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El independentismo
Durante la década de los 80’, los gobiernos de Acción Popular (AP) —1980/1985
— y el del Partido Aprista Peruano (PAP) —1985/1990— poco pudieron hacer
para controlar el desbarajuste económico y para dar fin a la violencia terrorista que
no dejaba de atemorizar a todo el Perú. Ambos regímenes fueron incapaces de
proporcionar un nivel mínimo de seguridad política y económica a la población.
Cabe destacar que en los años ochenta los partidos políticos aun presentaban
muchos rasgos autoritarios, imponiendo la estructura clientelista y personalista.
Ello hizo difícil que los partidos políticos asuman su papel representativo, ya que –
por otro lado– entraron en conflicto con las organizaciones de base que fueron
proliferando, tanto a nivel rural como en el ámbito urbano marginal.
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la población. Si él había sido el artífice de que miles de niños vuelvan a caminar,
cómo no podría arreglar los problemas básicos de la metrópoli (Planas, 2000 y
Lynch, 1999).
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Vargas Llosa es el escritor más renombrado de la historia del Perú. Lideró una cruzada nacional contra la
estatización de la banca propuesta por el entonces presidente constitucional Alan García Pérez, en 1987.
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y su discurso presentaba matices y ambigüedades propias de un candidato sin
experiencia política, carente de una organización sólida que lo respalde.
Así fue. Durante la campaña electoral de 1990 y los primeros meses de su primer
gobierno, la legitimación de Fujimori como líder se basó en la construcción de
vínculos de identificación con el sector marginal, concientizando a las mayorías de
que él tenía su misma condición (el migrante económico que buscaba progreso).
Lo fundamental fue crear un sentimiento de cercanía y confianza entre el líder y
las masas, un vínculo que sirviera de apoyo al nuevo gobierno (Sanborn y
Panfichi: 1996).
Este cuadro se agudizó con los continuos ataques que el Jefe de Estado dirigió a
los partidos políticos y las instituciones democráticas anteriores a su mandato,
responsabilizándolos por todos los problemas que agobian a la ciudadanía. Con
ello, el líder buscó desinstitucionalizar las normas de convivencia política y
personalizar las expectativas del pueblo en su figura.
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La popularidad del líder Fujimori se inscribe en una tradición de la política
peruana: la creencia que hombres fuertes y decididos desde el estado pueden
realizar cambios importantes en una sociedad caracterizada por su rigidez y su
carácter excluyente.
A pesar de que la empatía inicial entre el líder y el pueblo fue más bien frágil
(debido a las condiciones de desaliento, inestabilidad y falta de alternativas), sus
logros tuvieron un impacto trascendental cuando empezó a fortalecer su relación
con el pueblo. El liderazgo de Alberto Fujimori representó, para muchos peruanos,
la "mano dura" que necesitaba el Perú para acabar con la crisis generalizada e
implementar las bases de la soñada prosperidad (Sanborn y Panfichi, 1996).
Alberto Fujimori, por ser un líder independiente que ingresaba al gobierno sin el
apoyo de un aparato político partidario que le brinde el respaldo necesario para
detentar el poder, formó una alianza basada en el firme apoyo de las Fuerzas
Armadas, los principales grupos económicos del Perú, y los entes financieros
internacionales. Esta alianza se sustentó en el uso del poder del Estado para
imponer una política económica neoliberal, privatizando empresas estatales y
fortaleciendo la autoridad de las Fuerzas Armadas y Policiales.
A pesar del costo inmediato de las medidas económicas dadas por el Fujimori, la
población asumió el reto con esperanza, valorando las medidas como favorables
en comparación al costo que generaría el mantener la misma política económica.
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Queda claro que el optimismo de la masa frente al futuro estuvo siempre ligado al
éxito o al fracaso del proyecto económico. La afirmación de su imagen de
"salvador de la patria" quedó constatada, y su figura de "independiente" cobró un
sorprendente grado de autonomía (Cotler, 1995).
Alberto Fujimori inició un enfrentamiento entre los poderes del Estado que se
complicó más cuando, en uso de las atribuciones que el Congreso concede,
promulgó una serie de dispositivos destinados a combatir la creciente ola terrorista
y le otorgó a los militares poderes que atropellaban elementales derechos
constitucionales. Los partidos de oposición reaccionaron unánimemente, lo que
obligó al presidente a retirar dichos dispositivos.
Sobre esta base, Fujimori desarrolló una coherente estrategia destinada a "salvar
el Estado”. Ese argumento le valió como justificación para romper el orden
constitucional y decretar –con apoyo de los militares– el golpe de Estado del 5 de
abril de 1992, reiterando sus conocidas acusaciones contra la democracia
"formal", representada en particular por los partidos que se opusieron a sus
medidas en el Congreso. Según algunas empresas encuestadoras, esta medida
extrema contó con el respaldo del 80% de la población.
