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Las movidas del tablero electoral

“Si las tendencias se mantienen, es probable que Verónika y Lescano se enfrenten en la segunda
vuelta”.
El tablero electoral ha comenzado a moverse, pero el porcentaje de los electores que aún no han decidido su voto o van a votar viciado o
blanco sigue siendo alto. Ambos llegan al 29% por ciento en febrero, según Ipsos. Todas las encuestadoras, tanto las vinculadas a intereses
comerciales e ideológicos como la única académica (IEP), constatan este movimiento electoral, pero difieren en la ubicación de los
candidatos que están en los primeros lugares.

No se puede comparar febrero porque el IEP aún no ha realizado su encuesta, pero sí se pueden comparar los resultados de enero. En estos,
Ipsos pone a Forsyth primero con 17% mientras el IEP lo coloca también primero, pero con 13.3%. Ipsos ubica a KF segunda con 8%,
mientras que el IEP la pone cuarta con 6.7%. Ipsos coloca a Verónica en cuarto lugar con el 7%, el mismo porcentaje que obtiene Guzmán,
al que pone tercero, mientras el IEP la coloca segunda con el 8.2%. A Lescano y a Urresti, Ipsos los ubica en el quinto lugar con 6%
mientras el IEP pone a Lescano tercero con 7.1% y a Urresti, sexto con 5.6%.

Las tendencias mostradas por Ipsos en la evolución de las encuestas de diciembre a febrero son las siguientes: hundimiento del centro o que
juega al centro (Forsyth y Guzmán), estancamiento de la derecha autoritaria (KF) y de la derecha neoliberal(De Soto), ascenso acelerado del
populismo de izquierda (Lescano) y lento del populismo de derecha (Urresti) y ascenso lento de la izquierda democrática y social (Verónika
Mendoza). Si el margen de error de Ipsos es 2.8%, entonces hay un empate técnico entre los 4 primeros candidatos: Forsyth, Lescano, KF y
Verónika Mendoza. Urresti está en la antesala con 7% (quinto lugar).

Teniendo en cuenta estas tendencias, mis hipótesis son las siguientes: 1) Forsyth sale de este club exclusivo de 4 y lo reemplaza Urresti, 2) el
29% de los indecisos y de los que votan viciado y blanco se van a reducir al 20%, 3) la fragmentación que aún es alta (19% de los candidatos
con menos de 4%) se va a reducir un poco más y 4) todos los votos desplazados van a ir a Lescano, Verónika Mendoza y KF.

Esas tendencias electorales muestran que la mayoría de los electores están descontentos e irritados y que, por eso, tienden hacia la
izquierda populista (Lescano) y hacia la izquierda democrática y social (Verónica Mendoza). Si esto es así, entonces es probable que, ante
este desplazamiento mayoritario de los electores hacia la izquierda, los electores asustados de derecha tiendan a concentrar sus votos en KF.

¿Qué escenarios se dibujan en la segunda vuelta? Si las tendencias se mantienen, es probable que Verónika y Lescano se enfrenten en la
segunda vuelta. El escenario preferido de las derechas es, sin embargo, una disputa entre Lescano y KF. ¿Por qué? Porque Verónika
Mendoza es la única candidata que presenta un programa alternativo al neoliberalismo y porque cuenta con equipo técnico-político con
experiencia de gestión.

Pienso que Lescano haría unos ajustes sociales al modelo neoliberal y que gobernaría con un partido que desde el 80 es un partido
neoliberal y que cuenta con los mismos técnicos neoliberales con los que ha gobernado la derecha neoliberal estas tres últimas décadas. No
tiene un equipo tecno-político alternativo.

¿Es autónomo el BCR?


“¿Es autónoma una institución cuyo presidente se mantiene en el cargo durante varios años
gracias a las presiones de la Confiep y de la prensa concentrada?”.
Las derechas (la liberal y la autoritaria) se escandalizan y se rasgan las vestiduras porque Verónica Mendoza, la candidata de Juntos por el
Perú (JP), ha sostenido que ya es hora de renovar el directorio del BCR, incluido su presidente, que lleva ya varios años a la cabeza de esa
institución. Sostienen que el BCR es autónomo y asustan a la población con el infierno de la hiperinflación al estilo de García en 1989-1990 si
se produjera un cambio en el BCR.

Pero ¿es autónomo el actual BCR? ¿Es autónoma una institución cuyo presidente se mantiene en el cargo durante varios años gracias a las
presiones de la Confiep y de la prensa concentrada? ¿Es autónomo el actual BCR, cuyo directorio está integrado por representantes de
grupos de poder económico como el señor Chlimper? ¿De qué autonomía se habla si otro miembro del directorio integra una consultora al
servicio de los grandes empresarios?

Pocas veces en su historia el BCR ha sido autónomo. Desde el año (1930) en el que la misión Kemmerer transformó el Banco de Reserva en
Banco Central de Reserva del Perú (BCRP) los grupos de poder económico lo capturaron. Su primer presidente, Manuel Augusto Olaechea, y
su primer vicepresidente, Pedro Beltrán, eran grandes terratenientes. Pedro Beltrán (el señor de los mil agros lo llamaba Sofocleto) y Manuel
Prado, vinculado a los grupos financieros, fueron presidentes del BCR durante varios años. Su directorio estaba integrado por los
representantes de la Sociedad Nacional Agraria (SNA), de la Sociedad Nacional de Industrias (SIN), del Club de la Banca y otros grupos de
poder económico.

Cuando Belaunde triunfa en las elecciones de 1963 sobre los candidatos de la oligarquía (Odría y Haya de la Torre) se inician algunos
tímidos cambios en el agonizante Estado oligárquico, que era un Estado patrimonial en manos de los terratenientes modernos y tradicionales.
Belaunde renueva parcialmente el directorio del BCR sacando a los representantes de la SNA, de la SIN, del Club de la Banca. Los 100
primeros días del gobierno de Belaunde fueron de movilización y de cambios, pero luego se transformó en un gobierno de transacción con la
oligarquía que mantenía intacto su poder económico.

El BCR fue plenamente autónomo en el Estado velasquista, cuya autonomía ha sido subrayada por Alfred Stepan y Theda Skócpol,
destacados politólogos norteamericanos.
En el Estado neoliberal la autonomía del BCR ha sufrido algunos vaivenes. Algunos directorios defendieron su autonomía y otros fueron más
bien sumisos a las exigencias de los poderes fácticos interesados en mantener la captura del MEF y del BCR, especialmente cuando perdían
los candidatos a la presidencia que respaldaban. El caso de Ollanta ha sido el más escandaloso, pues, luego de haber derrotado a KF,
lograron someterlo y ponerlo a su servicio, colocando al ministro de Economía y manteniendo a Julio Velarde, presidente del BCR.

El Estado y sus aparatos son autónomos cuando sus políticas públicas no están sometidas a las presiones de los grandes grupos de interés.
Eso solo es posible cuando el Estado no es débil ni enclenque como el nuestro, sino fuerte y eficiente. El Estado neoliberal es un Estado
capturado por la Confiep y otros grupos de interés.

Carlos Tapia o el sentido lúdico de la política


“Carlos Tapia (1941-2021) deja una huella histórica imborrable en la política peruana”.
Una de las cosas más crueles que nos impone la pandemia es no poder despedirnos de las personas que queremos. La muerte se las lleva
en silencio sin dejar siquiera una huella física que nos permita visitar su tumba. A contracorriente de la crueldad pandémica, Carlos Tapia
(1941-2021) deja una huella histórica imborrable en la política peruana.

Desde la juventud fue un hombre de izquierda que se mantuvo fiel a esa apuesta hasta su muerte. Cambiaron las formas de la lucha política,
pero el objetivo estratégico de defender la causa de los pobres siguió en pie. Como la trayectoria de la mayoría de los cuadros de la izquierda
peruana y latinoamericana, la de Carlos Tapia pasó por dos grandes etapas: la de la revolución y la de la democracia.

