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frontera
Daniel Pellegrino
Jorge Warley
TEXTOS UNIVERSITARIOS
Daniel Pellegrino
Jorge Warley
TEXTOS UNIVERSITARIOS
Universidad Nacional de La Pampa
Facultad de Ciencias Humanas – Carrera de Letras
Teoría y Análisis Literario I
2012
Índice
Discursos y representaciones………………………………….
La frontera y la historia……………………………………….
Frontera y región…………………………………………
(Sobre) Textos
Bibliografía……………………………………………………..
La “frontera” como concepto e inquietud
En su acepción más pobre puede decirse que el término frontera proviene del
latín fronte y da cuenta de “aquello que está puesto en frente”; acepta, pues, a
la palabra límite como sinónimo posible: línea real o imaginaria que separa
dos países o territorios; aunque lo más importante es resaltar que desde
siempre ha nutrido un rico uso metafórico. Es claro que las ciencias sociales
en su conjunto, la historia y la antropología principalmente, hace ya décadas
que han advertido que detrás del supuesto fenómeno que el vocablo designa
se esconde esa particular riqueza semántica y axiológica, y la han explotado
en direcciones diferentes.
Con el tiempo en lugar de una utilización figurada que refiere a lo sólido e
impenetrable, la noción de “frontera” se ha vuelto porosa, zona de mezcla,
franja atravesada por infinidad de vasos comunicantes y mixturas que
generan híbridos innumerables e imprevisibles; lo hasta ayer nomás finito y
cerrado se ha vuelto infinitud. La frontera, entonces, es geográfica, legal y
política, pero también cultural. Como formulación retórica extendida la
“frontera” entre naciones, sociedades, etnias, sexos, edades, lenguas,
sistemas ideológicos, discursos, artes, géneros literarios, se ha visto empujada
con fuerza por tal corrimiento conceptual. Se puede aceptar el
establecimiento de “límites” tales en un sentido amplio y general,
pedagógico, como primer acercamiento analítico a un determinado fenómeno
social, pero en la medida que el trazo grueso confronta con la “realidad”, la
historia y la contrastación empírica, de inmediato debe ser abandonado para
evitar que la investigación se hunda en el prejuicio y la circularidad
confirmatoria de lo “ya sabido”.
A la luz del impacto que las escuelas teóricas más serias y renovadoras
tuvieron sobre el paradigma de las ciencias sociales del último medio siglo,
podría decirse que la afirmación anterior ya constituye un sentido común que
no tiene necesidad de demostración, y que reconoce incluso el profesor de
Lengua que, puesto que no le queda más remedio, dicta una definición de
pocos renglones acerca de qué es una novela, que después irá “corrigiendo” a
partir de la lectura de, por ejemplo, El juguete rabioso. O el docente de
Historia que sintetiza en el pizarrón mediante un cuadro sinóptico aquellas
cuatro o cinco características que distinguen a la Edad Media europea de
otros grandes períodos históricos, y a continuación resalta el carácter
excesivamente arbitrario y “anti-histórico” de las líneas que ordenan las
clasificaciones de ese tipo.
En este sentido también el punto puede ser abordado en cuanto a las
peculiaridades que la cuestión del método tiene en el campo de los estudios
sociales. Algo que han subrayado diversos filósofos y epistemólogos cuando
afirman que la variabilidad de los “objetos” sociales impide que los términos
método y ley puedan ser comprendidos para su estudio en los mismos
términos de la obligada síntesis de inteligibilidad propia de las ciencias
exactas; de modo contrario, en el universo social lo metodológicamente
acertado parece orientarse por el camino que lleva a cargar y volver
productiva, al menos hasta cierto punto, la heterogeneidad antes que
pretender conjurarla.
Discursos y representaciones
Vayamos ahora por otro lado, los caminos de la ciencia no deben permitir la
pérdida del mundo social inmediato. Hace poco menos de un siglo el peruano
José Carlos Mariátegui (1895-1930) formuló una sentencia que jamás perdió
actualidad; el autor de los Siete ensayos de interpretación de la realidad
peruana (1928) sostuvo categórico que “el problema del indio es, en último
análisis, el problema de la tierra”; su aseveración se potencia de cara a un
contexto, argentino y de la América latina, donde la expansión de los cultivos
de la soja y la ganadería, y la urgente necesidad de beneficios de las empresas
de minería, gas y petróleo, han confirmado aquella sentencia de manera
evidente.