Después del golpe de Estado, Alberto Fujimori podía jactarse de haber contado
con el apoyo de las cúpulas militares, los empresarios, el hombre común y los
organismos financieros, tanto nacionales como internacionales, representando un
consenso nunca antes visto entre el pueblo y los "poderes fácticos". Los partidos
políticos tradicionales, por su lado, se mantenían al margen, acusando su derrota
(Cotler, 1995).
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respecto del Poder Judicial, la corrupción y los tentáculos políticos que la
manejaban, con el fin de justificar legislaciones que mermaron su independencia.
3. Los independientes
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comunes, tener influencia sobre la toma de decisiones públicas que más afectaron
a la población y servir como contrapeso al liderazgo centralizado en Alberto
Fujimori.
Bajo ese criterio, la justicia estuvo encaminada a desmantelar los privilegios de las
organizaciones políticas y sociales para, así, forjar un país con igualdad de
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oportunidades, en lo que se asumía como el resultado de un proyecto a largo
plazo. Estos nuevos líderes independientes entendían una diferencia entre la
democracia formal —asociada a las instituciones, reglas y procedimientos— y la
democracia sustantiva —vinculada a las finalidades del buen gobierno. Los
independientes eran concebidos por una mayoría como las personas que tenía la
capacidad de renovar la vida política y pública del país frente a los partidos
caducos, tradicionales. En esta nueva era, la política debía rechazar los
compromisos que hipotequen el desarrollo del país y conduzcan a la inacción del
aparato estatal.
El presidente Fujimori fue considerado por esta clase emergente de líderes como
el representante de la unidad nacional frente a los intereses particulares
defendidos por los políticos tradicionales y las organizaciones opositoras en
minoría al interior del Parlamento.
Los nuevos líderes se dedicaban a intentar solucionar los problemas del país
utilizando un lenguaje técnico; el tratamiento que brindan sobre la problemática del
país es sumamente puntual.
El vínculo de clientelismo entre este líder secundario y el pueblo que le ofrecía sus
votos se limitó a acompañar al presidente en las continuas campañas de entrega
de bienes. Estos líderes secundarios no pudieron crear una dependencia directa
entre ellos y el pueblo, sino que debieron intermediar la figura del presidente
Fujimori, ya que el poder se encontró personalizado en el todopoderoso Alberto
Fujimori.
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tuvieron que combinar las interpretaciones sociales y el reconocimiento de la
superioridad intelectual del presidente.
Otra de las diferencias entre los nuevos líderes y los líderes de los partidos
tradicionales se descubre en el hecho de que para los últimos es posible
reconocer errores de sus partidos, pero les confieren un alto valor a los militantes
que no han asumido responsabilidades en la dirección. A estos se les otorgaba la
investidura de la ideología y de los principios y la reserva moral de la organización.
De ellos se podía esperar el gesto desinteresado y el anónimo sacrificio personal.
Para los políticos nuevos, en cambio, la militancia implicaba un lazo de
clientelismo, que se encontraba guiada por el oportunismo y la conveniencia.
Al interior del importante número de nuevos líderes se puede encontrar que existe
un grupo importante de oportunistas cuyo objetivo es el poder en sí mismo y se
limitan a seguir las propuestas de gobierno mientras este lo mantenga, o lo
conduzca al puesto que aspira. Los políticos oportunistas no pueden ser
considerados líderes, ya que la definición esencial de líder señala que es líder
quien se enfrenta a la corriente y supera obstáculos con el fin de convencer al
electorado de sus propuestas. El independiente, por contraposición, es aquel que
necesita crear o inventar nuevos hechos; el líder debe moverse en el plano del
discurso, porque son las palabras justas las que pueden crear un vínculo duradero
con la población.
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Su aparición en la escena política defendiendo ideales distintos a los que los
vieron nacer en la política se posibilita debido a la estructura endeble de los
partidos, poco democráticos, en donde la cúpula partidaria toma las decisiones
trascendentales sin consultar con sus bases. Los “conversos” tratan de olvidar su
pasado político-militante y luchan por aparecer ante la opinión pública como los
técnicos, ya no como políticos de carrera. Su incondicionalidad y admiración por el
presidente no es de carácter público.
Los “tránsfugas” son la nueva categoría surgida a mediados del 2000 para
encasillar el comportamiento de un personaje político. El ser tránsfuga implica
cambiarse de partido político, pasar de uno a otro, sin importarle el apoyo que los
electores le brindaron como miembro de la lista parlamentaria del partido o
movimiento por el cual candidatearon. El tratarse de “tránsfuga” a un político
implica un calificativo peyorativo, ya que algunos de los más recientes casos de
políticos “tránsfugas” están asociados a la compra de conciencias.
