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aNton pan

UNA
X5E Brendel
introducción de
U na nueva form a de Marxismo
Antón Pannekoek
Introducción: Cajo Brendel
Título original: Neubestimmung des marxismus

ganzl912
Colección: Biblioteca «Prom oción del Pueblo», n .° 13
Edita ZERO, S. A. Artasamina, 12 - Bilbao.
Distribuidor exclusivo: Z Y X , S. A. Lérida, 82 - Madrid-20
Traducción de Carlos Díaz
Portada: AFA.
© Karin Kramer Verlag, 1974, Berlín.
© ZERO, 1978
Madrid, Enero* 1978.
Printed in Spain. Impreso en España.
I.S .B .N .: 84-317-0440-3
Depósito Legal: 800-1978
Imprime: Litografía EDER, Fuenlabrada.
Fotocom posición: MT. San Lamberto, 9 Tel. 255 12 13
ga n zl9 1 2 Introducción

Existen pocos teóricos socialistas cuyo trabajo publicís-


tico haya sido tan poderosamente influido por los cam bios
habidos en el seno del m ovim iento obrero y por la lucha
de clases, com o A ntón Pannekoek. Efectivamente, esto se
entiende m ejor si se dice que en tiempos de A ntón
Pannekoek tanto la situación, com o la praxis de la clase
trabajadora, se vio sometida a cam bios sorprendentes. Pero
hay algo más que interesa saber: ya antes de que se uniera
al socialismo, hizo su trabajo com o astrónom o y com o
científico de la naturaleza — es decir, com o alguien por así
decirlo interesado profesionalm ente en la causalidad de los
hechos— en el sentido del marxismo. En vida, se separó
de las leyes sociales que regían la vida social. Esto significaba
para él el reconocim iento de las fuerzas reales que
dom inan una historia dividida en clases, si bien estas
fuerzas no quedaron para él nunca reducidas á simples
fórmulas, concebidas com o algo absoluto e incam biable.
Su m étodo de trabajo com o científico naturalista no tenía
nada de ungüento mecánicamente aplicado para todo uso,
nada de receta.
Ya en uno de sus primeros escritos, cuenta la experien­
cia que, lo mismo que a Marx y a Engels, le llevara a
concebir su concepción de la historia. Pannekoek dice que
las «leyes» de la naturaleza o de la sociedad no deben ser
entendidas com o leyes absolutas, com o reglas, com o

7
mandatos inam ovibles, que hubieran de influir a la
realidad de una manera forzosa.
Por eso escribe: «T oda ciencia, en su calidad de pura
ciencia del espíritu, es sistematizadora y ordenadora; busca
la regularidad, lo generalmente concreto. El m undo de las
apariencias es infinitam ente plural y cambiante: siempre
nuevo, siempre distin to... El espíritu busca lo general, lo
com ún a todas las m odalidades de lo que aparece,
form ando a partir de aquí, conceptos, reglas, causas,
leyes... La pregunta de si realmente existe en la naturaleza
una ley, ha de ser respondida a la vez, con un sí y con un
no. Con un sí, en la m edida en que lo general, lo
com unitario, está contenido en cada caso especial; con un
no, en la m edida en que sólo lo concreto, lo específico, es
realidad, siendo la ley por lo tanto solamente una
abstracción en nuestra cabeza. Cualquier regla, cualquier
ley, pese a su absoluteidad, no puede ir más allá de lo que
aportan los materiales concretos, a partir de los cuales esas
reglas o leyes se han form ado. Ellas son lo general de estos
hechos, y si surgen nuevos hechos, entonces la ley queda
com pletada o m odificada. D e este m odo, y de una form a
incesante, las leyes de la naturaleza son remodeladas o
m ejor formuladas, siempre que se producen nuevas o más
maduras experiencias o se llega a unos grados mayores de
abstracción»1.
Esta necesidad científica de configuración continua de
las leyes de la naturaleza, puede aplicarse tam bién hasta
un cierto grado a las leyes que rigen la evolución de la
sociedad2 .

Comunismo consejistay bolchevismo

En 1921, la socialista holandesa Henriette Roland-


H olst3 reprochó a Pannekoek el haber cam biado su actitud
ante Rusia, respecto a lo que había escrito antes. Panne-
1. Antón.Pannekoek: D os investigadores de la naturaleza en la lucha social\ en
D e Nieuwe T ijd Jahrgang 1917, pp. 382-383.
2. Ésto se verá con mayor claridad en lo sucesivo.
3. H. Roland-H olst: El Partido revolucionario, Kollectiv Verlag, Berlín, 1972.

8
koek replicaba: «Este es un reproche que se m e form ula
por reconocer que los pensamientos no se paran mientras
que el m undo cambia continuam ente... Las ideas, condi­
cionadas por las circunstancias continuam ente nuevas, han
de cambiar igualm ente, y concordar con el m undo real.
Esto significa, por ende, que nosotros debem os repensar,
reaprender, liberamos de todo lo que hasta ahora hem os
pensado. ¿Qué hay de m alo en e llo ...? N o es culpa
nuestra que el m undo cam bie tan rápidamente. En una
época de revolución no hay que reprochar que la realidad
haya cam biado, y por lo tanto que haya cam biado nuestro
pensam iento sobre ella. A l contrario, lo que tendríamos
acaso que reprocharnos sería el no darnos cuenta de esto,
no quererlo reconocer por pereza de espíritu o por estar
presos de ideas envejecidas...»4.
Este problem a caracteriza precisamente la separación
teórica del com unism o consejista con respecto al bolche­
vismo. C om o Rosa Luxemburg (con la que entronca su
concepción histórico-materialista), Pannekoek estuvo desde
el principio en una postura crítica frente a la revolución
rusa. C om enzó por declarar la guerra a los semidioses
burgueso-revolucionarios del K rem lin, mientras demostra­
ba que sus m étodos no tenían nada que ver con un
marxismo revolucionario, ni con la praxis de la lucha de
clases de los trabajadores de la Europa occidental, y que
incluso estaban en contradicción con tod o ello.
Pannekoek caracterizó a la táctica bolchevique com o
«oportunism o comunista», por lo que este oportunism o de
la III Internacional era algo tom ado de las formas de lucha
y de los m étodos de la II Internacional. Justamente las
experiencias de la lucha de clases demostraban que tanto el
parlamentarismo com o las organizaciones sindicales habían
de ser consideradas históricamente ya com o formas sobrepa­
sadas por el capitalismo. Am bas formas — parlamentarismo
y organizaciones sindicales— solamente tenían para él un
carácter social-demócrata, y portaban los estigmas de un
m ovim iento reformista de carácter radical-burgués. Para él

4. Antón Pannekoek: Rusia y el comunismo. En D ic Nieuwe T ijd, Jahrgang


1921, pp. 640-641.

9
estaba claro que, en su evolución social, los m ovim ientos
reformistas socialdemócratas habían sacrificado su originaria
intención, y que las nuevas y militantes organizaciones
obreras — por ejem plo los consejos y los com ités de huelga
autónom os— , independientes de las formas socialdem ó­
cratas existentes, habrían de luchar de una form a total­
m ente diferente al m od o en que luchaba la burocracia
sindical integrada en la sociedad burguesa 5.

Revoluciones en el Estado futuro

La realidad social, la evolución social de la lucha de


clases, obliga a Pannekoek a revisar sus propias teorías. Y
así escribe: «El socialismo no es sim plem ente una lección,
un manual o una serie de tesis, que, una vez aprendidas,
pueda decirse: ¡ahora ya m e lo sé, y es suficiente con ello!
El socialismo es un aprender continuo, ampliación de las
propias opiniones; el aprendizaje no cesa jamás. El

5. Por mi parce, y com o traductor, séame perm itida una pequeña nota para
expresar, siquiera brevemente y a pie de página, la disconform idad de los actuales
consejistas con la «pureza» de su líder A n tón Pannekoek. H oy se piensa que el
Sindicalismo Revolucionario (es decir, el único auténtico) y los Consejos Obreros no
son incom patibles. A ú n reconociendo la burocratización posible de las organizacio­
nes sindicalistas, incluso de las revolucionarias, éstas son la estructura im prescindible
9 m ínim a para mantener la coherencia y la continuidad de la lucha que, de otra
form a, se perdería (ejem plos: los soviets rusos de 1 9 1 7 , y los posteriores de
Alemania, Italia, Hungría, Polonia, Checoslovaquia y París del 68 ). Por otro lado,
¿no entraña tam bién, en últim o extremo, el consejism o «puro» una pirámide
federalista de Consejos Obreros, edificación espontánea, em pírica, de abajo arriba,
que en ciertos aspectos se convierte en una «burocracia de base»? ¿Q ué pasó en
Hungría, donde p or un desmesurado y erróneo respeto a la base, n o hubo m odo de
que sé reunieran siquiera los consejos de fábrica más importantes de Budapest,
hasta tanto no decidiesen todos y cada uno de los obreros en asamblea, mientras los
tanques rusos se abrían paso por las calles de la capital? ¿N o hay en esto rasgos de
«izquierdism o infantil? Por otra parte, del consejismo al espontaneísmo desaforado
de ciertas tendencias «autónom as» hay un paso muy pequeño, donde él asambleís-
m o es artificial, y donde — para más desgracias— siempre algún grupúsculo o
fracción quiere im poner su ley, en calidad de «representante puro» .de la línea
autónom a. D e ahí que si bien el consejism o floreciese én condiciones bélicas
(especialmente en Alem ania y Rusia), y fuese allí provechoso com o rcactivición y
energetización de la siempre lenta lucha sindical (por revolucionaria que ésta sea),
sin em bargo, en unos m om entos en donde no hay posibilidad ni a corto ni a m edie

10
conocim iento socialista nunca está com pleto, no es una
cosa cerrada; por el contrario, el socialismo es una
evolución inconclusa, un proceso progresivo»* 6. Pannekoek
fue fiel a esta idea, y su critica a Roland-Holst así lo
demuestra, revisando no solamente la cuestión sindical y el
parlamentarismo, sino tam bién la política socialista, exa­
m inando la política en general, frente a las tesis que él
mismo defendió durante toda su juventud.
D os artículos, publicados precisamente en este volu­
m en, muestran inequívocam ente que Pannekoek, en su
calidad de uno de los más celebrados teóricos de la
internacional social demócrata, no p u do al principio reali­
zar totalm ente esta crítica. Así, en su artículo escrito a
com ienzos de este siglo, titulado «Revoluciones en el
Estado futuro», parte de la convicción socialdemócrata de
que hay que rom per el poderío de la clase burguesa, a fin
de que la clase trabajadora misma pueda ejercitar el poder
estatal, que necesitaría para ello. Además, dice que es
preciso que la nueva forma de Estado tom e en sus manos
el nuevo orden revolucionario de la producción social. Esto
está, naturalmente, m uy alejado de lo que haya de afirmar
con el curso del tiem po más adelante7.
En su trabajo titulado «Etica y Socialismo» aún no
com prende ál socialism o, de una manera consecuente,
com o el resultado de la lucha llevada adelante por los
propios trabajadores. Pannekoek define al socialismo com o
«instrumento que proporciona al trabajador las armas
espirituales».
plazo para la revolución, el consejism o carece de sentido, de ahí su actual
decaim iento. Resum iendo: consejism o a ultranza puede ser peligroso, tanto com o
burocracia a ultranza. Urge integrar y conexionar consejistas y sindicalistas
revolucionarios. Lo demás es voluntarismo de grupúsculo, inoperante para cambiar
la sociedad, y p or ende reaccionario (N ota del Traductor).
6. A ntón Pannekoek: Socialismo prim itivo. En D e Nieuwe T ijd, Jahrgang
1908, pág. 375.
7. En la confrontación con el escrito de Lcnin. «El Estado y la Revolución», la
afirm ación de Lenin de que el destruido Estado burgués habría de ser substituido
por un «estado proletario» la com prendía Pannekoek — y ello en contraste con sus
reflexiones en «Revoluciones en el Estado futuro»— en el sentido de que las
afirmaciones de Lenin sólo eran inteligibles a partir de las contradicciones internas
de la revolución rusa, pero que ellas nada tenían que ver con una concepción
marxista.

11
Etica y socialismo

En m i opinión, Pannekoek valora falsamente en su


obra «Etica y socialismo» los m otivos que mueven en su
lucha al trabajador. Recuerda a la burguesía holandesa,
que no pudo com prender en el año 1903 la solidaridad de
clase de los trabajadores de los ferrocarriles con los
trabajadores del transporte. Naturalmente, es correcta su
opin ión de que dominantes y dom inados juzgan sus
acciones de manera com pletam ente distinta, pero el
ejem plo que pone para justificarlo no es correcto del todo.
Pues la negativa de los trabajadores de ferrocarriles a
transportar bienes se d ebió a una lucha que dom inaba su
situación social. El no considerar esta parte de la lucha no
puede comprenderse sino desde dentro de la mentalidad
de la socialdemocracía, en la que estaba preso por aquel
entonces Pannekoek. Así, en el m ism o escrito, vuelve a
encontrarse otra cosa parecida. Habla de que los trabajado­
res no tienen «por meta» el cam bio de la sociedad, sino
que ésta cambia independientem ente de los trabajadores.
Si se parte de esta convicción, no puede naturalmente
hablarse de proletariado «socialista» (lo que en realidad
hace en el citado escrito). Si el proletariado lucha contra el
orden social dom inante, no lo hace porque desee un
«m ejor orden social» (com o afirman los idealistas políti­
cos). La lucha contra el capital no tiene sus orígenes en la
lucha del proletariado a partir de razones ideales, sino que
está fundada en sus necesidades materiales. Aun cuando
no se aperciban directamente intereses materiales concre­
tos, no hábría que buscar m otivos deletéreos, sino la
situación práctica concreta. El sentim iento de justicia, las
razones éticas y morales que llevan a obrar, son, según
Pannekoek, exclusivamente sociales8.
T od o aquel que se ocupe con los mencionados proble­
mas de ética y socialismo en Pannekoek, comprobará con
8. Afirm ación que, com o veremos más adelante, no es tan nítida en
Pannekoek, el cual osciló — por decirlo con term inología hispana— entre el
«pancismo» de U nam uno («El socialismo es cosa de estóm ago») y el «eticism o» de
Besteiro («lo primordial en la lucha de clases es la m oral»); desde entonces, la
cuestión oscila entre Besteiro y Unam uno. (N ota del Traductor).

12
sorpresa que estos temas son hoy tan actuales com o
entonces. Por sólo nombrar algunos ejem plos: los mineros
belgas bloquearon durante sus huelgas las carreteras, los
nudos de com unicación, im pidiendo el tránsito de mer­
cancías y personas; en 1971, los mineros ingleses se
negaron a ir a las minas, y a hacer horas extraordinarias en
1973/74. Para juzgar tales acciones com o «correctas» o
com o «falsas», hay que partir de m otivos éticos com o
«bueno» o «m alo», teniendo además en cuenta que tales
conceptos son relativos, condicionados a la situación de
clase, a la edad y a las creencias morales, Lo que a los
trabajadores les parece perm itido, a sus enemigos de clase
les parece amoral, reprochable e ilícito.
El problem a de la relación entre ética y socialismo
atraviesa más o menos todos los escritos de Pannekoek.
Para él, com o teórico socialista9, se trata de:
— desarrollar los métodos 10 que no van de la idea a
la realidad, sino, viceversa, de la realidad a la teoría;
— estudiar las leyes sociales (resaltando lo general, lo
esencial), que no han de estar forzosamente referidas al
tiem po, sino que son relativas.
La contem poraneidad dialéctica de lo general y lo
particular hace aparecer las reflexiones de Pannekoek muy
actuales, pese a los hechos de qu e, naturalmente, com o

9- Para com prender la importancia del factor moral en Pannekoek, será de


importancia estudiar el pensamiento de Josef D ietzgen.
10. Para Pannekoek, lo esencial es el m étodo, y no ésta o aquella afirmación
de Marx; en el m étodo veía Pannekoek el arma más fuerte en la lucha
cspiritual-social.
«La concepción materialista de la historia», escribe, «n o es ni un sistema
determinado, ni una teoría determinada; es un m étodo de investigación, cuyas
causas y efectos se pueden investigar en todos los acontecim ientos, y que perm ite
explicaciones suficientes para los sucesos sociales que se suceden uno tras otro».
(Antón Pannekoek: Kant y el Marxismo, en D e Nieuwe T ijd , Jahrhang 1901, pág.
613). Lo que se puede lograr con semejante m étodo lo describe el joven Pannekoek
com o «un orden de apariciones populares y equívocas, que — engañosamente—
presentan a fenóm enos completam ente diferentes com o una form a derivada de una
y la misma cosa. Así aparecen, por ejem plo, a primera vista, las form aciones
eclesiales del siglo X V I, y la gran revolución francesa de 1789. no com o algo
esencialmente idéntico, sino que pueden ser consideradas com o la conquista del
poder social p or la clase burguesa, ciertamente diferenciada, pero en la form a
esencialmente idéntica» (Pannekoek, O p. cit. pág. 614).

13
hom bre de su época, n o pu d o prescindir. En la m edida en
que consideraba a sus propias reflexiones no com o inalte­
rables, sino com o algo en continua evolución, sus análisis
van más allá de los problem as puramente relativos a su
época.

El trabajador lucha por sí mismo

A l com ienzo del siglo X IX , Pannekoek se da cuenta de


que se halla en una encrucijada histórica11. El proletariado
ya no era enem igo de ciertas formas del m odo de
producción capitalista, sino del capitalismo en general.
Pannekoek vio llegar la época histórica en que la clase
obrera misma tomaría su papel histórico, en lugar de
servirse más de sus representantes tradicionales, políticos y
sindicales.
Naturalmente, y con este criterio, cayó inmediatamen­
te en contradicción con los bolcheviques, que no valoraban
la capacidad de iniciativa de las masas, sino la disciplina de
partido y la obediencia a ultranza. Sólo con una informa­
ción deficiente puede com prenderse que Pannekoek lucha­
ra en favor de los bolcheviques rusos contra la imperialista
carnicería de los pueblos socialista y contra el socialchovi-
nismo de la II Internacional. Cuando com prendió con
claridad la verdadera situación, com enzó su resistencia. Un
m otivo suficiente para esta com prensión fue el escrito de
respuesta al folleto de Lenin dirigido contra Pannekoek y
otros, titulado «El ‘radicalismo de izquierdas', enfermedad
infantil del com u n ism o»12.

11. La huelga de trabajadores portuarios de H am burgo, Bremen, Kiel


(1910-1913), las luchas de los m ineros ingleses y belgas, la huelga de los
transportistas holandeses, contribuyeron esencialmente a que Pannekoek desarrolla­
ra una concepción com pletam ente nueva de la lucha de clases (así por ejem plo,
algunos años más tarde hablaba del «socialism o de los trabajadores», por contraposi­
ción al «socialism o d e las organizaciones tradicionales»).
12. La crítica de Leñin se dirigía igualm ente contra Hermann Gorter y aquellos
que habían fundado en Alemania el Partido Comunista Obrero independiente de
Alemania, y que fueron excluidos de la III Internacional. En el Tercer Congreso
Mundial del K om intem de 1921, tuvo lugar en Moscú la separación definitiva.

14
mmr'

Ruptura con e l«comunismo» oficial

Tras su ruptura con el «com unism o» oficial, com ienza


el período teórico más im portante de Pannekoek. En esta
época, escribe no sólo un extenso estudio sobre los consejos
obreros, no sólo publica una investigación sobre «el origen
del hom bre» — em palm ando con el problem a que había
bosquejado en su folleto «Darwinismo y marxismo»— sino
que tam bién rom pe, claramente, con el m ito bolchevique
(en su trabajo «Lenin filó so fo »13). La ocasión para este
escrito fue el trabajo publicado por Lenin en inglés y en
alemán titulado «Materialismo y em piriocriticism o»14. Si
se hubiese conocido antes este últim o escrito — escribe
Pannekoek— , antes se hubiese p od id o considerar desde
una perspectiva crítica tanto el bolchevism o com o la
revolución rusa.
Cuando Pannekoek, en su trabajo titulado «Revolución
mundial y táctica comunista» (aproximadamente de 1920/
21), criticó el oportunism o bolchevique, estaba más o
menos claro para él que la revolución rusa acabaría en el
capitalismo de estado. A los mismos bolcheviques los
consideraba aún com o víctimas involuntarias y trágicas de
esta inevitable evolución. Com paró su situación con la
analizada por Engels en su estudio titulado «La guerra de
campesinos en Alem ania», es decir, la situación de un
Partido que tom a el poder en una época determinada en la
que aún las condiciones sociales no estaban maduras para
el poder de clase que ese partido representaba. En su
escrito «Lenin filósofo» corrige Pannekoek sus anteriores
concepciones e ideas. Dice que la concepción filosófica de
Lenin básicamente nada tiene en com ún con el materia­
lism o histórico de Marx y de Engels, sino más bien todo
con el materialismo burgués del siglo XVIII.
A com ienzos del siglo X X , según Pannekoek, eran
dominantes en la Rusia atrasada las mismas relaciones
sociales que a com ienzo de la gran revolución burguesa en
Francia. En el enorm e país agrario, es predom inante el

13- Publicada en esta editorial (N ota del Traductor).


14. Igualm ente publicada en esta editorial (Nota del Traductor).

15
m odo de producción capitalista. Zar e Iglesia tienen el
poder económ ico y social. En lucha contra am bos, el
materialismo científico se acredita com o el arma más
segura. Tarea de la inmediata revolución es acabar con la
situación feudal, abrirse a la m oderna evolución industrial,
sobre la base del trabajo asalariado. D icho de otra manera:
La gran revolución rusa del siglo X X es una revolución
burguesa. Pero la revolución no será llevada adelante por
la clase burguesa, cuyos intereses están íntim am ente
unidos al zarismo. El papel histórico de la burguesía será
tom ado en Rusia por el partido leninista, que aparente­
mente surge en nom bre del proletariado. Esto im prim e
carácter tanto al Partido com o a la Revolución.
Según Pannekoek, por esto no cam bia el carácter social
de la revolución. Los bolcheviques, en lugar de ser las
víctimas de la evolución social en Rusia, son en realidad
sus exponentes, y de ahí deriva tod o lo que hace del
bolchevism o ser com o es: el erigirse en enem igo y rival de
la lucha de clase proletaria, y el im pedir el cam ino de la
liberación de los trabajadores en la Europa occidental y en
USA. Después de veinte años, en que Pannekoek hada
estas reflexiones, los tanques aplastaban los levantamientos
de la Alemania Oriental (1953), Hungría (1956) y Polonia
(1970).

Partido y clase obrera

En su libro sobre los consejos obreros, Pannekoek


responde a la pregunta de cóm o hay que entender la
revolución proletaria. En el artículo «Partido y clase
obrera» da la siguiente definición: «La revolución proleta­
ria es un proceso histórico, cuyo peculiar carácter es la
evolución de la autoorganización de la clase obrera en
lucha». La importancia de esta autoorganización bajo la
form a de consejos obreros, salidos de las mismas luchas de
clases (o, en su estado em brionario, com o comités autó­
nom os de huelga) es expresamente acentuada por é l.
El capitalismo com o sistema económ ico-político no se
supera si se quitan de enm edio a los capitalistas privados,

16
pero se mantiene al Estado com o dirigente de la produc­
ción; trabajo asalariado y producción de plusvalía, es decir,
dependencia y explotación de la clase obrera, permanecen.
El socialismo significa: autogestión de los obreros en las fá­
bricas (lo que naturalmente no hay que confundir con la
«autogestión de Yugoeslavia»). Adem ás, añade Pannekoek,
la caracterización del socialismo no ha de ser entendida com o
una exigencia, sino que por así decirlo, es la descripción
teórica de lo que puede caracterizarse com o visible.
«La liberación de los trabajadores sólo puede ser obra
de los trabajadores mismos». Esta frase de Marx, será,
naturalmente, aceptada por Pannekoek de una manera
total y absoluta. Pero solamente al com ienzo del siglo X X
adquieren esas luchas formas tales que hacen buena la
frase en toda su m agnitud. Ciertamente, hubo rebeliones
de tejedores en Silesia, y una revuelta en Lyon en el año
1831, pero semejantes revoluciones proletarias sordas eran
expresión de la desesperación proletaria, y en general no
eran características de las luchas de entonces. Solamente
más tarde se caracterizarán las luchas por el hecho de que
los propios trabajadores formarán comités de lucha y
tendrán la responsabilidad por sí mismos. A ello se refiere
Pannekoek, entre otros trabajos, en el aquí contenido
«Sobre consejos obreros».

Carácter de las luchas de clase

Pannekoek derivaba de las luchas de clases existentes


en su época el carácter de las futuras. Este m étodo le
permitía seguir la huella a los caracteres generales presen­
tes en la pluralidad de formas de lucha y de sus diferentes
intenciones. A tal efecto aseguraba que los distintos
consejos obreros espontáneamente form ados se parecían
unos a otros. Pudo sin embargo tener otra visión de las
cuestiones fundamentales del socialismo y del poder
obrero.
Pannekoek proporcionó con todo su trabajo científico-
social una teoría que pretende menos ser una «doctrina»
que un m edio para el nuevo m ovim iento obrero, capaz de

17
perfilar los contornos de las futuras organizaciones de
lucha. Naturalmente, la teoría no puede abrir ningún
cam ino, pero sí puede al menos decir qué camino podría
seguirse, y por qué. Justamente aquí radica la importancia
de A ntón Pannekoek com o teórico socialista.

Cajo Brendel
(Am ersfoort, enero de 1974)

18
Capítulo Primero
El marxismo com o hecho

Hasta ahora, los filósofos han in­


terpretado el mundo de diversas
maneras; de lo que ahora se trata
es de transformarlo.
(K. Marx: Tesis sobre Feuerbach).

Las teorías científicas no salen de los pensamientos


puros y desapasionados de las cabezas de los hombres. Esas
teorías sirven a la praxis, y están determinadas a esclarecer
el camino de los hom bres en sus tareas vitales prácticas.
Incluso, surgen por necesidades prácticas, y cambian su
configuración si el am biente, o la sociedad, o la necesidad
cambian. Por esta razón, la misma doctrina puede colo­
rearse de tonos com pletam ente diferentes con el transcurso
del tiem po. ¡Q ué gran diferencia existe entre el cristia­
nismo de los primeros siglos, de la Edad M edia, de las
distintas iglesias protestantes de la época de la Reforma, y de
la burguesía librepensadora del siglo X IX !
Con el marxismo pasa lo m ism o. Pese a ser una clara
teoría científica, sin em bargo ha tenido diversas aparien­
cias, según las necesidades de la época.
El marxismo fue la teoría del final del capitalismo.
Marx, com o escribió en 1847 en el Manifiesto Comunista,
gritó a los proletarios de tod o el m undo capitalista:

19
«¡Proletarios de todos los países, untos!». E hizo algo más
que llamar a la unidad, cosa que ya habían hecho otros
muchos para muy diversos fines. Proporcionó además a los
proletarios una teoría que les mostraba su meta, que les
explicaba la sociedad, y que les dio la seguridad de su
éxito. Esto fue el materialismo histórico.
El materialismo histórico analiza la actuación de los
hombres en la historia a partir de sus relaciones materiales,
sobre todo económ icas. D ado que los hombres no actúan
inconscientemente, sino por m edio de pensamientos, ideas
y metas, siempre presentes en sus acciones, esto quiere
decir que tales pensamientos, ideas y metas no surgen por
sí mismas de una manera casual, sino que son un efecto de
sus mismas relaciones y necesidades sociales. Si una trans­
form ación económ ica es precisa, si las viejas circunstancias
están sobrepasadas, todo ello genera siempre en las cabezas
de los hombres la conciencia de la im posibilidad de
permanencia de lo anterior, y la voluntad de hacerlo
cambiar; esta voluntad se abre irresistiblemente cam ino
por m edio de la actuación, y determina la praxis. Por tod o
ello, el proletariado no solamente necesita realizar un
orden mejor; el materialismo histórico da al proletariado la
seguridad de que tal orden llegará, de forma que la
evolución de la econom ía de las masas contribuye y
posibilita su logro. D e esta manera, el socialismo deja de
ser una utopía para pasar a ser una ciencia.
Algunos contradictores, que no comprendieron esta
doctrina, porque negaba de una manera demasiado fuerte
sus m uy solidificadas opiniones, la tacharon de fatalista, y
dijeron que rebajaba a los hombres al nivel de una
marioneta sin voluntad. N o tenían razón, com o se ha visto
anteriormente. Pero el hecho de que hubieran caído en ese
error, fue sin em bargo también parcialmente una conse­
cuencia del clim a especial que tuvo el marxismo en este
tiem po atrás. El marxismo tiene dos partes: el hom bre es
un producto de las circunstancias; pero a su vez el hom bre
m odifica las circunstancias. El hom bre sólo es agente de las
necesidades económ icas; pero estas necesidades sólo pu e­
den modificarse gracias a su acción. Ambas partes son
igualmente correctas e importantes, y juntas forman una

20
teoría com pleta. Pero según las circunstancias hay que
resaltar más o m enos una u otra parte. En la época de
duras persecuciones que siguió a 1878, cuando tod o parecía
sin esperanza, cuando tantos líderes renunciaron o fueron
infieles a sus banderas, cuando las filas de los luchadores se
vieron severamente quebrantadas, cuando a los que que­
daron en pie se les tambaleaba el ánim o, entonces el
marxismo no les hubiera dado la confianza, ni la seguridad
del triunfo, ni la convicción necesaria, si hubiera hecho
hincapié en que la fuerza humana a la larga habría de
perecer ante el poder de la fatalidad económ ica. En los
años siguientes hubo de hacerse m ucho hincapié en que
grandes cambios políticos serían posibles, solamente en la
m edida en que la evolución económ ica hubiese florecido
lo suficiente. El dejar madurar las cosas debía entonces ser
la solución teórica, y por eso el marxismo adoptó la form a
de parlamentarismo, frente al anarquismo. El marxismo
sirvió, de este m od o, com o una teoría de la com pleta
dependencia del hom bre con respecto a las relaciones
económicas durante los años de su debilidad numérica,
dando a los socialistas una guía segura para su táctica.
Por ello, el materialismo histórico hubo de tomar
necesariamente un acento fuertem ente fatalista, y esto se
ve claro en el espíritu de los líderes y teóricos de aquella
época. Esperar, realizar mientras tanto la propaganda,
organizar las masas proletarias crecientes, dado que las
circunstancias lo exigían, fue la táctica. Y los trabajos
teóricos de aquella época, sobre tod o los de Kautsky, nos
muestran con toda claridad en la historia el poder predo­
minante que se concedía a las relaciones económicas.
T odo esto fue realizado conscientemente en los últim os
años, incluso cuando las circunstancias económicas fueron
favorables a un surgimiento más fuerte de las clases tra­
bajadoras. Esto suena a contradictorio, pero se com prende
fácilm ente. Cuando se hizo políticam ente necesario llegar
a nuevos m étodos tácticos, alcanzar nuevos m étodos
tácticos, lograr una acción enérgica en favor de im portan­
tes derechos fundamentales, cuando se acercaban grandes
peligros traídos por el imperialismo y las masas lucharon
por el derecho electoral, cuando todo esto ocurría, los
21
círculos dirigentes del Partido se dieron cuenta cada vez
más del peligro con que esta nueva táctica — que por parte
de las fuerzas dom inantes obtendría un enfrentamiento
muy fuerte— amenazaba su tranquila actividad habitual.
Entonces dieron marcha atrás, hicieron retroceder a las
masas, y se opusieron a que se siguiese dando pasos hacia
adelante. Kautsky representaba la teoría de que era
antimarxista el aguijonear al proletariado a una tal activi­
dad, que sólo los anarquistas y sindicalistas aguijonean en
tal sentido, que el verdadero marxista debería saber que
las circunstancias han de madurar por sí mismas sin
forzarlas. Y así, mientras la gran mayoría de la burocracia
del Partido paralizaba cualquier corriente viva, y la táctica
del partido era esclerotizadora, se defendía en las plumas
de sus teóricos la doctrina del marxismo universalmente
revolucionario com o un fatalismo estéril. ¿Para qué accio­
nes, que entrañan tantos peligros, si la misma evolución
económ ica ha de impulsarnos hacia adelante sin peligro y
de manera fatal, si nuestro poder crecerá continuam ente, y
finalmente caerá com o fruta madiira?
Los trabajadores que aceptaron este marxismo, hasta el
presente no han hecho nada en contra de tales teorías. Los
enemigos de la socialdemocracia no fueron tan fatalistas
com o para dejar que las cosas madurasen por sí mismas,
hasta que la evolución económ ica de Alem ania alcanzase
por sí misma el lugar deseado en el m undo. Sabían que
había que luchar por ello, que sin lucha no se puede ganar
nada, y durante muchos años se ocuparon de la form a más
seria con esta lucha. El proletariado se dejó dirigir, se dejó
engañar por el estruendoso ruido artificial de la gran
victoria electoral, y siguió su curso.
Pero ahora ha llegado el tiem po de resaltar la otra
parte del marxismo hasta ahora desconsiderada, ahora, en
que el m ovim iento obrero ha de orientarse de nuevo, a fin
de superar la estrechez de miras y la pasividad de la vieja
época, si quiere superar la crisis. Los hombres deben hacer
por sí mismos la historia, sin que se la hagan. Ciertamente
no pueden construir sin contar con las circunstancias, pero
construyen. El hom bre mismo es el elem ento capaz de
configurar activamente la historia. Efectivamente, la eco­

22 .
nom ía ha de condicionarle, pero él debe actuar. Sin su
actuación, nada ocurre; y actuar en el sentido de la
form ación de la sociedad es algo distinto y m ucho más que
depositar cada cinco años un voto en una urna electoral.
D e esta form a tan facilona no se construye ningún m undo
nuevo. El espíritu hum ano no es tan sólo el producto de
las relaciones económ icas, sino también la causa del
cam bio de estas relaciones. Los grandes cambios del m odo
de producción (com o por ejem plo, el paso del feudalism o
al capitalismo y de éste al socialismo) solamente se realizan
cuando las nuevas necesidades influyen en el espíritu del
hom bre, y le llevan a una determinada form a de querer
actuar; cuando este querer actuar se cum ple en efecto, el
hom bre cambia a la sociedad, a fin de que ésta correspon­
da a las nuevas necesidades. El marxismo nos ha enseñado
cóm o nuestros antepasados, al cambiar su m undo, fueron
impulsados por fuerzas sociales; ahora nos enseña que los
actuales hombres, impulsados por la necesidad económ ica,
han de poner manos a la obra, si quieren cambiar el m undo.

