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mm

Y ASIRIA

PRIMERA PARTE

IMPRENTA, LIBRERÍA Y ENCUADERNACIÓN DE MENOR HERMANOS


Com ercio , 57, y S illería , lo .
189 5
R. 5 - 3 3

FÉ DE ERRATAS.

P ágin a. Línea. D ice. Léase.

27 32 libra libre
52 7 m archila m architas
65 4 alcanzado al cansado
67 7 quereis quieres
75 23 vida la la vida*
118 som brío; som brío
124 26 yelo hielo
157 10 Fondoso F rondoso
R. 5 3 3

EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

© IB U £ 3 ^ £ ^ --

m C ........
EGIPTO Y ASIRIA
RESUCITADOS
POR

D. RAMIRO FERNANDEZ VALBUENA


CANÓNIGO PE NITENCIARIO DE LA SA N T A IGLESIA P R I M A D A DE TOLEDO

Y RECTOR

DEL SEMINARIO CENTRAL DE SAN ILDEFONSO

TOLEDO

IMPRENTA, LIBRERIA Y ENCUADERNACION DE MENOR HERMANOS


C O M E R C I O , 57, Y S I L L E R Í A , 15
1S95
CON C EN SU R A Y APROBACIÓ N DE LA AU TO RIDAD EC L E S IÁ S T IC A

ES PROPIEDAD
LIBRO PRIMERO
Preliminares.

C A P IT U L O P R IM E R O

A,
>
fyp^ACE tiempo que venimos observando el movimiento li-
terario de Europa y los trabajos incesantes de los sabios,
efecto de meditados y prolijos estudios sobre los m onumentos
arqueológicos descubiertos y que se descubren cada día en
aquellas regiones de Oriente, que fueron á la vez cuna de las
prim eras sociedades y de las prim eras civilizaciones. Desde que
á principios del siglo comenzaron las investigaciones para poder
descifrar y entender las escrituras jeroglífica y cuneiforme hasta
nuestros días, son admirables los adelantos que ha conseguido
la historia de la hum anidad, reformada y rehecha por completo
en lo relativo á los tiempos anteriores á la m onarquía persa.
Fuera de los pocos datos suministrados por los libros he­
breos, nada sabíamos de los pueblos primitivos del Asia Ante­
rior y del África Oriental, y aun pudiéramos añadir de la
Europa, más que los transmitidos por autores griegos, no
siempre dignos de fe y hasta desacreditados entre los críticos.
Hoy, por el contrario, se ha hecho mucha luz y han salido á
la escena nombres y hechos enteram ente desconocidos, que
dieron á la historia una nueva faz, hasta el punto de no ser
en nada parecida á la que conocían nuestros padres.
2 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Todas las naciones de Europa, unas m ás y otras menos,


excepto la nuestra, han contribuido á este feliz resultado de
las investigaciones en el campo de la arqueología; y en todas
ellas se han publicado y se publican libros, revistas, periódi­
cos, folletos, monografías y artículos que esclarecen, ya un
punto, ya otro de los controvertidos entre los sabios. Y en este
continuo movimiento y choque de las ideas, unos se deciden
por este sistema y otros por el opuesto. Pero lo que más ha
enardecido los ánimos para trabajar en el terreno histórico y
en el crítico sobre los m onumentos de los pueblos antiguos,
ha sido la comparación de lo que éstos contienen con lo que
enseñan los Libros Santos del Antiguo Testamento respecto á
los mismos puntos objeto de las modernas investigaciones.
Los racionalistas, por un lado, empeñados en negar auten­
ticidad á esos libros, y los católicos por otro, vindicando para
ellos aquella cualidad que les niega el racionalismo, han pedi­
do testimonio á los antiguos para que fallen el pleito, publi­
cando sendos trabajos en uno y en otro sentido. No sabemos
que en España se haya ocupado nadie exprofeso en semejante
materia, y creemos que éste sea el prim er libro escrito y publi­
cado entre nosotros con tal motivo. Por eso nos preguntábam os
con frecuencia. ¿No habrá entre nuestros arqueólogos, entre
nuestros orientalistas, entre nuestros sabios, uno solo que se
proponga hacer públicos en España los descubrimientos de la
Egiptología y Asiriología? Esperábamos la respuesta á esta
pregunta con el anuncio de algún libro que se ocupara en la
materia.
Pero el anuncio no venía, y en vano aguardábam os un año
y otro año á ver si Dios tocaba el corazón de alguno de nuestros
escritores y le movía á em prender una obra tan meritoria.
Porque, si bien es cierto que algo se ha hecho en este terreno,
alegando alguna que otra vez los descubrimientos egipcios y
asirios para demostrar la veracidad de nuestros escritores sa­
grados, tam bién lo es que no se ha publicado entre nosotros
R A Z Ó N DE E ST E L IB R O

nada que directa y exclusivamente se ocupe en aquellos


descubrimientos, y si se ha publicado, no llegó á nuestra
noticia.
D. Miguel Morayta, en el D iscurso de apertura de la Uni­
versidad Central, año de 1884; Sales y Ferré, profesor de la
Universidad de Sevilla, en su H istoria Universal; Castelar,
en la G alería de m ujeres célebres,y algunos otfos, proceden­
tes del campo racionalista, se apoyan algunas veces, para sos­
tener sus enunciados, en los descubrimientos á que nos refe­
rimos. Tampoco dejan de aprovecharse de ellos los escritores
católicos, como el Sr. Fernández de la P eña, profesor de Ar­
queología en el Seminario de Sevilla, que publicó un excelente
libro con el epígrafe de Arqueología prehistórica; el Cardenal
González, en su obra L a B ib lia y la Ciencia; el Sr. Obispo
de Oviedo Martínez Vigil, en L a Creación, L a R edención
y L a Iglesia; el P. Mir, en L a Creación; el P. Arintero, en
su D iluvio universal; lo cual, junto con varios artículos de
revistas científicas y periódicos religiosos, forman el caudal
¡bien pobre por cierto! de nuestras publicaciones acerca de lo
mucho que ha visto y está viendo la luz pública cada día en
Francia, Inglaterra, Alemania, Italia y hasta en los países del
Norte, Rusia, Dinamarca y Suecia.
Entendíamos, pues, que convenía hacer algo en este sentido,
y esperábamos á qu - los doctos españoles y los orientalistas de
nuestra patria nos dieran á conocer los tesoros escondidos entre
los escombros de antiguas ciudades, poniendo en la lengua de
Cervantes y de Teresa de Jesús los escritos jeroglíficos de
Egipto y los no menos interesantes cuneiformes del Asia An­
terior, para que nuestra juventud estudiosa y nuestro clero
ejemplar estuvieran al corriente en materias tan necesarias
para el conocimiento de la Historia y tan útiles para la defensa
de las verdades cristianas.
Viendo que nuestro deseo, de que otra plum a más docta y
otro escritor más galano acometiera esta empresa, resultaba
4 EG IPTO Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

fallido, nos resolvimos á hacerlo nosotros, ensayando la escri­


tora de estas cuartillas, que han ido creciendo poco á poco
hasta formar este volumen, al que seguirán, Dios mediante,
otros dos. Creció nuestra decisión al ver el punto V de la sec­
ción 4 .a del Congreso Católico celebrado en Sevilla en Octubre
de 1892, cuya letra dice: «Ventajas de los estudios egiptológi-
cos para la controversia científico-religiosa. Las inscripciones
jeroglíficas de los monumentos y papiros egipcios descifrados
en la época presente, dan un brillante testimonio de la verdad
del Pentateuco».
La Memoria que con este motivo presentó el P. Rougier á
dicho Congreso, nos recordó un discurso de apertura que lei­
mos en el Seminario de Badajoz en Octubre de 1891, compen­
diando y trazando á grandes rasgos las arm onías entre los
descubrimientos nuevos y las Escrituras antiguas, desde Adán
hasta Ciro, discurso que obtuvo más y mayores alabanzas de
las que merecía.
Habíamos comenzado ya á reunir materiales, cuando la
Santidad de León XIII publicó, con fecha 4 de Noviembre
de 1893, la Encíclica sobre el estudio de la Sagrada Escritura;
y cuando en ella leimos los encargos repetidos del Padre co­
m ún de los fieles para «reanimar y recom endar este tan noble
estudio de la Sagrada Escritura y de dirigirlo de una m anera
más conforme á las necesidades de los tiempos presentes»;
cuando escuchamos la voz de Pedro, que dice á los hijos de la
Iglesia: «Nós deseamos ardientem ente que un mayor número
de fieles católicos em prendan como conviene la defensa de las
Sagradas Letras y á ello se dediquen con constancia; Nós de­
seamos, sobre todo, que aquéllos que han sido llamados por
la gracia de Dios á las Órdenes Sagradas, pongan de día en
día mayor cuidado y más grande celo en leer; meditar y
explicar las Escrituras, pues nada hay m ás conforme á su
estado», desaparecieron las vacilaciones, y ya no dudam os
emplear nuestras escasas fuerzas en secundar los designios
R A ZÓ N DE E ST E L IB R O 5

del Vicario de Cristo, que con tanto amor y tanto celo apostó­
lico nos hablaba.
Mas, para que la obra* fuera aceptable á los ojos de Dios,
necesario era que siguiéramos las enseñanzas de la Cátedra
infalible, que nos indica, con la conveniencia del estudio de la
Escritura santa, el método m ás acomodado á nuestros tiem ­
pos, diciendo: «Ahora nuestros principales adversarios son los
racionalistas, que hijos y herederos, por decirlo así, de aquellos
otros hombres de quien más arriba hablamos, y fundándose
igualmente en su propia opinión, rechazan abiertam ente aun
aquellos restos de fe cristiana aceptados por sus predecesores.
Ellos niegan, en efecto, toda inspiración; niegan la Escritu­
ra; proclaman que todos esos sagrados objetos no son sino
invenciones y artificios de los hombres, y m iran á los Libros
Santos, no como el relato fiel de acontecimientos reales, sino
como fábulas ineptas y falsas historias. A sus ojos no han
existido profecías, sino predicciones forjadas después de haber
ocurrido los acontecimientos, ó bien presentimientos produci­
dos por causas naturales; para ellos no existen milagros ver­
daderamente dignos de este nombre, manifestaciones de la
omnipotencia divina, sino hechos asombrosos que no traspa­
san en modo alguno los límites de las fuerzas de la naturale­
za, ó más bien ilusiones y mitos; y que, en una palabra, los
Evangelios y los escritos de los Apóstoles no han sido escritos
por los autores á quienes se atribuyen.»
Y porque en materias históricas ha sido tan grande el des­
enfreno de los racionalistas, ya en 1883 escribía el mismo
Pontífice á los Cardenales Antonio de Luca, Ju an Bautista
Pitra y José Ilergenroether estas memorables frases: «Aun
hoy mismo se trabaja en idéntico sentido; de modo que, si
alguna vez pudo asegurarse, con mayor razón puede de­
cirse que la historia parece hoy una conjuración contra la ver­
dad»;'y en la ya citada Encíclica se queja de nuevo de los es­
tragos causados por la falsa historia, diciendo: «Debe afligir,
6 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

en efecto, que muchos hombres que estudian á fondo los m o­


num entos de la antigüedad, las costumbres y las instituciones
de los pueblos, y se entregan con este motivo á grandes tra ­
bajos, tienen frecuentemente por objeto encontrar errores en
los Libros Santos, á fin de dañar y quebrantar completamen­
te la autoridad de las Escrituras».
Insistiendo en la misma idea el Congreso Católico de Ta­
rragona, ha propuesto, como uno de los puntos de estudio en
la segunda sección, el señalado con el núm ero '3.° por estas
palabras: «Importancia de los estudios bíblicos en nuestros
días, de conformidad con la Encíclica P ro vid en tissim u s D eu s,
de nuestro Santísimo Padre León XIII; conveniencia de
facilitarlos á los alumnos de las Universidades é Institutos;
medios y autores que con preferencia deberían adoptarse >.
En vista de tales y tantas excitaciones, aum entó nuestro de­
nuedo en trabajar sobre la materia á ver si otros más compe­
tentes se deciden á dotar á la literatura patria de alguna obra
que nos descubra los tesoros de verdad encerrados en nues­
tros Libros Sagrados, y testificados por las piedras y por los
muertos, que son testigos irrecusables.
Muy digna de admiración es en esta parte la sabiduría de
Dios, que en estos tiempos en que la incredulidad y la indife­
rencia van cundiendo insensiblemente por todos los organis­
mos sociales, hasta por los que parecían estar más á cubierto
de semejante veneno, ha suscitado testigos de piedra y ladrillo,
que depongan en favor de la verdad revelada contenida en
nuestros Libros Santos. «Las piedras gritarán», dijo el divino
Maestro á los Fariseos que le increpaban porque no hacía
callar á la juventud de Jerusalén, cuando alborozada y h en ­
chida de júbilo, le aclamaba por Hijo de David, que viene en
el nombre del Señor. Las piedras habrían hablado entonces
si los hombres no se hubieran atrevido á confesar la Divinidad
de Jesús. Y hoy que los hom bres callan, hoy que la sociedad
m oderna se avergüenza de ser cristiana, es cuando se cumple
RAZÓN DE E S T E L IB R O 7

aquella divina promesa, que ofrecía por testigos, aclama dores


y pregoneros del orden sobrenatural á las mismas piedras.
«Si hi iacuerint, lapides clam abunU (1).
El Nuevo Testamento supone el Antiguo, como el Evange­
lio de Jesús supone la Ley de Moisés. Si fuera posible destruir
uno, quedaría destruido y aniquilado tam bién el otro. «Es ne­
cesario que se cumpla, dijo el Salvador, cuanto ha sido escri­
to de Mi en la Ley de Moisés, en los Salmos y los Profetas» (2).
Si, pues, no es auténtica la Ley; si los Salmos y los Profetas—
en cuya división están contenidos los libros todos del Antiguo
Testam ento—-no contienen la verdad; si son ficciones y mitos,
según se pretende, el Evangelio cae por su base; el cristianis­
mo no tiene razón de ser; la Iglesia Católica debe dejar el
puesto á otra cosa más perfecta, como lo dejó la Sinagoga al
advenimiento de aquélla.
De aquí la capital importancia que tiene para el cristiano,
y por lo mismo para el mundo civilizado por el cristianismo,
cuanto pueda contribuir á robustecer la autoridad de aquellos
libros que le anunciaron, lo mismo que de aquellos otros que
contienen las enseñanzas civilizadoras de la hum anidad.
En este sentido son inapreciables los datos que nos sumi­
nistran los nuevos descubrimientos hechos en Egipto, Palesti­
na y Asiría. Porque después de tantos siglos sepultados entre
las ruinas y los escombros de las antiguas ciudades, reapare­
cen á nuestra vista los antiguos Faraones, los poderosos mo­
narcas de Babilonia y Nínive; mas no ya en la actitud con que
los habíamos conocido, no con el traje de opresores y perse
guidores del pueblo de Dios; sino, al contrario, se presentan
como amigos, como aliados inseparables de los hebreos, sus
antiguos esclavos.
El Faraón que nombró virrey de sus Estados al hijo de Ja-

(1) Luc., X I X —40.


(2) Luc., X X I V —44.

i
8 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADO S

cob, disponiendo que nadie en el valle del Nilo moviera pie ni


m ano sin consentimiento suyo; el que vejó y oprimió con
rudas tareas y trabajos pesadísimos á los inm igrantes pales­
tinos, negándoles hasta la paja que debían emplear en la fa­
bricación de ladrillo, y ordenando que ellos mismos la busca­
ran; el que, cegado y endurecido, consintió en la aflicción de
su pueblo y la muerte de los primogénitos, antes que dar li­
bertad á los israelitas para adorar al verdadero Dios, se levan­
tan hoy de sus tum bas sombrías para aclam ar en tono hum il­
de, pero resuelto y decidido, que el historiador hebreo dijo la
verdad al transm itir á las futuras generaciones la historia de
aquellas rem otas edades.
Salm anasar y Teglatphalasar, Senacherib y Nabucodonosor
se han presentado de nuevo ante los muros de las ciudades
fuertes de Tierra Santa; pero no con aire de conquistadores,
que arrasan el país y llevan cautivos sus habitantes, sino en
clase de testigos irrecusables que, después de tantos años de
silencio, se presentan en el tribunal de la crítica histórica á
deponer contra sí mismos, como causantes de los males que
infligieron al pueblo escogido; males tan tenazm ente negados
por el racionalismo contemporáneo, como concluyentemente
demostrados con el testimonio de estos personajes. En pos de
ellos vienen sus ejércitos, sus carros, sus caballos, trayendo
cada uno, como insignia de antiguas batallas y conquistas,
una circunstancia especial, que constando de la Historia Sa­
grada, era no obstante considerada como fabulosa.
Y así como Herculano y Pompeya presentan á la vista del
atónito viajero la esplendidez y corrupción rom anas, así tam ­
bién Heliopolis, Tanis, Tebas y otras ciudades de Egipto, des­
enterradas por hábiles arqueólogos, ponen ante nuestros ojos
el poderío y civilización faraónicos, semejantes en todo, por
no decir idénticos, á lo que ya sabíamos por la relación de la
historia hebrea, mucho mejor que por las noticias transm iti­
das por Herodoto y otros historiógrafos griegos.
RAZÓN DE EST E L IB R O 9

De la propia suerte, los antiguos emporios del poderío y ri­


queza oriental, como Nínive, Babilonia, Susa y otras ciudades
célebres, descubiertas en parte y ocultas todavía en la mayor
extensión de su perímetro por las ruinas de tantos siglos y
tantas generaciones como han pasado sobre ellas, son mudos,
pero elocuentísimos testigos de lo que con relación á su historia
escribieron los autores hebreos, inspirados por el Espíritu divino.
F lectere si nequeo Saperos, A cheronta m ovebo, había di­
cho el poeta en un rapto de desesperación. También un rey
de Israel quiso consultar á los muertos para oir de ellos las
verdades que le negaban los vivos y aun el mismo Dios, á
quien igualmente preguntó. Poco gratas fueron á sus oídos las
noticias que le comunicara la som bra evocada por la pitonisa,
noticias que tuvieron exacto cumplimiento en la cima de los
montes Gelboe.
Algo análogo pasa con nuestra generación que, incrédula
á los oráculos de Dios vivo, ha ido á consultar á los muertos
para obtener de ellos la verdad de lo que tanto empeño tiene
en que no lo sea. Y estos muertos hablaron y continuarán
hablando, porque las excavaciones y los estudios siguen con
gran actividad, y cada día sale un muerto del sepulcro á tes­
tificar lo que vió y oyó.
Repítese hoy la historia de Pedro de Cracovia. Sabido es
que el santo obispo Estanislao era muy mal mirado y con­
tinuam ente perseguido por el rey Boleslao que, cual otro He-
rodes, no podía sufrir en calma las reprensiones continuas del
prelado; quien, cumpliendo con su deber pastoral, amonestaba
al rey para que se enmendara y no escandalizara á su pueblo.
Acusaron á Estanislao los palaciegos como usurpador de una
finca que había comprado para su Iglesia hacía tiempo, y cuyo
vendedor, llamado Pedro., estaba ya en la eternidad. Como el
santo obispo no tenía pruebas documentales y los hom ­
bres temían declarar la verdad de la venta y la entrega del
precio, por no incurrir en las iras reales, hallóse el prelado
10 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

grandem ente comprometido para salir airoso en la demanda.


Entonces pidió á sus jueces tres días de tregua para em ­
plazar al vendedor, llevándole al tribunal á que declarara.
Riéronse los magistrados de la prueba propuesta por el obispo,
á quien autorizaron para presentar el muerto en el estrado,
m uy seguros de su triunfo y saboreando por anticipación la
derrota judicial del pobre obispo, que ya veían ser el hazme
reir de las gentes, y obligado á pagar la finca, objeto del pleito
ó á devolverla.
Las cosas, sin embargo, sucedieron al revés de lo que im a­
ginaban aquellos malos jueces; porque pasados los tres días en
oraciones y ayunos, se presentó al cuarto Estanislao, acom­
pañado del difunto Pedro, que aseguró en pleno tribunal h a ­
ber vendido la finca y recibido su justo precio. (1)
Como entonces acudió Dios á los ruegos de su siervo h a­
ciendo el milagro de resucitar un muerto, así atiende hoy á las
necesidades de su Iglesia, combatida con tanto encarniza­
miento en sus doctrinas, haciendo salir de los sepulcros los
antiguos pueblos y ciudades, que en el tribunal de la historia
prueben haber sucedido las cosas como sabemos y creemos los
hijos de la luz.
Tal es nuestro propósito en la publicación de este libro, con
el cual creemos trabajar por la gloria de Dios, dando á cono­
cer en España algo de lo mucho que sobre el particular se ha
publicado en el extranjero.
Siendo Jesús en el plan divino el centro á donde todo con­
verge y en quien se unen y enlazan todas las cosas, la filoso'
fía de la historia entre cristianos ha de tener muy presente este

(1) iJubeo tibi P etre, dijo E stanislao estando ju n to al stipulerò, u t surgas de


pulvere, exurgas d m ortuis, fern sq u e testim onium verita ti, á filiis hom inum ptos-
titu ta e et desertae; quatenus augeatur fid es credentium , et corripiatur improba te­
m eritas oppugnantium veritatem .» Y cuando llegaba á presencia de los jueces,
les dijo: t-En adest vivus... ex mortuis testim onium laturus v e r ita ti.» Bollan. A eta
Sanctorum . T. II. A cta S ti. S ta n isla i cracoviensis.
R A ZÓ N DE EST E L IB R O 11

dato para guiarse en el camino de lo desconocido y explicar


los hechos hum anos de una m anera conveniente. Y así como
todo lo sucedido después de Cristo se refiere á Él, también es­
taba á Él ordenado cuanto ocurrió en el campo de la historia
antes de la venida del Verbo para habitar entre nosotros; h a ­
biendo sido la historia antigua como una preparación para la
moderna ó cristiana.
Por eso hemos dividido nuestro trabajo en cuatro períodos,
que comprenden toda la historia del mundo antes de la cruz,
refiriéndola al pueblo hebreo, del cual había de nacer el Me­
sías esperado por los hombres. Período de preparación, hasta
la vocación de Abrahám; período de formación, desde Abra-
hám hasta Moisés; período de desarrollo, desde Moisés hasta
Roboán; y período de decadencia desde Roboán hasta Cristo.
Estudiaremos estos cuatro períodos á la luz de los monum en­
tos egipcios y asiáticos, descubiertos en nuestros días, y vere­
mos la admirable concordia de lo que éstos nos enseñan con
lo que ya sabíamos por los libros del Antiguo Testamento,
únicos que contienen la historia continuada de los hebreos y
dan nociones exactas y verdaderas de la historia de la hum a­
nidad en sus rasgos más salientes, antes y después de la voca­
ción de Abrahám.
Nuestros guías principales serán el abate Vigouroux, en lo
que se refiere al Egipto, y el P. Brunengo, en lo relativo al
Asia; sin descuidar por eso otras fuentes, que han de servir á
nuestro propósito y que oportunamente citaremos en el tras­
curso de la obra.
¡Quiera el cielo que nuestro trabajo sirva de estímulo para
saber conocer y apreciar la Escritura Santa, objeto de tantas
acometidas por parte de los enemigos de Dios y de su Cristo!
O A P lT U I jO II

ARTÍCULO PRIMERO

Criterio católico.

*3

^ B > ñeja es la querella entre católicos y protestantes acerca


v a e la próxima regla de fe. Conviniendo los primeros re­
formadores con la Iglesia Católica en que las Santas Escrituras
contienen la palabra de Dios, se apartaron de ella en cuanto
al modo de proceder, ya sea en la admisión de los libros que
se llaman sagrados, ya en la interpretación de los mismos.
Desde los primeros albores del cristianismo fué regla incon­
cusa para todo católico, y continúa siéndolo hoy, que sólo
á la Iglesia docente pertenece declarar cuáles y cuántos
son los libros que deben considerarse como inspirados y qué
significación tienen sus frases; no permitiendo á sus hijos el
que se separen en lo más mínimo de sus decisiones en ambos
puntos. «Si alguno, pues, dice el Concilio de Trento, no reci­
biere esos mismos libros con todas sus partes como sagrados
y canónicos, según se han acostumbrado á leer en la Iglesia
Católica y se hallan en la antigua versión vulgata,. sea ana­
tema» (1).
Formado el catálogo de los libros, que han de tenerse como
sagrados, continúa el Concilio exponiendo cuál es el criterio

(1) Sess. IV. D ecretim i de canonicis Scrijpturis.


14 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

católico acerca de la interpretación de aquéllos por estas pala­


bras: «Determina (el sínodo) que ninguno, fiándose de su pruden­
cia, en las cosas de f e y de costumbres que pertenecen d la
edificación del pueblo cristiano, se atreva á interpretar la mis­
ma Sagrada Escritura en contra del sentido que sostuvo y
sostiene la santa madre Iglesia, á quien toca juzgar del verda­
dero sentido é interpretación de las Escrituras; ó también
contra el unánim e sentir de los Padres* (1).
Ni se crea que esto fué una limitación del Tridentino, en
vista de los estragos causados por el protestantismo con sus
interpretaciones libres, no; es la práctica constante de todos
los siglos cristianos, como sería facilísimo demostrar; bastán­
donos citar en comprobación las palabras de San Agustín,
quien, hablando de los pastores de la Iglesia escribe: «¿Quién,
medianamente sano, no entiende fácilmente que la exposición
de las Escrituras se ha de pedir á los que profesan ser docto­
res de ellas?» (2).
Y en el libro D e utilitate credendi se expresa así: «No se
debe desesperar de que Dios haya constituido alguna autori­
dad, mediante la cual, afirmándonos en ella de un modo cier­
to, podamos llegar hasta Dios.....viendo, pues, tan gran auxi­
lio de Dios, tanto adelanto y tanto fruto, ¿dudaremos inscribir­
nos en el gremio de aquella Iglesia que desde la Sede Apostó­
lica, por las sucesiones de los Obispos, á pesar de los varios
ladridos de los herejes condenados en parte por medio del
plebiscito, en parte con la gravedad de sus concilios, y también
con la majestad de los milagros, ha obtenido la supremacía de
la autoridad?..... Y si cualquiera disciplina, aunque parezca
llana y fácil, exige un maestro para que pueda ser entendida,
¿qué cosa habrá más llena de soberbia tem eraria que el no
querer reconocer por medio de sus intérpretes los libros de los

(1) Ibidem .
(2) D e moribus Ecclesiae. Cap. I.
E ST A D O DE LA C U ES TIÓ N 15

divinos arcanos, y desconociéndolos, pretender condenar­


los?» (1).
El sistema católico, pues, en orden al número, autoridad é
interpretación de la Escritura Santa, consiste en recibir de la
Iglesia los libros, sus partes y su interpretación auténtica, en
aquello que dice relación á la fe y buenas costumbres y edifi­
cación del pueblo cristiano. En estas materias no es permitido
al hijo sumiso de la Iglesia separarse de las enseñanzas de su
madre, so pena de incurrir en el anatem a que lanza ella con­
tra los díscolos y rebeldes.
En las demás cuestiones, que no afectan á la fe ni dicen re ­
lación á las buenas costumbres, tienen los católicos amplia li­
bertad de exposición; guardando, no obstante, los m iram ien­
tos debidos á otros expositores, y no aferrándose á su juicio
hasta el extremo de preferirlo sistemáticamente, y sólo por ser
suyo, al de otros intérpretes no menos autorizados.
«En nada se deroga á la autoridad de la Escritura, escri­
be santo Tomás, cuando se la expone de diversa manera,
quedando á salvo la fe, porque el Espíritu Santo la fecundó
con más verdad de la que ningún hombre puede encon­
trar.» (2) Y añade: «Pudiendo exponerse la divina Escritura
de muchas maneras, nadie debe adherirse de tal suerte á una
exposición, que si por razones ciertas constase ser falso lo
que se creía contener el sentido de la Escritura, sin embargo
presum a insistir en ello, para que por esta causa no se exponga
la Escritura á la irrisión de los fieles, ni se les cierre con ello
el camino de la fe.» (3)
En este mismo sentido se expresan todos los teólogos c a ­
tólicos sin excepción, tanto los antiguos como los moder­
nos. De tal suerte, que hay unanimidad de pareceres en lo
que se refiere á la Santa Biblia, ya se trate de cosas pertene­

cí) Cap. 17.


(2) Quodli. 7 Quos. VI, Art. 3.«
[3) I, P. Qusest. L XY III. Art. 1.° c.
16 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

cientes á la fe y costumbres, ya de otras que no dicen rela­


ción directa con las cuestiones dogmáticas y morales. Sobre
las prim eras ha dado la Iglesia su interpretación auténtica;
pero no acerca de las segundas, que deja tratar á los intérpre­
tes con amplísima libertad. Así es que, mientras los exegetas
católicos están unánim es en admitir el sentido dogmático ó
moral que la Iglesia ha definido, ya por medio de sus Concilios,
ya por la autoridad de los Papas, ya también por el consenti­
miento universal de los Padres, se dividen en las demás cues­
tiones, sosteniendo cada cual lo que mejor le parece en cada
punto determinado, sin que le ponga trabas la Iglesia, ni le
estorben las interpretaciones dadas por otros católicos á los
mismos textos.
»Cada uno es libre, escribe á este propósito Duilhé, (1) de
afiliarse al sistema exegético- que le parezca mejor; pero nadie
tiene el derecho de condenar á los que piensan de otro modo.
La muy ardiente y sabia controversia suscitada por la teoría de
monseñor Cliffton dará por lo menos el feliz resultado de poner
de manifiesto la libertad que la Iglesia deja á sus defensores.
Después de muchos años de lucha, el Obispo de Cliffton per­
siste en sostener que los treinta y cuatro primeros versículos
del Génesis no contienen el relato histórico de la m anera cómo
fué creado el mundo, sino que dedican los días de la sem ana
á la memoria de la creación. Creemos que se equivoca; pero
puede afirmar que ninguno de sus adversarios ha pensado en
acusarle de hablar contra la fe.»
«El apologista de nuestro siglo, añade Vigouroux (2), no
hace más que cam inar sobre las huellas de los Padres de la
Iglesia, conformándose con sus principios é interpretando la
palabra de Dios con la ayuda de las luces que le sum inistra
la ciencia. Así como tiene el deber de aprovechar los descu

(1) Apología científica, trad ucid a por Peyrolón, cap. V. párf. 2.“
(2) L a cosniogonie biblique d'aprés les Peres de l'Eglise.
E ST A D O DE LA CUES TIÓN 17

brimientos arqueológicos, históricos, geográficos y filológicos,


para explicar los pasajes hasta aquí obscuros ó mal com­
prendidos, de igual manera está obligado á servirse de los
descubrimientos científicos, cuando son ciertos, para fijar el
sentido de los puntos de la Biblia, que aquéllos puedan
aclarar. En esta materia, en vez de ser infiel á la tradición
de la Iglesia, no hace más que seguir los ejemplos del pa­
sado».
Y ya que alegamos las palabras de dos teólogos franceses,
pongamos las de otros dos españoles, porque no se crea que
entre nosotros hay distinto criterio. Sea el primero Melchor Ga­
no, que en el libro segundo D e Locis Theologicis, capítulo Vil
y siguientes, trata esta cuestión con la amplitud, erudición y
claridad que acostumbra. Dice el sabio dominico: «Segunda
proposición. El juicio de las Escrituras canónicas no pertenece
á los ciudadanos particulares de la república cristiana..... Ter­
cera proposición. Por la Iglesia debe determ inarse cuál libro sea
canónico, y la autoridad de ella es regla cierta para recibir los
libros en el número de los sagrados ó borrarlos de aquel n ú ­
mero..... Cuarta proposición. Al Concilio Universal principal­
mente pertenece definir qué libro sea canónico..... Quinta
proposición. Al Sumo Pontífice pertenece definir cuál sea libro
canónico. «Todas estas proposiciones las demuestra el obispo
de Canarias de un modo tal, que convence al más preocupado,
concluyendo el capítulo VIII con esta declaración. «Afirmamos,
pues, que la Iglesia juzga de las Escrituras y de su sentido;
esto es, que discierne lo hum ano de lo divino, lo verdadero
de lo falso». Trataba el doctísimo dominico de redargüir á
los luteranos por su sistema del espíritu privado, que tantos
estragos iba á causar en la interpretación dogmática de las
Escrituras, y por eso insiste en vindicar para la Iglesia el de­
recho de interpretación. Pero en las pruebas que alega y en
los testimonios que cita, lo mismo en ese lugar que cuan­
do trata de la autoridad de los Padres, se ve claro que sólo lo
18 EG IPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

refiere á la fe y á la moral, en conformidad con el texto tri-


dentino, que copia, y del cual concilio había sido el mismo Cano
brillantísim a lum brera.
El otro testigo que invocamos es el Cardenal González, cuya
reciente pérdida lloran las letras patrias, que en 'su obra L a
B ib lia y L a Ciencia escribe:
«En todo tiempo, y más todavía en el nuestro, aconsejó y
aconseja la prudencia que pudiéram os llam ar científico-cristia­
na, no lanzar gritos de alarma prem atura en presencia de
cualquiera teoría, de cualquier descubrimiento, de cualquiera
hipótesis que á prim era vista ofrezcan oposición más ó menos
aparente á textos bíblicos..... Por otra parte, conviene no
echar en olvido que la exégesis cristiana, considerada en sí mis­
ma, no es necesariamente la verdad, sino que es la investiga­
ción de la verdad; este carácter, en el cual se asemeja á otras
ciencias, entraña cierta amplitud é independencia en el criterio
éxegético. Y en verdad que esta amplitud de criterio, esta li­
bertad exegética, nunca ha sido tan conveniente y hasta nece­
saria como en nuestros días». (1)
Que la libertad de criterio á que se refiere el ilustre purpura­
do, no se entiende en materias de fe y de costumbres, sino en
lo relativo á cuestiones científicas de cualquier género, se ve cla­
ro por todo el contexto del capítulo I, en donde habla de la Es­
critura Santa, de su autenticidad, de su veracidad y de su ins­
piración, conforme á la doctrina católica. Basten á demostrarlo,
entre mil pasajes, el siguiente: «Lo que real y verdaderamente
está contenido en los textos, el sentido que real y verdadera­
mente dieron á sus palabras los escritos bíblicos, bajo la ins­
piración del Espíritu Santo, debe creerse con fe divina y admi­
tirse corno verdad inconcusa, aunque no pertenezca directamente
á los misterios de fe ni á las verdades morales, que constituyen

(1) Prólogo, pág. X X I V y X X V .


ESTADO DE LA CUESTION 19

el objeto principal y preferente, pero no único, de la fe y de la


revelación, según enseña la Teología católica, siguiendo las hue­
llas del que es su principal jefe y representante Santo Tomás
de Aquino, el cual afirma que todo cuanto conste por la Escri­
tura merece fe divina como dictado por el Espíritu Santo, si­
quiera se trate de cosas no pertenecientes al objeto primario, ó
p e r se, de la fe católica; pero 110 perdiendo de vista que esto sólo
tiene lugar cuando se trata de cosas que constan ciertamente
como contenidas ó enseñadas en la Escritura, y no de cosas
sujetas á interpretaciones diferentes y no auténticas de textos
bíblicos» (l). Por lo demás, añade en otra parte, en estas cues­
tiones del método exegético, como en tantas otras, la Iglesia
concede amplia libertad al apologista» (2).
Citemos, por último, algunas palabras del célebre Moheler en
su Sim bólica. «Si la tradición dogmática, dice, fija el sentido de
las Escrituras; si la Iglesia es el solo juez infalible, ¿cuál es el
dominio de la ciencia en la interpretación de los Libros Santos?
¿Sobre qué puede ejercitarse el talento y la erudición del
exégeta?....»
«Por de pronto, la Iglesia no entra en todas las investiga­
ciones que provocan la atención del filólogo; por ejemplo, ella
no cree tener obligación, ni por lo mismo un derecho exclu­
sivo, de fijar la época y el origen del libro de Job; de determi­
nar el orden cronológico de las cartas de San Pablo; de juzgar
el fin y los motivos del Apocalipsis, etc. No explica filológica­
mente ni las palabras, ni los versículos, ni el enlace que une
las partes al todo. Los detalles arqueológicos están también
fuera de su dominio. En una palabra, sus definiciones no ata­
ñen más que el dogma y la moral. Tal es el objeto de la inter­
pretación dada por la Iglesia.
En cuanto al modo de esta explicación, la Iglesia no procede

(1) P ágin a 32.


(2) Capítulo IV, p ágin a 245.
20 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

según las reglas de la hermenéutica sagrada; define el con­


tenido de los libros santos de conformidad con el espíritu del
contexto» (1).
Resulta, pues, que para el católico hay algo en la Escritura
Santa, cuyo conocimiento recibe de su madre la Iglesia; y algo
también acerca de cuya inteligencia puede -desplegar las alas de
su ingenio y mostrar sus conocimientos, sin que aquélla le pon­
ga obstáculos de ninguna clase. Lo primero pertenece al dogma
y á la moral; lo segundo á todos y cada uno de los conocimien­
tos humanos en sus múltiples manifestaciones, comenzando por
la gramática y concluyendo por la metafísica.
Usando, empero, de la libertad que la Iglesia le concede, de­
ber es del exégeta católico no traspasar en manera alguna los
límites justos, ni decir nada que pueda menguar el concepto de
la inspiración y aun destruirlo. El peligro no es imaginario, si­
no muy real; porque á fuerza de luchar con los racionalistas,
con tener sus libros en la mano todos los días, cosa necesaria si

(1) L. I, capítulo Y, párrafo 42, traducción francesa de Lachat. Después de


ex po ner las relaciones que ex isten en tre la Iglesia y la E scritura, continúa así
Molieler: «M aintenat il est facile de résoudre la question que nous posions tont-
á-1'heure: quelle est la lib erté del exègète catolique? D 'a bord il ne s ’agit pas de
cette liberté d on t on use si larg em ent d ans la reforme, et qui consiste à coraen-
ter 1’ Escriture selon ses caprices, à la rejeter comme un m élang é de e rre u r et
de vérité, de sagesse et de folie. C ette liberté nous la possédons, comm e hommes,
aussi bien que le p rotestant, le juif et le m ah om eta n; mais il s’agit de la liberté
d o n t jo u it l’exégète, s ’il v e u t rester d a n s l’arclie de P ierre. Le catholique a la libre
conviction que l'Eglise est une in s titu tio n divine, q u ’elle est assistée du secours
d’ en haut, q u ’elle possédé par c o n séqu en t la vérité pure. Il croit donc que toute
doctrine rejetée par elle n ’est pas co n te n u e dans ¡’Escriture, et que tous les
do gm es qu'elle proclame y sont renfermés. E n conséquence il est certain, par
exemple, que, de après les Libres Sainst, J esu s-O h rist ré u n it la n a tu r e divine et
la n atu re h um ane. Or, des q u ’ une fois l’ho m m e a rec on nu cette vérité, il ne lui
est plus libre d ’ ad m ettre l ’erreu r contraire; car a u tr e m e n t il se contrediroit. De
m êm e celui qui a fait vœu de chasteté, ne p e u t e n tr e r d a n s l’alliance conjugale
sans violer ses e ngag em en st avec Dieu.
Telles sont les limites que la m ere des chretiens pose à l’activité de ses en-
fanst; telles les bornes q u ’ elle prescrit au s a v a n t comme à l ’ig n o r a n t, au plus
fa m eu x exegete comme au plus simple des fideles.» Ib id em , pág. 68.
E ST A D O DE LA C U E S T IÓ N 21

se ha de saber lo que dicen y como lo dicen, es facilísimo que


se pegue algo del virus racionalista, aunque sea prceter inten­
tionem , como diría un escolástico. ¡Cuántos de nuestros teólo­
gos del siglo XVI que habían ido á Alemania á luchar contra los
luteranos, volvieron de allí luteranisados! ¿Y qué mucho, si
hoy pasa lo mismo á varios escritores, que haciéndose paladi­
nes de la fe contra el racionalismo, concluyen por admitir no
pocos de los extravíos racionalistas?
Sin que sea nuestro ánimo ¡líbrenos Dios! calificar á nadie ni
juzgar de su ortodoxia, séanos permitido llamar la atención de
nuestros lectores sobre un artículo publicado el año pasado
(1893) en L e C orrespondant, y suscrito por uno de los más
conocidos escritores de nuestra vecina república ultrapirenaica,
Mgr. d’Hulst, del cual vamos á entresacar algunos párrafos co­
mo muestra. «El procedimiento de la apologética, dice, debe re­
juvenecerse y adaptarse á las nuevas condiciones del litigio.....
El Antiguo Testamento 110 puede figurar en primera línea. Las
concepciones nuevas introducidas en la historia del antiguo
Oriente no permiten á la revelación mosaica defenderse ella
sola y por sí misma. Contra la economía tradicional de esta re­
velación, se han levan lado dificultades tales,, que si separada­
mente cada una no es decisiva, todas juntas impresionan viva­
mente los espíritus..... Dios es el autor responsable; pero se
puede preguntar si es responsable de todo..... H a y serias d ifi­
cultades p ara m antener la absoluta carencia de error como
un efecto necesario de la inspiración..... Lo que nos propo­
nemos 110 es un sistema de retirada por grados, bueno á lo su­
mo para multiplicar nuestras derrotas; es la elección de una po­
sición sólida que no tengamos que abandonar, y desde donde
podremos llevar nuestras discusiones al país enemigo».
Con lo copiado basta para comprender que las posiciones
elegidas por el ilustre escritor francés, dejan abierta una gran
brecha en los muros de la Santa Ciudad, por donde facilísima-
mente puede entrar el enemigo y derribar todo el edificio. Este
22 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

artículo, combatido, apenas publicado, por los PP. de la Com­


pañía,'Brucker y Corluy (1), sostiene una doctrina incompatible
con la católica en lo que se refiere á la divina inspiración, tan
claramente expuesta en el Concilio Tridentino, y más aún en el
Vaticano. León XIII ha puesto el debido correctivo á los que
tales teorías sustentan, escribiendo en la Encíclica P rovidenti-
ssimus Deas: «Tampoco se puede tolerar el método de aqué­
llos que se libran de estas dificultades, no vacilando en conce­
der que la inspiración divina no se extiende sino á las verdades
que conciernen á la fe y á las costumbres, y á nada más. Pien­
san equivocadam ente que cuando se trata de la verdad de los
avisos, no es preciso buscar principalmente lo que ha dicho Dios,
sino examinar más bien el motivo por el cual ha hablado así.
En efecto, todos los libros enteros que la Iglesia ha recibido
como sagrados y canónicos en todas sus partes, han sido escri­
tos bajo la inspiración del Espíritu Santo. Por lo tanto, es p r e ­
ciso que no pueda unirse ningún error á la inspiración d i­
vina, que no sólo ésta exclu ye por si m ism a todo error, si­
no que igualmente exclu ye y repugna necesariam ente, tan
necesariam ente como D ios, soberana v erd a d , no p u ed e ser
autor de ningún error». (2). Insiste después el Papa probando
lo mismo con la autoridad de ios Concilios de Florencia, de
Trento y del Vaticano; con la autoridad de ios Padres, como
San Agustín y San Gregorio Magno, y con la de todos los in­
térpretes católicos. De manera que el Dr. Hulst, que afirmaba
en el artículo aludido se detendría «allí donde la Iglesia trazara
el límite», ya ha visto que la maestra de verdad le detuvo en sus
primeros pasos (3).
Era necesario aclarar estas ideas, para responder de ante-

(1) L a Science catholique. F eb re ro y Marzo de 1898. E tu d es religieuses. Marzo


y Mayo de 1893.
(2) Cerca del fin.
(3) Véase la R evue arqueologique. Ju lio y Agosto de 1894, p â g . 102*3.
ESTADO DE LA C U ESTIÓN 23

mano á las acusaciones lanzadas contra la Iglesia, por lo que


llaman su tiranía, y contra los intérpretes católicos, por lo que
apellidan su servilismo.

ARTÍCULO II

Criterio protestante.

Muy de otra manera sucede en el campo protestante.


Allí se rechazó la autoridad de la Iglesia, para sustituirla por
la interpretación particular de cada uno, según sus luces y las
inspiraciones que reciba del cielo. El protestantismo no admite
imposiciones dogmáticas, ni más sentido en los Libros Santos
que el sugerido por el libre examen y el espíritu privado. Para
él no hay más autoridad que la propia conciencia, y considera
como una ofensa hecha á la palabra de Dios escrita, toda in­
terpretación que 110 proceda de sí propio.
Otro tanto sucede con los libros canónicos. El protestante
admite los que le parece bien y en aquello que le place, decla­
rando apócrifo cualquier libro ó cualquier parte de libro. No
necesita de un guía que le conduzca en el camino de la revela­
ción; porque estando ésta escrita y no pudiéndose confundir la
palabra de Dios con la del hombre, tampoco debe haber dificul­
tad alguna en distinguir los libros inspirados de los que no
lo son.
Para los doctores protestantes, era doctrina corriente que la
Escritura sola constituía la regla de fe próxima, y que ninguna
necesidad había de intermediario ni intérprete que la expusiese.
Bien porque sea tan clara que no haya lugar á dudas respecto á
su sentido, bien porque el EspírituSanto instruye interiormente
el alma del cristiano, para que la entienda. Y, ya se comprende
que se trata de la interpretación dogmática, de la elaboración de
24 E G IP T O Y ASIRIA RESUCITADOS

las verdades especulativas que deben creerse y de las morales


que deben practicarse (1).
Hasta tal punto llevaron los reformadores la idea de indepen­
dencia en la interpretación de la divina Escritura, cuando se
trata de las verdades más necesarias para la salvación, que se­
gún ellos, nadie puede inmiscuirse en lo que concierne á las
creencias y prácticas religiosas de cada individuo; pues sólo él,
sin auxilio externo de ningún género, es el interesado, el legis­
lador y profeta de su conciencia, y la autoridad eclesiástica que
quisiera imponerle sus leyes, sería una opresora y usurpadora
de derechos ajenos. Tal es el origen de los famosos derechos
individuales, imprescriptibles é ilegislables, de nuestros tiem­
pos (2).

(1) «Credimus, confitemur et docemus, unicam regulam et norm am , ex qua


omnia dogmata, omnesque d octores judicare o po rteat, nullam om nino aliam
esse, quam prophetica et apostolica, tum veteris, tu m novi testam enti, scripta».
Solicl. D ed a r, fo r m a dijudi. controv.
«His et similibus m u ltis locis, tum Evangelii, tu m to tius Scripturae, q uibus a d ­
m onem ur, ne falsis doctoribus cred am us, quid aliud docemur, q u am ut nostra?
propia? qu isqu is pro se salutis ration en liabens, certus sit, quid credat et sequ a­
tur, ac judex liberrimus sit omnium qui docent eum. intus á Deo solo edoctus?»
L u th er. D e in stit. m inist. Eccl.
»Haec tan dem sola est Ecclesia labi e t errari nescia, qua? solam Dei pastoris
vocem audit, nam haec sola ex Deo est.,. H a b e s jam, quaenam sit Ecclesia, quae
erra re n equeat, ea nim irum sola, quae s o l o D ei verbo in n ititu r .» Zuingl. D e vera
et fa ls a religione, opp. t. 2.o, fol. 192.
»¿Quis sit magister fidelium? JNon patres, non doctores titulo superbi, non
m agistri nostri, non pontificum caetus, non sedes, non scholae nec concilia sed
P a te r D. N. J. C... Verba S. Spiritus clara sunt; doctrina Dei clara est, docet et h o ­
minis anim um sine ullo humanae ration is ad d itam e n to , de sa lu te certiorem
reddit.» I t i d e m , t., pág. 1G9.
(2) «C histianis nihil nullo ju r e posse im poni legum, sive ab h om in ib u s, sive
a b angelis, nisi q u a n tu m volunt; liberi enim sumus ab om nibus..... Dico itaque:
ñeque Papa, n eque episcopus, n eq u e ullus h o m in u m h a b e t ju s unius syllaba?
constitueuda? su p e r Christianum honim em, nisi id fiat ejusdem consensu. Quid quid
aliter fit, ty ran ico spiritu fit.» Luther. D e captivitate B abyloni:a, pág. 288.
Bien p ron to conoció el mism o L u te ro el fruto de sem eja nte s predicaciones,
pues las gentes se creyeron suficientem ente i n s t r u i d a s —y con r a z ó n —por el
E s p ír itu Santo, hasta el pu nto de no hacer caso de los m inistros y negarles toda
subvención; de lo cual se queja a m a r g a m e n t e el heresiarca cu a n d o dice: «Si á
E ST A D O DE LA C U ESTIÓN 25

Estas teorías, tan halagüeñas á la libertad y á las pasiones


humanas, las fundaban, como es consiguiente, en la misma
Escritura, que interpretada á capricho conforme al espíritu pri­
vado de cada cual, contiene lo que quiere el intérprete que la
expone. Así, en confirmación de sus doctrinas respecto á la
iluminación interior, citaban, entre otros, un pasaje en que San
Pablo dice á los efesios: Unicuique nostrum da ta est gratia
secundum m ensuram donationis Christi (IV-7), del cual abusa­
ban, suponiendo que Cristo daba la gracia independientemente
del cuerpo místico á que pertenecen los fieles y cuya cabeza es
el mismo Hijo de Dios. Para establecer el verdadero sentido de
ese texto, escribió bellísimas frases nuestro Melchor Cano (1),
probando cuán errada es la interpretación protestante, pues se
opone en todo á la mente del Apóstol, que compara la Iglesia
con un cuerpo organizado; en el cual, aun cuando los miem­
bros tienen todos su operación particular, distinta de la de otros
miembros del mismo cuerpo, sin embargo, esta operación, no
tanto pertenece al órgano que la ejecuta, cuanto al organismo

este estado de cosas no se pone pronto remedio, se acabó el E vangelio, se a c a ­


b aron los curas y las escuelas en este país. Se hace necesario que los m inistros
a b a nd on en sus parroquias, porque están reducidos á la m ayor miseria; los que
no m ueren de ham bre, apenas pueden llevar una existencia a rr a s tr a d a y p a re ­
cen desterrados».
Da la razón L utero, añadiendo: «Las gentes no quieren dar nada; su in g ra titu d
es tan revolucionaria, que si la conciencia no me lo im pidiera, yo les qu itaría los
curas y p redicadores, porque ellos viven como cochinos que son>. A pud Mohe-
ler, loco citato, pág. 108.
(I) «M em brum igitur q uoniam id, quod to tiu s corporis est, nih il sibi vindi­
cat propium , sed ita in corpore om nia confert, u t magis corporis, q ua m m e m ­
bri actiones perfectionesque esse v id e a n tu r.....U nicuique au tem n o stru m data
est gratia secundum m en suram donationis Christi. Qusenam vero Iiodc m en s u ra
Christi est? S ecundum operationem, ait, in m ensuram uniu scujusqu e m em bri
Spiritus, ergo, suo qu idem modo, singulis promissus est, n t m ag n o s doceat, do­
ceat et parvulos. Ac p arvulis lac potum dat, majoribus solidum cibum. Illis C h ris­
tu m loq u itur et h unc crucifixum, his lo q uitu r sapientiam in m y sterio abscon"
ditam. Verum singulis m em bris sic spiritus veritatis adest, ut non solum co rp o '
ri universo non desit, sed corpori q uam membris priu s potiu sq ue intelligatur ad ­
esse». D e locis theologicis, lib. IV, cap. 4.
26 EG IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

de que el miembro forma parte. Por eso, si el ojo sirve para


ver y el oído para oir, más propiamente se dice que el hombre
ve con el ojo y oye con el oído, que no el ojo independiente­
mente del cuerpo y lo mismo respecto á los otros organismos
con operación propia, que más lo es del cuerpo á que perte­
necen.
Conmovido el reformador de Ginebra con los excesos que
observara en Sajonia á consecuencia de las doctrinas de Lutero,
expuestas en los párrafos anteriores, comenzó á ensalzar á la
Iglesia, llamándola infalible, indefectible, madre de los fieles,
que los engendra en sus entrañas, los alimenta con la leche de
sus pechos y cuida de ellos con cariño maternal. «Nadie, dice,
puede quitar á la Iglesia su carácter divino, permaneciendo sin
mancha en medio del vicio y de la corrupción» (1). Sin embar­
go, al tratar de la interpretación de los Libros Santos y de su in­
serción en el canon, lejos de seguir las huellas tradicionales ex­
presadas por san Agustín en aquella célebre frase: «Yo no
creería al mismo Evangelio si no me moviera á ello la autori­
dad de la Iglesia católica», destruye el edificio que había levan­
tado, dándonos como criterio para la inteligencia escritural la
iluminación interior del Espíritu Santo (2).

(1) In s tit., lib. IV, cap. 3.


(2) «Maneat ergo fixum, quos S. S anctus in tu s docuit, solide acquiescere in
Scriptura... neque d em on stratio nib us et rationi subjici eam fas esse: qu am tamen
m eretu r apud nos certitudinem Spiritus testim onio consequi.» In s titu í., L. I.,
cap. 7. En el misino s e n tir de Oalvino a b u n d a n las Confesiones galicanas, donde
se lee (cap. IV., 1.1.): H o s libros agnoscimus esse canonicos, id est, ut fidei nos­
trae n orm an et regulam hab em us, atque n on ta n tu m ex com m uni Ecclesiie con­
sensu; set etiam m ulto m agis ex testimonio et intrínseca S. S a n cti persuasione;
quo sugerente docemur illos ab aliis libris ecclesiasticis discernere». Sentados
estos criterios para discernir los libros canónicos de lo s que no lo son, resultó
lo que no podía menos: que desde el principio de la reform a se vió la c o n tra ­
dicción en tre los reformadores; porque un os rechazaban lo que otros admitían,
concediéndose, por pu nto general, a u to r id a d canónica por los calvin istas á los
libros deuterocanónicos, m ie n tra s se la neg ab an los lu teranos. Así como la vaci­
lación respe cto á un libro determ inado en un mism o autor, que unas veces le
ad m ite y otras le rechaza, ab u n d an d o los ejemplos.
ESTA DO DE LA CUESTION 27

ara Vióse entonces un fenómeno curioso y entretenido, por más


bre qUe estuviera muy dentro de los procedimientos lógicos, que
ite- sigue el espíritu humano en sus investigaciones. Los anabap-
nos tistas, hijos primogénitos del protestantismo, comenzaron una
rte- lucha feroz contra sus progenitores, fundándose en los princi­
pios establecidos acerca del discernimiento de los libros y de su
que interpretación, mediante la luz interior que el divino Espíritu
ero, comunica individualmente á cada fiel. Porque decían: si el Es-
á la píritu Santo se da á todos, no hay más regla de fe ni de moral
íles, que la inspiración privada, y todo cuanto vosotros predicáis, es
3 de una manifiesta y flagrante violación de los derechos del Espí-
Lice, ritu Santo y de los fieles con quienes se comunica. Los protes-
sin tantes acusaban á los católicos de haber abandonado la Escri-
bar- tura por seguir las instrucciones de la Iglesia; á su vez los ana-
i in- baptistas increpaban—y con razón— á los protestantes con
ex- palabras como éstas: «Vosotros abandonáis la doctrina del
no Espíritu Santo, para predicar las opiniones de los escritores sa-
tori- grados. Fariseos del cristianismo, sepulcros blanqueados, que
/an- rechazáis el impulso divino y seguís la sabiduría humana, y
i\ la encadenáis el Espíritu que vivifica con la letra que mata» (1).
Pedían los primeros reformadores á sus hijos las pruebas de
su misión, y éstos les contestaban á su vez retorciendo el ar­
gumento y burlándose de sus maestros, que no tenían armas
jre in para esgrimir contra ellos, puesto que de los arsenales del pro-
amen testantismo había sacado el anabaptismo sus defensas.
[oucIq Tras de los anabaptistas vinieron los cuáqueros, que esgri-
¡ nos- mían, contra la Iglesia oficial inglesa, armas análogas á las usa-
! con' das por aquéllos contra los protestantes de Alemania. «Para
sione;
tadoa ilustrar al hombre, dice Barclay (2), Dios se sirve de la revela-
jsuitó gíóu interior, manifiesta la verdadera doctrina con ayuda de la
Htían luz celestial, sin la palabra escrita, sin medio visible que caiga
i á los ____________
, vaci-
ces ]e (1) J u s to Menio, R efu ta ció n de la doctrina de los anabaptistas.
(2) Theologiae vcrae christianae apología, lib. I, pág. 19-48.
28 E GIP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

bajo el dominio de los sentidos. ¿Cuál es el origen de la verdad,


de la certeza, de la fe? ¿No es por ventura aquél que es el Ser,
la sabiduría y la autoridad? Que se consulten los hechos, el
simple buen sentido, y que nos digan de dónde viene la Escri­
tura. ¿No es acaso el Espíritu Santo quien la ha grabado con
su propia mano inmediatamente en el corazón de los profetas
y de los apóstoles? Hoy mismo, si nosotros queremos perma­
necer fieles á los principios evangélicos, ¿cómo hemos de pro­
bar su autenticidad, sino por la inspiración particular?» Y por
este estilo continúa estrechando á sus adversarios y demostran­
do la imposibilidad en que están de adquirir certeza alguna, no
ya los simples fieles, sino también los más doctos en la mate­
ria, acerca de ninguno de los Libros Santos ni de su verdadero
sentido; concluyendo con este dilema: O admitir la inspiración
privada, ó la autoridad de la Iglesia que vosotros rechazáis (1).
Así iba progresando el protestantismo, quitando y aña­
diendo libros, multiplicando las interpretaciones contradictorias
y haciendo tabla rasa de la Escritura Santa, cuando se presentó
en el mundo el visionario sueco Schwedenborg, que habiendo
perdido la cabeza con la lectura de los Libros Santos, se pro­
puso á su vez reformar la reforma, cuyos iniciadores coloca en
los profundos abismos del infierno; por donde se paseaba á su
libre albedrío, de igual manera que por el cielo de los justos.
Este nuevo profeta, cuyas visiones comenzaron en Londres
después de una cena opípara, según él mismo cándidamente
confiesa (2), no admitía en el Nuevo Testamento más libros

(1) «¿Exempli gratia, quom m odo p otest p ro testan s alicui n e g a n ti Jacobi epis­
tolam esse canonicam, per Scripturam probare?.... Ad ham igitur au g u stia m ne­
cessario res d edu cta est, vel afirmare quod no vim u s eam esse au the ntic am
eodem Spiritus testimonio in cordibus nostris, quo scripta erat; vel R om am re ­
ve rti dicendo; trad ition e no vim u s Ecclesiam eam in canonem retulisse, et Ec­
clesiam in fallibilem esse. Medium, ei quis possit, inveniat.» Lib. citato, 67.
(2) «Estaba yo en Londres, dice, y cené m uy tarde en u n cuarto que me h a ­
bía reservado para entregarm e con en tera libertad á la meditación de cosas espi­
rituales. T en ía m u c h a h a m b r e y cené con gran apetito. Al fin de m i comida
____ ESTADO DE LA C U ES TIÓ N 29

que los cuatro Evangelios y el Apocal;psis de San Juan, ni más


:5e^, interpretación que la mística, desconocida, según él, de todos los
> expositores antiguos y modernos. En su libro Vera christiana
jen- religio, continens unw ersam theologiam novce Ecclesice, ataca
cün rudamente la reforma y los reformadores con todos sus dog-
etas m as^ no nienos que la doctrina católica en sus verdades fun-
ma_ damentales, valiéndose para ello de su interpretación mística y
Pro" de las revelaciones con que se creía favorecido.
Por Siguiendo el mismo criterio del libre examen proclamado por
ran_ Lutero como base fundamental de la reforma, Grocio dudó de
5 no la inspiración de San Lucas, por no creerla necesaria para las
late- cosas que nos dejó escritas en sus libros (1).
iero p er0 ei tal principio, disolvente por naturaleza, debía dar al
ción traste, no sólo con la inspiración de los libros del Antiguo y
(!)• Nuevo Testamento, sino hasta con su misma autenticidad; de-
aña- biendo llegar tiempo, según predecían los católicos, en que no
>rias sólo se negara á aquellos libros toda autoridad divina, sino
entó también la misma humana que se concede á las obras de Va-
indo rrón, v. g., ó á los escritos de Tito Livio (2).
pro- Mientras duraron las guerras provocadas por la reforma, y
a en hasta que ésta se consolidó y adquirió, por decirlo así, carta de
á su naturaleza en Europa, con el establecimiento de la monarquía
stos. prusiana, hubo entre los protestantes algo así como cohesión,
Ldres --------------
lente advertí que se e x te n d ía un a nube sobre mis ojos, y vi el suelo de la habitación
cubierto por reptiles horribles, como serpiente s, sapos y otros.....E ntonces vi
IDrOS claramente un ho m b re en medio de una luz viva y explendente, sentado en un
rincón del cuarto; los reptiles h a b ía n desaparecido con las tinieblas. E sta b a yo
solo; juzgad del terror que se ap od eraría de mí, cuando le oí p ro n u n ciar distin-
i epis- tam ente, pero con u na voz y una entonación capaz de inspirar horror: «¡No
n ne- c o m a s t a n t o !» (L a s m aravillas del cielo y del infiierno. Prefacio.;
¡ticam (1) Votum pro pace Ecclesiae, titul. de canonicis S cripturis. «Si Lucas, inquit
im re- Grotius, divino afflatu dictante sua scripsisset, inde potius sibi sum psisset aucto-
it Ec- ritatem, ut prophetae faciunt, quam á testibus, quorum fidem est secutus. Sic in
7. iis quse P au lum agentem vidit scribendis, nullum ipsi dictan te afflatu opus».
ie ha- (2) I t a C anus noster, De Locis theologiis, libro II, cap. 7.°, sub initium, sc rip .
s espi- sit: «Imo vivorum judicum auctoritate sublata, nihil illis (protestantibus, videli-
:omida cet) superest, nisi ut totum Sacrorum Bibliorum codicem de medio tollant».
30 E G IP T O T ASIR IA R ESUCITADO S

que la necesidad misma y la lucha por la existencia sostenía


en pie, no obstante el principio corrosivo del libre examen. La
Biblia continuó, pues, siendo la regla de fe entre las infinitas
sectas en que se dividió el protestantismo, y por más que unas
á otras se hacían la guerra, todavía reconocían aquel lazo co­
mún que las unía en odio al romanismo.
Debía, no obstante, llegar la hora suprema de la disolución,
por más que no fuera de esperar que esto se verificara in instanti,
según ocurre en las obras divinas. Las humanas necesitan tiem­
po, y este tiempo transcurrió para la descomposición entera de
la reforma, dando al traste con la Biblia, que era el ariete con
que pretendieron demoler el edificio secular de la Iglesia cató­
lica, y á la vez la fuente de donde sacaban el agua religiosa
para sus necesidades espirituales.
Los escritos de Grocio, y más aún los de Espinosa, abrieron
brecha en el alcázar protestante, depositando los gérmenes que,
desarrollados más tarde, anularon por completo en el seno de
la reforma la Escritura Santa, y con ella el cristianismo que pro­
fesaban los protestantes, para dar lugar al deísmo y al racio­
nalismo más crudo.
Aunque al principio, por su cualidad de judío y de extranjero,
apenas hicieron eco sus libros en Alemania, después se le elevó
á una altura que, con seguridad, no esperaba él mismo, y se le
colocó entre los primeros pensadores de los tiempos modernos.
Y no sin razón, puesto que fué el restaurador del panteísmo y
pudiéramos decir, también del racionalismo de nuestros días.
Espinosa (1), que no admite la revelación en el sentido que
en su tiempo le daban todos y hoy le dan los católicos, no
acierta á ver en la Escritura un libro inspirado. Sin embargo,

(1) A unque g en eralm ente se le llama Spinoza, hay que te n e r preBente que
era un judío holan dés procedente de los ex p u lsad o s de E spa ña, don de es fre­
cuentísim o el apellido de Espinosa, y por eso nosotros creemos que debe escri­
birse á estilo español, y no según lo hacen los extranjeros, y tam bién muchos
españoles.
E ST A D O DE LA C U ES TIO N 31

:nía habla de ella con respeto, por más que rechaza el elemento so-
La brenatural, como los milagros y las profecías. Su objeto, al es-
itas cribir el T ratado teológico-político, fué, según confiesa,
nas «examinar de nuevo la Biblia, haciéndolo con espíritu libre
co" y sin preocupaciones». «No se puede dudar, escribe (1), que
todos los hechos narrados por la Escritura hayan ocurrido
ion, naturalmente». Con éste y otros principios análogos que con
nti, difusión se hallan esparcidos en sus obras, puso Espinosa el
em~ fundamento del racionalismo actual; puso el huevo que debía
1 de empollarse, poco después, en el centro mismo de la reforma,
con haciendo concluir á ésta por la negación del cristianismo (2).
ató- Wolf acostumbró con su filosofía á la independencia de Ja
iosa ietra, y los deístas franceses é ingleses fueron preparando el ad­
venimiento del racionalismo. Herbert reduce á sistema el deís-
3ron m0 y rechaza como inútil la revelación (3); y aunque Locke
que. pretendió refutarle en su cristianismo razonable, el resultado
o de ele la refutación fué predicar la religión natural. Inundóse en-
pro- tonces Inglaterra de deístas, que multiplicaron sus ataques al
icio- orden sobrenatural. Toland escribió E l cristianismo sin m is­
terios. Collins organiza una sociedad de librepensadores, cuyas
jero, ideas esplanó en sus discursos sobre la libertad de pensar.
"levó Tyndall renueva en el Cristianismo, tan antiguo como el mun-
se le do, las impiedades de Herbert. Woolston no ve sino alegorías
rnos. ‘ en los milagros del Evangelio, y para demostrarlo escribió seis
tío y discursos sobre los m ilagros de Jesucristo. Otros muchos
ts. escriben en igual sentido, apoyados por la nobleza, que les auxi-
) que lia con su prestigio y su dinero, hasta el punto de que Boling-
s, no broke compara la Biblia á D on Quijote.
argo, Voltaire se encargó de popularizar en Francia las ideas del

te que (!) Tractat, tlieolog. polit., t. III-VI.


as iré- (2) Véase á Vigouroux, Les libres sainetes et la critique racionaliste, 3.» edi-
! escri- tion, tomo I, pág. 504 y siguientes, y tam bién al Cardenal González, H isto ria de
luchosla filo so fía , artículo Espinosa.
(3) D e veritate, prout d istinguitur á revelatione, a verisim ili, á fa lso .
32 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

deísmo inglés, que él aprendió durante su expatriación en In­


glaterra, habiendo tomado de los escritores ingleses la mayor
parte de sus argumentos contra la Escritura Santa (1). Voltaire,
que fué por espacio de muchos años el porta-estandarte de la
impiedad en Europa, y el ídolo de nuestros regalistas del pasa­
do y presente siglo, como los Aranda, Moiño y otros de infausta
recordación en nuestra historia, no era un sabio, ni mucho
menos, sino un hom bre ligero, adulador, envidioso, fecundo en
chocarrerías de mal género y bufonadas de mal gusto, con que
suplía la falta de fondo (2).
Su principal escrito contra nuestros Libros Santos, lleva por
título la B ible enfin e xp liq u ée , donde, al decir de Mavnard, re­
produjo «todas las tonterías v obscenidades esparcidas en cien
pasajes de sus obras y amontonadas en este volumen como en
una cloaca».
Amigo de Federico II de Prusia, el rey filósofo, pasó algún
tiempo en. su corte, hasta que no pudiéndose sufrir el uno al
otro, fílele preciso abandonar á Berlín y buscar asilo entre los
benedictinos de Senones, de donde era entonces abad el céle­
bre expositor Calmet. A pesar del poco tiempo que vivió en

(1) P rin cip alm en te de Bolingbroke en sus Cartas sobra la historia.


(2) Véase cómo pensaba acerca de su ciencia el no menos im pío R en án
«Voltaire, escribe, n ’est pas plus un sav an t et un critique q u ’ un philosophe
et un a r tis te .....N ’en ten d rien á la h a u te an tiq u ité ...... Rien n'est d é d u it d ’une
maniere sav an te , les questions sont mal posées. Voltaire a fait de la p au v re
ex egese .... Le suceccès de V oltaire tu â l'érud ition en France.» ( Préfacé á
V H istoire critique des libres de 1’ A ncien Testam ent.) Y otro su amigo, Lord
B ro u g h a u d , em ite este juicio acerca del p atriarca de Ferney: «Le nom de
Voltaire rapelle d ’abord á chacun l’idée, non ptas t a n t d ’un ph iloso ph e don
les longues re ch erch es l’on porté á d o uter des bases de la religion, môme á
meconnaitre ses vérités, que d ’un enemi acharné de toute foi dans les choses
du monde spirituel; enemi do nt les attaqu es fu ren t dirigées par des passions
malignes, appuyées par des moyens peu scrupuleux, et pu rsuivies á l’aid e des
traits em poisonnés du ridicule, bien plus que des arm es h on n êtes de l’a rg u m en ­
ta t io n ..... On ne peut e xem p ter Voltaire de blâme, pour la maniere d o n t il a
atta q u é les opinions religieasses et outragé les se n tim e n ts d e cens qui croyaient.
L a il est sans défense». ( Voltaire et Rousseau. P aris, 1845.)
EST A D O DE LA C U E S T IO N 33

In- Prusia, su presencia hizo avanzar allí no poco la incredulidad,


Yor favorecida por el monarca, á quien trataban de lisonjear, con
iré, ; sus ataques á la fe, los aduladores, que nunca faltan en los pa-
Ia lacios.
Lsa~ Desde entonces el fuego prendido en Inglaterra, propagado
ista en Francia y transportado al otro lado del Rhin, comenzó á ha­
cho cer allí horribles estragos, hasta no dejar piedra sobre piedra
1en del edificio religioso, fundado en la Santa Biblia (1).
que

ARTÍCULO I I I
por
, re­
lien Desarrollo del racionalismo.
i en

P o r entonces trabajaba Reimaro, en medio del silencio, su


3 a] obra de destrucción, contenida en la A pología de los adorct-
}os dores de D ios según la ra zó n , que poco después había de
é}e_ incendiar toda la Alemania, cuando fuese publicada por Lessing
en con el título de Fragm entos de un desconocido.
Fué publicada la prim era parte de los fragmentos en 1774,
y otros cinco en 1777, dándoles la historia el título de F r a g ­
mentos de W oltfenbüttell, de donde era bibliotecario Lessing.
em,ul
ophtí
Más tarde,} cuando todo el mundo alemán estaba emocionado
ruñe con la lectura de los seis primeros fragmentos, dió á la estam-
luvre pa el séptimo, que corona dignamente la obra de demolición
'ace á
L o r d -------------------
n de
don (1) H e aquí cómo describe Strauss el papel desem peñado por cada una de
ime á l as tres naciones: «A l’A nglaterre echu rent la prem iere atta qu e e t la prepara-
hoses tion des armes; ce que fut la p a rt des libres penseurs ou deistes. Les français
isions a p p o rtè re n t ses arm es en deçà du l ’etroit et surent les manier avec dexte rité
e des dans une foule de petits combats incessants; tan disq ue en Allemagne un home
unen- surto ut en tr e p re n a it en silence l ’investissem ent et le siege de l ’ortodoxe Sion.
)t il a Les roles de la Franc e et de l’Allemagne se partagèrent comme le plaisan t et le
aient. grave; là Voltaire, ici H erinan Samuel Reim arus serv iren t de tipes pour les deux
nations.» (L'ancienne et la nouvelle f o i , trad. N arval con un prefacio de Litré.)
3
34 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

de la ortodoxia protestante. He aquí ahora el epígrafe puesto


á cada uno de ellos: 1.° D e la tolerancia de los deístas.—
2.° D e la costumbre de prohibir la enseñanza de la razón.
— 3.° D e la im posibilidad de a d m itir una sola revelación
p a r a todos los hom bres.— 4.° D e la im posibilidad de a d m i­
tir el paso del m ar Rojo p o r los hebreos. — 5.° D e la impo­
sibilidad de encontrar én el A ntiguo Testam ento una reli­
g ió n .— 6.° D e las relaciones evangélicas acerca de la re­
surrección de Jesucristo. — 7.° E l p la n de Jesucristo y sus
discípulos.
Tales son los célebres fra g m en to s en que el desconocido,
sin querer abdicar del nombre de cristiano, antes bien, pro­
clamándose á sí propio cristiano perfecto, no solamente llama
impostor á Moisés, sino que lanza la misma blasfema acusa­
ción contra el Hijo del hombre.
Para él, Jesús no fué más que un gran patriota que no se
acobardó ni se detuvo ante la im postura y el engaño para
conseguir sus altos fines. El objeto de Jesús era noble y ge­
neroso y consistía en comunicar al pueblo judío una nueva
vida, devolviendo su antiguo esplendor á la teocracia. Para
conseguirlo, todos los medios eran buenos. Se entendió al
efecto con el Bautista, que era su cómplice, y convinieron en
recomendarse m utuam ente para adquirir prestigio entre las
masas. La gran solemnidad de la Pascua fué el día señalado
para ejecutar este plan. El Domingo de Ram os entró el refor­
mador triunfante en la capital de Judea, excitando las turbas
contra los sacerdotes y magistrados; y además, enardecido
con lo bien que se le ponían las cosas, túvola audacia de violar
la santidad del templo. Esto era demasiado y no podían con­
sentirlo los judíos. Así es que, por un exceso de celo, todos
sus proyectos de regeneración vinieron á estrellarse contra un
obstáculo imprevisto, la cruz; porque fué preso, sentenciado
y condenado al último suplicio.
Para salir de apuros, los discípulos de aquel hombre extraor-
E ST A D O DE L A C U E S T IO N 35

5t° dinario inventaron y propalaron el cuento de su resurrección


— de entre los muertos, espiritualizando la doctrina del Maestro
Jjn• acerca del reino de Dios.
ón Como se ve, semejante doctrina, no sólo quila al cristianis-
711- mo todo cáracter sobrenatural, sino que además le quita su
P°~ razón de ser, pues no la tiene una religión fundada en la
impostura y sostenida por el fraude. Así se comprende bien
re~ que excitaran en Alemania tan brutales afirmaciones honda
sus conmoción y que de todas partes se levantaran á protestar
contra el osado que tales desahogos se permitía, á pesar de
d°y sus protestas de cristiano. Para formarse una idea, dice Vigou-
)ro- ■ roux, de lo que ocurrió en Alemania con la publicación de los
.ma F ragm entos de un desconocido, hay que recordar lo que vi-
isa- mos entre nosotros á raíz d é la publicación de la V id a de J e ­
sús por Renán.
3 se Sin embargo, el terreno estaba bien preparado y la semilla
>ara debía fructificar y fructificó en abundancia, á pesar de la opo-
' ge- sición de los mismos racionalistas, que veían comprometida su
leva causa con un lenguaje tan claro. Así es que Semler, jefe en-
3ara tonces del racionalismo alemán, dijo que Lessing merecía ser
ó al encerrado como loco.
n en Para defender el cristianismo, cuyos cimientos estaban mi-
; las nados por los escritos del desconocido, los teólogos protestan-
.lado tes hicieron concesiones más peligrosas aún que los mismos
efor- F ragm entos; y batiéndose en retirada, llegaron á dejar el cam-
irbas po enteramente libre á los enemigos de lo sobrenatural y, por
ícido consiguiente, de la idea cristiana, que privada de su elemento
qolar divino, desaparece (1).
c o n - --------------
to d o s (1) «C’est done á cette frayeur de quelques theologiens, á l ’ouïe de la tem p eté
soulevée par Lessing, q u ’on doit la naissance du racionalisme (habla del raciona-
9- Uïl lismo bíblico). Oui, telle fu t la conduite que cru re n t devoir tenir des hom m es
c ia d o instruits, et jusque á un certain point pleins de pieté: ils s ’im ag in èren t sa uv er
le navire en je t a n t á la mer mat, voiles, cordages et mem e le lest, et ces h om m es
son conus dans l ’histoire sous le nom d ’Erne&ti de Semler e t de Xienke.»
traor- (A m a n d S a i n t e s , H istoire du rationalism e, p ág. 122.)
36 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

Embebidos en las doctrinas deístas, parecíanles irrefutables


m uchas de las objeciones fragmentarias de Lessing, y para sal­
var algo del cristianismo, apelaron á la transacción, cortando
sin piedad ni miramiento cuanto, según los adelantos de la críti­
ca, parecía que debía ser rechazado y reduciéndolo á un senti­
miento vago sin dogma ni autoridad. P ara ser cristiano, de­
cían aquellos teólogos, basta creer lo que á cada cual inspire
su corazón. Todo lo que hace mejor al hombre, todo lo que
eleva el alma, he ahí la religión de Cristo. Todo lo que nos
edifica en la lectura de la Biblia es inspirado, porque la inspi­
ración y nuestra edificación vienen á confundirse; por eso ha
de sostenerse que viene de Dios, porque el Señor quiere que
los hom bres sean virtuosos.
Así, al pretender refutar á Reimaro, m atan el cristianismo,
concediendo á aquél lo que deseaba; esto es, que la Biblia no
es más que una obra hum ana, y por lo mismo debía ser tra­
tada y expuesta como se exponen y comentan los libros de los
hombres. Ellos se dijeron: hay que salvar el cristianismo,
aunque perezca la Escritura, y abandonada ésta, claro está que
aquél no podía subsistir dentro de la ortodoxia protestante,
que no le da otro apoyo que la palabra de Dios escrita. «La
letra, escribía Lessing, no es el espíritu, ni la Biblia es la reli­
gión. Por consiguiente, las objeciones contra la letra y contra
la Biblia, no lo son contra el espíritu y la religión». Así, al con­
cederle que la Biblia no es inspirada, le concedieron lo que
pretendía, toda vez que en el sistema protestante, quitada la
Biblia, desaparece con ella la misma religión. En adelante, la
autoridad histórica del Antiguo y Nuevo Testam ento no repo­
sará sobre el testimonio divino, sino sobre el frágil y deleznable
de los hombres, que bien pronto iban á quitarles hasta esta
som bra de autoridad.
¿Cómo defender el carácter histórico de ambos Testamentos,
llenos de relaciones maravillosas? ¿No chocan á la razón estos
relatos? ¿No son contrarios á la experiencia cuotidiana? Será
ESTADO DE LA C U ES TIÓ N 37

necesario abandonar los milagros, como se abandonó la inspi­


ración bíblica y dar de mano á todo cuanto huela á sobre­
natural.
Eichhorn debía ser el llamado á hacer que los milagros re ­
feridos en la Escritura Santa, tuvieran la misma suerte que la
inspiración. Y en efecto, fundándose en que las historias an ­
tiguas de los pueblos atribuyen á la divinidad cuanto sucede
en el orden natural, y en que los sabios de todos los países se
suponen en relación inmediata y comunicación directa con los
espíritus superiores y con los dioses, dedujo que debíamos
pensar lo mismo de los escritores hebreos del Antiguo Testa­
mento; esto es, que atribuían á Dios lo que no eran capaces
de explicar. No creemos, decía él, las leyendas antiguas, por­
que carecen de autenticidad; pero debemos creer los relatos
bíblicos, porque los libros del Testamento Antiguo son autén­
ticos. Sin embargo, todos los hechos milagrosos que en ellos
se refieren, pueden y deben ser explicados naturalm ente. Si
hubieran hablado con la precisión filosófica de nuestro tiempo,
no podríamos menos de reconocer en su lenguaje la afirm a­
ción categórica de la divina influencia. Pero no es así: al con­
trario, ellos se explicaron acomodándose á las ideas y expre­
siones de entonces, y nosotros, para no caer en error, debere­
mos traducir á nuestro modo de hablar lo que ellos escribieron,
y con esto ni tendremos necesidad de admitir los milagros, ni
tampoco de acusar á aquellos escritores de impostores y
falaces.
Sentado este principio, vienen en seguida las aplicaciones,
comenzando por los capítulos primeros del Génesis, de los
cuales, el que encabeza aquel libro, objeto de tantas contra­
dicciones, no es, á los ojos de nuestro expositor, otra cosa que
una magnífica y elegante descripción del universo. La creación
de Eva, un sueño en que Adán se imaginó que había sido di­
vidido en dos; la tentación, una falta de higiene por haber co­
mido un fruto venenoso, á consecuencia de haberle visto comer
38 E G IP T O Y ASIR IA R E SUCITADO S

á la serpiente, que, teniendo estómago diferente del del hombre,


no sintió la intoxicación; la voz de Dios, que reprendía á nuestro
prim er padre, el trueno de una torm enta, prim era que presen­
ciaron nuestros ascendientes. Y así continúa Eichhorn expli­
cando todos los sucesos maravillosos que se leen en el Antiguo
Testamento, ó según frase admitida, traduciendo en ja fetico
lo escrito en semítico.
Al llegar al Evangelio, Eichhorn se detiene y le falta valor
para negar los milagros de Jesucristo, ó para dar de ellos una
explicación tan arbitraria como la dada á los de la antigua
Ley. Pero la cobardía del autor de la critica y exégesis supe­
riores, como modestamente llama Eichhorn á su sistema, no
podía durar mucho tiempo, y lo que él no tuvo valor para
emprender, lo hizo otro, Enrique Eberardo Gottlob Pablo,
profesor de Jena, que había nacido en el mismo pueblo y en
la misma casa donde más tarde vio la luz el célebre Schelling.
Entusiasta de la doctrina de Kant, que había escrito, hablan­
do de Jesús: «El ha enseñado la religión natural y hecho de la
religión universal, que propuso, la condición suprema y nece­
saria de toda creencia religiosa.....Él mismo estableció una
Iglesia fundada sobre el principio de la religión natural» (1),
adoptó todas las ideas religiosas del filósofo de Kaenigsberg y las
explanó en sus obras, tales como el Comentario filológico, his­
tórico y crítico del N uevo Testam ento, la V id a de Jesús y el
M a n u a l exegético de los tres p rim eros Evangelios. Según él,
los milagros referidos por los Evangelistas, no son tales milagros;
son hechos .naturales que sin razón alguna se han tomado co­
mo milagrosos. Tal es su teoría, conforme con la de Eichhorn,
en lo que se refiere al Testamento Antiguo; y para confirmarla,
no perdona medio ni deja de buscar argumentos en todas las
ciencias humanas, aunque en balde. Un ejemplo nos dará idea

(1) L a religión dentro de los lím ites de la razón.


E ST A D O DE LA CUESTION 39

de los vanos esfuerzos de este exégeta para destruir los milagros


cristianos.
Se trata de la aparición del ángel á Zacarías para anunciar­
le el nacimiento del Bautista. Todo ello no fue, según el sentir
de Pablo, sino un juego de la imaginación del anciano sacer­
dote. Este, que deseaba con toda su alma tener sucesión y
constantemente pedía un hijo á Dios, se figuró ver, entre las
nubes del incienso, al ángel del Señor, que le prometía y
anunciaba el cumplimiento de sus deseos. Fijo en aquella idea,
parecióle haber estado demasiado incrédulo á las palabras del
ángel, que no eran sino sus propios pensamientos, y creyendo
que le castigaba con la mudez por haber hablado fuera de
tiempo, no intentó siquiera abrir sus labios hasta el tiempo
oportuno. Salido del templo y vuelto á la vida matrimonial,
su mujer concibió y parió á tiempo debido un niño, cuya edu­
cación fué conforme á los designios im aginarios de su padre.
Esta explicación, que el exégeta naturalista llama psicoló­
gica, la aplica él á todos los hechos evangélicos donde se nos
habla de apariciones sobrenaturales, como el bautismo de
Cristo, la transfiguración y otras, en que la imaginación de
los personajes que en ellas intervienen, desempeña el papel
principal.
Decía nuestro Balmes (1) que para comprender bien los es­
critos de alguno, era muy conveniente conocer antes su bio­
grafía. La de Gottlob Pablo nos da la clave de sus ideas en
materia de apariciones sobrenaturales. Siendo aún niño, per­
dió á su madre, y fué tanto el dolor del viudo, que no hallaba
consuelo alguno; por lo cual sus facultades m entales se debi­
litaron en extremo, creyendo hallarse en medio de una socie­
dad de espíritus, cuya reina era su difunta mujer. Llegó á ta n ­
to la locura, que el consistorio de Leomberg se vió precisado
á prohibirle el ejercicio de sus funciones de diácono, por pa-

(1) E l criterio, cap. X I, párrafo 3.°, regla 6.«


40 E G IP T O Y ASIRIA RESUCITADOS

clecer «absurdas y fantasmagóricas visiones divinas». Pablo


había creído en su infancia las visiones de su padre; mas
cuando llegó á hacer uso de sus facultades, fué tal la aversión
que tomó á toda aparición y visión sobrenatural, que d u ran ­
te toda su vida constituyó uno de los rasgos más salientes de
su carácter. De aquí la explicación psicológica de los milagros
evangélicos.
Otras teorías aplica á la exposición de los milagros, para con­
cluir siempre que no hubo tal hecho sobrenatural y milagroso.
Con lo cual la obra de Eichhorn, que negaba los milagros del
Testamento Antiguo, se completó con la de GotÜob Pablo, que
desechó los del Nuevo.
Poco á poco iban cayendo las torres de Sión á los golpes
del racionalismo protestante. Había desaparecido la revelación,
110 admitían la inspiración ni tampoco los milagros en ninguno
de los Testamentos. ¿Qué queda de la antigua Biblia, de que se
sirvió Lutero contra la autoridad de la Iglesia Católica? Sola­
mente la autenticidad, respetada hasta el presente por los discí­
pulos del fraile apóstata. Pero como un cuerpo recorre todo el
espacio que le separa del centro de gravedad hasta encontrarle,
así también el protestantismo debía recorrer todas las etapas de
la negación, hasta destruir la Santa Biblia, que le sirviera de
pretexto para su separación del centro de unidad.
Lo que 110 se atrevían á negar los racionalistas protestantes,
fué negado por Strauss, que aplicó al Nuevo Testamento, como
al Antiguo, las teorías que se hallaban en germen en las lucubra­
ciones de sus antecesores. Ni los libros que forman el Antiguo,
asegura él, ni los que componen el Nuevo, son auténticos, y
menos que ninguno los Evangelios. Parecerá que Strauss, con
su radicalismo, debía ser un hombre franco que manifestara sus
ideas con la convicción del que cree estar en posesión de la ver •
dad. Y, sin embargo, nada más lejos de lo cierto. Como los anti­
guos filósofos gentiles tenían por principio e xp e d ire f a l l i in re-
ligione cimtcdes, y como el rígido Epitecto daba la sanción á los
ESTADO DE LA C U E S T IO N 41

sacrificios idolátricos de su país (1), así también este nuevo so­


fista quería aparecer creyente y predicaba en sobrenatural,
siendo cura protestante en fiuabia, al mismo tiempo que prepa­
raba la primera edición de su celebérrima V id a de Jesús, que
viene á ser la negación más acabada del mismo Jesús, cuya
personalidad histórica casi niega, y la destrucción de todo el
sobrenaturalismo cristiano (2). En 1848 quiso ser diputado por
Francfort; mas temiendo que la V ida de Jesús fuera un obs­
táculo á su elección, dió un manifiesto electoral, diciendo á los
paisanos que aquella obra no tenía la más pequeña malicia, y
que había sido escrita para los sabios, no para los fieles, cuya
creencia él respetaba. Esto nos trae á la memoria el proceder de
Sanz del Río, que «cuando vió á punto de perderse su cátedra,
cuando iban á desaparecer sus libros de la lista de los de texto,
el Sócrates moderno, el integérrimo y austerísimo varón, el
mártir de la ciencia, importunó con ruegos y cartas autografia-
das á cuantos podían ayudarle en algo, y se declaró fie l cristia­
no sin reservas ni limitaciones mentales, ni interpretaciones
casuísticas» (3).
Strauss, pues, no admite que haya imposturas, ni por parte
de los personajes bíblicos, ni tampoco por parte de los escrito­
res inspirados. Ni siquiera concede que las relaciones de la Es­
critura sean hechos naturales, revestidos de un ropaje maravi­
lloso. Según él, ó hay que admitir todo lo que se refiere en la
Biblia, ó hay que rechazarlo todo; no hay medio.
«¿Quién autoriza al crítico, escribe, á proceder con tanta in­
consecuencia y arbitrariedad? Si no era Dios mismo quien lan­
zaba en el Sinaí truenos y rayos, ¿quién nos asegura que real-

(1) «L ibare autem, et sacrificare, et p rim itia s offerre secunilum pa trio s mores
unum quemque decet.-i (Apud S. Augus. Ench., cap. 38).
(2) a ll fa u t , escribía en 1830 á su amigo Marklin, avoir un pensée de derriere,
e tju g e r de tout p a r lá, en p a rla n t cependant comwc le peuple». (E ssais d'histoire
religieuse, pág. 330.)
(3) M enéndez Pelayo, H eterodoxos españoles, tom o 8.°, pág. 737.(Véase n u e s­
tro libro ¿De Santo Tomás ó de Iírausse? cap. II).
42 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

mente hayan existido tales rayos y semejantes truenos, siendo


el mismo autor quien afirma ambas cosas? ¿Por qué hemos de
creerle en un punto y no en ambos?» (1).
Este raciocinio, tan concluyente contra todos los predeceso­
res de Strauss, y los que siguen después de él las medias tintas,
tenía que llevarle á uno de dos extremos: ó admitir la Biblia
tal cual se halla en la Iglesia Católica, ó rechazarla toda en­
tera, negando autenticidad á sus libros; y este fué el gran paso
dado por Strauss en la obra de demolición emprendida por Lu-
tero contra la Santa Escritura. «Pretender, dice, que los escri­
tores bíblicos han sido testigos oculares ó próximos á los sucesos
que refieren, no es más que una preocupación.....Hace ya tiempo
se ha demostrado que hay que fiarse poco en los títulos de los
libros antiguos, y principalmente de los libros religiosos» (2).
Negada la autenticidad á los Evangelios, era necesario que
Strauss buscara el origen de lo que refieren estos libros, y lo
hizo aplicando al Testamento Nuevo la teoría de los mitos,
que Heyne había aplicado á todas las antiguas religiones, ex­
cepto la hebrea; que de Wette extendió al Antiguo Testamento,
y que Strauss generalizó aplicándola al origen del cristianismo,
diciendo que «la religión tiene por padre al sentimiento y por
madre á la imaginación». Observemos de paso cuánto se han
extendido las ideas y frases racionalistas hasta entre los cató­
licos, quienes con lamentable frecuencia nos hablan del senti­
miento religioso, como si la religión no fuera más que eso.
El estado de la Judea y el modo de ser de los espíritus en
aquel tiempo, parecen á Strauss causa bastante para explicar el
origen del cristianismo. Una religión, según él, no puede nacer
más que en épocas en que predomina la fantasía sobre la ra­
zón. La primitiva Iglesia, por un trabajo sucesivo de que ella
misma no tenía conciencia, se representó, bajo la forma de la

(1) Essais d'histoire religieuse, pág. 68.


(2) Vida de J esú s, tomo I, pág. 80.
E ST A D O DE LA CUES TIÓN 43

historia de nn hombre, la idea religiosa, cuyo principal protago­


nista era Jesús de Nazaret. No sólo le aplicó las formas míticas
comunes á todas las religiones antiguas, tales como el naci­
miento de madre virgen, y la encarnación, sino también cuanto
el judaismo, después de la cautividad, había atribuido en su
exaltación patriótica al pretendido Mesías. Así es que la expec­
tación del Cristo creó el Jesús de los Evangelios (1).
Por donde se ve que, para el racionalista alemán, Jesucristo
apenas tiene personalidad histórica, viniendo á ser poco más ó
menos que el Júpiter ó el Mercurio de los griegos.
Las aspiraciones de una época, su manera de concebir las
cosas, sus deseos y sus ideas toman un día cuerpo, su ideal se'’
personifica en un ser imaginario: he aquí el mito. No es el es-
. critor que lo cuenta quien lo ha creado, ni éste ó aquel indivi­
duo aislados, no; es una creación colectiva, anónima, espon­
tánea, inconsciente, en la cual cada uno ha ido poniendo un
rasgo, un elemento, sin que sea posible determinar la parte que
corresponde á cada factor. Así es como los Evangelios fue­
ron compuestos por la imaginación popular antes de ser escri­
tos por los cuatro evangelistas (2).
Los escritos de Strauss, y principalmente la V ida de Jesús,
provocaron en Alemania los mayores excesos, notándose el des­
bordamiento racionalista en todas las clases, y muy particular­
mente en la que llamaban extrem a izquierda liegeliana. Fe­
derico SaUet, poeta prusiano, publicó el año 1842, en Leipzig,
un poema en que, parodiando al Evangelio, coloca al hombre
hecho Dios en lugar del Verbo hecho carne. Bruno Bauer acu­
sa á Strauss de inconsecuencia, y dice que no fué la comunidad
cristiana, ser místico, vago é impalpable, quien inventó los mi­
tos evangélicos, sino que tal invención fué obra de los evange-
. listas, que los tomaron de las concepciones mesiánicas y apo­
calípticas de los antiguos profetas y de la gnosis judaica.
(1) Nouvelle vie de Jesús, tomo I, pág. 193.
(2) Strauss, E ssais d’histoire religieuse.
44 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Según Feurbach, en su libro Esencia del cristianism o (1),


la doctrina de Hegel es el Antiguo Testamento de la Filosofía,
mientras que la suya es el Evangelio; y su doctrina consiste en
afirmar que es preciso romper para siempre con la raza hipócrita
y servil de los teólogos, abandonar el concepto cristiano del
Estado, y no ocuparse más que en lo que tiene ser, es decir,
en el cuerpo del hombre; cuya teoría, comentada y explicada
por Max Stirner, se resuelve en esta frase gráfica: «De todos los
hombres, aquél que yo mejor conozco y más quiero, soy yo. El
yo es todo mi catecismo y hago lo que quiero y lo que me agra­
da». Amoldo Ruge pretende que el cristianismo es una nueva
edición del budhismo, y aunque Jesús es un mito, como dice
Strauss, no lo es á la manera que él lo afirma; porque el mito
Jesús figura la lucha física del invierno con el estío, de las ti­
nieblas con la luz. Por eso nace cuando comienzan los días á
crecer, y muere cuando la naturaleza revive en 'a primavera.
No hay pecado, ni Dios, ni inmortalidad. Por este estilo escri­
bieron muchos de la izquierda hegeliana, algunos de ellos, co­
mo Daumer, pensionados por Bismarck, sin duda en premio de
sus trabajos de zapa contra el catolicismo.
La misma V id a de Jesús, de Strauss, que fuécausa ocasional
de tantas aberraciones por parte de la izq u ierd a hegeliana,
dio origen á una escuela célebre, que tanto ruido había de me­
ter en el mundo científico, á la llamada escuela de Tubinga.
Su fundador Baur, maestro de Strauss, confiesa la comunidad
de ideas que le liga con el discípulo; pero pareciéndole dema­
siado violento el proceder de aquél, ideó el medio de llegar al
mismo término por camino más seguro. Propónese descubrir
lo que hay de histórico en el origen del cristianismo, y puesto
que Strauss había hecho dudar de la autenticidad de los Evan­
gelios, él comienza sus investigaciones por San Pablo y los de­
más apóstoles, cuyas cartas son el principal objeto de su crítica.

(1) Leipzig, 1841.


E ST A D O DE LA C U ES TIÓN 45

Partiendo, como es costumbre entre racionalistas, de una


concepción á p rio r i, asienta como base de su sistema la di­
vergencia entre los fundadores de la Iglesia cristiana, los doce
apóstoles con Pedro á la cabeza por un lado, y Pablo por otro.
De aquí el nombre de petrinism o y paulinism o consagrado
por esta escuela. Pedro era demasiado judío y quería atenerse
á las prácticas de la ley, mientras que Pablo, más liberal y de
más ancha manga, quería romper con el judaismo y fundar una
religión que abrazara á todos los hombres. Añádase un tercer
elemento conciliador de ambos partidos, examínense á la luz
de estas hipótesis las cartas que llaman de San Pablo, de San
Pedro y Católicas, y se podrá formar concepto cierto de la épo­
ca en que fueron escritas, del partido á que pertenecía el autor
de cada una de ellas y del desarrollo del cristianismo en los
primeros siglos.
El mismo criterio aplica Baur al examen de los evangelios
apócrifos y de los canónicos que, según él, no aparecieron has­
ta mediados del segundo siglo, lo mismo que los actos de los
apóstoles y las cartas canónicas. Las necesidades del momento,
la lucha entre el petrinismo y el paulinismo y la urgencia de
una tregua por ambas partes, son para la escuela de Tubingalas
causas productoras de nuestros libros santos en el Testamento
Nuevo (1).
Como no tratamos ahora sino de exponer el estado de la
cuestión, no debemos entretenernos en demostrar lo absurdo
de la teoría de Baur; ya lo hizo uno de su misma escuela,
Ritschlt, probando cuán sin fundamento se establecía la divi­
sión entre los apóstoles y cuánto se abusaba de la nueva frase
paulinism o y petrinism o (2).
Strauss, que seguía con avidez el movimiento de la escuela de
Tubinga, tuvo que defenderse de algunos ataques que le diri-

(1) H istoire de l'Eglise chrétienne des trois prem iers siècles,


(2j Orígenes de l'ancienne E glise catholique,
46 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

gieron los adeptos de la misma; y más tarde, en 1864, publicó


la V id a de Jesús p a ra aso del pueblo alem án, en la cual se
contradice lastimosamente con lo que había dicho en su pri­
mera V ida; y lejos de ser el anatómico paciente y calmoso de
los Evangelios, se desborda en diatribas contra sus contradicto­
res y parece poseído del espíritu de furor, que no guarda mira­
mientos de ninguna clase. Su último trabajo teológico L a antigua
y la nueva f e , dado á la estampa en 1872, poco antes de su
muerte, ocurrida en el 74, es la defensa del materialismo pan-
teísta y del ateísmo, junto con la apología de la fuerza y des­
potismo de Bismarck. Ya no es Strauss el defensor de la idea de
Hegel aplicada á la teología; es el cantor de la materia, que pre­
guntándose si somos todavía cristianos, responde, sin hesita­
ción, que no; que la persona de Cristo no es más que un pro­
blema, y á un problema no se le puede dar crédito; que la
ciencia, arrancando de los hombros de Cristo el manto divino
con que le había revestido la credulidad y la superstición, ani­
quiló el cristianismo. Y como si todo eso fuera poco, todavía se
pregunta: ¿somos religiosos siquiera? No, responde. La astro­
nomía arrojó á Dios del cielo, su palacio; la reflexión le privó
de su corte, los ángeles y santos. La razón acabó ya su obra
contra la religión; ésta está vencida, no existe; no debe, por
consiguiente, haber más culto.
Tan grave pareció á Gladstone, primer ministro entonces de
la Reina Victoria, el contenido de L a antigua y la nueva:fe .
que se creyó obligado á preservar á los ingleses contra tan di­
solventes doctrinas en un discurso público dirigido á la juven­
tud británica.
Poco adelantó el librepensamiento alemán después de la
muerte de Strauss, si bien es verdad que apenas le quedaba ya
nada que hacer en orden á la destrucción completa de la Bi­
blia y de la revelación. Algunos de los racionalistas germanos
siguieron por el camino abierto por el antiguo cura de Suabia;
otros reprodujeron las ideas de Gottlob Pablo, y la mayor parte
E ST A D O DE LA C U E S T IO N 47

han seguido y siguen un eclecticismo bíblico, que toma de acá


y de acullá lo que le parece bien para sus intentos, sin cuidarse
gran cosa de armonizar lo que dicen en una parte con lo que
han escrito en otra.
En un punto convienen todos, sin embargo, y éste es la ne­
gación de la autenticidad del Antiguo Testamento, y princi­
palmente del Pentateuco, contra el cual dirigen hoy sus princi­
pales ataques, siendo su jefe Wellhausen (1). Ya se comprende­
rá que en los detalles y en el modo de llegar al resultado hay
entre ellos una envidiable discordancia, deshaciendo unos lo
que otros edifican.
El racionalismo germánico contemporáneo se extendió como
una plaga á los demás países civilizados, sobre todo á Francia
é Inglaterra. Litré, que murió por último reconciliado con Dios
en el seno de la Iglesia Católica, y Renán, que murió impeniten­
te, fueron los principales propagadores del mal; aquél con la tra­
ducción al francés de L a oída de Jesús, de Strauss, y éste con
la publicación de otra V ida de Jesús, original suya.
La negación de todo orden sobrenatural y la afirmación del
origen exclusivamente humano del cristianismo, son los dos
puntos capitales que pretende sostener el racionalismo extra-
germánico, tomando todos sus razonamientos del abundante
depósito de ultra-Rhin, donde hay afirmaciones para todos los
gustos.
No sabemos que en España se haya publicado alguna obra
original en el sentido y con los fines dichos; pero sí se han tra­
ducido muchas francesas, entre ellas la V id a de Jesús, de Re­
nán, y además en multitud de libros y no pocos periódicos se
dan por sentados aquellos dos principios, que son el resumen
de las modernas ideas del librepensamiento; ya que así se ha
dado en llamar entre nosotros al sistema de no creer nada y

(í) H istoire d'Israel.


48 E G IP T O Y A SIR IA R ESUCITADO S

negar cuanto no se cree, sin más fundamento ni otras pruebas


que p o r que sí.
Y puesto que Renán pasa entre no pocos españoles como un
semi-dios, ó al menos como un sabio de primer orden, plácenos
poner aquí los juicios de dos escritores notables, uno de la es­
cuela liberal y otro de la católica. El primero será Pressensé,
quien dice acerca del crítico francés lo siguiente: «M. Renán se
contentó con escribir un romance serio ( habla de la V id a de
Jesús), una graciosa fábula, á la cual sólo falta la moral, por­
que él no conoce nada parecido.....Bien echadas las cuentas,
la V ida de Jesús de M. Renán, con toda la magia de su estilo
y los brillantes coloridos de su paleta, me parece una de las
tentativas más pobres que yo conozco para reproducir aquel
gran suceso. Es por excelencia el Evangelio apócrifo del siglo
XIX, más distante aún de la verdad que el Evangelio de To­
más ó las A cta s de Pilatos» (1).
Otra crítica acerca del valor intrínseco de la famosa obra del
incrédulo francés, nos la da hecha su impugnador el P. Gratry,
que si pudiera rechazarse por interesado, debería ser admitido
en toda su extensión, atendidos los datos que presenta para
corroborarla. Hela aquí: «Trátase de la V id a de Jesú s, de
M. Renán. Para juzgarlo, no se necesita más que un cuarto de
hora de trabajo con quien lo haya estudiado del modo conve­
niente.....El autor de la V id a de Jesús quiere demostrar que
Nuestro Señor Jesucristo no es Dios.....De los cuatro Evange­
lios, dice, en los tres Jesús no toma siquiera el título de Hijo de
Dios..... «Solamente en el Evangelio de San Juan emplea Jesús
el nombre de H ijo de D ios ó H ijo , hablando de sí mismo».
Pues bien; esto es completamente falso. Jesucristo se declara
H ijo de D ios ó H ijo , del modo más solemne, en cada uno de
los cuatro Evangelios. Abramos los tres primeros, en los cuales,
según M. Renán, Jesús «no emplea el nombre de H ijo de Dios

(1) Jesús-clirist, 1884, pág. 12.


E ST A D O D E LA C U ES TION 49

ó H ijo, hablando de sí mismo». Desde luego veremos que San


Mateo, en el capítulo XI, v. 27, dice: «Mi Padre puso en mis
manos todas las cosas; y nadie conoce al H ijo sino el Padre;
ni conoce ninguno al Padre sino el H ijo y aquél á quien lo
quisiera revelar el H ijo». ¿Llámase Jesucristo en este lugar
H ijo de D ios? ¿Sí ó no? Y el modo como lo hace, ¿no es bas­
tante solemne? Aquí habla, 110 sólo como H ijo , sino también
como Unigénito de Dios. El mismo San Mateo, en el capítulo
XXIV, v. 63 y 64, dice: «Te conjuro por el Dios vivo, que nos
digas si tú eres el Cristo, el H ijo de Dios. Jesús le dice: «Tú lo
has dicho.» ¿Os parece dudosa esta contestación? Pues acudid
á San Marcos, que os da de ella explicación satisfactoria. En el
capítulo XIV, v. 61 y 62, se expresa en los siguientes términos:
«¿Eres tú el Cristo, el H ijo de D ios bendito? «Y Jesús le dijo:
«Yo soy».
Acudid también á San Lucas, y hallaréis que, en el capítulo
XXII, v. 70, se expresa en los siguientes términos: «Luégo tú
eres el H ijo de Dios. Él dijo: «Vosotros lo decís que yo soy».
Y ellos dijeron: «¿Qué, necesitamos más testimonio? Pues nos­
otros mismos lo habernos oído de su boca». Y en efecto, lector,
acabas de oir de su propia boca, en San Lucas, en San Marcos
y en San Mateo, del mismo modo que en San Juan, Jesús en
persona, con su propia boca, se declara en todas partes H ijo
de Dios.
¿Qué pensáis de esto, y qué concepto os merece un autor
que en una de las cuestiones más transcendentales afirma tan
rotundamente una falsedad tan palpable, tan visible, echando
mano para ello de textos que se sabe de memoria todo aquél
que posee en el mundo civilizado una mediana instrucción? No
cabe dudar que el autor conoce dichos textos tan bien ó mejor
que nosotros; y sin embargo, manifiesta que «solamente en el
Evangelio de San Juan emplea Jesús el nombre de H ijo de
D ios ó de H ijo, hablando de sí mismo». Júzguese ahora. ¿Qué
puede pensarse de un historiador que de tal modo cita los tex-
50 EGIPTO Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

tos? Y si de esta manera procede citando el Evangelio, que se es


sabe de memoria—y que todo el mundo puede exam inar— ra
obrando de esta suerte, no tanto por mala fe como por incapa- ^
cidad de atención, ¿se comprende qué confianza pueden inspi-
rar sus demás citas?»
«Pues bien; es menester dejar consignado que, en este libro
y para este autor, no existe proposición alguna, que sea más
verdadera que su contraria; si sienta una afirmación, puede
abrigarse la probabilidad de que en una ó en otra parte ha ^
dicho todo lo contrario. Buscad cuidadosamente y lo encon- lt
traréis.» cO
«En el ejemplo que nos ocupa dice: «Su título de H ijo de p
D ios, que Él confiesa abiertamente en animadas parábolas, en
las cuales desempeñan sus enemigos el papel de asesinos de los a
enviados celestes..... ¿Imagináis acaso que el autor va á apo- a
yarse exclusivamente en el testimonio de San Juan, ya que, se- c
gún él, sólo en San Juan toma Jesús el título de H ijo de Dios? f
No; en este punto, al pie de la página, cita en primer lugar á g
San Juan, que por de pronto no menciona la parábola referida; ]
cita también á San Mateo, en cuyo Evangelio se halla realmente (
la parábola de que se trata; y no cita á San Lucas ni á San (
Marcos, que también la refieren.....» «
«De los cuatro Evangelios, ¿en cuántos se llama Jesús H ijo |
de Dios? M. Renán dice: Sólo en uno. Pues bien; se llama así <
en los cuatro. De esta suerte y de un cabo á otro de su libro ve (
los textos en que pretende apoyarse. ¿Qué hacer ante un volu­
men colmado de defectos semejantes? ¿Cómo enumerar y dis­
cutir todos los errores que constituyen su trama? Imposible.
Permítaseme, sin embargo, que haga la experiencia en diez
ejemplos, y después de ello no le costará mucho encontrar
otros al que se decida á estudiar el libro.»

«Jesús, dice M. Renán, no tiene la más pequeña noción de


un alma separada del cuerpo» (pág. 128). ¿Podéisimaginaros á
E ST A D O D E LA CUESTION 51

este escritor, que tan paladinamente—circunstancia en él de una


rareza extraordinaria—y con ese tono de superioridad viene á
darnos cuenta de las cosas de que Jesucristo, el eterno Maestro
del género humano, no tiene la más insignificante idea? ¿Con
que «Jesús no tiene la más pequeña noción de un alma sepa­
rada del cuerpo?» Pero ¿á qué conduce esto, cuando no hay
quien no pueda contestar inmediatamente? Jesús ha dicho: «Y
no temáis á los que matan el cuerpo y no pueden matar al alma;
temed más bien al que puede echar el alma y el cuerpo en el
infierno?» Téngase en cuenta que esto se lee en el Evangelio de
San Mateo (X, 28), que M. Renán considera como la colección
propia y auténtica de los discursos de Jesús.
Pero entonces, ¿cómo trabajan esos hombres? ¿qué tienen
ante los ojos del espíritu cuando sientan una afirmación? ¿Es él
acaso el único mentor de sus palabras, ó es que son víctimas
de una especie de instinto físico que les fuerza á hablar? En el
fondo, su propósito, ó mejor, su instinto, va encaminado á en­
señar que no existe cosa alguna, que no hay Dios, ni alma, ni
bien, ni mal, ni verdad, ni falsedad. Para alcanzar el propósito
de establecer que no hay alma, ocúrresele al escritor, en mitad
de su trabajo, que ha de producir gran efecto afirmar que Je­
sucristo no ha conocido semejante distinción, y estampa resuel­
tamente: «Jesús no tiene la más pequeña noción de un alma
separada del cuerpo». Apenas escrita la frase, apenas sentado
el aserto, queda hecho pedazos por la fuerza del texto; mas
esto, ¿qué le importa al autor? En otra parte dirá otra cosa; en
otra parte dirá, por ejemplo: «el cuerpo da la distinción de las
personas», proposición que bastaría por sí sola para anunciar la
invasión de la barbarie en el mundo intelectual.»

«Basta al presente esa ligera enumeración de algunas de las


faltas de más bulto.....¿No queda el libro juzgado con lo que
precede? Someto esta pregunta á nuestros adversarios. ¿Qué di­
rían de nosotros si nos vieran escribir de esta suerte y de la
52 EGIPTO T ASIR IA RESUCITADOS

misma m anera discutir las cuestiones de historia y filosofía re­


ligiosa? »
«Por lo demás, no puede apreciarse de dos modos distintos
el valor dé la Vicia de Jesús. Científicamente hablando, el libro |
nada vale. Tal es especialmente el juicio pronunciado por la :
Alemania. No. sólo ha considerado ese libro como Juera del
campo científico el congreso de sabios católicos reunidos en
Munich, sino que han dado el mismo fallo todos los sabios ale­
manes que pertenecen á lo que se llama la ortodoxia protestan­
te, y hasta han opinado de la misma m anera las escuelas ra­
cionalistas de la misma nación..... La de Tubinga, continuado­
ra de Strauss y de Bauer, y á la cual tampoco es completamen­
te extraño M. Renán, habla también de la V id a de Jesús en la i
G aceta de A m bargo. Tengo á la vista el texto alemán. Véan­
se las conclusiones de un trabajo bastante extenso de M. Keim, ;
que ha llamado justamente la atención»: «Es una novela, di­
ce...., son unos nuevos M isterios de P a rís escritos á vuela í
pluma, para entretener en un terreno sagrado á un público
compuesto de profanos. Científicamente hablando, el libro es i
completamente nulo respecto de todas las cuestiones impor­
tantes» (1).
Tan severamente juzgan la V id a de Jesús de Renán las ;
eminencias científicas extranjeras; con las cuales forman des­
consolador contraste lo que han.escrito algunos periódicos es­
pañoles, á raíz de la muerte del infortunado ex-seminarista de
San Sulpicio. «Ninguna reputación intelectual, dijo el H eraldo
de M a d r id (2), puede en este siglo aproximarse á la del muerto
de hoy. Víctor Hugo, con su renombre inmenso, con ser el
cantor entrado á saco por todas las revoluciones del espíritu
humano, y el pregonero elocuentísimo puesto al servicio de to- !
das las humanas miserias, no ha alcanzado jamás esa univer-

(1) Los sofistas y la crítica, lib ro II, cap. I.


(2) 1.° de O ctubre de 1892.
E ST A DO DE LA CU ES TI ÓN 53

salidad asombrosa de Renán, en la Edad moderna igualada só­


lo por la sangrienta y legendaria del primer Napoleón».
Y como si esto fuera poco, E l R esum en continúa: «Nada
tan grande como la publicación de la V id a de Jesús. Libro al­
guno se ha recibido con tales honores y con tan espantoso vo­
cerío. Detrás de la obra de Renán vinieron las impugnaciones
á millares; desatóse la ira y dio furibundos gritos la calumnia.
Y, sin embargo, la V id a de Jesús es un libro honrado y la
obra de un cristiano ferviente» (1).
Así se juzgan en España los libros que la sólida ciencia de
otros países considera como «completamente nulos respecto á
todas las cuestiones importantes»; así ensalzan nuestros perio­
distas liberales una obra que, «científicamente hablando, nada
vale», y que sólo podrá tener algún valor literario como los
M isterios de P a r ís , ó las fábulas de Esopo, que también le
aventajan en que, á diferencia de la V id a de Jesús, todas tie­
nen su adfabulatio (2).

(1) Eu el número co rrespondiente al mismo día.


(2) P o r no recargar demasiado el cuadro, no hem os citado en el tex to m á s
a u toridad es que las dos indicadas, y ellas serían basta n te á d em o s tra r lo huero
de los elogios trib u tad o s á R enán por nuestros periodistas liberales, sin excluir
L a Epoca, que van siempre á la zaga de los h om b res de ciencia, y con m u c h í­
sima frecuencia hacen creer á sus lectores en reputaciones que no tienen otra
base que el espíritu de secta.
R enán, por lo demás, está desacreditado, como h o m b re científico, en todas
partes; h asta el punto de que su sucesor en el sillón académico, M. Challemel-
Lacour, en el discurso de recepción en la A cadem ia Francesa, le puso como d i­
gan dueñas. P a ra disculpar los ataques á las incoherencias del incrédulo se m i­
narista, no h a falta do q u ien d ijera que proce día n de «gentes de Iglesia», p re te n ­
diendo con esto q u itarles su v a lo r in trínseco. N ada más falso; y si alguien lo
dudase, puede consultar el libro de Mgr. Maignan, hoy Cardenal Arzobispo de
Tours, que lleva por título: R enán y La crítica alemana; en él verá le v a n ta rs e
contra la Vida de Jesús del académ ico m u ltitu d inn um era ble de seglares y e n ­
tr e ellos muchísimos p ro testantes, como Wallon, de Pressensé, Guizot, Caro y
h a sta el excéptico y hegeliano Schérer. ¿Qué más? Poco tiem po hace apareció
en P arís un libro, escrito por un viejo racionalista llamado S e a i l l e s , con el
epígrafe de E rn est R enán, E ssai de biographie p>sycohologique-, en él aparece la
figura de R enán al nivel de bajeza que de ju sticia le corresponde. Le llama
«¡pobre Renán!» «bajam ente sensual», «bobalicón», «pillo», «bufón lúgubre»
54 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADO S

Después de la rápida ojeada, que hemos dado por el campo


protestante, para conocer lo que sucesivamente fué para ellos '
la Biblia, conviene ahora comparar la frase de los primeros re­
formadores, según los cuales, no debía admitirse m ás que la
B iblia, sólo la B ib lia y n ada fu e r a de la B ib lia , con las
afirmaciones de sus tataranietos, los racionalistas de hoy, para
quienes los libros que forman nuestra Biblia no merecen ser
considerados siquiera como libros auténticos.
Así se ve, que el principio sentado por Lutero como base de
su sistema religioso, entregando la divina Escritura al libre exa­
men y dejando á cada individuo el derecho de admitir los li­
bros que su conciencia creyera inspirados y de interpretarlos
conforme á las luces que tuviera, prescindiendo de la autoridad
de la Iglesia, contenía en germen la doctrina racionalista, que
para nada considera la Escritura, á la cual trata con más des­
dén que á los libros de Coníucio ó de Platón.
Primero se fueron excluyendo del número de los canónicos
muchos libros del Antiguo y Nuevo Testamento; después se les
negó la inspiración, reduciéndoles á la condición de libros pu­
ramente humanos; más tarde se les privó de todo cuanto en

(pág. 301-2-4) con otras caricias sem ejantes. Y c o ncretán do no s á la V ida de


J esú s, he aquí lo que dice de ella: « En de hors de tout p a rti p ris, avec toutes les
reserves sur le talent dépensé l’œuvre me p a r a it manquée. E st-il legitim e de decou-
p e r dans les E vangiles les textes des discours de Jésus et de les attrib u er a rb itra i­
rem ent à telle ou telle époque de sa vie? L e document ne suggere pas l'hypothese
c’est L’hypothese seule qui determ ine le choix et l’usage du document, le plie á ces
exigences. Ce qui est plus grave, je ne vois pas que R en a n ait tenu ses engage-
m en ts, qu'il a it ressuscité cette g ra n d fig u re hum aine dont les lois de la vie de­
va ien t g a ra n tir la vérité. L 'im age qui se dégagé de son livre reste confuse, l’unité
d'un meme caractère n apparaît- p a s .... L e caractère indécis de R e n a n se trahit
dans son œuvre, sa sym pathie a des interm itences. P our tir e un g ra n d a rtiste, il
lui á manqué ce qui lui m a n q u i pour etre un g ra n d philosophe.....R en a n ne sait pas
assez s'oublier lui m em e, il a voulu que Jésus lui renvoyât sa proprie image et il
s ’est su rto u t complu à cette image.» (Pág. 13G-37).
B a s ta de copiar p a ra que se conozca al fan to c h e que nos p o n d e ra ro n tanto
n uestros periodistas liberales. E n él se h a cumplido, como en todos, la palabra
divina que dice: qui scrutator est m ajestatis opprim etur á gloria. (P rov erb. X X V '
27. Véanse los A nnales de philosophie chrétienne, Diciem bre de 1894.)
E ST A D O DE LA C U E S T IO N

ellos se halla sobrenatural y milagroso, explicando los hechos


que refieren sin necesidad ninguna de la divina intervención
directa; y por último, se les negó toda autoridad, aun humana,
al presentarlos privados de autenticidad y escritos muchos años
y aun siglos después de la época en que se suponía haber sido
publicados, sin que los autores á quienes se atribuyen tuvieran
en ellos la más mínima participación. En esto vino á parar el
culto de la Biblia por los primeros protestantes, cuyos resabios
conservan en parte los que hoy se llaman ortodoxos, si bien
imposibilitados en absoluto para responder á los argumentos
del racionalismo.
Para restablecer la Escritura Santa en los derechos, que la
corresponden como á obra divina, necesario es seguir un pro­
cedimiento contrario al empleado por los enemigos del orden
sobrenatural para privarla de ellos. Hay que comenzar por la
demostración de su autenticidad; porque puesta aquélla en salvo,
es facilísimo subir al orden sobrenatural, establecer la inspira­
ción y reintegrar los Libros Santos en todos aquellos derechos
de que les han ido despojando las escuelas protestantes.
Y Dios que vela por su obra, cual centinela cuidadoso y
siempre alerta, ha suscitado en nuestros días testigos nuevos y
mayores de toda excepción, con cuyos testimonios se prueba
contra la crítica racionalista, de una manera concluyente, que
los escritores sagrados dijeron la verdad; que los libros del
Testamento Antiguo merecen entero crédito; que son libros cier­
tamente históricos y pertenecen á la época en que se suponen
escritos; y por lo mismo, que son auténticos y dignos de toda
fe en cuanto refieren.
Esto es lo que pretendemos demostrar valiéndonos del tes­
timonio de los muertos y de las piedras egipcias, caldeas, asi­
rías y fenicias.
Nos limitamos al Antiguo Testamento, porque si aquél es
verídico, también lo será el Nuevo, cuya figura era la Alianza
de Dios con los hijos de Abraham; y una vez vindicada la au-
56 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

tencidad de los libros de Moisés v.j de los otros escritores sa^ra-


o
dos antiguos, apenas queda nada que hacer para poner en sal­
vo la'veracidad y autenticidad de los modernos escritores que
nos han referido los hechos del Hijo de Dios humanado y los
principios de la sociedad fundada por Él con el nombre de
Iglesia.
SISPlSíSSEílSáSSSIS^SSSSISrÜS^SlSSISSIIS5tSSiS3IS2¡S^SiSSfó3S3iS3R3!!sñG;?iS5SS2ffiSS?:!rSiSBiS

C A P ÍT U L O III

L@§ jir@f!Ii©@s de Kgxpt®.

Dos modos de fijar el pensamiento, dice Maspero (1), ha in­


ventado el hombre, pudiendo hacer uso de cada uno de ellos
separadamente ó á la vez: el ideografism o y el fonetismo. Por
el primero se pintan y esculpen las ideas; mediante el segundo
se fijan los sonidos. Las ideas se pueden representar de dos
maneras: directamente, figurando los mismos objetos de la idea;
ó simbólicamente, mediante la reproducción de un objeto ma­
terial ó de cualquier figura convenida de antemano para repre­
sentar una idea abstracta.
También hay dos modos de representar Jos sonidos: por sí­
labas, expresando con un solo signo la reunión de una ó más
consonantes y una vocal; y por caracteres alfabéticos, que re­
presenta cada uno, ó una vocal, ó una consonante. Todos los
sistemas de escritura empezaron por la fijación de las ideas,
llegando más tarde á la expresión de los sonidos. El procedi­
miento de expresar la idea del objeto por la pintura del objeto
mismo, tiene el inconveniente de limitarse á las cosas materia­
les. Por eso fué necesario recurrir á los símbolos: siendo éstos
simples y complejos. Fórmanse los simples de varios modos:
por sinécdoque, tomando la parte por el todo, como la cabeza
del buey por el animal; por m etonim ia, poniendo la causa en
lugar del efecto, ó el instrumento en vez de la obra ejecutada;
así el disco solar puede ser símbolo del día, un brasero humean­
do del fuego, y la pluma ó el estilo de la escritura; por m etáfo-

(1) HÍ8toire anzienne despeuples de l’OHent. Apéndice.


58 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

ra , pintando un objeto que tenga alguna semejanza real ó su­


puesta con el de la idea que se desea expresar, como la parte
anterior de un león para indicar la prioridad, la avispa por la
dignidad real; y por enigm a, cuando se emplea la imagen de
un objeto que sólo tiene relaciones convencionales con la idea
que se quiere expresar por el objeto de aquella idea, tal sucede
con un gavilán colocado sobre una percha para manifestar la
idea de un Dios, ó la pluma de avestruz por la idea de justicia.
Los ideogramas complejos siguen las mismas reglas que Jos
simples, y consisten en la reanión de dos ó más símbolos, cuya
combinación nos da una idea que ninguno de los componentes
aislados puede significar. Así en Egipto, una luna en el cuarto
creciente puesto al revés con una estrella debajo, nos da la idea
del mes; un becerro corriendo y el signo del agua, significa sed.
Ya se comprende que la escritura ideográfica era un medio muy
imperfecto para fijar y transmitir el pensamiento, puesto que so­
lamente la era dado ir acumulando símbolos yuxtapuestos, sin
establecer ninguna distinción entre las diversas partes del dis­
curso, sin notar las flexiones varias de los tiempos del verbo,
del caso y del número de los nombres.
Sin embargo, esta era la escritura usada en los monumentos
públicos del Egipto, aunque para el uso común se valieran los
ribereños del Nilo de otra escritura bien distinta, como apare­
ce en los muchos papiros que hoy se conocen en Europa, es­
critos en letra cursiva, que comúnmente llaman hierática los
modernos.
Por mucho tiempo, hasta nuestros días, fueron los jeroglífi­
cos egipcios el tormento de los europeos y hasta de los mis­
mos habitantes de la tierra de Misraim, que ignoraban por com­
pleto lo que aquellas figuras significaban. Los magníficos obe­
liscos de San Juan de Letrán, de Santa María la Mayor, del
Vaticano en Roma y de la plaza de la Concordia de París, cu­
biertos de jeroglíficos, nada absolutamente decían á los curiosos,
que admiraban en ellos el arte de grabar de los antiguos siervos
LOS J E R O G L ÍF IC O S DE E G IP T O 59

de los Faraones. Mientras que los jeroglíficos se escribían in­


distintamente de derecha á izquierda ó de izquierda á derecha,
en la escritura hierática se escribe siempre de derecha á iz­
quierda, como en el hebreo.
Entre las dinastías 21 y 24 comenzó en Egipto un nuevo gé­
nero de escritura, que era el mismo sistema hierático simplifi­
cado para facilitar las transacciones comerciales. Abreviáronse
los caracteres, disminuyéndose su número y su volumen, de
donde resultó la escritura popular ó dem ótica, que empezó á
usarse en los contratos desde del reinado de Tahracá.
Los jeroglíficos no encontraron apenas aclimatación fuera
del valle del Nilo; y solamente los etiopes adoptaron este siste­
ma, sirviéndose de él para transmitir á la posteridad sus con­
ceptos en una lengua no egipciaca. Los últimos reyes de Me-
roé, contemporáneos de los Césares romanos, nos han dejado
algunos monumentos con jeroglíficos y con inscripciones de-
móticas, todavía sin estudiar; pues fuera de algunas ligeras ob­
servaciones que sobre ellos hicieron Birch y Brugsch, nada sa­
bemos del contenido de aquellos restos etiópicos.
También parecen pertenecer á la escritura jeroglífica algunas
inscripciones halladas recientemente en Siria y en el Asia Me­
nor, que son pertenecientes á tribus khetas ó kh itis, de quie­
nes hablaremos más adelante. Llaman la atención por lo grose­
ro de su estilo y la rudeza de los contornos, comprendiendo, lo
mismo que en Egipto, una mezcolanza de animales, formas
humanas y figuras geométricas. Aún se hallan por descifrar, á
pesar de algunos trabajos que sobre ellas hicieron Iieath, Sayce
y Conder. Hasta el presente, sólo se encontró un monumento
bilingüe, en sirio y en hitite, el sello de T a rk u n d im m é , prínci­
pe de la Cilicia en el siglo VII anterior á nuestra era.
En cambio, hoy se leen los jeroglíficos egipcios y las escri­
turas hieráticas y demóticas con tanta facilidad como el árabe
ó el hebreo. Mas para ello fueron necesarios muchos años de
desvelos y una constante asiduidad por parte de los sabios,
60 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

hasta llegar al conocimiento de aquellas extrañas figuras, gra­


badas en las piedras por los antiguos escribas egipcios. Duran­
te dos siglos y medio no se pudo dar un paso en su interpre­
tación, y aunque algunos, como el padre Kircher, jesuita (1),
inventaron sistemas ingeniosos, y otros acudieron al hebreo, al
caldeo, al chino, para encontrar en esos idiomas algunas ana­
logías con el del Egipto, todos sus esfuerzos fueron inútiles, y
la escritura egipcia parecía el libro de los siete sellos, porque
nadie era capaz de penetrar su sentido.
Fué preciso que Bonaparte hiciera su famosa expedición mi­
litar al país de los Faraones, para que la Europa sabia empe­
zara á leer lo que en muchos siglos antes había estado escon­
dido á las inteligencias de todos los mortales. Muchas antigüe­
dades se recogieron en aquella expedición, de las cuales fueron
dando cuenta en años sucesivos los miembros del Instituto de
Francia; pero ninguna tan interesante á nuestro propósito como
el hallazgo de la famosa piedra de la Roseta, debido al oficial
de artillería M. Boussard. Esta célebre piedra, hallada cerca de
Roseta, de donde toma su nombre, y depositada hace mucho
tiempo en el Museo Británico de Londres, es de granito negro
y mide diez pies de altura por tres y medio de espesor. Hállan-
se grabadas en sus caras tres escrituras distintas en dos idio­
mas, el griego y el egipcio; sólo que el egipcio está escrito en
caracteres jeroglíficos y en caracteres demóticos. Contiene el
texto un decreto de los sacerdotes egipcios, en honor de To-
lomeo V, á quien debía erigirse una estatua en cada templo, y
en el día de su cumpleaños tributarle honores divinos.
Silvestre de Sacy (2) y en pos de él el sueco Akerblad (3) es­
tudiaron la escritura demótica de aquel monumento, que les
parecía á ellos de fácil inteligencia, en razón de su letra cursi-
siva, semejante á la alfabética. Con maravillosa sagacidad el

(1) Æ dip eu s aegigptiacus.


(2) L e ttr e au citoyen Chaptal sur la inscripción du m onum ent de R osette, 1802.
(3) L e ttre sur l ’inscription egyptiene, etc. 1802.
LOS J E R O G L ÍF IC O S DE EGIPTO

gra- escritor de Suecia deslindó algunos de los principales caracte-


aran- res del nuevo sistema escriturario que tenía á la vista, forman-
rpre- do un primer alfabeto demótico, cuyos principales elementos
1 (1), están definitivamente admitidos. Pero se cansó luego en vista
30, al del mal estado del texto jeroglífico, dejando para otros el tra-
ana- bajo y la gloria de descifrarlos.
es, y Antes de ellos había hecho Zoega una observación muy jui-
>rque ciosa, notando que los nombres de reyes solían encontrarse en
las inscripciones egipcias incluidos y encerrados como en un
i mi- marco (1) y escritos quizá en caracteres alfabéticos. Desde 1814
mpe- hasta 1818 estuvo el inglés Young haciendo ensayos sobre las
>con- diversas escrituras egipcias y separó mecánicamente los grupos
igüe- de que se componen el texto jeroglífico y el demótico de la
eron inscripción de Roseta. Después de determinar con más ó me-
o de nos exactitud el sentido de cada uno de ellos, emprendió el
¡orno ensayo de la lectura. Algo adelantó Young en sus exploracio-
ficial nes; pero la gloria del desciframiento de los jeroglíficos perte-
a de nece casi por completo á Champollión el joven, llamado así
ucho para distinguirle de otro hermano suyo del mismo nombre.
tegro Este sabio, que murió á la edad de 42 años, se sirvió de la
Han- inscripción de la Roseta y de otra bilingüe encontrada en una
iclio- isla y escrita en griego y en caracteres jeroglíficos egipcios, para
3 e | descifrar aquella escritura, que tan á pecho tomó el entender.
[e ei Primero se preparó convenientemente con. el estudio de las
Xo_ lenguas orientales y en especial el copto que aprendió sobre
0_ y el terreno. Desde 1811 á 1814 publicó los dos primeros volú­
menes de la obra titulada E l Egipto en tiempo ele los Fcirao-
j es_ nes, en la cual, mediante documentos coptos, restablece la geo-
} ]es | grafía nacional de Egipto. La comparación de los monumentos
Qrsj_ í con los manuscritos le llevó á reconocer que las tres clases de
d e l -------------
(1) «Conspiciuntúr passim in aegypiiis m onum entis schemata quaedam o va ta si-
ve elliptica planae basi insidentia , quae emphatica ratione in cludunt certa notarum
1802 syntagm ata, sive ad propia personarum nómina- exprim en da, sive ad sacratiores
fo rm u la s designandas.-» (D e o r i g i n e e x u s u o b e l i b c o r u m . R o ld íb , 1797.")
1 , •-V
1■ i/ ^
62 EGIPTO Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

escritura egipcia, la jeroglífica, la hier ática y la demótica no se Che


diferenciaban sustancialmente, siendo las dos últimas como 11
abreviaciones de la primera. auL
El primer resultado de sus trabajos en el sentido del descifra- de ¡
miento de los jeroglíficos lo expuso en una carta dirigida en un
1821 á M. Dacier, secretario perpetuo de la Academia de Inf- me
cripciones y Bellas Letras. Fué recibido con cierta curiosidad ó 1
incrédula en el mundo sabio. Uos años más tarde publicó su cut
P récis da systeme hieroglypliique, que convenció á toda yu
persona sensata, dice Maspero, de que había descubierto, en
efecto, el modo de leer la escritura jeroglífica y de interpretarla. tra
Los dos marcos ó carteles de las inscripciones griegas de la es
Roseta y de Filas, fueron como el rayo que iluminara la mente sei
del egiptólogo para hacer su asombroso descubrimiento. Y tra
puesto que en uno se leía el nombre de Tol orneo y en otro el su<
de Gleopatra, dedujo que los jeroglíficos debían indicar los mis- bn
mos nombres que los caracteres griegos. Así era en efecto, y pr
sólo faltaba saber qué jeroglífico era el correspondiente á cada C1
letra griega. Una feliz casualidad hizo que los dos nombres rea- eq
les tuvieran cinco letras comunes, las p , ¿, l, e, o, que se hallan ro
en los nombres ÍITOAEMAIOÜ y KAEOITATPA. Hecha esta ob- y
servación, la vista del genio le sugirió la idea de que cada bi<
imagen jeroglífica debía corresponder alfabéticamente al sonido de
de la letra por la que comienza el nombre egipcio del objeto es
representado. Asi la imagen del águila debía designar la a, con H9
que empieza en copto (1) como en español el nombre de aquella oc
ave, que es conocida entre ellos por ah ó m , águila; la de] león ui
sería en tal hipótesis lo mismo que nuestra l, con que empieza
el nombre copto labo, león; y así de los demás. tó
Para que se vea cuán acertadas eran las suposiciones de er
_________ T<
(1) La lengua de los antiguos egipcios, que estuvo en uso h a sta mediados
del siglo X V I I de nu estra era, y que co n tin ú a siendo la lengua litúrgica de los
monofisitas de aquel país. E n t r e las diversas razas que han con qu istad o y po­
blado el Egipto, se con servan aú n re stos del antiguo pueblo; son los coptos.
LOS JE R OGL ÍF IC OS DE E G IP T O 63

se Champollión, diremos que el cuadro de Cleopatra lo componían


mo 11 figuras, y el de Tolomeo 8; siendo las del primero un trián­
gulo, un león, una hoja de caña, una cuerda con nudo en uno
ra- de sus extremos, un rectángulo, un águila, una mano, una boca,
en un águila y dos semicircunferencias, que indican el género fe-
ns- menino del nombre. Las ocho figuras que forman el de Tolomeo
lad ó Ptolem aios son á su vez un rectángulo, un semicírculo, una
su cuerda como la anterior, un león, un codo, 'dos hojas de caña
>dá y un respaldar. '
en *Fué luego comparando los jeroglíficos del nombre de Cleopa-
rla. tra con los que forman el de Tolomeo, y halló que el primer signo
i la [ es un triángulo, que no se encuentra en Tolomeo y que debía
nte serlo de la k. El segundo es un león, que debía responder á nues-
Y tra l y ocupar en el cartel de Tolomeo el cuarto lugar, como
» el sucede en efecto. El jeroglífico tercero, que se halla en el nom-
>is- bre egipcio de Tolomeo ocupando el sexto y séptimo lugar, re-
', y presenta una hoja de caña, la a, y está duplicado, creyendo
ida Champollión con fundamento que esta duplicación del signo
ea- equivalía á las letras griegas ax de Ptolem aios. El cuarto je­
tan roglífico de Cleopatra es una cuerda anudada que significa la o
3b- y que se halla en Tolomeo ocupando el tercer lugar, que tam-
tda bién es una o. El rectángulo, signo quinto de Cleopatra, respon-
ido dería á la p y se hallaría en primer término en Tolomeo, como
eto es verdad. La sexta letra, representada por el águila, no se ha-
ion Ha en Tolomeo, pero en cambio está repetida en Cleopatra,
?lla ocupando también el noveno y último lugar; debía, pues, ser
;ón una a.
sza Hasta aquí le salieron bien las conjeturas al célebre egip­
tólogo; mas al llegar al séptimo jeroglífico de Cleopatra, se
de encontró con una mano, que debía ser signo de la t; pero en
Tolomeo se halla también esta letra y viene significada por un
dos semicírculo, segundo jeroglífico en el nombre de aquel rey.
los Además, la mano en copto se llama ¿o¿, lo que, según la hi­
pótesis seguida, debía dar ese mismo signo como el segundo
64 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADO S

de Tolomeo, en vez del semicírculo. No por eso se desconcer­


tó Champollión y supuso lo que después comprobó: que un
mismo sonido fonético podía estar representado por varios ca­
racteres y que el semicírculo debía tener el mismo valor que
la mano, el de t. La figura de la boca ocupa el octavo lugar
en el jeroglífico de Cleopatra, y puesto que en copto el nom­
bre de la boca es ro, aquel signo sería el representante de la
r, que ocupa ese lugar en el nombre Cleopatra, pero que no se
halla en Tolomeo. P o r lo que hace al noveno, el águila, ya se
ha visto que corresponde á la a.
Quedaban con esto explicados todos los signos del nombre
Cleopatra, aunque faltaban dos en el de Tolomeo, no compro­
bados aún. Eran éstos el quinto, un codo, y el octavo una es­
pecie de respaldar. Pero no podía dudarse que correspondie­
ran á la m y á la s, únicas letras que faltaban al nom bre de
Ptolem aios. Había, por consiguiente, doce signos de escritura
jeroglífica descifrados, y sólo faltaba hacer la aplicación de la
teoría en mayor escala p ara conocer perfectamente su exacti­
tud. El sabio francés continuó sus aplicaciones y experiencias,
siendo la prim era sobre el nom bre AAEEAíNAPOS, encontrado
en la D escripción del Egipto publicada por la comisión cien­
tífica francesa. En el marco donde se hallaba como encerrado
aquel nombre, se veían el águila, el león, una taza con asa,
un cerrojo, una hoja de caña, una línea quebrada á guisa de
agua corriente, una mano, una boca y otro cerrojo. Hecha la
prueba, halló que su teoría respondía perfectamente á las exi­
gencias del nombre, puesto que los signos ya conocidos ocu­
paban el lugar de las letras correspondientes al nom bre grie­
go de Alejandro. La taza con asa indica lo mismo que el
triángulo del nombre de Cleopatra, siendo una m anera distin­
ta de escribir la k, descompuesta en este caso en las x y s.
También en este nombre, en lugar del respaldar, significativo
de la s en Ptolem aios, se encuentra para indicar esa misma
letra un cerrojo, signo con que se halla representada en el otro
MU EST H A PK LA E S C R IT U R A J E R O G L Í F I C A

E d d a de R am ses I I,
Traducción del texto de la estela de Ramsés II.

«Viviendo Ra, Horo, toro poderoso, que ama la verdad, señor de la panegiria,
como su p ad re Ptali, rey del A lto y del Bajo Egipto, R auserm asotepenra, hijo
del sol, M eyiam en-Ram essu, d onador de la vida, señor de las dos d iad em as (de
las regiones superior ó inferior), que protege al Egipto, que sojuzga los pueblos
extranjeros, Ra, semilla de los dioses, que somete las dos com arcas (el Alto y el
.Bajo Egipto), milano de oro, rico en años, g ra n d e en la victoria, el rey del A lto y
del Bajo Egipto, R auserm asotepenra, hijo del sol, M eriam en-R am essu, supremo
señor que sujeta las dos regiones con los m o nu m en to s de su nom bre; levántase
R a en lo alto del cielo por la voluntad de él, rey del Alto y del Bajo Egipto,
R auserm asotepenra, hijo del sol, M eriam cn-R am essu. M andó su m ajestad fabri­
car un a grande estela de piedra de granito rojo (escrita) con el n om bre grande
de sus padres, deseando ele va r el nom bre del pa d re de sus padres y del rey
M enm ara, hijo del sol, S eti M erentaph, estable y lloreciente por la eternidad,
como R a , todos los días.
El año 400, día 4 de M esori, del rey del Alto y del Bajo E gipto, Setaapheti,
hijo del sol que le ama, N u b ti am ado de R a , Horo de dos horizontes, que existe
eternam e nte y por siempre, vino el de noble familia, prefecto, flabilífero á la
derecha del rey, capitán de los arqueros, g o b e rn a d o r de las provincias extranje­
ras, com and an te de la fortaleza de Tor, jefe de los M a d ja iu , escribano real, ca­
p itán de caballería que preside en la fiesta del Cabrón señ or de Mendes, primer
sacerdote d e S e t, Kerheb de la diosa U atitaptoui, Seti, justificado, hijo de noble
estirpe, prefecto, capitán de los arqueros, go bernador de las prov incias extran­
jeras, c om an da nte de la fortaleza de Tor, escribano real, cap itán de caballería,
P a -R a m esm , justificado, nacido de la señora de la casa, sacerdotisa de R a , Tan
justificada, El dice: Salve ó Set, hijo de N u t el del gran valor en la barca de mi­
llones (de años), que abatió á los enemigos que se h a b ía n puesto d ela n te de la
n av e de R a , el de los gran d e s rugidos.... (concédem e) días felices para seguirla
estatua tu y a que yo coloque.... » ( C a k a , G li Hifcsos, cup. III.)
LOS J E R O G L ÍF IC O S D E E G IP T O 65

nombre de Tolomeo hallado por el mismo egiptólogo en un es­


cudo. Con lo cual quedó igualmente fuera de duda la suposición
de que distintos signos jeroglíficos tenían idéntico valor fonético,
según él mismo había supuesto. La aplicación de su teoría al
nombre de Berenize y á otros de la época greco-romana le
dió el mismo resultado; con lo cual se decidió á aplicarla á
nombres de las épocas propiamente egipcias, descubriendo
así los nombres Psam m ético, de la dinastía XXVI; T/iotmos,
de la XVIII, y otros parecidos, que acabaron de probar h a­
berse encontrado la clave para descifrar jeroglíficos.
Creyóse entonces que la teoría de Champollión serviría so­
lamente para entender los nombres de reyes; pero él hizo apli­
cación á otros nombres y á otras palabras, descifró y tradujo
frases enteras, descubriendo muchas formas gramaticales de
la lengua copta y probando lo bien fundado de sus traduccio­
nes, á pesar de los contradictores que presum ían de conocer
el copto y que le hicieron una guerra sin cuartel, como Qua-
tremére y Klaproth. Champollión coronó su obra dictando á s u
hermano en la última enfermedad una gram ática egipcia, pri­
mera que se publicó en Europa y que ha sido la base de c u an ­
tas vinieron después.
«A pesar de los ataques de que fué objeto el sabio egiptó­
logo, dice Maspero (1), la ciencia se impuso á los que no
estaban preocupados; y cuando murió Champollión, en 1832,
MM. Ch. Lenormant y Néstor L’Hote, en Francia; Salvolini,
Rosellini, Ungarelli, en Italia; y poco tiempo después MM. Le-
mans, en Holanda; Osburn, Birch é Hincks, en Inglaterra, y
Lepsio en Alemania se dedicaron con valor á la misma tarea.
Las escuelas que fundaron han prosperado y la Egiptología
hizo en medio siglo progresos considerables. Ilustrada en
Francia por los Sres. Manuel de Rougé, segundo jefe de la
escuela después de Champollión, Saulcy, Mariette, Chabas,

(1) H istoire ancienne des peuples de l'O rient, 4.a edición; P aris 1886; pág. 732.
66 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

Deveria, Horrack, Lefebure, Pierret, J. Rougé, Grebaut, Re-


villout, Loret, B ouriant y Amelineau; en Alemania por
Brugsch, Dümichen, Lauth, Eisenlorhr, Ebers, Stern, Schack,
Erm an y W iedemann; en Austria por Rheinisch y Bergmann;
en Holanda por Pleyte; en Noruega por Lieblein; en Suecia
por Piehl; en Rusia por Golenischeff y Lemm; en Inglaterra por
Goodwín y Lepage Renouf; en Italia por Lanzone, Rossi y
Schiaparelli, 110 cesa de afirm arse cada día más y más. En al­
gunos años los egiptólogos descifrarán los textos históricos y
literarios con tanta certeza como los latinistas leen las obras
de Cicerón y de Tito Livio.»
No es esto decir que no haya todavía obscuridades en la
lectura é interpretación de los textos y que no se dividan los
autores con harta frecuencia, llegando á sostener acaloradas
disputas; sino que son tantos los progresos verificados en ese
nuevo ramo de los conocimientos hum anos, que apenas podía
esperarse semejante adelanto, dado lo reciente de la época en
que se comenzó con éxito á descifrar aquella antiquísima
lectura.
Leyendo con atención la anterior lista de escritores, notarán
con pena los que esto vieren, que habiendo nombres de todas
las naciones europeas, sólo faltan entre esa pléyade de sabios
los nombres españoles; y no es lo peor que no sean publicados
por un escritor francés, sino que no los hay, ó al menos nos­
otros no conocemos á ninguno de nuestra patria que se haya
dedicado de un modo formal á esa clase de estudios. ¡Quiera el
cielo que pronto el nombre español no sea peregrino en las re­
giones bañadas por el río sagrado de Misraim y que los teso­
ros encubiertos entre las arenas y el légamo con que fecundiza
la tierra, lleguen á ser conocidos en España!
El egipcio clásico de las épocas pertenecientes á las dinas
tías 5.a, 6.a, 18.a y 20.a poseía veintidós articulaciones dife­
rentes, sirviéndose para cada una de ellas de uno ó varios sig­
nos que pueden verse en Maspero, al lugar citado. Pero el nú­
LOS JE R O G L ÍF IC O S DE E GIG TO 67

mero total de signos jeroglíficos hallado por Brugsch en 1872


(1) pasa de tres mil, comprendiendo las variantes. Entre ellos
hay algunos que llaman hom ófonos ó de igual sonido, porque
se emplean indistintamente para significar una letra, según vi­
mos antes al hablar del cerrojo y del respaldar, que ambos
tienen el sonido de s.
También se encuentran^ cada paso mezclados con los sig­
nos alfabéticos otros que expresan ellos solos una sílaba com­
pleta, llamados silábicos con este motivo. Así, v. g., el signo del
agua corr’ente — que dijimos atrás serlo de la n, cuando está
sobrepuesto tres veces de esta fo rm a ™ se convierte en silábico
y se lee mu; el jeroglífico del ojo 3 , se lee a r , y el del árbol f
am &. Además de esto, es necesario tener en cuenta que una bue­
na parte de los jeroglíficos silábicos son polífonos ó susceptibles
de varios sonidos. La estrella *, por ejemplo, puede leerse du ó
sb. Mas, para evitar la confusión que se seguiría del múltiple
valor del jeroglífico, discurrieron los egipcios unirles lo que lla­
man complementos fonéticos, dando este nombre á una ó más
letras, que expresan fonéticamente el fin de la palabra escrita
en caracteres polífonos. El jeroglífico de un caballo al galope, es
un polífono que puede leerse nefer ó también sem; si lleva co­
mo complemento fonético el jeroglífico de la boca corres­
pondiente á la r, se leerá nefer; pero si al contrario, su com­
plemento fuera un buho, que representa la m, entonces la lec­
tura del polífono es sem.
Junto con los signos alfabéticos se encuentra un gran núm e­
ro de ideográficos, que expresan la idea en vez del sonido. Sir­
ven algunas veces estos signos para escribir un nombre, que en
en el lenguaje se expresa por una palabra entera más ó menos
larga: así la cruz con asa f se lee anh y significa vida. Pero en
la mayor parte de los casos no se pronuncian y solamente es­
tán destinados á determinar el significado de la palabra á que
acompañan, de donde les viene el nombre de determ inativos.
(1) (xramaire hieroglyphique, p . 1.
68 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

El verbo a m i, por ejemplo, que significa comer, está seguido


de un jeroglífico que representa al hombre en actitud de llevar
la mano derecha á la boca. Brugsch ha reunido en su G ram á­
tica jeroglífica ciento cuarenta y siete signos determinativos
diferentes, que pueden expresarse por diversas imágenes. Véanse
las tablas que trae Maspero acerca de estos particulares en el
lugar citado de su H istoria antigua de los pueblos del Oriente.
Pondremos fin á este capítulo con las siguientes frases de
el distinguido arqueólogo Matthey, que dice: «El estudio de las
antiguas tablas de Beni-Hassan,- y en general de los monumen­
tos de Egipto, suministra una enseñanza muy preciosa á los ojos
del lector de la Biblia; me refiero á la luz inesperada que arro­
jan dichos monumentos sobre muchos pasajes de los primeros
libros de Moisés, cuya autenticidad confirman admirablemente.
En este punto las pruebas son tan minuciosas y tan casuales,
están expresadas en un lenguaje tan claro, que se ve uno obli­
gado á reconocer que el autor de los libros de Moisés ha debido,
no solamente conocer á fondo el país que sirve de teatro á los
acontecimientos que narra, sino además conocerlo en la época
misma en que los coloca. En efecto, muchos usos y costumbres,
á los cuales alude, desaparecieron en los tiempos posteriores,
y por consiguiente no pudieron ser conocidos sino por un con­
temporáneo del Éxodo.
Se encuentra, como no podía menos de suceder, en los mo­
numentos egipcios, la mención de hechos bastante numerosos,
sobre los cuales guarda silencio el historiador sagrado; pero en
ningún caso ha habido contradicción entre Moisés y los mo­
numentos; tanto, que en todas las cuestiones en que los histo­
riadores profanos, que también describen con bastante exacti­
tud las costumbres de su propio tiempo, han contradicho al
autor del Génesis, los monumentos egipcios han decidido siem­
pre inequívocamente á favor de Moisés» (1).

(1) Exploraciones modernas en Egipto.


C A P ÍT U L O IV

La e s c r itu r a cwneiifóme.

