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DIEGO GRACIA
,
FUNDAMENTACION IW
YENSENANZA
DE LA BIOÉTICA
B:lITOFIAL
EL BUHO
DlEGO GRACIA
Diagramación e impresión;
EDITORIAL CÓDICE LTDA.
Cra. 15 N° 53-86 Int. 1
Tels.: 2494992 - 2177010
Bogotá, D. C. - Colombia
casaeditorial@etb.net.co
CONTENIDO
Pág.
Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
3
4. ÉTICA Y GESTIÓN DEL CUERPO . 79
Introducción . 79
1. La lógica del valor . 80
Il. Los modos de gestión de los valores . 85
5. CUESTIÓN DE PRINCIPIOS . 89
Introducción . 89
1. ¿Son los cuatro principios de la bioética primafacie del mis-
mo nivel? . 91
n. ¿Son principios absolutos o relativos? . , . 100
III. ¿Los principios son teleológicos o deontológicos? . 109
Balance provisional. . 113
4
11, LA ENSEÑANZA DE LA ÉTICA MÉDICA , ,, 175
1. Enseñar y aprender .. , .. , , . , . , . , .. , .. 175
11. Conocimientos, habilidades, actitudes , . 176
111. El desarrollo de las actitudes ,, , ,., . 177
IV. Vocación y ética, , .. , , , . , . , . , .. 178
V. La formación ética pregraduada: ética básica, ética clínica,
ética profesional. , , .. , , , , .. , . 179
VI. La formación ética posgraduada. ,, . 181
l. La formación ética del médico especialista , .. 181
2. La formación especializada en ética médica , .. 181
3. El doctorado en ética médica , . 182
VII. La formación continuada , , , .. 183
Conclusión. , , ,, , , . 183
5
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PRÓLOGO
Hace ahora diez años, en 1989, publiqué un grueso libro titulado Funda-
mentos de bioética. En el prólogo lo presentaba como primer volumen de un
Tratado de bioética médica, cuyo segundo tomo llevaría por título Bioética clíni-
ca. Han pasado los años y ese segundo volumen no ha visto la luz. La primera
parte de lo que había de ser su contenido, apareció publicado en forma de
libro el año 1991, con el título Procedimientos de decisión en ética clínica. Pero
después la serie se interrumpió; entre otras razones porque la editorial Eudema,
que yo, modestamente, contribuí a fundar, hubo de suspender sus actividades.
También contribuyeron otras razones. La primera, muy importante, era la mis-
ma amplitud y dificultad del empeño. Los problemas éticos planteados por la
medicina actual son tantos y tan complejos, que resulta difícil tratar todos con
suficiencia. Por eso inicié su abordaje sectorial, en forma de artículos sueltos.
Aún quedan muchos temas por tratar, pero si ahora, diez años después de
iniciado el proceso, se reúnen todos esos trabajos en cuatro volúmenes, el re-
sultado es un panorama muy completo de la bioética médica, tanto en su di-
mensión fundamental como en la clínica o aplicada.
Todos estos trabajos tienen un enfoque común, que les dota de unidad.
Ese enfoque hunde sus raíces, como no podía ser menos, en las propias convic-
ciones filosóficas de su autor. Como en otros libros míos; en éste es patente la
influencia directa del pensamiento filosófico de Xavier Zubiri. El pensamiento
de Zubiri es, a la vez, actual y clásico. Es actual, porque parte de la crisis de la
razón operada en la segunda mitad del siglo XIX, y por tanto se aleja de todo
racionalismo, tanto realista como idealista. Zubiri es consciente, como todo
filósofo que quiera pensar hoya la altura de su tiempo, de que la razón no
puede damos la realidad tal como ella es en sí. Esto dificulta enormente cual-
quier intento de elaborar una metafísica. Pero no lo impide de raíz. La metafí-
sica es posible, pero desde luego ésta ya no podrá ser igual a la de épocas
anteriores. Hacer metafísica a la altura de los tiempos, ésta ha sido la gran
lección, y en eso consiste el gran legado de Zubiri al pensamiento filosófico del
siglo XX, y sobre todo a la cultura que habla, piensa y escribe en español.
Además de actual, Zubiri es un clásico. Y es un clásico de la filosofía porque ha
hecho, y de qué modo, filosofía primera,metafísica.
7
Toda metafísica conlleva una ética. Y mi opinión es que desde la metafísi-
ca de Zubiri es posible elaborar una ética que sirva para enfocar con rigor y
originalidad los problemas que plantea la vida humana en cualquiera de sus
facetas. La fundamentación de la ética que yo he propuesto en otros libros y
que describo en algunos de los artículos incluídos aquí, está pensada y elabo-
rada en esa dirección. Hoy la suelo denominar "ética de la responsabilidad",
título que en mi opinión responde bastante bien a las exigencias que ha de
cumplir cualquier ética que se desarrolle a la altura del siglo XX. El término,
como es bien sabido, cobró carta de naturaleza en 1919, por obra de Max
Weber, y sirve para definir con gran precisión algunas de las. características
fundamentales de cualquier ética verdaderamente actual. Las éticas del siglo
XX suelen ser éticas de la responsabilidad, y la de Zubiri, concretamente, lo es.
Al menos así he creído verlo yo, y en esa dirección es en la que he intentado
hacer fecundos sus planteamientos.
. Pues bien, los trabajos que aquí se publican son buena muestra de que en
el enfoque de los problemas éticos, bioéticos, he intentado llevar este lema
adelante, hasta sus últimas conscecuencias. Si alguna peculiaridad tienen es-
tos trabajos, es estar enfocados siempre en perspectiva histórica. No se trata de
un prurito culturalista, ni de afán de erudición. Se trata de una estricta necesi-
dad intelectual. Es un error querer enfocar los problemas éticos sólo desde
categorías lógicas. Eso no puede conducir más que al fracaso. En este punto,
me confieso seguidor y discípulo del otro gran maestro que ha decidido mi
vida intelectual, Pedro Laín Entralgo. Su gran saber histórico, y sobre todo su
?ran lección metódica, el abordaje a la vez histórico y teórico de los problemas
intelectuales, está en la base de todos mis planteamientos. Sin su magisterio
diario a lo largo de estos últimos veinte años, mi propia labor intelectual hu-
biera sido imposible.
Una vez confesada mi deuda con mis dos maestros, Zubiri y Laín, quiero
eximirles de cualquier tipo de responsabilidad. Una de las lecciones que me ha
enseñado la vida es que los verdaderos pensadores, los maestros del pensa-
miento nunca coartan la originalidad propia, sino que más bien la posibilitan.
El gran maestro siempre ayuda a pensar, a crear, y en consecuencia a ir más
allá de él. Por tanto, ninguna cosa más alejada de este magisterio que la sumi-
sión servil o la verbosidad repetitiva y escolástica. Mi experiencia me demues-
tra que los grandes maestros se diferencian de los pequeños en que los prime-
ros ayudan a pensar, a crear, y por tanto a ir más allá de ellos, en tanto que los
segundos tienen que basar su ascendiente en criterios de autoridad. Los textos
que .aquí se publican son buena prueba de cómo se puede ir, zubiriana y
lainianamente, más allá de Zubiri y de Laín. Ni uno ni otro tuvieron una gran
dedicación a la ética. Pienso, sin embargo, que sus planteamientos son de una
gran fecundidad en ese campo. Pero, evidentemente, la responsabilidad de esa
prolongación es sólo mía.
Los textos aquí reunidos son siempre respuesta a peticiones surgidas des-
de la sociedad, y más concretamente desde sus instituciones médicas y univer-
sitarias. La iniciativa ha venido prácticamente siempre de fuera. Por eso son
textos vivos. No obedecen a un plan preestablecido, ni han sido pensados more
geometrico. Desde un punto de vista, esto es una dificultad. Hay redundancias,
y hay también lagunas. Pero desde otra es una indudable ventaja, ya que late'
. en ellos algo de la vida palpitante que les hizo surgir. Lo que se pierde en
academicismo se gana en vida.
De ahí que haya decidido agruparlos bajo el título general de Ética y vida.
Cuando Van Rensselaer Potter decidió crear el neologismo "bioética" lo hizo
dijo él y relato yo el1 alguno de los artículos reunidos en este libro, uniendo do~
raíces griegas, bios, para designar el gran progreso operado en las últimas
décadas en el ámbito de las llamadas ciencias de la vida, Ecología, Biología,
Medicina, etc., y éthos como la raíz más adecuada para designar la ciencia del
respeto de los valores implicados en los conflictos de la vida. Compaginar cien-
cia y vida, no evitando que haya conflictos, pues eso resulta imposible, sino
promoviendo-lo que cada vez me gusta más llamar "visión responsable". Uno
de los grandes de la bioética, Albert Jonsen, suele apelar a lo que él denomina
9
moral vis ion. Mi tesis es que eso, aquí y ahora, debe llamarse "visión respon-
sable".
A propósito de los temas que componen este volumen, hace una década
que, en el "Prólogo" a mi obra Fundamentos de bioéiioa, escribí lo siguiente,
que hoy ratifico: "El principio de que aquí se parte es que las decisiones mora-
les no son más fáciles de tomar que las puramente diagnósticas o terapéuticas.
Como en éstas, se necesita de sólidos fundamentos y amplia práctica. La prác-
tica que no se fundamenta en una sólida investigación de los fundamentos
teóricos no merece ninguna confianza. El tomar decisiones morales meramen-
te tácticas, sin una rigurosa referencia a los fundamentos merece un nombre
casi insultante decisionismo. Hay que aprender a tomar decisiones morales sin
caer en el decisionismo. Para nadie que quiera aprender a tomar decisiones, el
estudio de los temas de fundamentación será tiempo perdido; todo lo contra-
rio, le evitará la comisión de muchos errores graves". Si el "aprendizaje" de la
toma de decisiones es posible y necesario, y si también lo es el «estudio» de los
fundamentos de las mismas, será igualmente posible y necesaria la enseñanza
de la bioética. ¿De qué modo; en qué forma? Éstos son, pues, los dos grandes
temas, fundamentación y enseñanza, que trataremos en Estudios de Bioética 1.
Surgidos de una actividad docente muy amplia y desde luego nada aca-
démica, es decir, más preocupada por dar respuesta responsable a los proble-
mas de la realidad que por guardar las formas o exhibir erudición, estos volú-
menes tienen la pretensión de continuar el diálogo más allá del reducido nú-
mero de personas para el que fueron escritos, en busca de una visión responsa-
ble. Si 10 conseguirán o no, es cosa que habrá que dejar al futuro. De mí sé
decir que con esa intención, la de dar pie a un diálogo responsable, los he
escrito y con ella también los embarco en esta nueva singladura. Mi mayor
aspiración es que pudieran llevar a alguien a decir algún día, QO sé en qué
recóndito lugar, que le habían llevado a cambiar de vida, a vivir un poco mejor
o a ser algo más responsable. A mí me ayudaron de esos tres modos por el
mero hecho de escribirlos.
10
1
PLANTEAMIENTO GENERAL DE LA BIOÉTlCA
INTRODUCCIÓN
11
genética de las conductas altruistas y éticas. Así se explica que al término bioética
se haya opuesto, cada vez con mayor insistencia, el alternativo de «ética
biomédica», donde queda bien claro el valor sustantivo del término ética, y el
carácter meramente adjetivo que se conceden a la biología y a la medicina.
Hay cuando menos dos tipos ..de razones que explican el nacimiento y
desarrollo de la bioética en el curso de las 'dos últimas décadas. Uno primero lo
constit~yen los avances acaecidos en el campo de la biología molecular y de la
ecología humana, y la creciente preocupación por el futuro de la vida sobre
nuestro planeta. Otro, la profunda transformación operada en el ámbito de la
medicina en los últimos cinco lustras, Los analizaremos sucesivamente,
Pero no acaban aquí las semejanzas. Esas dos series de portentosos descu-
brimientos han ido acompañadas de sendos terribles peligros, capaces de aca-
bar con la vida sobre el planeta. Uno, el peligro nuclear, nos es bien conocido
tras todo lo que sobre él se ha dicho y escrito en los últimos cincuenta años,
Otro, el peligro ecológico, ha empezado a cobrar importancia social a partir de
los años 70, Para comprobar esto último no hay más que recordar tres presti-
giosos informes. Uno, el que en 1972 publicó el Club de Roma, y que lleva por
12
título The umits of growth, El segundo es el Informe 2000, elaborado durante la
presidencia de Jimmy Carter. El tercero, en fin, es el que, con el título de Our
Common Fuwre, hizo público en 1987 la Comisión Mundial del Medio Am-
biente y del Desarrollo, dependiente de las Naciones Unidas. Todos llegan a la
misma conclusión: que el crecimiento tiene límites, traspasados los cuales se
pone en grave peligro el futuro de la vida sobre el planeta, y que, por tanto, el
desarrollo económico no sólo no va necesariamente acompañado de aumento
de la calidad de vida, sino que, muy al contrario, el agotamiento de las mate-
rias primas, la contaminación de los mares, la destrucción de los bosques, la
alteración de la atmósfera, etc. pueden disminuir drásticamente la calidad de
vida de los hombres en las próximas generaciones y comprometen seriamente
la viabilidad de la especie humana en un futuro no muy lejano.
2. La revolución médico-sanitaria
13
Las razones de este cambio son de tres tipos. En primer lugar, la mayor
autonomía y capacidad dé decisión del enfermo; en segundo, las profundas
traiisfbrrnaciones tecnológicas de la práctica médica; y en tercero, el modo
como los poderes públicos, en particular el Estado, han diseñado y gestionado
la política sanitaria.
Aún hay que decir algo más, y es que los hipocráticos dieron una interpre-
tación peculiar del principio de beneficencia, que hoy suele conocerse con el
nombre de «paternalista». Por parernalismo se entiende el beneficentismo
«duro", es decir, el hecho de hacer el bien a otro aun en contra de su voluntad
y en cualquier caso sin contar con ella. El paternalismo consiste en tratar al
enfermo del mismo modo que el padre trata al hijo pequeño. La razón última
de ello ha estado en la creencia, común a todos los griegos y en general a todos
los hombres occidentales, de que el enfermo es no sólo un inválido o incapaz
biológico sino también moral. La enfermedad, dicen los textos clásicos con
elevada frecuencia, produce dolor, y el dolor enturbia la mente y hace difícil el
juicio recto y prudente. Ni el placer ni el dolor son buenos consejeros morales.
De ahí que al enfermo haya que tratarlo no sólo como un ser necesitado de
ayuda física, sino también moral. Es el médico quien tiene que decidir por el
enfermo. La relación médico-enfermo ha de tener, pues, carácter vertical y
asimétrico. En ella el médico, como el padre, ha de estar arriba y mandar, en
tanto que el enfermo debe colocarse en la posición de hijo, que está debajo y
obedece. Recuérdese lo que hasta prácticamente nuestros días se ha venido
entendiendo por "buen enfermo», y se verá cómo coincide con aquél que acep-
ta sumiso y de buen grado este rol infantil y pasivo.
14
Por eso hoy el médico ya no puede decidir por sus enfermos, ni establecer con
ellos relaciones de tipo vertical y parernalista. El enfermo es, mientras no se
demuestre lo contrario, un ser adulto y responsable que, salvo excepciones,
debe tomar las decisiones sobre su enfermedad. De ahí que el derecho máximo
de los nuevos códigos de los enfermos sea el que se conoce con el nombre de
"derecho al consentimiento informado". En la relación médico-enfermo el
médico tiene la información, pero el enfermo es el depositario de la capacidad
de decisión, del consentimiento. Decidiendo, consintiendo, el enfermo sigue
actuando como persona adulta y responsable. La función del médico no es
expropiar al enfermo sino, muy al contrario, ayudar a apropiársela.
Suele decirse que el médico siempre debe actuar en favor de la vida. Esta
frase, como :odas las ex~resiones excesivamente generales y rotundas, puede
acabar vengandose de quien la pronuncia. ¿La defensa de la vida debe llevar al
médico a no dejar morir en paz a sus pacientes? ¿Es moral el llamado encarni- .
15
zamiento terapéutico? Es probable que así, fríamente y de modo abstracto,
todos respondamos que no. Pero tan claro como esto es que en la práctica las
cosas no resultan nada claras. De ahí los conflictos. La nueva tecnología gene-
ra un sinfín de conflictos, que han cambiado drásticarnente la vieja relación
médico-paciente.
Así, pues, cabe decir que el tercer frente de conflictos éticos tiene que ver
con el acceso igualitario de todos a los servicios sanitarios, y la distribución
equitativa de recursos económicos limitados y escasos. Nuestra época es la
primera en la historia que ha intentado universalizar el acceso de todos los
ciudadanos ala asistencia sanitaria. Parece que la propia idea de justicia exige
asegurar que todos los hombres tengan cubiertas unas necesidades tan básicas
como las sanitarias. Ahora bien, équé son necesidades sanitarias? é Cómo dife-
renciar en el ámbito de la salud lo necesario de su superfluo? Los economistas
aseguran que en el campo sanitario toda oferta crea su propia demanda, con lo
cual. .el consumo de bienes de salud es en teoría prácticamente ilimitado. ¿Hay
obligación moral de cubrir esas necesidades crecientes en virtud del principio
de-justicia? Dado que en el área sanitaria las necesidades serán siempre supe-
,1.6
riores a los recursos, équé criterios utilizar para la distribución de recursos
escasos?
d. Nuestra situación
17
historia de la medicina. Pero también me atrevo a decir que es mucho más
humana. Esta paradoja está en el origen histórico de la bioética.
1. Ética civil
2. Ética pluralista
18
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:!
1
consigue mediante el perjuicio de otros. Esto siempre se debe a que la decisión
no ha sido suficientemente «pl uralista» o «universal». Si al tomar una decisión
moral tuviéramos en cuenta los intereses de la Humanidad entera, no hay
duda de que los intereses particulares de las personas concretas se anularían
entre sí, y quedaría sólo el interés común, es decir, el bien común. De ahí que
el pluralismo no tenga por qué ser un obstáculo para la construcción de una
ética, sino más bien su condición de posibilidad. Sólo el pluralismo universal
puede dar lugar a una ética verdaderamente humana.
3. Ética autónoma
4. Ética racional
De todo esto se desprende que la bioética tiene que ser racional. Racional
no es sinónimo de racionalista. El racionalismo ha sido una interpretación de
la racionalidad que ha pervivido durante muchos siglos en la cultura occiden-
tal, pero que hoy resulta por completo inaceptable. La tesis del racionalismo es
que la razón puede conocer a priori el todo de la realidad, y que por tanto es
posible construir un sistema de principios éticos desde el que se deduzcan con
precisión matemática todas las consecuencias posibles. Tal fue el sueño de
Baruc Espinosa en su Ethica more geometrico demonstrata. Al menos desde la
época de Gódel, sabemos que ni la propia razón matemática tiene capacidad
de establecer sistemas completos y autosuficientes, lo cual demuestra que la
racionalidad humana tiene siempre un carácter abierto y progrediente, con un
momento a priori o principia lista y otro a posteriori o consecuencia lista. La
razón ética no hace excepción a esta regla, y por tanto ha de desarrollarse
siempre a ese doble nivel.
19
quedándose en el puro convencionalismo. La razón ética, com? la razón.cien-
tífica, aspira al establecimiento de leyes universales, aunque siempre abiertas
a un proceso de continua revisión.
I t
111. PROBLEMAS DE FUNDAMENTACIÓN DE LA BIOÉTICA
Todos los sistemas bioéticos intentan cumplir. con las cinco condiciones
anteriores. A pesar de lo cual, son entre sí muy diferentes. Ello se debe a la
diversidad de tradiciones filosóficas y éticas en que se fundan. En este punto es
cada vez más sensible la divergencia entre el mundo europeo y el anglosajón.
Al menos desde el siglo XVII, la filosofía anglosajona ha tendido al empirismo,
a la vez que la europea continental ha sido proclive al racionalismo. Esto tiene
importantes consecuencias morales. Las filosofías empiristas suelen ser
emotivistas (de ahí la importancia que conceden al principio de autonomía) y
consecuencialistas (de donde su atención preferencial al principio de benefi-
cencia). Por el contrario, las filosofías de la Europa continental tienden a ser
racionalistas (creen posible establecer principios absoluros, que obliguen mo-
ralmente con independencia de la voluntad empírica de los sujetos) y
deontologistas (de ahí la importancia que en su tradición tiene la justicia c9mo
principio absoluto, previo a cualquier otra consideración moral). Como resul-
tado de todo esto, las éticas anglosajonas suelen ser utilitaristas, en tanto que . ,
las centroeuropeas no.
20
nuestra sociedad. Lo cual, dicen, no es óbice para que lleguen a acuerdos co-
munes en cuestiones concretas. Personas de muy distinta formación filosófica
pueden aceptar, según ellos, un conjunto de principios éticos comunes, que
ellos reducen a cuatro: autonomía, no-malefícencia, beneficencia y justicia.
Estos cuatro principios son fácilmente aceptables por todos los miembros de
una comunidad plural y civilizada, y pueden considerarse, por ello, como "de-
beres prima [acie», Cuando no entran en conflicto entre sí, obligan moralmen-
te. En caso de conflicto, habrá que ver cuál tiene prioridad sobre los demás en
cada situación concreta, lo que en última instancia dependerá siempre de las
consecuencias. De ahí que en el sistema de Beauchamp y Childress éstas sean
las que acaban decidiendo en un sentido o en otro. Por eso su sistema es a la
postre consecuencialista.
21
tiene por objeto compensar de algún modo las desigualdades empíricas, sino
cumplir con la obligación de tratar a todos por igual).
22
ron Be~uchamp y Chil~ress. Lo beneficioso lo es siempre para mí y en esta
situacion concreta, razon por la cual es incomprensible separado de la autono-
mía. No se puede hacer el bien a otro en contra de su voluntad, aunque sí
estamos obligados a no hacerle mal (no-maleficencia). Por tanto, cabe decir
que entre autonomía y beneficencia hay una relación similar a la que antes
establ~clmos entre no-maleficencia y justicia. Poner sangre a un testigo de
Johova no es un acto de beneficencia, precisamente porque va en contra del
propio sistema de v,alores del individuo; es decir, porque se opone al proyecto
de Ideal y perfección que se ha trazado en la vida. La beneficencia depende
siempre del propio ~Istema de valores y tiene por ello un carácter a la postre
subj,e~lvo, a diferencia de lo que sucede con los principios de no-maleficencia y .
justicia.
23
l\T. .. CUESTIONES DE PROCEDIMIENTO
.Sería ingenuo pensar que con un sistema de principios, sea éste el que
fuere, se pueden solucionar a priori todos los problemas morales. Los princi-
pios han de ser por definición generales, y los conflictos éticos son concretos,
particulares. Esto hace que siempre se haya considerado necesario establecer
en el proceso de razonamiento ético un segundo momento, distinto del de los .
puros principios. Si éste es racional ya priori, el momento de panicularidad se
caracteriza por ser experiencial y a posteriori. Siempre ha habido que admitir
ese segundo momento, que Aristóteles denominó phrónesis, prudencia, y que
siempre se ha caracterizado por tener en cuenta las consecuencias del acto o
de lé;ldecisión. Por esto cabe decir que el razonamiento moral consta siempre
de dos pasos, uno principialista, deontológico ya priori, y otro consecuencialista,
teleológico y a posteriori. El primero sirve para establecer las «normas», y el
segundo las «excepciones» a la norma.
24
Premisa ética: en tanto que personas, todos los hombres son iguales y
merecen igual consideración y respeto .
Las razones del recurso a los comités son siempre de carácter conse-
cuencialista. Para evaluar las consecuencias es preciso tener en cuenta las pers-
pectivas de todos los implicados, o al menos del mayor número de ellos. Esto
lo hace siempre mucho mejor un comité representativo de los diferentes tipos
de personas implicadas, que un solo sujeto. En el caso de la práctica médica
esto es evidente: el juicio sobre una situación concreta es más correcto cuando
no sólo tiene en cuenta la perspectiva del médico, sino también las propias del
personal de enfermería, de los familiares, del propio enfermo, etc. Todas esas
son perspectivas fundamentales para evaluar las consecuencias de los actos y
la multitud de intereses individuales implicados en ellos, Cuando quien decide
es una sola persona, existe siempre el peligro de que sus intereses particulares
acaben sobreponiéndose a los intereses de los demás.
De lo anterior se deduce que los comités son de gran ayuda para evaluar
las «consecuencias" previsibles de los hechos o de los actos. Su imponancia se
25
considerará tanto mayor, cuanto más papel se hagan jugar a las consecuencias
en el razonamiento moral. Así, en las éticas consecuencialistas, el papel del
Comité es fundamental, ya que sólo en él es posible articular los intereses
reales o virtuales de todos los afectados por la decisión. En el sistema de
Beauchamp y Childress, de hecho, la jerarquización de los principios prima
[acie ha de efectuarse siempre a la vista de la situación concreta, y previa
ponderación de las consecuencias. Quien mejor puede hacer esto no hay duda
que es un comité, ytal es la razón de que en la bioética norteamericana se
haya convertido en el procedimiento más usual de toma de decisiones.
Los comités han tenido un rápido desarrollo en las últimas décadas, espe-
cialmente en medicina, bajo la forma de Comités Éticos de Investigación Clíni-
ca .(CEICs) y Comités Institucionales de Ética (ClEs). Estos últimos están com-
puestos por representantes de los diferentes estamentos sanitarios y por algu-
nos miembros de la comunidad. La función de tales comités, que por lo gene-
ral tienen carácter consultivo, no decisorio, es mediar en los conflictos éticos y
ayudar a la toma de decisiones en aquellos casos en que se le pide ayuda o
consejo. La razón de que no estén compuestos sólo por médicos, ni sólo por
personal sanitario, sino que incluyan también a representantes de los usua-
rios, es porque, según hemos dicho, las decisiones éticas sólo son correctas si
tienen en cuenta los puntos de vista de todos, y no sólo de algunos. No hay
duda de que, en principio, los comités abiertos y plurales son más adecuados
para tomar decisiones éticas que los que no lo son. Por eso el problema de los
CJEs no es que sean plurales, sino el que no lo sean suficientemente. Por muy
amplios que se hagan, nunca podrán estar compuestos más que por un peque-
ño grupo de personas. De ahí el peligro de que éstas actúen teniendo en cuenta
sólo los intereses de unos pocos (los grupos que directamente representan), y
no los intereses de todos (de acuerdo con los principios de no-rnaleficencia y
justicia). Para evitar esto, es necesario que los CIEs procedan siempre de forma
metódica en el análisis de los casos; por ejemplo, utilizando el procedimiento
que hemos propuesto más arriba. No hay duda de que si lo hacen así, sus
decisiones serán correctas y buenas; es decir, éticas. Lo cual servirá para varias
cosas. En primer lugar, para educar al personal sanitario en la toma de decisio-
nes morales. En segundo, para evitar que los conflictos sigan agrandándose y
acaben ante los tribunales de justicia. En tercero, para proteger a los sanita-
26
rios, caso de que al final lleguen al juzgado. Cuando un ClE, tras madura
reflexión y teniendo en cuenta las diferentes perspectivas de los hechos, ha
tomado una decisión, es muy difícil que el juez no la asuma como propia.