23
Capítulo Segundo
Marxismo c idealism o

La teoría social fundada por Marx junto con Engels,


constituye la base teórica de la lucha de liberación prole­
taria. Sus más importantes tramas forman la investigación
de las leyes de evolución del capitalismo, contenidas en el
«Kapital»; sus consecuencias prácticas, la teoría de la lucha
de clases com o palanca de la revolución proletaria, ya se
encuentran en el «M anifiesto Comunista»; su parte filosó­
fica (un nuevo m od o de entender la sociedad humana, sus
fuerzas motrices y el papel del espíritu humano en el
proceso de la evolución), que frecuentemente es caracte­
rizada con el nom bre de «materialismo histórico», está
presente en m uy numerosas obras menores de Marx-
Engels. Todas ellas juntas form an este sistema de teorías
científicas, que se contrapone totalm ente, com o una nueva
y sólida cosm ovisión, a las teorías burguesas tradicionales.
En la vieja socialdemocracia alem ana,'este marxismo
fue reconocido com o teoría oficial, aunque no sin defor­
maciones unilaterales, por la propaganda, sobre todo por
m edio de los numerosos escritos de Kautsky. La descom ­
posición de la socialdemocracia, no solamente de su praxis,
sino también de sus teorías, ha despertado en los círculos
de los trabajadores revolucionarios una cierta desconfianza
contra el marxismo, a lo cual tam bién ha contribuido el
continuo abuso, por parte de los partidos que se confiesan

24
revolucionarios, de las fórm ulas de conspiración contra la
revolución. Una nueva generación de luchadores surge
ahora, libre de los influjos espirituales del Partido Socialis­
ta Alem án. Su necesidad de profundizar teóricamente y de
aclarar por sí mismos los nuevos grandes problemas del
nuevo m undo, les impulsa hacia el marxismo. C om o
intento en esta dirección, com o síntom a de esta necesidad,
hay que saludar el artículo «Materialismo e idealism o»
publicado en el núm ero dos de Proletarier. Empalmando
con ello, pueden discutirse aquí algunos conceptos fu n ­
damentales del marxismo com o nueva teoría filosófica.
El marxismo es una form a de explicación de la historia.
Toda historia es actuación, actividad de los hombres. T odo
lo que los hom bres hacen y realizan pasa por sus pensa­
m ientos, su voluntad, su espíritu. Por ello, la base del
marxismo es una ciencia del espíritu hum ano. El marxismo
es la consideración científica de tod o lo que acaece en el
m undo de los hom bres en cuanto que acontecimiento
natural, en contraposición con el m odo de considerar las
cosas fantástica o ideológicam ente. Es, pues, también la
consideración científica de tod o lo espiritual en las cabezas
de los hombres en cuanto que hechos naturales, en contra­
posición con la postura sobrenaturalista. Su tesis es: el
espíritu humano — y por tanto tod o lo que él hace— está
completamente determinado por e l mundo real, material.
Para no com prender mal esta frase, es preciso una
aclaración, relativa a la palabra «m aterial»15, presente en
las denom inaciones de «concepción materialista de la
historia» y de «materialismo dialéctico». La incom prensión
de esta palabra proviene del hecho de que a está palabra se
le da el sentido que tiene en la ciencia de la naturaleza y
en la ciencia burguesa en general: material es todo lot
tangible, lo visible o pesable, lo contrapuesto a lo
espiritual; por eso, se equivocan quienes afirman que Marx
niega los factores espirituales de la historia. Estas palabras
15. Interesa subrayar la im posibilidad de traducir con total fidelidad las
palabras aquí empleadas por Pannekoek. A sí, la palabra «tnateriell», sinonímica de
stoffliche y de wirkíiche (lo que actúa «w irklich»), no puede en ningún caso
traducirse unívocam ente por «material» ni por «real». Estas son las limitaciones de la
traslación de un idiom a.a otro, qu e desazonan al traductor (N ota del Traductor).

25
tienen en el marxismo otra significación, la cual es más
correcta y más lógica si la entendem os desde las premisas
fundamentales que aquí se exponen, y por ello hem os de
rechazar también la opinión de quienes dicen que el
nom bre de materialismo no lo debem os usar más:
Material, entre nosotros, es todo lo que es real, todo el
m undo real, tod o, tod o lo que actúa sobre nosotros16 . N o
solamente alimentación y aire, árboles y tierra, sino
también colores y tonos, palabras y pensamientos. T od o lo
espiritual está, por lo tanto, contenido en ello; reales,
realmente reales, son los pensamientos en nuestras cabe­
zas, y ellos actúan también influyendo en otros. ¿N o es
pues todo material en ese sentido? N o: no materiales son
el diablo, los angelitos y el buen D ios, o todo lo que
fantasean las cabezas de los hombres. N o reales son las
morales abstractas y el «espíritu de la hum anidad», no reales
son los «eternos derechos del hom bre», que inexpresable­
mente penden de lo alto. Pero materiales, es decir reales,
son los pensamientos, las ideas en su calidad de pensa­
mientos e ideas, las teorías de la fe, los ideales existentes
tácticamente en las cabezas de los hom bres, y que por esta
razón tienen una influencia efectiva: la fe religiosa en D ios
y en el diablo, la búsqueda de libertad, el entusiasmo por
el derecho, la entrega al gran ideal que tuvieron y tienen
su importancia en la historia com o poderosas fuerzas
impulsoras o frenadoras.
Para la concepción burguesa, las ideas, así com o los
objetos fantásticos de la misma naturaleza, están en la
cabeza, y a todo ello lo denom ina «espiritual»; para ellos,
pues, el espíritu hum ano es una pequeña parte de lo
espiritual general, o un débil e incom pleto símil del
espíritu de D ios, y la idea de la justicia en los hombres es
una emanación de la justicia abstracta eterna, que por
doquier introduce una existencia llena de fantasmas. Por
esta razón hace un gran corte entre todo esto espiritual por
16. Para que el lector juzgue de la im posibilidad de traducción antes aludida
— sin crear un metalenguaje a su vez intraducibie, claro-—, he aquí el texto alemán
de Pannekeok: «Materiell bedeutet bei uns alies was wirklich ist, die ganze reale
W elt, alies was au f uns w irkt... wirklich, real bestehend, sind» (y d e este, m odo
podríamos prolongar los ejem plos continuam ente. N ota del Traductor).

26
una parte, y por otra parte la materia sucia aunque muy
anhelada. Para el marxismo, sin em bargo, todo cuando
ocurre en el espíritu hum ano es tan real y material com o la
propia materia física; lo espiritual es para él una parte de
la naturaleza, una parte del m undo com o la materia de los
físicos, y traza una línea de dem arcación entre esta na­
turaleza universal y realmente material por una parte, y
las abstracciones fantasiosas a las que la fantasía del
hom bre concede especial existencia y esencia, por otra
parte. En D ietzgen 17 se encuentra estudiada en su
magnitud real la significación de m undo, espíritu y
materia. Así pues, la concepción burguesa de la historia
era ideológica y fantástica, mientras' que la concepción
marxista de la historia retrotrae todo a sus auténticas
fuentes, a las que caracteriza en su totalidad com o
materiales.
El marxismo, por lo tanto, no dice que solo las
relaciones materiales, en el estrecho sentido burgués,
determinen el espíritu de los hom bres, sino que dice que
determina solamente el contorno real total, pero sólo el
real.
Junto a las relaciones exteriores de la vida surgen cual
fuerza más importante la relación espiritual de los hom ­
bres; por una parte, la tradición nos proporciona intuicio­
nes que nos troquelan desde niño, teniendo también sobre
nosotros su influencia la cuidadosa influencia de las clases
dominantes; por otra parte, influye tam bién la propagan­
da, que lleva las nuevas ideas de uno a otro. De ello se
desprende que el hom bre es un ser social, que la posesión
espiritual que los hombres tienen de sabiduría, fe, intui­
ciones e ideales es una posesión colectiva. Lo que surge
acá, allá, allí, en form a de ideas en cada una de las cabezas

17. Joscf D ietzgen (1828-1888), filósofo alemán, autodidacta y obrero de la


mina, que, según Lenin, «descubrió el materialismo dialéctico a su manera» (una
manera que no gustaba a Lenin, claro). Fue m iem bro de la*Liga dé los Comunistas.
Sorprende que Pannekeok, científico, deje en manos de los escritos filosóficos de un
obrero manual com o D ietzgen asuntos de epistem ología que requerirían un cierto
nivel técnico de form ación. En todo caso, de la form ación de D ietzgen en este
terreno puede juzgar el lector, en lo publicado hasta el presente por la Editorial
Sígueme, de Salamanca. (N ota del Traductor).

27
de los hom bres, a partir de la influencia de nuevas
relaciones, se convierte en una propiedad total gracias al
tráfico espiritual entre los m iem bros de una com unidad
(pueblo o clase); cada uno de nosotros no necesita
descubrir algo com pletam ente nuevo por sí m ism o, pero
su propia experiencia le ayuda a com prender las nuevas
ideas, y la propaganda de las nuevas ideas le ayuda a
com prender más rápidamente que antes sus relaciones, su
circunstancia, su situación.
Decíamos que la historia es la actuación de los
hombres. ¿Q ué determina la actuación humana? En
primer lugar, los impulsos inm ediatos, las necesidades
obligatorias de la vida; ham bre y frío les impulsan, com o
a las fieras, a buscar alimento y abrigo. Entre los hombres,
esto adquiere la form a de pensam iento, de voluntad
consciente. Pero otras fuerzas tam bién determinan su ac­
tuación: los impulsos morales, las influencias espirituales,
el ánim o para el sacrificio, la penetración intelectual, la
liberación, los ideales, todos los cuales causan a m enudo
una actuación de signo contrario a los intereses inm edia­
tos. En épocas revolucionarias se aprecia el poder m otor de
las grandes ideas. Los rivales ignorantes creen poder refutar
por esto al propio marxismo, al decir: no sólo son las
fuerzas materiales las que determinan la historia. Pero está
claro que esto es no entender el marxismo. El marxismo no
niega el poder de las fuerzas morales, espirituales, ideales,
sino que pregunta: ¿de dónde proceden esas fuerzas? N o
proceden del cielo, sino del m undo real mismo. Surgidas a
partir de las necesidades de la evolución económ ica, se
expanden por m edio de los discursos y los escritos, la
literatura, el arte, la propaganda, y en general todos los
medios del tráfico espiritual, mientras que siguen alimen­
tándose continuam ente del suelo en que arraigan, alcan­
zando de este m od o una fuerza de gigante. La com pren­
sión ideológica de la historia por la burguesía explicaba la
gran revolución francesa por las nuevas ideas de libertad y
de derechos humanos; el marxismo las explicaba a partir
de las necesidades del capitalismo en auge. Con ello no
dijo el marxismo que ía explicación dada por la burguesía
fuese falsa, sino que el marxismo le achacaba su parcialidad,

28
su incom pleción, pues dejaba las cosas sin explicar, en la
oscuridad. Así pues, las nuevas ideas brotaron exactamente
de las necesidades de la clase burguesa en auge.
La tarea de la investigación materialista de la historia
era, por lo tanto, explicar en general las raíces económicas
de los grandes acontecimientos históricos. Sin em bargo, al
hacerlo — com o por ejem plo en la breve referencia que aca­
bamos de hacer a la revolución francesa— se pasaban por alto
con demasiada frecuencia los estadios espirituales, que se
daban por supuestos. Esta form a de expresión, em pero, da
pie con mucha frecuencia a equívocos, com o si el hom bre
fuera por así decirlo una herramienta pasiva y sin voluntad
de las fuerzas materiales. En las obras de Kautsky, por
ejem plo, en las que tienen carácter histórico, el marxismo
da la impresión muy a m enudo de ser un total mecani­
cismo.
Esta om isión se convierte en grave error, cuando se
prolonga al marxismo hasta la actualidad. Si hoy se
plantean las causas económ icas y la revolución com o un
resultado que se implica con necesidad fatal, entonces el
marxismo se convierte en fatalism o, cuyas soluciones y
mandatos «marxistas» son: dejar madurar las cosas, esperar,
no dejarse provocar, y sobre todo no atacar. En este fatalismo
ha caído el marxismo de II Internacional.
Justamente en la actualidad vemos lo que es el
marxismo en realidad; entre la necesidad económ ica com o
causa y la revolución económ ica com o resultado hay un
enorme trecho cuyo nexo son los hom bres vivientes,
sensibles, pensantes, investigadores y luchadores, hombres
con sus viejas y nuevas intuiciones e ideales. En nuestra
época estamos asistiendo al proceso por el cual la sociedad
está cam biando gracias a la actividad de las acciones de los
hombres. Los cam bios económ icos violentos, prim ero el
florecim iento del capitalismo y luego su desplom e, actúan
en su espíritu. Pero sus efectos no se escriben com o en una
hoja en blanco. Sus cabezas están llenas de intuiciones
procedentes de relaciones antiguas, pequeñoburguesas y
pacíficas, e incluso a veces proporcionadas por la tradición
más antigua. Las nuevas experiencias e impresiones (trans­
mitidas directamente y por la propaganda) se añaden al

29
viejo contenido, se unen a él, se igualan, para aceptar la
lucha, m odificarla o negarla. Según la posición personal y
las circunstancias, todo se realiza de una manera más o
menos rápida, pero a la larga la nueva idea gana terreno y
se expande cada vez más fuertem ente, induce a los
hombres con una fuerza cada vez mayor a la acción, hasta
que finalmente llega la fuerza para la revolución.
Así pues, los hombres han de cambiar la sociedad; sin
la actuación activa del proletariado, no existe revolución
alguna, ni com unism o alguno; la «necesidad» de que
habla el marxismo se produce por la m ediación de los
hombres; la voluntad humana y su inteligencia son
miembros de la cadena, que unen la causa y el resultado.
Por esto no se debe decir: dado que las relaciones econó­
micas determinan la conciencia, independientem ente de lo
que nosotros deseemos, debem os esperar, hasta que las
masas adquieran voluntad para la acción. Esto no es
correcto desde el punto de vista marxista. La afirmación de
que el ser social determina la conciencia no significa que
las relaciones económ ico-sociales de hoy determinen la
conciencia de hoy. Tam bién las anteriores relaciones
determinan la conciencia de hoy: la conciencia se hace
presente por m edio del poder trem endo de la tradición. Las
condiciones de lucha y las intuiciones de la época de la
segunda Internacional — y tradiciones aún más v ie ja s -
dom inan aún con gran fuerza el espíritu de los trabaja­
dores, frenando la com prensión clara de las nuevas condi­
ciones y metas de la lucha. El espíritu hum ano va siempre
a contrapelo de sus propias tareas. D e ahí surge la
necesidad de una propaganda intensiva, a fin de meter la
nueva realidad, las nuevas tareas, en los cerebros y en los
corazones, a fin de enseñarles el ideal del com unism o, y
sobre todo a fin de mostrarles el cam ino en el cual podrán
aumentar su propio poder. La tarea de la revolución en el
prim er estadio es la de elevar la conciencia del proletariado
a la altura de la época, a la altura de sus tareas. Por esto es
com pletam ente correcto el afirmar que en Europa occiden­
tal, donde el peso de la tradición burguesa es tan grande,
el problema principal es la evolución de la autociencia del
proletariado.

30
N o es, pues, algo correctamente expresado el decir que
en el marxismo haya de rechazarse un m om ento idealista.
El idealism o18 , el entusiasmo, la voluntad decidida para
actuar revolucionariamente, tod o ello son justamente los
factores que el marxismo presupone com o eslabones de la
evolución social. Solamente frente a una tiesa y fatalista
desfiguración del marxismo, com o la que existió en la
segunda Internacional, hay que resaltar la importancia de
estos m om entos de la actividad humana en el marxismo.

18. El nom bre de idealismo que Marx utiliza pata designar al sistema filosófico
que parte de las «ideas» com o base de surgimiento del m undo, y al que opone su
materialismo, nada tiene en com ún (a no ser el nom bre) con el idealism o en el
sentido en que lo utiliza aquí Pannekoek, a saber, com o fidelidad y entrega a los
ideales. En tod o caso, la definición de materialismo e idealism o, con las armas que
utiliza Pannekeok, es im posible. La pobreza epistemológica de estos planteamientos
le lleva a veces a putas tautologías, o a equivocidades, com o puede apreciar el lector
atento. Son los problemas que surgen cuando se quiere divulgar en exceso. Más
logrado es el libro de Pannekoek Lenin Filósofo, donde, a otro nivel, la precisión es
mayor. (N ota del Traductor).

31
Capítulo Tercero
Marxismo liberal e imperialista

Aunque en los años de atrás hubo tantos acontecimien­


tos que hicieron incluso que antiguos socialdemócratas,
por un cam bio gradual de su postura, llegasen a ser
ministros y guardianes del Estado, sin em bargo, nunca ha
habido un cam bio tan grande y tan rápido com o en la
actual guerra mundial.
N o pensamos en primer lugar en los revisionistas que
incluso durante los tiem pos de paz no se recataron en
sustituir la lucha de clases por la continua paz burguesa, ni
tam poco en los radicales de rojo desvahído que se han
visto forzados al colaboracionism o, enloquecidos y ensor­
decidos en m edio de la vorágine m undial, penosamente
aferrados a lo viejo, a falta de metas claras. Lo que más
sorprende es ver cóm o gentes que antes fueron los dirigen­
tes de las extremas izquierdas, llegaron a ser alguna vez los
defensores entusiastas del imperialismo.
Un caso semejante ya lo experimentamos antes, cuando
en la Rusia anterior al 1905 antiguos marxistas com o Peter
von Struve y otros se convirtieron en dirigentes políticos de
la burguesía. Y puesto que el esclarecimiento de esos
hechos concuerda casi literalmente con lo que está pasando
en la actualidad, copiamos lo siguiente, de un artículo
viejo, del año 1909:
32
«La causa de estos acontecim ientos a primera vista
sorprendentes está en el m ism o carácter dialéctico del
marxismo, en el carácter histórico de la teoría marxista de
' la historia. N o sólo es una crítica del capitalismo, sino que
también expone su necesidad histórica. Justifica cada paso
de la evolución social en su necesidad histórica, hasta que
ese paso haya de ceder ante el estadio siguiente.
Marx no solamente ha atacado al capitalismo; también
lo ha analizado de una manera sorprendentemente exacta.
El proletariado extrae a partir de ese análisis el conoci­
m iento de las causas de su situación, la claridad teórica
suficiente para que com prenda cóm o se extrae plusvalía de
su trabajo, cóm o se producen las leyes de evolución de ese
orden, así com o la meta que ha de buscar con su propio
esfuerzo, meta que es el socialismo. Pero el análisis de
Marx muestra aún otros rasgos, que caracterizan sobera­
namente incluso a quienes no viven esa realidad. Muestra
cóm o el capitalismo echa abajo las viejas e inamovibles
relaciones, acaba con la vieja barbarie e incultura, cóm o
abre fuentes de gigantescas corrientes dineradas y posibili­
dades ilimitadas, cóm o proporciona cam po libre a las
personas enérgicas y emprendedoras y cóm o las hace
dominadoras del m undo, creando el milagro que nunca
anteriormente se había conocido.
Estos rasgos afectan incluso y sobre todo a aquellos
que, com o nuestros camaradas rusos, viven en circunstan­
cias bárbaras, en el bárbaro m od o de producción de la
incultura, que quieren superar, siendo por el contrario
violentamente reprimidos. Lo que en ellos brota com o
ideal no es el socialismo apenas reconocible en el cielo
azul, sino la violenta evolución capitalista, que suprime las
viejas relaciones sociales. Marx ha caracterizado este capita­
lismo, y este capitalismo es el que ellos quieren y anhelan.
Naturalmente, no com o m eta final: sólo es posible que
uno defienda algo con toda su persona, si se cree que
traerá felicidad a todos los hom bres. Esto no lo podían
garantizar por sí solos el orden y la libertad burguesas. El
socialismo, al que Marx había caracterizado com o conse­
cuencia necesaria del capitalism o, había de ser la meta
final, pero el progreso del capitalismo — único m edio para

33
esta meta final— era la próxima meta inmediata práctica.
Así, el marxismo mostró m ejor que todas las anteriores
ideologías la necesidad de acabar con lo viejo y comenzar
! con el desarrollo de la teoría de una burguesía progresiva­
m ente revolucionaria, o sea, sobre todo la inteligencia
; rusa, que proporcionó los representantes de esa clase.
Cuando luego el proletariado hizo su aparición, el
marxismo de estos ideólogos de la burguesía hubo de
teñirse de la conocida coloración revisionista: los trabajado­
res debían conquistar junto con la burguesía el estado de
derecho burgués, pero sin pedir a cam bio exigencias
propias. Debían primero fortalecer el capitalismo, antes de
poder superarle.
Si, pues, se com prende cóm o el marxismo puede
adoptar el lugar del anterior liberalismo, al servicio de
una burguesía com o la rusa, es igualmente comprensi­
ble que en estas condiciones el marxismo haya de ser algo
com pletam ente distinto de la teoría de la lucha de clases
proletaria, teniendo en •estas condiciones un estrecho
carácter mecanicista. Esta inteligencia rusa no tom ó del
marxismo más de lo que podía necesitar. N o necesitaba
nada más, considerando al capitalismo com o algo racional
i y necesario. Por cuanto el capitalismo hubo de someterse
i también a la evolución y á la decadencia, la validez de esta
verdad se dejó relegada para un lejano futuro, fuera del
terreno de la actuación práctica.
Pero el marxismo no es una teoría mecánica com o se
pintó entonces. N o se pueden separar las dos partes del
capitalismo, y la otra parte que entonces se relegó no es una
cuestión del futuro, sino actual. Burguesía y proletariado
no vienen una después de otro, surgen a la vez en el
escenario del m undo, e inmediatamente com ienza su
antagonismo. Cuanto más pronto pueda ponerse el prole­
tariado sobre sus propios piéis, tanto más rápidamente
crecerá su fuerza, y tanto más rápidamente estará maduro
para alcanzar su meta. Puede ser que al com ienzo ambas
clases puedan tener el mismo interés en el progreso, pero
aun así existe ya desde el com ienzo un contraste en el
m odo en que cada clase entiende este progreso. El prole­
tariado desearía configurar las formas políticas y económ i-

34
cas, de tal suerte que se allanase lo más posible el cam ino
para una evolución ulterior pacífica y tranquila; la burgue­
sía busca fortalecer su poder en todas las épocas. Si la clase
obrera se dejara envolver por los teóricos cuasimarxistas,
debería entregar a la burguesía — siempre que fuera
progresista— de una manera confiada la dirección, ya que
las metas próximas serían com unes a am bos, pero de este
m odo se dificultaría a sí misma su posterior auge. Pues las
metas prácticas reales son diferentes, aunque el nom bre de
la teoría a veces pueda coincidir.»
Hasta aquí lo escrito tiem po atrás. Lo que entonces se
decía del capitalismo en contraposición con la primitiva
pequeña producción, vale ahora para el imperialism o en
contraposición con el pequeño capitalismo. El imperialis­
m o abre amplios horizontes, lleva más allá del pequeño
espacio europeo, da un vuelco al m undo en una m edida
colosal, y despierta en los hom bres una energía imparable.
Así com o los ingleses, en su calidad de pu eblo dom inante
de todos los océanos, se encuentran en ellos com o en casa,
hablando de ellos en cualquier parte del m undo com o si
fueran una parte de su territorio de acción, así también
toda nación en auge debería imitar a los ingleses: el
poderío mundial y la riqueza de Inglaterra, cim entados en
el dom inio de los más ricos países de la tierra, es el m odelo
de nuestros anhelos secretos.
Es por tanto muy natural que tam bién los teóricos
socialistas, para mostrar la irresistibilidad del imperialis­
m o, acentuaran este aspecto en su lucha contra la vieja
tradición del partido, que n o sabía nada absolutamente
del imperialismo. Contra la em botada obstinación del
espíritu de aquellos Círculos del partido, que encubrían su
total im potencia para com prender la m oderna evolución,
tras la cóm oda frase de la «táctica acreditada desde
siempre», tuvieron que resaltar sobre todo la irrebatibili-
dad de la evolución imperialista. Ahora bien, quien ya no
ve otra cosa sino la im batibilidad y necesidad del imperia­
lismo, lo mismo puede ser un entusiasta portavoz del
imperialismo, que un socialdemócrata revolucionario, se­
gún ponga el acento en fom entar el im perialism o, o en la
necesidad de una estrategia de los «abajadores más enér-
gica en su lucha contra dicho imperialismo. En antiguos
períodos del Leipziger Volkszeitung se afirmaba también
que a la nueva aparición del imperialism o le corresponde
necesariamente la nueva táctica de la acción de masas.
Así se com prende que cualquier conocedor socialdem ó-
crata19 del imperialism o, si quiere situarse desde la otra
perspectiva contraria a la nuestra, pueda encontrar fácil­
mente en su bagaje teórico los argumentos pertinentes.
Solamente necesita concebir mecánicamente ai marxismo,
y decir: el socialismo solamente es posible en la evolución
imperialista de países altamente capitalistas, por lo cual
primeramente hem os de ayudar con toda nuestra fuerza a
fortalecerle, defender el im perio m undial del propio país
contra el imperialismo ajeno. Ahora debem os ser imperia­
listas', pero el socialismo es la m eta final, en el lejano azul.
Pero ya hem os dicho por nuestra parte que en el lejano
azul el proletariado es aún muy débil para la victoria.
Está clarísimo que con esta actitud cuasimarxista la
realización del socialismo no se logra ni se fortalece, sino
que se frena y desvía. Pues esa realización depende única y
exclusivamente de la fuerza, de la autonom ía, de la
energía y de la claridad de metas de la clase obrera.

19- Pannckoek usa ya la palabra «socialdemócrata» con un sentido más


peyorativo al qu e fuera usual entre sus contem poráneos, para quienes, com o es
sabido, la socialdem ocracia era el marxismo en general, y no su actual conform ación
capitalista y burguesa. (N ota del Traductor).
Capítulo Cuarto
El materialismo histórico

Dentro del materialismo histórico, lo más discutido y


lo menos com prendido es el papel que juega el espíritu
humano en esta doctrina. La culpa, hasta un cierto punto,
de esta mala intelección la tiene la propia form ulación.
Una form ulación no es más que una com binación de
conceptos dura, exacta, y así com o un puro concepto
nunca puede reflejar la rica plenitud de la realidad, así
tam poco una formulación puede expresar la pluralidad del
m undo real. Quien sólo se atiene a la form ulación, puede
alejarse cada vez más de la realidad, sin darse cuenta de
ello, analizando puntillosamente los conceptos. Quien
desee conocer el materialismo histórico, ha de aceptar
siempre la form ulación com o una regla corta que nos ha
de servir para com prender la referencia a la realidad.
El materialismo histórico es en primera línea una
explicación, una descripción de la historia, y especialmente
de sus grandes acontecimientos, de los grandes m ovim ien­
tos de los pueblos, de los grandes cambios sociales. Todos
estos acontecimientos transmitidos históricamente están
compuestos por las acciones de los hombres que cambian
su m undo o intentan cambiarlo. Así pues, el estudio de la
historia significa el estudio de las fuerzas motrices, de las
causas que llevaron al hom bre a actuar.