El caso del congresista Luis Alberto Kouri, electo por el partido Perú Posible (PP),
es el caso más resaltante en lo que a políticos “tránsfugas” se refiere. El
mencionado congresista apareció en un vídeo —grabado en el local del Servicio
de Inteligencia Nacional (SIN)— recibiendo 15 mil dólares americanos, de manos
del prófugo de la justicia y ex asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos Torres,
por firmar un documento en el que se comprometió a dejar su bancada e
incorporarse a la alianza oficialista de Perú 2000.
A raíz de este vídeo, ha surgido una fuerte duda sobre los motivos que llevaron a
los otros congresistas tránsfugas a incorporarse a las filas de Perú 2000, antes
que se instale el congreso en julio del año 2000, a tres meses de ser electos en
movimientos opositores.
En 1990, América Latina era un continente en donde los valores sobre democracia
y derechos humanos habían comenzado a internalizarse socialmente pero, a la
vez, la ciudadanía exigía representaciones directas y no representativas razón por
la cual los partidos iniciaron la década perdiendo su carácter masivo en varios
países.
Es por eso, que en el Perú se ha iniciado una irrupción de líderes regionales —en
su mayoría alcaldes provinciales— que dejaron de lado sus militancias políticas
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anteriores y pasaron a enarbolar la bandera de los “independientes”, creando
movimientos locales y/o regionales, que en muchos casos los ha catapultado a
importantes escaños en el parlamento o los ha ungido como posibles candidatos a
la presidencia o a las vicepresidencias de la república.
Los caudillos locales entienden ahora como independientes que son actores
decisivos y no funcionarios de segundo orden al interior de una organización.
Como ejemplo de ello, podemos mencionar los casos de Angel Bartra, ex alcalde
provincial de Chiclayo, Tito Chocano, ex alcalde provincial de Tacna, Luis Cáceres
Velásquez, ex alcalde provincial de Juliaca y Arequipa, quienes gracias a su labor
frente a sus respectivos municipios llegaron a ocupar un lugar en el Congreso de
la República.
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A la sociedad le dejó de importar el discurso militante altamente ideologizado, para
interesarle la opinión de los técnicos sobre las posibles soluciones que el país
requiere.
A inicios de los 90´, los estrategas políticos tomaron conciencia del real poder de
la televisión y su segura influencia sobre la ciudadanía, y sobre los votantes a los
cuales intentaron llegar.
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El esfuerzo por comunicar sus propuestas y afianzar el liderazgo de sus
candidatos o partidos se concentró en copar los espacios televisivos, ya sea por
medio de la propaganda o incorporándose en la agenda setting de los noticieros
con mayor sintonía de la televisión, con lo cual se logró poner en consideración de
la audiencia los eventos de la política diaria.
Sobre el tema informativo, cabe destacar que la maquinaria fujimorista, dirigida por
el ex asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos Torres, se encargó de imponer a
ciertos medios de comunicación masiva la agenda setting que benefició y
consolidó la imagen de Fujimori ante el mundo.
Para ello, la maquinaria del SIN tomó el control de varios diarios sensacionalistas 5
desde donde insultaron y denigraron la honra de decenas de políticos de oposición
y de periodistas independientes. Para el SIN, lo importante no era la verdad sino
que lo que se mande a decir se repita orquestadamente en distintos medios de
comunicación.
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Los diarios sensacionalistas son conocidos en el Perú como diarios “Chichas”.
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cuantitativos que le permitieran evaluar las probables respuestas de los electores,
según sus segmentos de interés.
Los procesos esenciales del gobierno en los 90´ no se adaptaron a los anhelos de
la mayoría de los peruanos que centraron su atención en los medios de
comunicación. Tanto así, que los gobernantes y la clase política en general
crearon distintas formas de ejercer poder, fuera de los medios de comunicación,
con el fin de evitar desprestigiarse ante la opinión pública por las decisiones que
tomaron, mostrando ante los medios sólo las decisiones que les favorecían
electoralmente.
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Por ello, la construcción de la imagen del líder se maneja con un criterio de
eficacia. Los líderes, como símbolos políticos, manejan —en muchos casos— su
discurso con el fin de distraer a la opinión pública, apartando a la población de los
acontecimientos reales y mostrándoles sólo acontecimientos construidos para los
medios de comunicación.
Cabe señalar, que los pactos entre los medios de comunicación y los públicos,
entre los cuales se filtra el acontecimiento político, no convierten al público en
entes totalmente manipulables. La presencia positiva de los líderes en los medios
no garantiza de por sí ganar una elección.
