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Julio Cabrera
gedisaeditorial
Diseño de cubierta: Sylvia Sans
ISBN: 978-84-7432-710-6
Depósito legal: B. 25.455-2008
Impreso en España
Printed in Spain
II
Conceptos-imagen
Algunas de las razones de haber llamado "cinematográfi-
cos" a aquellos filósofos "páticos", como quedó sugerido en lo
anterior, serían las siguientes:
Los "filósofos cinematográficos" sostienen que, al menos cier-
tas dimensiones fundamentales de la realidad (o tal vez toda
ella) no pueden simplemente ser dichas y articuladas lógica-
mente para ser plenamente entendidas, sino que tienen que
ser presentadas sensiblemente, a través de una comprensión
"logopática", racional y afectiva al mismo tiempo. Sostienen
también que esa presentación sensible debe producir algún
tipo de impacto en quien establece un contacto con ella. Y ter-
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cero —muy importante— los "filósofos cinematográficos" sos-
tienen que, a través de esa presentación sensible impactante,
se alcanzan ciertas realidades que pueden ser defendidas con
pretensiones de verdad universal, no tratándose, por tanto, de
meras "impresiones" psicológicas, sino de experiencias funda-
mentales vinculadas con la condición humana, o sea, con toda
la humanidad, y que poseen, por tanto, un sentido cognitivo.
Pues bien, estas tres características de las filosofías presen-
tadas por los pensadores páticos me parecen definitorias del
lenguaje del Cine, s¿ lo vemos desde un punto de vista filosófi-
co. Como lo dije al principio, no quiero presuponer aquí un
concepto de Filosofía, sino, si se quiere, ir consolidando uno, al
mismo tiempo que consideramos filosóficamente al Cine. Diré
que el Cine, visto filosóficamente, es la construcción de lo que
llamaré conceptos-imagen, un tipo de "concepto visual"
estructuralmente diferente de los conceptos tradicionales uti-
lizados por la Filosofía escrita, a los que llamaré aquí concep-
tos-idea.
¿Qué es un concepto-imagen? Wittgenstein nos ha advertido
acerca del peligro de plantear este tipo de pregunta esencialista
(que comienza con las palabras "Qué es..."), por su tendencia a
arrastrarnos a tratar de ofrecer una respuesta definitiva y
cerrada a la cuestión, del tipo "Los conceptos-imagen son...".
Pero esta noción no tiene contornos absolutamente nítidos, ni
una definición precisa. Y creo que no debe tenerla, si pretende
conservar su valor heurístico y crítico. De manera que lo que
voy a decir aquí sobre conceptos-imagen es simplemente una
especie de "encaminamiento" —en un sentido heideggeriano—
o sea, un "ponerse en camino" en una cierta dirección com-
prensiva, hacia la cual esta caracterización indica, pero sin
querer cerrarla o trazarla completamente.
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reflexión sobre las relaciones decepcionadas entre los hombres,
cuya existencia se muestra como literalmente hundida en la
más tenebrosa y bufonesca contingencia). El Cine elige ciertos
objetos privilegiados: lo inverosímil, lo fantástico, lo calamito-
so, lo demoníaco, la naturaleza descontrolada, la
incertidum-bre, el heroísmo sin gloria, la injusticia, la
violencia, la agonía, la incomunicación, la falta de
referencias absolutas. Con independencia de sus temáticas
más específicas, éstos son los constantes agonistas del Cine.
Se podría pensar que esto depende de los filmes que sean
elegidos para ejemplificar. Parece haber filmes constructivos,
mansos, optimistas, afirmativos, conciliadores. Pero el Cine
vive del asombro, es como un ojo selectivo que va siendo sor-
prendido a cada instante. Nuestros ojos no se posan nunca en
lo que no interesa. El mal, la catástrofe, la agonía, el descontrol,
llaman la atención del ojo, lo seducen, lo arrastran, lo anegan
hasta el enceguecimiento. Lo plenamente positivo no es inte-
resante de ser mirado; es lo sorprendente, lo extraordinario lo
que interesa al Cine, incluso cuando lo extraordinario es
lo absolutamente cotidiano (como en los filmes de Wenders y
Antonioni). Independientemente de sus temas y tratamien-
tos, no existen películas totalmente lógicas, concluyentes, ce-
rradas, sin experiencialidad abierta, sin problematización
imaginante, con una propuesta de solución definitiva. El Cine
más conciliador es también desconstructivo. Aun los filmes
optimistas de Frank Capra. El bien no constituye un espec-
táculo, no se impone por sí mismo, precisa de un contrapunto
desestabilizador (el señor Potter de ¡Qué bello es vivir! (It's a
wonderful Ufe)) y de un bien concebido de manera extraordi-
naria (el ángel Clarence). Lo logopático favorece la ruptura, la
problematización de lo particular, lo tremendo, lo devastador.
