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1.

El independentismo

Luego de 12 años de gobierno militar y de grandes transformaciones sociales en


1980 el país volvió a la senda democrática.

En 1979, el general Francisco Morales Bermudez Cerruti 1 convocó a elecciones


generales, de las que resultó vencedor el arquitecto Fernando Belaúnde Terry 2,
quien pudo volver a ocupar la primera magistratura de la República luego del
golpe de Estado que en 1968 lo retiró del gobierno. La transición a la democracia
concitó la esperanza que las mayorías populares y los sectores medios tenían por
ver, al fin, cristalizadas sus demandas.

Durante la década de los 80’, los gobiernos de Acción Popular (AP) —1980/1985
— y el del Partido Aprista Peruano (PAP) —1985/1990— poco pudieron hacer
para controlar el desbarajuste económico y para dar fin a la violencia terrorista que
no dejaba de atemorizar a todo el Perú. Ambos regímenes fueron incapaces de
proporcionar un nivel mínimo de seguridad política y económica a la población.

Cabe destacar que en los años ochenta los partidos políticos aun presentaban
muchos rasgos autoritarios, imponiendo la estructura clientelista y personalista.
Ello hizo difícil que los partidos políticos asuman su papel representativo, ya que –
por otro lado– entraron en conflicto con las organizaciones de base que fueron
proliferando, tanto a nivel rural como en el ámbito urbano marginal.

Para fines de los 80´, la democracia subsistía, pero el país se desangraba en


medio de una desinstitucionalización generalizada. Los partidos políticos habían
caído en un peligroso descrédito y sus líderes eran acusados por actos de
corrupción en todas las instancias del gobierno.

En medio de este caos, apareció la figura independiente de Ricardo Belmont


Cassinelli3 quien fundó el Movimiento Obras para lanzar su candidatura a la
alcaldía provincial de Lima Metropolitana. Belmont ganó las elecciones
municipales realizadas en 1989 obteniendo el 47% de la votación. El broadcaster
basó su campaña en su forma informal como se comunicaba con la gente. No
exhibió programas ni ideologías. Sólo se comprometió en mejorar las condiciones
de vida de millones de limeños.

El nombre de su movimiento político Obras, era su promesa, y su mejor carta de


presentación era haber batido en innumerables veces las metas de recaudación
en obras benéficas, todo ello, a pesar de la grave crisis económica que aquejaba a
1
El general Francisco Morales Bermudez Cerruti fue presidente de la Junta Militar de Gobierno de 1968 a
1980. Durante su gobierno, convocó a la Asamblea Constituyente de la cual emanó la Constitución Política de
1979. La misma tuvo vigencia desde el año de su promulgación hasta 1993.
2
El Arq. Fernando Belaúnde Terry, líder y fundador del Partido Acción Popular, fue dos veces Presidente
Constitucional de la República: de 1963 a 1968 y de 1980 a 1985.
3
Conocido empresario televisivo, dueño de Canal 11 de televisión y de Radio RBC y conductor de programas
de concurso, que cobró gran notoriedad por ser el organizador de las Telemaratones a beneficio de una
clínica especial para niños especiales.

1
la población. Si él había sido el artífice de que miles de niños vuelvan a caminar,
cómo no podría arreglar los problemas básicos de la metrópoli (Planas, 2000 y
Lynch, 1999).

Para los electores, la llegada de un “independiente” sin propuestas se convirtió en


un icono de virtudes luego de casi una década de promesas incumplidas y
problemas sin solución. Ricardo Belmont Cassinelli —el popular “Colorado”— es el
primer líder “independiente” que llega a un cargo de responsabilidad, vía
elecciones libres, en los últimos 50 años. Belmont fue electo como antítesis de lo
conocido como político hasta ese entonces: de habla popular, se vestía de jeans,
hablaba de deportes populares, como de fútbol o boxeo. En otras palabras, rompió
con el patrón cuadriculado en el que se desenvolvieron los políticos en la década
de los 80´.

Los gobiernos elegidos por la vía democrática habían contribuido –con su


incapacidad– a que a finales de los años ochenta el Perú se encuentre en la peor
crisis de su historia, sólo comparable con el período de crisis económica,
institucional y social posterior al fin de la guerra con Chile, a fines del siglo XIX.

El pueblo consideraba a los políticos que gobernaron el país durante la década de


los 80´ como elites políticas irracionales, faltos de sentido común, propensos a
delitos de corrupción, a la injusticia y a la mentira teatralizada y descarada.

En 1990, con el fracaso de todos los partidos políticos en las elecciones


municipales del año anterior, dos independientes decidieron postular a la
presidencia de la República. Estos auténticos debutantes en los avatares políticos
fueron el connotado novelista Mario Vargas Llosa y el –hasta entonces
desconocido– ingeniero agrónomo Alberto Kenyo Fujimori Fujimori.

Mario Vargas Llosa fundó el Movimiento Libertad y concentró el apoyo de la iglesia


católica, los empresarios, los propietarios de los bancos 4 y los partidos políticos de
centro-derecha, como el Partido Popular Cristiano (PPC) y Acción Popular (AP),
con los que formó la alianza denominada Frente Democrático (FREDEMO).

Su rival, el ingeniero agrónomo Alberto Fujimori, era el líder fundador de Cambio


90, un movimiento sin programa de gobierno conocido, que agrupaba a algunos
líderes evangélicos, a microempresarios y a varios de los que fueron
colaboradores suyos durante su época de rector de la Universidad Nacional
Agraria (UNA) y de la Asamblea Nacional de Rectores (ANR).

Es preciso señalar que en el inicio de aquella contienda Fujimori era un completo


desconocido; prueba de ello es que las empresas encuestadoras recién dieron
cuenta de su competencia tres semanas antes de la primera vuelta de las
elecciones presidenciales. El candidato de Cambio 90 prometió poco al electorado

4
Vargas Llosa es el escritor más renombrado de la historia del Perú. Lideró una cruzada nacional contra la
estatización de la banca propuesta por el entonces presidente constitucional Alan García Pérez, en 1987.

2
y su discurso presentaba matices y ambigüedades propias de un candidato sin
experiencia política, carente de una organización sólida que lo respalde.

Para la segunda vuelta, el candidato de origen japonés contó con el apoyo de


todas las fuerzas políticas interesadas en que Mario Vargas Llosa y su proyecto
neoliberal —basado en una política económica de choque— no acceda al poder.
Entre las fuerzas políticas que apoyaron abiertamente la candidatura de Fujimori
destacaron el Partido Aprista Peruano (PAP) y la Izquierda Unida (IU).

