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EN LA VIDA DE LA IGLESIA
Introducción
Las llamadas órdenes menores reconocidas por la Iglesia eran cuatro: la del
ostiario, la del lector, la del exorcista y la del acólito. Como rito previo a la
recepción de estas órdenes estaba la tonsura, ceremonia mediante la cual quien la
recibía dejaba de ser laico y quedaba instalado en la clerecía. Las órdenes menores
tenía por lo tanto un sentido clerical restrictivo, ya que las recibía quien por la
tonsura había dejado de ser laico y pertenecía a todos los efectos al gremio de los
clérigos.
Planteamiento de Pablo VI
Por medio del motu proprio Ministeria quaedam del 15 de agosto de 1972, el papa
Pablo VI suprimió en la Iglesia latina las órdenes menores y el subdiaconado, así
como la tonsura, pero mantuvo las funciones que estaban encomendadas a dichas
órdenes. La novedad fundamental consiste en el hecho de que tales funciones ya
no se confieren por medio de una ordenación sino por la institución en un cargo
estable, en un ministerio, según el uso atestiguado en Roma en el siglo III por la
2
Cf. BUGNINI, A., La riforma liturgica (1948-1975), CLV – Edizioni Liturgiche, Roma 1983, p. 704-727.
3
SC 21 y 62.
4
LG 33.
5
AG 15.
6
AG 17.
7
Aa 24.
3
I. EL LECTORADO
1. Fundamentación teológica
«Cristo el gran profeta, que proclamó el Reinado del Padre con el testimonio de su
vida y con el poder de la Palabra, cumple la misión profética hasta la plena
manifestación de la gloria; no sólo a través de la jerarquía, sino también por medio
de los laicos, a quienes, consiguientemente, constituye testigos y les dota del
sentido de la fe y la gracia de la Palabra para que la virtud del Evangelio brille en
la vida diaria, familiar y social»11.
hombres. Para el lector esto significa que debe asemejarse a Aquel de cuyo
ministerio participa, tanto en el espíritu de pobreza como en el de obediencia, del
servicio y de la caridad porque es lo que conviene al que ha de dispensar los
ministerios divinos.
El lectorado se confería «con un rito mediante el cual el fiel, una vez obtenida la
bendición de Dios, quedaba constituido dentro de una clase o grado a fin de
desempeñar una determinada función eclesiática. Por varios siglos, el lectorado fue
una de las órdenes menores, previas al diaconado y al presbiterado. En el año de
1972, el papa Pablo VI dispuso que en adelante el lectorado fuera un ministerio
estable para el suministro de la Palabra de Dios al pueblo. Pero esta estabilidad no
implica que el lector deba permanecer necesariamente en ese ministerio; puede
acceder a otros ministerios, tanto eclesiales como jerárquicos, de acuerdo con su
propia vocación.
12
Liber Praescripciones, 36.
13
Ibid., 41.
14
Apol., 1, 67.
5
Esto exige del lector sacrificio, abnegación y continuo esfuerzo para perfeccionarse
y superarse en el desempeño de sus funciones. En suma, la espiritualidad del
lector debe brillar por estas virtudes: la caridad, gratitud y reconocimiento,
generosidad, humildad, obediencia. Celo apostólico, fraternidad y espíritu de
oración.
La respuesta del que es llamado al lectorado tiene que se una decisión propia y
libre, elaborada a la luz de la fe y no del mero sentimiento personal o de opiniones
interesadas en su favor o en su contra.
15
Canon 230 §1.
16
CEM Normas complementarias de la Conferencia del Episcopado Mexicano. A la luz del nuevo código de
derecho canónico. México 1994, p. 4, n. 2.
17
Ibid., a), c).
6
Debe estar dispuesto a cumplir todos los pasos preparatorios necesarios. Las
condiciones requeridas para el ministerio suponen cualidades naturales y su
cultivo, tales como voz, oído, vista, escolaridad suficiente y buena voluntad para
adquirir los conocimientos técnicos necesarios para alcanzar la formación
correspondiente. Asimismo, debe contar con cierta habilidad para la vida de la
relación y la comunicación humanas, tener sentido de responsabilidad, capacidad
de liderazgo y de trabajo en equipo.