37
Importante en orden a la actuación fue la necesidad
inmediata, el aguijoneo del hambre, que lleva a todas las
especies vivientes al impulso por mantenerse a sí mismas.
La historia conoce muchos ejem plos en que las masas
fueron llevadas a la rebelión por el hambre, dando así
ocasión a la revolución. Sin em bargo, al lado de ello hay
también otros motivos que impulsan a las clases a la acción
y que determinan sus acciones: los m otivos más generales,
abstractos, llamados ideales, que en muchos sentidos están
en contraste con el mantenim iento de las clases por sí
mismas y de los intereses propios, y que posibilitan una
entusiasta entrega. En las clases que luchan, viven pensa­
mientos y sentimientos más profundos, una idea general
sobre lo que es bueno y necesario para el m undo, ideas e
ideales que son com pendiados brevemente en decisiones,
las cuales determinan a la propia conciencia los hechos
que dependen de ella. Estos hechos son caracterizados con
diversos nombres generales, com o amor a la libertad, amor
a la patria, conservadurismo, descontento, espíritu de
esclavitud, espíritu revolucionario, etc. Pero es claro que
tales nombres, en sí mismos considerados, no dan ninguna
aclaración.
El materialismo, en la concepción materialista de la
historia, no rechaza en m odo alguno tales motivos espiri­
tuales, sino que los fundamenta en causas materiales, en
las auténticas relaciones del m undo de los hom bres ¿
Llamamos materiales a estas acciones en el sentido de que
son constatables y perceptibles objetivam ente, en contraste
con las representaciones subjetivas, y no en el sentido de
tina materia que se contrapusiera a un espíritu. Ya hemos
dicho que, en primera línea, la realidad del m undo del
hom bre es de naturaleza espiritual, puesto que en primera
línea el hom bre es un ser dotado de voluntad y pensa­
m iento. En cualquier terreno de la sociedad y de la
política, las relaciones entre los hombres tienen lugar
solamente por cuanto que ellos son más o menos conscien­
tes, gracias a su conciencia, a su sentim iento, a su
sabiduría, a su voluntad.
Pero esto no corresponde al materialismo histórico;
Nosotros dirigimos la atención al hecho de que, en -

38
general, allí donde los hom bres, dentro de la sociedad,
entran en contacto, existen tras esos contactos unas
relaciones reales, auténticas, las cuales, sean de ellas
conscientes los hombres o no lo sean, se alegren de ellas o
las odien, las reconozcan o n o quieran reconocerlas, sin
em bargo no por ello pierden nada de su realidad. Detrás
de cualquier guerra o paz entre trabajadores y empresarios,
está la realidad de que la fuerza de trabajo es vendida por
el obrero al capitalista; detrás de la discrepancia sobre el
libre com ercio o el m on opolio del Estado, está la relación
real de vendedor y com prador; detrás de las medidas y
programas de los partidos sobre reforma o democracia, está
la auténtica relación entre gobierno y gobernados, la
relación entre clase y clase; toda ley es, además de un trozo
de papel, la voluntad form ulada por los gobernantes en
posesión del poder para realizar su voluntad. T odo esto,
llámesele material o espiritual, es algo objetivamente
observable, y por tanto una realidad material en el sentido
de Marx.
Estas relaciones entre los hom bres no son caprichosas,
sino que les son dadas, y ellos no tienen ni siquiera una
vez la posibilidad de su libre elección, sea cual fuere el
papel que tengan en la totalidad de las relaciones. Les son
dadas por m edio del sistema económ ico en que viven. La
sociedad, la com unidad de que cada hom bre forma parte y
de la que no puede excluirse, es un organismo de
producción, organismo que sirve a los hombres para que
esos hombres produzcan cuanto es necesario para la vida,
sea ésta del tono que fuere. En primer lugar, los hombres
deben vivir, razón por la cual impera con fuerza irresistible
el organismo económ ico que garantiza esta vida. La
relación en que este organismo dispone a unos hombres
con respecto a otros es una realidad tan forzosa com o la
existencia material de los hombres mismos; llena su vida y
determina sus pensamientos con irresistible fuerza. Creer
que es posible permanecer independiente y fuera de estas
relaciones, sería com o creer que un cuerpo puede seguir
viviendo separado de sus m iem bros. El aserto de Marx de
que las ideas y las actitudes sociales de los hombres quedan
determinadas por el m odo en que tales hombres ganan su

39
sustento vital, no significa, pues, que los hombres sólo
piensen en com er y en beber, sino que el proceso de
producción pone a los hombres en determinadas relaciones
recíprocas que llenan su vida, y por tanto su sentir, su
pensar y su querer. N o hay que perder, pues, de vista que
durante todo el pasado, y aún en el presente, el sustento
diario no ha estado garantizado con seguridad, de m odo
que la preocupación por el pan diario y el m iedo a su falta
presiona com o una pesadilla en el cerebro, im pidiendo
una libre elevación del espíritu, una irradiación amplia de
los pensamientos. Un sistema económ ico que erradica las
preocupaciones y asegura a la humanidad el dom inio total
de sus condiciones de vida, determinará igualmente, por
m edio de su carácter, la vida y los pensamientos, y
entonces ¡cuánto más libres, universales y despreocupados
serán estos pensamientos!
¿Por qué, pues, son las relaciones económicas com o
son? El m odo de producción que determina el ser de cada
hom bre, es él mismo un producto de los hombres; está
construido por la humanidad en un trabajo y en una
evolución que se arrastra por los siglos. D e este m odo, el
que vive en el presente colabora con la ulterior evolución.
Si se buscan los elementos más importantes de esta
evolución, las fuerzas más representativas que configuraron
el m odo de producción, entonces nos encontramos con la
técnica y con el derecho: «El derecho determina a la
econom ía», frase con la que form ulaba Stámmler la im pug­
nación del marxismo. A quí, en esta frase, se expresa no
sólo el deseo de los juristas por poner el objeto de su
estudio en primer lugar, com o elem ento fundamental y
determinante de la sociedad. A qu í, con esta afirmación,
está contenido el viejo contraste entre materia y espíritu.
La técnica abarca el elem ento material, el m ovim iento
visible de brazo, herramienta, máquina. Pero la actividad
laboral visible no hace aún el m odo de producción, el cual
lo hace en primer lugar su regulación por las formas
jurídicas bajo las que es producido. El capitalismo no
solamente fue form ado por la herramienta o la máquina,
sino por la libre com petencia, el libre contrato de trabajo,
el libre intercambio de mercancías, la libertad de servicios

40
y de econom ía. Por esto, el elem ento material, el proceso
técnico, está determ inado y dirigido por las relaciones
espirituales, por las reglas legales; el elem ento espiritual,
el m odo y manera según los cuales los hom bres regulan suS
relaciones recíprocas por m edio de su querer y su pensar,
es primario. Anotem os inm ediatam ente, em pero, que el
contraste entre técnica y derecho no coincide con el
contraste entre materia y espíritu. El derecho no son
simples reglas, sino también poder coactivo; no son sólo
las fórmulas de los parágrafos legales, sino tam bién el
sable de los policías y los gruesos muros de la cárcel. Pero
sobre el elem ento espiritual en la técnica, volveremos a
hablar.
Por lo demás, la afirmación de Stámmler es correcta. El
m odo de producción capitalista no es solamente la produc­
ción con máquinas y en fábricas, sino esta producción bajo
el poder de la propiedad privada. U n m od o de producción
es una técnica determinada, regulada por formas deter­
minadas de derecho y de propiedad. Pero la afirmación de
Stámmler no contiene toda la verdad. A m bos factores,
técnica y derecho, no tienen la misma importancia. La
técnica es la báse dada, que no puede ser cambiada por la
voluntad sin más, mientras que el derecho, la ley, radica
en el terreno de la voluntad de los hombres. N o de una
manera caprichosa, en efecto; los hom bres regulan sus
relaciones, es decir, fijan lo que es justo y lo que es
necesario dentro de una determ inada técnica, para seguir
haciendo posible y perfectible la producción. La técnica
del pequeño artesano hizo posible el m od o de producción
pequeñoburgués, e incluso le hizo necesario, haciendo
forzoso para los hombres alcanzar la propiedad privada de
los m edios de producción com o una institución jurídica
generalizada, pues gracias a ella se aseguraba este m od o de
producción.
Las grandes máquinas hacían necesarias grandes indus­
trias, y obligaron a suprimir todas las barreras de la
libertad de producción y contratación, en el cam ino del
libre desarrollo dé la producción. Así, a partir de la técnica
dada y de la nueva form a jurídica a ella acom odada, surgió
el capitalismo.

41
La técnica es, por tanto, la base más profunda; por ello
es la más ifnportante fuerza de producción, mientras que
el derecho pertenece a la superestructura que descansa
sobre ella y que depende de ella. Justamente porque el
derecho y la ley determinan la econom ía, justamente por
ello los hom bres se esfuerzan por regular el derecho y la
ley, en cuanto que necesarias para esta determinada
estructura de la sociedad. Por ello se da la acom odación
del derecho a las necesidades de la técnica, en orden a la
realización de un determ inado sistema económ ico, pero no
por sí m ism o y de un golpe, sino gracias a un esfuerzo
penoso de la lucha de clases. Esa acom odación es el sentido
y la . meta de todas las luchas políticas y de todas las
grandes revoluciones; el socialismo tam poco es otra cosa
que una inversión revolucionaria del derecho y de las
formas de propiedad, en la m edida en que ellas pertene­
cen a la más madura evolución de la gran técnica
industrial.
Las bases de la sociedad, las fuerzas de producción,
están hoy prim ordialmente formadas por la técnica, m ien­
tras que en las primitivas sociedades las relaciones natura­
les tenían una gran importancia. Estas fuerzas productivas
evolucionan continuamente hacia formas cada vez más
plenas, pues la,praxis de los trabajadores mismos dirige el
pensamiento de los hom bres a aquellos medios precisos
- para mejorar el trabajo o para satisfacer nuevas necesida­
des. La téchléa no solamente consta de máquinas materia­
les, fábricas, minas y ferrocarriles, sino tam bién de la
capacidad de crearlos, y de la ciencia en que tal creación
descansa. La ciencia de la naturaleza, nuestro conocim ien­
to de las fuerzas de la naturaleza, nuestra capacidad para
trabajar cotí él y para ordenarle, hemos de contarlas, por así
decir, entre las fuerzas de producción. En la técnica está,
pues, contenido no sólo un elem ento material, sino
también un fuerte elem ento espiritual. Para el materialis­
m o histórico esto es una cosa com pletam ente natural, pues
en contraste con las abstracciones fantásticas de los filóso­
fos burgueses, pone al hom bre viviente, con todas sus
necesidades materiales, en el punto central de la evolu­
ción. En el hom bre, el elem ento material y el espiritual

42
j - W I'U ^W SJ ■v ■».

están tan sólidamente unidos, que son inseparables. Si


hablamos de necesidades humanas, no pensamos solamen­
te en las necesidades del estómago, sino también en el
alimento necesario a la cabeza y el corazón, necesidades
todas ellas a la vez materiales y espirituales. Tam bién en el
trabajo hum ano, incluso en el más simple, lo material y lo
espiritual forman simultáneamente una unidad, y es una
abstracción artificial el querer separarlos.
Ciertamente, esta abstracción tiene un sentido históri­
co. La evolución social, con su división del trabajo y la
separación en clases hacía de una parte de los elementos
espirituales del proceso de trabajo una función especial de
determinadas personas y clases, introduciendo así un estre­
chamiento por ambos lados del «ser hom bre» total.
Por esta razón, estos especialistas, los intelectuales,
acostumbraron a ver en lo espiritual lo contrario a lo más
material, a lo que consideraban más bajo, pasando así por
alto la unidad orgánica y social de ambos. Naturalmente,
la imagen que pretende que éste sea el punto de vista del
materialismo histórico, está com pletam ente equivocada.

II
La historia se com pone de acciones de los hombres; su
sentido se basa en aquello que sabemos, en general, de la
actividad humana. El hom bre es un organismo con deter­
minadas necesidades — necesidades de su existencia— en
m edio de la naturaleza, a partir de la cual ha de satisfacer
esas necesidades. Sus necesidades y su entorno natural
influyen sobre él; son las causas de las acciones por m edio
de las cuales asegura su existencia. Es lo que tiene en
com ún con todos los seres vivos; en la medida — sin
embargo— en que se llega a un más alto grado de
desarrollo en el m undo orgánico, se da entre la acción y la
satisfacción un elemento espiritual cada vez mayor, un
estímulo y una voluntad. En la evolución humana se da
además cada vez con mayor fuerza una voluntad de
dom inio; y si bien de cuando en cuando la necesidad hace
que los impulsos originarios se presenten crudamente en

43
forma de voluntad espontanea, en la mayoría de los casos
sin embargo el proceso pasa por el espíritu del hom bre, y
actúa por m edio de sus pensamientos, por m edio de las
ideas, de la voluntad consciente. La necesidad experimen­
tada y el ambiente que nos rodea y que percibim os,
influyen en el espíritu y despiertan pensamientos y metas,
que ponen en m ovim iento a los cuerpos, los cuales
producen la realización de la acción.
Para la conciencia del hom bre m ism o que actúa, la
causa de su acción es el pensam iento, la idea; ese hom bre
no pregunta la mayoría de las veces de dónde proviene el
pensamiento, y del mismo m od o tam bién el que estudia la
historia ideológicam ente describe los hechos en ella acae­
cidos com o algo que parte de las ideas de los hombres.
Esto no es forzosamente incorrecto, pero es al menos
incom pleto, permaneciendo a m edio cam ino de la com ­
prensión verdadera.
El materialismo histórico llega hasta las causas a partir
de las cuales surgen esas ideas, es decir, llega a las
necesidades sociales, que son la form a com plicada de J[a
voluntad de vivir humana, condicionada por la vida social.
En este sentido, un poderoso faro ha venido a iluminar los
grandes acontecimientos históricos, gracias a los escritos
históricos de autores marxistas. Y pese a tod o, también se
ha abierto a veces el cam ino a una deficiente comprensión
del materialismo histórico. Cuando resaltan con fuerza
probatoria contundente las causas materiales y económicas
de las revoluciones, entonces los intelectuales que se
oponen al materialismo histórico creen deber aferrarse a la
idea contraria, diciendo que es innegable que las ideas
tienen una gran influencia. A l afirmar esto, pasan por alto
que la explicación que da el materialismo histórico, si bien
salta rápidamente por encima de las ideas para mostrar la
importancia de la totalidad, a fin de unir las causas
primeras y el resultado final, no hace entonces en lo
esencial otra cosa que aclarar las ideas impulsoras a partir
de sus causas sociales. ^
Por ejem plo: mientras la vieja concepción teórica
explicaba la revolución francesa a partir del sentido de la
libertad de la burguesía rebelde, de suerte que echó abajo

44
el yugo del absolutismo y de la nobleza, el materialismo
histórico por el contrario cree que la causa de la revolución
es que el capitalismo en auge utilizó para su propio
provecho el estado burgués, y esta breve form ulación,
cuando se analiza de una manera más detallada, ha de ser
entendida así: el capitalismo naciente despertó en la clase
burguesa la conciencia de que la libertad era necesaria en
el terreno político y económ ico, facilitando así el entusias­
m o en favor de estos ideales y les llevó a la acción
revolucionaria.
El pensam iento, la idea, es el m ediador entre el efecto
de los factores sociales sobre los hombres y su acción
histórica. Lo que, de este m od o, vivió en el espíritu y
creció, cristalizóse en el hecho de la revolución social, de
m odo im perecedero. Pero tam bién de otro m odo se ha
conservado ello para la posteridad: los pensamientos, las
sensaciones, las pasiones, los ideales que llevaron a nues­
tros antepasados a la acción, se expresan tam bién en la
producción de su trabajo espiritual, en su literatura, su
ciencia, su fe, su arte, su filosofía, sus teorías e ideologías;
son las fuentes a partir de las cuales les conocem os
inmediatamente, y constituyen el objeto especial del
estudio en todas las mentadas ciencias del espíritu.
Para la concepción usual de la historia, que solamente
se ocupa con acontecimientos y con hechpg, no parece
necesario resaltar todos estos estadios intermedios, ni
estudiar detenidamente los efectos del m undo material
económ ico sobre el espíritu, así com o los del espíritu sobre
el m undo material. Le basta, com o m áxim o, con mostrar
la conexión entre la causa material y los resultados sociales,
y, a partir del crecimiento de las fuerzas productivas, la
form ación del m odo de producción y la lucha de clases que
le acompaña necesariamente, así com o las transformacio­
nes políticas subsiguientes. D e este m od o, se procede en la
mayoría de los casos, especialmente en las generalizaciones
breves y globales. Pero si se quiere entender la vida
espiritual de un período, de sus ideologías, de su religión,
de su arte, de la evolución de su ciencia, entonces se hará
necesario referir el efecto de la sociedad sobre el espíritu
humano com o su causa principal, y para esto a su vez será
preciso profundizar en la cuestión de cóm o lo material
influye en el espíritu. Y entonces hay que ampliar y
utilizar minuciosamente esta parte del marxismo, la teoría
de lo espiritual, del pensam iento, de la conciencia.
Pero todo ello es necesario incluso para entender la
historia misma, y, a fin de evitar las objeciones contra
nuestra doctrina, si queremos aplicar el marxismo en la
actualidad, en la historia que nosotros mismos vivimos y
hacemos, entonces analizamos las cosas de manera com ple­
tamente distinta a com o acom etem os la investigación del
pasado. Lo que ocurrió en anteriores siglos, es decir, la
influencia social sobre los hom bres y la recíproca de los
hombres sobre la sociedad, eso ya está hecho.
La serie de influencias de que el espíritu hum ano fue
un eslabón en el pasado, ya es algo cerrado; nosotros
vemos claramente el resultado final y la causa primera, uno
al lado de la otra. Pero la misma cadena de causas y efectos
no está ya cerrada en nuestra propia época; nosotros nos
encontramos en el m edio de esa cadena. Tremendamente
com plicado es el m odo en que la so le d a d va m odulando
al espíritu hum ano, sin que éste todavía se haya exteriori­
zado y plasmado en una acción subsiguiente. Son innúm e­
ros los hechos en que una nueva realidad apenas si logra
influir en los espíritus. En este caso no puede, por tanto,
hablarse aún de una causa social con un resultado práctico
social; mas bien estamos aquí en m edio de un proceso
creciente de las influencias, de la maduración lenta de
nuevos conocim ientos, de la propaganda, de la prepa­
ración de revoluciones próximas. A qu í, pues, aún no existe
lá simple conexión que en la historia del pasado era la
fuerza probatoria del materialismo histórico; aquí, la
doctrina parece estar totalmente en contradicción con la
realidad, al no existir el desenlace total de las viejas y de
las nuevas ideas, de la lucha de clases revolucionaria, de
reacción y de apatía. Y aquí entra entonces la pregunta
por nuestra actuación práctica, una pregunta inexistente
en la elucidación de la historia: ¿Q ué papel tiene nuestra
propia voluntad y nuestra acción en este proceso?
Es sabido que esta parte del marxismo (por causas
sociales obvias) en el últim o m edio siglo ha permanecido

46
demasiado en el transfondo. La socialdemocracia hubo de
limitarse en el período del parlamentarismo correspon­
diente al capitalismo en m aduración, a la preparación y la
propaganda tranquila. El proletariado no estaba aún
maduro para las acciones revolucionarias, por tanto la
teoría debía demostrar ante todo la necesidad de la
revolución socialista, com o resultado de la evolución
capitalista. Puesto que la socialdemocracia no llamó a la
acción, sino que la frenó, hasta que las circunstancias
materiales estuviesen maduras, la teoría adoptó la forma
de un. nexo mecanicista entre la causa económ ica y los
efectos sociales revolucionarios, por lo cual desapareció del
cam po de la historia el eslabón de la actividad humana. Es
conocido, y no es casual, que justamente aquellos entre los
teóricos que pertenecían a los portavoces de una nueva
táctica más activa también acentuaran en la teoría la im por­
tancia del eslabón interm edio, es decir, del espíritu
hum ano y de sus conexiones — pasiva y activamente,
receptivamente y efectivam ente— con la sociedad.

III

Toda actuación humana pasa por la m ediación del


espíritu hum ano. El materialismo histórico, com o ciencia
de la actuación humana, debe estar en estrecho contacto
con una determinada ciencia del espíritu. Su punto de
partida es una determinada concepción sobre la relación
entre pensar y ser; su contenido es exactamente una nueva
filosofía; su base filosófica es la unidad del tod o, teotía
que en Marx y Engels adopta sencillamente el nom bre de
“M aterialismo.
El espíritu hum ano está com pletam ente determinado
por el am biente. T od o lo que está en el espíritu, procede
del m undo real, que influye por m edio de los sentidos
sobre él. En esta tésis filosófica del materialismo histórico,
el espíritu no está subordinado a la materia, sino por. el
contrario asegurada la unidad del espíritu con todo el
m undo. Cualquier parte del tod o mundial está com ple­
tamente determinada por el m undo restante, sólo existe

47
por su unidad con el resto del m undo, y su propia esencia,
la totalidad de sus propiedades especiales, no es otra cosa
que el todo, la totalidad de ese todo, el m od o en que
recibe e irradia el efecto del restante m undo, el total de
todas sus acciones recíprocas con el todo. Si denom inam os
«cosa» a esa parte, esa denom inación es sólo una palabra,
el nom bre de un concepto, en donde se condensan todos
esos efectos que percibim os com o sus manifestaciones.
De este m odo, también el espíritu humano — concepto
que igualmente no es más que un conglom erado de una
serie infinita de manifestaciones espirituales20 — es una
parte del todo, continuam ente interactuado con el resto:
del m undo pairen hacia él acciones, las cuales, por m edio
del cuerpo hum ano, vuelven recíprocamente de nuevo hacia
el m undo. Naturalmente, por m undo no solamente se
entiende el m undo objetivo material. Nuestro m undo en
su totalidad no es la totalidad de cuanto es corporal y
aprehendible, sino todo cuanto es perceptible, y en esa
m edida real. Entre.ello se encuentra tam bién lo espiritual
de las cabezas de los hombres. N o se encuentran entre ello
naturalmente los objetos imaginados por la pura fanta­
sía21: un espíritu del m undo de carácter general o una
idea absoluta no son propias del m undo material real.
Pero incluso estas mismas fantasías com o pueden ser las
creencias en un espíritu tan im posible, presentes en
muchas cabezas, están de hecho ahí, y por tanto son reales
y en consecuencia materiales en el sentido de nuestras
palabras22. T odo el m undo material es material para
nuestro espíritu en la m edida que está ahí com o una

20. Nótese la tautología del filósofo divulgador: define lo espiritual com o serie
infinita de manifestaciones espirituales (der menschliche Geist ais... endloser Reihe
von geistigen Ersche inungen), lo que es insuficiente. (N ota del Traductor).
21. Traducimos «pura fantasía», en lugar — sim plem ente, com o escribe
Pannekoek, de «fantasía (Phantasie)»— , porque la fantasía puede ser imaginación
reproductora, y no sim plem ente creadora. (N ota del Traductor).
22. Sentimos tener que volver a insistir en la insuficiencia de la exposición de
Pannekoek, que se refleja inevitablemente en el léxico que usa: al final, género y
especie coinciden en su exposición, no resultando delim itado lo que pretendía, a
saber, la realidad frente a la fantasía, al utilizar equívocamente esta última. (N ota
del Traductor).

48
materia a la que se enfrenta23. T od o lo que existe en él, es
influencia del m undo circundante, y su esencia especial no
es otra cosa que la suma de sus propiedades, el m odo en
que esa influencia es recibida y transformada.
La primera y más importante facultad es la capacidad
de retener los acontecimientos, la memoria. C om o una
corriente sin fin, pasa el proceso del m undo por nuestro
espíritu; del mismo m odo, y com o una corriente sin fin,
las impresiones y las influencias del m undo corren para
serenarse en nuestro espíritu. La imagen que presenta al
tiem po com o una fluxión siempre pasajera, semejante a la
maroma de una barca, en la que nos encontramos
agarrados siempre a un único punto, el instante actual,
que a la vez se nos escapa, n o es una imagen correcta. La
maroma sin fin , pese a su m ovim iento, es recuperada, y
metida en el interior de nuestro propio barco. Lo que
ocurre en el m undo se nos m ete dentro de nosotros,
haciéndonos nuevos y distintos. Cuanto más rica sea
nuestra experiencia, tanto mayor y más pleno será el
contenido de nuestra conciencia.
¿Qué hace el espíritu con esta masa creciente de
impresiones?
La segunda propiedad qu e caracteriza la esencia del
espíritu es la capacidad para abstraer. La infinitam ente
diversa masa de impresiones que penetra en el espíritu es
elaborada hasta formar una imagen abstracta, en donde lo
general de las manifestaciones concretas y especiales se
convierte en conceptos. La técnica de este proceso, la
relación de la imagen hacia el objeto, la esencia de los
conceptos en contraposición a la realidad, tod o ello fue
expuesto con magistral claridad por J. D ietzgen, y por esto
no necesitamos aquí estudiarlo detenidam ente. En el
concepto, se expresa lo general, lo esencial, lo com ún, lo

23. Ahora la dificultad es de pura traducción del alemán: A las anteriores


palabras añade una nueva — no unívoca— para traducir «m aterial». Observe el
lector: Diese ganze materielle W elt is Material fü r unseren G eist und steht ihm al
Materíe gegenüber», luego de haber identificado, en otro párrafo lo real con lo
materiell y lo tatsdcblich. En una obra d e divulgación, la equiparación de estos
términos es perjudicial para la propia divulgación, dándose un efecto contrario al
pretendido por el astrónomo holandés. (N ota del Traductor).

49
permanente de esa parte del m undo, de esos grupos de
apareceres que él expresa; se abstrae a partir de lo especial,
de lo diverso, de lo que cambia en la realidad. Para la
infinita m ultitud y diversidad del m undo, no hay espacio
en nuestra cabeza. Por ello el espíritu ha de simplificar^
dejar fuera de su atención la diversidad y la diferencia, que
es contingente y adicional. Los conceptos son, por su
propia naturaleza, algo com pletam ente, duramente, agu­
damente lim itado, mientras que la realidad que se cristali­
za eri conceptos es com o una corriente m óvil, siempre
distinta, infinitamente otra, que con su abigarrado colori­
do se escapa de nosotros. Con esto no decim os que los
conceptos hayan de permanecer tranquilos e inamovibles,
sino que siempre son cambiantes, reformados, nuevamen­
te delim itados, sustituidos por otros y acomodados a la
realidad cambiante.
La corriente de impresiones y experiencias va ininte-
rrumpidamente del m undo al espíritu, siendo allí genera- '
lizada, m odificada, destilada, ampliada en form a de;,
pensamientos, conceptos, juicios, ideas, sentimientos, re­
glas, que forman el contenido de la conciencia, hundién­
dose luego en la subconsciencia y en el olvido. Si las
nuevas impresiones concuerdan con la imagen existente,
porque el entorno siempre vuelve con las mismas formas,
entonces esta imagen conceptual se refuerza y llega a
estar en posesión de una solidez espiritual inatacable. Lo
mismo pasa con la persona: gracias a la vida social com u­
nitaria y a la colaboración comunitaria, se da un continuo
intercambio de las ideas; la imagen que se hace el espíritu
con respectó al m undo, no es una imagen de propiedad
individual, sino colectiva. La propiedad espiritual lograda
en el transcurso del tiem po por una sociedad se entrega al
género hum ano en auge, y mientras las relaciones vitales '
no cambian sensiblemente, el nuevo género humano
encuentra al sistema transmitido de ideas y conceptos, la
ideología, en armonía con la realidad. Entonces esta
ideología es más sólidamente fundada y se hace indu­
dable.
Pero el m undo cambia; por m edio del trabajo huma­
no, la sociedad va adoptando nuevas formas; nuevas
50
— * rr? rr ~ r : v . / -

impresiones, nuevas experiencias penetran en el espíritu, y


no se acomodan a la vieja imagen del m undo. El espíritu
com ienza a construir, a partir de la vieja herencia y de las
nuevas experiencias.
Los viejos conceptos son cam biados, o determinados de
otra forma, los juicios cam bian, nuevas opiniones surgen:
un nuevo m undo de ideas com ienza, más rápida o más
lentamente, desde los fragmentos del viejo que se adecúan
más o menos a lo mievo. Es el m ism o proceso que se da en
el avance de la ciencia de la naturaleza, gracias al cual la
imagen que nos hacemos de la naturaleza se convierte en
una imagen continuamente nueva y distinta. Con la
diferencia de que la evolución aquí no se produce porque
el mismo m undo haya cam biado notablem ente, sino
solamente porque nuestra experiencia del m undo ha
cam biado continuamente com o resultado de una investi­
gación de la naturaleza más exacta y progresiva. Además,
este proceso evolutivo se realiza de una manera más
tranquila, consciente y objetiva, porque está fuera de la
lucha social, de los sufrimientos y de la necesidad vital
directa de las masas, y por tanto no es cosa de masas, sino
el objeto de estudio de un futuro. Por el contrario, la
sociedad todo lo prueba en su propio círculo de efectos, es
el m undo propio de la gran masa de los hombres, arrastra
a su círculo a cada cual con gigantesca fuerza, porque la
vida de cada cual está en dependencia de ella. Ir más allá
de la sociedad significa a la vez pensar cada cual sobre su
propia vida, en pensamientos que surgen espontáneamen­
te, que crecen inconscientemente, raramente com o ciencia
objetiva, y la mayoría de las veces com o representaciones
subjetivas. Continuamente cambia la sociedad — y en
nuestra era con pasos gigantescos— arrastrando consigo, y
contra la propia voluntad, a los cerebros más perezosos. En
la lucha interior, en la batalla campal o en el trabajo
intelectual tranquilo, los pensamientos se revolucionan; a
veces, repentinamente, cuando las fuerzas de fuera influ­
yen de una manera especialmente fuerte, pero a m enudo
también lentamente, de form a casi im perceptible durante
largo tiem po. En este proceso de form ación continuo, la
conciencia se acom oda al ser social.

51
Cuando Marx, por lo tanto, dice que el ser social
determina la conciencia, no ha de interpretarse en el
sentido de que las ideas de cualquier época sean determi­
nadas por la sociedad de la misma época. La realidad social
del instante es una cosa, el m undo de ideas surgido de la
anterior realidad es el otro elem ento; con los dos se
com pone la nueva conciencia. El prim ero, la influencia del
m undo material, es el factor material, el segundo, la
posesión de ideas y representaciones, es el factor espiritual.
Por esto, los eruditos burgueses, juzgando desde fuera,
creen poder encontrar aquí la inexactitud del materialismo
histórico, diciendo: la realidad material por sí sola no
determina a la conciencia, pues los factores espirituales le
son igualmente precisos. Pasan por alto que el m undo de
la actualidad no escribe su imagen sobre una hoja en
blanco, sino que es la imagen abstracta de las impresiones
de todas las situaciones precedentes, presentes en la
conciencia: la conciencia está determinada por la totalidad
de la realidad anterior y de la presente. La concepción
burguesa parte del contenido de conciencia espiritual
com o de algo dado que se acepta sin investigar su origen,
que surge de la «naturaleza» del espíritu o de una esencia
espiritual abstracta radicada fuera del hom bre. Pero la
concepción marxista parte de la convicción de que el
contenido de conciencia ha de surgir de la influencia del
m undo real, y busca por ello su origen en las anteriores
relaciones vitales de los hom bres. Esto vale no sólo para la
conciencia, sino tam bién para las otras propiedades del
espíritu, para sus inclinaciones y sus impulsos, sus instintos
y hábitos, ocultos en la profundidad inconsciente del
espíritu hum ano, y que aparecen co m o ' una naturaleza
llena de secreto para el hom bre, exteriorizando las im pre­
siones heredadas de un pasado de cientos de años, desde
los tiem pos más remotos.
La conexión entre espíritu y sociedad nos hace posible
una mirada a las causas por las cuales el proceso revolucio­
nario (Como se dice frecuentemente) se retrasa y ralentiza.
Y no sólo nos referimos a los hechos subjetivos, más lentos
que los deseos y la penetración de los revolucionarios
vanguardistas, sino tam bién a los objetivos, en la m edida

52
en que la realidad de hoy dom ina y determina en una
m edida tan escasa el espíritu de la mayoría de los
hombres. N os referimos, más bien, al poder de la
tradición, en cuanto que gran fuerza que frena la evolu­
ción. Si consideramos el m undo actual, su lucha de clases,
se tropieza frecuentem ente con este violento poder; no es
posible entender nada, si no se tiene en cuenta ese poder.
Con esto no nos ponem os totalmente fuera del marxismo,
pues toda tradición es una parte de la realidad, que vive
en las cabezas de los hom bres, que contribuye a deter­
minar sus acciones, que influye poderosamente sobre
nosotros, y que de esta manera tiene un gran influjo sobre
la sociedad.
Lo que constituye la tradición, su naturaleza especial
en contraste con otras formaciones del espíritu, es que se
trata de un trozo de realidad de naturaleza exclusivamente
espiritual, cuyas raíces materiales están ancladas en el
pasado, viviendo de este m od o sólo del pasado, y apenas
encontrando alim ento en el nuevo m undo. C om o ejem plo
de tal cosa pueden servir las dos poderosas ideologías que
dom inaban el espíritu de los trabajadores de forma
sumamente fuerte, siendo frenadas especialmente por el
socialismo: la religión y el nacionalismo. C óm o la religión
creció a partir del m odo de producción primitivo y
pequeñoburgués, variando continuam ente su form a y su
apariencia, siendo entonces la expresión de las organizacio­
nes sociales que desde entonces iban perdiendo cada vez
más su base social, ha sido ya expuesto en una serie dé
obras y artículos. La ideología nacionalista, por el contra­
rio, hunde sus raíces en el capitalismo, es para la burguesía
una realidad viviente, y es por lo tanto una tradición más
joven y viva que por esta razón puede ser más influyente
en los trabajadores.
Puede parecer extraño el que una ideología pueda
seguir viviendo y autoafirmándose, después de que ha
perdido su suelo nutricio, sus bases, la realidad de la que
surgió. Sin em bargo, no habría que olvidar que de ella se
predica lo m ism o que de tod o lo espiritual en el hom bre:
no sólo permanece com o una esencia espiritual, del mismo
m odo que el recuerdo permanece después de las impresio­

53
nes, o com o toda imagen espiritual sigue a una serie de
impresiones, sino que su poder sobre los hom bres sigue
multiplicándose por la influencia recíproca de unos hom ­
bres sobre otros. D el m ism o m od o que en el cerebro los
centros sensitivos no sólo reaccionan a la estimulación del
m undo exterior, sino que se unen entre sí en formas mil
veces distintas, influyendo de este m od o, de suerte que se
da una vida espiritual fuera de las influencias del m undo
exterior, del mismo m odo tam bién actúan en la sociedad
las ideas antaño formadas en las cabezas de los hombres,
com o una .nueva fuerza sobre otros hombres. El m undo
externo que influye sobre nuestro espíritu se com pone nb
sólo de hechos m udos de la vida y del am biente, sino
también de lo que otros nos com unican com o depósito de
sus experiencias, o de lo que ellos o las generaciones
anteriores han encontrado en libros y escritos. Así com o el
originalmente pequeño sonido de un arpa llega a alcanzar
la plenitud del tono gracias al arco de resonancia, así
también nos suena a nosotros la teoría de los hechos, de las
bases materiales de vida, com o un acorde surgido del
m undo hum ano circundante. Las nuevas ideas, que se
acom odan a la nueva realidad, son anunciadas por cada
uno de los que las recibieron y asimilaron, si bien al
principio fueron com o un débil tono para ellos; pero ahora
su fuerte voz despierta a los más jóvenes y a los espíritus,
más perezosos, su propaganda se añade a la acción directa
de las •experiencias vitales, y de este m odo sirve rápi­
damente para un concepto claro de lo esencial contenido
en ella. D el m ism o m od o, la vieja ideología se fortalece
por la misma fuerza, siendo capaz de mantenerse en vida.
Gracias a las influencias espirituales de los más viejos sobre
los más jóvenes, de los viejos escritos sobre las nuevas
generaciones, sigue resonando aún la vieja vida de los
pensamientos durante un período de tiem po, si bien sus
causas materiales y primeras ya no existen. Sin em bargo, a
la larga, esa vieja ideología -— que ahora suena ya de un
m odo desacorde— ha de acabar pereciendo. Cuando una
nueva realidad, de un m od o o de otro, ha logrado influir
al espíritu con su presencia, y ha logrado introducir los
nuevos conocim ientos en las cabezas, entonces la vieja

54
ideología se agota, el espíritu ha de ir abandonando poco a
poco sus viejas creencias y sus ideas, en favor de las
necesidades de la nueva sociedad. El proceso es a veces lento,
a veces indeciso, y a veces se queda a m edio cam ino, pero
finalm ente el proceso tiene lugar. Pues la propaganda de
la nueva ideología adquiere nueva fuerza continuamente
porque parte de la realidad de la vida.
A quí juega un papel importante la celeridad del
proceso de cam bio social. En épocas antiguas, cuando este
proceso se realizaba muy lentamente, las formas de
pensamiento nacidas de la sociedad se petrificaban, llegan­
do a formar dogmas fuertemente inamovibles. En épocas
de cam bio rápido, el espíritu queda desgarrado, se vuelve
más plástico y m óvil, y elim ina de una manera muy rápida
las viejas ideas. Los decenios que hemos pasado, en los
cuales el capitalismo y el proletariado alcanzaron un alto
grado de evolución,- trajeron consigo una dilación o incluso
una paralización del proceso político revolucionario; du­
rante este tiem po, se d io, por lo tanto, también el proceso
espiritual de evolución en un tiem po lento, sobre todo si le
comparamos con la form ación de ideas terriblemente
progresivas del período de revolución burguesa inmediata­
mente precedente. La consecuencia de ello fue que
después del primer brillante im pulso del marxismo tuvo
lugar un retroceso: duda revisionista, pervivencia de la
crítica burguesa, y, en una parte de los radicales, paraliza­
ción dogm ática. Sin em bargo, en estos m om entos se abre
de nuevo un período revolucionario, que sin ningún
género de dudas habrá de traer consigo una revolución de
los espíritus, una profunda renovación de las ideas, una
fuerte revolución intelectual.