El desconocido ingeniero agrónomo llegó a la primera magistratura del Perú


prometiendo sólo que no iba a realizar ninguna medida de carácter económico de
tipo shock, como prometía —o amenazaba— su rival del Frente Democrático.

2. Fujimori: un independiente en el poder

Con la sorpresiva victoria electoral de Alberto Fujimori se inició otra fase de la


historia política del país: el gobierno de los independientes.

La combinación de la hiperinflación, el desempleo y el incontenible avance de la


sangrienta violencia terrorista –tanto del Partido Comunista Sendero Luminoso
(SL) como del Movimiento Revolucionario Túpac Amarú (MRTA)– sumados a la
desconfianza que generaban los partidos políticos, crearon las condiciones para
que surja un líder desde fuera del sistema político establecido, que ofreciera
esperanza y soluciones a la crisis que mantenía en vilo a la población del Perú. En
otras palabras, el caos –herencia de los gobiernos de Acción Popular y el Partido
Aprista Peruano– fue el escenario apropiado para que un independiente haga su
aparición en escena.

Así fue. Durante la campaña electoral de 1990 y los primeros meses de su primer
gobierno, la legitimación de Fujimori como líder se basó en la construcción de
vínculos de identificación con el sector marginal, concientizando a las mayorías de
que él tenía su misma condición (el migrante económico que buscaba progreso).
Lo fundamental fue crear un sentimiento de cercanía y confianza entre el líder y
las masas, un vínculo que sirviera de apoyo al nuevo gobierno (Sanborn y
Panfichi: 1996).

Fujimori ingresó al gobierno denunciando orfandad política: en el Congreso


carecía de una mayoría en las cámaras de senadores y de diputados, y no tenía el
apoyo de un partido que le proporcionara un respaldo social organizado. El
movimiento Cambio 90 fue sólo una etiqueta, ya que en verdad no contaba con
una organización nacional estructurada.

Este cuadro se agudizó con los continuos ataques que el Jefe de Estado dirigió a
los partidos políticos y las instituciones democráticas anteriores a su mandato,
responsabilizándolos por todos los problemas que agobian a la ciudadanía. Con
ello, el líder buscó desinstitucionalizar las normas de convivencia política y
personalizar las expectativas del pueblo en su figura.

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La popularidad del líder Fujimori se inscribe en una tradición de la política
peruana: la creencia que hombres fuertes y decididos desde el estado pueden
realizar cambios importantes en una sociedad caracterizada por su rigidez y su
carácter excluyente.

A pesar de que la empatía inicial entre el líder y el pueblo fue más bien frágil
(debido a las condiciones de desaliento, inestabilidad y falta de alternativas), sus
logros tuvieron un impacto trascendental cuando empezó a fortalecer su relación
con el pueblo. El liderazgo de Alberto Fujimori representó, para muchos peruanos,
la "mano dura" que necesitaba el Perú para acabar con la crisis generalizada e
implementar las bases de la soñada prosperidad (Sanborn y Panfichi, 1996).

Alberto Fujimori, por ser un líder independiente que ingresaba al gobierno sin el
apoyo de un aparato político partidario que le brinde el respaldo necesario para
detentar el poder, formó una alianza basada en el firme apoyo de las Fuerzas
Armadas, los principales grupos económicos del Perú, y los entes financieros
internacionales. Esta alianza se sustentó en el uso del poder del Estado para
imponer una política económica neoliberal, privatizando empresas estatales y
fortaleciendo la autoridad de las Fuerzas Armadas y Policiales.

Este pacto cívico-militar, sumado a la debilidad partidaria generalizada, produjo un


espejismo de gobernabilidad, una gobernabilidad que no existió durante la década
de los 80’. Fujimori supo conjugar con astucia el populismo político —expresado
en el rechazo a sectores organizados tradicionales (tanto empresarios rentistas y
monopólicos como sindicatos burócratas faltos de representatividad real ante la
clase trabajadora), los ataques a los grandes evasores de impuestos, la
reivindicación del hombre común (el desempleado, el comerciante informal, el
consumidor y el microempresario) y usufructuando el poder centralizado que
asumió y aumentó a niveles nunca antes vistos en una democracia en el Perú.

Utilizando políticas económicas liberales e implementando medidas que


deterioraron la economía del pueblo —como el conocido "Fujishock"— consiguió
obtener efectos estabilizadores y un crecimiento notable en comparación con la
década anterior.

A pesar del costo inmediato de las medidas económicas dadas por el Fujimori, la
población asumió el reto con esperanza, valorando las medidas como favorables
en comparación al costo que generaría el mantener la misma política económica.

Al cabo de pocos meses de haber dictado las medidas de ajuste, la inflación


comenzó a descender, la popularidad de Alberto Fujimori subió, manteniendo al
60% de la población apoyando abiertamente la gestión de su gobierno. Gracias a
este logro, el ingeniero agrónomo supo ganarse la confianza de las instituciones
financieras internacionales y el respeto de la comunidad internacional.

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Queda claro que el optimismo de la masa frente al futuro estuvo siempre ligado al
éxito o al fracaso del proyecto económico. La afirmación de su imagen de
"salvador de la patria" quedó constatada, y su figura de "independiente" cobró un
sorprendente grado de autonomía (Cotler, 1995).

Basándose en ello, el ingeniero Fujimori reconstituyó su gabinete de ministros,


deshaciéndose de simpatizantes de otros grupos políticos para convocar a
tecnócratas y empresarios que continuarían aplicando las fórmulas diseñadas por
los organismos financieros multilaterales que monitorearon, paso por paso, el
desenvolvimiento del conjunto de las actividades gubernamentales. A partir de ese
momento, el presidente Fujimori designó a familiares y a personas de su entera
confianza en puestos claves del organigrama gubernamental para que respondan
sólo ante él y sus asesores de inteligencia, dando muestras de su repudio al orden
institucional.

Alberto Fujimori inició un enfrentamiento entre los poderes del Estado que se
complicó más cuando, en uso de las atribuciones que el Congreso concede,
promulgó una serie de dispositivos destinados a combatir la creciente ola terrorista
y le otorgó a los militares poderes que atropellaban elementales derechos
constitucionales. Los partidos de oposición reaccionaron unánimemente, lo que
obligó al presidente a retirar dichos dispositivos.

Sobre esta base, Fujimori desarrolló una coherente estrategia destinada a "salvar
el Estado”. Ese argumento le valió como justificación para romper el orden
constitucional y decretar –con apoyo de los militares– el golpe de Estado del 5 de
abril de 1992, reiterando sus conocidas acusaciones contra la democracia
"formal", representada en particular por los partidos que se opusieron a sus
medidas en el Congreso. Según algunas empresas encuestadoras, esta medida
extrema contó con el respaldo del 80% de la población.

