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LOS MINISTERIOS INSTITUIDOS DE LECTOR Y ACÓLITO

EN LA VIDA DE LA IGLESIA

Introducción

El comportamiento de la teología, y con ella el de la liturgia y el de la práctica


canónica de la Iglesia, ha distinguido durante muchos siglos entre órdenes
mayores y menores, y ha hablado de las órdenes menores para referirse a ciertas
funciones eclesiales otorgadas a determinados fieles mediante el rito propio de la
ordenación.

Las llamadas órdenes menores reconocidas por la Iglesia eran cuatro: la del
ostiario, la del lector, la del exorcista y la del acólito. Como rito previo a la
recepción de estas órdenes estaba la tonsura, ceremonia mediante la cual quien la
recibía dejaba de ser laico y quedaba instalado en la clerecía. Las órdenes menores
tenía por lo tanto un sentido clerical restrictivo, ya que las recibía quien por la
tonsura había dejado de ser laico y pertenecía a todos los efectos al gremio de los
clérigos.

Las llamadas durante muchos siglos órdenes menores fueron la concreción de


varios ministerios que en un principio ejercieron en la Iglesia los seglares. Con el
paso del tiempo, se fueron institucionalizando y la liturgia los revistió con aquellos
elementos propios que permitían reconocerlos integrados en el sacramento del
orden1. Progresivamente las órdenes menores, incluyendo entre ellas el
subdiaconado, que a partir del siglo XIII pasó a ser considerado como una orden
mayor, se fueron vinculando al sacerdocio, de tal forma que en el Código de
Derecho Canónico del 1917 (c. 108), en fidelidad a lo que había dispuesto el
concilio de Trento, se mandaba que las órdenes menores se concediesen tan sólo
a quien estuviese dispuesto a acceder hasta el sacerdocio, y se prohibía la
administración de las órdenes mayores si previamente no se había recibido las
menores. Estas disposiciones eclesiásticas ponen de manifiesto que dichos
ministerios habían perdido su inicial contextura seglar y se habían convertido en
órdenes que reciben los clérigos para llegar progresivamente al presbiterado.

Primeras manifestaciones en el Vaticano II

El Vaticano II tuvo que hacerse eco de la problemática concerniente a las órdenes


menores, porque distintos obispos, desde el momento en que fue convocado el
Concilio, formularon diversas peticiones relativas a su reforma. Entre las muchas
propuestas presentadas sobre las órdenes menores, más de un centenar, tan sólo
una defendía la estructura entonces vigente y las restantes ofrecían
1
MOHLBERG, L.C., Liber Sacramentorum Romanae Ecclesiae Ordinis Anni Circuli (Sacramentarium
Gelasianum) (Roma 1968), p. 117-118.
2

planteamientos nuevos. En estas propuestas de los obispos apareció formulada por


primera vez la posibilidad de conceder las órdenes menores a los laicos. Que
desapareciera el sentido clerical de las órdenes menores, que pudieran ser
conferidas a los seglares, y que se admitiese la posibilidad de aumentar su número
son los temas que se apuntaban en las propuestas enviadas por los obispos a la
comisión preparatoria del Vaticano II2.

Aunque parezca raro, el tema de las órdenes menores no fue abordado


directamente en el Decreto de sagrada Liturgia. En este documento, el Concilio se
contentó con proponer la necesidad de revisar las ceremonias litúrgicas para que
tengan la expresividad que les corresponde por ser signos3.

Mucha importancia ha tenido para la posterior revisión de las órdenes menores, y


para concederles el tratamiento de ministerios laicales, la doctrina sobre el laicado
a partir de la participación en el sacerdocio de Jesucristo propuesta por el Vaticano
II en Lumen gentium. De manera clara ha enseñado que los laicos, como pueblo
de Dios, están llamados a contribuir al crecimiento y santificación incesante de la
Iglesia, y que su apostolado es una participación en la misión salvadora. Todos los
laicos están destinados a este apostolado por el Señor mismo a través del
bautismo y de la confirmación 4. Con mayor profundidad teológica, en el Decreto
sobre las Misiones ha propuesto el Concilio que los fieles en la Iglesia ejercen la
función sacerdotal, profética y real que Dios les ha confiado 5 y les estimula para
que debidamente preparados sean catequistas que puedan suplir la carencia de
sacerdotes6. Y por último, en el Decreto sobre los seglares, el Concilio propone la
peculiar dimensión apostólica que deben alcanzar el apostolado de los laicos 7.

