Whitney se deduce que el lenguaje
no es una facultad (V. L., págs. 229, 230, 239), sino que debe
ser estudiado «como una institución de invención humana»
(V. L., pág. 28; véase también págs. 223, 230, 231, 254; L. S.,
págs. 48 y 177). Y esta tesis, en su época, no es menos revolu¬
cionaria que la precedente. Además Whitney establece de
golpe su base lingüística: señala con firmeza, en veinte luga¬
res —y fue único en esto, en su época, si se exceptúa una
frase aislada de Karl Marx—, que «la causa [...] que con¬
tiene en germen toda la historia del lenguaje es el deseo de
comunicación» (E. L., pág. 234); que «el lenguaje [...] existe
[...], no sólo en parte sino ante todo, como medio de comu¬
nicación entre los hombres» (V. L., pág. 124; y L. S., págs. 13,
25); véase también, sobre «la necesidad de comunicar que
se opone a los cambios» (V. L., pág. 145); sobre la función
de la intercomprensión (págs. 236, 242, 243, 244); sobre «la
tendencia a la economía de los medios» que se deduce de
ello (págs. 41, 42, 45, 47, 48, 61, 63, 66, 89, 106; cfr. también
L. S., pág. 70).
Planteado esto, Whitney desarrolla a fondo la tesis de
que el lenguaje es la herramienta de la comunicación: «No
hay, en efecto, comparación más exacta que esta: las pala¬
bras son para la mente humana lo que para las manos las
herramientas» (V. L., pág. 19; cfr. también pág. 186: «el
lenguaje es un instrumento»; pág. 229: «el lenguaje [...]
no es una potencia, una facultad [...], no el ejercicio inme¬
diato del pensamiento; es un producto mediato de este pen¬
samiento, es un instrumento»).
Esto le lleva a describir con precisión en qué consiste
esta herramienta, y responde, siempre tan novedoso para su
época: en signos. «El lenguaje [...] es un conjunto de signos»
22 Lingüística del siglo XX

(V. L., pág. 1; también L. S., pág. 32). «Los signos articula¬
dos están lejos de ser idénticos a la idea. No lo son más que
en el grado en que los signos matemáticos son idénticos a
los conceptos, a las cantidades, a las relaciones numéricas»
[que ellos representan] (V. L., pág. 24). El lenguaje humano
se distingue específicamente de la comunicación animal en
que sus signos son arbitrarios (V. L., pág. 15), convenciona¬
les (V. L., pág. 2) (ver también págs. 70, 117, 162; L. S., pá¬
gina 14). «En este hecho fundamental de que el signo ar¬
ticulado es convencional y no está unido al concepto más
que por el vínculo de una asociación mental, radica la razón
que hace posibles sus cambios de forma y sus cambios de
sentido [independientes unos de otros]. Si este vínculo fuese
natural, interno, necesario, implicaría que todo cambio en
el concepto produjera un cambio análogo en el signo» (V. L.,
pág. 41; cfr. también pág. 65).
Al llegar a este punto, Whitney, siempre tan original, se
plantea una nueva pregunta: ¿Cómo funcionan los signos
del lenguaje? Su respuesta, con vestigios de aquel biologis-
mo que reprocha en los demás, marca el punto de partida
de toda la lingüística del siglo xx: «El lenguaje, como cuerpo
orgánico, no es un agregado de partículas semejantes, es
un conjunto de partes unidas unas a otras y que unas a
otras se ayudan» (L. S., pág. 46). Inmediatamente aparecen
las palabras capitales: por ejemplo, «un alfabeto hablado
[los sonidos mínimos de una lengua] [...] no es un caos,
sino un ordenado sistema de articulaciones, con relaciones
que las cruzan en todas direcciones» (L. S., pág. 91). Más
claramente aún: «En el lenguaje [...], lo material es, no ya
el sonido articulado aislado, que en cierto sentido podía ser
considerado como un producto físico, sino el sonido con¬
vertido en significador del pensamiento; y el producto [...]
un sistema de sonidos con un contenido inteligible» (L. S.,
William Dwight Whitney 23
pág. 49). Y también: «Una lengua es, en verdad, un gran
sistema, de estructura sumamente complicada y simétrica; es
plenamente comparable a un cuerpo organizado» (L. S.,
pág. 50; ver también V. L., págs. 57, 58 y 52, donde la misión
del lingüista es definida como la de «convertir la masa de
sonidos articulados en un sistema ordenado»). Como acaba¬
mos de observar, la palabra estructura aparece inmediata¬
mente (véase V. L, págs. 148, 175, 189, 201, 215; y L. S„ pá¬
ginas 49, 50, 87).
La riqueza del pensamiento whitneyano no se agota con
este análisis de sus rasgos fundamentales. Todo el capí¬
tulo II de V. L. (págs. 6-25), que es muy rico, está dedicado al
aprendizaje infantil. ¿Cómo adquiere cada hombre su len¬
gua? «No se podría hacer a propósito del lenguaje, dice, una
pregunta más elemental y al mismo tiempo más importante
que ésta» (pág. 6). Ve muy bien la función de la situación
en el proceso de comunicación (pág. 15). En él están ya pre¬
sentes todas las formulaciones neo-humboldtianas de Sapir
o de Whorf sobre el hecho de que la lengua es un prisma a
través del cual está condicionada la visión del mundo: «Nues¬
tros predecesores, escribe, generación tras generación, han
dedicado sus fuerzas intelectuales a observar, a deducir, a
clasificar [vida~muerte, animal~vegetal, pez ~reptil, pája¬
ro ~ insecto...]: nosotros heredamos, en el lenguaje y me¬
diante el lenguaje, los resultados de sus trabajos [...]. Por
tanto, cada lengua tiene su cuadro particular de distinciones
establecidas, sus fórmulas y sus moldes en los que están
vaciadas las ideas del hombre y que componen su lengua
materna» (V. L., págs. 16-18; véase también págs. 18-19).
Sigue siendo un modelo por su actitud epistemológica.
Para él, en 1874, la lingüística debe llegar a ser una ciencia,
pero todavía no lo es: «La ciencia del lenguaje propiamente
dicha está en su infancia» (V. L., pág. 260). Deberá consti-
24 Lingüística del siglo XX

tuirse por diferenciación frente a la filología comparada —a


la que no se trata de rechazar en nombre de la nueva ciencia
(«ambas constituyen las dos caras de un mismo estudio»,
V. L., pág. 259; cfr. también pág. 157)— y, sobre todo, por
diferenciación frente a «las ciencias naturales, de una parte,
y a la psicología, de otra, que intentan adueñarse de la ciencia
del lenguaje que no les pertenece» (V. L., pág. V; véase tam¬
bién págs. 252, 256-257). Y Whitney la ve «tan amplia en su
base, tan definida en su objeto, tan rigurosa en su método,
tan fecunda en sus resultados, como cualquier otra ciencia»
(F. L., pág. 4).
No tiene la menor duda acerca del método de la nueva
ciencia: «sus argumentos y sus métodos son históricos» (F.
L., pág. 257). Aunque haya dedicado todo un capítulo de
F. L. (XI, págs. 175-187) al estudio de la estructura formal de
las lenguas, sin tener en cuenta su evolución, Whitney sigue
siendo, en este punto, un hombre de su época.
Pero es digno de encomio por el cuidado con que pro¬
cede en la delimitación del objeto de la lingüística. Ya se ha
indicado cómo la deslinda tanto de las ciencias naturales y
de la psicología como de la filología. «Es ciertamente, obser¬
va también, un estudio interesante e instructivo el de los me¬
dios de comunicación que poseen los animales inferiores y el
del alcance de estos medios» (F. L., pág. 239), pero son medios
«de un carácter tan diferente al del lenguaje que no tienen
derecho a que se les otorgue el nombre de lengua [...].
No concierne al lingüista explicar el porqué de esta diferen¬
cia» (F. L., pág. 232; ver también págs. 2-3). Se calibra por
esta declaración, incluso en su brusquedad, la diferencia entre
Whitney y la tradición lingüística que hasta los años 1950
continuará hablando de todas las formas de comunicación,
incluso de la simple manifestación exterior, como de un len-
guaje. Tiene presente en su mente la diversidad de medios
William Dwight Whitney 25

o sistemas de comunicación: «gestos, pantomima, caracteres


pintados o escritos, sonidos articulados» (V. L., págs. 1-2),
pero descarta abiertamente todo lo que no sea estos últimos.
«En sentido más amplio, escribe, se puede decir que todo
lo que da cuerpo a este pensamiento [del hombre], todo
aquello que lo hace aprehensible, es un lenguaje» [por ejem¬
plo, como se suele decir, la Edad Media nos habla por su
arquitectura], «pero en un estudio científico, se ha de res¬
tringir todavía más el sentido de la palabra lenguaje, pues
de lo contrario podría extenderse a todas las acciones, a
todos los productos» (F. L., pág. 1). «Cuando se habla del
lenguaje, concluye [en 1875], se entiende únicamente el con¬
junto de los sonidos articulados» (V. L., pág. 2).
Este empeño verdaderamente epistemológico de delimitar
con todo rigor el objeto de la lingüística aflora a cada ins¬
tante bajo su pluma. Y al recusar determinadas ciencias no
lo hace por imperialismo lingüístico o por desprecio, sino,
al contrario, por un sentido casi siempre muy preciso de las
respectivas competencias. «El niño, señala, antes de hablar
necesita primeramente aprender a observar y distinguir los
objetos [...], operaciones psicológicas muy complicadas que
no corresponde al lingüista describir en todos sus detalles»
(V. L., págs. 8-9). Lo que ocurre en «el organismo cerebral,
a donde son trasmitidas estas impresiones visuales [...] in¬
cumbe al físico [...], incumbe al fisiólogo [...], incumbe al
psicólogo» (V. L., pág. 12). En fonética, distingue con cuida¬
do lo que es «propio de la acústica de lo que corresponde
por derecho al lingüista: los cambios voluntarios de posición
de los órganos de la boca» (V. L., pág. 51). Y más adelante
encontramos de nuevo la misma insistencia en precisar con
exactitud «que corresponde al etnólogo [...], al antropólogo
[...], al zoólogo [...]» resolver tal o cual problema que afecta
al lenguaje (V. L., pág. 224); o bien «que no corresponde al
26 Lingüística del siglo XX

lingüista [...] más que al historiador [...], sino que incumbe


al psicólogo» examinar tales otros (V. L., págs. 249 y 250).
Y cuantas veces la delimitación de su objeto le lleva a recha¬
zar tal o cual tarea para la lingüística, pronuncia la palabra
capital (aunque la argumentación siga siendo apresurada):
«no hay criterio para juzgar» (V. L., pág. 252).
Todo lector que haya frecuentado suficientemente el
Curso de Saussure habrá reconocido de pasada veinte citas
que documentan la deuda, públicamente reconocida, de éste
para con Whitney. Todo lector de Bloomfield y Martinet se
habrá encontrado nuevamente con las mismas fórmulas fa¬
miliares, que se repiten, incansablemente, para fundamentar
el proceso científico en lingüística sobre «lo que no es de la
competencia del lingüista».
No se trata aquí de un conglomerado de citas valoradas
fuera de su contexto, sino de la armazón de un pensamiento
organizado y coherente que, a largo plazo, ha ejercido una
acción profunda: sólo por su influencia sobre Saussure y
Bloomfield, Whitney se encuentra —y es un caso único— en
el origen del pensamiento lingüístico moderno, tanto del
europeo como del americano.
Esto no implica que debamos pasar por alto los aspectos
en que está sujeto a los condicionamientos ideológicos y cien¬
tíficos de su época. Como se ha podido ver, algunas de sus
formulaciones, cuyas citas no hemos evitado de un modo
especial, están menos libres del biologismo ambiente de lo
que él mismo preconizaba. Sobre la noción de sistema, no
llega a la claridad que, en parte gracias a él, logrará Saussure.
Permanece atrapado por el conflicto entre la actitud histori-
cista —que hereda por su formación— y la actitud descrip-
tivista que preconiza. Distingue mal la relación teórica y
metodológica a establecer entre lo que Saussure va a de¬
nominar muy pronto diacronía y sincronía (véase especial-
William Lhvight Whitney 27

mente V. L., pág. 157), y continúa dando prioridad al estudio


histórico, incluso en su exposición, donde el capítulo sobre
la descripción de las estructuras viene después de todos los
capítulos de carácter histórico (III a VIII) (V. L., págs. 256-
257). Sobre lo que será muy pronto el fonema no tiene más
que intuiciones, aunque extraordinarias: sobre la necesidad
de «distinguir entre los elementos materiales y los elemen¬
tos formales del lenguaje» en general (V. £., pág. 175); o
sobre lo que se vendría a denominar en la época actual fun¬
ción distintiva de los sonidos vinculada «a los cambios vo¬
luntarios de posición de los órganos de la boca» (V. £., pá¬
gina 51); o sobre lo que es pertinente, como diríamos ahora,
en el análisis de los sonidos: no ya el producto físico de los
órganos, sino «el sonido como significador del pensamiento»
—fórmulas todas que no han podido pasar desapercibidas
para Saussure, pero de las que no hemos de pretender que
digan más de lo que en realidad dicen: ya es mucho para
aquellas fechas.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Todas las historias de la lingüística citadas anteriormente en la


Introducción, salvo Meillet y Graur, dedican a Whitney algunas líneas
o algunas páginas en las que, con muy pocas excepciones (Bolelli y,
menos claramente, Leroy), lo esencial no falta, pero está confun¬
dido con lo anecdótico. En Portraits, 1, págs. 399426, se encontrará
una copiosa semblanza, al estilo tradicional, de Th. D. Seymour.
La mejor bibliografía referente a Whitney se encuentra en los
trabajos fundamentales sobre el pensamiento de Saussure: Robert
Godel, Les sources manuscrites du Cours de linguistique générale,
Ginebra y Paris, Droz et Minard, 1957 (especialmente págs. 19, 32, 33,
4345, 51, 182, 184, 185, 194, 200, 218 y otras); Tullio de Mauro, Introduc¬
ción, traducción y comentario al Curso de Saussure, en Corso di
28 Lingüística del siglo XX

lingüistica generale, Bari, Laterza, 1967 (págs. 297, 299-301, 326-329 y


otras); y, finalmente, Rudolf Engler.
Michael Silverstein, Whitney on Language: Selected Writings of
William Dwight Whitney, Cambridge (Mass.) y Londres, M. I. T. Press,
1971.
JAN IGNACY BAUDOUIN DE COURTENAY

Jan Ignacy Baudouin de Courtenay (1845-1929) nació cerca


de Varsovia donde comenzó sus estudios, proseguidos en
Praga, Jena y Berlín. A continuación enseñó en las universi¬
dades de San Petersburgo (1868), Kazán (1875-1883), Dopart
(actual Yurev) (1883-1893), Cracovia, entonces austríaca (1893-
1899), nuevamente en la de San Petersburgo (1900-1920);
retirándose finalmente a Varsovia, declarada de nuevo capi¬
tal de la Polonia independiente (1920-1929). Patriota, liberal
de ideas avanzadas, valeroso, pronto siempre a defender a
las minorías oprimidas, a causa de sus ideas conoció la pri¬
sión en 1914.
Su obra lingüística, que se extiende a lo largo de más de
sesenta años, permanece todavía muy dispersa en numerosas
revistas de difícil acceso. Se halla entorpecida por una ter¬
minología muy variada, por un afán de síntesis en las for¬
mulaciones nebulosas, por una gran movilidad de las teo¬
rías; y porque documentos, sin duda preciosos, confiados
por el autor a Vasmer, fueron destruidos durante la Segunda
Guerra Mundial. Además, apenas se llamó la atención sobre
este precursor hasta después de su muerte, y ello gracias a
las menciones de Trubetzkoy en su artículo de 1933 en el
Journal de psychologie (Pariente, Essais, págs. 105, ns. 144-
147; 151 n.; 159-162), y después en los Principes de phono-
30 Lingüística del siglo XX

logie (ed. franc., 1949, págs. 4 n., 5, 10, 37 n., 41-42). Los mis¬
mos soviéticos, para quienes la obra de Baudouin era de muy
fácil acceso, comenzaron a interesarse por un Baudouin de
Courtenay, convertido en el precursor ruso de ideas más
tarde florecientes en Occidente, sólo después de la condena
de Marr, liberada la fonología de Trubetzkoy de toda traba
lingüística, si no ideológica. Como siempre que se trata de
subsanar un retraso, la ciencia soviética trabajó entonces
rápida y sistemáticamente, publicando, uno tras otro, los
siguientes trabajos: L. V. Shcherba, principal discípulo
de Baudouin, J. A. Boduen de Kurtene i ego Znachenie v
nauke o iazyke [B. de C. y su importancia para la ciencia
del lenguaje'], en Izbrannye po raboty po russkomu iazyk
[Selección de trabajos sobre lengua rusa], Moscú, 1957; J. A.
Baudouin de Courtenay, 1845-1929, ed. de la Academia de
Ciencias, Moscú, 1960, que es una colección de artículos
debidos a siete lingüistas; y, en fin, Boduen de Kurtene, Iz-
brannye trudy po obschemu iazykoznaniu [B. de C. Selección
de trabajos sobre lingüística general], 2 vols., Moscú, 1963-
1964, que contiene actualmente lo esencial de lo accesible,
y necesario, para la comprensión del pensamiento de Bau¬
douin (esta última obra será designada en lo sucesivo por
la referencia Izbrannye). Por las mismas fechas, W. Doros-
zewski, veterano polaco de la primera escuela fonológica,
en la que su participación fue principalmente crítica, publi¬
caba su artículo J. B. de C., en Slavia Orientalis (vol. XI, 1962,
págs. 437-446). El mismo Vasmer había escrito en 1947, con
motivo del centenario del nacimiento de Baudouin, un pro¬
vechoso artículo publicado en Zeitschrift für Phonetik und
allgemeine Sprachwissenschaft (vol. I, págs. 71-77).
Todo el interés que hoy día se concede a su pensamiento
va unido a la verificación de lo que Trubetzkoy afirmaba en
1933, al escribir: «Los dos únicos lingüistas de preguerra
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay 31

para quienes el sistema fonológico no era el producto,


más o menos fortuito, inesperado (y por consiguiente ilegí¬
timo), de una síntesis, sino el punto de partida de la inves¬
tigación y uno de los principios fundamentales del método,
fueron F. de Saussure y J. de Courtenay» (Pariente, Essais,
pág. 151, n. 11). A ello añadimos nosotros hoy el problema
conexo de las relaciones entre Saussure y Baudouin. Tru-
betzkoy, falto de ciertos documentos que poseemos en la
actualidad, los creía mucho más independientes de lo que
son en realidad (Ibid., pág. 144, y n. 2).

En efecto, Saussure y Baudouin no sólo no se desconocie¬


ron (aunque parece que Baudouin nunca se «expresó de
forma explícita sobre las ideas de Saussure», cf. Doroszewski,
Essais, pág. 105, n. 15), sino que, por el contrario, tuvieron
mutuos contactos suficientemente demostrados en la actua¬
lidad. Gracias a Slushareva, Benveniste y De Mauro, sabe¬
mos que Saussure estaba presente en la sesión de la Socie¬
dad de Lingüística de París, el 3 de diciembre de 1881, cuan¬
do Baudouin fue elegido miembro de la misma, y que cada
uno de ellos asistió a las comunicaciones del otro en las se¬
siones del 3 de diciembre de 1881 y del siete de enero de 1882.
Tenemos también una carta de Saussure a Baudouin, del 16
de octubre de 1889, que recuerda su encuentro de 1881-1882.
Sabemos asimismo que, a partir de 1881, Baudouin comunicó
a Saussure las ideas y los escritos de su discípulo Kruszevs-
ki, cuya importancia veremos más adelante (Corso, pág. 306,
n. 6). El mismo Kruszevski reseñó, en 1880, la famosa Mé¬
moire sur le système primitif des voyelles dans les langues
indo-européennes, que Saussure, a sus 21 años, acababa
de publicar (cf. Corso, pág. 307, n. 6). Finalmente, Saussure
expresó su parecer al respecto de modo totalmente claro,
al menos en dos ocasiones, una de las cuales llamativa:
32 Lingüística del siglo XX

«Baudouin de Courtenay y Kruszevski han estado más cerca


que nadie de una visión teórica de la lengua y esto sin salir
de consideraciones puramente lingüísticas; no obstante, son
desconocidos de la generación de sabios occidentales» (nota
inédita de 1908, cf. Godel, Sources, pág. 51; vid. también
Cahiers F. de Saussure, núm. 12, 1954, pág. 66). El problema
no consiste ya en saber si hubo contacto entre Saussure y
Baudouin, sino en determinar la influencia exacta del segundo
en las ideas del primero.
Baudouin se interesó, incluso antes de 1889, por las rela¬
ciones del lenguaje con ciertos factores psicológicos y cier¬
tos factores sociales. Su concepción de estas relaciones es
esencialmente psicologista: para él, la lengua es ante todo
un hecho psíquico, es decir, que la evolución de las lenguas
está condicionada por factores psicológicos. Se da perfecta
cuenta, ciertamente, de que esta evolución depende también
de factores de la jurisdicción de la psicología colectiva. Pero
continuará otorgando preferencia al aspecto individual del
lenguaje, continuará afirmando que no existe más que habla
individual, y que «aquello que llamamos lengua rusa consti¬
tuye una pura ficción. No existe ninguna lengua rusa como
no existe, en general, ninguna lengua tribal o nacional. No
existen, en cuanto realidades psíquicas, más que lenguas in¬
dividuales, o más exactamente, pensamientos lingüísticos in¬
dividuales» (Wald y Graur, pág. 74; cf. Izbrannye, I, pág. 348).
Para él, la lengua de una comunidad es «una construcción
deducida de toda una serie de lenguas individuales existentes
de forma real», «un promedio fortuito de lenguas individua¬
les» (Ibid.). Sin duda, se puede pensar que Baudouin, atra¬
pado entre las corrientes ideológicas psicologizantes y socio-
logizantes de la época, no pudo obtener de ellas una firme
posición teórica. Y tal vez tenga razón Doroszewski al pensar
que la «noción de lengua, en el sentido saussuriano de esta
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay 33

palabra, era totalmente ajena» a Baudouin (Essais, pág. 105,


n. 15). En todo caso, cuesta pensar que Saussure le deba nada
en este punto.
Por el contrario, el mismo Trubetzkoy había insistido
mucho, en su artículo de 1933, sobre la común actitud de
sus dos grandes precursores en lo referente a los conceptos
de sincronía y diacronía. «Las teorías de Saussure y de Bau¬
douin, subraya, hicieron su aparición en una época en que
lingüística científica era casi sinónimo de lingüística histó¬
rica. Y como esta lingüística histórica era atomicista y sólo
estudiaba la historia de los elementos aislados, se oponía a
las tendencias universalistas y estructuralistas de las nuevas
teorías. Para defender su punto de vista, tanto Saussure
como Baudouin debían insistir en la necesidad y legitimidad
de la lingüística estática (sincrónica según Saussure) [...].
Esta actitud respecto a la lingüística histórica puede ser
observada en Baudouin, pero fue Saussure quien hizo de la
oposición entre diacronía y sincronía una de las leyes funda¬
mentales de su teoría» (Pariente, pág. 162). El juicio parece
todavía hoy exacto. Baudouin, en fórmula muy whitneyana,
establece vigorosamente la legitimidad de una lingüística
descriptiva o estática (totalmente libre de toda contamina¬
ción normativa) al lado de la lingüística histórica o dinámica,
y señala su procedimiento epistemológico: «No se puede ser
buen paleontólogo sin haber estudiado antes biología», (Iz-
brannye, I, pág. 349). Pero no llega a la ruptura metodológica
esencial de Saussure: para él no debe existir ninguna sepa¬
ración entre las dos lingüísticas, actitud que, como ya hemos
visto, se encuentra en esa época en casi todo el mundo, en
Whitney, en Jespersen, en Meillet: «La estática de la lengua
es tan sólo un caso particular de su dinámica» (Izbrannye,
I, pág. 349).

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 3


34 Lingüística del siglo XX

Pero Baudouin atrae nuestro interés todavía hoy, sobre


todo, por el descubrimiento de la naturaleza lingüística del
fonema. La historia no es sencilla. El primer artículo en el
que parece haber adquirido conciencia del hecho de que los
sonidos del lenguaje desempeñan una función distintiva data
de 1869: Changement du s (5, s) en ch en polonais, en Beitra-
ge zur vergl. Sprachforschung (cf. Ivic, pág. 133, n. 17; véase
también Trubetzkoy, Principes, pág. 4, n. 1). Es en los años
de Kazán, en la época de su encuentro con Kruszevski —dis¬
cípulo aventajado a quien Baudouin propone un curso como
solo y único oyente, alentador de discusiones estimulantes—,
cuando el concepto de fonema adquiere verdaderamente for¬
ma en Baudouin. Jakobson, siempre atrevido en sus hipó¬
tesis, piensa que el discípulo «supera al maestro» (Ricerche
slavistiche, 1967). Schogt, que ha estudiado minuciosamente
el asunto, cree que no tiene suficiente fundamento la preten¬
sión de atribuir a Kruszevski solo el origen de la teoría del
fonema (La linguistique, 1966/2, pág. 16). La verdad debe
encontrarse, más bien, en una influencia recíproca, benefi¬
ciosa para ambos. Por otra parte, Baudouin reconoció siem¬
pre su deuda para con Kruszevski en este dominio (Tru¬
betzkoy en Pariente, pág. 144 n. 2; Schogt, pág. 16), incluso
cuando más tarde llegó a lamentar haber puesto todo su
saber a disposición de Kruszevski, quien no había obtenido
de ello todo el provecho que se podía esperar (vid. Jakob¬
son, art. cit.).

Es sumamente fácil esbozar lo esencial de la concepción


que Baudouin fue el primero en exponer, y que Trubetzkoy
había puesto de manifiesto claramente en su artículo de
1933 y en los Principios de fonología-, la idea de que es ab¬
solutamente necesario distinguir entre el sonido material del
habla, o, incluso, lo que el hablante pronuncia realmente, y
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay 35

algo distinto que sería el fonema —lo que el hablante se


imagina que pronuncia y lo que el oyente se imagina que
oye. El estudio de los sonidos materiales del lenguaje, para
Baudouin, está vinculado a determinadas ciencias físicas y fi¬
siológicas: la fonética acústica y la fonética articulatoria, a las
que él engloba unas veces bajo el nombre de fisiofonética
y otras bajo el de antropofonía. Para estudiar los fonemas
proclama la necesidad de una ciencia distinta, la psicofoné-
tica. Y entiende por fonema «el equivalente psíquico del
sonido», es decir, una representación abstracta, inmaterial,
que, de las características del sonido, sólo retiene aquellas
que provocan una impresión psíquica, común a los hablantes
de una misma lengua. Es cierto que el empleo de la palabra
fonema y la oposición entre los conceptos de sonido material
y fonema están explícitamente expuestos por Kruszevski en
su reseña de la Mémoire de Saussure. En relación con el naci¬
miento del concepto mismo, es imposible no tener en cuenta
la aproximación de Baudouin a partir de 1869, aun cuando las
formulaciones más claras —que oponen lo que el hablante
cree que pronuncia a lo que pronuncia en realidad— se en¬
cuentran en una obra fechada en 1894, Versuch einer Theorie
phonetischer Alternationen. Ein Kapitel aus der Psychopho-
netik [Ensayo 1 de una teoría de las alternancias fonéticas.
Un capítulo de psicofonética]; en tanto que las formulacio¬
nes de Kruszevski figuran en su tesis de Kazán: Über die
Lautabwechslung, 1881 [Sobre alternancias fonéticas], y en
Otserk nauki o iazike, 1883 [Esbozo de una ciencia del len¬
guaje], traducido al alemán en 1884-1885 con el título: Prin-
zipien der Sprachentwicklung [Principios de la evolución
lingüística]. El problema más importante a este respecto no
consiste ya, hoy día, en descubrir si la muerte prematura

1 El título ruso dice: Proba, etc.


36 Lingüística del siglo XX

de Kruszevski contribuyó a apartar paulatinamente a Bau¬


douin de una orientación en las investigaciones, al término
de la cual se hallaba la fonología tal como nosotros la cono¬
cemos. No consiste ya, tampoco —Trubetzkoy lo vio con toda
claridad—, en demostrar que «Baudouin insistía mucho
menos que Saussure sobre la noción de sistema, sino [que]
en compensación tenía ideas más claras que el maestro de
Ginebra sobre la diferencia entre los sonidos y los fonemas»
(Pariente, pág. 160). El mismo Trubetzkoy ha puesto de re¬
lieve aquello en que se cree deudor de Baudouin (Principes,
págs. XXVIII, 4 n. 1, 5) y sobre todo lo que le reprocha: la
definición aún demasiado psicológica de fonema (Principes,
págs. XXVIII, y principalmente 10, 41-42).
El concepto de fonema en Baudouin conserva, todavía
hoy, un gran interés epistemológico, debido a la meticulo¬
sidad de su análisis y presentación. Su obstinación en vincu¬
larse a la corriente psicologista entonces imperante, en «con¬
siderar, por encima de todo, el factor psicológico en todos
los fenómenos lingüísticos» (Versuch, pág. 10) es evidente
y pudo influir en su investigación, pero no más, sin embargo,
que en su contemporáneo Saussure. Pero sus trabajos sobre
la definición del fonema se han visto entorpecidos mucho más
gravemente por otros dos condicionamientos. En primer
lugar, bajo el nombre de psicofonética, confunde el estudio
de dos clases de hechos fónicos: por una parte, el de los
sonidos que él llama coherentes (y también homogéneos
monoglotales divergentes) y que en él designan, bien enten¬
didas, las variantes combinatorias, en sincronía, de un mismo
fonema —el hecho de que la diferencia entre la [k] sorda de
bec en argent y la [k] sonorizada tendente a [g] de bec de
gaz no tiene valor distintivo, y el de que estos dos sonidos
no representan en francés más que un solo fonema, /k/—, y
también, por otra parte, lo que él llama los homogéneos (mo-
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay 37

noglotales) correlativos y los homogéneos (poliglotales) co¬


rrespondientes, términos mediante los cuales designa sonidos
que actualmente son diferentes en una misma lengua (cfr.
[e] y [a] de sel, salé) o en dos lenguas emparentadas (esp.
sal; fr. sel), porque estos sonidos diferentes en sincronía
tienen un origen común en diacronía, en este caso, lat. sal.
Debido a la existencia de correlativos muertos, es decir, que
han dejado de ser productivos en la lengua (alternancia sel~
saumure), y de correlativos vivos (cfr. ing. knife, knives, etc.),
Baudouin agrupó bajo el mismo nombre de psicofonética
fenómenos que dependen de mecanismos de análisis sincró¬
nicos y diacrónicos diferentes y que hacen referencia unas
veces a condicionamientos fonológicos y otras a condi¬
cionamientos morfológicos puros, llamados alternancias. La
existencia en inglés actual de laughs y roofs, de staffs y de
cliffs prueba que la alternancia morfológica -fe ~-ves, en sin¬
cronía, no está condicionada fonológicamente. Mediante este
ejemplo se determina la importancia metodológica y teórica
de la distinción saussuriana entre sincronía y diacronía, per¬
mitiendo evitar las confusiones hacia las que conducía la
concepción de Baudouin. (Observemos, de pasada, que estas
confusiones renacen hoy día, en el ámbito de teorías poco
o mal preparadas para el análisis fonológico diacrónico, en
forma de morfofonologías transformativo-generativas).
También Henry Schogt, a quien debemos la actualización
clara y decisiva de la noción de fonema en Baudouin, señala
claramente que, al lado de la presión ideológica ejercida por
el historicismo —de la que sólo Saussure pudo librarse del
todo—, Baudouin sufrió otra presión en su investigación,
que le viene de su práctica primera y siempre activa de las
lenguas eslavas. Debido a la gran importancia que en la gra¬
mática de estas lenguas adquiere la frecuencia de las alternan¬
cias morfológicas vivas (vgr.: la transformación de /g/ /d/,
38 Lingüística del siglo XX

de /k/ /t/, de /z/ /s/, etc., del radical de los verbos regula¬
res, en /zh/, /ch/ y /sh/ ante /iu/, /ie/ y /io/), Baudouin se
deja llevar constantemente a incluirlas todas en su psicofo-
nética, incluso cuando la alternancia no está condicionada
fonológicamente, sino solamente impuesta por la morfolo¬
gía (vgr.: /k + ie/ y /k -f iu/ son perfectamente posibles en
otras palabras rusas además de los verbos en que /k/ se
convierte en /ch/). Como hace notar Schogt, este procedi¬
miento nos obligaría a considerar que, en francés, el sonido
[ie] de donniez es una alternancia del fonema /e/ de donnez,
puesto que esta oposición de los dos sonidos sirve para in¬
dicar una oposición morfológica. Lo más destacable consiste
en que Baudouin es siempre consciente de las diferencias
que observa en los comportamientos fónicos y que él des¬
cribe a menudo como lo haría la fonología actual. Capta
perfectamente el fenómeno de neutralización de las oclusi¬
vas sonoras finales de la lengua rusa, pero no puede decidirse
a aislar los condicionamientos morfológicos puros. Por esta
razón, nos sentimos inclinados a achacarle cierta respon¬
sabilidad en el origen de las dificultades inextricables en que
se encuentra atrapada la fonología, a consecuencia de la
creación por Trubetzkoy de una morfonología (o morf o fono¬
logía), que éste define como «el intento de aplicar en mor¬
fología los recursos fonológicos de una lengua» (Principes,
pág. 337). Pero también Schogt tiene razón al decir a este
respecto que no hay que exagerar esta responsabilidad, pues
«cada generación de lingüistas cae casi en los mismos errores
que su jefe». De hecho, Trubetzkoy no menciona a Bau¬
douin en el citado artículo dedicado a la morfonología. Sin
duda, los avatares de la morfonología representan principal¬
mente un buen ejemplo de la presión que el sistema de la
lengua materna puede ejercer sobre los análisis científicos
de un lingüista, sin que éste se dé cuenta, aunque sea lingüista
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay 39

consagrado, incluso percibiendo él mismo esta presión cuando


actúa sobre los demás (por ejemplo, al denunciar los perni¬
ciosos resultados debidos a la transposición del esquema
sistemático de las lenguas indoeuropeas a la descripción de
las lenguas amerindias o asiáticas).
Tales son la fisonomía y talla de Baudouin de Courtenay.
Como todos los creadores, también él ofrece a quien lo vuel¬
ve a leer abundante riqueza de detalles, que nos llama la
atención como una premonición de nuestros actuales intere¬
ses, y que es siempre una prueba de la amplitud de sus in¬
quietudes, aun cuando no sea una fuente. Lo que él ha dicho
sobre el empleo de la estadística y de las matemáticas o de
la noción de economía en lingüística merece ser releído.
Ciertamente, como observaron Saussure, Trubetzkoy e,
incluso, Meillet, su influencia no se dejó sentir fuera de
Rusia. Pero si es excesivo hablar de la Escuela o Círculo
Lingüístico de Kazán, a no ser para designar la colección de
los escritos de Kruszevski y Baudouin de 1875 a 1883, es
totalmente justo hablar de la de Petrogrado, donde Bau¬
douin enseñó de 1901 a 1918, y donde formó discípulos noto¬
rios e influyentes, el principal de los cuales es Shcherba,
quien en 1912 publicó en Petersburgo un estudio sobre el
fonema, con el que todavía en 1939, tal vez un tanto excesi¬
vamente, polemiza Trubetzkoy. El único problema referente
a Baudouin que nos queda por estudiar, el de las relaciones
de su obra con la de Trubetzkoy, será abordado en el capí¬
tulo dedicado a éste.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Las historias de la lingüística occidentales apenas ofrecen más


que meras menciones. Leroy, Malmberg, Robins, son pobres; Bolelli,
40 Lingüística del siglo XX

poco les aventaja. Lepschy, como siempre, ofrece abundante biblio¬


grafía y De Mauro es inestimable por sus análisis de las relaciones
entre Saussure y Baudouin. Jacob hace un extracto de Versuch (pá¬
ginas 503-504). Milka Ivic, ya más rica, está mejor informada para
las fuentes rusas (págs. 97-100). Wald y Graur dedican un capítulo a
Baudouin, con abundancia de citas (págs. 73-80). En francés, las lec¬
turas más importantes son: de Trubetzkoy, el artículo de 1933, re¬
producido en Pariente, y los pasajes poco numerosos pero decisivos,
de los Principios. Sobre las relaciones entre Trubetzkoy y el pensamien¬
to de Baudouin de Courtenay, cfr. W. Doroszewski, Autour du phonè¬
me, en T.C.L.P., IV, págs. 61-69. En inglés, sigue siendo fundamental
el artículo de Schogt.
Sobre Kruszevski, cfr. Jakobson, L’importanza di Kruszewski per
la lingüistica generale, en Ricerche slavistiche, 1967, págs. 1-20. Sobre
la morfonología, ver el artículo de Martinet, La linguistique, I, 1965,
págs. 15-30, que conserva su vigencia.
ANTOINE MEILLET

Antoine Meillet (1866-1936) nació en Moulins, en una fami¬


lia de notarios. Asiste a la «École Pratique des Hautes Étu¬
des» a partir de 1885, estudia lenguas eslavas, iranio, sánscrito,
irlandés, lenguas románicas y gramática comparada. En 1890,
pasa una temporada en el Cáucaso. Desde muy temprano
siente interés por el armenio, y enseñará esta lengua en la
École des Langues Orientales, entre 1902 y 1906. Debiendo
disfrutar Saussure de un permiso por enfermedad, durante
el curso 1889-1890, lo reemplaza, como suplente, Meillet que
era oyente suyo en la École des Hautes Études desde hacía
dos años; más tarde, en 1891, cuando Saussure regresa de¬
finitivamente a Ginebra, lo reemplaza como Director de Es¬
tudios titular. Ocupará este puesto hasta 1927, fecha en que
se retira para dejar el cargo a su discípulo Benveniste, lo
mismo que Bréal, a sus cincuenta años, lo había dejado para
Saussure, en 1882. Pero continúa dando gratuitamente su
conferencia en la É.P.H.É. En 1905, había sido nombrado pro¬
fesor del Collège de France, donde ejerciera anteriormente en
calidad de suplente, 1899-1900. Sucedía a su maestro Michel
Bréal (1832-1915), cuya influencia sobre Meillet no es de sub¬
estimar —merecedor de un estudio en historias de la lin¬
güística menos concisas que la presente—, aunque para el
mismo Meillet sea Saussure el maestro con quien ha pro-
42 Lingüística del siglo XX

clamado numerosas veces estar en deuda capital. Dejará


el Collège, donde le sucede Benveniste, en 1932. Hemipléjico
y casi ciego, se interesa todavía por una última tesis, que no
dirige: la de André Martinet sobre La gémination consonan-
tique d’origine expressive dans les langues germaniques.
Como hombre privado, es un intelectual de firmes con¬
vicciones liberales socializantes de antes de 1914, reservado,
enérgico (durante la Primera Guerra Mundial, no cede ante
la moda chauvinista contra la ciencia germánica), gran aman¬
te de la música. Como profesor, aunque tiene una voz débil y
prefiere una de las aulas pequeñas del Collège de France, es
un organizador de firmísima mano. Parcela el trabajo en
lingüística general y en indoeuropeo. Distribuye con autoridad
los sectores de exploración entre sus diversos discípulos
(reorientará de este modo a Aurélien Sauvageot, joven ger¬
manista de veinte años, hacia el fino-ugrio, campo que acaba¬
ba de quedar vacío por la muerte de Gauthiot). Dirige las in¬
vestigaciones de tesis hasta en su menor detalle. Recibe a
sus discípulos de 9 a 12 todos los días que no tiene clase.
Basta con leerle para gozar, todavía ahora, sobre todo ahora
tal vez, de la claridad, de la transparente elegancia, en una
palabra, del gran estilo científico de su arte de exponer. Pre¬
side medio siglo de actividad lingüística en Francia, durante
el cual ha formado o influido en casi todo el mundo:
Ernout, Gauthiot, Vendryès, Grammont, Chantraine, Ben¬
veniste, Marcel Cohen, Aurélien Sauvageot, Michel Lejeune,
Martinet; sin hablar de extranjeros como Kurylowicz, Som-
merfelt, Hjelmslev, Bróndal o Devoto. Su importancia fue
tal que durante largo tiempo, y a pesar de que Vendryès
haya negado «que exista una escuela lingüística francesa que
pretenda ejercer una prerrogativa exclusiva», se habló de
una escuela sociológica francesa de Meillet, cuya influencia
era tan manifiesta que eclipsaba la de Saussure, más pro-
Antoine Meillet 43

funda y más radical. Hasta tal punto que todavía en 1945


Echave-Sustaeta, epilogando su traducción española de la
Historia de la lingüística de Thomsen, presentaba como las
únicas corrientes de actualidad y de renovación en nuestra
disciplina, en aquella época, el idealismo de Vossler y la
«escuela sociológica parisiense». En París mismo, la óptica
no era perceptiblemente muy diferente.
Si se deja de lado, un tanto arbitrariamente, su inmensa
actividad de comparatista, que evidentemente no cesa de
alimentar su reflexión teórica, Meillet marca principalmente
el nacimiento de una disciplina nueva y sistemáticamente
distinta de la antigua filosofía del lenguaje; disciplina que él
bautiza ya en su lección inaugural en el Collège de France en
1906: la lingüística general. El conjunto de su pensamiento
en este campo está formado por artículos casi todos reuni¬
dos en los dos volúmenes que ha titulado Linguistique his¬
torique et linguistique générale (en adelante: L.H.L.G., tomo I,
1.a ed.. Librairie Champion, 1921; reedición, Klincksieck,
1926; tomo II, 2.a ed., 1936; reimpresión, Klincksieck, 1951
[1952]). Casi todos: porque al menos será conveniente añadir¬
les el panorama que publicó inmediatamente antes de
su muerte, en el tomo I de la Encyclopédie française, de
Anatole de Monzie (Structure générale des faits linguistiques,
folios 1. 32-1/10); y también numerosos artículos o reseñas
sugerentes, largos o muy breves. Un ejemplo entre cien: las
extraordinarias y geniales anotaciones sobre la escritura, en
una comunicación referente a Baudouin de Courtenay (B.
S.L., 1912-1913) y sobre todo en unas páginas tituladas La
langue et l’écriture, en Scientia, XXVI, 1919, núm. 12, pági¬
nas 290-293.
En esta dirección, es ciertamente heredero de una tradi¬
ción francesa afirmada y mantenida por Bréal: al mismo
tiempo que rechazaba enérgicamente, por una parte, la es-
44 Lingüística del siglo XX

puria mezcolanza de lógica y lingüística constituida por la


Grammaire générale et raisonnée de Port-Royal, y, por otra,
las aventuradas metafísicas de la gramática comparada ale¬
mana, Bréal no había renunciado nunca a reemprender sobre
otras bases (epistemológicamente destacables) la síntesis de
las leyes más generales que rigen el lenguaje (cf. Mounin,
Historia de la lingüística, págs. 226-227).
Las grandes líneas de la concepción que Meillet se forja
de la lingüística general son muy claras. En primer lugar,
para él, esta investigación de las «tendencias» más universa¬
les, como dice a menudo, o de los caracteres más generales
del lenguaje es esencialmente de orden histórico. Se trata
principalmente de aclarar y ordenar las causas del cambio
lingüístico; ésta era también la tradición consciente de Bréal
quien, citado por el mismo Meillet, formulaba su regla de oro
del siguiente modo: «Estudio las causas intelectuales que
han presidido la transformación de las lenguas».
Pero el carácter dominante de esta lingüística general es
lo que se puede llamar su sociologismo. Ya Bréal se oponía
a los excesos de los neogramáticos para quienes toda la evo¬
lución de los sonidos venía impuesta por leyes fisiológicas
y psicológicas automáticas, y recordaba que en la explica¬
ción de los cambios lingüísticos «habrá que hacer un hueco
al pasado de un pueblo y otro a su peculiar desenvolvimien¬
to» (cf. su Cours d’ouverture en el Collège, 1867). Al mismo
Meillet no se le escapa recordar que su maestro «ya explica los
hechos de lengua por la vida del hombre en sociedad» (L.H.
L.G., II, pág. 223), y que para él «los hechos de vocabulario
reflejan los hechos de civilización» (Ibid., pág. 224). Por
tanto, la orientación sociológica de Meillet es anterior a sus
contactos con Durkheim, que le invita a colaborar en L’Année
sociologique, a partir de 1901, y que proporciona a su pen¬
samiento un marco teórico más formal: la lengua forma
Antoine Meillet 45

parte de los hechos sociales, cuyos rasgos específicos mani¬


fiesta: exterioridad al individuo y carácter constrictivo. En
consecuencia, Meillet formula «que hay un elemento cuyas
circunstancias provocan constantes variaciones [en las len¬
guas], unas veces repentinas, otras lentas, pero nunca entera¬
mente interrumpidas: la estructura de la sociedad». Su tesis
es, por tanto, que «el lenguaje es eminentemente un hecho
social» y que la gran tarea de la lingüística general consiste
en «determinar a qué estructura social responde una estruc¬
tura lingüística determinada» (L.H.L.G., I, págs. 16-18). Esto
le lleva, especialmente en un artículo programa titulado
Comment les mots changent de sens, en L.H.L.G., I, págs. 230-
271, a analizar cuidadosamente los lazos entre medios, clases
o capas sociales, y dialectos «sociales» (dentro de una misma
lengua), los factores técnicos, económicos, microsociológicos
de la creación del vocabulario, y las transformaciones que
experimenta cuando pasa de un medio a otro, lo que cons¬
tituye el fenómeno de los «préstamos sociales». Los prés¬
tamos de lengua a lengua gozan de la misma atención. Meillet
no está menos atento al contacto entre las lenguas, y es uno
de los primeros (con y después de Schuchardt) en interesar¬
se por los fenómenos lingüísticos debidos al bilingüismo
(cf. Les Langues dans l’Europe nouvelle, 1918; 2.a ed. en
colaboración con Tesnière, 1928; cfr. también Le bilinguisme
[1933], en Essais, y, en colaboración con Aurélien Sauvageot,
Le bilinguisme des hommes cultivés, en Conférences de l’Ins¬
titut de Linguistique, II, 1934). No obstante, a pesar de todo
el interés de tales investigaciones y de todas sus aportacio¬
nes, se ha de subrayar su carácter marginal dentro de una
teoría lingüística. Perfilan una semántica histórica que pre¬
cisaba de ellas en sumo grado. Pero, al dirigirse exclusiva¬
mente a factores externos del cambio lingüístico aislado, des¬
cuidan demasiado la dinámica interna del funcionamiento
46 Lingüística del siglo XX

lingüístico, incluso en semántica. No aclaran tampoco la


relación fundamental entre lenguaje y sociedad, en cuanto
que se limitan a constatar, casi únicamente en el ámbito
limitado del léxico, el influjo de la sociedad sobre el len¬
guaje.
Meillet estaba convencido (cf. su carta a Trubetzkoy, de
25 de diciembre de 1930) de que no debía lo esencial de su
concepción sociológica del lenguaje a Saussure, quien insis¬
tía en que «el lenguaje es un hecho social» (Cours, pág. 29),
«una institución social» (Cours, pág. 26). Pero sí debe a
Saussure —lo dice y repite muy alto— la otra noción, mucho
más típicamente saussuriana, que organiza su pensamiento
lingüístico: la idea de que el lenguaje es un sistema, que
«cada lengua constituye un sistema» (L.H.L.G., I, pág. 83).
Opone la productividad de esta idea, en aquella época nueva
en lingüística, a las prácticas anteriores en las que cada hecho
lingüístico (la etimología de una palabra griega; la presencia
de una s [z] en una palabra cuyo origen latino haría esperar
una r, como en fr. chaise-, la velarización de una l en [u]
después de a y no después de i o e en el habla de ciertas
aldeas de Auvernia) era estudiado por separado, o no desem¬
bocaba más que en «acercamientos» ciegos o casuales, lo que
ocasionaba un «desmigajamiento de explicaciones» (L.H.L.G.,
I, pág. 7) —en una palabra, lo que siguiendo a Trubetzkoy se
ha llamado la lingüística atomizada: lo contrario de una
investigación sistemática de las leyes de mayor amplitud po¬
sible en materia de lenguaje.
Nadie duda que Meillet no deba a su maestro Saussure
la noción clave de sistema, que él define siempre como un
conjunto «rigurosamente ajustado, en el que todo se rela¬
ciona» (L.H.L.G.; II, pág. 158), pero esta es la definición del
Littré (1863-1873), que data del siglo xvm, y en nada aclara
la originalidad revolucionaria del concepto en Saussure.
Antoine Meillet 47

En éste, la palabra sistema significa en un principio dos


cosas muy diferentes desde el punto de vista teórico, en la
Mémoire sur le système primitif des voyelles dans les langues
indo-européennes (1879): unas veces el cuadro o el esquema
de una clasificación (a menudo fonética) de un estado de len¬
gua, otras el cuadro o el esquema de las reglas del paso de
un estado de lengua a otro. Este es el sentido clásico de la
palabra desde la aparición de Konjugationssystem, de Bopp
(1816). Incluso en el primer caso, la clasificación puede ser
superficialmente fonética (tal lengua presenta tres oclusivas
sordas aspiradas, dos fricativas y dos africadas, etc.). La
originalidad de Saussure en este caso consiste en buscar una
clasificación que no fuera física, basada en las caracterís¬
ticas articulatorias de los sonidos, sino en sus caracteres dis¬
tintivos en cuanto funcionales en la lengua dada: esto desde
la Mémoire de 1879 pero sobre todo en el Cours de 1916.
Meillet no captó nunca en Saussure esta intuición del sentido
de la palabra sistema, que iba a florecer en la fonología de
Trubetzkoy. Meillet admira y celebra en Saussure la Mémoire,
nunca el Cours. Y en la Mémoire está siempre la noción de
sistema como cuadro descriptivo del conjunto de las reglas
que rigen el paso de un estado de lengua a otro —es decir,
la herramienta empleada en lingüística histórica perfecciona¬
da, pero no el primer esbozo de la gran herramienta moder¬
na de la lingüística general del siglo xx.
Se ve de este modo en qué causas se basa el hecho, su¬
ficientemente demostrado actualmente, de que la lingüística
general de Meillet no siga verdaderamente, ni continúe, ni
desarrolle la de Saussure, a la que por el contrario ha servi¬
do de pantalla. El hecho, igualmente comprobado, de que a
pesar de la presencia y actividad de su discípulo en París,
Saussure —y en consecuencia la fonología— haya penetrado
tan lentamente en el pensamiento lingüístico francés. En el
48 Lingüística del siglo XX

plano aún más general de la historia de las ciencias y de la


transmisión del saber, el caso Meillet-Saussure ilustra tam¬
bién el hecho de que no se dan forzosamente herederos na¬
turales en materia científica: a pesar de una impresionante
pléyade de discípulos alrededor de Meillet, es en Praga y
Copenhague, más que en Ginebra y París, donde se sentirá
primero el influjo de Saussure.
Sorprende en gran manera que Meillet, afectado de semi-
sordera en lo referente a lo más original del Cours de Saus¬
sure, manifieste, por el contrario, una actitud atentamente
abierta respecto a Trubetzkoy. Las dos cartas (fechadas en
1929 y 1930) de Meillet a Trubetzkoy, publicadas por Claude
Hagège, son documentos de gran valor para la historia de
las ideas. («Lo mismo que yo, escribe, [Grammont] no ha
comprendido más que al Saussure comparatista [...] Me
quedé muy sorprendido cuando vi a F. de Saussure afirmar
el carácter social del lenguaje: yo había llegado a esta idea
por mí mismo, y bajo otras influencias»). Pero constituyen
también conmovedores testimonios de curiosidad intelectual,
y Hagège no se equivoca, sin duda, al pensar que «muestran
la apertura de espíritu de un hombre, al que su generación,
sus numerosas obligaciones y también, parece, razones de
salud impidieron comprometerse más profundamente en
favor de la fonología» {La linguistique, 1967/1, pág. 110; am¬
bas cartas están en la pág. 117). Observemos, sin embargo,
que Maurice Grammont —antiguo condiscípulo y viejo amigo
de Meillet, con quien, en su segunda carta, éste parece contar
para establecer contacto entre la escuela fonética francesa
y la fonología naciente— no ha respondido a esta esperanza
(cf. bibliografía, para su discusión con Martinet).
Como todos los pensadores e investigadores vigorosos,
Meillet ofrece, todavía hoy, al lingüista atento y formado
abundantes riquezas sumamente dispersas, cuyo descubrí-
Antoine Meillet 49

miento es la recompensa del lector activo. Su Aperçu du


développement de la grammaire comparée (en su Introduc¬
tion à l’étude comparative des langues indo européennes,
Paris, Hachette, l.a ed., 1903; 2.a ed. revisada y aumentada,
págs. 407-441) merece todavía una lectura. No se citará aquí
más que otra de estas riquezas, pues suele pasar práctica¬
mente desapercibida. Es bien notorio el interés de Meillet
por la sintaxis; pero Bolelli tiene razón al insistir sobre el
lugar preponderante que concedía a la estructura de la ora¬
ción como punto de partida de la investigación a este respecto.
Ciertamente, también sus lectores conocen sin duda sus Re¬
marques sur la théorie de la phrase, con que comienza el
tomo II de L.H.L.G. (págs. 1-8). Pero es en otra parte donde
Meillet ha dado la primera gran definición formal y estruc¬
tural objetiva y verdaderamente (si no totalmente) operatoria
de este concepto capital en lingüística moderna (donde, por
otra parte, se puede calibrar la debilidad teórica de pensado¬
res que juzgan a priori la noción de oración como término fun¬
damental no definido). «La oración, escribe Meillet, puede
definirse: un conjunto de articulaciones vinculadas entre sí
por relaciones gramaticales y que, no dependiendo gramati¬
calmente de ningún otro conjunto, se bastan por sí mismas».
No hay más que citar este enunciado, perdido en la Intro¬
duction à l'étude comparative (3.a ed., 1912, pág. 339), donde
muy pocos lingüistas irían a buscarlo, para calibrar la deu¬
da, respecto a él, de Bloomfield: «Cada oración es una forma
lingüística independiente, no incluida en otra más amplia
en virtud de una construcción gramatical cualquiera» (Le
langage, págs. 161-162). Bloomfield, cuya preocupación pun¬
tillosa por señalar siempre su propia originalidad es un rasgo
de carácter bien conocido, ha señalado, a este respecto, su
deuda sin tapujos: «Piénsese, escribe [a propósito de la ora¬
ción], en la simplicidad y en la utilidad de la definición de

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 4


50 Lingüística del siglo XX

Meillet, que adoptaremos en lo sucesivo» (A Set of Postulâ¬


tes for the Science of Language, en la revista Language, 2,
1926, págs. 153-164; se trata de los postulados 26 y 27, mucho
menos claros que la cita de Lenguaje).