Después del golpe de Estado, Alberto Fujimori podía jactarse de haber contado
con el apoyo de las cúpulas militares, los empresarios, el hombre común y los
organismos financieros, tanto nacionales como internacionales, representando un
consenso nunca antes visto entre el pueblo y los "poderes fácticos". Los partidos
políticos tradicionales, por su lado, se mantenían al margen, acusando su derrota
(Cotler, 1995).

El presidente Fujimori asumió secretamente los propósitos y estrategias


elaboradas por el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), encomió la labor de las
Fuerzas Armadas en su lucha contrasubversiva y rechazó las denuncias
pendientes por violación de los derechos humanos y complicidad con el
narcotráfico.

El dominio de Fujimori sobre la Corte Suprema se hizo evidente a partir de 1992.


Para ejercer ese control, el líder independiente también personalizó su poder y
emprendió una campaña, utilizando el descontento arraigado en la población

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respecto del Poder Judicial, la corrupción y los tentáculos políticos que la
manejaban, con el fin de justificar legislaciones que mermaron su independencia.

El apoyo popular se consolidó, en noviembre de 1992, con la elección de un


llamado Congreso Constituyente Democrático (CCD), en la que los movimientos
políticos que lo apoyaron obtuvieron la mayoría de escaños. El CCD preparó una
constitución a medida del gobernante, en la cual resaltaron como cambios
trascendentales la reelección presidencial y la unicameralidad del Parlamento.
Esta Constitución fue aprobada por referéndum en 1993.

La derrota militar de Sendero Luminoso y el MRTA, el control de la inflación, la


reinserción del país en la comunidad financiera internacional, el reinicio de las
inversiones extranjeras —como por ejemplo la compra de la Compañía Peruana
de Teléfonos por parte de Telefónica de España, por la cifra de 2000 millones de
dólares americanos— consolidaron a Alberto Fujimori como el caudillo eficiente
que la población reclamaba por tantos años.

Con estos logros hizo mella en la maltrecha oposición, presentándose como el


abanderado del orden y la honestidad, que –por otro lado– se habían erguido
como las principales necesidades de la sociedad en su conjunto.

En 1995, Fujimori terminó de consolidar su liderazgo ante el mundo al vencer por


amplio margen en las elecciones presidenciales al embajador Javier Pérez de
Cuéllar, ex secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y
—junto con Mario Vargas Llosa— uno de los peruanos más notables de los
últimos 50 años.

El triunfo en 1995 le otorga a Fujimori una legitimación democrática y abre paso a


una posible estabilidad política y jurídica. Esta victoria hizo que los partidos
políticos debilitados durante el primer quinquenio de su gobierno se colocasen al
borde del abismo.

3. Los independientes

A raíz del gobierno de Fujimori no se presenta un cambio sustancial en las


características del líder, pero sí se puede afirmar que los independientes cobraron
una relevancia mayor, superando las fronteras nominativas del ‘fujimorismo’. Los
independientes siempre existieron aunque nunca trascendieron en sondeos de
opinión o en resultados electorales como en los años 90 (Sanborn y Panfichi,
1997).

Es importante señalar que el surgimiento de los independientes supone la


existencia de un amplio sector de la ciudadanía que se convierte en escéptico ante
cualquier discurso político, ya que lo que anhela son resultados concretos. El
panorama político del Perú de los años 90´ se encuentra conformado por una
multiplicidad y fragmentación de identidades, sin organizaciones intermedias
fuertes que pudieran articular los diversos intereses alrededor de programas

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comunes, tener influencia sobre la toma de decisiones públicas que más afectaron
a la población y servir como contrapeso al liderazgo centralizado en Alberto
Fujimori.

La cada vez más evidente multiplicidad de identidades e intereses en la población


obligó a que los líderes recojan sus exigencias y las tomen en cuenta —por lo
menos en el “nuevo” discurso político. Desde los espacios sociales mas diferentes
han ido surgiendo nuevos caudillos que se trasladaron a la esfera pública y que
aportan una renovación al liderazgo —para algunos caduco— ya existente.

Sin embargo, la gran mayoría de estos liderazgos no ha trascendido por falta de


instituciones intermedias sólidas y se ha perdido en el terreno de los discursos
populistas electorales. La clase política se reduce a un grupo restringido de
personas que ejerce poder, en el cual lo determinante es el factor político y la
posibilidad de mantener las reglas de juego que le permitieron llegar a detentarlo.

Los políticos que se agruparon bajo la tutela de Fujimori explicaban su incursión


en la política con la preocupación que sentían por ver al país en crisis. Eran,
entonces, llamados por su gran “vocación de servicio”.

Los representantes de los diferentes movimientos independientes que apoyaron a


Fujimori consideraban, también, que sus rivales, a los que los llamaban los
políticos tradicionales, eran los grandes culpables del caos que reinó en el Perú
durante la década de los 80´, acusándolos de no tener respuestas adecuadas para
solucionar los problemas.

Asumían que al fin había llegado el momento de comprometerse con seriedad y


responsabilidad con la patria y piensan que en esta actitud desprendida radica la
diferencia entre ellos y los políticos tradicionales (Grompone y Mejía, 1998).
Los nuevos líderes de mando medio le quitaron a la política la calidad de
conocimiento especializado y la consideraron una práctica intrínseca corruptora,
que conduce al caos y a la incompetencia generalizada (Grompone y Mejía, 1998).

Los conductores del fujimorismo se asumieron como políticos ocasionales que se


encontraban realizando un alto en sus importantes tareas particulares para
colaborar con el desarrollo del Perú. La crisis los obligó a participar un juego que
no les correspondía. Como bien señalan Grompone y Mejía, los independientes se
concebían como portavoces de las aspiraciones populares y se volcaban a la
política no para valorarla sino para mostrarle su distancia y hasta su desprecio.
Para ellos, las ideologías formularon grandes promesas que nunca se cumplieron
por lo que las evadían y se amparaban en la actitud pragmática que imponían los
problemas de cada día. La confianza pasó a ser un valor fundamentado en el
manejo de las variables económicas que permitía tomar las decisiones oportunas
en cada coyuntura.