¿ jfe
l gran valle que, arrancando de los montes de Armenia,
'^ c o r r e de Norte á Sur hasta llegar al Golfo Pérsico, limita­
do por el Tigris al Oriente y por el Eufrates al Occidente, es lo
que se llama Mesopotamia; N a h a ra im , según los antiguos po­
bladores, Senaar en las primeras relaciones de la Santa Biblia
y Al-G esireli en el lenguaje de los modernos turcos; nombres
todos que significan p a ís de entre ríos. Uno y otro de los que
fecundizan aquella amenísima región, colocada como un oasis
entre los desiertos de Arabia al Poniente y de Persia al
Oriente, nacen en el monte Nipfiat.es, ó % eleschin, como le lla­
man los árabes; y aunque en su origen tomañ opuestas direc­
ciones, al desembocar en la llanura que limita el monte M asio ó
K arageh-dagh, se van aproximando hacia el grado 34 de lati­
tud. para marchar desde allí paralelos por el espacio de 360
kilómetros, juntándose después en un solo lecho y desaguando
en el Golfo Pérsico por cinco bocas.
Las aguas de estos ríos y las de sus afluentes, desempeñan
en Mesopotamia un papel muy parecido á las del Nilo en Egipto;
pues, si bien es verdad que no depositan en sus periódicas inun­
daciones el légamo que este último en las riberas que baña,
también lo es que, recogida el agua en multidud de canales que
corren en todas direcciones, hábilmente dispuestos por el inge­
70 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

nio ele los asirios y caldeos, hizo tan fértiles aquellas campiñas,
sobre todo en la baja Caldea, que con razón fué apellidada jar­
dín del Asia occidental. Eso mismo sería hoy si la apatía é in­
curia de los últimos pobladores, sobre todo de los árabes y tur­
cos, no la hubiera dejado convertirse en inculta selva.
Cierto que la naturaleza parece haber preparado aquella co­
marca para cuna de la humanidad que renacía después del
diluvio; para primer teatro de la naciente civilización que debía
desarrollarse antes que los hombres se separaran. Pues tanto
por su posición en medio del mundo antiguo, de donde con
facilidad podían emigrar en todas direcciones, al Oriente hasta
los confines del Asia, al Occidente hasta las playas del At­
lántico, como su clima suavísimo y la fertilidad del suelo, era
la comarca más propia para que en ella se fijaran los hombres
al bajar de las cordilleras del Ararat.
Allí nació el primer imperio de que hace mención la historia,
el babilónico, fundado por Nemrod, hijo de Chus y nieto de
Cam, robusto cazador, como le llama el historiador de aquellas
remotísimas edades (1). Desde allí, remontando el curso del
Tigris, salió Assur, hijo de Sem, fundador de Nínive; siendo
estas dos ciudades por espacio de muchos siglos, ora alternando,
ora dominandoj la una sobre la otra, con un solo impe­
rio asirio-caldeo, las que tuvieron la hegemonía del Asia y aun
del mundo civilizado, que pagaba sus tributos ó enviaba pre­
ciados dones á las señoras y reinas de Mesopotamia.
La gloria, empero, de aquellas potentísimas y populosísimas
ciudades del mundo oriental antiguo, desapareció cuando apenas
comenzaba á lucir en el Occidente el sol de Roma: siendo la
ruina tan grande, que no sólo fueron borradas de la superficie
de la tierra, sino que hasta su misma memoria se perdió, igno­
rándose durante mucho tiempo el sitio donde habían estado
emplazadas. La comarca donde se levantaron en otra época

(1) Génesis, X , 8,
LOS J E R O G L ÍF IC O S DE E G IP T O 71

los palacios y los templos, las torres y los colosales monumen­


tos de Nínive y Babilonia, y donde resplandecía con toda su
magnificencia oriental el poder de los monarcas asirios y cal­
deos, quedó convertida en fúnebre y tristísimo desierto, en es­
pantosa soledad, frecuentada solamente por las fieras, y donde
el viajero sólo tropieza acá y acullá con algunos túmulos que
sobresalen algo de entre la arena, ó de entre los pantanos for­
mados por aguas estancadas de los deshechos canales; y colinas
estériles, cuyos flancos socavados por la acción de las lluvias,
dejan al descubierto fragmentos de fábrica antigua, á guisa de
huesos desnudos pertenecientes al inmenso esqueleto oculto en
su seno.
En tal estado de desolación permanecieron en los pasados
siglos las dos ciudades regias de los antiguos imperios, junto
con otras no menos antiguas que les servían como de corona.
Pero en nuestros días salieron de sus tumbas para presentar al
mundo atónito su perdida grandeza, escrita en una lengua ar­
cana, donde se cuenta su antigua gloria, su riqueza, sus revo­
luciones y las empresas militares de sus reyes, con el desarrollo
de sus ciencias y artes, su religión y su cultura.
Ya algunos viajeros del siglo XVI, como Eldredo y Rauwolf,
citados por Menarit (l), habían llamado la atención de Europa
acerca de las ruinas de Caldea y de Persia. Después, al finalizar
la última centuria, el dinamarqués Niebuhr, en la relación de su
/
viaje á la Arabia, hizo una descripción más amplia de aquellas
ruinas, interesando vivamente la atención de los doctos. Du­
rante un mes estuvo trabajando para copiar algunas inscripcio­
nes en ios mismos lugares, esto es, en Persépolis, entregándolas
al estudio de los sabios. Como las inscripciones estaban colo­
cadas en lagar elevado, contrajo una peligrosa inflamación de
ojos, que le forzó á suspender sus trabajos antes de terminarlos.
Ocurría esto en 1765. En 1821 el cónsul inglés en Bagdad,

(1) Babylone et la Chaldee. P a rís, 18753 pág. 1.a


72 EG IP T O Y A SIR IA RESUCITADO S

Rich, quiso continuar la obra ele Niebuhr, pero se lo estorbó el


vértigo. Por último, Weestergaard, pudo en 1842, con el auxilio
del anteojo y trabajando por la mañana, cuando el sol da en la
roca donde se halla la inscripción, sacar una copia exacta
(única existente hasta hoy) de toda ella. Es trilingüe, pero todos
sus caracteres tienen la forma de clavos ó cuñas.
Sirviéndose del mismo sistema de Champollión para descifrar
los jeroglíficos, Grotefend pudo leer los nombres de Darío y de
Xerxes en dos inscripciones cortas casi idénticas, de las cuales
una dice: D arío , rey grande, rey de los reyes, hijo de Hys-
taspe, A chem enide, hizo este palacio. Y la segunda: X e rx e s ,
rey g ra n d e , rey de los reyes, hijo del rey D arío, Acheme-
nide. Un vaso de alabastro hallado en Egipto con inscripciones
en cuatro lenguas y conservado en el Gabinete de medallas de
París, vino á confirmar el acierto de la lectura de la palabra
X e rx e s, escrita en jeroglíficos; las otras tres eran cuneiformes,
una en antiguo persa con los mismos caracteres que se habían
atribuido á X e r x e s ; las otras dos en asirio y en medo, lenguas
que, á fuerza de trabajos de varios sabios, pueden hoy ser com­
prendidas.
Burnouf y Lassen pudieron acrecentar el número de valores
alfabéticos ya conocidos mediante una larga lista de pueblos,
dando un alfabeto casi entero de las inscripciones de Persépolis
y probando que estaban escritas en la lengua de los antiguos
persas, muy parecida á la del Avesta, aunque no idéntica, como
creyera Grotefend. Los trabajos de Rawlinson sobre las inscrip­
ciones de Behistun, de que hablaremos luego, y los de Hincks
en Dublín, y Oppert en París por los años de 1846 y 47, aca­
baron de probar que estaba descubierta y era descifrable la es­
critura cuneiforme perteneciente á los persas, y que ocupa el
primer lugar en las inscripciones de Persépolis.
Más tiempo se tardó en encontrar la clave para la inteligen­
cia de la columna segunda. Partiendo de la hipótesis, hoy de­
mostrada, que los reyes persas publicaban sus edictos y man-
LOS JE ROGLÍFICOS DE E G IP T O 73

ciaban escribir sus anales, primero en la lengua propia y des­


pués en las otras dos más usadas en su imperio, de la misma
manera que los actuales gobernadores de Bagdad publican sus
ordenanzas en turco, en árabe y en persa, se supuso que en las
traducciones meda y asiría ocuparían los nombres propios un
lugar análogo al que tenían en la persa, y se llegó á determinar
el valor de muchos signos. Norris llama á esta lengua E scita;
Oppert, M édica; Sayce, E lam ita; Delatre, D ialecto de A n sa n ,
y otros con Vigoroux Susiana.
Faltaba la tercera columna, que desde luego se supuso esta­
ría escrita en lengua asiría y que ha hecho descuidar un tanto
las dos anteriores, después que se halló el modo de entenderla.
La lectura de las dos primeras columnas puso sobre la pista de
la tercera á los orientalistas, habiendo hecho observar Oppert
que aquella lengua era silábica, como la de Media y que los
nombres propios de hombres iban también precedidos, lo mis­
mo que en aquélla, de un clavo vertical f. Eso no obstante, des­
concertó por el pronto á los sabios el número considerable de
signos de que se compone. Y fué menester que se hicieran en
Nínive los prodigiosos descubrimientos de incalculables rique­
zas literarias, para animar á los europeos á la continuación de
sus tareas descifradoras.
Hacia el año 625 antes de J. C., escribe á este propósito Vi-
gouroux (1), desapareció de la escena del mundo una de las
renombradas y famosas ciudades cuyo nombre nos es familiar
desde nuestra infancia; la ciudad de Senacherib, la ciudad don­
de predicó Jonás, de donde salió Holofernes á conquistar y cas­
tigar los pueblos de Siria, y la ciudad donde Tobías estuvo
cautivo, Nínive. Pudiera decirse que la había engullido el abis­
mo sin dejar ninguna señal de su existencia. Jenofonte pasó
por aquellos lugares donde la antigua ciudad desplegara su

(]) L a B ible et les descouvertes modernes, tomo I, pag. 146, q u in ta edición.


74 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

magnificencia sin oir pronunciar siquiera su nombre (1). Ale­


jandro el Grande, que quería hacer de Babilonia la capital de
su vasto imperio, no creyó que se encontraba inmediato á la
gran ciudad, rival de Babilonia, que había temblado muchas
veces en presencia de la reina del Tigris, cuando conducía sus
tropas á la batalla de Arbela. Roma estableció en aquel paraje
una colonia militar; pero ningún romano imaginó cuales y cuán­
tos eran los recuerdos guerreros que encerraban aquellos lugares
donde vivaqueaban sus soldados. «Nínive ha perecido, decía
Luciano (2), y no ha dejado rastro alguno, no pudiéndose ase­
gurar dónde se halló situada».
Sin embargo, la ciudad de Senacherib, de Assarhadón y de
Assurbanipal debía reaparecer después de 2.400 años. «Nues­
tros conocimientos sobre Asiría, escribe Víctor Place, hallá­
banse envueltos entre espesas nubes.....Fuera de los ciatos de
la Biblia, contemporáneos de los diferentes imperios de Asiría, ¡
no encontramos en los historiadores antiguos sino algunas no­
ticias raras ó incoherentes, ó un silencio inexplicable..... Los
sucesos que refieren están mal clasificados, con una cronología
ayuna de toda crítica y que apenas puede ofrecer algunos nom­
bres de reyes y algunas fechas. Nuestras noticias sobre las cos­
tumbres, las artes, las ciencias, las obras y el tipo mismo de los'
asirios no eran menos inciertas. Se nos había hablado de pro­
digiosos muros que rodeaban sus capitales; de innumerables '
torres que las flanqueaban; de suntuosos palacios que había
dentro de su recinto; de esculturas y pinturas sobre sus mura­
llas; pero nada había más indeciso que nuestras ideas acerca

(1) H e ro d o to no dice de N ín iv e m ás que el nom bre, su situ ació n sobre el Ti­


g ris y su ru in a por los m edos. Decim os esto de sus n u ev e lib ro s de historias;
p o rq u e adem ás escribió la de A siria, según p rom ete en el lib ro I, p árrafo 106, por
e stas p alabras: «tom ando después la ciudad de N iño, del modo que referiré en
otra obra, su je ta ro n ta m b ié n .....» Que cum plió su p a lab ra el h is to ria d o r de Ali-
carnaso, testig o es A ristó teles en la suya de H isto ria an im a liu m , cap. V III, pero
ésta no llegó h a sta nosotros.
(2) Charron, X X II, edición D idot.
LOS JE R O G L ÍF IC O S DE EG IPTO 75

^ e' ele tan colosales construcciones. ¿Cómo estaban eeliíicadas las


I de murallas y cómo se hallaban dispuestas las torres? ¿Qué carác-
^ Ia ter tenían sus obras pictóricas y escultóricas? ¿Qué escenas re-
has presentaban? ¿Cuáles eran los gustos de los artistas ninivitas?
sus ¿Cuáles sus creencias, sus ideas, sus costumbres y sus aptitudes?
raje j-je aqUí uná porción de cuestiones insolubles. Ignorábamos
l&n- igualmente cuál era la indumentaria de los asirios, las armas de
lres que se servían en la guerra, el idioma, la escritura y hasta su
ecía: misma fisonomía. Y si no es difícil representarnos la imagen
ase' de un griego, de un egipcio, de un romano; en cambio, la de un
asirio no se ofrecía á nuestros ojos bajo ninguna forma sensi-
( de ble» (1). Pero todo esto que ignorábamos hace poco, es hoy
Qes_ perfectamente conocido, gracias á los providenciales descubri­
rá - mientos hechos en pocos años.
s de En 1829 escribía Niebuhr: «He oído en Roma á un sacer-
iria, elote caldeo, que vivía cerca de las ruinas de Nínive, que allí
n°- encontrarían colosos enterrados debajo ele enormes montones
de escombros. Cuando él era niño, un accidente puso al des-
°gía cubierto una de aquellas estatuas, que los turcos se apresura-
om- ron á hacer pedazos. Nínive vendrá á ser la Pompeya del Asia
eos- Anterior» (2).
- los Las previsiones de Niebuhr comenzaron á realizarse catorce
pro- años después. Un agente de la compañía de Indias, Rich, que
.bles residía en Bagdad, había encontrado, desde el año 1811, en H i-
abía llah, en K o yu n d jik y en M osul, restos de cantería y ladrillos
ura- grabados con caracteres desconocidos en forma de clavos; de
:erca los cuales recogió algunos enviándolos al Museo de Londres.
El secretario de la Sociedad asiática de París, Julio Mohl, exa-
31 T¡- minó con viva curiosidad, en cierto viaje que hizo á Inglaterra,
; aquellas antigüedades informes, que sólo ocupaban tres pies
ré en ____________
3 Ali-
, pero
(1) j¡\in iv e et l'Assyrie, tom o I, p ág. 3.
(2) R inisches M ushenm , 1829, pág. 41.
76 E G IP T O Y ASIRIA R E S U C IT A D O S

cuadrados en el gran Museo Británico (1). Pareciéronle de la


mayor importancia y con la intuición del sabio adivinó que
había en los lugares donde aquellos objetos fueron hallados,
documentos históricos por descubrir, de inapreciable valor.
Así las cosas, fué enviado en calidad de cónsul francés á
Mosul, Pablo Emilio Botta, el año 1841. La ciudad de Mosul, |
cabeza del Bajalato del mismo nombre, se halla situada sobre la
margen derecha del Tigris, hacia el sitio donde este río, saliendo
de entre las estribaciones de los montes, entra de lleno en la
llanura de Mesopotamia. Frente á la ciudad, en la margen
opuesta, se ve un vasto cúmulo de tierra que, en dirección de
Norte á Sur, ocupa algunos kilómetros, y tiene por remate en los
extremos dos colinas algo más elevadas que el resto; de las cua­
les la del Norte es conocida con el nombre de K o y u n d jik y la
del Sur con el de N abiyun u s. En K o y u n d jik , según la tradición
local, se habían encontrado de tiempo en tiempo piedras es­
culpidas é inscripciones con caracteres extraños. Así es que
Botta, erudito y apasionado por las antigüedades orientales, se
resolvió á hacer algunas excavaciones, que le dieron escaso re­
sultado. Después de varios días dejó aquel punto y empezó
sus trabajos de exploración á unos 16 kilómetros al Noroeste
cerca del villorrio llamado Khorscibad. Allí fué más afortunado,

(1) A penas b a sta n hoy cinco grand es salas para con tener las riquezas anti­
g uas traídas de Asiria y de Babilonia, «Los v isita n te s, escribe Delitzscb, recibi­
dos solem nem en te por dos toros colosales con cabeza h um an a, seria y barbuda,
atraviesan las salas, cuyas paredes están cubiertas de alto á bajo por esculturas
de una finura m aravillosa. Su vista nos t r a n s p o r t a en medio de Ion sitios de
plazas, de batallas, de tropas, de cautivos, de cacerías de leones, de palacios mag­
níficos de la antigua Asiria, U n poco más lejos en contram os obeliscos y estatuas
de reyes antes desconocidos; arm arios llenos de ladrillos escritos y de prismas
de arcilla; ataúdes, arm as, pesos, vasos, ornam entos, y lo que es incom parable­
m ente más precioso que todos estos m onum entos, más de cien g ra n d e s arcas en­
cierran la joya más preciosa de la Asiriología, la biblioteca de A s u rb a n ip a l. Segu­
ram en te Rich no h a b ía sospechado que bajo de aquel m on tón de ladrillos ama­
rillentos, vistos p o r él al otro lado de Mosul y sobre las rib e ras del Tigris,
siguiendo la corriente de este río, hu b iera no m enos de doce palacios de reyes
asirios sepultados». Chaldciische Génesis, pág. 264. Leizig, 1876.
LOS J E R O G L Í F I C O S DE E G IP T O 77
\
l e la y bien pronto descubrió un muro macizo de ladrillo, revestido
que de piedras calcáreas con esculturas de bajos relieves y caracte­
idos, res cuneiformes.
Siguiendo las excavaciones, halló un segundo muro que for­
és á maba ángulo recto con el primero, y después halló también el
OSlll, tercero y cuarto, que le condujo al punto de partida, cercando
>re la el perímetro de una gran sala, cuyas paredes todas estaban
endo adornadas con bajos relieves é inscripciones epigráficas. Ani­
en la mado con tan satisfactorios resultados, prosiguió con ardor la
irgen obra empezada y descubrió otra sala parecida á la primera; y
i de después otra, hasta seis, algunas de las cuales tenían una longi­
n los tud de 115 pies por una anchura de 35. pudiendo copiar entre
cua- inscripciones y bajos relieves unos 450 pies.
: y la Botta se dio prisa á comunicar á París el resultado de sus
ición investigaciones, enviando á la vez una copia de los bajos relie­
3 es- ves y de las inscripciones cuneiformes (1) que había descubierto,
i que causando con esta novedad una sorpresa inmensa entre los eru­
;s, se ditos de toda Europa. El gobierno francés atendió generoso á
■o re- los gastos ocasionados por aquellos descubrimientos, y envió
ipezó los fondos necesarios hasta completar la obra comenzada por
oeste Botta y ultimada por Place, del desentierro de K horsabad.
lado, De los planos y diseños publicados por aquellos dos asirió-
logos y de los estudios de otros sobre las inscripciones descu­
3 anti- biertas, se vino en conocimiento de que aquellas ruinas perte­
reoibi-
rbuda,
necen á una ciudad edificada por el rey asirio Sar-kcn, que
alturas parece ser el Sargón de Isaías (2), padre de Senacherib y con­
ti os de
temporáneo de Ezequías, rey de Judá. Poco vale lo hallado per­
is rnag-
statnas teneciente á otros edificios; pero en cambio del palacio de Sar-
irismas kin se encontraron restos soberbios, que indican bien la gran­
arable-
cas en-
deza de aquella casa; son precisamente las seis cámaras descu­
. Segu- biertas en primer término por el célebre explorador.
s ama-
Tigris, (1) L e ttre sur descouvertes de Khorsabad, p u b licad a en el J o u rn a l A siatique,
e reyes 1843-45.
(2) X X -1 .
78 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

Levantábase aquel magnífico palacio sobre una vasta plata­


forma hecha de ladrillo, teniendo la figura de un rectángulo,
cuyo mayor lado era de 1.200 pies de largo, y el menor de
500. El interior estaba dividido por macizos muros, también
de ladrillo, con un espesor de 12 á 20, pies en multitud de com­
partimientos, entre los cuales hallábanse salones de más de 100
pies de longitud por 35 de anchura. Sin duda sobre el primer
piso habría otros de varias dimensiones, pero estaban arrui­
nados, no quedando en pie más que la planta baja hasta la al­
tura de 10 á 15 pies. Todas las paredes se encontraban recu-
biertas por dentro y por fuera de lastrones calcáreos llenos de
inscripciones y bajos relieves. A la puerta principal del palacio
se veían dos guardianes singulares. Eran dos toros enormes, que
tenían sobre la espalda y en las patas multitud de inscripciones; i
también las había en el pavimento interno y externo, y en los ¡
fundamentos del palacio fueron encontradas monedas de oro, de
plata, de bronce y de plomo con epígrafes conmemorativos de
la construcción; siendo la fórmula repetida con más Irecuencia,
la siguiente: P alacio de Sar-kin, descendiente de Belo, Vi­
cario de A ssar, rey poderoso, rey de las naciones, rey del
p a is de A ssa r (1).
Las esculturas y relieves de que estaban recubiertas las pa­
redes del palacio, representaban una admirable variedad de es­
cenas grandiosas; grupos de batallas; entradas triunfales con
todo el cortejo de pompas militares y religiosas rodeando el ca­
rro del monarca triunfador; ritos solemnes de sacrificios; pro­
cesiones; audiencias reales; cacerías de leones en los bosques y
en las montañas, con un número incomparable de figuras, ora
gigantescas, ora naturales, y una riqueza maravillosa de modas, |
hábitos y usanzas en la indumentaria. No era esto, con serlo
tanto, lo más precioso que se halló en el palacio de Sar-kin.

(1) Menant, A nnales des Rois d'A ssyrie. B rnnengo. L 'im p e ro di Babilonia é de
N inive. V. I., pâg. 13. Prato, 1885.
LOS J E R O G L ÍF IC O S DE E G IP T O 79

Lo más interesante eran las inscripciones, que con tanta profu­


sión se veían en todas partes y que debían contener las explica­
ciones de los cuadros á cuyo rededor se encontraban, refirien­
do á la larga las empresas y hechos del rey, para cuya gloria
habíase levantado el palacio. Aquellos textos fueron en efec­
to los que más llamaron la atención y ejercitaron el estudio
de los asiriólogos, que, como Menant, De Saulcy, Oppert y otros
emprendieron con ardor el desciframiento de aquellas extrañas
escrituras; siendo para ellos y para la ciencia un bien incompa­
rable el cuidado de Botta en copiar exactamente cuanto iba
descubriendo. Pues habiendo perecido abrasado por el fuego el
palacio de Khorsabad, los lastrones calcáreos, que revestían sus
paredes, quedaron calcinados, y en cuanto se hallaban en con­
tacto del aire, se reducían á polvo con la mayor facilidad.
La fama de estos descubrimientos voló por Europa, sirviendo
de poderoso acicate á los sabios, para emprender otros nuevos.
Bien pronto se vieron cubiertas las riberas de ambos ríos, Tigris
y Eufratres, de exploradores de todos los países, que buscaban,
en vez de oro, ladrillos de las antiguas ciudades de Asiría y Cal­
dea, sepultados por las revoluciones sociales y cubiertos de tie­
rra por el tiempo. Inglaterra se señaló más que ninguna otra de
las naciones cultas por su celo en las pesquisas de antigüeda­
des asirías; y habiendo sido Francia la primera en el movimien­
to por medio de su cónsul en Mosul, fué la Gran Bretaña quien
recogió más fruto de aquella iniciativa, hasta el punto de enri­
quecer el Museo Británico de Londres con tesoros inestimables,
no igualados por ningún otro de los europeos.
Aunque Nínive y Babilonia atrajeron hacia sí el mayor cui­
dado de los exploradores, bien puede asegurarse que en pocos
años no quedó montículo ni colina de Mesopotamia que no
fueran explorados, haciéndose excavaciones en todas partes, don­
de se presumía hubiera estado alguna de las antiguas ciudades
históricas. Mas no por eso se crea que se agotó el filón de las
riquezas arqueológicas, que cada día van en aumento, en aquel
80 E G IP T O Y ASIRIA RESUCITADOS

inmenso territorio; siendo las encontradas hasta ahora sufi­


cientes para ilustrar, de un modo que apenas podía esperarse, la
historia de los imperios primitivos posdiluvianos hasta la con­
quista de Ciro, en un espacio de tiempo de más de 2.000
años.
El más afortunado de los exploradores ingleses fué Agustín
Enriqne Layard, que llegando á Mosul el año de 1845, comen­
zó de nuevo las excavaciones frente á la ciudad en la colina de
% oyundjik, aunque en otro punto distinto del que con mala for­
tuna había explorado Botta, descubriendo grandiosas ruinas ele
palacios, decorados con esculturas y relieves, con inscripciones
y leyendas parecidas á las del palacio de Khorsabad, entre cu­
yas inscripciones no tardó mucho en aparecer el nombre de
N in iv e , que salía á la luz del día después de descansar 25 si­
glos en su sepulcro. Con esto se acabó para siempre la incerti­
dumbre del emplazamiento de la antigua y soberbia capital de
Asiría.
El primer palacio real sacado de entre las ruinas por el asi-
riólogo inglés, fué el de S in -A k h i-E rib , aquél cuyo ejército fué
deshecho por el ángel del Señor en Judea, y que reinó desde el
año 704 hasta el 680 antes de Jesucristo. Levantábase la fábrica
de aquel palacio sobre la antigua ribera del Tigris, cuyas aguas,
según veremos más adelante, contribuyeron al derrumbamiento
de los muros. La puerta principal estaba custodiada por dos
toros colosales con cabeza humana, y desde allí se partía para
un verdadero laberinto de corredores, pasillos, cámaras, gabi­
netes y habitaciones varias, cuya extensión superficial era dis­
tinta en cada una de ellas. Un poco más adelante, hacia el cen­
tro de la colina de % o y u n d jik , Lor Lofto y Hormuzd Rassam,
que fueron después de Layard, encontraron las ruinas de otro
palacio semejante, construido por A ssu r-A k h i-Id d in (Asa-
rhaddon) hijo y sucesor de Senacherib. En ambos alcázares,
edificados en el último período de esplendor de Ninive, parece
tocar el colmo el arte asirio. Tal es la finura de sus esculturas
M U E S T R A D E LA E S C R IT U R A C U N E I F O R M E

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Dcirius, rex

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magnus, rex

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regum,

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Hystaspis filius,

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na- kiia - a- Ma- n- i- s- t- va * n va ’
Achsemenides, qui

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i- Ma- m * ts a- -ra- bo- m A- K - i l -
//.or palatium fc-

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In sc rip c ió n (le P crsèpolis.


M U E S T R A D E LA E S C R I T U R A C U N E I F O R M E

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Xerxes, rex

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magnus, rea;

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Achemenis.

I n sc rip c ió n d e P c rsép o lis.


LA ESCRITURA C U N E IF O R M E 81

y de sus frescos, que no se pueden comparar con los de otros


palacios reales.
De las inscripciones se deduce que uno y otro fueron ulti­
mados y embellecidos por Assurbanipal, que sucedió á su pa­
dre Assarhaddon el 669 antes de Cristo.
Entre las bellezas de estos palacios, debe contarse la
magnífica biblioteca con que estaba enriquecido el de Sena-
cherib.
En una sola de las grandes salas se encontraron tantos
pedazos de ladrillos escritos, que cubrían el suelo en un
espacio de 10 metros cuadrados hasta la altura de 30 centí-”
metros y algo más.
De estos ladrillos que decoraban las paredes del palacio, se
llevaron al Museo Británico más de 20.000 piezas, que son
otras tantas páginas de que se componían las bibliotecas asirías.
Esta de Assurbanipal, no sólo contenía los fastos del mismo
rey, según estilo y costumbre de otros palacios, sino que además
poseía una riqueza y variedad grande de tratados de diverso
género, pertenecientes á la religión, á las leyes, á las costumbres,
á la vida privada de los asirios, á la astronomía, la astrología,
la magia, la gramática, con diccionarios y otros trabajos acerca
de la lengua asiría y de otro idioma más antiguo y quizá
muerto en aquel tiempo.
Todavía se desenterró un nuevo palacio dentro del recinto
mismo de Nínive, en la prominencia de que ya hablamos antes,
sita á la parte meridional y llamada N abiyuno, y que ya n a ­
die duda ser el mismísimo sepulcro de Nínive, nombre m uy
parecido al de N ab iyu n o .
Las excavaciones de Layard, continuadas por Place y R as-
sam, pusieron de manifiesto las reliquias de aquella m orada
regia, adornada, como las anteriores, de toros y leones alados,
de bajos relieves é inscripciones, pertenecientes al reinado de
Senacherib su fundador.
Omitiendo otros hallazgos de menor im portancia descubier­
82 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

tos en Nínive y descritos porB otta (1), Layard (2) y Oppert (3),
pasemos á otro punto.
Como á unos 30' kilómetros más abajo de Nínive, hacia
donde está el pueblo de N im ru d , se levantaba en otro tiempo
la antiquísima Calach, llamada Chale por el Génesis (4) y
edificada por Assur, lo mismo que Nínive, con la cual alternó
mucho tiempo en el honor de ser capital del reino de Asiría y
m orada de sus reyes. Hoy sólo se ve allí un campo desierto,
donde sobresalen, formando varias ondulaciones, algunos mon
tículos ó prominencias, bajo las cuales descubrieron Layard y
Lofto con otros indagadores el esqueleto de la antigua ciudad. |
Como Nínive, se hallaba cercada por una vastísima muralla
de figura irregular, cuyo trazado se conoce todavía. La mura­
lla estaba flanqueada por multitud de torres; tantas, que sólo
al lado de Occidente contó el mismo L ay ard -58, de las cuales
I
aún se conservan en algunas las bases. Dentro de la misma
ciudad y al ángulo sud-este, hallábase un nuevo recinto mu­
rado que separaba la morada regia del resto del pueblo, y que.
estaba formado con varios palacios y m onumentos reales dis­
tribuidos sobre una plataform a— á la m anera del Palatino de
R om a— á la cual se subía por una escalinata, como en Persé-
polis. Allí se encontraron las ruinas de una pirámide cuadra­
da, construida por A ssu r nasirhab al, que reinó desde 882:

(1) L e M o m m e n t de N in ive decoxivert et d e c ritp a r M . P. E . B otta. P arís, 1849, j


(2) N inivech a n d its rem ains. London, 1850.
(3) E xp ed itio n (identifique en M esopotamie &. París, 1863-69. E ste asiriólogo
le^ó en la Academ ia de las lnscriptciones, sesión 6 de Julio de 1894, u n a memo- ;
ria sobre la superficie de K h orsa bad , dem o stran do qu e era igual á 32.523f
2
cañas cuadradas. Valiendo, pues, la caña 9 m etros con 40 centím etros, tendre­
mos la superficie de K h o rs a b a d averiguada. Los m uros de la ciudad, que guarda­
b a n la form a de un rectángulo, porque los asirios te n í a n ideas super3ticiofias ;
acerca del cuadrado, medían de longitud en el lad o mayor 1.750 m etros y enei i
m enor 1.645, y multiplicando estas dos cantidades nos resulta otra vez la exten­
sión superficial de K horsabad, que e ra igual á 2^78.750 m etros cuadrados, salvo
error.
(4) X-12.
LA ESCRITURA CUNEIFORME 83

hasta el 857 antes de J. C., y que probablemente había sido


destinada para panteón real.
Junto á ella se elevaban dos palacios, obra del mismo prín­
cipe; uno de los cuales contaba siete cám aras adornadas con
relieves é inscripciones cuneiformes, pertenecientes á la histo­
ria del fundador. Una de estas inscripciones, que consta de
390 líneas, repartidas entres columnas, es el monumento epi­
gráfico más extenso hallado hasta la fecha en el Asiría. En el
otro palacio se halló la estatua de A ssurnasirhabal, en pie,
teniendo en una mano la hoz, en la otra una maza y sobre el
pecho la siguiente leyenda: Assur-nasir-habal, rey g ra n d e,
rey poderoso, rey de las naciones, rey del p a ís de A ssu r,
hijo de T u k la t-S a m d a n , rey g ra n d e, rey poderoso, rey de
las naciones, rey del p a ís de A s su r , hijo de B in -N ira r i, rey
grande, rey poderoso, rey del país de A ssur. É l posee la
tierra desde las riberas del D iglat (Tigris) hasta el país de
Labnana (Líbano); él sujetó á su p o d e r los g ra n d es m ares
y todos los paises desde la salida d la puesta del sol (1).
A poca distancia de los palacios de A ssurnasirhabal, levan­
tábase un tercero más antiguo, obra de Salman-Asar II (1010-
990 antes de C.) y restaurado por Assurnasirhabal; contenía
30 departamentos. Pero el palacio más espacioso y más vasto
de cuantos hasta la fecha se han descubierto, era el de Asa-
rhaddon. T enía la fachada al Mediodía sobre la margen del
río, que lo bañaba por dos de sus lados. Una escalerera mo­
numental conducía á la plataforma de la entrada, que daba
acceso á un doble pórtico adornado con tres hileras de leones,
entre los que su hallaban un par de esfinges, únicas encon­
tradas en Asia. Veíanse en los dos pórticos á derecha é iz­
quierda ocho pedestales, destinados sin duda á sostener otras
tantas estatuas, quizá de varios dioses. Por desgracia no se
conservan sino fragmentos de las inscripciones murales que

(1) M enant, A nuales des R ois d ’A ssiyrie, pág. 65.


84 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

adornaban las cámaras; en cambio hay de A sarhaddon dos


grandes prismas, cubiertos de caracteres y uno de ellos en
muy buen estado de conservación. Por lo demás, parece que
este palacio no fué terminado, quemándose, según varios in­
dicios, antes de recibir la última mano del artista.
También es notable entre los monum entos de Calach, una
torre con varios pisos, erigida por el rey B in -N ira r i I I I (809-
780 a. C.) y dedicada por el mismo en el año 786 para tem­
plo de Nebo, entre cuyas ruinas se hallaron dos estatuas co­
losales del dios, aunque sin epígrafe, y además otras cuatro
de tam año natural con inscripciones en el pedestal, hallán­
dose dos de éstas en el Museo Británico. Además pareció una
estela inscrita en caracteres arcaicos, pertenecientes al rey
S a m si-B in (822-809); y otro palacio, cuya fábrica empezó
Sa lm a n -A sa r 1/7(857-829) y concluyó T u kla t-P a la sa r (744-
726), en donde se halló un obelisco de basalto negro con ba­
jos relieves y una inscripción histórica referente al primer
fundador.
Sesenta kilómetros antes de llegar á la desembocadura del
Zab inferior en el Tigris y sobre su orilla izquierda, se halla
una colina llamada % alah-Sherghat, donde yace sepultada
la antigua Assur, capital igualmente en otro tiempo de Asiría,
y de la cual habla, la Biblia con bastante frecuencia (1).
No está aún muy explorada; pero ya Layard, en algunas ex­
cavaciones hechas sobre la parte occidental, encontró tesoros de
antigüedades asirias. Tal es un antiguo palacio del tiempo de:
T u k la t-P a l-A sa r /, cerca de 11 siglos antes de nuestra era,'
donde se encontraron inscripciones que son hasta ahora las:
más antiguas que se conocen de la historia de la Asiría. Las de

(1) E l texto hebreo del Génesis llama á esta ciudad E llasar, aun qu e la Vnl-
g ata traduce Ponto (XIV-1). El libro IV de los Reyes ( X I X - 12) la n o m b ra Thelassar.
E l p rim ero de los P a ralip ó m en o s (V-26) la apellid a-á ssm \ Is aía s (XXXVII-12)
Thcilassar. E l lib ro IV d e los .Reyes (al capitulo XV-29) le da el nom bre de ^ásswr
y así en otros pasajes, conviniendo los intérp retes en que es u n a mism a ciudad,
LA ESCRITURA CUNEIFORME 85

T u klat-P alasar, aparecieron inscritas en cuatro grandes pris­


mas de arcilla, cada uno de ocho caras, sepultados en los
cuatro ángulos del palacio. La altura de los prismas es de 45
centímetros y en cada cara hay 100 líneas de escritura menuda
y compacta, cuyo texto es casi idéntico; pero que se hicieron
célebres estos prismas por haber servido de piedra de toque á
los asiriólogos, para comprobar la lectura é interpretación de los
textos cuneiformes en la Sociedad Asiática de Londres.

a rtíc u lo n

Descubrimientos en Caldea.

Réstanos decir algo de los descubrimientos y exploraciones


hechas en la Caldea, como hemos dicho hasta aquí de los veri­
ficados en Asiría.
Ocupa Caldea la parte baja de la Mesopotamia, siendo limi­
tada al Norte por Asiría, al Sur por el Golfo pérsico, al Este
por el Tigris y al Oeste por el Eufratres; comenzando este país
hacia la altura de Bagdad, donde se aproximan bastante ambos
ríos y extendiéndose por la cuenca que forman hasta desembo­
car en el mar. M a t-K a ld i, como le llaman las antiguas inscrip­
ciones, ó el país de Caldea, tenía por vecinos al Oriente á
los M a t-E la m u , país de los Elamitas, ó sea la Susiana, y al
Poniente á los M a t-A rib i, ó el país de los árabes, que es el
gran desierto arábigo que se extiende de Eufratres al m ar Ber­
mejo. Dividíase á su vez en dos regiones distintas, la Alta y la
Baja Caldea, ó de otra manera A c c a d y Su m ir; de las cuales,
A ccad se extendía desde las fronteras de Asiría hasta poco más
abajo de Babilonia, y S u m ir comprendía el resto de la Caldea.
Dos pueblos distintos ocuparon estos países, los S u m irim y los
A ccadim ; así que es frecuentísimo en las inscripciones de los
reyes caldeos el título de rey de S u m ir y de rey de A ccad.
86 EGIPTO Y ASIRIA R E S U C IT A D O S

También la tocó á esta célebre cuenca estar enteramente des­


conocida durante muchos siglos y resucitar al mismo tiempo y
casi en las mismas condiciones que su vecina la Asiría, con la
cual puede decirse que tuvo una historia común.
Las recientes exploraciones hechas en aquel apartado suelo,
no sólo han descubierto ciudades enteras sepultadas y perdidas
en medio de la aridez del desierto, sino que además nos' han
instruido acerca de la historia de las mismas y sus varias vi­
cisitudes, poniendo al alcance de Europa documentos notabilí­
simos de la antigüedad, que confirman y suplen las noticias de
nuestros Libros Santos, únicos en donde se encuentra algo de
cierto en la historia antigua de los pueblos. Sirviéndonos por
tanto de guía el- docto orientalista Joaquín Menant (1), que ha
sido quien con mayor claridad hizo la descripción de aquellas
ruinas y monumentos, y su compendiador Brunengo (2), dire­
mos algo de lo mucho que escribirse pudiera en la materia.
Comenzando por la parte más meridional de Caldea, halla­
mos que al poco trecho de la conjunción de ambos ríos Eufra-
tres y Tigris y muy cerca de A b u -S lia rein , fueron descubiertas
las ruinas de Eriela, puestas á la luz del día por Taylor. Era
una especie de fortaleza colocada sobre una plataforma artificial,
que se levanta bruscamente sobre la llanura como unos 20
pies. Altas murallas formaban el recinto, en una de cuyas extre­
midades aparece un torreón; siendo, no obstante, la principal
construcción una pirámide que se hallaba hacia al medio de la
plataforma. La parte interior de la pirám ide; estaba hecha de
adobes secados al sol y el revestimiento exterior de ladrillo, con
un espesor de cinco pies. Su altura era de 70 pies y constaba
de cinco pisos; encontrándose todavía algunas piezas de már­
mol que formaban los escalones del primer tramo, cuya eleva­
ción era de 15 pies. Sobre la cumbre de dicha pirámide estaba

(1) B abylone et la Chabdée; P arís, 1875.


(2) L 'Im p e ro , &.
LA ESCRITURA CUNEIFORME 87

construido un templete, de cuya riqueza dan aún testimonio


varias piezas de ágata, de alabastro y mármoles varios, bien
pulidos y tallados; junto con multitud de clavos de cobre con
cabeza de oro y miniaturas de oro puro, exparcidas por el suelo.
Alrededor de la pirámide se encontraron los cimientos de
otros edificios, algunos de los cuales descubrió el mismo Taylor,
viendo en sus paredes varias pinturas tricolores con dise­
ños de hombres y de pájaros. Lo más importante, sin embargo,
de este descubrimiento fueron las inscripciones de los ladrillos
con que estaba embaldosada la plataforma; inscripciones bre­
ves y mutiladas casi todas, pero en las cuales ha podido leerse
el nombre de antiquísimos príncipes de E rid u , llamados Pa-
tesi, ó soberanos y virreyes de E rid u . La mayor parte de estas
inscripciones pertenecen á monarcas que residían en otra parte;
pero que consideraban y se gloriaban de tener aquella fortaleza
entre las principales de sus estados.
No lejos de A bu-Sharhein y sobre la orilla izquierda del
canal que une por aquella parte los dos ríos, llamado Skatel-
H ie, hállanse las ruinas de Zerghul, Sirtella, ó T elio, otra ciu­
dad, que fué á su vez residencia de príncipes ó P a tesi, según se
lee en sus inscripciones de remotísimos tiempos. Aunque ya antes
se había descubierto algo de estas ruinas, fueron las princi­
pales exploraciones debidas al cónsul francés en Bassora,
Mr. Sarzec. Son estatuas grandiosas, cuadros en bajo relieve,
conos de tierra cocida, cilindros-sellos de piedras preciosas, es-
tatuitas, cimelios en bronce y vasos, todos con inscripciones en
lengua accádica, que revelan una antiquísima y adelantada civi­
lización y que son el ornamento del Museo de Louvre.
Notables son igualmente los monumentos de W a r k a , que
según el parecer de los orientalistas es la antigua Arcich del
Génesis (1), conocida de los griegos con el nombre de OPXON
y fundada por Nemrod. Hallábase situada al sudeste de Babi-

(1) x -io .
88 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

lonia á cuatro millas próximamente del Eufratres, sobre un ban­


co de tierra que se extiende como unas diez millas y se eleva
sobre el terreno pantanoso que le rodea, cubierto durante lasi
inundaciones por el agua del río; de manera que viene á for­
m ar una isleta. De aquí la dificultad de las excavaciones, que i
apenas pueden hacerse más que en los meses de invierno, v
i1-
que no obstante Lofto supo vencer en parte, descubriendo al­
gunos monumentos y quedando enterrados aún la mayor parte, i
Sobresale entre los descubiertos una torre cuadrada, cuyos
cuatro ángulos se hallan exactamente orientados, marcando
la dirección de los cuatro vientos cardinales; y cuya construc­
ción es también de adobes, teniendo la altura de más de 200
pies. Los árabes la llaman puerta de B u o a rieh por las muchas
cañas encontradas entre los adobes, que servían sin duda pa­
ra indicar las separaciones. Cerca de la torre se alzaban dos
templos, dedicado el uno al dios A n a y el otro á la diosa
B eltis, en cuyos adobes se hallan inscritos los nombres de los
príncipes que los edificaron.
A 840 pies de B u ü a rieh se encuentran otras ruinas intere­
santes, comprendidas dentro de un rectángulo, cuyo lado ma­
yor mide 650 pies y el menor 500. Está perfectamente orien­
tado este rectángulo y comprende varios edificios, el mayor
de los cuales tenía por fundamento una serie de explanadas
en forma de corona y de ellas la superior era mucho m ás pe­
queña que la inferior y todas estaban unidas por hermosas
graderías. Según Menant, W arka debió ser uno de los puntos
m ás interesantes de la Caldea; porque allí floreció una célebre
escuela de que hablan Plinio y los historiadores griegos. De los
archivos de W arka llevó Assurbanipal, para enriquecer con
ellos la biblioteca del palacio de Senacherib, en Nínive, no
pocos documentos. Y aunque hasta la fecha se ha descu­
bierto poco en comparación de lo que falta, abundan ya los
datos epigráficos de inestimable valor, relativos á la historia
pública y las costumbres particulares del país, pertenecientes
LA E SCRITURA CUNEIFORM E 89

in ban-j á épocas muy distintas. Como que ai lado de inscripciones


eleva ^el rey Urkfiam y su hijo D u n g i, que se rem ontan á la res-
íte las petable antigüedad de 2.500 años antes de Jesucristo, se ha-
a ^or' lian otras de los sucesores de Alejandro, como Seleuco, Deme-
3S, que; trio, Antioco y algunas pertenecientes á los parthos del siglo
írno, y : ¿je Augusto. Por aquí se ve, no sólo lo antiguo de la fundación
do al- cle Warka, sino su importancia en las varias fases históricas
’ Parte. que atravesó.
cuyos Otra particularidad, ó mejor singularidad, hace notables
rcando estas ruinas, y es su mismo nom bre que significa ciu d a d de
istruc- ¡os sepulcros ó ciu d a d de la muerte; porque en sus alrede-
le 200 dores y á una distancia aún no determinada, encuéntranse mul-
íuchas titud de panteones, erigidos allí por todos los moradores de
pa- la baja Caldea, que la consideraban como un cementerio re-
n dos gional (1), donde todos querían sepultarse á la som bra del
diosa templo del dios A n u , llamado en los monumentos rey del
de los mundo inferior, señor de las tinieblas. Era, pues, W arka
una extensísima necrópoli de los caldeos, con la cual, al decir
intere- de Oppert y de Lord Lofto, no hay nada comparable en el
lo ma- mundo antiguo y moderno, ni siquiera la famosa de la antigua
orien- Tebas. Los habitantes de la baja Caldea hacían para sus di­
mayor funtos unos féretros de tierra cocida, un tanto parecidos á los
madas que conservan las momias egipcias. Estos féretros, modelados
as pe- conforme al cadáver que debía ocuparlos, se iban colocando
mosas ; en los panteones con algunos objetos preciosos y otros de uso
3untos común, que son indicio seguro de la civilización alcanzada
:élebre por el pueblo que los hacía. Ahora bien; los sepulcros de
De los Warka tienen más de 60 pies de profundidad. ¿Quién podrá
¡r con calcular el tesoro de arqueología en ellos contenido desde la
ve, no capa inferior hasta la superior? ¿Desde los tiempos de Nemrod
descu- hasta la destrucción de la ciudad?
fa los ______
istoria
(1) Menant, A nuales des rois d'A ssyrie; Finzi, Ricerche p er lo studio dell'an-
3ÍeilíeS tiquitá ^ssira; Brunengo, L 'Im p ero di B abilonia el di N in ive, pág. 24.
90 EGIP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Mayor interés despiertan aún que las anteriores las ruinas


siguientes, sin o para los arqueólogos, al menos para los cristia­
nos, por tratarse de la patria de Abraham, padre de los creyentes.
Diez kilómetros al sudoeste de W arka y siguiendo la ribera del
Eufratres por la parte occidental, hállanse los escombros de una
ciudad antiquísima, llamada M u g h eir por los árabes, colocada
sobre una elevación de terreno oval, cuyo diámetro tiene un ki­
lómetro y que, al igual de Warka, se convierte en islote en las
crecidas del río. Su principal monumento es una torre de mu­
chos pisos, con 70 pies de altura sobre base rectangular, edifi­
cada con adobesy ladrillos, teniendo por cemento en unas partes
asfalto y en otras cal (M ugheir significa ciu d a d del asfalto).
Sobre la torre se levantaba un templo, del cual hacen memoria
los ladrillos inscritos con el nombre de los reves que lo cons­
truyeron ó restauraron. Léense los nombres de Urkham y N a ­
bo nide entre otros. De donde se deduce que aquella ciudad fué
floreciente desde los tiempos más remotos hasta el siglo sexto
antes de nuestra era, por lo menos. Creyeron algunos que Mu-
gheir debía ser la Chalane del Génesis; pero hoy está averigua­
do que no es otra sino Ur, Ur de los caldeos ó U r-kasdim ,
según consta por las inscripciones en ella encontradas donde se
la da el nombre de Uru.
La gran torre y el templo edificado sobre ella, de que habla­
mos antes, estaban dedicados al dios S in , siendo debida su
construcción al rey U rkham , como se ve por el testimonio de
uno de los ladrillos que dicen: U rkham , rey del p a ís de Ur,
ha fa b ric a d o el templo del dios S in .— A l dios S in , su rey,
U rkham , rey de Ur, fa b ric ó el templo y la jo r ta le s a de U r.—
A l dios S in , la s del cielo, prim ogénito de Belo, su rey,
U rkham , varón poderoso, rey de Ur, ha fa b ric a d o el tem­
plo Tim -ga-tu, el palacio de su deseo. Sin es la luna, que en­
tre los caldeos, como en trelos alemanes, tiene género masculino,
y se le apellidaba hijo del Zodiaco y protector de la tierra;
teniendo su asiento, tanto para los caldeos como para los asi-
LA ESCRITURA CUNEIFORME 91

rios, entre las divinidades mayores, pero el culto principal lo re­


cibía en Ur; de donde vino á la ciudad el nombre de K a m a ri-
na, derivado del árabe % a m a r, luna; nombre de que habla
Eupolemón, citado por Eusebio de Cesarea (1).
A unas 15 millas del sudoeste de Warka, entre esta ciudad
y M ugheir se ve otro montón de escombros, que ocupan un
campo circular de cuatro millas y media de circunferencia. Va
creciendo por grados el terreno desde la llanura pantanosa de
Shat-líkar hasta la parte superior de la colina, que tiene unos
70 pies de altura. Está formada esta colina por las ruinas de
un edificio gigantesco en forma de rectángulo, cuyos lados me­
dían 320 y 220 pies respectivamente. Bien orientado como to­
dos los edificios caldeos, estaba construido con adobes y ladri­
llos, sirviendo el betún ó asfalto en vez de la cal, y tropezándose
con frecuencia suelos de caña. En estos ladrillos se lee el nom­
bre de Nabucodonosor. En derredor se ven también los cimien­
tos de otros edificios, sepulcros antiquísimos, cilindros cubier­
tos de inscripciones con otros monumentos epigráficos de infi­
nita variedad, desde el reinado de U rkham hasta el de Nabu­
codonosor, Nabonide y Cambises.
Hoy se llama este montón de escombros S in k ere li, pero el
nombre de la antigua ciudad, como se ve en los ladrillos, era
Lcirsam, la misma que Beroso dice ser patria K isuttro, último
rey antidiluviano, con el nombre de Aapayxa. Larsam significa
en caldeo ciu d a d del soly y este astro, con la denominación de
Sam ó Sam as, recibía en ella singular culto en varios templos.
Uno de estos había sido construido por U rkham , cuya religio­
sidad se manifiesta tan generosa para con los dioses, según
consta de la inscripción siguiente: A l dios Sam as, su rey,
Urkham, el varón poderoso, rey de Ur, rey de S u m ir y de
Accad, ha fa b r ic a d o este pcdcicio.
Había otro templo famoso en L a rsa m , debido á la munifi-

(1) P raeparat. evang., lib. IX , ca,p. 17.


92 EGIPTO Y ASIR IA RESUCITADOS

cencía del rey Sin -id in n a m , que, aun cuando no se sabe á punto
fijo cuándo reinó, debió ser bastante antes del siglo XV, pues­
to que el rey P u rn a p u ria s, que florecía por el año 1430 an­
tes de Jesucristo, habla ya de aquel templo, llamado B it-P a rra
como de un edificio antiguo y viejo, restaurado por él. Jorge
Smith fué quien leyó la inscripción donde consta el autor del
edificio, grabada en un cono de Sin kereh, y es como sigue:
A Sam as, el soberano de la. v id a , el je fe del cielo, el más
sublime de los genios, su rey , Sin-idinnam , el varón p o d e­
roso, el soberano de Ur, rey de L a rsa m , rey de S u m ir y
de A c c a d , construyó el B it-P a r r a ¡ p a ra la conservación
de sus d ía s..... P or orden de Sin y de Sam as, Sin-idinnam
celebró fiestas pom posas en el B it-P a r r a y en el B it-N in-
gal á la gloria de los genios (1).
Cerca de S inkereh se ve otro montículo donde se encon­
traron multitud de objetos metálicos de uso doméstico; lo que
indica que debió haber allí antiguamente una fábrica de traba­
jos en metalurgia, sobre todo en cobre, pues se han recogido
por Layard muchos cuchillos, tenazas, dagas, etc. de aquel
metal.
En el centro de la Caldea se descubrieron las ruinas de otra
ciudad no menos célebre, Ñ ip a r , ó N iffe r. Situábase sobre
una plataforma artificial, dividida hoy en dos por un enorme
barranco de 120 pies. Aún se ven restos de la muralla que
rodeaba la ciudad, y hacia el medio de la parte oriental los
de una torre construida con ladrillo, que forma una especie de
cono, y es el punto culminante de aquellas ruinas, llamado por
los árabes B int-el-A m ir, «la hija del príncipe». También fué ce­
lebrada la ciudad de S ip p a ra ó S ip a r, cuyas ruinas sepulta­
das están en la colina donde tiene su asiento la moderna S a ­
j e ir a á la izquierda del Eufratres y no lejos al norte de Babilonia.
Parece ser la Sepharvaim de que nos habla el libro 4.° de

(1) M enant, obra citada, p á g . 75; B runengo, pág. 29.


LA ESCRITURA CUNEIFORME 98

los Reyes, de donde fueron trasladados á ocupar la Samaría,


después de la cautividad de las 10 tribus, algunos de sus
habitantes (1). La forma dual con que la escribe el autor de
la historia de los reyes de Judá é Israel y que significa lite­
ralmente las dos S ip p a ra s, indica una cosa que hoy está á la
vista de todos; y es que esta ciudad se hallaba dividida en
dos por un canal del Eufratres, llamado N a h a r-A g a n é , según
consta de las inscripciones. El nombre de esta ciudad viene
de Sepher ó Biblos, libros; por la abundante biblioteca que
en ella se conservaba. Tenía, como Larsam, un célebre templo
dedicado al sol y otro á la diosa A nun it, hija de la luna; de
modo que la ciudad entera estaba consagrada á las dos divi­
nidades, llamándose ja una de sus partes Sipar-sa-Sam as, y
la otra Sipar-sa-Anunit] ó sea Sipara del sol y Sipara de la
luna.
Según la leyenda de Beroso, el rey K isu th ro , por orden
del dios Cronos, cuando se aproxim aba el tiempo del diluvio,
enterró en Sippara las tablas donde estaba escrita la divina
revelación. Allí mismo, según consta de las inscripciones de
Nabonide, el rey S a g a ra ktia s (2.000 años antes de C.) al re­
edificar el templo Ulbar, que era de la diosa A nunit, sepultó
igualmente una tabla misteriosa que había hecho llevar de
Larsam, tablas que en vano fueron buscadas por otros reyes,
hasta que Nabonide tuvo la fortuna de hallarlas, cuando se
propuso restaurar el templo y com pletar su m agnificencia,
dice él, haciéndole resplandecer como el sol. Hormud y
Rassam descubrieron allí más de 5.000 inscripciones, que
enviaron al Museo Británico.
Al levante de Sippara y sobre el Tigris, cerca de la moder­
na A k a r k u f, se levantaba un templo ó castillo, ó am bas cosas
á la vez, que lleva en las inscripciones el nombre de D ur-K u-
rigalzu. Venía á ser como fortaleza fronteriza entre Asiria y

( 1) Cap. X X V , 11-24.
E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Caldea y fué construido por el rey K u rig a lsu , de quien recibió


el nombre, en el siglo XIV antes de la era cristiana. Hoy se
conocen aquellas ruinas por .la apelación de T e l-N im ru d , ó
colina de Nemrod, y se hallan como á unos 24 kilómetros al
oeste de Bagdad. Un terraplén de 7 metros sostiene aquel
edificio que, á guisa de torre construida al interior con adobes,
revestida al exterior de ladrillo y con varios sedimentos de cal
y cañas, se levanta sobre el suelo unos 40 metros por 20 de
lado. Sir Enrique Rawlinson halló inscrito el nombre de
K u rig a lsu en un ladrillo del revestimiento, que lleva la si­
guiente leyenda: A Belo, Soberano de la tierra , su rey}
% urigalsu, S a k k a n a k u (vicario) de B e lo , construyó el tem­
p lo A-Gal, el templo de su predilección.
Después de haber pasado revista á las principales ciudades
de la alta y baja Caldea, coronaremos nuestra obra con la des­
cripción de la gran capital, de B a b -Ilu , la famosísima metrópo­
li de Caldea, cuyo nombre suena en nuestros oídos desde los
más tiernos años.
«Babilonia, escribe Brunengo (1), fué naturalmente el campo
á que atendieron con más ardiente y asidua inquisición los
exploradores europeos; allí se señalaron sobre todo las fatigas
y los estudios de Layard, de Rawlinson, de Smith, de Oppert
y sus colegas franceses; á sus trabajos respondieron copiosos
frutos, como puede verse en la amplia exposición hecha por el
mismo Oppert en los monumentales volúmenes de su E xp ed i-
tion scientifique en M esopotam ie». Comparados los modernos
descubrimientos con las antiguas relaciones que nos dejaron los
historiadores griegos acerca de Babilonia, relaciones que pare­
cían increíbles y se hacían sospechosas de exageración, vemos
que los griegos no exageraban al referir las grandezas de la
reina del Eufratres, cuyas ruinas son hoy día el pasmo del
viajero.

(1) L 'Im p e ro pág. 32.


LA ESCRITURA CUNEIFORME 95

En sus tiempos más florecientes, bajo el remado deNabuco-


donosor, hallábase Babilonia circundada de un doble muro ro ­
deado por su correspondiente foso. Llamábase el muro exterior
Im gur-B el y el interior N iviti-B el, obra uno y otro del rey
asirio Asarhaddon, según se ve en el monumento conocido en­
tre los asiriólogos por P ie d r a de A b erd een , en la cual dice el
rey: B ab-llu es la ciu d a d de las leyes, Im g u r-B el es su ba­
luarte, N iv iti-B e l su fa j a . Yo levanté estas construcciones
desde el fundam ento hasta, la cima; yo la hice fa b r ic a r , yo
la hice fortificar. Yo he hecho construir la im agen de los
dioses, yo les hice hon ra r, yo hice restaurar sus eternas
m oradas, que se hallaban ruinosas.....yo he sometido los
hombres de B a b -llu d las leyes p o r mi fu n d a d a s y hechas.
La muralla exterior tenía una extensión de 480 estadios (120
por cada lado) y la interior de 360; de m anera que dentro del
muro externo había una superficie de 514 kilómetros cuadra­
dos, y así Babilonia ocupaba un perímetro siete veces mayor
que París en la actualidad y tanto como el departamento del
Sena (1). Atravesábala el Eufratres diagonalmente de noroeste
á surdeste, dividiéndola en dos. Más de cien puertas, todas de
bronce al decir de Herodoto, daban acceso á la gran ciudad,
siendo las principales las colocadas en los cuatro ángulos del
cuadrado llamadas puerta de Sem iram is, la que correspondía
al ángulo noroeste; de JS/inive la del nordeste; de los Caldeos
la del sudeste, y de B elo la del sudoeste; flanqueadas todas por
torres de las que aún se ven algunos trozos. Dentro del vasto
recinto de Babilonia había agrupaciones de edificios que cons­
tituían otras tantas ciudades, con campos y jardines, templos,
palacios y aldeas. Tales eran Cutha al extremo nordeste y B or-
siva al extremo opuesto, hallándose en la parte céntrica la Ba­
bilonia propiamente dicha, la antigua B a b -llu , dividida á su
vez, como Pekín, en dos distintas ciudades; la ciudad regia,

(1) M enant, o b ra citad a, pág. 193.


96 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

morada del rey y compuesta de palacios suntuosos, magníficos


templos y famosos jardines, defendida por un triple recinto de ¿le
murallas; y la ciudad del pueblo que se extendía alrededor de \ Ei
la regia á un lado y otro del río, encauzado con. obras maes- ri(
tras de ladrillo y atravesado por un puente que ponía en. comu- ; y
nicación los dos barrios de la ciudad, amén de las innúmera- ck
bles barcas que hendían constantemente aquellas aguas en to- U<
das direcciones y servían para el transporte de géneros y perso- ; m
ñas en la multitud de atracaderos correspondientes á las prin- i eí
cipales calles que terminaban en las dos orillas. j &
La fábrica del puente, atribuida por Diodoro de Sicilia á Se- ■ b;
mirarais, y por Herodoto á Nitocris, estaba hecha con gruesas | v:
piedras unidas entre sí por barrotes de hierro asegurados con j ti
plomo, sobre pilastras de la misma materia. El maderamen era d
de cedro y de ciprés y el tablado superior de palma. Tenía cer- [ y
ca de un kilómetro de longitud y 10 metros de anchura. k
-Además de el puente había un túnel, que pasando por bajo ; s
del río, ponía en comunicación la ciudad regia de una orilla con , c
la de la otra, pero no servía para el público, sino para la corte. a
Era de ladrillo y asfalto con espesísimas paredes y á las entra- /.
das estaban dos puertas de bronce. La bóveda formada tenía
15 pies en la parte más ancha y 11 de altura.
Las ruinas de Gutha ocupan 3 kilómetros sobre la colina
que denominan los árabes Oheijmir y no son otra cosa que un
gran montón de escombros y de pedazos de ladrillo, entre los
cuales se ha podido encontrar alguna inscripción. Dos princi­
pales edificios se han descubierto entre los escombros, el pala­
cio del tesoro E l-ka sn e z, y el templo de N irg a l ó N erg el, que
según atestigua el libro IV de los Reyes, era el dios de los cú­
teos, cuando dice: E t unaquceque gens fa b r ic a ta esl cleum
sacan..... V iri ctutem chutaei fe c e r u n t N ergel. Habla el sa­
grado texto de los nuevos inquilinos de Samaría, enviados allí
por Salmanasar (1).
(1) Cap. X V II, 29-30,
LA ESC R ITU R A CUNEIFORME 97

Más remarcables son aún los descubrimientos de B o rsip p a ,


de los que ya dio alguna noticia en el pasado siglo N iebuhr.
Encuéntranse en ella las lizazas de una acrópolis y las de va­
rios templos dedicados al dios A d a r , al dios B in , al dios S in
y á la diosa N a n a ; pero sobresale entre todos por lo gigantesco
de su mole y por las trazas de su antigua magnificencia, lo que
llaman los árabes B irs-N im ru d , ó torre de Nemrod, que era la
misma torre de B a b e l, según los mejores asiriólogos; ya de
este punto trataremos más adelante. Es un monte de ladrillo y
cacharros rotos, que se eleva á más de 46 metros, por una
base de 700 de circuito. Hállanse trozos enormes de muralla
vitrificada, que denuncia la acción del fuego; y trozos de pilas­
tras aún en pie, de 10 metros de altura. Los cuatro ángulos
del edificio miran exactamente á los cuatro puntos cardinales,
y de ellos sacó Rawlinson cuatro cilindros de tierra cocida, de
los que cada uno tiene el mismo texto con ligeras variantes y
sesenta líneas de escritura, dando cuenta de la antigua funda­
ción y de la restauración hecha por Nabucodonosor. Principian
así: Yo soy N abu-kudur-ussur, rey de B a b -Ilu , siervo fi e l,
prenda del afecto inm utable de M a r d u k ..... el reedificador
de Bit-Sciggatu y de B it-zid a , hijo prim ogénito de N abu-pal-
ussur, rey de B a b -llu.
El B it-sid a de que habla el cilindro, es la misma B irs-N im
rud, que tenía 80 metros de altura sobre una base cuadrada
y la formaban siete torres sobrepuestas, que iban en disminu­
ción, y sobre la última hallábase el templo de Marduk, riquísi­
mo en oro y piedras preciosas. Cada torre tenía un color dis­
tinto, según el astro á que estaba consagrada, siendo el primero,
empezando á contar por la base, negro, el segundo blanco,
el tercero anaranjado, el cuarto azul, el quinto rojo, el sexto
plateado y el séptimo dorado, colores que respondían, según
la idea de babilonios y asirios, á Saturno, Venus, Júpiter, Mer­
curio, Marte, Luna y Sol (1).
(1) Fiuzi, R ice reche p e r lo studio dell' a n tiq u itá A ssira , pág. 519.
98 EGIPTO Y A SIR IA RESUCITADOS

Volviendo del extremo del cuadrado, donde se encuentra


B o rsip p a , al centro de la gran metrópoli caldea, hallamos en
uno de los barrios ocupados por la ciudad pública alrededor
de la palatina la moderna H iü a h , que pertenece al bajalato
de Bagdad, tiene 15.000 habitantes y está toda ella construida
con ladrillos y restos de la famosa Babilonia. Al poniente de
H illali duerme la antigua morada de los reyes caldeos el sue­
ño del sepulcro; y sus huesos, exparcidos y sepultados entre es­
combros á las dos orillas del río, principalmente á la izquierda,
ocupan un espacio de cerca de ocho millas cuadradas, figuran­
do entre las ruinas más notables que allí se ven, las que apelli­
dan hoy B abil, E l-% asr y Tel-Am ram -ibn- Alí. B a b il ocupa
la parte septentrional y es la más majestuosa por su mole y
efecto pintoresco: levántase aislada en medio de aquella asola­
da llanura á guisa de gigante, por lo que es llamada de los
árabes con el nombre antonomástico de M a k-lu b eh, esto es,
ruina. Es una masa enorme de 40 metros de altura por 180
de longitud, formada toda ella de los escombros pertenecientes
al edificio levantado antiguamente en aquel solar. Ignórase to­
davía cuál era la forma y el destino del mismo, y mientras
Rawlinson, Quatremere y otros creen que sería el templo de
Belo, de que habla Herodoto, Oppert, con algunos más, opinan
que debía ser el sepulcro del mismo Belo, elogiado por Diodoro
de Sicilia. Lo único cierto hasta el presente y que consta en las
inscripciones encontradas en ladrillos, pertenecientes todas al
tiempo de Nabucodonosor, es el nombre del monumento lla­
mado B it-S a g g a tu , del cual habla el mismo Nabuco, como
vimos poco ha, en los cilindros de B orsippa. Estaba consa­
grado á M a r d ú k , que recibía en él, junto con su esposa la
diosa M ilitta -Z a p a rn it, un culto espléndido. Debió haber sido
aquel edificio una gran pirámide ó Z ig u r r a t, como dicen los
caldeos, de muchos cuerpos y quizá más alta que ninguna
de las famosas de Egipto, puesto que la mayor de éstas, la
Cheos, apenas llega á 150 metros, mientras que B it-S a g ya tu ,
LA ESCRITURA CUNEIFORME 99

según los cálculos de los asiriólogos, tendría 180 de eleva­


ción.
A juzgar por el gran cuidado que ponían en la custodia del
Bit-Sciggata, debía encerrarse en sus entrañas un gran tesoro;
pues los textos epigráficos de los ladrillos describen minuciosa­
mente las precauciones con que se abría y cerraba, y esto dió
origen á la creencia de que sería el sepulcro de Belo, que según
Diodoro contenía un tesoro inapreciable entre estatuas, altares,
vasos, mesas y demás utensilios del culto, todo de oro macizo,
calculado por él en 6.330 talentos de oro, que serían como
unos 40 millones de pesetas; suma enorme para un solo tem­
plo, pero no increíble si se tienen presentes los despojos hechos
por Nabuco en Tiro, Jerusalén y tantas otras ciudades con­
quistadas por él, y la vanidad de este príncipe por enriquecer
el templo de su dios favorito. Así se lee en una inscripción:
Bit-Saggatu es el templo del cielo y de la tierra , la m orada
del señor de los dioses, M a rd a k. Yo hice recubrir de oro
puro el santuario donde reposa su soberanía (1). Ni fué so­
lamente Nabucodonosor el que engrandeció á B it-S a g g a tu , sino
también Asarhaddon y Neriglissor contribuyeron por su parte á
enriquecer aquel templo, según consta de las inscripciones de
ambos. Xerjes derribó aquel soberbio edificio, y aunque Alejan­
dro quiso reconstruirlo haciendo de él una fortaleza, es lo cierto
que en tiempo de los arsácidas fué enteramente abandonado,
sirviendo en parte sus materiales para la construcción de Se-
leucia y Ctesifonte.
A mediodía de B a b il está lo que se llama E l-K a sr , esto es,
el palacio real, colocado sobre la margen oriental del río, don­
de se ven las ruinas del edificado por Nabucodonosor en solos
quince días, al decir de Beroso y aun de las mismas inscripcio­
nes, cuyos ladrillos contienen el nombre de aquel monarca. Al
. lado opuesto del río se hallan los escombros de otro palacio, que

(.1) M enant, o b ra citada, pág. 216.


100 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

comunicaba con E l-K a sr por medio de una galería subterránea,


de la que ya hicimos mención. Estos dos palacios eran la sede
regia de los monarcas de Babilonia. Colocados en el centro y
en la parte más prominente, rodeados de jardines y como si
estuvieran á caballo sobre el Eufratres, dominaban toda la ciu­
dad, y aun podía divisarse desde sus almenas toda la llanura
del Senaar. Desde allí, tendiendo la vista por aquella populosísi­
ma metrópoli, exclamó Nabucodonosor, según refiere Daniel (1),
en el paroxismo de su orgullo: N onne hcec est Hcibylon m agna,
quam ego edificaoi in dom um reg n i, in robore fo r titu d in is
mece et in gloria decoris mei?
Sin embargo, apenas queda nada de tanta magnificencia. So­
lamente se ha descubierto hasta hoy, un león gigantesco de
basalto negro, pero de labor vasta y destrozado por el tiempo.
Como ambas fábricas eran de ladrillo y éste con facilidad se
deshace, apenas ha podido conservarse alguno entero, utiliza­
dos por los nuevos habitantes del país para la construcción de
sus Casas. No obstante, en los fragmentos hallados y combina­
dos con increíble paciencia se descubren aún los colores varios
de la pintura, representando escenas de caza, paisajes, monta­
ñas, bosques, arroyos, edificios, carreras de caballos, hombres y
animales, que debieron dar á aquella m orada una animación
extraordinaria. A lo cual parece referirse Dio doro, cuando nos
describe con entusiasmo las pinturas y mosaicos babilónicos.
Siguiendo la dirección del río y al mediodía de % asr en la
misma orilla se halla la colina T el-A m ra m -ib n -A li, el sepul­
cro de Amram, hijo de Alí, que fué muerto con siete compañe­
ros en aquel mismo sitio; por lo cual es considerado como lu­
gar de peregrinación para los musulmanes, que acuden en gran
número. La parte más alta de esta colina se eleva sobre el ni­
vel del agua unos 30 metros, y extendiéndose en disminución
por espacio de otros 500, va á morir en la llanura. Además del

(1) IV-27.
LA ESCRITURA CUNEIFORME 103

sepulcro de Amram, hay en ella otros muchos, posteriores á las


ruinas caldeas y anteriores á los arsácidas. Algunos se conser­
van todavía con brazaletes, anillos y otros objetos al lado del
esqueleto; pero la mayor parte han sido abiertos y despojados
por los árabes.
Las ruinas babilónicas de aquel cerro no se sabe fijamente
qué representan, aunque los ladrillos llevan inscrito el nombre
de Nabucodonosor. Oppert, confrontando aquel paraje con las
descripciones hechas por Estrabon y Diodoro, opina que allí
debieron estar los famosos jardines colgantes, una de las obras
más admirables de aquel soberbio rey, para obsequiar á su es­
posa meda ó pérsica, la cual sentía la nostalgia de las m onta­
ñas y florestas de su país en las llanuras de Senaar; y para com­
placerla su marido construyó aquellos jardines, colocados de
manera que hubiera en ellos montes y bosques, árboles y flores,
elevados sobre terrazas sostenidas por pilastras enormes, por el
centro de las cuales ascendía el agua del río, que las fertilizaba,
con el empleo de máquinas hidráulicas á.propósito.

ARTÍCU LO I I I

Lectura é interpretación de los textos cuneiformes.

Reanudemos ahora nuestra historia del desciframiento de los


caracteres cuneiformes, interrumpida por la relación de las ex­
cavaciones hechas en la cuenca de Mesopotamia.
Vimos al efecto que se habían podido leer las dos columnas
primeras de las inscripciones de Persépolis, una escrita en len­
gua pérsica y otra en el idioma de los medos; faltaba la tercera,
escrita en asirio, que tanta importancia iba á tener con los nue­
vos descubrimientos de las antiguas ciudades. Lówenstern, de
Suecia, supuso en 1845 que la escritura asiría debía ser la mis­
ma que la babilónica de los Achemenides, y al efecto trató de
102 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

analizar los nombres propios de las inscripciones trilingües,


pero sin resultado. La-afirmación, sin embargo, de este orien­
talista, relativa á la naturaleza del idioma hablado en Asiría y
Caldea, que supuso desde luego pertenecer á la raza semítica,
ha quedado demostrada, á pesar de las pretensiones de Renán,
que fiándose en el sentimiento personal adquirido por él de lo
que debe ser una lengua semita, tuvo valor para sostener que
no lo era la asiría, aun después de haber publicado Oppert su
célebre E x p e d itio n id e n tifiq u e en M esopotam ie. Esto prueba
cuánto debemos fiarnos del sentimiento semítico de Renán, al
cual apela con frecuencia en sus ataques al Antiguo Testamento
por falta de otras razones.
En 1847 el sabio sueco antes citado hizo nuevos ensayos
sin conseguir su objeto, y lo mismo sucedió á Saulcy. Por en­
tonces, empero, leyó Longperier en los monumentos de K hor-
sabcicl el nombre de S argón y pudo señalar varios grupos de
caracteres frecuentemente repetidos, aunque sin acertar á leer­
los. Los nuevos trabajos ds Botta, publicando el texto de las
inscripciones de % /iorsabad, hicieron comprender á los sabios
que también esta escritura debía tener signos determinativos y
que hacían uso de ideogramas los asirios con bastante frecuen­
cia. El mismo Botta pudo decir cuáles eran los ideogramas de
reyes, de países, de pueblos, etc., aunque todavía no acertó con
la pronunciación y todos sus esfuerzos se estrellaron en el
obstáculo de la lectura. Saulcy ensayó la transcripción en carac­
teres latinos del texto babilónico de Persépolis, admitiendo 120
signos, algunos de los cuales debían ser ideogramas, compren­
diendo entre los demás cinco vocales y dieciséis consonantes.
ITincks probó, mediante el estudio de nombres propios, que
los'signos diversos recibidos por Saulcy como expresivos de
una sola letra, eran distintas articulaciones, en que la mis­
ma consonante iba unida á diferentes vocales; de m anera que
los seis caracteres á que Saulcy atribuía indistintamente el
valor de r, debían en realidad leerse así: va, ru, a r : ir, ur,
LA ESCRITURA CUNEIFORME 103

asentando convenientemente que la escritura asiría era silábica.


Más tarde demostró también que las sílabas que comienzan y
terminan por consonante, pueden escribirse en asirio con dos
signos silábicos, el primero de los cuales termina en la vocal
con que empieza el segundo; así ram puede escribirse según
está, ó ra-am ; bir puede escribirse y se escribe de hecho
bi-ir.
Así estaban las cosas cuando Enrique Rawlinson, coronel
inglés, envió á Londres el texto babilónico de la inscripción ce­
lebérrima de Darío, hijo de Hystaspes, hallada en la m ontaña de
Behistum , ó sea el monte Bagastano, que se eleva perpendicu­
larmente á más de 400 metros en el Kurdistán, no lejos de Ker-
manschah, en las fronteras de la Media.
Al pie de la m ontaña se hallan las ruinas de una gran ciudad
antigua de mucho esplendor, siendo entre los varios objetos
allí encontrados los más notables dos bajos relieves esculpidos
en la misma roca á la parte del sudeste. El que está más bajo es
griego, y se distingue en él un caballero armado con una lanza
en actitud de coronar á otro guerrero á caballo. Maltratado por el
tiempo, lo fué más aún por el bajá H adji-A li-% .am ) que hizo
grabar sobre él una inscripción moderna. El otro bajo relieve,
colocado en un ángulo entrante de la sierra, y á una altura que
lo pone al abrigo de la ignorancia de ciertos gobernadores, se
ve con mucha dificultad desde abajo, siendo necesarias las
escalas para poder distinguirlo con perfección, ó un anteojo de
larga vista, como que está colocado á más de 100 metros sobre
el suelo.
Los historiadores griegos que tan famosa hicieron á Semíra-
mis, la atribuyen igualmente este bajo relieve con la inscripción
adjunta, que narra las empresas militares de Darío Hystaspes. El
bajo relieve representa al mismo Darío en pie con la corona real
sobre su cabeza, apoyada la mano izquierda en el arco y exten­
dida la derecha hacia ciertos personajes encadenados por el
cuello y con las manos á la espalda. A los pies del rey se halla
104 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S
------------------------- ------ --------------------------------------------------

un hombre tendido supinamente en actitud de implorar miseri­


cordia. Detrás del monarca persa, se ven dos oficiales de su
corte, un arquero y un lancero. Desde lo más alto preside la
escena el símbolo de la divinidad, que representa á Ormud. So­
bre las cabezas ó á los pies de los personajes encadenados, se
ven escritos los nombres de los mismos, y son los reyes venci­
dos por Darío, que se distinguen por la variedad de sus trajes.
La leyenda que acompaña al hombre tendido dice así: «Este es
Gaumatés, el mago. Él mintió y dijo: Yo soy Smerdis, hijo de
Ciro: yo soy rey». La grande inscripción puesta debajo del re­
lieve da cuenta en las tres lenguas que usaban los achemeni-
des, de las expediciones militares de Darío, de la traición de
Gaumatés y del castigo que le fué impuesto, y los nueve perso
najes encadenados en presencia del rey son los confederados del
mismo Gaumatés.
Ya dijimos que la inscripción de B ehistum era difícil de co­
piar por la altura á que se encontraba; pero Rawlinson no se
detuvo ante ninguna dificultad, y después de haber estudiado
como pudo,— imitando en esto á San Jerónimo en el estudio y
aprendizaje del hebreo,— el sánscrito, el zend y el pehlvi, se de­
dicó al desciframiento de las inscripciones cuneiformes, que ha­
bía visto en varios puntos; llegando á fuerza de constancia á
conocer los nom bres’de Xerxes, Darío é Hystaspes. En 1835 pu­
do escalar la roca de Behistum, copiando en 1835-37 una bue­
na parte del texto persa. Enviado entonces á Teherán, consagró
los dos años siguientes al estudio de las copias que llevó con­
sigo; descubriendo algunas otras palabras y aun frases de aque­
lla escritura; para lo cual sirvióle no poco lo hecho por Burnof
y Lassen sobre el zend y el antiguo persa. Terminada la gue­
rra del Afghanistán, volvió á Bagdad, y en 1846 acabó de pu­
blicar la inscripción persa de Behistum. No se contentó con eso
el incansable coronel, sino que quiso copiar y traducir las otras
dos lenguas déla misma inscripción. Para ello volvió á Behistum
en 1848 y sacó calcos de todas las partes de la roca en donde se
LA E SCRIT URA CUNEIFORME 105

veían algunos caracteres, y vuelto á Inglaterra, publicó en el


D iario de la S ociedad A siá tica el texto babilónico de la la­
mosa inscripción, tan correcto como era posible y acompañado
de una traducción (1).
Con el auxilio de 90 nombres propios del antiguo persa, ya
conocidos, pudo determinar el sabio inglés los valores de 246
caracteres asirios; resultando de su trabajo y de otros anterio­
res, que muchos de aquéllos son políjonos, esto es, que se
pronuncian de distinto modo en varias palabras. El signo, verbi
gratia, que en un determinado nombre, debe leerse a, en otro se
lee kal. Los trabajos continuaron, y tanto se adelantó en poco
tiempo, que el año 1857, reunidos los asiriólogos Hincks, Fox-
Talbot, Oppert y Rawlinson, que casualmente se encontraron en
Londres, quisieron hacer una prueba demostrativa de sus adelan­
tos. Se entregó á cada uno de ellos, por orden de la Sociedad
Asiática de Londres, un prisma de arcilla de los encontrados por
Layard en el palacio de Kalah, prismas que contienen todos la
misma inscripción. Al cabo de un mes, los cuatro asiriólogos
dieron una traducción casi idéntica del contenido de los pris­
mas (2). Y no era inscripción breve la de los prismas, cuyas
copias litografiadas se entregaron á los cuatro orientalistas, no;
porque cada prisma tiene ocho caras y 45 centímetros de al­
tura, conteniendo cada cara cien líneas de letra menuda, que
dan por consiguiente 800 líneas.
Parece ser que la escritura cuneiforme fué en su origen je­
roglífica, como la egipcia: y así como de ésta se derivó la hierá-
tica, así también en Asia resultó la cuneiforme; y como de la
hierática se pasó en Egipto á la demótica, también en Asiria se
encuentra, dice Oppert, una forma especial que se aplicaba á los
usos de la vida común (3). La escritura, además, de que se ser­
vían los babilonios y asirios, no debe ser originaria ni de unos

(1) A nálisis del texto babilónico de B ehistum .


(2) M e n a n t , A nuales d ’A ssyric, p á g . 33,
(3) R apport cidressé á S . E . M . le M inistre, e tc ., 1850.
106 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

ni de otros; sino que debió serlo de una raza que hablara un


idioma completamente diferente y que perteneciera á la familia
turania; idioma llamado accadiano por F. Lenormant y sume-
riano por Oppert y Delitzsch, procedente de uno de los pueblos
de Caldea, tan frecuentemente recordado en las inscripciones,
S u m m ir ó Accctd. En las tablas de la biblioteca de Assurba-
nipal es muy frecuente encontrarlas bilingües, teniendo la mis­
ma escritura en diferente idioma, accadiano y asirio. Lo cual ha
servido grandemente para acertar con la significación de los
ideogramas y para conocer las polifonías, que tantas dificulta­
des ofrecieron en la inteligencia del idioma asirio.
Terminaremos este capítulo haciendo observar que los asi-
rios, 110 solamente tenían bibliotecas en Nínive, como queda
dicho, sino en otras muchas ciudades, cuales eran Senkereli,
Babilonia, Borsipa, Cutha, Accad, Ur, Erech, Larsa, Nipur, Assur,
Kalach y otras; sobresaliendo entre todas la del palacio de Se-
nacherib y más aún la del palacio de Assurbanipal en la señora
del Tigris. Hemos dicho también la manera como escribían, y
no hay para qué insistir sobre ello.
Entre los varios tratados que hay recogidos de las bibliotecas
de Nínive, se podrían formar, dice Menant (1), quinientos volú­
menes en 4.° de 500 páginas cada uno. Lo malo es que la ma­
yor parte de los ladrillos que forman las hojas de los libros ni-
nivitas, están rotos y mutilados; por consecuencia, las escritu­
ras contenidas en ellos se hallan incompletas, más ó menos,
según que es mayor ó menor el deterioro de la tabla de arcilla.
Birch calculaba en 1872 que ascendía á 20.000 el número
de fragmentos reunidos en Londres, donde se halla la parte
mejor y más abundante de este género de escritos; pero desde
entonces se aumentó notablemente. Smifh asegura á su vez
que en el palacio de Koyundjik habría sepultados aún otros
20.000 fragmentos de escrituras cuneiformes. El mismo asirió-

(1) L a biblioteqne du pa la is de N ínive, pág. 80.


LA ESCRITURA C U N E IFO R M E 107

logo compró á un comerciante de Bagdad, para el Museo Bri­


tánico, dos mil quinientos contratos encontrados por los árabes
de Hillah en grandes tinajas de barro. Estos contratos, que per-
tecen al orden doméstico y comprenden un espacio de tiempo
de cerca de 200 años, son interesantes para establecer algunos
puntos cronológicos de los reyes de Babilonia, y para conocer
las costumbres relativas al comercio del Euíratres. Por último,
el citado Museo fue enriquecido con otro refuerzo de cinco mil
ladrillos, encontrados por Rassam en la antigua. Sippara; tam ­
bién se refieren á contratos.
Con las indicaciones hechas, ya podrán formarse una idea
nuestros lectores, tanto del trabajo prestado para la inteligencia
ele la escritura cuneiforme y del desarrollo de esta clase de
estudios, como de las excavaciones hechas en Asia, que si aún
dejan mucho por explorar, son suficientes para conocer la lite­
ratura de las civilizaciones orientales primitivas. Así, pues, pa­
samos á otro punto.
CAPÍTULO V

YaXor &i3térico«crítico de las textos jes’a g ü e o s


y toiaeüformes.

jp * or nadie puede desconocerse la importancia suma que


<? u° tienen para la historia y para la crítica los descubrimien­
tos hechos en las riberas del Nilo, del Jordán, del Eufratres y
del Tigris. Con la lectura de los jeroglíficos y de los caracteres
cuneiformes, se ha abierto un extenso campo á los conocimien­
tos humanos relativos á tiempos que pasaron. Nada sabíamos
de la historia egipcia y asiática, fuera de algunas alusiones y
relatos de nuestros Libros Santos que, al tratar del pueblo he­
breo, mencionan incidentalmente los pueblos con quien aquél
estaba en relaciones unas veces de guerra y otras de paz. Los
historiadores griegos, en lo que cuentan del tiempo anterior á
las guerras médicas, que les pusieron en contacto inmediato
con los asiáticos, no merecen fe de ningún genero; pues casi
no transmitieron más que fábulas ó verdades embrolladas im­
posibles de desenredar.
En la historia de Egipto casi no teníamos á nadie fuera de
Herodoto, de quien se burlaron los sacerdotes de Ysis contán­
doles cosas estupendas, y las famosas listas de Manetón, origen
de tantas controversias entre los sabios. Hoy la decoración ha
cambiado por completo; y si bien no son de despreciar las no­
ticias dadas por el padre de la historia, ésta se ha reconstituido
en parte, y cada día se reconstituye sobre nuevas y más sólidas
bases que las de la fantasía griega,
110 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

«Es muy digno de notar, escribe Bickell, que los dos gran­
des descubrimientos históricos de nuestra época se dan mutua­
mente la mano para establecer el origen mosaico del Pentateu­
co. Mientras que la Egiptología nos hace conocer hasta en sus
más pequeños detalles el estado del Egipto y atestigua así la !
autenticidad de este libro, obligando á admitir á un autor que,
como Moisés, haya vivido en el valle del Nilo, la Asiriología de­
muestra la falsedad de la hipótesis fragmentaria y prueba la
unidad de este escrito fundamental de la revelación divina» (1).
«Poco tiempo ha, dice Neteler, se consideraba como época
mítica la en que escribía el profeta Isaías; pero la epigrafía asi­
ría hízola entrar en. el cuadro de los tiempos históricos. Parecía
que al clescubirse los viejos documentos orientales, había con­
tradicciones insolubles entre los relatos asirios y las relaciones
bíblicas; pero eso 110 era nada.....Aquellos asirios que parecían
resucitar para poner un nuevo cerco á Jerusalén y dar al traste
con el canon del Antiguo Testamento, testifican, por el contra­
rio, en favor de los hechos que no se querían admitir por la
autoridad de los libros hebreos. Los datos bíblicos y los datos
asirios se confirman recíprocamante» (2).
Añadamos el testimonio de Chabas, que no es menos expre­
sivo. «Dupuis, dice, después de haber fundado su cronología de •
14 ó 15.000 años sobre la base de los zodiacos de Denderah,
exclamaba complacido: «He arrojado el áncora de la verdad
en medio del océano de los tiempos». Y lo que había hecho
fué arrojar su áncora en medio de un océano de errores. En
el momento en que escribía Dupuis su libro, nacía Ghampollión
en Figeac, y treinta años después descifraba los jeroglíficos, que
permitían hacer constar que los famosos zodiacos egipcios eran
simples zodiacos griegos de la época romana» (3), que por lo

(1) Z e istsch rift f ü r K atholische Theologie, p á g . 131.


(2 ) D as B uch Isaías, 1876, p á g . 1 . a
(3 ) Etucles sur la antiquité h istw iq u e, p á g . 546.
V A L O R H I S T Ó R IC O - C R ÍT IC O , ETC. 111

mismo no sirvieron para demostrar la falsedad de la cronolo­


gía bíblica, sino para hacer dar un batacazo cronológico á Du-
puis y los que le siguieron en sus entusiasmos.
Para evitar nosotros esas estruendosas caídas, queremos se­
ñalar con anticipación el crédito y la autoridad que merecen
los nuevos textos sacados de entre las ruinas de antiguas ciu­
dades, ó encontrados en las paredes de los templos y en los
sarcófagos de los difuntos.
Notemos ante todo que, por efecto de la polifonía, hay mu­
chos pasajes, aun de los descubiertos y traducidos, acerca de
cuyo sentido no se han puesto de acuerdo los sabios; enten­
diéndolos unos de una manera y otros de otra bien dis­
tinta. Ya se ve que estos textos sólo pueden producir una opi­
nión más ó menos probable, según que las razones y las auto­
ridades que las alegan sean de mayor ó menor peso; pero no
engendran certeza, mientras no se pongan de acuerdo los in­
térpretes acerca del verdadero sentido del controvertido pasaje.
Ya tendremos ocasión de ver algunos de éstos, aquilatando, en
cuanto podamos, su valor crítico-histórico.
Otros muchos textos se encuentran mutilados por haberse
roto las piedras ó ladrillos en que se hallaban escritos; ó por­
que la acción del tiempo ú otras cansas borraron algunos de
los caracteres, que es preciso adivinar. Tampoco éstos sirven
para hacer con ellos una demostración concluyente, toda vez
que la mutilación de los originales deja siempre en el ánimo la
duda de si se habrán llenado con acierto las lagunas y se ha­
brán suplido sin error las faltas de letras.
Cuando el texto está íntegro y la interpretación de los sabios
concorde, la autoridad de los testimonios egipcios ó asiáticos
es de un peso incontrastable, por regla general, sobre todo en
los que tienen el carácter de oficiales. Y de éstos hay imnume­
rables, que se refieren á las diferentes especies de contratos,
autorizados por un notario público, que debía conservarlos en
su protocolo; otros referentes á las observaciones astronómicas
112 E G IP T O 'Y ASIRIA R ESUCITADOS

cuyos partes se comunicaban entre sí los distintos observato­


rios y, omitiendo los testimonios que afectan á las ciencias, la
teología, las costumbres en general, etc., sobresalen entre ellos
y son los que principalmente estudiaremos, las relaciones ofi­
ciales de las campañas hechas por los reyes africanos y asiáti­
cos, en las que se enumeran los hechos de armas, narrando los
enemigos derrotados, las plazas sitiadas, tomadas ó arrasadas;
los prisioneros recogidos junto con el botín adquirido en ganados,
muebles preciosos y dinero. De modo que vienen á ser como
una gaceta, en que el Gobierno da parte á sus subordinados
del estado de la guerra y del Erario público administrado exclu­
sivamente por los reyes y sus confidentes ó favoritos; que no
otra cosa se puede esperar de aquellos tiempos en que el mo­
narca lo era todo y mandaba con imperio despótico sobre sus
subordinados, según nos consta por varios pasajes de la Escri­
tura Santa y de las inscripciones cuneiformes y jeroglíficas.
No por eso se les debe conceder una fe ciega á tales docu­
mentos, y bastante será que tengan para nosotros el mismo va­
lor de los relatos oficiales de nuestro tiempo, que tan discor­
des suelen ser por parte de los dos bandos beligerantes respec­
to á un mismo hecho de armas. De modo que si tuviéramos ó
encontráramos dos relaciones distintas acerca de la toma de Ní-
nive, v. g., una hecha por los vencidos y otra por los vencedo­
res, nos hallaríamos en no pequeña perplejidad para saber la
verdad de lo ocurrido; ni más ni menos que nos pasa al leer
los partes dados á sus respectivos gobiernos por los generales
de los dos partidos opuestos en nuestras guerras civiles con­
temporáneas. Con razón dice Balines que, si los persas hubie­
ran dejado escrita la historia de las guerras médicas, tendríamos
otro concepto de aquellas famosísimas campañas que llevaron
al Asia la preponderancia de Europa, para no volver jamás á
reconquistar la influencia que tuvieron los asiáticos sobre la
marcha de la civilización en los antiguos tiempos.
Es tanto más digna de tenerse en cuenta esta observación,
VALOR H I S T O R IC O - C R Í T IC O , ETC. 113

cuanto que en ninguna de las relaciones que hoy se conservan


de las expediciones militares de los reyes de Oriente, aparece la
más pequeña sombra de infortunio y derrota; callando cuida­
dosamente lo que pudiera disminuir el prestigio de los monar­
cas en las fastuosas relaciones que nos legaron de sus hazañas.
Quédase esto para los libros históricos del Antiguo Testamen­
to que, al lado de las victorias, ponen las derrotas, y del mismo
modo que cuentan las virtudes, narran los vicios de sus pro­
tagonistas.
Sirva de ejemplo Salomón, el rey más potente y glorioso de
cuantos ocuparon el trono de Judea, cuyos principios fueron
tan ordenados y cuya fama se extendía por toda el Asia, re­
cibiendo dones de los monarcas de todas partes y siendo tri­
butarios suyos todos los países comprendidos entre el Medite­
rráneo y el Eufratres, la cordillera del Líbano y el Golfo Ará­
bigo. Pues bien; de este rey, célebre por su sabiduría y por su
poder, fausto y riquezas, se cuentan sin atenuación de ningún
género las faltas cometidas como hombre y como príncipe;
fallas que prepararon la excisión ocurrida á su muerte en el
pueblo hebreo y dieron al traste con la prepotencia de Israel.
Lo mismo aconteció á David, á quien, con ser un rey con­
forme al corazón de Dios, en expresión del sagrado texto, no
se le perdona la más mínima falta y se refiere muy á la larga
su prevaricación y las consecuencias que había de traer para
el rey y para el hombre, que se vió herido en lo más sensible
de su alma, en el honor, y perseguido por su mismo hijo, que
pretendió destronarle apoderándose del reino. H asta la vani­
dad experimentada por David, visto lo próspero de su re in a ­
do y las victorias, de su ejército, vanidad que le indujo á h a ­
cer un recuento innecesario de las fuerzas con que podía con­
tar en las tribus, fué severam ente reprendida y gravem ente
castigada por orden de Dios.
En la historia de los reyes de Judá hallamos varios casos
semejantes de prevaricaciones más ó menos graves, reprendí-
114 EG IPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

das y castigadas en reyes ejemplares. Tales fueron Ezequías,


que tuvo el disgusto de oir de boca del profeta Isaías, que
aquellos tesoros del templo y del palacio real, puestos con va­
nidosa complacencia ante los ojos de los enviados del rey de
Babilonia, serían un día transportados á la capital de Caldea;
y Josafat, quien hubo de pagar muy caro sus am istades y
alianzas con los reyes prevaricadores de Israel.
Así es, que las historias donde ni se callan las faltas de los
biografiados, ni se exageran sus buenas prendas, desde luego
se hacen acreedoras á la fe de los hombres, previniéndoles en
favor de la verdad historiada. Mientras que aquellas otras, en
donde sólo se ven alabanzas y sucesos prósperos, por ese mis­
mo hecho se hacen sospechosas de parcialidad; ya que la vida
hum ana está como entretejida de males y bienes, de prospe­
ridad y adversidad.
Sea, pues, la conclusión de estas reflexiones, el que á los
textos oficiales jeroglíficos ó cuneiformes no se les puede con­
siderar como infalibles; y que no es poco conceder, atribuirles
la misma autoridad que daríamos á los partes tam bién oficia­
les de un general en campaña, para dar cuenta de las opera­
ciones de la guerra. El crédito que ante la crítica merecen és­
tos, ese mismo concedemos á los primeros y nada más; por
que no hemos de suponer más veraces á los redactores de
aquellas inscripciones epigráficas, que á nuestros hom bres de
gobierno militar ó civil.
Respecto á los otros textos, que hemos llamado también
oficiales, y que mejor se llam arían jurídicos, como sucede con
los contratos autorizados por notario público y de los que Me-
n ant (1) trae varios ejemplos, podemos decir lo propio, com­
parándolos con los de igual género de nuestros días. Nos de­
m uestran el modo de ser social de aquellas generaciones; pero
debemos guardarnos mucho de tenerlas como documentos

(1) Biblioteqxic clu pa la is de Ninive-, págs 65 y sig u ien tes.


V A L O R M S T Ó R I C O - C R Í T I C O , ETC. 115

irrefragables en materias históricas, sin haberlos sujetado a n ­


tes á una crítica racional y severa.
Considerados esos textos en relación con los libros antiguos
ó modernos, vemos que les llevan muchas ventajas. La mate­
ria en que se hallan escritos, es por su naturaleza más d u ra­
dera y menos expuesta, por ende, á corrupciones. Las piedras
y ladrillos en que están grabadas las historias de Egipto y
Asiria, no son fáciles de borrar á no ser que al mismo tiempo
desaparezcan escritura y materia donde está la escritura;
mientras que nuestra tinta puede hacérsela desaparecer, sus­
tituyendo á una escritura antigua otra m oderna. Y aunque en­
tre las inscripciones orientales se encuentra algún palim pses­
to, esto es, escritura reciente, sobrepuesta á otra medio borra­
da por la acción de agentes mecánicos sobre la piedra, son en
pequeño número, y hasta ahora no se han encontrado más
que los annales de Teglatphalasar escritos en tablas de alabas­
tro y mandados borrar por Assarhaddon para que sirvieran á
la narración de sus hazañas; de donde resultan aquellas tablas
con dos escrituras distintas, am bas legibles, al menos en par­
te, ya que los oficiales de Assarhaddon no borraron del todo la
escritura primitiva, acaso por la resistencia opuesta por la d u ­
reza del alabastro.
Otra ventaja de mayor monta tienen los documentos que
examinamos sobre nuestros libros impresos ó manuscritos; y
es la antigüedad de su inscripción y la imposibilidad de alte­
raciones en el texto. Ya se sabe que un escrito tiene tanta
mayor autoridad, tratándose de historia, cuanto más cerca de
los sucesos se encuentra el narrador; y si éste es testigo
presencial de lo que refiere, y mucho más si tuvo parte activa
en los hechos referidos, su autoridad es la mayor que cabe en
historia, m ientras por algún modo no nos conste la falta
de veracidad. Ahora bien; los hechos narrados en las inscrip­
ciones del Egipto y de la Asiria están escritos en el mismo
tiempo en que tuvieron lugar y por personas que, no sólo to-
116 EG IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

m arón en ellos parte activa, sino parte principalísima; como


ocurre en las estelas de los Faraones, en los bajos relieves,
cilindros, prism as y ladrillos de los reyes de Babilonia y Níni-
ve y en algunos otros documentos, menores en número, per­
tenecientes á m onarcas de otros países, entre los cuales es cé­
lebre la estela de Mesa, rey de Moab.
Ya se comprende que no habían de ser los príncipes por sí
mismos quienes grabaran en la piedra ó ladrillo aquellas ins­
cripciones, sino que esta tarea debía estar encargada á los
analistas, que sabemos había en varias cortes para ir anotan­
do los sucesos que ocurrieran de mayor importancia. Pero eso
no empece á que los consideremos cual documentos oficiales
em anados del monarca que los autoriza; á la manera que da­
mos autoridad á las R. O. y R. D. que publica nuestra G a­
ceta, por más que ni la redacción, ni la escritura procedan de
m ano real, ni aun del ministro correspondiente, sino de escri­
bientes y oficinistas. Entre los cronistas de nuestros días y los
escribas de entonces, en los documentos á que nos referimos,
hay la notabilísima diferencia á favor de estos últimos, de que
sus escritos no iban autorizados por ellos solos— y en muchos
casos se ignoran quién los escribiera— sino por el mismo prín­
cipe, cuyo nom bre con tanta frecuencia se repite, según
hemos visto en los pocos que ya copiamos y veremos en
adelante.
Mayor es aún la diferencia de estos testimonios en relación
con nuestros libros por lo que hace á la incorruptibilidad del
texto. Aquí es donde más sobresalen las inscripciones, en lo
que conviene fijar la consideración.
En las frecuentes copias, m anuscritas ó impresas, que vie
nen sufriendo todos los libros del mundo, nada más fácil ni
m ás común que los errores de copia introducidos en el texto
primitivo por negligencia ó descuido de los copiantes, ya que
no digamos por malicia ó mala fe.
. Esto ha hecho necesarias las ediciones críticas de muchos
V A LO R H IS T Ó R IC O -C R Í T IC O , ETC. 117

libros interesantes, para ver de reducirlos á su primitiva pure­


za, consultando los originales, si los hay; ó cuando menos los
manuscritos más antiguos, si se trata de libros de otra época,
ó las ediciones prim eras y mejor hechas, cuando los libros
pertenecen al tiempo en que ya era conocida la imprenta.
¿Cuántas variantes no se advierten, por ejemplo, en las mul­
tiplicadas ediciones de E l Quijote? ¿Cuántas en las obras de
Virgilio, en la D ivin a C om edia, en los Comentarios de Cé­
sar y otros libros antiguos y modernos?
El más respetable que existe en el mundo, el que ha
sido, es y será más leído y estudiado por toda clase de hom ­
bres, pertenecientes á todos los climas, á todos los tiempos, á
todas las razas, á todas las escuelas, el libro por excelencia,
la Santa B ib lia , dictada por el Espíritu Santo, no ha podido
sustraerse á esa ley de la alteración, común á todos los libros,
á pesar del exquisito cuidado, la sum a veneración y el pro­
fundo respeto con que le m iraban primero los judíos y le con­
serva después la Iglesia cristiana. D e aquí las variantes entre
el texto hebreo y el sam aritano, entre ambos y la versión de
los 70, entre éstos y las varias y múltiples traducciones que
de él se han hecho en todas las lenguas. De aquí los trabajos
gigantescos de Orígenes en sus Hétaplas, de San Jerónimo en
la versión del Antiguo Testamento y corrección del Nuevo,
para restituirle á su pureza original, y por último, de los co­
rrectores romanos, por no citar otros, en la edición de la
Vulgata.
En nada perjudican estas variantes á la autoridad de nues­
tros Libros Santos, que permanecen incorruptos en lo sustan­
cial, en lo que se refiere á la fe y á las costumbres, por más
que todavía se pudieran corregir en cosas accidentales. Y
aquí tiene lugar la segurísima regla dada por San Agustín (1)
cuando escribía: «Si pareciere haber allí algún absurdo, no

(1) Contra F a u stu m , X I, 5.


118 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

por eso es lícito decir: El autor de este libro no defiende la


verdad; sino que, ó es un códice incorrecto, ó se equivocó el
intérprete, ó tú 110 lo entiendes».
La misma V u lg a ta , tan cuidadosamente corregida y editada
por orden de Sixto V y Clemente VIII, no está exenta de in­
correcciones y erratas, como lo reconoce el prefacio puesto á
la edición del Papa Clemente VIII, escrito de orden del mismo
por el Cardenal Belarmino, prefacio donde se leen estas pala­
bras: In hac turnen p e r vulgata lectione, sicut nonnulla con­
sulto m utata, ¿la etiam alia quce mutandci m d eb a n tu r, con­
sulto im m utata relicta sunt. Y el mismo Belarmino escribe
en otra parte (1): «Cuantos (escritores) he podido leer hasta aho­
ra, todos parecen convenir en que la Vulgata no contiene error
alguno contrario á la fe católica y á las buenas costum bres....
aunque por lo demás pueda contener sus erratas». Añadiendo:
«En los libros de los Paralipóm enos hay u n a gran confusión
de nombres propios, de tal suerte, que si alguno los examina
con rectitud, pudiera sospechar fácilmente, que la edición vul­
gata está hoy tan corrompida como en su tiempo lo atestigua
San Jerónim o». P ara conocer lo que el Santo Doctor pensaba
en su época del estado de aquel libro, basta trasladar aquí
unas palabras suyas, sacadas del segundo prefacio sobre el
mismo: «Este libro de los nombres (los Paralipómenos), dice,
se halla tan viciado en los códices griegos y latinos, que en
vez de nombres hebreos, parece que se han am ontonado en
él nom bres bárbaros y de la Sarmacia».
Citamos estos testimonios, no solamente p ara probar que
el libro más interesante del mundo no ha podido sustraerse á
la ley de los demás en las múltiples traslaciones y ediciones
que de él se han hecho y hacen cada día, sino tam bién para
prevenir á los lectores, que no se asusten si vieren en adelan­
te que optamos por una lección que no sea la de la Vulgata;

(1) D isertación D e editione la tin a vulgata, etc.


V A L O R H IS T Ó R IC O -C R Í T IC O , ETC. 119

pues eso aconsejan la buena crítica y exégesis en las contro­


versias suscitadas y sostenidas contra la pravedad herética en
defensa de nuestra Biblia. La autenticidad de la V ulgata en lo
relativo á la fe y buenas costumbres que pertenecen á la edi­
ficación del pueblo cristiano, no disminuye en poco ni en m u­
cho la autoridad crítica de otras versiones, cuanto menos de
los originales hebreo y griego.
De todas estas contradicciones, nacidas de la multiplicación
de las copias, están libres los textos que van á servirnos
de prueba, sacados del Egipto y de la Asiría. Escritos unos y
otros en piedras y ladrillos y en caracteres cuyo conocimiento
y significación hace muchos siglos se olvidaron, conservan todo
el valor de los escritos originales y autógrafos, siendo de todo
punto imposible en ellos la corrupción y las variantes; de suer­
te, que nos hallamos en presencia de testigos intachables por
esta parte, á quienes no se les puede oponer excepción alguna.
Las noticias que teníamos hasta la fecha—no contando entre
ellas las relaciones bíblicas— del antiguo Egipto y de los primi­
tivos imperios que se sucedieron en Asia, nos las habían trans­
mitido los historiadores griegos y romanos, que desconocían
por completo las escrituras jeroglífica y cuneiforme. Mal podían,
por consiguiente, alterar aquellas escrituras, que nada decían y
nada enseñaban á sus ojos, como sucede hoy mismo con el
árabe, v. g., al que no le conoce; ve signos y figuras, pero son
signos sin significado y figuras sin figurado. De Manetlion, egip­
cio, se conservan unas listas de reyes y dinastías; y de Beroso,
caldeo, algunos fragmentos recogidos por Flavio Josefo y Euse-
bio de Cesarea, hoy comentados por Francisco Lenrmant, en
su obra titulada:
l Essed de com m entaire de Berose. Esto es
lo único conocido de la antigua literatura egipcia y asiría; todo
lo demás es nuevo y reciente, debido á las exploraciones mo­
dernas, de que hablamos en capítulos anteriores.
Por otra parte, esos textos, en su mayoría, no han sido co­
piados una sola vez. sino que llegaron hasta nosotros los pri-
i
120 EGIPTO Y ASIR IA RESUCITADOS

meros y únicos ejemplares que de ellos se hicieron, estando li­


bres por lo mismo de las incorrecciones y variantes, que tanto
abundan en los escritos que con frecuencia se trascriben. Aña­
damos, por último, que las escrituras de referencia yacían se­
pultadas entre escombros y arenas ú ocultas en los sepulcros
sin que hubieran sido vistas de nadie hace más de 20 siglos, y
tendremos juntas la autenticidad y la antigüedad, que resucitan
hoy en su primitiva originalidad y pureza.
Destruida y arrasada Nínive por Nabopolasar y C.iaxares, que
la atacaron por el este y por el sur al mismo tiempo hacia el
año 608 antes de Jesucristo (1), fueron sepultados en las ruinas
los palacios y las bibliotecas, los templos y los dioses, junto
con la historia de sus reyes, escrita en ladrillos ó piedras con
caracteres cuneiformes. Antes ó después de Nínive fueron des­
apareciendo sucesivamente las demás ciudades asiáticas, hasta el
punto de ignorarse su primitivo emplazamiento, y con ellas que­
daron ocultos los textos que hoy se van publicando en Europa.
Por lo que hace al Egipto, perdida su independencia en tiempo de
Cambiseses, no pudo volver á recobrarla, y desde entonces do­
minaron en el valle del Nilo monarcas extranjeros, que ignora­
ban el valor de los jeroglíficos, sepultados también la mayor
parte para no ver la luz hasta nuestros días.
Pudiéramos añadir, para aumentar el valor crítico-histórico
de los testimonios de los muertos, que proceden todos de ene­
migos del pueblo hebreo, cuyas narraciones confirman; verifi­
cándose aquí también el anuncio profètico de Zacarías, cuando
cantaba: Salutem e x inim icls nostris, el de mcinu omnium
qui oderunt nos (2). Pues sabido es que el pueblo de Israel,
esclavizado en Egipto por el Faraón que no había conocido á
José, estuvo después expuesto siempre á las invasiones egip-

(1) M aspero, R isto ire ancienne de l’O rient, pág. 515. L a ru in a de N ínive se
p on e co m únm ente en el a ñ o G25, a. C.
(2) L uc., 1-71.
V A L O R H I S T O R I C O - C R Í T I C O , ETC. 121

cias ó asirlas, hasta que destruida Samaría por Salmanasar y


Jerusalén por Nabucodonosor, partieron cautivos á Nínive y
Babilonia los principales israelitas y judíos; marchando otros
muchos al Egipto por huir de las iras de los babilonios; desde
entonces quedaron sujetos primero á los reyes de Babilonia,
después á los persas y últimamente á ios griegos y romanos.
Pues estos mismos pueblos, que tanto hicieron padecer al
escogido, cuya religión y cuyo Dios tuvieron grande empeño en
hacer olvidar á los hebreos, son los que testifican en favor de
la Escritura Santa, probando con sus documentos que lo en
ella contenido es verdad, y dando un mentís al naturalismo con­
temporáneo, que se atrevió á negar la autenticidad de los libros
que forman la Biblia, asegurando que son muy posteriores á la
época en que se suponen escritos.
Por todas las reflexiones antedichas se ve claro cuán intere­
santes son los testimonios supeditados por la Egiptología y Asi-
■riología en favor de la verdad revelada y de los libros que la
contienen; pudiéndose asegurar que también boy se presentan
los signos de la presencia del Mesías entre nosotros, conforme
á la respuesta dada por el divino Maestro á los discípulos del
Bautista: «Id y decid á Juan lo que oísteis y visteis.....los m uer­
tos resucitan y los pobres son evangelizadores» (1). Porque
hoy están resucitando los antiguos muertos para anunciar el
Evangelio á los incrédulos, pobres de solemnidad en el orden
sobrenatural, por más que sea plenamente voluntaria su po­
breza.

(1) M atliei, X I-5.


<&—■$♦—§> ty-»-^»-— 3> <!--»$< *—3> <f-~ |

LIBRO SEGUNDO
Período de preparación

CAPITULO PRIMERO

fjj^N TR E todos los capítulos que componen la Santa Biblia,


ninguno hay que haya sido tan estudiado, tan combatido
y sobre quien tanto se haya escrito como el primero del Géne­
sis. Los Padres de la Iglesia, los escritores eclesiásticos que no
se cuentan en la categoría de Padres, los Escolásticos en la
Edad Media y las naturalistas y físicos de la presente, han pu­
blicado numerosísimos y larguísimos escritos, ó para exponerle,
ó para defenderle, ó para impugnarle. Sería una tarea de difícil
ejecución el enumerar todos los libros que han visto la luz con
motivo del capítulo primero del primer libro inspirado. Tanto
los que reconocen en Moisés al autor del Génesis, como los
que le niegan aquella paternidad y entre los primeros los que
que le conceden inspiración divina como los que consideran su
libro obra puramente humana, han visto en él algo digno de
estudio serio, de meditación profunda, de reflexiones múltiples
y complejas.
Y es que en este capítulo se expone el principio de las cosas
y el hombre desea naturalmente conocer de dónde viene, y
cuál fué el principio de donde procede el mundo visible que le
sirve de habitación y le proporciona los elementos necesarios á
la conservación de su vida. Ocupación ha sido ésta de lodos
124 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

los filósofos y de todos los investigadores de la verdad científi­


ca, desde Thales hasta nosotros, desde el Oriente de Asia hasta
el Occidente de Europa, desde los primeros imperios y prime­
ras civilizaciones hasta las modernas sociedades. Y con haberse
trabajado tanto y haberse gastado tanta tinta y tantas resmas
de papel en dilucidar el problema, bien podemos asegurar que
no sabemos de él más de lo contenido en este primer capítulo.
Las teorías y sistemas se han multiplicado hasta el infinito,
apareciendo algunas como astros luminosos en el horizonte
científico, para desaparecer y dejar libre el campo á otras no
menos brillantes en apariencia, pero en realidad tan efímeras
como las primeras; no siendo la mayor parte de ellas sino una
especie de fuegos fatuos, que se desvanecen al soplo de imper­
ceptible brisa.
En este incesante remolino de opiniones hum anas una sola
cosa permanece estable y firme, sin que sean capaces de
moverla de su asiento todos los embates de las olas de oposi­
ción; esta es la verdad revelada en el primer versículo del ca­
pítulo de que hablamos, la creación e x nihilo de las cosas to­
das, que el autor sagrado expresa así: «E n el prin cip io creo
D ios el cielo y la tie r ra ». Verdad que la Iglesia, como maes­
tra infalible, definió én el concilio IV de Letrán y últimamente
en el Vaticano (1).
Si se nos preguntara el por qué de nuestra creencia en lo
que afirmamos de no saber acerca del origen de las cosas más
que lo referido por Moisés en el capítulo primero del primero
de sus libros, responderíamos: que los dos medios de conocer

(1) H e aq u í las definiciones dogm áticas: «Credim us... unum esse universo­
ru m principium , creatorem om nium visibilium et invisibilium , sp iritu a liu m et cor­
poralium , qui sim ul ab in itio tem poris utram que de nihilo condidit creaturam , spi­
ritualem et corporalem, angelicam videlicet et m undanam , ac deinde humanam,
quasi communem e x corpore et sp iritu constitutam *. (C oncilio de L etrá n , cap .F ir­
m iter). «S i quis non confitetur m um dum , resque omnes, quae in eo continentur, et spi­
rituales et m ateriales, secum dum totam suam substantiam a Deo ex nihilo esse pro­
d uctas.....anathem a sit.» (C on stitu ció n D ei F iliu s dei C oncilio V aticano, canon Y.)
LA CR EA C IÓN 125

dados al hombre para llegar á la posesión de la verdad, son la


razón y la experiencia, ninguno de los cuales sirve para resol­
ver el problema que tratamos.
La razón no halla motivos suficientes que la inclinen en fa­
vor de un orden determinado de sucesión en los seres existen­
tes; puesto que ni repugna que sean unos anteriores y otros
posteriores, ni tampoco el que todos sean sincronos. Y aunque
hoy demuestra concluyentemente que los seres empezaron por
creación, no sabemos hasta qué punto sería capaz de hacerlo
por sí sola sin el auxilio de la fe. Lo cierto es, que entre los
antiguos filósofos, cuyas especulaciones rayaron tan alto y cuya
capacidad intelectual era tan vasta, no hubo uno solo, si acaso
exceptuamos á Aristóteles, dice el Cardenal González (1), que
tuviera idea de creación. Y entre los modernos que lian aban­
donado la íe para seguir las huellas del racionalismo, todos se
enredaron en las mallas de la filosofía más ó menos panteísta,
incompatible en absoluto con la misma idea, según es enseña­
da por la Iglesia católica y defendida por la filosofía cristiana.
Cierto que muchos hablan con frecuencia de creación y de co­
sas criadas, pero bajo una misma terminología se expresan
ideas perfectamente opuestas (2).
Mucho menos podemos pedir á la experiencia que nos ense­
ñe cuál es el origen de las cosas y cuál su orden de aparición
en el tiempo y en el espacio; porque no cabe en esto la expe­
riencia respecto al primer punto, toda vez que antes se necesita
existir y suponemos al hombre no existiendo. Y respecto al se­
gundo nos sucede lo propio, por la misma razón, en lo que se
refiere á los seres que nos son anteriores, y éstos son todos los
corpóreos. Las ciencias matemáticas y naturales pueden hacer
y hacen con acierto varias inducciones en la materia; pero so­
bre ser éstas en puntos muy secundarios, casi nunca llevan al

(1) F ilosofía elemental, tom o II, pág. 21 2.


(2) Véase n u e stro libro ¿De Santo Tomás ó de K rause?, 2.a edición, cap. V III,
126 E G IP T O Y A SIR IA R ESUCITADO S

convencimiento y la certeza, sin la que nuestra mente no se


satisface. De aquí las innumerables teorías que se han venido
sucediendo para explicar el contenido de este capítulo y las que
se sucederán en adelante, sin llegar jam ás— así al menos lo
creemos—á la certidumbre.
Por otra parte, el dogma católico se limita á la confesión de
Dios criador del mundo visible é invisible y creador en el tiem­
po, no ab ceterno. En lo demás, la Iglesia deja á sus hijos am­
plia libertad y puede cada uno seguir el sistema que mejor le
parezca entre tantos como se han propuesto para la resolución
del problema del origen de los seres.
Como no entra en nuestro programa la exposición de las
varias teorías inventadas por los sabios para resolverlo, sino
solamente manifestar la creencia de los egipcios y habitantes
del Asia Anterior en lo que pueda tener algún punto de contacto
con las relaciones contenidas en la Santa Biblia, de aquí que
nos limitemos á decir algo acerca de las tradiciones de aquellos
pueblos, comparándolas con las del hebreo y cristiano, para que
se vea en ellas un trasunto más ó menos fiel de lo que Dios
manifestó á los primeros hombres, relativo á su origen y el de
las cosas, y recogido por Moisés en este capítulo primero del
Génesis.
Ya se comprende que las tradiciones, al pasar de una en otra
generación, van adquiriendo ciertos sedimentos extraños, en
conformidad con los hábitos y costumbres de los diversos pue­
blos; á la manera que el agua salida de un solo manantial toma
de los conductos varios por donde corren materias heterogéneas
en mayor ó menor cantidad, conforme á la naturaleza del te­
rreno; sin que por eso deje de ser una en su origen y sustan­
cialmente idéntica, pudiéndose apartar, mediante el análisis quí­
mico, las sustancias extrañas que empañan su pureza.
Comencemos, pues, por la Caldea y veamos qué nos dicen
los nuevos descubrimientos asiáticos relativo á la creación y al
orden de aparición de los seres, para compararlo en seguida con
LA C R EA C IÓ N 127

un texto de Beroso, conservado por Eusebio, y con la relación


mosaica.
Hasta la fecha sólo tenemos algunos fragmentos de ladrillos
mutilados escritos por ambas caras, cuya relación se remonta,
como la Biblia, hasta el tiempo en que no había tiempo ni su­
cesión, por falta de cosas que se sucedieran. Por incompletos
que sean estos fragmentos, encontrados por Smith en la Biblio­
teca Real de Nínive y publicados por el mismo asiriólogo en
1875, tienen grandísima importancia para el conocimiento de
las creencias asiáticas en la materia que tratamos. Al decir del
traductor y descubridor de estos monumentos, debía compo­
nerse el relato caldeo de la creación, por lo menos de doce ta­
blas de arcilla, de las cuales tendría cada una cien líneas de
texto; siendo en consecuencia esta cosmogonía bastante más
extensa que la del Génesis. La escritura cuneiforme que la con­
tiene, y se encuentra en el Museo de Londres, pertenece á la
época de Assurbanipal; pero es copia de otra mucho más anti­
gua, que los asirios tomaron de los caldeos, según confiesan los
mismos copistas. Una buena parte de la literatura asiria es co­
pia de la del país de Accad, y se remonta, según el citado Smith,
á los tiempos de Ligbagas, que el asiriólogo inglés lee U rukh
y otros Urkham., siendo probablemente el rey de quien escribe
Ovidio (1):
Reooit Achcem enias urbes p a ter O r c h a m u s , isque
Septim us d p risci num eratur origine B eli.
En opinión del mismo autor, la relación asiria del diluvio, de
que trataremos más tarde, se remonta al año 2000 antes de Je­
sucristo, y la de la creación y caída entre el 2000 y 1500; esto
es, hacia la época que trascurrió desde Abrahám hasta Moisés.
Sin embargo, éstas son meras conjeturas y están muy lejos
aún las cuestiones cronológicas de aproximarse á la certeza.
De cualquier modo, se ve que las tradiciones de que tratamos

(1) M etam or, IV , 212 y 13.


128 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

son anteriores á Moisés y acaso también al peregrino de TJr-


kcisdim.
Las doce tablas que contienen el relato de la creación encon­
tradas por Smith están todas rotas, y de la clasificación que de
ellas hizo, después de reunir sus fragmentos, según creyó más
justo y oportuno, resulta: que en la primera se trata del caos y
de la generación de los dioses; en la que parece ser la segunda
de la formación del abismo; el tercer fragmento está dedica­
do á la formación de la tierra; el cuarto, que debió ser de la
tabla quinta, trata de la creación de los cuerpos celestes; el
quinto, que quizá lo es de la séptima, de la creación de los ani­
males terrestres; algunos fragmentos que hablan de la creación
del hombre; y por último, otros varios donde se indica la gue­
rra entre los dioses y los espíritus malignos.
El poema contenido en las doce tablas de que venimos ha­
blando, tiene por título Encima elis, que eran las primeras pa­
labras del libro; pues así como entre los hebreos el nombre de
los libros solía ser la primera palabra, y por eso llaman al Gé­
nesis Bereschit, «en el principio»; al Éxodo Ve elle-Sclie motil,
«éstos son los nombres»; al Levítico U aicra, «y llamó» &, del
mismo modo entre los caldeos solían denominar sus produccio­
nes literarias por las palabras primeras. Costumbre no del todo
perdida hoy, en que hablando de los documentos pontificios,
decimos la Encíclica JE terni P a tris, la Encíclica L ib erta s, &.
De este poema, traducido por Smith (1) y después corregida
la traducción por O.ppert (2) tomaremos la parte contenida en
la tabla primera, que dice así:
1. En otro tiempo lo que está en alto no se llamaba cielo,
2. Y lo que está debajo sobre la tierra no tenía nombre.
3. El abismo infinito, su origen (del cielo y de la tierra).
4. La mar, que todo lo engendró, era un caos.

(1) Chalclean Account o f Génesis, pág. 6*2. (R elación caldea del G énesis.)
(2) F ra g n isn ts de cosmogonie clialdeenne.
LA CREACIÓN 129

5. Las aguas fueron reunidas en un sitio. Entonces


6. había una profunda obscuridad, sin ninguna luz, un
viento de tempestad sin reposo.
7. En otro tiempo los dioses no existían aún.
8. Ningún nombre era nombrado, ningún destino deter-
minado.
9. Y fueron hechos los grandes dioses.
10. El dios Lakmu, el dios Lakamu existieron (solos).
11. Hasta que se aum entó (su número).
12. Los dioses Assur y Kissur (nacieron en seguida)...
.13. Un gran núm ero de días y mucho tiempo transcurrió
14. El dios Anu...
15. Los dioses de A ssur y...
Otra tablilla de las anteriorm ente citadas, que debía conte­
ner sin duda la creación de la luz, del firmamento y de la
tierra firme, no se encuentra; y sólo aparece un fragmento
con tres líneas, que dicen:
1. Cuando tú (echaste) los fundamentos de la tierra.
2. El fundamento de la tierra tú lo llamaste...
0. Tú embelleciste el cielo...
La quinta tabla describe la creación de los astros, de la
luna y del sol, destinados á distinguir las estaciones y ser­
vir de lum inares al día y á la noche é indicar los tiempos,
los meses y los años. Hela aquí conforme á la traducción de
Oppert:
1. Él repartió las mansiones, en número de siete, para los
grandes dioses.
2. Y designó las estrellas que sirvieran de m orada á las
siete lum asi (¿esferas?)
3. Él creó la revolución del año y la dividió en décadas
(misratj.
4. Y por cada uno de los doce meses fijó tres estrellas.
5. Desde el día que comienza el año hasta el en que ter­
mina,
9
130 EGIPTO Y A SIR IA RESUCITADOS

6. él díó su m ansión al dios Nibir, para que ios días se


renueven en sus límites,
7. para que no sean acortados ni interrum pidos.
8. Él puso cerca de sí la m ansión de Bel y de Hea.
9. Y abrió las grandes puertas en los costados cerca de
los ángulos.
10. Él aseguró el sigar á derecha é izquierda,
11. en las cuatro fachadas colocó escaleras.
12. N annar (la luna) fué encargada de alum brar la noche,
13. y la hizo renovarse para disimular la noche y alargar
el día.
14. Mensualmente, sin interrupción, llenas tu disco,
15. al principio del mes la noche debe dominar,
16. los cuernos serán invisibles, porque el cielo se renueva.
17. El día séptimo se llenará el disco de derecha á iz­
quierda,
18. pero quedará abierto, en la obscuridad, la mitad.
19. (Al medio del mes) el sol estará en las profundidades
del cielo cuando tú salgas,
20. en tu esplendor desplega tu herm osura;
21. (decrece entonces) y vuélvete para encontrar el cami­
no del sol,
22. (entonces cambiará) el obscurecimiento, vuélvete hacia
el sol,
2 3 ...........busca el camino del sol.
24. (Sal y) ocúltate según las leyes eternas.
La traducción de estos pasajes, hecha por Smith, difiere bas­
tante de la anterior, propia de Oppert, la cual hemos preferido
por ser posterior, aunque nos parece más confusa y harto me­
nos inteligible. Sirva de comparación el verso 6, que Smith
traduce así: «Él señaló la posición á los astros errantes, para
que brillaran en su curso»; mientras que el asiriólogo francés
la vierte de este modo: «Él dió su m ansión al dios Nibir, para
que los días se renueven en sus límites».
LA C R E A C IÓ N 131

Por último, un fragmento de la tabla séptima habla de la


creación de los animales, de esta manera:
1. En ese tiempo los dioses en sus asambleas crearon
2. Estaban satisfechos los grandes m onstruos.....
3. Ellos hicieron de aquellas criaturas vivientes.....
4?. animales de los campos, bestias de loscampos y ani­
males carniceros de los campos.
5. Ellos hicieron criaturas vivientes.....

Comparando las creencias de los asirios con las de los h e­


breos en orden al origen de las cosas, hallamos entre ellas
notables analogías y tam bién grandes discrepancias. Por de
pronto, notemos que faltan en la relación caldea, que hemos
transcrito, las prim eras cinco palabras del Génesis, en donde
se expresan los dos dogmas fundamentales de la teología cris­
tiana y judaica, la unidad de Dios y la creación e x n ih ilo .
Quizá se descubran con el tiempo otros originales asirios en
que consten am bas ó alguna de ellas. De la creación e x nihilo
ya dijimos haber sido ignorada por los antiguos sabios, que
parten siempre de la materia eterna en sus investigaciones; y
las cosmogonías conocidas de los primitivos pueblos arrancan
igualmente del mismo supuesto, considerando sólo á Dios co­
mo el ordenador de la materia, no como el creador. Penetran­
do, no obstante, en el fondo mitológico de las cosmogonías
más antiguas, se ven en ellas algunos rastros de la idea de la
creación; rastros que poco á poco fueron borrándose y susti­
tuyéndose con la emanación panteísta, ó con la eternidad de
la materia.
La unidad de Dios ó la religión monoteísta fué, sin duda
alguna, la religión de la hum anidad, la religión primitiva de
los hombres, tanto de los arios, como de los semitas y caini­
tas. Los antiguos caldeos fueron primitivamente monoteístas,
y aunque bien pronto apareció el politeísmo, pues ya los as­
cendientes de Abrahám , adoraron los falsos dioses, según lo
132 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

refiere el libro de Josué cuando, dirigiéndose al pueblo, le di­


ce: «Al otro lado del río habitaron nuestros padres, Taré, pa­
dre de A brahám , y Nacor, y sirvieron á dioses ajenos»; sin
embargo, antes de aquella época reinaba en Mesopotamia,
como en todo el mundo, el monoteísmo, y el mismo Abrahám
halló monoteístas en Palestina, como Abimelec, rey de Gerara
y Melchisedec, rey de Salém. El monoteísmo duró aún mucho
tiempo; pues todavía en la época de Moisés hallamos á Jetró,
á Balan y hasta el mismo Balac, para quienes Dios no era
desconocido, y sobre todo Job, á quien no había semejante en
la tierra.
«La religión de Asiría y de Babilonia, escribe Francisco Le-
normant, era en sus principios esenciales y en el espíritu gene­
ral que guiara sus concepciones, una religión de la misma na­
turaleza que la de Egipto, y en general de la misma que todas
las religiones del paganismo. Cuando se penetra en ella más
adentro de la corteza exterior de grosero politeísmo que había
revestido en las supersticiones populares.....se encuentra la no­
ción fundamental de la unidad divina, último resto de la primi­
tiva revelación, aunque desfigurado por los monstruosos des­
varios del panteísmo» (1).
«En el fondo de las religiones kusitas, dice Maspero, como
en el fondo de todas las religiones, encontramos un dios á la
vez uno y múltiple; uno, porque la materia emana de él y él se
confunde con la materia; múltiple, porque cada uno de los actos
que él ejecuta en sí mismo sobre la materia, es considerado
como producido por un ser distinto y lleva un nombre especial.
Al principio, estos seres distintos no se encuentran todavía
agrupados y distribuidos conforme á una jerarquía regular; co­
existen sin estar subordinados, y cada uno de ellos es adorado
con preferencia á todos los otros en una ciudad ó en un pueblo.

(1) E ssai de com mentaire de Beroso. Lo m ism o h a b ía escrito en su M anual de


historia antigua del Oriente.
LA C R E A C IÓ N lo o

Anu en Orukh, Bel en Nipur, Sin en Ur, Marduk en Babilonia,


Anu, Bel, Sin, Marduk no son otra cosa más que la sustancia
única; y por lo mismo la única sustancia, cuyos nombres ellos
tienen, posee una doble esencia. Esa sustancia reúne en sí mis­
ma los dos principios necesarios á toda generación, el princi­
pio masculino y el femenino. Cada uno de los dioses se desdo­
bla en su diosa correspondiente; Anu y Sin en la diosa Nana,
Bel en Belit (ó Beltis), Marduk en Zarpanit (ó Zaparnit). Los
seres divinos ya no se conciben aisladamente, sino por parejas,
y cada una de estas parejas no es más que la expresión del
dios primordial único, á pesar de la duplicidad de su naturale­
za, como es único, á pesar de la multiplicidad de sus nom ­
bres». (1) La religión Kusita, de que habla Maspero, es la mis­
ma religión primitiva de los caldeos.
«Ya se ha demostrado que el culto del dios fenicio Baal, aña­
de Vogué, tan versado en las antigüedades epigráficas de la Fe­
nicia, implicaba la creencia primitiva en un solo dios, lo mismo
que los cultos vecinos de Bel, asirio; de Hadad, sirio; de Moloch,
amonita; de Marna, filisteo, etc., divinidades cuyo nombre en­
cierra las nociones de la unidad y de la dominación suprema.
La multiplicidad de los Baalín secundarios, no prueba más con­
tra esta unidad primordial que la subdivisión del dios egipcio
en potencias divinizadas; sólo que en Fenicia esta repartición
del poder divino es más geográfica y política, si se puede ha­
blar así, que filosófica.....Baal adorado en Tiro, en Sidón y
en Tarso, se convierte en Baal-tsur, Baal-sidón, Baal-tarso.
Como tal, puede recibir un nombre particular, que acabe de
destruir en el espíritu del vulgo su carácter primitivo; pero no

(1) H istoire ancienne de 1'O riente, 2 ^ édition, pág. 148-49. E n la edición 4.»,
hablando de lo m ism o, escrib e así: Certaines écoles, celle d 'E rido u entre autres,
proclamèrent l'unité absolue de la d ivinité, et adressèrent leurs p rieres an dieu
unique. L eurs doctrines ne prévalurent pas et disparurent assez tôt p lus de trois m i­
lle ans avant notre ere, pág. 139.
134 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

por eso deja de subsistir la noción confusa de la unidad primor­


dial» (1).
Copiemos también aquí unas palabras del sabio alemán
Schröder sobre el mismo asunto: «Los fenicios, dice, eran tam­
bién en el fondo monoteístas..... Se ha demostrado en estos
últimos tiempos que los cultos paganos de la Fenicia, de la Si­
ria y de Babilonia reposaban sobre un fundamento monoteísta...
El politeísmo semítico no es más que un monoteísmo obscure­
cido» (2).
Si del Asia pasamos al Egipto, hallaremos igualmente afirma­
da por los sabios y demostrada por los monumentos la priori­
dad del monoteísmo sobre el politeísmo. Entre los primeros he
aquí el testimonio de Mariette: «En lo más alto, escribe, del
panteón egipcio, sobresale un Dios único, inmortal, increado,
invisible y oculto en las profundidades inaccesibles de su esen­
cia. Es el creador del cielo y de la tierra, ha hecho todo cuanto
existe, y nada fué hecho sin él; este es el Dios reservado á los
que se iniciaban en el santuario. Pero el Egipto no ha sabido,
ó no ha querido detenerse en esta altura sublime» (3).
Rougé, cuya autoridad en la materia es incontestable y cuya
circunspección está universalmente reconocida, se expresa en
los siguientes términos: «Nosotros podemos establecer lo que el
Egipto antiguo ha enseñado sobre Dios, sobre el mundo y so­
bre el hombre. He dicho Dios y no dioses. Prim er carácter:
este es la unidad expresada del modo más enérgico: Dios uno,
solo, único, sin otros con él». — «Él es el solo ser viviente de
verdad— Tú eres uno y millares de seres salen de tí— Él lo
ha hecho todo, y sólo Él no fué hecho»..... Considerado en sus
relaciones con el mundo, Dios es criador: «Él hizo el cielo—
Él creó la tierra—Él hizo todo lo que existe— Él es el dueño

(1) M élangés d'archeologie orientale, 1868, pág. 51.


(2) D ie plionizisclie Sprache, (la le n g u a fenicia) pág. 10-13. P u ed e verse sobre
e ste p u n to á V igouroux ai p rin cip io d e l tom o 3.° de la B ible et les découvertes, &.
(3) Notice du M usée deJBoulaq, 2.a edición. A lejan d ría, 1868, pág. 20.
LA CREA CIÓ N 135

de los seres y de los no seres». Estos textos son anteriores á


Moisés en 1.500 años por lo menos...... ¿Es que estas hermosas
d o c t r i n a s son el producto délos siglos? Positivamente no; porque

existían más de 2.000 años antes de la Era cristiana. Todo lo


contrario sucede con el politeísmo, cuyos orígenes hemos se­
ñalado con su desenvolvimiento, no interrumpido hasta los
tiempos de los Tolomeos. Hace ya más de 5.000 años que co­
menzó en el valle del Nilo el himno á la unidad de Dios..... y
vemos, no obstante, en los últimos tiempos, el Egipto llevado al
más desenfrenado politeísmo» (1).
Lo mismo se expresa Maspero en su primera y segunda edi­
ción de la H istoria antigua de los pueblos del O riente; por
más que en la cuarta cambia casi por completo de opinión al
igual que en la R evista de la historia de las religiones; mu­
danza fácil de explicar atendidas sus ideas. Contra él están en
este punto Ebers, Lepage, Rawlinson, Grebaut y casi todos
cuantos han estudiado los documentos primitivos de los egip­
cios desde Champollión. Citemos algunos de estos documentos,
y en su vista juzgará el lector si el Egipto profesó el monoteís­
mo antes que fuera politeísta, ó al contrario.

¥
«Yo soy Atum, se lee en el cap. 17 del libro de los muertos
(el inaccesible), que ha hecho el cielo, que ha creado todos los
seres; aquél que se apareció en el abismo celeste. Yo soy R á al
levantarse en el principio, el que se engendra á sí mismo en el
agua que es el abismo, padre de los dioses. —Yo soy el ayer y
yo conozco el m añana.— Yo soy la ley de la existencia de los
seres.— Yo soy del mundo, yo vengo á mi país.— Él deshace
los pecados y borra las manchas.»
Los sacerdotes egipcios cantaron hasta el reinado de Darío II,
á pesar de los progresos que el politeísmo había hecho ya
en el país, el siguiente himno, que nos ha traducido Brugsch (2).

(1) Conference su r la religion des anciennes E g yptien s, 1869, pâg. 12, 17, 26.
(2) R eise nach der grossen Oase E l K hargeh (V iaje al g ran oasis «El
Ivhargeh.>) 1878.
136 E G IP T O Y ASIR IA RESUCITADO S

«Él vive eternamente


En su nombre
Como el sol cuotidiano...
Él es el Iioro de las almas
El Dios viviente...
El Dios de Menfis,
El Dios viviente..:
Ammón en su imagen,
Atúm es su imagen,
Ghepra es su imagen,
R á es su imagen,
Él es el único,
Él solo se hace á sí mismo
Por millones de vías...
Él vive eternamente...
Él es la vida...»
Lo apuntado será suficiente á demostrar que en Egipto como
en Asia, entre los pueblos semitas como entre los arios y caini­
tas, el monoteísmo fué la religión primitiva. Y el politeísmo,
por el contrario, una corrupción, un retroceso, que provino en
primer término del olvido de la revelación hecha á los primeros
hombres, y en segundo lugar de las humanas pasiones, entre
las cuales enumera el libro de la Sabiduría el amor desordena­
do de un padre para con su hijo (1).
Las tablas de Assurbanipal que contienen el relato de la crea­
ción, se diferencian, pues, notablemente de la relación mosaica
en lo que toca á la unidad de Dios y á su poder creador; por
más que antes de aquel tiempo hubiera sido la teología de los
caldeos, copiada por los asirlos, tan monoteísta como la de los
hijos del desterrado de Mesopotamia. Eso 110 obstante, la seme­
janza entre ambas cosmogonías salta á la vista. Creían como

(1) Ñeque enim ernnt ab initio (idola), ñeque eru n t in p e rp e ta u m .....Acerbo


enim luctu clolens p a ter, cito sibi ra p ti fi li i fe c it im aginem ; it illum , qui tune quasi
homo m ortuus fu e r a t, nunc tam quam deum colere caepit, cap. X IV -13-15.
LA C R E A C IÓ N 137

los hebreos los asirios, que el cielo había sido hecho antes que
la tierra. Al hablar de las inscripciones trilingües de Persépolis,
notamos que la versión asiria seguía literalmente á la persa,
fuera de algunos incidentes, como en lo relativo á la coloca­
ción de la tierra y el cielo. Por eso Saulcy tradujo tierra la pa­
labra correspondiente á la persa bumin, pues ocupaba en la
traducción asiria el lugar correspondiente á aquélla. Hoy, no
obstante, convienen lodos en la equivocación del asiriólogo fran­
cés, muy excusable por otra parte; porque está averiguado que,
en vez de tie rra , debe leerse cielo. Así Ormuz en la lección
persa es llamado constantemente «padre de la tierra y del cielo»;
mientras que en la Asiria se dice «padre del cielo y de la tierra»,
conforme á la frase del Génesis «creó Dios el cielo y la tierra».
Esta, en concepto del escritor sagrado, estaba inanis et va ­
cua, ó como dice el original hebreo tohu oa-bohu, palabra que
debía ser tradicional para indicar el caos entre los semitas,
puesto que los asirios nos representan aquél bajo la forma de
una diosa, B a h u , diosa del caos. Otro tanto sucede con la
palabra tehom el abismo, tenebrce erant super fa ciera cibysi,
transformado por los asirios en la diosa T ih a vti ó T ih a m ti;
tanto más, cuanto que en aquel país era frecuentísimo el uso de
tehom para designar al mar, mientras que entre los hebreos está
casi reducido á las producciones poéticas, aunque siempre en el
significado de reunión de aguas.
No creemos pertinente á nuestro objeto citar aquí los pasajes
de escritores clásicos, en que se nos habla del caos primitivo
como origen de las cosas, bastándonos con apuntar los célebres
exámetros de Ovidio, que cantaba:
A nte m are et térras, et quod tegit om nia ccelum,
Unus erat toto natw'ce vultus in orbe,
quem d ix e r e chaos; ru d is indigestaque moles (1), que
en romance quiere decir:

(1) M etam orph., lib ro I, cap. 1.°


188 E G IP T O Y A SIR IA R ESUCIT ADO S

Antes que el mar, la tierra y firmamento,


Que todo lo contiene, se criase,
Faltaba á la natura su ornamento.
Cosa no había que en sí diferenciase
De otra, que un semblante se notaba
Do quiera que la vista se emplease.
Gaos aquel abismo se llamaba,
Por ser la confusión de tal grandeza,
Que indivisa y sin orden se encontraba.
La creación ó formación de los astros en el cielo y de los
animales en la tierra, son casi iguales en ambas cosmogonías, la
de Moisés y la de Assurbanipal. Así la tabla quinta de Nínive no
parece otra cosa que la paráfrasis de aquellas palabras del Gé­
nesis: «Et sint in signa et tém pora et dies et a n n o s», y la
línea cuarta de la tabla séptima «animales de los campos, bes­
tias de los campos y animales carniceros de los campos», es la
misma de Moisés (v. 25): «E. hizo Dios las bestias de la tierra
según sus especies, y los jumentos y todo reptil de la tierra
en su género». El orden de los sucesos y de los períodos es el
mismo en las tablas asirías y en el relato mosaico, ambos em­
piezan por el caos y terminan con el hombre. En la línea 18
de la primera tabla se dice que «que pasó un gran número de
días y un tiempo largo» entre la aparición de los dioses Assur
y Kissur y la de Anu; si, como es probable, las demás tablas
contenían alguna frase parecida, cosa que hoy no podemos com­
probar por carecer de los fragmentos perdidos, resultaría ex­
plicado el yom del texto hebreo que traduce dies la Vulgata; pa­
labra origen de tantas discusiones en la edad moderna, por más
que pudieran haberse ahorrado todas ó casi todas, con sólo te­
ner presente la observación de San Agustín cuando escribía:
Qui dies cajusm odi sint aut perdijicile nobis, aut impossi-
bile cogitare ¿quanto m agis dicere? (1).

(1) D e Civitate D e i, libro X I, cap. 6.


LA C R E A C IÓ N 139

Los fragmentos que se refieren á la creación del hombre es­


tán tan mutilados, que es difícil sacar nada en limpio; sin em­
bargo, Smith opina que en ellos se habla de las instrucciones
dadas por Dios al primer hombre y á la primera mujer, reco­
mendándoles la inocencia y la pureza, y que el hombre primiti­
vo es llamado A d m i ó A d a m i, nombre idéntico al que lleva en
nuestra Biblia. Una y otra relación hacen al hombre del barro
de la tierra y por mano de Dios, en lo cual están conformes
otras cosmogonías según al testimonio de Lenormant, que es­
cribe: «Al decir de los griegos, Prometeo, como demiurgo, for­
mó de arcilla los primeros hombres, y les infundió la vida con el
fuego robado al cielo. En la cosmogonía del Perú el primer
hombre creado por la omnipotencia divina se llama A lp a Ca-
marca, que quiere decir tierra anim ada. Los m andanos, una
de las tribus de la América septentrional, cuentan que el Gran
Espíritu formó dos figuras de arcilla, las disecó y animó con el
soplo de su boca, y dió á una de ellas el nombre de hom bre
primero y á la otra el de com pañera. El gran dios de Tai ti,
Taero a,, formó al hombre de tierra roja. Los d a y a k s , de Bor­
neo, rebeldes á toda influencia musulmana, conservan por
tradición que el hombre fué modelado de tierra» (1).
Para terminar lo relativo á la cosmogonía caldea, vamos á
copiar un fragmento de Beroso, sacerdote caldeo y natural de
Babilonia, donde nació, hacia el año 330 antes de J. C. Era muy
instruido en astronomía y otras ciencias, y dejando á su patria
abrió escuela en la isla de Gós, en el m ar Egeo. Hacia el año
280 antes de Cristo, escribió en tres libros la historia de la an­
tigüedad caldea dedicándola á Antíoco Soter. Todos los antiguos
hacen de aquella historia grandes elogios; pero desgraciada­
mente no llegó hasta nosotros y sólo se conservan algunos frag­
mentos transmitidos por Eusebio, Clemente Alejandrino, Flavio
Josefo y Sincelo, y éstos no son originales, sino copiados de

(1) M anuel d ’histoire ancienne de l’O rient, tom o I, p ág . 15.


140 EG IPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Julio Africano, Polihistor y Apolodoro, cuyas obras tampoco


se conservan.
El fragmento á que nos referimos, es de suma importancia,
por la concordia que guarda con los recientes descubrimientos
de las escrituras cuneiformes. Lo ha transmitido el célebre obis­
po de Cesarea; y nosotros lo tomamos del P. Brunengo, ya
que la edición de Ensebio que posee la biblioteca de Toledo no
trae este pasaje.
«Beroso, escribe Eusebio, cuenta en el primer libro de sus
antigüedades babilónicas, que en Babilonia se conservan con
gran cuidado documentos copiosísimos, los cuales abrazan un
espacio de tiempo de más de 150.000 años, y contienen la
historia del cielo, de la tierra y del mar, el primer origen de
las cosas, los anales de los reyes y sus empresas..... Al princi­
pio hubo en Babilonia una multitud de hombres de diversas
naciones, que habían colonizado la Caldea, viviendo sin ley
como los brutos. Mas en el primer año se vió salir del mar
Eritreo, por aquella parte que confina con Babilonia, un ani­
mal dotado de razón, llamado Oanes. Este monstruo tenía
cuerpo de pez, pero debajo de la cabeza de pez asomaba la de
hombre y por debajo de la cola de pescado salían piernas y pies
humanos, hablando lenguaje de hombre. Entre nosotros se con­
serva aún su imagen (1).
Este animal vivía por el día entre los hombres, sin comer;
enseñándoles las ciencias y los principios de las artes, las reglas
para fundar ciudades, la construcción de templos, el comedi­
miento y circunspección, la medida y circunscripción de la tie­
rra, el modo de sembrar y de recoger; en una palabra, todo lo
que constituye la vida civil y compone las costumbres; de ma­
nera que desde entonces no hubo ninguna invención. Por la
tarde, al ponerse el sol, aquel monstruo Oanes volvía al mar y

(1) E fectiv am en te se en co n tró en N im ru d la im ag en de Oanes, tal como la


describ e Beroso, en un bajo relieve que se h a lla en el M useo B ritán ico y que pue'
de verse en el g ra b a d o a d ju n to .
O A N E S , E L HOM BR E PE Z
LA C R E A C IÓ N 141

allí pasaba la noche dentro de las aguas, porque era anfibio.


Andando el tiempo, aparecieron otros animales semejantes, y el
autor promete tratar de ellos en la historia de los reyes. Añade
que Oanes escribió un libro sobre el origen de las cosas y las
reglas de la vida civil, libro que consagró á los hombres». En
este libro explicaba el origen de los seres del modo siguiente:
«Hubo un tiempo en que todo era tinieblas y agua; y en
ella vivían animales monstruosos, algunos de los cuales proce­
dían de generación espontánea. Extraña era su figura, hom ­
bres con dos ó con cuatro alas; otros con dos cabezas y dos
caras, una de hombre y otra de mujer y un solo busto; otros
con patas de cabra y cuernos en la frente; otros con pies de
caballo; y otros con los miembros anteriores de hom bre y los
posteriores de caballo, á manera de hipocentauros. Había allí
toros con cabeza hum ana, perros con cuatro cuerpos y cola de
pescado, caballos con cabeza de perro é igualmente hombres
con cabeza de perro; animales con cabeza y cuerpo de caba­
llo con cola de pez, y otros cuadrúpedos que juntaban en sí
mismos todas las formas animales. Peces, reptiles, serpientes
y toda suerte de monstruos portentosos con la más grande
variedad de formas, cuyas imágenes se ven aún en las pinturas
del templo de Belo. Una mujer llamada Omoroca presidía
esta creación; en caldeo llevaba el nombre Thalotth, que en
griego significa Mar, y se identifica también con la Luna. H a­
llándose las cosas en tal estado, vino Belo y dividió en dos par­
tes la mujer; de la mitad inferior de su cuerpo hizo la tierra y
de la mitad superior el cielo, y lodos los seres que allí había
desaparecieron. Esto es un modo figurado de expresar la pro­
ducción del universo y de los seres animales de la materia
húmeda. Entonces Belo se cortó su propia cabeza, y otros dio­
ses, habiendo am asado-con tierra la sangre que brotaba, for­
maron los hombres, que por lo mismo están dotados de inte­
ligencia y participan del divino pensamiento. De tal m anera,
Belo, á quien los griegos conocen por Zeas, habiendo dividi­
142 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

do las tinieblas separó el cielo y la tierra y creó el mundo.


Todos los seres animales, que no podían sufrir la acción de la
luz, perecieron. Belo, viendo que la tierra estaba desierta, á
pesar de su fertilidad, mandó á uno de los dioses que le cor­
tara la cabeza, y am asando la tierra con la sangre que corría,
formó los hom bres y los animales que pueden vivir al con­
tacto del aire. Después Belo formó las estrellas, el sol, la luna
y los cinco planetas. He aquí, al decir de Alejandro Polihistor,
lo que cuenta Beroso en su primer libro» (1).
Tal es el testimonio de Ensebio copiado de Polihistor por el
obispo de Cesarea y tomado por nosotros del P. Brunengo,
tantas veces citado.
Los modernos descubrimientos asirio-caldeos confirman la
exactitud del escrito de Beroso y unos y otros la relación mo­
saica. Bel-Marduk ó Belo era en efecto el Dios tutelar y pri­
mario de la capital de Caldea aun en los últimos tiempos, como
nos consta por las inscripciones y por el libro de Daniel. Vésele
con frecuencia esculpido en los cilindros de Babilonia, armado
de la espada con que dividió á Omorocct, espada de que nos
habla el profeta Baruch cuando describiendo el dios de Babi­
lonia escribe: Hcibet etlam ¿n manu gla d iu m et secarim (2).
La misma diosa de la muerte y del caos indica en su nom­
bre griego el origen caldeo; puesto que Oniorocci es lo mismo
que U n-U ruk, madre de la ciudad de Uruk, ó de Erech, ciu­
dad de los muertos y necrópolis de la baja Caldea, según diji­
mos antes.
En un cilindro, publicado y descrito por Félix Lajard, se
halla esculpido Bel-Marduk frente á B e lit-T ih a v tiú Omoroca,
colocada en medio de los m onstruos á quienes preside; tiene
la diosa grandes alas y en la mano un harpa (3). Otro cilindro

(1) L ’Im pero &, pág. 69-70.


(2) B aru c h , cap. VI-24.
(3) Introduci',on á l'ctude dii cuite public et. des mysteres de M yttra .
LA CREA C IÓ N 143

de la misma colección de Lajard representa la lucha del d e ­


miurgo y la diosa del caos. B e l-M a rd u k , de frente, arm ado
del rayo y de la espada, se prepara á herir á Um-XJrulí, sim ­
bolizada por una leona puesta en pie y tan grande como Belo.
Detrás de la leona hay cuatro zonas sobrepuestas, la prim era
contiene diversos animales y tres cabezas hum anas; la segun­
da una calara, un león, un hombre y un águila; la tercera la
ocupan las olas del abismo y la última deja ver diversos seres
monstruosos, entre otros, un león alado, un hombre de rodi­
llas con dos cabezas, la una hum ana y la otra de buey.
Aunque no han llegado á nosotros las pinturas del templo
de Belo, podemos ju zg ar de la exactitud de la narración de
Beroso relativa á los animales monstruosos, por la multitud de
sellos encontrados y descritos por los asiriólogos, entre otros,
Menant, y por los bajos relieves de Nínive, cubiertos de seres
fantásticos, como hombres con dos caras, figuras con dos alas
y con cuatro, cabras aladas con cabeza hum ana, hombres con
pies y cuernos de toro, bueyes con cabeza de hombre, y otras
no menos raras é imaginarias.
El Oanes de que habla el historiador caldeo, es mencionado
en la Santa Biblia (IV de los reyes, XVIII-31) bajo el nombre
Anam elech (An-malik) uno de los dioses de Sepharvaim ó
Sippara, conocido entre los caldeos con el nombre de A n a ,
célebre en el panteón asirio-caldeo, y del cual se conservan
muchas noticias en los monumentos; donde se le llama el anti­
guo, el señor del m ando in ferio r, el amo de las tinieblas y
de los tesoros escondidos. En ellos está representado de un
modo parecido á como lo describe Beroso, sólo que en vez de
tener cola de pez, la tiene de águila.
Más ó menos hay algo en las tablas de Assurbanipal, rela­
tivo á los primeros días de la semana, pero nada hemos dicho
aún del sábado, que tampoco fué desconocido á los asirios,
como día consagrado al Señor, lo mismo que en el Génesis. En
el calendario asirio, tal cual lo describen los m onumentos cu-
144 E G IP T O Y A SIR IA R ESUCITADOS

neiformes, el sábado es día de descanso y en él no se puede


trabajar. De ahí le viene al día séptimo el nom bre de sabba-
tuv, que tiene en hebreo y en asirio, cuya etimología explica
una tabla cuneiforme por las palabras úm nuh libbi «día de
descanso del corazón». Sólo que entre ios aririos era el sába­
do día nefasto, como en otras partes el martes, y le califica­
ban de úm u lim nu «día malo» en que no debía ofrecerse sa­
crificio alguno, por más que estuviera consagrado á un dios
especial.
En un ladrillo se lee lo siguiente á propósito del día sép­
timo.
28. Séptimo día. Fiesta de Merodach y de Zarpanit, día
consagrado.
29. Día malvado. El rey de los grandes pueblos
30. no debe comer carne de p inti, ni dátiles;
31. no debe cambiar de vestido de su cuerpo.....
32. ofrecer sacrificios. El rey no debe subir sobre su
carro.
Como este calendario se refiere al mes de E lul, sabemos
por él que el primer día séptimo estaba consagrado á Mero­
dach y Zarpanit; el segundo, ó sea el 14, á Ningi y á Nergal;
el 21 á la luna y ai sol y el 28 á Ja y á Nergal.
Si de la Caldeo-Asiria pasamos al Egipto, hallarem os igual­
mente grandísimas analogías entre la relación mosaica del
exarneron y las tradiciones egipcias, por más que éstas sean
todavía poco conocidas con entera certeza. Empecemos por
este testimonio de Mariette, que compara los documentos egip­
cios con el Génesis en lo relativo á la creación.
>El Egipto, dice (1), para designar la reunión de sus dioses,
empleó como la Biblia, una expresión colectiva, en la cual el
singular ocupa la prim era plaza, y detrás de esta expresión,
lo mismo que detrás del Elohím de la Biblia, se oculta un dios

' (1) M enoirc sur la mere d’Ajñs, pág. 29, 18-56.


LA CREA C IÓ N 145

único considerado en la diversidad de sus potencias.... Pero


allí donde el hebreo, en su contemplación del Dios inefable.....
dice: Jehouá los dioses crió, el egipcio, por una diferencia de
que fácilmente se da cuenta el espíritu, escribe: E l señor los
dioses crearon.....Pero el dios único del Egipto no es el dios
único del judaismo. Mientras que Moisés se conserva firme de­
lante de la gran idea de Dios y grita con ardimiento: Jehouá
los dioses creó, los sacerdotes egipcios tropiezan y, conside­
rando á Dios como un todo, compuesto de una jerarquía de
otros dioses, no pueden decir otra cosa que el señor los d io ­
ses crearon ».
Hemos de advertir con Vigouroux (1) que aun cuando el
hebreo E lohim tenga forma plural, debe traducirse con más
exactitud en singular, cuando designa al Dios verdadero, ya
que la Biblia le considera siempre en este caso como un sus­
tantivo singular. Los intérpretes cristianos aducen varias ra ­
zones para justificar el empleo de la terminación plural tra ­
tándose de Dios, pero no son de nuestra incumbencia, puesto
que traspasan los límites de este libro. La misma palabra E lo ­
him, se emplea para designar los falsos dioses, sin que jam ás
la Escritura Santa use del nombre Jehouá, sino cuando del
Dios verdadero se trata.
Después de estas observaciones, diremos que los egipcios
consideraban á Osiris como el creador de la tierra, del agua,
de los vegetales y de los animales. Así Ghabas publicó esta
traducción del himno á Osiris (2): *Él hizo este mundo con
su mano, sus aguas, su atmósfera, su vegetación, todos sus
ganados, todos sus volátiles, todos sus peces, todos sus repti­
les y todos sus cuadrúpedos». Como se ve, la enumeración es
completa y sólo falta en ella el hombre; pero éste en la teolo­
gía egipciaca no fué creado por Osiris, sino por N a m ó Chnu-

(1) O bra citada.


