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DIEGO GRACIA
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PROFESION MEDICA,
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INVESTIGACION
y JUSTICIA SANITARIA
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EDITORIAL
EL BUHO
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12.
Ética y Vida, 4: Profesión médica, investigación y justicia sanitaria.
Diagramación e impresión:
EDITORIAL CÓDICE LTDA.
Cra. 15 No. 53-86 Int. 1
Tels.: 2494992 - 2177010
Bogotá, D.C.• Colombia
CONTENIDO
Pág.
PRÓLOGO.. .. . .. .. 7
3. CIENCIA Y ÉTICA , , ,, , ,. 59
Introducción. , . , . , , , , , . , .. , . 59
1. La antigüedad: el mito de la ciencia "pura" , . 61
Il. El período moderno: ciencia "pura", técnica "impura" . 63
III. La actualidad: la ciencia se vuelve también "impura». , . 68
Conclusión, , . , . , , , . , . , , , .. , . 76
4. INVESTIGACIÓN CLÍNICA , .. , , ,, . 77
1. Conceptos fundamentales , , . 77
11. Historia de la investigación clínica . 79
1. Primer periodo (hasta 1900): el experimento antiguo: la
investigación clínica fortuita o casual y la ética de la be-
neficencia, , , , , , .. , ,.,, . 80
3
2. Segundo periodo (1900-1947):el experimento moder-
no: la investigación clínica diseñada y el principio de
autonomía . 92
3. Tercer periodo (1947 hasta hoy): el experimento actual:
la investigación clínica regulada y la nueva ética de la
responsabilidad en la experimentación con seres hu-
manos . 99
1Il. Metodología del análisis ético de protocolos . 106
1. El modelo de Nebraska . 106
2. El modelo simplificado . 107
3. Propuesta de un nuevo modelo . 107
Conclusión . 109
~
8. ¿QUÉ ES UN SISTEMA JUSTO DE SERVICIOS DE SALUD?
PRINCIPIOS PARA LA ASIGNACIÓN DE RECURSOS ESCASOS. 151
Introducción . 151
1. El momento deontológico: ¿qué es un sistema justo de ser-
vicios de salud? . 152
1. La justicia como proporcionalidad natural. . 152
2. La justicia como libertad contractual. . 156
3. La justicia como igualdad social. . 160
4. La justicia como bienestar colectivo . 161
!l. El momento teleológico: la asignación de recursos escasos. 168
Conclusión: los dos momentos de la justicia sanitaria . 174
~
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PRÓLOGO
Hace ahora diez años, en 1989, publiqué un grueso libro titulado Funda-
mentos de bioética. En el prólogo lo presentaba como primer volumen de un
Tratado de bioética médica, cuyo segundo tomo llevaría por título Bioética clíni-
ca. Han pasado los años y ese segundo volumen no ha visto la luz. La primera
parte de lo que había de ser su contenido, apareció publicada en forma de
libro el año 1991, con el título Procedimientos de decisión en ética clínica. Pero
después la serie se interrumpió, entre otras razones porque la editorial Eudema,
que yo, modestamente, contribuí a fundar, hubo de suspender sus actividades.
También contribuyeron otras razones. La primera, muy importante, era la mis-
ma amplitud y dificultad del empeño. Los problemas éticos planteados por la
medicina actual son tantos y tan complejos, que resulta difícil tratar todos con
suficiencia. Por eso inicié su abordaje sectorial, en forma de artículos sueltos.
Aún quedan muchos temas por tratar, pero si ahora, diez años después de
iniciado el proceso, se reúnen todos esos trabajos en cuatro volúmenes, el re-
sultado es un panorama muy completo de la bioética médica, tanto en su di-
mensión fundamental como en la clínica o aplicada.
Todos estos trabajos tienen Un enfoque común, que les dota de unidad.
Ese enfoque hunde sus raíces, como no podía ser menos, en las propias convic-
ciones filosófieas de su autor. Como en otros libros míos, en éste es patente la
influencia directa del pensamiento filosófico de Xavier Zubiri. El pensamiento
de Zubiri es, a la vez, actual y clásico. Es actual, porque parte de la crisis de la
razón operada en la segunda mitad del siglo XIX, y por tanto se aleja de todo
racionalismo, tanto realista como idealista. Zubiri es consciente, como todo
filósofo que quiera pensar hoya la altura de su tiempo, de que la razón no
puede damos la realidad tal como ella es en sí. Esto dificulta enormente cual-
quier intento de elaborar una metafísica. Pero no lo impide de raíz. La metafí-
sica es posible, pero desde luego ésta ya no podrá ser igual a la de épocas
anteriores. Hacer metafísica a la altura de los tiempos, ésta ha sido la gran
lección, y en eso consiste el gran legado de Zubiri al pensamiento filosófico del
siglo XX, y sobre todo a la cultura que habla, piensa y escribe en español.
7
Además de actual, Zubiri es un clásico. Yes un clásico de la filosofía porque ha
hecho, y de qué modo, filosofía primera, metafísica.
8
Pues bien, tos trabajos que aquí se publican son buena muestra de que en
el enfoque de los problemas éticos, bioéricos, he intentado llevar este lema
adelante, hasta sus últimas conscecuencias. Si alguna peculiaridad tienen es-
tos trabajos, es estar enfocados siempre en perspectiva histórica. No se trata de
un prurito culturalista, ni de afán de erudición. Se trata de una estricta necesi-
dad intelectual. Es un error querer enfocar los problemas éticos sólo desde
categorías lógicas. Eso no puede conducir más que al fracaso. En este punto,
me confieso seguidor y discípulo del otro gran maestro que ha decidido mi
vida intelectual, Pedro Laín Entralgo. Su gran saber histórico, y sobre todo su
gran lección metódica, el abordaje a la vez histórico y teórico de los problemas
intelectuales, está en la base de todos mis planteamientos. Sin su magisterio
diario a lo largo de estos últimos veinte años, mi propia labor intelectual hu-
biera sido imposible.
Una vez confesada mi deuda con mis dos maestros, Zubiri y Laín, quiero
eximirles de cualquier tipo de responsabilidad. Una de las lecciones que me ha
enseñado la vida es que los verdaderos pensadores, los maestros del pensa-
miento nunca coartan la originalidad propia, sino que más bien la posibilitan.
El gran maestro siempre ayuda a pensar, a crear, y en consecuencia a ir más
allá de él. Por tanto, ninguna cosa más alejada de este magisterio que la sumi-
sión servil o la verbosidad repetitiva y escolástica. Mi experiencia me demues-
tra que los grandes maestros se diferencian de los pequeños en que los prime-
ros ayudan a pensar, a crear, y por tanto a ir más allá de ellos, en tanto que los
segundos tienen que basar su ascendiente en criterios de autoridad. Los textos
que aquí se publican son buena prueba de cómo se puede ir, zubiriana y
lainianamente, más allá de Zubiri y de Laín. Ni uno ni otro tuvieron una gran
dedicación a la ética. Pienso, sin embargo, que sus planteamientos son de una
gran fecundidad en ese campo. Pero, evidentemente, la responsabilidad de esa
prolongación es sólo mía.
Los textos aquí reunidos son siempre respuesta a peticiones surgidas des-
de la sociedad, y más concretamente desde sus instituciones médicas y univer-
sitarias. La iniciativa ha venido prácticamente siempre de fuera. Por eso son
textos vivos. No obedecen a un plan preestablecido, ni han sido pensados more
geometrico. Desde un punto de vista, esto es una dificultad. Hay redundancias,
y hay también lagunas. Pero desde otra es una indudable ventaja, ya que late
en ellos algo de la vida palpitante que les hizo surgir. Lo que se pierde en
academicismo se gana en vida.
I
De ahí que haya decidido agruparlos bajo el título general de Ética y vida.
Cuando Van Rensselaer Potter decidió crear el neologismo "bioética'', lo hizo,
dijo él y relato yo en alguno de los artículos reunidos en este libro, uniendo dos
raíces griegas, bios, para designar el gran progreso operado en las últimas
décadas en el ámbito de las llamadas ciencias de la vida, Ecología, Biología,
Medicina, erc., y éthos como la raíz más adecuada para designar la ciencia del
9
respeto de los valores implicados en los conflictos de la vida. Compaginar cien-
cia y vida, no evitando que haya conflictos, pues eso resulta imposible, sino
promoviendo lo que cada vez me gusta más llamar "visión responsable". Uno
de los grandes de la bioética, Albert Jonsen, suele apelar a lo que éi denomina
moral vision. Mi tesis es que eso, aquí y ahora, debe llamarse "visión respon-
'sable".
Surgidos de una actividad docente muy amplia y desde luego nada aca-
démica, es decir, más preocupada por dar respuesta responsable a los proble-
mas de la realidad que por guardar las formas o exhibir erudición, estos volú-
menes tienen la pretensión de continuar el diálogo más allá del reducido nú-
mero de personas para el que fueron escritos, en busca de una visión responsa-
ble. Si lo conseguirán o no, es cosa que habrá que dejar al futuro. De mí sé
decir que con esa intención, la de dar pie a un diálogo responsable, los he
escrito y con ella también los embarco en esta nueva singladura. Mi mayor
aspiración es que pudieran llevar a alguien a decir algún día, no sé en qué
recóndito lugar, que le habían llevado a cambiar de vida, a vivir un poco mejor
o a ser algo más responsable. A mí me ayudaron de esos tres modos por el
mero hecho de escribirlos.
10
1
LA PROFESIÓN MÉDICA EN EL SIGLO XX:
LA SANIDAD Y LAS PROFESIONES SANITARIAS
EN EL CENTRO DEL DEBATE SOCIAL
INTRODUCCIÓN
Desarrollando una sugerencia realizada por Zubiri, cabe decir que la ac-
ción del hombre sobre la naturaleza consiste siempre e ineludiblemente en la
conversión de los «recursos» naturales en «posibilidades» de vida'. La natura-
leza tiene recursos, que sólo se convierten en posibilidades de vida, posibilida-
des positivas o negativas de vida, por la acción del hombre. La naturaleza tiene
recursos y la historia consiste en posibilidades. Como tantas veces ha repetido
Zubiri, la historia es mero proceso de posibilitación, realización de posibilida-
des',
1 Cf. Zubiri, X. Naturaleza, Historia, Dios, 9 ed., Madrid, Alianza, 1987, pp. 374s.
2 Cf. Zubiri, X. «La dimensión histórica del ser humano", en Siete ensayos de antropología
filosófica CEdoMarquínez, G.) Bogotá, Ed. USTA, 1982, pp. 117-174.
11
los recursos naturales en posibilidades de vida. El ser humano no sabe conver-
tir recursos en posibilidades sin provocar efectos negativos, no buscados; o
dicho en otras palabras, al crear posibilidades positivas de vida, produce a la
vez y necesariamente posibilidades negativas. Las llamadas enfermedades son
esto, posibilidades negativas de vida, que el hombre crea al transformar los
recursos en posibilidades positivas. Un recurso natural es el petróleo, y una
posibilidad positiva de vida el poderlo convertir en energía capaz de mover los
motores de explosión. Pero esa posibilidad positiva va ineludible mente unida
a otras negativas, como la contaminación atmosférica, el aumento del anhídrido
carbónico atmosférico, el efecto invernadero, y quién sabe cuántas cosas más.
Con la conversión de los recursos en posibilidades sucede lo mismo que con los
fárrnacos, que tienen efectos beneficiosos sobre el organismo, pero no se cono- ~
Digo esto para que se advierta cómo la salud y la enfermedad no' son
meros hechos naturales sino fenómenos históricos, y más aún lo son todos los
saberes y las prácticas surgidos en torno a ellas, y por tanto las profesiones
sanitarias. El mundo de la sanidad es una ingente creación humana, histórica,
y no cobra todo su sentido más que en el interior del contexto histórico. Esto
vale para la tuberculosis, para el SIDA, opara la comprensión de las profesio-
nes sanitarias: todos estos son fenómenos históricos, y no cobran sentido más
que en el interior de la estructura histórica.
12
cultura clásica occidental, las culturas griega y romana, se desarrollaron den-
tro de sociedades agrícolas, y fueron posibles gracias a la riqueza generada por
ellas. Por supuesto que países más fértiles no fueron capaces de producir las
obras artísticas y culturales del pueblo griego. Esto es evidente. La riqueza
económica no determina las creaciones humanas que se pueden crear a partir
de ella. Pero también es cierto que sin una cierta riqueza económica Grecia y
Roma no hubieran sido lo que fueron.
13
,
propia demanda», razón por la cual el motor de la actividad económica debe
situarse en la oferta'. Si esto fuera así, arguye Keynes, entonces el desempleo
no podría deberse más que a dos causas: a salarios excesivos o a fricciones
personales. Esta última causa es ajena a la economía, y puede por ello ser
dejada al margen. Respecto a la primera, la ley de Say permite concluir que
toda persona en paro parcial o completo puede remediar su situación sólo con
aceptar salarios más bajos. Caso de que no lo haga, seguirá desempleada, pero
entonces podrá decirse que su paro es voluntario. Dicho de modo más conciso,
para la economía clásica el paro era siempre voluntario. Esto explica por qué
se escatimaba la asistencia social a los parados, y por qué Malthus era tan
crítico con las leyes de pobres y las instituciones de beneficencia. A los pobres
había que considerarlos, en principo, como «vagos y maleantes». Sin esta idea,
que subyace a toda la economía liberal clásica, no se entiende el por qué del
minimalismo del Estado liberal. Aún en 1963 recordaba el primer ministro
inglés, Harold Wilson, cómo un gran economista y reformador social, lord
Beveridge, al que luego nos referiremos, era incapaz de aceptar la idea de que
el paro podía ser involuntario:
14
Esta cosa mejor son las obras sociales, carreteras, escuelas, hospitales,
etc. A este respecto hay que recordar que entre las influencias subjetivas que
retraen el consumo de los seres humanos, está la acumulación de reservas
para las situaciones de infortunio: enfermedad, muerte, jubilación, etc_ Estas
influencias subjetivas son, en opinión de Keynes, de poca importancia en el
consumo a corto plazo, pero la tienen grande en las previsiones a largo plazo".
Por eso un buen sls,tema de seguros sociales que cubra la enfermedad, el paro,
la vejez, la jubilación, etc., estimula el consumo y aumenta la riqueza circulan-
, te. Aun suponiendo que un seguro de enfermedad, como el National Healtlt
Service británico, al que luego nos referiremos, fuera completamente inútil y
su produc:o marginal resultara nulo (como lo es el del obrero parado, o el de
q~len realiza funciones completamente inútiles, como hacer agujeros sin nin-
gun mO,tlv~ o construir monumentos funerarios), siempre será verdad que neu-
tralizaría ciertas prevenciones contra el consumo Y: por tanto incrementaría la
actividad económica útil. "
La segunda conclusión tiene que ver con los parados y pobres y el sistema
de seguros. A .Ia vez que desmontaba la creencia de los antiguos economistas
en la voluntariedad del paro, Keynes ofrecía un nuevo modo de actuación ante
e.l infortunio en general: el establecimiento por parte del Estado de amplios
sl.stemas de seguros SOCiales que cubrieran las contingencias negativas de la
Vida de los hombres. Bismarck lo había hecho ya en Alemania y le siguió
Inglaterra durante el primer gobierno de Lloyd George, con la l:y de Seguro
naclOn~l, que en el tema concreto de la sanidad dio origen a un sistema similar
a! prusiano de las Krankenkasseti', En 1915 comenzó Suecia un proceso pare-
cido con la ley de Pensiones a jubilados, que con los años habría de conducir a
un modelo de sociedad que Marquis Childs bautizó, en 1936 con el nombre
de «la Su~cia del justo medio». Imitando estos ejemplos, el presidente Roosevelt
promulgó, e.n 1935, la Social Security Act, que protegía a ancianos, parados y
ninos necesitados. Poco después, siete economistas keynesianos de las Uní-
15
versidades de Harvard y Tufts publicaban un programa económico para Amé-
ricas. En él proponían una fuerte inversión pública en bienes y servicios, entre
los que se encontraban los sanitarios:
8 Cf. Gilbert, Richard, et al. An Economic Program Jor American Democracy, New York,
Vanguarcl, 1938.; cit. por Lekachman Ronert, Op. cír., p. 1b4.
9 Cit. por Gilbert, Richard. P.47; Cf. Lekachman, p. 166.
10 Citado por Lekachman, Robert. P. 168.
16.
positivos O sociales, entre ellos el derecho a la asistencia médica. Pero los asu-
me no por razones de beneficencia ni de justicia, sino de utilidad. Los derechos
económicos, sociales y culturales son «económicamente útiles". Esto nadie fue
capaz de predecirlo en la economía liberal antes de Keynes. Luchar por los
derechos humanos y la seguridad social es útil desde todos los puntos de vista,
el económico, el político y el ético. Hay, por tanto, una correlación entre un
nuevo sistema económico, el neocapitalismo, el reciente orden social, la socie-
dad de consumo, el orden político del Estado de bienestar (Welfare State) y la
ética utilitarista.
17
greso el antes citado informe del National Resources Planning Board sobre Se-
guridad social, Trabajo y Beneficencia. Sobre la base de estos datos, el senador
Wagner presentó en el Congreso un proyecto de ley sobre un sistema de segu-
ridad social nacional y unificado. Como se sabe no prosperó, pero aun así tuvo
su efecto positivo, ya que el seguro de enfermedad logró una rápida expansión
en los años de la segunda Guerra Mundial. El Comité dé estabilización, inten-
tando controlar los incrementos inflacionarios de precios y salarios, dejó libres
los suplementos salariales no monetarios o ingresos accesorios (jringe benefits).
Tanto obreros como sindicatos dirigieron inmediatamente su atención sobre
estas formas de compensación económica, y la cobertura de los seguros médi-
cos creció rápidamente. A la vez, la Asociación Médica Americana y las asocia-
ciones médicas regionales y locales hicieron patente QU actitud de rechazo y
comenzaron a promover los seguros médicos privados como una alternativa al
proyecto gubernamental de establecer un seguro obligatorio de enfermedad.
Como ha escrito Hirschfield, entre 1932 y 1943 los Estados Unidos protagoni-
zaron un interesantísimo debate sobre el establecimiento de un seguro obliga-
torio de enfermedad que finalizó en fracaso; es lo que Hirschfield ha llamado,
en el título de su célebre libro, The lost Reform 11. Pero así y todo el proceso
continuó, y en 1946, nada más acabar la guerra, se aprobó una Ley general de
empleo que reconocía la responsabilidad del Estado en el mantenimiento de
«cifras de empleo, capacidad de producción y poder de compra máximos».
Con esto, comenta. el economista Milton Friedman, se «convirtió la política
keynesiana en ley-". Años después, en' 1953, se creó el Departamento de Sa-
lud, Educación y Bienestar, que alcanzó su máximo apogeo en la época de los
presidentes más keynesianos que han tenido los Estados Unidos, John E Kennedy
y Lyndon B_Johnson. Inmediatamente después de la declaración de «guerra a
la pobreza» de este último, en 1964, se crearon los programas médicos conoci-
dos con los nombres de Medicare (seguro obligatorio de enfermedad para per-
sonas mayores de sesenta y cinco años) y Medicaid (pago de los gastos de
asistencia sanitaria a las personas consideradas como necesitadas por las auto-
ridades locales) 13.
'.
Keynes era británico y las consecuencias médicas más importantes del
modelo keynesiano se lograron en el Reino Unido en la década de los años
cuarenta. En 1941 el gobierno britáriico encomendó a un renombrado econo- .\:
mista y amigo de Keynes, William Beveridge, el estudio monográfico de un
sistema orgánico de seguridad social. Tras dieciséis meses de trabajo, en no-
viembre de 1942, Beveridge entregó al gobierno un informe, Social Insurance
11 Cf..Hirschfield, Daniel. The Lost Reform, Cambridge, Mass., Harvard Universiry Press,
1970.
12 Friedmari,Milton y Rose. Libertad de elegir, Barcelona, Grijalbo, 1980, p. 138.
13 Cf, Stevens, Roben and Stevens, Rosemary.Welfare Medicine in America. A Case Study 01
Medicaid, New York,The Free Press, 1974. Cf.también Elling, Ray H_,(ed.). Nacional Health
Careo lssues andproblems in socialized medicine, Chicago-New York,Aldine-Atherton, 1971.
I
18
and Allied Services, proponiendo unas medidas que, muy probablemente, iban
mucho más allá del mandato inicial!". El sistema de Seguridad Social por él
propuesto incluía el seguro de desempleo, el seguro de incapacidad, de jubila-
ción, de viudedad, de maternidad, de matrimonio y de entierro. Junto a la
Seguridad Social, dirigida a los trabajadores y sus familias, estaba la Asisten-
cia Nacional, es decir, la Beneficencia Nacional, destinada a cubrir las necesi-
dades de los no asegurados. Y,junto a ambas, los Servicios de Salud y Rehabi-
litación. Beveridge hizo una previsión de gastos para los años 1945 a 1965.
Basado en dos principios muy comunes en el pensamiento keynesiano, que se
iniciaba una era de prosperidad que no se vería empañada por nuevas crisis, y
que el desempleo sería cada vez menor, Beveridge pensó que el costo de la
Asistencia Nacional iría reduciéndose con el paso de los años, de modo que en
1965 sería menor que en 1945, y que dentro de la Seguridad Social los gastos
de desempleo también disminuirían. Sólo había un capítulo que aumentaba
sensiblemente los presupuestos, el de pensiones de retiro, que en 1945 se cifra-
ba en 126 millones de libras y en 1965 en más del doble, 300 millones. Por el
contrario, los gastos en servicios médicos se mantendrían en las mismas cifras
en 170 millones de libras esterlinas; lo que significaba, en términos compara:
tivos, una disminución muy significativa IS. La razón era bien clara: Beveridge
pensaba que una buena asistencia sanitaria haría disminuir paulatinamente
los 'niveles de enfermedad y, en consecuencia, los gastos en asistencia médica.
He aquí sus palabras, tomadas del párrafo 270 de su Informe:
19
--------~~------------~--~-------------------------
co será rentable. ¿Por qué? Porque la salud es antes que un bien de produc-
ción, un «bien de consumo". Todo lo que estimule el consumo es económica-
mente rentable, y un Servicio Nacional de Salud que cubra a toda la población,
estimulará fuertemente el consumo. Así debió pensarlo el gobierno laborista,
que en 1945 y 1946 publicó varias leyes sociales muy avanzadas, basadas en
gran medida en el informe Beveridge, entre las que se encontraba la National
Healtli Service Act, que comenzó a aplicarse en 1948. Aparecía así el primer
Servicio Nacional de Salud del mundo occidental, protector de toda la pobla-
ción en cualquier circunstancia. El hecho de que ello sucediera durante un
gobierno laborista ha hecho pensar que su objetivo era ampliar la justicia so-
cial mediante la protección de los derechos económicos, sociales y culturales.
Pero hay razones suficientes para creer que sin Keynes y su teoría económica
ese proyecto no se hubiera llevado a cabo; es decir, que se tuvieron más en
cuenta criterios de «utilidad pública" que de «igualdad social-".
20
--
--~------~----~--~~---
21
1. La medicina pasó de ser preponderante mente domiciliaria a convertirse
en hospitalaria. El hospital, el nuevo hospital, se convirtió en el centro del
sistema sanitario. Todo acto médico debía realizarse en el hospital. La me-
dicina se hospitalizó.
2. El médico, por su parte, fue rehuyendo poco a poco el viejo rol de generalista
-el médico de cabecera- para asumir el nuevo de especialista. La especiali-
zación fue la consecuencia natural de la progresiva complicación tecnoló-
gica de los ·procesos diagnósticos y terapéuticos, que obligó al dominio
técnico de parcelas cada vez más reducidas de la patología humana. La
revolución tecnológica que se operó en la medicina obligó inmediatamen-
te a la división del trabajo y como consecuencia a la especialización. Y
dado que la nueva tecnología tenía su sede en el hospital, el médico espe-
cialista hubo de trabajar preferentemente en el hospital, no en los domici-
lios de los pacientes ni en el suyo propio. i
3. Esto revirtió sobre la propia enseñanza de la medicina, que hubo de aban-
donar su clásico esquema de formación de médicos generales en favor de
otro basado en la formación de especialistas destinados a trabajar, de pre-
ferencia, en la institución hospitalaria.
4. Cambió, en fin, el paciente. La nueva medicina hospitalaria ya no iba diri-
gida a los pobres de solemnidad, a los seres que se hallaban al margen del
sistema económico, sino a los productores y consumidores, es decir, a quie-
nes constituyen el centro de la actividad económica tal y como la entendía
Keynes.
22
la ausencia de afecciones o enfermedades». Nunca hasta entonces se había
atrevido nadie a definir la salud en esos términos. Desde los hipocráricos hasta
finales del siglo XIX habían venido sucediéndose las definiciones de salud y
enfermedad, pero nunca nadie había identificado salud con bienestar, y con
bienestar no sólo físico sino también mental y social. Sólo si se advierte que
estamos en 1946, momento en que el Welfare State anglosajón se ha conveni-
do en el santo y seña de rodas las democracias occidentales tras su victoria
sobre el nazismo, empieza a adquirir sentido la definición de salud en térmi-
nos de «bienestar» (Welfare, Well-being). La economía keynesiana y el Estado
benefacror configuran una idea de salud entendida como bienestar. La defini-
ción de la OMS no tiene sentido desligada de su contexto histórico. Con lo cual
resulta que a la correlación establecida antes entre la economía neocapitalista,
la sociedad de consumo, el orden político del Estado de bienestar (Welfare State),
y la ética utilitarista, hay que añadir ahora un nuevo dato: la «medicina del
bienestar».
Las personas sufren, desde luego. Y ese hecho -según médicos y pacientes,
abogados y laicos- basta hoy para justificar el que se les llame y considere
pacientes. Lo que, en otros tiempos, sucedió gracias a la universalidad del
pecado, sucede hoy gracias a la universalidad del sufrimiento; hombres, muje-
res y niños se convienen -quierano no, les guste o no- en los pacientes-peni-
tentes de sus médicos-sacerdotes. Y sobre el paciente y el médico, se levanta
ahora la Iglesia de la Medicina, cuya teología define los papeles y las reglas del
juego que han de jugar, así como sus leyes canónicas llamadas hoy salud púoli-
19 Cf. Abel-Smith Brian, Brian. Value jor Money in Health Services. A Comparative Study,
London, Heinemann, 1976, especialmente el capítulo 5: «Tradesrnan or Priest: the Payment
of the Doctor", pp. 58·76. También Comfort, Alex. Los médicos fabricantes de angustia, Bar-
celona, Granica, 1977.
23
ea y leyes de salud mental, imponiendo su conformidad con la ética médica
dominante".
24
alimentos son necesarios para la salud, deben consumirse a fin de permanecer
sano. De igual forma, consumimos medicamentos para conservar la salud o
restaurada cuando se ha perdido. Y del mismo modo que el exceso o el defecto
de alimentos produce enfermedad, el defecto de fármaco s impide la curación
y el exceso es nocivo para la salud. El ejemplo del alimento parece adecuado y
permite entender a la perfección el proceso del consumo de salud.
25
cosas se ven de otro modo. El armamento empieza a considerarse como un
bien de consumo, y por tanto como un elemento fundamental en el desarrollo
económico. Las armas hay que fabricarlas no tanto para la guerra cuanto para
la paz, para que la economía de paz funcione adecuadamente; su ganancia
económica se consigue de inmediato, no tras su utilización victoriosa en la .
guerra. En cualquier caso, Keynes nunca consideró la guerra un mal negocio.
Todo lo contrario, como lo demostró la propia Guerra Mundial:
26
Pero hay aún otros puntos de semejanza. Por más que en uno y otro cam-
po la función de la industria privada sea esencial, en ambos el papel motriz y
gestor corresponde al Estado, que mediante su estímulo intenta cumplir con el
pnncipio keynesiano de fomento de las obras públicas. De este modo resulta
que la ~nd~stria de la muerte y la industria de la vida, la guerra y la salud, se
hallan indisolublernenre unidas en este macabro juego económico, hasta el
punto de poder ser contempladas como las dos caras de una misma moneda.
~unca como en nuestro siglo la economía y la industria se han puesto al servi-
CIO.de la desrrucció.n y de la muerte, y nunca tampoco se han volcado tanto
hacia la salud y la VIda. Tal es la paradoja que subyace en el fondo de la nueva
economía de consumo.