En la etapa revolucionaria Carlos fue marcado por la revolución cubana que nos hizo pensar a los jóvenes de la generación de los 60 que otro
mundo era posible. Era la época heroica del ataque frontal para acabar con la dominación imperialista y el atraso feudal. En ese contexto, la
revolución se justifica. Las guerrillas del 65 dirigidas por Luis de la Puente y otros intentos guerrilleros seguían el camino abierto por Cuba.
Carlos fue dirigente de una de las fracciones en las que se dividió el MIR luego del fracaso guerrillero.

Otro acontecimiento que marcó la trayectoria de Carlos Tapia y de la izquierda peruana y latinoamericana es el conflicto ideológico chino-
soviético que fragmentó más aún a la débil izquierda de entonces. El impacto fue mayor en algunas universidades de provincias, como la de
Huamanga, en la que Carlos estudió ingeniería agrícola y luego fue profesor. Allí conoció a destacados intelectuales limeños y extranjeros y
también a Abimael Guzmán y a Osmán Morote, dirigentes de SL, con quienes entabló un debate ideológico que se prolongó hasta su muerte.

La etapa democrática de Carlos y de la izquierda peruana y latinoamericana comienza en los 78-80. Es el paso del paradigma de la
revolución al de la democracia (Lechner dixit). Carlos y la mayoría de los dirigentes de la izquierda peruana entendieron que, luego de la
reforma agraria de Velasco y la emergencia de una nueva ciudadanía, la lucha por el socialismo y por la realización de los grandes cambios
en el Perú había que librarla en el campo democrático y a través de métodos democráticos. La apuesta democrática se reforzó con la caída
del muro de Berlín en 1989. Una de las tareas centrales era la construcción de un partido democrático. Carlos se propuso entonces organizar
la confluencia de las fracciones del MIR y participó en la formación de la UDP, del PUM y de la IU. Combate todo tipo de violencia y, en
particular, el terrorismo.  Asume que la conquista del poder tiene que librarse en la competencia política y en el terreno electoral.  Fue diputado
por la IU entre 1985-1990. Con Carlos Iván Degregori, su amigo entrañable, y otros destacados intelectuales y políticos integró la CVR.

Una de sus últimas apuestas fue la conformación de coalición de centroizquierda. Pensaba que si la izquierda quería llegar al poder tenía que
conquistar al centro. A Carlos Tapia no le gustaba la política martirológica. Detestaba también la política de la solemnidad. Asumía más bien
la política como una actividad lúdica en la que desplegaba la ironía y el humor democrático. En la línea de Alfonso Barrantes.

El mito de la Constitución eterna del 93


“Cuando los políticos y las asociaciones crean las constituciones, asumen el papel de soberanos”.
Desde la antigüedad, la política ha sido el campo de la incertidumbre y de la volatilidad. Para hacerla predecible y estable, los políticos han
creado y crean las instituciones que son reglas de juego, normas y leyes que regulan la conducta de las gentes y de sus asociaciones. Los
políticos y las sociedades han buscado también darle a la política un mayor grado de certidumbre inventando las constituciones que, como su
nombre lo dice, tienen un sentido constitutivo de la política y de las asociaciones políticas (Estados, gobiernos, regímenes políticos).

Lamentablemente no siempre los políticos y las sociedades logran dotarse de constituciones duraderas. Este es el caso de AL en general y
del Perú en particular. La política peruana del siglo XIX fue taquicárdica: la duración promedio de sus presidentes fue de un año. Lo mismo
puede decirse de las constituciones. Entre 1821 y 1845 el Perú tuvo 8 constituciones (Aljovín dixit). El siglo XX mostró un cierto progreso: la
política tuvo un carácter cíclico en el que se turnaban las dictaduras y las democracias. La duración de los gobiernos en el siglo XX fue de 3
años y medio.

Las constituciones más duraderas han sido la conservadora de 1860 (que duró hasta 1920), la oligárquica de 1933 (que llegó hasta 1979) y la
neoliberal de 1993 que está llegando a su fi n. Las constituciones liberales (algunas entre 1821-1845 y la de 1856) han sido muy volátiles. La
actual no es liberal sino neoliberal. ¿Cuál es la diferencia? Las constituciones neoliberales como el mismo neoliberalismo son “liberistas”
(Sartori dixit), esto es, son liberales en la política, pero son conservadoras o autoritarias en su relación con la sociedad y con la economía.

Cuando los políticos y las asociaciones crean las constituciones, asumen el papel de soberanos, es decir, toman decisiones y crean normas
sin dar cuenta a nadie. En el mundo antiguo y en el tradicional, el ejercicio de la soberanía recayó en reyes, monarcas y en asambleas
ciudadanas de las democracias clásicas y de las repúblicas clásicas. Fue una soberanía práctica. Ejercían la soberanía sin saberlo. Como
concepto la soberanía fue inventada por Bodino en 1576.

En el Perú republicano han asumido el papel de soberanos las dictaduras y las asambleas constituyentes. La constitución neoliberal de 1993,
por ejemplo, fue hecha a imagen y semejanza de la dictadura de Fujimori y de la coalición (el fujimorismo, los militares conservadores, las
élites económicas y los organismos financieros internacionales) que la cobijaba. Los cambios fundamentales que estableció fueron la
reelección de Fujimori, la eliminación de los derechos de los trabajadores y la conversión del Estado en subsidiario de los intereses de las
grandes empresas y corporaciones, en desmedro de la sociedad y de los ciudadanos.

La tesis según la cual la constitución neoliberal del 93 es la causa del crecimiento económico, de la reducción de la pobreza y del supuesto
milagro económico es un mito. Ella confunde expresamente el modelo neoliberal con el boom de las exportaciones o afirma que este es obra
de aquel. El fi n del boom exportador ha evaporado este mito. La mayoría de los peruanos cree que es necesario cambiar la constitución del
93. El Perú vive ya, como Chile, un momento destituyente (Luna dixit).

Todo tiene su final


“Confunden a propósito el modelo neoliberal con el boom de las exportaciones, como si este
hubiera sido generado por aquel...”.
Estamos terminando el año turbulento del 2020. En seis meses más vamos a terminar también el ciclo en el que hemos vivido la
concentración dramática de tres crisis: la crisis política, la crisis de la corrupción y la pandemia del COVID-19. Estas crisis están evaporando
algunos mitos neoliberales: el modelo económico neoliberal ha producido un crecimiento nunca visto en la historia peruana, ha reducido la
pobreza, ha generado un milagro económico. Todos estos logros se deben a la Constitución de 1993. A estos mitos se añaden dos más: todo
lo que choca con el modelo neoliberal es populismo, el modelo neoliberal es el único modelo viable.

Todos estos mitos se fundan en un falseamiento consciente de la historia. Confunden a propósito el modelo neoliberal con el boom de
las exportaciones, como si este hubiera sido generado por aquel. El largo boom exportador se produjo gracias a la demanda sostenida de
materias primas y alimentos proveniente de China, USA y Europa que se convirtieron en los tres grandes motores de varias economías
exportadoras del mundo, independientemente del modelo económico que tuvieran. Bolivia, con un modelo de desarrollo distinto, tuvo iguales
o mejores resultados que el Perú. Cuando esos motores se apagan, en nuestros países exportadores se produce la oscuridad. Y los mitos
comienzan a evaporarse.

Las altas tasas de crecimiento económico que hemos tenido en más de una década y la reducción de la pobreza se deben, no al modelo
neoliberal, sino al boom exportador más largo que hemos tenido en la historia del Perú. La economía primario-exportadora y de servicios se
caracteriza, no por ofrecer empleo (la minería solo tiene el 1% estable de la PEA y ofrece empleo indirecto, la mayoría del cual es informal),
sino por brindar altas tasas de rentabilidad empresarial e ingresos fiscales fáciles al Estado que sirven para desplegar políticas sociales que
no eliminan la pobreza sino que la alivian.

Y ¿el milagro económico? Este no es un mito sino un cuentazo. Invito a los lectores a mirar el mapa del Índice de Competitividad Regional del
Perú (ICRP) del 2019, elaborado por CENTRUM-PUCP, en particular el pilar de la economía (de los cinco que lo componen) que mide en
cierto modo el crecimiento económico de las regiones. Este pilar tiene 15 indicadores entre los cuales están la inversión, el tamaño del PBI, el
PBI per cápita, el empleo y el porcentaje de exportaciones. En una escala de septiles que va de muy bajo a muy alto, 25 regiones están en el
nivel muy bajo y 1 (Lima) en el nivel medio bajo. El mapa del ICRP del 2013 (en pleno boom exportador) es igual. Ese mapa no muestra un
milagro económico, sino un abismal atraso.