(2) Mevue Archeologiquc, 1857.
10
146 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

mis, m ientras A tu m es igualmente considerado y llamado autor


de los seres. Al decir de Lefébure, los nombres de A d a m y
A tu m son idénticos en significación, pues así como entre los
hebreos A d a m significa tierra y tam bién hom bre, así Atum
ó T u m entre los egipcios significa hom bre, a rcilla , emana­
ción y filia c ió n . Por otra parte A tu m , dios de Heliópolis, á
quien siempre representan los egipcios con cabeza humana,
lleva los siguientes atributos: E l hom bre, E l señor de los
hombres. Yo vengo de la tierra , Yo vengo de m i p a tr ia , y
aunque el docto egiptólogo no niega que se puedan dar otras
etimologías del nom bre A tu m , como las dieron Rougé y
Brugsch, él sin embargo no se atiene en sus deducciones á
meras etimologías, sino que atiende adem ás á un conjunto de
analogías entre ambos pueblos, que no puede nunca des­
preciar el crítico (1).
Por lo que hemos visto hasta aquí, hay notable conformi­
dad entre las dos cosmogonías, la mosaica y la asirio-caldea.
Ahora bien; ¿cuál procede de cuál? ¿son independientes una
de otra en razón de su origen? ¿ó tienen uno común de donde
am bas emanan? He aquí unas cuestiones que no parecen de
difícil resolución, teniendo en cuenta los datos suministrados
por la historia hebrea y asirio-caldea. Según esta última, re­
sulta que la cosmogonía de la biblioteca de A ssurbanipal es copia
de otra antiquísim a anterior á Moisés. Y como los libros de
este legislador hebreo fueron escritos antes, mucho antes, de
que el pueblo judío tuviera relaciones en Asiria, diga lo que
quiera M enant (2) con otros críticos modernos, resulta que ni
la cosmogonía caldaica procede de la de Moisés, ni la mo­
saica de aquélla, sino que son independientes una de otra.
Esta m utua independencia, en cuanto al proceder de la una la

(1) Transact, o f tlie B ib i. Archeolo. Soci., v. IX , p a rte 1.*, p â g . 171; 1887. Véase
al P. Oara en su o b ra G li H yksos ó re p a sto ri, pâg. 170. Rom a, 1889.
(2) Bibliothèque du pa la is de N inive.
LA C R EA CIÓ N 147

otra cosmogonía, no es obstáculo á que am bas ten g an un ori­


gen común, conservando sus rasgos fisonómicos en uno y otro
pueblo, herm anos por otra parte, aunque grandemente distan­
ciados, más que por el espacio que separa al Jordán del Tigris,
por las diferencias religiosas y políticas.
Y sólo así pueden explicarse las concordancias de ambas re ­
laciones. Abrahám, padre de los hebreos, era oriundo de Meso-
potamia, de Ur, como veremos más adelante, y claro está que
al trasladarse al Occidente, llevó consigo las tradiciones de su
pueblo y de su casa, tradiciones que supo conservar en su pri­
mitiva pureza y que Moisés, su descendiente, nos dejó escritas
en el capítulo primero del Génesis. Prescindiendo de la divina
revelación que los católicos reconocemos en Moisés, está muy
á la vista la ventaja de su cosmogonía sobre la caldea, defor­
memente desfigurada por el politeísmo y otros errores que de él
dimanan. ¿Habremos, pues, de reformar nuestra Biblia confor­
me álas tradiciones asirías? Evidentemente no; sino al contrario,
débese suplir lo que allí falta por lo que leemos en Moisés, y
enmendar los errores mesopotámicos con el conocimiento de
las verdades mosaicas.
Otras reflexiones nos sugiere la lectura de los ladrillos asirios,
y una de ellos es que Moisés conservó perfectamente el orden
de la aparición de los seres,— orden que en lo relativo á la
tierra han demostrado ya la geología y paleontología,—contra
lo que se atrevió á afirmar en 1875 el racionalista Eichthal (1),
principalmente en lo que dice relación al cuarto día. Con m u­
cha razón observa Sayce que la publicación de la cosmogonía
caldea hace caer por su base el trabajo tan penosamente levan­
tado por Eichthal para restituir á su verdadero sitio los días
genesiacos, como si estuvieran trastornados en su verdadero
orden en el libro de Moisés.
Además de esto, tiene no pequeña importancia la compara-

(1) M&moire sur le te x te p r im itif du prem ier recit de la creación. P a rís, 1875.
148 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

ción entre el poema asirio de la creación y la relación bíblica,


porque de ella se deduce una consecuencia ineludible en favor
de la unidad del autor del Génesis, según ha observado el pro­
fesor de la Universidad católica de Inspruk, protestante conver­
tido en 1865, doctor Gustavo Bikel. El racionalismo considera
como pasado en autoridad de cosa juzgada, que el Pentateuco
es una compilación de muchos autores; y hasta pretenden sa­
ber lo que escribió cada cual, habiendo, como era de esperar,
entre los racionalistas, con este motivo, la más deliciosa discor­
dancia. Uno de los documentos primitivos evita llamar á Dios
Jehooah, dicen ellos, hasta el nacimiento de Moisés, nombrán­
dole E lo h im , de donde le viene el apodo de elohista; mien­
tras que otro constantemente le apellida Jehovali y nunca
Elohim ; en cambio hay un tercero que indiferentemente le lla­
ma Jehovah-E lohim . La mayor parte de los críticos admiten
varios autores elohistas y jehovistas; pero en los capítulos pri­
meros del Génesis no suelen admitir sino uno jehovista y otro
elohista, deduciendo de aquí la ilegítima consecuencia de que no
pudo ser Moisés su autor, por lo mismo que no había de ser
jehovista y elohista á un tiempo.
No es de nuestra incumbencia el examen de esta teoría,'que,
con ciertas limitaciones, puede ser admitida sin dificultad, aun­
que nos parece científicamente infundada; quien quiera cono­
cerla mejor y más á fondo, puede consultar, entre otros, al
profesor de la Universidad Católica de Lovaina, M. Lamy (1).
Lo que queremos dejar aquí asentado es que, aun admitida esa
teoría, nada se sigue contra la autoridad de Moisés, como único
autor del Pentateuco, según quiere la incredulidad. La leyenda
babilónica-asiria nos demuestra que ya antes de Moisés existía
la tradición, referida en el Génesis, en su totalidad, en su inte­
gridad, en su conjunto y en sus detalles. El poema oriental con­
tiene la descripción elohista de los seis días de la creación y la

(1) C om m entarium in librum Geneseos, tom o I, pág. 9, et sequentibus, 1883,


LA CR EA C IÓN 149

relación jehovística de la caída del hombre, como veremos lue­


go. Si, pues, ambas tradiciones existían antes de Moisés, ¿por
q u é este escritor no había de poder escribirlas? Y si pudo, ¿quién

se atreverá á decir que no lo hizo, sólo porque unas veces lla­


me á Dios Jehovah y otras Elohim?
Vamos á terminar el relato caldeo de la creación con la co­
pia de una nueva tabla de arcilla, que Mox-Talbot presentó en
la Sociedad de Arqueología Bíblica de Londres en la sesión de
1.° de Febrero de 1876, tabla en que, con motivo de darse
cuenta de la rebelión de los ángeles, se nos habla de la (‘rea­
ción del linaje humano en sustitución de aquellos rebeldes. Fal­
tan en ella las cuatro primeras líneas; pero del contexto se des­
prende que se trataba de la celebración de una gran fiesta en
el cielo, puesto que la quinta y siguientes dicen así:
5. Dios dijo tres veces el principio de un cántico.
6 . El Dios de los sagrados cantares, de la religión y del
culto
7 . hizo tomar asiento á mil cantores y músicos, y estable­
ció un coro
8 . que debía responder en pleno á su himno.
9. Con un gran grito de desprecio ellos interrumpieron
el cántico sagrado
10. turbando, mezclando, confundiendo el su himno de
alabanza.
11. El Dios de la brillante corona resolvió acabar con la
revolución,
12. hizo resonar una trompeta que habría despertado los
muertos,
13. que impidió volver á estos ángeles rebeldes.
14. Hizo cesar el servicio de ellos, y lo encomendó á los
dioses, que eran sus enemigos.
15. En lugar de aquéllos él crió el género humano.
.16. El prim ero que recibió la vida permaneció con él.
17. Pueda él darle la fuerza para no descuidar su palabra,
150 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

1 8 . siguiendo la voz de la serpiente, hecha por sus manos.


19. Y pueda el dios del divino lenguaje expulsar de entre
los cinco mil estos mil malvados,
2 0 . que en medio de un cántico celeste profirieron blasfe­
mias impías.
Notable es la diferencia entre ésta y las tablas anteriormente
copiadas en lo que se refiere á la noción de Dios; puesto que
en ésta de Mox-Talbot aparece la más pura unidad, mientras
que en la de Smith ya vimos de qué modo tan lastimoso se
había introducido el politeísmo. Por lo demás, aquí se ve claro
cómo los caldeo-asirios creían en la existencia de los ángeles,
mil veces nombrados en el texto sagrado, aun del Génesis; que
si bien no refiere su creación de un modo explícito, aunque
muchos expositores con Orígenes entienden que la creación de
los espíritus angélicos está contenida en la palabra cielo del
primer versículo del Génesis (1), y otros con San Agustín que se
designan los ángeles en la creación de la luz (2), la da por su­
puesta cuando habla de ellos como de cosas muy conocidas en
el pueblo hebreo.
También ée ve manifiesta la creencia de los asirios respecto
al oficio de los ángeles, de cantar las divinas alabanzas, tal cual
se halla descrito en los profetas, principalmente en Daniel (3) y
San Juan (4). La trompeta que hizo resonar Dios en el cielo en
medio de la rebelión angélica, tiene un carácter tan bíblico, si
es permitida la expresión, que nos trae á la memoria aquella
célebre trompeta, que en verdad, y no por mera figura retórica,
ha de hacer despertar á los mismos muertos. De la caída de los
ángeles, efecto de su soberbia, hablaremos en el capítulo si­
guiente, aunque no podemos menos de apuntar aquí la entera
conformidad, casi hasta en las palabras que se observa entre

(1) Hornil. I I , in Gen.


(2) D e Genesi ad litte. im p er, cap. X I, núm . 21.
( 3) C ap . V I I - 9 .
(4) Apocalipsis, cap. V.
LA CREACIÓN 151

esta tabla y las frases de San Juan en el Apocalipsis (1): E t non


prcevcduerunt, ñeque locus inuentus est eorum am plius in
ccelo», que dice el santo Evangelista al referir la batalla de los
ángeles buenos con san Miguel á la cabeza, contra los rebeldes
capitaneados por el gran dragón. Y, por si alguno tuviera la
ocurrencia de afirmar que el Águila de Patmos había copiado
lo que escribió en el citado capítulo de la tabla caldea, recor­
démosle que hacía más de 600 años que aquel documento se
encontraba sepultado bajo los escombros de Nínive.
Por último: en esa misma tabla se nos habla de la creación
del hombre y de la tentación de la serpiente; pero esto merece
capítulo aparte.
C A P Í T U L O II

A R T ÍC U L O P R IM E R O

El Paraíso.

/fk,
<r¡f^f$os pueblos todos han conservado en sus tradiciones el
recuerdo de la prim era y afortunada edad del m undo,
llamada con razón edad de oro, pues en ella 110 había traba­
jos para la mísera hum anidad, que gime desterrada en este
valle de lágrimas. Por eso pudo decir, con mucho acierto esta
vez, el patriarca de Ferney, que «la creencia sobre la caída y
degeneración del hombre se encuentra en todos los pueblos
antiguos. A u re a p r im a sata cetas, es la divisa de todas las
naciones» (1).
Así vemos á los poetas, á los historiadores, á los filósofos,
á los mismos legisladores convenir en este punto interesantí­
simo para el hombre, sin que fuera de ninguna m anera posi­
ble el que se pusieran de acuerdo para darnos una noticia fal­
sa respecto al modo de ser primitivo del hum ano linaje, cuando
todo al contrario convidaba, en cualquiera de los tiempos his­
tóricos en que aquéllos vivieron, á presentar al hombre
sufriendo los azotes de su m adrastra la naturaleza, como la
llama un filósofo, desde el momento de su aparición sobre
la corteza del globo que habitamos.

(1) V oltaire, E nsayos sobre las costumbres, cap. IV .


154 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Hemos de copiar algunos pasajes para que se vea cuál es


en este punto la tradición de la hum anidad. Sean los prime­
ros Ovidio (1) y Virgilio (2), famosos y célebres poetas latinos
que todo el mundo conoce y que nos dejaron curiosas noticias
acerca de la antigüedad y sus creencias, aunque mezcladas,
como no podía menos de suceder, con mil fábulas de la mito­
logía griega adoptada por los romanos.
Las de Prometeo y de Pandora son otras dos reliquias
de la primitiva edad, conservadas en medio de los escombros
de la mitología y cubiertas de tierra, cual diamante caído en
lodazal y recogido por manos ignorantes de su valor y mérito.
Si se las considera juntas, ofrecen una relación visible con el
pecado original y el castigo impuesto por Dios á los culpables
y á su descendencia. Pero esta relación se sensibiliza más cuan­
do se miran las circunstancias aisladas de cada una, cuando se
contemplan sus rasgos particulares y se descubre el lazo que
(1) M etam orph., I, escribe: A urea p rim a sata aetas, quae vindice nullo,
Sponte sua, sine leg e,fid em rectumque colebat.
E n esto s dos v erso s e stá m anifiesta la in o cen cia y san tid ad de los primeros
h o m b res, que h acía n el b ien sin n in g u n a d ificultad.
lp s a queque im m unis, rastroque in ta c ta , nec ullis
Saucia vomeribus, p er se dabat om nia tellus.
E n estos dos declara el p o eta la felicid ad tem p o ral, puesto que sin necesidad
de tra b a jo , p ro d u cía esp o n tán eam en te la tie rra cu an to el h o m b re necesitaba; y
a u n q u e el escrito r g en til no h a ce d ep e n d e r de la inocencia el b ie n e s ta r tem po­
ra l, parece no o b sta n te que q uiere estab lecer alg u n a relació n , al m enos de prio­
rid a d , e n tre am bos hech o s.
(2) G-eorgi. L. I. A n te Jovem n u lli subigebant arva coloni;
Nec signare quidem a u t p a rtiré lim ite cam pum
F a s erat. I n m édium quaerebant: ipsaque tellus
O m nia líber ius, nullo p>oscentefer e b a t.Y e rsos 125 y siguientes.
In m e d ia ta m e n te d esp u és, al com enzar la edad de p la ta , las cosas cam bian, y ya
el h o m b r e n ecesita tr a b a ja r p a ra com er.
lile m alum viru s serpentibus ad d id it atris,
P raedarique lupos ju s sit, pontum que moveri:
M ellaque decussit fo liis , ignem que rem ovit;
E t xmssim rivis cu rrentia vina repressit.
De m an era que a n tes de aq u ella época ni las se rp ien te s te n ía n veneno, ni los
obos m a ta b a n las ovejas. E n cam bio las h o jas de los á rb o les d a b a n miel y los
arro y o s lle v a b a n vino. B ellísim as fig u ras p a ra p in ta r la felicidad.
EL P A R A Í S O Y LA C A ÍD A 155

las une. Hesiodo nos dará razón de los males actuales, dicién-
donos que proceden todos de la audacia deEpimeteo, «que fué
el primero que recibió por esposa una virgen de mano de Jú­
piter» (1). Epimeteo es el mismo Prometeo. Ni es solamente en
la Teogonia donde Hesiodo nos recuerda la prim era felicidad
de los hombres y la siguiente ruina, sino que insiste en la mis­
ma idea escribiendo (2): «Antiguamente las tribus humanas vi­
vían exentas de males, de trabajos penosos, y de las enferme­
dades crueles que traen la vejez, porque envejecen pronto los
hombres que sufren. Llevando Pandora una gran caja, le quitó
la cubierta y se derramaron los males entre los hombres. Sólo
quedó la esperanza, que detenida en el borde de la caja, no es­
capó, por haber cerrado Pandora el vaso por orden de Júpiter.
A contar desde este día, van extendiéndose entre los hombres
infinitas calamidades; está llena de males la tierra y lo está tam ­
bién el mar; las enfermedades tienen su placer en atormentar
noche y día á los mortales».
No citaremos el canto 19 de la Ilia d a , donde Homero expre­
sa la misma idea; ni lo que el mismo Hesiodo nos refiere de
Tifón; ni lo que Platón añade en el Tim aeo; ni las reflexiones
de Cicerón en el Hortensco; ni lo que escribieron otros filósofos
en orden al estado actual del hombre, á su estado primitivo, al
tentador y la tentación con la consiguiente caída y aun á la re­
belión de los ángeles, verdades todas que se enlazan entre sí y
mutuamente se explican; pero que no se encuentran puras sino

(1) Theog,, v. 310 y sig u ien tes. V éase cómo se ex p re sa H o racio en su oda III,
refiriendo el m ism o asu n to :
A u d a x J a p e ti genus
Ig n em f r u d e m a l a gentibus in tu lit.
Post ignem aetheria domo
Subduetum , macies et nova fe b riu m
T erris incubuit cohors-,
Sem otique p riu s tarda necessitas
L e th i corripuit gradum .
(2) Los trabajos y los dias, v. 47 y sig uien tes.
156 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

en nuestros Libros Santos, fieles guardadores de la primitiva his­


toria del mundo.
Al decir de los persas, el primer hombre y la primera mujer
eran puros en un principio y obedientes á Ormuz; pero Ahri-
manio tuvo de ellos envidia y los sedujo, haciéndoles creer en
la mentira, para lo cual se les presentó bajo la forma de ser­
piente. Corrompieron su naturaleza, y esta corrupción pasó á
toda su posteridad. Por eso, escribe Anquetil du Perron (1), que
el pecado no procede de Ormuz, sino de Ahrimanio, esto es, el
ser oculto en el crimen. Lo mismo casi nos cuenta Plutarco (2)
acerca del Tifón de los egipcios, que sin duda es la serpiente
llamada Pitón por los griegos; aunque de los egipcios diremos
algo más adelante. Tradición igualmente conservada entre los
indios al decir del historiador Mauricio (3), que llaman rey de
las serpientes al jefe de los malos demonios. Siendo también
muy conocida entre ellos la serpiente K a ly , que al principio
del mundo causó tantos estragos, que para remediarlos fue ne­
cesaria la encarnación de Vislm u; y á K a ly lo representan con
la mitad del cuerpo de mujer y la otra mitad de serpiente.
En las tradiciones de los chinos aparece como factor del des­
orden en el mundo una inteligencia superior bajo la forma de
serpiente, el dragón T c h i-Y e n (4). La serpiente se nos pre­
senta así mismo en el Japón conspirando contra el Criador, y
cuando los japoneses pintan la creación, lo hacen bajo la figura
de un gran árbol, al cual se enrosca una enorme serpiente (5).
Los escandinavos personifican el principio del mal en una ser­
piente y los escitas antiguos se decían descender de una mujer
serpiente.
¿Qué más? Hasta entre las tribus de América, descubrió el

(1) E xposición del sistema teológico de los persas.


(2) D e ls id e et Oviride, niím , 24.
(3) H isto ria del Ind o stá n , tom o I, cap. X I.
(4) A nales de filo so fía cristiana, tom o X V I.
(5) N oel, Cosmogonía.
E L P A R A Í S O T L A C A ÍD A 157

sabio Humboldt las tradiciones de que venimos hablando,


puesto que asegura ser costumbre de los mejicanos acompañar
i la m adre de nuestra carne, la primera mujer, de una ser­
piente, según se ve en los jeroglíficos de aquellas gentes desde
las edades más remotas. Ellos la llaman Cihua- Cohualt, ó sea
mujer-serpiente. Por último, según refiere la revista A nales
de L iteratura y A rtes (1), habiendo estallado en la parte occi­
dental de Pensilvania una furiosa tempestad, «arrancó una en­
cina enorme, debajo de la cual se descubrió una masa de pie­
dra de unos dieciseis pies cuadrados, en la cual había graba­
das algunas figuras, entre ellas dos de forma humana, repre­
sentando á un hombre y una mujer separados por un árbol, y
la última con frutos en la mano. En el resto de la superficie de
la piedra se ven ciervos, osos y aves. La encina tendría por lo
menos de quinientos á seiscientos años de existencia, por lo
cual estas figuras debieron esculpirse mucho tiempo antes del
descubrimiento de América por Colón» (2).
Es, por consiguiente, tradición constante de la humanidad,
que nuestros primeros padres vivieron en un estado de inocen­
cia y prosperidad, de que difícilmente podemos formar idea sus
hijos; que cayeron de aquel estado por efecto de su desobedien­
cia á los mandamientos de Dios; que fueron inducidos á la cul­
pa por sugestiones de un espíritu malvado, caído á su vez des­
de lo alto del cielo á las profundidades del abismo; que el de­
monio tomó la figura de serpiente y sedujo en primer término
á la mujer; que la desobediencia de ésta fué comer una fruta
prohibida, de la cual hizo participante á su marido. Y como to-

(1) Tomo X , pág. 286.


(2) P u ed e co n su lta rse sobre este p u n to á A ugusto N icolás en sus E studios
filosóficos sobre el cristianism o (t. I). T am b ién p u ed en co n su ltarse las conferencias
22, 24 y 2-5 de la Apología del cristianism o por H etin g e r, donde se ponen m uchos
testimonios de p oetas, h isto ria d o re s filósofos, legisladores, etc., acerca del estado
primitivo del h om b re, el P araíso , la caída y cu an to se refiere al h o m b re salido
ele las m anos de Dios.
158 E G IP T O Y A SIR IA R ESUCITADOS

das estas verdades están de manifiesto en el capítulo III del


Génesis, síguese que la humanidad entera atestigua la verdad
de aquellos tristísimos hechos relatados por Moisés con la cla­
ridad y concisión propias del divino Espíritu que le •inspiraba.
De intento hemos omitido en la anterior enumeración de tra­
diciones primitivas las de Egipto y Asiría, que son el objeto de
este libro; pero ya se comprende que no habían de faltar en la
universal armonía de testigos los de estos antiquísimos pue­
blos, depositarios de las primeras civilizaciones. Y no faltan,
sino al contrario, gracias á los modernos descubrimientos tene­
mos datos abundantes para agregarlos á los que antes quedan
indicados.
La verdad revelada nos enseña que Dios crió al hombre per­
fecto en el cuerpo y en el alma; que aquél estaba libre de dolo­
res, enfermedades y muerte; que en el alma hum ana había cien­
cia por parte del entendimiento y rectitud por parte de la
voluntad; que fué elevado al orden sobrenatural de la gracia,
de cuya conservación pendía la de los demás dones preterna­
turales; y que todo en él estaba tan ordenado, que el cuerpo
con sus sentidos hallábase enteramente sujeto al alma, á quien
servía cual dócil instrumento, hallándose plenamente subordi­
nada la parte irascible y concupiscible á la racional. Además
de esto, Dios le colocó en un paraíso de deleites, descrito en el
capítulo II del Génesis ut operaretur et custodiret illu m , según
la frase de Moisés (1). Toda aquella bienandanza primitiva, ver-

(1) T odas estas v erd a d es h a n sido definidas p o r la Ig lesia, ó c o n tra Pelagio,


que n eg ab a la elevación y caída, y como co n secuencia el pecado original, tan
com batido hoy por el racio n alism o y liberalism o; ó c o n tra los p ro testan tes y
ja n se n ista s, qne h acía n de los d o n es g ratu ito s de Dios o tra s ta n ta s exigencias
de la n a tu ra le z a h u m an a. V éase este bellísim o p asaje de San A gustín, en donde
p in ta la felicidad p rim itiv a con colores ta n vivos como exactos: «V ivía el hom­
b re en el P a ra íso como q uería, m ien tra s ajustó su v o lu n tad á los mandamientos
divinos. V iv ía gozando de Dios, b ueno con su b o n d ad . V ivía sin necesidades y
de él d e p en d ía v iv ir siem p re así. P re se n tá b a se la com ida á su m ano y la bebida
á sus labios p ara a p a g ar el h am b re y la sed, y el árb o l de la vida le preservaba
c o n tra las in ju rias de la vejez. N ing u n a co rru p ció n en su cu erp o afligía con crue-
EL P A R A Í S O Y LA C A ÍD A 159

dadera edad de oro del género humanó, vino á tierra al soplo


m a l é f i c o del tentador que, seduciendo á la mujer y por su me­

dio arrastrando al pecado al primer hombre, les sumió, al igual


de su descendencia, en el piélago inmenso de males de todos
géneros que lloramos aún, hasta que se verifique la restaura­
ción completa que esperamos en el último de los días. Estas
verdades católicas, que son á la vez patrimonio de la hum ani­
dad, las vamos á encontrar en el fondo de los sepulcros egip­
cios y en medio de las ruinas asiáticas, sepultadas hace muchos
siglos, para que en el nuestro salieran á ser testigos de la divina
revelación, tenazmente impugnada por el naturalismo europeo.
El punto de partida de todo cuanto se refiere al pecado del
primer hombre es la existencia de los ángeles y la caída de al­
gunos de estos espíritus, rebeldes á su creador y por Él arroja­
dos del cielo. Ahora bien; la creencia en los ángeles fué común
á los asirios, caldeos y egipcios desde la más remota antigüedad;
vimos ya en el capítulo precedente una tabla de Mox-Talbot,
donde no sólo consta su existencia, sino también su caída, por
haber interrumpido un himno con gran desprecio é im pias
blasfemias. No en sólo aquella, sino que es además frecuentí­
simo hallar mención de los ángeles en los ladrillos cuneiformes.
En uno de éstos se le manda al primer hombre vivir en el te­
mor de Dios y de los ángeles: «É l tem or de D ios no abando-

les angustias su sen sib ilid ad . No te n ía que te m er ni en ferm ed ad es in te rio res ni


heridas al exterior. T en ía salud p erfecta en su carn e y tra n q u ilid a d com pleta en
su espíritu. El frío y el calor e ran desconocidos en el P araíso , cuyo dichoso m o ra­
dor ignoraba las in tem p eries de los deseos y tem ores que a lteran la b u en a v o lu n ­
tad. E x en to de triste za y de vanas alegrías, beb ía su s in ag o tab les delicias en la
fuente e tern a, en Dios m ism o, á q uien am ab a con ard ien te caridad, av iv ad a con
la llama de un corazón puro, de u n a conciencia inocente y de u n a fe sincera. C om ­
placían á D ios, y el Señor les com placía. A pesar de te n e r cuerpo y se n tid o s, no
conocían los m ovim ien to s d eso rd en ad o s de la carne. El orden de la ju sticia p ro ­
ducía en ellos el efecto de ten e r el cuerpo so m etid o al alm a, así como é sta lo e s­
taba á Dios, y de que el cu erp o ejerciera sin o bstáculo sus p ro p ia s funciones.
Por eso se h allab an d esn u d o s y no se averg o n zab an » . D e C ivitate D e i, X IV , 20.
De peccat. m eritis, II, 22.
160 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

tiaras, en el temor de los ángeles tú vivirás». En otro ladri­


llo se nos presenta al dios lia , pronunciando solemnemente la
maldición contra el hombre prevaricador en m edio de ejércitos
de ángeles. En el poema de Izdubar, junto al trono de Dios
están los asientos de los ángeles. Con frecuencia los ángeles
son conocidos como m ensajeros de Dios, siendo por lo mismo
creencia de aquellos pueblos, como del cristiano, que junto
con las divinas alabanzas, tenían por oficio los ángeles ser inter­
mediarios entre la humanidad y la divinidad. Además de esto,
distinguían varias jerarquías y dábanles distintos nombres,
como el de Igege, ángeles del cielo; A m u n n a k i, ángeles de la
tierra; y otros como S e d a , V a d u kku , E k im a c , G alla (1), que
se encuentran con frecuencia en los monumentos asirio-caldeos.
Hay dos tablas, conocidas entre los asiriólogos con el nom­
bre de los siete espiritas m alvados una, y la otra con el de
B a ta lla contra T ih a m a t, en donde se describe la rebelión an­
gélica y la expulsión de cielo que Dios hizo de los rebeldes, con
imágenes grandiosas y dramáticas muy interesantes; aunque el
estado de la escritura deja mucho que desear, por hallarse bo­
rradas muchas líneas y otras en que solamente se leen algunas
palabras, cuyo sentido con dificultad puede adivinarse. He aquí
la primera, según la traducción de Smith, que tanto trabajó
para publicarla (2).

COLUMNA I

1. En los primeros días los malvados dioses,


2. los ángeles que estaban en revolución, que en la
parte inferior del cielo
3. habían sido creados,
4. ellos hicieron sus obras malas
5. tramando en las inicuas cabezas

(1) S m ith, Chaldean Account o f Genesis (R elación caldea del G énesis), pág. 54.
(2) A ssyria n Discoveries (D escu b rim ien to s asirios), pág. 398 y siguientes.
EL P A R A Í S O Y LA CAÍ DA 161

6. dominando hasta el torrente.....


7. Ellos eran siete. El primero era....
8. El segundo era una gran bestia
9. que cada u n o ....
10. El tercero era un leopardo....
11. El cuarto era una serpiente...
12. El quinto era un espantable..... que á .....
13. El sexto era un batallador, que á dios y al rey no se
sujetó.
lé . El séptimo era el mensajero del viento malo que,., hizo
15. estos siete en número, m ensajeros del dios A n a , su
rey,
16. andaban alrededor de ciudad en ciudad;
17. ellos son el viento del sud que corre veloz en el cielo;
18. las nubes volantes del cielo les circundaban;
19. la lluvia dirigida de los cielos, que al día sereno
20. vuelve tenebroso, era su compañía;
21. con el viento dañino, con la tempestad perjudicial da­
han ellos vuelta;
22. la tempestad de Vul ( dios de la atm ósfera) era su poder,
23. á la derecha de Vul ellos vinieron,
24. desde lo alto del cielo como rayo cayeron d plo m o,
25. bajando al abismo de las aguas, vinieron al principio.
26. En los vastos cielos del dios Anu, del rey,
27. ellos plantaron el mal y no tenían quien se les opusiera.
28. En aquel tiempo Belo se enteró de esto hechos y
29. la noticia le llegó al corazón.
30. Con Hea, el noble sabio entre los dioses, tuvo consejo y
31. Sin (L u n a ), Samas (Sol) é Istar (V en u s) en la primera
parte inferior del cielo los destinó á gobernarlo.
32. Con Anu al gobierno de todo el cielo él los puso.
33. A los tres dioses, sus hijos,
34. el estar unidos día y noche y no separarse,
35. Él les prescribió.
162 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

36. En aquellos días los siete espíritus malvados


37. en la parte inferior del cielo comenzando,
38. delante de la luz de Sin vinieron con ímpetu furioso,
39. al noble Samas y Vul el guerrero llevaron á su parte, y
40.. á Istar con el rey Anu sobre una noble silla
41. levantaron y en el gobierno del cielo colocaron.

COLUMNA II

Los once primeros versos de esta columna, ó están del todo


borrados, ó de tal manera mutilados, que no se puede sacar
sentido de las pocas palabras legibles. El duodécimo y siguien­
tes dicen:
12. De día y de noche asustando, en el asiento de su do-
minio no se sentó.
13. Aquellos malvados dioses, los mensajeros de Anu su rey,
14. tram aron en sus inicuas cabezas el ayudarse el uno
al otro y
15. malas conversaciones tuvieron juntos, y
16. desde el medio del cielo, como viento se desplomaron
sobre la tierra.
17. El dios Belo, la turbación del noble Sin
18. en el cielo vió, y
19. Belo dijo á su ministro, el dios Nusku:
20. «Ministro Nusku, lleva esta noticia al Océano, y
21. la noticia de mi hijo Sin, que se halla en el ciclo gra-
vemente conturbado,
22. repítesela al dios Hea en el Océano»
23. Nusku partió á la orden de su señor y
24. se dirigió y se fué á Hea en el Océano.
25. Al príncipe, al noble Sabio, al Señor, al dios infalible,
26. Nusku el mensaje de su Señor repitió sin demora.
27. Hea en el Océano oyó aquel mensaje, y
28. se mordió los labios, y su boca fué llena de sabiduría.
E L P A R A Í S O Y LA CA Í D A 163

29. Iiea llamó á su hijo, el dios Merodach, y le dijo estas


palabras:
30. «Vete, hijo mío Merodach,
31. preséntate al esplendente Sin, que se halla en el cielo
Gravemente
o
turbado:
32. arroja del cielo su turbación.
33. Los siete en número, malvados dioses, espíritus de
muerte, no teniendo ningún temor,
34. siete en número, malvados dioses, los cuales como un
diluvio
35. bajaron y se esparcieron sobre la tierra,
36. sobre la tierra, como tempestad, ellos bajaron.
3 7. Delante de la luz de Sin con ímpetu furioso ellos vinieron.
38. Al noble Samas y á Vul el guerrero arrastraron á su
partido, y .....
Aquí se interrumpe la tabla; de manera que falta el resto de
la relación, el cual debía contener la continuación del diálogo
de Iiea y el resultado de la misión encomendada á Merodach.
Estos Siete m alvados sin duda son los demonios malignos,
siempre prontos y dispuestos á hacer daño en todas partes y en
todos tiempos, en la ciudad como en el campo, á los hombres
como á las bestias, á los grandes y á los pequeños, á los seño­
res como á los siervos; potencias nefastas contra las que no co­
nocían los caldeos otro medio de librarse que las conjuraciones
y encantaciones mágicas, de que conservamos varias muestras.
Pondremos aquí algunas, tomadas de Schrader y de Delitzsch
y traducidas por Brunengo (1).
1. Siete son ellos, siete son ellos;
2. En el profundo del abismo de las aguas,siete son ellos;
3. destructores del cielo, siete son ellos,
4. En el profundo del abismo de las aguas, arqueado co­
mo bóveda, ellos crecieron.

(1) Obra citada, pág. 91.


164 EGIPTO Y ASIR IA RESUCITADOS

5. No son machos, no son hembras;


6. Ellos son transparentes, son extensibles,
7. Mujer no tienen ellos, ellos no engendran hijos,
8. Respeto y beneficencia ellos no conocen,
9. Ruegos y súplicas ellos no escuchan,
10. sisu, así sobre la m ontaña ellos crecieron.
11. Enemigos de Dios ellos son,
12. Portadores del trono de los dioses ellos son.
13. Destruyendo el camino principal, se abajan sobre la vía.
n . Malvados son ellos, malvados son ellos;
15. Siete son ellos, siete son ellos, siete, siete son ellos.
16. 0 espíritu del cielo conjúralos, ó espíritu de la tierra
conjúralos.
Vaya otra conjuración no menos curiosa que nos proporciona
una tabla distinta de la anterior:
Los siete, en la tierra ellos habitan
Los siete, de la tierra ellos germinaron
Los siete, en la tierra ellos nacieron
Los siete, en la tierra ellos crecieron.
La tabla de la batalla contra T ih a m a i pertenece asimismo
al tema general de la guerra tratada en el cielo entre Merodach,
Belo y otros dioses contra los siete malvados espíritus, cuyo
jefe era el d ragón, ó mejor, puesto que lleva nombre femenino,
la dragona T ih a m a t, con lo cual se ve que aquellos espíritus
no carecían de cabeza, según pudiera sospecharse leyendo las
anteriores tablas, que hemos traducido.Pondrem os aquí los
fragmentos mejor conservados, pues hay muchos cuya lectura
é inteligencia se hacen imposibles por las lagunas de letras,
nombres, frases y versos enteros, en que abundan.

ANVERSO

1 ......... Él preparó...
2 ......... á su derecha él distribuyó
EL P A R A Í S O Y L A CA Í D A 165

3 y su mano arrojó el carcax,


4. el relámpago él mandó delante de sí,
5 ..........furor llenó su cuerpo.
6. Él hizo la espada para imponer silencio á los dragones
del mar,
7. á los siete vientos mandó no salir de su fiereza.
8. Al Sud, al Norte, al Este y al Oeste,
9. Él hizo á su mano tener la espada delante el bosque-
cilio de su padre el dios Anu.
10. Él hizo el viento pernicioso, el viento hostil, la tem­
pestad, la tormenta,
11. los cuatro vientos, los siete vientos, el viento de.....el
viento irregular.
12. Él desencadenó los vientos que había creado, siete en
número;
13. el dragón del mar extendido fuera le seguía,
14. Él llevaba el rayo, su grande arma
15. en un carro.....sin igual, él lo iba guiando
16. él la cogió y aseguró su mano con cuatro grillos,
1 7........indómito, gritando...... él
1 8........con su aguijón portador de muerte
1 9 ..........disipando de paso el conocimiento.
2 0 ....... Destrucción y combate.

REVERSO

Faltan por entero las ocho líneas primeras; en la novena


continúa:
9 dijo á su m ujer......
10. .....interrumpir á Dios.....
1 1 .......tú serás libertada y
1 2 .......tú mal tú vencerás,
13. el tributo á tu maternidad les será impuesto por tus
armas,
166 EGIPTO T A SIR IA R E S U C IT A D O S

14. yo te asistiré, y ellos vendrán á ser tus despojos.


15. Tihamat al oir esto
16. de repente se adhirió y mudó su resolución.
17. Tihamat gritó y se levantó prontamente
18. fuerte y severa, ella sé ciñó de sos defensas
19. ella tomó un cinturón y puso.....
20. y los dioses alistaron las primeras armas para la guerra.
21. Tihamat atacó al príncipe justo délos dioses, Merodach,
22. ellos desplegaron sus banderas en el conflicto parecido
á batalla.
23. Belo del mismo modo esgrimió la propia espada y la
hirió.
24. El viento pernicioso viniendo deprisa la hirió en la
cara.
25. Tihamat abrió su boca para engullirlo; pero
26. el viento pernicioso hizo entrar él, antes que ella pu­
diera cerrar sus labios;
27. la fuerza del viento llenó el estómago de ella, y
28. el corazón de ella tembló y sü rostro quedó descompuesto
29. . violentamente le oprimió el estómago
30. aquello la quebrantó su interior y la venció el corazón.
31. Él la hizo prisionera y puso término á sus obras.
32. Los aliados de ella estaban alrededor atónitos,
33. cuando Tihamat su jefe fué atada.
34. Las tropas de ella él deshizo y su ejército fué des-
baratado,
35. y los dioses sus aliados, que estaban á su lado,
36. temblaron, se asustaron y se desbandaron,
37. del expirar de la vida de ella ellos huyeron,
38. de la guerra que les rodeaba huían sin fuerza,
39. á ellos y á sus arm as él rompió
40. como una espada arrojada á la tierra, sentándose en
las tinieblas
4:1. conociendo su cautiverio, llenos de duelo,
EL P A R A Í S O Y LA C AÍ DA

42. habiendo venido á menos su robustez, encerrados en


el cepo,
43. y en un momento la fortaleza de sus obras fué opri­
mida de terror.
44. Estos últimos versos hasta el 47 están tan mutilados,
que no hacen ningún sentido.
Copiados los textos, procede que digamos algo acerca de
ellos á guisa de comentario; y comenzaremos confesando la
obscuridad de los mismos en todos esos relatos fantásticos y
míticos, envueltos en una fraseología de difícil inteligencia,
mucho más para nosotros, que nos hallamos á tanta distancia
de las costumbres y creencias asirio-caldeas. Añádase lo impo­
sible de la lectura en muchas partes y acaso también la falta
de exactitud en la traducción por parte de los asiriólogos, y se
verá mejor la dificultad de sacar consecuencias precisas y
exactas, así como de com parar con seguridad completa lo que
en ellas se dice con lo que sabemos por la divina revela­
ción.
Hechas estas salvedades, para que nadie nos moteje de op­
timistas, conviene prescindir de las circunstancias particulares
y de las formas más ó menos antropomorfíticas que prevalecen
en esas relaciones, para conocer á fondo su sentido. Desde
luego puede afirmarse, como ya hemos indicado, que los asi-
rio-caldeos creían en la existencia de los ángeles; y que todos
los espíritus fueron buenos al salir de manos del creador, en
la parte inferior del cielo, teniendo por oficio ser m ensajeros
del dios A n a su rey; omnes sunt, dice San Pablo, ministra-
lorii spiritus, in m inisterium missi (1). Después se rebelaron
y adquirieron la malicia que antes no tenían; rebelión que lle­
gó al corazón de B elo. La rebelión consistió en no querer
sujetarse d su dios y rey, en la cual se indica aquella célebre
frase puesta en boca de Satán por el profeta; esto es, In cce-

(1) H ebr., I, 14.


168 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

lum conscendam .....sim ilis ero A ltissim o (1). Consecuencia


déla rebeldía angélicafué el convertirse en espíritus de muerte
los que antes eran espíritus de vida; recibiendo formas espan­
tables como de gran bestia, de leopardo, de serpiente, figu­
ras usadas por los profetas y que indican bien á las claras la
transformación horrible de aquellas bellísimas criaturas.
E llos plantaron el m al en los vastos cielos del dios Anu;
lo cual significa que antes de su rebeldía no fué el mal cono­
cido, sino que todo era bueno. Pero no se satisfizo su malig­
nidad con el daño que hicieron en el cielo superior, sino que
perturbaron además la naturaleza inferior, asaltando al Dios
Sin (la luna) el m ás benéfico y reverenciado de los astros en­
tre los caldeos, llenando la atmósfera de tempestades y revo­
lucionando el m ar y la tierra; y su maléfica influencia llegó
hasta arrastrar al noble S a m a s (el sol) d su p a rtid o . Des­
pués veremos cómo - inocularon tam bién en el hom bre su ve­
neno. Al principio no había quien se les opusiera; pero bien
pronto Belo y Iiea tom aron el consejo de enviar contra ellos
al dios Merodach. Aquí observa Smith que en el panteón de
Babilonia sobresalen entre la turba multa de dioses menores
los tres mayores, que vienen á formar una especie de triada;
Anu, Dios del cielo y padre de los dioses; Bel, dios de la tie
rra y gran demiurgo; con Hea, dios del Océano y del mundo
subterráneo, espíritu infalible; en cuyos atributos se ve como
una som bra del adorable misterio de la Santísim a Trinidad.
Merodach, dios inferior, es representado en los monumentos y
en las inscripciones como el gran guerrero; y en la tabla de
los siete espíritus m alvados desempeña un papel harto pare­
cido, para dejar de notarlo, al del Arcángel San Miguel de
nuestra Biblia, encargado por Dios de arrojar del cielo á Sa­
tanás y sus ángeles; siendo de advertir la sem ejanza entre
aquella frase del verso 21> de la prim era columna: desde lo
alto del cielo cayeron como un ra y o , con aquella otra del
(1) Isaite, X IV , 13-14.
EL PA R A Í S O Y LA CAÍ DA 169

divino Maestro á sus discípulos: oidebam S a ta n a m sicut fid -


gur de ccelo cadentem (1).
Aunque en la primera tabla aparecen los siete espíritus sin
su capitán, designándose, acaso, en el número siete uno inde­
terminado, como sucede entre los hebreos; en la segunda de
la batalla contra Tihamat, ya les vemos guiados por el dragón
y no los siete, sino otros muchos cuyo número no se determi­
na; pero se supone ser grande al hablar de ejércitos. Esta
diosa Tihamat es la misma T ia m ti ú Omoroca de la cosmo­
gonía caldea, diosa del caos que presidía los monstruos, y que
aquí aparece vencida y aprisionada con todos sus cómplices y
servidores. «Esta escena bíblica, dice Smith, hablando de la
batalla del x\rcángel San Miguel contra el dragón y sus ángeles,
tiene vivísimos rasgos de semejanza con la de los fragmentos
cuneiformes; el dragón Tihamat, que combate contra los dio­
ses y es vencido en el cielo en batalla campal, corresponde en
todos los puntos esenciales al dragón vencido por Miguel (2).
Tenemos, pues, el prim er acto del drama, ó mejor, de la
tragedia paradisiaca; acto que tuvo lugar en el cielo; ahora
veremos los actos siguientes, en los que no están menos con­
formes las tradiciones orientales con la verdad revelada, que
en la lucha de los ángeles buenos contra los malos después de
la caída de estos últimos.
Dícenos el Génesis que «Dios había plantado desde el prin­
cipio un paraíso de deleite, en el que puso al hom bre que
había formado». Después describe aquel lugar delicioso regado
por una fuente de la que nacen cuatro ríos, cuyos nombres
eran Eufratres, Tigris, Gehón y Fisón. Allí había colocado dos
árboles; el de la ciencia y el de la vida; los frutos del primero
fueron prohibidos al hombre; los del segundo debían servirle
para preservarse de las enfermedades y de la muerte. La ser-

(1) L u c .,X , 18.


(2) Chaldean Account, etc., pág. 100.
170 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

píente, envidiosa de la fortuna hum ana, tentó á la m ujer á que


comiesen la fruta prohibida; la mujer comió y dió de comer á
su marido; con lo cual, consum ada la iniquidad en la tierra,
desapareció la felicidad primitiva. Dios maldijo á la serpiente,
castigó al hombre y á la m ujer, maldijo la tierra y arrojó del
Paraíso á los prevaricadores, poniendo á la entrada un ángel
con espada de fuego, para que impidiera la vuelta de los hom­
bres al Edén. Tal es en compendio el relato bíblico.
Ahora bien; esta relación se halla confirmada en todas sus
partes por las tradiciones del Egipto y de la Asiría, como por
todas las tradiciones de los pueblos, cuya edad de oro, según
confesión del mismo Voltaire, es el prim er eslabón en la cade­
na de su historia. «Los servidores ó secuaces de Horo, escribe
Chabas, componía el ejército de Horo que combatía por Set,
para reivindicar los derechos de Osiris (véase á Rouge, Me­
m oria sobre las seis prim era s din a stía s, pág. 12, nota; á
Naville, M ito de H o ro , págs. 13, 14 y 17). El canon real de
Turín les coloca en los tiempos mitológicos, y M. Goodwin los
asimila á los Manes de Manetón. Los egipcios consideraban
como su edad de oro el tiempo de los secuaces de Horo. Léese,
por ejemplo, al final de una inscripción hallada en la isla de
Tombos, en Nubia, en la que se ensalza la gloria de Totmes I:
Esto es lo que se había visto en tiempo de los dioses, cuando
los seguidores de Horo; él (el rey) dió el soplo vital á todo el
que le seguía, sus abundantes favores á quien prepara su ca­
mino» (1).
Enrique Rawlinson cree haber descubierto el sitio del Paraí­
so en la antigua provincia babilónica llamada Gan-Duniyas,
ó sea fortaleza de Dios D aniyas, nom bre bastante parecido á
G an-E dén, ó jardín de Edén del Génesis. Otros leen y pro­
nuncian K a rd u n ia s al sur de Babilonia. La ciudad de Eridu
parece que ocupaba el sitio del antiguo Edén, según la creencia

(1) E tilden su r V antiquité historique, introducción, pág. 7.


EL P A R A Í S O Y LA CAÍ DA 171

de los caldeos, manifestada en varios himnos escritos en acca-


diano y en asirio conservados en la biblioteca real de Nínive.
He aquí uno:
1. En Eridu ha crecido un pino negro, en un lugar puro
fué formado;
2. su (fruto) es de cristal brillante, vuelto de cara al
Océano.
3. El.....de Hea y su pasto, en Eridu abundancia fecun­
da de su plenitud; .
4. su sitio es el lugar (central) de la tierra;
5. su raíz el lecho de la diosa Babi.
6. El (alimento) santo de la morada, cuya som bra es
espesa
7. como la de un bosque, nadie ha entrado allí
.8. (en la mansión) de la gran diosa que h a engendrado á
Anu (1).
El verso tercero de este himno lo traduce Sayce de este
modo (2): «Su raíz es de un cristal brillante que se sumerge
en el abismo de las aguas», lo cual no varía gran cosa el sen­
tido general del cántico, pero prueba lo que decíamos en uno
de los capítulos preliminares; lo mismo que el nombre de la
diosa B a b i, leído por otros B agas. Eridu es el actual A bu-
Scharein do los árabes, y Rawlinson cree que debe fijarse el
sitio del Paraíso en el lugar llamado hoy D hib. No entraremos
en esta cuestión tan debatida entre los intérpretes sagrados
acerca del sitio del Edén. El alem án Federico Delitzsch piensa
igualmente que el Paraíso del Génesis debe colocarse en la
Caldea, en vista de los datos tomados de las escrituras cunei­
formes, publicando al efecto un libro titulado: TVo lag das
Paradies? (¿Dónde estaba el paraíso?)
No parecen muy fundadas las razones de los asiriólogos ci-

(1) F. L en o rm a n t, L es orígenes ele l'histoire, tom o II, 1882, pág. 104.


(2; Sm ith's chaldean Account o f Genesis, pág. 87.
172 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

tados para colocar el Paraíso en tierra caldea; así que diremos


con Lenorm ant (1): «E d én en los textos accadianos y sumeria-
nos, sera en las versiones asirías y en los documentos unilin-
gües de este último idioma, se emplea algunas veces para de­
signar la llanura por oposición á la m ontaña, k u r en accadia-
no y sadú en asirio. Pero nunca es el fondo del valle de dos
ríos, abundantem ente regado y por lo mismo eminentemente
fértil y susceptible de un a vegetación lujuriante. Es al contra­
rio, la meseta elevada, mal regada en algunos trayectos, abso­
lutam ente estéril, y cuando no lo es tanto, más propio para la
existencia pastoril, que para la agricultura; como la que se
encuentra al oeste del Eufratres y que está contigua al gran
desierto de la Arabia, M a d b a r; la que se extiende al oriente
del Tigris hasta las m ontañas de la Susiana; aquélla, en fin, que
forma la cuenca de los dos ríos á los 33 grados de latitud
norte.....El edin-zeru de los textos cuneiformes de las lenguas
habladas en Caldea, es, pues, en realidad lo contrario á las
condiciones en que la tradición debía representar á Dios «plan­
tando su jardín». A pesar de una asonancia que seduce al
principio, me parece imposible asimilarle al «Edén» bíblico».
Así habla Lenormant, á nuestro juicio, con mucha razón; pe­
ro, repetimos, no es ésta ocasión propicia para ventilar las
cuestiones relativas al sitio del Paraíso; y á nosotros nos basta
hacer constar la tradición de los asirios acerca de la existencia
real del jardín plantado por Dios al principio, para colocar en él
al hombre que había formado.
No es menos clara la tradición egipcia respecto al Paraíso.
Desde los tiempos antiguos de aquel imperio era conocida la
tierra de P unt, comarca misteriosa y divina, de donde proce­
dían las principales divinidades egipcias como H o ro , H athor,
Iside y B es, sin excluir al padre de todos los dioses, el célebre
A m m o n , llamado H a g -P u n t, regente de Punt. Asimismo los

(1) L es orígenes de l'histoire, pág. 533 y sig u ien tes.


EL PARAÍSO Y LA CAÍ DA

hombres de aquel país no eran conocidos por los egipcios como


simples mortales, sino que les apellidaban desconocidos, como
si fueran superiores á los demás y participaran de la divinidad,
lo mismo que la tierra en que vivían, considerada cual país
divino. Esta comarca, que se creía comúnmente situada en la
Arabia Feliz, hoy se la Goloca, después de los descubrimientos
geográficos de Karnak, en el continente africano, hacia aquella
parte que se extiende desde el estrecho de Bab-el-Mandeb has­
ta el cabo de Guardafuí. A ella iban los egipcios en busca de
objetos preciosos, como incienso y aromas, varias clases de
maderas, pájaros raros y otros de que carecían; siendo célebres
las expediciones de H a n n u , oficial del íaraón S a n x k a r a , de la
dinastía XI, que hizo grabar la relación de su viaje sobre los
peñascos de A m m a m a t; y la enviada por la reina Hatshepses-
M a ka ra , de la dinastía XVIII, hija de Thotm es I y hermana
de Thotm es I I y I I I , á quien los monumentos egipcios repre­
sentan en forma de rey y con barba, sin duda por lo varonil de
su corazón. D am ichen ha publicado los datos relativos á esta
expedición á P a n t, esculpidos en relieve sobre la roca de De-
hir-el-B aliar í.
Ya üiodoro de Sicilia, en el libro V de su H istoria U niversal,
nos habla de una isla divina colocada enfrente de la Arabia
Feliz,' concordando cuanto él dice de los productos de esta isla
con las relaciones de los monumentos egipcios que tratan del
país P ant.
En el Museo egipciaco de San Petersburgo encontró Golenis-
cheff un papiro en que se describe una isla semejante, y cuyo
morador se llama príncipe del país de P ant. El papiro perte­
nece al tiempo de la dinastía XII, y en él se refieren las aven­
turas de un egipcio que viajando por el mar naufragó y fué
arrojado por las olas á cierta isla desconocida. Había allí higos
en abundancia, muchas uvas, magníficas plantas de A a g t, fru­
tos de % au y de N e g u , sandías de todas clases, peces y pája­
ros, sin que faltara ninguna cosa. Cierto día, cuando estaba en­
174 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

cendiendo fuego para sacrificar á los dioses, oyó un ruido fuer­


te que hizo temblar los árboles y la tierra. Luego le salió al
encuentro una serpiente barbuda, de 30 codos de largo, que le
preguntó cómo había arribado allí y quién le había conducido.
Refirió el náufrago lo que le pasara y la serpiente le respondió:
«Dios te ha juntado conmigo en esta isla encantada, ó literal­
mente, en esta isla del espirita (aapen en k a j , donde nada
falta, donde todo viene de Dios. Después de cuatro meses, una
nave vendrá de tu patria y en ella te volverás. Yo estoy en esta
‘ isla con mis hermanos y mis hijos, que formamos una familia
de 79 serpientes». El náufrago se prosternó ante su interlocu­
tor y le hizo grandes promesas de alabar, cual se merecía, su
bondad delante de Faraón, de hacerle admirar su grandeza y
de enviarle dones, como casia é incienso. Sonrió la serpiente y
dijo: «tú no eres rico en perfumes A nti, tú no tienes más que
el incienso simple. Pero yo, que soy el príncipe de Punt, yo sí
que tengo perfumes A n ti» . En esto llegó la nave que debía vol­
ver á su patria al náufrago. La serpiente le auguró un viaje fe­
liz y le regaló los siguientes dones: perfumes A n ti, H eken, Ju-
clen, casia, madera de M e re rit, mucho incienso simple, made­
ra de T hias y de S a a s , colas de animales M a m a y otros
regalos de cosas preciosas.
Acerca de esta novela, cuento, ó como quiera se llame, ob­
servaremos con Cara (1) «en primer lugar la antigüedad del
manuscrito, que Golenischeff opina ser de la dinastía XIII, pero
según Maspero (2) debe ser de la dinastía XII. Ahora bien; la
tierra de P u n t, como la Totener, eran conocidas mucho antes
de la expedición de S a n x k a r a al fin de la IV dinastía; lo cual
quiere decir que en los comienzos de la monarquía egipcia se
conservaba la memoria de un país lejano llamado tierra divi­
na y tierra de P unt, donde todo eran delicias, un verdadero

(1) G li Hilcsos ó re p astori di E g itto , cap. V ili, pag. 163.


(2) L es contes populaires de l'E g y p te ancienne, pâg. 139; 1882, P a ris.
EL PARAÍSO Y LA CAÍ DA 175

Paraíso terrestre, semejante á aquél de que nos habla la Biblia;


así, con Golesnicheff, no veo dificultad en admitir, que tanto el
sitio ó posición de To-neter y de Pant\ cuanto la descripción
que aquí se hace de las bellezas y delicias de aquellos países y
de la isla d iv in a , convienen con la posición tradicional y las
maravillosas delicias del Edén. Si la serpiente de la novela vive
en la isla d iv in a , todavía ella se llama principe ó rey de
Pant. De esta suerte la isla divina ó P araíso de P unt for­
maba parte del mismo país, como el jardín plantado por Dios
en el Edén era parte de aquella comarca».
En efecto: la creencia de los egipcios de que el Paraíso y la
morada de los dioses fuera una isla, se halla confirmada por
la antiquísima inscripción de una pirámide recientemente des­
cubierta entre los arenales de Saqquarah y traducida por
Brugsch. Dice así: «Allí hay una isla en medio de los campos
del reposo (sexet-hotep), en la cual viven los dioses augustos.
Estos, que son astros inmóviles, concedieron al rey N. N. el
árbol de la vida, del cual ellos viven, para que él viva también
del m ism o».
Hasta aquí el sabio egiptólogo italiano; con el cual estamos
enteramente conformes, fuera de lo que indica acerca del sitio
verdadero del Paraíso, que, á nuestro juicio, no puede ser ni la
Arabia ni la Etiopía africana. Bepetimos, no obstante, que no
queremos tratar esta cuestión, inconducente á nuestro propósito.
Están, pues, conformes las tradiciones egipcias, así como las
asirio-caldeas, con la Escritura Santa en lo relativo á la forma­
ción de un amenísimo jardín, que sirviera de morada al hom ­
bre inocente. También lo están en que en aquel jardín había
colocado Dios dos árboles, el de la vid a y el de la ciencia.
Respecto al primero acabamos de verlo, por lo que se refiere
al Egipto, en la inscripción de la pirámide de Saqquarah. «En­
tre los egipcios, escribe Ancessi (1), el árbol de la vida apenas

(1) A tlas geográfico y arqueológico, 1876, lám ina 1.a


176 EGIPTO Y ASIRIA RE S U C I T A D OS .

se encuentra más que en los monumentos funerarios. Las rela­


ciones de la tradición habían enseñado, sin duda, que el árbol
de la vida no crecía ya en la tierra ni producía sus frutos sino
en un mundo mejor. En aquella vieja civilización, que había
conservado tantos recuerdos de las primeras edades, nunca se
halla este árbol misterioso separado del agua de la vida, y nues­
tros grabados muestran á la diosa Nut¡ ó mejor la personifica­
ción de las regiones celestes, derramando el agua de la inmor­
talidad desde las ramas divinas. Las almas, bajo la forma
simbólica de pájaros con cabeza humana, vienen á abrevarse
al manantial de la regeneración. Ellas abren sus manos para
llevar á los labios la bebida celestial».
Los textos cuneiformes publicados hasta la fecha, dice Vi-
gouroux, no nos hablan expresamente del árbol de la vida del
Edén; por más que Boscawen trae una inscripción accadiana,
donde se hace mención del Señor del árbol de la vida (N in -
gi Si-da). Sin embargo, no es posible dejar de reconocer aquel
árbol en la planta sagrada, que con tanta frecuencia reprodu­
cen los monumentos asirio-caldeos en bajos relieves, pinturas
y cilindros. «Frecuentemente se encuentra, observa con razón
Schrader (1), en los monumentos asirios un árbol sagrado que,
según su apariencia, no puede ser otro que el ciprés; á cada lado
se halla un sacerdote, que tiene en la mano una piña y rinde
homenaje al árbol. Del hecho resulta que este árbol es de ma­
dera incorruptible, el ciprés que'simboliza la vida, la vida im­
perecedera, eterna. Demuestra esta significación la presencia de
los sacerdotes puestos en adoración al lado del árbol, y sobre
todo la circunstancia siguiente. Sobre los féretros de Warka,
conservados en el Museo Británico, se ve una representación
única, el árbol de la vida; ella significa necesariamente la vida
eterna, la inmortalidad. Acaso, es verdad, estos féretros son de

(1) S e m itim u s u n d B ábylonism us.


EL PA R A Í S O Y LA CAÍ DA 177

época reciente, del tiempo de los Seleucidas; pero, aunque así


sea, puede asegurarse que entonces se limitaban á reproducir
símbolos muy antiguos, que se habían transmitido de generación
en generación».
Este árbol misterioso ha tomado en los monumentos una
forma convencional y hierática, que no permite clasificación
botánica cierta; si no es el ciprés, es la asclepias a cid a , la
misma que el Som a sagrado de los arios; y aunque no siempre
se le representa del mismo modo, le pintan de mediana altura
y en forma piramidal ó cónica. Su base lleva un ramillete de
largas hojas, sus ramas son numerosas y terminan de un modo

EL ÁRBOL DE LA VIDA EN LOS MONUMENTOS CALDEOS

parecido al pino, formando cono. Acompañado siempre de va­


rios personajes, unas veces son sacerdotes, otras reyes, genios
alados con cabeza de águila, puestos para su custodia ó para
hacerle los honores, lo cual prueba la grande importancia en
que se le tenía. (Véase el anterior grabado.)
12
178 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

No es infrecuente ver sobre la parte superior del árbol la


imagen de la divinidad, el disco alado unas veces con y otras
sin el busto humano; también se le encuentra rodeado de las
siete estrellas de la Osa mayor, del sol y de la luna.
Aunque no se ha descubierto ningún texto hasta hoy que
nos revele la significación de un árbol tan reverenciado, no se
puede menos de reconocer en él al mencionado en el Génesis y
en todas las tradiciones primitivas de los pueblos, como obser­
va con razón Schrader. Los indios le llaman K alpavrikscha,
K a lp a d ru m a y también K a lp a ta n , árbol de los deseos ó de
los períodos; los iranios, que le hacen nacer en la misma
fuente A rdm -Q ura; los mendaitas, que le llaman Setaruan y
que heredaron de los babilonios muchas tradiciones religiosas,
dan testimonio de lo que decimos (1).
A RTÍCU LO II

La caída.

Tan vivos como los recuerdos del árbol de la vida son entre
los pueblos los del árbol de la ciencia del bien y del mal,
origen de nuestra ruina, con la que se halla íntimamente unido.
En la colección de monumentos publicada por Félix Lajard (2)
se encuentra un antiguo cilindro babilónico, reproducido tam­
bién por Smith, que representa un árbol con las ramas exten­
didas horizontalmente; de él penden dos gruesas frutas, delante
de las cuales hay un hombre y una mujer frente á frente sen­
tados. El hombre tiene dos cuernos en la frente, la mujer no
tiene semejante adorno, pero su vestido está más compuesto y
detrás de ella se ve una serpiente. Imposible parece ver este
cilindro ó su representación, sin que se piense en la tentación
de nuestros primeros padres. No obstante Joaquín Menant nie­
ga que esto tenga relación alguna con la escena del Paraíso,
fundándose en lo siguiente. (Véase el grabado de la pág. 179).

(1) Véase á L e n o rm a n t en un E nsayo sobre un comentario de Beroso, pág, 136.


(2) Recherches sur le cuite de M ith ra .
EL PARAÍSO Y LA CAÍ DA 179

Trata de las tablas del E n u m a élis, parte de las cuales deja-

mos ya transcritas en el capítulo anterior, y refiriéndose á algu­


nos fragmentos en muy mal estado de conservación, que Smith
ha publicado, comentándolas y fijándose principalmente en una
palabra que el asiriólogo inglés vierte serpiente, rechaza esta
180 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

versión y el argumento aducido por Smith, fundándose precisa­


mente en el cilindro que acabamos de mencionar y dice: «Por
otra parte M. G. Smith apoya su interpretación en documentos
de otra naturaleza, que nosotros mismos hemos examinado.
Citaba, por ejemplo, una piedra grabada del Museo Británico,
sobre la que se veían, según él, Adán y Eva en presencia del
árbol fatal, y cediendo á la inspiración de la serpiente que,
oculta detrás de Eva, la sugería tentaciones pérfidas. La presen­
tación de semejante documento era á propósito para producir
impresión; ya parecía aceptado como prueba suficiente en los
libros elementales, y hubiera pasado bien pronto como verdad
incontestada, si no se hubiera hecho ver todo lo que tenía de
errónea. Yo he examinado este monumento y nada hay más
frágil que la prueba que de él se pretende deducir; nada más
extraño al texto en cuya corroboración se alega, que la escena
grabada sobre este cilindro, que representa á dos hombres sen­
tados delante de un árbol, en la actitud ordinaria de adoración,
y colocados simétricamente, como se les ve otras veces delante
del altar, para cumplir un rito aún no explicado de la historia
religiosa de Asiría ó de Caldea. En cuanto á la serpiente que
figura detrás de una ú otra de las figuras sentadas, se la encuen­
tra sobre los documentos más diversos con un sentido místico
que nos es imposible precisar; pero que en todo caso no se la
puede asimilar á la serpiente tentadora» (1).
Hasta aquí el asiriólogo francés, cuyos escrúpulos de sabio
son ciertamente inexcusables. Porque prescindiendo ahora de
la traducción de E num a elis hecha por Smith, llenando las la­
gunas que se observan en el texto y en lo cual pudo estar más
ó menos acertado, es imposible no reconocer en el cilindro de
Lajard la serpiente tentadora. Por de pronto, la tal serpiente no
está, como dice Menant, detrás de una ú otra de las figuras
sentadas, ni éstas son dos hom bres, según él escribe, sino un

(1) B iblieteque dupalciis de N ínive, 1880, pág. 127 y 28.


EL PA R A Í S O Y LA CAÍ DA 181

hombre y una mujer y detrás de ésta la serpiente; siendo raro


que no pueda precisar la significación del mito del reptil, cuan­
do nada hay más preciso que el significado de la serpiente en la
teología de los pueblos.
• Es un hecho público é innegable en la historia de la hum a­
nidad, que todas las naciones, antiguas y modernas, bárbaras,
civilizadas y salvajes, han tributado culto á la serpiente, y 110
un culto cualquiera, sino un culto que pudiéramos llamar pri­
vilegiado. Hemos visto ya lo que dicen los escritos cuneiformes
respecto al dragón y la serpiente y lo que creían los egipcios
acerca de la isla d ivin a guardada por la serpiente; veamos
ahora algunos otros testimonios.
En Babilonia continuaba en todo su apogeo el culto de la
serpiente en los tiempos de Daniel, habiéndole costado al pro­
feta ser arrojado á la cueva de los leones la muerte dada al
reptil (1).
Sobre el magnífico templo donde se adoraba al dragón había
una estatua de Bhea que lo coronaba; estaba hecha de oro ma­
cizo y pesaba 100 talentos. Sentada sobre 1111 carro de oro,
servíanla de escabel dos leones y con cada uno de ellos dos
enormes serpientes de plata, que cada cual pesaba 30 talentos.
Estas monstruosas figuras anunciaban desde lo alto del templo
el objeto de la adoración babilónica, la serpiente viva, de carne
y hueso, que moraba en el santuario (2).
«Los fenicios y los egipcios, escribe Porfirio (3), divinizaron

(1) E t erat draco m agnus in loco illo, et colebant eum babilonii.... Tulitqne
Daniel picem , et adipem, et pilos, et coxit pariter, fecitq u e massas, etdedit in os
draconis, et diruptus est draco, cap. X IV .
(2) D iodoro de Sicilia. E is t., lib ro X I, cap. IX .
(3) «Taautus quidem draconis, serpentium que naturae divinitatem aliquam
tribuebat-, quam ejus opinionem Phoenices e tJE g ip tii postea com probarunt.....atque
illud aniynal Phoenices B o n u m Doemonem , jE g ip tii vero Cneplium sim iliter n u n cu ­
parunt-, eidem cap u t accipitris, ob praecipuam quandam h vju s volucris agendi vim,
addiderunt. Quia etia m Epuis ille, qui sum mus ab eis sacrorum interpres et scriba
nominatur.....sic ad verbum allegorice rem istam exposuit: unus om nium m axim e
182 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

al dragón y la serpiente, los primeros le llaman Agathodemon,


demonio bueno, y los segundos le llaman %neph. Pónenle ca­
beza de gavilán á causa de la energía de esta ave. Más aún,
Epeis, el más sabio de sus hierofantes, dice textualmente lo que
sigue: La primera y principal divinidad es la serpiente con ca­
beza de gavilán. Llena de gracia cuando abre los ojos, ilumina
toda la extensión de la tierra; pero si los cierra, al momento
aparecen las tinieblas».
Lo que ocurría en Egipto sucedía igualmente en Persia. El
mismo historiador lo refiere con estas palabras (1): «Zoroastro
el mago, en el santo ritual de los persas, se expresa en los si­
guientes términos: El dios con cabeza de gavilán es el principio
de todas las cosas, inmortal, eterno, sin principio, indivisible,
sin igual, regla de todo bien, incorruptible, el mejor de los bue­
nos, el más prudente de los prudentes. Padre de las leyes, de
la equidad y de la justicia, nadie le enseñó, universal, perfecto,
sabio, solo inventor de las cosas físicas».
El oráculo más célebre del mundo occidental antiguo era el
de Delfos, en donde se veneraba la serpiente Pyton, que da­
ba sus respuestas por medio de la sacerdotisa apellidada pitoni­
sa, del nombre del dragón. Lo mismo que en Oriente era un
monstruo sin ejemplar en la naturaleza orgánica de los reptiles,
serpiente desconocida, gran Pyton, terror de los pueblos, la lla­
ma Ovidio (2); serpiente que aun cuando se decía muerta por
Apolo, continuaba respondiendo á las consultas, según testifica

divinus erat serpens ille, qui accipitris fo r m a m p ra e se fe r e b a t, idem que aspectu


ju cu n d issim u s; quipe enim, ubi oculos aperuisset, continuo prim igeniae suae regionis
loca omnia luce complebat; sin autem conniveret, illico tenebrae succedebants. Ex
S an ch o n iat, apud E u seb iu m , Proepa. evang., lib ro I, cap. u ltim o .
(1) <iAt vero Zoroaster m agus in sacro persicorum ritu u m com mentario, haec to­
tidem verbis habet: D eus autem est accipitris capite, P rinceps omnium, expers in­
te ritu s, sem piternus, sine ortu, sine p a rtib u s, m axim e dissim ilis, onmis boni mode­
rator, integerrim us, legum, aequitatis ac ju s titia e parens, se ta n tu m praeceptore
doctus, n a tu ra lis,p erfectu s, sapiens, et sacrae vis physicae unus in vento r.» lbid.
(2) M et amorph., libro I, V, 438.
EL P A R A Í S O Y LA CAÍ DA 183

el mismo poeta. Lo propio sucedía en Roma desde su origen,


según el testimonio de Eliano (1). Como en otras partes donde
se daba culto á la serpiente, eran allí jóvenes doncellas las sa­
cerdotisas, quienes entraban en el antro con los ojos vendados
para llevar la comida al reptil, pero eran conducidas por un
espíritu divino. Si la serpiente no comía, era señal de que la
doncella había dejado de serlo, y sin apelación la condenaban
á muerte.
Más grave es aún el hecho referido por Valerio Máximo (2)
y confirmado por Lactancio (3). Corría el año 401 de la funda­
ción de Roma, y la ciudad estaba aterrada por los estragos que
hacía tres años causaba en ella la peste. Se consultaron los li­
bros sibilinos, y en vista de lo que en ellos leyeron, determinó
la ciudad enviar un mensaje al Epidauro en busca de Escula­
pio, para conducirle á la señora de las siete colinas. Marchó,
pues, una galera con su diputación, presidida por Quinto Ogul-
nio. Cuando los diputados manifestaron el objeto de su visita,
salió del templo una gran serpiente, paseóse por los sitios más
públicos y frecuentados con mucha calma y dulzura, siendo la
admiración del pueblo. Bien pronto, continúa Valerio, aceleró
su marcha y se fué derecha á la galera, ocupando en ella el
mismo camarote de Ogulnio, y arrollándose sobre sí misma, se
durmió profundamente. Luego que, remontando el Tíber, llega­
ron á Roma, salió la serpiente de la galera, se arrojó al río y
se fué derecha al templo que la tenían preparado en la isla del
mismo, donde hoy se encuentra la iglesia de San Bartolomé,
desapareciendo la peste en el acto.

(1) «.In L a vin ia , opjndo latinorum , quae quidem velati Romae avia nom ina r
poseet.....Prope L a vin iu m ig itu r est lucus m agnus et opacus. I n luco autem la tib u ­
lum, ubi draco.....L ib ro X I, cap. X V I. Lo misrno escribe P ropercio en este verso
de la E legia in C ynthia:
L a n u v iu m annosi vetus est tutela oraconis.
H ic ubi Tartareae non p e rit hora inorae.
(2) D e M ira cu lis, lib ro I, cap. V JII.
(3) D e divinis In stitu tio n ib u s, libro II, cap. 17.
184 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

¿Qué más? Estaba tan extendido en Roma el culto de la ser­


piente, que no solamente se daba en los templos, sino en los
palacios y casas particulares y en los gabinetes reservados de
las damas; no siendo por consiguiente extraño que la madre de
Augusto, como antes de ella la madre de Alejandro, se gloriara
de haber concebido á su hijo por obra de Apolo, bajo la forma
de serpiente (1).
Lo referido por historiadores está confirmado por los descu­
brimientos modernos. «El símbolo Cnophis, escribe Champo-
llión, ó el alma del mundo, se presenta bajo la forma de una
serpiente con piernas humanas; y este reptil, emblema del buen
genio, el verdadero Agathodemon, es con frecuencia barbudo.
Al lado de esta serpiente los monumentos egipcios llevan la
siguiente inscripción: D ios g ra n d e , D ios S u p rem o , D ios de
la religión superior» (2). «En. las orgías solemnes hechas en
honor de Baco, dice Clemente de Alejandría (3), los sacerdotes,
que parecen agitados por un estro furioso, se rasgan las carnes,
y coronados de serpientes llaman á E v a con grandes gritos,
á Eva, que fué la primera en abrir la puerta al error. Ahora bien;
el objeto particular de los cultos báquicos es una serpiente con­
sagrada por ritos secretos. Si ahora queréis saber la verdadera
significación de la palabra E va , encontraréis, que pronunciada
con fuerte aspiración h e v a , significa serpiente h e m b ra ».
Con las antiguas están enteramente de acuerdo, en la adora-

(1) «A ttia m , cum ad solemne A pollinis sacrum m edia nocte ven iret, posita in
templo lectisa, dum caelerae m atronae do rm iren t, obdorm isse, draconem repente
irrepsisse ad eam, pauloque post egressum: illam expergefactam , quasi á concubitu
m a riti purificasse se\ et sta tim in corpore ejus extetisse m aculam velut depicti draco­
nis, nec potuisse unquam exig i, adeo u t m o x publicis balneis perpetuo abstinuerit:
A u g u stu m na tu m mense decimo, et ob hoc A pollinis filiu m existim a tu m , i Suetonio,
in A u g u s, cap. 94. E n el re v erso de las m ed allas de A ugusto se ve á Apolo con la
in sc rip c ió n Caesar divi filiu s.
Sería no concluir si h u b ié ra m o s de citar todos los testim o n io s re la tiv o s al caso;
por eso nos conten tam o s con alg u n o s pocos.
(2) P anlh. egypt, tex to 3 y tam b ién lib ro II, pág. 4.
(3) Cohortatio ad gentes, cap. III.
EL PARAÍSO Y LA CAÍ DA 185

ción de la serpiente, las naciones modernas no cristianas y tam­


bién varias sectas salidas del seno de la Iglesia, como los oiitas
entre los antiguos y los masones entre las modernos (1). Todo
el mundo sabe que el gran dragón es adorado en China y Co-
chinchina, como divinidad suprema. «La ornamentación más
frecuente en el palacio imperial de Pekín, es el dragón con ga­
rras de buitre, boca abierta y ojos feroces que parecen salírsele
de las órbitas. Este es el emblema inseparable del hijo del cielo,
y se le ve en su sello, en sus tazas, en su vajilla, en sus mue­
bles y en todas partes» (2). Ni se crea que es un puro adorno
exterior, porque lleva todos los caracteres del culto religioso.
En 1865 enfermó gravemente el emperador de China, y para
obtener su curación, la emperatriz madre acudió, durante nueve
días, por m añana y tarde, y esto á pie, al templo del dragón.
«No ha mucho los habitantes de Ting-hcie se quejaban de la
sequía, y para obtener el beneficio de la lluvia decidieron que
el dragón saliera por las calles. En el día determinado vimos
desarrollarse por la calle principal de Ting-hae las roscas del
monstruo, llevado por cincuenta ó sesenta personas, alrededor
de las cuales se agrupaba toda la ciudad» (3).
La serpiente, que desempeñó un papel tan importante en la
India antigua, no ha perdido aún su predominio en la moder­
na. «Vese un templo muy famoso, dice Dubois, superior de las
misiones extranjeras, que residió en aquel país 28 años, al
Oeste de M ctisur, dedicado á la serpiente, en un lugar llamado
Soubra-M anniah. Este es el nombre de la gran serpiente tan
famosa en las fábulas de la India. Todos los años, por el mes
de Diciembre, se celebra una fiesta solemne en aquel templo,
acudiendo de lejos innumerables devotos á ofrecer á las ser­
pientes sacrificios y dones en aquel lugar privilegiado. Una mul-

(1) San E pifan io , h e re jía 37, Massonerie pratique, tom o II, 1886.
(2) A nales de la propagación de la fe , núm . 223, 1867.
(3) Anales de filo so fía cristiana, tom o 26, pág. 355.
186 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

titud de estos reptiles han establecido su dominio en lo interior


del templo, bien cuidados y alimentados por los brachmanes.
La protección especial de que gozan les ha permitido multi­
plicarse hasta el punto de verlos salir de todos los puntos co­
marcanos. Muchos devotos les llevan alimentos, y el desgracia­
do que se permitiera dar muerte á algunos de estos dioses que
se arrastran, había hecho un negocio malísimo» (1).
En Africa el culto de la serpiente está extendido por todos
los pueblos, según testimonio unánime de viajeros y misioneros.
Véase lo que uno de éstos escribía en 28 de Abril de 1861, re­
firiéndose á Dahomey: «El pueblo de este país parece entregado
al más abominable fetichismo. El culto de las serpientes vivas
se halla en boga en muchos puntos de la costa; pero en parte
alguna se ve tan regularizado como en Whydah (ciu d a d de
2 0 .0 0 0 alm as). Dentro de un recinto bien dispuesto alimén-
tanse un centenar de gruesas serpientes, que salen á paseo por
las calles, cuando las parece bien. Entonces todos los que las
encuentran se postran, tocando su frente con el polvo, hasta
que la abominable bestia haya pasado, y entre tanto algún fer­
viente adorador la toma con respeto y la conduce á su mora­
da» (2). Los gallas, que ocupan la parte opuesta al Dahomey,
adoran igualmente la serpiente y, cuando ocurre un temblor de
tierra, van presurosos á ofrecer dones á la caverna donde habita
el dios, á quien atribuyen poder sobre la naturaleza.
El mismo Livingstone, con ser la relación de sus viajes más
científica que otra cosa, da testimonio de lo que decimos.
Véase este pasaje que tomamos de su último viaje: «Hay, dice,
en las islas del lago Victoria, según cuentan algunos árabes
muy convencidos de la verdad del hecho, una serpiente dotada
de la facultad de hablar, y es la que engañó á nuestra madre
Eva. En Oujiji (3) matar una serpiente es considerado como un

(1) M œ urs et in stitu tio n s cles peuples de l’In d e , torao II, cap. 12.
(2) A nn a les, etc., M arzo de 1861,
(53) Sobre el lago T anganika.
El i P A R A Í S O Y LA C AÍ DA 18?

crimen, aun cuando se introduzca en la casa y dé en ella m uer­


te á un cabrito» (1).
América no podía estar exenta del culto serpentino, y no lo
estuvo ni lo está hoy. El Dios principal de la capital de Mocte­
zuma sentábase sobre una enorme piedra cúbica, de cuyos cuatro
ángulos salía una monstruosa serpiente y tenía aquel dios cubierta
la cara con un disfraz, del que pendía otra serpiente. Entre los
antiguos mejicanos era conocida la primera mujer como com­
pañera de la serpiente, y eso significa el nombre de c i k u a c o -
h u a t l , á la cual ofrecían espinas mojadas en sangre de los sa­

cerdotes y de los nobles, y también víctimas humanas (2). Ho­


rror causa leer los ritos con que los baaducc de los Estados
Unidos de América celebran el culto de la serpiente; ritos muy
parecidos á los de los antiguos misterios de Baco y otros dioses
de la ciega gentilidad. Esta misma secta, más inmoral aún que
la de los mormones, sacrifica al inmundo reptil víctimas huma­
nas, que suelen ser doncellas de pocos años. Así en Haití fue­
ron condenados por el jurado á la última pena, en 6 de Febrero
de 1864, unos cuantos sectarios, por haber dado muerte á una
joven y haber bebido su sangre caliente aún y comido sus carnes.
Por último, también, en Oceanía se practica ese horrible
culto. El dios principal de las islas Viti es una culebra enorme
que apellidan N dengei. «Entre las mujeres australianas, dice
un misionero (3), no es tanto el bien parecer como la idea re­
ligiosa lo que las induce á mutilarse. De chiquititas las atan los
dedos meñiques de la mano derecha con telas de araña. Al cabo
de algunos días la gangrena hace necesaria la amputación de la
primera falange, que dedica al dios serpiente» (4).
Hecha esta ligerísima digresión histórica acerca del culto

(1) D ern ier jo u r n n l du docteur D a vid L ivingstone, pág. 305; P arís, 1876.
(2) V éase á T o rq u em a d a, M onarquía in d ia n a , tom o II, l.°-6.
(3) A nales de la propagación de la fe , núm ero 98.
(á) P u ed e co n su ltarse sobre el culto de la serp ien te á B osm an, D u cultu des
dieux fetiches; á B oudin, cuite du serpent; y á G aum e, Tratado del E sp íritu S a n to ,
tomo I.
188 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

de la serpiente en los pueblos antiguos y modernos, notemos


que un hecho universal y constante en la historia humana,
requiere una causa universal que sea, por decirlo así, inse­
parable de la misma humanidad. Pues bien; nada puede ex­
plicarnos este abominable y repugnante culto, si no admiti­
mos la verdad histórica de la serpiente del Paraíso; mientras
que, supuesta aquella verdad, todo se explica perfectamen­
te. Compréndese el culto al sol, á la luna, á los astros; ex­
plícase el culto al Nilo entre los egipcios y al Ganges entre los
indios, así como otros cultos particulares que radicaban en la
idea de los beneficios recibidos por los supuestos dioses, ó en
la hermosura y brillantez de las estrellas. Pero el cuitó de la
serpiente, con esa universalidad que acabamos de ver, 110 tiene
explicación racional en la naturaleza del asqueroso reptil, que
no culto, sino aborrecimiento inspira y desvío y repulsión; y si
se pretendiera explicarlo por los males que puede producir y
como preservativo contra ellos, diremos que: cuando mucho,
pudiera el miedo á la culebra dar razón de su culto en algún
pueblo, pero de ningún modo en todos; porque ni en todas
partes abundan, ni en todas partes son venenosas, ni es tan
difícil librarse de sus mordeduras.
Al contrario sucede dando por supuesta la tentación de
nuestra prim era madre, cuyos vestigios hemos visto al exami­
n ar el culto del dragón. La reminiscencia de aquel hecho, más
ó menos adulterado en los varios pueblos, unida á las astu­
cias de aquella misma antigua serpiente, qui vocatur diabo-
las et satan , es suficientísima para dar razón del culto y de su
universalidad. Bien y con gran conocimiento de causa escribió
San Agustín: « G audent enim dcemones hanc sibipotesiatem
dari, ut a d incantationem hom inum serpentes m ooeant, ut
quolibet modo fa lla n t quos possunt. H oc autem perm itan-
tur a d p rim i fa c li m em oriam com m endandam , quod sit eis
quoedam cum hoc genere fa m ilia r Has d (1).
(1) D e Gr&nsi ad litter., lib ro X I.
EL PA HA Í S O Y LA CAÍ DA 189

Si el racionalismo no fuera lo contrario de lo que parece y


usara rectamente de la razón, admitiría sin titubear el hecho
de la seducción de la prim era mujer por una serpiente, aun­
que sólo fuera en hipótesis, para darse cuenta de aquel otro
hecho histórico innegable, el culto universal del reptil; ya que
todos los sabios están conformes en admitir las hipótesis,
cuando con ellas se explica un hecho satisfactoriamente, y sin
ellas no se explica de ninguna manera. En el caso presente,
no obstante, sucede todo lo contrario, y lejos de admitir la
única explicación racional y satisfactoria, la relegan á los mi­
tos, como si un mito pudiera ser origen de ninguna realidad.
Por todo ello nos parece inconcebible la repugnancia de Me-
nant á dar al cilindro babilónico de que antes hablábamos, el
verdadero y único significado que se le puede atribuir, esto es,
la tentación del Paraíso, tan admirablemente expresada en la
piedra con los grabados del hombre y la mujer, los frutos pen­
dientes de las ram as inferiores del árbol, y la serpiente detrás
de la mujer, en actitud de sugerirla algún pensamiento.
Cesnola encontró en el sepulcro de Idalion, en Chipre, un
vaso de origen fenicio, donde tam bién parece que se trata de
la tentación de la serpiente, aunque no con tanta claridad
como en el cilindro de Babilonia. En este vaso, que pertenece
hoy al Museo Metropolitano de Nueva York, y que, según los
inteligentes, data del siglo VII ó VI, antes de J. C., está gra­
bado un árbol frondoso, de cuyas ram as inferiores penden dos
racimos de frutas, hacia las cuales se abalanza una enorme
serpiente para cogerlas. Faltan, es verdad, figuras hum anas;
pero no deja de ser expresivo el conjunto y de arrojar alguna
luz sobre las primitivas tradiciones (1).
No pasarem os adelante sin notar algunas de las infinitas
contradicciones en que incurre el Sr. Castelar, al tratar del
estado del prim er hombre y de la prim era mujer (2). En la
(1) F r. Lenorm ant* H istoire ancienne de l'O riente, tom o I, pág. 37.
(2) Galeria histórica de m ujeres célebres.
190 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

página 53 del prólogo, escribe: «Las revelaciones traídas por


las ciencias contem poráneas acerca del hombre primitivo y de
las edades prehistóricas, mucho cambian la historia de nues­
tra especie, m ostrándonos cuán misérrimo fuera su origen, y
cuán tardo y lento su desarrollo gradual. Mientras todas las
teogonias convienen á una en paraísos y edenes, dispuestos
como albergues de una felicidad completa y sin mancha, el
pecado los desvaneció de tai m anera sobre la tierra y sus va­
rias zonas, que solamente se encuentran huellas de tristísi­
mos estados hum anos, confinantes casi con la vida material
de los animales, y ejemplos de una especie sum ida en las en­
trañas del planeta é identificada con la naturaleza casi en una
confusión espantosa». Aquí, entendiendo muy m allo que dicen
los descubrimientos geológicos y paleontológicos hechos en
Europa, se trata de poner contradicción entre lo que enseña
la fe y lo que demuestra la ciencia moderna. A la página 55
continúa el mismo Castelar: «La leyenda religiosa quiere que
la cuna del hombre haya estado en las tierras extendidas en­
tre las riberas del Eufratres y Tigris; m ientras la ciencia, en
sus hipótesis más ó menos autorizadas por la observación,
coloca este lugar en la zona tórrida..... Lo averiguado es que
ora la debilidad prim era del hom bre proviniere de un pecado,
como quiere la religión, p a r a cohonestar el m al hum ano con
la d ivina bond a d , ora proviniere de una naturaleza contin­
gente, como quieren la mayor parte de los sistemas filosófi­
cos, el comienzo de la hum anidad está circuido por males sin
cuento, y la vida primera, tal como nos la revela el estudio geo­
lógico aplicado á la historia, resulta por todo extremo bár­
bara y penosísima.»
En este texto se niega el pecado original, se llama leyenda
al paraíso y se blasfema que la religión inventó el pecado para
defender á Dios. Pero en el tomo II, página 18, «la tradición de
un edén primitivo resulta universal», porque «realmente la tra­
dición edénica se halla lo mismo en las teogonias de las razas
EL PARAÍSO T LA CAÍ DA 191

arias, que en las teologías de las razas semíticas. Todas ellas


atribuyen á la inocencia del hombre una edad completa de paz
en el universo», (pág. 17). «Indudablemente personifica Eva la
mujer primitiva, la mujer salvaje. Pero ¿qué debemos creer?
¿Está delante de nosotros una progresión hacia las alturas ó
una retrogradación hacia los abismos?» El autor ya no sabe si
subimos ó bajamos, y sabe menos en la página 35, donde dice:
«Eva representa, pues, la primera mujer. Nosotros no podemos
detenernos á considerar si esta primera mujer es una persona
histórica ó es una personificación del comienzo de nuestra es­
pecie y del principio de nuestra vida». De manera que el señor
Castelar aún no sabe si existió uu mujer llamada Eva, que sig­
nifica m adre de los vivientes. Y después de negar el Paraíso,
el pecado, la felicidad primitiva, los males que vinieron sobre
nuestra, especie como secuela de la primera prevaricación, y
aunde dudar si habría una Eva, confiesa todo eso en la pág. 103
por estas palabras: «Pero cuanto sabemos de la primera mujer
y del primer hombre se contiene por completo en lo sumario
y brevísimo que la Biblia narra», y como la Biblia narra todo
lo que hemos indicado acerca de la primera mujer, y eso lo
sabe el Sr. Castelar, resulta por fin que lo otro era un decir
por decir.
Pretende disculpar su proceder el señor profesor de historia
con lo que escribieron los comentaristas cristianos acerca de este
particular, y remite al lector, para que se entere de los testimo­
nios, al diccionario de Bayle: ¡buen testigo! Si cupiera en este
libro, haríamos un análisis de lo que dice el incrédulo francés
y admite el crédulo español, para que se viera qué tal anda y á
cómo se cotiza en el mercado racionalista la buena fe.
A la tentación siguió la caída. Miserabilísimo tránsito de un
estado de incomparable felicidad á otro de inenarrable desdicha,
que nosotros, por no haber experimentado el primero, estamos
muy lejos de entender; contentos con nuestras miserias, como
el infeliz esclavo que jamás gustó las dulzuras de la libertad.
192 E GI P T O T ASIRIA RESUCITADOS

La caída de los primeros hombres arrastró consigo todos sus


descendientes, sobre quienes recayeron las maldiciones de Dios
lanzadas en el Paraíso contra los primeros prevaricadores, que
al instante fueron arrojados de aquella deliciosa mansión, guar­
dada por un ángel con espada de fuego.
líállanse entre los escritos cuneiformes publicados por
Smith dos tablas relativas á estos primitivos hechos históricos
del género humano, apellidadas: una, tabla de los deberes del
hombre; y la otra, tabla de las m aldiciones contra el hombre.
Escrita la primera por ambas caras, pone en el anverso los de­
beres del hombre y en el reverso los deberes de la mujer; pero
está en muy mal estado de conservación y, sobre todo, los de­
beres del hombre se leen con mucha dificultad. Por eso, en
vez de copiarla, extractaremos lo principal, siguiendo la tra­
ducción del citado Smith. Aparece en ella el monoteísmo en
toda su pureza, lo cual demuestra su antigüedad y la prioridad
del culto monoteísta sobre el politeísta entre los asirio-caldeos,
según hemos observado antes. Los preceptos en ella contenidos
parecen haber emanado del mismo Dios, para instruir con ellos
al primer hombre y á sus descendientes. Que en el reverso se
habla de la mujer, dedúcese de la línea 10, donde se prescribe
que sea fie l al señor de su bellesa, hermosa paráfrasis del
marido. Del contexto del ladrillo se desprende que estos precep­
tos fueron dados al hombre caído y no al inocente; pues en él
se hace mención de en ferm e d a d , de aflicción y de enemigo,
ideas incompatibles con el primer estado. Por otra parte, sien­
do este ladrillo muy anterior al Pentateuco, pudiera considerar­
se como el primer código de moral escrito después del pecado,
ó al menos como el eco de la divina revelación y de la ley na­
tural escrita, cuyo conocimiento ha llegado hasta nosotros.
La tabla de las maldiciones semeja un capítulo del Deutero-
nomio, donde Moisés escribió las bendiciones y maldiciones
que caerían sobre los observantes ó infractores de la ley divina
contenida en aquel libro sagrado. Vamos á copiarla, porque aun
EL PARAÍSO Y LA C AÍ DA 19o

cuando no se halla completa, está bastante bien conservada,


para poder deducir su sentido y sus analogías con las maldicio­
nes lanzadas por Dios en el Paraíso sobre la primera pareja
humana.
1 ...........
2 ...........la estrella.......
3. coja él la cola y la cabeza......
4. porque el dragón T iham at tuvo.......
5. su castigo poseyendo los planetas.....
6. cerca de las mismas estrellas del cielo descansan ellos...
7. á manera de rebaños tiemblan todos los dioses;
8. él ató á T ih a m a t, él cerró su cárcel y lo separó.
9. Después el pueblo de edad remota
* 1
10. lo removió, no lo destruyó... por siempre,
11. al lugar que él crió, que él fortificó.
12. Señor de la tierra fué llamado su nombre, el padre
Elu
13. en medio de ejércitos de ángeles pronunció la maldi­
ción de él.
14. El Dios Hea salió, y sus entrañas se llenaron de ira,
15. porque el hombre, hechura suya,había corrompido
su pureza.
16. Él junto conmigo, aun el mismo Hea lo castigó,
17. la serie de mi descendencia él la removió toda entera, y
18. destruyó él toda mi semilla.
19. En el lenguaje de cincuenta grandes dioses,
20. por sus cincuenta nombres llamó y volvióla espalda
con coraje contra él.
21. Sea él vencido y de repente cortado.
22. La sabiduría y la ciencia le sean enemigas yle hagan
daño.
23. Haya también enemistad entre el padre y el hijo y ha­
gan saqueo.
24. Al rey, dominador y gobernador, cerraron sus oídos.
13
194 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

25. Irritaron también ellos al señor de los dioses, Me-


rodach.
26. Su tierra produzca, pero no para él;
27. su deseo será frustrado, su querer no correspondido;
28. al abrir su boca (en la oración) ningún dios se dará
por entendido;
29. sus espaldas serán rotas y no habrá quien las cure,
30. en su apurada angustia ningún dios lo acogerá,
31. su corazón se derramará y su espíritu será angustiado;
32. al pecado y á la iniquidad volverá su cara.....
33. ..... frente.....
3 4 ...........
Tal es la tabla de las maldiciones del hombre caído, según
la traducción de Smith (1), por más que el asiriólogo alemán
Delitzsch (2) asegura que no es de fiar la traducción del inglés.
Ya se comprende que no somos nosotros los llamados á juz­
gar en este litigio; pero cumplimos con nuestro deber dando
cuenta de la diversidad de pareceres entre los sabios, sin ocul­
tar lo que pudiera de algún modo hacer menos aceptables
nuestros raciocinios. A pesar de la obscuridad grande del texto
asirio, aun en aquellos pasajes en que no está rota la tabla ó
borrados los caracteres, obscuridad en el sentido, que ya habrá
advertido el lector, y con la salvedad de no ser la traducción
enteramente admisible, según el parecer del citado asiriólogo
tudesco, se hallan en ella preciosas indicaciones respecto á los
primeros días de la humanidad y las consecuencias funestísi­
mas del pecado de origen.
Vuélvese á hablar allí de T ih a m a t con el nombre de dragón,
lo mismo que una de las tablas citadas antes; del castigo y cár­
cel á que fué condenado por el vencedor y del desaliento de
los secuaces del dragón en vista de la derrota de su jefe; cosas
todas que sabíamos por la tabla de la batalla contra
(1) Chaldean Account.
(2) E n el libro citado a n te s .
EL P A R A Í S O Y LA C AÍ DA 195

Tiham at. Esta insistencia y repetición, antes de dar cuenta de


las maldiciones recaídas sobre el hombre, parece indicar con
bastante precisión la causa tentadora y la ocasión de la caída
debida á la misma serpiente, que en el cielo arrastró á los án­
geles á la rebelión y en la tierra hizo caer á los hombres en el
pecado.
De él no se halla en la tabla caldea una relación circuns­
tanciada, como en el capítulo 111 del Génesis; pero la pre­
suponen las maldiciones pronunciadas contra el pecador,
con otras frases harto explícitas que en ella se leen. Tal es el
enfado de Hea, porque su hom bre—ya dijimos que atribuían á
Hea la creación hum ana— había corrom pido su pureza , lo
cual supone el estado de inocencia en que salió de manos del
Dios. La maldición sale de la boca del gran Dios E lu , es decir,
lia, en medio de los ángeles y de cincuenta grandes dioses;
como si dijéramos, rodeado de toda su corte; solemnidad que
anuncia la grandeza de la culpa y lo riguroso del castigo que
debía alcanzar, no solamente al primer hombre, sino á toda su
descendencia, según se lee en los versos 17 y 18; pues no son
otras la descendencia y la sem illa allí mencionadas. La des­
trucción, por consiguiente, de que nos habla el ladrillo caldeo,
destrucción que debía extenderse á toda la descendencia del
hombre, es la destrucción por la muerte, á que se vió conde­
nada la raza de Adán, si comía de la fruta defendida, in qua-
cumque die com ederis e x eo morte morieris. Es notable aque­
lla frase que tiene tan pronunciado sabor bíblico, le volvió la
espalda; lo cual no solamente indica la privación de la divina
amistad, sino además el despojo de todos los dones preterna­
turales con que graciosamente adornara Dios la obra predilecta
de sus manos.
Las maldiciones, que en forma de infausta letanía acabamos
de ver en la escritura asiría, guardan mucha semejanza con las
que se leen en el Génesis, á cuya relación se refieren sin género
de duda. Una de ellas nos recuerda la maléfica ciencia adquirida
196 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

por el pecado, ciencia y sabiduría enem igas y perjudiciales.


á las que alude Dios cuando dice por boca de Moisés: Ecce
A d a m quasi unus e x nobis fa c tu s est, s c i e n s b o n u m e t
malum (1). El deseo desordenado de saber lo que ignorar le
convenía, arrastró al hombre á la iniquidad, y en castigo la
ciencia se le volvió enemiga. De aquí el sapientísimo consejo
del Apóstol: N o n plus sapere quam oportet sapere, sed su­
p e re acl sobrietatem (2). Sobriedad cuyo olvido ha hecho que
la humanidad entera se halle en la más espantosa ignorancia;
debiendo tener una ciencia incomparable, como la que recibió
en la creación. E nem ista d entre p a d r e é hijo es otra maldi­
ción de I lu , con lo que se indica el desorden en la familia, y
los odios domésticos, tan fatales dentro del hogar; quizá es tam­
bién una alusión al fratricidio de Caín, del que debían conser­
var memoria fresca las generaciones inmediatas al diluvio uni­
versal.
Más clara es la maldición donde se le dice al hombre de Hea
que la tierra p r o d u c ir á , pero no p a r a él, frase equivalente á
las del Génesis, cuando hablando Dios con Adán le decía: «Mal­
dita la tierra en tu trabajo; con dolores comerás de ella.....ger­
minará para tí espinas y abrojos.....con el sudor de tu rostro
comerás el pan» (3). Igual maldición se lee en el Deuterono-
mio contra los infractores de la ley: «Plantarás viña y no la
vendimiarás.....maldito el fruto de tu tierra.......los frutos de tu
tierra y todos tus trabajos comerá el pueblo que no conoces» (4).
Por último, se pinta la degradación y decadencia, los padeci­
mientos de cuerpo y espíritu que llovieron sobre el infeliz pe­
cador, con aquellas frases gráficas de la ro tu ra de las espal­
d a s, sin que h a y a quien las cu re, del derram e del corazón,
de la angustia del espíritu y más aún del d a r la cara al pe-

(1) G énesis, 111-22.


(2) Rom., X II-3.
(3) 111-17.
(4) X X V III-18-30-33.
EL PARAÍSO Y LA CA Í D A 197

cado y á la in iq u id a d , con lo que se pone de manifiesto la


concupiscencia, hija primogénita del pecado, que de él viene y
á él conduce; por lo que el Apóstol la llama alguna vez á ella
misma pecado.
De manera que hay completa conformidad entre la doctrina
asirio-caldea y la bíblica en lo que se refiere á la gran catástrofe
paradisiaca. Una y otra nos presentan al hombre saliendo puro
de las manos de Dios, lleno de inocencia, santidad y privile­
gios. Una y otra describen la caída por impulso y tentación de
la serpiente, á quien, en mala hora, dió oídos la mujer. Una y
otra atribuyen á esta primera la culpa, los males sin cuento que
pesan como losa de plomo sobre la mísera humanidad. Así
vemos que la doctrina del pecado original, tan combatida por
el racionalismo y liberalismo modernos, se encontraba muy
viva en los orígenes de la civilización oriental, aunque mezcla­
da con mitos y fábulas, que si bien la desfiguran en parte, no
tanto empero que no pueda ser fácilmente reconocida, por más
que no llegue ni con mucho á la limpidez y transparencia con
que se la encuentra en nuestros Libros Santos, y sobre todo
en el Génesis, que ahora examinamos.
Fáltanos, para concluir este capítulo, decir dos palabras sobre
el querubín puesto por Dios á la entrada del Paraíso y la es­
pada de fuego con que defendía la aproximación al árbol de la
vida (1). Este hecho tiene en los monumentos asirios no pocas
ni pequeñas pruebas, pues con frecuencia se encuentran entre
ellos seres sobrehumanos con el nombre de K iru b i unas ve­
ces, y otras con el de A la p i, teniendo el oficio de custodios y
guardianes, principalmente en las puertas de los palacios reales.
Estos custodios son: ya toros alados con cabeza humana, ya
leones también alados y con la misma cabeza, que apellidaban
N irgal y representaban la fuerza de que son figura aquellos
brutos, junto con la ligereza indicada en las alas y la perspica-
(1) E jecitque A dam , et collocavit ante paradisum voluptatis Cherubim e tj la -
meum gladium atque versatilem, ad custodiendam viam ligni vitae. G én.,HT-2].
198 EGIPTO Y ASI RIA RESUCITADOS

cia manifestada por la cabeza de hombre. Hay que adver­


tir que aquellas colosales figuras no eran un simple adorno,
como los leones colocados á la puerta del palacio del Congreso
en Madrid. Los asirios atribuían á tales representaciones,
sin ejemplar en la naturaleza, una virtud divina y supersticiosa,
según consta de las inscripciones, la virtud de proteger y defen­
der la casa y sus moradores contra los peligros y enemigos de
todas clases.
La gran inscripción del palacio de Senacherib en Naviyuno
termina así: «E l toro protector, el custodio de m i v id a , per­
petúe en este recinto la fo rtu n a y la fe lic id a d , hasta que
sus p u e rta s se d errum ben» (J). En un prisma del palacio de
Assarhaddon en Calach se lee lo siguiente: «E n este palacio el
toro suprem o, el león suprem o, los g u a rd ia n es de mi digni­
d a d real, que protegen m i honor, brillen con esplendor
eterno hasta que sus p ies sean separados de estos pórti­
cos» (2). En un bajo relieve procedente de Coyundjik, que re.
presenta la erección de una de estas estatuas bajo la dirección
personal del rey Senacherib, se hallan designados aquellos co­
losos, que arrastran los operarios del m onarca asirio, por dos
ideogramas precedidos del signo divino; estos dos ideogramas
están explicados en un silabario de los muchos que contiene la
Biblioteca Real de Nínive y responden á las palabras alapu toro
y sidu, ídolo; con lo cual queda demostrado que eran conside­
rados como algo divino (3).
En vista de todo lo que antecede, no puede dudarse que los
asirios conservaban alguna memoria del querubín puesto por
Dios á la entrada del Paraíso, y á ejemplo de aquél colocaban
á la puerta de los palacios y templos las estatuas de que veni­
mos hablando, para que los custodiaran, como el querubín
guardaba la entrada del Edén. Mas, como las ideas se habían
(1) M e n a n t , A n n a les des rois d'A ssy rie, pág. 232.
(2) E l m ism o, pág. 217.
(3) OrPERT, E xp éd itio n en Mesopotamie, tom o II, pág. 93.
EL PA R A Í S O Y LA CAÍ DA 199

transformado con el transcurso del tiempo y con el politeísmo,


que embrutece y materializa al hombre, no acertaban á repre­
sentar el querubín sino bajo las formas de los animales que
pasan como más robustos y de mayor fuerza; tales son el toro
y el león, que con sus alas y cabeza humana dan bastante idea
de lo que querían con ellos significar.
Añádase, que también la espada de fuego se halla entre los
monumentos asirios, y es el atributo de B in , ó R a m m a n , como
escriben otros asiriólogos, dios del rayo, de la atmósfera y de
la tempestad. En un cilindro del Museo Británico descrito por
Rawlinson (1) se pinta á este Dios de pie sobre un becerro con
la mano izquierda sobre la cintura, la derecha con una espe­
cie de tridente, cuyas puntas van en zis-zas como los relámpa­
gos, y es la espada de fuego, cuya memoria se conservaba en­
tre los asirio-caldeos. (Véase el grabado de la pág. 200). En la
tabla, que ya copiamos, de la batalla contra T ih a m a t, vimos la
espada rotante manejada por Belo delante del jardín de su padre
el Dios A tiu, espada que se movía al Sur, al Norte, al Este y al
Oeste, que nos recuerda el gla d iu m versatilem manejado por el
querubín ante p a ra d isu m voluptatis.
Todavía parece más expresivo á Lenormant un fragmento
de ditirambo guerrero, que forma parte de un antiquísimo Ve­
da caldeo, como él dice, ó sea un libro sagrado de himnos y
fórmulas mágicas, escrito en accadiano y traducido al asirio. En
este ditirambo un dios, cuyo nombre no se conserva, celebra
sus propias victorias y ensalza sobre todo el poder maravilloso
de sus armas. Entre ellas, observa Lenormant, «la principal,
en la que más se complace y que describe con singular lujo de
imágenes, es sin duda alguna, como se patentiza en las imáge­
nes mismas, un disco apuntalado por dentro en siete rayos
concéntricos y armado por fuera de cincuenta puntas; arma que
se blandía con un movimiento de rotación, como el tchakra
(1) T h e fiv e great M onarchies (Las cinco gran d es m on arq u ías); 18G4; pág. 1G4
lomo I.
200 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

de los héroes de la India, con el cual tiene gran semejanza. En


los textos y monumentos asirios y semíticos de edad posterior
no se encuentra ya ninguna traza de semejante arma; pero apa­
rece en las tradiciones antiquísimas de los primeros capítulos
del Génesis. Cuando allí se dice que el querubín, puesto á la
guarda de ta puerta del Edén, tenía por arm a la llam a de la
BIN, DIOS DEL RAYO Y DE LA TEMPESTAD.

C ilin d ro del M useo B ritá n ic o .

espada rotante, no puede menos de reconocerse en tal des­


cripción, como ya notó Orby, un disco cortante y rotante, se­
mejante al tchakra y al de nuestro fragmento accadiano. No­
temos, además, que en la versión asiría del mismo fragmento,
como puede verse en el fa c -sim ile publicado por el director
del Museo Británico, se encuentran los mismos términos usa-
EL P A R A Í S O Y LA CAÍ DA 201

dos por el texto hebreo del Génesis al describir el arma del


querubín (1)».
He aquí ahora, como curioso documento, e ditirambo de
que habla Francisco Lenormant:
1. Los dioses.....
2. A guisa de pájaros.....
3. Su reparo.....
4. Delante del terror inmenso que yo esparzo, semejante
•al del dios Anu, ¿quién tiene levantada su cabeza?
5. Yo soy el amo. Las montañas despeñadas de la tierra
sacuden con violencia sus cimas contra sus fundamentos.
6. La m ontaña de alabastro, de lapislázuli y de mármol,
en mi mano yo la (poseo).
7. Espíritu divino.....como un ave de rapiña que se des­
ploma sobre los pájaros
8. en la m ontaña con mi heroico valor yo decido el
litigio.
9. En mi diestra yo tengo el disco de fuego:
10. en la izquierda yo tengo el disco homicida.
11. El sol de cincuenta hachas, el arma excelsa de mi di­
vinidad yo la tengo.
12. el valeroso que despedaza la montaña, el sol que no se
desvía yo le tengo.
.13. La gran arma que al par de la espada, devora en cer­
co los cadáveres de los combatientes, yo la tengo.
14. Al que hace encorbar la montaña, el pez de siete ale­
tas, yo lo tengo.
15. Al que hace encorbar la montaña, el p e z de siete ale­
tas, yo le tengo.
16. L a hoja centelleante de la batalla, que devasta el
país rebelde, yo la tengo.

(1) L es premieres civilitations, etc., tom o II, págs. 198*94.


202 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

17. La gran espada que derriba las filas de los valientes,


la espada de mi divinidad, yo la tengo.
18. Aquella, cuyos golpes no puede evitar la montaña, la
mano de los varones poderosos de la batalla, yo la tengo.
19. La alegría de los héroes, la lanza que forma el nervio
de la batalla, yo la tengo.
20. El lazo que enreda á los hombres, y el arco del rayo,
yo lo tengo.
21. La maza que destroza las casas del país rebelde, y el
escudo de la batalla, yo los tengo.
22. El rayo de la batalla, el arm a de las cincuenta p u n ­
tas, yo la tengo.
23. Al igual de la enorme serpiente de siete cabezas, el....
de las siete cabezas, yo lo tengo.
24. Al igual de la serpiente que bate las olas del m ar (asal­
tando) al enemigo de frente,
25. devastadora en el choque de la batalla, que extiende
su poder al cielo y á la tierra, el arma de las (siete) cabezas,
(yo la tengo).
26. Radiante su esplendor como el de medio día, el dios
ardiente de Oriente, yo lo tengo.
27. Creador del cielo y de la tierra, el dios del fuego, cuya
mano no tiene igual, yo lo tengo
28. El arma que esparce su terror por el contorno
29. en mi diestra gallardamente, el proyectil de oro y de
m árm ol.....
30. que hace la fuerza del dios ministro de la vida en sus
milagros, yo la tengo.
31. El arma que como.....combate al país rebelde, el arma
de cincuenta p u n ta s, yo la tengo (1).
Con esto damos fin al capítulo, dejando al lector que juzgue
lo que le pareciese acerca de la famosa rueda de cincuenta

(1) /E l m ism o, ibidem. B ruengo, tom o I, págs. 107-8.


EL P A RAÍ S O Y LA CAÍ DA ‘203

puntas y la analogía que pueda tener con la espada flamígera


y versátil del querubín del Paraíso.
Nadie podrá, empero, negar que todas las circunstancias re­
lativas al Edén, tal cual aparece descrito por Moisés en el ca­
pítulo II del Génesis, con más lo que nos refiere en el tercero,
de la caída de nuestros primeros padres, su estado feliz antes
de pecar y sus miserias después de la culpa, se encuentra con­
firmado con más ó menos claridad por los descubrimientos re­
cientes, debidos á la Egiptología y Asiriología. Por donde debe­
mos concluir que, lejos de ser narraciones míticas, son por el
contrario verdadera, aunque tristísima historia, que nos explica
por modo admirable todos y cada uno de los hechos, todas y
cada una de las varias fases por donde viene pasando esta
humanidad tan decaída de su primitivo esplendor y tan pagada
de sí misma.
CA P IT U L O T E R C E R O

La ta g e v IM de tos Patmréas a&titfiluvfauQs y!@s


g%a®t©S.
ARTÍCULO PRIM ERO

Longevidad de los Patriarcas.

vivió Adán 130 años y engendró á su imagen y seme­


janza, y llamó su nombre Seth..... Y todo el tiempo
que vivió Adán fué 930 años y murió. Vivió también Seth 105
años y engendró á Enós.....Y todos los días de Seth fueron
912 años y murió. Mas Enós vivió 90 años y engendró á Cái-
nán.... Y fueron todos los días de Enós 905 años y murió. Y
vivió Cainán 70 años y engendró á Malael.....Y fueron todos
los días de Cainán 910 años y m urió.....Y vivió Matusala 187
años y engendró á Lamech.....Y fueron todos los días de Ma­
tusala 969 años y m urió.....Y fueron todos los días de Lamech
777 años y murió.»
Así, con esta sencillez y admirable laconismo describe Moisés
en el capítulo V del Génesis la duración de la vida antidiluvia­
na en las diez generaciones que pasaron entre Adán y Noé,
aquél padre de los hombres, y éste restaurador de la humanidad;
sin decirnos nada de sus hazañas ni de su historia, fuera de
algunos rasgos particulares, que nos llevan de la mano al co­
nocimiento, siquiera imperfecto, de aquella remotísima edad.
Tales son las ocupaciones de los primeros nacidos Caín y Abél,
dedicado el primero á la agricultura y el segundo al pastoreo;
con lo cual cae por tierra lo que cuentan los fabulistas mo-
206 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

demos del estado salvaje de los primeros hombres. La inven­


ción de los instrumentos músicos por Jubal, y el laboreo per­
fecto de los metales por su hermano Tubalcain, de quien dice
Moisés que fué malecitor et fctber irt cuneta opera ceris et je-
r r i, demuestran el progreso de las artes, tanto liberales, como la
música, cuanto de utilidad, como la metalurgia. Lo cual
manifiesta la vaciedad de aquella teoría moderna que hace ser­
virse á los primeros hombres de instrumentos de piedra, hue­
sos, espinas de pescado ó madera, pero excluyendo los metales
y sobre todo el hierro, cuya invención y aplicación es, dicen,
muy posterior.
Tubalcain y su hermano Jubal eran hijos de Lamecli, éste de
Mathusael, éste deMaviel, éste de Irad, éste de Henoch y Henoch
de Caín; de manera que entre Adán y Tubalcain solamente pa­
saron seis generaciones, y dando á cada una treinta años, ten­
dríamos á los 180 años un completo desarrollo de las artes y
una civilización adelantadísima, que lejos de decaer fué en
aumento hasta producir en tiempo de Noé un artefacto á que
no ha llegado la industria moderna con todos sus adelantos, el
Arca. Pero esto lo trataremos más adelante.
El fratricidio de Caín y su castigo, la bigamia de Lamedi, el
cainita, la invocación del nombre de Dios por Enós, el rapto al
cielo de Henoch, la corrupción de costumbres extendida á la ra­
ma de Seth á consecuencia de sus matrimonios con las hijas de
la ram a de Caín, el nacimiento de los gigantes y la construc­
ción de aquella nave admirable en que había de salvarse el
género humano en la inundación universal producida por el
diluvio, he ahí todo lo que sabemos de la historia primitiva,
referido por Moisés en los capítulos 4.°, 5.° y 6.° del Génesis;
puesto que los demás pueblos callan en absoluto y no tienen
historia de aquellas remotas edades. Así la Santa Biblia va as­
cendiendo de cDgeneración en cDcreneración hasta llegar
cD
al tronco
del género humano, como lo hace San Lucas en la genealogía
de nuestro adorable Salvador, hijo putativo de José, que fué
LA L O N G E V I D A D DE LOS P A T R I A R C A S , ETC. 207

ele.....David, que fué de...... Abrahám, que fué de.......Noé, que


fué de.....Adán, que fué de Dios.
En las demás naciones, fuera de la hebrea, sólo se hallan en
los comienzos de sus historias mitos y fábulas, generaciones de
dioses y héroes, de semi-dioses, de gigantes, de titanes, de cí­
clopes, que muchos creen no ser otra cosa que la narración
mosaica de los Patriarcas antidiluvianos, corrompida y adulte­
rada con el transcurso del tiempo y con el continuo pasar de
boca en boca y de padres á hijos, cada uno de los cuales iba
añadiendo una circunstancia ó tergiversando alguna idea, hasta
el punto de no ser conocida la primitiva tradición, comparán­
dola con esas fábulas, que han tomado la fisonomía propia de
cada pueblo.
La Asiriología, hasta la fecha, nada nos ha dicho respecto á
aquella época primera de la vida del hombre sobre la tierra,
ni se ha encontrado ningún ladrillo donde se nos cuente algo
de los primeros hombres y sus costumbres; aunque no hay

Ímotivo para desesperar de que, andando el tiempo, nuevos


descubrimientos nos den á conocer lo que hasta hoy no se ha
podido saber. Con todo, lo que se ha publicado de las escritu­
ras cuneiformes, arroja ya alguna luz sobre puntos obscuros ó
no bien interpretados del sagrado texto. Ella nos ha revelado
la verdadera significación del nombre del hijo segundo de Adán,
que no se halla en el Génesis, como se encuentran otros mu­
chos nombres propios, el de Caín, v. g., que significa posesión;
y por eso dijo su madre al darle á luz: possedi hominem per
Deum. La palabra quin, conservada en Nínive y Babilonia,
indica «lo que se posee, un esclavo», aludiendo acaso á la
maldición lanzada por Dios contra el fratricida este segundo
sentido de quin.
En cambio, de Abél nada se dice y los rabinos le habían dado
la significación de soplo, va n id a d y duelo, diciendo que esta­
ba justificada la última significación por el dolor producido en
sus padres con la muerte del hijo, y los primeros con la tem-
208 EGI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

prana desaparición de Abé! de la escena de este mundo. Ya se


ve lo violento de esta interpretación, que sólo hubiera tenido ra­
zón de ser después del fratricidio, pero 110 antes; y sin embar­
go, desde que nació el niño fué llamado Abél. La explicación
rabínica fué generalmente adoptada á falta de otra mejor, adu­
ciendo en su apoyo las primeras palabras del Eclesiastes: Ha-
bel ha bcdim hakkól habél. «Vanidad de vanidades y todo va­
nidad». Pero la significación propia del nombre A bél se debe al
asirio, que usa el liabal para expresar la idea de hijo en multitud
de inscripciones y nombres propios, significando la raíz verbal
de este nombre engendrar, de donde nace habla «el que es en­
gendrado». «Es manifiesto, escribe Sillem, que todas las len­
guas semíticas, exceptuando el asirio, perdieron el antiguo nom­
bre que significa hijo. La conservación del mismo en los
relatos del Génesis es una señal cierta de la grande antigüedad
de aquellas narraciones» (1).
El nombre A d á m , con que es designado el primer hombre
en los primeros capítulos del Génesis y que también lo emplea­
ban en idéntico sentido los asirios, según vimos en el capítulo
primero de este libro al tratar de la creación, significa además
el hombre en sentido indeterminado; como cuando se dice en el
capítulo V, verso 2 del mismo libro: «Y llamó el nombre de
ellos Adám»; ó en Josué: «Allí fué sepultado entre los Enacim
Adám el mayor»; y también en el Nuevo Testamento llama
San Pablo á Jesucristo «novísimo Adám», en la prim er carta
á los de Corinto, capítulo 15. Pues en este mismo sentido se
halla aquel nombre en las escrituras cuneiformes, bajo la for­
ma de d a d m i, d adm e y a dm u (2). El nombre de Eva cuadra
muy bien al de la diosa A v a en el sonido y en la significación;
porque Ava. es lo mismo que vida y Eva fué así llamada

(1) D as alte T estam ent in Sichte der assyrischen Forsohungen (E l Antiguo


T estam en to según las in vestigaciones de la A siría), pág. 10.
(2) E. N o k r i s , A ssyria n dictionary (D iccionario A sirio), tom o I, pág. 225.
LA L O N G E V I D A D DE LOS P A T R I A R C A S , ETC. 209

«por ser madre de todos los vivientes» (1). Otro tanto sucede
con los nombres de Cham y % aim i, Sem y S a m u , Chus y
K assa, donde se ve la correspondencia de las palabras caldeas
con las hebreas.
Pero lo que sobre todo requiere y reclama nuestra atención
es la concordancia de diez generaciones que pone Moisés entre
la creación y el diluvio y repiten á una los pueblos todos de la
antigüedad; no pudiendo menos de reconocerse en esa uniformi­
dad un resto de la primitiva tradición, adulterada, ya se supo­
ne, con cuentos y fábulas inverosímiles y absurdas. Ya co­
miencen estas fabulosas historias antes del diluvio ó ya den
principio después de aquella catástrofe, siempre venimos á pa­
rar á diez generaciones, ora de dioses, ora de demiurgos, ora
de héroes, conforme al gusto del pueblo y sus inclinaciones más
ó menos ilustradas. Entre los iranios serán diez monarcas
P eischadianos ó l\a io m ar ¿anos, es decir, hombres de la an­
tigua ley, que se alimentaban del p uro liorna (agua de la in­
mortalidad) y g u a rdaban la santidad. Entre los indios trope­
zamos con los nueve B ra h m a d ik a s, quienes, junto con Brahma,
componen el número de diez P itris ó primeros padres. Los
chinos reconocen los dies prim eros em peradores en la auro­
ra de los tiempos, participando aquellos personajes de la natu-
leza divina y siendo por lo mismo semidioses. Los germanos
y escandinavos creían en diez antepasados de Odín, y los árabes
en diez reyes de los Aditos, pueblo primero que pobló la pe­
nínsula arábiga.
Dijimos que la moderna Asiriología no había descubierto
aún ninguna tabla donde se narre la. historia antidiluviana;
pero, en cambio, se conserva la relación de Beroso, quien des­
pués de haber tratado en el primer libro del origen de las co­
sas, según los caldeos, en el segundo continúa con la descrip­
ción de los primeros reyes de la tierra, enumerando d iez hasta

(1) G énesis, JII-20.


14
210 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

el diluvio. He aquí sus palabras como se hallan en Eusebio de


Cesarea, de quien copiamos antes lo relativo á la creación:
«Beroso atestigua (escribe Eusebio) que el primer rey fué A l o r o ,
de Babilonia, caldeo. Reinó diez saros y tuvo por sucesores á
A l o p a r o y A m e l ó n de Pantibiblia (es el Sipara ó Sepharvain
de que hablamos en el libro I): después A m m e n ó n el caldeo,
bajo cuyo reinado se cuenta que el Oannes místico, A nnedoto,
se presentó en el mundo saliendo del mar Eritreo. Es el mismo
que Alejandro, anticipando la época indicada aquí, hace apare­
cer en el primer año del mundo; aunque Apolodoro pretende
que el segundo A nnedoto se m ostrara después de cuatro saros
y Abideno después de veinticinco saros. Sucedió á A m m e n ó n
M e g a l a r o , de la ciudad de Pantibiblia, quien reinó dieciocho
saros; y su sucesor, el pastor D a o n o , de Pantibiblia, diez saros.
En tiempo de este último salió nuevamente del mar Eritreo un
tercer A n n ed o to , que tenía la misma forma que los anteriores,
compuesta de hombre y de pez. Vino después E v e d o r a c h o , de
Pantibiblia, que reinó dieciocho saros y durante su vida se
mostró de nuevo, saliendo del Eritreo, un cuarto ser, que unía
las dos naturalezas de hombre y de pez, llamado Odaco. To­
dos estos seres expusieron punto por punto las mismas cosas
que sumariamente había manifestado Oannes. Abideno no
hace mención del último. Reinaron después A m e m p s i n o , de La-
rancha (Larsan, ciudad de que también queda hecha mención
en el libro I ) , caldeo, octavo rey, por diez saros; y O t i a r t e s ,
caldeo, de Larancha, por ocho saros. Muerto O t i a r t e s ,
tuvo el cetro su hijo I v i s u t h r o , dieciocho saros. En tiempo de
éste ocurrió el gran diluvio. En suma: cuéntanse diez reyes con
ciento veinte saros de duración». Hasta aquí Eusebio (1).
Algo difiere del Cesareense la relación hecha por Sincelo, que
la toma de Abideno, uno de los antiguos intérpretes de Beroso,

(1) M u l l e k , B erosi,fragm enta de rebusbabilonicis, to m o II; B r u n e n g o , L ’bn-


pero di B abilonia é di N in iv e, tomo I, pág. 110.
LA L O N G E V I D A D DE LOS P A T R I A R C A S , ETC. 211

á quien también cita Eusebio, como se ha visto. La diferencia


está en los nombres de algunos reyes y de los seres extraordi­
narias que salían del mar Eritreo de tiempo en tiempo para
enseñar á los hombres; por lo demás, convienen ambos en el
número de diez y en los ciento veinte saros que duró aquella
época. La variedad en los nombres nada tiene de extraño, des­
pués de pasar por tantas manos y ser copiados tantas veces;
en todos, no obstante, los que dan Eusebio y Sincelo á los se­
res extraordinarios, medio hombres, medio peces, que salían
del mar Eritreo, puede verse con bastante claridad que no son
otra cosa que el nombre del dios A n u , cuyas radicales se
advierten en ellos. Ahora bien; esto puede explicarse sa­
tisfactoriamente, teniendo presente la primitiva revelación, que
había prometido álos hombres un redentor de su misma carne;
revelación que comenzando en el Paraíso, se fué acentuando de
siglo en siglo, pero olvidada ó tergiversada por los pueblos genti­
les, que se iban separando cada vez más de aquellas verdades
y engolfándose en monstruosos y detestables errores. Los cal­
deos conservaron la idea de la encarnación y á la vez la idea
de la necesidad en que se hallaba el hombre de enseñanzas
divinas, que era necesario repetir de tiempo en tiempo para
preservarlas del olvido. Las dos naturalezas del Redentor esta­
ban entre ellos indicadas en las dos formas de hombre y de
pez, y la repetición de la enseñanza, en las varias apariciones
de Oanne.s ó A n u .
Algo parecido ocurría entre los indios con las encarnaciones
de Víschntij que son otra reminiscencia de la encarnación del
Verbo Eterno.
El mismo Eusebio, en la Preparación E vangélica (1) copia
de Sanchoniaton, fenicio, las diez generaciones de patriarcas
antidiluvianos, en esta forma: 1.° Protogono y Eon; 2.° Genus
y Genea; 3.° Phos, P u ry Phlox; 4.° Casio, Líbano y otros gigan­

(1) I-V II.


212 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

tes; 5.° Menarunio, Hypsuranio y Uso; la sexta no la trae; 7.°


Agreo y Helieo; 8.® Chrysor ó Hephesto; 9.° Technites y Gei-
no; 10.° Agros ú Agrotes. No es menester que perdamos el
tiempo en investigar la significación de estos nombres, caso que
estén bien traducidos del fenicio al griego y de éste al latino y
español; lo importante para nosotros es el número 10, siempre
repetido, cuando se trata de los orígenes de las sociedades, y eso
mucho antes, como observa con razón Francisco Lenormant (1),
de que las especulaciones religiosas ó filosóficas hubieran traba­
jado sobre el valor místico del número 10: especulaciones muy
posteriores á la fecha de los documentos que vamos exami­
nando.
Tres nombres, sin embargo, de los que componen la lista de
Beroso, han sido interpretados por los asiriólogos; el primero
A l o r o , que Lenormant, en la obra citada ( 2 ) , dice significar
A riete de luz, mientras que Smith cree que es el mismo dios
Z7r, conforme á una inscripción del tiempo de Sargón (721-
704 a. G.), y así escribe: «El dios Ur, de quien se habla en la
inscripción, es evidentemente el primer rey mítico de Beroso,
Al-oro» (3). No vemos oposición entre las dos interpretaciones,
pues bien puede tener la primera significación dada por Lenor­
m ant y ser á la vez el nombre del dios Ur; pues es sabido
que los antiguos solían divinizar á sus reyes, costumbre conser­
vada también entre los romanos. A la p -a ro , nombre del segun­
do rey caldeo de Beroso, significa, al decir del mismo Lenor­
mant, Toro de lu z , y K isuthro, como llamaban al último, quie­
re decir en caldeo reposo, consuelo; lo mismo significa en he­
breo el nombre de N o a h ó Noé.
Si de la comparación de los nombres bíblicos de los patriar­
cas antidiluvianos con los de los diez reyes caldeos de Beroso.
pasamos á la duración de su vida, hallaremos una diferencia

(1) M anuel d'histoire ancienne de l’O rient, tom o I, pág. 19.


(2) T om o II, pág. 264.
(3) E a r l y , H isto ry o f B abylonia.
LA L O N G E V I D A D DE LOS P A T R I A R C A S , ETC. 21o

enorme entre ambos historiadores; diferencia que los naturalis­


tas explotan, sirviéndose de ella como de argumento para com­
batir la cronología bíblica.
A fin de que se comprenda mejor esta diferencia, vamos á
poner á continuación la tabla de los años de los patriarcas se­
gún el texto hebreo, samaritano, griego de los 70 y latino de la
Vulgata, junto con los años de reinado concedidos por Beroso á
los diez primeros reyes caldeos. Beroso cuenta por saros,
siendo divisiones de éstos el ñero y el soso, medidas del tiem­
po entre los caldeos. Abideno nos dice «que el saro vale
3.600 años, el ñero 600 y el soso 60». Ensebio, resumiendo
lo escrito por Beroso respecto á la vida de los diez reyes, dice:
«La suma total del tiempo en que reinaron estos diez reyes fué
de 120 saros, es decir, 432.000 años» (1). Dividiendo ahora
la suma de 432.000 por 120, nos da el valor del saro en el
cociente, exactamente igual al que le atribuye Abideno, ó sea
para uno 3.600 años.
He aquí ahora la tabla según datos suministrados por ('1

E dad en que engendraron


según
Patriarcas bíblicos Reyes caldeos
El El I
La Saros. Años.
ant idiluvianos. hebreo te x t o versión a n t i d i l u v i a n o s .
y la
Valga- samari- de los
ta. tauo. 70.

ADÁN ENGENDRÓ Á . 130 130 230 ALORO R E I N Ó . 10 36.000


SETH Á .................................. 105 105 205 ALAPARO . . . . 3 10.800
ENOS Á ................................. 90 90 190 AMELÓN .............. 13 46.800
C A I N Á N A ........................ 70 70 170 AM M E N ÓN . . . . 12 43.200
M A L A E L Á ........................ 65 65 165 MEGALARO. .. 13 64.800
J A R E D Á ............................ 162 m 162 DAONO ................. 10 36.000
HENOCH Á ........................ 65 60 165 EVEDORACHO. 18 64.800
MATUSALA Á .............. 187 67 167 A M EM PS IN O . . 10 36.000
LAMECH Á ........................ m 53 188 OTIA R TES. . . . 8 28.800
NOÉ Á .................................. 600 600 600 KI SU THR O . . . . 18 64.800
1.656 1.302 2.242 120 432.000

(1) E n los lu g a re s citados.


EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

P. Petavio (1) en lo que se refiere al Génesis, y de Eusebio y


demás compendiadores de Beroso en lo que dice relación á
la Caldea.
La diferencia, como se ve, es enorm e entre las cifras sumi­
nistradas por la tradición caldea y la hebrea con relación á la
vida de los patriarcas; y así habrá que decir que hay alguna
mala interpretación en los datos ó que la fábula se ha mezcla­
do con la historia, conforme la opinión de Moisés de Khoréne,
notable historiador armenio que escribió: «Los antiguos auto­
res alteraron el nombre y la duración de la vida de los pa­
triarcas antidiluvianos, bien por un mero capricho, bien por
alguna otra razón; y cuanto dijeron del origen de las cosas es
un compuesto de verdadero y íalso. Así hablando del primer
hombre creado lo hacen rey en vez de simple mortal y le dan
un nom bre bárbaro sin significado, A loro, señalándole una
vida de 36.000 años.....Igualmente dan á Noé otro nombre y
una duración inm ensa» (2).
Todo el mundo sabe que la ambición de los pueblos anti­
guos consistía en atribuirse cada cual á sí propio la primacía
en orden al tiempo de su antigüedad, haciendo rem ontar su
origen á muchos miles de siglos para sobreponerse á los de­
más pueblos. Así los chinos hacen subir su existencia á 80 ó
100.000 años antes de Jesucristo; y otro tanto ocurre con los
indios y con los egipcios, á pesar de que los m onum entos no
permiten ascender á más de veinticinco ó treinta siglos antes
de la era vulgar.
Ni faltaron en Europa en los últimos tiempos muchos escri­
tores, que por todos los medios que estaban á su alcance qui­
sieron justificar las pretensiones de una antigüedad fabulosa,
buscando argumentos contra la Biblia, no solamente en los
mitos de los pueblos gentiles, sino también en las ciencias na-

(1) D e doctrina tem porum , libro IX , cap. VIII.


(2) A p a d M c j l l e r , H istoricorum graecorum fra g m e n ta , tom o II, pág. 499.
LA L O N G E V I D A D DE LOS P A T R I A R C A S , ETC. 215

turales y principalmente en la geología y paleontología. Vano


empeño, porque todos los datos aducidos para la resolución
acertada del problema caben holgadamente dentro de la cro­
nología bíblica, sin que hasta la fecha hayan podido presen­
tar un solo monumento digno de crédito, ni una sola induc­
ción bien hecha, que contradiga en lo más mínimo lo que sa­
bemos por la historia de Moisés.
Los caldeos sobre todo fueron entre los antiguos pueblos los
más vanidosos en esta materia, favoreciéndoles no poco en
esta causa la fama que tenían de astrólogos, hasta el punto
de reputarse como sinónimos los nombres de caldeo y de
astrónomo; y los griegos se gloriaban de haber aprendido de
ellos la ciencia de los astros. ¿Qué maravilla, pues, que el
vulgo de los lectores creyera que los hijos de Babilonia no ha­
bían podido llegar á tan gran conocimiento en la astronomía,
sino después de muchos millares de años de observaciones
sidereas? De aquí nacieron las cifras enormes que nos re­
cuerdan los escritores griegos y latinos cuando hablan de los
caldeos. Pljnio refiere (1) lo que trae Epigenes, á saber, que
las observaciones astronómicas caldeas ascendían en su tiem­
po á 720.000 años, mientras que Beroso y Critodemo no las
hicieron subir más que á 490.000. Cicerón (2) se ríe de los
470.000 años que suponían los babilonios haber transcurri­
do desde el principio de su imperio hasta Alejandro el Grande;
mientras que Diodoro de Sicilia pone 473.000 (3) y Julio Afri­
cano, según refiere Sincelo, se burlaba igualmente de los
468.000 años caldeos.
Teniendo presentes todas esas cifras, tan distintas unas de
otras, y que Beroso, no sólo no computa el valor de los saros
en ninguno de los fragmentos que nos quedan de él, sino que
positivamente afirma que desde los primeros tiempos hasta
(1) H istor. n a t., libro V II, cap. 57.
(2) D e divinatione, I, 19.
(3) Bibliotheca histórica, libro II, cap. ‘31.
'216 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

Alejandro Magno transcurrieron 150.000 años (1), por con­


siguiente que no puede ser el valor del saro 3.600, según afir­
m an Abideno y otros expositores y abreviadores del historia­
dor de Babilonia; preciso se hace inquirir más y más hasta
averiguar el valor verdadero de aquella medida del tiempo y
poder ju zg ar con acierto de los testimonios caldeos relativos á
la antigüedad del imperio babilónico, sobre todo á la duración
de los 10 primeros reinados.
En vista de esto, no han faltado hipótesis más ó menos fun­
dadas para explicar el saro y sus divisores el ñero y el soso,
opiniones que pueden verse en Freret(2), quien las enumera y
refuta. Así que no podemos aceptar la de aquéllos que suponen
ser los años caldeos de 4 meses; primero, porque carece de ba­
se, y segundo, porque aun así quedan muchos años, pues la ter­
cera parte de 432.000 años transcurridos, según el cómputo
que Abideno da á los saros caldeos, sería de 144.000 y ofrece
casi las mismas dificultades que el núm ero entero. Ni tampoco
es aceptable la teoría de los monjes egipcios Panadoro y Ania-
no, quienes en el siglo V de nuestra era supusieron, al decir de
Sincelo, que los años babilónicos eran solam ente días; de ma­
nera que 120 saros compondrían la sum a de 1.183 años y 6
meses, debiéndose comenzar la cuenta de los mismos desde
que los ángeles se enam oraron de las mujeres cainitas, según
lo que dice el libro apócrifo de fíenoch, y aquella sería la época
en que principiaron los 10 reyes caldeos de Beroso. Pero como
este cálculo queda demasiado corto, añadían á los 1.183 años
de los 120 saros otros 1.057 que mediaron entre Adán y la
fecha del comercio angélico con las mujeres antidiluvianas,
madres de los gigantes. Sum adas estas dos cantidades, dan por
resultado 2.240 años entre Adán y el diluvio, cifra casi idén­
tica á la de los 70 intérpretes, puesto que sólo se diferencia de

(1) M u l i . e e , o b r a c i t a d a , p á g s . 496 y 498.


(2) Observaciones sobre los años que contaban los babilónicos antes y después
de la conquista de esta ciudad por A lejandro. P a r ís , 1790.
LA L O N G E V I D A D DE LOS P A T R I A R C A S , ETC. 217

ella en 2 años. Vignoles acepta esta hipótesis en su Cronolo­


gía antigua; pero nos parece que no tiene fundamento; antes
al contrario, el principal supuesto de ella está desmentido por
todos los textos asirio-caldeos, que nos hablan de dias, meses
y años; y aún más, los nombres de los meses que se encuen­
tran en la Santa Biblia, en los libros de los Reyes, Paralipó-
menon y Esdras, son nom bres asirios y no hebreos, pues
antes de aquella época los hebreos decían mes primero, se­
gundo, tercero, etc., como puede verse en el Génesis y en el
Éxodo, aquél en la historia del diluvio y éste en la narración
de la partida de los hijos de Israel del valle del Nilo.
Es, en cambio, muy racional y fundada la opinión del cita­
do Freret, que distingue tres clases de saros: el civil, el as­
tronómico y el fabuloso. Constaba el primero de 18 años y me­
dio; el segundo de 223 lunaciones, período de que se servían
los astrónom os caldeos para la predicción de los eclipses, y
del cual dice Halley, que podía servir para calcularlos, haciendo
algunas pequeñísimas correcciones, tan bien como las mejores
tablas modernas; el tercero fué posterior y aplicado á calcular
el tiempo de duración del imperio babilonio por gentes gano­
sas de renombre: éste constaba de 3.600 años. Con malicia ó
sin ella los comentadores de Beroso dieron al saro de este es­
critor el valor fabuloso que estaba muy lejos de su ánimo al
escribir las antigüedades de Babilonia.
El primero y principal fundamento de esta opinión en lo
relativo al saro civil, es un pasaje de Suidas en su L e x ic ó n ,
que dice así: « S a r o . M e d id a y número entre los caldeos.
Ciento veinte saros, según el cómputo de los caldeos, com­
ponen 2.220 años; porque el saro contiene 222 meses luna­
res, lo que equivale á 18 años y 6 meses». Adviértase la alu­
sión manifiesta á los 120 saros de Beroso en el pasaje copia­
da de Suidas, y se conocerá desde luego que el historiador
caldeo daba á los saros el valor civil de 18 I años, y no el que
le atribuían los genetliacos de 3.600 años.
‘2 18 E G IP T O Y ASIRIA R E S U C IT A D O S

Supuesto lo cual, se advierte una admirable concordia entre


la cronología de la Biblia y la de Beroso en los tiempos que
precedieron al diluvio. «Es cosa singular, dice con razón Fre-
ret, que ninguno de nuestros cronólogos modernos haya para­
do mientes en este valor del saro que trae Suidas, cuando él
ofrece un medio sencillísimo de desembarazarse de las dificul­
tades creadas por las tradiciones caldeas» (1).
Así se explican todas las dificultades y contradicciones de los
textos antiguos y también las exageraciones de los genetliacos,
que hacen subir á tantos centenares de miles de años el pode­
río de los caldeos. Calixtenes, compañero de Alejandro en su
expedición á Babilonia, envió desde esta ciudad á Aristóteles,
maestro del príncipe macedonio, las observaciones astronómi­
cas que encontró en la capital de Mesopotamia, y la más anti-
oua de ellas databa de 1.903 años, que vienen á ser 2.234?
años antes de la era vulgar. Ahora bien; Calixtenes, Beroso
y Aristóteles eran síncronos.
Para que se vea de una sola ojeada la conformidad que re­
sulta de estos datos y los bíblicos, repetiremos aquí en parte la
tabla anterior, computando el valor del saro en conformidad
con el texto de Suidas.
Al o r o ........... reinó 10 saros 180 años.
A lapa ro ...... — 3 — 54 —
Amelón ......... — 13 — 234 —
Ammenón...... — 12 — 216 —
Megalaro .... — 18 — 324 —
D aono ........... — 10 — 180 —
E vedoracho . — 18 — 324 —
A mempsino ... — 10 — 180 —
Otia rtes ...... — 8 — 144 —
K isuthro ..... — 18 — 324 —
Total.... 120 2.160

(1) M em oria citada. Observaciones, etc., pág. 12.


LA L O N G E V I D A D DE LOS P A T R I A R C A S , ETC . 219

Para la mejor inteligencia de la última suma hay que tener


presente, conforme á la atinada observación de Freret, que los
18 £ años que componían el saro civil caldeo, eran años luna­
res sencillos, equivalentes á 18 años lunares intercalados, como
hacían también los hebreos, para que no se adelantaran las es­
taciones; por eso no computamos el medio año que debía aña­
dirse á los 18 para completar el saro.
Recuérdese ahora que, según el texto hebreo y la Vulgata la­
tina, corrieron desde Adán al diluvio 1.656 años, según el tex­
to samaritano 1.302, y conforme á la versión de los 70, 2.242.
De manera, que los diez reyes caldeos antidiluvianos, equivalen­
tes á los diez patriarcas bíblicos, reinaron en junto 2.160 años,
que restados de los 2.242 délos 70, dan una diferencia de 82
años de menos, y restando de ellos los que pone el texto he­
breo, dan de más 504, mientras que entre el texto hebreo y la
Vulgata por una parte, y por otra la versión griega de los 70, la
diferencia es de 586 años; y si comparamos el texto samarita­
no con el de los 70, hay en éste de exceso sobre aquél 940 años.
Lo que quiere decir que la diferencia entre Beroso y algunos
textos bíblicos es menor aún que la de estos mismos textos en­
tre sí.
Vamos á poner ahora la explicación dada por Oppert acerca
del mismo asunto, y publicada en los A nales de la filo so fía
cristiana correspondientes al mes de Marzo de 1877, en un ar­
tículo titulado: O rigen común de la. cronología cosmogónica
de los caldeos y los datos del Génesis. Distingue el sabio asi-
riólogo tres épocas entre caldeos y hebreos, la época de la crea­
ción, la antidiluviana y la postdiluviana, admitiendo para el sa­
ro de Beroso el valor de 36.000 años que le concede Abideno.
Supuesto lo cual, discurre así en lo que se refiere á la edad
antidiluviana. Los hebreos admiten entre Adán y el diluvio
1.656 años conforme al texto primitivo y la versión latina vul­
gata, mientras que los caldeos entre iguales términos ponen
482.000 años, ó sea 120 saros de 3.600 años cada uno. Gom-
I

220 EGIPTO Y ASIRIA R E S U C IT A D O S

parando estos dos números, vemos que tienen un divisor común:


el 72, que da de cociente para el primero 23 y para el segundo
6.000; de manera que guardan entre sí aquellas cifras la rela­
ción de 6.000 á 23. Pero 23 años componen 8.400 días, ó sea
1.200 semanas, mientras que los 6.000 dan precisamente
1.200 lustros. El mismo resultado se obtiene haciendo el
cálculo sobre los 432.000 y 1.656 años; pues la primera can-
. tidad nos da 86.400 lustros y la segunda 86.400 semanas. De
donde se desprende, que mientras los hebreos contaban por se­
manas, los caldeos lo hacían por lustros de cinco ó un soso
de meses. Así es que las cifras son las mismas; la diferencia es­
tá únicamente en la unidad de tiempo que entre los ribereños
del Eufratres era el lustro y entre los del Jordán la semana.
La teoría de Oppert es ingeniosa sin duda, pero no nos
atrevemos á decir que sea igualmente sólida, puesto que igno­
ram os el vínculo y secreta relación que existir pudo entre el
lustro caldeo y la sem ana hebrea, desconociendo el por qué
los caldeos sustituyeron á la sem ana de días un lustro de
años, pudiendo ser la razón de esto, ya astronómica, ya mís­
tica, ya histórica ó religiosa. De todos modos, la concordancia
existe, y sería m ucha casualidad que con tanta exactitud se
respondieran las cifras de ambos cálculos.
Hay, pues, entre los datos bíblicos y los caldeos, con res­
pecto á la vida de los primeros hombres, estas tres identidades,
que pudiéramos llam ar sustanciales: 1.a, vida prolongada por
centenares de años en todas las generaciones antidiluvianas;
2.a, núm ero fijo de 10 generaciones; 3.a, concordancia verda­
deramente extraordinaria en el núm ero de años que duraron
las 10 generaciones tom adas en conjunto. La discrepancia en
cuanto al número de años atribuidos por Beroso á sus reyes
y por Moisés á los patriarcas, no arguye nada en contra, pues­
to que ambos historiadores parten de distinta base; el uno del
reinado, el otro del principio de la vida.
En los demás pueblos de la antigüedad, que no son objeto
LA L O N G E V I D A D DE LOS P A T R I A R C A S , ETC. 221

de este libro, había la misma creencia por lo que hace á la


longevidad de los hombres antidiluvianos. En confirmación
de ello, será suficiente poner aquí el testimonio de Flavio Jo­
sefa, que dice así (1): «Nadie considere falso lo que se dice de
la longevidad de aquellos hombres, al compararla con la bre­
vedad de la vida en nuestros días. Porque aquellos primeros
hombres, siendo am antes de Dios y teniendo Éste cuidado es­
pecial de ellos, y usando el alimento con mayor ventaja para
vivir mucho, bien pudieron verosímilmente llegar á tan gran
número de años. Dios, en razón de la virtud de ellos y de la
necesidad que tenían de perfeccionarse en la astrología y la
geometría, artes que ellos inventaron, les concedió mayor du­
ración; porque no habrían podido hacer predicciones seguras,
de no haber llegado á 600 años, que es el número del año gran­
de. Testigos son de esto cuantos entre los griegos y aun entre los
bárbaros, escribieron acerca de la antigüedad. Tales son: Mane-
tón, que compuso la historia de Egipto; y Beroso, que es au­
tor de la historia de Caldea; y Moscho de Estico y Jerónimo el
Egipcio, que trataron los asuntos de Fenicia: los cuales, todos
á una voz, están'de acuerdo conmigo. Además también Hesio-
do y Hecateo y Elanico y Acusilao y Eforo y Nicolao cuentan
que los antiguos vivían hasta los mil años».

ARTÍCULO II

Los g i g a n t e s .

Después de lo que queda dicho sobre la longevidad de los


primeros hombres, procede que añadamos dos palabras sobre
los gigantes, de cuya existencia nos hablan los Libros Santos, y
entre ellos el Génesis, al capítulo VI, donde se lee: «Los hijos
de Dios, viendo que las hijas de los hombres eran hermosas,
escogieron entre ellas mujeres y se casaron con las mismas.....

(1) A n tiq u ita tes judaicae, libro I, cap. 1L


222 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Y había gigantes sobre la tierra en aquel tiempo. Porque des­


pués de haber entrado los hijos de Dios á las hijas de los hom­
bres, y haber éstas engendrado, son éstos por siempre prepo­
tentes y famosos». La incredulidad del siglo pasado, imitada
en parte por la del presente, ha pretendido burlarse de este co­
mercio de los hijos de Dios con las hijas de los hombres y de
su fruto los gigantes abusando de algunos autores eclesiásticos,
que pretendieron ser los ángeles, quienes se enamoraron de la
herm osura femenina de las hijas de Caín, llevados quizá á seme­
jante afirmación por la autoridad del libro apócrifo de Henoch.
seguida en esta parte por algunos ejemplares de la versión grie­
ga de los 70.
Sin embargo, la inm ensa mayoría de los antiguos escritores
y todos los modernos sin excepción, entienden por hijos de
Dios á los descendientes de Seth, y por hijas de los hombres
á las mujeres de la raza de Caín. Por donde se ve la mala fe
de la impiedad, que toma como general lo que no es sino indi­
vidual, y atribuye á la Escritura y á la Iglesia opiniones que
ni una ni otra han defendido jam ás. P o r lo que hace á los gi­
gantes, ya se entienda por esta palabra hombres de estatura
elevada, ya hombres violentos y viciosos, conforme al signifi­
cado del hebreo N ephU im ,que tiene am bas acepciones, no pue­
de ponerse en duda su existencia individual, y aun nacional.
Es decir, que no sólo existieron gigantes en medio de pueblos
de regular estatura, sino que además han existido y existen
pueblos de gigantes, como los patagones en la parte más me­
ridional de América y algunas tribus de negros en Africa.
Los gigantes desempeñan un gran papel en la mitología de
las Indias, de la China, de la Grecia, del Egipto y en general
en todas las mitologías antiguas, lo mismo que en las tradi­
ciones de los pueblos del Norte. Además, todas ellas están con
formes en las cualidades que atribuyen á los gigantes, Todas
nos los presentan como hombres malvados y de formas ex­
traordinarias y desproporcionadas, que sucumbieron en la lu-
LA L O N G E V I D A D DE LOS P A T R I A R C A S , ETC. 223

cha emprendida contra los dioses. Esta concordancia, dice con


razón Moigno (1), es tanto más extraordinaria, atendido que
los hombres de elevada estatura son por lo común amables y
dóciles en dejarse gobernar.
En el capítulo XIII de los Números se lee la exploración
hecha en la tierra de Canaan por los enviados de Moisés des­
de el desierto, y la cuenta que dieron de su comisión los explo­
radores, quienes «vinieron á Moisés y Aarón y á todo el pue­
blo de los hijos de Israel al desierto de Pharan, que está en
Cades. Y habláronles y á todo el pueblo mostraron los frutos
de la tierra, y les contaron diciendo: Hemos venido de la tierra
á donde nos enviásteis..... pero tiene unos habitantes tortísi­
mos y ciudades grandes y muradas; allí vimos la estirpe de
Enac.....Allí vimos ciertos monstruos de los hijos de Enac, de
la raza de los gigantes, con los cuales comparados nosotros pa­
recíamos langostas». Como se ve en este pasaje, había una
raza de gigantes en la Palestina cuando arribaron á ella los
hebreos. Moisés sólo los llama N ep h ilim ; los demás es­
critores sagrados les dan el nombre de R ephaim , y aun el
mismo legislador hebreo les hace conocer por ese nombre en
el capítulo XIV del Génesis, donde cuenta la victoria de los re­
yes coligados con Chodorlahomor contra los Rephaim en As-
taroth-Carnaim; y en el capítulo siguiente promete Dios á
Abraham la tierra de los Hetheos «y también la de R aphaim ».
Estos pueblos vivían al Oriente del Jordán, donde reinaban
Hesebon, rey de los Amorreos, y Og, rey de Basán, de quien se
lee en el capítulo XII del libro de Josué (v. 4), que era de las
reliquias de R a p h a im , y en el Deuteronomio, capítulo IIP, se
dice que «toda la tierra de Basán es llamada tierra de Gigantes
(R a p h a im ) y que solamente Og, rey de Basán, había quedado
de la estirpe de los gigantes (R aphaim ) ». Para que no haya
lugar á duda acerca del significado que da el hebreo á la voz

(1) Los esplendores de la fe , tom o III, pág. 58; B arcelona, 1881,


224 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

R e p h a im , traducida por la Vulgata «gigantes», añade el texto:


«Se enseña su lecho (el de Og) de hierro..... que tiene nueve
codos de longitud y cuatro de latitud, según la medida del codo
de una mano de hombre». Suponiendo que el codo valiera pie
y medio, tendríamos una cama de casi catorce pies; lo que nos
indica la gigantesca estatura de aquel rey. Otros dos pueblos de
gigantes nos recuerda el Deuteronomio, en el capítulo II, al
Oriente del Jordán; de uno de ellos también hace mención el
Génesis (cap. XIV) bajo el nombre de E in im , y quizá también
del otro llamado allí Zctm im , que bien pudiera ser el mismo
Z om zom im del Deuteronomio, cuyas son estas palabras:
«E m im fueron sus primeros habitantes, pueblo grande y va­
liente, y tan crecido, como de raza de E n a c im , que se creían gi­
gantes y eran semejantes á los hijos de E nacim . Por ultimo, los
moabitas les llaman Enacim ». Un poco más adelante añade:
«Está considerada como tierra de gigantes (R apliaim ) , y en
otro tiempo habitaron en ella gigantes (R ep h a im ) que los amo­
nitas llaman Z onzom im , pueblo grande y numeroso y de es­
tatura procer como los E n a c im ».
También había gigantes al Occidente del Jordán y se sostu­
vieron contra los hijos de Jacob hasta los tiempos de David.
De éstos se conocen dos razas, unos que habitaban en Hebrón y j|
sus cercanías, apellidados E n a c im , porque sin duda eran des­
cendientes de Enac; y otros que vivían en Geth, y se conocían
por Raphaim ó hijos de Rapha, entre ellos el célebre Goliath,
muerto por David de una pedrada en el Valle del Terebinto.
En el capítulo XV de Josué y en el XVIII, como en el V y
XXXIII del libro segundo de los Reyes, se hace mención del
Valle de los gigantes, no lejos de Jerusalén; valle que lleva­
ba esa denominación porque antes de la rota de los cananeos
estaría ocupado por ellos, ó también porque hubiera servido de
campamento á los hijos de Geth en sus campañas contra los
hebreos, como se ve en el citado capítulo V del segundo de
los Reyes.
LA L O N G E V I D A D D E LOS P A T R I A R C A S , ETC. 225

Prescindimos, en obsequio á la brevedad, de otros muchos


pasajes bíblicos en que se nos habla de gigantes, en algunos
de los cuales se dan las dimensiones de su estatura y se indica
lo extraordinario de su fuerza muscular por el peso de las ar­
mas que usaban, como acontece con Goliath, ó se ponen las
deformidades que padecían, como ocurre con aquél de que nos
habla el capítulo XXI del segundo de los Reyes y el XX del
primero de los Paralipómenos, que tenía seis dedos en cada
mano y otros seis en cada pie; no haremos mención de los
profetas, que como Amos (cap. II) dice de los amorreos que
tenían la talla de los cedros y la resistencia de las encinas; ó
como Baruch que los llama «scientes bellum , conocedores de
la guerra y de grande estatura» (III), en donde se unen las dos
significaciones de la palabra hebrea nepliilim.
Omitimos, por igual motivo, los testimonios de autores cris­
tianos y de los antiguos gentiles, griegos y romanos, tales como
Homero (1), Virgilio (2), Flegon (3), Pausamias (4), Iierodo-
to (5), Plinio (6) y otros infinitos; sin contar tampoco las osa­
mentas de gigantes descubiertas antes de ahora y en nuestros
mismos días en las tres partes del mundo antiguo. Termina­
mos, en cambio, estas observaciones con las que trae Moigno en
el lugar citado. «M. Mulot, escribe este sabio, en una Memoria
leída en la Academia de Inscripciones y buenas letras, el 12 de
Abril, recuerda y prueba que, cuando Josué penetró en la tie­
rra de Canaan, una parte de los habitantes huyó y diseminóse
por las islas del Mediterráneo, por las costas del Africa y acaso
también hasta por el interior de la Germania, como lo prueba
el pasaje de Eusebio sobre la fundación de Trípoli, la inscrip-

(.1) llia d ., V y X II. O disea X I-310 y 575.