VI. BIBLIOGRAFÍA
2. Diccionarios y enciclopedias:
Dunstan, A.R,; Wellborn, R.B. (Eds.), Dictionary of Medical Ethics, Cross Road, New
York,1981,
Reich, w'T. (Ed.) Encyclopedia of Bioethics. Macmillan-Free Press, New York, 1978.
3, Revistas:
I.R.B.: Review of Human Subject Research Issues in Law and Medicine. Bimestral.
Publicada papel Hastings Center,
27
4. Libros:
Beauchamp, T.L.; Childress, J.F. Principies of biomedicai ethics. Nueva York, 1979.
28
2
EL QUÉ Y EL PORQUÉ DE LA BIOÉTICA
INTRODUCCIÓN
La Bioética fue proyectada como una nueva disciplina que combinara el cono-
cimiento biológico con el conocimiento de los sistemas de valores humanos
Cf. Reich, Warren T. «The Word Bioethics: Its Birth and the Legacies ofThose Who Shaped
Its Meaning», Kennedy lnsticuce o/ Ethics Journal 1994; 4 (4): 319-335.
2 Cf. Reich, Warren T. ed., Encyclopedia of Bioechics, la ed., New York: The Free Press,
1978. En la «Revised Edition», fue completamente puesta al día. Cf. Thomas Reich, Warren.
Encyc/opedia of Bioethics, Revised Edition, Simon & Schuster MacMillan, New York, 5 vols.
1995. La primera y segunda ediciones contenían 315 artículos escritos por 285 autores; la
actual consta de 464, escritos por 437 autores.
29
[...] Elegí bio- para representar al conocimiento biológico, la ciencia de los
sistemas vivientes; y elegí -encu para representar el conocimiento de los siste-
mas de valores humanos".
las ciencias de la vida, y los valores; o si se quiere, entre las Ciencias y las
Humanidades. Poner .entendió la bioética como un nuevo paradigma intelec-
tual y cultural, consistente en la confrontación entre hechos y valores. Kant
escribió en la Crítica de la razón pura una frase que se ha hecho justamente
célebre: «Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin con-
ceptos son ciegas-'. Pues bien, de modo similar cabe decir que los hechos de la
nueva ciencia biológica sin valores son ciegos; y los valores sin hechos, resul-
tan vacíos. Es necesaria una nueva interfecundación de .unos por otros. De ello
depende el futuro de nuestra cultura, y quizá de nuestra sociedad. No es un
azar que el propio Poner, un tanto desengañado por los derroteros, excesiva-
mente médicos, de la bioética en los años setenta y ochenta, haya acuñado
otro término feliz, Global Ethics, que en su opinión expresa mejor que el ante-
rior su verdadero pensamientos.
30
Los valores parecen evanescentes por comparación con otras realidades
que .al.hombre le resultan más evidentes y fiables. Esas realidades son las que
tradicionalmenre se han denominado hechos. Pocas cosas más difíciles que
definir con precisión qué son hechos. Es uno de los capítulos fundamentales de
la llamada Filosofía de la ciencia. Pero más allá o más acá de toda retórica el
,
c?ncepto .de. hecho es extremadamente simple. Hecho es todo aquello q~e,
directa o indirectamenrs, se percibe por los sentidos. Es un hecho que la pági-
na sobre la que escribo es de color blanco, o que la bombilla del semáforo tiene
co~or verde. Podrá suceder que para el daltónico no sea verde, ni roja, sino
gns, ?;ro eso no empece a la definición de hecho. Porque para el daltónico es
ta~~len un hech? ~ue la luz del semáforo es gris. Lo que necesitará una expli-
cacion es por que el percibe como gris lo que yo veo como rojo o verde. Pero
esa es una cuestión ulterior. De lo que no hay duda es de que yo percibo la luz
c.omo roja Y.él como verde. Los hechos son inobjetables, precisamente porque
tienen la evidencia propia de la percepción. Podrá ser un error el atribuir a la
cosa los caracteres de mi aprehensión de ella. Pero de lo que no hay duda es de
lo aprehendido en ~anto que aprehendido. Los hechos son datos perceptivos, y
en tanto que tales irrebasables.
Hecho, por consiguiente, tiene dos sentidos, uno amplio y otro estricto.
Pues bien, los valores no son hechos en ninguno de ambos sentidos. Además
7 Cf. el clásico libro de Popper, K.R. La lógica de la investigación científica, Madrid, Tecnos,
1962, p. 90.
31
de hechos, hay valores. Y si los hechos tenían la característica de ser datos de
percepción (sentido estricto ) o construcciones intelectuales basadas directa-
mente sobre datos perceptivos (sentido amplio), los valores tienen la pecu-
liaridad de no ser directamente perceptivos. Se perciben los. objetos, por ejem-
plo, las mesas, pero no podemos decir que percibamos los valores, por ejem-
plo, el valor de un cuadro. Una cosa es percibir los colores, las formas, etc., y
otra muy distinta percibir el valor estético del cuadro. Es verdad que a veces,
por otra licencia de lenguaje, decimos que percibimos la belleza de un cuadro
o de una mujer. Pero en realidad no percibimos la belleza, sino que la estima-
mos. Sobre el dato de percepción montamos otro, que usualmente denomina-
mos estimación, preferencia o valoración. Los valores no se perciben, se esti-
man. El artículo de Ortega y Gasset antes citado, «óQué son los valores?», lleva
este primer título: "Introducción a una estimativa». La estimación es una fa-
cultad psicológica distinta de la percepción. Una cosa es percibir y otra esti-
mar. Ciertamente, no hay estimación sin percepción. Como también es cierto
que no hay percepión sin estimación. La estimación es absolutamente necesa-
ria en nuestra vida. Nadie puede vivir sin estimar. Es más, nuestras decisiones
más importantes no dependen tanto de los hechos cuanto de los valores.
Piénsese, por ejemplo, en el fenómeno del enamoramiento. Todo el mundo
percibe de modo muy similar los rasgos de una mujer. Pero ciertas personas
pueden estimarla hasta el punto de quedar prendados de ella, y otros no. Uno
se enamora de la belleza, de la 'bondad, o del dinero de una persona, es decir,
de sus valores. Pero todo eso son valores. El más elemental es, por supuesto, el
económico. Pero no por ello deja de ser un valor. Todas las cosas son sujetos de
valoración económica; es decir, todas son sujetos de aprecio o desprecio, y por
tanto tienen precio. Y el precio no es un hecho, sino un valor, resultado del
proceso de estimación.
Cf., entre otras, Frondizi, Risieri. ¿Qué son los valores?, México, FCE, 1958, Cortina,
Adela. El mundo de los valores, Bogotá, El Búho, 1998.
32
,.
• Cf. Beauchamp, Tom L.; Childress, James E Principies o/ Biomedical Ethics. New York
Oxtord Universiry Press. 1a ed., 1979; 4a ed., 1994. '
33
tamenre vinculante; todos pueden tener excepciones, y por tanto todos pue-
-derí'quedar en suspenso. Todo dependerá del peso que en esa situación con-
creta tengan los otros principios o deberes concurrentes.
Esta idea de que los deberes morales son todos, en principio, deberes
prima focie, y que por consiguiente tienen, en tanto que deberes, un carácter
relativo y no' absoluto, procede, como Beauchamp y Childress reconocen explí-
citamente, del filósofo oxoniense David Ross'". El es, en efecto, quien ha sabi-
-do compaginar un fuerte deontologismo moral con la idea de que todos los
valores obligan en principio (o prima Jade), pero que ninguno es tan absoluto
que pueda decirse a priori que obliga siempre y en todas las circunstancias; o
si se prefiere, que obliga abstracción hecha de cualquier tipo de circunstan-
cias.
Sin embargo, no toda acción ni toda pasión admite el término medio, pues
hay algunas cuyo mero nombre implica la maldad, por ejemplo, la maligni-
dad, la desvergüenza, la envidia; y entre las acciones el adulterio, el robo yel
homicidio. Todas estas cosas y las semejantes a ellas se llaman así por ser
malas en sí mismas, no sus excesos ni sus defectos. Por tanto, no es posible
nunca acertar con ellas sino que .siernpre se yerra. Y no está el bien o el mal,
cuando se trata de ellas, por ejemplo, en cometer adulterio con la mujer debi-
da y cuando ..¡ como es debido, sino que, en absoluto, el hacer cualquiera de
estas cosas está mal. Igualmente absurdo es creer que en la injusticia, la co-
bardía y el desenfreno hay término medio, exceso y defecto, y un exceso del
exceso y un defecto del defecto. Por el contrario, lo mismo que no hay exceso
ni defecto en la templanza ni en la fotaleza, por ser el término medio en cierto
modo un extremo, tampoco hay un término medio ni un exceso o defeto en
aquellas cosas, sino que de cualquier modo que se hagan, se yerra; pues, en
34
general, ni existe término medio del exceso y del defecto, ni exceso y defecto
del érmino medio!'.
Así como los preceptos negativos de la ley prohiben los actos pecaminosos, así
los preceptos positivos inducen a los actos virtuosos. Los actos pecaminosos
son en sí malos, y de ellos no puede resultar el bien de ningún modo, ni en
ningún tiempo o lugar, porque según su naturaleza se hallan unidos a un fin
malo, como se dice en el libro segundo de la Ética a Nicómaco. Y por tanto los
preceptos negativos obligan siempre y por siempre. Por el contrario, los actos
de las virtudes no deben ejercitarse de cualquier modo, sino observadas las
debidas circunstancias que se requieren para que el acto sea virtuoso, como
que se hagan donde se debe, cuando se debe y según lo que se debe. Y como
la disposición de aquellas cosas que se refieren al fin debe hacerse en relación
al fin, en esas circunstancias del acto virtuoso debe atenderse a su razón de
fin; ~~e es. el bien de la virtud, Por tanto, si existe una circunstancia cuya
ormsion pnve totalmente de bien al acto virtuoso, ésta contraría el precepto.
Pero SI la falta de alguna circunstancia no acaba totalmente con la virtud
aunque no permita el logro perfecto del bien de la virtud, la realización del
acto no va contra el precepto. Por eso dice Aristóteles en la Ética a Nicómaco
que si se aparta poco del medio, no va contra la virtud, pero que si se aparta
mucho, la virtud se corrompe en su acto".
Por tanto, las virtudes no crean obligaciones perfectas, pero los vicios sí.
De ahí viene .Ia distinción escolástica entre preceptos y consejos, o entre pre-
cepto~ negativos y preceptos positivos. La tesis escolástica es que praecepta
negatzva obligant semper et ad semper, en tanto que praecepta affirmativa obligant
semper, sed ,non.ad ~emperI3. y como las virtudes y los vicios tienen que ver con
la tabla de mclm~clOnes naturales, resulta que los vicios son deberes perfectos
de ley natural. Dicho de otro modo, que la ley natural tiene contenidos mate-
riales, que son los vicios y las virtudes.
Dicho esto, hay que añadir a renglón seguido los muchos problemas que
plantea esta teoría, y que ya comenzó a presentar entre los primeros escoliastas
d.e A~istóteles. Lo qye los textos citados están diciendo es que ciertos actos son
«lntnnse:aI?e~t.e malos", co~~ ha, repetido toda la tradición. El problema es
saber que Significa el adverbio mtnnsecamente. Porque podría suceder que no
35
fuerar; más que la pura contradicción lógica. La contrariedad supone oposi-
ciÓn material, pero la contradicción supone oposición formal, y por tanto ab-
soluta.
Sería quimérico pensar que con esta teoría los autores modernos están
pensando en la pura positivización de los deberes perfectos. Nada más alejado
de su mente. Tomasio, por ejemplo, es todo lo contrario de un positivista jurí-
dico. Él piensa que todos los deberes, tanto los perfectos o de justicia, como los
imperfectas o de decoro y honestidad son de ley natural, no de ley positiva. Lo
que sucede es que hay distintos niveles de ley natural. Y así escribe: «Aunque
todo derecho natural es inmutable, son más universales y perepetuos por su
propia naturaleza los preceptos de la justicia que los de la honestidad y el
decoro. De ahí que aquéllos siempre sean los mismos y éstos varíen y admitan
realmente muchas límitaciones-". El positivismo tardará aún en aparecer.
14 El origen de esta distin~ión es, sin duda, muy antiguo. De hecho, los estoicos utilizaron
ya la expresión «deberes perfectos» (cathéjonta téleia), si bien con un sentido muy distinto
del que tendrá en el mundo moderno -,Desde una ética de la virtud, como es la estoica, es
lógico que los deberes perfectos sean aquellos que plenifican la virtud. Su opuesto son los
actos indiferentes y los malos. Por eso Estobeo los llama cathórtoma, «rectitudes». Otro
pasaje de Estobeo que pone en relación el concepto de rectitud con la idea de número
induce a pensar que la idea de deber perfecto.se halla relacionada con la de número perfec-
to, de origen oriental. Pitágoras importó de la cultura caldea la idea de que la justicia es un
número perfecto. (Cf. Elorduy, Eleuterio. El estoicismo, Madrid, Gredas, 1972, vol. 2, pp.
108-112). De ahí viene la identit1cación de los deberes perfectos con los de justicia, que
tanta fortuna histórica iba a tener.
15 Thomasius, Christian. Fudamentos de derecho natural y de gentes, 1, V, § 25; trasd. esp.,
Madrid, Tecnos, 1994, p. 217. .
16 Thornasius. Fudamentos ..., 1,v,§ 47, pp. 224-5.
36
Los deberes perfectos tienen, lógicamente, carácter público y han de ser
gestionados por el Estado, en tanto que los deberes imperfectos, no. Lo que
está surgiendo con todo esto es la distinción entre dos órdenes en la vida, el
público y el privado, gestionados, respectivamente, por dos tipos de normas:
las jurídicas, en un caso, y las morales, en el otro. Es lógico que este movimien-
to aconteciera en la época moderna, ya que en ella fue cuando la distinción
entre lo público y lo privado adquirió perfiles mucho más nítidos que en cual-
quier otra época anterior.
Se puede por esta observación explicar de algún modo aquello que decían los
escolásticos de manera poco clara: que los preceptos negativos del derecho
natural obligan siempre y para siempre y los afirmativos obligan siempre pero
no para siempre".
37
órdenes, el moral y el legal. Esta leyes, obviamente, el imperativo categórico,
que significa en el orden de la moderna legalidad racional, lo que el principio
de primer nivel era en el orden de la vieja legalidad natural de Tomás de
Aquino. Dicho de otro modo, el imperativo categórico es la reformulación mo-
derna, estrictamente racional, del principio universalísimo y absoluto de la ley
natural que mandaba hacer el bien y evitar el mal"'.
38
y en nota añade:
Entiendo aquí por deber perfecto el que no admite excepción en favor de las
inclinaciones, y entonces tengo deberes perfectos, no sólo externos, sino tam-
bién internos, cosa que contradice el uso de las palabras en las escuelas".
Tras esto, Kant enumera cuatro deberes, dos perfectos y dos imperfectos.
El primer ejemplo de deber perfecto es el siguiente:
Uno que, por una serie de desgracias lindantes con la desesperación, siente
despego de la vida, tiene aún bastante razón para preguntarse si no será con-
trario al deber para consigo mismo el quitarse la vida. Pruebe a ver si la máxi-
ma de su acción puede tornarse ley universal de la naturaleza. Su máxima,
empero, es: hágome por egoísmo un principio de abreviar mi vida cuando
ésta, en su largo plazo, me ofrezca más males que agrado. Trátase ahora de
saber si tal principio del egoísmo puede ser una ley universal de la naturaleza,
Pero pronto se ve que una naturaleza cuya ley fuese destruir la vida misma,
por la misma sensación cuya determinación es atizar el fomento de la vida,
sería contradictoria y no podría subsistir como naturaleza; por lo tanto, aque-
lla máxima no puede realizarse como ley natural universal y, por consiguien-
te, contradice por completo al principio supremo de todo deber".
39
ma, el egoísmo, no sea fácilmente universalizable. La excepción es siempre un
mal menor, y por tanto nunca puede ser universalizada. Cuando se hace una
excepción se tiene claro que se está optando por el mal menor, y que lo bueno
sigue siendo lo que dice la norma,no la excepción. En ese sentido, el argumen-
to de Kant no prueba nada, a consecuencia de querer probar demasiado.
Tras esto, Kant pone su segundo ejemplo de deber perfecto. Helo aquí:
40
El tercer ejemplo que pone Kant es ya de deber imperfecto. Se trata del
cultivo de los propios talentos. He aquí el texto:
comete una falta, aunque sea leve; es decir, por qué ha de resolverse este contlicto por la vía
de la parvedad de materia (que permite seguir afirmando el principio como absoluto y sin
excepciones) y no por la de las excepciones (y se niega el caráter absoluto de estos deberes).
Porque podría argumenrarse que toda la distinción entre falta grave y leve tiene un carácter
puramente ad hoc, ya que no tiene otro objeto que salvar la paradoja a que conduce la
afirmación de los deberes negativos como absolutos. Y, en efecto, así sucede. Si se evitan
expresiones como "intrínsecamente malo» o «absolutamente malo", la distinción entre falta
grave y leve cae por su base.
" Kant, M, FWldalllellcacióll ... , p. 57.
41
diera se contra diría a sí misma, pues podrían suceder algunos casos en que
. ,~:L~
necesitase del amor y compasión ajenos, y entonces, por la misma ley natural
oriunda de su propia voluntad, veríase privado de toda esperanza de la ayuda
que desea".
Estos son algunos de los muchos deberes reales, o al menos considerados por
nosotros como tales cuya derivación del principio único citado salta clara-
mente a la vista. Hay que poder querer que una máxima de nuestra acción sea
ley universal: tal es el canon del juicio moral de la misma, en general. Algunas
acciones son de tal modo constituidas, que su máxima no puede, sin contra-
dicción, ser siquiera pensada como ley natural universal, y mucho menos que
se pueda querer que deba serio. En otras no se encuentra, es cierto, esa impo-
sibilidad interna; pero es imposible querer que su máxima se eleve a la univer-
salidad de una ley natural, porque tal voluntad seria contradictoria consigo
misma. Es fácil ver que las primeras contradicen al deber estricto -ineludíble,
y las segundas, al deber amplio -meritorio-, Y así, todos los deberes, en lo que
toca al modo de obligar -no al objeto de la acción- quedan, por medio de estos
ejemplos, considerados íntegramente en su dependencia del principio único>.
42
inclinación al precepto de la razón (antagonismo); por donde la universalidad
del principio tórnase en mera validez común (generalidad), por la cual el prin-
cipio práctico de la razón debe coincidir con la máxima a mitad de camino.
Aun cuando esto no puede justificarse en nuestro propio juicio, imparcial-
mente dispuesto, ello demuestra, sin embargo, que reconocemos realmente la
validez del imperativo categórico y sólo nos permitimos -con todo respeto-
algunas excepciones que nos parecen insignificantes".
En otro libro, La paz perpetua, Kant precisa aún más el carácter de todos
estos deberes. En la sección primera distingue las «leyes perrnisivas» de las
«leyes preceptivas» y las «leyes prohibitivas». Las dos últimas definen los debe-
res imperfectos, en tanto que las primeras se identifican con los deberes per-
fectos. Dentro de esas leyes hay, según Kant, unas que son «estrictas" y valede-
ras en todas las circunstancias, de modo que exigen una «inmediata" ejecu-
ción, en tanto que otras
Lo cual le lleva a Kant a concluir que en el rigor de los términos no hay leyes
permisivas a diferencia de las leyes preceptivas y prohibitivas, ya que las lla-
madas permisivas siguen siendo preceptivas, si bien en un sentido lato. Desli-
-gar la permisión del precepto rompe la lógica de la ley. No puede haber, pues,
en el rigor de los términos, leyes permisivas. De ahí que escriba:
27 Kant, M. Fundamentación"'
j p. 59.
28 Kant, M. La paz perpetua, Madrid, Espasa-Calpe, 4a ed., 1964, p. 98.
43
-ciones; en cambio, el permiso fundamenta la contingencia o accidentalidad
.. 'práctica de ciertas acciones. Una «ley perrnisiva», por tanto, vendría a conte-
.ner la obligación de realizar un acto al que nadie puede ser obligado; lo cual,
si el objeto de la ley tiene en ambas relaciones una misma-significación, es una
.contradícción patente. [...] De ese concepto se hace un uso frecuente en la
legislación civil -estatutaria-, con la diferencia de que la ley prohibitiva se
presenta sola, bastándose a sí misma y, en cambio, el permiso, en lugar de ir
incluido en la ley, a modo de condición limitativa -como debería ser-, va meti-
do entre las excepciones. Establécese: queda prohibido esto o aquello. Y se
añade Juego: excepto en el caso 1°, 2°, 3°, y así indefinidamente. Vienen,
pues, los permisos a añadirse a la ley, pero al azar, sin principio fijo, según los
casos que van ocurriendo. En cambio, hubieran debido las condiciones ir in-
cluidas «en la fórmula de la ley prohibitiva», que entonces hubiera sido al
mismo tiempo ley permisiva. [..] La posibilidad de semejantes fórmulas -pare-
cidas a las matemáticas- es la única verdadera piedra de toque de una legisla-
ción consecuente. Sin ella será siempre el jus certum un pío deseo. Sin ella
podrá haber, sí, leyes generales que valgan en general; pero no leyes universa-
les, de valor universal, que es el valor que parece exigir precisamente el con-
cepto de ley29 • .
44
VI. HACIA UNA NUEVA DEFINICIÓN DE LOS DEBERES PERFECTOS
45
. excepciones. Hace días oí otro relato sobrecogedor de. muerte de un inocente.
En un cierto país centroamericano en guerra, un contingente militar perseguía
a un grupo de guerrilleros en huida con sus familias. Éstos se refugiaron en un
bosque en total silencio, en un intento desesperado por hurtar la vigilancia y
salvar sus vidas. En esa situación, un niño recién nacido que su madre tenía en
brazos comienza a llorar, y ésta acalla sus gritos tapándole la boca y la nariz
hasta asfixiarlo. La actitud de completa coherencia con el principio de respeto
a la vida no se da más que en personajes excepcionales; como puede ser Jesús
de Nazaret. Él sí cumplió con el principio de respeto absoluto a la vida, pero al
precio de perder la propia" .
46
una enorme cantidad de ciudadanos alemanes. Pero lo grandioso de la vida
hu~~na es que es~s mismos seres que pueden ser abyectos, pueden reaccionar
y cunear sus propias atrocidades. Es el origen del arrepentimiento moral. No
hay modo de evitar la abyección moral. Es inútil pensar que afirmando los
de?eres perfectos como absolutos conseguimos algo en la práctica. No cense-
guimos nada. Aun9u~ fueran absolutos, habría que decir que en la práctica no
se. los reconoce múltiples veces como tales. Toda la historia es el no reconoci-
mle~to de esos principios como absolutos. Lo cual significa, en la práctica.tque
f~nclonan com~ no absolutos. Si se les afirma como absolutos se corre con dos
dlficult~des: ~nmera, demostrar que son absolutos, lo cual resulta a mi modo
de ver imposible; y segundo, explicar por qué no funcionan en la práctica
como absolutos. Lo más coherente y lógico es, a mi entender, pensar que no
son absolutos, y que todos tienen excepciones .
47
!H~varnos a considerar como deber perfecto la supresión de la pena de muerte.
I;>E; hecho, así es como han pensado todos los abolicionistas, a pesar de lo cual
.la pena de muerte ha sido y sigue siendo defendida por muchas personas, en
las que está incluido el propio Kant. Esto se debe a un hecho que Kant no
valoró bien, y es que la razón no es sólo lógica sino también histórica, y que
por tanto los deberes perfectos tienen una gestación histórica, son descubier-
tos o encubiertos dentro de un contexto. Los deberes perfectos no se pueden
formular de una vez por todas.
Así las cosas, parece claro que se necesita una redefinición de los deberes,
más allá de Kant. Para ello conviene quizá partir de los llamados imperfectos.
Es obvio que estos no son exigibles más que por el propio sujeto, que es quien
determina el qué, el cómo, el cuándo, el dónde y el a quién. Esto se debe a que
tales deberes dependen y derivan directamente del sistema de valores propio
de cada persona, religiosos, filosóficos, culturales, políticos, etc. Después de
muchos siglos de guerras de religión, hemos concluido que en esta área debe
respetarse el pluralismo, y que por tanto estos deberes han de quedar a la
gestión privada de los individuos. En el ámbito de los deberes imperfectos,
pues, el pluralismo y la tolerancia son principios irrenunciables.
Esto es tanto como decir que los deberes perfectos son aquellos que gene-
ran en los demás derechos correlativos, cosa que no sucede en el área de los
deberes imperfectos. De ahí que los deberes perfectos se expresen en forma de
derecho. Lo cual permite dar una nueva definición de deberes perfectos e
imperfectos, como la que ofrece, por ejemplo, John Stuart Mill. He aquí el
texto:
48
De hecho, a partir del siglo XIX, cuando la doctrina kantiana del carácter
absoluto de los deberes perfectos entró en crisis, se siguió manteniendo esta
distinción, bien que en el sentido de MilI, que por cierto ya está presente en
Grocio y Pufendorf. Ahora se llamarán perfectos aquellos deberes que gene-
ran en alguna persona o personas un derecho correlativo, e imperfectos a
aquellas obligaciones morales que no originan tal derecho":
CONCLUSIÓN
49
3
LA BIOÉTICA EN EL CENTRO DEL
DEBATE RACIONAL, PLURAL Y CRÍTICO
INTRODUCCIÓN
51
Esta segunda tesis resulta hoy mucho más probable. No existe una racio-
nalidad pura e inmaculada, toda racionalidad tiene presupuestos que ya no
son del todo racionales, sino sólo «razonables». Entre nosotros, fue Ortega
quien mejor describió esto al distinguir temáticamente entre «ideas» y «creen-
cias». Según él, «las ideas se tienen y en las creencias se está». Las ideas se
expresan en forma de juicios, Urteile. Vistas desde el horizonte de las ideas las
creencias aparecen como "pre-juicios», Vor-urteile. Lo que sucede es que 'son
prejuicios necesarios ..No todo es racional en el hombre. Probablemente no lo
son las dimensiones más importantes de su vida. A pesar de lo cual, todos
tenemos el deber de dar cuenta racional de nuestros propios presupuestos pre-
racionales; es decir, todos debemos intentar que nuestros prejuicios, si no pue-
den ser del todo racionales, sean> al menos, razonables. Clásicamente se ha
definido la fe como rationabile obsequium, obsequio o don razonable. La fe no
es nunca completamente racional; si lo fuera, dejaría de ser fe. Pero debe ser
razonable. Y cuando la fe lo es en un Dios o en un credo religioso, entonces es
l~gico que la d~mensión de razonabilidad dé lugar a toda una disciplina, cono-
cida desde el tiempo de los griegos con el nombre de «teo-logía». El término
teología expresa y articula perfectamente las dos dimensiones de la racionali-
dad humana, sus dos constituyentes fundamentales, lo que Ortega llamaba las
ideas y las creencias. Parangonando a Kant cabría decir que creencias sin ideas
son ciegas, y que ideas sin creencias son vanas].
