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Profesora: Isabelle Jambaqué
Neuropsicología Pediátrica
Isabelle Jambaqué
Université Paris Descartes,
Institut de Psychologie
Paris, France
Neuropsicología pediátrica
En un primer momento, la cuestión de la especificidad de la
neuropsicología en el ámbito pediátrico se plantea así a
través de las cuestiones de la plasticidad cerebral y de la
modularidad de los sistemas en el niño pequeño. En efecto,
la neuropsicología infantil debe relacionar los déficits
observados en función de la edad sin dejar de interpretarlos,
al mismo tiempo, en un contexto de desarrollo. Asimismo,
este capítulo tiene como objetivo llamar la atención del
estudiante acerca de las particularidades de la problemática y la definición de los trastornos cognitivos que aparecen
en el niño durante el desarrollo.
Con una preocupación clínica, el segundo apartado está dedicado exclusivamente al procedimiento neuropsicológico
en el ámbito pediátrico. Su objetivo es el de aportar al futuro clínico informaciones sobre los principales objetivos de
la evaluación neuropsicológica en los niños. Esta sección también aborda los problemas subyacentes en la
conducción de la evaluación neuropsicológica y en la elección de las pruebas. Por último se propone una
presentación de las principales herramientas de evaluación disponibles.
Finalmente, la tercera parte propone el estudio del modelo de las epilepsias en el campo pediátrico. En efecto, la
epilepsia representa la afección neurológica más frecuente en la infancia y es una de las causas más comunes de la
aparición de trastornos cognitivos, emocionales y psicosociales durante el desarrollo. Esto justifica acordar una
atención particular a las consecuencias de la enfermedad, en relación al devenir neurocognitivo del niño. Para ello,
se abordarán más específicamente las funciones cognitivas de la memoria y del lenguaje, en relación con el
concepto de especialización hemisférica.
Objetivos
Proporcionar conocimientos teóricos y prácticos a los médicos y psicólogos que desean orientarse hacia el
campo de la neuropsicología pediátrica.
Contribuir a la comprensión del niño que presenta retrasos en el aprendizaje o trastornos del neurodesarrollo
o neuropsiquiátricos.
Llamar la atención acerca de las particularidades de la problemática y la definición de los trastornos
cognitivos que aparecen en el niño durante el desarrollo.
Aportar información sobre los principales objetivos de la evaluación neuropsicológica en los niños y presentar
las principales herramientas de evaluación disponibles.
Copyright © Instituto de Altos Estudios Universitarios
Esquema de conceptos básicos
Introducción
Desde finales del siglo XX y la revolución cognitivista, la neuropsicología
vive un florecimiento increíble. Sin embargo no es una disciplina nueva
y desde siempre supo suscitar un interés particular entre los
neurocientíficos, médicos o filósofos. En efecto, nacida de la interacción
entre la neurología y la psicología, fueron muchos los investigadores
que se interesaron por investigar dónde se alojan las facultades
intelectuales y emocionales. Sin embargo, el término neuropsicología
se utilizó por primera vez 1913, por Sir William Osler. Definida
actualmente como “la disciplina que trata de las funciones mentales
superiores en sus relaciones con las estructuras cerebrales” (Hécaen &
LanteriLaura, 1983), tiene como principal objeto de estudio las
relaciones que unen las diferentes zonas del cerebro y las
manifestaciones conductuales tales como el lenguaje, la memoria, la
atención, la percepción, etc. En principio limitada al descubrimiento de
correlaciones anátomoclínicas que sobre todo permitieron la
descripción de la mayoría de los síndromes patológicos, la
neuropsicología de nuestros días también reposa en objetivos tanto
diagnósticos como terapéuticos y cognitivos. En efecto, no sólo contribuye a describir y analizar las dificultades
expresadas por los pacientes, sino que también juega un rol de asistencia al enfermo a través de tratamientos de
reeducación. Por último, la neuropsicología también permite formular hipótesis sobre la base de resultados
patológicos con respecto a la organización y el funcionamiento normal del cerebro. Su influencia en otros campos
del conocimiento (fonoaudiología, psiquiatría, neurología y ergoterapia, entre otros) se ha vuelto fundamental en el
transcurso de los últimos años.
La neuropsicología infantil se desarrolló más tardíamente pero su desafío parece crucial. Permite encarar el
desarrollo psicológico del niño en relación con los procesos de maduración cerebral y estudiar el impacto de una
lesión cerebral precoz o de un disfuncionamiento cognitivo que se esté desarrollando. Durante largo tiempo, la
evaluación de los trastornos cognitivos y los problemas de aprendizaje en el niño a menudo se redujeron a una
estimación global de la inteligencia, mostrando una gran reticencia en aceptar el concepto de localización cerebral
de las funciones cognitivas. Por otra parte, la neuropsicología infantil a menudo se conformó con transponer y
aplicar los datos recogidos en los adultos. Sin embargo, estos procedimientos rápidamente se mostraron ineficaces,
en razón de las especificidades propias de la población pediátrica. En efecto, la neuropsicología infantil no sólo debe
tener en cuenta la dinámica evolutiva de la conducta sino también la naturaleza caótica del desarrollo y la
constante maduración del sistema nervioso central. Así, sólo recientemente se desarrolló un interés clínico y
teórico particular, en paralelo con la realidad del niño y ya no con la del adulto.
A. La neuropsicología infantil: una disciplina reciente
En nuestros días, la neuropsicología pediátrica aporta una nueva mirada sobre
una multitud de disfunciones, déficits o patologías de la infancia ligados o no a
correlatos genéticos o cerebrales, tales como el síndrome deficitario de atención
con o sin hiperactividad, las dificultades escolares, los desórdenes específicos del
aprendizaje o incluso los desórdenes que afectan al desarrollo. Desde entonces,
su utilidad es fundamental tanto a nivel clínico, neurocientífico y teórico como
en sus posibles aplicaciones en el sector educativo y de la salud.
1. El surgimiento de la neuropsicología pediátrica
A menudo dejada de lado, e incluso ocultada, en beneficio de los
trabajos realizados con adultos, hoy en día la neuropsicología infantil
florece plenamente y goza de un entusiasmo nada despreciable. Sin
embargo sus raíces se remontan al siglo XVIII, en el que médicos,
psiquiatras y pedagogos establecen las primeras relaciones entre
patologías cerebrales que sobrevienen durante la infancia, por un lado,
y semiología física por el otro. Baumes (1789) se interesará sobre todo
por la hipersensibilidad y vulnerabilidad del niño durante la dentición y
la pubertad, mientras que Belhomme (1824) se dedicará al estudio de
las causas cerebrales de los niños intelectualmente deficientes. Sin
embargo, sólo a mediados del siglo XIX se manifestó un interés mayor
por las posibles consecuencias de las lesiones cerebrales en el desarrollo
del niño. En efecto, por sus observaciones del célebre paciente
Leborgne llamado “Tan” por su incapacidad para pronunciar otra sílaba
que no fuera ésta Paul Broca (1861) inaugurará toda una serie de
estudios sobre la problemática de la lateralización cerebral en el niño así
como sobre la preeminencia del hemisferio izquierdo para el lenguaje:
“hablamos con el hemisferio izquierdo…Es un hábito adquirido en la primera infancia”. Así, los primeros trabajos
realizados en neuropsicología infantil se centraron principalmente en el estudio de los trastornos del desarrollo del
lenguaje. Sin embargo estos trabajos continuaron aferrados a los conceptos y los métodos elaborados por la
afasiología del adulto.
Por lo tanto, habrá que esperar el siglo XX para que la neuropsicología pediátrica empiece a desarrollarse y adopte
un contexto teórico propio. En efecto, los modelos de la neuropsicología del adulto ya no pueden dirigirse
directamente al niño sin tener en cuenta que se trata de un sujeto cuyo cerebro está en construcción perpetua.
Actualmente la neuropsicología del desarrollo encara las cuestiones subyacentes a la maduración y a las
organizaciones funcionales en sus relaciones recíprocas. Desde este punto de vista, el conjunto de funciones
cognitivas y conductuales (memoria, atención, actividades perceptivas, visuoespaciales, etc.) es objeto de agudas
investigaciones específicamente dedicadas al campo pediátrico.
El nacimiento de la neuropsicología infantil está marcado por los estudios sobre la
lateralización hemisférica del lenguaje.
La neuropsicología infantil es una disciplina reciente y sólo encontró su verdadero desarrollo
desde que tomó distancia de la neuropsicología del adulto.
2. Especificidades de la neuropsicología pediátrica
El enfoque neuropsicológico en el niño parece complejo por el aspecto
evolutivo de las funciones y los mismos trastornos cognitivos. Así es como
desde hace unos treinta años, progresivamente toma distancia de los
dogmas y principios establecidos para la población adulta. De ello derivan
especificidades y objetivos que le son propios.
2.1 La especialización hemisférica y el efecto de las lesiones
cerebrales precoces
La complejidad y variabilidad de los fenómenos observados en el niño llevan actualmente a los investigadores y
clínicos a encarar reestructuraciones dinámicas de la organización cerebral (plasticidad cerebral, regiones
compensadoras, etc.). Además, por comparación con el adulto –cuyos síndromes son individualizados al mismo
tiempo en el plano lesional y clínico es oportuno estudiar la especificidad eventual de los trastornos observados en
el niño, a fin de definir su significación con respecto a la organización funcional hemisférica cerebral. La
neuropsicología infantil estuvo dominada fuertemente por la idea de una "equipotencialidad hemisférica inicial”
(Lenneberg, 1967; 1.1) según la cual en el momento del nacimiento los dos hemisferios cerebrales poseen la
misma capacidad de desarrollo para el lenguaje. Por el contrario, cuanto más crece el niño, se hace más específica y
se estabiliza más la lateralización del lenguaje en el hemisferio izquierdo. En consecuencia, y según esta teoría, una
lesión neurológica izquierda que sobreviniera precozmente durante el desarrollo gozaría de una mejor recuperación
en razón de la no especificidad de los hemisferios. A la inversa, una lesión cerebral más tardía provocaría efectos
más dramáticos y permanentes en el desarrollo del lenguaje.
Cuadro 1.1. El principio de equipotencialidad hemisférica inicial según Lenneberg (1967)
En 1967, Eric Lennenberg propuso una teoría biológica de la adquisición del lenguaje según la cual el desarrollo
del lenguaje sigue un proceso de maduración específico y marcado por un período crítico para su aprendizaje.
