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EL SACRAMENTO DEL ORDEN

Jesucristo es el Sumo y único Sacerdote de la nueva Alianza y único mediador entre Dios y
los hombres, ya que su Persona reúne las dos naturalezas de un modo perfecto: la divina y la
humana. Su Encarnación tiene un sentido salvífico, sacrificial, que se consuma con la entrega de
su vida en la Cruz. En la Última Cena instituye a los Apóstoles sacerdotes de la nueva Alianza,
para que los frutos de su Redención alcancen, mediante la mediación sacerdotal, a todas las 2
generaciones hasta la consumación del mundo. Los Apóstoles asumen la potestad de Cristo,
Cabeza de la Iglesia, participando del único sacerdocio del Señor. Con las palabras «Haced esto
en memoria mía», Cristo otorga la potestad sacerdotal, especialmente dirigida a renovar el
sacrificio de su vida por los hombres, la Eucaristía.

Es voluntad divina que el nuevo pueblo de Dios se estructure sobre las diversas funciones
ministeriales, de servicio, que configuran la Iglesia. La Iglesia es jerárquica: su Cabeza, Cristo,
con su Vicario, el Papa; los Apóstoles y sus sucesores los Obispos, quienes participan de su
oficio capital; los sacerdotes y, finalmente, los diáconos y los fieles. Todo el pueblo cristiano es
pueblo sacerdotal. El sacerdocio común lo recibimos por el bautismo; el sacerdocio ministerial
se recibe por el sacramento del Orden.

I. CUESTIONES GENERALES DE ÍNDOLE DOCTRINAL


«Mediante el sacramento del orden, por institución divina, algunos de entre los fieles
quedan constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter indeleble, y así son
consagrados y destinados a apacentar el pueblo de Dios según el grado de cada uno,
desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las funciones de enseñar, santificar y regir» (c.
1008).

«§ 1. Los órdenes son el episcopado, el presbiterado y el diaconado.


§ 2. Se confieren por la imposición de las manos y la oración
consecratoria que los libros litúrgicos prescriben para cada grado» (c.
1009).

Mediante estos dos cánones se puede comprender relacionados con la naturaleza y


dimensión eclesiológica del sacramento del orden, con sus diversos grados y órdenes y con los
elementos esenciales que componen el signo sacramental.

1. Sacramento del orden y estructura jerárquica de la Iglesia


Por voluntad de Cristo se da entre todos los fieles una verdadera igualdad por el carácter
bautismal, también por voluntad de Cristo, su divino Fundador, la Iglesia está estructurada
jerárquicamente, existiendo en ella desde sus orígenes poderes apostólicos específicos, que se
otorgan a algunos fieles por medio del rito sacramental de la ordenación, quedando así
constituidos en ministros sagrados.

2. Consagración y misión
El orden sagrado es uno de los tres sacramentos que imprime carácter, ello significa que el
fiel que lo recibe queda marcado espiritualmente por medio de ese sello y que adquiere una
nueva cristoconformación que le hace capaz de desempeñar las funciones de enseñar, santificar
y regir.
Ahora la consagración y la misión aparecen como dos aspectos, confiere a la persona del
cristiano —al ordenado— una nueva configuración con Cristo, portadora de poderes
específicos, pero no para provecho propio sino con un fin ministerial. La consagración es un
don, pero un don para la comunidad; un don jerárquico y al mismo tiempo ministerial.
3. Diversos órdenes o grados de participación
En la legislación de 1917 se distinguían siete órdenes: presbiterado, diaconado,
subdiaconado, acolitado, exorcistado, lectorado y ostiariado. En la redacción del actual código
en c. 1008 se decidió sustituir ex Christi institutione por ex divina institution. Los otros cinco
órdenes de institución eclesiástica, han sido suprimidos en cuanto grados del sacramento del
orden, siendo incluidas algunas de sus funciones por los llamados ministerios de lector y acólito
que reciben algunos varones laicos, bien de forma estable (c. 230), o como requisito para la 2
ordenación de diácono (cc. 1035, 1050).

4. Signo y efectos sacramentales


Hasta 1947, en que el Papa Pío XII zanjó la cuestión mediante la Const. Sacramentum
Ordinis, quedando claro las partes esenciales —la materia y la forma— son la imposición de las
manos y la oración consecratoria que los libros litúrgicos prescriben para cada grado.
Los efectos que se significan y producen son, por un lado, la transmisión de la potestad de
orden y la colación de la específica gracia sacramental en orden al recto ejercicio del ministerio
eclesiástico.

II. EL MINISTRO DEL SACRAMENTO DEL ORDEN


1. Ministro capaz
La disciplina antigua distinguía entre ministro ordinario y extraordinario de la sagrada
ordenación. Ministro ordinario era el Obispo consagrado; extraordinario podía serlo quien, aun
careciendo del carácter episcopal, tuviera, por derecho o por indulto, la potestad de conferir
algunas órdenes.

Hoy, desaparecidas dichas órdenes menores, no tiene ningún alcance disciplinar la


mencionada clasificación. Por eso, el c. 1012 establece de modo general, abarcando a los tres
grados, que el ministro de la sagrada ordenación es el Obispo consagrado. Sería nula, por tanto,
la ordenación efectuada por un simple presbítero, no siendo posible al respecto ni delegación ni
suplencia de la potestad.

2. Ministro legítimo
Para determinar cuál sea el ministro legítimo, esto es, el requerido para la licitud de la
sagrada ordenación, es preciso distinguir entre ordenación o consagración episcopal y
ordenación de diáconos y presbíteros, porque son distintos los requisitos exigidos.

a) Consagración episcopal
«Uno es constituido miembro del Cuerpo episcopal en virtud de la consagración sacramental
y por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio» (LG, 22).

«A ningún Obispo le es lícito conferir la ordenación episcopal sin que conste previamente el
mandato pontificio» (c. 1013).

La exigencia del mandato pontificio no afecta a la validez sino sólo a la licitud de la


consagración episcopal. La infracción de ese precepto constituye además un delito penado con
excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica, quedando afectados, no sólo el
Obispo u Obispos que confieren la consagración episcopal, sino también el que recibe la
consagración (c. 1382).