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Sobre Michel Bréal, ver G. Mounin, Une illusion d’optique en histo¬


rie de la linguistique, en Travaux de l’Institut de Linguistique, IV,
1959, págs. 7-13; ver también A. Meillet, L.H.L.G., II, págs. 212-227.
Sobre Meillet, ver J. Vendryès, Antoine Meillet, en B.S.L., vol. 38,
núm. 112, págs. 1-68, y A. Sommerfelt, A. Meillet, the Scholar and the
Man, en Diachronie and Synchronie Aspects of Language, La Haya,
Mouton, 1962, págs. 379-385. Sobre la relación entre Saussure y Meillet,
ver G. Mounin, Saussure, Paris, Éd. Seghers, 1968; ver también
G. Mounin, La notion de système chez A. Meillet, en La linguistique,
1966/1, págs. 17-29, y Tullio de Mauro, Corso, passim. Sobre la dis¬
cusión entre Grammont y Martinet a propósito de la fonología, ver
Le français moderne, 1938, págs. 131 sigs., 205-211. Las historias pre¬
sentan pocos datos que ofrezcan una descripción coherente de la doc¬
trina, salvo Leroy y Bolelli. Se encontrarán los juicios, poco matizados,
de la lingüística soviética sobre el sociologismo de Meillet en
Zvegincev y Graur, pero muy bien articulados en L. O. Reznikov,
Langage et société, en Cahiers internationaux de sociologie, vol. VI,
1949, págs. 150-164 (el artículo es anterior a la dura revisión contra
Marr, en 1950).
FERDINAND DE SAUSSURE

En la actualidad, conocemos perfectamente, a no ser


sobre una cuestión, la vida de Saussure (nacido en Ginebra
en 1857): su precoz inteligencia, sus estancias en Leipzig y
Berlín (1876-1878), donde está en contacto con los maestros
de entonces en lingüística histórica; su larga estancia en
París como director de estudios en la École Pratique des
Hautes Études (1880-1891), donde forma a casi todos los que
contarán como comparaiistas franceses; después, su retorno
a Ginebra, en cuya Universidad practicará la docencia de
1891 a 1913. Es aquí donde reside el único problema bio¬
gráfico: Saussure, activo y productivo en París, se encierra
cada vez más en un cuasimutismo en Ginebra, se dice
atacado de epistolofobia, apenas publica nada, dirige a Meillet,
en 1894, una carta intelectualmente desesperada. Meillet mis¬
mo ha intentado explicar este complejo de frustración casi
patológico que afecta a los trabajos ginebrinos de Saussure
por la obsesión perfeccionista de un investigador preocupado
de no publicar nada que no sea absolutamente definitivo. Ben-
veniste y De Mauro, por el contrario, creen que Saussure se
descorazonó ante el muro de incomprensión que presentía
o descubría cuando intentaba exponer a sus mejores colegas
las ideas revolucionarias que se manifestarán en sus cursos
de lingüística general de 1906 a 1911. Después de haber ex-
52 Lingüística del siglo XX

puesto estas hipótesis en Saussure (Ed. Seghers, 1968), el


autor de estas líneas ha recibido, procedentes de Suiza y
París, dos testimonios que sugieren otras posibles explica¬
ciones, a las que tal vez aludía Benveniste en 1963 1, y que no
son contradictorias: un matrimonio mal avenido, en un me¬
dio mundano que no le ayudaba científicamente; un alcoho¬
lismo grave aunque discreto, que los ginebrinos no hubieran
generalmente sospechado (si yo hablo de ello es por el tes¬
timonio de un oyente del último año, en una entrevista que
tuvo a bien concederme). El futuro tal vez haga luz sobre
esto. Saussure murió en 1913, al parecer, de un cáncer de
garganta.
Durante su vida, no publicó más que dos obras; la Mé¬
moire sur le système primitif des voyelles dans les langues
indo-européennes (Leipzig, Teubner, 1879 [diciembre de 1878]),
que asegura al joven sabio de veintiún años la notoriedad in¬
ternacional de que disfrutará hasta su muerte, e incluso des¬
pués; posteriormente, su tesis doctoral, sobre el genitivo abso¬
luto en Sánscrito (Ginebra, 1881). Todo lo demás es postumo,
a no ser una serie de memorias, artículos, notas, que van es¬
paciándose cada vez más y que han sido reunidos después
de su muerte en un Recueil des publications scientifiques
de Ferdinand de Saussure (Ginebra, Sonor, y Heidelberg,
K. Winter, 1922), volumen que obtuvo tan escaso auditorio
que ni siquiera se le encuentra en todas las bibliotecas uni¬
versitarias. Un copioso artículo sobre Whitney, preparado
con motivo de su muerte, en 1894, y del que nos quedan
setenta páginas de apuntes, no fue nunca terminado. El Curso

1 «Cierto misterio envuelve su vida humana, que muy pronto se


refugió en el silencio [...]. Este silencio oculta un drama [...] que
se relaciona por una parte con circunstancias personales, sobre las que
podrían arrojar alguna luz los testimonios de sus parientes y amigos»
(Problèmes, págs. 33 y 37).
Ferdinand de Saussure 53

de lingüística general, como sabemos, fue redactado por Bally


y Sechehaye, sobre los apuntes de clase de estudiantes (París
y Lausana, Payot, 1916). Finalmente, se han encontrado 18
cuadernos de trabajos sobre la mitología de los Nibelungen,
y 112 referentes a las investigaciones que Saussure realizaba
en 1906-1909 sobre lo que él llamaba Anagrammes: Staro-
binski acaba de publicar los fragmentos más reveladores
(Les mots sous les mots, Ed. Gallimard, 1971).
La doctrina de Saussure, en 1972, está ampliamente di¬
fundida. Se conoce lo que puede deber al sociologismo am¬
biente, representado principalmente por Durkheim, y a la
psicología colectiva de Tarde. Un joven investigador, Jean
Molino, ha puesto de relieve que está alimentada, más de
lo que podíamos imaginar, por la economía política clá¬
sica suiza de Walras. Se basa en una serie de distinciones,
que han sido achacadas a su «manía dicotómica». Si hay ma¬
nía, Saussure tenía plena conciencia de ello: «El lenguaje,
escribe, es reducible a cinco o seis dualidades o pares de
cosas» (Engler, tomo I, pág. 27).
La primera es la oposición entre todas las instituciones
sociales y la semiología, siendo concebida la misma semio¬
logía también como una serie de instituciones sociales, el
conjunto de todos los sistemas de signos, producto de la
facultad universal de comunicar. Lo original consiste aquí
en resaltar, a la vez, aquello que todas estas instituciones
tienen de semejante, como lo hace Durkheim, y aquello que
los sistemas de signos tienen de específico. Es esta una actitud
excepcional en el sociologismo científico de entonces.
La segunda oposición se realiza entre la semiología y el
lenguaje, concebido este como la totalidad de los puntos de
vista (filosóficos, sociológicos, psicológicos, fisiológicos, etc.)
en los que legítimamente podemos situarnos para estudiar en
los hombres la facultad de hablar.
54 Lingüística del siglo XX

La tercera dicotomía opone al lenguaje en general cada


una de las lenguas humanas en particular. Cada herramienta
lingüística, a su vez, se halla caracterizada por la oposición
entre la lengua propiamente dicha, el tesoro de unidades y
reglas reducidas a sistema, que son propias de la comunidad
de los hablantes, y el habla, hecho individual, realización
variable con cada hablante dentro de los límites de la inter¬
comprensión. La lingüística es el estudio de la lengua, no el
del habla.
En la lengua misma, se ha de distinguir los agrupamientos
in absentia, las clases de unidades disponibles en la memoria
(constituyendo cada una de estas clases un eje paradigmá¬
tico) y los grupos in praesentia en la cadena (eje sintagmá¬
tico). Pero la lengua debe ser estudiada según dos puntos de
vista opuestos. Sea un estado de lengua considerado estable,
en un punto dado del tiempo: tiene lugar, entonces, la lin¬
güística sincrónica en la que funciona, por ejemplo, el para¬
digma je suis, tu es, il est, nous sommes, vous êtes, ils sont,
etcétera. Sea una sucesión de estados históricos, con su
evolución, sus cambios en el transcurso del tiempo: se trata
de la lingüística diacrónica, que explica cómo se ha pasado
del indoeuropeo esti~onti al alemán ist~sind, al latín
est ~ sunt, y de éste al francés est ~ sont, etc.
Entre estas dualidades, la que constituye el signo lin¬
güístico ocupa un lugar privilegiado. Definido como arbitra¬
rio, lineal y discreto, el signo es la unión de un significante
(la imagen acústica de su cara fónica) y de un significado
(el concepto, la clase de realidades no lingüísticas a que re¬
mite). En la teoría de Saussure, la arbitrariedad del signo
impone la noción de sistema, y por consiguiente la de lengua
opuesta a habla, además la de sincronía y diacronía —del
mismo modo que impone también la oposición entre ins¬
tituciones sociales en general e instituciones semiológicas
Ferdinand de Saussure 55

en particular, y la oposición entre símbolo y signo. Por tanto,


epistemológicamente, ésta es la noción central.
En otra dicotomía, claramente formulada al menos una
vez, y a la que Hjelmslev ha dado una importancia consi¬
derable, excesiva en numerosos aspectos, Saussure afirma
que la lengua es forma pero no sustancia2 (Cours, págs. 157,
169) y que todas las unidades que constituyen el sistema
de la misma son valores oponibles, es decir, que sólo fun¬
cionan como señales lingüísticas por aquello que las distin¬
gue unas de otras. En la lengua, escribe en este sentido, no
hay más que diferencias. Pero no ha llegado nunca a
señalar claramente en qué se diferencia la imagen acústica
de los sonidos en la mente, que no es más que la suma de
un número limitado de elementos distintivos (Cours, pág. 32),
de la sustancia material de los sonidos, con su infinidad de
movimientos musculares. Precursor de la fonología de Praga,
no llega a la definición clara, operante, funcional del con¬
cepto de fonema.
A pesar de la circunstancia desfavorable que hubiera po¬
dido constituir la Primera Guerra Mundial, el Curso de lin¬
güística general no pasó, ni mucho menos, desapercibido en
1916. Prácticamente todos los grandes lingüistas de la época,
y también otros menos célebres, lo reseñaron: Meillet (1916
y 1917), Grammont (1917), Jespersen (1917), Sechehaye (1917),
Marouzeau (1923), Bloomfield (1924). Pero la mayor parte
de estas reseñas son esencialmente críticas. Juzgan el libro
en función de las ideas al uso en aquella época —compara-
tismo, lingüística histórica, psicologismo— y pasan por alto,

2 De hecho, a diferencia de Hjelmslev, supone siempre que la


lengua está encarnada en una sustancia (salvo en las fórmulas de
las págs. 157 y 169) pero no está contenida en esta sustancia única:
ni es inimaginable otra sustancia (Cours, pág. 26: «La cuestión del
aparato vocal es, por tanto, secundaria en el problema del lenguaje»).
56 Lingüística del siglo XX

generalmente, todo lo que constituye el valor innovador de


la obra.
Con motivo de un intercambio de opiniones (en 1967), sobre
este problema del destino de Saussure, Tullio de Mauro afir¬
maba que «si el Curso no hubiera sido abordado en 1928-
1929 por los pragueses —quienes estaban convencidos de
habérselas con un texto sagrado, porque ignoraban que en
realidad ya nadie leía el libro, enterrado bajo una masa de
recensiones negativas— actualmente no lo leeríamos, como
no leemos a Noreen, Marty o Kruszevski, que seguían exac¬
tamente los mismos caminos que Saussure». De hecho, aña¬
día De Mauro, «fueron los pragueses (Jakobson y Trubetz-
koy) quienes de nuevo han puesto el Curso en circulación,
como texto teórico fundamental». Se puede suscribir esta
opinión, aunque esté muy poco matizada, pues el Curso se¬
guía siendo una lectura recomendada en Francia entre 1920
y 1930, antes de la influencia de Praga. Pero esta lectura sur¬
tió poco efecto, salvo sobre algún lingüista como Martinet.
Aun cuando en la lingüística occidental se puede adver¬
tir, en Trubetzkoy principalmente, el cuidado de escudarse
bajo la autoridad de Saussure, y el empeño de valorizar la
herencia saussuriana ( sincronía ~diacronía, nociones de opo¬
sición, de valor diferencial, de sistema), no es menos cierto
que Saussure fue entonces subestimado en Francia.
Para darse cuenta de ello, basta con releer lo que Meillet,
el mejor discípulo parisiense de Saussure en los años 1880-
1890, escribió del Curso. En 1913, en una reseña necrológica,
no parece conocer más que las nociones de sincronía y dia-
cronía (Linguistique historique et linguistique générale,
tomo II, pág. 183). Su reseña de 1916 está hecha esencial¬
mente de reservas, sobre la falta, en el Curso, de una lingüís¬
tica del habla o de una gramática de las categorías, sobre la
ilegitimidad de la separación entre sincronía y diacronía.
Ferdinand de Saussure 57

Al lado de los elogios sinceros que se dirigen principal¬


mente a la forma o a determinados detalles, devalúa el Curso
con argumentos que tendrán vigencia durante varios dece¬
nios: que se trata de «el libro que el maestro no había hecho
y no hubiera hecho nunca», que «es [solamente] una redac¬
ción de las ideas [de Saussure] por dos de sus principales
alumnos»; que Saussure «se hubiera negado seguramente
a autorizar que se publicara, mientras él viviera, la redacción
que hubiera hecho [de su curso] uno de sus principales
oyentes»; que no se trata «de una exposición completa», que
las enseñanzas de Saussure están ahí, pero «esquematizadas»;
que era una «osadía» fundir en un todo estas redacciones
diferentes; y que, finalmente, «el libro no es más que la
adaptación de unas enseñanzas orales apresuradas, donde no
se sabe si los detalles criticables provienen del autor o de los
editores». Tantos reparos que manifestaban finalmente gran
sospecha sobre la fidelidad o la autenticidad del texto. En
1924, en el Prefacio al tomo I de Linguistique historique et
linguistique générale, hablando de la necesidad de una gran
obra sobre lingüística general, despacha el Curso en tres
líneas y media. Se trata, según él, de un libro que no aporta
«más que un inicio de orden» en estas materias y después
del cual «queda un gran trabajo por hacer para ordenar los
hechos lingüísticos desde el punto de vista de la lengua mis¬
ma-» (pág. II). La frase testimonia una esencial incapacidad
para leer el Curso en su verdadera riqueza. Y no asombra
que ya en 1936, en el tomo I de la Encyclopédie française,
se limitara Meillet a deslizar el nombre de Saussure en una
lista cualquiera, entre Finck y Von der Gabelentz. Esta acti¬
tud es tanto más llamativa cuando, al mismo tiempo,
Meillet cree descubrir en Gustave Guillaume al gran lingüis¬
ta que va a dar al siglo xx un tratado de lingüística general.
Es llamativo el contraste entre las fórmulas restrictivas sobre
58 Lingüística del siglo XX

Saussure y la ofuscación de Meillet ante Guillaume. Por


ejemplo, en 1933, reseñando el número especial del Journal
de psychologie sobre el lenguaje, dedica cuatro líneas y me¬
dia, simpáticamente neutras, a Trubetzkoy (Pariente, pági¬
na 336), no obstante haber aclamado tan alto sus proposicio¬
nes de La Haya, en 1928; pero a sus ojos el artículo de
Guillaume es el más sobresaliente: «El artículo más signi¬
ficativo [...] es el del sabio independiente, extraordinariamen¬
te original y penetrante, que es M. G. Guillaume. Vuelve de
nuevo, reduciéndolas a sus principios esenciales, a las ideas
que ha expuesto sobre el tiempo y el aspecto. Da a estas
ideas una forma definitiva cuyo alcance hace vislumbrar;
nada más profundo ha sido señalado, hasta el presente, sobre
las categorías propias del verbo y todos los gramáticos de¬
berán imbuirse de la doctrina que M. Guillaume expone con
una claridad asombrosa. Bastaría este artículo por sí solo
para dar un valor único al precioso fascículo aquí anunciado»
(Pariente, pág. 337). En otra ocasión, sobre Temps et verbe,
Meillet se muestra más categórico y más ditirámbico aún:
«La obra penetrante de M. Guillaume sobre el artículo no
ha ejercido la influencia que hubiera debido, ha pasado casi
desapercibida. Es de desear que su nueva obra obtenga un
éxito mayor, pero no nos atrevemos a esperarlo; un pensa¬
miento original e independiente sólo con trabajo logra
imponerse a la atención [...]. Es común el sentimiento de
necesidad de una «gramática general». Pues bien, si debe
constituirse tal disciplina, no parece que pueda lograrse por
un método distinto al que emplea M. Guillaume [...]. Este
libro es sin duda la exposición más apropiada para hacer
comprender lo que F. de Saussure entendía por lengua [...]»
(B.S.L., 31, 1931, fase. 2).
Una vez dado el tono por Meillet, le seguirán todos sus
contemporáneos franceses, menos Marouzeau. Benveniste, su
Ferdinand de Saussure 59

continuador en gramática comparada, no tendrá durante


largo tiempo otra manera de juzgar a Saussure. En un im¬
portante artículo titulado Nature du signe linguistique y
publicado en 1939 en el núm. 1 de Acta Lingüistica, número
programa, hace un gran esfuerzo para mostrar lo que Saussu¬
re había dicho: que es en la relación con el significado donde
radica la arbitrariedad del significante; pero que es necesaria
la unión entre significante y significado para constituir el sig¬
no —una verdad digna de Perogrullo. Por otra parte, Benve-
niste cree en aquel momento que sólo se menciona la arbitra¬
riedad del signo «para decirle adiós» (Problèmes, pág. 52) y
que este carácter arbitrario del signo «es verdadero [...], in¬
cluso demasiado verdadero y por tanto poco instructivo»
(Ibid., pág. 51). La conclusión del artículo, tan incompren¬
siva como el texto, es, en 1939, que «la fecundidad [de Saus¬
sure] radica en engendrar la contradicción que la promueve»,
y que «al restaurar la verdadera naturaleza del signo lin¬
güístico [...] se consolida, por encima de Saussure3, el rigor
del pensamiento saussuriano» (Ibid., pág. 55). En 1954, en
un estimable artículo titulado Tendances récentes en linguis¬
tique générale, aparecido en el Journal de psychologie, Ben-
veniste advierte la «novedad del punto de vista saussuriano»,
pero el Curso es presentado todavía limitativamente, no por
sus novedades sino por sus defectos, como un «libro redacta¬
do siguiendo los apuntes de los alumnos», un «conjunto de
exposiciones geniales», «cada una de las cuales pide una exé-
gesis y algunas de las cuales sirven de pábulo todavía a la
controversia» (Problèmes, págs. 5 y 7). Todavía en 1960, en
un texto sorprendente, declara Benveniste, a propósito de
Vendryés, que «el Langage de éste es entre las obras de esta
época (Jespersen, Sapir [Saussure ni siquiera es nombrado]),

3 En las citas de Benveniste la cursiva es nuestra.


60 Lingüística del siglo XX

la que tiene un horizonte histórico más amplio, la que más


se parece a ese tratado de lingüística que muchos lingüistas
han soñado escribir antes de que este fenómeno, el lenguaje,
les pareciese irreducible a las dimensiones de un libro» (B.S.
L., vol. 55, 1960, fase. 1, págs. 1-9).
Solamente en 1963, reconocía plenamente Benveniste la
importancia histórica, del Curso: es precisamente en Saussu¬
re donde «halla su fuente» la «lingüística renovada» del
siglo xx (Problèmes, pág. 45) —fuente que Benveniste colo¬
caba, todavía en 1954, en el número especial del Journal de
psychologie de 1933.
Estas incomprensiones, que no hemos expuesto aquí por
afán de polémica frente a sabios insignes con quienes tene¬
mos contraídas deudas de gratitud intelectual, plantean, por
su misma existencia, las cuestiones que conviene examinar
ahora: ¿Cómo fue elaborado el Curso de lingüística general?
¿Qué grado de fidelidad poseen los apuntes estudiantiles
que le sirven de base? ¿En qué medida nos han transmitido
Bally y Sechehaye la palabra y el pensamiento de estos apun¬
tes? ¿Podemos estar seguros de conocer la auténtica doctrina
de Saussure?
Como sabemos, el Curso es el resultado de las enseñanzas
dadas en años alternos desde el momento en que Saussure
llega a ser profesor titular, en 1906-1907, 1908-1909, 1910-1911,
y cuyos únicos vestigios son los apuntes de estudiantes. En
efecto, «Saussure destruía sucesivamente [los] borradores
apresurados» sobre los cursos de aquellos años; pero los
editores han encontrado entre sus papeles, y editado, «es¬
bozos muy antiguos» que se remontan a 1894 y aún antes,
que prueban su profundo interés por estos problemas. En
cuanto a la elaboración del libro, Meillet ha recogido, contra
Bally y Sechehaye, únicamente aquellos pasajes donde éstos
nos previenen, por modestia y honestidad, del carácter «in-
Ferdinand de Saussure 61

completo» de la obra, de la dificultad de elegir entre «los


ecos a veces discordantes» y las «formulaciones variables»
del pensamiento de un hombre «que se renovaba constante¬
mente». Subrayan que «el autor [...] tal vez no hubiera
autorizado la publicación de estas páginas». Admiten tam¬
bién que pretenden dar «una síntesis» del pensamiento de
Saussure, mediante «una solución más atrevida» que la que
hubiera consistido en publicar solamente algunos fragmen¬
tos sin retocar, como se les había «sugerido». Pero el Pre¬
facio, del que se han extraído estas citas y que sigue sin ser
leído detenidamente, describía ya suficientemente la base
muy sólida del trabajo de síntesis, «cuadernos muy com¬
pletos» de ocho estudiantes: Caille, Gautier, Regard y Ried-
linger, para los dos primeros cursos; Dégallier, Mme Seche-
haye y Joseph, para el tercero; Brütsch, sobre un punto es¬
pecial —sin contar los apuntes antiguos. Añádase «un trabajo
muy minucioso de cotejo» de los manuscritos, hecho por
Riedlinger, para los dos primeros cursos, y por Sechehaye
(seguramente ayudado por su esposa, oyente asimismo en
aquella época), para el tercero. Actualmente poseemos, gra¬
cias a Engler y su edición crítica, el conjunto de esos treinta
y tres cuadernos, además de una carpeta; en el orden de los
nombres, citados anteriormente: 462 págs., 231 págs., 240 pá¬
ginas, 301 págs., 283 págs., 140 págs., 189 págs. Engler propor¬
ciona también, en unos sesenta pasajes, la posibilidad de ver
actualmente en qué consistió el cotejo de los textos. Desde
este punto de vista, la base del texto publicado en 1916 es
firme, indiscutiblemente.
Pero, ¿podemos estar seguros de la fidelidad de esos
apuntes de estudiantes? En primer lugar, su número propor¬
ciona un elemento de control. Engler ha publicado su tra¬
bajo presentando en cada doble página del libro abierto seis
columnas. La primera contiene el texto de 1916, dividido en
62 Lingüística del siglo XX

3.281 «fragmentos», que no corresponde a una división en


frases sino en ideas distintas, según un análisis de contenido
empírico, que sin ser de un rigor absoluto es suficiente para
su objeto. Las columnas 2, 3 y 4 presentan solamente los
fragmentos de los apuntes (y, evidentemente, no el texto
completo de los cuadernos) que constituyen las fuentes re¬
conocibles de Bally y Sechehaye. Siempre que una sola pala¬
bra o un grupo de palabras son idénticas en el texto de 1916
y en una o varias fuentes van impresas en negrita, materia¬
lizando la fidelidad textual de los editores a los apuntes; esta
parte de negritas podría ser mucho más llamativa aún si
Engler no se hubiera limitado a la identidad gráfica de las
formas: por ejemplo, no tiene en cuenta esta identidad si
las fuentes tienen chimériquement donde el Cours dice chi¬
mérique (pág. 58); o si les langues, en los apuntes, es reem¬
plazado por un pronombre {elles o les) en el Cours. De este
modo podemos constatar, fragmento por fragmento, la fideli¬
dad, substancial y formal, de Bally y Sechehaye a los apun¬
tes de estudiantes. Además, a través de ellos se percibe a
menudo la voz misma, el tono hablado de Saussure, que la
forma escrita adoptada necesariamente por los editores tien¬
de a borrar; se percibe su energía, su vivacidad oral, incluso
sus tics: allí donde el texto (pág. 11) habla de conceptions
erronées, los apuntes (de Riedlinger y Gautier) dicen absur¬
des; donde el texto habla de conséquences importantes (pá¬
gina 104), Constantin y Gautier tenían incalculables', en otro
lugar, importante chapitre (pág. III) del texto proviene de
immense en los apuntes. Incluso cuando los apuntes no coin¬
ciden palabra por palabra, por ejemplo cuando el texto habla
cortésmente de las aberrations de la ortografía (pág. 51)
los apuntes de estudiantes tienen chinoiseries, énormités,
absurdes. Los apuntes conservan las creaciones léxicas es¬
pontáneas que desaparecerán del texto: un constatative (pági-
Ferdinand de Saussure 63

na 118), un inimportant (pág. 112). Hay allí como una auten-


tificación estilística de la toma de apuntes. La práctica asi¬
dua de éstos, como lo vieron con claridad los editores, con¬
duce a una caracterización del estudiante: por ejemplo,
Mme Sechehaye, rápida, sintética, intelectualista; y Joseph
el menos seguro, que extrapola, que sigue mal en los puntos
difíciles, pero más valioso para la libertad de habla de Saus¬
sure (por ejemplo, es el único en escribir fourré donde los
demás tienen mis. ¿No será él quien sigue aquí más de cerca?).
En todo caso, podemos suscribir, en conjunto, la opinión de
Engler sobre «la fidelidad de los apuntes de los alumnos»
y reconocer plenamente con él que son «el testimonio directo
y preciso de la expresión del maestro» (Engler, tomo I, pá¬
gina XI).
Con estos cimientos, absolutamente seguros en líneas
generales, ¿cuál es el valor de lo construido por Bally y Se¬
chehaye? Ciertamente, modificaron mucho la forma y, menos
frecuentemente, la organización de los apuntes sobre los que
trabajaban. La reorganización era necesaria puesto que los
tres cursos habían seguido distinto plan de exposición4. Si
se les puede discutir su elección —redactar su texto «basán¬
dose en el tercer curso»— es preciso admitir que, en esto,
siguen a Saussure, cuyo último curso debía tener un plan
pensado en relación con la experiencia adquirida en los dos
anteriores. Por otra parte, los apuntes de los estudiantes nos
ponen de manifiesto el cuidado que Saussure prestaba al en¬
cadenamiento lógico de sus lecciones. Unas veces indica las
lagunas de un capítulo (Engler, II, 214); otras, anuncia su
método (Ibid., pág. 228), o justifica una vuelta atrás (Ibid.);

4 El análisis de las Sources de Godel, ya iniciado por De Mauro,


permitiría —lo que constituye un problema en sí— señalar perfecta¬
mente la evolución de Saussure de dos en dos años.
64 Lingüística del siglo XX

en ocasiones, se interroga a sí mismo, dudando dónde intro¬


ducir un nuevo desarrollo (Ibid., págs. 174-175).
En cuanto a la forma, ¿en qué consisten las interven¬
ciones de los editores? Manifiestamente, su óptica está
influida, incluso en los detalles, por el deseo de dirigir¬
se a un público amplio y francés. Esto es evidente en de-
tenminadas modificaciones de ejemplos: suprimen una re¬
ferencia al patois de Ginebra (se fâcher>se fâcher [Engler,
II, pág. 210]), incluso reemplazan el expreso de Nápoles (Ried-
linger) o de Berna (Constantin) por el Ginebra-París (Ibid.,
pág. 245). Mitigan la energía de la expresión hablada y tien¬
den siempre a la elegancia académica de la lengua escrita
(modelo 1916). Por eso en lugar de la langue est une machine
(Dégallier, Constantin), el Cours escribe: ...un mécanisme
(pág. 123), o cuando los apuntes dicen que el símbolo de la
justicia no podría ser une voiture, el texto de 1916 escribe:
...un char (pág. 101). Sin embargo, esta censura universi¬
taria no se realiza siempre, y los editores conservan las ex¬
presiones familiares metafóricas de la carte forcée (pá¬
gina 10) o incluso la de la poule qui a couvé un œuf de
canard (pág. 170). Todo esto es pintorescamente venial.
Pero acontece que también debilitan la expresión del
texto más sensiblemente. La bellísima imagen (aunque tal
vez no muy precisa) que opone sincronía y diacronía, como
el navio en un astillero en tierra y el mismo navio aban¬
donado a todos los peligros del mar, desaparece totalmente
para no dejar lugar más que a una langue [...] emportée
par le courant (pág. 111). La alteración es menos admisible
cuando los apuntes hablan, refiriéndose a Francia, de los
États qui essaient d extirper les langues qui ne sont pas celles
de la majorité (Constantin), o toman ciertas mesures contre
les langues des minorités (Gautier), mientras que el Cours,
Ferdinand de Saussure 65

muy diplomáticamente, dice: d’autres, comme la France,


aspirent à l’unité linguistique (pág. 40).
A veces, los editores suprimen cosas y no siempre, a lo que
parece, para abreviar. De este modo, a pesar de Constantin
y Bouchardy, la sociología desaparece del texto, cuando se
trata de saber qué ciencias deberán déterminer la place de
la sémiologie (pág. 49). Se trata a menudo de ejemplos elimi¬
nados porque resultan dudosos (la pronunciación [roa] de
roi, Engler, I, pág. 79), o arcaicos (haubert, héraut, haume,
reemplazados por honte, hache hareng [Cours, pág. 52]), o,
tal vez, juzgados demasiado cultos (percapio>percipio), o
muy numerosos (aunque, a veces, los añaden los editores
mismos: cf. Tisch, al lado de Tügend) (pág. 50).
Por otro lado, no hay que apresurarse a juzgar estas
modificaciones, porque la fórmula o el ejemplo suprimidos
en un determinado lugar, pueden estarlo por razones de
estilo o de equilibrio y reaparecer en otra parte, dando la
falsa impresión de ser inventados. Sería preciso tener com¬
pleto el texto de los apuntes, incluso la estenografía de las
numerosas conversaciones de Saussure con Bally y Sechehaye
para afirmar que un ejemplo citado no es de aquél.
En ocasiones, los editores hacen añadidos al texto de
los apuntes: la pantomima, por ejemplo, no es citada entre
los sistemas semiológicos (pág. 100), pero está totalmente
en línea con el pensamiento de Saussure, y esto mismo es
válido también para las adiciones señaladas por Engler con
la abreviatura «[éd.]». Éstas son bastante numerosas, según
un cálculo aproximado: 44 fragmentos sobre 620 en la Intro¬
ducción del Curso (sin el apéndice), y 99 sobre 1.119 en las
partes primera y segunda —lo que constituye, aproximada¬
mente, el 8% de los fragmentos. Pero estas adiciones son
las más de las veces títulos, subtítulos, referencias a otros
lugares, notas a pie de página; frases de introducción, de

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 5


66 Lingüística del siglo XX

transición, de conclusión; explicaciones, desarrollos total¬


mente conformes con el contexto y con el pensamiento su¬
ficientemente probado de Saussure; o fragmentos cambiados
de lugar, cuyo origen, indicado o no, está en otra parte.
Raros son los errores de lectura o de interpretación: cuan¬
do, a propósito de valeur, cuatro estudiantes oponen capital
y trabajo, puede tratarse de un lapsus de Saussure5 que
éstos no han captado, pero que los editores corrigieron por
trabajo y salario (Engler, II, 177). En un punto, quizá, he
creído sorprender una alteración de la posición de Saussure.
Cuando éste, en la cuestión sobre qué fenómeno es anterior,
la lengua o el habla, concluye (apuntes de tres estudiantes
sobre cuatro) con un peu importe, Bally y Sechehaye no han
podido abstenerse de tomar partido; ahora bien, Saussure
tenía en la mente el problema del origen del lenguaje (apuntes
de tres estudiantes sobre cuatro), mientras que los editores
piensan en la transmisión histórica, sin que su formulación
ambigua descarte el problema del origen: afirman que el
habla es anterior a la lengua (Engler, I, pág. 57). Sea lo que
fuere, esto es insuficiente para acusar a Bally y Sechehaye
de infidelidad al pensamiento de su maestro.
En ocasiones, mejoran la formulación de los apuntes,
incluso en casos en que la unanimidad de éstos demuestra
que la fórmula obscura o mal planteada era del mismo
Saussure. Se sabe que la última frase del Curso, tan frecuen¬
temente citada como frase programa («la lingüística tiene
por único y verdadero objeto a la lengua, considerada en
sí misma y por sí misma»), no está en ninguno de los apun¬
tes conocidos6. Una de las fórmulas epistemológicas más

5 De Mauro es de otro parecer (Corso, pág. 420, n. 166).


6 Pero hay una fórmula parecida en Bopp (1837) y en Meillet (1906).
Véase Mounin, Historia, pág. 184, n. 36, y Meillet, Linguistique histori¬
que et linguistique générale, I, pág. 231.
Ferdinand de Saussure 67

hermosas del Curso («Es más fácil descubrir una verdad


que asignarle el lugar que le corresponde» [en la teoría])
no se encuentra tampoco acuñada en este sentido en los
apuntes (Engler, II, pág. 153). En cuanto a aquella otra que
debió de cautivar a Martinet: «la lengua [...] es el conjunto
de hábitos lingüísticos que permiten a un individuo com¬
prender y hacerse comprender», corresponde en los apuntes
a una línea embrollada sobre la lengua como «nudo psíquico
entre idea y signo» (Engler, II, 172).
Aquí también, podemos adherirnos a los merecidos elo¬
gios que Engler dirige al «admirable trabajo» de Bally y
Sechehaye. En conjunto, han transmitido fielmente la esen¬
cia del pensamiento de Saussure en la medida que podían
documentarlo en 1913-1915. Y no es poco mérito haber sabido
resistir, casi siempre, a la tentación de apartarse, en textos
a veces tan escurridizos, de lo que estaba plenamente fijado.
¿Quiere esto decir que el texto de 1916 transmite una
doctrina indiscutible, intangible? Ciertamente que no. De
Mauro, sin duda actualmente el mayor especialista en materia
de problemas saussurianos, da una larga lista de puntos en
que el texto de Bally y Sechehaye cotejado con los apuntes
puede ser discutido. Se basa principalmente en matices per¬
didos, vacilaciones no conservadas, redacciones un tanto for¬
zadas, modificaciones discutibles, pero también en alteracio¬
nes de fondo bastante graves —más de una veintena—, aun¬
que él mismo admite también que «los casos de errores
propiamente dichos [son] rarísimos» (Corso, pág. 365, n. 13).
Consideremos tres puntos litigiosos: oposición de lengua
y habla, oposición de sincronía y diacronía, noción de fone¬
ma. Gracias a Godel y Engler, hoy podemos intentar una
investigación filológica exhaustiva al respecto.
En cuanto al primer punto, que es donde la doctrina
saussuriana se ha mostrado más frágil, gustaría poder de-
68 Lingüística del siglo XX

mostrar que son Bally y Sechehaye los responsables de esta


sugerencia peligrosa de que habría una «lingüística' del
habla» distinta de la «lingüística de la lengua» —lingüística
del habla que peligraba convertirse en toda suerte de cosas:
fonética, estilística, semántica, psicología, etc. Pero el texto
de los apuntes es en este punto más categórico incluso que
el Curso (que atenúa la afirmación de la posibilidad de una
lingüística del habla, introducida por un à la rigueur que no
está ni en la forma ni en el fondo de los apuntes). Si Bally
y Sechehaye son culpables aquí, es por haber intentado clari¬
ficar y unificar algo que estaba obscuro en Saussure: en
efecto, en dos ocasiones, éste da una definición de la lengua
incompatible con todo lo que dice de ella en general. Ésta
se convierte entonces en «un conjunto de hechos generales
[comunes] a todas las lenguas» (Sechehaye, confirmada por
Dégallier y Joseph, en Engler, I, pág. 65); o también «una
generalización, lo que se considera verdadero para todas las
lenguas» (Sechehaye, confirmada por Joseph y Constantin,
en Engler, II, pág. 158). Sin borrar este disparate, el Cours
sólo hace alusión a ello una vez, bajo tal forma que no cons¬
tituye una definición de la lengua (pág. 44). De Mauro ha
intentado, inútilmente a mi entender, utilizar estos dos frag¬
mentos para explicar la fórmula final del Curso, que hemos
mencionado anteriormente, en el sentido de una lingüística
de las estructuras profundas y de los universales (ver Corso,
pág. 380, n. 56; pág. 391, n. 81; pág. 451, n. 305).
En cambio, sobre la oposición de diacronía y sincronía,
fuente de tantos malentendidos, De Mauro tiene razón en¬
teramente al afirmar que el Curso contenía todas las for¬
mulaciones necesarias para evitar estos malentendidos (Cor¬
so, larga nota 176, págs. 421-424). Tiene también razón cuando
dice que es «increíble que se haya olvidado» lo que Saussure
dice explícitamente sobre el intrincamiento entre sincronía
Ferdinand de Saussure 69

y diacronía, sobre la dificultad epistemológica y metodológi¬


ca de separarlas. No obstante, y respecto al punto esencial,
Saussure habría negado7 que la noción de sistema se aplica
en diacronía, y los apuntes dicen claramente: «Únicamente
lo sincrónico forma un sistema» (Riedlinger, Gautier, Bou-
chardy, Constantin, en Engler, II, pág. 188). Pero De Mauro
señala que se trata, principalmente en Jakobson, de una
lectura rápida, parcial e interesada. El Cours (pág. 121), con¬
firmado por los apuntes (Dégallier, Sechehaye, Joseph, Cons¬
tantin, en Engler, II, pág. 189), plantea toscamente el prin¬
cipio antiteleológico: «La lengua no es un mecanismo creado
y ajustado de acuerdo con los conceptos a expresar». Sin
embargo, ni el Curso ni los apuntes niegan nunca la relación
de los cambios en el sistema, ni la repercusión de estos
cambios particulares sobre la reorganización del mismo
(Cours, págs. 121, 122, 124, 166). A lo sumo, podríamos repro¬
char aquí a Bally y Sechehaye haber debilitado en algunos
lugares, sin nunca hacerla desaparecer, la energía contenida
en las formulaciones de los apuntes, cuando subrayan la exis¬
tencia «de los diferentes factores de alteración, pero de tal
modo mezclados en su efecto, que no es prudente pretender
separarlos ni siquiera inmediatamente» —y cuando dicen que
sólo «provisionalmente renuncia» Saussure a dar cuenta de¬
tallada de los mismos. (Estos textos están en ciertas Notes
del mismo Saussure, que los editores quizá no hayan tenido
a la vista; pero, salvo la fórmula subrayada, tanto su fondo
como su forma están también en Dégallier: Engler, II, pági¬
na 171). Es lástima igualmente que el Curso no haya salvado
esta magnífica fórmula de los apuntes contra la mezcla de
las consideraciones entre sistema sincrónico y cambios dia-

7 Según Jakobson, que se ha escandalizado del antiteleologismo


de Saussure.
70 Lingüística del siglo XX

crónicos: «No se habla con acontecimientos» (Riedlinger,


Bouchardy, Constantin, en Engler, II, pág. 202). Pero sigue
en pie que el texto del Curso, bien leído, bastaba para plan¬
tear correctamente el problema de las relaciones entre sin¬
cronía y diacronía.
El caso del fonema es diferente. Godel (Sources, págs. 113
y 272) y De Mauro (Corso, n. 111, págs. 397-399) han estable¬
cido que, en este punto, Bally y Sechehaye se equivocaron,
confundiendo los términos que Saussure quería distinguir
(reservados fonema, fónico, fonología para la realización
material del habla; designando elementos, unidades irreduci¬
bles las realidades psicológicas, los valores) (véase Engler,
II, pág. 233). Tenemos al menos todos los elementos del
problema, que merecería, sin duda, una más larga discusión
de lo que creen Godel y De Mauro, persuadidos de que el
concepto de fonema está totalmente claro en Saussure. Como
hemos dicho, Saussure no facilitaba el trabajo de los edi¬
tores, porque de hecho nunca llegó a esclarecer mediante
qué procedimientos (salvo el recurso a la escritura o al senti¬
miento del hablante) podía identificar y definir el pequeño
número de rasgos que constituyen las diferencias entre uni¬
dades irreducibles, por oposición a la infinidad de los movi¬
mientos musculares que constituyen sus realizaciones fó¬
nicas.
Grosso modo, como se habrá visto por estos tres grandes
ejemplos, Bally y Sechehaye son a menudo poco firmes
donde ya lo era también Saussure. Pero esto no interrumpe
las grandes líneas de la enseñanza saussuriana, de la que se
puede pensar que ha sido correctamente transmitida desde
1916. De Mauro, siempre admirable cuando establece filológica¬
mente la lectura de los apuntes, más de una vez corre el
riesgo de pasar de esta lectura filológica segura a la herme¬
néutica, a las interpretaciones personales, que describen más
Ferdinand de Saussure 71

lo que él ha captado de Saussure que a Saussure mismo.


Tropieza paradójicamente en el mismo obstáculo que Bally
y Sechehaye: construye, por un afán racionalista filosófico,
un Saussure más acabado y más coherente que el verdadero
—del mismo modo que aquéllos habían intentado inmovilizar
un pensamiento inacabado en una «forma definitiva», persua¬
didos de que todo lo que Saussure tenía que decir estaba
contenido lógicamente en lo que había dicho, de igual manera
que la encina está contenida en la bellota.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Como siempre, se podrá consultar a Leroy, Malmberg y Lepschy.


Pero la fuente biográfica y bibliográfica más completa sobre Saussure
está en el Corso de Tullio de Mauro (véase edición crítica del Cours,
trad. francesa, Payot, 1972). Véase G. Mounin, Saussure, Éd. Seghers,
1968 (versión española, Barcelona, Anagrama, 1971). Ver también la co¬
lección Cahiers F. de Saussure (se encontrarán allí especialmente dos
notas necrológicas, en el núm. 6, 1946-1947, sobre Bally, págs. 47-62, y
sobre Sechehaye, págs. 62-67). Sobre la Escuela de Ginebra en general,
ver Robert Godel, L'École saussurienne de Genève, en Trends of Euro-
pean and American Linguistics, Amberes, Ed. Spectrum, 1961, págs. 294-
299. Para Saussure y la economía política, véase Jean Molino, Linguis¬
tique et économie politique: sur un modèle épistémologique du «Cours»
de Saussure, en L'âge de la science, 1969, vol. II, núm. 4, págs. 335-
349. No hay nada que decir aquí sobre los anagramas saussurianos,
investigación desencaminada, pero donde la crítica formalista actual,
lingüísticamente mal preparada, cree ver una «segunda revolución
saussuriana» y un «descubrimiento de primera magnitud». Asombra
que Starobinski, que tanto multiplica a este respecto las prudencias
y las reticencias, se arroje a decir que en el anagrama podría verse
«un aspecto del proceso del habla», y la prueba de que tras «de cada
frase se disimula el rumor múltiple del que se ha apartado para
aislarse ante nosotros en su individualidad» (Op. cit., págs. 153-154).
Véase, sobre esto, G. Mounin, Les Anagrammes de Saussure, en Studi
Saussuriani par Robert Godel, Bolonia, Ed. II Mulino, 1974, págs. 235-
241.
OTTO JESPERSEN

Otto Jespersen (1860-1943) es en cierta manera un auto¬


didacto, cosa no rara en lingüística. Tras una formación se¬
cundaria y clásica y tras estudios de derecho, será pri¬
meramente estenógrafo en la Cámara de Diputados de Dina¬
marca, lo que le condujo a interesarse por la fonética, a
través del primer gran tratado aparecido sobre esta materia
que, en 1876, acababa de publicar Edward Sievers (pero él,
desde su infancia, estaba apasionado por los trabajos de
Rask); y más tarde a través de los trabajos de la escuela
inglesa de Henry Sweet, con quien estaba en relación desde
antes de 1888 (al igual que con Paul Passy) para la elabora¬
ción del Alfabeto Fonético Internacional —que no con¬
seguirá, sin embargo, su adhesión—. Estudia entonces tam¬
bién en París, Berlín, Leipzig y Londres. Y sus primeros tra¬
bajos —Fonetik, Copenhague, 1897-1899; Lehrbuch der Phone-
tik, Berlin-Leipzig, 1904; Phonetische Grundfragen, Leipzig,
1904, traducción alemana de la precedente; Elementarbuch
der Phonetik, Copenhague, 1912— dan fe de esta orientación
inicial.
A partir de 1891-1893, sin duda porque K. Nyrop está a
punto de convertirse en el especialista de francés en Dinamar¬
ca, y le impide de este modo el paso en una carrera comenzada
en esta lengua en 1887, se inclina hacia el estudio del inglés
Otto Jespersen 73

y de la lingüística histórica inglesa. Desempeñará la cátedra


de inglés en Copenhague de 1893 a 1925, fecha en que decide
dejar el puesto a los más jóvenes. Publica su monumental
Modem English Grammar on Histórical Principies, 3 partes,
7 volúmenes, Copenhague, 1909-1949, cuya esencia está re¬
sumida en una pequeña obra titulada Growth and Structure
of the English Language (Leipzig, 1905; 9.a ed. en 1938). Está
preocupado por la enseñanza de idiomas y publica con este
fin How to Teach a Foreign Language (trad. ingl., Londres,
1904, reeditada 5 ó 6 veces; trad. ital.: Come insegnare una
lingua straniera, Florencia, 1953). Es también uno de los
promotores del grupo pedagógico que hacia 1890 creó el
método directo en la enseñanza de idiomas. Además, al
igual que determinado número de los más grandes lingüistas
y lógicos de su generación, Jespersen se interesa también
por el problema de las lenguas universales auxiliares e in¬
venta una de ellas, el novial (véase An International Language,
Londres, 1928; Novial Lexike, Londres, 1930).
Había sido conducido a ello más que nada por su gusto
por la lógica y por una de sus teorías más antiguas y más
fijas en él: en primer lugar, la idea de que se puede evaluar
la perfección intrínseca de una lengua, como expresión del
pensamiento, comparando el rendimiento de la intercompren¬
sión con la economía de las formas; después, la idea de que,
compensativamente, tanto para una lengua determinada
como para todas las lenguas, el conjunto de los cambios
positivos desde este punto de vista supera al de los cambios
negativos; y, entre estos «progresos», enumera los más uni¬
versalmente constatados, según él: la progresiva simplifica¬
ción del acento musical, la abreviación de los significantes,
el desarrollo de las estructuras analíticas, es decir, no flexio¬
nales; la libertad sintáctica, la regularización de formas
por la analogía, los progresos en la precisión y abstracción
74 Lingüística del siglo XX

a expensas del color concreto de las palabras (Progress in


Language, with Spécial Reference to English, Londres, Swan
and Sonnenschein, 1894, cap. IX, págs. 328-365). Martinet ha
visto certeramente que este rasgo, que actualmente podría
parecemos la señal de una tendencia utópica en su autor, se
explica muy concretamente, por el contrario, como una lucha
enardecida de la época contra el mito propagado por la gra¬
mática comparada alemana: que la edad de oro de la per¬
fección de las lenguas se situaba siempre en la cima de su
prehistoria, y que su historia es siempre la de la decadencia
de sus formas y de sus estructuras (Word Study, pág. 1).
En lingüística general, no es fácil limitarlo a una obra
única. Tenemos de él una Philosophy of Grammar, Londres,
Alien and Unwin, 1924; un volumen titulado Mankind, Nation
and Individual from a Linguistic Point of View, Oslo, 1925;
una Analytic Syntax, Copenhague, 1937, y un volumen de Se-
lected Papers, titulado Lingüistica, Copenhague, 1935, que
reproduce particularmente la reseña que había publicado en
1917 en Nordsk Tidsskrift for Filologi sobre el Curso de
Saussure. Pero, aunque sea anterior a las obras que acaba¬
mos de citar, existe el gran tratado que los nutre y re¬
sume a todos: Language, its Nature, Development and Origin,
Londres, Alien and Unwin, 1922 (en adelante: L.N.D.O.).
No son ciertamente sus aspectos heterodoxos, su pasión
por demostrar que la evolución camina hacia un progreso,
lento pero continuo, de estilo darwiniano mediante la selec¬
ción de las formas lingüísticas más aptas, o su fe en una
lengua internacional artificial, las causas de su actual supervi¬
vencia. Observemos, sin embargo, que su influencia es real
sobre la actitud activa de los países escandinavos en materia
de planificación lingüística, es decir, la consciente intervención
para mejorar una herramienta lingüística nacional (Martinet,
art. cit., pág. 2). Si sigue siendo un gran fonetista, no es
Otto Jespersen 75

porque sea responsable en este dominio de una narrow


transcription (transcripción exhaustiva de todos los caracte¬
res fonéticos de un sonido), apreciada por Bloomfield y de¬
nominada «notación analfabética», sistema distinto del A.
F. I., que es una broad transcription: esto no afecta estricta¬
mente más que a los especialistas y a la historia de la foné¬
tica. Lo mismo sucede con sus méritos como anglicista.
En lingüística general, no carece de aspectos originales.
Es el hombre de un determinado número de llamativas
discrepancias con las ideas de su época. Atacó los resultados
propuestos por el abate Rousselot en sus Principes de Pho¬
nétique expérimentale (1897-1901). Criticó vivamente a los
neogramáticos en lo relativo a su tesis fundamental, sobre
las causas de las famosas leyes del cambio fonético. Es
también, en no menor grado, adversario de la teoría de los
sustratos que opone a la de los neogramáticos la idea de
que numerosos cambios fonéticos en una lengua invasora
se explican por influencia de la lengua invadida (por ejemplo,
el hecho de que las palabras latinas con / inicial, como filius,
pierden esta / por una h en español: hijo se explicaría por
el influjo subyacente de la lengua ibera).
Pero principalmente chocó, con más fuerza que éxito
esta vez, con el Curso de Saussure. Aunque admite que el
factor descriptivo del estudio de una lengua —la sincro¬
nía— tiene derecho de ciudadanía en la ciencia del lenguaje
por la misma razón que el factor del estudio histórico —la
diacronía—, no admite la separación de ambos factores,
lo mismo que Whitney, Meillet, Marcel Cohen y muchos
otros (cf. G. Mounin, Saussure, Seghers, 1968, págs. 41-49).
Y esto con el pretexto de que el conocimiento del pasado de
una lengua ilumina (para el lingüista) las causas de su es¬
tructura y de su funcionamiento actuales: «Me esforzaré en
este volumen [escribe en la pág. 1 de Growth and Structure,
76 Lingüística del siglo XX

al resumir los principios de su Modem English Grammar


on Histórical Principies; y la insistencia de los títulos es
significativa] por caracterizar las particularidades esencia¬
les de la lengua inglesa, y por explicar el desarrollo al igual
que la significación de esas particularidades de su estructura
que tienen una importancia permanente [a través de los
siglos]. Las etapas antiguas de la historia, por interesante
que sea su estudio, serán consideradas únicamente en la me¬
dida en que iluminen, ya directamente, ya por vía de con¬
traste, los caracteres principales del inglés de hoy». A pesar
de toda la sutileza de tal formulación, esto significaba sos¬
layar el revolucionario carácter epistemológico y metodo¬
lógico de la dicotomía saussuriana (no obstante la insistencia
de Saussure en prevenir estos malentendidos, especialmente,
Cours, pág. 135).
Jespersen discute también, más indirectamente, la arbi¬
trariedad del signo, al dedicar todo un capítulo de su trata¬
do (XX, págs. 396-411) a los problemas del sound symbolism,
es decir, del simbolismo fonético. Ningún lector anglosajón se
engaña sobre la significación teórica y polémica de este
capítulo, probablemente porque el fenómeno es muy percep¬
tible en inglés. Bloomfield mismo habla, aunque muy pru¬
dentemente, de «semejanzas fonético-simbólicas», de «conno¬
taciones de intensidad simbólica» y más exactamente de
«tipos simbólicos ingleses» —que no son necesariamente
simbólicos en otras partes; así la serie what, when, where,
which, why, who, whither. Dedica cuatro páginas a estos fenó¬
menos limitados (Language, págs. 227-230), los cuales, más
que contradecir, restringen muy marginalmente la arbitrarie¬
dad del signo, al que, por otra parte, Bloomfield no parece
conceder mayor importancia, dando la impresión aparente¬
mente de que la cosa no ofrecía dificultad para él.
Otto Jespersen 77

Jespersen mismo, cita con aprobación a Humboldt, quien


formulaba que «el lenguaje determinó designar los objetos
mediante ciertos sonidos que, parcialmente en sí mismos y
en gran parte por comparación con otros, producen en el
oído humano una impresión semejante al efecto del objeto
sobre la mente: así, stehen, statig, starr, dan la impresión de
estabilidad. Jespersen es demasiado lingüista para no delimi¬
tar con más firmeza que Humboldt la amplitud del fenómeno,
y añade en seguida que «sería absurdo mantener que todas
las palabras en todas las épocas y en todas las lenguas tienen
una significación que corresponde exactamente a su sonori¬
dad, teniendo, a su vez, cada sonoridad, una significación
definitivamente definida» (L.N.D.O., pág. 397). Precisa clara¬
mente que «hay algo así como un simbolismo sonoro en de¬
terminadas palabras [solamente]» (Ibid.), que «ninguna len¬
gua utiliza el simbolismo fonético al máximo» {Ibid., págs. 406-
408) y que «corresponderá a los lingüistas futuros decir en
qué dominios es posible este simbolismo fonético y qué soni¬
dos pueden [manifestarlo]» {Ibid., pág. 398). Reconoce, igual
que el mismo Humboldt, que aquí se trata principalmente de
una hipótesis sobre el origen del lenguaje, y que «palabras que
han sido expresivas pueden dejar de serlo» (págs. 397 y 406-
408). Pero a quienes, como ya anteriormente Whitney, ob¬
jetan con firmeza que aquí sólo se trata de un epifenómeno
sin medida común con la generalidad de lo arbitrario del
signo, opone «el sentimiento intuitivo que tenemos sobre
esto» (págs. 397-398): está convencido de que jouet con su
f inicial, es menos expresivo que whip, con su p final. Multi¬
plica principalmente, págs. 399-411, los análisis que él con¬
sidera reveladores: por ejemplo, que las vocales breves tien¬
den a simbolizar las cosas pequeñas, como en Utile, petit, pic¬
colo, kid, Kind (a pesar de la presencia, al lado de éstos, de
big, thick, etc., págs. 402-403 y 406). Sobre este punto, pode-
78 Lingüística del siglo XX

mos continuar creyendo que fue Maurice Grammont quien


formuló más científicamente la naturaleza, la dimensión, el
mecanismo psicológico y cultural, tanto como fisiológico, de
los hechos de simbolismo fónico: «Lo que se ha dicho a pro¬
pósito de las vocales, escribe, se repetirá sobre las consonan¬
tes: el valor que se les ha atribuido aquí y que sólo tienen
en potencia no se hace realidad más que si la significación
de la palabra en que se encuentran se presta a ello» (Traité
de phonétique, pág. 395). En inglés gleam, glimmer, glitter,
gloom, glamour pueden sugerir a los anglófonos una asocia¬
ción entre gl y «luz» pero ¿qué ocurre en francés con glai¬
reux, gluant, glacé, globuleux, glissant, glouton, glander, la
saint glin-glin?
Finalmente, en el debate suscitado por la dicotomía saus-
suriana entre lengua y habla —la más discutible— Jespersen
optó por poner el acento sobre el individuo, es decir, sobre
el habla, en lo que concierne «a las relaciones entre el indivi¬
duo y la comunidad lingüística» (éste es el título de un
artículo suyo publicado en francés en el Journal de psycho¬
logie, 1927); sobre el hecho de que el dato observable es
primera y únicamente el habla del individuo; que el niño
aprende a hablar de un individuo o de varios individuos que
hablan unos después de otros —pero de ningún modo de la
comunidad en cuanto tal—, y que cada cambio en la lengua
tiene su origen en un individuo determinado; en una pala¬
bra, que la lengua saussuriana definida como un «promedio»
no existe para los hablantes, «sino únicamente en el pensa¬
miento del teórico». Cosas todas que, a excepción de la últi¬
ma, Saussure había visto y dicho expresamente (cf. Cours,
págs. 138 y 230, por ej.; cf. G. Mounin, Saussure, Seghers,
1968, págs. 34-41) y que no dañan a la validez del concepto de
lengua: ésta es una realidad abstracta, es verdad, pero está
Otto Jespersen 79

presente incluso en los hábitos que constituyen el sistema


utilizado por el hablante individual.
Sobre todos estos puntos referentes a Saussure, De Mau¬
ro tiene razón al hablar de las «incomprensiones evidentes»
de Jespersen (Corso, pág. 345). Aquí lo mismo que en otras
ocasiones, éste se muestra como una inteligencia amplia y
vigorosa, rica, pero tal vez inconexa, zarandeada en el mo¬
mento de la elaboración teórica, al parecer, por todas las ten¬
dencias de la época: el historicismo triunfante, el psicologis-
mo arrollador, el sociologismo incipiente. Nunca se encuen¬
tra nada inadecuado en la materialidad de sus objeciones,
pero podemos repetir a este respecto la observación tan pro¬
funda de Saussure «a menudo, es más fácil descubrir una
verdad que asignarle el lugar que le corresponde» [en el sis¬
tema del conocimiento formado por una teoría] (Cours,
pág. 100). La historia real y concreta de estas incomprensio¬
nes entre sabios como Jespersen y Saussure, que presiden
la producción o la orientación de una época, está todavía
por escribir.
Jespersen tiene también, ciertamente, otras razones para
sobrevivir en la cultura y en la reflexión de los lingüistas.
Se puede afirmar que ocupa legítimamente un puesto entre
los precursores del concepto científico de fonema. Siendo
verdad que, en esto sigue a su maestro Sweet, desde 1904
enseña a distinguir perfectamente dos casos: aquel en que
dos sonidos fonéticamente muy cercanos sirven para opo¬
ner significaciones (por ejemplo, /o/, o abierta, y /o/, o ce¬
rrada, distinguen en francés mort y maure: son dos fonemas
diferentes) y el caso en que dos sonidos, incluso fonética¬
mente bastante diferentes, no tienen esta función distintiva
(por ejemplo, en español la [<J] oclusiva de fonda y la [5]
espirante de nada pronunciada (nada), casi como en inglés
neither; no hay aquí más que dos variantes combinatorias
80 Lingüística del siglo XX

del fonema español /d/). Pero Trubetzkoy, sin duda, tiene


razón al decir que a propósito de esto ni Sweet ni Jespersen
«se han dado cuenta de todo el alcance de este principio»
y al añadir que «sin obtener de este principio ninguna con¬
secuencia metodológica, estos dos sabios continuaron estu¬
diando todos los sonidos y todas las oposiciones fónicas
según los mismos métodos puramente fonéticos» [que los
fonetistas que les precedieron] (La phonologie actuelle, pági¬
na 143; también pág. 151, n. 11). Porque el mismo Trubetzkoy
supo obtener todas estas consecuencias, nos damos hoy cuen¬
ta de lo próximo que estaba Jespersen —precursor a posterio¬
ri para nosotros— del descubrimiento de una teoría precisa
de los sonidos lingüísticos, descubrimiento que no llegó a
realizar.
Nada de todo esto, que da cuenta del lugar de Jespersen
en una historia de la lingüística, explicaría, sin embargo,
eso que se puede llamar su supervivencia, incluso su actua¬
lidad —el hecho, por ejemplo, de que actualmente incluso
más de un gran lingüista como André Martinet, aconseje
todavía el tratado de Jespersen entre las lecturas activas
iniciales y fundamentales para el joven lingüista (Éléments
de linguistique générale, 2.a ed., pág. 209). Además de que
«nos informa útilmente sobre la historia de la lingüística»
—lo que era verdad hasta hacia 1960, con el centenar de
páginas que le dedica, casi la cuarta parte del volumen—,
Martinet llama la atención del lector sobre otro aspecto,
olvidado, de la obra, el puesto de consideración que Jesper¬
sen ha otorgado al problema del «aprendizaje de la lengua
por el niño»: constituye otra cuarta parte del tratado, que
invita todavía a su lectura, con una investigación, asombrosa
para su época, sobre la comunicación con y entre los «niños-
lobo».
Otto Jespersen 81

Pero podemos pensar también que lo que Jespersen ha


dicho sobre la sintaxis no ha agotado todas sus virtudes de
estimulación: profundamente imbuido de toda una tradi¬
ción danesa, en la que las relaciones entre lógica y lingüística
han sido siempre estrechas, había pensado titular Logic of
Grammar a su Philosophy of Grammar: no obstante, no
radica en esto lo que tiene de esencial. Su concepto de nexus,
que algunos africanistas han vuelto modernamente a emplear
como instrumento descriptivo, no añade quizá nada más que
un término esotérico a la noción del núcleo predicativo, o
de enunciado mínimo, o de oración-núcleo (terminología,
como se ve, ya demasiado abundante). Es ésta una noción
que Jespersen engloba además con otras en este lugar, lo que
hace que el concepto resulte bastante confuso. Lo que él
denomina ranks, en sintaxis, prefigura las nociones de
función primaria y función no primaria —pues es preciso
subrayar que su descripción sintáctica distingue siempre
entre función y forma. Su noción de shifters, también muy
original y que toma de Sweet, señala las clases de palabras
cuyo sentido varía con la situación: entendía por esto pala¬
bras como papá, mamá, todos los pronombres personales y
también palabras como aquí, ahora, ayer, etc. Se conoce el
realce que Jakobson ha querido dar a este concepto (tra¬
ducido al francés por Ruwet con el término embrayeurs
—conectadores—), no sin oscurecerlo sensiblemente. El pro¬
blema suscitado por Jespersen sigue vigente en su plantea¬
miento, que por lo demás es correcto.
Martinet subraya también uno de los legados menos rei¬
vindicados por los seguidores de Jespersen, y, sin embargo,
uno de los más valiosos: el de sus ideas sobre los mecanismos
de evolución lingüística que llamamos actualmente análisis
diacrónico estructural. «Desde los años 80 del siglo pasado,
observa, tres notables fonetistas a quienes unían lazos de es-

LINGÜlSTICA DEL S. XX. — 6


82 Lingüística del siglo XX

tima y amistad, el inglés Henry Sweet, el danés Otto Jesper-


sen y el francés Paul Passy, compartían en lo relativo a la
naturaleza de los cambios fonéticos un conjunto de puntos
de vista ampliamente coincidentes con los de los diacronis-
tas de nuestros días. No es necesario insistir aquí sobre la
originalidad de las aportaciones científicas de Jespersen, uno
de los lingüistas a destacar en la primera mitad del siglo, o
de las de Sweet, desconocido en vida pero ampliamente
reivindicado después» (Économie des changements phonéti¬
ques, pág. 42).
Después de haber definido la originalidad de dichos puntos
de vista —que son exactamente los actuales sobre la lucha
entre la ley del menor esfuerzo en el hablante (punto que
Jespersen hereda de una tradición danesa que se remonta
a los años 1830 con Rapp y Bredsdorff) y sobre la necesidad
de conservar para el oyente la intercomprensión—, Martinet
concluye con esta observación que merece, más que nunca,
ser meditada: «Lo único que se puede reprochar a estas
pocas frases [de Passy] es su simplicidad y transparencia
que, liberando de todo esfuerzo la mente del lector, tienden
a hacerle creer que se le presentan banalidades. Se puede
decir, sin ironía, que la difusión de las ideas de Passy [y
sobre esto, también las de Jespersen] se ha visto entorpecida
por la claridad de su exposición» (Ibid., pág. 44).
Sobre Jespersen mismo, la conclusión de Martinet cons¬
tituye a la vez un encomiable testimonio de gratitud cien¬
tífica —rara avis fuera de las notas necrológicas, donde el
elogio es obligatorio— y de lucidez en la evaluación histórica:
«Se podrá encontrar extraño, continúa, que estas ideas, com¬
partidas por tres lumbreras en tres países diferentes, no
hayan tenido un eco mayor. Se las encuentra de nuevo en
Otto Jespersen (cfr. por ejemplo, L.N.D.O., caps. XIV y XV),
Otto Jespersen 83

aquel de los tres cuya influencia ha sido más amplia, bastan¬


te desarrolladas, aplicadas al detalle de casos concretos, y
con interesantes comentarios. Es aquí más bien que en los
escritos propiamente fonológicos, donde el autor de estas
líneas [A. Martinet] ha adquirido conocimiento de ellas [...]
Actualmente, cuando hemos avanzado un poco más, se com¬
prende el motivo por el cual estas ideas no llamaron más
la atención de sus contemporáneos y no les incitaron a in¬
tentar una aplicación generalizada a los problemas de evolu¬
ción fónica aún pendientes: completadas con las tesis estruc¬
turales y la enseñanza referente a la asimetría de los órga¬
nos, a menudo permiten presentar un cuadro bastante com¬
pleto de la causalidad de extensos cambios; por sí solas,
casi no pasarían de resolver determinadas cuestiones de
detalle y replantear correctamente determinados problemas»
(Économie, pág. 44).
Hjelmslev, que lo conoció perfectamente, parece haber
captado uno de los aspectos que, tal vez, explican la singular
situación de Jespersen en la lingüística de su tiempo, y en
la nuestra —pues querer reducir toda la producción intelec¬
tual de un investigador a los condicionamientos ideológicos
de su época y de su ambiente no sería, aunque muy sutil,
más que un sociologismo vulgar, un tainismo perfeccionado
y teñido de marxismo estricto. «Jespersen, escribe Hjelmslev,
era por naturaleza un individualista, solitario, aislado, y las
únicas influencias que verdaderamente soportó fueron las
de su primera juventud. Jespersen continuó siendo siempre
el que había sido al principio; en su radicalismo había un
rasgo conservador; en cierta medida, tendía a considerar
como definitivos los puntos de vista adoptados por su gene¬
ración, y los resultados que había deducido de los mismos,
y a desdeñar los nuevos progresos teóricos, no viendo en
ellos más que una repetición de lo que otros habían pensado
84 Lingüística del siglo XX

y escrito hacía mucho tiempo [...]. De una manera general,


añade, podemos sorprendernos por el hecho de que Jesper-
sen no ha adoptado casi nunca los puntos de vista esgrimidos
por otros, incluso en los casos en que están muy cerca de
los suyos y parecen aptos para corroborarlos» (Acta lingüisti¬
ca, págs. 129-130). Aunque Hjelmslev piense muy mucho
en sí mismo al escribir estas líneas, tenemos aquí un retrato
científico esbozado con bastante exactitud, ante el cual todo
investigador y todo enseñante puede todavía reflexionar largo
y tendido.