Este ritmo ?e crecimiento, por más que pueda parecerlo, no tiene nada de
sorprendente, siempre y cuando la salud se entienda como bien de consumo.
E.~ 1857 un estadístico alemán, Ernst Engel, formuló tres leyes sobre la evolu-
cion del consumo. Son éstas:
27
Tercera ley: La parte del presupuesto destinada a los servicios, a los bienes
culturales y al ocio (higiene y salud, cultura, enseñanza, vacaciones, transpor-
tes, comunicaciones y telecomunicaciones, seguros, etc.), tiende a crecer a
medida que aumentan los ingresos. En la Francia de 1950 estos gastos eran,
según Barral, el 26,7% del total, en 1960 el 34,5%, en 1970 e141,1 %, en 1975
el 43,2%, y se esperaba que en 1985 fuera el 52,8%22.
22
23 Cf. Barral,
. P.E. Economie de la santé. Faits et chiitres
':JJI, 2 ed " Paris , Dunod , 1978 .
Cf. Quinlan, Joseph y Julia. La verdadera historia de Karen Ann Quin/an Barcelona
Grijalbo,1978. . , ,
28
Las respuestas, como es obvio, han sido varias. La más aceptada, sobre
todo por políticos y economistas, es decir, por los gestores del sistema sanita-
rio, ha sido la utilitarista. Su contenido es muy clásico. Lo que afirma es que la
justicia distributiva debe regirse siempre por la proporción coste/beneficio, de
tal modo que nunca hay obligación de hacer en justicia algo «irracional», en-
tendiendo aquí por racionalidad la económica, según la cual debe buscarse
siempre la optimización del gasto. Esto significa varias cosas. Primero, que por
más que los recursos sanitarios sean «limitados» (siempre lo serán, toda vez
. que el consumo sanitario es ilimitado), no es justo desviar financiación de
otras partidas del presupuesto a la sanidad, si la relación coste/beneficio es
mejor en esos otros campos que en el sanitario. Así, por ejemplo, la educación
o la política de vivienda pueden presentar una relación coste/beneficio supe-
rior, en cuyo caso lo justo es invertir el dinero en esos campos. Segundo, que
dentro del ámbito sanitario los limitados recursos que se poseen deben desti-
narse a las actividades que con un menor coste produzcan un mayor beneficio
sanitario. Por ejemplo, si hay que elegir entre una campaña de vacunación o
realizar un trasplante cardiaco, no hay duda de que la relación coste/beneficio
exige conceder prioridad al primer programa, por más que ello traiga como
consecuencia el perjuicio y hasta la muerte de algunas personas. Tercera, hay
prestaciones y servicios sanitarios que no pueden ser exigidos en justicia, dada
su baja relación coste/beneficio. Tal sucedía hasta hace poco con los trasplan-
tes de corazón, pulmón e hígado, y tal parece ser el caso de las muertes cere-
brales, los estados vegetativos permanentes, etc.".
24 Cf. el número monográfico de la Revista lana sobre el tema «La Medición del nivel de
salud", n. 712, 11-16 febrero 1986, pp. 511-576.
29
Los gobiernos tienen la obligación de cuidar la sal~d de sus pueblos,. ob~iga.-
ción que ~610puede cumplirse mediante la a~o?clOn d~ medidas samt~nas y
sociales adecuadas. Uno de los principales objetivos sociales de los gobiernos,
de las organizaciones internacionales Yde la comunidad mundial entera en el
curso de los próximos decenios debe ser el que todos los pueblos del mu~do
alcancen en el año 2000 un nivel de salud que les permita llevar una vida
social y económicamente productiva. La atención primaria de salud es la cla-
ve para alcanzar esta meta como parte del desarrollo conforme al espíritu de
justicia social".
30
maria. Este último modelo es, sin duda, el más antieconómico y el menos
justo.
Por otra parte, el informe del Club de Roma del año 1972 titulado Los
límites del desarrollo, llamó la atención sobre el descenso de la calidad de vida
que se produciría caso de continuar creciendo la utilización de recursos natu-
rales, mu~hos de ellos no renovables, y otros reciclables por la naturaleza a
una velocidad mucho menor que aquella en que eran consumidos por el hom-
bre '. De ~ste modo, a comienzos de los años setenta se llegó por primera vez en
la historia de la humanidad a una situación paradójica: la sobre utilización de
l~s recursos naturales. El gran problema económico a todo lo largo de la histo-
na de la humanidad ha sido la poca capacidad para convertir los recursos en
posibilidades. Sólo en nuestros días se ha producido la situación contraria, de
modo que I~~roducción de posibilidades ha llevado a sobreexplotar los recur-
sos: hasta límites que ponen en peligro la calidad de vida de las futuras gene-
raciones.
Esto hiz? que a partir de los años setenta empezara a ponerse el énfasis
sobre la «calidad", en vez de sobre la «cantidad". Esto ha influido decisiva-
me~t~ en la evolución de la sanidad a partir de los años setenta. Si hubiera que
~e~mlr el ~uevo n:odelo sa~itario q~e se ha ido diseñando a lo largo de estas
u.l:lmas décadas, este podna resurrurse en dos conceptos: primero, la limita-
~lon ?e prestaciones fi~anciadas con recursos públicos; y segundo, el mayor
énfasis puesto en la calidad, en vez de en la cantidad.
31
---------~~~_-------_~~_~~~~~~.
32
_ .. ~~
han consagrado a los menesteres que ella considera más importantes. La so-
ciedad exige del profesional la consagración, y le recompensa otorgándole un
puesto de excepción. En el ejercicio de las profesiones todo es excepcional, lo
que se da y lo que se recibe, la entrega exigida y las recompensas otorgadas.
La vida social se degrada cuando las personas que tienen en sus manos
las dimensiones más sagradas de la existencia, como la religión, la justicia o la
salud, no aspiran a la excelencia. Esta, excelencia, es la palabra que mejor
define al profesional. Como se sabe, ella es la mejor traducción que podemos
dar del término griego areté, el fundamental de toda la ética clásica. Por eso al
profesional le es inherente la virtud. Pero no sólo ni principalmente la virtud
moral, sino la virtud física. La areté de un guitarrista no consiste primariamen-
te en ser un guitarrista bueno sino un buen guitarrista. Del guitarrista decimos
que es virtuoso cuando toca bien la guitarra. De ahí que el término areté deba
traducirse más por virtuosidad física que por virtud moral. Los griegos hablan,
por ejemplo, de la areté del caballo, es decir, de su capacidad física para saltar
o correr, de su excelencia como tal caballo, a pesar de que carezca de capaci-
dad moral. El hombre la posee, pero la areté no se limita en él al orden moral
sino también al físico. La areté exige del profesional, por tanto, la excelencia
física o técnica (el ser buen cirujano) y la excelencia moral (el ser un cirujano
bueno). l),n profesional no debe aspirar a menos.
27 Lev 21,17-21.
33
los sacerdotes no se raparán la cabeza, ni se cortarán los bordes de la barba,
ni se harán incisiones en su cuerpo. Santos han de ser para su Dios y no
profanarán el nombre de Dios, pues son ellos los que presentan los manjares
que se han de abrasar para Yahvéh, el alimento de su Dios; han de ser san-
tos".
a menos que los filósofos reinen en las ciudades o que cuantos ahora se lla-
man reyes y dinastas practiquen noble y adecuadamente la filosofía, que ven-
gan a coincidir una cosa y otra, la filosofía y el poder político ..., no hay tregua
para los males de las ciudades, ni tampoco para los del género hurnano'".
Si acudimos a los textos hipocráticos, veremos que esas son las cualida-
des que se exigen al buen médico. No otra cosa significa la consigna de que «el
médico filósofo es igual a los dioses», presente en ellibro Sobre la decencia, y
que se explicita poco después con estas palabras:
34
La prestancia del médico reside en que tenga buen color y sea robusto en su
apariencia, de acuerdo con su complexión natural. Pues la mayoría de la gen-
te opina que quienes no tienen su cuerpo en buenas condiciones no se cuidan
bien de los ajenos. En segundo lugar, que presente un aspecto aseado, con un
atuendo respetable, y perfumado con ungüentos de buen aroma, que no ofrez-
can. un olor sospechoso en ningún sentido. Porque todo esto resulta ser agra-
dable a los pacientes".
He querido transcribir todos estos textos para dejar lo más claro posible
el contenido propio del rol profesional. Una profesión no es un oficio, ni una
simple ocupación. Tiene en toda sociedad un carácter a la vez privilegiado y
excepcional, que exige de los individuos nada menos que la excelencia. Este ha
sido el objetivo de la ética profesional desde sus orígenes. Y esto también ex-
plica la impunidad jurídica de que han disfrutado los profesionales a todo lo
largo de la historia. Los casos del sacerdocio y la realeza son, en este sentido,
evidentes. Y respecto de la medicina, baste recordar lo que escribe el autor del
tratado hipocrático Ley: «el arte de la medicina es el único que en las ciudades
no tiene fijada una penalización, salvo el deshonor-". La impunidad jurídica
exige la excelencia moral.
35
cual se incurre en el delito de negligencia, y otro de máximos, que aspira a la
excelencia. En la moderna terminología bioética el primer tipo de deberes se
conocen con el nombre de no-maleficencia, y el segundo con el de beneficen-
cia. La relación sanitaria, en tanto que relación profesional, no puede ser
maleficente, pero tiene que aspirar a más, a ser beneficente. Esta beneficencia
se interpretó clásicamente en un sentido muy preciso, que hoy conocemos con
el nombre de paternalismo. Consistía éste en hacer el bien a los pacientes no
según la idea que éstos tienen del bien, o lo que consideran bueno para ellos,
sino según el concepto de bien del sanitario. Para hacer el bien, pues, podía
utilizarse hasta la fuerza. Este criterio no lo aplicaron sólo los médicos, sino
también los políticos, los sacerdotes y todos los demás agentes sociales cualifi-
cados. El concepto de beneficencia que se utilizaba era extremo. Hoy nos he-
mos convencido de que esto no es así, de que no se puede hacer el bien a los
demás en contra de su voluntad, porque en ese caso deja de ser un bien. El
bien hecho a palos ya no es bueno. Lo cual ha llevado a creer a muchos que los
deberes de beneficencia habían desaparecido, y que ya sólo quedaban los de
no-maleficencia. Lo cual no es cierto. Por más que el concepto de beneficencia
haya cambiado de perfil, y hoy consideremos que no es posible definir la bene-
ficencia de una persona, o lo que es beneficioso para ella, sin contar con su
propio sistema de valores, la obligación de beneficencia del profesional sanita-
rio sigue existiendo, y es quizá hoy más perentoria que nunca. El profesional
tiene no sólo que no ser maleficente (ignorante, imperito, imprudente, negli-
gente) sino que de él se espera una ehtrega superior, de carácter beneficente.
Las profesiones tienen unos deberes que son perfectos o de justicia, y que
vienen tipificados en el Derecho público, particularmente en el penal. Pero las
profesiones tienen también deberes imperfectos o privados, ya que son activi-
dades elegidas libremente, que una vez elegidas obligan en el fuero moral y ~
aun en el jurídico (este es el origen de los Colegios profesionales y de sus
facultades sancionadoras, por desgracia tan pervertidas por los propios grupos
profesionales). Los deberes profesionales, como todos los deberes privados,
son asumidos libremente por los individuos en el acto de ingreso en la carpa-
36
ración profesional; pero una vez incorporados a ella, ya no son de libre cum~
plimiento, sino que pueden y deben exigirse a todos ellos ..El que no se ha~a aSI
es una de las mayores causas de descrédito de las profesiones. La paradoja de
la doctrina de la excelencia es que hoy gana paulatino terreno y se asume sm
discusión en el orden de lo que antiguamente se llamaban oficios, pero a l~ vez
retrocede claramente en el área de las profesiones clásicas. Las profesiones
sufren hoy una grave crisis de excelencia.
Esto conecta con la segunda de las cuestiones que nos proponíamos ana-
lizar la de los límites de la excelencia. Aceptado ya que las obligaciones pro fe-
sion~les son superiores a las meramente jurídic?s o de rr:íni.mos, y que e~?s
obligaciones no decaen por el hecho de que los organos publtcos y de gestión
no cumplan o cumplan mal con las suyas, queda por dete~minar has~a d.ónde
llegan los deberes privados o de beneficencia de los profesionales sarutanos. Y
la respuesta no puede ser más que una: que no tien~~ tope. Esos..deberes lle-
gan .hasta donde la conciencia y el afán de perfecclO,n se lo eXIJ.a.a uno. El
límite máximo no existe, y puede llegar hasta el heroísmo. Un militar, un sa-
cerdote, un político, un médico no tienen por qué ser héroes. Pero ~e lo que no
hay duda es que pueden serio, y que además tiene, ~erfecto s~nndo el que a
veces lo sean. La moral del héroe no es ajena a la enea profesional. Como es
bien sabido, la palabra castellana héroe procede ?el !atín heros, hom~re noble,
virtuoso, valiente, que a su vez procede del termmo gnego h?mofono. En
Homero el héroe esel hombre que descuella por su fuerza y hazanas, lo que de
'algún modo le emparenta con el mundo divino. ~ste es ,el ca?o de. Aquiles, que
por ello mismo aparece como hijo de la diosa Tetis. H~SlOdo Identifica expresa-
mente a héroes y semidioses. Héroe es el que da .Ia VIda por una c~usa noble,
Dios, la patria, la ciencia, el cuidado de los semeJa~tes, et~. Los heroes lo son
porque están poseídos por daimones buenos. De ahí que sol~ a ellos co~peta
en plenitud la eu-daimonía, la felicidad, lo que en el lenguaje de los filosofos
griegos se identifica con la perfección moral.
37
excelentes, pero en niveles distintos. Al menos cabe distingui~ tres de es~s
niveles: el general, propio de todo ser humano; el nivel profesional, que Sl~
duda es superior; y el nivel familiar, que es el máximo. La enfermera no podra
ser nunca como la madre del paciente, pero sí tiene unas obligaciones de bene-
ficencia muy elevadas, desde luego superiores a las del público en genera~.
Estas obligaciones no llegan al punto de que tenga que dar al enfermo el ca;l-
ño de una madre o una esposa, pero su relación con él tampoco p,uede consis-
tir sólo en el mero trato correcto. De la enfermera se espera mas, un fuerte
apoyo emocional, que sin duda no es exigible al conjunto de los mortales.
38
2
ÉTICA Y RESPONSABILIDAD PROFESIONAL
INTRODUCCIÓN
39
l. LA RESPONSABILIDAD, CONDICIÓN INEXCUSABLE
DE LA NATURALEZA HUMANA
nuevas; tan nuevas, que sitúan al hombre no en un medio más o menos cir-
cunscrito, sino en el piélago de la realidad: De donde la respuesta ya no puede
venir dada por «selección» natural, sino por un procedimiento nuevo que es la
40
«elección» libre y responsable. El animal vive «ajustado» a su medio, o perece,
d.esaparece; el hombre, por el contrario, «tiene que hacer su propio
ajustarniento», es decir, tiene que iustum-jacere, «justi-ficarse».
41
la conciencia moral, que del que ha perdido la conciencia psicológica decimos
que está «inconsciente», en tanto que la insconsciencia moral tiene un carácter
distinto y se denomina de otro modo, como por ejemplo en las expresiones, «es
un hombre sin conciencia», o-veste hombre no tiene conciencia». Estar incons-
ciente y no tener conciencia son cosas completamente distintas. Para decir lo
primero se utiliza en castellano un verbo muy impersonal, el verbo «estar», en
tanto que para lo segundo se echa mano de un verbo más personal, el verbo
«tener», y sobre todo el más personal de todos, el verbo «ser". No es lo mismo
decir de alguien que «es un inconsciente», que afirmar de él que «está incons-
ciente».
Pero en el mundo hay otros tribunales y hay otras voces; hay otras res-
ponsabilidades. Además de «dar cuenta» ante sí mismo o «rendirse cuentas», .
el hombre tiene que «dar cuenta» o «rendir cuentas» a los demás, porque éstos
tienen la capacidad de «pedirle cuentas». No sólo pide cuentas la razón bajo
forma de conciencia, sino también los demás hombres, la sociedad. Tal es el
origen de otro tipo de responsabilidad, la llamada «responsabilidad jurídica».
42
derechos civiles y políticos. Por tanto, en el estado de naturaleza habría res-
ponsabilidad moral, pero no responsabilidad jurídica o legal. Ésta sólo surge
cuando los ,hombres se ponen de acuerdo, y mediante el contrato social crean
el Estado. Este ~s el origende la legalidad, y por tanto de la responsabilidad
legal. N~ hay mas que acudir a los padres de la teoría contractualista, Hobbes'
o. Locke , para darse cuenta de ello. Ambos autores, cada uno a su modo, con-
sld~ran que el estado de naturaleza no es un estado de licencia, porque está
regido por una ley,.la ney natural, que coincide con la razón, y que es el funda-
mento de la,moral1dad. Lo que no hay en el estado de naturaleza es ley positi-
va, porque est~ n,opuede tener existencia más que después de constituido el
Estado. La ley jurídica es, pues, ulterior a la ley moral, y depende de ésta como
de su fundamento.
1 Cf. Hobbes, Thomas. Leviathan: Or the matter, forme and power of a Commonwealth
~ccles1Q.sttcall and Clvli, Londres, Collier Macmillan, 1974.
3 Cf. Lock~, Jo~n. Ensayo s?bre el gobierno civil, Barcelona, Orbis, 1985.
Cf. Gracia, Diego, Procedímtenros de decisión en ética clínica, Madrid, Euderna, 1991.
43
una manera". No nos hagamos ilusiones. El Estado no tiene por misión hacer
felices a los hombres, sino defender la integridad física de todos y cada ~no,
velar por su no discriminación social, y procurarles igualdad de oportun~da.
des. Nada más. Siempre que el Estado ha querido hacer a los hom~res felices
por decreto, el resultado ha sido desastroso, y ha acabado en la mas atroz de .
las infelicidades.
Hay, pues, dos niveles, uno jurídico y otro propiamente ético, con do.s
objetivos distintos, el de procurar unos mínimos iguales pa.ra ~odos, en el pn-
mer caso, y el de posibilitar la libre realización de los pr?plOS l~eal~s ~e .vlda,
en el segundo. El primero puede llamarse con toda prople~a~ nivel JU~ldlCO,y
el segundo nivel ético. Los dos se rigen por cri.teri~s muy distintos, casi opues-
tos. Así, por ejemplo, el primero define las.obltgaclOnes que cada un~ tene~os
con todos los demás miembros de la SOCIedad, no con nosotr~s mismos; en
tanto que e! segundo define las obligacione para,con noso~ros ml~mos~ no ~ara
con los demás. Yo no puedo marginar a los demas en su ~ld~ SOCIal,n~ ?enrles
en su integridad física, pero sí puedo marginarme a rm rrusrno, haciéndorne
anacoreta, o puedo ponerme en huelga de' hambre, aun en el caso de qu~ e.lIo
me acarree grave daño físico, o incluso la ,n:uerte. Otra. ,caracte~lstlca
diferenciante, es que en el primer nivel, el jurídico, la coaccion no pnva de
moralidad al acto, en tanto que en el segundo sí.
4 Aristóteles. Ética a Nicómaco, Libro 1, cap. 4: 1095a18·22: «Tanto la multitud como lo:
refinados admiten que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. P~ro acerca de que
es la felicidad, dudan y no lo explican del mismo modo e.lvulg~ y !o~ sabios». .
5 Cf. Gracia, Diego. «Responsabilidad ética y responsabilidad jurídica del perso~al sanita-
rio", en Ministerio de Sanidad y Consumo, Jornadas sobre los derechos de los pacientes, Ma-
drid, Instituto Nacional de la Salud, 1992, pp. 115-130.
44
III. EL CONCEPTO DE PROFESiÓN Y LA RESPONSABIUDAD
PROFESIONAL
Intentemos explicar esto con algo más de detalle. Es curioso que el térmi-
no profesión tenga un sentido prácticamente idéntico al de responsabilidad.
6 Cf. Gracia, Diego. "El poder médico», en Alberto Dou CEd.), Ciencia y poder, Madrid,
Universidad Pontificia Comillas de Madrid, 1987, pp. 141-167.
7 ,Cf. Gracia. Diego. Fundal1l~ncos de bio¿lica, Madrid, Eudema, 1989, pp. 51s.
45
Hasta tal punto debieron hallarse unidos en su origen. El sustantivo "profe-
sión», presente en todas las lenguas romances, deriva del término latino
professio. Éste procede, a su vez, del sustantivo fassio, muy raro en latín, pero
que ha pervivido en sus compuestos professio y confessio; por su parte, el adje-
tivo fassus, también infrecuente en latín, ha perdurado en confessus y professus.
Ambos compuestos guardan una estrecha relación entre sí, de modo que el
verbo profiteor (professus sum) significa confesar en alto o públicamente, pro-
clamar, prometer, y professio tiene, además del sentido de profesión, el de con-
fesión pública, promesa o consagración. Ovidio llama professae (jeminae) a las
prostitutas que se han inscrito como tales en los registros municipales (Ov. F.4,
866), Y Cicerón utiliza profiteri se medicum, grammaticum, en el sentido de
confesarse públicamente (o ser reconocido públicamente como) médico o gra-
mático, de donde derivó profiteri medicinam, grammaticam, enseñar medicina
o gramática, razón por la que profiteor adquirió el sentido de enseñar".
Este sentido fuerte del término profesión ha ido devaluándose hasta casi
desaparecer en los últimos decenios, como consecuencia de la ampliación de
su ámbito de cobertura a la casi totalidad de los agentes sociales. Hoy suele
llamarse profesionales a todos aquellos que ejercen un cometido técnico espe-
cífico, aprendido conforme a normas impuestas por los poderes públicos, quie-
nes además monopolizan la capacidad legal para autorizar su ejercicio. Se
habla de «formación profesional», y del piloto y del ingeniero se dice que son
profesionales. Claro está que siguen diferenciándose estas nuevas profesiones
de las clásicas, es decir, de las llamadas «profesiones liberales», como el Dere-
cho o la Medicina, que continúan conservando un nivel superior y excepcional.
La ciencia sociológica no se "ha dejado conmover por los nuevos usos del
lenguaje, y distingue taxativamente entre «ocupación» y «profesión». El ma-
quinista yel soldador tienen oficios, ocupaciones, pero no son profesionales en
46
sentido estricto. Para que un cierto ejercicio técnico pueda ser calificado de
profesional se requieren varias condiciones que, para Talcott Parsons, son las
slg~lentes: «uni~ersalismo" (el profesional evita la acepción de personas por
razon ?~ .Ia amlsta.d, el parentesco o cualquier otro tipo de vínculo social),
«especificidad funcional» (ejerce una función social limitada a un cierto ámbi-
to científico o técnico, en cuyo interior actúa con autoridad, pero fuera del
cual.~arece de toda competencia reconocida), «neutralidad afecriva» (no pue-
de d.e)arse .1Ievar.~or los .sentimientos positivos o adversos hacia los clientes), y,
en ~In, «Onenta~lOn hacia la colectividad" (de los profesionales se espera que
actuen por motivos alrruisras, no por el lucro económico).
47
Tras este ya algo prolijo análisis, parece posible concluir que las profesio-
nes auténticas o fuertes han gozado de responsabilidad moral e impunidad
jurídica, en tanto que las profesiones débiles u ocupaciones han estado siem-
pre sometidas a la responsabilidad débil o jurídica. Esto es absolutamente ob-
vio en el caso de la sanidad o cuidado del cuerpo. Antes hemos dicho que la .
medicina ha sido desde tiempos muy antiguos una profesión fuerte, a la que se
exigía gran responsabilidad moral a la vez que se le otorgaba (las más de las
veces dejure y casi siempre defacto) impunidad jurídica. Pero junto a la medi-
cina estaba la cirugía, que hasta el siglo XVIlJ fue siempre considerada como
ocupación manual o débil, y que desde tiempos muy remotos ha estado some-
tida a un estricto control jurídico civil y penal. Al menos desde la época de
Hammurabi, es posible seguir la historia de las penas jurídicas en el caso de
negligencia quirúrgica. No así, empero, en el caso de negligencia médica. Al
médico, al internista, no se le han pedido responsabilidades jurídicas más que
en casos absolutamente excepcionales. En las situaciones normales, hasta hace
muy pocos años ha valido como norma la descripción que en pleno siglo XVII
hizo Quiñones de Benavente en uno de S4S entremeses:
48
culpar siempre al que murió
de que era desordenado,
y ordenar su talegón;
que con esto y buena mula,
matar cada año un lechón,
y veinte amigos enfermos
no hay Sócrates como yo.
Voto a tal, que sólo estoy sentido aquí del doctor, que no solamente me persi-
guió sano, me mató enfermo, sino que pasa la ojeriza a la sepultura; y en
.. expirando uno, por disculparse dice de él mil infamias: '-Dios le perdone; que
c.: el mucho beber le acabó; écómo le habíamos de curar si era desordenado? El
',:.,
era insensato, estaba loco, no obedecía a la medicina, estaba podrido, era un
hospital; el vivió de suene, que le ha sido mejor; esto le convenía (imiren qué
,~,
c., convenía éste a mi costall): llegó su hora'. Pues tomen el dicho (médico) a la
hora de todos los difuntos, y ella (la muerte) dirá que ellos (los médicos) la
pi.,
llevan (a la muerte, es decir, que la hacen ir a su paso) y la arrastran, y que
ella no se llega (es decir, no es capaz de ir tan deprisa). lOh, ladrones! lNl)
r., basta matar a uno y hacerle que pague su muerte, costumbre de los verdugos,
r;:;
sino tener la disculpa de la ignorancia en la deshonra del pobre difunto?
,t~:\
49
justificar lo injustificable. Pero sí me parece necesario reco,rd~r que sólo l~
medicina es competente en definir lo que es buena o mala practica. Esto expli-
ca por qué los jueces han de acudir en múltiples ocasiones a los propios médi-
cos para poder decidir si una actuación ha sido negligente o no. Al final siem-
pre es la medicina la que ha de decidir sobre sus propias conductas.
50
base de todo el proceso está el paso de una responsabilidad profesional mera-
mente ética a otra estrictamente profesional. Lo cual difícilmente puede juz-
garse de otro modo que el estrictamente positivo.
Pero si analizamos las cosas con algo más de detenimiento, veremos que
en seguida dejan de parecer tan claras. Por lo pronto, no se ve que las conti-
.nuas denuncias judiciales estén mejorando la asistencia sanitaria, aunque sí
.han contribuído a encarecerla de modo muy significativo. Pero aún hay otro
problema a mi entender mucho más grave, y es la manifiesta incapacidad del
derecho para resolver adecuadamente los problemas cotidianos de la relación
médico-enfermo. Intentaré explicarme.
51
Hasta aquí parece que todo transcurre con absoluta normalidad, y sin
especiales problemas. Los problemas empiezan a surgir cuando preguntamos,
por ejemplo, qué debe entenderse por «información adecuada». ¿Cuándo pue-
de considerarse que la información ofrecida por un médico a su enfermo es
suficiente? ¿Cuando le comunica aquello que el común de los médicos consi- '
dera normal, usual o suficiente? ¿Cuando le transmite aquello que una perso-
na razonable sin especial cultura sanitaria considera como tal? ¿O, en fin,
cuando informa a cada paciente concreto de todo aquello que él quiere saber
y pregunta? He aquí un problema nada fácil de resolver, y demostrativo de
hasta qué punto pueden ponérsele difíciles las cosas al juez más sensato.
S2
pero sobre datos erróneos o insuficientes, el delito sería de «negligencia».
Como se supone que el señor Berkey sí dio su consentimiento, parece que el
delito cometido por el médico fue de negligencia.
:'. ¿Qué criterio deben seguir los jueces para juzgar si el doctor Anderson
cometió o no un delito de negligencia? Se da la paradoja de que eso hoy de-
pende del Estado norteamericano en que se desarrolle la vista. En unos Esta-
'dos se utiliza el criterio de lo usual en la comunidad médica, y en otros el
~~iterio de la persona razonable. Es probable que a muchos les parezca este
úJtimo preferible al primero, pero tampoco esa elección acaba con los proble-
mas. Podría pensarse, en efecto, que el médico debe informar al paciente no
lí" según el criterio de la persona razonable, sino según las necesidades y capaci-
dades concretas de su paciente. Ahora bien, de nuevo esto depende de la esti-
mación del médico, con lo que una vez más volvemos al criterio de la profe-
sión médica. En última instancia siempre sucede que quien tiene.que determi-
nar qué es información adecuada es el médico o el sanitario.
u¡
«, He puesto este ejemplo para que se vea la enorme dificultad con que el
qerecho se mueve en problemas como los que plantea el mundo de la salud.
