Otra mirada sobre la Revolución de 1810 en el Río de la Plata
Transcripción de la clase teórica ofrecida en Filosofía y Letras de la UBA en el Bicentenario de la Revolución de Mayo, invitado por la Cátedra de Historia Social General “B”.
Comenzaremos ahora a tratar el tema de la revolución de Mayo. Los conceptos básicos
que quiero plantear son pocos y seguramente definitorios. El primero se relaciona directamente con las lecturas con las que abrimos la clase, y considero que es central: la evaluación del papel de las fuerzas o factores internos. Desde hace 20 o 25 años está instalada una visión que ha colocado ciertas interpretaciones en un definido segundo plano, entre ellas la idea de que los hombres, con arreglo a sus circunstancias, pueden, y de hecho hacen, su historia. ¿Qué quiero decir? Que algunas de las visiones sobre este tema nos invitan a nosotros, al igual que habría ocurrido con los revolucionarios de mayo, a quedarnos sentados esperando a que la pera madure. Es decir que se produzcan situaciones en las cuales no tengamos más remedio que levantarnos y actuar solo lo necesario para ponernos a tono con esa nueva circunstancia o nuevo estado de cosas. ¡Pobre papel asignado a la acción humana, a la acción colectiva, a las pasiones, a la voluntad, a los sueños, en fin, a todo lo que caracteriza lo mejor del papel de los hombres en la sociedad y en la historia! Entonces, el primero de los tres problemas que voy a mencionar se puede resumir en una pregunta: ¿Existió una voluntad de independencia previa a su realización? Esto significa preguntarnos si aparte de los factores o causas externas no cumplieron un rol decisivo los factores de naturaleza interna, local. Porque sino todo queda circunscripto a que Francia invadió España en 1808, aprisionó a los reyes españoles y colocó a un hermano de Napoleón en el trono; y que sin perjuicio de el pueblo español resistió en principio fue derrotado, estos hechos serían los que determinan todo, y lo que ocurre en el Río de la Plata es lo que señalamos al principio: nada de acción proyectada, nada de proyecto, sólo el acto de presidir el derrumbe de un orden antiguo. Lo que está puesto en discusión -asociado con argumentos tales como el fin de la historia, el fin de las ideologías y la globalización-, es que la correlación de fuerzas que hay actualmente en el mundo entre las distintas clases y grupos sociales, ha llevado entre sus múltiples derivaciones a la negación o subestimación del papel de los hombres en la historia; de grupos organizados en la definición de situaciones y circunstancias de crisis. Parto de no negar la importancia en absoluto de los factores externos, pero al mismo tiempo deseo plantear que los factores externos influyen y se expresan esencialmente a través de factores internos, lo que en términos de acción suele expresarse como aprovechar las circunstancias en el momento oportuno. La primera guerra mundial, por ejemplo, fue un factor externo de gran importancia en numerosos países, donde trastocó la economía y la vida de muchas personas. En algunos lugares, esos momentos de crisis y reestructuración de las sociedades pasaron de largo; en otros sitios hubo intentos de cambiar el armado de la sociedad; así, sin dichas circunstancias favorables es muy probable que, por ejemplo, la revolución rusa no se hubiera realizado. Sin fuerzas políticas organizadas, preparadas, que se ejercitaron, que buscaron vías de aproximación política, que no tenían éxito hasta que en un momento se dieron circunstancias extraordinarias -que ellos no generaron, pero que sí aprovecharon- , seguramente el cambio no se hubiera producido. Entonces en determinados momentos y lugares pasan cosas y en otros, con las mismas circunstancias externas, no pasan. Acotándonos al espacio virreinal se podría decir que la situación de España (caótica, consejo de regencia en una isla, Francia instalada allí “para siempre”), no generó inmediatamente un pronunciamiento revolucionario en Montevideo -gran puerto rioplatense-, ni en Córdoba, ni en Asunción del Paraguay. Lo que tenemos pues es que en Buenos Aires se dio una feliz coincidencia entre factores y causas externas muy favorables -que agudizaron la crisis del dominio colonial español, la crisis del Estado colonial y, sobre todo, del centro estatal- con el accionar de grupos de patriotas criollos, americanos –la historiografía puede discutir qué nombre los califica mejor- dotados de una voluntad y un deseo de independencia previo a que se crearan las mejores condiciones para llevar a la práctica dicha aspiración. Esta es una discusión. ¿Cómo se resuelve? Revisando y estudiando, con las fuentes documentales en la mano, el proceso histórico que va de 1804 por lo menos, cuando Castelli se entrevista en Buenos Aires con agentes ingleses y se habla de la independencia de las colonias españolas, hasta el 25 de Mayo. En esta dirección, las invasiones inglesas definen un momento fundamental, cuando todavía España no había sido invadida por nadie. Aquí pasa de todo. Surgen lo que en los papeles de la época llaman “partidos”, y se comienzan a organizar facciones que actúan políticamente. El grupo de conspiradores americanos más antiguo y más decidido está encabezado por Castelli, Belgrano -que es su primo-, Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña, French, Beruti, Pueyrredón, y algunos más que varios años antes de la prisión de Fernando VII piensan que es necesario, que sería bueno y deseable, lograr la independencia de estas colonias. También saben que es muy difícil; seguramente muchos días piensan que es imposible, pero así funcionamos las personas. Lo que nos interesa sobre todo es el momento en que piensan que se puede hacer algo, no el día en que están bajoneados. Ese grupo existe. Llegan las invasiones inglesas. El centro estatal -usando los conceptos que vimos antes- con el virrey Sobremonte a la cabeza defecciona y huye con los caudales. En ese momento aparecen actuando grupos de españoles que ya no son los españoles que representan a la clase dominante en España, aunque tienen vínculos. Estos son españoles que tiene un pie en sus intereses en España y otro pie, tal vez el principal, ya en sus intereses americanos. Así proyectado desde su actuación en el cabildo, expresión de estos mercaderes, surge un personaje clave, Martín de Álzaga, que junto con otros españoles y algunos americanos va a dar vida al que algunas crónicas de la época identifican como un segundo partido, distinto al partido americano de Castelli, que es un partido de españoles europeos en América. Este grupo considera que el principal aprendizaje que dejan las invasiones inglesas es que España -el centro estatal y lo que está detrás del centro estatal- no garantiza sus intereses en América. Así van a considerar luego que la Reconquista primero y el rechazo a la segunda invasión después no es un patrimonio que se deba arrogar España y los funcionarios que la representan en el centro estatal, sino que es un balance que le va a corresponder al pueblo de Buenos Aires, y en especial a ellos mismos. De este modo subestiman de hecho el rol de los americanos y de algunos aliados como el francés Liniers, que jugaron en el amplio frente que en 1806 se terminó armando para derrotar a los ingleses. Amplio frente que reunió desde algunas figuras del centro estatal, hasta el “partido” español (gente que ya empieza a pensar que sus derechos van a estar mejor garantizados si ellos se hacen cargo del gobierno en América que dependiendo de la metrópolis), y el “partido” americano. Este último grupo venía teniendo con anterioridad esporádicos contactos con representantes de Gran Bretaña. Los ingleses, en plena revolución industrial, aspiraban a introducir crecientemente sus mercaderías en Hispanoamérica, pretendiendo “de máxima” desplazar a España en el dominio de los territorios, para lo cual no eluden presentarse –seguramente algo de eso le habrá dicho el capitán Burke a Castelli en su reunión de 1804- como favorecedores de la independencia de las colonias. Cuando llega la primera invasión y desembarcan los 1500 ingleses, existen fuertes indicios de que los americanos más comprometidos con la idea de un cambio abren un compás de expectativa. ¿Qué expectativa? Que los ingleses vinieran a cumplir con las promesas que habrían hecho en voz baja en los cafés de Buenos Aires. Bueno, si bien los ingleses agitaron “por izquierda”, lo cierto es que trabajaron “por derecha”, como suele ocurrir con frecuencia en Argentina. Entonces llegan y reunen a la burocracia del centro estatal instándolos a jurar la nueva dominación. Cuando esto queda claro se constituye en toda su extensión el frente antiinglés, donde por distintas razones todos coinciden en que a los ingleses hay que expulsarlos. Belgrano, rememorando esos sucesos, escribe en su autobiografía que entonces la consigna fue “amo viejo o ningún amo”, sintentizando así la táctica del grupo de Castelli. Si bien se podría creer que, como ocurre con frecuencia con este tipo de textos, se trata de un argumento destinado a quedar bien ante la historia, existe sin embargo un documento de la misma época de los sucesos, donde un general inglés le informa a su gobierno que es voluntad de los americanos permanecer bajo el antiguo dominio o, en todo caso, ser independientes. Enunciados como el de “amo viejo o ningún amo” sustentan sin duda todo un análisis político –incluidas consideraciones sobre correlación de fuerzas, oportunidades, dificultades, etc.