(2) E neida, X II.
(3) D e rebus m irábilibus, cap. 12 y cap. 15.
(4) A tti., 66.
(5) L ibro IT, cap. 30 y 86.
(6) L ibro VI, cap. 30, lib ro V II, cap. 2.
15
226 EGIPTO Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

ción de Tánger y las inscripciones hebraicas encontradas en


Viena y descritas por Lazias. Algunos de los hijos de Enac si­
guieron á los cananeos fugitivos y á los fenicios, que formaban
con ellos un solo y mismo pueblo; y nosotros encontramos, en
efecto, los sepulcros de dichos gigantes, donde quiera que
las inscripciones nos enseñan que aquellos pueblos penetraron.
En Tánger, por ejemplo, el de Anteo, que Sertorio hizo abrir;
en Asteria, cerca de Mileto, el del gigante Asterio, hijo de Enac;
en Viena de Austria, el del gigante Mordecaí, descendiente de la
misma raza de gigantes, etc., prescindiendo aun de aquel pasaje
de Plauto, en que Cartago es apellidada la residencia de los
hijos de Enac. En la historia misma de las islas británicas en­
contramos algunas antiguas huellas de los hijos de Enac; Bruto,
á su llegada, arrojó á los gigantes que oprimían á los morado­
res; la fiesta del ídolo de mimbre fué instituida para que fuera
como un monumento imperecedero de dicha liberación. Dicha
fiesta consistía antiguamente en el gran sacrificio de los drui­
das, en el cual puede verse una reminiscencia de los sacrificios
que los cananeos hacían de sus propios hijos á Moloch, sacri­
ficios que fueron, como lo indican las Sagradas Escrituras, la
causa de su exterminio. En resumen: los gigantes de la Biblia,
salidos de la unión criminal de los hijos de Dios, es decir, de |
los descendientes de Set, con las hijas de los hombres nacidas
de Caín, dieron ciertamente origen entre los paganos á esos
cuentos de razas prodigiosas de gigantes, que quieren escalar
el cielo; de unos hombres perversos y temibles, que se muestran
en el origen de todas las historias, así en el nuevo como en el
antiguo continente. El Génesis no nos indica la talla de aquéllos
que llama gigantes; mas, aun en nuestros días, vense algunas
veces aparecer hombres, cuya estatura alcanza cerca de tres
metros. Yo mismo vi un hombre y una mujer de esta talla en
Londres, en 1871». Y conocido y celebrado ha sido en estos
últimos años por la prensa periódica española, el gigante, de las
montañas de Aragón, mozo que sobresalía en la plaza de Za-
LA L O N G E V I D A D DE LOS P A T R I A R C A S , ETC, 227

ragoza, cuando fué á tallarse por cima de los demás desde me­
dio pecho arriba.
Cuando estuvo en esta ciudad á principios de Octubre del
año pasado (1894), medía 2 metros y 16 centímetros de altura,
y pesaba 152 kilos. ¡Aún estaba creciendo! (1)
Entre los caldeos se conservaba igualmente la tradición de
los gigantes, designándoles los documentos cuneiformes con el
nombre de gibot' ó de gabru. Lenormant, en su Comentario
de B eroso, trae varios pasajes asirio-caldeos, en que manifies­
tamente se alude á los gigantes.

(1) P uede verse sobre este p u n to la disertació n de la B ible de Vence, p u e sta


en el tom o prim ero.
C A P I T U L O IV

A R T ÍC U L O P R I M E R O

Su existencia.

G randísimo fué el entusiasmo producido en la Europa sa­


bia, cuando el 3 de Diciembre de 1872 leyó Smith, en la
Sociedad Arqueológica de Londres, uno de los fragmentos
descubiertos por él en la biblioteca de Assurbanipal, relativos al
diluvio. La semejanza perfecta entre el contenido del ladrillo y
la relación diluviana de Moisés era tan notoria, que ninguno
de los asistentes á aquella sesión dudó un momento de que se
tratara en ambos casos de un mismo asunto. Así, que renacie­
ron las esperanzas de poder encontrar, entre los miles de ladri­
llos recogidos en el Museo Británico, la historia completa de
aquel famosísimo y nunca olvidado cataclismo.
No salió fallida aquella esperanza, porque Smith encontró,
entre los fragmentos múltiples de ladrillos cuneiformes, no po­
cos que contenían parte de la narración asiria, y para buscar los
restantes hasta completar, si era posible, la colección, empren­
dió en 1873 un viaje á Oriente, para buscar entre las ruinas de
Nínive y Babilonia, los ladrillos que no habían llegado aún á
Londres; y al año siguiente 1874, volvió á rebuscar de nuevo
en los mismos sitios, costeándole el primer viaje el D a y li T e­
legraph con 27.000 pesetas, y el segundo el Museo Británico
con 25.000. Fruto de estos desvelos fueron multitud de textos
cuneiformes, que esperaban la mano de un sabio clasificador
230 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

para revelar al mundo culto sus secretos, y entre esos textos


cuatro ejemplares de la historia del d ilu vio , que mutuamente
se auxilian y que la refieren casi por completo, según vamos á
ver. No debe maravillar esta variedad de ejemplares de una
misma relación, pues sucedía en aquellas bibliotecas de ladri­
llos lo mismo que en las nuestras de papel, que tenían los
ejemplares multiplicados, para que los aficionados pudieran
leer á un tiempo, cuando se presentaban varios pidiendo un
mimo libro. Menant (1) cita muchos casos de éstos en las di­
versas materias que comprendía la biblioteca de Assurbanipal.
Ya era conocida la tradición diluviana de los caldeos por los
fragmentos de Beroso; pero los enemigos de la Santa Biblia no
querían darle crédito, suponiendo que, en vez de tomar sus da­
tos el historiador de las antigüedades caldeas de los documen­
tos babilónicos como él asegura, los hubiera recogido en los’
libros y tradiciones hebreas, muy extendidas por Oriente con
motivo de los 70 años de cautiverio; toda vez que Beroso vi­
vió en tiempo de Alejandro y sin duda alguna tuvo relaciones
científicas con los judíos. Esta manera de discurrir en perjuicio
de la del escritor caldeo, cae por tierra con el descubrimiento
de las escrituras cuneiformes, que narran la historia diluviana;
pues no puede ya ponerse en duda la buena fe de Beroso y la
existencia de tradiciones asirio-caldeas idénticas á las hebreas
en lo relativo al diluvio, después de vistos los recientes des­
cubrimientos, donde se dice en sustancia lo mismo que había
escrito el historiador caldeo hace 23 siglos. Pudiendo, en conse­
cuencia, deferir á la autoridad dé aquel escritor aun en las
cuestiones de que no hablan los ladrillos descubiertos, vista la
conformidad de sus relatos con los modernos documentos cu­
neiformes, en aquellas otras cuestiones que él refiere y éstos
también, según vimos al tratar de la creación y veremos en es­
te capítulo por lo que hace al diluvio.

(1) Bibliotßque clu p a la is de N inive.


EL D I L U V I O 231

Beroso estudió sin duda alguna, y extractó las escrituras


conservadas en Babilonia, como asegura; escrituras que proce­
dían de otras mucho más antiguas, redactadas en accadiano, del
que se conservan indelebles vestigios en los ladrillos del Museo
Británico, y que se remontaban'ci los tiempos de Abraham; por
lo que son enteramente independientes de la relación genesiaca,
aunque ambas tengan el mismo origen, como los pueblos de
donde proceden.
Dos textos se conservan del antiguo escritor caldeo relativos
al diluvio; ó mejor, un solo pasaje más ó menos amplificado
por Polihistor y por Abideno, cuyas palabras refiere Eusebio
de Cesarea, según pueden verse en Muller (1), Lenormant (2)
y otros asiriólogos, que traen una ó ambas versiones. Pondre­
mos aquí la de Polihistor, que es más acabada y trae más de­
talles. Dice así:
«Muerto Otiartes, reinó su hijo Kisuthro 18 saros. En su
tiempo sucedió el gran diluvio, cuya historia refieren de este
modo los documentos sacros. Cronos se le apareció en sueños
y le anunció que el día 15 del mes Dctesio (corresponde á
nuestro Junio) todos los hombres perecerían por un diluvio.
Mandóle, en consecuencia, que tomara el principio, el medio y el
fin de cuanto se había consignado por escrito y lo enterrara en
Sippara, ciudad del sol; después, que construyera una nave y se
encerrara en ella con su familia y sus más queridos amigos;
que almacenara en la nave provisiones para comer y beber;
que hiciera entrar en ella los animales volátiles y cuadrúpedos;
que preparara, por último, todo lo necesario á la navegación.
Preguntando Kisuthro hacia qué punto dirigiría su hajél, fuele
respondido que hacia los dioses; ordenándole al mismo tiem­
po que se entregara á la oración para que todo aquello fuese
provechoso á los hombres.

(1) B erosi fra g m e n ta , etc., libro I, cap. 7.


(2) Les prem ieres civilizations, tom o II, pág. 11.
232 E G IP T O Y ASIR IA R ESUCITADO S

Kisuthro obedeció y construyó una nave, cuya longitud era


de cinco estadios y cuya anchura era de dos estadios; recogió
en ella cuanto le había ordenado y se embarcó con su mujer,
sus hijos y sus más caros amigos. Ocurrido el diluvio, cuando
ya iba decreciendo, soltó Kisuthro algunos pájaros, que no ha­
biendo encontrado donde fijar sus pies, volvieron á la nave.
Después de unos días, Kisuthro les volvió á soltar, y también acu­
dieron de nuevo á la nave con los pies cubiertos de lodo. Por
último, puestos en libertad los pájaros tercera vez, ya no fue­
ron vistos. Entonces Kisuthro comprendió que la tierra estaba
descubierta, hizo una abertura en el techo de la nave y vio
desde allí que ésta se hallaba sujeta sobre una montaña. Salió,
pues, con su mujer, con su hija y con el piloto; adoró la tierra,
erigió un altar y en él sacrificó á los dioses. En aquel punto
mismo desapareció junto con los que le acompañaban.
Entre tanto, los que quedaron en la nave, viendo que Kisu­
thro no volvía á ella, desembarcaron y comenzaron á llamarle
por su nombre, buscándole por todas partes. No volvieron á
verle; pero una voz del cielo se dejó oir, diciéndoles que fue­
ran piadosos con los dioses, y que Kisuthro había recibido la
recompensa de su piedad, siendo transportado al cielo con su
mujer, su hija y el piloto de la nave, para vivir allí con los
dioses. Añadió la voz, que volvieran á Babilonia y, conforme á
los decretos del destino, desenterraran las escrituras que habían
sido sepultadas en Sippara, para transmitirlas á los hombres. La
misma voz les dijo que el país donde se hallaban era Armenia.
Ellos, después de escuchar la voz, sacrificaron á los dioses y se
fueron á pie hacia Babilonia.
Del bajél de Kisuthro que había encallado en Armenia, una
parte subsiste aún en los montes gordios de Armenia, y los pe­
regrinos llevan de allí asfalto, rascado de los restos de la nave, y
se sirven de él para rechazar la influencia de los dioses malé­
ficos. Por lo que hace á los compañeros de Kisuthro, viniéronse
á Babilonia, desenterraron las escrituras de Sippara, fundaron
EL DILUVIO 233

muchas ciudades, edificaron templos y restauraron á Babi­


lonia. »
Tal es la relación de Beroso compendiada por Polihistor y
conservada por Ensebio de Cesarea, que nos legó asimismo otra
más breve, transcrita por él de Abideno. Nada añade ésta á la
copiada, v así prescindimos de ella. Puede verse en los autores
citados y en la patrología griega de Migne, en el tomo corres­
pondiente al obispo de Cesarea.
Si comparamos la relación del escritor caldeo con la de Moisés,
hallamos entera conformidad en su fondo; por más que discre­
pen en algunos puntos secundarios y se vea á la primera intui­
ción, en el relato de Beroso, la fábula mezclada con la histo­
ria; como ocurre en la desaparición de Kisuthro, que bien pudie­
ra ser una reminiscencia mal aplicada de la traslación deHenocb,
referida por el historiador sagrado poco antes de la historia del
diluvio. Otra circunstancia digna de notarse falta en la relación
caldea de Beroso; y es la causa moral de la catástrofe expresa­
da clarísimamente por Moisés cuando dice que «Dios se arre­
pintió de haber creado al hombre, viendo que toda carne había
corrompido sus caminos». Circunstancia que nos prueba cómo
se van corrompiendo á su vez las tradiciones populares, puesto
que en la más antigua de Babilonia no se halla preterida la
causa del diluvio, como en la moderna de Beroso, según vere­
mos bien pronto, copiando la relación de los ladrillos ninivitas.
El mismo historiador babilónico pone al final de su historia
diluviana un incidente no referido por Moisés, pero que de­
muestra la verdad de este escritor. Es el que se refiere al asfal­
to recogido por los peregrinos en los restos del navio de Kisu­
thro, asfalto con que estaba recubierta el arca de Noé, según
leemos en el Génesis: B itum ine linies intrinsecus et extrin se­
cus. «Y Noé hizo todo lo que le había mandado Dios».
Beroso dice que la nave de Kisuthro encalló en Armenia y
Moisés super montes A rm e ni ce, según traduce aquí San Jeró­
nimo la palabra A r a r a t, que se encuentra cuatro veces en el
234 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

hebreo; en el capítulo XIX del libro IV de los Reyes y en el


XXXVII de Isaías, en los cuales se refiere la muerte de Sena-
cherib y la fuga de los parricidas a tierra de los armenios;
dice el autor del 4.° libro de los Reyes, y d la tierra de A ra r a t,
dice Isaías. Jeremías, al capítulo LI, pone también A ra r a t,
según la Vulgata, cuando amenaza Dios á Babilonia con la es­
pada de los medos. Así es, que no puede dudarse que sea el
mismo Ararat del diluvio, ó Armenia en la intención del monje
de Belén. Y en efecto, la tradición judía y la armenia están en
esto conformes. «En el texto original babilónico, escribe Lenor-
mant (1), de donde Beroso sacó las noticias de su historia, la
expresión debía ser la misma que en el Génesis, porque el
nombre común y más ordinario de Armenia en las inscripcio­
nes es U rarti ó A ra rti» . Por su parte añade Oppert (2): «En
las inscripciones de Nínive U rarta (con un A l e f inicial) ex­
presa á la letra el nombre de Ararat, que significa Armenia en
los textos bíblicos».
Como los montes de Armenia son tan dilatados, cabe poner
la parada del arca en cualquiera de las cumbres de aquella
extensísima cordillera, puesto que el texto mosaico no deter­
mina en qué monte se detuvo, sino que pone en plural mon­
tes. Algo más concreta Beroso, cuando nos habla de los mon­
tes gordianos, pertenecientes á la misma cordillera de la que
forman una parte.
No todos, sin embargo, convienen en que el A r a r a t hebreo
sea la Armenia latina, y colocan la parada del arca noemítica
en los montes que dan origen al Indo, mucho más al Oriente,
identificando el A rarat con el A r y a v a r ta «tierra santa», y
entre ellos se encuentra Lenormant, que escribe á este propó­
sito (3): «Si se examina atentam ente el texto sagrado, es im-

(1) E ssa i de commentaire de Berose, pâg. 299.


(2) E xp éd itio n en M esopotamie, tom o II, pàg. 18.
(3) L u g ar citado.
EL D ILU V IO 235

posible admitir que en el pensamiento de Moisés, ó del autor


del documento excesivamente antiguo de que hace uso en este
lugar, el Ararat del diluvio estuviera situado en Armenia. En
efecto, un poco más adelante (Gen., XI, 2) se dice formalmente
que caminando siempre de Este á Oeste, fué como la posteri­
dad de Noé llegó á las llanuras del Senaar. Esto nos lleva for­
zosamente, al buscar una gran altura donde el arca se detu­
viera, á la cadena del Indo-Ivusch, ó mejor aún, á las m onta­
ñas donde nace el Indo. Exactamente aquél es el punto en que
convergen las tradiciones de los dos pueblos más importantes
del mundo antiguo, indios y persas, que mejor han conserva­
do los recuerdos más puros y más circunstanciados de las pri­
mitivas edades, sobre la cuna d é la humanidad».
Esta opinión tiene su fundamento principal en lo que nos
dice Moisés acerca de la familia de Noé, después de haber sali­
do del arca v antes d é la dispersión: «Y partiendo del Oriente,
escribe el historiador sagrado, encontraron un campo en la
tierra del Senaar y habitaron en él» (1). Debe colocarse, pues,
el punto de partida de los descendientes de Noé al Oriente de
Mesopotamia, lo cual cuadra á la montaña del Indo bastante
mejor que á los montes de Armenia. Pero como no conocemos
cuánta era la extensión de éstos, según la geografía mosaica
pudiera suceder que el arca parara en la parte más oriental de
la cordillera Ararat, y desde allí, aunque la dirección fuera del
Noreste, parí ir hacia Senaar, y la Escritura poner Oriente en
vez de Noreste, según suele acontecer. Así á los asirios los co­
loca al Norte de Palestina, cuando amenaza al pueblo por boca
de los profetas con el viento Aquilón, que desolará la tierra; y
sabido es que no precisamente al Norte, sino al Noreste se en­
contraba el imperio asirio y Nínive su capital (2). Los textos
cuneiformes nos enseñan la verdad sobre el particular, pues

(1) Génesis, cap. X I, v. 2.


(2) Is ai a e, X IV -31. Jeremía?, 1-13-14-15; IV-6; 71-1-22; X X I I I - 8, etc. Ezeq.,
XXVI-7; X X X II-3 0 . Sophonite, 11-13. Zacharia), II-G.
236 E G IP T O Y ASIRIA R E SU C IT A D O S

dicen que el bajél de H cisisadra paró en las m ontañas de


N izir.
Ahora bien; los montes N iz ir se hallan suficientemente
orientados en la inscripción cuneiforme del gran monolito de
Assur-nasir-habal (882-857 ant. C.), monolito encontrado en
el palacio de Calach. Entre las hazañas propias narradas allí
por el rey asirio, hállanse algunas expediciones al país de N izir.
Véase algo de lo que hace relación á nuestro propósito: «El
día 15 del mes T a sritu (corresponde á nuestros Septiembre y
Octubre y era el año 881 antes de Cristo), yo me alejé de la
ciudad de K cikzi y me dirigí á la ciudad de Bcibiti. Dejé la
ciudad de B a b iti para acercarme al país de N izir, dependien­
te del país de Lallci, que también se llama país de %inipa;
ocupé la ciudad de B arias, la capital de M u ra sin a y veinte
ciudades del contorno, habiéndose refugiado los habitantes en la
alta montaña. A ssa rn a sir, que marchaba delante, se abalanzó
á la retaguardia de ellos con sus guerreros como aves de rapi­
ña, cubrió de cadáveres la m ontaña del país de N iz i r , hizo
326 prisioneros, tomó sus caballos y sus bagajes y todo lo que
habían llevado consigo á la montaña. Yo tomé siete plazas
fuertes del país de N izir, que habían fortificado para su defen­
sa, maté mucha gente, hice prisioneros, recogí botín de bueyes
y de carneros, y entregué la ciudad á las llamas». (Col., II, lí­
neas 33-38). En la línea 49 continúa recordando la campaña
hecha en el mismo país al año siguiente (880 a. C.) y añade:
«El primer día de Sivan (que corresponde á Mayo y Junio),
avancé por tercera vez contra el país de Z a m u ya . Hice el re­
cuento de mis soldados, de mis carros, de mi ejército; dejé la
ciudad de % a h zi, rodeé el Zab y avancé al país situado en los
alrededores de la ciudad de B a b iti» (1).
Según esto, Assurnasirhabal, para llegar al monte N iz ir , li­
mítrofe del país de Z a m u y a , partía de K a h zi, que es la moderna
(1 ) M e n a n t , A nnales des rois d'A ssyrie, p â g . 76; L e n o r m a n t , L es premieres
civilizations, to m o II, p â g . 4 0 ; D e l i t z s c h , W o lag dasparadies, p â g . 105.
237

Sham am ek, cerca de Arbela, célebre por la última rota de Da­


río y fin del imperio persa, al Oriente de Nínive; vadeaba el Zab,
y marchando siempre al Oriente, llegaba á R a b iti, junto al país
de Nizir. De manera que la montaña N iz ir , tiene su lugar de­
terminado con certeza, y así se ve en el mapa del imperio asi-
rio del tiempo de Sargón, publicado por Maspero (1), señalado
un grupo de montañas con el nombre de M ontes de N is ir ,
hacia el grado 36,50 de latitud Norte y 42 de longitud. Así se
comprende que, según el testimonio de Moisés, los descendien­
tes de Noé caminaran de Oriente á Occidente para llegar á la
llanura de Senaar, pues tal es la posición de N iz ir , con res­
pecto á la Mesopotamia. El Génesis y la relación caldea del di­
luvio están, por consiguiente, de acuerdo en el punto donde
varó la nave guardadora de la semilla hum ana, sin más dife­
rencia que Moisés indica la cadena de m ontañas, M ontes
A r a r a t, y la epopeya caldea de que hablarem os á continua­
ción, señala el sitio preciso de esta cadena. Adviértase ade­
más que N izir, derivado de naza r (salvar) viene á ser con
su mismo significado, salvam ento, una prueba de la verdad
de la tradición asiria con respecto al lugar de parada del arca
salvadora de Hasisadra y sus compañeros. Y como el motivo
y principal fundamento de los modernos, que colocan en la
cordillera del Indo el paradero del arca de Noé después del
diluvio, consiste en la orientación del A ryavarta, desde don­
de debían venir hacia el Occidente para encontrarse con Se­
naar, demostrado que el N iz ir de los asirio-caldeos y el A ra ­
rat de los hebreos pueden y deben entenderse de una misma
y única m ontaña, y que ésta se halla al Oriente de N a h a ra im ,
cae por su base la opinión de Lenormant, que lleva el arca á
las fuentes del Indo, ó al menos pierde muchísimo de su pe­
so, ganando en cambio la opinión común y tradicional.
Parece, pues, lo más racional continuar creyendo que en el

(1) H istoire ancienne des peuple del Orient.


238 E G IP T O Y ASIRIA R E S U C IT A D O S

A r a r a t, y no en el A ry a v a r ta , tocó el arca de Noé cuando


empezaron á disminuir las aguas vengadoras de los crímenes
humanos; y mientras no haya nuevos datos que aporten otras
luces á esta cuestión, quedamos en que la cordillera armenia
en su parte más oriental, ó sea en N is ir , fué el sitio de re­
poso del bajél noemítico.
No mencionamos aquí la opinión de aquéllos que preten­
dieron hacer descansar el arca en Frigia, cerca de Apamea,
por ser anticuada y no responder al texto sagrado ni al cunei­
forme, ni tampoco á las tradiciones de los pueblos, si se ex­
ceptúa la local, que como interesada no debe tenerse en cuenta.
. Se conservan algunas medallas acuñadas en el siglo III de
la era cristiana, con el nombre de Apamea, en testimonio de
lo que entonces creían acerca de haber sido la parada del ar­
ca; ya se ve que son demasiado recientes y no pueden servir
como testigos.
Veamos ahora lo que contienen las tablas cuneiformes,
con tanto trabajo buscadas y publicadas pór Smith, en rela­
ción con el diluvio. En vez de las traducciones de Smith, Op-
pert y Lenormant, daremos aquí la de Pablo Haupt, que
es posterior y más correcta que las otras (1). Mediante ella
puede formarse una idea com parada de am bas tradiciones, la
hebrea y la caldea.
Ya hemos dicho que el asiriólogo inglés había encontrado
restos de cuatro ejemplares ó copias de un mismo poema,
donde se narra la historia del diluvio. Más tarde Hormud
R assan halló una nueva copia, procedente de una biblioteca
caldea y no asiría; difiere en los caracteres de las de Smith,
pero es idéntica á ellas en el fondo, confirmando Cuanto dicen
y llenando algunas lagunas que en las prim eras no podían
leerse. Últimamente, en las excavaciones hechas en Lachis en

(1) Fu'é publicada p o r S o h b a d e r en su o b ra D ie K eilin sc h rifie n und das alte


Testam ent. (Las escritu ras de K eil y el A ntig u o T estam ento), 2.^ edición, 1883
pág. 55 y siguientes, con un com entario filológico.
EL D I L U V I O 239

1872, se han descubierto varios objetos de arqueología prehis­


tórica, entre ellos una tabla de la que se espera mucho, cuan­
do haya sido bien entendida é interpretada. M. Sayce insistió
bastante en el último congreso de orientalistas sobre el valor
histórico de aquel hallazgo, y dijo: «La existencia de estos ar­
chivos cananeos explicará la fuerte coloración babilónica, no
solamente de la cosmogonía y mitología tenidas, sino también
de los primeros capítulos del Génesis. En adelante ya no será
necesario suponer que la semejanza de tradiciones sobre el
diluvio, sea debida á las relaciones entre judíos y asirios du­
rante la época de la cautividad. La misma tabla dará razón
del carácter palestino de la versión heloísta de esta historia,
pues demuestra que circulaba hacía mucho tiempo en Canaan
antes de ser incorporada en la Escritura» (2). Por si alguno de
nuestros lectores lo ignora, le diremos que Lachis era una
ciudad fuerte de la tribu de Judá, al mediodía de Jerusalén,
cuyo rey fué vencido y muerto por Josué en la conquista de
Canaan; allí tenía Senacherib su cuartel general, cuando fué
á tomar á Jerusalén y pereció su ejército á manos del ángel
del Señor, como Napoleón lo tenía en Chamartín-cuando la
guerra de la independencia.
Moisés refiere la historia del diluvio en los capítulos 6.°, 7.°
y 8.° del Génesis, donde puede verla el lector, puesto que la
Santa Biblia anda en manos de todos; por lo cual no los tras­
ladamos á este lugar, aunque después hayamos de copiar al­
gunos pasajes para compararlos con la historia caldea de la
misma catástrofe. Esta historia es un episodio del poema lla­
mado de Izd u b a r, que se halla contenido en 12 tablas ó ladri­
llos, recompuestos por Smith de los varios fragmentos en .que
estaban divididos, puesto que ningún ladrillo pudo encontrarse
íntegro. Cada tabla está dividida en seis columnas de escritura
cuneiforme, y cada columna consta de 40 á 50 líneas; así es que

.. C.2) Rc.vuc arqueologigue , J a n v i e r - F e b r r e r , J8 9 3 , p á g . 9 fJ.


240 EGIPTO Y ASIR IA RESUCITADO S

cada una de las tablas viene á tener de 240 á 300 líneas de


escritura, y el poema entero unas 3.000. Cuerdamente notó
Rawlinson que los 12 cantos del poema responden á los 12
signos del Zodiaco, ó sea á los 12 meses del año; siendo de
adm irar que el canto 11, contenido en la tabla del mismo nú­
mero donde se hace la relación del diluvio, responde al mes
undécimo, llamado por los asirios (y tam bién por los hebreos)
Schabat, y en accadiano m aldición de la lluvia, que parece
referirse al diluvio, estando consagrado este mes al dios de la
atmósfera, B in ó Rammcin.
El héroe de la epopeya caldea íué llamado por Smith y por
los demás asiriólogos que le han seguido hsdubar) pero sólo
.
provisionalmente, porque tal es la pronunciación de los carac­
teres ideográficos, con que siempre aparece representado, leí­
dos fonéticamente; pero aún queda por averiguar cuál era el
nombre que le daban los asirios y babilonios. En otros mo­
numentos, este Izd u b a r se presenta como dios; así sucede en
varios ladrillos de magia y en uno donde se le dirigen oracio­
nes. En ul poema de que ahora tratamos, solamente aparece
como un héroe, ó un rey, cuyas gloriosas hazañas canta el
poeta. Sin duda más tarde lo elevaron á la apoteosis, según
fué costumbre entre los romanos.
Muchos asiriólogos, entre ellos Smith, Lenorm ant, Schra-
der y Delitzsch, creen que Isd u b a r es el Nemrod de la Biblia;
y seguramente no les faltan motivos fundados para esa opi­
nión, toda vez que uno y otro personaje se nos presenta como
poderoso, guerrero, cazador y grandemente em prendedor y
atrevido; siendo ambos del mismo país y de los tiempos pri­
mitivos de Babilonia. Porque, en efecto, Isd u b a r luchó
cuerpo á cuerpo con los leones y tigres, sofocándolos entre
sus robustos brazos, lo mismo que con los toros salvajes y
toda clase de fieras. En un bajo relieve del Museo del Louvre
se encuentra esculpido lzd u b a r en talla gigantesca, barba muy
poblada, cabello ensortijado con dos enormes rizos que caen
I Z D U B A R , EL NE MR OD CALDEO

Según un bajo relieve de Louvre.


EL DIL U V IO 241

sobre los hombros, brazaletes en las muñecas y brazos, traje


talar, miembros y musculatura de gigante. Tiene sujeto un
león con el brazo izquierdo, oprimiéndole contra el pecho y
cogidas am bas patas delanteras con la mano, mientras en la
derecha sostiene un palo corto, más grueso en el extremo in­
ferior en forma de porra y en actitud de descargar el golpe so­
bre la fiera. (Véase el grabado). Desde el principio de su imperio,
reinó sobre Babilonia, Erech, Surippak y Nipur; las dos primeras
de estas ciudades son las mismísimas que dominó Nemrod (l) la
cuarta, Nipur, al decir de los talmudistas, es la misma Cháleme;
y la tercera, Surippak, probablemente es la A ch a d del Génesis,
ó sea la capital del país así llamado, que con tanta frecuencia se
lee en los textos cuneiformes, según hemos visto y veremos to­
davía. La verdad es que nadie en la antigüedad puede compararse
al h d u b a r caldeo con más razón que el nieto de Cham, Nem- ^
rod; y acaso con el tiempo, dice Lenormant (2), algún texto
venga á identificar los nombres de aquellos cuyos actos se nos
presentan como idénticos ó, cuando menos, muy semejantes.
A Menant pertenece la observación de la popularidad de
Nemrod en las tradiciones de los árabes que habitan hoy las
comarcas donde ejerció su imperio el hijo de Chus; por eso se
ve su nombre aplicado á monumentos antiquísimos, tales como
el B irs -N im ru d , ó torre de Nemrod, en Babilonia; Tell-N im -
rud, ó colina de Nemrod, en Bagdad; Suhr-el-N im rud, ó ca­
tarata de Nemrod, cerca de Mossul; y el villorrio de N im ru d ,
que se levanta en el lugar inmediato á las ruinas de Calach,
con otros varios que sería prolijo enumerar (3).
He aquí ahora una relación sucinta del contenido de las 12

(1) Cluis genuit Nemrod: ipse coepit esse potens in terra. E t era t robustus vena­
tor coram Domino. Ob huc exiv it 'proverbium: Quasi Nemrod robustus venator
coram Domino. F u it autem principium regni ejus B abylon, et A rach, et Acliad, et
Chalane in terra Senaar. (G e n e s i s , X-8-10.)
(2) L es prem ieres civilizations, tom o II, pag. 21.
(3) B abylone et la Chaldee, pag. 39.
16
242 EG IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

tablas del poema épico de Izd u b a r. Desde la primera á la quin­


ta refieren las luchas del héroe con las fieras y los monstruos;
los sueños misteriosos que tuvo; la alianza con su íntimo ami­
go el sabio H eabani, que en adelante fué su inseparable com­
pañero y prudente Mentor; y por último, la conquista de Erech,
para la cual fuele necesario matar al tirano extranjero Umbaba,
que la tenía esclavizada. En la tabla sexta se habla de los amo­
res de Istcir y la proposición hecha á Izdubar, para que la re­
cibiera por esposa, las calabazas que el héroe dio á la Venus
caldea y los consiguientes enfados de ésta. En la séptima se
hace relación de la bajada de Istar al infierno, que tiene bas­
tante parecido con lo que cuenta Virgilio de la Sibila de Cumas.
La octava trata de la muerte de H eabani y el duelo de h d u ­
bar con tan triste motivo, la enfermedad que contrajo como
consecuencia de la afección moral por el fallecimiento de su
amigo, y las angustias y temor de morir que se apoderaron de
su ánimo.
A fin de sustraerse á las asechanzas de este último enemigo
del hombre, como le apellida el poeta, Izd u b a r resolvió con­
sultar al último rey antidiluviano, H a sisa d ra , para aprender
de él el remedio contra la muerte, puesto que la fama le pro­
clamaba conquistador de la inmortalidad, que vivía retirado en
un delicioso y desconocido paisaje. H a sisa d ra y % isuthro son
un mismo nombre, el primero en asirio y el segundo en griego;
pues se ve bien la idea de Beroso de helenizar el nombre del
último rey caldeo antidiluviano convirtiéndole en K isuthros ó
Sisuthros. Izd u b a r, pues, se pone á buscar por todas partes
á H a sisa d ra , según refiere el canto IX., y después de varios
viajes sin resultado, encuentra al fin (tabla X) á Urhamsi,
arm ador y marino experimentado, y juntos construyen una
nave, sobre la cual descienden por el Eufratres hasta su des­
embocadura en el mar. Allí hallan á H a sisa d ra , durmiendo
tranquilam ente sobre una ribera, de la cual les separa un
brazo del río, infranqueable para los mortales.
243

Llámanle desde lejos, é Izd u b a r le propone la gran cues­


tión sobre la inmortalidad, que tan atormentado le traía. H a -
sisadra proclama la ley universal de la muerte y dominio de
ésta sobre los hombres, diciendo al viajero estas palabras con
que finaliza la tabla X: «L a diosa M am it (diosa del hado), la
creadora del destino, asigna á los hombres la suerte fa ta l;
ella ha determ inado la muerte y la vida; pero el dia de la
muerte es desconocido».
Izd u b a r, que iba buscando el remedio para no morir, que­
dó poco satisfecho con semejante respuesta; así es que pre­
guntó de nuevo á H a sisa d ra , de qué modo había conseguido
la inmortalidad, esperando que la contestación á esta últim a
pregunta le proporcionaría el medio de evitar lo que tanto
temía. Con la pregunta de Izdubar da principio la tabla XI,
siendo la respuesta de H asisadra la extensa narración de lo
acaecido en el diluvio y haciéndole comprender que, debido á
su piedad, fué salvado de las aguas devastadoras, adquiriendo
la inmortalidad.
Basten estas ligerísimas indicaciones para conocer la natu­
raleza del poema caldeo, pues lo que únicamente nos im porta
en esa epopeya es la relación de la historia diluviana, contada
á Izdubar por H asisa d ra de una manera análoga á la usada
por Eneas para referir á Dido el sitio y la destrucción de Tro­
ya. Esta relación ocupa 4 columnas casi enteras de las 6
que contiene la tabla, siendo su texto como sigue:

COLUMNA I

1. Izd u b a r di jóle á H asisa d ra , desde lejos:


2. Yo te miro (con asombro) ó H asisadra;
3. tus m inatu (¿cabellos?) no han cambiado, tú (eres) se­
mejante á mí;
4. y tú no te has cambiado, tú semejante á mí.
5. Dime: ¿cómo tú hallaste el camino
244 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

6. para este lugar, y en la asamblea de los dioses


7. vida inmortal obtuviste?
8. H a sisa d ra le dijo á Izdubar:
9. Yo te revelaré, ó Isd u b a r, la historia de mi salvación,
10. y el oráculo de los dioses yo te anunciaré (1).
11. La ciudad de Surippak, la ciudad, que como tú sabes,
está sobre el Eufratres,
12. esta (ciudad) era (ya) bastante antigua, cuando los
dioses en ella
13. á disponer un diluvio (2) les movió el corazón; los
grandes dioses
14. (cuanto son) estaban allí; el padre de ellos A n a ,
15. el consejero de ellos, el guerrero B e l,
16. el portador del trono de ellos, A d a r ,
17. el príncipe de ellos, E nnugi.
17 bis. El señor de la inescrutible sabiduría, el dios Iie a ,
sentábase también con ellos, y
18. anunció la decisión de ellos á su %¿kkisu. % ikkis %i-
k kis, igar igar (le dijo).....
19. % ikkisu; escucha y pon atención, igar a ...... (3)
20. «Hombre de S u r i p p a hijo de U baratutu (4)
21. abandona la casa, fabrica una nave, cede.......de la vida.
22. Ellos quieren destruir la semilla de la vida, tú guarda
la vida
(1) H an co nvenido los o rie n ta lista s en tra d u c ir la s in scrip cio n es con las
tra sp o sic io n e s m ism as con que se h a lla n escrita s.
(2) Abubu en asirio , que resp o n d e al h eb reo mcibbnl.
(3) L a s v o c e s a s i r í a s q u e , p o r d e m a s i a d o o s c u r a s , d e jó s in t r a d u c i r e n los
v e r s o s 18 y 19 H a u pt, so n v e rtid a s p o r H alevy c i t a d o p o r e l m is in o H a u p t ,
d e l m o d o s i g u ie n te :
18. L a decisión de ellos anunció al adorador: ¡Adorador! ¡Adorador! ¡Venerable!
¡Venerable!
19. A dorador, escucha; Venerable, está atento.
(4) U baratutu es el O tiartes ú Obartes, p a d re de K isu th ro y no ven o rey anti­
dilu v ian o de B eroso, que tam b ié n h elenizó un poco e ste no m b re. Ubaratutu, al
decir de H aupt, significa siervo del dios Tutu-M erodach. ¿No p u d iera alu d ir este
significativo nom bre á lo que dice el G énesis: Am bulavitque cum Deo?
EL D I L U V I O 245

23. y (lleva) contigo el semen de la vida de cada especie al


interior de la nave.
24. La nave que tú fabricarás,
2 5........ codos de longitud, su medida,
2 6 ........codos medida igual de ancho y alto (1)
27. y ....al mar ella, cúbrela con un techo».
28. Cuando yo entendí, dije á Hea: mi Señor:
29. «(La fábrica de la nave), ó Señor, que tú me mandas,
30. (cuando) yo la haya ejecutado,
31. (se reirán de mí) el pueblo y los ancianos».
32. (H ea abrió la boca y) habló, dijó á su siervo, á mí:
33. «(Si ellos se ríen de tí) les dirás:
34. cualquiera que me ofende, y
35.....................................................................
36. ...en verdad yo......
37. y yo haré que... la bóveda (del cielo).
38. ...yo juzgaré en lo alto y en lo bajo.
39. (Pero tú) no cierres (tu salida),
40. (hasta que no llegue) el tiempo, que yo te avisaré.
41. (Entonces) entra por la puerta de la nave, (y) lleva
42. á su interior tus provisiones de grano, todos tus habe­
res y bienes
43. tu (familia), y tus siervos, y tus siervas, y (tus) pa­
rientes.
44. Las ovejas del campo, los animales del campo, todo
cuanto.....
45. Yo te mandaré, para que guarden la puerta Jboya».
46. A d ra h a sis (2) abrió su boca y hablé,
47. dijo á H ea (su) Señor;
48. «O Señor mío, nadie fabricó una nave {semejante)
(1) E s ile g ib le el núm ero de codos que te n ía n las dimensión©® ele la nave;
000 de largo y 60 de ancho le dan Srnith y L en o rm an t, a iin cp e n o p a rece que
tengan fu n d am en to sólid o para ello. H a u p t.
(2) E s é l m ism o 1Tasisadra. L leva adem ás el nom bre ITd-Zt , q u e quiere de­
cir Samas nayistin, ó se a Sol de la vida.
2-16 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

49. sobre la tierra;....


50. ...pueda yo ver, y la nave...
51. ...sobre la tierra......
52. ...como tú lo has m andado»......

COLUMNA II

1. Robusto......
2. En el quinto día.......se levantaban.
3. En su ámbito catorce en todas sus órdenes,
4. catorce en todo contaba..... sobre sí (1).
5. Yo coloqué su techo......yo la cubrí.
6. Navegué en ella el sexto (día); di vidí sus compartimien­
tos en el séptimo,
7. la parte interior divide en el octavo;
8. las hendiduras de las aguas de la parte interior tapé
bien;
9. vi las hendiduras y coloqué lo que faltaba (para cu­
brirlas).
10. Tres sciros (2) de asfalto extendí en la parte interior.
11. Tres saros de asfalto gasté en la parte exterior.
12. Tres saros de hombres portadores de cestas, que lleva­
ban sobre su cabeza las cajas.
13. Yo guardé un saro de cajas para el alimento de mis
allegados;
14. dos saros de cajas se dividieron entre ellos y los
marinos.
15. P o r......yo hice inmolar bueyes,
16. instituí......para cada un día;
17. en de bebida, de toneles y de vino
18 como el agua de un río, y

(1) Según la trad u cció n de S m ith se tra ta en e stas lín e a s de 14 m edidas.


(2) E l saro, que según vim os antes, e ra m edida de tiem p o , deb ía ser también
m ed id a de capacidad.

'
EL DILUVIO 247

19. ....como el polvo de la tierra, y


20 las cajas con mi mano yo las llevé.
21. .....del sol......la nave fué concluida.
22. robusto y
23. Los fornimientos de la nave hice llevar á lo alto y á
lo bajo,
24......... ellos juntaron sus dos tercios (1).
25. (Todo cuanto yo tenía) junté; cuanta plata tenía, reuní;
26. cuanto oro (tenía), reuní.
27. Cuanto yo tenía de semillas vivientes reuní,y todo esto
28. transporté á la nave; todos mis siervos, varones y
hembras,
29. los rebaños de los campos, los animales de los cam­
pos, y todos mis parientes les hice subir.
30. Mas, cuando el sol trajo el tiempo destinado,
31. entonces una voz habló: «Por la tarde los cielos llove­
rán ruina;
32. entra en lo interior de la nave y cierra tu entrada.
33. El tiempo destinado está encima,
34. dijo la voz, á la tarde, los cielos lloverán ruina».
35. Con angustia miraba yo el ponerse el sol aquel día,
36. aquel día, de mi entrada en la nave, yo tuve miedo.
37. (Pero) yo entré en lo interior de la nave y cerré tras de
mí la puerta,
38. para cerrar la nave. Al piloto Buzurlíurgcd
39. conñé la gran fábrica con su carga.
40. Entonces se levantó Mu-seri-ina-namciri
41. del profundo del cielo, un negro nublado,
42. en cuyo seno R a m m a n (dios de la tempestad) hizo
retumbar el trueno,

(1) E stas 24 p rim era s lín eas no las trad u jo H aupt, por ser dem asiado obs­
curo su sentido; así es que la traducción del texto está tom ada de L enorm ant
(Orígenes de l’histoire, V. I. A pen. V.), á donde rem ite á sus lectores el asiriólogo
alem án .
248 EGIPTO Y ASIRIA R E S U C IT A D O S

43. mientras N eblí y Serna se arrojaron uno contra otro;


44.' los portadores del trono trastornaron los montes y los
valles.
45. El poderoso dios de la peste desencadenó los tor-
' b elimos,
46. A rla r hizo salir de madre sin reposo los canales (?);
47. los A n n ü n n a k i (dioses menores, genios) trajeron la
inundación;
48. á la tierra ellos hicieron temblar con su poder;
49. las olas hinchadas de R a m m a ti subieron hasta el cielo;
50. toda luz se convirtió en (tinieblas).

COLUMNA III

1 .....de la tierra, la devastaron como..... I


2 m ontaña (?)
3 y .....condujeron en guerra contra los hombres.
4. El hermano no espera al hermano, los hombres no se
cuidan más uno del otro. En el cielo
5. los dioses se espantan del diluvio, y
6. buscan refugio, suben hasta el cielo deldios Ana.
7. Como un perro en su cama, los dioses se agazapan
oprimidos unos contra otros junto al cancel del cielo.
8. Ista r gritó como una parturienta (como un toro, dice
otra variante);
9. la augusta diosa en alta voz exclamó
10. «...... ha venido el fango,
11. aquél que yo delante de los dioses anuncié como de­
sastre.
12. Sí, yo en la asamblea de los dioses profeticé la des­
gracia,
13. la guerra de destrucción contra mis hombres anuncié.
14. Pero yo no di á luz á los hombres, para que
15. ellos como hijos de los peces llenasen el mar».
EL DILUVIO 219

16. Entonces los dioses lloraron con ella por causa de los
A n n u n n a k i;
17. en un lugar se sentaron los dioses lamentándose.
18. Los labios ellos cerraron.....lo porvenir.
19. Seis días y siete noches
20. el viento, el diluvio y la tempestad predominaron;
21. al amanecer del día siete la tempestad amainó, el dilu­
vio que una batalla
22. había dado, como un (poderoso) ejército de gente
armada,
23. se tranquilizó; el mar se retiró, y la tempestad y el di­
luvio cesaron.
24. Yo navegué á través del mar, deplorando
25. que las habitaciones del género humano hubiéranse
convertido en fango;
26. como troncos de árboles los cadáveres flotaban acá
y allá.
27. Yo abrí la ventana, y como la luz del día me diera en
la cara,
28. recapacité y me senté llorando;
29. sobre mis mejillas corrieron las lágrimas.
30. Yo navegué sobre la tierra, (entonces) un mar es­
pantoso;
31 luego apareció un continente de doce medidas de alto.
32. Hacia la tierra de N izir se enderezó la nave.
33. La montaña del país de N izir detuvo la nave, y no la
dejó andar más adelante.
34. El primero, el segundo día la montaña de N izir detu­
vo, la misma.
35. El tercero y el cuarto día la montaña de N izir detuvo,
la misma.
36. El quinto y el sexto día la montaña de N izir detuvo,
la misma.
37. Al rayar el alba del día siete
38. yo cogí una paloma y la solté al vuelo. La paloma voló
por aquí y por allí, mas
39. no encontrando lugar de reposo, se volvió atrás.
40. Entonces yo tomé una golondrina y la solté. La golon­
drina voló por acá y por allá, pero
41. no encontrando lugar de reposo, se volvió atrás.
42. Entonces tomé un cuervo y lo solté á volar.
43. El cuervo voló en seguida, como viese que el agua
había mermado,
44. se acercó, vadeando tímido el agua, pero no volvió
atrás.
45. Entonces solté fuera (todos los animales) á los cuatro
vientos, un sacrificio yo ofrecí.
46. Erigí un altar sobre la cima de la m ontaña,

-------------------------
47. siete y siete vasos de a d a g u r yo dispuse,
48. debajo de ellos esparcí cañas, cedro y enebro.
49. Los dioses aspiraron el vapor, los dioses aspiraron el
fragante vapor;
50. como moscas se aglomeraron los dioses sobre el sacri­
ficante.
51. Después, como llegara la gran diosa Istar,
52. levantó en alto los grandes arcos, que había hecho
A n a , según.....
53. ¡O dioses! «Por el collar de mi garganta jam ás ol­
vidaré.

COLUMNA IV

1. estos días, yo me acordaré de ellos; y jam ás los ol­


vidaré.
2. Vengan los dioses al altar;
3. B e l (solamente) no debe venir al altar;
4. porque él ha obrado sin consideración y ordenado el
diluvio,
EL DILUVIO 251

5. y á mis hombres entregó á la destrucción».


6. Después, cuando el dios B el llegó,
7. y vió la nave, quedó estupefacto,
8. lleno de cólera se volvió contra los dioses y los igigi:
9. «¿Cuál es el hombre (gritó) que ha huido? ningún
hombre debe sobrevivir á la destrucción».
9. bis. Entonces A d o r abrió su boca y habló; dijo al
guerrero Bel:
10. ¿Quién, sino Hea, (pudo) haber pensado la cosa».
11. H ea sabía (el negocio) y le instruyó de todo (d H asi-
sa d ra j» .
1*2. Entonces H ea abrió su boca y habló, dijo al guerrero
Bel:
13. «tú eres el guerrero, jefe de los dioses;
V±. ¿por qué has obrado tan inconsideradamente y orde­
nado el diluvio?
15. Sobre el pecador haz que recaiga su pecado, sobre el
delincuente haz que recaiga el delito.
16. Concede en gracia que él (el hombre) no sea aniquila­
do, concede que él n o .....
17. En vez de ordenar un diluvio, (haz que) vengan los
leones y disminuyan los hombres;
18. en vez de ordenar tú un diluvio, (haz que) vengan las
hienas y disminuyan los hombres;
19. en vez de ordenar tú un diluvio, (haz que) sobrevenga
una carestía, y la tierra quede desierta;
20. en vez de ordenar tú un diluvio, (haz que) venga el
dios de la peste y disminuya los hombres!
21. Yo no he comunicado el decreto de los grandes dioses;
22. un sueño (solamente) envié á A drahasis, y él com­
prendió el decreto de los dioses».
23. Entonces Bel entró en juicio y subió al interior de la
nave,
24. me tomó la mano y me hizo levantar,
252 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

25. levantó también á mi mujer y puso la mano de ella en


la mía;
26. se volvió á nosotros, se colocó en medio de nosotros
y nos bendijo:
27. «Hasta hoy ^Hasisadra fué mortal;
28. pero en adelante, con su mujer, será elevado para ser
como los dioses,
29. y H asisa d ra habitará en un lugar remoto, á la embo­
cadura de los ríos».
30. Entonces me cogieron, y á un lugar remoto, á la em­
bocadura de los ríos me transportaron (1).
En el resto de la 4.a columna y las dos siguientes de la tabla
XI de la leyenda de Izdubar, continúa la relación de los hechos
del protagonista, su curación por los consejos de H a sisa d ra , la
despedida que hizo al demiurgo y la vuelta á Erech. La tabla
XII y última contiene nuevos lamentos del héroe por la muerte
del amigo fLeabani, terminando la epopeya con la apoteosis
del mismo Jieabani transportado al cielo por Jlea.
Los dos últimos versos vienen á ser como el signo del no­
tario ó escribano que copió la leyenda, y dicen:
1. Tablita duodécima de la leyenda de Iz d u b a r ,
2. escrita en conformidad con el ejemplar antiguo.
Conocida ya la relación cuneiforme del diluvio, según la me­
jor veisión hecha hasta la fecha, por más que no podamos ase­
gurar que sea perfecta y no haya de corregirse con el tiempo
en cuanto algunas circunstancias menos principales, conviene
hacer sobre ella algunas observaciones y compararla con la del
Génesis. Por de pronto su misma extensión la da una impor­
tancia suma, puesto que ocupa casi cuatro columnas de uno de
los doce ladrillos que forman la epopeya de Izdubar, y en las
cuatro columnas cerca de doscientos versos con circunstancias

(1) No será necesario ad v e rtir a l lecto r que los p aré n te sis so n explicaciones
p ara la m ejo r in telig en cia del tex to . Los..... indican las lagunas.
EL D IL U V I O 253

y pormenores que no se hallan en el fragmento de Beroso antes


trascrito.
Beroso, sin embargo, trae sustancialmente lo mismo que la
tabla cuneiforme, aunque desnudo del aparato poético que
adorna la relación de esta última; añadiendo por su parte aque­
llo de las escrituras enterradas en Sippara y descubiertas des­
pués del diluvio por los acompañantes de Kisuthro, lo cual no
vemos en el poema cuneiforme. Por lo demás, dice con razón
Lenormant, la leyenda del autor de las A ntigüedades caldeas
viene á ser como el esqueleto del episodio diluviano, narrado
á Izdubar por Hasisadra.
De aquí resulta una nueva prueba en favor de la veracidad
del historiador caldeo y un nuevo motivo de credibilidad res­
pecto á aquellos de sus fragmentos, cuyo contenido no fué con­
firmado aún por otros testigos cuneiformes. «Hasta hace poco
tiempo, diremos con el citado Lenormant (l), con solos los
fragmentos de Beroso, se podía dudar si la tradición diluviana
era muy antigua é indígena de Babilonia, ó más bien una mer­
cancía importada, procedente del comercio con los hebreos du­
rante la cautividad. Pero hoy es imposible la duda; la tradición
era verdaderamente nacional y alcanzaba una antigüedad gran­
dísima. Si las copias que hoy poseemos, no pasan del siglo VII
antes de Cristo, el original, no obstante, del relato descrito en
las tablillas de Nínive, remontaba indudablemente, por las ra­
zones ya expuestas, á muchos siglos antes del nacimiento de
Moisés. Es, por consiguiente, la relación más antigua de todas
cuantas conocemos hoy acerca del diluvio».
A nosotros nos importa principalmente comparar lo que lie­
mos copiado del poema de Izdubar en el episodio del diluvio
con lo que refiere Moisés en los capítulos VI, VII, VIII y IX del
Génesis, para deducir su conformidad ó discrepancia.
Desde luego, leyendo una y otra relación, se observa cierto

(_l) Les prem ieres civilizations, tom o II, pág. 49.


254 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

paralelismo sorprendente, que las une ambas desde el principio


hasta el fin; el mismo es el orden general de los hechos; de
idéntica manera se desenvuelve el drama en las dos historias;
y no hay un rasgo, una circunstancia particular referida en una
de ellas, que 110 encuentre en la otra confirmación por otro
rasgo semejante. En este concepto la leyenda caldea sobrepuja
mucho á todas sus análogas de otros pueblos; pues siendo la
tradición del diluvio «la tradición universal por excelencia entre
todas las que se relacionan con la historia primitiva de la hu­
manidad» (1), en ninguno de los pueblos que la conservan—y
son todos los de la tierra, incluyendo los negros— se halla con
tanta pureza, exactitud y conformidad con la verdadera historia
del cataclismo acuático, como en la tradición caldea. Quizá con­
tribuyó á ello el haberse dado á la estampa en las tablas de ar­
cilla cruda, que debiera conservarla en su integridad, después
de cocida, para enseñanza de los pueblos venideros.
Decimos sin excluir la raza negra, como alguien se ha atrevido
á afirmar y repiten á coro muchos sin tomarse la molestia de
examinar á fondo la cuestión. Sirvan de ejemplo al Sr. Castelar i
y el Cardenal González (2). «No hay un pueblo, ni un solo rin­
cón de la tierra, dice con fnueha razón Gainet (3), que no nos
haya ofrecido el suyo (el testimonio) más ó menos claro en íavor
del gran acontecimiento». Y si entre los negros no son tan ex­
plícitas las tradiciones acerca del diluvio como en otros pue­
blos, son, no obstante, lo bastante claras para que no se pueda
dudar de su existencia. Los hotentotes del Cabo de Buena Es­
peranza llaman N oli al primer hombre de su raza, que des­
cendió por una ventana junto con su mujer líin g -N o li, donde
manifiestamente se alude al nombre de Noé y su salida del arca
por la ventana del costado. Los mincopios ó negros de Anda-
mán conservan muy viva la tradición diluvial, lo mismo que
(1) L e n o r m a n t , M anuel ele l’histoire ancienne de l'U rien t, tom o I, pág. 20.
(2) G alería histórica citad a, tom o II, pág. 142. L a B ib lia y la ciencia, tomo
y lu g a r citados.
(3) L a B ible sans la B ible, tom o 1, pág. 227.
EL DILUVIO 255

la de la creación, el paraíso, el pecado, la confusión de lenguas


y otras. Por consiguiente, es enteramente gratuito afirmar que
la raza negra no conoce el diluvio (J).
Por eso el descubrimiento de Smith es de un valor incalculable
para el exégeta cristiano, que ve en él confirmado en todas sus
partes uno de los puntos más controvertidos y á que mayor
oposición ha hecho el naturalismo, enemigo de la fe y del orden
sobrenatural; siendo este episodio babilónico el más elocuente
y demostrativo de los testimonios gentiles en favor de la Escri­
tura Santa (2).
El personaje principal del drama asirio, H asisadra, como
el del drama bíblico, N oé, aparece en ambos textos con el ca­
rácter de hombre justo y piadoso, que en premio de su virtud
mereció ser exceptuado de la maldición divina lanzada contra
los humanos, y preservado del universal naufragio junto con
su familia; porque la justicia del hombre santo, no solamente
es provechosa para él, sino que alcanza para aquéllos con quie­
nes vive las bendiciones del cielo. Uno y otro cumplen fielmen­
te el mandamiento de Dios y fabrican su nave, á pesar de
las risotadas y burlas de los impíos é incrédulos, que suelen
olvidar, entonces como ahora y siempre, la profunda sabiduría
contenida en el proverbio salomónico, que dice: «La risa se
mezclará con el dolor» (3). Ambos rinden á la divinidad, des­
pués de su salvación, el homenaje de gratitud y respeto, de
-acción de gracias por el singular beneficio recibido, atrayendo
sobre sí las bendiciones de lo alto, cual nuevos padres de la
humanidad.
Los dos textos nos presentan el diluvio, no sólo como un
gran trastorno físico, un desquiciamiento completo de la natu­
raleza, sino como un castigo de Dios por los pecados de los

(1) Véase al P. A r i n t e r o en E l diluvio universal, pág. 36 y siguientes, con


las au to rid ad es que cita en su favor.
(‘2) B r u n e n g o , o b ra citada, tom o I, cap. V.
(3) P rover., X I V - 13.
256 EGIPTO Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

hombres; desorden material, consecuencia del desarreglo moral


á que se habían entregado los hijos de Adán. La razón de aquel
terrible f i n de toda carne de que nos habla Moisés, no era otra
sino, que aquella toda carne había corrom pido su camino
sobre la tierra. En el texto caldeo movió el corazón de los
dioses el disponer un diluvio la maldad de los hombres, que
hizo recaer sobre el peca d o r su pecado y sobre el delin­
cuente su delito , con la sola excepción del piadoso Jiasisa-
d r á , que ni era pecador ni delincuente. Este carácter moral del
diluvio, tan explícitamente manifestado en la escritura cunei­
forme, al igual de otras leyendas, tales como la pérsica, la in­
diana, la egipcia, la iránica, la griega, etc., fué omitido en la re­
lación de Beroso, según observamos antes; acaso por la razón
de compendio que distingue los fragmentos conocidos de
aquel escritor.
Dios mismo ordena á Noé que fabrique el arca, donde ha
de salvarse con su familia, después de haberle revelado sus
proyectos de destruir los hombres por medio del diluvio; y no
contento con esto, le manifiesta el plano del arca, señalándole
las dimensiones que debía tener. Otro tanto hace con ‘Uasisa:
d ra el dios Tiea, á quien Beroso identifica con Saturno ó Cro-
nos. Hay aquí una particularidad digna de consignarse. Moisés
no nos dice dónde fabricó Noé su arca, ni en qué país vivía el
patriarca cuando recibió el mandamiento divino; mientras que
el texto cuneiforme señala para morada de Viasisadra la ciudad
de S u rip p a k. Ahora bien; esta ciudad, al decir de las inscrip­
ciones, según testimonio de Smith, estaba asentada sobre el
Golfo Pérsico en las bocas del Eufratres. Allí residía antes del
diluvio U baratutu, el noveno rey antidiluviano, que Beroso
llama Otiartes, y que corresponde en la genealogía patriarcal
de Moisés áLam ech, padre de Noé. jü a sisa d ra con tinuó vivien­
do en la misma ciudad, ó sea Kisuthro, ó sea Noé.
En confirmación de lo dicho respecto á ser S u rip p a k la
morada de ^Hasisadra cuando el diluvio, está el hecho de que
257

en aquella ciudad era adorado el dios H e a con el nombre de


dios del diluvio v que á la misma se la conocía en lo antiguo
como ciu d a d del arca ó ciudad de la nave. Así consta en
una inscripción de H am m u ra b i, rey de Babilonia, que vivió
hacia el año 1500 antes de J. G., en la cual se menciona la
conquista de aquel pueblo por el citado rey.
Otra inscripción, copiada en tiempo de Assurbanipal (sépti­
mo siglo antes de C.), pero cuyo original se remonta al 1800
antes de nuestra era, llama á S u rip p a k, ciudad de la nave,
advirtiendo que esta última inscripción contiene un catálogo
de embarcaciones célebres. Delitzsch asegura (1) que S u rip ­
p a k se halla indicada ideográficamente con el nombre de
M auru-ki, que es lo mismo que acabamos de decir, á saber,
ciudad de la nave. Todo lo cual manifiesta la antiquísima y
constante tradición caldea, que colocaba á la entrada del
Golfo Pérsico la habitación del constructor del arca salvadora.
Verdad es que otra tradición supone fabricada en Jaffa el arca
de Noé, pero ni es tan antigua ni tan fija y constante.
Las dimensiones señaladas al arca por la Biblia son 300
codos de largo, 50 de ancho y 30 de alto; la tabla cuneiforme
expresa también en codos las dimensiones de la nave; sólo
que las cifras están tan borrosas, que no se sabe lo que dicen.
Por eso Iiaupt omite el número de codos en su traducción,
según vimos, mientras que Lenormant cree que son 600 á lo
largo y 60 á lo ancho y á lo alto, y Smith por conjetura pone
los mismos que Lenormant, pero quedándose dudoso de la
verdadera cifra. Siempre resultaría una discrepanda entre la
tabla caldea y el Génesis, por lo que hace á las dimensiCHies
de la nave— y suponiendo que la lección de L en o m u iit es
exacta,— en que Moisés distingue la altura de la anchura en
el arca; mientras que el escritor asirio pone para ambas igual
número de codos. Beroso, en cambio, cuenta per estadios las

(1) Wo lag das paradles? pág. 225.


258 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

dos dimensiones de que habla, esto es, lo largo y lo ancho,


omitiendo lo alto. Señalando, pues, al estadio el valor que
comúnmente se le da de 185 metros, y dando al codo 0,462)
las dimensiones del arca, según las tres versiones que pose­
mos, serán en metros:

GÉNESIS. TEXTO C UNEIFOR ME. BEROSO.

L argura... 138,60 277,20 925


Anchura... 23,10 27.72 370
A ltura...... 13,86 27.72

Por donde se ve que las medidas de Beroso, suponiendo


que no hayan sido alteradas por sus compendiadores, son las
que más se alejan de las bíblicas y aun de lo verosímil; pues
lo es bien poco un buque de casi un kilómetro de longitud.
Del asfalto ó betún, con que debía ser calafateada el arca
de Noó intrínsecas et e xtrín seca s, por dentro y por fuera, no
solamente se hace mención expresa en la tabla caldea, sino que
se emplea el mismo nombre con que lo designa Moisés, Ko-
p lier en hebreo, % upri en asirio. Sin embargo, hay una nota­
bilísima diferencia en el nombre del artefacto de Noé y el del
artefacto de Hasisadra. El primero es llamado arca, tebah, cuyo
significado propio es casa, fo r ta le z a , sin que se mencione
para nada la nave, ni el mar, ni los marinos, ni el piloto. Y
no porque Moisés ignorara ninguna de estas cosas tan usua­
les y comunes en Egipto; sino porque, como observa juiciosa­
mente Vigouroux, quiso conservar intacta la tradición de su
pueblo, huyendo del lenguaje que pudiera parecer moderno y
de términos que no estaban consagrados por la antigüedad.
Así, en lugar de describir la botadura del arca, nos dice que
«se multiplicaron las aguas y elevaron el arca á lo alto, sepa­
rándola de la tierra». Él, no obstante, sabía muy bien lo que
eran y cómo se llamaban el mar, el puerto y la nave, puesto
que las menciona con los nom bres de iarn, choph y anilot en
EL DILUVIO 259

la bendición de Jacob á Simeón. Todo lo contrario ocurre


con la relación cuneiforme, que habla de nave, de marinos, de
piloto, de m ar y de nave fabricada en un puerto dentro del
agua, puesto que Hasisadra tapa las hendiduras por donde
penetraba al interior. Muy en conformidad con las costumbres
de la Baja Caldea, pueblo marítimo acostumbrado á todas esas
operaciones necesarias en la navegación.
Tanto Moisés como el texto cuneiforme describen el apro­
visionamiento de Ja nave para las personas y animales que
debían salvarse dentro de ella contra la invasión de las aguas.
Por m andato expreso de Dios guardó Hasisadra todas sus ri­
quezas y la semilla de la vida, zir napsaíi, de todas las espe*
cies de animales y bestias del campo. Pero, mientras que el
Génesis y tam bién San Pedro, en su primera carta (1), ponen
ocho personas, que se salvaron en el arca, á saber: Noé y su
mujer, los tres hijos de Noé con sus tres mujeres, la tabla
asiria hace subir á la nave los parientes de Hasisadra, los pi­
lotos y marinos y los amigos íntimos del héroe. Además nin­
guna distinción se hace allí de animales puros é impuros, ni
de los siete pares de los primeros que introdujo Noé en su
arca por orden de Dios. En cambio, el autor caldeo del poema
de Izdubar coloca entre las provisiones de Hasisadra una bue­
na y abundante ración de vino, al paso que Moisés no hace
mención de él sino después del diluvio, dando á entender que
antes era desconocido y que Noé plantó la viña y bebió de su
fruto con exceso.
La descripción del diluvio y su aparición repentina, el ir y
venir de las aguas, la vehemencia de la tempestad, los estra­
gos causados por ésta y los terribles efectos sobre los vivien­
tes, son casi lo mismo en ambas relaciones; salvas las fic­
ciones mitológicas del poema caldeo, que no dejan de tener
grandiosidad y belleza, si se quiere, salvaje, aun comparándo-

(1) L i qua (arca) pauci, id est, octo anim ae salvae fa c ta e sunt p e r aquam, 111-20.
260 E G IP T O Y ASIR IA RESUCITADOS

las con la inimitable sencillez y sublimidad del relato bíblico.


Aquellos dioses de la tempestad y de la'destrucción, B in , N e-
bu, S erru , A d cir, que con un ejército de espíritus y dioses
menores ó A n unnaki, se constituyen en ministros del casti­
go decretado por el senado de los dioses suprem os contra los
hombres impíos; la inundación, que no sólo cubre la tierra,
sino que se levanta hasta el cielo; las lamentaciones de los
dioses y de los espíritus por la universal desolación del m un­
do terrestre; el llanto de H cisisadra, viendo desde su nave
flotar sobre las aguas los cadáveres, como troncos de árboles,
son, á no dudarlo, rasgos poéticos que hacen honor al autor
de la epopeya.
Notable es la diferencia que se advierte entre la relación
bíblica y la caldea por lo que hace al tiempo que duró la ca­
tástrofe diluviana. Según el Génesis, la lluvia estuvo cayendo
sin cesar por espacio de 40 días con sus noches, y no comen­
zaron á disminuir las aguas sino después de 150 días, que tu­
vieron la tierra enteram ente cubierta, no habiendo salido del
arca Noé y su familia hasta que hubo pasado un año y 10
días desde la entrada en ella; puesto que entró el año 600 de
su vida, el mes segundo y el día 17 del mes, y salió el año
601, el mes segundo y el día 27.
En la tabla caldea la duración fué brevísima; como que la
tem pestad duró siete días, otros siete estuvo detenida la nave
sobre los montes de N iz ir y durante ellos soltó las aves Ha-
sisadra, saliendo de la embarcación poco después. De manera
que en todo no debió llegar á tres sem anas el tiempo que es­
tuvo dentro de la nave. Sin duda obedece esta corta duración,
dice el P . Brunengo, á razones astrológicas y supersticiosas.
Uno de los rasgos más característicos de am bas relaciones
y que prueban la unidad de origen, es el envío de las aves para
conocer el estado de la tierra, hecho por los dos protagonistas,
H asisadra y Noé. Aquí mismo, empero, se advierten variantes
en cuanto al orden de salida y al núm ero de emisarios. Nada
EL DILUVIO - 261

dice Moisés de la golondrina; pero da como anterior la salida


del cuervo, qui egrediebatur et non reoertebatur, y la palo­
ma fué tres veces mensajera; la primera «como no encontrara
dónde pararse, volvió al arca»; la segunda «volvió por la ta r­
de con un ramo verde de oliva en el pico», y la tercera ya no
volvió, habiendo mediado siete días entre cada una de las
salidas.
Ambos textos están conformes en que los héroes de su
relato ofrecieron á Dios un sacrificio en acción de gracias por
haber sido librados de las aguas, y en que agradó á Dios aque­
lla m uestra de piedad y de reconocimiento por parte del hom­
bre justo, que antes se hizo acreedor al singular favor de es­
capar libre de aquel peligro, en que perecieron los impíos, y
después mereció las bendiciones de la divinidad y la promesa
explícita de que no se repetiría jam ás el diluvio en Moisés, y
de un modo implícito en la relación caldea.
Por último, se diferencian, al parecer, la historia mosaica y
la caldea en el término señalado al protagonista de cada una.
Al decir del poeta caldeo, H a sisa d ra fué transportado á un
lugar remoto y premiado con la inm ortalidad entre los dioses.
Algo parecido refieren las tradiciones de otros pueblos respec­
to al fundador de su nacionalidad ó primer rey, como hacen
los chinos con F o-hi, los egipcios con He m ies y los frigios
con A nnaco; mientras que el Génesis se contenta con decir de
Noé, que plantó la viña y bebió de su zumo, que bendijo á sus
hijos y maldijo á su nieto C anaám , y que vivió después del
diluvio 350 años y murió, lo mismo que sus ascendientes. Sin
embargo, la aparente contradicción es bastante explicable, con
sólo aplicar á uno solo lo que sucedió á dos, cosa en verdad
harto frecuente en las epopeyas. Antes hicimos notar, al tradu­
cir el poema asirio, que la traslación de H a sisa d ra podría ser
una reminiscencia de la que nos refiere Moisés, en el capítulo
V, del bisabuelo de Noé, H enoch. No podría menos de impre­
sionar vivamente á los hombres antidiluvianos el rapto de aque
262 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

patriarca, y conservarse por lo mismo la memoria de aquel he­


cho extraordinario en los pueblos primitivos posdiluvianos, que
lo predicaron cada cual del jefe de su nación. ¿Qué extraño,
pues, que los caldeos atribuyeran á H a sisa d ra lo que fuera
propio de Ubarcitutu, su ascendiente?
Notemos de paso la semejanza del nombre frigio Anncico y
el hebreo H enoch, que son casi idénticos. Y lo más particular
es, como observó Lenormant (1), que la significación del nom­
bre U baratutu, en lengua accadiana, ó sea el primitivo caldeo,
es la de esplendor del sol occidental, y el nombre de Jared,
padre de Henoch, significa en hebreo poniente. Pudiera esto
ser casualidad; pero teniendo en cuenta todas las semejanzas
de ambas tradiciones, no es racional admitir casualidades allí
donde tanto abundan las analogías.
En resumen. Del parangón hecho en lo referido por Moisés
acerca del diluvio y lo que leemos en el poema de Izdubar, re ­
sulta evidente la comunidad de origen de ambas narraciones.
La admirable concordia de una y otra en lo sustancial, en los
motivos, en los rasgos principales y característicos de aquella
catástrofe sin igual en la historia humana, no pueden dejar res­
quicio alguno por donde penetre la duda. Por otra parte, las di­
ferencias, unas relativas á ciertas particularidades secundarias,
como las dimensiones del arca, el número de personas que en
ella se salvaron, las aves mensajeras; y otras algo más funda­
mentales, como la duración del diluvo, la suerte del patriarca
libertado de las aguas y el nombre del mismo en las dos narra­
ciones, prueban de un modo concluyente la independencia de
la relación mosaica con respecto á la babilónica y viceversa.
Así es que ni puede creerse que Moisés copiara su historia del
poema caldeo, ni que el poeta accadiano se inspirara en la his­
toria de Moisés. Por eso bien pudo decir Smith, que el episo­
dio diluviano de Izd u b a r es un testimonio independiente en

(1) L es prem ieres civilizations, tom o II, pág. 69.


EL DILUVIO 263

favor de la Biblia, consistiendo en ello su mayor valor (1), y


teniendo, sobre todo, presente su veneranda antigüedad.
Si ahora quisiéramos parangonar una y otra historia en su
mérito intrínseco, veríamos las inmensas ventajas que sobre la
asiría lleva la mosaica, aun en la parte artística y material del
relato. Pues, á pesar de los adornos poéticos de la relación
caldea, ¡cuánta distancia hay de ella á la sublime, bellísima é
incomparable sencillez y majestad de la hebrea! Basta una sim­
ple lectura de ambas para convencerse de ello, por pequeña
que sea la dosis de gusto literario en el crítico que las com­
pare.
Y, sin embargo, esa diferencia, con ser tan grande, no es
nada en relación con la que existe en otro orden superior, en
el orden dogmático y moral. En el Génesis, se nos presenta un
Dios único con toda la majestad y santidad que le son propias;
un Dios sabio, omnipotente, soberano señor de cielo y tierra; un
Dios justo y vengador de las iniquidades humanas, pero al pro­
pio tiempo misericordioso y próvido, dispuesto á salvar y ben­
decir las reliquias del humano linaje. En el poema caldeo se en­
cuentra una turba de dioses mayores y menores, sujetos á las
mismas pasiones del mortal; dioses que temen y huyen de la
tempestad levantada por otros dioses; que se encuentran acu­
rrucados como perro s, que gimen y lamentan el mal que no les
es dado impedir, v que sostienen entre sí querellas, como cual­
quier litigante. Hasta el mismo carácter moral del diluvio, indi­
cado en el poema asirio, se resuelve en un litigio entre los dioses
lie a y B e lo } con lo cual pierde mucho de la importancia que
en otro caso tendría. De manera que en la historia del diluvio,
al igual de lo que hemos visto en la de la creación, la teología
de Moisés es tan superior á la de los poetas caldeos, como el
cielo lo es á la tierra; pues mientras que el monoteísmo más puro
campea y brilla esplendoroso en los relatos del primero, adviér-

(1) Chaldean Account o f Génesis, póg. 286.


264 EGIPTO Y- A S I R I A R E S U C IT A D O S

tense en las narraciones ele los últimos todas las locuras y extra­
vagancias politeístas, siendo más lamentable esto, si atendemos
á la antigüedad que sobre el autor bíblico ostentan las narra-
rraciones caldeas, según el sentir de los asiriólogos.
Reparemos, por último, que mientras los modernos raciona-
nalistas tienen por cosa demostrada— ya se sabe que estos seño­
res nunca demuestran, suponen y nada m ás—la duplicidad de
autores en la historia diluviana de Moisés, uno E lohista y otro
Jehovista, todos los rasgos y todas las acciones referidas por
ambos se encuentran en el episodio caldeo del poema que exa­
minamos. ¿Sería también E lohista y Jeliovista su autor?
Para que se tenga á mano y pueda verse y abarcarse con
una sola mirada la relación que existe entre el diluvio tal como
lo refiere Moisés y el mismo según consta de la escritura cunei­
forme caldea, damos á continuación la tabla comparativa pu­
blicada por el P. Brunengo (1) que es algo más extensa que
la de Vigouroux (2).

GÉNESIS. POEMA ASIRÍO.

1. C orru p ció n de los { colu m n a I lín e a 13


| cap. VI ver. 11,12
h o m b re s............. IV 15
2. D ecreto del d ilu ­
v io ....................... í
( VIII
V
7 ,1 3 ,1 7
4 !
I 13, 18,22
3. O rden de co n stru ir
el arca................. VI 14 I 20, 27
4. D im ensiones d e l
a rca...................... VI 15 I 23, 44
5. A nim ales d e n t r o i VI 19, 20 ) I 24, 26
del a rca ............... ( Y II 2 ,3 5
6. C o ntracción d e l
a r c a ..................... VI 22 II 1,9
7. B etún del a r c a .,... VI 14 II 10, 11
8. P r o v i s i o n e s del
a rc a ..................... VI 21 II 12, 20

i
( 7, 9
9. In g reso en el arca. V II II 25,29,32
( 13,16

(1) L 'Im p ero , etc., cap. V.


(2) L a B ible et les clescoiuertes, etc., tom o I, pág. 278.
EL D I L U V I O 265

GÉNESIS. .POEMA A SI RIO.

10, C lau su ra del arca. cap, V II ver. 16 colum na II línea 37


11. P rin c ip ia el d ilu ­
v io ....................... V II 10, 11 II 40, 50
12. D escripción del d i­
lu v io .................... V II 12, 17,20 III 1,4
13. D estrucción de los
v iv ien tes ........... VII 21, 23 II I 1, 15, 26
14. D uración del d ilu ­
v io ........................ V II 17,24 III 19,23
15. F in del d il u v io .. . V III 1,2 III 21,26
16. A p ertu ra de lav en - •
ta n a ..................... V III 6, 13 III 27
17. D escenso de la s
aguas................... V III 3, 13 III 30, 31
18. D etiénese el arca. V III 4 III 33, 36
19. D escúbrese la tie ­
r r a ................. .. V III 5, 13, 14 II I 43, 44
20. A ves m en sa je ra s. V III 7, 12 II I 38, 44
21. S alida del a rc a . . . V III 15,19 II I 45
22. E rección del altar. V III 20 III 46
23. S acrificio................ V III 20 III 47, 48
24. A c e p ta c ió n ........... V III 21 III 49, 50
\ V III 21
25. P rom esa d iv in a ,.. 13, 20
( IX 11, 15 ! -
26. A lianza y b en d i­
ció n ..................... IX 1, 2,9,17 IV 23, 26
IX 28, 29
27. F in del p a tria rc a . IV 28. 30
V 24

En la tabla anterior se ve que la relación diluviana caldea


y la de Moisés corren paralelas desde el principio hasta el fin,
desde la corrupción que dió origen al castigo, hasta la bendi­
ción de Dios otorgada á los justos que fueron libertados de la
ruina común.

ARTÍCULO II

Su universalidad.

De intento hemos omitido hasta aquí hacer mención de la


mayor ó menor extensión de las aguas diluvianas, porque este
266 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

punto merece tratarse separadamente, siquiera sea á la ligera,


ya que 110 es nuestro ánimo dilucidar cuestiones científicas, si­
no comparar los relatos bíblicos con los egipcios y asirios para
deducir de esa comparación la autenticidad y veracidad de los
libros en que se contienen los primeros. Sin embargo; el tratar
de la universalidad del diluvio, no está del todo fuera de nuestro
programa, porque la tal universalidad se halla explícitamente
consignada en la tradición babilónica de Beroso, que copiamos
antes, y en la más antigua descubierta por Smith en el palacio
ninivita.
Hoy son varios los exégetas que niegan aquella universali­
dad. y entre los hombres de ciencia abundan los particularistas,
que sostienen no haberse extendido el diluvio noemítico á toda
la tierra, sino solamente á la parte de Asia conocida por los he­
breos; otros creen que el diluvio no fué simultáneo, sino suce­
sivo; otros que se extendió á todos los países habitados por el
hombre, pero que en él no perecieron todos los animales; y
otros, por último, que tampoco perecieron todos los homhres;
sino que además de los salvados en el arca, hubo algunos, y
aun pueblos enteros, que no sufrieron los efectos de la catástro­
fe, por no haber llegado á su tierra el agua diluvial. Esta di­
vergencia de opiniones entre los que se atrevieron á negar la
universalidad del diluvio es ya de por sí un argumento tortísimo
que previene contra tales negaciones, poco ó nada fundadas en
nuestro pobre juicio.
El miedo al milagro ha sido la verdadera causa, á nuestro
entender, de la oposición de los particularistas á la universali­
dad del diluvio. El temor de desagradar al naturalismo, que no
puede admitir la acción sobrenatural y cuyos nervios se crispan
con sólo oir la palabra m ilagro, llevó á ciertos católicos á res­
tringir cuanto pueden, dentro de la ortodoxia, la acción asola-
dora de las aguas diluviales. Así comenzó el protestantismo á
ceder en el terreno sobrenatural hasta llegar al estado en que
hoy le vemos de naturalismo puro, del cual ha desaparecido
EL DILUVIO 267

hasta la sombra del nombre cristiano (1). Por eso creemos que
es muy mal sistema el de las condescendencias en estas materias;
porque se expone, quien cede un palmo de terreno, á tener que
cederlo todo, como refiere San Agustín que ocurrió á un cató­
lico de su tiempo, enojado contra las moscas, que se vió obli­
gado á conceder al maniqueo que le escuchaba que casi todo
lo creado era obra del principio malo.
Sentimos muy de veras tener que contar entre los enemigos
ele la universalidad del diluvio, al Emmo. Cardenal González,
tan benemérito de la filosofía en nuestra patria, quien en su
obra L a B ib lia y la ciencia (2), se declara partidario resuelto
de la no universalidad zoológica y geográfica: y no se atreve á
sostener siquiera la universalidad antropológica por escrúpulos
científicos que tan mal cuadran á un hombre de su talla. Ya
pesaremos luego las razones en que quiere fundar la restric­
ción con que limita la acción destructora de las aguas dilu­
vianas.
La Iglesia, por su parte, nada ha dicho sobre el particular;
pues aunque el P. Tournemine asegura en el D iario de Tre-
veuoe (3) que, cuando se discutió en Roma la opinión de Vossio,
(1685), quien sostuvo en varios opúsculos la no universalidad
del diluvio noemítico, fué aquélla condenada por la Congrega­
ción del Indice, á pesar de los esfuerzos del sabio benedictino
Mabillón, Massart, por el contrario, afirma que no hubo conde­
nación semejante y que Vossio salió absuelto por los cardenales
del In d e x . El hecho es que en el Indice de los libros prohi­
bidos se hallan aún los tres libros siguientes de Isaac Vossio,
en los cuales defiende la no universalidad del diluvio: «D e sep­
tuaginta interpretibus, eorumque translatione et chronolo-
gia», « Chronologia sacra ad mentem veterum hebrce,orum»,

(1) V éase el cap ítu lo II del libro I de esta obra.


(2) Tomo II, cap. IV.
(3) A b r iid e l7 3 4 .
268 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

«D issertatio de vera estáte m u n d i», con otros tres opúsculos


del mismo autor, escritos en defensa de los primeros. A pesar
de todo, en estos tiempos no faltan impugnadores de la uni­
versalidad del diluvio, sin que la Iglesia les moleste en lo más
mínimo. De donde se deduce que se trata de una cuestión libre,
en la que cada cual puede optar por la solución que le parezca
más acertada.
Queda, pues, reducido todo á una cuestión exegética, á saber,
cual es el sentido de las palabras con que Moisés refiere la his­
toria del diluvio cie Noé, para deducir de ellas si se extendió á
toda la tierra; si solamente ocuparon las aguas aquellos países
en que habitaba el hombre; ó si también algunos pueblos ó
acaso razas enteras quedaron libres de la catástrofe, como pre­
tende el abate Motáis (5). Habrá de resolverse, por lo mismo,
atendiendo al contexto, á los lugares paralelos, á la tradición
eclesiástica y á los modernos descubrimientos de las ciencias
físico-naturales, en lo que tienen de verdadero y demostrado,
conciliando la narración bíblica con lo que arrojen todos esos
medios de prueba.
Comencemos por copiar textualmente lo que con relación
á la extensión mayor ó menor del diluvio dice Moisés en los
capítulos sexto, séptimo, octavo y noveno del Génesis:
«Y dijo Dios: no permanecerá mi espíritu en el hombre por
siempre, porque es carne, v sus días serán de ciento veinte
años» (VI-3). «Mas viendo Dios que era mucha la malicia de
los hombres sobre la tierra, y que todo el pensamiento de su
corazón estaba atento al mal en todo tiempo, se arrepintió de
haber hecho al hombre en la tierra, y penetrado su corazón de
un íntimo dolor, yo raeré, dijo, de sobre la haz de la tierra, el
hombre á quien creé, desde el hombre hasta los animales, des­
de el reptil hasta las aves del cielo; pues siento ya haberlos
creado (VI-5-6-7)». «Habiendo visto Dios que la tierra estaba

(5) E l diluvio bíblico ante la f e , la E scritu ra y la ciencia.


EL D IL U V I O 269

corrompida (porque toda carne había corrompido su camino


sobre la tierra), dijo á Noé: Llegó ya el fin de toda carne, de­
cretado por mí; llena está de iniquidad la tierra por sus obras;
pues yo los exterminaré juntamente con la tierra. Haz para tí
un arca.....» (VT-12-13-14). «Y he aquí que yo traeré las aguas
del diluvio sobre la tierra, para matar toda carne en la que hay
espíritu de vida debajo del cielo: todas cuantas cosas hay en la
tierra perecerán.....Y entrarás en el arca tú y tus hijos, tu m u­
jer y las mujeres de tus hijos contigo. Y de todos los animales
de toda carne meterás dos en el arca, para que vivan contigo,
del sexo masculino y femenino. De las aves según su género,
de los jumentos en su género, y de todo reptil según su género;
[ entrarán de todos contigo, para que puedan vivir.....Hizo, pues,
Noé todo lo que Dios le había mandado» (V í-l7-18-19-20-22)•
«Y le dijo Dios: Entra tú y toda tu casa en el arca, pues que
á tí te he hallado justo delante de mí en medio de esta genera­
ción. De todos los animales limpios has de tomar de siete en
siete, macho y hembra, pero de los animales inmundos dos y
dos, macho y hembra. É igualmente de las aves del cielo, siete
y siete, macho y hembra, para que se conserve tu casta- sobre
la haz de toda la tierra.....v borraré toda sustancia que hice de
la superfìcie de la tierra» (VII-1-2-3-4). «Y entró Noé en el arca
y asimismo.... de todo lo que se mueve sobre la tierra» (VU-7-8).
«A los seiscientos años de la vida de Noé, en el mes segundo,
á diecisiete días del mes, se rompieron todas las fuentes del
grande abismo y se abrieron las cataratas del cielo, y estuvo
lloviendo sobre la tierra cuarenta días, y cuarenta noches.....Y
——

vino el diluvio sobre la tierra por espacio de cuarenta días y se


multiplicaron las aguas é hicieron subir el arca en alto sobre
la tierra; porque la inundación de las aguas fué grande en ex­
tremo y lo cubrieron todo en la superfìcie de la tierra; mientras
tanto, el arca ondeaba sobre las aguas. Y las aguas sobrepuja­
ron desmesuradamente sobre la tierra, v se cubrieron todos
los montes encumbrados debajo del cielo. Quince codos se alzó
270 E G IP T O Y ASIRIA R E S U C IT A D O S

el agua sobre los montes que tenía cubiertos. Y pereció toda


carne que se movía sobre la tierra, de aves, de animales, de
fieras y de todos los reptiles que serpean sobre la tierra: todos
los hombres, y todo cuanto en la tierra tiene aliento de vida,
todo pereció. Y borró toda sustancia que había sobre la tierra,
desde el hombre hasta las bestias; tanto los reptiles como las
aves del cielo, é hízolas desaparecer de sobre la tierra; sólo
quedó Noé y los que estaban con él en el arca. Y las aguas do­
minaron sobre la tierra por espacio de ciento cincuenta días»
(VII-11-12-17 hasta el fin).
«Y descansó el arca á los veintisiete días del mes séptimo
sobre los montes de Armenia.....y el primer día de este mes
(el décimo), se descubrieron las cumbres de los montes»
(Vni-4-5). «Así que, el año seiscientos uno, en el mes primero,
el primer día del mes, se retiraron las aguas de sobre la tierra,
y abriendo Noé la cubierta.del arca, miró, y vió que se había
secado la superficie de la tierra. En el mes segundo, á veintisie­
te días del mes, quedó seca la tierra» (VI11-13-14). «No casti­
garé, pues, á todos los vivientes, como lo he hecho. Mientras
el mundo durare, no dejarán de sucederse la sementera y la
siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, la noche y el
día» (VJII-21-22). «Dijo también Dios á Noé y á sus hijos
igualmente que á él: Sabed que voy á establecer mi pacto con
vosotros y con vuestra descendencia después de vosotros, y con
todo animal viviente que está con vosotros, tanto de aves
como de animales domésticos y campestres de la tierra que
han salido del arca y con todas las bestias de la tierra. Establece­
ré mi pacto con vosotros, y no perecerá ya más toda carne con
aguas de diluvio, ni habrá en lo venidero diluvio que destruya
la tierra» (IX-8-9-10-11). «Dichos tres son los hijos de Noé y
de esos se propagó todo el género humano sobre la tierra»
(IX-19). «Estas son las familias de Noé repartidas en sus pue­
blos y naciones. De éstas se propagaron las gentes en la tierra
después del diluvio» (X-32).
EL D IL U V IO 271

Dejemos ya de copiar el sagrado texto para hacer sobre él


algunas, aunque breves, observaciones.
Cualquiera que leyera esta relación de lo ocurrido en tiempo
de Noé y no tuviera, por otra parte, más datos para juzgar de
aquel acontecimiento extraordinario, creería, sin titubear un solo
momento, en un diluvio absolutamente universal, cual aquí se
describe. El escritor sagrado, no una vez ni dos, sino con in­
sistencia, y si 110 fuera irrespetuoso, diríamos que con pesadez,
afirma de una manera categórica, que todo pereció, hombres y
animales; que nadie se salvó en la tierra, fuera de los que se
hallaban encerrados en el arca; que Dios decretó el exterminio
de toda carne, porque toda carne estaba corrompida sobre la
tierra; que las-aguas cubrieron toda la superficie de la tierra;
que los montes m ás altos quedaron sumergidos quince codos
bajo las aguas; que de los tres hijos de Noé se propagó todo el
género humano después del diluvio. En una palabra: si Moisés
hubiera querido hacer la descripción de un diluvio absoluta­
mente universal, en el cual hubieran perecido todos los vivien­
tes, no habría podido emplear otra fraseología distinta de la que
se lee en los capítulos donde narra la inundación noemítica,
porque no caben términos más universales ni se pueden ex­
cogitar locuciones tan aptas como las usadas por él en su rela­
to diluviano.
Oponen á esto los particularistas que es costumbre de la Es­
critura Santa usar términos generales, cuando se trata de hechos
particulares; que en la interpretación de un pasaje bíblico hay
que atender á las ideas del autor sobre la materia y también á
las de los hombres para quienes escribe; que no se deben mul­
tiplicar los milagros sin necesidad; y que se debe procurar la
concordia entre lo que diga la Escritura y lo que enseña la cien­
cia; de modo que deba restringirse y limitarse la interpretación
cuando por alguna de las reglas indicadas sea preciso entender
limitado y restringido lo que parece absoluto y universal.
Seguramente esas son las reglas comúnmente admitidas por
272 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

los exégetas, y no tenemos por qué rechazarlas; sólo que nos


parecen sin aplicación en el caso presente.
Oigamos lá autorizada voz del Cardenal González (1): «Ahora
bien, escribe; ora consideremos la mente é ideas del escritor
del Génesis y de los hombres á quienes se dirigía, ora tomemos
en consideración pasajes bíblicos paralelos ó análogos al texto
sobre el diluvio, ofrece grandes caracteres de probabilidad la
opinión de que á los términos generales y absolutos usados por
Moisés en la narración del diluvio, debe darse una significación
más ó menos restringida. A no suponer y admitir que Moisés
recibió de Dios la noticia y conocimiento de todas y cada una
de las partes que componen el globo, por medio de una reve­
lación especial a d hoc, revelación cuya necesidad no se alcanza,
lo natural y lógico es suponer y admitir que el autor del Géne­
sis, al hablar de toda la tierra, de todos los montes y de todos
los animales, se refería solamente á toda la tierra y á todos los
montes y á todos los animales de que él y su pueblo tenían no­
ticia; pero no á la tierra, los montes y los animales pertenecien­
tes á la América, por ejemplo, de los que ninguna ¡dea ó noti­
cia podían tener, salva una revelación divina especial».
«En el diluvio de Noé, añade el mismo autor un poco más
adelante, hubo seguramente una parte milagrosa y sobrena­
tural, como es, por lo menos, la profecía, el anuncio y comu­
nicación que del gran cataclismo hizo Dios á Noé; pero no se­
rá conforme á las exigencias de la razón, de la ciencia y de la
prudente exégesis bíblica, añadir y multiplicar milagros inne­
cesarios para dar cuenta del fenómeno y sus efectos.»
Con todo el respeto debido á la autoridad científica del
Emmo. Cardenal González, parécenos que ha estado poco
acertado en sus raciocinios y deducciones acerca del diluvio, y
que limita más de lo que permite el texto sagrado la acción
sobrenatural y milagrosa en el hecho extraordinario de que

(i) Obra y capítulo citados, párrafo III.


EL DILUVIO 273

F acsim ile de u n a ta b la cuneiform e d e la relación caldea del d ilu v io .

1S
274 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

tratam os. El Génesis nos dice que las aguas se elevaron quin­
ce codos sobre los montes más altos. ¿De qué sonda se valió
Noé para medir la altara de las aguas? ¿Cómo lo supo? ¿Con
qué pluviómetro y cuándo, ó con qué aparato averiguó lo que
dice Moisés? Y, sin embargo, ó hay que negar la inspiración
al escritor, ó hay que admitir aquí un nuevo milagro, una
nueva revelación, ya que solamente por este medio pudo sa­
ber Noé, y lo mismo Moisés que de él lo aprendió mediante
la tradición, la altura de las aguas sobre los montes.
Tampoco es exacto, ni mucho menos, pretender que Moisés
necesitó una revelación especial que le diera á conocer todas
y cada una de las partes que componen el globo, para po­
der afirmar que la tierra to d a , y los montes todos fueron
cubiertos, pereciendo todos los animales; bastándole el cono­
cimiento general, aunque ignorara cuáles eran las partes de
la tierra y no supiera una palabra de geografía.
Un rústico sabe períectamente que Dios está en todas par­
tes, v. g., por más que no haya salido de su pueblo ni tenga
noticias siquiera de la capital de su provincia. ¿Con cuánta
más razón debía saber Moisés, y los judíos su pueblo, que
todos los montes habían sido anegados, aunque ignoraran
cuáles eran aquellos montes; y que todos los animales habían
perecido, aun cuando no conocieran m ás brutos que las ove­
ja s y los bueyes, conservando viva la tradición que les repetía
el Jlnis universce carnis venit coram m e, y el consumpta est
om nis caro quce m ovebatur super terram , uolucrum , ani-
m antium , bestiarum , om niunque reptilium , universique ho-
mines? La primera, pues, de las reglas exegéticas invocadas
por los particularistas y admitida por nosotros, lejos de favo­
recer la interpretación restringida, sirve adm irablemente para
la literal y amplia, que está pidiendo el contexto.
Pasemos á la segunda y examinemos algunos de los pasajes
en que se pretende ver analogía y paralelismo con los térmi­
nos usados en la relación diluviana de Moisés. El pimero está
EL D IL U V I O 275

tomado del mismo libro que refiere la historia del diluvio,


cuando, con ocasión del ham bre anunciada por José á Faraón,
se dice que en todo el orbe prevaleció el hambre, que crecía
todos los días en toda la tierra y que todas las provincias
iban á Egipto á buscar trigo. Hay, sin embargo, una distancia
inmensa entre estos últimos pasajes y los que se refieren al
diluvio. Aquí se trata incidentalmente del ham bre universal,
allí exprofeso se inculca una y otra vez la universalidad del
castigo; aquí las palabras de Moisés están restringidas por las
de San Esteban (1), que pone toda la tierra de Egipto y de
Canaam, según pide el contexto, mientras que nada hay en
la Escritura Santa que explique en particular y limite la am ­
plia significación de los términos con que se nos refiere el
castigo de los hombres por las aguas. Además, y sirva esta
observación para todos los textos análogos, Moisés describía
en los capítulos donde narra el diluvio, la historia de la h u ­
manidad, la historia universal, mientras que desde Abraham
se limita á la historia hebrea, la de un pueblo particular; así
que sus relaciones históricas revisten en el prim er caso la
universalidad misma que requiere el objeto historiado, suce­
diendo lo contrario en el caso segundo. Esta observación cuadra
igualmente á todos los escritores sagrados después de Moisés,
porque todos hablan con y del pueblo hebreo, é incidental­
mente de otros pueblos con aquél relacionados, pero nunca es­
cribieron la historia de la humanidad, como lo hizo el autor del
Génesis en los primeros capítulos de su libro.
Cítase además, entre otros muchos que no podemos anali­
zar aquí por no ir demasiado lejos, el pasaje en que San L u ­
cas da cuenta de la venida del Espíritu Santo sobre los após­
toles, donde escribe que «había en Jerusalén habitantes j u ­
díos, hombres religiosos de toda nación que hay bajo del
‘2 7 6 EG IPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

cielo» (1)'; de donde deducen que, así como nadie piensa ni


cree que hubiera allí hombres de Australia y América, por
m ás que el escritor asegure que los había de toda región que
existe debajo del cielo, tampoco ha de entenderse literalmente
y con toda la universalidad de la frase lo afirmado por Moisés
en idénticas palabras de todos los montes altos sub universo
coelo, ni de toda carne en que hay espíritu de vida subter coe-
lum; sino que deben restringirse y limitarse á la m anera que
los intérpretes sagrados limitan la frase igual de San Lucas.
Con perdón del P. Piancini (2), del eruditísimo Vigou-
roux (8), del Cardenal González (4) y de otros varios autores
que se apoyan en este pasaje para eludir la fuerza de las frases
de Moisés, parécenos que han leído muy deprisa á San Lucas;
pues sólo así nos explicamos el que quieran traer su autoridad
contra la universalidad del diluvio. En efecto, el autor de los
Hechos Apostólicos pone dos limitaciones que explican perfec-
tísimamente el sentido de sus palabras; primera habitantes ju-
dei; es decir, que sólo se refiere á los ju d ío s, y no hay dificul­
tad alguna en admitir que había en Jerusalén ju d ío s de todo el
mundo, puesto que se celebraba una de las fiestas en que de­
bían concurrir á la metrópoli de Judea (5); de donde las palabras
e x om ni natione quoe sub coelo est significan que de toda na­
ción donde había judíos, ya que solamente se afirma la presen­
cia de judíos en Jerusalén.
Otra limitación pone San Lucas inmediatamente, cuando es­
pecifica las naciones cuyos ciudadanos se hallaban entonces en
Jerusalén, á saber, P a rto s , M ed o s, etc.: con lo cual se reduce
por el mismo escritor la frase de universalidad puesta anterior­
mente. Hay mucha diferencia de colocar la especificación de los

(1) Actor., II-5.


(2) Cosmogonía naturale.
(3) M anuel biblique, tom o I, pág. 684; P a rís, 1892.
(4) Obra y lugar citados.
(5) D euteron., X V I-16.
EL DILUVIO 277

pueblos después de las palabras generales, á colocarlas antes.


Cuando San Lucas asegura que había en Jerusalén ju d ío s de
toda nación, el sentido obvio y natural es, que de todas partes
donde tenían residencia los judíos, habían acudido á celebrar
la fiesta de Pentecostés; mas cuando después de esto enumera
las naciones, cuyos habitantes se hallaban en Judea, queda más
restringida aún la extensión del término e x omni natione, y
se limita á las allí enumeradas. Muy distinto sería, si primero
hubiera referido San Lucas la asistencia de los P a rto s, Merlos,
etcétera, y después concluyera et e x omni natione; porque equi­
valdría á generalizar lo que parecía particular, y sólo quedaría
limitada la frase om ni natione por la palabra ju d e i empleada
antes. Pero según está el contexto de San Lucas, la frase gene­
ral toda nación debajo del cielo, queda restringida por la pa­
labra ju d ío s primero, y después esta misma palabra recibe
mayor limitación cuando se cuentan nominalmente los pueblos
ó naciones que tenían representantes en la fiesta de Pente­
costés.
¿En qué se parece, pues, el texto de San Lucas á los de Moi­
sés? En nada por lo que se refiere al sentido, pues es entera­
mente distinto en ambos escritores; quedándonos solamente un
paralelismo de frase y de términos, que dista mucho del verda­
dero paralelismo, auxiliar de la interpretación. En San Lucas
se ven las limitaciones claras y evidentes, como se ven en Moi­
sés con igual evidencia y claridad las exclusiones de cuanto p u ­
diera limitar la universalidad de su diluvio.
Por el contrario, los textos verdaderamente paralelos confir­
man la universalidad diluviana. Tales son, el libro de la Sabi­
duría, que hablando de Noé (1) dice que la Sabiduría le salvó
cuando el agua anegaba la tierra, cum aqua deleret terram ;
el Eclesiástico, que dice del mismo Noé «Ideo dim issum est re-
liquum terree, cum fa c tu n est diluvium . Testam enta sceculi

(1) Cap. X-4.


278 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

posita sunt apu d illum , ne deleripossit diluvio omnis ca ro »(1);


San Pablo, en la carta á los hebreos (2), al afirmar que Noé
preparó el arca para salvación de su casa, p e r quam dcimnavit
m undum ; y San Pedro, en su primera carta (3), dice del arca
que pocos se salvaron en ella, 8 personas, siendo la figura del
bautismo por el cual solamente se salvan los hombres en la
ley nueva.
En la segunda vuelve á insistir sobre la misma idea y añade:
« O ctavum N o e justilice proeconem custodivit, diluvium
m undo im piorum indicens» (4). Y sobre todo el divino Maes­
tro, que compara su segunda venida con el diluvio en lo de estar
completamente descuidados los hombres, diciendo: « Usque ad
eum diem quo intravit N o e in arcam , et non cognoverunt
doñee venit d iluvium et tulit o m n e s » (5); y en San Lucas po­
ne, en vez de tulit, p e rd id it o m n e s (6), palabras terminantes,
al menos contra los impugnadores de la universalidad etno­
gráfica.
El abate Motáis (7) deshace con bastante fortuna el argu­
mento que pretenden deducir de las palabras de San Pedro los
defensores de la universalidad antropológica del diluvio, como
Vigouroux y González, aunque impugnadores de la universali­
dad absoluta. Sus razonamientos tienen mucha fuerza, á no
dudarlo, supuesta la restricción del diluvio noemítico á los pa­
rajes donde habitaba el hombre; pero carecen de ella por com­
pleto contra nuestra tesis: como que están basados sobre las
concesiones hechas por aquella escuela, concesiones negadas
por los universalistas absolutos que entienden el Génesis en el
sentido propio y literal de sus términos.

(1) Cap. X L IV -I8-19.


(2) X I-7.
(3) 111-20.
(4) Cap. II-5.
(5) M ath., X XIV-38-39.
(G) X V II-28.
(7) Le cleluge biblique; P arís, 1885.
EL DIL UVIO 279

Venios, pues, que por este lado también sale mal parada la
teoría particularista, y que sus fundamentos carecen de base
sólida en las páginas sagradas, contrarias á ella en todos los
pasajes que se refieren al diluvio. Si á esto añadimos la tradi­
ción universal de cristianos y gentiles, tradición que no se atre­
ven á negar los mismos sostenedores de un diluvio chico, ten­
dremos una prueba decisiva de la universalidad absoluta de
aquel fenómeno extraordinario. Los poquísimos comentadores
que han excluido de la acción diluviana algunas partes de la
tierra, no perjudican en nada la universalidad moral de Padres,
Escolásticos y exégetas posteriores que sostienen la tesis de la
universalidad absoluta.
En vano el Cardenal González esfuerza su ingenio para ha­
cernos creer que la autoridad unánime de los Padres y teólogos
no perjudica en lo más mínimo la opinión por él sustentada
de un diluvio restringido. En vano alega la autoridad de Mel­
chor Cano, para probar que los Padres no producen argumento
cierto, ni son testigos de la tradición, cuando se trata de cues­
tiones filosóficas ó físico-naturales. Todo eso es mucha verdad;
pero no es esa la cuestión. Se trata únicamente de saber cuál
es el alcance de las frases de Moisés, de interpretar la Escritura
Santa, y en ese terreno los Padres son nuestros maestros y
nuestros guías. Que supieran más ó menos física, más ó menos
geografía, más ó menos historia natural, importa bien poco
para nuestro caso; lo que sí importa mucho es que supieran
interpretar, é interpretaran y entendieran á Moisés como lo en­
tendemos nosotros. Después nos haremos cargo de las muchas
hipótesis gratuitas que se dan como verdades absolutas para
negar la universalidad del diluvio; pero no queremos dejar de
apuntar aquí una, que reclama este lugar. Supónese que Noé
no conocía de la tierra sino el pueblo donde vivía, ó poco
más. ¿Con qué fundamento? Con ninguno, á no ser la teoría ra­
cionalista del progreso constante é indefinido de la humanidad.
Y, sin embargo, lo más racional es creer que el patriarca es­
280 E G IP T O Y ASIR IA RESUCITADOS

taba muy enterado de lo que era la tierra, de su extensión, de


sus continentes y de sus mares. Dícese que el diablo sabe más
por ser viejo que por ser demonio, y este dicho vulgar tiene
un gran fondo de verdad, como suele acontecer con los adagios.
Prescindiendo aquí de la ciencia infusa de Adán, que sin duda
comunicaría á sus descendientes, y con sólo atender á lo que
Noé naturalmente debía saber, habida consideración á las con­
diciones en que se hallaba, conócese á simple vista cuán desti­
tuida de fundamento está la citada suposición. Tenía Noé 600
años cuando vino sobre la tierra la ira de Dios en forma de agua
diluvial; sus ascendientes pasaron de 900 años, con una robustez
á toda prueba. Las inclinaciones de los hombres de entonces
debían ser las mismas que las de los hombres de hoy, puesto
que lo mismo era su naturaleza espiritual y corporal, sin más
diferencia que una mayor facilidad para conseguir lo que desea­
ban, atendidas las condiciones exteriores de salubridad y abun­
dancia reinantes en el globo. Si hemos de juzgar, por otra parte,
de los adelantos en el arte náutica en vista del único ejemplar
que conocemos, el arca, que sobrepujaba á las mejores cons­
trucciones navales modernas, el paso de un continente á otro,
dado que entonces hubiera más de un continente, debía ser
facilísimo, la afición á los viajes mucha, la duración de éstos
proporcionada á la longevidad de los viajantes y el conoci­
miento de la tierra, en toda su redondez, perfecto, puesto que
tenían tiempo sobrado para comunicarse sus impresiones, se­
gún frase de moda, en los muchísimos ratos de ocio que caben
en 900 años de existencia terrestre.
¿No es esto lo natural, lo que se desprende de lo poquísimo
que sabemos de aquella edad? ¿No es más admisible esta teo­
ría que la contraria, cuando supone á aquellos hom bres de
constitución férrea, apegados, cual hongos, al terruño donde
nacieron? Suponer, por tanto, que todos los montes mencio­
nados en la historia del diluvio como sumergidos en las aguas,
deben limitarse á una pequeña cordillera que rodeara el país
281

donde habitaba el Justo, es una suposición, sobre gratuita,


opuesta á la naturaleza de las cosas, y mucho más á las afi­
ciones hum anas, generales y constantes en todas las genera­
ciones.
Vengamos á la multiplicación de milagros, sin necesidad,
como aseguran los particularistas que sería necesario admitir,
caso de que el diluvio hubiera sido universal. Sobre esta idea
insisten mucho Juan de Estienne, Piancini y González, con
otros defensores del diluvio limitado; prueba inequívoca de que
la consideran como argumento de primera fuerza. No obstan­
te, parécenos que tiene bien poca p ara desautorizar la opinión
tradicional. El horror al milagro por parte del naturalismo bí­
blico les ha hecho tratar de reducirlo cuanto pueden, ya que
como católicos no deben negarlo, y admiten la menor cantidad
posible, que consiste en la profecía hecha á Noé del diluvio
futuro. Antes demostramos que, por lo menos, había que ad­
mitir dos, según la teoría de estos escritores que consideran
cada circunstancia de aquel hecho, como si tuviera un ser pro­
pio é independiente. Pero no es así.
Aunque las operaciones divinas, como enseña Santo Tomás,
se hacen in instanti, todo lo que Dios ejecuta mediante los
agentes naturales lleva el sello de la sucesión ó del tiempo, cual
conviene á esta clase de causas, sin que pierda por eso nada de
su unidad. El hecho del diluvio no lo constituye solamente el
anuncio, ni la fábrica del arca, ni la entrada en ella de hombres
y brutos, ni la lluvia ni la conservación de los vivientes en el
arca, ni la muerte de los que quedaron fuera, ni el viento que
hizo secarse la tierra; sino todos estos hechos juntos é insepara­
bles, cuya unión forma el complejo apellidado diluvio.
Un homicida prepara su arma, la limpia, la afila, sale en
busca del enemigo, le llama, le entretiene y, por último, cuando
más descuidado se halla, se la clava en el corazón. ¿Cuántos
actos morales hay en esa serie de acciones? ¿Cuántos pecados?
Uno sólo, responden á coro los moralistas; uno sólo, que comen-
282 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

zó por el pensamiento, siguió por el deseo, continuó en la pre­


paración y terminó en la ejecución. ¿Y qué malicia tiene cada
acción separada de las demás? Puede negarse el supuesto, por­
que cada etapa de aquel acto está de tal modo unida con los
que la anteceden y subsiguen, que ni existencia real tendría sin
ellas, ni aun concebirse puede separada, toda vez que en aquel
caso no sería lo que es, no sería nada.
Así sucede en el diluvio, como en los demás actos comple­
jos de las divinas operaciones a d e xtra . Si se concede que
una de ellas es sobrenatural y milagrosa, milagrosas y sobre­
naturales habrán de ser las otras; y si á una sola se la niega
aquella cualidad, se despoja de ella á la vez á las restantes. El
carácter, por lo mismo, sobrenatural impreso en cualquiera de
las circunstancias de un hecho determinado trasciende á todo
el hecho, y no es lógico decir que una parte es milagrosa y
otra no. Preséntase al Salvador del mundo, en medio de Jeru-
salén, un ciego de nacimiento; compadecido Jesús de aquel
hombre, escupe en la tierra, forma un poco de lodo con la sa­
liva de su boca y el polvo de la calle, toma de este lodo y unge
con él los ojos del ciego, mandándole que vaya á lavarse á la
piscina de Siloe; va, se lava y adquiere la vista de que carecía.
He aquí un milagro, cuyas varias fases refiere San Juan en el
capítulo IX de su Evangelio; fases que no son más que hechos
naturales, porque la saliva, el polvo, el lodo, la unción y el la­
vatorio cosas son que vemos todos los días y á todas horas.
Sin embargo, es un hecho sobrenatural y milagroso, cuyo ca­
rácter se extiende á todas y cada una de las circunstancias del
mismo. O se admite aquí el milagro, ó no se admite; si lo pri­
mero, preciso será confesar que aquello mismo que parecía pu­
ramente natural, pasó á un orden más elevado, sin perder por
eso su ser propio. Si lo segundo, nada habrá en todo lo referi­
do por el evangelista que merezca ser calificado de milagro. El
naturalismo lo rechaza en absoluto, la fe tiene que admitirlo
sin condiciones. Pero ¿cómo? Como un solo y único milagro,
EL DILUVIO 283

aunque los hechos sean múltiples, porque cada uno de ellos


sólo forma parte del todo.
Una cosa parecida ocurre en el diluvio noemítico; si se ad­
mite en él algo de sobrenatural y milagroso, este algo trascien­
de al hecho entero, constituyéndole en el orden elevado y su­
perior á que pertenecen los milagros, sin que por esto sea pre­
ciso multiplicarlos, como no se multiplica el diluvio mismo, que
es uno en medio de la multiplicidad de los hechos parciales de
que se compone. Luego no hay necesidad de multiplicar mila­
gros, según dicen los defensores del diluvio parcial, movidos
por el miedo infantil al naturalismo incrédulo; no siendo to­
dos los razonamientos del particularismo otra cosa que un juego
de palabras bien dispuestas para asustar á los pusilámines. El
fin que los mueve es excelente, el resultado es contraproducen­
te; porque el naturalismo jamás admitirá el milagro que le mata,
y se aprovecha en cambio de las concesiones para hacer su
camino.
Algo más fundadas, al parecer, son las dificultades tomadas
de las ciencias; dificultades que ya habían opuesto á la existen­
cia misma del diluvio noemítico los incrédulos del siglo pasado
y que no se desdeñan de repetir contra la universalidad los par­
ticularistas del presente. De intento ponemos al p a recer, porque
miradas con detenimiento todas ellas, resultan sin fundamento
sólido casi siempre, se hallan en la teoría del diluvio parcial
muchas de ellas, ó acusan nuestra ignorancia y nada más, co­
mo sucede con varias; llevándonos, sin poderlo remediar, á la
admisión de un diluvio en que no perecieron todos los hom­
bres, según ha defendido con valentía, entre otros, el abate
M otáis (1). Con la posible brevedad nos haremos cargo de las
principales, ya que no podamos, según el plan propuesto, ex­
tendernos en largas consideraciones.
Sea la primera la imposibilidad de construir un buque que

(1; L e deluge biblique , etc.


284 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

pudiera contener todas las especies volátiles y terrestres, el co­


nocimiento de cuyo número aumenta de día .en día; dificultad
que repiten todos los defensores de un diluvio parcial, entre ellos
el Emmo. González y el P. Arintero, que sin embargo trata poco
menos que de herética la teoría de Motáis, cuando limita la ac­
ción destructora del diluvio á todos los descendientes de Seth,
pero excluyendo de ella á muchos de los de Caín, sobre todo los
negros y amarillos. La opinión de este padre dominico (1) hace
extender el diluvio á toda la tierra etnográficamente y á casi to­
da ella desde el punto de vista geográfico; puesto que, según él,
sólo se libraron de la inundación las cimas de las montañas
más altas, en donde se refugiaron los animales que hoy viven
en aquellos países sin haber sido encerrados en el arca.
Lo deleznable de esta teoría se advierte con sólo considerar
que, donde se resguardaron los brutos, pudieron también y
más fácilmente preservarse los hombres; que si aquéllos, hu­
yendo de la inundación, se subieron á la cumbre de las mon­
tañas guiados por el instinto, mejor subirían éstos, amaestra­
dos por la razón. Y si los hombres pudieron salvarse fuera del
arca, ésta sobra y no había para qué gastar 100 años en fabri­
carla; bastaba haber dicho á Noé y su familia que se fueran á
la montaña donde no debía llegar el diluvio, ó á los países que
no habían de ser sumergidos. Con esta sola observación caen
por tierra todas las teorías que limitan más ó menos la acción
del diluvio sobre la tierra; puesto que es un principio admitido
por todo el mundo, que así como Dios no falta en lo necesario,
tampoco abunda en lo superfluo. Para salvar á su Hijo Unigé­
nito de la persecución de Herodes, mandó á San José que hu­
yera á Egipto con el Niño y su madre. Al profeta Elias
envía al torrente Carith hasta que éste se secó; después le or­
dena que se pase á Sarephta, á casa de una viuda pobre, y

(1) E l diluvio universal, V ergara, 1891.


EL D IL U V I O 285

por último, le esconde en la gruta de Horeb, haciéndole caminar


40 días (1), y todo para librarle de las persecuciones de Achab
y de Jezabél. ¿Y hubiera mandado la construcción de un arca,
cuando, en la hipótesis que impugnamos, tan fácilmente podía
emigrar Noé á los puntos que no habían de invadir las aguas
diluviales?
Silberschlag, ingeniero de Berlín, ha formado un plano del
arca de Noé, según el cual, no solamente pudieron estar en ella
todos los animales conocidos, de dos en dos, sino que además
arregla las cosas de manera que pudieran ser atendidos y cui­
dados por las 8 personas que constituían la familia de Noé.
Ante semejante demostración, parece que nadie volvería jamás
á poner en duda la posibilidad y aun facilidad de conservarse
en el arca todas las especies. Pero los impugnadores de la uni­
versalidad diluviana no se apuran por tan poca cosa, y respon­
den con el Cardenal González: «La verdad es que los cálculos
y medidas de Silberschlag no pueden salir del terreno hipo­
tético, en atención á que no conocemos el valor real del codo
á que se refiere el autor del Génesis al describir la construcción
y magnitud del arca» (2).
Cuantas veces leemos estas palabras en el ilustre Cardenal,
otras tantas se apodera de nosotros el asombro que nos pro­
dujo su primera lectura. Porque en cualquier oti o menos acos­
tumbrado á los estudios filosóficos podrían perdonarse; mas en
un hombre como el Cardenal González no tiene explicación
posible. Es decir, que nuestra ignorancia acerca del valor del
codo usado por Moisés podrá servir para negar que cupieran
en el arca todas las especies, pero no para probar que en rea­
lidad había allí espacio suficiente para todos los animales. El
argumento es éste: No sabemos la longitud del codo; luego no
cabían en el arca las especies terrestres y volátiles que había

(1) I I I R eg., X V II y X IX .
(2) Obra y volumen citados, pág. 632,
286 E G IP T O Y A SIR IA R ESUCITADOS

sobre la tierra. Si los enemigos de la universalidad geográfica


del diluvio se fundaran en algo cierto, y los defensores, como el
profesor de Berlín, tuvieran que contestar con hipótesis, sería
admisible el argumento; pero admitir la hipótesis en favor pro­
pio, aunque apenas tenga base, y rechazarla en la opinión
contraria, y más siendo tan racional como la que nos ocupa,
demostrada matemáticamente, y conociendo, como conocemos,
el codo egipcio que se halla en la gran pirámide, repetimos que
nos asombra, recordándonos el h u m a n i nihil d me alienum-
puto del filósofo.
El considerable número de especies de animales hoy cono­
cidos, es un argumento que da mucho juego á los deíensores
del diluvio restringido. Véase en prueba cómo lo utiliza el
P. Arintero: «Ahora que debemos suponer que las especies te­
rrestres podían pasar de medio millón, ¿dónde se podrá ence­
rrar más de un millón de individuos? ¿Cómo se les mantendrá
durante un año? ¿Cómo podrán 8 personas nada más cuidar
bastante de ellos?» (Obra citada, pág. 436). En la nota insiste
sobre el particular, citando á Lubbok, que admite 700.000 es­
pecies, y añade «que se queda muy corto»; que en 1876 Bou-
card contaba 11.031 especies de aves; que desde entonces cre­
ció bastante el número, y que «los coleópteros catalogados no
bajan de 200.000». Más abajo, en la misma nota, incurre en*
una lamentable equivocación, al decir «que debían entrar siete
parejas, ó por lo menos siete individuos de cada especie de
aves», cuando es sabido que la mayor parte de ellas son inmun­
das y sólo entraban siete de los animales puros.
El ilustrísimo Vigil hace casi lo mismo, y puede servir de
prueba esta nota de la pág. 459 del tomo I ya citado: «Monseñor
Meignan, siguiendo á Fiele, mide escrupulosamente el arca para
demostrar que cabían en ella 7.000 animales con sus provisio­
nes. ¡Hasta millón y medio!» En otra nota de la pág. 449 ha­
bía escrito: «Para que cupieran en el arca de Noé las especies
de animales terrestres conocidas hoy, es preciso suponerla ca-
EL D IL U V I O 287

paz de contener un m illón y medio de individuos. ¿Es esto


racional?» (J).
Eso mismo preguntamos nosotros: ¿Es racional servirse del
equívoco para argüir? ¿Es prudente edificar castillos en el aire,
verdadera fantasmagoría que deslumbra á lectores poco reflexi­
vos? Pues eso mismo hacen los autores citados y algunos otros
para producir una verdadera alucinación.
Vamos á examinar los datos, tomándolos de la Historia Na­
tural del mismo P. Vigil, y se verá que no exageramos en lo que
acabamos de afirmar. En cuatro tipos divide el autor á todos
los animales, vertebrados, moluscos, anillados y radiados.
Aceptemos la división sin discutirla, porque no hace al caso. Y
del primer golpe eliminamos del arca de Noé los tres últimos
tipos, que son, sin que quepa comparación posible, incompara­
blemente más numerosos que los vertebrados. Fundamos la eli­
minación en las mismas palabras con que los describe el ilus-
trísimo Vigil, que dice de los moluscos (pág. 179): «Viven en
el agua ó en sitios húmedos». Sobra-, por tanto, este tipo en
el arca.

(1) La m ultiplicación de especies anim ales que con ta n ta confianza oponen


á la u n iv ersalid ad del d iluvio, nos trae á la m em oria u n cuento que refiere Dio-
doro de Sicilia en tre las proezas de su heroína Sem íram is. Dice este histo riad o r
griego, que la rein a de A siria quiso hacer guerra á los indios; pero no teniendo
en su vastísim o im perio ele fa n te s que o poner á los de la In d ia, discurrió un
ardid para suplir con él de alguna m anera la desproporción en los elem entos de
combate. Con 300.000 pieles de bueyes negros m andó fab ricar fantoches de
elefantes, que d eb ían ser llevados en cam ellos, dirigidos, al estilo indio, por un
guerrero. Y con este ejé rc ito de elefa n tes contrahechos, se presentó sobre el Indo
para atem o rizar á aq u ellas gentes. Diodoro calla el efecto producido por aquella
m ascarada en los g u errero s indios; pero bien podem os suponer que sería el mismo
que produjo en los franceses, cuando la guerra de la independencia, la o c u rre n ­
cia de los salm an tin o s de poner los gigantones sobre los m uros de la ciudad
para ver si se a su sta b a n con su vista los soldados de Napoleón. |P ues no se h a ­
bían de asustar! T am b ién los vecinos de T orquetnada (Palencia), colocaron sobre
el puente del P isu erg a carros, ruedas, arados y otros utensilios de labranza, á
guisa de parapetos, p ara d e te n e r el ejército francés que avanzaba, y avanzó sin
que le im p o rtaran un bledo aquellas chucherías, que arrojaron al río con la m a­
yor tranquilidad. E n las cam pañas litera ria s y científicas sucede corno en las
m ilitares.
288 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Tampoco hace falta el de los a n illa d o s, cuya «reproducción


es ovípara» en la clase de insectos (pág. 202), y cuyos huevos,
depositados por la hembra, pasan el invierno sin perderse ni
pudrirse, para desarrollarse en la primavera, como sucede, v. g.,
con las mariposas y las langostas. Esta clase pudo conservarse
perfectamente, aun cuando las aguas se hubieran elevado mu­
cho sobre todos los montes, adheridos sus huevos á los árbo­
les ó esparcidos entre el polvo y las piedras de la tierra. Cuan­
do el sol calentó de nuevo, desaparecidas las aguas, se desarro­
llaron y poblaron otra vez el universo. Lo mismo debe decirse
de los m iriápodos, ará cn id o s, crustáceos y gusanos— que
forman otras tantas clases dentro del tipo—ó por la indicada
razón ó porque son animales de agua, como el cangrejo y la
sanguijuela.
Con mucho mayor motivo debemos eliminar del arca de
Noé los ra d ia d o s, porque «todos viven en el mar, unos libres
y otros formando una masa compacta» (pág. 230), y claro está
que Noé no metió el mar en el arca. Vaya observando el lector
la fuerza que tienen exclamaciones como la copiada del P. Arin-
tero «los coleópteros catalogados no bajan de 200.000». Si
quiere el ilustre dominico, podemos añadir 30 ceros, y nos es
lo mismo para nuestro objeto.
Arrojados ya del arca tres de los cuatro tipos, porque mal­
dita la falta que en ella hacían, volvamos al primero, el de los
vertebrados, subdividido por el P. Vigil en cinco clases, á sa­
ber: M am íferos, aves, reptiles, anfibios y p eces, y hagamos
con ellos lo que acabamos de ejecutar con los otros tipos.
Comenzando por los peces, suponemos que no querrán
los enemigos del diluvio universal, convertir el arca de Noé
en un estanque, y que dejarán en paz á los peces en su ele­
mento. Y está una clase— y por cierto bien num erosa— de
vertebrados fuera de combate. También hay que excluir á los
anfibios, no sólo porque pueden vivir perfectamente en el
agua, sino porque en ella se conservan y empollan sus hue-
289

vos cuando las condiciones del calor, etc., les son propicias,
pudiéndonos servir de ejemplo la rana. Sobran igualmente en
el arca los reptiles, á «cuya generación ovípara basta el
calor atmosférico para que se desarrolle el nuevo ser en el
huevo» (pág. 151). Por lo mismo pudieron muy bien conser­
varse los huevos y, retiradas las aguas, salir el reptil en aqué­
llos que hubiera sobre la superficie terrestre.
Ni es inconveniente el que Moisés cuente entre los animales
recogidos por Noé e x om ni reptili, porque la palabra hebrea
reinesch, que la Vulgata traduce reptiles, no tiene la significa­
ción zoológica que le dan hoy los naturalistas, sino que sig­
nifica animales pequeños y de patas cortas, tales como el co­
nejo, la ardilla, etc., quedando en consecuencia para encerrar
en el arca, á fin de que no perecieran en el diluvio, solamente
los m am íferos y las aces. Por lo cual, si éstos cabían en el
arca de Noé, están demás todos los cálculos que se hagan so­
bre los otros tipos, clases, órdenes, familias, géneros y espe­
cies. ¿Y cabrían todas las especies de mamíferos y de aves
dentro del arca? Evidentemente; y para demostrarlo no vamos
á buscar testimonios viejos, ni de amigos, sino recientes, de
hombres versados en la zoología y por añadidura semi-mate-
rialistas. Nos referimos á la Historia Universal, titulada L a
Creación é impresa en Barcelona, casa de Montaner y Simón,
en 1872, bajo la dirección del Sr. Vilanova y Piera. En esta
obra se lee á la pág. VII del tomo primero, introducción á los
mamíferos, lo que sigue: «El número de especies de mamíferos
conocidas hasta ahora y que viven en la actualidad, pasa de
2.000; unas 150 se encuentran en Europa, y de ellas 60 le
son propias; 250 en Africa; 350 en Asia; 400 en América y
140 en Australia. Respecto á los órdenes, cuéntanse 230 espe­
cies de monos, 320 de quirópteros, 410 de carniceros, 130 de
marsupiales, 620 de roedores, 35 de desdentados; 33 de rtíul-
tiungulados, 7 de solípedos, 18 de rumiantes, 33 de pinípedos,
y 65 de cetáceos». Comparando estas cifras, hallamos que la
19
290 E G IP T O Y ASIR IA RESUCITADO S

prim era partida, referente á las especies, arroja una sum a de


1.290, en vez de 2.000; y la segunda, respecto á los órdenes,
2.063, lo cual no se arm oniza muy bien; pero aceptemos la
cantidad de 2.000.
La misma obra, tomo segundo, introducción á las aves, pá­
gina X, dice hablando de las especies volátiles: «En el estado
actual de nuestros conocimientos se describen unas 8.000 es­
pecies de aves, de las cuales unas 350 pertenecen al orden de
los loros, 400 al de los rapaces; 300 al de las palomas; el
mismo número poco más ó menos al de las gallinas; .10 al de
las brevípenas; 600 al de las zancudas y palmípedas y el resto
á otros órdenes». Total de mamíferos y aves 10.000, que du­
plicando el número, pues entraron macho y hem bra, nos da
20.000 individuos.
Obsérvese, no obstante, quo todavía hay que hacer muchas
rebajas. Las 65 especies de cetáceos, donde se encuentran los
animales más corpulentos, no tenían que hacer nada en el
arca, pues viven en el mar. De las otras especies, tanto en
mamíferos como en aves, hay que eliminar muchísimas toda­
vía, porque es harto común contar entre las especies simples
variedades ó razas. Sirvan algunos casos de ejemplo, toma­
dos de la Historia Natural citada L a Creación. Sea el primero
el género canis, que divide el autor en 14 especies salvajes y
125 domésticas, sin contar los lobos, los chacales y las zorras,
que pertenecen al mismo género. Ahora bien; todas las espe­
cies salvajes y domésticas se mezclan y reproducen entre sí;
luego no forman más que una sola especie. También se mez­
clan los lobos y los perros; de m anera que, aun éstos, pueden
reducirse á la única especie canina, quedando limitadas las
139 del género á una ó dos. Lo mismo podemos decir del gé­
nero ursideo, puesto que evidentemente los osos de todas
partes, blancos, negros, pardos, etc., son herm anos y pueden
proceder de una sola pareja. Nada digamos de los felinos y los
sim ios, cuyas especies multiplican los naturalistas, reducién­
EL D IL U V IO

dose no obstante á muy pocas, puesto que las otras sólo son
variedades ó razas.
Respecto á las aves, solamente nos fijaremos en los gá ü id o s
y las colum bides, por ser animales más conocidos, de los cua­
les vimos antes que se numeran 300 especies de cada una, que
bien podemos reducir á dos, una de gallinas y otra de palomas,
de las cuales proceden todas las variedades y razas. En efecto,
á la pág. 227 del tomo 4.° de la obra citada, leemos: «Es incon­
testable que las diversas especies de gallos salvajes se cruzan
entre sí, y es cosa igualmente averiguada que la' gallina domés­
tica se aparea sin dificultad con otras gallináceas: estos dos he­
chos prueban suficientemente que todas las razas de gallinas
conocidas no descienden de una sola especie madre, sino que
tiene orígenes diversos». Así se lee en el texto; pero la conse­
cuencia sacada de los hechos comprobados, es tan enorme, que
el traductor la pone la siguiente nota: «Con todo el respeto que
nos merece el Dr. Brehm, nos permitimos decirle que los he­
chos que cita más bien autorizan á creer todo lo contrario;
como ha hecho modernamente Darwin, demostrando que todas
las palomas descienden de la Colum ba-libia-». Realmente el
signo más claro de la identidad de especie consiste en la repro­
ducción y fecundidad de los individuos que se suponen perte­
necer á la misma. De las palomas dice la Historia Natural tan­
tas veces citada, después de hablar de las distintas especies:
«Todas estas razas, y las subrazas y variedades que de ellas se
derivan, producen entre sí mestizos fecundos» (pág. 145). Con­
secuencia: luego todas las palomas son de una sola especie co­
mo lo son todas las gallinas; y quedan en dos las 600 especies
de gallinas y colúm bidas. Si la extensión de este artículo,
harto largo ya, lo permitiera, veríamos cómo se iban reducien­
do las especies todas hasta un punto tal en que, no ya el arca
de Noé, sino cualquier buque mercante, podía contenerlas. Los
hechos aducidos como muestra son garantía de nuestras afir­
maciones.
292 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

La dificultad, pues, en que tanto confían los defensores del


diluvio restringido, tomada de los centenares de miles de espe­
cies animales, queda reducida á nada, á pura fantasmagoría;
porque examinando el punto de cerca, se desvanece como el
humo.
Que cómo pudo juntar Noé tantos animales y hacerlos llegar
al punto de construcción de su arca, al astillero, como si dijé­
ramos, trayéndolos de latitudes y climas tan distintos y distantes;
y que cómo volvió después cada uno á la región conveniente
y acomodada á su organismo; cómo atravesaron los mares di­
rigiéndose unos á los continentes y otros á las islas, nos pre­
guntan con aire de triunfo los particularistas, imitando, sin que­
rer, al patriarca de Ferney, cuyas son estas palabras (1): «¿Sería
posible que reuniese Noé todos los animales que habían de en­
trar en el arca? ¿Podía él ir á buscar los que se hallaban en lo
más interior de la América para conducirlos á las llanuras de la
Mesopotamia? Hay también muchos que apenas pueden andar;
y aun cuando les fuera posible hacerlo por tierra, eran necesa­
rios veinte mil años para llegar al arca con ellos».
¿Y quién ha dicho á esos señores que antes del diluvio esta­
ban repartidos, como hoy, los brutos de la tierra y las aves
del cielo cada especie en una región sin hallarse fuera de allí?
¿Quién les ha enseñado que no pudo Noé tenerlos bien próximos
todos ellos? ¿La ciencia? De los hechos conocidos se desprende
lo contrario. ¿Quién ignora que en Siberia abundan los restos
de elefantes y de otros animales ecuatorianos casi tanto como
en Africa? ¿Que en la famosa inscripción de A m onem heb,— que
hemos de citar más adelante— oficial de Thotm es III, de la di­
nastía XVIII, se lee que este Faraón dió en el país de Nínive
una batida en la que cazó 120 elefantes; lo cual demuestra que
había no pocos en el imperio asirio, por más que hace muchos
siglos que desaparecieron de aquellas latitudes? ¿Que en Europa

(1) Diccionario filosófico. Arfc. D iluvio.


EL DILUVIO 2<J3

están descubriéndose todos los días esqueletos ó partes de éstos


y árboles ó arbustos propios de los climas intertropicales? ¿Por
qué se cierran los ojos ante las enseñanzas científicas?
Será sin duda la revelación quien ha enseñado á los que
presentan tan livianas dificultades la imposibilidad por parte de
Noé de reunir tantos animales. Mas, como la fe y la ciencia
van siempre de acuerdo, no era fácil que aquí precisamente es­
tuvieran reñidas. Tres hechos revelados nos ponen al tanto de
lo que entonces debió ocurrir. El primero consta del capítulo
segundo del Génesis, donde se lee: «Habiendo, pues, formado
del barro, el Señor Dios, todos los animales de la tierra y todos
los volátiles del cielo, los llevó á la presencia de Adán, para ver
qué nombre les ponía; porque todo nombre impuesto por
Adán al alma viviente, ese es su propio nombre. Y llamó Adán
con sus nombres propios á todos los animales y á todos los vo­
látiles del cielo y á todas las bestias de la tierra». ¿Por qué lo
hecho con Adán no pudo repetirse en tiempo de Noé, siendo
ambos padres de la humanidad?
El segundo hecho es la longevidad extraordinaria de los
primeros hom bres y aun de algunos posteriores al diluvio,
como Noé, sus hijos y sus nietos. Esta longevidad no puede
explicarse sin admitir en aquella época condiciones climatoló­
gicas enteram ente distintas de las nuestras. Y si damos
como más probable la opinión que coloca el Paraíso en las
m ontañas de Armenia, de donde nacen el Eufratres y el Tigris,
tendríamos que en las regiones inmediatas donde vivirían los
primeros patriarcas y desde donde se extendieron por toda la
tierra, las condiciones externas de la vida favorecían g ran d e­
mente la conservación de todas las especies, recogidas, por
ende, sin dificultad alguna para ser encerradas en el arca. Por
último, el tercer hecho revelado es, que sólo después del dilu­
vio, dijo Dios (1): «En todos los días de la tierra, la semente-

(1) Génesis, cap. IX-22.


294 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

ra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno..... no


descansarán», lo cual parece indicar que antes del diluvio no
había aquellas diferencias. La fe, pues, deshace^ al igual de la
ciencia, esa dificultad, que no lo es.
Todavía insisten en preguntar: ¿Y cómo es que desde la
salida del arca se fué cada anim al al país que le convenía?
¿Cómo, llegaron los de América é islas del Pacífico? A estas
cuestiones impertinentes, y perdonen la palabra, aquellos sa­
bios á quienes impugnamos, podríamos responder con otras
preguntas. ¿Por qué el perro se pone á la som bra en verano
y al sol en invierno? ¿Por qué bajan los lobos de las m ontañas
cuando éstas se cubren de nieve? ¿Quién enseña á las golon­
drinas, á la cigüeña y á tantas otras aves, y aun cuadrúpe­
dos emigrantes, que en Europa hace más frío que en Africa
y en Africa m ás calor que en Europa? Si pasaron los hom ­
bres á la América é islas, ¿por qué no pudieron pasar los
brutos?
Otra dificultad en que, al parecer, confía mucho el Carde­
nal González, puesto que se entretiene en amplificarla con a r­
gumentos propios y extraños, es la enorme cantidad de agua
que se necesita para cubrir la tierra quince codos sobre los
montes más altos. Calculando el sabio purpurado el agua ne­
cesaria para cubrir los montes m ás elevados, halla que se ne­
cesitarían 4.597 millones de kilómetros cúbicos de aquel lí­
quido, y no encuentra tanta agua ni en los mares ni en las
lluvias, por torrenciales que las suponga, por lo cual concluye
con el P. Piancini: «La opinión que no quiera exceptuar del
diluvio región alguna, ninguna isla, ninguna m ontaña, de m a­
nera que el agua haya subido quince codos sobre las m onta­
ñas de la Armenia y también sobre los más altos montes del
Asia y América, con dificultad grande encontrará una expli­
cación satisfactoria con respecto al origen de la cantidad in ­
m ensa de agua necesaria al efecto».
Bien pudiéramos preguntar á estos calculadores de aguas lo
‘295

mismo que preguntó Dios á Job (1): ¿N u m q u id ingressas es


p ro fu n d a m aris, et in novissim is abyssi d ea m b u la ste ¿ N u m ­
quid ingressus es thesauros niuis, aut tliesauros gra n d in is
aspexisti? ¿Quis est plum ee pater, vel quis genuit stillas ro-
risf ¿De cujus útero egressa est glacies, et gelu de coelo
quis gen u itf Pero nos contentaremos con responder, que en
las obras de Dios no es menester dar explicación satisfactoria
para admitirlas, bastando que el hecho conste. Y aunque no
supiéramos resolver la cuestión, no por eso deberíamos aban­
donar la interpretación literal, mientras no demuestren la im­
posibilidad de la existencia de tanta agua. No hemos de poner
aquí las varias hipótesis inventadas para buscar el agua nece­
saria, como las auroras boreales de Mairán, por no incurrir
en el defecto indicado arriba. En cambio diremos que para
nosotros no existe esa dificultad. ¿Hay aguas suficientes para
cubrir la tierra? Evidentemente. ¿Dónde están? No lo sabe­
mos, ni nos hace falta para deshacer los castillos fundados
sobre ellas. ¿Cómo vinieron á nuestro globo? Moisés lo dice:
R u p ti sun fo n te s abyssi magnee et cataracta1 coeli apertoe
sunt (2).
La verdad es que la tierra estuvo cubierta toda ella por las
aguas, antes que Dios separara las que están sobre el firma­
mento de las que se hallan bajo el firmamento y antes de se­
parar la á rid a del elemento líquido (3). Tenemos, pues, aguas
suficientes y aun suficientísimas para elevarse quince codos so­
bre los montes más altos de la tierra. No se nos diga que hay
necesidad de acudir al milagro, puesto que no hay para qué
hacer intervenir el elemento sobrenatural, cuando bastan los
agentes naturales, y tales debieron ser los que trajeron las

(1) C ap. X X X V III.


(2) Génesis, V I I - ll.
(3) Génesis, 1-6-7.
296 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

aguas sobre la tierra, como los que al principio las separa­


ron (1). •
Colocados en el terreno de las interrogaciones, no cesan de
hacerlas los parcialistas y amontonan preguntas sobre pregun­
tas, aunque muchas de ellas debieran ser resueltas por los de­
fensores del diluvio parcial. ¿Cómo pudieron conservarse, dicen,
los peces de agua dulce en medio del agua salada de los mares,
si éstos cubrieron todos los ríos? Y si el agua diluvial fué en su
mayor parte de lluvia, ¿cómo no perecieron los peces del mar?
¿Y cómo pudieron soportar unos y otros la enorme presión de
9.000 metros de agua? Al Emmo. González, que toma estas di­
ficultades de otros enemigos del diluvio universal, aceptándolas

(I) P a ra que se vea que no es la solución d el te x to un recurso p ara salir del


paso, sino al c o n trario , la d o c trin a en señ ad a por la ciencia, vam os á copiar un
p asaje del célebre P. Secclii, om itien d o las au to rid ad e s de Jo sefo F lav io , San J u s ­
tin o , San B asilio, San A m brosio, San C risóstom o, San H ilario , San Jeró n im o , San
E p ifan io , San Cirilo de Je ru sa lé n , San A g u stín , San A nselm o, H ugo de San Víc­
tor, Molina, B elarm ino, R u p erto y R icardo V ictorino, citado por Suárez en su
ob ra j De opere sex dierum (libro 2 .°, cap. IV ), p o rq u e de ellos no h acen caso los
m odernos. Dice así el ilu stre jesu íta : «La seg u n d a operación h a b ía de ser el
am o n to n am ien to de esta m asa en m uchos cen tro s m ás densos, que d eb ían fo r­
m ar los núcleos de los v atio s cuerpos principales; la sep aració n de ellos y su
in d ep en d en cia y la d istan c ia de los cen tro s d ieron lugar al expansum , ó sea fir-
mcimentum, como trad u cen la V nlg ata y el griego. E n v irtu d de esta grandiosa
o peración, la m asa e n te ra quedó re p a rtid a y en carcelad a en cada globo, de arte
que ni de la tie rra á ellos n i de ellos á la tie rra pod ía cosa alg u n a tra sp a sa rse ni
v iajar. Los m ateriales que los com ponían, ya líquidos, ya gaseosos, perm an ecie­
ro n d iv orciados por siem pre, y las aguas separadas de las aguas. E x p resió n que
si a n tes puso en el to rm en to los ingenios de los in té rp re te s, que creyeron lim i­
ta d a s las aguas so b recelestes á las n u b es y v a p o res de la atm ó sfera, hoy em pero
la ciencia nos enseña que h an de e n te n d e rse á la le tra , de las v erd ad eras aguas,
que en aquel g ran d e hueco qu ed aro n sep a rad a s de la tie rra , p ara fo rm a r parte
de otros cu erp o s celestes. (L a scienza ci insegna doversi literalm ente inlendere
delle vere acque, che in quel gran fa l t o rim as ero dalla térra disgiunte p e r fa r
p a rte di a ltri corpi). A la v erd ad , el espectróscopo nos e stá m o stra n d o ahora
que este elem ento no es p riv a tiv o de n u e stro plan eta, sin o que a b u n d a en todos
los otros en su condición de com p u esto bin ario , y que es p ro p io au n de los soles
incan d escen tes en el estado de sus e lem en to s su elto s, oxígeno é hidrógeno».
(E lem en ti di A stronom ía dal P. Gasp. Stani&l. F e rra ri, 1883. V. I, p a rt. I I I , pá­
g in a 436). V éase al P. J u a n M ir y N o g u e rra , S. J., L a Creación, pág. 230.
EL DILUVIO ‘297

y haciéndolas suyas, preguntamos por nuestra parte: Supuesto


que él admite, como no puede menos, que el agua, dulce ó sa­
lada, cubrió las montañas del Ararat, altas más de 5.000 metros,
díganos cómo pudieron conservarse los peces del Tigris y Eu-
fratres, del Faxis y Araxes; y si entonces perecieron, de qué ma­
nera se renovaron después, no teniendo otra comunicación que
la de los mares Pérsico, Caspio y Euxino.
Terminaremos esta materia, recordando que la restricción
á que apelan los impugnadores del diluvio universal se halla en
oposición manifiesta con las leyes de la hidrostática. Si supo­
nemos cubiertas de agua por el espacio de casi un año las ci­
mas del Ararat, bay que admitir también la sumersión del Lí­
bano y el Tauro, y con ésta la de los Alpes centrales de Europa
junto con todos los montes de la misma; al Oriente sería nece­
sario admitir la elevación de las aguas á una altura igual al
menos, y resultarían sumergidos casi por completo los Ariavarta,
Himalaya y Tibet. Procediendo de país en país, tendremos cu­
bierta toda la tierra; máxime si no se olvida que muchos sabios
de los que restringen el diluvio, creen encontrar la causa de éste
en el levantamiento de los Andes, que en consecuencia no po­
drían estar poblados ni de hombres ni de brutos, y mejor aún
si con Moigno admitimos que aquel levantamiento no fué causa,
sino efecto de las aguas diluviales.
Las aguas, en efecto, como todos los líquidos, tienden cons­
tantemente al nivel. ¿Cómo, pues, pudieron cubrirse aquellas
cimas tan elevadas sin que á la vez estuvieran cubiertas sus
vecinas? Y como las cordilleras se enlazan y encadenan de mo­
do que no hay continente sin ellas, y se aproximan lo bastante
unas á otras para que podamos considerarlas unidas, si se ad­
mite la inmersión de una, necesario es suponerlas sumergidas
á todas. En una violenta revolución acuática, producida por
causa determinada, compréndese que las aguas se eleven á al-
• turas considerables, sin que se unlversalice la inundación, para
volver á sus cauces inmediatamente; pero no se comprende,
298 EG IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

atendidas las leyes físicas, que por espacio de diez meses esté
cubierta una montaña y en seco las inmediatas.
Con lo escrito queda contestado el Sr. D. Miguel Morayta,
no solamente en la atrevida frase de p reten d id o d ilu vio , con
que califica la catástrofe ocurrida en tiempo de Noé, en el dis­
curso inaugural antes citado, sino también en la defensa que
hace de ella por medio de E l Globo, contestando á una pastoral
del señor Obispo de Avila.
Escribe así el profesor de la Central: «Sabido es también,
que mientras nosotros sólo tenemos la palabra tierra , que sig­
nifica la parte de nuestro globo que no está ocupada por el
mar, los hebreos tenían las voces liadam ah y lia res, que co­
rresponden á las palabras latinas arba y ierra. H a d a m a h , co­
mo arba, significa los campos laborables, y haretz como térra,
la tierra en general. Pues bien; así como el Génesis dice, pre­
cisamente al tratar del diluvio: «Y vió Dios que se había per­
vertido la tierra (h a r e tz )», añade: «Yo lloveré sobre la tierra
(haretz) cuarenta días y cuarenta noches, y raeré toda sustancia
que hice de la superficie de la tierra (hadam ah)». ¿Por qué,
pues, no entender que Dios llovió sobre la tierra toda, pero que
sólo fueron destruidos los campos laborables y cuanto sobre
ellos vivía? (Artículo de E l Globo, número 3.311, 18 de No­
viembre 1884).
¿Por qué? Porque entonces sobraba el arca, cuya construcción
habría sido una tontería, y Dios no hace tonterías. Los campos
laborables debían ser en aquella edad como son hoy, la menor
parte de la superficie terrestre; y si los montes y breñas y desier­
tos y páramos no fueron inundados de manera que perecieran
todos los animales y todos los hombres, ¿qué adelantaba Dios
con cubrir de agua los campos laborables? ¿O cree el señor
Morayta que los hombres de aquella época eran simples y los
animales carecían del instinto de conservación? ¡Capaz sería el
Sr. Morayta, si se encontrara en los campos laborables del Es­
corial, y hubiera una inundación tal que llegase hasta él y con-
EL DILUVIO 299

tinuase el agua subiendo, á estarse quietecito y no buscar su


salvación en la sierra del Guadarrama!
Por lo demás, es tan frágil Ja base en que funda sus conclu­
siones el señor profesor de Historia, que no resiste el más leve
examen crítico. Cierto que el Génesis liebreo, en la relación di­
luviana, usa unas veces la palabra h a d am a h y otra la haretz,
traducidas . tierra por nuestra Vulgata y los 70; pero no lo es
menos que tanto una voz como otra las toma el texto liebreo
en toda su universalidad, afirmando que el agua cubrió toda la
tierra, lo mismo h a d a m a que haretz. «Y fué borrado, dice,
todo viviente, que sobre la haz de la tierra; tanto los hombres
como los brutos y los reptiles y también las aves del cielo, y
fueron borrados de la tierra» (VII-23), donde usa el escritor
sagrado las dos voces indicadas. W a y y im m a j het-kol-haye-
qam haser hal-peae h a h a d a m a ; m ehadam had-hehem a had-
remes w eh a d -h o f hassam ayim w a yyim m a ju m i n -h a h a r e s .
En el verso 19 del mismo capítulo, traduciendo literalmente
el hebreo, leemos: «Y las aguas prevalecieron mucho mucho
sobre la tierra, y fueron cubiertos todos los montes altísimos
que debajo de todo el cielo» W eh a m m a yin gaberu mehod
mehod hal-hahares w ayekassu kol-heharim haggebohim
haser-tajat kol-hassam ayim , añadiendo en el siguiente verso
que se elevaron las aguas 15 codos sobre los montes. Y en
el versículo 21 asegura que murió toda carne que se mueve so­
bre la tierra» (habares). Díganos ahora el Sr. Morayta: ¿si los
montes más altos se cubrieron, si toda carne que vivía sobre
la tierra (no sobre los campos laborables) pereció, según el
texto clarísimo de Moisés, á dónde va á parar su interpretación
del verso 4.° del mismo capítulo?
La interpretación que da á la palabra hahadam a el señor
Morayta es poco exacta; pues más bien que campos laborables
ó arva, significa hum us, «tierra vegetal», «barro»; de donde
viene el nombre de «Adán»; como si dijéramos: «hecho de tie­
rra». Observe ahora el señor profesor que siempre que en el
300 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Génesis se encuentra la palabra hahcidama, significa algo que


de barro fué hecho; así en el capítulo primero, cuando se habla
de la creación de la tierra, pone el texto sagrado hallares;
mientras que cuando indica la formación del hombre, de los
animales y de las plantas, usa el término hahadama. Sirva de
ejemplo lo que leemos en el capítulo II: «Estos son los orígenes
del cielo y de la tierra (hahares), en el día en que crió Dios el
cielo y la tierra (hahares); y no había aún en la tierra (haha­
res) fruta del campo (hassade) y no había germinado la hier­
ba del campo (hassade), porque el Señor Dios no había llo­
vido sobre la tierra (hahares)] y subía el vapor de la tierra
(hahares) y regaba toda la haz de la tierra (hahadama))).
«Formó, pues, el Señor Dios, al hombre de polvo (hafar) de
tierra (mimliahadama).....E hizo germinar el Señor Dios^ de
la tierra (mim-hahadama) todo árbol.....Habiendo formado
el Señor Dios de la tierra (mim-haliadama) toda bestia del
campo.....
Pasemos al diluvio, y hallaremos la misma idea. Cuando se
quiere indicar el origen de los vivientes, se usa la palabra ha­
hadama; mas cuando se nos habla de la tierra sin esta rela­
ción, escribe Moisés hahares. Tal ocurre en el pasaje citado
por el Sr. Morayta. «Lloveré, dice el Señor, sobre la tierra (ha­
hares) y borraré toda sustancia que hice de la superficie de
la tierra (hahadama)». Esto es: las sustancias animales hechas
de barro.
De manera que el Sr. Morayta entiende mal la frase «borra­
ré toda la sustancia que hice de la superficie de la tierra»; pues- j
to que no simplemente significa la destrucción de toda sustan- j
cia, sino de toda sustancia hecha de tierra. El Sr. Morayta se
mete luego á profeta, sin reparar que tiene no pequeñas quie­
bras el oficio, cuando no hay para ello misión. Puede pre­
guntarlo á los profetas de Baal del tiempo de Elias, y á los pre-
gonadores de paz de la época de Jeremías. Es lástima que el
profesor de la Central no hubiera publicado más artículos sobre
EL DILUVIO 301

el particular, según ofreció: tendríamos mucho gusto en ana­


lizarlos.
Resumiendo: El contesto de la relación diluviana del Géne­
sis, los pasajes paralelos de los otros Libros Santos donde se
menciona el diluvio, y la tradición universal cristiana, exigen de
consuno la universalidad absoluta de aquél y la muerte de to­
dos los hombres y animales no conservados en el arca de Noé.
En las ciencias físico-naturales, tal como se encuentran hoy,
nada hay que contradiga en lo más mínimo la interpretación
tradicional; porque las hipótesis no demostradas; las dificultades,
que tanto parecen asustar aun á los hombres que están acos­
tumbrados á mirarlas de frente, dificultades propuestas primero
por la incredulidad y admitidas más tarde por exégetas y
teólogos, carecen de base racional y de fundamento suficiente
para hacernos abandonar la inteligencia obvia del sagrado texto
y el consentimiento unánime de los padres y exégetas antiguos
y modernos hasta hace pocos años.
Las tradiciones de los pueblos concuerdan admirablemente
con la hebreo-cristiana en lo que se refiere á la universalidad
absoluta del diluvio; siendo, por lo mismo, una prueba tortí­
sima de que la inteligencia tradicional del relato genesiaco está
muy conforme con la realidad del hecho allí descrito.
«Ignoramos, escribe el limo. Martínez Vigil (1), lo que las
ciencias nos tendrán reservado. De todas maneras, mientras la
Iglesia no intervenga en el debate, lo conceptuamos libre y
esperamos tranquilos el fallo definitivo, si algún día se pronun­
cia á consecuencia de hallazgos tan sorprendentes cual lo fue­
ron los de la biblioteca de Assurbanipal. La verdad no es con­
traria á la verdad, ni cabe disentimiento entre la ciencia y la
fe». Conformes con estas palabras del Sr. Obispo de Oviedo,
nada más añadimos á lo dicho en esta ya larga digresión.
Al lado de la tradición caldea^cuadra bien colocar la de Egip­

(1) L a creación, la redención y la Iglesia, tomo I, pág. 496; Madrid, 1892.


