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¿Que pasó con la política?

13 de abril de 2014 LA REPUBLICA Javier Barreda

Demandamos con razón una política de mejor calidad y cercana a la gente. ¿Pero qué sucedió
con la clase política que emergió a la salida del gobierno militar (1968-1980) con mayor
formación académica, compromisos programáticos, representación social y sentido de servicio
que la actual? Algunas respuestas:

1. La senderización mató la política. La violencia de Sendero Luminoso que se vivió en los 80


produjo decenas de miles de muertos. Muchos de ellos fueron alcaldes y dirigentes sociales,
sindicales y de partidos políticos. Solo en el caso del Apra se calcula que por lo menos su
“clase política regional” en Piura, Junín, Ayacucho, Puno y la Sierra de la Libertad fue “batida”
mediante los asesinatos senderistas. Las izquierdas también perdieron muchos dirigentes y,
luego, los partidos de centro-derecha. Se truncaron vidas de formación y capacitación,
experiencias dirigenciales y de organización junto a la gente.

2. El miedo en la política. Ante la violencia, un temor se extendió en los jóvenes y en los


potenciales dirigentes sociales, sindicales, campesinos, empresariales. La violencia empujó a
salidas individuales, migraciones internas, debilitamiento de lo colectivo. Hacer política con
riesgos tan altos y en medio de una crisis económica no era lo más racional y era peligroso.

3. El fujimorismo truncó la democratización. Con el fujimorismo, y más aún a partir del 5 de abril
del 1992, se truncó un proceso de democratización post gobierno militar. La subsistente clase
política (pre Velasco) y la nueva clase política (nacida con la democratización de los años 80)
tenían cuadros y dirigentes de alto sentido programático y formación que les permitía una
nueva mirada al mundo globalizado después del Muro de Berlín. Las ideas de necesidad de
reformas y apertura de mercado y al mundo estaban ya en debate de fines de los ochenta e
inicios de los noventa. El fujimorismo trucó este proceso de maduración.

4. El discurso de la “partidocracia”. Discurso y propaganda anti-“partidocracia” ganaron


credibilidad con la estabilización económica y la caída de la cúpula senderista y del MRTA.
Pero, además, se diseñó en los 90 una normatividad electoral que impedía que los partidos
recuperen su inscripción y espacio (600 mil firmas como requisito mínimo). Se requería una
autocrítica desde los partidos, pero era muy difícil una auto-evaluación y renovación bajo el
oxígeno dosificado del autoritarismo de los noventa. 

5. La transición se llevó a los partidos. A partir del 2000, el crecimiento del mercado y las
modernizaciones, la emergencia de nuevas clases medias, la movilidad social, no fue
direccionada por una clase política que no rediseño sus respectivos partidos para un nuevo
contexto. Los partidos se encontraron con la caída del fujimorismo y recuperaron
transitoriamente protagonismo sobre liderazgos fuertes (Alan García, Alejandro Toledo,
Lourdes Flores, Valentín Paniagua), pero con el modelo económico vino el mayor
individualismo, extensión del pragmatismo y un mundo moldeado por la revolución
comunicativa y tecnológica, diluyendo la importancia del “partido tradicional”.

6. La regionalización y el independentismo corroyeron a los partidos. A diferencia de algunos


países de América Latina, nuestra democracia indujo al fortalecimiento de instancias regionales
y locales en las que los partidos fueron desbordados. Los partidos no pasaron la prueba de los
gobiernos regionales y locales. Surgieron caudillos regionales independientes, hijos del canon y
de la transferencia de recursos, con reelección indefinida, alta concentración de poder y sin
ninguna regulación efectiva desde los gobiernos nacionales y contralorías. La mayoría de
políticos surgen ahora de nuevas fortunas, de alianzas mercantilistas regionales, de dueños de
universidades de baja calidad y de las informalidades económicas. ¿Hay una solución? Que los
liderazgos democráticos impulsen una reforma política, apuesten armar partidos sólidos,
generen contrapesos institucionales en las regiones y devuelvan transparencia, calidad,
eficiencia y servicio a la política.

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