52
primeros pensadores griegos, de Werner Jaeger, y Vom Mythos zum Logos, de W.
Nestle. En ellos puede verse descrito el modo como la razón ilustrada griega
criticó los presupuestos propios de la vieja religiosidad olímpica, sustituyéndo-
los por otros más compatibles con su propia idea de racionalidad, lo que dio
origen a un nuevo tipo de religiosidad, conocido con el nombre de religiosidad
fisiológica.
53
ordenado, que el desorden es una parte constitutiva suya, y que por tanto ésta
se halla regida por las leyes del desorden, por las leyes del azar, que cornenza-
ron a formular los matemáticos del siglo XVII? Y si es así, écómo seguir consi-
derando la naturaleza como criterio de moralidad; cómo-seguir defendiendo
una ética fisiológica? GNo sería más razonable pensar que el deber del hombre
no está en obedecer el orden de la naturaleza sino en ordenarla? GEs la natu-
raleza un ardo jactus, un orden ya hecho que el ser humano tiene que respetar,
o por el contrario un ardo jaciendus, un orden que tiene que construir; es decir,¡~
una tarea moral? ~
Así se explica que el racionalismo tuviera que acudir a Dios para salvar la ",t
inteligibilidad del mundo, Esto le sucedió a Descartes. Y se dio también en
Espinoza y en Leibniz. Por eso tuvo Leibnizque distinguir dos tipos de verda-
des, las analíticas y las sintéticas. En Dios todos los juicios son analíticos, ya
que en ellos, por necesidad, el predicado ha de estar incluido en el sujeto, Los
juicios analíticos dan, como es obvio, absoluta certeza, pero no aumentan nues-
tro conocimiento, como no se Ío pueden aumentar a Dios. Los juicios de expe-
riencia no tienen en el ser humano carácter analítico sino sintético, pero ello
no se debe más que a nuestra imperfección y debilidad intelectual. Por eso son
juicios sólo probables y nunca del todo ciertos. Si fuéramos dioses, no es que
nuestros juicios sintéticos fueran ciertos, es que no tendríamos juicios sintéti-
cos; todos serían analíticos.
Pero por esp vía no era posible llegar muy lejos, La razón está en que los
juicios morales son siempre, y por definición, juicios de hecho, y en consecuen-
cia sintéticos. Es la perspectiva que se abre con la obra de Hurne. Los juicios
morales no son analíticos sino sintéticos, juicios de experiencia. Pero estos
juicios de experiencia pueden ser, dice Hume, de dos tipos. Unos se basan en
impresiones de los sentidos, como colores o sabores; son los llamados «juicios
de hecho". Otros, por el contrario, tienen su fundamento en los sentimientos y
emociones internos. Son los que, por contraste con los anteriores, se pueden
denominar «juicios de valor". Para Hume los juicios morales, que suelen utili-
zar el verbo «debe» son juicios de valor, a diferencia de los juicios naturales,
que se construyen con el verbo «es».
54
A partir de estos datos, Kant distinguirá con toda nitidez los juicios natu-
rales de los de valor, y unos y otros de los morales, Estos últimos tienen para
Kant carácter sintético, pero su moralidad les viene dada no ya por las cualida-
des materiales del objeto, como en el viejo naturalismo, sino por una propie-
dad formal, el principio de universalización. La ética, dice Kant contra Hume,
no se confunde con el sentimiento, y por tanto los juicios morales no se identi-
fican con los estéticos. Hay una ética puramente racional. Pero ésta ya no tiene
primariamente carácter material sino sólo formal; es la ética del imperativo
categórico, que no juzga directamente hechos sino máximas, intenciones.
I do. Es sabido que este movimiento surgió en los Estados Unidos yes tributario
en alto grado de la filosofía anglosajona que parte de David Hume. Esto es
algo que no se ha investigado aún suficientemente. En el interior de esa tradi-
i ción, el iniciador de la ética anglosajona del siglo XX, Moore, distinguió con
toda nitidez las proposiciones naturales, que tienen carácter descriptivo, de
aquellas otras no-naturales, de carácter evaluativo o axiológico. Entre estas
últimas están las relativas al valor bondad, que son las propiamente morales.
Diferenciando las proposiciones descriptivas o naturales de las no-descriptivas
o no-naturales, y situando las morales entre éstas, Moore descubrió la llamada
"falacia naturalista», que habría de ser fundamental en toda la filosofía ulte-
rior del siglo XX.
Cuando Ross escribió en 1930 su libro The Right and the Good, no hay
duda que estaba repensando y respondiendo a Moore, como el propio Ross se
encargó de advertir ya al comienzo del libro. Ross acepta la doctrina mooreana
de los predicados naturales y los juicios descriptivos, y considera que los debe-
res morales no proceden de premisas de hecho sino que son intuiciones prima-
rias. Lo que sucede es que para él la descripción que Moore ha hecho de esas
intuiciones primarias es inadecuada. Si para Moore lo intuido es la cualidad
de lo bueno, y lo correcto consiste siempre en la maximización del bien, para
Ross sucede exactamente 10 contrario. Ross considera que la «corrección" de
los actos morales no hay que entenderla al modo utilitarista, como hace Moore,
sino que hay una intuición directa de los deberes, que por ello mismo obligan.
La corrección ética consiste en actuar conforme a los deberes directamente
intuidos. La éorrección no tiene nada que ver con la utilidad sino con el cum-
plimiento de los deberes directamamente aprehendidos,
Ahora bien, lo mismo que Maore consideraba que las cosas intrínseca-
mente buenas podían serio bien completamente, bien sólo en determinadas
situaciones y circunstancias", así también Ross afirma que los deberes prima-
riamente intuidos o deberes prima jade tienen siempre carácter condicional,
55
lo que significa que en principio son deberes que obligan, pero que en caso de
conflicto con otros deberes pueden ceder ante ellos, y por tanto quedar condi-
cionados a éstos. De ahí que Ross distinga con toda precisión los deberes prima
Jacie o «condicionales» de los que llama deberes reales o «absolutos». «Cual-
quier acto que hacemos contiene varios elementos en virtud de los cuales cae
bajo varias categorías. En virtud de ser la ruptura de una promesa, por ejem-
plo, tiende a ser incorrecto; en virtud de ser un ejemplo de alivio de la aflicción
tiende a ser correcto. A la tendencia a ser el deber de uno se le puede llamar
'atributo que se sigue, de una parte', es decir, un atributo que pertenece a un
acto en virtud de algún componente de su naturaleza. Ser el deber de uno es
un 'atributo que se sigue del todo', un atributo que pertenece al acto en virtud
de su naturaleza toda y no de menos que esto-". '
Se puede objetar que nuestra teoría de que existen diversos tipos de deber
primafacie, que a menudo entran en conflicto, nos deja sin un principio para
discernir qué sea nuestro deber real en circunstancias particulares. Pero la
teoría rival no está en condiciones de plantear esta objeción. Pues cuando
hemos de elegir entre la producción de dos bienes heterogéneos, digamos
conocimiento y placer, la teoría 'utilitarista ideal' no puede sino recurrir a una
opinión para la que no se puede ofrecer base lógica: la opinión de que uno de
los bienes es el mayor. y esto no es mejor que una opinión similar según la
cual uno de los dos deberes es el más imperioso".
y en otro 1ugar:
56
particulares. En este orden los deberes son absolutos pero inciertos; y en el
anterior son ciertos pero condicionados o no absolutos.
57
tícas.de hecho, por otro. Pero se quedó corto al conceptuar las proposiciones
sintéticas propias de los juicios morales como derivadas pura y simplemente
de los sentimientos. Las proposiciones morales son, en efecto, sintéticas, pero
no se basan en el sentimiento ni en cualquier otro tipo de dato natural, sino en
datos primarios e irreductibles a toda proposición natural, que Moore llamó
valores intrínsecos. Las proposiciones morales son proposiciones de valor, no
meros sentimientos. .
58
independiente de cualquier propiedad relativa a los objetos de la volición-'.
Kant fue un prescriptivista, y además fundó lo que Hare llama el «prescriptivisrno
universal". Consiste éste en afirmar que una prescripción sólo es moral si re-
sulta universalizable, aunque sólo sea porque en caso contrario sería lógica-
mente contradictoria en tanto que prescripción. El prescriptivismo afirma, pues,
que los juicios morales tienen los rasgos de prescriptividad y universalizabilidad.
Una de sus fórmulas, dice Hare, puede ser el imperativo categórico kantiano.
Hare añade que esto es congruente con una forma de utilitarismo, que ya no
puede ser el bentharniano del mayor bien para el mayor número, sino el de
mayor bien para todos, o el de igual consideración de los intereses. Es, como se
ve, una propuesta no muy alejada de la de Moore.
59
un principio muy diversos, obedeciendo a diferentes presupuestos filosóficos y
tea lógicos. Y la enorme difusión que la bioética ha tenido en otros espacios
culturales y geográficos a lo largo de estos veinticinco años, ha incrementado
esa pluralidad de enfoques hasta límites casi inabarcables. '
10 Luc 14,23.
60
amigo y el odio al enemigo son para él cosas naturales, fuera de toda discu-
sión.
61
años después, en la «Declaración sobre la libertad religiosa», promulgada por
el Concilio Vaticano II el 7 de diciembre de 1965.
Pero quedaba otro espacio por abordar. Mil veces se ha repetido la metá-
fora de que el sacerdote es el gobernante del macrocosmos, el rey o el político
el del mesocosmos y el médico el del microcosmos o cuerpo humano. La liber-
tad de conciencia y.el principio de la tolerancia llegaron al primero y al segun-
do de esos órdenes, pero no al tercero. En la gestión de la vida y del cuerpo se
consideró que esos principios no eran aplicables, y que por tanto el liberalismo
carecía de aplicación. Ha sido necesario el gran progreso de las ciencias bioló-
gicas y médicas en las últimas décadas, para que los viejos esquemas sobre el
proceso de toma de decisiones en estas áreas entrara en profunda crisis, y se
fuera viendo la absoluta necesidad de respetar también aquí cada vez más la
diversidad de creencias, valores y opciones de los propios individuos. De este
modo, el pluralismo y la tolerancia entraban en un nuevo campo, el de la
gestión del cuerpo y de la vida. La gran relevancia que en la moderna bioética
ha adquirido el llamado principio de autonomía no es sino expresión de eso, y _
toda la teoría del consentimiento informado debe verse como lo que es, una
nueva especificación de un viejo derecho humano, el de libertad de concien-
cia, que de ese modo repercute sobre otros dos del viejo catálogo de derechos
civiles, los derechos a la vida y a la salud.
62
liberalismo. No verlo así es cerrar los ojos a la evidencia 11. Quizá por eso,
porque es hija del liberalismo, las ideologías antiliberales, todas aquellas que
no aceptan el derecho de libertad de conciencia, han visto en la bioética un
peligro y una grave amenaza. Llamo ideologías antiliberales a todas aquellas
para las que hay principios absolutos auroevidentes cuyo cumplimiento ciertos
individuos, aquellos que creen verlos con claridad, tienen el derecho y el deber
de exigir a todos los demás, incluso por la fuerza. Es, de nuevo, el totalitaris-
mo, la imposición de unos valores que ciertas personas consideran muy impor-
tantes a los demás, convencidos como están de que éstos no los ven por su
propia condición inferior, es decir, debido a su deficiencia psíquica o a su de-
gradación moral. Pues bien, todas estas ideologías han visto en la bioética un
evidente peligro, sin duda a causa de su radical aceptación del pluralismo.
Hasta tal punto llega éste, que la doctrina liberal admite y exige una amplia
tolerancia aun con los intolerantes, poniendo como único límite la lesión por
parte de éstos de la libertad de los demás. Como escribe Rawls,
63
III. LA BIOÉTICA, DEBATE cRÍTICO
muy difícil poner de acuerdo a los seres humanos. Sospechan que hay algunos
principios, previos a esos cuatro, que tienen carácter absoluto y carecen de
excepciones, pero no les prestan mayor atención porque, piensan, no juegan ,
ningún papel relevante en el debate moral".
13 Cf. Beauchamp, Tom L.; Childress, James F. Principies o[ Biomedical Ethics. New York,
. Oxford University Press. la ed., 1979; 4a ed., 1994.
14 Cf. Beauchamp y Childress, Op. cit., 4a ed., p. 32.
64
Pero hay otros caracteres o principios de primer nivel. Hare incluye en
este orden el principio de «universalizabilidad». Ese principio es meramente
~ormal, y no afecta al contenido. Lo que dice es que si un acto es correcto o
Incorrecto, bueno o malo en una situación determinada, se afirma a sí mismo
como correcto o incorrecto, bueno o malo en todas las situaciones idénticas a
la anterior. Por tanto, los juicios morales tienen por su propia estructura pre-
tensiones de universalidad, son universalizables, con independencia de cuál
sea su contenido.
65
den ser consideradas fines en sí. Los seres humanos son sustantividades, y en
tanto que tales, fines. Pero el cosmos también lo es ..Eso no quiere decir que el
cosmos tenga conciencia, o sea una realidad moral. Pero sí significa que es
canon de moralidad, por tanto que debe ser respetado. El canon nos obliga a
respetar los fines en sí, pero deja abierta la cuestión de quién o qué es un
fin en sí.
Otro punto en que las críticas a Beauchamp y Childress han sido impor-
tantes es en el del estatuto de los cuatro principios de la bioética. Este es un
problema que ha arrastrado todo el principialismobioético desde sus orígenes
hasta casi la actualidad. ¿En qué sentido son principios? Beauchamp y Childress .'
no se definen claramente sobre este punto, y creen suficiente con decir que los
deberes emanados de ellos lo son sólo prima jacie, en el sentido de Ross. Esto '.
supone tanto como considerar que ninguno de ellos es un deber absoluto, o al
menos que no es absolutamente absoluto, ya que si bien obliga siempre prima
jacie, en caso de conflicto puede ceder ante otro que en esa situación concreta
resulte más vinculante, y que por tanto produzca en nosotros una obligación
mayor. Dicho en otros términos, la tesis de Beauchamp y Childress es que "
ninguno de ellos es absolutamente vinculante; todos pueden tener excepcio-
nes, y por tanto todos pueden quedar en suspenso. Todo dependerá del peso
que en esa situación concreta tengan los otros principios o deberes concurren-
tes. -
66
sentidos diversos en ética, y que por tanto pueda significar distintas cosas.
Kant, por ejemplo, distinguió entre dos tipos de "principios» que denominó,
respectivamente, "principio objetivo de obrar» y "principio subjetivo de obrar».
El primero es la ley moral, el imperativo categórico. El segundo es el motivo de
la voluntad, la máxima. me qué tipo de principio está hablando la bíoética
cuando dice que la autonomía, la beneficencia, la no-maleficencia y la justicia
son principios?
15 Cf. Gen, Bernard. Morality: A New Justificacion 01 che Moral Rules, New York, Oxford
University Press, 1988.
16 Gen, B. Op. cit., p. xviii.
17 Cf. Gen, G. Op. cit., p. 276,
18 Cf. Baier, Kurt. The Moral Poinc 01 View, Ithaca, N .Y., CorneII University Press, 1958:
19 Cf. Rawls, J. Teoría de {ajuscicia, México, FCE, 1979, p. 156, nora 5.
67
la suya para con ambos". Éste recuerda en el libro que se graduó a finales de
los años cincuenta en la Universidad de Cornell, de la que Rawls era profesor,
y que siguió su seminario sobre Teoría del Contrato Social. Y aunque la prime-
ra edición impresa de The Moral Rules es un año anterior al libro de Rawls A
Theory ofJustice, Gert reconoce que todo el influjo caminó en sentido contra-
rio. Y respecto a Baier, afirma estar «fuertemente influenciado» por su libro.
Por lo demás, Baier leyó la primera edición de The Moral Rules e hizo a su
autor comentarios que éste confiesa haber tenido en cuenta en la revisión
última.
68
autocoaccionarse a sí mismo, debe concluirse que la moral no tiene por objeto
analizar las reglas privadas o individuales de conducta sino sólo las públicas.
Queda claro, pues, que Gert, lo mismo que Rawls, y lo mismo que Baier,
tiene un concepto minimalista de la moral, que se limita, como él reconoce
explícitamente, no a la promoción del bien sino a la prevención del mal. Sus
raíces las encuentra en Hobbes y en John Stuart Mill, No es que la promoción
del bien carezca de todo tipo de relevancia moral. La tiene, obviamente, pero
queda fuera de lo que es el núcleo fundamental de la moralidad, el estudio de
las «reglas morales» (moral rules), constituyendo los que Gen llama «ideales
morales» (moral ideals).
69
en-ideales de beneficencia. De ahí que la traducción de los cuatro principios en
términos de reglas e ideales, los reduce a dos tipos de reglas, las de no-
maleficencia y justicia, y un ideal, el de beneficencia.
Pero aún hay más. Clouser y Gert no sólo critican a Beauchamp y Childress
porque sus principios no expresan bien lo que ellos entienden por reglas. Los
critican también desde el propio sentido que el término "principio» tiene en
ética. Su tesis es que en ética los principios son siempre el resultado de una
teoría. Esto pasa en Kant, en el utilitarismo o en Rawls. El principio del utilita-
rismo "Actúa de modo que maximices la felicidad genera]" es el resultado de
todo su sistema moral. Ahora bien, en Beauchamp y Childress no sucede esto.
De ahí que Clouser y Gert consideren que los cuatro principios de esos autores
no son auténticos principios, razón por la cual acuñaron en 1990 para ellos el
término, que no deja de ser despectivo, de «principiism». Como no hay bajo
ellos una verdadera teoría ética, los principios de la bioética no dicen nada
porque no tienen ningún contenido. Cada principio sirve sólo para recordar
que hay un valor que debe ser tenido en cuenta (por ejemplo, "ten en cuenta la
justicia»), pero no dice nada acerca de su contenido. Por eso el principlismo de
Beauchamp y Childress deja la puerta abierta al influjo subrepticio de otros
factores (intuiciones, reglas, teorías, etc.) de los que no dicen nada o casi nada
en el libro. Los principios sólo afirman trivialidad es del tipo: "No pierdas de
vista la beneficencia, o la justicia, etc.». Ahora bien, dicen Clouser y Gert, esa
es la muestra palmaria de que los principios están faltos de base teórica. Se
trata de puras construcciones ad hOC27, realizadas en cada caso desde una tra-
dición distinta: la justicia desde Rawls, las consecuencias desde Mill la auto-
nomía desde Kant, la no-maleficencía desde Gert (?), de lo que resulta un
conglomerado complejo y heterogéneo, surgido por mera aposición, que sufre
de lo que Gert y Clouser llaman el «síndrome antológico» (anthology syndrom),
y cuyo resultado no puede ser otro que el relativismo presente en muchos
libros (generalmente antologías) de bioética. Estos libros sitúan al lector ante
las diferentes teorías éticas y le instan a que elija entre todas ellas la que con-
sidere más adecuada al caso, ya que todas tienen limitaciones, y probablemen-
te todas son también igualmente buenas.
70
- .}
parecer, el gran defecto de su enfoque, y en general de todo el «principlisrno»
que invade la bioética, siempre falto de fundamentación adecuada. Los princi-
pios se convienen así en meras reglas de prudencia o poco más.
Mi opinión es que la ética no tiene por objeto sólo el estudio de las reglas
morales, y que tampoco constituye su objetivo primario y fundamental. La
ética es el análisis racional de las obligaciones que el hombre tiene, no sólo
para con los demás sino también para consigo mismo. No ha ofrecido nunca
mucha duda que las primeras y principales obligaciones que el hombre tiene
no son con los demás sino consigo mismo, y que es a partir de ahí como surge
todo el sistema racional de obligaciones para con los demás. Este sistema lo ha
expresado siempre la filosofía en forma de principios, como el propio Gert
71
reconoce. No parece correcto, por ello, prescindir sin más del término princi-
p,io, sino que lo más correcto es intentar definir con precisión su significado.
Este es el tema que debe preocupar, y aquél que ha constituido la cruz de todos
los filósofos a lo largo de los siglos.
tad, y esto lleva a Kant a introducir un segundo tipo tíe principio, el que llama
"principio subjetivo» de obrar, que es la máxima de la voluntad por la que el
sujeto se rige al realizar un acto. El principio objetivo hace que un acto sea
correcto, y el subjetivo que sea bueno. Un acto puede ser incorrecto (no estar
de acuerdo con el imperativo categórico). pero bueno (ya que no se hizo con
mala voluntad), o al revés. No hay un solo tipo de principios, sino varios.
Siendo esto aSÍ, el problema está en determinar qué tipo de principios son
los de la bioética. Mi opinión es que no se trata de principios objetivos en
sentido kantiano, porque éstos sólo pueden ser formales, ylos principios de la
bioética tienen, por definición; contenido material. La bioética ha de tener
~rincipios formales, por más que Beauchamp y Childress no los expliciten, del
tipo de los que hemos formulado más arriba: el de prescriptividad, el de
universalizabilidad, el de universalidad y el que Kurt Baier llama principio de
reversibilidad. Pero además de esos, la bioética puede tener y tiene otros prin-
cipios materiales, con contenido deontológico. ¿Cuál es su estatuto? A mi modo
de ver, uno muy. parecido al que Kant otorga a las máximas. Conviene recordar
que para Kant las máximas son principios materiales y deontológicos de actua-
ción, en tanto que móviles de la voluntad. Una máxima, por ejemplo, es el
egoísmo. Las máximas tienen contenido material, que será el egoísmo, el pla-
cer, el interés, la comodidad, o cualquiera de sus contrarios. La máxima no se
identifica con la ley moral, ciertamente, pero tampoco con las reglas o normas
de acción. La regla de acción será «no matar", pero la máxima no es no matar,
sino no actuar por egoísmo, etc.
I
72
concreto cómo no ser maleficente, o cómo no ser injusto, es tarea que debe ir
realizando la razón moral de modo continuo, y que se halla por tanto siempre
abierta a la rectificación y al progreso. Si la pena de muerte es rnaleficente o
no, y si es incompatible con el canon de moralidad y con el móvil de no hacer
mal a los demás, es algo que la razón tendrá que determinar en cada cultura,
en cada momento de la historia y aun en cada individuo, y que de ese modo se
irá convirtiendo en regla de acción o norma.
73
mas jugarían en algún sentido el papel de tales. Pero si no es así, si tienen
excepciones, entonces es absolutamente necesario determinar su contenido. Y
como esa determinación nunca podrá ser absoluta, resulta que las reglas po-
drán ir cambiando a lo largo del tiempo. Ni el principio formal de respeto de
los seres humanos ni la máxima de no ser maleficente tienen que conducir a
unas reglas o normas de acción inmutables e invariables a lo largo del tiempo.
La experiencia más palmaria nos demuestra que eso no es posible.
Pero aún cabe apurar más la comparación entre los principios de la bioética
y las máximas de Kant. Éste consideró que ellas definían dos tipos de deberes
de diferente carácter, los perfectos ode justicia y los imperfectos o de benefi-
cencia. Por más que la definición que Kant da de los deberes resulte muy discu-
tible, sigue resultando válida la división de las máximas en dos órdenes o
niveles, el de las máximas que definen deberes perfectos o de justicia, y el de
las que definen deberes imperfectos o de beneficencia. Como ya he expuesto
en otros lugares, al primer grupo pertenecen los principios éticos de no-
maleficencia y de justicia, yal segundo los de autonomía y beneficencia.
Esos dos niveles son propios de las máximas, de la voluntad, y por consi-
guiente también de las reglas o normas que derivan de ellas. Ya hemos dicho
antes que las reglas o normas n9 se identificaban con las máximas, pero que sí
derivaban de ellas. Los cuatro principios son máximas de la voluntad, pero eso
no quiere decir que las reglas o normas tengan que ser también necesariamen-
te de cuatro tipos. Aquí sí tiene razón la crítica de Clouser y Gert, El respeto de .
la autonomía es una máxima perfectamente coherente, pero no una regla (j
norma, ya que los actos contra la autonomía serán, o bien acciones maleficentes
(cuando la lesionen) o bien no-beneficentes (cuando no la promuevan). Ca-
bría decir, pues, que las reglas o normas no pueden ser más que no-rnaleficentes,
justas o beneficentes, y que la autonomía es máxima, pero no regla, como
entre nosotros ha defendido Pablo Simón Lorda. En cualquier caso, conviene
recordar que para Clouser y Gert no hay, en realidad, tres tipos de reglas, sino
sólo dos, las de no-rnaleficencia y las de justicia. La beneficencia no sería para
ellos ~n el rigor de los términos una regla sino un ideal.
74
insuficientes, razón por la que un sistema moral coherente necesita ponderar
en cada caso principios y consecuencias".
28 Cf. Sidgwick, Henry. The Methods of Ethics, 7a. ed., lndianapolis, Indiana, Hackett
Publishing Company, 1981, p. 496.
29 Cf. Broad, C.D. Five Types of Ethical Theory, London, Routledge & Kegan Paul, 1930, p.
162.
30 Broad, C.D. Op. cit., p. 206.
75
· i", La distinción entre principio canónico y principio deontológico es impor-
tante, pues el primero puede afirmarse fácilmente como ~bs.ol.uto, en tanto
que los segundos no. Un deontologismo duro, en que los principios sean abso-
lutos y carezcan de excepciones es hoy prácticamente imposibl~ de sostener.
La racionalidad humana no parece permitir, en el campo de la enea como en
cualquier otro, ese tipo de formulaciones. De ahí que los principios deontológicos
deban ser complementados siempre con la evaluación de las circunstancias y
las consecuencias. Son dos momentos .intrínsecos de todo razonamiento mo-
ral.
31 Cf. Jonsen, A.R.; Toulmin, S. TheAbu.se of Casuistry. A History ofMoral Reasoning. Berkeley,
University of California Press, 1988; Jonsen, A.R: «Casuistry and Clin.i~l. Ethi~s,~,Theore~ical
Medicine 7, 1986, 65-74; Jonsen, A.R. «Casuistry as- Methodology In Clinical Eth1CS",
Theoretical Medicine, 12, 1991, 295-307; Toulmin, S. «Casuistry and Clinical Ethics», in:
DuBose, E.R.; Hamel, R.; O'Connell, 1.J. eds., A Matter of Principies? Fennent in U.S. ~ioethic.s.
Valley Forge, Pennsylvania,Trinity Press, 1994, pp. 310-318; Jonsen~ A.R. «Casuistry: An
A1ternative or Complement to Principles?», Kennedy lnstitute of Ethics Journal, 1995; 5:
237-252 ..