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA

Hay poco que espigar sobre Jespersen en las historias de la lin¬


güística, salvo en Malmberg y Bolelli, Bergsveinsson (Phonetica, vol. 6,
1961, núms. 3-4, págs. 129-136) no aporta casi nada. Afortunadamente,
la semblanza de Niels Haislund, reproducida en Portraits, 2, págs. 148-
157, es un modelo biográfico y bibliográfico. Casi nada de su obra es
accesible, a no ser su reseña del Curso de Saussure, traducida al
francés en Lingüistica, 1933; el artículo citado, L’individu et la com¬
munauté linguistique, en Journal de psychologie, 1927, págs. 573 y sigs.;
y algunos fragmentos de L.N.D.O., traducidos en André Jacob, Points
de vue sur le langage, Paris, Klincksieck, 1969, págs. 498499 h El texto
de Trubetzkoy aparecido en el Journal de psychologie, número espe¬
cial de enero-abril de 1933, ha sido reeditado por J.-C. Pariente en
Essais sur le langage, Paris, Éditions de Minuit, 1969, págs. 143-164.
El de Jakobson sobre los shifters está en sus Essais de linguistique
générale, Éditions de Minuit, 1963, págs. 176-196. Para el juicio de
Martinet, ver Économie des changements phonétiques, Berna, Francke,
1955 (version española de Alfredo de la Fuente Herranz, Economía de

1 Éditions de Minuit acaba de publicar la Syntaxe analytique,


trad. por A. M. Léonard, 1971. En esta obra se encontrará un original
intento de crear una representación algebraica de la sintaxis.
Otto Jespersen 85
los cambios fonéticos, Madrid, Gredos, 1974), y el breve artículo, muy
rico y siempre sugerente de Word Study, XXVIII, 5 de mayo de 1953,
págs. 1-3. Las doce páginas que le dedicó Hjelmslev: Nécrologie.
Otto Jespersen, en Acta Lingüistica, III, 2-3, 1942-1943, págs. 119-130,
siguen siendo de importancia capital.
EDWARD SAPIR

Sapir (1884-1939) es un germano-americano, nacido en


Lauenburgo y llegado a Estados Unidos a la edad de cinco
años. Realizó todos sus estudios en Nueva York, terminán¬
dolos en la Universidad de Columbia donde se prepara para
una carrera de germanista (1900-1904). Pero aquí conoce al
gran etnólogo y lingüista Franz Boas (1858-1942), a cuyas
clases asiste, lo que modifica su trayectoria ulterior. De 1904
a 1907, estudia a los indios wishram, en el Estado de Was¬
hington, y a los takelma de Oregón. En 1906, publica una
gramática del takelma obteniendo un segundo título de estu¬
dios superiores (había obtenido ya otro como germanista).
Obtendrá su Ph. D. (doctorado en «filosofía») en 1909. Pero
desde 1907-1908 trabaja como etnólogo en la Universidad de
California donde entra en contacto con la lengua amerindia
yana. Posteriormente enseña en la Universidad de Pensil-
vania (1908-1910), donde se interesa por el paiute. Entonces,
a sus 26 años, de 1910 a 1925, llega a ser director del Depar¬
tamento de Antropología del Canadian National Muséum de
Ottawa. Aquí tiene ocasión de estudiar el nootka, el atabasco
y el tlingit, y participa en numerosas expediciones etnográ¬
ficas, permaneciendo largas temporadas entre las tribus in¬
dias. De 1925 a 1931, enseña antropología y lingüística en la
Edward Sapir 87

Universidad de Chicago, después, de 1931 a 1934, en la de


Yale. Muere en 1939, a los cincuenta y cinco años.
Es un sabio de recia personalidad, vasta y rica. Sus in¬
tereses desbordan la lingüística e, incluso, la antropología
en el sentido más ampliamente científico del término. Escribe
poemas y se preocupa por el análisis que se podría intentar
hacer de los mismos, de ahí su estima, que actualmente parece
aberrante, por Croce y su Estética come scienza dell’espressio-
ne e [come] lingüistica generale. Sapir lo celebra en 1921
«como uno de los pocos hombres que ha sabido captar la sig¬
nificación fundamental del lenguaje [y que ha] subrayado su
muy próximo parentesco con los dominios del arte» {Le lan¬
gage, ed. fr., 1970, pág. 5). «Debo mucho a su perspicacia»,
concluye (Ibid.). Es músico, buen instrumentista y crítico mu¬
sical; conocedor de Freud y Adler, cuyas tesis adapta a su
propia antropología, y de Jung, a quien critica desde 1927,
en una época en que esto era poco frecuente. Fue también
uno de los promotores de un proyecto de lengua artificial
internacional auxiliar, junto con la asociación I.A.L.A., cuya
historia y resultados merecerían un largo estudio (Jespersen,
Van Wijk, Martinet, colaboraron en ello).
Aparte de sus publicaciones sobre las lenguas amerindias,
ya citadas, Sapir fue por largo tiempo para el público lin¬
güístico el autor de una sola obra, Language (Nueva York,
Harcourt and Brace, 1921), no traducida al francés hasta 1953
(Payot, trad. de S.-M. Guillemin; trad. revisada, 1970), obra
que sigue siendo uno de los cinco o seis tratados fundamen¬
tales de lingüística, de la primera mitad del siglo xx. Se
podría añadir a ella el importante artículo La réalité psycho¬
logique des phonèmes, aparecido en traducción francesa en
el número excepcional del Journal de psychologie de enero-
abril de 1933, que Pariente ha reeditado (págs. 167-188) y
que era una extensa refundición de un artículo de 1925:
88 Lingüística del siglo XX

Sound Patterns in Language (revista Language, 1, 1925, pá¬


ginas 37-51; trad. fr. en Pariente, págs. 143-164). Estos últimos
años, se ha proporcionado al lector de francés el más amplio
acceso a los trabajos de Sapir, gracias a la traducción de
varios volúmenes de artículos Anthropologie, 1 (Culture et
personnalité), 20 artículos, y entre ellos tres sobre el len¬
guaje; Anthropologie, 2 (Culture), con tres fragmentos lin¬
güísticos (págs. 63-78; 87-100 y 101-102); Linguistique. Estos
tres volúmenes fueron publicados por Éditions de Minuit,
1967, 1967, 1968. Anthropologie, 1, ha sido reimpreso por Édi¬
tions du Seuil, con sus 20 artículos (col. «Points», 1971).
De este modo, el lector de francés dispone de lo esencial de
los Selected Writings of Ed. Sapir in Language, Culture and
Personality, editados por D. Mandelbaum (University Press of
California, 1949, 45 artículos).
Sería una simplificación excesiva hacer de Sapir el fun¬
dador de la lingüística amerindia. Antes de él, desde el mo¬
mento del descubrimiento de América, misioneros, españoles
o no (como el P. Thevet), sabios como Hervás y Panduro
(1787)1 2 o los dos Humboldt —Alejandro, el viajero que re¬
cogía los materiales, y Guillermo, el lingüista que los ana¬
lizaba— produjeron obras nada desdeñables. En la misma
América, desde los años 1870, el mayor Powell (1834-1902),
geólogo convertido en antropólogo sobre el terreno, empren¬
día la colecta sistemática de los materiales, fundaba y dirigía
la Bureau of American Ethnology, publicaba relaciones anua¬
les, solicitaba el consejo o la colaboración de lingüistas como

1 Estas traducciones no dejan de plantear problemas de los que


el investigador debe ser consciente siempre. Estúchense, como ejemplo,
las dos traducciones de La réalité psychologique des phonèmes: la
de 1933 (M. Dalimier) y la de 1968 (Boltanski y Soulé-Susbielles).
2 Véase G. Mounin, Historia de la lingüística desde los orígenes
al siglo XX, págs. 151-152.
Edward Sapir 89

Whitney y Boas. Este último, a su vez promovía magistral¬


mente, como se ha dicho, la investigación amerindia (Hand-
book of American Indian Languages, 1911, donde Sapir pre¬
senta una descripción del takelma). Sapir tiene, en esto,
el mérito de ser el hombre del gran giro, de surgir en la
época en que la lingüística adquiere su plena independencia
como disciplina científica, y de formar una pléyade de dis¬
cípulos todos notables, entre los que se cuentan Morris Swa-
desh, Kenneth L. Pike y Benjamin Lee Whorf. Las lenguas
amerindias desempeñaron ciertamente un gran papel en la
elaboración de su teoría de lingüística general, pero es a la
teoría en sí misma a quien debe el lugar que ocupa entre los
lingüistas del siglo xx.
Como muy bien ha subrayado Trubetzkoy, Sapir llegó a
la noción de la existencia de los fonemas, que él llama en
un principio sound-patterns, «independientemente de Bau¬
douin de Courtenay e, incluso, de Saussure» (Pariente, pá¬
ginas 146-147) —pero, advirtámoslo, no se podría decir que
no esté relacionado con Whitney, en quien Saussure encontró
tantos estímulos, entre ellos sobre este punto concreto. Sea lo
que fuere, a partir de 1921, encontramos en Sapir casi todos
los elementos constitutivos del concepto de fonema, empe¬
zando por la idea, familiar en Baudouin, de que «paralelo
al sistema fonético puramente objetivo, propio de una len¬
gua, y que sólo se puede conseguir mediante un difícil aná¬
lisis fonético, existe un sistema más restringido, interior
o ideal...» (Le langage, 1970, pág. 55). Fórmula todavía con¬
fusa mediante la cual opone descripción fonética y descrip¬
ción fonológica. Observa a este propósito: «Descubrí que
era difícil o imposible enseñar a un indio a establecer distin¬
ciones fonéticas que no se correspondieran con nada de su
sistema lingüístico, aunque tales distinciones fueran percibi¬
das con claridad por nuestro oído objetivo; pero sutiles varia-
90 Lingüística del siglo XX

ciones fonéticas, apenas perceptibles, eran fácil y rápidamente


transcritas, con tal que pudieran referirse con exactitud a las
características de su sistema indio. Observando cómo mi
intérprete nootka transcribía su lenguaje, a menudo tuve la
extraña sensación de que transcribía la corriente ideal de
elementos fonéticos que le llegaba, con muy poca exactitud
desde un punto de vista objetivo, como si fuera para él el
espíritu mismo de los ruidos perceptibles de la palabra».
En 1925, llamará a las unidades de este sistema ideal sound-
patterns o points in the pattern (Selected Writings, pág. 42;
Linguistique, pág. 148).
Ve también que estas realidades psicológicas que él llama
«posiciones fonéticas» (Linguistique, pág. 31), a diferencia
de los sonidos reales del continuum físico, están separadas,
aisladas, por lo que él llama «barreras psicológicas» (Ibid.),
o por determinada «distancia» o «aislamiento» «psicológi¬
cos» (Selected Writings, pág. 35; Linguistique, pág. 146). Bajo
estas expresiones, de nuevo poco claras, quiere manifestar
el sentimiento lingüístico de lo que más tarde se llamará
oposición distintiva entre dos fonemas, oposición basada
—lo dice claramente en numerosas ocasiones— en su «sig¬
nificación funcional» (Essais, pág. 167; véase también lo que
se dice de la «d funcional» en Linguistique, pág. 31; igual¬
mente en Le langage, 1970, el «valor de función» de ¡t¡ ~ ¡t‘l
en haida, opuesto a su carencia de función en inglés, pág. 55).
El capítulo III de Langage, y los dos grandes artículos:
Sound-Patterns y La réalité psychologique, están además pro¬
vistos de ejemplos de riqueza y fuerza demostrativa inigua¬
ladas sobre la diferencia entre lo que el hablante pronuncia
(fonética) y lo que cree pronunciar (fonología), sobre las
variantes libres y combinatorias y sobre la diferencia entre
los caracteres pertinentes y no-pertinentes de un fonema.
Sapir, por consiguiente, tiene también clara conciencia
Edward Sapir 91

de la noción de rasgo pertinente (cfr. Linguistique, pág. 165), y


de las nociones correlativas de oposición, estructura (pattern),
función y sistema. La lectura de sus experiencias con infor¬
madores amerindios sigue siendo en la actualidad, tal vez,
más formativa lingüísticamente que muchos de los ejercicios
mecanizados sobre lenguas inexistentes llamadas calabas
—ejercicios artificiales y simplistas para principiantes, que
se deben abandonar sin vacilación lo más pronto posible, en
lugar de tender a constituirlos en meta, riesgo existente, tal
vez, en Pike.
En relación con Trubetzkoy a quien otorgará su aproba¬
ción y apoyará desde el principio (ver Cl. Hagège, La linguis¬
tique, 1, 1967, págs. 118, 119, 121), Sapir aparece actualmente
como un defensor de la realidad psicológica del concepto
de fonema, pero sería un error leerlo demasiado de prisa y
creer que fundamenta la demostración de la existencia de
los fonemas sobre el sentimiento lingüístico de los sujetos
hablantes. Su insistencia sobre esta realidad psicológica de
los fonemas está dirigida históricamente contra los dogmas
(neogramáticos) entonces imperantes en fonética: que «los
sonidos y los procesos fonéticos pertenecen a un substrato
puramente fisiológico» o «mecanicista» (Linguistique, pági¬
na 143); que se puede describir exhaustivamente los sonidos
del lenguaje con métodos puramente instrumentales (Ibid.,
pág. 163), y hacer clasificaciones universales puramente físi¬
cas (Ibid., pág. 157). A pesar del título de un artículo esen¬
cial y a pesar de una terminología actualmente poco rigurosa
para nosotros, la teoría sapireana de fonema no es una teoría
psicologista del fonema —o es mucho menos psicologis-
ta que funcional. Su insistencia sobre la conciencia que
el hablante nativo tiene o puede tener del fonema está ex¬
puesta, sin embargo, bien a enmascarar la demostración
funcional, bien a sugerir que el sentimiento lingüístico del
92 Lingüística del siglo XX

hablante es infalible —lo que está lejos de ser así, sobre todo,
muy paradójicamente, en las civilizaciones de cultura litera¬
ria, donde la confusión entre letra y sonido ha implicado
líos tremendos, incluso entre los fonetistas más eminentes,
hasta la aparición de la fonología. Esta oscilante referencia
unas veces a la conciencia, otras a la inconsciencia lingüís¬
tica del hablante y/o del descriptor es lo que hoy expondría
a despistar a más de un lector freudiano o lévi-straussiano
de Sapir. Pero el punto realmente endeble en él, además del
laxismo terminológico, rasgo bastante americano excepto en
Bloomfield, sería más bien su tendencia a confundir el aná¬
lisis fonológico con la utilización que puede hacerse de cier¬
tas oposiciones o variantes en morfología (es la morfonolo-
gía cuyas fragilidades se evocaron a propósito de Baudouin
de Courtenay).
Innovador por su toma de conciencia respecto al concep¬
to de fonema, tal vez no lo sea menos, paralelamente a
Saussure que en 1921 todavía no es leído en América, por el
lugar central que concede al concepto de forma en Le langa¬
ge, hasta el punto de que se le podría considerar como padre
de una lingüística formalista. Los capítulos IV y V de su
tratado se titulan: «La forma en el lenguaje», pero el con¬
cepto de forma está ahí definido exclusivamente en relación
con las estructuras gramaticales: el orden de las palabras,
la afijación en todas sus formas, la composición, la alter¬
nancia vocálica o consonántica, la reduplicación, el acento
tónico.
Dos cosas llaman la atención en este largo análisis de
Sapir. En primer lugar, es muy consciente del intrincamien¬
to de los dos conceptos lingüísticos fundamentales, la forma
y la función. Observa que prácticamente no hay nunca co¬
rrelación unívoca entre una función y una forma. «El sis¬
tema [de las formas] es una cosa y la utilización de este
Edward Sapir 93

sistema [para señalar funciones] es otra» (Le langage, pá¬


gina 59). Sabe —y lo dice, pág. 61— que la función (tener
algo que decir) precede a la forma (decirlo de una manera
determinada). Pero sin embargo, decide, y es esta una deci¬
sión capital desde el punto de vista epistemológico, que la
lingüística es el estudio de las formas, y que «estamos obli¬
gados a concluir que la forma lingüística puede y debe ser
estudiada en cuanto sistema, haciendo abstracción de las
funciones que con ella se vinculan» (Le langage, pág. 60).
Llama la atención, en segundo lugar, la explicación de
esta preeminencia concedida a la forma. Tal vez subyace en
ella el positivismo de la época y el pragmatismo ambiente,
que estimulaban a aprehender la lengua por su lado aprehen-
sible, los significantes. Pero hay sobre todo, cosa extraña y
no advertida, influencia de las obras de Humboldt, cuyas
tesis marcaron profundamente a su maestro, Boas, y que el
mismo Sapir conocía perfectamente y de primera mano (cf.
su artículo Herder’s Ursprung der Sprache, en Modem Philo-
logy, vol. V, 1907-1908). Si se dudara de esta influencia, sobre
Sapir, de la innere Sprachform humboldtiana (cuya traduc¬
ción en el plano fonológico es el concepto de «sistema inte¬
rior ideal») bastaría con exponer a plena luz estas fórmulas
reveladoras: «Todas las lenguas muestran una extraña in¬
clinación por el desarrollo de uno o varios procedimientos
gramaticales particulares a expensas de los demás...»; o
bien: «Había una tendencia inherente al inglés cuando co¬
menzaron a surgir formas como geese...», o también: «Esta
predilección por la forma en cuanto tal, incontenible en de¬
terminados dominios predestinados, ...»; o finalmente: «He¬
mos visto [...] que cada lengua posee un sistema fonético
interior con un plan determinado. Comprendemos ahora que
también se inclina claramente por el sistema de la forma
gramatical. Estas dos tendencias obscuras pero poderosas
94 Lingüística del siglo XX

hacia una forma determinada son incontenibles, etc.» (Le


langage, págs. 60-61). El desequilibrio epistemológico o más
bien la subestimación de la profunda relación entre forma
y función en un sistema lingüístico no afecta gravemente a la
construcción de Sapir mismo, porque el concepto de fun¬
ción está siempre operativamente presente en su mente. Pero,
sumándose al estructuralismo de Bloomfield, contribuyó a
crear entre sus sucesores (porque los sucesores osifican
siempre un pensamiento que era flexible) esa lingüística
americana progresivamente confinada en la descripción cada
vez más culta de solo las formas, o estructuras, o distribucio¬
nes, contra la que se ha rebelado Chomsky, convencido de que
en esto consistía toda la lingüística anterior.
En un tercer punto han marcado un hito las opiniones
de Sapir: en el dominio de la tipología, es decir, de la clasifi¬
cación de las lenguas, independientemente de todas las rela¬
ciones genéticas (ver Le langage, cap. VI: Les types de struc¬
ture linguistique). Nadie pone en duda que el análisis cuida¬
doso de las formas lingüísticas, tal como él lo había realizado,
le preparó de modo especial para su investigación tipológica,
así como el mismo ambiente intelectual de la lingüística ame¬
rindia en que trabajaba. Pues la extraordinaria diversidad
estructural de las lenguas descritas sucesivamente y la im¬
posibilidad casi siempre de agruparlas por familias empa¬
rentadas genéticamente, como lo había hecho la gramática
comparada indoeuropea o semítica, condenaban a los inves¬
tigadores a construir un modelo de clasificación distinto. Esto
con tanto mayor motivo cuando la «Clasificación de Powell»,
legada por sus predecesores, no era más que un reagrupa-
miento construido muy superficialmente a base de compara¬
ciones entre listas de vocabularios, sumamente apropiados,
como observa Boas, para «resaltar los parentescos más evi¬
dentes». El carácter principal de la tipología de Sapir, y
Edward Sapir 95

también su mayor mérito, es su complejidad. Tiene en


cuenta la naturaleza de los conceptos expresados por una
lengua (concretos, derivacionales, relaciónales concretos, re¬
laciónales puros), el grado de complejidad, posible o no, en
la formación de las palabras, el grado de técnica morfológica,
etcétera. El interés de esta construcción (que reconoce o
descubre lenguas de tipo aislante, débilmente sintético, sin¬
tético y polisintético, lenguas aglutinantes y lenguas de dis¬
tintos tipos flexionales, lenguas simbólicas y lenguas fusio¬
nantes) reside, tal vez, menos en la construcción misma —la
mejor, con mucho, para su época— que en la dirección del
camino trazado a las investigaciones tipológicas. No tiene
en cuenta las viejas clasificaciones simplistas, basadas en un
criterio iónico generalmente morfológico y además etnocén-
trico, proponiendo para la clasificación de las lenguas un
encasillado con múltiples entradas.
El valor del ensayo de Sapir está suficientemente demos¬
trado por el hecho de que transcurrido medio siglo tiene
pocos rivales. La obra de Meillet y Cohen, Les Langues du
monde en su primera (1924) y segunda edición (1952) se basa
esencialmente en una clasificación genética siempre que ello
es posible. Greenberg reproduce pura y simplemente a Sapir.
Benveniste, en sus Problèmes de linguistique générale (pági¬
nas 99-118), solamente presenta una panorámica del problema
en la que el análisis se centra en Trubetzkoy para la tipología
fonológica y en Sapir para todo lo demás. El intento teórico
más importante y más completo en este dominio, el de Mar¬
tinet (ver Cap. III de Langue et fonction, págs. 83-124), apa¬
rece como una superación, pero basada de principio a fin en
una profunda asimilación tanto del maestro americano como
del de Praga, y donde la discusión crítica se une constante¬
mente al elogio de esta «tipología de Sapir, publicada hacia
1920, [que] merece nuestra admiración y debe ser considerada
96 Lingüística del siglo XX

todavía [entre 1961 y 1969] como base de referencia para


todo ensayo de tipología» (Obra cit., pág. 84).
Sapir elaboró también una explicación general de la evo¬
lución de las lenguas, más flexible en materia de leyes foné¬
ticas que la de los neogramáticos pero caracterizada prin¬
cipalmente por una formulación psicologista de intuiciones
y observaciones precisas: léase a este propósito el amplio
comentario que dedica al probable destino de whom en in¬
glés (Le langage, págs. 153-167). Aquí también creemos perci¬
bir el remoto influjo de Humboldt y de su discípulo Steinthal,
y de su creencia en propiedades de la mente humana mis¬
teriosamente preestablecidas. En lugar de ver la función de
una presión del sistema de la lengua sobre la evolución de
ésta, presión que es su factor interno, Sapir habla de una
desviación lingüística (drift), en unos términos en los que
nada es falso pero donde todo se tiñe de una especie de meta¬
física: «La evolución lingüística, escribe, sigue una dirección
determinada; en otros términos, las variaciones individuales
que la constituyen o la impulsan son únicamente aquellas
que se mueven en una dirección precisa, al igual que en una
bahía sólo las olas que avanzan en un determinado sentido
indican la marea. La evolución de una lengua está constitui¬
da por una selección inconsciente de variaciones individua¬
les que tienden hacia un punto determinado, selección hecha
involuntariamente por los que hablan la lengua. La dirección
tomada por la evolución puede deducirse generalmente de
la historia anterior de la lengua» (Le langage, pág. 152).
En un último punto ha conocido la obra de Sapir un
postumo rejuvenecimiento de actualidad, bajo la forma que
le ha dado «la hipótesis de Whorf». Se trata de una teoría
ampliamente argumentada por este último (ver Linguistique
et anthropologie, Ed. Denoël, 1969; 1.a ed. amer., 1956), según
la cual toda lengua manifiesta un análisis del mundo exterior
Edward Sapir 97

que le es específico, que impone al hablante una manera de


ver y de interpretar este mundo, un verdadero prisma a
través del cual está obligado a ver lo que ve. Whorf parece
haber ignorado que estas tesis eran ya las de Humboldt,
más de cien años atrás. Hemos visto anteriormente que, por
su contacto con las lenguas amerindias, tan superficial como
fue, Whitney había sido conducido, a pesar de su aversión
por la metafísica alemana, a reactualizar estos puntos de
vista. Pero el agente de transmisión sobre el continente ame¬
ricano fue esencialmente Boas, quien insistía enérgicamente,
en la introducción de su Handbook, sobre la necesidad de
respetar siempre en las descripciones la «forma interior»
de cada lengua (en lugar de calcarlas sobre las descripcio¬
nes del latín o del inglés), y sobre la necesidad de tener
siempre en cuenta las estrechas correlaciones que existen
entre lengua y cultura (Obra cit., pág. 81).
Dato curioso, Boas había puesto por anticipado un límite
a estas correlaciones: «No obstante, dice, no parece probable
que haya relación directa entre la cultura y la lengua de
una tribu, excepto en la medida en que la forma de la lengua
está modelada por el estado de la cultura, pero no en la
medida en que tal cultura estaría determinada por los rasgos
formales de la lengua» (Ibid., pág. 67). Whorf ha ido más lejos
y el mismo Sapir lector avisado de Humboldt, repitiendo en
forma atenuada la advertencia de su maestro Boas, traspasaba
ya el límite: «El lenguaje es un guía de la ‘realidad social'.
Aunque ordinariamente no se le concede un interés primor¬
dial para los especialistas en ciencias sociales, en realidad
condiciona poderosamente todo nuestro pensamiento sobre
los problemas y los procesos sociales. Los hombres no viven
sólo en el mundo objetivo ni en el de la actividad social, en el
sentido ordinario de esta expresión, sino que están sometidos,
en amplia medida, a las exigencias de la lengua particular,

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 7


98 Lingüística del siglo XX
convertida en el medio de expresión de su sociedad. Es total¬
mente inexacto creer que —en lo esencial— nos ponemos en
contacto con la realidad sin la ayuda del lenguaje y que éste
no es más que un instrumento, de importancia al fin se¬
cundaria, que nos permite resolver problemas específicos de
comunicación o de reflexión. De hecho, el 'mundo real’ está,
en gran parte, fundamentado inconscientemente en los hábi¬
tos lingüísticos del grupo. No existen dos lenguas suficiente¬
mente similares para que se pueda considerar a ambas
representantes de la misma realidad social. Los mundos
en que viven las diferentes sociedades son mundos dis¬
tintos y no tan sólo el mismo mundo con etiquetas dife¬
rentes [...]. Si vemos, oímos y, más generalmente, percibimos
del modo en que lo hacemos es, en gran parte, porque los
hábitos lingüísticos de nuestra comunidad favorecen deter¬
minadas elecciones de interpretación» (Linguistique, pági¬
nas 134-135; Whorf ha citado este fragmento, cf. Linguistique
et anthropologie, pág. 69).
En Le langage (págs. 209-215), sin embargo, Sapir mul¬
tiplica los ejemplos de falta de correlación entre raza, lengua
y costumbres (o cultura) (véase también Linguistique, pá¬
gina 56). Quizá se pueda pensar actualmente que las formu¬
laciones exageradas con las que Humboldt, Whorf e, incluso,
el mismo Sapir expresaron sus hipótesis, han obstaculiza¬
do hasta el presente la exploración científica de esos puntos,
tal vez menos numerosos de lo que se ha dicho, pero reales,
en los que el lenguaje condiciona —por un tiempo determi¬
nado— la manera de ver el mundo.
No se habría dicho el mínimum indispensable para llamar
convenientemente la atención hacia la lectura de Sapir, siem¬
pre obligatoria, si no se añadiese que ofrece análisis muy
sutiles, para su época, referentes al paso de la incomunica¬
bilidad de la experiencia individual en su totalidad, a la
Edward Sapir 99

comunicación social (Le langage, pág. 16). Aunque su cultura


antropológica le arrastra continuamente hacia fórmulas psi-
cologizantes y referencias al inconsciente, que actualmente
pueden resultar molestas, su definición del lenguaje es firme¬
mente sociológica. Para Sapir, el lenguaje es producto de la
cultura y no una función biológica. «La palabra, escribe, [es]
herencia puramente histórica del grupo, el producto de un uso
social desde fecha antigua» (Ibid., pág. 8). O también: «El
lenguaje es un medio de comunicación, puramente humano
y no instintivo, de las ideas, emociones y deseos, mediante un
sistema de símbolos conscientemente creados» (Ibid., pág. 12).
Hay que resaltar que, al igual que Whitney o Saussure, se¬
ñale la necesidad de preservar la especificidad del lenguaje,
y que una «definición del lenguaje tan general como para
comprender todos los modos de deducción [que se pueden
obtener de índices observables] resulta absolutamente des¬
provista de sentido» (Ibid., pág. 9). Esta visión sociológica
del lenguaje no le impide permanecer sensible, aunque mucho
más inteligentemente que Croce, a los esfuerzos que hace
el hombre para comunicar la vivencia personal más incomu¬
nicable por medio del uso literario o poético del lenguaje.
Su definición de este uso, al que dedica el capítulo XI de
su libro, es de una gran modestia. «Cuando esta representa¬
ción [simbólica de nuestro pensamiento, que es el lenguaje]
adquiere una forma más sutilmente expresiva que de cos¬
tumbre, la llamamos literatura», escribe, y añade en nota:
«No puedo detenerme a definir qué es una forma más sutil¬
mente expresiva que merece ser denominada literatura o
arte; y, lo que es más, yo no sé en qué consiste. Tenemos
que admitir a priori esta palabra: literatura» (Ob. cit.,
pág. 216). No hay que tomar estas declaraciones al pie de la
letra: para convencernos de su aptitud en 1921 para explorar
el uso poético del lenguaje, bastará con releer lo que se dice
100 Lingüística del siglo XX

sobre las relaciones entre lenguaje y emoción (Ibid., pág. 40) o


su análisis extraordinario de lo que nosotros llamaríamos hoy
las connotaciones de las palabras storm, hurricane y tempest
para un lector inglés culto (Ibid., págs. 41-42).
La influencia de Sapir en la lingüística americana ha sido
enorme, sin comparación con la de Bloomfield, en vida de
ambos. Se conocieron, ciertamente se respetaron, pero hablar
de la amistad que los unía debe quedar para la literatura
piadosa de las notas necrológicas. Es cierto que Language,
que por otro lado no era enteramente la revista de Bloom¬
field, sobre todo en sus comienzos, publicó a partir de su
primer número Sound Patterns in Language, y posteriormente
otros artículos importantes de Sapir. Pero no resultaría difí¬
cil señalar todos los lugares en que cuando polemiza contra
el descriptivismo antimentalista, Sapir apunta esencialmente
a Bloomfield, mientras que ocurre lo contrario cuando Bloom¬
field critica el mentalismo.

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA

Todas las historias de la lingüística conceden a Sapir la importan¬


cia que merece y por tanto se deben consultar (a no ser Jacob que
dedica a Langage sólo una pág. de generalidades). El tomo 2 de
Anthropologie (Éd. de Minuit) contiene una nota cronológica sobre la
vida de Sapir (pág. 193) y reproduce la bibliografía de sus escritos
científicos (págs. 195-213) tal como fue establecida por Mandelbaum
en los Selected Writings (288 títulos). Contiene también esta obra una
bibliografía de las notas necrológicas sobre Sapir, especialmente de
las de Boas, Hjelmslev, Swadesh, y una reseña de Z. S. Harris. Sobre
el Mayor Powell, véase International Journal of American Linguistics,
vol. XXV, núm. 3, 1950, págs. 196-199. Sobre Boas, véase la semblanza de
M. B. Emeneau en Portraits, 2, págs. 122-127, y los recuerdos de Jakob¬
son, Ibid., págs. 127-129. Sobre el propio Sapir, la semblanza de Cari F.
Voegelin, de carácter muy personal (Portraits, 2, págs. 489-492), es un
testimonio precioso sobre su personalidad.
NIKOLAS S. TRUBETZKOY

De familia de principes tan antigua y tan célebre como


la de los Romanov, nació Trubetzkoy en 1890. Su padre,
profesor de filosofía en la Universidad de Moscú de la que
llegó a ser rector, era un liberal. El niño mostró gran preco¬
cidad, favorecida en gran manera por el ambiente. A los trece
años estudiaba etnografía fino-ugria; a los catorce, asistía a
todas las sesiones de la Sociedad Etnográfica de Moscú, cuyo
presidente, Miller, alentaba sus primeros ensayos. A los quince
años, publicó sus dos primeros artículos; a los diecisiete se
sumergía en el estudio de las lenguas paleo-siberianas (pre¬
parando un vocabulario y una gramática kamchatdal), y lo
mismo hacía con las del Cáucaso occidental. «Desgraciada¬
mente —dice en sus Notas autobiográficas (Principes de
phonologie, pág. XVI)— tuve que interrumpir este trabajo
para hacer el bachillerato». Se interesa por la etnología, so¬
ciología, filosofía de la historia, e historia general de las
civilizaciones. Pero en la Universidad de Moscú, en la que
ingresa en 1908, es decepcionado por el nivel «alquímico»
de estas disciplinas.
Se inclina por seguir los cursos de lingüística, es decir,
de gramática comparada de las lenguas indoeuropeas —aun¬
que no sea este su campo preferido—, porque está «conven¬
cido de que era [esta] la única rama de las ciencias humanas
102 Lingüística del siglo XX

que poseía un método científico positivo» (Ibid., pág. XVII;


la palabra método aparece con insistencia significativa en
Trubetzkoy, en esta y otras páginas; ver también págs. XVII,
XIX, XXII, XXIV, XXV y XXVII, etc.).
En 1911 y 1912, aprovecha las vacaciones de verano para
viajar con Miller al Cáucaso, donde estudia el cherkeso. Al
año siguiente comienza a preparar su tesis sobre el futuro
en indoeuropeo, tesis que defenderá en 1916 —tras un inter¬
valo de un año, que pasa como becario en Leipzig donde
asiste a los cursos de Brugmann y Leskien, y donde estudia
sánscrito y avéstico. Helo ya encargado de curso para el
sánscrito en la Universidad de Moscú. Desencadena una es¬
pecie de revolución lingüística con una conferencia, en la
que ataca un libro de Shajmatov sobre la reconstrucción
del eslavo común, que reflejaba los puntos de vista de los
neogramáticos en el campo del eslavo, mientras que Tru¬
betzkoy le opone concepciones que recuerdan las de Schmidt
(la Wellentheorie, o teoría de la propagación de los diferentes
dialectos por ondas, en indoeuropeo). Esta pequeña polémica
local que parece haber dejado vestigios estimulantes en Tru¬
betzkoy y que seguramente reavivó la vida lingüística en
Moscú, tal vez no hubiera tenido tanto eco si, casi al mismo
tiempo, no hubiera ocurrido el regreso a Moscú de un
lingüista ruso formado en Ginebra a partir de 1905, Serge
Karcevski. «La influencia de la escuela de Saussure no tardó
en sumarse a la agitación originada por la conferencia», ob¬
serva el mismo Trubetzkoy (Ibid., pág. XIX). Y Jakobson
ha contado cómo Karcevski, durante los dos años que per¬
maneció en Moscú (1917-1919), «fired the young génération
of Moscow linguists with the Cours de linguistique générale»
(Portraits, 2, pág. 494).
Pero la revolución de 1917 había comenzado. Trubetzkoy
marcha de Moscú para ir a Kislovodsk, después a Rostov
Nikolas S. Trubetzkoy 103

(donde enseña gramática comparada durante algún tiempo),


posteriormente a Estambul. Los años 1920-1922 le encuentran
en Sofía, donde se le confía la cátedra de lingüística indo¬
europea. Nikolai Dontchev, que en aquella época fue alumno
suyo de sánscrito y que ha conservado los cuadernos de
clase, lo describe como «hombre de elevada estatura, de
cara menuda y muy expresiva, siempre muy abrigado a causa
de su delicada salud», rodeado de muy pocos alumnos, cuyo
número disminuía todavía más en el transcurso del año, a
pesar de «la excelente tradición pedagógica rusa» de que
era portador l.
En octubre de 1922, Trubetzkoy es llamado a la cátedra
de filología eslava de la Universidad de Viena, donde ense¬
ñará hasta el momento en que, en 1938, fue expulsado por los
nazis (tras interrogatorios, repetidas vejaciones, confiscación
de todos sus papeles por la Gestapo), apenas unos meses
antes de su muerte, de una angina de pecho, en el hospital.
A partir de su llegada a Viena, el gran acontecimiento de
la vida de Trubetzkoy lo constituye la multiplicación de sus
contactos con Jakobson, con quien mantenía asidua corres¬
pondencia desde 1920, y el ingreso de ambos, en 1928, en el
Círculo Lingüístico de Praga, creado en 1926. Toda esta his¬
toria está sin escribir aún: se vislumbra en ella el paso gra¬
dual, en Trubeztkoy, de los problemas de lingüística his¬
tórica (la reconstrucción del eslavo común) a los problemas
de «la lógica interna» de los sistemas, es decir, a la fonología.
En el I Congreso Internacional de Lingüistas [C.I.L.] (La
Haya, 1928), se adhiere al proyecto de tesis redactadas por
Jakobson, de las que él será uno de los firmantes. Esta acción
de los nuevos Jóvenes Turcos de la lingüística se continúa
en el I Congreso Internacional de Filólogos Eslavos (Praga,

i Artículo inédito en francés, que debo a la amabilidad del autor.


104 Lingüística del siglo XX

set. 1929), en el I Congreso de Ciencias Fonéticas (Ams¬


terdam, 1932), en la I Reunión Fonológica Internacional
(dic. 1930), en el II, III y IV, C.I.L. (Ginebra, 1931; Roma,
1933; Copenhague, 1936).
Se trata aquí de años decisivos para la historia de uno
de los cambios más importantes en la evolución de la ciencia
lingüística, historia para la cual disponemos de pocos docu¬
mentos fuera de los mismos textos científicos. Desgraciada¬
mente, no existe todavía, una sola biografía, siquiera suma¬
ria, de Trubetzkoy. Su esbozo autobiográfico, publicado en
los Principes, está incompleto, deteniéndose en los años
1916-1917. Jakobson conserva «aproximadamente doscientas
cartas, milagrosamente salvadas» (Principes, pág. XIX). Ha
publicado fragmentos de veinticuatro de ellas que inducen a
desear conocer la totalidad. «Espero, dice Jakobson en el
mismo lugar, que más adelante pueda publicarlas todas en
su texto ruso original», pero, desde 1949, no ha continuado
su proyecto. Por su parte, André Martinet, «en la primavera
de 1938 [recibió en depósito] por atención de los familiares
de Trubetzkoy, un dossier que contiene la correspondencia
relativa a la creación de una Sociedad Internacional de Fono¬
logía»; confió a Claude Hagège la tarea de publicar Extraits
de la misma, con una descripción muy detallada de la tota¬
lidad (La linguistique, I, 1967, págs. 109-136). El conjunto
constituye una fuente muy importante para la comprensión
de las relaciones entre la fonología recién nacida y los grandes
lingüistas contemporáneos de todo, o casi todo, el mundo.
Además estos materiales permiten precisamente entrever los
rayos de luz necesarios para comprender de forma más
completa a Trubetzkoy.
Se percibe todo un segundo plano ideológico de proba¬
ble influencia hegeliana, casi imposible de adivinar siguien¬
do los textos publicados, pero que permite leerlos mejor en
Nikolas S. Trubetzkoy 105

más de un punto. Por ejemplo, en los fragmentos de las


cartas publicados por Jakobson, se notifica que Trubetzkoy
«escribe y publica en Sofía [en ruso] un libro sobre la teoría
de las civilizaciones», y que este libro había «sido concebido
ya en 1909-1910, escribe el mismo Trubetzkoy, como primera
parte de una trilogía titulada Justificación del nacionalismo».
«La primera parte, continúa, debía llevar por título Sobre el
egocentrismo, que se cambió por el más elocuente de Europa
y la humanidad [Europa ii chelovechestvo]», traducida al ale¬
mán y al japonés (Principes, págs. XX-XXI). Según Jakobson,
el autor se proponía «una revolución de la conciencia; la esen¬
cia de esta revolución consiste en superar completamente
el egocentrismo y el excentrismo [?] y pasar del absolutismo
al relativismo» (Ibid.). Creemos encontrar nuevamente re¬
flejos de estas primeras preocupaciones filosóficas en el ar¬
tículo de 1933: La phonologie actuelle, cuando Trubetzkoy
opone «el fonetista necesariamente atomizador e individualis¬
ta (en el sentido gnoseológico de la palabra)» a «la fonología,
universalista por naturaleza» (Pariente, pág. 150; también
págs. 151, 162, 164). Se percibe el peso de las grandes ideas
de la época en la utilización de determinadas palabras clave.
Así, atomismo y atomizador, de las que Trubetzkoy pare¬
ce ser introductor en lingüística, para designar peyorativa¬
mente el método «del desmigajamiento de explicaciones»
de que hablaba Meillet refiriéndose a los neogramáticos, se
muestran como palabras sumamente ambiguas, vinculadas,
tanto en Trubetzkoy como más tarde en Jakobson, a la ima¬
gen meliorativa de Mendeleiev y de su clasificación univer¬
sal de los elementos atómicos: Trubetzkoy quizá sueñe
ante todo con dar la tabla universal de los fonemas. Nada
debió proporcionarle mayor satisfacción, en aquella época,
que la apreciación de Karl Bühler, según el cual —en el
artículo Zur allgemeinen Theorie der phonologischen Vokal-
106 Lingüística del siglo XX

système [Sobre la teoría general de los sistemas vocálicos]


(T.C.L.P., I, 1929, págs. 39-67)— Trubetzkoy había conseguido
para las vocales «el equivalente de la tabla de su compatriota
para los átomos» (Portraits, 2, págs. 539-540). Maurice Leroy
ha subrayado con acierto el carácter ideológico de época
de este «universalismo» y de este «atomismo» al hacer notar
que «por una curiosa paradoja —principalmente si pensamos
en la intención de los fundadores de la fonología—, la ciencia
fónica concebida de este modo ha perdido su carácter de
universalidad [...]. En efecto, cada lengua tiene su propio
sistema fónico y el juego de oposiciones que forman su
estructura es diferente de una a otra. Se puede establecer un
cuadro fonético de los sonidos del lenguaje humano —cua¬
dro al que cada lengua contribuye con los sonidos que for¬
man su sistema—, [pero] hay que establecer tantos cuadros
fonológicos como dialectos diferentes existen en el mundo»
(Grands courants, págs. 81-82). Los fonemas no son átomos
universales. No es ya fácil encontrar la palabra relativismo,
de colorido einsteiniano bajo la pluma de Trubetzkoy, que se
opone al absolutismo [¿de los neogramáticos?]; ni tam¬
poco el recurso frecuente a la noción de inconsciente que
corresponde ciertamente a la oposición, ya empleada por
Baudouin, entre lo que se pronuncia y lo que se cree pro¬
nunciar, pero que, en el Trubetzkoy de 1926-1933, debe mucho
al fulgurante auge de Freud, entonces en país germanófono.
Por otra parte, en los Principes (pág. 42) vuelve sobre esto
con firmeza al explicar ampliamente «que no hay [...] nin¬
guna razón para considerar algunas de estas representacio¬
nes [acústico-motrices correspondientes a cada variante fo¬
nética] como ‘conscientes’ y a otras como 'inconscientes'».
La página sigue siendo capital.
Sobre otro punto, el de la escuela de los formalistas rusos
en la que participaba activamente Jakobson, Trubetzkoy está
Nikolas S. Trubetzkoy 107

condicionado por su ambiente y es capaz, a la vez, de liberar¬


se de tal condicionamiento: «Ya no me ocupo en absoluto
de lingüística... [escribe a Jakobson en 1926]. Me doy cuenta
de que enseño literatura rusa antigua con más entusiasmo que
gramática comparada. [...] Esto probablemente le agradará,
ya que el método formal está inyectado en ella en grandes
dosis. Sin embargo, no puedo considerarme como un autén¬
tico formalista, añade [y la reserva es fundamental, pues
explica la actitud aquí tan entrañablemente funcionalista de
Trubetzkoy, que le opone a todo el formalismo ruso], porque
el método formal no es, para mí, más que un medio de hacer
sentir el espíritu de la obra... Después de haber captado los
«procedimientos» de los antiguos escritores rusos y los ob¬
jetivos de estos procedimientos, comenzamos a comprender
las obras mismas y gradualmente «descubrimos la mentali¬
dad» del antiguo lector ruso y adoptamos su punto de vista»
(Principes, pág. XXIII). El acoplamiento de las palabras
medios/sentir, procedimientos/objetivos debe ser sopesado
detenidamente por el lector actual. Trubetzkoy fue conscien¬
te de que se apartaba cada vez más de todo presupuesto no
lingüístico y en 1935 manifiesta que rechaza categóricamente
«toda tendencia a filosofiquear independientemente del tra¬
bajo concreto sobre los hechos» (Ibid., pág. XXIX).
La obra de Trubetzkoy está descrita en una bibliografía
debida a Havránek (T.C.L.P., VIII, 1939, págs. 335-342). La
edición francesa de los Principios da un extracto de la misma
para los trabajos relativos a la fonología (págs. XXXI-
XXXIV). De 53 títulos, 33 están en alemán, 10 en francés,
7 en ruso, 1 en italiano, 1 en inglés y 1 en polaco. Para el
lector lingüista, se puede afirmar que todo el pensamiento
anterior del autor está reproducido, condensado, o desarro¬
llado en su última y postuma obra Principios de fonología
(ed. al., 1939; trad. fr., Klincksieck, 1949, reimpresión 1957;
108 Lingüística del siglo XX

versión esp., Cincel, 1973). El lector lamentará que Anleitung


zu phonologischen Beschreibungen (Guía para las descripcio¬
nes fonológicas) (Brno, Ed. du C.L.P., 1935, 32 págs.) —que
Trubetzkoy había escrito, dato importante, por sugerencia
de Meillet en 1935—, por motivos editoriales, no haya
visto la luz del día en la traducción francesa que André
Martinet había preparado en la primavera de 1936 (véase
Hagège, art. citado, pág. 124). Pero este texto, al igual que
el de La phonologie actuelle, de 1933 (Pariente, págs. 143-
164), o el del Essai d’une théorie des oppositions phonologi¬
ques (Journal de psychologie, vol. 33, 1936, págs. 5-18) apenas
tienen más interés que el puramente histórico2. En lo que
concierne a Trubetzkoy, prácticamente todo está en los Prin¬
cipios.
La doctrina de Trubetzkoy en la actualidad es bien
conocida. El fundamento de la misma lo constituye una ela¬
boración del concepto de fonema, ya vislumbrado por Bau¬
douin, Kruszevski, Sweet, Passy, Jones, Jespersen, Noreen,
Shcherba y otros, pero al que él da un carácter operante,
científicamente riguroso. «El fonema, escribe Trubetzkoy, es
un concepto ante todo funcional» (Principes, pág. 43). Es «la
unidad fonológica que, desde el punto de vista de una lengua
determinada, no se deja analizar en unidades fonológicas aún
más pequeñas y sucesivas» (Ibid., pág. 37). Su carácter fun¬
cional, que permite definirlo científicamente, consiste en que
entra, por lo menos, en una oposición fonológica, término
por el que Trubetzkoy entiende «toda oposición fónica de dos
sonidos que en una lengua dada puede diferenciar significa¬
ciones intelectuales» {Ibid., pág. 36): por ejemplo, en alemán,
/i/ y /o/ son fonemas porque su oposición basta para dis¬
tinguir so «así» ~ sie «ella». Rose «rosa» ~ Riese «gigante»,

2 Hay traducción americana, para quienes no lean alemán.


Nikolas S. Trubetzkoy 109

etcétera (Ibid., pág. 33). Las distinciones entre dos sonidos


que no sirven para oponer significaciones «intelectuales» no
son fonológicamente pertinentes: que lieber Freund «que¬
rido amigo» se pronuncie con consonantes y vocales iniciales
breves, en un tono neutro, o bien lliieber Freund, «con en¬
tusiasmo, con ironía, con indignación, en un tono persuasivo,
con sentimiento o piedad» (Ibid., pág. 25), las palabras co¬
munican la misma significación lingüística; /l/ breve y /l/
larga, /i/ breve e /i/ larga no son aquí fonemas diferentes,
sino variantes expresivas de los dos fonemas iniciales. «El
fonólogo sólo debe tener en cuenta en materia de sonido
aquello que desempeña una función determinada en la len¬
gua» (Ibid., pág. 12), la fonología es una fonética funcional
(Ibid., págs. 11-12). La definición de fonema se encuentra así
liberada de toda contaminación psicológica y de todo re¬
curso al sentimiento lingüístico del hablante (Ibid., págs. 37-
38; en las págs. 41-42, Trubetzkoy realiza la autocrítica de
fórmulas psicologizantes anteriormente empleadas por él y
que repudia).
Con el mismo rigor, va a definir los procedimientos para
determinar los fonemas, distinguir sus variantes. Principal¬
mente, para identificar cada fonema, va a poner a punto
métodos para la clasificación de las oposiciones que contraen
entre sí: bilaterales o multilaterales, proporcionales o aisla¬
das, privativas, graduales, equipolentes. De este modo se
hace posible la definición exacta de cada fonema como un
conjunto «de las particularidades fonológicas pertinentes» que
lo oponen a todos los demás —y ésta es la demostración
científica de la intuición saussuriana de que, «en la lengua, sólo
hay diferencias»—. De este modo se hace posible también
la construcción formalmente rigurosa del diagrama que ma¬
terializa todas las relaciones mutuas de todos los fonemas
de una lengua —y ésta es la demostración científica defini-
110 Lingüística del siglo XX

tiva de la realidad del concepto saussuriano de sistema (fono¬


lógico)—. La lectura de los Principios sigue siendo hoy, para
un aprendiz de lingüista, a la vez, indispensable y cautivadora
por su lozanía teórica.
El mérito del libro no se reduce a esto. Sabemos que
Trubetzkoy ha establecido también bases muy sólidas para el
análisis de los hechos prosódicos: acento, entonación, etc.
(Principes, págs. 196-245), y para aquello que podemos llamar
la fonología de la palabra, mediante el estudio de las funciones
culminativa y delimitativa o demarcativa, cuidadosamente
diferenciadas de la función distintiva de los fonemas (Ibid.,
págs. 31-32, 290-314). El libro contiene además un original
capítulo sobre estadística fonológica (págs. 276-289). Tru¬
betzkoy también ha trabajado mucho, si no publicado, sobre
fonología diacrónica. Su último artículo, que apareció en
Acta lingüistica (tomo I, 1939, págs. 81-89), vuelve sobre el
tema de su primera conferencia moscovita, ampliándola al
problema de imbricación entre las dos posibles clasificacio¬
nes de las lenguas: la clasificación genética y la clasificación
tipológica.
Ciertamente, la obra contiene también partes ya anticua¬
das. Martinet ha observado que, en la forma en que Trubetz¬
koy plantea el problema de saber si tal grupo de sonidos
en tal lengua (la ch de mucho en esp., por ejemplo) debe ser
analizado como uno o dos fonemas, ha abandonado sin darse
cuenta el criterio funcional de la conmutación, único decisivo,
y ha vuelto, al menos en parte, a consideraciones de foné¬
tica articulatoria de las que podía haber prescindido (véase
La linguistique synchronique, págs. 109-123). Es también Mar¬
tinet quien más frecuentemente ha censurado el concepto de
morfofonología del que ya tratamos aquí a propósito de Bau¬
douin. Es él también quien más ha insistido sobre los
malentendidos originados de un término al que Trubetzkoy
Nikolas S. Trübetzkoy 111
concedía mucha importancia, el de teleología. Entendiendo
así dicho término: «Si, en todo momento, la lengua es un
‘sistema en el que cada elemento depende de los demás’, el
paso de un estado de lengua a otro no puede efectuarse me¬
diante cambios aislados, desprovistos de todo sentido. Como
un sistema fonológico no es la suma mecánica de fonemas
aislados, sino un todo orgánico cuyos miembros son los
fonemas y cuya estructura está sometida a leyes, la ‘fonología
histórica’ no puede limitarse a la historia de los fonemas
aislados, sino que debe considerar el sistema fonológico como
una entidad orgánica en proceso de desarrollo. Considerados
desde este punto de vista, los cambios fonológicos y los
fonéticos adquieren un sentido, una razón de ser. Aun estando
determinada hasta cierto punto por las leyes de estructura
generales —que excluyen ciertas combinaciones y favore¬
cen otras—, la evolución del sistema fonológico está en
cada momento dirigida por la tendencia hacia un fin. Si no
se admite este elemento teleológico es imposible explicar la
evolución fonológica. Por consiguiente esta evolución tiene
un sentido, una lógica interna, que la fonología histórica
está llamada a poner de manifiesto» (Pariente, pág. 163). El
pasaje es muy claro. Está dirigido expresamente contra Saus¬
sure, quien aparentemente limitaba el empleo del concepto
de sistema al análisis sincrónico, declarando que la diacro-
nía observa únicamente hechos aislados; y contra los neo-
gramáticos, quienes únicamente habían estudiado fenómenos
aislados —y a los que Trubetzkoy atribuye un «miedo su¬
persticioso [...] a las explicaciones teleológicas» (Parien¬
te, pág. 163, n. 30; cf. también pág. 151, n. 11). Esta posición
había sido expresada con toda claridad en las tesis del I
C.I.L. de La Haya, en 1928: «No sería lógico suponer que los
cambios lingüísticos no son más que ataques demoledores,
que operan al azar, y heterogéneos desde el punto de vista
112 Lingüística del siglo XX

del sistema». En el fondo, Jakobson y Trubetzkoy tenían sin


duda razón. Martinet confirma solamente que los términos
teleología, finalidad, tendencia a la armonía de los sistemas
han provocado grandes reticencias en muchos lingüistas por¬
que tales términos tienen una larga historia filosófica «dema¬
siado cargada de afectividad», y se corre el riesgo de hacerles
decir algo muy distinto de lo que dicen estrictamente en el
análisis diacrónico (Économie des changements phonétiques,
págs. 17-19, 44-45, 97-99). En La linguistique synchronique, ob¬
serva que «los primeros fonólogos han insistido a menudo en
el carácter finalista de sus explicaciones, y no cabe duda que
hablar de una tendencia a la armonía es expresarse en tér¬
minos teleológicos» (Obra citada, pág. 56). «A decir verdad,
añade, la teleología está en los términos más que en los
hechos» (Ibid., págs. 56-57).
Es probable, sin embargo, que la deficiente terminología
de Trubetzkoy testimoniara una antigua orientación hege-
liana tanto como su intención polémica. Lo más curioso es
que esta orientación finalista se expresa en términos proba¬
blemente más idealistas en Jakobson (en 1931) que en su
compañero de lucha. Es Jakobson quien pone en circulación
los términos ya aventurados (Principes, pág. 334), quien habla
de «la función de [la] mutación» [en el sistema] cuya «tarea
es restablecer el equilibrio» (Ibid.), él, principalmente, quien
habla del «espíritu de cada mutación fonológica», como si
existiese en la lengua una fuerza misteriosa. Paradójicamen¬
te esta coloración idealizante, al menos en la expresión, está
próxima a ciertas consideraciones sobre el antagonismo entre
el equilibrio, siempre en vías de restauración, de los sis¬
temas fonológicos y las fuerzas que en la comunicación ame¬
nazan continuamente este equilibrio, antagonismo presenta¬
do como «una de las más importantes antinomias dialécticas
que determinan la idea de lengua» (Ibid., pág. 336). En efecto.
Nikolas S. Trubetzkoy 113
uno de los componentes quizá menos percibidos del pensa¬
miento de los rusos de Praga, si se les puede llamar así, lo
constituye el hecho de que sigan estando profundamente es¬
tigmatizados por la vida cultural del país que acaban de aban¬
donar. Además de esta referencia a la dialéctica, que es bas¬
tante frecuente en Jakobson, y nunca superflua, se observará
este dato curioso: El Círculo de Praga instauró en un Con¬
greso Científico el estilo de trabajo de un congreso bolchevi¬
que, presentando no ya memorias eruditas y altilocuentes sino
tesis, es decir, afirmaciones breves y densas sobre las que se
exigía una decisión. Y estableció también un estilo de ela¬
boración colectiva de sus trabajos, al que Martinet aludía,
al parecer no sin nostalgia, en su Prefacio a los Principes:
«En ninguna época, escribe, la fonología fue estrictamente
'praguesa’. Sus fundadores estuvieron siempre atentos a las
críticas y a las sugerencias llegadas de todos los rincones
del mundo. Pero en vida de Trubetzkoy y bajo su dirección,
los nuevos materiales eran cuidadosamente examinados, re¬
elaborados e integrados al edificio común. Sin embargo, la
difusión cada vez más amplia del punto de vista funcional
y estructural hacía necesariamente más difícil una confron¬
tación permanente de las opiniones y resultados obtenidos.
La desaparición del maestro, la estrangulación de Checos¬
lovaquia, las persecuciones raciales y políticas, la guerra
finalmente, no han hecho más que acentuar un aparcelamien-
to que ya se esbozaba. El retorno de la paz permitió, cierta¬
mente, reanudar lazos que se habían roto. Pero no se logra¬
ría restablecer la estrecha comunión de los años treinta»
(Principes, pág. IX).
Aunque todavía sea difícil determinar la parte de cada
cual en el equipo de Praga, y principalmente la parte del
impulso que corresponde a Jakobson, podemos adherirnos
al juicio de Lepschy, que ve en Trubetzkoy «la persona-

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 8


114 Lingüística del siglo XX

lidad dominante del Círculo de Praga» (Obra cit., pág. 61),


y al juicio de Bolelli, quien hace resaltar «su admirable
capacidad teórica [sistemática]» (Obra cit., pág. 467), hacién¬
dose eco ambos del juicio que Meillet mantenía sobre él,
según Jakobson, desde 1928: «Es la mayor inteligencia de la
lingüística actual». Alguien aprobó: «Una gran inteligencia».
«No. La mayor», repitió con energía el anciano lingüista
clarividente (Portraits, 2, pág. 586).

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Todas las historias de la lingüística describen cuidadosamente el


pensamiento de Trubetzkoy: las presentaciones de Malmberg y de
Lepschy son particularmente detalladas, aunque Leroy, más breve,
no es menos interesante. Wald y Graur, y Zvegincev proporcionan el
punto de vista marxista ya muy matizado en V. Kópal, L’état actuel
des études linguistiques en Tchécoslovaquie, en Lingua, II, 2, 1950,
págs. 226-236. De Mauro es inapreciable para las relaciones entre Saus¬
sure y Trubetzkoy, que no constituyen ya problema. A Prague School
Reader in Linguistics, editado por Vachek, Bloomington, Indiana Uni-
versity Press, 1964, proporcionará ayuda para situar a Trubetzkoy en
su marco.
LEONARD BLOOMFIELD

Nació en Chicago, en 1887, en una familia de hoteleros.


Su tío, Maurice Bloomfield, fue profesor de sánscrito en la
Universidad Johns Hopkins. Leonard sigue el curso normal
de los estudios, pasa dos inviernos en Europa con su familia
(1898-1899 y 1900-1901), ingresa en Harvard en 1903 y obtiene
su M. A. en 1906. En el mismo año, comienza su carrera do¬
cente, como assistant de alemán, en la Universidad de Wis¬
consin. En 1908, pasa a la de Chicago, donde obtendrá el
doctorado en 1909. El año siguiente, es instructor, siempre
de alemán, en la Universidad de Cincinnati, que deja por la
de Illinois de 1910 a 1913. Pasa entonces todo un año en Eu¬
ropa, en Leipzig y Gotinga asiste a las clases de los dos gran¬
des comparatistas Brugmann y Leskien. De 1914 a 1921, es
assistant-professor; y de 1921 a 1927 profesor (de gramática
comparada y de lingüística) en la Universidad del Estado de
Ohio. En el verano de 1925, al igual que muchos lingüistas
americanos, participa en un seminario de trabajo in situ,
a título de assistant en etnografía, sufragado por el Departa¬
mento canadiense de Minas. De 1927 a 1940, volverá a ser
profesor de alemán en la Universidad de Chicago. En 1940,
sucede a Sapir en la enseñanza de la lingüística, en Yale.
Pero una hemiplejía, en 1946, le aparta de toda actividad
hasta su muerte, en 1949.
116 Lingüística del siglo XX

En cierto sentido es todo lo opuesto a Sapir. No es una


personalidad fascinante de escritor, profesor y conversador
como éste. No brilla ni intenta brillar. Tiene generalmente
muy pocos alumnos a los que en un principio apenas estimu¬
la, presentándoles más bien la falta de salidas bien remunera¬
das. En el plano de los éxitos académicos, es un hombre que
se eclipsa voluntariamente, que no gusta de la administración
ni de los puestos de mando; un inconformista, anticlerical,
antimilitarista también, lo que por los años de 1918 le acarrea¬
rá dificultades universitarias bastante serias. Su retraimiento
no es timidez: es un espíritu vigoroso, combativo, inflexible.
Una de sus distracciones favoritas, con sus íntimos, es la de
coleccionar los stankos, las paparruchadas que escriben sobre
el lenguaje los no lingüistas (lástima que no haya publi¬
cado al menos algunos fragmentos de ese saludable reper¬
torio de idioteces).
En 1924-1925, Bloomfield es uno de los tres signatarios
del Appel, redactado de su mano, para la creación de la So¬
ciedad Americana de Lingüística, acto que supone la separa¬
ción orgánica entre lingüistas y profesores de lenguas vivas.
Es también el fundador, en el mismo año, de la revista
Language, órgano de la nueva asociación. Cuando Estados
Unidos se enfrenta con las dificultades de la guerra en el
Pacífico, en 1941, se pone en marcha la preparación lingüís¬
tica, tan compleja como vital, de los combatientes: nace el
Intensive Language Programm, que se concretiza en el Army
Spécial Training Programm. Aunque no asume allí ninguna
responsabilidad como titular, Bloomfield es su inspirador
científico y su animador. Para los lingüistas, inteligentemente
movilizados para esta tarea y que de hecho son casi todos
discípulos suyos, escribe un Outline Guide of Foreign Lan¬
guage Teaching (1942), que constituye la base de la renova¬
ción de la enseñanza de las lenguas vivas en América, in-
Leonard Bloomfield 117

cluido el plan escolar de postguerra. Él mismo redacta cuatro


manuales prácticos, dos de ellos para el holandés, uno para
el ruso.
En efecto, al igual que Whitney, Jespersen y algunos otros
grandes lingüistas, manifiesta el mismo interés científico y
las mismas aptitudes concretas en la investigación teórica
que en la aplicación práctica. En 1923, había redactado un
manual de alemán para principiantes. En 1940, en el apogeo
de su carrera, escribe para las escuelas primarias de Chicago
—donde se le experimentará, parece que con éxito— un pe¬
queño manual para el aprendizaje de la lectura, que suscitó
la hostilidad general entre las autoridades pedagógicas cons¬
tituidas. Se trata de un método, revolucionario entonces,
mediante el cual se realizaba el reconocimiento de los soni¬
dos por separado del de las grafías, y que se basaba en la
toma de conciencia de las oposiciones fonológicas; se trata
de un intento original de mejorar racionalmente la rapidez
y firmeza en la adquisición de la ortografía inglesa. El libro
no se publicó hasta 1961, con algunas modificaciones de un
colaborador, C. L. Barnhart (Let’s read. A linguistic approach,
Detroit, Wayne State University Press).
No nos ocuparemos aquí del Bloomfield sanscritista, aun¬
que en él exista un profundo vínculo genético entre el estudio
del sánscrito y la lingüística general, no por su tesis (A Se-
mantic Différentiation in Germanie Secondary Ablaut, 1909),
sino por su notable conocimiento del gran gramático Panini
(siglo IV a. de J. C.), que practicó asiduamente y por el cual
sintió verdadera devoción. En Le langage, dice que la gramá¬
tica de Panini «es uno de los más grandes monumentos de la
inteligencia humana» (pág. 16). Y se ha podido pensar, con
cierto fundamento, que la organización de la reflexión de
Panini sobre el lenguaje sirvió de modelo, en el sentido más
amplio del término, al riguroso descriptivismo bloomfieldia-
118 Lingüística del siglo XX

no, como lo sugiere él mismo en una reseña (Language, 1929,


pág. 267).
No obstante, Bloomfield trabaja muy pronto fuera del
campo indoeuropeo. A los treinta años, publica un estudio
sobre una lengua malayo-polinesia, Tagalog Texts with Gram¬
matical Analysis (Urbana, 1917). Sobre todo, rivaliza con
Boas, a quien admira mucho, y con Sapir en el ámbito ame¬
rindio. El año 1928 ve aparecer sus Menomini Texts (Nueva
York). Además habla el menomini. Los Plains Cree Texts
ven la luz en 1934. Publica también el resultado de un in¬
tento bastante extraño, la reconstrucción de una proto-lengua
en un dominio desprovisto de tradición escrita, por tanto des¬
provisto de documentos que atestigüen su evolución histó¬
rica. Todavía se cita con frecuencia su copioso artículo sobre
el algonquino, en Linguistic Structures of Native America
(Nueva York, Viking Fund Publications in Anthropology,
1946, págs. 85-129). Escribió otros artículos sobre el algon¬
quino, el fox, el ilocano, el cree y el menomini.
En lingüística general es el hombre de un solo libro,
Language, cuya historia científica es sin duda única. En
efecto, la obra tuvo una primera edición en 1914 (el autor
regresaba de su estancia en Alemania) bajo el título Intro¬
duction to the Study of Language (Nueva York, H. Holt, 1914).
La exposición de los conocimientos lingüísticos del momento
se encontraba allí, si no basada, al menos frecuentemente
alineada sobre la psicología dominante, en aquella época, la
de Wundt. En 1933, es decir, veinte años más tarde, Bloom¬
field publicó según sus propias palabras «una versión puesta
al día» (en fr. Le langage, trad. por J. Gazio, Payot, 1970). De
hecho se trata de una refundición completa, unida a un cam¬
bio de perspectiva y a una crítica de sí mismo, de la que
pocos sabios serán capaces, en ese grado, en su edad madura.
En general se relee poco la obra de 1914, se repite que Bloom-
Leonard Bloomfield 119
field seguía allí a Wundt. Fries intentó demostrar en Trends
(págs. 204-205) que Bloomfield era antimentalista desde 1914.
Realmente hay aquí un problema nada desdeñable para la
comprensión de Bloomfield, que está todavía por dilucidar:
vale la pena releer cuidadosamente el libro a la luz de nues¬
tros conocimientos actuales.
El carácter más evidente del texto de 1933 reside en lo
que se llama su antimentalismo. Esa definición de su actitud
ante su disciplina había sido formulada categóricamente en
un importante artículo: A Set of Postulâtes for the Science
of Language (en la revista Language, vol. 2, 1926, págs. 153-
164); y volvió sobre ello en otro artículo de consulta indis¬
pensable sobre este punto: Secondary and Tertiary Res-
ponses to Language (en Language, vol. 20, 1944, págs. 45-
55). Este «antimentalismo» no es más que un término expre¬
sivo destinado a encubrir la actitud positivista llevada a
su límite extremo, el exigente determinismo de la época,
que también se llama mechanism o physicalism —lo que
Marx y Engels denominaron materialismo mecanicista o vul¬
gar. Se trata en primer lugar de un esfuerzo que continúa el
de Whitney para hacer el análisis lingüístico tan científico
como sea posible, limitándolo a su propio terreno. «El lingüis¬
ta, escribe Bloomfield, se ocupa únicamente de las señales lin¬
güísticas. No es competente para ocuparse de los problemas
de fisiología ni de neurología» (Le langage, 1935, pág. 35).
Debe rechazar todos los postulados según los cuales, anterior¬
mente a toda emisión de una señal lingüística, se produce
en el hablante un proceso no físico, un pensamiento, un
concepto, una imagen, una sensación, un acto de voluntad,
etcétera. «Una [tal] terminología teleológica o animista, es¬
cribe en Secondary [...] Responses, con referencias al espí¬
ritu, a la conciencia, a los conceptos, etc., por una parte,
no hace ningún bien y, por otra, hace mucho mal en lingüís-
120 Lingüística del siglo XX

tica» (pág. 27). Para él, se trata de describir la comunica¬


ción lingüística a partir de sus signos observables, como lo
haría «un observador llegado de otro planeta» (Le langage,
pág. 29). Es esta una exigencia muy saludable: no hay que
creer que se explican hechos lingüísticos obscuros mediante
hipótesis filosóficas o psicológicas más obscuras aún. «La
única evidencia de estos procesos mentales es el proceso
lingüístico: no añaden nada a la discusión, y no hacen más
que obscurecerla» (Le langage, pág. 22). Y Bloomfield observa
con razón que «para el psicólogo, los descubrimientos del
lingüista que estudia la señal lingüística tendrán tanto más
valor en la medida en que éste no los haya deformado con
prejuicios psicológicos» (Le langage, pág. 35) —lo que, evi¬
dentemente, haría entrar toda explicación en un círculo vi¬
cioso. La negación bloomfieldiana respecto a la psicología
es una negación metodológica y no epistemológica. No niega
que la psicología, en cuanto tal, tenga derecho a la existen¬
cia; por consiguiente, pretender reprocharle su actitud anti-
psicologista, como hacen actualmente sus resobrinos ameri¬
canos, no tendría más sentido que «si un etnólogo que ha
preferido describir la organización social sin referencia a
la fisiología debiera ser acusado de negar la circulación de
la sangre» (B. Bloch, Portraits, 2, pág. 511). El antimentalis-
mo o el behaviorismo de Bloomfield son una higiene cientí¬
fica, necesaria en su época y, sin duda, útil todavía actual¬
mente. Pues la investigación interdisciplinaria (lingüística,
fisiología, neurología, psicología) sólo puede ser productiva
si cada disciplina presta a sus vecinas sus resultados só¬
lidos y no sus partes frágiles, como las hipótesis, lo que
ocurre demasiado a menudo.
Pero al lado de esta postura muy defendible, Bloomfield
multiplicó polémicamente fórmulas mecanicistas del género
de la siguiente: «La variabilidad de la conducta humana
Leonard Bloomfield 121
incluyendo el discurso proviene únicamente del hecho de que
el cuerpo humano es un sistema muy complejo» [y no exige,
por tanto, que se postule una conciencia, un espíritu] (Le
langage, pág. 36). Frédéric François ha sabido mostrar que
detrás de tales fórmulas inútilmente provocadoras —pero
comprensibles en el medio americano, fideísta incurable, en
que estaba inmerso Bloomfield— subyace el paso de un beha-
viorismo elemental al análisis sociológico del hecho de la co¬
municación (Ibid., págs. VIII-XI y págs. XVII-XIX). El aná¬
lisis lingüístico de Bloomfield llega mucho más lejos que la
anécdota simplista de Jill, Jack y la manzana; e, incluso,
que las fórmulas fisicistas que sueñan con describir el len¬
guaje en términos de reacciones químicas en el cerebro. Pero
los sucesores de Bloomfield, osificando su pensamiento, han
tomado al pie de la letra las fórmulas menos buenas, polé¬
micamente, para rechazar con ellas todo lo que les molestaba
por su exigencia científica bien probada. Este rechazo del
positivismo, muy a la moda actualmente, no es a menudo
más que un medio cómodo de esquivar, simplemente, las im¬
posiciones de la ciencia, a veces, en nombre del derecho a
la hipótesis, al modelo, a la teoría; y esto es válido no sólo
para la América postbloomfieldiana.
En materia de fonología, Language, en 1933, no es nada
innovador. Su punto de vista resume todo lo heredado de
la lingüística americana y de la lingüística europea, aunque
Bloomfield haya permanecido demasiado callado sobre lo que
pueda deber a Saussure, Sapir y Trubetzkoy. En una nota de
Set of Postulâtes, había declarado tener una deuda ideal para
con Saussure. Pero la definición bloomfieldiana de fonema
está desprovista, por una parte, de todo psicologismo sapi-
riano; y, por otra, temiendo recaer en las producciones
poco seguras del mentalismo, se niega a considerar el fone¬
ma como un concepto construido, la suma de cierto número
122 Lingüística del siglo XX

de rasgos pertinentes obtenidos mediante una operación de


abstracción sobre una familia de sonidos concretos. Bloom-
field aísla los fonemas por conmutación, al igual que los
pragueses, e incluso los opone por sus distinctive features;
pero prefiere definirlos según su distribución en la cadena.
Esta toma de partido no cambia más que la presentación
del análisis; salvo en la terminología, hay coincidencia
entre bloomfieldianos y pragueses. Como ya lo había visto
con claridad Trubetzkoy al citar, él, la definición de fonema
en Bloomfield: «Todo esto equivale a lo mismo» (Principes,
pág. 44).
En el plano de las unidades significativas, Bloomfield
emplea también la conmutación (es decir, el recurso intuitivo
al sentido) para deducir las unidades mínimas que él llama
morfemas. Este término entraña el riesgo de obscurecer el
hecho de que están determinadas por un recurso a sus
significados, y de hacer creer que se opera sólo con formas,
cuando la verdad es que se obtienen éstas por su sentido. En
running, croyable, run- y croy- son formas libres, -ing y -able
formas ligadas que no se encuentran nunca aisladas. En el
caso de croy- estamos ante un alomorfo. Los seguidores inme¬
diatos de Bloomfield (distribucionalistas) han entorpecido
este tipo de análisis al pretender, aquí también, quedarse sólo
en el plano de las formas, clasificadas por sus posiciones
recíprocas, haciendo abstracción de los significados. Esto
les llevaba a un callejón sin salida al analizar oraciones,
donde las mismas clases de unidades tienen las mismas dis¬
tribuciones, aunque la función sintáctica (es decir, la cons¬
trucción del sentido) de estas unidades sea manifiestamente
diferente —como por ejemplo: J’ignore quels dangers redou¬
taient les soldats «ignoro qué peligros temían los soldados»,
opuesto a J’ignore quels dangers menaçaient les soldats «ig¬
noro qué peligros amenazaban a los soldados». La crítica
Leonard Bloomfield 123

chomskiana ha explotado ampliamente los excesos del for¬


malismo distribucionalista ya en germen en Bloomfield.
Su sintaxis es también original en la medida en que in¬
tenta hacer el inventario de las varias posibilidades univer¬
sales de construir el sentido de una oración a partir de sus
morfemas. Entre esas posibilidades se cuenta la modulación,
que es el recurso a la entonación para diferenciar enuncia¬
dos que de otro modo tendrían el mismo sentido; por ejem¬
plo la oposición entre Tu viens, Tu viens? y Tu viens! La
segunda posibilidad es la alternancia fonética (goose~ geese;
sing~ sang~ sung, etc.). La tercera, es lo que Bloomfield deno¬
mina selección; la posibilidad que entra en juego cuando dos
enunciados son semejantes —por la modulación, por la alter¬
nancia, incluso por el orden de los morfemas— y sin embargo
su sentido es distinto: Man! indica una llamada, y jump!, con
la misma entonación, en el mismo lugar de una cadena,
significará una orden. La posibilidad más frecuentemente
empleada sigue siendo sin duda el orden de los morfemas
en el enunciado: le capitaine ignorait quel danger le soldat
attendait, «el capitán ignoraba qué peligro esperaba el sol¬
dado», se opone a: le capitaine ignorait quel danger attendait
le soldat, «el capitán ignoraba qué peligro esperaba al sol¬
dado»; aun cuando la segunda oración sea ambigua 1 a veces,
la primera no lo es nunca (cf. Le langage, págs. 154-159). Los
distribucionalistas herederos de Bloomfield también aquí han
otorgado preferencia, en la descripción sintáctica, a la dis¬
tribución de las unidades, es decir, al procedimiento sintác¬
tico basado en el orden, prescindiendo del recurso al sentido,
siempre presente paralelamente en su maestro. La teoría de
Bloomfield (de los constituyentes inmediatos del enunciado),
base y fundamento de toda la sintaxis americana, está

