Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
org)
Libro 1.indb 1 21/07/2009 12:15:51 p.m.
Libro 1.indb 2 21/07/2009 12:15:51 p.m.
Colección
PROMETEO
Entre el etnocentrismo
y el relativismo:
Rorty y la idea de una ética
sin fundamentos universales
Jorge Sierra
Director:
Rodolfo Arango
ISBN 978-958-695-425-9
© Jorge Sierra
© Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Filosofía, Centro de Estudios
Socioculturales e Internacionales - CESO
Ediciones Uniandes
Carrera 1ª Nº 19-27 Edificio AU 6
Bogotá D.C., Colombia
Teléfono: 3 394949 - 3 394999 Ext. 2133 - Fax: Ext: 2158
Bogotá D.C., Colombia
http://ediciones.uniandes.edu.co
infeduni@uniandes.edu.co
ISBN: 978-958-695-425-9
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni
registrada en o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún
medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin
el permiso previo por escrito de la editorial.
xi
Bertrand Russell
La reconstrucción de la filosofía
John Dewey
Uno de los aspectos que el debate actual acerca del multiculturalismo ha deja-
do en claro es una especie de desafío, tanto para la idea misma de racionalidad
teórica como de racionalidad práctica. Algunos defensores del multiculturalismo
han expresado la necesidad de adoptar una especie de relativismo cultural como
condición para reconocer, por igual, el valor de todas las culturas.1 Pero esto ha
1 Ver Wong, D., “El relativismo”, en Singer, P. (ed.), Compendio de ética, Madrid, Alianza,
1995, y la “Introducción” de Amy Guttman a Taylor, R., El multiculturalismo y la política del
reconocimiento, México, FCE, 1993. Pero quizá el texto en que se presenta una síntesis crítica,
bastante completa, de las consecuencias y posiciones del reto relativista en conexión con el
cia, sería una tarea imposible, pues si cada una de ellas posee un lenguaje moral
propio e intraducible al lenguaje de otra cultura, entonces, la comprensión de
cualquier cultura, base mínima para su reconocimiento y respeto, no llegaría nun-
ca a darse. Las pretensiones relativistas del defensor del multiculturalismo se au-
torrefutarían. Pero en su discusión hay un elemento de verdad: la inaceptabilidad
de un punto de vista neutral para hablar acerca de la realidad, ajeno al lenguaje,
a la historia y a la cultura. Si se entiende por etnocentrismo la imposibilidad de
hablar de verdad y racionalidad de las creencias sin tener en cuenta los procedi-
mientos de justificación dados en una determinada cultura, entonces la acusación
de relativista a quien, como Rorty, defiende un punto de vista etnocéntrico es casi
inevitable. Pero ¿tiene sentido hablar de relativismo? ¿Constituye el relativismo
un genuino problema filosófico al que tenemos que dar respuesta refutándolo?
¿Debe la cuestión de la Verdad ser resuelta antes de poder hablar de ética?
La motivación por escapar de la perspectiva contingente y relativista, y ga-
rantizar así la objetividad de la moral, parece justificar la necesidad de defender
formas de racionalidad y de verdad sustantivas, sin las cuales no es posible la
construcción de una sociedad más incluyente y tolerante con las diversas cul-
turas. Por el contrario, Rorty considera que es imposible salirse de la historia y
de la propia cultura y acceder a una racionalidad transcultural pura que sirva de
fundamento ético universal en nuestro trato con otras culturas. Pero si no hay una
matriz común de valores y de verdades, ¿cómo es posible defender la importancia
de una cultura liberal incluyente y abierta a la diversidad de culturas? Es preciso
demostrar que el relativismo es un dragón hecho a la medida de los temores del
realista metafísico.
De ahí que Donald Davidson y Richard Rorty hayan afirmado que el debate
entre relativistas y realistas carece de fundamento. El relativismo, según ellos,
sólo es posible dentro de un enfoque representacionalista del conocimiento y del
lenguaje, el cual sólo es posible si se mantiene la idea del tercer dogma del em-
pirismo, esto es, bajo el supuesto de que existen, por una parte, una realidad no
interpretada y, por otra, un esquema conceptual determinado a partir del cual es
interpretada dicha realidad desde determinada cultura. Si desde cada esquema
conceptual se interpreta, desde una visión particular, un conjunto de hechos da-
dos, entonces es posible pensar que se den varias visiones alternativas e incluso
contradictorias de la forma de ser del mundo. Lo que Davidson y Rorty proponen
es una manera de entender las nociones tradicionales de conocimiento, creencia y
justificación, sin necesidad de recurrir a la idea de representación, a la noción de
verdad como correspondencia y, en suma, al realismo metafísico. Cuando se hace
esto, afirman ambos autores, es posible entender por qué carece de sentido discu-
tir acerca de qué cultura o esquema conceptual es el correcto, es decir, cuál es el
3
que de verdad encaja con la realidad, pues no tiene sentido decir que hay muchos
esquemas o decir que sólo hay uno.
De esta forma, Rorty considera fallidos los intentos de Putnam y Habermas
de hacer frente a la amenaza del relativismo: el huevo de la serpiente supuesta-
mente incubado en la tesis rortiana del etnocentrismo. Ambos proponen mode-
los de justificación que, si bien concuerdan con Rorty en la muerte del realismo
tradicional, pretenden restaurar el reino de la objetividad moral, ya sea desde la
idea de justificación bajo condiciones epistémicas ideales (Putnam) o desde una
situación ideal de habla (Habermas). Pero, para Rorty, la adopción de tales estra-
tegias justificatorias es inaceptable, pues supone recaer en el realismo metafísico
al postular la existencia de una autoridad o de una verdad que están más allá de
los deseos e intereses humanos, en virtud de las cuales nuestros razonamientos
morales valdrían incondicionalmente, con independencia de la cultura a la que
pertenezcamos y de nuestro etnos.
La adopción de tal posición etnocéntrica, identificada con la cultura liberal
burguesa secular, parecería ser, según Rorty, la única salida sensata del debate en-
tre universalistas y relativistas, pues supone un modelo conversacional de verdad
que no cede a las vanas pretensiones universalistas del realismo metafísico. Tal
modelo acepta como válido el contextualismo, es decir, la tesis según la cual una
persona está justificada a creer que p si con respecto a p tal persona satisface las
normas epistémicas de la comunidad a la que ella pertenece. Además, tales crite-
rios de justificación son meramente convencionales, por lo cual carece de sentido
indagar acerca de cuáles son los criterios correctos de justificación, al margen de
la cultura.
Sin embargo, y a primera vista, el modelo rortiano conversacional de justi-
ficación parecería caer en el relativismo que él mismo intenta superar, como han
tratado de demostrar Putnam y Habermas. Según Putnam, afirmar como lo hace
Rorty que sólo existe el diálogo implica renunciar a conseguir una concepción
más racional de la racionalidad y a una mejor concepción de la moralidad. Y si se
renuncia a estos ideales se carece de una meta ideal a partir de la cual podamos
medir nuestros éxitos morales y epistémicos, lo cual para Putnam es caer en una
forma extrema de relativismo similar a las sostenidas por Feyerabend, Kuhn y
Foucault. Según Habermas, el modelo conversacional de Rorty supone abandonar
un punto de referencia normativo que permita superar las limitaciones etnocéntri-
cas e ir más allá de las fronteras de la propia cultura para obtener el asentimiento
de una proposición o creencia por parte de los miembros de otra cultura. Además,
el modelo rortiano rechaza una idea regulativa de verdad que hace que la justifi-
cación sea indistinguible de simples normas arbitrarias adoptadas por la tradición
y la costumbre. Esta “sociologización” de la justificación conduce, según Haber-
4
nos permitirá comprender el intento de Rorty por superar la discusión entre re-
lativistas y realistas, con base en la tesis del etnocentrismo, así como señalar el
vínculo entre representacionalismo y relativismo, y la necesidad de superar el
dualismo esquema-contenido a partir de la crítica de Davidson al tercer dogma
del empirismo. En la última parte del primer capítulo examino la superación de la
epistemología que Rorty intenta hacer con ayuda de la hermenéutica de Gadamer,
y discutiré su validez. Finalmente, presentaré la propuesta rortiana de una ética
sin fundamentos. Para ello me apoyaré en la novedosa propuesta ética de Dewey.
Como prueba de fuego de la propuesta ética rortiana, mostraré de qué manera,
desde ella, se puede dar cuenta de los derechos humanos sin necesidad de apelar
a una fundamentación racional, destacando la importancia de los sentimientos
morales en la ética, y examinaré la validez de varias críticas hechas en contra de
la propuesta de Rorty.
El segundo capítulo está dedicado a analizar las críticas al antifundacio-
nalismo ético de Rorty provenientes de Habermas y Putnam. Ambos intentan
mostrar que el etnocentrismo de Rorty es una forma de relativismo y que, como
tal, no logra dar cuenta de manera satisfactoria del problema del multiculturalis-
mo. En suma, se trata de ver la posibilidad de construir una ética liberal sin caer
en el autoritarismo que ella misma condena. El hilo conductor de este capítulo
lo constituirá un estudio de la noción de naturalismo como fuente del supuesto
relativismo rortiano.
Finalmente, en el tercer capítulo daré una respuesta a las críticas hechas por
Habermas y Putnam a la propuesta rortiana de una ética antiuniversalista, a partir
de una serie de argumentos que muestran que el etnocentrismo de Rorty no es
una forma de relativismo sino, más bien, una manera de promover el pluralismo
propio de las sociedades liberales. Con ello espero hacer una defensa de la pro-
puesta rortiana sin caer en el trascendentalismo de las propuestas universalistas
y antinaturalistas de los autores mencionados. Adicionalmente, analizaré breve-
mente el objetivo final de la propuesta rortiana en su sugestiva e interesante idea
de construir una cultura literaria como culminación de su utopía liberal: el giro
narrativo.2
2 Tal propuesta ya estaba presente en el temprana obra de Rorty de 1989, Contingencia, ironía y
solidaridad, donde afirma: “En mi utopia liberal esta sustitución [la de reemplazar el tratado
moral y el sermón por el cine y la novela] será objeto de un reconocimiento del que aún carece.
Este reconocimiento sería parte de un giro global en contra de la teoría y hacia la narrativa”.
Rorty, R., Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1998, p. 18.
El arte de la novela
Georgy Lukács
¿Por qué desearía alguien debilitar la noción de verdad objetiva, entendida como
correspondencia con la realidad, en aras de defender una propuesta ética? ¿Quién
no desearía, más bien, encontrar un criterio sólido de verdad para corregir las
falsas creencias que llevan a la iniquidad y así suprimir tanto sufrimiento? ¿No
es posible una mejora del género humano con base en principios racionales y
universales que no presupongan un conocimiento de objetos metafísicos? ¿No es
deseable que podamos tener la razón y hablar de verdades morales objetivas que
estén por encima de los prejuicios, las ideologías y los intereses de clase? ¿No
requiere la virtud de conocimiento objetivo? ¿No requiere la justicia poder hablar
de verdad y error objetivos? ¿Cómo es posible hablar de honestidad intelectual en
el ámbito académico si el cinismo es virtud? En suma, ¿cómo podemos responder
al reto que nos lanza un relativismo3 fascista como el siguiente?
Todo lo que he dicho y hecho en los últimos años es relativismo por intuición. Si relati-
vismo significa el fin de la fe en la ciencia, la decadencia de este mito, la ciencia, con-
cebido como el descubrimiento de la verdad absoluta, puedo alabar de haber aplicado
el relativismo […] Si el relativismo significa el desprecio por categorías fijas y por los
hombres que aseguran poseer una verdad objetiva externa, entonces no hay nada más
relativista que las actividades y actitudes fascistas […] El relativismo moderno deduce
que todo el mundo tiene libertad para crearse su ideología y para intentar ponerla en
práctica con toda la energía posible, y lo deduce del hecho de que todas las ideologías
tienen el mismo valor, que todas las ideologías son simples ficciones.4
No vamos a cambiar nuestras prácticas —bien sea políticas o académicas— sólo por-
que hayamos dejado de preocuparnos por la epistemología o porque hayamos adopta-
do filosofías de la mente y el lenguaje no representacionalistas. Pero podemos cam-
biar de actitud hacia esas prácticas, cambiar el sentido que tenemos de por qué es
importante llevarlas adelante. Ese nuevo sentido de lo que estamos haciendo será él
mismo tan indemostrable y tan intuitivo como lo era la tradición racionalista occiden-
tal. Pero los pragmatistas creen que será mejor no sólo porque liberará a los filósofos
de sus perpetuas oscilaciones entre el escepticismo y el dogmatismo, sino porque les
quitará unas cuantas excusas más al fanatismo y a la intolerancia.5
6 En Kant hay una distinción clave entre lo que se entiende por trascendental y lo que se entiende
por trascendente. Trascendente en Kant significa que está más allá de las condiciones del
conocimiento posible, es decir, está por fuera del tiempo y el espacio. Por ello, tanto Dios como
el alma son objetos trascendentes, en el sentido de que son objetos abstractos, no sometidos
a lo espacio-temporal. Trascendental en Kant significa el conocimiento filosófico racional de
las condiciones a priori (categorías y formas puras de la sensibilidad) que hacen posible el
conocimiento a priori. Por ello, la ética kantiana es ajena a toda fundamentación trascendente que
apele a entes que estén por fuera del tiempo y el espacio. Kant cree poder encontrar condiciones a
priori para la moral sin comprometerse con postular entidades abstractas. La ética de Kant es una
ética sin metafísica, en el sentido en que Kant entiende la metafísica tradicional, entendida como
la búsqueda de pruebas a favor de la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. La cuestión
de la ética queda circunscrita a los límites de la razón y halla su fundamento en tal facultad.
7 Rorty, R., Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1998, pp. 50-52.
8 Ver Rorty, R., La filosofía y el espejo de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1989, p. 288. Rorty ha
tomado de Kuhn la idea de que no es necesario, para que haya acuerdo racional acerca de una
creencia, que ésta concuerde o se corresponda con un estado objetivo de cosas.
9 Utilizaremos la definición de realismo metafísico que da Putnam en Razón, verdad e historia. Tal
realismo se caracteriza por: 1) asumir que hay un único mundo real que consta de una totalidad
fija de objetos independiente de la mente, y por afirmar que 2) sólo hay una descripción verdadera,
privilegiada y absoluta de este único mundo.
Supongamos que somos siempre antiesencialistas. Diremos que siempre toda inda-
gación es interpretación, que todo pensamiento consiste en recontextualización, que
nunca hemos hecho ni haremos otra cosa.12
10 Rorty, R., La filosofía y el espejo de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1989. Ver los capítulos VII
y VIII.
11 En el caso de Gadamer, la crítica al mito de lo dado define su propia filosofía: “La hermenéutica,
en tanto que supera la ingenuidad positivista que hay en el concepto de lo dado mediante la
reflexión sobre las condiciones de la comprensión (precomprensión, prioridad de la pregunta,
historia de la motivación de cada enunciado), representa a la vez una crítica a la postura
positivista”. Gadamer, H-G., Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1992, p. 401. La crítica
al mito de lo dado fue también realizada por Wilfrid Sellars en su artículo “El empirismo y la
filosofía de lo mental”, incluido en su libro Ciencia, percepción y realidad, publicado en 1963.
El siguiente texto ilustra su crítica: “Supongo que ningún filósofo que haya atacado la idea
filosófica del carácter de dado, o, por emplear el término hegeliano, de la inmediatez, habrá
intentado negar que existe una diferencia entre inferir que suceda algo y ver que así suceda: si
el término ‘dado’ se refiriese meramente a lo observado en cuanto observado […], la existencia
de ‘datos’ sería tan inconcusa como la de perplejidades filosóficas. Pero, desde luego, las cosas
no son precisamente así: la expresión ‘lo dado’, como parte de la jerga profesional, lleva consigo
un compromiso teorético sustantivo, de suerte que cabe negar que haya ‘datos’ o que esté ‘dado’
nada, en este sentido, sin chocar con la razón”. Sellars, Wilfrid, Ciencia, percepción y realidad,
Madrid, Tecnos, 1971, p. 139. En el caso de Putnam, la crítica al mito de lo dado se presenta
en los siguientes términos: “Elementos de lo que llamamos lenguaje o mente penetran tan
profundamente en lo que llamamos realidad que el propio proyecto de vernos a nosotros mismos
como cartógrafos de algo independiente del lenguaje queda fatalmente comprometido desde el
principio”. Putnam, H., Realism with a Human Face, Cambridge-Mass and London, Harvard
University Press, 1990, p. 28.
12 Rorty, R., Objetividad, relativismo y verdad, Barcelona, Paidós, 1996, p. 143.
10
Conocer es interpretar hechos bajo algún supuesto teórico, pues nada está
dado por fuera de una teoría o de un lenguaje. Ambas tradiciones llegaron a dicha
conclusión, según Rorty, a partir de una reflexión sobre el lenguaje (el giro lin-
güístico) que supuso dejar atrás la imagen de que el lenguaje era un simple medio
que representaba y reflejaba la realidad en sí misma, lo cual daba por supuesto
que existía una realidad anterior al lenguaje. Pero sucedía lo contrario: todo nues-
tro acceso al mundo estaba mediado por el lenguaje. No había una realidad pura
y objetiva a la que pudiéramos acceder con independencia de nuestros léxicos
cultural e históricamente determinados.
11
ción de la noción de objetividad que vaya más allá de los enfoques platonizantes
del conocimiento, el significado y la verdad? ¿No es posible que la noción de
interpretación sea solidaria con una nueva forma de realismo14 surgida de una
visión antirrepresentacionalista del lenguaje y del conocimiento? ¿No hay una vía
media entre el realismo metafísico ingenuo y el relativismo recalcitrante?15
Si no existe una realidad independiente de las interpretaciones y si es cierto,
por ejemplo, que cada cultura o cada comunidad poseen criterios locales para
validar sus creencias, entonces no existen criterios universales y racionales de
justificación para pasar de las creencias al conocimiento. En ausencia de tales cri-
terios, hablar de la validez objetiva de nuestras creencias es una mera ilusión. El
relativista defiende la tesis según la cual diferentes culturas, tradiciones o léxicos
interpretan el mundo cada uno desde su propio esquema conceptual. Por ello, es
importante preguntarse si tiene sentido hablar de un único esquema conceptual
que garantice las pretensiones de validez objetiva de nuestras creencias y nos
permita refutar al relativista. O si, por el contrario, ante la presencia de múltiples
esquemas que interpretan la realidad a su manera no es posible hablar de verdad
objetiva y, en consecuencia, habría que aceptar el relativismo. La opción de Rorty
es superar esta discusión, mostrando que carece de sentido.
Según Rorty, Davidson sugiere una posible salida al dilema de si existen múltiples
esquemas o sólo un único esquema conceptual.16 El relativismo, según Rorty y
14 Tal como lo caracteriza Rorty, el realismo metafísico es la tesis de que el mundo tiene un modo de
ser en sí mismo que sólo admite una descripción verdadera. Hay otras formas de realismo menos
ambiciosas que simplemente entienden el realismo como la tesis que afirma la existencia del
mundo independiente de la mente. Consiste en afirmar, básicamente, que mis estados mentales
no causan la realidad. Ésta es la famosa tesis de Rorty denominada fisicalismo no reduccionista.
Ver “Fisicalismo no reductivo”, en Objetividad, relativismo y verdad, Barcelona, Paidós, 1996.
15 Como ya aclaramos, por relativismo entenderemos la tesis definida por Siegel, y que, en términos
más escuetos, afirma que no hay criterios universales para validar creencias. Las justificaciones
para las creencias siempre son contextuales, por lo cual, hablar de verdades universales se torna
problemático: una contradicción en los términos.
16 Según Davidson, un esquema conceptual es un conjunto de conceptos que sirven para interpretar
los datos de los sentidos o “lo dado”. También, Davidson aclara que los esquemas conceptuales
se pueden identificar con lenguajes: “[…] podemos identificar los esquemas conceptuales con los
lenguajes, o mejor admitiendo la posibilidad de que más de un lenguaje pueda expresar el mismo
esquema, con conjuntos de lenguajes intertraducibles”. Davidson, D., “Sobre la idea misma de
un esquema conceptual”, en De la verdad y de la interpretación, Barcelona, Gedisa, 1990, p. 191.
12
En la tradición heredada por Davidson, los esquemas conceptuales son “formas de organizar
la experiencia, son sistemas de categorías que dan forma a los datos de las sensaciones, son
puntos de vista desde los cuales individuos, culturas o periodos examinan los acontecimientos
que suceden”. Es evidente la herencia kantiana, por un lado, de la idea de esquema conceptual
(sistema de categorías vs. intuiciones), y por otro, la influencia de la antropología y el historicismo
provenientes del siglo XIX.
17 Las críticas de Quine al positivismo lógico ponen en entredicho la distinción entre juicios
analíticos y juicios sintéticos, el primer dogma del empirismo, sin el cual era imposible hablar de
una filosofía primera. Si lo a priori no es un terreno separado de lo empírico, la posibilidad de
aislar un conjunto de verdades privilegiadas que se constituyan en el objeto puro de la filosofía
es una simple quimera. La crítica a la distinción analítico-sintético suponía desechar el atomismo
semántico que yacía detrás de ella, esto es, el segundo dogma del empirismo. Los enunciados
científicos no afrontan uno a uno el tribunal de la experiencia. No hay hechos que correspondan
a enunciados. No hay una concordancia entre unos datos puros y unas proposiciones. Lo que hay
son teorías que interpretan la realidad y no hay proposiciones que estén más cerca de la realidad
que otras, pues la teoría se enfrenta como un todo al veredicto de la experiencia. De hecho, no
hay algo como hechos por fuera de la teoría, pues la misma observación tiene una enorme carga
teórica e interpretativa. Ver Quine, W., “Dos dogmas del empirismo”, en Valdés, L. (comp.), La
búsqueda del significado, Madrid, Tecnos, 1991.
18 Según Rorty, lo conmensurable es aquello “que es capaz de ser sometido a un conjunto de reglas
que nos dicen cómo podría llegarse a un acuerdo sobre lo que resolvería el problema en cada uno
de los puntos donde parece haber conflicto entre las afirmaciones”. Rorty, R., La filosofía y el
espejo de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1979, p. 288.
19 Ver más adelante los argumentos de Davidson a favor de esta tesis.
13
Si por relativismo conceptual queremos dar a entender la idea de que los esquemas
conceptuales y los sistemas morales, o los lenguajes asociados con ellos, pueden di-
ferir enormemente, hasta el punto de ser mutuamente ininteligibles o inconmensu-
rables, o por siempre fuera del alcance de resolución racional, entonces rechazo el
relativismo conceptual.20
De hecho, las dudas cartesianas suponen una noción global de error impo-
sible de pensar, pues si tal noción fuera pensable, no podríamos dar cuenta ni del
error ni de la racionalidad de las creencias.
20 Davidson, D., “El mito de lo subjetivo”, en Subjetivo, intersubjetivo y objetivo, Madrid, Cátedra,
2003, p. 73.
21 Davidson, D., De la verdad y de la interpretación, Barcelona, Gedisa, 1990, p. 189.
22 Rorty, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2000, p. 248.
14
[…] se piensa que es necesario aislar del mundo externo las fuentes últimas de la
evidencia a fin de garantizar la autoridad de la evidencia para el sujeto. Ya que no
podemos estar seguros sobre cómo es el mundo externo a la mente, lo subjetivo puede
mantener su virtud, su castidad, su certeza para nosotros, solamente siendo protegido
de la contaminación del mundo. Un problema familiar es que la desconexión crea una
brecha que ningún razonamiento o construcción puede salvar de manera plausible.
Cuando se ha escogido este punto de partida, no hay manera de decir de qué son
evidencia las evidencias, o eso es lo que parece. Entonces nos amenazan el idealismo,
formas reduccionistas de empirismo y el escepticismo.25
23 Davidson, D., Ensayos sobre acciones, eventos y sucesos, Barcelona, Crítica, 1995, p. 280.
24 Davidson, D., “El mito de lo subjetivo”, en Subjetivo, intersubjetivo y objetivo, Madrid, Cátedra,
2003, p. 77.
25 Ibid.
15
Se supone entonces que las evidencias sobre las que descansan nuestras teorías
o esquemas conceptuales son subjetivas de un modo insuperable. Pero si esto es así,
todo lo que se base en ellas será igualmente subjetivo, a saber, nuestras creencias,
nuestros deseos e incluso lo que queremos decir con nuestras palabras. Llegamos
entonces a la paradójica situación según la cual “[…] nuestras creencias pretenden
representar algo objetivo, pero el carácter de su subjetividad no nos deja dar el pri-
mer paso para determinar si corresponden a lo que pretenden representar”.26
Lo que Davidson, según Rorty, nos ha mostrado hasta aquí es que el dua-
lismo esquema-contenido es, en realidad, una de las formas del dualismo entre
lo subjetivo y lo objetivo. Pero el hallazgo, verdaderamente sorprendente, es que
ambos dualismos tienen un origen en común: una concepción de la mente que
implica que ella pueda tener sus correspondientes estados y objetos privados. Si
subjetividad significa privacidad de lo mental, entonces, sugiere Davidson, es
posible poner en entredicho la legitimidad de tales dualismos a partir de una ver-
sión revisada de subjetividad, una versión antirrepresentacionalista de la relación
entre mente y mundo.
Dicha revisión parte de nuestra comprensión acerca de lo que sabemos cuan-
do conocemos el significado de una palabra u oración. Tal comprensión indica
que los significados “no están en la cabeza”, que no son entidades privadas o
subjetivas y, en consecuencia,
[…] en los casos más simples y más básicos, el significado de las palabras y de las ora-
ciones se deriva de los objetos y las circunstancias en presencia de las cuales aquéllas
se aprendieron. Si mediante el proceso de aprendizaje se ha condicionado a alguien
a considerar verdadera una oración en presencia de fuego, la misma será verdadera
(usualmente) cuando haya un fuego presente […] Por supuesto que muchas palabras
y oraciones no se aprenden de esta manera; pero son las que así se aprenden las que
anclan el lenguaje al mundo.27
Tanto los significados como las creencias versan sobre objetos del mundo.
Lo que tiene como consecuencia que los significados no sean objetos privados,
ni tampoco los pensamientos expresados por medio del lenguaje. Dados estos
nuevos enfoques sobre el pensamiento y el lenguaje, no es posible plantear el tipo
de dudas cartesianas que hacen posible el escepticismo acerca del mundo externo.
Al abandonar el enfoque representacionalista del conocimiento, del significado y
de la creencia, el problema acerca de si estamos representando con precisión el
mundo que nos rodea deja de ser una cuestión filosóficamente interesante.
26 Ibid., p. 78.
27 Ibid., p. 80.
16
Si las palabras y los pensamientos tratan necesariamente, en los casos más básicos,
acerca de la clase de objetos y acaecimientos que comúnmente los causan, no hay
lugar para las dudas cartesianas sobre la existencia independiente de tales objetos y
acaecimientos. Puede haber dudas, por supuesto. Pero no necesita haber nada de lo
que estemos indudablemente en lo cierto para que sea seguro que la mayoría de las
veces estamos en lo cierto sobre la naturaleza del mundo.28
[…] se descarta si aceptamos que los significados de nuestras oraciones más simples
se dan mediante las situaciones que por regla general nos llevan causalmente a con-
siderarlas verdaderas o falsas, ya que considerar que una oración que entendemos es
verdadera o falsa es tener una creencia.29
De hecho, ni los datos de los sentidos ni tampoco los sentidos mismos cum-
plen un papel determinante en la explicación de las creencias. Se trata más bien de
entender cómo los contenidos de la mente dependen de las complejas relaciones
causales que se dan entre las actitudes proposicionales de las criaturas humanas
y el mundo externo.