-, que debe asociarse con el hecho de que ya existían grupos (no digamos partidos) que realizaban análisis políticos, en tanto la realidad les interesa, los interpela y los obliga. Y analizar una coyuntura, antes como ahora, implica ponderar, sopesar, imaginar cursos de acción, armar escenarios alternativos, etc. Este fue un ejercicio político que no resultó ajeno a numerosos protagonistas de la hora: el grupo de españolistas, el grupo cercano a Liniers, el grupo de Castelli y otros individuos intelectualmente inquietos. Mientras tanto se forman cuerpos militares criollos, se militariza Buenos Aires, esos cuerpos militares elijen jefes americanos, respetando por cierto las jerarquías propias de aquella sociedad (no eligen a un peón de campo, elijen a terratenientes o mercaderes). En torno a sucesos vinculados con las invasiones inglesas se inicia al poco tiempo una “causa reservada” por tentativa de independencia. Hay un tomo de una colección documental llamada Biblioteca de Mayo (editada en 1960 por el Senado) dedicado a esta causa contra Álzaga y otros españoles, los que habrían defendido Buenos Aires manifestando que no se podía esperar nada de España, y que había que armar un gobierno español acá. Esta perspectiva se volvería a expresar en lo que se llamó “la asonada” del 1º de enero de 1809, que fue un intento de instalar una junta de gobierno compuesta esencialmente por españoles. En suma, las invasiones inglesas con todas sus novedades y ejercicios político-militares. Lo que quiero enfatizar es que la ciudad de Buenos Aires se transformó de golpe, al menos para una elite activa, en una escuela de análisis y práctica política. Es decir, llegaron los ingleses, hubo una invasión, pueden llegar mañana de nuevo, hay que organizarse, a qué vienen, a qué no vienen, cómo actuar… No decimos que es un ejercicio de protagonizado por las amplias masas, pero que sí lo es para grupos activos que tampoco están desconectados de dichas masas, con las cuales van desarrollando vínculos, principalmente en los cuarteles. Hay además una imposición tumultuaria de un nuevo virrey. Es decir que en Buenos Aires, en esos años, están pasando “cosas raras”, desestabilizantes, que contribuyen al desarrollo de una crisis del dominio español que, si bien va a tener su golpe de gracia con la prisión de los reyes, resulta evidente que viene de antes, resultando inseparable de los diversos efectos disparados por las invasiones inglesas. Y España debe aceptar la imposición popular de Liniers, que reportó simultáneamente sus éxitos al rey de España y a Napoleón, el emperador de su país de nacimiento. Cuando llegó la noticia de la invasión francesa dejo de escribirle a Napoleón y ratificó su lealtad española. Sólo Dios el sentimiento íntimo de Liniers, más allá de los aspectos oscuros de su conducta, por lo que vale tener en cuenta que el hombre murió al frente de las tropas españolas enfrentando a la Junta de Mayo. Llegados al momento de la invasión a la metrópoli, comienza la insurrección patriótica española contra la dominación extranjera, o sea la guerra de independencia de España, donde se organizan los pueblos en juntas, desde pequeñas juntas hasta la junta suprema. La noticia de todas estas novedades llega un par de meses después al Río de la Plata, donde –podemos imaginarlo- todo se discute, se analiza, se polemiza, y el mayoritario rechazo a la invasión gala abre espacios a nuevas especulaciones y combinaciones políticas a las que no serán ajenos numerosos americanos. Fernando VII, el rey que había remplazado a su padre Carlos IV en el trono español – ambos ahora prisioneros de Napoleón-, tenía una hermana que se llamaba Carlota Joaquina, que era esposa del príncipe regente de Portugal, país que había sido invadido por los franceses en 1807 escapando la corte hacia sus dominios del Brasil, protegidos y transportados por la flota inglesa. En este contexto, alentada por los ingleses antes de su alianza con España y por el poder portugués, la princesa Carlota concluyó que era el momento oportuno de agitar sus derechos a la sucesión borbónica, y comenzó a operar en el escenario rioplatense. Habrá ahí un doble movimiento: por un lado el intento de Carlota de obtener la regencia haciéndose cargo del vacío de poder que se había generando; y por el otro el desarrollo de una trama política que, si bien de a momentos parece ser la misma, es al mismo tiempo otra trama, consistente en el intento de integrantes del, digamos, grupo de Castelli, por colocar a Carlota al frente de un nuevo gobierno local al que se imagina autónomo, Es decir, darse un gobierno propio y lograr que Carlota acepte un rol formal con vista a darle legalidad a la novedad. Y ahí están. Van y vienen las cartas y cada parte hace su juego, hasta que en determinado momento los ingleses consolidan su alianza con España, frenan a Carlota porque España protestaba contra sus intentos, y los ingleses debían que hacer buena letra con los españoles, toda vez que su prioridad absoluta era la lucha contra Napoleón en Europa. Así que Carlota enfría sus pretensiones, y de paso aprovecha para denunciar a algunos de los involucrados en la trama por su condición de revolucionarios independentistas. Sin perjuicio de estas vicisitudes, en 1809 Belgrano vuelve a insistir y le manda, entre otras, una carta a Carlota que no tiene desperdicio, en la cual es posible ver con claridad a un futuro jefe de Mayo haciendo política de un modo abierto, con una idea, con un proyecto. Belgrano le insiste sobre la conveniencia de su venida a Buenos Aires, sugiriendo que sería mejor que venga sola, “sin séquitos ni ejército”. Carlota al principio quería venir con miles de soldados, en tanto su plan era mandar. Y Belgrano insiste –cito de memoria-: “venga sola que acá le garantizamos todo, y si su marido Juan VI se opone, haga Ud. valer sus encantos femeninos”. Puede ser una nota de color, pero que sin duda también una señal de que algunos americanos están haciendo lo que se puede y se les ocurre para terciar en el marco de la crisis; una prueba de que no se están chupando el dedo, sino que están ahí, maniobrando a tono con las oportunidades que brinda el contexto para su acción. Sin perjuicio de la continuidad de las tramoyas carlotinas, durante 1809 se producen dos episodios en el Alto Perú: el levantamiento en Chuquisaca o Charcas (actual Sucre) en mayo de 1809, y en la La Paz, en julio de 1809. En el primero de ellos, de alcance más limitado, haría sus primeras armas conspirativas Bernardo de Monteagudo, mientras que en La Paz se destacó uno de los dirigentes referenciales de la independencia sudamericana, Pedro Murillo, quien presidiría la Junta Tuitiva que si bien formalmente aludía a la defensa de los derechos de Fernando VII, colocó su actividad sobre un fondo de innegables pretensiones de una independencia absoluta. Esta orientación se trasunta con claridad en una proclama emergente del movimiento patriota: “Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria. Hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra libertad al despotismo y la tiranía de un usurpador injusto que, degradándonos de la especie humana, nos ha dado por salvajes y mirado como esclavos. Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido un presagio cierto de humillación y ruina. Ya es tiempo pues de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad como favorable al orgullo nacional del español. Ya es tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno fundado en los intereses de nuestra patria altamente deprimida por la bastarda política de Madrid. Ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía”. Los españoles, el centro del estado colonial, van a reaccionar violentamente, como correspondía, ante el desafío que significaron los sucesos de La Paz, para lo cual enviaron tropas desde Lima y Buenos Aires, derrotando finalmente la rebelión. Los castigos que se imponen son tremendos. Se hacen juicios, hay ahorcamientos, prisiones, destierros. A Pedro Murillo le cortan la cabeza y la colocan a la entrada de la ciudad de La Paz. O sea que se está jugando fuerte. Las reglas del juego, si alguien no las tenía claras, a mediados de 1809 se harían clarísimas. Muchos revolucionarios altoperuanos fueron en Charcas compañeros de estudios Monteagudo, de Moreno, de Castelli; se cartean; forman en fin una red -como diríamos hoy- de gente conocida, con afinidades e historias parcialmente comunes. El mensaje es transparente, la represión más feroz espera a los que desafíen el poder metropolitano. Entonces, realmente afirmar que estamos en mayo de 1810 ante gente que actúa sin saber lo que está haciendo, cuando un año antes han sido cortadas las cabezas de los líderes de La Paz, es un argumento inaceptable. Volvamos al hilo de los sucesos. Llega finalmente el virrey Cisneros, y el grupo de Castelli –con Belgrano a la cabeza- le propone sin éxito a Liniers que no acepte su remoción y se ponga al frente de un gobierno de origen puramente local. Fracasado el intento, apenas instalado Cisneros organiza una junta de vigilancia y redobla el control polìtico. Existen documentos que cuentan cómo se fingen partidas de caza para poder ir al campo y hablar sin que escuchen los delatores; hay lo que yo diría conspiradores, hay grupos de gente que podríamos llamar revolucionarios. Eventualmente se podrán aprovechar las circunstancias que cada día se van poniendo más favorables para el logro de cosas sobre las que vienen hablando desde hace un rato largo. Y se va a actuar siguiendo el camino que da más garantías, que permite utilizar los argumentos surgidos de la propia resistencia a la invasión napoleónica. Me refiero a la defensa de los derechos de Fernando VII, para lo cual hay que tener en cuenta existen historiadores que nos dicen que “la junta no era independentista, era a nombre de Fernando VII”. El asunto es que la Primera Junta se instala a nombre de Fernando VII, sí, pero esto debe ser analizado de sobre la base de que existe una generalizada convicción acerca de que Fernando VII ya fue, que España permanecerá subyugada poco menos que para siempre, y que, en este contexto -como lo afirmaron Moreno y Saavedra- resultaba ventajoso para la Junta utilizar la táctica política de operar bajo la máscara de Fernando VII, bajo el manto de Fernando VII, o invocar siempre “el misterio de Fernando”. ¿Por qué? Porque el