~~curioso observar que cuando el asunto se le escapa al sistema sanitario de
~gs.manos, va a las del juez; pero éste, por lo general, tiene que consultar de
nuevo a un médico, por ejemplo a un forense, para decidir sobre el caso. En
este sentido habría que decir que el juez no es por lo general la última instan-
cia en los temas sanitarios, ya que él tiene que consultar de nuevo a la instan-
cia médica, que por ello es de algún modo ulterior. El camino de los asuntos
médicos al juzgado es por lo general de ida y vuelta. Ahora bien, si vuelven es
porque quizá no debían haber ido.
S3
tanto se hallan más influidas por los propios ideales de vida y por los proyectos
de perfección y felicidad que por las normas jurídicas. Esto es-to que tradicio-
nalmente ha recibido el nombre de «vocación". No es un azar que los concep-
tos de «vocación» y «profesión» hayan estado siempre indisolublemente uni-
.dos. Max Weber llamó la atención en su libro La ética protestante y el espíritu
del capitalismo, de la relación semántica que se establece en el idioma alemán
a partir de Lutero entre Beruj, profesión,Ruf, llamada, y Berufung, vocación".
Ciertamente, hay ocupaciones más vocacionales que otras, A las más vocacio-
nales es a las que se las ha venido considerando tradiconalmente como «profe-
siones», en tanto que a las menos vocacionales se las ha considerado simples
«oficios». Ambas son actividades privadas y libres, pero de responsabilidad
muy diferente. Tanto, que en las meras ocupaciones siempre se ha considerado ~
que es suficiente con el control legal, es decir, con la sanción a posteriori de las
conductas negligentes, ignorantes o imprudentes, en tanto que en las auténti-
cas profesiones tienen en sus manos objetos tan importantes -la vida de las ",
personas- que la sanción jurídica o a posteriori llega siempre tarde, y es preciso
establecer criterios previos o a priori de calidad, que eviten en lo posible los "
actos negligentes o irresponsables. En las profesiones clásicas, la sanción jurí- ~
dica llega siempre tarde, razón por la cual es fundamental la responsabilidad
moral.
54
• Durante muchos siglos, desde el siglo V a.C., fecha de composición del
Juramento hipocrático, hasta mediados del siglo XIX, la fórmula utilizada fue
la del juramento, es decir, la de la «profesión religiosa".
• Desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días, se ha utilizado otra
fórmula más secular, consistente en la elaboración de Códigos de deontología
profesional.
,10 Cf. Peters, Thomas J. y Waterman Jr., Robert H. En busca de la excelencia: Las lecciones de
las empresas mejor gestionadas de los Estados Unidos, Barcelona, Folio, 1992.
11 Peters, T,J. y Waterman, R.H. Op. cit., pp. 319-333.
55
·',E,nlos últimos años ha habido un fuerte debate teórico en torno a esta
cuestión de los valores, y la posibilidad de alguna actividad humana value-free.
y como era de esperar, la conclusión a la que se ha llegado es que nada es
value-free, todo es value-laden,
Hay hechos y hay valores12• Los hechos son descriptivos, perceptivos y ob-
jetivos: un billete de papel. Los valores, por el contrario, son estimativos; por
ejemplo, el valor económico -diez mil pesos- del billete de papel.
Pues bien, esta idea de que no hay nada ajeno a los valores ha llegado a la
teoría empresarial, y ha hecho que en ella empiecen a considerarse los valores
como importantes; más aún, como imprescindibles.
Tales son las razones por las que he afirmado, en mi cuarta y última tesis
que las vías clásicas de control y fomento de la ética profesional han resultado ser
y
muy poco eficaces, que hoyes preciso plantear el tema de la responsbilidad ética
de los profesionales desde perspectivas nuevas y con criterios distintos de los clási-
cos, como son los de la «calidad total" y la «excelencia», que ya parecen estar
dando importantes frutos en otros campos.
12 Para la distinción entre hechos y valores, cf. Gracia, Diego. Fundamentos de bioética,
Madrid, Eudema, 1989, pp. 359-366 Y454-482 ..
13 Cf. Aubert, Nicole y Gaulejac, Vincentde. El coste de la excelencia, Barcelona, Paidos,
1993, pp. 64-65. .
14 Cf. Nicole, A. y Gaulejac, V.de. Op.cit., pp. 230-233,
56
CONCLUSIÓN
Esto es 10 que ha hecho que las profesiones que tienen en sus manos la
vida y la muerte de las personas, hayan intentado desde muy antiguo exigir a
sus miembros niveles de calidad muy superiores a los marcados por el dere-
cho. De lo que se trataba era de establecer sistemas de autocontrol, que evita-
ran, o al menos redujeran tanto como fuera posible la mala práctica. Al menos
desde ~l siglo V a.C., fecha de composición del Juramento hipocrático, este
propósito ha permanecido vivo en la medicina occidental, adquiriendo forma
en los códigos de ética médica y de deontología profesional.
57
3
CIENCIA Y ÉTICA
INTRODUCCIÓN
Hace medio siglo era aún posible afirmar con aparente aplomo y sin ningún
titubeo la neutralidad ética -y en general axiológica- de la ciencia. La ciencia
es "desinteresada» y «pura», se decía, en tanto que otras actividades, como los
negocios y la política, tienden a ser «interesadas» e «impuras». Esta ingenua
contraposición llevó a situar al llamado, no por azar, «científico puro», más
allá del bien y del mal. Sobre todo, más allá del mal. La pureza ha sido siem-
pre signo de bondad ética, razón por la cual todos esos juicios sobre la pureza
de la ciencia escondían tras sí una valoración, la de que la ciencia era esencial-
mente buena, e iba a resolver poco a poco los seculares problemas de la hu-
manidad. Esto explica por qué el científico parece haber vivido durante mu-
cho tiempo en permanente estado de «buena conciencia". ¿A qué hablar, en-
tonces, de la ética del científico? ¿No es eso en sí mismo una redundancia?
Sólo a partir de los años treinta de nuestro siglo el científico ha ido perdiendo
esa especie de inocencia original que hasta entonces conservaba. También
puede decirse que descubrió el pecado. Fue un proceso psicológico muy simi-
lar al de la expulsión del paraíso de que nos habla el libro del Génesis. Empezó
a encontrarse desnudo, desvalido, y a tener vergüenza de sí. Esto es lo que
59
sintieron los físicos atómicos tras la explosión de las primeras armas nuclea-
res. En Hiroshima y Nagasaki, la Física perdió su inocencia. Poco antes, en
Dachau y Auschwitz, la había perdido la Medicina. La ciencia no existe nunca
en estado puro, empieza a pensarse entonces, precisamente porque es insepa-
rable de los intereses económicos, sociales y políticos. No hay conocimiento
sin interés, dirá años más tarde Jürgen Habermas. Tras el «saber» hay siempre
un «poder», preferirán afirmar los representantes de la historiografía social
francesa. Al unirse esos dos factores se potencian de forma tan fructífera como
peligrosa. Por eso debe mediar entre ellos otra instancia no menos radical, la
del "deber». De este modo, la ética de la ciencia ha adquirido en nuestros días
una importancia nueva, absolutamente inusitada l.
60
la eugenesia ",,:,eimarian~ y el lammarkismo soviético. Esto ofrece ya un dato
de la rnaxima importancia, a saber, la mayor relevancia que las consideracio-
ne.s axiológicas tien.e~ en las cie~cia~ de la vida, tales como la biología, la
psicología y la ~e~lcI~a. De aqui denva un dato muy significativo, y es que
mientras el re.stnc~l.om~mo ha solido tomar como modelo la ciencia física, y
por tanto ha Sido fisicalista, el expansionismo se ha fundado en las ciencias de
la vida, y h~ sido. por e.ll? biologicista e historicista. Otro dato importante es .
que ~l restncciomsrno fisicalísta tuvo su época dorada a finales del siglo XIX y
. c~ml~m;os. de nuest;a centuria, en tanto que el expansionismo biologicista se
hizo mvasivo a partir, sobre todo, de los años treinta de nuestro siglo".
. .Hay ?tro saber,. que es el nous. Los latinos lo tradujeron por intellectus,
mtehgenc~a, o capacidad de aprehender mentalmente los primeros principios
de la realidad. Los llamados principios de la lógica clásica el de identidicad
comradición, causalidad, etc., serían «e-videntes», y evide~cia es intuición di~
recta de.l nous. Lo~ principios del nous se «muestran", no se demuestran. Son
.mostraciones o evidencias primarias e indubitables. En esto se diferencia de
otro tipo de saber, la epistéme o scientia, la ciencia. El saber científico es la
deducción o de-mostración de lo que está implícito en los primeros principios
que se le muestran al nous. Por ejemplo, el nous puede postular la existencia de
3 Cf Gracia: Diego. «Hechos y valores en la práctica y enla ciencia médicas», Actas delvr--
Congreso Nacional de Historia de la Medicina, Zaragoza, Universidad de Zaragoza 1991 vol
¡l', pp. 37-63. ' ,.
4 Cf. Aristóteles. Ética a Nicómaco, V1: 1138b18-1145a11.
61
un triángulo con lados y ángulos iguales entre sí. Pues bien, a partir de ahí se
puede ir elaborando deductivamentetoda la ciencia del triángulo equilátero.
El nous muestra, y la epistéme de-muestra, deduce lo implícito en los primeros
principios. Por eso la geometría es una ciencia, porque explícita lo que está
implícito en las primeras nociones de número, cantidad, etc. Y quien tiene
nous kai epistéme, quien tiene todos los primeros principios y la explicitación
de todo lo implícito en los primeros principios, ése lo tiene todo; ése es el
sabio.
Los tres saberes citados, sophía, nous y epistéme tienen ciertas caracterís-
ticas comunes. Una primera es su carácter especulativo, pues ninguno depen-
de directamente de la realidad empírica. Por más que resulte difícil, cuando no
imposible, pintar en la práctica un triángulo estrictamente equilátero, es lo
cierto que resulta perfectamente posible pensarlo. De ahí la segunda caracte-
rística, el tratarse de saberes estrictamente teóricos, no prácticos. Theorein sig-
nifica en griego contemplar; es el puro contemplar, que no tiene nada que ver
con la realidad empírica, p.e., con la capacidad o no de construir en la realidad
triángulos totalmente equilateros. La tercera característica es que se trata de
saberes universales, especificos, que definen conjuntos, no individuos. No se
trata de saberes de lo particular sino de lo universal. Finalmente, se trata de
saberes ciertos y absolutos, que nos dan la verdad esencial de las cosas.
62
que hay entre la acción y la producción, o el acto (p.e., de amar) y el producto
(p.e., una obra de arte). Por eso la ética tiene que ver fundamentalmente con
la prudencia, y la ciencia, p.e. la medicina, con la técnica.
Pues el venir a opinar que una cosa determinada curó a Calias de la enferme-
dad que padecía, y que lo mismo curó a Sócrates e individualmente a otros
muchos, es fruto de la experiencia; pero conocer lo que es conveniente como
remedio para toda clase de enfermos que padecen una misma enfermedad
por ejemplo, para los flemáticos, los coléricos o los que tienen fiebre, eso es ya
cosa de la técnica",
63
El técnico antiguo, precisamente porque tenía conciencia de su superiori-
dad respecto del simple empírico, porque se creía dominador de la naturaleza,
y como tal iniciado en los misterios de su estructura última, era consciente de
su poder para transformarla tanto como de sus límites. Se sabía incapaz de
'alterar substancial mente las cosas y limitaba su actividad a la transformación
accidental de éstas; así, el buen técnico en escultura, Fidias o Policlero, no
creaba el mármol, ni lo modificaba substancialmente, sólo cambiaba sus acci-
dentes, el volumen, la forma, etc. No era parva hazaña, ya que posibilitaba
acondicionar y humanizar la naturaleza, hacer de ella una «obra de arte».
64
gen de los dioses, que Atenea viste con sus mejores galas, que enjoyan las
Gracias, cubren de flores las Horas y a quien Afrodita comunica su belleza.
Pero, layl, Hermes le transmite la maldad y la falta de inteligencia. La técnica
actual participa del hechizo de Pandora, quizá también de sus riesgos. Ante
ella, de hecho, es difícil conservar la serenidad de juicio, razón por la que es
alabada por unos, los más, como fuente de todos los bienes, y considerada por
otros como ejemplo paradigmático de males. La mitología griega nos ha trans-
omitido dos tradiciones sobre la caja de Pandora. Según una, la más clásica, la
caja contiene todos los males, de modo que una vez abierta éstos invaden la
tierra. En la otra versión la vasija encierra la totalidad de los bienes posibles.
Es verdad que al abrirla vuelven al Olimpo, pero queda uno, la esperanza, la
gran esperanza de Prometeo, la esperanza de la inmortalidad. De hecho
Prorneteo la consigue, y nada menos que de Quirón, el centauro a quien Apolo
ha confiado la educación de su hijo Asclepio en recompensa por su gran cono-
cimiento de las virtudes medicinales de las plantas que crecían en el monte
Citerón.
65
cuestión de procedimiento". El procedimentalismo es una forma de tecnocra-
cia.
6 Éste es el objeto de la llamada «tecnoética». Cf. Bunge, M. Ética y Ciencia, 3" ed., Buenos
Aires, Siglo Veinte, 1983; Quintanilla, Miguel Angel. Afavor de la razón: Ensayos de filosofía
moral, Madrid, Taurus, 1981.
7 Cf. Habermas, Jürgen. Technik und Wissenschaft als 'ldeologie', Francfort, Suhrkamp, 1976.
8 Cf Davis, Morton D. Introducción a la teoría de juegos, Madrid, Alianza, 4 ed., 1986;
Axelrod, Robert. La evolución de la cooperación: El dilema del prisionero y la teoría de los ':~
juegos, Madrid, Alianza, 1986.
9 Sobre este tema, entre otros, Sen, Amarrya K. Elección colectiva y bienestar social, Ma-
drid, Alianza, 1976; Buchanan, J.M. y Tullock, G. El cálculo del consenso: Fundamentos lógi-
66
Por otra parte, el hecho de que la racionalidad política, la razón de Esta-
do, haya venido a identificarse con la economía, demuestra bien que en políti-
ca también ha triunfado la racionalidad estratégica, de tal modo que hoy no
importan tamo los programas políticos como la gestión de la cosa pública. Por
eso cada vez se habla menos de Estado o de Gobierno, y más de «Administra-
ción». Los políticos se han convertido en meros administradores, carerites de
principios. Como decía un presidente de gobierno español hace no muchos
años, lo que él intentaba era hacer normal lo que en la calle se consideraba
normal. No se defienden unos principios propios, sólo se gestiona lo que los
demás quieren, sea ello bueno o malo, mejor o peor. Esto es lo que en la Ale-
mania de principios de siglo se llamaba un Realpolitiker, un gestor, no un ideó-
logo. La racionalidad estratégica no tiene principios, sólo busca la maximización
de la utilidad.
Como dice Max Horkheimer, quien actúa siguiendo ese patrón no es al-
guien dominado por unos ideales o unos valores, sino quien está dispuesto a
olvidarse de ellos siempre que sea necesario para el logro de una mayor utili-
dad". Esto es lo que en nuestra sociedad se entiende por «persona razonable».
Frente a la ética de la convicción, o ética de ideales deontológicos, la ética de
.,la persona razonable, más preocupada por la utilidad teleológica, es decir, por
'las consecuencias.
67
maximización de la utilidad de cualquiera de ellos, sin hacerse cuestión de si
el de turno es bueno o malo, mejor o peor que el otro. Esto es la tecnocracia, la
técnica sin principios, la técnica usada con mentalidad meramente estratégi-
ca, que no discute de fines sino sólo de medios, porque ella se ha convertido en
fin en símisma.
68
El problema de los derechos entre generaciones siempre se ha planteado
de-modo exactamente contrario al que hoy comienza a ser usual. Lo frecuente
ha sido que las generaciones precedentes soportaran mayores cargas que las
posteriores, lo cual no deja de conllevar una cierta injusticia. Cuando se cons-
,ttttiye una autopista que van a disfrutar las generaciones venideras por un
~plazode cientos de años, ¿no es justo que el gasto de la obra revierta sobre
ellas, y por tanto que sean éstas las que poco a poco vayan pagando la obra? A
íó'iargo de los siglos ha existido la conciencia general de que las generaciones
pasadas han hecho por las presentes más de lo éticamente necesario. Esto ha
sido probablemente cierto hasta hoy, pero puede dejar de serio en un futuro
rnuy próximo. Muchos empiezan a tener la sospecha, en efecto, de que las
g~heraciones actuales están consumiendo más de lo que la naturaleza produ-
iáéprazón por la cual parece que nuestros herederos van a recibir más deudas
que riquezas. Esas deudas se llaman aumento de la temperatura ambiente,
destrucción de la capa de ozono, deforestación, incremento de los niveles de
, radiactividad, etc., etc.
Más acertada me parece la vía emprendida hace algunos años por la Or-
ganización de Naciones Unidas. Este organismo inició en 1972 la tarea de
. definir un nuevo tipo de derechos humanos, los llamados «derechos eco lógicos»
o derechos humanos de tercera generación. El principio primero de la Declara-
ción de Estocolmo de 1972 decía:
,ltr,f;f.
Mayor Zaragoza, Federico. «Gen-ética », en Vilardell, Francisco, ed. Ética y Medicina,
Madrid, Espasa-Calpe, 1988, pp. 177-200.
69
El hombre tiene el derecho fundamental a la libertad, a la igualdad y a condi- ,;
ciones adecuadas de vida en un medio ambiente de una calidad tal que permi- '
ta tina vida de dignidad y bienestar".
70
El tema de los derechos eco lógicos o sobre el medio ambiente podría
darse por concluido aquí, si no fuera porque no es sólo un problema jurídico,
sino también ético y político. Eso que jurídicamente parece una empresa prác-
ticamente imposible, tiene sin embargo una enorme relevancia ética. Esto plan-
tea con nuevo vigor el tema de las relaciones entre ética y derecho, y revierte
sobre la vida política, cuestionando gravemente la legitimidad de un sistema
político, aunque sea democrático, basado sólo sobre los derechos civiles y po-
líticos y sobre los derechos económicos, sociales y culturales. El que haya habi-
do que plantearse el tema de los derechos humanos de tercera generación
demuestra que con sólo derechos civiles y políticos y derechos económicos,
sociales y culturales no hay Estado justo, ni por tanto legítimo; es decir, que la
legitimidad democrática basada en esos dos tipos de derechos (la legitimidad
de la democracia liberal, en el primer caso, y la de la democracia social, en el
segundo), no es suficiente. Esto puede formularse de otra forma, diciendo que
tales democracias tienen un carácter que hoy debe juzgarse como más instru-
mental y estratégico que racional y ético. Con ello no intento defender alterna-
tivas no democráticas, sino llamar la atención sobre el carácter insuficiente-
mente democrático de los regímenes democráticos. O dicho en otros términos,
que los derechos de tercera generación no son un mero añadido a las listas
rradicionalee de derechos, sino que replantean el propio concepto de derecho
humano. Este es un tema de la máxima importancia, que no puedo sino insi-
nuar. Mi tesis sería que así como el descubrimiento de los derechos humanos
de la primera generación permitió definir con mayor precisión el concepto de
«derecho formal», y el descubrimiento de los de segunda generación dio nuevo
contenido al concepto de «derecho material», los derechos humanos de terce-
ra generación están alumbrando un nuevo concepto de derecho humano, que
yo llamaría "derecho real», de modo que una democracia basada sólo en los
dos primeros, correría el grave ríesgo de ser claramente ilegítima.
71
coherente y riguroso desde el punto de vista ético y humano. A esto es a lo que
se refieren, por ejemplo, los últimos representantes de la Escuela de Francfort,
y en particular Jürgen Habermas, en sus múltiples estudios sobre el terna".
72
Haciéndose eco de estos planteamientos, Ignacio Ara ha llamado la aten-
ción sobre los fallos terribles del parlamentarismo en las democracias mera-
mente formales y materiales. Tales son los fallos, que la reivindicación de los
derechos adopta formas básicamente extraparlamentarias. Esto sucede, sigue
diciendo Ignacio Ara,
i',·
73
Alguien dirá que esto ya no es una cuestión jurídica ni política, sino ét~ca.
y en efecto, así es. Por eso corno término de todo este proceso argumentanvo,
hemos de analizar un último problema, el problema ético.
Hace ahora dos siglos que Kant formuló su imperativo categórico: «Obra -
de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo
tiempo, como principio de una legislación universal». O,según la fórmula de
la Introducción a lametafisica de las costumbres: «Obra de tal modo que uses la
humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siem-
pre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio»:". Cabe
preguntarse qué entendía Kant por Humanidad cuando escribía estas frases.
Probablemente pensaba que la Humanidad se circuncribía al ámbito de los
vivos. ¿Cómo tener en cuenta en los juicios éticos a los ya muertos, o a los aún
no nacidos? Al moralista Kant le sucedía lo que antes comentábamos de los
juristas, que les cuesta concebir a los seres humanos futuros como sujetos de
derechos.
Hoy la perspectiva es m\1Ydistinta. Para verlo basta abrir un libro que hoy
goza de justa fama, The lmperative of Responsibility, del filósofo Hans Jonas. A ~.
la vista de todo lo que llevamos dicho, Hans Jonas cree que por vez primera en
la historia hemos de introducir en el imperativo categórico no sólo la Humani-
dad presente sino también la futura. En consecuencia, dice Hans Jonas, el
imperativo categórico debe reforrnularse en los siguientes términos: «Actúa de
tal modo que los efectos de tu actuación sean compatibles con la permanencia
de la genuina vida humana»; o también: «Actúa de tal modo que los efectos de
tu acción no sean destructivos de la posibilidad futura de tal tipo de vida»; o,
simplemente, «No comprometas las condiciones de una continuación indefini-
da de la humanidad sobre la tierras".
74
No quiero finalizar estas someras reflexiones sin referirme a los trabajos
de Karl-Otto Apel, a propósito de las obligaciones morales con las futuras ge-
neraciones. A mi modo de ver es una de las que mejor enfocan el tema que
ahora nos ocupa. La tesis de Apel es que la ética sólo existe cuando se conside-
ra a los hombres como «una comunidad de seres racionales con igualdad de
derechos en tanto que seres que son fines en sí mismos». Todos actuamos por
intereses, y es legítimo que así sea. Pero los intereses no son morales si no son
generalizables, es decir, si no pueden ser aceptados como tales por la cornuni-
. dad ideal de argumentación, en la que potencialmente han de estar incluídos
todos los hombres, tanto presentes como futuros. Esto es lo que Apel entiende
por «consenso", la posibilidad de acuerdo sobre intereses por parte de la co-
munidad ideal de argumentación. Cuando quienes se ponen de acuerdo con
un grupo fáctico, pero no el grupo que idealmente reúne a todos los hombres,
entonces el acuerdo no es racional, ni por tanto moral, sino meramente «tácti-
co» o «estratégico». Este sería el acuerdo a que pueden llegar todos los hom-
bres de un grupo, o hasta de un país, por puros intereses particulares. Es la
volonté de tous de Rousseau, en tanto que el consenso racional es el propio de
la volonté générale. El problema de la moral civil, como el de la democracia, es
siempre el mismo: la búsqueda de la volonté générale, y no meramente de la
voionié de tous.
Apel termina diciendo que los presupuestos anteriores tienen como exi-
gencia implícita dos «principios regulativos fundamentales»: uno, «que en cada
acción u omisión debemos tratar de asegurar la supervivencia del género hu-
mano como comunidad real de comunicación»; y dos, que «debemos intentar
realizar la comunidad ideal de comunicación en la real». Esto último es muy
importante. A la vista de lo elevado del ideal descrito por Apel, uno puede
preguntarse si es realizable en la vida social y política. Apel, como Kant, sabe
que es muy difícil. Por eso establece una argumentación a dos niveles. El pri-
mero es el nivel ideal, que Habermas y Apel denominan «principio procedimental
de universalización de normas» (U), y que puede formularse así:
Toda norma válida debe satisfacer la siguiente condición: que puedan ser
aceptadas por todos los afectados (y preferidas a las consecuencias de las
posibles alternativas conocidas) las consecuencias y las consecuencias secun-
darias que, para satisfacer los intereses de cada individuo se seguirían
(previsiblemenre), en el caso de que fuera seguida universalmente.
Es obvio que ~se principio procedimental propio del nivel ideal tiene que
ser completado con otro, relativo al nivel real, como ya expuso el propio Kant
en su opúsculo sobre La paz perpetua. Apelllama a este segundo «principio de
complernenración» (C), y según él obliga a hacer todo lo posible para que el
nivel ideal se haga real lo antes posible. Por tanto, lo que el principio de
complementación dice es que es moralmente obligatorio
75
" colaborar en la realización de las condiciones de aplicación de (U), teniendo
en cuenta las condiciones situacionales y contingentes.
El juicio moral surge siempre del contraste entre dos momentos, uno a
priori y de carácter deontológico, regido por el principio (U), Yotro a posteriori
y teleológico, que funciona de acuerdo con el principio (C)22. Cuando se actúa
conforme a ambos criterios, la vida civil es verdaderamente ética, y el gober-
nante adquiere la categoría de lo que Kant llamaba "político moral». Sólo en-
tonces existe la verdadera democracia, y quedan asegurados los derechos de
todos los hombres, tanto presentes como futuros.
CONCLUSIÓN
76
4
INVESTIGACIÓN CLÍNICA
l. CONCEPTOS FUNDAMENTALES
'. Entre práctica clínica e investigación clínica ha habido dos modos de rela-
ción fundamentales. El primero o clásico diferenciaba ambas dimensiones de
la clínica por un factor eminentemente subjetivo, la "intención». Práctica clíni-
.ca era toda acción realizada en el cuerpo de un enfermo con intención benefi-
cente, en tanto que investigación clínica era toda actividad realizada en una
persona enferma con intención cognoscitiva. De ahí que esta primera respues-
77
ta pueda calificarse como de «medicina basada en la intención». La tesis que
defendieron todos los médicos a lo largo de muchos siglos es que esta inten-
ción sólo puede considerarse moral o correcta cuando se ajusta al llamado
«principio del doble efecto» o «principio del voluntario indirecto», es decir,
cuando se actúa en el cuerpo del paciente con la intención directa de ayudarle _
diagnóstica o terapéuticamente, y se busca el aumento del conocimiento sólo
por vía indirecta o colateral.
La investigación clínica tiene por objeto validar las práticas clínicas, tanto
diagnósticas como terapéuticas. Lo cual quiere decir que hay dos tipos de prác-
ticas: unas que debemos denominar prácticas validadas o clínicas, y otras que
ha tienen la condición de tales y por tanto son prácticas no validadas. Éstas, á
su vez, pueden ser de dos tipos, las prácticas en proceso de validación o experi-
mentales, y las prácticas no en proceso de validación o empíricas.
Todo gira, pues, en torno al concepto de validación. Nada puede ser con-
siderado clínico, ni por tanto diagnóstico o terapéutico, si antes no está valida-
do. Una cosa sólo puede ser considerada clínica cuando ha sido sometida a un
proceso de validación en el que ha «demostrado su temple», conforme a la
afortunada expresión de Karl R. Popper. Sólo así puede definirse la clínica de
modo objetivo, conforme a los criterios de la «medicina basada en pruebas»
(evidence based medicine), y no de un modo meramente subjetivo, como ha ',~
sucedido tradicionalmente, en la que yo he llamado «medicina basada en l,~ ~.,
intención». La medicina clásica 'ha justificado sus actos por la intención subje- ' _
tiva y no por las pruebas objetivas. Esto se ha debido a unas razones históricas _"
que ahora tenemos que analizar. En cualquier caso, es conveniente saber que ,!~
ese criterio no es hoy asumible, y que por tanto no puede considerarse clínico, .
nada que no haya probado su condición de tal. En síntesis:!
78
Práctica clínica
Clínica
Investigación clínica
1
Investigación clínica=intención cognoscitiva
En proceso de validación
o experimentales
Prácticas no validadas
No en proceso de validación
o empíricas
~t'í
l~._ ,HISTORIA DE LA INVESTIGACIÓN CLÍNICA
79
1. Primer periodo (hasta 1900): El experimento antiguo:
La investigación clínica fortuita o casual y la ética
de la beneficencia ¡
, !