Bajo ese criterio, la justicia estuvo encaminada a desmantelar los privilegios de las
organizaciones políticas y sociales para, así, forjar un país con igualdad de

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oportunidades, en lo que se asumía como el resultado de un proyecto a largo
plazo. Estos nuevos líderes independientes entendían una diferencia entre la
democracia formal —asociada a las instituciones, reglas y procedimientos— y la
democracia sustantiva —vinculada a las finalidades del buen gobierno. Los
independientes eran concebidos por una mayoría como las personas que tenía la
capacidad de renovar la vida política y pública del país frente a los partidos
caducos, tradicionales. En esta nueva era, la política debía rechazar los
compromisos que hipotequen el desarrollo del país y conduzcan a la inacción del
aparato estatal.

El presidente Fujimori fue considerado por esta clase emergente de líderes como
el representante de la unidad nacional frente a los intereses particulares
defendidos por los políticos tradicionales y las organizaciones opositoras en
minoría al interior del Parlamento.

La democracia en el Perú cobraba nuevos rumbos, ya que antes de la asunción


del fujimorismo al poder, la democracia era entendida como la presencia de los
partidos políticos en los avatares electorales o al interior del parlamento. En
cambio, durante el gobierno del presidente Fujimori, la democracia pasó a
entenderse como el espacio en donde los actores políticos sin pasado partidario
plasmaban su “vocación de servicio público”.

Todo ello debido a que el electorado se encontró saturado de aquellos agentes


políticos que no daban solución a sus problemas. Ese mismo electorado ahora se
encontraba a la búsqueda de técnicos que terminen con los problemas que lo
agobiaban, sin la exigencia de pronunciar discursos emotivos, pero con la
capacidad para tomar decisiones acertadas y con suma prontitud.

Los nuevos líderes se dedicaban a intentar solucionar los problemas del país
utilizando un lenguaje técnico; el tratamiento que brindan sobre la problemática del
país es sumamente puntual.

La gran mayoría de estos nuevos políticos no llegó a trascender en los medios, no


cobraron relevancia social, por lo cual sólo les quedó participar políticamente en
los lugares de donde provenían o donde realizaban su propia campaña electoral
como parte de la campaña electoral que Fujimori realizaba permanentemente.

El vínculo de clientelismo entre este líder secundario y el pueblo que le ofrecía sus
votos se limitó a acompañar al presidente en las continuas campañas de entrega
de bienes. Estos líderes secundarios no pudieron crear una dependencia directa
entre ellos y el pueblo, sino que debieron intermediar la figura del presidente
Fujimori, ya que el poder se encontró personalizado en el todopoderoso Alberto
Fujimori.

El perfil político que mantenían se encontraba siempre por debajo de la figura


omnipotente de Alberto Fujimori. Todas sus apariciones públicas –en las que
formulaban juicios, opiniones y expresaban sentimientos respecto de Fujimori–

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tuvieron que combinar las interpretaciones sociales y el reconocimiento de la
superioridad intelectual del presidente.

Para los nuevos políticos no existían diferencias entre el interés público y la


actividad privada. Según esta nueva clase “dirigente”, existía una continuidad
entre el ejercicio de la profesión y la política, ya que en el espacio público se
desarrollaban de la misma manera en que desarrollaron en sus espacios privados.
La única diferencia que encontraban era que la opción personal procuraba el éxito
profesional, y el compromiso político buscaba el desarrollo de la patria.

Los nuevos políticos se diferenciaban de los políticos tradicionales, también, en


que éstos se han interesado, por lo general desde temprana edad, por los
problemas políticos y sociales que aquejaban al Perú, participando en
federaciones universitarias o en sindicatos (ellos consideran muy importante el
hecho de participar en una organización político partidaria). Muchos de los
actuales líderes de los partidos se incorporaron a los mismos en las décadas de
los 60´ y 70´.

Otra de las diferencias entre los nuevos líderes y los líderes de los partidos
tradicionales se descubre en el hecho de que para los últimos es posible
reconocer errores de sus partidos, pero les confieren un alto valor a los militantes
que no han asumido responsabilidades en la dirección. A estos se les otorgaba la
investidura de la ideología y de los principios y la reserva moral de la organización.
De ellos se podía esperar el gesto desinteresado y el anónimo sacrificio personal.
Para los políticos nuevos, en cambio, la militancia implicaba un lazo de
clientelismo, que se encontraba guiada por el oportunismo y la conveniencia.

Al interior del importante número de nuevos líderes se puede encontrar que existe
un grupo importante de oportunistas cuyo objetivo es el poder en sí mismo y se
limitan a seguir las propuestas de gobierno mientras este lo mantenga, o lo
conduzca al puesto que aspira. Los políticos oportunistas no pueden ser
considerados líderes, ya que la definición esencial de líder señala que es líder
quien se enfrenta a la corriente y supera obstáculos con el fin de convencer al
electorado de sus propuestas. El independiente, por contraposición, es aquel que
necesita crear o inventar nuevos hechos; el líder debe moverse en el plano del
discurso, porque son las palabras justas las que pueden crear un vínculo duradero
con la población.

Existe, además, otra clasificación de personajes que ejercen la política en el Perú:


los catalogados como “conversos”. Son aquellos políticos que intervinieron
activamente en política, en muchos casos llegaron a ocupar cargos de importancia
al interior de sus organizaciones, y ahora se presentan como "independientes" y
postulan o ejercen un cargo a escala local o son parlamentarios. Esta clase
política se caracteriza por denunciar los vicios y limitaciones de las organizaciones
a las que han pertenecido, y en ocasiones se manifiestan a favor de su
desaparición. Buscan el apoyo concentrado y no ideologizado de la población.

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Su aparición en la escena política defendiendo ideales distintos a los que los
vieron nacer en la política se posibilita debido a la estructura endeble de los
partidos, poco democráticos, en donde la cúpula partidaria toma las decisiones
trascendentales sin consultar con sus bases. Los “conversos” tratan de olvidar su
pasado político-militante y luchan por aparecer ante la opinión pública como los
técnicos, ya no como políticos de carrera. Su incondicionalidad y admiración por el
presidente no es de carácter público.

Los “tránsfugas” son la nueva categoría surgida a mediados del 2000 para
encasillar el comportamiento de un personaje político. El ser tránsfuga implica
cambiarse de partido político, pasar de uno a otro, sin importarle el apoyo que los
electores le brindaron como miembro de la lista parlamentaria del partido o
movimiento por el cual candidatearon. El tratarse de “tránsfuga” a un político
implica un calificativo peyorativo, ya que algunos de los más recientes casos de
políticos “tránsfugas” están asociados a la compra de conciencias.