32 Cf. Burrell, D. and Hauerwas, S. «Frorn System to Story: An Alternative Partero for '
Rationality in Ethics:" in Knowledge, Value and Beliei, vol. 2 of The Foundations of Ethic.s and
lts Relationship to Science, ed. Engelhardt, H.T. Jr., and Callahan, D. Hastings-on-Hudson,
N.Y.,Hastings Center, 1977, pp. 111-52; Brody, H. Stories ofSickness, New Haven and London,
Yale University Press, 1987; Hunter, K.M. «Making a Case", Literaiure and Medicine, 7, 1.9.88,
66-79; Kleinman, A. The Illness Narratives: Suffering, Healing, and the Human CondttlOn,
New York, Basic Bocks, 1989; Hunter, K.M. Doctors' Stories: The Narrative Structure of Medical
Knowledge. Princeton, Princeton University Press, 1991; Charon, R. <:Na~rati~eContribu.tions
to Medical Ethics: Recognition, Forrnulation, Interpretation, and Validation In the Practice of
the Ethicist», in: DuBose, E.R.; Hamel, R.; O'Connell, L.J. eds., A Matter of Principies? Ferment
in V.S. Bioethics. Valley Forge, Pennsylvania, Trinity Press, 1994, pp. 260-283; H. Brody,
«The Four PrincipIes and Narrative Ethics», in Gillon, Raanan and Lloyd, Ann. eds., Principies
of Health Care Ethics, London, John Wiley & Sons, 1994, pp. 207-215.
76
los principios como absolutos y después justificaba un increíble número de
excepciones, a la vista de las circunstancias y las consecuencias (probabilismo,
doble efecto, carácter ordinario o extraordinario, estado de necesidad, distin-
ción entre bien común y bien individual, etc.). Este fue el origen de la polémi-
ca entre jansenismo y jesuitismo en el siglo XVII. La crítica de Pascal fue incon-
testable, dada su concepción de los principios morales como absolutos y sin
excepciones". La solución moderna fue exactamente la contraria: los princi-
pios materiales no pueden ser absolutos, y por tamo tienen excepciones que
sólo pueden ser justificadas a la vista del contexto o la situación concreta. El
único principio absoluto es el criterio formal de respeto de todos los seres
humanos,
33 Cf. Daniel, S.L. «The Patient as Text: A Model of Clínical Herrneneutics», Theoretical
Medicine 7, 1986, 195-210; Carson, R.A. «Interpretative Bioethics: The Way of Discernrnent»,
Theoretical Medicine 11, 1990, 1·9; Leder, D. «Clinical lnterpretation: The Hermeneutics of
Medicine", Theoretical Medicine, 11, 1990, 9·24; Leder, D. «Toward a Hermeneutical
Bioethics», in: DuBose, E.R.; Hamel, R.; O'Connell, L.J. eds., A Matter of Principies? Ferment
in V.S. Bioethics. Valley Forge, PennsyIvania, Triniry.Press, 1994, pp. 241-259.
34 Cf. PascaI, Blaise. Les Provinciales, Paris, Gallimard, 1987.
77
4
ÉTICA Y GESTIÓN DEL CUERPO
INTRODUCCIÓN
Pues bien, lo mismo sucede en el ámbito que aquí y ahora nos ocupa, el
de la ética. Es obvio que los juicios morales sobre las acciones no permanecen
invariables a 10 largo del tiempo. La ética, como cualquier otro tipo de raciona-
lidad humana, evoluciona, tiene su historia. Negar esto sería insensato. Y en
esa historia hay fases, épocas, como en cualquier otra, Hay periodos de calma,
79
y periodos revolucionarios. Luego veremos algunos. Pues bien, la tesis que me
propongo defender en este capítulo es que nos encontramos en uno de ellos,
que estamos en una época revolucionaria en el dominio de la ética, y que esa
revolución está suponiendo un cambio drástico, radical en dos áreas de la
ética, a saber, la gestión de la vida y la gestión del cuerpo. Y como la vida
humana es siempre y por necesidad corpórea, aún puede incrementarse la
concisión y decir que nos hallamos en un periodo revolucionario en el tema
concreto de la gestión 'del cuerpo, en el manejo de los valores que determinan
el modo de gestión del cuerpo.
Para probar esta tesis, vaya dividir el capítulo en dos partes, una primera
dedicada a estudiar qué son los valores y cuáles sus leyes internas, y la segun-
da al análisis de los modos como esos valores son gestionados, lo que nos
explicará por qué y cómo los valores relativos al cuerpo han sufrido un cambio
fundamental, y cuál es éste.
Hay hechos y hay valores. De esto no cabe la menor duda. Los hechos son
datos de percepción. Los hechos se ven, se tocan, se huelen, etc. Por más que la
teoría del hecho puede complicarsehasta el infinito, cabe decir que un hecho
es todo aquello que resulta mediata o inmediatamente perceptible. Es un he-
cho mi percepción de la pantalla del ordenador. Y lo es también el bacilo de
Koch que veo a través de un microscopio. Los hechos son la base de nuestro
conocimiento de la realidad. Por eso la ciencia se interesa fundamentalmente
por los hechos. Esto es lo que hizo pensar a los sensualistas del siglo XVlII, en
especial a Condillac, y a los positivistas del XIX, particularmente a Comte, que
la ciencia debía estar constituida por hechos y sólo por hechos, y que los erro-
res en el conocimiento se debían siempre a un erróneo manejo de las cuestio-
nes de hecho.
Ahora bien, las cosas no son tan sencillas. Esto lo vio ya con toda claridad
uno de los filósofos que más han contribuido a esclarecer la idea de hecho, el
escocés David Hume. De él proviene la expresión, que con el tiempo ha llegado
a hacerse tópica, de matters of fact, cuestiones de hecho, o de matter of facts,
cuestión de hechos. Los hechos, piensa Hume, proceden de las sensaciones
que tenemos de los cuerpos exteriores. Esas sensaciones son losdatos prima-
rios e irrebasables de nuestro contacto con la realidad, y en tanto que tales son
siempre verdaderas. Ahora bien, es necesario distinguir lo que es sensación, y
por tanto lo que viene dado por el contacto con la realidad exterior, de lo que
ponemos luego nosotros. La sensación es una percepción viva y fuerte. Ella
suscita en nosotros emociones y sentimientos, que también se caracterizan por '
ser vivaces y fuertes. De ahí la facilidad con que acabamos identificando la
80
sensación con la emoción, y trasponiendo a aquélla lo que es exclusivo de ésta.
Como esas emociones son siempre positivas o negativas, de agrado o desagra-
do, de amor o rechazo, resulta que al final la razón acaba elaborando juicios
de aprobación o reprobación de esas cosas o situaciones. Y todos tenemos la
~e~~encia, precisamente por la viveza de las emociones, a considerar que esos
J~ICIOSde valor son completamente objetivos, y por tanto que las cosas son en
SI buenas o malas, que hay unos predicados en ellas que las hacen realmente
buenas o malas, independientemente de nuestra percepción. Esta es, según
Hume, la génesis de la conciencia moral del ser humano.
Más allá del valor que pueda tener esta teoría explicativa de la génesis de
la conciencia moral, parece claro que las llamadas cuestiones de hecho son
·complejas, ya que sobre toda sensación se monta indefectible y necesariamen-
te una e.moción. Esto significa, cuando menos, que no hay datos de sensación
puros, sino que todos son siempre base o soporte de reacciones emocionales.
No podemos percibir n~da que no sea inmediatamente apreciado o desprecia-
do, estimado o desestimado, valorado positiva o negativamente. De lo que
·resulta q~e nunca hay «puros" hechos, que la pretendida pureza del hecho es
una utopía, y que todo dato de percepción va siempre acompañado de uno o
·muchos fenómenos de estimación o valoración. En consecuencia, las «cuestio-
nes de hecho" son, cuando menos, de dos tipos o, mejor aún, tienen dos mo-
mentos necesarios e ineludibles: uno sensoperceptivo que denominamos «he-
c~o» y otro. estimati~o o emocional que denominamos «valor". No hay valor
·Sin hech.o m h~cho Sin ~alor, por más que estas dos dimensiones sean lógica-
mente dlfere~clables. Sin valores, los hechos son inoperantes, y sin hechos los
valores son ciegos.
81
Laura en tanto que el segundo va más allá, y expresa una valoración mía,
$'qs~d~,sin duda en una reacción emocional.
.-. ' Hay, pues, juicios de hecho o descriptivos y juicios de valor o ~st~mativos.
Pero hay aún un tercer tipo de juicios, que son los morales oprescnpnvos. Hay
juicios que mandan, y que mandan imperativamente. Así, el juicio qu~ dice: '
«iCurnple las promesasl». Hume consideró que estos juicios eran un subtipo de
los de valor, y que por tanto tenían las mismas propiedades lógicas que éstos,
Pero eso resulta, cuando menos, dudoso. Los juicios morales tienen unas pro- :(,
piedades lógicas altamente peculiares, y desde luego distintas a las de los jui-
cios evaluativos o estimativos. Estas son, cuando menos, dos, Una es la
«prescriptividad», es decir, el hecho de que manden, y que manden al propio
sujeto que realiza el juicio. Es una propiedad sumamente paradójica, ya que se
impone al propio sujeto del juicio. Lo cual plantea el grave problema de la
fuente de esa prescriptividad, ya que de algún modo parece que no puede ser
el mismo sujeto, toda vez que se impone a él mismo. La segunda propiedad es
la «universalizabilidad», es decir, el que uno considere que cuando un acto es
incorrecto en unas condiciones determinadas, está de algún modo afirmando
que debería ser incorrecto no sólo en este caso, sino en todos aquellos simila-
res al suyo. Dicho de otro modo, el.juicio moral tiene siempre vocación de
hacerse universal, de universalizarse ..Con.esto no se está diciendo que el «con-
tenido» del juicio sea universal, o deba formularse como universal. La univer-
salizabilidadno se identifica sin más con la universalidad. De hecho, los conte-
nidos de los juicios concretos no son nunca universales sino particulares. Pero "
aun así, cuando el juicio esmoralexige la generalización al conjunto de todas
las situaciones idénticas, y por tanto es un juicio concreto, no universal, pero
con pretensiones de universalidad, es decir, universalizable.
82
teologías suelan ser proclives a las formulaciones morales racionalistas y
absolutistas .
Pero el juicio «los pájaros vuelan» puede tener otro sentido. Con él se
puede querer decir que unas realidades definidas, llamadas pájaros, tienen
siempre y necesariamente la capacidad de volar. Aquí se intenta hacer de «los
83
'pájaros vuelan" un juicio sintético o de experiencia. Y en ese caso no es ni
puede ser nunca cierto. Este es, de hecho, el gravísimo problema de todas las
clasificaciones botánicas y zoológicas, que intentan realizarse desde bases
empíricas, y que partiendo deeJ1as nunca puede hacerse una clasificación per-
fecta, absoluta y sin excepciones. La taxonomía tiene que ir siempre, por nece- r
, sidad, más allá de la base empírica, por una exigencia lógica ineludible. Yeso
la hace siempre incierta, por más que resulte útil o incluso indispensable.
Con esto hemos analizado algunas de las características de los juicios .'
morales, tanto en lo referente a su forma cuanto a su contenido. Por su forma ,.
84
. tienen carácter prescriptivo y universalizable, y por su contenido son sintéticos
y universales, pero no absolutos. Otra característica interesante de los juicios
morales es que consisten en la realización de valores no directamente morales.
Ya hemos visto que los juicios de valor se distinguen de los juicios morales.
Pues bien, ahora añadimos que la prescripción o prescriprividad no tiene por
objeto realizar valores específica mente morales, sino más bien lo contrario,
reali7ar valores que en principio no son morales sino que son, simplemente,
pOSltlVOS,La salud, por ejemplo, es un valor positivo, y la enfermedad un valor
neg~tivo. Pues bien, el deber moral está en realizar el valor positivo salud, que
en 51 no es moral y evitar el valor negativo enfermedad, que tampoco es direc-
tamente moral. Lo mismo cabe decir respecto de los demás valores los econó-
micos, los vitales, los lógicos, los estéticos o los religiosos. La moral 'no consiste
en la realización de los valores morales, sino en la de los valores no morales, es
decir, en la promoción de los valores positivos y la evitación de los valores
negativos. La ética no se ocupa de lo bueno, ni tampoco de lo malo sino de lo
mejor, de lo óptimo, y esto se identifica siempre con la realización de los valo-
res positivos y la evitación de los negativos. En esto consiste la prescriptividad
moral, en la realización de lo mejor, de lo óptimo.
Aún cabe decir más, y es que el intento de ser simplemente bueno, sin
preocuparse por la realización de los valores positivos no directamente mora-
les y la evitación de los negativos, es en sí una aberración moral. Nicolai
Hartrnann trae a colación a este respecto la imagen evangélica del "fariseo», el
hombre que pone todo su empeño en ser bueno, no en realizar valores. Ese
empeño es ya en sí una aberración moral, y por tanto un disvalor. La persona
mor~lm~~te buena no es la que se propone ser buena, sino la que busca la
realización de los valores óptimos. Esto es lo que realizan de modo excelente
los hombres paradigmáticos, el genio, el héroe, el sama, como con tanta agu-
deza supo describir Max Scheler.
Los va~ores no se dan nunca aislados sino que forman matrices orgánicas
q~e denominamos «culturas» o «tradiciones». Estos complexos axiológicos no
solo articulan valores, sino también modos distintos de gestión de los valores.
y como decíamos que el modo de gestión de los valores tiene que ver muy
directamente con la ética, ya que ésta no es otra cosa que la realización de los
valores positivos y lá evitación de los negativos, resulta que toda cultura o
tradición es un entramado de valores, y una ética, es decir, un modo concreto
de .organizar su gestión y realización. La historia. de la ética no consiste sólo en
los cambios de estimación que generan cambios parejos en las decisiones de
optimización, sino también en los cambios en el propio proceso de gestión de
los valores. Veamos cómo.
85
· Hay un modo de gestión de los valores que podemos denominar «tradi-
cional» .. Ha sido el más clásico. Se ha tratado siempre de una gestión
«heterónoma»: qué valores hay que realizar y cómo hay que realizarlos, lo
manda alguien exterior al propio sujeto .. Este alguien puede ser Dios, bien
directamente, bien mediante sus representantes, los sacerdotes, o a través .de
las obras de Dios, en especial la naturaleza y sus aconteciemientos, sobre todo .
aquellos de carácter inusual o extraordinario. Esto ha hecho que la gestión .1
tradicional de los valores y de las obligaciones morales fuera mayoritariamente )
«sacerdotal», por tanto, «religiosa» y «teológica». Ellos son los que afirman qué
cosas son mandatos y cuál es su estatuto, por tanto, si tienen carácter absoluto
o no, etc. '
En un principio pudo parecer que este cambio iba a ser fácil, pero prontd
se vio que no era así. De nuevo hay que acudir al recuerdo de Sócrates. El.,
intento de racionalizar la ética se vio pronto como una provocación que aten-
taba contra los mismos cimientos del orden establecido. Y lo era; por eso se
trataba de una revolución. Y por eso suscitó todo tipo de reacciones. En los
primeros momentos, llenos de confusión, los.filósofos suplantaron claramente .;'
el papel de los antiguos sacerdotes. Pero pronto reaccionaron éstos, y fueron ti~
poco a poco ganando el terreno perdido. La Edad Media es buena muestra de:á
ello. La ética pasa de nuevo a ser cuestión teológica más que filosófica. Y ello '~:
no sólo en el mundo cristiano, sino también en el árabe y eljudío. De nuevo lás *..
cosas parecían haber vuelto a su cauce.
86
Se trataba de un nuevo proceso revolucionario. Lo iniciaron, a partir de la
segunda mitad del siglo XIII, y sobre todo durante el siglo XlV,dos movimien-
tos, el averroísmo latino y el nominalismo. Ambos tuvieron muchas manifesta-
ciones, pero entre ellas una que aquí interesa de modo especial, la política.
Fueron movimientos de oposición a la doctrina política que durante siglos
habían venido construyendo los teólogos y defendiendo los papas. Había que
secularizar la política, rescatándola de las manos de los teólogos y los pastores
y convirtiéndola en una disciplina estrictamente racional y humana. Juan de
Janduno y Marsilio de Padua fueron los adalides de este movimiento. A partir
de ellos, poco a poco se fue construyendo e imponiendo la tesis de la separa-
ción entre Iglesia y Estado. De ahí surgiría la tesis de la soberanía popular
frente a la del derecho divino de los reyes. A partir de entonces, y a lo largo de
un trabajo de siglos, se irá elaborando la doctrina política liberal, basada en la
teoría de los derechos civiles y políticos de todos los ciudadanos, y como con-
secuencia de uno de ellos que costó sangre instaurar, el de libertad de concien-
cia, se acabará exigiendo la neutralidad axiológica del Estado. Esta revolución
conceptual, filosófica y ética, acabó teniendo sus consecuencias sociales y po-
líticas, que en los libros de historia se conocen con el nombre de «revolución
liberal". Tan importante fue ésta para las sociedades en que tuvo lugar, y para
la humanidad en general, que a partir de ella se inició un nuevo periodo de la
historia de los pueblos, la llamada Edad Contemporánea.
Pues bien, la tesis que estoy intentando probar a todo lo largo de este
trabajo es que en la actualidad, a dos siglos de la Revolución francesa, y por
tanto del comienzo de la Edad contemporánea, se está produciendo otro pro-
ceso revolucionario de consecuencias impredecibles, pero que no parecen
menores que las anteriores. Se trata de otro proceso de secularización, por
tanto de autonomización de un espacio ético o moral respecto de la teología.
Ya no se trata del espacio político, que fue el primero en liberarse del yugo
teológico, sino del espacio corporal. Ahora no se trata de la gestión de la cosa
pública, sino de la gestión del cuerpo. La ética de la gestión del cuerpo ha
estado directamente en manos de los teólogos y pastores hasta ayer mismo,
hasta hoy, y como sucedió en el comienzo de la modernidad, la emancipación
no se está consiguiendo más que al precio de condenas y debates sin cuento.
Ni aquélla fue fácil, ni ésta promete serlo.
87
misma, que el conceder libertad en ese área había de conducir necesariamente
al caos yal libertinaje, y que por tanto los seres humanos no eran capaces de
autogobierno racional y moral. A la postre, puro pesimismo antropológico.
88
5
CUESTIÓN DE PRINCIPIOS
INTRODUCCIÓN
Lo que yo quiero son hechos. No enseñes a estos niños y niñas otra cosa que
hechos. Los hechos son el único objetivo de la vida. No plantes otra cosa,
arranca todo lo demás. Sólo con hechos podrás formar la mente de animales
razonantes: ninguna otra cosa les será de utilidad. Éste es el principio que yo
he utilizado con mis propios hijos, y es el principio a utilizar con estos chicos.
¡Atente a los hechos, por favor! l.
89
valores (valuefree), dado que todos los juicios se hallan impregnados de valo-
res (value laden), y porque la ciencia en general, y la medicina en particular;
~~mcampos en los que se hallan en juego valores muy importantes, fuentes de
muchos conflictos, y que nos enfrentan continuamente a elecciones difíciles"
La cuestión es cómo tomar esas decisiones adecuadamente, correctamente.
Este es el problema de la fundamentación de los juicios de valor: cómo justifi-
car nuestras opciones de valor; cómo elegir racionalmente entre lo correcto y
lo incorrecto, lo bueno y lo malo.
2 Cf. Grahan, Loren R. Between Science and Values, New York, Columbia University Press,
1981; Gracia, Diego. «Hechos y valores en la práctica y en la ciencia médicas», Actas del IX
Congreso Nacional de Historia de la Medicina, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, VoL 1,
1991, pp. 35·63. '
3 Cf. La historia de este movimiento en Jonsen, A.R. «Foreword», in: DuBose, E.R,; Hamel,
R.; O'Connell, L.J. eds, A Matter of Principies? Ferment in U.S, Bioethics, Valley Forge,
Pennsylvania, Trinity Press, 1994,pp, IX·XVI!.
4 Cf. Beauchamp, Tom L. «The 'Pour-principles' Approach», in Gillon Raanan and Lloyd,
Ann. eds., Principies of Health Care Ethics, London, John Wiley & Sons, 1994, p. 3,
5 Beauchamp, T.L.;C¡hildress, J.E Principies ofBiomedical Ethics, New York, Oxford University
Press, 1979; 4th ed., '1994. Cf. también Childress, J.R. «Principles-Oriented Bioethics. An
Analysis and Assessment from Within», in: DuBose, E.R.; Hamel, R.; O'Connell, L.J. eds., A
Matter of Principies? Ferment in U.S. Bioethics. Valley Forge, Pennsylvania, Trinity Press,
1994, pp. 72·98.
€) Cf. Gillon, Raanan and Lloyd, Ann. eds., Principies of Health Care Ethics, London, John
Wiley & Sons, 1994.
7 Cf. DuBose, E.R.; Hamel, R.; O'Connell, L.J. eds., A Matter of Principies? Ferment in U.S.
Bioethics. Valley Forge, Pennsylvania, Trinity Press, 1994.
8 Cf. Clouser K. Danner and Gen, Bernard. "A Critique of Principlisrn», The Journal of
Medicine and Philosophy, 15, April 1990, pp. 219·236. ., "
9 Jonsen, A.R. «Of Balloons and Bicycles, or The Relationship Between Ethical Theory and
Practical Judgernent». Hastings Center Report 21, July/August 1991, 14-16. ,
90
y ambos son también clara prueba de que durante los pasados veinte años la
bioética basada en principios ha sido la verdadera ortodoxia, y que hoy, a
pesar de sus críticos, sigue siendo el paradigma dominante. Nadie puede po-
ner en duda su utilidad. El mayor enemigo del principialismo es su propio
éxito y la exesiva simplificación de su contenido.
Hace sesenta y cinco años, en 1930, Sir David Ross publicó un justamente
famoso libro, The Right and the GoodlO• En él, Ross concibió la vida moral como
fundada sobre ciertos principios básicos y autoevidenres que todos los seres
humanos consideran en principio (o primajacie) obligatorios> tales como cum-
plir las promesas, reparar los daños, agradecer los servicios o los regalos, evi-
tar hacer daño a otros, ser justo, etc. Ross incluyó en su lista de principios
prima jacie tres de los cuatro de la bioética: justicia, no-maleficencia y benefi-
cencia. Y además afirmó que el principio de no-maleficencia (no producir daño)
tiene prioridad sobre el principio de beneficencia (hacer el bien) ", Por tanto,
Ross pensó que esos principios, o al menos algunos de ellos, no eran del mismo
nivel.
10 Ross, W.D. The Right and the Cood, Oxford, Clarendon Press, 1930.
11 [bid., p. 21. «It seems to me clear that non-rnaleficence is apprehended as a dury distinct
" from that of beneficence, and as a duty of a more stringent character». Y en la p. 22: «Even
when we have come to recognize the dury of beneficence, it appears to me that the duty of
non-rnaleflcence is recognized as a tíistinct one, and as prima [acie more binding».
91
podemos decir que los deberes de obligación perfecta vinculan en grado muy
alto» 12.
12 Ibiá., p. 41.
13 Beauchamp-Childress,op. cii., pp. 104-5.
14 Beauchamp-Childress,op. cit., p. 105.
15 Cf.Frankena, W.K. Ethics, Englewood Cliffs, N.J., Prentice-Hall, 1963.
16 Beauchamp-Childress, Op, cit., pp. 103, 106.
17 Frankena, Op. cír. p. 24.
18 Frankena, Op. cit., p. 24.
92
estudiosos de Aristóteles que ha dado nuestro siglo, Por eso es necesario ana-
lizar con cuidado lo que quiere decir cuando transcribe la sentencia de
Aristóteles: en te aisthései he krisis. Este texto procede de la Ética a Nicómaco, y
se halla en el interior de dos contextos que es necesario recordar, Uno de ellos
dice así:
No es fácil determinar cómo, con quiénes, por qué motivos y por cuánto tiem-
po debemos irritamos, ni hasta dónde lo hacemos con razón o pecamos. El
que se desvía poco no es censurado, ya sea hacia el exceso o hacia el defecto,
y en ocasiones alabamos a los que se quedan cortos y los llamamos benignos,
y viriles a los que se irritan juzgándolos capaces de mandar. Cuándo y cómo
tiene que desviarse uno para ser censurable, no es fácil de poner en palabras:
la decisión depende, en efecto, de las circunstancias particulares y de la
aísthesis 19,
No es fácil definir cómo, con quiénes, por qué motivos y por cuánto tiempo
debe uno irritarse; en efecto, nosotros mismos unas veces alabamos a los que
se quedan cortos y decimos que son apacibles, y otras a los que se enojan, y los
llamamos viriles, El que se desvía poco del bien no es censurado, tanto si se
excede como si peca por defecto; pero sí lo es el que se desvía mucho, porque
éste no pasa inadvertido. Sin embargo, hasta qué punto y en qué medida sea
censurable no es fácil de determinar por la razón, porque no lo es ninguna de
las cosas que se perciben (oude gar al/o oudén ton aisthetons. Tales cosas son
individuales y el criterio reside en la percepción (ta de coiauta en tois kath'
ékasta, kai en te aisthései he krísislo.
93
.son previos a ellos. Por eso dice Aristóteles que eso «no es fácil de determinar
parla razón (lógos), porque no lo es ninguna de las cosas que se perciben
(aistheton',», Tras lo que añade: «Tales cosas son individuales y el criterio resi-
de en la aisthesis», Queda claro, pues, que para Aristóteles la aísthesis es una
especie de intuición primaria, indubitable, previa al ejercicio de la razón y
fundamento suyo. La aísthesis es siempre verdadera, como dice Heidegget co-
mentando a Aristóteles: «La 'verdad' de la aísthesis y del ver las 'ideas' es el
'descubrir' original. Y sólo porque la nóesis es lo que primariamente descubre,
puede también tener ellógos como dianoein función de descubrimíento-". La
aísthesis es siempre y por definición verdadera. No se puede engañar. Más aún,
la aísthesis se nos «impone», nos «fuerza-". Esa forzosidad no sólo es perceptiva
sino también moral. Aristóteles piensa que hay una especie de «sentido moral»
primario, pre-racional, que nos acaba diciendo lo que debemos y no debemos
hacer. La deliberación es sin duda importante, pero al final se impone el senti-
do moral.
Todo esto es lo que quiere decir Ross cuando cita el texto aristotélico, en
te aisthései he krísis. Se trata de cualquier cosa menos de una pura evasión del
problema. No es que se salga por la tangente, como parece dar a entender
Frankena cuando cita el proverbio francés 'C'est la vie'. Todo lo contrario, Lo
que Ross nos está queriendo decir es que la intuición no se da sólo en el orden
de los deberes primaJacie sino tambiénen el proceso de jerarquización de esos
deberes a la vista de las circunstancias concretas, de modo que la determina-
ción de lo que en cada caso es la actual duty se realiza también intuitivarnente.
No es que todo sea intuición, ya que se necesita evaluar todas las circunstan-
cias que concurren en el caso concreto. Pero una vez definida la situación
concreta del modo más preciso posible, el establecimiento del deber priorita-
rio en esas circunstancias se establece de modo intuitivo, por una especie de
«sentido moral". De lo que se deduce que Ross no es sólo decntologista en el
orden de las prima Jade duties sino también en el de las actual duties.
94
este solo principio, dice Frankena, no es suficiente, porque además de él hay
que admitir un criterio que nos permita determinar cuándo una distribución
es justa. Frankena piensa que ese criterio no puede ser el de utilidad (en cuyo
caso estaríamos reduciendo la justicia a la beneficencia) sino otro distinto,
como por ejemplo el de equidad. La utilidad puede ser el .criterio de correc-
ción, pero de ahí no puede deducirse que sea el criterio de justicia.