55
Capítulo Quinto
¿Q ué es el socialismo?

Q ue una parte del Partido habla de socialismo respecto


a las medidas tomadas por el gobierno para el control del
consumo de los alimentos («cuestión por la que nosotros
también nos preocupamos») muestra que, en la cuestión
de qué sea realmente el socialismo existen profundas
diferencias de opinión en el seno de la socialdemocracia.
Pero esas discrepancias existen no solamente desde los
últimos ocho meses; también en años anteriores existió la
misma diferencia de opiniones. Por ejem plo, en la cues­
tión de las propuestas de m on opolio (com o últimamente,
del m onopolio del petróleo), que una parté de los ra­
dicales consideraba com o un escaso impuesto indirecto,
mientras que muchos revisionistas la saludaron com o paso
en el camino al socialismo. La pregunta, por lo tanto, no
es simplemente ¿quién tiene razón?, sino sobre todo
¿cóm o es posible que irnos se equivoquen tan crasamente?
La contestación a esta pregunta radica en la evolución del
capitalismo mismo.
A la pregunta ¿qué es el socialismo?, todos dirán:
Socialismo es la producción regulada socialmente, que
sirve a la necesidad de la generalidad, y no al provecho
individual. «Socialmente regulada», significa naturalmente
que ha de ser dirigida por algún órgano de la sociedad,
por ejem plo el Estado, o por una totalidad de tales

56
órganos. En esta frase, em pero, n o debería buscarse tanto
una descripción del orden futuro m ejor, orden que
buscamos, sino más bien la crítica del actual sistema
capitalista. Puesto que esto constituye su contenido inter­
no más esencial, su importancia y su acento debe buscarse
en la esencia del tan criticable capitalismo. Y ello tanto
más, cuanto que en la frase están contenidas, en primer
lugar, la regulación social, y en segundo lugar, el servir a
la generalidad del pueblo.
Cuando el m ovim iento obrero se alzó hace m edio
siglo, la más importante y notoria parte del capitalismo era
la libre com petencia, la ausencia de reglas para la produc­
ción privada. Contra este desperdicio de trabajo, que sólo
logró la meta de dotar a la hum anidad de los m edios de
vida suficientes por m edio de un resultado casual y, por
término m edio, com o resultado de muchos esfuerzos falsa­
mente dirigidos, hubo de surgir la superioridad de una
organización del trabajo más racional. Frente a la lucha
salvaje por la existencia, en la que perecían masivamente
los débiles, surgió el deber de que la sociedad velase por
todos sus miembros. El estado tiene otras cosas que hacer,
que los servicios de vigilancia nocturna en la salvaje lucha
competitiva de los empresarios privados; el estado, se dijo,
debía actuar con mano firm e, para mantener alejados de
nosotros a los más grandes enem igos del pueblo: hambre,
frío y penuria.
Así surgió el socialismo sobre tod o com o oposición a la
doctrina manchesteriana de la com petencia desenfrenada.
En las exigencias del proletariado, que realmente era quien
había de padecer ese estilo manchesteriano, surgió el ideal
del nuevo orden social contra la realidad capitalista: contra
la anarquía de la organización, contra el desenfrenado
individualism o, puso el principio com unitario; contra el
estilo manchesteriano, la inmiscusión estatal; contra el
liberalismo, el socialismo. La cuestión principal era: regla­
mentación, organización racional, pero todo esto solamen­
te podía emanar del poder del estado demócrata, que, en
su calidad de órgano superpuesto a la com unidad, se
enfrentó con el enorme m ontón de industrias privadas.
Q ue esta reglamentación pu do servir entonces necesaria­

57
mente a los intereses de la gran masa popular, era tan claro
que no se podía hacer otra cosa. T oda ingerencia reglada
del Estado, fuere para la vigilancia de la debilidad econó­
mica, fuere para la estataliz ación de una rama de la
industria hasta entonces privada, fue considerada com o un
primer paso en el camino hacia el socialismo, y resaltado
com o «socialismo de Estado».
Y en este sentido es cierto que, frente a los defensores
burgueses de econom ía privada, a m enudo hacemos
alusión a una organización que tienda al m onopolio estatal
de ferrocarriles y transportes, organización a la que consi­
deramos ejem plo de lo que debe ser. Pero tampoco
olvidamos que la palabra socialismo de estado significa lo
mismo que capitalismo de estado, y viceversa. En los
servicios estatales, el trabajador no se siente la mayoría de
las veces al servicio de un órgano de la com unidad que ha'
de servir al bien com ún, sino al servicio de un empresario
om nipotente, contra el que se encuentra absolutamente
im potente. Una recom endación, una propaganda para las
ideas del socialismo no puede por lo tanto partir de los
actuales servicios estatales, o de las actuaciones, por lo
demás violentadoras, del actual Estado. Por lo demás, en
el ínterin, el propio capitalismo ha ido realizando la mitad
del programa socialista. En lugar de los numerosos propie­
tarios ; privados, ha surgido un pequeño número d e
magnates; en lugar de la libre com petencia, ha nacido lá
regulación forzosa por m edio de trust y cártels, en lugar
del desmadre ha florecido la organización. Pero todo ello,
se ha producido de una form a que, para el trabajador,
para las masas populares, no es m ejor que la anarquía de
antes. Pues esta organización sirve sólo para los altos
beneficios del gran capital, no para la necesidad satisfecha
de la generalidad. Más aún: el poderío brutal de este gran
capital organizado gravita de una manera aún más dura
sobre el proletariado, de lo que antaño lo hiciera el
pequeño poder del empresario aislado. El gran capital va
intrínsecamente unido a la violencia del Estado:ambos
trabajan m ano a mano para la prom oción de los grandes
intereses económ icos.
D icho de otro m odo: el socialismo im plica dos cosas:

58
organización y democracia (pues sólo el poder popular pone
la meta de la sociedad en la satisfacción de las necesidades
del pueblo). Ahora, el capitalismo se hace cada vez mas
organizado, pero cada vez se aleja más de la democracia,
porque concentra en sus propias manos el poder económ i­
co. D e ahí que en el presente sea para nosotros innecesario
el propagar la organización económ ica, alabando los pasos
en ese sentido com o pasos importantes hacia el socialismo.
N o. La libre com petencia se ha term inado, y esta parte del
capitalismo se ha convertido en algo inesencial. Así pues,
actualmente nuestra tarea más importante debe dirigirse a
la otra parte, a la parte que debe hacer de la organización
de la econom ía (basada hoy en una fuente de gran presión
sobre las masas y de un gigantesco poder para el gran
capital), una fuente de abundancia para las masas. La
democracia es ahora el capítulo principal, la parte más
importante del socialismo. En este período de la evolución
económ ica se encuentra todo lo que fortalece la democra­
cia, el poder de la clase trabajadora, un paso adelante en el
camino del socialismo. En este período de evolución
económ ica, tod o lo que fortalece la democracia, el poder
de la clase obrera, es un paso adelante en el camino hacia
el socialismo. Por tanto, la organización estatal, que de
diversas maneras en los últim os tiem pos se vinculaba tanto
ai socialismo, no tiene nada que hacer con él.

59
Capítulo Sexto
Sobre Consejos Obreros

Desearía hacer algunas apreciaciones y com plem enta-


ciones a las declaraciones del com pañero K ondor sobre
«¿Organización burguesa o socialdemócrata?», aparecidas
en el número 7 de «Funke», de diciem bre de 1951.
En primer lugar, allí donde critica el papel actual de
los sindicatos, (y partidos), tiene toda la razón. Con los
cambios de la estructura económ ica, ha de cambiarse
también la función de las diversas formaciones sociales. Los
sindicatos fueron y son imprescindibles com o Órgano de
lucha de la clase obrera dentro del capitalismo. Bajo, el
capitalismo m onopolista, han llegado a ser una parte del
aparato burocrático dirigente, que ha anucleado a toda la
dase obrera dentro de su seno. En su calidad de organiza^
ciones construidas y cuidadas por los trabajadores mismos,
son mejores que cualquier aparato forzoso para hacer de la
dase obrera, a ser posible sin fricción , un m iem bro de la
estructura sodal. En el actual período de transición, este su
nuevo carácter surge cada vez con más fuerza. Esto muestra
que sería un esfuerzo infructuoso volver a las viejas formas
organizativas. Por eso, los trabajadores han de encontrar
una mayor libertad en la elección de sus formas de lucha
contra el capitalismo.
La evolución del capitalismo de estado — propagado en
Europa de muy diversas maneras bajo el nom bre de

60
socialismo— no significa liberación de la clase obrera, sino
mayor descontento. Lo que busca la clase obrera en su
lucha (libertad y seguridad, dom inio de su propia vida)
sólo es posible gracias a la apropiación de los medios de
producción. El socialismo de estado no es ya el lugar del
poder de los trabajadores, sino el órgano estatal que
dispone de los medios de producción. Aunque dem ocráti­
camente, esto significa que los trabajadores podrían elegir
a sus amos. Frente a esto, el poder de disponer directa­
mente de los m edios de producción significa por parte de
los trabajadores que ellos mismos dirigen los servicios, y de
abajo arriba construyen las organizaciones centrales. Esto
es lo que se caracteriza com o sistema de los consejos
obreros. K ondor tiene, pues, toda la razón, cuando les
caracteriza com o el nuevo y futuro principio de organiza­
ción de la clase trabajadora. Se opon en , en su calidad de
autogestión organizada de las masas productoras, frontal­
mente a la organización desde arriba del socialismo de
Estado. Llegados aquí, tenemos que tener en claro lo
siguiente: «Consejo obrero» no significa una forma deter­
minada de organización cuidadosamente pretrazada, que
habría que describir con detalle absoluto; significa por el
contrario un principio, el principio del poder de disposi­
ción de los trabajadores mismos de las industrias y de la
producción. Su realización no es cosa de discusión teórica
sobre la m ejor realización práctica, sino que es cosa de la
lucha práctica contra el aparato de poder del capitalismo.
Los consejos obreros no significan hoy día un encuentro
fraternal con el trabajo corporativo; significan lucha de
clases — la fraternidad encuentra su expresión dentro de
esta lucha de clases— , significan acción revolucionaria de
las masas contra el poder del Estado. Las revoluciones n o se
planean; surgen espontáneamente a partir de las relaciones
y comportamientos imparables, a partir de las situaciones
de crisis. Surgen solamente cuando en las masas alienta el
sentimiento de que nada las puede parar, y cuando a la
vez existe una cierta unanimidad de conciencia en torno a
lo que hay que hacer. A qu í radica la tarea de la
propaganda, de la discusión abierta. Y estas acciones
solamente pueden alcanzar un éxito permanente cuando

61
en las amplias masas de los trabajadores existe la inteli­
gencia del carácter y la meta de su lucha. En esto consiste
la necesidad de tomar por tema de la discusión a los
consejos obreros.
Así, la idea de los consejos obreros no aparece com o un
programa para la realización práctica mañana o dentro de
un par de años, sino com o una línea recta en la larga y
difícil lucha de liberación en que todavía se encuentra
metida la clase obrera. Ciertamente, Marx escribió una
vez: la hora del capitalismo ha llegado. Pero tam poco ha
dejado, ninguna duda en el sentido de que esa hora
significa toda una época histórica.

62
Capítulo Séptimo
Socialdemocracia y com unism o

1. El camino del movimiento obrero

La guerra m undial no ha traído solamente una violenta


revolución de todas las relaciones económicas y políticas;
también ha cam biado por com pleto al socialismo. Quien
haya crecido con la socialdemocracia alemana y participado
en sus filas por la lucha de la clase obrera, se encontrará des­
concertado ante todo lo nuevo, y se preguntará si todo lo
que hasta ahora ha aprendido y realizado era falso, y si por
lo tanto ha de aprender y seguir las nuevas teorías. La
respuesta es: N o era falso, sino algo incom pleto. El
socialismo no es una teoría incam biable. Con la evolución
del m undo crece la penetración teórica de los hom bres, y
con las nuevas relaciones surgen nuevos m étodos para
alcanzar nuestra meta. Esto se ve ya lanzando una mirada
a la evolución del socialismo en el últim o siglo.
A comienzos del siglo X IX imperaba el socialismo
utópico. Pensadores de amplias miras y con amplia
sensibilidad respecto a la insoportabilidad del capitalismo
hicieron esbozos para una m ejor sociedad, en la cual el
trabajo debía ser organizado cooperativam ente. U n giro se
dio cuando Marx y Engels publicaron en el 1847 el
«Manifiesto Comunista». Por primera vez surgieron clara­
mente aquí los puntos principales del posterior socialismo:

63
a partir del capitalismo m ism o nacerá la fuerza capaz de
cambiar y hacer nacer una sociedad socialista. Esta fuerza
es la lucha de clases del proletariado. Los pobres, despre­
ciados, ignorantes trabajadores serán en adelante los encar­
gados de esté cam bio, en la m edida en que toman com o
m isión la lucha contra la burguesía, ganando en este
proceso fuerza y capacidad y organizándose ellos mismos
com o clase; por m edio de una revolución, el proletariado
conquistará el poder político, y realizará el cam bio total
económ ico.
Hay que resaltar además que Marx y Engels no deno­
minaron nunca a esta tarea «socialismo» y que tam poco se
denom inaron a sí mismos «socialistas». Engels lo ha
expresado con toda claridad: en aquella época, eran carac­
terizadas con el nom bre de socialismo diversas corrientes
de la burguesía, que, por un sentim iento de identificación
con el proletariado o por otros m otivos, querían echar
abajo el orden capitalista; a m enudo, sus metas eran
incluso reaccionarias. El com unism o, por el contrario, fue
un m ovim iento proletario. Comunistas se denominaron los
grupos obreros que atacaron el sistema del capitalismo. D e
la liga de los trabajadores comunistas salió el Manifiesto,
que señaló al proletariado la meta y la dirección de su
lucha.
El año 1848 estalló con las revóluciones burguesas, que
abrieron el cam ino al capitalismo en la Europa central, y
con ello tam bién el cam bio de los pequeños estados
tradicionales en estados nacionales más poderosos. La
industria se desarrolló en los años cincuenta y sesenta en
un tiem po récord, y en esta prosperidad se hundieron
todos los m ovim ientos revolucionarios de forma tal, que
incluso se olvidó el nom bre del com unism o. Cuándo luego
en los años sesenta, a partir de este am plio capitalismo, el
m ovim iento obrero volvió a surgir en Inglaterra, Francia y
Alemania, tenía ya un suelo más am plio que las anteriores
sectas comunistas, pero sus metas eran m ucho más lim i­
tadas y alicortadas: mejora de la situación inmediata,
sindicatos, reformas democráticas. En Alemania, Lassalle
desplegó una agitación en orden a las cooperativas de
producción con apoyo estatal; el estado debía de este

64
m odo erigirse en artífice de las tareas sociales en favor de la
clase obrera, y para forzarle a ello, debía valer la dem ocra­
cia — el poder de las masas sobre el Estado— . Así se
com prende que el Partido fundado por Lassalle se arrogase
el significativo nom bre de socialdemocracia: bajo este
nom bre se expresaba la meta del Partido, es decir, la
democracia con finalidad social.
Pero poco a poco el Partido creció más allá de sus
primeras estrechas metas. La incontenible evolución capi­
talista de Alem ania, la guerra para la form ación del
imperio alemán, la unión de la burguesía y del militarismo
latifundista, la ley socialista, la reaccionaria política adua­
nera e impositiva, todo ello im pulsó a la clase trabajadora
hacia adelante, haciendo de ella la vanguardia del m ovi­
m iento obrero europeo, qué aceptaba su nom bre y sus
decisiones. La praxis agudizó su espíritu en orden a la
com prensión de la doctrina de Marx, que fue accesible a
los socialistas, en las numerosas popularizaciones de Kauts-
ky y en sus aplicaciones. Y de este m odo se volvieron a
reconocer los principios y las metas del viejo com unism o:el
Manifiesto Comunista com o escrito programático, el mar­
xismo com o su teoría, la lucha de clases com o su táctica, la
conquista del poder político por el proletariado, la revolu­
ción social com o su meta.
Sin em bargo existía una diferencia:el carácter del
nuevo marxismo, el espíritu de todo el m ovim iento, era
distinto al del viejo com unism o. La socialdemocracia
creció en m edio de una poderosa evolución capitalista. N o
había en principio que pensar en un cam bio violento. Por
esto, la revolución se desplazó al lejano futuro, y se
satisfizo con la propaganda y la organización que habría de
prepararla, contentándose de m om ento con las luchas por
las mejoras inmediatas. La teoría afirmaba que la revolu­
ción habría de llegar com o resultado de la evolución
económ ica de una manera necesaria, olvidando que la
acción, la actividad espontanea de las masas, era necesaria
para que tal llegada se produjese. D e esta guisa se
convirtió en una especie de fatalismo económ ico. La social­
democracia y los sindicatos ascendientes por ella dom ina­
dos, se convirtieron en un m iem bro de la sociedad

65
capitalista; se convirtieron en la oposición y la resistencia
creciente de las masas trabajadoras, siendo el órgano que
im pedía la com pleta depauperación de las masas bajo la
presión del capital. Gracias al derecho electoral generali­
zado, llegaron incluso a convertirse en una fuerte oposi­
ción dentro del parlamento burgués. Su carácter principal
fue, pese a la teoría, reformista, y, respecto a las cuestiones
inmediatas, reformista y minimalista en lugar de revolu­
cionario. La causa principal de esto radicaba en la prosperi­
dad proletaria, que proporcionó a las masas proletarias una
cierta seguridad vital, no dejando elevarse ninguna voz
revolucionaria.
En el últim o decenio se han fortalecido estas tenden­
cias. El m ovim iento obrero llegó a alcanzar lo que dentro
de estas circunstancias podía alcanzarse: un poderoso
Partido con un m illón de m iem bros y un tercio de los
electores a su favor, y junto a él un m ovim iento sindical
que anucleó en torno a sí a la mayor parte de los
trabajadores capaces de organizarse. C hocó contra uña
barrera más poderosa, contra la que los antiguos m edios
no habían podido salir airosos: las fuertes organizaciones
del gran capital en sindicatos, cadenas empresariales y
comunidades de intereses, así com o la política del capital
financiero, la industria pesada, y el militarismo, formas
todas de imperialismo que eran dirigidas fuera del parla­
m ento. Pero este m ovim iento obrero no estaba capacitado
para una total renovación y enrum bam iento de la táctica.,
mientras que enfrente estaban las organizaciones podero­
sas, consideradas com o un fin en sí mismas, y con el deseo
de protagonism o. Portavoz de esta tendencia era la
burocracia, el numeroso ejército de em pleados, jefes, par­
lamentarios, secretarios, redactores que formaban un gru­
po propio con intereses propios:.P oco a p oco, la meta era,
m anteniendo el viejo nom bre, comportarse de m od o d i­
verso. La conquista del poder p olítico por el proletariado
se convirtió para ellos en conquista de la mayoría por su
Partido;la substitución de los políticos gobernantes y de la
burocracia estatal por ellos, los políticos socialdemócratas
y la burocracia sindical y del Partido. La realización del
socialismo debía venir ahora por m edio de nuevas leyes

66
favorables al proletariado. V esta fue la postura dominante
no solamente entre los revisionistas. Tam bién Kautsky, el
teórico político de los radicales, d ijo en una discusión que
la socialdemocracia quería ocupar el Estado con todos sus
órganos y todos sus ministerios, para poner simplemente a
otra gente, la socialdemocracia, en lugar de los ministros
hasta la fecha existentes.
La guerra m undial rom pió tam bién la crisis existente
dentro del m ovim iento obrero. La socialdemocracia se
puso en general al servicio del imperialismo bajo la
fórm ula «defensa de la patria»; la burocracia del Partido y
de los sindicatos trabajaron mano a m ano con la burocracia
estatal y con el empresariado para que el proletariado
derramase fuerza, sangre y vida hasta el límite. Esto
significó la ruptura de la socialdemocracia com o Partido de
la revolución proletaria. Ahora se produjo, pese a la aguda
represión, una progresiva oposición en todos los países,
volviendo a ondear la vieja bandera de la lucha de clases,
del marxismo y de la revolución. ¿Bajo qué nombre había
de ondear? Tenía todo el derecho a hacerlo reclamando las
viejas fórmulas de la socialdemocracia que los Partidos
socialdemócratas habían dejado en la estacada. Pero el
nom bre de «socialista» había perdido ya sentido y fuerza,
puesto que las diferencias entre socialistas y burgueses casi
habían desaparecido. Para llevar adelante la lucha de
clases, había que llevar adelante prim ero y primordialmente
la lucha contra la socialdemocracia, que había llevado al
proletariado al abismo de la miseria, de la sumisión, de la
guerra, de la aniquilación, de la im potencia. ¿Podrán los
nuevos luchadores aceptar estos vergonzosos y desvergon­
zados nombres? Un nuevo nom bre era necesario, pero
¿qué nom bre era más adecuado que los otros, para erigirse
en portador primero de la vieja y originaria lucha de
clases? En todos los países renace el mismo pensamiento;
recuperar el nom bre de com unism o.
D e nuevo, como en tiempos de Marx, están enfrenta­
dos el comunismo como dirección proletaria y revolucio­
naria, y el socialismo como dirección burgueso-reformista.
Y el nuevo com unism o no es solamente una nueva edición
de la teoría de la socialdemocracia radical. A partir de la

67
crisis mundial, ha ganado nueva profundidad, que le aleja
totalmente de la vieja teoría. En lo que sigue, queremos
mostrar la diferencia entre ambas teorías.

2. Lucha de clases y socialización

En sus mejores tiempos, la socialdemocracia establecía


la lucha de clases contra la burguesía com o su principio, la
realización del socialismo com o su meta, tan pronto com o
la conquista del poder político se lograra. Ahora la social­
democracia ha abandonado este principio y esta meta;
ahora ambos principios los ha retom ado el com unism o.
Cuando estalló la guerra, la socialdemocracia sostuvo la
guerra contra la burguesía. Kautsky afirmó que la lucha de
clases sólo valía para épocas de paz, mientras que en la
guerra había de ponerse en su lugar la solidaridad de clases
contra la nación enemiga. C om o base para decir esto se
sacó de la manga la mentira de la «guerra defensiva», con
que las masas fueron engañadas al com ienzo de la guerra.
Los dirigentes de la mayoría y los independientes se
diferenciaban en este punto solamente porque los primeros
colaboraron entusiastamente con la política bélica de la
burguesía, mientras que los últim os la soportaban pacien­
temente, porque no se atrevían a realizar la lucha ellos
mismos com o protagonistas.. Tras el militarismo alemán de
noviem bre de 1918, volvió a repetirse la misma im agen.
Los dirigentes socialdemócratas gobiernan junto con los
partidos burgueses e intentan persuadir a los obreros de
que esto es el poder político del proletariado. Pero no
utilizan su poder sobre los ayuntamientos y ministerios
para realizar el socialismo, sino para restablecer el capita­
lismo. A todo esto hay que añadir que el gran, el increíble
poder del capital, que es el principal enem igo y explotador
del proletariado, es ahora el capital de la Entente, que hoy
dom ina el m undo. La burguesía alemana, reducida a la
im potencia, solamente puede existir en calidad de peón y
agente del imperialismo de la Entente, encargado de
aplastar a los trabajadores alemanes y de explotar a favor
del capital de la Entente. Los socialdemócratas, com o

68
representantes políticos de esta burguesía y que ahora
form an el gobierno alem án, tienen la tarea de realizar las
órdenes de la Entente, y pedir su apoyo y ayuda.
Por su parte los independientes, que durante la
guerra frenaron a los trabajadores en su lucha contra el
poderoso imperialismo alemán han visto que después de la
guerra su tarea consiste — por ejem plo, con su enalteci­
m iento de la liga de pueblos de W ilson y con su
propaganda en favor de la paz de Versalles— en frenar a
los trabajadores en la lucha contra esta prepotencia del
capitalismo m undial.
En el anterior período de oposición de la socialdem o-
cracia a la guerra, podía suponerse buena fe a los líderes de
la oposición, pensando tam bién que su elevación a los
lugares más prominentes del gobierno significaba el poder
político del proletariado, ya que, com o representantes de
los trabajadores, elaborarían leyes para la realización o al
menos para el acceso al socialism o. Pero cualquier trabaja­
dor sabe que — pese a proclamas ocasionales— no hay
nada que hacer con ellos. ¿Se acepta que estos señores,
una vez satisfecha la meta de su codicia, ya no tienen más
deseos ni metas, que por tanto la socialdemocracia no era
para ellos más que ruido? En parte, tal vez. Pero además
hay otras razones mejores para explicar su com portam ien­
to. La socialdemocracia ha dich o que, en las circunstancias
actuales, tras el terrible hundim iento económ ico, ya no es
en m odo alguno posible realizar el socialismo. Y aquí
encontramos una importante contraposición entre la pos­
tura del com unism o y la de la socialdemocracia. Los
socialdemócratas dicen que el socialismo solo es posible en
una sociedad de abundancia, de creciente prosperidad. Los
comunistas dicen que en tales épocas el capitalismo está
sumamente seguro, pues en ellas las masas no piensan en
una revolución. Los socialdemócratas dicen: primero hay
que recuperar la producción, para evitar una catástrofe
total, que las masas mueran de hambre. Los comunistas
dicen: ahora, en que la econom ía está por los suelos, es el
tiem po oportuno para recuperarla sobre bases socialistas.
Los socialdemócratas dicen: la más simple recuperación de
la producción exige la continuación del viejo m odo de
69
producción capitalista, conform e al cual están ordenadas
las instituciones, y gracias al cual se evitará una lucha de
clases devastadora contra la burguesía. Los comunistas
dicen: una recuperación de las bases económicas capitalis­
tas es com pletam ente im posible; el m undo se va hundien­
do en la bancarrota ante nuestros ojos de una manera cada
vez más profunda, en una miseria que hace necesaria la
ruptura contra la burguesía que frena el único cam ino
posible de reconstrucción. Así pues, los socialdemócratas
quieren restablecer primero el capitalismo, evitando la
lucha de clases; los comunistas quieren construir el socia­
lismo de nuevo ahora, bajo la dirección de la lucha de
clases.
¿Cóm o es, por lo tanto, el asunto? El proceso social del
trabajo es la producción de todos los bienes necesarios para
la vida. Pero la satisfacción de las necesidades humanas no
es la meta de la producción capitalista. Su meta es la
plusvalía, el provecho. La actuación entera del capitalista
está dirigida hacia el provecho, y sólo por ello permiten a
los obreros trabajar en sus fábricas y fabricar bienes en su
país, bienes que son precisos a nuestras necesidades.
Ahora, todo este proceso de trabajo está roto y paralizado.
Ciertamente, siguen extrayéndose beneficios, incluso gi­
gantescos beneficios, pero esto ocurre por los retorcidos
caminos del desplazamiento, del parasitismo, del robo, del
com ercio clandestino y de la especulación. Si ha de resta­
blecerse la fuente de ganancia regular para la burguesía,
entonces hay que poner en funcionam iento la producción,
el proceso laboral. ¿Es ello posible?
En la m edida en que se trata del trabajo, de la
producción, no puede ser una cosa difícil. Las masas
trabajadoras están ahí, dispuestas al trabajo. Alim entos, se
cultivan en Alemania suficientes. Materias primas, carbón,
hierro, existen ciertamente en m enor cantidad para la gran
masa de trabajadores industriales altamente cualificados,
pero esto se podría solucionar fácilm ente gracias al inter­
cam bio con los países p oco industrializados y ricos en
materias primas de Europa oriental. Así pues, la nueva
construcción de la producción no es algo sobrehum ano.
Pero la producción capitalista significa que una parte del

70
producto les corresponde a los capitalistas sin que ellos
trabajen.
El orden jurídico burgués es el m edio que hace posible
que tales capitalistas dispongan de esa ganancia com o cosa
natural, gracias a su derecho de propiedad. Mediante este
derecho, el capital tiene «aspiraciones» a su ganancia. Lo
mismo pasaba antes de la guerra. Pero la guerra ha
incrementado enormemente la aspiración a la ganancia por
parte del capital. La deuda estatal tiene hoy casi los
mismos miles de millones que antes tenía sim plem ente de
m illones. Esto significa que los propietarios de los títulos
de deuda pública del Estado aspiran a recibir sin trabajar
ante todo sus miles de m illones de intereses a cuenta del
trabajo de todo el pueblo, en form a de impuestos. En el
caso de Alemania además, hay que añadir a todo eso las
indemnizaciones de guerra a la Entente, que form an una
suma total de 200 ó 300 miles de m illones, más de la
mitad del producto nacional bruto. Esto significa qu e, de
la suma total de la producción, más de la mitad ha dé ser
pagada en concepto de indem nizaciones de guerra y a los
capitalistas de la Entente. Adem ás de eso, está la propia
burguesía alemana, que quiere extraer el mayor beneficio
posible, para poder acumular nuevo capital. ¿Qué quedará
entonces para los obreros? El trabajador, pese a todo,
necesita vivir; pero está claro que en estas circunstancias su
manuntención bajará hasta el m áxim o, mientras que la
obtención de todas las ganancias del capital solamente sé
podrá producir gracias a un trabajo intensivo, a una
larguísima jornada laboral, y a m étodos refinados de
explotación.
La producción capitalista im plica ahora un grado de
explotación tan alto, que será intolerable y hasta im posible
para los obreros. Una reconstrucción de la producción en sí
misma, no tiene mayor dificultad, exige una organización
capaz y decidida, así com o la entusiasta colaboración de
todo el proletariado. Pero una reconstrucción de la produc­
ción bajo tan tremenda presión, bajo esta expoliación
sistemática, que sólo da a los obreros lo que necesitan
mínimamente para vivir, es prácticamente im posible. El
solo intento ha de fracasar por la resistencia y la negativa

71
de los propios obreros, a los que se les desposee de toda
perspectiva de seguridad vital, llevando a la progresiva
ruina de toda la econom ía. Alem ania es un ejem plo de
cuanto decimos.
Ya durante la guerra, los comunistas reconocieron la
im posibilidad de pagar las enormes deudas de guerra y sus
intereses, planteando la exigencia de anular las deudas de
guerra y las indemnizaciones bélicas. Pero esto no es todo.
¿Hay que anular tam bién los préstamos producidos durante
la guerra? Poca diferencia hay entre que un capital haya
sido prestado durante la guerra para la fabricación de
cañones o las acciones de una fábrica para la fabricación de
láminas o de granadas. A qu í no se puede diferenciar entre
las diversas formas del capital, ni reconocer la aspiración
del mismo a la ganancia, si se rechaza el resto. Toda
ganancia para el capital es una carga para la producción,
que dificulta la reconstrucción. En una econom ía flore­
ciente, no solamente es una gran tara la tremenda carga de
los costes de guerra, sino cualquier carga en general. Por
esta razón, el comunismo, que de entrada rechaza toda
aspiración del capital a la ganancia, es el único principio
prácticamente realizable. Hay que reconstruir práctica­
mente la economía de nuevo, sin contar con la ganancia
del capital.
El rechazo de la ganancia del capital fue, em pero,
siempre también un axioma de la socialdemocracia. ¿Có­
m o se lo plantea ahora? Lucha por la socialización, es
decir, por que las industrias sean expropiadas en favor del
Estado, pagando a los propietarios por esa expropiación.
Esto significa que una vez más, y esta vez incluso por
mediación del Estado, hay que pagar una parte del
producto del trabajo a estos capitalistas por no haber
trabajado. De esta manera, la explotación de los trabaja­
dores por el capital sigue siendo la misma. Dos cosas
fueron siempre específicas del socialismo: elim inación de
la explotáción, y regulación social de la producción. La
primera es la meta más im portante para el proletariado, la
segunda es el m étodo razonable para el aumento de la
producción, la organización técnica. Pero en los planes de
socialización que prepara la socialdemocracia sigue exis­

72
tiendo la explotación, y la desprivatización de las indus­
trias lleva tan sólo al capitalismo de Estado (o socialismo
de Estado), que hace de los empresarios capitalistas un
accionista del Estado. Esta socialización, tal com o ahora la
quieren los socialdemócratas, significa por tanto una
mentira al proletariado, al que se le muestra tan sólo el
aspecto exterior del socialismo, mientras que de hecho se
mantiene en pie la explotación. El fundam ento para esta
actitud está sin duda en el tem or ante un agudo conflicto
con la burguesía en una época en donde el proletariado
está creciendo, pero aún no está en posesión de todas las
fuerzas precisas para la lucha revolucionaria. Pero en la
praxis lo que de verdad significa es un intento para volver
a poner al capitalismo sobre sus propios pies, desde bases
nuevas. Este intento ha de fracasar naturalmente en el
sentido de que la depauperada econom ía no tolera donacio­
nes al capital.
Los socialdemócratas de ambas direcciones quieren,
pues, mantener la explotación de los trabajadores por el
capital; una línea socialdemócrata de manera descarada, la
otra hipócritamente;una línea dejando que el capitalismo
se desarrolle, la otra impulsando y regulando esa explo­
tación por m edio del Estado. Am bas, para el trabajador,
tienen esta única solución: ¡Trabaja, trabaja, trabaja apli­
cadamente, con todas tus fuerzas! Pues la construcción de
la econom ía capitalista solamente es posible si el proleta­
riado se fuerza a sí mismo a la cota más aguda de
explotación.