mismo día que se hacía eso se enviaba un ejército al Alto Perú y otro al Paraguay, no es que se permanecía pasivo. Entonces enviar los ejércitos a nombre de Fernando VII contribuía a que los enemigos de un gobierno autónomo encontraran un marco de alianzas más complicado, porque existía mucha gente a la que se le creaba la duda sobre las reales intenciones de la Junta, y por lo tanto daba tiempo, esperaba a ver qué pasa, favoreciendo así la expansión de la revolución. Obviamente, y esta es la fuente de numerosas confusiones, la máscara de Fernando VII fue una táctica revolucionaria o independentista, no para todo el mundo, en general, sino sólo para algunos, para el grupo de dirigentes que realmente podemos llamar los activistas del partido americano, los que habían participado mayoritariamente de las ya referidas escaramuzas y ejercicios previos, de aproximación revolucionaria y entrenamiento político. Hay muchos otros hombres que participan del movimiento, y que son también dirigentes, que prestan su acuerdo, y que actúan a nombre de Fernando VII porque entienden que es legal, que corresponde, pues se ha roto el pacto que era con el rey y no con España, y el pueblo reasume la soberanía a nombre del rey ausente. O sea que podemos pensar que entre diferentes grupos y personas había distintas modulaciones y/o comprensiones del discurso revolucionario: algunos creen de buena fe que defienden los derechos del rey cautivo; otros van a tener mayor claridad sobre el curso de los sucesos pero, acaso más temerosos, van a utilizar la máscara de Fernando VII para dejar una puerta siempre abierta ante su muy improbable restauración al trono español; finalmente para dirigentes como Moreno y Castelli la máscara será –además de un argumento formidable- una pura táctica revolucionaria, la mejor para que el pronunciamiento de Mayo ingrese en un camino sin retorno. Y aquí hay que mencionar el papel clave jugado por los ingleses. Poco tiempo después de instalada la Junta, el embajador lord Strangford, su principal referente en la región, escribe desde Río de Janeiro al nuevo gobierno advirtiéndole que hay solo dos cosas que podrían hacerle perder el favor de su majestad británica. Una, “cualquier clase de trato con el tirano de los franceses”, pretensión lógica en tanto los ingleses se están enfrentando a los franceses por el dominio de Europa. Por lo tanto por más deseos que tuvieran de apoderarse de las colonias españolas, debían ajustarse al nudo de su estrategia política mundial. Entonces, primera condición: ningún contacto con Napoleón. La segunda actitud, la que más nos interesa, por la cual la Junta podría perder la buena voluntad inglesa, consistía según Strangford en “cualquier declaración prematura de independencia”. De modo que “la línea” de los ingleses fue “señores, ojo con la independencia”. A partir de estos señalamientos, se fortalece la conclusión de que la máscara de Fernando VII representó para el sector radical de la dirigencia una táctica para llevar la revolución adelante (que se expanda el fuego revolucionario), mientras que para otros significó –durante años- una línea política funcional con las pretensiones inglesas. Impedir la declaración de la independencia significo para los ingleses una postura funcional con el despliegue de la interpretación por la cual dirían que los enfrentamientos en el Río de la Plata no eran más que una disputa doméstica entre súbditos del mismo soberano. Según esta argumentación todos defienden al mismo rey pero tienen distintos criterios sobre cómo se preservan mejor sus derechos, de manera que los ingleses quedan habilitados para hacer negocios por igual en Buenos Aires y Montevideo, como si no existiera la guerra en curso. Con esta táctica lograban extender sus miras mercantiles y evitaban tomar un partido que los indispusiera con sus aliados españoles. Mientras tanto, pasa el tiempo y el 18 de mayo de 1810 llegan al fin las noticias más esperadas por los conspiradores: la resistencia en la península habìa sido quebrada y sólo restaba un consejo de regencia instalado en la isla de León. El grupo de Castelli y Belgrano venía desde meses atrás presionando a Saavedra –que como principal jefe militar disponía de los fusiles- para que apoyara un movimiento destinado a deponer al virrey e instalar una junta, a lo cual aquel les respondía que “las brevas no estaban maduras”. Reunidos nuevamente apenas recibidas las noticias de España, Saavedra acordó que las brevas habían al fin madurado y que no se debía perder más tiempo, iniciándose de este modo el proceso conocido como la semana de mayo. Al respecto cabe mencionar que existió una Junta previa a la que se denominaría Primera Junta, consagrada el día 24. Pero no nos adelantemos. Para la realización del cabildo abierto del 22 de mayo fueron cursadas 500 invitaciones a los vecinos principales de la ciudad, pudiéndose asegurar que se especulaba con contar allí con una mayoría sólida en respaldo de la continuidad del virrey cuestionado. Sin embargo sólo la mitad se hizo presente en la reunión. Existe evidencia documental sobre que “los que no sabían qué hacer” y “no tenían ninguna acción proyectada”, organizaron numerosos episodios, a los que no habrían sido ajenos French y Berutti, de lo que hoy denominamos “escraches” sobre españoles que de ese modo se quedaron en su casa sin concurrir al cabildo del 22 de mayo. Entonces hay un gran ausentismo de los que van a votar por el virrey. En ese contexto, la mayoría de los presentes vota por la separación y que el cabildo designe una junta de gobierno. En este marco el ayuntamiento urde una maniobra continuista mediante el nombramiento de una junta de cinco integrantes, presidida por… Cisneros, acompañado de dos españolistas y dos americanos, que no casualmente son el uno y el dos entre los revolucionarios: Saavedra –en tanto el jefe militar- y Castelli, hasta ese momento el principal jefe político criollo. Y se arma la Junta y es un escándalo, porque Saavedra se calza el traje de gala y se va para asumir, mientras que el núcleo duro de los activistas americanos se reúnen en casa de Rodríguez Peña con vistas a neutralizar la maniobra del cabildo, para lo cual con el apoyo de Castelli proceden a convencer a Saavedra de la conveniencia de su renuncia, de resultas de lo cual cae el intento de junta fraguado por los capitulares y el virrey. Para entonces estamos situados en la noche del 24, momento en el cual según un historiador liberal clásico, “de pronto, preso de la súbita inspiración, uno de los patriotas alcanzó un papel y empezó a garabatear los nombres de la Primera Junta”, un cuento chino total. Mucho más lógico es suponer, en base al análisis de la documentación disponible, que esa noche se habrán juntado representantes de todos los grupos, todas las corporaciones, todos los que estaban interesados en armar ese gobierno autónomo, y producto de sus seguramente febriles negociaciones, se fue confeccionando un listado de individuos donde cada uno expresa una facción o un interés definido, donde aparece en primer término el jefe de las armas, luego el referente de los conspiradores más antiguos, y entre otros Moreno -que viene por el lado del grupo de Álzaga, con el que había jugado el 1º de enero de 1809-, un comerciante, un cura, algunos españoles otros criollos, en fin, todo lo que se dudo reunir en función de la potencial confluencia de todos aquellos interesados en la remoción del gobierno metropolitano. Junto con el conocimiento y análisis de los hechos que desembocaron en el 25 de mayo, cabe plantearse algunos de los principales problemas interpretativos que presenta dicho pronunciamiento. La de Mayo, ¿fue una revolución? ¿De qué tipo? ¿Por qué fue incruenta? ¿Fue una revolución? Bueno, pero antes: ¿qué es una revolución? Primer problema, hay que definir, como siempre, el concepto. Para que haya una revolución, dentro del marco teórico (marxista) en el que me estoy expresando, tiene que haber una ruptura del Estado en tanto instrumento de dominio y poder, y producirse el reemplazo de unas clases y grupos por otras clases en su corporización como Estado, en su manejo y control del Estado. Esta definición debe pensarse asociada con las características del estado colonial, donde su núcleo –el centro estatal- era la expresión de las clases dominantes en España. En este contexto podemos decir que el 25 de mayo, con la instalación de la Junta, es destruido en Buenos Aires el centro estatal, que por otra parte, y por los avatares de la historia que va de 1806 a 1807, había ido quedando en esqueleto. Hay una ruptura del Estado. Una ruptura del centro estatal; esta sería la clave del asunto. ¿Qué significa eso? Que es desplazada la clase dominante en España, es decir, el colonialismo español. Es eliminado lo que gobernaba en nombre de eso y se instala un gobierno integrado por otros sectores y grupos, donde confluyen con sus más y sus menos, esencialmente mercaderes y terratenientes con intereses enraizados en la economía local. Desde este punto de vista, con reemplazo de grupos sociales en el manejo del poder y ruptura del corazón del Estado, entiendo que nos hallamos ante la presencia de una revolución. Al mismo tiempo, en virtud de la tarea principal que apunta a resolver –y resuelve efectivamente en un proceso- nos hallaríamos frente a una revolución que voy a llamar anticolonial. Considero que, en general, la revolución es seguramente, entre otras cosas, un método de resolver determinadas contradicciones históricas (políticas económicas y sociales). En este caso, dado el problema y el conflicto que apunta a resolver esta revolución, la consideramos una revolución anticolonial, dado que la tarea que se plantea, que no es caprichosa sino que es la que refleja la contradicción principal de lo que era la sociedad hasta ese momento, es decir una colonia. Es una revolución anticolonial, ahora ¿esto es una revolución como la china, la rusa, la