Es necesario ver estos dos principios como principios prima facie, no como
deberes reales y efectivos (actual duties); y es necesario, si nuestro argumento
es correcto, permitir que el principio de justicia pueda tener precedencia so-
bre el de utilidad, al menos en algunas ocasiones, aunque quizá no siempre.
Sin embargo, puede no ser posible dar una fórmula que diga cuándo la justi-
cia tiene prioridad y cuándo n025•
9S
otros, el principio de no interferir con la libertad de otros, etc. Del segundo
derivan otros, por ejemplo, igualdad de consideración e igualdad ante la ley.
Posiblemente algunos otros, como guardar las promesas, derivan de ambos.
En cuanto a las reglas relativas a deberes reales, como 'Decir la verdad excep-
to en tales y tales condiciones', o juicios sobre deberes reales como 'En este
caso debo decir la verdad', ellos no se siguen de esos principios de obligación
prima Jade excepto en los casos en que sólo se aplica un principio. En los
demás casos, se debe tomar la mejor decisión que uno pueda a la luz de los
hechos y de los principios de benevolencia y justicia".
96
las obligaciones de beneficencia son también a veces más vinculantes que las
obligaciones de no-rnaleficencía», escriben".
97
Pero hay otro nivel moral. El hecho de vivir en sociedad nos obliga a
aceptar ciertos preceptos morales que el Estado debe aplicar a todos los miem-
bros de la sociedad por igual. Si la ética del nivel anterior es privada y los
sujetos morales son los individuos, este segundo nivel es publico, y el sujeto es
el Estado. La vida moral no sólo está constituida por los deberes privadosde
autonomía y beneficencia, sino también por los deberes públicos de no- .
maleficencia y justicia. Si en el primer nivel la vida moral de cada uno es
diferente y debe ser respetada en su diversidad, en este segundo nivel todos,
debemos ser tratados de modo igual. La ética pública o civil no puede aplicarse
diferencialmente a los miembros de la sociedad. Esto sería discriminación,
segregación o marginación, cosas completamente prohibidas por el principio
de justicia. Como sugiere Frankena, en el caso de conflicto entre beneficencia
y justicia, la justicia tiene preferencia. Los deberes públicos tienen prioridad
sobre los privados. Esta es una regla procedimental clásica, presente desde
antiguo en la tradición ética y legal, la que afirma la superioridad del bien
común sobre el privado o individual en casos de conflicto entre ambos.
98
autónomas. La vida moral comienza con la autonomía. Por tanto, desde el
punto de vista genético, los principios privados de autonomía y beneficencia
tienen prioridad sobre los otros dos. El contenido de los otros dos principios es
siempre la consecuencia de un acuerdo entre los miembros de la sociedad. Por
ejemplo, el contenido del principio de no-ma1eficencia lo define la sociedad en
el Código Penal, y por tanto cambia con la evolución del sistema de valores de
la sociedad. Lo mismo sucede con el principio de justicia: así, por ejemplo, la
cantidad de impuestos a pagar es siempre la consecuencia del acuerdo entre
los miembros de la sociedad. En otras palabras, sólo hay dos vías de definir los
deberes públicos derivados de los principios de no-maleficencia y de justicia,
que son el acuerdo y la fuerza. Los principios de no-maleficencia y de justicia
carecen de contenido absoluto, y por tanto son el resultado del consenso social
e histórico alcanzado por las sociedades (o, en caso contrario, deben ser im-
puestos por la fuerza).
99
.- .
no parece que sea siempre así. Pero esto nace de una mera ilusión. Es absolu-
tamente evidente que en caso de conflicto de un deber perfecto con un deber
imperfecto, siempre tiene prioridad el primero, y esto es lo único que dice la
jerarquía que hemos establecido. Pero eso no quiere decir que los deberes
jurídicos tengan prioridad sobre los morales. Esto es obvio tras lo dicho. Si los
deberes jurídicos coinciden con nuestra percepción de los deberes perfectos;
entonces no hay duda de que nos obligan prioritariamente. Pero en caso con-
trario, no. Lo que nos obligará prioritariamente será nuestro modo de enten-:
der o dotar de contenido a los deberes perfectos. Por tanto, los deberes perfec-
tos siempre tienen prioridad, pero no la expresión jurídica de los deberes per-
fectos sino su contenido directa y primariamente moral.
Brevemente, los cuatro principios bioéticos, lejos de ser del mismo nivel,.
se hallan estructurados en dos niveles diferentes que definen dos dimensiones:
de la vida moral: la privada, compuesta por los principios de autonomía y
beneficencia, y la pública, formada por los de no-rnaleficencia y justicia. Las .
relaciones entre estos dos niveles se hallan gobernadas por dos reglas. La pri-
mera o genética dice que cronológicamente el primer nivel es anterior al seo,
gundo. La segunda o jerárquica afirma que en caso de conflicto entre deberes
de esos dos niveles, los deberes del nivel público tienen siempre prioridad
sobre los del nivel privado.
Afirmar principios éticos absolutos supone negar que puedan tener ex- ¡~
cepciones, es decir, que haya circunstancias en las que los principios no sean . ¡
aplicables. Si los principios son absolutos, deben cumplirse siempre y en todas'
las circunstancias. Esto resulta difícil de asumir, dado que la, experiencia pareo' J
ce demostramos continuamente que los principios morales más aceptados tie-: .';
. ~
nen excepciones. Lo cual, a su vez, plantea el problema de cómo se justifican! "
esas excepciones o desde dónde se hacen. La justificación no puede hacerse! ,
más que desde otro principio, que por tanto sería de rango superior y estaría .'"
siendo afirmado como absoluto y sin excepciones. i ,\
I .
Esto demuestra, cuando menos, que los extremos son inviables en ética. ;'
Ni el absoluto absolutismo ni el absoluto relativismo son realmente posibles.')
El primero impide entender la propia evolución de los contenidos morales, Y' "
por tanto la propia historia moral de la humanidad. Y el segundo es lógica-' '
mente insostenible, aunque sólo sea porque es contradictorio hablar de un
relativismo absoluto. Por tanto, parece claro que el juicio moral tiene una es-
tructura compleja, en la que algo debe ser afirmado como absoluto Y otro algo
como relativo. El problema es determinar qué es lo uno Y qué es lo otro.
100
. En la historia de la filosofía ha sido frecuente afirmar que los juicios ana-
líticos son por definición absolutos y carecen de excepciones. Si los principios
de la ética fueran analíticos, no hay duda de que serían absolutos y no ten-
drían excepciones. Eso es lo que han pensado todos los racionalismos, en espe-
ciallos de Descartes, Espinosa y Leibniz. En tanto que verdades de pura razón,
, los principios de la ética serían como los de la lógica o la matemática, de suyo
evidentes.
101
,'r¡ Pero el naturalismo entró en crisis a panir del siglo XVII. El concepto ,
. capital de toda la metafísica y la ética antiguas, la teleología de la naturaleza,.~~
se desvaneció rápidamente. Lo absoluto; de existir, ha de hallarse en el interior"~
dé uno mismo, en la razón. El racionalismo intentó esto por la vía de los juicios;
analíticos. Sobre él lanzaría sus críticas el empirismo inglés. Los juicios síntéti-'
cos universales no pueden ser nunca absolutos, aunque sólo sea porque la basej
empírica de que panen y en que se apoyan es siempre limitada. Esos juicios;j~
surgen por inducción, pero ésta es necesariamente incompleta, ypor tanto nol'
da nunca verdad absoluta sino sólo probabilidad. Frente a la vía antigua de la!l
aphaíresis, la abstracción, aquí toma la delantera la vía de la inducción, epagogé.~
La filosofía antigua pensó que los principios podían surgir por inducción com-;:~;
pleta. Aristóteles escribe: «Hay principios iarchai¡ de los que parte el silogismo;
que no se alcanzan mediante el silogismo; luego se obtienen por inducción-". ':~'
El problema es que, como demostró Hume, la inducción es siempre y necesa-f
riamente incompleta, y da sólo probabilidad, no certeza. De ahí que par~ Hume;;/
los principios morales no tengan el carácter de absolutos y necesarios. Estos no~
pueden ser más que sintéticos, lo que en su filosofía significa no necesarios ni~'
absolutos sino meramente probables. '.~
. 'r
La crítica de Hume fue decisiva. A panir de él nadie pudo seguir defen-~¡
diendo el carácter absoluto y necesario de los juicios de experiencia. Las pre-,::~
tensiones del viejo naturalismo y del nuevo racionalismo cayeron por su base.J
y cuando Kant pretendió restablecer la universalidad y necesidad de los jui-'¡'
cios de experiencia, ello hubo de ser al precio de negarles carácter real o i
nouménico y dejarles reducidos a la condición de juicios objetivos o',
fenoménicos. El el orden del noúmeno, dice Kant, Hume tenía razón. Pero no '~
se puede negar que hay otro orden, el experiencial o fenoménico, en el que las}
categorías del entendimiento dotan a los juicios de una cierta universalidad' y 1.
necesidad, como demuestra el hecho de que sin ellas los juicios científicos, lós;,j
de la ciencia matemática, o los de la física de Galileo y Newton, resultarían,\t~
imposibles. Esas ciencias establecen, piensa Kant, proposiciones verdaderasr;j"
dotadas de necesidad. Estas cualidades no le pueden venir de la experiencia, ,~~
motivo por el cual hay que pensar que se trata de condiciones a priori de la,,!!
experiencia, lo que significa que son independientes de ésta y receptáculo suyo ..~
Hume había pensado que todos los juicios empíricos o sintéticos eran por defi- q'
nición a posteriori. Kant piensa que eso no es así, y que las categorías que ~
necesitan los datos de experiencia para convenirse en juicios hacen que éstos .~
sean a la vez sintéticos y a priori. Este es, según él, su gran descubrimiento, '.•.,
Pero que no deja de plantear gravísimos problemas. Pues si esas categorías se ,'í
entienden a modo de las meras funciones lógicas con que el entendimientoji
ordena los datos de experiencia, como interpretaron los neokantianos de"
Marburgo, entonces no añaden nada nuevo a lo ya expuesto por Hume. Y si se
102
entienden de otra manera, si van más allá de las meras funciones lógicas y
adquieren carácter ontológico, como sucede en el caso de la causalidad, en-
tonces suponen de nuevo una caída en el racionalismo, es decir, en la confu-
sión entre el orden lógico y el ontológico. Por más que Kant critique muy dura-
mente la ontología racionalista en la Dialéctica transcendental, parece claro
que la ontología se le introduce por la vía de la Estética y la Analítica
transcendentales, como ya apuntó Heidegger". Su pasado racionalista le llevó
a establecer las categorías del entendimiento. Esto es panicularmente claro en
el caso de la categoría de causalidad, que justifica apelando al principio
leibniziano de razón suficiente". De algún modo, Kant repite el error de Espi-
nosa: ratio sive causa. Esto fue ya señalado por G.E. Schulze, Salomon Maimon,
F.H. Jacobi y otros, y constituye una de las más duras críticas que le hace
', Shopenhauer", Habría, pues, una concesión básica al racionalismo en el tema
de las categorías del entendimiento, Pero donde las concesiones serían mayo-
res es en el orden de la razón. La teoría de los juicios sintéticos a priori de base
empírica le prepara a Kant el camino para la formulación de la posibilidad de
juicios sintéticos de contenido supraempírico. No es fácil distinguir este tipo
de juicios de los puramente analíticos, ni por tanto diferenciar la metafísica
kantiana de la propiamente racionalista. El único caso de juicio sintético de
base supraempírica que Kant aduce es el imperativo moral, que define como
un puro «hecho de razón". Y porque se trata de puro hecho de razón sin base
empírica directa, ha de tener por necesidad un carácter meramente «formal".
De lo que resulta que el principio ético absoluto y sin excepciones que Kant
consigue fundar es meramente formal y carece de contenido material concre-
to. No se trata, pues, de un principio deontológico, en el sentido clásico, sino
que tiene un carácter distinto que Kant llama «canónico». Por más que sea un
juicio sintético a priori de base supraempírica, se comporta como un puro jui-
cio analítico. Es un principio a la vez lógico y ontológico. Con lo cual se cae de
nuevo en falacia racionalista. Todo el idealismo transcendental cae en ella.
103
Analizado en esta perspectiva, el idealismo transcendental, de Kant a Hegel, es
un nuevo rebrote de racionalismo, que confunde una vez más el orden lógico
con el ontológico. La Lógica de Hegel sería su expresión más alquitarada. Y la
crítica de Hume se les podría aplicar con la misma justeza que a Espinosa o a
..Leibniz.
Así se fue viendo cada vez más claramente a partir de la muerte de Hegel.
'. Las tesis de Hume comienzan entonces a imponerse. Los juicios empíricos son
probables y río cienos, y los juicios morales son por definición empíricos. Las
únicas verdades absolutas, en ética como en filosofía, han de tener carácter
antepredicativo o prejudicativo, es decir, formal. A otro nivel, reaparece la
tesis kantiana. Esto es evidente en toda la tradición anglosajona, directamente
derivada de Hume. Y lo es también en la fenomenología europea, si se excep-
túa el caso de Max Scheler, más agustiniano que fenomenólogo. No es un azar
que la ética heideggeriana sea puramente formal", ni que en Zubiri se afirme
resueltamente el carácter absoluto de la formalidad humana, pero el no-abso-
luto de los contenidos materiales tanto dellogos como de la razón. Veamos por
qué.
38 Cf. Heidegger, M. Ser y tiempo, México, FCE, 1971, § 54-60, pp. 291-328, en especial p.
320, donde Heidegger caracteriza su ética como «simplemente formal". Cf. también
Heidegger, M. Carta sobre el humanismo, Madrid, Taurus, 1970, pp. 52-64.
104
explicarlos. La formalidad permanece idéntica a todo lo largo del proceso,
pero los contenidos van variando.
39 Cf. Heidegger, M. La pregunta por la cosa, Buenos Aires, Alfa Argentina, 1975, p. 60.
40 Zubiri, X. Inreligencia y lagos, Madrid, Alianza, 1982, p. 324.
41 Zubiri, X. Inteligencia y lagos, p. 328.
42 Zubiri, X.lnteligenciay razón, Madrid, Alianza, 1983, p. 62.
105
intelección de lo real sin necesidad de conocimiento. Conocimiento es intelec-
ción en búsqueda". De ahí que la verdad de la razón consista en «verifica-
ción», que para Zubiri es, dice, «cualidad esencialmente dinámica: verificar es
siempre y sólo ir verificando. Y este ir verificando es lo que constituye la expe-,
riencia» 44. .d
Todo esto tiene una aplicación directa al orden moral. La estructura for-
mal de la moralidad humana es absoluta y carece de excepciones, pero los, ;
contenidos tiene que irlos contruyendo el ser humano mediante el logos y la
razón. Esa construcción no puede ser nunca absoluta ni carecer de excepcio- .
nes. La experiencia moral, como la de cualquier otro tipo, por ejemplo la expe-,:-'
riencia científica, es dinámica y está siempre abierta a perfeccionamientos y l'
rectificaciones ulteriores. Desde ella se han de elaborar proposiciones univer- ':
sales, principios, de igual modo que la razón científica elabora hipótesis y teo- \ '
rías. Pero es inútil pedir para los principios morales, como lo es también para. '
las teorías científicas, el estatuto de absolutamente verdaderos. En un tiempo,
se pensó que esto podía ser así, pero hoy se halla claramente fuera de nuestro ,~,
alcance. No es posible elaborar ninguna proposición de contenido universalí
absolutamente verdadera. Zubiri acepta aquí completamente la crítica de Hurne.é
Todo principio ético de carácter material y deontológico tiene que renunciar, ,
por ello, a la pretensión de absolutidad. Si es un principio material y deon-.
tológico, ha de tener excepciones'; ysi no tiene excepciones, es que no se trata,
de un principio material y deontológico. Tal es el dilema de la ética. Un princi-]
pio ético sólo puede ser absoluto en tanto que formal, y todos los principios
materiales han de ser por definición relativos. Formal significa carente de cónc:;'
tenido deontológico concreto. Un principio formal es, por ejemplo, el impera-',\¡Il'
tivo categórico kantiano, o la absoluta consideración y respeto que todos Tos·,'i
seres humanos merecen. Cuando decimos que todos los seres humanos deben,.
ser tratados con absoluta consideración y r:espeto, estamos formulando el ca-:'
non de moralidad, no una estricta regla o deber moral. Porque los seres huma- ,
nos deben ser respetados (canon formal' de moralidad), yo debo respetar su
vida (regla material de acción). Pero el respeto de la vida, como la no-',
maleficencia, es material, y por tanto no es una regla absoluta, sino que se;'
halla llena de excepciones, a pesar de lo que Kant dijera. Los principios forma-,~'
les pueden ser absolutos y sin excepciones debido a su carácter meramente .
formal. Pero cu~ndo se les incorporan los contenidos materiales, comienzarra
aparecer las excepciones y el absolutismo se pierde inmediatamente. r, '
106
dición de absolutamente verdaderos. Así lo aceptan, de hecho, Beauchamp y
Childress, que en este punto se hallan, de nuevo, más cerca de Frankena que
de Ross. El sistema de Ross, sin duda por influencia aristotélica, afirma la
existencia de unos deberes primarios que tienen carácter absoluto, aunque
«condicional". Esto puede parecer contradictorio, ya que si el deber es absolu-
to debe tener carácter categórico y no meramente hipotético o condicionado,
como Kant demostró muy bien. Se trata de un punto sumamente oscuro del
sistema de Ross, sobre el que le han llovido las críticas. Todos los nostálgicos
de los deberes absolutos e incondicionados han llamado la atención sobre la
inconsecuencia de este enfoque. Pero ella no es mayor que la de sus propios
críticos, ya que ambas se fundan en el mismo principio, a saber, la intuición
directa de esos deberes, bien comoincondicionados, en un caso, o bien como
condicionados, en el otro. La respuesta de Ross es tan sencilla como decir que
esos deberes se intuyen ya como condicionados, y que el único deber intuido
como incondicionado o absoluto es el real y efectivo; o también, que no sólo se
intuyen los deberes prima facie sino también su jerarquía u obligatoriedad en
cada situación concreta. Se trata de dos dimensiones cointuidas, la de los de-
beres «condicionados" y la del deber que Ross llama «absoluto" y sin excepcio-
nes en cada situación concreta".
107
significa que ellos no consideran los cuatro principios como absolutos, aunque
al mismo tiempo no niegan la existencia.de cierto tipo de principios absolutos,
por más que éstos no jueguen un papel importante en los debates éticos. Mi
interpretación es que con ello están afirmando su carácter no deontológico.
¿Entonces qué son? Hablando en términos kantianos, puede decirse que son,
como el imperativo categórico, formales y canónicos, pero no materiales y
deomológicos. En mi opinión, tal es el único posible sentido correcto que la
expresión «absolutez de los principios generales de la moralidad" de Beauchamp
y Childress .puede tener. Los cuatro principios pueden ser derogados, y por
tanto no cabe considerarlos como materialmente absolutos, pero sin embargo
ellos siguen obligando prima Jacie, es decir, formalmente. Los principios son
sólo formalmente absolutos, y sólo absolutamente formales. Más adelante re-
aparecerá el tema. En cualquier caso, una de las tragedias de la bioética ha
sido el no distinguir el aspecto material y deontológico de los cuatro principios
del formal y canónico. El propio Frankena se resiente de esto en su intento de
definir el superprincipio de benevolencia. La confusión está en no distinguir
estrictamente la dimensión material de la formal. Los principios son formal-
mente absolutos y materialmente relativos. No hay otra interpretación posible.
108
contexto factual. Éste es también el lugar de la "prudencia" aristotélica, y por
tanto de la casuística, tanto antigua como moderna". En el razonamiento moral
hay un momento principialista, y hay también otro que podemos llamar
contextualista, narrativista"? o herrnenéutico'". La vieja metodología escolásti-
ca consideraba los principios como absolutos y después justificaba un increíble
número de excepciones, a la vista de las circunstancias y las consecuencias.
Este fue el origen de la polémica entre jansenismo y jesuitismo en el siglo XVII.
La crítica de Pascal fue incontestable, dada su concepción de los principios
morales como absolutos y sin excepciones". La solución que se ha acabado
imponiendo ha sido exactamente la contraria: los principios materiales no
pueden ser absolutos, y por tanto tienen excepciones que sólo pueden ser jus-
tificadas a la vista del contexto o la situación concreta. El único principio abso-
luto es el criterio formal de respeto de todos los seres humanos.
48 Cf Jonsen, A.R.; Toulmin, S. The Abuse of Casuisay. A History of Moral Reasoning. Berkeley,
University of California Press, 1988; Jonsen, A.R. «Casuistry and Clinieal Ethics», Theoretical
Medicine 7, 1986, 65-74; Jonsen, A.R. «Casuistry as Methodology in Clinieal Ethics»,
Theoretical Medicine, 12, 1991, 295-307; Toulmin, S. «Casuistry and Clinieal Ethics», in:
DuBose, E.R.; Hamel, R.; O'Connell, L.J. eds., A Macter of Principies? Ferment in U,S. Bioethics.
Valley Forge, Pennsylvania, Trinity Press 1994 pp. 310·318.
49 ' ,
Cf Burrell, D. and Hauerwas, S. «Frorn System to Story: An Alternative Pattern for
Rationality in Ethics», in Knowledge, Value and Belief, vol. 2 of The Foundations of Ethics and
lts Relationship ro Science, ed. Engelhardt, H,T., Jr., and Callahan, D. Hastings-on-Hudson,
N.Y.,Hastings Center, 1977, pp. 111-52; Brody, ti. Stories of Sickness, New Haven and London,
Yale Unive~sity Press, 1987; Hunter, K.M. «Making a Case», Literature and Medicine, 7, 1988,
66-79; Klem~an, A. The Illness Norratives: Suffering, Healing, and the Human Condition,
New York, Baste Boeks, 1989; Humer, K.M. Doctors'Stories: The Narrative Structure ofMedical
. Knowledge. Prineeton, Prineeton University Press, 199}; Charon, R. «Narrative Conrributions
to Medieal Ethics: Reeognition, Formulation, lnterpretation, and Validation in the Practice of
~heEthicist», i~: DuBose, E.R.; Hamel, R.; O'Connell, L.J. eds., A Matter of Principies? Ferment
In V.S. Bioethics. Valley Forge, Pennsylvania, Trinity Press, 1994, pp. 260-283; Brody, H.
«The Four Principies ajid Narrative Ethics», in GiIlon, Raanan and Lloyd, Ann. eds., Principies
of Health Care Ethics, London, John Wiley & Sons, 1994, pp. 207-215.
50 cr. Daniel, S.L. «The Patient as Text: A Model of Clinical Herrneneutics» Theoreticai
Medicine 7, 1986, 195-210; Carson, R.A. «Interpretative Bioethies: The Way of Discernment»,
Theoretical Medicine 11,1990,1-9; Leder, D. «Clinical Interpretation: The Hermeneuties of
Medicine», Theoretical Medicine, 11, 1990, 9-24; Leder, D, «Toward a Hermeneutical
Bioethies:" in:, DuBose, E.R.; Hamel, R.; O'Connell, L.J. eds., A Matter of Principies? Ferrnent
In V.S. BlOethlcs. Valley Forge, Pennsylvania, Triniry Press, 1994, pp. 241·259.
51 Pascal, Blaise. Les Provinciales, Paris, Gallimard, 1987.
109
La confusión es patente en el propio libro de Beauchamp y Childress.
Estos autores definen como deontológicas todas «aquellas teorías que juzgan
las acciones como correctas e incorrectas de acuerdo con alguna característica
de las acciones distinta de o adicional a las consecuencias-r". Teorías
deontológicas son, por tanto, aquellas-que no juzgan la corrección o incorrec-
ción sólo por las consecuencias. .Las que afirman esto último se denominan
, teorías teleológicas.
110
por la que un sistema moral coherente necesita ponderar en cada caso princi-
,. pios y consecuencias".
1.) ss Cf. Sidgwick, Henry. The Merhods of Ethics, 7a. ed. Indianapolis Indiana Hackett
Publishing Company, 1981, p. 496. '"
56' Cf. Broad, C.D. Five Types of Ethical Theory, London, Routledge & Kegan Paul 1930 p.
162. ' ,
57 Broad, C,D. Op. cit., p. 206.
111
Esto es importante, pues permite dotar de mayor precisión al concepto dél
teleología. Las teorías teleológicas no niegan la existencia de principios mora'"
, les. Lo que sí dicen es que estos principios, si poseen contenido material, y por.
tanto si mandan algo concreto; no pueden tener carácter absoluto. Lo cual
significa que los únicos principios de carácter absoluto que las teorías teleo-'
lógicas pueden aceptar son los denominados formales o canónicos. Una teoría' ,
teleológica es perfectamente compatible con la defensa de uno o varios princi- r
pios absolutos, siempre y cuando éstos tengan carácter 'meramente formal 8;:::
canónico. Lo que permite resolver una de las clásicas objeciones a las teorías' " '
teleológicas, 'el saber, que al dar valor definitorio de lo correcto y lo incorrectó: , '
a las consecuencias, elevan éstas a la categoría de principio, con lo que entran':
en contradicción con su negativa a aceptar la existencia de principios morales'
absolutos. La maximízación de las consecuencias es un típico principio forma)'''';',.
y canónico, no material y deonrológico.'
58 Asíhayque leer,en mi opinión, el texto en que dicen: «Some specifiednorms are virtually
absolute, and therefore usually escape the need to balance. Examples include prohibitions.
of cruelty and torture, where these actions are defined as gratuitous infliction of pain and
suffering»:Beauchamp-Childress,Op. cit', p. 32. Parece que esas normas absolutas hay que.
diferenciarlas de lo que acto seguido llaman «defensible substantíve absolutes», los absolu-
112
BALANCE PROVISIONAL
Tras lo dicho parece necesario concluir que en ética hay algo absoluto y
algo relativo. Lo absoluto tiene carácter formal y estructural, antepredicativo y
prejudicativo. Mi opinión es que los análisis de Heidegger sobre la compren-
sión del ser, y los de Zubiri sobre la impresión de realidad, son fundamentales
para definir este estrato radical y originario de la moralidad humana. Ellos
.'describen la condición ética del ser humano, y por tanto fenómenos tales como
la «obligación», el «cuidado», la «vocación", etc.
tos morales sustantivos, que por tanto sí carecerían de excepciones,pero que según ellosson
raros y «rarely playa role in moral controversy»,Comoya he dicho antes, la impresiónque
da es que pa.raellos estos absolutos morales tienen un carácter meramente formal,pues en
caso contrano no se explica cómo no juegan ningún papel en las controversiasmorales.
113
6
CÓMO FUNDAMENTAR LOS JUICIOS MORALES
INTRODUCCIÓN
115
La tesis que vaya intentar defender en este capítulo es que la funda-
mentación de la ética ha pasado por tres fases, en buena medida sucesivas, .
que cabe llamar "objetiva", "subjetiva" e "intersubjetiva". Cada una de ellas'
parte de una concepción de la racionalidad humana, y en consecuencia defien-
de un modo distinto de hacer y justificar los juicios morales. Las actitudes y
posturas que se tengan hacia la ética dependen en muy buena medida de las ')!
bases conceptuales desde las que se aborden estos problemas. Esas bases con- '"
ceptuales no son, ciertamente, unánimes en el conjunto de nuestras socieda- t
des, aunque sí se ha dado en ellas, como luego explicaré, un avance progresivo .
desde el primer tipo de fundamentaciones hacia el segundo y, hoy en día,
hacia el tercero.