La logopatía problematiza la exclusividad lógica, el control, la
armonía, lo estético, lo tranquilo, lo reglado, lo dominable, lo
divino. El Cine es más pagano que la Filosofía (no en balde la
primera función de Cine ocurrió, según parece, en la caverna
de Platón). El Cine nunca confirma nada. Vuelve a abrir lo
que parecía aceptado y estabilizador.
El Cine, si lo retiramos de su encuadre limitante como ve-
hículo de "escape" o de pura "diversión de masas", puede ha-
cer ver, en contrapartida, el terrible escapismo de la Filoso-
fía —un escapismo ilustrado, digamos, y no un escapismo de
masas— al constituirse la Filosofía, gracias, entre otras cosas,
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a su expresión literaria (lineal, articulada, simbólicamente bien
educada), en un "arreglo" racional, conceptual-ideístico de los
males del mundo, tanto morales como lógico-epistemológicos.
En efecto, la Filosofía ha tenido desde su nacimiento —des-
de su desvinculación de la "Sofística" fea, sucia y malvada—
esa pretensión afirmativa, conciliadora ("¿religiosa?"), a pesar
de su declamada "secularización", consistente en tratar de so-
meter la multiplicidad de la vida a unos pocos universales
or-ganiza-dores, reparadores, justificadores y embellecedores.
El Cine, con sus terribles impactos visuales, sus esperpentos
y sus maquinarias infernales, ha sido mucho más un
instrumento de captación de todo lo que hay de demoníaco, de
incontrolable, incomprensible, múltiple y descorazonador en
el mundo, y, en ese sentido, ha desarrollado una Filosofía con
un componente negativo-crítico muy superior al de la
Filosofía escrita habitual. (Por otro lado, en un sentido
histórico, los orígenes del Cine son simplemente viles, ligados
con el vodevil, los prostíbulos y la marginalidad. Cfr. Machado
Arlindo, Pré-cinemas e pós-cinemas, pág. 76 ss.)
Ciertamente, el moralismo afirmativo en el Cine se ha dado
en la exigencia del happy end o en la necesidad de que "los
malos sean castigados", aun a costa de la narración (un ejem-
plo célebre es la versión cinematográfica de Testigo de cargo
de Agatha Christie, hecha por Billy Wilder, o el escandaloso y
vergonzoso agregado de Murnau a su obra maestra El último
de los hombres). Pero en el happy end cinematográfico hay
algo de descaradamente artificial (como ocurre en los filmes
de Frank Capra). Los happy ends de la Filosofía, en cambio,
son rigurosamente serios (tal vez los más célebres de ellos sean
los de la Teodicea de Leibniz y la Fenomenología del espíritu
de Hegel) y pretenden haber arreglado el mundo definitivamen-
te, algo mucho más serio y positivo que lo que Clark Gable y
Claudette Colbert podrían conseguir casándose y siendo feli-
ces para siempre. El happy end filosófico es aquello que Marx
ya denunciaba (en los hegelianos) como la tentativa de "arre-
glar el mundo dentro de la cabeza", algo que el Cine no consi-
gue hacer, aunque lo intente. En sus imágenes, los comporta-
mientos no quedan consolidados, ni los eventos plenamen-
te establecidos. La imagen cinematográfica es esencialmente
desestructuradora, desestabilizadora, subversiva.
Ya el Cine mudo se ha alimentado fundamentalmente del
carácter aterrorizador y esperpéntico de la realidad, y las gro-
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tescas caídas de sus héroes, los terribles errores que cometen
y la violenta (y, por eso, ridicula) agresividad de la realidad
social y natural, que frustra sistemáticamente sus planes más
minuciosos, han puesto ya desde su nacimiento al Cine en con-
tacto con una realidad no susceptible de reconciliación última.
La Filosofía contemporánea, a pesar de su renuncia a
fundamentaciones de tipo teológico o metafísico-natural, no
ha renunciado a la tentativa (¿de fondo religioso?) de una con-
ciliación social, comunicativa o solidaria, como puede verse en
las obras de Habermas, Apel, Tugendhat, Rawls y Rorty, los
Grandes Filósofos de finales de nuestro siglo.
III