Según este investigador, los dos hemisferios cerebrales inicialmente poseerían el mismo potencial de desarrollo
para el lenguaje: «Los dos hemisferios pueden tomar a su cargo el tratamiento del lenguaje». Por el contrario, a
partir de los 18 meses, la especialización hemisférica surgiría progresivamente: «El hemisferio izquierdo se hace
dominante para el lenguaje». En la pubertad, la especialización hemisférica sería fija y estable en el tiempo:
«Las lesiones del hemisferio izquierdo van a provocar trastornos del lenguaje comparables a los que se observan
en la edad adulta».
Si bien actualmente la teoría de la equipotencialidad hemisférica ha sido cuestionada por trabajos recientes que
muestran una especialización hemisférica establecida desde los primeros meses de vida (1.2), la neuropsicología
infantil continúa sin embargo centrada en la distinción entre lesión precoz (la que sobreviene antes de los 3 años
de edad) y tardía (De Agostini, 2002). Esta distinción se conoce con el nombre de principio de Kenard, según el
cual, durante el transcurso del desarrollo, cuanto más temprano sobreviene una lesión neurológica, mejor será la
recuperación a largo plazo gracias a que las capacidades supletorias son máximas en el comienzo de la vida. Si
retomamos el ejemplo de los estudios realizados en afasias adquiridas en el niño, la mayoría de ellos efectivamente
está de acuerdo en decir que los niños con una lesión precoz que afecta al hemisferio izquierdo logran desarrollar
un lenguaje en el transcurso de los primeros años de vida. De este modo, parece que o bien las partes indemnes
del hemisferio izquierdo, o bien las regiones homólogas del hemisferio derecho, están capacitadas para encargarse
de la adquisición del lenguaje durante los primeros años de desarrollo del niño. Sin embargo se debe considerar
este estado de cosas con precaución: el desarrollo inicial que parece más bien satisfactorio en el transcurso de los
primeros años de vida no alcanza para garantizar la prosecución normal del proceso de desarrollo. En ese sentido, a
veces se informa de un retraso gramatical o de léxico así como de un impacto sobre el rendimiento intelectual. En
consecuencia, la neuropsicología pediátrica también se relaciona con el principio de vulnerabilidad precoz de Hebb,
según el cual cuanto más temprano interviene en la vida una lesión cerebral, más grande será el riesgo de
repercusión negativa sobre el potencial intelectual del niño
Cuadro 1.2. La lateralidad hemisférica precoz
Tal como lo muestran los trabajos realizados en escucha dicótica (protocolo experimental basado en el envío
simultáneo de estímulos distintos a las dos orejas), la lateralización de las funciones cerebrales aparece
precozmente en los recién nacidos. En efecto, los estudios muestran la evidencia de una ventaja del hemisferio
izquierdo por sobre el hemisferio derecho para el tratamiento de los estímulos verbales desde la más temprana
edad. (ver Witelson, 1987 para una reseña de datos).
En el plano anatómico, ciertas investigaciones también sugieren una especialización hemisférica precoz
biológicamente establecida. Geschwind & Galaburda (Habib, 2004) muestra un planum temporale (región situada
en el seno del área del lenguaje de Wernicke) más importante a la izquierda que a la derecha a partir de la
30ava. semana de gestación del feto.
La lateralización hemisférica precoz, sin embargo no parece impedir los mecanismos de plasticidad cerebral en
caso de lesión neurológica. Estudios recientes muestran sin embargo que la recuperación de lesiones, que
antiguamente se suponía rápida y completa en el niño, se puede asociar con secuelas a largo plazo, en una
medida sin embargo relativamente menor en el campo del lenguaje que en el de los aprendizajes escolares.
En el centro de la problemática de las capacidades supletorias, la extensión de la lesión también es un factor
importante en los procesos de recuperación funcional. En efecto, cuanto más pequeña es la lesión, mejor será la
reorganización cerebral en el seno mismo del hemisferio lesionado. A la inversa, cuanto más importante es el
tamaño de la lesión, peor será la recuperación en el seno del hemisferio lesionado. Sin embargo, existe un umbral
lesional a partir del cual es posible entonces una reorganización en el hemisferio contralateral. Sin embargo puede
sobrevenir un efecto, llamado «crowding» (Teuber, 1974) o de sobrecarga funcional, que limita el desarrollo normal
de las funciones cognitivas. Por ejemplo, se ha demostrado (Van Hout, 1992) que algunas lesiones hemisféricas
izquierdas acarrean frecuentemente en el niño un modo de recuperación que se opera por transferencia al
hemisferio derecho. Sin embargo, tal transferencia traba el desarrollo ulterior normal de ciertas funciones de ese
hemisferio (sobre todo las funciones visoespaciales, habitualmente sostenidas por el hemisferio derecho).
En resumen, todos los estudios clínicos actuales concluyen en que cuanto más pequeño es el niño en el momento
de la lesión, peor será el pronóstico si la lesión inicial es difusa o bien si las lesiones afectan zonas estratégicas como
el lóbulo frontal y sus principales conexiones. En efecto, actualmente se reconoce que la maduración de las
regiones frontales se extiende de la infancia a la adolescencia, en paralelo con el desarrollo de las funciones
ejecutivas. Así, si bien las adquisiciones en el momento en el que sobreviene la lesión cerebral son limitadas, las
lesiones pueden alterar a largo plazo el desarrollo neurocognitivo y las capacidades de aprendizaje. La plasticidad
postlesional es, pues, un fenómeno complejo en el que intervienen múltiples factores, entre ellos la localización y
la extensión de las lesiones cerebrales, la lesión hemisférica unilateral o no, así como el costado de la lesión, la
severidad y la etiología de la lesión cerebral, y probablemente también factores genéticos así como la influencia del
ambiente sociocultural.
2.2 Los trastornos adquiridos y los trastornos del desarrollo
En cuanto a los trastornos del desarrollo, surgen durante la infancia, y no implican una lesión cerebral comprobada.
Se traducen en una incapacidad duradera para desarrollar una función (verbal, gestual, visual, etc.) de manera
plenamente satisfactoria. Estos trastornos se refieren tradicionalmente a los trastornos específicos de aprendizaje
(dislexia, disortografía, discalculia, dispraxia, disgrafía, disfasia, etc.). Este abanico de trastornos nos muestra que
cada campo cognitivo puede presentar una anomalía funcional del desarrollo sin que los otros campos o el nivel
intelectual forzosamente se vean afectados: así pues, la función cognitiva implicada nunca se ha desarrollado
correctamente y las dificultades se presentan de entrada o se hacen progresivamente evidentes en el transcurso
de los aprendizajes.
Cuadro 1.3. Ejemplo de distinción entre trastornos adquiridos y trastornos del desarrollo
Si nuestro interés se centra en el campo de los trastornos del lenguaje, hablamos:
de afasia, cuando el niño poseía un lenguaje funcional antes del advenimiento de la lesión cerebral
de disfasia, cuando los trastornos aparecen a partir de la implementación de las primeras etapas del
lenguaje
A pesar de la simplicidad aparente de esta distinción entre trastornos adquiridos y trastornos del desarrollo, el límite
de separación a menudo se presenta como difuso, por la misma naturaleza de las causas cerebrales o según el tipo
de disfuncionamiento. En principio, la ausencia visible de lesión neurológica en el caso de los trastornos específicos
del aprendizaje sin embargo no excluye totalmente la presencia de bases cerebrales subyacentes (Habib, 2005).
Por ejemplo, tal como lo demuestran los estudios realizados sobre la dislexia, mínimas anomalías estructurales
pueden producir como consecuencia dificultades muy particulares y relativamente estereotipadas en el aprendizaje
del lenguaje escrito. Por otra parte, es importante considerar el hecho de que los trastornos adquiridos sobrevienen
durante el desarrollo y son susceptibles de tener un impacto sobre los futuros aprendizajes. La misma expresión de
los trastornos neuropsicológicos puede variar y modificarse con la edad, de allí un carácter a menudo heterogéneo
en relación con los procesos de recuperación y plasticidad. Sin embargo, incluso cuando el sujeto obtiene un nivel
normal de resultados esto no prueba que la función examinada se haya desarrollado según los mismos
mecanismos que se dan durante el desarrollo ordinario. Además, la alteración de una función puede tener un
efecto negativo sobre la organización de otras actividades cognitivas en razón de la relativa interdependencia entre
los componentes cognitivos durante la infancia. Por último, se admite que hay lesiones “silenciosas” hasta que las
funciones sostenidas por las estructuras lesionadas tengan que intervenir en el transcurso del desarrollo. De este
modo, a veces sólo es posible apreciar ciertas consecuencias conductuales en el niño mucho tiempo después del
momento en el que se produjo la lesión cerebral. Por lo tanto, el enfoque neuropsicológico alienta estudios
longitudinales que progresivamente van a permitir dar cuenta con mejor precisión del impacto de un
disfuncionamiento en el repertorio cognitivo y de conducta del niño. También hay que subrayar el interés del
aporte de las neurociencias para una mejor comprensión de los trastornos, así como la evolución de la psicología del
niño que hoy en día pone el acento en la variabilidad intra e interindividual del desarrollo intelectual, al que ya no
se concibe como un proceso estrictamente lineal (Houdé, Mazoyer & TzourioMazoyer, 2002 ; Houdé, 2005).
Por último, la literatura científica informa de trabajos cada vez más numerosos que tienen como objetivo relacionar
los trastornos neuropsicológicos en el niño refiriéndose a un modelo cognitivo. Este procedimiento en particular de
tipo modularista sin embargo se revela como más delicado que para el adulto, ya que la población pediátrica está
alcanzada por disfuncionamientos o lesiones que se manifiestan en los sistemas cognitivos en desarrollo (Stiles,
2000).
2.3 La semiología neuropsicológica infantil
Así, no es seguro que sólo la lógica de disociación esté adaptada en el
niño y es conveniente también dirigir el interés hacia las interacciones
entre los diferentes componentes cognitivos y la interdependencia eventual entre diferentes funciones cerebrales.
Por último, en la población pediátrica también existe una asociación frecuente de los trastornos cognitivos y
psicopatológicos. Por ejemplo, el enfoque neuropsicológico en el niño contribuye a la comprensión del autismo, de
los trastornos de conducta y de la hiperactividad (Pennington & Ozonoff, 1996). Además, actualmente se sabe
(Damasio, 1994) que la separación de las capacidades cognitivas y emocionales no es pertinente. Por consiguiente,
la neuropsicología infantil también debe orientarse a encarar las consecuencias que un trastorno del desarrollo
neurocognitivo tiene sobre la construcción de la representación de sí y las habilidades de comunicación social.