116
carece de sentido la creación de grupos o comisiones para la elaboración de
normas.
" A pesar de ello, los comités y las comisiones tienen una función, de la que
, ya habla Aristóteles y que adquirió carta de naturaleza en la época del Dere-
,. cho romano. Se trata del problema de la aplicación de las normas a casos
particulares. Por más que la ley no deba formularse por consenso, es evidente
que para su aplicación en casos concretos hay que ponderar todas las circuns-
tancias que concurren en cada caso, y esto lo hacen mejor varias personas que
una. Aristóteles consideró, por eso, que la "deliberación", necesaria para la
toma de decisiones "prudentes", sí puede beneficiarse del trabajo conjunto.
E~te es el campo propio de la "opinión" (dóxa), y aquí sí que tiene sentido la
busqueda de la convergencia de opiniones. Eso es lo que hacen los miembros
que forman un tribunal de justicia, o la función de una sesión clínica en el
caso de la medicina, etc, '
Resumiendo, pues, cabe decir que en este primer modelo las comisiones y
comités tienen una función delibera tiva, de aplicación de las normas a las
situaciones concretas, ponderando los factores que concurren en cada una de
ellas, y deliberando cuál es la aplicación más correcta y justa de la ley. Pero la
ley nunca puede deber su legitimidad al mayor o menor número de personas
que la elaboran sino a su contenido intrínseco.
Las fundamentaciones descritas hasta aquí fueron las más usuales a todo
lo largo del mundo antiguo y medieval. A comienzos del mundo moderno las
cosas comenzaron a cambiar. Por lo pronto, entró en crisis la idea de que nues-
tra mente tiene la capacidad de adecuarse a la realidad y conocerla en su
esencia. Frente a la vieja teoría de la adecuación, se va imponiendo paulatina-
mente la de la constitutiva y radical inadecuación de la mente a las cosas. En
primer lug~r, porque los sentidos no son tan seguros como en tiempos anterio-
res se creyo. Y sobre todo, porque nuestra experiencia de la realidad es siem-
pre limitada, lo cual nos impide hacer generalizaciones o formular juicios uni-
vers~l~s. Los juicios iniversales van siempre, por definición, más allá de la base
empmca sobre la que se levantan, y por tanto carecen siempre de verdad; no
dan más que verosimilitud, probabilidad. De ahí que no puedan ser funda-
mento adecuado de 'Una ética. Convertir la naturaleza en principio normativo
es, para la mayor parte del mundo moderno, incorrecto. Ese salto supone siem-
pre la caída en una falacia, que a comienzos de nuestro siglo dio en llamarse
"falacia naturalista".
117
matemáticas y la lógica. En ellos sí cabe la verdad, verdad absoluta y plena ..
Pero eso se de~e a que care~en de base empírica. Por eso se dice que son
pura~ente analíticos. Estos so.n los tipos de juicios propios de Dios. De ahí que
el racionalisrno moderno empiece a recelar del conocimiento de la naturaleza
corno car,entede certeza, y se encierre en el interior de su propia conciencia:
en. la .r~zon, en b~sca de verdades cierras y evidentes. Sólo la razón puede ser
pnncipio de legalidad. La ley natural es la ley de la razón. El Derecho y la Ética.
hay que elaborarlos .e.xactamente i~~al que los tratados de matemáticas. Aquí
tampoco son de_u~¡IIdad las comisiones o los comités. Es la razón la que
autofu?d~ sus pro~I~S leyes. Y como la razón pura (es decir, una vez que he-
mos eliminado asceticamente todo aquello que desde el exterior o el interior
.pu~d~ perturbar nuestra mente e impedimos la percepción de las ideas claras
y distintas) ~o dependen d~ la experiencia, que es contingente, resulta que las.,
normas su:gldas de la razon pura ,ten.drán carácter incondicionado, categóri-
co. La razon es capaz de darse a SI rmsma leyes incondícíonadas y por tanto
absolutas y sin excepciones. '
I\~nt, que procedía. ~el raciona~ismo, quiso evitar una dificultad propia de
la te~na ~xpuesta. La dificultad esta en que los juicios morales no son analíti-
cos sino SIntéticos; son juicios de experiencia. Era necesario, pues, demostrar.
que a~n en ese caso, la razon es capaz de darse a sí misma un canon formal de
moral~dad ~e carácter categórico, y por tanto absoluto y sin excepciones, y que
a partir de ~l pueden establecerse principios deontológicos también absolutos
y sm. excepcIOnes: Es la tarea de toda la ética kantiana. De este modo, se puede
cont~nuar defendiendo la antigua teoría de la "ley natural" si bien ahora en-
tendida como "ley racional". Esa leyes anterior a todo juicio empírico y no
pue~e_ ser cambiada ~o,r ningún ser humano. De ahí que en este campo las
Co~~sl~nes y los comites no puedan tener ninguna función legitimadora. La
legitimidad no se la dan a las leyes jurídicas o morales los consensos de que
surjan sino la adecuación o no a los principios de la pura razón.
118
Hegel, creían en la capacidad de la razón para reconstruir el todo de la reali-
dad y fundar el orden de la legalidad. Pero esto se viene abajo a lo largo del
siglo XIX.
Pero es que, además, los juicios morales no son juicios analíticos sino
sintéticos. Y éstos son por definición contingentes, cambiantes, probables y
nunca ciertos. Kant, racionalista al fin y al cabo, quiso dotar a los juicios mora-
les sintéticos de la misma contundencia que el racionalismo había concedido a
los analíticos. Pero pronto se vio que su razonamiento distaba mucho de ser
concluyente. No es posible elaborar proposiciones deontológicas, que tengan
contenido empírico y digan lo que se debe hacer, y además sean absolutas y
carezcan de excepciones. Es un imposible lógico.
Esto no quiere decir que no haya nada universal, ni que la ética este
condenada necesariamente al relativismo. Hay elementos universales y nece-
sarios, y por tanto absolutos y sin excepciones, pero estos no tienen carácter
deontológico sino canónico, para utilizar la expresión de Kant. Lo único que se
dice es que estos elementos no son racionales sino previos a la razón,
prerracionales, estructurales. La filosofía del siglo XX ha hecho un gran esfuer-
zo por aclararlos. Para ello ha prestado un servicio inestimable un método
aparecido a comienzos de nuestro siglo, el método fenomenológico. La fun-
ción del método fenomenológico es, precisamente, poner entre paréntesis to-
das las explicaciones y teorías que elabora la razón natural, y quedarse con el
dato primario, el fenómeno, el mero darse cuenta. Se trata de una intuición
primaria, que el fenomenólogo no quiere explicar sino, más modestamente,
describir.
119
¡ Esa descripción, que en parte realizó Husserl, y sobre todo sus discípulos,
.
Pero ese canon no es suficiente para construir una ética. Además del ca-
non hacen falta normas o principios deontológicos. Estos no vienen dados a
priori, sino que tiene que elaborarI.os trabajosamente la razón. Y tiene que
elaborarlos a partir de su experiencia moral, por tanto, por la vía de los juicios
sintéticos. La experiencia moral va creando un depósito que constituye el siste-
ma .de normas, usos y costumbres de los individuos y los grupos sociales. Las
normas morales las generan los seres humanos individualmente, pero también
colectivamente. Esto último es fundamental. Precisamente porque la norma
deontológica surge desde la experiencia y supone una reflexión de ella, de la
experiencia, se enriquece siempre con la deliberación colectiva. Y es que la
razón humana es constitutivaínente dialógica, discursiva, como han sabido
poner de manifiesto Apel y Habermas. La deliberación no es importante sólo
en el proceso de concreción y aplicación de la norma, sino en el de creación de
la propia norma. La norma. se elabora deliberando ..
Esa deliberación, para que sea moral, no tiene que respetar más que un
principio, y es que incluya a todos los sujetos actual o virtualmente afectados
por la norma. Todos son sujetos morales, y por tanto deben participar en
condiciones de simetría en el proceso. Una norma es correcta cuando nadie la
impone por la fuerza a los demás, sino que tras el proceso de deliberación,
todos pueden hacerla suya por el puro valor de los argumentos o las razones
que la sustentan.
120
Este último punto es muy importante, a fin de evitar la deliberación pura-
mente estratégica. Se llama así aquella que puede ser aceptada racionalmente
por todos los miembros del comité, pero no por todos los afectados por la
norma. Eso hace, por definición, que la norma sea ilegítima. De ahí la impor-
tancia de tener siempre en cuenta a todos los afectados, estén o no presentes.
Sólo de ese modo se puede lograr que las decisiones no sean meramente estra-
tégicas sino racionales. Una cosa es el consenso estratégico y otra el consenso
racional. Es obvio que la función de un comité de ética no puede ser la búsque-
da de consensos estratégicos sino la de consensos racionales, que son los úni-
cos verdaderamente morales.
CONCLUSIÓN
A mi modo de ver, este tercer modelo define bien la filosofía que debe
estar en la base de las labores del comité. El comité se crea porque creemos en
la importancia de la racionalidad consensual como vía para el progreso moral.
El pluralismo, lejos de ser una amenaza, es la condición fundamental para el
progreso en la verdad. Nuestro gran miedo no debe ser el pluralismo, sino la
falta de pluralismo, o el pluralismo incompleto o no universal. El gran peligro
121
de los comités no es otro que la búsqueda de decisiones estratégicas, que con.
vengan a unos pocos pero no a todos y cada uno de los implicados. La función
de un comité de ética será adecuada si consigue vencer la tentación de los
consensos meramente estratégicos, a favor de otros auténticarnente morales o
prácticos.
122
7
LA VERDAD MORAL
EN UNA SOCIEDAD PLURALISTA
INTRODUCCIÓN
Esto es visto por muchos, no sin nostalgia, como una pérdida, como una
gran pérdida. Se añora la situación pasada, en que la homogeneidad era gran-
de y era posible saber claramente dónde estaba la verdad y dónde el error. En
el fondo, se trataba de trasladar a la sociedad humana categorías escatológicas.
Recordad el texto del libro XlV (28) de La ciudad de Dios, de San Agustín:
Fecerunt itaque civitates duas amores duo: terrenam scilicet amor sui usque ad
contemptum Dei, caelestem vero, amor Dei usque ad contemptum sui. También
aquí, en la tierra, habría dos ciudades, y debería haber dos, la ciudad de los
.y que están en la verdad y la de quienes se hallan en el error. Así planteadas las
cosas, es evidente que ni en religión, ni en ética, ni en política, hay espacio
para el pluralismo. Está el espacio de la verdad y el espacio del error. Y la vida
en la tierra debe entenderse como la batalla sin cuartel contra las fuerzas del
error y del ma!.
123
Toda la historia de la filosofía y de la cultura es el intento de responder a
estas dos cuestiones, y a alguna más. Y el resultado no ha sido, ni mucho
menos, tan positivo como cabría esperar. La verdad no es categoría humana,
sino divina. La verdad se nos escapa continuamente. Los seres humanos no
podemos definimos como «los verdaderos», «los veraces», como, según
Nietzsche, se definían a sí mismos los primeros nobles, sino, más humildemen- "
te, como «los buscadores de la verdad". La verdad no es tanto algo que se
alcanza y se posee, cuanto un camino, un talante, un modo de ser o de vivir en
perpetua e inacabable búsqueda. Recordad aquello de que «quien busca en-
cuentra". Quizá esto se debe a que lo más importante es precisamente la bús-
queda, el estado de búsqueda permanente, el amor a la verdad, a pesar de que
ésta se nos escape continuamente. Quizá lo más importante no es la verdad
sino el amor a la verdad. Esto es 10 que llevó a los griegos a no considerarse
soptioi, sabios, término que en el rigor de los términos no podía aplicarse más.
que a Dios, sino philo-sophoi, amigos de la sabiduría, amantes de la sabiduría,
convencidos como estaban de que la sabiduría total no la alcanzarían nunca,
pero que su obligación consistía en vivir orientados hacia ella, en tensión de
búsqueda hacia ella.
Ahora bien, si esto es así, entonces cabe concluir que no hay dos ciuda-
des, la de la verdad y la del error, y que en principio todos los que buscan la
verdad merecen consideración yrespeto, aunque no lleguen a ella, o aunque
lleguen a una verdad que no coincide parcialmente con la nuestra. ¿Quién
puede considerarse en posesión de la verdad?
La filosofía clásica creyó .en la capacidad del /ógos o la razón para com-
prender la realidad en su estructura interna. De ahí que definieran la verdad
en términos de homoiosis o adaequatio. Recordad la definición clásica de ver-
dad, adaequatio inte/lectus et rei. Esa adecuación no sólo es posible sino nece-
saria. La realidad, la naturaleza, physis tiene un orden interno, una razón in-
terna, un lógos, lb que los estoicos llamaron el/ógos spermatikós, cuyo conocí-
124
miento es función del filósofo, y su aplicación, del político. Esto explica por
qué Platón consideraba que el gobernante debiera ser a la vez rey y filósofo.
No se entiende la historia del mundo antiguo y medieval al margen de estas
cuestiones.
Pero el mundo moderno empezó a tener razones muy serias para descon-
fiar de que la naturaleza tuviera un lógos tan claro como el que los griegos
postularon, que nosotros fuéramos capaces de conocerlo, y que la verdad de-
biera definirse en términos de homoiosis. Comienza así un segundo periodo en
la historia del pensamiento, en que la verdad no se va a buscar fuera de noso-
tros, en la naturaleza, sino dentro del ser humano, en su razón. Las verdades
por antonomasia son las verdades de razón. Este va a ser el gran intento de la
filosofía moderna, de Descartes a Hegel. Reconstruir la idea de verdad desde
la razón, y no desde la naturaleza.
125
mente precisas de las dos disciplinas paradigmáticas del uso analítico de la
razón, la lógica y la matemática. Es bien sabido que ese ambicioso programa
de formalización acabó en fracaso, al comprobarse que todo proceso formal,
por ambicioso que sea, conduce necesariamente a paradojas. Diversos autores
fueron formulando una tras otra la multitud de paradojas a que dio lugar el
intento de formalización de la razón analítica. Y Kurt Gódel, en 1930, demos-
tró con su teorema de la incompletitud de los sistemas algebraicos que esas
paradojas no se deben a defectos de construcción, y que todo sistema algebraico,
ya la postre todo sistema formal, es por necesidad incompleto.
Lo mismo cabe decir de la ética. La ética del siglo XX es distinta, tiene que
ser distinta a la de cualquier época anterior. Ya no es posible construir una
Ethica more geometrico demonstrata, como pretendió el racionalista Espinoza.
Los juicios normativos son por definición sintéticos. Y si es así, carece de senti-
do la pretensión, tan frecuente hasta ayer mismo, de considerarlos absolutos y
sin excepcibnes. Hoy no existe más que una vía para afirmar principios
deontológicos como absolutos y es la apelación a instancias no racionales, o no
completamente racionales, como las creencias y las emociones. Es, exacta-
mente, lo que Weber entendía por Gesinnungsethik. Frente a esas éticas de la
convicción, el siglo.Xx ha intentado elaborar unas éticas basadas en la idea de
responsabilidad; es lo que Max Weber denominó veraruwortungsethik.
l26
los campos que demuestra palmariamente el carácter irreal de ese modo de
pensar. Esta es la vía propia de las éticas de la responsabilidad, dentro de las
cuales hay que situar, en un lugar preeminente, la bioética.
127
Hoy nos hallamos probablemente en una situación pareja a la de media-
dos del siglo pasado. El problema está en que ahora ya no consideramos sufi-
ciente la mera aposición de los derechos económicos, sociales y culturales a los
derechos civiles y políticos, para legitimar el sistema democrático. A pesar de
estos derechos, la injusticia sigue siendo una constante del sistema democráti-
co. Parece, pues, que la democracia no puede identificarse sin más con el Esta-
do social, como éste demostró que tampoco podía seguirse identificando con
el Estado liberal. Probablemente hay que ir más allá de ambos. GHacia dónde?
Hacia un «Estado participativo y deliberativo» basado en la democracia
participativa, y no sólo en la liberal o en la social. .
Esto que llamo Estado participativo se basa en la tesis de que las derno'
cracias actuales son muy poco democráticas, y sólo podrán serlo completa-
mente si son capaces de tomar decisiones teniendo en CUenta los intereses, no
ya de los parlamentarios que hacen las leyes o de los políticos que las aplican,
ni tampoco de toda la sociedad a la que representan, sino de toda la Humani-
dad, es decir, de todos los hombres presentes y futuros. Hoy, en los albores del
tercer milenio, no podemos conformamos con menos, La crisis de legitimidad
de nuestra democracia se debe a que es poco democrática; es «formal» y «ma'
terialmente» democrática, pero no «realmente» democrática. .
128
cisiones (algo perfectamente constatable en los usos de la Comunidad Euro-
pea), etc. Todos son síntomas de lo que puede denominarse un "déficit derno-
crático». Se dirá que este déficit no es inherente al concepto "ideal" de la
democracia, pero sí a su ejercicio "real». Ahora bien, si esto es así entonces
tiene razón Jürgen Habermas cuando afirma que las decisiones democráticas
no serán nunca v~rdaderamente representativas más que cuando tengan en
cuenta, al menos idealmente, a todos los seres humanos, es decir, cuando se
hagan a la vista de lo que él llama la «comunidad ideal de comunicación». A
esto es a .lo que conduce el descubrimiento de los hoy llamados derechos
humanos de tercera generación: a replantear la legitimidad de los sistemas
democráticos, ya afirmar que ninguna democracia fáctica es legítima a menos
que sea capaz de tener en cuenta los intereses de todos los hombres, tanto
presentes como futuros.
Alguien dirá que esto ya no es una cuestión jurídica ni política, sino ética.
y en efecto, así es. Hace ahora dos siglos que Kant formuló su imperativo
categonco: "Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siem-
pre" al mismo tiempo, como principio de una legislación universal», O, según
la formula de la Introducción a la metafísica de las costumbres: «Obra de tal
modo ~ue uses .Ia humanidad, tanto en tu persona como en la persona de
cualqU1~rotro, Siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como
U? media». Cabe preguntarse qué entendía Kant por Humanidad cuando escri-
bía estas frases. Probablemente pensaba que la Humanidad se circuncribía al
ámbito de sus contemporáneos. ¿Cómo tener en cuenta en los juicios éticos a
los ya muertos, o a los aún no nacidos? Al moralista Kant le sucedía como a
tantos juristas actuales, que le costaba concebir a los seres humanos futuros
como sujetos de derechos.
Ho~ la perspectiva es muy distinta. Para verlo basta abrir un libro que hoy
goza ~~ Justa fama, The lmperative o/ Responsability, del filósofo Hans Jonas.
Este filósofo cree que por vez primera en la historia hemos de introducir en el
imperativo categórico no sólo la Humanidad presente sino también la futura.
En consecuencia, dice, el imperativo categórico debe reformularse en los si-
guientes términos: "Actúa de tal modo que los efectos de tu actuación sean
c?mpatibles con la permanencia de la genuina vida humana»; o también: «Ac-
t~a de tal modo qu~ los efe~tos de tu acción no sean destructivos de la posibi-
h.dad futura de tal npo de VIda»; o, simplemente, «No comprometas las condi-
cienes de una continuación
, indefinida de la humanidad sobre la Tierra» .
Otro autor, Apel, ha afirmado que la ética sólo existe cuando se considera
a los hombres como «una comunidad de seres racionales con igualdad de de-
~echos en tanto q~e seres qu~ son fines en sí mismos». Todos actuamos por
intereses, yes legítimo que asi sea. Pero los intereses no son morales si no son
gene.ralizables, es decir, si no pueden ser aceptados como tales por la comuni-
dad ideal de argumentación, en la que potencialmente han de estar incluidos
129
todos los hombres, tanto presentes como futuros. Esto es lo que Apel entiende
por «consenso", la posibilidad de acuerdo sobre intereses por parte de la c~-
munidad ideal de argumentación. Cuando quienes deliberan y toman las. deci-
siones se ponen de acuerdo con un grupo fáctico, pero no el gru~o que Ideal-
mente reúne a todos los hombres, entonces el acuerdo no es racional, ni por
tanto moral sino meramente «táctico» o «estratégico». Este sería el acuerdo a
que pueden llegar todos los hombres de un grupo, o hasta de un país, por
puros intereses particulares. Es la volonté de tous de Rousseau, en tanto que el
consenso racional es el propio de la volonté générale. El problema de la moral
civil, como el de la democracia, es siempre el mismo: la búsqueda de la vo~onté
générole, y no meramente de la volonté de t?us. Entre un~ y otra hay la mls~a
diferencia que entre el «bien común» y los «Intereses particulares». En su opus-
culo sobre La paz perpetua Kant distinguió entre el «moralista político», es
decir, el hombre que utiliza la moral para sus intereses políticos, y aquél otro
que busca el tratar a todos los seres humanos como fines, no como medios, ya
la Humanidad -presente Y futura- como reino de los fines. Cuando se actúa
conforme a este segundo criterio, la vida civil es verdaderamente ética, y el
gobernante adquiere la categoría de lo que Kant llamaba «político moral".
Sólo entonces existe la verdadera democracia, y quedan asegurados los dere-
chos de todos los hombres, tanto presentes como futuros.
l
130
«revolución liberal moral" (en lugar de la «revolución liberal política» de los
años ochenta y noventa), necesita nuevas formas de trabajo social, las cuales
en contraste con las formas representativas construidas a través de la revolu-
ción liberal de las últimas centurias, como partidos políticos, parlamentos,
etc., son denominadas formas «participativas». El mayor problema moral que
nosotros tenemos en nuestras sociedades es el cómo organizar la participación
social en el debate acerca de las cuestiones de valores, convencidos de que sólo
a través de esta vía, la propia democracia representativa puede ser legitimada.
Esta nueva vía que fue iniciada en los años cincuenta por el Movimiento
de Derechos Civiles, ha sido continuada por muchos otros movimientos socia-
les y civiles, como el movimiento feminista, las asociaciones de consumidores
los grupos de gays y lesbianas, las asociaciones de derechos de los pacientes, el
rnovirruento antisiquiátrico y algunos más. En mi opinión ésta es una de las
razones para el nacimiento del comunitarismo como un movimiento: si noso-
tros dejamos de lado las formas antiliberales, conservadoras y reaccionarias
de comunitarismo, es evidente que el correcto significado de este movimiento
es una necesidad de lograr la participación comunitaria para definir y decidir
toda clase de cuestiones morales.
131
son condiciones humanas perentorias en una sociedad liberal, las cuales sólo
pueden ser manejadas correctamente perfeccionando la participación social y .
la deliberación moral. .
CONCLUSIÓN
132
8
EL JURAMENTO DE HIPÓCRATES
EN EL DESARROLLO DE LA MEDICINA
INTRODUCCIÓN
133
siones por antonomasia fueron la professio monastica (el ingreso en la vida
regular monástica mediante el compromiso público y solemne de guardar los
votos y la regla, tras el año de prueba o noviciado), y la professio canonica (el
reconocimiento público de la jurisdicción de un obispo por parte de su clero y
sus fieles). Desde ahí se introdujo el término profesión en los siglos finales de
la Edad Media en las lenguas romances, en las que por ello mismo siguió con-
servando el sentido primariamente religioso de confesión pública de la fe o
consagración religiosa. Aún hoy son usuales en nuestras lenguas expresiones
tales como «hacer profesión de fe» o «profesar en religión», en las que el térmi-
no adquiere toda su originaria gravedad.
134
De spondeo deriva respondeo, que significa responder, pero en el sentido
preciso de «cumplir un compromiso solemnemente asumido". A. Ernout y A.
Meillet añaden que este término comenzó perteneciendo al lenguaje religioso.
Esto se ve aún más claro en el idioma griego, donde spéndo significó el rito de
libación, así como la obligación resultante del rito. Este rito religioso consistía
en verter un poco de vino sobre la tierra, el altar o la víctima del sacrificio, a la
vez que se formulaba el pacto. Así sellado, ese pacto tenía fuerza religiosa y
moral. De ahí que spondere viniera a significar «empeñarse», "obligarse a" y
"prometer». Responder es, por ello, comprometerse a algo o prometer algo, y
responsabilidad la cualidad o condición de quien promete o se compromete.
135
Si, se analiza la historia de la medicina, se ve lo escasísimas que son estas
normas, así como su carácter coyuntural.: Esto explica que de facto la impuni-
dad fuera prácticamente total. Salvo casos muy excepcionales, el médico ha
sido de hecho impune, aunque a veces, coyunturalmente, no lo haya sido de
derecho. Y en cualquier caso puede afirmarse sin miedo a errar que tradicio-
nalmente no sólo se ha diferenciado con toda nitidez la responsabilidad moral
de la jurídica sino que la primera ha protegido contra la segunda. El profesio-' ,
nal auténticamente responsable era por ello mismo' impune. Naturalmente,
esto que vengo llamando profesiones fuenes o auténricamente tales agrupa a
un número muy pequeño y excepcional de actividades humanas. Enel fondo
sólo a tres: el sacerdocio, la realeza (y la judicatura como derivación suya) y,
en fin, la medicina. Ellas han sido tradicionalmente profesiones de consagra-
dos, selladas por un juramento público realizado ante Dios, en las que se exige
una gran calidad moral y que por tanto tienen una gran responsabilidad ética,
acompañada de una amplia impunidad jurídica. La tesis clásica ha sido que el
control jurídico Y penal es suficiente en el caso de los oficios manuales, pero
que en el de las profesiones es necesario el máximo compromiso, que por ello
mismo ha de ser religioso y moral.
136
Esto nos permite definir con una cierta precisión el sentido del término
xyngraphé, que aparece por tres veces en su texto, y con ello el alcance del
«compromiso» hipocrático. El compromiso a que se refiere el texto del Jura-
mento no es primaria e inmediatamente jurídico sino moral y religioso. De
hecho, :xyngraphé es un término griego compuesto de otros dos, el prefijo
adverbial xyn, que significa con, y el sustantivo graphé, que entre otros senti-
dos tiene el de documento escrito o texto de una ley. Lo escrito obliga; es una
especie de promesa solemne, razón por la cual xyngraphé se traduce por «com-
promiso». Esa promesa tiene un sentido más religioso que propiamentejurídi-
co. Ya lo vimos antes, con el auxilio de otros dos términos muy emparentados
semánticamente con :xyngraphé, spondé, que significa la libación con que se
concluye un tratado o una alianza a fin de que adquiera carácter solemne y
sagrado, esto es, responsable, y fassio, el término latino que significa a una
profesar y confesar. Como consecuencia de todo ello ahora podemos afirmar
que el compromiso del médico hipocrático, tal como aparece en la primera
parte del texto del Juramento, formula y define la «responsabilidad profesio-
nal" del médico hipocrático, entendida ésta en un sentido moral y religioso y
no directamente jurídico. Los profesionales por antonomasia, los sacerdotes,
monarcas y médicos, establecen con sus allegados un tipo de relaciones carac-
terizadas por conllevar grave responsabilidad moral y nula imputabilidad jurí-
dica. El compromiso moral produce impunidad jurídica. Tal sería, a mi enten-
der, el sentido del compromiso hipocrático.