Como signo de la colegialidad episcopal, además del mandato pontificio, es también un


requisito de licitud, «a no ser que medie dispensa de la Sede Apostólica, que en la consagración
episcopal el Obispo consagrante principal asocie así al menos a otros dos Obispos
consagrantes.
b) Ordenación de presbíteros y diáconos
Ordenación e incardinación
“En el caso del presbiterado y del diaconado, la legitimidad del ministro ordenante viene
determinada por estos dos requisitos alternativos: o bien el ordenante es el Obispo propio, o en
caso contrario, deberá contar con legítimas letras dimisorias dadas por la autoridad
2
correspondiente” (c. 1015 § 1).

El Obispo propio
Se entendía como Obispo propio el de la diócesis en donde el ordenando tuviera su
domicilio y origen a la vez; y en caso de que sólo tuviera el domicilio, el ordenando debía
reforzar con juramento su propósito de permanecer en la diócesis.

Las letras dimisorias


Este acto de autorización, por el que se legitima la ordenación que efectúa un Obispo no
propio, se denomina dimisoria o más usualmente letras dimisorias por la forma escrita en que
suele realizarse, aunque ello no se requiera para la validez.

La autoridad para conceder dimisorias varía según se trate de clérigos seculares, o de otros
clérigos religiosos y asimilados.

Para los clérigos seculares son competentes a tenor del c. 1018:


1º. el Obispo propio, del que trata el can. 1016;
2º. el Administrador apostólico y, con el consentimiento del colegio de consultores, el
Administrador diocesano; con el consentimiento del consejo mencionado en el can. 495,
§2, el Provicario y el Proprefecto apostólico.
2 el Administrador diocesano, el Provicario y el Proprefecto apostólico no deben dar
dimisorias a aquellos a quienes fue denegado el acceso a las órdenes por el Obispo
diocesano o por el Vicario o Prefecto apostólico.

Para los clérigos seculares de las prelaturas personales, puede dar dimisorias el Prelado
como Ordinario propio a tenor del c. 295 § 1.

Respecto a la concesión de dimisorias para la ordenación de miembros de institutos de vida


consagrada o asimilados, según el c. 1019:

§ 1 Compete dar las dimisorias para el diaconado y para el presbiterado al Superior


mayor de un instituto religioso clerical de derecho pontificio o de una sociedad clerical de
vida apostólica de derecho pontificio, para sus súbditos adscritos según las constituciones
de manera perpetua o definitiva al instituto o a la sociedad.
§ 2 La ordenación de todos los demás miembros de cualquier instituto o sociedad se rige
por el derecho de los clérigos seculares, quedando revocado cualquier indulto concedido a
los Superiores.

III. CAPACIDAD PARA RECIBIR EL ORDEN SAGRADO


Desde el punto de vista del ordenando, la ley establece dos únicas condiciones objetivas de
capacidad, requeridas, por tanto, para la validez del sacramento: ser varón y estar bautizado (c.
1024).
1. Condiciones de capacidad: estar bautizado y ser varón
La condición de estar bautizado se funda sin duda en el derecho divino, porque el bautismo
no sólo es el primero, sino la puerta y el fundamento de todos los demás sacramentos.

Según La Declaración. «Inter Insigniores» de la Congregación para la Doctrina de la Fe,


obedeciendo el mandato recibido del Papa Pablo VI, «se siente en el deber de recordar que la
Iglesia, por fidelidad al ejemplo de su Señor, no se considera autorizada a admitir a las
mujeres a la ordenación sacerdotal». 2

También por otra parte la Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II «Ordinatio Sacerdotalis»
viene a confirmar que «a ordenación sacerdotal, mediante la cual se transmite la función
confiada por Cristo a sus Apóstoles, de enseñar, santificar y regir a los fieles, desde el
principio ha sido reservada siempre en la Iglesia católica exclusivamente a los hombres. Esta
tradición se ha mantenido también fielmente en las Iglesias orientales».

2. La intención debida del ordenando


Se entiende por principio de intención, a aquel varón adulto que ha llegado al uso de la
razón, que tenga la intención o voluntad de ordenarse, por lo que es un requisito de validez,
aunque, según la doctrina, sea suficiente una voluntad habitual no rectificada. Según dice el can.
1026 “es necesario que quien va a ordenarse goce de la debida libertad; está terminantemente
prohibido obligar a alguien, de cualquier modo y por cualquier motivo, a recibir las órdenes,
así como apartar de su recepción a uno que es canónicamente idóneo”.

IV. REQUISITOS DE LICITUD


1. Elenco general
Según establece el c. 1025 § 1 a modo de resumen, para conferir lícitamente las órdenes del
presbiterado y del diaconado, es preciso que concurran los siguientes requisitos:

a) Que se realicen las pruebas canónicas correspondientes.


b) Que, a juicio del Obispo propio o del Superior mayor competente, el candidato reúna
las debidas cualidades.
c) Que no le afecte ninguna irregularidad o impedimento.
d) Que haya cumplido los requisitos previos a la ordenación que determinan los cc. 1033-
1039.
e) Que se disponga de la documentación indicada en el c. 1050, y se haya efectuado el
escrutinio prescrito en el c. 1051.

2. La utilidad de la Iglesia
«Se requiere también que, a juicio del mismo legítimo Superior, sea considerado útil para
el ministerio de la Iglesia» (c. 1025 § 2).

El tenor literal de este precepto ha variado notablemente en relación con la disciplina


anterior. En ella, la necesidad o utilidad venía determinada por la propia diócesis. Ahora, el
Superior correspondiente —el destinatario actual de la norma es tanto el clero secular como el
religioso—, debe tomar en consideración el bien o la utilidad de la Iglesia universal.
V. IDONEIDAD DEL CANDIDATO
1. La debida libertad
La falta de libertad puede ser un factor determinante de la nulidad de la sagrada ordenación.
Supuesto el grado de libertad requerido para que el acto sea válido, es necesario, además, para la
licitud, que el ordenando goce de la debida libertad para acceder a las órdenes sagradas. Así lo
postula el propio orden sagrado entendido como un don gratuito al que debe responder
libremente el llamado por Dios.
2

Lo piden también los deberes anejos al orden sagrado; deberes que tampoco pueden ser
impuestos, sino asumidos con plena libertad. Ello es, una concreción canónica del derecho
fundamental de todo fiel a verse inmune de cualquier coacción en la elección del estado de vida
(c. 219).