Habría que mirar el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que, con los indicadores de esperanza de vida, nivel de vida, alfabetización y nivel
de educación, mide un cierto nivel de bienestar de la gente. El IDH no ha cambiado significativamente. El PNUD ha cruzado el IDH con la
localización agropecuaria, manufacturera y minera de las regiones y encuentra una relación inversa con la agricultura (a más agricultura,
menos IDH), directa con la manufactura (a más manufactura, más IDH) y ninguna con la minería, la engreída de nuestros liberales. ¿Qué les
parece? Vuelvo sobre los otros mitos.

El poder líquido
“Los ‘partidos’ se han convertido en cascarones vacíos que representan a pocos o a nadie.
Convocan a muy pocos y ya no son la voz de los sin voz. Todos tenemos voz”.
El poder oficial, caracterizado por la rigidez y la solemnidad, se ha licuado. Las corazas que lo blindaban se han diluido. El Poder Ejecutivo y
el Legislativo ya no tienen poder. Como en toda crisis profunda, este se está desplazando, si no se ha desplazado ya, a la sociedad y a los
ciudadanos. El poder líquido del Ejecutivo está a punto de evaporarse. Eso depende solo de una pequeña movida en el Congreso: la
censura de su junta directiva y chao, Sagasti.

Pero el poder parlamentario también se ha diluido. El Congreso levita sobre un vacío insondable. Está divorciado de la sociedad. Nadie lo
quiere ni lo sustenta. Eppur si muove y puede hacer esa movida irresponsable, respaldado por la decisión perversa del TC que lo invita a dar
golpes sucesivos en el último año de gobierno.

¿Qué ha sucedido? ¿Por qué se ha diluido el poder? “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, escribió Marx en 1848 para definir el impacto
de la modernidad en el mundo feudal y tradicional. Bauman, brillante sociólogo polaco recientemente fallecido, ha sostenido que la
postmodernidad disolvió las estructuras, las instituciones y los valores de la modernidad y ha dado lugar a la actual modernidad líquida en la
que todo fluye y nada se detiene. FH Cardoso, el más destacado sociólogo de AL y expresidente de Brasil, ha escrito (“New paths:
globalization in historical perspective”) que las características del capitalismo global son el capital financiero, la revolución científica y
tecnológica y la revolución de las comunicaciones.

Los impactos de la revolución científica y tecnológica y de la revolución de las comunicaciones en los diversos campos de la vida social son
impresionantes. Detengámonos un poco en el posible impacto de la revolución de las comunicaciones en la política. Es probable que se
construya una forma de estado más flexible y con más capacidades. Estamos viendo ya el impacto en la provisión estatal de bienes públicos,
en particular en la salud y la educación. Ojalá pronto lo veamos en la justicia. Es probable que la forma que asuma el gobierno sea más
abierta, transparente y ayude a la gobernabilidad. Es posible construir un nuevo pacto social (la constitución) que permita organizar un
régimen democrático y equilibrado entre Estado, sociedad y ciudadanos.

Estamos viendo ya el impacto de la revolución de las comunicaciones en las formas de representación social y política. Los “partidos” se han
convertido en cascarones vacíos que representan a pocos o a nadie. Convocan a muy pocos y ya no son la voz de los sin voz. Todos
tenemos voz. La comunicación veloz permite la autoconvocatoria rápida y nuevas formas de acción social y política. Es probable que surjan
nuevos movimientos sociales y nuevos partidos -redes que expresen mejor la diversidad y la fluidez de la estructura social-. Los “partidos”
existentes que quieran sobrevivir tienen que adecuarse a las nuevas exigencias de la revolución de las comunicaciones. Hay que mirar a
Chile que es un laboratorio de refundación de la política. Pienso que el Perú ha comenzado a recorrer el mismo camino.

¿Es posible que Sagasti sobreviva en el poder líquido? El poder no está en las FFAA, ni en la Policía, ni en la burocracia, ni en el Partido
Morado, ni en el Congreso. Está en la calle en movimiento y en la sociedad contestataria. Si quiere sobrevivir, tiene que apoyarse en ellas
para detener las movidas arbitrarias del Congreso.

El poder es el número
“Los jóvenes movilizados y la enorme protesta ciudadana han confirmado las tesis sobre el poder
de Hanna Arendt...”.
“La juventud no los dejará dormir si Uds. no la dejan soñar” decía una pequeña pancarta escrita al desgaire con plumón en un pedazo de
cartón. Con letra más pequeña concluía: “Perú, yo no me calmo”, “Perú, ni un muerto más”. Creación heroica o copia, la pancarta revela tres
cosas: hastío de la juventud con el pasado, en particular con el pasado reciente que ellos han sufrido en carne propia, el impacto de la
revolución de las comunicaciones (uno de los rasgos del capitalismo globalizado junto con el dominio del capital financiero y con la revolución
científica y tecnológica, según FH Cardoso) en los jóvenes que ha hecho de ellos la generación más informada, comparada con las
generaciones del pasado, y el inicio de un nuevo camino.

Los peruanos hemos vivido la concentración de tres grandes crisis en estos cinco últimos años. Ellas nos han afectado a todos, pero sobre
todo a los jóvenes cuyo futuro se ve amenazado. La primera es la crisis política cuyo epicentro es el conflicto entre el Poder Ejecutivo y el
Poder Legislativo pero que se extiende al sistema electoral y a pequeños grupos políticos a los que algunos llaman pomposamente “clase
política”. Esta crisis ha producido, además de zozobra, inestabilidad e ingobernabilidad, la renuncia de un presidente, la disolución
constitucional del congreso y la elección de uno nuevo, cuatro intentos de vacancia del jefe de estado y un golpe parlamentario.

La segunda es la corrupción generalizada de la cúspide política y empresarial (el Lava Jato) que ha llevado a cuatro presidentes y a
connotados empresarios a la cárcel y a Alan García al suicidio. La tercera crisis es la pandemia del Covid-19 que ha producido la muerte de
miles de peruanos y una profunda recesión económica con la pérdida de millones de empleos y de ingresos y el aumento de la pobreza. La
pandemia ha sacado a luz, por añadidura, el agotamiento de la economía primario-exportadora y de servicios instaurada por el
neoliberalismo, la incapacidad y la debilidad del sistema de salud y de todo el Estado neoliberal para combatirla, los problemas de una
sociedad predominantemente informal, profundamente desigual, discriminadora y racista y la relación asimétrica del régimen político
(instaurada por la constitución fujimorista del 93) para favorecer al gran capital en desmedro de la sociedad y los ciudadanos.

La revolución de las comunicaciones ha generado enormes cambios en diversos campos de la vida social: en la economía, la sociedad, la
cultura y la política. En la política los cambios están a la vista en las formas creativas y rápidas de comunicación de los jóvenes, en las nuevas
formas de organización y de acción política, en el agotamiento del formato de los viejos partidos, en la probable emergencia de nuevas
formas de representación, en la provisión estatal de los bienes públicos, en particular, de la educación y la salud.

Los jóvenes movilizados (tres millones) y la enorme protesta ciudadana (doce millones) han confirmado las tesis sobre el poder de Hanna
Arendt, una de las filósofas más importantes del siglo XX. El poder no es el arma. El poder es el número organizado. El arma es la violencia.
El poder es el consenso. Mientras más grande es el número y más vasto el consenso, más avasallador es el poder que, por eso mismo, tiene
que autolimitarse para evitar el autoritarismo o el totalitarismo.