1 En francés (/V. del T.).


124 Lingüística del siglo XX

condensada, desde este punto de vista, en una formulación


típica, en la que sólo falta la referencia a la conmutación.
«Todo hablante de la lengua inglesa que se interese por este
tema, escribe, nos dirá con toda seguridad que los consti¬
tuyentes inmediatos de Poor John ran away son las dos
formas. Poor John y ran away, constituyendo a su vez cada
una de ellas una forma compleja; nos dirá que los consti¬
tuyentes inmediatos de ran away son ran, morfema, y away
forma compleja cuyos constituyentes inmediatos son los mor¬
femas a- y way; y que los constituyentes de poor John son
los morfemas poor y John. Sólo de esta forma un análisis
apropiado (es decir, un análisis que toma en consideración
el sentido) nos llevará a los morfemas esencialmente cons¬
tituyentes» (Le langage, pág. 153).
Contrariamente a lo que se repite y se cree a menudo,
Bloomfield está en el inicio de una reflexión totalmente mo¬
derna en materia de semántica. Porque escribió afirmaciones
tan precisas como ésta: «Para dar una definición científica¬
mente exacta de la significación de cada una de las formas
de una lengua, precisaríamos poseer un conocimiento cientí¬
ficamente exacto de cuanto forma el universo del hablante. La
extensión actual del saber humano es muy pequeña en com¬
paración» (Le langage, pág. 132), sus discípulos concluyeron
rígidamente que los significados lingüísticos son y serán siem¬
pre científicamente inaccesibles, y que la semántica debería
ser excluida de la descripción lingüística —lo que ocurrió
efectivamente en Estados Unidos entre 1930-1955—. Pero
Bloomfield llamaba la atención simplemente sobre el hecho
de que «la delimitación de la significación es [...] el punto
débil del estudio de la lengua, y lo seguirá siendo mientras
nuestros conocimientos no estén más avanzados que en la
actualidad» (Le langage, pág. 133), lo que no es exactamente
lo mismo.
Leonard Bloomfield 125

Por otra parte, al igual que en las formulas fisicistas de


más arriba, subordinando la semántica al desarrollo de las
demás ciencias, sugería vías de aproximación hacia el sen¬
tido, pero que estén basadas en procedimientos propiamente
lingüísticos. Su tan célebre definición behaviorista de la sig¬
nificación de una forma lingüística «como la situación en que
el hablante la enuncia y la respuesta que provoca por parte
del oyente» (Le langage, pág. 132), si no lo resuelve todo
(y Bloomfield no lo pretendía), llama útilmente la atención:
es exactamente la forma en que el niño que aprende a hablar
adquiere los significados de las formas que oye, y el meca¬
nismo de esta adquisición tiene indiscutiblemente una im¬
portancia teórica fundamental. Igualmente, cuando enuncia
su primer postulado, según el cual para establecer toda
descripción científica es preciso admitir que «en toda co¬
munidad lingüística ciertas emisiones son semejantes por
su forma y por su sentido» {Le langage, pág. 77; véase tam¬
bién pág. 137), concede todos sus derechos a la semántica.
Va, incluso, más lejos, y se puede decir que esboza, antes y
mejor que Hjelmslev, un método de análisis de los significa¬
dos que no está completamente subordinado al total conoci¬
miento científico del mundo en general: esto tiene lugar
cuando propone, para determinar la significación de una
forma, el recurso a los rasgos semánticamente distintivos
«que son comunes a todas las situaciones que exigen el
enunciado de [esta] forma lingüística» (Le langage, pág. 134;
toda la página merece una atenta lectura. Llama también la
atención, por primera vez en esta forma, sobre los límites
imprecisos individuales de los significados). Conocemos el
partido que Prieto ha sacado de este procedimiento tomado
de Hjelmslev.
Los seguidores de Bloomfield, que se creían autorizados
por él para excluir la semántica de su lingüística, deberían
126 Lingüística del siglo XX

haber reparado en la primera frase del Capítulo IX de Lan-


guage, titulado «La significación»: «El estudio de los sonidos
del discurso sin consideración a sus significaciones es una
abstracción» (Obr. cit., pág. 132). Esta observación recuer¬
da oportunamente que es tan necesario como difícil leer bien
a los maestros de una disciplina, principalmente cuando se
es su discípulo —pues la convicción de comprender porque
se adhiere puede hacer leer tan mal como, en el adversario,
el deseo de contradecir porque se rechaza.
En un último punto sigue siendo Bloomfield muy actual,
y quizá, incluso, se adelantara a nuestro tiempo. Meillet en su
lacónica reseña de Language (B.S.L., t. 34, 1933, págs. 1-2)
observa, mediante un sorprendente contrasentido, que «en
su conclusión, M. L. Bloomfield se halla manifiestamente
preocupado por la falta de utilidad práctica de la lingüística»
(Ibid., pág. 2). Esta conclusión se titula, probablemente por
primera vez en un manual o tratado de lingüística: «Aplica¬
ciones y perspectivas». Y Frédéric François resalta con razón
su modernidad. El capítulo trata del purismo gramatical,
con una severidad sólidamente fundada en el enraizamiento
de éste en la discriminación sociológica; trata de la ense¬
ñanza de la gramática en la escuela; de la ortografía inglesa
y de su ruinoso coste intelectual; de la enseñanza de las
lenguas vivas; de las estenografías; de la posibilidad de
una lengua universal auxiliar. La reflexión de Meillet se ex¬
plica sin duda por un hábito muy acentuado de establecer
una escisión violenta entre investigación esencial, pura, des¬
interesada, e investigación aplicada, impura, interesada.
Nadie duda que no sea preciso defender, y más aún
que en tiempos de Meillet, la investigación esencial. Pero la
actitud de Bloomfield es justa: no se opone a las aplica¬
ciones en nombre de la pureza moral, sino en nombre de
una necesaria prioridad: sin investigación desinteresada
Leonard Bloomfield 127

previa la investigación que denominamos aplicada no es


más que una chapuza. Pero Bloomfield sabe también que,
en último análisis, la prueba de la validez de una teoría
no reside en su coherencia interna, sino en su adecuación a
los hechos que pretende explicar. Incluso la astronomía pura
ha terminado por desembocar en una praxis, la de los vuelos
interplanetarios, que le otorga su sanción final de ciencia
exacta (después de esas aplicaciones prácticas que constitu¬
yeron los calendarios, los anuarios de las mareas, etc.). Por
ciertas comunicaciones al IX C.I.L. (1962) —la de Olaf Brat-
tegard sobre la reforma noruega de la pronunciación de los
números para reflejar su escritura, en 1951 (supresión de
enogfemti = uno y cincuenta, para 51); la de Valter Tauli,
sobre la planificación lingüística en Estonia, Hungría y No¬
ruega; la de Young, referente a los problemas planteados
al Japón por las repercusiones en la lengua oral de las re¬
formas propuestas para la escritura—, se verá que la gramá¬
tica normativa puede ser la peor forma de lingüística aplica¬
da, porque generalmente no está precedida por el estudio
lingüístico de los problemas. Bloomfield tiene razón: puesto
que se interviene constantemente en el aprendizaje, la prác¬
tica y la vida de las lenguas, que esta intervención se realice
no por pedagogos o gramáticos, a menudo meros aficionados,
sino por personas formadas y preparadas para hacerlo cien¬
tíficamente.
Es sin duda una paradoja sostener que, al final, es Bloom¬
field el lingüista americano que ha marcado más profunda¬
mente la primera mitad del siglo xx —aunque Sapir haya
tenido en vida un auditorio más amplio y mucha más noto¬
riedad—. Y, sin embargo, es la verdad postuma: muchos lin¬
güistas americanos fueron alumnos de Sapir y discípulos de
Bloomfield. El influjo de éste se ejerció, por conducto de su
libro, de forma continua. Sturtevant no debe de exagerar
128 Lingüística del siglo XX

cuando dice que «muchos especialistas en lingüística descrip¬


tiva que habían sido formados por Boas y Sapir han afirmado
rotundamente que fue de Bloomfield de quien habían adqui¬
rido su método» (Portraits, 2, pág. 521). En Europa, tuvo
poco eco. La reseña de Meillet es todavía significativa por
su misma extensión. Podría inducir a engaño ver subraya¬
do en ella «el poco aliciente que M. L. Bloomfield siente por
las teorías» {Art. cit., pág. 1) si, por otra parte, no se supiera
de qué teorías (filosóficas) se trata. Meillet se limita a ob¬
servar que se trata «de un libro nuevo basado en teorías
puramente lingüísticas», y que «prestará grandes servicios
a los lectores que quieran iniciarse en las ideas que circulan
actualmente entre los lingüistas» (Ibid., pág. 1).
Es verdad que Bloomfield mismo no parece que se preocu¬
para de mantener contacto con la lingüística europea. Su
reseña de la segunda edición (1922) del Curso de Saussure
revela ciertamente una lectura comprensiva; se reconoce allí
«la muy sutil distinción» entre sincronía y diacronía; se
dirige sin ambages a lo esencial del libro: en lingüística
general, Saussure «es casi único», y «el valor del Curso re¬
side en su demostración clara y rigurosa de los principios
fundamentales». Ya lo había dicho en otra ocasión en 1922,
en una reseña que había hecho del Language de Sapir {Cíassi-
cal Weekly, vol. 15, 1922, págs. 142-143). Saussure «nos ha
proporcionado la base teórica para una ciencia del lenguaje
humano», y «el punto esencial consiste en que ha sido el
primero en presentar aquí el mapa de un mundo del cual
la gramática histórica del indoeuropeo [...] tan sólo es una
simple provincia» {Modem Language Journal, 1924, repro¬
ducido en Cahiers F. de Saussure, vol. 21, 1964, págs. 133-
135); y en Set of Postulâtes, en 1926, habló como ya hemos
dicho de su «deuda ideal» hacia Saussure.
Leonard Bloomfield 129

Pero Bloomfield parece haber sido profundamente defrau¬


dado, a pesar de sus apreciaciones tan clarividentes, por la
fonética de Saussure, y sobre todo por su psicologismo, que
juzga de este modo: «Saussure parece no haber tenido nin¬
guna noción de psicología por encima de las más elementales
y vulgares concepciones» (Ibid., pág. 134). Esto (y el cuidado
que tuvo, aunque enemigo de «Escuelas», de acentuar
lo que separaba su teoría de todas las demás) explica sin
duda que no haya respondido a las esperanzas de Trubetz-
koy. Éste, en una carta de 1936 a Sapir (citada por Hagége,
La linguistique, 1, 1967, pág. 121), lamenta que demasiado
pocos lingüistas americanos se hayan adherido a la Asocia¬
ción Fonológica Internacional que él había fundado en 1930,
aunque, puntualiza, «por ejemplo Leonard Bloomfield y Franz
Boas profesan en sus trabajos puntos de vista muy próximos
a los nuestros» (Bernard Bloch, discípulo de Bloomfield, es
uno de estos escasos adhérentes de allende el Atlántico). Nos
gustaría asimismo saber por qué Bloomfield no colaboró en
el número extraordinario de 1933 del Journal de Psychologie
sobre el lenguaje, donde es el gran ausente, tal vez volun¬
tariamente. Así van las cosas en la vida científica.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Se encontrarán descripciones de la lingüística bloomfieldiana, su¬


perficiales en Robins y Leroy, más nutridas en Milka Ivic y, sobre todo,
en Malmberg y Lepschy. De Mauro, como siempre, es inestimable
para la relación Saussure-Bloomfield. Entre las reseñas, se han citado
ya las de Bloch y Sturtevant, en Portraits. Hay que añadir a ellas
la de C. C. Fríes, The Bloomfieldian «School», en Trends, págs. 196-
224, con una interesante carta de Bloomfield, del 29 de enero de 1945.
Y la de R. A. Hall, Jr., In Memoriam Leonard Bloomfield, en Lingua,
II, 2, 1950, págs. 117-123. K. V. Teeter, Descriptive linguistics in Ame-

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 9


130 Lingüística del siglo XX

rica: Triviality versus Irrelevance, en Word, 20, 2, 1964, págs. 197-206,


presenta un punto de vista americano sobre la «crisis» postbloomfiel-
diana desencadenada por el chomskismo. Sobre el behaviorismo es
todavía útil el artículo de Margaret Schlauch, Early Behaviorist Psy-
chology and Contemporary Linguistics, en Word, 2, 1, 1946, págs. 25-37.
Sobre el Intensive Language Program, véase Clefs pour les langues
vivantes, de Jean Guénot, Paris, Ed. Seghers, 1964. Sobre la posición
respectiva de las grandes teorías estructuralistas hacia 1950, véase
André Martinet, Structural Linguistics, en Anthropology to-day, ed.
por Kroeber, University of Chicago Press, 1953. El prefacio que Frédéric
François ha puesto a la traducción francesa de Language, Paris, Payot,
1970, es la mejor valoración actual de Bloomfield. Hay una bibliografía
de sus publicaciones en la revista Language, t. 25, 1949, págs. 94-98.
Finalmente, sus escritos más representativos han sido reunidos por
C. F. Hockett en A Leonard Bloomfield Anthology, Bloomington, In¬
diana University Press, 1970.
LOUIS HJELMSLEV

Louis Hjelmslev (1899-1965) era hijo de un profesor de


matemáticas. Tuvo como primer maestro a Holger Pedersen,
quien, aunque comparatista y neogramático de estricta obser¬
vancia, fue uno de los primeros en dejar una historia de la
lingüística, rica en consideraciones modernas. A continuación
estudia en Lituania (1921) y en Praga (1923). Después va a
París donde asiste a las clases de Meillet en 1926 y 1927.
Sucedió a Pedersen en la cátedra de lingüística comparada
en la Universidad de Copenhague, en 1937.
Pero en el plano internacional, actualmente toda la vida
de Hjelmslev radica, de hecho, en la historia de la glosemá-
tica. Y nadie duda que el verdadero punto de partida de la
misma no sea la explosión de las Thèses praguesas en el
Congreso de La Haya en 1928, aunque el mismo Hjelmslev
haya situado su «segundo nacimiento científico» en el mo¬
mento de su contacto con Meillet, después del de Pedersen.
El ejemplo estimulante del Círculo Lingüístico de Praga y
de su éxito inmediato en La Haya cuenta probablemente
mucho en la creación por Hjelmslev, en 1931, del Círculo
Lingüístico de Copenhague, en compañía de su compatriota
Viggo Bróndal (1887-1942), lingüista profundamente imbuido
de lógica antigua, medieval y moderna, poco mayor que él
(Hjelmslev, sin embargo, se inspirará principalmente en la
132 Lingüística del siglo XX

lógica austríaca de Carnap ’). Aun cuando determinadas dife¬


rencias hayan separado más de una vez a estas dos persona¬
lidades vigorosas y profundamente diferentes, fundan juntos,
en 1938, la revista Acta lingüistica, cuyo subtítulo: Revue
internationale de linguistique structurale, es sin duda el acta
bautismal oficial del estructuralismo como nombre de orien¬
tación en Europa (el primer artículo del núm. 1, firmado por
Bróndal, se titula también Linguistique structurale). En la
época de su estancia común en París, Bróndal (que era lector
de danés en la Sorbona) y Hjelmslev tienen intereses y orien¬
taciones afines, como lo prueban sus respectivos campos de
investigación: las partes del discurso, la morfología y las pre¬
posiciones, para el primero; la gramática general y la teoría
de los casos, para el segundo.
Bróndal sucederá, en 1928, a Nyrop en la cátedra de lin¬
güística románica de la Universidad de Copenhague; y Hjelm¬
slev defenderá su tesis (Études baltiques) en 1932. Pero a
partir de 1933, Hjelmslev inicia una continua colabora¬
ción con el lingüista danés H. J. Uldall, formado por el fone¬
tista inglés Daniel Jones; entonces se ve configurar una emu¬
lación más precisa respecto a la Escuela de Praga. En 1935,
los dos daneses proponen incluso denominar «fonemática»
a la nueva teoría descriptiva que ellos presentan —en Lon¬
dres, en el II Congreso Internacional de Ciencias Fonéticas—
como opuesta a la fonología de Praga. Pero en 1936, en el
III C.I.L. (Copenhague), el deseo de apartarse de los de Praga
se manifiesta estentóreamente con la creación del término
glosemática, aparecido episódicamente en Saussure con otro
sentido (Cours, pág. 277). El nacimiento de la misma fue
revelado por la difusión entre los miembros del Congreso
de un breve texto titulado Synopsis of an Outline of Glosse-

1 Cf. Logische Syntax der Sprache, Viena, 1934.


Louis Hjelmslev 133

matics. A partir de 1944, al igual que existe una serie de los


T.C.L.P., habrá otra de los T.C.L.C. (Travaux du Cercle Lin¬
guistique de Copenhague). Pero la colaboración con Uldall
parece no haber carecido de nublados, puesto que el Outline
of Glossematics, cuya aparición fue anunciada por ambos
autores en 1935 para aquel mismo año, no verá la luz hasta
1957, únicamente bajo la responsabilidad de Uldall. Y esto
a pesar de que en 1943, en Omkring, Hjelmslev anuncia toda¬
vía, en nota, la futura aparición del Outline en T.C.L.C. bajo
la firma de ambos (cfr. trad. ingl. pág. 4). En el mismo lugar,
por otra parte, Hjelmslev precisa que determinados trabajos
previos a la teoría que él expone han sido realizados «con la
especial colaboración de H. J. Uldall, en los años 1934-1939»
(la nota ha desaparecido en el texto francés).
La obra de Hjelmslev estuvo simbolizada, durante casi
un cuarto de siglo, por una obrita de 112 páginas, aparecida
en 1943, Omkring sprogteoriens grundlaeggelse. Ni siquiera
al inglés fue traducida, y por consiguiente accesible a todo el
mundo, hasta 1953, bajo el título: Prolegomena to a Theory
of Language (trad. de Francis Whitfield, como Memoria n.° 7
del vol. 19, n.° 1, del International Journal of American Lin-
guistics, Baltimore, Indiana University Publications, Waverly
Press). Una reseña de Martinet, muy detallada (B.S.L., 1946,
t. 2, págs. 1742), fue durante mucho tiempo la principal
fuente de información, para los no germanistas, sobre esta
difícil exposición de la glosemática. La obra fue traducida
al francés por Éditions de Minuit, primeramente en 1968 y
después en 1971, mucho mejor esta vez con el índice de los
términos definidos y las 108 definiciones preparadas bajo
el control de Hjelmslev para la edición inglesa. (Tanto la tra¬
ducción inglesa como la francesa dicen: Prolegómenos a
una teoría, cuando la traducción literal del danés equivaldría
a... la teoría... Malmberg, en Los nuevos caminos, pág. 167,
134 Lingüística del siglo XX

lo subraya y traduce Sobre los fundamentos de la teoría


del lenguaje, lo mismo que en 1946 había escrito Martinet:
Au sujet des «Fondements de la théorie...»)2.
Este librito, durante mucho tiempo mal conocido, relegó
totalmente en la oscuridad los Principes de grammaire géné¬
rale (Copenhague, 1928) y La catégorie des cas. Étude de
grammaire générale (2 vols., Aarhus, 1935-1937), tan clara y
profunda es la ruptura. No se trata ya de establecer una
gramática general sino una lingüística científica: aunque la
meta es la misma, principios y métodos son diferentes.
Pero desde 1943, Hjelmslev produjo poco. Sproget, contem¬
poráneo de los Prolegómenos y que dedica gran espacio a la
lingüística histórica, no fue publicado hasta 1963 (en francés:
Le Langage, trad. por M. Olsen, Ed. de Minuit, 1966). Un
curso dado en Londres en 1947, en inglés: La structure fon¬
damentale du langage, permaneció inédito hasta su traduc¬
ción francesa, aparecida a continuación de la de los Prolegó¬
menos (Ed. de Minuit, 1968, 1971).
Las contribuciones más importantes de Hjelmslev a la
vida lingüística (después de 1943) tal vez sean su informe
sobre la primera cuestión del VI C.I.L. (París, 1948; Actes,
Klincksieck, 1949, págs. 419-431): Existe-t-il des catégories
qui soient communes à l'universalité des langues humaines?,
y su informe al VIII C.I.L. (Oslo, 1957; Actes, 1958, págs. 636-
654): La structuration du lexique est-elle possible? Dos cues¬
tiones importantes en las que Hjelmslev está a la altura de
sus temas. Ya hemos citado el notable artículo necrológico
que dedica a Jespersen (Acta lingüistica, núms. 2-3, 1942-1943,
págs. 119-130). Su Commentaire sur la vie et sur l'œuvre de
Rasmus Rask, todavía merece que se le vuelva a leer (Con-

2 La version española, de José Luis Díaz de Liaño, Prolegómenos


a una teoría del lenguaje, Madrid, Gredos, 1971, da la misma traduc¬
ción que las eds. inglesa y francesa. (N. del T.).
Louis Hjelmslev 135

férences de l’Institut de Linguistique de Paris, 1951, págs. 143-


157). Con motivo de su sesenta aniversario, se reunió cierto
número de artículos suyos bajo el título de Essais Linguis¬
tiques (T.C.L.C., vol. XII, 1959). Se podrá leer allí Structural
Analysis of Language, de 1947, que al igual que La stratifica¬
tion du langage (Word, vol. X, núms. 2-3, 1954, págs. 163-188),
da la impresión de que Hjelmslev habiendo agotado su cons¬
trucción, tiende quizá a repetirse, lejos de toda aplicación,
sin progresar.
Hjelmslev presentó siempre su tentativa como prolon¬
gación y ampliación, bajo una forma más rigurosamente
científica, de las ideas de Saussure, de quien él se consideró
como el único y verdadero continuador. En efecto, para él,
lo mismo que para Saussure, la lengua es «una forma, no
una sustancia» (Cours, pág. 157), y, lo mismo que para Saus¬
sure, la sustancia [el sonido, el sentido] no tiene importan¬
cia en sí: puede ser fónica, gráfica, gestual, para los signi¬
ficantes; en cuanto a los significados, más que en Saussure
(cf. Cours, pág. 156), los «valores» abstractos de los térmi¬
nos (opuestos por sus relaciones recíprocas) es lo único
dotado de existencia; el sentido amorfo, la sustancia del
contenido incluso «formada» (Cours, págs. 158-160), se ven
rechazados. La dicotomía saussuriana significante ~ significado
es elaborada como una oposición de dos planos, el de la
expresión y el del contenido, teniendo cada uno de estos
planos una sustancia y una forma. La dicotomía lengua ~
habla se convierte en la oposición entre esquema y texto
o uso; mientras que los ejes del análisis, paradigmático (aso¬
ciaciones in absentia de Saussure) y sintagmático (asocia¬
ciones in praesentia), son rebautizados: «función o-o», o
también «sistema»; y «función y-y», o también «proceso».
Finalmente, el gran principio saussuriano —que es preciso
distinguir la ciencia lingüística de todas las otras formas
136 Lingüística del siglo XX

de estudiar el lenguaje {Cours, págs. 20-35), y que «la lin¬


güística tiene por único y verdadero objeto la lengua consi¬
derada en sí misma y por sí misma» {Cours, pág. 317)— se
convierte bajo la pluma de Hjelmslev en el principio de «la
inmanencia» opuesto a «la trascendencia» (págs. 10 y 13).
Sobre estas bases se puede describir toda la teoría pro¬
piamente lingüística de Hjelmslev, que sorprende principal¬
mente por una invencible propensión a crear neologismos:
puesto que los fonemas pragueses deben ser independientes
de su substancia fónica, serán denominados cenemas (del
griego kenós, vacío) o figuras, y la «fonemática» de 1935 se
convertirá en la «cenemática» de 1936. Las unidades porta¬
doras de contenido, los morfemas pragueses o los monemas
ginebrinos serán pleremas (del griego plerós, lleno). Toda
relación sintagmática entre dos unidades lingüísticas cuales¬
quiera devendrá en «función», con un contenido diferente
del que el término tiene en gramática tradicional, y del que
tiene en fonología y en lingüística, sin ser, sin embargo,
exactamente el sentido de las matemáticas: de hecho, en
él, función significa únicamente relación (inmaterial, abs¬
tracta, formal) entre dos términos, y las dos unidades serán
funtivos. Las dependencias en el sistema (dependencias para¬
digmáticas) son «correlaciones» mientras que las dependen¬
cias en el texto (sintagmáticas) son «relaciones». El miembro
es una unidad en un paradigma; la misma unidad es una
parte en la cadena, etc. Nadie duda que Hjelmslev no haya
pretendido, de este modo, algo importante, prodigiosamente
nuevo, sobre lo que volveremos más adelante; pero tampoco
duda nadie, por una parte, que haciendo esto no haya en¬
cubierto más de una vez el callejón sin salida de sus análisis
totalmente desencarnados, y que, por otra, no haya complica¬
do inútilmente la exégesis de su doctrina.
Louis Hjelmslev 137

Una de las hipótesis de la descripción hjelsmleviana radica


en que, aunque no haya correspondencia biunívoca entre el
plano de la expresión y el plano del contenido, el análisis
de la estructura en ambos planos se basa en las mismas
reglas de organización: es el principio de isomorfismo. El
deseo de encontrar en el plano del contenido la doble articu¬
lación («morfemas» divisibles en «cenemas»), que él señala¬
ba en el plano de la expresión, condujo a Hjelmslev a inves¬
tigar cómo estructurar de la misma manera la forma del
contenido, es decir, a exponer las bases de una nueva reflexión
concerniente al análisis semántico. Nueva, a pesar de que,
como lo recuerdan John Lotz en 1954 (Portraits, 2, págs. 58-
59) y Malmberg (Tendances, págs. 184-186), en 1903 ya se
pueda encontrar en Noreen algo más que la intuición de un
método de este tipo. Contrariamente a lo que creía Hjelmslev,
quien no ha podido ignorar a este último, todo sabio, por
grande que sea, es un confluente. Sea lo que fuere, aun cuan¬
do en un principio, en su texto danés, Hjelmslev no analizaba
más que significados construidos formalmente desde la mor¬
fología (con un «constituyente» [radical] + un «exponente»
[morfema, en el sentido corriente], del tipo de chat + te =
chatte, o del tipo de pomme + ier = pommier), su «pleremá-
tica» incitaba a los primeros lectores a extender el procedi¬
miento a las unidades desprovistas de rasgos morfológicos.
La traducción inglesa, que él supervisó, invitaba a ello ex¬
presamente puesto que el ejemplo de stallion = horse + he
(garañón = caballo + él) está basado en la noción de sexo
en inglés. Esto prueba que la extensión de este análisis a
todo monema estaba en el hilo de su pensamiento (véase
ed. dan., págs. 63-64; ed. ing., pág. 44; ed. fr., págs. 90-91).
Esta sugerencia poco desarrollada por Hjelmslev, incluso
en su contribución al VIII C.I.L., ha sido recogida principal¬
mente por Luis J. Prieto, constituyendo el punto de partida
138 Lingüística del siglo XX

de la tentativa más avanzada, hasta el presente, de una teoría


de la estructuración de los significados.
Es innegable que Hjelmslev fecundó durante cierto tiem¬
po las reflexiones de Martinet, como atestigua éste con
su reseña de Omkring en B.S.L., y los dos artículos en que
presentó en 1949 y en 1957 su formulación personal de la
doble articulación —aun cuando esta formulación más se¬
ñalase entonces lo que separaba a ambos sabios que la
deuda del segundo respecto al primero—. Hjelmslev ha
influido también en lingüistas más jóvenes de los que
algunos como Holt o Diderichsen, son poco conocidos fuera
de Escandinavia, otros, como Eli Fischer-Jórgensen (su su¬
cesor en la cátedra) y Henning Spang-Hanssen, lo son más;
otros incluso, tales como Knud Togeby con su Structure
immanente de la langue française (1951), o Emilio Alarcos
Llorach con su Gramática estructural, según la Escuela de
Copenhague (1951), han adquirido amplia notoriedad. Todos,
más o menos claramente, se han apartado de una glosemá-
tica de estricta obediencia, hasta el punto de que ésta quizá
sólo tenga ya actualmente, y en Francia más que en otras
partes, supervivencia terminológica.
Pero se puede afirmar, sin duda, que en el mismo Hjelms¬
lev, la glosemática no fue nunca lingüísticamente hablando,
más que un edificio sin terminar. El verdadero y perdurable
mérito de los Prolegómenos estriba probablemente menos
en lo que son que en lo que querían ser: la primera tentativa
de fundar, no ya una lingüística científica (se venía traba¬
jando en ello con bastante éxito hacía siglo y medio), sino una
teoría científica de la descripción de las lenguas, basada en
premisas epistemológicas (la palabra figura en lugar des¬
tacado, págs. 12, 22, 25). La ambición de Hjelmslev no es nada
menos que la de fundar su teoría (palabra que define cuida¬
dosamente, pág. 23) lingüística, a la manera de los lógicos
Louis Hjelmslev 139

que tanto admira, sobre una axiomatización completa, es


decir, sobre la explicitación sin equívoco de todos sus prin¬
cipios de partida y de todas sus definiciones básicas.
Su «principio de empirismo» (también una palabra que,
bajo su pluma, tiene sentido absolutamente diferente de
todas las acepciones conocidas) reagrupa los criterios de no
contradicción, de exhaustividad y de simplicidad que nos
encontramos en la base de todas las construcciones lógico-
matemáticas desde Frege. Su principio de independencia es
el de inmanencia. Su principio de arbitrariedad («una
teoría es en sí misma independiente de toda experiencia»)
y el de apropiación o adecuación (el teórico sabe, por
toda su experiencia previa en este campo, que la teoría de¬
berá ser aplicable al mismo) combinan de una manera ori¬
ginal el vaivén necesario entre el momento inductivo —cono¬
cimiento de los datos de la experiencia— y el momento
deductivo —construcción «arbitraria» de un corpus de hipó¬
tesis— (Hjelmslev, sin embargo, protesta que él no emplea
las palabras inductivo y deductivo a la manera de todo el
mundo). Su principio de generalidad constituye el postulado
de que todas las lenguas tienen en común leyes universales
de estructura.
Desde este punto de vísta, no podemos por menos de
admirar el rigor y la precisión con que define toda su ter¬
minología propia y no solamente los 108 términos que figu¬
ran al final del libro; y, sobre todo, cómo define las opera¬
ciones que constituyen el análisis de todo corpus lingüístico
(es él quien crea la palabra conmutación). Es en esto donde
verdaderamente es modélico, aun cuando, una vez más, exa¬
gere ante sus propios ojos la radical novedad de su método:
Bloomfield, en 1926, había elaborado, como hemos visto ante¬
riormente, A set of Postulâtes for the Science of Language
que seguramente no es menos riguroso epistemológicamente
140 Lingüística del siglo XX

y sin duda más apropiado para el análisis lingüístico que los


Prolegómenos. Hjelmslev lo cita con una arrogante con¬
descendencia entre los autores de «determinadas categorías
de lingüística [que] en estos últimos años, se han pertrecha¬
do de supuestos sistemas de axiomas» (pág. 3 de la trad. ing.;
trad. fr., pág. 13, y n. 1; trad. esp., pág. 17 y n. 1).
La doctrina de Hjelmslev ha contribuido ciertamente a
hacer reflexionar a algunos lingüistas sobre los fundamentos
epistemológicos de su práctica científica. Los Prolegómenos,
desde este punto de vista, siguen siendo una de las lecturas
más necesarias. Pero, después de más de un cuarto de siglo,
se puede afirmar que esta doctrina no se ha mostrado pro¬
ductiva, ni ha renovado, ni incluso mejorado, la lingüística
descriptiva. Ni la Théorie des prépositions, de Bróndal (que,
por lo demás, no representa en absoluto la glosemática), ni
Structure immanente de la langue française, de Togeby, tras
un legítimo éxito por la novedad, han hecho escuela.
Uno se pregunta el porqué de la relativa esterilidad lin¬
güística de la glosemática. Verosímilmente, no tiene que ver
con las críticas de detalle, ni siquiera con las de fondo como
la del isomorfismo de los dos planos que hicieron Kuryiowicz
y Martinet. Ni con la oposición a tomar en consideración la
substancia fónica, oposición cuyas consecuencias para el aná¬
lisis sincrónico también ha demostrado con claridad Martinet,
en su reseña de 1946: ¿cómo podría la glosemática, se pre¬
gunta, afirmar la identidad de la /p/ de pelle y de la /p/ de
cap? Hjelmslev no ha respondido, ni siquiera en Le langage
(págs. 72-74) donde, en el plano diacrónico, para explicar el
paso de peregrinus a pelegrinus es decir, la disimilación de
la primera [r] en [1], sin aludir a la sustancia fónica
se afana buscando fórmulas confusas sobre la elección de
los sujetos hablantes «según su sentimiento lingüístico»,
sobre ciertas «causas físicas objetivas, muy a menudo de
Louis Hjelmslev 141

orden fisiológico», para terminar por admitir que «el conoci¬


miento general del sistema fonético de la lengua» permite
predecir el cambio.
Las causas deben ser más profundas, no ya a nivel de
la ambición epistemológica —que es ejemplar—, sino a nivel
de la realización misma. No nos sustraemos a la impresión
de que Hjelmslev, lo mismo que Uldall, queriendo hacer de
la glosemática una especie de álgebra, susceptible de forma¬
lizar el análisis descriptivo de todas las lenguas, no supo
encontrar las fórmulas algebraicas adecuadas. Cuando se
vuelve de nuevo a su último gran artículo, La stratification
du langage, se busca en vano el valor operante de sus fór¬
mulas, que parecen más bien (¿cómodas?) simbolizaciones
que resumen las definiciones, pero que no parece que po¬
sibiliten los cálculos lógicos que pretenden manifestar. ¿Qué
concluir de Y°g°(V)R, que es una sintagmática, y de LY°g°(V)R,
que es un texto, mientras que Y°g°(V) : es una paradigmática
y LY°g°(V) : es un sistema? Si se quiere recoger algún día
la herencia aprovechable de Hjelmslev que nuestras genera¬
ciones no hayan descubierto, es a nivel de estos problemas
como habrá que reemprender la investigación.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Sobre la vida de Hjelmslev, consúltese el prefacio de Greimas al


Langage. A su obra dedica Graur un capítulo (6 págs.); Leroy, 4 págs.
cuidadas; Lepschy, 20 págs. muy nutridas; Malmberg, el lector actual
más informado en cuanto a las fuentes, un capítulo de 26 páginas,
excelente (págs. 207-233), sin contar las dedicadas a la estructuración
semántica (págs. 186-192). Robins es breve (págs. 201-202). Consúltese
Glossematics, de Henning Spang-Hanssen, en Trends in European and
American Linguistics, Amberes, Spectrum, t. I, 1961, págs. 128-164, y
la reseña necrológica de Eli Fischer-Jórgensen, Acta lingüistica, vol. 9,
142 Lingüística del siglo XX

1965, págs. III-XXII. Sobre Noreen, véase John Lotz en Portraits, 2,


págs. 504-507 (o Acta lingüistica, 3, 1942, págs. 1-4). El análisis de Berta
Siertsema, A Study of Glossematics (La Haya, 1955; 2.a ed., 1965),
sigue siendo una lectura fundamental.
El lector de español dispone actualmente de una parte importante
de la obra hjelmsleviana. A partir de 1968, fecha de aparición de la
versión española de El lenguaje, la Editorial Gredos emprendió la publi¬
cación de las obras más significativas de Hjelmslev: Prolegómenos,
1971; Ensayos lingüísticos, 1972; Principios de gramática general, 1976;
Sistema lingüístico y cambio lingüístico, 1976; La categoría de los casos
(en prensa).
ROMAN JAKOBSON

Con Roman Jakobson, nacido en Moscú en 1896, una his¬


toria de la lingüística, sea cual fuere, entra en un terreno
diferente de aquel en que se desenvolvía anteriormente: el
terreno de los lingüistas aún vivos en el momento en que el
autor escribe la historia. A los obstáculos propios del género
se añade otro nuevo, más considerable aún cuando no es
percibido o cuando es negado. En efecto, hablar de un vivo
—incluso para decir de él cosas aparentemente objetivas,
para exponer hechos puramente biográficos y bibliográficos,
aun pensando que se limita uno a describir una doctrina—
implica siempre una actitud cualitativamente diferente de
la del historiador propiamente dicho. Sería un error creer
que la actitud crítica o, incluso, la actitud hostil liberan al
que escribe de la presencia del sujeto vivo del que habla,
mientras que sólo la actitud aduladora o la aquiescente adul¬
terarían su observación. La única solución consiste en in¬
tentar ser conscientes de esa acción que ejerce siempre la
presencia viva de quien se pretende ver históricamente, acción
que no se manifiesta solamente en los ditirambos prenecro¬
lógicos o en las manifiestas incomprensiones. El profundo
conocimiento de lo que sus contemporáneos dijeron de Saus¬
sure, por ejemplo, nos advierte claramente del peligro, pero
no enseña necesariamente a conjurarlo. Lo que es verdadero
144 Lingüística del siglo XX

para el autor del retrato de un vivo no lo es menos para los


lectores. Dichosos quienes se creen, a este respecto, en pose¬
sión de una ciencia de las ideologías tan completa que no
dudan ni por un instante de que están libres de condiciona¬
mientos respecto a su propio período histórico, y que deciden
sobre los condicionamientos de los demás con la seguridad
del Juicio Final.
Jakobson realizó sus estudios en una especie de Instituto
de Lenguas Orientales de Moscú, y posteriormente en la
Universidad de esta misma ciudad. Sabemos por él mismo
que en el otoño de 1914 —tenía entonces exactamente die¬
ciocho años— se constituyó, especialmente bajo su impulso,
el Círculo Lingüístico de Moscú, cuya primera sesión tuvo
lugar en marzo de 1915 (véase en Le récit hunique, de Jean-
Pierre Faye, la entrevista con Jakobson en noviembre de 1966,
muy rica en datos autobiográficos; o ciertos fragmentos de
Change, 3, Le Seuil, s. f. [1969]). Sabemos también que este
Círculo se asignaba como tarea, entre otras, «la poética, el
análisis del verso» (Change, 3, pág. 9) y que Jakobson fue
conducido de este modo a integrarse en un vasto movimiento
cultural, actualmente conocido bajo el nombre de forma¬
lismo ruso, que le puso en relación con numerosos grandes
poetas y futuros grandes poetas rusos entre los que se cuen¬
tan Jlebnikov y Maiakovski —movimiento del que se ha¬
blará más adelante—. Lo que falta, por el momento, no es
ni siquiera una historia sino algunos documentos substancia¬
les sobre los primeros contactos entre Jakobson y Trubetzkoy
entre 1915 y 1918, es decir desde la famosa conferencia del
segundo sobre Shajmatov, que no debió pasar desapercibi¬
da para el naciente Moskovski Linguistitchevski Kruiok.
Jakobson abandona Rusia en el mismo año que Trubetz¬
koy, en 1920; y su larga correspondencia de dieciocho años
va a comenzar por una carta de este último, de doce de
Roman Jakobson 145

diciembre de 1920. Jakobson fija su residencia en Checos¬


lovaquia y, muy pronto, comienza a enseñar en la Universidad
de Brno, después de haber sido algo así como consejero
cultural soviético en Praga. Fue aquí donde defendió su tesis
doctoral en 1930. Como ya hemos visto, a propósito de la
vida de Trubetzkoy, toda la actividad de ambos, entre 1928
y 1938, viene reflejada por la vida del Círculo Lingüístico de
Praga, por los congresos internacionales de lingüística y de
fonética, las tesis y comunicaciones que presentan en ellos,
mientras que sus producciones se acumulan esencialmente
en los nueve primeros volúmenes de los T.C.L.P.
En 1939, la invasión de Checoslovaquia por los nazis
obligó a Jakobson, puesto que es judío, a refugiarse en los
Países Escandinavos. Enseña sucesivamente en Copenhague,
Oslo y Upsala. La invasión de Dinamarca y Noruega en 1940
y las amenazas nazis contra Suecia le obligan a huir a Es¬
tados Unidos en 1941. De 1943 a 1946, enseña en la École
Libre des Hautes Études de Nueva York, fundada por la Fran¬
cia Libre. Es el iniciador en esta época del Linguistic
Circle of New York, cuya revista será Word: el primer nú¬
mero, de abril de 1945, contiene el célebre artículo de Lévi-
Strauss sobre L’analyse structurale en linguistique et en
anthropologie.
En 1947, Jakobson es profesor en la Universidad Colum¬
bia de Nueva York. En 1949, se cambia a la de Harvard
donde enseña lengua y literatura eslavas, como en Columbia.
En 1957, asocia a esta enseñanza la del Massachusetts Ins-
titute of Technology. Con motivo de sus sexagésimo y septua¬
gésimo aniversarios, en 1956 y 1966, se le han dedicado im¬
portantes publicaciones de homenaje.
La obra de Jakobson es considerable y multiforme. En el
tomo I de To Honor Roman Jakobson (La Haya, Mouton,
1967), la bibliografía de sus publicaciones no cuenta menos

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 10


146 Lingüística del siglo XX

de 475 títulos, de los que 374 son libros o artículos y 101 textos
diversos, artículos de periódicos, prefacios, introducciones
y poemas (Ibidpágs. XI-XXXIII). El simple análisis de esta
bibliografía es, por otra parte, sumamente instructivo para
adquirir una visión exacta de sus centros de actividad domi¬
nantes. Se ve, por ejemplo, que hasta 1939 más de los tres
cuartos de sus trabajos atañen a la literatura y la poesía,
entre los que sus escasos trabajos de lingüística, mucho más
conocidos, parecen aislados. Esta proporción, sin ser inver¬
tida, se encuentra sensiblemente modificada a partir de los
años americanos. En su producción propiamente lingüística
sus libros son siempre breves y poco numerosos. Las Re¬
marques sur l’évolution phonologique du russe comparée
à celle des autres langues slaves son quizá su obra propia¬
mente lingüística más larga (T.C.L.P., II, 1929, 118 págs.).
Kindersprache, Aphasie und allgemeine Lautgesetze (Lengua¬
je infantil, afasia y leyes fonéticas generales) apareció en
Upsala en 1941 (83 págs.), hay traducción inglesa de esta
obra: Child Language, Aphasia and Phonological Universals
(La Haya, Mouton, 1968), y también francesa: Langage en¬
fantin et aphasie (Paris, Ed. de Minuit, 1969), con una inte¬
resante evolución de los títulos. En 1952, publica Prelimina-
ries to Speech Analysis, con Fant y Halle (Cambridge, Mass.,
M.I.T. Press, 64 págs.); en 1956, con Halle, Fundamentáis of
Language (La Haya, Mouton, 87 págs.).
En lingüística siempre, sus grandes artículos son los que
publicó durante el período trubetzkoyano. Sobre fonología
Principes de phonologie historique, T.C.L.P., IV, 1931, en ale¬
mán; trad. franc, en los Principes de Trubetzkoy, págs. 315-
336); Sur la théorie des affinités phonologiques entre les
langues (Actes du IVe C.I.L., Copenhague, 1938, reproducido
en apéndice en los Principes, págs. 351-365); Le développe¬
ment phonologique du langage enfantin et les cohérences
Roman Jakobson 147

correspondantes dans les langues du monde (V C.I.L., Bru¬


selas, 1939, reproducido en los Principes bajo otro título:
Les lois phoniques du langage enfantin et leur place dans
la phonologie générale, págs. 367-379). Aparte de la fonología,
los trabajos sobre morfología (Beitrag zur allgemeinen Ka-
suslehre [Contribución a la teoría general de los casos], en
T.C.L.P., VI, 1936, págs. 240-288; y Les catégories verbales, en
Cahiers F. de Saussure, IX, 1950) no tienen ni la misma am¬
plitud, ni la misma importancia teórica. Los Essais de lin¬
guistique générale (Paris, Ed. de Minuit, 1963), su último
libro publicado, son una colección de once artículos, todos
posteriores a 1950, y que recogen, sin ninguna duda, lo esen¬
cial de la producción lingüística del autor en su período
americano.
Esta obra, característica por su abundancia y sobre todo
por la variedad de sus temas, presenta ya ciertos rasgos
llamativos del temperamento de Jakobson. No es manifiesta¬
mente el hombre de los grandes tratados sintéticos ni de los
copiosos manuales orgánicos, y no ha reunido nunca su doc¬
trina en una amplia presentación, sistemática y unitaria, como
hicieron Whitney, Jespersen, Bloomfield, Sapir o incluso Tru-
betzkoy —a menos que termine por darnos su teoría del
lenguaje en un volumen anunciado ya hace más de veinte
años: Sound and Meaning. No participa en los grandes nú¬
meros especiales teóricos sobre el lenguaje del Journal de
psychologie, en los años 1933 y 1936.
Es más bien, hasta el presente y desde siempre —excepto
en el campo de las investigaciones poéticas y literarias, que
es su constante—, el hombre de las ocasiones y circunstan¬
cias estimulantes: nunca es tan brillante como en los colo¬
quios y congresos; el hombre también de las curiosidades
pluridisciplinarias, de las exploraciones llenas de riesgos,
de las construcciones provisionales, siempre en las fronte-
148 Lingüística del siglo XX

ras: de la antropología, de la patología del lenguaje, de la


estilística, del folklore, de la teoría de la información. Men-
deleiev, Husserl, Einstein, Gelb y Goldstein, la teoría de los
quanta, Luria, Shannon y Weaver: no ha aparecido nada
nuevo de importancia desde hace más de medio siglo a esta
parte que él no haya intentado, con más o menos fortuna,
integrar en la lingüística.
Además, y quizá complementariamente, es el hombre de
las colaboraciones, como si la estimulación recíproca fuera
su elemento más natural, y es sin duda aquí donde reside el
secreto de la gran productividad sólidamente teórica de los
años 1928-1938, en la intensa participación en un equipo como
el Círculo Lingüístico de Praga, alimentado por la reflexión
dominante de Trubetzkoy. Las dos obras posteriores de
Jakobson están marcadas por este carácter: el trabajo con
Fant y Halle, o con Halle sólo. Las Notes on the French
Phonemic Pattern, en Word, 5, 1949, págs. 151-158, que no son
de lo más afortunado para un lingüista francófono, fueron
escritas en colaboración con John Lotz. Toward the logical
description of languages in their phonemic aspect, en Lan-
guage, 29, 1953, págs. 34-46 —texto en el que la palabra logi¬
cal es esencial—, en colaboración con E. C. Cherry y Halle.
En cuanto a la mejor aplicación de su teoría estilística, Les
chats de Charles Baudelaire, en L’homme, II, 1962, págs. 5-
21, está firmada por Jakobson y Lévi-Strauss. Se encontrará
fácilmente cerca de otros treinta textos con una veintena
de colaboradores diferentes, probablemente también con
grados de colaboración variables. Pero el hecho es significa¬
tivo.
Nadie duda de que el gran timbre de gloria lingüístico de
Jakobson, y probablemente el más sólido, no sea su contri¬
bución a la creación de la fonología praguesa. Redactó de su
puño las tesis presentadas al Congreso de La Haya en 1928,
Roman Jakobson 149

como ya se ha dicho: Trubetzkoy y Karcevski no hicieron


más que refrendarlas. La redacción de las tesis de 1929, en
el I Congreso de Filólogos Eslavos, le debe también mucho
(véase al respecto su texto, con dos fragmentos de cartas
suyas, en Change, 3). Se le puede atribuir la primera for¬
mulación de una definición, totalmente moderna, de fonema;
está en germen en su trabajo de 1923 sobre el verso checo
(Berlín-Moscú, 1923, 120 págs., en ruso). Pero sería interesante
estudiar, a través de las 200 cartas, de las que ya se ha hecho
mención, el juego de las «recíprocas estimulaciones» a este
respecto entre Jakobson y Trubetzkoy, partiendo uno de
los problemas del verso y el otro de la reconstrucción del
eslavo común para llegar al concepto de fonema. La contri¬
bución de los demás miembros del Círculo de Praga (que
Jakobson no fundó, en contra de lo que se repite con fre¬
cuencia) —sobre todo la de Vachek y Trnka, presentes en
las primeras reuniones informales de 1925 en el despacho
de Mathesius— merecería sin duda una cuidadosa exégesis,
a pesar de la tendencia actual a relegar en la sombra a estos
otros participantes. Pero lo que parece fuera de duda es que
sin el dinamismo emprendedor de Jakobson la fonología no
hubiera obtenido nunca la deslumbrante amplitud teórica de
La Haya, y que quizá hubiera necesitado mucho tiempo para
imponerse fuera de Praga y del eslavismo —al menos hasta
la constitución de la Asociación Fonológica Internacional,
de la que, por el contrario, fue Trubetzkoy su incansable y
paciente organizador. Al lado de esto, el análisis de las in¬
suficiencias y de las inconsecuencias (sobre el sentimiento
lingüístico como criterio), de las confusiones (especialmente
entre función lingüística y finalidad teleológica) en sus pri¬
meros grandes textos, incumbe hoy día al estudio histórico,
muy necesario, sí, pero de segundo orden.
150 Lingüística del siglo XX