Por eso, a fin de proteger esa libertad, la ley prohíbe terminantemente y de modo absoluto
que alguien sea coaccionado a recibir las órdenes, o sea apartado de ellas siendo canónicamente
idóneo (c. 1026).

2. Formación adecuada
“Los aspirantes al diaconado y al presbiterado han de recibir una esmerada preparación
en los centros establecidos con este fin, y en conformidad con las normas, tanto universales
como particulares, que regulan todo el aspecto formativo de los clérigos” (c. 1027).

Además, “el Obispo diocesano o el Superior competente habrán de cuidar de que los ya
formalmente candidatos a recibir un orden sagrado conozcan debidamente todo lo relativo a
ese orden, así como las obligaciones que lleva consigo” (c. 1028).

Siguiendo el orden sistemático del Código, el tema de la formación para el sacerdocio es


objeto de estudio en el apartado dedicado a los clérigos. Allí se analizan tanto los aspectos
institucionales como los criterios que deben presidir la formación integral de los aspirantes a las
órdenes sagradas. A todo ello remite ahora el legislador al exigir en los aspirantes y candidatos
una esmerada preparación y un preciso conocimiento de las funciones y deberes que comportan
las órdenes que han de recibir.

A tenor de la disciplina vigente, la formación propiamente doctrinal —los estudios


filosóficos-teológicos— debe durar al menos seis años (c. 250). Ello significa que el orden del
presbiterado no puede recibirse sin haber concluido ese tiempo de formación. El orden del
diaconado, en cambio, puede recibirse una vez terminado el quinto año, o el tercero de teología
si los estudios filosófico-teológicos se hacen separadamente (c. 1032 § l).

3. Vocación divina canónicamente autentificada


De estos principios doctrinales se extraen dos consecuencias canónicas:
1.ª La vocación, siendo en su origen divina, termina siendo a la vez vocación canónica.
Corresponde a la autoridad legítima comprobar la autenticidad de los signos de la vocación
divina y llamar al elegido a las órdenes sagradas. El can. 1029: Sólo deben ser ordenados
aquellos que, según el juicio prudente del Obispo propio o del Superior mayor competente,
sopesadas todas las circunstancias:
 tienen una fe íntegra,
 están movidos por recta intención,
 poseen la ciencia debida,
 gozan de buena fama y costumbres intachables,
 virtudes probadas
 y otras cualidades físicas y psíquicas congruentes con el orden que van a recibir.
4. Edad canónica
La edad canónica mínima —con rango universal— exigida para la licitud de la ordenación,
es la siguiente según los distintos órdenes (c. 1031 §1 y §2):

 25 años cumplidos, para el diaconado permanente de célibes;


 35 años cumplidos, para el diaconado permanente de los casados;
 23 años cumplidos para los diáconos destinados al presbiterado; 2
 25 años cumplidos para recibir el presbiterado.

§ 3 Las Conferencias Episcopales pueden establecer normas por las que se requiera una edad
superior para recibir el presbiterado o el diaconado permanente.
§ 4 Queda reservada a la Sede Apostólica la dispensa de la edad requerida, según los PP 1 y 2,
cuando el tiempo sea superior a un año.

Los requisitos de idoneidad para recibir el orden del episcopado están establecidos en el c.
378. En concreto, la edad canónica mínima para recibir dicho orden es de 35 años.

VI. REQUISITOS PREVIOS A LA ORDENACIÓN


Veamos ya cuáles son en concreto los requisitos legales, previos a la ordenación,
establecidos en los cc. 1033-1039.

Según el c. 1033, “sólo es ordenado lícitamente quien haya recibido el sacramento de la


confirmación”, por eso entre los documentos que han de aportarse para la ordenación de
diácono figura el certificado de confirmación (c. 1050, 3.°).

El c. 1034 §1 dice: “ningún aspirante al diaconado o al presbiterado debe recibir la


ordenación de diácono o de presbítero sin haber sido admitido antes como candidato por la
autoridad…”. Cabe resaltar aquí la distinción, es aspirante el alumno que se prepara en los
centros establecidos al objeto, con la intención de acceder un día a las órdenes sagradas. Es
candidato, quien ya ha sido admitido formalmente como tal por el Obispo propio o por quien
tiene competencia para dar las dimisorias. La admisión como candidato se desarrolla en dos
momentos distintos y tiene un doble carácter: administrativo y litúrgico.

Can. 1035 §1 Antes de que alguien sea promovido al diaconado, tanto permanente como
transitorio, es necesario que el candidato haya recibido y haya ejercido durante el tiempo
conveniente los ministerios de lector y de acólito. §2 Entre el acolitado y el diaconado debe
haber un espacio por lo menos de seis meses.

Can. 1036. Entregar al Obispo o superior una declaración escrita en la que conste su
libertad, solicitud y compromiso de dedicación perpetua al ministerio.

Can. 1037 asumir públicamente el celibato (salvo los diáconos permanentes ya casados.

Can. 1039: Hacer ejercicios espirituales de al menos cinco días, antes de la ordenación.

VII. IRREGULARIDADES E IMPEDIMENTOS


Los impedimentos son obstáculos para recibir válida o lícitamente un sacramento. Si el
impedimento es perpetuo, recibe en el Código el nombre de irregularidad y el resto, de simple
impedimento (c. 1040).
1. Irregularidades
Distingue el Código entre irregularidades para recibir la ordenación e irregularidades para el
ejercicio de las órdenes recibidas.

A) Las irregularidades o impedimentos permanentes para recibir las sagradas órdenes


constan el en canon 1041 y son:

1. La incapacidad psíquica para el recto desempeño, declarada pericialmente. 2


2. La comisión de los delitos de apostasía, herejía o cisma.
3. Quien se casó, aunque solo sea civilmente, estando impedido por vínculo matrimonial,
orden sagrado o voto público perpetuo de castidad, o lo hizo con mujer casada o
vinculada con tal voto.
4. Los homicidas y autores de abortos, y cooperadores positivos en los mismos.
5. La mutilación propia o de tercero, siempre que se trate de acciones dolosas y graves y
el intento de suicidio.
6. La invasión de la competencia episcopal o sacerdotal por falta de mandato o constando
prohibición penal canónica, declarada o impuesta.