El poder es el número
“Los jóvenes movilizados y la enorme protesta ciudadana han confirmado las tesis sobre el poder
de Hanna Arendt...”.
“La juventud no los dejará dormir si Uds. no la dejan soñar” decía una pequeña pancarta escrita al desgaire con plumón en un pedazo de
cartón. Con letra más pequeña concluía: “Perú, yo no me calmo”, “Perú, ni un muerto más”. Creación heroica o copia, la pancarta revela tres
cosas: hastío de la juventud con el pasado, en particular con el pasado reciente que ellos han sufrido en carne propia, el impacto de la
revolución de las comunicaciones (uno de los rasgos del capitalismo globalizado junto con el dominio del capital financiero y con la revolución
científica y tecnológica, según FH Cardoso) en los jóvenes que ha hecho de ellos la generación más informada, comparada con las
generaciones del pasado, y el inicio de un nuevo camino.

Los peruanos hemos vivido la concentración de tres grandes crisis en estos cinco últimos años. Ellas nos han afectado a todos, pero sobre
todo a los jóvenes cuyo futuro se ve amenazado. La primera es la crisis política cuyo epicentro es el conflicto entre el Poder Ejecutivo y el
Poder Legislativo pero que se extiende al sistema electoral y a pequeños grupos políticos a los que algunos llaman pomposamente “clase
política”. Esta crisis ha producido, además de zozobra, inestabilidad e ingobernabilidad, la renuncia de un presidente, la disolución
constitucional del congreso y la elección de uno nuevo, cuatro intentos de vacancia del jefe de estado y un golpe parlamentario.

La segunda es la corrupción generalizada de la cúspide política y empresarial (el Lava Jato) que ha llevado a cuatro presidentes y a
connotados empresarios a la cárcel y a Alan García al suicidio. La tercera crisis es la pandemia del Covid-19 que ha producido la muerte de
miles de peruanos y una profunda recesión económica con la pérdida de millones de empleos y de ingresos y el aumento de la pobreza. La
pandemia ha sacado a luz, por añadidura, el agotamiento de la economía primario-exportadora y de servicios instaurada por el
neoliberalismo, la incapacidad y la debilidad del sistema de salud y de todo el Estado neoliberal para combatirla, los problemas de una
sociedad predominantemente informal, profundamente desigual, discriminadora y racista y la relación asimétrica del régimen político
(instaurada por la constitución fujimorista del 93) para favorecer al gran capital en desmedro de la sociedad y los ciudadanos.

La revolución de las comunicaciones ha generado enormes cambios en diversos campos de la vida social: en la economía, la sociedad, la
cultura y la política. En la política los cambios están a la vista en las formas creativas y rápidas de comunicación de los jóvenes, en las nuevas
formas de organización y de acción política, en el agotamiento del formato de los viejos partidos, en la probable emergencia de nuevas
formas de representación, en la provisión estatal de los bienes públicos, en particular, de la educación y la salud.

Los jóvenes movilizados (tres millones) y la enorme protesta ciudadana (doce millones) han confirmado las tesis sobre el poder de Hanna
Arendt, una de las filósofas más importantes del siglo XX. El poder no es el arma. El poder es el número organizado. El arma es la violencia.
El poder es el consenso. Mientras más grande es el número y más vasto el consenso, más avasallador es el poder que, por eso mismo, tiene
que autolimitarse para evitar el autoritarismo o el totalitarismo.

El huracán viene del sur


“¿Llegarán estos vientos huracanados al Perú? ¿Influirán en el proceso político y en las elecciones
generales del 2021? (...) La pandemia nos ha hecho tomar conciencia...”.
Vientos huracanados que vienen del sur, especialmente de Bolivia y de Chile, anuncian grandes cambios. Pese a las acentuadas diferencias
(económicas, sociales, culturales y políticas) de estos países, sus pueblos han decidido cambiar todo o casi todo. Los bolivianos con su voto
acabaron con la dictadura fascistoide, reinstalaron la democracia, pusieron al MAS como partido de gobierno con un nuevo liderazgo y
eligieron a Luis Arce como Presidente.

Seguramente el nuevo gobierno de Arce, aparte de un estilo político propio, mantendrá el modelo inclusivo de desarrollo así como las
políticas interculturales y de reconocimiento de una sociedad plural.

Los chilenos con su voto destituyente (Pablo Luna dixit) terminaron con la herencia autoritaria dejada por Pinochet (la constitución), se
preparan a elegir la Convención Constituyente, a discutir la nueva constitución y a aprobarla en un plebiscito obligatorio, esto es, a organizar
el momento constituyente. En realidad, bien vistas las cosas, el momento destituyente culminó con un voto decisivo, pero comenzó con las
enormes y persistentes movilizaciones ciudadanas que sacudieron a Chile desde sus cimientos y desbordaron la institucionalidad existente,
incluidos los partidos políticos que aparecieron como cascarones vacíos. Sin esas masivas y desbordantes movilizaciones democratizadoras
no se habrían producido el “voto destituyente” ni el momento constituyente.

La última experiencia chilena demuestra que los sistemas económico, social, cultural y político pueden producir estabilidad o crisis y pueden
permitir reformas de alcance limitado, pero los cambios profundos que dan origen a un nuevo orden social sólo provienen de los grandes
movimientos ciudadanos, de una esfera pública democráticamente compartida y de una sociedad civil vigorosa, esto es, de enormes
procesos de democratización social y política.

Pocas veces se han visto en la historia democratizaciones masivas, intensas y al mismo tiempo duraderas como la chilena. Ellas son muchas
veces flor de un día. Sospecho que la democratización chilena y los votos destitutivos y constitutivos van a generar frutos relativamente
permanentes: organizaciones y movimientos sociales más o menos institucionalizados, renovados modos de representación, una nueva
constitución que reformule el pacto social, una reestructuración del Estado y una nueva relación de este con el mercado, un nuevo régimen
político y un nuevo régimen económico, una sociedad más igualitaria y una ciudadanía con todos sus derechos y responsabilidades.

¿Llegarán estos vientos huracanados al Perú? ¿Influirán en el proceso político peruano y en las elecciones generales del 2021? Es probable
que sí. Desde el 2016 hemos tenido un proceso intermitente de democratización social y política que ha contribuido a producir cambios
políticos significativos y a combatir la corrupción generalizada. La pandemia nos ha hecho tomar conciencia de la necesidad de grandes
cambios en los diversos campos de la vida social y es probable que en el 2021 se produzca un desembalse de una democratización
contenida.

Perú del Bicentenario: menos república y más


liberal
“El resultado fue un contradictorio régimen híbrido de carácter feudal-republicano-liberal que
pretendía identificar a siervos con ciudadanos...”.
A diferencia de la independencia norteamericana, la nuestra no fue conquistada por el republicanismo clásico sino por los criollos que eran
partidarios del republicanismo liberal.

¿Cuál es la diferencia? El republicanismo clásico se organiza a partir de una comunidad de ciudadanos que eligen un gobierno
representativo y defienden el bien común. Hace compatibles los intereses individuales con el bien común, pero los sacrifica cuando no lo son.
Es el republicanismo heroico de Máximus (Russell Crowe) en la película El gladiador y de Jefferson, quien llegó millonario al gobierno, pero
salió quebrado. El republicanismo liberal, en cambio, hace coexistir la comunidad de ciudadanos con los intereses individuales y de grupo a
través de un gobierno representativo, de formas parlamentarias de representación y de la justicia cuyo objetivo central es impedir que el
egoísmo devore el bien común de los ciudadanos.
¿Y cuál es su origen? El republicanismo clásico proviene de Grecia, de Roma republicana y de las diversas oleadas republicanas (pre-
humanista, humanista, escolástica y renacentista) de algunas ciudades italianas. Maquiavelo es el gran teórico de la república en el
Renacimiento que no solo enfrentó a la teocracia sino también al proto-liberalismo del capitalismo comercial. La revolución norteamericana de
1776 es la última revolución del republicanismo (John Pocock dixit) que dio origen, no a trece democracias, sino a trece repúblicas
confederadas.

El republicanismo liberal, en cambio, proviene teóricamente del pluralismo de Montesquieu, para quien, a diferencia de Maquiavelo, el
republicanismo puede coexistir con el liberalismo, e históricamente nace en EU con la reforma constitucional de 1787 (defendida por los
federalistas Madison, Hamilton, Jay) cuyas preocupaciones centrales eran la defensa de la tradición republicana (haciéndola compatible con
el liberalismo y con la democracia), el fortalecimiento de la unidad y el progreso de EU. Esa reforma creó “un ejecutivo vigoroso y fuerte” (el
presidencialismo), hizo coexistir la representación liberal y la republicana, fortaleció la unidad y le dio gobernabilidad a la gran nación
norteamericana.