La segunda fonología jakobsoniana, elaborada en Estados


Unidos con Fant y Halle, sin ser irreducible a la primera,
parece liberar todas las tendencias propias de Jakobson:
tendencias obstaculizadas ciertamente por la colaboración
con Trubetzkoy, la insistencia de éste en renunciar a todas
las grandes construcciones filosóficas esbozadas, y su exigen¬
cia de elaboración sistemática hasta el final, que aparece en
la sólida construcción de los Principios. Jakobson por el con¬
trario, después de 1950, vuelve a su deseo afirmado por las
tesis de 1929, de poner en el primer plano el análisis acús¬
tico: da también libre curso a su antiguo sueño de descubrir
una tabla de Mendeleiev de los elementos fónicos universa¬
les, y rivalizar con Einstein al dar al mundo una teoría de
la «relatividad lingüística», y no una lingüística general sino
una lingüística generalizada. Reduce todas las oposiciones
fonológicas posibles a doce oposiciones de rasgos fonéticos
básicos: vocálico ~no vocálico (que opone las vocales y
l, m, n, r, etc., a todas las demás consonantes); consonán¬
tico ~no consonántico (que opone las vocales a las líqui¬
das, las consonantes a las semivocales); compacto ~ difuso;
sonoro ~ no sonoro, nasal ~ oral, etc. Esta clasificación, como
ya hemos visto, ha suscitado y suscita todavía muchas ob¬
jeciones teóricas y prácticas, a las que Halle ha respondido
de forma seguramente reveladora al precisar que esta tabla
es una hipótesis de trabajo más cómoda que las descripcio¬
nes fonéticas tradicionales: lo que es a la vez, describir y
situar adecuadamente el carácter en sí no fonológico de la
teoría. Puede ésta dar quizá una notación fonética convencio¬
nal de todos los fonemas, una forma de etiquetarlos; pero
desconoce, cuando no las oculta en su matriz universal, la ver¬
dadera estructura de las oposiciones fonológicas de una len¬
gua dada, cuyo sistema es preciso proporcionarle, por otra
parte, para que establezca una representación adecuada de
Roman Jakobson 151
la misma. Esto no constituye un método de análisis fono¬
lógico que proporcione criterios más sutiles para detectar el
carácter pertinente o no pertinente (Jakobson dice redun¬
dante) de los rasgos de un fonema en tal o cual lengua.
Jakobson ha sido un pionero por su exposición de los
principios de la fonología diacrónica, con su artículo de 1931
ya citado. Incluso en la vanguardia, era entonces revoluciona¬
rio. Pues parecía entonces que Saussure había excluido (pero
quizá se le leyera demasiado apresuradamente, tal como lo
demuestra De Mauro de forma convincente; cfr. Corso,
n. 176, págs. 421425) toda posibilidad de aplicar la noción
de sistema en diacronía: «Como las alteraciones jamás ac¬
túan sobre el bloque del sistema, sino sobre uno u otro
de sus elementos, no se pueden estudiar más que fuera del
sistema. Sin duda, cada alteración tiene su repercusión en el
sistema, pero el hecho inicial ha afectado a un punto sola¬
mente; no hay relación íntima alguna con las consecuencias
que se pueden derivar para el conjunto. Esta diferencia de
naturaleza entre términos sucesivos y términos coexistentes,
entre hechos parciales y hechos que afectan al sistema, im¬
pide hacer de unos y otros la materia de una sola ciencia»
(Corso, pág. 157). A lo que Jakobson responde en las tesis
de 1929: «La concepción de la lengua como sistema fun¬
cional ha de tenerse en cuenta también en el estudio de los
estados de lengua pasados, ya se trate de reconstruirlos o
de constatar su evolución. No se pueden poner barreras in¬
franqueables entre los métodos sincrónico y diacrónico como
ha hecho la Escuela de Ginebra. Si en lingüística sincrónica
se consideran los elementos del sistema de la lengua desde
el punto de vista de sus funciones, no es posible juzgar los
cambios sufridos por la lengua sin tener en cuenta también
al sistema, que se encuentra afectado por los mismos
cambios. No sería lógico suponer que los cambios lingüís-
152 Lingüística del siglo XX

ticos no son embates demoledores que operan al azar y


heterogéneos desde el punto de vista del sistema. Los
cambios lingüísticos afectan a menudo al sistema, a su esta¬
bilización, a su reconstrucción, etc. De este modo, el estudio
diacrónico no sólo no excluye las nociones de sistema y de
función, sino que por el contrario, si no se tienen en consi¬
deración estas nociones, es incompleto» (Change, 3, pági¬
nas 23-24). Sin embargo, desde entonces, con excepción de
un pequeño número de notas bastante breves sobre hechos
eslavos, Jakobson no ha aportado en este campo ninguna
nueva contribución de importancia teórica.
Fue innovador también, para su época, en sus investiga¬
ciones sobre el lenguaje infantil, porque se colocó en el
terreno fonológico. Sin duda, también aquí, su voluntad de
llegar a una gran concepción, filosóficamente simple, antes
de realizar un estudio científico en profundidad, le condujo a
conclusiones demasiado atrevidas sobre «la universalidad y
la lógica interna del orden jerárquico» de las adquisiciones
(Lois phoniques, en Principes, pág. 378). Pero el camino indi¬
cado sigue siendo el adecuado, y lo principal de su tesis sigue
siendo, hasta ahora, todavía sugerente. Se pueden ver todos
los matices que es conveniente darle, todas las correcciones
que se le han de hacer, todas las interrogantes que persisten,
ya en la reseña que Martinet le hizo en 1946 (La linguistique
synchronique, págs. 100-107), ya en el panorama de uno de los
buenos conocedores actuales del problema, Alarcos Llorach
(Le langage, en Encyclopédie de la Pléiade, N.R.F., 1968, pá¬
ginas 335-347).
Lo mismo ocurre para la afasia. Aquí también, tanto en
su obra de 1941 (Kindersprache, etc.) como en su gran ar¬
tículo de 1956 (Deux aspects du langage et deux types d’apha¬
sies, en Fundamentáis, trad. franc, en Essais, págs. 43-67),
ejerce una acción vivamente estimulante en un campo poco y
Roman Jakobson 153

mal explorado por los lingüistas, y en el que los médicos acu¬


mulaban con tesoros de paciencia cantidades de observacio¬
nes clínicas casi inutilizables por estar desprovistas de ver¬
daderas bases lingüistas desde el punto de vista descriptivo.
Pero de nuevo, a la vista de algunas lecturas sugerentes,
construye una teoría seductora según la cual sólo habría
dos tipos de anomalías del lenguaje: aquellas que provienen
de un deterioro de la facultad de selección de las unidades
lingüísticas en el sistema (anomalías paradigmáticas), y aque¬
llas que provienen de un deterioro de la facultad de combina¬
ción de estas unidades en la cadena (anomalías sintagmá¬
ticas). La publicación del segundo de los textos citados
provocó casi inmediatamente el interés apasionado de los
neurólogos y de los psiquiatras (el artículo, en francés, apa¬
reció en Temps modernes antes de ser reproducido en Essais).
Pero después de un período de entusiasmo y de esperanza, en
el que fueron ensayadas múltiples verificaciones clínicas y
múltiples intentos de integrar todas las descripciones clí¬
nicas de anomalías afásicas en la clasificación jakobsoniana,
se observa —desde 1965— primeramente un retroceso, des¬
pués el silencio; pues los investigadores coinciden práctica¬
mente todos en constatar el hiato persistente entre la com¬
plejidad de las categorías de anomalías afásicas y la excesiva
simplificación del modelo explicativo que les era propuesto.
Entre las simientes de ideas arrojadas a voleo por Jakob¬
son, su teoría de las seis funciones del lenguaje es caracterís¬
tica del trabajo de su mente esencialmente filosófica. La
teoría de la información acababa (en 1948) de proponer un
modelo para la transmisión de la comunicación con un emi¬
sor y un receptor, unidos por un canal de transmisión por
el que pasa un mensaje, construido a base de cierto código,
para transmitir un dato relativo a la experiencia del emisor
sobre el mundo, un referente. Jakobson deduce de ello que
154 Lingüística deí siglo XX

el lenguaje tiene seis funciones, cada una de las cuales está


orientada más específicamente sobre uno de los componentes
del modelo de los ingenieros. Si la comunicación apunta
esencialmente al referente, estamos en presencia de la fun¬
ción referencial (o representativa, o denotativa) del lenguaje.
Si también, y sobre todo, se dirige a la actitud del emisor
mismo frente a su mensaje, se da la función expresiva (o
emotiva). Si se dirige al receptor para actuar sobre él, tene¬
mos la función conativa. Cuando el mensaje contiene ele¬
mentos que pretenden verificar el buen funcionamiento del
canal o la atención del receptor (Allô!, etc.), tiene lugar la
función fática, mientras que cuando el mensaje es utilizado
para explicitar el código («frire es un verbo defectivo») esta¬
mos ante la función metalingüística. En fin, cuando la aten¬
ción del mensaje está centrada en la elaboración de su pro¬
pia forma en cuanto tal, se trata de la función poética del
lenguaje.
También en esto es seductor el modelo, y seducirá sin
duda aún durante largo tiempo a los no lingüistas, pues da
la impresión de describir y explicar la totalidad de los usos
del lenguaje. Pero en numerosos aspectos no es satisfacto¬
rio. Jakobson ignora totalmente la función «lúdica», poco
estudiada, por otra parte, por los lingüistas, a menos que él
la considere incluida dentro de la función poética, lo que
no ocurre sin plantear serios problemas: se ve con toda
claridad en qué están quizá un tanto emparentados el juego
de palabras y los Chants de Maldoror, pero el problema
consiste principalmente en saber en qué no lo están. Ade¬
más, distingue, separándolas, la función poética y la función
estética: no basta con relegar ésta hacia la ciencia de la
literatura para que deje de ser una propiedad del lenguaje,
y por tanto una séptima u octava «función» del mismo. En
realidad, aunque Jakobson lo sabe y lo dice, estas seis «fun-
Roman Jakobson 155

ciones» ocultan, desmigajándola, la función de comunicación


del lenguaje, que es la única: lo que él llama funciones son
determinados usos particulares del lenguaje, que pueden
estar más o menos presentes en cada comunicación (Essais,
pág. 84). Finalmente, estas supuestas seis funciones, a pesar
del esfuerzo de Jakobson para probarlo, no disponen de
criterios formales propiamente lingüísticos: sólo las distin¬
gue mediante indicios psicológicos, semánticos o culturales
(«¿Me oís bien?» no ejerce su función fática más que a
través de un enunciado cuya estructura no está especifica¬
da). Las funciones jakobsonianas, a diferencia de la función
de comunicación rigurosamente definida, no explican lin¬
güísticamente ni el funcionamiento ni la evolución del len¬
guaje.
La estilística o la poética de Jakobson son ciertamente,
como se ha visto, una de sus preocupaciones más profundas
y más antiguas. Sólo se las sitúa adecuadamente si se las
reinstala en el contexto de la cultura rusa. El formalismo
ruso, que es seguramente el primer medio filosófico y litera¬
rio en el que se sumergió Jakobson, está caracterizado, como
su nombre indica, por la colocación de las formas, en litera¬
tura, en el primer plano del análisis, desde las más simples
(recurrencias fónicas, por ejemplo), a las más complejas
(géneros literarios). Estos formalistas sitúan en primer lugar
los procedimientos (pri'ém) y no los contenidos psicológicos
o filosóficos. «La palabra se basta por sí misma», proclama
Eichenbaum; la literatura está «más allá del sentido», escribe
Shklovski, quien dice también que una obra literaria repre¬
senta «la suma de sus procedimientos de estilo». «El proce¬
dimiento, he aquí el único héroe de la literatura», es la con¬
signa del mismo Jakobson en aquellos años de 1920.
No se comprende gran cosa de este movimiento (ni, a
contrario, de la crítica soviética ulterior) si no se le ve como
156 Lingüística del siglo XX

una reacción, excesiva, contra un siglo de crítica rusa ante¬


rior (1815-1915), caracterizada por los grandes nombres
de Bielinski, Chernishevski, Dobroliubov, Herzen. Se trata
aquí de una profunda tradición del pensamiento ruso —re¬
sultado de las condiciones de la vida rusa— orientada hacia
una crítica literaria de finalidad social, o como se decía: «cí¬
vica» (obchtchestvenni), incluso cuando, como en Bielinski
principalmente, estaba lejos de ser insensible a los valores
estéticos. La reacción contra los excesos de esta tradición (que
celebraba las novelas de Alexandre Dumas porque ponían al
descubierto las vilezas de la vida de las cortes monárquicas)
había comenzado hacia 1880, gracias a Vesselovski y Potebnia.
La elaboración teórica de la poética de Jakobson ha per¬
manecido fiel a estas premisas del Opoyaz (Leningrado) y
del Círculo Lingüístico de Moscú. La esencia de esa poética
está contenida en la síntesis que constituye su gran artículo
de 1960: Linguistique et poétique (Essais, págs. 209-248). Las
fórmulas finales del mismo son que la función poética está
caracterizada por «la orientación (Einstellung) del mensaje
en cuanto tal, resaltando el mensaje por su propia cuenta»
(/bzd., pág. 218); o bien este aforismo: «La función poética
proyecta el principio de equivalencia del eje de la selección
sobre el eje de la combinación» (Ibid., pág. 220). Estas fór¬
mulas un tanto sibilinas, incluso para los conocedores de la
terminología jakobsoniana, pueden traducirse: la primera,
por la expresión de Valéry tomada de Hugo «que en poesía,
el fondo lo constituye la forma»; y la segunda, por el hecho
de que la forma poética juega, en la cadena, con repeticiones
de sonidos, de formas, de sentidos, que generalmente sólo
están asociados en el sistema.
Los formalistas rusos de los años 1920 produjeron segura¬
mente una masa de reflexiones que, en su época, demuestra
una cultura lingüística notablemente informada, y que no
Roman Jakobson 157

tiene equivalente en Occidente, ni siquiera en los Cahiers


de Valéry (que reflejan por entonces algo de la lingüística
de 1880-1900). Sin embargo —y en esto Jakobson es su here¬
dero más representativo, su resultado teórico—, han teori¬
zado sobre una situación rusa en 1900-1920, que es la de un
país todavía profundamente vinculado a la prosodia formal
de las formas fijas, y por razones probablemente rusas. Como
todo Oriente, Rusia era un país analfabeto en el que la
transmisión oral había sido el conducto viviente para la
circulación poética. Al buscar los procedimientos y las es¬
tructuras formales que ellos juzgaban las del lenguaje poé¬
tico, los formalistas, incluido y principalmente Jakobson, a
menudo no han redescubierto más que las rígidas estructuras
mnemotécnicas (se exceptúa al eminente Tynianov); estruc¬
turas que en todas las civilizaciones señalan el origen de la
«poesía» como aquello que facilita la memorización con
vistas a la conservación y transmisión oral de todo el saber:
musicalidad, ritmo, paralelismos, incluidos los paralelismos
semánticos —cosas todas que entonces no eran poéticas, aun¬
que más tarde, históricamente, lo llegaran a ser—. Uno se
ha extrañado de que un sabio como Jakobson, de lecturas
enciclopédicas, imbuido de antropología siberiana y paleosi-
beriana, erudito al que nada es desconocido en materia de
protoeslavo, lo mismo que de griego antiguo, no se haya
detenido nunca ante estas cuestiones: ¿Cómo ha podido
nacer, antropológicamente hablando, la poesía tal como nos¬
otros la concebimos, esa realidad históricamente prodigiosa?
¿Bajo qué formas de producción y de consumo sociales la
vemos aparecer? Este es el motivo por el cual la teoría de la
función poética en Jakobson explica tan bien (o mejor) los
slogans del tipo de I like Ike como el Spleen de Baudelaire,
cuyas estructuras mnemotécnicas quedan todas explicadas,
pero nunca la calidad poética, para la que se diría que Jakob-
158 Lingüística del siglo XX

son es totalmente sordo. Para él todas las formas bien estruc¬


turadas son iguales, al menos en los comentarios que hace
de ellas.
Falta por hablar del conocido binarismo jakobsoniano.
Consiste en su afán filosófico por reducir —a expensas de la
complejidad de los hechos— todos los problemas a oposicio¬
nes de dos términos. Es una inclinación muy evidente en la
fonología americana de Jakobson. Leroy (pág. 91), Malmberg
(págs. 165-167), Lepschy (págs. 129-135) y sobre todo Marti¬
net (Économie des changements phonétiques, Berne, Francke,
1955, principalmente págs. 73-77 y 125), han subrayado todo
aquello en que es discutible. Lo encontramos de nuevo en
la supravaloración y en la generalización que Jakobson ha
hecho de la oposición entre formas marcadas y formas no
marcadas en morfología, sintaxis y semántica, donde las
cosas son menos simples, y con mucho, que en fonología;
lo encontramos también en su esquematización de las formas
de afasia, y, finalmente, en la reducción absoluta que opera,
a pesar de algunos arrepentimientos y frases ambiguas, en
literatura e incluso en las demás artes, cuando reduce todo
discurso a dos procedimientos exclusivamente: la metáfora
(semejanza) y la metonimia (contigüidad). El estudio de las
distorsiones a que somete estos dos términos tan precisos,
para hacerlos abarcar todas las realidades que trata, es
apasionante desde el punto de vista terminológico. Bastará
haber señalado este aspecto del temperamento filosófico
jakobsoniano, profundamente vinculado a su afán por la ex¬
plicación teleológica: la discusión requeriría un análisis que
excede los medios del lingüista.
Al término del presente inventario del pensamiento de
Jakobson, subsiste el retrato de un hombre que por lo demás
se encuentra, con distintos matices, bajo todas las plumas:
inmensamente nutrido de lecturas, curioso por todo, entu-
Roman Jakobson 159

siasta, ávido de cautivar y seducir —y seductor, incluso fas¬


cinante—, siempre presto a partir para nuevas tierras, siem¬
pre dispuesto a arriesgarse en nuevas construcciones. Sólo
cambia en el retrato, según el retratista, el grado de adhe¬
sión, no ya a la personalidad, ni incluso a la obra —en un
momento u otro ha estimulado a todo el mundo—, sino a la
validez de esa obra. Parece que Jakobson se conoce bien a
sí mismo: más inclinado al sincretismo que a la síntesis,
al impulso que a la elaboración definitiva, a la exploración
que a la minuciosa comprobación exhaustiva. Quizá se definió
cuando, por los años de 1920, al defender a alguien que se
apartaba de la ortodoxia respecto a un Kreis literario (un
círculo también), respondía: nur Peripherische! —que se
puede traducir bastante libremente por lo que podría ser
su divisa: ¡Siempre en la periferia!

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Cabe espigar referencias dispersas acerca de la vida de Jakobson


en las historias de la lingüística: Leroy, Lepschy, Bolelli, Malmberg,
en la revista Orbis, VII, 1, 1958; en el prefacio de Essais, en las
«notas autobiográficas» de los Principes de Trubetzkoy; en Change, 3;
en Poétique, 7 (Éd. du Seuil, 1971), número publicado en su 75 ani¬
versario. Se consultará también en esta última revista el complemento
bibliográfico de Jakobson posterior a la del t. I de To Honor R. Ja¬
kobson que se detenía en el año 1967. Sobre el Círculo de Praga, y
la actividad de todos sus miembros checos, se encontrarán más datos
de lo que cabía esperar en las definiciones y citas del Dictionnaire
de linguistique de l’École de Prague, de Joseph Vachek (Utrecht, Ed.
Spectrum, 1966), y naturalmente en toda la serie de los T.C.L.P. Sobre
la defensa de la fonología americana de Jakobson, véase Morris Halle,
In defence of Number Two, en Word, vol. 18, 1962, págs. 54-72. Sobre
las funciones del lenguaje, véase G. Mounin, Les fonctions du langage,
en Linguistic Studies Presented to André Martinet, t. 1, en Word, vol. 23,
160 Lingüística del siglo XX

1967, págs. 396-413; véase también F. François, Le langage, en Ency¬


clopédie de la Pléiade, N.R.F., 1968, págs. 7-19. Sobre la función poé¬
tica, y principalmente sobre su componente mnemotécnico, véase
G. Mounin, Poésie et société, Presses Universitaires de France, 1962,
2.a ed., 1968, págs. 76-88; y Baudelaire devant une critique structurale,
en Baudelaire. Actes du Colloque de Nice (Annales de la Faculté des
Lettres de Nice, Minard, 1968, vol. 4, págs. 155-160). Véanse los artícu¬
los de Jakobson sobre el formalismo ruso en T. Todorov, Théorie de
la littérature, Paris, Ed. du Seuil, 1965; en Change, 3, y en Poétique,
7; y recientes comentarios de textos en Change, 2 (sobre el verso regular
chino), Change, 6 (sobre un poeta portugués del siglo XIII); también
tiene comentarios sobre los poetas Eminescu y Cavafy; sobre un
soneto de Dante, en Studi danteschi, vol. 43, págs. 1966; sobre un
Spleen de Baudelaire {«Tel quel», núm. 29, 1967).
ANDRÉ MARTINET

Nació en 1908 en Saboya, no lejos de Hauteville, cuya


habla describirá más tarde. Su infancia en pequeñas aldeas
saboyanas le sensibilizó profundamente para la lingüística,
pues fue allí donde tomó contacto con esos bilingüismos
reales de los cuales estará siempre muy pendiente. Hijo de
un matrimonio de maestros, hizo sus estudios en liceos de
París antes de preparar la agregaduría de inglés en la Sor-
bona. Asiste, paralelamente, a los cursos de Fernand Mossé
y de Vendryès sobre el germánico, en la École Pratique des
Hautes Études y en la Sorbona (1928-1929). Su primer inicia¬
dor en la lingüística general fue Language, de Jespersen. Des¬
pués de una estancia de un año en la Universidad de Berlin
como becario de la Maison Française, traba conocimiento
tardíamente (1932-1933) con la enseñanza de Meillet en el
Collège de France. De 1932 a 1935 es becario de la Fundación
Thiers. Defiende su tesis doctoral en 1937: una de las últimas,
si no la última, cuya génesis siguió Meillet (falleció el año
anterior a su defensa). En 1938, André Martinet es nombrado
director de estudios de fonología en la École Pratique des
Hautes Études.
La Segunda Guerra Mundial le lleva como prisionero
a un campo de oficiales. Allí organiza la más amplia y minu¬
ciosa, la más original también, de las encuestas jamás reali-

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 11


162 Lingüística del siglo XX

zadas sobre la pronunciación del francés contemporáneo:


409 sujetos son sometidos a una serie de 200 cuestiones es¬
critas, tras control oral de cierto número de individuos. Esto
condujo a una de las descripciones fonológicas más sistemá¬
ticas y la única de este tipo para el francés, con análisis
diferencial de los caracteres (en aquella época) del francés
meridional y de las diversas variantes observables entre la
población encuestada, clasificada por provincias y por origen
socioprofesional, teniendo en cuenta eventualmente el origen
geográfico de cada sujeto, así como sus distintas residen¬
cias hasta el final de su aprendizaje del francés.
De 1932 a 1938, Martinet mantuvo contactos, epistolares
o personales, con los rectores de la fonología praguesa,
y especialmente con Trubetzkoy. Por la misma época, gracias
a sus frecuentes estancias en Dinamarca y a sus lazos de
amistad con Hjelmslev, sigue paso a paso la gestación de la
glosemática. Su tesis complementaria es un estudio sobre la
fonología de la palabra en danés: constituye la primera des¬
cripción detallada de una lengua. De 1946 a 1955, ejerce en
Estados Unidos, lo que representa un contacto íntimo y pro¬
longado con la lingüística de Sapir y Bloomfield, entonces
en pleno florecimiento. A partir de 1946, asume la dirección
efectiva de la revista Word, y esto aproximadamente hasta
1960.
En Nueva York, fue primeramente durante dos años
director de la International Auxiliary Language Association,
que elabora, sobre la base de criterios lingüísticos metódica¬
mente aplicados, una lengua internacional auxiliar (véanse
las comunicaciones de Martinet en Word, vol. 2, núm. 1, 1946,
y en las Actes du VIe C.I.L., París, 1948, a la vez objetivas
sobre los hechos y realistas sobre las perspectivas). A partir
de 1947, es nombrado profesor y jefe del Departamento de
Lingüística en la Universidad Columbia de Nueva York. Re-
André Martinet 163

gresa a Francia en 1955, y desde entonces enseña lingüística


general en el Instituto de Lingüística de la Sorbona, que él
dirige, y en la École Pratique des Hautes Études. Anima la
publicación de los Travaux de l’Institut de Linguistique de
París hasta su desaparición, y dirige la revista La linguistique
(creada en 1965 como portavoz de los puntos de vista de la
lingüística estructural).
Se encontrará una bibliografía completa de su obra en
Linguistic Studies presented to André Martinet (Nueva York,
1968) con 270 títulos. Su tesis sobre La gémination consonan-
tique d’origine expressive dans les langues germaniques (Co¬
penhague, 1937) es todavía de útil lectura y subtiende los
ulteriores estudios sobre economía fonológica, que serán las
constantes de su obra futura. La prononciation du français
contemporain (Droz, 1945, reeditada en 1971), cuya génesis
acabamos de evocar, ha conservado un valor metodológico
(e histórico) indudable. Sommerfelt, en la reseña que hizo de
la misma (Lingua, II, 1, 1949), estimaba que la obra no ofrecía
«en general materia de crítica». El mismo año de 1945 ve
aparecer La description phonologique du parler franco-pro¬
vençal d’Hauteville (Savoie), reproducida en 1956 (Ginebra,
Droz) como aplicación en La description phonologique, que
ha servido mucho y sirve aún de iniciación a la práctica de
la descripción de un dialecto. En 1949, publica Phonology as
Functional Phonetics (Londres, Oxford University Press), en
cuyo título se puso definitivamente de relieve la importancia
que Martinet ha concedido siempre al carácter funcional de
todo análisis lingüístico estructural, importancia eclipsada
por la teleología praguense; la palabra surgirá nuevamente
en 1962 en A functional View of Language (Oxford, Claren-
don Press; trad. francesa sobre la ed. ing. actualizada en
1969: Langue et fonction, Éd. Denoël, 1969). Entre tanto, el
autor —que al igual que Whitney, Jespersen y Bloomfield,
164 Lingüística del siglo XX

está siempre atento a los problemas concretos de aplicación


de la lingüística— había publicado una Initiation pratique à
l'anglais (Lyon, Ed. I.A.C., 1947) y preparado una Initiation
pratique à l’allemand, escrita al mismo tiempo, pero que no
verá la luz hasta 1965.
Économie des changements phonétiques, apareció en 1955
(Berna, Francke). Es la primera y hasta el presente la única
gran obra de fonología diacrónica. Su subtítulo, Traité de
phonologie diachronique, está plenamente justificado. Pero
se verá, por las citas que haremos más adelante, que el libro
es, también, otra cosa muy diferente y que contiene lo esen¬
cial de las formulaciones que Martinet ha publicado sobre
las bases epistemológicas de su doctrina —hasta el punto de
que se podría afirmar que hay sin duda dos clases de lec¬
tores de Martinet: los que han leído solamente los Éléments
de linguistique générale (A. Colin, 1960, trad. española de
Julio Calonge, Madrid, Gredos, 1965) y los que han leído
también Économie. Los Éléments, en efecto, la obra del
autor más conocida en Francia, son un precioso elemento
de iniciación a la lingüística. Pero hay puntos del pensamien¬
to de Martinet que no aparecen, al menos explícitamente,
más que en Économie o en Langue et fonction.
Otra consideración de su obra debe ser probablemente
su aptitud para promover los trabajos intelectuales colec¬
tivos, que no sean colectivos por yuxtaposición de trabajos
individuales, o por adición (como muchos Readers), sino que
presenten un carácter orgánico, unificador, sin ser dogmá¬
tico. Martinet publicó de este modo Le langage, en Encyclo¬
pédie de la Pléiade (Gallimard, 1968), donde es muy percep¬
tible esta coherencia. Todavía lo es más en La linguistique,
guide alphabétique (Denoël-Gonthier, 1969), que es el produc¬
to colectivo del trabajo de un verdadero laboratorio consti¬
tuido por oyentes de un seminario de tercer ciclo. El Dic-
André Martinet 165

tionnaire de prononciation du français (de próxima aparición)


combina, perfeccionándolos, los principios1 aplicados en la
Prononciation du français contemporain con los que han
presidido la preparación de la Guide.
Se deberían citar muchos artículos del autor, que están
dispersos desde hace cuarenta años (la primera publicación
de Martinet data de 1933) en revistas a veces de difícil acceso.
Sin embargo, por lo que concierne a la fonología diacrónica
y hasta 1955, los más importantes están reunidos en la copio¬
sa segunda parte de Économie («Ilustraciones», págs. 199-
388), salvo el tratamiento de los problemas relativos a las
laringales. Po otra parte, La linguistique synchronique reúne
una veintena de artículos publicados entre 1939 y 1949. Le
français sans fard (París, P.U.F., 1969) reúne una decena de
otros, centrados en los problemas de aplicación del análisis
lingüístico en francés, a los que se añade un grueso inédito
sobre La reforme de l’orthographe française d’un point de
vue fonctionnel, L’économie des formes du verbe français
parlé, además de un análisis sobre el funcionamiento de la
e muda2.
Colocados en el punto de vista tradicional de la descrip¬
ción del contenido de las doctrinas, la de Martinet parece
fácil de resumir. En fonología, es probablemente el mejor y
más fiel continuador de Trubetzkoy, a quien completa y
corrige en diferentes puntos: así sobre la definición de archi-
fonema y neutralización, o bien sobre los procedimientos
que permiten decidir si una cadena de sonidos debe ser

1 Estos principios habían sido deducidos, mediante dos encuestas


—sociológica y fonológica—, conjuntamente con el sociólogo y filósofo
Henri Mougin, desaparecido prematuramente.
2 Se anuncia la publicación de Studies in Functional Syntax
(Munich, 1972) con veintiuna contribuciones a la sintaxis funcional,
de las que una sola es inédita.
166 Lingüística del siglo XX

analizada en tal lengua como uno o dos fonemas, o, también,


sobre las inconsecuencias teóricas y prácticas de la morfono-
logía. Ciertos lectores superficiales o poco benevolentes pre¬
tenden encerrar su originalidad en estos estrechos límites.
Pero Martinet es hasta el presente, como hemos dicho, el
teórico y práctico más completo que hayamos tenido en
fonología diacrónica.
Sobre las bases del funcionalismo de esencia trubetzko-
yana, ha desarrollado las líneas fundamentales de un análisis
sintáctico general coherente, que se ha centrado poco a poco
sobre la cuestión capital y casi siempre olvidada de la es¬
tructura y función muy específicas del predicado en la ora¬
ción. Noción que hasta él estaba, o bien inexplicablemente
embrollada por el recurso a tres tipos de criterios: lógicos,
psicológicos y lingüísticos, con predominio de los dos prime¬
ros como en Bally o Sandman; o bien pura y simplemente
ignorada como problema y supuestamente resuelta por la
ecuación tradicional: predicado = verbo, con la ligera correc¬
ción del predicado nominal de tipo árabe, ruso o latino (ver
a este respecto, además de los Éléments, el capítulo II de
Langue et fonction e importantes complementos en el capí¬
tulo X de La linguistique synchronique). Martinet, en este
punto, se ha revelado como quien ha sabido sacar todas las
consecuencias metodológicas de la definición de oración en
Meillet (que Bloomfield admiraba y había asumido sin sacar
mayor provecho; la hemos citado en nuestro Capítulo de¬
dicado a éste). Hemos señalado asimismo que —continuando,
en lo que a tipología y fonología se refiere, las primeras in¬
vestigaciones de Trubetzkoy «que deben ser consideradas,
aún hoy, como el punto de partida obligatorio de toda bús¬
queda» (Langue et fonction, pág. 97) y las de Sapir, en lo
tocante a tipología morfológica y sintáctica, de quien hace
la misma afirmación (Ibid., pág. 84)— Martinet ha elaborado
André Martinet 167

lo que sigue siendo sin duda el mejor modelo de tipología


lingüística general. En vez de «reducir las complejidades de
una lengua a una etiqueta única [aislante, aglutinante, flexio¬
nal, etc.]» (Ibid., pág. 85), muestra el modo de construir y
perfeccionar el entramado tipológico elaborado por Sapir.
Para éste: «El análisis lingüístico ofrece, para cada lengua,
un cuadro muy complejo, con una lista de fonemas, un es¬
quema prosódico, una gramática, con una morfología y una
sintaxis, y finalmente un léxico» (Ibid., pág. 85). Esto llevaría
a clasificar las lenguas según cinco entramados, o, si se pre¬
fiere, según un entramado único en que cada uno de los
entramados elementales (fonología, prosodia, etc.) sería coe-
ficientado según su importancia. Estamos lejos de una tabla
de Mendeleiev que clasificara las lenguas en un sistema tan
simple como el de los átomos en física.
Aunque él ha escrito poco sobre este tema, habría que
mencionar la sugerencia, muy importante, de Martinet en
el dominio de la utilización de la lingüística en estilística.
Ha yuxtapuesto la noción de elaboración del mensaje en
función de su forma (tesis jakobsoniana que solamente ex¬
plica lo retórico) y la de connotación que yo creo mucho
más importante en el plano del uso propiamente poético o
estético del lenguaje (ver To Honor R. Jakobson, t. 2, pá¬
ginas 1288-1294).
Pero tal presentación del pensamiento lingüístico de Mar¬
tinet, situada a nivel de procedimientos y resultados, corre
el riesgo de dejar escapar, si no lo esencial, sí al menos lo
fundamental, es decir, las bases epistemológicas de este
pensamiento o incluso la teoría propiamente dicha que lo
estructura y subtiende.
Chomsky y los chomskianos han supravalorado sin duda,
por razones ligadas a la geografía e historia de la lingüística
americana, la originalidad de su método, cuando se pre-
168 Lingüística del siglo XX

sentan como los primeros en intentar superar la actitud cien¬


tífica observadora y descriptiva en lingüística para cons¬
truir, finalmente, la lingüística a un nivel explicativo y su¬
ministrar una teoría general [formalizada] de la estructura
lingüística. Como se ha visto, lingüistas como Bloomfield,
Hjelmslev e incluso como Trubetzkoy y Whitney han tenido
una teoría rigurosamente organizada como tal. Se puede dar
la forma lógica perfectamente construida que encadena las
diferentes afirmaciones, más aún, se puede afirmar que los
dos primeros han tenido una teoría más cuidadosamente
axiomatizada que la de Chomsky; y obligatoriamente la
axioinatización tiene que preceder a la formalización. Mar¬
tinet, aunque no las haya presentado de manera espectacular
y ruidosa, ha desarrollado también su lingüística sobre bases
teóricas no menos orgánicas que las de ellos.
Antes de intentar exponerlas, tal vez sea conveniente sub¬
rayar una de las características menos advertidas de su per¬
sonalidad científica: su atención, su amplia apertura a todas
las otras teorías, contemporáneas de la suya, y el conocimien¬
to profundo que de ellas tiene, con exclusión del transforma-
tivismo y del generativismo, sentidos desde el comienzo como
no propiamente lingüísticos y tachados de apriorismo y logi-
cismo. Aunque Merleau-Ponty haya tenido más importancia
que él para la difusión de Saussure entre los no lingüistas,
se puede afirmar ya que Martinet es el lingüista francés que
ha recogido en Francia la herencia teórica auténtica de Saus¬
sure, herencia por largo tiempo y gravemente subestimada
antes de él, especialmente por Benveniste, y mal dada a
conocer por Bally y Sechehaye en sus obras personales.
Martinet también se ha entregado siempre al estudio de la
doctrina de Jespersen, cuya riqueza percibió íntegramente en
1930. Nótese asimismo que, desde 1934, él es el introductor
en Francia de Trubetzkoy y de la fonología, tardando veinte
André Martinet 169

años en imponerla a la atención del público (la tentativa de


Gougenheim en 1935 sucumbió muy pronto ante la apatía del
público universitario y el autor abandonó la batalla que se
presentaba dura); y no fue culpa suya el que una traducción
francesa de Anleitung no haya podido ver la luz en 1935-
1936. Es también el introductor, e incluso fuera de Francia,
al pensamiento de Hjelmslev, con su gran artículo de 1946
ya citado. Puso en relación a Hjelmslev con Whitfield y
constituye también el origen de la traducción americana que
Wade Baskin ha hecho del Curso de Saussure. Desde su
vuelta a Francia, por sus exigencias bibliográficas, pone en
contacto a las jóvenes generaciones de lingüistas con Sapir,
Bloomfield, Harris, Joos, Hockett, Gleason, Pike que, antes
de él, no se citaban nunca como referencias básicas. Enseña,
con bastante rudeza para un público francés, que hay que
ir a los muy grandes, practicarlos y meditarlos a fondo, más
que desparramarse o perderse en el polvo de las publicacio¬
nes corrientes.
En Économie (1955), en una época en que Chomsky toda¬
vía no había publicado prácticamente nada sobre lo que
iba a ser su teoría, Martinet, citando con aprobación una
frase de Sechehaye sobre la descripción diacrónica, asienta
sólidamente «que no es suficiente enumerar los hechos [si¬
no] que también es preciso explicarlos, referirlos a su causa»
(Ofr. citada, pág. 17). Anteriormente había tomado posición
contra la actitud «de aquellos que, estructuralistas o no,
son propensos por naturaleza a no arriesgarse a ir más allá
de la descripción de los fenómenos observables. El epíteto
de «descriptivista» no se aplica generalmente más que a los
lingüistas especialistas en la descripción sincrónica y está¬
tica. Pero nos equivocaríamos al creer que se encuentran
solamente en las filas de los «estructuralistas» los que ven,
en la descripción de los hechos de lengua observables, el
170 Lingüística del siglo XX

fin único de los estudios lingüísticos. Se puede decir que el


ideal descriptivista ha sido el de varias generaciones de lin¬
güistas por más que, de hecho, pocos de estos descriptivistas
hayan creído que, en principio, pudieran negar a otros el
derecho a salir del marco estrecho de la descripción para
aventurarse a dar la explicación de los hechos» (Eco., pá¬
ginas 13-14). Cinco secciones (4, 5, 6, 7, 8), del capítulo I del
libro están consagradas a este conflicto entre actitud des¬
criptiva y actitud explicativa. El autor toma resueltamente
partido a favor de «un estructuralismo explicativo» (Ibid.,
pág. 65). La única reserva que formula a propósito de esta
investigación explicativa en lingüística está referida a los
conceptos de finalidad o teleología que encubren, en su opi¬
nión, hipótesis inasibles, anticientíficas y casi metafísicas.
Las dos palabras están demasiado cargadas de afecti¬
vidad filosófica —si se pueden juntar estos dos términos—
y sugieren peligrosamente que cada lengua estaría dotada
de una orientación predeterminada, interna, misteriosamen¬
te sometida a algún «genio» y sustraída así a la causalidad
observable. «Lo que importa, escribe, no es poner a los fenó¬
menos una etiqueta determinada, sino observar e interpretar
correctamente los procesos» (Ibid., pág. 18). Y añade: «Sin
duda es tentador afiliarse, con el empleo de algunos térmi¬
nos bien escogidos, a algún gran movimiento ideológico o
incluso revelar con alguna fórmula matemática el rigor de
su razonamiento. Pero es hora de que los lingüistas tomen
conciencia de la autonomía de su disciplina y abandonen el
complejo de inferioridad que les incita a referir cada uno
de sus pasos a algún gran principio filosófico; lo que no
conduce más que a esfumar los contornos de la realidad en
lugar de resaltarlos» (Eco., pág. 18). Fiel a este respeto cons¬
tante a los hechos y a las causas que los explican realmente,
distingue entre causalidades internas (que resultan de la
André Martinet 171

estructura de tal sistema fonológico en tal momento, de sus


correlaciones, de sus «casillas» vacías, de sus fonemas no in¬
tegrados, etc.) y causalidades externas (históricas, sociológi¬
cas, psicológicas [como las alteraciones ligadas a necesida¬
des de expresividad]), sin pretender reducir a una falsa uni¬
dad dogmática la totalidad de tan complejos haces de causas
(Eco., págs. 20-22). A lo sumo, a título metodológico, propone
explicar por los condicionamientos constantes (internos al
sistema: nuevas necesidades de comunicación, necesidades
expresivas, inercia de los órganos, juego de la economía)
todo lo que pueda ser explicable, antes de recurrir a condi¬
cionamientos fortuitos externos, históricos, geográficos y so¬
ciológicos —o querer darles la primacía (Ibid., pág. 36, § 1,
25).
Se podría objetar que aquí se trata de una teoría explica¬
tiva, aplicable únicamente en el dominio diacrónico. En
realidad, incluso en el texto de Économie, la noción de teo¬
ría cubre asimismo el dominio sincrónico (Ibid., págs. 33-34,
§ 1, 23: «Teoría sincrónica y teoría diacrónica»). En los dos
dominios la teoría de Martinet explica el funcionamiento de
la lengua y su evolución por las mismas causalidades cons¬
tantes y, eventualmente, fortuitas. Por una parte, la necesi¬
dad de establecer y mantener la comunicación, de satisfacer
nuevas necesidades de comunicación, da cuenta de los hechos
en sincronía y diacronía (por ejemplo, mantenimiento de
oposiciones cuya realización articulatoria y forma acústica
son muy próximas, á~5 en francés, a causa del alto rendi¬
miento de la oposición; desaparición de una oposición como
e~ce, por la razón contraria, etc.). Entra en juego el conflicto
entre esta exigencia de la función de comunicación, que man¬
tiene las distinciones netas, y la inercia de los órganos y su
asimetría, o la tendencia a la economía en el esfuerzo articula¬
torio o memorístico que tiende a diluir estas mismas dis-
172 Lingüística del siglo XX

tinciones. «De hecho, en cualquier punto de la cadena hablada


en los dos planos de elementos significativos (palabras, mor¬
femas, etc.) y elementos distintivos y contrastivos (fonemas,
acentos, etc.) entran constantemente en conflicto las necesi¬
dades de comunicación y la inercia, no hay ninguna sección
del discurso, grande o pequeña, en que no estén latentes
lo uno y lo otro. Una vez que se ha reconocido esto, no se
puede restringir «economía» al sentido de «parsimonia»,
como hace en el fondo Passy cuando, hasta cierto punto,
opone «economía» a «énfasis». «Economía» lo recubre todo:
reducción de distinciones inútiles, aparición de nuevas dis¬
tinciones, mantenimiento del statu quo. La economía lin¬
güística es la síntesis de las fuerzas en presencia» (Eco.,
pág. 97). Según Martinet, «la lingüística funcional y estruc¬
tural no es un capítulo de la lingüística, sino toda la lingüís¬
tica abordada desde el ángulo que, en el estado actual de
nuestra disciplina, parece ser más favorable que ningún
otro para el progreso rápido del conocimiento» {Eco., pág. 17).
Es la función de una unidad o una estructura que permite
ir hasta la explicación última del hecho lingüístico: la des¬
cripción formal o estructural {a fortiori la distribucional)
se condena a no poder descubrir esta explicación o a pos¬
tular explicaciones inadecuadas a los hechos. De ahí la ne¬
cesidad teórica del concepto de pertinencia, es decir, el esta¬
blecimiento de una jerarquía entre los hechos observados,
«jerarquía fundada en su función comunicativa» (Ibid., pá¬
ginas 13-31). De ahí la definición de «fonema operacional»
{Ibid., págs. 30-33). Martinet sigue insistiendo vigorosamente
(es lo que podría llamarse su axiomática latente) en la nece¬
sidad de precisar con exactitud la terminología que se emplea
para «poder identificar los conceptos con que hay que ope¬
rar» {Ibid., pág. 12): lengua, oración, monema, fonema, ras¬
go pertinente, etc., son para él términos bien definidos, uní-
André Martinet 173
vocos, libres de sentidos contradictorios, cosa más rara de
lo que se piensa, incluso y tal vez sobre todo, en las teorías
formalizadas actuales. En fonología y otras partes, afirma su
preferencia por «una teoría ‘instrumento de conocimiento'»
{Eco., pág. 31), y la define también como «un haz de hipótesis
realistas» (Ibid., pág. 34).
Seguramente estimulado por Hjelmslev, a quien cita ex¬
presamente en este pasaje, pero de quien se aparta pronto,
Martinet formula con claridad las relaciones muy específicas,
en las ciencias humanas, entre los hechos —los famosos data
de las nuevas corrientes— y la teoría. Porque, a diferencia de
lo que ocurre en matemáticas o en lógica, un modelo teórico,
aquí, no puede ser totalmente hipotético-deductivo, en el
sentido de que las hipótesis no pueden ser cualesquiera, sino
que están inspiradas ya por el conocimiento empírico de los
hechos a que se va a aplicar el modelo explicativo. Hay
coincidencia, dice Martinet, en el punto de partida entre cier¬
ta realidad y las hipótesis que se hacen sobre ella. «Pero esta
realidad puede ignorarla el descriptor una vez que se ha en¬
cerrado en su teoría. La validez de su descripción no proviene
de su conformidad con la realidad humana, sino con la teo¬
ría. Así pues, esta teoría ha sido establecida por el lingüista,
por así decir ‘en consulta' con la realidad, pero soberana¬
mente y sin recurso posible» {Eco., pág. 33). En una entre¬
vista reciente sobre estos problemas de la función y el em¬
pleo de una teoría en lingüística, a esta dialéctica de vaivén
constante entre los hechos y la teoría la llama Martinet
construcción de un modelo empírico-deductivo. «La doble
articulación, dice, no es un modelo hipotético-deductivo, sino,
de alguna manera, un modelo empírico-deductivo. La doble
articulación, tal como yo la veo, no es una hipótesis, es un
hecho de observación: observo sencillamente que hay objetos
que presentan la doble articulación. Estos objetos, en la me-
174 Lingüística del siglo XX

dida en que sirven a la comunicación y son objetos vocales,


decido llamarlos «lenguas» por un acto arbitrario, pero en
conformidad con el empleo corriente de este término. De
hecho, tomo el término «lengua» y lo defino de nuevo en
función de esta observación que me ha revelado la existen¬
cia de instrumentos de comunicación doblemente articula¬
dos y de carácter vocal. Partiendo de esta definición sobre
base empírica, desarrollo todas las consecuencias dentro de
los límites impuestos por la naturaleza del hombre y de las
sociedades humanas» (V.H. 101, n.° 2, 1971, pág. 68).
Todos los que han descrito la doctrina de Martinet están
de acuerdo en un último punto, que él mismo ha subrayado
siempre explícitamente: su realismo. Acabamos de ver, a
través de lo que dice de su concepto de teoría, que se trata
de algo muy diferente del positivismo clásico. De hecho, el
término recubre prácticamente la totalidad del comporta¬
miento científico de Martinet. En el plano teórico más gene¬
ral, este realismo expresa exactamente la segunda condición
necesaria y suficiente para establecer la validez de una teoría:
después de unos criterios internos de coherencia o no contra¬
dicción, un criterio externo de adecuación de la teoría a su
objeto {Eco., pág. 13), pero a la totalidad de este objeto (Ibid.,
pág. 34). Este realismo de base se expresa, como se ha visto,
por una cierta desconfianza no de cara a la teoría, sino de cara
a lo que Trubetzkoy llamaba «filosofiquear»: de cara a las
construcciones a priori que no se verifican nunca exhaustiva¬
mente después de haberlas esbozado. Es, en resumidas cuen¬
tas, la sumisión a los hechos y a todos los hechos, el «respeto
a la realidad» {Langue et fonction, pág. 18) —que no signi¬
fica nunca el examen «de la masa de hechos considerados
uno a uno» {Eco., pág. 7)—; es el rechazo de los malabaris-
mos brillantes y de los «paralelismos seductores».
André Martinet 175

Este realismo básico se expresa también en una preocupa¬


ción, extraña, por los problemas terminológicos. Este punto lo
ha tocado Martinet incesantemente. Está, por un lado, contra
«la expansión terminológica desenfrenada» (The Unity of Lin-
guistics, en Word, vol. 10, núms. 2-3, 1954, pág. 124); pro¬
bablemente no ha creado ningún término para exponer sus
propias ideas salvo la palabra sintema. Por otra parte, des¬
confía de las «etiquetas comunes y engañosas» que «camuflan
diferencias profundas» (Eco., pág. 11), se atiene sin desfalle¬
cimiento a la higiene siguiente: «Innovar en estas materias
sería favorecer la confusión. Pero [se esfuerza] en no emplear
los términos que son propios de tal o tal escuela sin definir¬
los y justificar su empleo» (Ibid., pág. 12). Escribía hace ya
algunos años que «las diferencias terminológicas son de poca
o ninguna importancia, si resultan de la elección de térmi¬
nos diferentes para el mismo concepto, particularmente si
uno de los términos no es más que la traducción de otro,
empleado en otra lengua» (Structural linguistics, en Anthro-
pology to-day, Chicago University Press, 1953, pág. 576). Así,
cuando Trubetzkoy emplea neutralisation y Aufhebung, o
Hjelmslev udtryk en danés y expression, en inglés o francés.
Pero, añade Martinet, «estas diferencias resultan extremada¬
mente molestas cuando se emplea el mismo término para
dos o varios conceptos totalmente diferentes, como sucede
a menudo con forme o expression, por ejemplo. Son particu¬
larmente peligrosas cuando los dos conceptos diferentes que
corresponden a un término dado, pueden dar la impresión
de que coinciden a menudo en la práctica, cuando en reali¬
dad pertenecen a dos marcos de referencias [teóricos] dife¬
rentes, como es el caso de morfema, al ser empleado por
bloomfieldianos, trubetzkoyanos o glosemáticos» (Ibid.). Entre
las causas de incomprensión entre los investigadores, a las
que está muy atento —y entre las que no olvida nunca las que
176 Lingüística del siglo XX

provienen del temperamento o de posiciones partidistas (Eco.,


págs. 7, 63)— señala la distancia geográfica, fronteras geográ¬
ficas y lingüísticas, y las diferencias terminológicas «que,
en la etapa en que nos encontramos [1953], representan pro¬
bablemente el principal obstáculo a toda cooperación [cientí¬
fica] internacional» (Anthropology, pág. 576). Esta preocupa¬
ción realista de asegurar la comunicación del saber ha
protegido a Martinet, hasta el día de hoy, de la jerga que se
reprocha a tantos especialistas.

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA

Se pueden encontrar buenas exposiciones de la lingüística de Mar¬


tinet en Leroy, Lepschy, Malmberg. A propósito de su doctrina, son
interesantes algunas reseñas de Éléments. La de R. L. Wagner (Mer¬
cure de France, mayo de 1961, págs. 171-172; septiembre de 1961, pá¬
ginas 164-168), bastante representativa del punto de vista de la
lingüística francesa en su fecha; la de Marguerite Durand (Jour¬
nal de psychologie, núm. 2, 1961, págs. 219-220), epistemológica¬
mente muy instructiva: se aprecia en ella, tratándose de una excelente
fonetista de la misma generación que Benveniste, la dificultad de
penetrar en un marco teórico que le es a la vez próximo y totalmente
extraño. En Language, vol. 40, núm. 3, parte I, 1964, se puede leer la
exposición crítica de los Éléments y de Functional View of Language,
de Hoijer (págs. 393-396) —punto de vista de un lingüista-antropólogo
americano de la línea sapiriana. Linguistic Studies presented to André
Martinet coincide con el sexagésimo aniversario del autor, como la
Miscelánea Homenaje a André Martinet (Universidad de La Laguna,
Canarias, 1958) correspondía al quincuagésimo.
Hay traducción española de las siguientes obras (todas en Editorial
Gredos): Éléments de linguistique générale, versión de Julio Calonge,
Elementos de lingüística general, 1965; La linguistique synchronique,
versión de Felisa Marcos, La lingüística sincrónica, 1968; A Functional
View of Language, versión de M.a Rosa Lafuente de Vicuña, El ten-
André Martinet 177

guaje desde el punto de vista funcional, 1971; Économie des change¬


ments phonétiques, versión de Alfredo de la Fuente Arranz, Economía
de los cambios fonéticos, 1974; están en prensa la traducción de
Évolution des langues et reconstruction, así como los dos primeros
tomos de la ed. española de sus Obras Completas.

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 12


ZELLIG SABBETAI HARRIS

Zellig Sabbetai Harris nació en Balta (Rusia), en 1909.


Llega a Estados Unidos en 1913. Adopta la nacionalidad ame¬
ricana en 1921. Su carrera universitaria es rectilínea. En la
Universidad de Pensilvania obtiene el diploma de bachelor
of arts (B.A.) en 1930, el de master of arts (M.A.) en 1932 y
el Ph. D. en 1934. Es instructor (auxiliar) en esta misma
Universidad desde 1931 a 1938; en 1937, asume la misma
tarea en la Universidad de Michigan, paralelamente. Assistant-
professor desde 1938, en 1942 llega a ser associate professor,
y full professor of Linguistic Analysis en 1947. Así pues, vie¬
ne enseñando en la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia,
a lo largo de más de treinta años.
La suerte de la obra de Harris es más peculiar que su
carrera. Ha publicado, si no mucho, sí con regularidad; pero
se le lee menos de lo que se le cita. Se le sigue poco. Apenas
se le discute. Su producción no ha dado lugar en Europa, ni
en América, a una de esas exposiciones críticas a modo
de síntesis, por las que se quiere llegar a una visión pano¬
rámica de una doctrina importante (ni siquiera en el nú¬
mero de Langages dedicado a la lingüística distribucional,
núm. 20, dic. 1970). En tomo a él, las mismas historias de
la lingüística son lacónicas y sumarias; las exposiciones frag¬
mentarias. Ello es tanto más sorprendente cuanto que, cuan-
Zellig Sabbetai Harris 179

do se considera la carrera de este lingüista en su conjunto,


lo que llama la atención ante todo es la seriedad en la re¬
flexión, la perseverancia en una dirección bien trazada, la
coherencia; a lo que hay que añadir la discreción científica,
en un mundo en que el sabio tiene que ser, más que en
ninguna otra parte, su propio barnum.
Se propende siempre a reducir a Harris a una de sus
obras, la más célebre, Methods in Structural Linguistics (Uni-
versity of Chicago Press, 1951; 3.a ed., 1957; reeditada en
1960 con el título de Structural Linguistics), por constituir
en cierta manera el tratado clásico de lingüística distribucio-
nal. Sería conveniente añadir a ella Distributional Structure,
importante artículo en que Harris hace cara a las objeciones
suscitadas por su libro, en Linguistics To-day, número especial
de Word, vol. 10, núms. 2 y 3, 1954, págs. 146-162.
Pero antes de llegar a ser, y por un período extremada¬
mente breve, el teórico del distribucionalismo, Harris había
sido, durante más de un decenio, uno de los representantes
más dotados de la segunda generación bloomfieldiana, y tal
vez el más preocupado por incrementar la coherencia teórica
de los procedimientos de la «Escuela de Yale». Después de
sus primeros trabajos ligados a sus investigaciones doctora¬
les, Development of the Canaanite Dialects (1939) y Linguis-
tic Structures of Hebrew, en American Oriental Society Jour¬
nal, 1941, vol. 61, pág. 155, se da a conocer sobre todo por
sólidos estudios sobre problemas de lingüística descriptiva,
tal como se plantean en el marco del pensamiento bloomfiel-
diano: Morphème Alternants in Linguistic Analysis, en Lan-
guage, vol. 18, 1942, págs. 169-180; Discontinuous Morphèmes,
en Language, vol. 21, 1945, págs. 121-127; From Morpheme to
Utterance, en Language, vol. 22, 1946, págs. 161-183. De este
mismo período data la exposición crítica a la vez comprensiva,
e incluso elogiosa, y sin embargo rígidamente bloomfieldiana,
180 Lingüística del siglo XX

que hace de los Grundzüge de Trubetzkoy, en Language,


vol. 17, 1941, págs. 345-349.
Sin embargo, ya por desarrollo de su propia reflexión,
ya por contacto con Chomsky, alumno suyo por los años
1950-1954, Harris había llegado a tomar conciencia de las
insuficiencias del análisis distribucional. Entonces se dibuja
un nuevo giro en su obra: adopta un punto de vista trans¬
formativo. El problema de las relaciones científicas entre
el maestro y su discípulo está ya más que medio resuelto,
pues uno y otro han testimoniado, repetidas veces —en tér¬
minos generales— su deuda mutua: Harris, en un artícu¬
lo de 1952 y otro de 1957 (véase más adelante: Co-ocurren-
ce...), y Chomsky en 1957, en 1958, en 1961 y en 1964; pero
quedan por averiguar bien los detalles. Harris evoca una
especie de concepto de transformación desde 1952. En un
artículo de 1954, Transfer Grammar, en International Jour¬
nal of American Linguistics, vol. 20, págs. 259-270, formula
claramente las nociones de regla, de instrucciones necesarias
para generar los enunciados de una lengua (a partir de los
de otra), y la idea central de simbolizar las oraciones por
clases de morfemas, es decir, de formalizar las estructuras
(Ibid., págs. 259, 260, 267). Esta idea ya aparecía plenamente
consciente en él desde su artículo de 1946, antes citado (ver
la interesante nota 1, pág. 161). El verdadero problema his¬
tórico estriba quizá menos en distinguir, en este nacimiento
de la gramática transformativa, la parte de Harris de la
Chomsky, que ver de dónde viene este impulso súbito de los
lingüistas hacia la utilización de la lógica, las matemáticas
y los modelos formalizados. Es muy probable que, al hacer
esta investigación a fondo, se descubra la función esencial
que han desempeñado en ello los problemas planteados, de
1949 a 1952, por la naciente mechanical translation, y sobre
todo por Bar-Hillel, lógico y matemático, encargado por el
Zellig Sdbbetai Harris 181

Gobierno Americano de una larga encuesta y de un informe


sobre las perspectivas reales en este dominio. Sus publica¬
ciones de entonces parecen haber ejercido una influencia
capital en lo referente al tratamiento matemático formal en
lingüística (ver G. Mounin, La machine à traduire, histoire
des problèmes linguistiques, La Haya, Mouton, 1964).
Sea como fuere, el artículo de 1954, fue seguido por otro
fundamental y denso en lo que se refiere al concepto harri-
siano de transformación: Co-ocurrence and Transformation
in Linguistic Structure, en Language, vol. 33, 1957, págs. 283-
340. Le sucederán The transformational Model of the Lan¬
guage Structure, en Anthropologie al Linguistics, 1959, pági¬
nas 27-29; String Analysis of Sentence Structure (La Haya,
Mouton, 1965); Mathematical Structures of Language (Nueva
York, Interscience Publishers, 1968), y Papers in Structural
and Transformational Linguistics (Dordrecht, 1970).
Si las investigaciones de Harris en el dominio transforma¬
tivo son poco conocidas y poco practicadas, sin duda porque
se tiene la impresión —falsa— de que se trata de una va¬
riante sin interés del chomskismo, hay otro aspecto de su
producción que sigue casi ignorado: se trata de sus inves¬
tigaciones, muy antiguas y ligadas a las precedentes, sobre
el análisis lingüístico llevado más allá de los límites de la
oración, lo que Harris mismo ha denominado discourse ana¬
lysis. Esta orientación aparece desde 1952 en Culture and
Style in Extended Discourse, en Proceedings of the 29th In¬
ternational Congress of Americanists, donde ve la luz asimis¬
mo la idea transformativa, a través de la idea de que se
pueden reducir las estructuras de las oraciones a clases poco
numerosas y recurrentes, algunas de las cuales (por ejemplo:
adjetivo, gerundivo y subordinada de relativo) permutan sin
cambiar el sentido de manera apreciable. El mismo año 1952
vio la aparición de Discourse Analysis, en Language, vol. 28,
182 Lingüística del siglo XX

1952, págs. 1-30 y de Discourse Analysis: A Sample Text {Ibid.,


págs. 474-494). Los resultados de las investigaciones efectua¬
das en este dominio durante todo un decenio por Harris y
sus colaboradores o alumnos destacados en la Universidad
de Pensilvania, investigaciones que habían sido difundidas
en forma de working papers y con el título de T.D.A.P.
{Transformations and Discourse Analysis Papers), han sido
presentados en Discourse Analysis Reprints (La Haya, Mou¬
ton, 1963).
Los trabajos bloomfieldianos de Harris, evocados pági¬
nas atrás y cuyos títulos revelan claramente su contenido,
tendrán un puesto en una historia detallada del bloomfieldia-
nismo después de Bloomfield, aunque sin adquirir una im¬
portancia de primer plano.
Otra cosa hay que decir en lo que concierne a la lingüís¬
tica distribucional, teoría rigurosa y coherente, por la que
Harris se ha impuesto la tarea de completar, corregir y su¬
perar el descriptivismo bloomfieldiano. Esta teoría es bien
conocida. Es con ella, exclusivamente, como hemos subra¬
yado, con lo que suele relacionarse el nombre de Harris.
Las discusiones, aún siendo francamente críticas, de Mar¬
tinet desde antes de la aparición de Methods, a partir de
una exposición de Nida {Word, vol. 6, 1950, pág. 86), de Jean
Cantineau {B.S.L., 1954) y de Henri Frei {Word, vol. 10, 1954,
págs. 136-145), han contribuido a precisar adecuadamente el
lugar de Harris en la investigación teórica de la lingüística
del siglo xx.
Harris se daba perfecta cuenta de que Bloomfield, para
determinar las estructuras fonológicas o sintácticas de una
lengua, utilizaba concurrentemente dos criterios: el del sen¬
tido y el de la distribución, lo que resta mucho rigor al pro¬
cedimiento formal. Y para llegar al máximo de objetividad,
decide fundar toda descripción científica únicamente en el
Zellig Sabbetai Harris 183

inventario de distribución de las unidades, fonemas o mor¬


femas. Sabemos que llama distribución de una unidad a «la
suma de sus contornos» (Word, vol. 10, pág. 146). Por ejem¬
plo, para saber si [1] y [r] en inglés son fonemas, no bastará
constatar que diferencian life de rife, pues esta diferencia¬
ción se hace sobre la base del sentido de los dos morfemas.
Este procedimiento «es solamente un atajo utilizado por el
lingüista para llegar a las [verdaderas] diferenciaciones [que
son] distribucionales» (Methods, ed. 1957, n. 4, pág. 7). «En
el caso de que el análisis parezca más complicado que el
habitual método intuitivo (frecuentemente fundado en el
criterio del sentido), para conseguir los mismos resultados,
la razón de emplear este procedimiento más complejo es
la exigencia de rigor» (Ibid., pág. 8). «En este sentido, añade,
hay que observar que los análisis distribucionales hacen
mucho más que ofrecer una solución de recambio riguroso
a las consideraciones sobre el sentido y otras» (Ibid., n. 7):
son siempre científicamente decisivos. Por lo que toca a los
fonemas, por ejemplo, permiten evitar, piensa Harris, el uso
«místico de términos filosóficos» como aquellos a que re¬
curría Trubetzkoy: función, sistema, entidad (Language,
vol. 17, pág. 345). Aunque admite que «la imagen que se hace
cada lingüista de un fonema carece en absoluto de impor¬
tancia en la medida en que cada uno realiza las mismas
operaciones para [deducir] este fonema» (Ibid.), prefiere
pensar que tal fonema está definido por una totalidad de
localizaciones que le son específicas. Por el contrario, hablar
del mismo fonema como de una unidad abstracta que con¬
tiene uno o más rasgos característicos (relevant), más otros
que no lo son, y distinguir del mismo modo entre la realidad
física del speech (el habla) y algo no físico que sería the
language structure (el sistema, la lengua en el sentido saus-
184 Lingüística del siglo XX

suriano), le parece un mentalismo inútil, como buen bloom-


fieldiano (Ibid.).
Para él, como para su maestro, la realidad de la «estruc¬
tura lingüística» del sistema «no es más que el atavío cien¬
tífico», es decir, la presentación cómoda de lo que el lin¬
güista sabe o cree saber sobre el speech, el habla {Ibid.).
Esta realidad de la estructura, se pregunta aún trece años
más tarde, ¿«es una creación del observador matemático?
Sí, en cuanto expresión de muchos hechos lingüísticos en
forma de un número reducido de afirmaciones. No, en cuan¬
to estructuras distribucionales que existieran en la mente
del hablante». No obstante, admite que las estructuras ela¬
boradas por el observador, «existirán en el hablante en cuanto
sistema paralelo de hábitos y productividad lingüísticos», del
tipo de los que generan analycity, syntheticity, etc., a partir
de analytic, synthetic, etc. (Word, vol. 10, pág. 149).
Aquí se ve cuánto podía pesar, como ya presentía Tru-
betzkoy, la línea de separación propiamente científica que
pasaba de hecho entre el «mentalismo» de éste y el «anti-
mentalismo» bloomfieldiano; o entre el «concepto» abstrac¬
to de fonema en uno y el «sistema de hábitos» en el otro.
Se siente la impresión ineludible de que la intercomprensión
científica se ve a menudo obstaculizada por el peso de tradi¬
ciones intelectuales diferentes, por rigideces terminológicas
(de las que Harris es consciente, como se ha visto, pero que
no llega a superar) y por el hecho —psicológico— de que los
investigadores bastante o muy próximos, cuando son con¬
temporáneos, son más propensos a percibir lo que les separa
que lo que les une. Es una consecuencia probable de una
actitud inconscientemente competitiva en que sobrevive toda
una cultura fundada esencialmente, aun en los mejores, en
la producción científica individual, con sus «prioridades», su
notoriedad, incluso su «gloria», en el fondo, de tipo literario.
Zellig Sabbetai Harris 185

Harris ha sido consciente siempre de las dificultades sus¬


citadas por el análisis distribucional y, aun manteniendo sus
afirmaciones categóricas, no esquiva las objeciones. El con¬
junto de lo que dice sobre el sentido o meaning es típico y
muy instructivo a este respecto —y lo es, para todo inves¬
tigador.
Sabe que, a pesar de su exigencia teórica, utiliza conoci¬
mientos semánticos en el curso de sus análisis. Pretende,
sin embargo, que este recurrir al sentido es accesorio y que
se podrá, en todo caso, prescindir de él (pero ¿a qué precio?).
Ora sostiene «que, en principio, el sentido no merecía ser
tenido en cuenta más que en la medida en que se trata de
determinar lo que es repetición» (Methods, pág. 7, n. 4), pro¬
blema capital, por lo demás: ¿por qué la [1] de Ufe es «la
misma» en diez apariciones diferentes de la palabra en diez
hablantes? Ora, dice, «se advertirá que incluso cuando la
significación es tenida en cuenta, no es necesario en absoluto
una formulación detallada completa de la significación de
un elemento, y menos aún de lo que el hablante quiere sig¬
nificar cuando lo ha enunciado. Lo que sí es necesario es
que encontremos una diferencia regular entre dos conjuntos
de situaciones (por ejemplo: aquellas en que aparece /s/
[plural], y aquellas en que no aparece). Naturalmente, cuan¬
to más exacta y sutilmente esté establecida esta diferencia,
tanto mejor será». (Methods, pág. 187, n. 65; cf. también
pág. 190). Ora admite incluso que «se utilizan a menudo de
manera heurística indicaciones poco matizadas concernien¬
tes a la significación [en muchos casos, mediante traduccio¬
nes, advierte él también] para identificar en una primera
aproximación los morfemas de un enunciado» (Ibid., pági¬
na 152).
Pero en este punto hace concesiones más importantes
todavía. ¿Es la 5 de sunlight «la misma» que la de stop,
186 Lingüística del siglo XX

books y basket? Es otro problema capital, a menos que


admitamos que hay tantas /s/ inglesas como entornos de
s. He aquí la respuesta de Harris a propósito de n: «La parte
final de he’s in puede ser reemplazada por la parte final de
that’s my pin [sin causar ningún cambio en la respuesta de
los nativos, quienes entienden los enunciados antes y des¬
pués de la sustitución]. Al aceptar este criterio de la respues¬
ta del oyente, se nos conduce de nuevo a apoyarnos en el
'sentido', cosa habitualmente considerada como necesaria
por los lingüistas. Parece inevitable un procedimiento de
este tipo, cualquiera que sea, al menos en la etapa de la lin¬
güística en que nos encontramos actualmente» (Methods,
pág. 20).
A veces hasta se puede pensar que Harris admite, implí¬
cita o inconscientemente, ciertos fallos metodológicos de su
teoría distribucional. Así sucede, por ejemplo, cuando se
enfrenta con un corpus donde posiblemente hay préstamos,
interferencias. Es el caso, por ejemplo, «cuando un individuo
o una comunidad emplean formas diferentes, que no son
dialectalmente homogéneas [...]. Podemos separar estos frag¬
mentos de discurso, que pueden ser descritos mediante un
sistema relativamente simple y coherente, y decir que son
muestras de un dialecto, mientras que los fragmentos restan¬
tes [por ejemplo, el empleo de rôle, raison d’être, par excel¬
lence, en hablantes americanos] lo son de otro dialecto.
Podemos hacerlo habitualmente sobre la base de un conoci¬
miento de los diferentes dialectos de las demás comunida¬
des» (Methods, pág. 9).
En cuanto a la segmentación de los morfemas, Harris
manifiesta también la perplejidad propia del distribuciona-
lista intolerante: ¿Por qué, sin recurrir al sentido, estar
seguro de que la segmentación de boiling es boil + ing, y
no boy + ling, puesto que existe princeling? (Methods,
Zellig Sabbetai Harris 187

pág- 8). ¿Cómo resolver el problema de boysenberries, cuan¬


do berries aparece en strawberries, blackberries, etc., pero
boy sen- no aparece en ningún otro entorno? ¿Qué nos enseña
lingüísticamente la distribución de blue en blueberry? (Ibid.,
págs. 8, 192, 347). Martinet, Cantineau y Frei han explotado
ampliamente estos fallos en el edificio distribucionalista;
pero el mérito de Harris está en no haberlos enmascarado,
aunque tenga la tendencia a considerarlos simplemente como
ciertas anomalías molestas, «marginales», escribe, y de poca
importancia. Tampoco finge ignorar los absurdos a que pue¬
den llevarle a uno su método, en lo que se refiere a la «sig¬
nificación» de los fonemas por más que también aquí la tra¬
dición anglo-sajona sobre el sound-symbolism llegue a dis¬
minuir, a sus ojos, la gravedad del problema teórico. «Ge¬
neralmente, piensa Harris, podemos decir que cada fonema
tiene en cierta manera una significación elemental en la me¬
dida en que diferencia a un morfema, vinculado a una sig¬
nificación, de otro morfema: podemos decir que /1/ está
en correlación con la diferencia de significación entre short
y shorn o shore, etc.» (Methods, págs. 187-188, n. 66). Posible¬
mente una afirmación como ésta (que hemos puesto en
cursiva) no carece de imprudencia, incluso de «misticismo
lingüístico» por parte de un teórico que se ha prohibido todo
recurso a la significación en puntos en que este recurso
sería mucho menos discutible.
Pero el método distribucional, aplicado rigurosamente,
¿no exigiría que en una serie como there, then, thither, this,
that, se distinga un morfema th- «cuya significación, dice
Harris, es demostrativa»? (Methods, pág. 192). De la misma
manera, where, when, whither, which, what, why tendrían
un morfema wh-, «cuyo valor es interrogativo» (Ibid.). En¬
tonces, se pregunta Harris, ¿no habría un morfema si- en
slide, slimy, etc.; un morfema gl- en glide, gleam, etc. (Ibid.,
188 Lingüística del siglo XX

pág. 193)? ¿Y pl- en plant, plank, plow, pluck, plot, plum?