Si lo dicho hasta aquí es cierto, afirma Davidson, la epistemología no necesi-
ta ocuparse más de objetos que se den de manera privada en el espacio interior de
la mente. Si el esquema y el contenido se dan de manera conjunta en el proceso de
conocimiento, según el modelo representacionalista, entonces se pueden eliminar
también conjuntamente. En conclusión,
Una vez que damos este paso, no hay objetos con respecto a los cuales surja el proble-
ma de la representación. Las creencias son verdaderas o falsas, pero no representan
nada. Es bueno librarse de las representaciones y con ellas de la teoría de la verdad
por correspondencia, puesto que es pensar que hay representaciones lo que engendra
indicios de relativismo.30
28 Ibid. p. 80.
29 Ibid., p. 81.
30 Ibid., p. 82.
17
Una vez eliminado el tercer dogma del empirismo cae la polémica misma
acerca de si estamos representando correctamente el mundo o no. Con ello se des-
hace la necesidad de responder al reto del escéptico y al reto del relativista, pues
“[…] el escepticismo general […] no puede ser formulado puesto que los sentidos
[…] no tienen papel teórico central en la explicación de la creencia, el significado
y el conocimiento si los contenidos de la mente dependen de las relaciones cau-
sales […]”.31
Para Rorty y Davidson, el abandono del tercer dogma supone alejarse de-
finitivamente del empirismo de Quine y, en este sentido, completar la crítica al
mito de lo dado. Según Davidson, una vez que se rechaza el dualismo entre pro-
posiciones analíticas y sintéticas y el reduccionismo asociado con tal dualismo,
es posible pensar que en Quine queda un reducto de algo dado empíricamente sin
interpretar. Quine, efectivamente, acaba con la idea de que hay proposiciones que
son verdaderas sólo en virtud de su significado pero carecen de contenido empí-
rico, así como proposiciones que son verdaderas en virtud de los hechos y poseen
contenido empírico. Según Davidson, Quine se empecina en considerar, después
de derribar la distinción entre lo analítico y los sintético, que todas las proposi-
ciones tienen un contenido empírico, y en buscar en el lenguaje la idea de un es-
quema conceptual que organiza lo dado.32 Es necesario descartar el tercer dogma
del empirismo si se quiere defender la tesis de que no hay hechos sin interpretar
que puedan ser separados de su respectivo esquema conceptual. En definitiva, el
abandono de la noción de esquema conceptual supone un abandono completo del
empirismo, “[…] puesto que si lo descartamos no resulta claro que vaya a quedar
algo característico que pueda llamarse empirismo”.33
No obstante, Davidson reconoce que con Quine se dan los elementos decisi-
vos para desarrollar un estudio del lenguaje que no apele a la noción de represen-
tación. Por una parte, Quine reconoce la futilidad de apelar a entidades platónicas
como lo hizo Frege a la hora de explicar los significados de palabras. Por otra
parte, Quine considera que el mentalismo en semántica es insostenible, es decir,
la tesis de que los significados son representaciones mentales privadas. Por el
contrario, el lenguaje es un arte social.34 En este sentido, Quine propone estudiar
el lenguaje a partir de la idea de traducción radical. Dado que no es posible dar
31 Ibid., p. 81.
32 Davidson, D., “Sobre la idea misma de un esquema conceptual”, en De la verdad y de la
interpretación, Barcelona, Gedisa, 1990, p. 195.
33 Ibid.
34 Quine., W. V. O., “La relatividad ontológica”, en La relatividad ontológica y otros ensayos,
Madrid, Tecnos, 1986, pp. 43-92.
18
El problema de la interpretación es tan foráneo como doméstico: surge entre los ha-
blantes de un mismo lenguaje bajo la forma de la pregunta ¿cómo puede determinarse
que el lenguaje es el mismo? […] Toda comprensión del discurso de otro involucra la
interpretación radical.35
19
Pero para ayudar a evitar que las suposiciones pasen desapercibidas, centraremos
nuestra atención en los casos donde más claramente se requiere interpretación: la
interpretación en un idioma del habla en otro idioma.36
36 Ibid.
37 Davidson, D., “El mito de lo subjetivo”, en Subjetivo, intersubjetivo y objetivo, Madrid, Cátedra,
2003, p. 81.
38 Davidson, D., Ensayos sobre acciones, eventos y sucesos, Barcelona, Crítica, 1995, p. 281.
39 Davidson, D., De la verdad y de la interpretación, Barcelona, Gedisa, 1990, pp. 20-21.
20
[L]imitémonos a observar que esta formulación tiene como consecuencia que la ads-
cripción de humanidad y la adscripción de un lenguaje y la adscripción de creencias
21
Para Rorty, la crítica de Gadamer al mito de lo dado supone una crítica a la no-
ción de lenguaje que lo concibe como mero instrumento neutral que refleja una
supuesta realidad en sí misma estructurada. No es posible hablar de entidades aje-
nas al lenguaje. El lenguaje es constitutivo de nuestra comprensión de la realidad.
No hay mundo sin lenguaje ni lenguaje que no sea una apertura al mundo.
El lenguaje no es sólo una de las dotaciones de que está pertrechado el hombre, sino
que en él se basa y se representa el que los hombres simplemente tengan mundo. Para
el hombre está ahí como mundo, en una forma que no tiene existencia para ningún
otro ser vivo puesto en él. Y esta existencia del mundo está constituida lingüística-
mente.45
22
[…] el lenguaje humano debe pensarse como un proceso vital particular y único por
el hecho de que en el entendimiento lingüístico se hace manifiesto el mundo […] El
mundo es el suelo común, no hollado por nadie y reconocido por todos, que une a
todos los que hablan entre sí.46
La lingüisticidad de nuestra experiencia del mundo precede a todo cuanto puede ser
reconocido e interpelado como ente. La relación fundamental de lenguaje y mundo no
significa por lo tanto que el mundo se haga objeto del lenguaje. Lo que es objeto del
conocimiento y de sus enunciados se encuentra por el contrario abarcado siempre en
el horizonte del mundo del lenguaje. La lingüisticidad de la experiencia humana no
entraña la objetivación del mundo.47
Según Gadamer, no existe una realidad sin interpretar que nos pueda ser
dada. Creer lo contrario es lo que genera pensamientos escépticos y relativistas.
No poseemos un acceso directo a la verdad de nuestras creencias aparte de la jus-
tificación que tenemos para darle nuestro asentimiento. Tal modelo conversacio-
nal de verdad, como sostiene Gadamer, supone que no existe una meta final de la
investigación y de la conversación. El diálogo es infinito y cualquier filosofía que
diga “el diálogo tiene un término” supone que existe un procedimiento universal
para poner de acuerdo a todo el mundo. Pero el fenómeno de la comprensión es-
capa de todo reduccionismo del método propio de la tradición epistemológica. En
este sentido, afirma Rorty:
La hermenéutica ve las relaciones entre varios discursos como cabos sueltos de una
posible conversación, conversación que no supone una matriz disciplinaria que una a
46 Ibid., p. 535.
47 Ibid., p. 539.
23
los hablantes, pero donde nunca se pierde la esperanza de llegar a un acuerdo mientras
dure la conversación.48
24
Si no hay una realidad comprensible por fuera del lenguaje, como sostienen
Rorty, Gadamer y Davidson, entonces el relativismo no es posible. Si los esque-
mas conceptuales son equivalentes a lenguajes, entonces, si algo cuenta y es re-
conocible como un lenguaje, debe poder ser traducible. Por lo tanto, si es posible
identificar algo que cuente como un lenguaje, debemos ser capaces de traducirlo.
Ahora bien, la traducción requiere la aplicación del principio de caridad: el su-
puesto de un acuerdo sustancial, entre el hablante y el intérprete, sobre un gran
número de creencias verdaderas. Pero si un esquema conceptual o lenguaje es
traducible, entonces no puede ser muy diferente al nuestro. Si no es posible tra-
ducirlo, entonces, no tenemos justificación alguna para afirmar que exista un tal
esquema o lenguaje, pues, para identificarlo como un lenguaje, tal lenguaje debe
ser traducible. Si no se puede mostrar que hay diferentes esquemas, tampoco es
posible mostrar que hay esquemas conceptuales idénticos. Por lo tanto, no puede
haber cosas tales como esquemas conceptuales. Ahora bien, el relativismo acerca
de la verdad es la afirmación de que una y la misma proposición puede ser verda-
dera en un lenguaje y falsa en otro. Pero si no podemos traducir un lenguaje sin
asumir un consenso sustancial sobre la verdad, entonces, el relativismo acerca de
la verdad es imposible. Por lo tanto, dado que la traducción y la interpretación son
posibles, no podemos ser relativistas acerca de la verdad.51
Como hemos visto, Rorty concuerda con Gadamer y Davidson en la crítica
al realismo. Todos rechazan la posibilidad de que exista una realidad objetiva en
sí misma, por fuera del lenguaje, como carente de sentido. No hay, como tal, una
interpretación que sea la correcta, porque no existe la posibilidad de que se co-
rresponda con una realidad en sí misma. Los criterios para definir la corrección
de una interpretación no son ajenos al lenguaje, a la conversación y a la cultura.
ella conduce a una contradicción, y partir de ahí, dado que las contradicciones son falsas, se
demuestra la falsedad de la proposición supuesta como verdadera. En términos más esquemáticos,
la prueba procede de la siguiente manera:
P
.
.
Q & ¬Q
¬P
En términos más intuitivos, el esquema nos dice que si una proposición implica una contradicción,
tal proposición es falsa.
51 Sigo muy de cerca la argumentación de Baghramian, M., Relativism, London, Routledge, 2004,
pp. 252-253. No obstante, la autora considera que Rorty es un relativista, malgré lui. Para una
discusión de sus argumentos, ver pp. 146-151. Como veremos al final del texto, es posible construir
un argumento paralelo y análogo para el caso y en contra del relativismo ético. Ver 3.2.5.
25
Pero para autores como Nagel y Searle52 la crítica de Rorty al realismo es, cierta-
mente, una forma de relativismo. El objetivo filosófico de Searle se encamina a
52 Ver Searle, J. R., La construcción de la realidad social. Barcelona, Paidós, 1997, y Nagel, T., La
última palabra, Barcelona, Gedisa, 2000.
53 Searle, J. R., La construcción de la realidad social. Barcelona, Paidós, 1997, p. 20. El énfasis es mío.
54 Aquí se podría objetar que las normas epistémicas de la comunidad son representacionalistas, lo
cual, como discutiremos más adelante, tiene su razón de ser, pues el sentido común todavía está
preso en un platonismo inveterado. De ahí la importancia de educar dicho sentido en un modo de
ver el mundo de forma no representacionalista. Diremos más acerca de este tema en el capítulo 3.
26
y Searle. Según Nagel, afirmar que sólo existe el diálogo, como también lo afir-
man Habermas y Putnam, implica renunciar a sostener una concepción sustantiva
de la racionalidad y a una mejor comprensión del realismo como antídoto contra
el relativismo.
¿Pero son relativistas Rorty, Gadamer y Davidson? Hemos visto que, por el con-
trario, sus propuestas son una salida del problema del relativismo. Pero, en el
sentido de Searle y Nagel, dicha salida parece introducir el tema sobre el relati-
vismo de otra manera. El relativismo se reintroduce si se asume que no es posible
hablar de la realidad por fuera del lenguaje, entonces sólo basta con asegurar que
la misma comprensión del lenguaje presupone, vía el principio de caridad, un
acuerdo sobre la verdad. En este sentido, la noción de verdad objetiva no se da
por fuera del lenguaje, y las interpretaciones, por divergentes que puedan llegar
a ser, presuponen un acuerdo tácito sobre un trasfondo de creencias común. Pero
los desacuerdos no se resuelven por fuera del lenguaje, se resuelven apelando a
una realidad objetiva de hechos no interpretados. Dado que Rorty, Gadamer y
Davidson proponen un realismo no representacionalista, esto es, que asumen que
el lenguaje no refleja una realidad en sí misma, sino que suponen que hablar un
lenguaje implica ya reconocer una realidad, deben por lo menos asegurar que la
noción de interpretación no cae en los excesos del “todo vale”. Pero ¿cómo se
asegura esto? Si la verdad es relativa a una interpretación, ¿cómo elegimos entre
dos interpretaciones rivales?
Para Rorty, el modelo conversacional de verdad intenta superar las limita-
ciones del realismo representacionalista, y el dualismo sujeto-objeto. Es un mo-
delo nuevo de comprensión que no apela a la confrontación con una realidad en
27
56 Gadamer, H-G., Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1992, p. 457. Los énfasis son míos.
Pasajes similares a éstos han dado lugar a una interpretación de idealismo lingüístico de la
filosofía de Gadamer. Para Gadamer, como para Rorty, la realidad existe con independencia de
nuestra mente. Nuestro acceso a ella se da de manera lingüística.
57 Ibid., p. 458.
28
Toda acepción del mundo se refiere al ser en sí de éste. Él es el todo al que se refiere la
experiencia esquematizada lingüísticamente. La multiplicidad de tales acepciones del
mundo no significa relativización del “mundo”. Al contrario, lo que el mundo es no es
nada distinto de las acepciones en las que se ofrece.59
Son sobre todo este tipo de afirmaciones hechas por Gadamer, además de
las citadas y analizadas, las que sugieren una forma nueva de realismo. ¿Pero en
qué sentido se pueden entender estos planteamientos de forma realista? Aquí las
interpretaciones pueden ser muy variadas. Según Brice Wachterhauser, se trataría
de un realismo metafísico que
58 Ibid., p. 536.
59 Ibid.
60 Wachterhauser, B., “Getting it Right: Relativism, Realism, and Truth”, en Dostar, R., The
Cambridge Companion to Gadamer, New York, Cambridge University Press, 2002, p. 77.
29
Tal opción filosófica cercana a una forma de realismo parece, según Wachter-
hauser, ser necesaria si no se quiere caer en una especie de idealismo lingüístico
para el cual hablar de juicios correctos e incorrectos no sería posible. Pero esto
supone que, después de todo, si el mundo es inherentemente inteligible es porque
en algún sentido debe ser “[…] independiente de los lenguajes, tradiciones y pun-
tos de vista a través de los cuales el mundo es algo mediado para nosotros”.62 El
planteamiento de Brice Wachterhauser, además de paradójico, parece comprome-
ter a Gadamer con una visión metafísica que precisamente quiere superar con su
filosofía hermenéutica: la posibilidad, desde el punto de vista de Dios, desde una
realidad vista con independencia del lenguaje, de que el conocer y el ser coinci-
dan, algo humanamente imposible desde nuestra finitud. O ¿de qué otra manera
es posible entender ese espacio de inteligibilidad y el carácter inherentemente
inteligible del mundo si no es apelando a una armonía preestablecida?
Otra manera de entender el realismo de Gadamer tiene que ver con su he-
rencia fenomenológica, interpretación que parece ser más acorde con los plantea-
mientos de Gadamer, pero que no por ello deja de ser menos problemática. Más
adelante, Gadamer afirma:
En esto, la cuestión es parecida a lo que ocurre con la percepción de las cosas. Feno-
menológicamente hablando, la cosa en sí no consiste más que en la continuidad con la
que las matizaciones perspectivistas de la percepción de las cosas se van induciendo
unas a otras, como ya mostró Husserl. El que pretenda oponer a estas acepciones el ser
en sí tendrá que pensar o teológicamente y entonces el ser en sí ya no es para él sino
para Dios o, diabólicamente, en calidad de individuo que pretende demostrarse a sí
mismo su propia divinidad haciendo ver que el mundo entero debe obedecerle […]63
61 Ibid.
62 Ibid., p. 73.
63 Gadamer, H-G., Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1992, pp. 536-537.
30
Como se trata de una analogía entre la percepción de una cosa con las acep-
ciones lingüísticas del mundo, Gadamer aclara que en el caso de las perspectivas
éstas pueden ser excluyentes, mientras que en el caso de las acepciones no sucede
así. Ello porque “cada una de ellas contiene potencialmente a todas las demás,
esto es, cada una está capacitada para ampliarse hacia cada una de las otras. Está
capacitada para comprender y abarcar desde sí también la acepción del mundo
que se le ofrece en otra lengua distinta”.64 Pero ¿no supone esto que hay una espe-
cie de identidad de sentido común a todos los lenguajes? Y si así fuera, ¿no caería
la hermenéutica de Gadamer en una especie de trascendentalismo lingüístico de
tipo kantiano contrario a su espíritu?
Según Gama, Gadamer termina por recurrir, para hacerle frente al perspec-
tivismo de Nietzsche, a
[…] una unidad postulada del lenguaje, que en últimas se revela como la estructura
que abarca todos los horizontes históricos y en la que yace un presupuesto imposible
para el perspectivista: la idea de la posibilidad real de una comunicación y entendi-
miento entre todos los horizontes históricos humanos.65
[…] todas las esencias son nominales y todas las necesidades son de dicto. Esto equi-
vale a decir que ninguna descripción de un objeto es más fiel a la naturaleza de ese
64 Ibid.
65 Gama, L. E., “Muchas perspectivas o un único horizonte”, en Gutiérrez, C. B. (ed.), No hay
hechos, sólo interpretaciones, Bogotá, Universidad de los Andes, 2004, p. 53.
66 Ibid., p. 61.
67 Rorty, R., Filosofía y futuro, Barcelona, Gedisa, 2002, p. 124.
31
objeto que otra. Los nominalistas creen que hay que abandonar de una vez por todas,
la metáfora platónica de desmembrar la naturaleza.68
Bajo el supuesto de que todas las esencias son nominales y que todas las
necesidades son de dicto, ya no sería posible entender la naturaleza de un “objeto
en sí mismo”. Más bien, tal entendimiento se daría bajo una descripción, la cual
puede ser una entre muchas, puesto que no hay algo así como descripciones privi-
legiadas de un objeto. Entender un objeto sólo puede querer decir, desde un punto
de vista hermenéutico, estar en capacidad de relacionar viejas formas de hablar
con nuevas formas de hablar sobre dicho objeto que preserven la coherencia entre
ellas. Si esto es así, entonces Gadamer sólo puede estar comprometido con una
noción de verdad coherentista, pero nunca con una noción de verdad como co-
rrespondencia.
Entender un objeto es conocer la historia del concepto de dicho objeto. Para
Gadamer, la interpretación no es algo ajeno a la realidad de las cosas, sino que es
constitutiva de ellas: contar la historia de sus interpretaciones y relacionarlas en
un todo coherente es lo que podemos llamar progreso en el conocimiento. La rea-
lidad viene definida como la historia de sus posibles interpretaciones lingüísticas.
Ser es, ante todo, interpretación acumulada.
Para Gadamer no hay una meta final de la indagación ni un final prefijado
en el proceso de comprensión: no hay una teleología que nos permita saber si
estamos más cerca o más lejos en la comprensión de un objeto. Aquí Gadamer
concuerda con el espíritu del pragmatismo:
68 Ibid., p. 123.
69 Rorty, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2000, p. 123.
32
selbst) como algo separado de nosotros por el hiato entre la realidad en sí misma
y la realidad vista desde el lenguaje:
Esta idea sería reemplazada por una concepción gadameriana de Sache como algo
eternamente vacante, eternamente susceptible de ser nuevamente imaginado y nueva-
mente descrito en el decurso de un diálogo.70
33
Realidades morales
Mark Platts
73 “En realidad es un único horizonte el que rodea cuanto contiene en sí misma la conciencia
histórica”. Gadamer, H-G., Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1992, p. 375.
74 Como muy bien lo anota Steve Bouma-Prediger: “[…] tanto Rorty como Gadamer adoptan
formas similares de historicismo antiobjetivista, la versión de Rorty es mucho más radical. Como
lo mencioné previamente, en Rorty el minucioso historicismo, el poder de la particularidad y
los condicionamientos sociohistóricos de la racionalidad son tan radicales que no hay manera
de argumentar a favor de la posición propia […] El historicismo de Rorty, si es tomado
seriamente, imposibilita el tipo de conversación que Gadamer (y Rorty mismo) considera como
la tarea central de la comprensión. Mientras Gadamer también reconoce la historicidad de la
existencia humana, en realidad en un sentido ontológico, no obstante para él la habilidad de
hacer más que ‘permanecer etnocéntrico y ofrecer ejemplos’ es la condición sine qua non de su
esperanza a favor de una genuina comprensión. En síntesis, para Rorty, la acidez del historicismo
disuelve cualquier expectativa de entendimiento mutuo buscado a través de la argumentación
o conversación, mientras que para Gadamer esta permanece, aun dado el veredicto del
historicismo, una creencia en que el argumento y el diálogo pueden en un sentido no trivial
superar las limitaciones de la particularidad histórica”. Bouma-Prediger, S., “Rorty’s Pragmatism
and Gadamer’s Hermeneutics”, Journal of the American Academy of Religion, Vol. 57, Nº 2,
verano, 1989, p. 320. Más adelante agrega al respecto: “Estas diferencias pueden ser vistas por el
hecho de que Rorty es un pensador más completamente post-moderno que Gadamer. Por ejemplo,
para Rorty, la tradición es más pluralista y ambigua […] Por ello, Rorty no puede, como Gadamer
tiende a hacerlo, simplemente asumir la existencia de una tradición o interpretación normativa
simple y/o unívoca”. Ibid., p. 323. Lo anterior corrobora la interpretación de que Gadamer tiene
una concepción unidimensional de la historia que no le permite ver la multiplicidad de posibles
interpretaciones de una hermenéutica más radical.
75 Platts, M., Realidades morales, Barcelona, Paidós, 1998, p. 13.
34
[i]nterpretan el progreso moral con la capacidad cada vez mayor de ver la realidad por
debajo de las ilusiones creadas por la superstición, el prejuicio y la costumbre irre-
flexiva. El universalista típico es un realista moral, alguien que cree que a los juicios
morales verdaderos, los hace verdaderos algo que está ahí en el mundo. Por lo general,
entiende que semejante verificante lo constituyen los rasgos intrínsecos de los seres
humanos qua humanos. Piensa que uno puede separar la aberraciones reales de las
ilusorias averiguando cuáles son esos rasgos intrínsecos. Y que para ello todo lo que
hay que hacer es pensar mucho y con claridad.78
35
persona consideremos que reflejan nuestros valores más profundos.79 Como Kant
mismo lo sugirió, nuestra finitud hace imposible que podamos saber por adelan-
tado qué cosas nos harán felices:
Sin embargo, es imposible que un ser finito, aunque sea extraordinariamente pers-
picaz y esté tremendamente capacitado, pueda hacerse una idea precisa de lo que
realmente quiere. Supongamos que quiere riqueza; ¿cuántas preocupaciones, envidias
y asechanzas no se atraerían sobre sí merced a ello? Si quisiera tener grandes conoci-
mientos y ser muy perspicaz, acaso esto no le dotará tan sólo de una mayor agudeza
en su mirada para mostrarle como más horrible unos males que ahora le pasaban
desapercibidos y sigue sin poder evitar, o quizás sus apetitos impusieran unas nuevas
necesidades a satisfacer. De querer una larga vida, ¿quién le garantizaría que no se tra-
taría de una larga calamidad [...] En resumen, no es capaz de precisar con plena certeza
lo que le hará realmente feliz, porque para ello se requeriría omnisciencia.80
Una de las herencias intelectuales en la que se apoya Rorty para criticar los pro-
gramas fundacionalistas en ética es el pragmatismo de James y Dewey. La idea
36
A primera vista esto puede resultar desconcertante para quien busca la ver-
dad a secas. Para entender mejor la idea de James, hay que tener en cuenta que
el método pragmático supone un rechazo de la idea tradicional de verdad como
correspondencia con la realidad. Pues si se mira con cuidado, lo que James está
afirmando es que llamar a una creencia verdadera no es otra cosa que decir que
tal creencia nos capacita para actuar más eficazmente como los organismos com-
plejos que somos. Para los pragmatistas, las creencias sólo son hábitos de acción,
de ahí que la verdad y la utilidad de una creencia sean indistinguibles, y por ello el
método pragmático recomienda examinar las creencias a la luz de sus resultados
prácticos.
81 En sus famosas conferencias sobre el pragmatismo, William James, uno de los fundadores
del pragmatismo, trae a colación, para ilustrar su idea del pragmatismo, el siguiente texto de
Chesterton, tomado de su obra Ortodoxia: “Hay personas, y yo soy una de ellas, que piensan que
la cosa más práctica e importante en el hombre es su punto de vista acerca del universo. Creemos
que si a una patrona, antes de admitir un huésped, le es más importante conocer el sueldo que este
gana, aún es más importante para ella conocer la filosofía que él tenga. Creemos también que si un
general en campaña debe conocer el número de tropas del enemigo, aun es más importante para
él saber cuál es la filosofía del enemigo. Pensamos que la cuestión no es si la teoría del cosmos
afecta a los asuntos, sino si, a la larga, cualquier otra cosa los puede afectar”. Y a continuación
James comenta: “Estoy de acuerdo con Chesterton en esta materia. Sé que todos y cada uno de
mis oyentes tienen una filosofía y que la cosa más importante e interesante en ustedes es el modo
con que determinan las perspectivas de sus diversos mundos. Ustedes piensan lo mismo sobre
mí. Y sin embargo, confieso que siento cierto temor ante la audaz empresa que voy a acometer.
Pues la filosofía, que es tan importante en cada uno de nosotros, no es un asunto técnico. Es
un sentimiento más o menos silencioso de lo que la vida significa, honrada y profundamente
sentida”. James, W., Pragmatismo, Madrid, Sarpe, 1980, p. 33. La “audaz empresa” a la que se
refiere James es nada más y nada menos que hacer una presentación de un nuevo estilo de hacer
y entender la filosofía (el pragmatismo) para intentar dejar atrás viejas querellas que, desde su
punto de vista, no tienen la menor importancia para la vida humana.
82 James, W., “Philosophical Conceptions and Practical Results”, The Journal of Philosophic
Psychology and Scientific Methods, I, 1904.
37
Los pragmatistas no creen que la indagación puede ponernos en contacto con una
realidad no humana más de lo que hayamos podido estar nunca, y por consiguiente,
según ellos la única cuestión importante es: ¿será mejor la vida humana, en el futuro,
si adoptamos esta creencia, esta práctica, esta institución?83
Para entender mejor este ideal ético, es preciso examinar la conexión que
Rorty encuentra entre objetividad y solidaridad. Según Rorty los seres humanos
son movidos por dos deseos: el de solidaridad y el de objetividad.84 Por una lado,
cuando una persona busca la solidaridad no está interesada en indagar acerca de
la relación entre las prácticas concretas de su comunidad y algo que está allende
esa comunidad. Por otro lado, cuando alguien va en pos de la objetividad tiene
que tomar distancia de las personas de su entorno o de otro entorno cultural po-
sible o real. Con ello, busca vincularse a alguna realidad que pueda conocerse sin
necesidad de referirse a seres humanos particulares, dentro de contextos cultura-
les también particulares.
Basado en esta distinción, Rorty considera que el realismo debe suponer
la noción de verdad como correspondencia en su anhelo de fundamentar la soli-
daridad en la objetividad. Para los realistas, hay una manera de ser de las cosas
independiente de los procesos de justificación de las creencias, por lo que su va-
lidez no depende de los diversos contextos en las que dichas creencias aparecen.
Para que un procedimiento de justificación sea racional debe conducir a la verdad
38
85 Ibid., p. 42.
86 Rorty, R., El pragmatismo, una versión, Barcelona, Ariel, 2000, p. 38.
87 Ibid., p. 201.
39
88 Como ya se aclaró antes, tanto Dewey como Rorty comparten la idea de que la ética kantiana
contiene elementos realistas ejemplificados en hablar de condiciones universales para la
moralidad. Dichas condiciones son ahistóricas e independientes de toda cultura. Auque hay que
reconocer que el realismo kantiano es menos radical que el realismo platónico en ética.