Con esta eclesiología del Vaticano II, en la que se revaloriza eclesiológicamente al


laico a partir de la sacramentalidad, quedan establecidos los principios a partir de
los cuales se puede pensar en una renovación litúrgica y canónica de las antiguas
órdenes menores.

Planteamiento de Pablo VI

Por medio del motu proprio Ministeria quaedam del 15 de agosto de 1972, el papa
Pablo VI suprimió en la Iglesia latina las órdenes menores y el subdiaconado, así
como la tonsura, pero mantuvo las funciones que estaban encomendadas a dichas
órdenes. La novedad fundamental consiste en el hecho de que tales funciones ya
no se confieren por medio de una ordenación sino por la institución en un cargo
estable, en un ministerio, según el uso atestiguado en Roma en el siglo III por la
2
Cf. BUGNINI, A., La riforma liturgica (1948-1975), CLV – Edizioni Liturgiche, Roma 1983, p. 704-727.
3
SC 21 y 62.
4
LG 33.
5
AG 15.
6
AG 17.
7
Aa 24.
3

Tradición apostólica8. El documento estableció así claramente la distinción entre los


ministerios ordenados por la imposición de manos del obispo y todos los demás
ministerios, litúrgicos o no, en el Pueblo de Dios. Entre estos ministerios hay dos
que son objeto de una institución, los de lector y de acólito. Fuera de estos dos
ministerios instituidos para toda la Iglesia latina, las Conferencias Episcopales
pueden prever la obtención del permiso de la Sede Apostólica para que se
establezcan otros ministerios, por ejemplo, el de catequista, en sus territorios.

La institución, que se confiere en una celebración litúrgica propia, establece al laico


que la recibe en una función permanente. No se da para un período determinado
sino para siempre, aunque las circunstancias hagan que su titular no la pueda ya
ejercer. Además, confía responsabilidades que van más allá del servicio litúrgico,
como veremos más adelante.

LOS DOS MINISTERIOS INSTITUIDOS9

I. EL LECTORADO

1. Fundamentación teológica

«Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace


revelando si misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad
en Cristo a favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a
su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo» 10. Cristo, el hijo de
Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. El
ministerio de lector es inseparable de esta Palabra de Dios que es “Espíritu y Vida”.

«Cristo el gran profeta, que proclamó el Reinado del Padre con el testimonio de su
vida y con el poder de la Palabra, cumple la misión profética hasta la plena
manifestación de la gloria; no sólo a través de la jerarquía, sino también por medio
de los laicos, a quienes, consiguientemente, constituye testigos y les dota del
sentido de la fe y la gracia de la Palabra para que la virtud del Evangelio brille en
la vida diaria, familiar y social»11.

El lectorado comprende el «servicio» a la Palabra de Dios leída. Por ello expresa de


un modo peculiar a Cristo Profeta. Así, con los límites de su participación, está
dentro de esa línea profética. Lee, entiende, asimila y proclama vivamente, con su
expresión personal la Palabra de Dios, contribuyendo a su revelación entre los
8
HIPÓLITO DE ROMA, Tradición apostólica, n. 10-11; ed. de B. BOTTE, p. 30.
9
En este apartado seguiremos el documento de la COMISIÓN EPISCOPAL DE MINISTERIOS LAICALES
Y DIACONADO PERMANENTE, Orientaciones para los ministerios conferidos a los laicos: lectorado y
acolitado, Ed. CEM, México 2000.
10
Catecismo de la Iglesia Católica n. 50.
11
LG 35.
4

hombres. Para el lector esto significa que debe asemejarse a Aquel de cuyo
ministerio participa, tanto en el espíritu de pobreza como en el de obediencia, del
servicio y de la caridad porque es lo que conviene al que ha de dispensar los
ministerios divinos.

El sacramental por el que se instituye al lector, le brinda la potestad de ejercer sus


funciones oficialmente y lo liga establemente a la jerarquía. Asimismo, adquiere un
nuevo vínculo, dentro de su laicidad con la comunidad, a cuyo servicio es puesto
con múltiples, variadas y continuas ocasiones de ejercer el apostolado profético del
Reinado de Dios, desde y a través de la Iglesia.