3. Acción de masas y revolución

Ya antes de la guerra qu edó patente el contraste entre


com unism o y socialdemocracia, si bien no bajo este
nom bre. Entonces se trataba de la táctica de la lucha. Bajo
el nom bre de «radicales de izquierda» surgió entonces en la
socialdemocracia una oposición (de la que nacieron los
predecesores del actual com unism o) , que defendía, frente
a los radicales y revisionistas, la acción de masas. En esta
disputa, quedó claro cóm o los portavoces radicales, espe­

73
g]"gJülu i <~f.-+rs i z ; • •

cialmente Kautsky, defendían una posición contraria a la


revolución, tanto en sus opiniones teóricas, com o en su
táctica.
La lucha parlamentaria y sindical había traído — bajo el
capitalismo fuertemente en auge— a los trabajadores al­
gunas mejoras de su econom ía, construyendo igualmente
un poderoso dique contra las silentes tendencias a la
pauperización por parte del capitalismo. Pero en el últim o
decenio, este dique cedió p oco a p oco, pese a la fuerte y
creciente organización: el imperialismo reforzó el poder
del empresariado, y el militarismo debilitó el Parlamento,
llevando a los sindicatos a la defensiva, y preparando la
guerra mundial. Estaba claro que los viejos m étodos de
lucha ya no servían. Instintivamente, las masas se han
dado cuenta de ello; en todos los países se las ve participar
en acciones, a m enudo contra la voluntad de sus dirigen­
tes, o en grandes luchas sindicales, o en huelgas de
transportes que paralizan la econom ía, o en demostracio­
nes de carácter político. A m enudo, la irrupción de la
revuelta proletaria estalla, rom piendo de tal manera la
autoseguridad de la burguesía, que se ve obligada a hacer
concesiones; a m enudo tam bién, los movimientos son
ahogados con matanzas. Los dirigentes socialdemócratas
tratan de utilizar también estas acciones para sus fines
políticos, reconocen la utilidad de las huelgas políticas para
determinadas metas, solamente a condición de que se
reduzcan a los límites previstos, a condición de que
com iencen y cesen cuando lo ordenen los dirigentes, y
siempre permanezcan subordinadas a la táctica de estos
dirigentes. De este m odo suelen seguir utilizándose tam­
bién hoy a veces, pero la mayoría de ellas sin demasiado
éxito. La violencia tempestuosa del surgimiento elemental
de las masas queda paralizada por la política de com pro­
misos. Lo que, por lo demás, tem e la burguesía dom inante
es la inseguridad, el no saber hasta qué punto podría
llegar la acción de un m ovim iento revolucionario, acción
que sin embargo falta en las acciones de masas «disciplina­
das», cuya candidez se anuncia de antemano.
Los marxistas revolucionarios, los posteriores com unis­
tas, se dieron cuenta ya de la lim itación de la ideología de

74
la clase dom inante socialdemócrata. Vieron que, durante
toda la historia, las masas, las clases mismas, fueron la
fuerza m otora y activa de todas las acciones. Las revolucio­
nes no surgieron nunca de la prudente decisión de líderes
conocidos; cuando las circunstancias y las situaciones
fueron insoportables, las masas insurgieron con cualquier
ocasión, defenestraron las viejas autoridades, y la nueva
clase o fracción de clase llegada al poder conform ó el
Estado o la sociedad según sus necesidades. Sólo durante el
últim o m edio siglo de tranquila evolución capitalista,
pu do aflorar la ilusión de que los líderes, las personas
individuales, dirigían según su ilustrada inteligencia a la
historia. Los parlamentarios en el parlamento, los em ­
pleados de la presidencia central, creían que sus hechos,
acciones, decisiones, determinan el cam ino de los aconte­
cimientos; la masa que venía detrás de ellos sólo debía
actuar cuando se la llamara, dar validez a las palabras de
sus portavoces, y desaparecer luego rápidamente de la
escena política. La masa tendría que jugar un simple papel
pasivo, el de elegir a sus líderes, que son los que actúan
dando fuerza activa a la evolución.
Pero si esta creencia se lim itaba en todo caso a las
revoluciones anteriores de la historia, aún vale más cla­
ramente cuando se tom a en consideración la profunda
diferencia existente entre una revolución burguesa y una
revolución proletaria. En la revolución burguesa, la masa
popular de trabajadores y pequeños burgueses sólo se
levantó una vez (com o en París en febrero de 1848) o se
levantó tan sólo de cuando en cuando, com o en la gran
revolución francesa, para echar abajo la vieja realeza, o un
nuevo poder incontenible, com o el de los girondinos. Una
vez hecho su trabajo, se presentaron com o hombres
nuevos, com o nuevo gobierno, com o representantes de la
burguesía, para remodelar y renovar los institutos estatales,
la constitución, las leyes. El poder proletario de masas era
necesario para destruir lo viejo, pero no para construir lo
nuevo, pues lo nuevo era la organización de un nuevo
poder de clase.
Según este m odelo concibieron los socialdemócratas
radicales a la revolución proletaria, a la que ellos -—en

75
contraposición con los reformistas, creyeron necesaria. Un
gran levantamiento popular debía acabar con la vieja
dom inación militar-absolutista, llevar a los socialdemócra-
tas al poder, los cuales se ocuparían del resto, construyen­
do el socialismo por m edio de nuevas leyes. Así pensaban
que debía ser la revolución proletaria. Pero esta revolución
es algo com pletam ente distinto. La revolución proletaria es
la liberación de las masas de todo poder de clase y de toda
explotación. Esto significa que ellas son las que han de
tomar la historia en sus propias manos, a fin de hacerse
dueñas de su propio trabajo. A partir del viejo género
hum ano limitado a un trabajo esclavo, que sólo piensa en
sí y no ve más allá de su fábrica, han de crearse nuevos
hombres, arrogantes, dispuestos a la .lucha, de espíritu
independiente, transidos de solidaridad, no dejándose
engañar por la mentira astuta de las teorías burguesas,
regulando el trabajo por sí mismos. Este cam bio no podrá
operarse por un acto único de revolución, sino que será
preciso un largo proceso, en el cual logren los trabajadores,
por m edio de la necesidad y de amargos desengaños, por
ocasionales victorias y repetidas derrotas, poco a p oco la
fuerza suficiente para lograr la sólida unidad y la madurez
para la libertad y el poder. Este proceso de lucha es la
revolución proletaria.
El tiem po que tarde este proceso es diferente según
países y circunstancias y depende ante todo de la fuerza de
resistencia de la clase dom inante. El hecho de que en
Rusia se diera en un espacio de tiem po relativamente
rápido -se debió a que la burguesía era débil y a que,
gracias a su ligazón con la nobleza campesina, puso a los
campesinos de parte de los obreros. El gran lugar de poder
de la burguesía es la violencia del Estado, la organización
violenta de la fuerza con todos.los m edios del poder a su
disposición: ley, escuela, policía, justicia, ejército y buro­
cracia, que tiene en sus manos la dirección de todas las
ramas de la vida pública. La revolución es la lucha del
proletariado contra este aparato de poder de la clase
dom inante, y sólo puede alcanzar su libertad si contrapone
a la organización enem iga una organización más fuerte y
sólida. El poderío estatal y la burguesía pretenden mante­

76
ner a los trabajadores im potentes, dispersos y cobardes, a
fin de romper toda unidad creciente por la violencia y la
mentira, para desmoralizarles en la fuerza de sus acciones.
Frente a esto, surge la masa obrera en acción de masas,
cuya acción significa la paralización y el desguace de las
organizaciones estatales. Mientras estas últimas permanez­
can intactas, el proletariado no podrá vencer, pues conti­
nuamente actuarán contra él. Así pues, la lucha — si el
m undo no quiere ir a dar en el capitalismo— debe acabar
finalmente cuando las poderosas acciones del proletariado
rom pen la maquinaria estatal y la dejan inerme.
Contra esto, ya Kautsky se manifestó antes de la guerra.
Según él, el proletariado no debería adoptar esta táctica
que le llevaría a la aniquilación de la violencia compulsiva
del Estado, porque él mismo necesita de la presencia del
aparato del Estado para sus fines. Todos los ministerios del
actual Estado, bajo el poder del proletariado, serían igual­
mente necesarios, a fin de realizar las leyes al servicio de
los trabajadores. Meta del proletariado debería ser no la
destrucción del Estado, sino su conquista. La cuestión dé
cóm o habría que crear la organización de poder del
proletariado vencedor — si una continuación del Estado
burgués, com o Kautsky pensaba, o si una organización
completamente nueva— quedaba así planteada. Pero las
teorías socialdemócratas, tal y com o fueron formuladas y
propagadas por Kautsky desde hace treinta años, sólo
hablaban de econom ía y capitalism o, a partir de los cuales
habría de surgir el socialismo «necesariamente»; el «cóm o»
de todo esto nunca fue form ulado, y por ello la pregunta
por las relaciones entre Estado y revolución no fue por
entonces respondida. Sólo más tarde lo fue. D e todos
m odos, el contraste entre las teorías socialdemócratas y las
comunistas quedaba ya claro, en lo referente a la revolu­
ción.
Para los socialdemócratas, la revolución proletaria es un
único acto, una actuación popular que destruye el viejo
poder y pone a los socialdemócratas en la cum bre del
Estado, y en los puestos del gobierno. La caída de los
Hohenzollern en Alemania el 7 de noviem bre de 1918 es
para ellos una pura revolución proletaria, que solamente

77
llegó a alcanzar tan fácilm ente el triunfo gracias a la
circunstancia especial de que la vieja com pulsión acabó por
causa de la guerra. Para los comunistas, esta revuelta
solamente podía tener el sentido del inicio de una
revolución proletaria, que, al suprimir la vieja com pulsión,
abría el camino a los trabajadores para terminar con el
viejo orden y construir su organización de clase. En
realidad, los trabajadores se dejaron dirigir por la social-
democracia y, tras su parálisis, ayudaron a reconstruir el
poderío estatal: siguen estando todavía en una época de
luchas difíciles. Para Kautsky y sus amigos, Alemania es
una auténtica república socialdemócrata — Noske y su
aparato represivo son tan sólo defectos de estética— en
donde los trabajadores, si bien no gobiernan, al menos
colaboran en el gobierno. Ciertamente, aún no deben
contar con que están en el socialism o. Kautsky ha repetido
continuamente que, según la concepción marxista, la
revolución social no se realizará de una vez, sino que es un
largo proceso histórico: el capitalism o no estaría aún m aduro
para la revolución económ ica. Esto quiere decir con otras
palabras que, aunque la revolución proletaria tuvo lugar,
los proletarios deben dejar explotarse al m odo antiguo y
sólo lentamente deben ir estatalizando algunas grandes
industrias. O con palabras más secas: en lugar de los viejos
ministros, han ocupado la cum bre del Estado los socialde-
mócratas, pero el capitalismo con su explotación sigue
siendo el mismo. Este es el sentido práctico de la
aspiración socialdemócrata según el cual tras un aumento
proletario, revolucionario, hecho de una vez, debería
producirse un proceso más largo de socialización, de
revolución social. Frente a esto, el com unism o afirma que
la revolución proletaria, la tom a de la propiedad por el
proletariado, es un proceso m uy lento en la lucha de
masas, mediante el cual el proletariado va madurando
hacia el poder y arrinconando la vieja maquinaria del
Estado. En el punto de inflexión de esta lucha, cuando los
trabajadores tom en el poder, se acabará en un breve
proceso con la explotación, se proclamará inmediatamente
la elim inación de toda aspiración a la ganancia sin
trabajar, y se com enzará la nueva base jurídica de la

78
reconstrucción de la econom ía en favor de un mecanismo
de producción organizado, consciente y conform e con unas
metas.

4. Democracia y parlamentarismo

La doctrina socialdemócrata no se ocupó nunca con la


cuestión de saber en qué formas políticas habría de
utilizar su poder, tras haberle alcanzado. El com ienzo de
la revolución proletaria ha dado la respuesta práctica a esta
pregunta, gracias a los hechos. Esta praxis de la revolución
que com ienza ha elevado enorm em ente nuestra capacidad
de penetración en la esencia y en el camino de la
revolución, ha aclarado enorm em ente nuestras intuiciones,
y proporcionado nuevas perspectivas en aquello que antes
estaba difum inado en la lejana neblina. Estas nuevas
intuiciones forman la más importante diferencia que existe
entre la socialdemocracia y el com unism o. Si el comunis­
m o en los puntos hasta ahora considerados significaba el
apoyo fiel y la continuación correcta de las mejores teorías
socialdemócratas, ahora, gracias a sus nuevas perspectivas,
se eleva más allá de las viejas teorías del socialismo. El
marxismo experimenta en esta teoría del comunismo una
ampliación y enriquecim iento importantes.
Sólo unos pocos fueron hasta el presente conscientes de
que la socialdemocracia radical se había distanciado m ucho
de las opiniones de Marx en su concepción del Estado y la
revolución — sobre lo que, por lo demás, nadie hablaba ni
discutía nunca— . Entre estos pocos estaba en primer lugar
Lenin. Sólo la victoria de los bolcheviques en 1917 y su
disolución de la Asamblea Nacional poco después, mostró
a los socialistas de Europa, occidental que allí estaba
surgiendo un nuevo principio. Y en el escrito de Lenin «El
Estado y la Revolución», que fuera redactado en el verano
de 1917, si bien sólo fuera con ocido al año siguiente en la
Europa occidental, se encontraban las bases de la teoría del
Estado socialista en conexión con las afirmaciones de Marx.
El contraste entre socialdemocracia y socialismo de que
estamos hablando se expresa frecuentemente con el lema

79
«Democracia o dictadura». Pero también los comunistas
consideran su sistema com o una form a de democracia.
Cuando los socialdemócratas hablan de la democracia,
mientan a la democracia aplicada al parlamentarismo; lo
que ellos impugnan es la democracia parlamentaria o
burguesa. ¿Qué significa esto?
Democracia significa gobierno popular, autogobierno
del pueblo. Las masas populares mismas deben regular sus
propias cosas y disponer sobre ellas. ¿Es este el caso? T odo
el m undo sabe que no. El aparato de Estado dom ina y
reglamenta tod o, rige al pueblo, que es su súbdito. Prác­
ticamente, el aparato estatal se com pone de la totalidad de
empleados y militares. En toda cuestión comunitaria
existen ciertamente de m odo necesario empleados para la
realización de la función administrativa, pero en nuestro
Estado los servidores del pueblo han pasado a ser sus amos.
La socialdemocracia es de la opinión de que la democracia
parlamentaria, por la que el pueblo elige su gobierno, está
dispuesta — si elige a la gente adecuada— a realizar el
autogobierno del pueblo. Lo que está pasando en la
realidad, lo prueba claramente la experiencia de la nueva
República alemana. Está fuera de duda que la masa de
trabajadores no quiere volver a ver el triunfo del capitalis­
m o. Ahora bien, en las elecciones no hubo lim itación de la
democracia, no existió terrorismo militar, todos los órganos
de la reacción quedaron im potentes, y pese a todo ello el
resultado es un restablecimiento de la vieja opresión y
explotación, el mantenimiento del capitalismo. Los com u­
nistas ya advirtieron de ello y previeron que, en el camino
de la democracia parlamentaria, no sería posible una
liberación de los trabajadores de su explotación por el
capital.
La masa popular expresa su poder en las elecciones. El
día de las elecciones, la masa es soberana, puede im poner
su voluntad, por m edio de la elección de sus representan­
tes. En este único día, es señora. Pero ¡ay si no elige a sus
representantes correctos! Durante todo el período que dure
la elección parlamentaria, está im potente. Una vez elegi­
dos, los diputados, los parlamentarios, pueden decidir
sobre todo. Esta democracia no es un gobierno del pueblo

80
m ism o, sino un gobierno de parlamentarios, que están casi
independientes de las masas. Para hacerles depender en
mayor m edida pueden darse propuestas, por ejem plo nue­
vas elecciones cada año, o algo aún más radical, el derecho
a la deposición (nuevas elecciones obligatorias, si un deter­
m inado número de electores lo pid e); pero naturalmente
estas propuestas no las realiza nadie. Ciertamente, los
parlamentarios no pueden hacer y deshacer a su antojo
com pleto, pues cuatro años después han de volver a
presentarse com o candidatos. Pero durante ese tiem po
manipulan de tal m odo a la masa, la acostumbran a tratar
con fórmulas tan globales y con frases tan demagógicas,
que no se produce en absoluto un juicio crítico por parte
de ella. ¿Realmente los electores, en el día de las
elecciones, se dan a sí mismos un representante adecuado,
que hace en su nom bre lo que ellos le encargan? N o; sólo
eligen entre varias personas, previamente seleccionadas por
los partidos políticos y aireados en los periódicos de esos
partidos.
Pero pongam os el caso de que una gran m ultitud de
personas sean elegidas por las masas com o los verdaderos
representantes de sus intenciones, y enviados al parlamen­
to. Se reúnen allí, y pronto advierten que el Parlamento no
gobierna; sólo tiene por misión decidir las leyes, pero
no realizarlas. En el Estado burgués existe una separación
entre el poder que da la ley y el que la pone en ejecución.
El parlamento está sólo en posesión de la primera, el
control es de la segunda; el poder verdadero, el de realizar
las leyes, está en manos de la burocracia, de las oficinas, en
cuya cima se encuentra el gobierno en calidad de alta
autoridad. Esto significa que en los países democráticos las
personas de esos gobiernos, los ministros, son designados
por la mayoría parlamentaria. Pero en realidad no son
elegidos, son nom inados tras las bambalinas, con marru­
llería y tranca, por los dirigentes de los partidos con
mayoría parlamentaria. Si algo hubiese en el parlamento
todavía de voluntad popular, donde desde luego no la hay
ya es en el gobierno.
En las personas de este gobierno encuentra la voluntad
popular solamente — y ello de form a debilitada y mezcla­

81
da cqn otras influencias— el burocratismo, que rige y
dom ina inmediatamente al pu eblo. Pero los ministros son
casi impotentes frente a las organizaciones de la burocracia
a ellos nom inalm ente subordinadas. La burocracia tiene
todos los hilos de la situación en su m ano, y es ella quien
hace el trabajo, no los ministros. Es ella la que sigue en el
buró y continúa en su sitio cuando vienen los políticos
siguientes. Se entrega a los ministros que la defienden en
el parlamento y que recaudan dinero para ella, pero si
actuaran en su contra, les haría la vida im posible.
Esto es todo lo que significa la concepción socialdemó-
crata de que los trabajadores podrían llegar al poder y
echar abajo el capitalismo m ediante el dom inio adecuado
del derecho electoral general. ¿O es que puede haber
quien crea que todos estos oficinistas, presidentes, asesores
secretos, jueces, oficiales y suboficiales, serían capaces de
cambiar algo en orden a la liberación del proletariado por
gracia de los Ebert y Scheidem ann, o de Dittm ann y
Ledebour? La burocracia, en sus escalones más altos,
pertenece a la misma clase explotadora, y en los grados
m edios, así com o en los más bajos, existe una posición
segura, y privilegiada con respecto a la población restante.
Por esto se siente solidaria con la capa dirigente que
pertenece a la burguesía, y está unida a ella por los m il
invisibles lazos de la educación, el parentesco y el contac­
to. Los dirigentes socialdemócratas pueden haber llegado a
creer que ellos, de ocupar el lugar de los anteriores
ministros, podrían preparar el cam ino hacia el socialismo
por nuevas leyes. Pero en la realidad nada ha cam biado
por este cam bio de las personas del gobierno en el aparato
de Estado y el sistema de poder, y el hecho de que los
señores no lo quieren reconocer se muestra en que ellos
solamente se han preocupado dé ocupar para sí los puestos
gubernamentales, creyendo que con este cam bio de perso­
nas han hecho ya la revolución. Esto se.ve igualmente claro
en el hecho de que las mismas organizaciones modernas
creadas por el proletariado bajo su dirección tienen en
pequeño el m ism o carácter y tu fillo estatal: los antiguos
siervos, ahora funcionarios, se han erigido en nuevos
señores, han creado una burocracia sólida con sus intereses

82
propios, que tiene cada vez más acentuadamente el
carácter de los parlamentos burgueses en los plenos de sus
respectivos partidos y asociaciones, y que solamente expre­
san la impotencia de sus masas de afiliados.
¿Decim os con esto que la utilización del parlamento y
la lucha por la democracia es una táctica falsa de la social-
democracia? Todos sabemos que, bajo un poderoso y aún
intocado capitalismo, la lucha parlamentaria puede ser un
m edio para sacudir y despertar la conciencia de clase, y de
hecho así lo ha sido, incluso lo fu e para Liebknecht
durante la guerra. Pero por esta razón no ha.y que pasar
por alto el carácter propio del parlamentarismo dem ocrá­
tico. Ha apaciguado la com batividad de las masas, las ha
hecho creer falsamente que ellas eran las que dom inaban
la situación, y ha rechazado cualquier pensamiento que
pudiera haber en ellas de com bate. Ha prestado al
capitalismo servicios inconmensurables, perm itiéndole una
evolución tranquila y sin sobresaltos. Naturalmente, h ubo
de adoptar la especialmente dañina fórm ula del engaño y
de la demagogia de la lucha parlamentaria, para poder
cumplir su meta de enajenar a la población. Y ahora la
democracia parlamentaria proporciona al capitalismo un
servicio aún mayor, en la m edida que pone a las organiza­
ciones obreras al servicio del m antenim iento del capitalis­
m o. El capitalismo se ha debilitado d e una form a tan
considerable, física y m oralm ente, durante la guerra
m undial, que solamente podrá mantenerse si los propios
trabajadores le ayudan de nuevo a sostenerse sobre sus
propios pies. Los dirigentes obreros socialdemócratas son
elegidos com o ministros, porque solamente la autoridad
heredada de su partido y la falsa im agen del socialismo
prom etido podrá mantener tranquilos a los obreros, hasta
que el viejo orden estatal vuelva a ser -suficientemente
fortalecido. Este es el papel y la finalidad de la democra­
cia, de la democracia parlamentaria, en esta época en que
no se trata de traer el socialismo, sino de frenarle. La
democracia no puede liberar a los trabajadores, sólo puede
esclavizarlos más, desviando su atención del auténtico
cam ino de la liberación; no fom enta, sino que frena la
revolución, fortalece la fuerza de resistencia de la burgue­

83
sía, y hace la lucha por el socialismo más difícil, larga y
costosa para el proletariado.

5 ■ Democracia proletaria o sistema consejista

La socialdemocracia pensaba que la conquista del


poder político por el proletariado debería darse por una
tom a de poder del aparato estatal mediante el partido
obrero. Para ello, el socialismo debía permanecer intacto,
ponerse al servicio de la clase trabajadora. Esto lo pensaban
también los marxistas, entre ellos Kautsky. Pero el propio
Marx se expresó de manera m uy distinta. Marx y Engels
vieron en el Estado la violenta maquinaria de presión
erigida a sí misma en clase dom inante, alcanzando en el
siglo X IX un lugar tanto más privilegiado, cuanto mayor
era el apoyo que el proletariado la prestaba. Marx vio la
tarea del proletariado en la destrucción de semejante
aparato de Estado y en la creación de órganos de adminis­
tración com pletam ente nuevos. Sabía muy bien que el
Estado ejerce muchas funciones, que vistas desde fuera van
en provecho del interés general — seguridad, tráfico co ­
mercial, enseñanza, administración— pero también sabía
que todas estas actividades servían a la gran meta de velar
por el interés del capital, de asegurar el poder del capital.
Por esto no podía caer en la fantasía de que esta m áquina
de represión llegase a convertirse en órgano de liberación
popular, m anteniendo sus restantes metas. El proletariado
había de darse a $í m ismo el instrumento dé su liberación.
El m odo de áparició'n de este instrumento no podía
construirse antes de que apareciese dicho instrumento; sólo
la praxis podría mostrarlo. Por primera vez fue posible en
la Comuna de París de 1871, cuando el proletariado h u bo
conquistado el poder del Estado. En la Com una, los
ciudadanos de París y los trabajadores eligieron un parla­
m ento según el viejo m odelo, pero ese parlamento se
convirtió inmediatamente en algo distinto a nuestro parla­
m ento. N o servía para entretener al pu eblo con bellas
palabras y para dejar que una ■pequeña camarilla de
señores y capitalistas mantuviesen sus propiedades priva­

84
das; los hom bres que se reunieron en el parlamento
nuevo, hubieron de regular y administrar todo pública­
mente para el pueblo. Lo que era parlamentario se
convirtió en una corporación laboral; se dividió en com i­
siones, que se encargaron por sí mismas de la confección
de las nuevas leyes. D e este m od o desapareció la burocra­
cia com o clase especial, independiente y dominadora del
pueblo, quedando suprimida la separación entre el poder
legislativo y el ejecutivo. Las personas qüe llegaron a los
puestos más altos ante el pueblo, eran a la vez elegidas y
representantes que el propio pueblo se dio inmediatamen­
te a sí mismo, y que en todo m om ento quedaban sujetas a
revocabilidad.
El corto período de vida de la Com una de París no
perm itió desarrollar com pletam ente esta nueva concep­
ción; surgió por así decirlo instintivamente, y su febril
lucha agitacional y la genial perspicacia de Marx hizo que
ella fuera reconocida com o germen de las formas futuras
del poder estatal del proletariado24. Un nuevo e im por­
tante paso se dio en el año 1905 en Rusia, con la
fundación de los Consejos, de los soviets com o órganos de
expresión del proletariado en lucha. Estos órganos no
conquistaron el poder político, aunque el consejo obrero
central de San Petersburgo tuviera la dirección de la lucha,
y a veces de form a importante. Cuando en el año 1917
surgió la nueva revolución, los soviets se erigieron inm e­
diatamente de nuevo en órganos de poder proletario. C on
la revolución de noviem bre, tomaron en sus manos el
poder político y dieron él ejem plo histórico, por segunda
vez, de un poder proletario estatal. En el ejem plo ruso,

24. Pannekoek comete aquí una tremenda injusticia histórica, al adscribir en


exclusiva a M arx.el reconocim iento de la Com una de París com o la expresión más
pura históricamente de poder obrero. N adie duda de que Bakunin fue el que
primero, y de manera más consecuente, (frente al zigzagueo de Marx) la reconociera.
Hoy la historia no arroja ninguna duda sobre ello: los trabajos de Guillaum e,
Fernand Rude, Georges Ribeill, y, en fin, la propia narración de la intrahistoria de
la Primera Internacional. Duele ver cóm o los consejistas, cuando más cerca se hallan
del anarquismo, más tratan de reclamarse de la autoridad de Marx. Nos alegra saber
que esta actitud está en revisión entre los consejistas de hoy, y que su acercamiento
al anarquismo es más maduro. (N ota del Traductor).

85
pues, hay que reconocer las formas y principios políticos
más claros de que el proletariado precisa para la realización
del socialismo. Son los principios del com unism o frente a
los de la socialdemocracia.
El primer principio es el de la dictadura del proleta­
riado. Marx predijo entonces, y dijo muy a m enudo, que
el proletariado, inmediatamente después de su toma del
poder, habría de establecer su dictadura. Dictadura signi­
ficaba poder obrero, con exclusión de las otras clases. Esta
afirmación levantó m ucho griterío: la justicia prohíbe
semejante dictadura, que privilegia a determinados grupos
frente a otros que quedan sin ley. exigiendo por el
contrario la democracia y la igualdad jurídica para todos.
Pero aquí no se trata de eso: cada clase entiende por
justicia y por derecho lo que es bueno o malo para ella; el
explotador se queja por la injusticia, cuando se le pone la
herramienta en la mano. En otros tiem pos, cuando el
orgulloso señorito o el rico e instruido burgués desprecia­
ban con cara de asco la igualdad política y los derechos
políticos para los esclavos que trabajaban en los peores,
más pisoteados y degradantes trabajos, en esos tiempos
hubo una señal plena de importancia para la honra de los
hombres que se levantaban, cuando en su calidad de
proletarios se opusieron al estado de cosas, y dijeron:
nosotros tenemos el m ism o derecho que vosotros. El
principio de la democracia fue la expresión de la primera
autoconciencia creciente de la clase trabajadora, que aun
no se atrevía a decir: yo no era nada, pero quiero serlo
todo. Si la com unidad de todos los trabajadores quiere
regir y decidir por sí misma todas las tareas públicas, bajo
su responsabilidad, ¿tienen que hablarme entonces de un
derecho «natural» o caído del cielo todos los criminales,
ladrones, rateros, todos los que com en del prójim o, todos
los logreros de guerra, los estraperlistas, los terratenientes,
los prestamistas, los rentistas, todos los que viven a costa
del trabajo ajeno sin realizar un trabajo propio? Si es cierto
que cada cual posee un derecho natural a administrar la
política, no es menos cierto que todo el m undo tiene un
derecho natural a vivir y a no morir de ham bre. Y si para
realizar lo segundo hay que poner freno a lo primero,

86
entonces nadie debe ver herido su sentim iento democráticQ.
El com unism o no se basa en un cierto derecho
abstracto, sino en la necesidad del orden social. El
proletariado tiene la tarea de construir socialistamente la
producción social, y de regular de nuevo el trabajo. Pero
entonces se tropieza con la resistencia enorm e de la clase
dom inante. Esta hará todo lo posible por evitar e im pedir
el nuevo orden: por esta razón, la clase dominante debe
quedar excluida de toda influencia política. Pues si úna
clase quiere ir para adelante y la otra para atrás, el carro no
sale de su atasco, y el resultado es la mutua paralización.
Durante la primera época del capitalism o, en que aún
necesitaba subir y fortalecerse, la burguesía m ontó su
dictadura sobre la base de un censo de elegibilidad. Luego
tuvo que — y se vio obligada a— pasar a la democracia,
pasando de dar la apariencia de igualdad de derechos con
los trabajadores, lo que tranquilizó a éstos; pero está for­
ma democrática no afectó a la auténtica dictadura de
clase de la burguesía, sino que sólo la encubrió, si bien
dio la oportunidad al proletariado en auge de reunirse
y reconocer sus intereses de clase. Tras la primera victo­
ria del proletariado, la burguesía sigue disponiendo de
tantos m edios de poder, de naturaleza material y espi­
ritual, que trata ostensiblem ente de trabar la obra de la
nueva reglamentación, y acaso podría llegar a paralizarla,
si se dejase en sus manos la plena libertad de movimientos
políticos. Se hará por lo tanto necesario, tener maniatada
a esta clase con las medidas de poder más fuertes y castigar
sin consideración., com o crimen gravísimo contra los inte­
reses vitales del pu eblo, todo intento de frenar o im pedir
la nueva organización de la econom ía. .
Ahora bien, podría parecer que la exclusión de una
determinada clase tiene siempre el carácter de un capricho
injustificado y artificial. Desde la perspectiva del sistema
parlamentario, puede ser. Pero desde la especial organiza­
ción del Estado proletario, el sistema consejista hace que,
por así decirlo, todos los explotadores y parásitos queden
autoexcluidos por sí mismos, de manera automática, de la
participación en la regulación de la sociedad. El sistema
consejista form a el segundo principio del orden comunista.