cubana? No, es una revolución anticolonial. La tarea que se planteo resolver fue eliminar el dominio de España. ¿Entonces qué revolución no es? No es una revolución social, porque lamentablemente no la dirige Tupac Amaru, ni otros representantes de los intereses de las mayorías de indígenas y mestizos, ni del campesinado colonial oprimido. La dirigen esencialmente los grandes mercaderes y hacendados americanos que formaban ya en el virreinato parte del Estado, aunque en forma secundaria y subordinada, en tanto constituían un sector intermedio –subordinado hacia arriba, explotador hacia abajo-, que encontraría en el vasto movimiento anticolonial español el modo de reemplazar a España en la cúspide de un sistema socioeconómico que no se proponían cambiar en tanto podían transformarse en sus principales beneficiarios. Solamente van a asegurar el comercio libre, etc., es decir, reajustar sólo lo necesario en función de su llegada al centro del estado. Pero el sistema -la estancia, la chacra, el obraje- no estara planteado que se modifique, precisamente porque los que hegemonizan el movimiento antiespañol son emergentes de las elites criollas y americanas. Unos historiadores uruguayos, Barran y Nahun, estudiando el comienzo del artiguismo, utilizaron una frase muy gráfica, que expresa lo que estoy diciendo: “revolución sí, pero hasta cierto punto”. Revolución anticolonial sí, revolución de las estructuras socioeconómicas, no. ¿Esto es mucho, es poco? Se discutirá si mucho o poco, pero es la única revolución, en términos teóricos y en términos reales, que yo encuentro en toda la historia argentina Y como resultado de esa revolución anticolonial va a surgir, en un proceso, un nuevo país o varios nuevos países, iniciándose la lucha por la construcción de la Nación. Eso es Mayo. Por otra parte, no separemos el pronunciamiento del 25, el gobierno que se instala, de los esfuerzos que costó imponer los objetivos de fondo que se proponía buena parte de sus integrantes. Entonces ¿qué es lo vamos a reunir interpretativamente? A los muchas veces supuestos pavotes de la plaza del 25 de Mayo con el cruce de los Andes, con la lucha en el Alto Perú, con las batallas, con la guerra, con la insurrección en la Banda Oriental, y así hasta Ayacucho. Podríamos decir que desde una perspectiva rioplatense, lo que se decide llevar adelante en 1810 se plasma definitivamente en 1824. Y para plasmarlo, como diría Moreno, se vierten arroyos de sangre. No solamente tenemos entonces la única revolución conocida en la historia argentina, que es la anticolonial, sino que tenemos una larga guerra liberadora. De este modo hacemos consistentes entre sí un montón de hechos que suelen presentarse como historia distintas, como procesos que tienen lógicas separadas, más allá de que obviamente los tiempos y las circunstancias no son las mismas. Así, la tarea que se sigue desarrollando, resolviendo ahora en el plano militar, es hacer efectiva la ruptura del centro estatal eliminando el poder español. Desde este punto de vista reafirmamos que la revolución incluye una guerra anticolonial, que fue tremendamente cruenta. ¿Por qué no corrió sangre en Buenos Aires? No corrió sangre porque, producto de una historia anterior que comienza en las invasiones inglesas, y continúa con el motín de Álzaga y otros sucesos, buena parte de los cuerpos militares españoles fueron desarmados, quedando muy debilitados y con escaso poder de fuego; mientras que los cuerpos criollos son los que acaban sosteniendo la legalidad con Liniers primero, y después con Cisneros, y son los que están ahí, dueños de la situación, listos a operar cuando “las brevas maduren”. ¿Dónde se rompió la cadena? En el eslabón más débil del virreinato, en un momento histórico determinado, producto de toda esta historia que venimos revisando, y de que, entre otras cosas, había un grupo de tipos mas o menos subversivos en las condiciones de la época que tenían algunas ideas acerca de cómo aprovechar ese plato que se les servía tan bien adobado, tal cual era que España estaba liquidada. La historia liberal, clásica, sobre todo mitrista, hace una reivindicación relativamente uniforme de la dirigencia de Mayo, de manera que todos los dirigentes acaban encuadrados en el esquema ya propuesto de “·revolución sím pero hasta cierto punto”: se expulsó a España y nada más. En oposición a una visión uniformante, en torno a conservar o reformar la sociedad heredada, se pueden identificar las dos grandes corrientes políticas de Mayo. Es decir, reemplazar a España sin cambiar demasiado, manteniendo la vieja estructura socioeconómica de los tiempos coloniales, o, sin dejar de coincidir en la lucha anticolonial contra España, introducir –y miren que uso las palabras con mucho cuidado- introducir reformas más o menos importantes, más o menos profundas, en el plano económico, social y político tendientes a morigerar, a cambiar aspectos importantes del antiguo régimen, creando mejores condiciones para el desarrollo de lo que iría siendo un país en formación, es decir, dotándolo de una base un poco más sólida en lo económico y social a la soberanía política que se trataba de conquistar con las armas en la mano. Dos corrientes entonces, heterogéneas y a veces fragmentadas, pero reconocibles. Ahí uno puede decir que hay algunos dirigentes que son básicamente continuistas, aunque anticoloniales, y otros que son anticoloniales pero que también quieren cambiar aspectos muy importantes de la vieja sociedad. En torno a estos últimos se concentra sin duda nuestra mejor tradición en términos históricos. Para ello se deben identificar los problemas fundamentales alrededor de los cuales se formalizaron las posiciones que estuvieron en lucha. Por ejemplo cómo luchar por la independencia, qué participación se le va dar -o se le va a negar- a las grandes masas (especialmente a los indios y mestizos del Alto Perú), qué lugar se les va a dar en el programa de la revolución. Por ejemplo, en el frente anticolonial toda la dirigencia está de acuerdo en que hay que imponer la libertad de comercio, bandera de Mayo si la hay, ¿eso qué significa? Libertad para comerciar sin las trabas que imponía antes España, para hacer lo más conveniente para los intereses locales. Ahora eso no es necesariamente sinónimo de librecambismo, eso es… libertad de comercio. Entonces, si bien la gran mayoría de los partidarios de la libertad de comercio van a ser partidarios de la doctrina económica del librecambismo, que significaba reafirmar los rasgos que tenía la economía local (exportar cueros, cebos, carne salada e importar los efectos manufacturados por las industrias europeas), ¿todos fueron librecambistas? No. Se podría decir que uno de los rasgos de la corriente democrática de Mayo es que vamos a encontrar dirigentes que tienen posturas proteccionistas, que coinciden en la libertad de comercio pero no son librecambistas, y discrepan sobre qué hacer, por ejemplo, con las artesanías textiles locales. ¿Dejar que las destruyan las importaciones, como hasta entonces ocurría bajo el dominio español, o tener una política de cierto fomento? Porque no se les escapa, como dice Belgrano, que de nada sirve la agricultura y la ganadería “si no ocurre en su auxilio la oficiosa industria”. Nótese que Belgrano ha seguido hablando casi sólo desde 1810 hasta la actualidad mas o menos, salvo los momentos acotados de apoyo a la industrialización que tuvo la Argentina. El pensamiento de Belgrano, escrito en 1810 en el Correo de Comercio, sigue siendo motivo hoy de máximo debate. También se expresaron dos corrientes en torno a cómo se iban a organizar pueblos y provincias, porque si bien se impone el centralismo porteño con triunviratos y directorios, no fue esa la única alternativa propuesta. El mismo Moreno habla de una federación, y Artigas afirma que los pueblos rompieron los pactos con el rey, reasumieron su soberanía y, repitiendo a Moreno en La Gaceta, no existen pactos entre los pueblos, o sea, no hay obediencia debida de un pueblo a otro, de una provincia a otra. Por lo tanto lo único que cabe hacer -este es el corazón político del artiguismo- es dar soberanía política a los pueblos/provincias, darles vida política como dice Artigas, y sobre esa base instalar un gobierno propio, inmediato. Este es resumidísimo el núcleo duro de la doctrina artiguista: vida política, gobierno propio y alianza ofensiva y defensiva contra los enemigos comunes. Perfeccionado, ese es el programa del año XIII del artiguismo, las famosas Instrucciones. Punto uno: declarar la independencia; punto dos: establecer la confederación; punto tres… no los dejan entrar a la Asamblea. Otro problema que permite distinguir la presencia de una perspectiva más continuista y otra más reformista es el de la tierra. (Gabriela Gresores se acerca al profesor, que había supuesto que la clase total duraba 3 horas, y le avisa que todavía dispone de una hora más) Bien. Vamos a descomprimir un poco la presentación del tema, aprovechando el tiempo disponible. Para ello cabe profundizar un poco los que a mi juicio conforman dos de los principales problemas, sino los principales, en torno a la visión de los acontecimientos de Mayo y su proyección histórica. Uno, la existencia de una voluntad de independencia previa a su realización; y el otro, la presencia de dos corrientes políticas en la dirigencia, con particular énfasis en destacar el papel de la que podemos denominar la corriente democrática de Mayo ¿Por qué democrática? No se me ocurre un nombre mejor para un concepto que alude a la idea de la democratización relativa, parcial, de la sociedad colonial en torno a puntos como los que estamos mencionando. Entonces, retomando la cuestión de la tierra, Vieytes, Lavardén (que muere en 1809), Belgrano, Castelli, el mismo Moreno, plantean con claridad en diferentes lugares y circunstancias, la necesidad del reparto de tierras, de darles tierras a los campesinos, pequeñas