Tareas litúrgicas20
a) Es propio del lector en todo acto litúrgico la lectura de la Palabra de Dios pero
no la proclamación del Evangelio en la Misa y demás celebraciones sagradas 21,
ya sean: los Sacramentos, el Oficio divino, los sacramentales, las exequias, las
bendiciones o en cualquier otra forma litúrgica; por ejemplo las celebraciones
de la Palabra22.
b) Las que le son supletorias y puede cumplirlas cuando falta alguno de los otros
ministros y se necesita su ministerio para que la celebración sea de buen nivel
litúrgico: recitación del Salmo responsorial, Oración de los fieles 23, dirección del
canto, guía para la participación del pueblo.
Tareas catequísticas
18
Ibid., b).
19
Cf. CIC, c. 1039.
20
Cf. OLM 54.
21
Cf. MQ V; IGMR 66; OLM 51.
22
Cf. Directorio para las celebraciones dominicales en ausencia de Presbítero, n. 30 y 39, en: documentación
Litúrgica posconciliar. Enchiridium. Barcelona: Regina 1992, p. 410 y 412; Comisión Episcopal de pastoral
litúrgica. Instructivo, n. 16, en: Celebraciones dominicales y festivas en ausencia de Presbítero. México:
Buena prensa 1993.
23
Cf. IGMR 45-47 y 66.
7
Educar en la fe, instruir y preparar a los fieles cristianos, niños y adultos, para
recibir dignamente los Sacramentos. El lector es un catequista especializado que
pone su acento catequístico en la Palabra de Dios, en estrecha relación con la
celebración litúrgica que antecede, acompaña y sigue a las oraciones.
Tareas técnico-formativas
Tareas misioneras
II. EL ACOLITADO
1. Fundamentación teológica
La institución para el servicio del altar se sitúa en esta teología bíblica del sacrificio.
Las palabras del Obispo hacen referencia a ello:
«Ya que vais a ser destinados de un modo especial al ministerio eucarístico, debéis
desde ahora vivir más íntimamente unidos y más perfectamente identificados con
el sacrificio del Señor; procurad, pues, ir captando el sentido más íntimo y
espiritual de las acciones que realizáis, de tal manera que, cada día, os ofrezcáis
vosotros mismos al Señor como sacrificio espiritual que Dios acepta por
Jesucristo»28.
La palabra “acólito” proviene del griego akulouthos cuyo significado es “el que
acompaña o sigue”. La Iglesia la usó para referirse a los que seguían al Obispo y
debían estar siempre a su disposición. La primera fecha histórica en la que consta
su existencia es en el año 251 en que el Papa Cornelio instituyó en Roma cuarenta
y dos acólitos30. Desde el siglo IV aparecen numerosas inscripciones de la palabra
“acólito” en lugares como Nicea y Lyón. En el año 450 un escrito galicano ( Statuta
Eclesiae Antiqua) regula el rito de la institución. Se exigía como condición que el
candidato hubiese pertenecido por algún tiempo a la Schola Cantorum.
Hacia el año 500, el diácono Juan escribía: «El orden de los acólitos difiere de los
exorcistas a los cuales les es negada la potestad de portar los sacramentos y de
servir a los sacerdotes. En cambio, los acólitos, son ordenados como colaboradores
28
Cf. Alocución en la Institución de varios acólitos en el Pontifical y Ritual Romanos, p. 193.
29
Cf. DEVYM, Ministerios Eclesiales. Texto elemental pala lectores y acólitos, Bogotá: CELAM 1989, p.
71-74 y 76-77.
30
En el año 258, san Cipriano, Obispo de Cartago, cita esta institución.
9
En Roma, en los siglos VIII y IX se describen sus funciones, aunque con algunas
diferencias entre los distintos Obispo: son asistentes del presbítero y asumen todos
los ministerios que no eran reservados ya sea al diácono o al subdiácono. Ayudan
en la instrucción de los catecúmenos, en los exorcismos, en la administración de
los bautismos y de las confirmaciones, portaban el Santo Crisma, leían las lecturas,
pero las funciones más importantes eran siempre que portaban los recipientes que
contenían la Sagrada Eucaristía.