Hace años tuvo lugar una interesante polémica a propósito del sentido de
la moral profesional. En un artículo titulado A Meta-Ethics for Professional
Morality, Benjamin Freedman llamó la atención sobre las peculiaridades de la
«moral profesional» frente a la «moral ordinaria». La moral profesional tiene
siempre un carácter no ordinario o extraordinario, aquél por el que se permi-
ten hacer u omitir al profesional ciertas cosas prohibidas por la moral ordina-
ria al común de los monales. Así se explica que la moral profesional se adquie-
ra mediante un compromiso o contrato, y que guarde siempre las distancias
respecto de la moral ordinaria mediante consignas como la del secreto. Poco
después, Mike W Martin publicó en la misma revista otro artículo, Rights and
the Meta-Etiiics of Professional Morality, en el que intentó demostrar cómo las
obligaciones propias de la moral profesional carecerían de sentido desligadas
de las normas de la moral ordinaria, y sólo pueden justificarse por referencia a
ellas, Así, la obligación del secreto médico tiene su fundamento en el principio
de la moral ordinaria de que todo ser humano es sujeto de dos derechos
inviolables, el de ir1timidad y el de confidencialidad. Freedman responde en
ese mismo año con otro artículo, What Really Makes Professional Morality
Different: Response to Martín, en el que llama de nuevo la atención sobre las
diferencias. Aun admitiendo que la base sea la misma, el hecho es que la ética
profesional se despega de la ética ordinaria y coloca a quienes la detentan en
un nuevo nivel.
137
La moral profesional -escribe- nos impone realizar actos (o abstenemos de
ellos): cuya omisión (o realización) sería inmoral salvo por el hecho de la
identidad profesional del actor.
Este argumento puede llevarse aún más allá. La moral profesional contri-
buye de hecho a segregar a ciertos hombres del común de las relaciones socia-
les propias de un grupo y colocarlos en una situación que puede definirse por
las siguientes cinco notas: «elección», «segregación», «privilegio», «autoridad»
e «impunidad». El Juramento hipocrático confirma perfectamente esto. La
medicina no es un simple «oficio» sino una «profesión". Las profesiones son
actividades muy particulares que no obligan sólo al «bien hacer» (officium)
sino a la «perfección» (perficio, perfectio). De ahí el carácter marcadamente
«sacerdotal» de su rol sociológico, y el contenido ético y religioso de su fórmu-
la de compromiso. El médico hipocrático ya no es un sacerdote, como en las
viejas culturas de Egipto o Mesopotamia, pero aun así sigue asumiendo un rol
típicamente sacerdotal. No otra cosa es lo que, en mi opinión, encierra el tér-
mino xyngraphé, y que de algún modo resume el argumento de toda la prime-
ra parte del texto del Juramento.
dice que soy algo así como un artífice de dioses (poiotéstheos), y aduciendo
que hago nuevos dioses y que no creo en los antiguos, lanza contra mí esta
acusación.
138
nales. El es un sabio y respetado ateniense, que ejerce de profeta y adivino y
que, como oráculo de los dioses, cree estar en el secreto de lo que es santo y lo
que no. Así lo dice expresamente al comienzo del diálogo. Sócrates le toma por
la palabra y le emplaza para que le enseñe lo que asegura conocer tan bien,
«qué considera que es lo santo y lo impío». Eutifrón expone seguidamente el
concepto de santidad propio de la religión olímpica, ciertamente muy peculiar,
ya que debe explicar cosas tan extrañas como que el mejor y más justo de los
dioses, Zeus, encadenara a su padre, o que el padre de éste mutilara al suyo.
Sócrates no puede ocultar su desagrado ante la atribución a los dioses de his-
torias como esas.
¿Crees tú acaso -le pregunta a Eutifrón- que estas cosas han ocurrido tal como
se cuentan? {...] Crees tú que se dan realmente entre los dioses guerras,
é
enemistades terribles y combates, y otras muchas cosas por el estilo como las
que nos refieren los poetas y se represetan por los buenos artistas en las dife-
rentes ceremonias sagradas?
Es santo lo que resulta grato a los dioses, e impío lo que no les agrada.
A lo cual responde Sócrates diciendo que, si los dioses luchan entre sí, es
que no están de acuerdo, pues lo que agrada a uno no es del agrado del otro,
etc. Esto equivale a decir que, aplicando el criterio de Eutifrón, las mismas
cosas pueden ser a la vez santas e impías. Para evitar tal paradoja es preciso
rectificar la definición, afirmando que sólo es santo aquello que todos los dio-
ses aprueban, e impío lo que todos reprueban. Pero, pregunta de nuevo Sócrates,
lo que es santo ¿es aprobado por los dioses por ser santo, o bien es santo
porque es aprobado por los dioses? Sócrates impone así a Eutifrón su criterio
de que las cosas son buenas o malas, santas o impías por naturaleza, razón por
la cual las quieren los dioses. Si para Eutifrón santo es lo que agrada a los
dioses, para Sócrates agrada a los dioses lo que es santo, es decir, lo que por
naturaleza tiene ese «carácter esencial". ¿y cuál es esa característica? Para
definirla, Sócrates opone la santidad a la justicia. Hósios es lo debido a Dios, en
tanto que dikaios es lo que se debe a los hombres. También puede decirse que
la santidad es una parte de la justicia, la justicia para con Dios, la veneración o
servicio divino, therapeia. (Esta palabra, como es bien sabido, significó antes
culto o cuidado de los dioses que terapéutica médica o cuidado humano).
Eutifrón asiente complacido a este planteamiento, tan acorde con su propio
talante «sacerdotal»: «es un cuidado semejante, Sócrates, al que los esclavos
practican con sus amos».
139
fesión de santidad. Sócrates y Eutifrón parecen, al fin, estar de acuerdo. Pron-
to se ve, sin embargo, que esto no es así, Eutifrón sigue pensando que algo es
santo porque está al servicio de la divinidad. Sócrates, empero, piensa que
algo está al servicio de la divinidad porque es santo. Eutifrón sigue defendien-
do el viejo sacerdocio olímpico, con todas sus paradojas. «Voy dándome CUen-
ta -dice Sócrates al final del diálogo- que no te hallas bien, dispuesto a instruir-
me".
140
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justamente. Actuar no tiene aquí sólo el sentido de «acto» sino también el de
«actitud». El término latino agere admite ambos sentidos. Las actitudes o;hábi-
tos surgen por repetición de actos. Cuando los hábitos que se adquieren son
buenos se llaman «virtudes» y cuando son malos, «vicios». La perfección moral
sólo se consigue cuando la coherencia ética entre ideas y actos ha llegado a ser
tan profunda y prolongada, que los modos de obrar se han convertido en una
especie de segunda naturaleza, en hábitos virtuosos que se ponen en práctica
sin esfuerzo y hasta con placer. A esto es lo qué Aristóteles llamó bios, «modo
de vida». Cuando el pensar llega a ser una especie de segunda naturaleza del
hombre, como sucede en el filósofo, entonces el ejercicio de las virtudes
dianoéticas se convierte en él en modo o forma de vida, por tanto en bíos, el
bíos theoretikós. No es buen filósofo quien tiene una idea genial, sino aquél que
ha hecho del ejercicio de las virtudes diana éticas su modo o forma de vida. Lo
mismo cabe decir del ejercicio de las virtudes éticas o morales, que trae como
consecuencia la aparición del modo o forma de vida propiamente ético, el
llamado por Aristóteles bíos politikós. Si lo que se convierte en hábito son los
vicios y no las virtudes éticas, entonces aparece otra forma de vida, el bíos
apolaustikós.
Pues si para conocer la naturaleza del cuerpo, las diferencias entre las enfer-
medades y lasindicaciones de los remedios debe dominar la ciencia racional,
para perserverar en el estudio de éstas de una manera esforzada es necesario
despreciar las riquezas y ejercer la moderación [...] En efecto, no hay temor de
que si desprecia las riquezas y ejercita la moderación, haya algo inconvenien-
te, pues todo aquello a lo que los hombres se atreven de una manera injusta lo
hacen bajo la persuasión de la codicia o el hechizo del placer. Y así, también es
necesario que el médico posea las otras virtudes, pues unas siguen a las otras
l41
y no es posible para quien echa mano de una no tener igualmente todas las
otras siguiéndola inmediatamente, como si estuvieran atadas a una misma
cuerda.
El óptimo médico es, pues, aquél que se halla poseído tanto por las virtu-
des éticas como por las diancéticas. Unas y otras consisten en hábitos buenos
y juntas conforman el bios iatrikós, el modo o forma de vida propio del buen
médico, del médico virtuoso o médico perfecto.
142
Platón y Aristóteles no tienen ningún reparo en hablar, por ejemplo, de la areté
de un ser irracional, como es el caballo. He aquí un texto muy significativo:
Hay que decir que toda virtud perfecciona la condición de aquello de lo cual
es virtud y hace que ejecute bien su operación; por ejemplo, la virtud del ojo
hace bueno alojo y su función (pues vemos bien por la virtud del ojo); asimis-
mo la virtud del caballo hace bueno al caballo y lo capacita para correr, para
llevar al jinete y afrontar a los enemigos.
y continúa Aristóteles: «Si esto es así en todos los casos, la excelencia del
hombre será también el hábito por el cual el hombre se hace bueno y por el
cual ejecuta bien su función propia.» El hombre bueno es el hombre excelente,
y la. búsqueda de la excelencia es y debe de ser la máxima aspiración humana.
No en vano la palabra griega areté proviene de areíon, que es el comparativo
de agathós, bueno, y por tanto significa «mejor" en el sentido de «mejor que»
otros; es decir, «excelente». El positivo sería en esta traducción «bueno», el
comparativo «excelente» y el superlativo «excelentísimo».
143
, excelencia, Y como la virtud por antonomasia de la vida social y política es,
según Aristóteles, la filía o amistad, resulta que la relación médica· sólo será
perfecta cuando llegue a ser relación de amistad, La amistad es la virtud moral
por antonomasia, y en consecuencia la base de la moral de virtudes, El médico
virtuoso habrá de ser siempre un médico amigo,
Una de las épocas oscuras en que los amigos se necesitan más y abundan
menos es la enfermedad. El enfermo no quiere lástima, pero sí confianza, amor
de amistad. «Los que pasan por una aflicción, dice Aristóteles, se sienten ali-
viados cuando sus amigos se conduelen con ellos». Filía es amor, pero amor
confiado. Y por confiado, confidente. A la amistad la caracterizan la confianza
y la confidencia. Por eso decimos de los amigos que son «íntimos». El ámbito
de la amistad es el propio de la confianza. Entre los amigos se dan a su modo
las tres virtudes que se llaman teologales: la fe, la esperanza y el amor. Su
centro es la esperanza, entendida como confianza. Porque en el amigo se con-
fía, se.tiene fe en él: es la «fe fiduciaria»; y se confía en él porque se le ama: es
el «amor fiduciario». La amistad es más que una ética, una religión. Suele
considerarse a la agápe o caridad como la virtud por antonomasia del cristia-
nismo. Pero la agfípe sólo llega a su perfección cuando la benevolencia y la
beneficencia en que consiste se unen a la confianza y a la confidencia propias
de la amistad. El resultado es, como tan bellamente han expuesto Edmund
Pellegrino y Warren Reich, la «com-pasión», que consiste en ponerse en el puesto
del otro e identificarse con su experiencia. La compasión no es lástima, sino
relación humana basada en la devoción, la constancia, el respeto de la persona
y la responsabilidad. Es, como dice Reich, la relación con el otro basada en el
amor, la benevolencia, la comprensión y la amistad. En la compasión conver-
gen y se plenifican mutuamente la philía y la agápe. Por eso es el tipo de rela-
ción humana más excelsa. Así se lo plantea Jesús de Nazareth a sus discípulos:
144
No os llamo ya siervos,
porque el siervo. no sabe lo que hace su amo;
a vosotros os he llamado amigos,
porque todo lo que he oído de mi Padre
os lo he dado a conocer.
145
9
MARAÑÓN y LA ÉTICA MÉDICA
147
l. EL BUEN MÉDICO, O LA BONDAD TÉCNICA DE LA MEDICINA
Marañón fue, antes que nada, un buen médico, un excelente médico. Esto
es algo que nadie le discute. De sus maestros, en particular ~e don J~a~
Madinaveitia, aprendió el arte de la clínica, y durante toda su vida lo apl.lco
con pulcritud suma. Y ello por un imperativo ético que los médicos han tenido
claro al menos desde los tiempos hipocráticos, La consigna de «no perjudicar",
ya presente en el libro hipocrático de las Epidemias, y que los latinos canoniza-
ron en el famoso apotegma primum non nocere, fue santo y seña de toda la
vida profesional de Marañón. Hoy se conoce esto con el nombre de «principio
de no-rnaleficencia», que dice que nadie puede hacer mal a otro, aunque este
lo pida o lo desee. Es el famoso tema de la «indicación» médica. Todos los
procedimientos diagnósticos y terapéuticos tienen sus «indicaciones», que son
objetivas y precisas. Hay casos en que los procedimientos no están indicados, y
otras en que están claramente contraindicados. Pues bien, el médico ha tenido
siempre muy claro que aplicar al enfermo algo no indicado es conculcar
flagrantemente el principio de no-maleficencia, cosa que nadie puede hacer
bajo ningún concepto.
Pues bien, Marañón fue uno de los primeros en advertir que además d~'
esa función integradora del sistema nervioso, había otra, producida por me-'
diadores químicos, las hormonas, el sistema endocrino. De este modo, fue cá-'
paz de elevar la enfermedad del nivel local al general, del órgano al organis-
mo, Un organismo que era biológico, pero también biográfico. De ahí la nece-
148
sidad de que el médico tuviera en cuenta los aspectos biográficos del paciente.
Ahora se comprende, quizá, la pasión marañoniana por las biografías, y su
portentosa labor de historiador y biógrafo. Antonio Pérez, Tiberio, Amiel, Don
Juan, Enrique IV, Miguel Servet, tantos más, pasan por su consultorio, y a
todos hace la historia clínica. No silencio que en este punto siempre me queda
un fondo de duda, y hasta de desacuerdo con Marañón. ¿Para qué hace la
historia clínica de sus personajes, para demostrar que la concepción de la vida
y el propio ideal de perfección y felicidad son datos importantes en la historia
clínica de una persona, es decir, para personalizar la patología, o, por el con-
trario, de lo que se trata es de ver cómo una determinada enfermedad genera
una actitud específica ante el mundo y la vida? Si es esto último lo que Mara-
ñón intenta hacer, y a veces parece imposible negarlo, entonces cae en un
flagrante biologicismo, es decir, acaba reduciendo la personalidad a sus aspec-
tos biológicos; no es la personalización de la patología, sino la patologización
de la personalidad. Quizá en aquellos años en que el movimiento de introduc-
ción de los aspectos personales en la medicina daba sus primeros pasos, no era
posible hacer otra cosa. De hecho, una crítica similar se le puede hacer a Freud,
ésta no por su biologicismo sino por su psicologicismo.
149
La respuesta es hoy relativamente fácil de dar, La elección no es un modo
de la indicación. Las indicaciones son siempre objetivas, en tanto que en la .
elección entran en juego factores subjetivos. Un medicamento puede estar in-
dicado en una enfermedad, y no elegirlo el paciente. Para explicar esto suelo
poner siempre el mismo caso, que leí en una revista inglesa, El cáncer de larin-
ge puede tratarse de diversas maneras.-una, quirúrgica, consiste en la exéresis
total de las cuerdas vocales, y otra, menos traumática, con radiumterapia. La
primera produce una mayor supervivencia, en tanto que la segunda permite
una fonación prácticamente normal. Ambas terapéuticas están indicadas en el
cáncer de laringe, pero la elección dependerá mucho del tipo de paciente que
padezca la enfermedad: un cartujo es casi seguro que optará por la cirugía, ~n
tanto que un hombre público tiene muchas probabilidades de elegir la
radiumterapia. La terapéutica de elección es distinta en cada caso, y sólo él
paciente tiene capacidad para determinarla. La indicación pertenece, al médi-
co, la elección al paciente,
150
Marañón, como buen mediterráneo, profesó siempre una ética de la vir-
tud. Para él la ética se reduce al estudio de las actitudes, de acuerdo con el
esquema bipolar virtud-vicio, Por eso él considera muy importante la elección
del futuro médico de acuerdo con sus actitudes. Esto es lo que llama «voca-
ción". He aquí un párrafo, entre otros muchos:
151
las vocaciones que llama «de categoría superior", que son las propias de las
"profesiones», entre las cuales incluye, naturalmente, la de medicina. Y final-
mente están las vocaciones que llama habituales, y que son las propias de los
"oficios».
Si tiramos por la borda, como una antigualla más, el concepto sacerdotal del
médico, la supremacía de la vocación para ejercer nuestro arte, entonces no
tenemos derecho a quejamos de que se nos exijan responsabilidades por de-
fectos en el ejercicio profesional que, en realidad, sólo pueden resolverse en el
ambiente de mutuo amor en que se desenvolvia la Medicina de antaño. (o. C.,
1215).
Los oficios han de responder de sus errores: ante la justicia; las profesio-,
nes no deben estar controladas jurídicamente sino éticamente. Por eso Mara-'
ñón abomina de todo tipo de responsabilidades civiles o penales de los actos
médicos. Esto es convertir la medicina en un oficio. "Lo único que se puede
exigir al médico es buena fe, buena voluntad, honradez, moralidad, Si falta a "
ellas, sí será culpable, claro es; pero de otra clase de delitos, cuya sanción
nadie será capaz de discutir» (O.C., 1 213). Las profesiones )10 deben tener,
control jurídico sino moral. Así.ha sucedido siempre. Y el hecho de, que ahora "
se esté perdiendo, para Marañón es una pérdida irreparable:
152
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Esto no comenzó a verse del todo claro hasta años después de su muerte,
cuando a la bioética de la virtud-vicio se opuso, cada vez con más fuerza, otra
del derecho-deber, es decir, cuando la medicina siguió el camino que Marañón
tanto temió, y que con tanta fuerza combatió, el de lo que él llama, con pala-
bra despectiva, «profesionalismo», la conversión del arte de curar en un oficio
o negocio, en vez de una verdadera vocación de las que él llamaba superiores.
Este proceso ha ido seguido, como Marañón sospechó, del abandono de la
ética de las virtudes en favor de otra de los derechos. Los enfermos, se dice
ahora, tienen derechos humanos, y esos derechos exigen que el médico les
informe sobre lo que tienen y acepte su decisión sobre lo que tienen que hacer,
siempre y cuando estas decisiones del paciente que no sean incompatibles con
el imperativo ético de no-rnaleficencia. En la obra de Marañón hay frases muy
duras en contra de esta ética de los derechos humanos, que para él supone el
fracaso de toda la medicina. Así, en el prólogo que en 1944 escribió al libro del
jurista Eduardo Benzo, La responsabilidad profesional del médico, se lee:
153
.. De este modo queda claro cómo el Marañón que oteó la necesidad de
tener en CUenta el propio ideal de perfección y felicidad en la definición de
salud, co~c.ibió la me~icina desde ;u propio ideal de perfección ética, es decir,
desde la enea de la vmu~. Después ha v~nido la ética de los derechos, y con
ella el triunfo de ~so que el vela como peligroso y negativo. Diríase que lo que
ha c~n:blado del tiempo de Marañón aquí, ha sido nuestro ideal de perfección
y felicidad, y nuestra concepción de la ética. De todos modos, conviene no
o~vldar que mnguno de lo.s lenguajes éticos es completo, y que todo lo que se
dice en uno puede traducirse al otro. N? es sensato pensar que la ética de los
,de~ec~o~ ha arru~?ado completa:nente la anterior ética de la virtud. Quizá lo
~~s lógico sea utilizar ambas, evitando los excesos extrernistas. Quizá Mara-
non. cayo en uno de esos extremos. Hoy tenemos el peligro de irnos en exceso
~~cla el otro. Si el peligro de las éticas de la virtud es el paternalismo, el de las
etrcas de los derechos es la judicialización de la medicina la llamada medicina
defensi.va. Pa.r~ conjugar ambos peligros, lo mejor es no anular ninguno de los
lenguajes, utilizar ambos a la vez, equilibrándolos mutuamente. De ahí que en
una epoca como la nuestra, en que tan olvidada va estando la ética de la vir-
tud, .tenga sentido recordar el mensaje marañoníano, No olvidemos la adver-
tencia de Maclntyre, de que precisamente porque estamos «después dela vir-
tud" (after vrrrue), tenemos hoy necesidad de ir «tras la virtud" (after virtue).
154
10
ÉTICA DE LA CALIDAD DE VIDA
INTRODUCCIÓN
155
Como indicador básico de la calidad de vida humana se eligió el producto
. nacional bruto (PNB), o índice de riqueza de las naciones. Pueblos con eleva-
do PNB han de gozar, en principio, de gran bienestar, en tanto que las socieda-
des con pequeña renta por habitante se considera que poseen escaso bienestar,
es decir, poca calidad de vida.
~20~racia, Diego. "Población, desarrollo y calidad de vida», Razón y Fe, 1988; 1082: 409-
156
SEGUNDA TESIS. "Calidad de vida» no es un término «descriptivo» sino
«valorativo». Esto significa que no es un "hecho» sino un «valor» y, en tanto que
tal, resultado de un proceso de "estimación» o «preferencia».
3 Ortega y Gasset, José. «Introducción a una estimativa", en Obras Completas, VoL6, 6a.
ed. Madrid, Revista de Occidente, 1964, p. 328.
157
onda y frecuencia. Ya no se trata de un hecho, sino de una teoría, cuyo objetivo
es explicar por qué los hechos perceptivos son como son. La ciencia trata con
hechos, pero para elaborar a partir de ellos teorías explicativas. Y estas teorías.
ya no tienen la evidencia ni la contundencia de los hechos. Tal es la razón de
que los filósofos de la ciencia sean tremendamente escépticos ante los llama-
dos hechos científicos. Bien se podríá decir que si son hechos no son científi-
cos, y que si son científicos no son hechos. La ciencia no está compuesta de
hechos sino de construcciones intelectuales sobre los hechos, es decir, de hipó-
tesis, teorías, etc. Cierto que a este nivel se sigue hablando, en el lenguaje
común, de hechos, pero ello se debe a una pura licencia de lenguaje.
Hecho, por consiguiente, tiene dos sentidos, uno amplio y otro estricto.
Pues bien, los valores no son hechos en ninguno de ambos sentidos. Además
de hechos, hay valores. Y si los hechos tenían la característica de ser datos de
percepción (sentido estricto) o construcciones intelectuales basadas directa-
mente sobre datos perceptivos (sentido amplio), los valores tienen la peculia-
ridad de no ser directamente perceptivos. Se perciben los objetos, por ejemplo,
las mesas, pero no podemos decir que percibamos los valores, por ejemplo, el
valor de un cuadro. Una cosa es percibir los colores, las formas, etc., y otra
muy distinta percibir el valor estético del cuadro. Es verdad que a veces, por
iotra licencia de lenguaje, decimos que percibimos la belleza de un cuadro o de
una mujer. Pero en realidad no percibimos la belleza, sino que la estimamos.
Sobre el dato de percepción mamamos otro, que usualmente denominamos
estimación, preferencia o valoración. Los valores no se perciben, se estiman. El
artículo de Ortega y Gasset antes citado, «é Qué son los valores?», lleva este
primer título: «Introducción a una estimativa». La estimación es una facultad
psicológica distinta de la percepción. Una cosa es percibir y otra estimar. Cier-
tamente, no hay estimación sin percepción. Como también es cierto que no
hay percepión sin estimación. La estimación es absolutamente necesaria en
nuestra vida. Nadie puede vivir sin estimar. Es más, nuestras decisiones más
importantes no dependen tanto de los hechos cuanto de los valores. Piénsese,
por ejemplo, en el fenómeno del enamoramiento. Todo el mundo percibe de
modo muy similar los rasgos de una mujer. Pero ciertas personas pueden
estimarla hasta el punto de quedar prendados de ella, y otros no. Uno se ena-
mora de la belleza, eje la bondad, o del dinero de una persona, es decir, de sus
valores. Pero todo eso son valores. El más elemental es, por supuesto, el econó-
mico. Pero no por ello deja de ser un valor. Todas las cosas son sujetos de
valoración económica; es decir, todas son sujetos de aprecio o desprecio, y por
tanto tienen precio. Y el precio no es un hecho, sino un valor, resultado del
proceso de estimación.
158
porque considera, pienso que con razón, que el aao moral consiste en la preferen-
cia entre los distintos valores, en obrar según el orden de los valores. Es realizan-
do valores no estrictamente morales como se realiza el valor moral. Inrenrcr ser
bueno por sí, sin atender a los otros valores, daría como resultado un tipo de
perversión de la moralidad que Max Scheler llama -fariseísmo». Por tanto, los
actos morales no son puramente «descriptivos» (o de hechos), pero tampoco son
estrictamente «evauuuivos» (o de valores) sino actos de otro orden, que llamamos
«prescriptivo». La prescripción es la característica' específica de los actos morales.
La Bioética fue proyectada como una nueva disciplina que combinara el cono-
cimiento biológico con el conocimiento de los sistemas de valores humanos
[oo.] Elegí bio- para representar al conocimiento biológico, la ciencia de los
sistemas vivientes; y elegí -etica para representar el conocimiento de los siste-
mas de valores humanos",
159
fin de globalizar los juicios sobre las situaciones y de esa forma mejorar la
toma de decisiones, incrementando su corrección y su calidad. Un área partí-
cular dentro de la bioética sería la bioética sanitaria o bioética clínica, que en
consecuencia se podría definir como la inclusión de los valores en la toma de
decisiones sanitarias, a fin de aumentar su corrección y su calidad.
Son muchas las veces que se han querido contraponer «santidad" y «cali-
dad,'? Es una contraposición mas retórica que real. Se juega, en primer lugar,
con la similitud sintáctica de las palabras, y se cree que esa similitud tiene que
encerrar algún tipo de mensaje. Pero la verdad es que el término santidad ahí
está mal utilizado. La vida en general, y la vida humana en particular, no son
santas, en el sentido teológico del término. Lo más 'que se puede decir de ellas
es que son «sagradas». A esto es a lo que alude, por ejemplo, la famosa senten-
cia de Séneca en su carta a Lucilio: Horno homini res sacra, Difícilmente se
puede traducir esto por santa. El binomio es, pues, sacralidad-calidad, Es me-
nos eufónico, menos estético, pero más real.