302 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

to como lo hemos hecho en capítulos anteriores. Pero hasta la


fecha no se ha encontrado en aquel país clásico de las inunda­
ciones una memoria bastante clara del acontecimiento narrado
por Moisés y conservado en las tradiciones de los pueblos. Los
egipcios tienen, no obstante, una vaga-reminiscencia de la des­
trucción del linaje humano decretada en la antigüedad por
los dioses. Sobre el sepulcro de Seti /, hay una leyenda pu­
blicada por N au ille (J), que bien pudiera referirse al mismo
hecho del diluvio, aunque desfigurado por razones no bastante
conocidas, pero suficientemente adivinadas.
En la teología de los antiguos egipcios, R a es uno de los
reyes divinos más antiguos. Su reinado pertenece á los días pri­
meros de le creación. Pues bien; Ra, en la inscripción del se­
pulcro de Seti I, junta los dioses y les habla de esta suerte:
«Dijo Ra á Num: Tú, el primogénito délos dioses, de quien yo
he nacido, y vosotros, dioses antiguos, he aquí los hombres
que nacieron de mí mismo pronunciando palabras contra mí;
decidme lo que he de hacer en este caso: esperé, y no les quité
la vida ya por escuchar vuestras palabras» .
«Dijo la majestad de Num: Hijo mío Ra, dios más grande
que quien le hizo y mayor que el que le crió: yo estoy lleno '
de temor por tu causa; reflexiona tú mismo (lo que vas á hacer)». !
«Dijo la majestad de Ra: He aquí, que huyen al país y sus j
corazones están asustados.....»
«Dijeron los dioses: que tu faz se lo permita, y que hiera á
los hombres que maquinen cosas malas, tus enemigos, y que
no quede nadie de entre ellos.....» '
«Esta diosa—una diosa bajo la forma de Hator, cuyo nom­
bre se ha perdido—partió y mató los hombres sobre la tierra....
Y Sechet, durante muchas noches, pisó con sus pies la sangre
de ellos hasta la ciudad de Heracreópolis.»

(1) T ransactions o f the Society o f B iblical Archeology. (T rab ajo s de la Sociedad


de A rqueología B íblica), Ju n io de 1875.
EL DILUVIO 303

Eduardo Naville, traductor del pasaje copiado, se pregunta


si hemos de entender por aquellos hombres todos los de la
tierra, y responde afirmativamente. Después de la matanza se
apaciguó la cólera de Ra. «Echaron frutos en vasos redondos
con la sangre de los hombres, y se hicieron de ellos seis mil
cántaras de bebida». Ra vino á ver los vasos. «Dicho por la
majestad de Ra: Está bien; voy á proteger los hombres con
este motivo. Dicho por Ra: Yo elevo mi mano (yo juro) que
no mataré ya más los hom bres».
La ofrenda de frutos y sangre, que apaciguó á Ra y le hizo
pronunciar un juram ento análogo á lo que se lee en el Géne­
sis, había sido preparado por el Sekti de Heliópolis, que había
molido los frutos mientras que las sacerdotisas los trasegaban
á los vasos.
Después de la ofrenda se lee: «La majestad de Ra, el rey del
alto y del bajo Egipto, ordenó á media, noche derramar el agua
de los vasos y los campos fueron cubiertos de agua, por
la voluntad de este dios. Llegó por la mañana la diosa y encon­
tró los campos llenos de agua. Su cara se alegró y bebió en
abundancia y apagó su sed. Ella no vió hombres». Más ade­
lante se advierte que no habían perecido todos.
Tal es en compendio la relación hallada sobre la sepultura
de Seti I. Relación que, aunque muy desemejante de la de
Moisés, guarda con ella, no obstante, cierta semblanza general,
que con dificultad se explica por un parecido casual. Lo mismo
entre los hebreos que entre los egipcios los hombres se rebelan
contra Dios y éste los castiga exterminándolos, meno3 unos
pocos; le ofrecen un sacrificio y promete no volverlos á des­
truir. Hay en la relación egipcia inundación y destrucción lo
mismo que en la hebrea. Sólo que, como en Egipto, las inunda­
ciones del Nilo son la causa de la abundancia, los egipcios,
sin duda, alteraron la tradición, por no parecer que el origen
de su bienestar se había convertido en causa de su ruina. De
aquí que la inundación, en vez de ser la señal del enojo de Ra,
304 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

es, por el contrario, el signo de su benevolencia para con los


mortales.
Pero lo que parece un tanto obscuro en la tradición egipcia,
vérnoslo muy claro en las de otros pueblos. Así sucede con
los chinos, cuyas historias y mitologías refieren que F o -H i, á
quien consideran como padre de la raza y principio de su ci­
vilización, se salvó de un gran cataclismo acuático con su
mujer, tres hijos y otras tantas hijas. Los americanos concuer-
dan admirablemente con los habitantes del continente antiguo
en lo que al diluvio se refiere. El P. Dominico Pedro de los
Ríos, que evangelizó á Méjico en el décimosexto siglo, no m u­
cho después de la conquista de aquel imperio, encontró en
Cholula ("ciudad colocada sobre la laguna! una pintura indíge-

P in tu ra mejicana representando el diluvio,

jicano, aparece flotando sobre las aguas en una barquichuela


de ciprés. En medio del m ar se eleva la m ontaña de Colchua-
cán, coronada por un árbol sobre el que reposa una paloma
EL DILUVIO 305

que distribuye lenguas á los descendientes de Coxcox, que se


hallaban mudos. Debajo se ven los antepasados de los Aztekas
dirigiéndose al lugar de su destino y llevando cada cual sobre
la cabeza un jeroglífico que indica el nombre déla tribu. La pri­
mera estación es Cholula, señalada por una pirámide con
gradería, sobre la cual está colocado un altar. Inm ediata á la
pirámide se ve una palmera, detrás de la cual se halla escrito,
en jeroglíficos, Cholula. (Véase el grabado de la página ante­
rior).
Y no citamos otras tradiciones por no ser necesarias á
nuestro objeto.
C A P ÍT U L O V

A RTÍCU LO PR IM ER O

N o cio n es g en era les.

sta s son las generaciones de los hijos de Noé, Sem.


Chain y Jafet: y les nacieron hijos después del diluvio».
Así comienza el capítulo X del Génesis, capítulo que tanto ha
dado en qué pensar á los intérpretes sagrados y á los orienta­
listas modernos. Continúa el inspirado escritor describiendo los
hijos de los hijos de Noé, comenzando por los de Jafet, siguiendo
por los de Cham y terminando con los de Sem. El último ver­
sículo, el 32, dice: «Estas (son) las familias de Noé, según sus
pueblos y naciones. De ellas se dividieron las gentes en la tie­
rra después del diluvio».
Antes de entrar en materia y averiguar cuáles fueron los
pueblos nacidos de los nietos de Noé, nos conviene tener pre­
sente:
Primero. Que entre los hijos del patriarca, Cham era el
menor, según consta del verso 24 del cap. IX del Génesis, don­
de se lee: «Despertando Noé del vino y sabiendo lo que había
hecho su hijo menor». Este era Cham. Jafet era el primogéni­
to, según se desprende de la comparación de tres pasajes del
mismo libro. En el último verso del cap. V se dice que «Noé
tenía 500 años cuando engendró á Sem, Cham y Jafet»; en el
verso 10 del cap. XI se añade, que «Sem era de 100 años
cuando engendró á Arphaxad, dos años después del diluvio»; y
308 EGIPTO Y ASIR IA RESUCITADOS

en el versículo 6 del cap. VII dice Moisés que «tenía (Noé) 600
años cuando las aguas del diluvio inundaron sobre la tierra».
De manera que el año 603 de la vida de Noé tenía su hijo Sem
100 años; pero el patriarca tuvo el primer hijo á los 500 años
de su vida, por lo cual no podía ser Sem el primero, que en
ese caso hubiera sido de 103 años el año 603 de su padre;
tampoco lo fué Cham, como hemos visto: resta, pues, la primo-
genitura para Jafet. Y si el historiador sagrado suele poner á
Jafet en el último lugar y á Sem en el primero, débese á ser
este último el tronco del pueblo escogido por Dios para que to­
mara carne su Unigénito.
Segundo. Como Moisés solamente habla de los hijos de
aquellos tres patriarcas Sem, Cham y Jafet, y no pone todos
los pueblos de la tierra, para entender el texto sagrado convie­
ne no olvidar que debió haber otros troncos descendientes
igualmente de Noé, pero omitidos por el historiador, que pare­
ce habernos querido dar las noticias que principalmente inte­
resaban al pueblo hebreo. No es improbable que Noé tuviera
otros hijos después del diluvio, máxime si no olvidamos que,
tanto como á sus hijos, se le dijo á él de parte de Dios: «cre­
ced y multiplicaos sobre la tierra».
Respecto á los tres de Noé, es más que probable que tuvie­
ran otros hijos no mencionados en el capítulo X del Génesis.
Y así parece constar respecto á Sem, de quien se dice en
el cap. XI, v. 11: «Y vivió Sem, después que engendró á Ar-
phaxad, 500 años, y tuvo hijos é h ija s ». Después de Arphaxad
sólo se le cuentan en el cap. X dos hijos, Lud y Aram, y ninguna
hija, según costumbre de la Escritura Santa, que rara vez pone
mujeres en las genealogías. Esta frase: genuit fd io s et filia s ,
dicha de Sem, debe sobreentenderse de sus dos hermanos, con
lo cual tendríamos los troncos de muchos pueblos, cuyo origen
no consta en la tabla etnológica de Moisés, y á la vez podría­
mos responder con una nueva solución á las observaciones
del abate Motáis, cuando cree hallar en la Biblia argumentos
TABLA ETNOG RÁFICA DE MOISÉS 309

en favor de su tesis restrictiva del diluvio aun en las razas


humanas.
Tercero. Aunque el desarrollo de las primeras civilizacio­
nes, sobre todo en la parte material, fué debida á la descen­
dencia de Cham y más tarde á la de Sem, para comprender la
marcha de la humanidad á través de sus varias vicisitudes y la
preponderancia obtenida por la familia jafética en todas partes,
conviene mucho no olvidar la bendición de Noé á sus hijos;
bendición que, como las de otros patriarcas, era un anuncio de
lo futuro. Ahora bien; el Justo libertado de las aguas, después
que supo la mala acción de su hijo Cham y la irreverencia co­
metida por éste contra el autor de sus días, dijo así: «Maldito
Chanaán; será siervo de los siervos de sus hermanos. Y dijo:
Bendito el Señor Dios de Sem; sea Chanaán su siervo. Dilate
Dios á Jafet y habite en los tabernáculos de Sem; sea Chanaán
su siervo». Maldijo, pues, Noé á Chanaán y bendijo á Jafet y
Sem. Los intérpretes sagrados entienden que la maldición lan­
zada contra Chanaán, cuarto hijo de Cham, iba contra su pa­
dre, que había faltado al respeto del anciano, y que por consi­
deración á las bendiciones recibidas por Cham, junto con sus
hermanos, después de salir del arca salvadora, no fué maldito
en su misma persona, sino en uno de sus hijos, que debía ser
ya tan perverso como el padre. A este hijo maldecido se le des­
tina á la servidumbre de sus hermanos; y así fué, en efecto,
porque los chamitas, después de las primeras edades, han
estado siempre, y están hoy sujetos á la servidumbre de los
semitas y jafetitas. A Sem se le da una bendición, que recae
principalmente sobre el Dios verdadero, cuyo culto se conservó
en una ram a de aquella familia, la hebrea, y por eso se le dice:
Benedictus dom inas D eus Sem ; mientras que la bendición
de Jafet recae sobre él en primero y único término: D ilatet
D eas J a fe t, et habitet in tabernaculis Sem. Estas bendiciones
proféticas las vemos cumplidas á la letra, tanto por lo que se
refiere á Cham, siervo de sus hermanos, como á Jafet, dueño
310 E G IP T O Y ASIR IA RESUCITADOS

del mundo y que ocupa los tabernáculos de Sem. El orden,


pues, que tienen los hijos de Noé en la historia, es éste: Jafet,
primogénito y primera figura entre los hombres, cuyas fuerzas
parecen aumentarse cada día y cuya expansión crece con los
siglos. Sem, cuyos principales representantes son hoy los ára­
bes y hebreos, mucho menos dilatado que su hermano, mucho
menos poderoso, pero incomparablemente más que Cham,
representado en los fe llh d s de Egipto, en los nubios y abisinios;
pues la mayor parte de sus otros descendientes fueron absor­
bidos por las razas más perfectas de sus hermanos, según
aconteció con los cananeos y fenicios, que ocuparon antigua­
mente el Africa y la Europa mediterránea; con los chusitas de
Babilonia y otras comarcas asiáticas, de los cuales apenas si
queda rastro alguno en aquellos países.
Por último, es digno de notarse que Moisés, en la tabla etno­
gráfica que vamos á examinar, sólo nos habla de la principal en­
tre las razas humanas, de la blanca, á la que pertenecen todos los
pueblos de que hace mención en el capítulo X del Génesis. Ni
los hombres amarillos del extremo oriente, chinos y mongoles,
ni los bronceados del América, ni los negros oceánicos, ni aun
siquiera los negros africanos, que le eran bien conocidos, por
ser harto comunes en Egipto los esclavos de color en los días
que habitó la corte faraónica, hallan lugar entre los pueblos por
él numerados. Cuándo y cómo se formaron aquellas razas, no
lo dice Moisés, ni tampoco lo diremos nosotros, pues esta cues­
tión está fuera de nuestro programa. Bien pudiera haber ocu­
rrido que algunas familias se separaran del tronco en el tiempo
transcurrido desde el diluvio hasta la torre de Babél, y que és­
tas, apartadas del foco de civilización, degeneraran, formando en
su degeneración las razas inferiores. Es lo cierto, que hoy se
admite como cosa corriente que cuando se fundó el imperio
egipcio, ya había en el valle del Nilo otros habitantes, acaso
negros, que los nuevos invasores venidos del Asia arrojaron de
aquel país. Como también parece que los semitas habitadores
TABLA ETNOG RÁFICA DE MOISÉS 311

de la Mesopotamia encontraron allí hombres que les habían


precedido, según hemos visto anteriormente en una de las
inscripciones (1).
Así, pues, la etnografía mosaica, mientras que por una parte
esparce vivísima luz sobre la cuna del mundo posdiluviano y
orígenes de la historia universal, con la división cuidadosa de
las generaciones y de los pueblos, que, partiendo de Senaar, se
derramaron por el Asia, la Europa y el Africa oriental y
septentrional, constituyendo los primeros imperios y la más

(]) «L 'E gyptien, escribe M aspero en su H istoria antigua ele los pueblos de
Oriente, pág. 15, de la 4.a edición, que es la que usam os, á no ser que otra cosa
se advierta, é tait en gén éral grand, m aigre, élancé. Il av ait les épaules larges
et pleines, les p ecto ra u x saillan ts, le b ras n erv e u x et term iné p a ru n é m ain fine
et longue, la h an ch e peu dévelopée, la jam b e seche.....L a race eg y tien n e se r a t­
tache au x p euples blancs del A sie a n té rie u re p ar ses c h a racteres e th n o g ra p h i­
ques: la langue ég y p tie n n e se ra tta c h e au x langues d ites sem ites p ar sa form e
gram aticale.....Les eg y p tien s a p p a rtie n d ra ie n t donc a u x races proto-sem itiques.
Venus del Asie p ar l ’isth m e de Suez; ils tro u v è re n t etab lie su r les b o rd s du Nil
une a u tre race, p ro b a b le m e n t n o ire q u ’ils re fo u lèren t d ans l’in terieu r.» (Pág. 17).
H ablando m ás a d ela n te, pág. 1*26, de los pueb lo s que h a b ita b a n el A sia a n te ­
rior, dice: «Q uelques-unes de ces n atio n s san s nom encore e t sans h isto ire a p p a r­
tenaient san s d o u te a u x races p rim itiv e s qui co u v ra ie n t le sol á des époques si
reculées, q u ’il a p p a rtie n t au seu l geologue d ’en ch erch er la du rée. Le p lu s g ran d
nom bre d ’en tre elles se ra tta c h e n t á des races plus fo rtes et plus nobles, ré p a n ­
dues des bords de la m er C aspienne á ceux de la m er M éditerranée». Iia y que
advertir que este a u to r no cree en la in sp iració n de los L ibros Santos, ni les a tr i­
buye m ás au toridad que la p u ra m e n te hum an a, com parándolos con las m ito lo g ías
de los gentiles.
Los h a b itan tes á que se refiere M aspero, p recu rso res en A siría de los sem itas
y jafetitas, aquéllos que te n ía n talla g ig an tesca, no e ra n hom bres a n tid ilu v ia n o s
ni m ucho m enos p read am itas, como q uiere d ar á e n te n d e r el h isto riad o r fra n ­
cés, al en carg ar á los geólogos la in v estig ació n de su procedencia; eran sencilla-
llam ente los K usitas, u n a de las ram as de la fam ilia de Cham , como verem os
luego; y no es de e x tra ñ a r su conform ación h ercúlea, porque ya dijim os, a l t r a ­
tar de los gigantes, que a b u n d a b a n e n tre los h ijo s d el últim o de Noé.
«Todos los sabios, dice F r. L en o rm an t, están h o y de acuerdo p a ra reconocer
que las rib eras del T igris, la P ersia m eridional y una p arte de la m ism a In d ia, en
donde se ap ellid a á las trib u s de e sta sangre (la de Cham) K u sika s, fueron p o ­
bladas por la fam ilia de K h u sch a n te s que la s o cu p aran los descen d ien tes de
Sein, y los A ryas, que lo son de Ja fe t. (M anuel de histoire ancienne de l'O rie n t,
tomo I, pág. 99).
312 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

noble porción del género humano; por otra deja amplia libertad
á los sabios modernos y campo dilatado para perfeccionar el
cuadro y llenar las lagunas de Moisés, valiéndose al efecto de
los descubrimientos de las ciencias, que cada día añaden una
nueva confirmación y pruebas originales á lo dicho por el his­
toriador hebreo.
En la noche oscurísima de aquellas remotas edades, el único
faro seguro para no perderse en laberintos inestricables es la
tabla etnográfica de Moisés; «documento el más antiguo, el más
precioso y el más completo que tenemos de la distribución de
los pueblos en el mundo de los tiempos primitivos», como es­
cribe Lenormant (1); siendo, por tanto, aun hoy mismo, el sos­
tén y como pernio maestro de los estudios etnográficos, no so­
lamente para los que admitimos la sagrada autoridad de la Bi­
blia, sino también para aquellos otros que la niegan. El más
antiguo, porque, cuando menos, remonta esta tabla á los tiem­
pos de Moisés, unos 15 siglos antes de nuestra era; mientras
que los documentos y escritores profanos que se ocupan en la
descripción de los pueblos, son muy posteriores todos al hebreo
legislador. Pero la tabla etnográfica del capítulo X del Génesis
es harto más antigua que la composición de aquel libro, pues
debía conservarse en el pueblo hebreo por tradición, ya fuera
oral, ya escrita, desde los albores mismos de la vida posdilu-
viana, aumentándose sucesivamente los nombres genealógicos,
á medida que se multiplicaban las generaciones. Aunque no pa­
sa de ser esto una conjetura, pero es una conjetura fundada en
varias razones; tales son: 1.a el orden geográfico de dicha tabla,
orden que no tiene por centro la palestina destinada al pueblo
que el autor iba conduciendo por el desierto; ni el Egipto, pa­
tria del escritor; ni Madian, que lo era de sus hijos; sino la
Caldea: 2.a el hecho de que la distribución de familias y pueblos,
según se ve en la tabla del capítulo X, estaba alterada notable­

(1) L u g a r ci tado.
TABLA ETNOG RÁFICA DE MOISÉS 318

mente en tiempo de Moisés; pues así consta de la misma Escri­


tura Santa y de los monumentos egipcios: 3.a ek mencionar
como florecientes aún, ciudades que habían decaído de su prís­
tina grandeza y hasta desaparecido de la escena mundana. De
modo que el cuadro trazado por Moisés representaba un estado
geográfico muy anterior al escritor, y por lo mismo el texto que
lo contiene debe ser transcripción de otro más antiguo, que en
su fidelidad histórica no quiso alterar ni corregir conforme al
actual, sino copiarlo literalmente, según se conservaba en los
archivos y memorias de su pueblo.
También es el más precioso, por lo mismo que nos suminis­
tra una base auténtica sobre la cual podemos edificar confia­
damente las nuevas investigaciones relativas al origen de los
pueblos. Hoy se ha puesto de relieve esta verdad con los pro­
gresos que va haciendo el humano saber en el conocimiento
de las tradiciones y monumentos de los pueblos primitivos, en
la filología comparada de una y otras naciones y en los carac­
teres fisiológicos de las diversas estirpes del linaje humano.
Así que, mientras por una parte estos estudios iluminan y es­
clarecen de un modo admirable la etnografía mosaica, que tanto
dió que hacer en algunos puntos oscuros á los intérpretes, por
la otra vienen á confirmar la narración inspirada, toda vez que
los resultados ciertos y seguros de las modernas investigacio­
nes están en perfecto acuerdo con ella. Los textos jeroglíficos
del Egipto, por no mencionar otros, guardan una armonía tan
perfecta con lo que leemos en el Génesis, que el racionalista
Ebers fué de opinión que Moisés había tomado de los egipcios
cuanto dice en su tabla etnográfica acerca de la estirpe de Cham
(1); y Schoebel (2) asegura terminantemente que «á medida de
los progresos que las ciencias lingüística é histórica van ha-

(1) JE gypten a n d die Biicher Moses (el E gipto y los lib ro s de M oisés), 1-1-55.
(2) L ’authenticité mosaique de la Gênese defendue contra les attaques du ra tio ­
nalisme allem and, en los A nales de la F ilo so fia cristiana. F ebrero de 1877.
314 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

tiendo, las diversas razas de la tabla mosaica se van colocando


una al lado de otra bajo la mirada del historiador», rindiendo
homenaje á la sabiduría del texto sagrado.
Además es el documento de este género más completo que
se conoce; pues aun cuando Moisés no se propusiera darnos
un cuadro etnográfico de todo el mundo, sino solamente de
aquellos pueblos que más interesaba conocer al hebreo, para
quien inmediatamente escribía, es, no obstante, tan rico y copio­
so, que en vano se buscaría otro parecido entre los escritores y
documentos del mundo entero. Abraza un círculo tan extenso
de naciones emigradas del Asia occidental en todas direcciones
como hasta la fecha 110 lo hizo escritor alguno. Pondremos se­
paradamente y en distintos artículos lo relativo á cada uno de
los tres hijos de Noé, empezando por el primogénito, nuestro
padre Jafet.

A RTÍCU LO 11

Familia de Jafet.

El nombre de Jafet significa d ila ta d o , e xte n d id o , conforme


á la profecía de Noé al bendecirle: D ilatet D eus Japliet (1);
habiendo sido tan grande la fuerza expansiva de su descenden­
cia, que sus hijos se extendieron por Asia y Europa, aun en
aquellos países que estaban ocupados por la de su hermano
Sem, et habitet in tabernaculis Sem , sometiendo finalmente á
su dominio la raza procedente de Cham, et sit C lianaam ser­
vas ejas (2).

(1) G énesis, IX -27.


(2) Ya indicam os a rrib a que, en vez de C h an aán , uno de los h ijo s de Cham,
se en tien d e éste con to d a su generación y descendencia. P u es que h ab ién d o le
b en d ecid o D ios al salir del arca ju n to con sus h erm an o s y sus p ad res, no le pare­
ció al sa n to Noé m ald ecir la p erso n a b e n d ita de Cham que le h a b ía faltad o al
respeto, y m aldíjole en su hijo C h an aán , h e red ero sin d u d a de la m alicia del
p ad re, como se ve en los L ib ro s Santos, que o rd en an á Isra e l la d e stru cció n de la
raza cananea, p erd o n an d o á los dem ás pueblos.
TABLA E TNO G RAFICA DE MOISÉS 315

Fueron hijos del primogénito de Noé, Gomer, Magog, Madai,


Javan, Tubal, Mosoch y Thiras; hijos de Gomer, Ascenez, Ri-
phath y Togorma; hijos de Javan, Elisa, Tharsis, Cethim y Do-
danim (1).
Gomer, primogénito de Jafet, parece ser el tronco de los
pueblos que habitaron hacia las orillas del Ponto Euxino y al
Septentrión de la península helénica. Flavio Josefo cree que
Gomer ocupó la Galacia, en el Asia Menor, habiéndose llama­
do los pueblos de aquel contorno, antes de la invasión de
los galos, Gomares. El traductor árabe entiende que Gomer
es el padre de los turcos, fundándose en que Ezequiel junta á
Gomer con Togorma y les coloca á la parte del Norte. Lo
que hoy parece tener más probabilidad es que, en efecto, los
descendientes de Gomer son los antiguos Cimbrios, que exten­
diéndose desde el monte Tauro hasta la Jutlandia, fueron
durante muchos siglos el terror de Asia y de Europa, habiendo
hecho temblar á Roma en tiempo de Mario. F. Lenormant (2)
cree que cuando los documentos cuneiformes hablan de los
G im irai, se refiere» á estos pueblos, y Schoebel nota que en la
lengua céltica cymbro ó cinmro significa p rim ero , aludiendo á
la primogenitura de Gomer.
Entre los hijos de éste, Ascenez representa especialmente á
los germanos y escandinavos; y ya Gornelio Alapide había
hecho notar que los hebreos llaman Askenez á la Germania (3);
Riphat denota á los Celtas y Galos que ocuparon en Europa
los montes Rifeos ó Ivarpatos, caminando después al Occidente
y apoderándose de las Gaulas é islas británicas con parte de
España. Togorma, según la constante tradición, fué el padre de
los armenios y de otros pueblos de la región del Cáucaso, en­
tre los cuales todavía hoy los georgianos se glorían de descen­
der de Togorma.

-(1) G énesis, X -2, 3, 4.


(2) L ettres assyriolog., I, 77.
(3) C om entario al cap. X del G énesis, v. 3,
316 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Magog, que suele ir acompañado en los Libros Santos de


Gog (1), dio origen á una numerosísima raza, que llenó el
Asia central y septentrional con parte de Europa. Josefo (2),
los identifica con los escitas, cuyas hordas, subdivididas en
numerosas tribus de distintos nombres, ocuparon innumerables
países, desde el Oriente de Europa hasta el mismo corazón del
Asia, y saliendo de allí con ejércitos espantables, arruinaron más
de una vez el Oriente de Asia como el Occidente de Europa.
Los modernos orientalistas hacen salir generalmente de la
estirpe de Magog la que llaman ra za iuránica ó habitante del
T u ra n por oposición al Irá n . Los turanios ocupaban las ex­
tensas regiones caspianas, conocidas en conjunto con el nombre
de E scitia , formando multitud de pueblos distintos, pero con
bastantes rasgos comunes para poder establecer entre ellos la
unidad de origen. Dividíase en dos principales ramas, la Uro-
fín ic a y la D ra m d ia n a . Pertenecen á la primera los turcos,
moradores del Turkestán y las estepas del Asia central, junta­
mente con los húngaros, aclimatados en las riberas del Danubio
hace muchos siglos; y también los filandeses, estonios y otros.
La rama D ra m d ia n a se extendió por el Asia meridional, sien­
do los primitivos habitantes del Indostán y de otras comarcas,
sojuzgadas más tarde por los arios.
M a d a i es el hijo tercero de Jafet, y nadie duda que fué el
tronco de los medos, quienes conservaron su nombre. Los tex­
tos cuneiformes llaman constantemente á la Media M a d a i, lo
mismo que Moisés, y según Herodoto (3) en lo antiguo fue­
ron conocidos bajo la denominación de arios, siendo una de
las principales ramificaciones de aquella gran familia, á la que
pertenecían igualmente los persas, los bactrianos y las castas
superiores de la India; según lo demuestran la afinidad de las

(1) V éase á E zequiel, cap. X X X V III-2-3; X X X IX -1 ; A pocalyp., X X-7.


(2) Antigüedades judaicas, libro I, cap. V I.
(3) L ibro V II, cap. 62.
TABLA E TNO G RÁFICA DE MOISÉS 317

lenguas y las tradiciones antiguas. Los arios tuvieron su primi­


tivo asiento en las riberas de A m u -D a ria (el antiguo Oocus)
en la Sogdiana y Bactriana, llamados por el Z endavesta estos
países A iry a n a -V a e g a , morada de los arios; que permanecie­
ron allí muchos siglos, hasta que una de las ramas se dirigió
al Oriente, apoderándose del Indostán y sometiendo á los ca-
mitas y dravidianos allí residentes, lo cual dió origen á la civi­
lización brahmánica. La otra, dirigiéndose al sudoeste, ocupó
por último, después de varias excursiones, la parte meridional
del Caspio al oriente del Tigris, la Media y la Persia.
Javan, otro de los hijos de Jafet, es el padre de los Jonios,
de los griegos y en general de los pelasgos, que partiendo del
Asia Menor se derramaron por las islas y costas del Egeo, del
Jónico y del Tirreno, llamadas por Moisés insalce gentium .
Por eso los griegos son conocidos por el nombre de Javanas,
en el códice indio de M a n ú ; Junam en los jeroglíficos de Egip­
to; Juna en las inscripciones de Persépolis; y Jonaijun por los
árabes modernos. Daniel llama (cap.. VIII-12) á Alejandro rey
de Javan, que la Vulgata traduce rey de los griegos, y Josefo
asegura que todos los griegos proceden de Javan (1). En las
tablas cuneiformes asirías y en las inscripciones de Behistum
aparece Grecia con el nombre Javanu. Cuatro hijos da Moisés
á Javan y todos ellos han dejado vestigios de sí mismos en el
mapa. Elisa denominó la Eolia ó la Grecia propia; Tharsis á
Tarso, capital antigua de Cilicia y patria de San Pablo, siendo
el padre de los pelasgos tirrenos; algunos de los cuales se es­
tablecieron en Grecia, y otros, caminando al occidente, llegaron
á Italia dando origen á los Ítalos. Los Cetthim se propagaron
por las islas del archipiélago, especialmente en Chipre, cuyo
primer nombre, según Josefo, fué G ecim , y allí fundaron á
Cittium su capital. Por último, créese que los descendientes de

(1) A ntigüedades, libro I, cap. V II.


318 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

D o d anim son los epirotas, que conservaron el recuerdo de su


origen en el famosísimo templo de D odona.
Tubal fué sin duda el padre de los T ibarenos, cerca de la
Colchide, donde se veían en tiempo de Herodoto que hace de
ellos expresa mención (1); desde allí se esparcieron por el
Cáucaso y probablemente vinieron algunos á España, según
la antigua tradición, que supone haber sido poblada esta tierra
por Tubal y sus descendientes. Josefo los llama iberos refi­
riéndose á los habitantes de la llanura que se extiende al me­
diodía de la cadena caucásica entre la Colchide, la Albania y
la Armenia. Las inscripciones asirías denom inan Tabalos á es­
tos pueblos y T abal al país donde habitaban. Salm anasar III,
en uno de sus monumentos epigráficos, se gloría de haber im­
puesto tributo en su cam paña vigésimosegunda «á 24 reyes
del país de T a b a l, rico en minas de plata, de sal y de alabas­
tro» (2).
M osoch es considerado como padre de los Moschos, que
Herodoto coloca entre los Tibarenos y los Frigios. Otros entien.
den bajo el nombre de M oschos los que ocuparon la parte y
oeste del Asia Menor, en el Ponto, Capadocia, Paflagonia y
Bitinia, á los cuales dirige San Pedro su prim era carta, Flavio
Josefo identifica los M oschos con los capadocios, que primero
se llamaron M osochenos, dice el mismo autor, citando en
prueba de su aserto el nombre de M a za c a , con que antes de
Tiberio era conocida la metrópoli de Capadocia, Cesarea. En
la Escritura Santa, los descendientes de Mosoch y de Tubal
aparecen juntos y asociados como pueblos herm anos (3);

(1) L ibro III, cap. 94; libro V III, cap. 78.


(2) M e n a n t , Arm ales de rois d'A ssyrie, pág. 101.
(3) P u ed en verse en E zeq u iel el v. 13 del cap. X X V II, el 26 del capítulo
X X X II, el 3 del cap. X X X V III y el 1 del cap. X X X IX . E n este últim o pasaje
dice el p ro feta: «He aq u í que yo so b re tí G og, p rín cip e de M osoch y Thubab,
p alab ras id én ticas á las del v ersícu lo 3 d el cap. X X X V III, en que tam bién lla­
m a á Gog <piíncipe de M osoch y T h u b a b ,
TABLA ETNOG RÁFICA DE MOIS ÉS 319

asociación que se advierte igualmente en Herodoto respecto á


los Moschos y Tibárenos, así como en las inscripciones cunei­
formes por lo que hace á los M uskos y Tabalos; porque no
solamente eran limítrofes y colindantes sus tierras, sino que
además tenían un mismo origen. No faltan algunos modernos
que pretendan derivar de M osoch á los moscovitas; pero
Finzi observa que no hay fundamento racional para ello (1).
El último de los hijos de Jafet se conoce en el Génesis con
el nombre T h ira s, el cual, al decir de Flavio Josefo, seguido
en este punto por la mayoría de los críticos modernos, fué pa­
dre de los tracios, quienes desde el Asia Menor, pasado el He-
lesponto, se fijaron al norte y este de Macedonia.
De Jafet, pues, descienden las dos razas más extendidas en
la superficie de nuestro globo, la T u r única y la In d o -E u ­
ropea, sin contar otros pueblos de menor consideración ya
mencionados. La T u r ún ica , arrancando del centro del Asia, se
extendió por la parte occidental de la misma y la oriental de
Europa hasta el Danubio; mientras que la Indo-E uropea, p ar­
tiendo de la India, llegó al extremo occidental de Europa, y de
aquí se difundió y difunde cada día más y más por todos los
rincones del mundo, dotada como está de una fuerza expansiva
extraordinaria, y habiendo sido en todos tiempos la porta-es­
tandarte de la civilización y cultura, por sus lenguas, por sus
artes, por su carácter y, en los tiempos cristianos, por su reli­
gión; al paso que la Turánica desde hace muchísimos siglos se
halla en un estado semi-bárbaro.
Con razón dice Lenorm ant, que la raza Indo-Europea es la
raza noble por excelencia, y á quien la Providencia dió el e n ­
cargo de llevar las artes, las ciencias, la filosofía y la cultura
á un grado de perfección desconocido á los demás pueblos.
Ella es en quien han tenido y tienen perfecto cumplimiento
las profecías de Noé, relativas á Jafet, porque no sólo ha veni­

(1) Ricerche per lo studio dell'antichità A ssira, pág. 26.


320 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

do á ser la más num erosa y extendida, sino la dueña del m un­


do, y cada día avanza más hacia el dominio universal (1).

ARTÍCULO III

La descendencia de Sem.

Aunque la familia de Sem sea menos numerosa que la de


su hermano, tiene, no obstante, en la historia hum ana una im­
portancia superior á las otras dos, porque de ella debía proce­
der el E sperado de las naciones, que, redimiéndolas de la
esclavitud del error y del pecado, las hiciera verdaderamente
libres con la libertad de los hijos de Dios, que Cristo trajo al
mundo (2). De la raza de Sem procede el pueblo escogido por
Dios para conservar el fuego sagrado de la revelación, tan de-
turpada en los otros pueblos, y preparar los caminos de su Hijo
Unigénito, que había de asumir la naturaleza del hombre en
las entrañas de una virgen semita. Por eso la intervención de
Sem en los destinos del mundo es una intervención sobrena­
tural y natural al mismo tiempo, superando su destino al de
los hermanos cuanto lo celestial sobresale á lo terreno, y siendo
en consecuencia factor importantísimo en el desarrollo de la
historia humana, como que la compenetra del elemento divino
que venía á ser como la razón de su existencia. Así se entien­
de mejor la bendición de Noé á Sem; pues no parece sino que
el hombre del diluvio veía tras de su hijo algo muy superior á
él, cuando le bendice diciendo: B en ed ictu s D om inas Deas
Sem: Bendito sea el Señor Dios de Sem.
De aquí que la importancia de los semitas no tanto deba me­
dirse por la cantidad como por la calidad; pues si entre sus
hermanos fué Sem el menos dilatado, en cambio á él debemos
los jafetitas y cainitas lo mejor que tenemos, el fondo de civi-

(1) M a n u a l citado, tom o I, pág. 105.


(2) Gal., IV -31, v. 13.
TABLA E TNO G RÁFICA DE MOISÉS 321

lización y cultura contenido en las páginas del Antiguo y Nuevo


Testamento, fondo que desarrollado al calor de la Iglesia Cató­
lica, ha producido la asombrosa civilización europea, con que
tanto nos envanecemos y en cuya comparación las famosas ci­
vilizaciones antiguas parecen niños envueltos entre pañales (1).
El gran valle mesopotámico, el mar Eritreo, el Golfo Arábigo y
el Mediterráneo fueron los confines en que se encerró la fami­
lia semítica, sin salir de aquel centro hasta los tiempos próxi­
mos á nosotros. De manera que no sólo fueron los semitas los
que menos se esparcieron por el globo, sino que además aban­
donaron los últimos su residencia primitiva, cuando ya la tierra
estaba completamente habitada por los camitas y jafetitas.
Cinco hijos tuvo Sem llamados E lam , A ssur, A r p h a x a d ,
L a d y A ram . El primogénito E la m dió nombre á los elamitas,
entre la ribera oriental del Tigris y la Persia propiamente dicha;
de aquí vino la denominación de Elimaida dada á aquella re­
gión, más tarde conocida por S u sia n a , del nombre de S u sa ,
célebre capital de los reyes persas. Cuando arribaron á Eli­
maida los hijos de E la m , encontraron habitado el país por
otros dos pueblos, de origen camita uno, y de procedencia tu-
ránica otro; se sobrepusieron los semitas á sus predecesores,
extendiendo después su dominación á la Caldea y Asiría, aun­
que no por mucho tiempo. Las tres razas continuaron habitan­
do juntas la Su sia n a hasta nuestros días. En las inscripciones
asirías se hace mención frecuente de sus vecinos los elamitas,
cuyo país es llamado Ila m , Ila m i, y también con forma feme­
nina Ilam ti. Los Achemenides dieron el nombre de Uvaia á
la Susiana, y en la gran inscripción de Behistum corresponde
el Uvaia persa al lla m del texto asirio.
Assur, segundo hijo de Sem, dió origen á los asirios, que más
tarde obtuvieron y conservaron no poco tiempo el imperio y
la hegemonía del Asia. Saliendo de Senaar, dom inada por
(1) E s m uy digno de leerse so b re este p a rtic u la r n u estro Balm es en su P ro ­
testantismo, etc., prin cip alm en te el tom o I.
322 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Nemrod, déla raza de Cham-, fundó Assur, á la parte septentrio­


nal y sobre las márgenes del Tigris á Nínive, Resen y Calach,
siendo por entonces la prim era en importancia Resen, de la
cual dice Moisés: Hcec est civitas magna; pero muy pronto
hubo de ceder la primacía á Calach y más aún á Nínive, capital
del imperio asirio durante largos períodos. No faltan autores
modernos, y entre ellos el ilustre Delatre, que atribuyen á Nem­
rod la fundación de las tres ciudades citadas, y por lo mismo
quieren dar á los camitas, quitándola á los semitas, la gloria
de haber fundado el poderoso imperio asirio. Pero es del todo
infundada su opinión; porque, sobre estar bastante claro el
texto latino de la Vulgata, cuando dice: D e térra illa egresus
est A ssu r, et edificam t N in iv e m , etc., y con la Vulgata el
texto hebreo, el sam aritano, el siriaco, el arábigo y Flavio
Josefo; la casi totalidad de los intérpretes antiguos y moder­
nos, siguiendo á San Jerónimo y San Agustín, entienden que
Assur, y no Nemrod, fué el que fundó las tres ciudades. Con
Delatre, sin embargo, hay otros tan autorizados como Vigou-
roux (1). Nosotros, dejando á un lado esta cuestión, seguimos
adelante.
«Es digno de notarse, escribe el P. Brunengo (2), que,
encontrándose por todas partes en las inscripciones asirías el
nombre de Nínive, no haya aparecido hasta hoy el de Resen;
pero este mismo silencio demuestra la antigüedad grandísima
de la tabla etnográfica de Moisés, muy anterior á los textos
asirios conocidos». «La frase bíblica de que antes hablamos
«esta es la gran ciudad», relativa á Resen, es, sin duda, escribe
Oppert (8), anterior al fin del siglo XXI antes de Jesucristo, y

(1) D e l a t b e , Le plan de la Q-énesc, en la «R evista de cuestio n es históricas»,


p erten e c ie n te al m es de Ju lio de 1876, defiende su opinión como cierta y ver­
dadera; lo cual, dicho sea con el debido respeto, nos parece un poco, y aun un
m ucho av en tu rad o . Más m odesto V igo u ro u x (L a Bible et les descouvert, etc., ca­
p ítu lo VI, tom o I), sólo la tien e como m ás p ro b ab le.
(2) Obra citada, tom o I, cap. V III.
(3) Expedition en Mesopotamie, tom o II, pág. 83.
TABLA ETNOG RÁFICA DE MOISÉS 323

por lo mismo mucho más antigua que el esplendor de la gran


Nínive». Esto sólo bastaría para demostrar contra los racio­
nalistas alemanes lo disparatados que están cuando aseguran
que el capítulo X del Génesis data del tiempo de los reyes de
Judá, época en que no sólo R esen no era gran ciudad, sino
que ni aun se conocía entre los pueblos desde muchos siglos
antes.
El mismo Oppert admite como muy fundada la opinión ya
emitida por Bochart, de que R esen debía ser la Larisct men­
cionada por Jenofonte como una ciudad en ruinas, habitada
hacía tiempo por los medos. La posición de L a risa debía co­
rresponder, según las indicaciones del historiador griego, á las
ruinas llamadas K a ra k u c h , no lejos del Tigris, entre Nimrud y
Koyundjik, ó sea entre Calach y Nínive, donde Moisés coloca
á Resen.
En las escrituras cuneiformes es frecuentísimo el nombre de
A ssur, demostrándose una vez más el acuerdo de éstas con
nuestra Biblia en lo relativo al origen semítico de los asirios.
Sólo que unas veces A ssu r significa una ciudad, de que hemos
hecho mención, otras el país de Asiria y la nación de los asi­
rios, y otras muchas un dios. En el primer caso, según asiriólo-
gos de nota, sería la E la ssa r del Génesis (1), cuyas ruinas son
hoy conocidas por el nombre de Kalah-shercjhat; cuando sig­
nifica región se la llama M at-A ssur, país de los asirios, por
oposición á M a t-k a ld i, tierra de los caldeos; y cuando indica
un dios, se refiere al dios nacional de los asirios, al Júpiter de
Asiria, que probablemente, según las costumbres gentiles, es
el mismo hijo de Sem, elevado á la apoteosis por sus suceso­
res en el trono asirio de Resen. A ssu r significa bueno, al decir
de Oppert, y en las inscripciones de los reyes asirios lleva el
título de A b u -Ila n i, es decir, p a d re de los dioses; notándose

(1) Cap. X IV-1. La V ulgata trad u ce Ponto donde el te x to h eb re o pone


Elassar,
324 EGIPTO Y A SIR IA R ESUCITADOS

la identidad de la palabra asiría abu con la hebrea abba en el


sonido y en la significación. Asimismo, al estilo de los hebreos,
atribuyen á A ssu r en las inscripciones todos los bienes de que
la Providencia les colmaba incluyendo aquéllos que tienen por
causa inmediata al hombre; de donde viene llamar á las leyes
del imperio leyes de A ssu r, á los tributos pagados por los va­
sallos tributos de A ssur, á los enemigos del poderío asirio y los
rebeldes contra sus reyes enemigos de A ssu r, á las conquistas
hechas por los generales ó príncipes asirios conquistas de
A ssur; en una palabra, todo cuanto sucedía era la obra de Assur,
de quien los reyes de Resen y Nínive no eran sino mandatarios
y vicarios. Una cosa parecida ocurre con los caldeos respecto á
B el, y de esa costumbre asirio-caldea dimos algunas muestras
al tratar de los descubrimientos cuneiformes, y daremos más en
lo sucesivo.
Dos años después del diluvio nació á Sem suhijo A r p h a x a d ,
de quien proceden las dos ramas semíticas principales, la he­
brea y la arábiga. «Arphaxad, dice Moisés, engendró á Sale, de
quien nació Heber. Y nacieron á Heber dos hijos; el nombre de
uno P h a leg , porque en sus días se dividió la tierra, y el nom­
bre de su hermano Jectan».
Este último tuvo trece hijos, cuyos nombres, escritos en el
capítulo del Génesis que estamos estudiando, dieron origen á
Otras tantas tribus árabes descendientes de .Sem por J ecta n , así
como más tarde se repobló otra vez la península arábiga por los
hijos de Ismael, que lo fué de Abraham, y por él de Sem. Los
inmediatos sucesores de Arphaxad tardaron más tiempo en
abandonar las llanuras de Senaar; y por eso Flavio Josefo
identifica á los caldeos con los arphaxadios, nombre que sig­
nifica fronterizo de la Caldea, según Lenorm ant y Michaelis.
Los primeros en salir de Mesopotamia fueron los descendientes
de Jectan, que acaso tomaron distinto camino al de los tarechi-
tas ó hijos de Taré, quienes, según veremos más adelante, sa­
liendo de U r-kasdim , tomaron la ruta del Norte, yendo por
TABLA ETN O G RÁ F IC A DE MOISÉS 325

Aram á Damasco y Canaam; mientras que los de Jectan debie­


ron entrar en Arabia por la parte del Golfo Pérsico.
Los lidios del Asia Menor son los descendientes de L u d ,
según la común opinión de los intérpretes, confirmada con los
modernos estudios lingüísticos, que encuentran no pocas afini­
dades con los idiomas semíticos en la lengua de Lidia, de don­
de deducen la identidad de origen de los lidios y semitas.
De A r a m , quinto hijo de Sem, traen origen los arameos, ó
sirios, que habitaron el triángulo formado por el Eufratres, el
Mediterráneo y el desierto de Arabia; por más que los límites
de la Siria, como ocurre frecuentísimamente en la antigua geo­
grafía, sean un tanto vagos y poco determinados. En los mo­
numentos asirios es muy común la mención de Siria con los
nombres de A r a m u , A ru m u ó A rim i; mientras que en la Bi­
blia se hallan tres Sirias, ó tres regiones que llevan ese nombre:
j .a A ra m -N a h a ra im ó Siria de entre ríos, que ocupaba la re­
gión comprendida entre el Eufratres y Tigris por la parte norte,
á la cual el salmo LIX llama M esopotam ia Syrice. 2.a La
Siria propiamente dicha, llamada también S ir ia dam ascena, de
su capital Damasco; y 3.a La Siria Soba, confinante con la an­
terior (1) y era la región donde más tarde se levantó el reino
de Palmira. Generalmente la Siria, tomada en su más amplia
significación, comprendía desde las faldas del Tauro al mar
Rojo y desde el Eufratres al Mediterráneo, teniendo por límite
meridional el gran desierto de Arabia y siendo conocida en la
Escritura Santa con el nombre de Aram, hijo de Sem.

A RTÍCU LO IV

La raza de Cham.

Cham, cuyo nom bre significa adusto, tuvo cuatro hijos, se­
gún el autor del Génesis, á saber: Chus, M esra im , P h u th y

(1) Pueden verse los capítulos VIII y X del libro 2.° de los Reyes.
326 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

Canaam, y sus descendientes se propagaron por el mediodía


y occidente de Asia, el oriente y norte de Africa. Chus es, sin
duda alguna, el padre de los etiopes, y cuando en la Biblia
tiene esta palabra un sentido geográfico, se aplica siempre á la
Etiopía (1). Los textos cuneiformes apellidan á los pueblos
de Etiopía K uschos, y los jeroglíficos egipcios los llaman %us,
ó %esi en la escritura demótica; y todavía en el prim er siglo
de la era cristiana eran conocidos de los pueblos asiáticos con
el nombre griego Jousaioi, según testifica Flavio Josefo (2).
El mismo autor da á los hijos de Chus, de quienes habla el
Génesis, varios pueblos de Asia y Africa, entre los cuales fue­
ron los más célebres aquellos que con Nemrod fundaron en
Senaar las cuatro ciudades de Babilonia, Accad, Erec y Cha-
lane, donde colocaron el primer imperio caldeo, y desde donde
salieron potentes colonias que dejaron vestigios de su paso
en varios pueblos asiáticos. Así parece que de aquel primer
centro proceden algunas tribus que colonizaron el país situado
entre el Oxus y el Indo, como se desprende del nombre mismo
de lndo-% usch, con que es conocida aquella cordillera. A la
misma familia pertenecen los % aucikas, pueblos primilivos de
la India superior á donde llegaron antes que los arios; y tam ­
bién ocuparon los de la raza de Chus lo largo del m ar Eritreo,
la costa de Caramania y de la Gedrosia, con toda la parte me­
ridional de la península arábiga, antes de la arribada de los
hijos de Jectan y de Ismael, de la familia de Sem. No deja de
ser probable que del mismo tronco camita proceden los carias
con otros primitivos habitantes del Asia Menor. Lo que no
puede negarse es la gran importancia que en aquellas primi­
tivas edades tuvieron los hijos de Chus, im portancia recono-

(1) A sí escribe Isaías, cap. X I-11: «.Adjiciet D om in u s secundo m anum suam


ad possidendum residuum populi sui, quod relinquetur ab A ssiriis et ab JEtliio•
pia*. E n el X L III-3: «D edi propitiationem tuam jE g yp tu m , uffithiopiam, etc». EI
h eb reo pone en esto s y análogos p asajes, Chus.
(2) A ntigüedades ju d a ic a s, libro I, cap. VI.
TABLA E TN O G RÁFICA DE MOISÉS 327

cida por Knobel (1) y atestiguada por los descubrimientos


modernos, encontrados en Mesopotamia, Etiopía, Arabia, Su-
siana é Indostán.
Los intérpretes antiguos y modernos, junto con los orienta­
listas de hoy, están contestes en reconocer al hijo segundo de
Cham, M esra im ,como padre de los egipcios, siendo el nombre
de M esraim , tanto en el texto hebreo de la Biblia, como en los
jeroglíficos y demás monumentos de aquel país, sinónimo de
Egipto (2). Aunque los egipcios no se llamen á sí mismos
camitas, en mil pasajes apellidan Chemi el valle del Nilo. Y aun­
que modernamente parece que la significación de esta palabra
indica el color negro de dicho valle, pudiera, no obstante, h a ­
ber tenido antes una significación patronímica, indicadora del
origen camita de la gente egipciaca y ser trasladado más tarde
al significado físico, sin perder su primitivo origen, como su­
cede muchas veces en casos análogos. Pues si bien es verdad
que ham significa oscuridad, también tsr significa rojo, y con
esa palabra es conocida la Siria por los antiguos egipcios.
En las inscripciones asirias se halla designado aquel país cé­
lebre con el apelativo de M itsir ó M utsu ra y también M utsru,
á cuyo nombre corresponde en las de Persépolis el de M u d ra -
j a , y todavía llaman los árabes de hoy á la capital de Egipto
M isr, y aun al mismo país bañado por el Nilo.
De los varios hijos de Mesraim mencionados por el Génesis,
los unos se establecieron en las márgenes del Nilo y otros se
dilataron y extendieron á levante y poniente, desde Gaza en
Palestina, hasta la Libia en África, al decir de Josefo, cuyo tes -
timonio se halla hoy confirmado por el de los egiptólogos mo­
dernos. Maspero, por ejemplo, reconoce en L u d im á los egipcios
propiamente dichos, que aparecen en las inscripciones jeroglí-

(1) Die Volkertafel der Genesis, pág. 246; G iesen, 1850.


(2) E s frecuen te en la V u lg ata p o n er Egipto donde el te x to h eb reo dice
Mesraim, como puede co m probarlo cu alquiera con sólo co n su ltar algunos p a sa ­
jes. Génesis, X L Y Í-34, L - ll ; Isaías, X I-11; Je rem ., X U V -1 5 , etc., etc.
328 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

ficas con los nombres ele L odu ó R otu\ en A n a m im la podero­


sa tribu de A n u , que fundaron el On del Norte, ó sea Heliopo­
lis, y el On del sur, ó Hermonthis desde los tiempos más an­
tiguos; en N ephthuim (N o -P h ta h ) al pueblo que ocupó el
delta al norte de Menfis; en P a th ru sim (Pa-to-res) los que ha­
bitaron desde Menñs hasta la primera catarata en el alto Egipto,
conocida de los árabes con el nombre S a id , y deben ser los
mismos que en los monumentos asirios son conocidos por
P a tu ru si y acaso también los P hetros y P h a tu res in terra
JE gipti, de quienes hablan Isaías (1) y Jeremías (2). El mismo
Maspero, de acuerdo con Flavio Josefo, entiende por Lahabim
los libios, que se extendieron al occidente del Egipto por la costa
septentrional de Africa y de los que aún quedan retoños en los
bereberes y kabilas de Marruecos. Al oriente del Egipto se fija­
ron los filisteos (P hilisthim ), rama de Chaslaim, según lo
dice el mismo Moisés, y que tanto dieron que hacer á los he­
breos en el trascurso de los siglos, comunicando su propio nom-

Filisteos prisioneros de liam sés I II.

bre á la tierra que ocuparon en la costa, que de ellos se llamó


Palestina, y que en las inscripciones asirías aparece escrita unas

(1) X I-ll.
(2) X LIV-16.
TABLA ETNOG RÁFICA DE MOISÉS 329

veces P ala stu y otras Pílista. Véase en el anterior grabado una


muestra de la musculatura ñlistea, que indica bien claramente
su carácter belicoso.
El hijo tercero de Cham, llamado P hut, dio origen, según
todas las probabilidades y la opinión bastante común entre los
etnógrafos modernos, á los africanos del norte, con quienes se
mezclaron poco después algunas otras tribus camitas y jaféticas.
Josefo asegura que los libios se llamaron primitivamente F u ­
tios, cambiando después este apelativo por el de Libios, por
haberse sobrepuesto á los hijos de Phut los de Laabin, que lo
era á su vez de Mesraim. En prueba de lo que dice, aduce el
historiador hebreo el hecho de que un río de Mauritania era
conocido entre los griegos con el nombre de P h u t, así como el
país que aquel río baña. Los modernos orientalistas observan
que en la lengua copta se conocen los pueblos de Libia con el
nombre P h u t y en la egipcia con el de N ip h a ia t (1).
Harto mejor conocida es la tierra que se llama de Canaam,
por haberla ocupado los hijos del último de Cham. Y aunque en
la demarcación de límites de cada una de las familias cananeas
haya alguna oscuridad, tanto en los libros de Moisés, como en
el de Josué, que refiere la conquista y ocupación de aquel país
por los descendientes de Jacob, esta oscuridad más afecta á los
detalles que al fondo, y para nosotros no tiene importancia,
puesto que son bien conocidos los países ocupados por los once
hijos de Canaam, aunque no sean fácilmente determinables los
límites en que cada uno se contenía; siendo el país comprendi­
do entre el Jordán y el Mediterráneo en la parte más occiden­
tal del Asia el que eligieron para su morada, que por esa razón
se llamó 'tierra de Canaam, como se apellidó Palestina de los
filisteos que habitaron la costa al sur de Tiro y Sidón. Los
monumentos asirios que hacen frecuente mención de aquel país,
no le llaman Canaam, sino tierra de atrás, región del occi­

(1) V éase al P. B runengo, o bra y lu g a r citados.


330 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

dente o M at-A líhari. Para la inteligencia de este significado


hay que tener presente la costumbre asiría, que también lo es
de otros pueblos asiáticos, de señalar los puntos cardinales
puestos de cara al Oriente, resultando el Occidente á la espalda
del observador, d etrás, el Mediodía á la derecha y el Norte á
la izquierda.
El pueblo hebreo, usando los mismos términos que el asirio
para la designación del Occidente, da al Mediterráneo el nom­
bre de ya m okharon , m ar posterior ó m ar del occidente,
según puede verse en multitud de pasajes de la Biblia hebrea
y de la Vulgata latina. Sirva por todos el versículo 25 del
Deuteronomio, capítulo XI, donde se lee: « A deserto et L í­
bano, á flu m in e magno E a fra tre usque a d m are occiden-
tale erant term ini vestri». Una inscripción del rey asirio
R a m m a n -N ira ri 111 (809-780 ant. C.), publicada por Me-
nant (1) describe con bastante exactitud el país de que ha­
blamos, cuando dice: «El M a t-A k h a ri, que comprende el país
de S a rra (Tiro), el país de S id u n u (Sidón), el país de %humri
(reino de Israel), el país de U dum e (Edom), el país de Palas-
ta (Palestina en sentido restricto) hasta el gran m ar del sol
occidental».
Vamos á term inar este capítulo con dos observaciones, re
lativa una al nombre de Faleg, y á las tradiciones egipcias so­
bre la dispersión de los hombres después del diluvio la otra.
De Faleg dice el Génesis (2): «N a tiq u e sunt H eber dúo
Jílii: nomen uni P haleg, eo quod in diebus ejus divisa sit
térra». Conforme á este pasaje bíblico, era opinión admitida
generalmente que la g ran dispersión hum ana tuvo lugar en
tiempo de Faleg; por cuya causa le impusieron aquel nombre.
Pero en estos últimos años pareció á muchos que se habría
tardado demasiado en separar la hum anidad del centro primi-

(1) A nuales des rois d ’A ssyrie, pág. 127.


(2) Cap. X -25.
TABLA ETNOGRÁFICA DE MOISÉS 331

tivo de su residencia, si no lo hubiera hecho hasta el nacimiento


de Faleg; y de aquí las varias interpretaciones que daban al
texto. Oppert observa á este propósito, que bien hubiera podi­
do suceder que la dispersión, ó mejor la división de la tierra
mencionada en el Génesis, fuera una división propiamente de
la tierrra en su sentido material, y no la dispersión de sus
habitantes. Al efecto, escribe estas palabras, que copiamos li­
teralmente (1): «El nombre p a lg a quiere decir canal en la
lengua caldea, y este término íué conservado en el griego
Pallakopas. Esta acepción de p a lg a es conocida hace mucho
tiempo, y ya se ha puesto el nombre de Faleg, hijo de Heber
y hermano de Joktan (J ectan, dice el Génesis de la V ulgata)
en relación con esta raíz. Algunos comentadores han preten­
dido que el versículo del Génesis, X-25, que da la etimología
del nombre de Faleg, debía traducirse así: «Y Heber tuvo dos
hijos: el nombre de uno fué Faleg, porque en sus días la
tierra fué c a n a liza d a .....» La versión ordinaria dice: «Porque
en sus días la tierra fué d iv id id a ».
Según esto, el nombre de Faleg no significaría la dispersión
de las gentes, sino la canalización del Eufratres para regar la
Mesopotamia, hecho bastante notable en el país y que pu ­
diera ser indicado con la imposición de un nombre, según cos­
tumbre antiquísima. En los libros parroquiales de Riaño, de
donde fuimos cura algún tiempo, hay una partida donde se
dice que fué bautizado el niño tal el día en que fueron las va­
cas para H orm as.
Perdida en hebreo la significación de canal, dice Vigouroux
con este motivo, que sólo significa en aquella lengua una simple
corriente de agua, y esto en los libros poéticos, como cuando dice
David del Justo: E r it tam quam lignum quod pla n ta tu m est se­
cas decursus aquarum, fpéleg), y en otros muchos pasajes aná­
logos, acaso al tiempo de hacer las versiones del hebreo á otros

(1) E xp ed itio n en Mesojpotamie, tom o II, pág. 288.


332 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

idiomas, y entre ellos al latín, se tomó el nombre F aleg por di­


visión, que es la significación del verbo de donde procede;
siendo muy racional entenderlo en sentido caldeo, puesto que
de caldeos se trata, y si la canalización de los ríos era descono­
cida en Palestina, no lo fué seguramente en Senaar, donde tan­
to abundaban los canales, según testifican los viajeros. Sea de
esto lo que quiera, bástenos haberlo indicado para que el exé-
- geta pueda admitir esa nueva interpretación, que quita toda di­
ficultad á los cronólogos con respecto al tiempo de la separa­
ción de los hombres posdiluvianos.
Respecto á las tradiciones de los egipcios en relación con
las emigraciones humanas desde el centro primitivo en que vi­
vieron al salir del arca de Noé, copiamos de M. Chabas: «Las
tradiciones egipcias, dice (1), concuerdan de una manera no­
table con los datos del Génesis. Ellas atribuyen la dispersión
de las naciones á uno de los episodios de la revolución de los
malvados. En los hermosos textos de Edfou, publicados por
M. Naville (2), leemos que el principio bueno, bajo la forma
solar de A rem a kh o u (Harmachis), triunfa de sus adversarios
en la parte sud del nomo (provincia) Apolinopolita.
De los que escaparon á la m atanza, algunos emigraron hacia
el mediodía y llegaron á ser los Cuschitas; otros se dirigieron
al norte y fueron los A m a ; una tercera columna se dirigió al
occidente y fueron los T am ahu; la última, en fin, hacia el este
y resultaron de ella los Schasu. En esta enumeración los Cus-
chitas comprenden á los negros; los Tam ahu son los hombres
de piel blanca del norte de Africa, de las islas del Mediterrá­
neo y de Europa; entre los Amu figuran todas las grandes
naciones del Asia central y oriental, la Palestina, la Siria, el
Asia Menor, la Arabia y la Caldea; los Schasu son los nóma­
das, los beduinos del desierto y de las m ontañas de Asia. Tal

(1) E tudes su r l’a n tiquité historique, pág. 07.


(2) M yth e d'H orus, 21.
TABLA ETNOGRÁFICA DE MOI SÉS 383

es para los egipcios la división de las grandes familias h u ­


m anas.....
Puede notarse que las razas roja, amarilla, negra y blanca,
estaban indistintamente unidas bajo la dirección y protección
de los dioses del Egipto, y qué lugar correspondía á cada una
de ellas en el cielo inferior.....Los egipcios consideraban á to­
dos los extranjeros como ram as del tronco común, cuyo vas­
tago principal eran ellos. Cuando la raza madre se dispersó
en una época que permanece en la penumbra de la mitología,
ya tenía conocimiento de los metales, de la escritura, sabía le­
vantar edificios y poseía una organización social y religiosa».
Hasta aquí Chabas, con cuyas palabras damos por term ina­
do el presente capítulo.
C A P ÍT U L O V I

La torré de te lenguas.

ARTÍCULO PRIM ERO

T r a d ic io n e s a c e r c a de e lla .

I B I ntes de comenzar Moisés la historia particular del pueblo


** hebreo por la genealogía de Sem, que repite en el capí­
tulo XI, continuándola por su hijo Arphaxad, tronco del pueblo
escogido, nos enseña el modo y la ocasión que tuvieron los
hombres para separarse unos de otros y dispersarse por la tie­
rra, diciendo: «Y la tierra era de un solo labio y de un mismo
lenguaje. Y partiendo de Oriente hallaron un campo en la tie­
rra de Senaar y habitaron en él; y dijo cada uno á su prójimo:
Venid y hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego. Y tuvieron
ladrillos en vez de piedras y betún en lugar dé mortero. Y di­
jeron: Venid y hagamos una ciudad y una torre, cuya cúspide
toque en el cielo, y celebremos nuestro nombre antes que nos
dividamos por todas las tierras. Mas el Señor bajó para ver la
ciudad y la torre que edificaban los hijos de Adán, y dijo: He
aquí que es un solo pueblo y un solo labio para todos, y comen­
zaron á hacer esto y no desistirán de sus pensamientos hasta
haberlo terminado. Venid, pues; bajemos y confundamos allí
su lengua, para que ninguno entienda la voz de su vecino. Así
los dividió de aquel lugar el Señor por todas las tierras, y cesa­
ron de edificar la ciudad. Y por tanto, el nombre de ésta se lla­
mó Babél; porque allí fué confundido el labio de toda la tierra
336 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

y desde allí los dispersó el Señor sobre la faz de todas las re­
giones».
Este hecho portentoso de la confusión de las lenguas y con­
siguiente dispersión de los hombres, que no podían entender­
se unos á otros, pertenece á la clase de hechos cuya memoria
se ha conservado á través de las edades en las varias razas
hum anas, y con el testimonio de éstas hemos de demostrar lo
verídico de la relación mosaica en las palabras copiadas del
capítulo XI del Génesis. Y por más que Lenormant asegure
que «esta tradición en la Biblia tiene por teatro la llanura de
Senaar, ó sea la Caldea, y es una tradición particular de los
habitantes de aquella región y de los pueblos que de allí salie­
ron en tiempos históricamente calculables», añadiendo que «la
relación de la torre de las lenguas se conservaba entre las
más antiguas memorias de los caldeos y además formaba par­
te de las tradiciones nacionales de la Armenia, á donde había
llegado por el roce de los pueblos civilizados de la cuenca del
Tigris y Eufratres»; aunque Maspero, haciendo coro con Le­
norm ant, afirme que el hecho de la confusión de las lenguas
y de la torre de Babél, sólo es conocido de los hebreos, cal­
deos y armenios, faltando por completo su noticia en los de­
más pueblos de raza semítica, y con mayor razón en los de
origen ariano y turánico (1), es lo cierto que se hallan vesti­
gios de él en otros pueblos que nada tienen que ver con los
citados fuera de la unidad del origen adámico y noemítico.
Dos hechos íntimamente unidos, y que por lo mismo no es
menester tratar separadam ente, constan en la relación de
Moisés: el primero, fué el conato que tuvieron los descendien­
tes de Noé, moradores de Senaar, de edificar una ciudad y
una torre que fuera en las épocas sucesivas como el testimo­
nio de su pujanza y poderío antes de la separación; el según-

(1) L e n o r m a n t , M anuel d'histoire ancienne de l'O rient, tom o I, pàg. 36; Mas-
pero, H istoire ancienne des peuples de l'O rie n t, cap. IV .
L A T O R R E DE LAS L E N G U A S 337

do, la acción é intervención divina para estorbar que aquel


pensamiento de soberbia llegara á realizarse, haciendo que no
se entendieran unos á otros los constructores, y en consecuen­
cia, que se separan y dispersaran sin dar cima á lo que se h a ­
bían propuesto. Uno de estos hechos supone a l otro, y en los
planes de la Providencia debía entrar que la famosa torre de
confusión quedara incompleta y que sus ruinas perseveraran
hasta nuestros días en comprobación de la impotencia y so­
berbia hum ana contra las disposiciones divinas, porque non
est sapientia non est consilium contra D eum (1).
Ambos hechos constan en las tradiciones de los pueblos y
principalmente del asirio, cuyo testimonio invocamos en este
libro en favor de la Escritura Santa para confusión de sus im­
pugnadores.
Entre los chinos, según el testimonio de D’Anselme (2 ),cita­
do por el P. Brunengo, se conserva la memoria de la confu­
sión de las lenguas en los libros sagrados de aquel imperio.
Humboldt encontró igualmente entre los mejicanos, á la par de
una inundación universal, la historia de un edificio en fo r m a
de pirám ide, levantado p o r el orgullo de los hombres y des­
truido p o r la cólera de los dioses (3); siendo precisamente
aquella pirámide ó torre donde Dios comunicó á cada familia
humana su lenguaje particular. Lo mismo vimos indicado en el
último capítulo por las pinturas de Cholula. El citado Humboldt
añade que la tradición de la torre se encuentra entre los secta-
•rios de Brahma y en la parte oriental de la Tartaria.
Abydeno, sacerdote de Osiris en Abydos de Egipto, que se
cree vivió en tiempo de los primeros Tolomeos y que escribió
una H istoria de los caldeos y de los asir ios, en un fragmento
conservado por Eusebio en la P reparación E vangélica (4) y

(1) P rov., X X [-30.


(2) Monde paien, tom o I, pág. 336.
(.3) Vues des C ordilleres, tom o I, pág. 221.
(4) E u s e b i o , P raep. Evang.¡ libro IX , cap. IV .
22
338 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

por Syncelo en su Cronografía (l), dice así hablando de la


torre de Babél: «Cuéntase que los primeros hombres, enorgu­
llecidos en demasía con su fuerza y estatura, y despreciando á
los dioses, emprendieron la edificación de una torre, cuya cima
llegase al cielo, en el sitio que ocupa hoy Babilonia. Ya se apro­
ximaba al cielo la torre, cuando los vientos vinieron en auxilio
de los dioses, y dieron al traste con todas las obras sobre las
cabezas de los constructores.
Dícese que aún se ven las ruinas en Babilonia, y los dioses
introdujeron diversidad de lenguas entre los hombres, que hasta
entonces habían tenido todos un mismo lenguaje. Y una gue­
rra se encendió entre Cronos y Titán. El lugar en que fabrica­
ron la torre, hoy se llama Babilonia por causa de la confusión
de las lenguas; porque confusión entre los hebreos se dice
B a b é l».
Otro compendiador de Beroso, Alejando Polibistor, que flo­
reció hacia el año 75, antes de nuestra era, pone en boca de la
Sibila la siguiente narración: «La Sibila dice: que cuando al
principio todos los hombres hablaban un mismo idioma, algu­
nos de ellos emprendieron levantar una altísima torre, para po­
der subir por ella al cielo. Pero los dioses, produciendo una
tormenta, confundieron sus designios y dieron á cada tribu un
lenguaje particular; por lo tanto, aquella ciudad se llamó Ba­
bilonia» (2).

(1) Cap. 44.


(2) E s ta Sibila, de que h ab la el texto, p u d ie ra ser, según M e n a n t, aquélla de
qu ien dice san J u s tin o m á rtir que procedía de B ab ilon ia y e ra hija del historia­
dor caldeo Beroso. Otro escritor del 2.“ siglo, P ausanias, hace mención de una cé­
lebre profetisa llam ada Saba, que se decía hija de Beroso, y para unos era babiló­
nica y p ara o tros egipcia. De aq u í se desprende que, au n q u e Polihistor no
m e ncion e al historiador caldeo, como tampoco lo mienta A bydeno en el pasaje
citado anteriorm ente, uno y otro debieron beber en L a s antigüedades caldeas de
aquel veridico escritor las noticias que con tan sin g u lar conform idad nos dan de
la torre y de la confusión de las lenguas. H abiendo, pues, aq uél tomado de los
archivos babilónicos lo que publicó en su h is to ria con t a n t a fidelidad como vi­
mos al tr a ta r de la creación y del diluvio, no sería m en o r la que puso en trasla-
LA TORRE DE L AS LENGUAS 339

Añadamos á estos dos la autoridad de M ar-A pas-C atina,


historiador sirio, instruido en literatura griega y caldea, que exa­
minó, por orden de Valarsaces (1), rey de Armenia, los antiguos
archivos de los medos y persas, y entre ellos halló un códice
anónimo, cuyo título decía: «Este libro fué traducido del caldeo
al griego por orden de Alejandro de Macedonia, y contiene la
historia de los primeros antepasados». Aquel libro comenzaba
así: «Terribles y extraordinarios eran los primeros dioses, au­
tores de los mayores bienes del mundo, principios del universo
y de la multiplicación de los hombres. De ellos se separó la
raza de los gigantes, dotados de fuerza terrible, invencible, de
estatura colosal, que en su orgullo concibieron el proyecto de
levantar la torre. Cuando estaban manos á la obra, un viento
furioso y divino, que soplaba la cólera de los dioses, destruyó
el edificio. Los dioses, habiendo dado á cada uno de los hom­
bres un lenguaje que no entendían los demás, sembraron entre
ellos la confusión y turbación. Uno de estos hombres era
ydaig (2) de la raza de Jafet, príncipe renombrado, valeroso,
potente y hábil para tirar el arco, etc.» (3).
La relación de Marapascatiña, ó mejor del anónimo escritor
caldeo á quien copia, concuerda admirablemente con la de los
compendiadores de Beroso, y una y otras con las escrituras y
fuentes caldeas antiguas de donde fueron tomadas. De aquí se

dar lo que se refiere á la to rre de Babél. Así es que hay lugar á la esperanza, dice
el mismo Menant, de en co n trar un día algún tex to cuneiforme, que contenga
una relación completa y clara de lo q u e creían los caldeos sobre este punto, ya
que los hallados h asta hoy están por desgracia rotos é imperfectos.
(1) Valarsaces fué el fu n d a d o r de la dinastía Arsacida en A rm enia y reinó
desde el año 149 h a sta el 127 antes de la E ra cristiana.
(2) La tradición arm en ia hace de H aïg el primer patriarca del país á que dió
nombre. A n tig u a m e n te y au n aho ra suelen llamarse Hailc los armenios.
(3) M a r - A p a s - C a t i n a . H isto ire ancienne de VArmenle, e x tra ite de l'histoire
des premiers ancetres, tra d u ite du chaldéen en grec p a r ordre d 'A lexa n d re le G ra n d,
et conservé en partie p a r Moïse de Khorene. Traducción nouvelle en f rançais avec
des notes historiques, critiques et philologiques, p a r V i c t o r L a n g l o i s . E n el vo­
lumen V de los frag m en to s de his toriadores griegos editados po r Didot, 1874.
340 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

deduce que ya en tiempos antiquísimos era tradición constante


en Caldea la existencia de la torre famosa, tradición en todo se­
mejante á la que nos refiere Moisés. Hoy mismo es tan fija la
tradición de la torre y de su emplazamiento en aquel país, que
gracias á ella ha sido posible conocer cuál era éste y fijarlo de
una manera puede decirse definitiva, como veremos luego (1).
Antes conviene copiar algunos fragmentos de inscripciones
cuneiformes descubiertas y publicadas por Smith, aunque muy
mutiladas y borrosas.

ARTÍCULO I I

Inscripciones cuneiformes relativas á la torre de Babél.

Cuatro fragmentos se conservan en el Museo Británico de


un ladrillo cuneiforme que debía contener la descripción de la
torre de Babél, y que sin duda estaba precedido de otro, al menos,
en que constara el motivo, ó sea la prevaricación del pueblo que
atrajo sobre sí la ruina de aquel soberbio edificio.
He aquí la traducción dada por Smith (2):

COLUMNA i

1 .......... ellos el padre


2. Los pensamientos de su corazón eran perversos.
3. Él, al padre de todos los dioses él había repudiado.
4. Los pensamientos de su corazón eran malvados
5 .......... Babilonia reducida á sujeción,
6. (pequeños) y grandes, él confundió su lenguaje.

(1) E n el libro apócrifo titulado L ibro del Justo, escrito en heb reo y tradu­
cido por D r a c h , se lee, á propósito de la to rre de las lenguas, lo siguiente: «Ha­
biendo la tierra abierto su boca, engulló u n a tercera parte de la torre; el fuego
que bajó del cielo devoró la tercera parte, no q u e d a n d o de ella más que un te r­
cio, que se conserva hoy». Diccionario de los libros apócrifos por M ig n e , tomo II,
pág. 1069.
(2) Como está el texto original ta n estropeado, no es en te ra m e n te segura la
traducción que d a el asiriólogo inglés, y po r consiguiente, tam poco la nuestra.
LA T OR R E DE LAS LENGUAS 841

7 Babilonia reducida á sujeción


8. (pequeños) y grandes, él confundió su lenguaje.
9. La fortaleza de ellos (la torre) durante todo el día ellos
fundaban.
10. Para su destrucción (castigo) durante la noche,
1 1......no dejó señal ni reliquia
1 2......De su cólera así expresó (su) consejo secreto:
13. para confundir su lenguaje él volvió la cara;
14. El dió la orden, su consejo fué confundido.
1 5 ..... el resultado él le espera
1 6......él escogió un santuario (1).
COLUMNA II

1. Sartuli-elli destruyó.
2. Delante de A n u había levantado......
3. A Bel-Esir su padre
4. después que su corazón también.....
5. que llevaba el mandam iento......
6. En sus días también......
7. él lo levantó......
8. La diosa D a v -k in a ......
9. A mi hijo yo levanto y......
10. Su número (?)......
11. él no lo hacía......
COLUMNA III Ó V

1. En......
2. Ellos soplaron y ......
3. Para los tiempos futuros......
4. El dios sin gobierno fué......

(1) Boscawen tr aduce el verso 14 del texto, diciendo: D ed it ju s su m , fe c i t alie­


num sermonem eorum, siendo la lección asiria ésta: D a n -n i de-ma ut-tak-Jci-ra
me-lik su-um . E s n otable que este fragm ento cuneiforme usa, para ex presar la
confusión de lenguas, el mismo B á la l, que se halla en el Génesis, como consta en
342 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

5. El dijo, como el cielo y la tierra...................................


6. por este camino ellos iban.....
7. De una manera terrible se pusieron en su presencia.
8. él los vio y la tierra......
9. después que ellos no se detuvieron.....
10. los dioses......
11. los dioses ellos volvieron contra
12. renuevo......
13. amargamente lloraron por Babilonia
14. grandemente ellos se dolieron......
15. su corazón también......
En las primeras líneas del fragmento se alude al pecado de
los hombres de Babilonia, que provocó contra ellos la cólera
del p a d r e de iodos los dioses. La sujeción ó humillación de
Babilonia indica que sus habitantes habían pecado de orgullo
y soberbia contra Dios, orgullo que se manifiesta en la edifica­
ción de una fortaleza ó torre, como dice la línea 9.a del primer
fragmento, tazim ta ó tazim at, según el texto cuneiforme. Esto
les mereció un triple castigo: 1.° la confusión de las lenguas
(v. 6-8), 2.° el derribo de las obras ejecutadas durante el día
ocunido por la noche (v. 10-11), y el 3.° la dispersión en va­
rios países, según consta del verso 13, cuya traducción, en vez
de la que ponemos nosotros, la da así el P. Brunengo:
«(á) dispersarlos en tierras lejanas volvió él su faz». Por todo
lo cual bien puede asegurarse que la relación asiría es como un
reververo de lo que Moisés dice en el Génesis en cuanto á sus
circunstancias principales. Pero, sobre ser el texto tan manco,
hay poca certeza en la interpretación, y el mismo Smith opinó
que debía esperarse el hallazgo de algún otro texto más com­
pleto para deducir conclusiones seguras.
«Estos fragmentos son tan notables, dice Sayce, que es una
lástima no poseer la tabla entera. En la prim era parte vemos
la cólera de Bel, padre de los dioses, por causa del pecado de
los que edificaban á Babilonia y los que edificaban la torre ó
LA T OR R E DE L A S LENGUAS 343

palacio. Este edificio es llamado ilustre, y el dios A n ii, que hizo


perecer á los constructores, es llamado consiguientemente
«dios del ilustre muro», Sar-tuli-ellL Gomo el nombre accadia-
no del mes de Octubre ó Tisri era ese mismo, parece que la
construcción del edificio se verificó en el equinoccio de otoño.
Los constructores fueron castigados por la divinidad, y los mu­
ros edificados de día eran destruidos de noche.....Está claro,
según las primeras líneas, que la obra era emprendida y diri­
gida contra los dioses..... Ellos fueron confundidos sobre el
muro, lo mismo que su lenguaje (tam m asle). Es interesante
hallar la misma palabra confundir en la relación babilónica
como en el hebreo, esto es, bálal ó mejor bálah. La última
columna muestra que los vientos destruyeron al fin la obra im­
pía de los babilónicos, lo cual concuerda plenamente con la
leyenda referida por Alejando Polihistor» (1).
Otro documento cuneiforme que parece referirse al mismo
hecho de la confusión de las lenguas, es la célebre inscripción
de Nabucodonosor encontrada en Borsippa por Enrique Raw-
linson. Al hablar de los descubrimientos caldeos y tratar allí
de los verificados en Babilonia, dijimos que Borsippa ocupaba
el ángulo sudoeste del gran cuadrado babilónico, y sus ruinas
son llamadas por los árabes B ir s -N im r u d , torre de Nemrod.
En tiempo de Nabucodonosor el Grande apellidábase B it-z id a , ó
sea templo de la mano derecha. Pues bien; entre aquellas
ruinas fué donde Rawlinson halló la inscripción de que trata­
mos, escrita en cuatro cilindros de tierra cocida, cada uno de
los cuales contiene en dos columnas unas 60 lineas de escritura
cuneiforme, diciendo todos lo mismo; esto es, son 4 ejemplares
de una misma inscripción.
He aquí ahora el texto que contienen los cilindros:
I. «Yo soy N abu-líudur-usur, rey de B a b -llu , siervo fiel,
prenda del afecto inmutable de M a r d u k , el Isa ku supremo

(1) Chaldeean accoimt o f Genesis, pág. 165.


344 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

que exalta la gloria de N a b a , el salvador, el sabio que presta


atentos sus oídos á los mandamientos del dios supremo, el
Sa kka n a ku (1) sin pecado, el reedificador de Bit- Saggata
y de B it-Z id a , hijo primogénito de N aba-pal-usar, rey de
B a b -llu , ¡Yo!
II. Nos decimos: M a r d u k ; el dios supremo, me ha engen­
drado él mismo (2); él me ha mandado reconstruir sus san­
tuarios. N abu, que preside las legiones del cielo y de la tierra,
ha enriquecido mi mano con el cetro de la justicia.
III. B it-S a g g a tu es el templo del cielo y de la tierra, la
habitación del Señor de los dioses, de M á rd u k . Yo hice recu­
brir de oro el santuario donde reposa su soberanía.
IV. B it-Z id a es la mansión eterna. Yo la he fabricado
desde los cimientos, y he completado su magnificencia con
plata, oro, piedras preciosas, ladrillos de colores, maderas de
lentisco y de cedro.
V. Yo rehice el templo de las bases de la tierra, la Zigu-
rra t de B a b -llu y lo he completado con ladrillos y cañas y
yo he levantado su cúspide.
VI. Yo digo esto (3): El templo de los siete luminares de
la tierra, la Z ig u rra t de B o rsip p a , fué edificado por un rey an­
tiguo. Cubría 40 medidas de superficie, pero no elevó la cima.
Los hombres lo habían abandonado después de los días del di­
luvio, y no habían arreglado los canales para las aguas. La
lluvia y la tempestad habían deshecho las obras de arcilla y los
ladrillos que recubrían sus muros. La arcilla se había mezclado
con la tierra y formaban un montón de ruinas. El gran dios
M a r d u k movió mi corazón á reedificarla. Yo no mudé el si-

(1) Y a dim os an tes la significación de estas palabras.


(2) L a p reten sió n de se r h ijo s de Dios es h a rto fre c u e n te e n tre los grandes
h o m b res de la gentilidad, que sin d u d a v eían lo efím ero de to d as sus glorias si
á ellos les faltab a el origen divino. A lejan d ro y C ésar no tu v iero n reparo en
d esh o n rar la m em oria de sus m adres con tal de p asar p o r h ijo s de lo s dioses.
(3) F rase de p onderación que in d ica la im p o rtan cia de lo que va á decir. Es
u n a cosa análoga al amen amen dico vobis del E v an g elio .
LA TORRE DE LAS LENGUAS 345

tio. Yo no toqué al tim im . En el mes de la paz, en un día pro­


picio yo he.....el adobe del muro macizo y los ladrillos del re­
vestimiento. Yo inscribí la gloria de mi nombre en el.....
VIL Yo he puesto mano á esta reconstrucción; yo he le­
vantado la cúspide (del ediñcio), lo he fundado, lo he recons­
truido como era antes, como era en los tiempos antiguos, y yo
elevé la cúspide.
VIII. O N a b u , hijo de tí mismo, inteligencia suprema que
exalta la gloria de M a r d u k , sed propicio á mi obra gloriosa.
Concédeme por siempre la perpetuidad de mi estirpe, para los
tiempos futuros una próspera fecundidad, la solidez del trono,
la victoria de la espada, la pacificación de los rebeldes, la
conquista de la tierra enemiga. Escribid el curso feliz de mis
días en la tabla eterna que fija los destinos del cielo y de la
tierra, y en ella escribid la fecundidad.
IX. Imita, ó M a r d u k , rey del cielo y de la tierra, el padre
que la ha engendrado, bendecid mi obra, proteged mi domi­
nación.
X. N a b u -k u d u r-u su r, el rey que levanta las ruinas, halle
gracia en tu presencia» (1).
*

(1) M e n a n t , Babylone et la GJialdee, pág. 216-17. L a versión dada p o r O ppert


en 1857, que fué el prim ero en p u b licar este tex to e n lo s Etudes assyriennes, d i­
fiere algo de la p u esta a rrib a, y vam os á tra scrib ir aquí lo que se refiere especial­
mente á nuestro objeto, y corresponde á lo dicho en el núm ero V I del texto. H ela
aquí: «El tem plo de las siete lu m in ares de la tie rra (siete planetas), al cual va
unida la m em oria m ás an tig u a de Borúppa, fué edificado por un rey antig u o
(desde él se cuen tan 42 vidas h u m an as), pero no h ab ía levantado la cúspide. Los
hom bres lo h a b ía n a b an d o n ad o después de los días del diluvio, profiriendo en
desorden las p alabras. Los terre m o to s y los tru en o s h a b ía n desunido los adobes
y hendido los ladrillos d el rev estim ien to ; los adobes de los m acizos se h a b ía n
deshecho form ando colinas. E l g ran dios M erodach m ovió m i corazón á reedifi­
carlo; yo no toqu é los fu n d am en to s. E n el m es de salud, en un d ía feliz, yo a se ­
guré por medio de arcad as los adobes del macizo y los ladrillos del rev estim ien to .
Yo inscribí la gloria de mi no m b re en los friso s de las arcadas. Y o puse m anos á
la obra de reconstrucción de la to rre y de la elevación de la cúspide; como ella
debió ser, así yo la he reedificado; como ella debió ser en los tiem pos lejanos,
así yo la elevé h a sta la cum bre. ( O p p e r t , Etudes assyriennes, pág. 192; Journal
asiatique, tom o X).
346 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

Tal es la inscripción de Borsippa, que con la gran inscrip­


ción de Babilonia forma una de las memorias cuneiformes
más interesantes que tenemos de Nabucodonosor. Según ella,
la famosa torre levantada por el vencedor de Jerusalén había
sido comenzada por un rey antiguo, ó quizá más exac­
tamente, por el rey más antiguo, que vendría á ser elNemrod de
la Biblia, cuyo recuerdo persevera en las ruinas, llamadas
B irs -N im ru d , ó torre de Nemrod. se
Lo más interesante en esta inscripción sería la frase que se bi
refiere al diluvio y al desorden en la pronunciación de las pi
palabras según la versión de Oppert; pero el mismo asiriólogo
d
que la había conservado en su E x p e d ic ió n d M esopotamia, d
la abandonó más tarde en el Curso de epigrafía a siria, y
d
Lenormant, que había aceptado la traducción de Oppert en su 1(
M a n u a l de historia antigua del O riente, la desechó en el le
Ensayo de un comentario d los fra g m e n to s de Beroso, don­
de propone una que, en parte difiere, y en parte se conforma
con la de su compatricio Oppert. Conserva la mención del
diluvio y desecha la confusión de palabras, de.que hace mé­
rito aquélla. Hoy comúnmente se sigue la versión de los
asiriólogos ingleses Rawlinson y Talbot, y la del alemán
Schrader, quienes en vez de leer y u m rikut «después del di­
luvio», leen yu m i ruquti «días lejanos». No hemos de entre­
tenernos en probar el por qué de estas diferencias en la lectu­
ra y traducción de los textos cuneiformes, porque ya quedan
indicados en otra parte los motivos poderosos que dividen á
los orientalistas en muchas cuestiones (1). Y ya que el texto
de la inscripción de Nabucodonosor no sirva para probar la
confusión de lenguas ni el castigo de los que levantaron la
torre, en el estado actual de nuestros conocimientos en Asirio-
logia, servirá al menos como auxiliar para saber el emplaza­
miento de la torre de Babél, lo cual será objeto del siguiente

(1) L ibro I, cap. V de esta obra.


LA T ORRE DE LAS LENGUAS 347

ARTÍCULO I I I

¿Dónde estuvo la torre de Babél?

Dudábase con fundamento, en vista de la confusión que se


encontraba entre los documentos de la antigüedad clásica, cuál
era el sitio ocupado en otro tiempo por la famosa torre de
Babél. Unos la ponían al norte de Babilonia, en el lugar donde
se levanta el monumento descrito por Estrabón, bajo el nom ­
bre de «sepulcro de Belo», y otros en Borsippa. Hoy, gracias
principalmente á los trabajos de Oppert, que con exquisita
diligencia y muy sana crítica ha sabido distinguir los pasajes
de escritores clásicos relativos á ambos monumentos, puede
decirse que han desaparecido las dudas; y todos ó casi todos
los asiriólogos convienen en que la celebérrima torre de las
lenguas se levantaba soberbia y orgullosa en medio de Borsip­
pa, donde fué reedificada por Nabucodonosor y restituida á
su estado primitivo, ó mejor, term inada hasta la cúpula, puesto
que antes de ser concluida por sus primeros constructores,
éstos se dispersaron en varias regiones, y la obra de su sober­
bia vino al suelo empujada por la cólera de Jehová (1).
La tradición fija el emplazamiento de aquel antiquísi­
mo edificio, el más antiguo de que hacen mención las histo­
rias, á doce kilómetros al sudoeste de Hillah, la antigua ciudad
dicha propiamente Babilonia. Iiállanse allí masas enormes
de ruinas, compuestas de adobes y ladrillos vitrificados por
el fuego, según dijimos ya en otra parte de este libro, los cua­
les, al deshacerse la torre, formaron un verdadero monte y va­
rias colinas, conocidas por los árabes con el nombre de B irs-
N im rud. Desde bastante distancia, partiendo del Eufratres, se
ven estas ruinas á mitad del camino entre Bagdad y Babilonia.

(1) E nrique R aw lin so n coloca la torre de Babél en las ru inas de A m ra m ,


dentro de la m ism a Babilonia; no tiene partidarios. L eno rm a nt, que h a b ía c o n ­
venido con O ppert en que la to rre debía situarse en Borsippa, más tarde mudó
de opinión.
348 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

Saliendo de Hillah aparece bien pronto Birs-Nimrud, como una


montaña que se cree próxima y que, sin embargo, se va alejan­
do de la vista del caminante.
He aquí cómo refiere M. Rich el efecto que le produjo la
visita á Babél. «Visité, dice, á Birs-Nimrud en un momento
que respondía perfectamente á la magnitud de su efecto. La
m añana estaba nebulosa y nos amenazaba una gran lluvia;
pero á medida que nos íbamos aproximando al término de
nuestro viaje, abriéronse las nubes y nos permitieron ver la
B irs dominando la llanura, á semejanza de una montaña, co­
ronada por una torre á cuyos pies un arroyo serpentea. Como
durante la primera parte de nuestro camino el estado de la at­
mósfera nos había impedido ver las ruinas, no las vimos en­
grosar gradualmente, lo cual es perjudicial al efecto producido
y contraría mucho á los viajeros que visitan las pirámides de
Egipto; ofrecióse, al contrario, á nuestra vista, de un solo golpe,
en medio de nubes negras que rodaban por los contornos, y
á distancia conveniente, mientras que los relámpagos, precur­
sores de la tempestad, hendían á lo lejos el desierto y servían
para medir vagamente la extensión inmensa y la triste soledad
del país desolado, donde se levantan aquellos antiguos restos».
En su actual estado tiene la torre aún cuarenta y seis metros
de altura, por un circuito de setecientos. La parte sudoeste es
escarpada. Súbese por el exterior mediante una inclinación con­
veniente, y esta parte se halla formada con ladrillo. Parece á
primera vista un montón de tierra informe; pero por poco que
se le examine, pronto se reconoce allí la mano del hombre.
Habían dicho los descendientes de Noé, después del diluvio:
«venid y hagamos ladrillos cociéndolos al fuego», y al asiriólo-
go, observa con razón Vigouroux, que lee estas palabras en el
Génesis, nilbenáh lebénim , como dice el texto hebreo, parécele
estar leyendo una determinación semejante de Sargon, después
de muchos siglos, en aquel Oriente, símbolo de la inmovilidad.
Usalbina libilttu¡ «yo hice fabricar ladrillos», dice monar­

''
LA T OR R E DE LAS LENGUAS 349

ca, empleando la misma frase que sus ascendientes en aquella


llanura de Babilonia, donde falta en absoluto la piedra, y la
necesidad obliga al constructor á valerse de ladrillos para le­
vantar los edificios.
Siguiendo el declive de que arriba hablamos, llégase á una
plataforma de 25 metros de ancho por 78 de largo. Desde allí
por fin se asciende á lo alto de la colina, que domina toda la
llanura, y desde ella se ven Babilonia, Iiillah, Babil, Tel-Amran-
Ibn-Alí con las ondulaciones del norte, donde se guarecen los
árabes cuando están en guerra con los turcos. Un trozo enor­
me de muro de la antigua torre de Nabucodonosor está todavía
á la vista, y mide 11 £ metros de largo por 8 de ancho y otros
8 de espesor. Construido con ladrillos de un color rojo des-
baído y cubierto casi enteramente por una capa de liquen, está
dando testimonio de los muchos siglos que se han necesitado
para que en un país tan cálido pudieran aquellas criptógamas
propagarse y extenderse por la superficie del trozo de pared.
En derredor de aquel enorme murallón hay multitud de ladri­
llos, enteros unos, rotos la mayor parte, y bloques no pequeños
que se han derrumbado desde lo alto de la torre. Muchos de
estos bloques llevan señales manifiestas de vitrificación produ­
cida por el fuego, y tiene un color verdoso muy pronunciado.
Uno de ellos mide tres metros de alto y cinco de largo con otros
cinco de ancho. La violencia del fuego ha debido ser tanta, que
los ladrillos se presentan casi todos en forma de arco, y no con­
servan, como debían, las líneas rectas de la construcción.
A la vista de aquellas ruinas, dice Oppert (1), se apodera
de uno cierta emoción involuntaria, recordando que allí fué
donde se manifestó la ira de Dios contra los rebeldes hijos de
Noé, casi recién librados del furor de las aguas del diluvio (2),

(1) Expcdition en Mesopotamie, tora o I, pág. 204.


(2) 101 años h a b ía n pasado d esd e el dilu v io h a sta la co nfusión de las le n ­
guas, ateniéndonos á la cronología b íb lica de la V ulgata y sig u ien d o la interpre*
350 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

y apenas pueden contemplarse sin espanto aquellos enormes


bloques que en otro tiempo sirvieron para la construcción de la
torre de Babél, dándonos idea de lo que sería cuando descendió
sobre ella el soplo divino que la derribó, dispersando y con­
fundiendo á sus constructores. «La ruina de B irs-N im rud,
concluye el citado asiriólogo, es la más importante de Babilo­
nia. Pocos restos de la antigüedad—y hablamos del mundo
entero—pueden disputarle la palma de la majestad severa é
inspirar un interés parecido por causa de las tradiciones que
trae á nuestra memoria».
Cuando Benjamín de Tudela emprendió el viaje al Oriente
para visitar á sus hermanos dispersos por aquellas tierras, co­
mo lo estaban y están y estarán por las de Occidente, los is­
raelitas le señalaron á B irs -N im ru d como la torre de las len­
guas, según lo refiere él mismo en su itinerario. He aquí sus
palabras: «Desde allí ( desde H illa h ) hay cuatro millas hasta
la torre que comenzaron á edificar los hijos de la división, torre
construida con aquel género de ladrillos que los árabes llaman
la g sa r, y los españoles m azarí. La longitud del fundamento
es de casi dos millas y la latitud de los muros de 240 codos;
en su mayor latitud tienen cien cañas. Por entre cada diez cañas
hay caminos en forma de espiral, que se extienden por todo el
edificio, subiendo por los cuales hasta la parte superior, se ven
los campos hasta veinte millas, porque aquella región es latísi­
ma y muy llana. Este edificio fué en otro tiempo herido con
fuego del cielo y destruido hasta sus cimientos» (1).
Mucho tiempo antes que el judío navarro hiciera su viaje á
Mesopotamia, el Talmud de Babilonia había señalado los es-

tación com ún que eupone h ab erse im puesto el nom bre de Faleg á consecuencia
de aquel hecho. Dos años después del diluvio nació A rp h ax ad , de quien procedió
á los 35 Sale, que á los 30 en g en d ró á H eb e r y éste á los 34 á Faleg: de donde
2+35+30+34^=101.
(1) ltinerarium B en jam in i T u d elensis, ex hebraico in latinum factum, Bene­
dicto A ria Montano interprete, (A m beres, 1575, pág. 71).
LA T OR R E DE L A S L E N G U A S 351

combros de Nimrud como el sitio de la torre de Babél, toman­


do á Borsippa por el lugar donde fueron las lenguas confundi­
das, por lo cual debía cambiarse aquel nombre en el de B ol-
soph. «Un hombre, dice, á quien se preguntó ¿de dónde eres?
habiendo respondido: de B o rso p h .— no respondas así, sino más
bien di que eres de Bolsopli, porque allí confundió Dios (be-
lal sefd) el lenguaje de toda la tierra» (1). El mismo autor
que nos suministra esta noticia, añade que en muchos pasajes
del Talmud se halla consignado ser el aire de Borsippa de tal
naturaleza que hace perder la memoria, aludiendo al hecho de
haberse olvidado allí los hombres de la lengua que aprendieran
de sus madres. Sirva esto en confirmación de lo que dice Benja­
mín de Tudela, cuya autoridad en otras materias, sobre todo
cuando habla del estado floreciente de los judíos orientales, no
es admitida por la crítica.
Concluyamos con M. Schrader, que siendo racionalista y •
considerando una leyenda la relación del Génesis, da sin em­
bargo testimonio de haber existido y conservarse en Borsippa
las ruinas de la torre de las lenguas. Escribe: «No se puede
dudar que la leyenda (de la torre de Babél) que encontramos
aquí (en el Génesis) no diga relación á un monumento, que ver­
daderamente ha existido, y que este monumento sea el edificio
sagrado construido en Borsippa en forma de torre, al oeste de
Babilonia» (2).
Fáltanos ahora vindicar el nombre impuesto á la famosa
torre por Moisés, y la etimología que le da el autor inspirado,
contra los ataques del moderno racionalismo. Pero esto pide
punto y aparte.

(1) B u x t o r f io , Lexicón Talmudicum, c o l. 313.


(2) D ie K eilinschriften und das alte Testamente, pág. 35 (las Inscripciones c u ­
neiformes y el A ntiguo T estam ento).
352 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

A RTÍCU LO IV

¿Está bien puesto el nombre de Babél á la torre de Nemrod?

Ya conocemos el emplazamiento de la torre de Babél y sa­


bemos cuánta sea su antigüedad; como que procede nada me­
nos que del rey m ás antiguo, acaso—y sin acaso—del Nem­
rod bíblico, cuyo nombre, que significa rebelde, cuadra admi­
rablemente al jefe de aquellos soberbios que edificaron la torre.
Ambas cosas constan de la descripción de Nabuco, que en esta
parte concuerda perfectamente con lo que nos dice Moisés de
la torre y de Nemrod; dando cuenta de la primera como del
edificio más antiguo de que hace mención, y diciendo del se-
gundo que ccepit esse potens in térra y que p rm c ip iu m regni
ejus ^Babylon, frases que equivalen á llamarle el primer rey
de Babilonia y aun de todo el mundo, esto es, el m ás antiguo
como dice Nabucodonosor, y el rebelde según el significado de
su nombre. Además la misma inscripción atestigua que aquella
torre, reedificada por el destructor de Jerusalén, había sido ele­
vada en Borsippa, según dejamos ya demostrado.
Lo que no dice la inscripción de los cilindros es que aquella
torre fuera la de la confusión de lenguas, ni tampoco hace re­
lación alguna al diluvio, como convienen ya en ello los asirió-
logos, y por lo mismo tampoco nosotros la adujimos para eso;
antes bien, acudimos á otros argumentos que no pudieran ser
rechazados por la crítica y la filología.
Otra cosa nos enseña la inscripción de Nabucodonosor, de
lo cual algo queda ya indicado, y es la forma de aquella Zigu-
rra t, que tenía siete pisos, viniendo á ser como siete torres
sobrepuestas, que iban disminuyendo en espesor de abajo arri­
ba, y cada una de ellas pintada con distinto color, según el
planeta á que estaba consagrada. Iierodoto, que había visto la
torre restaurada por el hijo de Nabopolassar, nos da de ella la
siguiente descripción: «En la otra parte (de Babilonia), dice,
LA TOl l l l I i DE LAS LENGUAS 353

está el templo de Júpiter Belo, cuyas puertas son de bronce.


Todavía hoy se conserva, y mide un cuadrado de dos estadios.
En el centro se halla edificada una torre, que tiene un estadio
de altura y otro tanto de espesor. Sobre ella hay una segunda
y después una tercera y después otra hasta ocho. La escalera
es redonda y va por fuera del edificio. En medio de la escalera
hay descansos para comodidad de los que suben. Sobre la úl­
tima de las torres, en lo más alto de ella, está edificada una gran
capilla» (1).
Herodoto debió tomar por la primer torre el montículo for­
mado por las ruinas y escombros de la antigua, ó los cimientos
de aquel edificio no tocados por Nabucodonosor, que positiva­
mente afirma no tener la gran torre por él restaurada más de
siete cuerpos. Las siete partes en que se descomponía la torre
de Borsippa, como igualmente otras levantadas en Caldea y
Asiría, de las cuales hablamos en el libro primero, afectaban la
forma piramidal; no porque sus líneas fueran rectas desde la
base á la cúspide, sino porque iban disminuyendo las superio­
res, cuyos cuatro ángulos correspondían exactamente á los
ángulos de la inferior, estando todas ellas orientadas y siendo
la medida de la altura del conjunto igual á la de la base. Por
consiguiente, la parte inferior ocupaba una gran extensión s u ­
perficial; más estrecha era la segunda, y así por grados hasta la
más alta, que resultaba muy delgada en comparación de la que
servía á todas de base y sostén.
Ordinariamente estos edificios eran á la vez templo y obser­
vatorio, por el mutuo enlace que tenían entre los caldeos el
culto de la divinidad y la observación de los movimientos de
los astros. Por eso aquélla de que hablamos estaba consagrada
á los siete planetas, además de estarlo también á un dios espe­
cial, que era M ero d a ch ó jB el-M arduk. Vigouroux observa-
con razón que los colores de la torre, como la consagración á

(1) 1-181.
354 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

los planetas, debían ser muy posteriores á la primera edificación


en tiempo de Faleg; porque no es probable que á los cien años
del diluvio y cuando vivían todos los que de él se salvaron en
el arca, fueran ya los hombres idólatras y politeístas á presen­
cia de Noé y sus tres hijos, testigos de la ira divina que había
descargado su mano sobre los prevaricadores antidiluvianos.
No es posible saber cuántos cuerpos tenía la torre de Babel,
cuando Dios confundió las lenguas de los constructores, impi­
diéndoles la construcción de aquel edificio del orgullo y de la
vanidad, porque el Génesis no lo dice y la inscripción de Na-
buco se limita á consignar que no había sido terminada; pero

Torre asiría de varios pisos, según un bajo relieve.

lo que parece cierto es que no debía haber llegado al número


de siete que la dio el restaurador. Por otra parte, no todos los
monumentos de este género, fabricados por los asirio-caldeos,
tenían igual número de cuerpos. El gran templo de Ur sólo
L A T OR R E DE LAS L E N G U A S 355

tenía tres; un bajo relieve de Koyundjik, donde se halla escul­


pida otra torre semejante, tenía cinco. Véase el anterior graba­
do de una Zigurrcit encontrado por Smith en un bajo relieve.
Y sin duda, de haber sido terminada la torre de las lenguas y
poseer siete cuerpos como en la restauración última, habiendo
servido de modelo á las que posteriormente se levantaron, todas
imitarían á la primera en Jas divisiones principales, no estando
permitido separarse del número siete.
Ya indicamos que estas pirámides llevan en el idioma indí­
gena el nombre de Z ig g u rra t ó Z ik u ra t, y aunque se han
dado varias significaciones etimológicas de esta palabra, paré-
cenos más admisible y legítima que otras la que trae Vigou-
roux (1), haciéndola derivar del verbo sa ka r, que en asirio y
en hebreo significa recordar, dejar m em oria. Esto está muy
conforme con lo que nos dice el Génesis al hablar de la inten­
ción que tenían los descendientes de Noé, cuando emprendie­
ron la obra de la torre. «Venid, dijeron: edifiquemos una ciu­
dad y una torre y celebremos nuestro nombre antes que nos
dispersemos por todas las tierras». Impuesto el nombre de
Zikurat á la primera edificación, natural era que las que en lo
sucesivo se fabricaran por el mismo estilo y orden arquitectó­
nico, tuvieran la misma denominación genérica, distinguiéndo­
se unas de otras por la diferencia específica, tomada del cons­
tructor, del lugar donde se fabricaban, del dios á cuyo culto se
destinaban, ó de otra circunstancia cualquiera, que tuviera im­
portancia suficiente para denominar el artefacto. La derivación
de Z ig g u rra t, del verbo s a h a r , que significa term inar en
punta, ser pun tia g u d o , admitida por Schrader (2), sería bue­
na para las pirámides de Egipto, terminadas en punta, mas no
para las asirio-caldeas, cuyos varios cuerpos afectaban la forma
rectangular, aunque fueran desiguales en espesor.

(1) L a B ible et les clescouvertes modernes, tomo I, cap. VII, pág. 343.
(2) L a s inscripciones y el A ntiguo T estam ento, pág. 36.
356 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

Conocido el nombre asirio de la torre, réstanos examinar su


apellido. Hemos visto que los árabes hace mucho tiempo la
llaman de N em ro d ; Nabucodonosor, templo de los siete lu­
m inares de la tierra , por los siete planetas; Z ig g u rra t de
tBorsippa, por el sitio donde estaba construida; y templo de la
mano derecha, por la orientación que tenía con respecto á Ba­
bilonia. Moisés la llama 'fíabél, y con él la tradición judío-cris­
tiana, que ha considerado aquel lugar como símbolo del desor­
den; por lo cual Babilonia es para los cristianos, en sentido
místico, la ciudad del mal y del pecado, como Jerusalén es la
del bien y la virtud. La razón que da Moisés del nombre de
Babél impuesto á la torre es «porque allí fué confundido el
lenguaje de toda la tierra». «Et idirco, dice, uocatum esl
nomen ejas '¡¡Babel, quia ibi confussum est labium universce
terrea» (1). El texto hebreo, en vez de confusam est en pasi­
va, pone: Jeliovah bálal en activa, confundió el Señor.
El racionalismo contem poráneo ha pretendido hacer pasar
á Moisés por ignorante, pretextando, en nombre de la filología,
que la significación etimológica de Babél dada por el autor
del Génesis, es enteram ente caprichosa y forzada, sin que de­
bamos hacer caso de ella, ya que B a b él significa otra cosa
muy distinta de lo que pretende el escritor hebreo. «La etimo­
logía consignada en el Génesis, ha dicho Alfredo Maury, la
etimología que explica Babél por confusión, no tiene valor
alguno; es preciso ver en ella una de esas interpretaciones
forjadas después, como hay tantas en los escritos de los an­
tiguos.....Los signos ideográficos, que sirven para escribir la
palabra, prueban que aquélla significa p u erta de Ilu , es decir,
p u e rta de Dios» (2).
Un poco menos agresivo que Maury, Maspero se contenta
con decir— después de haber identificado la torre de Babél

(1) Génesis, cap. XI-9.


(2) Re.vue des D e u x Mondes, 15 de Marzo de 1868, pág. 477.
LA T OR R E DE LAS L E N G U A S 357

con la Z ig g u rra t Borsippa,— que «no por esto debe creerse


que la etimología bíblica ® "Babel, sacada de ^Balél, confundere,
sea conforme á la verdadera etimología de la palabra. Babél,
cB ab-Ilu, significa simplemente p u erta del dios I l u » (1).
Aquí el sabio asiriólogo confunde lastimosamente á 'fíabél
con ^Bab-llu, lo cual no puede admitirse, según vamos á ver,
refutando la afirmación absoluta y un tanto pedantesca de
Maury.
Al racionalismo le ocurre lo que á los niños que emprenden
la persecución de una mariposa. Después de haber sido chas­
queados una, dos, tres y mil veces, creyendo hacer presa en
el alado insecto que reposa tranquilo sobre una flor, creen
¡inocentes! que va á caer en sus manos, ahora que le suponen
enteramente descuidado, y al arrojarse sobre él llenos de ale­
gría y entusiasmo infantil, una vez más se ven burladas sus
esperanzas, viendo á la mariposa elevarse por los aires, como
si fuera riéndose de su simpleza.
Así, por más que tantas veces han querido los racionalistas
encontrar en la Escritura S anta errores y equivocaciones de
uno ú otro género, siempre se han encontrado burlados, por­
que al fin la verdad se abre paso y queda patente á todos
que, lo que parecía una falsedad, resulta una gran exactitud y el
racionalismo queda corrido, pero no escarmentado.
Poco ha servido que las tradiciones más puras sobre las a n ­
tigüedades caldeas se hayan encontrado en la Biblia y que
haya sido menester corregir en conformidad con ella lo poco
que nos legaron los historiadores clásicos acerca del particular,
y aun los descubrimientos modernos de la escritura cuneifor­
me. Ni por eso escarmienta el racionalismo, ni es más avisa­
do en sus ataques á la palabra de Dios manifestada en los
Libros Santos. De suerte que en esta parte el racionalismo no

(1) H istoire ancienne des peuples de l'O rient, pág. 1G4.


358 EGIPTO Y ASI RIA RESUCITADOS

reconoce ni admite la verdad de aquel axioma popular, que


dice que «de ios escarmentados nacen los avisados».
Sabido es que la forma de ios nombres de lugar, y muy prin­
cipalmente de los nombres de ciudad, cambia con el tiempo,
lo mismo que su significación etimológica. Nuestra ciudad de
León comenzó siendo Legio, por haberla fundado la legión
VII gemina y no obstante hace mucho tiempo que’ perdió el
nombre y la etimología de legión, para convertirse en león,
animal que le sirve de escudo. ¿Quiere decir esto que antes no
se llam ara Legio? Bethleem, en la forma de cJ 3ethlaliam con
que hoy la escriben los árabes, quiere decir casa de carne:
¿significa esta variante ortográfica que antes no fuera casa de
pan?
Moisés ha conservado la verdadera forma primitiva y el ver­
dadero sentido del nombre Babel, no llamándola B ab-Ilu, ni
siquiera B a b -E l con e larga, sino B abel con e breve, y este
nombre así escrito significa confusión, y no p u erta de lia ó
p u erta de Dios. Oppert lo ha demostrado concluyentemente
en sus lecciones de epigrafía asiría. El nombre de Babél, por
una excepción bastante rara entre dos idiomas tan afines como
el hebreo y el asirio, es de formación exclusivamente asiria-
La lengua asirio-caldea tiene la pai ticularidad de formar los
sustantivos con la reduplicación de la primera radical, mientras
que el hebreo los forma ordinariamente repitiendo dos conso­
nantes consecutivas de la raíz. Así, de cjadad «inclinar», se
forma en hebreo quoqad «coronilla de la cabeza», y en asirio-
caldeo qaqadu «cabeza» «cénit»; q a q a ru, «superficie de la
tierra», en árabe q a rq a r, «tierra igual»; G ilgal (Galgala), nom­
bre que dió Josué al lugar donde mandó colocar las doce pie­
dras en señal de haberse secado el Jordán para dar paso al
pueblo, de g á la l, «rodar» (1); nannaru «luminoso» de nur
«luminar», en hebreo ner; bibil, «mezcla, confusión» y tam­

(1) Gap. IV -19, V-9.


LA TOl i KE DE LAS LENGUAS 359

bién «interior, sentimiento profundo» de balal «confundir,


mezclar», en árabe balbil «confusa palabra», en caldeo mibul-
bal, «confuso perturbado» (1). Síguese de aquí que el nombre
de Babilonia formado en conformidad con las reglas de la len­
gua hebrea, debiera ser, no B abél, sino B ilb a l ó B ilbul, que
es la expresión talmúdica para significar «confusión» (2). Y
siendo esto así, como lo es, ¿á qué obedece que Moisés, lejos
de darnos una etimología conforme á las reglas de formación
de la lengua hebrea en que escribió, nos la dé ajustada á la
gramática asirio-caldea, que probablemente no conocía? Esto de­
biera meditar el racionalismo, antes de declararse aristarco del
legislador hebreo, y entonces deduciría una de dos cosas: ó que
supo aquella raíz por revelación, ó que la había aprendido por
tradición, y en ambos casos que no hay motivo más que para
alabar á Dios, que va dando al traste con los enemigos de su
Biblia, valiéndose de las mismas armas que creían ellos inven­
cibles.
Añadiremos aquí lo que trae el P. Brunengo en una nota
que le comunicó Lasinio, profesor de árabe y siriaco en el Ins­
tituto de estudios superiores de Florencia, y es como sigue:
«La derivación de B a b é l, de la raíz b alal, y su significado
de confusión, se confirman con el siriaco boblo==confusio ser-
monis, balbutio, que está tomado de Gesenio en su Tesoro
filológico critico de lengua hebrea y caldea (vol. I, pág. 212),
donde, hablando de la etimología que le da el Génesis, Xl-9, la
llama etym on linguoe hebrece et syriaoe rationibus p la ñ e ac-
comodatum. Y con Gesenio concuerda Furst, que en su L é ­
xico liebre, cald. del Antiguo Testamento (3.a edic., versión
inglesa del prof. Davidson , 1867) á la palabra B abél trae la eti-

( 1 ) N o k k is, A ssyriam Dict-ionary, part. I, pâg. 70; L e n o e m a n t . E ssai de


commentaire de B erose , pâg. 5ü7; V i g o u r o u x , lugar citad o.
(2 ) K u x t o r f i o , Lexicon chaldaium et talmudicum, col. 309.
360 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

mología de ésta del arameo, y dice que está en lugar de Bcdbel


confusión, declarando gramaticalmente correcta dicha etimolo-
gía» (1).
No insistiremos en que esa misma significación le daban an­
tiguamente los caldeos, según vemos en el pasaje atrás copiado,
de Polihistor, cúyas son estas palabras, idénticas á las de Moi­
sés: «Por lo tanto, aquella ciudad se llamó Babilonia». Eso mis- '
mo asegura también Abydeno en el texto igualmente copiado.
De manera que la etimología de Babél — confusión, estaba admi­
tida en Babilonia como cosa corriente cuando Beroso, á quien
extractan los dos escritores citados, publicó su ^Historia de las
antigüedades.
«Tenemos, dice Francisco Lenormant, la prueba decisiva del
carácter enteramente nacional de la antigüedad de esta tradi­
ción entre los caldeos en la alusión formal que á ella hace el
nombre místico más antiguo de Babilonia y la expresión ideo­
gráfica del nombre de Borsippa. El nombre de Babilonia á que
nos referimos, es aquél que significa «ciudad de la raíz de las
lenguas», compuesto de tres caracteres ideográficos, que serían
como fonéticos d i n . t i r . k i . El primero tiene el valor de «raíz»;
el segundo el de «lenguas»; y el tercero el de «ciudad» (2).
Menant y Schrader, en vez de dar al signo d i n el significado de
«raíz», le dan el de B a l a t «vida», siendo en este caso el sen­
tido de los signos que indican á Babilonia «ciu d a d de la vida
d e las lenguas», más expresivo, aunque idéntico en el fondo
al anterior. Borsippa, significa torre de las lenguas, y más tar­
de, llamándola B a r -S a b , la dieron el significado de a lta r roto,
según el mismo Lenormnant (3) y Oppert (4). El grupo ideo­
gráfico por el cual se designa esta ciudad en la escritura asiria,

(1) L ’Im pero cli B abilonia é di N in ive, tom o I, cap. VI.


(2) E ssai de commentaire de Berose, pdg. 349.
(3) Langue p rim itiv e de la Chaldée, 1875, pâg. 355.
(4) E tudes assyriennes , en el D ia rio A siâtico , 1857, to m o X, pdg. 220.
LA T OR R E DE LAS LENGUAS 361

tiene el sentido de «ciudad de la dispersión de las tribus», lo


cual concuerda con los anteriores significados y con el de «lu­
gar de balbucimiento», ó «ciudad del balbucimiento de las pa­
labras», que también le dan los mismos asiriólogos (1).
Así, pues, la etimología de B abel dada por Moisés, está ple­
namente justificada por la filología, por la tradición y por los
recientes estudios sobre el origen y significación de las antiguas
ciudades. De manera, que también por esta vez ha quedado
burlado el racionalismo, dejando escapar la bella mariposa que
perseguía.
La significación de «puerta de Dios» y la escritura consi­
guiente de B a b -llu , dada desde tiempos antiquísimos á Babilo­
nia, no empece á la otra significación de B abél «confusión»,
ya se la considere más antigua, ya se la tenga por más reciente.
Demostrada la legitimidad del significado y su raíz, que emplea
Moisés, habría, en todo caso, de averiguarse por qué tuvo aquél
tan pomposo de «puerta de Ilu». Supongamos que este último
fuera el primitivo y que la ciudad se llamara Bab-llu cuando
ocurrió la confusión de las lenguas. ¿Qué dificultad hay en
admitir que entonces recibió el nombre conmemorativo de
aquel hecho extraordinario, cuya realidad histórica queda de­
mostrada? Frecuentísimos son los casos de este género en las
lenguas semíticas y algunos quedan apuntados atrás, contentán­
donos ahora con añadir otros dos del mismo Génesis, cuyo
capítulo XI estamos estudiando. Sea el primero tomado del
capítulo XIX donde se refiere que la antigua B a la , en la Pen-
tápolis, se llamó Segor; idivco oocatum est nomen urbis
illius Segor; porque á ella se había refugiado Lot para h a r ­
tarse del fuego que debía consumir las ciudades nefandas. El
segundo caso, idéntico enteramente al de autos, se halla al

(1) L e n o r m a k t, lugar citado del com en tario, 3' O p p e r t, E xpcdition, et­


cétera, tom o II.
3(52 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

capítulo XXVIII donde se refiere que el patriarca Jacob, á con­


secuencia de una visión cambió el nombre de L u sa por el de
B ethel «casa de Dios», diciendo: Jicec est dom us D el et por­
ta coeli.
Pero lo más probable es que el nombre de B a b -Ilu sea
muy posterior al de ^Babél, y que los caldeos, poco satisfechos
con aquella significación, que les recordaba el castigo de sus
padres, substituyeran una nueva, más gloriosa y que halagara
su propia vanidad. Lo cual debió hacerse paulatinamente,
puesto que, por más autigua que sea la etimología de ^Bab-llu,
y sin duda lo es mucho, ya que se hace mención de ella en los
ladrillos de P u rn a p u riya s y de H a m m u ra b i, antiquísimos re­
yes caldeos (1), se conoce que hubo vacilación en los escrito­
res al estamparla en la greda, pues no solamente se encuentra
escrito ^Bab-Ilu, sino también H abi-lu, ^Bab-ilu y ^Ba-bi-ilu,
hasta que por fin á alguno de los más avisados debió ocurrír-
sele que siendo JcBab «puerta» é Ilu «Dios», convendría dar
ese nombre compuesto á su metrópoli, con lo cual perdía el
humillante de confusión y ganaba en gloria por el nuevo sig­
nificado que venía á hacer de Babilonia como un nuevo cielo,
ó al menos la puerta y camino del cielo.
No es nuevo este modo de proceder, tan en armonía con la
hum ana vanidad. Muchas ciudades de Oriente han buscado
para sí nombres pomposos, derivando su origen de algún hecho
que pudiera servirlas como de blasón. Los habitantes de Alepo
pretenden que su ciudad recibió ese nombre en memoria de
la piedad de Ibrahim -el-K halií (el patriarca Abraham), que vi­
niendo de Haram á Palestina, se detuvo sobre un collado y allí
alimentó con la leche de sus rebaños á los pobres que habita­
ban aquellos contornos (2). Iía la b , que en árabe significa

(1) N o k r i s , A ssyria m D íctio n n ry , p a r t . I, p á g . 70.


(2) O p p e u t , E xp e d itio n en Mesopotamie, to m o I, p á g . 41.
LA T OR R E DE LAS L ENGUAS 363

leche, se prestaba á esta interpretación y no fué desaprovecha­


da. La escritura ideográfica de Caldea y Asiría se prestaba bien
por su misma naturaleza á combinaciones ingeniosas, y los es­
critores no dejaron de formar juegos de palabras con la simple
mutación de una letra ó con el cambio de ortografía. Así Níni-
ve, N inua, está formado, como B abél, por la reduplicación de
la primera radical de la raíz nava «habitar», y significaba sim­
plemente «habitación », «morada». Algún literato pensó que era
poco honroso para la gran ciudad un nombre tan pobre, y le
dió el de «ciudad del pez»; para lo cual bastóle colocar el je­
roglífico del pez, nan, dentro del signo que representa una mu­
ralla, y resultó lo que deseaba (1). Lo ordinario era que el li­
terato buscara algún significado que halagara la vanidad de un
poderoso, como sucedió con el nombre de Sargon. De esta
manera el nombre de E la m , que fonéticamente se escribía
1-lam-ti, forma que responde exactamente á la de Moisés
(Gen., X-22), suele representarse en los textos cuneiformes por
el ideograma nan, que debe pronunciarse lla m a , es decir,
«mundo». Con lo cual la no grande región de Susiana queda­
ba convertida en el mismo mundo.
Babél se pronuncia en asirio en estado absoluto Rabila:
¿qué cosa más fácil que descomponer ese nombre y hacerle de­
cir 2?ah-lia, viniendo á ser de este modo la ciudad del Eufra­
te s el asiento de Dios; ya que lia era el nombre absoluto del
ser supremo conocido por los caldeos? Pueden verse otros va­
rios ejemplos de semejantes juegos de palabras en los autores
citados, y también se podrá convencer, quien lo necesitara, que
igual costumbre tenían los egipcios.
Daremos fin á este capítulo, observando que hoy es cuando
la antigua B a l él merece llevar el nombre de 2?a l-lia ; pues
colocada por el padre carmelita María José de Jesús, en 16 de

(1) N o r r i s , A ssyria m D ic tio n a ry, part. III, pág. 1049; O p p e r t , E x p e d itio n


en Mesopo tam ic, tomo II, pág, 107.
364 EGIPTO Y ASIRIA R E S U C I T A D OS

Febrero de 1865, una estatua de la Virgen Madre sobre la parte


más elevada del muro que se conserva de aquel antiquísimo
monumento, verdaderamente se ha convertido la antigua con­
fu sió n en p u erta de D ios ó p uerta del cielo, nombre que con
justicia da la Iglesia Santa á la corredentora de los hombres,
apellidándola J anua coeli .
LIBRO TERCERO
Período de formación.

C A P Í T U L O P R I M E R O

Atate».
ARTÍC ULO P R IM E R O

Estado político del Oriente al nacimiento de Abraham.

er m in a d oel relato de lo acaecido con motivo de la fun­


dación de la ciudad y de la torre de Babél, empieza Moi­
sés la historia particular del pueblo hebreo—tegiendo la genea­
logía del patriarca Abraham desde Sem ,—para continuar con
ella todo el resto del Génesis y los cuatro libros siguientes de
que es autor, sin hablarnos de otros sucesos extraños al mismo
pueblo, á no ser incidental mente y en aquellos hechos que tu­
vieran estrecha relación con la historia hebrea. Deja, pues, de
ser el narrador de la historia humana para convertirse en his­
toriador de los hebreos.
Después de la genealogía de Abraham, refiere la salida de
éste con su padre y su familia de la ciudad de Ur para Harán,
desde donde, muerto su padre Taré, pasó á la tierra de Canaán,
cumpliendo el divino mandato de «salir de su país, de su pa­
rentela, de la casa de su padre y de dirigirse á la tierra que le
mostraría, para hacerle cabeza de un gran pueblo y magnificar
su nombre, haciendo que en él fueran bendecidas todas la na-
366 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

dones». ¿Cuándo sucedió esto? ¿Cuánto tiempo había transcu­


rrido desde el diluvio hasta la vocación de Abrabam? Cuestión
es ésta difícil de resolver, y en la cual no han podido ponerse
de acuerdo los cronólogos bíblicos, ni tampoco los escritores
de historia profana. Los primeros, porque varían entre sí los
textos sagrados hebreo, samar itaño, griego de los 70 y latino
de la Vulgata; y los segundos, por falta de datos ciertos en que
apoyar sus cálculos. No trataremos nosotros de desatar un nu­
do, que ha sido y está siendo indisoluble para los sabios, y por
eso nos hemos de limitar á exponer lo que ellos dicen y con­
cordar de esta suerte el texto sagrado con los datos, muy in­
ciertos hasta hoy, de los documentos profanos.
Según la cronología del texto hebreo, seguido de la Vulgata;
entre el diluvio y Abraham transcurrieron 400 años, poco más
ó menos; pero conforme al texto samaritano hay entre las dos
épocas un intervalo de 1.100 años, y de 1.200 según la ver­
sión de los 70. Dos años después del diluvio engendró Sem á
Arphaxad, á los 35 engendró éste á Sale, que tuvo á Heber á
los 30, de quien nació Faleg á los 34; éste tuvo á los 30 á Reú,
que engendró á los 32 á Sarug, de quien procedió á los 30
Nachor, que á los 29 engendró á Taré, y éste á los 130 tuvo á
Abraham. De donde se sigue que 2 + 3 5 + 3 0 + 3 4 + 3 0 + 3 2 +
+ 3 0 + 2 9 + 1 3 0 = 3 5 2 , á los cuales, si añadiéramos 75 años
que tenía Abraham cuando salió de Harán, nos darán un espa­
cio de 427 años entre el diluvio y la peregrinación del patriarca
á la tierra de Canaán, según la Vulgata.
La versión griega de los 70 alarga en cada generación 100
años; poniendo en vez de 35, 30, etc., 135, 130; ó más claro:
en vez de decir que Arphaxad engendró á Sale á los 35 y éste á
Iíeber á los 30 años de edad, pone que Arphaxad engendró á
Sale á los 135 años y Sale á Beber á los 130, aumentando un
centenar de años á cada uno de los ascendientes de Abrabam
hasta Sem; y como éstos son ocho, resulta, según esta versión,
un intermedio de 1.227 años entre el diluvio y la vocación de
367

Abraham. El texto samaritano concuerda con la versión de los


70 en lo de añadir 100 años, y se diferencia de ella principal­
mente en que omite—como el texto hebreo y la Vulgata—á
Cainán entre Arphaxad y Sale, y con él omite consiguientemente
los que tenía Cainán cuando tuvo á Sale, de donde resulta la
diferencia de poco más de un siglo entre ambos textos.
Entre las varias opiniones de los cronólogos para concor­
darlos sin faltar al respeto debido á ninguno de ellos, paré-
cenos muy aceptable, aunque no carece de dificultades, la
expuesta por el célebre P. T o u r n e m i n e , uno de los principales
redactores de las M em oires de treooux. Consiste ésta en
decir que Moisés suprimió en los descendientes de Sem hasta
Abraham el número 100, que era común á todos ellos y que
debía sobreentenderse habiéndolo puesto en el primero, en Sem,
de quien dice que tuvo á Arphaxad á los 100 años, dos des­
pués del diluvio; y así, cuando de los siguientes afirma que en­
gendraron á los 35, 30, 29, etc., deberá entenderse 135, 130,
129, por más que no estuviera expreso el 100. Cuando los 70
hicieron la versión que lleva su nombre, y que es la más an­
tigua de cuantas se conocen, juzgaron prudente expresar lo que
en el texto hebreo se hallaba implícito, y antepusieron el 100 á
cada patriarca generante, lo mismo y por idéntica razón que lo
habían hecho, ó hicieron después los samaritanos. También
hoy omitimos muchísimas veces números que todo lector suple
y considera puestos, aunque no lo estén. Por eso fechamos las
cartas diciendo: á tantos de tal mes del 95, callando los milla­
res y centenas por ser innecesaria su expresa mención. Esto
admitido, desaparece la discordia entre los varios textos, que
sólo se diferencian en pocos años; y se alarga el tiempo entre
el diluvio y Abraham lo suficiente para que puedan desarrollar­
se cómodamente los reinos y dinastías de que hacen mención
los historiadores profanos y los textos cuneiformes y jeroglíficos
recientemente descubiertos.
Las dificultades cronológicas que acabamos de notar en el
368 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

estudio de los textos sagrados, aumentan prodigiosamente al


examinar los documentos de la historia profana y se hacen de
todo punto irresolubles, ya por la escasez de éstos, ya porque
no es fácil, ni mucho menos, saber la autoridad que tienen y
el crédito que merecen los poquísimos datos que de aquellos
remotísimos tiempos se conservan, ya también por la dificultad
de distinguir lo que hay en ellos de histórico y de fabuloso.
Los modernos orientalistas como Lenormant (1), Maspero (2),
los dos hermanos Rawlinson, Jorje (3) y Enrique (4), Dun-
kler (5), Sax (6), Brandis (7), Oppert (8) y otros muchos, han
tomado por guía en estas cuestiones al historiador caldeo Be-
roso, tanto por su respetable antigüedad, cuanto por haberse
comprobado con los modernos descubrimientos epigráficos la
fidelidad de sus relatos. A él, pues, acudiremos, interrogando
los fragmentos que de sus antigüedades nos conservaron varios
compendiadores, ya que aquéllos han desaparecido con tanto
perjuicio de las ciencias históricas.
Beroso, divide el tiempo transcurrido desde el diluvio hasta
Alejandro, en 8 dinastías caldeas, la primera de las cuales estu­
vo compuesta de 86 reyes caldeos. El primero de ellos, llamado
Eoechnus, reinó 4 ñeros, ó sea 2.400 anos; el segundo, por
nombre Chomasbelus, reinó 4 ñeros y 5 sosos, equivalentes á
2.700 años; y entre los 84 restantes gobernaron el imperio por
el tiempo de 8 saros y 3 sosos, ó 28.980 años, lo que da á la

(1) M an u al de h isto ria del O rien te , t a n t a s ve ce s citado, vol. 11.


(2) H is to r ia a n tigu a de los pueblos del O riente.
(3) The fxve g r e a t m onarqu ies o f tlie an cien t W o r ld , vol. I. (L as cin co grandes
m o n a r q u í a s de l m u n d o antig uo).
í’4) J o u rn a l o f tlie R o y a l A sia tic S ociety, v ol. X V , y en las n o ta e al Herodo­
tus de su h e r m a n o J o r g e , vol. I.
(5) Geschichte des A lterth u m s. ( H i s t o r i a de la e d a d a n t i g u a ) , B e rlín , 1863, vol.I.
(6) Veber die B abylon isch e Urgeschichte, etc. (S o b r e la h i s t o r i a p r im o rd ia l de
B a b ilo n ia).
(7) R eru m A ssy ria ru m tem pora em en data. B o n , 1853.
(8) E n los A n n ales de la F ilo so fía c ristia n a , 1856, vol. 53.
AB RAHAM 369

primera dinastía caldea una duración de 34.080 años; ó sea,


nueve saros, dos ñeros y ocho sosos. La segunda está com­
puesta por 8 tiranos ruedos que, en junto, reinaron de 324 á
234 años; la tercera, once reyes con 48 años (1); la cuarta 49
r e y e s caldeos, 458 años; la quinta, nueve reyes árabes, 245

años; la sexta, 45 reyes asirios, 526 años. Empieza la séptima


con N abopolassar, y la octava con Giro, en tiempos ya bien
conocidos (2).
A la simple vista se echa de ver el tinte fabuloso de la pri­
mera dinastía con sus reyes de 2.000 años de imperio. Sin
duda Beroso hizo lo que nuestro Mariana: copió lo que hallaba
escrito, sin creerlo, dejando á otros el cuidado de descifrarlo.
Historiadores tan formales como Tito Livio siguieron la misma
conducta al narrar los orígenes de Roma, conforme á la fábula
antigua de Rómulo y Remo, queriendo más bien relatar fiel­
mente lo que hallaban consignado, que no hacer de críticos y
discernir la historia de la fábula. Teniendo, no obstante, en
cuenta lo que en otra parte hemos referido de Suidas respecto
al valor civil del sa ro , y computando los 9 que cuenta el his­
toriador caldeo—el cual, según hemos visto ya, en ninguna
parte de sus fragmentos dice cuál era el valor del saro, y sólo
se sabe por vía de comentario de los abreviaclores— y añadien­
do un saro por los ñeros y sosos y el medio año que da
Suidas al saro, además de los 18, tendríamos: 1 8 x p o r 1 0 =
= 180, duración de la primera dinastía, que es muy poco para
los 87 reyes, y agregándola los 234 de los 8 tiranos medos,
llegaríamos á 414 años con solas dos dinastías.

(1) M u l l e r , F ragm enta historiorum graecorum. Tabula regum qui in fr a g m e n ­


tis Berosi m em orantur. M k n a n t , B abylone et la Chaídee. Tablean des rois qui sont
rapcrtés dans les fr a g m e n ts de Berose, avec la durée de leurs regnes. S m i t h , Clial-
denn Account o f Genesis, pág. 188, etc.
(2) Los 48 a ñ o s de la t e r c e r a d i n a s t í a no se h a l l a n e n el t e x t o g r ie g o de
Ensebio, y sólo se ve n al m a r g e n de l a v e r s i ó n a r m e n ia ; lo q u e p r u e b a q u e no
pertenecen al t e x to . D e sde lueg o se a d v i e r t e la d e s p r o p o r c i ó n e n t r e el n ú m e r o
de reyes y de a ñ o s q u e r e i n a r o n .
370 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

Es notable la coincidencia de esta cifra con la variante del


texto de Beroso dada por Sincelo, el cual cuenta solamente 8
reyes en la primera dinastía con 225 años de duración y da á
la segunda 190, sumando entre ambas 41 5, que sólo difiere en
una unidad de la deducida por el cálculo fundado en el valor
civil del saro. Este cómputo, como se ve, es casi exactamen­
te igual al que dedujimos de la Vulgata entre el diluvio y la vo­
cación de Abrabam. Si nos atenemos á Eusebio y, quitando la
parte fabulosa del cálculo berosiano, damos á cada reinado de
la primera dinastía '10 años, resultaría entre los 86 una dura­
ción de 860, que, con los 234 de la segunda, suman 1.094, y
concediendo otros 10 á cada uno de los 11 de la tercera, ten­
dríamos que las tres primeras dinastías de Beroso habían du­
rado en junto 1.204 años, cifra igual á lo s 12 siglos de la ver­
sión de los 70. Coincidencias ciertamente no despreciables en
una materia tan obscura y en que hay que andar á tientas para
no tropezar.
Dejemos ya los núm eros y hagamos alguna otra considera­
ción. Los compendiadores de Beroso y los que de ellos han
tomado las noticias relativas á la antigua Caldea, convienen en
llamar al primer rey de la primera dinastía Evechous. ¿Dice
algo este nombre que tenga relación con nuestro objeto? Pro­
bablemente sí, á pesar de las variaciones que ha debido sufrir
el original de Beroso desde que él lo escribió hasta nuestros
días; puesto que en cosa alguna es tan fácil una variante como
en nombres propios traducidos de idioma extraño. La Escritura
Santa dice que Nemrod, hijo de Chus, fué el primer rey de
Babilonia (1) y el nombre de E vechous, por su terminación,
nos está indicando á Chus, padre de Nemrod; de manera que
no es improbable, como observa Lenormant (2) que Eve-

(1) Ipse copit esse potens in terra .... P rin cip iu m regni ejus B a ly lo n . G enesis,
X-8-10.
(2) M anual citado, vol. II, pag. 19.
ABRAHAM 371

chous, antes de la posible alteración, conservara algo que sig­


nificara su parentesco con Chus; y bien pudiera haber sido
Aüil-Chus, no difícil de ser convertido por cualquier copista
griego en Eoechous. A vil-C has en asirio-caldeo es igual á
hombre de Chus, lo que está perfectamente aplicado á Nem-
rod, que tanto sobresalió entre los chusitas.
A la dinastía chusita de Nemrod sucedió otra extranjera lla­
mada rneda por Beroso que, dejando de contar por sapos, ñe­
ros y sosos, lo hace por años y la da una duración de 224 ó
234. Estos medos, salidos de la Bactriana, se extendieron
parte por la India y parte por entre el Caspio y el Tigris hasta
el Eritreo, donde se establecieron fundando los reinos iránicos
de Media y Persia, y vadeando el Tigris llegaron hasta la Caldea,
sojuzgando á los hombres de Sumir y de Accad y auu á los
mismos chusitas dueños de aquel territorio bajo la dinastía de
Nemrod. Comenzaba á cumplirse la profecía de Noé acerca de
Jafet.
Aunque no se sabe con certeza, es probable, y así lo sienten
no pocos asiriólogos, que á algunos de los reyes de la primera
ó de la segunda dinastía de Beroso pertenezcan varios docu­
mentos cuneiformes de antiquísima fecha. El más antiguo pa­
rece ser U rkham , á quien Ovidio (1) coloca en el séptimo
lugar después de Belo. Por la duda que ofrecen los ideogra­
mas con que se halla escrito su nombre, es variamente leído
por los asiriólogos, poniendo unos U rkham , otros U rukh, és­
tos Lik-^Bagas y aquéllos Ur-bagas-kit (2). Sea como quie­
ra, le llamaremos U rkham , nombre que recuerda el del hijo
tercero de Noé, de quien parece ser oriundo, y cuya existencia
está demostrada por los documentos cuneiformes de la escritu­
ra más arcaica que se conoce y encontrados en lo más profun­
do de las excavaciones hechas en las ciudades de Mesopotamia.

(1) M efamor., IV, 212-13,


(2) Me n a n t , Babylone et la Chaldee, pág. 73.
372 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

Aunque Ur fue la metrópoli de su reino, fortificada por él con


murallas, y embellecida con templos grandiosos, debió exten­
derse su soberanía sobre toda la baja Caldea, pues se han en­
contrado ladrillos suyos en Zerghul, L a rsa m , W a r k h a , N iffer
y S ip p a ra , donde elevó templos gigantescos, cuyas ruinas es­
tán indicando todavía el poder del príncipe que los edificó y la
civilización del pueblo que los construyó. El más notable de
todos fué el levantado en la capital en honor del dios S in (la
luna), cuyos escombros forman una prominencia de 35 metros
de altura por 70 de lado, y en cuya construcción, según los
cálculos del asiriólogo inglés L o fto , debieron emplearse 30 mi­
llones de ladrillos (1).
lie aquí algunas m uestras de inscripciones encontradas en
las ruinas de aquel soberbio templo:
U rkham , rey del pccis de U r, ha construido el templo del
dios Sin. A l dios S in , su re y , U rkham , rey de Ur, ha
construido el templo y la fo r ta le z a de Ur.
A l dios S in , hijo prim ogénito de B e lo , su re y , Urkham,
el varón poderoso, el guerrero intrépido, rey de Ur, rey de
S u m ir y de A c c a d , construyó el templo Tim-ga-tu, el pala­
cio de su deseo.
De este género de inscripciones se han hallado también
entre las ruinas de los templos levantados por V rkh a m en
Larsam al dios S am as (el sol), en W arka á la diosa N a n a,
en Niffer á la diosa B eltis y al dios ¡Belo, y á otros dioses en
otros puntos.
El templo dedicado á S a m a s por V rk h a m en Larsam fué
restaurado más tarde por el rey P u rn a p u ria s, á quien Me-
nant coloca hacia el año 1430 antes de Cristo, y que para al­
gunos asiriólogos es todavía más antiguo; lo cual prueba que
V rk h a m le precedió en algunos siglos. Fué sucesor de éste en
el reino su hijo D u n g i, ó Elgi, como leen otros, que continuó

(1) Chalclea and S u sia n a , pág. 1(57.


AB11AHAM 373

las tradiciones de su padre en eso de levantar templos nuevos


y restaurar los ya edificados. En W arkha se halló un basalto
negro entre las ruinas de Tel-E d, que dice: A la diosa N i-
murkhi, su soberana, D ungi, el varón poderoso, rey de U r,
rey de los sum iros y de los accadios, construyó el B it-Gilsa ,
el palacio de su deseo. D urante su reinado continuó siendo
Ur la capital, y en ella edificó el B it-H arris , el templo de su
deseo; y terminó la construcción de otro templo dedicado á la
gran diosa, comenzado á edificar por su padre. Consta este
particular de una inscripción de N abonide, último de los re­
yes de Babilonia antes de la conquista de Ciro, la cual dice así:
E l templo del rey d e ..... la Z ig u rra t del templo de I z de
la gran diosa, situado en la ciu d a d de Ur, había sido co­
menzado por Urkham, un rey antiguo; pero no lo había
terminado; D ungi, su hijo, completó la m agnificencia de
aquél. Con el tiempo esta Z ig u rra t vino d ruina: yo recons­
truí esta Z ig u rra t sobre los antiguos fundam entos puestos
por U rkham y p o r D ungi, según había sido construida
desde el principio, con asfalto y ladrillos, y yo he term i­
nado la fá b r ic a en honor del dios Sin. Como Nabonide no
señala la época de los reinados de U rkham y D ungi, es pro­
bable que se hubiera perdido la memoria de aquel tiempo entre
los caldeos, y así se confirma más y más la antigüedad consi­
derable de tales reyes.
Hay otra inscripción de D ungi, grabada en piedra negra y
conservada en el Museo de Louvre, que es notable porque en
ella aparece por vez prim era el título de rey de las cuatro
regiones, tan frecuente en las posteriores: D ungi, dice, el
varón poderoso, rey Ur, rey de las cuatro regiones, cons­
truyó el tem plo.....(1). Este título, en opinión de Menant (2),
no se refiere á la tetrápoli de Nemrod, como piensan oíros,

(1) Revue archeologique, 1873, pág. 76.


(2) Babilone et la Chaldee, pág. 52.
374 EGIPTO Y ASIRÍA RESUCITADOS

porque en este caso lo hubieran usado los reyes anteriores á


D u n g i; sino á los países conquistados á mano arm ada por los
caldeos, colocados á los cuatro pantos cardinales, siendo el
centro Accad y Sumir; y serían, en esta hipótesis, E la m al
Oriente, M a rta y % hátti (Siria) al occidente, G uti (entre Si­
ria y Media) al norte, y Subarti (riberas del Pérsico) al me­
diodía. A no ser que, como observa el P. Brunengo (1), qui­
sieran con este soberbio y ambicioso título señalarse como los
señores de las cuatro parles del mundo, cuyo imperio preten­
dieran.
Hacia la misma época de D u n g i debe referirse el célebre
G udea , hijo del mismo D ungi, según Sayce, ó contemporáneo
y vasallo, según Menant (2). De este G udea se tenían noti­
cias por algunos ladrillos que traen inscripto su nombre; pero
adquirió nueva fama en 1877 con las excavaciones hechas en
7 ello (3) por el cónsul francés en Basorah, Sarzec. El prin­
cipal de aquellos túmulos estaba formado por las ruinas de un
vasto edificio, bien fuese templo ó palacio, y entre ellas des­
cubrió, á poco de comenzar las excavaciones, nueve estatuas
en piedra, unas sentadas y otras de pie, todas de talla natural
excepto una colosal, faltándoles á todas ellas la cabeza. La es­
cultura de aquellas estatuas, que hoy se adm iran en París,
recuerda, al decir de los inteligentes, la grandiosa escultura
egipcia del Medio Imperio, superándola, no obstante, en mor­
bidez y gracia. En aquél y en los inmediatos túmulos se en­
contraron muchas preciosidades en escultura, entre ellas dos
cabezas perfectamente acabadas, aunque á ninguna de las es-

(1) O b ra citada, cap. X .


(2) M e n a n t , B a b ylo n e, etc.; S a y c e , H erodotus.
(3) Dióse el n o m b re de Tcllo por los árabes al territo rio ocupado por espa»
ció de más de seis kilómetros del N o ro ts te al Sudoeste á lo largo del canal Shat-
el-H ai, que une al E u fra tes con el Tigris y en los contornos de la antigua Zir-
g u rla ó S irtella. E l motivo de esta denom inación, es el gran núm ero de tells ó
tú m u lo s que se ven en aquel h o y desierto territorio.
375

tatúas decapitadas convenían; 34 cilindros-sellos de piedras pre­


ciosas, como ágatas, lapislázulis, calcedonias, pórfidos, etcétera;
estatuitas de bronce, de alabaslro, de granito blanco; figuritas
de animales; bajos relieves con escenas militares y religiosas,
en los que se ven esculpidos hombres y animales, guerreros,
leones, búfalos, etc., etc.; pero casi todas estas preciosidades
están mutiladas y con señales evidentes de la acción del fuego
y bárbara devastación que destruyó la ciudad, en aquel sitio
antes floreciente. Lo más importante de este descubrimiento
fué la riqueza de inscripciones en lengua S u m iro -A ccd d ica ,
que se ven sobre ladrillos, cilindros, estelas, vasos, y sobre
las mismas estatuas, en el pecho, los brazos, la espalda y los
vestidos (1).
Entre ellas mencionaremos una escrita sobre la estatua del
mismo G u d ea , apellidado regente de Sirtella, por donde se
puede venir en conocimiento de las empresas marítimo-comer­
ciales de los caldeos de aquel tiempo. Dice así parte de la ins­
cripción: «^Bagus, la mensajera, la hija del cielo, la soberana
(de Gudea): él edificó el templo, asiento de su santa morada.
Por el querer de A ín a , por el querer de N in sa h , las naves
trajeron á G udea, el favorito de N insah, de M aggan, de M e-
luha, de G abi, de TUum y de otros países, sea cualquiera su
nombre, mercancías de toda especie á Sirtella. Viniendo de
la montaña de M aggan, la piedra que nació en la cantera fué
esculpida para hacer su estatua. La real voluntad de N in sa h ,
semejante á una montaña que no puede ser removida, decretó
en favor de G udea, edificador del templo de M u lkil, una
existencia feliz, y proclamó la gloria de su nombre porque él
edificó el templo de M u lk it».
Como se ve en lo transcrito, no conformándose G udea con
los materiales de Babilonia, donde no se encuentra un canto,

(1) B a b e l o n , L es antiquités chaldenes de Tello, e n lo s A n a les de la Filoso­


fía Cristiana; Mayo de 1881.
376 EGIPTO Y ASIRIA RE S U C I T A D OS

para el ornamento de sus edificios hacía expediciones marítimas


en busca de piedra de construcción; no contentándose con enviar
sus naves á la isla de Tylos en el Golfo Pérsico (T ilu n ), sino
que iban sobre las costas de Arabia, Giíbi, de las que habla el
profeta Ezequiel con el nombre de Chub (1); y aun sobre el
norte de Egipto, la Libia y la península del Sinaí, que ese sig­
nificado tienen en los textos cuneiformes M a g g a n y Meluha.
Navegación seguramente atrevida en aquellos remotísimos
tiempos, y que prueba el desarrollo del comercio caldeo y la
prosperidad á que había llegado el imperio del Asia (2).
Advertiremos , por último, que aun cuando la metrópoli de
Caldea comenzó siendo Babilonia en tiempo de Nemrod, des­
pués de él gozaron de este privilegio otras ciudades caldeas,
como W a r k a , L a rsa m , N isin , N ip u r, Sipparci y sobre todas
Ur, donde la encontramos en el reino de U rkliam y D ungi,
hasta que, tiempo andando, volvió á Babilonia, para no salir de
ella hasta su destrucción, ó al menos, hasta la conquista de
Alejandro.
Llegamos con esto á la tercera dinastía de Beroso, que suce­
dió á los 8 tiranos medos de la segunda y que comúnmente es

(1) X X X -5.
(2) Los trabajos de exp lo ració n llevados á cabo en Tello por el asiriólogo
francés han continuado y co ntin úan aún en los mismos pasajes. La últim a cam­
pañ a del año pasado 1894, füé fructuosísim a, pues recogió en ella Sarzec nada
menos que 30.000 tablas de arcilla cu biertas de inscripciones, que se refieren á
contratos verificados en n o m b re de los príncipe^ de S ip u rla y de los reyes de
U r, y tam bié n contienen inventarios de los rebaños sagrados, y de los ganado3
de los reyes, cuya principal riqueza era la pecuaria, como la de A braham . Los
reyes de q uien es h acen mención estas esc ritu ras son U r-B a u , predecesor de
Gutlea, y los sucesores del mism o G udea D nngli, G a m il-Sin é Ib il-S in . Además
de los ladrillos enco ntró en el mism o lugar muchos objeto s de arte, entre ellos
dos cabezas de toro, en cobre, c'on los ojos incrustrado s de nácar y lapislázuli,
un vaso de cobre de f o n n a singular y varios fragm en tos de otros objetos; todo
l o cual fué entregado al delegado del Sultán de Constantinopla para el museo de
aquella ciudad. Las tablas de arcilla son de medida poco común, pues algunas
de ellas tienen 30 y 40 cen tím etros de lado. (Véase la Rexiue Arqueologique de 1894,
tomo II, pág. 28ó, y el cuaderno co rresp on dien te á E n ero de este año., pág. 124.)
ABRAHAM /377

conocida por el nombre de elam ita, cuya duración no se sabe,


porque los 48 años que le atribuye la nota marginal del texto
armenio de Eusebio, sobre ser poco probable teniendo presen­
te que Beroso la da 11 reyes, es de origen desconocido y, por
lo mismo, sin valor crítico. Nada nos dicen los fragmentos bero-
sianos ni del origen de esta nueva dinastía, ni del modo cómo
subió al poder, ni de las cosas ocurridas durante su domina­
ción, ni aun siquiera cuáles fueron los nombres de los m onar­
cas que la formaron, limitándose á darnos la noticia de haber
sido once los reyes de que se compuso. Los textos cuneiformes
suplen en parte el silencio del historiador caldeo, ó mejor, la
taita tie datos que aquél, seguramente, dejaría; pero se per­
dieron antes de ahora con la obra entera de las A n tigüedades.
Iiay motivos suficientes para sentar como bastante proba­
ble: 1.° que la tercera dinastía de Beroso era también extran­
jera; 2.° que era elam ítica ó susiana; 3.° que se estableció
en Caldea por vía de conquista; 4 .° que esta conquista duró por
espacio de dos siglos, poco más ó menos, habiendo comenzado
entre el año 2300 y 2200 antes de Jesucristo y terminado entre
el 2100 y 2050, ó concretando más los términos con Bosan-
quet (1), podemos decir que la dinastía elam ita imperó en Me­
sopotamia desde el año 2287 antes de Jesucristo hasta el 2063,
habiendo durado, en consecuencia, su poder el espacio de 224
años. La extensión del imperio elamita no se limitaba á la Cal­
dea alta y baja, sino que traspasando los límites de Mesopota­
mia, llegaba hasta e] mismo Mediterráneo y las fronteras de
Egipto. Sábese por las inscripciones de Assurbanipal, que copia­
remos después, en una de las cuales dice de K u d u rn á kliu n ti,
fundador del imperio elamita, que tuvo un p o d er vasto y f u e ­
ron sus dias llenos, y por las de % udur-M apuk, uno de los
reyes de aquella dinastía de X u d u rid e s, el cual se llama asi­
mismo A d d a M a rta , esto es, soberano de S ir ia , ó de Occi-

(1) Chronological Remarles; apéndic e á la H isto ria de A ssurbanipal, de Smith.


378 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

dente; que ambos significados tiene en los cuneiformes la voz


turánica M a rta , usándose unas veces para indicar la parte occi­
dental de Eufratres y otras más particularmente la Siria y
Fenicia.
Durante el gobierno de esta dinastía, nació Abraham, padre
de los creyentes. De manera que á la primera, camita, cuyo
fundador fué Nemrod, sucedió la segunda, turánicaó jafética, y
á ésta la tercera elamita, que se apoderó de toda el Asia occi­
dental.
ARTÍCULO I I

Patria de Abraham.