Nuestros republicanos liberales se inspiraron en el republicanismo liberal norteamericano pero tuvieron resultados muy diferentes. Triunfaron
en la política imponiendo una forma republicana liberal, pero fracasaron en el cambio de la estructura social colonial. El resultado fue un
contradictorio régimen híbrido de carácter feudal-republicano-liberal que pretendía identificar a los siervos con los ciudadanos, haciéndolos
votar, con frecuencia, por sus propios gamonales.

Nuestro republicanismo liberal ha ido evolucionando. La primera hornada (Sánchez Carrión, Luna Pizarro, Francisco Javier Mariátegui,
Pérez Tudela, etc.) fue republicana liberal. La segunda (Elías, los hermanos Gálvez, Pardo) fueron más liberales que republicanos. El
naciente Estado Oligárquico fue defendido por liberales aristocráticos (Francisco García Calderón, el joven José de la Riva Agüero, Manuel
Vicente Villarán, etc.). Los neoliberales actuales son la negación de la República. Para ellos el bien común y los intereses generales no
existen. Los han convertido en negocios privados.

Agenda política del Bicentenario


“Los llamados partidos políticos que hoy tenemos son excrecencias morbosas de la colectividad
nacional que debieran desaparecer...”.
El escenario electoral que se avecina es poco o nada prometedor para el porvenir del Perú. Rafael Roncagliolo y Martín Tanaka son
optimistas y generosos cuando afirman que en el Perú de hoy existen partidos sin candidatos y candidatos sin partido. Estoy de acuerdo con
la segunda parte de su afirmación (hay candidatos sin partido), pero no con la primera (hay partidos sin candidatos). Los llamados partidos
que hoy tenemos son excrecencias morbosas de la colectividad nacional que debieran desaparecer para dar origen a nuevos partidos
representativos. Las reglas obsoletas y rutinarias del sistema electoral, que los mismos muertos vivientes se obstinan en mantener, permiten
esta barbaridad política. La situación se agrava porque los candidatos sin partido tienen ambiciones, pero carecen de un programa.

Los candidatos que van a participar en las elecciones generales del 2021 parecen olvidar que su actuación se realizará en el año del
bicentenario de la independencia del Perú. Cuando se analizan las principales coyunturas críticas del Perú republicano se repiten algunos
temas de una agenda política no resuelta. He aquí algunos temas que son constantes en todas estas coyunturas críticas que debieran
constituir la agenda política del bicentenario:

1. La herencia colonial. Los criollos conquistaron la independencia con el apoyo externo sin abjurar de la colonia. El primer debate entre
Monteagudo y Sánchez Carrión fue como mantenerla a través de la monarquía constitucional o como acabar con ella a través del
republicanismo liberal. Se impuso en la política formal el republicanismo, pero se mantuvo la herencia colonial. Por eso el debate sigue
abierto.

2. Extroversión y/o introversión de la economía. ¿Para quién organizamos la economía?, ¿para el capital internacional, los rentistas y los
ingresos fiscales fáciles para el Estado o para el empleo, los ingresos y los bienes de los peruanos? Este debate ha sido hasta ahora un
dilema, pero podría no serlo.

3. La fragmentación social y política de las élites. Esta fragmentación ha impedido organizar una hegemonía política, construir el Estado y
forjar la nación.

4. Los problemas de construcción de un “nosotros”. La expoliación y la exclusión del mundo andino y amazónico y el desconocimiento oficial
de la pluriculturalidad del Perú han impedido la conformación de una comunidad nacional

5. Los fracasos de la construcción de un Estado Nacional. Tenemos un Estado atrofiado que no tiene capacidades para desempeñar bien las
funciones que tiene y que no llega a todos por igual en todo el territorio.

6. La inestabilidad política permanente. Los pésimos diseños institucionales de la forma de gobierno y del régimen político y la atrofia del
Estado generan una ingobernabilidad crónica y una constante inestabilidad política.

7. La democratización social y política y la democracia. Hay que acabar con la discriminación, el racismo, la desigualdad y los privilegios para
construir una sociedad más igualitaria y una democracia que respete los procedimientos, pero que vaya más allá de ellos para que sea capaz
de resolver los problemas de la gente.

Tropezar con la misma piedra


“... Esto se debe no tanto a las ambiciones de los militares como a la debilidad de los políticos
civiles, incapaces de construir partidos sólidos...”.
Nuestros políticos vuelven a tropezar con la misma piedra. ¿De qué está hecha? Del congelamiento estructural de instituciones mal
diseñadas y de una historia repetida. Por la historia sabemos que cada vez que hay un gobierno dividido en un presidencialismo
parlamentarizado, la cosa acaba mal. A esto hay que añadir otra piedra institucional (la incapacidad moral del presidente) que viene del siglo
XIX y otra, puesta por la crisis de los partidos de 1990 en adelante, que consiste en la inexistencia de partido de gobierno. El caso
de Vizcarra es extremo: no tiene partido de gobierno ni en el Ejecutivo ni en el Congreso.

¿Qué es un gobierno dividido? Es un tipo de gobierno en el que el Ejecutivo es ocupado por un partido y el Congreso está en manos de otro
u otros partidos. Es propio del presidencialismo. En el semipresidencialismo hay una figura parecida, la cohabitación, pero no es lo mismo. La
cohabitación se produce cuando el jefe de Estado, elegido por el pueblo, es de un partido y el jefe de gobierno o primer ministro, elegido por
el Congreso, es de otro partido. La cohabitación es una división en el Poder Ejecutivo.

¿En qué consiste el presidencialismo parlamentarizado? Es un híbrido que combina el presidencialismo con algunas formas del
parlamentarismo (voto de investidura, censura, etc.), lo que genera problemas de gobernabilidad. En el presidencialismo puro el gobierno
dividido es inocuo. Es lo que ha sucedido y sucede en USA.

El gobierno dividido (sin partido de gobierno y con la espada de Damocles de la incapacidad moral) es lo permanente, lo estructural. Lo que
cambia es la coyuntura con un libreto específico, los actores, la indumentaria y el coro. En el caso de PPK el libreto fue la corrupción,
cometida hacía 10 años atrás, revelada por el Lava Jato. Los personajes eran un PPK políticamente débil, confiado e indolente que se negó a
apelar a los mecanismos de equilibrio de poderes que la Constitución le ofrecía, y una KF dolida por la derrota y agresiva, dispuesta a
desbarrancarlo.

El actual libreto es pobre y de mal gusto. Es la contratación irregular de un cantante casi desconocido que existe gracias al escándalo
levantado por los medios. Los personajes son, por lado, un Vizcarra decidido pero levitante, casi solitario, con un pequeño entorno, por lo
visto estos días, bastante mediocre y desleal y, por otro, un personaje, intelectual y políticamente pequeño, pero con grandes ambiciones, que
funge de presidente de un Congreso fragmentado, y otro congresista que, por las acusaciones de corrupción que se le han hecho y por las
amenazas de prisión que penden sobre él, no tiene CV sino prontuario.

La cruel exhibición de esta comedia de mal gusto en el escenario de una pandemia feroz que nos amenaza a todos y que ya ha segado la
vida de miles de compatriotas linda con el sadismo. Estos días hemos visto también la invocación de los civiles a los uniformados. Ellos han
estado siempre en todas las coyunturas críticas del Perú republicano. Esto se debe no tanto a las ambiciones de los militares como a la
debilidad de los políticos civiles, incapaces de construir partidos sólidos.