B) Las irregularidades para ejercer las órdenes recibidas son (c. 1042):
1. Los ordenados ilegítimamente por concurrir alguna irregularidad.
2. Los autores de delitos de herejía, apostasía o cisma, si son públicos.
3. Los autores de los cuatro últimos supuestos que constituyen irregularidades para la
ordenación.

2. Simples impedimentos
El Código distingue entre impedimentos simples para la ordenación y para el ejercicio.

A) Son impedimentos simples para la ordenación (c. 1042):


1. Estar casado, salvo los diáconos permanentes.
2. Ser administrador y deber rendir cuentas.
3. Los neófitos, es decir, los que han recibido el bautismo de adultos (a partir de los 14
años, c. 1478, 3), salvo que el Ordinario los considere suficientemente probados.

B) Constituyen simples impedimentos para el ejercicio (c. 1042 § 2):


1. Haber sido ordenados estando afectados por un impedimento.
2. En particular el padecer una enfermedad psíquica, salvo permiso del Ordinario, tras
consultar a un experto.

3. Cesación y dispensa
Por principio, pueden dispensar de los impedimentos e irregularidades los Ordinarios, es
decir, todos los que gozan de potestad ejecutiva a tenor de los cc. 134 § 1 y 295 § 1. Pero está
reservada a la Sede Apostólica la dispensa de las irregularidades e impedimentos a que se
refiere el c. 1047.

Respecto al valor de la dispensa, el c. 1049 establece los siguientes principios normativos:


1) En las preces para obtener la dispensa, se han de indicar todas las irregularidades y
todos los impedimentos.
2) No obstante, la dispensa general vale también para los casos ocultados de buena fe,
exceptuadas las irregularidades originadas por los delitos de homicidio voluntario y
aborto procurado, así como todas aquellas otras que hubieran sido llevadas al fuero
judicial.
3) Si se trata de irregularidad por homicidio voluntario o por aborto procurado, la
validez de la dispensa depende de que se haga constar también el número de delitos.
4) La dispensa general de irregularidades e impedimentos para recibir las órdenes vale
para todas las órdenes.

VIII. LA DOCUMENTACIÓN REQUERIDA Y EL ESCRUTINIO SOBRE LA


IDONEIDAD
Los documentos exigidos a tenor del canon 1050 son los siguientes:
a. Certificado de estudios.
b. Certificado de haber recibido el diaconado, en el caso de los presbíteros. 2

c. Para los diáconos, certificados de los requisitos requeridos para ellos, según se trate
de célibes o casados.

Respecto al escrutinio el Código establece que el rector del seminario certificará las
cualidades de los candidatos: piedad, buenas costumbres y actitud para el ejercicio, así como
sobre su estado de salud física y psíquica (c. 1051).

El Obispo no procederá a la ordenación, hasta que haya recibido la documentación


pertinente, salvo que ya coste en las dimisorias y no dude de su idoneidad (c. 1052).

IX. INSCRIPCIÓN Y CERTIFICADO DE LA ORDENACIÓN


El medio de prueba más común, público y eficaz, de los actos jurídicos y donde queda
constancia de los mismos, es el registro. Los nuevos sacerdotes y diáconos se anotan en el Libro
de Ordenaciones de la curia con los datos pertinentes, y se procede a su archivo.

El Obispo dará a cada ordenando un certificado, quien lo mostrará a su Ordinario, en el caso de


que hayan sido ordenados con dimisorias, y a su vez se anotarán estas ordenaciones en un libro
especial (c. 1053).

Por su parte el Ordinario del lugar debe comunicar la ordenación al párroco correspondiente,
para que la anote en el Libro de bautismo del nuevo ministro (c. 1054).

X. EL ESTIPENDIO DE LA MISA
Siempre que se celebre la Santa Misa o se concelebre, los sacerdotes pueden recibir
estipendios para que se aplique por una determinada intención. El Código recomienda
encarecidamente que se celebre por las intenciones de los fieles, especialmente de los
necesitados, aunque no se reciba estipendio (c. 945).

Los estipendios proceden de una antigua costumbre, aprobada por la Iglesia. Mediante ellos,
los fieles se asocian más intensamente a la celebración y obtienen mayor abundancia de frutos.
También contribuyen al bien de la Iglesia y con esa ofrenda participan del sustento de sus
ministros y actividades (c. 946), pero ha de evitarse todo comercio o negociación, que incluso
constituiría delito canónico (c. 947).

Si se celebra más de una misa, puede aplicarse cada una ellas por el estipendio aceptado,
salvo el día de Navidad que el celebrante solo se quedará con el estipendio de una misa,
destinando el resto a los fines que determine el Ordinario. Si se concelebra una segunda misa el
mismo día, no pueden recibirse estipendios (c. 951).

can. 952: § 1. La cantidad se fija por el Concilio provincial, la reunión de Obispos de la


provincia o la costumbre. No es lícito pedir una cantidad mayor, pero sí aceptar lo que
espontáneamente den los fieles. § 2. A falta de tal decreto, se observará la costumbre vigente en
la diócesis § 3. Los miembros de cualesquiera institutos religiosos deben atenerse también al
mismo decreto o costumbre del lugar mencionados en los PP 1 y 2.
OTROS ACTOS DE CULTO

Con todo, así como la sagrada liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia ni abarca toda
la vida espiritual del cristiano, tampoco la actividad estrictamente sacramental es el único modo
de rendir culto a Dios y de alcanzar la santificación. Por eso, no es de extrañar que la nueva
ordenación canónica de los otros actos de culto, inspirada en las propuestas y orientaciones de la
Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium, adquiera un especial relieve dentro del Libro 2
IV del Código, dedicado a la función santificadora de la Iglesia.
I. DE LOS SACRAMENTALES
El antiguo Código describía los sacramentales como cosas o acciones de las que se sirve la
Iglesia para conseguir por su impetración efectos espirituales.

Por otra parte, el santo concilio Vaticano II, la describe como, “signos sagrados creados
según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo de
carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen
a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la
vida”

Y ciertamente los sacramentales pueden consistir en cosas materiales o pueden consistir


asimismo en acciones en cuya realización se significan y producen efectos espirituales, pero no
por una virtualidad inherente a la propia acción, sino por la impetración de la Iglesia.

El al actual código los define como “signos sagrados, por los que, a imitación en cierto
modo de los sacramentos, se significan y se obtienen por intercesión de la Iglesia unos efectos
principalmente espirituales” (c. 1166).