Indicadas quedan las dificultades cronológicas acerca del


tiempo en que nació Abraham, ya se miren por el lado de la
Biblia, ya por parte de la historia profana. Eso no obstante, la
mayoría de los cronólogos coloca el nacimiento del patriarca
entre el 2001 y el 2366 antes de la era vulgar.
Userio, célebre cronólogo, cuyos cálculos eran hasta no hace
mucho tiempo generalmente seguidos, la pone en el 1992 antes
de Cristo, número que sólo se diferencia del primero de los cita­
dos en nueve años, y que por lo mismo no puede decirse que
haya discrepancia alguna por ser tan pequeña.
La dinastía elamita, tercera de Beroso, duró, según vimos en
el precedente artículo, desde el 2287 hasta el 2063 antes de
la misma era, conforme al cálculo de Bosanquet. Abraham,
por consiguiente, nació cuando imperaba en Caldea la dinastía
elamita. Y como el padre de los creyentes vivió 179 años (1),
su muerte debió ocurrir entre el 2112 y el 1888; cifras no muy
distantes de las de Palmer y Clinton, el primero de los cuales
coloca la llegada del patriarca á Canaán en el 2084 y la muer-

(1) Génesis, X X V -7 , se dice; «F u e ru n t autem dies vitae Á brahae centum


septuaginta quinque anni, et dejiciens m ortuus estr>.
379

te en el 1984 (1); mientras el segundo fija la muerte de Abra-


ham en el 1955 dándole de peregrinación en la tierra prome­
tida desde 2055 hasta el 1955 (2). De manera que toda, ó
casi toda la vida del peregrino de Ur coincide con el imperio
elamita de Caldea. Conveníanos dejar bien asentado este hecho
por lo que adelante se verá.
Moisés nos dice al capítulo XI del Génesis, hablando de
Abraham: M ortuusque est A r a n ante T hare patrem suum
in térra ncitioitatis saac in U r c h a l d e o r u m , y poco después:
tulit itaque T h a re A b ra h a m (3) Jilium .... et e d u x it eos de
Ur chaldeorum , ut irent in terram Chanaam; en el capítu­
lo XV añade el historiador sagrado estas palabras que dijo Dios
á su siervo Abraham: Ego D om inus, qui tuli te de U r C h a l ­
d e o r u m , ut darem tibi terram istam. En el libro II de Esdras

(IX-7) se dice á Dios: «Tú eres, Señor Dios, el que elegiste á


Abraham y le sacaste del fuego de los caldeos y le llamaste
Abraham». Por ultimo San Esteban, en los Hechos A p o stó li­
cos (VH-2) dice, reílriendose á la vocación de Abraham: «El
Dios de la gloria apareció á nuestro padre Abraham, cuando
estaba en M esopotam ia antes de morar en Charan». Y estos
son los únicos textos en que se habla de la patria de Abraham.
De ellos se deduce que nació en Mesopotamia, como asegura
San Esteban, en Ur de los caldeos, como dicen Moisés y Ne-
hemías; ya que el texto hebreo, que la Vulgata vierte igne, trae
lo mismo que en el Génesis ur. Por cierto que los rabinos,
fecundos en inventar fábulas, dedujeron del significado de ur
«fuego» que Abraham había sido milagrosamente libertado del
fuego de un horno donde fué arrojado por no querer adorar

(1) E g yp tia n Chronicler, tom o II, pág. 897.


(2) F a sti H ellenici.
(8) En estos pasajes aú n no ha b ía sido cambiado el nom bre de Abrani por
el de Abraham ; sin embargo, usam os siém pre el últim o por no va ria r la o r t o g r a ­
fía y pronunciación.
380 EGIPTO Y ASI RIA RESUCITADOS

los dioses de Caldea. Así lo atestigua San Jerónimo en sus


cuestiones hebraicas sobre el Génesis, llamando fábula á la in­
vención rabínica.
Con los indicados textos parece que debía haber bastante
para fijar de un modo cierto la patria de Abraham , y sin em­
bargo, nada más falso, pues hasta hoy han estado divididos
los intérpretes en este punto. El pasaje de San Esteban es
muy lato, porque la Mesopotamia ocupaba una vasta exten­
sión, todo el territorio comprendido entre los ríos Tigris y Eu-
fratres, desde las m ontañas de Armenia al Golfo Pérsico. Los
de Moisés y Nehemías limitan ya algo más, y aun lo suficiente
para conocer con exactitud la patria del fundador del pueblo
hebreo, si se conociera ó hubiera conocido en los siglos cris­
tianos alguna ciudad de Caldea con el nom bre de Ur, y esto
no podía ser, porque la así llamada había sido reducida á es­
combros hacía mucho tiempo. Por otra parte, Ur significa
ciudad, y cualquiera población que tuviera aquel apelativo,
podía pretender tener por hijo al gran patriarca, siempre que
estuviera en la Caldea. Por eso, sin duda, la Escritura.Santa,
cuando habla de U r como patria de Abraham, le añade el
calificativo de K a sd im «de los caldeos», para que 110 se pu­
diera confundir con otras Ur. Lo mismo hacemos nosotros
cuando queremos designar una ciudad, cuyo nom bre la es co­
mún con otras ciudades; ponemos, además del nombre, el que
puidéramos llamar apellido; así, para indicar á Badajoz, no
decimos A ugusta solamente, sino Pctoc A u g u sta , y no la con­
fundimos con Emérita Augusta (Mérida), ni con Ccesar Augusta
(Zaragoza), ni con otras ciudades que llevan el nombre de
A ugusta. No es, pues, defecto de Moisés, el que no se cono­
ciera con certeza la patria de Abraham, sino que esta ignoran­
cia procedió de otras causas, entre las cuales debe contarse el
no ser bien conocidos hasta hoy los límites de la Caldea, en
donde una sola ciudad llevaba el nom bre de U r, ciudad por
cierto célebre en los tiempos antiguos: como que fué metro-
ABRAHAM 381

poli de Caldea por espacio de no pocos siglos, según hemos


observado ya.
¿Dónde estaba U r-'K asdim , la U r-Chaldeorum de Moisés?
Una tradición, que aún se'conserva bastante viva en Oriente,
que fué defendida por San Efren, ornam ento precioso de la
Iglesia de Siria, y que no ha dejado de tener defensores entre
los modernos exégetas, la coloca en la antigua Edesa, desde
donde el rey Abgaro escribió, según refiere Eusebio, una carta
al Salvador recibiendo á su vez contestación. He aquí las pa­
labras con que Stanley defiende la causa de Edesa, en lo re­
relativo á ser la Ur patria de Abraham.
«La memoria de Abraham, escribe, vive aún en la boca de
los árabes que habitan en Orfa (Edesa antigua) y está como
arraigada en el suelo de aquel país. Hállase situada la ciudad al
extremo de uno de los últimos contrafuertes, desnudos y
abruptos de las montañas de Armenia, que bajan á las llanu­
ras de Asiría en medio de fértiles campiñas llamadas P a d a n -
A ram , con motivo de su posición debajo las montañas. Dos
rasgos persistentes de la fisonomía de esta localidad nos ates­
tiguan todavía que debió ser en los tiempos más remotos la
cuna de la civilización de aquellos contornos. El primero es
una roca elevada, que se levanta como una cresta y forma la
fortificación natural de nuestros días, doblemente defendida
tanto por este muro como por un foso profundo excavado en
la roca viva. La otra es una fuente abundante que va á dar á
un pequeño y -limpio lago, rodeado como de corona de una
verdura lujuriante. Este sitio es boy y ha sido siempre un oasis
delicioso, un paraíso en medio del desierto de color gris que le
rodea. En derredor de este estanque sagrado, -Gcdlirlioé, como
le llamaban los griegos, se agrupan las tradiciones modernas
acerca del patriarca. Muy próximo á él, en medio de cipreses,
se levanta una mezquita en el sitio donde él había hecho su
primera oración. Aquella fué el agua refrigerante, que saltó
para apagar el fuego del horno, en donde le habían arrojado
382 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

los infieles. Los peces sagrados, que viven por millares en


aquellas aguas, por causa del respeto con que se les mira y
conserva desde hace siglos, son amados de los creyentes,
bajo cuya protección están colocados. Las dos columnas co­
rintias que se elevan sobre la escarpada roca, son el recuerdo
de su libertad.
En los primeros siglos cristianos sabemos que había allí otros
recuerdos de la edad patriarcal. El año de Abraham estaba
adoptado en Edesa como una era. Josefo habla del sepulcro
de Arán, que aún se veía en su tiempo en Ur; Eusebio (1),
hace mención de la tienda habitada por Jacob, cuando pasto­
reaba los rebaños de Laban, tienda conservada hasta el siglo
segundo, en que fué consumida por un rayo. Pero indepen­
dientemente de todos estos recuerdos pasajeros é inciertos, po­
demos muy bien creer que la roca elevada, la fuente cristalina
y el frescor de la verdura han debido de hacer de este lugar—
porque es la interpretación posible del nom bre— la luz de la
raza de A r fa x a d , U r-% asdim , de la misma manera que una
situación análoga hizo de Damasco el ojo del Oriente. Ade­
más, entre los innumerables sepulcros, que llenan la colina ro­
cosa, situada detrás de la ciudad, algunos seguramente remon­
tan á los primeros tiempos en que el hombre vivió sobre la
tierra» (2).
Bien pobres son por ciertos los fundamentos en que apoya
Stanley la opinión de que Orfa se identifique cor Ur-Kasdim.
Pues concedido que fuera aquel punto un centro de primitiva
civilización, nada se seguiría de ahí. Que Josefo diga que aún
existía en su tiempo el sepulcro de Arán en U r, nada prueba en
favor de Edesa, mientras no se demuestre que el Ur de que
habla el historiador hebreo es la misma Orfa, que aun cuando
se la llame Ur alguna vez, nunca ni por nadie ha sido apelli-

(1) Chron., 22.


(2) The Jesvish Church. (El tem plo judío), part. I, pág. 7.
ABRAHAM 383

dada Ur de los caldeos; ya que, por mucho que se quiera hacer


subir la Caldea hacia el norte de Mesopotamia, jamás llegará á
las estribaciones de los montes de Armenia. Lo de la tienda de
Jacob podrá ser verdad y podrá ser igualmente una tradición
sin fundamento; mas aun cuando fuera lo primero, nada ade­
lantamos, porque Jacob no fué á Ur, sino Arán, y esta ciudad
no estaba tan distante de Edesa, que no pudiera ser transpor­
tada hasta ella con relativa facilidad la tienda del patriarca. Sin
embargo, dadas las pocas simpatías que Jacob dejó en casa de
su suegro y el modo como se dispidió de él, más que religiosa
conservación, debía esperar lo que hubiera sido propiedad de
Jacob una destrucción segura. La tienda, por otra parte, era
necesaria á Jacob para el camino, y así leemos (1) que «llevó
todo lo que era suyo y cuanto había adquirido en Mesopota­
mia», entre cuyas cosas se hallaba la tienda, según lo dice el
•mismo capítulo del Génesis: Jam que Jacob exten d era t irt
monte tabernaculum ; y en la tacañería de Laban no era pro­
bable que permitiera á su yerno el lujo de dos tiendas. Todo
lo demás que refiere Stanley y con él IJLitzig y algunos otros son
puras fantasías árabes.
San Efren, cuyo testimonio no deja de tener fuerza por ha­
ber sido diácono de la Iglesia de Edesa, no hizo más que con­
signar la ti adición local de aquella ciudad siria, sin tomarse el
trabajo de examinarla, ni aun siquiera tratar la cuestión de in­
tento; más bien lo hace como de paso é incidentalmente. De
manera que lo que en buena lógica se sigue del testimonio del
santo, es que en sus días ya pretendían los edesanos que
Abraham hubiera nacido entre ellos.
Otros intérpretes modernos como Roesmuller, Michaclis y
algunos más, siguiendo las huellas de Bochart (2), quieren
que la Ur, patria de Abraham, sea la misma de que nos habla

(1) Génesis, X XX -I-18-25.


(2) Phaleg seu de dispersione g entium , lib. III, cap. VI.
384 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

Ammiaño Marcelino, al dar cuenta de la retirada del ejército


romano después de la rota y muerte de Juliano el Apóstata (1).
Esta Ur se hallaba situada entre Nínive y el Tigris, siendo fa­
cilísimo desde allí, caminando casi vía recta al Occidente, llegar
á la tierra de Canaán prometida á los hijos del patriarca. Añade
además Bochart, que la facilidad del camino entre esta Ur y
Aran excluyen la Ur de la baja Caldea, porque desde allí lo
más natural hubiera sido atravesar los desiertos de Arabia, sin
necesidad de remontar el Eufratres, que precisaba vadear dos
veces, una para entrar en Mesopotamia desde Ur y otra para
salir de ella desde Arán.
Todas estas razones están fundadas en el desconocimiento
de la Geografía antigua. Es evidente que Abraham era natural
de Ur de los caldeos; luego no puede buscarse fuera de Cal­
dea la patria de Abraham. Ahora bien; la Caldea era el país
situado al sur de Babilonia; de manera que la famosa ciudad
no hacía parte de la Caldea propiamente dicha, por más que se
la llame capital de Caldea después que sus reyes dominaron la
región; del mismo modo que Sevilla era capital de Castilla
cuando allí tenían su corte los reyes castellanos, aunque esté en
la Bética. Las inscripciones cuneiformes distinguen perfecta­
mente la Mesopotamia de la Caldea, llamando M a t-A ssa r á la
parte del Norte donde estaban Nínive, Nimrud, El Assur y otras
ciudades; M a t-A ra m á la S'ria del norte y oeste hasta Jla-
math; M at-Jiatti á al Siria del oeste y del sur desde Hamath
hasta las fronteras del país cananeo; y M a t-A h a rri á la Ca-
nanea y la Fenicia. Al sur de Asiria estaba Babilonia y al sur
de ésta la Caldea M at-'K alda (2).
Entre los varios documentos que pudiéramos citar de los que

(1) «Dux M esopotamiæ Cassianus, e t trib u n u s Mauricius pridem ob hoc


missus, ad U r nomine Persicum venere castellum». R eru m gestarum libri qui
supersunt, lib. X X V , cap. VIII.
(2) L e n o r m a n t , A tla s d'histoire ancienne de l'O rient.
385

describen las guerras locales y que no dejan lugar á duda al­


guna sobre este punto, basten estas frases de los A n a les de
Sargon, que dice: «En mi duocécima campaña, Merodach-Ba-
ladan (m ás tarde habrá ocasión de tratar de este re y , que
tuco tantas relaciones con Exequias), hijo de Jakin, rey del
país de K a ld i, que había establecido su morada en medio del
mar de Levante (Golfo Pérsico), había confiado en el mar y en
la fuerza de sus soldados.....El había firmado una alianza con
Humbanigas, rey de Elam»..... (1). Hallándose, pues, la Caldea
sobre el Eufratres y limítrofe al Golfo Pérsico, allí solamente
debe buscarse la Ur K a ld eo ru m de Moisés, patria de Abraham.
De aquí se desprende que el pueblo caldeo 110 es un pueblo
moderno, como han querido deducir algunos de un pasaje de
Isaías, donde dice de él: « T alis populas non f u i t , A ssu r fu n ­
davit e a m » (2). Trata allí el profeta de los males que iban á
caer sobre Tiro, y dice á los tirios que, con no haber en la tierra
otro pueblo semejante al caldeo, sin embargo fueron hechos
cautivos sus valientes y arruinadas sus ciudades y fortalezas;
con mayor razón le sería fácil al Señor del cielo destruir la
ciudad de Tiro y llevar desterrados sus moradores. Así es que
nada tiene que ver este pasaje con lo que aquí tratamos.
Por lo demás, la antigüedad de los caldeos, no solamente nos
consta por la Santa Biblia, sino por los documentos cuneifor­
mes, en algunos de los cuales, como en la inscripción de H am m u-
rabi, rey de Caldea, se les hace remontar á 2000 años antes
de nuestra era, aunque Menant no le conceda sino 16 siglos
antes de Cristo (3). Escrita en un asirio muy puro, aunque en
caracteres arcaicos, es de mucho valor histórico esta inscrip­
ción, antes de cuya fecha llevaban los caldeos no poco tiempo
residiendo en el país, donde encontraron á su llegada la pobla-

(1) Merece ser estu d ia d a esta cam p añ a en Francisco L en orm an t, que la r e ­


fiere á la larga en las p rim era s civilizaciones.
(2) Cap. XXIII-13.
(3) Inscriptiones de H am rnourabi, roi de Babylone; 1863.
25
386 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

ción kuschita, de quien tomaron el sistema de escribir con ca­


racteres cuneiformes.
Conocido el territorio llamado Caldea, necesitamos saber cuál
era el emplazamiento de Ur, partiendo de la hipótesis hoy de­
mostrada que Ur es nombre de ciudad y no de región. Enri­
que Rawlinson sospechó que la Ur del Génesis debía ser la
M ugheir actual, donde se encontraron multitud de ladrillos con
los tres grupos ideográficos inscritos Sis, x, ki, cuya significa­
ción dió mucho que entender á los asiriólogos, hasta que un
silabario de la Biblioteca real de Nínive vino á explicarlos por
u-ra-u, esto es, Ur. Este descubrimiento ha venido á confirmar
lo que Eupolemo había dicho de Kamarina, según refiere Eu­
sebio. «Kamarina, escribe, en Babilonia es llamada también por
algunos Urie, que significa ciu d a d de los caldeos» (1). Ka­
marina es la actual Mugheir y, por consiguiente, la antigua
Ur (2).
La situación de Ur, según la describe Oppert (3) en sus
Lecciones de epigrafia en el colegio de F ra n c ia , se halla
como á medio camino entre Babilonia y la embocadura del
Golfo Pérsico, sobre la margen derecha del Eufratres y distando
de éste pocos kilómetros, formando sus ruinas un montículo,
donde se halla M ugheir, ú O m gheir, «ciudad del asfalto », ó ciu­
dad cubierta de betún; porque á cada paso se encuentran ladri­
llos recubiertos de aquella substancia. La llanura que circunda
el montículo ó colina formada por las ruinas de Ur está tan
baja, que con frecuencia se convierte en una laguna, en medio
de la cual aparece Mugheir como un islote, al que no se puede
llegar sino en barca, aunque no sucedía así cuando la patria de

(1) P reparación evangélica, IX-17. Decim a vero generatione, in Camerino


B a h ylo nia urbe, quam a lii Urien dicunt, quod nom en latin e Chaldeopolim signifi­
cai, na tu s est Abraham , dice Euaebio tom ando estas p a lab ra s de Eupolemo del
historiad or Alejandro.
(2) P u e d e verse á F. Finci, Ricerche p er lo studio d ell'antichità Assira. Flo­
rencia, 1872; pág. 174-77.
(3) Lección 22 de Abril de 1869.
ABRAHAM 387

Abraham era metrópoli de Caldea, pues no sólo competía con


Babilonia en extensión, sino que la aventajaba en civilización y
cultura; floreciendo las artes y las ciencias, y siendo como el
emporio del comercio asiático, el observatorio más notable de
los caldeos y el centro de la poesía y literatura de que aún se
conservan no pocos fragmentos. Las aguas, convenientemente
canalizadas, servían para regar y hacer fecunda la tierra, pero
no formaban pantanos insalubres para la vida de sus m orado­
res. Los ladrillos que allí se encontraron cubiertos de escritura
cuneiforme, son los más antiguos que se conocen, algunos de
ellos indescifrables y que comprenden un enorme lapso de
tiempo desde U rkam , ó Lig-B agas, hasta Nabucodonosor (1).
Ya antes hemos hecho mención de un soberbio templo de­
dicado á Sin, el dios luna, á que también llamaban K a m a rin a ,
nombre dado algunas veces á Ur. Se comprende que en un
cielo como el de Caldea, casi sin nubes, la luna debía repre-

Cilindro de Urkam.

sentar un papel muy importante en la mitología, hasta el punto


de darla la preferencia sobre el sol. Sir Porter descubrió en Ur

(1) Taylor trae una descripción com pleta de Ur en el Jo u rn a l o f tlic B o ya l


Asiatic Society (diario de la Real Sociedad Asiática).
388 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

un cilindro más antiguo que Abraham. En él se ve un perso­


naje sentado, dirigiendo el brazo derecho hacia tres figuras hu­
manas que están de frente, dos de las cuales parecen ser muje­
res. Sobre la figura sentada se ve el cuarto creciente, símbolo
de la luna ó de Sin, dios tutelar de Ur. (Véase el anterior gra­
bado). En la inscripción que acompaña á las figuras se lee: «A
Urkham, el poderoso, rey de Ur, H a sim ir P a tesi de Es-ba-ak-
gi-sin-ki, su servidor». En una antigua canción accadiana se
halla la siguiente invocación á Sin: «O padre, dios , de Usu-ki,
señor de Usumma, jefe de los dioses!
jO padre, dios de Usu-ki, señor del templo de Sirgal, jefe de
los dioses!
¡A tu casa (el templo de Sirgal) seas propicio!
jA la ciudad de U rum a.....seas propicio!» (1).
Las casas de la primitiva Caldea no eran más que chozas
de cañas; pero ya en tiempo de Abraham habían sido sustitui­
das por casas de ladrillos ó adobes, puesto que allí falta la pie­
dra, y cuando se quiso emplear en las edificaciones, fué nece­
sario llevarla de otras partes, según que lo había hecho Gudea.
Tanto las casas particulares como los edificios públicos y reli­
giosos se levantaban sobre una plataforma artificial formada con
tierra apisonada, siendo los m uros gruesos y macizos, las ven
tanas altas y pequeñas, las habitaciones largas, estrechas y
sombrías, con comunicación de unas á otras. En derredor de la
casa, según costumbre general del Oriente, solía haber árboles,
que formaban una especie de soto, para proteger con su som­
bra á los moradores y libertarlos de los rayos de un sol tro­
pical.
Por más que Ur parece haber sido abandonada unos 500
años antes de Jesucristo, continuó siendo considerado su cam-
po como lugar sagrado para los asirios y caldeos, que se ha­
cían enterrar en él, como lo acreditan la multitud de sepulcros

(1) H o m m e l , Din vorsemitischen Culturem , pág. 205.


ABRAHAM 389

de todas épocas que se ven esparcidos por aquellos contornos.


Hoy aquel terreno, pantanoso durante las crecidas del Eufra-
tres y abrasado en tiempo de los grandes calores estivales, en
nada se parece al antiguo suelo, que rivalizaba con el de Egip­
to en feracidad, puesto que, como este último es periódica­
mente fecundado por el limo de las aguas del Nilo, aquél lo
era igualmente por las del Eufratres, cuidadosamente dirigidas
y aprovechadas por los naturales para las usos de la ganadería
y agricultura. Antiguamente el Golfo Pérsico llegaba hasta cu­
brir el lugar donde estuvo edificada Ur y en los tiempos geo­
lógicos cubría asimismo el sitio de Babilonia; hoy 110 sucede
así, y los aluviones del Eufratres y Tigris han ido haciendo re­
cular las aguas marinas hacia el mediodía, calculándose que
cada treinta años, según unos, ó cada sesenta, según otros, el
mar pierde 1.600 metros, ganándolos el continente. La verdad
es que en el reinado de Senaquerib llegaba el Golfo Pérsico
hasta Basora, hallándose hoy á respetable distancia de esta ciu­
dad. Las inundaciones del Tigris comienzan en Marzo para ter­
minar en Mayo, mientras que las del Eufratres suelen empezar
quince días más tarde y durar hasta mediados de Junio; son
terribles los efectos de las inundaciones cuando llegan á des­
bordarse los ríos más d élo regular. E11 1831 se cubrieron por
completo de agua el 10 de Abril unos 100 kilómetros de ex­
tensión, habiéndose ahogado en una sola noche en Bagdad,
que está bastante más al norte de Babilonia, sobre uno de los
afluentes del Tigris, más de 15.000 personas (1). Es casi se­
guro que en tiempo de Abraham no ocurrían semejantes catás­
trofes, prevenidas por una sabia administración, que hacía de­
rivar las aguas por canales á propósito, con lo cual servían para
dar fertilidad al país, que era un verdadero y ameno jardín, y
se evitaban los desastrosos efectos de las inundaciones. <Pe-

(1) Ric h , Mumoir on the ruins o f Babylon. (Memorias sobre las ruinas de
Babilonia), pág. 63 y siguientes.
390 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

queñotí canales, escribe Alien (1), de diferentes capacidades,


cavados con arte y regularidad, llevaban un agua abundante
hasta la raíz misma de los árboles, á los cuales es necesaria
para el brote de las hojas y de las ñores. Otros, cuyos frutos
comienzan á aparecer, no la reciben sino con medida; menos
aún toca á los árboles que tienen sus frutos ya suficientemente
desarrollados, á los cuales sólo se permite llegar la necesaria
para la m adurez». Y aunque eran desconocidos para los cal­
deos muchos árboles frutales, como el olivo, la higuera y la
vid, suplía á todos la palmera, de la que dice Humboldt que es
la reina de la belleza entre las plantas por la voz unánime de
todos los pueblos y en todas las edades.
Si quisiéramos insistir aún en la naturaleza y origen caldea
del patriarca Abraham, nos bastaría hacer una comparación
entre los idiomas hebreo y caldeo, de la cual resultaría que,
muchos de los elementos de la lengua hebrea, muchas de sus
palabras son idénticas á las que usan los caldeos para signifi­
car lo mismo. Tal sucede con los nombres que designan los
miembros del cuerpo humano, los metales, los animales, etcé­
tera, que pueden verse en Vigouroux (2), contentándonos nos­
otros con recordar el nombre mismo del patriarca, que es evi­
dentemente caldeo. Así es que se ha encontrado como nombre
propio en los monumentos indígenas bajo la forma asiría Abu-
ram a y también sin la terminación propia del asirio Ab-ram,
que como se ve es el mismísimo nombre del patriarca antes
que Dios se lo cambiara en A braham . Este nombre se halla
muchos siglos después del padre de los creyentes en la lista de
los eponymos, que venían á ser entre los asirios lo mismo que
los arcontas de Atenas ó los cónsules de Roma (3).

(1) Á bram , liis L if e ( A braham , su vida, tiempo, etc.), pág . 3.


(2) L a B ible, etc., tom o I, cap. II I del lib ro II.
(3) Son d ignas de conocerse las sig u ie n te s o bservaciones de Sayce relativas
á la sem ejanza e n tre las len g u as h eb re a y asiría. Dice así en su G ram ática asiría.'.
«La len g u a asiría se h a b la b a en los p aíses b añ ad o s por el T ig ris y el Eufratres.
ABRAHAM 391

Es, pues, caldeo el nombre de Abraham, como caldeo es el


mismo patriarca; digan lo que quieran algunos racionalistas
alemanes que, como Hitzig en su ¡historia del pueblo de Isra e l,
publicada en 1869, aseguran con la mayor formalidad que ios

La lim itaban al n o rte los p u eb lo s aryos de la A rm en ia y de la M edia y al este


los tu ram o s de E lam . E x c ep tu an d o u n a ó dos palab ras dudosas, conservadas por
los clásicos, todo lo que conocem os de este idiom a se e n c u en tra en las in s c rip ­
ciones cuneiform es. E stas, au n q u e frag m en tarias, son n um erosas y se e n cu en ­
tran en A siría, en B abilonia y e n P ersia. El carácter sem ítico de la lengua es in ­
dudable. L a riqueza, la a n tig ü e d ad y el c a rác te r silábico de su v ocabulario y de
su gram ática reclam an p ara ella en la fam ilia sem ítica el lugar que ocupa el
sánscrito en las len g u as ary as. E l asirio tien e derecho á e ste lugar, porque nos
ha proporcionado alg u n o s de los m ás a n tig u o s trozos de lite ra tu ra sem ítica. L a
sencillez de su sistem a de vocales d e m u e stra esta an tig ü ed ad , lo m ism o que las
term inaciones que indican el caso y que son id én ticas á las te rm in acio n es d el
aoristo. Las lenguas sem íticas h a n m arcad o su d eterio ro por la modificación de
tres vocales p rim itiv a s, que so lam en te se e n c u e n tra n en el asirio y en el árab e
literal. Las num ero sas conjugaciones del asirio, como, la form a del p ro n o m b re
personal de la te rce ra p erso n a y la p rim era p erso n a sin g u lar del tiem po p erm a­
nente, son arcaicas.
El asirio tom ó á los tu ran io s, p rim itiv o s h a b ita n te s de Caldea, su silab ario ; y
aunque esto h ay a producido g rav es in co n v en ien tes, re su ltó al m enos la g ra n
ventaja de co n serv ar la p ro n u n c ia ció n de las vocales asirías. C ada carácter es
silábico como en el etiópico. Los d ialecto s sem íticos que tien en m ás afinidad con
el asirio, son el heb reo y el fenicio. E l asirio , como e sto s últim os, ha co n serv a­
do las sitiantes, que no se cam b ian com o en el aram eo». P one el o rie n ta lista
unos cuantos ejem plos, y continúa: «El asirio se parece al h eb reo y al fenicio por
la ausencia del estad o en fático , por los p lu rales c o u stru cto s, p o r las form as de
los pronom bres p erso n ales, por la posesión de una fo rm a n ifal y por el carácter
general de su v ocab u la rio . D espués d el h eb reo , con quien m ayor afinidad con­
serva el asirio es con el árab e . Como éste, aq u él ha conservado las d e sin en cias
casuales p rim itiv as de los n o m b res, au n q u e e sta s desinencias, en las in s c rip ­
ciones m enos antiguas, h ay an com enzado á p erd er su valor estricto . T am bién se
le parece por las d iv ersas m odificaciones de las form as del im perfecto, p o r el
uso del participio, por las conjugaciones, por la posesión de dual p ara el verbo,
por la m immación, que reem plaza la nunnación árabe, por la sim p licid ad del s is ­
tema de vocales y por la form ación del precativo». No copiam os más, p o r no
alargar esta n o ta en dem asía; pero 110debem os o m itir lo que dice de las d ife re n ­
cias entre el asirio y el b abilónico.
«Los dialectos a sirio y babilónico, escribe poco d esp u és de lo tra n sc rito , d i­
fieren en algunos p u n to s. A sí la p asiría se con v ierte en b en el d ialecto del su r;
por ejem plo S ardan áp alo y M erodach B alad an , u-se-pi-sa en asirio; u-se-bi-s, en
babilonio; episu en asirio, ebisu en b abilonio. La s se convierte sch; la k se cam ­
bia en c y g , como Icatu «mano» en asirio , que se escribe g atu en babilo n io , etc.>
392 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

ascendientes de los judíos eran indios llegados por m ar alas


costas del Bermejo, y por lo mismo de la raza arya. Por eso
cree que A b ra h a m es una inflexión de B r a h m a n , copiando
quizá á Voltaire, quien afirma con frecuencia, en sus escritos
anticristianos y vacíos de ciencia tanto como están llenos de
chulerías, la identidad del nombre del patriarca hebreo con el
del filósofo indio. ¡Era lo que íaltaba á los sabios alemanes,
dice con fina ironía el ilustre orientalista francés últimamente
citado: convertirse en rapsodas de Voltaire y tomarle por
maestro en sus investigaciones científicas!

ARTÍCU LO III

Peregrinación de Abraham desde JJv á Palestina.

Aunque el sagrado texto no indica expresamente cuál era la


posición social de la familia de Abraham en Caldea, se trasluce
bastante bien que debía ocupar en Ur uno de los primeros
puestos, si es que ya no era su padre Taré el jele poderoso de
una tribu. Todas las tradiciones orientales están conformes en
hacer de Abraham un personaje importante, cuyo nombre sue­
na todavía en los oídos del Oriente con cierto dejo de armonía.
Según estas tradiciones, el patriarc’a había sido un astrónomo
notable, que enseñó á los asiáticos de Occidente la ciencia de
las estrellas; un sabio filósofo, que llevaba de frente todas las
ciencias; un afortunado conquistador y guerrero, que vencía
cuantos obstáculos se oponían á sus proyectos. Y aunque re­
bajemos algo, debido á la imaginación oriental y á la fantasía
de los árabes, que se glorían en tenerle por padre, y lo fué por
los hijos de sus concubinas Agar y Cetura, todavía queda bas­
tante para admitir que, en efecto, Abraham desempeñaba un
papel muy importante entre los caldeos de Ur. El Génesis, por
su parte, en medio de la encantadora sencillez con que narra
los hechos de Abraham, deja traslucir con bastante transparen-
ABRAHAM 393

cia que hay un gran fondo de verdad en las tradiciones del


Oriente relativas al patriarca. Este se nos presenta en Palestina
con una gran fortuna, aunque parece probable que hubiera de­
jado algo de ella en Mesopotamia; como un verdadero jefe de
poderosa tribu, que contrae alianzas con los reyes de la tierra
y, en casos dados, pone en pie de guerra un cuerpo de ejército
con el que derrota á los poderosos monarcas de Elam; todo lo
cual supone un hombre poderoso, emprendedor y valiente, á
quien acompaña el consejo de la prudencia, para conservar su
rango é independencia en un país extranjero, donde era pere­
grino.
No siendo practicable el camino que desde Ur de los cal­
deos viene recto al Occidente, por causa del gran desierto que
separa del Eufratres los montes de Basan, la familia de Taré
debió tomar la ruta del norte, atravesando el río, para rem on­
tarlo por su margen izquierda, tan abundante en pastos como
estéril es la derecha del mismo, casi desde la ciudad natal hasta
la altura de Harán. Y aquella vía era la seguida por las caraba-
nas, que desde Caldea se dirigían á Palestina para sus asuntos;
de suerte que Abraham no necesitó más que seguir el camino
conocido por .sus paisanos para venir al Occidente. Por lo de­
más, el paso del río era sumamente fácil, dado el conocimiento
que tenían los caldeos del uso de barcas y almadías, según vi­
mos en la relación cuneiforme del diluvio.
Un antiguo cilindro, procedente de las ruinas de Erech y pro­
piedad de un miembro de la familia real de aquella ciudad, nos
pinta al vivo un grupo de emigrantes en aquella remotísima
época. Quizá se dirigían á Babilonia; y no ha faltado quien cre­
yera, aunque sin fundamento alguno, que las siete figuras ins­
critas en el cilindro eran Abraham, Sara, Taré, Nacor, Aran,
Loth y Melca (1). El jefe de la carabana marcha á la cabeza
armado con su arco y las flechas colocadas en el carcax que

(1) F ué p u b licad o por L ay ard , R aw linson, T om kius y Sm ith.


394 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

lleva á la espalda, teniendo además en la mano derecha como


una especie de puñal. (Véase el adjunto grabado).

Emigración de una tribu oriental.

Su calzado es algo parecido al que aún se usa hoy en Gre­


cia y Asia Menor, y parece indicar, así como las pieles de que
se visten sus compañeros, que proceden de alguna región
fría y montuosa. Los vestidos de la cuarta figura, que es una
mujer, probablemente la del jefe, son más elegantes y pulcros;
cierran la m archa dos esclavos cargados con el bagaje. Tam­
bién se ve en el cilindro una inscripción; pero limítase á dar
cuenta del propietario del artefacto, diciendo: « G ibul-D ur, her­
mano del rey de E rech, bibliotecario, tu s e rv id o r».
Seguramente que la compañía de Taré, al salir de Ur, de­
bía ser harto más num erosa que la del cilindro de relación y
constituir una verdadera tribu, como las de los beduinos de
nuestros días. P ara formarnos una idea de lo que sería la ca-
rabana de Abraham,. dirigiéndose de Ur á H a ra n y de Haran
¿ Palestina, conviene leer lo que escribió Layard describiendo
una, con la cual tropezó en su viaje al Oriente. «Salimos, dice,
al amanecer. El camino que seguíamos estaba limitado al este
por un repliegue del terreno. Cuando llegamos á lo alto, nues­
tras miradas se dilataron por la llanura tendida á nuestros
pies, que parecía un enjam bre en movimiento. Nos acercamos,
en efecto, al grueso de la tribu de Schammar. Es difícil des­
cribir el aspecto de una tribu considerable, como aquélla que

H B H B I
ABRAHAM

entonces tropezamos, cuando emigra en busca de nuevos pas­


tos..... Bien pronto nos hallamos en medio de rebaños de ove­
jas y camellos que ocupaban un largo espacio. Todo lo que
nuestra vista podía alcanzar hacia adelante, hacia derecha é
izquierda, estaba lleno de ganado y de movimiento. Largas hi­
leras de bueyes y de asnos cargados de tiendas negras, de
grandes vasos, de tapices de diversos colores; ancianos, hom ­
bres y mujeres que por su edad no podían caminar, coloca­
dos sobre los muebles domésticos; chiquillos metidos en las
alforjas, asomando por la abertura su cabecita y teniendo por
contrapeso cabritos ó corderillos atados al otro lado de la bes-
lia de carga; muchachas vestidas suciamente con la estrecha
camisa árabe; madres que llevan á la espalda sus pequeñue-
los; zagalones que hacen cam inar delante de sí m anadas de
corderos; ginetes armados con largas lanzas adornadas de
banderolas, explorando la llanura sobre sus ligeros corceles;
hombres montados sobre dromedarios, á los que hacían andar
golpeándoles con sus cayados cortos y conduciendo del ronzal
á los caballos de raza; potros galopando en todas direcciones
en medio de aquella m uchedum bre de hombres y anim ales.....
Tal era la mezcla por medio de la cual tuvimos que atravesar
durante muchas horas» (1). Una cosa parecida debió ser la
peregrinación de Abraham, fuera de los caballos que no pa­
rece poseyera entonces.
Sin duda que el viaje se hacía en jornadas de pocas leguas,
pues hubieran perecido los ganados haciéndoles andar más de
lo conveniente. Hoy entre nosotros las merinas trashum antes,
que pasan el invierno en las provincias de Cáceres y Badajoz
yelverano en las m ontañas de León y Burgos, solamente cami­
nan cuatro leguas por día; y eso que no llevan los pastores la
impedimenta de la casa, como sucede en las tribus nómadas.

(1) N ineveh and its R em ain s (N ínive y sus reliquias), tom o I, pág. 89-90«
396 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

Estas jornadas son llam adas en el Génesis (1) masaliaw.


Thomson, que vivió 30 años en Palestina, confirma el relato
bíblico con lo que él mismo vió y observó, y que refiere así
con ocasión de los innum erables ganados que pastaban en el
valle de Seidjur, diciendo:
. «Hace ya muchos meses que partieron de las llanuras que se
extienden á lo largo del curso superior del Eufratres y al sur
de este mismo río, v se dirigen ahora hacia Acre y las otras
ciudades situadas en la costa. El Oriente ha sido siempre y es
todavía la tierra que produce más carneros, como el valle del
Misisipí es la tierra de los cerdos. Job poseía 14.000 cabezas
de ganado lanar (Job, XLII-12), y Salomón ofreció en sacrificio
para la dedicación del templo 120.000 (III Reg., Vffl-63). Com­
paradas estas cifras con lo que hoy se ve, no parecen increí­
bles. Todos los años llegan del Norte rebaños en tan gran nú­
mero, que confunden la imaginación; en 1853 la ruta del inte­
rior no era segura y pasaban todos por el litoral, hallándose
enteramente cubierta la costa durante los meses de Noviembre
y Diciembre; venían de la Siria septentrional y de la Mesopo­
tamia. Los pastores que los conducían creo yo que se parecían
en todo su traje, costumbres y manera de ser, á los del tiempo
de Abraham y de Job. Vistos de lejos estos rebaños, son .exac­
tamente como las manadas de puercos que se ven caminar
hacia Cincinati. Los pastores cuidan de que haya cierto espacio
de terreno entre cada rebaño (Gén., XXXII-16), y les hacen
avanzar lentamente, como lo hacían los pastores de Jacob y
por la misma razón. Si se les hiciera caminar demasiado de­
prisa, las ovejas perecerían; aun teniendo los mayores cuida­
dos, son muchas las que sucumben, y para no abandonarlas
en el camino, las venden los pastores á los habitantes pobres
del país, ó las comen ellos mismos. De este modo los rebaños

(1) X III-3 . Reversnsque est, dice la V u lg ata, per iter quo venerat. L a versión
lite ra l, según el te x to h eb reo , sería: E t iv it secunclum stationes suas, massahaw.
mm
ABRAHAM 397

disminuyen sin cesar á medida que avanzan hacia el sur, pues


aprovechan todas las ocasiones de vender; de manera que todo
el país del tránsito queda abastecido. ¿Cuál sería su número
cuando salieron de los lejanos desiertos del Euíratres? Las lla­
nuras septentrionales rebosan materialmente de ovejas y no es
posible concluirlas. Cuando se necesita abrevar todos estos
animales en los países donde son raros los pozos, no nos ma­
ravilla que haya frecuentes reyertas entre los pastores, según
leemos en la historia de los patriarcas» (1).
Todos los datos que preceden y confirman de un modo tan
exacto la veracidad del relato bíblico, pueden observarse entre
nosotros, aunque la ganadería española ha caído tanto de
su antiguo esplendor, que apenas si quedan algunos res­
tos y vestigios de lo que era á principios de este siglo. Lite­
ralmente cubiertas las provincias de Badajoz, Cáceres y Ciudad
Real por las ovejas trashumantes durante el invierno, iban á
pasar el verano á las provincias del Norte en la cordillera cán-
tabro-astúrica, cuyas sierras y montes resonaban alegres con la
flauta y zampoña pastoriles. Ganadero había, como el conde
Negrete, que poseía más de 100.000 cabezas. Y aun hoy,
cuando no es la sombra de lo pasado la ganadería trashumante,
todavía tiene la condesa de Bornos, primera ganadera es­
pañola, 25.000 ovejas con 2.000 cabras y 400 yeguas, en
cuya custodia se ocupan 120 pastores y 70 perros. Las jorna­
das de otoño y primavera son de cuatro leguas diarias, cami­
nando los rebaños de dos en dos y con la debida separación,
para que no baya confusiones. A la llegada de la noche prepa­
ran su campamento los pastores de los dos rebaños que van
en compañía, por lo cual se llaman alparceros, y cada día va
uno de los dos delante para evitar las querellas que pudieran
surgir por causa de los pastos.
No es infrecuente tampoco que ocurra lo que dice Thomson

(1) The L a n d and the B ook, 1875. pág. 331-32.


398 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

respecto á las cabezas que se van quedando en el camino, so­


bre todo en las primaveras frías que-siguen á inviernos escasos
en pastos; pues como las ovejas están ñacas y acaban de ser
esquiladas, se arricen con facilidad en las sierras del Guada­
rram a ó se inutilizan para el camino, viéndose obligados los
pastores á venderlas á los habitantes de Castilla la Vieja, que con
poco dinero compran carne exquisita, cual es la merina tras­
humante.
Después de una duración de tiempo que ignoramos, pero que
debió ser considerable, dada la distancia, llegó á Harán la fa­
milia de Taré, esto es, al punto de intersección de los caminos
seguidos por las carabanas que venían á la Siria occidental
desde el Asia central, ó que iban desde el Occidente al otro la­
do del Eufratres ó del Tigris. Harán, llamada Gharran en los He­
chos Apostólicos y célebre en la historia profana por la rota de
Craso, que fué allí deshecho por los partos, lo es mucho más
en la sagrada y entre los pueblos cristianos por haber sido mo­
rada del padre de la fe. Conserva todavía hoy su antiguo nom­
bre, que nunca ha cambiado, nombre que se halla con frecuen­
cia en las inscripciones cuneiformes como el de una ciudad
aramea. En las de Korsabad se encuentra con Balbek ó Bal-
biki, y en el obelisco de Salmanasar se halla mencionada como
una de las conquistadas por este príncipe al norte de la Meso­
potamia. Desde la época más remota el país de Harán estuvo
bajo el dominio de los reyes de Babilonia, y en ella se adoraba
la luna como en U r-K asdim .
Al este y al norte de Orfa, la antigua Edesa, se extiende una
meseta calcárea cortada por profundos barrancos, y al pie me­
ridional de esta meseta se desenvuelve una llanura de aluvión
de maravillosa fertilidad. En el centro de esta planicie, sobre
uno de los afluentes del Eufratres, el Belilk, antiguo Bélico, está
colocada Harán. Sus habitantes conservaron largo tiempo el
uso del arameo y las divinidades arameas, llegando á ser du­
rante el imperio romano como el centro del paganismo oriental,
ABRAHAM 399

á la vez que Edesa, su próxima vecina, lo era del cristianismo.


Debió Harán formar parte del territorio sujeto á Abgar, rey de
Edesa, que sólo dista de Harán una jornada. Encuéntranse allí
las ruinas de un antiguo castillo en medio de la llanura, ruinas
que se ven á bastante distancia. En derredor de estas ruinas
se hallan agrupadas las chozas de los beduinos, semejantes á un
colmenar. Cuando Abraham arribó á la ciudad, debían tener la
misma forma las casas de Harán; pues faltando casi por com­
pleto la madera, viéronse forzados los hombres á edificar sus
moradas sobreponiendo piedras á piedras sin cemento, en forma
de cono.
Hállanse varios canales alrededor de la ciudad; pero más
que nada excitan la curiosidad del viajero el pozo de Rebeca,
donde la encontró Eliezer sacando agua con su ánfora y donde
sin duda había ido más de una vez su suegra Sara á buscar el
líquido cristalino del pozo. Hoy es el día en que todavía se
juntan allí multitud de pastores con sus rebaños, y al mismo
pozo van las mujeres de Harán, como antiguamente, en busca del
agua necesaria para los usos domésticos. «El mismo día, dice
M. Malau describiendo una visita que hizo á aquellos países,
me fui al pozo.....en ocasión en que las mujeres iban á sacar
agua. Había allí un grupo que llenaba, no ya sus vasos, sino
sus odres, colocándolos al orificio del pozo. Todos los alrede­
dores tienen señales evidentes de antigüedad y de los estragos
del tiempo. Como es el solo pozo de agua potable de los con­
tornos, se ve muy frecuentado. Otros hay que sirven para abre­
var los ganados, habiendo canales y abrevaderos de diversa al­
tura, unos para camellos, otros para ovejas, cabras, corderos y
cabritillos. Las mujeres llevan anillos en la nariz, unas de oro,
otras de plata, otras de cobre y aun de vidrio, con brazaletes
en las muñecas» (1).
Hoy los principales habitantes de Harán son beduinos, que

(1) Philosophy and T ruth., F ilo so fía y verdad, pág. 373.


400 EGIPTO T ASIRIA RESUCITADOS

van allí con sus ganados, atraídos por la abundancia de pastos


de la llanura. Algunos se alojan en las casas, pero la mayor
parte no tienen más habitación que sus tiendas, hechas de pie­
les de macho cabrío, de color negro. En la llanura de Servj ali­
mentan sus ganados, extendiéndose ésta entre Harán y el Eu-
fratres, rodeada de una serie de colinas volcánicas en forma de
corona, cuyas últimas ondulaciones se pierden en el río. Tiene
más de treinta kilómetros cuadrados de extensión, -recorrién­
dola en todos sentidos algunos arroyos, secos la mayor parte
del año, y contándose en ella unos veinte pueblos. Abraham
apacentaría muchas veces allí sus rebaños, como lo hizo más
tarde su nieto Jacob con los de Laban su tío y suegro. La tem­
peratura es baja en invierno y elevada en el estío, sobre todo
si sopla el viento Sur procedente del desierto de Arabia. Apenas
empieza á llover en otoño después de los grandes calores,
cuando se cubre el suelo de verdor, aunque no tanto ni tan
duradero como en primavera, que convierte aquella llanura
en aromático jardín con variedad de plantas de todos colores y
diversísimas tallas, algunas gigantescas, cuya descripción da
un aire fantástico á los cuadros que nos pintan el Oriente. Y
con todo, este país es inferior á la Caldea; así es que Abraham
debió tener menos sentimiento para abandonar á Harán, que
para salir de Ur de los caldeos.
No dice la Escritura Santa el tiempo que permaneció en
Harán el patriarca, contentándose con estas palabras que leemos
en el capítulo XI del Génesis: «Tomó, pues, Taré á Abram su
hijo y á Lot hijo de Arán, y á Sara su nuera, mujer de Abram
(1) su hijo y los sacó de Ur de los caldeos, para ir á la tierra
de Canaán; y llegaron hasta Arán y habitaron allí. Y los días
de Taré fueron doscientos cinco años, y murió en Arán». Casi

(1) T o d av ía no le h a b ía m udado Dios el nom bre- de A bram por el de


Abraham , y p o r eso, al copiar el tex to sagrado, lo h em o s hech o s e g ú n allí se
h a lla escrito; p o r m ás que usem os el n om bre de A braham desde el principio,
p a ra no v ariar de o rto g rafía.
ABRAHAM 401

lo mismo dice San Esteban en los Hechos Apostólicos por estas


palabras: «Entonces salió (Abraham) de la tierra de los caldeos
y habitó en Charran. Y de allí, después de la muerte de su pa­
dre, lo trasladó (Dios) á esta tierra en que habitáis vosotros
ahora». Como solamente puede conjeturarse el tiempo que
Abraham vivió en Harán, dejaremos á los intérpretes que siga
cada cual su opinión en este punto, que no tiene interés para
nosotros. Estando en la ribera del Éufratres, volvió á decirle
Dios que dejara la casa de su padre, para ir al país que le mos­
traría, partiendo de allí sin perder tiempo en dirección al Oc­
cidente.
Fuéle preciso entonces pasar de nuevo el río, que lo haría
sin duda por medio de barcas; tanto más, cuanto que por aque­
lla parte el Eufratres es ancho y corre con harta rapidez, ha­
ciendo imposible el vado para los numerosos rebaños del padre,
de los hebreos. Dos jornadas dista Harán de la orilla del rio y
del vado antiguo llamado Z e u g m a , que estaba un poco más al
oeste que el actual, conocido por el nombre de B irt.
Viniendo de Mesopotamia á Palestina, había que pasar por
Damasco, y la tradición, de acuerdo con la geografía, nos ense­
ña que, en efecto, Abraham estuvo algún tiempo en la capital de
la Siria de Occidente, que aunque sólo dista del Eufratres siete
días, debieron gastarse muchos más por la carabana hebrea.
El historiador Justino, numerando los reyes de Damasco, escri­
be: «Después de Damasco Azelo, en seguida fueron reyes Ado­
res y Abraham é Israel». Nicolás de Damasco, citado por Fla-
vio Josefo (1) también dejó escrito: «Abrum es ebassileuse
Damascou, Abraham gobernó á Damasco». Los sabios m o­
dernos no dejan de dar importancia á esta tradición, por más
que calle acerca de ella el escritor sagrado que nos dejó la his­
toria del patriarca. Todavía en tiempo de Josefo, es decir, en el

(1) A ntigüedades ju d a ic a s, I-V II-2.

26
402 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

primer siglo de la era cristiana, se señalaba en los alrededo­


res de la ciudad el local donde había fijado su tienda el pere­
grino, una hora al norte de Damasco, en el lugar llamado
geh, como lo dice el autor de las A ntigüedades; lugar que ha
descrito por su parte en nuestros días Stanley. Es probable que
residiera allí por algún tiempo y aun también que gobernara la
ciudad como Emir, fuera cualquiera el motivo por que cayese
en sus manos la suprema autoridad. Acaso Eliecer, su criado
de mayor confianza, á quien envió á Mesopotamia en busca
de una esposa digna de su hijo, era el trofeo de su victoria
sobre Damasco, ó al menos un recuerdo de su estancia en
aquella ciudad.

A RTÍCU LO IV

Abraham en Egipto.

P á r r a fo 1

ESTADO POLÍTICO DE EGIPTO Á LA LLEGADA DE ABRAHABI

El origen del imperio egipcio se oculta en lo más obscuro de


la noche de los tiempos, entre mitos y fábulas de dioses y hé­
roes, como sucede con los demás pueblos de la antigüedad.
Fuera de los pocos datos suministrados por Moisés en el capí­
tulo X del Génesis, donde refiere la genealogía de los hom­
bres posdiluvianos descendientes de Noé y sus hijos, que ya
estudiamos en el cap. V del libro segundo, nada se sabe con
certeza sobre el particular, y mucho menos sobre la cronología
de aquel pueblo, ocasión de tantas y tan acaloradas cuestiones
entre los sabios. No han faltado quienes pretendieran elevar
á una duración por muchos millares de años el imperio egip­
cio, dejándose guiar por interpretaciones falsas de hechos ver­
daderos y de documentos mal entendidos. Prescindiendo de
estas cuestiones, que no encajan bien en nuestro propósito,
vamos á indicar lo que parece más probable acerca del tiem-
403

po en que Abraham llegó á la ribera del Nilo y del estado po­


lítico del Egipto en aquella ocasión.
Corta fué la estancia del patriarca en Palestina después de
su llegada del Oriente; pues una grandísima escasez que se sin­
tió en aquella tierra, le hizo abandonarla para pedir hospita­
lidad en Egipto, de donde había de salir enriquecido, más aún
de lo que estaba. Por esta razón, antes de estudiar los hechos
del santo patriarca en la tierra que Dios le prometió para sus
descendientes, y por no intercalar otros hechos distintos, v a ­
mos á seguirle en su peregrinación al Nilo, para acom pañarle
después en su regreso al país de Canaán.
Los primeros reyes de Egipto, según la fábula, fueron los
dioses, aunque no un mismo dios en todo él, sino que en cada
región obtenía la primacía el que allí era adorado con prefe­
rencia, durando los reinados divinos miles y miles de años.
La dinastía divina de Iieliópolis empieza con A tom o, á quien
sucede R a , rey del alto y del bajo Egipto; éste tiene por suce­
sor á Sliu, rey del alto y del bajo Egipto; sucede Sibu, rey
del alto y del bajo Egipto; después de Sibu viene Osiris-
Onrtofri, rey del alto y del bajo Egipto; en pos de éste Sit, rey
del alto y del bajo Egipto; y por último H o r ú 2/oro, rey del
alto y del bajo Egipto. Todos estos reyes-dioses son llamados
en los textos jeroglíficos v id a , sa lu d , fuerza.
En Tebas obtenía la primacía A m o n -R a , el rey de los dio­
ses, el dios de la p rim era vez, mientras que en Menfis era
el primero P hat. Los egipcios de tiempos posteriores conside­
raban estas dinastías divinas como la edad de oro, á la que
nunca pensaban volver, y para ponderar la bondad de alguna
cosa solían decir que no tenía semejante desde los tiempos de
Ra (1). Como se ve, todo esto no era sino una reminiscen­
cia de los días felices del hombre antes del pecado, verdad
histórica que se halla en todos los pueblos, aunque envuelta

(1) M á sp e ro , H is to ir e ancienne des peuples de VOriente, c a p . I , p á g . 3 3.


404 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

en mitos y fábulas de diversa especie, según las inclinaciones


de los mismos pueblos. La historia de estos dioses-reyes, se­
gún se encuentra en los documentos antiguos de Egipto, aun­
que fragmentaria, está llena de episodios que ho n ran la inven­
tiva de los egipcios. En sus últimos días vióse precisado Ra á
luchar contra las ingratitudes humanas, dando por resultado lo
que hemos dicho en la historia del diluvio acerca del castigo
de los hombres por los dioses, según la tradición egipcia. El
más popular de los dioses-reyes en el valle del Nilo fué Osiris,
el bueno, en lucha perpetua con S it ó T ifó n , el malo. Hay en
todas estas fábulas su parte astronómica y otra moral, que no
somos nosotros los encargados de aclararla, por no entrar en
nuestro plan; pero que necesita conocer quien pretenda enten­
der la teología de los egipcios, muy en armonía con la nuestra
en muchos puntos capitales, como son el origen y destino del
hombre.
Después del reinado de los dioses da principio el de los
hombres, siendo el primer rey de que hablan los monumentos
egipcios M ini ó M enes. Era oriundo de T h iñ i en el alto Egip­
to, siendo esta T h in i, á juzgar por las excavaciones hechas en
1883 y 1884, ó la ciudad de Girgeh, ó el pueblo de Mesheikh>
situado en las inmediaciones de G irgeh, no lejos de Dende-
rahj famosa por sus zodiacos, y al norte de Tebas sobre la
margen derecha del Nilo. Fundó Menes un reino que duró, al
decir de algunos, 4000 años hasta la conquista de los persas,
lo cual daría para el imperio egipcio 4600 años antes de la era
cristiana. Es menester no admitir sin reparos semejantes ero*
nología, llena de gravísimas dificultades de todos géneros, no
siendo la menor la imposibilidad de saber si las 30 dinastías
en que se dividen los tres períodos del imperio egipcio, según
las tablas de Manetón, fueron todas sucesivas, ó muchas de
ellas, por el contrario, fueron simultáneas, una al norte y otra
al sur del Egipto, como parece probable.
De todos modos, la duración del reinado egipcio con sus 30
405

dinastías se halla dividida comúnmente en tres épocas distin­


tas: el Imperio Antiguo, desde la primera hasta la undécima di­
nastía; el Medio, desde la undécima hasta la invasión de los
Hiksos ó reyes pastores; y el Nuevo Imperio, desde éstos hasta
Cambises, hijo de Ciro, que derrotó á Psamético III, apode­
rándose del Egipto, cuyo gobierno encomendó al persa Aryan-
des, viéndose entonces por vez primera sometido todo el m un­
do civilizado á un solo cetro.
Como no escribimos la historia de Egipto, sino que deseamos
saber cuál era el estado político de aquel país á la entrada en
él del patriarca Abraham, nos contentamos con dar los nombres
. griegos de algunas dinastías y los que se han descubierto en los
monumentos egipcios; así iremos viendo el desarrollo de la ci­
vilización egipcia hasta los tiempos de Abraham. Ocho reyes
componen la primera dinastía, conocidos de los griegos por los
nombres de M enea, A zocis 1, A zocis 11, K en ken es, O isafai-
dos, Miébiclos, Sensem bses, Joibienes ó Bieneges, y en los
monumentos egipcios son llamados M in i, T e ti, A th o ii, A ta ,
H usapaiti, M irib i, Sem su, Qobhu. La segunda consta de
nueve reyes, con los nombres egipcios de lBuziu, %akou, B i-
nutiru, Uznas, S o n d a (el nombre del sexto no se ha encon­
trado), N o firke ri, N o jir k a s o k a ri, y el noveno, cuyo nombre
tampoco se halló hasta hoy. Los griegos les llamaron B oezos,
Kaiejos, Binocris, Tías, Sesenes, Jaires, N eferg eres, Seso-
jris y Jeneres.
Llámanse T initas las dos primeras dinastías, por haber sido
oriundo Menes de aquella ciudad, según dejamos indicado. Ex­
tinguida la descendencia del fundador del imperio egipcio, le
sucedieron otras familias con nuevas dinastías, apellidadas meti-
fitas, por haber sido Mentís la ciudad principal que obtuvo el
predominio sobre el resto de Egipto. He aquí los reyes de la
tercera: ^Bibi ó Z a zi, N iblía, Zosor, Zosertiti, S o zes, N o fir-
keri, N ibliari, H a n i y Snofra. Los de la cuarta fueron % h u fa %
D u dufri, % h a fri, M enkeri, Shopseskaf; y los de la quinta,
406 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

U sirkaf\ S a h u ri, % aka, N o fir ir tk e ñ , S h o p sen keri, U&irunri


A n , M enkehor, D a d k e ri A ssi y Unas.
El tránsito ele la quinta á la sexta parece haber sido poco
pacífico y no sin revolución. Desde P e p i I empieza á decaer la
autoridad de Meníls sobre el resto del Egipto, y los príncipes
que le siguieron, sin abandonar por completo la antigua capital,
comienzan á dar preferencias á las ciudades del Egipto medio,
especialmente á Abydos, cuya necrópoli conserva tantos recuer­
dos de aquellos soberanos. Entre ellos el ya citado P e p i /, se­
gundo de la dinastía VI, es el más célebre y el que trabajó más
por el engrandecimiento del reino. En 18 años que gobernó el
país, y ayudado por su primer ministro Un i, recobró de los
asiáticos los establecimientos mineros del Sinaí, perdidos por
sus antecesores, sometió la Etiopía y cubrió de monumentos el
Egipto.
La elevación de este ministro en la corte faraónica tuvo al­
gún parecido con la obtenida más tarde por José. Habiendo
entrado á servir al rey de simple paje, obtuvo pronto un em­
pleo en el ministerio de Agricultura y un título sacerdotal de
poca importancia. Después obtuvo los cargos de am igo, de ins­
pector de los profetas de la p ir á m id e fu n e ra ria y de audi.
tor. Enviado á la cantera de T u ru á buscar un bloque de pie­
dra blanca para un sarcófago, demostró tanta actividad y tan
buenas prendas, que por ello le elevaron á la dignidad de ami­
go rea l, y nombrado superintendente de la casa de la reina,
pronto fué el que manejaba todos los asuntos. No tuvo motivos
el pueblo egipcio para quejarse del primer ministro, sino más
bien para congratularse de su elevación, como se acredita por
las numerosas inscripciones jeroglíficas que le conciernen. Por
último, habiendo reedificado en Denderah el famoso templo de
Hathor, P e p i le honró con el título de hijo de H a th o r, según
se ve en un bloque encontrado en Tanis (1). Ni concluyeron

(1 ) B ougé, In scrip tio n s recueillies en E g y p te, t o m o I , p á g . 75.


ABRAHAM 407

con esto los hechos de Uní, pues se dio trazas de formar un


ejército poderoso de negros, procedentes de las provincias limí­
trofes al sur y oeste del Egipto propio, después de subyugarlas,
y con él acometió á los asiáticos de la península del Sinaí y de
la Siria meridional, imponiéndoles el respeto á Faraón y ha­
ciéndoles sus tributarios, con lo cual aumentó considerable­
mente el poderío egipcio.
Muerto P e p i, continuó siendo primer ministro de su hijo y
sucesor M irin ri S o k a , á quien sucedió N o firke ri P e p i II,
que, según Manetón, reinó por espacio de un siglo y, al decir
del papiro de Turin, 80 años. A poco, sucedió una revolución
y se interrumpe con ella la historia monumental del Egipto,
quedando solamente las relaciones poco seguras de los griegos.
Menthesaphis fué asesinado, y su mujer y hermana N ita k rit,
la célebre N ito cris de la leyenda, vengó su muerte de un modo
muy original, y terminó la edificación de una de las tres gran­
des pirámides, comenzada á construir por M enkeri. Desde la
muerte de N ita k rit hasta la dinastía undécima, los reinados de
Egipto fueron cortos y turbulentos, hasta que Menfis perdió la
supremacía heredada á su vez por Tebas.
Con el advenimiento de Tebas da principio el Medio Imperio
de Egipto, en que tanto decayó de su antiguo esplendor y po­
derío. Abraza las dinastías once, doce, trece y catorce. Por este
tiempo comenzaron las inmigraciones asiáticas en Egipto y ésta
fué la época en que el padre de los hebreos debió llegar al va­
lle del Nilo en busca de pastos para sus rebaños y de alimentos
para su familia. En el estado actual de los conocimientos his­
tóricos del antiguo Oriente, es imposible fijar de una m anera
exacta el tiempo del arribo de Abraham y su presentación á
Faraón. Pero la opinión común fija su llegada antes de los re­
yes pastores que sucedieron á la dinastía 14.a y durante la do­
minación elamita en Asia, como vimos en el artículo primero.
Cree Maspero (1) que los ftik so s, ó pastores, debieron ser
(1) O bra citad a, cap. IV , pág. 162................... .
408 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

los mismos elamitas, á quienes presenta el Génesis, y consta


además de los documentos de la época, dominando hasta las
mismas puertas de Egipto. Los cuales, viendo la debilidad á que
había llegado el imperio de Faraón durante la dinastía catorce,
devorada por rivalidades y divisiones intestinas hasta el punto
de que todo el Egipto estaba repartido en pequeños principados,
que no reconocían ningún superior, se arrojaron sobre él y lo
conquistaron. Sin embargo, no es ésta la opinión más seguida
ni parece la más probable.
Los H iksos eran sin duda asiáticos, pero no de tan lejos,
sino más bien cananeos, fenicios ó árabes. A esto se inclina Ma-
netón, que dice de aquella avalancha de extranjeros que cayó
sobre el país del Nilo: «Nos vino un rey llamado Tim eos. En
su reinado, yo no sé por qué, Dios sopló contra nosotros un
viento desfavorable; y contra toda verosimilitud, partidas del
Oriente, gentes de raza innoble, viniendo de improviso, invadie­
ron el país y le subyugaron fácilmente y sin combate» (1).
Lepsio, Homel y Brunengo son de la misma opinión, y así lo
reconoce, respecto á Manetón v los modernos citados, el
mismo Maspero.
Llamamos poco probable á la opinión del egiptólogo francés,
porque no es admisible que los monarcas elamitas, después de
lo derrota vergonzosa que les hizo sufrir Abraham, pudieran
conservar su dominio sobre el Asia occidental, que con segu­
ridad sacudió entonces su yugo, levantándose en masa contra
sus amos, cuyo imperio terminó muy pronto aun en la misma
Mesopotamia, para hacer lugar á la nueva dinastía caldea de que
nos habla Beroso. El P. Cara cree que los H iksos eran sirios,
mas no de Feninicia ó Canaán, sino de la parte norte de
Harán (2). El mismo egiptólogo italiano opina que no está
probada ni mucho menos la anarquía que se supone reinaba
en Egipto al tiempo de la invasión.

(1) E dición U nger, pág. 140.


(2) Gtli H iksos ó re p a sto r i, cap. I V.
409

Sea de ello lo que fuere, damos por admitido que Abraham


llegó á Egipto antes que los H ik so s, y esto parece desprender­
se del relato bíblico, que no cuenta caballos entre los dones
ofrecidos y entregados al peregrino hebreo, pues fueron im­
portados en la tierra de Mesraim por los invasores asiáticos (1).

Párrafo I I

ABBAHAM ANTE FARAÓN

De la estancia del patriarca en el valle del Nilo solamente re­


fiere Moisés la aventura ocurrida á Sara y prevista por su m a­
rido, que la dijo antes de pisar el suelo de Egipto: «Conozco
que eres una mujer hermosa, y que cuando te vieren los egip­
cios van á decir: Es su mujer, y me matarán y á tí te reserva­
rán. Ruégote, pues, que digas que eres mi hermana, para que
me vaya bien y conserve la vida por tí» (2).
Como lo había pensado Abraham, sucedió; pues apenas los
egipcios vieron á Sara, se dieron prisa para anunciar á Faraón
la presencia de aquella beldad en sus estados, y tomándola la
llevaron á la corte, dando buen trato al marido y regalándole
ovejas, bueyes, asnos, camellos, siervos y siervas. La maledi­
cencia ha querido hincar su diente en la honra inmaculada del
patriarca, como si hubiera traficado con el honor de su esposa,
acusándole de embustero por haber engañado á Faraón, dicien­
do que era hermana. Un hecho idéntico ocurrió en Palestina
con el rey de Gerara, Abimelec, que también robó á Sara, cuan­
do de regreso del Egipto tuvo que pasar por sus dominios.
Entonces contestó el santo peregrino lo mismo probablemente
que diría á Faraón, por más que Moisés, en su laconismo, no
nos haya transmitido la respuesta que á éste diera. Respondió
Abraham al rey de Gerara: «Después que Dios me sacó de la

(1 ) P i e t r e m e n t , L es chevaux dans le tems préhistoriques et historiques,


188B; L e e é b u k e , L ’ancianité du cheval en E gypte.
(2) Gévesis, cap. X II.
410 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

casa de mi padre, la dije (á Sara): Esta misericordia harás con­


migo: donde quieras que vayamos dices que soy tu hermano.
Por otra parte es verdaderamente mi hermana, hija de mi pa­
dre, pero no de mi madre, y la tomé por esposa» (1).
Es frecuente en la Escritura Santa apellidar hermanos á los
parientes próximos, como cuando Tobías el joven decía de su
próxima consanguina, que también se llamaba Sara (2): «Señor,
tú sabes que no por lujuria tomo por esposa á m i hermana
Sara». Así en el Evangelio se llaman herm anos de Jesús los
sobrinos de su madre. Sara, pues, era sobrina carnal de Abra-
ham, como que era hija de su hermano mayor Arán, muerto
en CJr antes de la salida de Taré de la Caldea. No mintió
Abrabam, por consiguiente, al aconsejar á Sara que dijera ser
su hermana, como él mismo lo dijo paladinamente á Abimelec;
por otra parte, este matrimonio entre hermanos, aun tomada
la palabra en su primitiva y más estrecha significación, no podía
ser causa de asombro á los egipcios, cuyos reyes casaban de or­
dinario con alguna de sus hermanas, que era la reina, sin que
esto fuera obstáculo para otras varias uniones maritales en aquel
país de polígamos. Antes hemos hablado de M enthesupliis, ca­
sado con su hermana Nitakrit según el uso, dice Maspero al ha­
blar de este rey (3); y lo mismo acontecía con casi todos los Fa­
raones.
Por esta parte vemos que nada de reprensible se encuentra
en la conducta del -peregrino caldeo, que por lo demás demos­
tró en su proceder una exquisita prudencia, confiando en Dios
y poniendo los medios lícitos para salir airoso del peligro por
él previsto antes de entrar en tierra de Egipto. Ya San Agustín
había vindicado cumplidamente al Santo Abraham, escribiendo:
«Calló que fuera su mujer, no lo negó, encomendando á Dios

(1)' 0énesi3, cap. X X-12-13.


(2) Tobías, cap. VIII-9.
(3) L ugar citado.
ABRAHAM 411

la custodia del honor de su esposa y evitando como hom­


bre las humanas asechanzas. Porque si no evitara el peligro
en cuanto estaba de su parte, más que esperar en Dios hubiera
tentado á Dios. Y así sucedió corno lo había presumido Abra-
ham del Señor» (1).
Abraham, que, según las tradiciones orientales, era un sabio,
conocía perfectamente las costumbres de Faraón y sus cortesa­
nos, que se daban prisa á llevar al harem real cuantas mujeres
hermosas penetraban en Egipto; y esta costumbre no solamen­
te existía en Egipto, sino en todo el Oriente, como lo demues­
tran los hechos siguientes referidos en la Biblia: El caso de
Abraham con Abimelec, rey de Gerara; el de Isaac y Rebeca
en la misma ciudad; el de David y Abisag, y por último, el de
Asuero y Ester. Entendíase esta que pudiéramos llamar regalía
oriental con las doncellas y de ningún modo con las casadas,
pues aun entre infieles ha sido siempre el matrimonio cosa
sagrada y respetada de las gentes. Por eso decía Abimelec á
Isaac, quejándose amistosamente de él: «P o tu it coire quisquam
de populo cum u x o re tu a , et in d u x e ra s super nos g rande
peccatum ». Después de lo cual dió un pregón en todo el pue­
blo diciendo: «El que tocare á la mujer de este hombre, morirá
de muerte».
De Egipto tenemos varios fragmentos jeroglíficos y hieráti-
cos que confirman en un todo la relación de Moisés en este
punto. En el papiro de Orbiney se lee que, habiendo encon­
trado en las aguas del río un bucle de cabellos perfumados,
los escribas y sabios dijeron: «Es un bucle de cabellos de una
hija de R a -H a rm a ch is; la savia de todos los dioses se en­
cuentra en ella», y en el acto se ponen á buscarla, la que, una

(1) De, C ivitate dei, libro X V I, cap. X II. Lo m ism o rep ite en la o b ra co n tra
Fausto M aniqueo, que h a b ía ten id o la audacia de llam ar á A braham infam e tra ­
ficante con su m atrim onio, al cap ítu lo 38 del libro 22.
412 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

vez hallada, fué favorita de Faraón. Desde los tiempos de las


pirámides había esta costumbre en Egipto.
Todavía guarda más parecido con la aventura de Abraham
lo que se lee en un papiro hierático conservado hoy en el mu­
seo de Berlín. Según este documento antiquísimo, pues es an­
terior á la llegada del patriarca al país del Nilo, un obrero, á
quien cierto inspector embargara su asno, reclamó contra el em­
bargo ante el gran intendente M eru iteu s, el cual, después de
varias peripecias, elevó la causa al tribunal supremo del rey
N eb -K a -R a , de la dinastía undécima. Después de un interro­
gatorio del interesado, el rey dio la sentencia en estos términos:
«El rey dice: No responde á nada de lo que se le pregunta; que
se nos haga una relación por escrito; nosotros comprenderemos
entonces la cosa; que su mujer y sus hijos sean del rey.....Que
se vele aún silenciosamente sobre este obrero, sobre su perso­
na. Tú harás que le den pan».
Habiendo pasado la mujer y los hijos al dominio del monar­
ca, los oficiales reales cuidaban, lo mismo que con Abraham, de
las necesidades del marido; y así continúa el texto del papiro:
«Se le mandó dar un pan y dos vasos de hak (especie de cer­
veza) por día. El gran intendente M eruiteus hizo que se lo en­
tregara su mayordomo. Este fué el que se las dió. El gran in­
tendente M eruiteus envió recado al H a k del país del campo de
la sal, para que hicieran panes para la mujer de este obrero
rural, tres para cada día» (1).
Hoy, después de los descubrimientos modernos hechos en
Egipto, se ve con toda evidencia lo que no pudieron conocer
nuestros padres; esto es, que el cuadro trazado por Moisés de
las costumbres de aquel reino con motivo de la emigración de
Abraham, es exactísimo hasta en sus menores detalles, cayén­
dose á pedazos las dificultades suscitadas por el racionalismo

(1 ) C h a b a s , L es p a p yru s hiératiques de B e rlín , récits d 'il y a quatre mille ans,


E l m ism o C habas com para este hech o con lo re fe rid o de A b rah am en el
G énesis.
A BRAHAM 413

contra el escritor inspirado, como se cae la carne del cuerpo


de un leproso. A muchos ha parecido inverosímil el favor con
que en la corte de Faraón fuera tratado nuestro patriarca, y más
suponiendo que su arribo al país fuera anterior á la invasión de
los pastores y bajo el imperio de una dinastía indígena. No
obstante, es enteramente conforme á la costumbre egipciaca, lo
mismo que el robo de Sara; como lo comprueban los dos he­
chos siguientes. El primero es una pintura hallada en los se­
pulcros de B en i-H a ssa m , que recibieron este nombre de una
antigua tribu árabe así llamada, que ocupó mucho tiempo aquel
paraje, situado sobre la margen oriental del Nilo y á igual dis­
tancia próximamente de Tanis y de Tebas. Son muy interesan­
tes los hallazgos hechos en aquellos panteones, porque no so­
lamente se refieren á escenas de la vida religiosa, sino que
también representan ]a vida ordinaria, como cazas, luchas,
danzas; donde no están los egipcios, como en otros monumen­
tos, rígidos y sin vida, sino al contrario, llenos de vigor, de
vida y de gracia.
* En aquella pintura (véase el grabado) está representado el
' arribo de emigrantes asiáticos á Egipto y el homenaje prestado al
gobernador del país, K hnum -hotep, gran dignatario de la corte
y pariente del rey. El caso sucedió poco tiempo antes de la llegada
deAbraham, en el reinado de Osortesen I I , de la dinastía duo­
décima. Es un jefe nómada que llega á Egipto pidiendo la pro­
tección del gobernador. Llámase ^dak, ó príncipe y jefe de tribu,
y los que la componen A m u , nombre que designa á los pastores
de Arabia y Palestina. El nombre propio del H a k es el A bschah,
que tiene un significado semejante al de Abraham, que quiere
decir «padre de la muchedumbre», como Abschah «padre de la
arena». El jeque y sus gentes tienen marcados rasgos semíticos
en las pinturas de Beni-Hassan (1). La semejanza de nombre y

(l) O a m p o i x i ó n , Monumens de VEgypte et de la Nubie, se equivocó to m a n ­


do estas figuras po r griegas. P u e d e n verse rep ro d u cid as en colores en Prisse
d'Avenues, Histoire de l'a rt d'Egypte, to m o II, lám in a 47.
EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

de significado entre ambos personajes ha llevado á algunos

egiptólogos hasta la identificación de Abraham y Abschah; pero


si hoy por hoy no puede asegurarse con fundamento sólido que
ABRAHAM 415

el Abschah de Beni-Hassan sea el Abraham del Génesis, al me­


nos se colige con certeza que este último pudo ser tan bien
recibido en los dominios faraónicos como lo fué el primero.
Ofrece presentes Abschah, según la costumbre, y son recibi­
dos en audiencia con todos los honores con que se reciben las
personas de distinción; un escriba hace la presentación, y detrás
del gobernador lleva un paje las sandalias, que no se quitaban
sino en las recepciones de ceremonia.
El hambre fué la causa, según las inscripciones jeroglíficas
de Beni-Hassan, de la emigración á Egipto de los A m u. El
mismo oficial de Osortesen es quien lo cuenta en la relación
que acompaña la precedente representación de los extranjeros;
pues haciendo el relato de sus buenas obras, dice que, cuándo
predominaba el hambre, procuraba hacer bien á lodos los ne­
cesitados, cultivando los campos y dándoles para cubrir sus
atenciones.
La historia de Sineh es una nueva confirmación de lo que
venimos afirmando respecto al favor que los semitas podían
prometerse de los egipcios hacia los tiempos de Abraham. No
se sabe á punto fijo si este Sineh era un A m u como A bschah ,
ó bien un egipcio. Vivía en tiempo de los dos primeros reyes
de la dinastía XII A m enem ha y Osortesen, entrando á ser­
vir á los m onarcas y siendo elevado á las dignidades más al­
tas. Luego huyó de Egipto y residió mucho tiempo en Pales­
tina; entró de nuevo á servir en palacio, y llegó á ser «conse­
jero entre los oficiales del rey, entre los elegidos; se le conce­
dió la presidencia entre los cortesanos; se hospedó en una
casa de príncipe y se preparó un sepulcro en medio de las
sepulturas de los grandes oficiales». G oodw in, que tradujo el
papiro donde está escrita la historia de Sineh, observó ya la
analogía que guarda con lo que de Abraham refiere Moisés, y
mejor aún con la historia de José, que será objeto del capí­
tulo siguiente.
Copiando el texto sagrado, vimos antes los regalos hechos
416 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

á Abraham por Faraón, acerca de los cuales tam bién la críti­


ca alem ana ha dado su parecer por medio de Bohlen, uno de
los más célebres racionalistas. Este crítico cree encontrar en
la relación de los regalos de Faraón, según los describe Moi­
sés, una prueba irrefragable de la falsedad de la historia mo­
saica. Dice: «El narrador nom bra los animales de su patria,
que Abraham no podía recibir en Egipto. No le hace dar ca­
ballos, con ser muy abundantes en el valle del Nilo; en cambio
le hace dar ovejas, que son tan raras como los camellos en
las marismas de Egipto. Este país no produce camellos y, se­
gún el testimonio de los antiguos, tampoco asnos, que eran
detestados á causa de su color». Así argüía la ignorancia
mezclada con la malicia en 1837. Hoy estas objeciones ape­
nas si merecen una desdeñosa sonrisa, pues precisamente los
regalos de Faraón al patriarca hebreo son una de las pruebas
más patentes de la verdad histórica del hecho referido, así co­
mo del gran cuidado con que escribía estas cosas el autor del
Génesis. Examinemos á la luz de los m onumentos egipcios
cada uno de los dones entregados á Abraham , comenzando
por las ovejas, que son las prim eras en la relación de Moisés.
Sobre los monumentos de la dinastía XII aparecen esculpi­
das las ovejas, san. Un propietario poseía él solo 3.208 cabe­
zas, según refiere la inscripción de un sepulcro de la gran pi­
rámide. El dios N u m ó Khnurn aparece en una multitud de
monumentos con cabeza de carnero. El ya citado Aven-
nes ha publicado una estampa de cierto bajo relieve de Gur-
nah, que representa un carnero doméstico con la lana (1).
Wilkilson ha descubierto en uno de los panteones de las di­
nastías más antiguas, en Gizeh (véase el siguiente grabado),
otro bajo relieve donde aparecen rebaños de bueyes, asnos,
cabras y ovejas, guiados por sus pastores. Debajo de cada gru­
po se lee el núm ero de cabezas, á saber: bueyes de larga cor­

(1 ) Ch a b a s, E tu d es sur l'antiquiié historique, p á g . 3 9 6 .


417

namenta, 834; vacas con sus becerros, 220; machos y cabrás,


3.234; asnos, 760; y ovejas y carneros, 974. Con sólo este
monumento queda refutada la impiedad racionalista, puesto

que en él se hallan todas las especies de animales dadas á


Abrahám, fuera de los camellos.
Vienen los bueyes después de las ovejas, llamados en Egipto
27
418 EGIPTO Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

aúa, donde estuvieron siempre muy considerados y existieron


en gran número desde los primeros tiempos del imperio. Ya el
geólogo Lyel (1) atestiguó que en las excavaciones mandadas
practicar en el Delta del Nilo por H ekekia n -B ey se encontraron
las osamentas de aquellos rumiantes á gran profundidad. Y
aunque no podamos estar conformes con las consecuencias
que de ahí deduce á favor de la antigüedad del hombre, pues
flaquean del todo sus cálculos, el hecho de la existencia de
bueyes en aquel país no queda menos demostrado. De ellos se
servían los antiguos egipcios para los mismos usos á que los
destinan los modernos, según atestiguan los monumentos figu­
rados. En una inscripción de la dinastía XII se vanagloria cier­
to funcionario, llamado A m eni, de haber reunido en el nomo
(provincia) de donde era gobernador, 3.000 vacas con sus bece­
rros (2). Para arar, .empleaban los egipcios de ordinario el
buey, y la leche de vaca era uno de los principales alimentos
del pueblo, sirviendo además para las ceremonias del culto.
Diodoro de Sicilia nos ha transmitido la noticia de que todos los
días ofrecían á Osiris los sacerdotes 360 vasos de leche, si­
guiendo las antiguas costumbres (3). Durante el Nuevo Impe­
rio había funcionarios encargados de la inspección de los toros
y vacas que pertenecían á la propiedad de Ammon. El escriba
Arm a, cuyo sepulcro fué descubierto en G urnah, cuidaba de
cuanto se refería á los productos lácteos de aquella divinidad,
según consta de la inscripción. Por último, ¿quién ignora que
una de las principales divinidades egipcias era el buey Apis?
El asno es él tercero de los presentes hechos á Abraham por
Faraón, del cual animal dice el racionalismo que era detestado
por los egipcios. A a , el asno, era muy conocido en el valle del
Nilo desde los tiempos del Antiguo Imperio. Los papiros lo

(1) L ’nncianité del home prouvé par la geologic; P arís, 1870, pág. 41.
(2) B ir c h , On a rem irka b le inscription o f the X I I d yn a sty (sobre una nota­
b le in scrip ció n de la d in a s tía X II).
(3) I, 22. P u ed e verse á C habas en los Papiros hieráticos de B e r lín , pág. 47,
ABRAHAM 413

mencionan con frecuencia y se halla representado además en


Beni-Hassan y muchos grupos de los mismos en los sepulcros
de las pirámides. En el de O erklu, de la quinta dinastía, hay
un egipcio sentado sobre una silla que llevan dos pollinos re­
unidos, y sobre asnos llevan también los A m u , de que habla­
mos antes, sus chiquitos y sus enseres. La reina de P u n t era
asimismo llevada sobre los lomos de un burro, y el grupo je­
roglífico, que representa un rebaño, está determinado algunas
veces por el asno y el cerdo (1). Los egipcios, por su parte, se
vanaglorian en sus epitafios de haber poseído millares de asnos.
Schafra-A nh, elevado funcionario en la corte del fundador de
la segunda pirámide de G izeh, poseía 760 burros. En la sección
egipcia de la Exposición universal de 1867 vieron todos un
bajo relieve del sepulcro de T i, de la dinastía V, que represen­
taba una m anada de jumentos. De manera que no debió cos­
tar gran cosa á Faraón juntar unos cuantos pollinos para en­
tregarlos á Abraham (2).
Todavía hoy es en Egipto el asno uno de los animales que
prestan al hombre mejores servicios, y ellos suelen ser la mon­
tura de los que viajan á Alejandría, porque en Oriente no tie­
nen tan mala fama como en Europa, y allí, el llamar pollino á
alguien, lejos de ser un insulto, se considera como una galante­
ría. «El asno, dice Laborde (8), es un animal noble en Oriente,
y así fué considerado en todo tiempo».
Queda, por consiguiente, resuelta la dificultad movida por la
crítica racionalista contra las tres primeras especies de anima­
les dadas á Abraham por Faraón. Más difícil es lo relativo á los
camellos, que, según el relato bíblico, fueron también regalados

(1) C h a b a s , Etudes sur l'antiquité historique, p á g . 404.


(2) L e n o r m a n t , Prem ieres civilizations, tom o I, pág. 300, donde re fu ta á R i-
char Owen, que h a b ía sostenido, en presencia de la A cadem ia da las C iencias,
al volver de E gipto en 1809, que ni el asno ni el caballo se e n c o n tra b a n en los
monumentos figurados de aq u e lla nación.
(3) Comentairegeografiqae sur l'E xode et les Nombres, p á g . 4 0 .
420 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

al marido de Sara. Ramo,al, el camello, se encuentra pocas


veces en los monumentos egipcios. ¿Esto es una señal de que
carecían de ellos, ó al menos que había pocos en el reino y,
por lo mismo, que no parece probable que fueran objeto de
donación? Así lo han creído algunos egiptólogos, entre ellos el
tantas veces citado Chabas, por más que reformara después su
opinión (1).
Seguramente que sería una deducción ilógica, porque de tal
ausencia nada se sigue, y pudiera haber razones, por nosotros
desconocidas hoy, que fueran suficientes á los egipcios de otros
tiempos para no representar el camello entre los animales que
tanto abundan en sus monumentos.
Otros animales hay que tampoco aparecen en ellos, no obs­
tante su abundancia en el país. Tal sucede con la gallina, que
ofrecía en gran número al dios A nubis, según lo atestigua Plu­
tarco (2), y con el gato, que pocas veces se halla. Algunas aparece
también el gallo; mas, al decir de Chabas (3), estas figuras son
del tiempo de los griegos. De esto se deduce que no por taita de
figuras de camellos en los monumentos egipcios hemos de de­
ducir la ausencia del animal del territorio. Ciertamente le ha­
bía en tiempo de los Tolomeos y durante el período romano.
En Citium se halló un trabajo egipcio que hoy está en el mu­
seo del Louvre y representa un dromedario en medio de egip­
cios. Otro vaso del museo de Bulaq representa un camello de
rodillas, aunque no parece anterior al reinado de los grie-

(1) In scriptions (les m ines ele or, 1862, donde dice: Lorsque la Genèse décrit
les présents donés A A braham p ar P haraon, elle se sert de une fo rm u le f amillare
a u x liabitans de la S yrie et de la Arabie, m ais certainem ent inexacte p u r l'Egypte,
en ta n t que des cham eaux son mentionés au nombre des a n im a u x, dont le peredes
H ebreux f u t g ra tifié », pág. 22.
E n sus E studios sobre la antigüedad histórica reconoce form alm ente que la
ausencia de cam ellos en los m o n u m en to s no p ru e b a la no ex isten cia de aquel
cu ad rú p ed o en E gipto, a d m itien d o como ex acta la n a rra c ió n de M oisés, pág. 408.
(2) D e Isid e et Osiride, 61.
(3) O bra ú ltim am e n te citad a, pág. 407.
421

gos (1). En la gran fiesta dada en Alejandría por Tolomeo Fi-


ladelfio, se veían carrozas tiradas p.or camellos, al decir de Ate­
neo, aunque no aparezcan en los monumentos representativos de
la misma. Por otra parte, es imposible, humanamente hablando,
que dejaran de usar estos animales los egipcios, habiéndolos
en tanta abundancia entre sus vecinos los árabes y sin los cua­
les son casi impracticables los desiertos del Africa.
Fuera de esto tenemos pruebas directas de la existencia de
este animal en el valle del Nilo; y no es la menos concluyente
la que resultó de las excavaciones del Delta m andadas practi­
car por h e k e k y a n -B e y ; pues entre los esqueletos y huesos de
otros cuadrúpedos, como los bueyes, según indicamos atrás,
se hallaron esqueletos de camellos á mucha profundidad. Lo
cual demuestra que era animal indígena del Egipto desde los
primeros tiempos del imperio (*2). Así es que los antiguos
textos jeroglíficos nos dicen que les enseñaban á danzar, co­
mo hacen hoy los piamonteses con los osos, y que se les em­
pleaba en el transporte de mercancías (3). El Éxodo habla del
camello como de animal doméstico cuando dice: «Mi mano
será sobre tus campos, y sobre tus caballos, y asnos, y cam e­
llos, y bueyes, y ovejas, una peste muy grave» (4). Entre
los tributos impuestos por Salm anasar al país de M u sri, esto
es; al Egipto, figuran los camellos, gam m ale sa sanari sirisi-
na, según se lee en el obelisco de Nimrud, de que hablaremos
más tarde. Ocurría esto por los años 857 antes de nuestra era;
pero no faltan asiriólogos que opinan no significar M u sri en
este pasaje al Egipto, sino la Bactriana. Si así fuera, de nada
nos serviría el texto de Salm anasar. Podemos prescindir de él
quedándonos con los datos anteriores, de los que consta la

(1) M a b i e t t e , Voyage dans la Hciute Egypte¡ tom o I, p ág. 80.


(2) L y e l , obra citada, pág. 41.
(3) C h a b a s , E tu d e s, etc., pág. 418.Véase el cap ítu lo sig u ien te de esto lib ro ,
art. 6, párrafo 3.o
(4) Cap. IX -3.
422 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

existencia en Egipto del camello; y ciertamente nada mejor


podía regalarse á un peregrino que hubiera de viajar por el
desierto que separa á Palestina de Egipto, pues no hay otro
animal más á propósito, siendo por lo mismo naturalísimo que
Faraón se los donara al que había sido su huésped, al tiempo
de partir.
No solamente ha pretendido la crítica racionalista zaherir á
Moisés por los animales que refiere haber entregado Faraón á
Abraham, sino por los que dejó de darle, como los caballos que
parecía muy natural entregara algunos, al menos para que sir­
vieran de escolta á su tribu en el regreso á Canaán. Esta omi­
sión es, por el contrario, una nueva prueba de la autenticidad
del Génesis y de la veracidad de su autor. ¿Cómo había de dar
Faraón lo que no tenía? Cuando Moisés vivió en Egipto, abun
daba allí la raza caballar, y, sin embargo, no se le ocurre poner
un mal jaco entre los presentes faraónicos. Como que en aque­
lla época no se conocían los caballos en Egipto. Los monumen­
tos egipcios nos enseñan que el caballo fué introducido en el
país de Mesraim por los H ykso s, ó pastores; y como la llegada
de Abraham fué anterior, mal podía el rey ofrecerle un animal
desconocido (1). En la escritura jeroglífica aparecen los caba­
llos por vez primera al tiempo de la décima octava dinastía,
empleándoles principalmente como animales de tiro para los
carros de guerra, m arkn b u ia , nombre de origen semítico que
prueba una vez más de dónde les vinieron á los egipcios.
Por eso en el Éxodo se nos dice que Faraón juntó sus carros
para perseguir á los israelitas. La mención de los caballos de
N a h a ra im (Mesopotamia) es, al decir de Chabas (2), tan anti­
gua en los monumentos egipcios como la del mismo caballo
indígena.
La Escritura Santa nos presenta á Abraham en Palestina, á

(1) L e n o r m a n t , Prem ieres civilizations, tom o I, pàg. 300.


(2) E tu d e s sur l’a ntiquité historique, pâg. 441.
ABRAHAM 4 ‘2*3

su regreso de Egipto, como un hombre muy rico, sobretodo, en


oro y plata. Un jeque árabe se considera rico cuando posee
ciento ó doscientas tiendas, de sesenta ó cien camellos y un
millar de ovejas y cabras. La riqueza pecuaria del patriarca de­
bía ser harto más considerable, cuando contaba entre sus cria­
dos 318 disponibles para tom arlas armas, sin que por eso per­
diera nada el estado de la ganadería; lo cual supone una multi­
tud de hombres al cuidado de los rebaños y un número casi
infinito, como dice la Biblia, hablando de sus descendientes
Rubén y Gad (1), de cabezas de ganado de todas clases. He­
mos dicho que para la custodia de 25.000 cabezas de merinas
tiene la señora condesa de Bornos 120 pastores, y suponién­
doles que tuvieran consigo sus propias familias, como aconte­
cía y aún sucede en Oriente, resultarían 480 personas de am­
bos sexos. Mayor, sin género de duda, era el contingente de
hombres que formaba la tribu de Abraham, para que pudiera
disponer libremente de 318 aptos para las armas. Añádase que
el exceso de ganadería obligó al patriarca á separarse de su so­
brino Lot, para evitar las reyertas entre los pastores de uno y
otro, por no poder estar juntos los rebaños á causa de los pas­
tos, insuficientes para tanto ganado.
Todavía hoy es frecuente entre los beduinos la fracción de
las tribus por la misma causa.
Con todo lo dicho, no era la principal riqueza de Abraham
la ganadería, sino el dinero que había recogido con grande
abundancia en Egipto, ya que la Palestina era escasa en estos
metales. El papiro hierático de Berlín, al enumerar las produc­
ciones. de la Palestina del sur, no pone entre sus riquezas el
oro ni la plata, señal de que no abundaban en aquel país. Eso
no obstante, Moisés, en el capítulo XIII del Génesis, después de
decir en el versículo primero: «Subió, pues, Abraham de Egipto,
él y su mujer y todo lo que tenían, y con él Lot....», añade en

(1) X um ., X X X II-1 .
424 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

el segundo: «E ra t autem d i v e s v a l d e in possesione auri et


argenti». Habíase, pues, enriquecido con el oro y plata del Egip­
to, ya por las ventas de sus ganados, ya también por las dádivas
de Faraón y su corte.
La egiptología viene muy oportunamente á corroborar lo que
Moisés indica, demostrando que en aquel tiempo abundaba en
Egipto el oro, y también, aunque no tanto, la plata. Reinando
la dinastía XII, poco tiempo antes de la llegada de Abraham,
los egipcios explotaban las minas de oro y de plata, que eran
un verdadero manantial de riqueza. En el reinado de Ame-
nemha 1 estaban arreglados con toda regularidad los lavaderos
de oro de la Nubia. Durante la misma dinastía se escribió una
inscripción conocida por el título de E stela del ham bre, y en
ella un funcionario, llamado A m eni, cuenta que fué enviado á
Etiopía y que de allí trajo al rey mineral de oro (1). A Osor-
tesen I le traían también oro de Etiopía las expediciones mili­
tares; y los príncipes de Kuscli, ó sea de Etiopía, tenían entre
sus títulos el de «intendentes del país del oro». Desde las pri­
meras dinastías es conocido en Egipto un empleo con el nom­
bre de «vigilante de la casa del oro», y el nombre de este me­
tal, nub, se encuentra en casi todos los monumentos antiguos
y modernos, de donde sin duda viene el nombre de Nubia
dado á la parte septentrional de Etiopía, como si dijéramos, país
del oro. Los artistas egipcios sabían desde muy antiguo, no
solamente fundir los metales preciosos, sino hacer obras de
orfebrería que, aun hoy día, honrarían á cualquier platero. Ame-
nemha I construyó un gabinete de oro con lapislázuli y bronces
y piedras preciosas. Al finalizar el Imperio Antiguo, todas las
urnas funerarias estaban enteramente doradas (2).

(1) C h a b a s , ob ra citada, pág. 132.


(2) Records o f the p a st (re c u e rd o s de lo p asado), tom o VI. A llí puede verse
el g ran pap iro H a rris, que co ntiene los an ale s de R am sés I I I , y en ello s la mul­
titu d de vasos de oro y p lata ofrecidos p o r este rey á los dioses, principalm ente
las su m as totales, á la s págs. 37, 38, 39 y 49.
ABRAHAM 425

Los faraones á quienes de regiones apartadas llevaban el


oro, solían hacer presentes valiosos á los dioses, y lo distri­
buían liberalmente á sus fieles servidores (1). Conviene con­
servar el dato siguiente, que nos explica, por modo clarísimo,
las liberalidades de Faraón con el peregrino caldeo. Leemos: «Que
se le cubra de oro el cuello, las espaldas y las piernas, porque
ha ejecutado las órdenes del rey en todas las cosas». Y para
mayor expresión, hay un cuadro donde se representa á los
criados de % hou-en-A ten, que era el donante, llevando un
gran número de collares y anillos de oro al oficial recompen­
sado tan generosamente, llamado M e ri-R a (2). «Que le den
gran cantidad de oro, dice en una de sus inscripciones Seti I ,
al fiel % or-% em » (3).
Junto con el oro recibió plata del rey de Egipto nuestro padre
Abraham; y aunque no tan abundante como el oro, era sin em­
bargo conocida desde muy antiguo con el nombre de nabhet,
oro blanco. El museo de Ley de posee una diadema de oro y plata,
que perteneció al faraón E nte/, de la dinastía XI, y el de Lou-
vre un collar, también de plata, con un ojo de Osiris. Esto no
quiere decir que Abraham desconociera la existencia de meta­
les preciosos, puesto que los había en Caldea á su salida de
allí, aunque no con tanta abundancia como en Egipto.
Falta que digamos dos palabras acerca de la circuncisión,
antes de acompañar á Palestina al patriarca caldeo. Los racio­
nalistas están contestes en que Abraham aprendió á circunci­
darse en Egipto, donde ya se practicaba la circuncisión antes
que él llegara, y niegan, en consecuencia, el origen divino de esta
marca que había de distinguir á los hebreos del resto de los
pueblos. En lo cual no hacen sino seguir las huellas de Voltai-
(1) P uede co n su ltarse á L e d r a i n : Un g ran seigneur fe o d a l clans la m oyen-
ne Egy¡)te, en E l Contemporáneo de A b ril de 1876, acerca de la a b u n d a n c ia de
oro en los tiem pos de la d in a s tía X II y la d istrib u c ió n que se le daba.
(2) E b e r s , JE gypten u n d die B ücher Mose (E l E gipto y los lib ro s de M oisés),
tomo I, p á g . 271.
(3) C habaS j Inscriptions des m ines d'or, pág. 3.
426 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

re, que lo mismo en la F ilosofía de la historia, que en la B i­


blia e x p lic a d a , asegura que los hebreos recibieron de los egip­
cios la circuncisión. Examinemos primero la cuestión de hecho,
y después veremos la de derecho.
En el capítulo XVI del Génesis dice Dios á Abraham: «Este
es mi pacto, que observaréis entre mí y vosotros, y tu descen­
dencia después de tí: será circuncidado de vosotros todo varón.
El niño de ocho días será circuncidado entre vosotros.... El va­
rón de cuyo prepucio no fuera circuncidada la carne, será bo­
rrada su alma de su pueblo, porque hizo írrito mi pacto». En
el libro de Josué, después de haber circuncidado en Gálgala al
pueblo, dijo Dios al caudillo hebreo: «Hoy quité de vosotros el
oprobio de Egipto». El profeta Jeremías, al capítulo IX, versos
25 y 26,. escribe: «Días vienen, dice el Señor, y visitaré sobre
todos los que tienen circuncidado el prepucio; sobre Egipto y
sobre Judá y sobre Edom; y sobre los hijos de Ammón y sobre
Moab y sobre todos los que se cortan el cabello, que habitan
en el desierto. Porque todas las gentes tienen prepucio; pero
toda la casa de Israel son incircuncisos de corazón». Ezequiel,
al capítulo XXXI, verso último, se expresa así: «¿A quién te com­
pararé, oh ínclito y sublime?.... Dormirás en medio de los incir­
cuncisos con los que perecieron al ñlo de espada; ese es Faraón
y toda su muchedumbre, dice el Señor Dios». Casi lo mismo
repite al finalizar el capítulo siguiente.
De estos textos se deducen claramente dos consecuencias: la
primera es, que Abraham se circuncidó por mandato divino, no
por imitar á los egipcios; la segunda es, que en los tiempos de
Josué, de Jeremías y de Ezequiel, el pueblo egipcio era incircun­
ciso. Por otra parte, tenemos autoridades tan respetables como
Josefo, Orígenes, San Ambrosio y San Epifanio con Clemente de
Alejandría, que aseguran no se circuncidaban entre los egipcios
más que los sacerdotes y los sabios, hasta el punto de tenerse
que someter Pitágoras á esa dolorosa operación para que los
sacerdotes le iniciaran en sus misterios.
427

«Que los egipcios han practicado desde la antigüedad más


remota la circuncisión, es un hecho, dice Chabas (1), de
que no nos permiten dudar ios monumentos». J. Wilkilson
añade que las representaciones figuradas establecen su exis­
tencia desde la IV dinastía, 2400 años antes de la era cris­
tiana. Thomsom, al contrario, supone que los sacerdotes egip­
cios aprendieron de José el rito de circuncidarse. ¿Quién, pues,
la tomó de quién? ¿Los egipcios de los hebreos, ó viceversa?
¿Quién fué el primero que se circuncidó? En nuestro pobre
juicio, todavía no hay datos suficientes para resolver esta cues­
tión de hecho, separándonos del dictamen del ilustre Vigou-
roux, que la da por resuelta en favor de la primacía de los
egipcios (2). Lo que sí nos atrevemos á afirmar, en vista de
los testimonios escriturarios citados, es que en Egipto debió
estar muy limitada la circuncisión, cuando al pueblo, en gene­
ral, se le llama incircunciso. Queda, por consiguiente, todo ello
reducido á una cuestión de crítica histórica sobre la prioridad
del que usó de aquel rito.
Viniendo ahora á la cuestión de derecho, diremos que im ­
porta bien poco, para la veracidad y autenticidad del Génesis,
el averiguar si Abraharn ó los hijos de Misraim inventaron la
circuncisión. El texto sagrado nada afirma sobre el particular,
limitándose á consignar el precepto impuesto por Dios á su
fiel siervo. Y así como nada arguye contra el culto público
establecido por Moisés el que antes de él lo tuvieran los pue­
blos todos, tampoco significaría nada contra la circuncisión
del pueblo hebreo el que antes de su formación estuviera ya
en vigor en Egipto. Seguramente antes de Moisés, había tem­
plos y sacrificios y sacerdotes. ¿Quiere decir esto que el legis­
lador hebreo no m andara hacer un tabernáculo, ni estableciera
los ritos para los sacrificios, ni consagrara sacerdote á su her-

(1) D e la circuncisión chez les E g y p tie n s, en la R evista Arqueológica de 1861.


(2) L a B ible et les decubertes modernes, libro II, cap. IV.
428 E G IP T O y ASIR IA R E S U C IT A D O S

mano Aarón? Mal arte se daría á discurrir quien así lo afirma­


ra. Antes de Jesucristo era conocido el bautismo y la unción:
¿habrá alguno tan falto de lógica que pretenda inferir de ahí
que el Salvador no instituyó el sacram ento del Bautismo y el
de la Extrem a Unción? Lo mismo ocurre en nuestro caso. Ad­
mitamos que los egipcios se circuncidaban antes de Abraham;
¿luégo éste tomó de aquéllos la circuncisión? La consecuencia
flaquea y no puede sostenerse, pues hay aquí la falacia, que
llaman los lógicos, de causa no causa, por donde todo el mun­
do rechaza aquel principio de hoc post hoc, ergo p ro p ter hoc.
Tanto más, cuanto que Abraham tardó muchos años en
circuncidarse después de salir de Egipto. Cuando se circuncidó
tenía 99 años, cuando nació Ismael 86 y ya hacía tiempo que
peregrinaba por Palestina al nacimiento del hijo de su esclava.
De modo que no pasarían menos de 20 años entre la salida del
hijo de Taré de la corte de Faraón y el acto de la circuncisión.
¿Hubiera tardado tanto si se tratara de una simple imitación
del rito egipcio? Además, entre la circuncisión egipcia y la
hebrea hay notables diferencias. Los hebreos debían circun­
cidarse todos; los egipcios no estaban todos circuncidados; los
hebreos lo hacían á los ocho días después del nacimiento del
niño; los egipcios dilataban esta operación hasta después de
los seis años y hasta los catorce, según el testimonio de San
Ambrosio (1). Los chicos que aparecen circuncidándose en un
bajo relieve del templo de Khons, y que bien pudieran ser los
hijos de Ram sés II, indican tener de 6 á 10 años, lo cual está
conforme con la actual costumbre egipcia. Los hebreos circun­
cidaron siempre y solamente á los varones; entre los egipcios
sufrían también esta operación las hem bras, al decir del mismo
Santo Padre; y aun hoy se circuncidan las m ujeres egipcias,
como lo atestigua Lañe (2). Tanto los egipcios como otros

(1) D e A braham , lib ro II, cap. X I.


(2) M odern E g y tia n s, tom o I, pág. 73.
ABRAHAM 429

pueblos circuncisos, que no fueron oriundos de Abraham ,


veían en la circuncisión una práctica higiénica; mientras que
los descendientes del patriarca lo hacían por un motivo reli­
gioso y un fin moral de la mayor transcendencia; siendo además
peculiar en los hijos de Israel la imposición de nombre en el
acto de circuncidar.
Concluyamos, pues, que, sea cualquiera el origen histórico de
la primera circuncisión, tiene y tuvo entre los hebreos un ca­
rácter particular, que no se descubre en otros pueblos, por más
que hayan practicado ó practiquen esta operación sangrienta.

a r t íc u l o v

Abraham en Palestina.

Dejando ahora la ribera del Nilo, vamos á seguir al padre de


nuestra fe á la tierra que Dios le prometió para sus descendien­
tes, y en donde, llegada la plenitud de los tiempos, había de
tomar carne el Verbo Divino; á cuya venida se encamina toda
la historia de Abraham y del pueblo escogido, que trae su ori­
gen del hijo de Taré. No serán ahora los ladrillos de caracteres
cuneiformes, ni los jeroglíficos egipcios, los que den testimonio
de la veracidad y exactitud de Moisés al describirnos la vida
nómada de Abraham en la Tierra Santa, no; van á ser los ha­
bitantes que hoy pisan aquellos mismos sitios por donde andu­
vo hace 4000 años el peregrino caldeo, quienes nos digan si
es posible que Moisés describiera con más exactitud ni pintara
con más vivos colores las costumbres patriarcales y los hechos
que se iban desarrollando en Palestina, mientras vivió en ella
el patriarca Abraham; y fuera de uno, cuya confirmación he­
mos de ver demostrada por la Asiriología, todo lo demás que
se refiere al tiempo de peregrinación ele Abraham en las m ár­
genes del Jordán se halla hoy plena y enteramente conforme
con lo que allí sucede.
Entre el Oriente y el Occidente hay en esta parte la misma
430 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

diferencia que entre lo fijo y lo movible; pues mientras aquí


todo absolutamente ha cambiado, allí todo se conserva como
hace miles de años. Los españoles de ahora no somos como
los de Numancia, ni siquiera como los del tiempo de Augusto;
nuestras ciudades, nuestras villas, nuestros vestidos, nuestro
género de vida es enteramente distinto del que tenían nuestros
mayores, y uno en pos de otro van cayendo en desuso, absor­
bidos por la moda, los usos más venerados. Roma ocupa el
mismo sitio en las siete colinas que á la llegada de Eneas; pero
ni los romanos de hoy se parecen en nada á aquellos célebres
guerreros que conocemos por la historia, ni tienen parecido al­
guno con los que robaron las sabinas, ni aun con el pueblo rey
de los tiempos de César, ni siquiera con el envilecido del im­
perio de Diocleciano. Otro tanto sucede con los griegos. ¿Qué
ha sido de los antiguos atenienses y espartanos que llenaron
el mundo con la fama de sus proezas? Quedan de ellos los es­
critos, los monumentos artísticos, y nada más. Las costumbres
de aquellos pueblos perecieron con ellos, y si no fuera por las
relaciones históricas, nada sabríamos del modo de ser que te­
nían, puesto que el de hoy no nos dice lo que fué el de ayer.
Todo lo contrario sucede en Oriente. Allí el pastor árabe de
nuestros días es lo que eran sus ascendientes, quizá desde el
origen de las tribus. En Palestina parece que viven aún sus
viejos habitantes, pues los actuales visten poco más ó menos
lo mismo que aquéllos, tienen una lengua poco diferente, con
la misma fraseología, el mismo tono, los mismos hábitos é
idénticas costumbres. Aún podemos estudiar á Abraham dentro
de su tienda, y á Sara cociendo el pan para sus huéspedes, y á
Rebeca sacando agua del pozo para que beba el viajero sedien­
to, y también la cabalgadura que le conduce sobre sus lomos.
Y con todo eso apenas se había notado esta identidad de vi­
da entre los antiguos y modernos orientales, que tanto puede
servir para aclarar algunos pasajes de los Libros Santos, princi­
palmente del Génesis, cuyos cuadros de la vida patriarcal se
ABRAHAM 431

están repitiendo hoy mismo en aquellos parajes donde Abraham


apacentaba sus ovejas, y lo mismo sus hijos, nietos y descen­
dientes. Durante las Cruzadas, cuando los latinos estuvieron
apoderados del Oriente, que parecía la ocasión más propicia
para esta clase de estudios comparativos, fuera por el continuo
guerrear de los cristianos contra los musulmanes, íuera por
otra causa, es lo cierto que tampoco se fijaron en ello los es­
critores que nos han transmitido noticias de aquel imponente
levantamiento de la incipiente civilización europeo-cristiana
contra la barbarie muslímica. Mas en nuestros días, con el des­
pertar de la afición á los viajes, el Oriente ha sido recorrido en
todas direcciones y estudiado en todos sus aspectos, habiéndose
descubierto la identidad de la vida nómada de los beduinos
con la que hace muchos siglos hacían allí los progenitores de
los hebreos. Así es que apenas se encuentra en el Génesis un
episodio, un rasgo de la vida patriarcal de Abraham y sus hijos
que no se halle confirmado con lo que dicen los viajeros y ex­
ploradores de aquellos países.
La costumbre de contraer matrimonio dentro de la misma
tribu y aun entre próximos parientes, que vemos en el Géne­
sis, cuando Abraham envía á Mesopotamia á su mayordomo
para que busque una esposa á su hijo Isaac, sucediendo lo mis­
mo con Jacob, casado con dos primas hermanas, y el pesar y
sentimiento manifestado por los padres de éste por causa del
matrimonio de Esaú con una cananea, dura todavía en aquellas
tierras, hasta el punto de que un padre solamente concede su
hija al extranjero, cuando no ha encontrado marido para ella
entre los propios (1). Y en ciertas tribus, al decir de Seetzen,
nunca los miembros de ellas tom an esposa de otra parte. Fre-
cuentísimamente se repiten en las tiendas árabes las discor­
dias que refiere el inspirado escritor entre Sara y Agar, entre

(1) L a ñ e , M anencrs and customs, e tc . U s o s y c o s tu m b r e s d e lo s m o d e r n o s


egipcios, tom o I, pág. 215.
432 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

Rebeca y Lia, y eso que si en el primer caso se trataba de una


esclava con su señora, en el segundo eran dos hermanas (1).
Guando una caravana emigra en busca de nuevos pastos,
carga sobre los camellos toda la riqueza que posee, como se
refiere de Abraham en el capítulo XII del Génesis, inclusas las
personas, el anim as quas fe c e ra n t in H a ra n , dice el texto sa­
grado. Los rebaños de cabras, ovejas, bueyes, asnos y otros
animales, van custodiados por los pastores, y éstos dirigidos
por el jeque vestido de púrpura con una larga lanza en la ma­
no en señal de autoridad. De la púrpura de los jefes de tribu
ya se hace mención en el libro de los Jueces (VIII-2 6).
Hablando del modo de vestir de los árabes, dicen las M is­
sions Catholiques: «El vestir de los árabes (se refiere á los
africanos), si no se remonta hasta Abraham, es al menos el de
los anacoretas de los primeros siglos de la Iglesia. Simple tú­
nica de lana, especie de manto sostenido en la cabeza por me­
dio de una correa de piel de camello; algunas veces un enorme
sombrero hecho de tiras de palmera; los pies descalzos ó á me­
dio calzar con un pedazo de piel de vaca sin curtir, atado á la
pierna por un bramante de junco. Las mujeres llevan el vestido
de las antiguas religiosas, poco más ó menos como se halla
hoy en las trapistinas, entre los carmelitas y entre las demás
Ordenes claustrales; bata sin talla, asegurada con un grosero
cinturón, escapulario ú otro vestido sin mangas y ligeramente
abierto por los costados; ancha toca formando babero, que las
mujeres de las ciudades hacen subir hasta los ojos; sobre la
frente una especie de capillo; un amplio mantón, que descansa
sobre la cabeza, semejante al velo y capa de las religiosas, las
cubre todo el cuerpo. En el campo las mujeres prescinden del
velo y del manto; pero la vestidura, que es poco más ó menos
la misma, no se distingue en otra cosa que en la falta de aseo.
Esto no impide á la mujer árabe adornarse con brazaletes, con

(1) L a y a b d , N in iveh and B abylon, p á g . 316.


433

aros en las piernas y con enormes hebillas de plata maci­


za» (1).
Añadamos á esta descripción de las árabes africanas, que sus
congéneres de Asia llevan hoy los mismos dijes que regaló á
Rebeca el mayordomo de su suegro; el nesen, ó anillo de oro
ó plata sobrecargado de perlas y de coral y colgado de la n a­
riz (2), collares y brazaletes para adorno del cuello y las m u­
ñecas (3).
Pero entre todas las costumbres hebreas merecen particular
atención dos, que describe el Génesis con bastante prolijidad,
dado su ordinario laconismo. Es una el recibimiento y hospe­
daje concedido en Mambre á los tres ángeles que iban á des­
truir las ciudades nefandas, y otra la compra hecha por
Abiaham de un sepulcro para enterrar á Sara su esposa. Am­
bas escenas ocurren cerca de Hebron, que tantos recuerdos
conserva aún hoy del santo patriarca, E i-K h a lil, como dicen
los árabes, el am igo de D ios, como le apellida la Escritura (4),
y en donde se conservan con mayor tenacidad las costumbres
antiguas. Hasta tal punto es exacto que, aun después de tantos
años, todavía es Hebron ciudad de refugio, como la declaró
Josué (XX-7), y según el testimonio del abate Laurent de Saint-
Aignan, todos los habitantes de E l-% halil tomarían las armas
en defensa del delincuente que se acogiera á su ciudad huyen­
do de la pena del Tallón, si los particulares ó el mismo gobier­
no pretenderán apoderarse de él (5). N a ss ir , que hizo la pe­
regrinación á Tierra Santa en el siglo XI, refiere que en Hebron,
en memoria de Abraham, todos los peregrinos reciben cada

(1) Les A rabes, 9 de M arzo de 1887. U n a cosa p a rec id a pone S tanley en la


relación de su viaje en busca de L ivingstone, págs. 11 y 12; P a rís, 1876.
(2 ) V e r n e t , Opinion su r certains rapports qui ex iste n t entre le costume des
anciens liebreux et celui des Arabes m odernes, pág. 573.
(3) S a u l c y , D iccionaire d 's A n tiq u ités bibliques, p á g . 94.
(à) 11 P aralip., X X -7; Isa i., XL1-8; Jacobi, 11-23.
(5) Le sepulcre de A braham et celui de Josué, pág. 15.
434 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

día un pan, una escudilla de lentejas y unos cuantos racimos


de uva pasa.
En el valle de Mambre, que está á media hora próximamen­
te de Hebron, fijó su tienda el patriarca hebreo, y allí recibió la
visita de los tres ángeles en figura hum ana (1). Mambre es
célebre por los terebintos, de los cuales hay uno que dicen
existía ya en aquella remotísima edad. Hoy lo enseñan á los
viajeros, siendo un árbol gigantesco, cuyo tronco mide 10 me­
tros de circunferencia, dividiéndose á la altura de 6 metros en
cuatro grandes ramas que vienen á formar una corona de 95
pasos en derredor. Flavio Josefo dice de él que los pue­
blos vecinos le tenían por tan antiguo como el mundo (2).
Eusebio asegura que existía en su tiempo el terebinto de Abra-
ham, tenido en gran veneración por gentiles y cristianos, no
sólo en recuerdo del patriarca, sino también de los ángeles que
se sentaron á su sombra (3). San Jerónimo habla igualmente
del terebinto de Abraham, y le coloca á dos millas de Hebron.
A la puerta de su tienda se encontraba E l-lih a lil, colocada
próxima al terebinto de que hablamos, cuando divisó á tres pe­
regrinos, saliéndoles al encuentro y ofreciéndoles un asiento á
la sombra del árbol y agua para lavar los pies. Era, dice el texto
sagrado, ¿n ipso fervore d iei, cuando más calor hacía. Por eso
no les invita á entrar en la tienda, sino á la sombra del tere­
binto, pues en el tabernáculo debía haber un calor sofocante
por falta de circulación del aire, y por lo mismo el amo estaba
á la puerta.
En el campamento de una tribu nómada se distingue de
todas las demás la tienda del jeque, y cuando los viajeros que
se acercan tienen aire de nobleza, la urbanidad del desierto
pide que salga á su encuentro el cabeza de tribu, mientras que

(1) Génesis, X I I I - 18, X V III-1.


(2) D e bello judaico, libro V, cap. 7.
(3) Génesis, X V III-4 .
AB RAHAM 435

en otro caso les recibe á la entrada de su tienda, bastando que


se levante de su asiento para saludarles. No de otra manera
proceden los beduinos con las personas de distinción; entonces
las leyes de hospitalidad observadas con tanto rigor en Oriente,
que confunden el concepto de hospitalario con el de beduino,
dice Burckard (1), exigen que el señor salga al encuentro de
los visitantes, les adore postrado en tierra ó cuando menos in­
clinándose profundamente, les lleve á la tienda, dándoles algu­
nas palmaditas en las espaldas en señal de bienvenida y pasan­
do el brazo derecho alrededor de la cintura del huésped. No
se le hacen preguntas, sino que se les ofrece agua para lavarse
los pies cubiertos del polvo del camino. Así. leemos que lo hizo
Lot con los tres ángeles en Sodoma, Labán con Eliezer en Ha­
rán, José con sus hermanos en Tanis, y otros muchos perso­
najes del Antiguo Testamento.
A seguida se prepara la refección conveniente para que el
viajero recobre las fuerzas perdidas con el cansancio del
camino. En Oriente todos los días se cuece el pan necesario
para la familia, siendo las mujeres las encargadas de esta
faena. También en Asturias y Santander, cuecen las familias
pobres el pan que necesitan para el día; y al efecto, preparada
convenientemente la harina de maíz, hacen una gran hogaza,
en forma de tortas que, cubiertas con hojas de nogal ó de
castaño, se colocan sobre la piedra caliente del hogar y se
cubren con rescoldo, hallándose al poco tiempo en disposición
de servir para el alimento. Esto mismo hizo Sara con los tres
huéspedes de su marido, quien, en señal del gran aprecio en
que los tenía, escogió uno de sus mejores becerros y mandó
á sus criados que lo preparasen para la mesa. Ordinariamente
es un cabrito ó un cordero lo que se sacrifica en obsequio
á los recién llegados, y solamente en ocasiones solemnes
se mata un becerro, como leemos en la parábola del hijo p ró ­

(l) Notes o)i tlie B edouins, to m o I, pág. 338,


436 EG IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

digo (1). La carne asada suele comerse colocándola sobre


un trozo del pan recién cocido y mojándolo en manteca de
vaca ó grasa derretida, sin usar de tenedor ni otro instrumento
que los dedos. También en las citadas provincias comen la
borona caliente, mojándola en la leche ó untándola con man­
teca. Por último, una escudilla de leche de camella sirve como
de postre á esta antiquísim a y frugal comida de los nómadas
de Oriente.
He aquí cómo describe una revista inglesa (2) el ban­
quete ofrecido á un viajero alemán por el jeque árabe de
Sum eil-el-kalil á la entrada noroeste de la llanura de Sephe-
lah: «El jeque, con sus criados, nos colmó de cumplidos, y
para llenar en todo los deberes de la hospitalidad, quiso que
nos preparasen un borrego; pero nosotros rehusam os este
honor, contentándonos con pan caliente y^ algunos huevos
nadando en manteca medio líquida y con una escudilla de
leche». Por último: para completar el cuadro, diremos que el
jefe, aunque tenga muchos criados y no sirva él inmediata­
mente á la mesa, acom paña á los huéspedes, estando de pie
m ientras ellos comen, según leemos que hizo Abraham con
los peregrinos: Ipse vero stabat ja x ta eos sab arbore. Con
razón dice Vigouroux que se podría llamar al capítulo XVIII
del Génesis, donde se describe el convite que dió Abraham á
los tres peregrinos que llegaron á su tienda de Mambre, el
código de la hospitalidad oriental.
Distínguese Hebron entre las ciudades del Oriente por la te­
nacidad especial con que conserva las antiguas tradiciones y los
usos de sus mayores, no sólo en lo relativo á la hospitalidad,
sino en todas las cosas de la vida ordinaria. Hasta el lenguaje,
las frases, los giros y dichos populares son procedentes de la
antigüedad, sin más diferencia que entonces se expresaban en

(1) L u c a e ,X V - 2 3 .
(2) D as heilige L a n d , D iciem bre de 1876.
AI3RAHAM 437

hebreo y lioy lo hacen en árabe, lenguas afines que proceden


de una misma fuente.
Pocos años después de lo que acabamos de referir, hallábase
de nuevo el patriarca en Hebron con motivo de la muerte de
Sara, ocurrida en aquella ciudad; y él, que no poseía un palmo
de tierra en toda la Palestina (1), necesitaba un sepulcro para
colocar el cadáver de su esposa, puesto que creía firmemente
en la resurrección de los muertos, de cuya creencia arranca la
costumbre del sepelio, característica del pueblo judío, según dice
Tácito (2). Y no es que sólo los judíos dieran tierra á los cadá­
veres, pues la casi totalidad de los pueblos hacen lo mismo, sino
porque entre ellos no se permitía la cremación, tan en boga
entre los romanos. Ya hemos visto que los caldeos enterraban
también los cadáveres, llevando entre ellos el sepulcro el nombre
gabruo, como los hebreos le llaman geber.
El Génesis nos ha conservado, si vale la frase, la escritura
del contrato, siendo un bellísimo cuadro de costumbres orien­
tales, digno de figurar al lado del capítulo XVIII el capítu­
lo XXIII, que lo refiere. Repánselo nuestros lectores antes de
pasar adelante, que no les pesará la interrupción de esta lectura.
Cuando muere un personaje en Oriente, es de rigor que se ha­
gan demostraciones de dolor, se busquen plañideras que griten
y den grandes voces por el muerto. La Escritura Santa, y en
especial los profetas, está llena de estas descripciones de duelo,
que más bien que dolor de la familia pertenece á la solemnidad
y se hace en honor del muerto. Siete días estuvo llorando á
Jacob el acompañamiento egipcio enviado por José, antes de
darle sepultura, en la era de Atad (3). A Moisés lo lloró el
pueblo por espacio de treinta días (4) en las llanuras de Moab.
En la muerte de Lázaro concurrieron muchos judíos á con-

(1) Act. Apost., V II-5.


(2) Hiato., V -5.
(3) Génesis, L. 10-11.
(4) D euier., X X X IV -8.
438 E G IP T O Y ASIRIA R E S U C IT A D O S

solar á sus hermanas y llorar con ellas, permaneciendo en Be-


tania hasta el cuarto día desp’ués de su muerte. Jesús no quiso
faltar á la tradición y lloró sobre Lázaro (1). Entre los egipcios
había la misma costumbre de buscar plañideras para que llo­
rasen sobre el difunto, como consta del Génesis y confirma
Maspero (2). Sin duda, que el dolor de Abraham por la pér­
dida de su esposa, era más interno y de corazón que externo y
de ceremonia; sin embargo, quiso conformarse con la costum­
bre, y fué á Hebron ut pla n g eret et fle r e t eam , como dice el
texto. Donde son de notar los dos verbos plangere y fie re que
indican lo que decimos.
Terminado el homenaje del llanto y duelo, era necesario de­
positar al difunto en el sepulcro de familia, que tanta estima
merece de los orientales. Abraham carecía de local en Canaán
para enterrar á Sara su esposa, y levantándose del lugar del
llanto, diríjese al pueblo de la tierra para que den hospitalidad
al muerto, ya que no se la habían negado al vivo. «Advenedizo
soy, les dice, y peregrino entre vosotros; dadme el derecho de
sepulcro con vosotros para que entierre á mi muerto». Los
asuntos graves se tratan, en Oriente á vista de todos, y los jui­
cios se celebran en las puertas de las ciudades para que todos
los presencien. Conformándose el patriarca con estos usos orien­
tales, habla al pueblo de Heth, en cuya ciudad había fallecido
su esposa. Lo mismo diría hoy cualquier europeo que quisiera
conseguir algún favor de los árabes: les designaría por el nom­
bre de la tribu y no por los nombres propios. Es la frase con­
sagrada, como los buenos, días entre nosotros. Con esto se des-
piertan las simpatías de los oyentes, que en nada estiman tanto
como el ser hospitalarios para con los peregrinos.
Después de esto y de pedirles la hospitalidad para el cadá­
ver, no podían menos de ofrecer al peregrino todos sus sepul-

(1) J o a n , X I.
(2) E tudes sur quelques peintures fu n éra ires. E n el D ia rio Asiático de Fe­
b re ro de 1880.
439

cros, como lo hicieron aquellos heteos, diciendo: «Escúchanos,


señor; tú eres un príncipe de Dios entre nosotros; en cualquiera
de nuestros sepulcros entierra tu muerto, y nadie te podrá
prohibir que ]o hagas en el suyo». A esta finura de los líeteos
respondió Abraham adorando al pueblo y rogándole que inter­
cediera con El'ron, hijo de Seor, á fin de que le cediera la doble
cueva que tenía al extremo del campo que mira á Mambre.
Después de varios cumplidos entre Efron, que aparentaba que­
rer regalar aquella cueva con su campo al peregrino, y Abraham,
que no quería recibirla sino á título de compra, díjole Efron
con refinada política: «Señor mío, escúchame. La tierra que
pides vale cuatrocientos sidos de plata; este es el precio entre
tí y entre mí; ¿pero eso qué significa? Entierra tu muerto».
Pesó Abraham el dinero pedido por Efron en presencia de todo
el pueblo, y quedó por Abraham la cueva doble, M cikpelah,
que mira á Mambre, con todo su campo y sus árboles en de­
rredor, en presencia de los hijos de Heth y á la puerta de la
ciudad.
Todavía hoy los árabes nómadas ofrecen su casa, sus ca­
bras, sus ovejas y todo cuanto tienen al peregrino; pero ya se
sabe que estos ofrecimientos son pura galantería, y haría muy
mal quien los tomara al pie déla letra. Así lo entendió Abraham,
que no se hizo repetir el precio de la finca ni regateó lo más
mínimo, sino que en el acto pesó su dinero y lo entregó al
vendedor, á presencia del pueblo. Pudiéramos comparar estos
cumplimientos orientales á los ardides de nuestros gitanos, que
no acaban nunca de ponderar la bestia que van á vender, y
que al final hacen pagar al infeliz que cae en sus manos m u­
cho más de lo que vale. Así Abraham pagó cuatro veces lo
menos el valor de la cueva y su campo con las 1.200 pesetas
que entregó á Efron, á pesar de los conatos de desprendido
manifestados por éste. Hoy es frecuente entre los beduinos se­
mejante proceder.
Tanto en la antigüedad como en la época actual, se ha cui­
440 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

dado mucho de que en los contratos quede bien especificada


la cosa que es su objeto, para evitar dificultades al nuevo po­
seedor. Así sucedió en este caso, donde se hace mención déla
cueva, del campo donde se hallaba y de los árboles plantados
en él. En los contratos celebrados en Asiría ocurre también esta
minuciosidad de detalles, como puede verse por el siguiente
ejemplo del siglo Vil antes de Jesucristo. Tráelo Sm ith entre
otros varios, y algunos más pone M e n a n t, advirtiendo que en
vez de nuestra firma ponían aquéllos la señal de la uña marcada
en el adobe, que permanecía después de cocido el ladrillo.
Hele aquí: «Señal de la uña de S a rru -lu d a ri, señal de la
uña de A ta r-su ru , señal de la uña de la mujer A m a t-S a h u la ,
mujer de tBel-duru, propietario de la casa vendida. (Siguen
cuatro uñadas que vienen á ser como las cruces que hacen
entre nosotros los que no saben escribir). Toda la casa con sus
obras de madera y sus puertas, situada en la ciudad de Nínive,
contigua á las casas de M anu-ci-ahi y de llu -ciya , la propie­
dad de S u k a k i, él la vendió y T sillu -A ssu r el astrónomo, un
egipcio, la recibió en presencia de S a rru -lu d a ri, de Atar-suru
y de A in a t-S a h u la , mujer de su propietario, por un maneh de
plata (según la marca) real. El cambio y el contrato están con­
cluidos. Ya no es posible desdecirse». Sigue una multa contra el
que se atreviera á violar el contrato, los nombres de los testi­
gos y la fecha, que era el 16 del mes Si van (Mayo y Junio) de
la eponimia (consulado) de Zaza, que viene á corresponder al
692 antes de la era cristiana (1).
Terminaremos este estudio con algunos datos acerca de la
cueva de Makpelah y lo que han trabajado en estos últimos
tiempos algunos europeos para poder penetrar en ella.
Bien conocido es por cierto el emplazamiento de aquella ca­
verna, pues sabiéndose cuál era el sitio de Mambre y conser-

(1) S m it i i , Recuerdos de lo pasado, tom o I, pág. 141. P u ed en verse otras


m u e s tr a s e n M e n a n t , B ibliotecas de N ínive.
abraham

vándose aún la tradición del terebinto á cuya sombra se hos­


pedaron los ángeles, y asegurándose en el Génsis que el campo
de Efron heteo miraba á Mambre saliendo de Hebron, no cabe
duda del sitio de la cueva que, por otra parte, nunca fué por
nadie puesto en litigio. Hov los sepulcros de los patriarcas que
esperan en Mambre la resurrección de la carne, se hallan ence­
rrados dentro de una mezquita, cuyo acceso está prohibido á los
cristianos. No sucedía así antes de la conquista de los árabes, y
aquella venerable cueva fué visitada por Santa Paula en el siglo
cuarto (1) y por otros viajeros y peregrinos antes y después
de la ilustre matrona romana. En aquella caverna fueron se­
pultados, además de Sara, Abraham, Isaac con Rebeca, Jacob
con Lia (2), y acaso también fueron trasladados á ella los res­
tos mortales de los doce patriarcas, jefes de las doce tribus de
Israel.
El recinto sagrado de la mezquita actual se halla defendido
por un muro imponente en forma de paralelogramo, siendo
mirado por los inteligentes como el resto más antiguo y más
bello de las construcciones de Palestina. El lado mayor mide
65 metros y ei menor 38, teniendo una altura de 9. Sus silla­
res son enormes, y algunos llegan hasta la longitud de 6 metros,
guardando algún parecido con los del templo edificado por Sa­
lomón en Jerusalén. ¡Quién sabe si aquella muralla es una
construcción salomónica! La parte interior fué descrita hace
unos sesenta años por el renegado Badía, que tomó el nombre
de A li-B ey. Son tan celosos los mahometanos, que no perm i­
ten á nadie la entrada en la mezquita, y sólo en 1861 fué auto­
rizado el príncipe de Gales para visitarla por un firman del
Sultán de Constantinopla. Pero á pesar de su autorización no
le permitieron ver la cueva donde reposan las cenizas de los
patriarcas, más que por una rendija. Otro tanto le sucedió en

(1) S a n J e r ó n i m o , De locies hebraicis.


(2) Génesis, cap. X LIX-29-31.
442 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

1866 al marqués de Rute, que también había sido autorizado


por la Puerta para visitar aquel recinto augusto. E igual fortuna
tuvo el príncipe heredero de Prusia, el difunto Federico III,
en el año 1869. Iban con el príncipe de Gales muchos sabios
que publicaron relaciones de la visita; pero ninguno de ellos
pudo decir nada de la caverna que no había visto. Solamente
el arquitecto piamontés M. Pieroti, que estaba al servicio
del Sultán y gracias á los buenos oficios del Gobernador de
Jerusalén y del de Hebrori, penetró tres veces vestido de ára­
be en la mezquita de Abraham, el 8 de Noviembre de 1856,
el 7 de Enero y 28 de Agosto de 1859, contándonos el resul­
tado de sus visitas en las siguientes frases: «El 7 de Enero,
dice, refiriéndose á la segunda, ya que en la primera nada pudo
ver, una favorable ocasión me proporcionó el placer de entrar
de nuevo en el sagrado recinto, y por las troneras contiguas á
los sarcófagos, por los cuales suelen hacer bajar una lámpara,
me fué permitido echar una cuerda que tenía dividida en decí­
metros. Las medidas que obtuve me indicaron que el suelo in­
ferior de la caverna tenía dos niveles diferentes y me demos­
traron el espesor de la roca superior contigua al pavimento de
la mezquita. Obtuve además otras aclaraciones muy interesantes
que me confirmaron en la idea de que el hueco de la caverna
es mucho más estrecho, en el sentido longitudinal y transversal,
que el perímetro limitado del muro judaico.
Esta segunda visita me hizo ver, en el hecho mismo, la ra­
zón de haber sido llamada antiguamente esta cueva Mcicpela,
es decir, caverna doble. En efecto, el suelo inferior presenta
dos niveles diferentes; y como el muro norte de la mezquita
me asegura que ésta debía estar fundada sobre un terreno de
los más resistentes, he deducido de aquí que, en la caverna,
debe haber una notable división. Y lo que me afirma en mi
pensamiento, es la abertura que comunica con la caverna, que
está colocada delante de la puerta de la mezquita; tanto más,
cuanto que aprendí positivamente que por ella desciende el
AB RA I I AM 443

jefe santón del Harán, para recoger las súplicas que los fieles
del Islam dirigen á los patriarcas, echándolas por la abertura
superior.
El 25 de Agosto de 1859 vi abrir y levantar la puerta hori­
zontal, que da paso á la caverna, situada en el pórtico. Vi re­
tirar un tapiz, y á seguida abrir con llave una verja de hierro, y
al jefe bajar por una pequeña escalera tallada en la dura piedra
y de 70 centímetros de anchura. Algunos siguieron al feliz jefe;
yo, cubierto y protegido y asistido por diferentes individuos
que, con discursos, entretenían á los porteros, llegué á bajar
tres peldaños, y aunque brazos fornidos me empujaban con
vehemencia hacia atrás, pude conseguir bajar hasta el quinto
escalón y encorvarme de manera que viese la caverna en la
dirección del norte y los sarcófagos de piedra blanca (1). Y en
fin, observar por la parte sur, en la proximidad de la escalera,
que existía la pared de la roca delante de una abertura, que
pone en comunicación la caverna superior con la inferior por
medio de peldaños bajos tallados en la roca. Los golpes recibi­
dos y las imprecaciones que me lanzaron no disminuyeron la
gran satisfacción que experimenté en aquel momento y que ex­
perimento ahora todavía, al poder decir que he visto algo de la
caverna; y el día en que alguien pueda á sus anchas permane­
cer en aquel obscuro lugar, verá que he hecho de él una des­
cripción fiel. Los sepulcros propiamente dichos no los he visto,
pero tengo la convicción que son de la misma forma que el de
Samuel, el de Raquél y el que se encuentra en N eb í-M u ra . En
el interior de estos sepulcros se hallarán algún día los restos
de los patriarcas y la momia de Jacob. La historia, las tradi­
ciones y las leyendas están acordes para decirnos que nunca
fueron profanados» (2).
(1) E stá conform e con lo que dice F la v io Josefo (.Antigüedades, I-X IV ),
quien asegura que los tales sepulcros fu ero n co n stru id o s con trab ajo ex q u isito
en mármol blanco.
(2) Macpela, L au san a, 1869, pág. 93.
444 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

En J843 penetró en la cueva de Abraham el doctor Frankel,


después de haberse entendido con el gobernador de Hebron,
Abdel-Rcichm an, y vió sobre los sarcófagos, después de ha­
ber quitado la tela de damasco verde con que estaban cubiertos,
los nombres de los patriarcas en letras de oro, escritos en he­
breo y en árabe (1).
El conde Riaut presentó á la Academia de las Inscripciones
y de Literatura francesa, en 26 de Enero de 1883, un manus­
crito anónimo, que contradice en parte la relación de Pieroti.
Pertenece este documento á la época en que los cristianos eran
dueños de Palestina, y refiere la invención de los cuerpos de
los patriarcas por el monje Amoldo, del convento de Hebron,
en 1119 ó 1120. La primera pesquisa fué del todo infructuosa;
pero en la segunda, verificada el 20 de Junio, halló lo que de­
seaba. He aquí cómo se expresa el anónimo:
«El prior invitó á Amoldo á penetrar segunda vez en la grata,
cavando la tierra con mucha diligencia en todas direcciones. Ar-
noldo obedeció, tomó un bastón y entró en la gruta. Al cavar la
tierra con su bastón, tropezó con los huesos del Santo Jacob.
Ignorando en aquel momento á quién pertenecían, los puso
todos en un montón. Después, yendo más adelante y examinan­
do con más atención, vió hacía la cabeza de San Jacob la en­
trada de una segunda gruta, donde se encontraban los huesos de
los bienaventurados Abraham é Isaac. Pero la gruta estaba en­
tonces cerrada; una vez abierta, examinó la excavación, y entró,
y halló en el fondo el cuerpo sellado del patriarca San Abraham.
A sus pies estaban los huesos del bienaventurado Isaac, su hijo.
Porque no todos ellos fueron enterrados en la misma caverna,
como algunos lo pretenden; sino que Abraham é Isaac lo fueron
en la interior y Jacob en la exterior. Amoldo, habiendo encon­
trado este inmenso é incomparable tesoro, salió de la caverna,
para anunciar al prior y á sus hermanos que había encontrado

(1) Nach Jcrnsaléíi, 1858, tom o II, pág. 478.


445

los restos de los santos patriarcas. Aquéllos, cuando tuvieron


lo que hacía tanto tiempo deseaban, dieron rienda suelta al
gozo en himnos y cánticos y glorificaron á Dios. Entonces Ar-
noldo tomó agua y vino, lavó los huesos de las santas reliquias
y colocó, después de haberlos sellado, los restos de los santos
patriarcas sobre tablas de madera preparadas al efecto. Después
las dejó y se fué. El prior hizo salir á todos los monjes, y á su
presencia selló la entrada de la gruta para que nadie pudiera
entrar en ella sin su permiso. Al siguiente día fueron allá algu­
nos á orar, y volviéndose hacia la derecha, vieron letras graba­
das sobre las piedras, dando parte del descubrimiento á sus
hermanos. Levantaron una piedra y no hallaron más que tie­
rra; pensaron, sin embargo, que aquellas letras tenían su razón
de ser. Volvieron sobre la izquierda, y habiendo cavado el m u­
ro, encontraron el 27 de Julio cerca de unos quince vasos de
arcilla llenos de huesos; pero no pudieron conocer de una ma­
nera cierta á quiénes pertenecían. Así es, que se puede conje­
turar que serían los restos de algunos patriarcas de Israel» (1).
La dificultad mayor en esta relación, prescindiendo de la cua­
lidad de anónimo que lleva el escrito, consiste en saber— ya
que él no lo dice —de qué manera conoció el monje Amoldo
que eran de Jacob y de su padre y abuelo los restos descu­
biertos, siendo así que Jacob fué embalsamado al estilo egipcio,
y tales cuerpos se conservan hoy, como acontece en el valle
del Nilo, que ha provisto de momias á todos los museos del
mundo (2).

a r t íc u l o vi

Abraham y Codorlahomor.

En el capítulo XIV del Génesis, á poco de haber subido


Abraham de Egipto y de haberse separado de Lot, que eligió á

(1) D iario Oficial de 30 de E n ero de 1883,


(2) Génesis, cap. últim o, v, 1,
446 E GI P T O T ASIRIA RESUCITADOS

Sodoma por habitación, refiérese una feliz jornada seguida de


la más completa victoria por parte de Abraham contra Codor-
lahomor, rey de los elamitas. Este, con otros tres reyes, había
invadido la Palestina, llegando con sus ejércitos hasta el valle
silvetre, después de haber derrotado á los habitantes del medio­
día de Judá en el monte Seir, en el desierto Faran y en Cades,
países de que nos habla con mucha frecuencia el Antiguo Tes­
tamento. Igual suerte tuvieron los amalecitas y los amorreos de
A sasontam ar. Derrotados aquellos pueblos, revolvieron los
confederados orientales sobre la tierra de Canaán, para exigir
de los reyes de Pentápolis el tributo que venían pagando desde
hacía doce años y que en el tercio décimo les negaron.
Cinco reyes cananeos se confederaron para resistir la inva­
sión del elamita y sus aliados; pero presentada la batalla en
el lugar ocupado hoy por el M a r m uerto, que era entonces
un valle deliciosísimo, comparado al paraíso en el capítulo
Xin del Génesis, fueron completamente deshechos y tuvieron
que huir á los montes, apoderándose los vencedores de cuan­
to tenían, que se marcharon con los despojos de los vencidos.
Entre los prisioneros de guerra se encontraba Lot, sobrino de
Abraham, el cual, habiendo sabido por uno de los fugitivos
lo que pasaba, contó sus criados, y con trescientos dieciocho
de éstos, emprendió la persecución de los cuatro reyes de
Oriente, á los cuales alcanzó en los confines de la tierra pro­
metida, en Dan, y, divididos en pelotones sus criados, cayó
de noche sobre los enemigos, introdujo el espanto en sus filas
y los fué persiguiendo hasta la altura de Damasco, recobran­
do de paso lo que habían pillado en Pentápolis y á su sobrino
Lot, que volvió con él y con los demás prisioneros.
Tal es, en compendio, la historia referida en el capítulo ci­
tado del Génesis. Contra ella se levantó hace tiempo el racio­
nalismo, traduciéndola como si fuera una novela y un mito de
tantos como se encuentran en el Testamento Antiguo. «Un rey
de Babilonia, un rey de Persia, un rey de Ponto y un rey de
447

otras muchas naciones, escribía Voltaire con su acostumbrada


chocarrería (1), se unen para hacer la guerra á Sodoma y cua­
tro aldeas vecinas.....Es difícil de comprender esta liga de cin­
co reyes tan poderosos para venir contra una horda de árabes
en un ángulo de tierra tan cerril». «Con este puñado de mozos
de servicio, dice en otra parte (2), ¿cómo deshizo Abraham
los ejércitos de cinco reyes tan poderosos?»
La moderna crítica racionalista ha dicho por boca de Knobel
en 1860: «De tal suerte está escrita la relación del capítulo XIV
del Génesis, que se la debe mirar como fundada sobre una
verdadera tradición histórica. Sin embargo, no se puede menos
de reconocer en algunos rasgos la influencia de la leyenda, so­
bre todo en lo concerniente á los reyes enemigos. Ellos apare­
cen como independientes, al menos Codorlahomor; los otros
tres reyes le acompañan y los soberanos del valle de Sidtdim
son sus tributarios. Por consiguiente, la Elimaide ó Susiana, que
jamás ha tenido importancia alguna, habría extendido su do­
minio, en tiempo de Abraham, casi hasta las playas del Medi­
terráneo y ejercido una especie de imperio uuiversal, y Josefo
tiene razón, seguramente, cuando entiende por estos enemigos
los asirios, que eran entonces dueños de Asia» (3). Otros
racionalistas alemanes han desbarrado más aún, creyendo que
esos nombres de reyes asiáticos son inventados y que deben
sustituirse por Sardanápalo, Arbace_s, etc.; ó que esa relación es
una copia de la campaña de Senaquerib; ó también que todo
ello no es otra cosa que un antiguo mito babilónico, para de­
signar la victoria de la luz sobre las tinieblas y la sucesión de
las estaciones. Pero en vano trabajan y luchan contra la evi­
dencia histórica, confirmada hoy plenamente por la Asiriología.
Prescindiremos de las bufonadas del incrédulo francés, que
no tiene dificultad en alterar el texto bíblico introduciendo un

(1) F ilosofía (le la H istoria, a rtícu lo A braham .


(2) B ib lia al fin explicada.
(3) D ie Génesis, 1860, pág. 152.
448 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

rey de Babilonia de que aquél no hace mención, ó confundien­


do lastimosamente á Senaar con la ciudad de Belo, lo cual daría
una idea bien pobre de sus conocimientos geográficos, y demos­
traremos con textos cuneiformes la verdad de la relación mo­
saica contra el moderno racionalismo, que se atreve á negar
importancia al país de Elam en la antigua historia del mundo
asiático.
Al comenzar este capítulo, y tratando del estado político del
Oriente cuando Abraham vino al mundo, probamos que tuvo
lugar durante la tercera dinastía de Beroso, que los asiriólogos
califican de elamitay también llaman dinastía de los ku d u rid a s,
por el nombre de sus reyes, cuya dominación se extendió por
todo el Oriente desde más allá de la Persia hasta las playas
mediterráneas y las fronteras del Egipto. De la dominación ela-
mita en Asia dan testimonio las inscripciones de Assurbanipal,
que se hallaron en las ruinas de Nínive. Este rey asirio tuvo
el cetro de Oriente siete siglos antes de nuestra era, y entre sus
campañas militares refiere la que sostuvo contra U m m analdas,
rey de Susa, para castigarle por la cooperación y auxilio pres­
tado al rebelde Sam u lsu m u kin , vasallo de Assurbanipal y rey
de Babilonia. La campaña octava fué dirigida contra el elami-
ta, á quien venció, apoderándose de Susa, su capital, y de las
riquezas en ella amontonadas por los antecesores de Umma­
naldas con los despojos de S u m ir y de A c c a d y de Kardu-
nias. Destruyó la ciudad y entregó al pillaje de sus tropas toda
la comarca de Elam por espacio de un mes. Todo esto lo cuenta |
el mismo Assurbanipal. Y entre los trofeos de su victoria pone
como principalísimo la estatua de la diosa Nana, que los semi­
tas llaman Istar y que viene á ser como la Venus de los griegos
ó la Astarte de los fenicios. De esta diosa N a n n a ó N a n a —pues
de ambos modos la escriben— hace mención el libro II de los
Macabeos, al dar cuenta de la muerte de Antioco (1).

(1) Cap. 1-13.


ABRAHAM 449

He aquí la parte de inscripción que á este hecho se refiere:


«La estatua de N a n a , desde hace 1635 años, había sido roba­
da y forzada á permanecer en el país de Elam, en un templo
que no se había consagrado para ella. Esta diosa, que con los
dioses sus padres había llamado mi nombre al gobierno del
mundo, me mandó que estableciera su divina imagen, con es­
tas palabras: A ssu rb a n ip a l, tráem e del país (im pío) de E la m
y colócame en medio del^Bit-A nna. El encargo déla divinidad,
intimado ya en los días más lejanos, fué renovado á la mo­
derna generación. Yo tomé la mano de la gran diosa; su p ar­
tida alegró mi corazón; ella avanzó hacia el B it-A n u a ; en el
mes de K isilivu (K aslea entre los hebreos, que corresponde
al mes octavo), el día primero, la introduje en la ciudad de
Uritk (Warka), en el B it-H ilia n i, amado por ella, y la erigí
un santuario» (1).
Otra inscripción del mismo Assurbanipal nos informa de la
manera cómo cayó en poder de los reyes de Elam la estatua
de N a n a , dice: «% udur-nak-hunti, el elamita, que no tenía
reverencia á los grandes dioses, que por su mal espíritu con­
fiaba en la propia fuerza, habíase apoderado de los templos
de Accad, habíá oprimido á los accadios, habíase llevado la
imagen de la diosa N a n a . Sus días fueron llenos; su poder
fué vasto. Los grandes dioses conocieron esto: por espacio de
2 ñeros, 7 sosos y 15 años estuvo en poder de los elamitas.
Por eso yo, Assurbanipal, príncipe obediente á los grandes
dioses, he invadido á Elam »..... (2).
La fecha de esta invasión elamita en Mesopotamia es en lo­
dos los textos cuneiformes que se conservan de 1635 años
antes de la conquista de Elam por Assurbanipal, exceptuando

(1) M e n a n t , Anales de los reyes de Asiría, pág. 269. S m ith , en la Historia de


Assurbanipal, pone o tra trad u cció n que, si bien conform e en el fondo con la de
Menant, difiere en alg u n o s accidentes.
(2) M e n a n t , B abylone et la Chaldee, pág. 56; S m it h , H islo ry o f A ssu rb a ­
nipal, pág. 250.
29
450 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

lino solo, que pone 1535; mas no cabe duda de la verdadera


lección y de la equivocación de este texto variante; puesto que
contando el rey de Asiría, entre el robo de la diosa y su res­
titución al templo primitivo, 2 ñeros, 7 sosos y 15 años, y
valiendo el ñero, según el cómputo vulgar, 600 años, y el so.so
60, tendríamos; 2 x 6 0 0 + 7 x 6 0 -1 -1 5 -—1 2 0 0 + 4 2 0 + 1 5 = 1 6 3 5 .
No está tan claro el segundo termino, ó sea el año en que el
rey de Nínive hizo su octava cam paña y restituyó á N anna;
porque Lenorm ant la coloca en el 660 antes de Cristo, Menant
en el 659, Bosanquet en el 652 y Smith en el 645, habiendo
una diferencia de 15 años entre el más próximo á nosotros y
el más remoto. Tomando, pues, el térm ino medio, podemos
colocar la vuelta de N a n a en el año 653, que sumado con
los anteriores, dan para la invasión elamita en Mesopo­
tamia el año 2288 antes de la era cristiana. J£udar-na-
kh u n ti, que se apoderó de Nana., se supone ser el fundador
de la dinastía elamita, y admitiendo que su invasión en Senaar
ocurriera el quinto año de su reinado, que restaremos de
los que duró la dinastía elamita, quedan éstos en 219; y
volviendo á restar los 219 de 2288, venimos á parar al año
antes de Cristo 2069, que se aproxima bastante á lo que antes
hemos dicho del año de la muerte del patriarca Abraham, y
que podría aproximarse más con sólo alargar la fecha del ro­
bo de N a n n a al año 15 ó al 20 de % udar-nakhunti. De aquí
se desprende una consecuencia importantísima en que no he­
mos visto que repararan bastante los asiriólogos, á saber: la
victoria de Abraham sobre los cuatro reyes de Oriente fué el
golpe de gracia para la dinastía elamita. A. nadie que reflexione
en la constitución y modo de ser de aquellos Estados, basados
exclusivamente en la fuerza ó fortuna militar, parecerá extraña
esta consecuencia. Porque derrotado Godorlahomor con sus
aliados en I l o t a , debió rebelarse contra él toda la Siria y la
parte de Arabia que había depredado en aquella excursión; tras
esta rebelión sucedería la de Mesopotamia y Caldea con el rey
ABRAHAM 451

de Ur á la cabeza, quedando reducido el poderío del rey de


Elam á la Susiana, cuando mucho. Esto ocurría frecuentísimá­
mente en Asia, como vemos en el libro de Judith y más tarde
en la invasión de los persas en Grecia; puesto que en pocos años
pasó todo el imperio persa á manos de los griegos, en menos
se apoderaron del caldeo los persas, y no fué menester mucho
tiempo para que sucumbiera el poderío de Nínive.
Verdad es que hasta la fecha no se han encontrado inscrip­
ciones de % udur-nakhunti; pero las tenemos de otros m onar­
cas de la misma dinastía, como son K u d u r-m a p u k ó % udur-
mabug, de quien dice una hallada en las excavaciones de Ur:
«Al dios Sin, su rey, 3£udur-m apuk, soberano del país de
M arta, hijo de Sim ti-siiarhak, adorador de Sin, su apoyo, que
marcha delante de él, construyó el tBit-rubmah (templo supre­
mo) por la conservación de sus días y por la conservación de
los días de su hijo Z ik a r-sin , rey de Larsam» (1). Una
estatuita de bronce hallada cerca de Bagdad, que hoy está en
el museo de Louvre, lleva grabada una inscripción parecida á la
anterior, con la ventaja sobre ella de estar escrita en caracteres
fonéticos y no dar lugar á duda acerca de su lectura y signi­
ficado. Z ikar-sin es nombre semítico y significa «servidor de
la luna»; lo que, á juicio deLenorm ant, indica que los conquis­
tadores iban asimilándose las costumbres de los conquistados
y tomando su idioma. Otras inscripciones traen el mismo nom ­
bre escrito en ideogramas, que leídos en turánico significan
Eria-ku ó también R im -agu y, suprimiendo la m, R i-a g u ,
cuya traducción es idéntica á la anterior, «servidor de la luna».
La más interesante es una que se lee en algunos antiguos la­
drillos procedentes de Ur, y dice: «Z ika r-sin , el varón pode­
roso, pastor supremo, establecido por Belo, soberano de Ur,
rey de Larsam, rey de S u m ir y de A ccad, hijo de J£udur-
mapuk, señor de Elam, construyó el gran.....de Ur; estable-

(1) M e n a n t, O bra ú ltim a m e n te citada.


