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necesariamente obedientes a políticas educativas - y los adecua al perfil del adolescente que
también necesita moldear para su propio sostenimiento.
Las editoriales completan este cuadro homogeneizador y de consagración de lecturas,
porque censuran políticas y lenguajes, silencian reflexiones teóricas y ausentan cuestiones
también teóricas que evitarían, por ejemplo, esa “ilusión de un lector empírico idéntico”
que generan. (Cf. Bombini, 1995)
Pero, en segundo lugar, la educación depende también de nosotros, docentes – y de
Literatura en particular - preocupados porque nuestro quehacer no se transforme en una
actividad a-social, neutra, desligada de lo social sino en un discurso clave e inmediatamente
político. Y son los “intersticios”, esas “zonas de incertidumbre” que acertadamente enuncia
Graciela Frigerio, los que nos permiten el desafío de generar algunas innovaciones.
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comunicativo que instalan, permiten que la clase se transforme en un espacio de lecturas
heterogéneas y abierto a las significaciones.
A mediados de la década de 1960, tras la publicación de una serie de novelas decisivas que
impactaron (y continúan haciéndolo) en los países hispanohablantes, estalló un extraño
fenómeno, posteriormente denominado “boom latinoamericano”. Este hizo recaer la
atención a nivel mundial sobre la literatura hispanoamericana, ya que durante su desarrollo
se había consolidado un nuevo estilo de narración. Este estilo apuntaba a mostrar de una
forma directa y concisa, la realidad social de América latina. Otras “novedades” que
presentaba este estilo eran: la ampliación de temas, indistintamente rurales o urbanos, la
integración de lo real y lo fantástico, la renovación de las técnicas narrativas y la frecuente
experimentación con el lenguaje. En el caso de Rayuela (1963), del argentino Julio
Cortázar, se aplicaron en forma notable las técnicas de la vanguardia literaria, al proponerse
diversas formas de lectura de la novela. El brillante estilo de Cortázar y su maestría en la
dislocación de situaciones familiares, así como la introducción de distorsiones espaciales y
temporales, pudieron expresarse enteramente en sus tan populares relatos. Otro escritor
argentino de muy alto nivel fue Ernesto Sábato quien escribiendo El túnel (1948), Sobre
héroes y tumbas (1961) y Abbadón el exterminador (1974), afirmó en sus novelas, de gran
complejidad intelectual, la infelicidad del hombre en la sociedad contemporánea.
El túnel (1948)
Para llegar a hacer un arte verdadero, el escritor debe sumergirse en la problemática que
sufre y que su realidad le ofrece. En el caso particular del escritor argentino, este construye
una obra problemática, ya que su entorno político y social posee, en definitiva, esta
condición dramática.
Sábato era un hombre que estaba muy inmerso en la problemática humana de aquella
época. Sábato dice: “En este desorden, en este perpetuo reemplazo de jerarquías y valores,
de culturas y razas, ¿qué es lo argentino?, ¿cuál es la realidad que han de develar nuestros
escritores?”.
Según Sábato, el novelista argentino está inmerso en una doble problemática dramática. Por
un lado, es partícipe de la crisis de la civilización occidental; y por otro, sufre su propia
catástrofe como habitante de un país en el que la violencia es una diaria realidad. “La
literatura, esa híbrida expresión del espíritu humano que se encuentra entre el arte y el
pensamiento puro, entre la fantasía y la realidad, puede dejar un profundo testimonio de
este trance, y quizá sea la única creación que pueda hacerlo. Nuestra literatura será la
expresión de esa compleja crisis o no será nada”.