2. Origen e historia del ministerio del lector

El oficio de lector tiene su origen en el Antiguo Testamento, sobre todo en el


desarrollo del culto sinagogal. Así, la Iglesia, luego de recibir el oficio del lector por
medio de la liturgia sinagogal, lo encomendó a algunos de sus cristianos para
incluirlo en el nuevo culto. En el siglo II se cuenta con los testimonios de
Tertuliano quien se refiere a la Iglesia de Roma que lee la Ley y los Profetas junto
con los Evangelios y las Cartas de los Apóstoles 12 y se queja de que los herejes
confunden de tal modo las cosas que llegan a admitir como lector a quien antes
había sido diácono13. San Justino menciona las lecturas del Antiguo y Nuevo
Testamento en las reuniones de los cristianos 14; finalmente san Cipriano habla de
las cualidades que adornan al lector. En el siglo III este oficio se convirtió ya en
una función estable, lo cual comportará una bendición apropiada, según el uso
atestiguado en Roma por la Tradición apostólica. San Isidoro de Sevilla (s. VII),
que recapituló las antiguas tradiciones de la Iglesia, distingue al lector (a quien se
le exige buena pronunciación) del salmista (a quien se le pide modulación).

El lectorado se confería «con un rito mediante el cual el fiel, una vez obtenida la
bendición de Dios, quedaba constituido dentro de una clase o grado a fin de
desempeñar una determinada función eclesiática. Por varios siglos, el lectorado fue
una de las órdenes menores, previas al diaconado y al presbiterado. En el año de
1972, el papa Pablo VI dispuso que en adelante el lectorado fuera un ministerio
estable para el suministro de la Palabra de Dios al pueblo. Pero esta estabilidad no
implica que el lector deba permanecer necesariamente en ese ministerio; puede
acceder a otros ministerios, tanto eclesiales como jerárquicos, de acuerdo con su
propia vocación.

12
Liber Praescripciones, 36.
13
Ibid., 41.
14
Apol., 1, 67.
5

3. La espiritualidad del lector

El lector, consciente de la naturaleza de su ministerio y de las funciones que


cumple, debe vivir de acuerdo con lo que es, representa y hace, de modo que,
elegido como es de Dios, consagrado a Él y objeto de su predilección, debe
revestirse de misericordia, de bondad y de humildad, de mansedumbre y de
caridad. Llamado a estar en disponibilidad para ser un instrumento libre y
generoso en manos de la Iglesia a la vez que continuar siendo levadura de Dios en
medio de los hombres del mundo.

En cuanto proclamador de la Palabra de Dios, debe trabajar celosamente por


conocer, amar, vivir y practicar más profundamente la verdad revelada en esa
Palabra. Esta Palabra debe proclamarla sin acomodos humanos, sin cambios ni
adulteraciones, sin pretensiones de originalidad y sin intentar agradar a los
hombres. Con valentía y sin miedo; con dedicación, prontitud y sin pereza.

En fin, dedicado por entero a esa Palabra y consagrando su vida a la


evangelización ha de tratar de llegar a los hombres de su tiempo, amándolos y
conociendo cada día mejor las realidades temporales a la luz del Evangelio y
tratando de penetrar cada vez más en el contenido del mensaje que transmite.

Esto exige del lector sacrificio, abnegación y continuo esfuerzo para perfeccionarse
y superarse en el desempeño de sus funciones. En suma, la espiritualidad del
lector debe brillar por estas virtudes: la caridad, gratitud y reconocimiento,
generosidad, humildad, obediencia. Celo apostólico, fraternidad y espíritu de
oración.

4. La idoneidad del lector

El candidato al ministerio del lectorado, célibe o casado, conforme a las


prescripciones del Derecho15, debe ser varón bautizado, contar con una edad
mínima de 18 años cumplidos16, gozar de buena salud física y psíquica, buena
fama, responsable en su trabajo o profesión; fiel a su esposa (si es casado) y a su
tarea de padre; conocido, recomendado y aceptado por la propia comunidad, y
que haya ejercitado el ministerio que ha de recibir por dos años mínimo 17.

La respuesta del que es llamado al lectorado tiene que se una decisión propia y
libre, elaborada a la luz de la fe y no del mero sentimiento personal o de opiniones
interesadas en su favor o en su contra.