Con el transcurso de los años, la neuropsicología infantil se ha distinguido así de la del adulto adoptando un
conjunto de características y fundamentos que le son propios. Sin embargo su aplicación sigue siendo delicada por
numerosos factores:
1. Ante todo, el neuropsicólogo debe tomar en cuenta que los trastornos sobrevienen en sistemas que están
desarrollándose, que no están estabilizados en el tiempo. Por otra parte, también debe diferenciar las
lesiones que ocurren precozmente y que pueden ser suplidas por otras capacidades cognitivas supletorias y
las que sobrevienen a una edad más tardía.
2. La distinción en la naturaleza de los trastornos (adquiridos o del desarrollo) a veces es poco clara.
3. Contrariamente a la neuropsicología del adulto, la semiología neuropsicológica del niño se traduce más por
una asociación de trastornos que por disociaciones netas.
A pesar de la complejidad que engendra la consideración de estas especificidades, el interés clínico y teórico por la
neuropsicología infantil no cesa de acrecentarse y las solicitudes de examen neuropsicológico se multiplican.
Corresponden a una expectativa expresada tanto por el ambiente médico como por el ámbito escolar, cada vez con
mayor claridad.
La neuropsicología infantil posee sus propias especificidades y se diferencia por ello de los
estudios realizados en adultos:
distinción entre plasticidad cerebral precoz (principio de Kennard) y vulnerabilidad precoz
(principio de Hebb)
oposición entre trastornos adquiridos y trastornos del desarrollo
coexistencia de trastornos y de déficits cognitivos
3. Objetivos de la neuropsicología pediátrica
El gran público todavía no conoce bien los objetivos de la
neuropsicología infantil. Estos se articulan alrededor de tres
ejes principales: neurocientífico, cognitivista y clínico.
Según el enfoque cognitivista, el psicólogoneuropsicólogo va a intentar la comprensión de los mecanismos de los
trastornos más que su simple descripción. De este modo, su propio objetivo es el de especificar mejor el
funcionamiento del sistema cognitivo normal a través del estudio de los disfuncionamientos. En esta perspectiva, la
neuropsicología también va a permitir proveer de argumentos experimentales a los modelos cognitivistas,
refutando o verificando por la práctica, las teorías sobre el funcionamiento cognitivo normal.
Sin embargo, la neuropsicología infantil es antes que nada una disciplina clínica, y numerosos trastornos adquiridos
o del neurodesarrollo pueden beneficiarse con el enfoque neuropsicológico: déficits observados en el curso de un
traumatismo de cráneo o una encefalitis, por ejemplo; desórdenes cognitivos asociados a una discapacidad motriz
cerebral o una epilepsia; autismo y/o síndromes neurogenéticos; trastornos específicos del aprendizaje como la
dislexia o el trastorno deficitario de atención. Entonces el psicólogo neuropsicólogo toma en cuenta el tipo de
afección neurológica y los datos que surgen de la imagen cerebral anatómica y/o funcional ya que el enfoque
neuropsicológico apunta a establecer un lazo entre el perfil neurocognitivo y el disfuncionamiento cerebral. Sin
embargo, los objetivos y principios generales del examen neuropsicológico van a variar en función del servicio en el
cual ejerce su práctica. En el ámbito hospitalario, el psicólogoneuropsicólogo a menudo tiene como misión evaluar
el impacto de una enfermedad neurológica. La evaluación neuropsicológica participa entonces del procedimiento
diagnóstico, ayudando a tomar decisiones terapéuticas y en la evaluación del tratamiento médico o quirúrgico.
Asimismo al clínico se le podrá pedir que establezca un riesgo de deterioro cognitivo (en el caso de una enfermedad
degenerativa como las leucodistrofias o ciertos casos de meningitis), o, al contrario, que mida la curva de
recuperación (por ejemplo, después de un traumatismo de cráneo o de una cirugía cerebral). Asimismo se le podrá
pedir que realice un diagnóstico diferencial entre varios tipos de desórdenes del neurodesarrollo (por ejemplo
autismo versus deficiencia intelectual versus síndrome disfásico). En un centro especializado en trastornos del
aprendizaje, la evaluación neuropsicológica contribuye más particularmente a la evaluación de los trastornos del
desarrollo de niños difásicos o disléxicos o a identificar síndromes tales como el déficit de atención.
La neuropsicología infantil es una disciplina que se ejerce con numerosas facetas y en
estructuras variadas. Sus objetivos son múltiples y se inscriben en un procedimiento
neurocientífico, cognitivista y a la vez clínico.
B. La práctica de la neuropsicología en el ámbito pediátrico
1. Origen de la demanda y objetivos de la
evaluación Neuropsicológica
2. Conducción de la evaluación
neuropsicológica
3. La elección de las pruebas
1. Origen de la demanda y objetivos de la evaluación
Neuropsicológica
Toda evaluación neuropsicológica en el ámbito pediátrico se inicia con un encuentro con los padres y/o el niño. Este
primer contacto va a permitir sobre todo identificar el origen de la demanda así como el objetivo preciso por el cual
se solicita una evaluación. En efecto, como los campos de aplicación de la neuropsicología son variados, es
importante tomar en consideración este aspecto de las cosas, a fin de orientar la evaluación en el mejor sentido.
Un padre que no hubiera hecho la demanda directamente, por ejemplo, puede no percibir las dificultades de su hijo
y la necesidad de tal evaluación neuropsicológica.
1.1 Origen de la demanda
El ámbito escolar también se ha interesado rápidamente en la neuropsicología infantil, y de este modo numerosas
demandas están en relación con problemas de aprendizaje. El psicólogoneuropsicólogo tiene entonces un papel en
la formulación de un proyecto pedagógico en el que va a precisar la naturaleza de las dificultades que presenta el
niño y explicitar las posibilidades de intervención necesarias y las que se adaptan mejor para acudir en ayuda del
niño. Puede tratarse entonces de recomendaciones para facilitar la vida escolar, de la implementación de
rehabilitaciones terapéuticas o incluso de una orientación escolar (repetir el año escolar, cambio de escuela,
orientación hacia un establecimiento de enseñanza especializada).
Finalmente, la demanda de evaluación neuropsicológica puede provenir de la misma familia. En efecto, ciertos
padres pueden estar inquietos frente a un eventual retraso escolar o a problemas de conducta. El rol del psicólogo
neuropsicólogo es el de diseñar un perfil general de desarrollo y comprender mejor las dificultades que encuentran
en la vida cotidiana o en la escuela, aportando al mismo tiempo una escucha atenta a los interrogantes de los
padres (procedimiento educativo, cuidados a encarar, etc.).
La identificación del origen de la solicitud y de los objetivos de la evaluación neuropsicológica
es capital para orientar la evaluación y permitir una buena interpretación de los resultados
obtenidos.
1.2 Objetivos de la evaluación neuropsicológica en el ámbito
pediátrico
De modo general, el principal objetivo de la evaluación
neuropsicológica antes que nada es la identificación de la
naturaleza y grado de severidad del déficit cognitivo
presentado por un niño. La evaluación neuropsicológica
conlleva así la exploración, por medio de tests o de baterías
de evaluación, de las funciones cognitivas de la atención y
de las funciones ejecutivas, de la memoria y del lenguaje, de
las habilidades visoespaciales y de las praxias, y también la
consideración de las habilidades de comunicación y socio
emocionales. Así, el examen psicométrico representa una
etapa esencial pero no fundamental: «medir no es
“comprender”, la psicometría no puede explicar el cómo ni el
por qué» (Tourette, 2001). En efecto, no se debe considerar
al psicólogoneuropsicólogo como un simple técnico cuyo trabajo se reduce simplemente a pasar tests. Si bien con
frecuencia la evaluación neuropsicológica se orienta de modo cuantitativo, antes que nada debe ser cualitativa,
para permitir una mejor comprensión de las dificultades observadas en un paciente. Por este hecho, el psicólogo
neuropsicólogo es un profesional cuyo bagaje de conocimientos acerca del funcionamiento normal y patológico de
las funciones cognitivas debe ser completo.
El examen neuropsicológico apunta también a establecer cuáles son las funciones cognitivas que han quedado
parcial o totalmente intactas. Por ejemplo, la heterogeneidad de los resultados aporta una luz nueva sobre los
trastornos del aprendizaje y del desarrollo sociocognitivo, admitiendo que haya bases cerebrales en el origen de los
desórdenes cognitivos específicos, o más complejos. Asimismo, la identificación de las capacidades residuales es útil
en la implementación de las terapias reeducativas y de los mecanismos de compensación.
El procedimiento neuropsicológico también permite guiar mejor la conducta terapéutica, en términos de proyectos
de reeducación o adaptaciones pedagógicas. Sin embargo, este enfoque cognitivo no representa más que un
aspecto en el tratamiento global del niño y en la ayuda que se le da a la familia. Con frecuencia los trastornos
neuropsicológicos están asociados con una experiencia de vida difícil, con baja autoestima, así como pueden
acompañar perturbaciones en la dinámica familiar. Por lo tanto es sumamente ventajoso pertenecer a un equipo
pluridisciplinar y complementariamente se puede encarar un examen psicológico y/o una entrevista
paidopsiquiátrica de manera de investigar más profundamente aspectos de la personalidad, la problemática
relacional y cómo se vive la discapacidad.
Por último, la evaluación neuropsicológica en el ámbito pediátrico tiene como último objetivo el de realizar un
seguimiento de la evolución de los trastornos y el perfil cognitivo del niño. De este modo, se sitúa en una
perspectiva longitudinal y prospectiva para permitir un mejor grado de autonomía posible en la edad adulta,
optimizando el nivel de educación y la calidad de vida del niño. Para ello, el clínico debe proponer nuevas
recomendaciones en función de las capacidades preservadas y deficitarias para ayudar al niño y su familia a paliar
las dificultades.
Los objetivos de la evaluación neuropsicológica son múltiples y deben (1) contribuir al
diagnóstico a través de un análisis detallado del funcionamiento cognitivo, (2) elaborar un
proyecto educativo personalizado (acompañamiento y recomendaciones, implementación de
rehabilitaciones, etc.), (3) hacer un seguimiento de la evolución de los trastornos, ajustar y
apreciar la coherencia de los procedimientos terapéuticos y pedagógicos.
2. Conducción de la evaluación neuropsicológica
El procedimiento evaluativo es específico para cada niño pero generalmente se articula alrededor de tres ejes: la
anamnesis, la entrevista con los padres y la observación del niño. Estos tres datos van a permitir entonces hacer
hipótesis “diagnósticas” y guiar al psicólogo en la elección de las pruebas que crea más pertinentes para apreciar la
semiología neuropsicológica. (Jambaqué & Auclair, 2008; Jambaqué, 2008).