A partir de los 90´, lo importante para la sociedad era encontrar al líder que pueda
representar a vastos sectores de la población por encima de hallar un partido con
el cual se pueda identificar. Lo que importa ahora es la capacidad del líder para
dar soluciones inmediatas a las necesidades que agobian a la sociedad.
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mensaje, plagado de frases campechanas y populares, convirtieron a los
discursos de Fujimori en mensajes claros para los ciudadanos de todo nivel
sociocultural.
Alberto Fujimori estableció una relación sin intermediarios entre su figura como
Jefe de Estado y los sectores más oprimidos de la economía peruana. Esta
relación no se estableció debido a componentes mesiánicos de la apabullante
personalidad del presidente —Fujimori es conocido como un personaje reservado
y su oratoria, plagada de errores propios de un colegial, deja mucho que desear—,
sino que se fundamentó en un carisma nacido de la crisis, de la inestabilidad, de la
violencia, ya que este contexto predispone al pueblo a percibir como sumamente
capaz, favoreciendo la conformación de lealtades, a un Jefe de Estado que parece
tener la receta para salir de la crisis generalizada en la que se encuentra el Perú.
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Para las elecciones del 2001, Alejandro Toledo fue nuevamente candidato por tercera vez consecutiva a la
presidencia de la República.
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“Cholo” es el apelativo con la cual se le conoce al hombre del ande peruano.
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El nuevo caudillo "independiente" mantuvo un régimen populista, haciendo
clientelismo político a mayor grado que sus criticados antecesores, concentrando
en su persona. Nunca mostró interés en construir un partido de bases sólidas,
seguramente, por la inseguridad que le representaba que el mismo movimiento lo
pudiera, más tarde, relevar de su cargo.
Él logró mantener, por lo menos, un tercio del electorado fiel a su liderazgo y a sus
convicciones en los momentos más críticos de su gestión, pero nunca pudo
traspasar —como si lo hicieron el ex presidente Fernando Belaúnde Terry
apoyando a Eduardo Orrego Villacorta para su elección como alcalde de Lima en
1980, o como el también ex presidente Alan García Pérez que (con un solo
discurso) logró que los partidarios apristas y un importante sector de la población
apoyaran al candidato Jorge Del Castillo en unas elecciones que para los sondeos
de opinión ya tenía perdida el candidato del Partido Aprista Peruano (PAP)— su
apoyo electoral al aspirante de su predilección.
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El ingeniero Fujimori hizo suya la bandera de la crítica contra los partidos
establecidos, a los que tildó como "tradicionales" y a los cuales responsabilizó por
la crisis del Perú.
Para Alberto Fujimori, el Consejo de Ministros fue sólo una instancia en la cual se
ratificaban sus órdenes. Por esta razón, el gabinete estuvo, por lo general,
compuesto por gente de su más absoluta confianza y evitó que se incorporen al
mismo personalidades reconocidas que pudieran implicar el construir alianzas con
otras fuerzas políticas, por más cercanas que se consideraran.
Alberto Fujimori, utilizó los recursos que tenía a disposición para aumentar su
reputación, sobre todo en los sectores más pobres y marginales de la población. A
través de políticas de gasto pudo llegar a los sectores que poseían una
organización débil, especialmente en los barrios paupérrimos de las afueras de la
Capital y en las comunidades andinas y alto andinas.
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presidente dejaba el poder, los pobres iban a dejar de percibir la ayuda alimentaria
que el Estado les brindaba.
El presidente Fujimori demostró ser capaz de forjar una relación nueva con el
pueblo. Mantuvo niveles de popularidad extremadamente altos a pesar de no
caracterizarse por tener dotes inherentes a los líderes. Su carisma nació de un
atractivo derivado de su conducta modesta y una reputación basada en cualidades
como la honestidad y el logro. Su obsesión por los grupos de interés está
relacionada con su necesidad de legitimidad (Cabtree, 1999).
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La caída de Fujimori, se produjo a inicios de su tercer mandato ilegítimo, producto
de las elecciones más discutidas e irregulares que se recuerda. La presentación
pública de un vídeo, en donde se observa a Vladimiro Montesinos entregando 15
mil dólares a un congresista opositor para que engrose las filas oficialistas, desató
el más grande rechazo y estupor público y dio inicio a la revolución cívica más
importante de las últimas décadas.
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Bibliografía
EDELMAN, Murray. La construcción y los usos de los líderes políticos. Buenos Aires:
Manantial, 1991.
LANDI, Oscar. “Outsiders, nuevos caudillos y media politics”. En Perelli, Picado y Zovatto
(Compiladores): Partidos y Clase Política, Ed.Capel/IIDH, San Jose de Costa Rica, 1995.
LYNCH, Nicolás. Una tragedia sin héroes. Lima: Fondo Editorial UNMSM, 1999.
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