El caso del congresista Luis Alberto Kouri, electo por el partido Perú Posible (PP),
es el caso más resaltante en lo que a políticos “tránsfugas” se refiere. El
mencionado congresista apareció en un vídeo —grabado en el local del Servicio
de Inteligencia Nacional (SIN)— recibiendo 15 mil dólares americanos, de manos
del prófugo de la justicia y ex asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos Torres,
por firmar un documento en el que se comprometió a dejar su bancada e
incorporarse a la alianza oficialista de Perú 2000.

A raíz de este vídeo, ha surgido una fuerte duda sobre los motivos que llevaron a
los otros congresistas tránsfugas a incorporarse a las filas de Perú 2000, antes
que se instale el congreso en julio del año 2000, a tres meses de ser electos en
movimientos opositores.

4. Nuevas formas de hacer política

En 1990, América Latina era un continente en donde los valores sobre democracia
y derechos humanos habían comenzado a internalizarse socialmente pero, a la
vez, la ciudadanía exigía representaciones directas y no representativas razón por
la cual los partidos iniciaron la década perdiendo su carácter masivo en varios
países.

Las nuevas formas de hacer política acentuaron la pérdida de representación


“tradicional”, que quedó reducida a una expresión formal, a una deliberación
influida por los medios masivos de comunicación y a un incremento constante de
mecanismos democráticos de decisión semidirecta, por la vía de plebiscitos,
referéndum y la vía de revocatorias de mandato de los alcaldes. Todas ellas han
tendido a fortalecer los liderazgos personales por sobre las organizaciones político
partidarias (Perelli, 1995).

Es por eso, que en el Perú se ha iniciado una irrupción de líderes regionales —en
su mayoría alcaldes provinciales— que dejaron de lado sus militancias políticas

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anteriores y pasaron a enarbolar la bandera de los “independientes”, creando
movimientos locales y/o regionales, que en muchos casos los ha catapultado a
importantes escaños en el parlamento o los ha ungido como posibles candidatos a
la presidencia o a las vicepresidencias de la república.

Los caudillos locales entienden ahora como independientes que son actores
decisivos y no funcionarios de segundo orden al interior de una organización.
Como ejemplo de ello, podemos mencionar los casos de Angel Bartra, ex alcalde
provincial de Chiclayo, Tito Chocano, ex alcalde provincial de Tacna, Luis Cáceres
Velásquez, ex alcalde provincial de Juliaca y Arequipa, quienes gracias a su labor
frente a sus respectivos municipios llegaron a ocupar un lugar en el Congreso de
la República.

Esta sociedad, que desmasificó a los otrora importantes partidos, se convirtió en


una sociedad segmentada, con nuevos intereses y nuevas exigencias para su
clase política. La clase política “tradicional” y los partidos políticos no estuvieron
preparados para enfrentar las nuevas demandas relacionadas con el control del
terrorismo, el desempleo y la grave crisis económica generada por la desacertada
política económica implantada durante los años 80´. Los partidos políticos
perdieron su papel de mediadores de entre la sociedad y el Estado (Perelli, 1995).

El desprestigio de las instituciones políticas en América Latina han disuelto los


lazos de integración entre los partidos y la sociedad, razón por la cual ha surgido
una sensación de "crisis de valores" y de "anomia social", particularmente en la
juventud (Cotler, 1995).

La frustración producida por la carencia de logros concretos de los políticos


“tradicionales” ha coincidido con la aparición de nuevos actores sociales que
persiguen satisfacer necesidades insatisfechas de la población. El resultado de la
conjunción de estas transformaciones políticas ha sido el surgimiento de los
“independientes" como actores ajenos y contrarios a la clase política de oficio, que
persiguen desembarazarse de los compromisos políticos contraídos.

Estos "independientes" surgidos casi de improvisto, atacan duramente los


problemas del sistema de partidos vigente y sus fracasos en las políticas
implementadas en el país, prometiendo, a su vez, resolver —personal y
técnicamente— los problemas que aquejan a las masas, concitando su atención y
respaldo.

Su rechazo a la clase política y a la institucionalidad, se basa en su naturaleza


anacrónica con las nuevas realidades, motivo de su ineficacia y desprestigio.

Este proceso impuso la necesidad de presentar como principales protagonistas a


los técnicos —sin mácula política—, que no circunscribían su labor o conocimiento
a los intereses ideológicos de algún partido. Con el paso del tiempo, las opiniones
de los expertos comenzaron a cobrar mayor importancia que la de los políticos
profesionales o “tradicionales”.

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A la sociedad le dejó de importar el discurso militante altamente ideologizado, para
interesarle la opinión de los técnicos sobre las posibles soluciones que el país
requiere.

En este sentido se perfilan como los potenciales "independientes", ya que sus


opiniones sobre la problemática ciudadana se pueden mostrar sin la censura del
partido.

Alberto Fujimori Fujimori fue —para un sector de la sociedad— el ingeniero que


podría actuar con criterio técnico en la solución de los problemas, y que no
dependería de un aparato partidario con quien gobernar y a quien beneficiar. Con
el lema de "Honradez, tecnología y trabajo" incrementó su perfil técnico por sobre
su lado político.

5. Medios de Comunicación y Política

La década de los 90´, es el período de tiempo en el cual la televisión se urgió


como el principal escenario para hacer política, debido a que las principales
noticias sobre política y/o gobierno se comenzaron a generar en la televisión.

A inicios de los 90´, los estrategas políticos tomaron conciencia del real poder de
la televisión y su segura influencia sobre la ciudadanía, y sobre los votantes a los
cuales intentaron llegar.

La imagen toma el poder político, convirtiendo la imagen política en el poder


político. El espectáculo inherente a la política se convierte en diario y se deja de
circunscribir a ceremonias especiales en donde la parafernalia política era parte
fundamental del espectáculo masivo-directo. Los medios masivos de
comunicación, y sobre todo la televisión, sobre pasó la intermediación entre los
dirigentes y sus bases (Perelli, 1995).

Este cambio en la forma de hacer política benefició la aparición de los llamados


"independientes". Estos, ya no necesitaron de grandes aparatos proselitistas ni de
maquinarias políticas elefantiósicas, capaces de llenar calles y plazas, con el fin
de masificar el mensaje del líder político o del partido.

A partir de los 90´, los expertos en comunicación política se dedicaron a estudiar la


dinámica entre la opinión pública y los líderes políticos mediante las técnicas
cuantitativas y cualitativas —como los sondeos de opinión y focus groups.

La utilización de técnicas cuantitativas y cualitativas le brindó a los comunicadores


especializados en temas políticos la posibilidad de segmentar a los electores
según sus intereses y anhelos, con el fin de planificar las estrategias y tomar las
decisiones que consigan una mayor influencia sobre los electores.