La tesis clásica defendió siempre que todo acto médico realizado en seres
humanos había de tener carácter «per se» clínico (diagnóstico o terapéutico» .x
por tanto beneficente, y sólo «per accidens» carácter investigativo, La investiga- "
ción clínica sólo podía ser moralmente aceptable per accidens, en el interior d~
actos que per se no tenían por objeto el aumento de nuestro conocimiento sind
el diagnóstico y tratamiento del paciente. . ,
• en animales
• en cadáveres
• en condenados a muerte, es decir, en seres humanos que de algúri'
modo eran ya cadáveres, y que podían ser redimidos de su condición '1·
de tales colaborando a la investigación clínica. i J
1 '
Esto significa también, y en segundo lugar, que en la clínica no puede ,,'
haber investigación «pura» o per se sino sólo investigación per accidens, basada:!;
en el principio del doble efecto o del voluntario indirecto. De ahí que la inves- '.'
tigación hubiera de basarse en unos procedimientos, que eran fundamental- :
mente tres:
Estas son las tesis que caracterizan el primer periodo de fa historia de l~ ,.:
investigación clínica. Ahora intentaré demostarlas, aduciendo testimonios que .
van desde los albores de la medicina occidental, en el Corpus hippocraticutit,
~asta las postrimerías del siglo XIX. En ellos se verá cómo el experimento clát ,i'
SICO o antiguo fue siempre colateral o derivado de la actividad clínica, y cómo i,
cualquier intento de hacer investigación «pura» fue duramente criticado como .
inhumano e inmoral. El desarrollo de las ciencias biológicas en general, y dé
80
las médicas en particular, fue tributario de este modo de entender la experi-
mentación clínica.
',0"
',' _\¡;Cf. Laín Entralgo, Pedro, La medicina hipocrática, Madrid, Revista de Occidente, 1970, p.
, 389.
'~i,2 Cf. Archibald V.Hill, «Experirnents on Frogs and Men», en The Ethical Dilemma of Science
.:and Ocher Writings, New York, Rockefeller lnstitute Press, Oxford University Press, 1960,
pp. 24-38.
, . ~ Este texto latino puede encontrarse en cualquier edición de la Arcicella,
I
~ Cf. García Gual, Carlos, ed. Tratados hipccráticos, vol. 1, Madrid, Gredas, 1983, p. 243,
81
raron que los seres humanos no podían ser sometido.s a p:ocesos experimental
les que per se pudieran ser perjudiciales para ellos, sino solo per accidens, en el
curso de procedimientos de intención directamente diagnóstica o terapéutica.
Sólo en un breve periodo de la medicina alejandrina se permitió la experimen:
tación directa con seres humanos, y ello en condenados a muerte. Es un sucese:
interesante, que conviene estudiar con alguna detención. j,
.11
5 Comelio Celso, Aurelio. Los ocho libros de la Medicina, Barcelona, Iberia, 1966, va!.,
pp. 10-11.
82
l A partir de esta descripción, vemos que Herófilo y Erasístrato no realiza-
~ban sus experimentos disectivos de forma indiscriminada, sino cumpliendo
ciertos criterios: a) sólo en criminales condenados; 2) cuando la investigación
les parecía esencial para el progreso científico; y 3) sobre la base de que el
daño de unos pocos puede producir el beneficio de muchos. Esto es importan-
te, pues demuestra que cuando el experimento se salía de los cauces normales
de la práctica de la medicina, cuando estaba diseñado como tal y producía un
perjuicio mayor del que se consideraba normal, entonces sí se tomaban medi-
tias especiales. Al ser un experimento racional, por tanto, programado y dise-
ñado, poseía un primer criterio de control ético, que era la relación riesgo/
;b¡éneficio, entendida de modo muy laxo, es decir, como riesgo de unos sujetos
*~beneficio no de ellos, sino de otros sujetos presentes o futuros. Por otra parte,
}labía una especie de consentimiento negativo: no se practicaba el experimen-
IQ más que en aquellas personas que por sus graves ofensas a la sociedad,
1¡~.recíaque habían perdido autoridad sobre su propia vida. De ahí que para
..eJ. experimentos extraordinarios se eligieran condenados a muerte. Conoce-
)PO$ varios casos, lo cual hace suponer que este tipo de decisión no fue infre-
.ái'eme. Galeno cuenta que Atalo III Filométor, que gobernó Pérgamo en el 137
. "¡;:., experimentaba los venenos y contravenenos sobre criminales condena-
S,ÓS a muerte". Los antiguos parece que pensaron que experimentando sobre
s~iminales se soslayaban todos los problemas de consentimiento informado y
. lección equitativa de la muestra. Lo único que se necesitaba, pues, es que
ibiera una mínima proporción entre riesgo y beneficio.
J
Es importante tener en cuenta que los experimentos de Herófilo y
rasístrato no dejaron de suscitar dura polémica entre sus contemporáneos.
. spartídaríos de la medicina racional, llamados «dogmáticos», los justifica-
n en los términos arriba indicados. Pero sus opositores, los médicos «ernpíri-
s», se oponían radicalmente a ellos, considerándolos inmorales. Según nos
ue diciendo Celso, ellos consideraban
J cruel abrir las entrañas a hombres vivos y convertir un arte, cuyo fin es con-
servar la vida humana, en un instrumento no ya de muerte sino de una rnuer-
. te atroz, y sobre todo cuando lo que se trata de inquirir con tan horrendas
violencias o resulta totalmente insoluble o podía ponerse en claro sin cometer
ningún delito. Porque el color, lisura, blandura, dureza y todas las demás con-
diciones de los órganos, no subsisten en el sujeto a quien se acaba de abrir
como estaban en él cuando su cuerpo era íntegro, pues aun en los cuerpos que
no han sufrido estas violencias se producen modificaciones por efectos del
miedo, del dolor; del hambre, de una indigestión, del cansancio y de mil otras
ligeras molestias. Es, pues, mucho más verosímil, que las partes interiores
83
dotadas de mayor delicadeza y que no están llamadas a recibir la luz, se vean,
profundamente alteradas por heridas tan graves y por una muerte tan violen]
ta, y no hay nada menos juicioso que imaginarse que en un hombre moribun,
do o ya muerto las cosas van a permanecer lo mismo que cuando estaba vivo!
Se puede, es verdad, abrir a un hombre vivo el bajo vientre, que encierra
órganos menos importantes, pero en cuanto el bisturí, al subir hacia el pecho; ,
haya dividido la pared transversal (el diafragma de los griegos) que separa las
partes superiores de las inferiores, este hombre entregará en el mismo instarií.
te su vida. De este modo el médico homicida llega a descubrir las vísceras d~J
pecho y del vientre, pero se le presentará tal y como la muerte las haya dejéj.¡.
do, no tales como eran cuando estaban vivas; de suerte que el médico 43.,
podido muy bien degollar bárbaramente a un semejante pero no ha consegúl~"
do saber en qué condiciones se encuentran nuestros órganos cuando estáÁ,
animados por la vida. Además, si hay algo en lo que la mirada pueda penetrár
antes de la muerte, la casualidad lo ofrece no pocas veces al médico, pues JJ
gladiador en la arena, o un soldado en un combate, o un viajero asaltado pd'f
bandidos, son a veces víctimas de heridas que dejan al descubierto en el inte~
rior tal parte en uno, tal parte en otro, y de este modo, y sin faltar a la prudent
cia, el médico puede apreciar la posición, la localización, la disposición, fa
figura y las otras cualidades de los órganos; y esto puede lograrlo no intentarf
do la muerte, sino la curación; de suerte que por humanidad llega a saber 10
que otros sólo consiguieron por actos despiadados. Estas razones conduceriti
mirar como inútil, incluso, la disección de los cadáveres, operación que .
duda no es cruel, sino repelente, y que la mayoría .de las veces no pone anré
los ojos más que órganos modificados por la muerte; mientras que el trata,
miento enseña todo lo que es posible conocer durante la vida".
·'f
He transcrito este largo párrafo para que se vea con toda claridad cuál era
el tipo de crítica que los médicos contemporáneos de Herófilo y Erasístraté
hacían de sus experimentos vivisectivos. Ciertamente los rechazaban, pero no
por eso renunciaban a todo tipo de experimentación. Su argumento era que
toda actuación médica es ya un experimento, y ni es científicamente posible ni
éticamente justo traspasar esos límites. Los médicos empíricos de Alejandría
no creían posible justificar otros tipos de experimentos que los «ordinarios», es
decir, aquellos que tenían lugar en el propio proceso del tratamiento del pa'í
ciente, en tanto que los dogmáticos creían moralmente justificables ciertos
experimentos «extraordinarios», como las vivisecciones en condenados a muerte
La discusión no estaba en la aceptación o no del experimento, sino en los
límites de la experimentación con seres ·humanos. Para los empfricos todo acto
'en seres humanos tenía que ser per se clínico y sólo per accidens experimental
Por el contrario, los médicos dogmáticos consideraban que en ciertos casos
extraordinarios podía ser per se experimental, al menos en el caso de los con-
denados a muerte. Se trata de dos criterios distintos sobre lo que es moralmen-
te permisible. Sorano de Efeso atribuye a Erasístrato el siguiente texto:
84
Mejor es que el médico sea ambas cosas, perfecto en el arte y óptimo en las
costumbres; pero si ha de faltar una, mejor es ser moralmente bueno y sin
sabiduría que un perfecto artífice de malas costumbres y carente de probi-
dad",
Pienso que es a la vez inútil y cruel abrir cuerpos vivos, pero que es necesario
a los que cultivan la ciencia dedicarse a la disección de cadáveres, ya que debe
8 CL Pseudo Sorano. Introductio ad medicinam (en Valentin Rose, Ana/ecta Graeca et Graeco-
Latina II, p. 244). Cit. por Edelstein, L. «The Professional Ethics of the Greek Physician», en
. Ancient Medicine, Baltimore, The Johns Hopkins Press, 1967, p. 334, nota 37.
9J1i'Tertuliano. De anima, c.10; cit. por Edelstein, Ludwiz, «The History of Anatorny in
Arltiquity", en Ancient Medicine, op.ci¡. , p. 250, nota 6.
la Celso. Cp, cit., p. 16.
85
conocerse el lugar y la disposición de los órganos, cosa que en los cadáveres se \t
nos presenta mejor que en un individuo vivo herido. Pero todas las demás
círcusntancias, que sólo pueden ser conocidas en un ser vivo, nos las enseña- ,:
rán las propias curas de las heridas, de una manera más lenta, desde luego, :.,
pero de un modo más en consonancia con la humanidad".
No hicieron ninguna prueba, presumo yo, debido a que por ser la enferma d~ ~
clase elevada, nadie se atrevió a dar su opinión por temor a ser acusado de $.Q\~'
muerte si no llegaba a salvarla, pero es probable que sin esta lamentable cir;,,\l
cunspección hubieran buscado medios de socorrerle y quizá hubieran hallado'
alguno, cuya aplicación hubiera sido acompañada por.el éxito" .
,?;
Celso reprocha a esos médicos el no haber experimentado, y lo considera il
inmoral. y es que el experimento ordinario o terapéutico o per accidens ha sido .~
siempre una necesidad de la medicina. Sin él nunca hubiera podido avanzarf
un solo paso, Conocemos múltiples experimentos de este tipo, tanto e':'
farmacológicos como quirúrgicos y, más tarde, inmunológicos. Expondré algu- )~\
nos especialmente significativos.
i.\l '4,'
Hay un primer grupo que participa de ambas características, las del expe-:,;j'
rimento per se o extraordinario y las del per accidens u ordinario. Así, Astruci1
cuenta que el gran duque de Toscana hizo poner a disposición de Falopio¡,f¡
profesor de Anatomía de Pisa, un criminal, con permiso para hacerle moriro.l < .
disecar, a su gusto. Teniendo el condenado una fiebre cuartana, quiso Falopio·r
experimentar la influencia de los efectos del opio sobre los paroxismos. Lei~'
administró dos dracmas de opio durante el intervalo; la muerte sobrevino a la ,tI
segunda experimentación". Rayer cuenta otro caso de este tipo, la historia del)!"
86
arquero de Meudon, que recibió el indulto porque dejó que se practicara en él
¡Ilna nefrotomía, que acabó con éxito".
) Uno bien conocido es el que James Lind llevó a cabo en 1753, probando
en un pequeño grupo que el limón prevenía el escorbuto. Tanto o más frecuen-
;tes fueron los experimentos quirúrgicos. Conocemos, por ejemplo, los intentos
.,
repetidos por tras fundir sangre de animales o de hombres a personas anérni-
cas o exangües, y los paradógicos éxitos y fracasos que se consiguieron en este
.,campo. Otro ámbito de experimentación fue el que se abrió en el siglo XVIll
~on las técnicas de variolización, es decir, la introducción de pústula variólica
,líúmana en la nariz de las personas sanas. Esta técnica era tanto más difícil de
,J~stificar éticamente cuanto que consistía en producir artificial y voluntaria-
mente una enfermedad en sujetos sanos. Desde las éticas entonces imperantes,
las naturalistas, esto era simplemente horrendo. Pero sin embargo los experi-
mentes se hicieron, y la gente fue vacunándose. A lo que parece, la técnica de
f Ja,.; variolización era común en la China antigua, y fue importada en Inglaterra
e(comienzos del siglo XVIlI por el embajador inglés en Constantinopla. Desde
_~!líse difundió a Europa y América. Conocemos un caso muy representativo,
.~ue tuvo lugar en Boston en 1721. Entre 1630 y 1702 (la duración de una
:vJéia),Bastan había sufrido cinco grandes epidemias de viruela. Después hubo
piecinueve años de calma. Esto hizo que los niños y jóvenes nacidos durante
:~,setiempo carecieran de defensas. Cotton había leído que en Inglaterra se
practicaba el método de la variolización para crear defensas en las personas
j:9venes, y propuso a los médicos el hacer lo mismo con los jóvenes bostonianos.
:tjinguno se avino a ello, salvo el doctor Zabdiel Boylston. Este se avino a cola-
'borar con Cotton, pero antes probó el método con su hijo y dos de sus esclavos.
Él no pudo autovacunarse porque ya había sufrido la enfermedad en la epide-
mia de 1702. Después, Mather y Baylston inocularon a unos 250 bostonianos.
Rqco después asoló Bastan la gran epidemia de viruela de los años 1721-1722.
::'Del grupo vacunado sólo murió el dos por ciento, en tanto que la población
general murió el quince por ciento. Pero a pesar de estos resultados, la
~~riolización de Baylston fue duramente combatida, sobre todo por el médico
,}hglés William Douglass, quien consideraba inmoral que un médico incumpliera
~í;p'rincipio hipocrático primum non nocere.
14 Cf. Rayer. Tmité des maladies des reins, t.lII, Paris 1841, p. 213. Cit. por Claude Bernard,
ea: cit., p. 271.
87
contrario, su prevención, mediante su producción. Frente al principio hipo-
crático contraria contrariis curantur, aquí se utilizaba el también hipocráticó
similia simitibus curantur. La prevención de la enfermedad se lograba median-
te su producción controlada. De ahí nacieron las vacunas. Por supuesto, se
trataba de investigación per accidens, pero no hay duda de que más cercana a
la investigación pura o per se, ya que consistía en la producción directa de un
perjuicio, en vista de un beneficio futuro. Esto es algo que no se subrayara
nunca suficientemente. La ética clásica de la investigación clínica estuvo síerrs
pre regida por el principio del doble efecto o del voluntario indirecto. Aplicado
a la investigación con seres humanos, este principio dice que el objetivo direc-
to o per se debe ser siempre producir un beneficio (diagnóstico o terapéutico,
en el sujeto humano, y que el aumento de nuestro conocimiento sólo puede s'ér
un objetivo indirecto o per accidens. Pero la teoría del doble efecto dice má~:
Dice que ese principio sólo puede aplicarse cuando se cumplen un cierto ri~
mero de condiciones, entre las que se encuentran las siguientes: que hay~
unidad de acto, y que por tanto el efecto negativo no se produzca antes que ¡él
positivo, sino a lo más simultáneamente a éste; y que haya proporcionalidad
entre el daño permitido y el bien buscado. Cuando no se cumplen esas condf
ciones no se puede aplicar el principio del doble efecto. Y
en el caso de I"s:
vacunas, era dudoso que se cumpliera, ya que parecía romperse el principio dé
la unidad de acto: la inoculación era en sí un acto maleficente, del que podía~
derivarse efectos beneficentes, pero en momentos ulteriores. Esto es lo qué
hizo tan difícil justificar moralmente las vacunaciones. Como hizo imposible
justificar la investigación clínica pura o primariamente cognoscitiva (y sól
secundaria o derivadamente diagnóstica o terapéutica), como veremos mili
adelante .'~
A fines del siglo XVIII, Percival va a fijar con toda precisión en su Medic4J.
Ethics el criterio ético de actuación en eso que hemos denominado «exper)~
mento ordinario, terapéutico o per accidens». He aquí sus palabras: ".,',
Es por el beneficio público, y especialmente por el bien de los pobres [...] p8f
lo que los nuevos remedios y los nuevos métodos [...] deben ser ideados. Pefó
en la ejecución de este saludable objetivo, el médico debe hallarse escrupuf
sa y concienzudamente dirigido por la sana razón",
(
88
Más.o menos, así se actuó durante el siglo XIX. Lo que sucede es que en
esa época se hicieron más experimentos que en toda la anterior historia de la
medicina, y que a veces se vio ya el conflicto que podía crearse entre el deseo
de investigar del médico yel respeto de la voluntad del paciente. Un ejemplo
típico de esto nos lo relata el cirujano militar norteamericano William Beaumont.
A comienzos de la década de 1820, la suerte le deparó la posibilidad de estu-
diar la fisiología de la digestión gástrica, algo que en circunstancias normales
hubiera precisado de la vivisección. Un arma de fuego produjo en Alexis St.
Martin una herida abdominal, por la que Beaumont pudo estudiar durante
tres años el comportamiento de la función digestiva. Experimentó con diferen-
tes tipos de alimentos, y vio las diferencias que producían en la función diges-
tiva y en la secreción de jugos gástricos. En 1933, Beaumont escribió un libro,
Experiments and Observations on the Gastric Juice and the Physiology of
Digestion 16, que es hoy considerado como uno de los hitos en la historia de la
'ética del ensayo clínico. Beaumont se considera a sí mismo «como un humilde
buscador de la verdad, un simple experimentador». Al comienzo de él escribe:
};? Gf. Beaumont, William. Experiments and Observations on the Gastric Juice and the
Physiology of Digestion, Plattsburgh, foP. Allen, 1833.
'1'7 Beaumont. Op. cit., p. 6.
89
Treinta y dos años después del libro de Beaumont aparece la lntroduction
el l'étude de la médecine expérimentale de Claude Bernard, el libro que desde
entonces ha sido canónico del experimento fisiológico. En él, Claude Bernard
se plantea el tema del experimento que hemos llamado «ordinario», «terapéu-
tico» o per accidens, y lo juzga así:
Tras esto, Bernard se pregunta por el experimento que antes hemos lla-
mado «extraordinario», «no terapéutico» o per se. La cuestión es si puede justl'
ficarse el proceder de Herófilo y Erasístrato. La respuesta de Claude Bernard
es la siguiente: I '
18 Cf.Beecher,Henry K. Research and rhe Individual: Human Studies, Boston, Little, Brown ;
and Co., 1970,p. 219. Myer,Jesse S. Life and Letras of Dr. William Beaumont, Sr. Louis, C.y.
Mosby,3 ed., 1981;Bríeger,Gert H. «Human Experímentarion: History», en Reich, Warren
T.,ed., Encyclopedia of Bioethics, Vol. II, New York,The Free Press, 1978, pp. 684-692.
19 Bernard, Claude. Op. cit., pp. 273-4.
90
é Se puede hacer experiencias o vivisecciones sobre los condenados a muerte?
Se han citado ejemplos [oo.] en los cuales eran permitidas operaciones peligro-
sas, ofreciendo a los condenados su indulto a cambio. Las ideas de la moral
moderna reprueban estas tentativas; participo completamente de estas ideas;
S10 embargo, considero muy útil a la ciencia y perfectamente permitido hacer
investígacíones después de la decapitación en los ajusticiados. Un helmintólogo
hizo mgenr a una mujer condenada a muerte, larvas de vermes intestinales,
sin que ella lo supiera, a fin de ver después de su muerte si los vermes se
habían desarrollado en su intestino. Otros han hecho experiencias análogas
sobre enfermos tísicos poco antes de sucumbir; hay quienes hacen experien-
cias sobr.e sí :nismos. Estas especies de experiencias, por ser muy interesantes
para la ciencia y no poder ser concluyentes más que en el hombre, me parecen
muy permitidas cuando no entrañan ningún sufrimiento ni inconveniente al
sujeto experimentado. Porque es preciso no engañarse; la moral no impide
h~cer experiencias sobre el prójimo ni sobre uno mismo; en la práctica de la
vida los hombres no hacen otra cosa que experiencias unos sobre otros. La
moral cristiana únicamente prohibe una sola cosa, que es hacer mal al próji-
mo. Luego entre las experiencias que se pueden intentar sobre el hombre,
aquellas que ~o pueden más que perjudicar, están prohibidas, las que son
" inocentes, estan permitidas, y aquellas que pueden hacer bien, son recornen-
dadas".
" Repárese en que para Claude Bernard el único principio ético que cuenta
en la valoración de un experimento es el de beneficencia. No se dice una sola
palabra sobre el consentimiento informado o sobre la selección equitativa de
la-muestra. Pero aún hay otras dos características que demuestran bien cómo
¡G:laudeBernard es todavía un representante del acercamiento «clásico» o «an-
í~iguo»al tema de la experimentación. Hay un hecho que así lo demuestra, su
apsoluto rechazo de los métodos estadísticos. Claude Bernard es tajante:
Confieso que no comprendo por qué se llaman leyes a los resultados que se
pueden sacar de la estadística; porque la ley científica, en mi opinión, no
puede estar fundada más que sobre una seguridad y un determinismo absolu-
to y no sobre una probabilidad".
"., .La investigación clínica «moderna» surge cuando se modifica este punto
,d~ VIsta, y er:npieza a diseñarse de acuerdo con las normas propias de la esta-
,?Istlca descriptiva y muestra!. Esto se fue haciendo cada vez más evidente a
partir de ,fines del siglo pasado, y alcanzó sus primeros frutos a comienzos de
It_~estroSIglo. Es un-salto cualitativo, que supone una época nueva en la histo-
\ia de la investigación clínica. Frente a la investigación clínica «clásica», surge
- ~la «moderna". Veamos cómo .
.~.
t.o ,Bernard, C. Op. cit., pp. 274-5.
21 Bernard, C. Op. cit., p. 332.
91
2. ' Segundo periodo (1900-1947): El exper!m~n.to moderno: ,
La investigación clínica diseñada y el prmcrpro de autonomía
La tesis de esta segunda etapa es, pues, que nada puede ser denominado
«clínico" si antes no ha sido «validado», y por tanto la validación o investiga-
ción clínica en seres humanos tiene que ser posible per se y no sólo per accidens,
ya que en caso contrario nunca podríamos decir que algo es realmente diag-
I • I • ')
nosnco o terapeunco.
A esta situación se llegó por varias vías convergentes. Una muy ímportan-
te fue la crisis de la idea de conocimiento empírico. Este es un hecho sobre el
que no se ha insistido suficientemente. El mundo moderno fue poco a pOC0
renunciando a la vieja pretensión de que un conocimiento podía ser a la ve'~
empírico y universal y necesariamente cierto. La tesis modern~ va a s~r que SI
es empírico no es universal y necesariamente cierto, y que SI es umversal y
necesariamente cierto no es empírico. De ahí la distinción moderna entre jui-
cios analíticos, que no son de experiencia pero sí dan certeza universal y nec~-
saria, y los juicios sintéticos, que son de experiencia, pero no dan certeza UnI-
versal y necesaria. El empirismo en general, y Hume en particular, sacaron de
aquí la conclusión de que los juicios empíricos o de experiencia sólo podían ser "
probables. Y si bien Kant elaboró toda la Crí:ica de la .razón pura para. dem07:; .*'
trar que los juicios podían ser a la vez empíricos y un~versal y,necesanamente.:
ciertos ello fue a condición de reducirlos a la cate gana de fenomenos. La cos,'
en sí parecía definitivamente perdida en el orden de los juicios sintéticos o de .
. 1 '!
experiencia. Y en el caso de que éstos se formul~ran de I?O?O uruversa .y ~ec~f '~
sario, la pretensión de Kant de que las categonas a priori del entendimiento'. ,
fuera soporte suficiente para dotarlos de esas dos propiedade~, la d~ un~~ersa~
lidad y la de necesidad, distaba mucho de estar clara. La umversaJ¡~aclOn. ~~
los juicios de experiencia se hace siempre mediante un proceso de mducclO~
incompleta, que dota a las proposiciones de universalidad pero no de necesi-
92
dad. Por tanto, todo juicio empírico de carácter universal es por definición sólo
probable, nunca necesario ni cierto. Con lo que Hume se imponía definitiva-
mente a Kant.
93
elementos es imposible de establecer. Son proposiciones universales, pero no
necesarias. De ahí que hayan de estar continuamente sometidas a revisión.
La primera razón que dio origen a esta segunda etapa es, como acabamos
de ver, la nueva idea del conocimiento empírico. Pero no fue la única. Hubo
también otras razones o motivos que propiciaron el cambio. Una muy impor-
tante fue la crisis del viejo principio de la «analogía». La tesis clásica fue que
los conocimientos adquiridos experimentalmente en animales podían aplicar- ¡
se al ser humano mediante el principio de analogía, evitando de ese modo la ~
experimentación en seres humanos. El principio de analogía permitía aplicat
directamente los resultados de la experimentación animal a la clínica humana,
con fines diagnósticos o terapéuticos.
Así trabajó durante todo el siglo XIX, por ejemplo, la «Farmacología expe-
rimental», que puede representarse paradigmáticamente en la figura de
Schmiedeberg. Su tesis era que la experimentación farmacológica debía ha!
cerse en animales, bien enteros (escuela francesa: toxicología de Orfila y
Magendie), bien en órganos aislados (escuela alemana: farmacología experi' y
mental de Ludwig y Schmiedeberg), y que una vez conocidas de ese modo las t
propiedades de los productos químicos, se podían aplicar directamente al ser .
humano con fines terapéuticos. Por tanto, la «Farmacología experimental" se" .
realizaba en animales, y su aplicación al ser humano no tenía ya carácter expé' ".
rimental sino clínico, y por eso se denominaba «Terapéutica clínica". . 1.'
94
~a ser completada c~Jn una nueva disciplina, que Ehrlich denominó «Terapéu-
tica experimental», Esta ya no se realizaba en el laboratorio con animales sino
en el hospital, con seres humanos. El principio de analogía no era suficiente
para conocer el comportarníenro de los fármacos en el cuerpo humano. Era
necesario experimentar .e,nse~e~ hu~anos y no sólo e? animales. Había, pues,
que h?ce.r expenmenracíon clínica, SI de veras se quena disponer de productos
terapéuticos dotados de seguridad y eficacia.