87
En el sistema de consejos, la organización política se
construye sobre el proceso económico de trabajo. El parla­
mentarismo descansa en el individuo en su calidad de
ciudadano del Estado. Esto tuvo históricamente su justi­
ficación, pues originariamente la sociedad burguesa se
com ponía de productores iguales uno con respecto al otro,
cada uno de los cuales producía sus mercancías para sí, y
form aba, por la totalidad de sus pequeños negocios, el
proceso de producción total. Pero en la m oderna sociedad
con sus gigantescos montajes y sus contrastes de clase, esta
base se convierte cada vez en más anacrónica. Con razón,
desdé este punto de vista, los teóricos del sindicalismo
francés (por ejem plo Lagardelle) han criticado agudamente
al parlamentarismo. La teoría parlamentaria ve en cada
hom bre en primera línea al ciudadano del Estado, y com o
tales, los individuos pasan a ser de este m odo abstractas
entidades, iguales unas a otras. Pero el hom bre real y
concreto es un trabajador. Su actividad es el contenido
práctico de su vida, y las actividades de todos forman el
conglom erado del proceso laboral social.
N o el Estado y la política, sino la sociedad y el trabajo,
constituyen la gran com unidad vital del hom bre. Para
reunir los hom bres en grupos, la praxis político-parlam en­
taria divide el Estado en círculos electorales; pero los
hombres que se dan cita en un círculo, obreros, rentistas,
buhoneros, fabricantes, terratenientes, m iem bros de todas
clases y oficios llamados a concilio por la cuestión pura­
mente casual de su lugar de residencia, no pueden en
absoluto hacerse representar comunitariamente en su inte­
rés y voluntad comunitaria, puesto que no tienen nadá en
com ún. Los grupos naturales son los grupos de produc­
ción, los trabajadores de una fábrica, de una actividad, los
campesinos de una aldea, y, en más am plio espectro, las
clases. Ciertamente, determinados partidos políticos logran
reclutar gente prim ordialm ente a partir de determinadas
clases, a las que representan, pero sólo de una form a
deficiente. La pertenencia a un partido es en primer lugar
una cosa de perspectivas políticas, no de clase: gran parte
del proletariado buscó siempre a sus representantes fuera
de la socialdemocracia.

88
La nueva sociedad hace del trabajo y su organización la
meta consciente y la base de toda vida política. Política es
el orden externo de la vida económ ica. Bajo el capitalismo,
esto se expresa de form a oculta, pero en la sociedad
venidera tendrá su expresión reconocida y patente, cuando
sus portavoces lo sean de hombres agrupados en su trabajo
natural. Los trabajadores de una industria eligen a uno de
entre ellos com o representante de su voluntad, el cual
permanece en contacto continuo con ellos, siendo en todo
m om ento substituible por otro. Los delegados deciden
sobre todo lo que es de su com petencia, y del mismo
m odo discrepan juntos en tod o lo relativo a su oficio, su
hábitat, y demás. De ellos surgen las instancias directivas
centrales en cada sitio.
En este organismo, no hay lugar para ningún tipo de
representación de la burguesía; quien no trabaja com o
miem bro de un grupo de producción, queda autom áti­
camente fuera de la posibilidad de decidir, sin que
necesite ser excluido por votaciones artificiales. Por el
contrario, el antiguo burgués, que colabora en la nueva
sociedad según sus capacidades, por ejem plo com o director
de fábrica, dejará oír su voz en las asambleas de fábrica y
podrá decidir lo m ismo que cualquier otro trabajador. Las
profesiones que tienen por objeto una función cultural
general, com o la de maestro o de m édico, tienen sus
propios consejos, que deciden en sus respectivos terrenos
de la educación y la sanidad con los representantes dé esos
trabajos, que resultan así gestionados y regulados por
todos. En el terreno social, el medio es la autogestión y la
organización desde abajo, a fin de tomar com o meta el
poner en m ovim iento a todas las fuerzas del pueblo en
orden a la gran tarea; arriba, estas fuerzas del pu eblo se
reúnen en una dirección central, que garantiza su uso
adecuado.
El sistema consejista es una organización estatal, sin la
burocracia de funcionarios, que hacen del Estado un poder
ajeno y enajenante del pu eblo. En el sistema consejista se
hace realidad el aserto de Friedrich Engels de que el poder
sobre las personas deja su lugar ante la administración de

89
las cosas 2s. Los (siempre necesarios para la administración)
funcionarios cuyos puestos no son especialmente im por­
tantes, y que, tras una adecuada form ación popular, serán
accesibles a todos. La auténtica administración está en
manos de los delegados elegidos, revocables en todo
m om ento, y que trabajan por el m ism o salario de un
obrero. Puede que en un período de transición este
principio no se lleve a efecto total y perfectam ente, pues la
capacidad necesaria no se encontrará en tod o m om ento en
cada delegado; pero cuando la prensa burguesa ensalza
intencionadamente hasta límites grotescos la capacidad del
actual burocratismo, entonces tenem os que remitir al
hecho de que en noviem bre de 1918 los consejos de
trabajadores y soldados superaron tareas enormemente
difíciles, ante las que la burocracia estatal y militar no
sabía qué hacer. Dado que en los consejos se unifican la
capacidad de dirigir y la de ejecutar, ya que los mismos
delegados han de practicar lo que deciden, no queda
espacio ni para el burocratismo, ni para el profesionalismo
político, ambos órganos del poder estatal burgués. La meta
de todo partido político, es decir, de toda organización de
políticos profesionales, es el lograr tom ar en sus propias
manos la m áquina del Estado, y esa m eta es extraña al
partido comunista. La finalidad de éste n o es el conquistar
para sí el poder, sino el mostrar la meta y el camino ál
proletariado en lucha, por la expansión de los principios
comunistas, a fin de que tenga lugar el sistema de los
consejos obreros. En este punto, en suma, están en contra­
posición, respecto a sus metas prácticas inmediatas, el
comunismo y la socialdemocracia: la una busca la organi­
zación del viejo Estado burgués;el otro, un nuevo sistema
político.

25. Asom bra pensar cóm o esa frase, que es precisamente de Proudhon antes
que de Engels, es puesta en boca de este últim o. Una vez más -—por última vez—
hacemos hincapié en esta dialéctica del consejism o que, cuando más cerca está del
anarquismo, se aleja de él. En el caso presente, ponien do una «dirección central»
sobre los consejos, cuando éstos ya eran autónom os, descentralizados y capaces de
dar asambIcariamente una respuesta a las necesidades d e la totalidad. (Nota del.
Traductor).

on
Capítulo Octavo
Revoluciones en el estado futuro

Ideal y ciencia

Si nosotros los socialdemócratas26 hablamos en la


actualidad de cuando en cuando sobre el futuro, lo
hacemos en un sentido com pletam ente distinto del que
fuera habitual anteriormente a nosotros, y del que actual­
mente lo hacen nuestros opositores.
Nuestros opositores creen, por ejem plo, que nuestra
meta es la de desarrollar a priori un proyecto de orden
social y estatal, al que luego se bautizaría con el nom bre
de «estado del futuro». Nosotros hemos aceptado esta
denom inación en nuestro lenguaje habitual, si bien se ha
hecho una disparatada burla de nuestra denom inación,
pese a que — o acaso porque— hablábamos satíricamente
de ella. Antiguam ente, en la época del socialismo utópico,
no había otro m odo posible de hablar del futuro, a no ser
com o de un orden social com pletam ente determ inado que
había que aceptar. Se creía entonces que un orden social
podía construirse y reconstruirse por los hombres a capri­
cho, y que solamente bastaba con encontrar el m ejor y más
razonable, y propagarle después.

26. Pannekoek, pese a su crítica acerada a la socialdemocracia en el poder sigue


autodenom inándose, com o.lo hicieran sus contem poráneos, tam bién socialdemócra-
ta. (N ota del Traductor).

91
Con el socialismo científico ocurre de m odo com pleta­
mente distinto. Si nosotros ahora hablamos del futuro,
com o lo hacemos aquí, no preguntamos ¿cóm o queremos
el futuro?, sino ¿qué ocurrirá en el futuro? El socialismo
científico es la teoría de la evolución social. Ha extraído
del pasado de la sociedad determinadas intuiciones, deri­
vando de ellas ciertas leyes y reglas, que hoy nos permiten
también predecir algo del futuro, e, independientem ente
de nuestros deseos y voluntades, extraer conclusiones sobre
cóm o será la sociedad más tarde.
Pero se objetará que el socialismo no es solamente una
teoría científica, sino tam bién un m ovim iento obrero
práctico, y que para el socialismo práctico tal com o se da
actualmente en los partidos socialdemócratas una cosa
semejante no vale. Nosotros representamos determinadas
exigencias para el futuro, que han de crear un determina­
do orden social; en el programa de todo partido social -
demócrata está la socialización de los m edios de produc­
ción que defendem os para el futuro:¿es esto una contra­
dicción entre el socialismo teórico y el socialismo práctico?
N o lo es, ciertamente; y no porque se trate de los
ideales y deseos de una persona aislada, sino de los de toda
una clase. Nosotros sabemos que la evolución social se
realiza no pese a la voluntad y a la actuación de las masas
de hom bres, sino gracias a ellas. Cuando la evolución
social parece tan notable, que un vuelco de las relaciones
de producción se hace necesario, entonces emerge en la
conciencia de los hombres — no de toda la hum anidad,
sino de una determinada clase— la conciencia siguiente:
ahora nos falta algo en nuestra perspectiva social, el orden
actual no es bueno, es necesario otro orden social.
Entonces crece en esta clase el deseo de una sociedad m ejor
que esa clase pretende realizar, y exactamente la fuerza de
la evolución social consiste en que este ideal crece en
aquella clase. D e esta manera se produce la evolución
histórica. La voluntad de cada una de las personas depende
de circunstancias casuales y personales, pero la voluntad de
una clase que se corporeiza en su ideal social, depende de
las relaciones sociales generales, y es por lo tanto previsi­
ble. Las necesidades del progreso social se reflejan entonces

92
necesariamente en los ideales y deseos de una determinada
clase. Piénsese a tal efecto, por ejem plo, en el ideal
socialista de la actual clase proletaria, en donde la
necesidad de un progreso social pasa por el cese del
capitalismo. Pueden encontrarse en la historia otros ejem ­
plos en los que se puede advertir que a veces los ideales de
una clase no coinciden con la dirección de la evolución;
entonces no pueden realizarse, y la clase que los quiere
im poner es destrozada. Esto fue lo que les ocurrió a los
campesinos a fines de la Edad M edia27, y esto es lo que le
ocurre en la actualidad a la pequeña burguesía. Para
realizar el ideal, hay que tener fuerza, y la fuerza sólo se
halla en las clases cuyos deseos se mueven en la dirección
del necesario progreso evolutivo social.
Si limitamos nuestras consideraciones a los ideales de
progreso, tal com o imperaban otrora en la burguesía y hoy
en el proletariado, podem os decir entonces que el ideal
social de una clase que lucha por su emergencia muestra ya
el próxim o paso en el cam ino de la evolución social, es
decir, muestra ya cóm o se producirá el siguiente m odo de
producción. D e ello se deduce claramente que esto no
puede ser en m od o alguno la expresión pura y simple 'de
un irreprochable m undo m ejor, que habrá de darse
posiblem ente, donde todo llanto cese y donde todo lo malo
sea .suprim ido. Un ideal semejante es siempre y sólo
relativo, expresa solamente el m ejor de los posibles órdenes
del m undo, y plantea un orden social en el que quedan
suprimidas determinadas fealdades, determinadas insopor-
tabilidades. Pero no todas ellas podrán ser suprimidas, y
no surgirá un paraíso en ía tierra donde sólo reine la
felicidad.no enturbiada y pura, sino que serán quitadas de
enm edio determinadas -fealdades que clamaban por su
supresión porque oprim ían muy duramente, de m odo que
el nuevo orden se convierta sólo en un orden relativamente
mejor y más progresivo.
Ahora bien, puede ocurrir que la clase que lucha- por

27. Lo m ism o les ocurrió a los caballeros que, bajo la dirección de Franz von
Sickingen, imaginaron en su cabeza un ideal reaccionario de la unidad del im perio
alemán.

93
un ideal semejante, que cree en dicho ideal, piense en un
m undo irreprochable, válido en adelante para todo tiem po
y lugar, con cuya conquista cesa naturalmente toda ulterior
evolución. Fue esto lo que le pasó a la burguesía, cuando
acabó en la revolución francesa con las últimas cadenas
feudales que frenaban la libre evolución de las fuerzas de
producción. D e ello no era consciente, no pensaba que
únicamente superaba uno de los atascos de la ulterior
evolución, y que su propio ideal social de la com petencia
libre e ilimitada habría de hacer más tarde im posible la
evolución, sino que creía que era el ideal de un orden
mundial m ejor, absolutamente válido y definitivo, en
donde habrían de existir para siempre y para todos los
hombres libertad, igualdad y fraternidad. Así pensaba la
burguesía ascendente de entonces. Pero el proletariado
actual no puede pensar así, porque ha aprendido la
relatividad de su propio ideal.
Nosotros sabemos que aquello que deseamos realizar
río es un m undo perfecto en sí e irreprochable, con el que
podam os contentam os para siempre y que sólo es el
próxim o paso que ha de darse en la evolución social, pero
en m odo alguno pensamos que se trate del últim o paso.
Si a nosotros los socialdemócratas se nos pregunta ¿qué
orden social preferís, cuál creéis que es el m ejor?, nosotros
responderemos: ¡N inguno en absoluto! ¡Para nosotros no
existe un orden social que fuera el m ejor! Diversos órdenes
sociales fueron necesarios en una época, en determinadas
circunstancias, pero cuando estas circunstancias cambiaron,
la razón se convirtió en sinrazón, el bienestar en plaga, el
orden anteriormente bueno en malo y dañino, y por ende
eliminable. N unca se habla, pues, de un «orden social
socialdemócrata», sino sólo de un orden socialista, com u ­
nista, etc. Para nosotros, pues, no hay ningún «m undo ■
absolutamente preferible»; lo que ahora sabemos es que la
evolución social nos exige la supresión del capitalismo. El
capitalismo es ahora una barrera para el progreso; su
presencia hace la vida cada vez más insoportable a mayores
masas humanas, y por esto luchamos con toda nuestra
fuerza por dar el próxim o paso, con virtiendo los m edios de
producción en propiedad social, a fin de que siga abierto

94
el camino para la ulterior evolución social. Tal es la m isión
histórica del actual género hum ano, de la actual clase
revolucionaria; quien haya liberado su espíritu de las
lucubraciones fantásticas y enfermizas por un m undo n o
m ejor, sino absolutamente bueno, podrá com prender que
no puede haber ninguna meta mayor ni más im portante.
Tras lo dicho se com prende por qué no existe ninguna
contradicción entre el socialismo teórico y el práctico, que
incluso se encuentran en plena armonía. Nuestra ciencia
nos dice los primeros pasos que hem os de dar, con oci­
m iento que ha de ser nuestra m edida para nuestra
actuación práctica, que determina las exigencias contenidas
en nuestro programa y tam bién nuestra «m eta final», la
cual se adecúa a lo que según nuestro actual planteam ien­
to consideramos pasos próxim os a dar. Esto no im pide que
sigamos hablando del futuro, sobre lo que habrá de
acaecer más adelante. Ahora bien, al hablar de ello n o
decimos que «deba» ocurrir, pues esto es cosa de nuestros
descendientes, los cuales estarán en condiciones de poder
determinar m ejor y más exactamente qué es lo que para
entonces haya de ser cam biado en el m undo. Para
nosotros, pues, el hablar sobre el futuro no conlleva
ninguna intención práctica, dado que n o puede influir en
la actualidad. Lo cual no significa que ese hablar sobre el
futuro carezca de utilidad. Tiene el interés teórico de saber
con claridad lo que vamos a ser, pero tiene tam bién otro
valor, pues a su través será mayor la com prensión de
nuestras metas actuales, pudiendo ser tam bién de utilidad
para poder valorar correctamente todas las quejas y ataques
de nuestros enem igos, así com o para desembarazamos de
toda clase de utópicos. En todo caso, siempre habrá que
tener en cuenta que en toda profecía hay un elem ento de
inseguridad. Naturalmente, cuanto más se conoce el
pasado y los contrastes de la evolución social, m enos
peligros se corte de incurrir en errores semejantes. Pero
com o es im posible conocer todo com pletam ente, la profe­
cía será tanto más peligrosa y menos ajustada a la verdad,
cuanto más se adentre en el futuro.
El día siguiente a la revolución

Com enzam os nuestro estudio con la revolución social,


es decir, socialista. Revoluciones sociales ha habido m u­
chas. Toda revolución histórica fue social, im plicó un
cam bio social. Cuando nosotros, de form a popular, habla­
mos de «revolución social», entendem os por ella la revolu­
ción socialista que significará el final del capitalismo. Hay
que distinguir, pues, entre form a política y contenido
económ ico. Las formas políticas de esa revolución son
difícilm ente determinables de antem ano, pues dependen
de factores tan diversos, que son imprevisibles; tam poco
esta vez n o s . ocuparem os de ello. Dirigiremos nuestra
atención al contenido económ ico de esa revolución. Su
esencia es la conquista del poder político en el Estado por
el proletariado. Esta conquista es un lento proceso, que
quizás se extenderá durante varios decenios de altibajos;
sobre ello no podem os conjeturar nada, sino que más bien
queremos considerarlo com o un acto único, para extraer
luego sus consecuencias económ icas. Hagamos, pues, com o
si fuera un único acto, y pensem os, com o escribiera
Kautsky en el título de su célebre folleto, que estamos en
«El día siguiente á la revolución». Los trabajadores, pues,
han tom ado el poder estatal, y la cuestión es ahora: ¿qué
ocurrirá entonces?»
Gentes hay que al pensar en ello dicen: Está claro, se
abolirá la-propiedad privada y quizás se confisque todo el
capital. Algunas cosas más sobre lo que ocurrirá puede
leerse en el bello librito- de Eugen Richter. Nuestros
propios compañeros tienen naturalmente sobre el asunto
opiniones más razonables, pues la meta final de nuestro
programa es la- búsqueda del paso de los medios de
producción a la propiedad colectiva. Creen tal vez que
gracias a determinadas m odidas, com o la amnistía, tendrá
lugar la socialización de los m edios de trabajo. Pero tales
opiniones creemos que son insostenibles. Tienen aún
residuos de utopism o. Un' nuevo m odo de producción no
se .puede introducir por ley o por medidas de carácter
político, sino que debe realizarse gracias a una evolución
social más o m enos rápida o lenta. Las instituciones
políticas pueden incrementar o frenar esta evolución, y por
ello la meta de todas las revoluciones es superar los frenos
en la evolución, por la configuración de una nueva política.
La meta de la revolución social es, por tanto, también superar
las barreras actualmente debidas a la evolución del capitalis­
m o, a fin de que la evolución natural y necesaria encuentre
un camino expedito.
Nunca por una ley se podrá instaurar el orden socialista
en lugar del capitalista, pasando por decreto todos los
medios de producción a propiedad estatal. A lo sumo, una
serie de grandes industrias adecuadas podrán convertirse
en servicios estatales; los m onopolios, las minas, los trusts,
los ferrocarriles, los servicios gigantescos donde se fabrican
los medios de producción de los objetos de consumo
propiamente dichos, todo eso puede ser inmediatamente
estatalizado. Pero ¿basta eso para traer al m undo un
principio com pletam ente nuevo e inexistente hasta enton­
ces? ¿un orden socialista, en lugar de capitalista? ¡No!
Propiamente esto no sería sino la secuencia necesaria de lo
que está ocurriendo ya ahora y de lo que no sólo defienden
los socialistas, sino también los políticos burgueses. En
Inglaterra se ha realizado en los escalones dirigentes lo que
podríamos denominar socialismo municipal, es decir, que
las grandes industrias se han convertido en servicios
públicos: fábricas de gas del alumbrado, carreteras, centra­
les eléctricas, teléfono. Y ello, no por desear el socialismo,
sino porque la burguesía no quería ser explotada por los
propios grandes capitalistas. En muchos países existen
servicios estatalizados de ferrocarriles. La estatalización de
las minas la piden ahora en Alemania políticos no
socialistas, y en América la estatalización de los grandes
trusts es igualmente un punto programático de la política
burguesa. En todas partes el saqueo de los m onopolios a
las masas es tan claro, que no se debería caer en esta
solución. Sin em bargo, se há quedado hasta el presente en
un buen deseo y en los programas, de form a im potente;el
gran poder político de los dueños de trust y de propietarios
de m onopolios im pedía hasta hoy su realización, y los
partidos burgueses han sido incapaces de un ataque frontal
por su defensa por principios de la «sacralidad de la

97
propiedad», es decir, de la explotación. Sólo si el proleta­
riado tom a el poder político cesará todo esto, pues tiene el
poder y la voluntad de llegar hasta el fin — com o parece
razonable— , pues acepta con placer la consecuencia de la
ruptura con el capitalismo. La estatalización de las grandes
empresas, pues, tiene lugar porque a todos les parece
razonable, pero tal razón no puede aún traducirse en
praxis, porque los grandes capitalistas tienen el poder
político en sus manos. El nuevo principio no es, por tanto,
la estatalización de determinadas firmas, sino el poder
político de la clase obrera, que entonces podrá hacer lo
que no es hoy posible.
Esto es sólo la mitad de la tarea a realizar por el nuevo
gobierno obrero. La otra m itad consiste en tomar medidas
que igualmente parecen en general necesarias, pero que
fracasan ante el poder de la burguesía, por ejem plo una
reforma social fundamental. Inmediatamente después de
la revolución, se producirá un gran trabajo de reforma
social para levantar la situación vital de la clase obrera y
para mejorar todas las situaciones sociales, y este será el
difícil pero predom inane trabajo de la dase obrera en el
poder. Hay que notar el equívoco en que muchas gentes se
mueven creyendo que existe una contraposición entre
revolución y reforma social. Por el contrario: la obra
revolucionaria toda, en la m edida en que se encarna en
medidas prácticas, no es otra cosa que una obra de reforma
consecuente y fúndamentadora. Pero existe ciertamente un
gran contraste entre esta reforma social revolucionaria y
consecuente, y el espantajo pobre de espíritu, engañoso y
am biguo, que ahora se denom ina reforma social. Esto se
ve claro si se compara la actual reforma social burguesa y la
segunda parte de nuestro programa de Erfurt. A llí plan­
teamos una serie de reivindicaciones que en la actualidad
harían posible muy bien, si los dominantes quisieran, un
sistema que podría eliminar una gran parte de los
entuertos capitalistas. La doble característica del gran valor
de agitación de estas exigencias radica en que por una
parte aún respetan en cierto m odo el capitalismo, pero por
otra abren el cam ino para una ulterior evolución pacífica
de la sociedad hacia el socialismo.
98
El trabajo futuro de reforma en la época en que la clase
obrera haya logrado el poder estatal se expresará en su
carácter muy fuertem ente coincidente con las aspiraciones
contenidas hoy en nuestro programa. Sólo se diferenciará
de él en que entonces ya no habrá referencias al capita­
lismo, sino que se actuará decididam ente, sin preocupa­
ciones por el capitalismo. Pero su meta inmediata es en
gran m edida la misma de nuestro actual programa: mejora
de las condiciones de vida de las masas trabajadoras. Una
educación adecuada de los niños, mejora de la enseñanza,
preocupación por la sanidad pública, mejora de las
viviendas, protección en el trabajo, protección de los
enfermos, los inválidos, los ancianos, limitación del tiem ­
po de trabajo, prohibición de todo lo que hace peligroso y
repugnante al trabajo: todo esto, que se puede denominar
limitación de la cultura, ha de servir para formar un
género hum ano más fuerte y evolucionado, a partir del
decaído, dism inuido, espiritual y corporalmente maltrata­
do género hum ano, producto del capitalismo. Esto es lo
más necesario de todo. A l trabajo de reforma se le puede
denom inar superación de la miseria, pues la miseria social
de la actualidad es la base de todas las relaciones frus­
trantes en las que vive actualmente la clase obrera, y de
toda la incultura que padece.
D e tal especie habrá de ser el trabajo con el que haya
de ocuparse el estado dom inado por los trabajadores.
Nuestros detractores afirman, con su habitual griterío, que
nosotros arrumbamos violentamente las viejas relaciones
sociales, y que queremos generar el desorden en todo el
m undo. Quisiéramos encontrárnosles y ver qué ojos p o­
nen, cuando nos vean ocupados con un gran trabajo
cultural pacífico, cuya necesidad com prende cualquier
hom bre prudente, trabajo que fuera im posible durante el
poder capitalista.
Hoy, en el capitalismo, el trabajo de reforma se va a
pique; mañana por el contrario, gracias a ese trabajo de
reforma se irá a pique el capitalismo. La superación de la
miseria no es posible con el capitalismo; el capitalismo y la
miseria de la clase, trabajadora están tan estrechamente
unidos, que lo uno no puede caer sin lo otro. Piénsese en
no
que la tarea más urgente con que el gobierno obrero habrá
de comenzar su trabajo ha de ser el apoyo total a los que
no tienen trabajo. El paro, es decir, el ejército industrial
de reserva, es un pilar básico del capitalismo, que de este
m odo mantiene todos los salarios en el nivel más bajo
posible. Si ya no ha de haber más paro, ni más m endici­
dad de trabajo, si el apoyo total al trabajador o el pago
correcto de su trabajo productivo se consideran com o un
derecho, entonces las relaciones respecto al mercado del
trabajo son inmediatamente las contrarias a las que
existían antes. Entonces, los sindicatos pasarán a ser
enormemente grandes frente a los capitalistas, y los salarios
subirán velozm ente. ¿Cuál será la consecuencia de todo
esto? Si los salarios suben tanto, el negocio para los
capitalistas se convertirá en algo demasiado poco provecho­
so; no podrán generar plusvalía, y tendrán que cerrar sus
tenderetes dejando que el Estado se preocupe de la
producción. Vemos así cóm o las medidas que solamente
sirven al fin de superar la situación pésima del proletaria­
do, han de conducir necesariamente a un vuelco rápido de
todo el m odo de producción. A la vez, partiendo de este
ejem plo — véase sobre él el folleto de Kautsky— se ve
cóm o una clase trabajadora elevada al poder, aun cuando
sólo busque la política de sus intereses inmediatos y
carezca de comprensión teórica de sus metas, puede llegar
sin embargo necesariamente al socialismo.
Así pues, lo que haremos «el día después de la
revolución» no será una supresión violenta de todas las
industrias privadas, sino solamente una superación de la
pobreza y de la miseria, es decir, la prom oción de la
cultura. Desde esta perspectiva, decim os: todo lo que no
se conjuga con esta cultura de clase restablecida, debe
perecer. Los capitalistas dicen: precisamente porque nues­
tro actual orden de producción no es com patible con la
supresión de la miseria, ésta no puede suprimirse, debien­
do los trabajadores seguir siendo pobres y miserables, y no
habiendo de preocuparse por ningún tipo de apoyo a los
que no tienen trabajo. Para la clase dom inante, el
Capitalismo es la cuestión principal, y a él se subordina
la cultura. Nosotros creemos lo contrario: si el capita-
lismo no busca elevar el nivel de cultura, debe perecer.
Y viceversa. Si gracias al abandono de la miseria
ascienden verticalmente los salarios y las aspiraciones
vitales de los obreros, desaparece la posibilidad de extraer
plusvalía, y con ello también desaparece el m otivo que en
la actualidad impulsa ai propietario de capital a la
producción28. En lugar de la explotación privada que
produce la miseria, habrán de surgir empresas altamente
evolucionadas técnicamente — pues la producción no p o ­
drá disminuir— , que podrán ser estatales, comunales, o
corporativas, pero en todo caso tendrán un carácter social.
De esta manera, la pequeña y mediana industria, basadas
en la tremenda explotación del trabajador o de los fam i­
liares del propietario, cesan; los pequeños burgueses actual­
mente atormentados saldrán ganando, cuando pasen a ser
trabajadores de las grandes industrias, en donde ocuparán
un buen puesto, y desaparecerá el pequeño negocio, que
hasta la fecha sólo permite llevar una existencia llena de
preocupaciones. La razón de esta desaparición condiciona
también la permanencia de la artesanía, la cual podrá
seguir existiendo siempre que sea com patible con el mayor
nivel cultural. Nadie tiene nada que oponer a que un
trabajador trabaje autónom am ente para sí y produzca cosas
con valor social. Esto sin duda no será infrecuente; los
artistas podrán dedicarse de esta manera, según el ideal de
W illiam Morris, a la producción de objetos de uso bellos y
adecuados a sus fines, y m uchos campesinos, que labran su
trocito de tierra por sí m ism os, se aferrarán a este m od o de
producción fuertemente al principio. Esto no puede
preocupar; gracias al auge general del nivel social queda­
rán todos en circunstancias tan favorables, que ya no
necesitarán seguir siendo esclavos del trabajo com o ahora

28. En esta desvalorización de las industrias capitalistas consiste la «expropiación


de los expropiadores». La expropiación en sentido económ ico, frente a la de los
capitalistas de hoy, n o consiste en la despropiación violenta de sus competidores,
pagándoles su pleno valor com o indemnización, (com o también lo hace el Estado y
la ley), sino en una desvalorización de su propiedad. A la futura expropiación no le
va, pues, que el Estado compre los negocios capitalistas desvalorizados. (Cfr. la
diferencia entre la expropiación jurídica y lia económica en el serio estudio de Joseph
Kamer: «Die Soziale Funktion der Rechtsinstitute»).

101
lo son; y la mayor form ación general tendrá com o conse­
cuencia el que la lim itación heredada quedará substituida
por formas de trabajo más razonables.