¿Y -ump en jump, bump, trutnp, etc.? «Por difícil que sea
pretender, concluye Harris, que secuencias como gl- deban
tener categoría de morfemas, tampoco es satisfactorio dejar
inexplicado el hecho de que tantas secuencias como empiezan
por gl- tengan una similitud parcial de significación» (Me-
thods, pág. 193). La existencia de tal fenómeno debe, sin
duda, ser tenida en cuenta, pero es probablemente más com¬
plejo de lo que lo describe un simple análisis distribucional
en sincronía. Etimología, diacronía, tradición poética y acaso
lúdica a partir al menos del germánico, contaminación psi¬
cológica a posteriori de la forma por el sentido, etc., no esta¬
ría quizá de más para dar cuenta de este extraño sound-sym-
bolism anglosajón que, como hemos visto, ha fascinado a
investigadores tan positivos como Jespersen y Bloomfield y
preocupa a Harris desde su artículo de 1945, donde cita el
problema planteado por sl-ide, sl-ick, etc. (Language, vol. 21,
pág. 127).
Se habrá advertido que en estas aplicaciones muy aven¬
turadas del análisis distribucional, Harris ha apelado a con¬
sideraciones sobre la significación, espontánea y sistemática¬
mente, sin ninguna precaución oratoria ni reserva de ningún
tipo. De modo que al fin de esta indagación, sobre la utiliza¬
ción de la significación por él, se podría, con todo derecho,
concluir invirtiendo su fórmula capital: lejos de ser el mé¬
todo distribucional un procedimiento de análisis exclusivo, ex¬
haustivo y riguroso, y la atención al sentido, por el contra¬
rio, una simple técnica auxiliar heurística y facultativa, todo
sucede como si el recurso al sentido fuera un procedimiento
inevitable, íntimamente dependiente de la naturaleza misma
de las cosas lingüísticas —mientras que las técnicas distribu-
cionales serían una de las posibilidades abiertas al lingüista,
entre otras, para resolver ciertos problemas, y no todos. En
Zellig Sabbetai Harris 189

este sentido, desde hace tiempo, todos los lingüistas han sido
distribucionalistas, cuando era necesario: para determinar
las neutralizaciones y las variantes combinatorias en fono¬
logía, en los casos de homonimia y sinominia en lexicogra¬
fía, etc. La tentativa de Harris, por su mismo carácter ex¬
tremo, permitirá, sin duda, situar correctamente hoy el lugar
teórico exacto del criterio distribucional en el arsenal de los
criterios de la descripción lingüística, lejos de todo totalita¬
rismo distribucionalista.
Tocante a la significación, Harris ha sabido siempre, por
otra parte, que está indisolublemente vinculada a las estruc¬
turas formales de los enunciados que la comunican. Por más
que quiera desentenderse de ella, el análisis mismo le obliga
a volver a cada instante sobre el tema que querría proscribir,
y a volver para decir poco más o menos lo mismo que todos
los lingüistas contemporáneos. En su artículo de Word (1954)
combate la hipótesis de que exista una relación o paralelismo
entre distribución y significación (Ibid., pág. 151), exactamen¬
te con los mismos argumentos que empleaba Charles Serrus
en 1933 en Le parallélisme logico-grammatical para combatir
la idea de que haya una relación inmediata isomorfa entre
la estructura del lenguaje y la del pensamiento. «Todo esto,
continúa Harris, no quiere decir que no haya una amplia
interconexión entre lenguaje y significación en todos los sen¬
tidos posibles de esta última palabra, pero no es una relación
unívoca entre estructura morfológica y alguna otra cosa.
No es siquiera una relación unívoca entre el vocabulario y
una clasificación de las significaciones independiente de él,
cualquiera que fuese» (Ibid., pág. 152).
Ya había dicho lo mismo, en términos idénticos, en 1951:
«Esto no quiere decir que las diferencias de significación
no puedan ser utilizadas en el curso de la investigación de
las divisiones del enunciado en elementos más largos que el
190 Lingüística del siglo XX

fonema. Como la segmentación distribucional [descrita en


su § 12.2] y la división fundada en las significaciones im¬
plican ambas una segmentación de los enunciados en partes
cada una generalmente más largas que un fonema, es posible
que las dos segmentaciones sean frecuentemente idénticas»
(Methods, pág. 189). Después de repetir que los lingüistas
emplean a menudo esta identidad para facilitar la investiga¬
ción de los morfemas de un enunciado, pero que el recurso
al sentido nunca debe funcionar como un criterio de seg¬
mentación con pleno derecho en un plano de igualdad con
los criterios del apartado 12.2, concluye: «Hay en general
una estrecha correspondencia entre la división en morfemas
que podemos establecer basándonos en las significaciones y
la que resulta de nuestros criterios distribucionales. Ocurre
así porque, en general, los morfemas que difieren por el
sentido difieren también por su entorno, si consideramos
entornos adecuadamente largos y en número suficiente»
(Ibid., pág. 189, n. 67).
Esta larga exploración del lugar efectivo que ocupa en
Harris el recurso al sentido no es inútil epistemológicamen¬
te, pues ilustra las notables consecuencias de una divergen¬
cia de comprensión que podía parecer minúscula en el punto
de partida: se ha montado toda una teoría para evitar el
recurrir al sentido en materia de análisis lingüístico, porque
en Bloomfield el acento principal parecía caer sobre la im¬
posibilidad de dar una descripción científica del sentido, en
1933 —que no es lo mismo— y a pesar de diez pasajes en
que Bloomfield insistía en el hecho de que no se podía pres¬
cindir del sentido. La tentativa de Harris, «de un rigor
heroico», dice Lepschy, aboca a una teoría de tal complejidad
en la aplicación que nadie, ni siquiera Harris, ha dado la
descripción distribucional pura de una lengua, que, por otra
parte, no sería de ninguna utilidad directa: puesto que las
Zellig Sabbetai Harris 191

distribuciones no dicen nada ni del sentido de las unidades


ni de la construcción del sentido de los enunciados, esta
descripción se asemejaría al análisis estadístico de los sím¬
bolos de un mensaje codificado que no se supiera descifrar.
Así como la condena de todo recurso al sentido en la
descripción lingüística fue la madre de la teoría distribu-
cional, ésta, a su vez, llevaba en sí el germen de un trans-
formativismo. En efecto, aunque Chomsky no hubiera sido
discípulo de Harris, la lógica de las dificultades propias de
los procedimientos distribucionales lo llevaba por este cami¬
no: sin hablar de las «transformaciones» morfofonológicas
del tipo sight < see + t, flight < flee + t, portrait < por-
tray + t (Methods, pág. 8), que fueron muy pronto familiares
a los investigadores en materia de análisis morfológicos des¬
tinados a la mechanical translation, sucedía que una distri¬
bución podía tener dos segmentaciones, y dos significaciones,
diferentes (Flying planes can be dangerous, etc.). El proble¬
ma de la ambigüedad que dejaba de serlo si se podía re¬
currir al sentido, al contexto o a la situación, era un obs¬
táculo considerable desde el punto de vista del análisis
distribucional —y de la traducción automática por las mis¬
mas razones—.
En germen en Transfer Grammar (1954), por razones vi¬
siblemente ligadas a la traducción automática (medir las
diferencias de estructura entre lengua-origen y lengua-meta,
utilizar los conceptos enteramente nuevos de «regla» e «ins¬
trucción», representar las clases distribucionales por sím¬
bolos algebraicos formales sometibles a máquinas, a fin de
construir una «gramática de transferencia»), el transformati-
vismo en Harris se explicitó sobre todo a partir de Co-occu-
rrence and transformation (1957) y la serie de los T.D.A.P. Su
formación lógica y matemática es sin duda tan sólida como
la de Chomsky (critica a Trubetzkoy, en 1941, en parte por
192 Lingüística del siglo XX

su lógica vetusta en nombre de una lógica moderna, cuyo


problema consiste enteramente, según subraya en otro lugar,
en saber si será, y en qué lo será, productiva en lin¬
güística [art. citado, pág. 346]). Pero el transformativismo
de Harris no se orienta hacia la construcción de un gigan¬
tesco modelo hipotético-deductivo que cubra la producción
de todas las estructuras del lenguaje. Queda, si puede decir¬
se, a ras de texto, tan próximo como es posible a la realidad
de los enunciados.
Mientras el procedimiento de Chomsky, típicamente ma¬
temático, consiste en intentar elaborar un sistema formal,
comprobando (o comprobará) a posteriori si es adecuado
para explicar la estructura de una lengua o del lenguaje,
el procedimiento de Harris, típico de un lingüista, consiste
en preguntarse en qué medida tiene derecho a reducir tal
o cual clase de enunciados concretos a fórmulas algebraicas
del tipo O = SN + SV o SV = V + SN, etc.: fórmulas que
Chomsky acepta a priori.
Es verdad que Harris llega de esta manera a afirmacio¬
nes muy similares a las de Chomsky. Ya en 1951 era sensible
a las dependencias estructurales entre la interrogación y la
respuesta, la activa y la pasiva, el empleo de verbos como
sell y buy (Methods, págs. 159-160). En 1954, define la gra¬
mática como el conjunto de las reglas que generan las
oraciones de una lengua (Transfer Grammar, pág. 260). Pos¬
teriormente, elabora las nociones de oración nuclear (kernel)
y transform. Ante cualquier oración, hay que plantearse la
pregunta: ¿a partir de qué otras oraciones [núcleos] puede
decirse que ha sido obtenida? La estructura de una lengua,
dice, consiste en un conjunto de kernel-sentenees, más un
conjunto de transforms. Y, como en Chomsky, sus clases
sintagmáticas (las phrase structures de la terminología in¬
glesa), que se juntan para constituir los núcleos, permutan
Zellig Sabbetai Harris 193

para realizar operaciones «sin cambiar apreciablemente el


sentido» de los enunciados: The bomb killed people = People
were killed by the bomb. Las lenguas, dice Harris, parecen
ser más semejantes unas a otras por sus kernels que por sus
oraciones concretas después de la transformación.
Estas formulaciones muy generales que no difieren en nada
de las de Chomsky, disimulan de hecho la originalidad del
transformativismo harrisiano. Desde el principio, como hemos
visto, lo que le preocupa, es la legitimidad de las fórmulas
algebraicas que representan a los enunciados y la de los
tratamientos subsiguientes a que son sometidas. En Co-occu-
rrence..., en efecto, señala claramente que su método es
inductivo y no deductivo en el punto de partida. Aunque
L’homme attendait la mort y La mort attendait l’homme
«El hombre esperaba la muerte» y «La muerte esperaba al
hombre» tengan o puedan tener la misma fórmula algebrai¬
ca: SN (Art + N) + SV (V + iinp) + SN (Art + N) no son
transforms una de la otra. Esto lleva a Harris desde el
principio a estar muy atento a lo que los chomskianos llaman,
siempre de pasada, constricciones y restricciones. SN + SV +
SN es una fórmula algebraica que representa correctamente
la sentence form (estructura sintáctica, significación estruc¬
tural, indicador sintagmático, etc.) de numerosas oraciones
inglesas; pero Harris es cada vez más consciente de que
tales fórmulas no son satisfechas (según su terminología) por
cualquier SV: en la situación actual, Atoms evict overtime
no es una oración inglesa, por más que su sentence form
sea SN + SV + SN. Harris admite de buen grado que el
medio de separar el trigo de la cizaña en la generación de
oraciones a partir de kernels, es recurrir a la información del
nativo: pero este informador nativo no puede haber «entra¬
do» como componente en un modelo generativo, ni en una
calculadora. Por eso, Harris ha intentado obstinadamente,

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 13


194 Lingüística del siglo XX

desde 1957, resolver este problema de la selección de oracio¬


nes aceptables entre todas las oraciones generables por me¬
dio de procedimientos formalizables; si este problema queda
sin resolver, toda construcción generativa le parece edifica¬
da sobre pilares de arcilla. He aquí cómo define su manera
de proceder: para cada sentence form, haría falta establecer
satisfaction lists, o listas de compatibilidad, que enumera¬
rían la totalidad de las unidades (los n-tuplos) compatibles
entre sí en las diversas disposiciones de la fórmula. Si pose¬
yéramos tales listas (pero el establecerlas nos hace reincidir
en un análisis distribucional empírico y prácticamente in¬
finito), podríamos demostrar los dos teoremas básicos de
una gramática generativa harrisiana:
a) Para poder afirmar que entre dos oraciones existe
una relación de transformación, es necesario que los n-tuplos
de la disposición A en la fórmula 1 sean «poco más o menos
idénticos a» (o compatibles con) los n-tuplos de la disposición
B en la fórmula 2.
b) Una transformación es la diferencia de sentido que
existe entre dos fórmulas algebraicas que son satisfechas por
los mismos n-tuplos de morfemas: dos oraciones que tengan
una diferencia semántica nula, son paráfrasis la una de la
otra, mientras que en dos sentence forms de las que una es
transform de la otra, hay diferencia semántica constante.

Basta pensar en las listas que sería preciso establecer


para satisfacer la simple fórmula: «Le (N) est (Adj) à (Art +
N)», y se comprende el trabajo exigido para construir la
gramática harrisiana de una lengua. Pero también aquí, lle¬
vando los postulados iniciales a sus consecuencias extremas,
Harris ha manifestado la seriedad de sus investigaciones:
toda gramática transformativa y generativa tiene por límite
de validez el de los procedimientos que pueden definir opera-
Zellig Sabbetai Harris 195

toriamente todas sus constricciones y todas sus restricciones.


De lo contrario, los generamientos infinitos del autómata
tendrán siempre una ahogante extrechez: la consulta al o a
los informadores humanos que testifiquen, a velocidad redu¬
cida, la gramaticalidad de los productos.
Lo que Harris ha llamado discourse analysis es el aspecto
menos frecuentemente comentado de su obra, en gran parte,
sin duda, porque es el que menos fácilmente se deja captar
tanto en sus principios como en el interés que presenta. Se
trata, a grandes rasgos, ya lo hemos dicho, de un conato de
análisis de estructuras lingüísticas más amplias que la ora¬
ción, que es considerada generalmente como la unidad lin¬
güística superior, más allá de la cual el lingüista ya no es
competente, a falta de instrumentos adecuados. Un primer
motivo de dificultad proviene del hecho de que Harris nunca
ha marcado netamente la diferencia entre este análisis del
discurso y sus investigaciones transformativas. Ha visto, como
todo el mundo, que existe al menos una estructura propia¬
mente lingüística que abre las fronteras de la oración: son
los pronombres, y más generalmente los sustitutos («Así,
dijo el zorro...») que están ligados a los contextos oraciona¬
les del entorno: lo que hace, dice Harris, que la «sucesión
de las oraciones [de un discurso] no sea enteramente arbi¬
traria [desde el punto de vista de la estructuración lingüís¬
tica]» (Word, vol. 10, pág. 157). Por lo demás, «las oraciones
no tienen estructura distribucional independiente del sen¬
tido [...]. Más allá de la oración no hay restricciones [lin¬
güísticas] formales en cuanto a lo que se dice, y las oracio¬
nes se encadenan sencillamente sobre la base del sentido.
Así pues, el sentido es evidentemente uno de los factores
que determinan la elección que hacemos cuando hablamos»
(Ibid., pág. 155). «La correlación entre lenguaje y significa¬
ción, sigue diciendo, es mucho mayor cuando consideramos
196 Lingüística del siglo XX

el encadenamiento del discurso [connected discourse]. En


la medida en que esta estructura formal [distribucional]
puede ser descubierta en el discurso, está de una u otra
manera en correlación con la sustancia de lo que se dice.
Es particularmente evidente en el discurso científico estereo¬
tipado [stylized], por ejemplo, las relaciones de trabajos ex¬
perimentales, y más todavía en el discurso formalizado (des¬
arrollo de pruebas) de las matemáticas y la lógica» (Ibid.,
pág. 152). Se tiene la impresión de que Harris nunca ha
sobrepasado el nivel de esas generalidades que tienden a
redescubrir que la distribución de las oraciones en un dis¬
curso obedece a las reglas de una lógica o de una retórica,
bien sea la antigua, la de Cicerón y Bourdaloue, o la nueva,
la de Perelman, por ejemplo.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Leroy, Lepschy y Malmberg ofrecen exposiciones más bien frag¬


mentarias del pensamiento de Harris, aunque sustanciales. Milka Ivié
da indicaciones más dispersas todavía. Todos tienen elementos bi¬
bliográficos útiles aunque parciales. Véase sobre todo la tesis de
tercer ciclo de Jean-Pierre Paillet (Aix-en-Provence, 1970, roneogra-
fiada).
Sobre el análisis del discurso, véase el núm. 13 de Langages (marzo
de 1969) donde se encontrará, págs. 8-45, la traducción del artículo de
Harris, Discourse Analysis, aparecido en Language, 28, 1952, págs. 1-30.
NOAM CHOMSKY

No es fácil hablar de Chomsky, a pesar de las apariencias.


No sólo porque es el más joven de los lingüistas de fama
internacional y porque, frente a él, careceríamos más aún que
frente a otros lingüistas aún vivos de perspectiva histórica
—esta perspectiva que es preciso admitir como absolutamen¬
te necesaria (por muy desagradable que resulte a los con¬
temporáneos), incluso para la evaluación de una doctrina
científica. Tampoco porque esta doctrina sea la más reciente
(nos separa de su nacimiento apenas una quincena de años),
ni porque esté, como observa Robins, «en estado de rápido
desarrollo». Ni siquiera porque «estos cambios son tan rápi¬
dos, en lo que se refiere a ciertos conceptos teóricos y méto¬
dos de la gramática transformativa, que una formulación de¬
finitiva en la situación presente [1967, pero la frase vale toda¬
vía en 1972] sería inexacta y quedaría anticuada de aquí
a algunos años» (Short History, pág. 227).
La dificultad es, en realidad, más profunda. Proviene
mucho más del hecho de que el chomskismo, por razones
que intentaremos analizar más adelante, ha surgido como
un reguero de pólvora, incluso como un esnobismo, con una
agresividad generadora de parti pris, hasta de esoterismo ter¬
minológico, frente a los que es difícil a veces conservar sere¬
nidad de juicio.
198 Lingüística del siglo XX

Pero incluso a un nivel más profundo es difícil situar el


pensamiento chomskiano porque la amplitud de sus ambi¬
ciones, su novedad teórica, la conmoción que ha querido
producir y ha producido, colocan al investigador un poco
ahito de historia de la lingüística ante un problema al que
no hay forma de sustraerse, pues constituye en este mo¬
mento el fenómeno capital de nuestra disciplina. O Chomsky
es el producto puro y desnudo de estas peripecias polémicas
y de esta moda o bien es el Saussure —y tal vez más
todavía: a la vez el Aristóteles y el Descartes, el Humboldt
y el Sapir, el Trubetzkoy y el Panini— de la segunda mitad
del siglo xx o, en fin, ni una cosa ni otra, sino el protagonista
de un capítulo muy complejo de la historia de la lingüística
en el siglo xx.
Teniendo a la vista el espectáculo de los contemporáneos
de Whitney o Saussure o Trubetzkoy que pasaron por alto
literalmente la aportación absolutamente nueva de estos gi¬
gantes de la lingüística (y que no fijaron su atención quis¬
quillosa más que en puntos marginales o de menor impor¬
tancia) sería imperdonable y cómico repetir el mismo error
con la única teoría revolucionaria actual en lingüística. Si
ello tiene relativamente poca importancia para los lingüistas
de más de cincuenta años que ya han dejado atrás lo esencial
de su obra y de su vida, no ocurre lo mismo con las jóvenes
generaciones de lingüistas, para quienes la decisión última
sobre la doctrina de Chomsky supone una elección decisiva
en su vida científica, al menos por un cuarto de siglo: o el
ancho camino real o el callejón sin salida. Analizar y des¬
pués valorar el pensamiento de Chomsky no es, pues, una
investigación serena referida a un remoto momento de la
historia; es un riesgo intelectual que debemos asumir ahora
mismo, y muy superior al que presentaban las doctrinas de
los otros lingüistas aún vivos.
Noam Chomsky 199
Noam Chomsky nació en 1928; es judío como Harris. Ha
cursado sus estudios en la Universidad de Pensilvania. Allí
obtiene su M. A. en 1951, su Ph. D. en 1955. Alumno de Harris
es, en consecuencia, producto de un medio bloomfieldiano *.
En 1951, año en que sale su gran libro Methods, Harris apa¬
rece en efecto como un bloomfieldiano original (con Bernard
Bloch) y poderoso, pero tan antimentalista como Bloomfield,
más hostil que él a la semántica y estrictamente preocupado
por construir un descriptivismo íntegramente sobre proce¬
dimientos distribucionales —aunque en 1952 apunta en su
pensamiento y en uno de sus escritos, lo hemos dicho ya,
la idea de lo que va a ser en manos de Chomsky la gramá¬
tica transformativa.
Sin embargo, durante los mismos años y más aún en tomo
a 1955, Chomsky sufre también, eso parece, la influencia del
pensamiento de Jakobson que enseña en Harvard una fono¬
logía antidistribucional, una valoración teórica de la semán¬
tica, en pocas palabras, una lingüística no bloomfieldiana
e incluso antibloomfieldiana, sazonada con mucha curiosidad
pluridisciplinaria. A partir de 1951, Chomsky viene a Harvard
e ingresa, en 1954, en el Massachusetts Institute of Techno¬
logy (M.I.T.), donde está en contacto directo con esta co¬
rriente de pensamiento a la que apelará más de una vez.
Señaladamente, en 1960 y 1965 publica trabajos con Halle,
uno de los principales colaboradores de Jakobson. Escribe
un artículo en 1956 para el volumen de homenaje con motivo
del sexagésimo aniversario de éste (For Roman Jakobson)
—pero su nombre no figura en lo Honor Roman Jakobson
en 1966. El mismo M.I.T., con su atmósfera de promiscuidad
intelectual donde se apiñan y entremezclan la teoría de la

1 Para la biografía y la personalidad de Chomsky, ver la entre¬


vista que concedió al New Yorker del 8 de mayo de 1971, págs. 44-88.
200 Lingüística del siglo XX

información, la lógica, las matemáticas, la psicología y la


cibernética, sin olvidar la traducción automática que enton¬
ces parece ser una investigación de encrucijada, ha condi¬
cionado seguramente la maduración final de Chomsky.
Es más tarde, alrededor de 1962, cuando se buscará alia¬
dos ideológicos y precursores a posteriori, por razones polé¬
micas, en Descartes y los gramáticos de Port-Royal y del
siglo xviii, y en Humboldt —y cuando leerá superficialmente
a Saussure o Trubetzkoy.
A partir de 1957, con la publicación de Syntactic Structu¬
res, se erige en portaestandarte de una lingüística americana
en insurrección contra «la opresión» bloomfieldiana de las
generaciones precedentes. Desde 1962, su rango de teórico
de clase internacional es confirmado por el informe que se
le confía en el IX Congreso Internacional de Lingüistas en
Cambridge (Mass.). Tiene treinta y cuatro años.
Desde entonces, la lingüística chomskiana ocupa univer¬
sitariamente posiciones a menudo espectaculares en el Nuevo
Mundo y vigorosas en otros lugares. Chomsky mismo pro¬
sigue una carrera desigual, dividida entre la investigación
teórica y la acción cívica enérgicamente no conformista, em¬
prendida contra ciertos aspectos de la política exterior e
interior de su país. Ha formulado los principios de esta
acción cívica en una obra Les nouveaux mandarins (Édit,
du Seuil, 1970; 1.a ed. amer., 1969).
A lo largo de 20 años, la obra de Chomsky se ha desarro¬
llado a través de una cincuentena de publicaciones, cuya
lista se encontrará, aunque incompleta en la fecha misma
de publicación, en la Introduction à la grammaire générative
de Nicolas Ruwet (Edit. Plon, 1967, 33 títulos). Esta obra
es a la vez fácil y difícil de enjuiciar. Fácil, porque lo esen¬
cial está contenido en algunos volúmenes de acceso cómodo
en general. Hay que exceptuar, no obstante, Morphophone-
Noam Chomsky 201

mies of Modem Hebrew, tesis de M. A., mimeografiada (1951),


cuyo interés sigue siendo, sin duda, episódico; pero se nota¬
rá que dos de los textos fundamentales sobre los que han
descansado todos los trabajos ulteriores de Chomsky, Trans-
formational Analysis, su tesis de doctorado (1955), y The
Logical Structure of Linguistic Theory (1956), textos a los
que remite más de una vez, han quedado mimeografiados
también, y por tanto inéditos, y sin otro acceso, al menos en
Europa, que el incómodo del microfilm.
Por lo demás, la obra de Chomsky está contenida en seis
volúmenes breves, cada uno de apenas cien páginas. Cuatro
de ellos contienen lo esencial de su pensamiento lingüístico
en el sentido técnico del término. Syntactic Structures (La
Haya, Mouton, 1957; trad. franc. Edit, du Seuil, 1969);
Current Issues in Linguistic Theory (La Haya, Mouton, 1964);
Aspects of the Theory of Syntax (Cambridge, Mass., M.I.T.
Press, 1965); y Topics in the Theory of Generative Grammar
(La Haya, Mouton, 1966). De las otras dos obras, una, Car-
tesian Linguistics (Nueva York, Harper, 1966; trad. franc.
La linguistique cartésienne, Edit, du Seuil, 1969), intenta
trazar la filiación filosófica ideal a que Chomsky se adhiere
a posteriori; la otra, Language and Mind (N.-Y., Harcourt,
Brace and World, 1968; trad. franc., Le langage et la pensée,
Edit. Payot, 1970), contiene la filosofía actual de Chomsky
sobre el lenguaje.
Pero esta obra, aparentemente de poca importancia, es
en realidad bastante difícil de dominar bien en su conjunto,
ante todo, porque el pensamiento del autor está en constante
evolución. Muchos lectores, generalmente gramáticos y con
frecuencia dedicados a la enseñanza, que se limitan a la lec¬
tura de Syntactic Structures, ignoran que posteriormente han
sido abandonadas partes enteras del libro (sólo citaremos
la transformación negativa e interrogativa, o el tratamiento
202 Lingüística del siglo XX

—elemental— de la coordinación). Además, el pensamiento


más comprometido teóricamente de Chomsky se ha formula¬
do frecuentemente en artículos menos conocidos, técnicamen¬
te menos accesibles, a través de los cuales no siempre es
fácil aislar lo permanente de lo que cambia.
Se puede pensar que sus artículos fonológicos On Accent
and Juncture in English, en For Roman Jakobson, La Haya,
Mouton, 1956; Morphophonemics of English (con Halle), en
Quarterly Progress Report, núm. 58, Cambridge, Mass., M.I.T.
Press, 1960, págs. 275-281; y Some Controversial Questions
in Phonological Theory (con Halle), en Journal of linguistics,
1965, conservan un interés relativo. Pero su exposición crítica
del libro de Skinner, Verbal Behavior, en Language, vol. 35,
1959, págs. 26-58; trad. franc, en Langages, núm. 16, 1969,
págs. 16-49, que es una verdadera declaración de guerra con¬
tra el behaviorismo sigue siendo un documento capital donde
se encuentra el porqué profundo de las teorías chomskianas
sobre el aprendizaje del lenguaje, sobre la lingüística como
explicación del funcionamiento de la mente, sobre el innatis-
mo (ver págs. 33, 34, 48 de la ed. franc.). Some méthodologie al
remarks on generative grammar, en Word, vol. 17, 1961, pá¬
ginas 219-239; A Transformational Approach to Syntax, en
Fodor y Katz (eds.), The structure of language, Readings in
the philosophy of language, Prentice-Hall, Englewood Cliffs,
N. J., 1964, págs. 211-245, trad. franc, en Langages, núm. 4,
1962, págs. 39-80; Explanatory Models in Linguistics (1962);
On certain formal properties of Grammar, en Information
and Control, II, núm. 2, 1959, págs. 137-167; Introduction to
the Formal Analysis of Natural Languages con G. A. Miller
en la obra de Luce, Bush, Galanter, Handbook of Mathema-
tical Psychology, vol. II, 1963, págs. 269-321, siguen siendo
útiles para procurarse una visión de conjunto del pensamien¬
to de Chomsky en su evolución.
Noam Chomsky 203

No son los grandes conceptos orgánicos de base lo que


representa la verdadera dificultad de acceso a esta doctrina.
Éstos son simples, suficientemente claros en sus múltiples
enunciaciones, perfectamente identificables en cuanto tales.
Lo más profundo en la construcción del chomskismo,
parece ser la hipótesis innatista (nativistic) sobre el origen
y funcionamiento del lenguaje, por más que la enunciación
de este concepto sólo tardíamente haya adquirido forma
(Aspects, 1965; Cartesian..., 1966; pero todo se deja sentir
ya en la exposición crítica de Skinner, 1959). Esta hipótesis
se propone resolver dos tipos de problemas. El primero pue¬
de formularse así: «¿Por qué las personas más estúpidas
llegan a hablar, mientras que los monos más inteligentes no
lo consiguen?» (Formal analysis..., pág. 277). Es el viejo
argumento fideísta que Chomsky se ha alegrado de encontrar
en Descartes, y que ha citado en La lingüística cartesiana.
Forcejea desde hace tiempo en las apologías americanas del
idealismo (América prohibió durante mucho tiempo la en¬
señanza del darwinismo en sus universidades, en algunas toda¬
vía después de 1930). Norbet Wiener lo formulaba así en
1948: ¿Por qué un chimpancé educado como un niño en una
familia humana, y por lo tanto sujeto a la influencia de la
palabra hasta uno o dos años, no adopta el lenguaje como
medio de expresión? (Cybernetics, N. Y., Wiley; poseemos
trad. franc, en la colección 10/18). Este razonamiento tes¬
timonia una ignorancia profunda del desarrollo filogenético
del cerebro de los vertebrados (cf. por ejemplo, Leroi-Gour-
han. Le geste et la parole, 2 vols., Albin Michel, 1964, 1965)
y una falta de reflexión semiológica sobre la comunicación
animal, muy patentes en el mismo Chomsky en Le langage
et la pensée (cf. págs. 103-105).
El segundo problema es éste, reproducido por todos los
chomskianos: ¿Cómo explicar «la aptitud del hablante para
204 Lingüística del siglo XX

producir y comprender instantáneamente oraciones nuevas


no semejantes a las que ha oído antes, ni en un sentido
físicamente definido ni en términos de patterns o clases de
elementos, ni asociadas por condicionamiento a las que ha
oído antes, ni obtenibles a partir de éstas por ningún tipo
de generalización conocida en psicología o en filosofía?» (As¬
pects., págs. 57-58). Cada una de estas negaciones dirigidas
contra Skinner, merecería una discusión tanto más estricta
cuanto que su demostración no está, por lo general, más que
esbozada aquí y allá por Chomsky. Pero aquí nos limitare¬
mos a dar la solución que él propone: el niño dispondría
desde su nacimiento de un mecanismo innato [built-in] que
Chomsky llama linguistic acquisition device [L.A.D.]. Este
dispositivo, el mismo para todo el mundo, estaría sujeto,
por otra parte, a un proceso de maduración fisiopsicológica.
Y, desde luego, permitiría al niño identificar, a través de
los mensajes de su entorno, el tipo de lengua a que tendrá
que adaptarse. «Podría suceder muy bien, dice Chomsky,
que una gramática fuera adquirida por la simple diferencia¬
ción de un esquema fijo innato, más bien que por la adqui¬
sición [skinneriana] progresiva de datos, secuencias, enca¬
denamientos y asociaciones nuevas» (Diogène, núm. 51, 1965,
pág. 21; ver también la reseña de Skinner, en 1959, pág. 48).
Tal hipótesis (innatismo + maduración) por su generalidad, se
parece mucho a las etiquetas que se ponían en otro tiempo
en las zonas desconocidas de los continentes y que no des¬
cribían nada, salvo nuestra ignorancia. Ha sido muy critica¬
da (cf. especialmente P. Coyaud, La linguistique, 1967, 2,
págs. 122 ss.; B. Saint-Jacques, Ibid., pág. 38 entre otras, y,
sobre todo, J. Piaget, Le structuralisme, P.U.F., 1969, pági¬
nas 68-81).
No es siempre fácil reconstruir el encadenamiento teóri¬
co de los conceptos en el modelo epistemológico chomskiano.
Noam Chomsky 205

Chomsky no ha aplicado nunca este encadenamiento. Pero se


puede pensar que su hipótesis innatista exigía como etapa
lógica siguiente una hipótesis de los universales lingüísticos.
El L.A.D., en efecto, no puede estar constituido más que por
un conjunto de mecanismos universales, entre los cuales, como
hemos visto anteriormente, las producciones lingüísticas emi¬
tidas por el entorno del niño estimularían y seleccionarían
únicamente los mecanismos utilizados por la lengua dada.
Estas propiedades comunes a todas las lenguas son los uni¬
versales chomskianos, que en consecuencia estarían soterra¬
dos muy profundamente en el L.A.D. Se descubrirían redu¬
ciendo la extrema diversidad de las estructuras superficia¬
les de las lenguas a un pequeño número de estructuras pro¬
fundas (categorías, funciones, reglas) que resultarían ser las
mismas para la mayor parte de las lenguas, o incluso para
todas —«si es verdad, como escribe una vez, prudentemente,
Chomsky, que las gramáticas de las lenguas naturales no
son sólo complejas y abstractas, sino también muy limitadas
en su variedad» (Diogène, pág. 20).
Desarrollando su hipótesis. Chomsky ha insistido a veces
en el hecho de que las estructuras profundas universales o
cuasi-universales reflejarían la universalidad de las relacio¬
nes extralingüísticas, es decir, que la semántica sería la parte
más universal de las lenguas (universales sustanciales). Otras
veces, ha puesto el acento en el hecho de que lo que sería
universal en las lenguas sería el funcionamiento del modelo
transformativo, que distinguiría las formas generales y co¬
munes a todas las lenguas (universales formales).
Chomsky, que tiene siempre un sentimiento muy vivo de
aquello en que difiere o cree diferir de los otros lingüistas,
ha reprochado al estructuralismo anterior el haber insistido
demasiado en la diversidad de estructuras concretas de las
lenguas y haber mostrado excesiva desconfianza de cara al
206 Lingüística del siglo XX

problema de los universales lingüísticos. Parece ignorar las


tesis expuestas desde 1939 por Wilbur M. Urban, en Language
and Reality (Londres, Alien and Unwin, 3.a ed., 1961) y el
artículo amplio, sólido y prudente de los Aginski (Word,
1948), así como la comunicación de Hjelmslev en el VI C.I.L.
(1948 también). Confundiendo casi siempre la estricta tradi¬
ción lingüística americana que lo ha formado con sus ante¬
ojeras, y la lingüística internacional que ignora, parece estar
persuadido de que los estructuralistas anteriores a él habían
limitado su apercepción de lo que es universal en el lenguaje
a hechos demasiado simples. Basta con un conocimiento un
poco amplio de la lingüística del siglo xx para ver que todos
los grandes teóricos han tenido conciencia de la existencia
de universales del lenguaje: es eso precisamente lo que sig¬
nifican todas las tentativas de fundar una lingüística general.
Simplemente, sus universales no son los mismos que los de
Chomsky —pero los de Hjelmslev o Tesniére, o los de la
sintaxis de Martinet, inacabada y todo, no tienen nada de
simplistas, y son sin ninguna duda menos hipotéticos, lin¬
güísticamente hablando.
Las nociones de estructura profunda y de estructura su¬
perficial se desprenden normalmente de las precedentes.
También aparecen tardíamente en la obra de manera explí¬
cita, 1965-1966, y siempre como hipótesis a verificar. La es¬
tructura profunda, dice Chomsky, «se refiere al sustrato es¬
tructural abstracto que determina el contenido semántico del
enunciado, y que está presente al espíritu cuando se emite
o percibe la oración»; o también: estructuras profundas son
«las que representan el contenido semántico [de los enun¬
ciados]» (Diogène, págs. 16-18) con símbolos abstractos. Éstos
describen las relaciones semánticas básicas entre los elemen¬
tos del fenómeno lingüístico, cuyo enunciado será la tra¬
ducción lingüística. De ahí la idea de que estas estructuras
Noam Chomsky 207

profundas son cuasi-universales. Pues se trata de expresar


este hecho: se limpia un fusil mediante una baqueta que
se hace ir y venir en el ánima del cañón —cualesquiera que
sean las estructuras lingüísticas empleadas, deberán dar cuen¬
ta de las relaciones entre fusil, cañón y ánima (sean cuales
fueren sus denominaciones) y sobre todo de las relaciones
entre ánima y baqueta, limpiar, vaivén (sean cuales fueren
sus denominaciones).
La estructura superficial o de superficie «hace referencia
a la organización de la oración en tanto que fenómeno físico».
Una estructura profunda «que comporta un cierto número
de proposiciones elementales, organizadas según ciertas re¬
laciones en vista de un determinado sentido, es convertible
en estructura superficial por una serie de operaciones forma¬
les que podemos llamar transformaciones gramaticales» (Dio¬
gène, pág. 17). «Se limpia un fusil mediante una baqueta
que se hace ir y venir en el ánima del cañón» y «el ánima
del cañón de un fusil es limpiada haciendo ir y venir una
baqueta», etc., son estructuras superficiales muy diversas en
una lengua (y a menudo mucho más extrañas en lenguas
diferentes) que serían derivables de las mismas estructuras
profundas. Aunque Chomsky ha variado en el curso de los
años sobre el puesto que hay que atribuir en su modelo al
componente léxico, en relación con el componente transfor¬
mativo, la estructura superficial siempre ha tenido como
objetivo final la interpretación, bajo forma de componen¬
te fonético, de los indicadores sintagmáticos abstractos pro¬
ducidos por el componente sintáctico.
La posesión innata de mecanismos universales, suscep¬
tibles de hacer pasar las estructuras profundas de la expe¬
riencia no lingüística a las estructuras superficiales de una
lengua dada, se manifiesta en cada hablante u oyente por lo
que Chomsky llama su competencia. El concepto está exento
208 Lingüística del siglo XX

de ambigüedad: es un «saber intuitivo», el conocimiento


«implícito» de la lengua; la aptitud para generar, es decir,
para producir lo mismo que para comprender oraciones
nuevas; y también la aptitud para discernir, en una lengua,
las oraciones gramaticales de las que no lo son. «Salvo una
importante reserva, dice Ruwet, esta distinción [que opone
competencia y actuación] está muy próxima a la distinción
saussuriana clásica entre lengua y habla» (Introduction, pá¬
gina 18).
La originalidad en este punto es haber pensado (aunque
en el marco de una tecnología de calculadoras electrónicas)
que se puede representar esta competencia del sujeto ha¬
blante bajo la forma de un sistema finito de reglas explícitas
y rigurosamente ordenadas que permiten generar el con¬
junto, probablemente infinito, de oraciones correctas de una
lengua y sólo de ellas. La performance —la palabra es un
anglicismo, significa actuación— al contrario, es la realiza¬
ción concreta, en enunciados, de esta facultad que es la com¬
petencia; es decir, la materialización del sistema de la len¬
gua en actos de habla, con todas sus limitaciones neurológi-
cas, fisiológicas, psicológicas y psicopatológicas, con también
todas sus variaciones individuales. Esta definición de la
actuación remite visiblemente a la psicología y ciencias co¬
nexas la tarea de elaborar una eventual «lingüística del
habla».
El nacimiento de la noción de competencia es un fenó¬
meno epistemológico interesante. Chomsky combate así el
antimentalismo bloomfieldiano dominante en su ambiente,
donde era casi indecente postular la existencia de cualquier
tipo de realidad abstracta en el cerebro cuando es asiento
de una operación lingüística. Pero no ve el carácter inicial
de rigor metodológico de este antimentalismo. Solamente
es sensible al tabú ideológico en que este rigor ha degenera-
Noam Chomsky 209

do. Así pues responde al antimentalismo de la lingüística


bloomfieldiana, que él cree ser el de toda la lingüística,
reinventando la noción saussuriana de lengua como con¬
cepto abstracto, como sistema interiorizado en cada ha¬
blante. Para comprender la audacia iconoclasta de tal pro¬
posición, en América, piénsese en el cuidado con que Harris,
en 1954, descartaba todavía toda especulación sobre el hecho
de saber bajo qué forma podían existir las estructuras dis-
tribucionales en el espíritu del hablante. Pero la reacción
chomskiana frente al exceso bloomfieldiano es otro exceso:
creyendo fundar una lingüística más abierta, elabora de hecho
una psicología del lenguaje —animado sin duda por un medio
de psicólogos en torno a G. A. Miller, donde no se está menos
impaciente por sacudir el behaviorismo skinneriano que
Chomsky por desembarazarse del de Bloomfield. A veces
se tiene la impresión de que en el M.I.T. el lingüista ha sido
atrapado por los psicólogos sin verdadero beneficio para
nadie.
La noción de competencia está estrechamente ligada a la
de aspecto creador, o creatividad, del lenguaje —términos
que actualmente hacen furor, debido a una confusión entre
lo que Chomsky entiende por tal y la creatividad estética,
al suponer que ésta podría explicarse por la creatividad
chomskiana. En realidad, lo que Chomsky llama aspecto
creador del lenguaje es la aptitud del sujeto hablante para
generar un número infinito de oraciones que nunca ha oído.
Es en este punto en lo que se diferenciaría la compétence de
la langue según Saussure. Chomsky distingue, en efecto, la
creatividad regida por reglas, que depende de la competen¬
cia, de la creatividad que viola las reglas (la que inventa
*le lévier, *peinturé, *il faut que je fais mon travail, etc.).
Esta última, la única que habría advertido Saussure, depen¬
dería de la actuación solamente, del habla. Se advierte que

LINGÜISTICA DEL S. XX. — 14


210 Lingüística del siglo XX

la lingüística saussuriana no ha ignorado la creatividad re¬


gida por reglas, es lo que tal lingüística llama productivi¬
dad: así, en fr., insurveillable, ininjectable están fabricados
correctamente por el sistema de la lengua (y no por la im¬
perfección del habla individual), aunque nunca hayan sido
oídos. En el saussurismo posterior a Saussure, la conmuta¬
ción, aplicada igualmente a todos los tipos de unidades, des¬
cribe asimismo una creatividad sintáctica regida por reglas:
es simplemente distinta de la creatividad transformativa
chomskiana que no es más que una hipótesis, en verdad
mucho más ambiciosa, muy ampliamente psicológica y, en
consecuencia, más difícil de demostrar. La verdadera dife¬
rencia aquí, entre Saussure y Chomsky, reside en esta afir¬
mación desconcertante del primero, según el cual la oración
no depende del estudio de la lengua, sino del habla: afirma¬
ción que no había sido puesta de relieve por sus sucesores 2,
probablemente porque la sintaxis e incluso la teoría de la
oración o la del predicado eran entonces dominios apenas
explorados por los lingüistas.

La noción de competencia está vinculada también a otro


concepto importante en la teoría, si no en la práctica chom¬
skiana: el de gramaticalidad, aparecido ya en Structures
syntaxiques, y que, por prestarse a la comprobación lingüísti¬
ca concreta, es sin duda el concepto chomskiano que ha hecho
correr más tinta. Si las transformaciones pueden dar a la
vez oraciones que pertenecen a la lengua y otras que no
(lo que es perturbador en el marco de un innatismo), ¿cómo
discriminar las «expresiones bien formadas» de las demás?
Chomsky, por razones de valor diverso, rehusó el criterio

2 A no ser, tardíamente, por Robert Godel, en Current Trends in


Linguistics, t. III, 1966, La Haya, Mouton, págs. 479493.
Noam Chomsky 211

suministrado por la presencia de la oración en un corpus,


y el criterio estadístico. Como en la época de Structures
syntaxiques, profesa todavía la idea harrisiana (tanto como
bloomfieldiana) de que se puede describir una sintaxis sin
acudir a la semántica (Obra citada, cap. 9), le queda, por una
bonita paradoja epistemológica, la única prueba de gramati-
calidad de un enunciado elaborada por esa tradición lin¬
güística americana cada vez más formalista y distribuciona-
lista a la que, por otro lado, Chomsky combate violentamente:
el recurso al informador, a la intuición del native speaker.
Se advertirá que someter las producciones no aceptables,
obtenidas, por ejemplo, durante el aprendizaje, al control
de los natives speakers adultos o dotados de prestigio lin¬
güístico es de hecho reintroducir todo el aprendizaje de tipo
skinneriano por ensayos y errores en una gramática gene¬
rativa. Como ha sido fácil demostrar la fragilidad de la ape¬
lación a la competencia con sólo someter a prueba a diez
informadores (ver entre otros A. A. Hill, Grammaticality, en
Word, vol. 17, 1961, págs. 1-10), Chomsky ha puesto a punto
la hipótesis de los «niveles de gramaticalidad», que permite
situar las oraciones sobre una escala móvil de corrección gra¬
matical. Ruwet, chomskiano muy convencido, concluye así, a
propósito de este concepto central difícil de manejar: «No
insistiré aquí sobre esta noción de «grado de gramaticalidad»
que es ciertamente muy compleja [...]. Sería sin duda útil
poder construir tests operacionales de gramaticalidad [...],
pero es preciso darse cuenta de que esta empresa es muy
difícil» (Introduction, pág. 42).
Como hemos dicho anteriormente a propósito de Harris,
el concepto de transformación que se sitúa en el punto de
partida de la lingüística chomskiana, ha nacido de las difi¬
cultades inherentes a la lingüística distribucional de Bloom-
field y Harris. En el marco de éstos, el problema de las ambi-
212 Lingüística del siglo XX

güedades se convertía en una montaña infranqueable —de


ahí el enorme espacio que ocupan en los ejemplos y razo¬
namientos chomskianos—. La idea central es, también lo
hemos visto, que el número infinito de oraciones correctas
posibles en una lengua es generado a partir de un número
restringido de oraciones elementales o kernel sentences (ora¬
ciones nucleares), por aplicación de reglas precisas (de su¬
presión, adición, permutación, sustitución) en un orden pre¬
ciso. Así se puede explicar, como Port-Royal había intuido,
aunque en otro sentido muy distinto (lógico y no psicolin-
güístico), que una oración compleja como «Dios invisible
ha creado el mundo visible» es la transformada de tres ker¬
nels distintos: «Dios es invisible», «el mundo es visible» y
«Dios ha creado el mundo». Chomsky insiste en el hecho de
que las transformaciones descansan, no sobre oraciones-nú¬
cleo concretas, sino sobre sus indicadores sintagmáticos abs¬
tractos (Topics, pág. 27, n. 3). Todo lo demás (reglas de res¬
cribirá, gramáticas dependientes o independientes del con¬
texto, componente sintáctico de base, componente semántico,
componente morfofonemático y/o fonético, derecho a utilizar
dummy symbols o signos comodines para representar formas
abstractas transitorias no atestiguadas en la lengua en es¬
tudio, etc., transformaciones simples y transformaciones ge¬
neralizadas) no es más que tecnología en sentido propio, una
vez admitido el principio.
Se llega así al término del inventario de conceptos básicos
de la teoría chomskiana, inventario que ha sido presentado,
más o menos, en orden inverso al de su aparición cronológica
porque, como sucede con muchas teorías, el orden histórico
de los descubrimientos no es aquí el orden de las razones,
es decir, el orden de los encadenamientos lógicos. Chomsky
ha partido del concepto de transformación que le ha con¬
ducido al concepto de gramaticalidad, el cual hacía necesario
Noam Chomsky 213

el recurso a la intuición del sujeto hablante, que nos llevará


al concepto de competencia; por otra parte, el concepto de
transformación llevaba a distinguir las estructuras de super¬
ficie de las estructuras profundas; y la existencia de éstas
conducía a los universales sustanciales y formales de los que
Chomsky no ha podido dar cuenta, evidentemente, más que
con la hipótesis innatista. Ésta es, por lo menos, una de las
reconstrucciones más verosímiles de la arquitectura de esta
teoría, sobre la que, cosa paradójica tratándose de una teoría,
Chomsky no ha dicho nunca nada.
En realidad, el análisis y discusión de los conceptos de
base de la lingüística chomskiana, aunque son necesarios,
no son suficientes para la evaluación de esta lingüística. No
constituye la primera tarea a realizar en vista de esta eva¬
luación. En efecto, la diferencia fundamental entre la lin¬
güística de Chomsky y las que le han precedido la presenta
él como relacionada con el hecho de que intenta por vez pri¬
mera dar no una lingüística general, sino una teoría lingüís¬
tica, rigurosamente construida, bajo la forma de un modelo
hipotético-deductivo, en el sentido en que la lógica y las ma¬
temáticas entienden esta expresión. Así pues, es indispensa¬
ble y previa a cualquier otro juicio una evaluación de la
epistemología chomskiana.
El término epistemology como tal aparece muy raras
veces en Chomsky. El concepto se expresa a través de sus¬
titutos muy extensos y variados de la palabra («teoría del
conocimiento», acaso también «psicología del conocimiento»,
«funcionamiento de la mente», «proceso cognoscitivo», etc.)
cuyo análisis filológico, por si sólo exigiría un largo trabajo.
Se empleará este término aquí en un sentido estricto: el
estudio de las condiciones de posibilidad de la lingüística
como ciencia —de sus principios, de sus métodos y de sus
criterios de validez. Se descarta así, aunque provisionalmente,
214 Lingüística del siglo XX

la epistemología concebida como «la investigación de las


leyes reales de la producción científica», es decir, según los
términos de Canguilhem recogidos por Balibar y Macherey,
en el artículo Epistémologie de la Encyclopaedia Universa-
lis: «la historia de la formación, deformación y rectificación
de los conceptos científicos», historia sobre la que no se ha
hecho aquí más que adelantar algunas sugerencias. La epis¬
temología de Chomsky, que él no define nunca como tal
explícitamente, será analizada, de manera no exhaustiva, por
lo que él dice de los conceptos de ciencia, teoría, descripción,
explicación, representación, modelo y formalización, y de
los criterios de su teoría.
El concepto de ciencia en el marco del pensamiento chom-
skiano ha sido bien definido por Emmon Bach bajo la forma
de una oposición entre ciencia baconiana y ciencia kepleriana
(Diogène, núm. 51, págs. 118-133). La primera está fundada
en la observación y la experiencia, su método es inductivo.
Es hostil a los presupuestos. Desconfía de las hipótesis y
teorías. Es descriptiva, nunca explicativa. Es incapaz de
llegar a lo universal. Chomsky no emplea la palabra baco¬
niana-. esta concepción de la ciencia la llama descriptiva,
o también taxonómica, porque se limita a clasificar los hechos.
Los textos son claros: bajo este nombre, es siempre «la lin¬
güística moderna, estructural y taxonómica» la aludida (Lin¬
guistique cartésienne, pág. 17).
La ciencia kepleriana es antítesis de la baconiana, como
invención se opone a descubrimiento. Se interesa por las hipó¬
tesis más que por los hechos, por las teorías antes que por las
comprobaciones. Y las pruebas de una teoría son su fecundi¬
dad, su simplicidad, su elegancia. En Chomsky, la palabra ke¬
pleriana no aparece tampoco. Pero el concepto se expresa bajo
la forma de una oposición vigorosa entre las ciencias que se
limitan a describir y las que explican, o bajo la forma de
Noam Chomsky 215

una preeminencia concedida al momento de la hipótesis, de


la teorización, de la formalización. El criterio de simplicidad
desempeña una función dominante como prueba de validez.
Esta oposición Bacon-Kepler no es histórica. Bach lo
sabe y lo dice. Pero anula la concesión que acaba de hacer
presentando la etapa kepleriana como la de las «ciencias
llegadas a la madurez» (Diogène, pág. 132). Chomsky reintro¬
duce también la ciencia baconiana como momento histórico
indispensable de la ciencia total: hay que estudiar, aislar,
describir, clasificar los hechos antes de hacer teorías y mo¬
delos. ¡Hasta una hipótesis tiene un pasado baconiano! «La
lingüistica estructural, escribe Chomsky, ha dilatado enor¬
memente el campo de información de que disponemos y ha
ampliado inmensamente la seguridad de los datos» (Langage
et pensée, pág. 40). Lo que traduce Ruwet de esta manera:
«Según Chomsky, la lingüística tradicional y estructural ha
acumulado ya suficientes conocimientos para que se permita
superar el estadio clasificatorio y comenzar a elaborar mo¬
delos» (Introduction, pág. 16). Esto conduce paradójicamen¬
te al hecho de que todos los datos lingüísticos a priori («len¬
gua», «oración», «morfema», «fonema», etc.), de Chomsky,
le son suministrados por sus predecesores baconianos, posi¬
bles insuficiencias de que se hace, de esta manera, tributario
(por ejemplo, en la asimilación primaria entre verbo y pre¬
dicado).
La oposición Bacon-Kepler no está justificada tampoco
epistemológicamente. Por una parte, ¿cuáles son los carac¬
teres de una «ciencia llegada a la madurez»? Por otra, la
ciencia lingüística baconiana ha hecho también, desde siem¬
pre, hipótesis y teorías, ha construido modelos: el modelo
darwiniano de Schleicher o Darmesteter, el modelo behavio-
rista de Bloomfield, etc. Esta oposición simplificadora es
antidialéctica en cuanto que niega el vaivén entre los hechos
216 Lingüística del siglo XX

y las hipótesis, para construir una simetría falsa entre acu¬


mulación de hechos en un polo (a fin de cuentas histórico),
y de teorías en el otro. Tiene en realidad un origen básica¬
mente ligado a los condicionamientos americanos, y el acento
puesto en la explicación significa una reacción contra el des-
criptivismo intransigente de Bloomfield, Harris y Joos.
El concepto de teoría tiene, como se ha visto, una impor¬
tancia central, puesto que es su presencia o su ausencia lo
que caracteriza una u otra de las dos formas posibles de
ciencia en Chomsky. Partiremos de su definición en los ma¬
temáticos, porque es de ellos de quienes deriva el concepto
actual en general, así como el concepto chomskiano. En
Bourbaki (Éléments de mathématique, 1.a parte, libro I,
cap. I, 1960, págs. 1-9; fase. XXII, 1957, págs. 70-117), una
teoría es «una construcción hipotético-deductiva». Los ele¬
mentos de esta construcción son «un reducido número de
palabras invariables», y el hecho de que estas palabras están
«reunidas según una sintaxis que consistiría en un número
reducido de reglas inviolables» (I, pág. 1). Cuando un texto
responde a estas dos condiciones, «se llama formalizado»
(es el caso, por ejemplo, de «la descripción de una partida de
ejedrez mediante la notación usual») (Ibid.) ¿Por qué «hipo¬
tética»? Porque las palabras se introducen libremente por
decisión del investigador, en forma de definiciones a priori,
de propiedades formuladas o postuladas. ¿Por qué «deducti¬
va»? Porque las reglas son finitas en número, inviolables, y
tienen que aplicarse en un determinado orden.
El objetivo de esta manera de proceder es demostrar en
sentido matemático porque, «en un texto no formalizado,
está uno expuesto a fallos de razonamiento que pueden oca¬
sionar, por ejemplo, el uso abusivo de la intuición, o el
razonamiento por analogía» (I, pág. 2), o incluso los «abusos
de lenguaje» (I, pág. 6).
Noam Chomsky 217

Se ve inmediatamente por qué motivos responde la lin¬


güística chomskiana a estas características: por sus palabras
teóricas, por un lado (fonema, morfema, palabra, sujeto,
verbo, nombre, etc.) y por sus reglas de rescritura, por otro
(del tipo O—>SN + SV, SV —» V + SN, etc.). Pero se ve in¬
mediatamente también que esta lingüística está lejos de
alcanzar, de momento, un grado de formalización compara¬
ble a los Éléments de Bourbaki: hasta ahora estamos en
presencia de una serie muy pobre en ejemplos formalizados.
Las lagunas entre estas partes formalizadas en sentido pro¬
pio están subsanadas por un discurso «teórico» chomskiano,
el del conjunto de sus obras; pero aquí la palabra teoría
tiene un sentido distinto del de los matemáticos. Ya no es
«urna representación adecuada [de los datos lingüísticos]
que establezca una correspondencia exacta entre el conjunto
de los fenómenos estudiados y un sistema coherente de leyes
[reglas] matemáticas» (definición de Ullmo). Es una «cons¬
trucción especulativa de la mente», o también «una hipótesis
general» a verificar, o en curso de verificación, pero que aún
no han sido establecidas como cálculo (otras acepciones,
clásicas pero diferentes de la palabra teoría). Muchos lec¬
tores chomskianos, incluso lingüistas, han confundido fre¬
cuentemente estos dos sentidos. Han tomado por ejemplo,
el innatismo, los universales, la competencia, la creatividad,
la gramaticalidad, incluso el concepto de transformación pro¬
piamente chomskiano, como componentes de su «modelo»
lingüístico teórico hipotético-deductivo en el sentido de los
matemáticos, cuando en realidad no es nada de eso. Eso es
un cuerpo de hipótesis, en el sentido corriente, no forma¬
lizado, del término. Y en este discurso «teórico» chomskiano,
hay ciertamente un abuso de la intuición y mucho abuso de
lenguaje también («es evidente que...», «tenemos buenas
razones para pensar que...», etc.), tanto más frecuentes cuan-
218 Lingüística del siglo XX

to que la obra es psicológica o filosófica más que lingüística


(así en Le langage et la pensée). Es difícil, incluso al lector
avisado, estar seguro de que Chomsky, a pesar de las muchas
precauciones oratorias y de las repetidas advertencias sobre
el carácter hipotético de sus construcciones, no confunde
algunas veces los dos valores casi opuestos de la palabra
teoría.
Los conceptos de descripción y explicación, que sirven
para oponer ciencia baconiana a ciencia kepleriana, tienen
por este hecho una gran importancia epistemológica. Ahora
bien, no están nunca explícitamente definidos de manera
unívoca, como deberían estarlo términos primeros en una
construcción teórica del tipo chomskiano.
El concepto de descripción lingüística, especialmente,
ora se refiere únicamente al descriptivismo americano que
Chomsky llama también lingüística estructural y descrip¬
tiva o también taxonómica, y que opera solamente con «pro¬
cedimientos de descubrimiento». A esta noción de descrip¬
ción se opondría la gramática transformativa que la su¬
pera: «El sistema de la competencia lingüística es cualita¬
tivamente diferente de todo lo que puede ser descrito en
términos de método taxonómico» (Langage et pensée, pá¬
gina 16). Ora diferencia también Chomsky, «la descripción
lingüística y la descripción estructural»; la primera opera
sobre las estructuras de superficie, segmenta, inventaría, cla¬
sifica sus unidades, es decir, hace fonética, fonología y mor¬
fología; la segunda consiste en «trazar de nuevo las trans¬
formaciones» que conducen a las estructuras de superficie:
en este sentido la gramática transformativa es una des¬
cripción de la competencia, cualitativamente diferente de la
descripción taxonómica porque explicaría al describir. Ora
incluso, Chomsky distingue no ya dos sino tres «niveles des¬
criptivos»: observacional (sobre el que no habla apenas).
Noam Chomsky 219

taxonómico y estructural. De aquí se infiere que el concepto


de descripción no es unívoco. Abarca realidades diferentes,
a veces incompatibles (la descripción taxonómica es impo¬
sible según Bach), y a veces conciliables (la descripción
taxonómica es el estrato inferior de la gramática transfor-
macional): «Su principal contribución [de la lingüística es-
tructuralista] es tal vez, paradójicamente, aquella por la que
ha sido severamente criticada» es decir, por sus procedi¬
mientos de descubrimiento, sus técnicas de segmentación y
clasificación de las unidades deducidas (Langage et pensée,
pág. 40). Aquí encontramos de nuevo el ilogismo de una
oposición epistemológica entre ciencia baconiana y keple-
riana.
El concepto de explicación no está tampoco definido for¬
malmente. De manera general, se caracteriza negativamente
por su contraste con el concepto de descripción taxonómica.
Positivamente, para Chomsky, la mayoría de las veces expli¬
car un hecho lingüístico significa generarlo en el sentido
matemático del término, es decir, producir una forma lin¬
güística dada por aplicación de una serie ordenada de reglas.
Veremos, por ejemplo, la manera cómo puede ser generada
según Chomsky la forma anormal inglesa righteous (Langage
et pensée, págs. 62-67). La conclusión del pasaje expresa con
claridad esta sinonimia entre explicación y reglas: «De seguro,
la representación subyacente [a la forma inglesa actual] es
sumamente abstracta; no está vinculada a la forma foné¬
tica superficial de la señal más que por una serie de leyes
explicativas» (Ibid., pág. 65) que son las reglas de genera-
miento.
El ejemplo es además excelente para ilustrar el auténtico
punto oscuro constituido por el concepto de explicación en
Chomsky. En ciertos casos, explicar significa generar, me¬
diante reglas matemáticas hipotético-deductivas, tal o cual
220 Lingüística del siglo XX

forma a partir de otra en sincronía: por ejemplo el paso


de la pronunciación de la -i- de sign, expedite, reptile, etc.
a la de la -i- de signification, expéditions, reptilian, etc., o la
de -t- en expedite y expéditions. En otros casos, como el de
righteons, a partir de right, se trata de encontrar reglas
«actuales» del mismo tipo de que sería preciso proveer a
un autómata para generar la forma —en un caso en que la
explicación real de esta forma, en su pronunciación actual,
está ligada a su evolución en diacronía; ésta se adquiere
probablemente por imitación skinneriana, y no mediante hipo¬
téticas transformaciones: en otros términos, no podría pro¬
ducirse correctamente si antes no hubiera sido oída y co¬
rregida.
Esto plantea el problema crucial: ¿Dónde operan estas
reglas? ¿En el autómata, en la mente del hablante o in¬
cluso en la historia de la lengua? Chomsky fluctúa fuerte¬
mente en este punto. A veces afirma que las reglas de gene-
ramiento no tienen nada que ver con lo que ocurre en la
mente del hablante, y conciernen únicamente al autómata
que simula el funcionamiento de la competencia. Pero otras
veces, al parecer, sin darse cuenta de esta contradicción,
afirma que estas mismas reglas tienen un valor explicativo
en cuanto que tienen que dar cuenta mejor del aprendizaje
infantil, de la génesis fisiológica o psicológica del lenguaje
(ver Langage et pensée, págs. 20, 21, 27, 28, 29, por ejemplo),
y de la producción de las oraciones hic et nnnc.
El concepto de representación en Chomsky plantea pro¬
blemas que están íntimamente ligados a los precedentes.
De manera general, tiene el sentido clásico: significa todo
lo que ocupa el lugar de una realidad lingüística que se
estudia, todo lo que la simboliza, la presenta a la mente. «Un
nivel lingüístico [...] es un mecanismo descriptivo [...],
constituye un cierto método de representación de los enun-
Noam Chomsky 221
ciados» (Structures syntaxiques, pág. 13); o bien: «La descrip¬
ción lingüística utiliza un sistema de niveles de representa¬
ción» {Ibid.., pág. 81). Toda descripción, aun la taxonómica,
es, pues, una representación del objeto estudiado. La des¬
cripción transformativo-generativa de una oración, por muy
abstracta que pudiera ser, es evidentemente una representa¬
ción de esta oración. Pero como esta última descripción, a los
ojos de Chomsky, es también «la explicación» de la estructu¬
ra de esta oración, el concepto de representación viene a
recubrir los conceptos de descripción y explicación, e incluso
los de formalización e interpretación. En esto, se aparta sen¬
siblemente del uso matemático moderno de la palabra teoría
en sentido estricto: «Una teoría [física] dice Duhem, no es
una explicación, es un sistema de proposiciones matemáti¬
cas, deducidas de un número reducido de principios, que
tienen por fin representar tan simple, completa y exacta¬
mente como sea posible un conjunto de leyes experimenta¬
les». Uno de los abusos más evidentes del lenguaje de Chom¬
sky es la sinonimia que él plantea: generar en sentido mate¬
mático = explicar en sentido fisiológico, psicológico o lingüís¬
tico. Una representación abstracta puede tener diferentes
interpretaciones concretas: el modelo formalizado chomskia-
no podría ser matemáticamente válido, y la interpretación,
es decir, el valor explicativo (psicogenético, psicolingüístico
o filosófico), que da de él, equivocada.
El concepto de formalización, que en él como en cual¬
quier otro es prácticamente sinónimo de modelo, es el con¬
cepto esencial de la epistemología de Chomsky. Casi desde
las primeras líneas de Structures syntaxiques, sostiene que
su trabajo «se inscribe en el marco de una tentativa des¬
tinada a construir una teoría general formalizada de la es¬
tructura lingüística» (Obra citada, pág. 7). Como hemos visto
a propósito del concepto de teoría, para los matemáticos.
222 Lingüística del siglo XX

formalización y teoría son términos equivalentes: una teoría


formalizada es un discurso escrito como un cálculo, cada línea
del cual efectúa una operación permitida por una regla, a
partir de la línea precedente, sin introducir el discurso ordi¬
nario, a causa de los peligros de error implicados por éste
en el encadenamiento de las demostraciones. No hay duda
de que la lingüística chomskiana suscribe esta afirmación
del concepto: «Una gramática, escribe Bach, en el sentido
en que Chomsky la entiende, presenta evidentes analogías
de estructura con una teoría matemática formal [...]. [Ésta]
se presenta como un conjunto coherente de axiomas, de
postulados, de primeros principios, provisto de reglas ex¬
plícitamente formuladas para que se puedan sacar nuevas
proposiciones y definir nuevos términos a partir del conjun¬
to primitivo» (Diogène, núm. 51, 1965, pág. 130).
Chomsky mismo, después de exponer su punto de vista
sobre la lengua como sistema formal, expresa la misma idea
que Bach, en sentido inverso: «Asimismo, escribe, el conjunto
de «oraciones» de un sistema matemático formalizado pue¬
de ser considerado como lengua» (Structures syntaxiques, pá¬
gina 15). Se conoce bien el tipo chomskiano de formaliza¬
ción, expuesto claramente desde su primer libro. Por tomar
un ejemplo simplista, pero suficiente para nuestro propó¬
sito: si O = oración, Z — un amigo, Y = de Pablo, X = de
Pedro, y W = ha muerto, una regla de «coordinación» per¬
mitirá escribir:

Oí = Z + Y + W
02 = Z + X + W
Oj = Z + Y yX + W (Structures syntaxiques, pág. 40).