89 Rorty, R., El pragmatismo, una versión, Barcelona, Ariel, 2000, p. 202.
40
90 Al tratarse de una crítica de Dewey a Kant, lo que el filósofo pragmatista quiere poner de presente
es que no hay necesidad de acudir a un modelo trascendental de justificación para dar cuenta
de nuestras acciones morales. Por ello, considera que el imperativo categórico lo que hace es
simplemente resumir una práctica social y no ser el reflejo de una ley moral escrita en el cielo.
Hoy por hoy es posible, según algunos intérpretes, mostrar la compatibilidad del modelo ético
kantiano con formas nuevas de consecuencialismo. Ver Corman, J., Pappas, G. y Lehrer, K.,
Problemas y argumentos filosóficos. México, UNAM, 1990. Según los autores, “lo que podemos
llamar principio utilitarista kantiano será: una acción debe ser realizada en una situación si y sólo
si 1. al realizar la acción, (a) se trata como un simple medio a la menor cantidad posible de gente
en esa situación, y (b) se trata como un fin a la mayor cantidad posible de gente, de tal manera
que eso sea compatible con (a), y 2. realizar la acción está prescrito por cualquier regla utilitarista
que (a) no viole la condición (1) en esa situación, y que (b) no sea anulada por ora regla utilitarista
que no viole la condición (1) en esa situación”. Corman, J., Pappas, G. y Lehrer, K., Problemas y
argumentos filosóficos. México, 1990, p. 527. Para más información sobre el utilitarismo kantiano
véase Martin, M. y Ruf, H., “A Utilitarian Kantian Principle”, Philosophical Studies, 1970; y
en la misma revista, el artículo de Silverstein, H., “A Defense of Corman’s Utilitarian Kantian
Principle”, 1972. Otros trabajos interesantes son los de Ezorsky, G., “Comment and Criticism
on Refined Utilitarianism”, The Journal Philosophy, Vol. LXXVIII, Nº 3, marzo de 1981; Hare,
R., “Utilitarianism”, en The Enciclopedia of Bioethics. The Free Press, MacMillan, London,
1979. En castellano se puede consultar Guisán, E., Razón y pasión en ética. Los dilemas de la
ética contemporánea. Barcelona, Anthropos, 1990. También es de utilidad leer El utilitarismo
de J. S. Mill, quien, a mi juicio, es uno de los primeros, sino el primero, en tratar de mostrar
que el imperativo categórico admite una lectura consecuencialista. Más recientemente, se ha
publicado un artículo de Hoyos, L., “Tres críticas a la filosofía práctica kantiana” en Castañeda,
F., Durán, V. y Hoyos, L., Inmanuel Kant: vigencia de la filosofía crítica. Bogotá, Siglo del
Hombre, Universidad Nacional, Universidad de los Andes y Universidad Javeriana, 2007. Quizá
el texto más iluminador sea el de Hare, R., “¿Podría Kant haber sido un utilitarista?”, en Hare, R.,
Ordenando la ética. Una clasificación de las teorías éticas. Barcelona, Ariel, 1967, pp. 163-182.
91 Rorty, R., El pragmatismo, una versión, Barcelona, Ariel, 2002, p. 204.
41
Rorty simpatiza con esta idea, lo cual le permite criticar a la tradición ra-
cionalista en filosofía moral que simplemente da por supuesto que es imposible
concebir el progreso moral como un progreso de sentimientos, pues tal enfoque
no puede dar cuenta del concepto de obligación moral. Sin una idea de racionali-
dad universal, los seres humanos seríamos incapaces de reconocer obligaciones
morales vinculantes. No obstante, para el pragmatismo la noción de obligación
moral no requiere de una teoría que la explique, pues en el fondo no hay nada
que explicar. Es como creer, así lo interpreto, que somos mejores personas cono-
ciendo más acerca de la naturaleza del bien en sí. Lo que podemos entender de la
obligación moral no se obtiene de una fuente que no sea lo que la tradición y la
costumbre nos muestran.
En este orden de ideas, el principal error de la filosofía moral tradicional
de corte universalista se funda en la imagen mítica de un yo no relacional, un yo
esencialista y bueno que yace en el fondo de nuestras emociones egoístas:
[...] un yo que puede existir sin preocuparse por los demás, un yo visto como un frío
psicópata que es preciso reprimir para tener en cuenta las necesidades de la demás
gente. Esta es la imagen del yo que filósofos como Platón interpretaron en términos
de la división razón-pasiones [...] Desde Platón, Occidente ha considerado que la
distinción razón-pasión es paralela a la distinción entre lo universal y lo individual,
y a la distinción entre actos desinteresados y actos egoístas. De esta suerte, las tra-
diciones religiosa, platónica y kantiana nos han cargado con la distinción entre un
yo verdadero y un falso yo, entre un yo atento a lo que le dice la conciencia y uno
que está preocupado por su verdadero interés. Este último yo no llega a ser moral;
es sólo prudencial.93
92 Hume, D., Investigación sobre los principios de la moral, Madrid, Alianza, 1996, apéndice I.
93 Rorty, R., El pragmatismo, una versión, Barcelona, Ariel, 2000, pp. 206-207-
42
de por qué debemos ser morales sería insoluble si todos fuéramos psicópatas. El na-
cimiento de la conciencia moral se describe mejor como surgiendo de un conjunto
de sentimientos sin los cuales no seríamos capaces de tener en cuenta los intereses
de los demás. En este sentido, el progreso moral no tendría nada que ver con un
aumento de nuestra racionalidad. El progreso moral, el hecho de que afirmemos
que la democracia está por encima de otras formas de gobierno, tiene que situarse
en relación con el hecho de que hemos logrado una sensibilidad cada vez mayor que
nos permite, por ejemplo, apoyar la lucha por el reconocimiento de los derechos
civiles de aquellas personas que tienen estilos de vida diferentes a los nuestros (los
homosexuales, las minorías étnicas, etc.).
Decir que la ética no requiere de obligaciones universales parece implicar,
en contra de Rorty, que al hablar de progreso moral en términos de desarrollar
un sentimiento de simpatía más amplio se tiene que presuponer alguna instancia
trascendental en virtud de la cual tal hecho se verifica. La respuesta de Rorty a
esta objeción es la siguiente:
[...] los pragmatistas entienden que la indagación científica o cualquier otra indaga-
ción, no tienen por objeto la verdad sino la esperanza de obtener una mejor capacidad
justificatoria, una mejor capacidad para hacer frente a las dudas sobre lo que decimos,
reforzando lo que hemos dicho anteriormente o tomar la decisión de decir algo lige-
ramente distinto. El problema de tener por objeto la verdad es que, aunque de hecho
se la alcance, uno no sabe nunca cuándo la alcanza. En cambio, uno puede tener por
objeto sosegar cada vez más la duda. Análogamente, uno no puede tener por objeto
hacer lo que es correcto porque nunca sabrá si ha dado en el clavo. Sin embargo, sí
podemos tener por objeto una cada vez mayor sensibilidad al dolor y una cada vez ma-
yor satisfacción de necesidades cada vez más diversa [...] De acuerdo con el punto de
vista pragmatista, la capacidad justificatoria halla su recompensa en ella misma. No
hay ninguna necesidad de preocuparse por si seremos recompensados o no con una
especie de medalla inmaterial con las inscripciones Verdad o Bondad Moral grabadas
en ella.94
43
Eso sería como pretender haber llegado al final de la evolución biológica, como pre-
tender no sólo ser el último heredero de todas las eras anteriores sino además el ser en
el que estas estaban destinadas a culminar. Análogamente, mientras que no podemos
tener por objeto la perfección, sí podemos aspirar a tomar en consideración más nece-
sidades de la gente que antes.95
95 Ibid., p. 215.
96 Ibid., p. 120.
97 Rorty, R., Objetividad, relativismo y verdad, Barcelona, Paidós, 1996, p. 51.
44
ahora digamos solamente que el relativismo afirma que cualquier creencia es tan
buena como cualquier otra, y lo que Rorty está afirmando, más bien, como etno-
centrista, es que la comunidad liberal a la que él pertenece es la mejor forma de
vida, pues cumple con el mandato de ser una sociedad incluyente.98 Aquí Rorty se
enfrenta al siguiente dilema:
Pero entre los partidarios de la objetividad surgen de nuevo, temores al dilema com-
puesto por el etnocentrismo, por un lado, y el relativismo por otro. U otorgamos un
privilegio especial a nuestra propia comunidad o pretendemos una tolerancia imposi-
ble para todos los demás grupos.99
Rorty opta por elegir el cuerno etnocéntrico de este dilema, pues considera
que el etnocentrismo es una condición superable para un liberal al estar abierto
a escuchar y modificar su vocabulario a partir de otras versiones de lo huma-
no. Este antiesencialismo respecto a la naturaleza humana parece implicar una
desventaja frente a las posiciones realistas que, en cierto sentido, preservan una
imagen redentora de la naturaleza humana, dando a entender que lo humano no
es algo transitorio y contingente, sino una roca estable sobre la cual podemos
construir nuestras grandes ilusiones.
El consuelo de la imagen realista es el consuelo de decir que no sólo hay un lugar pre-
parado de antemano para nuestra especie, sino que conocemos bastante qué aspecto
tendrá ese lugar. El etnocentrismo inevitable al que estamos condenados forma así
tanto parte de la consoladora concepción del realista como parte de la desconsolado-
ra concepción del pragmatismo. El pragmatista renuncia al primer tipo de consuelo
porque piensa que decir que determinadas personas tienen determinados derechos no
es más que decir que deberíamos tratarlas de determinado modo. No es ofrecer una
razón para tratarlas de este modo. En cuanto al segundo tipo de consuelo, sospecha
que la esperanza de que algo parecido a nosotros heredará la tierra es imposible de
erradicar […] Pero no desea convertir esa esperanza en una teoría de la naturaleza del
hombre. Desea que la solidaridad sea nuestro único consuelo, y que se conciba como
algo que no exige soporte metafísico.100
98 En el debate entre comunitaristas y liberales, Rorty saca partido de ambas partes. Por un lado,
de Taylor, al considerar que el liberalismo no es ciego a la diferencia y por eso asume su posición
etnocéntrica, en la cual el ideal de autenticidad se construye a partir del ironismo liberal. Por
otro lado, Rorty saca partido de los liberales al conceder que un liberalismo procedimental deja
espacio suficiente para la creación de sí mismo, un elemento clave en su idea de la ética. Ver
Taylor, Ch., El multiculturalismo y la “política del reconocimiento”, México, FCE, 1993.
99 Ibid., p. 49.
100 Ibid., pp. 48-49.
45
liberalismo como la opción correcta a seguir. Debe conformarse con tratar de per-
suadir a los demás, siendo consciente de que su “justificación” es inevitablemente
circular. El etnocentrismo de Rorty es el etnocentrismo propio de una cultura
liberal, lo cual significa que al ser un etnocentrista liberal, no se es etnocentrista
al estar abierto a otras culturas y comunidades y, de este modo, tratar de entretejer
nuestras creencias con las creencias venidas de afuera. La posición etnocéntrica,
identificada con la cultura liberal burguesa secular, parecería ser, según Rorty, la
única salida sensata al debate entre universalistas y relativistas, pues supone un
modelo conversacional de verdad que no cede a las vanas pretensiones universa-
listas del realismo ni a las desastrosas consecuencias para el diálogo que implica
el relativismo.
A continuación expondré y analizaré la propuesta de Rorty según la cual los
derechos humanos ni necesitan ni pueden ser fundamentados a partir de un prin-
cipio racional y universal.101 Esto nos permitirá analizar más de cerca los alcances
de su modelo antifundacionalista y antiuniversalista, pues la plausibilidad de su
propuesta dependerá de responder a la cuestión de cómo garantizar unos derechos
para todos sin necesidad de postular normas, valores y principios universales.
Como veremos, el argumento central que parece apoyar todo el proyecto rortiano
descansa en el argumento pragmático de la eficacia causal.
Rorty comienza por destacar que quienes violan los derechos humanos no creen
estar violándolos. La razón de esta paradoja reside en el hecho de que quienes ma-
tan y violan a otros no los consideran seres humanos. Ni los cristianos que matan
musulmanes, ni los musulmanes que matan cristianos están en realidad, desde su
punto de vista, violando el derecho a la vida de nadie. Ambos aducen que están
matando animales, no seres humanos. La respuesta fundacionalista a esta confu-
sión consistiría en brindar un criterio para establecer “[…] qué tienen de especial
los bípedos implumes, explicando qué es lo esencial a los seres humanos”.102
Tradicionalmente se ha considerado que la racionalidad permite separar a
los animales de los hombres y que sirve además de fundamento de la moralidad.
101 Rorty, junto con Michael Ignatieff, es uno de los representantes más destacados del enfoque
antifundacionalista de los derechos humanos. Ver Ignatieff, M., “Human Rights as Idolatry”,
en Gutman, A., Human Rights as Politics and Idolatry, Princeton, Princeton University Press,
2001.
102 Rorty, R., Verdad y progreso, Barcelona, Paidós, 2000, p. 222.
46
[…] defender la tesis de que nada que sea relevante para la decisión moral separa a
los seres humanos de los animales excepto ciertos hechos del mundo históricamente
contingentes, hechos culturales.103
Afirmar tal tesis supone negar que exista una naturaleza humana universal.
El respeto a la vida humana no supone apelar a la esencia de lo humano. Res-
petamos la vida humana apoyados en hechos históricos y culturales, no en algo
que esté más allá de tales hechos contingentes. Quien afirme que el respeto a los
derechos humanos depende del conocimiento de la naturaleza humana está com-
prometido con el conocimiento de hechos que son independientes de la cultura y
la historia. Pero para Rorty no es posible escapar de nuestros condicionamientos
históricos y culturales y entrar en contacto con el atributo distintivo y esencial de
lo humano. El supuesto de que existe un conocimiento de la naturaleza humana
descansa a su vez sobre el supuesto de que hay una esencia de lo humano. Pero tal
supuesto es indefendible si nos tomamos en serio a Darwin, quien
[…] ha sacado a la mayoría de los intelectuales de la idea de que los seres humanos
tienen un ingrediente especial añadido. Nos ha convencido a casi todos de que somos
animales con un talento excepcional, lo suficientemente inteligentes para hacernos
cargo de nuestra propia evolución.104
47
Este argumento pragmatista en contra de los platónicos tiene la misma forma que
uno que se empleara para suprimir el pago a los sacerdotes que ofrecen sacrificios
pretendidamente propiciadores de victorias militares y que dijera que el verdadero
trabajo de ganar las guerras corre a cargo de los generales y almirantes, por no ha-
blar de los soldados rasos. Este argumento no dice: dado que parece no haber dioses,
probablemente no hay necesidad de mantener sacerdotes. Sino: dado que al parecer
no hay necesidad de mantener sacerdotes, entonces probablemente no hay dioses.
Los pragmatistas razonamos a partir del hecho de que el surgimiento de la cultura
de los derechos humanos no parece deberle nada al incremento de un conocimiento
moral, pero sí todo a historias tristes y sentimentales que nos han relatado, hasta la
conclusión de que probablemente no haya un conocimiento del tipo que Platón ima-
ginó. Y añadimos que, no pareciendo que la insistencia en una pretendida naturaleza
humana ahistórica se esté traduciendo en nada útil, probablemente no exista una
tal naturaleza o, cuando menos, no hay nada en ella que sea relevante para nuestras
decisiones morales.107
48
[…] su explicación de por qué el proyecto de los derechos humanos es relevante tam-
bién implica la afirmación de un supuesto crucial que sólo puede ser justificado ape-
lando a algún fundamento.110
49
Rorty parece creer que puede dejar de hablar de fundamentos al apelar a sentimien-
tos en vez de hechos. Pero esto no parece plausible. Si es verdad que algunos sen-
timientos son (transculturalmente) más valiosos que otros, es seguramente verdad
en virtud de algunos hechos (transculturales) o conjuntos de hechos. Es difícil ver
cómo se podría justificar un progreso de sentimientos morales sin apelar a hechos
acerca de los seres humanos, hechos que apelarían al verdadero tipo de naturaleza
humana, cuya existencia Rorty niega.111
Pero, según Rorty, dado que los derechos humanos son un legado cultural
revisable, ello no presupone que la adscripción de derechos a alguien se dé en
términos absolutos que presupongan algún tipo de esencialismo. Simplemente
adoptamos los derechos humanos de manera contingente, porque deseamos, de
manera igualmente contingente, vivir en una sociedad que se precie del respeto
a los demás. Esta idea puede parecer chocante para algunos defensores de los de-
rechos humanos, pero simplemente se limita a recordarnos que es posible, como
dice Rorty, dar la vida por ideales que no son eternos.
Otra crítica al antifundacionalismo de Rorty es desarrollada por William
Talbott. Afirma que la posición de Rorty es antirrealista en ética, razón por la cual
habla del progreso moral como un progreso de sentimientos, lo cual, obviamente,
no implica hablar de verdad moral. El realismo moral se define por la creencia
en verdades morales objetivas, mientras que el antirrealismo niega que existan
tales verdades. Para Talbott su punto de vista realista implica que la historia de la
indagación moral se presente como una historia de descubrimiento de verdades
morales de índole universal.
Pese a coincidir con Rorty sobre el papel fundamental que desempeñan los
sentimientos morales en la moral, Talbott, no obstante, está en desacuerdo con
Rorty en dos aspectos. El primero tiene que ver con la cuestión acerca de si es
posible hablar, en Rorty, de un progreso moral genuino, pues lo que Rorty entien-
de como progreso de sentimientos es un progreso ajeno a la verdad y al conoci-
miento. Según Talbott, la noción de progreso implica que tal proceso no es ciego
50
porque está dirigido hacia algo objetivo. Tal teleología se desprende del realismo
moral. En consecuencia, Rorty no puede hablar de progreso sino sólo en un senti-
do estrictamente emotivo, pero no en un sentido descriptivo.
Creo que Rorty usa el término progreso simplemente para expresar su aprobación del
proceso por medio del cual los derechos han sido extendidos más allá de los límites de
la raza, la religión y el género. Pero ¿por qué es considerado esto como progreso si no
hay nada objetivo hacia lo cual dicho desarrollo esté dirigido? Creo que la respuesta
de Rorty podría ser que nuestros sentimientos mismos determinan los estándares de
progreso, de modo que, no obstante, su desarrollo cuenta como progreso. Esto me
parece una forma indirecta de decir que no hay realmente progreso.113
Tan pronto como se abandona la idea de que nos hacemos menos crueles y tratamos
mejor a los demás por haber comprendido mejor la naturaleza del ser humano, de los
derechos humanos […] parece suficiente definir el progreso moral como un conver-
tirnos en la mejor versión de nosotros mismos (en personas que no son racistas, ni
agresivas, ni intolerantes, etc.).115
51
emocionales que los seres humanos, pero que tienen la apariencia de grandes
cucarachas. ¿Sentiríamos simpatía por ellos y les reconoceríamos igualdad de de-
rechos? O, por el contrario, ¿no los aplastaríamos por la aversión que nos causan
y no podríamos ver en ello algún progreso moral? Si la simpatía determina quién
tiene derechos y quién no los tiene, parecería injusto negarles derechos a aquellos
que sólo nos causan repulsión. El respeto a los derechos de los demás no debería
ser una cuestión que sólo dependiera de la simpatía.
La respuesta de Rorty a esta objeción consistiría en argumentar que los sen-
timientos de las personas son maleables y modificables a través de la educación.
La simpatía se puede modificar a la luz de nuevos relatos que muestren que los
extraterrestres son como nosotros y tienen la capacidad de sufrir. A partir de ahí,
es posible establecer que gozan de los mismos derechos que los seres humanos.
Desde un punto de vista racional no podríamos acceder a tratarlos con respeto,
pues, según Hume:
116 Hume, D., Tratado de la naturaleza humana, Madrid, Editora Nacional, 1981, p. 619.
117 Para Tugendhat la idea de ética rortiana sería similar a una ética de la compasión al estilo
Schopenhauer, cuyo principio fundamental consiste en no infligir dolor e impedirlo. Pero
según Tugendhat, tal ética no es plausible, pues con base en tal principio no es posible construir
un sistema de normas. Rorty se opone a esta concepción de la ética, pues ella defiende una
posición ahistórica y universalista de la moral; pues Tugendhat sostiene: “Cuando digo que mi
interpretación es también histórica, ella no lo es, desde luego, de un modo tan fundamental
como el caso de MacIntyre. Para mí, como para cualquier ética ilustrada, lo específico de nuestra
situación histórica es que permite y exige plantear el problema de la moral de modo ahistórico,
una concepción que debe parecer absurda para MacIntyre si toda moral está referida a las
tradiciones”, Tugendhat, E., Lecciones de ética, Barcelona, Gedisa, 1997, p. 202. Los énfasis son
míos.
52
Para Rorty los derechos humanos son un legado cultural revisable. Sin este
reconocimiento, su propuesta moral simplemente sería autoritaria en sus propios
términos y, por lo tanto, absoluta. En este sentido son sabias las palabras de Ca-
mus, quien escribió:
Si los hombres no pueden referirse a un valor común, reconocido por todos en cada
uno de ellos, entonces el hombre es incomprensible para el hombre.119
Ese valor común no existe antes de ese reconocimiento ni puede ser impues-
to por nadie. El problema es cómo garantizar una moral plausible que todavía no
conocemos porque todavía no la hemos terminado de inventar. Las esperanzas
están siempre por encima de nuestro limitado y contingente conocimiento de lo
que somos. Tal vez en esto consista nuestra finitud.
En el siguiente capítulo abordaremos la espinosa cuestión acerca de si el
etnocentrismo rortiano implica de manera inevitable una forma de relativismo
ético, a todas luces, insostenible.
118 Rorty, R., El pragmatismo, una versión, Barcelona, Ariel, 2000, p. 120.
119 Camus, A., El hombre rebelde, Buenos Aires, Losada, 1985, p. 35.
53
Zygmunt Bauman121
120 Me excuso con el lector atento si en algunas ocasiones adelanto algo de las respuestas de Rorty a
Habermas y a Putnam, pero resulta imposible a veces comprender una polémica sin dar elementos
de la contraparte para entenderla. En todo caso, es poco lo que se adelanta y hay que leer el
capítulo 3 para hacerse una idea completa de las respuestas de Rorty.
121 Bauman, Z., Ética postmoderna. Buenos Aires, Siglo XXI, 2001. p. 17.
55
Me veo impulsado a encarar ese estudio en parte por el clima de irracionalismo que
hay en el ambiente actual, pero también porque no sé realmente qué más decir después
de que el racionalismo ha sido rechazado como incoherente, ya que hay un problema
real de cómo es posible que exista tal cosa como la razón. ¿Cómo es posible que cria-
turas como nosotros, dotadas de las capacidades contingentes de una especie bio-
lógica cuya misma existencia parece ser algo radicalmente algo accidental, puedan
acceder a métodos universalmente válidos de pensamiento objetivo?124
122 Putnam, H., “Why Reason Can’t Be Naturalized”, en Realism and Reason. Cambridge, University
Press, 1983, pp. 229-247. Habermas, J., “Verdad y justificación. el giro pragmático de Rorty”, en
Verdad y justificación. Madrid, Trotta, 2002. En ambos autores se condena el naturalismo por ser
fuente de relativismo ético, en el sentido en el que lo entiende y denuncia Nagel en el texto citado
más adelante. Utilizo la expresión “miedo reverencial” para dar ha entender las consecuencias
negativas que, para ambos autores, pueden tener el relativismo para la ética y reconocer la
dificultad cada vez mayor de ir en contra de Darwin.
123 “Más recientemente, versiones de esta limitación [la limitación al alcance de la razón humana]
se encuentran en Quine, Nelson Goodman, Hilary Putnam […]”, Nagel, T., La última palabra,
Barcelona, Gedisa, 2000, p. 18. Es fácil colegir que, dependiendo del tipo de naturalismo que se
defienda, se será un relativista radical o menos radical.
124 Nagel, T., La última palabra, Barcelona, Gedisa, 2000, p. 116. El énfasis es mío.
125 Ésta es la manera como Rorty entiende, en parte, el naturalismo, esto es, afirmar la tesis de
la contingencia, que consiste en aseverar que todo pudo ser de otra manera. Ver Rorty, R.,
Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, 1994. Introducción. El naturalismo también tiene
un fuerte vínculo con el holismo semántico y su vínculo con la noción de léxico último, el cual
siempre se está renovando, y con la imposibilidad de hablar de una filosofía del lenguaje como
filosofía primera. “Brandon lleva el holismo davidsoniano hasta sus límites. Tal como Davidson
lo hizo en A Nice Derangement of Epitaphs, repudia la idea de que haya algo así como ‘un
lenguaje’, algo que se decide en partes llamadas ‘significados’ o ‘representaciones lingüísticas’
que pueden luego correlacionarse con parte del mundo físico. Trata de realizar la esperanza de
Quine y Davidson en —según lo expuesto por Kenneth Taylor— una teoría del significado en que
los significados no tiene ningún papel”. Rorty, R., “Naturalismo y quietismo”, Dianoia LI, Nº 56,
mayo de 2006, pp. 3-18., p. 15.
56
Es común distinguir tres tipos de relativismo moral. Desde autores clásicos como
Brandt,126 hasta autores más recientes, todos aceptan como válida la distinción
entre relativismo moral descriptivo, ético y metaético. Lo importante de dicha
distinción radica en querer dejar en claro que el relativismo metaético, en princi-
pio, no implica ninguna forma de relativismo ético, cuestión que será central en
nuestro debate acerca de las críticas hechas a Rorty, quien es acusado de ser un
relativista ético.
Por relativismo se entienden, dependiendo del contexto, conceptos tan dife-
rentes que van desde una forma moderada de relativismo moral descriptivo hasta
formas radicales de relativismo normativo, hasta llegar finalmente a nociones casi
inconmensurables de relativismo metaético.127
126 Brandt, R., Teoría ética, Madrid, Alianza. 1982, capítulo 11. La versión original data de 1959.
Algunos textos recientes son “Rorty and Moral Relativism” de Miller de 2002, y Tasitoulas, J.,
“Consequences of Ethical Relativism”, European Journal of Philosophy, 6: 2, 1998, pp. 172-202;
Blackburn, S., Ruling Passions, Oxford, Clarendon Press, 1988; Moser, P. y Carson., T., Moral
Relativism. A Reader, Oxford, Oxford University Press, 2001; Wong, D., “El relativismo”, en
Singer, P. (ed.), Compendio de ética, Madrid, Alianza, 1995, por citar unos pocos textos de una
enorme bibliografía que distinguen estos tres tipos de relativismo.
127 Para una caracterización más o menos exhaustiva del relativismo moral resulta útil ver Gowans,
Ch., “Moral Relativism”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2008 Edition), Edward
N. Zalta (ed.), URL = <http://plato.stanford.edu/archives/fall2008/entries/moral-relativism/>.
57
entre las distintas sociedades y culturas. Tal relativismo ya había sido puesto al
descubierto desde la Antigüedad por Heródoto, quien lo ejemplifica magistral-
mente en el siguiente relato:
Darío convocó a los griegos que vivían en su tierra y les preguntó por qué precio con-
sentirían comer a sus padres cuando estos murieran. Los griegos respondieron que nada
en la tierra los induciría a hacer tal cosa. Luego, Darío convocó a unos indios llamados
calatias, entre los cuales era uso comer el cadáver de sus padres; estaban allí presentes
los griegos, a quienes un intérprete declaraba lo que se decía. Venidos los indios, les pre-
guntó por qué precio consentirían enterrar los cadáveres de sus padres cuando murieran.