La producción socialista

Una vez llegados aquí, hay que preguntar: ¿qué ha


cam biado en el m undo con todo esto? M ucho. La
diferencia es enorm e. La miseria, la pobreza, la necesidad,
todo lo que convierte al hom bre en lob o para el otro
hom bre, la desesperación y la criminalidád, todo eso
desaparece. El bienestar de los hombres es ya un hecho. El
contraste pintado por los cristianos entre cielo e infierno,
tal y com o lo pintan los viejos cristianos, no puede ser
mayor que la diferencia entre el viejo y el nuevo orden
social. Tan grande es la diferencia, que nosotros, presos de
los hábitos de la actualidad, no podem os hacernos real­
mente una idea seria del futuro. En lugar del m undo
actual habrá un m undo sin preocupaciones atormentado­
ras, un m undo donde se sepa que todos los hijos están
bien alimentados y educados, y que ni los ancianos ni los
inválidos deberán estar en la indigencia, en donde-se sepa
con seguridad que no tiene por qué haber angustia por el
futuro. Para tod o eso ¡qué gran cam bio habrá de darse en
el pensam iento y en el sentir de los hombres! Entonces
ocurrirá com o si un m iedo, una queja, que desde hace
siglos ha oprim ido los cerebros de los hom bres, desaparece
de una vez, de m odo que los hombres pueden volver a
respirar librem ente.
Si ahora nos preguntamos por las bases económicas de
este nuevo m undo, resaltará a primera vista que ha
cam biado m uy poco. En su apariencia, la base económ ica,
prescindiendo de cosas m uy particulares, es la misma de.
ahora, y esto constituye la base para los ataques de
nuestros enem igos los burgueses y los anarquistas, cuando
hablan de que reinará entre nosotros un socialismo de
estado, un capitalismo de estado, una esclavitud salarial
estatal. El m od o de producción se diferencia del actual
claramente en que, en lugar de los empresarios privados,

102
ha surgido el Estado, y en que, por tanto, el Estado o sus
más pequeños aparatos de gobierno han tom ado el poder
que tienen actualmente los capitalistas. El Estado es el
grande, el único productor de mercancías, y paga a todos
los hombres que están a su servicio un salario o un sueldo,
com o se le quiera llamar; estos hombres compran m ercancía
con su salario, com o hasta ahora, pero ahora las compran de
los productores, que a la vez son los únicos vendedores de
mercancías. Puede haber obreros autónom os que vendan
ellos mismos los productos fuera de este círculo, pero son ex­
cepciones. A los productos no les afecta si los productores son
varios o es uno; lo importante es que son mercancías, que
tienen un determ inado valor y un precio determinado por
el que son compradas. Habrá dinero com o ahora, pues es
necesario para comprar y vender, e incluso seguirán
existiendo, com o reminiscencias de tiempos anteriores,
diferencias en la posesión de dinero. La idea de los
utópicos de antes y de después, de que en una sociedad
socialista habrá de ser abolido inmediatamente el dinero,
procede de la creencia pequeñoburguesa de que «el
dinero» es la fuente de todo mal. Para el pequeño
burgués, el dinero, es decir, más dinero del que posee, el
gran capital, es de hecho la fuente del m al; nosotros los
socialdemócratas no creemos que el dinero sea m alo en si,
sino sólo su aplicación por el capital en orden a la
explotación. Pero esta ya no es posible. Entre nuestros
opositores hay quienes creen que si en una sociedad hay
gente con m ucho dinero, éste generará el capital y de
nuevo a su vez la explotación capitalista. Pero esto es
im posible si pensamos que el capitalismo ha desaparecido
ya por una evolución natural, sin ningún tipo de actuación
violenta, sólo com o resultado de las reformas sociales
propias de un gobierno proletario.
Si consideramos, pues, el contenido económ ico de esta
sociedad, hemos de decir: aparentemente ha cam biado
poco, todo está com o antes, se trabaja por salario, y por
salario se venden mercancías. La única diferencia está en
que en lugar de un gran núm ero de empresarios indivi­
duales, el mayor de ellos paga ahora, por ser el actual
propietario. Pero para la estructura económ ica, esta dife-

103
renda es insignificante. Así opinan nuestros opositores, y
así parece. Ahora bien, ¿tienen realmente razón?
N o; no tienen razón. El hecho de que tom en estas
apariencias por verdades muestra su total incom prensión
del actual capitalismo, evidenciando que tom an lo inesen-
dal por esencial. Lo esencial del actual capitalismo no es el
trabajar por un salario al servicio de otro, cosa que ya
había antes de la aparidón del capitalismo. Lo esencial en
primer lugar es que este trabajo asalariado supone para
una gran clase de la población una fuente de plusvalía, un
objeto de explotación respecto a otra clase, y en segundo
lugar que la producción no está al servicio del consum o, es
decir, de la satisfacción de necesidades, sino al de la
acumulación de plusvalía, al provecho de personas priva­
das, y por ello se realiza la form a acéfala y anárquica.
Esta es la gran diferencia entre la estructura económ ica de
sodedad actual y de la futura. La diferencia cuantitativa
aparentemente externa del salario condiciona la diferencia
cualitativa que existe entre explotación y no explotación. Y
la aparente reducción del núm ero de productores a algunas
corporaciones, que a la vez representan a todo el pueblo,
expresa la aguda diferencia que existe entre una produc­
ción acéfala y una produ cdón consdentem ente regulada.
En la nueva sociedad, el trabajo — aunque aparentemente
sea un trabajo asalariado— no es fuente de plusvalía,
teniendo sólo en com ún con el actual salario una aparien­
cia superficial. Y además será conscientemente regulado y
adecuado a las necesidades, de m odo que ya no sea posible
ni el derroche ni la pobreza. Toda la sociedad produce
siguiendo un plan consciente en orden a la satisfacción de
sus necesidades. La producción de lá nueva sociedad es de
hecho una auténtica prodiicción socialista.
En el primer capítulo de su obra principal, El Capital,
Marx ha caracterizado las bases económicas de los diferentes
m odos de producción, y, tras hablar del Robinsón Crusoe en
su isla, se pronuncia sobre la servidumbre feudal y la
moderna producción de mercancía^ con las siguientes
palabras, respecto a la producción socialista: «Supongam os
finalmente uná sociedad de hombres libres, que trabajan
con medios de producción comunitarios, que conciben sus
104
muchas fuerzas individuales de trabajo com o una fuerza
de trabajo social. Todas las connotaciones del trabajo de
Robinsón se repiten aquí, sólo que socialmente, en lugar
de individualm ente. T odos los productos de Robinsón
eran productos exclusivamente de uso personal, y por
tanto objetos de uso inm ediato para él. El producto total
de la asociación es ahora un producto social. Una parte de
este producto sirve de nuevo com o m edio de producción.
Sigue siendo social. Pero otra parte es usada com o m edio
de vida por los miembros de la com unidad. D ebe ser,
pues, distribuida entre ellos. El m odo de esta distribución
cambiará de acuerdo con el m odo especial del organismo
de producción social y con el correspondiente grado de
evolución histórica de los com ponentes» (página 45).
Hemos esbozado un orden social que acaba de surgir
inmediatamente después del capitalismo; nos topamos
aquí por doquier con rasgos que nos recuerdan al menos
exteriormente al anterior capitalismo, si bien en su esencia
estos rasgos son sólo el sistema según el cual toda la parte
destinada al consum o del producto social es distribuida
entre sus m iem bros.
Hallamos, pues, en este cam bio social la misma ley
general que determinaba tam bién los anteriores cambios
históricos. El nuevo orden no puede caer desde el cielo
com o algo ya dado; no puede ser construido — com o antes
se decía— sobre las «ruinas» del capitalismo, una vez que
la revolución acabara con todo lo anterior, haciendo tabla
rasa de ello. Por el contrario, se da una evolución lenta,
aunque dentro de su celeridad, de m odo que el espectador
superficial cree que sólo ha cam biado lo accesorio perma­
neciendo lo esencial, -pese a que en realidad, silentemente,
sin que se aprecie un brusco tajo, la base social cam bie
totalmente. Esta naturaleza «dialéctica» de los cambios
sociales hace tan difícil su comprensión al pensamiento
burgués no dialéctico. A quí se mantienen en su apariencia
las estructuras más típicas de nuestra actual sociedad:
compra y venta de productos y salario a cam bio de trabajo
asalariado. Pero, pese a esa apariencia, se da una pura
sociedad socialista, donde las instituciones heredadas del
capitalismo sólo son el andamiaje especial, el mecanismo

105
temporal, mediante el cual se reparten los productos entre
los m iem bros de la sociedad.
En esto existe una contradicción interna; las contradic­
ciones de un orden social, em pero, son siempre los
inconvenientes con que se enfrenta, hasta que los supera
evolucionando a formas superiores. El actual orden social,
cuyo nacimiento hemos considerado hasta ahora, queda así
superado, cuando sus propias contradicciones son concien-
tizadas por los hombres, com o algo que no es bueno. Las
contradicciones que estamos considerando afloran a la
superficie cuando todos los cambios espirituales que
acompañan a las grandes convulsiones sociales se han
realizado plenam ente; con otras palabras, cuando cada
conciencia ha com prendido bien y cuando se ha impregna­
do afectivamente de que la sociedad ha pasado a ser una
sociedad socialista. Es ahí donde se reconoce la contradic­
ción entre las formas estructurales tomadas al capitalismo y
la esencia socialista.
La primera de estas contradicciones está en la cuestión del
salario. En la sociedad capitalista, el pago del salario era el
m étodo por el que se entregaba a la clase obrera su exigua
participación en la masa total de los m edios de consum o; con
la evolución capitalista, — incluidos capitalistas y directo­
res— salario y dividendos son las formas cada vez más com u­
nes de pago. En la nueva sociedad, desaparece esta form a
salarial entendida com o form a general de pago, rem ode­
lándose m ejor, ya que en lugar de los múltiples asalariados
privados es la misma sociedad la que se convierte en única
asalariadora, a través de sus diversos cuerpos representati­
vos. Mientras tanto, la esencia del trabajo asalariado ha ido
cam biando igualm ente, y finalm ente se ha de llegar a un
punto en que cada cual tenga claro que su relación con
respecto a la sociedad ya no puede ser la misma que era la
relación del trabajador asalariado con respecto al capitalis­
m o. Siente que ya no es un servidor asalariado, sino un
m iem bro de la sociedad; la nueva econom ía no es una
econom ía privada gigantesca en donde cada cual está al
servicio de un propietario y señor extraño a él, sino
realmente una colaboración de todos los hombres en orden
a una meta com ún. Será entonces cuando com prendan

106
que el salario no tiene sentido, y cuando lo encuentren
inadmisible.
Tam poco se entenderán las diferencias salariales enton­
ces. En el tránsito del capitalismo al socialismo, los
hombres entran en la nueva sociedad con muy diversa
formación y capacidad de acción, lo que es menos una
consecuencia de una distinta capacidad, que de la diversa
formación. Puesto que no basta con traducir a la praxis
ciertas ideas abstractas de igualdad, sino que es preciso
resolver las tareas precisamente en la realidad, esas tareas
que plantea el nuevo orden de la producción a los
hombres, durante un tiem po se considerará natural que
aquellos que ocupan cargos directivos y de mayor respon­
sabilidad organizativa, com o directores, ingenieros, erudi­
tos, tengan una mayor aspiración salarial que los obreros
asalariados normales. Esto será herencia de la sociedad
actual, y por lo tanto considerado com o algo com pleta­
mente normal. Pero cuando surjan nuevas generaciones
que no hayan con ocido el capitalismo y que crean que
las relaciones capitalistas sólo tienen el valor de residuos de
un pasado bárbaro, entonces esas generaciones no com ­
prenderán por qué un hom bre debe ganar más que otro, si
los dos hacen por igual m edida su tarea lo m ejor que
pueden. A esto hay que añadir la consideración de que las
grandes diferencias en la capacidad de dirección que ahora
existen com o consecuencia de una diferente instrucción,
por ejem plo entre los hijos de obreros e hijos de burguer
ses, habrán de desaparecer com o consecuencia del aumen­
to en la instrucción general, lo mismo que el inaceptable
contraste entre trabajo espiritual y el corporal. Existirán ya
únicamente las diferencias personales de cada ser hum ano;
pero si uno está m ejor o peor dotado que. otro en ese
sentido, no será en tod o caso ni una culpa ni un m érito.
Frente al orden capitalista, donde cada cual ha de buscar
para sí m ism o el sustento vital, en la nueva sociedad le
corresponderá a cada u no la parte necesaria para que
pueda consumir los bienes que precisa, en pago a su
trabajo y en justa com pensación a sus servicios. Esta idea
de que las personas privadas han de procurar para sí
mismos, en su razonable*colaboración con otros, un nivel

107
de existencia humana, irá debilitándose p oco a poco en la
concepción socialista, en donde la sociedad vela, en la
m edida en que sus m iem bros trabajan, por el sustento de
todos sus miem bros, de m odo que cada hom bre, por el
solo hecho de serlo, tenga un derecho a la vida y a los
medios necesarios para mantenerla. D e esta manera, poco
a p oco se irán mostrando com o inadecuadas a una concien­
cia socialista progresiva las formas heredadas del capitalis­
m o y el sistema de distribución de los productos que es
propio de dicho sistema. Quizás parezca a partir de
entonces oportuno, a la luz de estas nuevas ideas, consi­
derar que todos los hombres tienen las mismas aspiracio­
nes, y que a cada uno de ellos hay que darle una parte
igual de los productos. Con todo, sigue existiendo la
contradicción que anida en la base misma económ ica de
esta sociedad, que pasamos a considerar.
Esta contradicción radica en que los productos del trabajo
se compran y se venden, siendo por ello tratados com o
mercancías, aunque no lo sean ya en absoluto. En la actual
sociedad, los productos del trabajo son mercancías porque
son productos de trabajos privados, simple parte de un
proceso de producción social. Nuestra actual producción es
una producción social, pues los hombres producen los
medios de consumo recíprocamente, y no para sí mismos.
Pero a la vez es una producción privada; cada cual produce
autónomamente com o parte del tod o; debe intercambiar sus
productos por otros, y en este intercam bio surge el valor
com ún de los productos, de manera que estos trabajos
privados se relacionan mutuamente com o parte hom ogénea
de un todo. Este valor parece com o si perteneciera a la natu­
raleza de las cosas, pero es una relación entre personas que
sólo aparece com o propiedad de las cosas, en la medida en
que estas personas son productores privados independientes.
Pero tan pronto com o la producción adquiere carácter
social, cesa esta apariencia; los productos no son ya mercan­
cías, y ya no tienen valor. El intercambio entre produc­
tos privados, de donde surgió su valor com o relación
de intercam bio, ha desaparecido; la «com pra» d e ' los
productos por los m iem bros de la sociedad no tiene ya nada
en com ún con un intercam bio. Aunque el valor queda
io «
determinado por el tiem po de trabajo social, sólo es
expresión de este trabajo cuando está en los diversos
productos de trabajo de diversas personas. Por ello fue un
sueño u tópico de escritores pasados — que Marx desterró—
el que, en una regulación social del trabajo por m edio de
una cuidadosa contabilidad, sólo hubiera que m edir el
número de horas que cada producto costaba hasta su elabo­
ración, para valorar correctamente su precio. Naturalmente,
se podía en la práctica colgar a cada objeto un cartelito, en
donde se expresase un cierto precio de m ercado, o — lo que
serla lo m ism o— un cierto número de horas; pero esto no
sirve cuando se trata de un valor de mercancías en una
sociedad que produce mercancías por m edio de efectos
internos, sin espacio alguno para el capricho de los
hombres, tal y com o corresponde a un proceso natural. A l
com ienzo de la nueva sociedad, empalmando con la praxis
de los productores capitalistas, habrá que fijar los precios de
esta manera, en la m edida en que según las apariencias la
producción es sólo una transformación de la sociedad
capitalista. Pero a medida que la producción vaya reflejan­
do aquello que realmente es, a saber, algo inmediatamente
social, tanto más se irá com prendiendo la artificialidad de
concebir a este precio com o un producto del capricho
convencional, sin ninguna esencia propia. Pero estos
«precios» artificiales cum plen una importante función com o
m edida para lá distribución de los bienes com únm ente
producidos por sus miembros. Cuando esta m edida ya no
sirve, entonces hay que buscar otra medida.
Esta dificultad se resuelve con una nueva fuerza, con la
evolución de la productividad del trabajo, que vamos a
analizar. Es sabido que uno de los argumentos más im por­
tantes de nuestra propaganda en favor del socialismo es que
decimos: el actual m odo de producción no es suficiente­
mente productivo, com o para permitir que todos los
hombres puedan vivir; sólo bajo el socialismo podrán
desarrollarse m ejor las fuerzas de producción, y el trabajo
ser más llevadero. Así pues, primero hay que ver en qué
consiste la mayor productividad de la sociedad socialista,
inmediatamente después de la revolución, en comparación
con la capitalista.

109
Consiste en que la producción está más planificada, con
respecto a una m ejor satisfacción de las necesidades. Bajo el
capitalismo, la meta no es esta satisfacción, sino que la meta
de la producción es la ganancia; por esta razón, existe en el
cápitalismo una fuerte disipación de material y de fuerza de
trabajo, que se evitará bajo el socialismo. En la actualidad,
se producen tan innúmeras com o inútiles cosas, destinadas
a tanta gente que no las necesita, com o cantidades de
gentes hay a la vez que carecen de los más imprescindibles
medios de vida. La producción capitalista es en gran m edida
una producción de géneros de pacotilla; muchas de sus
cosas se echan a perder sin ninguna finalidad, antes de que
encuentren un com prador. Los innúmeros pequeños talleres
dispersos, que no tienen instalaciones adecuadas, ni pueden
utilizarlos adelantos técnicos, suponen tam bién un enorme
despilfarro de fuerza de trabajo y de material. Por la otra
parte, los trusts frenan el progreso de la técnica, porque no
tienen interés alguno en la mejora de los m étodos de
trabajo, ya que su m on op olio les libra de la com petencia.
Por todo esto, el capitalismo es im productivo, y lo que
otrora fuera su mérito, a saber, el que elevara el nivel
técnico del trabajo, aparece com o algo com pletam ente
perdido en su más alto grado de evolución, los trusts.
Todas estas causas de un pequeño rendim iento laboral
sobre la base de una gran presión al trabajador, cesan bajo
el socialismo. La superioridad de una producción socialista
con respecto a la capitalista, dentro de un m ism o grado de
evolución de la técnica, radica en la organización del
trabajo. Con la supresión del dispendio de fuerza de los
pequeños talleres atrasados, y con la utilización de toda la
fuerza de trabajo humana gracias a ios más adecuados
auxilios técnicos, aumenta enorm em ente la soportabilidad
del trabajo. Cuando además la producción se acomoda
totalmente a las necesidades, no se necesita malgastar ni
fuerza, de trabajo ni m aterial. Esta organización de la
producción será por ello el m edio gracias al cual podrá
garantizarse para todo ser hum ano, con un trabajo normal,
todo lo necesario para vivir en sociedad, una vez rem ovido
lo que lo im pide.
Con tod o, el argum ento básico en orden a mostrar la

110
necesidad del socialismo no radica aquí, sino en que se hace
posible, gracias a una superación de las barreras capitalistas,
una libre y no perturbada ulterior evolución para las fuerzas
productivas. Si es posible poner inmediatamente en marcha
una productividad mayor que la actual, esto implicará
igualmente la presencia de una fuerza capaz de generar un
incremento aún mayor y más imparable de esta productivi­
dad. Tal fuerza está en el enorme progreso de la ciencia y de
la técnica. Bajo el socialismo, la formación científica y los
conocim ientos que en la actualidad están en posesión de
una minoría limitada, pasarán a ser bienes comunes; más
que hoy, será para todos un m otivo de alegría el ocuparse
con todo ello gracias a una buena instrucción y a los
descansos reparadores. Ahora, la form ación espiritual y la
técnica están en muchos aspectos divorciadas entre sí; la
reunificación de ambas dará a la técnica un auge considera­
ble. La investigación, que ahora es m on opolio de un
pequeño grupo, llegará a ser patrim onio de todas esas
numerosas, poderosas y frescas mentes, que hoy en su
mayoría se encuentran paralizadas por la miseria material.
A todo esto hay que añadir que entonces el científico que
conocerá nuevas fuerzas de la naturaleza, o el inventor que
las sepa aplicar, no trabajarán com o hasta ahora para la
curiosidad de una estrecha galería de eruditos y para la
glorificación de los grandes capitalistas, sino que tendrán la
seguridad de que cada uno de sus trabajos elevará inm edia­
tamente la felicidad de los demás hom bres, servirá para qu i­
tarles el lastre de su pesado trabajo, y hará su vida más rica.
Esto dará al investigador y al técnico un gran aliciente.
El resultado de todo progreso técnico y científico, en
comparación con el cual el fam oso siglo X IX se quedará
muy pálido, se producirá por lo tanto gracias a un gran
incremento de la productividad del trabajo. Y esto habrá de
notarse especialmente, este uso racional de la ciencia, en ese
terreno tan atrasado com o importante que es el cam po. Esta
elevación de la productividad del trabajo no significa ni más
ni menos que el logro de un excedente de productos, de
todos los que se necesiten. A partir de aquí n o habrá ya
necesidad de llevar estrictamente en regla los libros de
contabilidad, ni de regular las minucias de todo proceso de

111
producción, sustituyéndolo todo esto por un tiem po de
trabajo m oderado. El trabajo para la com unidad, que al
principio aparece com o una obligación para todos, al cabo
de unas cuantas generaciones que no hayan conocido el
torm ento que representa el trabajo actual, será considerado
com o una alegría y una necesidad. N o habrá ya entonces
necesidad de dar a cada cual una parte «justa» del todo de
los m edios de consum o producidos. Allí donde reina la
abundancia, la necesidad de cada hom bre ha de ser la
m edida de su consum o. Alguien es posible que diga: ¡Sí,
pero entonces habrá quien tom e más de lo que necesita!.
¿Pero, a fin de qué lo haría? ¿Para malgastarlo? Esto no
tendría ningún sentido (en el capitalismo sí que lo tiene, y
por esta misma razón se produce). ¿O para guardarlo para
tiempos futuros? Tam poco esto tiene ningún sentido, pues
la sociedad vela igualmente por el futuro. En estas
condiciones tam poco tiene por qué producirse el que uno se
oponga a otro porque necesite más que él. Pongám onos en
el caso de un grupo de hom bres que tiene hambre, pero
que sólo tiene a su disposición medios de vida limitados.
Allí el uno mira desconfiado al otro y trata de que no se
lleve más que él. Pero pongám onos en el caso de estos
mismos hombres en un banquete sin escaseces: allí nadie se
preocupará de lo que otro tom e, porque saben que habrá de
sobra para todos.
Así pues, si en la evolución de la sociedad bajo el
socialismo la productividad del trabajo ha alcanzado un
grado tan alto com o para que haya abundancia para todos,
entonces las instituciones sociales habrán de dar un vuelco
tal, que quede asegurada la distribución de los productos
según las necesidades de cada cual. Se discute m ucho si en
el futuro lejano la propiedad privada será totalmente
substituida por la propiedad social, o si al menos el pan que
com o y el vestido que m e cubre habrá de seguir siendo
siempre propiedad privada. Una breve consideración de la
base económ ica de este lejanísima sociedad del futuro
dejará en evidencia la inoperancia de esta discusión: si la
sociedad produce más de lo que es capaz de consumir, y si
cada cual tom a lo que necesita, está claro que el concepto de
propiedad habría de desaparecer en absoluto.

112
La superestructura espiritualy política

N o necesitamos, pues, tras lo dicho, lanzar una ojeada


sobre las transformaciones de lo espiritual y lo político, que
habrán de darse a partir de estas bases económ icas. En
parte, ya lo hem os dicho en todo lo precedente; nuestra
creencia de que el m odo de producción de la vida material
determina en general la vida política, jurídica, y espiritual,
ha de entenderse en el sentido de que estas últimas no se
producen caprichosamente, sino según lo precisa el m odo
de producción; es, pues, algo com pletam ente natural el
pensar qué ellas tienen un influjo determinante sobre el
m odo de producción. Las formas políticas se prueban por
sus efectos impulsores o retardatarios de la evolución. Por
esta razón, antes de em pezar con el cam bio del m odo de
producción capitalista al socialista, hemos de cambiar el
poder político y las instituciones del mismo signo.
N o podem os aquí tematizar en sus detalles este cam bio.
De nuevo hem os de com enzar por la tom a del poder
político por parte del proletariado, y repetir las razones por
las que esta tom a es necesaria para el proletariado.
D ebem os rom per el poder político de la burguesía, porque
ella supone un freno para las reformas necesarias a la dase
trabajadora. Necesitamos incluso el poder estatal, para
poder realizar las tareas positivas ya mentadas: el gran
trabajo de reforma necesario para el renacimiento de la
humanidad y el fom ento de la cultura, y com o consecuencia
de ello la organización de la producción social.
Si contem plam os ahora esa nueva form a de Estado en su
aspecto político, encontraremos algo semejante a lo que
antes encontrábamos al examinar la estructura económ ica
de. la sociedad. Vista la cosa desde fuera, sólo ha cam biado
un p oco, o ha cam biado accidentalmente. El sistema
político que habrá de im ponerse será, desde esta perspecti­
va, en el m ejor de los casos, una democracia plena,
consecuente y real. Naturalmente, al llamarla democracia
no hemos de pensar en el sistema que ahora se llama
democracia. Existe por el contrario una gran diferencia
entre la actual dem ocracia burguesa, que es una democracia
aparente y solamente un m edio para torear a la clase obrera,

113
y esa democracia obrera real y pura, qué representa la form a
del Estado. Un ejem plo de esta democracia nos lo dan las
actuales organizaciones de lucha de la clase obrera, que ya
están realizando en pequ eñ o lo que habrá de realizarse más
tarde en gran escala. En estas organizaciones obreras
dom inan las reglas democráticas, de m od o que cada uno
tiene el mismo derecho, pero la mayoría tiene siempre
derecho sobre la m inoría, de suerte que las decisiones de la
mayoría son las decisiones de la totalidad, y se cum plen.
Cada cual conserva su libertad dentro de lo posible, y sólo
en la m edida en que es necesario para el trabajo com ún se
postula la sumisión individual a las decisiones de la
totalidad. Estos principios, que ya son universalmente
reconocidos y realizados dentro del m ovim iento obrero,
habrán de valer naturalmente tam bién para el Estado
futuro. Esta es la diferencia con respecto a las actuales
formas de Estado, de las cuales ninguna es realmente
democrática. Sin em bargo, a quien ve las cosas superficial­
mente la concordancia entre el Estado actual y el proletario
le parece muy grande. Se habla entonces de administración
y de gobierno, se consideran necesarios para cualquier fin
ios cuerpos y com ités administrativos, se producen leyes y se
envían diputados al parlam ento y a los consejos de
com unidad. Así pues, parecería que todo es igual: hombres
e instituciones; por eso el Estado, que supone la form a
externa de la vida social comunitaria, sería —-prescindiendo
de su democracia— muy p oco distinto del Estado actual.
C om o en lo atingente al orden económ ico, tam bién aquí
hay que considerar que nuestros enem igos nos atacan,
cuando hablan de la om nipotencia del poder estatal, y
cuando expresan su m iedo ante la esclavitud que propicia el
Estado. Pero las gentes que así hablan se dejan llevar de las
apariencias superficiales, pues en realidad, en su esencia, el
Estado del futuro y el actual son totalmente diferentes.
Actualmente, el poder estatal es un órgano de la clase
dom inante, o sea, de una m inoría que pretende someter y
explotar a la mayoría del pueblo. Pero en el futuro el Estado
habrá de ser una institución de la mayoría de una sociedad
sin clases, que no tendrá entonces sobre quien oprim ir ni
dominar. Ahora, el Estado ha llegado a ser una institución

114
puramente política que ejerce el poder, una corporación
con funciones económicas que no necesita seguir ejerciendo
realmente ningún tipo de poder más. Engels lo definió muy
atinadamente en el A nti-D ühring cuando escribió: «Con
este cam bio, en lugar de un gobierno sobre las personas se
produce una administración sobre las cosas».
Se com prende que, com o ocurre en general con las
instituciones democráticas, una cierta m edida de coerción
resulte inevitable. Aquellos que buscan una libertad
absoluta pueden darse cuenta de que, allí donde los
hombres han de colaborar con su trabajo social en orden a
su mantenimiento vital, cada uno ha de subordinarse a la
totalidad. Pero el m odo en que se realiza esta subordina­
ción, no por capricho, sino por la forzosidad natural y social
de las circunstancias, es diverso según las diversas circuns­
tancias. En la futura democracia obrera será com pletam ente
distinta a la que se produce en el estado de clase capitalista.
Una minoría necesita aquí para la afirmación de su poderío
medios de violencia física, policía, justicia, ejército, prisio­
nes, etc. Para que una m inoría, en una sociedad sin clases
donde no existen profundos contrastes de clase, disponga
de las decisiones de la mayoría, no hacen falta m edios de
coacción física. Una minoría manda allí gracias a su poder
moral; com o es evidente, hay en las actuales organizaciones
obreras ejem plos eti donde cada día puede verse que la
minoría dispone, sin medidas coercitivas, de la mayoría.
En la organización y la vida interna de nuestras actuales
asociaciones obreras hay que pensar siempre, si queremos
formarnos un concepto del orden político «para el día
después de la revolución», con la salvedad de que estas
asociaciones son ahora organizaciones de lucha contra un
enem igo extremadamente poderoso, y por esta razón han
de comportarse con una severa disciplina. Pero en tod o caso
puede proporcionarnos importantes conclusiones respecto a
los m edios morales de que se dispone para la supresión de
una minoría, a fin de que puedan servir a los fines de la
generalidad. ¿Cuál es el m edio moral que da al actual
m ovim iento obrero su cohesión y su fuerza unitaria? La
disciplina voluntaria. Esta subordinación voluntaria de cada
uno a la generalidad, esta superación del egoísm o propio y

115
de las propias inclinaciones es el cim iento moral de las
organizaciones obreras en la actualidad. Esto lo estamos
desarrollando en la lucha, estamos ejercitándolo porque
todas las experiencias nos dicen cada día que solamente de
este m odo es posible el éxito; de esta manera se hará cada
vez más fuerte, y se convertirá también en el cim iento moral
del futuro orden socialista.
Así pues, lo que mantiene a la nueva sociedad, tras la
destrucción del capitalismo, es la superación, a la que se
llega por el convencim iento racional de su necesidad y a una
form a cada vez más habitual, de una fuerza muy poderosa:
el egoísm o. El egoísm o es un impulso que se ha reforzado
bajo el capitalismo, o, m ejor dicho, bajo toda la econom ía
privada. Por esta razón ha sido tan fuerte en todas las épocas
históricas, porque fue una característica esencial en la lucha
por la existencia; quien en la sociedad capitalista posee
menos egoísm o, quien piensa y defiende la hum anidad, la
fraternidad, la com pasión, ese tiene todas las de perder
com o productor autónom o. Para vencer y superar a sus
com petidores, es precisa una gran dosis de egoísm o, y todo
lo que se opone a ese egoísm o ha de ser rechazado con
energía y superado. Porque esto es así, el egoísm o es un
instinto tan desarrollado hoy y tan profundam ente enraiza­
do en los hombres de nuestra época, de manera que parece
un instinto natural propio del hom bre desde la eternidad.
Por esto no puede sorprender que grandes y profundos
pensadores consideren al egoísm o com o un instinto intrín­
secamente ligado para siempre a la naturaleza humana.
Tales em ditos y sus imitadores se ríen de nosotros cuando
les decimos que en el futuro, en una sociedad socialista, esta
instinto disminuirá y hasta desaparecerá, pues esta afirma­
ción les parece un sueño acien tífico, insostenible, utópico.
Y sin em bargo, nuestra opinión es m ucho más fundada y
científica que la suya. Ciertamente porque el egoísm o es en
la actualidad algo tan supervalorado, podríamos predecir su
desaparición. Pues el irresistible poder de la necesidad
económ ica se muestra en el hecho de que un instinto al que
nadie valora com o virtuoso pueda echar abajo y romper de
una manera tan absoluta los sentimientos comunistas que se
remontan a las antiguas comunidades de vida, de fraterni­

116
dad y de igualdad. Por esto precisamente, puede concluirse
con seguridad que en un orden social diferente, en donde
son necesarios otros instintos, esos otros instintos puedan
igualmente dejar en la cuneta al actual egoísm o.
Nosotros vemos en el actual m ovim iento obrero cóm o
este fuerte impulso en m uchos casos es superado por la
disciplina voluntaria, y esto ocurrirá con mucha mayor
intensidad en la futura democracia obrera. En ambos casos,
los mismos efectos proceden de las mismas causas: de la
necesidad, primero la búsqueda y luego el mantenimiento
del nuevo orden. En todo caso, la disciplina supone la
superación, por la inteligencia y la razón, de un instinto
vital, el de egoísmo heredado del capitalismo. Pero cuando
la producción socialista se dé ya, entonces el egoísm o no
encontrará ninguna justificación posible. En la actualidad,
este instinto es renovado cada día, porque es necesario para
la econom ía, pero después ya no será más necesario. Ya no
proporcionará a los hombres ninguna ventaja; allí donde se
presente, dañará a la com unidad y a todos sus miembros;
no podrá en adelante ser usado para ninguna colaboración
interhumana, y por ello habrá de perecer poco a poco. Otro
instinto será entonces necesario para el mantenimiento de la
sociedad y de todos sus m iem bros, el sentido com ún y la
fraternidad de los hombres. Por ello, bajo la primacía de la
producción socialista, el egoísm o habrá de desaparecer cada
vez más, y en su lugar surgirá el sentido com ún dom inán­
dolo todo, y entonces com o único instinto «natural».
Si un día el m undo va tan lejos, que llega a desarrollar,
com o consecuencia del nuevo sistema de producción, un
sentido com ún y una fraternidad semejantes, ya no se
necesitará tam poco una autoridad externa com o represen­
tante de la mayoría. Entonces la última huella y la última
encarnación de un gobierno, por democrático que fuere, se
hará com pletamente innecesaria y desaparecerá. Entonces,
la organización del trabajo no necesitará ya m edios
externos, ni reglas morales coercitivas, com o base de la vida
social comunitaria, pues se producirá la organización y el
com portam iento colectivo com o algo emanado del propio
hom bre con su propio instinto, que creará lazos más
fuertes. Esto equivaldrá aproximadamente a lo que a lo

117
largo de toda la historia ya expresaron muchos pensadores e
ideólogos com o la meta más alta a alcanzar, a saber, el ideal
de una libertad com pleta. N o es que por esto haya de
pensarse sim plemente y en primer lugar Vn la solución
anarquista, que solamente se concibe en contraposición con
el actual Estado lleno de violencia, pero pasando por alto
sobre las bases económicas. El hom bre fue desde un
com ienzo un ser no libre, no porque tuviese el poder de un
Estado sobre sí, sino porque era esclavo de la naturaleza,
esclavo de sus necesidades carnales. En este sentido decía
Dietzgen que la introducción de la esclavitud fue un
progreso en el camino hacia la libertad. Poco a p oco la
humanidad se tom ó en serio lo de dom inar la naturaleza, y
la satisfacción de sus necesidades por la producción. Esto no
fue posible sin que, a partir de esta vida social, a partir de la
forzosidad de determinadas relaciones de producción, se
creara un nuevo poder y una nueva esclavitud que limitada
la libertad. Pese a todo, esta evolución fue un incremento
en orden a una mayor libertad. Esta evolución solamente
encontrará su meta cuando bajo el socialismo se dé el pleno
dom inio de la naturaleza, la satisfacción sin esfuerzos de
todas las necesidades que expresan la base material de un
orden social, en donde no se haga necesaria ninguna
forzosidad social más.
Con esto hemos llegado al final de nuestras considera­
ciones; esto quiere decir que hemos de recapitular nuestras
consideraciones, pues no podem os seguir mirando hacia el
futuro. Habrá quizás parecido en algún m om ento que en
un orden social tal y com o lo hemos presentado hubiera
entrado una situación en la cual ya no hubiera nada que
cambiar. Pero esto no es así, pues cualquiera puede
com prender que no hay ninguna meta definitivamente
fijada en la evolución total de la hum anidad, y que nunca
llegará una época de calma tranquila e inalterable. Esto
sería una ilusión de la misma naturaleza del que intenta
seguir los pasos de alguien desde la cum bre de una alta
montaña. En la distancia próxima aún se aprecian las
diferencias del paisaje, pero en él lejano horizonte todo se
funde en una única línea que es precisamente la del
horizonte. Pese a ello, sabemos que también allí sigue el

118
cam ino a lo largo de un paisaje siempre diferente.
Padeceríamos la misma ilusión si pensáramos que, dado
que ya no podem os alcanzar a ver más relieves, cesa toda
evolución y toda diferenciación. D e hecho, la evolución, tal
y com o nos lo hace suponer una reflexión sensata, no cesará,
sino que adoptará formas respecto a las cuales no tenemos
en la actualidad ninguna idea. Para la com prensión de las
formas de evolución de una sociedad de personas que se han
liberado totalmente de la esclavitud de sus necesidades y
que se erigen en auténticos dom inadores de toda la tierra,
para eso somos nosotros todavía demasiado rudos y
demasiado bárbaros, y hemos crecido igualmente en m edio
de unas relaciones demasiado bárbaras. Nuestros grandes
predecesores Marx y Engels decían, respecto a este futuro,
con su poderosa y peculiar manera de expresarse, lo
siguiente: «C on el paso de los medios de producción a
propiedad social, se cierra la prehistoria del género hum a­
no. Con ello se separa finalm ente el hom bre del reino
animal». Así pues, ellos consideraban a toda la historia de la
humanidad — hasta el com ienzo del socialismo— com o una
simple prehistoria, com o la edad animal de la humanidad.
En m i opin ión , debería decirse tod o lo contrario: no que
con el socialismo cesaría la evolución de la hum anidad, sino
que con él y sólo con él comenzaría la pura y auténtica
historia de la humanidad.