Los puntos sobre las íes


El no pago de una pensión a los trabajadores que no llegaron a cotizar durante 20 años es un robo
legalizado del Estado.
Hay un cargamontón contra el Congreso de la República. En algunos casos con razón, pero en otros sin fundamento alguno. Es cierto que
este congreso es poco representativo puesto que representa un poco más de un tercio de los ciudadanos, pero es cierto también que ha sido
elegido de acuerdo a las reglas establecidas para convertir los votos en escaños. Es indiscutible que carece de calidad representativa. Con
notables excepciones, esta es una característica compartida de los congresos de este siglo XXI. Se extrañan la fina ironía y la erudición
de Luis Alberto Sánchez, la lógica implacable y aplastante de Héctor Cornejo Chávez, el verbo afilado y guerrero de Javier Diez Canseco,
para citar solo a los más notables polemistas.

Es innegable que hay algunos representantes que no tienen una hoja de vida respetable, sino un abultado prontuario. Otros han ido al
Congreso a defender expresamente intereses bastardos. Un rasgo negativo de este congreso es su fragmentación, pero esta no es
responsabilidad de los congresistas sino el producto de la larga crisis de representación que viene del 90 del siglo pasado. Hasta ahora no
hemos podido superar el colapso de los partidos que se produjo en 1995. Lo que hoy se llaman “partido” es un abuso del lenguaje. El hoy
llamado partido nacional tiene tres características: un pequeño caudillo de grandes ambiciones, un entorno de clientes leales y una franquicia
electoral comprada en el mercado a un dólar la firma.

Algunos congresistas han presentado proyectos para pagar favores a su clientela electoral, pero otros han formulado proyectos (como los que
se refieren a las AFPs y a la ONP) que, pese a burda elaboración, tocan problemas de fondo que los neoliberales se niegan a discutir. Las
AFPs son un asalto organizado e institucionalizado a los pensionistas. El no pago de una pensión a los trabajadores que no llegaron a cotizar
durante 20 años es un robo legalizado del Estado. La ley que autoriza al Ejecutivo la intervención temporal de las clínicas privadas en época
de pandemia, pero que el Ejecutivo se ha negado a aplicarla, es una medida adecuada y justa. La salud pública no puede ser un pingüe
negocio privado.

Los neoliberales tildan de populistas estas medidas porque ellos son elitistas. Se colocan del lado de la oferta que es, como ha dicho Adam
Prezeworski, el reino de la burguesía. Colocarse del lado de la demanda y del consumidor no es populismo. Es keynesianismo. Mientras
exista el capitalismo, la bronca histórica entre neoliberales y keynesianos no cesará. La honda crisis actual empuja a las sociedades al
keynesianismo.

La vulnerabilidad del último año


“No hay que hacerse ilusiones. Ni en los momentos más difíciles las élites peruanas han logrado
armar una coalición estable”.
¿Tiene algún sentido político poner a un general (r) como Primer Ministro luego de la negación congresal de la confianza al gabinete de
Cateriano? Me parece que tiene un doble sentido político. Primero, el Ejecutivo busca blindarse con las FFAA en un año de gran
vulnerabilidad institucional y de grandes ambiciones desatadas de pequeños personajes políticos. Segundo, Vizcarra se desplaza desde la
derecha neoliberal, que privilegiaba la reactivación económica, especialmente la minería, a un pragmatismo autoritario recolocando la lucha
contra la pandemia como el eje central de su política.

Hay una falla en el diseño institucional del presidencialismo parlamentarizado que deja desguarnecido al Ejecutivo en su último año de
gobierno cuando no tiene un grupo parlamentario ni menos una mayoría congresal que lo respalde. En los cuatro años anteriores, el Ejecutivo
sin mayoría congresal puede apelar al doble voto de confianza como un mecanismo de equilibrio de poderes (en un presidencialismo
parlamentarizado) para frenar los abusos del partido (o partidos) que controla el Congreso.

Este mecanismo se creó por primera vez en la Constitución de 1979 que exigía la triple negación del voto de confianza del Congreso para
que el Ejecutivo pueda disolverlo. La Constitución de 1993 rebajó la negación de la confianza de tres veces a dos. Vizcarra ha sido el primer
presidente de la República que ha usado este mecanismo equilibrador para frenar al Congreso fujiaprista que buscaba desbarrancarlo.

En la historia peruana todos los gobiernos del siglo XX en los que el Ejecutivo no contaba con mayoría parlamentaria han terminado mal:
golpe militar contra Billingurst con beneplácito del civilismo en 1914, contra Bustamante y Rivero en 1948, contra Belaúnde en 1968;
autogolpe de Leguía en 1919, de Fujimori en 1992; y renuncia de PPK en el 2018 ante la inminencia de un golpe parlamentario promovido por
el fujiaprismo.

¿Podrá la lucha contra la pandemia sustituir (en el último año de gobierno) al mecanismo equilibrador de la doble negación del voto de
confianza y unir a los poderes del Estado y a las élites? No hay que hacerse ilusiones. Ni en los momentos más difíciles las élites peruanas
han logrado armar una coalición estable. Algunas de ellas preferían que ganaran los chilenos a que triunfara Cáceres. Es una constante
estructural.

¡Otra vez la forma del Gobierno!


Ya tenemos crisis del régimen, crisis del Estado, recesión económica y ahora crisis de la forma de
gobierno. Solo falta el estallido de la sociedad. ¿Eso quiere la derecha?
La crisis del presidencialismo parlamentarizado, la forma de gobierno del Perú, ha vuelto bajo una nueva forma. La anterior, instaurada en
2016, tuvo la forma clásica de gobierno dividido (en el que el Ejecutivo estaba en manos de un partido y el Congreso era controlado por otro)
que no podía coexistir dentro del presidencialismo parlamentarizado debido a que el Congreso interfería al Ejecutivo apelando a formas
propias del parlamentarismo (voto de confianza, censura, etc.). Esa crisis se resolvió con la disolución del Congreso anterior y con la elección
de uno nuevo.

La actual crisis es la de un gobierno fragmentado (en la que el Congreso está fragmentado en un conjunto de grupos políticos sin que haya
un grupo oficialista y en el que el Ejecutivo está en manos de un caudillo sin partido de gobierno) dentro del presidencialismo
parlamentarizado.

Consciente de esta situación de fragmentación parlamentaria, el gabinete anterior buscó y encontró una salida para evitar una crisis de la
forma de gobierno: cuatro grupos parlamentarios (AP, APP, PODEMOS, FREPAP) firmaron un acuerdo de gobernabilidad. UPP y FA se
excluyeron del acuerdo. Entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué otra vez la crisis de la forma de gobierno? Lo que explica la actual crisis es un
conjunto de movidas tanto de la parte del Ejecutivo como por el lado del Congreso.

Por el lado del Ejecutivo, el Presidente se desplazó del centro a la derecha nombrando a Cateriano como nuevo jefe de la PCM y este
desplazó, a su vez, a la pandemia como eje de su propuesta de gobierno para privilegiar la reactivación económica y, dentro de esta, a la
minería que genera ingresos fiscales fáciles y empleo indirecto, mayoritariamente informal. Solo el 1 por ciento de la PEA formal trabaja en la
minería. La derecha no puede con su vocación colonial: organizar una economía extrovertida dejando de lado la demanda (de empleo, de
ingresos y bienes) de los peruanos.

Pretextando un supuesto ninguneo de la pandemia y aprovechando que en el último año ya no puede haber disolución del Congreso, sus
grupos mafiosos chantajearon al Premier y rechazaron el voto de confianza alentando el voto en contra y la abstención. ¿Qué viene ahora?
Ya tenemos crisis del régimen, crisis del Estado, recesión económica y ahora crisis de la forma de gobierno. Solo falta el estallido de la
sociedad. ¿Eso quiere la derecha? ¿Eso quieren los mafiosos del Congreso?

Hay que acabar con el presidencialismo parlamentarizado e instaurar el presidencialismo puro a la norteamericana. Eso debiera formar parte
de la reforma política.

¿Puede el Estado ser autónomo?