Los calatias le suplicaron a gritos que no dijera por los dioses tal blasfemia.128
En el caso del relativismo moral normativo se supone que las cosas son diferen-
tes, pues se trata de poder constatar la existencia de normas morales diversas que
58
Para aclarar lo que se quiere decir con esquema conceptual, Miller propone
que la anterior tesis sea entendida de la siguiente manera:
130 Miller, Ch., “Rorty and Moral Relativism”, European Journal of Philosophy, 10, Nº 3, 2002, p.
354.
131 Ibid., p. 354.
132 Ibid.
59
133 Para Wong, el relativismo moral, como respuesta común a diversos conflictos, “[…] asume a
menudo la forma de negación de que exista un único código moral con validez universal y se
expresa como la tesis de que la verdad moral y la justificabilidad —si existen cosas semejantes—
son en cierto modo relativas a factores cultural e históricamente contingentes”. Wong, D., “El
relativismo”, en Singer, P. (ed.), Compendio de ética, Madrid, Alianza, 1995, p. 593. Para Wong
tal caracterización acerca del relativismo es de carácter metaético “[…] porque versa sobre la
relatividad de la verdad moral y de la justificabilidad”, ibid.
60
La metaética tiene que ver con la verdad y la justificación de los juicios morales.
Pero, según otras concepciones, abarca mucho más, en el sentido de que se iden-
tifica con un intento de comprender las presuposiciones y compromisos metafísi-
cos, epistemológicos y psicológicos de la práctica y el pensamiento morales. Para
algunos autores, ofrece un trasfondo neutral crucial sobre el cual las diferentes
visiones de la ética pueden ser analizadas para asegurar su validez. Para otros,
como los positivistas lógicos, la metaética simplemente era el ejercicio filosó-
fico de analizar el significado de los términos morales, con lo cual la metaética
carecía de relevancia práctica. En la actualidad esto se ha puesto en entredicho,
pues las reflexiones metaéticas pueden tener implicaciones prácticas concretas.
Pongamos por caso que algún autor sostenga, desde un punto de vista metaético,
que la moralidad es una ficción o que simplemente los juicios morales son la
expresión de ciertos gustos análogos a los gustos por cierto tipo de comida o por
cierto tipo de música. Tal enfoque anularía la pretensión objetiva de los juicios
morales.134 Finalmente, hay quienes sostienen que la moralidad es una cuestión
meramente ideológica que refleja la conciencia de clase.135 Tal enfoque también
socava la objetividad de la moralidad. Es inevitable, entonces, que de una u otra
manera la metaética refleje nuestras propias convicciones morales, por lo menos
134 Para Bernard Williams, “[…] la mayor preocupación de la metaética ha constituido un conjunto
de cuestiones acerca de la objetividad, en algún sentido, de los puntos de vista éticos. En conexión
con esto, los juicios morales son agrupados frecuentemente y comparados con las afirmaciones
empíricas de la vida diaria o con las afirmaciones científicas. Algunas teorías afirman que los
juicios morales pierden esta deseable propiedad que las afirmaciones empíricas tienen, como la
objetividad, o la verdad, mientras que otras teorías afirman que los juicios morales pueden tener
esta propiedad”. A.A. V.V. Philosophy. A Guide Through the Subjet, New York, Oxford University
Press, p. 557. El problema que plantea Williams será uno de los problemas fundamentales de los
que nos ocuparemos en el capítulo 3, y tiene que ver con la cuestión de si los juicios morales
pueden ser válidos o no válidos. Para Habermas este aspecto veritativo de los juicios es crucial,
pues, con base en ello, puede construir una analogía entre verdad de los juicios empíricos y la
validez de las normas morales. Lo anterior lleva a la pregunta de cómo conocemos la verdad o
validez de los juicios morales. Si no se puede explicar tal conocimiento, resulta insostenible o
banal hablar de verdad o validez. Además, es inevitable preguntarse, también, cómo adquirimos
dicho conocimiento, si de manera natural o de manera sobrenatural o de cualquier otra manera
que habría que especificar. Ver más adelante el capítulo 3.
135 Sayre-McCord, G., “Metaethics”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy, primavera de 2007,
Edward N. Zalta (ed.), URL = http://plato.stanford.edu/archives/spr2007/entries/metaethics/.
61
Relativismo del esquema conceptual: para todo agente moral A y toda afirmación
moral S, si A acepta S, entonces, el valor de verdad de S está fijado sólo por el esque-
ma conceptual moral de A y todos los hechos descriptivos relevantes para S.
136 Por realismo moral se entenderá la tesis de que existe una realidad moral independiente que hace
que ciertos juicios morales sean correctos o verdaderos.
137 Miller, Ch., “Rorty and Moral Relativism”, European Journal of Philosophy, 10, Nº 3, 2002, p. 356.
62
un realista pueda interpretar que, después de todo, sí existe un orden moral obje-
tivo. Lo que sucede es que las personas son incapaces de reconocer dicho orden
debido a ciertos condicionamientos culturales o a ciertos prejuicios. En nuestra
discusión en el capítulo 3, éste será un aspecto decisivo para determinar la posi-
ción supuestamente relativista de Rorty.
Otra relación interesante que Miller nos muestra es la que se da entre el
relativismo moral normativo y el relativismo moral metaético. Si el relativismo
moral normativo es verdadero, el relativismo moral metaético también lo es. Nue-
vamente, un realista moral podría sostener que su posición es verdadera, pese a
que es contingente, debido a las limitaciones que tienen los seres humanos frente
a los hechos morales objetivos. Esta posición podría incluso ser la mejor opción
ética que podemos adoptar si queremos la tolerancia y la no interferencia entre
esquemas morales en conflicto.
Por otra parte, si el relativismo moral metaético es verdadero, no se sigue
que el relativismo moral normativo también lo sea. Quizá sea éste el punto más
álgido de la discusión que tenemos entre manos; pues si Rorty es acusado de ser
un relativista metaético, su postura será tan inocua como sostener que la gente
siempre dirá la verdad en un tribunal si jura poniendo su mano sobre la Biblia.
Aunque es posible que, bajo el supuesto de que existan esquemas morales diver-
gentes, algunas personas se sientan motivadas y tiendan a adoptar alguna forma
de relativismo moral normativo basadas en el hecho de que los esquemas concep-
tuales son, después de todo, meras construcciones sociales o incluso individuales,
lo que sí es claramente un error es sostener que, si el relativismo moral metaético
es verdadero, también lo sea el relativismo moral descriptivo. Es casi como decir
que, dado que Descartes dijo que los animales son máquinas, entonces, los ani-
males, efectivamente, son máquinas.
Pero las cosas no son tan sencillas para Rorty, pues diversos autores sos-
tienen que la metaética no es moralmente neutral y, por lo tanto, el relativismo
metaético puede conducirnos a formas de relativismo moral normativo.138
138 “[…] no hay posiciones metaéticas neutrales. Toda posición metaética nos compromete con
la negación de algún juicio moral. Algunas veces, el juicio moral que se niega no es muy
plausible. Si es así, el hecho de que la posición metaética nos comprometa con la negación
de juicios morales no es una dificultad para la posición metaética. Pero algunas veces las
afirmaciones morales niegan asuntos bastante plausibles. En este caso, el hecho de que la
posición metaética nos comprometa a negar una afirmación moral es una dificultad para la
posición metaética. En este sentido, […] argumento que toda posición metaética que niegue
la existencia de propiedades morales o convierta a las propiedades morales en una cuestión
de nuestras actitudes, inevitablemente, conllevará la negación de afirmaciones morales
63
absolutamente inegables”. Fanal, J., “Is Metaethics Morally Neutral?, Pacific Philosophical
Quarterly, 87, 2006, pp. 24-44, p. 24.
139 Thiebaut, C., “Filosofía y literatura: de la retórica a la poética”, Isegoría 11, 1995, pp. 81-107, p.
87-88.
64
140 El texto, para Derrida, “[…] no sería ya […] un corpus finito de escritura, un contenido
enmarcado en un libro o en sus márgenes, sino una red diferencial, un tejido de huellas que
remiten indefinidamente a algo otro que están referidas a otras huellas diferenciales. A partir
de este momento, el texto desborda pero sin ahogarlos en una homogeneidad indiferenciada,
complicándolos, por el contrario, dividiendo y multiplicando el trazo, todos los límites que hasta
aquí se le asignaban, todo lo que se quería distinguir para oponerlo a la escritura […]”. Derrida,
J., “La loi du genre”, en Parages, París, Galiée, 1986, p. 127. A propósito, Thiebaut comenta: “No
hay pues, presencia de un mundo referido —un viejo sueño de la metafísica— sino sólo la crítica
inevitable y recurrente de lo referente mismo.” Thiebaut, C., “Filosofía y literatura: de la retórica
a la poética”, Isegoría 11, 1995, pp. 81-107, p. 89.
141 Habermas, J., El discurso filosófico de la modernidad. Madrid, Taurus, 1989. p. 248.
142 No es ocioso recordar que para Habermas la ética es de naturaleza cognitiva; de ahí su reacción
encarnizada en contra de Rorty.
143 Habermas, J., El discurso filosófico de la modernidad. Madrid, Tauros, 1989, p. 249.
65
En la medida en que la función poética, la función que tiene el lenguaje de abrir mun-
do, cobra primacía y fuerza estructuralmente determinante, el lenguaje escapa a las
restricciones estructurales y comunicativas de la vida cotidiana […] La estatización
del lenguaje, que Derrida consigue con esa doble negación del sentido propio del
discurso normal y del discurso poético, explica también su insensibilidad frente a la
tensa polaridad entre la función poética-abridora de mundo que posee el lenguaje y las
prosaicas funciones intramundanas del lenguaje […].144
[…] [Un vocabulario que] no consintiese glosa, que no requiriese interpretación, del
que no pudiéramos distanciarnos, del que no pudieran mofarse las generaciones poste-
riores. Se espera conseguir un vocabulario que fuera intrínseca y autoevidentemente
definitivo, y no sólo el más comprensivo y fecundo que hayamos podido conseguir
hasta ahora.145
Como se verá más adelante, Habermas adelanta ya aquí muchas de sus fu-
turas críticas a Rorty.
66
por supuesto. Por un lado, nos une el planteamiento de la teoría del conocimiento
pragmatista; por otro, yo rebajo el fuerte naturalismo de Rorty para hacer valer frente
a su contextualismo, pretensiones epistémicas más fuertes.146
[…] asimila sin condiciones —es decir, sin tener en cuenta la aporía de la autorrefe-
rencialidad— las condiciones trascendentales a condiciones empíricas y las proyecta
a un ámbito objetivado en términos experimentales, es sólo el reverso de la misma
moneda.150
146 Habermas, J., Verdad y justificación, Madrid, Trotta, 2002, p. 17. El énfasis es mío.
147 Ibid., p. 32.
148 Ibid., p. 33.
149 Ibid.
150 Ibid., p. 38. Para una discusión y defensa amplia y rigurosa de tomarse a Darwin en serio, ver
el imprescindible texto de Daniel Dennett, La peligrosa idea de Darwin, Madrid, Círculo de
Lectores, 1999.
67
Habermas considera que una de las tareas fundamentales que Rorty cum-
plió con su libro El giro lingüístico fue la de desenmascarar el remanente de
platonismo que aún quedaba en la filosofía analítica: “El desenmascaramiento
del platonismo apunta, más allá de la filosofía escolar, hacia una cultura ena-
jenada platónicamente de sí misma”.154 Pero tal tarea, según Habermas, supone
que “Rorty debe abrir la perspectiva para una nueva autocomprensión que pueda
situarse en el lugar de las antiguas, ahora deflacionadas”.155 Lo que Habermas
68
La historia de la filosofía está puntuada por revoluciones contra las prácticas de fi-
lósofos precedentes y por intentos de transformar la filosofía en una ciencia —una
disciplina en la que hubiera procedimientos de decisión reconocidos universalmente
para probar tesis filosóficas. […] En todas estas revoluciones la aspiración del revolu-
cionario de turno consiste en sustituir la opinión por el conocimiento, y en proponer
como significado propio de “filosofía” la realización de una cierta tarea sutil mediante
la aplicación de un determinado conjunto de orientaciones metódicas. […] El método
nuevo que cada uno proponía era tal que, honestamente, sólo podía ser adoptado por
los que suscribían la tesis en cuestión. […] Si se intenta defender estas conclusiones
usando el método de elección uno se expone a la acusación de circularidad. Si no se
defienden así, sino manteniendo que dadas estas conclusiones se sigue la necesidad de
adoptar el método elegido, es inadecuado, pues no puede ser utilizado para asegurar
las cruciales tesis metafísicas y epistemológicas en disputa.156
Si se lee entre líneas, lo que Rorty está afirmando es que no hay manera de
demostrar tesis filosóficas de manera universal y necesaria, es decir, que cual-
quier intento platónico o cuasiplatónico de hacer filosofía, trascendente, trascen-
dental o cuasitrascendental, está condenado al fracaso por ser circular o porque
las tesis filosóficas no son conocimiento sino simples opiniones; en otras palabras,
que en filosofía no hay demostraciones universales sino intentos retóricos de per-
suasión.157 Además, el estatus mismo de lo que cuenta como método correcto de
la investigación en filosofía se convirtió en algo tan polémico como averiguar,
en los tiempos de Lutero, cuál era el criterio de fe para determinar quién tenía la
razón en la interpretación de la Biblia.
156 Rorty, R., El giro lingüístico, Paidós, Barcelona, 1990, pp. 47-48.
157 Es interesante ver la estrecha similitud entre la posición de Rorty y la adoptada por Perelman
respecto al estatus del discurso filosófico. Para Perelman, en filosofía, no hay, estrictamente
hablando, demostraciones de tesis filosóficas, sino argumentos a favor de tesis plausibles que
dependen de la persuasión de un auditorio. Ver Perelman, Ch., El imperio retórico, Bogotá,
Norma, 1996.
158 Rorty, R., El giro lingüístico, Paidós, Barcelona, 1990, pp. 47-48.
69
159 Para una discusión detallada de la autoeliminación de la filosofía, ver Apel, K-O., “¿Autocrítica
o autoeliminación de la filosofía?”, en Vattimo, G. (ed.), Hermenéutica y racionalidad, Bogotá,
Norma, 1994, pp. 61-88.
160 Habermas, J., “Verdad y justificación. el giro pragmático de Rorty”, en Verdad y justificación,
Madrid, Trotta, 2002, p. 227.
161 Ibid., p. 228.
162 Ibid., p. 237
70
Dado solo el conocimiento de lo que creemos sobre el mundo, y el modo en que nues-
tras creencias se adecuan entre ellas, ¿cómo podemos mostrar que es probable que
esas creencias sean verdaderas?163
¿Seguro que no hay explicaciones plausibles para sostener que una justificación acer-
tada —siempre dentro de nuestro contexto— habla a favor de la verdad —indepen-
dientemente del contexto— del enunciado justificado? Me interesan sobre todo dos
intentos de explicación: el deflacionista, que combate que “la verdad” tenga en ab-
soluto una naturaleza que pueda ser explicitada, y el epistémico, que hincha tanto el
concepto de afirmación justificada que la verdad se convierte en la magnitud límite
del proceso de justificación.164
Ambos intentos, de los que habla Habermas, son llevados a cabo por Rorty.165
Tanto el deflacionista de la verdad, que se conforma con una versión desen-
trecomilladora de ella, como el contextualista, para el que sólo hay mejores o
peores formas de justificar un enunciado. Ambos intentos muestran la futilidad
de tener una teoría sustantiva de la verdad que admita que un enunciado puede
163 Williams, M., Unnatural Doubts, Princeton, New Jersey, 1996, p. 266.
164 Habermas, J., “Verdad y justificación. el giro pragmático de Rorty”, en Verdad y justificación,
Madrid, Trotta, 2002, p. 241.
165 Rorty, R., “Es la verdad la meta de la investigación. Donald Davidson versus Crispin Wrigth”, en
Verdad y progreso, Barcelona, Paidós, 2000.
71
166 Habermas, J., “Verdad y justificación. El giro pragmático de Rorty”, en Verdad y justificación,
Madrid, Trotta, 2002, p. 246.
72
pacial, social y temporal. Aquello que tenemos por verdadero tiene que poder defen-
derse con razones convincentes no sólo en otro contexto, sino en todos los contextos
posibles, es decir, en todo momento y frente a cualquiera.167
73
[…] la falibilidad del acuerdo logrado en cada caso y motivado racionalmente (por
los medios que fuere) —es decir, de hacernos presente, en definitiva, el descen-
tramiento progresivo del punto de vista de nuestra comunidad de justificación—.
Pero el tiempo es una limitación de tipo ontológico. Dado que todos los discursos
reales que se desarrollan en el tiempo son limitados respecto al futuro, no podemos
saber si los enunciados que hoy, incluso bajo las condiciones ideales aproximati-
vas, son racionalmente aceptables se sostendrán frente al futuro frente a los inten-
tos de refutación. Por otra parte, esta limitación condena a nuestra mente finita a
darse por satisfecha con la aceptabilidad racional como una prueba suficiente de
verdad.170
170 Ibid., p. 250. Lo que más llama la atención de este pasaje es, según mi interpretación, la existencia
de una especie de argumento humeano de la inducción aplicado a prácticas discursivas de
justificación: hasta el momento hemos visto que ciertas prácticas funcionan y esperamos que en
el futuro seguirán funcionando, pero sin tener ninguna garantía de ello.
171 Ibid., p. 251.
172 Ibid.
74
75
Hay que reformar el concepto erróneo de verdad del sentido común como condi-
ción para crear una cultura liberal. Para ello, Rorty, según Habermas, emprende la
“epistemologización del concepto de verdad”. Con ello, busca separar tajantemen-
te justificación y verdad, mostrando que el concepto de verdad es superfluo y que
sólo hay lugar para las buenas o malas justificaciones de un enunciado frente a un
auditorio. Tal estratagema implica la elaboración de un nuevo léxico que funcione
sin el concepto de verdad y que muestre la banalidad del platonismo y el ocaso
de hablar de un mundo objetivo en sí con independencia de nuestros intereses y
de nuestro lenguaje. Es renunciar a hablar de modo platónico y usar una retórica
que sirva para persuadirnos de que no somos prisioneros de ninguna caverna; la
caverna es el platonismo. Pero para salir de ella se necesita de un nuevo léxico,
que Habermas considera imposible: no es factible reeducar al sentido común para
que abandone el léxico platónico, pues
[…] lo que Heidegger o Derrida, por ejemplo, dicen —de modo bastante metafísico
por cierto— sobre la crítica a la metafísica pertenece más bien, según la propia va-
loración de Rorty, a aquella literatura “edificante” que debe mantenerse reservada
al perfeccionamiento privado y que en cualquier caso, no puede servir para criticar
públicamente condiciones de vida alienadas.175
76
176 Es prudente y sano recordar las sabias palabras de Davidson frente a este problema: “[…] usted
(como intérprete) no sabe cómo va a continuar el hablante entonces no sabe qué lengua habla, sin
que importe cuanto haya dicho hasta entonces. No servirá de ninguna ayuda mencionar que el
hablante ha actuado de acuerdo con lo esperado, o que fue a la misma escuela que usted, o que
pertenece a la misma cultura o comunidad, puesto que la cuestión tiene que ver no con el pasado
sino con el futuro. […] usualmente no sabemos lo que alguien dirá, pero estamos preparados para
interpretar cualquiera de entre el gran número de cosas que una persona podría decir”. Davidson,
D., “La segunda persona”, en Subjetivo, intersubjetivo y objetivo. Madrid, Cátedra, 2003 p. 161.
El énfasis es mío. Este texto me sirve de apoyo para mi interpretación de lo que antes llamé
argumento humeano. Ver página 74.
177 Como tendremos la oportunidad de ver, la salida de Rorty consiste en convertir lo que es una
debilidad en el sistema de Habermas en una virtud dentro de su propio sistema, a saber, proponer
un léxico en el que verdad y justificación sean indistinguibles. Ello porque verdadero se entiende
como justificado ante auditorios cada vez más amplios. Por lo cual, la llamada búsqueda de la
verdad se convierte simplemente en la búsqueda de un acuerdo subjetivo bajo condiciones ideales,
por ejemplo, sin coacciones ni uso de la violencia. Convertir en fortaleza la debilidad liberal de
poder hablar con todo el mundo sin tener una roca firme bajo la cual fundamentar la verdad
parece ser uno de los mayores contrasentidos de la filosofía.
178 Habermas, J., “Verdad y justificación. El giro pragmático de Rorty”, en Verdad y justificación.
Madrid, Trotta, 2002, p. 257.
77
179 Ibid.
180 Ibid.
181 Ibid.
182 No es para nada claro que la razón tenga que ser la fuente de las normas y que lo fáctico no
pueda dar lugar a ello. La explicación a dicha negativa proviene, me parece, del racionalismo
cartesiano y, por lo tanto, del platonismo vía Kant: “Pero hay también uso real [de la razón],
puesto que esta facultad encierra el origen de ciertos conceptos y principios que no toma ni de
los sentidos ni del entendimiento” (A29/B35). Y más adelante agrega: “En la primera parte de
la lógica trascendental hemos dicho que el entendimiento es la facultad de las reglas. Aquí lo
distinguiremos de la razón llamando a esta facultad de los principios […] Consiguientemente,
llamaría conocimiento por principios a aquel en el que, por medio de conceptos, conozco lo
particular en lo universal” (A29/B36). Y finalmente explica: “Si encuentro esa condición y es
posible subsumir el objeto de la conclusión dada, tal conclusión es inferida de una regla que es
78
Los humanos son seres vivos que desarrollan instrumentos para habérselas mejor
con el entorno. Uno de esos instrumentos es el lenguaje, el cual es considerado,
en analogía con cualquier herramienta, como algo que cumple una tarea de mejor
o peor manera, pero nunca es visto como un medio que refleje la realidad. El len-
guaje, entonces, es parte de la interacción del organismo humano con el entorno.
¿Cómo se explica, entonces, la importancia que damos a la práctica de pedir y dar
razones en el contexto moral? A primera vista, el lenguaje naturalista no podría
dar cuenta de dicha cuestión. Ello sería posible si consideramos que el lengua-
je permite realizar operaciones inteligentes y funcionales indispensables para la
subsistencia de la especie, es decir, para habérselas bien con el mundo. Pero para
Habermas tal descripción neodarwinista tiene, irónicamente, un alto costo. Según
Habermas,
igualmente válida para otros objetos del conocimiento. De ellos se desprende que, al inferir,
la razón intenta reducir la enorme variedad del conocimiento del entendimiento al menor
número de principios (condiciones universales) con el fin de producir la suprema unidad de los
mismos” (A305)/B361). Crítica de la razón pura, Madrid, Alfaguara, 1985. Dos cosas saltan
a la vista: la razón es reduccionista y universalista porque tiene la capacidad de inferir y de
justificar universalmente juicios. Por eso la característica fundamental del razonamiento es su
universalidad. Las razones que valen para mí deben valer para cualquier ser racional. Es claro
que si es posible acabar con el dualismo entre verdades universales y verdades contingentes
mediante la idea de una epistemología naturalizada, la distinción entre lo normativo y lo fáctico
se viene abajo.
79
80
Como dijimos al comienzo, tanto para Habermas como para Putnam, na-
turalismo es sinónimo de relativismo. Y Rorty es claramente naturalista y etno-
centrista; ambas posiciones lo convierten en alguien vulnerable a las críticas. El
punto es si podemos tener una posición filosófica mejor que se tome a Darwin
en serio y logre proponer valores democráticos sustantivos, cuya base sea el
modelo intersubjetivo de comunicación. A continuación evaluaremos los ar-
gumentos de Putnam contra Rorty que siguen la misma senda antinaturalista
habermasiana.
185 El relativismo cultural, tal y como lo caracteriza Putnam, es un rechazo radical de la concepción
realista metafísica de la verdad: es la afirmación de que la verdad no es ninguna correspondencia
entre descripción y mundo, aunque la descripción es aceptada dentro de una determinada cultura.
De lo cual se infiere que no hay una verdadera descripción del mundo, sino muchas descripciones,
cada una relativa a una cultura. Para una discusión más amplia del relativismo conceptual en
Putnam ver Haack, S., “Reflections on Relativism: From Momentous Tautology to Seductive
Contradiction”, en Philosophical Perspectives, 10, 1996, pp. 298-315.
186 Putnam, H., Razón, verdad e historia. Ed. Tecnos, Madrid, 1988, p. 213.
81
teórica. Si no hay hechos puros y duros, entonces, ¿qué hace verdadera a las teo-
rías? La respuesta de Quine es reveladora:
187 Quine, W., “Dos dogmas del empirismo”, en Valdés, L. (comp.), La búsqueda del significado,
Madrid, Tecnos, 1991, p. 242. El énfasis es mío.
188 Kuhn, T., La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 1987, p. 20.
83
189 “De modo que si Davidson está en lo cierto, la adscripción de humanidad y la adscripción de
creencias correctas y de una mayoría de deseos convenientes también son inseparables. Ello
significa que jamás podremos tener evidencia de la existencia de personas que hablen lenguajes
que en principio no puedan traducirse al nuestro y que abriguen creencias total o mayoritariamente
incompatibles con las nuestras”. Rorty, R., Consecuencias del pragmatismo, Madrid, Tecnos,
1996, p. 68. A partir de este texto Putnam no puede acusar a Rorty de relativismo, ni mucho
menos de solipsismo. En otro lugar, Rorty afirma que “Si combinamos este punto de vista
darviniano con una actitud holista hacia la intencionalidad y uso del lenguaje, presente en
Wittgenstein y Davidson, entonces diremos que no existe uso del lenguaje sin justificación, que
no existe capacidad de creer sin capacidad de argumentar qué creencias cabe tener”. Rorty, R., El
pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2000, p. 114.
84
Quiero hablar acerca del relativismo cultural porque es una de las más influyentes for-
mas existentes —quizás la más influyente— de epistemología naturalizada, aunque
usualmente no se la reconozca como tal.190
De manera más específica, Putnam afirma que la problemática con este tipo
de relativismo es que los mismos acusados niegan ser relativistas. En el caso de
Rorty, Putnam cree que es un relativista:
190 Putnam, H., “Why Reason Can’t Be Naturalized”, en Realism and Reason, Cambridge, Cambridge
University Press, 1983, p. 235.
191 Ibid.
192 Ibid.
85
Putnam abandonó esta posición movido por críticas que mostraban que tal pos-
tura no permitía establecer una convergencia en una verdad última al estilo de
Peirce. El realismo interno acepta la relatividad conceptual, es decir, que tenemos
86
lenguajes diferentes para hablar de un mismo objeto, lo cual supone que entre
teorías rivales una tiene que ser verdadera y otra falsa. De ahí que no sea tan fácil
hablar de una noción realista de verdad como una propiedad que los enunciados
no pueden perder, pues esto implicaría que sólo existiría una sola justificación
posible. Habría entonces que plantear una noción de justificación que esté por en-
cima de los esquemas conceptuales; por eso se habla de justificación idealizada.
Esta postura parece alejarlo de cierto relativismo al poder equiparar verdad con
justificación en condiciones ideales, sin referencia a un “nosotros” o a un con-
senso comunitario. En consecuencia, la noción de justificación es transcultural
y no depende de los contextos histórico-culturales. Es fácil ver en esta postura
la influencia kantiana, pues Putnam está pensando en condiciones cuasitrascen-
dentales a la hora de hablar de justificación como único mecanismo para escapar
del contextualismo. Es posible, incluso, llegar a sugerir que la verdad entendida
como justificación en condiciones ideales es casi indistinguible de la afirmación
kantiana de que debe haber condiciones de posibilidad que hagan verdadero y jus-
tificable el conocimiento del mundo. La justificación idealizada funciona como
un “Grenz-begriff, un concepto límite de verdad ideal”,196 pero ¿cómo aprehen-
demos dicho concepto de justificación idealizada si siempre está más allá de la
experiencia, es decir, si es un concepto límite?