parcelas para que, teniendo su propiedad, propendan a su beneficio, desarrollen la lógica de propietarios y ayuden al progreso económico general. También esto aparece asociado a consolidar fronteras con el indio mediante reparto de tierras, colonización, etc. En el caso de Artigas, no sé si conocen, promulgó en 1815 un reglamento comúnmente denominado Reglamento de Tierras. Fíjense lo que dice ese Reglamento: “Por ahora el alcalde provincial y demás subalternos se dedicarán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña. Para ello revisará cada uno en sus respectivas jurisdicciones los terrenos disponibles y los sujetos dignos de esta gracia con prevención de que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suertes de estancias si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la Provincia”. Y el artículo 12 aclara: “Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores americanos, que hasta la fecha no se hayan indultado por el jefe de la Provincia para poseer sus antiguas propiedades”. Observen el lenguaje, el concepto, en 1815: “que los más infelices sean los más privilegiados”. Y quiénes son los malos europeos y peores americanos que resultan expropiados. Son todos aquellos terratenientes, generalmente latifundistas, que han abandonado la Banda oriental en calidad de enemigos de la revolución: malos europeos, españoles y portugueses (muy importantes al norte de la Banda oriental, en la frontera con el Brasil) y peores americanos, es decir los porteños asociados al expansionismo y centralismo directoriales. Cuando Artigas expropia y reparte las tierras, se descubre que una parte de la elite terrateniente de Buenos Aires figura como propietaria de tierras en la Banda Oriental, incluidos entre otros parientes directos del futuro presidente Bartolomé Mitre. ¿Por qué? Porque agotadas las vaquerías en Buenos Aires allá por 1700 (donde se cazaba ganado a costo relativamente bajo para extraer el cuero) el ganado cimarrón se agotó o adentró en la provincia bajo control de los pueblos originarios. Por otro lado, hacia 1724 se fundó Montevideo y comenzó el poblamiento del Uruguay. Allí, al igual que en Buenos Aires un siglo y pico atrás, se había reproducido el ganado vacuno proveniente de Santa Fe, de las Misiones, dando origen a un muchísimo plantel de ganado cimarrón, es decir, criado de forma silvestre, salvaje. Luego de la fundación de Montevideo, que es similar a la de Buenos Aires (se reparten tierras entre los vecinos fundadores), la Corona comienza a vender las tierras realengas mediante el sistema de remates y composiciones, las que raramente pasan de la mera denuncia de los terrenos. Y la tierra se entrega en extensiones inmensas, porque en la Banda oriental la lógica fue que cuanto más grande era el terreno que el terrateniente se conseguía, más grande era la “trampera” –como la llaman en la época- para capturar el ganado cimarrón. Es decir que hay una relación directa entre la propiedad de la tierra y la apropiación del ganado silvestre. El que se consigue una estancia que tiene un arroyo y un río o dos arroyos que forman un rincón, donde el ganado va a beber y se encierra, tiene la mejor trampera. Por eso existen debates historiográficos, que los que estudien historia verán más adelante, donde se ha dicho que la ganadería era menos importante que la agricultura en Buenos Aires, lo que no es cierto, aunque es verdad que cuando se acaban las vaquerías en Buenos Aires, si uno quiere exportar un cuero desde acá, tiene que armar la estancia y a criar ganado, lo que tiene un cierto costo. Estando la Banda Oriental abriéndose al poblamiento y la apropiación de la tierra, plena de ganado cimarrón –más barato que el criado en estancia-, la expansión ganadera de la elite terrateniente de Buenos Aires fue, a comienzos del siglo XVIII, hacia la Banda oriental y no hacia el sur de Buenos Aires. Por eso ustedes recordarán que en 1810 la frontera sigue más o menos cercana al río Salado igual que en tiempos de Juan de Garay- Entonces hay una orientalización de una parte de la elite bonaerense, que instala sus estancias en el Uruguay. Cuando Artigas expropia a “los malos americanos” golpea a una cantidad de terratenientes de Buenos Aires. Esto da origen a actitudes reflejadas en frases como, por ejemplo, la contenida en una nota que le dirige Bartolomé Mitre, presidente e historiador argentino, a Vicente Fidel López, otro historiador liberal clásico del siglo XIX, donde afirma, textual: “Usted y yo hemos tenido las mismas predilecciones y repulsiones, y hemos enterrado históricamente a Artigas, ese bárbaro desorganizador”. La sé de memoria porque hace como 20 años que la repito. Pero es tremendamente ilustrativa de cómo los grandes fundadores de la historiografía argentina manifestaban sus corazones, subjetividades y tendencias, rasgos de los que nadie se halla exento, y menos los historiadores de hoy. Mitre y López han enterrado han enterrado históricamente a Artigas –al igual que la mayor parte de las elaboraciones encuadrables en la historia oficial-, entre otras razones porque, en el caso de Mitre (hacendado en la Banda Oriental) directamente le expropió una parte de su patrimonio de tierras. El tema de Artigas, que es el último punto que deseaba exponer luego de presentar las dos corrientes, conservadora y reformista, tiene que ver con qué le pasa a la corriente democrática de Mayo luego de su derrota en Buenos Aires. ¿Cómo se articuló inicialmente dicha corriente? A partir de la instalación de la Junta, un referente es Castelli, pero enseguida aparece un dirigente que no tiene historia política en el grupo de conspiradores americanos más característico, de Castelli, Belgrano, Rodríguez Peña, Vieytes, y otros; aunque en realidad no es que no tiene historia sino que no es monárquico (éstos son más vale monárquicos, constitucionales por cierto), es juntista, y encuentra cercanía entre el juntismo y el republicanismo; por otra parte venía ligado al grupo del cabildo. Por lo tanto en el motín del 1º de enero de 1809, donde los españoles tratan de imponer una junta, va en calidad de secretario de esa junta, que si triunfaba hubiese sido la primera junta digamos subversiva, en el sentido de impuesta desde acá, sólo que era una junta toda de españoles, salvo los dos secretarios. Uno de los dos secretarios que se proponían para esa junta era Mariano Moreno, que progresa hacia el gobierno por el otro “partido” –el de la causa reservada por independencia durante las invasiones inglesas-, con el que se verá tiempo después que tiene poco en común, pero por esas cosas de la vida, de la ideología, y de los trabajos profesionales del propio Moreno, viene más bien en la línea de complot de este otro sector. En la Junta sin duda está debido a sus conexiones con este grupo, que no podía dejar de estar representado –o tal vez corresponda decir al menos aludido-, pero pronto se comprueba que Moreno tenía mucha formación y mucha idea cómo seguir, por lo que enseguida se transformó en el referente principal y en el motor político de la Junta, con el apoyo total de Castelli, con el cual se entiende inmediatamente y con el que va a funcionar durante todo 1810 en una relación permanente. Ese Castelli que al mismo tiempo es asignado a una tarea fundamental, extender la revolución hacia el norte del virreinato, pero que tiene un lado negativo, lo aleja de la Junta, lo cual se va a pagar más tarde. Pero, retomando ahora que el tiempo lo permite algunos interrogantes que quedaron planteados, deseo afirmar que el 25 de mayo no es que no hubo sangre porque los españoles temieron pelear en Buenos Aires. Los españoles lo que temieron fue sufrir una derrota categórica si peleaban, porque no les daba la correlación de fuerzas militar. Entonces dejan hacer, maldicen por lo bajo, y envían la misma noche del 25 emisarios a caballo en todas las direcciones del virreinato informando a los jefes realistas las novedades funestas y llamando a la rebelión contra el gobierno de Buenos Aires. En ese contexto, la Junta toma conciencia de que hay un personaje muy prestigioso en la capital virreinal, el francés Liniers, que pese a las sospechas sobre él, en vez de irse a España ha logrado que lo dejen permanecer en Córdoba, y que ha ratificado que él defendería la causa metropolitana a muerte. Así, cuando las autoridades españolas de Córdoba desconocen inmediatamente a la Junta, Liniers está allí al frente de la reacción, y es un tipo muy reconocido. Fue uno de los caudillos de la lucha antiinglesa. Entonces sale la orden de la Junta firmada por todos, con letra de Moreno, de que allí donde se lo encuentre al gobernador de Córdoba, a otros más y a Liniers, se los fusile inmediatamente. Llega Ortiz de Ocampo, que es el primer jefe del Ejército del Norte, los aprisiona, observa la orden de ajusticiamiento inmediatamente y se le aflojan los calzones. Le habla el cura, le dice “¿cómo va a hacer esto?”, lo conversan, y de resultas no los fusila, da vuelta el rumbo de la caravana y se vuelve para Buenos Aires, con Liniers preso. Llega la noticia a la Junta, y Moreno escribe notas al estilo de “¿cómo puede ser que se caguen en las estrechísimas ordenes de la Junta?”, y enseguida se propone que Castelli salga ya mismo para encontrarse con el ejército del Norte a ejecutar la orden. Con palabras de Moreno: “vaya usted, y si no va a ir Larrea que seguro lo fusila, y sino voy yo”. Porque introducir a Liniers en Buenos Aires, donde todavía goza de gran prestigio, en medio del desorden revolucionario era darle a toda la reacción un líder de masas capaz de potenciar su resistencia. Va Castelli, se encuentra con quienes que están trayéndolo de vuelta a Liniers, le da diez minutos para que se confiese y lo hace ejecutar. Luego de este acto se hace cargo del Ejército del Norte y comienza a avanzar hacia el corazón político militar del poder español, que está del Alto Perú hasta el bastión de Lima. Estamos