La entrevista inicial de anamnesis debe permitir ante todo
precisar la naturaleza de la solicitud, clarificar las
circunstancias que dan origen al examen y describir las
dificultades que encuentra el niño, con vistas a orientar la
evaluación. En la práctica neuropsicológica, en efecto, es
difícil poder proponer un examen completo que evalúe el
conjunto de las funciones cognitivas y por tanto las
informaciones reseñadas durante la anamnesis serán de
gran utilidad en la selección de los tests. Por ello es
conveniente hacer un historial del desarrollo del niño (edad
de adquisición de las diferentes funciones cognitivas, historia
médica, trayectoria académica) y también de la historia
familiar (antecedentes, composición de la familia, marco de
vida, ambiente sociocultural). En el momento de la entrevista, también es importante descubrir la historia y la
evolución de los síntomas informados. Sin embargo se la puede completar examinando la ficha médica del niño
(resúmenes hospitalarios, informes realizados por otros intervinientes, boletines y cartas de profesores, etc.). La
entrevista de anamnesis también puede ser la ocasión para establecer la lateralidad manual del niño y los
antecedentes familiares eventuales de los zurdos en relación con el concepto de especialización hemisférica. Se les
puede entregar cuestionarios a los padres, de modo de poder evaluar las capacidades de adaptación y las
habilidades de comunicación, poder estimar el grado de ansiedaddepresión, documentar los trastornos emocionales
y conductuales (Achenbach, 1991), evaluar trastornos de hiperactividad o autismo, así como proporcionar una
medida de la calidad de vida.
Evidentemente la entrevista con el niño y sus padres debe favorecer la implementación de una relación de
confianza. Por ello es indispensable una escucha atenta para tener en cuenta vivencias, necesidades e incluso
sufrimiento. Para la realización de la evaluación es esencial una capacidad relacional adecuada en particular un
buen contacto con el niño. Por ello es conveniente puntualizar los objetivos con la familia y presentar a grandes
rasgos y de modo tranquilizador los procedimientos que se encararán. Así, la anamnesis representa con frecuencia
un momento para expresar dificultades, problemas y dudas. El psicólogoneuropsicólogo debe adoptar un
procedimiento dinámico e interactivo que permita comprender mejor el funcionamiento familiar y los interrogantes
subyacentes. Para ello puede parecer razonable proponer una entrevista individual, en la que el psicólogo
neuropsicólogo está solo con el/los padre/s o con el niño. En efecto, puede ocurrir que éstos deseen transmitir
informaciones personales (niño adoptado, conductas adictivas, etc.). También puede ocurrir que los padres o el niño
deseen expresar sus emociones individualmente.
Cuadro 1.4. La entrevista de anamnesis
Corrientemente, la entrevista de anamnesis se hace con uno de los dos padres del niño, por su posición
privilegiada: en efecto es él quien conoce mejor el desarrollo de su hijo y los problemas que éste debe enfrentar.
Sin embargo es importante no descuidar la palabra del niño (en particular para los adolescentes), y así se le
podrá hacer preguntas de modo directo: si sabe por qué está allí, si tiene conciencia de sus dificultades, etc.
Estas informaciones son cruciales, no solamente para aprehender el funcionamiento del niño (facilidad para
comprender las preguntas, para responderlas, calidad de la interacción, conducta y emotividad del niño, etc.) sino
también para estar seguros de que se siente motivado para realizar la evaluación. En efecto, un niño que no sabe
por qué se lo evalúa puede mostrarse reticente a participar de las pruebas, y por consiguiente obtendremos
resultados escasos, sin que ello indique reales trastornos cognitivos.
El examen neuropsicológico en el ámbito pediátrico se inicia con una anamnesis amplia del niño
y su familia que debe permitir:
Reconstituir los elementos esenciales de la historia del niño y de las dificultades
(recapitulativo del desarrollo del niño, de su historia médica y familiar, su trayectoria
académica).
Observación del niño (motivación, fatigabilidad, manejo de las emociones)
Momento de escucha y de intercambio con los padres y/o el niño.
3. La elección de las pruebas
La administración de pruebas psicométricas permite aportar
un rigor metodológico a partir de una situación
estandarizada de investigación con una cuantificación posible
de las actuaciones gracias a la existencia de referencias
normativas. En el niño, esta dimensión parece esencial para
poder situar un nivel de desarrollo y contribuir al
procedimiento diagnóstico (evaluación de la inteligencia en el
niño disléxico, por ejemplo). Sin embargo, el objetivo de la
evaluación neuropsicológica es ante todo más cualitativo que
cuantitativo (exploración de la conducta cognitiva, análisis
de los procesos, identificación de estrategias). Además, a
veces es necesario adaptar las condiciones de la pasación de
pruebas, tomando en cuenta las dificultades de comprensión
y/o una cierta fatigabilidad del paciente (repetición o
simplificación de las consignas, pasación fragmentada, superación del tiempo asignado para llegar al final de la
realización). En efecto, las pruebas psicométricas no siempre están adaptadas a la realidad de una situación clínica,
y por otra parte, no necesariamente permiten explorar ciertos disfuncionamientos. De este modo, el clínico a
menudo recurre a pruebas clásicas (la figura de Rey, por ejemplo) utilizadas en un enfoque cognitivo y a la vez a la
utilización de herramientas más específicas (batería de evaluación de la afasia, por ejemplo). Durante todo el
transcurso de la evaluación, debe ajustar su proceder en relación a la detección de signos evocadores, así como
saber adaptarse a las reacciones del niño. Como máximo se puede concebir y proponer pruebas “originales” para el
estudio de una sintomatología rara y completamente atípica. Sin embargo, la realidad de campo a menudo impone
limitaciones temporales que pueden estar en relación con el estado de salud y/o la motivación del niño (grado de
vigilancia, fatiga, cooperación difícil, etc.) así como con las condiciones del ejercicio (duración limitada del tiempo
disponible para la realización de la evaluación, herramientas a disposición). De este modo, una evaluación
neuropsicológica a veces sólo comprende un número limitado de pruebas que apuntan a despejar el perfil del
déficit. Es cierto que el práctico experimentado a partir de la entrevista y de la observación puede determinar
bastante bien la especificidad semiológica de su joven paciente. Sin embargo, no podemos sino recomendar al
joven psicólogoneuropsicólogo que recurra a herramientas estandarizadas para las diferentes etapas del desarrollo.
Sea como fuere, la evaluación neuropsicológica se inscribe, pues, ante todo en un procedimiento hipotético
deductivo en cuyo transcurso el clínico elabora hipótesis que conciernen al cuadro semiológico a partir de las
respuestas que obtiene del niño. Constantemente debe analizar los resultados obtenidos en las pruebas así como la
conducta del niño para elegir lo más ajustadamente posible los próximos tests. Estos ajustes sucesivos son
esenciales, y exigen que el psicólogoneuropsicólogo articule su intuición clínica, su experiencia y sus conocimientos
teóricos.
El procedimiento del clínico ante todo es hipotéticodeductivo. Sus conocimientos así como una
buena base en psicología del desarrollo general y patológico le permiten aprehender de manera
pertinente los resultados obtenidos por un niño en tests elegidos criteriosamente.
3.1 La orientación de la evaluación
Parece razonable proponer al principio una evaluación neuropsicológica de base, que implica una evaluación de las
funciones cognitivas mayores: preferencia manual y estimación del rendimiento intelectual general por pruebas
«multitareas» (Escalas de Wechsler, KABC, NEPSY etc.). Sin embargo los datos recogidos durante la anamnesis
deben permitir orientar la evaluación hacia la queja específica del niño y/o de su entorno (familia, escuela, etc.). En
ese caso se elegirán pruebas que permitan examinar las funciones cognitivas activadas por el problema
mencionado. Por otra parte, el clínico también debe tener en cuenta los trastornos que pueden estar asociados a
dificultades iniciales (por ejemplo, en el caso de una discalculia, será importante proponer no solamente pruebas de
cálculo sino también de memoria de trabajo, etc.). En el caso de patologías adquiridas, la elección de las pruebas
también podrá hacerse en función de las consecuencias
cognitivas esperadas (traumatismo de cráneo y evaluación
de las funciones ejecutivas, por ejemplo). Un examen
neuropsicológico más profundo que permite la investigación
de diferentes áreas cognitivas y un análisis fino de los
disfuncionamientos y también de las competencias que se
han visto preservadas también es esencial para elaborar un
proyecto de tratamiento (orientación educativa,
rehabilitación, enfoque pedagógico), así como para apreciar
la evolución durante el desarrollo. En todos los casos, el
psicólogoneuropsicólogo debe adaptar su procedimiento de
evaluación a la edad del niño, lo que va a determinar su
enfoque en la conducción de la evaluación, la elección de las
herramientas de evaluación y la exploración posible o no de
ciertas funciones cognitivas. La evaluación neuropsicológica se agudiza, en efecto, durante las etapas sucesivas del
desarrollo neurocognitivo y por lo tanto se concibe de manera dinámica a fin de poder dar cuenta de la trayectoria
que ha seguido el desarrollo de las diferentes funciones cognitivas: evaluación de las actividades lingüísticas a partir
de los dos años y medio a tres años, de las capacidades atencionales y mnésicas a partir de los 45 años, etc. El
seguimiento del niño permite dar cuenta de la evolución, apreciar las modificaciones de la semiología con la edad y
proponer investigaciones neuropsicológicas más profundas.
Durante la evaluación, el psicólogo realiza un informe oral y escrito que sintetiza la evaluación neurocognitiva y
propone un análisis cualitativo de los resultados. Este tiempo de restitución es esencial para la transmisión de
informaciones generales, de consejos y/o recomendaciones, así como para avanzar un mejor reconocimiento de los
trastornos e incluso del acompañamiento de la discapacidad.
El examen neuropsicológico en el ámbito pediátrico suele iniciarse con una prueba
estandarizada de inteligencia general, que permite a la vez un análisis cuantitativo y
cualitativo.
3.2 Las baterías generales de evaluación neuropsicológica en el
niño
Cuadro 1.5. Organización del WISCIV
El índice de Comprensión Verbal agrupa los subtests Vocabulario, Similitudes, Comprensión (pruebas principales),
Información y Razonamiento Verbal (pruebas suplementarias. Este índice es el más predictivo del éxito de los
aprendizajes escolares y de la inteligencia cristalizada (capacidad para utilizar habilidades, conocimientos y la
experiencia). El índice de Razonamiento Perceptivo reúne los subtests Cubos, Identificación de Conceptos,
Matrices (pruebas principales) y Completamiento de imágenes (prueba suplementaria). Este índice mediría
principalmente la inteligencia viso espacial (capacidad para analizar, codificar y manipular mentalmente formas
espaciales) así como la inteligencia fluida (capacidad para hacer inferencias y comprender la relación entre
diferentes conceptos independientemente de los conocimientos adquiridos y de la experiencia).