En sucesivas publicaciones, que incluyen Las mil caras del realismo, de
1987, “Realism with a Human Face”, de 1987, y “The Question of Realism”, in-
cluido en Words and Life (1994), y Cómo renovar la filosofía, de 1994, Putnam
presenta múltiples argumentos en contra de Rorty. El núcleo central de dichos
argumentos es nuevamente la tesis de que al identificar verdad con justificación
y sostener una noción conversacional de verdad, Rorty es indefectiblemente un
relativista, un solipsista metodológico y un nominalista idealista.197
En el prólogo de Las mil caras del realismo, tras reconocer que hablar en
términos de la dicotomía entre fenómenos y noúmenos ya no es filosóficamente
conveniente, Putnam se aparta de Rorty, quien concluye que no tiene sentido ha-
blar de las cosas en sí mismas por fuera del lenguaje: “deberíamos suprimir todo
discurso sobre objetividad y hablar de ‘solidaridad’, deberíamos ser todos rela-
tivistas culturales”.198 Putnam deja en claro que el abandono de ciertas nociones
metafísicas tradicionales, como la noción de verdad como correspondencia y el
87
88
202 Putnam, H., Cómo renovar la filosofía. Madrid, Cátedra, 1994, p. 112.
203 Ibid., p. 114.
89
[…] nuestras palabras y pensamientos, algunas veces si y algunas veces no, “están
conformes”, “corresponden a” o “representan” una realidad en sí misma que debe
ser rechazada por ser enteramente vacía, la razón que da es que es imposible estar
por fuera del mundo de la representación y comparar nuestro pensamiento y nuestro
lenguaje con el mundo. El único acceso que tenemos al mundo, es al mundo tal y como
es representado por el pensamiento y el lenguaje.205
[l]a idea de que otras personas realmente existan y que puedan conocer lo que están
pensando y sintiendo es vacía, porque no puedo salir de mi propia mente y comparar
mis pensamientos acerca de los pensamientos de otras personas con los pensamientos
y sentimientos de otras personas tal y como ellas son en sí mismas.206
204 Putnam, H., Cómo renovar la filosofía. Madrid, Cátedra, 1994, p. 115.
205 Putnam, H., “The Question of Realism”, en Words and Life, Cambridge, Massachusetts, Harvard
University Press, 1994, p. 297.
206 Ibid., p. 298.
90
207 Ibid.
91
Putnam insiste, una y otra vez, como lo hemos visto a lo largo de sus críticas,
en que Rorty debe justificar claramente con argumentos el abandono de cier-
tos problemas filosóficos considerados como centrales en la tradición occidental.
Putnam no acepta, en ese sentido, la posición deflacionista respecto a la filosofía
208 Putnam, H., Realism with a Human Face, Cambridge, Mass. and London, Harvard University
Press, 1990, p. 20. El énfasis final es mío.
92
que Rorty extrae de sus análisis del canon platónico-kantiano que ha determina-
do la historia de la filosofía moderna y la filosofía contemporánea. En un tono
kantiano, Putnam considera que la razón se plantea problemas inevitables para
ella misma imposibles de resolver. Esta condición, precisamente, define nuestra
condición humana.209 Para Putnam esto no implica abandonar ciertas tareas que
la filosofía debe cumplir y que Rorty considera que son meramente contingentes,
pues no nacen de la naturaleza de nuestra razón.
A continuación, Putnam enumera una serie de principios filosóficos que
sostiene, con la esperanza de que Rorty le indique cuáles acepta y cuáles no.
Dichos principios son:
209 “La razón humana tiene el destino singular, en uno de sus campos de conocimiento de hallarse
acosada por cuestiones que no puede rechazar por ser planteadas por la misma naturaleza de la
razón, pero a las que tampoco puede responder por sobrepasar todas sus facultades.” Kant, I.,
Crítica de la razón pura, Madrid, Alfaguara, 1985, AVII.
210 Putnam, H., Realism with a Human Face, p. 21. Citado en Rorty, “Hilary Putnam y la amenaza
del relativismo”, en Rorty, R., Verdad y progreso. Barcelona, Paidós, 2000, p. 71.
93
acerca de una realidad trascendente. Uno debe reconocer que esto no es nada
más sino una propiedad del concepto mismo de garantía. En este sentido, afirmar
la garantía o no garantía de una situación problemática es aceptar que un juicio
dado es independiente del acuerdo de la mayoría; de lo contrario, diríamos, que el
hecho de que la mayoría esté de acuerdo sólo muestra que uno tiene el concepto
de garantía.
De hecho, Putnam sostiene que en la anterior afirmación se resume la praxis
misma del relativismo. Los relativistas saben que en su mayoría los miembros
de su cultura no pueden ser convencidos por argumentos relativistas; más bien,
lo que sucede es que piensan que poseen un argumento que justifica o garantiza
sus prácticas epistémicas. Putnam objeta a esta posición que el relativista tiene
que reformular su argumento. El relativista deberá afirmar que apenas él está
describiendo nuestra noción ordinaria de garantía, pero si es cuidadoso debe decir
que él está proponiendo un mejor concepto. Sin embargo, tras admitir que está
proponiendo un mejor concepto de garantía, debe conceder, a la vez, que, desde
una consideración del concepto ordinario de garantía, es una mala característica.
Ahora el problema es cómo el relativista puede hablar de una mala característica
sin necesidad de acudir a una imagen metafísica equivocada. No es claro cómo
un “relativista desencantado” como Rorty puede hablar de visiones metafísicas
correctas o equivocadas.
Sobre la quinta proposición, relativa a peores y mejores estándares y nor-
mas, Putnam observa la imposibilidad de concordar con Rorty sobre dicho punto,
pues todo el tiempo Rorty discute de modos de hablar y actuar para habérselas
mejor con el mundo. La pregunta clave que lanza Putnam es: ¿por qué debemos
cambiar nuestras normas y estándares que nos permiten habérnoslas mejor con el
mundo? Rorty mismo reconoce que no hay manera de decir o de hablar de algo
mejor mediante referencias a estándares previos, sino que “mejor” significa aquí,
simplemente, que parece ser claramente una manera mejor de utilizar un léxico
que el léxico de sus predecesores.
Obviamente, Putnam no puede estar de acuerdo con esta opinión: ¿sobre qué
base objetiva se garantiza que ese estándar es mejor? La respuesta de Rorty no es
satisfactoria, pues simplemente no hay una aclaración de lo que significa reformar
un léxico y preferir otro porque es mejor; no hay manera de justificarlo, debido
a su negativa de aceptar el principio uno. Esto lo lleva a la siguiente desastrosa
consecuencia:
Por ejemplo, ya que la comunidad de la que Rorty normalmente habla incluye toda la
cultura occidental, podría suceder que una tendencia neofascista triunfe y la gente se
enfrente mejor con el mundo, en el sentido de que llega a parecerles a ellos que están
habiéndoselas mejor con el mundo al tratar salvajemente a aquellos terribles judíos,
94
extraños y comunistas, mientras que si las fuerzas del bien salen victoriosas, también
deberá ser el caso de que la gente se enfrentará mejor al mundo en el sentido de que
llega a parecerles que es así.211
[…] los cuales evolucionan y se modifican al mismo tiempo e interactúan con nues-
tra imagen envolvente del mundo mismo. Al igual que la dicotomía absoluta hecho-
convención tiene que ser abandonada, así también la absoluta dicotomía hecho-valor,
ambas por similares razones. Por otro lado, es parte de esta imagen misma que el
mundo, o bien no es producto de nuestra voluntad, o bien, de nuestra disposición a
hablar de él de cierta manera.212
211 Putnam, H., Realism with a Human Face, Cambridge, Mass. and London, Harvard University
Press, 1990, pp. 23-24.
212 Ibid., p. 29.
95
[l]os pensamientos y las experiencias de mis amigos no son nada más que los objetos
intencionales que me ayudan a “funcionar”. Si lo hiciera, ¿qué sentido tendría hablar
de “solidaridad”? La misma noción de solidaridad implica el realismo de sentido co-
mún sobre la existencia objetiva de la gente con la que uno es “solidario”. Lo que estos
ejemplos muestran, pienso yo, es que es importante no confundir una interpretación
metafísica cualquiera de la noción de objetividad (por ejemplo, la idea de que pode-
mos dar sentido al discurso sobre las cosas “tal y como son en sí mismas”), con la idea
213 Putnam, H., El desplome de la dicotomía hecho-valor y otros ensayos, Barcelona, Paidós, 2004,
p. 120.
214 Ibid., p. 21.
96
Un texto en verdad llamativo, pues si resulta ser cierto, todas las críticas
a Rorty, basadas en un sofisticado antinaturalismo y en un, no menos, ela-
borado realismo interno, se desvanecen como pompas de jabón: la verdadera
realidad real es la del sentido común. Pero cabe la pregunta: ¿no es la filosofía
lo opuesto al sentido común? Las respuestas las encontraremos en el siguiente
capítulo.
Unos años después, en 1994, Putnam, en sus Dewey Lectures, describe la aporía
que surge al plantear condiciones límite para el conocimiento y, por lo tanto, su
abandono de que la verdad de nuestras creencias se relacionan con estar en situa-
ciones epistémicamente buenas.218
215 Ibid.
216 Ibid.
217 Wright, C., “Truth as Sort of Epistemic: Putnam´s Peregrinations”, Journal of Philosophy, Vol.
97, Nº 6, junio de 2000, pp. 335-364.
218 La dificultad que plantea Putnam aquí pone de presente las aporías de conocer las condiciones
epistémicas trascendentales. En el próximo capítulo analizaremos la validez de los argumentos
trascendentales que utilizan tanto Putnam como Habermas, para garantizar la existencia de la
verdad objetiva y la validez universal de las normas morales.
97
De hecho podría haber titulado estas conferencias “Un realismo aristotélico sin la
metafísica aristotélica”. Pero de la misma manera podría haberlas titulado “Realismo
al estilo Dewey”. Tal como entiendo a Dewey, él estaba interesado en mostrar que
podemos retener algo del espíritu de la defensa que hacía Aristóteles del mundo del
219 Putnam, H., “Sense, Nonsense and the Senses: An Inquiry into the Powers of the Human Mind”
(The Dewey Lectures, 1994), Journal of Philosophy, 91, 1994, pp. 445-517, p. 462.
98
sentido común, contra los excesos de los metafísicos y de los sofistas, sin que por
ello tengamos que comprometernos con ninguna variante del esencialismo metafísico
que propugnaba Aristóteles Estoy convencido de que mi preocupación en estas con-
ferencias —la búsqueda de una camino intermedio entre la metafísica reaccionaria y
el relativismo irresponsable— constituyó también un tema del interés de Dewey a lo
largo de una ejemplar carrera como filósofo.220
Hay que volver a la discusión de los restantes supuestos realistas tradicionales, que
mencioné al principio de esta conferencia, los persistentes supuestos de que la forma
de cualquier afirmación de conocimiento y las maneras en que esa afirmación es res-
puesta a la realidad se fijan por adelantado y de una vez para siempre.222
(L)as ventajas de avanzar por la senda del realismo natural es darnos cuenta de lo
innecesario y lo ininteligible que resulta un cuadro que impone una interfaz entre
nosotros y el mundo. Se trata de una manera de satisfacer la tarea de la filosofía, una
tarea a la que John Wisdom se refirió en una ocasión como “el viaje que nos lleva de
lo familiar a lo familiar”.223
220 Putnam, H., La trenza de tres cabos, Madrid, Siglo XXI, 2001, p. 5.
221 Ibid., p. 18.
222 Ibid., p. 25.
223 Ibid., p. 52.
99
100
y la verdad. Putnam afirmó que “[…] todo esto pertenece a una etapa del pasado,
porque he abandonado todo ese intento de definir la verdad en términos de acep-
tabilidad racional”.226 E incluso llega a aceptar, bajo la influencia de Wittgenstein,
que “[…] por una parte, considerar una afirmación, una creencia o un pensa-
miento como verdadero o falso es considerar que es correcto o incorrecto; por
otra parte, el tipo de corrección de que se trate en cada caso, varía enormemente
según el tipo de discurso”.227 Esta afirmación es casi una aceptación de Rorty y
su contextualismo, pues Putnam estaría aceptando un modelo conversacional de
verdad.
En el próximo capítulo abordaremos las respuestas y contraargumentos de
Rorty a los ataques de Habermas y de Putnam a su posición etnocéntrica y anti-
fundacionalista en ética.
226 Putnam, H., “Entrevista” (por Ramón del Castillo), Anábasis (www.anabasisdigital.com/
revista/1epoca/putn.htm:17.08.2001).
227 Putnam, H., La trenza de tres cabos, Madrid, Siglo XXI, 2001, p. 55.
101
Richard Rorty
Richard Rorty
La idea de una sociedad perfecta es un sueño muy viejo, bien porque los males del pre-
sente inducen a los hombres a imaginar cómo sería su mundo sin ellos (a imaginar un
Estado ideal en que no hubiese desdichas ni codicia ni miedo ni trabajo embrutecedor
ni inseguridad) o bien porque esas utopías son ficciones elaboradas deliberadamente
como sátiras, con el propósito de criticar al mundo presente y avergonzar a los que
103
controlan los regímenes existentes, o a los que padecen demasiado dócilmente; o pue-
de que sean fantasías sociales, simples ejercicios de imaginación poética.228
Toda utopía contiene una serie de elementos comunes que la hacen posible,
como, según Berlin, la idea de que el tiempo y la historia se han detenido. Así,
cada utopía es la representación de que las sociedades y los hombres pueden eva-
dirse de la historia y el tiempo. Pero hoy sabemos, si hemos de creerles a Rorty y
a una larga tradición liberal, que esto no es así.
Las utopías occidentales tienden a contener, en general, los mismos elementos: una
sociedad se mantiene en un estado de pura armonía, en el que todos sus miembros
viven en paz, se aman unos a otros, no pesa sobre ellos ningún peligro físico, ni caren-
cia de ningún género, ni inseguridad ni trabajo degradante ni envidia ni frustración,
no padecen injusticia ni violencia alguna, viven en una claridad perpetua, ecuánime,
en un clima templado, en un medio natural de una prodigalidad y una generosidad
infinitas. La principal característica de la mayoría de las utopías, de todas quizás, es
el hecho de que son estáticas. Nada se modifica en ellas, pues han alcanzado la per-
fección: no hay necesidad de novedad o de cambio; nadie puede querer modificar una
situación que satisface todos los deseos humanos naturales.229
Aun así, hay todavía liberales ironistas y utópicos que piensan que la utopía
todavía es posible, sin dejar de darle la cara al rostro proteico de nuestra contin-
gencia.230 Se trata de responder a la pregunta de cómo hay que vivir, de acuerdo
con ella, dividiéndola en dos planteamientos. Primero, que la utopía sólo es posible
como utopía liberal, por cuanto: 1) acepta la pluralidad de estilos de vida y 2) garan-
tiza la primera condición al separar el ámbito privado del público. Esto significa ir
contra la idea, heredada de la Ilustración, de que para tener iguales derechos todos
debemos ser iguales, presuponiendo que existe algo así como la esencia de “la hu-
manidad”, “el yo”, “la verdad”, etc., que constituyeron el origen y la justificación del
Estado moderno, de la obligación política, de la obligación moral e, incluso, de las
normas del gusto estético. Sin tales elementos, la Ilustración nunca pudo imaginar
un estado de bienestar para la humanidad. En la actualidad, Rorty sostiene que es
228 Berlin, I., “La decadencia de las ideas utópicas en Occidente”, en El fuste torcido de la humanidad,
Barcelona, Península, 2002, p. 67.
229 Ibid. El énfasis es mío.
230 Según lo expuesto por Berlin y Rorty, hablar de una utopía liberal parecería ser una contradicción
en los términos, pues justamente la aceptación del ironismo liberal rortiano presupone aceptar el
cambio y la aculturación como parte esencial de la constitución de nuestro yo. Pero, precisamente,
deja de ser una contradicción, dado que el utopista liberal nunca encontrará una descripción
última de la realidad. Esto se relaciona con la tesis del falibilismo y con el hecho de que la meta de
la investigación nunca es la Verdad. Por ello, Rorty reconocerá que la mejor manera de entretejer
nuestra red de creencias y de crear nuevos léxicos es una tarea interminable que únicamente
puede asumir un solo tipo de discurso: el literario.
104
El supuesto en que se basa esto es el de que los hombres tienen una determinada
naturaleza fija, inalterable, ciertos objetivos universales, comunes, inmutables. Una
vez alcanzados estos objetivos, la naturaleza humana queda plenamente satisfecha.
La idea misma de una satisfacción universal plena presupone que los seres humanos
como tales persiguen los mismos objetivos básicos, idénticos para todos, siempre en
todas partes. Pues a menos que se cumpla esto, Utopía no puede ser Utopía, porque
la sociedad perfecta no satisfará a todos perfectamente.231
231 Berlin, I., “La decadencia de las ideas utópicas en Occidente”, en El fuste torcido de la humanidad,
Barcelona, Península, 2002, p. 68. El énfasis es mío.
232 Rorty, R., Objetividad, relativismo y verdad. Barcelona, Paidós, 1996, p. 30.
233 Ibid.
234 Citado en Nagel, T., “Conflicto moral y legitimidad política”, en Betegón, J. y Páramo, J., Derecho
y moral. Ensayos analíticos, Barcelona, Ariel, 1990, p. 87. Al respecto, Nagel comenta que dicha
formulación es indudablemente dura, “[…] pero hay en el liberalismo algo paradójico, al menos
en su superficie, como hay cierta oscuridad en la fundamentación del tipo de imparcialidad que
el liberalismo profesa”. Ibid. Precisamente, Rorty tratará de salir de este impasse construyendo
105
Entonces, ¿qué hacer? En el caso de Berlin, una posible salida a esta para-
doja liberal es buscar una especie de equilibrio “necesariamente inestable” entre
una noción de imparcialidad que no riña ni con el etnocentrismo, ni con el liberalismo. Dicha
salida supone que en el libre juego de dar y pedir razones es imposible escapar de la cultura
y, no obstante, estar abierto a lo que las otras culturas nos digan. Rorty es consciente de que
el liberalismo no es neutral, lo cual no implica, como parece sugerir Nagel, que sea imposible
construir una noción de imparcialidad desde el etnocentrismo liberal.
235 Berlin, I., El fuste torcido de la humanidad, Península, Barcelona, 2002, pp. 105-106.
236 Ibid.
237 Ibid.
106
los seres humanos con intereses distintos, aunado al fomento de hallar el máxi-
mo grado de comprensión entre sí, sin llegar a un acuerdo total, algo en lo que
también Rorty concuerda. He ahí la cuestión fundamental. Si, como ha quedado
claro, la contingencia es nuestra condición humana, la comprensión nunca llegará
a darse de manera completa; es más, ni siquiera es deseable. Hay que separar
necesariamente los dos ámbitos: el privado y el público, y con ello, renunciar
de una vez y para siempre al ideal de que la Verdad nos hará libres y felices. Es
más bien la diversidad la encargada de esta tarea, que puede estar, como todo lo
finito, condenada al fracaso. Entonces, hay que aceptar que querer ser liberal sólo
se puede serlo de manera ironista. En palabras de Kundera, atender la necesidad
“[…] del arte que creó el fascinante reino de lo imaginario en el que nadie posee
la verdad y todos tienen el derecho a ser entendidos […]”, palabras con las que se
abre Contingencia, ironía y solidaridad.
Para tener una mayor comprensión de los alcances de la propuesta de Rorty,
es preciso analizar y responder a las objeciones hechas por Habermas y Putnam,
“enemigos entrañables”, en contra de su proyecto de una utopía liberal, desde un
punto de vista “neopragmático”, que pone en entredicho una inmensa, impor-
tante e irrenunciable tradición filosófica, la liberal, al cuestionar sus verdades
más queridas. Con Rorty, la filosofía se autosuprime como “proyecto filosófico
tradicional” de ser la encargada de hallar verdades o esencias de las cosas o de la
manera de ser del mundo en sí mismo. Con ello da comienzo a una nueva era de
la filosofía en la que se han modificado profundamente su autoimagen, el carác-
ter y el alcance de sus problemas bajo la égida del giro lingüístico-hermenéutico
propio de su pragmatismo, que lo llevan a plantear, de manera radical, un giro
narrativo en filosofía: la filosofía como género literario.238 Dicha reformulación
del papel social de la filosofía sólo es posible bajo el fomento de nuevas narrativas
que encuentran su culmen en la novela y, en general, en los medios masivos de
comunicación. Ambos pueden cumplir un papel desalienante del platonismo del
sentido común. La consecuencia del uso del arte es llegar a un reconocimiento de
los demás como sujetos iguales, en el que:
Este proceso de llegar a concebir a los demás seres humanos como “uno de nosotros”,
y no como “ellos” depende de una descripción detallada de cómo son las personas
que desconocemos y de una redescripción de cómo somos nosotros. Ello no es tarea
238 Ver Rorty, R., “El ocaso de la verdad redentora y el ascenso de la cultura literaria”, Hitos, Nº
1, septiembre de 2005. En este artículo, Rorty explora a fondo la tesis de que los poetas son los
grandes legisladores de la humanidad y que ni la religión ni la filosofía pueden responder a los
problemas del hombre. Sólo la literatura tendrá el privilegio, en una utopía liberal, de contar
infinitas veces versiones de nosotros mismos. Rorty llama a esto una realización permanente de
la libertad humana. Ver 3.2.7.
107
de una teoría, sino de géneros tales como la etnografía, el informe periodístico, los
libros de historietas, el drama documental y, especialmente la novela. Ficciones como
las de Dickens, Olive Schreiner, Richard Wright nos proporcionan detalles acerca de
formas de sufrimiento padecidas por personas en las que anteriormente no habíamos
reparado. Ficciones como las de Choderlos de Laclos, Henry James o Nabokov nos
dan detalles acerca de las formas de crueldad de las que somos capaces, y, con ello,
nos permiten redescribirnos a nosotros mismos. Esta es la razón por la cual, la novela,
el cine y la televisión poco a poco, pero ininterrumpidamente, han ido reemplazando
al sermón y al tratado como principales vehículos del cambio y el progreso moral.239
Ese giro sería un símbolo de nuestra renuncia al intento de reunir todos los aspectos de
nuestra vida en una visión única, de redescribirlos mediante un único léxico. Equival-
dría a un reconocimiento de lo que en el capítulo primero llamo “la contingencia del
lenguaje”: el hecho de que no hay forma de salirse de los diversos léxicos que hemos
empleado, y hallar un metaléxico que de algún modo dé cuenta de todos los léxicos
posibles, de todas las formas posibles de juzgar y de sentir.241
239 Rorty, R., Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1994, p. 18. El énfasis es mío.
240 Ibid.
241 Ibid.
242 Ibid., pp. 18-19.
108
Podemos resumir, con lo dicho hasta aquí, la cuestión central de este tra-
bajo en un solo interrogante: ¿implica el etnocentrismo de Rorty una forma de
relativismo ético? La respuesta que daré será negativa, apoyado por una serie de
ocho argumentos fundamentales que me parecen altamente plausibles, aunque no
exentos de dificultades.
No parece obvio que la discusión sobre relativismo moral se lleve a cabo en
el nivel de lo metaético,244 pero es en dicho nivel donde se puede discutir la validez
de cierto punto de vista acerca de la ética. Como lo reconocimos al comienzo del
capítulo 2, es posible que el relativismo metaético pueda ser la fuente de alguna
forma de relativismo ético radical. Pese a ello, no es claro que las personas adop-
ten un sistema de valores apelando a discusiones especializadas que ni siquiera
tienen en cuenta el nivel de lo ético y que rebasan dicho nivel hasta conducirnos
a las discusiones metaéticas. Nadie se hace más bueno averiguando la naturaleza
de la bondad en sí. Se puede ver a dos filósofos discutir acerca de la validez del
imperativo categórico como principio de fundamentación moral, pero difícilmen-
te se hallará tal discusión en el terreno moral común, donde lo que existe son
discrepancias en el nivel normativo (bajo el supuesto de que estamos analizando
tal divergencia bajo el modelo de una ética normativa, es decir, no descriptiva).
La propuesta de Rorty de una ética sin fundamentos pertenece al terreno de
la metaética. Las preguntas fundamentales de la metaética se refieren a cuestio-
nes metodológicas que involucran interrogantes o preguntas acerca de la natura-
leza del razonamiento ético, o acerca de si los principios éticos son simplemente
producto de nuestros sentimientos o no lo son, etc. También la metaética se pre-
gunta si los enunciados morales pueden ser verdaderos o falsos, y su respuesta no
pretende guiar nuestra conducta como sí lo haría una ética de corte normativo. La
109
metaética trata sobre la ética, pero la metaética no es en sí misma una teoría ética.
De ahí que adoptemos el estudio del relativismo ético preguntándonos si Rorty
sostiene una posición relativista en metaética o en el nivel de una ética normativa
como estrategia metodológica para dar respuesta al interrogante ya citado al co-
mienzo del capítulo.
En el caso de Habermas es claro que su posición metaética lo compromete
con la tesis de que los enunciados éticos pueden ser correctos o incorrectos, de
manera análoga a como los enunciados sobre hechos pueden ser verdaderos o fal-
sos. Este enfoque lo compromete con una posición cognitivista que, según Rorty,
no es posible sostener. Ello supondría afirmar que existen hechos morales que
permiten determinar la corrección o incorrección de una norma moral. Respecto
a esto último, Habermas no estaría de acuerdo, ya que insiste en que “ahí afuera”
no hay hechos morales.
110
vinculantes y los presenta como hechos perceptibles. Pero ahora se plantea la cuestión
de si las razones que obligan a abandonar el concepto epistémico de verdad no tienen
también consecuencias para el concepto de corrección normativa.246
Ante tal dilema, queda claro que Habermas no tiene otra opción que adoptar
una noción no epistémica de verdad como fundamento del conocimiento y, por
analogía, garantizar con ello la idea de corrección normativa en ética. En defini-
tiva, el abandono de la noción de verdad como correspondencia tiene consecuen-
cias éticas, no sólo para el realista sino también para el cognitivista no realista,
como es el caso de Habermas:
Ahora bien, aunque es cierto que el concepto revisado de verdad deja intacta la fuerza
racionalizadora de una forma de argumentación pública, inclusiva, descentrada y li-
bre de toda coacción —una forma de argumentación entre iguales—, sin embargo, el
resultado de una justificación lograda queda referido a algo en el mundo objetivo. Pero
la corrección (Richtigkeit) de juicios y normas carece de este punto de referencia que
trasciende la justificación. El concepto de “corrección normativa” se agota en ase-
veralidad racional bajo condiciones ideales; le falta aquella connotación ontológica
que tiene la referencia a objetos de los cuales podemos afirmar hechos.248
111
El relativismo moral descriptivo forma la base sobre la cual tiene sentido hablar
de corrección de normas morales. Sin desacuerdo moral, la ética misma no exis-
tiría, pues su función, precisamente, es dar criterios para elegir qué partido tomar
en alguna disputa moral, es proporcionar estrategias de justificación. Habermas
sabe que el mundo ético es una idealización y que la objetividad no puede ser
garantizada por unos hechos que la confirmen. De ahí la necesidad de huir a un
mundo idealizado de corrección normativa, del cual Habermas espera derivar una
fuerza vinculante a partir del hecho de que tengamos una ética más incluyente, al
más estricto estilo rortiano.
Esta objetividad de un espíritu ajeno está hecha, en cierta manera, de una materia más
blanda que la objetividad de un mundo externo que continuamente nos sorprende.