(,
9S
activo (simple ciego), o al paciente y al médico (doble ciego), etc.; 5) Partir de
que en principio ningún producto tiene efecto positivo, si no lo demuestra
experimentalmente (vhipótesis nula»); 6) Calcular el «tamaño de la muestra",
a fin de evitar resultados falsos, bien por muestra demasiado pequeña, o por
muestra excesivamente grande. La muestra ha de ser lo suficientemente gran-
de como para que las diferencias entre los resultados de los dos grupos puedan
resultar estadísticamente significativas, pero no tan amplia que haga significa-
tiva cualquier diferencia (como consecuencia de la idiosincrasia personal; esto
es lo que sucede, por ejemplo, en el caso de los efectos farrnacológicos adver-
sos extraordinariamente raros, o que sólo aparecen al estudiar poblaciones
muy amplias. Eso no es lo que interesa al ensayo clínico, aunque sí pueda ser
importante para los individuos y las sociedades; de ahí la diferencia entre
«validación farrnacológica- y «farmacovigilancia»); 7) Todo esto, en fin, lleva
a concluir que la investigación en seres humanos es no sólo posible sino nece- ,
saria para «validar" los productos y procedimientos clínicos como diagnósticos '
o terapéuticos. La validación es un conocimiento probabilístico, estadístico y ',,>
prudencial, que no agota el conocimiento del producto. Una vez validada, la
sustancia puede pasar al uso clínico, aunque aún debamos seguir aprendiendo },
de su uso. Esa es la función de la «farrnacovigilancia». La farmacovigilancia es ,.
investigación, pero no es validación. Cuando se inicia la fase de farmacovi-.·\
gilancia, el procedimiento ha de estar ya, por definición, validado. Los produce ~"
tos clínicos tienen, dos fases, una experimental o de validación y otra clínica o , ~
de vigilancia. Desconocer esto es no saber en qué consiste la investigacióri-j
clínica. '
Todo esto comenzó a ponerse a puma en la década de los años veinte dé ,,'
nuestro siglo. Entonces se inició la elaboración sistemática de los grandes prin' " ,
cipios de la estadística descriptiva y, sobre todo, muestra!. Era necesario elabo-j]
rar bien la teoría del muestreo estadístico. A esto ayudó mucho un gran estar ~
dístico británico, Sir Ronald Fisher, quien a comienzos de la década de 10'5' ,
treinta introdujo el concepto de «aleatorízación» (el término básico y genera!¡
dar de toda la moderna teoría del diseño experimental, y más concretamente',':
de la metodología del ensayo clínico), así como el procedimiento estadístico ~•.
conocido como análisis de varianza. A partir de estas técnicas, Sir Austin , .'
Bradford. Hill elaboró a finales de los años cuarenta y comienzos de los cin- '
cuenta el método-del ensayo clínico, que definió como «un experimento cuida"
dosa y éticamente diseñado con el fin de poder contestar a preguntas concre!.,
tas formuladas previamente". Es importante insistir en que desde este momen- e
to el «diseño» va a considerarse fundamenta!. Sin él no hay auténtica investi- "
gación clínica. .;¡ ~.
Todo esto hace que en las tres primeras décadas de nuestro siglo sea cad~ :~f
vez más frecuente la investigación clínica, por tanto la realizada con seré~ .',
humanos. Esto dio lugar a frecuentes excesos, que sembraron la inquietud y It "
duda en la conciencia de muchos profesionales, y dieron lugar a denuncias,
"".
96
públicas. El incremento exponencial en el número de experimentos, de una
parte, y el riesgo que implicaban, de otra, hizo que comenzaran a arreciar las
protestas sobre la anarquía y la falta de ética en su ejecución. Así, en 1901
publicó el médico ruso V Smidovich (con el seudónimo de V Veresaeff), un
libro que fue traducido al francés en 1904. Se titulaba Confesiones de un médi-
co, y era una acerva crítica de los experimentos clínicos". La nueva lógica y la
nueva metodología estaba dando lugar, pues, al surgimiento de una nueva
i ética. Ya no podía decirse, como antes, que el beneficio directo del paciente era
~ "el criterio ético fundamental y prácticamente único. Ahora ya no estaba tan
• 1 claro que la investigación hubiera de resultar necesariamente beneficiosa para
. .el paciente concreto. Podían justificarse investigaciones que resultaran noci-
., -vas para individuos concretos. La ética, por tanto, tenía que replantearse de
• 'raíz y establecer criterios nuevos. El principal de estos nuevos criterios fue el
-respeto de la autonomía de los sujetos de experimentación, hasta el punto de
que ahora va a considerarse que con el consentimiento de los sujetos son mo-
-ralmente justificables aun experimentos que puedan poner en riesgo su vida.
Es siempre inmoral sin una definida y específica declaración del propio indivi-
duo, realizada con completo conocimiento de las circunstancias. En estas con-
diciones, cualquier hombre, creo, tiene la libertad de someterse a experimentos.
97
.diseño a los sujetos de experimentación,
y recibir el consentimiento d~ éstos.
En consecuencia, había que reglamentar mejor la estructura del expenmento
con seres humanos. Es lo que se hizo inmediatamente después.
No cabe duda de que el paso a primer plano del criterio ético de a~t~nó .• '
mía, y el retroceso sufrido por el de beneficencia, hizo mucho más fac~l l~ "
realización de investigaciones clínicas y la aparición de nuevos abu~os. Práctí- .
ea clínica e investigación clínica comenzaron a caminar muy ~ntdas. Es la .
llamada «fase de la Santa Alianza». La frecuencia de los abusos hizo que en los"
años 30 comenzara la regulación legal de la investigación clínica. La primera-
ley fue la alemana de 193125• Y no es un azar qU,e esta ley ~oncediera un~
importancia fundamental al respeto de la autonorrua de los sujetos de expe~·
mentación. Se exigía que los sujetos de experimentación dieran su co~sentl'.
miento «de modo claro e indudable», que la investigación estuviera cuidado-s
samente diseñada, y se protegiera a los grupos vulnerables (moribundos, etc,).,,)
En esta misma línea se fue moviendo por estos años la common law norteame- '
ricana, ya que en 1935 sus tribunales empezaron a reconoc~r que un e~peri.
mento con seres humanos sólo era permisible si no se desviaba de las líneas "
previamente aceptadas por los participantes, y éstos habían dado su consentí- ,
miento". ", 'l<!
98
prensión de los asuntos en cuestión para permitir tomar una decisión cons-
ciente y lúcida,
.<' Toda la ética de esta segunda etapa está basada en el respeto exquisito de
; .la autonomía, En primer lugar, y como acabamos de ver, de la autonomía de
[los sujetos de investigación. Pero en segundo lugar, y complementaria mente,
,:¡-.1aautonomía de los investigadores. De ahí que no se considerara necesario ni
, conveniente legislar sobre estas cuestiones. El Código de Nüremberg tuvo un
carácter orientador de la conciencia de los investigadores, pero en ningún
momento se pensó que debiera traducirse en legislaciones nacionales más es-
.pecificas. Durante toda esta segunda fase se considera más bien que las regla-
.mentaciones legales podían ser altamente perjudiciales para la buena marcha
l~e,la investigación. Debía pedirse a los investigadores autocontrol, elevada
.tsondición moral, pero nada más. Cualquier intento de regular en exceso la
_investigación clínica se veía como improcedente y peligroso.
. -h,' Esta actitud se cijo, como era de esperar, entre los médicos más tradicio-
~ .~I),~les.Su representante paradigmático es Henry K. Beecher, un hombre que
',' .había de tener una enorme importancia en el desarrollo de la ética de la inves-
, ',.,t\gación biomédica de las próximas décadas. El año 1959 publicó un libro
, ~titulado Experimentation in Man, en el que llamaba la atención sobre la nece-
, ~idad social de la investigación y sobre los problemas planteados por el Código
de Nüremberg, Beecher consideraba que la insistencia de ese código en el
99
consentimiento era excesiva, al no discriminar entre diversos ,tipos de ensayos ..
Proponía, por ello, una distinción entre ex~erime~tos terapeuncos y no tera-'
péuticos. En los primeros, dado que se podía seguir un beneficio directo para
el paciente, el consentimiento no debería ser tan impor;ante como ~n el .ques~
efectúa sobre personas normales, ya que hay una razon ~e beneftcencla: ~?t:
todo esto Beecher creía que las regulaciones eran perruciosas. En su opimon
lo que debía hacerse era insistir mucho en el buen d~seño de ,los exp~nrr:ent~s
y en la calidad moral de los investigadores. Lo demas se dana por anadldur.~i
Las tesis sustentadas por Beecher eran claramente antiguas. Ha,da Ü'
crítica del principio de autonomía, repudiaba las re~ulaciones y .vo.lvl~,a l.
mar la atención sobre el carácter central de la beneficencia, Su distinción e
tre experimento terapéutico y no terapéutico es típicamente ~ntigua. De B~ec~,
pasó a la Declaración de la Asociación Médica Mun~iaJ rea~l~ada en Helsmki:,
año 1964. Beecher fue su principal redactor, y sus Ideas básicas se han canse
vado en las diversas reformas ulteriores: Tokio (1975), Venecia (1983) .Y~o.
Kong (1989). En la Introducción de la Declaración se establece este pnnclP:
100
, perspectiva se entienden perfectamente sus artículos, que ahora paso a trans-
" cribir:
En todo el texto, como se habrá podido observar, no hay una sola alusión
f~¡'aal ensayo clínico ni a la validación de prácticas clínicas mediante proce-
'fmTentos estadísticos. Sigue pensándose que es posible adquirir certeza a tra-
.., "de experiencias individuales, y por tanto sigue utilizándose un modelo
áeterminista, causalista y fisiopatológico. No se niega la utilidad de la estadís-
tlPa ni del ensayo clínico, pero se les sitúa en el interior de un contexto en que
pierden su verdadera identidad. Y ello se hace apelando, ya en el 'artículo
ilh tnero, a la libertad clínica. Es difícil introducir en menos líneas tanta confu-
'n.
101
3. El investigador o el equipo investigador debe suspender la investigacións]
estimase que su continuación podría ser dañina para las personas. ,trD
4. En investigaciones en el hombre, el interés de la ciencia y la sociedad ja;,
más debe prevelecer sobre consideraciones relacionadas con el bienestar
de las personas. ';
Los problemas de este texto comienzan por el propio título. Se llama irÍ~
vestigación no clínica a toda la realizada con sanos o con pacientes cuya enfer¡
medad no esté relacionada con el protocolo experimental. Esto lleva a la para-
doja de considerar que la fase uno del ensayo clínico no es clínica. Este absur-
do se debe a la razón ya apuntada en el capítulo anterior, la de que todo act
clínico tiene que ser primariamente y per se diagnóstico o terapéutico y só]
per accidens investigatorio o experimental. Y precisamente por esto es por X
que en el punto cuarto se dice que nunca es justificable una investigación qu"
produzca algún tipo de daño a las personas involucradas, aunque pueda r '.
dundar en beneficio de la ciencia o de la humanidad. Esto se repite en el cap:
tulo primero, dedicado a los principios generales, cuando en su punto quint
se afirma que «la salvaguarda de los intereses de las personas deberá prevale-
cer siempre sobre los intereses de la ciencia y la sociedad". La Declaración de
Helsinki no entiende que un procedimiento no puede ser considerado clínico
mientras no esté validado, y que la validación ha de tener una finalidad prima.
riamente cognoscitiva, y sólo secundariamente diagnóstica o terapéutica.
27 Cf. Beecher, Henry K."Ethics and Clinical Research», New England Joumal of Medicin
274, 1966, 1354-60. Cf. la respuesta que se publicó en 275,1966,790·1, Y la nueva res-
puesta de Beecher, «Sorne Guiding Principles for Cliniea! lnvestígarion», JAMA 195, 1966,
135-6. Cf. también su posterior libro, Research and the Individual: Human Studies, Boston,
Litt!e, Brown and Co, 1970.
102
es o no ético desde su inicio; no se torna ético post hoc, el fin no justifica los
medios".
103
interferencias. Por otra parte, su objetivo era benéfico, ya que infectándoles de
un modo subclínico, querían estimular sus defensas inmunitarias.
The Tuskegee Syphilis Study. Este fue el caso más notorio de violación
flagrante y prolongada de los derechos de los pacientes. Aunque comenzó en
los años 30, no comenzó a discutirse hasta los 70. Originalmente diseñado
como uno de los primeros controles de la sífilis en los Estados Unidos, su obje-
tivo era comparar la salud y longevidad de la población sifilítica no tratada
con otra no sifilítica, pero por lo demás similar. Aunque en los años 30 los.
médicos tenían a menudo confianza en el tratamiento, y conocían bien las con"
secuencias de la enfermedad, hasta los años 50 no hubo una terapéutica radi'
cal, y quedaban muchas incógnitas en el campo de I~ sífilis. .
"
104
b) La actitud innovadora: La necesidad de regulación
y la búsqueda de una nueva teoría ética
Poco a poco se fue abriendo paso la tesis de que era necesario regular más
estrictamente la investigación clínica, superando así la tesis tan querida de los
médicos de que la mera autorregulación era suficiente. Tanto Beecher como la
Declaración de Helsinki eran de ese parecer. Pero hubo acontecimientos que
hicieron urgente la intervención de los poderes públicos. El más importante de
ellos fue, sin duda alguna, el escándalo de la Talidomida. Fue en 1961 cuando
· Lenz en Alemania y McBride en Australia descubren el efecto de la talidomida
· sobre el desarrollo de las extremidades de los embriones humanos. Esto echa-
ba por tierra la creencia anterior de que la placenta era una membrana bioló-
gica que protegía al feto de los agentes externos, y que los fármacos no la
· atravesaban. La preocupación había realmente comenzado diez años antes,
cuando en 1951 Fraser descubrió que la cortisona era teratógena para el ra-
tón, y empezó a temerse por sus posibles efectos teratógenos en la especie
humana. Durante diez años se vivió con esa preocupación, pero después del
Gasa de la talidomida, era evidente que un gran número de factores eran capa-
ces de atravesar la placenta, por lo que era preciso revisar todas las normas
sobre los efectos secundarios de los fármacos. Se comprende, pues, que en
"1962 la FDA norteamericana introdujera cambios sustanciales en este terreno.
..~)Los Drug Amendements de 1962, modificaron muy profundamnte la Pure Food
lfand Drugs Act de 1906, y su sucesora, la Food, Durg, and Cosmetic Act de 1938.
,.t¡: Poco después, en febrero de 1963, la FDA hizo público el nuevo reglamento
,f.t que había de regir la experimentación de nuevos fármacos. Los NIH y el De-
~t·, partamento de Salud y Bienestar estudiaron acto seguido aplicar criterios pa-
i!'), recidos a toda la investigación biomédica, y en 1966 hicieron públicas unas
normas sobre Clinical Investigations Using Human Subjects, en las que, entre
otras cosas, obligaban a que los protocolos fueran revisados por un Comité de
la institución. Es el comienzo de los Comités de Ensayos Clínicos. A partir de
entonces ya no se considera suficiente el criterio del investigador principial. Es
preciso que el comité revise tres puntos: 1) Los derechos y el bienestar de los
sujetos; 2) La pertinencia de los métodos utilizados para obtener el consentí-
. miento informado; y 3) La proporción riesgo/beneficio. Tras varias aclaracio-
,~.l).esy modificaciones posteriores, esta política dio lugar a la publicación en
•. 1,971del llamado Yellow Book, que es como se ha conocido a The Institutional
~...~uide to DHEW Policy on Protection of Human Subjects.
%(
., La necesidad del control estatal de la investigación clínica, frente a la
~ vieja tesis del autocontrol de los investigadores, se impuso también en la líte-
:I,ratura. En 1967 publicó M.H. Pappworth un libro titulado Human Guinea Pigs,
!~~¡«tonejillos de Indias humanos», en el que relataba numerosos casos de inves-
;. tigaciones en recién nacidos, niños, embarazadas, pacientes quirúrgicos,
subnormales y locos, moribundos, etc. En muchos casos, se trataba de perso-
nas que no podían dar su consentimiento. Pappworth afirmaba que los invesri-
105
gadores elegían esta vía para hacer experimentos no terapéuticos, cuando sa·
bían que los sujetos sanos, informados, no iban a consentir en ellos, a causa de
su riesgo. Y concluía que «el sistema de salvaguarda voluntaria de los derechos
de los pacientes ha fracasado, y ahora son absolutamente necesarias medidas
legislativas». Recomendaba la revisión previa de los protocolos, la revisión:
periódica de la investigación, y la revelación a los afectados de cada daño: o
complicación, aunque fueran pequeños.· ..\
La National Commission trabajó entre 1974 y 1978. Entre estos años puJ
blicó 17 volúmenes. En su informe final, conocido con el nombre de Belmon»
Report, la Comisión desarrolló el siguiente esquema abstracto:
1. El modelo de Nebraska
106
A. Evaluación de la naturaleza y objetivos de la investigación
2. El modelo simplificado
107
fo¡(:
¡
~i
';
'",1'
HI,} tanto más eficiente en un medio en que abunden los médicos o en que los
!:, problemas sean sanitarios, cuanto más se acerque al modelo de la historia
::;1
clínica.
1:.
11:
':r "1,,'1,
108
a. Cómo los pacientes/voluntarios sanos serán informados y será 01
tenido su consentimiento.
b. Posibles razones para la no obtención del consentimiento informad,
c. Análisis y revisión de los formularios empleados.
2. Análisis crítico de la relación riesgo/beneficio.
a. Fármacos utilizados y dosis.
b. Tratamiento del grupo controlo durante el periodo control (placeb
otros fármacos, etc.).
c. Vía de administración, dosis, pauta, periodo de tratamiento para
p fármaco a estudio y el de referencia.
d. Reglas para el uso de fármacos concomitantes.
e. Medidas a llevar a cabo para asegurar el manejo seguro de los fármacc
f. Medidas para promover y controlar la adhesión a la prescripck
(monitorización del cumplimiento).
i' g. Análisis de cómo se van a medir y registrar los efectos.
h. Tiempos y periodos de la recogida de los parámetros de evaluació
i. Análisis de las técnicas especiales que van a emplearse (farrnac
cinéticas, clínicas, de laboratorio, radiológicas, etc.).
j. Reacciones adversas: métodos de recogida.
k. Previsiones para hacer frente a las complicaciones.
1. Información sobre dónde se guardará el código del ensayo y eón
puede llegarse a él en la eventualidad de una emergencia.
m. Detalles sobre la comunicación de reacciones adversas y cómo
realizará la misma.
3. Análisis crítico de la selección equitativa de la muestra.
a. Especificación de los sujetos (pacientes/voluntarios sanos), inel
yendo edad, sexo, grupos étnicos, factores pronósticos, etc., cua
do sea relevante.
b. Establecimiento claro de los criterios diagnósticos.
c. Criterios exhaustivos para la inclusión y exclusión primaria y s
cundaria (retiradas) de pacientes del ensayo.
d. Análisis de grupos especiales: fetos, niños, enfermos mentales, pi
sos, embarazadas, etc.
'~ONCLUSIÓN
~.
.'¡ La investigación con seres humanos es tan antigua como la medicir
Tenemos testimonios de épocas tan antiguas como la alejandrina, sobre la u
, .lización de condenados a muerte para el estudio de la fisiología del cuen
humano. Según el testimonio de Celso, en los condenados se hacían vi'
.secciones para ver cómo funcionaban los órganos del cuerpo, cosa que, nat
, Jalmente, no se podía ver cuando ya estaban muertos. Este simple dato n
.perrnite definir algunas de las características típicas del experimento con ser
'humanos que podemos denominar "clásico»: 1) Se efectuaba en personas ma
1C
"
ginadas, pobres, mendigos, condenados a muerte, enfermos; 2) Sin que auto-
rizasen la intervención sobre su propio cuerpo; y 3) Sin una adecuada ponde-
ración de los riesgos y los beneficios, debido a la falta de diseño.
110
5
MEDICINA BASADA EN EXPERIMENTACIÓN
Y VALIDACIÓN. ASPECTOS ÉTICOS '
~INTRODUCCIÓN
Pues bien, puede establecerse como principio general que todo lo técnica-
l}1;eTIte
incorrecto es éticamente malo, aunque la contraria no es cierta, ya que
lotécnicamente correcto puede no ser ética mente bueno. De ahí la necesidad
ue existe de analizar los actos humanos en los dos respectos citados, el técni-
.~~y el ético, porque con uno solo el juicio es imposible.
111
Pues bien, de lo que vamos a tratar aquí es de este tema, del estado de la
cuestión de los presupuestos lógicos y metodológicos de los juicios morales en
medicina. Esta relación se ha establecido de modos distintos a lo largo de la
historia, y hoy estamos en un momento muy interesante, de ímportantísírnas
repercusiones éticas. Es lo que desearía analizar a continuación.
Prudencia, moral: Aplicación de las leyes morales a las circunstancias con- 1..
cretas ya la vista de las consecuencias previsibles..
Arte, clínica: Aplicación de las leyes biomédicas a las circunstancias co~; -~
cretas ya la vista de las consecuencias previsibles en un paciente, '
I
112
t
,\ Por eso se dice que la clínica es un arte, porque es un saber probable, opinable,
, Yen él caben las paradojas.
br
~, >
'"'Jst Las cosas comenzaron a cambiar en el siglo XVII, cuando ciertos pensado-
?; como Leibniz, intentaron objetivar el concepto antiguo de probabilidad.
113
Todo vino de una disputa moral. Desde finales de la .E~ad Media se habí~ :.~
venido discutiendo qué había que hacer cuando dos opiruones opuestas estu- .
vieran sostenidas por exactamente el mismo número de.personas s~b1as y ex-:
perimentadas. Fue el llamado "equiprobabilismo». La tesis que se Impuso e~.~"
que podía seguirse cualquiera de las d?s opinion~s~ aunque fueran opuestas"
He aquí un caso magnífico de «para-doja»: dos opimones opuestas puedens~\
":ti"
igualmente prudentes.
Ahora bien, lo normal no es que suceda esto, sino ,que. u.~a opinión ~~ngá t
más peso que la otra. A la opinión de más peso se la llamo oplm.on "pro~ab1ltor».,
y a la de menos peso sólo "probabilis». y el problema era Sl se podía seg~l~t,
cualquiera de las dos. La respuesta fue que sí, que ambas eran prudentes. J'H .
fJH~ .. h
El último paso fue pensar si una ?pinión de~endida por muy pocos o ~61~:
un autor sabio y experimentado podna s.er .segUlda prudentemente. Es ell~:¡
mado «laxismo», cuyo opuesto es el «tucionsmo». ,'Ií
Pues bien, lo que se va a hacer en el siglo XVII es matematizar esta di~'..
ta, y de este modo objetivarla. La opinión equiprobabilis es. ~quella que t17~
un 50/100 de probabilidades de ser verdadera; la probabilis un 25/100,,1
probabilior un 75/100; la laxa un 1/100, y l~ tutior u~ ~9/100. De este l~\
se elaboró el teorema fundamental de la teona mat~mat1c~ de las probab¡J~C1
des, formulado por vez primera por Bernoulli. Habla nacido la ll~f!lada «~
babilidad objetiva», una ciencia nueva, una parte de la maternanca que;.
daba certeza sino sólo probabilidad. '
Así nació la ciencia moderna, y sobre todo así nació la medicina moq;-B
na, lo que Claude Bernard llamó la medicina experimental. Claude Bernardm,0
114
,1 fue un científico experimental empirista sino racionalista, razón por la cual no
tuvO gran aprecio de la estadística, y pensó que la inducción experimental sí
permitía alcanzar la certeza. Muy aristotélicamente, creyó que la ciencia expe-
rimental daba certeza, y que la clínica nunca podía ser cierta, ni por tanto
., científica. Para él la medicina debía ser experimental y científica, pero no la
.r clínica, que por definición no podía ser científica, sino mero arte. La ciencia
'estaba reservada a los hombres de laboratorio.
115
En este párrafo Claude Bernard comete una incorrección. Dice que~l.
médico y el cirujano pueden experimentar en su práctica clínica, pero en re.~:"·
lidad les niega tal capacidad. Por experimento entiende Bernard el experimep>
to diseñado, y por tanto prospectivo, en tanto que en la clínica él dice que esiJ'
es inmoral, y que lo único que vale es la experiencia del uso diagnóstico.o'
terapéutico de los procedimientos. Se trata, pues, de análisis retrospectivo.jy
en última instancia de puro empirismo, no de medicina experimental. Y es qu~'
Claude Bernard piensa que la medicina experimental es sólo de laboratorio, y ,
que la clínica es por definición empírica. "
,Ji: .
Es importante llamar la atención sobre una consecuencia fundamental d~~
esta segunda actitud, y es que se considera que el saber práctico no puede' ~
hacerse más que por extrapolación del saber teórico o ,experimental. Por eje
plo, los fármaco s pueden estudiarse en el laboratorio, en modelos experime
tales, como los puestos a punto por Schmiedeberg, cuando creó la «farrnacolo
experi.mental», pero no en seres humanos. Cuando los productos farrnacológí
se ~p~lcan a los seres humanos, ya no son experimentales sino terapéuticoseyt ,
lo UOlCOque puede verse y estudiarse en el paciente es la acción terapéutiea '.
según las dosis, etc. Esto es lo que Ehrlich llamó "terapéutica experimenta¡;b~
Ehrlich ya cree posible una cierta experimentación en seres humanos, pero río
pura sino sólo terapéutica, para la dosificación, etc. ,r!.'
Todo esto se va a venir abajo 'cuando se vean los grandes errores a qu
conduce el principio de extrapolación. El ejemplo más clásico es el de la talid
mida, y la creencia en que la placenta era una barrera impermeable a los me
dicamentos. Este error tenía tras de sí ciertos datos experimentales, pero s
basaba sobre todo en una ingente extra poi ación y en la creencia en que lo
controles históricos eran suficientes para dar evidencia. Como es lógico, est'
tenía que acabar según lo que Claude Bernard había predicho, aprendiendo e
los propios errores terapéuticos. Uno de ellos fue el que puso sobre aviso sobre
el riesgo de focomelias por talidomida.
116
MEDICINA TEÓRICA BASADA EN LA EXPERIMENTACIÓN
Y MEDICINA PRÁCTICA BASADA EN LA VERIFICACIÓN
O VALIDACIÓN
V',
.c', En el último siglo se han impuesto varias ideas importantes en el tema
.:que estamos discutiendo. La primera, es que en el orden de la cienci~ experi-
-¡"mental es imposible la postura racionalista que pensaba que era posible una
,,; inducción cierta y verdadera. Toda inducción es probable, porque siempre hay
un defecto de base empírica en el proceso de inducción, que hace imposible la
',certeza completa. Esto ha hecho que la la estadística se haya enseñoreado de
~:lacciencia experimental, que ha perdido el viejo halo de saber cierto y seguro
, sobre la realidad. Si se quiere, la ciencia experimental se ha hecho más humilde.
O',
·,'0: La segunda característica es que esos mismos métodos estadísticos se han
~áplicado a la clínica humana, lo cual ha hecho posible el que haya podido
'é'mpezarse a hablar de experimentación clínica o de investigación clínica. Esta
: es una novedad importante: la aparición de la investigación clínica como tal.
..,Latesis que ahora se va a ir imponiendo es que los procedimientos sólo pueden
,~considerarse diagnósticos o terapéuticos cuando han sido validados, o como
;:diría Popper, cuando han "demostrado su temple», y que hasta ese momento
'.son experimentales. De tal modo que nada es diagnóstico o terapéutico si no
ha pasado por una fase experimental de validación, y que nada experimental
: tiene aún la categoría de diagnóstico o terapéutico.
(,
': ' f¡ Naturalmente, esto plantea muchos problemas, algunos éticos. El proble-
" rna principal es cuáles son las condiciones que tienen que darse para que poda-
" mas someter a riesgos a seres humanos que en principio no van a recibir ni n-
.gún beneficio seguro del producto que se les da, y sí perjuicio. Esto es lo que ha
" obligado a elaborar toda una compleja ética, que hoy se conoce con los norn-
;, ;; bres de ética de la investigación y ética del ensayo clínico. En cualquier caso,
> conviene no perder de vista que la investigación clínica ha surgido por, un
imperativo ético fundamental, a saber, porque sólo con ella es posible definir
bien lo que son «riesgos» y "beneficios», y por tanto dotar de contenido al
principio moral de «No-maleficenda». Con el principio de no-rnaleñcencia no
, se cumple sólo con la intención de no hacer mal, sino que es necesario objetivar
todo lo posible los criterios de maleficencia, a fin de poder evitarlos. Hoy se
o puede afirmar sin ningún miedo a errar que no es posible dotar de contenido
al principio de no-maleficencia al margen de la investigación clínica.
117
Esta verdad ha ido ganando terreno poco a poco, sobre todo a partir de la' "
Segunda Guerra Mundial. 40',
9Y
2) El segundo paso ha consistido en la ampliación de esa metodología,
esa mentalidad al ámbito entero de la clínica. Ciertamente, no siempre se PlL
den ni se deben estudiar los procedimientos con la metodología del ensayo
clínico, pero al menos es preciso conocer lo que está pasando, y por tanto
utilizar los métodos epidemia lógicos para saber la corrección de funcionamiento
de los procesos y los servicios. Esto es lo que dio lugar al nacimiento de.la
«epidemiología clínica", con autores como Feinstein y Sackett.
