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El pensamiento innovador de Belgrano en materia educativa

Por Juan Carlos Lynch Director General de Newlink Argentina. Miembro del


Comité Ejecutivo del MACBA. Académico de Número en la Academia Argentina de
Artes y Ciencias de la Comunicación

La historia clásica nos presenta a Domingo Faustino Sarmiento como educador, a


José de San Martín como el libertador y a Manuel Belgrano como el creador de la
bandera. Obviamente es una buena síntesis si uno quiere limitarse a definir a tres
de los más grandes próceres argentinos en apenas dos líneas. Pero la verdad es
que estos hombres y tantos otros, que por cuestiones de espacio no estoy
nombrando, fueron personajes mucho más complejos y con preocupaciones
mucho más amplias en términos del país que se imaginaban.

En el caso puntual de Belgrano, de cuya muerte se cumplen 201 años, es casi


injusto que su reconocimiento se limite a la creación de la bandera. Incluso suena
a poco hablar de él como el político, el diplomático y el militar, que además creó la
bandera.

Belgrano es uno de los grandes impulsores de la educación popular en Argentina


y su pensamiento era absolutamente innovador y una verdadera audacia para
aquella época, en que todavía éramos una colonia de España.

Durante su estadía en España, entre 1786 y 1793, donde estudia Leyes en las
universidades de Salamanca y Valladolid, comienza a preocuparse por la
necesidad de una educación de calidad como base para el progreso.

Hay una frase que muestra de manera inequívoca (indiscutible) cuál es el


pensamiento que desarrolla: “Esos miserables ranchos donde se ven multitud
de criaturas que llegan a la edad de la pubertad sin haberse ejercitado en
otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto. Uno
de los principales medios que se deben adoptar a este fin son las escuelas
gratuitas, a donde puedan los infelices (los más pobres) mandar sus hijos
sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción. Allí se les podrán dictar
buenas máximas e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde
reine la ociosidad, decae el comercio y toma su lugar la miseria”.

Esa visión de la relevancia de la educación popular lo lleva a trabajar en un


moderno programa educativo que propone a su regreso a Buenos Aires, en 1794,
luego de asumir como secretario del Consulado.
Su programa, de vanguardia en aquellos años, proponía “enseñanza primaria,
gratuita y obligatoria”, establecía la creación de escuelas agrícolas y escuelas de
hilanzas de lana y de algodón, de la Escuela de Comercio, la Escuela de Náutica y
la Academia de Geometría y Dibujo, y de las escuelas para mujeres.

Los cambios propuestos respecto del sistema que regía hasta ese momento eran
enormes y representaban una verdadera revolución.

Creaba un verdadero sistema educativo, algo que no existía hasta ese momento
Lo integraba con el mundo al establecer, por ejemplo, la incorporación de
maestros curtidores traídos de Europa, casi 70 años antes de que Sarmiento
trajera maestras de Boston para las escuelas normales.

Sacaba la educación del ámbito estrictamente privado, lo que la limitaba a “los


pudientes”, y proponía su financiamiento con fondos públicos e integraba por
primera vez a la mujer a la educación y la cultura.

Antes de 1800 ya estaban en funcionamiento dos de sus proyectos, la Escuela de


Náutica y la Academia de Geometría y Dibujo.

Entre 1800 y 1806 produce numerosas obras bibliográficas que marcan el rumbo
de la educación técnica y entre las que se destacan “Utilidad, necesidad y medios
de erigir un Aula de Comercio en general, donde se enseñe metódicamente y por
Maestría, la ciencia del Comercio en todos sus ramos” (1800), “Establecimiento de
fábricas de curtiembre” (1802), y “Fomento de la Agricultura en Establecimientos
de Sociedad y Escuelas de su enseñanza” (1806).

En 1810 crear el Correo de Comercio, con el objeto de “popularizar los sanos


principios de la economía política y ocuparse de materias científicas y literarias”,
desde donde continuó difundiendo su prédica en favor de la educación popular.

Ese mismo año, como miembro de la Primera Junta de Gobierno, impulsa la


creación de la Academia de Matemáticas, que comenzó a funcionar en el edificio
sede de la Academia de Geometría y Dibujo.