Se asemejan a los sacramentos «en cuanto:


a) son signos sagrados sensibles, muchas veces con materia y forma;
b) son medios públicos de santificación;
c) destinados a producir efectos principalmente espirituales;
d) su confección y administración son actos de culto público (c.834);
e) su eficacia deriva del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (cfr.
SC, 61).

“Pero difieren esencialmente en que:


a) los sacramentos son de institución divina (...), mientras que los sacramentales son de
institución eclesiástica y están por entero a disposición de la Iglesia;
b) los sacramentos son causa eficiente instrumental mediata de la gracia que significan; es
decir, producen ex opere operato; mientras que los sacramentales son signos a los que la
Iglesia ha querido ligar su intercesión no infalible pero sí poderosa.
c) los sacramentos son signos de la gracia, los sacramentales lo son de la oración de la
Iglesia;
d) todos los sacramentos tienen como fin principal producir la gracia que significan y sólo
secundariamente producen beneficios temporales; los sacramentales por el contrario se
instituyen, no para producir la gracia, sino para disponer a los hombres a recibirla y para
santificar las diversas circunstancias de la vida (cfr. SC, 60 y 61)”.

Como son de institución eclesiástica, solo le compete a “la Sede Apostólica puede establecer
nuevos sacramentales, interpretar auténticamente los que existen y suprimir o modificar alguno
de ellos” (c. 1167 § 1).
1. Administración de los sacramentales
“En la confección o administración de los sacramentales, deben observarse diligentemente
los ritos y fórmulas aprobados por la autoridad de la Iglesia” (c. 1167 § 2). Es inválida la
administración si no se emplea la fórmula prescrita por la Iglesia.

Como regla general, sólo los clérigos son ministros ordinarios de los sacramentales. No
obstante, en cumplimiento de un mandato conciliar (cfr. SC, 79) el c. 1168 establece la
posibilidad de que en circunstancias particulares y a juicio del Ordinario, algunos sacramentales 2
puedan ser administrados por laicos que posean las debidas cualidades.

Así se desprende también, como regla general, y respecto al ministerio de la bendición, de


lo establecido en el Rituale romanum de benedictionibus, de 1985, en el n. 18 de sus
Praenotanda generalia, según el cual, aunque los acólitos, los lectores y otros laicos que reúnan
determinadas cualidades, y a juicio del Ordinario del lugar, pueden celebrar algunas
bendiciones, sin embargo, «cuando esté presente un sacerdote o un diácono, déjesele a él la
función de presidir».

A este respecto, el Código establece las siguientes normas generales:

a) Consagraciones y dedicaciones
La consagración es un sacramental por el que se destinan a Dios de un modo permanente las
personas. La dedicación, en cambio, es un sacramental por medio del cual se destinan al culto
divino de modo estable determinadas cosas y lugares que quedan así configurados como
sagrados (un altar, una iglesia). “La confección válida de estos dos sacramentales requiere como
regla general que el ministro tenga el carácter episcopal; pero pueden también realizarlos los
presbíteros que estén facultados para ello o por el Derecho o por concesión legítima” (c. 1169 §
1).

b) Bendiciones
La bendición de las cosas sagradas destinadas al culto mediante la dedicación o bendición
(c. 1171), lo cual implica la existencia de una bendición constitutiva, aquella que convierte una
cosa en sagrada. Todas aquellas cosas o lugares destinados al culto divino que no requieren la
dedicación (como la requieren domus ecclesiae y altares fijos), han de ser bendecidos para que
sean cosas o lugares sagrados.

Los presbíteros pueden dar toda clase de bendiciones no reservadas o al Romano Pontífice o
a los Obispos (c. 1169 § 2), incluidas, por tanto, las bendiciones constitutivas; a no ser que,
estando presente el Obispo, presida él la bendición (cfr. De benedictionibus, n. 18, b).

Los diáconos no pueden en ningún caso realizar consagraciones ni dedicaciones, y tan sólo
pueden impartir aquellas bendiciones que el Derecho expresamente les permita (cfr. c. 1169 § 3,
y De benedictionibus, n. 18, c).

c) Exorcismos
Exorcismo es la invocación del nombre de Dios, hecha por un ministro legítimo con el fin
de alejar de modo imperativo al demonio de alguna persona, animal, lugar o cosa.

La legitimidad para realizar exorcismos está rigurosamente establecida por el c. 1172: sin
licencia peculiar y expresa del Ordinario del lugar nadie puede realizar legítimamente
exorcismos sobre los posesos; más aún, el Ordinario del lugar concederá esta licencia solamente
a un presbítero piadoso, docto, prudente y con integridad de vida.
La Congregación para la Doctrina de la Fe invita encarecidamente a los Obispos a que urjan
la observancia de esta norma.

II. LITURGIA DE LAS HORAS


«La Iglesia, ejerciendo la función sacerdotal de Cristo, celebra la liturgia de las horas, por la
que oyendo a Dios que habla a su pueblo y recordando el misterio de la salvación, le alaba sin
cesar con el canto y la oración al mismo tiempo que ruega por la salvación de todo el mundo»
(c. 1173). 2

De acuerdo con su carácter de culto público, los primeros obligados a celebrar diariamente
la liturgia de las horas son los diáconos que se preparan para el presbiterado, y todos los
sacerdotes —presbíteros y Obispos— (cc. 276 § 2 y 1174 § 1).

III. EXEQUIAS ECLESIÁSTICAS


1. Normas generales
El c. 1176 establece los siguientes principios normativos acerca de las exequias
eclesiásticas:

§ 1. Los fieles difuntos han de tener exequias eclesiásticas conforme al


Derecho. Se impone así un deber a los pastores, al tiempo que se declara
implícitamente un derecho de los fieles a las exequias eclesiásticas, salvo en
los casos, previstos por el mismo Derecho (c. 1184), en que se les debe
denegar.
§ 2. Las exequias eclesiásticas se han de celebrar según las leyes litúrgicas. el
Concilio propuso como criterio que “esos ritos, además de expresar más
claramente el sentido pascual de la muerte cristiana, respondieran mejor a las
circunstancias y tradiciones de cada país, aun en lo referente al color
litúrgico”.