viendo la evolución de la corriente democrática en Buenos Aires para luego llegar a Artigas, lo aclaro para evitar que perdamos el hilo de la exposición. Bien. La revolución se extiende, Moreno es un jefe drástico: manda los ejércitos, usa la táctica de la máscara, impone gobernadores afines a la Junta, va logrando que vengan los diputados para un Congreso que se va a formar, edita La Gaceta de Buenos Aires que es un periódico que funcionó como organizador y difusor de la revolución. En la Gaceta Moreno escribe unos artículos sobre el Congreso que se encuentra convocado, del cual él interpreta que los diputados provenientes de las provincias deben formar parte. Moreno apuntaba a que el que finalmente sería el Congreso de Tucumán en 1816, que tuvo un intento previo frustrado en la Asamblea del año XIII, se realizara a fines de 1810, y cuenta para eso con el apoyo del Ejército del Norte de Castelli. Leer esos artículos de Moreno es extremadamente gráfico, los escritos políticos de Moreno constituyen sin duda una lectura atractiva, incluso en las vacaciones. Allí el líder más radical de la revolución expone toda su perspectiva político-ideológica. Mientras tantos se va poniendo cada vez más tensa la relación entre los sectores más reformistas -más revolucionarios, si ustedes quieren- y los grupos que marchan acompasados con las orientaciones emanadas de los ingleses, o, más simplemente, que cada vez más resienten las novedades democráticas introducidas por el numen de la Junta. Esto se expresa en la agudización de las contradicciones entre Saavedra y Moreno, que otros dirigentes más conservadores estimulan y aprovechan. Hay un hecho en una reunión en un cuartel, donde un oficial del cuerpo de Patricios le entrega una corona de torta a la mujer de Saavedra, semejando un atributo de tipo real, mientras que a Saavedra le brindan un trato que excede el de presidente de la Junta. Moreno concurre a esa fiesta en el Regimiento de Patricios, donde por razones poco claras no lo dejan entrar, consecuencia de lo cual –y seguramente de la experiencia de un semestre de convivencia política- redacta lo que se llamó el Decreto de Supresión de Honores, donde dice que los honores son a la Junta y que su presidente no es más que el primero entre los integrantes de un cuerpo de funcionamiento colectivo. Ese es el principio del fin de esa relación política, de esa convivencia política entre dos corrientes anticoloniales, antiespañolas (que Saavedra lo es a muerte), pero que tienen distintas visiones sobre qué hacer con la estructura socioeconómica y con el orden político propios de la colonia. Moreno va a decir “las diferencias entre las castas y los colores de la piel son efectos del clima, y la gente es toda igual”, teoría que no es difícil adivinar que poco habrá convencido a la gran mayoría de hacendados y grandes mercaderes virreinales, en tanto se trata de individuos preocupados por hacer que su estancia funcione, que el peonaje funcione, que la cosecha con tipos que van forzados a levantarla funcione. Entonces la elite terrateniente-mercantil de Buenos Aires, que acepta que la corriente democrática ocupe un lugar central (uno hoy diría: lo acepta porque se da cuenta que por su propio interés para afirmar una revolución, nada hay mejor que los más revolucionarios) lo hace sin dejar de ser partidaria del principio “revolución sí, pero hasta cierto punto”. Moreno a fines de 1810, con la supresión de honores y con querer formalizar el Congreso constitutivo, llega hasta el mencionado “cierto punto”. Y hasta allí lo dejaron llegar. El modo que se encuentra para enfrentar a Moreno y derrotarlo políticamente es que los diputados provenientes del interior voten junto con la Junta si van a ser delegados a un Congreso -y se va a hacer el Congreso-, o si vienen, lisa y llanamente, a sumarse a la Junta desechando la realización del Congreso. Moreno tenía hasta una traducción de parte de la Constitución norteamericana, cuyo original se encontró entre sus papeles; o sea que el hombre estaba muy avanzado en un proyecto capaz de llegar más lejos que lo ejecutado en 1813, aunque no alcanzan los elementos de juicio disponibles para hablar de una declaración formal de independencia. Entonces, cuando se vota, el grupo de Moreno, en minoría dentro de la Junta frente a los diputados del interior más los saavedristas, pierde. Los diputados se incorporan a la Junta y Moreno, derrotado políticamente y en clara minoría, renuncia, lo cual no es aceptado, enviándoselo en misión diplomática a Gran Bretaña. Aborda el barco que debe conducirlo en buen estado de salud, enferma súbitamente y muere en alta mar a los 33 años. Este es un terreno casi novelesco, pues no hay datos fehacientes. Dicen que el capitán le dio unos remedios que fueron peores que la enfermedad y así murió. Dicen que lo envenenaron, puede ser. Lo más importante es que fue derrotado políticamente; la eliminación física evita cualquier revancha en todo caso, pero no evita la derrota, que había sido previa. Entonces lo que es esa corriente democrática, que giraba en torno a la línea que Moreno potenciaba, queda girando en el vacío. No es lo mismo acompañar que ser el ideólogo de la corriente. Todos sufren, pero el que está más firme y más claro es Castelli, en el Alto Perú, al frente del Ejército principal de la revolución y en son de triunfo. En estas circunstancias llegan las noticias al Ejército del Norte de la lucha entre saavedristas, morenistas, de la derrota de Moreno, y entonces pasa algo que no está en los libros nuevos de Historia. Leí especialmente esa parte de Argentina I para ver cómo se explica la derrota del Ejército del Norte a manos de los realistas en la batalla del Desaguadero, o Huaqui, en 1811. No aparece allí la explicación fundamental de por qué el ejército del Norte pierde esa batalla. Y esa explicación, ciertamente excede, desde ciertos intereses y perspectivas analíticas, al propio caso del Ejército del Norte. En realidad podríamos decir que una unidad de combate concebida y entrenada militarmente, que ha funcionado bien, que ha triunfado en Suipacha, que ha sumado fuerzas, comienza en un proceso muy acelerado a ser minada por dentro por la lucha faccional y política. Ese ejército pierde la unidad política, y los principales jefes, por detrás del comandante que es Castelli, se dividen: mitad morenistas, mitad saavedristas. Se empiezan a pelear y cada uno recibe la correspondiente carta desde Buenos Aires que le cuenta, desde la visión de unos o de otros, lo que está pasando. Castelli dice “esto es un desastre, ganemos acá y vayamos para allá a ver cómo arreglamos la situación”. La carta que dice eso llega a las manos del otro bando, lo cual agudiza los conflictos. Viamonte, segundo jefe del ejército, es saavedrista. O sea que a la hora de la batalla del Desaguadero el ejército patriota está muy debilitado, no porque tiene menos armas o se olvidaron de cómo tirar, sino porque ya no están convencidos de sus objetivos, de la unidad de acción y de mando, de que todos van a estar a la altura, de que van a pelear codo a codo: ven enemigos enfrente, y ven enemigos al lado. Remarco la importancia de este tema porque si ustedes estudian en otras materias el desarrollo de las revoluciones, van a ver como, en principio, las clases dominan a través del Estado. Deberíamos agregar que el principal aparato del Estado es el aparato represivo, y el corazón de ese aparato son las Fuerzas Armadas. Y las Fuerzas Armadas, cualesquiera, si se las mira en distintos sitios y momentos de la historia tienden a constituir ejércitos que parecen poderosos, inconmovibles, como ocurría a fines de los ’70 por ejemplo con la poderosa y moderna fuerza armada de la que disponía el Sha de Persia/Irán. Ese ejercito de Irán era un ejercito modelo. ¿Y qué le pasó? Se derrumbó sin pelear ante la revolución de los imanes y el pueblo musulmán, totalmente corrompido por dentro por el debate y la lucha ideológica y facciosa, es decir por las diferencias políticas. O sea que la enseñanza de la derrota de Huaqui es que precisamente al ejército más pintado a lo mejor no se lo puede derrotar bala contra bala, pero las diferencias políticas, una vez que ingresan dentro de la organización militar, en determinadas circunstancias y condiciones, debilitan su capacidad de combate, la anulan. Entonces Castelli no pudo hacer más nada. Y apenas llegó la noticia a Buenos Aires de que su derrota, le ordenan que vuelva. La Junta Grande, que se armó con la incorporación de los diputados del interior luego de la derrota de Moreno perdió, es desplazada por el Primer Triunvirato, expresión directa de la elite de Buenos Aires; entre la que comienza a destacarse Rivadavia. Esto lo menciono porque hay (o había) mucho debate cómo es nuestra tradición revolucionaria. La versión liberal afirma Moreno más Rivadavia, como síntesis del pensamiento revolucionario “ilustrado”. Esto se propuso en la versión liberal y también formó parte de la visión clásica de buena parte de la izquierda, en cuyo seno se elaboraron libros como “Rivadavia y la línea de Mayo”. Tanto el liberalismo tradicional como cierto liberalismo de izquierda plantearon esa continuidad como modelo de progresismo, extrayendo supuestamente lo mejor de esa revolución. El problema es que este Primer Triunvirato tomó medidas como prohibirle a Belgrano que levante la famosa bandera. Belgrano se hace el zonzo y vuelve a levantar la bandera, por lo que le llega una segunda intimación de que si vuelve a hacerlo lo separan del ejército. En 1811, mientras había un sitio al reducto español de Montevideo, sostenido por los orientales rebeldes y el ejército auxiliador de Buenos Aires, llegan los portugueses, se ponen de acuerdo con el virrey español, le plantean a Buenos Aires la conveniencia de que se levante el sitio, y el Triunvirato decide levantar el asedio a Montevideo. Retira al ejército de Buenos Aires del Uruguay y deja a los