118
6
LIBERTAD DE INVESTIGACIÓN
Y BIOTECNOLOGÍA
INTRODUCCIÓN
51:
,. Los logros cada vez más espectaculares de la ingeniería genética han he-
cho crecer rápidamente la esperanza, pero también el miedo ante sus posibili-
.dades'. La triste experiencia de lo ocurrido hace décadas con las armas nuclea-
res, por otra parte, no hace más que aumentar la desconfianza social hacia- los
investigadores, que la sociedad considera poco capaces de autocontrol. Para
"evitar los posibles excesos, cada vez se pide con más insistencia el control
estricto, cuando no la prohibición absoluta de este tipo de investigaciones, por
'parte del Estado y de las Organizaciones internacionales. En este trabajo me
','propongo defender la tesis de que la libertad de investigación es un derecho
humano fundamental, que debe ser respetado también en el campo de la inge-
niería genética, por muy problemático que éste pueda llegar a ser. El control
'~estatal sólo debe darse en aquellos casos en que la investigacion pueda afectar
i. ¡¡osderechos de las demás personas. Y puesto que en el caso de la ingeniería
,'genética es posible que las personas afectadas acaben siendo todas las presen-
tes i¡ el conjunto de las generaciones futuras, en la parte final del trabajo de-
fenderé la tesis de que este tipo de investigaciones pone en crisis la propia
legitimidad de los Estados nacionales, y plantea la cuestión de cómo debe
.organizarse una sociedad en la que las nuevas tecnologías han alcanzado tal
'lpoder, que tienen capacidad para desestabilizar el equilibrio de la vida presen-
lte y futura.
i 1 Cf. Bains, William. Ingeniería genética para todos, Madrid, Alianza, 1987; Bishop, Jerry
E.; Waldholz, Michael. Genoma,.Barcelona, Plaza & Janés, 1992.
119
I. LA LIBERTAD DE INVESTIGACIÓN COMO DERECHO HUMANO·
.' .
Hay un refrán español que dice «saber es poder». Esto que nuestro pueblo,
ha constatado siempre de modo ingenuo, pero a la vez muy profundo, ha ad:,>
quirido categoría científica en los últimos cincuenta años, cuando ·la;,
historiografía, sobre todo la francesa de la escuela de Annales, ha investigadé ...
las relaciones entre savoir et pouvoir. ..-
1) Tras las guerras de religión, alguna de las. cuales duró nada menos q
treinta años, empieza a tomar cuerpo un principio nuevo, el de «tolerancia,
Un ejemplo paradigmático de esto es el Carta sobre la tolerancia, de John Lock
El principio de la tolerancia dice que las creencias de todos los hombres son«
principio respetables, y que ninguna Iglesia puede imponer sus conviccion
por la fuerza o castigar a los que no aceptan su credo. Las Iglesias, por tant
no están legitimadas para imponer la verdad a los hombres, ni para control
el saber y la información,
El estado natural tiene una ley natural por la que se gobierna, y esa ley obli
a todos. La razón, que coincide con esa ley, enseña a cuantos seres human
quieren consultarla que, siendo iguales e independientes, nadie debe daña
otro en su vida, salud, libertad o posesiones'. '.
3 Cf. Locke, John. Carta sobre la tolerancia, trad. esp., Madrid, Tecnos,·1985.
4 Locke, John. Ensayo sobre el gobierno civil, Barcelona, Orbis, 1985, p. 26.
120
El tercero de esos derechos es el de «libertad de conciencia», que fue,
c0Il!0 ya se ha dicho, una conquista realizada a lo largo de siglos de atroces
guerras religiosas. De ahí que este derecho humano se suela conocer también
con el nombre de "derecho de libertad religiosa». Pero su ámbito es infinita-
'mente mayor. Abarca no sólo la vida religiosa, sino todos los otros tipos de
vida del espíritu; por tanto, también la libertad ética, la cultural, la estética, la
política, la libertad de enseñar (o libertad de cátedra) y la libertad de investi-
gación. Abarca, en el fondo, toda la vida humana: el hombre tiene en principio
'derecho a hacer libremente todo lo que quiera, excepto aquellas cosas que el
contrató social transfiere al Estado, como son todas las relacionadas con los
'principios de no-maleficencia y de justicia.
Así se explica el modo como están redactados, por ejemplo, los artículos
18 y 19 de la Declaración universal de los derechos humanos, aprobada por la
.Asarnblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948:
Articuío 18:
1---
f ' ~ • Sánchez Rodríguez, Luis Ignacio. CEd.). Derechos humanos: Textos internacIOnales, Ma-
'; .drid, Tecnos, 1987, p. 36.
121
2. Nadie será objeto de medidas coercitivas que puedan menoscabar su libero,,,,
tad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección. n
';1 '
Artículo 19:
6 Sánchez Rodríguez, Luis Ignacio CEd.). Derechos humanos: Texcos internacionales, Má-.
drid, Tecnos, 1987, pp, 140-141. ',.Ib
122
LIBERTAD DE INVESTIGACIÓN Y BIOTECNOLOGÍA
'¡, Esto es algo que los investigadores han venido reclamando continuarnen-
.! fe. Una de las últimas veces en el Congreso organizado por la Fundación BBV
': en Bilbao, en el mes de mayo de 1993, sobre los aspectos jurídicos del Proyec-
". to ,Genoma. Allí se estableció, como segunda conclusión del congreso, la si-
, ?Ulente:
.;, ~' Por tanto, la investigación científica, también la que se realiza en el cam-
'! po concreto de la biotecnología, ha de ser esencialmente libre.
123
moratoria pedida en el Congreso de Bilbao para la manipulación de las células '
gerrninales.
Tercer 'principio: Cuando hay evidencia de que una investigación puede atentar
contra los derechos humanos de los demás o contra el bien común, el Estado nene
la obligación de prohibirla.
Es una consecuencia obvia, por más que hoy en día resulte difícilmente
realizable. De la necesidad de un tal control se hizo eco el Congreso de Bilbao,
que en su declaración pública afirma:
Actualmente existe una gran diversidad legislativa, y sin duda, dadas las pre-
visibles consecuencias e implicaciones, el Proyecto Genoma necesita regula-
ción internacional. Se comentó la importante actividad desarrollada por la
Unesco y HUGO en este sentido. No obstante, los participantes creen que se
necesita urgentemente más y mejor atención al establecimiento de un foro o
agencia internacional cuya legitimidad derive de la participación guberna-
mental, para considerar las numerosas implicaciones sociales, éticas, ed~ca-
cionales del desarrollo de la cartografía del Genoma Humano. Tal entidad
podría incluir entre otros objetivos el libre intercambio de in~ormaci~n con
relación a los avances científicos y las regulaciones legales de nivel nacional e
internacional.
I
la ingeniería genérica», en Lacadena J.-R., Gracia D., Vidal M., Elizari EJ., Manipulación
genéticay moral cristiana, Madrid, Fundación Universitaria San Pablo, 198~, pp. 57-120.1.
s Cf. Testart, Jacques. El embrión transparente, trad. esp., Barcelona: G.ramc~, 1988, p. 25.
«Creo que ha llegado el momento de pedir una pausa; de que el p.roplO lnvestlga?or fije sus
límites. Porque el científico no es un ejecutor obligado de cualqUle~ proyecto ~al.l?Ode una
lógica inherente a su propia técnica. Situado en el eje del remolino de poslblhdade~" el
investigador adivina antes que nadie la dirección de la curva; la novedad que ,trae un. al~Vlo,
pero también aquella que rompe, censura, reniega. Yo, 'experto en procreucron a5lStlda , he
decidido parar. No en el trabajo de investigación destinado a mejorar lo que ya,podemos
hacer, sino en aquel que se asoma a un cambio radical de la persona humana, allí donde la '
medicina procreativa se une con la medicina predictiva». '
124
que por tanto debe ser decidido por el conjunto de los afectados, que somos
todos. Esto obliga a plantear los problemas éticos de la ingeniería genética en
un orden escalar distinto al que estamos habituados, el de la Humanidad ente-
ra, presente y futura. ¿Qué significa esto más concretamente? No lo sabemos
muy bien.
Hemos visto que los derechos civiles y políticos son primarios, razón por
la cual sólo pueden ser coartados en función del bien común. Por otra parte,
, - somos conscientes de que ese bien común es hoy el de toda la Humanidad
presente y futura, y no el de una sociedad o Estado particulares. Esto plantea
el azorante problema de la legitimidad de los Estados nacionales para tomar
decisiones de este tipo.
9 Cf., Wans, Hao, Reflexiones sobre Kurt Gadel, trad. esp., Madrid, Alianza, 1991, p.
77.
10 Cf. Oppenheimer, Fermi, Merck y otros. Hombre y ciencia: Un desafía al mundo, Buenos
Aires, Escasa-Calpe, 1950, p. 18.
11 Cf. von Weizsacker, C.E La responsabilidad de la ciencia en la Edad Atómica, Madrid,
Taurus, 1959, esp. pp, 60-62.
12 Cf. Born, Max y Hedwig. Ciencia y conciencia en la era atómica, Madrid, Alianza, 1971.
125
En 1955, poco antes de morir, Albert Einstein firmó, junto con otros, una de-
claración que entre otras cosas decía:
Todas las veces que se han formulado estos principios han provocado, gene:
ralmente, una sonrisa. Como la mayoría de los hombres desea la paz, .los
hombres de Estado también formulan hoy principios de paz, Pero son precisa'
mente los opuestos a los que necesita la verdadera paz mundial. Hoy se c~nt
sidera inviolable lo siguiente: la soberanía absoluta de cada Estado (de ahí la
exigencia de la no intervención mutua y del derecho de veto en gremios ~sta!r
blecidos de común acuerdo); la igualdad de derecho de todos en la arbitra;
riedad. .. !".'!
La conclusión a la que Jaspers llegaba era que los Estados están desle-
gitimados, tanto moral como políticamente. La legitimidad política exige que
se respeten esos principios.
13 Cit. por Jaspers, K. La bomba atómicay elfuturo del hombre, Madrid: Tauru.s: 1958, p. 1q;
14 Cf. Heidegger, M. Serenidad, trad. esp., Barcelona, Serbal, 1988. CI. también Heideggef
M, Umanesimo e scienza neU'era acomica, Brescia, La Scuola, 198~:;r
15 Jaspers, K.La bomba atómica y el/uturo del hombre, Madrid, laurus,1958.p.16.
16 lbid., pp. 17-18.
126
verdadero estado de paz mundial, ya que, visto jurídicamente, el derecho a la
soberanía absoluta y a la no intervención son equivalentes al derecho de po-
der cometer injusticias uno mismo. Significa la disposición a la ruptura de
tratados y a la guerra, en tanto lo permita el poder de cada uno y las circuns-
tancias hagan aconsejable emplear ambos métodos en beneficio propio"
17 ¡bid., p. 18.
18 Utilizo la edición francesa, Habermas, Jürgen. Rai.son et légitimité. Probiemes de
légicimation dans le capitali.sme avancé, Paris, Payot, 1978.
19 Para toda esta parte, cf. Gracia, Diego. «Hechos biológicos y derechos humanos: En torno
a las responsabilidades con las futuras generaciones», en Conversaáones de Montepríncipe,
Los derechos de las nuevas generaciones, Madrid, Fundación Universitaria San Pablo, 1990,
pp. 27-45.
20 Sobre las generaciones de derechos humanos, cf. Artola, Miguel. Los derechos del hom-
bre, Madrid, Alianza, 1986.
127
debe hacerse teniendo en cuenta el surgimiento de la conciencia de los dere-
chos humanos de tercera generación, tal como quedó expuesto en el capítulo
321•
128
7
, ,
ETICA Y ECOLOGIA:
DESAFÍOS HACIA EL FUTURO
El término ecología fue utilizado por vez primera vez por Ernst Haeckel
en 1866, para designar la rama de la biología que estudia las interacciones de
),9s seres vivos con. su medio. Su nacimiento está directamente relacionado ~on
~l, auge de las doctrinas evolucionistas. Si la evolución biológica ha ido se lec-
@ionandoa los mejor dotados, y eliminando a los inadaptados al medio, enton-
ces cabe concluir que hay una especie de «economía de la naturaleza» o «equi-
librio natural». El objeto de la ciencia ecológica es estudiar los factores que
.influyen en ese equilibrio inestable, y que por ello mismo pueden incidir de
1I).0dopositivo o negativo sobre la evolución de las especies biológicas.
'- 129
cas, o con productos químicos), y la enorme dificultad de conseguir una muta-
ción realmente positiva, En principio no parece que esto deba preocupar mu-
cho, ya que la evolución ha debido proceder siempre así, ~ediante, ~l método
de ensayo y error, Pero sucede que el hombre es un ser racional y enco, y que
. tiene la obligación de asegurar la supervivencia de la vida en general, y de la
vida humana en particular; en las mejores condiciones posibles, es decir, redu-
ciendo al mínimo las mutaciones negativas y potenciando la evolución positi-
va, y no sólo no parece que esté cumpliendo con este principio, sino que cada
vez hay más sospechas de que actúa en sentido exactamente contrario, es de-
cir, potenciando de modo acelerado los más negativos, hasta el punto de que _
puede poner en grave peligro el futuro de la vida en general, y partícularrnen- =,
te la vida humana, sobre el planeta, En este sentido cabría decir que nuestro '
siglo ha sido el más antiecológico de toda la historia de la humanidad, y que
sólo por eso ha acabado interesándose por la ecología.
Hace aún muy pocos años, cualquier preocupación por los temas ecológicos
que no tuviera un carácter estrictamente científico, era considerada peligrosa,
Así se vio, por ejemplo, a los primeros grupúsculos políticos que enarbolaron ..
la bandera del ecologismo. Frente al devastador «desarrollo económico», ellos'
propugnaron el «desarrollo ecológico». La ecología se enfrentaba así de modo
terminante con la economía de mercado, El objetivo político y humano ti~
podía ser el desarrollo a cualquier precio, La economía no debía convenirse e,tl.
la ciencia normativa, Ni que decir tiene que esto sentó muy mal a los poderes
económicos y políticos establecidos, que empezaron a ver el movimiento
ecológico como peligroso y subversivo del orden establecido,
Hoy las cosas son muy distintas. Ya nadie piensa que los ecologistas sean
comunistas disfrazados. Cieno que el pensamiento marxista ha hecho un enor-
me esfuerzo por asumir el ecologismo. No hay más que leer el discurso de
Gorbachov en Los Angeles a propósito de la ecología para darse cuenta de ello,
Pero también en las filas del pensamiento occidental y capitalista se adviertela "
misma tendencia, Nada menos que los teóricos de la economía de mercado)"
los enemigos declarados de los ecologistas hace aún muy pocos años, hoy eso
tán pasando a convertirse en sus grandes aliados, tras darse cuenta de que 1'0
factores eco lógicos y bioéticos son de una extremada importancia económicá] ".
a pesar de que lás teorías clásicas no los tuvieran en cuenta, De este mod'ó1':;i.
parece estarse logrando una cierta convergencia entre dos economías en prirP'·l.
cipio tan distintas como la marxista y la capitalista, en torno al problema,
ecológico. Quizá esto explica por qué hoy ya no tiene la menor fuerza la an~e¡!
rior polarización Este-Oeste, y cómo el auténtico pensamiento progresista ydéL
vanguardia ya no está tan centrado como antes en las cuestiones sociales sino:, .
en las ecológicas. No es que los problemas sociales no interesen, es que se:~.
enfocan desde un marco conceptual distinto, más amplio y probablemen't~J~
más riguroso, Si la ética de los años cincuenta y sesenta fue fundamentalrrreát:
te «social», la de los ochenta y noventa está siendo «ecológica». A mi mododé
130
ver, esto es lo que justifica la actual importancia de la bioética. No se trata de
una moda, sino de todo un cambio ideológico de imprevisibles consecuencias,
Como he dicho más de una vez, la ética civil de las postrimerías del segundo
milenio será bioética o no será nada,
1. La actitud «naturalista»
l31
filósofos estoicos, pero de una u otra forma está en todo el pensamiento occi-:
dental, desde sus orígenes en el siglo VI a.e. hasta bien entrado el siglo XVII,!!
"
.J
132
, tar si un terremoto o una enfermedad forman parte del orden de la naturaleza,
del mismo modo que una buena cosecha o el estado de salud. Si se respondie-
, ra afirmativamente, entonces debería aceptarse que también forma parte del
.orden el que unos animales se alimenten de otros, o que el hombre deprede la
,naturaleza en su propio beneficio, con lo cual acabaría siendo difícil poner un
sólo ejemplo de desorden de la naturaleza, y por tanto de acción inmoral o no
(,permitida. Ante este panorama, es probable que se optara por la solución ne-
1 gativa. Pero eso no mejora las cosas. Si el terremoto y la enfermedad son he-
chos desordenados, y en consecuencia antinatural es, parece claro que son malos
y que el hombre tiene la obligación moral de evitarlos en lo posible. Ahora
: bien, para ello tiene que modificar la naturaleza, reordenarla de un modo que
. ya no será meramente «natural" sino «racional». Cuando los ingenieros de la
corte de Madrid querían trasvasar agua del Jarama al Manzanares era con esta
intención, y por tanto su proyecto no debería haber sido considerado inmoral
, ni impío. Y es que, por muchas vueltas que se le dé al asunto, la razón humana
es también una facultad natural, pero con la peculiaridad de que puede rnodi-
" .ficar planificadamente el orden de la naturaleza. De lo que se concluye que la
.fuente de moralidad no puede ser la naturaleza como orden estático, sino la
1 razón humana como constructora de orden. Este orden construído será siem-
pre, por definición, artificial, y por tanto no-natural. El orden no está hecho,
¡!' se hace. La realidad no es un ardo factus sino un ardo faciendus, algo que hay
,'i! ,que construir, y cuya construcción es un imperativo moral. La tesis arísrotélica
.fue que la téchne sólo puede modificar accidentalmente las cosas de la natura-
leza, sin alterar sustancialmente su orden. El carpintero, por ejemplo, no mo-
.difica sustancialmente la madera, sino sólo en sus accidentes de cantidad, re-
.lación, etc. Ahora bien, hoy esto no es así. La técnica actual es capaz de modi-
1 ficar sustancial mente la naturaleza, Esto sucede, por ejemplo, siempre que se
"sintetizan en el laboratorio productos químicos idénticos a los naturales. Más
., 'aún, la técnica es hoy capaz de crear artificial mente cosas que ni la naturaleza
11,asido capaz de producir; así, toda la enorme gama de sustancias químicas de
,origen sintético que no existen de forma espontánea en la naturaleza.
r
11:, .dinariamente
~"
grave, ya que se pierde en peligrosas vaguedades intuitivas y
.rornánticas. El naturalismo es siempre un aliado del romanticismo.
2. La actitud «emotivista»
133
si no podemos estar seguros de que las cosas sean «en sí" como nos aparecen,
entonces es ilusoria cualquier apelación a la naturaleza y a su pretendido ór-
den. El fundamento de la moralidad no puede estar en el orden de la naturale-
za, precisamente porque no podemos conocer cuál es este orden. Nuestra ra-
zón no aprehende las cosas como ellas son «en sí", sino sólo como son «en mí".
Frente al naturalismo antiguo, el subjetivismo moderno. La fuente de la mora-
lidad, si es que hay alguna, debe hallarse en el interior de uno mismo,no.
fuera. El agustiniano noliforas ire, in interiore homine habitat veritas, cobra así
nueva vigencia.
De aquí deriva una nueva actitud ante la naturaleza, y por supuesto tan\.:
bién una nueva ética eco lógica. La naturaleza no tiene un orden objetivo, pek
nosotros sí tenemos un orden subjetivo, el orden de nuestros sentimientos, q'ili'e
134
es la fuente de nuestra moralidad. El ejemplo paradigmático de esto es el trato
a los animales. En el naturalismo clásico los animales siempre fueron conside-
.rados seres irracionales, y por tanto inferiores, de los que se podía disponer a
propia voluntad. Sólo el hombre tenía un alma espiritual e inmortal, y en con-
secuencia sólo él era un auténtico «fin" en sí mismo. La filosofía clásica siem-
pre consideró que el alma de los animales era material y mortal, de modo que
éstos no eran fines en sí mismos, sino sólo «medios» en vistas a los seres huma-
nos. Dicho de Otro modo, sólo los hombres podían ser considerados verdade-
.ros sujetos de moralidad, Ahora bien, desde el punto de vista de Hume la
.situación es muy otra. Si la moralidad es hija del sentimiento y los animales
sienten, no hay razón para excluir á los animales del mundo de la ética, Por
otra parte, dice Hume, tampoco se puede decir que carezcan completamente
de entendimiento o razón. Los hechos parecen demostrar, más bien, que los
poseen, aunque ciertamente en grado muy imperfecto, como sucede en los
niños y en ciertos retrasados mentales. Y desde luego no cabe duda de que los
'animales actúan por «costumbre» y por «creencia». Esto es lo que trata de
expresar el refrán: «el gato escaldado del agua fría huye». Hume escribe a este
respecto:
Es la costumbre tan sólo la que induce a los animales a inferir de todo objeto
que se presenta a sus sentidos su acompañante habitual y la que lleva su
imaginación de la aparición del uno a representación del otro, de aquella
manera particular que llamamos creencia. No puede darse otra explicación de
esta operación en todas las especies elevadas, así como en las inferiores, de
seres sensitivos .que caen bajo nuestra observación y atención l.
aquello que poseemos en común con las bestias y de lo que depende toda la
conducción de nuestra vida, no es sino una especie de instinto o fuerza mecá-
nica que actúa en nosotros sin que la conozcamos, y que en sus operaciones
no es dirigido por ninguna relación o comparación de ideas, como lo son los
objetos propios de nuestras facultades intelectuales. Aunque se trate de un
instinto diferente, es un instinto lo que enseña al hombre a evitar el fuego,
tanto como lo es el que enseña a un pájaro con tanta precisión el arte de
incubar y toda la estructura y orden de su nido",
Hume, David. Investigación sobre el conocimiento humano, Madrid, Alianza, 1986, pp.
l30-lo
2 Hume, D. Op. cit., p. 132.
135
Con el fin de pasar de las pasiones de amor y odio -y de sus distintasmezclas "
y combinaciones- tal como aparecen en el hombre, a estas mismas afeccion'es'1Jl
tal como se presentan en los animales, cabe señalar que no solamente el arn(jr,i',~
y el odio son algo común a todos los seres dotados de sensación, sino que,';~'
como antes se ha explicado, sus causas son de naturaleza tan simple queres ,~\r¡
fácil suponer que actúan también sobre meros animales, No hace falta ni re:i~
tlexión ni penetración mental alguna: todo viene ¡Conducido por resortes.y r';~"
principios que no son específicos del hombre ni de.ninguna otra especie arii-.:;;~
mal. -11., '1.~r'
, i' .
136
3. La actitud «utilitarista»
tad de la razón, o quizá la del discurso? Pero un caballo o un perro adulto es,
más allá de toda comparación, un animal más racional, y con el cual es más
posible comunicarse, que un niño de un día, de una semana, e incluso de un
mes. Y aun suponiendo que fuese de otra manera, équé significaría eso? La
cuestión no es si pueden razonar, o si pueden hablar, sino: ¿Pueden sufrir?",
" Todos los seres vivos capaces de sufrir entran dentro del principio del
mayor bien para el mayor número, y tienen derecho a que se les respete, es
.decir, a que se tenga un comportamiento ético con ellos. De ahí que pueda
hablarse con toda propiedad de derechos de los animales.
:~ Bentham, Jeremy. An Introduction to the Principies ofche Morals and Legi.slation, e, XVII,
sec. 4, n. l.
137
Uno de los respresentantes actuales más significados de esta tercera acti-
tud es Peter Singer. En él el viejo criterio del mayor bien para el mayor número .
se ha transformado en «el principio de igual consideración de los intereses-'.
Para que sean auténticamente morales, las acciones no han de tener en cuenta'
sólo al mayor número, sino a todos. Muy sensibilizado por las modernas discu-
siones sobre el principio de justicia, Singer cree necesario introducir esa cq-
rrección en el principio clásico del utilitarismo. Pero a la hora de fijar el perí-
metro de ese todos, sigue utilizando el mismo criterio de Bentham y de Hume, :
la capacidad de sentir bienestar y malestar, la capacidad de sufrir. '1
4. La actitud «racionalista»
Del mismo modo que la filosofía anglosajona ha sido proclive al ernotivismo,
y el utilitarismo, la filosofía continental europea ha pretendido fundar la mo-
ralidad sobre la pura razón. El ejemplo paradigmático de esto fue Emmanuel
Kant. Su imperativo categórico es -r-O pretende ser- un hecho puro de razón, y
por tanto previo y distinto a cualquier tipo de sentimiento empírico o de juicio
de consecuencias. La razón pura o humana autofunda su propia moralidad.
Por eso es absurdo hablar de moralidad a propósito de los animales. Los ani-
males no tienen moralidad, ni por tanto son sujetos de «derechos». Lo cual no
quiere decir que no tengamos «deberes» para con ellos. Los únicos sujetos
auténticos de derechos y deberes morales son los hombres. Pero entre esos
deberes hay algunos que tienen por objeto los animales, y en general toda-la
naturaleza. Por tanto, tenemos obligaciones morales para con ellos, aunque
carezcan de moralidad, o quizá por eso mismo, porque carecen de ella.
138
Es interesante leer, en el interior de este contexto, lo que Kant escribió a
propósito de «los deberes para con los animales». Su tesis fundamental es que
«los animales existen únicamente como medios y no por su propia voluntad,
en la medida en que no tienen consciencia de sí mismos»? De ahí deduce Kant
.que los deberes directos con los animales no son otra cosa que "deberes indi-
rectos para con la hurnanidad-". Esto le permite concluir que «aquel que se
comporta cruelmente con ellos posee asimismo un corazón endurecido para
con sus congéneres,". «Se puede, pues, conocer el corazón humano a partir de
su relación con los animales»!". Kant alaba el ejemplo de Leibniz, que volvió a
colocar el gusanillo que había observado sobre la hoja del árbol de donde lo
tomara, evitando causarle daño alguno. Y comenta acto seguido:
Sin duda, hubiese lamentado destruir a esa criatura sin razón alguna; es ésta
una ternura que acaba por calar en el hombre. En Inglaterra no pueden for-
mar parte de los tribunales como uno de los doce miembros del jurado ningún
carnicero, ni médicos o cirujanos, por entenderse que están demasiado acos-
tumbrados a la muerte. ¿No es un acto cruel el que los viviseccionistas tomen
animales vivos para realizar sus experimentos, si bien sus resultados se apli-
quen luego provechosamente?; desde luego, tales experimentos son admisi-
bles porque los animales son considerados como instrumentos al servicio del
hombre, pero no puede tolerarse de ninguna manera que se practiquen como
un juego. Cuando un amo arroja de su lado a un burro o a su perro porque ya
no pueden ganarse el pan, demuestra la mezquindad de su espíritu. En lo
concerniente a estos asuntos, los griegos albergaban propósitos más nobles,
como demuestra la fábula del asno que tocó la campana de la ingratitud por
casualidad. En resumen, nuestros deberes para con los animales constituyen
deberes indirectos para con la humanidad".
Para Kant los animales comparten con las realidades inanimadas la con-
dición de seres carentes de moralidad, ya que no son fines en sí mismos sino
. sólo medios. Por eso Kant amplía poco después del párrafo transcrito su doctri-
-na al conjunto de la naturaleza. Los deberes del hombre para con las cosas de
la naturaleza son deberes indirectos para con la humanidad.