Siguiendo este criterio, el Ritual de exequias establece tres posibles tipos de ritos según las
circunstancias. El primero de esos tipos comprende tres estaciones: en la casa mortuoria, en la
iglesia, generalmente con Misa exequial, y en el cementerio. El segundo, dos estaciones: en la
capilla del cementerio y junto al sepulcro. El tercer tipo comprende una sola estación: en la casa
mortuoria.

§ 3. La Iglesia aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver


de los difuntos; pero no prohíbe la cremación salvo que haya sido elegida por razones contrarias
a la doctrina cristiana.

2. Celebración de las exequias


Las normas codíciales que regulan esta materia (cc. 1177-1182) no se refieren a los ritos
celebrativos, sino a los lugares en que estos se celebran, a las ofrendas que pueden recibirse por
ellos y a su anotación subsiguiente en el libro de difuntos.

Según canon 1177 § 1 dice: “Las exequias por un fiel difunto deben
celebrarse generalmente en su propia iglesia parroquial”, también “se permite
a todos los fieles o a sus allegados la elección de otra iglesia para el funeral, si
bien hay que contar con el consentimiento de quien la rige de la iglesia elegida
y habiéndolo comunicado al párroco propio del difunto” (§ 2). Por otra parte, el
§ 3 indica, “si la muerte sobreviene fuera de la parroquia propia y no es
trasladado a ella el cadáver ni se ha elegido legítimamente otra iglesia, las
exequias se celebrarán en la iglesia de la parroquia donde acaeció la muerte, a
no ser que el Derecho particular designe otra”.

“Las exequias del Obispo diocesano se celebrarán en su iglesia catedral, a no ser que
hubiera elegido otra” (c. 1178).

“Si el difunto es un religioso o miembro de una sociedad de vida apostólica, las exequias se
celebrarán generalmente en la iglesia u oratorio propios, por el Superior o por el capellán
respectivamente, según se trate de institutos o sociedades clericales, o laicales” (c. 1179). 2

Respecto a los cementerios, la norma es análoga a la anterior: “Si la parroquia tiene


cementerio propio, los fieles han de ser enterrados en él, a no ser que el mismo difunto o
aquellos a quienes compete cuidar de su sepultura hubieran elegido legítimamente otro
cementerio” (1180 §1)

Por lo que se refiere a las ofrendas con ocasión de los funerales, obsérvense las
prescripciones del can. 1264, evitando sin embargo cualquier acepción de personas, o que los
pobres queden privados de las exequias debidas.
En lo tocante a la anotación en el libro de difuntos que ha de haber en cada parroquia (c.
535), el c. 1182 prescribe tan sólo la obligación de hacerla, remitiendo para todo lo demás al
Derecho particular.

3. Concesión o denegación de las exequias


a) Concesión de exequias
Este es el caso de las exequias eclesiásticas, respecto a las cuales, los catecúmenos se
equiparán a los fieles (c. 1183 §1); es decir, se les debe conceder exequias como si de fieles
cristianos se tratara.
El Ordinario del lugar puede permitir que se celebren exequias eclesiásticas por aquellos
niños que sus padres deseaban bautizar, pero murieron antes de recibir el bautismo (c. 1183 §
2).
El siguiente §3 es un caso concreto de communicatio in sacris, “Según el juicio prudente del
Ordinario del lugar, se pueden conceder exequias eclesiásticas a los bautizados que estaban
adscritos a una Iglesia o comunidad eclesial no católica, con tal de que” no conste la voluntad
contraria de éstos” y “no pueda hacerlas su ministro propio”.

b) Denegación de exequias
Es obligatorio denegar las exequias eclesiásticas y cualquier Misa exequial (c. 1185), salvo
que el difunto haya dado alguna señal de arrepentimiento antes de la muerte, en los siguientes
casos (c. 1184):

1º. a los notoriamente apóstatas, herejes o cismáticos;


2º. a los que pidieron la cremación de su cadáver por razones contrarias a la fe cristiana;
3º. a los demás pecadores manifiestos, a quienes no puedan concederse las exequias
eclesiásticas sin escándalo público de los fieles. Bastaría que estuviera en una situación
objetiva de pecado, y que por ese motivo las exequias representaran un escándalo público
para los fieles.
IV. EL CULTO DE LOS SANTOS, DE LAS IMÁGENES SAGRADAS Y DE LAS
RELIQUIAS
1. El culto de los Santos
Fundándose en el dogma de la Comunión de los Santos, en la poderosa intercesión los
bienaventurados. “La Iglesia recomienda a la peculiar y filial veneración de los fieles la
Bienaventurada siempre Virgen María, Madre de Dios, a quien Cristo constituyó Madre de
todos los hombres; asimismo promueve el culto verdadero y auténtico de los demás Santos, con 2
cuyo ejemplo se edifican los fieles y con cuya intercesión son protegidos (c. 1186). Pero “sólo
es lícito venerar con culto público a aquellos siervos de Dios que hayan sido incluidos por la
autoridad de la Iglesia en el catálogo de los Santos o de los Beatos” (c. 1187).

2. Las imágenes sagradas


Can. 1188. “Debe conservarse firmemente el uso de exponer a la veneración de los fieles
imágenes sagradas en las iglesias, pero ha de hacerse en número moderado y guardando el
orden debido, para que no provoquen extrañeza en el pueblo cristiano ni den lugar a una
devoción desviada.”

Can. 1189. Cuando haya que ser reparadas las imágenes expuestas a la veneración de los
fieles en las iglesias u oratorios que son preciosas por su antigüedad, nunca se procederá a su
restauración sin licencia del Ordinario dada por escrito; y éste, antes de concederla, debe
consultar a personas expertas.

3. Reliquias sagrada
Can. 1190 §1. Está terminantemente prohibido vender reliquias sagradas

Para expresarlo con la terminología clásica, a los Santos se les tributa el culto de dulía, a la
Santísima Virgen, el culto de hiperdulía, mientras que el culto de latría o de adoración sólo
puede tributarse a Dios, Uno y Trino.

V. EL VOTO Y EL JURAMENTO
1. Voto
Según el can. 1191 § 1, “el voto es la promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un
bien posible y mejor, debe cumplirse por la virtud de la religión. Y quienes con capaces de
emitir un voro; “todos los que gozan del conveniente uso de razón” (§ 2).