Si las pretensiones de validez morales tienen que deber su fuerza obligacional a una
incondicionalidad análoga a la verdad, hay que guiarse por la inclusión cada vez
más amplia de pretensiones y personas ajenas para poder compensar esa referencia al
mundo objetivo de la que aquéllas carecen. De hecho, el punto de vista moral —bajo el
cual proyectamos el mundo social idealmente ampliado de relaciones interpersonales
legítimamente reguladas— puede constituir un equivalente para la suposición de un
mundo [objetivo] indisponible porque también aquél tiene sus raíces en las presuposi-
ciones pragmáticas de la práctica argumentativa.250
112
251 Rorty, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2000, p. 80.
252 Ibid., p. 81.
113
los seres humanos es hallar justificaciones cada vez mejores para nuestras creen-
cias.
253 Ibid.
254 Penelas, F., “Explicación contextualista y ratificación etnocéntrica de los criterios de justificación”,
en Hoyos, L (ed.), Relativismo y racionalidad, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2005,
p. 368.
255 Ibid., pp. 370-371. “Valga como resumen esta tercera y última caracterización del pragmatismo:
según la doctrina de este movimiento, la investigación no tiene ningún otro límite que el que
impone la conversación; no tiene ningún límite general que venga dictado por la naturaleza de los
objetos, de la mente o del lenguaje, sino sólo ciertas limitaciones deducibles de los dictámenes de
nuestros colegas”. Rorty, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2002, p. 83.
114
256 Según Penelas, aceptar este argumento de Rorty implica aceptar el deflacionismo con respecto
a la verdad, esto es, la tesis “[…] que niega que haya usos del término verdadero que no sean
parafraseables en términos de justificación. Su postura deflacionista conjuga la tesis de que no
hay ninguna propiedad aplicable a una oración dada que sirva para explicar que dicha noción es
verdadera con la idea de que entre todos los usos reconocibles de verdad no debemos incluir un
uso explicativo. Así la verdad no necesita de una definición que nos brinde una propiedad común
subyacente a todas las oraciones verdaderas que permita explicar su verdad; de lo que se trata
es de especificar los usos que el concepto de verdad posee, agregándose a continuación la tesis
de que verdad no tiene usos explicativos”. Penelas, F., “Explicación contextualista y ratificación
etnocéntrica de los criterios de justificación”, en Hoyos, L., Relativismo y racionalidad, Bogotá,
Universidad Nacional de Colombia, 2005, p. 371.
257 Rorty, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2000, p. 85.
258 Ibid.
115
Si bien Habermas concuerda con las críticas al logocentrismo, esto es, con la
idea de que la función lingüística de representación del mundo es propia sólo de
los seres humanos, se queda corto en ellas, según Rorty, pues no vincula el exce-
sivo interés en la función declarativa del lenguaje con el hecho de que la verdad
no puede ser la meta de la investigación. Y, por lo tanto, “[…] solamente un exceso
de atención a la función declarativa podría hacernos creer que la pretensión de
validez universal es importante para la política democrática”.259 La idea de Ror-
ty es hacernos comprender que el abandono de nuestra autoimagen como seres
orientados exclusivamente al conocimiento, sostenida por Habermas, tiene como
consecuencia darle más importancia a la idea de que la característica humana
fundamental es la de ciudadanía democrática, la cual cumple un mejor papel que
la pretensión universal de validez, a la hora de defender los ideales democráticos.
En este sentido, Rorty considera que Habermas se queda a medio camino a la
hora de definir racionalidad, pues si bien reconoce que la razón es completamente
comunicativa, no logra diferenciar las pretensiones de validez de las prácticas
justificatorias. La posición de Habermas es un remanente del platonismo, porque
da especial énfasis a la idea de que los seres humanos son seres especiales porque
pueden conocer, a diferencia de los demás animales, que simplemente se las arre-
glan para sobrevivir. Se trata ahora de tomarse en serio a Darwin y afirmar con
Dewey que “[…] somos especiales porque somos capaces de hacernos cargo de
nuestra propia evolución y conducirnos en direcciones sin precedentes ni justifi-
cación en la historia de la biología”.260
116
Factorizar la función de los genes en hacernos diferentes o rastrear nuestros rasgos co-
munes hasta las necesidades evolutivas de nuestros ancestros que puedan ofrecernos
algo que pueda llamarse con propiedad una “teoría de la naturaleza humana”. Porque
se supone que dichas teorías deben ser normativas: que deben proporcionar guía u
orientación. Deben decirnos qué hacer con nuestras vidas, Deben explicar por qué
algunas vidas son mejores para los seres humanos, y por qué algunas sociedades son
superiores a otras. Una teoría de la naturaleza humana debería decirnos qué clase de
personas debemos llegar a ser.262
es importante tener en cuenta que el naturalismo que más ha calado en la mentalidad de los
filósofos es el iniciado por Quine en su artículo seminal “Naturalización de la epistemología”,
aparecido en 1969, en su famoso libro La relatividad ontológica y otros ensayos. Quine
comienza su ensayo afirmando que “La epistemología se ocupa de la fundamentación de la
ciencia”. Mostrar que la ciencia tiene un fundamento adecuado no ha sido una tarea fácil, pues
ha implicado que los filósofos hayan intentado derivar proposiciones acerca de nuestro mundo
externo a partir de oraciones acerca de nuestras sensaciones. Pero, según Quine, tal proyecto
se vio abocado al fracaso y Quine concluye a partir de esto que los esfuerzos tradicionales para
responder al escepticismo fallaron, y recomendó lo que a primera vista parecería el abandono
de la epistemología, pues, según su punto de vista, tal programa se autorrefutaba, pero halló
una solución: “Toda evidencia que haya podido servir, en última instancia, a cualquiera para
alcanzar su imagen del mundo es la estimulación de los receptores sensoriales. ¿Por qué no
ver simplemente cómo se desarrolla en realidad esta construcción? ¿Por qué no apelar a la
psicología?”. Quine, W. V., “Naturalización de la epistemología”, en La relatividad ontológica
y otros ensayos, Madrid, Tecnos, 1986, p. 101. Esto significa que la epistemología simplemente
se convierte en un capítulo de la psicología y, en consecuencia, de la ciencia natural. Eso
nos permite entender la primera frase del artículo. La naturalización de la epistemología
es, también, una forma de anticartesianismo, con todo lo que ello implica: “Con objeto de
subrayar mi disociación del sueño cartesiano, he preferido hablar de receptores nerviosos y
de la estimulación de éstos mejor que de sentidos y objetos sensibles. Llamo epistemología
naturalizada a esta empresa […] Del mismo modo que la epistemología teórica es naturalizada
para hacer de ella un capítulo de la ciencia teórica, también la epistemología normativa es
naturalizada y convertida en un discurso tecnológico, a saber, la tecnología de la predicción de
los estímulos sensoriales”. Quine, W. V., “Normas y objetivos”, en La búsqueda de la verdad.
Barcelona, Crítica, 1992, pp. 41-42.
262 Rorty, R., “Envidia de la filosofía”, Claves de razón práctica, noviembre de 2006, Nº 167, p.
65.
117
[…] tendrían que empezar por ofrecer consejos sobre cómo podríamos llegar a ser
individual o colectivamente mejores personas. Después tendrían que explicitar las in-
ferencias que les han llevado desde determinados hallazgos empíricos sobre nuestros
genes o nuestro cerebro hasta estas recomendaciones prácticas en particular.263
La pregunta “¿es nuestra humanidad una cuestión biológica o cultural?” es tan estéril
como “¿están nuestros actos determinados o tenemos libre albedrío?”. Ningún resul-
tado en genética, en física puede ayudarnos a responder estas dos preguntas erróneas.
Seguiremos deliberando sin cesar sobre qué hacer, y achacándonos mutuamente la
responsabilidad de determinados actos, incluso si llegamos a convencernos de que
cada uno de nuestros pensamientos y cada uno de nuestros movimientos han sido
pronosticados por un neurólogo omnisciente. Seguiremos experimentando con nue-
vos estilos de vida, nuevas ideas y nuevas instituciones sociales, incluso si llegamos a
convencernos de que en el fondo todo depende, de alguna manera, de nuestra compo-
sición genética. Los debates sobre la cuestión naturaleza-medio carecen de magnitud
pragmática.265
118
En la forma que adoptó en los trabajos de su más importante exponente, John Dewey,
el pragmatismo estadounidense constituyó un intento de comprender las categorías
del pensamiento moral y político como continuas respecto de aquellas usadas por
los modelos de evolución biológica de Darwin o Mendel. Dewey ligó a Hegel y
Darwin. Mezcló la concepción hegeliana de la historia como paulatino aumento
de la libertad humana con el modelo darwiniano de evolución para deshacerse del
universalismo común a Platón, a Kant y a la concepción de la teleología inmanente
de Hegel, a la idea hegeliana de que “lo real es racional y lo racional es real”. Dewey
abandonó la noción de una naturaleza humana ahistórica y la sustituyó por la idea
de que ciertos mamíferos se han convertido recientemente en capaces de crear un
nuevo medio para ellos mismos en vez de simplemente reaccionar a exigencias am-
bientales.267
Darwin nos ayudó a dejar de pensarnos como un cuerpo animal dentro del
cual habita un fantasma, algo específicamente humano e irreductible a los pro-
cesos de la materia. Lo mismo que los críticos de Darwin, Habermas y Putnam
cometen el error de confundir dos imágenes excluyentes: una, que Darwin nos
convirtió en meras bestias, cuando en realidad lo que permitió fue darnos, por
primera vez,
266 Ver Davidson, D., “Sucesos mentales”, en Ensayos sobre acciones, eventos y sucesos, Barcelona,
Crítica, 1995, cap. 11.
267 Rorty, R., Pragmatismo y política, Barcelona, Paidós, 1998, pp. 87-88.
119
El naturalismo sostenido por Rorty podría ser nefasto si se toma como base
para justificar la voluntad de poder que encarnaron los nazis. Pero esto sólo es op-
cional. Es posible dar una versión más positiva del naturalismo tomando a Emer-
son y Whitman y promover así la idea de una comunidad incluyente y tolerante
sin precedentes, capaz de crearse a sí misma y cuya forma de agruparse no se base
en el ideal fallido del descubrimiento de verdades comunes. Para Habermas esto
supondría un error, pues la creación de comunidad supone justificarla sobre pre-
tensiones de validez universal e incondicional. De lo contrario, caeríamos en un
estado totalitario y antidemocrático: la terrible sombra de Hitler. Incluso, Rorty
llega a afirmar que la idea de una comunidad que se crea a sí misma, unida por
la solidaridad y el inclusivismo, pero no por la idea de verdad, es neutral con
respecto a Hitler y a Jefferson. Esta afirmación, a primera vista sorprendente y
aparentemente contradictoria (Hitler como demócrata liberal), deja de serlo si se
tiene en cuenta, nuevamente, que no hay principios neutrales para escoger entre
Hitler y Jefferson.
268 Rorty, R., “Envidia de la filosofía”, en Claves de razón práctica, noviembre, 2006, Nº 167, p.
68. “Encuentro útil para recuperar la adaptación deweyniana de Darwin usar el término ‘mem’
recientemente popularizado por Richard Dawkins y Daniel Dennett. Un mem es la contrapartida
cultural de un gen. Las palabras de aprobación moral, las frases musicales, los eslóganes políticos,
los estereotipos, los epítetos abusivos son todos ejemplos de memes. Del mismo modo que el
triunfo de una especie sobre otra ––su habilidad para usurpar el espacio previamente ocupado por
la otra–– puede ser visto como el triunfo de un grupo de genes, así el triunfo de una cultura sobre
otra puede ser visto como el triunfo de un grupo de memes. Desde el punto de vista de Dewey,
ninguno de estos triunfos son indicativos de especial virtud, por ejemplo, de un ‘derecho’ a triunfar,
de una mayor proximidad a las metas de la Naturaleza o de la Historia. Ambos son únicamente el
resultado de concatenaciones de circunstancias contingentes”. Rorty, R., Pragmatismo y política,
Barcelona, Paidós, 1998, pp. 87-88. Éste es un ejemplo de la manera en que puede sernos Darwin
útil a la hora de lograr nuevas y mejores descripciones de nosotros mismos, sin que por ello
estemos por encima de la historia o seamos seres teleológicamente orientados en la búsqueda
de verdades infalibles. La influencia de Darwin en la filosofía fue analizada por Dewey en un
artículo escrito en 1909, titulado “La influencia del darwinismo en filosofía”. Dewey consideró un
acierto del darwinismo la reformulación del mundo natural y nuestro lugar en él que había estado
en vigencia durante dos mil años. Acabó con el prejuicio de considerar que lo fijo y determinado
eran signos de superioridad y, en cambio, nos enseñó a pensar que el cambio no era un defecto y
era mucho más real de lo que muchos filósofos estaban dispuestos a admitir. Al respecto escribió:
“al posar sus manos sobre el arca sagrada de la permanencia absoluta, al tratar las formas que
habían sido tenidas por modelos de fijeza y perfección como algo que nace y muere, El origen de
las especies introdujo un modo de pensar que, a la postre, estaba destinado a transformar la lógica
del conocimiento y, con ello, la manera de abordar la moral, la política y la religión”. Dewey, J.,
“La influencia del darwinismo en filosofía”, en Faerna, Á. (ed.), La miseria de la epistemología,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, p. 49.
120
[…] pero ¿qué decir de hacer leer libros como Black Boy, el Diario de Ana Frank o
A Boy’s Life? Los padres racistas o fundametalistas de nuestros alumnos opinan que
en una verdadera democracia no se tendría que obligar a los alumnos a leer libros
escritos por negros, judíos u homosexuales. Se quejarán de que sus hijos tengan
que tragar a la fuerza esos libros. Lo único que se me ocurre como réplica a esa
acusación es decir lo siguiente: “Para formar parte de nuestra sociedad democrática
se requiere haber hecho ciertos méritos, méritos cada vez más rigurosos, ya que
nosotros los liberales hemos hecho todo lo posible para aislar a racistas, machistas,
homófobos y gente parecida. A fin de convertirse en ciudadano de nuestra sociedad,
en participante de nuestra conversación, en alguien con quien podamos prever unir
horizontes, debe ser educado para ello. Por tanto, iremos directamente a desacre-
ditarte a los ojos de tu hijo; trataremos de quitar toda dignidad a tu comunidad
religiosa; trataremos de hacer que tus concepciones parezcan estúpidas más que
discutibles. Por muy incluyentes que seamos no estamos dispuestos a tolerar intole-
rancias como la tuya”.269
269 Rorty, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2000, pp. 130-131.
121
270 “En particular, uno debe introducir una regla como la siguiente: ‘ninguna contribución aparente
a la conversación puede ser rechazada por el simple motivo de que proviene de alguien que posee
un atributo que puede variar con independencia de sus opiniones; un atributo como, por ejemplo,
ser judío, negro u homosexual’”. Rorty, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2000,
p. 132.
271 Creo que Habermas y Putnam comparten el prejuicio, muy extendido, de ver la retórica como
el arte de saber mentir, cuando en realidad es el arte de persuadir con base en estrategias
argumentativas altamente elaboradas que no son capturables en términos lógico-formales sino
a través de esquemas pragmáticos y formas de argumentación o tópicos. Por eso, es importante
distinguir entre argumentación y demostración en filosofía. Según la nueva retórica, la filosofía
nunca demuestra nada, en el sentido técnico de la palabra, tal como es usado en el contexto de
las ciencias lógico-matemáticas. En filosofía lo que existe es argumentación, lo cual quiere decir
que los argumentos filosóficos son, por definición, no demostrativos o plausibles. Esto se debe
a que las premisas de un argumento filosófico pueden ser impugnadas y el argumento puede ser
lógicamente válido, sin que haya ninguna contradicción entre ambas miradas. A mi modo de
ver, lo que esto significa es que no hay demostraciones universalmente válidas en filosofía sino
intentos retóricos de persuasión a través del mejor argumento, lo que en terminología de Rorty
contaría como la mejor justificación dentro de un contexto discursivo. Ver Perelman, Ch., El
imperio retórico, Bogotá, Norma, 1996, y Berti, E., “¿Cómo argumentan los hermenéutas?, y
Lipps, H., “Lógica formal y lógica hermenéutica”, en Vattimo, G., Hermenéutica y racionalidad,
Bogotá, Norma, 1994.
122
Según Rorty, muchos de los teóricos no desean que el falibilismo haga parte
de la política democrática. Pero, para Rorty, “Quien está a favor de la democracia
querrá también promover el falibilismo”.273 Y quien está a favor del falibilismo
abandonará obviamente la noción de verdad como correspondencia con la reali-
dad y abrazará con gusto una teoría coherentista de la verdad que no deja de tener
dificultades.274 Lo que queda claro en la propuesta de Rorty, apoyada en David-
son, es que la justificación de una creencia es otra creencia.
272 Dentro de la tradición pragmatista, Peirce es quien introduce el término “falibilismo” para
referirse a la tesis de que no existen creencias ciento por ciento seguras, desde un punto de vista
epistémico. Esto implica que podemos tener creencias que consideramos verdaderas, cuando en
realidad pueden resultar ser falsas. Ningún ser humano está exento de esta condición, pues nadie
tiene un conocimiento absoluto del mundo. Según Peirce, “147. En general, pues, no podemos
alcanzar por ningún camino ni certeza ni exactitud. Nunca podemos estar absolutamente seguros
de nada, ni podemos averiguar con alguna probabilidad el valor exacto de cualquier medida de la
ratio general”. Peirce, Ch., “Falibilismo, continuidad y evolución”, en Escritos filosóficos. Charles
Sanders Peirce. Fernando Carlos Vevia Romero (Trad.), México, El Colegio de Michoacán, 1997,
pp. 85-99.
273 Rorty, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2000, p. 89.
274 Ver las observaciones autocríticas que él mismo lanza en contra de su propia teoría coherentista
de la verdad, como los desacuerdos a que conlleva dicho abandono de la teoría entre él y Rorty.
Cabe destacar que, no obstante, los acuerdos son sustanciales: “En ‘Pragmatism, Davidson
and Truth’, sostiene Rorty dos cosas: que mi concepción de la verdad equivale a un rechazo
de la teoría coherentista como de la teoría de la correspondencia, y debería propiamente
clasificársela como perteneciente a la tradición pragmática, y que no debería pretender que
estoy respondiéndole al escéptico cuando realmente le estoy diciendo que desaparezca de la
vista. En buen medida estoy de acuerdo con él en ambos puntos”. Davidson, D., “Reflexiones
posteriores”, en Subjetivo, intersubjetivo y objetivo, Madrid, Cátedra, 2003, p. 216. El énfasis
es mío.
123
La ventaja de una estrategia como ésta es que deja de lado las cuestiones metaéticas
relacionadas con el problema de si existe alguna realidad moral con la cual puedan
esperar corresponderse nuestros juicios morales, del mismo modo, que nuestra ciencia
física espera supuestamente corresponderse con la realidad física.275
Como veremos más adelante, ésta es una cuestión bastante problemática que
la ética discursiva debe enfrentar, pues se supone que Habermas no puede ser un
cognitivista metaético.
Siguiendo con la crítica a la idea de incondicionalidad o de trascendencia
con validez universal que se supone hace volar cualquier tipo de provincialismo,
Rorty afirma que tal pretensión puede ser interpretada, simplemente y de manera
más modesta, de la siguiente forma:
[…] semejante idea es que muchas pretensiones de validez son formuladas por perso-
nas que desearían defender sus afirmaciones ante audiencias distintas de aquella a la
que se dirigen en la actualidad […] pero una cosa es estar dispuesto a habérselas con
audiencias nuevas y poco familiares, y otra cosa es hacer volar por los aires cualquier
tipo de provincialismo.276
Rorty considera que tales reglas, incluido el ámbito político y moral, simple-
mente no existen. ¿Cómo hacer, entonces, para lograr tener un criterio que permita
distinguir dependencia contextual de universalidad? El aporte fundamental de la
teoría de la acción comunicativa es que hace posible distensionar la relación entre
facticidad y validez, a través de la distinción entre uso estratégico y uso de lenguaje
orientado hacia el logro del entendimiento. Si se puede hacer tal distinción de ma-
124
nera clara y justificada, entonces, “[…] es justamente la distinción que estamos bus-
cando, la que nos permita interpretar, de modo relevante para la práctica, la distin-
ción entre dependencia contextual y universalidad”.278 Pero, para Rorty, esto es caer
de nuevo en una forma de platonismo o de logocentrismo, que se ve confirmada al
afirmar Habermas que “[…] las pretensiones de validez que se plantean hic et nunc
y que aspiran al reconocimiento o la aceptación intersubjetiva, pueden superar tam-
bién los criterios locales de toma de decisiones de sí/no”.279 Rorty encuentra aquí
rastros de platonismo, que se evidencian en el ansia de garantizar lo universal, lo
que muestra que Habermas no ha superado la vieja metafísica platónica: universal
es sinónimo de eterno e incondicional. Si bien Habermas muestra la importancia de
una comunicación libre de distorsiones, se queda corto a la hora de huir al supuesto
terreno firme de lo trascendental, como queda claro en el siguiente texto:
La primera estrategia defensiva del pragmatista ante esta crítica es obra de Habermas,
quien afirma que dicha definición de verdad sólo es aplicable al resultado de una con-
versación libre de distorsiones y que el estado descrito por Orwell es el ejemplo pa-
radigmático de distorsión. Mas esto es sólo el principio, pues necesitamos saber algo
más sobre lo que cuenta como algo “libre de distorsiones”. En este punto Habermas se
pone trascendental y formula principios.280
125
282 Una contradicción performativa puede entenderse formalmente como cualquier uso de la razón
que transgrede el propio intento comunicativo de la razón. Esta definición permite ver que el
proyecto de la modernidad se entiende como una cuestión de racionalidad en el nivel formal.
Nadie puede tener a la vez pretensiones de verdad y no tenerlas. El debate entre modernos y
postmodernos, como se sabe, consiste, precisamente en definir qué tanta racionalidad nos queda,
y en ese sentido, el hallazgo de contradicciones performativas en contextos concretos permite
evaluar de qué lado se está. Para Habermas, el asunto de concebir la modernidad como un proyecto
inacabado le posibilita desarrollar una línea crítica que permite desmantelar las coartadas de
las que echan mano algunos postmodernos a la hora de criticar el proyecto de la modernidad.
“Habermas argumenta, 1) que posiciones como las de Heidegger, Horkheimer, Adorno,
Lyotard, Rorty y Foucault conducen eventualmente a un relativismo filosófico y a promover el
postmodernismo como una nueva forma de escepticismo. 2) además, cualquier forma de rechazo
masivo de la modernidad asume un carácter de hermenéutica negativa totalizante y crítica; así
compromete su propio discurso en contradicciones preformativas. 3) finalmente, todo intento de
trasgredir el contexto existencial de las pretensiones de validez en el discurso y en la escritura
da cuerpo al intento de evadir la inevitable estructura de la acción lingüística. Esta estructura es
inevitable en tanto que el interlocutor es ‘capaz de hablar y actuar a pesar de que un tal intento
ha sido actualizado en la argumentación’”. Matustik, M., “Habermas on Communicative Reason
and Performative Contradiction”, New German Critique, Nº 47, primavera-verano, 1989, pp. 143-
172, p. 148. Más adelante, Matustik afirma, apoyado en Habermas, que “[…] el descentramiento
del etnocentrismo en la modernidad crítica significa que nosotros no exigimos otra autoridad
para nuestro punto de vista, excepto la del mejor argumento”. Ibid., p. 171. Me parece que este
punto de vista apoya tanto a Rorty como a Habermas pues, para ambos, el único tipo de coacción
es la coacción sin coacción del mejor argumento. Esto se ejemplifica en el caso de que nos
encontremos en una situación de habla con un fundamentalista, por ejemplo, el Papa, quien
afirma que el cristianismo es la única religión verdadera. ¿Qué hacer frente a posiciones cómo
éstas? ¿Cómo se abordaría esto desde la ética del discurso? Desde el punto de vista de la ética del
discurso la respuesta es clara: no habría posibilidad de que el Papa aceptara que otra religión es
la verdadera a través de un buen argumento, pues sobre los dogmas no cabe discusión racional.
En el caso de Rorty, el asunto es diferente, pues simplemente diría que el Papa no cumple con la
postura liberal de estar abierto a otras opiniones y afirmaría que podríamos transformar al Papa
en un ironista liberal si logramos, mediante la persuasión, mostrarle el absurdo de mantener una
posición dogmática en un mundo pluralista. Para mayor información acerca de este tema, ver
Kögler, H. H., “Beyond Dogma and Doxa: Truth and Dialogue in Rorty, Apel, and Ratzinger”,
Dialogue and Universalism, Nº 7-8, 2005. Dicho en otras palabras, haríamos una especie de
crítica subversiva a su punto de vista mostrando las consecuencias nefastas que tiene adoptar
una posición absolutamente dogmática, y a la vez, predicar el amor universal, o le incitaríamos
a que aceptara recibir una comisión de indios navajos para que “lo evangelicen” en su credo.
Hans Küng, teólogo que participó en el Concilio Vaticano II y que actualmente está vetado
por la Iglesia, ha sostenido que la Iglesia católica no respeta los derechos humanos y comete
actos de crueldad y de aculturación forzada en sus cruzadas de evangelización, que suponen
que los “otros” son inferiores y necesitan ser sacados del error y adoptar la religión “correcta”.
Para profundizar en este asunto, ver Schleichert, H., Cómo discutir con un fundamentalista sin
126
Habermas cree que todo aquel —yo incluso— que se mete en un argumento cual-
quiera está “inevitablemente suponiendo” “el discurso universal de una comunidad
de interpretación ilimitada”. Dice: “aún en el caso de que tales presuposiciones [las
presuposiciones de la comunicación] tengan un contenido ideal que sólo puede ser
realizado de forma aproximada, de facto, cualquier participante que afirme o niegue
la verdad de una afirmación y desee tomar parte en la argumentación que tiene por
objeto justificar tal pretensión de validez estará obligado a aceptarlas”.283
Rorty muestra mediante varios ejemplos que nadie comete ninguna contra-
dicción performativa.
Si a un intolerante como el que acabo de bosquejar le decimos que está obligado a te-
ner pretensiones de validez que superen su contexto y que tengan por objeto la verdad,
es probable que nos responda que eso es justamente lo que nos está diciendo. Pero,
si le decimos que no puede tener tales pretensiones y, al mismo tiempo, rechazar las
paradojas y personas que rechaza, luego es probable que no nos entienda. Dirá que
aquellos que proponen semejantes paradojas están demasiado locos como para discu-
tir con ellos o discutirles nada, que las mujeres tienen una visión distorsionada de la
realidad y cosas por el estilo. Pensará que es irracional o inmoral, o las dos cosas al
mismo tiempo, tomarse en serio tales paradojas.284
El punto de vista de Rorty ante las dificultades que afronta la noción de con-
tradicción performativa es simplemente afirmar que lo que el intolerante y él de-
ben hacer cuando, supuestamente, han violado una condición de la comunicación
es, simplemente, discutir el significado de los términos “argumento”, “razón”,
“interrogación”, “verdadero” que se utilizan y que dan lugar a las llamadas con-
tradicciones performativas. Bajo el supuesto de que convenciese a su oponente,
Rorty afirma que su contrincante se lamentaría de su escasa imaginación y curio-
sidad, pero no de haber sido consciente de sus propios presupuestos pragmáticos
que impedían una mejor comunicación.
perder la razón, Madrid, Siglo XXI, 2004. Recomiendo la lectura del capítulo nueve, donde se
introduce el concepto de “risa subversiva”, pues, como sabemos, la risa es más poderosa que mil
silogismos.