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El esfuerzo por comunicar sus propuestas y afianzar el liderazgo de sus
candidatos o partidos se concentró en copar los espacios televisivos, ya sea por
medio de la propaganda o incorporándose en la agenda setting de los noticieros
con mayor sintonía de la televisión, con lo cual se logró poner en consideración de
la audiencia los eventos de la política diaria.

Es preciso señalar, que el ingeniero Fujimori supo no sólo aparecer en la pantalla


cuando más lo necesitó, sino manejar sus desapariciones con la misma habilidad.
Cuando fue propicio apareció inaugurando colegios o pistas en los barrios
marginales, cuando el momento político ponía en cuestión actos de su gobierno
supo escabullir de los medios. Llegando a desaparecer por más de una semana
sin que los medios tengan noticias sobre el Jefe de Estado.

Sobre el tema informativo, cabe destacar que la maquinaria fujimorista, dirigida por
el ex asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos Torres, se encargó de imponer a
ciertos medios de comunicación masiva la agenda setting que benefició y
consolidó la imagen de Fujimori ante el mundo.

Esta maquinaria no se limitó a imponer temas en la agenda de los medios sino


que montaba campañas de descrédito sobre todos los políticos que oposición con
posibilidades de competir contra Fujimori en una contienda electoral.

Para ello, la maquinaria del SIN tomó el control de varios diarios sensacionalistas 5
desde donde insultaron y denigraron la honra de decenas de políticos de oposición
y de periodistas independientes. Para el SIN, lo importante no era la verdad sino
que lo que se mande a decir se repita orquestadamente en distintos medios de
comunicación.

La información cotidiana sobre el espectáculo político refuerza el supuesto de que


los líderes son esenciales para el curso de la acción gubernamental. Las noticias
destacan el habla y las acciones de los líderes y los aspirantes al liderazgo.

Los nuevos caudillos “independientes” debieron aprender a dirigirse al elector en


la intimidad de su hogar, alejado de las interacciones sociales masivas. El
mensaje se personalizó, planteándose de modo común y simple, que además de
apelar a la emoción busca un argumento de fácil entendimiento para cualquier
espectador.

El fujimorismo, como el referente más importante de los movimientos


independientes, supo utilizar casi a perfección los instrumentos tecnológicos y
académicos dirigidos a conocer e impactar televisivamente sobre los ciudadanos.

Los estrategas de la maquinaria política fujimorista no tomaron decisiones ni


realizaron acto alguno sin antes poner en práctica los métodos cualitativos y

5
Los diarios sensacionalistas son conocidos en el Perú como diarios “Chichas”.

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cuantitativos que le permitieran evaluar las probables respuestas de los electores,
según sus segmentos de interés.

La televisación de la política en los 90´, ha personalizado la política en el juego


democrático. Para los votantes, los partidos políticos han dejado de ser
considerados como organizaciones masivas y se han convertido en conjuntos de
individuos en los que sus líderes muestran una mayor preocupación por su imagen
positiva ante la sociedad que por los programas ideológicos que consolidan al
partido en su conjunto.

Para la sociedad, el partido ya no define su afiliación sino que el líder se encumbra


como el caudillo a seguir, lo cual trae como consecuencia un fuerte
cuestionamiento a la existencia misma de los partidos que entran en crisis y se
desinstitucionaliza gracias a la sobre valoración del caudillo político.

La crisis de los partidos se agudiza en los primeros años de la década, debido a


una fuerte campaña iniciada por el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), puesta
en escena a través de los medios masivos de comunicación, en donde el
presidente Fujimori responsabiliza a los partidos "tradicionales" de la crisis en la
que se encuentra el país.

Esta concepción de la sociedad ha favorecido la multiplicación de los movimientos


“independientes”, muchos de los cuales no se podrían definir políticamente y se
caracterizan únicamente por lanzar a tal o cual candidato para la contienda
electoral venidera.

Los movimientos que apoyaron la candidatura de Alberto Fujimori Fujimori son un


claro ejemplo de ello. Tanto “Cambio 90”, “Nueva Mayoría”, “Vamos Vecinos”,
como la “Alianza Perú 2000” no presentaron un programa político ante la opinión
pública —por lo menos no a través de los medios de comunicación. De lo único
que se preocuparon era de exhibir su apoyo incondicional a las decisiones que
tomó Fujimori en su calidad de Jefe de Estado, sean cuales fueran estas.

Los procesos esenciales del gobierno en los 90´ no se adaptaron a los anhelos de
la mayoría de los peruanos que centraron su atención en los medios de
comunicación. Tanto así, que los gobernantes y la clase política en general
crearon distintas formas de ejercer poder, fuera de los medios de comunicación,
con el fin de evitar desprestigiarse ante la opinión pública por las decisiones que
tomaron, mostrando ante los medios sólo las decisiones que les favorecían
electoralmente.

Los "independientes" que se instalaron en el gobierno durante la década pasada,


utilizaron a los medios según sus intereses imponiendo una agenda setting que
magnificara los logros del gobierno y que escondiera los atropellos, actos de
corrupción y problemas internos que plagaron las altas esferas de la
administración pública.

14
Por ello, la construcción de la imagen del líder se maneja con un criterio de
eficacia. Los líderes, como símbolos políticos, manejan —en muchos casos— su
discurso con el fin de distraer a la opinión pública, apartando a la población de los
acontecimientos reales y mostrándoles sólo acontecimientos construidos para los
medios de comunicación.

El presidente Alberto Fujimori, con la ayuda de Vladimiro Montesinos, montó una


maquinaria comunicativa no sólo pensando en sus futuras re-reelecciones sino en
el consolidar el apoyo popular a su gestión con el fin de convencer a la opinión
pública de que las opciones diferentes a la suya no solucionarán los problemas
que padecen como sí lo viene haciendo —o lo intenta— el gobierno de fujimorista.

Al interior del espectáculo político de gran audiencia, deben aparecer héroes y


villanos con los cuales la sociedad pueda identificarse con sus victorias o culpar
por sus desgracias.

Cabe señalar, que los pactos entre los medios de comunicación y los públicos,
entre los cuales se filtra el acontecimiento político, no convierten al público en
entes totalmente manipulables. La presencia positiva de los líderes en los medios
no garantiza de por sí ganar una elección.

Por ejemplo, en las elecciones presidenciales de 1990, los principales candidatos


fueron los independientes Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori. Mientras que el
escritor copó todos los medios, Fujimori se mantuvo al margen de los mismos. En
esa elección venció el candidato de Cambio 90, el ingeniero Alberto Fuijimori, por
más del 20% de los votos válidamente emitidos.