7 Cf, Kuhse, Helga. The Sanctity of Life Doctrine in Medicine: A Critique, Oxford, Clarendon
Press, 1987,
160
hacer que ese cómo sea de la máxima calidad. Desde esta perspectiva, sacralidad
formal y calidad material no son opuestos, sino complementarios. El «qué" es
el objeto de la sacralidad, y el «cómo" el de la calidad,
En cualquier caso, es obvio que en ambas teorías se aceptan los dos con-
ceptos, el de sacralidad de vida y el de calidad de vida, Lo que varía es el modo
de articularlos entre sí. Mi opinión es que no hay prácticamente ningún siste-
ma serio que no tenga en cuenta estas dos dimensiones. Existen en todas las
teorías morales, De ahí que desde todas ellas, si bien en perspectivas distintas,
pueda, deba y tenga que abordarse el tema de la calidad de vida.
161
, De estos dos ejemplos se desprende la profunda relación existente entre
el criterio de medios ordinarios/extraordinarios y el criterio de calidad de vida.
Esto se puso de manifiesto en Estados Unidos con ocasión de~ famosísimo cas?
Karen Ann Quinlan, la jóven católica que como consecuencia de la consumí-
ción simultánea de diacepinas y de alcohol, entró en coma profundo. Traslada-
da a una UCJ se le colocó un aparato de respiración asistida. Ante la más que
probable irreversibilidad del coma, los padres consultaron a un moralista ca-
tólico, quien consideró que en sus circunstancias la respiración mecánica era
un «medio extraordinario" que no había obligación moral de prolongar. La
puesta en práctica de esta decisión moral dio lugar a todo un próc~sb jud.ici~l;
Cuando, por fin, se pudo desconectar el respirador, Karen Ann Quinlan SlgU~O
respirando por Sus propios medios, y ha fallecid~ hace' algunos años, despues
de diez de coma profundo y vida exclusivamente vegetativa". .
8 Cf. Quinlan, Joseph yJulia. La verdadera historia de Karen Ann Quinlan, Barelona, Grijalbo,
1978 ..
9 Cf. Quinlan, Joseph y Julia. Op. cit., p. 430.
10 Farley Margaret. «A Response to Dr. DuEE», Reflection 1975; 72: 11-12. Cit. por McCorrnick,
Richard B. «The Qualiry of Life, The Sanctiry of Life», Hastings Center Report, 1978; 8: 30.
11 Cf. Proceedings, A.M.A. House of Delegates, December 1973. Citado por Ráchels, James.
«Active and Passive Euthanasia», New England Journal of Medicine 1975; 292: 78-80.
162
Estas discusiones de las últimas décadas han llevado a buscar una termi-
nología más adecuada que la de «ordinario/extraordinario». El teólogo de
Princeton, Paul Ramsay, ha propuesto su sustitución por esta otra dicotomía:
«rnédicarnenrs indicado/médicamente no indicado-!". Roberr Veatch prefiere
hablar de «medios razonables» o «medios usuales» frente a los no razonables
e inusuales':'. Bernard Haring cita con aprobación la siguiente frase de R.
Kautzky:
S~gún esto, medio~ e~t~aordinarios son los que permiten llevar al sujeto
una «v1~a meramente blO.loglca», en tanto que los ordinarios son aquellos que
le permiten llevar u~a «Vida humana», entendiendo por tal la que permite un
«razonable uso de la libertad». Para Albert R. Jonsen serían ordinarios los medios
q.ue permitieran al s~jeto «participar, aunque sea mínimamente, en la expe-
nencia humana», defmld~ .esta como la posesión de «alguna capacidad para
responder afectiva y ~ogm,tlvamente a la atención humana, y para establecer y
desarrollar la cornurucacron con los demás". Un niño con síndrome de Down
cumpliría con este criterio, en tanto que uno con trisomía 18, no".
..
'
14 Kautzky, R. ,.'DerArtz», Artz und Christ 1969; 15: 138. Cit. por Haríng, Bernard. Moral y
rnedtcma, Madnd, PS, 1977, pp, 139-40..
Cf. Jonsen, Alberr R. and Garland, Michael J. «Critical Issues in Newborn Intensive Care:
A Co~Eerence Repon and Policy Proposal», Pediatrics 1975; 55: 756-68; lb. "A Moral Policy
i
for LtEe/Death Decisions in the I~tensive Care Nursery». In: Jonsen, A.R. and Garland, M.J.
(Eds.), Ethics o/ Newborn lntenstve Care, University of California, San Francisco/Berkeley,
1976, p. 148.
16 Richard B. McCormick. Are. cit. p. 35.
163
temporánea se ve la huida del lenguaje de ordinario/extraordinario por su
carácter confuso, ambiguo y circular. Personalmente yo prefiero, como Veatch,
el. de, 'tratamientos razonables/no razonables'»!'
SEXTA TESIS. El enfoque emotivista de la, teoría de los valores lleva a,' 'f'
De todos los valores, el más elemental es, sin duda, el económico. Todas
las cosas percibidas sonobjeto de aprecio o desprecio, y por tanto tienen valor
económico. De ahí que la corriente que parte de Hume haya estado muy rela-
17 Ibid.
18 Cf. Hurne, David, A Treatise 01 Human Nature, ed. LA., Selby-Bigge, Oxford, Clarendon
Press, 1888, 275-454,
19 Cf. Hurne, David, Op. cit., 469-470.
164
cionada con el desarrollo de la ciencia económica liberal, y con el nacimiento
de la teoría moral conocida con el nombre de utilitarismo,
165
1980 unos niveles constantes e iguales a los de los años cincuenta de nuestro
siglo serían precisas drásticas correcciones que controlaran el aumento de la
población yde la contaminación y el descenso vertiginoso de los recursos na-
turales. Forrester estimaba imprescindible para conseguir el equilibrio un des-
censo del coeficiente de natalidad del 30 por 100 y de los niveles de contami-
nación del 50 por 100, y una reducción del consumo de los recursos naturales
no' renovables del 75 por 10023.
La inflexión del rendimiento se produce en el punto P, que por ello define "
el «rendimiento máximo». Este punto coincide con el llamado «óptimo de
Pareto» o punto de utilidad máxima. En él se logra la proporción más ventajo-
sa posible entre estímulos y rendimientos. Hasta llegar a él, el estímulo es poco
166
efectivo por su baja intensidad; a partir de él, la ineficiencia está provocada
por su intensidad excesiva. Sólo en el punto óptimo se logra la máxima efica-
cia. O dicho de otro modo, sólo en él se optimizan la «cantidad" y la «calidad».
Esto, como puede comprenderse, tiene inmensas repercusiones éticas.
167
tanto, frases como «el bien o el valor de la vida en sí misma" son confusas en
estas discusiones"
Queda claro, pues, que la «vida» (o el «valor vital») yel «valor moral" son.
distintos y pueden entrar en conflicto. El critero de calidad de vida no preten-.
de sino establecer algunos criterios que ayuden a la resolución de esos con-
flictos. .
168
pueda discutirse seriamente. Aunque sí puede ser objeto de discusión, cómo
no, quién es un ser humano. El qué es absoluto, pero el quién y el cómo ni lo
son ni lo pueden ser. De ahí el carácter histórico de la ética.
26 Cf. Gracia, Diego. «Historia de la eugenesia", en vol. 3 de esta obra, Ética de 105 confines
de la vida, pp. 14,16.
169
. pensamos nosotros, en circunstancias similares, decidir eso mismo por noso-
tros mismos o por medio de nuestros allegados"
- Preservación de la vida
- Libertad humana
Ausencia de sufrimiento
- Las financieras
- Las condiciones psicológicas de sus seres queridos.
~ales son l.as principales «razones válidas» que se manejan en los juicios
de calidad de vida. .
27 ~f. Proceedin~s. A.MA House ofDelegates, December 1973. Citado en Rachels Jarnes
«Active and ~asslv.e Euthanasia», New England Journal 01 Medicine 1975' 292' 78:80 C' .
~~r McCor~l1ck, Richard B. Art. cir., p. 35. ' . . n.
Jr Cf. «~thlcal Considerations in Surgery of the Newborn», Contemporary Surgery 1975' 7'
19; CH. P?r Mc.Cormick, Richard B. Art. cit., p. 36.
McCorrruck, Richard B. Art. cit., p. 36.
' .
170
Nuestro objetivo ahora es descubrir en común y como comunidad de perso-
nas razonables dónde se traza la línea y por qué. Cuando hagamos esto, ha-
bremos descubierto la diferencia entre tratamiento razonable y no razonable,
especialmente para aquellos que no pueden decidir por sí mismos y cuyo bien-
estar depende de nosotros. En otras palabras, habremos hecho un juicio de
calidad-de-vida en una dirección que a la vez explicite y refuerce nuestro
interés por la santidad de la vida.
Hay quienes sostienen que los preceptos negativos son absolutos y que, por
tanto~ son elementos irrenunciables de cualquier ética civil y de todo concepto de
"calidad de vida". Dudo que sea así. Pienso, por el contrario que todo precepto de
contenido material y deontológico posee una base empírica y contingente y que
por tanto no puede ser formulado de modo absoluto y sin excepciones.
Pero hay otro nivel que es el público. Todos vivimos en sociedad, y ade-
más de los ideales privados, que cada uno intenta llevar a cabo libre y
171
diferenciada mente, es necesario establecer unos mínimos comunes a todos,
que definen algo así como la calidad de vida pública, o los mínimos de calidad
de vida que una sociedad considera que deben exigirse a todos sus miembros
y cubrirse en todos. La función del Estado es ésa, gestionar esos mínimos de
calidad que deben ser iguales para todos. Esos mínimos hay que establecerlos
por consenso de voluntades privadas, y por tanto por el procedimiento de la
voluntad general. Los contenidos de esa voluntad general es lo que intentan
expresar los principios éticos de no-maleficencia y de justicia, que por ello
mismo son también principios de calidad de vida.
Esto significa que además de los dos niveles propios del momento
deontológico de la calidad de vida, hay otro momento teleológico. Las circuns-
tancias y consecuencias también tienen su puesto en la teoría de la calidad.
Los principios materiales hemos dicho que nunca pueden ser absolutos, y que
por tanto tienen excepciones. Pues bien, las excepciones hay que hacerlas siem-
pre a la vista de las c;ircunstancias y las consecuencias. Ellas son las que en un
caso concreto pueden exigimos, precisamente para cumplir con el principio
formal de sacralidad de la vida humana, hacer una excepción al principio
material. Esto significa que el principio deontológico da la norma, pero las
consecuencias teleológicas nos sirven para hacer excepciones a las normas. La
excepción no invalida la norma en tanto que norma, sólo la relativiza en unas
circunstancias concretas. La excepción nunca puede considerarse un bien sino
el mal menor. El bien viene definido por el principio deontológico, y la excep-
ción a ese principio, que ya no será un bien sino un mal menor, por las conse-
cuencias teleológicas. Quien miente por piedad no niega el decir la verdad
como principio o norma, pero considera que en ciertas situaciones concre~as el
172
decir la verdad puede ir en contra del respeto al ser humano. Mentir por pie-
dad siempre será considerado no un bien sino un mal menor, que necesita
justificarse por las circunstancias y las consecuencias, sin que nadie intente
nunca elevarlo a la categoría de norma. La norma seguirá siendo siempre decir
la verdad, no mentir.
173
11
LA ENSEÑANZA DE LA ÉTICA MÉDICA
I. ENSEÑAR Y APRENDER
Hoy las cosas se ven de otro modo. Y ello por varias razones. En primer
lugar, porque el ser humano es cualquier cosa menos un sujeto pasivo, una
especie de aparato de radio o televisión que sintoniza con un emisor y repro-
duce fielmente los mansajes de éste. Todos los médicos tenemos continua 'ex-
periencia de cómo lo que se dice a los enfermos es recibido y procesado por
éstos de modos entre sí muy distintos, ya la vez distinto de lo que el médico
creyó decir o·transmitir. Hay un axioma escolástico que dice: Quidquid recipitur,
.ad modum recipientis recipitur, lo que se recibe, siempre se recibe según el
modo del recipiente. De ahí que en cualquier proceso educativo haya que pre-
ocuparse tanto o más que del mensaje que se desea transmitir, de la persona
que va a recibirlo. La enseñanza no es sólo un proceso de enseñanza sino
también, y principalmente, un proceso de aprendizaje.
El tema del aprendizaje, por otra parte, ha sido objeto de un estudio muy
detenido por pane de neurobiólogos, etólogos y psicólogos a lo largo de este
último siglo. Hay toda una ciencia del aprendizaje, que de algún modo se
175
----------------------~------~~~----------------------------
176
---~~--------------~--~-----------
2 Rest, J.R.; Davidson, M.; Robbins, S. Age. «Trends in Judging Moral Issues: A Review of
Cross-sectional, Longirudinal, and Sequenrial Srudies of [he Defining lssues Test». Child.
Dev. 1978;.49: 263-279.
177
rv VOCACION y ÉTICA
Esto coincide con lo que hoy defienden la mayor parte de los autores:
Hace años, concretamente en 1985, apareció publicado en el New Éngland
Journal of Medicine un trabajo firmado por nueve de los más representativos
bioeticistas norteamericanos, Charles M. Culver, Danner Clouser, Bernard Gert,
Howard Brody, John Fletcher, Albert Jonsen, Loretta Kopelman, Joanne Lynn,
Mark Siegler y Daniel Wikler. El título del trabajo era Basic curricular goals in
Medical ethics' . Se trataba de un documento de consenso entre los principales
bioeticistas norteamericanos, a propósito de los objetivos a cubrir en los pro-
gramas de enseñanza de la ética médica. En él, después de justificar la impor-
tancia del aprendizaje de conocimientos y habilidades éticas (ethical knowledge
and skills) durante el periodo de formación en medicina, los autores añadían:
178
habilidades interaccionales que permitan que ese carácter moral se exprese
en el mejor cornportarruenro posible.
, .El documento de Culver y cols. dice otra cosa que resulta también de la
maxirna Importancia. Afirma que «la enseñanza de la ética médica debe for-
mar parte del cu~ricul~m del pregrado (Facultad de medicina), pero que cada
progra;na de resld~ncla debena proveer de ulterior aprendizaje en la corn-
prension y el manejo de los problemas éticos que se plantean con más frecuen-
era en ese campo concreto». Por tanto, debería haber una enseñanza
pregraduada y otra posrgraduada de la ética médica.
5 Baldwin, WC.; Steven, R.D.; Self, D.J. «Changes in Moral Reasoning during Medical
;chooh>. Academlc Med~CL~: 1991; 66: Septernber Supplement, 1-3.
Cf. Gracia, D. «La Bioética, una nueva disciplina académica". Jano 1987; 33: 69-74.
179
«principios» éticos. El movimiento dialéctico entre juicios y principios es un
camino de ida y vuelta. El camino desde los juicios a los principios da lugar al
problema de la «fundarnentación»; y el camino contrario, de los principios a
los juicios, al problema de la «metodología». En el periodo preclínico deberían
estudiarse con un cieno rigor estas dos grandes cuestiones, la fundamentación
y la metodología propias de la ética médica".
180
VI. LA FORMACIÓN ÉTICA POS GRADUADA
9 La bibliografía anglosajona es muy abundante, pero no así la española. Cf. Sidney Bloch,
"La enseñanza de la ética en Psiquiatría». Jano 1987; 33: 77-78.
181
créditos. Finalmente, para ser experto se requiere sólo el título universitario
de grado medio y 250 horas de enseñanza (25 créditos).
Este último y más elevado nivel de la formación ética tiene por objeto
formar a investigadores y docentes en este área de conocimiento. Legalmente
no sé si es posible ser doctor en ética médica, porque sospecho que los títulos
de doctorado han de respetar el catálogo de áreas de conocimiento, y la ética
médica no está entre ellas. En cualquier caso, es un hecho que se' ha iniciado
desde hace años la investigación en bioética en nuestro país, y la elaboración
de tesis doctorales de tema bioético. Hace aún muy poco que se ha leído la
primera tesis doctoral de bioética, en la Facultad de Medicina de la Universi-
dad de Navarra. Y en nuestro Departamento de Madrid están en vías de reali-
zación varias más. Esto es posible, porque en los últimos años se ha iniciado la
182
'1
CONCLUSIÓN
183
ya dijera el autor del escrito hipocrático Sobre el médico, «las relaciones entre
el médico y sus pacientes no son algo de poca monta, pues los enfermos se
ponen en las manos de los médicos, y éstos a cualquier hora frecuentan a
mujeres, muchachas jóvenes, y pasan junto a objetos de muchísimo valor»!":
"
l.
10 Sobre el médico, c. 1. En Tratados hipocráticos, ed. Carlos García Gual, vol. 1, Madrid,
Gredas, 1983, p. 176.
184
12
HACIA UN ENFOQUE SOCRÁTICO
.~ DE LA ENSEÑANZA DE LA BIOÉTICA
INTRODUCCIÓN
185
Si uno analiza la literatura existente sobre enseñanza de la bioética, verá
pronto que a esto es a lo que se ha dedicado toda ella. Yo no puedo ni debo, ni
menos quiero interferir ese proceso, que promete ser tan fecundo para todos
los que nos dedicamos a la enseñanza de la bioética. Pero en este capítulo voy
a utilizar un abordaje o un enfoque distinto de éste que he llamado «pedagógi-
co». y para caracterizarlo del modo más breve y conciso posible, me ha pared-
do conveniente denominarle enfoque socrático o mayéutico. Hace años escribí
algunos artículos desde la otra perspectiva, la puramente pedagógica. Pero si
algo me han enseñado mis cuatro lustros como docente de Humanidades mé-
dicas en la Facultad de Medicina de Madrid, los dos que llevo impartiendo los
cursos de Magíster, y los tres años de enseñanza de la bioética en el segundo
curso del nuevo Plan de Estudios de Medicina; es decir, si algo me ha' enseñado 1',
186
ger) la realidad, las cosas. Es la clásica perspectiva subjetivista, el horizonte de
la filosofía del sujeto, una constante en la historia del pensamiento occidental
desde sus mismos orígenes en Grecia. La propia pedagogía ha tendido siempre 1
a esto, a primar al sujeto sobre el objeto, al individuo sobre la-realidad, 1
j
!
Pero cuando se analizan las experiencias originarias, es fácil advertir que ¡
las cosas suceden más bien al revés. No soy yo el que va a las cosas, a la
realidad, sino que son éstas las que vienen a mí. Más aún, las cosas se me
-I
1
«imponen", me «poseen", me «aprehenden". No es que yo aprehenda, coja o ¡
abarque a las cosas, es que éstas me abarcan a mí, se me imponen, Y ello por
algo muy elemental, porque en la realidad hay algo que siempre me trascien-
, de, y que por tanto siempre está más allá que cualquier posición del sujeto. En
el origen no hay posición sino imposición. Lo originario, dice por ello Jaspers,
es das Umgreifende, lo abarcante, lo que yo no abarco, sino que ello me abarca
a mí. En el origen está esta invasión por lo abarcante, y que para mí se me
muestra siempre como inabarcable, o como no abarcable del todo.
Tales filosofías son consideradas como piezas elaboradas para ser aprendidas.
Es posible que en medio de sus cenizas se oculte aún un chispazo. Pero el trato
con ellas y los trabajos intelectuales precisos para accionar estos complejos
conceptuales faltos de vida y para transformarlos en relaciones y permutaciones
sin fin, tiene algo de torturante, ya que en todo ello no hay nada de auténtico
187
sentido filosófico, y tiene, además, algo de depresivo, ya que la filosofía perdi-
da se halla aún próxima, pero convertida ya en cadáver'.
,\ras eso, Platón lre dice a Teeteto en qué consiste el arte de la mayéutica.
Yescnbe:
188
gencia del joven. A mí me ocurre con esto lo mismo que a las comadronas: no
soy capaz de engendrar la sabiduría, y de ahí la acusación que me han hecho
muchos de que dedico mi tiempo a interrogar a los demás sin que yo mismo
me descubra en cosa alguna, por carecer en absoluto de sabiduría, acusación
que resulta verdadera. Mas la causa indudable es ésta: la divinidad me obliga
a este menester con mi prójimo, pero a mí me impide engendrar. Yo mismo,
pues, no soy sabio en nada, ni está en mi poder o en el de mi alma hacer
descubrimiento alguno. Los que se acercan hasta mí semejan de primera in-
tención que son unos completos ignorantes, aunque luego todos ellos, una
vez que nuestro trato es más asiduo, y que por consiguiente la divinidad les es
más favorable, progresan con maravillosa facilidad, tanto a su vista como a la
de los demás. Resulta evidente, sin embargo, que nada han aprendido de mí y
que, por el contrario, encuentran y alumbran en sí mismos esos numerosos y
hermosos pensamientos.
[ ... ]
189
lo que resulta que la conversión hacia la excelencia es el objetivo último de
todo proceso formativo en ética, y más concretamente en ética profesional.
Hoy esto me parece simplemente insostenible. Hoy pienso que los objeti-
vos fundamentales a cubrir en un proceso de formación en bioética son los de
actitudes, y más en concreto la búsqueda de la «excelencia», que es el santo y
seña de nuestras profesiones, y por supuesto también de las éticas de las pro-
fesiones sanitarias.
190
El tema del curso era Ética y Genérica, y mi ponencia versó sobre los proble-
mas éticos de la terapia génica. Es, en principio; una cuestión sencilla, ya que
la literatura y los consensos internacionales coinciden en aceptar la licitud de
la llamada ingeniería genérica negativa, aquella que tiene por objeto corregir
los llamados defectos o errores genéricos, y de este modo evitar las enfermeda-
des de base genética, sobre todo si la corrección se realiza en las células
somáticas, y por tanto resulta imposible su transmisión a las futuras genera-
ciones, Por el contrario, suelen rechazar la ingehiería genérica negativa reali-
zada en células germinales, al menos en el actual estado de nuestros conoci-
mientos, Y condenan sin paliativos y de modo absoluto la llamada ingeniería
genética positiva, aquella que no se propone curar enfermedades sino perfec-
cionar la naturaleza humana, ya manipulando células somáticas, ya células
germinales. Las razones de esta prohibición son claramente prudenciales: pa-
rece prudente no jugar al perfeccionamiento de la naturaleza humana. La téc-
nica del ADN recombinante, un nuevo medio técnico, se considera, por crite-
rios prudenciales, que debe ser utilizada de este modo. Hasta ahora no se ha
hecho ninguna alusión a los fines. Y la pregunta que surge inmediatamente es:
si la sociedad se propone como fin de su vida el tener, por ejemplo, individuos
cada vez más altos o más fuertes, o rubios y blancos, ¿podrá evitar que las
técnicas de ADN recombinante se utilicen a tal fin? ¿No es esto más un proble-
ma de fines que de medios? Y en tal caso, éno debería la bioética ocuparse más
de los fines razonables de la vida humana que de la pura deliberación sobre los
medios? ¿No es extraño que en la literatura sobre la ingeniería genética este
tema esté prácticamente ausente, y que nadie se haya ocupado de analizar si
los objetivos de perfeccionamiento de la naturaleza humana que nos hemos
propuesto hasta ahora son racionales o irracionales? Es importante no perder
de vista que los fines irracionales conducen inexorablemente al fracaso y la
frustración, y que la función primaria de la filosofía es ésta, el análisis crítico
de las incoherencias lógicas, Un filósofo inglés, Wisdom, definió la filosofía
como una terapéutica contra la enfermedad de la irracionalidad.
191
modo que se logren al máximo los objetivos de actitudes y de carácter. Ello
exige, en mi experiencia:
192
pero requiere sobre todo actitudes y carácter. El profesor, el maestro, ha de
estar dotado de un cierto carisma. Fue Max Weber el que habló de la gestión
carismática del poder y de la excelencia. Por supuesto que hay otras, la tradi-
cional y la burocrática. En filosofía y en ética estas dos últimas son muy po-
bres, funcionan muy mal, y consiguen muy difícilmente su objetivo. Ya se lo
oíamos decira Jaspers. El profesor ha de tener conocimientos y habilidades.
Pero ha de tener ante todo carisma, el don de la mayéutica. Sócrates creía que
era un regalo de los dioses, una gracia, un don. Quien de veras lo tiene, nunca
lo utilizará para manipular a sus interlocutores. El verdadero maestro es aquél
que nunca utiliza el argumento de autoridad, que permite que todo se pueda y
se deba discutir, que está abierto al diálogo, que está convencido de que los
argumentos de los demás son respetables y deben ser tomados en serio, que no
es dogmático, ni fundamentalista, ni autoritario, ni histérico. Hay toda una
patología del profesor. El profesor, como el actor de teatro, tiende al histerismo
~ y al histrionismo, como el político tiende a ser autoritario y como el sacerdote
es proclive al dogmatismo. Cualquiera de estos defectos le inhabilita para ejer-
cer bien su actividad. Lo cual demuestra que enseñar ética, y más en concreto
j bioética, es muy difícil. No puede hacerse más que de una forma, huyendo de
la mediocridad y el adocenamiento de la enseñanza académica, e imitando al
1 primer gran maestro de ética de la historia de Occidente, a Sócrates. Él era
muy consciente de la vulgaridad de los profesores de su tiempo y de la necesi-
1 dad de elevar la enseñanza a nuevas metas. Por eso, no se me ocurre nada
mejor para poner fin a esta exposición que transcribir los párrafos finales del
'1 diálogo Eutidemo, en los que Sócrates debate el tema que estamos tratando
1 con Critón. He aquí lo que dicen:
1,
I Critón.- A fe mía, Sócrates, yo mismo me encuentro, como no dejo de decírte-
1 lo, muy perplejo respecto de mis hijos. ¿Qué hacer de ellos? Uno es aún muy
j
joven y pequeño; pero Critóbulo tiene ya la edad adecuada y necesita de al-
1I guien que le sea útil. Por mi parte, cuando estoy contigo, siento que he come-
tido una locura habiendo tomado tantos cuidados por mis hijos (en mi matri-
monio, para darles una madre de la más noble familia, y en mi fortuna, para
asegurarles la mayor riqueza posible) y habiendo olvidado su educación. Pero
cuando pongo los ojos en alguno de los que se llaman educadores, me siento
confundido, y cada uno de ellos, al sorneterlo a examen, me parece completa-
mente extravagante, si te he de decir la verdad. En una palabra: no veo la
manera de empujar a este muchacho al estudio de la filosofía.
Sócrates.· élgnoras tú, mi querido Critón, que en toda clase de ocupación las
gentes mediocres y sin valor son el número mayor, y los espíritus serios y
dignos de toda estimación son la minoría? A fin de cuentas, en efecto, éno te
parece una bella cosa la gimnasia, así como el arte de los negocios, la retórica
y el mando de los ejércitos?
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Sócrates. - y bien, éno ves que en cada una de estas artes la mayoría de la
gente se cubre del más espantoso ridículo en todo lo que hace?
Sócrates.- Pues bien: évas a huir tú mismo, por este motivo, de las ocupacio-
nes y vas a prohibírselas a tus hijos?
Sócrates. - Guárdate, pues, Critón, de hacer lo que no hay que hacer. Manda a
paseo a los profesores de filosofía, sean buenos o sean malos, pero pon cuida-
dosamente a prueba el objeto mismo de su actividad. Si te parece sin valor,
. aparta de él a todo el mundo, y no solamente a tus hijos; si, por el contrario,
te parece tal como yo mismo lo juzgo, ponte ardorosamente a buscarlo, y
ejercitaos en su estudio, "desde el padre», como suele decirse, "hasta loshijos
más pequeños».
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