283 Rorty, R., Consecuencias del pragmatismo, Madrid, Tecnos, 1996, pp. 97-98.
284 Ibid., pp. 98-99.
127
285 Esta afirmación es lo que he llamado argumento humeano en contra del universalismo.
286 Rorty, R., Consecuencias del pragmatismo, Madrid, Tecnos, 1996, p. 114.
128
eso, no podemos “desear creer”, o sea, creer lo que nos gusta independientemente
de qué otras cosas creamos. Por esa razón, nos es tan difícil mantener las creen-
cias religiosas en un compartimiento separado del de las científicas y también por
ello nos cuesta tanto aislar el respeto por las instituciones democráticas del menos-
precio hacia muchos (incluso la mayoría) de nuestros conciudadanos (en tanto que
votantes).287
Lo que Davidson quiere decir es que la única clase de filósofo que podría tomarse en
serio la idea de que la verdad es relativa a un contexto, y en particular, a una elección
entre comunidades humanas, es la de aquel que cree que “estar en contacto con una
comunidad humana” es opuesto a “contacto con la realidad”. La idea de Davidson de
que no puede haber lenguaje sin triangulación apunta precisamente a la imposibilidad
de trazar esa oposición. No es posible tener lenguaje o creencias sin estar en contacto
con ambas cosas, con una comunidad humana y una realidad no humana. No existe
ninguna posibilidad de acuerdo sin verdad, ni de verdad sin acuerdo.289
129
Davidson, por el contrario, opina que cualquier comunidad de justificación sirve para
convertir a alguien en usuario del lenguaje o creyente, sin importar lo “distorsionada”
que Apel y Habermas puedan considerar la comunicación de esa comunidad. Desde
el punto de vista de Davidson, la filosofía del lenguaje se agota antes de llegar a los
imperativos morales que conforman la ética discursiva de Apel y Habermas.291
En términos más simples, no es posible justificar una ética del discurso ape-
lando a condiciones de posibilidad de uso del lenguaje que permitan hablar de
pretensiones de validez universal. Si dichas condiciones son opcionales, también
lo será su uso en el terreno de lo ético. Por lo cual no necesitamos de ningún tipo
de presuposición trascendental a la hora de justificar juicios morales o normas
morales, pues toda justificación es irremediablemente etnocéntrica. Por el con-
trario, Habermas insiste en exigir justificación para prácticas que sólo hallan su
justificación en sí mismas: no hay una manera no circular de justificar el prag-
matismo moral.
Por tanto, el conocimiento de otras mentes y el conocimiento del mundo dependen el uno del
otro; ninguno es posible sin el otro”. Davidson, D., Subjetivo, intersubjetivo y objetivo, Madrid,
Cátedra, 2003, pp. 290-291.
290 Rorty, R, El pragmatismo, una versión, Barcelona, Ariel, 2000, p. 118.
291 Ibid.
292 Ibid., pp. 118-119.
130
Como yo lo veo, sin embargo, lo que estos dos filósofos hacen es inferir incorrecta-
mente de “no podemos utilizar un lenguaje sin invocar un consenso en el interior de
una comunidad de otros usuarios del lenguaje” la tesis de que “no podemos utilizar
consistentemente un lenguaje sin extender antes esa comunidad a todos los usuarios
del lenguaje”.
Esta inferencia es incorrecta, creo. Para mí, sólo la curiosidad puede realizar el papel
que Aristóteles, Peirce, Apel y Habermas han asignado al deseo de conocimiento (y de
verdad). Empleo este término para designar el afán de expandir los horizontes de inves-
tigación que uno tiene […] a fin de abarcar nuevos datos, hipótesis, terminologías, etc.
Semejante afán hace subir al mismo tren al cosmopolitismo y a la política democrática.
Cuanta más curiosidad tengamos, más interés vamos a mostrar por hablar con extraños
infieles y con cualquier otra persona que pretenda saber algo que no sabemos, que pre-
tenda estar en posición de ideas que a nosotros jamás se nos ocurrieron.293
131
Las palabras en las que Putnam se dirige a Rorty cuando lo acusa de relativista
corresponden a la primera concepción del relativismo, es decir, aquella que claramen-
te se autorrefuta; pues si el relativismo afirma que cualquier verdad es tan buena como
la otra, ¿por qué ha de ser verdadero el relativismo? Si lo que afirma el relativismo
es que todos pueden tener la razón, en el fondo, está suponiendo que nadie la tiene.
Obviamente, Rorty no sostiene semejante contrasentido, sino que se inclina por dis-
tinguir entre relativismo y etnocentrismo, distinción que Putnam no parece tener en
cuenta o, por lo menos, la hace equivalente a que la verdad es relativa al contexto de
justificación. Más adelante, Rorty presenta uno de los mejores argumentos a favor de
su posición etnocentrista como distinta a un relativismo trivial. Al respecto, afirma:
295 Rorty, R., Objetividad, relativismo y verdad, Barcelona, Paidós, 1996, p. 42.
132
Sin embargo, no está claro por qué debe considerarse “relativista” un término adecua-
do para la tercera concepción etnocéntrica, la que suscribe el pragmatista. Pues éste
no defiende una teoría positiva según la cual algo es relativo a una cosa. En cambio,
defiende la idea puramente negativa de que debemos desechar la distinción tradicional
entre conocimiento y opinión, concebidos como la distinción entre verdad como co-
rrespondencia con la realidad y verdad como término recomendatorio de las creencias
justificadas.296
Lo que quiere destacar aquí Rorty es que existe una tercera posición entre
el realismo metafísico y el relativismo. Tal posición supone que el pragmatista no
tiene una teoría de la verdad que defender. Simplemente se limita a recordar que
debemos abandonar el léxico platónico-kantiano responsable de dualismos tales
como conocimiento y opinión, que sólo son posibles si yo supongo una noción de
verdad como correspondencia, al más claro estilo platónico. Verdad para Rorty,
en este contexto, sólo significa el uso recomendatorio o de advertencia que con
dicho término se les reconoce a ciertas creencias. Más allá de eso no hay nada
interesante qué decir acerca del término “verdad”. Más adelante, Rorty aclara los
tres usos que él acepta de verdad, fruto de la disolución del problema tradicional
de la verdad y de adoptar una actitud pragmatista: si una discusión filosófica no
tiene una consecuencia práctica, carece de sentido discutir sobre ella.
2) Comprendemos todo lo que hay que conocer sobre la relación de las creencias con
el mundo cuando comprendemos sus relaciones causales con el mundo; nuestro cono-
cimiento de la forma de aplicar los términos como “alrededor de” y “verdadero de” es
un residuo resultante de una explicación “naturalista” de la conducta lingüística.
296 Ibid.
297 Ibid., p. 175.
133
Rorty quiere mostrar con esta definición de pragmatismo que no hay algo así
como una teoría pragmática de la verdad, como muchos han creído erróneamente.
Rorty cree que Davidson ha logrado desarrollar poderosos argumentos en contra
de la noción de verdad como correspondencia y de la noción representacionalista
que hace uso de ella y que da lugar, incluso, a seudopolémicas como los eternos
debates entre realismo y antirrealismo. Lo que es claro es que Rorty es antirre-
presentacionalista, no antirrealista. Sostiene la tesis según la cual las creencias no
representan nada, sino que son causadas por estados del mundo, que nos llevan a
creer y actuar con base en ellas. Rorty reconoce claramente la existencia de una
realidad causalmente independiente, pero no de una realidad en sí independiente
del lenguaje y de nuestros intereses.
La razón por la cual el realista denomina “relativista” a esta tesis negativa es que no
puede creer que alguien pueda negar seriamente que la verdad tenga una naturaleza
intrínseca. Así, cuando el pragmatista afirma que no hay nada que decir sobre la ver-
dad excepto que cada uno de nosotros recomienda como verdaderas aquellas creen-
cias, creer en las cuales considera bueno, el realista tiende a interpretar esto como una
teoría positiva más sobre la naturaleza de la verdad: una teoría según la cual la verdad
es la opinión contemporánea de un individuo o un grupo elegido. Por supuesto, esta
teoría se refutaría a sí misma. Pero el pragmatista no tiene una teoría de la verdad, y
mucho menos una teoría relativista. Como partidario de la solidaridad, su explicación
del valor de la indagación humana en cooperación sólo tiene una base ética, y no
134
Tal argumento parece, a primera vista, una verdad de perogrullo, ello porque
si Sancho Panza no tiene una isla, difícilmente puede ser gobernador de ella. Pero lo
que Rorty está diciendo aquí es mucho más profundo. En primer lugar, porque deja
en claro que cuestionar que “la verdad tenga una naturaleza intrínseca” le parece
una aberración al filósofo realista tradicional, pero eso no demuestra ni que la ver-
dad tenga una naturaleza intrínseca ni que el proyecto filosófico tradicional tenga
sentido. Simplemente se trata de entender que hay que cambiar de tema, y Rorty lo
hace de manera admirable: sustituye la noción objetivista-dualista por una noción
de la objetividad basada en la noción de solidaridad, una noción estrictamente ética.
Con ello pretende superar los enfoques epistemológicos y metafísicos acerca de la
verdad. Si la verdad importa es para hacernos más solidarios, porque solidaridad es
objetividad. Y es objetividad porque surge de un consenso libre y abierto dentro de
mi comunidad. La objetividad puede ser solidaridad porque implica justificarnos
ante los nuestros según el modelo conversacional de verdad.
En segundo lugar, uno puede hablar de la verdad sin tener una teoría acerca
de ella. Simplemente es “verdad” la constatación de un hecho que tiene el aval
de una comunidad de hablantes y no algo de naturaleza metafísica que tenga una
naturaleza en sí misma. Obviamente la verdad no es la opinión de un grupo o
individuos elegidos, algo que sería absolutamente absurdo por su carácter auto-
rrefutatorio. Lo que el pragmatista quiere recordarnos es la inutilidad de buscar el
Santo Grial de la esencia de la verdad.
El pragmatista que dice “la diferencia entre justificación y verdad no marca ninguna
diferencia, excepto por el recordatorio de que la justificación ante un auditorio no
significa la justificación ante otro” —la declaración que puse en su boca al comienzo
de este escrito— aún no ha dicho bastante. Porque hay otra diferencia: la justificación
no reclama un activismo metafísico, mientras que la verdad, tal y como la entiende el
sentido común contemporáneo, representacionista, sí lo hace. El pragmatista lamenta
la prevalencia de esta imagen representacionista, y de las intuiciones “realistas” que
la acompañan, pero no puede deshacerse de estos desgraciados hechos culturales me-
diante análisis más refinados del sentido común contemporáneo. No puede apelar a
premisas neutrales o a creencias ampliamente compartidas.301
300 Rorty, R., Objetividad, relativismo y verdad, Barcelona, Paidós, 1996, pp. 42-43.
301 Rorty, R., Verdad y progreso, Barcelona, Paidós, 2000, p. 60.
135
decir que algo es verdadero. No hay una contrastación entre mis creencias y
una realidad en sí misma. ¿Cómo explicarle a una persona creyente la verdad
del ateísmo? ¿Cómo explicarle a alguien una verdad por fuera de su contexto de
enunciación?
302 Ibid.
303 Rorty, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2000, pp. 88-89.
136
Rorty se limita a constatar algo que todos sabemos: que el uso que hacemos
de las palabras no requiere de un certificado expedido por la Real Academia de la
Lengua, sino que la misma práctica lingüística dentro de una comunidad valida o
invalida su uso al crear un nuevo léxico.
La razón principal de que en nuestro lenguaje exista una palabra como peligro es
advertir a la gente: advertirla de que es imposible que haya previsto todas las conse-
cuencias de las acciones que se propone llevar a cabo. Nosotros los pragmatistas, que
pensamos que las creencias son hábitos de acción, creemos que el uso de advertencia
de la palabra “verdadero”, en vez de intentos de corresponder a la realidad, lo que
simboliza es un tipo especial de peligro. La utilizamos para recordarnos a nosotros
mismos de que otra gente, en circunstancias distintas —gente enfrentándose a au-
diencias futuras—, podría ser incapaz de justificar la creencia que hasta ahora hemos
justificado con éxito ante todas las audiencias con las que nos hemos encontrado.304
[…] comparto sin ninguna reserva lo que Putnam dice en los siguientes pasajes:
304 Ibid.
137
II. “[Deberíamos] aceptar el puesto que en cualquier caso estamos condenados a ocu-
par, el puesto de unos seres que no pueden tener una visión del mundo que no refleje
sus intereses y valores, pero que, pese a todo, están abocados a considerar algunas de
esas visiones del mundo —y, para el caso, algunos intereses y valores— como mejores
que otras”.
III. “Lo que Quine denominó ‘la indeterminación de la traducción’ se debería ver
más bien como la ‘relatividad de la traducción a los intereses’. ‘[R]elatividad a los
intereses’ se contrapone a absolutez, no a objetividad. Puede ser objetivo el que una
interpretación o una explicación sea la correcta, dados los intereses que son relevantes
en el contexto”.
IV. “Creo que el núcleo del pragmatismo —el de James y Dewey, si no el de Peirce—
fue la insistencia en la supremacía del punto de vista del agente. Si encontramos que
no tenemos más remedio que adoptar un cierto punto de vista, usar un determinado
‘sistema conceptual’, cuando estamos inmersos en la actividad práctica, en la mis-
ma acepción de ‘actividad práctica’, entonces no debemos hacer al mismo tiempo
la afirmación de que ése no es verdaderamente ‘el modo en que las cosas son en sí
mismas’”.
V. “Decir, como a veces hace [Bernard] William, que el concepto mismo de conoci-
miento exige la convergencia hacia una gran imagen es puro dogmatismo. Es el caso,
ciertamente, que el conocimiento ético no puede reclamar absolutez; pero eso es por-
que la noción de absolutez es incoherente”.305
Rorty reconoce con Putnam que debemos librarnos de tener una visión del
mundo desde ninguna parte (la visión del punto de vista de Dios). Esto supone
admitir que conocer implica, necesariamente, actuar de acuerdo con unos valores
o con unos intereses. Rorty observa que parte de las críticas de Putnam suponen
una burla de él hacia ciertos problemas que Putnam considera vitales306 pero que,
como vimos, puede que no admitan respuesta, y aun así son importantes en la
vida de los seres humanos. Pero considera que Putnam le da demasiada trascen-
dencia a la idea de Stanley Cavell según la cual “las ilusiones que alimentan la
filosofía son ilusiones que pertenecen a la vida de la naturaleza humana”.
305 Rorty, R., Verdad y progreso, Barcelona, Paidós, 2000, pp. 63-64.
306 “Cuando él [Rorty] rechaza una controversia filosófica, por ejemplo, la controversia ‘realismo/
antirrealismo’ o la controversia ‘emotivo/cognitivo’, su rechazo se expresa en un tono de voz
carnapiano, se burla de la controversia”. Putnam, H., Realism with a Human Face, p. 20.
138
Por “darwinismo” entiendo un relato sobre seres humanos y animales con órganos y
capacidades específicos (por ejemplo, ciertos rasgos de la garganta, la mano y el cere-
bro que permiten a los humanos coordinar sus acciones enviándose signos y sonidos
del uno al otro). Según ese relato, tales órganos y capacidades tienen muchísimo que
ver con quiénes somos y qué queremos, pero no guardan mayor relación representa-
cional con una naturaleza intrínseca de las cosas de la que tienen el hocico del oso
hormiguero o la habilidad tejedora del pinzón. Veo en Dewey al filósofo que ha usado
este relato para empezar a liberarnos de las nociones representacionistas, y en Putnam
y Davidson a los continuadores de esa iniciativa deweyana308.
Lo que saca a relucir Rorty en contra de Putnam es que la evolución nos dotó
de mecanismos para enfrentarnos exitosamente con el entorno, uno de los cuales
es la capacidad de tener creencias. Pero las creencias no son, como piensa Put-
nam, representaciones de hechos objetivos, sino mecanismos de los que se sirve
la mente para interpretar y enfrentarse a la realidad. Una creencia es más parecida
al pulgar oponible que a una representación. Las causas de nuestras creencias pro-
vienen de objetos que nos impactan físicamente pero que no representan a dichos
objetos. La relación es meramente causal.
139
con ellas, de la teoría de la verdad como correspondencia, pues es la idea de que hay
representaciones lo que engendra pensamientos relativistas”.309
309 Ibid.
310 Ver “Fisicalismo no reductivo”, en Rorty, R., Objetividad, relativismo y verdad.
311 Rorty, R., Verdad y progreso. Paidós, Barcelona, 2000, p. 70.
312 Ver la interesante discusión entre Searle y Dennett acerca del naturalismo, en Dennett, D., La
peligrosa idea de Darwin, Madrid, Círculo de Lectores, 1999. La expresión “gancho celeste” la
utiliza Dennett para referirse a algún tipo de explicación no natural que apele a hechos ajenos a
la experiencia científica. Para Searle la razón no es naturalizable.
140
Putnam pone allí como ejemplo de “una explicación naturalista de la razón” la “ape-
lación a la evolución darwiniana”. Lo que tiene en mente es la idea de que estamos
hechos por la evolución de tal modo que somos capaces de rastrear la verdad, que
la naturaleza ha tenido la habilidad de fabricar un organismo que la representa con
exactitud, por oposición al mero enfrentarse a ella hábilmente. Putnam descarta esta
idea por las mismas razones (otra vez las tesis I-V) que yo daría. El sentido en que yo
empleo “darwiniano” no tiene nada que ver con la noción de rastrear la verdad ni con
la de alcanzar alguna meta que la naturaleza nos haya fijado.313
Rorty afirma que gustosamente acepta los principios tres y cinco de la lista
que Putnam mismo le propone.314 Aclara, empero, que no acepta, como Putnam
supone injustificadamente, que estaría en desacuerdo con el principio uno. Es
interesante la respuesta de Rorty porque en el principio uno está encerrada casi
toda la discusión en su contra: su pretendido relativismo. En este sentido, Rorty
es consciente del alcance de la tesis uno, y por ello debe dejar muy en claro en qué
está de acuerdo y en qué no está de acuerdo con Putnam:
No tengo ningún problema con 3-5, pero Putnam dice que estoy “con certeza en des-
acuerdo” con 1. No estoy seguro de si lo estoy o no, y estoy igualmente inseguro
respecto a 2. En cuanto a 1, ciertamente estoy de acuerdo en que normalmente tan
“objetivo” es (en el sentido de “objetivo” que Putnam —más arriba, en III— distingue
de “absoluto”) que S tenga o no garantías para afirmar p, como que S sea o no calvo.
Esto es así porque considero la garantía como una cuestión sociológica, la cual se debe
determinar observando cómo reciben los iguales de S su enunciado.315
141
¿Podría S tener todavía garantías para afirmar p? Sólo si hubiera alguna manera de
determinar la garantía de sub especie aeternitatis, algún orden natural de las razones
que determinara, completamente al margen de las capacidades de S para justificar p
ante quienes lo rodean, si realmente está justificado en sostener p. No veo cómo po-
dría reconciliarse el postulado de que existe este tipo no sociológico de justificación
con la tesis I-V.316
Dicha imposibilidad de reconciliación tiene que ver con que exista algo así
como un orden extracontextual, natural de las susodichas razones. En términos
de Michael Williams, las relaciones de prioridad epistémica independientes de
contexto.317 Suponiendo que p sea verdadero, las cosas no van mejor; pues, p ¿es-
taría garantizado? Según Rorty, para que lo esté, Putnam tiene que hacer coinci-
dir “garantizado” con “verdadero”, lo cual significa que tenemos que hacer lo im-
posible: hacer coincidir una supuesta pretensión cuyo apoyo procede del examen
de la conducta de los iguales a S, con una pretensión para cual dicha conducta se
torna irrelevante. Un verdadero contrasentido.
Rorty se queja de que en la discusión de los cinco principios Putnam lo tome
por un relativista. Rorty no puede sino estar de acuerdo con la siguiente aprecia-
ción: “El relativismo, exactamente igual que el realismo, supone que uno puede
estar situado al mismo tiempo dentro y fuera del propio lenguaje”.318 Aunque
142
está de acuerdo sobre este punto, a Rorty le resulta desconcertante que Putnam
dirija su observación a su posición etnocentrista, que claramente se distingue del
relativismo.319
Pero la queja más sentida de Putnam se relaciona con el quinto principio rortiano.
Putnam sostiene que
319 “[…] no hay verdad en el relativismo, pero sí en el etnocentrismo: no podemos justificar nuestras
creencias (en física, en ética, o en cualquier otro ámbito) ante cualquiera, sino sólo ante aquellos
cuyas creencias coinciden con las nuestras en cierta medida.” Rorty, R., Objetividad, relativismo
y verdad, Barcelona, Paidós, 1996, p. 52, nota 13.
320 Rorty, R., Verdad y progreso. Barcelona, Paidós, 2000, p. 73.
321 Penelas, F., “Explicación contextualista y ratificación etnocéntrica de los criterios de justificación”,
en Hoyos, L., Relativismo y racionalidad, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2005, p.
373.
143
144
No puedo, en efecto apelar a una tal materia objetiva más de lo que una especie animal
en peligro de perder su nicho ecológico frente a otra, enfrentándose con ello a la extin-
ción, puede encontrar una materia objetiva para saldar la cuestión de qué especie tiene
derecho a ese nicho. Pero hasta donde se me alcanza, Putnam tampoco puede.323
Pero, ¿por qué no puede Putnam? Porque sencillamente está atrapado en-
tre la tesis V, según la cual la investigación está guiada por la convergencia en
la verdad, y la idea de que la verdad es aceptabilidad racional idealizada. Es
precisamente esto último el antídoto contra el supuesto relativismo de Rorty y
que Putnam nuevamente invoca en Realism with a Human Face.324 Justamente
ante esto Rorty objeta de manera contundente: “Pero no veo qué puede significar
“aceptabilidad racional idealizada” salvo “aceptabilidad racional para una comu-
nidad ideal”.325
El comentario de Rorty ratifica el círculo infernal en el que se halla inmerso
Putnam, que aclara enormemente la propuesta rortiana de por qué etnocentrismo
no es relativismo, ni tampoco una forma disfrazada de dogmatismo. De ahí la
importancia del liberalismo que, al ser etnocéntrico, no lo es porque, en tanto se
es un liberal incluyente, siempre se está abierto a la contingencia y al diálogo con
otros.326 Rorty continúa:
Ni veo cómo, dado que ninguna comunidad tal va a tener un punto de vista del ojo
de Dios, no puede ser otra cosa que nosotros tal como nos gustaría ser. Ni veo tam-
poco qué puede significar “nosotros” excepto: nosotros los educados, sofisticados,
323 Rorty, R., Verdad y progreso. Barcelona, Paidós, 2000, p. 73. El énfasis es mío.
324 Ibid., p. 41.
325 Ibid., p. 74.
326 Según Barry Allen, “nuestro etnocentrismo (el de una comunidad democrática) es diferente al de
todos los demás. Cuando nosotros somos etnocéntricos, no somos etnocéntricos. Cuando somos
fieles a nuestras tradiciones, estamos atentos a otras tradiciones; cuando estamos interesados en
nosotros mismos, estamos interesados en lo que es nuevo y diferente, felices de acomodarnos
(lo más que nos sea posible) y aprender de ello”. Allen, B., “What Was Epistemology?”, en
R., Brandom (ed.), Rorty and His Critics, Oxford, Blackwell, 2000, p. 224. A primera vista la
afirmación de Allen parece una contradicción en los términos, pero si se lee cuidadosamente,
no lo es. Ser liberal es estar abierto a todas las tradiciones y a dialogar con ellas. Si mi etnos
es liberal, obviamente, según el argumento de Rorty, habré sido indoctrinado según los valores
liberales, situación de la cual no puedo escapar. En ese sentido, el liberalismo no sería una
posición neutral, pues defiende un cuerpo de creencias y valores determinados, uno de los cuales,
precisamente, es ser incluyente y estar dispuesto a escuchar nuevas ideas que puedan modificar
el mundo. De ahí que, si soy liberal y soy etnocentrista, muestro que no hay contradicción entre
etnocentrismo y liberalismo, pues soy capaz de escuchar las ideas o proyectos más extravagantes
que se le puedan ocurrir a alguien. Por ejemplo, durante la esclavitud, quienes sostenían que los
miembros de la raza negra tenían derechos, pues eran seres humanos, debió de parecer una idea
francamente absurda.
145
tolerantes, tibios liberales, la gente que siempre está dispuesta a escuchar a la otra
parte, a meditar sobre las implicaciones, etc. La clase de gente, en dos palabras, que
tanto Putnam como yo esperamos, en la mejor versión de nosotros mismos, ser. Esta
identificación de “aceptabilidad racional idealizada” con “aceptabilidad para la mejor
versión de nosotros mismos” era justamente lo que yo tenía en mente al decir que los
pragmatistas deberían ser etnocentristas más bien que relativistas.327
Así pues, “una materia objetiva respecto de si p es una aserción garantizada” no puede
significar nada más que “una materia objetiva respecto de nuestra capacidad de sen-
tirnos solidarios con una comunidad que ve a p como garantizada”.328
Sartre no debería haber dicho que el fascismo “será la verdad humana”. No existe
tal cosa. Lo que debería haber dicho es que la verdad […] podría olvidarse, volverse
invisible, perderse; y tanto peor para nosotros. “Nosotros” no significa aquí “nosotros
los humanos” (porque los nazis también son humanos). Significa algo así como “No-
sotros los tolerantes y tibios liberales”.329
146
Para Rorty es claro que las tesis I-V 330 encarnan una forma de antiabsolutis-
mo que permite afirmar que nuestros estándares son mejores que los estándares
de los nazis, lo cual hace posible que seamos mejores versiones de nosotros mis-
mos. En el caso de los nazis, Rorty se pregunta:
¿”Reconocerlos como versiones mejores de nosotros mismos” exige que los reconoz-
camos como personas que aún coinciden con nosotros en el punto central que está en
cuestión (esto es, el racismo)? No. Lo que significa es: reconocerlos como personas
que han llegado a poseer creencias distintas a las nuestras mediante un proceso que
nosotros, según nuestra actual idea de la diferencia entre persuasión racional y fuerza,
consideramos como persuasión racional.331
147
¿Significa esto que tenemos que dejar abierta la posibilidad de que podamos conver-
tirnos en nazis mediante un proceso de persuasión racional? Sí. Ello no representa
mayor peligro que dejar abierta la posibilidad de que podamos volver a una cosmolo-
gía aristotélico-ptolemaica mediante un proceso de persuasión racional. Ninguna de
estas dos posibilidades resulta muy plausible, pero clausurar alguna de ellas es parte
—como la ACLU [Unión Americana para las Libertades Civiles] sigue recordándo-
nos— de lo que queremos decir con “intolerancia”.333
148
Davidson ha argumentado, en artículos que cubren un periodo de veinte años, que tan
pronto adoptemos la distinción “esquema-contenido” —la distinción entre realidades
determinadas y un conjunto de palabras o conceptos que pueden ser o no “adecuados”
a ellos— nos encontraremos innecesariamente enredados en la cuestión relativismo
versus absolutismo —es decir, de si nuestro conocimiento es meramente “relativo” a
lo que Williams llama “nuestra perspectiva y sus peculiaridades” o si está en contacto
con lo que Lewis llama “la identidad y diferencia objetivas en la naturaleza”—. Por
ello nos invita a rechazar esta distinción, y con ella, que las creencias representan un
contenido según las convenciones de un esquema.336
336 Rorty, R., Objetividad, relativismo y verdad, Barcelona, Paidós, 1996, p. 25.
149
ben ser rechazados. Tal estrategia argumentativa en contra del tercer dogma del
empirismo, aplicada al terreno moral, despeja casi toda duda sobre la acusación
a Rorty de ser un relativista moral metaético. Dado el argumento anterior, no lo
puede ser. Lo que Rorty está defendiendo es la posibilidad de que haya una socie-
dad más pluralista y abierta que acepte que no existen concepciones absolutas de
la moral, de la vida buena o de la virtud. Lo que tenemos entre manos es simple-
mente una sociedad pluralista que debe respetar profundamente el ámbito privado
y distinguirlo tajantemente del ámbito de lo público. Hay que ser críticos con
algunas variedades del realismo moral (Putnam y Habermas) que presentan toda-
vía rasgos de la tradición platónico-kantiana que Rorty condena: no distinguen el
ámbito privado del público. Sacrifican la libertad en nombre de la verdad.