El índice de Memoria de trabajo agrupa las pruebas Memoria de Cifras, Secuencias LetrasCifras (pruebas
principales) y Aritmética (prueba suplementaria). Sin embargo, sólo mide parcialmente la memoria de trabajo
(estímulos auditivos verbales que sólo requieren respuestas verbales).
El índice de Velocidad de Tratamiento se compone de pruebas Códigos, Símbolos (pruebas principales) y
Obstáculos (prueba suplementaria) y no permite medir más que la velocidad de ejecución para analizar estímulos
visuales y producir una respuesta grafomotriz.
De manera general, las escalas de Wechsler se proponen medir el funcionamiento intelectual a partir de pruebas
verbales y no verbales. El WISCIV (2005) se compone de 10 pruebas principales utilizadas para el cálculo de un QI
total y de 5 pruebas suplementarias que permiten completar ciertas informaciones clínicas. Por el contrario, se han
abandonado los tradicionales C.I. Verbal y C.I. Performance/Actuación en beneficio de cuatro índices que permiten
aprehender las principales dimensiones del perfil cognitivo de un niño: Comprensión Verbal, Razonamiento
Perceptivo, Velocidad de tratamiento y Memoria de trabajo.
Contrariamente al WISCIV, el WPPSIIII (Wechsler, 2002) reposa siempre sobre la distinción entre C.I. Verbal y
C.I. Performance/Actuación. Para los niños de más edad (de 4 a 7 años y 3 meses), la batería se compone de 6
pruebas principales (Información, Vocabulario, Razonamiento Verbal, Cubos, Matrices, Identificación de Conceptos)
y 7 pruebas suplementarias (Similitudes, Comprensión, Complemento de Imágenes, Ensamblaje de Objetos). En
paralelo con los dos valores de C.I. compuesto, se puede realizar también una medida de Tratamiento de Velocidad
(Código, Símbolos) y de Lenguaje (Comprensión de palabras, Denominación de imágenes). Para los más pequeños
(de 2 años 6 meses a 3 años 11 meses), los valores de CI se miden a través de cinco pruebas: Información y
Vocabulario para el C.I. Verbal, Cubos y Ensamblaje de Objetos para el C.I. Performance/Actuación y Denominación
de imágenes para la medida del lenguaje. Asimismo, el KABC (Kaufman Assessment Battery for Children, 1983) se
propone medir la inteligencia en los niños de 2 años seis meses a 12 años, pero proponiendo la evaluación de dos
dimensiones generales de tratamiento cognitivo: los procesos secuenciales (que necesitan el tratamiento de una
sucesión de informaciones) y los procesos simultáneos (que implican el tratamiento de un conjunto de
informaciones en el mismo momento). En 2004, en Estados Unidos se propuso una segunda versión, que evalúa
cinco grandes componentes del funcionamiento intelectual: Memoria a corto plazo (que mide los procesos
secuenciales), Tratamiento Visual (que mide los procesos simultáneos), Almacenamiento a largo plazo y
recuperación, Razonamiento Fluido y Aptitud Cristalizada.
Además de las mediciones de inteligencia citadas precedentemente, el psicólogoneuropsicólogo puede también
recurrir a la NEPSY (Korkman, 2003) destinada a evaluar el desarrollo neuropsicológico en niños de 3 a 12 años. La
evaluación neuropsicológica se organiza alrededor de la exploración de cinco grandes áreas: atención/funciones
ejecutivas, lenguaje, funciones sensoriomotrices, tratamiento visoespacial, memoria y aprendizaje. Cada área
conlleva un conjunto de subtests principales y de subtests opcionales para afinar la evaluación. También se pueden
inventariar observaciones cualitativas relativas a la conducta del niño.
C. El modelo de la neuropsicología de la epilepsia en el niño
1. Epilepsia y desarrollo
neurocognitivo
2. Epilepsia y desarrollo de la memoria
3. Cirugía de la epilepsia en el niño
1. Epilepsia y desarrollo neurocognitivo
Desde los años ochenta del siglo XX se ha dado un entusiasmo particular alrededor de la evaluación
neuropsicológica de jóvenes pacientes epilépticos, sobre todo en el seno de los servicios hospitalarios de neurología
y neurocirugía. En efecto, hoy se admite que las epilepsias en los niños a menudo vienen acompañadas por
trastornos cognitivos específicos, dificultades escolares y/o de conducta (Jambaqué, Lassonde & Dulac, 2001),
sobre los cuales es necesario focalizar particularmente la atención. Sin embargo, las repercusiones de la epilepsia
en el desarrollo cognitivo y conductual, así como su intensidad, aparecen como heterogéneas, y dependen
ampliamente del tipo de crisis y de la causa de la epilepsia. Ante la aparición de signos que remiten a un desfasaje
de los aprendizajes, se impone la detección precoz de eventuales déficits y adquiere evidente sentido la evaluación
neuropsicológica de esta población.
1.1 ¿Qué es la epilepsia?
Se define la epilepsia como la repetición de crisis (una crisis
epiléptica única no constituye epilepsia) que son
manifestaciones paroxísticas motoras, sensitivas, sensoriales
o psíquicas, que están acompañadas o no por una pérdida de
conciencia. Así, se trata de una enfermedad crónica, cuya
activación neuronal anormal puede afectar ya sea a un
grupo limitado de neuronas (crisis parcial, que se inicia por
ello dentro de una región cerebral limitada), ya sea al
conjunto de neuronas del cerebro (crisis generalizada que
alcanza a todo el córtex).
En el niño, la epilepsia puede llegar a interferir la maduración de las estructuras cerebrales que
están en vías de desarrollo en el momento de la aparición de las crisis.
1.2 Impacto de la epilepsia en el desarrollo neurocognitivo del niño
La epilepsia es un proceso dinámico que induce cambios morfológicos y/o funcionales a nivel cerebral. Si bien en un
adulto las crisis de epilepsia sobrevienen en un cerebro maduro, las cosas parecen más complejas en un niño,
puesto que aparecen cuando la maduración cerebral aún no se ha completado. Así, dentro de la población
pediátrica, la actividad patológica epiléptica en el curso del crecimiento dendrítico y sináptico puede tener
consecuencias importantes sobre los procesos de diferenciación funcional de la región cerebral implicada así como
sobre el desarrollo neurocognitivo en curso. Por ello la epilepsia representa un modelo cognitivo y neurocientífico
pertinente para apreciar los límites y las posibilidades de plasticidad funcional y neuronal.
De este modo, desde finales del siglo XX numerosos estudios
se han interesado por las repercusiones de las crisis de
epilepsia en el desarrollo del niño. Sin embargo, la realización
de estos estudios suele ser complicada y las conclusiones
que se derivan de ellos deben ser consideradas con
precaución. En efecto, por la extensión de las
manifestaciones epilépticas, las poblaciones estudiadas en
general son heterogéneas. Siguiendo un enfoque teórico
estricto, toda investigación debería tener en cuenta un
conjunto de variables clínicas que pueden influir la
naturaleza misma de los déficits observados, tales como: el
tipo de epilepsia, la edad en la que se inicia, la frecuencia de
las crisis, la presencia de anomalías íntercríticas (anomalías
detectadas por encefalograma entre las crisis), el hecho de
tomar o no tratamiento antiepiléptico así como factores ambientales y psicoafectivos. Paralelamente, y a la luz de
los resultados, no siempre es fácil distinguir los efectos de la epilepsia en sí misma, de los tratamientos que
requiere.
Más allá de los aspectos clásicos (tipo de epilepsias, frecuencia de las descargas eléctricas, etc.), en el estudio de las
epilepsias del niño se deben encarar ciertos factores, aparentemente contradictorios. En principio, y como lo vimos
en el primer capítulo, la plasticidad cerebral es más importante en el niño que en el adulto, sin que sea más
adaptativa. En efecto, en los recién nacidos y en los niños pequeños, las redes neuronales están menos
especializadas que en los adultos, y por lo tanto es más posible que se produzcan interacciones anormales entre
esas redes, tal como las provocadas por descargas epilépticas. Este impacto es tanto más importante cuanto que la
epilepsia sobreviene a una edad precoz o durante una exposición prolongada a crisis de epilepsia. Entonces la
actividad paroxística puede interferir considerablemente en el desarrollo cerebral, acarreando un trastorno, o
también una detención o incluso una regresión del desarrollo cognitivo. Además, se supone que cuanto más precoz
y frecuente es la epilepsia durante los primeros años de vida, más va a interactuar en el desarrollo cognitivo en
períodos sensibles de adquisición de las funciones corticales. Sin embargo, también durante los primeros años de
vida y por las mismas razones neurobiológicas, es cuando la plasticidad cerebral permite la compensación de
eventuales trastornos funcionales. En consecuencia, parece esencial controlar farmacológica o quirúrgicamente las
crisis, lo más temprano posible durante la infancia.
Cuadro 1.6. La plasticidad cerebral en el niño epiléptico
Para optimizar las capacidades de reorganización cerebral, el control de las crisis idealmente debería hacerse
antes del período crítico de adquisición de las funciones cognitivas. Sin embargo, a cada función le corresponde un
período crítico de desarrollo así como una cierta región cerebral. Por ejemplo, si bien la estabilización sináptica
prácticamente está completada en el nacimiento en lo que tiene que ver con las funciones motrices, hay que
esperar al final de los primeros seis meses de vida para las funciones visuales y entre seis y ocho años para el
lenguaje.
Sin embargo, la mayoría de las investigaciones están de acuerdo acerca del nocivo impacto que la actividad
epiléptica (sea reversible o no) tiene sobre las competencias cognitivas, de conducta y/o psicosociales del niño. Sin
embargo, los trastornos no son siempre sistemáticos o generales. Por ejemplo, la repercusión en el funcionamiento
intelectual global residual alcanza al 1214% de los niños con epilepsia, quienes presentan una deficiencia
intelectual (Jambaqué et al., 2001). Por el contrario, los trastornos de la conducta son de dos a tres veces más
frecuentes en los niños con epilepsia que en la población general en edad escolar (Jambaqué et al., 2001). También
son más frecuentes en la población con epilepsia dificultades neuropsiquiátricas, (tales como los trastornos
deficitarios de la atención con hiperactividad, trastornos oposicionales, depresión, irritabilidad o incluso ansiedad).