6. Personalización del poder

El distanciamiento por un lado entre la ciudadanía y los partidos y de la ciudadanía


y el Estado, por el otro, originan que la sociedad inicie la búsqueda de hombres
providenciales y de liderazgos fuertes que, basados en nuevas formas de hacer
política, puedan reemplazar a los políticos ya caducos que habían perdido la
capacidad de agregar y canalizar intereses y demandas sociales.

A partir de los 90´, lo importante para la sociedad era encontrar al líder que pueda
representar a vastos sectores de la población por encima de hallar un partido con
el cual se pueda identificar. Lo que importa ahora es la capacidad del líder para
dar soluciones inmediatas a las necesidades que agobian a la sociedad.

Este líder de mensaje claro y directo, se presenta como un hombre común,


promedio, posición que marca una clara distancia con la postura de semidioses
que adoptaron los antiguos caudillos políticos.

Por ejemplo, el ingeniero Alberto Fujimori utilizó siempre un lenguaje común.


Nunca se expreso con palabras rebuscadas ni barrocas. La claridad de su

15
mensaje, plagado de frases campechanas y populares, convirtieron a los
discursos de Fujimori en mensajes claros para los ciudadanos de todo nivel
sociocultural.

El líder del Movimiento Independiente Somos Perú y burgomaestre capitalino,


Alberto Andrade Carmona, es otro de los políticos “independientes” que se ha
caracterizado por utilizar un lenguaje popular, propio de los barrios medios-bajos,
expresándose utilizando el idiolecto “criollo” propio de ciudad de Lima.

La imagen de los líderes también resulta trascendental en una sociedad como la


peruana que se caracteriza por ser pluricultural y multiracial. La imagen del
ingeniero Fujimori nos remite al japonés humilde que con mucho esfuerzo montó
un pequeño negocio familiar, ya sea una peluquería o un pequeño bazar. Imagen
muy reconocida por los pobladores de los suburbios peruanos, sobre todo
limeños.

La imagen Alejandro Toledo Manrique 6 —otro de los políticos "independientes" y


candidato a le presidencia de la república por el partido Perú Posible— nos remite
al hombre común y corriente. Con su tez cobriza y baja estatura, es un típico
habitante del ande peruano. Se hizo conocido como “el cholo” 7. Para muchos de
sus simpatizantes la figura de Toledo se asemeja a Pachacutec, el inca guerrero
que logró la máxima extensión territorial de Tawantinsuyo.

Esta personalización de la política no implica que el líder no necesite de una


organización para poder gobernar, pero sí que el líder personalice el poder de todo
el aparato político, que concentre el poder, que sea él quien decida. Sin que por
ello implique salirse del marco que prevé la Constitución —aunque en el caso
específico de Alberto Fujimori, sí sucedió.

Este nuevo líder propone como alternativa a su persona. Su discurso está


centrado en actitudes políticas coincidentes con la opinión pública, realiza
comentarios sobre la necesidad de justicia social a la vez que asegura que posee
capacidades de administrador.

Alberto Fujimori estableció una relación sin intermediarios entre su figura como
Jefe de Estado y los sectores más oprimidos de la economía peruana. Esta
relación no se estableció debido a componentes mesiánicos de la apabullante
personalidad del presidente —Fujimori es conocido como un personaje reservado
y su oratoria, plagada de errores propios de un colegial, deja mucho que desear—,
sino que se fundamentó en un carisma nacido de la crisis, de la inestabilidad, de la
violencia, ya que este contexto predispone al pueblo a percibir como sumamente
capaz, favoreciendo la conformación de lealtades, a un Jefe de Estado que parece
tener la receta para salir de la crisis generalizada en la que se encuentra el Perú.

6
Para las elecciones del 2001, Alejandro Toledo fue nuevamente candidato por tercera vez consecutiva a la
presidencia de la República.
7
“Cholo” es el apelativo con la cual se le conoce al hombre del ande peruano.

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El nuevo caudillo "independiente" mantuvo un régimen populista, haciendo
clientelismo político a mayor grado que sus criticados antecesores, concentrando
en su persona. Nunca mostró interés en construir un partido de bases sólidas,
seguramente, por la inseguridad que le representaba que el mismo movimiento lo
pudiera, más tarde, relevar de su cargo.

Fujimori fue un claro resumen de ello. Implantó un programa de apoyo alimentario


que cubrió las necesidades de 4 millones de peruanos de bajos recursos y se
negó siempre a formar un partido político. Sólo conformó movimientos, sin cuadros
políticos medios importantes, que le sirvieron como fachadas electorales a través
de su mandato.

Para Fujimori, el aparto estatal se convirtió en el partido que controlaba y disponía


a su antojo. Y la conducción del mismo se concentró sólo en sus manos. Lo que
trajo como consecuencia la devaluación del rol de los partidos en el sistema
político.

El personalismo político que caracterizo al ingeniero Fujimori le trajo, también,


algunos problemas en el momento de brindar apoyo a las candidaturas
municipales de sus movimientos “independientes” de fachada. El presidente
Fujimori nunca pudo endosar votos a los candidatos municipales que respaldó.

Él logró mantener, por lo menos, un tercio del electorado fiel a su liderazgo y a sus
convicciones en los momentos más críticos de su gestión, pero nunca pudo
traspasar —como si lo hicieron el ex presidente Fernando Belaúnde Terry
apoyando a Eduardo Orrego Villacorta para su elección como alcalde de Lima en
1980, o como el también ex presidente Alan García Pérez que (con un solo
discurso) logró que los partidarios apristas y un importante sector de la población
apoyaran al candidato Jorge Del Castillo en unas elecciones que para los sondeos
de opinión ya tenía perdida el candidato del Partido Aprista Peruano (PAP)— su
apoyo electoral al aspirante de su predilección.

El caso más evidente se produjo en 1997, con la candidatura de Jorge Yoshiyama


a la Alcaldía de Lima. Yoshiyama se había convertido en el sucesor de Fujimori.
Para muchos, era su reemplazante natural: Un técnico, de gran carisma, que
había logrado sobresalir entre los pálidos ministros que convocó durante su
gobierno el entonces Jefe de Estado.

A pesar de la solidez de su candidatura —era el candidato de “Nueva Mayoría”,


movimiento “independiente” que apoyaba a Fujimori—, no pudo ganar los comicios
municipales, los que perdió a manos del candidato del Movimiento Independiente
“Somos Perú” (SP), Alberto Andrade Carmona.

El líder "independiente", como actor ajeno al sistema partidario, compite en el


juego electoral criticando, y en muchos casos atacando, a las elites políticas
establecidas con anterioridad a la aparición del líder en la escena política.