El segundo argumento tiene que ver con un aspecto que, a mi modo de ver, no ha
sido suficientemente destacado de la filosofía de Rorty, pese a haber sido formu-
lado tempranamente en Ensayos sobre Heidegger y otros pensadores contempo-
ráneos. El argumento vale tanto para Habermas como para Putnam, pues pone
en entredicho las dificultades implícitas en postular condiciones ideales de justi-
ficación o discurso (entes de tipo A). El problema lo plantea el mismo Putnam en
un texto ya citado en el capítulo 2, en el que se pregunta de qué manera captamos
esas condiciones ideales, pues a primera vista resulta aporética la manera en que
dicha captación o aprehensión se haría. El argumento de Rorty es el siguiente, y
nos introduce en la problemática de la validez de la argumentación trascendental,
vital a la hora de pronunciarse sobre la acusación en contra de Rorty de ser un
relativista:
Llamemos a los entes de nivel inferior, aquellos que necesitan estar relacionados para
estar disponibles, entes del tipo B. Estos entes precisan relaciones pero no pueden
relacionarse ellos mismos, precisan contextualización pero ellos mismos no pueden
contextualizarse ni explicarse. Las formas platónicas, las categorías kantianas y los
objetos lógicos de Russell son ejemplos de lo que llamaré entes del tipo A. Estos entes
contextualizan y explican pero no pueden ni contextualizarse ni explicarse, so pena
de un regreso al infinito.337
337 Rorty, R., Ensayos sobre Heidegger y otros pensadores contemporáneos, Barcelona, Paidós,
1993, pp. 85-86.
150
infinito de las razones, en una especie de fundamentos últimos que gozan de una
estatus especial: no son entes o condiciones empíricos.
Este dilema es conocido en teología: si Dios puede ser causa sui ¿por qué no debería
existir el mundo? ¿Por qué no identificar simplemente a Dios y naturaleza, como hizo
Spinoza? Todos los entes de tipo A, todos los explicadores no explicados, se encuen-
tran en la misma situación que un Dios trascendente. Si tenemos derecho a creer en
ellos sin relacionarlos con algo que condicione su existencia, cognoscibilidad o des-
cribibilidad, hemos falseado nuestra afirmación inicial de que la disponibilidad exige
la relación con otra cosa que los propios seres que se relacionan. Hemos abierto así
la cuestión de por qué llegamos a pensar que la disponibilidad o existencia planteaba
algún problema. Con ello hemos puesto en cuestión la necesidad de la filosofía, en
tanto en cuanto se identifica a ésta con el estudio de las condiciones de disponibilidad
(existencia).
Voy a definir el “naturalismo” como la concepción de que cualquier cosa podía ha-
ber sido de otro modo, de que no puede haber condiciones incondicionadas. Los natu-
ralistas creen que toda explicación es una explicación causal de lo real, y que no existe
nada semejante a una condición de posibilidad no causal. Si concebimos la filosofía
como la búsqueda de lo apodíctico, de verdades cuya verdad no precise explicación,
convertimos la filosofía en inherentemente antinaturalista y debemos convenir con
338 Ibid.
151
Esclarecer las condiciones de posibilidad del conocer (de lo que puede ser pensado vá-
lidamente), y en consecuencia, fijar los límites dentro de los cuales el conocimiento
339 Ibid.
152
puede producirse realmente; esta tarea supone llevar a cabo un proceso sistemático de
indagación que muestra, entre otros, los siguientes rasgos: a) la indagación consiste en
la reflexión del pensamiento acerca de sus propios elementos, operaciones y estructura,
“deducidos” con total independencia de factores empíricos; b) este planteo determina
que la fijación de los límites del conocimiento no se efectuará externamente (procedi-
miento impracticable y/o teóricamente irrelevante), sino desde dentro, esto es, a partir de
las propias condiciones de posibilidad del conocer; c) si bien dicho planteo presupone las
condiciones efectivas de nuestros procesos de pensamiento no depende, por su naturale-
za, de ellas y esto implica que las conclusiones a las que se arriba no están condicionadas
por factores genéticos, psicológicos, históricos y/o sociológicos.340
340 Rabossi, E., “El Tractatus y la filosofía crítica”, Revista Latinoamericana de Filosofía, Vol. I, Nº
2, julio de 1975.
153
Si nos fijamos bien, ambos cumplen con los requisitos que estipula Rabossi.
En primer lugar, buscan verdades a priori acerca del lenguaje, es decir, con inde-
pendencia de lo fáctico. En segundo lugar, los dos buscan verdades trascendenta-
les que no presupongan ninguna metafísica trasnochada, y por ello rechazan la di-
cotomía mundo en sí y lenguaje, verdad como correspondencia con una cosa en sí
y la forma clásica de representacionalismo que nace de separar lenguaje-mundo.
Están en contra del realismo metafísico, de la verdad como correspondencia y del
representacionalismo cartesiano.
Lo anterior garantiza verdades objetivas que “no están condicionadas por
factores genéticos, psicológicos, históricos y/o sociológicos”. En consecuencia,
Putnam y Habermas son “antinaturalistas” que creen firmemente que la meta de
la investigación es la “Verdad”. Son “pluralistas” bajo condiciones “trascenden-
tales”. Son “universalistas igualitaristas” que defienden ideales “democráticos”
y “pluralistas”. Y todo ello por obra y gracia de la argumentación trascendental.
Pero ambos pensadores han ido rebajando con el tiempo sus pretensiones trascen-
dentalistas. En el caso de Putnam, es un hecho demasiado obvio. Sólo basta leer
las siguientes líneas para percatarnos de que hemos perdido a un filósofo trascen-
dental más, gracias a la influencia de Wittgenstein.
341 Putnam, H., La trenza de tres cabos, Madrid, Siglo XXI, 2001, p. 82.
342 Ibid., p. 83. Los énfasis son míos.
154
Sobran los comentarios. Este texto lo pudo haber escrito Rorty: de hecho,
es un texto que ha escrito muchas veces. Me gustaría imaginar que los textos de
Rorty y sus persuasivos argumentos lograron esta conversión de Putnam. Incluso
hay autores que ven a Putnam como un pensador posmoderno más. Por ejemplo,
Harvier Cormier se pregunta si Putnam es posmoderno a pesar de sí mismo, y
concluye que “El pragmatismo siempre ha tenido una importancia posmoderna
desde sus inicios y hay razones para pensar que Putnam es mucho más pragma-
tista y, por lo tanto, más posmoderno de lo que él reconoce”.343
En el caso de Habermas, su giro pragmático es significativo. Ha tenido
en él poderosas influencias en que, como hemos visto a lo largo del capítulo 3,
insiste cada vez menos en hallar condiciones trascendentales cognitivas para
fundamentar la moral, pues reconoce la fragilidad de sus logros en esta materia.
Por eso “[…] en los últimos años Habermas se ha movido de este enfoque hacia
uno fundado en una análisis de la acción social y los actos de habla”.344 De he-
cho, el remanente de trascendentalismo que le queda en sus arcas racionalistas
ha hecho que “[…] El argumento pragmático-trascendental, tiene la pretensión,
según Habermas, de ser ante todo ‘terapéutico’: está destinado a disolver algu-
nas de las confusiones conceptuales que el escepticismo moral ha inoculado en
las mentes educadas”.345 Es innegable también aquí el tono wittgensteniano al
hablar de una función terapéutica de deshacer entuertos filosóficos, antes que
ponerse a resolver el seudoproblema del escepticismo. La persuasión pragmáti-
ca funciona mejor que una contradicción performativa. Creo que esto también
es un triunfo de Rorty.
Creo haber mostrado que el etnocentrismo de Rorty, por lo menos en la
discusión con Habermas y Putnam,346 no es una forma de relativismo, y creo
que también quedó claro que el naturalismo ni es reduccionista ni acaba con el
modelo intersubjetivo y conversacional de verdad. La filosofía de Rorty es una
defensa del pluralismo con las garantías procedimentales que la democracia libe-
ral ofrece. La propuesta de Rorty es, sin lugar a dudas, una de las mejores salidas
343 Cormier, H., “Hilary Putnam”, en Margolis, J. (ed.), A Companion to Pragmatism, London,
Blackwell, 2002, pp. 188-199.
344 Ibid. “Jurgen Habermas”, en Margolis, J. (ed.), A Companion to Pragmatism, London, Blackwell,
2002, p. 123.
345 Ibid., p. 125.
346 Digo que en el caso de Habermas y Putnam, pues hay muchos críticos de la propuesta rortiana de
construir una ética sin fundamentos, de su modelo conversacional de verdad y de su etnocentrismo.
Vale la pena destacar aquí autores tan importantes como Thomas McCarthy, Susan Haack, Daniel
Dennett, entre otros.
155
Los resultados finales de un trabajo abren nuevas perspectivas. Una vez supera-
da la discusión sobre el tema del relativismo, y perdido el miedo al etnocentris-
mo liberal, Rorty espera que la filosofía dé el giro definitivo: el giro narrativo.
Como quedó dicho en el capítulo 2, la realización plena de la utopía liberal se
da a través del giro narrativo. Incluso Putnam, en su época más trascendenta-
lista, reconoció el valor de la imaginación literaria en la formación de nuestra
conciencia moral.347 En el caso de Rorty la formación y la educación de los sen-
347 Ver Putnam, H., El significado y las ciencias morales, México, UNAM, 1989, cap. 6. Putnam
sostiene en este texto el inmenso valor que tiene la literatura a la hora de discernir la respuesta a
un dilema ético: desarrolla la imaginación para ver más alternativas y constituye el conocimiento
de una posibilidad, tal vez no prevista, que puede cambiar el rumbo de nuestras vidas.
157
timientos morales, y no creo que Habermas discrepe del todo, se dan a través
de la cultura literaria.348
No cabe duda de que los poetas son los verdaderos legisladores de la huma-
nidad. En palabras de Shelley:
[…] un hombre, para ser verdaderamente bueno, debe imaginar de forma intensa y
comprensiva; debe ponerse en el lugar del otro y de muchos otros; y debe sentir como
propias las penas y alegrías de todo el género humano. El gran instrumento del bien
moral es la imaginación, y la poesía [...].349
348 “Pienso que Hume, más que Kant, nos muestra cómo conseguimos que las personas formen grupos
más amplios: esto es apelando al sentimiento y en consecuencia, invitándolas a la identificación
imaginativa […] Rorty, R., “El desafío del relativismo”, en Niznik, Jòsef, Sanders y John (eds.),
Debate sobre la situación de la filosofía, Madrid, Cátedra, 2000.
349 Shelley, P., “Defensa de la poesía”, en El valor de la poesía, Barcelona, Hiperión, 1986, p. 93.
350 Hawthorne hizo una observación similar en sus Cuadernos de apuntes, imaginando la siguiente y
nada delirante fantasía: “Que el género humano sea barrido de la tierra, quedando sus ciudades y
sus obras. Que entonces sea puesta en el mundo otra pareja, dotados de inteligencia natural como
Adán y Eva, pero ignorantes de sus predecesores y de su propia índole o destino. Describirlos,
acaso como adquiriendo este conocimiento gracias a la simpatía que sienten hacia lo que ven, y a
sus propios sentimientos”. Hawthorne, N., El holocausto del mundo, Bogotá, Norma, 1990, p. 31.
Creo que las obras literarias de Hawthorne son una fuente inagotable sobre cómo la imaginación
literaria es la condición para desarrollar y educar los sentimientos morales. Quien lea sus cuentos
y La letra escarlata no puede dejar de sentir el valor y la honestidad intelectual con los que fueron
escritos, en una época que requería de un nuevo léxico moral.
351 Ver su visionario ensayo, Rorty, R., “Philosophy as Transitional Genre”, en Philosophy as
Cultural Politics, New York, Cambridge, 2007.
158
352 Son notables los trabajos sobre la relación filosofía-literatura de Martha Nussbaum. Ver
Justicia poética, La fragilidad del bien, El cultivo de la humanidad y El conocimiento del
amor. También, las valiosas reflexiones de Úrsula Wolf sobre el arte y la vida buena, en La
filosofía y la cuestión de la vida buena, y las agudas observaciones de Agnes Heller sobre los
sentimientos morales y la justicia, en Teoría de los sentimientos y en Más allá de la justicia, y
las obras de muchos pensadores más, como Camus, Sartre y Steiner, quienes se han dedicado
denodadamente a mostrar el papel vital que la imaginación poética tiene para imaginar y
configurar moralmente un mundo mejor. Incluso después de Kant, Schiller imaginó la primera
utopía esteticista en Cartas sobre la educación estética del hombre. Ya Hume había mostrado
el papel del cultivo de los sentimientos morales en la construcción de una sociedad tolerante.
El arte es virtud.
159
353 Para ahondar más en el tema de la relación entre la filosofía y la literatura en Rorty, ver New, C.,
Philosophy of Literature: An Introduction. London, Routledge, 1999; Horton, J. (ed.), Literature
and the Political Imagination, London, Routledge, 1999; Haworth, A., Free Speech, London,
Routledge, 1998; Reeves, Ch., “Deconstruction, Language, Motive: Rortian Pragmatism and the
Uses of ‘Literature’”, The Journal of Aesthetics and Art Criticism, Vol. 44., Nº 4, verano, 1986,
pp. 351-356; Jacobs, R., “Romance, Irony, and Solidarity”, American Sociological Association,
1722 N Street, Washington, DC 20036; Malpas, J., “Holism, Realism, and Truth; How To Be
an Anti-Relativist and Not Give Up on Heidegger (or Davidson) —A Debate with Cristopher
Norris”. International Journal of Philosophical Studies, Taylor & Francis Ltd, 2004; Weston, M.,
Philosophy, Literature and the Human Good, London, Routledge, 2001; Hostetler, K., “Rorty
and Collaborative Inquiry in Education: Consensus, Conflict, and Conversation”, Educational
Theory, Vol. 42, Nº 3, pp. 285-298; Alexander, M., “John Dewey and the Moral Imagination:
Beyond Putnam and Rorty towards a Postmodern Ethics”, Transactions of the Charles S. Peirce
Society, Vol. XXIX, Nº 3, verano, 1993.
160
Bajo igual calamidad nos doblamos todos: que hemos olvidado todos nuestros nom-
bres, que hemos olvidado quiénes somos en realidad. Todo eso que llamamos sentido
común, racionalidad, sentido práctico, y positivismo, sólo quiere decir que, para
ciertos aspectos muertos de la vida, olvidamos que hemos olvidado. Y todo lo que se
llama espíritu, arte o éxtasis, sólo significa que, en horas terribles, somos capaces de
recordar que hemos olvidado.
Ortodoxia
Gilbert K. Chesterton
Borges soñó alguna vez la fábula, absurdamente humana, de un hombre que de-
dicó veinte años de su vida a aprender el arte de matar dragones, pero que nunca
se preguntó si éstos, en realidad, existían. Kant mismo reconoció que la fuente
de nuestras ilusiones metafísicas se hallaba en el corazón mismo de nuestra ra-
cionalidad. Siempre perseguiremos dragones y perderemos siglos aprendiendo
el arte de cazarlos. Sólo cuando nos damos cuenta de que la filosofía, en rea-
lidad, es una forma de literatura, es opcional escribir fábulas sobre dragones.
Podemos reescribir nuestro futuro sin solucionar ninguna cuestión metafísica
fundamental. Entonces, y sólo entonces, podemos comenzar por esbozar una
leve sonrisa ante nuestro fracaso: un gran paso en la tradición filosófica oc-
cidental. La verdadera guía de la vida es la probabilidad, y la literatura es la
manera de reinventar el mundo y de reinventarnos dentro de él. Nunca hay un
último relato que sintetice todos los relatos posibles acerca de los destinos hu-
manos. Por eso, necesitamos de la presencia del otro y del diálogo para saber lo
que somos y lo que no somos.
La historia nos ha enseñado que la fuente de casi todos los males es esperar
la redención en la búsqueda de la Verdad absoluta. Esta búsqueda ha produci-
do formas extremas de intolerancia y de fanatismo. El más destacado filósofo
de la Ilustración escocesa, David Hume, nunca fue aceptado como profesor en
ninguna universidad, debido a sus pensamientos en contra del dogmatismo y a
favor de que la función de la filosofía era más sencilla de lo que la tradición nos
había enseñado: la filosofía es sentido común corregido a través del pensamiento
crítico. Para lo cual no se necesita escapar a un cielo platónico para resolver los
161
crear comunidades cada vez más solidarias, más sensibles al dolor ajeno, algo que
se logra a través de la imaginación literaria, más que siguiendo el imperativo ca-
tegórico. Hay que educar nuestros sentimientos, creando una cultura más secular,
tolerante y sensible a la literatura.
En la segunda parte del trabajo, que corresponde al capítulo 2, examina-
mos en detalle las críticas de Habermas y de Putnam a la idea de una ética sin
fundamentos. Ambos autores coinciden en que Rorty disfraza su relativismo
bajo el manto sacro del etnocentrismo. Se mostró que el origen de estas críticas
era el naturalismo sostenido por Rorty, pues ser naturalista significa que lo
que pensamos y creemos, según la lógica darwiniana, no depende de ganchos
celestes, sino que, simplemente, somos animales que desarrollamos el lenguaje
y la moral como una manera de habérnoslas con el entorno y de poder predecir
la conducta de los demás. En la primera parte analizamos las críticas de Ha-
bermas, que se resumen en las tesis de que Rorty no puede diferenciar entre
persuasión y verdad, y que la ética rortiana pierde su carácter dialógico, al estar
profundamente influenciada por el darwinismo, que nos devuelve al dualismo
sujeto-objeto, al convertirnos en seres guiados por la mera racionalidad instru-
mental.
Se vio que tales tesis descansaban en argumentos débiles que presuponían
un momento de validez incondicional que nunca llegaba a darse, y que, por lo
tanto, era imposible caer en las temibles contradicciones performativas, si se tiene
en cuenta que no podemos dar por supuesto que todos los auditorios ante los que
expongamos nuestras verdades saben por anticipado a qué cuestionamientos se
van a ver enfrentados y cómo van a responder a ellos. Esta estrategia fue la que
denominamos argumento neohumeano: no podemos suponer que las estrategias
argumentativas que han funcionado hoy funcionen para todo tiempo y lugar: no
son transcontextuales. Habermas no puede escapar del contextualismo, so pena
de caer en una especie de realismo moral inconsistente con su modelo de ética
dialógica, y la mera aceptación de reglas performativas no asegura que el anhe-
lado momento de incondicionalidad se dé. No hay una ética que conste de princi-
pios universales si no es posible escapar de los diversos contextos de justificación,
apelando a una forma de racionalidad pura. Toda racionalidad se realiza en con-
textos concretos de enunciación.
Putnam comienza su crítica a Rorty, al igual que Habermas, derivando
el relativismo del naturalismo rortiano. Tal naturalismo lleva a Rorty, según
Putnam, a asumir posturas tan absurdas como el solipsismo metodológico, el
escepticismo acerca del mundo externo, llegando al extremo de acusar a Rorty
de defender una teoría del lenguaje privado o un idealismo nominalista. A jui-
cio de Putnam, la verdad es aceptabilidad idealizada, pero Putnam nunca pudo
164
168
AA. VV., Philosophy. A Guide Through the Subjet, New York, Oxford University
Press, p. 557.
Alexander, M. “John Dewey and the Moral Imagination: Beyond Putnam and
Rorty towards a Postmodern Ethics”, Transactions of the Charles S. Peirce
Society, Vol. XXIX, Nº 3, verano, 1993.
Apel, K-O, “¿Autocrítica o autoeliminación de la filosofía?”, en Vattimo, G. (ed.),
Hermenéutica y racionalidad, Bogotá, Norma, 1994.
Arenas, L. et al. (eds.), El desafío del relativismo, Madrid, Trotta, 1997.
Baghramian, M., Relativism, London, Routledge, 2004.
Bauman, Z., Ética postmoderna, Buenos Aires, Siglo XXI, 2001.
Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, México, FCE, 1983.
Berlin, “La decadencia de las ideas utópicas en Occidente”, en El fuste torcido de
la humanidad, Barcelona, Península, 2002.
Blackburn, S., Ruling Passions, Oxford, Clarendon Press, 1988.
, Essays on Quasi-Realism, New York and Oxford, Oxford University
Press, 1993.
Bouma-Prediger, S., “Rorty’s Pragmatism and Gadamer’s Hermeneutics”, Journal
of the American Academy of Religion, Vol. 57, Nº 2, verano, 1989.
Brandom, R., (ed.), Rorty and His Critics, Oxford, Blackwell, 2000.
Brandt, R., Teoría ética, Madrid, Alianza, 1982.
Camus, A., El hombre rebelde, Buenos Aires, Losada, 1985.
Carnap, R., “Filosofía y sintaxis lógica”, en Muguerza, J. (comp.), La concepción
analítica de la filosofía, Madrid, Alianza, 1981.
Castañeda, F., Durán, V. y Hoyos, L., Immanuel Kant: vigencia de la filosofía
crítica, Bogotá, Siglo del Hombre, Universidad Nacional, Universidad de los
Andes y Universidad Javeriana, 2007.
169
Clark, P. y Hale, B. (eds.), Reading Putnam. Oxford, U.K., and Cambridge, Mass.,
Blackwell, 1994.
Corman, J., Pappas, G. y Lehrer, K. Problemas y argumentos filosóficos. México,
UNAM, 1990.
Cormier, H., “Hilary Putnam”, en Margolis, J. (ed.), A Companion to Pragmatism,
London, Blackwell, 2002.
Davidson, D., De la verdad y de la interpretación, Barcelona, Gedisa, 1990.
, Ensayos sobre acciones, eventos y sucesos, Barcelona, Crítica,
1995.
, Problems of Rationality, Oxford, Oxford University Press, 1998.
, Subjetivo, intersubjetivo y objetivo, Madrid, Cátedra, 2003.
Dennett, D., La peligrosa idea de Darwin, Madrid, Círculo de Lectores, 1999.
Derrida, J., “La loi du genre”, en Parages, Paris, Galiée, 1986.
Devitt, M., Realism and Truth, New Jersey, Princeton University Press, 1991.
Devitt, M. y Serelny, K., Language and Reality, Cambridge, Mass., MIT Press,
segunda edición, 1999.
Dewey, J., Teoría de la vida moral, México, Herrero Hermanos, 1960.
, La reconstrucción de la filosofía, Barcelona, Planeta-Agostini,
1993.
, “La influencia del darwinismo en filosofía”, en Faerna, Ángel (ed.),
La miseria de la epistemología, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000.
Douven, I., “Putnam’s Model-Theoretic Argument Reconstructed”, Journal of
Philosophy, 1999, pp. 479-490.
Dummett, M., The Logical Basis of Methaphysics, Harvard University Press,
1989.
, La verdad y otros enigmas. México, FCE, 1990.
, The Seas of Language, Oxford, Clarendon Press, Oxford, 1993.
Eagleton, T., La idea de cultura, Barcelona, Paidós, 2001.
Ezorsky, G., “Comment and Criticism on Refined Utilitarianism”, The Journal
Philosophy, Vol. LXXVIII, Nº 3, marzo de 1981.
170
Fanal, J., “Is Metaethics Morally Neutral?, Pacific Philosophical Quarterly, 87,
2006, pp. 24-44.
Frankenberry, N. (ed.), Radical Interpretation and Religion, New York, Cambridge
University Press, 2002.
Gadamer, H-G., Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1992.
Gama, L. E., “Muchas perspectivas o un único horizonte”, en Gutiérrez, Carlos
B. (ed.), No hay hechos, sólo interpretaciones, Bogotá, Universidad de los
Andes, 2004.
Goodman, N., Maneras de hacer mundos, Madrid, Ed. Visor, 1990.
Gowans, Ch. “Moral Relativism”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall
2008 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = <http://plato.stanford.edu/
archives/fall2008/entries/moral-relativism/>.
, De la mente y otras materias, Madrid, Ed. Visor, 1995.
Guignon, Ch. y Hiley, D. (ed.), Richard Rorty, New York and Cambridge,
University Press, 2003.
Guisán, E., Razón y pasión en ética. Los dilemas de la ética contemporánea,
Barcelona, Ánthropos, 1990.
Guttman, A., “The Challenge of Multiculturalism in Political Ethics”, Philosophy
& Public Affairs, Vol. 22, No. 3, verano, 1993, pp. 171-206.
Haack, S., “Realism”, Synthese, 73, 1987, pp. 275-99.
, “Reflections on Relativism: From Momentous Tautology to Seductive
Contradiction”, Philosophical Perspectives, 10, 1996, pp. 298-315.
Habermas, J., El discurso filosófico de la modernidad, Madrid, Taurus, 1989.
, Conciencia moral y acción comunicativa, Barcelona, Planeta-
Agostini, 1994.
, Verdad y justificación, Madrid, Trotta, 2002.
Hare, R., Ordenando la ética. Una clasificación de las teorías éticas, Barcelona,
Ariel, 1967.
, “Utilitarianism”, en The Enciclopedia of Bioethics, The Free Press,
London, MacMillan, 1979.
Haworth, A., Free Speech, London, Routledge, 1998.
Hawthorne, N., El holocausto del mundo, Bogotá, Norma, 1990.
171
Kögler, H-H., “Beyond Dogma and Doxa: Truth and Dialogue in Rorty, Apel, and
Ratzinger”, Dialogue and Universalism, Nº 7-8, 2005.
Kuhn, T., La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 1987.
Laudan, L., Ciencia y relativismo, Madrid, Alianza, 1998.
Malpas, J., “Holism, Realism, and Truth; How To Be an Anti-Relativist and Not
Give Up on Heidegger (or Davidson) —A Debate with Cristopher Norris”,
International Journal of Philosophical Studies, Taylor & Francis Ltd.,
2004.
Martin, M. y Ruf, H., “A Utilitarian Kantian Principle”, Philosophical Studies,
1970.
Matustik, M., “Habermas on Communicative Reason and Performative
Contradiction”, New German Critique, Nº 47, primavera-verano, 1989, pp.
143-172.
Miller, Ch., “Rorty and Moral Relativism”, European Journal of Philosophy, 10,
Nº 3, 2002.
Moser, P. y Carson, T., Moral Relativism. A Reader, Oxford, Oxford University
Press, 2001.
Nagel, T., “Conflicto moral y legitimidad política”, en Betegón J. y Páramo, J.,
Derecho y moral. Ensayos analíticos, Barcelona, Ariel, 1990.
, Una visión de ningún lugar, México, FCE, 1996.
, La última palabra, Barcelona, Gedisa, 2000.
Neumann, F., en Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo,
México, FCE, 1983.
New, C., Philosophy of Literature: An Introduction. London, Routledge, 1999.
Niznik, J. y Sanders, J. (eds.), Debate sobre la situación de la filosofía, Madrid,
Cátedra, 2000.
Nussbaum, M., The Fragility of Goodness: Luck and Ethics in Greek Tragedy and
Philosophy, Oxford, Oxford University Press, 1978.
, Love Knowledge: Essays on Philosophy and Literature, Oxford,
Oxford University Press, 1990.
, Justicia poética, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1995.
, El cultivo de la humanidad, Santiago de Chile, Editorial Andrés
Bello, 2001.
173
177