15
Canon 230 §1.
16
CEM Normas complementarias de la Conferencia del Episcopado Mexicano. A la luz del nuevo código de
derecho canónico. México 1994, p. 4, n. 2.
17
Ibid., a), c).
6

Debe estar dispuesto a cumplir todos los pasos preparatorios necesarios. Las
condiciones requeridas para el ministerio suponen cualidades naturales y su
cultivo, tales como voz, oído, vista, escolaridad suficiente y buena voluntad para
adquirir los conocimientos técnicos necesarios para alcanzar la formación
correspondiente. Asimismo, debe contar con cierta habilidad para la vida de la
relación y la comunicación humanas, tener sentido de responsabilidad, capacidad
de liderazgo y de trabajo en equipo.

Deberá tener una formación integral de tres años mínimo18.

La institución del lector es efectuada por el Obispo (o por su delegado) delante de


la comunidad cristiana donde ejercerá el ministerio y de acuerdo con el rito del
Pontifical Romano. Para ello el candidato, tras haber sido formalmente propuesto y
recomendado por su párroco, hará por escrito la solicitud al Obispo, por lo menos
un mes antes de la institución, presentando constancia de haber concluido y
superado el plan de formación propuesto. Antes de ser instituido deberá haber
hecho ejercicios espirituales, por lo menos durante cinco días 19. Una vez instituido,
su nombre quedará registrado en la curia, y se le dará una constancia por escrito.
El modo de ejercer su ministerio será determinado por el Obispo diocesano, por
ello no lo ejercerá sin la debida autorización fuera del lugar señalado.

5. Tareas del lector

Tareas litúrgicas20

a) Es propio del lector en todo acto litúrgico la lectura de la Palabra de Dios pero
no la proclamación del Evangelio en la Misa y demás celebraciones sagradas 21,
ya sean: los Sacramentos, el Oficio divino, los sacramentales, las exequias, las
bendiciones o en cualquier otra forma litúrgica; por ejemplo las celebraciones
de la Palabra22.
b) Las que le son supletorias y puede cumplirlas cuando falta alguno de los otros
ministros y se necesita su ministerio para que la celebración sea de buen nivel
litúrgico: recitación del Salmo responsorial, Oración de los fieles 23, dirección del
canto, guía para la participación del pueblo.

Tareas catequísticas

18
Ibid., b).
19
Cf. CIC, c. 1039.
20
Cf. OLM 54.
21
Cf. MQ V; IGMR 66; OLM 51.
22
Cf. Directorio para las celebraciones dominicales en ausencia de Presbítero, n. 30 y 39, en: documentación
Litúrgica posconciliar. Enchiridium. Barcelona: Regina 1992, p. 410 y 412; Comisión Episcopal de pastoral
litúrgica. Instructivo, n. 16, en: Celebraciones dominicales y festivas en ausencia de Presbítero. México:
Buena prensa 1993.
23
Cf. IGMR 45-47 y 66.
7

Educar en la fe, instruir y preparar a los fieles cristianos, niños y adultos, para
recibir dignamente los Sacramentos. El lector es un catequista especializado que
pone su acento catequístico en la Palabra de Dios, en estrecha relación con la
celebración litúrgica que antecede, acompaña y sigue a las oraciones.

Tareas técnico-formativas

Consisten en que los lectores instituidos, pueden y deben cooperar en la


preparación de los lectores de facto 24, así como de quienes se muestran dispuestos
para ser instituidos en el ministerio con la estabilidad que le confiere el
sacramental. El lector puede cumplir esta tarea desde la preparación individual,
hasta la que se hace en grupos; desde la preparación de una ceremonia, hasta la
que se hace para toda un área de la liturgia o para todo un tiempo del año
eclesiástico.

Tareas misioneras

Consisten en “proclamar la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas y


anunciar la Buena Nueva de la salvación a los hombres que todavía no la
conocen25. Así el lector es un misionero de la Biblia. De aquí se desprende una
tarea de índole práctica: conocer las diversas ediciones de la Sagrada Escritura, las
finalidades pastorales de cada una, sus ventajas técnicas y económicas, etc., a fin
de discernir cuáles son las más apropiadas para los diversos ambientes sociales,
familiares e individuales.

II. EL ACOLITADO

1. Fundamentación teológica

Si bien el acolitado es de institución eclesiástica, este servicio aparece implícito,


tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento 26, siempre en relación con la
ofrenda que se presenta como sacrificio en el altar del templo (sobre todo en el
Antiguo Testamento).

En el Nuevo Testamento se aplican términos sacrificiales a toda la vida cristiana 27.