Estos trastornos pueden estar relacionados con causas médicas (frecuencia de las crisis, duración de la epilepsia,
tratamiento polifarmacológico), pero también a factores exógenos. En efecto, como las crisis de epilepsia a menudo
sobrevienen de modo brusco e imprevisible, pueden ser el origen de sentimientos de angustia y pérdida del
autocontrol en los niños. Además, la epilepsia puede directamente llevar a un ausentismo escolar y extraescolar
importante, reduciendo entonces las ocasiones de interacción social del niño con sus pares. La sobreprotección
familiar, frecuente en las enfermedades crónicas infantiles, puede también provocar un sentimiento de baja
autoestima, o trabar el desarrollo de la personalidad y la expresión individual. Por último, la epilepsia puede estar
acompañada por un sentimiento de estigmatización y aislamiento en el plano social.
A nivel escolar, y a pesar del perfil intelectual considerado como normal en la mayor parte de los niños con
epilepsia, también se detectan trastornos del aprendizaje. La epilepsia del lóbulo temporal, por ejemplo, a menudo
viene acompañada por dificultades de aprendizaje para la lectura, las matemáticas, el vocabulario y los
conocimientos generales (Bulteau y al., 2000). Por otra parte, y cualquiera sea la región cerebral epileptógena
implicada, las funciones cognitivas de la atención y la memoria parecen estar particularmente lesionadas en el
marco de la epilepsia (Jambaqué, 2005), alterando así un rendimiento académico eficiente.
Los múltiples factores individuales, familiares, académicos y médicos pueden así influir de modo considerable en el
devenir neuropsicológico de los niños con epilepsia. Si durante largo tiempo se consideró que el impacto de esta
enfermedad crónica se reducía al de una deficiencia intelectual, en nuestros días la neuropsicología encara más una
cierta modelización de los trastornos cognitivos según un conjunto de variables (Jambaqué et al., 2001). Dicho de
otro modo, hoy en día se concibe la idea según la cual todos los niños con epilepsia no presentan los mismos
déficits cognitivos (heterogeneidad de los perfiles neuropsicológicos), que por otra parte a veces son difícilmente
previsibles. La evaluación neuropsicológica en niños con epilepsia permite entonces estudiar la repercusión de las
crisis y de la desorganización del funcionamiento neural inducido sobre los diferentes aspectos de la conducta y la
cognición.
El riesgo de retraso intelectual continúa siendo relativamente débil y se muestra esencialmente
ligado a la precocidad y/o a las causas de la epilepsia. La epilepsia representa sin embargo un
riesgo para el buen desarrollo de ciertas funciones cognitivas y puede estar acompañada por
trastornos de la conducta y dificultades escolares.
2. Epilepsia y desarrollo de la memoria
La neuropsicología de la memoria está ampliamente dominada por una concepción que considera que la memoria,
tanto en el niño como en el adulto, está constituida por sistemas independientes, aunque en interacción
constante. De este modo, numerosos autores están de acuerdo en distinguir los procesos de memorización a corto
plazo de los sistemas de memoria a largo plazo. La memoria de corto plazo corresponde al almacenamiento pasivo
de informaciones verbales o visoespaciales durante un tiempo muy
limitado, alrededor de algunos segundos. En cuanto al concepto de
memoria de trabajo, a menudo remite al modelo de Baddeley (1986,
2000) y soporta el almacenamiento activo de informaciones (gracias a
procesos de manipulación, de coordinación y actualización) por intermedio
de tres subsistemas: el bucle fonológico, (que asegura el almacenamiento
de informaciones verbales), la agenda visoespacial y un ejecutivo central
(sistema atencional que permite coordinar y administrar las operaciones
de los subsistemas especializados). Por su parte, el concepto de memoria a
largo plazo fue estudiado por numerosos investigadores, pero en general
remite al modelo de Tulving (1985, 2001). Este modelo propone cuatro
sistemas: el sistema de representación perceptiva, la memoria procedural,
la memoria semántica y la memoria episódica. El sistema de
representación perceptiva permite la adquisición y el mantenimiento de
los conocimientos relativos a la forma y estructura de las palabras, los
objetos y los rostros, a un nivel presemántico. Se trata de una memoria
inaccesible a la conciencia, como lo es la memoria procedural, que permite
la adquisición de habilidades motoras, verbales o cognitivas y que se expresa en la acción. Por su lado, la memoria
semántica corresponde a la memoria de conocimientos generales (conocimientos fácticos, conceptos, etc.), acerca
del mundo y la utilización del lenguaje. Por último, la memoria episódica remite a la memoria de acontecimientos,
en un contexto espacial y temporal particular.
Durante mucho tiempo los trastornos de la memoria en el niño se estudiaron poco, tanto en el análisis del
procedimiento de evaluación como en la elaboración de herramientas adaptadas. En efecto, las funciones mnésicas
son particularmente difíciles de evaluar, específicamente en el niño, para quien la motivación para realizar tales
pruebas, así como el contexto emocional, son tan importantes. De este modo, los aspectos mnésicos típicamente
observados en el momento en el que se efectúan los tests de laboratorio informan poco acerca de la manera en
que se consolidan las informaciones en la vida diaria. Sin embargo, la evaluación de las funciones mnésicas es
indispensable en neuropsicología infantil, tanto más cuanto que las quejas expresadas por el cuerpo docente o el
medio familiar del niño a menudo sugieren una influencia directa de la epilepsia sobre las capacidades de memoria
(pérdida de objetos personales, necesidad de repetir cotidianamente las informaciones, baja del rendimiento
escolar, etc.).
Sin embargo el modo de enfocar los trastornos de la memoria en el niño con epilepsia continúa dándose según los
modelos y procedimientos efectuados en el adulto. En efecto, los trastornos que acarrea la epilepsia en el niño
dependen de la localización del foco epileptógeno tal como se lo encuentra en el adulto y también de la edad y el
desarrollo de las funciones cognitivas en el momento de la aparición de las primeras crisis. Así, aparece como
necesario considerar no sólo las especificidades ligadas al desarrollo sino también las de la evolución de los procesos
en función de la edad, el nivel de conceptualización y razonamiento del niño, en relación con la dinámica de
maduración funcional del cerebro. Por ejemplo, parece difícil realizar la exploración de la memoria episódica antes
de los 5 ó 6 años, considerando su aparición tardía. Sin embargo, desde hace unos veinte años crece
considerablemente el interés clínico y teórico por el examen de la memoria en el niño, sobre todo en el marco de la
epilepsia. Frecuentemente se informan trastornos de memoria en niños con epilepsia, tanto más cuanto que con
frecuencia esta enfermedad está asociada con dificultades escolares (Bulteau et al., 2000). Así, pues, la
neuropsicología de la memoria en el niño con epilepsia participa no sólo en el estudio de la ontogénesis de los
sistemas mnésicos sino también en la elaboración de los conocimientos acerca del impacto de la enfermedad en las
diferentes etapas del funcionamiento mnésico (codificación, almacenamiento, recuperación). Por la variedad de la
naturaleza y la topografía cerebral de las epilepsias, existe una gran variedad de trastornos de la memoria en el
niño. En esta sección sólo abordaremos las epilepsias parciales del lóbulo temporal y frontal.
2.1 Epilepsia temporal
La idea de una relación estrecha entre las regiones temporales y la memoria se hizo posible gracias al examen de
los trastornos amnésicos históricamente ilustrados por el célebre paciente H.M (Scoville y Milner). Desde entonces,
se conoce el lóbulo temporal por el hecho de que está verdaderamente implicado en los procesos mnésicos en
razón de sus conexiones con el hipocampo, el córtex parahipocámpico y el
neocórtex. Así, en el seno de la población adulta se realizó una masa
considerable de trabajos. En los niños la literatura acerca de este tema
todavía es restringida, pero la comunidad científica está de acuerdo en
reconocer que la epilepsia precoz del lóbulo temporal representa un factor
de riesgo no despreciable en el advenimiento de trastornos de la
memoria. En efecto, hoy se admite claramente que los niños que sufren
de epilepsia del lóbulo temporal presentan no sólo actuaciones mnésicas
peores que la población en edad escolar sino también que los niños que
presentan otros tipos de epilepsia (Jambaqué et al., 1993; Nolan et al.,
2004). Como en el adulto, los resultados deficitarios obtenidos por niños
con epilepsia temporal reflejan entonces muy probablemente dificultades
de almacenamiento y consolidación mnésica.
Al principio la exploración del impacto de una epilepsia temporal en el
desarrollo de la memoria se focalizó mucho en el estudio de la memoria
episódica. Las investigaciones se centraron sobre todo en los déficits
llamados “materialespecíficos”, como antes se había realizado en el
adulto. En 1969, Fedio y Mirsky fueron los primeros en poner en evidencia déficits mnésicos parciales y electivos
según la localización hemisférica de la epilepsia. Jambaqué y col. (1993), así como Nolan et al. (2004), también
mostraron con posterioridad que los niños que sufren crisis parciales en relación a una epilepsia del lóbulo temporal
izquierdo tenían dificultades específicas para aprender y restituir un material verbal, mientras que los niños que
presentaban una epilepsia temporal derecha experimentaban más dificultades para aprender y retener material
visoespacial. De este modo, a partir de estos primeros trabajos, se pudo demostrar la influencia de la especialización
hemisférica en las actividades mnésicas en el niño. Sin embargo no todos los trabajos concuerdan en mostrar tal
disociación en función de la lateralización del foco epileptógeno. Para otros, parece que la asociación entre déficit de
memoria visual y lesión temporal derecha es más consistente que la encontrada entre trastornos de memoria
verbal y epilepsia temporal izquierda (Jambaqué et al., 1993; Beardsworth & Zaidel, 1994 ; Mabbott & Smith,
2003). Sin embargo, la evaluación de los trastornos de la memoria episódica y las especificidades que derivan de
ellos es de una riqueza increíble, sobre todo desde un punto de vista ontogenético. De ello, parecería que la
influencia de la especialización hemisférica sería más o menos importante en función del período de vida. Así, en la
actualidad se admite una cierta precocidad del sistema de memoria visual mientras que el lenguaje
progresivamente se volvería un mediador privilegiado durante el desarrollo, favoreciendo entonces cada vez más el
hecho de recurrir a una doble codificación visoverbal durante la realización de pruebas mnésicas visuales (Paivio &
Capso, 1973 ; Simcock & Hayne, 2003). Por otra parte, la importancia de los trastornos de memoria visual en
comparación con los que se encuentran en la esfera verbal, deja suponer capacidades de reorganización más
importantes para los procesos mnésicos verbales, de la misma forma que se observa más plasticidad para la
recuperación del lenguaje antes de la adultez.