“Es evidente que el Perú no ha tenido, salvo excepciones, ni tiene un Estado autónomo”.
En estos días de pandemia hemos visto a la CONFIEP, a los medios de derecha y a otros grupos de interés encimando y amenazando al
gobierno y al Estado para que decida políticas que los favorezcan y lo han logrado. Ya el gobierno de Vizcarra había mostrado
espontáneamente un sesgo pro-empresarial abierto en Reactiva Perú. Todo esto lleva a preguntarse si el Estado neoliberal es autónomo o
no, si es deseable y posible construir un Estado autónomo y, en primer lugar, qué es un Estado autónomo.
Se dice que un Estado es autónomo cuando decide las políticas públicas sin la influencia poderosa de las élites (principalmente económicas)
y sin la presión de grupos sociales subalternos. Cuando decide las políticas públicas en favor de las élites, como lo ha hecho y lo hace casi
siempre, se le llama un Estado capturado.

Para la gente de a pie es deseable un Estado autónomo porque, pese a ciertos sesgos burocráticos, es más probable que este defienda y
decida políticas públicas en pro del bien común y de los intereses generales de la sociedad (salud, educación, justicia, seguridad,
saneamiento, infraestructura, etc.) a diferencia de un Estado capturado por las élites. No es fácil construir un Estado autónomo. Ni la teoría ni
la historia permiten ser optimistas al respecto. Theda Skócpol, Michel Man, Alfred Stepan, entre otros, defienden la posibilidad de tener un
Estado autónomo cuando reúne un conjunto de características.

Discutiendo con el liberalismo, el pluralismo y el marxismo y asumiendo una perspectiva weberiana, Theda Skócpol sostiene que el Estado
puede ser autónomo porque es un conjunto de organizaciones e instituciones que le otorgan poder y que llega a ser efectivamente autónomo
si reúne las siguientes características: tener funcionarios altamente calificados, contar con organizaciones e instituciones estatales eficientes y
efectivas, extender el dominio a todo el territorio y a su población, disponer de recursos necesarios y suficientes (capacidad impositiva y
propiedades).

Es evidente que el Perú no ha tenido, salvo excepciones, ni tiene un Estado autónomo. La historia es poco o nada aleccionadora cuando se
analiza la autonomía del Estado. En la próxima columna veremos la triste historia del Estado capturado y enjaulado.

La crisis busca un actor que la resuelva


“Si las izquierdas y los grupos progresistas no son capaces de realizar este gesto, seguirán
cortando el jamón la tecnocracia neoliberal”.
No basta una profunda crisis total en un mundo globalizado para que todo cambie. Tampoco basta que la gente tome conciencia de la
necesidad de un cambio para que las cosas cambien. Es necesario un actor que sea capaz de transformarlas. El drama peruano es que ese
actor aún no existe, lo que agrava más la situación. Asistimos a una crisis de estructuras y de agencia. Para salir de la crisis de las
estructuras es necesario resolver primero la crisis de los actores.

Antonio Gramsci, tratando de corregir cierto determinismo de Marx, escribió que “los hombres toman conciencia de las contradicciones de la
estructura en el campo de la cultura y las resuelven en el campo de la política”. En ese proceso pueden emerger los actores. Pero estos no
aparecen solos por generación espontánea ni están pre-constituidos. Hay que construirlos.

Nuevamente Gramsci, esta vez acompañado por Mariátegui, pensaba que el proceso de construcción de un actor con capacidad de dirigir
los cambios pasa por dos momentos: el momento intelectual de la hegemonía en el que se elabora un proyecto político, económico
y cultural y se forma una voluntad colectiva nacional y popular y el momento organizativo en el que se construyen la estructura partidaria y
las organizaciones populares. Las crisis profundas aceleran en general estos momentos diferenciados y ayudan a la emergencia rápida del
actor transformador.

Para abrir curso a este proceso se necesitan iniciadores. Me parece que esta es la ocasión para que las pequeñas izquierdas dispersas y los
grupos progresistas abran sus capillas ideológicas, piensen en grande, se unan y convoquen a los intelectuales y profesionales progresistas
de diversas especialidades y a las clases medias y populares a reconstruir el Perú. Me parece que esta convocatoria tendría un gran éxito en
esta situación de crisis. ¿Tendrán las izquierdas este gesto de grandeza y de generosidad con el Perú y con la gente que sufre?

Si las izquierdas y los grupos progresistas no son capaces de realizar este gesto, seguirán cortando el jamón la tecnocracia neoliberal,
la Confiep y los medios de derecha. El Perú volverá a la aburrida “normalidad” impuesta desde hace treinta años y los peruanos seguirán
siendo amenazados por la muerte lenta de la pandemia y de las crisis.

El Estado neoliberal no es eterno


“El Estado neoliberal ha sido desgastado por la resistencia de fuerzas antineoliberales y por la
corrupción sistemática”.
El Estado neoliberal no viene del cielo ni es eterno, como parecen creerlo los neoliberales. Los Estados y las formas que ellos asumen son
construidos por actores que tienen un proyecto político y económico y organizan una correlación de fuerzas que los apoyan en ciertas
condiciones estructurales y en un determinado timing.

Los Estados son más o menos duraderos, pero sus formas son más cambiantes. El Perú del siglo XIX no tuvo Estado (real) porque el intento
liberal de construirlo entre 1845-1880 fracasó. En el siglo XX y en lo que va del siglo XXI hemos tenido tres formas de Estado: el Estado
oligárquico, el Estado velasquista (nacional-popular) y el Estado neoliberal.

El Estado oligárquico fue construido por élites políticas (la alianza pierolista-civilista) comerciales, terratenientes (modernizantes y gamonales)
que, además de construir el Estado, se propusieron impulsar la modernización de la agricultura en la costa, de las minas y
del petróleo (bajo la batuta del capital extranjero), manteniendo el gamonalismo y la servidumbre.

Las fuerzas nacional-populares del 30 (Apra) y de los 50 y 60 (AP, DC, SP) fracasaron en el intento de construir el Estado nacional-popular
autónomo y de promover una modernización urbano-industrial y de crecimiento del mercado interno dentro de una integración continental,
eliminando al gamonalismo y a la servidumbre. Las FFAA (bajo la dirección de Velasco y de una dictadura militar anti-oligárquica)
concretaron los sueños de las fracasadas fuerzas políticas nacional-populares. El Estado nacional popular fue legitimado por la Constitución
de 1979.
El Estado neoliberal fue construido por las FFAA (que se habían transformado de velasquistas en conservadoras debido al terrorismo de SL y
del MRTA y a la hiperinflación desbocada de García en 1989-1990, producida por el populismo) en alianza con el fujimorismo y los
tecnócratas neoliberales vinculados a los organismos internacionales. Su propuesta económica fue la reprimerización de la economía
peruana. El Estado neoliberal se legitimó con la Constitución de 1993 y el boom exportador (1904-1914).

Todas las formas de Estado se desgastan y se destruyen. El Estado neoliberal, por ejemplo, ha sido desgastado por la resistencia de fuerzas
antineoliberales y por la corrupción sistemática de los gobernantes y de las élites empresariales, y ha sido destruido por un modesto pero
agresivo virus: el Covid-19.

Estado: ¿reforma o reconstrucción?


“Es la hora de construir un estado social, democrático y autónomo con fundamentos y diseños
innovadores con respecto al pasado”.
Estamos perdiendo la batalla en la lucha contra la pandemia del coronavirus. La casi-derrota no se debe solo a las deficiencias del gobierno
que las tiene y muchas. Es ya una cuestión de Estado. No basta solo tener una eficiente política sanitaria para acabar con la pandemia. Es ya
también insuficiente una agresiva reforma del sistema de salud. Las reformas parciales han sido superadas por la crisis. Esta ha desbordado
a las FFAA, a la policía, a la burocracia, a todos los ministerios y ha puesto en cuestión al Estado en su conjunto.

Incluso una reforma del Estado neoliberal es ya insuficiente e imposible. El Estado neoliberal ha sido hecho para servir los intereses
particulares de los que tienen el sartén de la economía por el mango abandonando a la sociedad y a los ciudadanos. ¿Para qué sirve una
economía boyante que solo satisface la voracidad de los ricos si la sociedad se cae a pedazos y la ciudadanía se evapora? La pandemia ha
desnudado esta irracionalidad. A esta “normalidad” quiere volver la derecha. Es de locos.