452 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

ció.....su rey, para que lo bendiga; construyó la gran muralla


de H a rris qa tu la a para defenderse, trazó los cimientos y la
levantó; construyó sólidamente la gran torre de Ur* (1).
Otros textos de Z ikar-sin, recuerdan que % udur-m apuk,
su padre, había acrecentado el im perio de la c iu d a d de Ur,
y él mismo aparece en ellos como gran constructor y reparador
de templos en varias ciudades de Caldea conquistadas por su
padre; de tal suerte, que durante su reinado en nada decayó de
su esplendor el poderío elamita, que no se limitaba á la Meso-
potamia, sino que se extendía hasta la Siria y Fenicia, el desier­
to de Faran y el monte Seir, esto es, hasta la misma frontera
faraónica, como lo vemos en las inscripciones copiadas, donde
se llama al rey de Elam señor del Occidente (M artu).
Pudiéramos añadir, en confirmación de las enseñanzas cu­
neiformes relativas á la extensión del poderío elamita por aquel
tiempo, lo que se desprende de los monumentos jeroglíficos del
Egipto. Estos, aunque de una manera vaga, confirman la rela­
ción de aquéllas, suponiendo que en la época de la duodécima
dinastía faraónica dominaban en Asia los R u te n u , llegando
desde el Tigris hasta las fronteras egipcias y ocupando toda la
Siria y Cilicia; mientras que más tarde pasó á los % hetas el
dominio del occidente asiático. Verdad es que, aun cuando para
los egipcios eran los R u ten u los hombres de Babilonia y Asi­
ría, como los elamitas sojuzgaron aquellas regiones, y por eso
Beroso considera y tiene por extranjera la dominación de Elam
en Babilonia, debe entenderse de estos últimos, si hemos de
concordar los textos del Nilo con los del Eufratres, cuanto di­
cen de los R u ten u los primeros; pues nada tiene de particular
que en aquellos remotos tiempos no se distinguieran bien los
orígenes de los reyes que imperaban á tantas leguas de Men­
tís y con quienes tenían aún tan pocas relaciones.
Si examinamos el texto mosaico del Génesis, donde se nos

(1 ) B ru n e n go , L 'Im p e ro de N ín iv e , etc.; t o m o I , p á g . 2 5 1 .
ABRAHAM 453

habla del hecho que estudiamos, veremos confirmado lo que


llevamos dicho por los caracteres mismos que en él se descu­
bren. Cuatro reyes de Oriente vinieron á castigar á los de Pen­
tapolis, porque éstos, después de haber pagado tributo por es­
pacio de doce años á uno "de aquéllos, en el tercio décimo se
negaron á darlo, v en el cuarto décimo ocurrió la campaña de
los orientales. Eran éstos Codorlahomor, rey de Elam y jefe
supremo de la confederación, en cuyo favor se hacía aquella
guerra. El segundo, á quien Alapide considera como principal,
sin duda porque es nombrado en primer término á la cabeza
del capítulo XIV, era Amrafel, rey de Senaar; el tercero, Arioc,
rey del Ponto, según la versión vulgata, ó de E lla ssa r, según
el hebreo, el caldeo y los 70, que debía ser Larsci, al decir la
mayor parte de los asiriólogos, ciudad de Babilonia al este de
Erecli y al noroeste de Ur % asdím , llamada hoy Senkereh.
Hallábase situada á la mitad del camino entre el Eufratres y el
Tigris. «Arioc, rey de Ellassar, escribe Schrader (1), es para
mí indudablemente idéntico á A r i- A k u .....rey de Larsam. Era
hijo de % ud a r-M a b a k, rey de U ry rey de Sumir y de Accad.....
Como lo demuestran el nombre de su padre % u d a r-M a b u k y
el de su abuelo Sim ti-Siíhak, pertenecía á la dinastía elamita
babilónica, es decir, según se desprende del nombre, á la mis­
ma dinastía que su confederado Codorlahomor ó K udur-Lct-
gam ar». Oíros hay que quieren identificar á Ellassar con
Assur, la moderna K ala h -S h erg h a t, antigua capital de Asiría,
antes que lo fuera Nínive.
El cuarto rey confederado era Thadal, al decir de nuestra
Vulgata; pero es comúnmente preferida la lección de los 70,
que ponen Thargal, cuyo significado, G ran je f e , cuadra admira­
blemente á este rey de los goim , ó de las gentes que traduce
nuestra Biblia, y que suponen unos deber entenderse de las

(1) Die Keilinschriften und das alte Testament. (Las esc ritu ra s cu n eifo rm es y
oí Antiguo T estam ento), pág. 135.
454 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

tribus nómadas de la alta Mesopotamia, llamados gati ó gutium


en las inscripciones cuneiformes, y otros creen que eran los
nómadas que vagaban entre el Eufratres y el Jordán, sobre los
cuales tendría una autoridad semejante á la del Sultán de Ma­
rruecos sobre las kabilas del Riff.
El nombre de Godorlahomor es enteramente elamita, encon­
trándose su primer elemento % udur ó % odor en la formación
de los nombres de otros reyes conocidos por las inscripciones
y pertenecientes á la misma dinastía de Elam; como %udar-
nanJiundi, K a d u r-M a b a k , circunstancia que lia hecho preva­
lecer el de dinastía de K u d u rid a s con que Oppert ha bautizado
á la elamita. El segundo elemento del nombre Godorlahomor
es igualmente de origen susiano; como que lo es del dios La-
gam ar, divinidad de Susa, cuya existencia conocemos por una
inscripción de Assurbanipal, que la cuenta entre los dioses que
él mismo sacó de aquella capital (1). También nos hablan
del dios L a g a m a r las inscripciones susianas, como la de R a ­
d a r-N a n h a n ti, significando todo el nombre de Godorlahomor,
servidor del dios Lagamar, puesto que la palabra susiana %a-
d u r se traduce en asirio por tuhlat, que significa adora­
ción» (2).
Tan patentes eran Jas pruebas de la veracidad de Moisés en
a relación de que tratamos, que Smith llegó á identificar á lyu-
d a r-M a b a k , rey de Ur, con el Godorlahomor del Génesis. Ver­
dad es que esta identificación fué rechazada por Oppert y otros
asiriólogos, incluso el mismo Smith que la había propuesto;
pero eso no obsta para que todos sin distinción admitan un
rey elamita, que dominó sobre la tierra de Ganaán, y por lo
mismo que pudo muy bien dominar sobre ella Codorlahomor,
sucesor de aquél en el trono.
Con lo dicho creemos suficientemente demostrada la sinra-

(1) S m it h , H isto ry o f A ssurbanipal, pág. 228.


(2 ) F in g í , Riccrche per lo studio dell'a n tiq u itá assira, pág. 205.
AURAIIAM 455

zón del racionalismo antiguo y moderno en sus ataques al Gé­


nesis por causa de la historia de Abraham en sus relaciones
con los elamitas, á quienes venció y dispersó. Pero nos salen
al encuentro por la parte que tomó el patriarca en esta guerra,
sin ser llamado, y por lo increible que parece una victoria con
solos 318 hombres sobre cuatro ejércitos confederados. Peque­
ña es la primera dificultad, ya que entonces no regía el princi­
pio condenado (1) y antisocial que llaman «de no interven­
ción», y aunque hubiera regido, no por eso el patriarca tenía
menos derecho á inmiscuirse en aquella contienda de los pen-
tapolitanos con los elamitas, puesto que éstos, sin causa justifi­
cada, habían hecho prisionero y llevaban cautivo á su sobrino
Lot, que nada les debía y ningún mal les había hecho. No es
menester acudir, para la defensa del patriarca, á ciertos agra­
vios que se suponen recibidos por él mismo de la dinastía de
los kudúridas antes de salir de Mesopotamia y antes de mover­
se de Urj que era á la sazón, como hemos visto, la capital de
Caldea. De haber ocurrido por esta causa el ataque de Abraham
á los reyes de Oriente, sin duda se habría confederado con los
de Canaán, para dar entre todos la batalla á Codorlahomor y
sus aliados.
Tampoco ofrece gran dificultad el haber derrotado los 318
criados de Abraham á los cuatro ejércitos reunidos, porque ya
la Escritura Santa se encarga de decirnos la manera cómo se
verificó aquel ataque y derrota consiguiente. Ante todo, convie­
ne advertir que Abraham iba acompañado por otros tres jefes
de la tierra, de quienes hace mención el último verso del ca­
pítulo XIV, llamándoles Aner, Escol y Mambre, que no es creí­
ble fueran solos, sino que irían capitaneando cada cual su mes­
nada; y dando nada más que 300 voluntarios á cada uno, se
juntaba un pequeño ejército de 1.200 combatientes, decididos á
jugar el todo por el todo. Por otra parte, ignoramos el número

(I) Sijllcibns, de Tío IX , prop. L II.


456 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

de soldados que componían los cuatro cuerpos del ejército de


Codorlahomor; pero bien podemos asegurar que no sería como
el de Xerxes, ni siquiera como el de Senacherib, ni los otros
reyes de Asiría, cuando este imperio estaba floreciente. Paré.
cenos que si llevaban los cuatro reyes juntos un ejército de
20.000 soldados, no era poco. Añádase la impedimenta enorme
de aquel ejército con el botín recogido en tantas regiones aso­
ladas, y se verá que en realidad era bien débil, para resistir un
ataque brusco y decidido, cuando estaban todos muy tranqui­
los entregados al sueño y muy ajenos de lo que les iba á pasar.
Tan luego como tuvo noticia Abraham de que se habían
llevado á su sobrino, dispuso la partida de sus hombres que,
atravesando montes y collados, valles y cordilleras, llegaron al
quinto día (1) á dar vista al enemigo desde las alturas de
Lais, que se encuentra hacia el nacimiento del Jordán en las
estribaciones del Líbano. Allí descansaron, y por la noche,
cuando estaban más descuidados los orientales, cayeron sobre
ellos como una avalancha, dando gritos de furor, acuchillando
á cuantos tropezaban y destruyendo las tiendas en que dor­
mían; con lo cual, aterrorizados los elamitas y no sabiendo ni
quiénes ni cuántos eran los valientes que así les habían sor­
prendido, ni aun siquiera pensarían en defenderse sino &n sal-,
varse cada cual, fiando á los pies la conservación de la vida.
Este es el modo de combatir que usan hoy todavía los bedui­
nos, según el testimonio de Burkardt (2), y esta táctica sir­
vió muchas veces á los descendientes del patriarca, para librarse
de sus enemigos.
Con solos 300 hombres acometió Gedeón el campamento
de Madian, cuyo número de combatientes lo compara el libro
de los Jueces á una plaga de langostas y á las arenas del mar;
y así debía ser, cuando perecieron 120.000 de entre ellos.

(1) J o s e f o , A ntigüedades.

(2) Notes on the B edouins, tom o I, pág. 303.


ABRAHAM 457

¿Qué hizo? Introducir el terror y el espanto y dejar que se acu­


chillaran unos á otros en medio de la noche. Otro tanto leemos
de David, que con 400 guerreros se arrojó sobre el cam­
pamento amalecita al anochecer y estuvo matando gente
hasta las vísperas siguientes, sin dejar escapar á nadie, fuera
de 400 jóvenes que huyeron montados en sus camellos. Las
historias están llenas de semejantes sorpresas, lo mismo las
antiguas que las modernas. Nuestro Hernán Cortés, con 266
soldados, copó todo el ejército que había enviado contra él des­
de Cuba Diego Velázquez (1). Y para que se vea de lo que
es capaz un ejército ó una ciudad aterrorizada, recordemos que
en la guerra franco-prusiana cuatro huíanos solos atravesaron
la populosa ciudad de Nancv, sin que nadie se metiera con
ellos. Nada, por consiguiente, tiene de extraño que Abraham
derrotara por completo al ejército elamita y rescatara todos los
cautivos, recobrando de paso todos los despojos.

ARTÍCULO V II

Vocación de Abraham.

Hemos impugnado hasta aquí el racionalismo extranjero en


sus ataques á la historia de Abraham escrita en el Génesis, y es
justo que hagamos ahora lo mismo con el español, que por
boca de D. Emilio Castelar (2) niega la vocación divina de
Abraham, atribuyendo su salida de Caldea á motivos puram en­
te humanos con exclusión de todo orden sobrenatural y divino,
maltratando además al santo patriarca y á su esposa por lo
que le ocurrió á aquél con el rey de Egipto y con el-de Gerara,
y á ésta por sus malos tratamientos á su esclava Agar. Dice
el Sr. Castelar:

(1) S o l í s , Conquista de M éjico, libro IV , cap. V III y sig u ien tes.


(2) G alería de m ujeres célebres, tom o II, Sara.
458 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

«Abraham sentía dentro de sí, ó bien por las revelaciones


de su alma, ó bien por la enseñanza de los magos que le cir­
cuían, invencible vocación al culto de una idea n u eva, desco­
nocida entre las gentes donde n a ciera , idea necesitada de otro
espacio más propicio á ella en el mundo para brotar y desarro­
llarse. Por consecuencia, razones de fuerza moral ó razones de
fuerza material militan muchas veces en pro de peregrinación ó
destierro impuestos por la necesidad, que no se rige toda nues­
tra vida con el libre y puro albedrío. El Abraham de los caldeos
buscaba, como el puritano de los ingleses, una tierra más pura
que su patria natural para erigirla en ara del Dios de su concien­
cia, ya fuese revelado por una revelación interior, ya en ajenas
y sabias enseñanzas aprendido. Por consecuencia, el nómada
recorría las mesetas de Armenia, las orillas del Tigris y del Eufra-
tres, la vieja Siria, la montañosa Palestina, en pos de un templo
y de un santuario donde poder guardar aquella idea divina, cuya
posesión le constituyó á él y constituyó á los suyos en predi­
lectos sacerdotes del Eterno, con un encargo providencial tan
extraordinario como transmitir á la posteridad este culto. Por
consecuencia, razones m ateriales de g uerra ó ham bre, ra­
zones morales como el anhelo de la libertad otras veces,
explican la vocación, así nóm ada como religiosa, de Abra­
ham ».
Para el Sr. Castelar, como se ve, salió de Caldea el patriar­
ca, como los puritanos ingleses salieron de la Gran Bretaña
para el norte de América; salió, porque convenía á sus intere­
ses morales y materiales é iba buscando tierra donde aposen­
tarse, como' cualquier vagabundo que va en busca de fortuna
á donde la encuentre. Y si las orillas del Tigris, por donde no
anduvo jam ás, ó las mesetas de la Armenia que nunca pisó con
su planta, le hubieran agradado, allí se queda, y el pueblo que
de él salió, en vez de ocupar la Palestina, sería un pueblo ar­
menio ó un ribereño del Tigris, ó cualquier cosa. Ni haga mella
eu los lectores el que Castelar hable de revelación; pues sabi­
ABRAHAM 459

do es que el racionalismo entiende por esta palabra cualquiera


idea que á uno se le ocurra.
Ahora bien; todo el relato del Sr. Castelar está en abierta
oposición con lo que el Génesis nos enseña, y ya hemos visto
que este libro dice la verdad en todo. Él nos refiere que Abra-
ham salió de Ur de los caldeos por mandamiento expreso de
Dios; y de H arán, después de la muerte de su padre, por un
nuevo llamamiento; que se detuvo en Palestina, porque Dios
le prometió aquella tierra para sus descendientes, los cuales,
en efecto, la poseyeron; no habiéndosela dado al patriarca,
porque aún no estaban completas las iniquidades de los arno-
rreos (1); que en él, en el santo patriarca habían de ser
benditas todas las naciones, como nos está sucediendo á n o s­
otros los cristianos, que no somos hijos de Abraham según la
carne, pero heredamos la bendición de la fe de Abraham. P a ­
rece que no tienen malicia esas frases del Sr. Castelar, y, no
obstante, va envuelta en ellas la negación absoluta del super-
naturalismo cristiano, pintado en otras ocasiones por el mismo
autor con tan bellos colores.
La idea, pues, que movió á Abraham á salir de Caldea y fi­
jarse en tierra de Canaán, no era la que asegura el Sr. Caste­
lar, sino el mandato divino, obedecido con prontitud por el pa­
triarca, que no demoró el abandono de su tierra, de su casa y
de su parentela por seguir á Dios, conforme uno de los princi­
pios primeros de la sabiduría, según observaba ya en su tiempo
San Ambrosio (2). Ni mucho menos la idea que movió al
patriarca á peregrinar en busca de una tierra que no había de
poseer, pero que poseyeron sus descendientes y donde debía
nacer el Desado de los collados eternos, el hijo de David y de
Abraham, era una idea nueva, si no muy vieja; porque ya he-
(1) Génesis, X V-16.
(2) D e A braham , lib. I, cap. II. «.Hoc autem , dice, quod pro magno in te r sep-
tem sapientum dicta celebraiur: S e q u e r e D e ü m , p erfecit A braham , facto q u e sa-
pientam dicta p roeven it, et secutus D eum , eccivit de térra sua?.
460 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

mos demostrado en otro capítulo que la idea y el culto de Dios


uno es anterior á la idea y culto de muchos dioses, que el po­
liteísmo no fué sino la corrupción de la verdad acerca de Dios,
quien desde el principio se reveló á los hombres como uno y
perfecto con exclusión de .otros (l).
La vigilancia y cuidado que tiene de los hombres la Divina
Providencia se manifiesta de una manera palpable en la voca­
ción de Abraham, hecha en un tiempo en que se iba perdiendo
del todo la noción verdadera de la divinidad y entregándose
todos los pueblos al culto supersticioso é idolátrico de las cria­
turas, siendo en esta materia acaso los más extraviados aque­
llos mismos que en el orden material y puramente humano
alcanzaban mayor grado de civilización, como los caldeos, los
egipcios y sus intermedios los cananeos. En las relaciones cal­
deas de la creación y del diluvio hemos encontrado millares de
dioses y semidioses, siendo distintos los adorados en Persia de
los que recibían culto en Babilonia y éstos de los de Asiría.
Adoraban los egipcios en cada nomo ó provincia sus dioses
particulares, entre los cuales sobresalía uno, que en las catara­
tas era % nam u, en Thini A n h u r i, en Heliópolis R a : Osiris en
Mendés y lo mismo en los nomos restantes, que tenían divini­
dades propias varones y hembras, haciendo entre sí vida social
y procreando hijos lo mismo que los matrimonios humanos-
Esto sin contar los dioses animales, que desde los más remotos
tiempos recibían adoración en Egipto, como el milano con el
nombre de H o r , el cinocéfalo bajo la denominación de Thot,
el cocodrilo que llamaban Souku, la esfinge con cabeza hu­
mana y cuerpo de león H a rm a kliis, y, por no alargar la lista, |,
el perro ó chacal que se conocía por A n u b is; por lo cual dijo
un poeta: O m nigenüm que deúm m onstra et latrator Anu­
bis (2).
(1) V éase el cap ítu lo I del libro I I de e sta obra.
(2) E n e id a , lib. V III, v. 698. P u ed e verse acerca de los dioses del primitivo
E g ip to á M aspero en el cap. I de su H isto ria antigua de losimeblos de Oriente.
A BRAHAM

Conocidos son de todos los dioses múltiples de Canaán, cuyo


número era tan exorbitante, que se contaba por miles. Así en
un tratado que hizo Ramsés II, hacia la época del nacimiento
de Moisés, con los Khetas que habitaban el país de Canaán, se
lee: «La tabla de plata (que debía ser el escudo donde se escri­
bieron las estipulaciones) es declarada por los mil dioses, los
dioses machos y hembras, los que son. de la tierra de Kheta,
de acuerdo con los mil dioses, los dioses machos y hembras,
los que son de la tierra de Egipto.... Sutech de Kheta, Sutech
de la ciudad de A.... Astarata de Kheta (Astarte), etc.» (1).
Era tan grande la corrupción humana en este punto y tan
pendiente el declive formado ya en tiempo de Abraham por el
politeísmo y la idolatría, que hasta la misma familia del patriar­
ca, los descendientes de Arfaxad habían prevaricado, dejándo­
se arrastrar por la impetuosa corriente del error politeísta: y el
padre de Abraham, Taré, no supo precaverse del contagio, se­
gún nos consta por el libro de Josué, que dice de él y sus ma­
yores: «Al otro lado del río habitaron vuestros padres desde el
principio: Taré, padre de Abraham y Nachor, y sirvieron á los
dioses ajenos» (2). Recordando lo que hemos dicho del dios
principal de Ur, que era la luna, Sm , no está fuera de lugar la
conjetura de que Taré adorara al astro de la noche, y aun esto
pudo dar lugar á la fábula rabínica de haber sido arrojado el
patriarca á un horno de fuego por negarse á dar culto al dios
Sin, que evidentemente no estaba solo en Ur, sino que sería
como el jefe de una tribu de dioses. •
Iba, pues, desapareciendo de la tierra la idea de la unidad de
^ Dios, siendo suplantada por el politeísmo más absurdo é irracio­
nal, aunque todavía no faltaban hombres de recta inteligencia
y sano corazón, que adoraran al Dios único y verdadero.
Abraham le ofreció los diezmos de los despojos que había to-

(1) Records o f th e p a st, tom o V, pág. 30 y 31,


(2) Cap. X X IV -3.
462 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

rnado á Godorlahomor y sus aliados por medio de Melquisedec


sacerdote del D ios altísim o, de quien tenía idea tan clara co­
mo lo indica la bendición que dióal vencedor, diciendo: «Ben­
dito Abraham del Dios excelso que creó el cielo y la tierra.
Bendito el Dios excelso, con cuya protección se hallan en tus
manos los enemigos» (1).
Abimelec, rey de Cíerara, el que robó á Sara, conocía tam­
bién á Dios, según se desprende del capítulo XX del mismo libro.
Más tarde, y cuando el politeísmo se iba arraigando entre las
creencias humanas, encontramos al Santo Job y sus amigos,
en tierra de Hus, adoradores del Dios único, y al suegro ele
Moisés, sacerdote de Madian, que también lo era. Pero no pa­
saba de casos aislados y honrosas excepciones el culto elel
Dios verdadero. Por lo demás, la tierra estaba inundada de ído­
los, sin que necesitemos ahora indagar el motivo ó motivos ele
la idolatría, alguno de los cuales nos manifiesta el libro déla
Sabiduría (2).
A esta sazón es cuando Dios determina formar un pueblo,
á quien hará depositario de su palabra y designios sobre el
hombre (3) y será el guardador de la ley de la unidad; para
lo cual manda á Abraham que salga ele su tierra y se vaya á
otra que estuviera en mejores condiciones para los fines altísi­
mos de la divina Sabiduría. Por eso eligió la Palestina, desde
donde con la mayor facilidad pudiese extenderse la Buena Nue­
va por las tres partes del mundo conocido, y á ella se encami­
nó el padre de aquel pueblo.
Se equivoca, pues, lastimosamente el Sr. Castelar en lo ejue
dice de la vocación de Abraham, suponiéndola producto exclu­
sivo de la mente del patriarca. Pero no es esa sola la equivo­
cación del autor de la G alería. Son tantas y de tanto bulto,

(1) Génesis, cap. X IV -18.


(2) Cap. XIV. Véase laB ib lia de Vence, tom o VIII. D isertación sobre el origen
de la Id o la tría .
(;3) A d R o m . ,111-2.
463

que apenas si pueden copiarse. Pondremos algunas más. Ha­


blando del robo de Sara en Egipto, escribe: «El nómada en­
tendió bien pronto y tomó, en consecuencia, precauciones que
sirvieron á su vida propia, pero no d la castidad de su m u­
je r.....Si el concepto de la familia hubiera estado más puro
en el pensamiento de Abraham, y los celos generados por la
monogamia hubieran podido levantarse á una en el corazón
de aquel polígamo, antes m atara á su mujer que darla de gra­
do al déspota, y antes m uriera él que pasar por las torturas
inenarrables de ver en ajenos brazos al objeto predilecto de su
amor». Y luego pretende dar la razón filosófica de aquel mo­
do de proceder de Abraham, diciendo: «Fuera del gobierno
fijo en el patriarca y fuera déla sumisión por todos al p atriar­
cado debida, no hay allí nada fijo, ni la religión que cambia de
templo y altar á cada paso, ni la familia misma cuyas relacio­
nes han de transform arse por necesidad al contacto con las
circunstancias externas.....De aquí aquella ignorancia en que
Abraham se hallaba respecto del derecho ejercido sobre su
mujer, y del carácter, no bien monógamo ni bien polígamo, de
su familia. Por consecuencia, cuando le preguntan..... respon­
de que Sara no es verdaderam ente su m u jer, sino su her­
mana natural».
Detengámonos un momento sobre lo transcrito para ver de
qué modo Castelar desfigura la historia patriarcal y acusa al
santo Abraham de delitos y faltas imaginarias. La idea del p ro­
greso indefinido, quees una ideapanteísta, lleva al Sr. Castelar
más allá quizá— así queremos creerlo— de lo que él quisiera;
el afán de buscar contrastes le hace incurrir en exageraciones
y aun falsedades manifiestas, imperdonables en un escritor
que á las pocas líneas de lo copiado pone la versión del texto
sagrado hecha por él mismo. Y, en efecto, en ese texto, con
que quiere autorizarse el Sr. Castelar, no se lee lo que él afirma-
Nunca Abraham dijo á Sara, ni tampoco ésta á los egipcios,
que «no es verdaderam ente su mujer», como pretende don
464 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

Emilio. Dijo, sí, que era suherm ana, y dijo la verdad; aunque
tampoco esto lo ha entendido el escritor republicano. Pero no
negó que fuera su esposa. Si los egipcios comprendieron mal,
cúlpense á sí propios y no al patriarca, que respondió lo que
debía, como lo probó claramente el resultado.
Conocía Abraham, harto mejor que el Sr. Castelar, cuáles
eran las circunstancias en que se hallaba, y lo que aconsejaba
la prudencia. Por eso miró y atendió á la vez á la conserva­
ción de su vida y al honor de su mujer, en cuya virtud, con
sobrada razón, confiaba. Así es, que á él le respetaron y su
mujer no se vió en los brazos de Faraón, como sin funda­
mento afirma, aunque estuviera en su palacio. Diez meses es­
tuvo Ester en el de Asuero antes de cohabitar con él, y los Fa­
raones de Egipto no eran menos fastuosos que los reyes de
Oriente, ni exigían menos cuidados en la mujer que había de
compartir con ellos el tálamo; entre tanto, Dios proveyó, y la es­
peranza de Abraham y su esposa no salió fallida, y Faraón
comprendió que había hecho mal en tom ar para sí una mujer
casada, y la devolvió intacta á su marido. ¿Qué ocurrió entre
tanto para que el rey de Egipto conociera el estado de Sara?
La Escritura no lo dice, ni tampoco hace falta, puesto que
Dios tiene infinitos medios para hacer conocer su voluntad
santísima. Santa Cecilia, casada con un noble mancebo, contra
su voluntad, previno á éste que estaba su cuerpo bajo la cus­
todia de un ángel; Valeriano temió, aunque gentil, y no tocóá
la virgen su esposa, y convertido, mereció ver el ángel y^sufrir
el martirio. Caen, pues, por su base las suposiciones del señor
Castelar, lo mismo en este punto que en el otro que se refiere
á los dones recibidos de Faraón por Abraham , puesto que ca^
mina siempre el autor de la G alería bajo una hipótesis falsa
y sin más fundamento que el imaginario de su loca fantasía.
Polígamo llama á Abraham el Sr.. Castelar, á sabiendas de
que entonces no lo era; porque solamente después de su regre­
so á Palestina tomó á la esclava egipcia Agar. Y por si esto
ABRAHAM 465

fuera poco, dice de él que no tenía religión fija, pues que cam­
biaba de templo y de altar; asegurando esta enormidad después
de habernos hablado del «culto de una idea nueva», y que por
esta idea recorría el mundo en basca de «una tierra para eri­
girla en ara del Dios de su conciencia», y «en pos de un templo
y de un santuario donde poder guardar aquella idea divina».
¿Que cómo se compone esto con la falta de fijeza en religión?
Como se componen tantas y tantas contradicciones en los que
ni quieren dejar de ser racionalistas, ni dejar de aparecer
cristianos.
Todavía es más injusto con Abraham el escritor demócrata
cuando añade: «Aunque Abraham dijera por temor á la muerte
que sólo un lazo de natural hermandad había entre su mujer y
él, no debieron de creerle cuando Faraón le colmó de favores
por sus complacencias. N o estaban m uy claras las nociones
de m oral en teólogo de tamaño fu s te , al recibir dones y p r e ­
sentes sin escrúpulo p o r tolerancia sin e x c u sa ..... Y se vol­
vió á Ganaán, bien que repleto de riquezas allegadas p o r m e­
dios, los cuales harían h o y , en este tiempo tan condenado
por la crítica piadosa, ¡oh! sonrojarse a un m arm olillo. De tal
modo el progreso ha logrado..... mejorar las humanas condi
ciones hasta en lo relativo á su intrínseca moralidad» (1).
Ahí está pintado el Sr. Castelar de cuerpo entero. Llama
santo al patriarca, y le acusa, en términos clarísimos, de leno­
cinio, que hoy, ¡gracias al progreso! es enteramente desconoci­
do. Materia para discurrir largamente nos suministrarían las
líneas copiadas, si fuera nuestro propósito vindicar por extenso
al padre de los judíos de las acusaciones del racionalista espa­
ñol. Hemos de contentarnos, no obstante, con una observación,
que da al traste con toda la retórica castelarina.
Costumbre era en la antigüedad, no del todo olvidada entre
nosotros, hacer regalos, más ó menos cuantiosos, según la ca­

(1) E n el m is m o c a p ít u lo , p á g. 235.

30
466 EGIPTO y ASIRIA RESUCITADOS

lidad de las personas, á los padres y hermanos de la mujer que


se tomaba por esposa; ó como dice el mismo Castelar (1), si­
guiendo en esto las huellas de otros escritores, era costumbre
comprar la mujer. Fuera de una manera, fuera de otra, el he­
cho es ciertísimo y consta de mil pasajes de los antiguos escri­
tos. Sirva de ejemplo el mismo Abraliam, cuando envió á su
criado en busca de mujer para su hijo. Llegó Eliezer á Harán,
pidió á Rebeca, y en cuanto obtuvo la respuesta favorable, pro-
latis oasis argenteis et aureis, ac uestibus, declit ea Rebecae
p ro m uñere , f r a t r i b u s q u o q u e e j u s e t m a t r i d o n a o b t u -
L IT (2).
Sara pasaba en Egipto como hermana de Abraham, sin que
se la conocieran allí más parientes. ¿Qué había de hacer Fa­
raón sino colmar de regalos al hermano, cuando pretende ca­
sarse con su hermana? ¿Qué tenía que hacer Abraham, sino
recibir aquellos obsequios dados según la legítima costumbre?
¿Dónde hay aquí ni sombra siquiera de lo que el Sr. Castelar
supone? ¿Dónde están las inmorales complacencias del patriar­
ca, ó las tolerancias sin excusa? Muy fácil es formar juicios
temerarios, pero no lo es tanto demostrar la base racional de
esas afirmaciones.
Otras varias hace el señor profesor de Historia de la Central,
algunas de las cuales es necesario pasarlas por ojo. La prime­
ra se refiere al parentesco que había entre A braham y Sara,
que se llam aban herm anos. No ignora el Sr. Castelar que
esta denominación era común entre los hebreos para desig­
n ar á los parientes próximos. Baste, sin salir la familia de
Taré, el ejemplo de Lot, á quien Abraham llama siempre her­
m ano, cuando sabemos que era sobrino carnal (3). El mis­
mo parentesco tenía con Sara, hija de Aran, herm ano mayor
de Abraham, llamada en el capítulo XI le se a , según el sentir

(1) P á g in a 247.
(2) Génesis, X X IV -53.
(3) Génesis, X I-27-31.
467

común de los intérpretes; pues era frecuentísimo en el pueblo


hebreo el que tuvieran las personas dos nombres. Cierto que
Abraham dijo al rey de Gerara que su mujer era también h er­
mana, hija de su padre, pero no de su madre. Esto quiere decir
que Taré, padre de Abraham, había tenido dos mujeres, sim ul­
táneas ó sucesivas: en una tuvo á Aram, padre de Sara, y en
otra á Abraham, herm ano de Aran, tío y marido de la misma
Sara. Así entienden este pasaje los santos y los expositores sa­
grados (1). De m anera que no hay tal herm andad ni tal m atri­
monio entre herm anos carnales, y las bodas de tío y sobrina
las estamos presenciando todos los días.
Otro de los cargos injustificados que el Sr. Castelar dirige
al matrimonio patriarcal, es el mal trato y despedida de la
tienda que hicieron sufrir á la esclava egipcia, em barazada pri­
mero, y con su hijo Ismael niño después. Injusto está el Sr. Cas-
telar y sobradam ente duro con el santo matrimonio. No debe
ignorar el profesor de Historia, la explicación dada á este pa­
saje por San Pablo (2). Y si la ignora, peor para él, porque
significará que se pone á interpretar la Escritura sin los debi­
dos conocimientos. Todo aquello, dice el santo Apóstol, era
una alegoría, que significaba la servidumbre del Antiguo y la
libertad del Nuevo Testamento; y como entonces el hijo de la
esclava, nacido según la carne, perseguía al hijo de la libre,
cuyo nacimiento era debido á la promesa, así también hoy
los hijos y esclavos de la carne persiguen á los hijos del espí­
ritu y de la libertad. ¿Qué ocurrió, pues, en la familia de Abra­
ham? Lo mismo que ocurre con harta frecuencia en las fami­
lias donde hay hijos de varios matrimonios, que riñen entre sí
y llegan á hacerse incompatibles. Supuesto lo cual, es necesa­
rio que alguno abandone la casa paterna, y ya se ve que en

(1) No han faltad o , sin em bargo, alg u n o s in térp re tes, au n q u e pocos, que e n ­
tiendan las p alab ras de A braham á A bim elee en el sen tid o de que Sara fu e ra h e r­
mana suya de p adre, pero no de m adre.
(2) A d G alatas, IV.
468 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

este caso el hijo de la esclava y su madre eran los llamados á


salir, más bien que la señora y su hijo. ¿Tiene esto, por ven­
tura, algo de particular y de anómalo?
Desengáñese el Sr. Gastelar: la Escritura Santa no se entien­
de si no se la lee con el mismo espíritu con que fué escrita; y
debiera acordarse del juram ento que prestó sobre los Santos
Evangelios al doctorarse,'en el cual dijo, entre otras cosas, re­
firiéndose á la Escritura: Ñ eq u e ecim un q u a m , nisi ju x ta una-
nim em consensum p a tr u m , accipiam et interpretabor (1).
Sin duda el j u x t a lo ha convertido D. Emilio en contra, para
cumplir mejor el juram ento hecho.
Con lo dicho sobra para que el lector pueda formarse idea
de las audacias del Sr. Castelar y de su desparpajo en la ex­
posición de la Biblia. Quizá más adelante volvamos á ocupar­
nos en esto. Ahora, dejando á Abraham , vamos á tratar de
José.

(1) P rofesión de f e de P ío I V .
C A P I T U L O II

José.

A R T ÍC U L O P R IM E R O

Observaciones.

1G erminada la vindicación de la historia de Abraham según


^ la refiere el inspirado autor del Génesis, pasamos á José
sin ocuparnos ni en Isaac su abuelo, ni en Jacob su padre. La
vida del primero fue tranquila, sin salir nunca de Palestina, y los
dos únicos hechos que pudieran llamar nuestra atención, que­
dan suficientemente expuestos en la historia de Abraham. Son
éstos, el haber tomado por esposa una prima, que fué á bus­
car en Mesopotamia el administrador general de su padre y los
recelos que con ellos m ostrara el rey de Gerara Abimelec, rece­
los que terminaron en una alianza fraternal, viendo los gera-
rienses que Dios estaba con Isaac y hacía prosperar todas sus
cosas. Ya tratamos del primero, al comparar los usos y costum­
bres de los actuales beduinos con lo que sobre el particular nos
refiere Moisés, y del segundo no es menester decir nada, des­
pués de lo que queda escrito acerca del robo de Sara por Fa­
raón en Egipto y por Abimelec en el mismo Gerara; no siendo
de nuestra incumbencia el deslindar si el Abimelec de Sara es
el mismo de Isaac ú otro diferente (1).
Lo que pudiera interesarnos en la vida de Jacob, fuera de

(1) P uede verse sobre este p a rtic u la r á W o u t e r s , Cuestiones sobre el A n ti­


guo Testam ento, tom o I.
470 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

lo que dice relación con su viaje á Egipto, que trataremos aquí


también, queda bastante explanado en lo dicho acerca de su abue­
lo. Tal ocurre con el viaje que hizo desde Harán á Palestina,
después de haber permanecido algunos años al lado de su tío
y suegro Labán.
En cambio, la vida de José es interesantísima por muchos
conceptos y está llena de tiernísimos episodios, que no pueden
leerse con indiferencia. Aún recordamos los afectos que excita­
ba en nosotros, cuando niños, la lectura de la historia de José
en el Sr. Mazo y las lágrimas que nos hizo derramar en mu­
chas ocasiones. Y eso que el Magistral de Valladolid copia lite­
ralmente el relato de Moisés, sin añadir por su parte casi nada.
No hay en el mundo obra literaria tan interesante ni tan mo­
ral, donde se vea con tanta claridad la providencia de Dios so­
bre el justo y la igualdad de alma de éste en medio de las
tribulaciones más grandes y de las mayores elevaciones. Cúm­
plese á la letra en José el Oculi D om ini super ju sto s et ciures
e/'us in prceces eorum (1) de David, así como el e x omnibus
tribulcdionibus eorum liberabit eos del mismo profeta (2).
Pasando por todos los extremos de la vida y experimentan­
do los vaivenes de la fortuna, José se nos presenta en todas
ocasiones, tanto en lo más elevado de su gloria como en las
mayores humillaciones y reveses, el hombre igual, que ni se
engríe con los triunfos ni se abate con los infortunios. Hijo
mimado de un padre anciano, que ve constantem ente en él
el alma y los afectos de su querida Raquél, este mismo amor
paterno, acaso excesivo, quizá menos prudente y de todos
modos peligroso para el joven, á quien sus bellísimas prendas
hacían por otra parte amable más que el am or de las mujeres,
para valernos de una frase bíblica (3), fué como el principio

(1) Psal., X X X I I I - 16.


(2) Psal., X X X ILI-18.
(3) II Reg., 1-26.
JOSÉ 471

de sus desgracias y la ocasión de su gloria, según él mismo


candorosamente confiesa á sus herm anos (1). Vendido por
éstos, que primero pensaron en darle muerte, empieza á a rras­
trar la cadena del esclavo. Mas bien pronto el noble egipcio
comprador advierte que ha encontrado un siervo fiel, y de tal
suerte confía en su virtud, que le hace superintendente de su
casa y administrador de su fortuna, hasta el punto de no saber
más que la comida que le daban, en expresión del texto sagrado.
Síguese una prueba terrible á la que pocos hombres resis­
ten, pues perdidam ente enamorada del joven la señora, preten­
de seducirle, y él, fuerte en su virtud y acordándose de la pre­
sencia de Dios (2), rechaza con denuedo la solicitación y pre­
fiere la cárcel, donde fué sepultado, á ofender á su Dios y á s u
amo. Pero en medio de las cadenas Dios no le abandonó, y el
alcaide hizo de él el mismo aprecio que había hecho Putifar,
entregándole el cuidado de los demás presos y haciendo que
pasara por su mano cuanto á la prisión se refería. Y José, que
en Palestina había referido á sus padres y herm anos las visio­
nes que tuviera en sueños, por lo cual éstos le llam aron el
soñador, recibió en la cárcel militar de Egipto el don de poder
interpretar los de sus compañeros de presidio, cumpliéndose
al pie de la letra cuanto les anunciara, y siendo éste el medio
elegido por la Providencia para que Faraón le m andara salir
de aquel lugar de criminales y le colocara inmediato á las gra­
das del trono, haciéndole su primer ministro y entregándole el
cuidado del reino.
Entonces fué cuando tuvieron cumplimiento los presagios
de adoración vistos por él en la casa paterna, y sus herm anos
le adoraron, como lo hizo más tarde su padre. Este, que había
llorado la muerte de su hijo muy querido y que en m uchos

(1) N on vestro consilio, sed D el voluntate liuc missus sum. G énesis, X LV . Pro
salute vestra m issit me D ens ante vos in JE giptum , ibidem .
(2) ¿Quomodo possum hoc mahum fa c e re et peccare in D eum meum? G én e­
sis, X X X IX -9.
472 EGIPTO Y ASI RIA RESUCITADOS

años de dolor y sentimiento expió superabundantem ente el


excesivo cariño hacia el péqueñuelo, revivió con la noticia de
su existencia y de su altísima dignidad en la corte de Faraón,
exclamando en medio del gozo que le em bargaba el alma:
<Bástame si aún vive mi hijo José; iré y le veré antes de
morir» (1).
La grandeza de alma de este hombre modelo se conoce
mejor comparándola con la bajeza de la de sus herm anos, que
debieron sentir el torcedor de la conciencia durante toda su
vida.
Por eso, cuando se vieron acusados de espías por su her­
mano, decían entre sí, creyendo que nadie les entendía, puesto
que José les hablaba por medio de intérprete: «Justamente
sufrimos estas cosas, porque hemos pecado contra nuestro
hermano, viendo las angustias de su alma, cuando nos supli­
caba y no le hicimos caso. Por eso viene sobre nosotros esta
tribulación» (2). Y después de asegurarles que no tenían por
qué temer, que no se acordaran de que le habían vendido, pues
eran trazas de la Providencia para salvarles en aquellos apuros,
no las tenían aún todas consigo, y muerto Jacob enviaron un
recado á José, fingiendo que el padre les había hecho el en­
cargo de decir al virrey de Egipto: «Ruégote que te olvides de
la maldad de tus herm anos y del pecado y de la malicia que
cometieron contra tí, y también te suplicamos nosotros que
perdones á los siervos del Dios de tu padre esta iniquidad».
Palabras que hicieron saltar las lágrimas de aquel mansísimo
varón, dando á los temerosos herm anos una respuesta digna
de su grande alma, donde no cabían los resentimientos, y de
su profunda sabiduría: «No temáis, les dijo. ¿Acaso podemos
resistir á la voluntad de Dios? Vosotros quisisteis hacerme un
mal, pero Dios lo ha convertido en bien, para elevarme como

(1) Génesis, X LY -28.


(2) Génesis, X LII-21.
jo sé 473

lo estáis viendo, y salvar á machos pueblos. No querráis te ­


mer, yo os alimentaré y también á vuestros pequeñuelos. Y
les consoló y les habló con blandura y cariño» (1).
Así responden las almas bien templadas, volviendo bien por
mal y pagando con beneficios las injurias.
Nada nos dice el texto sagrado de la mujer de Putifar, aqué­
lla que solicitó con tanto empeño al santo mancebo, después
de darnos cuenta de la prisión de José á causa de su infame
calumnia. Pero es bien seguro que, si antes no se reconcilió
con él, fué para ella un tremendo castigo el ver á aquél, que
había despreciado sus caricias y se había negado á consentir
en el pecado, siendo el segundo después de Faraón y como el
ayo del poderoso rey de Egipto. Algunos creen, fundados en la
identidad del nombre, que la joven dada á José en matrimonio
por el mismo rey, era hija del general de las tropas egipcias
que había comprado á José de mano de los ismaelitas, y que
este Putifar, princeps exe rcita s, del capítulo 39, es el mismo
Putifar, sacerdotis Heliopoleos, del capítulo 41, con lo cual
habría venido José á ser yerno de su amo antiguo y de la m u­
jer de éste que le solicitó para pecar, en el caso de que Ase-
neth fuera hija de aquella mujer, ya que estaba admitida en
Egipto la poligamia.
El fundamento de esta opinión, como se ve, es demasiado
endeble; como que sólo se funda en que el general y el sacer­
dote se llamaban de la misma manera, y en todas partes suce­
de que un mismo nombre es común á muchas personas. Está
además en oposición con la costumbre egipcia de que los sa­
cerdotes formasen como un cuerpo, educándose desde niños
para el altar solamente.
La historia de José no se halla entre los monumentos egip­
cios descubiertos hasta la fecha, y su nombre con el de Jacob
solamente una vez aparece escrito en caracteres jeroglíficos so­

lí) Génesis, cap. L.


474 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

bre los monumentos de % a rn a k, donde se refieren las expe­


diciones militares de Thotm es I I I en Palestina. Oigamos á
G roff: «En tiempo de A m osis fueron expulsados los Pastores
y fundada la dinastía XVIII, cuyo sexto rey fué el gran Thot­
mes III. Bajo su reinado vemos la coalición formada contra él
por las tribus cananeas, entre las que se hallan las de Jacob-el
y Josef-el. Después de la caída de la dinastía XVIII fué fun­
dada la XIX con Ramsés. Probablemente bajo Ramsés II nació
Moisés, según la relación bíblica, y bajo su hijo y sucesor Me-
nenphtáh tuvo lugar el éxodo. Allí encontramos divididos álos
hebreos en doce tribus, diez de las cuales vienen directamente
del patriarca Jacob y las otras dos proceden de José. Así ve­
mos el perfecto acuerdo de las enseñanzas jeroglíficas, que di­
viden, en la época de Thotmés III, á los hebreos en dos tribus,
la de Jacob y la de José, con la Biblia al tiempo del Exodo, que
nos da el mismo sentir» (1).
Para comprender cómo pudo el rey de Egipto batir en Ma-
gedo á los hijos de José, conviene recordar que, con la salida
de los pastores debieron irse no pocos israelitas, ya que en su
tiempo y bajo su protección se habían establecido en el valle
del Nilo. Así se entiende bien un pasaje del primer libro délos
Paralipómenos (VII-21), en que se dice que algunos hijos de
Efraím fueron muertos por los habitantes de Geth, porque ha­
bían invadido las posesiones de éstos. Claro está, que habiendo
nacido Efraim en Egipto, sus hijos tuvieron que ir á Filistea con
alguien, y éste sería sin duda el ejército de los reyes expulsados.
Así es, que en la lista de tribus confederadas contra el poder
de Faraón se leen Ia-kob-aal y lo-sep-al. La actitud que sin
duda tomaron los hijos de Israel en la guerra intestina de los
egipcios contra los Jüksos, favoreciendo á estos últimos que les
habían protegido y dado lo mejor de Egipto, m edullam terrae

(1) L e ttre á M . R evillo u t sur le nom de Jacob et de Joseph en Egyptien, pá­


g in a 5; P a rís, 1885.
JOSÉ 475

que dice el Génesis, explica la subsiguiente persecución de los


vencedores egipcios contra los hebreos y la opresión de que nos
da cuenta el Exodo.
Fuera del nombre de José con el aditamento del nombre
divino E l, no se encuentra en los monumentos egipcios la his­
toria de este patriarca ni los varios episodios que la componen;
pero en cambio la misma historia del Génesis es tan egipcia y
tiene tal sabor al Nilo, que no hay en ella una sola circunstan­
cia, por insignificante que parezca, que no esté plenamente
confirmada con lo que sabemos por los modernos descubri­
mientos hechos en la tierra de los Faraones. Y es tan cierto
esto que afirmamos del sabor y color egipcio de la historia de
José, que los mismos racionalistas, tan interesados en negarlo,
se ven obligados á dar de ello testimonio. «La pintura de las
costumbres de Egipto, escribe á este propósito Ewald, hecha
por este escritor (el de la vida de José, que él cree fueron
cinco), es generalmente muy exacta» (1).
Al estudiar la historia de José referida en el Génesis, no te­
nemos para qué ocuparnos en las tradiciones arábigas existen­
tes hoy en Egipto, relativas al mismo asunto; bastándonos con­
frontar los datos bíblicos con los modernos descubrimientos.
«Existe en el viejo Cairo, escribe Am esí, un antiguo monumen­
to arruinado, que llaman vulgarmente el granero de José.
¿Hace esto relación al hijo de Jacob, ó bien, como el pozo de
la cindadela, el Bear José, debe atribuirse á lusef Saladino? Lo
ignoro; pero me parece incontestable que Saladino, en todo
caso, hace mucho tiempo fué olvidado, y las dos obras de que
os hablo, son adjudicadas por el pueblo á sólo el José de que
hay memoria, esto es, al hijo de Jacob. Hay también un canal
que lleva el nombre de José, y es el famoso B a lir Jusef. Este
canal conduce las aguas del Nilo á la cuenca de Fayum. Se

(1) Geschichte des Volkes Israels (Historia del pueblo de Israel), 1864, toiuo I,
pägina 599.
476 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS
_ - I
atribuye al hijo de Jacob, que, según dicen, organizó el prime­
ro este sistema maravilloso de canales, que aún se ve en esta
provincia. Todavía se repite hoy entre el pueblo que las cose­
chas de esta pequeña cuenca bastarían para alimentar el Egipto
todo, si el Nilo no creciera lo suficiente para inundar el país» (1).
Estas y otras tradiciones populares sirven en defecto de me­
jores pruebas para demostrar lo que dice el Génesis; pero los
racionalistas no se conforman con ellas, ni tampoco nosotros,
¡T ,
por falta de autenticidad.
- ’ ..

A R T ÍC U L O I I

La venta.

Jacob amaba con singular predilección al hijo de Raquél,


bien fuera por el cariño especial que á ésta profesaba,, bien por
las raras prendas de José, que sin duda le hacían acreedor á
ser amado sobre los otros hermanos. En prueba del cariño que
profesaba á su hijo, hízole el padre una túnica de varios colo­
res. La costumbre general era entonces, como es hoy, que los
vestidos tuvieran un color; sin embargo, no era raro entre los
semitas usar túnicas exteriores hechas con telas de colores va­
riados, según hemos visto en los A m a de los sepulcros de
Beni-Hassam, que llevan hábitos rayados de rojo, blanco y
azul; lo cual puede contribuir á que formemos idea exacta de la
tunicam p o lym ita m (2) con que Jacob atestiguaba el amor
especial que al hijo de Raquél profesara. «Todavía se hace hoy
lo mismo en Oriente con los hijos preferidos, escribe Roberts.
Frecuentemente se ven telas de púrpura, de escarlata y otras,
cosidas formando una sola pieza con no poco gusto. Algunas
veces los hijos de los musulmanes llevan vestidos bordados de
oro y seda de diversos colores» (3).

(1) C arta á V igo u ro u x e sc rita d esd e E l C airo, en 8 de F eb rero de 1869.


(2) Génesis, X X X V II-3 .
(3) O riental Illu stra tio n s o f the Sacred S c rip tu re s, pág. 43; L o n d re s, 1835.
jo sé 477

me- Esta preferencia, demostrada tan al vivo para con el hijo me­
esta nor, acabó de llenar la medida de odio y envidia de los herma­
)se- nos de José, muy prevenidos contra él á causa de los sueños
ipto que candorosamente les contara y de las informaciones que
i). había dado á su padre acerca de la conducta inmoral de sus
me- hermanos.
los Apacentaban éstos los rebaños de Jacob en Siquem mientras
TOS, permanecía en Hebron su padre, quien para tener noticias de
sus hijos y de sus ganados, envió á ellos á José que le acom­
pañaba, y cuando le vieron llegar á alguna distancia, estando
en Dotain, y conociéndole sin. duda por la túnica rayada, co­
menzaron á decir: «Allá viene el soñador; vamos á matarle y
así sabremos de qué le aprovechan sus sueños». De manera
juél,
que el odio había echado tan profundas raíces en aquellos hom­
por
bres, que sin miramiento alguno á su hermano y á su padre,
or á
no se detenían ante el fratricidio.
' que
El camino que va de Damasco á Egipto, después de atrave­
:olo-
sar la llanura de Esdrelón, penetra por un desfiladero que
e los
atraviesa las montañas de Efraim. En medio de aquella garganta
e los
estaba situado Enganim y más al mediodía Dotain, la doble
s va-
cisterna, llamado hoy T ell D uthan. En el libro de Judit en­
s de
contramos exactamente fijado el emplazamiento de este pueblo
co y
cuando dice: «Escribió el sacerdote Eliakim á todos los que ha­
déla
bitaban contra Esdrelón, que está al lado opuesto del gran cam­
amor
po, junto á Dotain, y á todos por donde podía haber camino
i hoy
para pasar» (1). Y en el capítulo VII-3 añade: «Todos se pre­
berts.
pararon igualmente para pelear contra los hijos de Israel, y
Dtras,
vinieron por la falda del monte hasta la cumbre que da vista á
junas
Dotain, desde el lugar que se llama Belma hasta Kelmón, que
os de I
está contra Esdrelón».
Dotain era un punto excelente para que se apacentaran en
él los rebaños de Jacob. Colocado en la cadena de m ontañas

835. (1) Cap. IV -5.


478 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

de Efraim y uno de sus valles, poseía admirable fertilidad, que


conservó hasta hace pocos años, en que fueron cortados los
naranjos, limoneros y granados que hacían de aquel paraje
un sitio amenísimo, por las tropas de Kaim akan de Naplusa,
según testifica el abate Guerín (1). «Las num erosas cisternas
cavadas en la roca, dice Andersón, que se encuentran en Do-
tain por todas partes, debían proporcionarles (á los hermanos
de José) una fosa cómoda para meterle, y como estas cister­
nas tienen la forma de una botella con su orificio estrecho,
era imposible, al que allí fuese aprisionado, salir de ella sin
auxilio ajeno. Todas se hallan en tal mal estado en la
actualidad, que es imposible servirse de ellas» (2). Antes del
viaje de Robinsón á Palestina, que tuvo lugar en 1853, solían
colocar los geógrafos á Dotain hacia el norte del mar de Tibe-
riades en un sitio que llaman K han-D jubb YusuJ, haciendo
ya mención de este K ha n los historiadores de las cruzadas.
Sin necesidad de más datos que los sum inistrados por el
Génesis, se comprende que no podía estar Dotain tan distante
de Siquem ó Naplusa. Pues habiendo enviado el patriarca
Jacob á su hijo á Siquem en busca de sus herm anos, éstos
no debían distar mucho de aquel punto. Y, en efecto, no está
muy separado el actual Duthan. Si á esto se agrega lo que po­
ne el libro de Judit, apenas puede tener excusa la errada opi­
nión de los escritores que llevan á Dotain al norte de Pales­
tina cuando estaba en el centro. Calmet anduvo menos errado
poniéndole á cuatro leguas al norte de Sam aría, siguiendo á
Eusebio (3). En Dothan, que es el mismo Dothain, se halla­
ba Eliseo cuando fueron á prenderle los soldados de Benadab,
rey de Siria, y los llevó á la plaza de Samaría, sin que lo no­
taran (4). La descripción que hace del país el capítulo sexto

(1) D escription de la Palestine. S a m a rle , tom o II, pág. 219; 1875.


(2) The S ur vey o f P alestine (La. inspección de Palestina); L ondres, 1871; pág. 463.
(3) D icionaire de la Bible, en el lu g ar co rresp o n d ien te.
(4) IV . Reg., VI.
JOSÉ 479

del cuarto de los Reyes, cuadra admirablemente con lo que de­


jamos escrito de los desfiladeros entre los cuales estaban p as­
toreando los herm anos de José.
Véase cómo hablan de Dotain los Sres. Fernández Sánchez
y Freire Barreiro,catedráticos de la Universidad de Santiago:
«Cerca de Ierb a , aldea de cuatro ó cinco casas, situada so­
bre una colina, distante de Sanur cosa de tres kilómetros, nos
enseñó nuestro dragomán el camino que, siguiendo la dirección
noroeste, lleva en poco menos de media hora á Tel D atan, que
es la antigua Dotain, donde, como dejamos dicho, encontró José
á sus hermanos, que allí mismo le arrojaron á una cisterna seca,
para que muriese; si bien un tanto arrepentidos, le vendieron
después á unos mercaderes ismaelitas. En el siglo XV aún se
mostraba aquella cisterna al peregrino. En Dotain ó Dotán, co­
mo también se denomina en la Escritura, residía Elíseo, cuan­
do Benadab, rey de Siria, en guerra con Jorán, que lo era de
Israel, sabiendo que el santo profeta desbarataba sus planes,
poniéndolos de antemano, por divina inspiración, en conoci­
miento de su soberano, mandó gente armada que le prendiese...
La hermosa colina sobre que asentaba en otro tiempo üo-
tain, está en parte cubierta de zarzales, entre los cuales alzan
su copa algunos algarrobos y seis hermosos terebintos que dan
su sombra á una mezquita medio arruinada, que con algunos
objetos de cerámica es el único vestigio de la antigua ciudad-
En la falda del monte, al suroeste, hay dos pozos de agua po­
table, que prueban la identidad del Dután de los árabes y el
Dotán ó Dotain de la Escritura; pues Dotain en hebreo sig­
nifica dos cisternas, dos pozos. Por otra parte, San Jerónimo y
Eusebio colocan á Dotain al norte y á distancia de doce millas
romanas de Samaría, lo cual es exacto y acaba de demostrar
aquella identidad» (1).

(1) Santiago, Jerusalén, Moma, diario de u n a pereg rin ació n á estos y otros
santos lugares, tom o II, pág. 752-53. Santiago, 1881.
480 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

Los herm anos de José cogieron al inocente mancebo y le


arrojaron á una de las cisternas que tenían cerca de sí y carecía
entonces de agua, como sucede con frecuencia en Canaán du­
rante el estío, para que allí pereciera. Debía estar esta cisterna
más seca que la que sirvió de cárcel á Jerem ías, porque el profeta
estaba lleno de lodo cuando le sacaron (1). Lloraba el joven he­
breo su desventura en aquella prisión subterránea, mientras
sus herm anos se sentaban muy tranquilos á comer; por más
que su corazón y su conciencia debía reprenderles aquel pro­
ceder, cuando acertaron á pasar por allí unos arrieros madia-
nitas que iban á Egipto con resinas y arom as (2). Venían de
Galaad, célebre en la Escritura por sus drogas, hasta el punto
de exclamar el profeta: «¿Acaso no hay resina en Galaad, ni
se encuentra allí médico?» (3), y seguían la ruta ordinaria de
los que entonces y ahora cam inaban desde aquellas comarcas
al reino délos Faraones. «Vimos allí, dice un viajero inglés,
una caravana de ismaelitas que iba costeando el valle, proce­
dente de Galaad, como en tiempo de Rubén y de Judá. Sus
camellos estaban cargados de aromas, de bálsamo y de mirra,
y con seguridad hubieran comprado de buena gana otro José
á sus hermanos, para conducirle á Egipto y venderle á cual­
quier Patifar» (4).
Las enseñanzas egiptológicas confirman de una manera
asombrosa cuanto nos dice la Escritura acerca de los madia-
nitas, portadores de perfum es par3 el Egipto. «Debe irse al
Egipto, escribe Ebers, para encontrar señales fijas de una raza

(1 ) J e r e m í a s , c a p . X V II y X V III.
(2) E n el cap ítu lo 28 del G énesis pone dos veces ism aelitas y n n a madianitas.
D ebe e n te n d e rse que, en vez de sig n ificar un pueblo, q uiere decir arriero s; pues
am bas trib u s e sta b a n ded ica d as al tra n sp o rte de gén ero s en cam ellos, que cons­
titu y e la arrie ría , como h a c ía n h a sta m uy pocos años há e n tre nosotros los ar­
g óllanos y los maragafcos.
(3) J e r e m í a s , V III-22.
(4) C l a r k e : Travels in various countries o f E uropc, A sia and A fric a (Viajes
á yarios países de E u ro p a, A sia y A frica), tom o II, cap. X V ; 1813.
481

que hace mucho desapareció. Es preciso ver allí los hijos


de Ismael, con su piel morena, que conducen del Oriente al
Egipto camellos ricamente cargados, si se quiere observar ba­
jo una forma viva algo de la vida antigua. En parte alguna se
asemeja tanto el antaño al ogaño como en los caminos que
conducen las caravanas sobre las riberas del Nilo. Cuanto
más estudiamos la historia auténtica en los m onum entos fi­
gurados y en los documentos escritos, tanto mejor vemos al
egipcio pegado á su suelo y lleno de repugnancia por los lar­
gos viajes. Lo que él tenía necesidad de comprar al extran­
jero, se lo procuraba por medio de estos navegantes del de­
sierto, uno de los cuales decía á N iebuhr hace poco menos
de un siglo: Poco nos importa la ruina de todo el universo,
con tal que el Egipto subsista».
«Por otra parte, es cierto que la civilización egipcia, según la
conocemos por los monumentos faraónicos, no podía prescindir
de multitud de objetos, que sólo del Oriente podían llegarle. A
este número pertenecen las substancias resinosas y los aromas
necesarios para la momificación de los cadáveres. La madera
de cedro, que encontramos bajo el nombre as, empleada en to­
da clase de artefactos, y principalmente en la construcción de
las barcas; el betún, y en fin, el incienso y los perfumes necesa­
rios, desde los más remotos tiempos, no sólo para el culto, sino
también para los usos de la vida privada, que se servía, con
razón, de ellos en las enfermedades contagiosas, quemando
para purificar el aire, maderas odoríferas aportadas de la Pales­
tina oriental y de la Arabia, todo esto atestiguan millares de pa­
sajes de las inscripciones. Las publicadas por Dumichen bastan
para demostrar que los egipcios tenían necesidad, solamente
para los usos religiosos, de una multitud de aromas y de per­
fumes llevados del extranjero» (1).
La estela de Ramsés II según unos, ó de Ramsés XII según

(i) E gypten and dic Bitcher Mose, tom o I, pág. 288.


31
482 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

oíros, que se encuentra en la Biblioteca nacional de París, re­


presenta á este rey ofreciendo á uno de los dioses un braserillo

con carbones encendidos, diciéndonos la inscripción que acom­


paña: «Ofrece incienso á su padre el dios Kons» (1). (Véase el

(I) R ouge , E tudes sur une stele egyptiene, en el D ia rio A siático de Octubre
1856.
483

anterior grabado). Y estas escenas se repiten con muchísima


frecuencia en los monumentos egigcios. El gran papiro H a rris
hace mención, entre los presentes hechos por Ramsés II al tem ­
plo de sus dioses, de sesenta y dos ánforas de incienso blanco,
trescientas ocho mil noventa y tres medidas de incienso, noventa
y tres ánforas y mil ciento hiris (1) de bálsamo dulce, setecien­
tas setenta y ocho ánforas de incienso para quemar, treinta y un
ánforas de bálsamo rojo, etc., etc.». Tan aficionados á perfumes
eran los antiguos egipcios, que hasta las almas de los difuntos
los gastaban. En un papiro perteneciente al museo de Louvre des­
crito por Deveria (2), papiro que se refiere al rey A m enm san V ,
represéntase el aima de este rey ofreciendo perfumes á tres di­
vinidades del cielo inferior, al dios ^Bennu, dios grande con ca­
beza de garza, quien le da en cambio manjares de su mesa; al
dios señor del temor con cabeza doble de serpiente; al dios se­
ñor que destruye las iniquidades, que en vez de cabeza tiene
una pluma, emblema de la justicia.
Las gomas servían además para la pintura, según se lee en
el libro de los muertos: «Pinta con hesteb en una solución de
goma». Las inscripciones de la cámara del tesoro de R ham psi-
nit nos enseñan que la goma venía de Arabia y de Canaán.
Entre dos árboles de Arabia bien conocidos de los naturalistas,
está representado un montoncito de granos de goma con la
leyenda «goma de Arabia». Encima de ellos se levantan dos
columnas de piedra, que sostienen dos pesas en forma de ani­
males, con estas palabras: «granos de goma del país de Ca­
naán» (3). Por los datos expuestos, que pudieran multipli­
carse, se ve el gran consumo que hacían de perfumes los egip­
cios, y la multitud de caravanas que era menester arribaran á

(1) El hin era u n a m edida de capacidad p ara líquidos, usada e n tre los h e ­
breos, que la tom aron p ro b a b le m e n te de E gipto; pnes a p arece por vez p rim e ra
en el capítulo 29 del E xodo. V alía cu atro litro s y m edio p ró x im am en te.
(2) M anuscrits égyptiens clu Musée de Louvre. P a rís, 1875. P ap iro I, pág. 4.
(3) E b e k s , obra citad a, tom o I, pág. 291, - •
484 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

aquel país continuamente, para aprovisionarle de un artículo de


que hacían tanto gasto. El sagrado escritor nos indica cuáles
eran las drogas cargadas sobre el lomo de los camellos madia-
nitas, que hemos tropezado en Dotain, p o rta n tes, dice, aro-
m a ta , et resinam , et stacten, ó como trae el texto original,
nekot, sori y lot. Aunque las antiguas versiones miraban el ne-
kot como un término genérico para indicar toda clase de aro­
mas, hoy es considerado como significando lo mismo que el na-
kaat de los árabes, es decir, la resina del T ra g a ca n to , árbol que
crece en el Líbano, en América y en Persia. Produce un licor
viscoso que se endurece al contacto del aire, tomando la forma
de gusanos más ó menos largos y retorcidos. Entre los presen­
tes que Jacob envió por conducto de sus hijos á José, cuando hi­
cieron el segundo viaje á Egipto llevando á Benjamín, se pone
también el nekot.
S o ri significa y es el bálsamo, muy abundante antiguamente
en Palestina, por más que hoy no se le encuentre entre las pro­
ducciones del país. Así es, que el profeta Ezequiel, al describir
la opulencia de Tiro y lo que á ella llevaban las demás nacio­
nes, dice que «Israel y Judá pusieron en sus mercados (de Tiro)
bálsam o, miel, aceite y resina» (1). Era célebre por su buena
calidad el de Galaad, y á esto alude la Sabiduría (2) cuando
dice: Sicat cinam om un et balsam um a rom atizans odorem
d e d i..... et quasi balsam um non m ix tu m odor meus. Todavía
se encuentra en Arabia y en Africa el árbol que lo produce, y
apenas llega á 15 pies de altura; obteniéndose este producto
por medio de incisiones en la corteza, como se extrae la resina
de los pinos.
Por último, el lot, ó la d a n , como dicen los árabes, es muy
conocido y muy usado en la farmacopea de Europa, casi sin
variar el nombre, que sólo ha sufrido una pequeñísima trans-

(1) X X V II-]? .
(2) X X IV -21-22.
jo sé -1 8 5

formación al convertirse en nuestro láudano. Turnefort, des­


cribiendo su viaje á Candía, dice lo que vamos á copiar acer­
ca del láudano: «Yendo hacia el lado del mar nos encontramos
sobre unas colinas secas y arenosas cubiertas de pequeños ar­
bustos que producen el láudano. Era la hora más calorosa del
día y no soplaba brisa ninguna. Tiempo el más á propósito para
recoger el láudano. Siete ú ocho paisanos en camisa y calzonci­
llo hacían pasar sus látigos sobre aquellas plantas. A fuerza de
sacudirlas y golpear sobre las hojas del arbusto, sus correas se
cargaban de una especie de liga olorosa pegada á las hojas. Es
una parle del alimento de la planta, que trasuda al través del
tejido de las hojas como un sudor craso, cuyas gotas son relu­
cientes y tan claras como la terebintina. Cuando los látigos es­
tán bien cargados de esta grasa, se les raen las correas con un
cuchillo y se forman panecillos con la materia raída, la que com­
pramos nosotros bajo el nombre de láudano. Un hombre que
trabaje con aplicación puede reunir en un día más de tres libras,
que se venden en la comarca á un escudo. La recolección no
tiene más de molesto que el tener que hacerse durante el calor
y cuando hay calma. Lo cual no impide que el láudano más
puro contenga substancias extrañas, porque los vientos de días
anteriores llenaron de polvo los arbustos. Para aumentar el
peso de esta droga, la mezclan con una arena negruzca muy
lina que se encuentra en aquellos lugares; como si la naturale­
za hubiera querido enseñarles ó sofisticar esta mercancía» (1).
En Egipto encontramos las tres especies de gomas odoríferas
que llevaban los madianitas compradores de José. Cada templo
egipcio tenía su laboratorio, su droguero y su preparador.
Ebers leyó en el laboratorio del templo de E d fo u los nombres
de las dos substancias primeras de que venimos hablando, nom ­
bres probablemente tomados de los semitas. Entre los aromas de
que estaba compuesto el célebre perfume cuyo nombre % yphi,

(1) Voynge nu Levcinf, tom o I, pág. 291.


486 E GI P T O Y ASIRIA RESUCITADOS

en egipcio %upi] nos han conservado los clásicos, entra como


ingrediente un producto vegetal que llaman tara y es el mismo
sori hebreo, convertido el p sa d e semítico en t, al pasar al len­
guaje chuschita de Egipto. Otra de las substancias que forman
un mismo grupo con el ta ra , se llama nekpat, que es el mis­
mísimo nekot, con la introducción de la labial p en medio de la
palabra. Verdad es que no se halló el lot, pero también lo es
que se leen en los textos pasajes que hacen en general relación
á los perfumes de Siria. En el papiro bilingüe de Rhind se dice
que: «Anubis llenó la cabeza (en el acto de momificar) de per­
fumes de Siria, de bálsamo, de resina, de cedro, etc.» Por otra
parte, en las mismas momias se ha encontrado en abundancia
el lá u d a n o , que expresamente no traen los textos, hallándole
en el fondo de los féretros y notándose el olor del láudano
en medio de los demás perfumes que sirvieron para el en-
balsamamiento (i). El presente, por otra parte, viene en con­
firmación de lo pasado; porque todavía hoy están siendo uno
de los principales artículos de comercio entre el valle del Nilo
y el Oriente las tres clases de drogas aportadas por los madia-
nitas que compraron á José en Dotain.
Esto nos lleva á otra clase de consideraciones que dicen re­
lación con la esclavitud del hijo de Jacob. No se contentaban
los medianitas con llevar á Egipto las resinas de Galaad, sino
que, cuando se les presentaba ocasión, no la desperdiciaban
para llevar esclavos, que les dejaban pingües ganancias. Sa­
bíanlo los hermanos de José, y creyendo que era menor delito
vender al hermano que dejarle morir de hambre en la cisterna,
como antes habían adoptado este medio, mejor que quitarle
ellos la vida por sus manos, determinaron tratar con los arrie­
ros el precio del joven. Convinieron al fin en '20 sidos de plata,
por más que el sagrado texto diga sólo viginti argenteis, es-
rim kesef.

(1) T h. S m i t h , The H isto ry o f Joseph. E d im b u rg o , 1875, pág. 21.


JOSÉ 487

Numerosos eran en Egipto los esclavos, y los había de to­


dos los países. Los monumentos los representan en gran n ú ­
mero, habiéndolos de todos colores, edades y sexos. A este
propósito escribe Chabas: «Parece que los egipcios nunca
tenían bastantes domésticos para su servicio. Negros, bedui­
nos, sirios, árabes, libios, insulares del Mediterráneo, etruscos
y griegos del Asia Menor se encuentran en los talleres de
Ramsés III» (1). A cada paso leemos en los documentos
egipcios de todas las edades la fuga de algún esclavo. Un
papiro hierático de Leyde habla de seis siervos pertenecien-
x tes al príncipe A te/anon, hijo de Ramsés II. Letronne publicó
en el D iario de los sabios (2) la traducción de un m anus­
crito greco-egipcio, donde se lee: «Recompensa prometida á
quien descubriese ó devolviese dos esclavos escapados de
Alejandría». En el tratado concluido por Ramsés II con los
Khetas, que es el tratado más antiguo que se conoce, lleva
entre sus cláusulas una, por la cual se concede la extradición
de los fugitivos que se refugiaran en Siria. Después de poner
Maspero las cláusulas de aquel célebre tratado, que terminó
las guerras seculares entre los egipcios y los Khetas, dice:
«Igualdad y reciprocidad perfecta entre los dos pueblos, alian­
za ofensiva y defensiva, extradición de los criminales y de los
tránsfugas, tales son las principales condiciones de este trata­
do» (3). En una carta del escriba Jc Bekenamen á su padre el
profeta R a m e su , de Hermópolis, publicada por Chabas (4),
se leen los trabajos que tuvo que sufrir para recobrar un es­
clavo fugitivo.
Abundaban, pues, los esclavos en Egipto; pero tenían gran
estimación, como mercancía privilegiada, los esclavos sirios y
cananeos, según sucedió más tarde en Grecia y Roma. El tipo

(1) Recherches pour servir c l 1' histoire de X I X d ynastie, 1873, pâg. 62.
(2) Ju n io y S eptiem b re de 1833.
(3) H istoire ancienne des peuples de l'Oriente-, 4.a éd itio n , pâg. 225.
(4) Mélangés egyptologiques, 3.“ serie, tom o I, pdg. 231.
488 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

de la esclava Sira pintado por el cardenal W iseman en su


F a b io la , es un tipo muy exacto y responde perfectamente á
las costumbres rom anas de entonces. Hasta tal punto abun­
daba en Egipto el número de siervos semitas, que venían á
ser sinónimos entre el vulgo las palabras semita y esclavo.
Estos se llamaban bak-u, ses-u y hon-u, ú hon-t-u tratán­
dose de una sierva. «En todo tiempo, escribe Soury (1), tu­
vieron en singular aprecio ios egipcios los buenos servicios de
los esclavos semitas. Muchos siglos antes de Aristófanes, como
dejó escrito Chabas, los papiros de la época de Ramsés mencio­
nan el clásico «Sirio». Así que no eran solamente aromas y
bálsamo lo que cargaban las caravanas, que atravesaban la
Palestina para ir á Egipto; porque llevaban igualmente á los
bazares de Mentís y de Tebas, esclavos escogidos, raros, ver­
daderos objetos de lujo. En las populares calles de las ciuda­
des, corrían los sirios y los negros delante de las carrozas de
los burgueses ricos, vestidos de lino y llevando en la mano
una caña de oro ó un látigo para guiar los troncos de sus ca­
ballos». Aristófanes refiere el adagio siguiente, que nos recuer­
da otro casi idéntico que oímos en Extremadura: «El cuco (cu­
clillo) canta; cuco circunciso, adelanta». Los extremeños dicen:
«A tu tierra, serrano, que canta el cuco; no esperes á que cante
el abejaruco». El reirán extremeño indica los muchos braceros
que de las provincias del Norte van á trabajar por el invierno
á Extremadura; y eso mismo debe significar Aristófanes, los
m uchos cananeos que vivían sirviendo en las riberas del Nilo.
Samuel Béker nos refiere una historia idéntica á la de José,
por lo que hace al punto que tratamos; es la del esclavo Saat,
que «habiendo nacido en Fertit, cuando pastoreaba las cabras
de su padre, á la edad de poco más de seis años fué hecho
prisionero por los árabes Baggaras. Describía él con no poca
energía los incidentes de su prisión. Hombres montados en ca­

(1) Reoue des deux mondes, 15 de F e b re ro de 1875.


jo sé 489

mellos se arrojaron de repente sobre él, cuando guardaba en


el desierto el rebaño, le ataron, le metieron en un saco de go­
ma y le colocaron sobre un camello. Como gritaba pidiendo so­
corro, un árabe abrió el saco donde estaba metido y le am ena­
zó con asesinarle si hacia el menor ruido. Obligado así á estar­
se tranquilo, fué transportado á una distancia de muchos cen­
tenares de millas á través del Kordofán y llevado basta Angola,
sobre el Nilo. Allí le vendieron á unos traficantes en esclavos,
que le llevaron al Cairo y le volvieron á vender, en clase de
tambor, al gobernador egipcio» (1).
Bien podernos concluir, en vista de estos datos, como con­
cluye Ebers: «Encontramos, pues, de nuevo confirmada aquí la
exactitud de todos los detalles que nos suministra la Biblia
acerca de José» (2), que á la sazón tenía 19 años, según el
testimonio de Joséfo Flavio (3).

A R T ÍC U L O I I I

La compra.

«Y le compró (á José) Putifar, eunuco de Faraón, príncipe


del ejército, de mano de los ismaelitas, que le habían conduci­
do» (4). Tales son las palabras con que el historiador sagrado
nos da cuenta de la entrada de José en Egipto, dando con ellas
lugar á varias cuestiones suscitadas por la crítica racionalista
contra la veracidad mosaica. Tócanos por lo mismo justificar
el relato del Génesis en lo relativo á la existencia de eunucos y
esclavos en Egipto, diciendo lo que era Putifar y cómo en efec­
to sucedió que su infiel esposa tentara la virtud del joven he­
breo, quien prefirió arrostrar las iras de su señora desairada á

(1) D escubrimiento del A lberto N y a n za , nuevas exploraciones á las fu e n te s


del Nilo, trad u cid o al fran cés del inglés p o r M asson, cap. III.
(2) JEgypten und die Bücher Aloses, tom o I, pág. 295.
(3) A ntigüedades judaica s.
(4) Génesis, X X X 1X -1.
490 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

ofender á Dios y faltar á la fidelidad de siervo fiel en quien su


amo depositara entera confianza.
Por de pronto, el nombre P u tifa r era casi tan común en el
Egipto de entonces como entre nosotros el de P e d r o , pues
siendo costumbre en los pueblos antiguos tomar el nombre de
los dioses, según hemos visto ya y veremos aún en el transcur­
so de esta obra, el príncipe del ejército de Faraón no era otra
cosa que uno de tantos egipcios, en cuyo nombre entraba como
elemento el de alguna deidad. P u tifa r , en la forma egipcia
P e tip h ra , significa consagrado á P r a , esto es, al dios sol, que
los egipcios llamaban R a , precedido del artículo p , como los
caldeos le adoraban bajo el nombre de Sam as. Ya Champo-
llión en 1827 había escrito (1): «Este nombre propio debe
ser transcrito en letras copias P etepré ó P eta p ré ó Petaphé;
y nosotros reconocemos aquí la transcripción jeroglífica de
P u tip h a r, que en el texto copto del Génesis se escribe regu­
larmente Peteplié, como nuestro nombre jeroglífico». Así
también Petési ó P etam on, que se encuentran en los textos
griegos, significa «consagrado á Isis», «consagrado á Ainón».
Del segundo elemento de Putifar dice Birch que indica un nom­
bre del bajo Egipto, un nombre de Eliópolis y no de Tebas, lo
cual está muy conforme con lo que sabemos del tiempo en que
José entró en Egipto, dominado en la parte del Delta por los
H iksos y en la región tebana por reyes indígenas, aunque tri­
butarios, que al fin y no mucho tiempo después de muerto José,
acabaron por expulsar del valle del Nilo á los extranjeros (2).
A Putifar le llama Moisés eunuco de Faraón, y, sin embargo,
nos dice que estaba casado, puesto que la mujer de aquel
eunuco fué la tentadora del castísimo joven. Ya Voltaire había
pretendido reírse de la unión de estas ideas eunuquismo y
matrimonio, diciendo: «Mas lo que no tiene semejanza en ningún

(1) Précis du systèm e hierogliphiquc, P a rís, 1837, pdg. 177.


(2) Ilisto ry o f E gypt:, pag. 70.
pasaje ele la mitología, es que Putifar fué eunuco y casado» (1).
Después de él otros, tan ignorantes como aquel crítico, han
repetido la misma cantinela. Ahora bien; ya se tome la palabra
eunuco en el sentido que hoy la damos, ya en el más proba­
ble de cortesano ú oficial de palacio, son perfectamente com­
patibles las dos ideas. Es mucho más probable la opinión de los
que juzgan que Putifar es llamado eunuco por la alta dignidad que
ocupaba en la corte faraónica, como lo eran también el pana­
dero mayor y el copero del rey, compañeros de José en la pri­
sión. Y ya se comprende que dada esa significación á la pala­
bra, desaparece por completo la dificultad. En efecto, los 70
traducen el nombre hebreo saris del v. 19 del cap. XXXIV de
Jeremías por dinastas y con mucho acierto á nuestro entender,
toda vez que allí se habla de judíos, entre los cuales no había
eunucos por precepto expreso de la Ley, que prohíbe textual­
mente la mutilación aun en los brutos (2). Sin embargo, nues­
tra Vulgata la vierte, como en otros pasajes, por eunucos, y di­
ce: «Los príncipes de Judá, los príncipes de Jerusalén, los
eunucos y sacerdotes, y todo el pueblo de la tierra», donde
harto claro está, además de lo dicho, que aquí el saris no pue­
de significar eunucos propiamente dichos, sino más bien los
altos empleados del palacio de Sedecias. A mayor abundamien­
to los Targumistas ó redactores del T a rg u n casi siempre usan
de aquella voz saris en el sentido de je fe , y esto cuadra bien
á nuestro propósito, puesto que Putifar era príncipe del ejército
y sería por lo mismo quizá una cosa parecida á lo que hoy
llamamos «el jefe del cuarto militar del rey», cargo que recae
siempre en un soldado de alta graduación.
Por otra parte, no es infrecuente que palabras de una signi-

(1) B iblia explicada, en el lu g ar corresp o n d ien te.


(2) Levítico, X X II-2 4 . Omne a n im a l, quod vel contritis, vel tusis, vel sectis
ablatisque testiculis est, non o fferetis Domino. Tn t e r r a v e s t r a h o c o m n i n o n o n
FACIATIS.
492 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

ficación dada, pierdan, al menos en parte, aquella misma, cam­


biándola por otra que, siendo de mayor categoría, coloca á los
poseedores en orden social más elevado. Sirva de ejemplo el
adjetivo déspota, cuyo significado, tomado comúnmente á ma­
la parte, dejó de ser odioso para convertirse durante el Bajo
Imperio (griego, no egipcio) en nombre de dignidad, que hacía
del que le llevaba, y era conocido por déspota, la tercera per­
sona de los dignatarios palatinos. Una cosa igual sucedió con
el comes stabuli de los godos, convertido más tarde en Condes­
table de Castilla, sin cuidar para nada de las cuadras reales.
Lo mismo acontece hoy con el Caballerizo m a yo r, pertene­
ciente á la primera nobleza y título de uno de los altos emplea­
dos de palacio, que en todo piensa menos en los caballos del
rey.
El Sr. Castelar confunde lastimosamente esta parte de la vida
de José, que toca por incidencia en el tomo 2.° de su Galería
de mujeres célebres. No contento con hacer de Putifar el co-
pero de Faraón, cuando el Génesis nos dice que era princes
exercitu s, incurrre en un anacronismo de 400 años al afirmar
que el Faraón á quien sirvió José era Ramsés II, en vez de
Apapi II. Repítelo varias veces, con lo cual se excluye la idea
de un error de imprenta. Véanse algunos pasajes:
«Una vez establecido en Egipto (José), tomóle á su servicio
el principal escanciador que tenía la corte aquella» (pág. 285).
«El segundo Ramsés, á cuyo copero José servía, llegó á tener
ciento cincuenta hijos» (pág. 286). «Pero terrible calumnia de
la mujer á quien servía, ó sea la esposa del copero..... lo arro­
ja en una prisión, de la cual sale para explicar los sueños de
Ramsés II» (en la misma página).
No son raras, sino muy frecuentes en el Sr. Castelar estas
confusiones; así es que nadie puede fiarse de las noticias que
aprenda en sus libros históricos, porque una buena parte de
ellos está escrita de memoria en oposición abierta con las en­
señanzas de la Historia; y otra parte considerable m ás que de
493

historia merece el nombre de novela; como que es el producto


espontáneo de su fantasía; pero volvamos á nuestro propósito.
Teniendo en cuenta todas las observaciones que preceden,
bien podemos afirmar que Putifar no era eunuco en el sentido
ordinario de la palabra, sino en cuanto que desempeñaba un
cargo importante, difícil por otra parte de discernir á tanta dis­
tancia, cerca de la persona de Faraón; no significa en este pa­
saje la palabra hebrea sáris un defecto de organismo, sino una
dignidad palaciega, y aun pudiéramos decir nacional.
Mas, aunque tomemos la voz saris en sentido de eunuco,
no por ello hemos de negar que Putifar pudiese estar casado y
que de hecho lo estaba, según asegura Moisés. Es malísima re­
gla de crítica juzgar de las ideas de otros tiempos, generadores
de ciertos hechos, por las ideas que tengamos nosotros sobre
el particular y deducir un imposible de lo que á nosotros nos
parece. Cierto que los eunucos no pueden contraer matrimonio
válido, cuando el eunuquismo es perfecto. Pero también es
verdad que, si la eviración mata la potencia generativa, no des­
truye por completo la venus física, ni los deseos de deleites car­
nales. A lo sumo disminuye su intensidad, quedando la raíz
que se manifiesta cuando la ocasión es propicia. Sucede esto
en la especie hum ana y también en las especies irracionales,
algunas de las cuales somete el hombre á aquella operación
para que le resulten más útiles, como acontece con los animales
domésticos el buey, el caballo, el asno, el carnero y otros. ¿Quién
no ha visto á éstos en tiempo de celo enfurecerse y luchar
con otros machos por la posesión de la hembra? En los
eunucos son algunas veces más fuertes las pasiones de la venus
que en aquellos que conservan íntegra su virilidad, según ates­
tiguan médicos y fisiólogos, y esto nos basta para explicar la unión
marital de un evirado. Hov mismo, según testimonio de via­
jeros, existen eunucos con harem (1), y los autores antiguos

(1) Eb e ks, M g y p te n , etc., t o m o I, p á g . 2 9 9 .


494 EGIPTO Y ASI RIA RESUCITADOS

citados por Gesenio (1) nos han transmitido noticias de he­


chos semejantes.
A nuestro propósito bastará copiar aquí uno de los párrafos
del R om ance de los dos herm anos, que luego transcribiremos,
para que se vea que en Egipto no era cosa rara el matrimonio
de un eunuco. Dice el párrafo aludido número 35, después de
haberse dicho en el 33, que «N u m le había dado una compa­
ñera para que viviera con él»: « B itiu la amó mucho mu­
cho (esto demuestra lo que decíamos arriba). Ella quedaba en
su casa mientras que él pasaba los días cazando bestias del
país, para llevárselas y depositarlas ante ella. Él la dijo: No sal­
gas de casa, no sea que te lleve el río. Yo no sería capaz de
librarte, porque soy una m ujer como mi corazón está so­
bre lo más alto del cedro». Pueden consultarse sobre este pa­
saje los comentarios de Maspero; mas la simple lectura de la
confesión que Bitiu hizo á su mujer, demuestra con claridad
la eviración del egipcio (2).
Por lo demás, la existencia de los eunucos en Oriente y en
Egipto está demostrada hasta la saciedad desde los más remo­
tos tiempos. Solamente en el pueblo hebreo no los había, ni
era permitida la castración de animales, acaso como medio de
evitar semejante injuria á los hombres. La tradición clásica
atribuye á la fabulosa Semíramis la invención del eunuquismo,
y de ella dejó ecrito el poeta Claudiano:
P rim a S em iram is asta
A ssyriis m entita viru m , ne oocis acutce
M ollities leuesque gence se p ro de re possent,
jilos sibi c o n ju m xit sim iles (3).
Los monumentos asirios más antiguos presentan ya la exis-

(1) Thesaurus linguce hebrew, pág. 973.


(2) L e conté des deux freres, en la R evista de cursos literarios, 28 de Febrero
de 1S71.
(3) I n E utrojñum , 1-139-42.
josé 495

tencia de estos desgraciados en gran número, y ocupando los


principales puestos. Se les ve combatiendo sobre los carros de
guerra, haciendo de capitanes, recibiendo los prisioneros y las
cabezas cortadas al enemigo. En el palacio y en el templo des­
empeñaban un papel principal, llegando algunas veces á ocu­
par los primeros empleos en la república, como ocurrió con
Agha-Mahomed en Persia, ya en la era cristiana, que ocupó el
trono de los partos, y en Egipto el negro % afur, que le gobernó
junto con la Siria desde el 966 hasta el 968.
Y para que nada faltara, sabido es que Focio, después de
haber servido al emperador de Constantinopla, llegó al patriar­
cado de la misma ciudad, no obstante la irregularidad que
padecía.
También abundaron desde antiguo en el valle del Nilo, y los
monumentos egipcios los presentan á cada paso mezclados
con los demás, conociéndoseles perfectamente por la ausencia
de barba (lo mismo que en los monumentos asirios), el des­
envolvimiento mayor del tórax, la obesidad que contrasta con
la falta ordinaria de carnes en aquel pueblo, el color particu­
lar de la piel que guarda un térm ino medio entre el moreno
de los hombres y el claro amarillento de las mujeres (1). Sue­
le vérseles en compañía de estas últimas, y entre otros m onu­
mentos, aparecen en los sepulcros de Beni-Hassan.
Hállaseles igualmente en la corte sirviendo el harem real;
pues, aun cuando la generalidad de los egipcios fueren m onó­
gamos, los reyes y grandes personajes no se contentaban con
una sola mujer, según vimos en el capítulo anterior. Los ba­
jos relieves del país de M edinet-A bu representan un harem ;
y uno de los papiros conservados en el Museo Británico con­
tiene la caricatura— á que eran muy aficionados los egipcios —
de un Faraón, que bien pudiera ser Ramsés II, ó su hijo Me-
nephtah I, que bajo la forma de león está jugando á los dados

(1) R o s e llin i, M o n u m en ti , p . II, t o m o III, p á g . 132,


496 EGIPTO Y ASI RIA RESUCITADOS

con su favorita en forma de gacela, Dos raposos, que figuran


los eunucos, custodian el harem, indicado por un rebaño de
gacelas, y los raposos llevan su zurrón cada uno á guisa de
______ _ pastores. Un perro y un gato en re­
presentación de los oficiales del rey
van guiando una m anada de patoso
ánséres, que significan los hijos del
monarca, porque este ave era el je­
roglífico de la idea de hijo. Como se
ve, la caricatura no deja de tener
miga. (Véase el grabado).
El celebérrimo Sesostris, Ram-
sés II, tuvo más de 150 hijos, lo que
prueba que no debía ser escaso el
J número de sus mujeres. Entre éstas,
1 llevaba una el título de reina, y no
•§ era raro que fuera esposa de varios
| Faraones por razón de su título.
o

| Alguno hay en quien los egiptólogos


no encuentran otra legitimidad para
ascender al trono, más que el estar
casado con una mujer de sangre
real; siendo digno de observarse que
las genealogías egipcias dan la pre­
ferencia á la madre sobre el padre,
no llamándose uno hijo de Fulano,
sino de F u la n a . La reina Mertitejs.
de la cuarta dinastía, fué sucesiva­
mente mujer del rey S n e fru , de
Cheops y de Chefren (1). Un gran
oficial de las prim eras dinastías lleva el título de «jefe de la casa

(1) H o v , M onum ens des s ix prem ieres dynasties egiptiennes, en las Memo­
g e

rias de la Academ ia de las In scrip cio n es, tom o X X V .


jo é s 497

de la gran favorita», m e rp e r en hes-ur-t, la hija de M erianhs.


También H orkhem , de quien hablaremos más tarde, era guar­
dia del giníceo re a l
La Vulgata dice que Putifar era príncipe clel ejército de
F araón, y el texto original pone sar hat-tabbahim . Es difícil
saber á ciencia cierta el significado de este título, puesto que
las dignidades y títulos de altos empleados en Egipto estaban
grandemente multiplicadas, y los H ikso s, que gobernaban
aquel país cuando José vivió en él, no quisieron ser menos que
los Faraones sus antecesores, conservando todo el boato de la
corte, como hicieron algunos reyes bárbaros de los que ocupa­
ron territorio al imperio romano. Los epitafios de los grandes
señores egipcios contienen una serie, que nunca parece acabar­
se, de los títulos y preeminencias que gozaban en vida, y esto
lo mismo en el orden civil que en el militar, entre los cuales
había una gradación num erosa desde el general en jefe hasta el
oficial inferior. Componíase el ejército egipcio de muchos cuer­
pos, como los arqueros, los jinetes ó combatientes desde los
carros de guerra, etc., siendo para nosotros de la mayor im ­
portancia, por lo que veremos en el libro siguiente, los m ad-
jaiu, que pudiéramos llamar «cuerpo de orden público» por
estar encargados del cumplimiento de las órdenes em anadas
del soberano. Tan importante llegó á ser este cuerpo, que su
nombre es, en copto, sinónimo de soldado, m atoi (1).
El nombre de M a d ja iu era originariamente el de una tribu
de la Libia sojuzgada por los antiguos Faraones, que habían
hecho de ella un cuerpo de ejército auxiliar muy importante;
tanto, que su nombre se comunicó al cuerpo de orden públi­
co por la fidelidad con que servía los intereses del rey. Lla­
mábase su jefe her m a d jaiu, y probablemente tenía bajo sus
órdenes las tropas egipcias encargadas del cumplimiento de
los reales decretos y tam bién los mercenarios extranjeros que

(1) P e y k o n , L e x ic ó n lin g u a e copticae, p á g . 1 1 0 .


498 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

servían á Faraón. Sin dada las funciones policiacas de este


personaje estaban indicadas en los títulos que leemos con fre­
cuencia en los monum entos jeroglíficos, á saber: «Los dos
ojos del rey del Alto Egipto», «los dos oídos del rey del Bajo
Egipto», ar-ti en suten res, anli-ti en hab.
Siendo, como eran, complicadísimas las leyes del Egipto, el
jefe de los m adjaiu debía de tener no poco que hacer para
que se cumplieran y desempeñar los oficios de un buen jefe
de policía para descubrir y castigar los transgresores. Todo
egipcio estaba obligado á presentarse una vez cada año al go­
bernador de su nomo, para darle cuenta de sus rentas y de
sus ocupaciones. U n a mentira en este particular podía costar-
le la vida, según el testimonio de Diodoro de Sicilia (1), y
debía ser antiquísim a esta obligación. Un monumento de la
dinastía XIX, publicado por W ilkin so n (2) nos representa
la población entera de un nomo, con su estandarte, compa­
reciendo uno por uno delante del m ernut-trat para hacer la
declaración, que iba siendo registrada por un escriba.
Así como los M a d ja iu estaban encargados de buscar los
esclavos fugitivos, estábanlo también, como nuestra Guardia
civil, de perseguir á los criminales y capturarlos, y de custo­
diar los prisioneros de guerra. Grande era el número de los ;
que en Egipto estaban destinados á trabajos forzados, y en
los monumentos aparecen por millares los prisioneros de gue­
rra atados codo con codo. Por añadidura, las leyes egipcias
castigaban con la última pena una porción de delitos, entre
los cuales hallábase la magia, según se desprende del papiro
Lee I, que nos hace conocer un juicio donde fué condenado á
muerte de látigo cierto intendente del ejército por haberse en­
tregado al ejercicio de la magia. Y siendo tantas y tan varia­
das las obligaciones de los m adjaiu, compréndese que su nú-

(1) B ibliot., lib ro I, cap. 77.


(2) M anners aud Customs I I , usos y c o stu m b res, etc., pág. 133.
499

mero fuera considerable y formaran un cuerpo de tropas bien


organizadas y convenientemente repartidas en todo el territo­
rio: así es que el general ó jefe supremo de aquel cuerpo, por
necesidad había de ser muy considerado en la corte, donde
tendría influencia decisiva. Ahora bien; probablemente el p r in ­
ceps exercitu s, que dice la Vulgata era Putifar, significaba
general com andante de los m adjdiu (1).
No están, sin embargo, conformes las antiguas versiones
acerca del oficio de Putifar, y mientras los árabes y sirios le
hacen jefe de los guardas de Corps, los coptos y los griegos de
la versión alejandrina le convierten en cocinero mayor, ó jefe
de los cocineros del rey, fundados quizá en que más adelante
se dice de él que sólo sabía de su casa lo que comía. En los
monumentos egipcios se ven con frecuencia los cocineros ro­
deados de los instrumentos de cocina y de varias viandas, de
un modo algo parecido á lo que sucede en los comedores de
nuestras fondas, donde se ponen cuadros con piezas de caza,
cestas de fruta y otros comestibles. La Vulgata se aproxima
bastante, en nuestro pobre juicio, á la exactitud, cuando vierte
el scir hat tabbahim por «príncipe del ejército». Tabbah signi­
fica soldado, satélite y acaso ninguna palabra hebrea responde
mejor á la idea de m adjaiu. Así es, que ese mismo título se
halla en otros libros posteriores del Antiguo Testamento, sin
más que sustituir la palabra sar por la moderna rctb, de donde
resulta el rab-tabbahim. Así en el libro IV de los Reyes (XXV)
se llama á Nabuzardán en los versos 8-11 y 20 rab-tabbahim,
que traduce la Vulgata principe del exército, príncipe de la
milicia y príncipe de los soldados. En Jeremías se llama al
mismo Nabuzardán M agistro m ilitum (XXXIX-11) rab-tcib-
baim, maestro de la m ilicia (XL-1), príncipe de la m ili­
cia (2), maestro de la m ilicia (5), principe de la m ilicia
(XLIII-6) etc., por más que los 70 continúen traduciendo je fe

(1) E b e r s , 2 E g yp ten u n d die, etc., t o m o I , p á g . 2 9 5 .


500 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

de los cocineros. Seguramente los encargos que dio á Nab.u-


zardán su señor Nabucodonosor, cuadran bien á un soldado,
pero muy mal á un encargado de guisar, siquiera sea para
el rey.
Cualquiera, en fin, que fuera la dignidad y posición de Pu-
tifar en la corte de Faraón, no puede dudarse que era una de
las primeras, y él, por consecuencia, un personaje de mucha
importancia. Advierte el texto sagrado que era egipcio, vir
cegiptius, y es necesario tener presente esta ciscunstancia en
aquel tiempo, cuando una dinastía extranjera, la de los Jiihsos,
dominaba en Egipto, y tenía, como es natural, la mayor parte
de sus empleados sacados de la misma raza, como sucedía en­
tre nosotros en los primeros años del reinado de Carlos I, que
casi todos eran flamencos los que acompañaban y servían
al rey.
Poco tiempo tardó José en ganarse la confianza omnímoda
de su amo, que viendo la virtud y fidelidad del cananeo, le con­
fió el cuidado de sus esclavos y de sus bienes, descargando en
él el peso de la casa y viviendo tan descuidado de cuanto
atañía á su hacienda, que solamente daba cuenta de lo que ha­
bía de comer cuando se sentaba á la mesa. Todas las grandes
casas egipcias tenían un intendente general ó administrador,
como sucede hoy entre nosotros con los nobles y ricos, que,
además de las administraciones particulares de los varios es­
tados que poseen en diversas provincias, tienen su contador
general, con quien directamente se entienden para los asuntos
financieros, Más tarde, cuando José llegó á primer ministro de
Faraón, le hemos de ver trantando con su mayordomo, como
Putifar trataría con él lo relativo al buen servicio de su casa.
Esta organización de las grandes casas egipcias debía ser
tan antigua como la monarquía y remontarse hasta los tiempos
prehistóricos. Con frecuencia se ve en medio de las escenas
agrícolas y pastoriles, que nos han conservado los monumen­
tos egipcios, al intendente empuñando su bastón, ó con la ta­
blilla y el pincel ó el cálamo puesto encima de la oreja, como
hacen hoy mismo los capataces en las obras públicas, para
apuntar el número de gavillas segadas ó el de cabezas de ga­
nado. En un sepulcro de K u m -el-A hm ar están pintados dos
escribas en esa aptitud (1). Muchas veces el intendente se
contenta con presidir los grupos de esclavos trabajadores, reci­
biendo en los textos jeroglíficos el nombre de m er, de hir, de
herp y otros, como el de m enk que aplica un papiro al inten­
dente y el de uau al subintendente. En una de las láminas pu­
blicadas por Rosellini, el intendente tiene una estatura mucho
más elevada que los demás criados, llamándose m er-pa «jefe
de la casa»: probablemente este era el nombre y el oficio de
José en la de Putifar. Los jefes de los trabajos se conocían por
mer-ket v los mayorales de las ganaderías de bueyes por
mer-elie-u (2).
El mayordomo mayor tenía que cuidar de lo relativo al
arreglo interior del palacio, para que nada faltara á sus seño­
res; y también de los bienes raíces y semovientes de los mis­
mos, que solían ser cuantiosos en los grandes dignatarios de
la corte. En el sepulcro de L a b u , perteneciente al antiguo
imperio, encontrado en Saqqara, se lee que poseía 405
bueyes de una raza, 1.237 de otra y 1.360 de una tercera;
1.220 becerros de una raza, 1.138 de otra, con 1.308 antílo­
pes, 1.135 gacelas, contando por millares los ánades, los p a­
tos y las palomas (3). Lo que tenían de pobres y modestas
las casas de los simples particulares en Egipto, según veremos
más adelante, otro tanto tenían de ricas y fastuosas las de los
personajes v ricos homes, bastándonos ahora indicar que, se­
gún los m onumentos publicados por los egiptólogos Wilkinson
y Lepsio, en el interior de muchos palacios del Antiguo Egip-

(1) R o s e llin i, M o n u m en ti civili, lám ina 33, figura 1.a, lám in a 34, figura
6 .'-8 9 -l.'y 3.*
(2) E b e g s , o b r a c i t a d a , to m o I , p á g . 304.
(3) M a e i e tt e , Catalogue du Musée de Boulag, 2 ^ edición, pág. 337.
502 E G IP T O Y ASIR IA RESUCITADOS

to se multiplicaban las habitaciones de una m anera asombro­


sa, hallándose convenientemente alhajadas con vasos y pre­
ciosidades de oro y plata y provisiones abundantísim as para
sus moradores (1), siendo además aquellos señores muy
apasionados por los jardines y bosques. De donde se puede
venir en conocimiento de la importancia del cargo desempe­
ñado por José en casa de su amo.
Gobernaba el santo mozo aquel palacio con admiración de
todos y gran contento de su señor, siendo modelo acabado de
administradores fieles y celosos, cuando su mismo cargo, sus
virtudes, su gracia para tratar á las personas y su hermosu­
ra (2), le pusieron en gravísimo peligro de perderse, dando
ocasión al enemigo de tentarle y á Dios de probarle y de dejar
un ejemplo á la posteridad, digno de ser imitado por cuantos
se vieren en semejantes apuros. En su cualidad de intenden­
te entraba y salía sin ningún obstáculo, gozando de omnímoda
libertad; lo cual, observado por la mujer de Putifar, que había
concebido por él una pasión vehemente, acechaba la hora pro­
picia de satisfacer sus criminales deseos.
El modo de ser de la mujer egipcia y el rango que ocupaba
en la sociedad, la proporcionaron la ocasión con tanta vehe­
mencia buscada. «No hay que creer, escribe Soury, que las mu­
jeres en Egipto estuvieran relegadas al harem como las turcas;
iban y venían por la ciudad y por el campo sin velo, asistían
á los festines y á los conciertos en compañía de los hombres;
en una palabra, eran casi tan libres como las mujeres de la

(1 ) W i l k i n s o n , M a r in o s and Cusloms o f tlie a n cien t F g y p tia n s ,2 .* edición,


to m o I , p á g . 3 6 6 -8 1 . L e p s i o , D en km a ler aus JE gyptcn. L o a m o n u m e n to s d e Egipto.
(2) E n dos pasajes d istin to s nos h a b la el G énesis de la h erm o su ra de José,
Al cap. 39, después de re fe rir en pocas p a la b ra s lo b ien que lo h acía administran­
do los bienes de P u tifar, añade: E ra t aulem Josepli pulcra facie et decorus aspecto.
Al cap. 49, cuando Jaco b bendijo á sus hijos con bendiciones propias, al llegar á
Jo sé dice: Filiu s acrescens Joseph, filiu s acrescens et decorus aspectu; y tanto lla­
m ab a la aten ció n de todos a q u ella h e rm o su ra varonil, que las jóvenes acu­
d ía n en tro p el para com tem plarla, cuando sa lía por la ciudad: filiae discurrerunt
super murum.
JOSÉ 503

Europa moderna. Asociada á la dignidad de su marido duran­


te la vida, la esposa legítima se sienta á su lado en los m onu­
mentos funerarios. Desde el Antiguo Imperio tiene la mujer
en la familia y en la sociedad una especie de preeminencia,
llevando el título de Neb-en p a «señora de la casa» y tam ­
bién el de N eb-t ur-pa «gran señora de la casa», transm itien­
do á sus hijos sus derechos, y en algunas genealogías los hijos
llevan el nombre de la madre y no el del padre. Durante la
segunda dinastía el rey B a i-N eteru reconoció á las hem bras
el derecho de sucesión al trono; así es que no solamente los
hijos, sino tam bién las hijas de Faraón reinan en el alto y en
el bajo Egipto, gozan de los honores de hijas del sol y son di­
vinizadas después de su muerte. Todos los fundadores de
nuevas dinastías, los grandes sacerdotes de Ammon, los prín­
cipes saitas, toman muy á pecho el aliarse con princesas rea­
les, porque la misma sangre de los dioses corría por sus ve­
nas. Para legitimar la dominación de Cambises, la leyenda le
dio por m adre una hija de Apries.
Sin embargo, para ser honrada en la sociedad, venerada en
la familia, la mujer egipcia no dejaba de ser mujer; la gran li­
bertad en que la dejaban las costumbres inducíala frecuente­
mente á pecar y la entregaba s :n defensa á la tentación. Las
pinturas de los hipogeos atestiguan el gusto de la egipciaca por
el lujo, por todas las refinadas elegancias que hacen de su vida
una fiesta. La mujer de Anepou, que era una aldeana, ¿acaso
no gastaba largas horas matutinas en peinarse? No de otra
manera lo hacían las ricas matronas de Tehas y Menfis cuan­
do las esclavas entraban en el giniceo, llevando en sus manos
ricas y finas túnicas bordadas en brillantes colores, frascos de
perfumes, azafates llenos de collares y de brazeletes, espejos
de bronce y preciosos cofres con las armas de la señora de la
casa. Tendida en un diván de ébano incrustado de marfil, se
hace vestir y arreglar por sus criadas; una trenza sus negros
cabellos en trenzas finas y numerosas, no sin añadir algún
50 4 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

falso rizo; otra cubre sus brazos, sus clavículas y su pecho de


anillos, pedrerías y amuletos; ella misma prueba las sortijas de
oro con cabeza de gato, escoge los pendientes que ha de llevar
durante el día, y mientras que sus doncellas abren los frasqui-
tos de colirio y deslíen en toallas los diversos ingredientes para
teñir las uñas, las pestañas y las cejas, acariciada por la brisa
del cazamoscas, escucha la música de harpas, flautas y
laúdes» (].).
Siendo tales la vida y costumbres de la noble egipciaca,
aunque la pintura y descripción que de su género de vida
hace Soury no estuviera muy generalizada, debía resultar como
necesaria consecuencia una grandísima corrupción de costum­
bres, estando conformes en este punto, como en todos, las en­
señanzas bíblicas y los descubrimientos egipcios. En el capí­
tulo 28 del Leoitíco dice Dios á los hijos de Israel: «No obréis
conforme á las costumbres de Egipto, donde habitasteis», y á
continuación pone el texto sagrado una porción de pecados
contra la pureza que dan idea clara de las costumbres egip­
ciacas en el tiempo que allí vivió el pueblo hebreo. Puede
leerlo quien guste en el citado capítulo. Diodoro de Sicilia es
testigo délas rigurosísimas leyes promulgadas en Egipto, para
detener el torrente asolador de la inmoralidad que cubría el
país, como el Nilo en sus periódicas avenidas (2).
El ritual funerario hace ju rar, delante de los 42 jueces de
los muertos, al alma que quería ser justificada en el hemisfe­
rio inferior, que jam ás había violado la fe conyugal, nen nek-a
him-t ta , juram ento que muchas no podían prestar (3). Los
textos y los monumentos, las pinturas y las leyendas están de

(1) J . S o u r y , Etudes historiques sur las religions de l'Asie antérieure,


pâg. 166.
(2) 1-78.
(3) R i s c h , History of Egypt. I I e r b e l o t , Biblioteque orientale, to m o II, pa­
g in a 631.
505

acuerdo con el Levítico y las leyes egipcias en la desenfre­


nada licencia que reinaba en el pueblo de Faraón. Las m u­
jeres de la aristocracia de la sangre y de la aristocracia del
dinero parecían estar por completo entregadas á todos los
desórdenes morales. Wilkinson ha reproducido algunas pin­
turas de dam as nobles de Tebas en estado de embriaguez

y devolviendo el vino que no habían podido digerir (Véanse


los adjuntos grabados) (1). Tam bién reproduce escenas
análogas de hom bres borrachos. Algunos cuadros de lo que
se ve en los muros de M edinet-A bu ni se pueden copiar
por lo indecentes, ni se pueden describir, lo mismo que sucede

con algunos frescos quu se conservan en ciertas cásas de Pom-


peya y otros trasladados de aquella voluptuosa ciudad al museo

(1) M a n ers a n d Customs, p a rte 2.a, pág. 107 y 394.


506 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

de Ñapóles. Es imposible, á no faltar á todas las leyes de la


decencia, decir de ellos nada concreto, teniendo que contentarse
el escritor con generalidades como las expuestas. Así es que el
más antiguo papiro que tenemos de Egipto, el papiro Prisse,
llama á la mujer «un amasijo de todas las iniquidades, un saco
de todos los engaños y mentiras >. El papiro mágico de Harris,
traducido y comentado por Chabas (1), cuenta á algunas cla­
ses de mujeres entre los animales feroces que se alimentan con
carne y apagan con sangre su sed, como los tigres, los leones,
las panteras, las hienas, etc. Quitando lo que puedan tener de
hiperbólico estas y otras frases que hallamos en los documen­
tos que nos quedan del antiguo Egipto, resta bastante todavía
para poder apreciar debidamente el nivel moral de aquel pue­
blo y principalmente de sus mujeres.
Por eso creemos que anda muy fuera del camino de la ver­
dad el Sr. Morayta, cuando no solamente se atreve á llamar
absurdo lo que refiere Herodoto de la prostitución de la hija de
Cheops por su mismo padre; sino que añade con la más pro­
funda convicción: «No, en Egipto no se realizaron jam ás seme­
jantes monstruosidades (los muros de Medinet dicen lo contra­
rio). En sus más remotos tiempos como en los de su decaden­
cia y ruina fué más morigerado que la generalidad de los pue­
blos del mundo antiguo..... ¡Cuán lejos, cuán lejos, pues, se
hallaba la moral faraónica del extremo en que la pusieron la
credulidad de Herodoto y la impudicia (!) de la mujer de Puti-
far, tan comentada y maldecida!» (2).
Seguramente el Egipto no fué tan corrompido como los
pueblos de Canaán; pero no lo fué menos que los demás pue­
blos gentiles, en los cuales la inmoralidad tenía por modelo y
ejemplar á sus mismos dioses; y si el Panteón de Grecia fué
una imitación, ó si se quiere copia, del egipcio, como el de

(1) Mélangea egyptologiques, trousieme serie, tom o II, pág. 270.


(2) Discurso de apertura de la Universidad Central, 1884.
JO SÉ 507

Roma lo fué del griego, calcúlese lo que aprenderían los egip­


cios de los ejemplos de sus dioses. No es obstáculo á la co­
rrupción general de un pueblo el que en él sobresalgan algunos
moralistas aventajados; porque bien sabido es, por desgracia,
cuán poco influyen éstos en las costumbres populares, faltos
como se hallan de autoridad y sanción que oponer á la co­
rriente del vicio, según confiesa el mismísimo Rousseau. El
ejemplo de Grecia y Roma, donde abundaban esta clase de fi­
lósofos, como Sócrates, Zenón, Séneca y Epitecto, lo demues­
tra concluyentemente.
Por lo cual el hecho de la mujer de Putifar, no debe mi­
rarse como un caso aislado, sino más bien como síntoma y
señal del estado moral del Egipto en aquel tiempo. Y por más
que se haya pretendido negar su autenticidad, ésta resalta en
toda la narración con caracteres eminentemente verosímiles.
Los racionalistas alemanes Bohlem (1) y Tuch (2), imitando
á los de la Enciclopedia, han pretendido ver sombras en ese
sencillísimo y verísimo relato, diciendo el primero: «Si se ad­
miten eunucos en Egipto en tiempo de los Faraones, no se
puede creer que José pudiera estar tan próximo al sitio donde
vivían las mujeres, ni mucho menos que penetrara en el ha­
rem». A lo cual añade el segundo: <E1 narrador da una falsa
idea de las grandes señoras egipcias, porque en sus casas las
mujeres tenían departamentos separados». Queda ya resuelto y
deshecho el primer obstáculo con lo que decimos atrás de los
eunucos, de lo que significa esta palabra y del oficio de José
en casa de Putifar. Lo segundo no tiene razón de ser, porque
también entre nosotros están separadas las habitaciones de
ambos sexos; y sin embargo.....
Otro escritor francés, que ya hemos citado, Julio Soury, no
obstante el creer que este episodio, como toda la vida de José,

(1) H istoria crítica del Génesis, pág. 371.


(2) Comentario sobre el Génesis, pág. 510.
508 E G I P T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

es simplemente una fábula, reconoce la verosimilitud del hecho


cuando escribe: «Que la esposa de Putifar haya encontrado
frecuentemente á José, el intendente de los dominios de su
marido y que haya puesto los ojos sobre aquel esclavo de talla
erguida y flexible, bello como su madre Raquél.....nada hay
más verosímil» (1).
Hoy, á la altura á que ha llegado el conocimiento del modo
de ser del antiguo Egipto, arguye la negación de este hecho
una extremada candidez, incompatible con la ciencia egiptoló-
gica. Y vamos á confirmarlo copiando algunos párrafos del
R om ance de los dos herm anos, donde se refiere un hecho,
idéntico en el fondo y ocurrido en los tiempos de Moisés, no
tan distantes de los de José. Fué compuesto este romance bajo
el reinado de M enephtah H otepherm a, hijo de R am sés I I
M eiam on, para entretenimiento del príncipe heredero, que más
tarde subió al trono con el nombre de S eti II, siendo el autor
de la fábula el escriba Ennana, empleado en el tesoro de Fa­
raón, según se lee en el mismo cuento al final, donde se hallan
estas frases: «Se terminó en paz este libro por cuenta del es­
criba tesorero Qagaba, del tesoro de Faraón ....., del escriba
H o r i, del escriba M erem apt, hecho por el escriba Ennana, el
maestro de los libros». Existe en el Museo Británico el mismo
ejemplar dedicado al príncipe, después de haber pertenecido á
madama de Orbiney, á cuya muerte lo adquirió el Museo cita­
do. Fué publicado un facsímile por la administración del mis­
mo Museo, además de varias traducciones á las lenguas euro­
peas hechas por distintos egiptólogos, como Rougé, Chabas,
Goodwin, Brugsch, Maspero, etc., y es como sigue:
«Había en cierta ocasión dos hermanos, nacidos de una
misma madre y de un solo padre. Anupu se llamaba el ma­
yor, Bitiu era el nombre del menor. Anupu tenía una casa
y una mujer, y su hermano menor vivía con él en clase de sir-

(1) E ludes historiques, pág. 164.


JOSÉ 509

viente. Él era quien cosía los vestidos é iba á los campos de­
trás de las bestias; él quien hacía las labores y ejecutaba todos
los trabajos de los campos. Era este hermano menor un excelente
obrero y no tenía semejante en toda la tierra. Esto es lo que
hacía.
Y muchos días después de esto, cuando el hermano m enor
iba detrás de los bueyes, según la costumbre de cada día, vol­
vía á su casa todas las tardes, cargado con todas las yerbas de
los campos, y esto es lo que hacía después de venir del campo:
colocaba la yerba delante de su hermano mayor, que estaba
sentado con su mujer; comía y dormía y bebía en su establo
con sus bueyes excelentes. Y cuando la tierra se aclaraba y
amanecía un nuevo día, después que los panes estaban coci­
dos colocábalos delante de su hermano mayor y tomaba panes
para los campos, guiando los bueyes para que comieran en los
campos. Mientras que él iba detrás de sus bueyes, ellos le de­
cían: «La yerba es buena en tal sitio»; él escuchaba todo lo
que le decían y llevaba los bueyes al buen pasto que aquellos
deseaban. Así los bueyes que estaban á su cuidado se hacían
bellos, mucho, mucho; multiplicaban sus crías, mucho, mucho
Y cuando llegaba la estación del laboreo, decíale su herma­
no mayor: «Prepáranos nuestro tiro para laborear, porque ya
la tierra ha salido del agua y está en buena disposición para
el laboreo. Vete también al campo con las semillas, porque
mañana por la m añana nos pondremos á trabajar». Así dijo
él. Su hermano menor hizo todo lo que el mayor le había
mandado hacer. Cuando la tierra aclaró y hubo un segundo
día, fueron los dos al campo con sus aparejos y se pusieron
á laborear, y su corazón se alegró, mucho, mucho, de su tra­
bajo, y no abandonaron la obra.
Y muchos días después de esto estaban en los campos la­
boreando. El hermano mayor despachó al menor, diciéndole:
«Corre, trae semillas del pueblo». El hermano menor encontró
á la mujer de su hermano peinándose. Él la dijo: «¡Acaba! Da­
510 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

me semillas para que yo vuelva al campo, porque mi hermano,


al enviarme, me dijo: ¡No te detengas!» Ella le dijo: «Vete; abre
el almacén y coge lo que quieras, no sea que mi cabello se des­
componga». El joven entró en su establo, tomó un gran saco
porque su intención era el llevar mucho grano, lo llenó de tri­
go y de cebada y salió con la carga. Ella le dijo: «¿Qué canti­
dad llevas sobre tus espaldas»?, y él respondió: «Cebada, tres
medidas; trigo, cinco medidas; total, 8; esto es lo que llevo á
cuestas». Así la dijo él. Ella le dirigió la palabra, diciendo:
«Verdaderamente hay en tí mucha valentía, porque veo cada
día tus fuerzas». Y su corazón le conoció con conocimiento de
deseo. Se levantó, le tomó de la mano y le dijo: «Vente; repo­
semos juntos durante una hora. Si me concedes esto, segura­
mente he de hacerte unos hermosos vestidos».
El joven se puso como una pantera del Mediodía, lleno de
furor, por causa de las palabras villanas que le decía ella, y
ésta tuvo miedo, mucho, mucho. Hablóla él diciendo: «En ver­
dad tú eres para mí como una madre; pero tu marido es como
un padre; él es mi hermano mayor y el que me hace subsistir.
¡Ah! este grande horror que me has dicho, no me lo vuelvas á
decir, y yo á nadie lo diré; no saldrá de mi boca para que se
divulgue entre los hombres». Cargó su fardo y se fué á los
campos. Cuando llegó cerca de su hermano, se pusieron á des­
cansar de su trabajo.
A la caída de la tarde, como el herm ano mayor volviese á
su casa y el menor fuese detrás de los bueyes con su carga
de todas las cosas de los campos, y llevase delante de sí las
bestias, para encerrarlas en los establos del pueblo, entonces
la mujer del mayor tuvo miedo de las palabras que había di­
cho. Tomó grasa negra y se puso como quien ha sido herido
por un malhechor, para poder decir á su marido: «¡Tu her­
mano menor me ha hecho violencia!», cuando el marido como
de costumbre diaria volviera á casa por la tarde. Al llegar á
su casa, halló á su mujer acostada y enferma como de una
violencia; ella no le echó agaa en las manos según la costum ­
bre de cada día, ni encendió la lumbre á su presencia; su h a ­
bitación estaba en las tinieblas y ella tendida y toda m ancha­
da. Díjola su marido: «¿Quién habló contigo?» He aquí lo que
ella le dijo: «Nadie habló conmigo fuera de tu hermano.
Cuando vino por las semillas, encontrándome sentada y sola,
me dijo: Vamos, y descansemos juntos durante una hora;
adorna tu cabellera». Así me habló y yo no le escuché. «Mas
yo, ¿no soy acaso tu madre?, y tu hermano mayor, ¿no es para
tí como un padre?» Así le dije yo. Él tuvo miedo y me m altra­
tó para que no te diera cuenta. Pero si tú permites que él vi­
va, yo soy muerta; porque, ya ves, como yo me he quejado de
estas violencias, evidente es lo que hará».
El herm ano mayor se puso como una pantera del Mediodía;
afiló su cuchillo y lo tuvo en la mano. El primogénito se es­
condió, tras la puerta del establo, para m atar á su hermano
cuando viniese por la tarde para hacer entrar las bestias en
el establo. Y cuando el sol se puso y el hermano menor cargó
con todas las yerbas de los campos, según su costumbre de cada
día, y llegó, la vaca que llevaba la delantera, al entrar en el
establo, dijo á su guardián: «He aquí que tu herm ano mayor
está delante de tí con el cuchillo, para matarte; sálvate delan­
te de él».
Cuando entendió lo que decía la vaca primera, habiéndole
dicho lo mismo la segunda, miró por debajo de la puerta de
la cuadra y conoció los pies de su hermano mayor, que esta­
ba tras de la puerta con el cuchillo en la mano; arrojó en tie­
rra el costal y echó á correr á todo escape, y su hermano m a­
yor corrió tras él con el cuchillo. El hermano menor gritó á
Phra H arm akhonti (1) diciendo: «Mi buen señor, tú eres el
(1) E s u n a m anera m itológica de n o m b rar el sol, que, según la m a n ife sta ­
ción especial y el m odo diverso de ap arecerse á la v ista de los hom bres, recib ía
entre los a n tig u o s egipcios n om bres d istin to s. H a rm a k h o n ti es el sol cuando
sale, como A tum a n te s de salir, R a y H o r al m edio día, Shou y N ow ri-T um a l
ponerse. Los griegos le llam aro n H arm ak h is.
512 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

que distingues lo falso de lo verdadero». Y Phra escuchó to­


das sus quejas, y Phra hizo aparecer una agua inm ensa entre
él y su hermano, y estaba llena de cocodrilos; uno de ellos se
encontró en una orilla y el otro en la otra, y el herm ano ma­
yor por dos veces lanzó su mano para herir; p or las dos veces
no mató á su hermano. Esto es lo que él hizo. Su hermano me­
nor llamóle desde la otra ribera, diciéndole: «Estate ahí hasta
el alba: cuando el disco solar se levante, yo me quejaré con­
tigo delante de él, para que yo restablezca la verdad; porque
jam ás estaré yo más contigo; nunca estaré en los lugares don­
de tú estés; yo iré al valle de la Acacia» (1).
Al siguiente día se justificó delante de su hermano mayor el
calumniado, mutilándose en presencia del mismo, como para
demostrar su inocencia en el crimen de adulterio, viendo lo
cual el hermano mayor maldijo su corazón mucho, mucho, y
estuvo llorando en alta voz, porque no encontraba medio de pa­
sar al otro lado por causa de los cocodrilos. Resumiremos lo
que falta del rom ance, casi todo ello maravilloso, y pondremos
al final el epílogo, que no deja de guardar alguna analogía con
lo ocurrido al calumniado hijo de Jacob con la mujer de Putifar.
Quejóse amargamente el hermano menor desde la ribera
donde se encontraba, echando en cara á su hermano la excesi­
va credulidad que había tenido con su mujer, y diciéndole que
cuidara en adelante de sus ganados y de labrar sus tierras, por­
que ya no le ayudaría en lo sucesivo. Que se iría al valle de la
Acacia y encantaría su corazón, colocándole sobre la llor de
aquel árbol, y cuando cortaran la acacia y cayera en tierra su
corazón, él, el hermano mayor, iría á buscarle, gastando en es­
to siete años, pasados los cuales le encontraría y le pondría en
agua fresca, y que entonces se vengaría de todos los males
recibidos.

(1) E l valle de la Acacia parece ser el sepulcro ó el valle fu n erario de Atnón.


Sin d u d a es un n om bre m ístico del otro m undo. M aspero tra d u jo cedro en lugar
de acacia.
JOSÉ 513

Marchóse, pues, el menor al valle de la Acacia y el mayor á


su casa, llevando las manos en la cabeza y cubierto de polvo
en señal de duelo por su hermano, y matando á la infiel esposa
que así le había faltado y engañado. En el valle de la Acacia
dieron los dioses á Bitiu una esposa para que no estuviera
solo, siendo la más perfecta de las mujeres, porque estaban en
ella todos los dioses. Esta, más tarde, llegó á ser favorita de
Faraón mediante una serie de encantamientos, largos de refe­
rir, para cuyo descubrimiento fueron llamados todos los magos
de Egipto. Cortada la acacia, en cuya flor estaba el corazón de
Bitiu, su hermano le encontró en fin, y metiéndole en agua
fresca, reapareció Bitiu tal como era antes, abrazándose cor­
dialmente ambos. Anupu condujo á su hermano, convertido
en toro, á presencia de Faraón, que le colmó de regalos, en­
trando el toro en el harem y siendo conocido por su mujer, fa­
vorita entonces del rey, á quien hizo jurar que degollaría aquel
toro, como lo ejecutó en una gran fiesta palaciega. Bitiu se
hizo concebir y parir por su misma mujer, con lo cual llegó á
ser el heredero del trono egipcio, y muerto el rey, se vengó de
la adúltera y heredó la corona, reinando veinte años, pasados
los cuales le sucedió su hermano.
El epílogo del romance literalmente dice así: «Y muchos
días después de esto, Su Majestad, v. s. f. (1) le hizo prínci­
pe heredero de la tierra entera. Y muchos días después de es­
to, cuando era príncipe heredero, Su Majestad, v. s. f., voló al
cielo. Bitiu dijo: Que me llamen á los grandes consejeros de
Su Majestad, v. s. f., para instruirles en todo lo que á mí se
refiere. Llamaron á su mujer y se quejó de ella delante de los
consejeros, que ejecutaron la sentencia. Llamaron á su herm a­
no mayor y le hizo príncipe heredero de la tierra entera. Fué

(1) E stas tres le tra s significan vida, salud, fu e r za y son la ab re v ia tu ra de


ánh, uzá, senb, a, u, s, que a p a recen en los docum entos egipcios siguiendo corno
títulos de hon o r el n o m b re de F araón.
514 E G IP T O Y A SIR IA R E SUCITADOS

20 años rey de Egipto, después pasó á mejor vida y su herma­


no mayor le sucedió desde el mismo día de los funerales» (1).
Tal es el cuento de los dos herm anos, cuyos pasajes princi­
pales hemos traducido y que tanta analogía guarda con el epi­
sodio de la vida de José referida por Moisés. José era el sostén y
columna principal en casa de su amo como Bitiu lo era tam­
bién en casa de Anupu. Jóvenes y hermosos ambos, son de
la misma manera y casi con las mismas palabras solicitados por
las esposas infieles. D orm i m ecum , decía á José su ama; ven y
reposemos ju n to s durante una h o ra , dijo á Bitiu su cuñada,
tomándole por el brazo, como la señora de José le agarró por
la capa, que abandona el joven hebreo por huir de aquel lugar
peligroso á su virtud. Ambas mujeres, burladas en sus crimi­
nales deseos, meditan venganza, y ambas culpan á los inocen­
tes de los pecados que sólo ellas cometieron, haciendo creer á
los maridos en la criminalidad de los inocentes y en la inocen­
cia de las culpables. El resultado de estas intrigas también con­
serva en ambos casos bastante parecido; porque si Bitiu mar­
cha al valle de la Acacia, José es encerrado en una mazmorra.
Los encantamientos son la causa de que Bitiu pueda jlegar al
trono de Egipto; los sueños de sus compañeros de prisión y
después los del rey hacen que José ascienda al rango de primer
ministro y sea como el padre de Faraón, según confesión hecha
por él á sus hermanos. Allí y aquí son convocados los magos,
adivinos y agoreros del Egipto, que los producía en abundan­
cia según veremos. Y por último, para no insistir más en el
parecido ó paralelismo de ambas relaciones, los dos protago­
nistas obtienen en la vida presente el premio de su virtud,
siendo elevado uno á la dignidad real y otro á la de goberna­
dor general del reino.
[Pero qué diferencia moral tan grande entre ambos persona-

(1 ) M a s p e r o , L e comple des deiix fr e re s, e n t r e lo s c u e n t o s p o p u la r e s del


E gipto antiguo.
J osé ' 515

jes y entre ambas relaciones! Mientras que Bitiu jara vengarse


de su enemigo y cumple el juramento condenando, á poco de
ascender al solio, á la mujer que le había sido infiel por agradar
á Faraón, José tranquiliza á sus hermanos una y otra vez para
que no teman mal ninguno de su parte. Mientras que el prime­
ro, en medio de la desesperación, atenta al derecho natural,
mutilándose, el segundo sufre con la mayor resignación los
reveses de la fortuna y se contenta con decir: «He sido robado
de la tierra de los hebreos, y aquí, siendo inocente, fui arrojado
en esta mazmorra» (1). José ve en todo cuanto le ocurre la
mano y providencia divina; el egipcio del romance la intriga de
dos mujeres. En la respuesta que ambos dan á las solicitantes
hay de parecido el respeto al hermano y al señor, el reconoci­
miento de los beneficios recibidos respectivamente por el her­
mano y el esclavo; pero éste se eleva mucho más alto, y pasan­
do de los beneficios humanos á los divinos, le parece imposible
pecar «en presencia de su Dios». ¡Lección hermosísima y de
maravillosa eficacia para contenerse en los límites de lo ho­
nesto! ¡Oh Dios mío! ¡quién pudiera estar siempre en vuestra
divina presencia! ¡Cuán otro sería nuestro comportamiento
moral!
Si después de esto alguno preguntara: ¿entre el cuento de los
dos hermanos y la historia de José, existe alguna otra cosa más
que meras analogías?, le contestaríamos con las palabras de
Ebers: «Seguramente el fondo y el tono de las dos narraciones
son casi idénticos. El estilo del papiro hierático tiene un color
tan bíblico, que al traducirlo, involuntariamente se ve uno co­
mo precisado á servirse de las frases de la Escritura Santa. En
nuestro entender, el cuento, tomado en su conjunto, debe ser
considerado como una prueba de la egipticitación (palabra
inventada por Ebers para indicar el carácter enteramente egip­
cio de una historia), si es permitido emplear esta palabra, del

(1) Génesis, XL-14.


516 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

relato que nos ocupa. ¿Debemos, pues, ver en el papiro de Or-


biney un eco de la historia de José? El escriba Ennana, ¿sacó
su ficción de la imaginación propia? ¿Las dos narraciones son
una complemento de la otra? Seguramente nada se puede afir­
mar; pero la naturaleza de los hechos comunes á ambas na­
rraciones, hechos que se hallan reproducidos en otros lugares,
lleva á hacer pensar que el último autor nada tomó del pri­
mero» (1).
En verdad, la historia de José y de la mujer de Putifar no es
más que un anillo de los infinitos que forman la historia hu­
mana en esta materia; la historia de la humana pasión ya des­
crita por la mitología en tantos personajes míticos enamorados
como ella nos recuerda. Fedro é Hipólito, Peleas y Astiadameas,
son la expresión gráfica de semejantes miserias.
M. Cosquin, especialista en materia de cuentos, ha señala­
do un hecho digno de atención y que marca la diferencia entre
ambas historias, la bíblica y la egipciaca; este hecho, que nues­
tros lectores habrán notado ya, es el abandono de la capa de
José en manos de su señora, que la permitió dar un tinte de
verosimilitud á su acusación contra el esclavo hebreo, y este
rasgo falta por completo en el cuento egipcio. De manera que
podemos concluir que la semejanza entre ambos relatos al
mismo tiempo es fortuita y prueba la veracidad del bíblico.
¿Creyó Putifar á su mujer? Moisés dice que sí, porque le
llama «demasiado crédulo á las palabras de su cónyuge» y
asegura que se «enfadó mucho», iratns est vaíde. No han
faltado, sin embargo, comentaristas que vieran en Putifar
un principio de duda acerca de la veracidad de su mujer,
atendiendo á la pena impuesta al supuesto mancillador de
su tálamo, que debiera haber sido muerto ó por lo menos

(1) jE g y p te n uncí die B u ch er M ose’s, pág. 314. E b ers, com o b u en raciona­


lista, su p o n e q u e M oisés no escribió la vida de Jo sé, sino que ésta es muy pos­
terio r á la salid a del pueblo h eb reo del valle del jSTilo; p o r consiguiente, poste­
rio r en m ucho al ro m an ce de los dos herm anos.
JOSÉ 517

privado de la virilidad, como hizo Bitiu consigo mismo en la


orilla del río lleno de cocodrilos; ó también haber llevado mil
palos por adúltero, según testifica Diodoro de Sicilia (1). Pero
hay que tener presente que entre los egipcios, según dice Sou-
ry (2), el derecho era para con los esclavos tan benigno como
entre los hebreos.
A RTÍCU LO IV

La p r i s i ó n .

Veintisiete años contaba José cuando su ama puso sobre él


los ojos; y si el cariño de su padre provocó la envidia de los
hermanos hasta el punto de hacer del joven un esclavo en
tierra ajena, ahora su rara virtud, su asombrosa castidad, será
la causa de que pase desde la esclavitud á la prisión. Es este
el camino ordinario de la Providencia, que prueba á los justos
y ensalza á los humildes, después de haberles hecho pasar
por los más ásperos caminos. Dios iba preparando las cosas
para que tuvieran exacto cumplimiento las visiones del joven
hebreo, que en su adolescencia había visto levantarse los m a­
nojos de sus herm anos para adorar el suyo, y también á la
luna y el sol y once estrellas tributándole culto á él mismo
y rindiéndole homenaje.
En la historia de José juegan un importantísimo papel los
sueños; porque si ellos fueron en parte el motivo de su venta,
también lo fueron de su elevación posterior, disponiendo Dios
los sueños de m anera que en la misma prisión donde fué en ­
cerrado el casto mancebo, lo fueran igualmente dos oficiales de
Faraón, cuyas desiguales fortunas habían de contribuir de
consuno al crédito del hebreo, y hacer que fuera llamado coma
intérprete extraordinario de visiones nocturnas al palacio fa­
raónico.

(1) 1-78.
(2) Etudes sur les religions, pág. 1G5.
518 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

El Egipto dió desde muy antiguo grandísima importancia á


los sueños, y consideró como seres extraordinarios y en co­
municación directa con los dioses á todos aquéllos que acerta­
ban á interpretarlos. La superstición alcanzaba en Egipto tan
grandes proporciones, que con razón pudo decir el profeta
Isaías: «Preguntarán á sus simulacros, á sus adivinos, á sus
pitones y á sus encantadores» (1), Se cultivaba la astrología,
y los sacerdotes empleaban una parte de su vida en la forma­
ción de horóscopos, habiendo llegado hasta nosotros varios
calendarios egipcios, que en cada uno de los días del año po­
nen la buena ventura para los que nacieran en .él. Ya los an­
tiguos conocían esta añción de los egipcios á la magia de todos
géneros; y así Tácito pudo escribir: Sacerdotibus cegyptio-
rum qaibus mos tedia intelligere nocturnos visas aperit (2),
refiriendo los sueños de Tolomeo con motivo de Sérapis. Lo
misino atestiguan Porfirio (3), el autor de las homilías ciernen-
tinas y Orígenes, que habiendo estudiado y enseñado en la cé­
lebre escuela alejandrina, tuvo ocasión de conocer la afición
de los egipcios á las artes mágicas (4).
Nada digamos de los escritores modernos, que están contes­
tes en reconocer la extremada afición de los egipcios á la ma­
gia, y sobre todo á los sueños. «Los adivinos y los intérpretes
de sueños hacían infaliblemente fortuna, escribe Soury, en un
país donde la ciencia principal, no me atrevo á decir la única,
era la magia» (5). «Los descubrimientos egiptológicos, añade
Pierret, como los textos clásicos, nos demuestran el importan­
te papel que desempeñaban los sueños en la vida de los egip­
cios y los honores concedidos á quienes sabían inlepretar-

(1) X IX -3 .
(2) H ist., 1V-83.
(3) D e abstinentia, IV -8.
(4) Contra Celsnm, 1-68.
t5) E tu d es sur les religions, pfig. 168.
los» (1). Hoy mismo sucede lo propio con los fellahs, de quie­
nes dice Michaud «que son supersticiosos y creen en los adivi­
nos, en los talismanes, en la influencia del m al de ojo, en el poder
de los demonios; creen en una multitud de genios, y su espíri­
tu crédulo reconoce por lo menos tantos seres sobrenaturales
como se reconocían en tiempo de los Faraones» (2).
La dominación de Sesostris sobre la tierra entera, había sido
anunciada en un sueño por el dios Ptah, sin hacer mención de
otro sueño célebre de Sethon, sacerdote de Ptah, referidos am ­
bos por Herodoto. Sobre uno de los muros de Karnak se lee
en jeroglíficos un sueño de Menephtah I, que vió la estatua de
Ptah levantarse y dirigirse á su encuentro para detenerle en su
avance contra los mediterráneos que querían ocupar el Egipto.
«Entonces Su Majestad vió en sueño como una estatua de Ptah
delante de sí para impedir al rey avanzar; era de la altura...
Ella le dijo: Cuida de estarte quieto; y dándole el khopesh: Ale­
ja de tí el abatimiento de tu corazón. Su Majestad dijo: Enton­
ces, ¿qué debo hacer? Ella respondió: Haz partir tu infantería y
que un buen número de jinetes vaya delante de ella» (3).
En la E stela del sueño descubierta entre las ruinas de Napa-
ta, antigua capital de Etiopía, el Faraón N o u a t M aiam on vió,
en el primer año de su elevación al trono de Egipto y de Etio­
pía, un sueño en que se le aparecieron dos serpientes, una á
la derecha y otra á la izquierda. Al despertarse desaparecieron
y mandó en seguida qus le explicaran aquello; lo mismo que
hizo el Faraón de José. Respondiéronle: «Tú posees el mediodía;
somete el país del norte y que brillen las dos diademas sobre tu
cabeza, para que seas dueño de todo el país á lo ancho y á lo
largo» (4).
Una de las cosas que nos enseñan los papiros mágicos, que

(1) D ictionaire d'archeologie egyptiene, p ág. 519.


(2) Corresponda;nce d 'O rient, carta 166.
(3j C h a h a s , Uecherches sur la X I X dynastie, p ág. 8 7 -8 8 .
(4) M a sp e r o , E stela del sueño. E n la R evista Arqueológica de M ayo de 18G8.
520 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

tanto abundan, consiste en la elección de medios para procu­


rarse los sueños, obteniéndolos del dios Thoth, que venía á ser
como su dios tutelar. En uno de ellos traducido por Good-
win y que se conserva en Londres, se enseña el modo de
obtener respuestas de Thoth durante el sueño. Otro papiro del
mismo género dice que Isis revela á los enfermos durante el
sueño los remedios para curar de sus dolencias; y un tercero
del tiempo de los griegos, eonservado en el Louvre y citado
por Deveria (1), trae á la larga una relación de sueños y el
modo de obtenerlos. Otro papiro griego, de Leyde, da recetas
para obtener sueños dq Agatocles, por medio de frases místicas
escritas sobre una tabla negra y puestas después en la boca de
un gato negro; la segunda receta para obtener un sueño es un
lienzo blanco, sobre el que se dibuja una figura humana
con cuatro alas y otros atributos análogos y mediante algu­
nas palabras místicas. Todavía contiene una tercera por me­
dio de un trozo de viso con sangre de codorniz, la figura de
un dios con cabeza de ibis, invocando el nombre del padre
Osiris y de la madre Isis (2). La inscripción de la estela de
Ramsés XII ó Ramsés II según otros, trae una relación de cier­
to sueño no poco curiosa. Trátase de un príncipe asiático, cu­
ya hija había tomado por esposa el rey de Egipto hacia el si­
glo XI I antes de nuestra era, y este príncipe pide á su yerno
un adivino egipcio para que curase la herm ana menor de la
reina. «Vengo á tí, oh gran rey, mi amo, le dice al Faraón el
enviado de B a clita n , que encuentra á Ramsés en el templo
cantando las alabanzas de su padre Arnon-Ra; yo vengo á tí
por B int-R escliit, la hermana de N e fe ro n -R a , tu real esposa.
Un mal ha penetrado en sus miembros. Que tu Majestad cuide
de enviar un hombre de ciencia para examinarla». Su Majes-

(1) M a n u scrits egyptienè du L o u vre, pâg. 260.


(2 ) L ettres à M . L ettro n n e sur les pa p iyru s, etc., I, p â g . 8,
R ic u v e n s ,

Leyde. 1830.
JOSÉ 521

tad respondió: «Llamadme á los escribas de la casa de los


nigrománticos y á los sabios que conocen los secretos del san­
tuario». Llamáronles al punto, y entonces dijo Su Majestad:
«Os he mandado llamar. ¿Para qué? Para que oigáis lo que voy
á deciros: Dadme en seguida un maestro, en su corazón, un
operador por sus dedos, escogido entre vosotros». Entonces el
Thotemhebi se adelantó hacia Su Majestad. Su Majestad le dijo:
«Parte para Bachtan*.
Llegado á Bachtan, halló que la princesa estaba poseída de
un mal espíritu, sin conseguir echarle de su cuerpo. Por lo
cual el padre de ésta se decidió, al cabo de once años, á en­
viar á Egipto una nueva embajada. Iba encargada de pedir á
Faraón que le enviara un dios para curar á su hija, y acce­
diendo Ramsés á la petición de su suegro, dirige á Khons estas
palabras, el año 23 de su reino y el primer día de Pachons:
«Mi buen señor, yo te suplico de nuevo por la hija del prínci­
pe de Bachtan». La parte superior de la estela representa el
viaje del dios Khons con cabeza de milano y cubierto por el
el disco lunar. Marcha en su nave colocada sobre una barca
sagrada que llevan á hombros doce sacerdotes egipcios. Tarda
en su expedición cerca de año y medio. (Véase la pág. 482.)
Llegado á Bachtan, cura en el acto Khons á la princesa en­
ferma; por lo cual el padre de ésta, príncipe de Bachtan, refle­
xiona dentro de sí mismo y se dice: «Este dios será una ben­
dición pa.ra Bachtan; ya no lo devuelvo más á Egipto». En con­
secuencia, permanece allí tres años y nueve meses.
«Un día el príncipe de Bachtan, acostado en su lecho, tuvo
un sueño en que vio cómo el dios, saliendo de su santuario,
volaba al cielo bajo la figura de milano de oro, y tomaba la
dirección del país de K h em i ó de Egipto (1). Luego que des-

(1) Los h eb reo s, y con ellos los egipcios, llam an K hem i, Cham ó .H aw ai p aís
de Egipto. A sí el Salm o L X X Y II-51 dice: P rim itia s om nis laboris eorum in ta ­
bernaculis Cliam; el CIV-28-27, accola f u i t in terra Chain) prodigio ru m in terra
CJmm;e1 CV-22; m ir a b ilia in terra Chain. Los griegos y desp u és los latin o s le dan
522 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

pertó, lleno de asombro, dijo á los servidores de Khons, que


da consejos á los de Tebas: El dios que habita entre nosotros
quiere volverse á K hem i; dirigid, pues, su carro por el camino
de Khemi». Ordenó, por consiguiente, que condujeran á Khemi
al dios y le hizo donación de todas las cosas buenas, de hom­
bres á pie y á caballo muy num erosos.....Khons, que da con­
sejos á Tebas, entró felizmente en su morada de Tebas, el 19
del mes Mechir, año 33 del rey de Egipto» (1).
Los hechos que como muestra hemos referido relativos á los
sueños en Egipto, claramente nos explican y hacen entender
sin dificultad cuanto ocurrió á José en la cárcel en este mismo
sentido, y cuánta es la veracidad de Moisés, al referirlos y pre­
sentarnos á los egipcios, desde el rey hasta el último de sus
vasallos, dando á los sueños una importancia y transcendencia
que de ordinario no tienen.
Por eso, después de haber salido del país de Chain el pue­
blo hebreo, le previene Dios contra las supersticiones á que
tan acostumbrados debían estar en Egipto, diciéndoles: «Si se
levantara en medio de tí un profeta ó quien diga que ha visto
un sueño, y predijese alguna señal y algún portento, y suce­
diere lo que él ha dicho; y dijese: vamos y sigamos los dioses
ajenos..... no escuches las palabras de aquel profeta ó soña­
d o r..... Mas aquel profeta ó fin g id o r de sueños sea muer­
to» (2). Este divino mandato debía tener presente San Pablo,
cuando dice á los fieles, que si él mismo ó un ángel del cielo
les evangelizara algo contrario á lo que les había predicado,
sea anatema (3).

o tra derivación. P a ra n u e stro ob jeto conviene o b serv ar que el n o m b re alquimia


y a u n el de quím ica, en el sen tid o de m istió n de v a ria s su b stan cias p ara un fin
m ágico, proviene, según el p arecer de m uchos sabios m o d ern o s, del nombre
m ism o d el p aís donde e sta b a m ás en b o g a el a rte m ágica, de K hem i.
(1) R o u g é , D ia rio Asiático, S ep tiem b re y O ctu b re de 1856.
(2) Deuteronom io, X III-1-5.
(3) G ál., 1-8.
JOSÉ 523

Volviendo, pues, á nuestro tema, es tan exacta la narración


de Moisés, que parece estar uno leyendo en el texto hebreo y
aun latino, las mismas frases egipcias que se hallan en los
papiros y estelas de que queda hecha mención. Con el divino
auxilio interpretará José en la cárcel los sueños de sus compa­
ñeros de prisión, preparando así el camino para interpretar los
de Faraón y dar cumplimiento á los que, tenidos en su juven­
tud, fueron causa de su ruina y del apodo de soñador que le
impusieron sus hermanos.
Aunque la corte de los Hyksos parece haber sido Tanis,
pues entre sus ruinas descubrió Mariette los monumentos raros
que de ellos se conservan, la tradición coloca en Mentís la cár­
cel de José, porque quizá en aquella ciudad, perteneciente al
dominio de los pastores y no improbablemente corte temporal
de los mismos, vivía su amo Putifar. La cárcel donde el santo
mancebo fue encerrado era, según Moisés, en donde se custo­
diaban los presos del rey, vincti regis custodiebantur (1), y
tanto Tucídides como Herodoto nos hablan de una célebre for­
taleza ó prisión militar de Mentís, que se llamaban m uralla
blanca por el color de los bloques de piedra que formaban sus
paredes y que contrastaban con el resto de los edificios de la
ciudad, construidos con ladrillo encarnado (2). El nombre de
esta fortaleza se comunicó al pueblo, que no solamente se lla­
ma M ennefer, Menfis, sino también Pa-sebti-liet, «ciudad de
la muralla blanca» en multitud de inscripciones jeroglíficas.
Una de ellas hace mención de un arquitecto ocupado en la for­
taleza de Mentís, nombrándole sam-en-sebti, «inspector de los
muros y fortificaciones»; y en el Museo de Louvre se encuentra
el sarcófago, en basalto negro, del sacerdote P ta h , que lo era
«de los dioses del barrio del muro blanco en Menfis».
«Esta ciudadela, dice Ebers, contenía ciertamente habitacio-

(1) Génesis, X X X IX -2 0 .
(2) T u c í d i d e s , 1-104. H er o d o t o , 111-13.
524 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

nes para los soldados, templos y prisiones. La estela de Pian-


chi nos enseña que pudo sostener un sitio regular, como suce­
dió más tarde después de haber tomado Cambises la ciudad.
Putifar, en su cualidad de prefecto de la policía, debía tener en
ella su residencia, y si la corte realmente se hallaba entonces
en Menfis, es muy probable que esta cindadela sea el sohar
del Génesis. Esta palabra hebrea responde bien á la jeroglífica
sohar, que tiene en todas partes el sentido de resistencia vio­
lenta; es decir, un sentido análogo al hebreo sohar. B e it has
sohar «la casa de la fortaleza» es solamente un poco más he­
braico que egipcio, porque también se encuentra beit «la casa»
en el antiguo egipcio bajo las formas bita, bet, que significan
igualmente «casa» y designan á la vez, como en hebreo, una
aglomeración de casas. Se encuentra especialmente en las listas
de ciudades cananeas, antes de la llegada de los hebreos
á Egipto, y se connaturalizó tanto en el valle del Nilo, que
casi se la puede m irar como una copia tomada de los se­
mitas» (1).
Son varios los nombres de la prisión en Egipto, como ath
y atm u. El prisionero se llama hak y este nombre lleva por
determinativo la figura de un hombre puesto de rodillas y con
los brazos atados á la espalda. José había sido* puesto en la
prisión de Estado, donde con mayor facilidad podía su amo
vigilarle. Los demás criminales ocupaban otros departamen­
tos dentro de la misma ciudadela. P ara el buen régimen de
la prisión había un principe de la cárcel, como dice el Géne­
sis, un sar beit has sohar, según le llaman los egipcios y he­
breos, no siendo rara la mención en los textos jeroglíficos del
mer hesbu heja-u, ó «jefe de los gastos de los prisioneros», y
otros semejantes títulos. Dios concedió especial gracia á José
para con el que pudiéramos llam ar alcaide, quien le trató con
mucha bondad y confianza encargándole el cuidado inmediato

(1) ¿Egyptcn u n d die B uclier Mose's, tom o I, pág. 318.


JOSÉ 525

de los presos, y siendo como el director del establecimiento


penal de la casa blanca.
En ella fueron encerrados no mucho tiempo después que
José dos oficiales de Faraón, por delitos que no sabemos; eran
éstos el panadero y el copero mayor. Nadie se extrañe de que
en oficios relativamente menos nobles hubiera empleados gran­
des personajes, porque sabida es la fastuosidad de los orien­
tales y de la corte faraónica. Hoy mismo entre nosotros se con­
ceden para cualquier industria ó arte títulos honoríficos, que
no se descuidan los agraciados en colocar al frente de sus in ­
dustrias llam ándose «proveedor de la real casa». Y por lo que
hace á los dos oficiales presos con José, su oficio consta en
los monumentos y documentos egipcios.
El Museo de Louvre posee una estatuita de piedra calcárea
perteneciente á la época de Ram sés II, representando á un
panadero agachado, que tiene delante una nao con un cino­
céfalo, emblema de la luna, y se llamaba Scha (1). El m a­
yordomo mayor de Palacio, hir aliu tep en h o n e f , tenía á sus
inmediatas órdenes al jefe de los panaderos y al de los cope-
ros, demostrándonos claramente los sueños tenidos en la cár­
cel por los compañeros del hijo de Jacob, cuál era su oficio en
la corte egipcia, y describiéndoles, dice Vigouroux, con tales
colores y de una manera tan pintoresca, que cuando se exa­
minan los monumentos figurados del Egipto, después de h a ­
ber leído lo que dice el Génesis, parece se ve la descripción
de unos mismos hechos.
Cada uno de los oficiales de Faraón tuvo un sueño que
les puso muy tristes por no poder, estando presos, acudir á
los intérpretes para que se los explicaran. Creyeron, á no du­
darlo, que el dios Thoth les había inspirado aquella noche, y
así decían á José, cuando éste les preguntó por la causa de
su tristeza: «Hemos visto un sueño y no hay quien nos lo

(1) R o u g é , N o tic e so m m a ire des m onum ents e g yp tien s , p á g . 33.


526 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

interprete» (1). A nim óles el mancebo hebreo á que confia­


ran en Dios y le refirieran lo soñado; con lo cual un tanto
repuesto su ánimo, comenzó el jefe de los coperos reales á con­
tar lo que había soñado, diciendo: «Delante de mí veía una
vid con tres sarmientos; fueron creciendo los racimos y por
fin m aduraron las uvas. Yo tenía en la mano la copa de Fa­
raón; tomé, pues, las uvas, las exprimí en la copa que tenía en
la mano y entregué la copa á Faraón».
La interpretación de este sueño fué en gran m anera hala­
güeña para el copero, que á los tres días volvió á ejercer su
empleo en la corte. Pero quizá alguno de nuestros lectores se
extrañe de que en Egipto bebieran los reyes el zumo de la
uva recién exprimido, puesto que entre nosotros no se hace
caso del mosto y solamente se bebe el vino después de fer­
mentado. Sin embargo, en los monumentosegipcios se hallan
con frecuencia los hombres exprimiendo los racimos en una
copa que presentan á un personaje, varón ó hem bra, según
puede verse en Champollion, en Wilkilson, en Ebers y en Ro-
sellini, con otros egiptólogos.
Pero lo que más debe llamar la atención es que el pasaje
del Génesis donde esto se refiere, ha dado origen á uno de
los reproches que con más tenacidad vienedirigiendo á Moisés
la crítica racionalista. Ya el Cardenal W isemán había dicho (2)
que «en el último siglo fuesen atacados con frecuencia los
libros de Moisés por causa de los racimos y de las viñas de
que hace frecuente mención». Y lo que ocurría en el siglo
pasado, continúa en el nuestro, como si nada se hubiera res­
pondido á esa dificultad, y nada hubieran adelantado los co­
nocimientos hum anos. «Un detalle importante, escribe cierto
racionalista alemán, para establecer la fecha reciente del Gé­
nesis, se encuentra en el sueño del copero mayor, que supone

(1) Génesis, X L-8.


(2) Discursos sobre las relaciones que existen entre la ciencia y la verdad
revelada. D iscurso 9.°
jo sé 527

el cultivo de la viña en Egipto. Ahora bien; solamente después


de Psammético, y por consiguiente al tiempo de Josías, se in ­
tentó introducirla en Egipto. Los egipcios se contentaban con
una especie de cerveza, con motivo de la cual Herodoto dice
expresamente que no hay ninguna viña en toda la comarca.
Los egipcios ortodoxos consideraban al vino como sangre de
Tifón. No le bebían antes de Psammético (dinastía XXVI),
dice Plutarco, ni le ofrecían en sacrificio» (1). Tenemos,
pues, que bajo la fe de Herodoto y de Plutarco, como si estos
dos historiadores fueran infalibles, se niega la autoridad al
Génesis y se echan por tierra todos los descubrimientos que
sobre este particular se han hecho en Egipto durante este
siglo.
Es verdad que ambos escritores, cada uno en un pasaje,
hablan de la ausencia del vino en el valle del Nilo; pero tam ­
bién lo es que en otros pasajes lo dan por supuesto y aun lo
afirman categóricamente. Heredoto mismo asegura que en las
fiestas de Buhaste se bebía m ás vino en Egipto que el resto
del año; que el hijo del albañil que robó el tesoro real em bo­
rrachó con vino á los guardias; que cada soldado de la
guardia real recibía cuatro copas de vino al día; que Myce-
íino se pasaba bebiendo los días y las noches; y que los mis­
mos sacerdotes recibían todos los días vino de viña (2).
Además de los pasajes indicados de Herodoto, atestiguan el
uso del vino entre los egipcios Diodoro, Estrabón, Plinio, Ate­
neo, Horacio y el mismo Plutarco, que asegura de los sacerdo­
tes egipcios que solamente se abstenían del vino en los días
de ayuno, como hacían los cristianos en los primeros siglos,
quienes tenían desterrado de su mesa el vino cuando ayuna­
ban (3). Los racionalistas, pasando por alto todos esos tes-

(1) B o h l e n , B i t G énesis, pág. 378.