119
Capítulo Noveno

Cinco tesis sobre la lucha


de clases

En un siglo de crecim iento, el capitalismo ha acrecen­


tado enormemente su poder, no sólo extendiéndose por
toda la tierra, sino también transformándose.
A su vez, la clase obrera ha aumentado en fuerza, en
número, en concentración, en organización. Contra la
explotación capitalista, por la posesión de los medios de
producción, su lucha se desarrolla sin tregua, y debe
desarrollarse bajo formas nuevas.
El desarrollo dél Capitalismo al concentrar las principa­
les ramas de la producción, ha concentrado el poder en
manos de los grandes trusts y m on opolios.
Estos se encuentran íntimamente ligados al poder
estatal y, de hecho, lo detentan. Controlan la mayor parte
de la prensa y form an la opinión pública. La democracia
burguesa se revela com o el m ejor camuflaje de ésta
dom inación política del gran capital. Simultáneamente,
com ienza en la mayoría de los países una tendencia a
utilizar el poder organizado del Estado, con el fin de
concentrar en sus manos la dirección de las industrias clave,
principio de la econom ía planificada. En la Alem ania
Hitleriana, una econom ía dirigida por el Estado había
unido la dirección política y la gestión capitalista en una
clase única. En Rusia, donde reina el capitalismo de Estado,
120
la burocracia ejerce colectivam ente su poder sobre los
medios de producción y utiliza el instrumento de la
dictadura para someter a las masas explotadas.

II
El socialismo, presentado com o el fin de la lucha obrera,
no es, de hecho, más que la organización de la producción
por el gobierno. Es el socialismo de Estado, la dirección de la
producción por los funcionarios del Estado, la autoridad de
los directores, de los sabios, de los cuadros de.la fábrica.
En la econom ía socialista, este cuerpo form a una
burocracia bien organizada que es directamente el A m o del
proceso de producción y determina qué parte debe ser
destinada a los trabajadores bajo la form a de salarios,
guardando el resto para las necesidades generales y para
ellos mismos. En régim en dem ocrático los trabajadores
pueden elegir sus Am os, pero no son dueños de su trabajo,
no reciben más que una parte de lo que ellos producen, y
esa parte les es atribuida por otros; siguen siendo explotados
y deben obedecer a la nueva clase dirigente. Las formas
democráticas que este sistema conlleva, ni hoy ni mañana
pueden m odificar su estructura fundamental.
El socialismo fue proclam ado fin de la clase obrera en
una época en la que, desde su aparición, sin fuerza, incapaz
de conquistar por sí misma la dirección de las fábricas, se
puso a buscar en las reformas sociales la protección del
Estado contra la clase capitalista. Los grandes partidois
políticos que hicieron suyos estos fines, los partidos
laboristas y social demócratas, se transformaron en instru­
mentos de alistamiento de la clase obrera al servicio del
capitalismo, tanto en sus guerras imperialistas com o, en
tiempos de paz, en su política interior. N o se puede decir
que el gobierno laborista inglés sea socialista: su obra n o
supone la liberación de los obreros, sino la m odernización
del sistema capitalista. H aciendo desaparecer las ignominias
irritantes, calmando ciertos retrasos propios, introduciendo
el control del Estado para preservar y garantizar los
beneficios, refuerza la dom inación del Capital y perpetua la
explotación de los trabajadores.
III

El objetivo de la clase obrera es el de liberarse de la


explotación. Este fin no es y no puede ser alcanzado por una
nueva casta dirigente que sustituya a la burguesía. Sólo
puede ser alcanzado si los mismos obreros llegan a ser
dueños de la producción.
Los obreros dueños de la producción significa, en primer
lugar, que en cada fábrica, en cada empresa, la organiza­
ción del trabajo es obra del personal. En lugar de ser
dictadas por un director y su subalterno, las reglamentacio­
nes son decididas por el conjunto de los trabajadores. Este
conjunto, que com prende a todos los que tom an parte en la
producción, decide en las asambleas todo lo que atañe al
trabajo com ún. Los que han de efectuar un trabajo deben
tener la dirección tam bién, tomar la responsabilidad,
dentro de los límites del conjunto; esta regla puede ser
aplicada a todas las ramas de la producción. Implica que los
trabajadores creen sus propios órganos para reagrúpar a las
empresas separadas en una entidad orgánica de producción
planificada. Estos órganos son los Consejos Obreros.
Los Consejos Obreros son cuerpos de delegados, desig­
nados por el personal de las diversas fábricas o secciones de
grandes empresO;S, com o portavoces de sus intenciones, de
sus opiniones, para discutir los asuntos com unes, tomar las
decisiones y rendir cuentas a sus mandatarios. D efinen y
dictan las diferentes reglas y unifican las diversas opiniones
en una posición com ún, unen entre sí las unidades
separadas form ando un conjunto bien organizado. N o
forman un órgano director permanente, son revocables en
todo m om ento. Sus primeros gérmenes hicieron su apari­
ción en el com ienzo de las revoluciones msa y alemana
(Soviet y Arbeiterráte). D eben jugar un papel cada vez
mayor en las futuras realizaciones de la clase obrera.

IV
Hasta el presente, los partidos políticos han cum plido
dos funciones. En primer lugar, aspiran al poder político, a
la dom inación del Estado, a la toma del gobierno, a la
utilización de ese poder para poner en práctica sus
programas. En segundo lugar, deben, con esta intención,
ganar a la masa de trabajadores para sus programas: su
enseñanza pretende instruir a los obreros, su propaganda
busca transformarlo sim plem ente en un rabaño de corderos.
Los partidos obreros tienen por fin la conquista del poder
político, a fin de gobernar en interés de los trabajado­
res y, más particularmente, de abolir el capitalismo.
Afirm an ser la vanguardia de la clase obrera, su partido
más clarividente, capaz de dirigir a la mayoría desorganiza­
da de la clase, de actuar en su nom bre. D e representarla.
Pretenden poder liberar a los obreros de la explotación. Una
clase explotada no puede, sin em bargo, ser liberada por un
simple voto o por la llegada al poder de nuevos gobernan­
tes. Un partido político no puede aportarle la libertad:
vencedor, introducirá únicamente nuevas formas de servi­
dum bre. Las masas trabajadoras no pueden ganar su
libertad más que por su propia acción organizada, tom ando
su destino en sus manos por un esfuerzo de todas sus
facultades de cara a dirigir y organizar ellos mismos su
combate y su trabajo por m edio de Consejos Obreros.
A los partidos incum be entonces la segunda función, es
decir difundir las ideas y los conocim ientos, estudiar,
discutir, formular las ideas sociales y, mediante la propa­
ganda, esclarecer el espíritu de las masas. Los Consejos
Obreros son los órganos de acción práctica de lucha de la
clase obrera; a los partidos corresponde la tarea de construir
la fuerza espiritual. Su trabajo es una. parte indispensable
dé la autoemancipación de la clase obrera.

La form a de lucha más enérgica contra la clase capitalista


es la huelga. Las huelgas, más que nada, son necesarias para
luchar contra la tendencia de los capitalistas a aumentar sus
beneficios bajando los salarios, haciendo crecer la duración
y la intensidad del trabajo.
Los sindicatos, instrumentos de la resistencia organiza?
da, se han form ado haciendo una llamada a la solidaridad y
ayuda mutua. El desarrollo de las «big-business» (altas
finanzas) ha acrecentado de form a considerable el poder del
capital, hasta tal punto que los obreros no pueden evitar el
agravamiento de su condición más que en casos particulares-
Los sindicatos se transforman en instrumentos de m ediación
entre capitalistas y obreros. Firman pactos con los empresa­
rios y tratan de imponérselos a los obreros a m enudo
recalcitrantes. Los dirigentes de los sindicatos aspiran a
hacerse reconocer com o parte del aparato de poder del
capital y el Estado que dom ina a la clase obrera. Los
sindicatos terminan por ser un instrumento del capital
m onopolista que los utiliza para im poner sus condiciones a
los trabajadores.
Desde entonces, cada vez más, el com bate de la clase
obrera tom a la forma de huelgas salvajes: explosiones
espontáneas y masivas de un espíritu de resistencia m ucho
tiem po reprim ido, acciones directas en las cuales los obreros
toman en sus manos la lucha, abandonando sindicatos y
dirigentes.
La organización del com bate es hecha por los comités de
huelga, delegados de huelguistas elegidos y delegados por
el personal. La disensión en el seno de estos comités permite
a los obreros realizar su unidad de acción. La extensión de la
huelga de masas cada vez más numerosas, es la única táctica
apropiada para arrancar concesiones a los capitalistas, pero
está en los antípodas de la de los sindicatos, que tratan de
limitar la lucha y ponerla fin lo antes posible. Hoy día, estas
huelgas salvajes son la única form a real de lucha de clase de
los obreros contra el capital. Es con ella com o afirman su
libertad, eligiendo y dirigiendo ellos mismos sus acciones,
no sufriendo la dirección de otras fuerzas que les son
extrañas y cuyos intereses son otros.
Esto muestra la importancia para el futuro de estos
conflictos de clases. Cuando las huelgas salvajes alcanzan
una extensión cada vez mayor, ven alzarse contra ellos toda
la fuerza física. Tienen entonces un carácter revolucionario.
Mientras que el capitalismo se transforma en un gobierno
mundial organizado (hasta ahora está form ado por dos
fuerzas competitivas que amenazan a la humanidad con la
destrucción total), la lucha de la clase obrera por la libertad
acaba por convertirse en una lucha por el poder del Estado.
Estas huelgas tom an el carácter de grandes huelgas genera­
les. Los com ités de huelga deben entonces desempeñar
funciones generales, políticos y sociales, es decir, realizar el
papel de los Consejos Obreros. La lucha revolucionaria
para la dom inación de la sociedad se convierte en una lucha
por la gestión en las fábricas, y los Consejos Obreros, órganos
de lucha, se transforman a su vez en órganos de producción.
Bibliografía

A) Libros y folletos *

1906 Etica y socialismo (H, A)


1906 Religión y socialismo
1907 Revoluciones en el Estado del futuro (H, A )
1907 La lucha obrera (A) (Siete tesis aparecidas en el Leipziger Volkszeitung, edita­
das luego com o folleto).
1908 El marxismo (H).
1909 Marxismo y darwinismo (H, A , I)
1909 Las diferencias tácticas en el movimiento obrero (A).
1909 La fundación del Partido Socialista Alemán en Holanda (A).
1910 Los medios de poder del proletariado (A ).
1911 La abolición de la propiedad, del Estado y de la religión (A ).
1912 Lucha de clases y nación (A ).
1916 Sobre la prehistoria d e la guerra mundial (H ).
1918 La partición del botín (A)
1919 Bolchevismo y democracia (A ).
1919 El programa de W ilson (H ,A ).
1919 (Bajo el pseudónim o de Karl Horner) Socialdemocracia y Com unismo (A).
1920 Revolución mundial y táctica comunista (A). (Originariamente en holandés
com o serie de artículos de la revista mensual «D e Nieuwe Tijd»; también
com o tesis en la revista vienesa «Kommunismus»; nueva edición en «Parla­
mentarismos-debat te*, Underground Press, Berlín 1968; en italiano, en
la obra A ntón Pannekoek, Organizzazióne rivoluzionaria e consigli operai,
Feltrinelli, Milano, 1970).

* Los paréntesis A , H, I, F, It, E significan: publicado en alemán, holandés,


inglés, francés, italiano, español. Otras ediciones en otras lenguas no se citan, por
razones prácticas simplemente. El lugar de aparición y el editor sólo se citan en
aquellos libros cuyas nuevas ediciones se encuentran hoy en librerías sin dificultad.
N o se han considerado los escritos de Pannekoek sobre astronomía, su profesión.
S / F La política de la Tercera Internacional respecto a la Europa occidental (H ).
1932 Los trabajadores, el parlamento y el comunisno (H).
1935 Comunismo y religión (H).
1938 Lenin filósofo (originariamente bajo el pseudónimo de J. Harpcr) (A,E,I, F).
Nueva edición: Europáische Verlagsanstalt, Frankfurt, 1969-
1946 Los consejos obreros (H,I,F en preparación; también en castellano).
1947 El origen de los hombres (H,I).

B) Artículos de revistas

1. En la revista mensual teórica holandesa «De Nieuwe Ti/d» *

1901 La filosofía de Kant y el marxismp.


1904 Algunas notas sobre las propuestas de la comisión agraria.
1904 El materialismo histórico según el Profesor Treub.
1905 Consideraciones políticas.
1905 Enseñanzas de la huelga minera.
1905 Estudios sobre Marx.
1906 Derecho electoral general.
1906 Una falta de comprensión progresiva.
1906 ¿Qué clase de pequeña industria? ¿La del siglo X IX ?
1906 Teoría y principio en el movimiento obrero.
1908 Socialismo primitivo.
1908 El pleno del Partido en Nuremberg.
1912 Las elecciones alemanas.
1916 Friedrich Adler.
1916 La necesidad económica del imperialismo *
1916 El movimiento cartista.
1917 Rusia, Alemania, América.
1917 Dos investigadores de la naturaleza en lucha social y espiritual.
1917 La revolución rusa.
1919 Socialización.
1919 (Bajo el pseudónim o de Karl Horner). Intermedio contrarrevolucionario.
1919 (Karl Horner). La revolución sigue.
1919 (Karl Horner). El crecimiento del comunismo.
1919 (Karl Horner): Perspectivas.
1919 El materialismo histórico.
1919 Dos años después.
1919 Lucha en torno a la táctica comunista en Alemania.
1919 El comunismo alemán.
1919 La nueva Europa.
1920 Crisis mundial.
1920 (Karl Horner). La Tercera Internacional y la revolución mundial (primiti­
va redacción del folleto «Revolución mundial y táctica comunista»).

* Todos los títulos han sido traducidos del holandés.


* El trabajo es una síntesis de dos artículos que fueron publicados los días 29
y 30 de enero de 1913, en la Bremer Bürger Zeitung. Se trata de un análisis de la
obra de Rosa Luxemburg «La acumulación del capital».
1920 (Karl Horncr). Ante el Congreso de Moscú.
1921 El Partido Comunista Obrero Alemán ante el Congreso de Moscú.
1921 Dos puntos de vista.
1921 El ascenso de la reacción.
1921 La crisis en Rusia.
1921 Estrategias de partido.
1921 La Rusia soviética y el comunismo de Europa occidental.
1921 Acción de apoyo y lucha de clases.
1921 Rusia y el comunismo.

2. En la revista teórica alemana «Die Neue Zeit» *

1905 Teología y marxismo.


1905 ■Ciencia de clase y filosofía.
1907 La esencia de la religión.
1912 La esencia de nuestras aspiraciones actuales.
1912 Acción de masas y revolución (Nueva edición en «El debate sobre la
acción de masas», EVA Frankfurt/M, 1970).
1912 C om o conclusión.
1913 La obra de Dietzgen.
1913 La cuestión de la cobertura de fondos y.el Imperialismo.

3. En c Verbote», publicación marxista internacional

1916 El imperialismo y las tareas del proletariado.


1916 Cuando la guerra termine.

4. En M&cbtstrablen»

1914 Cultura y nación.


1915 El marxismo com o hecho.
1916 El nuevo socialismo.
1916 Marxismo liberal y marxismo imperialista.

3. En «Perdienst van de Groep van Internationale Communisten» en Holanda

1936 Partido y dase obrera (H ).

6. En «R&tekorrespondez»

1934 La teoría del derrumbe del capitalismo (Nueva edición en «Teoría del derrum­
be capitalista o sujeto revolucionario» Karxn Kramer Verlag, Berlín 1973).
1916 Partido y clase obrera (Nueva ed id ón en «Partido y revolución», Karin Kramer
Verlag, Berlín, s /f).

Sólo se mencionan los trabajos mayores, de mayor importancia.


7. En «Der Kommunist», órgano del Partido comunista alemán {S)t del distrito
del noroeste

1919 Disputas organizativas y tácticas.

8. En «Proletarier» {Revista del Partido Comunista Obrero Alemán) .

1921 Marxismo c idealismo.


1927 Principio y táctica.

9. En «Funken»,- cuadernos hablados para la política socialista internacional

1952 Sobre consejos obreros.


1934 El trabajo bajo el socialismo.
1955 Trabajo y ocio.

10. En «International Socialist Review»

1907 La escuela del partido socialdemócrata en Berlín (I).


1909 La nueva burguesía (I).
1910 Prusia insurrecta (I).
1914 La gran guerra europea y el socialismo (1).
1917 La Tercera Internacional (I).

11. En «Módem Socialismo {USA)»

1941 Partido y clase (I).

12 En «International Council Correspondance» {USA)

1935 Los intelectuales (I).


1936 El m ovim iento sindical (I) .
1936 Los consejos obreros (I).
1936 Sobre el partido comunista (I).
1936 El papel del fascismo (I).

13 En «Living Marxismo {USA)

1938 Consideraciones generales sobre cuestiones organizativas (I).


1940 Las causas de la postración del movimiento revolucionario actual (I).

14. En «New Essays» {USA)

1942 Materialismo y materialismo histórico (I).


15. En «Retort» (USA)

1942 La revolución de los científicos (I).

16. En «Politics» (USA)

1946 La renuncia de la clase obrera (I).

17. En «Science and Society» (USA)

1937 Sociedad y espíritu en la filosofía marxista (I).

18. En «The Communist International» (USA)

1919 El nuevo mundo (I).

19. En «La Revolution Proletarienne»

1952 La política de Gorter (F).

20. En « VPetenschap en Samenleving»

1955 Política atómica (H).

21. En «Propria Cures»

1930 Pensamiento y máquina (H).

C) Correspondencia *

5-3-1919 Orden y revolución.


12-3-1910 Lucha unitaria.
2-4-1910 Trabajo positivo.
9-4-1910 La organización en la lucha.
16-4-1910 Táctica proletaria de guerra.
23-4-1910 La víctima de la guerra.
28-5-1910 Unión electoral y derrota electoral.
25-6-1910 Encarecimiento y salarios obreros.

* Durante los años de su estancia en Alemania (1906-1914) Pannekoek editó


semanalmente una correspondencia en la que aparecieron más de 300 artículos.
Aquí mencionamos sólo los más importantes.
2- 7-1910 La meta de la huelga de masas.
30-7-1910 La revuelta de Badén.
13-8-1910 Distintas tácticas de lucha.
20- 8-1910 Unidad en la táctica del partido.
10-9-1910 La nueva burguesía.
9 - 10-1910 Métodos de lucha militares y proletarios.
16- 10-1910 Principio o táctica.
26- 11-1910 La destrucción violenta.
17- 12-1910 Democracia sindical.
21- 1-1911 El 22 de enero.
28- 1-1911 La decadencia del parlamentarismo.
25-2-1911 Marx com o ético.
18- 3-1911 Cuarenta años después.
25- 3-1911 Táctica electoral.
15- 4-1911 La liberación del trabajo.
22- 4-1911 El sistema representativo en el movimiento obrero
29- 4-1911 Discusiones electorales.
6- 5-1911 La lucha contra el capitalismo.
27- 5-1911 Socialismo y estatalización.
3- 6-1911 Cosmovisión.
10- 6-1911 Trabajo de máquinas.
5-8-1911 Patriotismo.
26- 8-1911 La lucha de clases en Inglaterra.
16- 9-19H Revolucionarios e incordiantes.
23- 9-1911 Confusión pseudomarxista.
2- 12-1911 Socialdemocracia y militarismo.
9 - 12-1911 El Estado futuro.
17- 12-1911 La decadencia de la pequeña industria.
30- 12-1911 Revolución mundial.
27- 2-1912 La prueba com o ejem plo.
10- 2-1912 Espíritu y masa.
17- 2-1912 Política de bloque o lucha de clases.
9-3-1912 La gran huelga de Inglaterra.
30-3-1912 La lucha contra el imperialismo.
18- 5-1912 Roosevelt.
25- 5-1912 Para la nueva lucha.
15-6-1912 Las teorías belgas.
13- 7-1912 Historias paralelas.
3- 8-1912 Sindicato y socialismo.
24- 8-1912 El instinto de las masas.
7- 9-1912 Revolución y evolución.
5-10-1912 Realpolitik.
19- 10-1912 El peligro de guerra y el proletariado.
26- 10-1912 Interés popular y acción de masas.
2-11-1912 La reforma del capitalismo.
7-12-1912 Métodos de lucha contra la guerra.
14- 12-1912 Socialdemocracia y guerra.
28- 12-1912 Frente al nuevo m undo.
11- 1-1913 Anarquismo y socialismo.
1-3-1913 Él liberalismo de Bremen.
8*3*1913 Producción de oro y lucha de clases.
13*3*1913 El patriotismo hace cien años y ahora.
29- 3*1913 Amenaza de huelga de masas y renuncia a la huelga de masas.
5-4-1913 Patriotismo y socialdemocracia.
3*5*1913 El resultado de la huelga de masas belga.
24-5*1913 Socialismo de Estado.
21-6-1913 Obstrucción.
12-7*1913 La disolución de la fam ilia.
26- 7*1913 Las crisis y el socialismo.
2-8-1913 La necesidad de la huelga de masas.
9-8-1913 Huelga de astilleros.
23*8-1913 Las dificultades de la huelga de masas.
30- 8-1913 Los peligros de la huelga de masas.
4-10-1913 D e la defensa al ataque.
18-10*1913 Disciplina sindical.
25*10*1913 Reflexión sobre la conm em oración de la batalla de las naciones.
8-11-1913 La teoría de Badén.
27- 12-1913 Frente a la revolución.

D ) Artículos en semanarios y revistas

1. En el «Leipziger Volksezeitung»

1912 Sobre la «nueva táctica» de Kautsky.

2. En «De Tribune», semanario del Partido socialista alemán holandés

1914 La guerra, su origen y su im pugnación (H ).

3. En el «Kommunistische Arbeiter Zeitung», Organo del Partido comunista


obrero alemán

1927 Socialismo y comunismo.

4. En «The Southern Advócate fo r Workers Control* (Melbume, Australia)

1946 Cinco tesis sobre la lucha de clases (I). (Reedición alemana: «C inco tesis so­
bre la lucha de la clase obrera contra el capitalism o», en «Partei und Re*
voluction», Karin Kramer Verlag, Berlín, s /f; tam bién en francés con el títu­
lo «La huelga generalizada en Francia», 1968 ).
1938 El anarquismo no es de utilidad (I).
3 . E n la *B rem er B ü rgerzeitu n g »

La colaboración de Pannekoek en la «Bremer Bürgerzeitung», la mencionamos


aquí sólo com o recuerdo. La mayocía de los artículos en ella publicados se
reproducen a partir de la Correspondencia. Entre las excepciones está la recensión de
libro de Rosa Luxemburg sobre la acum ulación del capital ya mencionada.

E) Cartas

En la m edida en que se conservan — una parte de su correspondencia se perdió


en la Segunda Guerra Mundial— las cartas de Pannekoek se encuentran en el
Instituto para Historia Social de Amsterdam. Se está preparando una selección de
dichas cartas.
Cartas de Pannekoek fueron publicadas en:
a) «D ie A ktion», Revista bajo la dirección de Franz Pfem fcrt (Marzo de 1921).
b) «Kommunistische Arbeiter Zeitung» (KAPD) (Julio 1920).
c) «Socialisme ou Barbarie» (N úm . 14 de abril/junio de 1954) (F).
d) «Cahiers de Com munismc de Conseils» (Núm. 8, mayo de 1971).

F) Inéditos

En el invierno de la guerra de 1944/45, escribió Pannekoek lo que él denom inó


«Recüerdos del m ovim iento-obrero». El manuscrito — destinado ¿ícticamente a sus
familiares— fue publicado tan sólo en unos cuantos ejemplares, en 117 folios. Un
ejemplar se encuentra en el Instituto para Investigación Social de Amsterdam, y los
restantes son hasta la fecha propiedad privada. Sin em bargo, esos «Recuerdos» han
de aparecer impresos dentro de no m ucho tiem po (en el apéndice de la selección de
cartas de que hablábamos).
Biografía de Pannekoek

Antón Pannekoek nació el 2-1-1873 en Vaasen (H olan­


da). Estudió astronomía en la Universidad de Leiden y se
doctoró. Desde el año 1902 fue dirigente de la socialdem o-
cracia de los Países Bajos (SDAP). O fició de profesor de
astronomía en Holanda. D esde 1905 form ó junto con
Hermán Gorter y Henriette Roland-Holst el ala izquierda
de la socialdemocracia de los Países Bajos. En 1905 parte
hacia Alem ania, para explicar en la Universidad del Partido
Socialista Alem án. En 1907 aparece com o co-fundador de la
revista de oposición «D e Tribune» (SDAP). En el año 1909
se le expulsa del Partido, junto con su ala izquierda, que
optará por constituirse com o organización autónom a (1909)
bajo el nom bre de SPD. El SPD supuso en 1918 la base del
Partido Comunista de los Países Bajos. En 1912, tiene sus
primeras confrontaciones teóricas con Kautsky, exponiendo
los rudimentos de lo que posteriormente iba a ser el
com unism o de izquierdas. Colaborador de la «N eue Zeit» y
de la «Bremer Bürgerzeitung», que estuvo bajo su influen­
cia. En 1914, sale de Alem ania. Durante la guerra m undial,
portavoz de la resolución leninista en la Primera Conferen­
cia de Zim m erwald y teórico del ISD; escribe.numerosas
contribuciones en «Lichtstrahlen» y en «Arbeiterpolitik». En
1918 es cofundador del Partido Comunista de los Países
Bajos. Agita en Alem ania, en favor de la IK D . Tras la
escisión del K PD (S) en octubre de 1919, pasa a ser
dirigente y portavoz de la oposición comunista de izquier­
das. Inspirador del primer programa del K APD de mayo de
1920, y luego m entor intelectual en el K A PD , y cofundador
del KAP de los Países Bajos; excluido en 1920 del
secretariado europeo del K om intem , por su rivalidad con
Lenin. Junto a numerosos escritos de agitación, obras de
carácter político-filosófico basadas en la epistem ología de
Josef D ietzgen. Realizó importantes estudios astronómicos,
y hasta su muerte en abril de 1960 fue el dirigente de los
consejistas de los Países Bajos. U tilizó los pseudónim os de
Karl Horner y John Harper (Nota de «Geist und Tat»,
10-1960, p . 219).
Biografía de C ajo Brendel

Nació en 1915 en D en Haag, y creció en una fam ilia


pequeñoburguesa. La crisis económ ica de com ienzos de los
años treinta fue para él, entre otras cosas, la ocasión de
enfrentarse con el marxismo. A l com ienzo, sus simpatías se
decantaron hacia el trotskismo, que desaparecieron rápida­
mente bajo la influencia de las asambleas abiertas de
trabajadores de izquierda radical. A ban don ó el hogar
paterno, para alternar, hasta la guerra, el trabajo y el paro.
En 1934, se unió al G rupo de Comunistas Intem aciona­
listas (G IC) y durante el año 1936, editó con su com pañero
Haager un pequeño periódico policopiado, colaborando
también regularmente en periódicos consejistas o anarquis­
tas, y siendo desde com ienzos de 1952, hasta el final del
1954, redactor de la revista holandesa «Spartacus». Desde el
año 1965 hasta la actualidad, es colaborador de la revista
mensual «Daad en Gedachte». H oy se declara comunista
consejista.
Sus publicaciones más importantes son: «Tesis sobre la
revolución china» (publicación holandesa de 1967 en «Daad
en Gedachte», que se volvió a publicar en ju lio del 69, en
francés en «Cuadernos del com unism o de los consejos», en
1971 en inglés com o folleto del G rupo Solidaridad, y en
1973 en italiano en las ediciones G . d . C .,); «A ntón Pan-
nekoek, teórico del actual socialism o» (SUN Verlag, N i-
mega, Holanda, 1970); «La interpretación del marxismo
por Lenin» (En «Cuadernos del com unism o de los consejos»,
diciembre de 1970); «Introducción a una correspondencia
entre A ntón Pannekoek y Pierre Chaulieu» (en «Cuadernos
del com unism o de los consejos», mayo de 1971); «Henriette
Roland Holst com o voluntarista» (Introducción a una nueva
edición de su folleto «El Partido revolucionario»), (Ed.
Karin Kramer, Berlín, 1972); «Lenin com o estratega de la
revolución burguesa» (en «Schwarze Protokolle», abril de
1973).

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