El canon 1192, desarrollo las clases de voto que se prescriben:


 El voto es público, si lo recibe el Superior legitimo en nombre de la Iglesia (§1), caso
contrario es privado.
 “Es solemne, si la iglesia lo reconoce como tal; en caso contrario es simple (§2)”
 Es personal, cuando se promete una acción por parte de quien lo emite; real, cuando se
promete alguna cosa; mixto, el que participa de la naturaleza del voto personal y del
real (§3).

a. Requisitos:
Como el voto es un acto de virtud que puede realizarlo cualquier persona que goce de uso
de razón, a no ser que se lo impida el Derecho. Por ejemplo, los menores de 18 años están
incapacitados por el Derecho para emitir votos temporales en un instituto religioso, y los
menores de 21 años para emitir los votos perpetuos (cc. 656 y 658). Una de las excepciones que
establece el Derecho es precisamente la relativa al voto: por ser una promesa deliberada y libre
hecha a Dios, es nulo ipso iure el voto hecho por miedo grave e injusto, o por dolo (c. 1191 §
3).

b. Cesación de los votos


Veamos sucintamente las causas legales de cesación del voto que establecen los c. 1194-
1198:

o La terminación del tiempo prefijado para cumplir la obligación (c. 1194). Por ejemplo,
si alguien hace voto de hacer un sacrificio en tiempo de Cuaresma, se haya cumplido o 2
no, el voto cesa al terminarse la Cuaresma.
o El cambio sustancial de la materia objeto de la promesa, bien porque, al cambiar las
circunstancias, deja de ser buena, o menos perfecta que su contraria, o bien porque se
hace imposible física o moralmente su cumplimiento.
o La falta de verificación de la condición, en el caso de que se trate de un voto
condicionado.
o La falta de la causa final, de la razón de ser por la que se hizo el voto. Por ejemplo, si
alguien promete hacer una peregrinación a un santuario mariano para pedir la curación
de un enfermo, y éste muere antes del tiempo prefijado para la peregrinación.

c. ¿Quién puede dispensar el voto? Según el can.1196 refiere lo siguiente:


Además del Romano Pontífice, pueden dispensar, con justa causa, de los votos privados,
con tal de que la dispensa no lesione un derecho adquirido por otros:

1º. el Ordinario del lugar y el párroco, respecto a todos sus súbditos y también a los
transeúntes;
2º. el Superior de un instituto religioso o de una sociedad de vida apostólica, siempre que
sean clericales y de derecho pontificio, por lo que se refiere a los miembros, novicios y
personas que viven día y noche en una casa del instituto o de la sociedad;
3º. aquellos a quienes la Sede Apostólica o el Ordinario del lugar hubiesen delegado la
potestad de dispensar.

c. 1197 quien emitió un voto privado, puede conmutar la obra prometida por otra mejor o
igualmente buena; y puede conmutarla por un bien inferior aquel que tiene potestad de
dispensar a tenor del can. 1196

c. 1198. Los votos emitidos antes de la profesión religiosa quedan suspendidos mientras el
que los emitió permanezca en el instituto religioso.

2. Del juramento
“Es la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con
verdad, con sensatez y con justicia” (1199 §1).

Sus clases:
o Se denomina juramento asertorio, cuando se pone a Dios por testigo de la verdad que
uno afirma sobre cosas pasadas o presentes.
o Se llama promisorio cuando se invoca el Nombre de Dios como testigo de la verdad de
la promesa que se hace.

La obligación de un juramento promisorio cesa (can. 1202):


o Por condonación del favorecido por el juramento.
o Por cambio sustancial de la materia, o por conversión perjudicial o indiferente o
impeditiva de un bien mayor.
o Por faltar la causa final o no verificarse la condición.
o Por dispensa o conmutación.

La potestad para suspender, dispensar o conmutar un juramento es similar a la de los votos


(can. 1203) Los juramentos se han de interpretar estrictamente, según el derecho, la intención o
si se presta dolosamente, según la intención de quien los recibe (can. 1204).

DE LOS LUGARES Y TIEMPOS SAGRADOS

2
I. LUGARES SAGRADOS
«Son lugares sagrados aquellos que se destinan al culto divino o a la sepultura de los fieles
mediante la dedicación o bendición que prescriben los libros litúrgicos» (c. 1205). La
dedicación corresponde al Obispo diocesano y equiparados y es delegable (c. 1206). La
bendición es competencia del Ordinario, la de las iglesias se reserva a los Obispos diocesanos, y
ambos pueden delegarlas en un sacerdote (c. 1207). Se debe levantar un acta por duplicado: se
guardará un ejemplar en la curia diocesana y otro en el archivo de la iglesia. Cabe también
probar la dedicación o bendición por testigo libre de toda sospecha (c. 1208).

Los lugares sagrados solo pueden usarse para el culto, la piedad y la religión, aunque el
Ordinario puede permitir, en ciertos casos, usos distintos, que no sean contrarios a la santidad
del lugar, pero siempre quedan sujetos a la autoridad eclesiástica competente (c. 1210).

Si se han profanado con escándalo de los fieles, el Ordinario puede decretar que no se ejerza
culto, hasta que se repare la injuria mediante un rito penitencial litúrgico (c. 1211). Se pierde la
dedicación o bendición por Decreto del Ordinario o de facto, si resultan destruidos en gran parte
o si se destinan permanentemente a usos profanos (c. 1212). La autoridad eclesiástica ejerce
libremente sus poderes y funciones en los lugares sagrados (c. 1213)
1. Iglesias
Son edificios sagrados abiertos a los fieles y destinados a la celebración pública del
culto divino (c.1214).

a) Sobre la edificación y dedicación de iglesias.

Para edificarse necesitan consentimiento expreso y escrito del Obispo diocesano (1215 §1),
oído el consejo presbiteral y los rectores de iglesias vecinas. La edificación se aprobará, cuando
la iglesia sea para el bien de las almas y se prevea que no faltarán los medios necesarios para su
edificación y sostenimiento (1215 §2). La licencia del Obispo diocesano se requiere también
para edificar las iglesias de los Institutos religiosos (1215 §3).

Los principios de la liturgia y del arte sacro han de tenerse en cuenta en la edificación y
reparación de las iglesias, aconsejándose de peritos (c. 1216). Concluida la edificación, deben
dedicarse con dedicación solemne sobre todo las catedrales y parroquias, y las demás iglesias, al
menos bendecirse (c. 1217).