La reforma del Estado implicaría dotarlo de capacidades (coercitiva, efectividad legal, eficacia burocrática en la provisión de bienes públicos
[salud, educación, justicia, seguridad], penetración en la sociedad y en territorio y, sobre todo, capacidad impositiva) para que pueda
desarrollar bien las funciones que tiene. ¿Se pueden desarrollar estas capacidades en el Estado neoliberal? No se puede. Lo hemos sentido
en el alma y en la piel durante 30 años.

El desarrollo de capacidades estatales requiere dos cosas fundamentales: un eficiente diseño institucional y organizativo del Estado y una
nueva relación democrática de este con la sociedad, la economía y los ciudadanos. Esto nos lleva a otro formato de Estado o, para decirlo
con más precisión, a reconstruirlo generando otra forma de Estado y otra constitución. ¿Cuál?

Es necesario superar las pendulaciones históricas entre populismo y neoliberalismo que están destruyendo a los países de AL. Es la hora
de construir un estado social, democrático y autónomo con fundamentos y diseños innovadores con respecto al pasado. Este es el debate de
fondo que debiera estar en la agenda política actual. Volvemos.

Martillazos sobre una coladera


“El apoyo a los pobres ha sido insuficiente, mal distribuido y lento, y no ha contribuido mucho a la
eficacia de los martillazos”.
Los martillazos del gobierno para impedir las aglomeraciones y evitar el contagio del coronavirus están teniendo un éxito parcial, menor del
esperado. Parece que ya se inició la meseta de la curva de contagios, que no sabemos cuánto durará para luego iniciar el descenso. Ahora el
gobierno está pasando de los martillazos al baile de los tratamientos focalizados por regiones, zonas y mercados.

Pero los martillazos y la política sanitaria del gobierno no lograron impedir el alto nivel de contagio (62.000 personas) y de muertes (2.050
fallecidos) que coloca al Perú en el segundo lugar de los países contagiados de AL (después de Brasil), pese a que inició temprano la política
de cuarentena. ¿Qué pasó? Mi hipótesis es que el resultado no tan exitoso de la política sanitaria se debe no tanto a los errores del gobierno
como a los obstáculos que provienen de las estructuras políticas, económicas y sociales en las que opera.

Es innegable que el gobierno ha tenido y tiene errores, pero estos no están tanto en el campo político como en el económico. En este campo
contrasta el débil apoyo focalizado a los pobres con el millonario respaldo financiero a las grandes empresas. El apoyo a los pobres ha sido
insuficiente, mal distribuido y lento, y no ha contribuido mucho a la eficacia de los martillazos.

Los problemas estructurales que limitan la eficacia de la política sanitaria gubernamental son las incapacidades del Estado, la informalidad
laboral y la desigual distribución del ingreso. Las élites gobernantes, especialmente las de los últimos 30 años, han construido un Estado
eficaz para atender los intereses particulares de los poderosos, pero incapaz para atender los intereses generales de los ciudadanos.

Lo mismo pasa con la informalidad laboral y la desigualdad económica. Estas son las puntas de un hilo que nos conducen a una estructura
económico-social excluyente. El sistema económico formal es incapaz de absorber la oferta de trabajo que asciende a más de 300 mil
personas cada año. Solo 98 mil obtuvieron un trabajo formal y 239 mil se convirtieron en informales en el 2018, según el INEI.

La mayoría del 72% de la PEA que son informales tiene bajos ingresos, es pobre o muy pobre. No es el alto costo de la formalidad, sino la
incapacidad del sistema productivo para absorber la oferta laboral lo que produce la informalidad laboral. Esta no tiene un origen legal, sino
económico-social.
La gran crisis: actores y estructuras
“La política laboral es repudiable. Los trabajadores están pagando sobrevivir ahora (con sus CTS y
ahorros en AFP) para morir mañana. ¿Y las grandes empresas y los bancos?".
Las grandes crisis tienen la virtud de mostrar las grandezas y las debilidades de los actores y de sacar a flote las fallas estructurales que
permanecen ocultas en épocas normales. Todo esto permite que la gente tome consciencia de las enormes injusticias que tiene su país y
que, en ciertas circunstancias, entre a la acción.

El gran actor de esta crisis es, sin duda, el gobierno del presidente Vizcarra que opera en dos niveles: el control de la pandemia y la marcha
de la economía. En el primer nivel ha actuado bien y hasta muy bien, pese a pequeños errores y retardos. La política pública que está
llevando a cabo para enfrentar la pandemia está mostrando su eficacia y también sus límites que no vienen del comando político-técnico que
la dirige, define y redefine día a día, ni de los médicos y personal de salud, los policías y los militares que heroicamente la aplican, sino de las
fallas estructurales. La gente valora esta política, la apoya y la premia con un alto nivel de aprobación en las encuestas.

El problema está en la acción desplegada en el campo de la economía a través de una política que es discutible y cuestionable y que puede
quitar al gobierno el apoyo ganado en el control de la pandemia. En este nivel hay que distinguir dos planos: las medidas económicas de
apoyo a los sectores pobres, muy pobres y de trabajadores independientes y las medidas referidas a Reactiva Perú. En el primer plano de
apoyo a la población vulnerable, el gobierno ha actuado con medidas (los bonos) que son regulares porque son tímidas y no llegan a toda la
gente que está en esa condición y porque la forma de distribución de los bonos en los bancos genera grandes aglomeraciones que la política
de control trata de evitar.

La política más discutible es la que se refiere a Reactiva Perú. El programa crediticio de 30 mil millones para las empresas está bien, pero es
necesario vigilar para que llegue también a las medianas y pequeñas empresas y que los bancos que lo van a manejar a bajo costo no sean
voraces cobrando altos intereses. La política laboral es repudiable. Los trabajadores están pagando sobrevivir ahora (con sus CTS y sus
ahorros en AFP) para morir mañana. ¿Y las grandes empresas y los bancos?. ¿Cuál es su contribución a la solución de la crisis? No se oye
padre.

Dejo para el próximo breve artículo el análisis escueto de las fallas estructurales.

El retorno del ciclo público

La pandemia del coronavirus ha puesto en la agenda de todas sociedades y los gobiernos la defensa de la vida y la salud de la gente, bienes públicos esenciales. Ha
mostrado también que las únicas entidades que pueden enfrentar y resolver la pandemia son los gobiernos y los estados, organizaciones públicas por excelencia. Ha
puesto en evidencia asimismo que la ciencia y la tecnología, en este caso las ciencias de la salud, son una construcción universal que puede ser el sustento de una
política eficaz, eficiente y efectiva.

La lucha mundial contra el coronavirus coloca en el primer plano el interés público como eje organizador de las sociedades, los estados y las culturas, contrapuesto al
interés privado que el neoliberalismo impuso como eje central de organización de la vida social desde fines del siglo pasado como respuesta al desencanto que
produjeron las crisis profundas del populismo, de las socialdemocracias y de los socialismos reales.

Se inicia un nuevo ciclo público que reemplaza al ciclo privado del neoliberalismo cuyas crisis sucesivas han generado un profundo desencanto en muchas
sociedades. Estos ciclos (público y privado) expresan formas diferentes y cambiantes de comportamiento colectivo de las sociedades y se mueven en forma
pendular en la historia moderna. Según Albert Hirschman, estos ciclos sociales tienen “algo común con el ciclo Kondratieff” (en la economía) por su larga duración
(50-60 años).

El retorno del ciclo público trae consigo otros cambios importantes en el comportamiento colectivo de las gentes y en las organizaciones, las instituciones y las
relaciones del Estado con la sociedad. En primer lugar, el desarrollo de la solidaridad que, si no reemplaza, modera al individualismo posesivo de la cultura neoliberal.
En segundo lugar, la revaloración de la política y de la acción política que el neoliberalismo había devaluado en nombre de la mano invisible del mercado y de los
pilotos automáticos. En tercer lugar, la apuesta por las grandes colectividades en el diseño y en la aplicación de las políticas públicas en desmedro de las élites.

En cuarto lugar, la organización de un Estado Social fuerte que reemplace al Estado mínimo (subsidiario) neoliberal. Este es quizá uno de los cambios más
importantes porque supone una redefinición del Estado con el mercado. En el caso peruano implica, además, la reconstrucción de un Estado débil e incapaz.

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