En 1812 asume la conducción del Ejercito del Norte e inicia la Campaña al Alto
Perú, donde logra importantes triunfos en Salta y en Tucumán, por los cuales la
Asamblea del Año XIII le otorga un premio de casi 80 kilos de oro o 40.000 pesos
fuertes, que destina en su totalidad a la construcción de 4 escuelas “públicas y
gratuitas” en las ciudades de Tarija (hoy Bolivia), San Salvador de Jujuy, San
Miguel de Tucumán y Santiago del Estero. Los sucesivos gobiernos dieron otros
destinos a ese dinero y las escuelas demoraron mucho en ser construidas. La
escuela de Santiago del Estero se construyó en 1822, la de Tarija en 1974 y la de
Tucumán en 1998. La última de las escuelas fue levantada en Jujuy, en el barrio
Campo Verde, de la capital de esa provincia y fue inaugurada el 6 de julio de
2004.

MARIANO MORENO: su aporte a la educación.

Moreno participó activamente en la creación de la biblioteca pública y se ocupó


personalmente del fomento de la educación, porque, como decía en un escrito:
“Nada hay más digno de la atención de los magistrados que promover por todos
los medios la mejora de la educación pública” para lo cual promovió la redacción e
impresión de un libro de texto con las “nuevas ideas” encargando a los Cabildos
“repartirlo gratuitamente a los niños pobres de todas las escuelas y obligar a los
hijos de padres pudientes a que lo compren en la imprenta.” 

Siguiendo con la educación, creó la jubilación para todos los docentes


“ofreciéndoles una particular protección del gobierno en todas las pretensiones
que promuevan”.

Promovió la instrucción de los militares, pues consideraba que los soldados que
integraban el naciente ejercito debía ser instruido necesariamente, apoyó
firmemente la iniciativa de su amigo Manuel Belgrano en la creación de la
Academia de Matemáticas, la cual es puesta bajo la dirección del teniente coronel
Felipe Sentenach. Su objetivo era la enseñanza de la aritmética, el álgebra y la
trigonometría y estaba destinada muy especialmente a la formación de los jóvenes
que quisieran seguir la carrera de las armas. 

El 7 de junio de 1810 fundó el órgano oficial del gobierno revolucionario, La


Gaceta de Buenos Aires, con el propósito de mantener informado al pueblo de las
actividades políticas y todas las decisiones que tomaba la Primera Junta.
Se dio el gusto de publicar en sus páginas -a la manera de los folletines por
entregas tan de moda en los periódicos europeos de la época- El Contrato
Social de su admirado Rousseau, para que lo conozca la mayor cantidad de
ciudadanos posibles. Como sabía el alarmante porcentaje de analfabetismo,
ordenó que se leyera desde los púlpitos de las iglesias, lo que puso un poco
nerviosos a algunos sacerdotes contrarrevolucionarios. Moreno trataba de difundir
a todo el pueblo la idea de luchar contra la tiranía, ideas que expresaba la obra de
Rousseau.

La Gaceta será mucho más que el órgano oficial de un gobierno, será una tribuna
de opinión en el que por primera vez los ciudadanos del ex virreinato accedían a
las ideas más modernas que los iban sacando lentamente de las pesadillas del
atraso a los que los habían llevado casi 300 años de educación escolástica.

La educación de los porteños desde sus orígenes hasta 1810

En toda sociedad la transmisión de conocimientos es de fundamental


importancia para la formación de las nuevas generaciones y la continuidad
cultural. La Buenos Aires colonial y virreinal no fue una excepción. El sistema
educativo es el tema de la séptima entrega de esta sección destinada a ilustrar
cómo era la vida de los porteños hace doscientos años.

En los primeros tiempos de la dominación española el Cabildo contrataba a un


“maestro” para que enseñase las primeras letras a los niños y jóvenes. No se le
exigía demasiado al “maestro” dada la pobreza general de la región. Luego, los
conventos organizaron escuelas de primeras letras, anexas a los mismos, siendo
los franciscanos los pioneros en organizar este tipo de instituciones. Pero sin lugar
a dudas fueron los jesuitas los que desempeñaron el rol más importante en lo que
hace a la enseñanza pública.