La idea de formalizar toda «demostración» en materia de


estructura lingüística, a partir de una teoría axiomatizada,
Noam Chomsky 223
es excelente en sí. Estaba en todas las mentes desde las
primeras tentativas de traducción automática, de la que
constituía la condición sine qua non, por los años 1949-1954.
No hay duda de que las formulaciones de Chomsky, después
de las de Bar-Hillel, le dieron un impulso vigoroso. No hay
duda tampoco de que su práctica, a veces audaz, a menudo
discontinua, no da pie a muchas objeciones. Ya se ha sub¬
rayado que Chomsky toma para formalizarlos términos pri¬
meros de origen «taxonómico» (O, SN, SV, N, V, Det, etc.)
sobre la validez lingüística de los cuales no se interroga
jamás —lo que explica en gran parte que los gramáticos
tradicionales, con bastante frecuencia reticentes, y hasta
ignorantes en punto a lingüística estructural, hayan adopta¬
do a menudo sin dificultad a Chomskj^ en quien encontraban
de nuevo sus nociones familiares (y su actitud psicológica,
tradicionalmente introspectiva, frente a la lengua).
No insistiremos más aquí en el valor, discutible, de las
definiciones que da Chomsky (aunque no siempre) de algu¬
nos otros de sus términos primeros, lengua u oración, por
ejemplo; ni en el hecho de que utiliza también la palabra
formal al menos en otro sentido, como antónimo de «semán¬
tico» o incluso de «funcional» (Structures syntaxiques, pá¬
ginas 112-113), lo cual no deja de ser molesto; ni tampoco
en el hecho de que numerosos chomskianos, sobre todo gra¬
máticos y pedagogos, creen que la representación de una ora¬
ción por un «árbol» es una prueba de la validez del análisis
sintáctico de esta oración, confundiendo así tres cosas; el
valor pedagógico de visualización, mediante el árbol, del aná¬
lisis (que les permite creer a menudo que revolucionan y des¬
truyen la gramática tradicional, cuando en realidad la salvan
vistiéndola a la moda); el valor, pedagógico también, de
visualización de los «árboles» para hacer tomar conciencia
de que una oración es ambigua por tener dos análisis, es
224 Lingüística del siglo XX

decir, dos estructuras diferentes posibles; y el valor pro¬


piamente dicho de los árboles, que no es explicativo, sino
puramente representacional: para poder construir un árbol,
hay que haber realizado antes el análisis que materializa.
Es sumamente importante también llamar la atención a
propósito del concepto de formalización en Chomsky, sobre
las reservas e interesantes advertencias que formula en torno
al carácter hipotético, inacabado y acaso erróneo de las cons¬
trucciones que esboza —cosas casi siempre olvidadas por los
aplicadores que permanecen al nivel de la tecnología de las
pequeñas derivaciones locales y de los árboles. Emmon Bach
ha resumido bien este aspecto provisional de los trabajos de
Chomsky; y lo que decía en 1965 vale todavía hoy: «Natural¬
mente, escribía, un sistema así [una teoría formalizada del
lenguaje] es infinitamente más complejo que una teoría lógi¬
ca o matemática ordinaria, y por razones fácilmente com¬
prensibles, ninguna teoría gramatical construida sobre este
modelo, de cualquier lengua que sea, se aproxima hoy a una
descripción completa» (Diogène, núm. 51, pág. 131). Es Bach
también quien, a propósito de la capacidad de un sistema
formal para describir una lengua, introducía inmediatamente
esta reserva capital: «Esta reducción matemática de ciertas
partes de la lingüística es saludable» (Ibid., pág. 130). En
efecto, Chomsky no tiene nunca en cuenta una objeción
fundamental a su tentativa, cuya discusión debería ser el
prólogo a toda gramática generativa. Esta objeción ha sido
presentada así, lapidariamente, por los lingüistas soviéticos
Andreev y Zinder, citados aquí por René Moreau: «Siendo
la lengua algo muy diferente de un código, cualquier modelo
matemático no puede presentar más que una parte de su
esencia».
Muchos discípulos de Chomsky, acaso animados por el
temperamento conquistador de éste y de algunos de sus
Noam Chomsky 225

partidarios más ruidosos como Postal, o Fillmore (en 1964)


y otros, han prestado en verdad un muy mal servicio al
chomskismo transformándolo en un dogmatismo, nutrido
más de polémicas sobre generalidades que de trabajos. Para¬
dójicamente, es en torno a Harris, en T.D.A.P., y en un harri-
siano como Maurice Gross donde se encontrarán las mejores
tentativas «chomskianas» para describir exhaustivamente un
dominio sintáctico circunscrito: los adverbios en -ly, por
ejemplo, las completivas, etc. (ver, no obstante, el núm. 14
[1969] de Langages, centrado sobre las nuevas tendencias
en sintaxis).
El problema clave, en materia de teoría en el sentido en
que se ha definido esta palabra anteriormente, que es el
sentido en que la emplea Chomsky, es el de los criterios
Según los lógicos y los matemáticos, toda teoría formalizada
se puede juzgar con dos criterios: el —interno— de cohe¬
rencia, o consistencia, o no-contradicción; y el —externo—
de adecuación a la realidad, o confirmación por la experien¬
cia. Bar-Hillel, refiriéndose a Camap {Le caractère métho¬
dologique des concepts théoriques, 1956), ha explicitado así
esta doble exigencia: «La teoría por sí misma, sin las reglas
de correspondencia [con la realidad] es un cálculo no inter¬
pretado. Sus términos y oraciones están hasta este momento
privados de significación, y el sub-lenguaje teórico [el modelo
abstracto, el formalismo], hasta ahora, es inutilizable como
medio de comunicación» (Three methodological remarks on
«Fondamentals of language», en Word, vol. 13, 1957, pág. 331).
Es este su lenguaje teórico lo que está sujeto al criterio de
no-contradicción desde el punto de vista lógico-matemático,
sin que se sepa todavía si su formalismo vacío de toda reali¬
dad no matemática es aplicable a un dominio cualquiera de
la realidad. Esta consistencia lógica interna exige que la
teoría no pueda «demostrar a la vez un teorema y su nega-

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 15


226 Lingüística del siglo XX

ción», en cuyo caso una teoría «pierde todo interés» (Bour¬


baki, Éléments, I, I, pág. 11).
La teoría debe estar provista de reglas de corresponden¬
cia, es decir, de reglas para el acoplamiento de las cons¬
trucciones teóricas formales a un sublenguaje observacional,
aquí el que describe las realidades lingüísticas: «Con la ad¬
junción de las reglas de correspondencia, los términos teóri¬
cos adquieren una significación, el lenguaje teórico se con¬
vierte todo él en medio de comunicación» (Ibid.), es decir, en
medio de hablar científicamente de algo, de describir, de re¬
presentar, tal vez de explicar científicamente tal o cual domi¬
nio de la realidad. En esta etapa es cuando entra en juego el
criterio de adecuación a la realidad, aquí lingüística.
¿Cuál es la actitud de Chomsky frente a este problema
de los criterios de validez de una teoría? Emplea relativa¬
mente poco el término, y los sustitutos de éste (condition,
«requirement», procedure, tal vez medida, prueba, adecuación,
etcétera) filológicamente no son de fácil distinción —salvo
en lo que se refiere al criterio de simplicidad, sobre el que
volveremos de nuevo, y el criterio (o condición) de genera¬
lidad, por el que entiende que una teoría tiene que explicar
la mayor cantidad de hechos posible (lo cual es una pero¬
grullada de la que no nos ocuparemos particularmente).
Lo que caracteriza la lingüística chomskiana, según Bach,
es que, con un método típicamente kepleriano, elabora a
priori hipótesis generales de carácter matemático cuyo valor
se mide «por su fecundidad, por su simplicidad, por su ele¬
gancia» (Diogène, pág. 120, passim). A esto añade el criterio
de «falsificabilidad» de Karl Popper (Ibid.), término conver¬
tido en cliché para designar el axioma lógico según el cual
la verdad de una teoría no es demostrable nunca en el marco
de esta misma teoría, pero se puede demostrar siempre su
falsedad. Según Bach, y es una actitud que hay que tener en
Noam Chomsky 227

cuenta a propósito del problema del criterio de adecuación


externa, no hay necesidad «de querer a todo trance [que la
teoría] concuerde con la experiencia [...]. Con toda seguri¬
dad, prosigue Bach, tiene que ser posible deducir con ayuda
de hipótesis un cierto número de previsiones concernientes
a la realidad de la experiencia; pero la importancia de esta
condición es relativa, y depende del estado de avance de la
técnica» (sic) (Ibid., pág. 120). Ruwet se limita a repetir tex¬
tualmente a Popper y sobre todo a Bach (Introduction, pá¬
ginas 13, 14, 55) a quien glosa así: «De ahí, para juzgar el
valor de una teoría, la importancia de otros criterios que no
sean su compatibilidad con un mayor o menor número de
datos, a saber, su valor explicativo (su fecundidad)3 [...] y
en fin su simplicidad y su elegancia». Añade a Bach: «su
coherencia interna» y «su compatibilidad con las hipótesis
emitidas en las disciplinas próximas» (Ibid.).
En el punto esencial, el del criterio de adecuación a los
hechos, no hay duda de que Bach y Ruwet interpretan fiel¬
mente a Chomsky, el cual ha declarado en A transforma-
tional Approach to Syntax que «el descubrimiento de datos
que no cuadran con una teoría existente no tiene apenas
interés en tanto esos datos no ayuden a formular una nueva
teoría más general que dé cuenta de ellos» (cf. trad. franc,
en Langages, IV, págs. 39-80). Fórmula ambigua, que sub¬
estima gravemente la misión de los restos inexplicados por
una teoría, es decir, a fin de cuentas, la misión de adecua¬
ción al mayor número posible de hechos. (¿Qué significa¬
ría, por otra parte, el criterio de fecundidad, o el de valor
explicativo, sino esencialmente la vigilancia frente a hechos
que resisten a la integración en la teoría?).

3 He buscado inútilmente la diferencia que pueda haber entre


valor explicativo y compatibilidad con un número mayor o menor
de datos.
228 Lingüística del siglo XX

De manera general, se tiene la impresión de que la actitud


chomskiana, frente a los criterios de validez de una teoría,
es ilógica y confusa. Esta impresión se ve reforzada por el
estudio del lugar que se le ha concedido hasta hoy al criterio
de simplicidad, en las presentaciones y demostraciones de la
doctrina. El análisis filológico de Structures syntaxiques, a
este respecto (120 apariciones del término, de las que 75
se pueden utilizar) exigirá por sí solo un trabajo tan amplio
como este capítulo entero. En esto se echa de ver que el
criterio de simplicidad goza de privilegio en relación con
todos los otros; jerárquicamente primero o último, como se
quiera. Resumiendo, a través de una argumentación muy
compleja y dispersa, se ve que:
a) Chomsky presenta su concepto de simplicidad como
provisional, sujeto a revisión (pág. 60), no suficientemente
definido por «una cierta noción de simplicidad» (Ibid.) que
queda sin definir adecuadamente (pág. 61), susceptible de
ser definida, pero «eso se saldría del marco de esta obra»
(pág. 61).
b) El criterio de simplicidad permite eliminar las gra¬
máticas demasiado complejas (pág. 47), porque son inutili-
zables (pág. 27), o simplemente pesadas (pág. 39). (Pero, ¿el
problema teórico consiste en construir gramáticas cómodas,
utilizables, o gramáticas verdaderas, es decir, adecuadas al
objeto?).
c) La no-simplicidad de una gramática revelaría su no-
adecuación (pág. 39) (?) (Pero ¿es verdadera la recíproca?:
por ser una gramática más simple, ¿es más adecuada ipso
facto?).
d) Las gramáticas simples serían más «reveladoras» (pá¬
ginas 15, 39) que las gramáticas complejas. Chomsky tiene,
sin embargo, conciencia al mismo tiempo de que el lenguaje
es complejo (págs. 47, 66), y de que los modos de descrip-
Noam Chomsky 229

ción lo son también. Pero, añade, «debería estar bastante


claro que, con toda definición razonable de simplicidad de
la gramática, la mayor parte de las conclusiones referentes
a la complejidad relativa a que llegaremos más adelante
seguirán siendo válidas» (pág. 61).
De hecho, se hace patente que Chomsky no sitúa con clari¬
dad la función del criterio de simplicidad en su teoría. Ora
es un criterio externo que elimina las gramáticas inadecua¬
das. Ora tiende a convertirse en un criterio interno y quiere
probar la coherencia del sublenguaje teórico, su verdad
formal de modelo. La raíz de esta ambigüedad parece estar
en una mala comprensión, en el punto de partida de la fun¬
ción del criterio de simplicidad en los lógicos y matemáticos.
En Hjelmslev, por ejemplo (Prolegómenos, pág. 6), este cri¬
terio (llamado principio) está totalmente subordinado a los
principios de coherencia interna y adecuación a los hechos.
Bourbaki (Éléments, fase. XXII, pág. 85, n. 2) no cita a
Poincaré, que defiende la geometría de Euclides en nombre
de su «simplicidad» y su «comodidad», más que para cri¬
ticarle. Lógicos y matemáticos, en efecto, lo saben desde
hace mucho tiempo: el criterio de simplicidad no es utiliza¬
do por ellos más que para elegir entre dos teorías o dos
soluciones igualmente buenas, es decir, que satisfagan a los
dos primeros criterios jerárquicos, la coherencia y la ade¬
cuación.
Es, por otra parte, aquí, sin duda, donde se encuentra la
clave de muchos malentendidos de Chomsky y sobre Chom¬
sky. Parece que hay en él una oscilación entre dos objetivos,
restringido uno, vasto el otro. Por un lado, en los momentos
en que trabaja más de cerca en su modelo hipotético-deduc-
tivo, afirma no buscar más que una teoría que permita
elegir la mejor descripción gramatical (de una lengua) entre
varias; y, en este plano, su recurso al criterio de simplicidad
230 Lingüística del siglo XX

se revela en su sitio, cuando todas las gramáticas implicadas


han sido probadas desde el punto de vista de los dos cri¬
terios primeros. Chomsky, en estos momentos (cf. Structures
syntaxiques, págs. 52, 56), opone también las teorías descrip¬
tivas, que suministran «procedimientos de descubrimiento»,
a la suya, que pretende suministrar únicamente «procedi¬
mientos de evaluación», es decir, de elección entre dos gra¬
máticas. Por otro lado, se propone también construir una
teoría que describa las lenguas, incluso el lenguaje (la teoría
transformativo-generativa), entrando así en competición con
las otras teorías descriptivas; pero en este plano su criterio
de simplicidad no da superioridad alguna a su teoría, mientras
no haya satisfecho los otros dos criterios: el de coherencia
y el de adecuación. De esta confusión viene el que Chomsky,
a veces, excluya de sus preocupaciones los procedimientos
de descubrimiento, y otras, pretenda mostrar que la gramá¬
tica generativa es más «reveladora» que las otras, y que el
modelo transformativo es también un «instrumento de des¬
cubrimiento» (cf. Structures, pág. 7).
La originalidad más evidente de Chomsky, aunque haya
tenido predecesores importantes que hemos nombrado, re¬
side ciertamente en su intento de construir un modelo for¬
malizado de funcionamiento de las lenguas naturales. Y tal
vez sea este el aspecto positivo que no se deberá olvidar
nunca en su obra. Si dijera siempre «todo sucede como
si...», si presentase sus embriones de cálculo únicamente
como un intento de simular el generamiento de oraciones por
medio de un autómata, y si hubiera desarrollado hasta el
final el tratamiento de una parte bien delimitada de la sin¬
taxis, habría menos malentendidos y escepticismo con res¬
pecto a él. Pero es cierto que ha querido mezclar prematura¬
mente la elaboración del modelo hipotético-deductivo y la
interpretación psicológica, filosófica, y hasta metafísica de
Noam Chomsky 231

este modelo, antes incluso de que su construcción esté bas¬


tante adelantada para que su validez sea ampliamente com¬
probada.
El carácter polémico y de divulgación de sus obras esen¬
ciales, así como su presentación no formal, han desviado su
esfuerzo y dispersado sus resultados.
En el plano de la presentación axiomatizada dentro de
un discurso verdaderamente teórico, se puede decir que
Chomsky marca un claro retroceso en relación con el Set
of Postulâtes de Bloomfield, y en relación con los Prolegó¬
menos de Hjelmslev. Comparado con estos dos precursores,
con la coherencia y univocidad de sus formulaciones que dan
una base sólida a cualquier discusión, Chomsky escribe con
negligencia, digamos incluso: escribe mal. Es ambiguo, define
poco, varía de un lugar a otro. A causa de esto es difícil de
discutir, porque siempre habrá en él, como en la Biblia una
frase que no se habrá citado, y que dice lo contrario de lo
que se hace decir a su doctrina en general. En este sentido,
exige una verdadera exégesis. No pretendemos haberla aco¬
metido aquí exhaustivamente; haría falta un volumen o dos
de un millar de páginas. Hemos investigado sencillamente
las razones por las que, en torno a Chomsky, es a veces, tan
difícil entenderse. Por ejemplo, a propósito del concepto de
explicación: si se admite que «explicar» una oración es dar
el ciclo de las derivaciones-transformaciones que la generan,
en el sentido matemático del término, entonces la gramática
transformativo-generativa es una teoría «explicativa»; pero
lo es por tautología, es decir, por definición, o por círculo
vicioso. Esta manera de razonar no da en absoluto el derecho
lógico a pasar de este sentido de «explicación» al de explica¬
ción del funcionamiento sincrónico, y después diacrónico, de
la lengua, ni al de explicación del funcionamiento psicológico
de la lengua. También se podría reprochar a Chomsky el
232 Lingüística del siglo XX

carácter episódico, esporádico, inorgánico y atomizado de


sus ejemplos, el conjunto de los cuales, reunidos, no cons¬
tituye todavía un principio de descripción metódica y cohe¬
rente, ni siquiera del inglés.
Uno se pregunta a veces si Chomsky, investigador pro¬
digiosamente dotado, no ha sido profundamente condicio¬
nado por el modo americano de investigación, competitivo,
agresivo y a menudo tendente hacia lo espectacular a corto
plazo. Al leerlo, se piensa más de una vez en el daño que ha
podido ocasionar la imagen modélica del joven investigador
americano que, desde 1952, perdura resplandeciente en The
Double Hélix (N. Y., Athenaeum, 1967; hay traducción franc,
en Laffon), o sea, la del químico-biólogo James D. Watson,
premio Nobel a los treinta y cuatro años. En este sentido,
después de quince años de publicaciones nerviosas, excitan¬
tes, impacientes, arriesgadas, Chomsky podría dar la impre¬
sión de un Watson que, hasta el presente, hubiera publicado
todos los esbozos tanteantes del modelo de estructura mole¬
cular del ácido desoxirribonucleico, pero aún no el último,
el bueno, el que ha valido a su autor el premio Nobel.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Sobre Chomsky, en francés la síntesis más utilizable sigue siendo


la Introduction à la grammaire générative de Nicolas Ruwet; se han
traducido artículos importantes en Langages, 9 (1968), 14, 16 (1969), 20
(1970). Lepschy, Malmberg y Milka Ivié aducen también muchos ejem¬
plos sencillos de tecnología transformativa, bien conocida, en la que
no nos hemos detenido. Se encontrará un análisis del modelo hipoté-
tico-deductivo transformativo (con abundante bibliografía en su día;
ver también —53 números— la de J. P. B. Allen y P. Van Burén,
Chomsky. Selected Readings, Londres, Oxford University Press, 1971)
en Blanche-Noëlle Grunig, en La linguistique, 1965, núm. 2, págs. 1-
Noam Chomsky 233

24; 1966, núm. 1, págs. 31-101. Hemos citado algunas críticas de Choms¬
ky; se encontrarán otras, y especialmente la de Uhlenbeck, a las que
responde Chomsky en su libro Aspects of the Theory of Syntax; y
en el opúsculo de Hockett, The State of the Art (La Haya, Mouton,
1966). Una de las más curiosas epistemológicamente es la de C. S.
Dik: para resolver el problema teórico de la coordinación, este gene-
rativista convencido ha llegado a renunciar al concepto de transfor¬
mación y a reconsiderar radicalmente el concepto de simplicidad; des¬
pués a redescubrir el concepto de función que ignoraba totalmente (aun¬
que cite a Trubetzkoy y a Martinet, una vez a cada uno, de segunda
mano) y que pone en el centro de su trabajo —algo así como Chomsky
redescubre, bajo el nombre de competencia, la langue saussuriana
(Coordination, Amsterdam, North Holland Publishing Co., 1968).
De la obra de Chomsky se puede leer en español: Lingüística car¬
tesiana, Madrid, Gredos, 1968; Aspectos de la teoría de la sintaxis,
Madrid, Aguilar, 1971; El lenguaje y el entendimiento, Barcelona, Seix
Barrai, 1971; y los artículos Observaciones sobre la nominalización;
Estructura profunda, estructura superficial e interpretación semántica,
y Algunos problemas empíricos de la teoría de la gramática transfor-
matoria, recogidos en la compilación de V. Sánchez de Zavala, Semán¬
tica y sintaxis en la lingüística transformatoria, Madrid, Alianza, 1974.
CONCLUSIÓN

MARXISMO Y LINGÜÍSTICA

Es probable que si los lingüistas se han interesado muy


poco hasta ahora por la epistemología lingüística en cuanto
tal, es porque, al menos para la gran mayoría de los que se
han formado entre 1900 y 1950, esa orientación de las re¬
flexiones sobre el lenguaje corre siempre el riesgo, a sus
ojos, de fomentar la peor de las maneras de hablar de él:
la filosofía del lenguaje. Parte del éxito de Chomsky des¬
cansa sin duda en el hecho de que tranquilizaba la concien¬
cia de los lingüistas mal curados del ansia de filosofar, así
como la de los filósofos mismos, en el preciso momento en
que la tecnicidad lingüística empezaba a inquietarlos sobre la
legitimidad de sus disertaciones en tomo al lenguaje. Ningún
filósofo osaría hoy tratar de problemas biológicos o mate¬
máticos, por ejemplo, sin procurarse la doble formación
correspondiente (agregaduría, e incluso doctorado, en medi¬
cina o matemáticas y filosofía). Pero el discurso filosófico
bastante tradicional de La lingüística cartesiana y de Lenguaje
y pensamiento autoriza una vez más a muchos filósofos a tra¬
bajar sobre abstracciones hechas, en vez de adquirir una
práctica suficiente de las operaciones abstractivas en lingüís¬
tica.
Marxismo y lingüística 235

Sentado esto, no es menos verdadero que cada uno de


los lingüistas aquí estudiados ha estado ligado, consciente¬
mente o no, a menudo profundamente, a las condiciones de
vida y pensamiento de su época. No era preciso echar mano
de la epistemología más fina para percatarse de ello. Es
evidente que el programa de Whitney —hacer de la lingüística
una ciencia tan sólida como las ciencias exactas— es básica¬
mente positivista; que la actitud general de Baudouin de
Courtenay se apoya en un psicologismo que parece venirle
de Steinthal. Y el sociologismo de Meillet no tendría la
nitidez y flexibilidad que lo caracterizan sin la aportación
de Durkheim.
Pero toda historia de un pensamiento, en lingüística como
en las demás disciplinas, invita a meditar sobre una vieja
fórmula de Brunetiére contra Taine, cuando se preguntaba
si lo esencial no era mostrar por qué motivos Shakespeare
es shakespeariano, más bien que por cuáles es inglés.
Saussure aparece en la confluencia de varias corrientes
de época: psicología, sociología, economía walrassiana, a las
que imprime una dirección que, sin embargo, sólo se en¬
cuentra en él. Jespersen, tan positivista como Whitney, pone
un acento personal sobre el mito positivista del progreso
indefinido y lo conjuga con un componente permanente de
la lingüística escandinava, el logicismo, tan combatido por
doquier. Trubeztkoy debe ser todavía más complejo de lo
que se le imagina, con una mezcla de hegelianismo 1900 y
filosofismo ruso, que durante mucho tiempo obstaculizan
más de lo que la enriquecen, su reflexión lingüística nutrida
de historia indoeuropea y sobre todo de antropología con¬
creta. Sapir no es más sencillo: toma mucho de Humboldt,
integra a Freud y a Jung en su cultura, y es etnólogo tanto
como lingüista, y lo es sobre el terreno.
236 Lingüística del siglo XX

En Bloomfield todo parece claro: proclama abiertamente


su voluntad de construir una lingüística sobre la psicología
de Wundt en 1914, y sobre el behaviorismo en 1932, pero,
salvo en la noción de situación, su behaviorismo es una cu¬
bertura superficial. Sus verdaderos cimientos están en otra
parte, y son múltiples: positivismo de coloración materialis¬
ta y mecanicista, y hasta cientificismo de época, pero sobre
un fondo de formación lingüística completa, en la historia
y a la vez sobre el terreno. Hjelmslev manifiesta como Jes-
persen el logicismo escandinavo, pero de otra manera que
Jespersen e incluso que Brôndal. Jakobson es el hombre de
toda las aperturas, pero con una constante profunda de
origen filosófico, una especie de búsqueda de unificación del
espíritu a cualquier precio. Martinet, básicamente positivis¬
ta, en el buen sentido del término, ha sido considerado por
Merleau-Ponty como un representante de la actitud fenome-
nologista; de hecho, es sobre todo, así nos lo parece, uno de
los lingüistas cuya epistemología aflora con mayor claridad,
purgada totalmente de todo idealismo. ¿Queda Harris ex¬
plicado cuando se dice que es bloomfieldiano? Es en todo
caso un bloomfieldiano de especie única. En cuanto a Chom¬
sky, si es más fácil de definir por las circunstancias de su
aparición, en la América positivista bloomfieldiana, la forma
de su vuelta al mentalismo exigiría un análisis detallado.
Así pues, se han unido a los nombres de estos lingüistas
etiquetas apropiadas pero insuficientes. Examinar cada una
de estas doctrinas desde el punto de vista de la epistemología
lingüística requerirá todavía mucho trabajo de documenta¬
ción, análisis e interpretación. El mismo hálito del tiempo
produce en Rusia un Baudouin y un Saussure en Ginebra,
y la diferencia no queda explicada cuando se opone el clima
o la sociedad rusos a los de Occidente. El mismo medio pro¬
duce a Boas, a Sapir y a Bloomfield que se oponen por
Marxismo y lingüística 237

tantas o más cosas que las que los unen, incluso los dos
primeros. ¿Por qué Trubetzkoy y Jakobson tienen trayecto¬
rias a última hora tan divergentes, a pesar de los años capi¬
tales de aprendizaje en que todo entre ellos parece haber
sido compartido? ¿Por qué es en París donde ha sido más
plenamente explotada la herencia de Trubetzkoy?
La noción de «ruptura epistemológica», puesta a punto
por Bachelard y popularizada por Balibar y Macherey, puede
ayudarnos aquí. Los tres filósofos entienden por ello «el mo¬
mento en que una ciencia se separa de su prehistoria y de
su entorno ideológico», y adquiere conciencia de su objeto, de
sus principios y de sus métodos por una serie de negaciones
radicales, frecuentemente contra la época y el medio.
Por lo que a nosotros se refiere, es evidente que el común
denominador de cierto número de doctrinas de principios
del siglo xx (Bréal-Meillet, Saussure, Jespersen, Trubetzkoy)
es el conflicto con la ideología lingüística historicista domi¬
nante, la de los neogramáticos. Pero se ve en seguida lo
delicado que es el manejo del concepto de ruptura episte¬
mológica: cada uno de ellos ha reaccionado con una orienta¬
ción lingüística diferente, sociologismo, semiología, psicolo-
gismo o logicismo, etc. En el caso de Baudouin de Courtenay
se tiene la impresión de que no hay conflicto propiamente
dicho con los neogramáticos, sino una vuelta o detención
en Steinthal, anterior a éstos y ya superado: lo que no im¬
pide a Baudouin, como se ha visto, sugerir problemas y so¬
luciones revolucionarios. En el caso de Saussure, la oposición
a los neogramáticos no lo explica todo tampoco; lejos de
eso: la valorización del momento sincrónico deriva de ahí,
sin duda, pero toda la reflexión profunda viene de otra parte,
de una meditación sobre la arbitrariedad del signo proba¬
blemente, problema sumamente inactual entonces, y que tal
vez no había sobrevivido al siglo xvin más que en Bréal y
238 Lingüística del siglo XX

Whitney. En Trubetzkoy, será apasionante el estudio, con


lupa, de su recorrido: se tiene la impresión de que abordó
el estudio sincrónico de los sistemas para resolver proble¬
mas de lingüística histórica. El caso de Sapir es desconcer¬
tante. Entre Boas y él no hay ruptura epistemológica. Parece
coronar una época de descriptivismo amerindio, cuyas
leyes formula, al final y no en el punto de partida, sin que
nunca haya habido verdaderamente combate contra nadie
ni contra nada. Por lo que se refiere a Chomsky, por el con¬
trario, la ruptura epistemológica es el rechazo de un des¬
criptivismo opresor. Pero la reacción de Chomsky se sitúa
toda ella en el dominio de la sincronía, cuando se habría
esperado de él que su proclamación del derecho a la explica¬
ción en lingüística le llevara a la diacronía, que no parece
tener nunca en cuenta. Hasta el punto de que se podría
pensar más de una vez que toda su construcción transforma-
tivo-generativa es una hipótesis explicativa de naturaleza ex¬
clusivamente psicológica sincrónica, con la que disimula su
desconocimiento de los verdaderos procesos, propiamente
lingüísticos y de naturaleza diacrónica, que explican ora el
aprendizaje infantil, ora la gramaticalidad o no gramaticali-
dad de tal o cual estructura.
Así pues, se puede pensar que la epistemología de tipo
bachelardiano, la más reciente, que Balibar y Mecherey
llaman epistemología científica y de la que dicen que no existe
todavía verdaderamente, exigirá, para «la investigación de
las leyes reales de la producción científica», una historia de
la lingüística mucho más minuciosamente histórica, y de la
que todos nuestros ensayos actuales no son más que un
prólogo. Habrá que reconstruir el sistema de una doctrina,
no con intuición de lector, sino situando cada concepto de
esta doctrina en relación con todos los demás; después habrá
que dar cuenta de las condiciones científicas y de las con-
Marxismo y lingüística 239

diciones sociales, e individuales, que explican los conceptos


y su sistema de organización lógica en la doctrina. Sigue
siendo buen motivo de reflexión una frase de Harris, como
conclusión de su exposición crítica de los Selected Writings
de Sapir: la manera de escribir [y de pensar] de Sapir, ob¬
serva, tiene su fuente «en parte [en] la diferencia entre la
atmósfera de un período de depresión, y la atmósfera de
guerra continua del período siguiente. [Pero] en parte [esta
fuente] era el propio Sapir» (Language, vol. 27, 1951, pág. 333).
Una filosofía —o una ideología— queda visiblemente al
margen aquí y hasta 1972: el marxismo. Esta ausencia no
se explica suficientemente por una presión ideológica ad¬
versa, pues en otras disciplinas: historia, economía, socio¬
logía, etnología y filosofía, el marxismo ha penetrado amplia¬
mente en el pensamiento occidental, a pesar de esta presión,
desde hace aproximadamente cuarenta años.
Cierto, un lingüista francés no puede ignorar la obra de
Marcel Cohen y el autor de estas líneas menos que cualquier
otro, ya que debe tal vez su vocación, y con seguridad su
orientación durante un cuarto de siglo, al propio Marcel Co¬
hen. Sin embargo, en el punto que nos ocupa, se puede sus¬
cribir el juicio de Maurice Leroy que evoca «los esfuerzos de
nuestro compañero parisino Marcel Cohen para extender las
tesis marxistas gracias a numerosos trabajos, muy bien
hechos, de divulgación. Pero [prosigue] en verdad, dejando a
un lado algunos matices de vocabulario, las concepciones que
patrocina son en suma las tesis clásicas francesas [de la
escuela sociológica de Meillet] que propugnan que el hecho
lingüístico es ante todo un hecho social» (Grands courants,
pág. 148). Uno de sus últimos libros, centrado en estos pro¬
blemas, Pour une sociologie du langage (París, Albin Michel,
1956), no contiene más que cuatro referencias a Marx (pá¬
ginas 11, 29, 55, 355). Ofrece una bibliografía de cuatro pági-
240 Lingüística del siglo XX

ñas titulada La sociologie marxiste et la linguistique, cuya


conclusión es la siguiente: «Pero no se encuentra allí la
materia de una doctrina lingüística completa y desarrollada»
(Ibid., pág. 29). Esta prudencia y esta discreción, lejos de
constituir un motivo de queja, son la marca de una verdadera
probidad científica. Pero dejan intacto el problema.
¿Cuál ha sido la posición de los creadores del marxismo
frente al lenguaje, entre 1840 y 1890? Vamos a explorar, me¬
diante un sondeo amplio y selectivo de su bibliografía, lo
que han dicho al respecto, no para ir a la caza de citas con
valor apologético, sino para hacer un inventario exhaustivo
de las obras conservadas, representativas, sin duda, del con¬
junto.
En cuanto a Marx, este sondeo se ha practicado sobre
La ideología alemana —probablemente el texto más rico a
este respecto, aunque de los más antiguos— y sobre una
antología de Jean Fréville, Marx-Engels sur la littérature et
l'art (Paris, Éditions Sociales, 2.a ed., 1954). En La ideología
no se encuentran más que cuatro fragmentos: dos sobre el
problema de las relaciones entre lenguaje, mundo exterior
y pensamiento («El lenguaje es la actividad inmediata del
pensamiento»; «Ni la lengua ni el pensamiento constituyen
por sí mismos un reino particular, son solamente manifes¬
taciones de la vida real»), y dos, capitales, sobre el len¬
guaje como producto de la comunicación entre los hombres:
«La lengua nace solamente de la necesidad, de la insistente
necesidad de relaciones entre los hombres» —y sobre todo,
es «un conocimiento activo, práctico, existente para otros
hombres, y sólo a causa de ello existente también para mí».
En la antología de Fréville se encuentran tres menciones
de lingüistas: Grimm, Herder y Guillermo Schlegel, cuyos
cursos había seguido Marx en 1835-1836; y tres hechos lin¬
güísticos: una ligazón entre nombres de colores y metales
Marxismo y lingüística 241

preciosos, la afirmación de que la mutación consonántica en


germánico no es explicable por causas económicas, y algunas
notas sobre las cualidades de la lengua rusa.
En cuanto a Engels, se han examinado tres textos: Los
orígenes de la familia, El anti-Dühring, y una investigación
sobre El dialecto de los francos. En el primero, se encuentra
una alusión a «la elaboración del lenguaje articulado [como]
el principal producto de esta época [el estadio inferior al esta¬
do salvaje]». En El anti-Dühring, Engels retuerce cáusticamen¬
te una frase de su adversario que afirmaba: «Quien no es
capaz de pensar más que con la ayuda del lenguaje no ha
sabido nunca lo que es pensamiento abstracto aislado, pen¬
samiento verdadero [...]». «Si esto es así [observa Engels],
los animales son los pensadores más abstractos y verdade¬
ros, pues su pensamiento no se ve nunca turbado por la
intervención del lenguaje».
Polemiza también contra la actitud de Dühring, quien
proscribe de la enseñanza la filología y considera el apren¬
dizaje de las lenguas vivas como enteramente secundario,
y quisiera reducir «la cultura lingüística verdaderamente
educativa» a una especie de gramática que estudie «la ma¬
teria y la forma de la lengua materna». Engels, por el contra¬
rio, sostiene el valor cultural de las lenguas muertas y vivas
y defiende la gramática comparada que opone a la vieja filo¬
logía «con su casuística y su arbitrariedad» (?). Se encuen¬
tra, en fin, una referencia a Rousseau que «considera ya el
lenguaje como una alteración del estado natural», y otra a
Haeckel y a sus hombres «alalos».
En conjunto se saca la impresión de que Engels y Marx
han tratado siempre el lenguaje a propósito de otra cosa,
de pasada. No hay nada fundamental que recuperar en
ellos, directamente, en relación con la lingüística como cien¬
cia, ni en torno a la aplicación del marxismo a la lingüística.

LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 16


242 Lingüística del siglo XX

Salvo las dos indicaciones dignas de consideración de La ideo¬


logía alemana. Pero dignas de consideración nos lo parecen
solamente hoy, a la luz retrospectiva de medio siglo de lin¬
güística estructural; nunca han sido colocadas en el centro
del pensamiento marxista sobre el lenguaje, ni por Marx
ni por sus sucesores. Encontramos algunas referencias oca¬
sionales a la lingüística de la época, pero no se encuentra
ninguna mención de los lingüistas posteriores al período de
formación de Marx y Engels; ni Schleicher, ni Max Müller,
ni Whitney. Se puede concluir que utilizan la filología y la
lingüística de su juventud. Es ya excesivo decir, como algu¬
nos rusos, «que ellos conocen bien la filología de su tiempo».
Se sirven de ella sobre todo para desflorar los problemas
clásicos, no técnicos, de su época sobre el lenguaje. Son,
pues, problemas más que medio metafísicos, como el que
plantea el origen histórico del lenguaje; o bien problemas
«filosóficos», como el de las relaciones entre lenguaje y pen¬
samiento. Cuando se trata de las relaciones entre lenguaje
e historia, Marx y Engels son superficiales y marginales,
aunque éste sea el magno problema de la época (el de la
gramática comparada, y después de la lingüística histórica),
y aunque hubiera podido suministrar un campo de aplica¬
ción al materialismo histórico. Por otra parte, no hay nada
que reprocharles en eso: su cuasi-silencio sobre el lenguaje
significa simplemente que en su época y en su perspectiva,
las ciencias del lenguaje no son un terreno de combate, ya
teórico, ya ideológico, en que haya urgencia.
En los años 1890-1920, el marxismo creador está represen¬
tado sobre todo por Lenin. Se han investigado sus puntos
de vista sobre el lenguaje en tres escritos: Matérialisme et
empiriocriticisme (Œuvres Complètes, t. 13, E.S.I., 1928);
Cahiers philosophiques (Paris, Éd. Sociales, 1955); y Jean
Marxismo y lingüística 243

Fréville: Lénine-Staline sur la littérature et l’art (Paris,


E.S.I., 1937).
En el primero, Lenin concede gran atención a «la teoría
de los símbolos» o de los «jeroglíficos» de Helmholtz, a la
que critica. Se trata de una teoría de la percepción —y no del
lenguaje— según la cual las sensaciones, y por consiguiente
las ideas, no son «reflejos» (imágenes, isomorfas en el sentido
que sea), sino signos convencionales o «símbolos de la reali¬
dad exterior», «efectos que los objetos ejercen sobre nuestro
sistema nervioso». Lenin objeta: «Una cosa es la imagen,
y otra el símbolo, el signo convencional» (Ob. citada, pá¬
ginas 198-204, especialmente 200-201).
En Cahiers no figura en el índice ningún nombre de
lingüista. Se encuentra una cita de Feuerbach sobre el en¬
gaño del lenguaje, peor que el de los sentidos; y que «la
crítica de la razón debe hacerse crítica del lenguaje» (Ob. ci¬
tada, pág. 67). Se encuentran sobre todo numerosos extractos
de lectura sobre Hegel, anotados. Que «el lenguaje no expresa
más que lo universal» y que «[siendo] particular lo que se
piensa [...], no se puede expresar en palabras lo que se
piensa» (Ibid., pág. 229). Que «desde que el hombre habla,
hay en su palabra un concepto» (Ibid., pág. 219). Que la
«palabra muestra lo general» (pág. 227). Que «la lógica se
asemeja a la gramática» (Ibid., pág. 81; Lenin anota: «Sutil
y profundo»). Que «el chino [...] es una lengua no evolucio¬
nada» (pág. 73), etc. En la colección antológica de Fréville
no hay ningún nombre de lingüista; y hay un solo fragmento
sobre el ruso literario.
En conclusión, no cabe duda de que el pasaje a primera
vista más seductor, para un lingüista, es la discusión sobre
Helmholtz, y la noción de signo convencional. Se piensa
inevitablemente en Saussure. Pero, por una parte, la redac¬
ción de los Cahiers es anterior al Cours; y, por otra, ex-
244 Lingüística del siglo XX

tremar esta semejanza sería un error. La preocupación de


Lenin no es en absoluto lingüística; es psicológica, filosófica,
epistemológica. Lo que intenta él es defender la teoría de la
percepción como reflejo (como imagen fiable) del mundo ex¬
terior contra la teoría de la percepción como «jeroglífico»,
como «signo convencional», es decir, como representación
que no informa inmediatamente por sí misma sobre su ob¬
jeto; la defensiva-ofensiva de Lenin sobre este punto tiene
carácter polémico: se opone a la teoría de Helmholtz porque
ve en ella un deslizamiento, si no hacia la negación del
mundo exterior, sí al menos hacia la negación de la cognos¬
cibilidad del mismo. Esta polémica, ya en su tiempo, y pos¬
teriormente también, ha hecho correr mucha tinta. No es
éste el lugar de volver sobre ella: a lo sumo, se puede sugerir
que el temor polémico de una utilización idealista (real)
de la teoría de Helmholtz lo condujo a descuidar el problema
epistemológico de fondo: la concepción materialista no exige
que la percepción sea una imagen isomorfa del objeto, un «re¬
flejo»; es compatible con la teoría según la cual la percepción
es una información mediata, muy elaborada, «jeroglífica»
con relación al objeto, pero que notifica válidamente sobre
la existencia y realidad de ese objeto. Así pues, Lenin discute
con filósofos un problema de filosofía. Lo mismo ocurre
cuando lee a Hegel, en quien no está atento más que a una
filosofía del lenguaje, anterior a la gramática comparada.
En cuanto a lo demás, ninguna referencia a lingüistas, ni a
la lingüística, por las mismas razones probablemente que
en Marx y Engels: la lingüística, en esa época no es ni una
ciencia piloto, bajo el punto de vista teórico, ni una ciencia
que suministre directa y visiblemente bases a una ideología
dominante.
En un solo punto nos interesa Lenin hoy. Es cuando en¬
cuentra de nuevo y repite, en una lectura atenta de Marx,
Marxismo y lingüística 245

la famosa frase solitaria de La ideología: «El lenguaje [escribe


a su vez, más claramente que Marx] es el medio de comuni¬
cación más importante entre los hombres» (Obras com¬
pletas, en ruso, págs. 20, 368). Esta repetición capital, pero
aislada, queda improductiva aquí también, porque tampoco
en Lenin desemboca en problemas lingüísticos.
Es interesante examinar si este marxismo de los funda¬
dores ha suscitado algunas aplicaciones en el dominio lin¬
güístico. Piénsese primeramente en Plejanov, cuyos trabajos
significativos ha recogido Jean Fréville en un volumen titu¬
lado L’art et la vie sociale (París, E.S.I., 1949). En él se en¬
cuentra una mención de Noiré y de su teoría del ho-ye-yo
sobre el origen del lenguaje, descubierta en los gritos o
movimientos respiratorios y bucales de hombres que tra¬
bajan juntos, y una vaga referencia a «la lengua del arte».
Hay mucho más en Paul Lafargue (muerto en 1910)
—precisamente Jean Fréville ha reunido aquellos escritos
que pueden interesamos, con el título de Critiques littéraires
(París, E.S.I., 1936). Cita a Condillac, a Lacume de Sainte-
Palaye, dos veces a Gaston Paris, lo que indica una forma¬
ción filológica y comparatista. La aportación más importante
del volumen es un extenso artículo, publicado en 1894, sobre
La langue française avant et après la Révolution, subestima¬
do por Stalin en 1950, y que Fréville califica con razón de
«notable trabajo de lexicología»; un verdadero capítulo digno
de Ferdinand Brunot, son palabras suyas también. La in¬
fluencia de las transformaciones sociales entre 1789 y 1799
sobre las transformaciones del vocabulario está allí muy
abundantemente ilustrada. En el plano del pensamiento lin¬
güístico, se encuentra una sola alusión al hecho de que «la
lengua es un organismo viviente», lo que refleja una cultura
lingüística de época, ligada al darwinismo schleicheriano,
propagado en Francia por Darmesteter, entre otros, en su
246 Lingüística del siglo XX

Vie des mots (1887), e incluso por libritos de divulgación


popular como el de Zaborovski. Aunque más próximo a los
problemas lingüísticos, Lafargue no aporta ningún enriqueci¬
miento sustancial al marxismo en esta materia, excepción
hecha de una aplicación acertada en el dominio de la lexi¬
cología, enteramente en la dirección en que va a moverse el
sociologismo de Meillet.
El pasado inmediato, entre 1920 y 1950, está dominado
por un avatar soviético del marxismo en lingüística, ilustra¬
da por el nombre de Marr (muerto en 1934). Éste, compara-
tista de antes de 1917, especialista en problemas preindoeu¬
ropeos, conocedor estimable de las lenguas del Cáucaso (con
comparaciones audaces, aunque clásicas, de estas lenguas
con el etrusco, el vasco o el semítico), emprende después
de 1920 la tarea de aplicar el marxismo a la lingüística. Su
nueva doctrina sobre el jafético es una adaptación superficial
de las tipologías anticuadas de Scheleicher y Max Müller a
la terminología marxista: las lenguas aislantes corresponde¬
rían al estadio familiar, las aglutinantes al estadio nómada
y las flexionales al estadio político de las sociedades. Marr
complica más todo esto en una «teoría estadial» ajustada
sobre Engels y los Orígenes de la familia. Proclama que las
lenguas llevan marcas clasistas: se encuentran los mismos
rasgos tipológicos en la misma clase —por ejemplo, la clase
obrera— aun en lenguas totalmente diferentes. A esto añade
la idea de que las lenguas conocen también los cambios por
saltos cualitativos, y corona el conjunto con una teoría com-
paratista según la cual todas las lenguas del mundo habrían
salido de cuatro raíces primitivas: sal, ber, ion, rosh, que él
reconstruye mediante una auténtica novela de ciencia-ficción.
Trubetzkoy, en carta a Jakobson del 6 de noviembre de 1924,
decía ya que Marr se había vuelto lingüísticamente loco de
Marxismo y lingüística 247

atar K En la Unión Soviética, sabios como Vinogradov y Poli-


vanov, y en otros países un Skóld, una Margaret Schlauch,
un Aurélien Sauvageot, expresaron acertadas y firmes reser¬
vas. Pero el marrismo, apoyado por el aparato universitario
y estatal, colonizó la enseñanza lingüística soviética, haciendo
reinar la arbitrariedad, el dogmatismo y la represión.
Sin pretender defender tamaña aberración, notemos sin
embargo, que la colonización universitaria no ha sido mono¬
polio del régimen soviético. La biografía de sabios como Fré¬
déric Paulhan, o más todavía, Paul Passy (véase a este res¬
pecto Portraits of linguists, t. I) o incluso Tesnière o Georges
Lote, con los enormes obstáculos con que han tropezado,
es ¡ay! instructiva también. No sería menor la dominación
de Croce, que fue en Italia durante casi medio siglo, ya direc¬
tamente, ya a través de sus discípulos el maestro todopode¬
roso de la instrucción pública. Notemos además que las
tesis de Marr son las de su tiempo, las de Meillet, las de su
discípulo Sommerfelt (La langue et la société, Oslo, H. As-
chehoug, 1939). Como Meillet, Marr tiene la ambición de
formular «las causas sociales de los hechos lingüísticos» e
incluso «determinar a qué estructura social responde una es¬
tructura [lingüística] dada» (Meillet, Linguistique historique
et linguistique générale, t. I, págs. 3 y 18). Su aventura ilus¬
tra solamente los peligros siempre posibles (a los que el
marxismo debe hacer frente en mayor grado cuando es más
militante) que hay en confundir pruebas científicas con in¬
venciones atrevidas, que se cree, siempre equivocadamen¬
te, ser necesarias para robustecer el marxismo, por impa¬
ciencia ideológica o científica.
Esta situación dura hasta 1950, fecha en que la interven¬
ción personal de Stalin le pone fin. Sobre la actitud episte-

1 Principes de Phonologie, pág. XXIII.


248 Lingüística del siglo XX
mológica de la lingüística soviética en vísperas de esta inter¬
vención, poseemos el documento que nos orienta de una ma¬
nera ideal: un artículo de L. O. Reznikov, que fue traducido
en el núm. 6 de Cahiers internationaux de sociologie de 1949.
El autor critica en él las teorías «burguesas» del lenguaje: la
de los neokantianos como Cassirer, etc., para quienes el len¬
guaje sería una construcción de la conciencia por medio de un
sistema de símbolos; la de los fenomenólogos, como Husserl,
para quienes el lenguaje sería un sistema de signos, con depen¬
dencia respecto de la lógica; la de los intuicionistas (Croce,
Vossler) que son subjetivistas; todas estas teorías son psico-
logismos, hacen del lenguaje un estado de conciencia. Rezni¬
kov ataca también las teorías «psicosociales» como la de Hum-
boldt, que hacen depender el lenguaje de la mentalidad; des¬
pués las teorías naturalistas (donde se encuentran Bopp,
Rapp, Schleicher y Jespersen), teorías orgánicas, vitalistas,
mecanicistas, reflexológicas, para las que el lenguaje es a fin
de cuentas un fenómeno sometido a las leyes de la naturaleza.
Ni siquiera ve con buenos ojos las teorías sociológicas (Saus¬
sure, Meillet, Sapir, Vendryes) con estar más próximas al
materialismo histórico. Les reprocha su concepción idealista
de la historia, su creencia en la arbitrariedad del signo (se
encuentra aquí la interpretación, enteramente ilegítima en
lingüística, de las tesis de Lenin contra Helmholtz); y sobre
todo la falta de vinculación con las condiciones materiales
de la existencia (relaciones entre lengua y clases), su falta
de dialéctica (nada sobre el desarrollo por antítesis; nada
tampoco sobre las relaciones entre lenguaje y pensamiento):
prejuicios en los que se encuentra un eco del marrismo toda¬
vía triunfante.
Según Reznikov, «la filosofía marxista ha sido la única
que ha descubierto el camino de una investigación científica
del lenguaje y del pensamiento como fenómeno social» {Art.
Marxismo y lingüística 249

citado, pág. 157). Evoca a Engels y la teoría ho-ye-ho del


origen del lenguaje, las ideas de Marr y Meshchaninov; y
finalmente la cita de Lenin sobre el lenguaje, el medio de
comunicación más importante entre los hombres, cita de la
que no saca partido alguno. En realidad, la ve solamente
como la fórmula general que cubre los hechos evocados por
Engels y Marr para probar las relaciones entre lenguaje y
sociedad. Zvegincev y Graur, después de 1950, utilizan toda¬
vía con bastante —o excesiva— frecuencia estas etiquetas
y estos puntos de vista, de los que no se puede pensar que
todo sea falso; pero que tal vez dejaban escapar lo esencial
de lo que había de lingüístico propiamente en las doctrinas,
para no retener más que la coloración ideológica.
Antes de 1950, Stalin había hablado muy poco del lengua¬
je. En la obra antológica de Fréville, ya citada, se encuentran
algunas alusiones: ora a los problemas lingüísticos en rela¬
ción con el concepto de nación, ora a la forma lingüística na¬
cional de la que es salvaguarda la cultura de contenido so¬
cialista, ora al futuro de una lengua universal, a propósito
de la cual manifiesta un escepticismo razonable.
Su intervención en los animados debates en tomo a la
lingüística de Marr, en 1950, ha sido resumida con frecuen¬
cia como la expresión de un puro y simple retomo a posi¬
ciones de buen sentido, y nada más. Se puede encontrar un
sólido análisis de la situación soviética, y de las formulacio¬
nes de Stalin, en The Recent Conflict in Soviet Linguistics,
de Herbert Rubinstein (Language, vol. 27, 1951, págs. 281-287).
En grandes rasgos, Stalin elimina en primer lugar la tesis
según la cual la lengua sería el reflejo inmediato de una
clase social: no tiene dificultad en mostrar que si esto es
relativamente válido tratándose del léxico (que es la parte
más extema de una lengua), lo es solamente en el marco
de la intercomprensión asegurada por la lengua común, que
250 Lingüística del siglo XX

entrelaza las clases. Tampoco le es difícil demostrar que


en las partes más estructuradas de la lengua, fonología, mor¬
fología y sintaxis, no se encuentra nada en ese sentido, fuera
de hechos marginales2. Sobre el problema específicamente
marxista de saber si las lenguas son infraestructuras (com¬
ponentes de la base social, como las fuerzas productoras y
los medios de producción) o bien superestructuras (produc¬
tos ideológicos que fluyen más o menos directamente de estas
infraestructuras: así el derecho, las teorías económicas, las
filosofías, el arte, la religión), Stalin señala que la lengua ocupa
una situación original, sui generis: es esencialmente un ins¬
trumento de comunicación, y en consecuencia, por este con¬
cepto, bastante alejado en conjunto del estatuto de super¬
estructura (tesis de Marr); y muy alejado también del esta¬
tuto de infraestructura.
Hay que observar aquí que esta solución al problema,
lejos de ser una perogrullada, coincide o se acerca a la de la
lingüística actual, a partir de una formulación totalmente
distinta. Para la ciencia «burguesa», en efecto, el debate es¬
taba planteado en términos de filosofía tradicional: ¿es el
lenguaje una «facultad de la mente» (tesis innatista de Hum-
boldt, por ejemplo, o de Benveniste)? ¿Es, por el contrario,
una institución social (tesis antigua también, renovada por
Whitney, Saussure y Meillet)? La respuesta moderna, si nos
servimos de las formulaciones de Martinet, no da la razón
tampoco a ninguna de las dos tesis unilaterales exclusivas.
Decir que el lenguaje es una facultad de la mente no aclara
nada en absoluto; pero «decir que el lenguaje es una ins-

2 Ha sido posteriormente, sobre todo, cuando se ha estudiado de


cerca el fenómeno de la interferencia en los casos de bilingüismo,
estudio gracias al cual se ha podido precisar en qué medida la fono¬
logía, morfología y sintaxis, en cuanto sistemas, son sensibles a los
contactos entre lenguas.
Marxismo y lingüística 251

titución [social] sólo nos lo aclara imperfectamente», dice


Martinet (Saussure insistía ya mucho, como hemos visto, en
la necesidad de hacer ver por qué el lenguaje es diferente
de todas las demás instituciones sociales, después de sub¬
rayar el carácter social del lenguaje). Y Martinet tras indicar
que «la designación de una lengua como instrumento o herra¬
mienta» es una expresión cómoda, añade en conclusión que
«es probable que las relaciones del hombre con su lenguaje
sean de naturaleza muy particular para que podamos situar
a éste deliberadamente en un tipo más amplio de funciones
definidas» (Éléments, págs. 11-12). Hay aquí una actitud
antimetafísica sobre el lenguaje —no querer reducirlo a una
sola «esencia», sino percibirlo dialécticamente en toda su com¬
plejidad— con la que el marxismo podía haber nutrido su
reflexión, y que coincide con la formulación matizada de
Stalin.
¿Cómo se presenta hoy día la situación? Por lo que se
refiere a la aplicación del materialismo histórico en lingüís¬
tica, es fácil (y está admitido por todos) demostrar que hay
relaciones de causalidad entre factores sociales y fenómenos
lingüísticos. Esto es verdad en el dominio fonético (alteración
de los sonidos o incluso de los fonemas de una lengua a
causa de sus contactos con otra, préstamos de fonemas,
hechos de sustrato, adstrato, superestrato). Y también es
cierto y muy visible, en el dominio del léxico, donde, de Bréal
a Meillet y posteriormente, ha quedado bien claro que «los
hechos de vocabulario reflejan los hechos de civilización»,
que «el estudio de las palabras no puede separarse del de
las cosas» e incluso que «en todo lugar y tiempo las varia¬
ciones del sentido de las palabras dependen de las clases
sociales que las emplean» (Meillet, Linguistique historique
et linguistique générale, t. I, págs. 223, 280).
252 Lingüística del siglo XX

La época de Meillet creyó que ese era el límite de la acción


de la sociedad sobre las lenguas; y Meillet mismo ha escrito
en este sentido que «las morfologías de dos lenguas son
mutuamente impenetrables» (Ob. citada, pág. 82); o, menos
categóricamente, que los préstamos de lengua a lengua
son mucho más difíciles en el dominio de la fonética,
de la morfología y de la sintaxis (Ibid., págs. 84, 85, 87). En
realidad, si bien menos frecuentes, no están menos atesti¬
guados, y la cantidad de estos préstamos contabilizados va en
aumento a medida que se estudian más atentamente las len¬
guas en contacto. Además, la influencia de los factores so¬
ciales sobre las estructuras lingüísticas es algunas veces menos
superficial que una causalidad por simple contacto. Puede
ser una estructura propiamente social —por ejemplo, la
sociedad de consumo y la función que en ella desempeña
la publicidad— lo que explique el desarrollo prolífico de una
estructura lingüística (prefijos superlativos, etc.). Se sabe
que Lévi-Strauss vincula el nacimiento de la escritura —fenó¬
meno que tiene repercusiones seguras sobre el lenguaje— al
advenimiento de estructuras agrícolas sedentarias estatiza¬
das donde surge la necesidad de contabilidades. Martinet
sugiere también un caso notabilísimo —si se puede hacer la
, demostración detallada del mismo— de influencia directa
de una estructura social en la aparición de una estructura
propiamente sintáctica: «La comparación de las lenguas in¬
doeuropeas, escribe, hace ver que la proposición relativa es
una adquisición tardía, y la observación sincrónica indica
que el tipo de expansión representado por las proposiciones
subordinadas no se impone, en ciertas comunidades, más
que con la presión de necesidades nuevas traídas por la cul¬
tura occidental» (Éléments de linguistique générale, págs. 179-
180). Estos hechos llevan a un investigador inspirado por el
pensamiento marxista, Tullio de Mauro, a revalorizar fuerte-
Marxismo y lingüística 253

mente las afirmaciones de Meillet sobre las vinculaciones


entre lengua (o registro de lengua) y clases sociales, que
Stalin habría minimizado excesivamente en el marco de la
campaña contra el marrismo (véase Senso e significato, Barí,
Adriatica, 1971).
¿Qué sucede en materia de aplicación de la dialéctica
materialista en cuestión de lenguaje, si se entiende por tal
el tener en cuenta la totalidad de sus inter-acciones, de sus
condicionamientos recíprocos, de su movilidad, de sus con¬
tradicciones —definición bastante laxa de la dialéctica, que
estimamos suficiente como primera aproximación? Se puede
decir que ya no hay conflicto teórico en la hora actual entre
los que quisieran explicar unilateralmente todos los fenóme¬
nos de evolución lingüística exclusivamente por causas inter¬
nas, y los que quisieran dar cuenta de ellos privilegiando siem¬
pre las causas externas (sociologismo vulgar a ultranza de la
lingüística soviética antiestructuralista de antes de 1950). Ac¬
tualmente, la lingüística soviética habla sin escrúpulos de
leyes internas de la evolución del lenguaje (ver R. L’Hermite,
en Word, núms. 2-3, 1954). Pero es probablemente Martinet
quien ha dado las mejores formulaciones de una actitud
dialéctica en diacronía, por razones teóricas. «Hay casos en
que, hágase lo que se haga, las leyes internas [desequilibrio
de los sistemas, atracción de casillas vacías, etc.] son impo¬
tentes [...]. Éstas no son una colección de recetas que per¬
miten explicar todo a partir de cualquier cosa» (Économie,
pág. 192). Así pues hay que recurrir a los factores externos
de explicación de los cambios lingüísticos (generalmente fac¬
tores sociológicos) en segundo lugar, es decir, una vez que
se está seguro de que los factores internos no dan cuenta
de ellos (Ibid., pág. 191). Martinet admite, incluso, con un
realismo científico ejemplar, que se examine la posibilidad
de juego de ciertas causas biológicas, con mucha frecuencia
254 Lingüística del siglo XX

descartadas por haber servido de argumento ideológico odio¬


so en el pasado: «La influencia de la raza, escribe, plantea
un problema distinto, que no se puede eliminar de una vez
para siempre [la asimetría general de los órganos bucales
podría variar según los tipos morfológicos, explicando por
conformaciones fisiológicas la ausencia o escasez de ciertos
fonemas en algunas lenguas, por ejemplo]; pero, añade Mar¬
tinet es [un problema] cuya solución exigirá largas y pa¬
cientes investigaciones hechas sin actitudes preconcebidas de
ningún tipo y absteniéndose cuidadosamente de hacer inter¬
venir nada más que características somáticas» (Ibid., pági¬
na 192). También formula claramente los límites (enjuiciables
con una dialéctica de la observación) de toda investigación de
las causas sociales de los hechos lingüísticos. «Es muy difícil,
advierte, señalar exactamente la causalidad de los cambios
lingüísticos a partir de las reorganizaciones de la estructura
social y de las modificaciones de las necesidades comunica¬
tivas que resultan de ella» (Éléments, pág. 181). En efecto,
la innovación que responde a estas necesidades es esporádica
antes de ser reconocida como adecuada por el grupo: y con
frecuencia, en el momento en que el observador toma con¬
ciencia del hecho lingüístico nuevo, las circunstancias de su
aparición ya no están a la mano. Cierto, aún se pueden ad¬
vertir hoy los cambios sociales que han provocado el des¬
plazamiento semántico y la nueva productividad del sufijo
en -rama (conforama, récupérama, meublorama, beautéra-
ma, etc., observados en la región marsellesa en 1972): la
aparición de centros de venta de gran extensión en que todo
lo que es comprable está colocado a la vista y al alcance de
la mano del cliente. Pero es prácticamente imposible averi¬
guar dónde y cuándo ha comenzado la proliferación de la
palabra magouille «trama» («Qu’est-ce que cette magouille?»,
«Qu'est-ce qu’ils magouillent encore», etc.) en la lengua estu-
Marxismo y lingüística 255

diantil. La palabra es tanto más interesante cuanto que da la


impresión de haber podido nacer, ora como una especie de
palabra ómnibus, ora como un lapsus, a partir de manœuvrer
+ grenouiller, o maquignonner + grenouiller. Confinada al
lenguaje estudiantil, a lo que parece, antes de 1968, pasa en¬
tonces al uso hablado de círculos más amplios: sindicales,
políticos, etc. Cuando la generación que la ha adoptado tenga
treinta o cuarenta años, nada impedirá que esta palabra
conozca una amplia difusión. Pero cuando se trata de fechar
su aparición, los testimonios se hacen ya difíciles: tenemos
la impresión que es corriente en el lenguaje de la U.N.E.F.
desde varios años antes de 1968. Pero ¿cómo ha nacido?
¿De una palabra ómnibus, de un lapsus, o incluso de una pa¬
labra regional traída por una delegación provincial?3. Aquí se
ve lo difícil que puede ser una investigación de las causas
sociales exactas (y no vagamente supuestas) de tal o cual
hecho lingüístico. Esto explica la conclusión de Martinet al
respecto: «Los lingüistas, una vez que han reconocido la
influencia decisiva de la estructura social sobre la de la len¬
gua, no tendrán la suerte de llegar a un cierto rigor si no
es limitando su examen a un período bastante restringido
de la evolución de un idioma y contentándose con destacar
en la lengua misma las huellas de influencia exterior y seña¬
lar las reacciones en cadena que éstas han podido determi¬
nar, sin remontarse a los eslabones prelingüísticos de la
causalidad» (Éléments, 6-4). Esta limitación no nace de una
posición ideológica preconcebida, de una voluntad de supra-
valorar los factores internos o negar polémicamente los fac¬
tores externos de la evolución sino simplemente de las con¬
diciones mismas de posibilidad de observación de los hechos.