Requiere una “firme voluntad de servir fielmente a Dios y al pueblo cristiano”. Este
compromiso se ha de nutrir en la oración, en la lectura y meditación de la Palabra
de Dios. Pero, sobre todo, en la recepción frecuente de los sacramentos y,
particularmente de la Eucaristía. Se ha de volcar hacia la comunidad en una vida
digna y sana moralmente que sirva como testimonio para los demás. Se ha de
ejercitar en la caridad para con todos, especialmente con los más cercanos y con
los más pobres, débiles y necesitados31.
Tareas litúrgicas
Tareas catequísticas
Tareas técnico-formativas
Tareas misioneras
34
Cf. CIC, c. 943.
35
Por ejemplo: llevar el Misal, la Cruz, las velas, etc.
12
Conclusión
La nueva legislación sobre los ministerios ha de ser considerada como una lógica
conclusión de dos premisas típicas del Vaticano II. La primera sostiene la
naturaleza sacerdotal de todos los cristianos 36, y la segunda propone la
participación de todo el pueblo de Dios en la celebración de las funciones
litúrgicas37. A partir de estas dos proposiciones teológicas, la Iglesia ha
determinado que todo miembro del pueblo de Dios, desde su propia naturaleza
sacerdotal y sin perder la secularidad de su propio estado, puede tomar parte en la
celebración litúrgica, desempeñando aquel ministerio para el que ha sido instituido
por la autoridad suprema de la comunidad, bien sea por el propio obispo, en la
diócesis, o por el superior mayor en los institutos clericales de perfección 38. Con
esta legislación no estamos, como matiza el canonista español Manzanares, ante
un mero cambio terminológico, sino ante una modificación real e importante.
La razón en la que se apoya el motu proprio para reservar los ministerios a los
varones es la venerable tradición de la Iglesia.
Hoy, en cambio, nos encontramos con nuevos hechos que urgen, desde diversas
instancias, una revisión y renovación al respecto. Entre estos hechos, podemos
señalar, por ejemplo: la llamada a los laicos para una participación y
responsabilidad de las tareas eclesiales; el reconocimiento oficial de los ministerios
laicales por parte de la Iglesia; la reivindicación social y el reconocimiento eclesial
teórico de la igualdad entre el hombre y la mujer, así como os derechos de la
mujer en la Iglesia; la misma falta de sacerdotes, con sus consecuencias 41. Estos
hechos llevan una clara conclusión, por todos aceptada: que los sujetos de los
ministerios laicales deben ser los propios laicos. Pero, por desgracia, no llevan a
una conclusión por muchos deseada: que estos sujetos, en todo caso, pueden ser
hombres o mujeres, sin acepción ni discriminación de personas por razón de sexo.
Las razones que aducen algunos documentos oficiales de la Iglesia, para prohibir a
las mujeres el acceso a los ministerios instituidos del lectorado y del acolitado, no
parecen ni teológicamente concluyentes, ni dogmáticamente vinculantes, ni
sociológicamente y humanamente irreversibles. Ante todo esto surgen numerosos
41
Cf. BOROBIO, D., Los ministerios en la comunidad, Biblioteca litúrgica 10, Centre de Pastoral Litúrgica,
Barcelona 1999.
14
interrogantes: ¿Por qué prohibir que las mujeres reciban los ministerios instituidos
de lectorado y acolitado? ¿No se está prefiriendo defender un “modelo” de
ministerio, a poner todos los medios necesarios para el cumplimiento de la misión
que viene de Cristo?
Quiero terminar esta exposición citando tres números de la Carta pastoral “Del
encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos” del Episcopado Mexicano:
“Queremos asumir lo que nos propone Ecclesia in America sobre los fieles laicos,
profundizando más aquellos aspectos que tienen que ver con nuestra realidad
mexicana, como la necesidad de superar el clericalismo, la falta de formación en la
vocación secular y social de su fe, la creación de espacios de participación e incluso
de decisión en los diferentes niveles de la vida comunitaria: ‘La Iglesia del Nuevo
Milenio debe mostrar un rostro laical’” (n. 181).