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La primera de las libertades reivindicadas
en la época moderna fue la libertad religiosa,
que dentro de la dialéctica del pensamiento
liberal puede considerarse no sólo
como la primera en el tiempo, sino también
como la raíz del desarrollo de las demás
libertades. A su vez, en el seno de la idea
de la libertad religiosa, la Carta sobre la
Tolerancia de J. Locke, publicada
por primera vez en 1689 y 1690, marca un
hito de primer rango. Se trata de uno de esos
libros breves que, al igual que El Príncipe
de Maquiavelo o el Manifiesto del Partido
Comunista de Marx y Engels, están
destinados a ejercer una decisiva influencia
histórica. Aparte de su significación universal,
la Carta es altamente representativa
del pensamiento político inglés en una
de las etapas más interesantes de su historia.
Carta
sobre
la tolerancia
Colección
Clásicos del Pensamiento
Director
Antonio Truyol y Serra
ganzl912
John Locke
Carta
sobre
la Tolerancia
Edición a cargo de
PEDRO BRAVO GALA
CUARTA EDICION
tec^os
TITULO ORIGINAL:
A Letter concerning Toleration (1689-1690)
INDICE
Pkhslntación ............................................................................... Pág. IX
LA CUESTION EN INGLATERRA
Un excelente análisis de las causas que explican el retraso con que apa
recieron las controversias acerca de la tolerancia en Ingleterra puede verse
en J W. Alien, o¿?. cit., pp. 231 y ss.
CARTA SOBRE LA TOLERANCIA XXXV
1, OBRAS DE LOCKE
por banal que haya sido el motivo que haya dado lu
gar a su constitución, sea de filósofos para aprender,
de comerciantes para comerciar o de hombres ociosos
para conversar y discurrir entre sí, ninguna Iglesia ni
compañía puede en definitiva subsistir y mantenerse
unida, sino que se disolverá y caerá en pedazos, si no
es regulada por algunas leyes y todos los miembros no
aceptan observar un orden. Debe convenirse el lugar
y el tiempo de las reuniones, deben establecerse reglas
para la admisión y exclusión de sus miembros y habrá
de proveerse a la elección de oficiales, a la marcha re
gular de la asociación y demás asuntos semejantes. Pe
ro dado que la reunión de varios miembros dentro de
esta iglesia-sociedad, como ha sido ya demostrado, es
absolutamente libre y espontánea, por fuerza ocurre que
el derecho de hacer sus leyes no puede pertenecer a na
die sino a la sociedad misma o, al menos (lo que es lo
mismo), a aquellos a quienes la sociedad, de común
acuerdo, ha autorizado para hacerlas.
Algunos, quizá, puedan objetar que una sociedad
semejante no puede ser una verdadera Iglesia si no tie
ne un obispo o presbítero, con autoridad de mando de
rivada de los apóstoles mismos y continuada hasta los
tiempos presentes por una sucesión ininterrumpida.
A éstos les contesto: en primer lugar, que me mues
tren el edicto por el cual Cristo ha impuesto esta ley
a su Iglesia. Que nadie me considere impertinente si
en asunto de tal importancia exijo que los términos de
ese edicto sean muy expresos y positivos, porque la pro
mesa que El nos hizo [Mat., 1 8 : 2 0 ], según la cual don
dequiera que dos o tres se reúnan en su nombre El es
tará en medio de ellos, parece implicar todo lo contra
CARTA SOBRELA TOLERANCIA 15
les leyes, siendo éstas para el bien público, pero sus súb
ditos creen lo contrario? ¿Quién juzgará entre ellos? A
mi juicio, solarnente Dios. No hay juez sobre la tierra
entre el magistrado supremo y el pueblo. Dios, digo,
es el único juez en este caso, quien retribuirá a cada
uno en el último día, de acuerdo con sus méritos, esto
es, de acuerdo con la sinceridad y rectitud de sus es
fuerzos para promover la piedad y el bienestar y la paz
de la humanidad. ¿Qué se hará entre tanto? Creo que
el principal y más importante cuidado de cada cual de
be ser primero el de su propia alma y, en segundo lu
gar, el de la paz pública, aunque habrá muy pocos que
piensen que hay paz donde todo lo ven arrasado.
Hay dos clases de contiendas entre los hombres, unas
resueltas por la ley y otras por la fuerza; éstas son de
tal naturaleza que donde la una termina, la otra siem
pre empieza. No es asunto mío examinar el poder del
magistrado en las diferentes constituciones de las na
ciones. Yo solamente sé lo que usualmente ocurre cuan
do las controversias surgen sin que haya juez que las
resuelva. Usted dirá, entonces, que siendo el magistra
do el más fuerte impondrá su voluntad y logrará su ob
jetivo. Sin duda; pero la cuestión no trata del resulta
do, sino de la norma del derecho.
Para concretarme al tema, afirmo: primero, que nin
guna opinión contraria a la sociedad humana o a las
reglas morales que son necesarias para la preservación
de la sociedad civil ha de ser tolerada por el magistra
do. En realidad, son raros los ejemplos de esto en cual
quier Iglesia, ya que ninguna secta puede llegar a tal
grado de locura que le parezca adecuado enseñar, co
mo doctrinas de la religión, cosas que manifiestamen
CARTA SOBRELA TOLERANCIA 55
Adiós.
* ♦ ♦
P E D R O B R A VO G A L A es profesor titular
de Historia de las Ideas y de las Formas
Políticas en la Facultad de Ciencias Políticas
y Sociología de la Universidad de Madrid.
Ha sido igualmente profesor en las
universidades de Puerto Rico y Central de
Venezuela, en cuyo Instituto de Estudios
Políticos publicó la primera edición
de la Carta s o b re la Tolerancia, de Locke,
al igual que algunas otras ediciones de textos
clásicos, entre los que destacan: L o s seis
libros d e la R epública, de Bodino, y
E l socialismo prem arxista (A ntología d e textos).
«Honorable señor:
Ya que usted ha tenido a bien preguntarme cuáles son
mis pensamientos sobre la tolerancia
mutua de los cristianos de diferentes confesiones
religiosas, debo contestarle, con toda franqueza, que
estimo que la tolerancia es la característica
principal de la verdadera Iglesia. [...]»
Colección
Clásicos del Pensamiento
I
Dístfíbu/tío por:
Santiago de Cliile
'’ttp.Y/wwm.arrayjp ti
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ISBN 8 4 -3 0 9 -1 1 3 5 -9
00001
788430 911356
1229001