orientales, que se habían rebelado en su revolución agraria, nuevamente bajo el mando del virrey Elío, personaje odiado ya desde 1808. Este es el origen del artiguismo como un proyecto político que saca como conclusión que los orientales no podían esperar demasiado de la dirección de Buenos Aires, que cuando rechazó los costos de enfrentar a los portugueses dejo “colgados del pincel” a todos los patriotas orientales rebelados. Esto dio lugar a un episodio que probablemente no conozcan, que se llamó el Exodo del pueblo oriental. En 1811, Artigas, al frente de unas 10.000 personas (casi toda la población rural del Uruguay) cruzó el río Uruguay y se instaló en Entre Ríos, donde permanecerían casi un año viviendo en carpas, en carretas y al aire libre, porque, decían, “abandonados por el gobierno que supuestamente vino a auxiliarlos y en manos de los puñales de nuestros enemigos, nosotros no nos vamos a someter”. Se trata sin duda de una página extraordinaria, que también forma parte de la historia “argentina”. Allí se iría formando entonces una nueva dirección política. Otra de las iniciativas que caracterizaron al primer Triunvirato, aparte de molestarse por lo de la bandera y firmar el pacto de pacificación con portugueses y españoles, fue ordenar la detención de Castelli, al que se lo va a acusar de haber planteado la independencia absoluta en el Alto Perú. O sea, haber hablado de independencia al frente de los ejércitos de la Revolución de Mayo. ¡Más vale que hablaba de independencia! Y hay un tomo enorme de una causa donde preguntan “¿usted escuchó a Castelli hablar?” y entonces contestan, si, no… Piensen, 1811, qué lejos de Moreno que estamos: ¡sumario por haber planteado consignas de independencia en el Alto Perú! Y otro cargo que le endosan es ateísmo, culpándolo de haber atacado a la Iglesia. Ustedes imaginen por un momento el Alto Perú. Allí están los conquistadores y los conquistados como en el primer día; el indio sigue siendo un objeto. Allí vive en su plenitud el régimen del feudalismo colonial. De manera que había que ir a hacer la revolución ahí. Castelli va porque participa de las convicciones radicales de la corriente democrática, que dice vamos a movilizar y vamos a darle un lugar a las mayorías, y el hombre se la pasa dando proclamas dirigidas a ganar a los indios y a los mestizos para la revolución. Y los va ganando, y le manda una carta a la Junta de Buenos Aires, antes de Huaqui pero ya en las vísperas, y le dice: “esto es un éxito, los pueblos apoyan, se nos pasan, hemos consolidado la retaguardia en Potosí”, y pide permiso para avanzar sobre el Perú, con esta misma línea, engrosando al ejército y llamando a la insurrección de los indios y mestizos. Y dice: “en poco tiempo, por este camino, estaremos en Lima y ganaremos la guerra”. La Junta le contesta que no, que se quede tranquilo, y después de la derrota de Huaqui ese frente militar se cierra como un frente ofensivo. Al fin queda Güemes sosteniendo la frontera, pero ya ha sido abandonada cualquier idea de llevar la revolución al corazón realista del Perú por la vía altoperuana. Esto no significa el mero abandono de un camino geográfico. La dirección de Buenos Aires, donde la corriente democrática fue derrotada, lo que desecha es un camino social, y con él los riesgos de armar, convocar y tener que hacer proclamas que digan que el indio debe educarse, que no tiene que pagar tributo, que hay que darle tierras, que tiene que elegir sus delegados para la junta. Digamos que Castelli fue dando esas órdenes, de día, mientras que a la noche se va a bailar con las hijas de los señores feudales de la aristocracia altoperuano, porque el individuo tiene esas limitaciones. Y lo mismo ocurre con Moreno, líder de la corriente democrática, admirador de la revolución francesa, de los revolucionarios franceses, conoce los textos revolucionarios y el pensamiento ilustrado francés, y ¿qué es Moreno? Moreno es un dirigente que ideológicamente expresa a la burguesía de la época. Es un tipo que tiene un discurso burgués, en un mundo que dista mucho de serlo, en el que apenas en un puñado muy pequeño de países se avanza en el desarrollo del modo de producción capitalista.. Pero el hombre tiene esa ideología. El problema, y por eso tenemos que estudiar la sociedad colonial, es que cuando Moreno dice “acá está el programa, y las iniciativas, vamos con todo”, y mira hacia atrás para buscar el apoyo de la burguesía –supuestamente él está levantando un programa que se parece a lo que reclamaría un capitalismo en ascenso-, ¿atrás qué se encuentra? Al gallego que compra a dos y vende a cuatro, el criollo que quiere hacer lo mismo y antes no podía, el terrateniente que aplica el peonaje obligatorio, o sea la elite partidaria de “revolución sí, pero hasta cierto punto”. En torno a estos problemas puede ser útil el parangón con Estados Unidos. Desde la colonización hasta el resultado de la guerra civil norteamericana: un siglo prácticamente, todo el parangón. Cuando tengan oportunidad, háganlo. Colonias acá, colonias allá; análisis de la potencia colonialista acá y allá; qué significa que ellos estén en el camino del desarrollo capitalista, mientras que acá se encuentran atados a una potencia feudal atrasada; qué trae cada uno a los lugares en los que se instala; por qué en 1800 en las colonias norteamericanas que ya se independizaron hay manufactura textil con uso del vapor y acá en 1810 Vieytes “prospera” porque incorpora dos esclavos a la jabonería. Ese tipo de cosas son muy importantes, porque allá no está Moreno pero está Jefferson, y Jefferson se le parece, pero cuando Jefferson se da vuelta encuentra una burguesía, comercial, industrial; hay un desarrollo, hay un sostén socioeconómico de esas ideas políticas. O sea que pueden hacer revolución también hasta cierto punto, pero un poquito más. ¿Por qué hasta cierto punto? Porque también la revolución norteamericana se procesa a través de la acción de un frente único, como le diríamos hoy, de estos elementos burgueses en desarrollo, asociados al hecho de que la potencia colonizadora favoreció que emerjan ahí, subordinados por supuesto; y un Sur que se parece tanto, pero tanto, a lo que son nuestras colonias y a la que después va a ser la Argentina independiente, donde se da la ecuación de grandes plantaciones, economía agroexportadora, grandes terratenientes y en todo caso, un régimen que pivotea sobre la esclavitud. Entonces Jefferson coexiste con Washington, y van en alianza, y se ve que durante varias décadas el desarrollo de las fuerzas sociales que sostienen los proyectos políticos y las ideologías de las clases en pugna van en una paridad relativa donde nadie puede acabar con el otro, y encuentran formas de convivencia basadas en la autonomía de las partes. Hasta que llega un momento en que se debe decidir si todos los nuevos Estados que se van constituyendo hacia el oeste van a ser parecidos al norte capitalista o al sur latifundista, esclavista y agroexportador. Son dos modelos de país, son distintos negocios de distintas clases dominante o aspirantes a serlo. Y llega el momento en que lo que no se pudo resolver en tiempos de la independencia se pone a la orden del día. Unos deben prevalecer sobre los otros. La guerra civil en Estados Unidos abre así el camino al desarrollo pleno del capitalismo norteamericano, haciendo que el oeste y las nuevas tierras se sumen al proyecto mercadointernista (colonización, ferrocarril, financiamiento, fabricación de maquinarias, aranceles protectores, etc.); que era el negocio de los sectores de la burguesía del Norte. ¿Por qué digo que el parangón sirve hasta el final? Bueno, porque si tuviéramos que seguir hablando de historia argentina, mi conclusión es que, en Argentina, el Sur ganó. No sólo ganó, sino que el Norte fue tan débil que ni siquiera se presentó a presentar batalla, en la que hubiera perdido. No alcanzó a sumar fuerzas para aspirar a esa batalla. Que el sur ganó quiere decir que los grandes terratenientes, que vimos nacer en la colonia y fortalecerse en un proceso histórico, que bajo formas prusianas contribuyen al predominio del capitalismo hacia fines del siglo XIX, que para realizar la renta de la tierra necesitan colocar en el exterior sus mercaderías; bueno, esos terratenientes van a ir establecer una relación con las potencias europeas similar a lo que planteaban los grandes plantadores del suelo norteamericano. Así, la industrialización vendrá cuándo pueda y cómo pueda, a los ponchazos. En fin, la corriente morenista fue derrotada, para lo cual contribuyó la ausencia de una base socioeconómica en línea con su discurso y programa. Su única posibilidad fue acaso movilizar a las masas campesinas, pero Castelli hace lo que puede; no es Tupac Amaru, no es líder de esas masas. La ausencia del desarrollo capitalista, en buena medida, limitó las posibilidades de esta corriente democrática y reformista. Al mismo tiempo, en la medida en que existió y dio pelea en condiciones tan adversas, más meritoria resulta su accionar lo que nos impulsa, contrariando a Romero, para que seamos un poco más patriotas, y enseñemos que hubo dirigentes avanzados, que hubo luchas que valió la pena dar, que a la gente que brinda estos ejemplos vale la pena conocerla mejor, y reconocerla en su contribución histórica. En ese contexto, de derrota de la corriente democrática, Castelli acaba preso en Buenos Aires, donde muere en 1812. Desaparece así el principal dirigente de las luchas previas a la Revolución de Mayo, el más antiguo conspirador, el jefe del Ejército del Norte y el más íntimo aliado de Moreno. Se afirma pues la perspectiva de revolución sólo hasta cierto cercano punto. Cuando Artigas y los orientales se levantan contra los españoles de Montevideo, en febrero de 1811, comienza la revolución en el Uruguay y comienza el asedio de Montevideo hasta que se levanta el sitio en las circunstancias ya indicadas. Entonces los orientales, abandonados