El espíritu destructivo del hombre respecto a aquellas cosas que todavía pue-
den ser utilizadas es harto inmoral. Ningún ser humano debe destruir la belle-
za de la naturaleza, pues aun cuando él mismo pueda no seguir necesitándola,
-otras personas pueden todavía hacer uso de ella; así, aunque no haya que
observar deber alguno hacia las cosas consideradas en sí mismas, hay que
139
tener en cuenta a los demás hombres. Por consiguiente, todos los deberes
hacia los animales, hacia otros seres y hacia las cosas, tienden indirectamente
hacia los deberes para con la humanidad". '
'J
5. La actitud «responsable»
140
Pues bien, lo que aparece una vez que se ponen entre paréntesis todas las
explicaciones y se inicia la descripción pura del dato original, es que el fenó-
meno de conciencia no es ni objetivo ni subjetivo, al modo tradicional. La
conciencia que yo tengo de esta luz blanca no es un mero contenido subjetivo
de conciencia, como pensó la psicología del siglo XIX, ni es tampoco un dato
real de la cosa, de modo que pueda afirmar que la luz es realmente blanca en
el foco luminoso. El dato fenomenológico puro es de alguna manera previo al
binomio objetivo-subjetivo. Esto es lo que Husserl denominó «intencional". La
, conciencia pura es siempre conciencia-de, y por tanto no es meramente subje-
tiva. Peto a la vez, el objeto no está en la conciencia más que como correlato
intencional suyo, y por tanto no podemos decir de ello que sea realmente ob-
jetivo, en el sentido del realismo ingenuo o precrítico. En la intencionalidad
hay siempre, por ello, dos momentos, la intentio y lo intentum. Husserlllamó
muchas veces a lo primero noesis y a lo segundo noema. La intencionalidad es
siempre noético-noemática. En la descripción fenomenológica no decimos qué
sean las cosas allende la reducción, por tanto en la conciencia empírica, sino
que nos limitamos a describirlas en la reducción, es decir, en la conciencia
pura. Utilizando una terminología probablemente muy poco afortunada, Husserl
explica esto diciendo que en la reducción fenomenológica perdemos la «reali-
dad" de las cosas, y nos quedamos sólo con su "sentido». Luego veremos que
esto no es así. Pero en cualquier caso se comprende qué es lo que quiere decir:
la metafísica que intentamos descubrir tras la reducción fenomenológica no es
ya, no puede ser la metafísica del realismo ingenuo, precisamente porque lo
que afirmamos de la cosa en tamo que presente en la conciencia pura sólo lo
afirmamos en tanto que presente, sin posibilidad de extrapolarlo a lo que la
cosa sea allende la conciencia pura, por tanto a lo que la metafísica clásica
llamaba su realidad «en sí». En consecuencia, podemos decir que en la descrip-
ción fenomenológica pura no accedemos a la «realidad» de la cosa (en el
sentido en que la tomaba el antiguo realismo), aunque sí a algo absolutamente
primario y fundamental suyo. Husserl denominó a esto «sentido». Lo que
en la descripción fenomenológica se nos actualiza es el sentido esencial de
las cosas.
141
El orden filosófico es un orden mundano. El mundo es el horizonte de la
ontología y la metafísica. No fue Husserl, sino un discípulo suyo, Heidegger,
quien vio esto con mayor claridad. La tesis central del pensamiento de Heidegger
es que toda la metafísica occidental se ha contaminado desde los tiempos de
Platón de explicaciones teológicas, perdiendo así su verdadera radicalid~d: El
modelo de la divinidad ha hecho del conocer un mero «contemplar» teórico,
en vez de un «actuar» práctico en el mundo. Heidegger contrapone, por ello, el
theorein propio de la historia de la metafísica a la auténtica praxis, que a su
entender es la actitud verdaderamente radical. Por eso las cosas no se nos
presentan primariamente como «ser-ante-los-ojos» sino como «ser-a-la-mano»¡
El ser ante los ojos, meramente teorético, puede ser extrarnundano, en tanto
que el ser a la mano es por definición mundano. En el primer caso, las cosas se
pueden ver como realidades externas e independientes de nosotros, portanto
como estructuras «ónticas», de las que disponemos a nuestro antojo. En el
segundo, por el contrario, las cosas del mundo aparecen dotadas de una enor-
me consistencia «ontológica», ya que en ellas se juega el destino del ser. Lo
primero da lugar a una metafísica de la «sustancia», y lo segundo a una onto-
logía de la «ex-sistencía-".
l42
ción» (Ge-srell), en tanto que aquélla consiste en la "pertenencia originaria»
(Er-eignis) en que todo queda encajado (ge-eigner) y ocupa su lugar.
15 Cf. Heidegger, M. Carta sobre el humanismo, Madrid, Taurus, 1970, pp. 52·58.
143
11. ECOÉTlCA PRÁCTICA
De hecho, si los técnicos fueran los únicos decisores, siempre podría suce-
der que.decidieran en beneficio propio, aunque ello fuera en perjuicio de to-
dos los demás. Los técnicos son poco fiables en las cuestiones en que se venti-
lan graves problemas de bien común. Esta es la razón de que no puedan susti-
tuira los políticos. Los políticos son los representantes del bien común, y en
condición de tales deben tomar sus decisiones. Naturalmente, a los políticos
les puede suceder lo mismo que a los técnicos, que acaben buscando más su
propio provecho que el interés general o común. Esto no puede evitarse más.
que mediante los procesos de participación de todos los ciudadanos en la vida
l44
política. Con todos sus defectos, tal es lo que se propone el sistema democráti-
co. En vez de endosar las decisiones éticas a un pequeño grupo de ciudadanos
los técnicos, la democracia parte del principio de que si todos somos agentes
morales autónomos, podemos, debemos y tenemos que participar en las tomas
de decisiones que nos competan a todos. Las decisiones ecológicas son, cierra-
mente, de esta última categoría, razón por la que serán tanto más morales
cuanto más involucrados se encuentren en ellas todos y cada uno de los seres
humanos.
Obra. de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mis-
mo tiempo, como principio de una legislación universal.
145
o también esta otra:
Actúa de tal modo que los efectos de tu actuación sean compatibles con la
permanencia en la genuina vida humana;
19 Green, Ronald M. «Justice and the Claims of Future Generations», en Earl E. Shelp;'
Justice and Health Care, Dordrecht, Reidel, 1981, p. 261. ¡'
146
para la satisfacción de los intereses de cada particular, pueda ser aceptada
libremente por cada afectado".
Como habrá advertido el lector, aquí lo que se universalizan son las con-
secue~~ias y los i~tereses. Los procedimentalismos suelen considerar que esto
~s s~f~clente. A mi me caben serias dudas sobre ello. El principio de universa-
hz~clOn no creo que tenga verdadera consistencia metafísica y ética si no se
aplica a ~as personas como fines en sí mismos, de tal modo que lo que se
universalice sea el respeto a las personas, y no los intereses o las consecuen-
eras. ~tra ~osa es que pu~dan coincidir, y que por lo general coincidan ambas
aproximaciones. Pero esta por ver que la pura generalización de intereses y
consecuencias sea suficiente para fundamentar de modo riguroso una ética.
""-J, Personal.mente pienso que las decisiones morales siempre han de realí-
'1.zarse a dos niveles, uno universal o abstracto y otro particular y concreto". El
; .mornento a priori o criterio U puede formularse así:
Pa~a que. una acción pueda considerarse moral o correcta, tiene que ser
universalizable, de modo que no vaya contra el respeto debido a todas y cada
una de las personas.
.i!. Apel, K:O. «¿Lí~ites de la ética discursiva?», en Adela Cortina, Razón comunicativa y
.~esponsabl/¡~ad solIdaria, Salamanca, Sígueme, 1985, p. 261.
Cf;Gracia, Diego. Pnmum non nocere. El principio de no- maleftcencia como fundamento
de la etlca medlca, Madrid, Real Academia Nacional de Medicina, 1990, pp. 87s5.
147
Para que las decisiones concretas puedan considerarse responsables y buenas,
han de tener en cuenta las condiciones particulares de los hechos y evaluar las
consecuencias que posiblemente derivarán de ellos.
Las acciones. ~umanas son «correctas» respecto de los principios (U)\ y "
«buenas» en relación a las consecuencias (P). Los dos niveles son igualmente'
neces,arios. A pesar,de lo cual, ~o tienen la misma categoría. El primer riMbl.I~
constlt~ye la regla, y el segundo la excepción a la regla. El problema de:Y~s
excepciones es que nunca pueden convertirse en regla, De ahí que junto a' l'os:"
dos momentos anteriores sea preciso establecer un tercero el momento co~:·'.
plementario, que define el criterio C: «Colabora en la realización de las condl- ..
cion~s de aplicación de U, teniendo en cuenta las condiciones situacíonalesy
connngentes».
148
Los problemas éticos de la ecología tienen que ver fundamentalmente
con el primero de esos pasos, porque lo que la degradación del medio ambien-
te compromete es la vida, sobre todo en su forma de vida biológica. Los aten-
tados eco lógicos infringen el principio ético de no-maleficencia.
149
ces que la ética tiene la función biológica de «ajustar» el hombre a su medio.
Cabe concluir que la falta de ética puede «desajustamos» definitivamente. '
CONCLUSIÓN
El profesor Díaz Pineda nos decía hace días que del estudio del ciclo del
carbono cabe concluir que las tesis del desarrollo sostenible son muy optimis-
tas, y que en la producción de anhídrido carbónico estamos cientos de veces
por encima del nivel de desarrollo sostenible. En su opinión el «efecto inverna-
dero» es inevitable en un plazo relativamente corto de tiempo, hasta el punto (
de que nuestro problema es cómo asegurar la supervivencia de' nuestros hijos].
no de nuestros nietos, Ante pronósticos tan sombríos, no cabe sino pregunta!':
se por la capacidad del hombre para enfrentar y superar retos como ése. Zubiri
afirmó que la función primaria de la inteligencia es biológica, y que tiene por
objeto hacer viable una especie biológica que de otro modo no lo sería. El
animal, decía, «está ajustado» al medio, vive en «justeza» natural, ya que el!
caso contrario desaparece. El hombre, por el contrario, «tiene que hacer su
propio ajustarníento», es decir, tiene que «justi-ficarse»; no vive en justeza na- '.
tural sino en -justicia» moral. Pues bien, nuestro actual reto, que sin duda es el
mayor que ha tenido la Humanidad a todo lo largo de su historia, es el de si la
inteligencia y la ética son mecanismos suficientemente potentes como para
superar este conflicto, o si van a fallar en él, en cuyo caso la especie puede
acabar desapareciendo. En definitiva, la cuestión está en saber si éste es un
problema «ético», o si por el contrario debemos considerarlo «metaético». De
lo que no cabe duda es de su carácter «hiper-ético»: es el mayor problema ético
con que nunca se haya enfrentado la Humanidad.
150
8
¿QUÉ ES UN SISTEMA JUSTO
DE SERVICIOS DE SALUD?
PRINCIPIOS PARA LA ASIGNACIÓN
DE RECURSOS ESCASOS
INTRODUCCIÓN
En el último siglo la salud ha dejado de ser una cuestión ,que los in,d.ivi-
duosgestionan privadamente, para convertirse en problema publi~o, político.
Por eso los términos sanidad y política, en principio ajenos entre si, han lle~~-
do a unirse indisoluble mente en la expresión «política sanitaria». Hoy es dlf~-
cil encontrar algún aspecto de la salud de las personas completamente desl~-
gado del inmenso aparato burocrático de la política s,anitaria. Muchos consi-
deran excesiva esta injerencia de la política en la sanidad, en tanto que p,ara
otros resulta todavía insuficiente, Pero todos justifican sus puntos de vista
apelando al concepto de justicia distr~butiva. No puede, ~xtrañar, por ello, que
uno de los capítulos más vivos y po le rrucos de la bioética actual sea ~I .de la
justicia sanitaria, ¿Cuándo debe considerarse justo o, injusto un servlcl,o d,e
salud? ¿Qué recursos es preciso asignarle para cumplir con el deber de Just!-
cia'? ¿Cómo proceder cuando los recursos disponibles son menores de I?s reo-
ricamente necesarios? ¿Cómo distribuir justamente los recursos insuficientes?
He aquí algunas de las preguntas que se hacen diariamente ,los políti~os, los
gestores sanitarios y el público en general. Quizá sea pretencioso todo intento
de darles una respuesta definitiva. Pero eso tampoco debe hacemos cre~r que
tales preguntas son inútiles o carecen por completo de respuesta. La tienen,
aunque ciertamente no fácil.
151
de las consecuencias. Una teoría coherente de la justicia es imposible sin cual-
quiera de ellos. De ahí que en lo que sigue haya de dividir mi exposición en
dos apartados, que por lo demás se corresponden con las dos panes de que
consta el título de este estudio: que es un sistema justo de servicios de salud,
y cómo asignar justamente recursos escasos. En la conclusión integraré los
resultados parciales de cada una de esas panes, en un intento por ofrecer una
respuesta global al difícil y grave problema de la justicia sanitaria.
152
gobernantes. Sería antinatural, y por tanto injusto, pensar que todos pueden
ser guardianes o gobernantes. Lo justo es que cada uno ocupe su puesto, aquel
que la naturaleza le ha asignado, su lugar natural.
•Además de esta «justicia general», la filosofía griega distinguió otros senti-
dos más concretos o parciales del término justicia. Aristóteles diferencia cuan-
do menos dos. Se llaman parciales porque no afectan a toda la naturaleza, ni
al cuerpo político como un todo, sino sólo a las relaciones entre los diferentes
miembros de la sociedad. Una es la justicia distributiva, que rige las relaciones
del gobernante con sus súbditos. La otra regula las relaciones de las personas
privadas entre sí, y recibe el nombre de justicia conmutativa. Difieren una de
otra como la proporción de la igualdad. En el mundo de la salud las dos son
importantes, pero sobre todo la primera. En la expresión «justicia sanitaria»,
el término justicia siempre se entiende en el sentido de la «justicia distributiva».
16 4 so 10
y
8 2 10 2
153
proporción señalada, de modo que entre los diferentes estratos sociales de-la
ciudad debe darse desigualdad, pero proporcionada. Es justo, por ello, que
quien dentro de la ciudad tiene una dignitas de 2 reciba honores y riquezas en
cantidad 4, y quien la tiene de 8 tenga honores y riquezas en cantidad 16. Esto
es justo porque es proporcionado. Como dice Aristóteles, «lo justo es esto, lo '
proporcional, y lo injusto, lo que va contra la proporción-", .
154
te, o entre el súbdito y el soberano, no cabe justicia conrnutativa, ya que los
servicios de médicos, sacerdotes y soberanos son tan superiores a los que
prestan los demás miembros de la comunidad, que nunca podrá darse la igual-
dad en el intercambio. Por eso a ninguno de ellos se le paga conforme al
principio de la justicia conrnutativa, sino "en concepto de honor". El dinero
que reciben es «honorario". Cuando las diferencias son tan grandes, no hay
justicia conmutativa posible.
155
--------------------------;-------
, Loc~e, John. Dos ensayos sobre el gobierno civil, trad. Amando Lázaro Ros, Madrid, Aguilar,
1969, pp. 94 Y 103. "
156
--- - ._~
157
justificarse. Un Estado mayor violaría los derechos de las personas-t. Esto no
quiere decir que no deba socorrersea los necesitados, pero no en virtud del
principio de justicia distributiva, sino por caridad. Aunque la justicia afirma
que nosotros no estamos obligados a contribuir al bienestar de otros, la cari-
dad nos manda ayudar a aquellos que no tienen derecho a nuestra ayuda.
4 Nozick, Robert. Anarchy, Sta te, and Utopia, New York, Basic Books, 1974, p. 149,
5 Cf. Hartzfeld, Henri. La crisis de la medicina liberal, Barcelona, Ariel, 1965,
6 Cf. Laín Entralgo, Pedro. La relación médico-enfermo: Historia y teoría, Madrid, Revista
de Occidente, 1964, pp. 198- 314.
158
derecho individual que debe ser protegido por el Estado, pero sólo «negativa-
mente», no de modo positivo. El Estado tiene obligación en justicia de impe-
dir que alguien atente contra la integridad corporal, pero no de procurar asis-
tencia sanitaria a todos los ciudadanos. Esta es la diferencia entre el derecho
negativo a la salud y el derecho positivo a la asistencia sanitaria. Los seguros
obligatorios de enfermedad no son exigibles en virtud del principio de justicia
distributiva, una vez que ésta se ha definido en el sentido de Locke y Nozick.
De ahí la conclusión de H. Tristram Engelhardt, de que «un derecho humano
fundamental a proporcionar asistencia sanitaria, aun a proporcionar un míni-
mo decente de asistencia santiaria, no existe,'? La razón, dice Engelhardt, es
que el derecho a la asistencia sanitaria no es negativo sino positivo, y por tanto
no existe más que en aquellos lugares en que haya sido descubierto o legisla-
do como tal.
7 Engelhardt, H. Tristrarn, Jr. The Foundations of Bioethics, New York, Oxford University
Press, 1986. Cf. también Engelhardt, H. Tristram. Health Care «Allocations: Responses to the
Unjust, the Unfortunate, and the Undesirable». En: Shelp, Earl E., ed., JU$tice and Health
Care, Dordrecht, Reidel, 1981, pp, 121- 137.
8 Cf Beauchamp, Dan, «Alcoholisrn as Blaming the Alcoholic». International Journal of
Addtctwl! 11: 41-52,1976; Public Health and Social Justice. Inquiry, 13: 3-14,1976, Para
una crític~ de esta posición, d. Beauchamp, Tom L. and Faden, Ruth R. «The Right to Health
and the Right to Health Care», The Journal of Medicine and Philosophy 4: 125-6,1979,
159
tierra pertenecen a quienes los poseen, pero éstos en compensación deben
una renta a los demás, proporcional a los recursos utilizados. Esta renta pue-
de cobrarse en forma de impuestos, y utilizarse en un fondo de seguridad
social que se distribuya igualitariamente entre todos. En esto consistiría la
justicia distributiva. La asistencia sanitaria debe contemplarse como una par-
te de esta justicia redistributiva, pero no como un derecho separado y autóno-
mo. Suponiendo que la redistribución se hiciera en forma de un dinero entre-
gado a cada persona, a fin de que ella lo utilice para cubrir sus necesidades, y
suponiendo también que ella se lo gaste en otras cosas, por ejemplo, en hacer
un crucero por el Mediterráneo, y no en cuidar su salud, Brody piensa que no
existiría ninguna obligación en justicia de procurarle asistencia cuando la ne-
cesite. No existe un derecho particular y específico a la asistencia sanitaria;
sino un derecho genérico a la redistribución de una cierta riqueza".
Esta tesis ha tenido varias direcciones, unas más «utópicas» y otras más .
«científicas». Entre todas destaca por su importancia elmarxismo. Para Marx
y Engels el Estado liberal no ha tenido otra ventaja queja de acabar con el
Estado despótico y absolutista. Todo lo demás, el intento de convertirlo en .
doctrina permanente, basada en la teoría de los derechos civiles y políticos,
carece de sentido. Es absurdo hipostasiar los derechos en la forma que lo hace
el pensamiento liberal. Esos derechos son puramente irreales, no existen. Ni
esos derechos ni el Estado que se funda en ellos son la estructura básica de la
vida humana, sino una simple superestructura, que se fundamenta en un nivel
previo, el infraestructural, compuesto por las condiciones materiales de vida,
en particular la propiedad privada de los medios de producción. Ahí está el
mal y la injusticia para Marx, y esto es algo que no sólo no ha sido atacado por
los regímenes liberales, sino que más bien ha cobrado en ellos nuevo vigor.
Por eso el tema de la justicia debe plantearse en el terreno económico, más
9 Cf. Brody, Baruch. «Health Care for the Haves and Have-nots: Toward a Just Basis of
Distribution», En: Shelp, Earl E. ed., Justice and Health Care, Dordrecht, Reidel, 1981, 151~ ,-
59.
160
concretamente, en el tema de la propiedad privada. Para Marx la apropiación
por parte de individuos concretos de los bienes de producción ha de conside-
rarse, siempre injusta. Estos bienes no pueden ser de propiedad privada, sino
comun. Se comprende, pues, que para Marx el Estado constitucional moder-
no, basado en el respeto de los derechos humanos civiles y políticos, no haga
Otra cosa que perpetuar la desigualdad y la injusticia, precisamente porque
perpetúa la propiedad privada de los medios de producción.
10 Marx, Karl. Kritik der Gothaer Programms, en Morx-Engels Werke, Berlin, Dietz, vol. 19,
1976, p. 21. Cf. Tucker, Roben C. «Marx and Distributive Justíce». En: The Marxian
Revolutionary Idea, New York, w.w.l'¡orton, 1970, p. 48; Brenkert, George G. Marx's Ethics 01
Freedom, London, Routledge and Kegan Paul, 1983, p. 246.
161
social de derecho, y, sobre todo, al Estado de bienestar (welfare state). En él la
justicia no se define como mera libertad contractual, pero tampoco como igual-
dad social, sino como «bienestar colectivo». La novedad cualitativa del nuevo
sistema está en el concepto de bienestar. En el último siglo hemos ido asistien-
do al nacimiento de una economía del bienestar, un Estado del bienestar y
también, naturalmente, una ideología del bienestar. Esta tiene su propia idea
de la justicia, que posiblemente es hoy la que goza de una mayor vigencia en
. los países occidentales. De ahí la necesidad de analizarla, aunque sea some-
ramente.
162
tad. Con lo cual resulta que ambos proceden, bien que por caminos distintos,
de la libertad. Es precíso distinguir dos tipos de libertad, la «libertad-de»
(freedom-from) y la «libertad-para" (freedom-to). Por más que uno esté «libre-
de» coacciones externas, no podrá vivir en sociedad de modo adecuado si no
tiene la «libertad-para» trabajar, formar una familia, educar a los hijos, etc.,
que le conceden los derechos económicos, sociales y culturales. De ahí que el
socialismo empiece a considerar a los primeros como derechos humanos pu-
ramente "formales», frente a los segundos, o derechos «reales».
El ejemplo fue seguido poco después por Gran Bretaña, que aprobó una
leyde Pensionistas en 1908, seguida en 1911 por la famosa ley del Seguro
nacional, que en el tema concreto de la sanidad dio origen a un sistema simi-
lar al prusiano de las Krankenkassen. En 1915 comenzó en Suecia un proceso
parecido con la ley de Pensiones y jubilados, que con los años habría de con-
ducir a un modelo de sociedad que Marquis Childs bautizó, en 1936, con el
nombre de «la Suecia, del justo medio».
163
lar entre los años 1932 y 1943, pero que no llegó a resultados concretos. Es 10
que Hirschfield ha llamado, en el título de su célebre libro, The lost reformll;
Fue en 1946 cuando se aprobó una Ley general de empleo que reconocía la
responsabilidad del Estado en el mantenimiento de las «cifras de empleo, ea-
'pacidad de poducción y poder de compra máximos». Años después, en 1953;
se creó el Departamento de Salud, Educación y Bienestar, que el presidente
Lyndon B. Johnson utilizó más tarde para su plan de «guerra a la pobrezas:
Como partes suyas-se crearon los programas médicos conocidos con los norn'
bres de Medicare (seguro obligatorio de enfermedad para personas mayores
de sesenta y cinco años) y Medicaid (pago de los gastos de asistencia sanitaria
a las personas consideradas como necesitadas por las autoridades locales)":
-'{f.~
11 Cf. Hirschfield, Daniel. The Lost Reforme, Cambridge, Mass., Harvard University Press\
1970. ,;",
12 Cf. Elling, Ray H., ed. National Health Care: Issues and problems in socialized medic(1J'
Chicago-New York, Aldine- Atherton, 1971; Marmor, T.R. The Politics of Medicare" New YQ~
A1dine Publishing Company, 1973; Stevens, Roben and Stevens, Rosemary. Welfare Medíc1i
in America. A Case Study of Medicaid, New York, The Free Press, 1974; Feder, J.M. Medicare:
ThePolitics of Federal Hospital Insurance, Lexington, MA., Lexington Books, 1977; Starr,P.
The Social Tranformation of American Medicine, Washington, D.C., The Brookings Institutíen]
1982; David, S.l. With Dignity: The Searchfor Medicare and Medicaid, Westport, Connecticut,
Greenwood Press, 1985, . ,,!,:
13 Cf. Gracia, Diego. «Medicina Social", en Avances del Saber, Barcelona, Labor, 19Mf
pp. 190-1. ',Fí
164
---~
165
ordenada» ha de estar constituído por lo que Rawls llama «posición original».
Ella consiste en la estructura básica que los ciudadanos adoptarían a fin'a~
que todos pudieran vivir y actuar como personas morales libres e iguales;i es.
decir, a fin de que la sociedad estuviera bien-ordenada. Esto supone pónéf
entre paréntesis o no tener en cuenta ciertas cosas relacionadas con el pipel
«real>, de las personas en la sociedad, pero no con su puesto «racíonals'ó
«puro». Tales son las ventajas o desventajas derivadas de contingencias tiattÍ~
rales o del azar social. A esta restricción mental es a lo que Rawls llama «vet6
de la ignorancia». Una vez puestas entre paréntesis todas estas contingencias',
fácticas, las personas pueden ya buscar la realización del bien de acuerdo con
criterios racionales y no puramente fácticos. Estos criterios racionales obligan'
a considerar como objetos básicos del principio de justicia ciertos bienes;!si~:
los cuales la justicia procedimental pura sería inalcanzable. Estos «biene~FibL
ciales primarios» son los siguientes: las libertades básicas; igualdad de ópbt~
tunidades, derechos y prerrogativas; ingresos y riquezas; y condiciones saer~¡-
les para el auto-respeto y la autoestima. La tesis de Rawls es que tina soci'ea:á.¡~
sólo puede considerarse justa cuando cumple con el siguiente principio:"",;}{
':},b,~~;
14 Rawls, John. Teoría de la Justicia, trad. esp., Madrid, FCE, 1979, p. 84.
166
definir con precisión qué son «necesidades» de asistencia médica. Daniels
intenta responder a esta cuestión utilizando como criterio el "funcionamiento
típico de la especie». Este criterio permite considerar enfermedades que exi-
gen asistencia conforme al principio de justicia distributiva a todas aquellas
«desviaciones de la organización funcional natural de un miembro de la espe-
cie-", pero no las demás. Según este criterio, la apendicitis es una enfermedad
y debe caer dentro del principio de justa igualdad de acceso a los ciudad os
médicos, pero no lo es una nariz aguileña que puede ser tributaria de cirugía
estética.
Junto a las teorías de Daniens y Green habría que citar otras, como la de
Charles Fried, según la cual no es posible justificar la asistencia santiaria como
un derecho a la justicia distributiva, sino sólo como un deber de beneficencia.
Ahora bien, Fried piensa que ese deber de beneficencia genera un derecho
correlativo de los demás al auxilio, y por tanto un derecho secundario de jus-
ticia distributiva. Esto otorga al Estado el derecho y la obligación de socorrer
a los más necesitados de asistencia santaria. ¿Hasta qué punto? Fried respon-
de que hasta cubrir el nivel del decet minimum que, a pesar de las apariencias,
no coincide con el minimal state de Nozick".
Aún podían añadirse otros modelos concretos. Pero más importante que
eso puede ser la reflexión sobre ciertas características comunes a todos ellos.
Una, quizá la más significativa¡ es la apelación continua por parte de estos
autores a los fundamentos de la ética kantiana. Es un hecho que el socialismo
15 Daniels, Norrnan. Just Health Care, Cambridge University Press, 1985, p. 28.
16 Cf. Green, Ronald M. «Health Care and Justice in Contraet Theory Perspective», En:
Veatch, R,M. and Branson, R. eds., Echics and Health Poliey, Cambridge, Mass., Ballinger
Pulbishing Co., 1976, pp, 111-126; Justiee and the Claims of Future Generations. En: Shelp,
Earl E., ed., Justice and Health Care, Dordrecht, Reidel, 1981, p. 196; Intergenerational
Distributive Justice and Environmental Responsability. Bioscience 27:260-5,1977; Population
Growth and Justice, Missoula, Montana, Scholars Press, 1975.
17 Cf. Fried, Charles. «Rights and Health Care: Beyond Equity and Efficiency». New England
Joumal of Medicine 293: 241" 5, 1975; «Equity and Rights in Medical Care», Hastings Center
Repon 6: 29-34, 1976; «¿Es posible la libertad?". En: McMurrin, S.M. ed., Libertad, Igualdad
y Derecho. Las conferencias Tanner sobre jilosojia moral, Barcelona, Ariel, 1988, 91·132.
167
liberal y democrático nació en la segunda mitad del siglo XIX, cuando al socia-
lismo científico se le añadió la ética kantiana, A partir de entonces puede de-
cirse que el debate sobre la justicia redistributiva del socialismo occidental ha
~enido siempre un matiz claramente kantiano. Y lo sigue teniendo hoy. Toda la
tradición rawlsiana está fundamentada en el kantismo ético. Desde él no pa-
rece difícil justificar, como hacen la generalidad de los autores citados, que
~oda sociedad está obligada a cumplir con unos «mínimos morales», por deba-
JO de los cuales debe considerarse simple y llanamente como inmoral. Estos
mínimos morales, lo que Adorno denominó Minima moraiia", vienen a coin-
cidir con el concepto de justicia, es decir, con lo que el Estado debe a sus
ciudadanos en virtud del principio de justicia distributiva. Unos, como Rawls,
colocarán ese mínimo en la lista de «bienes sociales primarios»; otros, como
Arnartya Sen, en el «índice de capacidades básicas-", etc. Pero todos coíncí-
den en dos puntos fundamentales. Primero, que esos mínimos morales son
exigibles en virtud del principio de justicia. Y segundo, que tales mínimos
cubren total o parcialmente la asistencia sanitaria.
lB Cf. Adorno, Theodor W.Minima moralia. Reflexiones sobre la vida dañada Madrid Taurus
1987. ' , ,
19 Cf. Sen, Amartya. «élguaidad de qué?». En: McMurrin, S.M. ed., Libertad, Igualdad y
Derecho, Barcelona, Ariel, 1988, pp. 134-156, esp. pp. 152-4. .