Asimismo, las investigaciones en neuropsicología se volcaron recientemente a otros componentes de la memoria
humana. La importancia de los trastornos de la memoria verbal en la epilepsia del lóbulo temporal impulsó sobre
todo a los investigadores a interesarse en la memoria semántica. En efecto, los estudios realizados en la población
infantil con epilepsia temporal muestran con frecuencia puntajes bajos en vocabulario o en denominación, lo que
sugeriría una alteración de la memoria semántica, y, más específicamente, de la “memoria de las palabras”
(Temple, 2004).
Sea como fuere, parece evidente que la epilepsia del lóbulo temporal representa una situación de riesgo para el
desarrollo de la memoria y puede entonces estar asociada a trastornos de la memoria. Sin embargo, estos
trastornos siguen siendo mal conocidos y a veces son difíciles de identificar. Las investigaciones actuales, que
cuentan con el aporte de técnicas cada vez más sofisticadas de imagen, deberían permitir una mejor exploración
de las bases estructurales de la memoria, así como los procesos de reorganización de las redes córtico
hipocampales.
2.2 Epilepsia frontal
Las regiones frontales juegan un rol esencial en numerosas funciones cognitivas así como en la regulación de la
conducta. La exploración neuropsicológica de los niños que sufren de una epilepsia parcial del lóbulo frontal aparece
así como fundamental, tanto más cuanto que la maduración frontal prosigue a lo largo de la infancia y la
adolescencia. En el niño tanto como en el adulto, la epilepsia frontal se asocia frecuentemente a un cuadro
semiológico que engloba las funciones de la atención, la motricidad (coordinación, velocidad de ejecución, etc.), las
funciones ejecutivas (planificación, flexibilidad mental, etc.) y los trastornos de la conducta (adaptación social,
desinhibición, irritación, etc.). Las relaciones que unen epilepsia frontal y memoria han sido menos investigadas.
Sin embargo, algunas investigaciones subrayan un riesgo importante de disfuncionamiento mnésico (Jambaqué et
al., 1993; Nolan et al., 2004), sobre todo en lo que tiene que ver con la memoria de trabajo y los aprendizajes
asociativos. Los déficits mnésicos expresados por esos pacientes sin embargo continúan estando relacionados con
un trastorno atencional así como con dificultades para emplear estrategias apropiadas para facilitar la codificación
de informaciones (estrategias de planificación y selección de informaciones).
En lo que tiene que ver con la memoria de trabajo, la
experiencia clínica muestra que los niños que sufren de
epilepsia frontal frecuentemente se encuentran con
dificultades en la realización de pruebas de series de cifras o
durante la reproducción de series de movimientos de manos.
Asimismo, recientemente, Hernández y col. (2003)
informaron resultados deficitarios en niños con epilepsia
frontal (comparativamente con niños con epilepsia temporal
o con crisis de ausencia o pequeño mal) frente a una versión
auditiva del Test de Actuación Continua (en el que se le pide
al niño que levante la mano en cuanto ha oido una letra
blanco). Según esos autores, estos resultados demostrarían
no sólo una débil capacidad de tratamiento de las
informaciones sino también una dificultad particular para
manipular las informaciones en relación con un déficit de control ejecutivo.
En lo que tiene que ver con la memoria procedural, de Guise et al. (1999) informaron resultados pobres en la
realización de una tarea de aprendizaje procedural visomotor para niños con epilepsia frontal. Estos últimos, en
efecto, obtenían (comparándolos con un grupo de niños sanos y de niños con epilepsia temporal) tiempos de
reacción más largos, un número de errores más elevado y no sacaban provecho de la repetición de los
aprendizajes.
Las relaciones entre epilepsia del lóbulo frontal y memoria verbal también fueron examinadas en los niños. Para
ello, Riva y col. (2002) así como Hernández y col. (2003), utilizaron el paradigma del California Verbal Learning
Test (memorización de una lista de palabras). Los resultados obtenidos muestran resultados pobres en recuerdo
libre y diferido, lo que probablemente traduce un problema de organización espontánea del material presentado
(Riva et al., 2002). Por otra parte, en esos niños existiría un número más elevado de respuestas impulsivas y
perseverativas (Riva et al., 2002; Hernández, 2003), que reflejan una perturbación en la interferencia. Hernandez
y col. (2003) también informan de una curva de aprendizaje marcada por una disminución de los resultados en el
último intento de recuerdo libre (“curva de agotamiento”), suponiendo así capacidades de aprendizaje y atención
sostenida limitadas.
Por último, los niños con epilepsia frontal también experimentan dificultades importantes a nivel de la memoria
visual, sobre todo cuando realizan la figura compleja de Rey (dibujo geométrico que debe ser copiado por el
participante y luego de un plazo, dibujado de memoria; Hernández et al., 2003). Sin embargo, estos pobres
resultados no parecen ser directamente atribuibles a un defecto en la codificación de las informaciones, sino más
bien a una falta de organización visoespacial que vuelve difícil la restitución del material a largo plazo. Del mismo
modo, Riva y col. (2002) informaron que los niños que sufren una epilepsia frontal izquierda tienen dificultades
para tratar la información visoespacial local (análisis de los detalles) cuando pasan subtests Imágenes para
Completar (WISCR).
Del mismo modo que en los adultos, la presencia de una epilepsia crónica en los niños puede
afectar los diferentes sistemas de memoria. Los estudios realizados en niños con epilepsia
temporal o frontal contribuyen a elaborar una modelización de los déficits mnésicos desde una
perspectiva del desarrollo e intervienen en el estudio de la ontogénesis de los sistemas
mnésicos.
3. Cirugía de la epilepsia en el niño
A pesar de la aparición de nuevos tratamientos farmacológicos, alrededor del 10 al 30% de las epilepsias no pueden
ser controladas por los medicamentos. Entonces se define la epilepsia como fármaco resistente, y corresponde a la
persistencia de crisis epilépticas a pesar de un tratamiento bien llevado durante al menos dos años, con ensayo de
al menos dos moléculas antiepilépticas. Entonces la cirugía se afirma como un camino nuevo para el tratamiento
pero sin embargo está restringida por numerosas condiciones. En efecto, la neurocirugía se dirige esencialmente a
los pacientes que presentan una epilepsia cuyo tratamiento es ineficaz, y cuyas crisis son responsables de
accidentes, trastornos cognitivos, emocionales y/o de relación. También se toman en cuenta en la indicación
quirúrgica los efectos secundarios ligados a la adopción de un tratamiento farmacológico (disminución de velocidad,
trastornos de la atención o mnésicos, hiperactividad, etc.). Sin embargo los que pueden ser tratados
quirúrgicamente son poco numerosos. En efecto, se debe localizar con precisión el foco epileptógeno, que debe
estar restringido a una región cerebral precisa. Por otra parte, se lo debe identificar como no susceptible de
provocar un déficit neurológico o un trastorno de la personalidad a largo plazo.
Gracias a los progresos de las técnicas neuroquirúrgicas y neurofisiológicas, la cirugía de las epilepsias en el niño se
ha desarrollado considerablemente en la población pediátrica. Su principal objetivo es el de encarar una cura
definitiva de la epilepsia así como el de mejorar el devenir neuropsicológico y la calidad de vida del niño.
Cuadro 1.7. La cirugía de la epilepsia
Se pueden proponer diferentes tipos de cirugía de la epilepsia. La operación más corriente es la de la resección
cortical focal y consiste en retirar una región del cerebro responsable del desencadenamiento de las crisis. Si la
operación consiste en retirar un lóbulo completo del cerebro, entonces se habla de lobectomía. Ocurre que las
crisis se desencadenen en una región importante del cerebro y que sea necesaria la ablación o desconexión de
varios lóbulos, e incluso de todo un hemisferio. Entonces se habla de resección multilobular o hemisferectomía.
El tratamiento quirúrgico de las epilepsias fármacoresistentes en el niño debe considerar el
interés de una intervención precoz.
3.1 La evaluación neuropsicológica en neurocirugía de la epilepsia
La evaluación neuropsicológica en cirugía de la epilepsia posee objetivos múltiples. Inicialmente, tenía como
objetivo proporcionar informaciones detalladas sobre la localización de las zonas epileptógenas. Sin embargo las
nuevas técnicas de exploración cerebral modificaron la función primera de la evaluación neuropsicológica. En
efecto, métodos tales como el videoEEG digital o la esteroencefalografía (electrodos intracerebrales), así como las
técnicas de imagen morfológica o funcional (IRMa, IRMf, TEP, TEMP), hoy en día permiten aportar datos cada vez
más precisos acerca de la localización de las lesiones cerebrales y acerca de la naturaleza de los disfuncionamientos.
Antes de la intervención quirúrgica (evaluación preoperatoria), el papel del neuropsicólogo dentro de un servicio de
neurocirugía de la epilepsia es triple (Lassonde et al., 2001):
1. Debe permitir trazar un perfil cognitivo completo considerando el tipo de epilepsia que presenta el niño y la
localización del foco epileptógeno. Sin embargo hay que tener en cuenta el hecho de que la identificación de un
déficit neuropsicológico puede estar ligada al foco epileptógeno mismo, pero también a una alteración funcional a
distancia del foco. La obtención de un perfil neurocognitivo preoperatorio constituye asimismo una línea de base
para la evaluación neuropsicológica postoperatoria.
2. Debe ayudar en la identificación de un eventual déficit
cognitivo posoperatorio. En consecuencia, no sólo es
necesario identificar las dificultades y debilidades del niño,
sino también sus fortalezas. Por ejemplo, la ablación de un
hipocampo sólo se realiza si el hipocampo controlateral es
normalmente funcional. Del mismo modo, la evaluación
neuropsicológica preoperatoria debe permitir identificar las
regiones cerebrales que deberían no ser alcanzadas por la
cirugía para evitar déficits dramáticos a largo plazo. Para ello,
el psicólogoneuropsicólogo debe determinar
imperativamente la lateralización del lenguaje.
Después de la intervención quirúrgica, se realizan uno o varias evaluaciones posoperatorias en las que el niño es
revisado, con el objetivo de medir el efecto del tratamiento quirúrgico, seguir a largo plazo las dificultades que se
presentaron inicialmente y la integración escolar del niño, y adaptar paulatinamente las ayudas terapéuticas o
educativas.