No sólo la Cruz de Cristo, sino toda la existencia del cristiano se presenta como un
sacrificio espiritual. Por eso los padres de la Iglesia afirmarán que la vida del
cristiano es un sacrificio que reproduce la ofrenda espiritual de Cristo en la Cruz.
La liturgia cristiana posee un sacrificio visible, que es la Eucaristía, “fuente y
culmen de toda la vida cristiana, expresión de la fe de la Iglesia.
24
Cf. MQ V; OLM 51 y 55.
25
Cf. Alocución en la Institución de lectores.
26
Cf. Ex 20, 24; Am 4, 4ss; Is 1, 11-16; Mt 5, 23s; Mc 10, 45; 12, 33; Lc 22, 37, etc.
27
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1340.
8

La institución para el servicio del altar se sitúa en esta teología bíblica del sacrificio.
Las palabras del Obispo hacen referencia a ello:

«Ya que vais a ser destinados de un modo especial al ministerio eucarístico, debéis
desde ahora vivir más íntimamente unidos y más perfectamente identificados con
el sacrificio del Señor; procurad, pues, ir captando el sentido más íntimo y
espiritual de las acciones que realizáis, de tal manera que, cada día, os ofrezcáis
vosotros mismos al Señor como sacrificio espiritual que Dios acepta por
Jesucristo»28.

La vocación al acolitado es un don recibido del Espíritu para el crecimiento del


pueblo de Dios, destinado de modo particular al servicio del altar, para ayudar al
diácono y al presbítero. Cabe reflexionar que si todo ministerio es, ante todo, una
expresión y realización de la unidad eclesial. El acolitado lo es de un modo muy
especial, por cuanto coopera en la congregación de los fieles laicos con su
jerarquía en torno a la mesa Eucarística para ofrecer al Padre el Sacrificio que la
fuente de toda unidad.

2. Origen e historia del ministerio del acólito29

La palabra “acólito” proviene del griego akulouthos cuyo significado es “el que
acompaña o sigue”. La Iglesia la usó para referirse a los que seguían al Obispo y
debían estar siempre a su disposición. La primera fecha histórica en la que consta
su existencia es en el año 251 en que el Papa Cornelio instituyó en Roma cuarenta
y dos acólitos30. Desde el siglo IV aparecen numerosas inscripciones de la palabra
“acólito” en lugares como Nicea y Lyón. En el año 450 un escrito galicano ( Statuta
Eclesiae Antiqua) regula el rito de la institución. Se exigía como condición que el
candidato hubiese pertenecido por algún tiempo a la Schola Cantorum.

En cuanto a sus funciones primitivas, en Cartago eran empleados como correos y


como portadores de socorro a los cristianos condenados a trabajos penosos. De
Tarcisio, que era acólito en Roma, sabemos que llevaba la eucaristía, en el
trayecto fue asaltado y prefirió la muerte antes que entregarla. El Papa san Siricio
(año 385) indica la edad de veinte años como ideal para ser acólito. Su misión
esencial era llevar la eucaristía en saquitos especiales, así lo atestigua el Papa
Inocencio I (año 416).

Hacia el año 500, el diácono Juan escribía: «El orden de los acólitos difiere de los
exorcistas a los cuales les es negada la potestad de portar los sacramentos y de
servir a los sacerdotes. En cambio, los acólitos, son ordenados como colaboradores
28
Cf. Alocución en la Institución de varios acólitos en el Pontifical y Ritual Romanos, p. 193.
29
Cf. DEVYM, Ministerios Eclesiales. Texto elemental pala lectores y acólitos, Bogotá: CELAM 1989, p.
71-74 y 76-77.
30
En el año 258, san Cipriano, Obispo de Cartago, cita esta institución.
9

de los sacerdotes, reciben los vasos sagrados y son portadores de los


sacramentos. El exorcista puede ser constituido acólito pero el acólito, por pena
alguna, puede ser descendido en su oficio».

En Roma, en los siglos VIII y IX se describen sus funciones, aunque con algunas
diferencias entre los distintos Obispo: son asistentes del presbítero y asumen todos
los ministerios que no eran reservados ya sea al diácono o al subdiácono. Ayudan
en la instrucción de los catecúmenos, en los exorcismos, en la administración de
los bautismos y de las confirmaciones, portaban el Santo Crisma, leían las lecturas,
pero las funciones más importantes eran siempre que portaban los recipientes que
contenían la Sagrada Eucaristía.