La referencia a Mariátegui busca, para ir acercándose al territorio de las
representaciones y la literatura, subrayar el diferente contexto discursivo
entre aquella época y la actual. La situación de la tenencia concentrada de la
tierra sigue siendo la misma, pero no las formas que toma el discurso
predominante en los aparatos ideológicos estatales, incluidos el conjunto de
los medios de la comunicación masiva comerciales, que dan cuenta de esa
realidad y de los “personajes” involucrados. Es decir que nos encontramos en
un presente en el cual, por un lado, se ha multiplicado un enfático discurso de
la tolerancia, del respeto y la pluralidad multiétnica y pluricultural. Ya no
existe el “Día de la Raza” ni el “Descubrimiento de América” en los
calendarios oficiales ni en los planes de estudio escolares (textos como el de
Tzvetan Todorov La conquista de América: el problema del otro son clásicos
en el ciclo de formación docente y del quehacer en las aulas), los gobiernos,
los manuales, la academia y los media reproducen la norma de lo
“políticamente correcto”, mientras que, por el otro, los pueblos originarios,
junto a otros sectores de trabajadores y campesinos que habitan fuera de las
grandes ciudades, ven “corridas” las fronteras de sus asentamientos debido a
los movimientos de la especulación en tierras, alimentos, materias primas en
general, y son encarcelados, reprimidos y muertos cuando se organizan para
resistir el atropello y defender un derecho que les llega desde siempre.
Esta “realidad doble” impuesta por los gobiernos y los sectores del poder, el
contraste entre el dicho y el hecho que, extensivamente, se convierte en
enfrentamiento con otros dichos y hechos, nutre el universo simbólico que
aquí interesa analizar. A diferencia de lo que ocurría más de un siglo atrás,
cuando se necesitaba consolidar el “proceso de fundación” de la Argentina
moderna en los términos, el ritmo y las proporciones de los problemas que
enfrentaba su clase dominante, hoy, como en la publicidad comercial, más
bien el racismo toma la forma del silenciamiento antes que la
estigmatización. Valga la paradoja, se trata de un discurso que “no dice”.
La palabra hegemónica, en síntesis, es la de la convivencia democrática, la
tolerancia, el pluralismo, el respeto de la diversidad cultural, la no violencia,
la paz y la ley. Esta matriz ideológica supone, por lo tanto, un cambio en la
valoración de las representaciones que los diferentes discursos sociales ponen
en juego. Se trata de un cambio que se ha producido no sólo en la Argentina
sino a escala internacional; de hecho las series y películas hollywoodenses
mínimamente serias y profesionales escapan en su mayoría a los estereotipos
más evidentes para la caracterización de los “bárbaros”. Las criaturas de Walt
Disney han cobrado otra fisionomía; Para leer al Pato Donald (1972) de
Armand Mattelart y Ariel Dorfman debe ser reescrito; los bombardeos y la
invasión a Irak, Afganistán y Libia se valen hoy de otros dibujos y ficciones
propagandísticas.
La frontera y la historia
Este “cambio de perspectiva” sobre los hechos del pasado, se advierte desde
hace tiempo –como ya se ha dicho- en los planes de estudio de las escuelas
primarias y secundarias. Incluso los artículos que desde hace décadas se
publican en la prensa de circulación nacional y regional, así como en
cuadernillos, fascículos (también del área infantil), materiales del Ministerio
de Educación, se cuidan mucho en glorificar, por ejemplo, la conquista del
desierto de Roca. Este oleada general parece “oficializarse” ahora con la
creación, por parte del gobierno central, del “Instituto nacional de
revisionismo histórico argentino e iberoamericano Manuel Dorrego”.
Dentro de la renovación de la historiografía argentina, ya se ha producido la
idea de un frontera de mezcla y “negociaciones” (que toman las infinitas
formas de la vida cotidiana, y este aspecto parece que es decisivo para su
explotación ficcional en general y literario en particular) y no una “muralla
china” divisoria según la representación tradicional entre civilización y
barbarie.
También habría que remarcar el boom de las “crónicas históricas”, a medias
entre el periodismo, la historia y la ficción, que desde el regreso de la
institucionalización democrática se han convertido en uno de los géneros o
subgéneros más estables y vendidos en el país.
Frontera y región
Si nos ceñimos a lo que se llama “la frontera sur” del país (incluido el
territorio de la provincia de La Pampa), también hacia aquí llegaron los aires
revisionistas. La frontera se ha vuelto porosa, móvil, mestiza. Ella se ha
movido desde la colonización española hasta la expedición final de Roca en
1879. En todo este lapso, con vaivenes, paréntesis, o algunos soplos distintos
como fueron los años posteriores a mayo de 1810 dominado por ideas
revolucionarias, la escena literaria no mostraba a ese “otro” nativo. Este en
verdad sufría el papel de antagonista, el del oculto, rechazado, el eliminado
de la historia a la par que crecía el proceso de reivindicación de la conquista
del desierto. Tal reivindicación, y para dar una fecha y un hito local, llegaría
hasta el año 1979 cuando se bautizó al nuevo edificio de la Universidad
Nacional de La Pampa, de Gil 353 frente a la plaza central de Santa Rosa,
con el nombre de “Centenario de la Campaña del Desierto”, nada menos.