Cada vez el tratamiento quirúrgico se encara con mayor anticipación durante la vida del niño, por los conocimientos
adquiridos acerca del potencial de plasticidad cerebral y de las repercusiones nocivas que tiene la epilepsia en el
cerebro en desarrollo. Los primeros trabajos realizados en población pediátrica con frecuencia mostraron mejoras a
largo plazo y un efecto beneficioso de la cirugía sobre la cognición y la conducta. Sin embargo, esos estudios
examinaron sobre todo el impacto de la cirugía en el funcionamiento intelectual, escolar y psicosocial (Jambaqué,
2008). Progresivamente el florecimiento de la neuropsicología infantil permitió explorar mejor las diferentes
grandes áreas de la cognición y comprender mejor las particularidades de la evolución neuropsicológica en el
contexto de la cirugía precoz de la epilepsia (Jambaqué, 2008).
La evaluación neuropsicológica contribuye a optimizar el tratamiento de los niños con epilepsia
en fase perioperatoria, pero también a más largo plazo.
3.2 Cirugía de la epilepsia, lenguaje y especialización hemisférica
El análisis neuropsicológico de los déficits de lenguaje en las epilepsias permite examinar mejor los procesos de
reorganización funcional y de compensación de conducta. Ciertas epilepsias o síndromes epilépticos poseen un gran
interés para estudiar los lazos que unen las descargas eléctricas con los trastornos del lenguaje, como las epilepsias
parciales temporales y frontales, el síndrome de West, el síndrome de LennoxGastaut, las PuntasOndas Continuas
durante el Sueño (POCS) así como el síndrome de LandauKleffner (1.8; Jambaqué et al., 2001).
Cuadro 1.8. Los principales síndromes epilépticos responsables de trastornos del lenguaje
El síndrome de West aparece precozmente, en niños que en general tienen menos de un año. Se manifiesta por
espasmos en salva, hipotonía, apatía, trastorno del seguimiento ocular, detención del desarrollo psicomotor así
como desinterés por el entorno (signos precoces de autismo). Solamente entre un 10 y un 15% de los niños tiene
una inteligencia normal. La mayor parte presenta un retraso en el desarrollo caracterizado por déficits que
predominan en la esfera visoespacial y también por trastornos de la comunicación verbal.
El síndrome de Lennox_Gastaut se inicia más tardíamente, entre los 3 y los 3 años. Se manifiesta por crisis de
epilepsia con caídas tónicas o atónicas, ausencias atípicas o estados de mal. El EEG muestra puntasondas lentas
en las regiones frontales y bocanadas de ritmo rápido durante el sueño. En general este síndrome está
acompañado por un deterioro mental y trastornos de la conducta. En cuanto al lenguaje, se ve afectado por
trastornos de las praxias buco faciales y por hipersalivación.
Las POCS sobrevienen en niños de entre 5 a 8 años y se caracterizan por la asociación de varios tipos de crisis
parciales o generalizadas durante el sueño y ausencias atípicas durante la vigilia. La evolución de esta epilepsia
está marcada por importantes perturbaciones cognitivas, incluso un cuadro de agnosia verbal, que pueden
identificarse a largo plazo.
El síndrome de LandauKleffner es de un interés excepcional para estudiar los lazos que unen epilepsia y
lenguaje. Sobreviene en niños de 4 a 8 años y en el plano neurológico se manifiesta por EEG de vigilia, pero
sobre todo del sueño, muy patológicos. Este síndrome está acompañado por una regresión notable del lenguaje
receptivo y expresivo, e incluso agnosia auditiva, afasia y trastornos de conducta. Sin embargo, en general las
capacidades intelectuales están preservadas.
En la evaluación del lenguaje, ciertos trabajos se dedican específicamente al estudio de la organización cerebral
atípica en los niños con epilepsia. Sobre todo se encontró una sobrerepresentación del número de zurdos,
especialmente en la población de las epilepsias graves asociadas a un cociente intelectual inferior al normal, y que
podría así reflejar un cambio patológico de lateralidad inducido por la actividad epiléptica (Gleissner et al., 2003).
En el contexto de la cirugía de la epilepsia, se utilizó por largo tiempo el test de Wada para determinar la
lateralización del lenguaje en los momentos de las evaluaciones preoperatorias. Este test consiste en inyectar un
anestésico en una de las arterias carótidas (derecha o izquierda) y, una vez anestesiado, el hemisferio testeado ya
no puede cumplir sus funciones (si por ejemplo el hemisferio izquierdo es el testeado, el paciente será incapaz de
comunicar verbalmente si este hemisferio sostiene el lenguaje). A partir de esta técnica, ciertos autores buscaron
evaluar la frecuencia de lateralización atípica del lenguaje y los factores que están asociados a ello como la edad en
la que comienza la epilepsia, la localización y la lateralización del foco epiléptico, la lateralidad manual y el sexo
(Sabbah et al., 2003 ; SaltzmanBenaiah et al., 2003).
Risse y Hernpel (2001) por ejemplo, mostraron que 16 niños zurdos sobre 22 (entre 80 niños de entre 3 a 17
años que sufren de una epilepsia parcial) presentaban una lateralización atípica para el lenguaje. Además, los
varones presentaban peores resultados generales para el lenguaje.
En la actualidad, el estudio de la dominancia hemisférica en el niño privilegia la técnica del IRM funcional, menos
invasiva que el test de Wada. Para ello, Liégois y col. (2004) examinaron la lateralización del lenguaje en 10 niños
con epilepsia y que habían presentado una lesión hemisférica izquierda temprana. Sólo dos eran francamente
diestros y la realización de una tarea de fluencia verbal en IRMf permitió evidenciar una lateralización derecha o
bilateral para el lenguaje en cinco niños. Así, recientemente y gracias al advenimiento de las técnicas de imagen de
ahora en más es posible comprender mejor la plasticidad postlesional o postquirúrgica para el lenguaje, con
reorganización controlateral frecuente en el seno del hemisferio no lesionado. Estos datos sugieren así que el niño
dispone de un potencial de plasticidad más importante que el del adulto y que la visión empírica de un hemisferio
izquierdo que solo sería capaz de encargarse del lenguaje, ha perdido actualidad.
En lo que tiene que ver con los niños con epilepsia del lóbulo temporal, en general se considera que corren riesgos
en cuanto al desarrollo del lenguaje (Helmstaedter & Lendt, 2001). Sin embargo la cirugía precoz del lóbulo
temporal puede asociarse a un mejor pronóstico del desarrollo de las competencias lingüísticas. Así, Jambaqué y
col. (2007) no informaron diferencias significativas en el cociente intelectual verbal entre el nivel pre y post
operatorio en un grupo de niños diestros, con edades de 7 a 14 años. Sin embargo la tendencia a la mejoría del
cociente intelectual verbal estaba en correlación con la edad de la cirugía: cuanto más precozmente se la encaraba,
mejores repercusiones a largo plazo se observaban en cuanto a las competencias verbales. Por otra parte estos
autores informaron de una mejoría de los puntajes en denominación alrededor de un año después de la cirugía,
aún cuando, de modo general, los niños beneficiados con una cirugía temporal izquierda quedaran más débiles que
los que habían sufrido una resección temporal derecha. Blanchette y Smith (2002), por su parte, exploraron las
funciones lingüísticas (vocabulario activo y pasivo, CI verbal, fluidez verbal, lectura, comprensión de frases,
realización de consignas), en niños antes y después de la cirugía del lóbulo frontal o temporal. Si bien no apareció
ninguna diferencia entre los grupos “frontal” y “temporal” antes y después de la cirugía, en cambio se encontró un
efecto de lateralidad: las lesiones hemisféricas izquierdas afectarían más ciertas competencias verbales, como la
fluidez y la comprensión.
La cirugía de la epilepsia contribuyó a abordar las cuestiones relativas a la especialización
hemisférica y a la plasticidad cerebral. En particular la literatura informa de importantes
capacidades supletorias para el lenguaje.
Ejercicios de autoevaluación
1. Según el principio de Hebb, cuanto más precozmente sobrevenga una lesión:
a) mejor será la recuperación
b) más importante es la extensión de la lesión cerebral
c) más importante será el riesgo de disminución de la eficiencia intelectual general
2. La dispraxia en el niño se define clásicamente como:
a) un trastorno del desarrollo
b) un trastorno adquirido
c) un trastorno cognitivo global
3. En el ámbito pediátrico, la solicitud de evaluación neuropsicológica proviene esencialmente :
a) del entorno familiar
b) del ámbito escolar
c) del sector hospitalario
4. La evaluación neuropsicológica en el niño debe ser:
a) más cuantitativa que cualitativa
b) más cualitativa que cuantitativa
c) tan cualitativa como cuantitativa
5. En el marco de la epilepsia temporal, ¿qué sistema de memoria se ha estudiado
principalmente?
a) la memoria de trabajo
b) la memoria semántica
c) la memoria episódica
6. Según el principio de equipotencialidad hemisférica inicial de Lenneberg, la especialización
para el lenguaje:
a) se hace desde los primeros meses de vida
b) está marcada por un período crítico
c) se hace tardíamente, después de la pubertad
7. ¿Qué es la inteligencia cristalizada?
a) la capacidad para utilizar experiencias anteriores
b) la capacidad para adaptarse y aprender nuevas cosas
c) la capacidad para adaptarse y comunicarse con los otros
8. Según las teorías sobre la plasticidad cerebral, una cirugía de la epilepsia idealmente debería
proponerse:
a) Lo más precozmente posible durante los primeros años de vida del niño
b) Después de la adquisición y el establecimiento de las funciones cognitivas
c) En cuanto los medicamentos estabilizan la epilepsia
ENVIAR RESPUESTAS
Anexos
Resumen
Bibliografía
Resumen
En este módulo hemos visto que la especificidad de la neuropsicología en el ámbito pediátrico se plantea a través de
las cuestiones de la plasticidad cerebral y de la modularidad de los sistemas en el niño pequeño, que la
neuropsicología infantil debe relacionar los déficits observados en función de la edad interpretándolos a la vez en un
contexto de desarrollo, así como las particularidades de la problemática y la definición de los trastornos cognitivos
que aparecen en el niño durante el desarrollo.
En segundo lugar hemos estudiado el procedimiento
neuropsicológico en el ámbito pediátrico y los principales
objetivos de la evaluación neuropsicológica en los niños.
También hemos abordado los problemas que pueden
presentarse en la conducción de la evaluación
neuropsicológica y en la elección de las pruebas así como las
principales herramientas de evaluación disponibles.
Bibliografía
Bibliografía básica
Bibliografía complementaria
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