3 Huysmans, en Là-bas, emplea sonner la gouille (y margouillis,


que está en el Littré).
256 Lingüística del siglo XX

No es seguro que esta visión materialista y dialéctica de


las relaciones entre lenguaje y sociedad dé cuenta de otra
cosa que de interacciones causales relativamente superficia¬
les entre ambos (pues habría razón, en tanto que marxista,
para explorar los casos, por raros que sean, en que es el
lenguaje el que condiciona de rebote una cierta evolución,
o más bien, sin duda, una cierta contención en la evolución
de las estructuras sociales: ello constituiría el estudio de los
aspectos por los que la hipótesis de Sapir y de Whorf es
válida). Hasta aquí, la interpretación marxista integra de
manera totalmente satisfactoria las respuestas que la ciencia
lingüística da desde hace casi un siglo a la cuestión ¿cómo
evoluciona el lenguaje? Pero en realidad, cuando Marx y Lenin
escribían cada uno su famosa frasecita ¿no tenían también y
sobre todo la intuición de que las interacciones entre len¬
guaje y sociedad dan cuenta, no solamente de la manera
como evoluciona diacrónicamente el lenguaje, sino de la ma¬
nera como funciona (en sincronía)? Entender así la signi¬
ficación de las relaciones entre lenguaje y sociedad es com¬
prometer al marxismo a una interpretación mucho más pro¬
funda del poder de explicación de estas relaciones.
La lingüística estructural de los años 1930 daba a esta
cuestión, en el plano de la pura descripción lingüística, una
doble respuesta, que debería haber chocado también a los
marxistas. Ante todo, al proponer definir el lenguaje como
instrumento de comunicación entre los hombres, juntaba
por vías de análisis independientes, y tanto más preciosas,
las tesis esbozadas por Marx y Lenin. Pero, haciendo esto,
relegaba a un segundo plano la definición bimilenaria del
lenguaje como expresión del pensamiento, como medio de
elaboración del pensamiento, definición a la que los filósofos
marxistas seguían estando fuertemente adheridos, como todos
los demás filósofos para quienes el problema de las relaciones
Marxismo y lingüística 257

entre lenguaje y pensamiento sigue siendo un problema capi¬


tal. Destaquemos el hecho de que la lingüística estructural,
al operar sobre la definición del lenguaje su revolución co-
pemicana, tenía una actitud eminentemente dialéctica: no
oponía, según la regla del todo o nada de una metafísica
esencialista, su definición nueva a la antigua que quedaría
ipso-facto negada. Al contrario, elaboraba una teoría de las
funciones del lenguaje, que sería mejor llamarla teoría de
los usos de éste: a través de Bühler, Trubetzkoy, Martinet
y Jakobson, proponía ver el lenguaje como actividad com¬
pleja y no como esencia: ni su uso lúdico (bien visto por los
neuropsiquiatras como Ombredane y otros), ni su uso ex¬
presivo (para transmitir la afectividad del hablante), ni su
uso apelativo (para actuar pragmáticamente sobre el oyen¬
te), ni su uso estético (para provocar el placer del mismo
nombre, difícil de precisar con exactitud), ni su uso para la
elaboración del pensamiento lógico eran discutidos (y, cosa
curiosa, Reznikov, que conoce y adopta esta teoría de las
funciones, no deduce nada de ella). Pero estaban por primera
vez en la historia del pensamiento deslindados, distinguidos,
especificados, y, sobre todo, jerarquizados, sin negarles por
ello su participación común en casi todos los actos del habla.
La idea clave era demostrar que, cualesquiera que fueran el
interés, la frecuencia y la importancia de estos usos variados
del lenguaje, no era nunca su juego lo que daba cuenta ni
de su evolución ni sobre todo de su funcionamiento, y que,
por el contrario, esta evolución y este funcionamiento se ex¬
plicaban básicamente, si se consideraba el lenguaje como
instrumento de comunicación.
La segunda respuesta de la lingüística estructural a la
cuestión de las relaciones entre lenguaje y sociedad fue jus¬
tamente demostrar cómo la evolución y el funcionamiento
del lenguaje estaban explicados no centralmente por la ela-

LINGÍÜSTICA DEL S. XX. — 17


258 Lingüística del siglo XX

boración del pensamiento (explicación que había llevado


siempre ora a querer asimilar lenguaje y lógica, ora a con¬
fundir gramática y lingüística con retórica o estilística), sino
por las exigencias mismas de la comunicación, es decir, de
la vida en sociedad. En este sentido, aclarar lo que distingue
al fonema del sonido fonético mínimo bruto, deslindar la
noción de oposición distintiva y la de rasgo pertinente, era
literalmente hacer ver cómo operaba la vida social para cons¬
truir sus señales lingüísticas mínimas. Probar que la liber¬
tad de realización de un fonema o de una serie de fonemas
estaba estrictamente limitada, no por la libre fantasía crea¬
dora de cada sujeto hablante, o su expresividad, o las par¬
ticularidades fisiológicas de su aparato fonador, sino por la
necesidad de mantener la intercomprensión (exigencia total¬
mente social) —hacer ver, en particular, que la tendencia
biológica y psicológica al menor esfuerzo (carácter típica¬
mente individual) estaba contenida en sus efectos por esta
necesidad social de la intercomprensión—, todo esto era lite¬
ralmente poner al día los mecanismos propiamente lingüís¬
ticos que demostraban científicamente la validez de la frase
de Marx.
Hacia los años 1948-1950, los descubrimientos de la teoría
de transmisión de la información, la exacta evidencia mate¬
mática de los aspectos del lenguaje como código y de las
relaciones entre frecuencia y costo de las unidades, entre
información y redundancia, consumaban la demostración:
el lenguaje es un producto social, en el sentido más profun¬
do del término. No son las leyes del pensamiento las que
pueden explicar que las palabras más cortas son las más
frecuentes; ni por qué la oposición /ce/ ~ /ê/ (de brun ~
brin) desaparece en francés mientras que la oposición Jó/ ~
/â/ (de savant ~ savon) que es tan delicada de mantener
articulatoriamente, sobrevive, sino el hecho de que su rendí-
Marxismo y lingüística 259

miento distintivo es infinitamente más elevado, para asegu¬


rar la intercomprensión en francés (uno o dos pares de pala¬
bras en un caso, cientos en el otro). No son tampoco las
leyes del pensamiento las que pueden dar cuenta de la super¬
vivencia de palabras mucho más largas de lo que exigiría
la transmisión de la información de que son vehículo. La
palabra dictionnaire se distingue perfectamente de todas las
otras palabras que existen en francés incluso las más pró¬
ximas como diction /diksio/, por sus seis primeros fonemas
/diksio/. Los tres últimos fonemas /ner/ no aportan más
información (de ahí la economía realizada por dicco /diko/
en francés familiar, donde la doble reducción realiza a la
vez una diferenciación mayor en relación con el demasiado
próximo /diksió/). Pero estos tres fonemas tienen una función
en la comunicación, es decir, en el mantenimiento de la
intercomprensión. Su redundancia garantiza esta en las con¬
diciones ordinarias del habla, en que la percepción del nú¬
mero mínimo útil de fonemas no está siempre asegurada
del ruido. Podemos afirmar hoy que la naturaleza más pro¬
funda de las relaciones originales entre lenguaje y vida so¬
cial ha quedado científicamente puesta de manifiesto por la
fonología y la lingüística funcional y estructural.
Se podría —un tanto polémicamente— deplorar que los
marxistas no hayan advertido todos los materiales que la
lingüística les aportaba para una interpretación marxista del
lenguaje, al menos desde 1930. Pero es sin duda más pro¬
vechoso sacar lecciones para el porvenir que querer dár¬
selas a los pensadores del pasado. La historia de los cuarenta
últimos años nos enseña en este punto que el marxismo ni
se ha adelantado a las ciencias especializadas, ni ha aclarado
su camino, ni ha interpretado sus descubrimientos. En este
dominio que se ha hecho repentinamente importante, ha se¬
guido y no precedido a su tiempo. Los progresos han venido
260 Lingüística del siglo XX

ante todo de una reflexión bimilenaria sobre la teoría del


signo, reactivada en Bréal y Whitney, para culminar en Saus¬
sure; y después, de investigaciones de psicólogos como Büh-
ler, de lingüistas como Baudouin, Trubetzkoy y otros, de
ingenieros de telecomunicación como Lashley, de matemá¬
ticos como Shannon y Weaver. Marx y Engels habían insistido
mucho en su tiempo en la necesidad, por parte de los mar-
xistas, de asimilar los trabajos científicos en el plano cientí¬
fico ante todo: había aquí mucho que cosechar. ¿Por qué el
marxismo durante más de treinta o cuarenta años ha pasado
de largo? Probablemente por dos o tres razones que todavía
han de ser tenidas en cuenta.
En primer lugar, ha habido en los marxistas soviéticos
una embriaguez de éxito que se ha fijado en forma de dog¬
matismo triunfalista, como si el triunfo de la revolución
rusa asegurase ipso facto el triunfo de los hombres encarga¬
dos de pensar los problemas científicos del siglo xx. En
segundo lugar, y más aún, ha habido la tendencia a confiar
o dejar la reflexión marxista en el dominio de las ciencias
humanas únicamente a los filósofos, y su deformación pro¬
fesional los ha conducido a descuidar los aspectos propia¬
mente científicos de las ciencias para no atender más que
a los problemas filosóficos clásicos —especialmente, el de la
relación entre lenguaje y pensamiento que es, contrariamen¬
te a lo que creen todavía muchos filósofos, un problema ter¬
minal y no inicial—. Finalmente, y sobre todo, en condiciones
de lucha ideológica violenta (aunque la lucha ideológica es de
todas las épocas), los marxistas han colocado el acento no
en el estudio de las ciencias en sí mismas sino en la explo¬
tación polémica que podía hacerse de sus resultados en el
plano ideológico ya en pro, ya, sobre todo, en contra del
marxismo. En vez de obstinarse en buscar en Saussure, por
ejemplo, huellas manifiestas de psicologismo (y tal vez de
Marxismo y lingüística 261

idealismo, lo que es menos seguro), los marxistas deberían


haber percibido la novedad revolucionaria de su análisis del
funcionamiento del lenguaje; entender, por ejemplo, la frase
notable del Cours en que descartaba firmemente el problema
del origen del lenguaje, diciendo que este problema no era
diferente en su esencia del de la comprensión de su funcio¬
namiento hic et nunc (Cours, pág. 24)4.
Es evidente que las reflexiones que preceden no tienen la
pretensión de resolver todos los problemas que plantean;
ni siquiera se vanaglorian de haber planteado todos los pro¬
blemas, ni de haberlo hecho correctamente. Cualquier persona
de cierta edad que, en 1972, no considere modesta la labor
del marxismo es un irresponsable. Por más que el silencio
sea en este punto preferible al dogmatismo o al psitacismo,
hemos querido enfocar las relaciones entre marxismo y lin¬
güística con una luz que pueda ayudar y estimular a todos
aquellos a quienes interese el tema, y que sean sensibles al
cuasi-silencio de los marxistas en lingüística.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA

Sobre el concepto de epistemología ver los grandes diccionarios:


Lalande, Foulquié y Saint-Jean; la Encyclopaedia universalis, para
el concepto bachelardiano. Los Orígenes de la familia, de Engels se
citan según le edición Costes 1946); el Anti-Dühring, según la de Giard
y Briére, 1911. Sobre Marr y la intervención de Stalin se consultará
el texto completo en J. Stalin, Marxism and Linguistics (N. Y., In¬
ternational Publishers, 1951), seguido a modo de apéndice, de una
sóbria y sólida puntualización: The Soviet Linguistics Controversy,
de Margaret Schlauch (Ibid., págs. 57-63). Ver también el análisis

4 «Es una idea absolutamente falsa creer que en materia de lengua¬


je el problema de los orígenes difiere del de las condiciones perma¬
nentes».
262 Lingüística del siglo XX

objetivo de Herbert Rubinstein, The Recent Conflict in Soviet Lin-


guistics, en Language, vol. 27, 1951, págs. 281-287. Sobre los resultados
de la intervención staliniana, ver René L’Hermitte, Les problèmes des
lois internes du développement du langage et la linguistique soviétique,
en Word, 1954, págs. 189-196, y el núm. 15 (1969) de Langages, sobre La
linguistique en U.R.S.S., entre otros, con un artículo excelente de Vino-
gradov (págs. 67-84), al que el clima jruscheviano (en 1964) de lucha
contra el culto a la personalidad lleva algunas veces demasiado —pero
comprensiblemente— en sentido inverso a minusvalorar excesivamente
la intervención de Stalin. En Francia, al lado de Marcel Cohen, el
único lingüista que se ha mostrado favorable al marxismo es A.-G.
Haudricourt, cuyas sugerencias siempre estimulantes, y muy matiza¬
das, están desafortunadamente dispersas en un gran número de pe¬
queñas notas, sobre todo en la revista La Pensée.
INDICE GENERAL

Págs.

Introducción. 7

William Dwight Whitney. 16

Jan Ignacy Baudouin de Courtenay. 29

Antoine Meillet. 41

Ferdinand de Saussure. 51

Otto Jespersen. 72

Edward Sapir. 86

Nikolas S. Trubetzkoy. 101

Leonard Bloomfield. 115

Louis Hjelmslev. 131

Roman Jakobson. 143

André Martinet. 161

Zellig Sabbetai Harris. 178

Noam Chomsky. 197

Marxismo y lingüística 234


.

... ....

fa: ;
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
Dirigida por: Dámaso Alonso

I. TRATADOS Y MONOGRAFIAS

1. Walther von Wartburg: La fragmentación lingüistica de la Roma¬


nía. Segunda edición aumentada. 208 págs. 17 mapas.
2. René Wellek y Austin Warren: Teoría literaria. Con un prólogo
de Dámaso Alonso. Cuarta edición. Reimpresión. 432 págs.
3. Wolfgang Kayser: Interpretación y análisis de la obra literaria.
Cuarta edición revisada. Reimpresión. 594 págs.
4. E. Allison Peers: Historia del movimiento romántico español.
Segunda edición. Reimpresión. 2 vols.
5. Amado Alonso: De la pronunciación medieval a la moderna en
español. 2 vols.
9. René Wellek: Historia de la crítica moderna (1750-1950). 3 vols.
10. Kurt Baldinger: La formación de los dominios lingüísticos en la
Península Ibérica. Segunda edición corregida y muy aumen¬
tada. 496 págs. 23 mapas.
11. S. Griswold Morley y Courtney Bruerton: Cronología de las co¬
medias de Lope de Vega. 694 págs.
12. Antonio Martí: La preceptiva retórica española en el Siglo de
Oro. Premio Nacional de Literatura. 346 págs.
13. Vítor Manuel de Aguiar e Silva: Teoría de la literatura. Reim¬
presión. 550 págs.
14. Hans Hórmann: Psicología del lenguaje. 496 págs.
15. Francisco R. Adrados: Lingüística indoeuropea. 2 vols.

II. ESTUDIOS Y ENSAYOS

1. Dámaso Alonso: Poesía española (Ensayo de métodos y límites


estilísticos). Quinta edición. Reimpresión. 672 págs. 2 láminas.
2. Amado Alonso: Estudios lingüísticos (Temas españoles). Tercera
edición. Reimpresión. 286 págs.
3. Dámaso Alonso y Carlos Bousoño: Seis calas en la expresión lite¬
raria española (Prosa-Poesía-Teatro). Cuarta edición. 446 págs.
4. Vicente García de Diego: Lecciones de lingüística española (Con¬
ferencias pronunciadas en el Ateneo de Madrid). Tercera edi¬
ción. Reimpresión. 234 págs.
5. Joaquín Casalduero: Vida v obra de Galdós (1843-1920). Cuarta
edición ampliada. 312 págs.
6. Dámaso Alonso: Poetas españoles contemporáneos. Tercera edi¬
ción aumentada. Reimpresión. 424 págs.
7. Carlos Bousoño: Teoría de la expresión poética. Premio «Fasten-
rath». Quinta edición muy aumentada. Versión definitiva. 2 vols.
9. Ramón Menéndez Pidal: Toponimia prerrománica hispana. Reim¬
presión. 314 págs. 3 mapas.
10. Carlos Clavería: Temas de Unamuno. Segunda edición. 168 págs.
11. Luis Alberto Sánchez: Proceso y contenido de la novela hispano¬
americana. Segunda edición corregida y aumentada. 630 págs.
12. Amado Alonso: Estudios lingüísticos (Temas hispanoamericanos).
Tercera edición. 360 págs.
16. Helmut Hatzfeld: Estudios literarios sobre mística española. Se¬
gunda edición corregida y aumentada. 424 págs.
17. Amado Alonso: Materia y forma en poesía. Tercera edición. Reim¬
presión. 402 págs.
18. Dámaso Alonso: Estudios y ensayos gongorinos. Tercera edición.
602 págs. 15 láminas.
19. Leo Spitzer: Lingüística e historia literaria. Segunda edición.
Reimpresión. 308 págs.
20. Alonso Zamora Vicente: Las sonatas de Valle Inclán. Segunda
edición. Reimpresión. 190 págs.
21. Ramón de Zubiría: La poesía de Antonio Machado. Tercera edi¬
ción. Reimpresión. 268 págs.
24. Vicente Gaos: La poética de Campoamor. Segunda edición corre¬
gida y aumentada, con un apéndice sobre la poesía de Cam¬
poamor. 234 págs.
27. Carlos Bousoño: La poesía de Vicente Aleixandre. Segunda edi¬
ción corregida y aumentada. 486 págs.
28. Gonzalo Sobejano: El epíteto en la lírica española. Segunda edi¬
ción revisada. 452 págs.
31. Graciela Palau de Nemes: Vida y obra de Juan Ramón Jiménez
(La poesía desnuda). Segunda edición completamente reno¬
vada. 2 vols.
34. Eugenio Asensio: Poética y realidad en el cancionero peninsular
de la Edad Media. Segunda edición aumentada. 308 págs.
39. José Pedro Díaz: Gustavo Adolfo Bécquer (Vida y poesía). Ter¬
cera edición corregida y aumentada. 514 págs.
40. Emilio Carilla: El Romanticismo en la América hispánica. Ter¬
cera edición revisada y ampliada. 2 vols.
4L Eugenio G. de Nora: La novela española contemporánea (1898-
1967). Premio de la Crítica. Segunda edición. 3 vols.
42. Christoph Eich: Federico García Lorca, poeta de la intensidad.
Segunda edición revisada. Reimpresión. 206 págs.
43. Oreste Macrí: Femando de Herrera. Segunda edición corregida
y aumentada. 696 págs.
44. Marcial José Bayo: Virgilio y la pastoral española del Renaci¬
miento (1480-1550). Segunda edición. 290 págs.
45. Dámaso Alonso: Dos españoles del Siglo de Oro. Reimpresión.
258 págs.
46. Manuel Criado de Val: Teoría de Castilla la Nueva (La dualidad
castellana en la lengua, la literatura y la historia). Segunda
edición ampliada. 400 págs. 8 mapas.
47. Ivan A. Schulman: Símbolo y color en la obra de José Martí.
Segunda edición. 498 págs.
49. Joaquín Casalduero: Espronceda. Segunda edición. 280 págs.
51. Frank Pierce: La poesía épica del Siglo de Oro. Segunda edición
revisada y aumentada. 396 págs.
52. E. Correa Calderón: Baltasar Gracián (Su vida y su obra). Se¬
gunda edición aumentada. 426 págs.
53. Sofía Martín-Gamero: La enseñanza del inglés en España (Desde
la Edad Media hasta el siglo XIX). 274 págs.
54. Joaquín Casalduero: Estudios sobre el teatro español. Tercera
edición aumentada. 324 págs.
57. Joaquín Casalduero: Sentido y forma de las «Novelas ejempla¬
res». Segunda edición corregida. Reimpresión. 272 págs.
58. Sanford Shepard: El Pinciano y las teorías literarias del Siglo
de Oro. Segunda edición aumentada. 210 págs.
60. Joaquín Casalduero: Estudios de literatura española. Tercera
edición aumentada. 478 págs.
61. Eugenio Coseriu: Teoría del lenguaje y lingüística general (Cinco
estudios). Tercera edición revisada y corregida. 330 págs.
62. A. Miró Quesada S.: El primer virrey-poeta en América (Don
Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros). 274 págs.
63. Gustavo Correa: El simbolismo religioso en las novelas de Pérez
Galdós. Reimpresión. 278 págs.
64. Rafael de Balbín: Sistema de rítmica castellana. Premio «Fran¬
cisco Franco» del CSIC. Tercera edición aumentada. 402 págs.
65. Paul Ilie: Ja novelística de Camilo José Cela. Con un prólogo
de Julián Marías: Segunda edición. 242 págs.
67. Juan Cano Ballesta: La poesía de Miguel Hernández. Segunda
edición aumentada. 356 págs.
69. Gloria Videla: El ultraísmo. Segunda edición. 246 págs.
70. Hans Hinterhauser: Los «Episodios Nacionales» de Benito Pérez
Galdós. 398 págs.
71. J. Herrero: Fernán Caballero: un nuevo planteamiento. 346 págs.
72. Wemer Beinhauer: El español coloquial. Con un prólogo de Dá¬
maso Alonso. Segunda edición corregida, aumentada y actua¬
lizada. Reimpresión. 460 págs.
73. Helmut Hatzfeld: Estudios sobre el barroco. Tercera edición
aumentada. 562 págs.
74. Vicente Ramos: El mundo de Gabriel Miró. Segunda edición
corregida y aumentada. 526 págs.
76. Ricardo Gullón: Autobiografías de Unamuno. 390 págs.
80. J. Antonio Maravall: El mundo social de «La Celestina». Premio
de los Escritores Europeos. Tercera edición revisada. Reim¬
presión. 188 págs.
82. Eugenio Asensio: Itinerario del entremés desde Lope de Rueda
a Quiñones de Benavente (Con cinco entremeses inéditos de
Don Francisco de Quevedo). Segunda edición revisada. 374 págs.
83. Carlos Feal Deibe: La poesía de Pedro Salinas. Segunda edición.
270 págs.
84. Carmelo Gariano: Análisis estilístico de los «Milagros de Nuestra
Señora» de Berceo. Segunda edición corregida. 236 págs.
85. Guillermo Díaz-Plaja: Las estéticas de Valle-lnclán. Reimpresión.
298 págs.
86. Walter T. Pattison: El naturalismo español (Historia externa de
un movimiento literario). Reimpresión. 192 págs.
89. Emilio Lorenzo: El español de hoy, lengua en ebullición. Con un
prólogo de Dámaso Alonso. Segunda edición actualizada y
aumentada. 240 págs.
90. Emilia de Zuleta: Historia de la crítica española contemporá¬
nea. Segunda edición notablemente alimentada. 482 págs.
91. Michael P. Predmore: La obra en prosa de Juan Ramón Jimé¬
nez. Segunda edición ampliada. 322 págs.
92. Bruno Snell: La estructura del lenguaje. Reimpresión. 218 págs.
93. Antonio Serrano de Haro: Personalidad y destino de Jorge Man¬
rique. Segunda edición revisada. 450 págs.
94. Ricardo Gullón: Galdós, novelista moderno. Tercera edición revi¬
sada y aumentada. 374 págs.
95. Joaquín Casalduero: Sentido y forma del teatro de Cervantes.
Reimpresión. 288 págs.
96. Antonio Risco: La estética de Valle-Inclán en los esperpentos y
en «El Ruedo Ibérico». Segunda edición. 278 págs.
97. Joseph Szertics: Tiempo y verbo en el romancero viejo. Segunda
edición. 208 págs.
98. Miguel Batllori, S. I.: La cultura hispano-italiana de los jesuítas
expulsos. 698 págs.
99. Emilio Carilla: Una etapa decisiva de Darío (Rubén Darío en la
Argentina). 200 págs.
100. Miguel Jaroslaw Flys: La poesía existencial de Dámaso Alonso.
344 págs.
101. Edmund de Chasca: El arte juglaresco en el «Cantar de Mío
Cid». Segunda edición aumentada. 418 págs.
102. Gonzalo Sobejano: Nietzsche en España. 688 págs.
104. Rafael Lapesa: De la Edad Media a nuestros días (Estudios de
historia literaria). Reimpresión. 310 págs.
106. Aurora de Albornoz: La presencia de Miguel de Unamuno en
Antonio Machado. 374 págs.
107. Carmelo Ganano: El mundo poético de Juan Ruiz. Segunda edi¬
ción corregida y ampliada. 272 págs.
109. Donald F. Fogelquist: Españoles de América y americanos de
España. 348 págs.
110. Bernard Pottier: Lingüística moderna y filología hispánica. Reim¬
presión. 246 págs.
111. Josse de Kock: Introducción al Cancionero de Miguel de Una-
muño. 198 págs.
112. Jaime Alazraki: La prosa narrativa de Jorge Luis Borges {Temas-
Estilo). Segunda edición aumentada. 438 págs.
114. Concha Zardoya: Poesía española del siglo XX (Estudios temá¬
ticos y estilísticos). Segunda edición muy aumentada. 4 vols.
115. Harald Weinrich: Estructura y función de los tiempos en el len¬
guaje. Reimpresión. 430 págs.
116. Antonio Regalado García: El siervo y el señor (La dialéctica
agónica de Miguel de Unamuno). 220 págs.
117. Sergio Beser: Leopoldo Alas, crítico literario. 372 págs.
118. M. Bermejo Marcos: Don Juan Valera, crítico literario. 256 págs.
119. Sólita Salinas de Manchal: El mundo poético de Rafael Alberti.
Reimpresión. 272 págs.
120. Oscar Tacca: La historia literaria. 204 págs.
121. Estudios críticos sobre el modernismo. Introducción, selección
y bibliografía general por Homero Castillo. Reimpresión. 416
páginas.
122. Oreste Macrí: Ensayo de métrica sintagmática (Ejemplos del «Libro
de Buen Amor» y del «Laberinto» de Juan de Mena). 296 págs.
123. Alonso Zamora Vicente: La realidad esperpéntica (Aproximación
a «Luces de bohemia»). Premio Nacional de Literatura. Se¬
gunda edición ampliada. 220 págs.
126. Otis H. Green: España y la tradición occidental (El espíritu cas¬
tellano en la literatura desde «El Cid» hasta Calderón). 4 vols.
127. Ivan A. Schulman y Manuel Pedro González: Martín, Darío y el
modernismo. Reimpresión. 268 págs.
128. Alma de Zubizarreta: Pedro Salinas: el diálogo creador. Con un
prólogo de Jorge Guillén. 424 págs.
129. Guillermo Femández-Shaw: Un poeta de transición. Vida y obra
de Carlos Fernández Show (1865-1911). X + 330 págs. 1 lámina.
130. Eduardo Camacho Guizado: La elegía funeral en la poesía espa¬
ñola. 424 págs.
131. Antonio Sánchez Romeralo: El villancico (Estudios sobre la lírica
popular en los siglos XV y XVI). 624 págs.
132. L. Rosales: Pasión y muerte del Conde de Villamediana. 252 págs.
133. Othón Airóniz: La influencia italiana en el nacimiento de la
comedia española. 340 págs.
134. Diego Catalán: Siete siglos de romancero (Historia y poesía). 224
páginas.
135. Noam Chomsky: Lingüística cartesiana (Un capítulo de la histo¬
ria del pensamiento racionalista). Reimpresión. 160 págs.
136. Charles E. Kany: Sintaxis hispanoamericana. 552 págs.
137. Manuel Alvar: Estructuralismo, geografía lingüística y dialectolo¬
gía actual. Segunda edición ampliada. 266 págs.
138. Erich von Richthofen: Nuevos estudios épicos medievales. 294
páginas.
139. Ricardo Gullón: Una poética para Antonio Machado. 270 págs.
140. J. Cohen: Estructura del lenguaje poético. Reimpresión. 228 págs.
141. Leon Livingstone: Tema y forma en las novelas de Azorín. 242
páginas.
142. Diego Catalán: Por campos del romancero (Estudios sobre la
tradición oral moderna). 310 págs.
143. María Luisa López: Problemas y métodos en el análisis de pre¬
posiciones. Reimpresión. 224 págs.
144. Gustavo Correa: La poesía mítica de Federico García Lorca. Se¬
gunda edición. 250 págs.
145. Robert B. Tate: Ensayos sobre la historiografía peninsular del
siglo XV. 360 págs.
146. Carlos García Barrón: La obra crítica y literaria de Don Antonio
Alcalá Galiano. 250 págs.
147. Emilio Alarcos Llorach: Estudios de gramática funcional del
español. Reimpresión. 260 págs.
148. Rubén Bem'tez: Bécquer tradicionalista. 354 págs.
149. Guillermo Araya: Claves filológicas para la comprensión de Or¬
tega. 250 págs.
150. André Martinet: El lenguaje desde el punto de vista funcional.
Reimpresión. 218 págs.
151. Estelle Irizarry: Teoría y creación literaria en Francisco Ayala.
274 págs.
152. G. Mounin: Los problemas teóricos de la traducción. 338 págs.
153. Marcelino C. Peñuelas: La obra narrativa de Ramón J. Sender.
294 págs.
154. Manuel Alvar: Estudios y ensayos de literatura contemporánea.
410 págs.
155. Louis Hjelmslev: Prolegómenos a una teoría del lenguaje. Se¬
gunda edición. 198 págs.
156. Emilia de Zuleta: Cinco poetas españoles (Salinas, Guillén, Lorca,
Alberti, Cernuda). 484 págs.
157. María del Rosario Fernández Alonso: Una visión de la muerte
en la lírica española. Premio Rivadeneira. Premio nacional
uruguayo de ensayo. 450 págs. 5 láminas.
158. Ángel Rosenblat: La lengua del «Quijote». 380 págs.
159. Leo Pollmann: La «Nueva Novela» en Francia y en Iberoamérica.
380 págs.
160. José Maria Capote Benot: El período sevillano de Luis Cernuda.
Con un prólogo de F. López Estrada. 172 págs.
161. Julio García Morejón: Unamuno y Portugal. Prólogo de Dámaso
Alonso. Segunda edición corregida y aumentada. 580 págs.
162. Geoffrey Ribbans: Niebla y soledad (Aspectos de Unamuno y
Machado). 332 págs.
163. Kenneth R. Scholberg: Sátira e invectiva en la España medieval.
376 págs.
164. A. A. Parker: Los picaros en la literatura (La novela picaresca en
España y Europa. 1599-1753). 2.‘ edición. 220 págs. 11 láminas.
165. Eva Marja Rudat: Las ideas estéticas de Esteban de Arteaga
(Orígenes, significado y actualidad). 340 págs.
166. Ángel San Miguel: Sentido y estructura del «Guzmán de Alfarache»
de Mateo Alemán. Con un prólogo de Franz Rauhut. 312 págs.
167. Francisco Marcos Martín: Poesía narrativa árabe y épica hispá¬
nica. 388 págs.
168. Juan Cano Ballesta: La poesía española entre pureza y revolu¬
ción (1930-1936). 284 págs.
169. Joan Corominas: Tópica hespérica (Estudios sobre los antiguos
dialectos, el substrato y la toponimia romances). 2 vols.
170. Andrés Amorós: La novela intelectual de Ramón Pérez de Aya-
la. 500 págs.
171. Alberto Porqueras Mayo: Temas y formas de la literatura espa¬
ñola. 196 págs.
172. Benito Brancaforte: Benedetto Croce y su critica de la literatura
española. 152 págs.
173. Carlos Martín: América en Rubén Darío (Aproximación al con¬
cepto de la literatura hispanoamericana). 276 págs.
174. José Manuel García de la Torre: Análisis temático de «Et Ruedo
Ibérico-». 362 págs.
175. Julio Rodríguez-Puértolas: De la Edad Media a la edad conflictiva
(Estudios de literatura española). 406 págs.
176. Francisco López Estrada: Poética para un poeta (Las «Cartas
literarias a una mujer» de Bécquer). 246 págs.
177. Louis Hjelmslev: Ensayos lingüísticos. 362 págs.
178. Dámaso Alonso: En tomo a Lope (Marino, Cervantes, Benavente,
Góngora, tos Cardenios). 212 págs.
179. Walter Pabst: La novela corta en la teoría y en la creación litera¬
ria (Notas para la historia de su antinomia en las literaturas
románicas). 510 págs.
180. Antonio Rumeu de Armas: Alfonso de Ulloa, introductor de la
cultura española en Italia. 192 págs. 2 láminas.
181. Pedro R. León: Algunas observaciones sobre Pedro de Cieza de
León y la Crónica del Perú. 278 págs.
182. Gemma Roberts: Temas existenciales en la novela española de
postguerra. 286 págs.
183. Gustav Siebenmann: Los estilos poéticos en España desde 1900.
582 págs.
184. Armando Durán: Estructura y técnicas de la novela sentimental
y caballeresca. 182 págs.
185. W. Beinhauer: El humorismo en el español hablado ( Improvisadas
creaciones espontáneas). Prólogo de Rafael Lapesa. 270 págs.
186. Michael P. Predmore: La poesía hermética de Juan Ramón Jimé¬
nez (El «Diario» como centro de su mundo poético). 234 págs.
187. A. Manent: Tres escritores catalanes: Camer, Riba, Pía. 338 págs.
188. Nicolás A. S. Bratosevich: El estilo de Horacio Quiroga en sus
cuentos. 204 págs.
189. Ignacio Soldevila Durante: La obra narrativa de Max Aub (1929-
1969). 472 págs.
190. Leo Pollmann: Sartre y Camus (Literatura de la existencia). 286
páginas.
191. María del Carmen Bobes Naves: La semiótica como teoría lin¬
güística. 238 págs.
192. Emilio Carilla: La creación del «Martín Fierro». 308 págs.
193. E. Coseriu: Sincronía, diacronía e historia (El problema del cam¬
bio lingüístico). Segunda edición revisada y corregida. 290 págs.
194. Óscar Tacca: Las voces de la novela. 206 págs.
195. J. L. Fortea: La obra de Andrés Carranque de Ríos. 240 págs.
196. Emilio Náñez Fernández: El diminutivo (Historia y funciones en
el español clásico y moderno). 458 págs.
197. Andrew P. Debicki: La poesía de Jorge Guillén. 362 págs.
198. Ricardo Doménech: El teatro de Buero Valle jo (Una meditación
española). 372 págs.
199. F. Márquez Villanueva: Fuentes literarias cervantinas. 374 págs.
200. Emilio Orozco Díaz: Lope y Góngora frente a frente. 410 págs.
201. Charles Muller: Estadística lingüística. 416 págs.
202. Josse de Kock: Introducción a la lingüística automática en las
lenguas románicas. 246 págs.
203. Juan Bautista Avalle-Arce: Temas hispánicos medievales (Litera¬
tura e historia). 390 págs.
204. Andrés R. Quintián: Cultura y literatura españolas en Rubén
Darío. 302 págs.
205. E. Caracciolo Trejo: La poesía de Vicente Huidobro y la van¬
guardia. 140 págs.
206. José Luis Martín: La narrativa de Vargas Llosa (Acercamiento
estilístico). 282 págs.
207. Use Nolting-Hauff: Visión, sátira y agudeza en los «Sueños» de
Quevedo. 318 págs.
208. Allen W. Phillips: Temas del modernismo hispánico y otros es¬
tudios. 360 págs.
209. Marina Mayoral: La poesía de Rosalía de Castro. Con un prólo¬
go de Rafael Lapesa. 596 págs.
212. Daniel Devoto: 1 extos y contextos (Estudios sobre la tradición).
610 págs.
213. Francisco López Estrada: Los libros de pastores en la literatura
española (La órbita previa). 576 págs. 16 laminas.
214. André Martinet: Economía de los cambios fonéticos (Tratado de
fonología diacrónica). 564 págs.
215. Russell F. Sebold: Cadalso: el primer romántico «europeo» de
España. 296 págs.
216. Rosario Cambna: Los toros: tema polémico en el ensayo es¬
pañol del siglo XX. 386 págs.
217. H. Percas de Ponseti: Cervantes y su concepto del arte (Estudio
crítico de algunos aspectos y episodios del «Quijote»). 2 vols.
218. Gdran Hammarstróm: Las unidades lingüísticas en el marco de
la lingüística moderna. 190 págs.
219. H. Salvador Martínez: El «Poema de Alméria» y la épica romá¬
nica. 478 págs.
220. Joaquín Casalduero: Sentido y forma de «Los trabajos de Persi-
les y Sigismunda». 236 págs.
221. Cesáreo Bandera: Mimesis conflictiva (Ficción literaria y violen¬
cia en Cervantes y Calderón). Prólogo de René Girard. 262 págs.
222. Vicente Cabrera: Tres poetas a la luz de la metáfora: Salinas,
Aleixandre y Guillén. 228 págs.
223. Rafael Ferreres: Verlaine y los modernistas españoles. 272 págs.
224. Ludwig Schrader: Sensación y sinestesia. 528 págs.
225. Evelyn Picón Garfield: ¿Es Julio Cortázar un surrealista? 266 págs.
226. Aniano Peña: Américo Castro y su visión de España y de Cer¬
vantes. 318 págs.
227. Leonard R. Palmer: Introducción crítica a la lingüística descrip¬
tiva y comparada. 586 págs.
228. Edgar Pank: Miguel Delibes: Desarrollo de un escritor (1947-
1974). 330 págs.
229. Mauricio Molho: Sistemática del verbo español (Aspectos, modos,
tiempos). 2 vols.
230. José Luis Gómez-Martínez: Américo Castro y el origen de los
españoles: Historia de una polémica. 242 págs.
231. Francisco García Sarriá: Clarín y la herejía amorosa. 302 págs.
232 Ceferino Santos-Escudero: Símbolos y Dios en el último Juan
Ramón Jiménez (El influjo oriental en «Dios deseado y
deseante»), 566 págs.
233. Martín C. Taylor: Sensibilidad religiosa de Gabriela Mistral.
Preliminar de Juan Loveluck. 332 págs.
234. De la teoría lingüística a la enseñanza de la lengua. Publicada
bajo la dirección de Jeanne Martinet. 262 págs.
235. Jürgen Trabant: Semiología de la obra literaria (Glosemática y
teoría de la literatura). 370 págs.
LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 18
236. Hugo Montes: Ensayos estilísticos. 186 págs.
237. P. Cerezo Galan: Palabra en el tiempo (Poesía y filosofía en
Antonio Machado). 614 págs.
238. M. Duran y R. González Echevarría: Calderón y la crítica.
Historia y antología. 2 vols.
239. Joaquín Aróles: El «Libro de Apolonio», poema español del si¬
glo XIII. 222 págs.
240. C. Morón Arroyo: Nuevas meditaciones del «Quijote». 366 págs.
241. Horst Geckeler: Semántica estructural y teoría del campo léxico.
390 págs.
242. José Luis L. Aranguren: Estudios literarios. 350 págs.
243. Mauricio Molho: Cervantes: raíces folklóricas. 358 págs.
244. Miguel Ángel Baamonde: La vocación teatral de Antonio Ma¬
chado. 306 págs.
245. Germán Colón: El léxico catalán en la romanía. 542 págs.
246. Bernard Pottier: Lingüística general (Teoría y descripción). 426
páginas.
247. Emilio Carilla: El libro de los «Misterios» ( «El lazarillo de ciegos
caminantes»), 190 págs.
248. José Almeida: La crítica literaria de Fernando de Herrera. 142 págs.
249. Louis Hjelmslev: Sistema lingüístico y cambio lingüístico. 262 págs.
250. Antonio Blanch: La poesía pura española (Conexiones con la
cultura francesa). 354 págs.
251. Louis Hjelmslev: Principios de gramática general. 384 págs.
252. Rainer Hess: El drama religioso románico como comedia reli¬
giosa y profana (Siglos XV y XVI). 334 págs.
253. Mario Wandruszka: Nuestros idiomas: comparables e incompa¬
rables. 2 vols.
254. Andrew Debicki: Poetas hispanoamericanos contemporáneos
(Punto de vista, perspectiva, experiencia). 266 págs.

III. MANUALES

1. Emilio Alarcos Llorach: Fonología española. Cuarta edición au¬


mentada y revisada. Reimpresión. 290 págs.
2. Samuel Gili Gaya: Elementos de fonética general. Quinta edición
corregida y ampliada. Reimpresión. 200 págs. 5 láminas.
3. Emilio Alarcos Llorach: Gramática estructural (Según la escuela
de Copenhague y con especial atención a la lengua española).
Segunda edición. Reimpresión. 132 págs.
4. Francisco López Estrada: Introducción a la literatura medieval
española. Tercera edición renovada. Reimpresión. 342 págs.
6. Fernando Lázaro Carreter: Diccionario de términos filológicos.
Tercera edición corregida. Reimpresión. 444 págs.
8. Alonso Zamora Vicente: Dialectología española. Segunda edición
muy aumentada. Reimpresión. 588 págs. 22 mapas.
9. Pilar Vázquez Cuesta y Maria Albertina Mendes da Luz: Gramá¬
tica portuguesa. Tercera edición corregida y aumentada. 2 vols.
10. A. B. Badia Margarit: Gramática catalana. Reimpresión. 2 vols.
11. Walter Porzig: El mundo maravilloso del lenguaje. (Problemas,
métodos y resultados de la lingüística moderna.) Segunda edi¬
ción corregida y aumentada. Reimpresión. 486 págs.
12. Heinrich Lausberg: Lingüística románica. Reimpresión. 2 vols.
13. André Martinet: Elementos de lingüística general. Segunda edi¬
ción revisada. Reimpresión. 274 págs.
14. Walther von Wartburg: Evolución y estructura de la lengua fran¬
cesa. 350 págs.
15. Heinrich Lausberg: Manual de retórica literaria (Fundamentos de
una ciencia de la literatura). 3 vols.
16. Georges Mounin: Historia de la lingüística (Desde los orígenes
al siglo XX). Reimpresión. 236 págs.
17. André Martinet: La lingüística sincrónica (Estudios e investiga¬
ciones). Reimpresión. 228 págs.
18. Bruno Migliorini: Historia de la lengua italiana. 2 vols. 36 láminas.
19. Louis Hjelmslev: El lenguaje. Segunda edición aumentada. 196
páginas. 1 lámina.
20. Bertil Malmberg: Lingüística estructural y comunicación humana.
Reimpresión. 328 págs. 9 láminas.
21. W. P. Lehmann: Introducción a la lingüística histórica. 354 págs.
22. Francisco Rodríguez Adrados: Lingüística estructural. Segunda
edición revisada y aumentada. 2 vols.
23. C. Pichois y A.-M. Rousseau: La literatura comparada. 246 págs.
24. Francisco López Estrada: Métrica española del siglo XX. Re¬
impresión. 226 págs.
25. Rudolf Baehr: Manual de versificación española. Reimpresión.
444 págs.
26. H. A. Gleason, Jr.: Introducción a la lingüística descriptiva.
Reimpresión. 770 págs.
27. A. J. Greimas: Semántica estructural (Investigación metodológi¬
ca). Reimpresión. 398 págs.
28. R. H. Robins: Lingüística general (Estudio introductorio). Reim¬
presión. 488 págs.
29. I. Iordan y M. Manoliu: Manual de lingüística románica. Revi¬
sión, reelaboración parcial y notas por Manuel Alvar. 2 vols.
30. Roger L. Hadlich: Gramática transformativa del español. Reim¬
presión. 464 págs.
31. Nicolas Ruwet: Introducción a la gramática generativa. 514 págs.
32. Jesús-Antonio Collado: Fundamentos de lingüística general. 308
páginas.
33. Helmut Lüdtke: Historia del léxico románico. 336 págs.
34. Diego Catalán: Lingüística íbero-románica (Crítica retrospectiva).
366 págs.
35. Claus Heeschen: Cuestiones fundamentales de lingüística. Con un
capítulo de Volker Heeschen. 204 págs.
36. H. Lausberg: Elementos de retórica literaria (Introduc. al estudio
de la filología clásica, románica, inglesa y alemana). 278 págs.
37. Hans Arens: La lingüística (Sus textos y su evolución desde la
antigüedad hasta nuestros días). 2 vols.
38. Jeanne Martinet: Claves para la semiología. 238 págs.
39. Manuel Alvar: El dialecto riojano. 180 págs.
40. Georges Mounin: La lingüística del siglo XX. 264 págs.
41. Maurice Gross: Modelos matemáticos en lingüística. 246 págs.

IV. TEXTOS

1. Manuel C. Díaz y Díaz: Antología del latín vulgar. Segunda edi¬


ción aumentada y revisada. Reimpresión. 240 págs.
2. M.* Josefa Canellada: Antología de textos fonéticos. Con un pró¬
logo de Tomás Navarro. Segunda edición ampliada. 266 págs.
3. F. Sánchez Escribano y A. Porqueras Mayo: Preceptiva dramá¬
tica española del Renacimiento y el Barroco. Segunda edición
muy ampliada. 408 págs.
4. Juan Ruiz: Libro de Buen Amor. Edición crítica de Joan Coromi-
nas. Reimpresión. 670 págs.
5. Julio Rodríguez-Puértolas: Fray Iñigo de Mendoza y sus «Coplas
de Vita Christh. 643 págs. 1 lámina.
6. Todo Ben Quzmán. Editado, interpretado, medido y explicado
por Emilio García Gómez. 3 vols.
7. Garcilaso de la Vega y sus comentaristas (Obras completas del
poeta y textos íntegros de El Brócense, Herrera, Tamayo y
Azara). Edición de Antonio Gallego Morell. Segunda edición
revisada y adicionada. 700 págs. 10 láminas.
8. Poética de Aristóteles. Edición trilingüe. Introducción, traduc¬
ción castellana, notas, apéndices e índice analítico por Valentín
García Yebra. 542 págs.
9. Maxime Chevalier: Cuentecillos tradicionales en la España del
Siglo de Oro. 426 págs.

V. DICCIONARIOS

1. Joan Corominas: Diccionario crítico etimológico de la lengua


castellana. Reimpresión. 4 vols.
2. Joan Corominas: Breve diccionario etimológico de la lengua cas¬
tellana. Tercera edición muy revisada y mejorada. 628 págs.
3. Diccionario de Autoridades. Edición facsímil. 3 vols.
4. Ricardo J. Alfaro: Diccionario de anglicismos. Recomendado por
el «Primer Congreso de Academias de la Lengua Española».
Segunda edición aumentada. 520 págs.
5. María Moliner: Diccionario de uso del español. Premio «Lorenzo
erii
Nieto López» de la Real Academia Española, otorgado por vez
primera a la autora de esta obra. Reimpresión. 2 vols.
tifi
*ra
iag!
VI. ANTOLOGIA HISPANICA :on
;ric
2. Julio Camba: Mis páginas mejores. Reimpresión. 254 págs.
3. Dámaso Alonso y José M.a Blecua: Antología de la poesía espa¬
rop
ñola. Lírica de tipo tradicional. Segunda edición. Reimpre¬ an
sión. LXXXVI + 266 págs. rrr
6. Vicente Aleixandre: Mis poemas mejores. Cuarta edición aumen¬ L Ul
tada. 406 págs.
) e
7. Ramón Menéndez Pidal: Mis páginas preferidas (Temas litera¬
rios). Reimpresión. 372 págs. ion
8. Ramón Menéndez Pidal: Mis páginas preferidas (Temas lingüís¬ isn
ticos e históricos). Reimpresión. 328 págs. i di
9. José M. Blecua: Floresta de lírica española. Tercera edición caí
aumentada. 2 vols.
cia
11. Pedro Laín Entralgo: Mis páginas preferidas. 338 págs.
12. José Luis Cano: Antología de la nueva poesía española. Tercera mt
edición. Reimpresión. 438 págs.
13. Juan Ramón Jiménez: Pájinas escojidas (Prosa). Reimpresión. Lab
264 págs.
ipi
14. Juan Ramón Jiménez: Pájinas escojidas (Verso). Reimpresión.
238 págs.
oír
15. Juan Antonio Zunzunegui: Mis páginas preferidas. 354 págs. im]
16. Francisco García Pavón: Antología de cuentistas españoles con¬ :ad
temporáneos. Tercera edición. 478 págs. pui
17. Dámaso Alonso: Góngora y el «Polifemo». Sexta edición am¬
*ro
pliada. 3 vols.
21. Juan Bautista Avalle-Arce: El inca Garcilaso en sus «Comenta-
> t<
ríos» (Antología vivida). Reimpresión. 282 págs. LÍdc
22. Francisco Ayala: Mis páginas mejores. 310 págs.
23. Jorge Guillén: Selección de poemas. Segunda edición aumentada. ;nt
354 págs.
mp
26. César Fernández Moreno y Horacio Jorge Becco: Antología lineal
de la poesía argentina. 384 págs. o,
27. Roque Esteban Scarpa y Hugo Montes: Antología de la poesía spe
chilena contemporánea. 372 págs. raí
28. Dámaso Alonso: Poemas escogidos. 212 págs.
1, c
29. Gerardo Diego: Versos escogidos. 394 págs.
ion
30. Ricardo Arias y Arias: La poesía de los goliardos. 316 págs.
31. Ramón J. Sender: Páginas escogidas. Selección y notas introduc¬ ue]
torias por Marcelino C. Peñuelas. 344 págs. pa
ir

l gi
mr
32. Manuel Mantero: Los derechos del hombre en la poesía hispánica
contemporánea. 536 págs.
33. Germán Arciniegas: Páginas escogidas (1932-1973). 318 págs.

VII. CAMPO ABIERTO

1. Alonso Zamora Vicente: Lope de Vega (Su vida y su obra). Se¬


gunda edición. 288 págs.
2. Enrique Moreno Báez: Nosotros y nuestros clásicos. Segunda
edición corregida. 180 págs.
3. Dámaso Alonso: Cuatro poetas españoles (Garcilaso -Góngora-
Maragall - Antonio Machado). 190 págs.
6. Dámaso Alonso: Del Siglo de Oro a este siglo de siglas (Notas y
artículos a través de 350 años de letras españolas). Segunda
edición. 294 págs. 3 láminas.
10. Mariano Baquero Goyanes: Perspectivismo y contraste (De Ca¬
dalso a Pérez de Ay ala). 246 págs.
11. Luis Alberto Sánchez: Escritores representativos de América. Pri¬
mera serie. Tercera edición. 3 vols.
12. Ricardo Gullón: Direcciones del modernismo. Segunda edición
aumentada. 274 págs.
13. Luis Alberto Sánchez: Escritores representativos de América. Se¬
gunda serie. Reimpresión. 3 vols.
14. Dámaso Alonso: De los siglos oscuros al de Oro (Notas y artícu¬
los a través de 700 años de letras españolas). Segunda edición.
Reimpresión. 294 págs.
17. Guillermo de Torre: La difícil universalidad española. 314 págs.
18. Ángel del Río: Estudios sobre literatura contemporánea española.
Reimpresión. 324 págs.
19. Gonzalo Sobejano: Forma literaria y sensibilidad social (Mateo
Alemán, Galdós, Clarín, el 98 y Valle-Inclán). 250 págs.
20. Arturo Serrano Plaja: Realismo «mágico» en Cervantes («Don
Quijote» visto desde «Tom Sawyer» y «El Idiota»). 240 págs.
21. Guillermo Díaz-Plaja: Soliloquio y coloquio (Notas sobre lírica
y teatro). 214 págs.
22. Guillermo de Torre: Del 98 al Barroco. 452 págs.
23. Ricardo Gullón: La invención del 98 y otros ensayos. 200 págs.
24. Francisco Ynduráin: Clásicos modernos (Estudios de crítica li¬
teraria). 224 págs.
25. Eileen Connolly: Leopoldo Panero: La poesía de la esperanza.
Con un prólogo de José Antonio Maravall. 236 págs.
26. José Manuel Blecua: Sobre poesía de la Edad de Oro (Ensayos
y notas eruditas). 310 págs.
27. Pierre de Boisdeffre: Los escritores franceses de hoy. 168 págs.
28. Federico Sopeña Ibáñez: Arte y sociedad en Galdós. 182 págs.
29. Manuel Garcia-Viñó: Mundo y trasmundo de las leyendas de
Bécquer. 300 págs.
30. José Agustín Balseiro: Expresión de Hispanoamérica. Prologo de
Francisco Monterde. Segunda edición revisada. 2 vols.
31. José Juan Arrom: Certidumbre de América (Estudios de letras,
folklore y cultura). Segunda edición ampliada. 230 págs.
32. Vicente Ramos: Miguel Hernández. 378 pags.
33. Hugo Rodríguez-Alcalá: Narrativa hispanoamericana. Giiiraldes -
Carpentier - Roa Bastos - Rulfo (Estudios sobre invención y
sentido). 218 págs.
34. Luis Alberto Sánchez: Escritores representativos de América.
Tercera serie. 3 vols.

VIII. DOCUMENTOS

2. José Martí: Epistolario (Antología). Introducción, selección, co¬


mentarios y notas por Manuel Pedro González. 648 págs.

IX. FACSIMILES

1 Bartolomé José Gallardo: Ensayo de una biblioteca española de


libros raros y curiosos. 4 vols.
2. Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado: Catálogo bibliográfico
y biográfico del teatro antiguo español, desde sus orígenes
hasta mediados del siglo XVIII. XIII + 728 págs.
3. Juan Sempere y Guarinos: Ensayo de una biblioteca española
de los mejores escritores del reynado de Carlos III. 3 vols.
4. José Amador de los Ríos: Historia crítica de la literatura espa¬
ñola. 7 vols.
5. Julio Cejador y Frauca: Historia de la lengua y literatura cas¬
tellana (Comprendidos los autores hispanoamericanos). 7 vols.

OBRAS DE OTRAS COLECCIONES

Dámaso Alonso: Obras completas.


Tomo I: Estudios lingüísticos peninsulares. 706 págs.
Tomo II: Estudios y ensayos sobre literatura. Primera parte: Desde
los orígenes románicos hasta finales del siglo XVI. 1.090 págs.
Tomo III: Estudios y ensayos sobre literatura. Segunda parte:
Finales del siglo XVI, y siglo XVII. 1.008 págs.
Tomo IV: Estudios y ensayos sobre literatura. Tercera parte: En¬
sayos sobre literatura contemporánea. 1.010 págs.
Homenaje Universitario a Dámaso Alonso. Reunido por los estudian¬
tes de Filología Románica. 358 págs.
Homenaje a Casalduero. 510 págs.
P 77 M618
Mounin, Georges, 1910- 010101 000
La lingüistica del siglo XX

. 470 págs.
o TRENT
163 56 4
UNIVERSITY en R- RaP^a- Vol. I: 622 págs. Vol. II:
pags. voi. m. 04/ págs. 16 láminas.
Juan Luis Alborg: Historia de la literatura española.
Tomo I: Edad Media y Renacimiento. 2.a edición. Reimpresión.
1.082 págs.
Tomo II: Época Barroca. 2.a edición. Reimpresión. 996 págs.
Tomo III: El siglo XVIII. Reimpresión. 980 págs.
José Luis Martín: Crítica estilística. 410 págs.
Vicente García de Diego: Gramática histórica española. 3.a edición re¬
visada y aumentada con un índice completo de palabras. 624 págs.
Graciela Illanes: La novelística de Carmen Laforet, 202 págs.
François Meyer: La ontología de Miguel de Unamuno. 196 págs.
Béatrice Petriz Ramos: Introducción crítico-biográfica a José María
Salaverría (1873-1940). 356 págs.
Los «Lucidarios» españoles. Estudio y edición de Richard P. Kinka-
de. 346 págs.
Vittore Bocchetta: Horacio en Villegas y en Fray Luis de León. 182
páginas.
Elsie Alvarado de Ricord: La obra poética de Dámaso Alonso. Prólo¬
go de Ricardo J. Alfaro. 180 págs.
José Ramón Cortina: El arte dramático de Antonio Buero Vallejo.
130 págs.
Mireya Jaimes-Freyre: Modernismo y 98 a través de Ricardo Jaimes
Freyre. 208 págs.
Emilio Sosa López: La novela y el hombre. 142 págs.
Gloria Guardia de Alfaro: Estudios sobre el pensamiento poético de
Pablo Antonio Cuadra. 260 págs.
Ruth Wold: El Diario de México, primer cotidiano de Nueva España.
294 págs.
Marina Mayoral: Poesía española contemporánea. Análisis de textos.
254 págs.
Gonzague Truc: Historia de la literatura católica contemporánea (de
lengua francesa). 430 págs.
Wilhelm Grenzmann: Problemas y figuras de la literatura contem¬
poránea. 388 págs.
Antonio Medrano Morales: Lingüística inglesa. 408 págs.
Veikko Váánánen: Introducción al latín vulgar. Reimpresión. 414 págs.
Luis Diez del Corral: La función del mito clásico en la literatura
contemporánea. 2.a edición. 268 págs.
Miguel J. Flys: Tres poemas de Dámaso Alonso (Comentario estilís¬
tico). 154 págs.
Irmengard Rauch y Charles T. Scott (eds.): Estudios de metodolo¬
gía lingüística. 252 págs.
Étienne M. Gilson: Lingüística y filosofía (Ensayos sobre las cons¬
tantes filosóficas del lenguaje). 334 págs.
(Viene de la solapa anterior)

ñistas ilustres). El Curso fructifica


antes donde menos se esperaría: Praga
(Jakobson, Trubetzkoy), Copenhague
(Hjelmslev). Y ya todo es una conti¬
nua radiación ramificada. América,
casi nunca desconectada de Europa,
aporta insignes mentalistas y anti-
mentalistas (Sapir, Bloomfield, Harris,
Chomsky; este último protagoniza una
larga y sabrosa secuencia). Como en¬
lace entre los dos continentes y como
mente de armónico y abierto realismo
se alza André Martinet. Mounin ha des¬
tacado lo vivo y lo muerto de cada
doctrina. Y con admirable imparciali¬
dad enjuicia las contribuciones mar-
xistas.
La nueva lingüística parece haber
encontrado su objeto, sus principios
y métodos propios. Ciencia autónoma,
muestra especial firmeza en el campo
fonológico. Ciertas ramas, enlazadas
con la lógica y las matemáticas, quizá
esperen aún maduros frutos. ¿Peligros?
Los hay tremendos: el despilfarro ter¬
minológico, los conceptos mal definidos,
el dogmatismo, la precipitación. Se
desearía un mayor acercamiento entre
los estudiosos, no una carrera compe¬
titiva. Como en el lenguaje mismo, la
comprensión mutua resulta indispen¬
sable. La lingüística ha demostrado
que el lenguaje es un hecho social, co¬
municativo, sin que las otras funciones
(apelativa, lúdica, etc.) lleguen a aquella
centralidad. Lo que más importa para
comprender y hacerse comprender es
mantener netas las diferencias. Del gui¬
rigay no puede surgir ciencia alguna.

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