Donde no habían otros ministros, asistían inmediatamente al sacerdote celebrante


y le ayudaban en la distribución de la comunión. En el ofertorio preparaban la
materia para el Sacrificio que recibían de los fieles al modo de oblación. Durante la
Semana Santa llevaban el Óleo Santo y la Cruz en los días indicados, para ser
adorada por el Papa, el clero y el pueblo. El sábado santo intervenían, si era
necesario, en el Bautismo.

Hacia el año 1200, el Pontifical Romano asignaba al acólito el oficio de turiferario


cuyo fuego debía simbolizar su propio amor y caridad en las cuales se les instaba a
crecer. Además, debían mantener el fuego perpetuo que acompaña a Jesús
Sacramentado. En las grandes festividades (Navidad, Pascua, día del Papa) se
colocaban detrás de los sacerdotes y llevaban los cálices ministeriales. Luego se les
encomendó la instrucción de los catecúmenos, llevaban el recipiente con la Sangre
de Cristo, sostenían la patena en la Comunión, firmaban las matrículas de los
catecúmenos y suplían a los niños que se bautizaban en la recitación del símbolo
de la fe.

En la edad moderna poco a poco fueron asumiendo funciones menores y, al mismo


tiempo, fueron removidos de aquellas antiguas. Comenzaron a ser portadores de
las velas para la lectura del Evangelio y para la ofrenda del sacrificio o la
distribución de la Comunión o para iluminar el camino de los ministros sagrados,
portaban el turíbulo y llevaban el agua y el vino hacia el altar. Incluso estos oficios
dejaron de ser exclusivos suyos y podían ser ejercidos por otras órdenes menores
o por determinados laicos, hasta por los niños.

En la actualidad la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, ha devuelto a este


ministerio su primitivo valor, le ha conferido una modalidad propia y le reconoce
funciones también propias, entre las cuales vuelve a encontrarse lo relativo a la
Sagrada Eucaristía como ministro extraordinario de la Comunión. Además se ha
“desclericalizado” este ministerio confiriéndose a laicos, inclusive de un modo
permanente.
10

3. La espiritualidad del acólito

Requiere una “firme voluntad de servir fielmente a Dios y al pueblo cristiano”. Este
compromiso se ha de nutrir en la oración, en la lectura y meditación de la Palabra
de Dios. Pero, sobre todo, en la recepción frecuente de los sacramentos y,
particularmente de la Eucaristía. Se ha de volcar hacia la comunidad en una vida
digna y sana moralmente que sirva como testimonio para los demás. Se ha de
ejercitar en la caridad para con todos, especialmente con los más cercanos y con
los más pobres, débiles y necesitados31.

Así como distribuyen la Sagrada Comunión al pueblo de Dios sepan darse a sí


mismos generosamente a ese mismo pueblo y en la medida de sus posibilidades,
sepan socorrerlo en sus necesidades materiales y espirituales, con una caridad
activa. Fortifiquen su fe y su esperanza por todos los medios que la Iglesia nos
ofrece.

4. La idoneidad del acólito

A las condiciones mencionadas para el lector instituido, cabe añadir: presentar


constancia de haber recibido y ejercitado el ministerio instituido de lector, observar
los períodos de tiempo determinados por la Santa Sede o la Conferencia Episcopal,
entre la institución del ministerio del lectorado y del acolitado, cuando en las
mismas personas se confiere más de un ministerio.

5. Tareas del acólito

Tareas litúrgicas

Pueden ser consideradas bajo dos aspectos:

a) Las que son propias de “preparar” y “cuidar” de todo lo concerniente al altar


para las celebraciones Eucarísticas (vasos sagrados, manteles, símbolos
litúrgicos, ornamentos, el pan y el vino, etc.); observar diligencia para servir
bien, con dignidad, con respeto, a fin de que por su sola presencia o por sus
actitudes y corrección los fieles sean llevados, con de las manos, a descubrir el
carácter sagrado de la celebración. Asistir al diácono y al presbítero en las
funciones litúrgicas, principalmente en la celebración de la Misa.
b) Las que le son supletorias y puede cumplirlas cuando falta alguno de los otros
ministros: distribuir la Sagrada Comunión32, llevar el viático a los enfermos33,
31
De ello hace mención la alocución que dice el Obispo en la Institución de acólitos: «Amad, pues,
sinceramente este cuerpo místico de Cristo, es decir, el pueblo de Dios, especialmente en sus miembros
necesitados y enfermos...». Cf. Homilía en la Institución de varios acólitos, en Pontifical y Ritual Romanos, p.
193.
32
Cf. CIC, c. 910 §1.
33
Cf. CIC, c. 911 §2.
11

exponer públicamente a la oración de los fieles la Sagrada Eucaristía y hacer


después la reserva (aunque no puede bendecir al pueblo) 34.

