Está en la página 1de 2

Vladimir, el loco:

Durante los últimos años de los 90 y principio de la década del 2000, existió en la facultad
de humanidades de la ULA un profesor de idiomas ruso conocido por su gran genio, pero a
la vez por su gran excentricidad: Vladimir Nóvikov.
Alemán, italiano, búlgaro, sueco, francés, inglés, polaco, español, bengalí, griego y algunas
lenguas africanas son solo parte del gran repertorio lingüístico que poseía tan brillante
poliglota. Sus estudiantes y los mismos profesores del lugar no negaban en lo mas mismo
su talento para las lenguas; tanto para hablarlas como para enseñarlas poseía un don que
muchos envidiaban.
Pero todo ese genio se veía a veces envuelto en un velo de excentricidad que dio en años
posteriores su tan notable apodo: “el loco”. Y es que algo que muchas veces incomodaba a
quienes lo rodeaban era su obsesión por las palabras. “Dios no creo la palabra. La palabra
lo creo a él”. Su más cercano círculo de amigos decía que en su casa poseía una pequeña
biblioteca en la que se encontraban textos bastantes antiguos relacionados con la palabra.
Desde los postulados más conocidos sobre la lengua y habla hasta concepciones herméticas
sobre la morfología y la sintaxis provenientes del mágico oriente medio, Vladimir tenia la
creencia de que las palabras ocultaban un poder inexplicable.
Según su teoría, las palabras representaban en el cosmos mucho más que una mera forma
para denominar y explicar las cosas. Las palabras tenían el poder para darle vida a todo,
desde la pequeña hormiga hasta el planeta más grande que se conociera hasta el momento.
No fue hasta mediados del 2003 que lo consiguió…
Se dice que fue en ese momento cuando la facultad de humanidades e incluso sus
alrededores comenzaron a decaer.
No se sabe muy bien como llego allí, pero algunos estudiosos de las “nuevas leyendas de
Mérida” concuerdan que el manuscrito que encontró en la biblioteca de la facultad de
humanidades de la ULA marcó un antes y un después tanto para el pobre profesor como
para todo el complejo universitario. Jorge Ariztigueta, profesor suplente para aquel
entonces en la catedra de historia universal cito textualmente: “Estuve allí cuando saco
aquel extraño pergamino. Nunca, en mi tiempo que llevaba consultando libros y textos en la
biblioteca llegue a ver algo como lo que el profesor Vladimir encontró. A primera vista
parecía una especie de mapa, pero cuando lo mirabas con atención recordaba mucho a un
mapa mental. Tenía “inscripciones” y “palabras” hechas en una letra diminuta que para
leerlas había que usar una buena lupa. Lo más curioso de aquello (y lo desconcertante
también) era que se trataban de caracteres desconocidos, como una especie de jeroglíficos o
ideogramas, pero que, mientras más cuidado le prestabas…podías llegar a entenderlos”.
Poco después del hallazgo del extraño manuscrito, Vladimir usaba la biblioteca desde que
amanecía hasta que anochecía, llegando a preocupar a sus colegas y estudiantes. Muchas
veces traía libros de su biblioteca personal para estudiar en más profundidad el manuscrito.
Tres días después del hallazgo empezaron los problemas.
María Moncada, bibliotecaria del lugar, afirma haber visto por entre los estantes vacíos de
la sección de historia de Venezuela una “persona” muy alta, envuelta en una especie de
velo negro y con un caminar desgarbado. Fue solo un momento lo que duro la
“alucinación” pero desde ese día renuncio a su trabajo.
Mario Uzcátegui, conserje del lugar también afirma haber visto algo similar. “Ya era de
noche. Me faltaba poco para terminar de limpiar. Como se tornaban las cosas alrededor de
la ciudad decidí quedarme en la facultad para resguardarme de la noche. Pase frente a la
biblioteca de la facultad y de pronto me percate de que había como unos cuchicheos dentro
del lugar. Cuando me asomé por la ventanita de la puerta vi en el fondo de la biblioteca al
profesor Vladimir junto con algunas “personas” a su alrededor, consultando algo en una
mesa grande abarrotada de libros. No pude distinguir muy bien quienes eran por la pobre
iluminación que aportaban las pocas velas situadas en diferentes puntos de la biblioteca. Lo
cierto es que eran personas muy altas y delgadas, vestidas como por un manto largo o algo
así. Sinceramente aquello me dio escalofríos y más nunca anduve por aquellos lados”.
Mientras transcurrían los días, la biblioteca y los alrededores se volvieron…” invasivos”.
Todo aquel que pasaba por esos lados decía escuchar murmullos, entre ellos la
inconfundible voz del profesor Vladimir. Hablaba una lengua extraña, algo dura para la
garganta de una persona pues, los entendidos del tema, afirmaban que “pronunciar” mucho
de aquello que el “decía” exigía mucho del aparato fonador. No solo eso. Aquellas figuras
que decían algunos haber visto en la biblioteca parecían ahora deambular a altas horas de la
noche por los alrededores de la facultad. Altas, delgadas y cubiertas por aquel misterioso
manto negro. Portando -según varios testigos- un libro entre sus largas y huesudas manos.
Cuando empezaron las desapariciones de personas y perros del lugar se decidió
unánimemente abandonar el complejo universitario y buscar otro lugar de refugio.
Del profesor Vladimir no se supo más nada solo lo ultimo que se escucho de el hace años
atrás: cuando el ultimo grupo que quedaba en la facultad terminaba de acomodar lo
necesario para el viaje, se escucho un tronido abrumador proveniente desde la biblioteca de
la facultad. Después del ensordecedor sonido que incluso hizo temblar los mismos
cimientos del lugar, se escucho una risa maniaca, una risa que sin duda era la del profesor
Vladimir: ¡LO ENCONTRE LO ENCONTRE! ¡JAJAJA! ¡LO ENCONTRE! Luego de eso,
parte del edificio donde se encontraba la biblioteca colapso.
Desde ese momento se le conoció como “La tumba de Vladimir el Loco”

También podría gustarte