168
-- -----
vano la ciencia económica se rige por los principios del rendimiento y la uti-
lidad. Ello explica también que este aspecto de la doctrina ética lo hayan
elaborado fundamentalmente economistas, como Adam Smith, David Ricar-
do o John Stuart Mill, En tal sentido, puede decirse que la racionalidad econó-
mica es indispensable para la racionalidad ética. La idea de justicia no es por
completo ajena al criterio de la «máxima utilidad», que la economía comenzó
a entender cuando fue capaz de establecer leyes como la de los «rendimientos
decrecientes», formulada por Ricardo, o la del llamado «óptimo de Pareto».
Según este último criterio, una configuración sólo puede considerarse óptima
c~ando no existe otra que mejore las condiciones de alguno de los implicados,
SIO que otro u otros reciban por ello un perjuicio; es, en consecuencia, el punto
en que todos los sujetos resultan beneficiados y ninguno perjudicado. Basta
esta simple formulación para comprender que todo acto tiene que cumplir este
criterio, siempre que ello sea posible, si de veras queremos que sea justo. Por
desdicha, las situaciones en que tal criterio puede aplicarse no son muy fre-
cuentes. Lo normal es que para beneficiar a unos haya que perjudicar a otros.
Por otra parte, en su formulación original el óptimo de Pareto tenía un valor
sólo «retrospectivo», de modo que sólo permitía emitir juicios sobre situacio-
nes ya pasadas. Fue K.J. Arrow quien dio de él una versión «prospectiva», que
Allan Gibbard ha aplicado a los problemas de justicia sanitaria".
20 Cf.el excelente trabajo de Gibbard, Allan. «The Prospective Pareto Principie and Equiry
of Access to Health Care». En: President's Cornmission for the Study of Ethical Problerns in
Medicine and Biomedical and Behavioral Research, Securing Access to Healrh Care: The Erhical
Implicarions of Differences in rhe Availability of Heauii Services, Washington, U.5. Governrnent
Printing Office, Vol. 2, 1983,pp. 153-178; cf. también pp. 138- 40. .
21 La bibliografía sobre estos índices es abúridantísima. CL Wenz, Peter S. CBA
«Utilitarianism, and Reliance upon Intuitions». En: Agich, George J. and Begley, Charles E.;
eds., The Price of Health, Dordrecht, Reidel, 1986, pp. 71·89; Audi, Roben. «Cost-Benefit
Analysis. Monetary Value, and Medical Decisión». En: Agich, George J. and Begley, Charles
E., eds., Op. cit., pp. 113· 131.
22 Cf. «La medición del nivel de salud". Jano (712): 511- 576,11-16 febrero 1986.
169
a hablar del fenómeno de la «explosión de costes» sanitarios. Hasta entonces
los gastos habían venido subiendo ininterrumpidamente, pero a un ritmo has-
ta cieno punto similar al del crecimiento de la riqueza de los países desarro-
llados, de modo que tal crecimiento era tenido por normal. Sólo cuando se
inició la recesión económica y el crecimiento del producto nacional bruto se- -
estancó o empezó a decrecer, pudo verse que la contención de los gastos sani-
tarios era muy difícil, si no imposible. Este fue el gran momento esperado por
los economistas para acusar a los médicos y políticos de gestión irracional de
los recursos sanitarios. Se había creído suficiente el momento deontológico
para establecer políticas sanitarias, y ahora podían verse las consecuencias.
Era necesario cambiar radicalmente de política, concediendo la prioridad;'
según los economistas, al momento teleológico. El gasto sanitario, como cual-
quier otro, debía efectuarse de acuerdo con las leyes de la racionalidad econó-
mica. Todo lo demás era puro despilfarro, que no podía conducir más que al
desastre.
Este ritmo de crecimiento, por más que pueda parecerlo, no tiene nada
de sorprendente, dado que en nuestro siglo la salud ha pasado de comportar-
se como un bien de producción a ser un bien de consumo. En 1857 un estadís-
tico alemán, Ernst Engel, formuló tres leyes sobre la evolución del consumo.
Son éstas: Primera: la parte de los gastos alimentarios en el presupuesto fami-
liar disminuye según aumentan los ingresos. Así, los gastos alimentarios re-
presentaban en Francia, en 1950, el 64,2% del presupuesto familiar, en tanto
que en 1970 era el 27,9%, en 1976 el 25,9% y se esperaba que en 1985 fuera
del 16,7%. Segunda: El porcentaje del presupuesto destinado a la compra de
bienes de confort (ropas, muebles, alquileres, etc.) tiende a permanecer esta-
ble. Estos gastos evolucionan proporcionalmente a los ingresos. Así, en Fran-
cia suponían el 27,1 por 100 del presupuesto familiar en 1950, en 1960 et
170
29,4% Y e131% en 1970 y 1975. Se esperaba que estuvieran en torno al 30%
en 1985. Tercera ley: La parte del presupuesto destinada a los servicios, a los
bienes culturales y al ocio (higiene y salud, cultura, enseñanza, vacaciones,
transportes, comunicaciones y telecomunicaciones, seguros, etc.), tiende a
crecer a medida que aumentan los ingresos. En la Francia de 1950 estos gas-
tos eran el 26,7% del total, en 1960 el 34,5%, en 1970 el 41,1%, en 1975 el
43,2%, y se esperaba que en 1985 fuera el 52,8%23.
23 Cf. Gracia. Diego. «Medicina Social", Avances del Saber, Barcelona, Labor, 1984, p. 200.
24 Cf. Morreim E. Haavi. "Cose Containrnent: Issues of Moral Conflict and Justice for
Physicians», Theoretical Medicine 6 (3): 257, 1985.
171
mayor, lo que ha contribuido muy sustancialmente a la «explosión de costes».
y vuelve de nuevo la pregunta: éhay obligación de justicia en atender con
todos los recursos a todos esos enfermos? ¿Hasta dónde debe tratárselos? ¿A
partir de qué punto la obligación deja de ser perfecta (o de justicia) para
convertirse en imperfecta o de caridad?
Para los economistas y gestores sanitarios estas preguntas tienen una con-
testación relativamente clara. La explosión de costos sólo puede pararse me-
diante la «contención de costos». Y esta ha de hacerse de acuerdo con los
criterios de la racionalidad económica. Lo cual significa que la justicia distri-
butiva debe regirse siempre por la proporción coste/beneficio, de tal modo
que nunca hay obligación de hacer en justicia algo «irracional" (entendiendo
aquí por racionalidad la económica). Lo justo se identifica con lo económica-
mente óptimo. Esto significa varias cosas. Primera, que por más que los recur-
sos sanitarios sean «limitados» (siempre lo serán, toda vez que el consumo
sanitario es ilimitado), no es justo desviar financiación de otras partidas del
presupuesto a la sanidad, si la relación coste/beneficio es mejor en esos otros
campos que en el sanitario. ASÍ, por ejemplo, la educación o la política de
vivienda pueden presentar una relación coste/beneficio superior, en cuyo caso
lo justo es invertir el dinero en esos campos. Segundo, que dentro del ámbito
sanitario los limitados recursos que se poseen deben destinarse a las activida-
des que con un menor coste produzcan un mayor beneficio en salud. Por ejem-
plo, si hay que elegir entre una campaña de vacunación o realizar un trasplan-
te cardíaco, no hay duda de que la relación coste/beneficio exige conceder
prioridad al primer programa, por más que ello traiga como consecuencia el
perjuicio y hasta la muerte de algunas personas. Tercera, hay prestaciones y
servicios sanitarios que no pueden ser exigidos en justicia, dada su baja rela-
ción coste/beneficio. Tal sucedía hasta hace muy poco con los trasplantes de
corazón, pulmón e hígado, y tal parece ser el caso de las muertes cerebrales,
los estados vegetativos permanentes, etc.
2S Ci., ~de~ás del artículo citado en la nota anterior, los siguientes: «Stratifiéd Scarcity and
Unfair Liability». Case Wesrern Reserve Law Review 36 (4). 1033·57, 1986; «cosr Containment
172
mime, la viva discusión de estos últimos años en tomo a los límites del deber
de justicia de las jóvenes generaciones con los ancianos".
Pero con esto no se resuelven todos los problemas. Queda por decidir, en
efecto, si la racionalidad económica tiene que cohonestarse con la propia de
los principios de la justicia, o si por el contrario debe suplantarla, de modo
que quede como criterio único el de utilidad. Cuando sucede esto último es
decir, cuando el momento consecuencialista se absolutiza hasta convertirse en
el único capaz de definir una acción como justa o injusta, entonces tenemos
una nueva teoría de la justicia, la utilitarista, tan usual en nuestra cultura
desde los tiempos de Jeremy Bentham. En sus Fragmentos sobre el gobierno,
Bentham estableció que el objetivo de cualquier gobernante no puede ser otro
que el logro de la máxima felicidad de sus súbditos. Y para ello no tiene más
remedio que regirse por el principio: "la mayor felicidad del mayor número es
la medida de lo justo y de lo injusto-". No puede haber otro criterio de justicia
distributiva más que éste. Ni las leyes, ni los derechos, ni la obediencia pue-
den tener otro fundamento ni otros límites que los que otorga la utilidad. Así
lo han entendido desde hace varios siglos los políticos, y tal es la razón de que
l~ .economía se haya convertido en la racionalidad propia de la actividad po-
lítica. En tanto que gestor de la cosa pública, al político se le exige lograr el
máximo beneficio con el mínimo costo, es decir, optimizar la utilidad. Esto es
hoy de una importancia suma en medicina, dado que la sanidad se ha conver-
tido en una cuestión pública, política. Ahora bien, édebe regirse la política
sanitaria única y exclusivamente por criterios de utilidad económica? ¿No es
tan injusto «rechazar" la dimensión utilitaria y consecuencialista de la sani-
dad como «absolutizarla»? ¿La justicia sanitaria es «sólo" consecuencialista o
es «también" consecuencialista? Es el último punto que hemos de abordar.
and the Standard of Medical Care». California Law Review 75 (S): 1719·63, 1987; «Clinícians
or Cornmíttees-who Should Cut Costs?». Hastings Cenrer Report 17 (2): 45, 1987; «Cost
Constraints as a Malpractice Defense», Hostings Center Repore 18 (1): S-10, 1988; «Cost
Containment: Challanging Fidelity and Justice». Hastings Cenrer Repare 18 (6): 20·25 1988.
26 La bibliografía sobre este tema es hoy muy abundante. Cf., entre otros, los siguientes
trabaJOS.:Olson, L. et al., The Elderly and the Future Economy, Lexington, MA., D.e. Heath,
1981; Pifer, A. and Bronte, L. Our Aging Society ; New York,Norton, 1986; Calla han, Daniel.
Setting Limir.s: Medical Goals in an Aging Sotieey, New York, Simon and Schuster, 1987; Daniels,
Norman. Am 1 My Parenrs'Keeper? An Essay on Justice Berween the Young and the O/d, New
York, Oxford Universiry Press, 1988; Daniels, Norman, ed., «Justice Berween Generations
and Health Care for the Elderly», The Journa/ of Medicine and Philosophy. 13 (1): 5·116'
1988. '
27 Bentharn, Jeremy. Fragmentos sobre e/ gobierno, trad. Julián Larios Ramos, Madrid, Sarpe,
1985, p. 26.
173
l
I CONCLUSIÓN: LOS DOS MOMENTOS DE LA JUSTICIA SANITARIA
174
peto al principio de veracidad son, en ese caso concreto, mucho peores que las
esperadas caso de respetar el principio de no-maleficencia. Lo que hacemos,
pues, es utilizar las consecuencias como criterio de ordenación jerárquica de
los principios. Esto nos lleva a decidir que en esa situación el principio de no-
maleficencia tiene rango superior al de veracidad. Generalizando este modo
de proceder, se llega a conclusiones muy parecidas a las propuestas hace ya
medio siglo por David Ross. Según ellas, los principios deontológicos (p.e.,
todos y cada uno de los derechos humanos, tanto los civiles y políticos como
los económicos, sociales y culturales), pueden considerarse como «deberes
prima facie». Cuando estos deberes primarios no entran entre sí en conflicto
entonces obligan moralmente, y por tanto tienen también el carácter de «de:
beres reales y efectivos» (actual áuiiesi. Pero cuando dos o más de ellos resul-
tan incompatibles en una situación concreta, de modo que el respeto de uno
obligue a la lesión de otro, entonces es preciso ordenarlos jerárquicamente.
Esto puede hacerse de varias maneras. Hay veces que cabe establecer el orden
entre ellos por criterios meramente deontológicos; así, los derechos civiles se
suelen considerar de rango superior al de los sociales. Pero esos casos son los
menos. Por lo general, para establecer un orden jerárquico correcto es preciso
tener en cuenta las razones llamadas teleológicas, es decir, las consecuencias
de los distintos actos posibles, Este es el lugar preciso del segundo momento
de la teoría de la justicia, la jerarquización de los principios deontológicos, lo
que permite la resolución de los conflictos entre principios y la conversión de
los «deberes prima facie» o primarios en «deberes reales y efectivos».
175
•
28 «The Hastings Center, Appendix D: Values, Ethics, and CBA in Health Can,;,. En: Offic~oI
Technology Assessment, The Implications of Cost-Effeaiveness Analysis of Medical Technology,
Washington, U.S. Government Printing Office, 1980, p. 175.
176
9
ÉTICA DE LA EFICIENCIA
l. ÉTICA Y ECONOMÍA
177
recursos sin más no tienen valor económico alguno. El valor económico sólo
aparece cuando el ser humano es capaz de convertir los recursos naturales en
«posibilidades» de vida. De hecho, ese recurso que llamamos petróleo sólo se
ha convertido en posibilidad de vida en un cierto momento de la historia de la
humanidad, .cuando la inteligencia fue capaz de poner a punto el motor d~
explosión. Entonces es cuando el recurso tomó la forma de posibilidad de vida'.
Yeso es lo que constituye la «riqueza», el conjunto de posibilidades positivas
de vida que posee un individuo o una sociedad.
Todo eso significa que además de los recursos tiene que haber otros factó-
res necesarios para la generación de posibilidades de vida, y por tanto defi:
queza. El más importante de ellos es el «trabajo», como muy agudamente lb
dejó dicho Adarn Smith en las primeras líneas de su Investigación sobre la natu-
raleza y causas de la riqueza de las naciones (1776)2. El trabajo es necesario
para convertir los recursos en posibilidades, y en tanto que tal es riqueza, o uri
factor de riqueza. La riqueza no consiste sólo en recursos, sino también en
trabajo. El trabajo «añade» valor a los recursos, al transformarlos en posibili-
dades. Eso es lo que se conoce en la literatura económica con el nombre de
«valor añadido». Hay naciones pobres en recursos o materias primas, pero
ricas en valor añadido, porque saben transformar a través del trabajo recursos
en posibilidades de vida. En eso consistió toda la revolución industrial, en'Jé!
descubrimiento de un nuevo modo o una nueva capacidad de transformar los
recursos en posibilidades mediante el trabajo. Yeso es lo que hizo ricos alb§
países europeos, a pesar de su escasez de recursos. El llamado Primer Mundo
ha sido rico en trabajo generador de gran valor añadido, y el Tercer Mun~o
rico en materias primas. ' '
178
/
50S como al trabajo. Las materias primas tienen valor porque son base de posi-
bilidades, y el trabajo añade valor porque convierte los recursos en posibilida-
des. El valor es una creación humana, no lo tienen las cosas por sí, de modo
natural. El hombre valora las cosas mucho o poco, en más o en menos, las
aprecia diferencialmenre. De ahí que la valoración sea escalar, y pueda cuanti-
ficarse. Esa cuantificación es el dinero. Porque todo es objeto de aprecio o
desprecio, de más o menos aprecio o de más o menos desprecio, según las
posibilidades de vida que genere, las cosas tienen precio. Y la medida de ese
precio es el dinero.
Era importante recordar estos conceptos básicos, para advertir que la eco-
nomía es una estricta creación humana, es un puro proceso de posibilitación.
Ahora bien, en eso consiste la ética, en la promoción de las posibilidades posi-
tivas de vida y la evitación de las negativas. Eso en el ser humano es nada
menos que una exigencia, un deber moral. De ahí que la economía haya care-
cido tradicionalmente de horizonte desligada de la ética. Sólo a partir del po-
sitivismo se ha querido hacer de ella una pura «técnica», y por tanto un saber
más relacionado con la téchne aristotélica que con la phrónesis. Convertida en
pura técnica, la economía sería un típico saber value-free, y no value-laden,
como habían querido los clásicos. Pero no hay más que asomarse a la actual
literatura sobre ética económica y empresarial, para advertir que ese espejis-
mo no ha durado mucho. Hoy todo el mundo está convencido, como no podía
ser menos, que la economía es value-laden, y en tanto que tal una actividad
directamente relacionada con la ética. Lejos de constituirse en canon de orto-
doxia, la tesis positivista tiene que verse como lo que es, una pura excepción
plagada de inconsistencia, una gota en el mar, algo extraño a la propia tradi-
ción de la economía; si se quiere, pura heterodoxia.
n. EL PROBLEMA DE LA EFICIENCIA
179
iniciales influyen factores que no son sólo tangibles, como los recursos dispo-
nibles, sino también íntangibles, subjetivos, como pueden ser los deseos y pre-
ferencias de' los sujetos; por tanto, sus valores. La economía es consciente de
ello, pero piensa que la técnica económica comienza cuando, una vez defini-
das esas condiciones iniciales, se pone en marcha la maquinaria que tiene por
objetó lograr el máximo rendimiento o la máxima eficiencia del proceso. La
función de la economía es maxímízar, no definir las condiciones iniciales, y
menos valorar. Los valores son fines, en tanto que la economía se concreta al
puro manejo de medios.
180
personas (al menos una). Por tanto, una distribución se considera eficiente si
no existe una redistribución de los bienes que mejore las circunstancias de al
menos uno de los individuos sin que otro resulte perjudicado",
A partir de aquí, cabe decir que hay, cuando menos, dos maneras de dis-
tribuir recursos, que con ciertos autores cabe denominar «utilitarista» y
«rawlsiana». La primera es aquella para la que la distribución de los recursos
debe hacerse de acuerdo con el «criterio de eficiencia»: los recursos deben
utilizarse en aquellos que más puedan beneficiarse de ellos. La segunda teoría,
por el contrario, piensa que los recursos deben distribuirse de acuerdo con el
«criterio de equidad", de forma lleguen a todos por igual, o que en caso de
desigualdad tengan preferencia aquellos que más los necesitan, es decir, los
más desfavorecidos.
La tesis hoy más aceptada es que ambos criterios son necesarios; más
aún, que resultan de algún modo complementarios. La distribución de bienes
realizada con un criterio exclusivamente equitativo, que desatienda completa-
mente el principio de eficiencia, llevaría a situaciones paradójicas e insostenibles.
El principio de equidad solo, incrementa desmesuradamente los gastos y con
ello la ineficiencia. Por el contrario, si los bienes se distribuyen atendiendo
sólo a la eficiencia del gasto, es seguro que se producirán inequidades y discri-
minaciones absolutamente inaceptables.
¿Hay salida a esta antinomia? Parece que sí. Para ello no hace falta más
que definir con más precisión el concepto de eficiencia. En contra de lo que
pudiera parecer, la eficiencia no es un concepto unívoco. El economista tiende
a considerar la eficiencia siempre en términos colectivos, como el logro del
máximo rendimiento de todos, aunque no necesariamente de cada uno. Se
trata de la eficiencia colectiva definida de acuerdo con el principio de «genera-
3 Sigo la definición dada por John Rawls, Teoría de la justicia , Madrid, FCE, 1978, p. 89.
4 Rawls, John. Op. cit., p. 90.
181
lización». Este principio busca la eficiencia del conjunto, es decir, de la mayo-
ría, aunque no necesariamente de todos y cada uno. Bentharn expresó muy
claramen~e esta idea cuando afirmó que «el mayor bien para el mayor número
es la medida de lo justo y de lo injustos". No se trata del mayor bien de todos
y cada uno, sino el mayor bien del mayor número. Todos es aquí, por tanto,
todos en general, pero no todos y cada uno. No es un misterio que el utilitaris-
mo clásico ha defendido siempre esta postura, y que ella es también la más
usual entre los economistas. .:
182
del principio de justicia, el principio de universalización es irrenunciable. Pero
hay otros bienes que no son socialmente primarios, aunque sí pueden ser sub-
jetiva o individualmente primarios. Estos bienes quedan siempre a la gestión
privada de las personas. No se rigen por el principio ético de justicia social,
sino por otro principio, que en bioética se llama de beneficencia. Para mí pue-
de resultar gratificante fumar un cigarrillo, y para otro ir al cine. Es muy pro-
bable que cada uno considere el gasto del otro por completo ineficiente. En
cualquier caso, en las cuestiones de gestión privada la eficiencia se mide siem-
pre privadamente, a partir del sistema de valores de la persona o personas que
hacen el juicio de eficiencia. Aquí, pues, no tiene cabida el principio de univer-
salización, como tampoco el de generalización. Lo único que cabe universali-
zar en este área es el respeto a la diversidad de códigos de valor y de criterios
de maximización de beneficios. Tal es el fundamento de la teoría económica
del libre mercado.
Con lo cual llegamos a una conclusión que, cuando menos, resulta curio-
sa. Se trata de que la vida humana, y la propia vida económica, se hallan
montadas sobre la ineficiencia, si la eficiencia se entiende en sentido colectivo
o social. Para evitar esta aparente paradoja, lo mejor que cabe hacer es distin-
guir dos tipos de eficiencia, una privada y otra pública, y afirmar que la prime-
ra parte del sistema de valores propio de cada persona, de tal modo que es ésta
la que tiene que optimizar sus decisiones. La segunda, por el contrario, busca
optimizar las decisiones sociales o comunes. En estas últimas es en las que el
principio de universalización resulta irrenunciable. Generalizar la eficiencia
. social al conjunto de las actividades humanas sería tan erróneo como absolutizar
la eficiencia individual. Aquí, como en tantos otros campos, el equilibrio está
en un cierto punto intermedio. Marx se equivocó, porque la eficiencia social
generalizada resulta ineficiente. Y Adam Smith también, cuando creyó que las
ineficiencias del libre mercado generan como por una mano invisible la máxi-
ma eficiencia social posible. Eficiencia e ineficiencia son términos correlativos;
ninguno puede anular al otro. Toda una paradoja, pero no por ello menos
cierta.
183
..,
sanitaria es un bien de cambio. En el primer caso, el paciente es soberano, por-
que es el único que puede dar un valor (de uso) al estado de salud. Sólo en el
segundo nivel, el de la asistencia sanitaria, que tiene valor de cambio, tiene
sentido hablar de coste de oportunidad. Esta distinción y sus consecuencias son
'fundamentales, dicen los citados autores, para toda discusión de la economía
en el sector de la asistencia sanitaria".
rv ÉTICA DE LA EFICIENCIA
7 Mooney, Gavin and McGuire, Alistair. «Econornics and medical ethics in health care: ~
econorníc viewpoint», in: Mooney, Gavin and McGuire, Alistair. Medical Ethics and Economics
in HealthCare, Oxford, Oxford Medical Publications, 1988, p. 7.
184
constituye, evidentemente, una obligación moral, relacionada con el principio
de justicia. Es evidente que todos tenemos la obligación de optimizar los recur-
sos, sacando de ellos el máximo beneficio posible. Se trata de una obligación
de justicia, dado que los recursos son siempre, y por definición, limitados. No
optimizar los recursos supone beneficiar a unos en perjuicio de otros. Y esto,
como veremos inmediatamente, es injusto.
185
definicion de lo justo. Lo justo hay que definirlo conforme al criterio de equi-
dad, no por el de eficiencia.
Por tanto, cabe concluir que en el.orden público, el propio de los bienes
sociales primarios, debe primar el principio de equidad sobre el de eficiencia.
Así deben determinarse los contenidos de los principios éticos de no-maleficencia
y de justicia. En este nivel el criterio prioritario no debe ser el de eficiencia sino
el de efectividad.
186
Afortunadamente, se está dando una convergencia importante hacia esta
actitud intermedia. De una parte, la ética médica ha abandonado su indivi-
dualismo clásico, y presta cada vez más interés a los problemas de eficiencia y
de equidad. Y de otra, la economía, que tradicionalmente se consideraba una
'pura técnica al servicio de la máxima eficiencia, sin atender a las cuestiones de
valor, cada vez introduce más los valores en sus consideraciones. La teoría de
la eficiencia no puede desligarse de las cuestiones de valor. Lo correcto no es
buscar la eficiencia máxima posible, aquella que ahorre más gasto en términos
absolutos, sino buscar el máximo ahorro una vez establecidos con claridad los
valores y los bienes que se consideran importantes. En conclusión, pues, cabe
decir que la eficiencia económica ha de estar al servicio de los valores y de los
bienes, y no al revés.
187
,-,
10
¿LIMITACIÓN DE PRESTACIONES SANITARIAS?
INTRODUCCION
I. LO PÚBLICO Y LO PRIVADO
189
básica. Esta promoción se hace mediante la formulación y el establecimiento
de otros derechos humanos, conocidos con el nombre de derechos económi-
cos, sociales y culturales. Estos se diferencian de los anteriores en que tienen
por sujeto al Estado, y en que además no son derechos negativos o de protec-
ción, sino positivos o de promoción. La función del Estado es la justicia. Si en
un sentido justicia significa protección de la privacidad de las personas median-
te los derechos civiles y políticos, en otro sentido justicia significa promoción de
la igualdad de oportunidades o de la equidad mediante los derechos económi-
cos sociales y culturales.
190
III. LOS DEBERES SANITARIOS PÚBLICOS
Conviene tener esto muy en cuenta, pues se puede dar la paradoja de que
un mismo sujeto proteste por la limitación de prestaciones, y a la vez rechace
el incremento del nivel impositivo o el incremento del porcentaje de PIB dedi-
cado a sanidad, que como saben ustedes en España está en torno al 6%, y que
por ejemplo en Estados Unidos está prácticamente en el doble.
191
muy en cuenta. Una sociedad invertebrada dará lugar siempre a un Estado
invertebrado.
192
de la sanidad debe ser en lo posible privada. Lo demás se saldará siempre con
tremendos costes de ineficiencia e ineficacia.
50 En principio cabe decir que el Estado puede, debe y tiene que limitar
siempre aquello que, en primer lugar, no sea «eficaz» (es decir, que ni en con-
diciones ideales tenga la propiedad que se dice que tiene), que no sea «efecti-
va» (es decir, que no tenga eficacia en condiciones reales, y no en las condicio-
nes ideales o experimentales en que se mide la eficacia pura), y que no sea
«eficiente» (es decir, que no tenga una relación óptima respecto del precio). La
ineficacia, la ineficiencia y la inefectividad son siempre injustas e inmorales, y
el Estado no puede, pues, asumirlas en virtud del principio de justicia. La limi-
tación de prestaciones en virtud de su ineficacia, su ineficiencia y su inefectivídad
no sólo puede hacerla el Estado, sino que tiene obligación imperiosa de hacer-
la. Un Estado que no hiciera esto sería rigurosamente injusto.
193
7° El conflicto que hoy tenemos planteado es el de un Estado que quiere
ser algo más eficaz, eficiente y efectivo, y una sociedad que en el área sanitaria
exige con frecuencia actuaciones ineficaces, ineficientes e inefectivas. De ahí
la importancia de «educar» a la sociedad en el «uso racional» de los productos
sanitarios, como por ejemplo los medicamentos. Sin que la sociedad se con-
venza de la importancia del «uso racional» de la sanidad, no será posible con-
seguir altas cotas de eficacia, eficiencia y efectividad.
194