Tareas catequísticas

Comprenden: intervenir en la preparación matrimonial de los futuros esposos y en


el adoctrinamiento sobre los sacramentos en general, y sobre todo, en el de la
Eucaristía.

Tareas técnico-formativas

Consisten en colaborar en la instrucción de los fieles para ciertas tareas


temporales35 de asistencia al presbítero en las celebraciones litúrgicas así como en
la preparación de Ministros Extraordinarios de la Comunión.

Tareas misioneras

Consisten en instruir, organizar, fomentar, promover y animar las diversas formas


de ejercicios eclesiales, privados y públicos, que tienen como centro la Eucaristía,
en acuerdo con el párroco, presbíteros y diáconos.

34
Cf. CIC, c. 943.
35
Por ejemplo: llevar el Misal, la Cruz, las velas, etc.
12

Conclusión

La nueva legislación sobre los ministerios ha de ser considerada como una lógica
conclusión de dos premisas típicas del Vaticano II. La primera sostiene la
naturaleza sacerdotal de todos los cristianos 36, y la segunda propone la
participación de todo el pueblo de Dios en la celebración de las funciones
litúrgicas37. A partir de estas dos proposiciones teológicas, la Iglesia ha
determinado que todo miembro del pueblo de Dios, desde su propia naturaleza
sacerdotal y sin perder la secularidad de su propio estado, puede tomar parte en la
celebración litúrgica, desempeñando aquel ministerio para el que ha sido instituido
por la autoridad suprema de la comunidad, bien sea por el propio obispo, en la
diócesis, o por el superior mayor en los institutos clericales de perfección 38. Con
esta legislación no estamos, como matiza el canonista español Manzanares, ante
un mero cambio terminológico, sino ante una modificación real e importante.

El ejercicio de los ministerios ha dejado de ser una competencia clerical y ha


pasado a ser un ejercicio laico. Pero esta afirmación obliga a reconsiderar el valor
exacto que se le ha de otorgar al laico, y para ello hay que precisar que se
contrapone a clérigo, aunque no a sacerdote. El laico cristiano, por participar del
sacerdocio de Cristo, es en sí mismo sacerdote, por lo que puede ejercer
determinadas funciones cultuales. En este sentido se ha de tomar el término
laico39. Esta nueva propuesta del magisterio de la Iglesia ha dejado abiertas dos
posibilidades, para las cuales conviene buscar la debida concreción.

La primera hace referencia al poder concedido a las Conferencias Episcopales a la


hora de aplicar la legislación sobre los ministerios laicales. Al respecto, nos
podemos preguntar ¿Tienen porvenir en la Iglesia los ministerios laicales, en la
forma que actualmente están configurados? Se les ha dado un carácter laical, pero
¿lograrán despertar el interés de los laicos?

Monseñor Sergio Obeso, hace algunos años, en su mensaje de orientación


pronunciado ante la XXXVI Asamblea Ordinaria de la CEM 40, recordaba que los
ministerios laicales no sólo obedecen a la naturaleza misma de la Iglesia, sino que
también, en nuestra patria, su necesidad brota del hecho de encontrarnos en una
iglesia de multitudes y para multitudes. Por ello es urgente que apliquemos la
36
LG 10.
37
SC 21.
38
Cf. MQ IX.
39
JUAN PABLO II, Catequesis del 27 de octubre de 1992, en OR, ed. esp. 29-X-1992: «En el lenguaje
cristiano, la palabra laico se aplica a quien pertenece al Pueblo de Dios y, de manera especial, a quien, por no
tener funciones y ministerios vinculados al sacramento del orden, no forma parte del clero».
40
MONS. SERGIO OBESO, Mensaje de orientación para la XXXVI Asamblea Ordinaria de la Conferencia
del Episcopado Mexicano, en: COMISIÓN EPISCOPAL DE MINISTERIOS LAICALES Y DIACONADO
PERMANENTE, Orientaciones para los ministerios conferidos a los laicos: lectorado y acolitado, Ed. CEM,
México 2000.
13

diversificación y eficacia de estos ministerios si queremos que las comunidades


vivan auténticamente su fe, esperanza y caridad; y, al mismo tiempo, revisar la
estructura ministerial que tenemos. Debemos ser más creativos en la formación de
los ministros laicos. No debemos quedarnos con un modelo preestablecido y único
de ministerialidad laical, por eso será preciso constituir centros de formación para
los ministros laicos.