17
El ingeniero Fujimori hizo suya la bandera de la crítica contra los partidos
establecidos, a los que tildó como "tradicionales" y a los cuales responsabilizó por
la crisis del Perú.

Por ello, el caudillo "independiente" se ungió como principal fuente de toma de


decisiones dentro del gobierno, insistiendo en la lealtad y subordinación absoluta
de los miembros del gabinete, y se mostró poco dispuesto a delegar poder y
autoridad.

Para Alberto Fujimori, el Consejo de Ministros fue sólo una instancia en la cual se
ratificaban sus órdenes. Por esta razón, el gabinete estuvo, por lo general,
compuesto por gente de su más absoluta confianza y evitó que se incorporen al
mismo personalidades reconocidas que pudieran implicar el construir alianzas con
otras fuerzas políticas, por más cercanas que se consideraran.

El autoritarismo y el personalismo de Fujimori lo hizo renuente a delegar


funciones, y se encargó de crear un sistema de información interdependencias
estatales que lo proveía de toda la información en torno ha hechos puntuales y
específicos: lo que contribuyó a crear una imagen de líder que lo sabe todo
(Grompone, 1999).

En la lucha que el presidente Fujimori emprendió para personalizar el poder,


resultó fundamental el reforzar los poderes del Ejecutivo con relación al Legislativo
y el Poder Judicial.

Además de permitir la reelección presidencial inmediata, la constitución que su


grupo parlamentario creó redujo los poderes del Congreso para cuestionar la
responsabilidad de los altos mandos de las Fuerzas Armadas, y aumentó los
poderes de la Policía y el Ejército en los procesos ventilados en el Poder Judicial.

Alberto Fujimori, utilizó los recursos que tenía a disposición para aumentar su
reputación, sobre todo en los sectores más pobres y marginales de la población. A
través de políticas de gasto pudo llegar a los sectores que poseían una
organización débil, especialmente en los barrios paupérrimos de las afueras de la
Capital y en las comunidades andinas y alto andinas.

A pesar de que la economía ya no se encontraba en condiciones de solventar


gratuitamente las necesidades básicas de un gran sector de la población, el
ingeniero Fujimori decidió conservar la ayuda alimentaria a las zonas más pobres,
las cuales se convirtieron con el paso de los años en su inexpugnable bastión
electoral.

El presidente Fujimori personalizó la ayuda. Es más, en plena campaña electoral


del año 2000, los trabajadores que laboraron en las dependencias estatales
encargados del reparto de alimentos en las zonas más pobres, realizaron
campañas proselitistas en favor de la candidatura re-releccionista de Alberto
Fujimori, argumentando ante la población de menores recursos que si el

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presidente dejaba el poder, los pobres iban a dejar de percibir la ayuda alimentaria
que el Estado les brindaba.

Todas las obras trascendentes del gobierno —y muchas de mediana importancia


— fueron inauguradas por el presidente. Hasta en las obras de pequeña
importancia, como colegios con pequeñas aulas o comedores populares ubicados
en reducidas poblaciones, el ingeniero participó con el fin de convencer al pueblo
de que la persona que realizaba las obras era sólo él. El papel de los ministros de
Estado en este tipo de ceremonias se redujo a la simple compañía. La relevancia
los titulares de los ministerios en las ceremonias podía entenderse como un
atentado contra la importancia real de la presencia presidencial.

El dirigente "independiente" Alberto Fujimori se convirtió en el gobernante


personalista que ejerció el poder en un régimen carente de equilibrios eficaces que
equiparen el poder.

El presidente Fujimori demostró ser capaz de forjar una relación nueva con el
pueblo. Mantuvo niveles de popularidad extremadamente altos a pesar de no
caracterizarse por tener dotes inherentes a los líderes. Su carisma nació de un
atractivo derivado de su conducta modesta y una reputación basada en cualidades
como la honestidad y el logro. Su obsesión por los grupos de interés está
relacionada con su necesidad de legitimidad (Cabtree, 1999).

Los "independientes" peruanos han surgido como actores políticos en un contexto


de sistema democrático reciente —sólo habían pasado 10 años del regreso de la
democracia—, con fuerte presencia militar y con un sistema partidario e
institucional deslegitimizado y en plena descomposición por la crisis generalizada.

En su mayoría, los "independientes" han aparecido de forma improvisada y fugaz,


cargados de promesas típicas ofrecidas en las campañas populistas. En la
mayoría de casos, al llegar al poder, olvidan las promesas que los catapultaron
para el cargo que ejercen.

Cabe destacar que el razonamiento fujimorista de personalizar el poder se vio


fortalecida por la lógica neoliberal de concentrar el poder y los recursos
económicos en vez de distribuirlos ampliamente.

La aparición de "independientes" se encuentra favorecida por el sistema


presidencialista ya que estos se presentan ante la opinión pública como la misma
encarnación de la voluntad popular, por encima de los partidos, y como salvadores
de la nación.

El régimen presidencialista peruano otorga la doble función de presidente como


jefe de Estado y de gobierno que es elegido directamente en una elección popular,
por un mandato de cinco años. No dependen del Congreso y tiene plena libertad
para conformar su gabinete de ministros. Esta forma no hace sino producir
consecuencias negativas para la consolidación de la democracia en el Perú.

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La caída de Fujimori, se produjo a inicios de su tercer mandato ilegítimo, producto
de las elecciones más discutidas e irregulares que se recuerda. La presentación
pública de un vídeo, en donde se observa a Vladimiro Montesinos entregando 15
mil dólares a un congresista opositor para que engrose las filas oficialistas, desató
el más grande rechazo y estupor público y dio inicio a la revolución cívica más
importante de las últimas décadas.

En escasamente dos meses se desmoronó el armazón autoritario que terminó con


el abandono del cargo de Fujimori, que se quedó en Japón, su posterior
destitución, la huida de Vladimiro Montesinos, la perdida de la mayoría de la
bancada oficialista, debido a la renuncia de gran parte de sus congresistas, la
asunción al cargo de presidente de la república del Dr. Valentín Paniagua Corazao
y el inicio del gobierno de transición que debe culminar el 28 de julio del 2001,
luego de elegir a un nuevo gobierno y un nuevo Congreso.

Terminaba así el más importante liderazgo autoritario y populista, que se recuerda


en el Perú, hundido en la más severa corrupción. La estela que deja es un país
con graves problemas de identificación institucional y un desconcierto y
desconocimiento de los valores democráticos que fundan una sociedad estable y
prospera.

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