Con el nuevo ciclo de la frontera, (que reconoce todos los antecedentes y
trabajos mencionados) se suman nuevos textos en el panorama de la literatura
regional.
En esta tarea se hallan varias novelas de tema histórico que tocan personajes
y escenarios fronterizos y “pampeanos”. Seguidamente, nos referiremos a
cuatro de ellas, publicadas en pleno siglo 21.
En la tierra del llano vivimos los indios. Primero solos, ahora con
los huincas. Y la tierra buena no alcanza para los dos, por eso
quieren corrernos. De antes nos reunimos alrededor del fuego y
recordamos nuestro pasado. Las voces hablan de nuestros
guerreros, de sus hazañas, de costumbres viejas y de la guerra, de
soles agitados y soles tranquilos pisoteados por la guerra.
En la tierra del llano –aquí- nació el hijo del desierto, el hombre
jamás vencido, el de los ojos negros, los que bajan la vista de
cualquiera. Su habilidad con la lengua lo hace ser el dueño de la
palabra, el dueño del decir. Y un día se convirtió en nuestro
cacique. Plantó a Piedra Azul y se quedó en el Malal (2007: 29)
Omar Lobos (La veranada del chachai Calfucurá, 2011) pone énfasis en que,
más allá del tema y del tiempo histórico, lo importante se halla en la
construcción ficcional del entorno de Calfucurá: las relaciones familiares, el
tratamiento político-diplomático entre la nación india y los gobernantes de la
provincia de Buenos Aires y del país, el borramiento fronterizo y la igualdad
paisana entre criollos y mapuches.
Hay una escena que muestra la significación del cacicazgo de Salinas
Grandes como centro de convergencia “política” y –si se quiere- “fronteriza”.
Está presente el maestro Larguía quien ha venido desde Buenos Aires al
aduar con sus dos hijos y el “alumno” Manuel Pastor, hijo de Calfucurá;
también se hallan el “lenguaraz” Santiago Avendaño y un cacique trasandino.
El narrador acompaña las palabras de Calfucurá:
…había churrasqueado con este cacique amigo -lo señaló y el otro
mostró al maestro su ufana sonrisa desdentada-, que había venido
comisionado por un gran amigo suyo de Chile para comprarle
hacienda: el ex presidente Manuel Bulnes (2011: VII, 90)
El señor Larguía renovó las protesta de paz que traía de parte del
gobernador Obligado, que entre los señores jefes no existía más
deseo que el de apaciguar la campaña porteña, y para eso se
necesitaba la cooperación y voluntad de las partes.
- Yo estoy quieto- se atajó Calfucurá, y después matizó- …estoy
bastante quieto…
-¡Salvo, Salvo!
-¡Eh!
-¡Vamos hombre, se ha quedado dormido! ¿Ésa es la bolilla que me da?
-Disculpe, es que he tenido una semana bastante agitada. Y usted… ¿nunca duerme?
-La historia es una disciplina que quita el sueño.
1.
Escritores e historiadores: la tarea de los intelectuales
Esa lectura e intercambio entre los personajes implica hacer más solvente y
didáctico el contenido de las actas del cabildo y también colocarlas en
perspectiva histórica respecto al tiempo referido de la novela. Y además
sostener el interés, la intriga, con un asunto central que articule el relato, que
corre el peligro de dispersarse en variadas motivaciones de escritura.
Es significativo que “el maestro” haga leer en voz alta al periodista Salvo,
convertido ya en una especie de alumno que entra en el juego dialéctico de
aprender “conversando”.
En la primera parte de Clave de sal, Colombato señala que las actas entregan
una información parcializada y agrega:
la manera más legítima de acercarse a la verdad es que el lector
no se conforme con leer la interpretación creada por el historiador
sino que leyera directamente el documento tal como fue escrito,
con sus propias palabras, expresiones, modismos, ortografía,
tratando de compenetrarse profundamente con el momento.
Hubiéramos deseado que el lector pudiese haber gozado con la
rebuscada caligrafía, la sonoridad de las rudas palabras de la
época, el permanente ceceo demostrativo de la españolidad-
(1996: 21)