La segunda se refiere al sujeto capaz de recibir los ministerios. El motu proprio es


bien explícito y dice: “La institución del lector y del acólito, según la venerable
tradición de la Iglesia, se reserva a los varones”. De lo que necesariamente se
concluye que, según la legislación eclesial, las mujeres han quedado excluidas de
los ministerios.

Enjuiciando esta determinación desde la doctrina del Vaticano II sobre el


sacerdocio bautismal, y desde la misma letra y espíritu del motu proprio que
recalca el sentido laical de los ministerios, no acaba de comprenderse el porqué de
esta limitación.

La razón en la que se apoya el motu proprio para reservar los ministerios a los
varones es la venerable tradición de la Iglesia.

La Iglesia, como es lógico, exige unas condiciones y cualidades en los sujetos a


quienes encomienda el desempeño de un ministerio. Como hemos visto, desde
hace siglos los ministerios laicales habían sido clericalizados, hasta el punto de
convertirlos en paso necesario hacia el sacerdocio, reservado solamente a los
hombres. Esta concepción limitaba de modo abusivo los sujetos de los ministerios.

Hoy, en cambio, nos encontramos con nuevos hechos que urgen, desde diversas
instancias, una revisión y renovación al respecto. Entre estos hechos, podemos
señalar, por ejemplo: la llamada a los laicos para una participación y
responsabilidad de las tareas eclesiales; el reconocimiento oficial de los ministerios
laicales por parte de la Iglesia; la reivindicación social y el reconocimiento eclesial
teórico de la igualdad entre el hombre y la mujer, así como os derechos de la
mujer en la Iglesia; la misma falta de sacerdotes, con sus consecuencias 41. Estos
hechos llevan una clara conclusión, por todos aceptada: que los sujetos de los
ministerios laicales deben ser los propios laicos. Pero, por desgracia, no llevan a
una conclusión por muchos deseada: que estos sujetos, en todo caso, pueden ser
hombres o mujeres, sin acepción ni discriminación de personas por razón de sexo.
Las razones que aducen algunos documentos oficiales de la Iglesia, para prohibir a
las mujeres el acceso a los ministerios instituidos del lectorado y del acolitado, no
parecen ni teológicamente concluyentes, ni dogmáticamente vinculantes, ni
sociológicamente y humanamente irreversibles. Ante todo esto surgen numerosos

41
Cf. BOROBIO, D., Los ministerios en la comunidad, Biblioteca litúrgica 10, Centre de Pastoral Litúrgica,
Barcelona 1999.
14

interrogantes: ¿Por qué prohibir que las mujeres reciban los ministerios instituidos
de lectorado y acolitado? ¿No se está prefiriendo defender un “modelo” de
ministerio, a poner todos los medios necesarios para el cumplimiento de la misión
que viene de Cristo?

Quiero terminar esta exposición citando tres números de la Carta pastoral “Del
encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos” del Episcopado Mexicano:

“Nos parece importante resaltar la necesidad de revisar las relaciones de los


pastores con los fieles laicos al interior de la Iglesia porque... sin ellos no será
posible la renovación de la Iglesia” (n. 180).

“Queremos asumir lo que nos propone Ecclesia in America sobre los fieles laicos,
profundizando más aquellos aspectos que tienen que ver con nuestra realidad
mexicana, como la necesidad de superar el clericalismo, la falta de formación en la
vocación secular y social de su fe, la creación de espacios de participación e incluso
de decisión en los diferentes niveles de la vida comunitaria: ‘La Iglesia del Nuevo
Milenio debe mostrar un rostro laical’” (n. 181).

“También necesitamos revisar nuestras actitudes y conductas hacia las mujeres


dentro de la Iglesia. Como nos lo ha recordado el Santo Padre en Ecclesia in
America: ‘Merece una especial atención la vocación de la mujer (...) ya que el
futuro de la nueva evangelización (...) es impensable sin una renovada aportación
de las mujeres...” (n. 182).

Pbro. Lic. Felipe de J. de León O.


enero de 2001
Mérida, Yuc

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