Cada iglesia ha de tener un título propio y puede celebrarse en ella todos los actos del culto
divino, sin perjuicio de los derechos parroquiales (cc. 1218 – 1219). Los responsables han de
cuidar de su limpieza, proteger los bienes sacros y evitar todo lo que no esté en consonancia con
el lugar (c. 1220). La entrada será libre y gratuita durante las celebraciones sagradas (c. 1221).
El Obispo diocesano puede reducirlas a usos profanos no sórdidos por imposibilidad de culto o
por otra causa grave (c. 1222).
b) Oratorios y capillas privadas
Son oratorios los lugares destinados al culto con licencia del Ordinario, en beneficio de una
comunidad o grupo de fieles (c. 1223). No debe concederla sin visitarlo personalmente por sí o
por otro y tras considerarlo dignamente instalado. A él corresponde también destinarlo a usos
profanos una vez aprobado (c. 1224). En ellos se pueden realizar todas las celebraciones
sagradas no exceptuadas (c. 1225).

Las capillas privadas son lugares destinados al culto, igualmente aprobados por el Ordinario, 2
en beneficio de una o varias personas físicas (c. 1226). La diferencia estriba, por tanto, en que
los oratorios poseen un carácter más institucional. La capilla episcopal goza de iguales derechos
que los oratorios (c. 1227). Para celebrar la Santa Misa en las capillas se requiere licencia del
Ordinario (c. 1228). Es conveniente que se bendigan y queden libres de cualquier uso doméstico
(c. 1229).

3. Santuarios
Son iglesias o lugares sagrados a los que acuden en peregrinación numerosos fieles por
algún motivo peculiar y gozan de la aprobación del Ordinario (c. 1230). Para que se llame
nacional requiere la aprobación de la Conferencia episcopal; si desean ostentar el título de
internacionales, se necesita el plácet de la Santa Sede (c. 1231). A estas instancias compete
también la aprobación de los correspondientes estatutos para determinar su finalidad, la
autoridad del rector y propiedad y administración de los bienes (can. 1232). Pueden
concedérseles determinados privilegios para bien de los fieles (c. 1233) y se procurará en ellos
facilitar a los fieles los medios de salvación, esmerándose en la vida litúrgica, en la celebración
de la eucaristía y la penitencia y con otras formas aprobadas de piedad popular (c. 1234).

4. Los altares
El altar es la mesa donde se celebra el Sacrificio eucarístico. Puede ser fijo –si forma una
sola pieza con el suelo– o móvil, si puede trasladarse (c. 1235). En las Iglesias conviene que
haya un altar fijo. La materia de los altares fijos puede determinarla la Conferencia episcopal,
pero ha de ser digna y sólida (c. 1236). Los altares fijos se dedican y se dedican o bendicen los
altares móviles. Debe observarse la antigua tradición de colocar bajo los altares fijos reliquias
de mártires o de otros santos según las normas litúrgicas (c. 1237).

Los altares pierden la dedicación o bendición en supuestos análogos a los contemplados


para las iglesias y debe excluirse cualquier uso profano (c. 1238). No debe enterrarse ningún
cadáver debajo del altar, porque haría ilícito celebrar la Santa Misa (c. 1239).

5. Cementerios
Donde sea posible, la iglesia ha de tener cementerios propios, o al menos un espacio
bendecido destinado a la sepultura de los fieles. En todo caso, si no fuera posible, se bendecirá
cada sepultura (c. 1240). Las parroquias de Institutos religiosos pueden tener cementerio propio,
así como otras personas jurídicas o familias (c. 1241).

Solo el Romano Pontífice puede enterrarse en una iglesia, a no ser que se trate de un
Cardenal o de un Obispo diocesano, en aquellas iglesias de las que han sido titulares (es una
norma que permite excepciones, licencia que corresponde a los titulares citados
según los casos) (c. 1242).

II. TIEMPOS SAGRADOS


Los tiempos sagrados siguen un ciclo anual que refleja las principales acciones salvíficas del
Señor y las conmemoraciones de la Madre de Dios, de los ángeles y de los santos. La liturgia de
la Iglesia tiene su cima en el triduo pascual y, especialmente, en el domingo de Resurrección.
Corresponde a la suprema autoridad de la Iglesia la regulación de los días de fiesta y de
penitencia para la Iglesia universal. Los Obispos diocesanos también pueden señalarlos para su
diócesis (c. 1244).

La dispensa de estos días corresponde a los Obispos diocesanos de modo general y para
casos particulares gozan de esa potestad los párrocos y superiores de Institutos religiosos y
asimilados, también sobre los que viven en sus casas (c. 1245).
2

1. Días de fiesta
El domingo, celebración del misterio pascual, es la fiesta primordial de precepto. Refiere el
Código a continuación las principales fiestas del calendario litúrgico con igual carácter y la
posibilidad de que las Conferencias episcopales, previa aprobación de la Santa Sede, supriman o
trasladen a domingo algunas fiestas de precepto (c. 1246).

Hay obligación de participar en la Eucaristía esos días a tenor del Derecho y de abstenerse
de trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría del día del Señor o
disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo (c. 1247). Se cumple el precepto también
el día anterior por la tarde y se recomienda que, si no es posible participar esos días en la
Eucaristía, se participe en la Liturgia de la palabra parroquial o al menos se permanezca en
oración durante el tiempo debido: personalmente, en familia o en grupos familiares (c. 1248).

2. Días de penitencia
Son días para que los fieles se dediquen de manera especial a la oración, obras de piedad y
de caridad y se nieguen a sí mismos, observando sobre todo el ayuno y la abstinencia (c. 1249).

Estos días son para la Iglesia universal el tiempo de cuaresma y todos los viernes del Año
(c. 1250), salvo que coincidan con una solemnidad. Determina el Código los días en que son
preceptivos el ayuno y la abstinencia (miércoles de ceniza y Viernes Santo; de solo abstinencia
de carne u otro alimento los demás viernes) (c. 1246) y la edad en la que comienza a obligar (el
ayuno, desde la mayoría de edad hasta los 59 años; la abstinencia, desde los 14) (c. 1252),
remitiéndose a las Conferencias episcopales para ulteriores determinaciones (c. 1253).
2

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