por sus supuestos auxiliadores, plantean la teoría del contrato social a la Moreno, y enfatizando la igualdad de derechos entre cada pueblo se organizan en un gobierno inmediato, a partir del cual proponen la unidad confederal de pueblos y provincias. Artigas, nieto de fundadores de Montevideo, fue inicialmente el líder de la rebelión de los hacendados orientales (así empieza la insurrección), y en un proceso que va de 1811 a su derrota en 1820, se va transformando en el jefe de un nuevo proyecto político rioplatense, que será condensado en las Instrucciones a la Asamblea del año XIII. En su primer punto se afirma: será declarada inmediatamente la independencia de toda potencia extranjera. Esa era la línea de San Martín, de Alvear, y de quienes habían abatido al Triunvirato rivadaviano para convocar enseguida a una Asamblea general. Por entonces todo indicaba que ese programa que traía el artiguismo iba a poder ser discutido y hasta eventualmente aprobado en un congreso donde la Logia Lautaro (San Marín, Alvear) tenía mucha fuerza. Rota sin embargo en el ínterin dicha Logia, y con Alvear distanciado de San Martín, posiblemente influido por la posición inglesa que todavía seguía diciendo “ojo con independencias prematuras”. Por otro lado Alvear odiaba más la rebeldía artiguista que a los propios españoles, con lo cual cambia la correlación de fuerzas en Buenos Aires, San Martín es dejado de lado, el alvearismo domina la Asamblea, y por lógica los diputados orientales son rechazados por… defectos en sus poderes. Pero ya el artiguismo estaba estructurado y definido. En este contexto se realiza el segundo sitio a Montevideo hasta que en 1814 son expulsados los españoles del Uruguay. ¿Por qué hay españoles en el Uruguay hasta 1814? Porque el corazón del Estado colonial, la base naval española, estaba en la Banda Oriental. Por eso en 1810 Montevideo siguió español. En 1814 entonces se derrota a los realistas y los representantes de Buenos Aires se transforman en gobernantes del Uruguay con Alvear, que en ese momento estaba al frente de ese ejército. Artigas rechaza esta actitud propia de conquistadores y se ve obligado a retirarse hacia el interior de la campaña mientras se termina de caer la careta de que el ejército porteño era “auxiliador”: era un ejército de Buenos Aires destinado a gobernar la Banda oriental. Es entonces que comienza la guerra civil, porque la revolución de independencia incluye una guerra civil en la que se enfrentó el proyecto artiguista con los Directorios de Buenos Aires. Y se prolonga durante seis años. Mientras tanto, el Director Supremo Posadas publica un impreso donde se lee: “vivo o muerto, 6.000 pesos. Recompensa por la cabeza de Artigas”. Pero pronto los orientales derrotan al ejército de Alvear y lo expulsan hacia Buenos Aires, instalando en 1815 el primer gobierno autónomo con Artigas al frente, momento durante el cual se promulga, entre otras iniciativas, el ya mencionado reglamento de tierras. A fines de 1815 todos los enviados de las potencias europeas creen en un triunfo inminente del artiguismo sobre las fuerzas directoriales, impresión reforzada por la extensión que alcanza el sistema de los pueblos libres bajo el protectorado de Artigas: allí se agrupan Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Córdoba y la Banda oriental, de modo que, descontando los territorios indios, el directorio sólo controla el callejón Buenos Aires-Alto Perú. Pero, cuando todo indica que esta nueva modulación de la corriente democrática de Mayo, donde Artigas recrea en otras condiciones parte del ideario morenista, va a triunfar, un ejército portugués de 10.000 veteranos de las guerras antinapoleonicas en Europa invade el Uruguay. Cuando llegan los portugueses, Artigas y el pueblo oriental comienzan una resistencia, heroica que se extendería de 1816 a 1820. Al mismo tiempo se lucha contra el Directorio en Entre Ríos y Santa Fe, y ¿qué pasa? Los orientales piden auxilios al gobierno de Buenos Aires, señalando que entre los españoles y los portugueses no hay diferencias, que ambos son invasores europeos y que hay que luchar contra ambos. Pueyrredón responde que Buenos Aires los va ayudar, les va a mandar armas, pero pone como condición la disolución del gobierno autonómico, del Protectorado, y la vuelta a la obediencia del gobierno directorial. Artigas contesta señalando que “no venderá el honor de los orientales al bajo precio de la necesidad”. Y mantiene una guerra de resistencia durante la cual la elite oriental (que era artiguista porque pensaba que iba a ganar más con un gobierno autonómico, con el puerto de Montevideo, y que apoya a Artigas con mucho conflicto hasta ese momento) empieza a ver sus costos son mayores a las ganancias, y comienzan las deserciones. Entonces el frente artiguista original, de hacendados y mercaderes autonomistas de Buenos Aires, se deshilacha: se le dan vuelta y se pasan al invasor portugués futuros líderes del Uruguay como Rivera y Oribe. En este marco se va redondeando lo que llamo el Ciclo social de Artigas. Un dirigente que comienza en 1811 como esperanza de la elite terrateniente oriental, y que en un proceso, por el sólo hecho de mantener las consignas firmes en circunstancias muy difíciles, hace que los dos últimos años del artiguismo acabe peleando al frente de criollos muy pobres, de indios guaraníes, de indios de las misiones, de indios charrúas. Con lo cual quien comenzara siendo el jefe de los terratenientes patriotas, en mi opinión, genera un caso único en la historia sudamericana, al terminar siendo, de hecho, un representante de las masas campesinas. No porque sea algo hecho a propósito, un objetivo puntualmente buscado, sino porque son las únicas que estuvieron dispuestas a sostener hasta el final la política de independencia del colonialismo y resistencia al chantaje y los ataques porteños. El tema queda abierto. Este es el segundo ciclo democrático de Mayo. Solamente es puesto a la defensiva por la confluencia de los portugueses y el Directorio de Buenos Aires, y aun así, ganaba. Porque en 1820 llega el ejército federal a Buenos Aires cuyo jefe era el entrerriano Ramírez, acompañado por Estanislao López, gobernador de Santa Fe, quienes ingresan a Buenos Aires lanzando proclamas a nombre “del inmortal Artigas”. El programa era muy sencillo. Punto uno: declaración de guerra a los portugueses. Punto dos: Confederación. Para eso marchó el ejército federal sobre Buenos Aires, a cuyas tropas derrotó imponiendo la caída del directorio. Sin embargo, al realizarse las reuniones donde se negociarían los términos de la capitulación, incluida la guerra a los portugueses y la confederación, es fácil concluir -basados en sólida evidencia documental- que Sarratea y otros referentes porteños acabaron por convencer a López y Ramírez de los costos y dificultades de tales empresas. Para ello contaron con la ayuda de las noticias provenientes del Uruguay que anunciaban una dura derrota de las debilitadas tropas artiguistas en la batalla de Tacuarembó. Bueno, la cuestión es que los dos jefes artiguistas olvidaron las consignas que los habían movilizado y se retiraron con dinero y armas proporcionadas por la elite porteña, enviándole una nota a Artigas donde le dicen: Señor Capitán de la Banda oriental, hemos hecho el acuerdo del Pilar y si le gusta fírmelo y si no, haga lo que quiera. Y Ramírez, con los 500 fusiles que le da Buenos Aires, se transforma en el último perseguidor de Artigas. Un mes antes era el principal jefe del ejército artiguista, ahora sería el perseguidor denodado de su antiguo caudillo. Así termina el segundo ciclo democrático abierto por el pronunciamiento de 1810. Hay que decir que quien acoge a Artigas y le brinda asilo político en 1820 es el gobierno del Paraguay, dirigido por el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, que en 1814 había accedido al cargo de Supremo Dictador Perpetuo –elegido en Congresos de mil y pico de delegados indios y campesinos guaraníes-, y que gobernó hasta 1840, encarcelando o fusilando a casi toda la elite terrateniente y mercantil colonial del Paraguay. Experiencia que esta en la base de los futuros gobiernos de López e indirectamente de la mismísima guerra de la Triple Alianza. Bueno, aunque se ha expuesto lo esencial, el tiempo no nos ha permitido tratar algunos puntos complementarios. Supongo que la profesora Gresores les debe plantear reiteradamente que estudiamos el pasado en el marco de una relación activa con lo actual, y como diría Chesneaux, para encontrar referencias, ejemplos y fondeaderos en el pasado para las luchas del presente. Esto no significa caer en anacronismos, sino más sencillamente aprender de la historia. No en general, claro, sino desde el punto de vista y de acuerdo con las necesidades de las grandes mayorías sociales. Por último, sabiendo que es una de las convicciones de los docentes de esta cátedra, deseo reiterar que la historia, lejos de estar muerta y congelada, se encuentra en perpetua revisión y es un espacio duramente disputado. No hay ingenuidad. Cada libro, cada cátedra, cada marco teórico, cada línea interpretativa protagoniza una intervención en esa disputa, y propone un sentido sobre lo que pasó en el pasado, el que será siempre funcional y consistente con determinadas visiones del presente y perspectivas hacia el futuro. Les deseo lo mejor, les agradezco el interés que han puesto en escucharme, y espero que hagan de esta cátedra, en la parte que a ustedes les toca, una verdadera cátedra paralela. No solamente porque coincidan con las ideas que se exponen, con las que pueden eventualmente discrepar, sino por su contribución para consolidar un espacio articulado en torno al marco teórico marxista y una visión de la historia, que con sus matices, y más allá de que las opciones personales de cada uno, sin duda los enriquecerá, contribuyendo crítica y polémicamente a su formación intelectual. Muchas gracias