Dice Cosmelli Ibañez: “A las escuelas, colegios y universidades del Río de la Plata
asistieron niños y jóvenes pertenecientes a la aristocracia y a la plebe. Estaba
expresamente prohibida la concurrencia de los negros y variadas cruzas de gente
de color. Para ellos, la legislación establecía que los sacerdotes debían
enseñarles la doctrina cristiana.
En marzo de 1723, el Cabildo de Buenos Aires dispuso que los maestros debían
enseñar a leer y escribir a los españoles y los indios, pero no a mulatos y
mestizos. Estos permanecerían separados e instruidos únicamente en la doctrina
cristiana”.
Desde el siglo XVIII, junto a la Iglesia de San Ignacio de la Compañía de Jesús
funcionaba una escuela conocida como Colegio Grande o de San Ignacio. Cuando
en 1767 los jesuitas fueron expulsados, se planteó el problema de la continuidad
de este establecimiento, así como también el de quiénes debían dirigirlo.
En 1783, durante el virreinato de Juan José de Vértiz, se inauguró el Real Colegio
de San Carlos o Real Convictorio Carolino, en homenaje a Carlos III, rey de
España. Este establecimiento fue el continuador del colegio de los jesuitas. Para
ingresar al mismo el joven debía tener diez años de edad, saber leer y escribir,
profesar la fe católica y ser hijo legítimo.

La enseñanza era sobre todo de carácter humanístico. Se impartía latín y a los


clásicos latinos y griegos. Así los alumnos estudiaban a Cicerón, Horacio, Julio
César, Salustio, Tito Livio, Homero, Platón y Aristóteles. La importancia del latín
en la educación hizo que los que equivaldrían a nuestras escuelas secundarias se
conociesen con el nombre de estudios de Gramática o Latinidad.
“En 1803 –continúa Cosmelli Ibáñez–, el Cabildo porteño determinó que los
candidatos a ejercer el magisterio han de ser precisamente de buena vida y
costumbres, han de poseer y hablar el idioma castellano, con la propiedad debida,
sin barbarismos ni solecismos”.

Los libros de lectura eran impresos en la Imprenta de Niños Expósitos. De su


prensa salieron miles de Cartillas, Catones, Tablas de Contar y Muestras
Caligráficas. Todos estos materiales de enseñanza estaban destinados a ayudar a
los maestros en su labor pedagógica.

Dado su programa de estudios, el colegio tenía una dimensión religiosa, pero no


dependía de ninguna autoridad eclesiástica sino del virrey. Como el
establecimiento no otorgaba títulos, el alumno que aspiraba a continuar sus
estudios debía dirigirse a las universidades de Córdoba o Chuquisaca. Es
conveniente recordar que Buenos Aires no tuvo universidad hasta 1822, durante la
época de Bernardino Rivadavia.

Al producirse las invasiones inglesas, el colegio se convirtió en cuartel del


Regimiento de Patricios y siguió desempeñando esas funciones hacia la época de
la Revolución de Mayo. En 1817 el Director Supremo de las Provincias del Río de
la Plata lo reabrió para los estudios con el nombre de Colegio de la Unión del Sud.
En los años de Rivadavia se lo conoció como Colegio de Ciencias Morales. Estas
instituciones educativas fueron el antecedente del actual Colegio Nacional Buenos
Aires.
En el Real Colegio de San Carlos se formaron gran parte de los hombres que
protagonizaron la Revolución de Mayo.  

¿Y qué decir de la educación de las mujeres? “A fines del siglo XVIII –apunta
Cosmelli Ibáñez–  y a iniciativa de la efímera Sociedad Patriótica, Literaria y
Económica –debida al militar y periodista Antonio Cabello y Mesa– fue creada una
escuela para niñas sin recursos, con el propósito de inculcarles “máximas de
virtud, principios de probidad y luces de una sólida erudición”. A comienzos del
siglo XIX funcionaban en Buenos Aires varias escuelas para la enseñanza
femenina que deben considerase numerosas si tenemos en cuenta la población de
aquella época. En el año 1802, doña Josefa Carballo publicó un aviso en el
periódico Telégrafo Mercantil para comunicar la apertura de una escuela de niñas,
las cuales se educarían en religión, primeras letras y gimnasia. El ingreso exigía
ciertos requisitos, entre ellos saber leer y una edad mínima de ocho años.

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