(2) l.o II-6; 2.o 11-122; 3.u 11-168; 4.o 11-133.
(3) D io d o r o , 1-15: E s t r a b ó n , XVII-14-35-42; P l i n i o , H isto ria N a tu r a l,
XIV-3-7; A t e n e o , D eipnosophiston, lib ro 1-33; H o r a c io , Odas, lib ro 1-37.
528 EGIPTO Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

timonios y el de Moisés que vale más que todos juntos, se ate­


rran en que los egipcios de aquel tiempo no bebían vino ni
cultivaban la vid; y han voceado tanto y gritado tan alto, que
llegaron á aturdir con sus clamores á los defensores mismos
de la verdad bíblica, quienes confesaron con Bullet (1) que,
si bien los egipcios no lo bebían, como el rey de José no era
egipcio sino H ilíso, no hizo caso de la costumbre del país y
bebía vino como en su tierra; y con Guénée, que en efecto los
egipcios aborrecían el vino (2). Alguna disculpa tienen, por­
que no se sabía entonces del Egipto lo que sabemos hoy.
A pesar de todo, es evidente que en Egipto se cultivaba
la vid y se bebía vino en abundancia por príncipes y nobles,
por ricos y pobres; y que no eran poco aficionados al mosto
desde Faraón al último de sus vasallos, en quienes producía
los efectos de la embriaguez y consiguientes vomitonas, según
indicamos atrás, lo mismo que entre los bebedores de nuestros
días. En el papiro Harris se hace mención de las muchas ofren­
das de vino hechas á los dioses por Ramsés III, de la dinas­
tía XX, que ya no pertenecía á la raza de los pastores, sino á
príncipes indígenas. Entre ellos está una de 1377 vasos de
vino; 1.111 haba y 20.078; 42.030 vasos de vino. El mismo
rey hace donación á los templos de Tebas, de «jardines de
vino—es decir de viñas—en el Ut del norte y en el Ut del
sur», las riberas del lago Mareotis (3).
En los monumentos figurados aparecen con profusión las
viñas, y ya en los sepulcros de las pirámides, pertenecientes á
la IV, V y VI dinastía, nos encontramos con estos árboles; lo
mismo que en los sepulcros de Beni-Hassan, que pertenecen á
la XII. El gusto de aquel pueblo por el producto de la vid le
hacía proveerse de vinos extranjeros, además de los del país.

(1) Responses critiques, etc., torno I, pág. 216, 1826.


(2) L ettres de quelques J u ifs á M . de Voltaire, 2.a p a rte , c a rta 2.»
(3) Records o f thes pa st, tom o V I, págs. 28, 3 J, 33, etc
529

Un funcionario de A p rie s, llamado N es-H o r, pone en su ins­


cripción lo siguiente, según se lee en la estatua conservada en
el Museo de Louvre: «O Knum...., ó Sati y Anuki, yo recuerdo
lo que hice en favor de vuestra casa, yo hice espléndido vues­
tro templo mediante vasos de plata y por donación de bueyes....,
yo le doné excelente vino del A u n m erid io n a l.....» Ahora
bien; A u n estaba, según la inscripción de Amenemheb, al oeste
de Alepo, de m anera que del fondo de Siria iba á parar el
vino á los templos de Elefantina en Egipto, al igual que de
otros países.
Llamaban los egipcios al racimo de uva elel, alel-t y sep,
mientras que el vino recibía el nombre de erp y a rp , llevando
como determinativo un cántaro ó un parral. Tenían, como nos­
otros, vino blanco, arp abs, y vino tinto tesr, siendo muy ce­
lebrado entre ellos el K a k e m , que mezclaban de ordinario con
miel, y teniendo no poca fama los vinos de distintas comarcas
dentro del mismo Egipto; como sucedía con el criado en las
orillas del lago Mareotis y otros. El calendario de M edinet-
Aba distingue el vino común, que pudiéramos llamar de pas­
to, arp, del superior ó generoso, arp nefer n efer, ó vino bue­
no bueno: y Ebers ha observado que también usaban etique­
tas, reproduciendo al electo una botella con el sobrescrito de
arp, vino, para que sin duda no se confundiera con otras que
estuvieran llenas de otros líquidos, usando los egipcios del
nombre aci-t arp para designar las primeras. (Véase el siguien­
te grabado.) Las pinturas nos representan mesas llenas de bo­
tellas, algunas de las cuales se ven aún con el color del vino
tinto que llegaba hasta el cuello.
Hasta tal punto era común el uso del vino entre los egipcios,
que entraba la ración de este caldo á formar parte del alimento
diario de los obreros, como sucede en muchas comarcas de
nuestra España. En las m ontañas de León se hace el ajuste
para segar el heno que ha de servir de alimento á los ganados
durante el invierno, á tantos reales y vino á dos, tres ó cuatro
O-i
530 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

horas, sin hacer mención de la comida, porque ya esto se so­


breentiende. Lo mismo se lee en una nota puesta al dorso de
uno de los papiros hieráticos de Leyde y escrita por un oficial
de Ramsés II el
año 52 de su rei­
no. Allí aparecen,
junto con las de
pan, las raciones
de vino dadas á los
trabajadores (1).
No iban en zaga
i á los hombres, por
s lo que á la afición
1 del mosto se refie-
a re, la s se ñ o ra s
I egipcias y las mu-
| jeres del pueblo,
¿ hablando con de-
•H
£ masiada frecuencia
| los documentos je-
^ roglíficos de borra-
I chos y borrachas.
•5
I De manera, que no
solamente en Egip­
to se usaba el vi­
no, sino que se
abusaba mucho de
él. Sobre uno de
lo s sepulcros de
Beni-Hassan están
representados al-

(1) E sta s y otras m uchas n o tic ia s sob re el particular p u ed en leerse en


E b e e s , JEgypten u n d d ie B ucher M o s e ’s, pág. 321 y s ig u ie n te s del tom o I.
531

gunos siervos llevando á la espalda los cadáveres de borra­


chos muertos en un banquete. A la fiesta de la bebida de tehu ,
que se celebraba en Denderah, según lo dicen las inscripciones
de aquella ciudad, acudían de sus contornos para celebrarla ven­
dimia y honrar á la diosa del placer, H atlior, que apellidaban
la dam a de la borrachera y también «la beoda», tehi-t, en­
tregándose á todos los excesos del vino, á una verdadera orgía.
«Transportados de alegría están los dioses del cielo, llenos
de júbilo los Terti, la tierra llena de gozo. Las gentes de Den.
derah están embriagadas con vino y tienen la cabeza coronada
de flores» (1).
Ya se comprende que los que tan aficionados eran al vino,

Ofrenda de vino exprimido en la copa.

no habían de descuidar el cultivo de la vid; así es que con fre-

(1) E b e r s , obra y lu g a r cita d o s.


532 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

cuencia la encontramos en los monumentos del antiguo Egipto.


Las pinturas de ios sepulcros de Tebas nos la presentan culti­
vada en los jardines; un chico espanta los pájaros que van á
picotear los racimos maduros y otros hacen la vendimia. De
esta suerte todos y cada uno de los particulares referidos por
Moisés en el sueño del copero de Faraón encuentra su confir­
mación en los monumentos egipcios. (Véase el grabado de la
pág. 530.) Hasta el mismo acto de exprimir el racimo en la copa
del rey está justificado por una de las láminas publicadas
por Naville, que presenta á Faraón con la copa en la mano
y una inscripción explicativa que dice: «Se exprimieron los
racimos en el agua; el rey bebe». También se lee, que la
mezcla de agua y vino se hacía en memoria de la victoria
de Iioro sobre los compañeros de Set: «Tú exprimes los ra­
cimos en el agua y cuando aparecen te pones alegre» (1).
Entre las ofrendas hechas á los dioses se encuentran los raci­
mos de la uva, como observa Ebers en la obra citada. No se
crea por esto que los egipcios solamente hacían uso de la uva
y del mosto, porque el vino fermentado, el vino verdadero era
conocido y apreciado mucho por ellos desde los primeros tiem­
pos de su imperio; y ya en la época de las pirámides leemos
debajo de una viga de lagar: «Se llevan los racimos para pren­
sarlos», au-t arer-t er he. En Tebas se encontró una pintura
en que figuran dos mozos, cogidos cada uno de su cordel que
está atado á una palmera, y ellos con los pies desnudos pisan
las uvas que va echando un tercero en una especie de artesón.
Las vides estaban colocadas al estilo de nuestros emparra­
dos y como las tienen en las vegas de Pisa, levantadas y pues­
tas en forma de arcos sobre postes y travesaños que no im­
pidieran el cultivo de otras especies (2). (Véase el grabado
de la página 530.) En algunas figuras de prensas, se ve

(1 ) N a v il l e , Textes r e la tif au m yte d ’H orus, lá m in a X X I.


(2) R o s e l l in i, M onum enti civili, p lan ch a 69.
pasar el vino por orificios hechos en la parte inferior á los
grandes vasos colocados al costado. En seguida se le trasie­
ga á las cubas, que va anotando un escriba una tras otra
y son llevadas á la bodega (1). El tratamiento de los vinos,
según aparece en las pinturas de Beni-Hassan, es entera­
mente distinto. Los racimos son metidos en un saco que
van retorciendo varios hombres con el auxilio de tornos, y
el caldo sale por los intersticios de la tela para caer en la
vasija puesta debajo (grabado de la pág. 530) (2). Así se ve
palpablemente que Moisés sabía bien lo que escribía y decía la
verdad en todo lo que se refiere al vino y el uso que hacían de
él los egipcios en tiempo de José, y que la crítica racionalista,
antigua y moderna, anda enteram ente divorciada de las cos­
tumbres egipcias en la impugnación del sagrado texto.
Dos palabras más sobre el sueño del panadero y su trágico
resultado, para term inar este artículo.
Muy parecido en la forma al de su compañero de prisión,
pero muy desemejante en el significado y en los resultados.
«Vi en sueños, dijo á José el panadero mayor, que tenía so­
bre mi cabeza tres canastas de harina. En una de ellas, que
era la de arriba, llevaba todas las comidas que se hacen en
panadería y las aves comían de ella». José interpretó en el
acto aquel sueño, como lo había hecho antes con el del co-
pero, diciéndole que dentro de tres días, significados por las
tres canastas, Faraón m andaría cortarle la cabeza y colgarle
en una cruz. Todo ello se verificó según la predicción, porque
á los tres días, celebrando Faraón su cumpleaños restituyó
alcopero en su oficio y mandó colgar al panadero.
No tiene este sueño menos color egipcio que el anterior,
puesto que estaba muy adelantado en aquel reino todo lo que

(1) W i l k i n s o n , M anners and Customs, 11-107.


(2) T odos estos d etalles y otros que om itim os, los tra e E b e rs en la o b ra
citada, tom o I, desde la 322 h a sta la 33; y el m ism o W ilkinson los h a reu n id o en
~uu capítulo de los usos y costumbres del antiguo E gipto.
534 E G IP T O Y A SIR IA RESUCITADOS

se refiere á panadería y pastelería. Sobre uno de los muros


del sepulcro de Ramsés III en Tebas, se ven dos panaderos
apoyados en sus bastones am asando la pasta con los pies,
siendo un rasgo particular de los egipcios, al decir de Hero­

doto (1), esta costumbre que tanto repugna á lo que nosotros

(1) II-3G.
535

estamos habituados á ver en nuestros panaderos. Con los dos


mencionados hay otros dos que dan distintas formas á la
pasta am asada, y otros la cuecen en una especie de hornilla.
Los panes ya preparados y cocidos se van colocando en me­
sas, en vasos ó en canastas, teniendo aquéllos distintas figu­
ras, como estrellas, triángulos, esferas, etc. (1). (Véase el an­
terior grabado.)
Entre nosotros es lo ordinario, sobre todo en algunas p ro ­
vincias como Asturias, que las mujeres lleven sobre la cabeza
los fardos, ferrados, cántaros y cualquier peso que necesiten
transportar, y los hombres á la espalda. En Egipto, según h a ­
bía hecho observar Herodoto, sucedía lo contrario; porque las
mujeres llevaban á la espalda las cargas y los hombres sobre
la cabeza (2) como el panadero de Faraón. Y aun cuando
no admitiéramos en toda su generalidad el testimonio del pa­
dre de la historia profana, hay que confesar que en lo relativo
á los panaderos es exacta su relación, porque les vemos en
los monumentos con los panes sobre la cabeza, según atesti­
gua Moisés (3). M. Horrack publica en las Lam entaciones
de Isis un curioso pasaje donde se habla del «p a n amasado
en la fortaleza blanca», paa-a a ri em sebü-het, que ya dijimos
ser la prisión donde encerraron á José y sus dos compañeros
de infortunio. Las cestas de que se trata en el sueño del p a ­
nadero egipcio, se ven representadas en los monumentos unas
veces sobre la cabeza y otras llevadas por dos obreros; algu­
nas de éstas pueden estudiarse en el Museo de Louvre, con
formas y m aterias distintas; pues unas están hechas de mim­
bres, como en España, y otras de juncos. Uno de los papiros
Rollin, conservado en la Biblioteca nacional de París, y perte-

(1) R o s e l l in i, M onum enti civili, l á m i n a 87, t o m o I I , p á g . 464.


(2) W il k in s o n , M aners and Customs, II, p á g . 384.
(3) P l e y t e , L e pa p yru s R o llin de la Biblioteque im p eria l de París-, 1868,
pág, 10.
536 EGIPTO Y A SIR IA RESUCITADOS

neciente á la dinastía XIX antes de la salida de los israelitas,


conserva el nombre del panadero mayor de la corte, á quien
llama ísatsa «el jefe». Cuenta cuatro panaderos, y el primero
lleva el nombre de tsatsa, demostrándose la importancia de
su cargo por el número de panes que tenía preparados y que
es de 114.064.
Pasados los tres días que significaban los tres retoños de la
vid en el sueño del copero y las tres cestas del panadero, lle­
gó el del natalicio de Faraón, y entonces fué cuando se acreditó
la interpretación de los sueños dada por José; porque á cada
uno de los presos le sucedió como él había predicho. La crítica
racionalista, por boca de Tuch (1), ha insinuado que en este
pasaje había una equivocación, atribuyendo á los reyes de
Egipto lo que Herodoto dice de los persas, que celebraban con
grande aparato su cumpleaños. Seguramente es necesaria toda
la inquina del racionalismo contra la Escritura Santa para lan­
zarla semejante acusación; pues, aunque nadie mencionara la
costumbre de solemnizar su nacimiento por parte de los Fa­
raones, basta sólo pensar que este hecho está en la naturaleza
y que todos los hombres, más ó menos, conservamos un re­
cuerdo cariñoso del día en que venimos al mundo, festejándo­
lo de un modo ó de otro. ¿Cuánto más entre los egipcios, tan
dados á la magia y á formar horóscopos? ¿Cuánto más entre
los Faraones, tenidos en la veneración de dioses por sus pue­
blos? Cuando daban tanta importancia al día del nacimiento,
¿habían de negarla al del cumpleaños? En verdad que para
deshacer esa dificultad de Tuch no es necesaria la Egiptología,
porque basta el simple buen sentido; pero á mayor abunda­
miento vienen los descubrimientos egipcios á decir al criticismo
germánico, que no sabe lo que trae entre manos.
La famosa piedra de la Roseta dice que el 30 de M esori era
el día de la fiesta del nacimiento del rey Tolomeo Epífanes, y le

(1) Com m entar uber (lie Génesis (C om entarios sobre el G énesis), pág . 614.
537

llama lira mese neter no/re: «Día del nacimiento del dios bue­
no». Un concilio celebrado por los sacerdotes reunidos en Men­
tís decretó, entre otras cosas, lo siguiente: «Pues que el XXX
de M ésori, en que se celebra el nacimiento del rey, como el
XVII de M éch ir, en que tomó la corona de su padre, los han
reconocido como epónymos en los templos; los cuales días son,
en efecto, para todos causa de muchos bienes; que se celebren,
pues, por una fiesta en su honor» (1). También el decreto de
Canope habla de la fiesta del cumpleaños de Tolomeo III, lla­
mándola «fiesta del nuevo año de Su Majestad». Y también en­
0
tonces los sacerdotes acordaron nuevos honores al rey y á la
reina Berenice, su hermana y mujer, por los beneficios que de
ellos había recibido el país. Y no se diga que esto lo hacían los
griegos, pero no los egipcios antiguos, porque la dinastía grie­
ga no hizo más que seguir las tradiciones de los antiguos reyes,
aun en cosas no acostumbradas en Grecia, como el matrimonio
con la hermana. Por lo demás, un fragmento de Hellanico de
Lesbos, conservado por Ateneo, hace mención de esta cere­
monia en tiempo de A p rie s, á quien llama en griego P a ta rm is.
Y en la estela de Kuban se dice del nacimiento de Ramsés II
que «fué un día de júbilo para el cielo», nehem en pet Jira en
mest-ef, según el testimonio de Chabas (2).
Tanto la piedra de la Roseta como el decreto de Canope, al
hacer mérito de las gracias concedidas por los Tolomeos con
ocasión de el aniversario de su nacimiento, nos prueban
que Faraón pensaba en los prisioneros de Estado en aquel día,
ya fuera para otorgarles la gracia del indulto, como se hace hoy
en el natalicio de los soberanos, ya para confirmar la sentencia
condenatoria. El rey de José hizo las dos cosas, elevó de nuevo
á sus funciones al copero y mandó quitar la vida al panadero,

(1) L etr o n n e , R ecu il des inscriptions grecques et latines de l'E gypte, tom o I,
inscripción de la R oseta, lín e a 46.
(2) Inscriptions des m ines d'or, lín ea 3.n
5 ,0 8 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

colgándole de un palo. Entre los hebreos este suplicio se eje­


cutaba pocas veces, algunas no obstante leemos en los Libros
Santos, como cuando David hizo colgar los descendientes de
Saúl, á petición de los gabaonitas (1). Para los egipcios era,
al contrario, bastante conocido y harto común entre ellos. Las
pinturas muestran no pocas veces decapitados á los prisioneros
de guerra y muchos criminales suspendidos, aunque de ordina­
rio se verificaba la suspensión después de la decapitación. A
este propósito escribe Wilkinson: «La suspensión era el supli­
cio ordinario para la mayor parte de los grandes crímenes y los
culpables eran retenidos en la cárcel hasta que decidían de su
suerte ó la voluntad del rey ó el veredicto de los jueces» (2).
Poco más ó menos vienen á decir Birch y Ebers.
Grande debió ser el crimen del panadero mayor, cuando le
condenaron á ser comido por las aves de rapiña. Para los egip­
cios, que esperaban la resurrección, siempre que sus cadáveres se
conservaran intactos, debía ser este el mayor de los suplicios,
porque llevaba las consecuencias hasta más allá de la tumba.
Así vemos que en el rom ance de los dos herm anos, Anupu
castiga la calumnia y la infidelidad de su mujer, arrojando el
cadáver- á los perros. Y Diodoro asegura que el mayor castigo
imaginado por los egipcios, consistía en quemar por entero el
cadáver del criminal, después de arrastrarle por entre espi­
nas (3). Así procuraban impedir la resurrección.

a rtíc u lo v
La e l e v a c i ó n .

P árrafo I

¿QUIÉN F U É ’ EL FARAÓN DE JOSÉ?

Cuando tratamos de la llegada de Abraham á Egipto, hici-

(1) I I Reg., X X I-8.


(2) Usos y costumbres de los antiguos egi])cios, tom o I, pág. 307.
(3) 1-77.
JO SÉ 539

mos una ligerísima reseña de las dinastías que habían reinado


y gobernado aquel país hasta la XII, comenzando por Mena,
fundador del imperio egipcio, y siguiendo á Manetón en los
poquísimos fragmentos que de él se conservan. La dinastía
duodécima dejó el Egipto, al extinguirse, en estado floreciente,
que continuó durante la mayor parte del tiempo que obtuvo el
imperio faraónico la dinastía XIII. En los últimos años de ésta
no parece que la cosa pública marchaba tan bien, aunque na­
da de cierto se sabe acerca del particular. Lo que parece puesto
fuera de duda, es que, al advenimiento de la XIV, el principa­
do de Egipto pasó del mediodía al norte, de Tebas á las ciuda­
des del Delta Xois, Tanis, Heliópolisy otras menos importantes.
Ya hemos citado unas palabras del sacerdote historiador, en
que se lamenta de que la ira de Dios había soplado sobre el
Egipto, y entonces fué cuando los Pastores invadieron el valle
del Nilo, apoderándose del Delta, para hacerse más tarde seño­
res de todo el Egipto.
Grandísima es la discordancia entre los escritores, tanto an­
tiguos como modernos, acerca del tiempo fijo de la invasión y
de lo que duró en Egipto el poderío de los Hvksos; porque los
egipcios aborrecían á los Pastores (1) y á todo trance quisie­
ron que se borrara su memoria y desaparecieran del suelo
egipcio las huellas de aquellos usurpadores extranjeros. Así es
que se han encontrado muchos monumentos de piedra perte­
necientes á aquella época con nombres é inscripciones borradas
para hacerlos servir á la memoria de las dinastías posterio­
res á la expulsión.
Julio Africano concede á losHyksos las dinastías XV, XVI y
XVII; la primera de las cuales habría durado 286 años, la se­
gunda 518, y la tercera, junto con otra del país que sim ultánea­
mente reinaba en Tebas, 151 años; lo cual da un total de 955.
Eusebio de Cesarea, según la versión armenia, después de las

(1) Génesis, c a p . 4G, v . 3 4 .


540 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

dinastías XV y XVI que supone diospolitanas, coloca la XVII de


Hyksos ó Pastores, á cuyo reinado de cuatro monarcas concede
la duración de 103 años. Con él están conformes Svncelo y el
Escoliasta de Platón. Pero Fia vio Josefo admite 511 años de
reinado pacífico por parte de los Hyksos, además de una guerra
de larga duración que hubo entre éstos y los príncipes teba-
nos, y terminó con la toma del campo atrincherado, edificado
por aquéllos no lejos del antiguo itsmo de Suez, á la entrada de
Egipto, campo capaz de contener 250.000 soldados y cuya
pérdida obligó á los Pastores á abandonar para siempre el valle
del Nilo.
Como se ve, hay bastante diferencia entre los escritores de
la antigüedad acerca de este punto, por más que no falten
entre los modernos tampoco estas discrepancias, ni que deje
de haber quien haya tratado de conciliarios con bastante in­
genio por cierto, como sucede con Boekh y con Erman. Por
lo demás, sin contar á Muller y á Bunsen, que optan por la
cronología del Africano, Chabas coloca el principio del reinado
de Mena en el siglo 40 antes de Cristo, la dinastía XII desde
el 24 al 22, la expulsión de los Pastores en el 18, sin atrever­
se á señalar el siglo en que conquistaron el Egipto (1). Lep-
sio pone el principio del reino de Mena en el año 3892 antes
de Cristo, Amenemha I (de la XII dinastía) en el 2380, y
al primer rey Pastor en 2101, expulsión y nuevo imperio
en 1684. Brugsch da para Mena el 4455, para la dinas­
tía XII y su rey Amenemhat 2466; y entre ésta y la XVIII
por espacio de 500 años los Pastores (2). Por último, Ma-
riette admite á Mena reinando en el año 5004; á Amene­
m hat I en el 2851; á los Pastores entre el 2214 y el 1703. De
donde resulta que la duración del reinado de los Hyksos oscila
entre los 400 y 500 años y su salida de Egipto entre el año

(1) E tudes sur l'a n tiq u ité historique, cap. I.


(2) Geschichte Æ g yp ten s (H isto ria de E gipto), pâg. '765.
541

1800 y el 1700 antes de nuestra era, según los egiptólogos


modernos de mejor nota.
Si se pregunta por el origen de los Hyksos, hallamos tam ­
bién discrepancia entre los egiptólogos; porque conviniendo
todos en que eran asiáticos, unos los hacen oriundos de esta
región y otros de aquélla, siendo la opinión que parece más
fundada y m ás común la de que los Pastores eran tribus
nómadas del desierto, dedicados en parte al pillaje y en parte
á la recría de sus ganados; aunque Ebers opta por creer que
fueron colonias fenicias establecidas desde antiguo sobre el
Delta y que se desbordaron por el Egipto, empujados y auxi­
liados por otras tribus cananeas y arábigas, cuando encontra­
ron ocasión propicia. «El nombre de Shashu ó Schasu,
se lee en la inscripción de N es-H o r al tomo 6.° de los R e ­
cuerdos de lo p a sa d o , era un término genérico aplicado á
las.tribus árabes ó beduinos, que habitaban el desierto entre
la Siria y la frontera noroeste de Egipto». La significación
originaria de este nom bre es la de ladrones, procedente de la
raíz sasali ó sasas «devastar» «robar», según lo emplea la
Biblia para significar las devastaciones y correrías de los be­
duinos, como se lee en el capítulo II de los Jueces, v. 14:
«Enojado Dios contra Israel tra d id il eos ¡n m anas diripien-
tium», sosim. Lo mismo se lee en el v. 20 del capítulo XVII
del libro IV de los Reyes: tra d id it eos in m anas diripientiurri,
sosim, y en otros varios pasajes que no citamos. Así que
Hyksos es lo mismo que H iq-Sasa ó príncipe de los Sasu,
derivándose de la egipcia la palabra griega.
En las excavaciones practicadas en el Delta y principalmente
en Tanis se han descubierto algunas estatuas de reyes H y k ­
sos, trabajadas por artistas egipcios, que indican bien á las
claras un tipo extranjero y semítico. (Véase el grabado si­
guiente.) «Sus ojos, dice Mariette á este propósito, son peque­
ños, la nariz vigorosa y cil mismo tiempo arqueada, las meji­
llas gruesas y huesosas, la barba saliente y la boca es nota­
542 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

ble por la m anera como se baja en las extremidades» (1),


El mismo egiptólogo francés escribe en otra parte con mo­
tivo del hallazgo de las esfinges encontradas en las excava-

Cara de un H ykso.

dones de la capital de los H y k so s: «Todavía no se olvidó la


emoción producida por la aparición de las extrañas figuras,
que las excavaciones de Tanis pusieron en nuestras manos,
Aquellas enormes esfinges con cara de hom bre y crines de
león; aquellos ojos embridados, aquellos pómulos salientes,
aquella nariz achatada, aquella boca desdeñosa.....no tenían
nada de egipcio. Las esfinges llevan sobre el espaldar dere-

'1) L e tre á M . le vicomte de Bougé sur les fo u ille s de Tanis.


JOSÉ

cho una leyenda jeroglífica, donde no es difícil de leer los car­


teles de un rey Apepi» (1).
Las últimas palabras de Mariette nos dicen cuál de los reyes
Pastores fué aquél que elevó á primer ministro del reino al hijo
de Jacob. Y en esta parte están conformes los egiptólogos en
creer que no es otro que Apapi II, llamado A phobis por los grie­
gos. «La tradición, escribe Maspero, coloca la llegada de los is­
raelitas á Egipto en tiempo de uno de los Pastores, que llama
Aphobis. Es evidentemente uno de los Apapi, quizá aquel mis­
mo que embelleció á Tanis, y cuyos monumentos ha encontra­
do Mariette» (2). Así es, según lo afirma Syncelo en su Cro­
nografía por estas palabras: «Todos convienen en que en
tiempo de A p o p h i José gobernó á Egipto» .
Entre los modernos, fuera de Bunsen, que quiere sea A paj-
nas el Faraón de José, y Gampbel que lo va á buscar en el Ja-
bes de que nos habla el primero de los Paralipómenos al capí­
tulo IV, v. 9; los demás están casi unánimes en la creencia de
haber sido Apapi II el que sacó de la cárcel al castísimo jo­
ven hebreo.
Así Brugsch escribe: «La llegada de José á Egipto cae en
medio del siglo XVIII, es decir, en la época de la segunda di­
nastía de los reyes Pastores. Parece asimismo que fuera Apa­
pi II el rey que elevó á José á la alta dignidad que más tarde le
permitió favorecer á sus hermanos cuando llegaron de Ca-
naán» (3). En el mismo sentido y casi usando las mismas
palabras, se expresa Birch (4) cuando dice: «La llegada de
José á Egipto ha sido colocada por muchos bajo el reinado de
Apapi II, y favorecen esta conjetura varias consideraciones. El
nombre de Putifar, por su composición, es evidentemente he-

(1) Cuestiones relativas á las excavaciones nuevas que conviene hacer en


Egipto, pág. 33.
(2) H isto ria antigua de los pueblos de O riente, libro II, cap. IV.
(3) H istoria de E g ip to , tom o I, pág. 80.
(4) H isto ry o f E gyp t, pág. 76.
544 E G IP T O Y ASIR IA RESUCITADOS

liopolitano más bien que tebano. José casó con la hija del gran
sacerdote de Heliópolis, ocupada esta ciudad por los Pastores
durante la dominación del país».
Suponiendo á los Hyksos de origen semita con la mayor par­
te de los modernos egiptólogos, según hemos visto, lo cual con­
firma el P. Cara con poderosas razones, que han movido á va­
rios escritores á conformarse con su modo de ver, que consiste
en afirmar que los Iiyksos eran oriundos de la Siria septen­
trional y los mismos con quienes, bajo el nombre Ketas, sos­
tuvieron largas y sangrientas guerras los Faraones de la dinas­
tía XIX, hasta que Ramsés II firmó con ellos un tratado de
paz, convirtiéndose de enemigos en aliados (1); siendo, re­
petimos, de origen semita, puro ó mezclado con los iranios, los
Pastores, se comprende más fácilmente la buena acogida que
dió Apapi á José y por medio de éste á toda su parentela.
Pues, aun cuando desde larga fecha estaban aclimatados en
Egipto, no por eso habían perdido el amor de su tierra natal,
como no lo han perdido tampoco los americanos oriundos de
españoles después de cuatro siglos de estancia en América.
«Si en tiempo de los Faraones, raciocina con buen juicio
Maspero, los pueblos de Siria corrían en tropel á Egipto, que
les trataba como sometidos, quizá como esclavos, este movi­
miento de inmigración, debió ser más considerable aún en tiem.
po de los reyes Pastores. Los recién venidos encontraban, en
efecto, á orillas del Nilo hombres de su misma raza convertidos
en egipcios, es verdad, pero que no habían perdido el recuer­
do de su lengua y de su origen. Fueron, pues, recibidos con tan­
ta mayor facilidad, cuanto que los conquistadores sentían la
necesidad de fortificarse en medio de un pueblo que les era hos­
til. El palacio de los reyes se abrió más de una vez á conseje
ros y favoritos asiáticos; el campo atrincherado de Llaouar en­
cerró con frecuencia levas de sirios y de árabes. Invasiones,
JOSÉ 545

hambres, guerras civiles, tocio parecía conspirar, para llevar á


Egipto, no sólo individuos aislados, sino también familias y na­
ciones enteras» (1).
Dada la diversidad de opiniones que hay entre los sabios so­
bre cuanto á los Pastores se refiere, no es extraño que reine la
misma divergencia acerca del número y nombre de sus reyes.
Ya hemos dicho que Julio Africano, á quien sigue en esta par­
te Maspero entre los modernos, pone tres dinastías de reyes
Hyksos; la XV, la XVI y la XVII; de éstas la primera y segun­
da reinaron sobre todo el Egipto, por más que tardaran no poco
tiempo en subyugar á los príncipes de Tebas y al Egipto m e­
ridional; la tercera reinaba sobre el Egipto del Norte, mientras
gobernaba el Sur una dinastía indígena, que concluyó por
arrojar á los extranjeros al otro lado del istmo de Suez. La di­
nastía XV, consta, según el mismo escritor, de seis reyes; la
XVI de 32 y la XVII de 43 con igual número de reyes tebanos.
Los modernos no han podido todavía formar una lista exac­
ta de los reyes Pastores, ni ponerse de acuerdo acerca de sus
nombres. Viedemán, citado por el P. Cara, trae una lista de
dieciséis reyes Pastores, cuyos nombres empiezan la mayor
parte con el de Ra; por lo cual con mucha razón es rechazada
esta lista; pues, como observa el mismo egiptólogo italiano,
sería una contradicción que los Hyksos, cuyo dios principal era
Set, tomaran del dios nacional egipcio, Ra, sus nombres. Por lo
mismo, diremos al terminar es'as observaciones, copiando al
citado Cara, que «la ciencia egiptológica nada aprendió de
nuevo acerca del número de reyes Hyksos y del tiempo de su
largo reinado, fuera de lo que Manetón dejó escrito» (2).
El más célebre de todos los reyes Pastores parece ser Apa-
pi II. A u s ir r i, primero de la dinastía segunda de los Hyksos y
de la XVI de los egipcios. Cuéntase de él que envió al rey de

(1) E isto ire ancienne des peuples del’O rien t, cap. IV , pág. 165.
(2) O bra c ita d a , cap. X V I , al ñ n a l.
546 E G IG T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

Tebas una em bajada de desafío, para que aceptara como dios


nacional á Set, ó que el mismo Apapi aceptaría á Ra, caso de
salir victorioso su contrario, siendo éste el principio de la gue­
rra de la independencia egipcia. Maspero no cree en ese cartel
de desafío; pero ello es que lo admite la mayoría de los egip­
tólogos fundándose en estas palabras que se leen en el papiro
Sallier del Museo Británico á las líneas 2.a y 3.a, que dicen:
«Y el rey Apapi nombró á Set por señor y no sirvió á ningu­
no de los otros dioses de Egipto». Se comprende que los egip­
cios, ya soliviantados con la dominación extranjera de tantos
años, al ver este brusco ataque á su religión y sus dioses, se
levantaran en arm as contra los opresores, dando principio á
la guerra secular que term inó con la expulsión de los Hyksos.
Esta guerra del Africa contra el Asia, tiene mucho de parecido
con la guerra de reconquista emprendida por D. Pelayo en los
montes de Asturias y terminada por los Reyes Católicos en la
conquista de Granada, como la de los egipcios term inó con la
tom a de la fortaleza Avaris y su campo atrincherado. La di­
nastía XVIII llevó además la guerra contra los asiáticos al co­
razón de Siria, como los Reyes Católicos, Cisneros y Carlos V,
quisieron continuar la conquista por el Africa, según lo que ha
dado en llamarse testamento de Isabel la Católica, que aún
está por ejecutar.
Apapi II era fastuoso, amigo del lujo y de las grandes cons­
trucciones, y según consta de la historia de José tal como se
halla en el Génesis, de un g ran sentido práctico, como se vio
en la acertada elección de aquel extranjero para el desarrollo
de los planes rentísticos y económicos propuestos por él, á raíz
de la interpretación de los sueños faraónicos. Junto á su pro­
pio palacio de Tanis construyó un magnífico templo al dios
Sutech ó Set, cuyas ruinas y planos han sido descubiertos por
Mariette.
JOSÉ 547

P á rra fo I I

LOS SUEÑOS I)E FARAÓN

Dos años después de haber sido repuesto en su oficio el co-


pero del rey de Egipto, tuvo éste un sueño que le atormentó
mucho por no acertar con su significado. Entonces fué cuando
el olvidadizo copero recordó lo que le había ocurrido á él es­
tando en la cárcel tres días antes de su reposición, y acercán­
dose á su amo, le dijo: «Señor, confieso mi pecado. Enojada
vuestra Majestad con sus siervos, mandó que fuéramos ence­
rrados en la cárcel del príncipe de los soldados, el maestro de
los panaderos y yo. Allí, en una misma noche, vimos cada uno
un sueño, presagio de lo futuro; estaba con nosotros un joven
hebreo, siervo del príncipe de los soldados, de quien, al contar­
le los sueños, oímos todo cuanto después nos sucedió; porque
yo he vuelto á mi oficio y él fué colgado en una cruz >. Inme­
diatamente mandó Faraón que sacaran de la cárcel al joven,
el cual, cortado el cabello y con ropa nueva, fué presentado
al rey.
Consistía el sueño de éste en lo que todo el mundo sabe:
que vió salir del río siete vacas muy gordas y lucidas que se
pusieron á pacer en las orillas; pero tras ellas se vinieron otras
siete flacas y macilentas, que parecían la imagen de la muerte,
las cuales, después de pacer también en la ribera, se tragaron
á las primeras. Despertó el rey y pensando en la significación
de lo que había visto, volvió á quedarse dormido. Entonces se
reprodujo el sueño bajo otra forma, porque vió siete espigas de
trigo, procedentes del mismo grano, lozanas y llenas enteramente,
pero á seguida se le presentaron otras siete con la caña adelga­
zada y consumidas por el viento abrasador que no tenían grano
alguno. Despertó de nuevo Faraón, y aterrorizado llamó á to­
dos los adivinos y sabios de Egipto para que le dijeran la inter­
pretación y significado de aquellos sueños; 110 pudieron hacerlo,
548 E G I P T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

y entonces se acordó el copero de lo que le había ocurrido á


él estando en la cárcel con el joven hebreo.
Detengámonos un poco, y observemos con Vigouroux (1)
el carácter completamente egipcio de este relato. La primera
frase del sueño de Faraón le denuncia desde luego como tal,
pues Moisés da al Nilo en este pasaje uno de sus nombres
egipcios, Ye-or, el río por antonomasia, según traduce con
exactitud nuestra Vulgata, super fluvium. En los textos jero­
glíficos se da al Nilo el nombre sagrado de H api, siendo el pro­
fano a u r, acompañado frecuentemente de a a , grande, como si
dijéramos «el gran río». De aquí, con el transcurso del tiempo,
la lengua popular ha sacado los nombres iar ó ial, aaiar-a,
iaro y también p-ial, p-iar con artículo masculino, según se
ve en los manuscritos demóticos y griegos (2). Lo que hacían
los egipcios con el Nilo llamándole simplemente rio, esto mis­
mo practicaban con la ribera, á la que denominan sept, y los
hebreos sefah, sefat.
El nombre empleado por Moisés para significar la verdura
que crece á las orillas del Nilo, ahu, es otra palabra egipcia,
aha, que significa en las inscripciones jeroglíficas «lo que ver­
dea», y por estar acompañado de un determinativo (8) que
designa una planta acuática, ahu es la caña, que en copto
se llama ahí.
Considerando el sueño de Faraón en sí mismo, le encontra­
mos de un sabor no menos egigcio que el lenguaje con que lo
relata Moisés. Nada más natural para un habitante de aquel
país, que pensar en el río, á quien el Egipto debe la existencia
y la fertilidad; en las vacas, que se criaban en gran número en
todos los nomos y bajo cuya forma estaba representada una

(1) L a B ible et les descouverte3 modernes, libro III, cap. V I, pág. 102.
(2) B b u g s c h , G ram ática dem ótica, p á g . 27.
(3) V étse lo que hem os dicho de los d e te rm in a tiv o s en el lib ro I, capítu­
lo II I de esta obra.
JO SÉ 549

de las primeras divinidades de los egipcios, la diosa Isis; y en


las espigas de trigo, tan abundante y de tan buena calidad en
todo Egipto.
El símbolo de la vaca es propiamente egipcio con exclusión
de otros países, puesto que los egipcios, al decir de Plutarco (1)
consideraban á la vaca como la imagen de lsis y de la tierra;
y Clemente Alejandrino completa la explicación, añadiendo,
que la ternera es el símbolo de la tierra, de la agricultura y
de la alimentación (2). Según el mismo Plutarco, «Sirio está
consagrado á Isis entre los astros, porque con él viene la h u ­
medad, y como el Nilo es, según ellos, una emanación de Osi-
ris, creen que la tierra regada por el mismo río es el cuerpo de
Isis, naciendo de esta unión Horo, que es la temperatura del aire
que anima y vivifica á todos los seres».
Por lo que hace al río, ya había dicho Herodoto que el
Egipto era un don del Nilo (3). Lo cual repite Ampere, es­
cribiendo: «El Nilo es todo el Egipto. Si se suprimiera el Nilo,
nada interrumpiría la árida esterilidad del desierto. Haciendo
volver atrás la corriente superior del río, quedaría aniquilado
el Egipto» (4).
Wilkinson, en su obra Usos y costumbres de los antiguos
egipcios, trae varias de las representaciones con que lo distin­
guían. Unas veces es un dios oculto en sus manantiales, de los
que sale agua en abundancia; queriendo significar la incerti-
dumbre, ó mejor, la ignorancia del origen de este río que dió
ocasión á tantas disputas entre los sabios. Otras le representan
bajo la figura de un hombre con dos niños en los brazos, como
indicando que da la vida á los mortales. Otras bajo el símbolo
de un hombre con frutos de la tierra en sus manos, dando

(1) D e ls id e , pág. 68.


(2) Strom , V-7.
(8) II-VII.
(4) Voyage en E gypte et en N ubie, pág. 304; 1868.
550 E G IP T O .Y A S IR IA RESUCITADOS

bien á entender en ello á quién debían los egipcios la riqueza


de su suelo (1). (Véase el grabado).
Así es, que los
egipcios lle g a ­
ron á divinizar
el Nilo, dándole
el nombre de
H a p i, y tenien­
do hacia él un
reconocimiento
sin lím ites, le
rendían culto re­
ligioso y le con­
sagraban sacer-
. dotes, y celebra-
§ ban fiestas en su •o

q honor, princi-
55 pálmente en el
solsticio del es­
tío, que es cuan­
do llega á Menfis
la in u n d a c ió n
del río , según
testifica Osburn
(2) en su histo­
ria monumental
del Egipto. La
crecida del río
era para ellos
uno de los dones
más preciosos que debían á los dioses, y acaso el más impor-(

(1) M aners and Customs, 2.a erlición, tom o II I, pág. 208.


(2) The M onum ental H isto ry o f E g yp t, tom o I, pág. 11.
JOSÉ 551

{ante de todos. «Yo te doy, decía Ptbah Tunen á Ramsés II, un


Nilo muy crecido; él llena, en tu favor, de abundancia, de ri­
queza y de productos al país»; y en otro decreto semejante á be­
neficio de Ramsés III, repite el mismo dios Pthah: «Él llena al
país de abundancia, de riqueza y de productos.....él cubre la
tierra de peces en tocios ios lugares por donde camines» (1).
Nada tiene, por consiguiente, de extraño, que los poetas se
dedicaran á cantar las alabanzas del dios Nito, entonando
himnos en loor suyo, en los cuales se narran los bienes que
proceden de él y cuánto le debe todo el Egipto. Entre ellos es
bellísimo uno que se encontró en el papiro Sallier II, trad u ­
cido por Maspero, que lo trae en su H istoria antigua de los
pueblos del O riente, y de él lo copia Vigouroux, prefiriendo
esta traducción francesa á la hecha en inglés por M. Cook. El
himno empieza con un saludo ai río diciéndole: S a lu d , oh N i ­
lo. ¡Oh tú que te manifiestas sobre esta tierra— y que vienes
en paz—para dar la vida al Egipto!— ¡Dios oculto!, etc.
Y si el Nilo produce tantos y tales beneficios que hace de
aquel país uno de los primeros del mundo, siendo puesto por
Moisés como modelo de países bellos y comparado con el
paraíso del Señor (2), nada más natural que el sueño de
Faraón, creyéndose á orilla de aquel río, del que hablarem os
otra vez cuando lleguemos á tratar de las plagas con que afli­
gió Dios al sucesor de Apapi, que se obstinaba en retener
cautivo al pueblo hebreo.
Siete eran las vacas y otras tantas las espigas, que en cada
grupo vio Apapi salir del río. El significado de las siete espigas
y siete vacas tiene en este sueño un valor cronológico, como
que indicaban los siete años de abundancia, seguidos de otros
siete años estériles. Pero además el número siete era sagrado
para los egipcios, como para los hebreos y demás pueblos del

(1) L e clecret de Pthali Totunen.


N a v iil e ,
(2) Génesis, X I I I - 10.
552 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Oriente. Siete años bascó, en el rom ance de los dos herm a­


nos, el mayor al menor, que había encantado su corazón y
colocádole sobre lo más alto de la flor de la acacia. En el pa­
piro mágico de I-larris y en el libro de los m uertos se habla
con freeuencia del número siete; y la diosa Isis, diosa de la
herm osura, representada con cabeza de vaca, frecuentemente
va acom pañada de otras siete vacas místicas. Por eso Rougé,

Las siete vacas y el toro.

hablando de Osiris, acompañado de sus siete vacas, escribió


con razón: «Las siete vacas del sueño de Faraón son un ras­
go singular del color que dice relación al mito de este capítu­
lo (1). Entre los cinco ó seis ejemplares del Ritual funera­
rio egipcio conservados en el Museo Británico, tres de ellos
reproducen las siete vacas escoltadas por el toro místico (véase
el anterior grabado); están puestas en dos columnas, cuatro va­
cas en una y las tres restantes con el toro en la otra, teniendo
las vacas entre los cuernos y sobre el testuz una flor, mien­
tras que el toro carece de atributos. Las vacas son siete inva­
riablemente. Los papiros jeroglíficos ó hieráticos de Leyde,
más numerosos que los de' Londres, representan por lo menos
cuatro veces las siete vacas en compañía de Osiris bajo la
forma de toro».
En el solsticio de invierno se hacía dar siete vueltas á una
vaca alrededor de los templos egipcios; de un modo algo p a­
recido al que usan en muchos pueblos de España los labrado­
res; dando vueltas con sus muías en derredor de la ermita de
San Antonio. Si á esto añadimos que los monumentos egipcios
representan no pocas veces á las becerras en medio de las
aguas del Nilo, tendremos suficientemente demostrado el ca­
rácter completamente regional de los sueños de Faraón (2).
«No es creíble, observa á este propósito Hengstember, que un
extranjero hubiese podido imaginar é inventar detalles tan ín­
timamente unidos á la simbólica egipcia » (3).
Por último, para term inar con el número siete, conviene
recordar que es un número sagrado para todos los pueblos
antiguos y modernos, que de esta m anera consagraron el re ­
cuerdo de los siete días de la creación, según observamos en
el capítulo correspondiente de este libro. Por eso se ve que la

(1) E tudes sur le ritu e l fu n é r a ir e des anciens E g y p tien s, en la R evista A r ­


queológica c o rresp o n d ie n te al m es de F eb rero de 1860.
( 2 ) W i l k i n s o n , Usos y costumbres de los antiguos egipcios, to m o I, p á g . 102 ,
tom o II, p á g . 4 29.
(3) D ie B ucher Mose's und E g yp ten (los libros de Moisés y el E g ip to ),p ág . 26.
554 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

palabra con que se expresa es muy parecida en las lenguas


antiguas y m odernas de distintos orígenes. En hebreo séba,
en asirio siba, en egipcio sefeh, en sánscrito sa p t, en griego
p h la , en latín septena, en español siete, en francés sept, en
italiano seti, en portugués septe, en alem án jieben, en inglés
seven, etc.
Cuando Faraón hubo despertado, después del doble sueño
que acabamos de estudiar, lleno de terror, pauoreperterritus,
como dice Moisés, mandó llamar al instante los intérpretes y
los sabios. Esta es otra señal característica del relato egipcio.
En la estela de Ramsés XII, de que antes hicimos mención,
dice del príncipe de Bachtan el artista egipcio que la grabó:
N eh a s p u a r-n e f em henuh, que traducido significa: «Desper­
tando se asustó». Y en el cuento de los dos herm anos se nos
habla de la llam ada de los sabios y escribas para descubrir la
persona á quien pertenecía un rizo de cabello. U n a n tu h e r
an na rehiu lietu en P e ra a «llamaron á los escribas y sabios
de Faraón», que era el recurso ordinario en los casos arduos,
según veremos después que lo hizo er Faraón de las plagas
para contrarrestar los milagros de Moisés y Aarón.
Fueron convocados para la interpretación de los sueños los
hartum in y los hakam in como los llama el texto hebreo. La
segunda palabra es hebrea y significa simplemente sabios; la
prim era es egipcia, derivada probablem ente del verbo har,
« hablar, indicar, anunciar», y el adjetivo tum «escondido,
oculto», de m anera que el singular hartum pudiera traducirse
«el que descubre las cosas ocultas». Otros creen que hartumin
es la transcripción hebrea del egipcio her-tem-t «el que tiene
el libro».
Sea de esto lo que fuere, es lo cierto que en Egipto los
magos, adivinos, encantadores, intérpretes de sueños y otros
análogos, estaban jerárquicam ente organizados y debían per­
tenecer al sacerdocio, que monopolizaba la ciencia. Los escri­
tores griegos, y en especial el catequista Clemente Alejandrino,
nos habían dado ya conocimiento de los varios grados de esta
jerarquía, que hoy están comprobados por los monumentos
descubiertos en el país.
Tenía cada templo egipcio su colegio de sacerdotes, á cuya
cabeza estaba el Arcipreste. Probablemente dependían todos
del gran sacerdote con residencia en la corte. La piedra de
Roseta y el decreto de Canope nos enseñan que todos los sa­
cerdotes de una provincia se reunían cada año en una especie
de concilio celebrado en la capital del nomo. También nos dice
aquel decreto que los sacerdotes estaban divididos en cuatro
clases, teniendo cada una de ellas cinco representantes en la
capital del nomo. Acaso estos diputados formasen la junta con­
sultiva de los exégetas y sabios, que consultaban los Faraones
en las cuestiones religiosas y en la interpretación de sueños y
señales.
El decreto de Canope nos habla de los arciprestes ó jefes del
templo, mera licita m aa; de los profetas, lion natera; de los
estolistas, saba natera aba sm a er reí natera em sati sen,
«sacerdotes purificadores encargados de vestir las estatuas de
los dioses y de sus ornamentos»; de los pteróforos, salía ne-
ter sat, escribas que tenían alas sobre la cabeza y «escribían
la escritura sagrada»; de los hierogrammates, reh heta, ó «los
sabios»; y por último, de los otros sacerdotes, natera ate fu,
«padres santos» literalmente, con los aba sacerdotes ordinarios.
Los nombres griegos correspondientes, que se leen al lado
de los jeroglíficos en el mismo texto bilingüe, son éstos: Joi
urgiereis; j o i p ro feta i; jo i eis to acluton eisporenomenoi
pros ton stolim on; pterojorai; giero-gram ateis, cai jo i alloi
giereis, que significan lo indicado arriba. Clemente de Alejan­
dría habla de jo odos> oróscopos, gierogramateos, stolistes,
profetes y pastó/oros.
Al decir de Ebers (1), que hizo estudios especiales sobre

(1) M gypten uncí dic B ücher Mose's, pág. 343.


556 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

las castas sacerdotales de Egipto, el arcipreste era el jefe del


cuerpo sacerdotal, el profeta era el presidente del colegio; los
pteróforos eran los escribas de cuanto se refería á la escritura,
á las medidas y al estudio de las estrellas y suelen ser repre­
sentados con plumas eu la cabeza; los horóscopos son los
astrólogos é intérpretes de los signos, que predicen lo porve­
nir; el odos ó chantre de Clemente debía ser el mismo que
llaman los jeroglíficos m er hes-u «jefe del canto;» á cuyo cargo
corría el arreglo de los himnos y la dirección de los cánticos
sagrados, de manera que venía á ser un verdadero «maestro
de capilla»; los estolistas tenían obligación de cuidar de las
ceremonias en los sacrificios, sin contar la de vestir los ídolos.
Entre alguna de estas categorías deberían estar los hartumin
del Génesis.
Para que se comprenda algo de lo que en Egipto era el culto
de los dioses y las personas que en él se ocupaban, traslada­
remos aquí unas frases de Ghabas, al exponer y comentar la
correspondencia entre dos escribas, según se halla en uno de
los papiros mágicos de Leyde. Helas aquí: «Los vastos pala­
cios y templos de la ciudad de Tebas, formaban aglomeracio­
nes particulares, que tenían frecuentemente una numerosa po­
blación y formaban como ciudades distintas. Ramsés III desti­
nó al servicio del templo de T u m -H a rm a k u , en Heliópolis,
12.364 personas. Pone á continuación los varios oficios que
eran conocidos entre los egipcios, tomados de la página IX del
papiro, y concluye con esta observación: «El redactor hebreo
de la historia de José, estaba ciertamente informado con mucha
exactitud acerca de las cosas de Egipto (1).
El mismo autor, comentando el papiro Abbott y describién­
dole en el tomo primero de sus M isceláneas egipcias, habla de
los sabios, de los p a d res divinos, de los divinos purificado-
res, añadiendo que estas tres clases no tenían nombres griegos

(1) M elanges aegyptologiques, III serie, tom o II, p ág. 120-139.


JOSÉ 557

propios, siendo necesario valerse de una perífrasis para expre­


sarlos. Pone después el presbítero, el p ro jeta , que no signifi­
caba lo mismo que entre los hebreos, el archipresbítero, el
epistate que debía ser una especie de ecónomo, el grarrímate
y el hierogram m ate con el arconte. Puede verse en el mismo
la explicación de estos títulos, así como de otros pertenecien­
tes al orden civil (1).
Los intérpretes de sueños y los sabios estaban siempre cerca
del rey para responder á cuantas consultas éste les hiciera,
siendo los principales colegios el de Tebas, el de Mentís y el de
Heliópolis, sin que por eso dejara de haber otros. Para res­
ponder consultaban sus libros sagrados, y conforme á las indi­
caciones de éstos daban sus respuestas. De aquí que llamara
tanto la atención en la corte faraónica la inspirada interpreta­
ción de José á los sueños reales; porque.sin necesidad de con­
sultar á nada ni á nadie, y como si alguien estuviera hablán­
dole interiormente, dió una respuesta tan sencilla, tan acomo­
dada á lo soñado y tan verosímil, que dejó admirados al rey y
á toda su servidumbre.
José estaba en la cárcel y solamente la impotencia de los
agoreros egipcios despertó la memoria del copero de Faraón,
acordándose entonces del esclavo hebreo, que con tanto acierto
había descifrado hacía dos años el sueño de su compañero y
el suyo. Ya se comprende la prisa que daría el rey á sus mi­
nistros para que trajeran inmediatamente á su presencia aquel
hombre tan inteligente en la materia, aunque estaba prohibido
en Egipto á los esclavos el ejercicio de la magia.
Pero no podía prescindirse de una operación preparatoria
para presentarse á su majestad. No convenía, en efecto, que á
la presencia real llegara con los vestidos del presidiario, ni con
la larga cabellera del esclavo. Así dice Moisés que le rasuraron
y le mudaron el traje; totonderunt, ac veste m atata obtale-

(1) M élangés, etc., tom o I , serie 3.a, pág. 158 y sig u ien tes,
558 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C I T A O S

runt ei. Los sacerdotes egipcios, que eran los puros por exce­
lencia, ab-u, estaban enteramente rasurados para conservar
íntegra su pureza; y á ejemplo de los sacerdotes procedían los
restantes moradores de Egipto, que en boca del historiador de
Alicarnaso, quien lo refiere como cosa singular y propia de
aquel país, todos iban afeitados (1), siendo confirmadas las
noticias de este historiógrafo, así como las de Plutarco, en los
recientes descubrimientos. Y es de notarj que no solamente
la baiba, sino que también era afeitada la cabeza, ó por lo me­
nos llevaban el pelo corto. Cuando en los monumentos se en­
cuentran personajes con larga cabellera, ésta no es natural,
sino postiza, una peluca como las que estaban de moda en el
siglo pasado (2). Lo mismo sucede con la barba puntiaguda
que se advierte en ciertas estatuas, y la ponían para indicar la
virilidad, ó también la dignidad real, puesto que se ve en la es­
tatua de la reina H atasu, según testifica Maspero (3).
«Despreciar esta parte esencial de la etiqueta, hubiera sido
un motivo de vituperación y de ridículo. Cuando un artista
quería representar alguno de baja condición ó poco limpio, le
figuraba con barba», dice Wilkinson (4), y así lo vemos hoy
en los monumentos. Los extranjeros, asirios, cananeos, sirios,
judíos, caldeos y lodos los hombres de baja condición aparecen
en los bajos relieves con barba; pero los que procedían de otros
países, «desde el momento en que entraban á servir al pueblo
civilizado, se les obligaba á someterse á las reglas de purifica­
ción de sus señores, á cortar la barba y el pelo y llevar un es
trecho tocado», añade el mismo autor.
José, pues, debía ser tonsurado antes de presentarse al rey,
según refiere el Génesis que hicieron con él. Supuesto lo cual,

(1) H erodoto II, 36.


,
(2) M onum enti civili, I, pág. 486, II, pág. 395.
H o s e l l in i,
(3) H isto ria antigua de los pueblos de O riente.
(4) Usos y costumbres de los antiguos egipcios, tom o III, pág. 357.
JOSÉ 559

ya se comprende que el oficio de tonsor era muy socorrido en


Egipto y uno de los que más ocupación daban á quien lo pro­
fesaba. En el tratado de un escriba, que describe á sus hijos
las miserias de los diferentes estados y ocupaciones de los hom ­
bres, leemos estas palabras: «El barbero rasura hasta la no­
che. Cuando se pone á comer entonces solamente se recuesta
en un cojín para descansar. Va de casa en casa á buscar los
parroquianos, y se rompe el brazo para llenar su vientre, como
las abejas que se alimentan del producto de sus trabajos». Esta
carta que nos ha transmitido el papiro Sallier II, es anterior á la
invasión de los Hyksos. Wilkinson, en su tantas veces citada
obra, reproduce una pintura de barbero en el ejercicio de sus
funciones (1). Chabas, traduciendo la correspondencia de dos
escribas, nos da noticias curiosas acerca de’l o s oficiales y em­
pleados egipcios; entre ellos pone al barbero, y en la nota
pone el jeroglífico con que viene expresado aquel nombre en
el papiro, la palabra copta correspondiente con su traducción al
francés, ra ser, y luego añade: «Dos barberos ejerciendo su ofi­
cio están representados en los monumentos de Champollión,
pl. 365; el menaje del barbero ambulante se halla descripto en
el papiro Sallier II. El signo hierático de la navaja de afeitar,
corresponde á la forma de este instrumento entre los egip­
cios» (2).
Una de estas navajas se encuentra en el Museo del Louvre,
y de ella dice Rougé: «Este afeitador es muy curioso por
sus cachas, que, fuera de la longitud, son exactamente iguales
á los afeitadores ingleses. Es uno de los ejemplares más curio­
sos de la persistencia de ciertos tipos en las fabricaciones. La
hoja se halla igualmente bien conservada; esta suerte de bronce
parece haber estado poco sujeta á la oxidación» (3).

(1) Tomo III, pág. 358, figura 418.


(2) M elanges aegyptologiques, 3.a serie, tom o II, pág. 137.
(3) Notice des mouurúents aegyptiens, sala civil, V itrin a T.
560 E G IP T O Y A S I R I A R E S T C I T A D 0 3

Desde luego se deja comprender que las gentes del pueblo


no serían tan rigurosamente observantes de la etiqueta en
afeitarse todos los días como acontecía con los señores; pues
hoy mismo vemos que sucede igual entre nosotros. Así es que
se contentarían con cortarse la barba y el cabello en las oca­
siones más solemnes y cuando les estorbara por su longitud
como hacemos nosotros con la cabellera. José, estando prisio­
nero, no debía rasurarse, tanto por el duelo que le afligía, como
por su condición de esclavo; y con seguridad no lo hubiera
hecho, á no haberlo pedido la etiqueta cortesana, porque en­
tre los hebreos era ignominiosa la carencia de pelo y la au­
sencia de barba, según vemos en los libros de los Reyes (1),
donde se refiere la ignominia cometida por losam m onitas con
los embajadores de David, á quienes afeitaron la mitad de la
cara, y los insultos de unos mozalbetes al profeta Elíseo, lla­
mándole calvo. Por eso, aun los mismos racionalistas, convie­
nen en que esta circunstancia de la vida de José está tomada
de las costumbres egipcias.
Mas no bastaba que se presentara al rey sin barba ni cabe­
llo; era necesario, además, que llevara vestidos á propósito, por­
que no parecía bien entrar á la presencia real con traje de pre­
sidiario. Los sacerdotes, encargados del ceremonial de recep­
ciones, hacían cumplir con mucha escrupulosidad cuanto á
ellas se refería, no permitiendo la entrada en palacio á nadie,
sin haber cumplido las reglas prescriptas. Lavábanse frecuen­
temente dos veces cada día y otras dos cada noche, al decir de
Herodoto, ó tres según el parecer de Porfirio; y cuando se mu­
daban los vestidos, que lo hacían con freeuencia, debía prece­
der la purificación de la ropa por el agua. En el romance de
los dos herm anos se hace mención de los blanqueadores de
Faraón, que tenían su jefe como todos los oficios y cargos del
palacio, siendo necesario un gran número de éstos por causa

(1) I I R e g im , X -IV ; B eg u m , II.


561

de las leyes severas que había sobre la limpieza. Se desnudó,


pues, José de su vestidura ordinaria, el schenti, especie de
paño basto usado por las gentes de inferior condición, como se
ve con frecuencia en los monumentos, y se vistió de lino para
presentarse delante de Apapi.
Referidos los sueños al nuevo intérprete, éste, sin necesidad
de consultar libros mágicos ni de usar formas cabalísticas, res­
pondió al rey, de parte de Dios, con una explicación tan clara
y sencilla, tan propia y fundada en los símbolos vistos por
Apapi, que no pudo menos de admirarse con toda su corte de
la sabiduría y modestia que brillaban en aquel joven. Las siete
vacas macilentas y las siete espigas vacías indicaban siete años
de esterilidad y hambre; y las siete vacas gordas y siete espigas
llenas otros siete años de abundancia. Un egipcio, oyendo esta
explicación, debía quedar convencido y admirado á la vez;
porque saliendo unas y otras del Nilo, causa de los años fértiles
con su periódica inundación, fertilidad manifestada en la grosu­
ra de las reses y de las espigas, que habíanse criado lozanas en
fuerza del abundante forraje y del tempero de la tierra por la
absorción de la humedad, hablaban al alma del egipcio que
adoraba al Nilo como dios bienhechor y á la vaca como símbo­
lo de Isis. Y como, cuando la inundación no llegaba al límite
conveniente, todo era y es raquítico en aquel país, las siete va­
cas flacas y las siete espigas consumidas por el viento abrasador
eran el símbolo más acabado de la miseria que se dejaría sentir
en todo el valle durante los siete años estériles.
José tuvo, al mismo tiempo que interpretaba el sueño del
rey, la modestia suficiente para no atribuir á su ciencia el
conocimiento de los sueños; sino que hizo recaer en la P ro ­
videncia divina toda la alabanza que pudiera resultar del
acierto. Por eso dijo á Faraón: «El sueño del rey es uno: lo
que Dios ha de hacer se lo manifestó á Faraón» (1). Tam ­

il) Génesis, X LI-25.


36
562 E G IP T O Y ASIRIA RESUCITADOS

bién los magos egipcios atribuían á sus dioses, y principal­


mente á Thot, la inteligencia de los sueños; pero no era por
modo de inspiración, como en el caso de José, sino en cuanto
que se hallaban en los libros de Thot las varias significacio­
nes que podían tener los símbolos presentados á la fantasía
durante el sueño. Una cosa sem ejante ocurría en Caldea, que
tenían escritos libros explicativos de lo que había de suceder,
presupuestos ciertos hechos, como lo comprueba Menant
citando varios ejemplos (1).
Cualquiera que fuese el Faraón de José, no podía menos
de experim entar viva satisfacción al oir una respuesta tan
prudente; pero un H ykso debió experim entarla doble, al ver
un hom bre de su raza— pues ya sabía por el copero que aquel
joven era hebreo—elevado sobretodos los escribas'y sacerdotes
egipcios en el conocimiento de las cosas ocultas; y si era Apa-
pi II, como suponemos, la complacencia debió crecer muchos
grados, predisponiendo al monarca en favor del extranjero;
pues trataba entonces de hacer prevalecer la religión y culto
de Set sobre el culto de Amon-Ra y se le venía á la mano
una ocasión propicia. Acabó de robar la voluntad del rey el
sanísimo y prudentísimo consejo del hebreo, cuando acabada
la explicación de los sueños, añadió: «La palabra de Dios va
á cumplirse prontamente; así, pues, busque el rey un varón sa­
bio é industrioso y póngale al cuidado de toda la tierra de
Egipto, y éste provea de prepósitos en cada región y reúnan
la quinta parte del trigo en los siete años de abundancia, que
ya van á comenzar, pónganlo bajo la potestad de Faraón,
guárdese en las ciudades y ténganlo preparado para los
siete años de miseria que ha de oprimir al Egipto, para que no
perezca la tierra con la escasez» (2).
El consejo era sanísimo y agradó á Faraón que, en su vir­
tud, tomó la resolución más acertada en aquel caso.
-(1) Ln Biblioteca de Ninive.
<2) Génesis, lugar citado.
JOSÉ 563

P á rra fo I I I

J 0 8 E PRIMEE MINISTRO

«¿Acaso podemos hallar un hombre como éste lleno de es­


píritu de Dios? Porque Dios te mostró cuanto has dicho, ¿po­
dré encontrar otro más sabio y semejante á tí?» Tal fué la
respuesta de Faraón á su corte y al esclavo que con tanta
sabiduría interpretó ios sueños y con tanta prudencia había
hablado al rey de Egipto y á su servidumbre. La mano de
Dios, que le había guardado en la cisterna de Dotain, en el
camino de Egipto, en casa de Putifar y en la cárcel pública,
iba á prem iar su constante correspondencia á la divina gra­
cia, su entereza y perseverancia en el bien aun durante las
más duras pruebas.
«Tú estarás puesto á la cabeza de mi casa y al imperio de
tu boca obedecerá todo el pueblo. Solamente te precederé en el
solio». Así dijo Faraón á José, añadiendo: «Te he puesto sobre
toda la tierra de Egipto... Yo soy Faraón; sin tu mandato nadie
moverá el pie ni la mano en toda la tierra de Egipto».
Por grande y extraordinaria que parezca la repentina eleva­
ción de José á primer ministro del poderoso rey de Egipto, y
más considerando que acababa de salir de la prisión, nada hay
en ella de increíble, ni aun de ajeno á las costumbres faraóni­
cas, aunque prescindamos por completo de la acción de la
Providencia y consideremos únicamente las causas segundas.
El argumento de Faraón, al encargar á José de la ejecución del
plan de campaña propuesto por el jo ven esclavo contra el ham ­
bre que acababa de anunciar al Egipto, interpretando el sueño
del rey, es el argumento del buen sentido, porque nadie mejor
para desarrollar un pensamiento que el mismo á quien se le
ocurrió. Esto se hace todos los días entre nosotros; pues, cuan­
do se abre concurso para la ejecución de una obra de arte
cualquiera y se piden planos de la misma, el autor del plano
564 E G I P T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

aceptado es el ejecutor del artefacto, sin que jamás se ocurra


á nadie aceptar el plano de un autor y encargar á otro la eje­
cución de la obra.
Apapi había abierto un gran concurso, llamando á todos los
sabios y adivinos de su reino para que interpretaran los sueños
y, aunque el texto sagrado no lo dice, es lo probable que pro­
pusiera grandes premios al que acertara á descifrarlos, como
hizo Baltasar el babilonio, de quien hablaremos á su tiempo,
cuando aparecieron aquellos fatídicos dedos escribiendo en la
pared el decreto de su muerte. ¿Quién sabe si el egipcio no di­
ría como el rey caldeo: El que me manifestare el significado de
mis sueños «vestirá de púrpura, tendrá en su cuello collar de
oro y será el tercero en mi reino?» La verdad es, que si no lo
dijo antes del suceso de la interpretación, lo cumplió inmedia­
tamente, ordenando que fuera vestido José con viso, que le co­
locaran el collar de oro y, sacando de su dedo el anillo real, lo
colocó el mismo Faraón en el dedo de José, haciéndole subir
sobre su carroza y mandando al pregonero que lo publicara
en la capital.
Prescindiendo de lo que refiere Herodoto (1) de un rey de
Egipto, que él llama R ham psinito, prendado de la habilidad y
prudencia del hijo de un albañil, á quien favoreció el Faraón,
dándole en matrimonio su hija primogénita, tenemos el ejemplo
de Sineh, que cuenta así los favores que le había hecho el rey:
«Él me dijo en mi presencia: Guía al Egipto para desenvolver
todo lo que tiene de bueno. Estate conmigo; mi ojo es bueno
para tí. Me nombró gobernador de sus jóvenes guerreros y me
casó con su primogénita; me hizo escoger en su país, en la
elección que le pertenecía, sobre la frontera de una comarca....
Yo hice el pan y los m au-t y vino para cada día, manjares co­
cidos, ánsares asados, además de la caza. Y se lo entregué y

(i) n-i2i,
565

continué entregándoselo en adelante con los retoños de mis cul­


tivos» (1).
En la inscripción del sepulcro de A m onem heb, publicada
por Ebers en el D iario Egiptológico de B erlín en 1873, y
más tarde por Chabas en sus M isceláneas egiptológicas, ha­
llamos otra prueba del modo con que premiaban los Faraones
á aquellos de sus súbditos que se distinguían por alguna acción
notable. Am onem heb comenzó su carrera militar por simple
soldado de la escolta personal de Thotmes III, y era su oficio
acompañar al rey donde quiera que fuera. Am onem heb se
distinguió por muchos actos de valor y recibió por ellos varias
recompensas honoríficas y objetos preciosos. Como era de hu­
milde extracción y carecía de relaciones, no alcanzó los altos
grados de la milicia; así es que á la muerte de Thotmes III
quedó como comandante de la barca real en los días de fiesta;
empleo honorífico y de confianza, pero que no llegaba á la ca­
tegoría de grande empleo. Amenophis II, viéndole en el ejerci­
cio de un cargo relativamente humilde, lo elevó á oficial de in­
fantería con el encargo de velar sobre los valientes del rey.
Conocida la biografía del personaje, véase cómo se expresa
en la citada inscripción, según la trae Chabas (2): «Yo se­
guí los pasos de mi amo en la región del norte y del medio­
día, según él quiso. Yo hice prisioneros en el país de Nekeba
y llevé tres Amu, prisioneros vivientes. Cuando Su Majestad
llegó á N aharin (el E ujratres), llevé allí los hombres que
había aprisionado y les puse delante de Su Majestad como
prisioneros vivientes. Yo hice nuevos prisioneros aun en esta
campaña, en el país de la meseta de Ouan al Oeste de Ivhaleb
(AlepoJ. Yo llevé los Amu prisioneros vivientes; hombres 13;
asnos vivientes 70; jofainas de hierro 13; jofainas adornadas
de oro.....» Habla en seguida de los prisioneros hechos por él

(1) C h a b a s , Papyrus hieratiques, n ú m . 1.


('2) M elanges, t e r c e r a s e r ie , to m o II, p á g . 282 y s i g u ie n te s .
566 EGIPTO Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

en Kairkam iasha (K a rkem is) y del paso del Eufratres, y de


lo que hizo en Sentzar (S en a a r) y Kodesh, donde hizo prisio­
neros á dos Marinas (el M a ra n bíblico), y en Takhis (Siria
del N orte), y en Nínive, donde el rey cazó 120 elefantes y
cómo, muerto Thotmes III, le sucedió su hijo, por quien fué
elevado al alto empleo de Jefe de los valientes del r e y , como
si dijéramos, general de la escolta real.
Pero lo que á nosotros nos interesa en esta inscripción son
los premios otorgados por Faraón á este servidor suyo, pre­
mios que guardan tanta analogía con los concedidos á nuestro
José. He aquí cómo los refiere el mismo interesado: «Enton­
ces él me recompensó con una gran recompensa, á saber, con
el león de oro refinado (con el toisón de oro diríamos en Es­
paña). Él me dió el oro de los premios; esto es, dos anillos
(de oro) y de plata.....Me regaló, por mi valentía, en presen­
cia de todos, el oro; es decir, el león de oro refinado, dos
collares shebí, dos cascos y cuatro anillos (ó brazaletes, según
explica en la nota).....Entonces mi real amo me dió el oro de
las recompensas: dos collares de oro, cuatro brazaletes, dos
cascos, el león y un esclavo».
La inscripción de Ahmés, jefe de los marinos, trae regalos
muy parecidos, pues confiesa «haber recibido del rey como
presente el oro por siete veces, en presencia de todo el país, y
también esclavos, varones y hem bras..... Combatimos, añade,
sobre el canal P aiehu de Avaris, y obtuve recompensas. Llevé
una mano y de ello se hizo mención por el analista real, y en­
tonces me fué donado el collar de oro del valor. Combatí se­
gunda vez y también fui recompensado. Llevé una mano y
segunda vez me dieron el oro del valor. En Takamith, hubo
un combate, al sur de la ciudad, y aprisioné á un hombre. Me
arrojé al agua para llevarle evitando el camino de la ciudad,
y con él atravesé el agua. Tomamos á Avaris, y saqué de la
cautividad un hombre y tres mujeres, en junto cuatro personas.
Se hizo mención de ello por el cronista real.....Llevé dos ofi­
567

cíales que prendí sobre el navio de la Peste (barca de los pas­


tores), y me fueron entregadas cinco cabezas por mi porción y
cinco sta de tierra en mi pueblo propio.....Fui elevado á ]a
dignidad de jefe de los marinos».
Vemos en estas inscripciones, y principalmente en la pri­
mera, de qué modo solían premiar los reyes de Egipto á quienes
les prestaban servicios de consideración, y si bien se observa,
ni uno ni otro de los favorecidos con recompensas en las ins­
cripciones copiadas eran tan acreedores, ni con mucho, á los
agasajos reales como el hijo de Jacob; porque no hicieron de
extraordinario nada que no pueda hacer y haga todos los días
un valiente; mientras que aquél, cuando nadie podía sacar el
susto del cuerpo del rey, susto producido por los sueños, tran­
quilizó al monarca en nombre de Dios, explicándoselos en me­
dio y con asombro de los agoreros y los sabios.
El collar de oro, el anillo del rey y las demás distinciones
con que honró Faraón á José, no estaban, pues, en desuso en­
tre aquellos reyes y sus súbditos, siendo muchos los ejemplos
de casos semejantes que encontramos en los monumentos egip­
cios. Pondremos otro sacado de una estela que se encuentra
en el museo de Turín. Es muy de notar, y bien pudiera ocurrir
que dijera relación á nuestro patriarca, porque llama al sujeto
de ella Beka, que significa esclavo. Dícese de él que cumplió
con sus padres, cuyos nombres omite quizá por extranjeros,
todos los deberes de buen hijo. Llegó á ser el favorito de un
Faraón que tampoco nombra, siendo premiado por él con el
título de intendente de los graneros públicos. Y por una omi­
sión sumamente extraordinaria en monumentos egipcios, la es­
tela no contiene una sola palabra en honor de ios dioses del
país. Por eso, al dar cuenta M. Chabas en la sesión de 1.° de
Mayo de 1877, celebrada por la Sociedad Arqueológico-Bíblica
de Londres, pudo decir sin protesta de nadie estas significativas
palabras: «Una estela parecida pudo haber sido colocada sobre
la tumba del patriarca José».
568 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

El mismo egiptólogo, comentando un discurso de Ramsés III,


observa con mucho acierto, que Moisés expresó de una mane­
ra gráfica el efevado cargo conferido á José por Apapi en aque­
llas palabras del Génesis: A d tai oris im perium cañotas popu­
las obediet. Palabras que denotan el segundo después del rey,
expresando mejor para nosotros esta misma idea las que inme­
diatamente siguen, á saber: Uno tantum regni solio te prcece-
datn. En Egipto era llamado el primer ministro B o ca superior.
Y así escribe Ghabas, refiriéndose al tiempo á que alude el dis­
curso de Ramsés I I I : «No tuvieron (los egipcios) quien los go­
bernara; no tuvieron B oca superior, según la expresión del
texto».
Este título de B oca superior nos es ya conocido por una
inscripción de la dinastía XIII, publicada por M. Brugsch en
su Colección de' monumentos. Un elevado funcionario, llama­
do Tenuna, es conocido allí con el nombre de g ra n boca su­
p e rio r en todo el país. Era el oficial á quien Faraón confiaba
toda la autoridad. La Biblia reproduce muy exactamente este
detalle de los usos oficiales de Egipto, cuando hace decir á José
por el rey: de tu boca dependerá todo mi pueblo; solamente
p o r el trono seré superior á tí.... Guando Set-nekht quiso com­
partir el imperio con Ramsés 111, lo elevó precisamente á esta
dignidad de boca; superior del pa ís de E g ip to » (1).
La investidura de B oca superior ó primer ministro del rei­
no se la confirió Faraón sacando de su dedo el anillo real y
colocándolo en el dedo de José, junto con el collar y los ves­
tidos de.lino. En la antigüedad era el anillo-sello un dije 'que
usaban todos los grandes y mucho más los reyes y sus minis­
tros; y en los sepulcros de Egipto se han encontrado á milla­
res, que poseen los museos públicos de Europa y también mu­
chos aficionados á la arqueología.
Las vestiduras de lino ya hemos dicho que las usaban los

(1) Mecherches sur la X I X dynastie, pág. 14-15.


J o sé 569

sacerdotes en señal de pureza, y acaso esta idea influyó no po­


co en el ánimo de Moisés para prescribirlas á los descendien­
tes de su hermano llamado por Dios al sacerdocio israelítico.
Mudábanse con frecuencia y se purificaban por el agua, se­
gún indicamos atrás. Los reyes y magnates usaban de la mis­
ma tela y las momias se encuentran asimismo envueltas en
paños de lino, como se envolvió el cuerpo muerto de Jesús
por los santos varones José y Nicodemus, al estilo judío, sicut
mos est ju d e is sepelire (1).
Los magnates y ricos egipcios usaban igualmente de conde­
coraciones, entre las que ocupa un distinguido lugar, acaso el
primero, el collar de oro; sin que esto fuera privativo de
aquel pueblo, porque también los otros orientales tenían de
ellos conocimiento y hacían el mismo uso. Lo cual no parece­
rá extraño á quien considere las relaciones comerciales y gue­
rreras que desde la más remota antigüedad existieron entre
el Africa oriental y el Asia anterior.
Poco ha vimos algunos de estos distintivos otorgados por
los Faraones á los que se distinguían en acciones de g u erra
y precisamente en tiempos casi contemporáneos de José, como
que se refieren á las dinastías XVIII y XIX. En nuestros días
no ha cesado la costumbre de las condecoraciones y cada rei­
no tiene las suyas, unas más elevadas y otras menos, según
la clase de acción que se quiere premiar. De aquí las ban­
das y cruces tan prodigadas, que han dado ocasión al bien
conocido epigrama que dice: «Cuando á obscuras andaban las
naciones,— colgábanse á las cruces los ladrones.— Hoy, al fin
de este siglo de las luces, —á los ladrones cuélganse las
cruces».
Volviendo á los collares egipcios, y dejando para cuando
liablemos de la construcción del Tabernáculo, del Arca de la

(1) J o a n ., X lX -áO.
570 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

Alianza, del pectoral del sumo sacerdote y de los vasos del


culto mosaico, el tratar de la orfebrería en el antiguo Egipto,
observaremos que los egipcios llaman al collar useh, y no falta
quien crea que el nombre bíblico del collar, rebid, está tomado
de Egipto. M. Harkavy opina de este modo cuando escribe:
«La etimología de esta palabra, que generalmente se hace
derivar de la raíz stravit (lectam ), es muy arbitraria; por lo
que hace á nosotros, la derivamos del egipcio rep it, imagen
que se lleva al cuello, collar en forma de imagen» (1).
Sobre los sepulcros de Beni-Hassan se ven representados
esclavos que tienen en sus manos los objetos con que han de
adornarse sus señores; uno de ellos lleva los collares que
deben decorar el cuello y el pecho de los amos. También los
dioses llevaban collares; y entre las ofrendas que se hacían á
los ídolos, no era infrecuente que apareciera uno de éstos
dijes (2). En la estela del rey H orsintef\ perteneciente á la
dinastía XXVI, estela que ha publicado Mariette, se ve á Fa­
raón en el acto de ofrecer dos collares distintos á A m ó n -R a ,
y su herm ana ofrece igualmente collares al mismo Dios. Debía
ocurrir entre los egipcios lo mismo que ocurre entre los cris­
tianos religiosos y piadosos, que ofrecen á las imágenes de los
santos los objetos de más valor, como puede verlos cualquiera
que visite el tesoro, v. g., de la Virgen de Loreto, de la del
Pilar de Zaragoza ó del Sagrario en Toledo.
Hállanse en los monumentos egipcios varias escenas, que
nos representan el acto de la entrega de los collares á los que
con ellos habían sido agraciados por el rey. Citaremos sola­
mente dos, que se refieren á tiempos próximos al de nuestro
patriarca. Uno de ellos fué publicado ya en 1847 por Prisse
d ‘Avennes (3), y procede de la necrópolis de Tebas. Trátase

(1) Les mots egyptiens de la Bib le, en el D iario Asiâtico de A bril de 1876.
(2) W il k in s o n , Manors and customs, etc., to m o II; R o s e l l i n i , Monumenti ci-
vili, to m o II, p â g . 4 0 é y s i g u i e n t e s .
( 3 ) Monuments egytiens, lamina 3 0 , p â g . 6.
JOSÉ 571

de Menephtah I en el acto de conferir el collar de oro á Poesi,


administrador de las rentas territoriales. Sentado el rey sobre
su trono, con las insignias de la realeza en la mano, y asistido
de la diosa de la justicia y de la verdad, M a a t, hace decorar
al sacerdote Poesi con un magnífico collar de oro esmaltado;
el sacerdote eleva los brazos y agita sobre su cabeza los dis­
tintivos con que acaba de ser honrado, en señal de alegría.
Sobre lo cual escribe M. Prisse: «Esta escena de investidura,
que se representa frecuentemente en los hipogeos de los ele­
vados funcionarios, recuerda el pasaje de la Biblia en que
Faraón establece á José prepósito de su casa y adm inistrador
de todo el país de Egipto».
El otro se encuentra en el Museo del Louvre y es una este­
la que data de los primeros años de Seti I, padre de Ram sés II
y abuelo de Menephtah; de m anera que pertenece á la época
de la persecución contra Israel, lo mismo que el anterior.
Faraón, asomado á una ventana, tiene delante de sí una me-
sita con dos collares colocados sobre ella, y junto á la mesa
dos gentiles-hombres de su corte están colocando sobre el
cuello de H orkhem el collar de honor con que había sido agra
ciado. (Véase el grabado de la página siguiente). La leyenda que
acompaña en la parte inferior dice así: «Estela funeraria de H or-
chem, alto empleado de Seti I». Sobre la cabeza del rey se ve el
uréo, y el monarca, con las manos extendidas en actitud de dirigir
la palabra, dice á su favorito: «Su Majestad dijo á los Saruu que
están cerca de él: Dad mucho oro al favorito prepósito del palacio,
Horkhem; que tenga una larga vida, una feliz ancianidad; que no
se vea abatido; que no se vea abominado en el palacio; que su
boca sea sana; que su pie se encamine hacia una sepultura ex­
celente»; y mientras el rey hace este discurso, los dos oficiales
de la corte colocan el collar de oro alrededor del cuello de
Horkhem (1).

(1 ) L e d b a in , L a stele du collier d'or, 1876, p ág . 2.


572 É (JÍPTO t A S ÍR ÍA RESÜCITADOS

No todos los collares eran de la misma forma ni de idéntico


valor, como fácilmente puede entenderse, y como se ve en los
que se han sacado de los sepulcros y enriquecen los museos.
Ordinariamente se componían de objetos simbólicos, como pe­
ces sagrados, lagartos, ojos de Osiris, flores de loto, etc. Las
cadenas de oro trabajadas en forma de cordón son tan flexi­
bles como las que salen de las mejores joyerías de Europa. Las
manillas de los collares suelen rematar en un pequeño cerrojo
que cierra con mucha solidez, y van adornadas en las extre­
midades con cabezas de milano que caen sobre la espalda.

Al discurso de recepción de Horkhem, pronunciado por el


rey, contesta el recipiendario elevando las manos al cielo, como
para pedir de allí bendiciones á su soberano, y pronunciando
las siguientes frases: «Ha dicho el guarda-sellos, el prepósito
del Gineceo real, Horkhem el verídico: Tú te levantas grande­
mente. oh buen príncipe amado, como Ammon; tú vives por
siempre, semejante á tu padre R.a; oh príncipe, que desempeñas
el oficio de Horo entre los hombres; tú que me has hecho es­
tar en mi persona, alegrando grandemente á los tuyos.... Yo,
débil y miserable, yo he venido á ser grande por tus actos; yo
espero una vejez feliz, sin mancha».
Tan agradable fué para Horkhem el honor con que lo dis­
tinguiera Seti, su señor, que quiso perpetuar la memoria en la
estela funeraria, cuyo único ornamento es este mismo honor
que en ella se grabó para perpetua memoria, según atinada­
mente observa el indicado Ledrain (1).
Apapi no se contentó con entregar á José el collar de oro
y el anillo real, sino que además le hizo subir sobre su carro­
za, gritando delante de él el pregonero que «todos se arrodilla­
ran y supieran que estaba nombrado gobernador de toda la
tierra de Egipto» (2).
Muchos bajos relieves y pinturas egipcias nos dan á cono­
cer lo que eran las carrozas en aquel país; pero no creemos
de este lugar la descripción de tales vehículos; la darem os al
tratar de la persecución de los hebreos por el ejército de Me-
nephtah, cuando salieron de Egipto.
El texto hebreo pone la palabra ahrek en este pasaje, y su
significado era hasta hace poco desconocido; tanto, que Lutero
se atrevió á decir que «lo estarían buscando hasta el fin de los
siglos». No era mal hebraizante el apóstata alemán; pero su
orgullo era harto mayor que sus conocimientos en la lengua
santa, y lo que sólo aproximadamente pudieron conocer nues­
tros mayores, hoy lo sabemos con certeza. La versión de
Sanctes Pagnini, traduce así el hebreo: «.El equitare fe c it eum
in curra secundo, qui erat sibi; et clam abant ante eum
A b r e c h ; et constitait eum super omnem terram sEgiptiy,; y

(1) O bra citada.


(2) Génesis, X LI-43.
574 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

en una nota marginal explica la palabra A brech por Pater


tener, o fiecte genua (1).
Los setenta dicen así: «E t ascendere eam fe c it super cu-
rrum secundam carruum su o ru m , et clam avit ante eam
proeco, et constituit eam super totam terram jE g ip ti». La
paráfrasis caldea trae: «E t ascendere eum fe c it in quadriga
sua secunda, et prceconizare fecit coram eo, hic est pater
regis, et constituit eum super omnem terram yEgipti». Según
se ve por estos pasajes de algunas versiones bíblicas, pasajes
que se pudieran aumentar fácilmente, todos convienen en que
aquella palabra debía significar algún signo de respeto y vene­
ración y creían que ésta sería la genuflexión, tan usada en los
antiguos pueblos de Oriente, para manifestar hacia los reyes y
magnates la veneración y el respeto. No iban del todo descami­
nadas, aunque más que doblarla rodilla significa aquella palabra
inclinar la cabeza; y en este sentido todavía se usa en el valle
del Nilo. Rossi había observado ya este significado de A b rek (2)
y Chabas nos da lo que pudiéramos llamar su origen histórico
en las siguientes frases:
«Se enseña á danzar al camello, escribe Amenemap al escri­
ba Pembesa. La palabra k en ken , que expresa la danza del
camello, es muy significativa; está determinada por el signo de
la danza y por el de la voz; significa, en efecto, onomatópica-
mente, el ladrido de la zorra en su marcha pesada y vacilante.
La misma onomatopeya se encuentra en la lengua francesa, que
la aplica á la charla del pueblo bajo y á un baile inmodesto. La
danza del camello proporcionó á la lengua egipcia la palabra
k a m alikam ali, que significa «dar volteretas». Esta voz se en- I E
cuentra en la época de los tolomeos, en un texto donde va
precedida de muchos otros grupos que significan danzar, saltar
jo sé 575

de alegría, hacer el juglar. Bu determinativo es el signo de un


hombre encorvado; es este el movimiento que con mayor faci­
lidad se hace ejecutar al camello, pues el animal se tiende ente­
ramente para recibir la carga. Los árabes, que se sirven de él
como de m ontura, le habituaron á bajarse al grito de ¡ A b r o k !
Así el pregonero que precedía á José y proclamaba su eleva­
ción gritaba también: ¡A b r o k !» ( 1 ) .
Con esto tenemos descifrado el A b re k hebreo, contra las
presunciones de Lutero, y además conocido el origen de aquel
feísimo baile, tan del gusto de personas corrompidas, llamado
cancán.
Todavía quiso Faraón distinguir á José dándole un nombre
egipcio, que la Vulgata traduce por «salvador del mundo». Este
nombre egipcio es el de S a jn a t p a n e a h según el texto hebreo,
ó P southom pha-nech, según los setenta; no estando acordes
los egiptólogos modernos acerca de su significación propia.
Harkavy transcribe te f net p a n h «salvador de la vida» (2):
Chabas Sefrít-p-ank «abundancia de la vida»; Lepsio, á quien
sigue Vigouroux, P a-sen-ten-pa-anh«fundador de la vida» (3):
F. Lenormant traduce «alimentador del mundo» Tsaf-en-to (4)
y Mariette «proveedor de ambos mundos» (5). Ponemos á con­
tinuación unas frases de Lenormant y un texto de Mariette, que
vienen bien á nuestro propósito. Dice el primero en el lugar citado:
«En cuanto á los reyes de la Tebaida, contemporáneos de los
Pastores, sólo conocemos los nombres de los dos últimos, Tia-
akem y K am és. Una particularidad muy importante por lo que
hace á la historia bíblica se relaciona con este último príncipe.
En un protocolo real se lee el título de «alimentador del mun-

(1) E tudes sur l'antiquité historique, 2.a edición, pág. 418, y en la n o ta.
(2) L a s palabras egipcias de la B ib lia , pág. 179-80.
(3) Chronologie, pág. 238; V ig o u r o u x , L a B ib lia y los descubrim ientos m o­
dernos, tom o II, cap. V II, pág. 133.
(í) M anuel d’histoire ancienne de l’O riente, tom o I, pág. 363.
(5) Notice des p rin cip a u x m onuments du Musée de Boulag.
576 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

do», escrito precisamente en la misma forma TsaJ-en-to, trans­


crito en hebreo por T saphn a th , que el Génesis pone como so­
brenombre recibido en la misma época por José, á consecuen­
cia del hambre de que libró al Bajo Egipto».
Lo que dice Lenormant es confirmado por Mariette, cuando
escribe, dando cuenta de lo que en el Museo de Boulaq se en­
cuentra relativo á Kames. «Un caza-moscas, ó fía b e llu m . El
mango y el remate son de madera recubierta con una lámina
de oro. En el ruedo del remate se ven aún los agujeros donde
se metían las plumas del avestruz, que formaban el abanico
propiamente dicho. Vense en él representaciones groseramente
esculpidas. Delante el dios K h o n s, seguido del uréo, recibe una
ofrenda del rey Kames. Este se halla cubierto con su casco, te­
niendo en la mano la cruz y en derredor el nombre s-t'af-teti
con el milano sobrepuesto. S -t’af-tet¿ significa p ro veed o r de los
dos m undos. Hacia el tiempo en que Kames reinaba en Tebas,
recibía José en el Bajo Egipto, de uno de los reyes de la dinas­
tía de los Pastores, el nombre Tsaphnath. Se observará que
Tsaphnath reproduce con una fidelidad escrupulosa el egipcio
T ’af-en-to «proveedor del mundo» (1).
Vemos, pues, que la Egiptología va comprobando una por
una todas las circunstancias de la vida de José hasta en sus
más pequeños detalles.
Faltaba un marco al cuadro descripto por Moisés cuando
narra la elevación á primer ministro del rey de Egipto al hijo
de Jacob, y este marco lo puso Faraón dando á su lugarte­
niente una mujer que íuera digna de él; y la halló en Asenath,
hija del gran sacerdote de On del sur ó de Heliópolis. Tres prin­
cipales colegios sacerdotales se contaban en Egipto, el de Te­
bas, el de Menfis y el de Heliópolis. Los jefes de estos tres co­
legios eran tres personajes de la corte faraónica y de los pri­
meros en rango v autoridad para con los reyes, hasta el punto

(Í) L u g ares citados,.


JOSÉ 577

de que hay una época en la historia de aquel país llamada por


los egiptólogos época de la teocracia tebana, por el gran poder
concentrado en manos del sumo sacerdote con perjuicio del
poder real.
Nadie extrañará que Apapi procurara buscar una esposa
digna para su ministro, porque está esto en la misma n atu ra­
leza, y en la historia de Sineh le vemos casado con la hija
del rey, como Carlos IV dió á su favorito Godoy una princesa
de su misma sangre.
Putifar se llamaba el suegro de José, como Putifar era
también el nombre de su amo. Estos dos nombres, que suenan
lo mismo, eran sin embargo distintos, por más que algunos
intérpretes, no fijándose bien en la diferencia con que se h a­
llan escritos en el texto hebreo, quisieron hacer uno de ambos.
Por eso Sanctes Pagnini al amo de José le llama, en su tra ­
ducción latina del texto hebreo, P o iip h a r; y al suegro
Pothipherah. En la significación de Aseneth no están con­
formes los egiptólogos, pues mientras Champollión lo descom­
pone-en A she N e ith , lo que pertenece á la diosa Neith, tra­
ducen otros «asiento de N e ith », y otros Isis conservadora,
leyendo as-net. Ya hemos observado que en Egipto y Asiria
eran frecuentísimos los nombres propios de personas en cuya
composición entraba el de alguna divinidad. Este hecho,
repetido en casi todos los pueblos, inclusos los cristianos,
que no deben llevar más nombre que el de algún santo
canonizado, ó por lo menos beatificado, prueba de una ma­
nera concluyente, contra el moderno naturalismo, la idea de lo
sobrenatural, que flota en la conciencia hum ana, y que es, por
tanto, una cosa connatural al hombre el culto y reconocimiento
de la divinidad.
Con las m arcadas señales de honor que Faraón dió á José
al elevarle á la primera m agistratura de su reino, quiso indi­
car el rey la transm isión del poder real hecha en favor de su
ministro; siendo ésta tanta, que «nadie movería el pie ni la
37
578 E G I P T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

mano sin permiso de José en toda la tierra de Egipto». Aquí


tenemos otra vez el egipcio hablando en hebreo; pues la locu­
ción %ol erés «toda la tierra» es la versión exacta de la fór­
mula to-r-tcer-w «la tierra entera», con que en el valle del
Nilo se indicaba á cada paso, según consta de los monumen­
tos, el Alto y el Bajo Egipto.
De las excavaciones practicadas en Tanis, corte de los Pas­
tores, en 1884?, por M. Petrie, se desprende con harta claridad
que los ministros de aquellos reyes tenían un poder casi ab­
soluto, y pudiéramos compararlos á nuestro D. Alvaro de Luna
ó á los mayordomos de Palacio en Francia por la época de
Carlos Martel. El nombre de uno de aquellos m inistros se en­
contró escrito sobre una esfinge, cosa rara y singular, puesto
que, según costumbre egipcia, sólo debían esculpirse en se­
mejantes monumentos los nombres de los soberanos (1).
Cómo empleó José el poder con que le invistiera Faraón, lo
saben todos nuestros lectores y lo expondremos además en el
artículo VII; mientras tanto le veremos recibiendo á sus her­
m anos y á su padre, y estudiaremos en los monum entos egip­
cios la relación mosaica de esta peregrinación del naciente
pueblo hebreo al Egipto ut colonus esset ibi, como canta el
profeta real '(2).

artículo vi

La r e c e p c i ó n .

Pasaron pronto los siete años de abundancia significados en


la grosura de las siete vacas y en el vigor de las siete espigas;
pero tras ellos y sin intervalo alguno vinieron sobre Egipto los
otros siete años de penuria, en que por falta de suficiente des­
bordamiento del Nilo, los arenales de aquel valle apenas si po-

(1) P o o l e , Los descubrimientos de las ciudades bíblicas de E g ipto , 1887.


(2) I sa ía , L. Il-d .
dían producir alguna que otra caña delgada y á media grana­
zón, azotados por el viento urente. Esta escasez no fué exclusiva
del Egipto, sino que se extendió también, por lo menos, al Asia
Occidental; y si hemos de tomar en todo su rigor las palabras
de Moisés, que asegura haberse generalizado el hambre en todas
partes, in universo orbe fam es prcevaluit (1), aquella se­
quía hubiera sido general. Lo cierto es que en Palestina y re­
giones limítrofes no había pan, y bien pudiera haber sucedido
que en realidad el hambre se extendiera á todo el orbe en con­
formidad con la predicción de José, cuando dijo á Faraón:
Consumptura est fam is omnem terram (2).
Debemos observar aquí contra aquellos que, para defender
la limitación geográfica del diluvio, aseguran que en la Escri­
tura Santa la frase «toda la tierra» suele tener un significado
muy restringido y citan en confirmación este pasaje, que es
del todo gratuita su aserción, pues difícilmente podrán asignar
una razón algo plausible para hacer creer que el hambre del
tiempo de José estuvo realmente limitada al Egipto y regiones
circunvecinas. Otro tanto podemos decir del hambre predicha
por Agabo, hambre que tuvo lugar durante el imperio de Clau­
dio in universo orbe terrarum (3) y que gratuitamente se hace
exclusiva del imperio romano. En verdad que esa misma frase
del Evangelio, refiriéndose á las tinieblas que ocurrieron en la
muerte de Cristo, ha de tomarse y la toman todos en el sentido
obvio de todo el m undo (4).
Dejando esta digresión y volviendo á nuestro propósito, es
lo cierto que también en Canaán se dejaron sentir los efectos

(1) Génesis, X LI-54.


(2) Génesis, X L I-30.
(3) A ct. Apost., X I-28.
(4) M a t h ., X X V II-45: Tenebrce fa c ta e su n t super universam terram . M a r c i ,
XV-13: Tenebrae fa c ta e su n t p er totam terram . Luo®., X X X III-4 4 : Tenebrae fa c ta e
sunt in universam terra m , sin que á nadie se le o curra p en sa r que este «toda la
tierra» fuera sólo la P alestin a.
580 E G IP T O Y A S IR IA RESUCITADO S

de la escasez; y habiendo oído Jacob que en Egipto se vendía


trigo, envió allá á sus hijos á buscarlo.
No era la vez primera que la familia del Patriarca había sen­
tido los rigores de la sequía en la nueva patria que Dios pro­
metiera al padre de los creyentes para posesión de sus hijos, y
él mismo se vió obligado á bajar á Egipto, huyendo de la pe­
nuria de Palestina, según vimos en otra parte de este libro.
Isaac tuvo también intenciones, por igual causa, de peregrinar
por el valle del Nilo (1), habiéndole ordenado Dios en una
aparición que permaneciera en Asia y peregrinara en Gerara,
como lo hizo. Así es que Abraham, Isaac y Jacob sintieron los
efectos de la carestía y de la escasez procedentes de la falta de
agua. Ignoramos si las dos veces anteriores habría en Egipto la
misma necesidad, aunque nos inclinamos á creer que no, por
lo menos en tiempo de Abraham, según parece desprenderse
del Génesis.
Hoy mismo sucede con harta frecuencia que los árabes con­
curren á Egipto, cuando escasean los pastos en el Asia Occi­
dental y no pueden alimentar sus ganados. De m anera que la
ida de los hermanos de José al reino de Faraón en busca de
trigo es la cosa más natural y más ordinaria en las costumbres
del Oriente (2).
La descripción hecha por Moisés de la llegada al Delta de los
hijos de Jacob con todas las peripecias del viaje, es encantadora,
y como todos nuestros lectores la conocen, no es necesario que
nosotros la transcribamos, contentándonos con anotar algunos
pasajes en el desenvolvimiento de la exposición del hecho y su
cotejo con los monumentos de la Egiptología.
A consecuencia de la falta de cereales producida por la sequía,
eran muchos los que de fuera de Egipto acudían al reino de
Faraón en busca de trigo, según se desprende de la expresión

(1) Génesis, X X V I-1 .


(2) B u r c h a k r d t , Notes on the B édouins ; LondreB, 1831, pág. 245 del tom o I.
del Génesis, cuando dice que Jacob oyó decir que en Egipto se
vendían alimentos (1). José era el encargado de proveer tanto á
los egipcios como á los extranjeros, pues Faraón respondía á
sus súbditos siempre que éstos le pedían pan: «id á José», y á
José acudían unos y otros, siendo despachados con la dulzura
y afabilidad que mostraba en todas ocasiones el hijo de Raquél.
Este, que atendía á todo y no dejaba de darse cuenta de
cuanto sucedía en derredor suyo, vió cierto día que entre los
peregrinos venidos del Asia en busca de trigo, se hallaban sus
hermanos, notando al instante la falta de Benjamín. Una sos­
pecha horrible debió en aquel instante apoderarse de su espí­
ritu: ¿habrían tratado los hijos de Lía, Bala y Zelfa al menor
de Raquél como años atrás lo habían hecho con el mayor?
Quiso cerciorarse, y al efecto, sin darse á conocer, les preguntó
por sus padres y hermanos, respondiendo ellos que tenían padre
y un hermano menor en compañía del anciano, sin contar otro
que no existía. Aparentó no creerles y tomarles por espías, re­
pitiéndoselo hasta tres veces y jurándolo por el nombre de
Faraón.
No ha faltado quien creyera que la acusación de espías he­
cha por José á sus herm anos tenia algo de ridicula, pues aque­
llos pastores con sus asnos podrían parecer cualquier cosa
menos espías. Seguramente que conocen poco al hom bre y
al mundo los que así se expresan; porque evidente es que un
espía se disfraza lo mejor que sabe para hacer más fácilmen­
te el espionaje, y la historia está llena de narraciones curiosas
relativas á los disfraces de los espías. Unas veces vestidos de
comerciantes, otras de sacerdotes y otras de mujeres, han
puesto en práctica cuanto su ingenio les sugería para ocultar­
se á la mirada de aquéllos que iban á ser objeto de sus ob­
servaciones. Los modernos nada apenas pueden añadir en
este género á las astucias de los antiguos pueblos.

(1) Génesis, XLII-1«2.


582 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Por lo que hace á los egipcios, tenían, al igual de otras gen­


tes, la costumbre de enviar espías, siempre que temían una in­
vasión ó preparaban una guerra. En la estela del rey Horsiatef
se lee: «Yo envié cincuenta hombres á caballo para que explo­
raran la tierra de M aheti». ¿Cómo no habían de temer de los
pueblos limítrofes, aquello mismo que ellos ejecutaban cuando
les convenía?
La situación del Egipto, por otra parte, era muy comprome­
tida y ocasionada á invasiones de asiáticos en todos tiempos,
pero mucho más en los de escasez. Por eso, para seguridad de
sus Estados, habían construido los Faraones del Imperio Anti­
guo una gran muralla en el istmo de Suez, parecida á la edifi­
cada por los chinos para defenderse de las irrupciones de los
tártaros. «Púseme á caminar á pie, dice Sineh, refiriendo su
viaje, hasta tropezar con la muralla hecha por H a k para re­
chazará los Sati». Sobre lo cual escribe Chabas: «Esta importan­
te observación nos demuestra que los Faraones del Antiguo
Imperio habían construido un muro para detener las incursio­
nes de los Sati.... Es de presumir que la muralla en cuestión
se encontraba situada entre el Golfo de Suez y el lago Menza-
lez, ó en la dirección de Pelusa y defendía los pasajes más fáci­
les de aquella región desierta» (1). Diodoro de Sicilia hace
mención de aquel antiguo muro atribuyendo su construcción
al héroe de los griegos, Sesostris; pero este rey egipcio, de quien
hablaremos largamente en el volumen segundo, no hizo más
que repararlo (2).
El juram ento por la salud de Faraón era comunísimo en
aquel país, que consideraba al rey como descendiente de los
dioses. Así es que un obrero, de quien nos habla el papiro
judiciario de Turín. llevado por la policía á la necrópolis de
Tebas, robada en el siglo XI antes de nuestra era, hace el

(1) Papiros de B e rlín , pág. 38.


(2) D io d o r o , I, 57.
juramento siguiente: P o r la vida del Señ o r, V id a -S a n tid a d -
Fuerza, hiriéndose en la nariz y en las orejas y a rro já n ­
dose sobre la em puñadura del bastón (1). Ya sabemos
que la v id a , sa n tid a d y J u e rza eran como los atributos de
Faraón, que se repiten siempre, de ordinario en abreviatura,
cuantas veces se escribe el nombre del monarca en los m onu­
mentos y documentos antiguos. Del bastón que sostenía el
magistrado durante el interrogatorio del presunto reo, habrá
ocasión de hablar más adelante.
Después de tratar á sus herm anos como exploradores,
mandó José que quedara Simeón en rehenes mientras los
otros volvían á Palestina y regresaban de nuevo á Egipto con­
duciendo á Benjamín. R epugnaba el anciano Jacob despren­
derse de su adorado hijo, que era el báculo de su vejez des­
pués de la desaparición de su herm ano uterino; pero el h am ­
bre apretaba y no era posible volver á Egipto en busca de
comestibles sin la compañía de su hermano menor. Permitió
al fin el anciano, que se separara de su lado el hijo querido y
acompañara á los hijos mayores en su nuevo viaje al Delta.
Entre los racionalistas alemanes no falta quien pretenda
culpar á José de desamorado para con su familia, puesto que
no sabía qué era de su padre, ni le dió parte de su elevación
al virreinato egipcio. Vanísima acusación que se deshace
con la lectura de los varios episodios de la vida de José refe­
ridos por Moisés desde su elevación hasta la llegada de Israel
á Egipto. Si había preguntado ó no por la salud de su padre,
no lo sabemos, puesto que el Génesis no lo dice, aunque tam ­
poco lo niega y pudiera haber ocurrido una y otra cosa. Tam­
poco tenemos noticia de que Abraham las hubiera adquirido
de Haran desde su salida hasta la boda de Isaac; ni sabemos
que Jacob enviara desde aquella ciudad de Mesopotamia co­
rreo ninguno á sus padres durante su permanencia en casa

(1) Ch a b a s , Melanges, serie to rcera, torno I, pág. 91.


584 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

del suegro Labán, y eso que no fué corta, pues subió á 20


años, según se desprende del sagrado texto. José, por otra
parte, no sabía que su padre le había llorado por m uerto y
podía esperar tranquilam ente que la Providencia le facilitara
el camino de las comunicaciones con su parentela, como su­
cedió.
Llegaron los diez hermanos nuevamente á Egipto, y en
cuanto José observó que venía entre ellos Benjamín, dió or­
denes á su mayordomo para que los hiciera entrar en el pala­
cio del Gobierno, cosa que llenó de sobresalto á los hebreos,
porque temían ser aprisionados con Simeón, por causa del di­
nero que hallaron en la boca de cada saco, cuando los abrieron
por vez primera en el viaje anterior. Iban prevenidos de doble
cantidad y además llevaban regalos para el señor de la tierra,
á quien Jacob enviaba un respetuoso saludo. Los dones ofre­
cidos á José son los mismos que transportaban los madianitas
que le habían comprado á él en Dotain, bálsamo, tragacanto
y láudano, sori, nek-ot y lot, además de miel, pistachos y almen­
dras, frutos de la tierra de Canaán. No era miel de abejas lo
que llevaban á Egipto los hermanos de José, con ser tan abun­
dante en ella Palestina, que la Biblia nos dice que «manaba
leche y miel», sino una preparación melosa llamada en he­
breo debas, y por los árabes, que hoy mismo hacen de ella un
uso muy frecuente, dibs. Según afirma Delitzsch (1), cada
año envía Hebrón á Egipto 300 camellos cargados con dibs.
Los egipcios ricos tenían un mayordomo general, un inten­
dente, como lo había sido José en casa de Putifar, y á este
mayordomo fué á quien ordenó el gobernador que introdujera
á sus hermanos en casa y preparara un festín. Eran las de los
ricos-homes del Egipto espaciosas, muy adornadas y elegante­
mente amuebladas. Tenían varios pisos, y el del suelo recibía
la luz de ventanas pequeñas y enrejadas. Pequeñas eran igual­

(1) V éase fcl a rtícu lo 2." de e ste capítulo.


585

mente las del principal, donde pasaban la noche, pero ador­


nadas con vidrios de colores. A los lados de la casa se halla­
ban los graneros y las dependencias, y en uno de sus extremos
se veía la azotea descubierta para tomar el sol ó el fresco, se­
gún las épocas.
El interior de las habitaciones estaba pintado al fresco, pero
sin representaciones mitológicas ni históricas, sino simples ca­
prichos de ornamentación, de muy buen gusto y con brillantes
colores que variaban hasta el infinito. Había muebles en abun­
dancia, casi con exceso; unos de madera común y otros fabri­
cados de maderas raras y preciosas, con incrustaciones m etá­
licas doradas ó cinceladas. Los catres, guarnecidos de metales
y con sus respectivos colchones, tenían la forma de un león,
un caballo, un toro, una esfinge, ó la de otros animales que
descansaban sobre sus cuatro pies con la cabeza un poco le­
vantada formando la cabecera; y para que la madera de la ca­
ma imitara mejor las varias formas del animal representado,
solía el artista hacer uso de metales, esmaltes y pinturas.
Los lechos para sestear, los divanes, canapés, armarios sim­
ples y á dos puertas, mesas de escritorio, arquecitas y cofres
estaban trabajados con igual profusión de ornato y con mucha
delicadeza y finura. Los sillones de brazos, cubiertos con riquí­
simas telas, veíanse esculpidos y adornados con varios diseños
mitológicos ó históricos, sosteniendo el asiento personajes que
representaban á los enemigos vencidos en señal de esclavitud;
de un modo semejante trabajaban los taburetes y sillas de m a­
dera, dando á los pies la forma del cuello y cabeza del cisne ó
de otros animales. Otros sillones había de cedro con incrusta­
ciones de marfil ó de ébano y los asientos de junco muy bien
tejido. Veladores, mesas redondas, mesas de juego, arquillas
de todos tamaños, espejos de metal brillante y otras mil m one­
rías, cuyo valor material no iba en zaga al artístico, correspon­
dían al esplendor del resto del mobiliario. Los suelos veíanse
cubiertos con esteras y alfombras de colores vivos y variados,
586 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

ó también con pieles de león y otros animales feroces conve­


nientemente preparadas. Los vasos de todas dimensiones, de
oro, bronce, cristal de roca y otras materias preciosas, adorna­
dos de esmaltes y de piedras finas y ejecutada la labor con gran
elegancia, completaban el mueblaje de la casa de un poderoso
egipcio, pudiendo hoy contemplarse en los museos, y princi­
palmente en los del Louvre y Bulaq, ejemplares de todos los
objetos que hemos numerado y de otros en gran número (1).
El aprovisionamiento de aquellos palacios guardaba propor­
ción con el lujo de su mueblaje, según se ve en las pinturas
que de aquellas remotas edades se conservan. Un cuadro nos
representa la fachada de un palacio egipcio, flanqueado á dere­
cha é izquierda por dos cuerpos formados de galerías sobre­
puestas y sostenidas por columnas con sus correspondientes
chapiteles, resultando salas y cenadores al aire libre en toda su
altura, que no es pequeña. Mesas cargadas de frutos y trípodes
con jarras de agua simétricamente colocadas, se ven en aque­
llas salas. Había además en cada casa su . correspondiente des­
pensa, bien provista de toda clase de írutos, vinos, panes, ga­
lletas, peces, aves y caza puestos en sal para mejor conser­
varse.
Además, como complemento de toda casa-palacio egipcio,
se veía un jardín, que de ordinario era cuadrado y cerrado por
una palizada. Por uno de sus lados tocaba con el Nilo, ó con
alguno de los muchos canales de él derivados, separando al
río del jardín una hilera de árboles que solían arreglar, según
lo hacen nuestros jardineros, dándoles alguna forma particular
como la de pirámide; por esta parte se veía la entrada del jar­
dín y de la casa. Dos hileras de palmas y de árboles coniferos
daban sombra á un pasillo que circuía el jardín en todas di-

(1) P u ed e c o n su ltarse la o b ra de R osellini ya c itad a, y v er m u estras y


copias de los m uebles egipcios, en las lám in as 57, 58 y 59, p erten ecien tes á los
m o n u m en to s civiles.
JOSÉ 587

recciones. En el centro un hermoso arreate con parras y al­


rededor árboles plantados con simetría y flores de todos colo­
res y de todas las épocas del año, además de cuatro estanques
ó depósitos de agua, donde jugueteaban los peces de colores y
las aves acuáticas, y grandes y pequeños kioskos bien cubiertos
para resguardarlos del calor, que encerraban frutas y refres­
cos (1).
Ni se contentaban los señores egipcios con estas lujosas mo­
radas urbanas, pues todos ó casi todos tenían además sus casas
ele campo, permitiéndonos reconstituir la vida que hacían en
ellas, al igual que la vida de ciudad, el estudio de los antiguos
sepulcros. Según uno de éstos, el dueño de él tenía una mujer
principal con siete hijos, cuatro muchachos y tres muchachas;
una segunda mujer con su hijo; la nodriza y su hija, formando
entre todos la familia propiamente dicha y estando representa­
dos en las pinturas con el mismo orden que los hemos puesto;
para aparecer después en las varias escenas de la vida del amo
tanto en la casa de la ciudad como en la del campo.
Tres sacerdotes y cuatro ministros inferiores estaban encar­
gados del culto doméstico; pudiendo en Egipto honrar particu­
larmente á la divinidad cualquier ciudadano según su voluntad,
por más que en público hubiera de atenerse á la liturgia común.
Después de los encargados del culto vienen los gramáticos y
los escribas, que lo estaban de lo concerniente á las cosas reli­
giosas y civiles. El primero es el esclavo de confianza que se
encuentra al lado del señor, distinguiéndose el intendente
de la casa por su bastón en forma de cacha ó cayado, que tiene
en la mano como señal de autoridad. El bastón era de un uso
muy frecuente en Egipto y también entre los hebreos, donde
adquirieron celebridad el de Moisés, por ser instrumento de la
divina omnipotencia; el de Aarón, que floreció en señal de su

(1 ) V i l k i n s o n , Usos y costumbres de los antiguos egipcios, to m o II, p ág in as


136-45 y ta m b ié n tom o I, págs. '375-78.

*
588 E G I P T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

elección para el sacerdocio; el de David, que le sirvió para luchar


con Goliat y vencerle; el de Eliseo, con el que curaba los enfer­
mos y resucitaba los muertos el santo profeta, y otros varios
de que nos hablan los Libros Santos.
Al decir de Francisco Lenormant, un simple bastón costaba
en Egipto un outen, qne valía 91 céntimos de peseta y cuatro
pesetas el que tenía incrustaciones (1).
Con los ya numerados se ve á la guardiana de los víveres
y sus dos hijas; al intendente de las sillas y portasilla del amo;
al jardinero y sus ayudantes; al intendente de los campos y su
mujer; á los pastores de bueyes, becerros y cabras; al portador
de liebres y erizos; á los cazadores y pescadores; á los cami­
neros que cuidaban de las calzadas que iban al palacio; á los
porteros y otra infinidad de criados y sirvientes en que abun­
daban las casas ricas del Egipto.
Ya hablamos con otro motivo de los blanqueadores, y ahora
añadiremos que en el sepulcro que vamos examinando hay
seis de estos operarios con su jefe á la cabeza, viéndose traba­
jando al carpintero y al alfarero, al leñador cortando leña y á los
panaderos amasando panes y pasteles. Las mujeres hilan lino,
desenredan las madejas, tuercen los hilos por medio del huso
y urden la tela en el telar, bajo las órdenes de un maestro teje­
dor, sin contar otra multitud de criados destinados á los varios
servicios interiores y exteriores del palacio.
Cuando el amo quiere viajar, monta en su litera, conducida
por esclavos, aunque lo más ordinario era hacer el viaje por el
río y canales mediante una embarcación á propósito, fabricada
por los artistas de la casa. En una larga cámara que ocupa el
puente, y está guarnecida por cristales de color, se coloca el amo
con su mujer é hijos, marchando tranquilo el barco sobre las aguas
del Nilo bajo la dirección de un piloto que manda al timonel y

(1) H isto ria antigua de los pueblos de Oriente, tom o III, pág. 58.
589

ar á los remeros; detrás de esta barca navegan otras varias más


ir- | pequeñas, que llevan los criados y las provisiones,
os I No era menor el número de sirvientes de los ricos egipcios
i en su casa de campo. Guando llegaba el amo, encontraba al
oa I intendente; al jardinero y sus criados que recogían y conserva­
ro j han los frutos y legumbres; al encargado de las viñas y del vi­
no; á los pastores con el mayoral y un veterinario, teniendo
es I cada cual á su cuidado una especie distinta; éste las ovejas,
10; I aquél las cabras, el otro los bueyes, el de más allá los asnos >
su I no faltando el de los ánades v gansos. El jefe de cada servicio
or I recibía directamente las órdenes del amo, y tenían entre tanto
I colocada la mano derecha sobre el hombro izquierdo y el brazo
os i izquierdo colgando, en señal de respeto. Conócese en todos los
n- I monumentos figurados al amo de la casa por un largo bastón
que tiene en la mano, siendo construidas estas varas de made­
ra j ras exóticas, que llevan inscripto el nombre del propietario y la
iay I época en que vivió. Al ver algunas escenas pintadas en los hi-
oa- I pogeos egipcios, se viene en conocimiento del poder casi abso-
los I luto que los amos tenían sobre sus esclavos.
10 i Los sepulcros, que con tantos detalles nos han conservado
1S0 j las costumbres de los egipcios, nos permiten rehacer sus casas
jje. I y hasta poner en movimiento sus habitantes, como si resucita-
jo s I ran de las tumbas á testificar en favor de nuestros Libros San­
tos. En uno de los de Gurnah está representada una visita
ida i hecha por una señora á cierta amiga suya. Va la visitante
r el } acompañada de tres hijas de distinta edad y seguidas todas de
lcla 1 un viejo servidor y de una dueña. Después de haber atravesado
el I la primera pieza, son recibidas en la segunda por la señora
mo i que hace los honores y que las presenta frutas y refrescos,
uas I Mientras una de las jóvenes refresca, la portera de la casa dis-
y I tribuye flores á dos muchados desnudos según la costumbre del
país para los chicos y chicas. Vense en el jardín esclavos en
actitud de llevar frutos para los huéspedes, y hasta parece que
se ven ciertos preparativos de orquesta, á juzgar por las acti-
590 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

tildes de algunos presentes, pues sabido es que los egipcios te­


nían pasión por la música y por las flores (1).
Después de esto, ya podemos figurarnos á los herm anos de
José en casa del ministro de Faraón, siendo recibidos por el
intendente de un modo parecido á lo que hemos dicho. Asus­
tados los hebreos, se decían entre sí: «Por causa del dinero
que hallamos en nuestros sacos nos detienen», y sin perder
tiempo se aproximaron al intendente para darle cuenta de su
proceder, el cual les tranquilizó, les introdujo en casa y les
preparó agua para lavar los pies, conforme al uso común en
Oriente, según hemos observado ya. Esta misma costumbre
existía en Egipto, como consta del rom ance de los dos her­
manos.
No tardó en presentarse á los palestinos el ministro de Fa­
raón, y al verle sus herm anos, con quienes ya estaba Simeón,
dieron cumplimiento, sin saberlo, al sueño del joven José
cuando vió los manojos de los hijos de Jacob adorar á su ma­
nojo y á once estrellas que le prestaban á él mismo adoración.
«Le ofrecieron dones, dice el Génesis.....y le adoraron postra­
dos en tierra» (2). Este episodio de la vida de José es la des­
cripción de muchas figuras que se encuentran en los monu­
mentos egipcios. Oigamos al Padre jesuíta Bohuen: «El Museo
Británico posee una pintura mural, contem poránea de la di­
nastía XVIII, que decoraba en otro tiempo uno de los hipo­
geos de Tebas. Representa á unos R o ten n a ofreciendo pre­
sentes al rey ó á un gran dignatario, que habría sin duda co­
locado el pintor detrás de las ofrendas y que no se ve por la
rotura de la placa, de que sólo se conserva una parte. Esta
pintura, particularmente, ofrece analogías tan sorprendentes
con la escena descripta en el capítulo 43 del Génesis, que á pri-
---------------
(1 ) R o s e l u n i , M onum entos de E g ip to y de la N u b ia , to m o II, parte 2.a,
p ág. 334-86, lá m in a 68. C h a m p o lm ó n F i g e a c , E g y p te ancienne, p á g . 174 y si- j
g u ie n te s .
(2) X L III-26.
JOSÉ 591

mera vista parece una reproducción viva y minuciosamente


exacta; pero, lo mismo que en los A m a de la pintura de Be-
ni-Hassan, el nombre y el número de los personajes difieren
de los del texto bíblico.
El artista del reinado de Thotmes ha colocado á los asiáticos
en dos líneas horizontales, que cuenta cada una doce perso­
najes, entre ellos un niño, según el estado actual de la p in tu ­
ra. A la cabeza de cada ringlera se ve un grupo de tres R o-
tennu, los unos arrodillados y con el cuerpo inclinado hacia
adelante, levantando la mano en señal de adoración, otros es­
tán postrados tocando la frente con el suelo, actitud muy usa­
da en todo tiempo por los hebreos, Acaban de depositar sus

Lo* Rotennu ofreciendo presentes.

dones á los pies de Faraón, adorándole entre tanto é implo­


rando su clemencia. Los que siguen se hallan de pie, teniendo
en sus manos vasos de oro y plata, con diversas substancias
592 EGIPTO Y A SIR IA RESUCITADOS

del país, que presentan al rey. Esperan su turno para postrar­


se á los pies del señor. (Véase el anterior grabado).
Los presentes de los Rotearía no tienen menos analogía con
los llevados por los herm anos de José, que el acto mismo de
la presentación. El versículo 11 del capítulo citado, pone en el
número de presentes indicados por Jacob á sus hijos, gomas y
resinas (1), substancias que figuran siempre entre los tribu­
tos ordinarios de los R otenna. Cierto que la Biblia no indica
la materia de los vasos en que se contenían las ofrendas de
los hermanos de José, pero tam bién lo es que, doscientos años
antes, Abraham había enviado á Rebeca por su siervo Eliezer
vasos de oro y plata (2).
Todos los personajes de la pintura de Tebas, exceptuando
solamente al niño, se hallan vestidos con una larga túnica
blanca, verdadera «túnica talar», rayada con tres ó cuatro lí­
neas oblicuas, pespunteadas sobre rojo ó azul. Muchas de las
túnicas tienen mangas, bordadas á lo largo con líneas igual­
mente rojas ó azules y ajustadas al brazo hasta la muñeca; las
otras, dejando pasar el brazo, nos recuerdan los K om baz de
los árabes de Palestina. Las cabezas de los R o ten n a , nos pre­
sentan, fuera de los ojos, todos los caracteres del tipo judío ó
árabe. El rostro largo y adelgazado, con la cabeza, vista de per­
fil, fuertemente arqueada, la frente poco elevada é inclinada
atrás, la nariz aguileña, la barba guarnecida de perilla negruz­
ca bastante espesa, cortada en punta que termina la curvatura
del perfil. El color, aunque mucho más claro que el de los egip­
cios, es, sin embargo, moreno. M. Birch designa con el nombre
de R otenna los personajes de la pintura que se acaba de des­
cribir; el pincel egipcio, siempre tan hábil en declararla acción
como fiel y delicado en la expresión de los más pequeños ma­
tices del tipo, no hizo otra cosa más que copiar el retrato et-

(1) V é a s e lo q u e d ijim o s a trág a c e r c a d e e s t e p a r tic u la r .


(2) P rolatisque vasis argenteis et aureis, et vestibus, dedit Rebecae pronumt-
re, cap. X X IV -53.
jo sá 593

nográñco y físico de un pueblo semita como los hebreos, cu­


yos pastores de Betel y de Hebrón rodearon tantas veces y aun
recorrieron las regiones hospitalarias.
Después que José recibió y saludó á su s hermanos, interro­
gándoles por su padre, pero sin darse aún á conocer, mandó
preparar la mesa, colocándose separadamente los hebreos,
los egipcios y José, y poniéndolos por orden de edad, cosa que
mucho les llam aba la atención, no acertando á explicar nada de
cuanto veían, y creciendo su asombro al ver que á Benjamín
le ponían una ración como cinco (1).
Los frescos de Tebas conservados en el Museo Británico de
Londres, nos permiten asistir en cierto modo á aquel convite
fraternal. Cada huésped tenía su mesa separada ordinariamente,
hallándose sentados y vestidos con todo lujo los varios convi­
dados, hombres y mujeres, que tienen en la mano para oler una
ílor de loto. Un esclavo presentábase á escanciar, y la mesa del
festín se hallaba cubierta de manjares y de flores. Durante la
comida bailaban los danzantes al son de la música tocada por
los esclavos, cuatro por lo común, uno de los cuales tocaba
la flauta y los otros acompañaban llevando el compás con las
manos. Según otra pintura, los esclavos de ambos sexos pre­
sentan vinos y flores á los huéspedes.
Aunque las habas y la carne de puerco eran manjares inm un­
dos para los egipcios, usaban mucho, en cambio, de la carne
fresca de vaca, cabra, carnero, asada ó cocida, así como de la
miel y los lacticinios. Los dátiles, los higos, las granadas, los
racimos y otras frutas, eran servidas en artísticas y preciosas
canastillas, con vino de varias clases aderezado y compuesto,
que servían en espléndidas copas (2).
Debiéndose conformar José á la costumbre de su patria adop-

(1) Génesis, X LIII-37-34.


(2) V i l k i n s o n , M aneres and Customs, etc., tom o II, pág. 391-3. E b e b s, E in e
ägyptische K önigstöchter (U na hija del rey de E gip to), tom o I, jpág. 22, 210, 222
S8
591 EGIPTO Y ASIR IA RESUCITADOS

tiva, haría sin duda que se guardaran las formas y la etiqueta


de los convites egipcios en el que dio á sus hermanos con al­
gunos hijos del país; así es, que debió parecerse éste á los que
vemos representados en los monumentos. Por eso no se sentó
á la mesa con los extranjeros, según hubiera deseado, sino en
un sitio aparte, como los egipcios de su casa, que asistían al
mismo convite, se colocan separadamente de los hebreos y del
señor de Egipto. Adoradores de .Isis y Osiris, consideraban los
egipcios como impuros á los demás hombres.
«Los egipcios, escribe Herodoto, honran sobre todos los
animales á las vacas— por causa de Isis.— Así es que ningún
egipcio ni egipcia besará á un griego, ni se servirá del cuchillo,
del asador ó del plato de un griego; ni probará la carne de buey,
por más que sea carne pura, si ha sido cortada con cuchilla
griega» (1). José, pues, come aparte de sus hermanos, por
ser extranjeros, y aparte de los egipcios, por etiqueta palacie­
ga, que sin duda no permitía que acompañara nadie á los gran­
des personajes en la mesa, acomodándose á los usos y costum­
bres de su nueva patria en lo que no tenían de ilícitos.
Aunque los hebreos y otros muchos orientales se tendían en
el suelo ó sobre algún tapiz para comer, como hacen hoy mis­
mo los árabes, los egipcios usaban asientos donde se colocaban
delante de la mesa, que ya dijimos solía ser una para invitado,
según lo vemos en Rosellini (2), que dice: «Cada uno de los
cuales se sentaba, según costumbre egipcia, sobre una silleta,
cuyo uso hacía las veces de canapé». Así honraba José ásus
hermanos, sin que ni ellos ni la servidumbre del primer mi­
nistro de Faraón comprendieran una palabra de cuanto veían
y palpaban. Pero les esperaba una nueva prueba, que había de
aquilatar la fidelidad de los hijos de Jacob al anciano patriarca
y el amor á su hermanito Benjamín.

(1) 11-41, pág. 85.


(2) M onum enti civüi, lám in a 79, tom o II, pág. 430.
JOSÉ 585

Ya dijimos que las casas de los señores egipcios abundaban


en muebles de lujo y en objetos preciosos, entre los cuales se
hallan varias clases de vasos de distintas formas y materias;
pero sobre todos solía ser una joya artística por los trabajos y
riquísima por el material el vaso que servía para el uso ordi­
nario del dueño de la casa. Los sepulcros han proporcionado
multitud de ellos, y apenas hay museo de alguna importancia en
Europa que no conserve algunos ejemplares más ó menos no­
tables en oro, plata, bronce, alabastro, cristal ó arcilla; teniendo
formas raras y caprichosas de excelente gusto, cómo la corola
de una flor que se abre, la cabeza de un mamífero ó de un
pájaro.
«Entre las porcelanas verdes y azules que posee el Museo
de Louvre, escribe De Rougé, se lleva la palma un fragmento
de escultura de pasta azul, que semeja el estilo asirio. Un león
con boca de serpiente sujeta con las patas delanteras á un pe­
queño cuadrúpedo, que tiene la cabéza destrozada. Los. ojos
son de pasta verde con una hoja de metal; en las encías se ven
aún pequeños huecos, que indican haber estado colocados en
aquel sitio dientes de otra materia» (1). En la sala histórica
del mismo Museo hay una magnífica copa de oro que lleva
el marco de Thotmes III, uno de los reyes más grandes del
Egipto, perteneciente á la dinastía XVIII, poco tiempo después
de los sucesos que estudiamos; copa que describe Birch de la
manera siguiente:
«Hállase adornado el fondo del vaso con una guirnalda de
flores de papiro mezcladas con peces, siendo el repujado el
modo cómo se verificó este trabajo de arte.....Semejante deco­
ración parece haber sido escogida para indicar que el vaso es­
taba destinado á tener agua. En efecto, llenándole de ella, par
recía un pequeño estanque, en cuyo fondo se veían pececillos
y plantas acuáticas.....Su peso es de 871 gramos con dos de-

(1) Notice des m onum ents egyptiens, sala civil, arm ario B; 1855.
596 EGIPTO Y ASIR IA RESUCITADOS

cígramos. Sobre el borde está grabada una inscripción jeroglí­


fica de una línea». La inscripción da á conocer que aquella
copa fué regalada por Faraón, Thotmes III, al basifico gramma-
te Thot (1). Todavía posee el Museo citado otro vaso ó mor­
tero de plata, que fué propiedad del mismo Thot, y con orna­
mentación parecida á la del vaso de oro, por más que este úl­
timo se halla roto en parte. El fondo está ocupado con flores
que tienen los pétalos derechos, en derredor de los cuales na­
dan unos cuantos pececillos en una especie de guirnalda de
flores de loto (2).
R aros son, entre los objetos de arte egipcio conservados en
nuestros museos, los que están fabricados en plata; sin embar­
go, algunos se conservan que nos dan idea de lo que sería la
copa de José, m andada colocar por éste á la boca del saco de
su herm ano Benjamín, cuando habían de partir á Palestina
llevando el trigo que tanto escaseaba en aquella región. Quiso
probar una vez más la fidelidad de sus herm anos, y al efecto,
m andó á su mayordomo que los persiguiera como ladrones
por haber robado la copa de su señor.
E ncantadora es la narración de este episodio hecha por
Moisés, que pueden ver nuestros lectores en el cap. 44 del Gé­
nesis. Nosotros nos fijaremos principalmente en aquellas pa­
labras del intendente de la casa del Gobernador, que decía á
los hebreos: «¿Por qué habéis vuelto mal por bien? L a copa
que robásteis es en la que bebe mi amo y en la que suele au­
gurar: habéis hecho una cosa muy mala». Aquí vamos á ce­
der la palabra al cardenal Wisemán, que escribe á este pro­
pósito:
«En el cap. 44 del Génesis, desde el versículo 5 al 15, se
habla de una copa que usaba José para sus predicciones. Así,

(1) M ém oire sur une p a tere égyptienne du M usée de L ouvre, tra d u c id a del
in g lé s p o r C h ab as en la s M em orias de la Sociedad de anticuarios de F rancia.
(2) P i e r e e t , Salle historique de la galerie ég yp tien n e, pág. 86-87.
jo siS 597

conservando el disimulo que había creído conveniente guar­


dar, envía á decir á sus hermanos: «La copa que habéis h u r­
tado es la en que bebe mi señor y en la que tiene costumbre
de predecir'». Y él mismo les dice: ¿Por qué hacíais eso? ¿No
sabéis que nadie se iguala á mí en la ciencia de la divinación?»
Pues este pasaje dió margen en otro tiempo á una objeción
tan grave, que algunos críticos habilísimos propusieron una
alteración en el texto ó en la traducción, porque suponían que
se hacía alusión á una costumbre sin ejemplo en los autores
antiguos. «¿Quién ha oído hablar jam ás,—exclama Houbi-
gant—de agüeros sacados por medio de una copa?» Aurivilio
pasa m ás adelante y dice: «Confieso que podría ser probable
tal interpretación, si con el testimonio de algún historiador
fidedigno se probara que los egipcios entonces, ó en época más
remota, emplearon este modo de divinación». Burder, en la
primera edición de sus Costumbres orientales, dió á conocer
dos m aneras de predecir por medio de una copa, que sacó
Saurin de Julio Sereno y Cornelio Agripa. Mas ni una ni otra
se aplican muy bien al pasaje de que se traía.
El barón Silvestre de Sacy fué el primero que en los viajes
de Norden manifestó la existencia de esta misma práctica en
Egipto en los tiempos modernos. Por una coincidencia singular,
dice Baram Cashef, dirigiéndose á los viajeros, que ha consulta­
do su copa y descubierto que son unos espías, que van á sa­
ber de qué modo puede ser invadido y subyugado más fácil­
mente el país. Así queda satisfecha la condición con que
declaraba Aurivilio, hace cosa de medio siglo, que se contentaría
para aceptar el sentido que ahora se da al texto. En la R e vista
de A m bos M undos, correspondiente al mes de Agosto de 1833,
se produjo un ejemplo curiosísimo sobre el uso de la copa divi-
natoria, de que habían sido testigos en Egipto los que lo c onta-
ban y varios viajeros ingleses; el carácter de dicho ejemplo es
de los más extraordinarios y misteriosos.
Por lo demás, muy lejos de ser difícil en el día hallar un-
5.98 E G I P T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

ejemplo de esta costumbre en Egipto, podemos decir que nin­


guna especie de divinación es más común en todo el Oriente.
En una obra china escrita en 1792, que contiene una descrip­
ción del reino de Tibet, se cita, entre los medios divinatorios
usados en este país, el siguiente: «Algunas veces miran en una
hortera de agua y ven lo que ha de suceder». Los persas parece
también que consideran la copa como el principal instrumento
en los agoreros; sus poetas hacen constantemente alusión á la
fábula de una célebre copa divinatoria, que en su origen había
sido propia del semidiós D eshem shid, el cual la había descu­
bierto en los cimientos de Estakhar, y de sus manos había lle­
gado hasta las de Salomón y Alejandro, habiendo sido la causa*
de los triunfos y gloria de éstos. Guignaut añade el nombre de
José á la lista de los que la poseyeron, pero no sé en qué
autoridad se funda. Todos estos ejemplos suponen que el agüero
se saca por la inspección de .la copa; pero hay otra especie de
él. En esto me sirve de autoridad San Efren, el más antiguo
de los santos padres siriacos, que nos dice que se sacaban
oráculos de las copas tocándolas y prestando atención al sonido
que daban. Así tenemos un número más considerable de ex­
plicaciones acerca de un pasaje, que se reputaba inadmisible
hace algunos años, porque no se apoyaba en ningún otro» (1).
Hasta aquí el eminente purpurado, que tanta gloria dió á la
Iglesia con sus escritos y trabajos apostólicos en la conversión
de Inglaterra.
Entre los casos de adivinación por medio dé la copa, hemos
visto citado por Wisemán á Norden, que lo cuenta así él mismo,
después de referir cómo había enviado un judío con algunos
presentes á Baram, que no los admitió porque le parecieron
poca cosa. «Habiendo vuelto, dice, el judío y contado lo ocu­
rrido, nos costó trabajo creerle lo que nos decía. Encargamos

(1) D iscursos sobre las relaciones que existen entre la ciencia y la religión
revela d n, discurso 11 al p rin cip io ; B arcelona, 1854.
JOSÉ 599

al Padre (un m isionero) que fuera á bascar á Baram, con obje­


to de saber ciertamente lo que había, siendo recibido como un
perro en un juego de bolos. Baram le llenó de desvergüenzas,
y cuando el Padre le dijo que reparara en que iban bajo la pro­
tección del Gran Señor, respondióle lleno de cólera: «Yo me
río de las armas del Gran Señor; aquí soy yo el Gran Señor, y
os enseñaré á respetarme. Bien sé qué clase de gente sois, aña­
dió, porque he consultado mi copa y hallé ser vosotros á
quienes se refería uno de nuestros profetas cuando dijo que
vendrían fr a n c o s d isfra za d o s, los cuales, valiéndose de insig­
nificantes regalos y de maneras dulces é insinuantes, irían por
todas partes, examinarían el estado del país, volviendo en se­
guida á su tierra con la noticia y trayendo de allí otros francos
que conquistarían el país y lo asolarían todo. Pero yo lo arre­
glaré, y sin más tardanza abandonáis ahora mismo mi bar­
ca» (1). Calmóse, sin embargo, el árabe cuando el europeo,
conociendo su flaco, aumentó el número y el valor de los
regalos.
Además de los indicados modos de adivinar por la copa
citados por el cardenal español-inglés, había otro de que nos
habla Dillman (2), y consistía en llenar un vaso de agua y des­
pués echar en él pedazos de oro, de plata, de perlas y de
otras materias preciosas, observando el efecto y los fenómenos
producidos en el líquido para deducir de allí el conocimiento
de las cosas futuras. Los magos del Cairo, aunque no suelen
usar de la copa para sus adivinanzas, hacen ver apariciones
por medio de líquidos colocados en el hueco de la mano de un
niño; práctica que bien pudiera derivarse de la antigua K u li-
kom anteia, ó adivinación por la copa.
Otra dificultad nos ofrecen las palabras citadas de José y de
su mayordomo, dificultad que, aun cuando no es de las que

(1) Voyage cl'Egypte et de Nubie. P aris, 1798; tom o III, pâg. 68.
(2) D ie Génesis, 1875, pâg. 442.
600 E G I P T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

entran en nuestro programa, ya que estamos con la copa en


la mano, parécenos prudente el apurarla; se refiere á la profe­
sión de magia que parecen indicar por parte del prim er minis­
tro de Faraón. De ella se habían hecho cargo en su tiempo San
Agustín y Santo Tomás, cuyas palabras ponemos á continua­
ción: «A lo primero, pues, se ha de decir, que lo que dijo José
de no haber nadie semejante á sí en la ciencia de augurar, lo
dijo en brom a según Augustino, y no de veras, refiriéndose
quizá á lo que el vulgo creía de él. En el mismo sentido habló
su mayordomo» (1). Seguramente los egipcios debían tener á
José por un gran mago después de la interpretación de los
sueños del rey, y así lo atestigua Justino (2).
El mayordomo de José encontró la copa de su amo, como
era natural, donde él mismo la había colocado, en el saco de
Benjamín, sucediéndose á este hallazgo una escena tiernísima
que describe Moisés admirablemente y que pinta bien al claro
los sentimientos que anim aban á los hijos de Jacob para con
su padre y para con su herm ano menor. El resultado final
fué el reconocimiento mutuo de José y sus herm anos, que se
quedaron como petrificados al oir de labios del virrey de Egipto:
«Yo soy José, vuestro herm ano, á quien vendisteis. No temáis.
Por vuestra salud me envió Dios á Egipto antes que á vos­
otros y me ha hecho como el padre de Faraón, señor de toda
su casa y príncipe de toda la tierra de Egipto». Sobre estas
palabras, en que los intérpretes sagrados habían creído ver un
hebreo puro, cib le pare oh, escribe Brugsch: «Los traducto­
res de este pasaje, comenzando por los setenta, creyeron re­
conocerla palabra hebrea ab, «padre». Sin embargo, los textos
egipcios nos enseñan que, lejos de ser hebreo, el título oh en
pira o , designa el primer empleado ú oficial encargado espe­
cialmente de la casa faraónica. Muchos de los preciosos papi-

(1) Secunda secundac/qitest. 196, a rt. 7, ad p rirm m .


(2) X X X IV -2.
ros históricos del tiempo de la dinastía XIX, que posee el
Museo Británico y cuyos textos, bajo la forma de simples car­
tas y comunicaciones, han sido compuestos por escribas y em ­
pleados de la corte, se refieren á los ab en pirao, oficiales
superiores de Faraón, cuyo elevado cargo se halla claramente
indicado en el estilo lleno de respeto que usan para con ellos
estos escribas de orden inferior» (1).
Reconocidos los herm anos de José, pronto se esparció la voz
por la corte y Faraón se holgó de conocerles. Así es que or­
denó á su ministro que preparara todo lo necesario para tran s­
portar á Egipto la casa de Jacob con toda su familia. El ancia­
no patriarca, obedeciendo las indicaciones de su hijo, aceptó
de buen grado los ofrecimientos de Faraón, y cumpliendo las
órdenes de lo alto, pasó al valle del Nilo, en el año segundo
del hambre. Era necesario que se cumpliera en figura lo que
más tarde*debía verificarse en realidad según la expresión pro­
fètica: E x y.Egipto vocavi F iliu m meum (2). Poco exten­
so está el sagrado historiador en la narración del viaje de
aquel naciente pueblo, para trasladarse á los dominios del
poderoso Faraón; pero dice lo bastante para comprender que
el historiador de aquel hecho era un egipcio, ó al menos un
hombre educado en aquel país, cuyos usos y costumbres co­
nocía muy detalladamente.
Al hablar de Abraham hicimos resaltar la veracidad del na­
rrador hebreo; y así como entonces el padre de los creyentes
fué presentado al rey de Egipto, que se apoderó de su mujer,
así ahora su nieto debió presentarse á Apapi, aunque en con­
diciones muy distintas. Los sepulcros volverán á darnos razón
de esta entrada de Jacob, como antes nos la dieron de la
de su abuelo. Para ello copiaremos lo que escribe M. Birch
acerca de una inscripción hallada en el mausoleo de K h n o u m -

(1) L ’E xode et les m onum ents cgyptiens, p ág . 17 y 18


(2) Oseas, X I-1 .
602 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

heip ó K hnoum -hotep, hijo de Nehctra y de B a k a i, que pre­


tendía descender de los dioses de Menfis, y cuyo sepulcro le
representa recibiendo la investidura del gobierno de Menat
% h u fu , con que le honrara el rey A m enem ha II.
Dice así el sabio egiptólogo (1): «La representación más
notable, grabada sobre los muros del sepulcro de %honoum-
hetp , es aquélla en que están pintados los A mu ó semitas,
llegando á su corte é introducidos en su presencia. Aquella es­
cena ofrece una semblanza tan particular^ con la llegada de
Jacob á Egipto, que algunos han creído ver en ella descrito
aquel suceso. Pero el número de personas de que se hace men­
ción no es el mismo que el de las que acompañaban al patriar­
ca; son diferentes los nombres y las condiciones y no se puede
considerar esta representación sino como la pintura de un hecho
análogo. Los hombres van envueltos en luengas túnicas de di­
versos colores, llevan sandalias diversas de las de los egipcios,
y parecidas á simples suelas abiertas con numerosos cordones.
Sus armas son arcos, flechas, lanzas y palos; uno de 'ellos toca
una especie de lira con la ayuda de un plectro, acompañado de
cuatro mujeres, que llevan una estrecha banda alrededor de su
cabellera y vestidos que llegan hasta por bajo de la rodilla, con
brazaletes en las piernas y á pie descalzo. Un muchacho, ar­
mado de lanza, va al lado de las mujeres; dos niños, colocados
sobre el lomo de un pollino en una especie de cesta, las prece­
den; y otro asno, que lleva una lanza, un escudo y una cesta,
va delante del hombre que toca la lira.
El número de extranjeros es diferente de los sesenta y seis de
la familia de Jacob que bajó á Egipto; otras tribus y otras po­
blaciones, además, como los mercaderes madianitas, á quienes
fué vendido José y que le'llevaron á Egipto como esclavo, arri­
baron á aquel país. Pero la escena recuerda de un modo asom-

(1) A n cien t H isto ry fr o m the M onum ents E g ip t. (H isto ria an tig u a según los
m on u m en to s egicios), p ág . 65.
:>V:

JOSÉ 603

broso la llegada de Jacob á Egipto y de las circunstancias que


ocasionaron entonces la entrada de los hebreos en Egipto.
K hnoam -hetp, recibió á los extranjeros acompañado de uno
de sus servidores con sandalias y bastón, escoltado por tres pe­
rros. Un escriba, llamado N eferhetp, desarrolla una carta ó
papiro, en que está escrito que treinta y siete Amu han venido
á presentarse á Khnoum-hetp. La inscripción, colocada sobre
sus cabezas, refiere que la pintura representa la ofrenda de
mestmut, especie de antimonio, hecha al gobernador egipcio
por treinta y siete Amu. Los rasgos de estos extranjeros son
parecidos á los de los judíos, y sus vestidos distintos de los
egipcios. Cada uno de los hombres lleva un solo vestido de
diversos colores, como el que tenía José; el jefe, llamado
Abscha, le tiene más rico que los otros compañeros y adorna­
do de una franja. En la mano izquierda tiene un bastón corto,
ó cayado y con la derecha ofrece un cabrito. Siguen otros siete
con sus asnos y sus hijos».
La llegada de Jacob á Egipto debió ser. muy parecida á la
Abschah y su presentación á Faraón harto semejante con la
de los Amu al gobernador oriental del valle del Nilo. José
previno á sus hermanos que dijeran á Faraón que eran pasto­
res, tanto para que les dejara vivir en tierra de G-esén, que era
la más á propósito para el pastoreo, cuanto para tenerlos de
esta manera apartados de los egipcios, en cuanto esto fuera po­
sible, á fin de que conservaran la fe de Abraham y las buenas
costumbres en medio de aquel pueblo politeísta, supersticioso y
corrompido en sumo grado.
Además les dió otra razón de que debemos hacernos aquí
cargo, á saber, «porque detestan los egipcios á todos los pas­
tores de ovejas» (1). Estas palabras han sido diversamente
interpretadas. Unos pretenden que los egipcios aborrecían á los
604 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

pastores en cuanto pastores, porque siendo aquel país dado


enteramente á la agricultura, no debían mirar con buenos ojos
á los hombres que no fueran agricultores, yendo entre ellos
asociada la idea de bajeza y grosería á la de pastoreo. Dicen
que los pastores se representan en los monumentos con todos
los caracteres de la clase más baja, ruines, flacos, contrahechos
y miserables. Añádese que Iierodoto afirma ser los porqueros
en Egipto muy despreciados por el pueblo, y que por analogía
lo serían los boyeros, cabreros, carnereros y en general todos
los pastores, que debían inspirar al pueblo culto del Egipto el
mismo desprecio que los guardadores de puercos.
Sin embargo, estos argumentos tienen más de especiosos
que de sólidos. La ganadería es una ram a muy importante de
la agricultura; de modo que no solamente no están reñidas, si­
no que se auxilian mutuamente. Y aunque el Egipto no nece­
site del estiércol de los animales para el abono de las tierras,
puesto que lo tiene abundante en el limo del río, todavía no es
posible que allí florezca la agricultura sin el auxilio de la gana­
dería. El desprecio de los egipcios para con los porqueros sola­
mente prueba qne estos animales eran inmundos, como entre
los hebreos que no dejaban de am ar con predilección la vida
pastoril, aunque despreciaran á los guardadores de cerdos. Así
es que no resulta la consecuencia que se pretende deducir de
las frases del historiador griego. Nó es más sólido lo que se
afirma de los monumentos, porque los pastores aparecen en
éstos como los demás esclavos, sin que se pueda notar la dife­
rencia. Por último, los mismos monumentos nos muestran el
aprecio de los egipcios, de sus magnates y de sus reyes para
con los pastores; porque no se comprende que con tanto lujo
de detalles numeren las cabezas de las distintas especies de
ganado, según hemos visto tratando de Abraham, si no apre­
ciaran muy particularmente á los encargados de custodiarlos.
Por otra parte, la recepción hecha por Apapi á los pastores
cananeos demuestra bien á las claras que, lejos de despreciar-
605

los les estimaba, sacando de entre ellos los rabadanes de sus


rebaños.
De modo que no puede admitirse en buena exégesis la expo­
sición anterior y es menester buscar otra que satisfaga las exi­
gencias del texto, acomodándolo á la realidad de los hechos.
Esta interpretación fué ya indicada por Calmet cuando escribía
en el pasado siglo, mucho antes de los descubrimientos de la
moderna Egiptología: «Creería yo que de ahí es de donde ha de
sacarse la verdadera causa del odio de los egipcios para con los
pastores; porque ya hemos demostrado que, en rigor, no se
puede probar que los pastores de ovejas ó cabras fueran abo­
rrecibles á los egipcios, sólo por ser pastores; por el contrario,
eran honrados en todo el país, con tal que fueran egipcios.
Pero los pueblos extranjeros de Arabia, dé Siria......cuya ocu­
pación principal era apacentar rebaños, estos pueblos vagabun­
dos conocidos en Egipto bajo la idea de pastores, les eran odio­
sos, y con razón, por los muchos males que habían hecho
sufrir al Egipto» (1). No eran, pues, aborrecidos los pastores
por los egipcios en cuanto pastores, sino en cuanto asiáticos,
en cuanto semitas, en cuanto la voz pastores indicaba hombres
de otra raza y de otro país, como eran los entonces dueños del
Egipto, los Hyksos. De manera que en el pasaje citado del Gé­
nesis la voz pastores no tiene el significado de oficio, sino de
región; es una voz geográfica, como la de argentinos aplicada
á los habitantes del Plata. Con esto se entiende perfectamente
el agrado de Faraón á la llegada de los hebreos; eran sus ami­
gos por razón del origen asiático; así como la prevención de
los egipcios contra los pastores; eran sus enemigos y domina­
dores hacía tiempo y los detestaban; bien así como nuestros
padres comprendían en una misma denominación de moros, y
en un mismo odio, á todos los islamitas, fueran éstos de Mau­
ritania, de Berbería, de Egipto, de Siria, de Arabia, ó de otra

(1) Comentario litera l del Génesis, en el lu g a r co rrespondiente,


606 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

región cualquiera. Para ellos todos eran moros y todos ene­


migos.
Holgóse Faraón con la llegada de aquellos extranjeros, de
los cuales escogió los jefes de sus rebaños, que eran numerosos,
según costumbre antigua de los reyes de Egipto, conocida por
los monumentos, y aun de los reyes de todo el Oriente, según-
atestigua la Escritura Santa en multitud de pasajes (1).
Que los Faraones poseían una gran riqueza pecuaria, basta
á demostrarlo el crecido número de cabezas que solían ofrecer
á los templos' de los dioses. Ramsés II cuenta en el gran papiro
Harris, que hizo donación al templo de Tebas de 86.000 cabe­
zas, además de otra de 421.362; 849 bueyes y becerros;
2.892 bueyes: Al templo de Heliópolis donó 45.544, etc., etcé­
tera. Los ricos solían imitar el ejemplo de los reyes. Ni hay
por qué extrañar que en aquella época poseyeran los monarcas
tantos ganados; porque ayer era cuando trashum aba entre nos­
otros la cabaña de la reina, que con tantas otras cosas deshizo
y aniquiló la Revolución de Septiembre, en perjuicio no-sola­
mente del Real Patrimonio, sino también de la riqueza nacional.
Al confiar Apapi á los hermanos de José la custodia y me­
jora de sus ganados, les concedió, como lo habían pedido, la
tierra de Gesén, de que hablaremos en la segunda parte. Para
la cuestión presente baste observar que esta concesión está en
armonía con tradiciones faraónicas, según aparecen en los mo­
numentos. La historia de Menephtah, de quien trataremos á su
tiempo, nos revela un hecho análogo. Uno de los papiros nos
manifiesta, que bajo el reinado de aquel príncipe llegaron á
Egipto algunos semitas, procedentes del país de A tenía (Idu.
mea), para apacentar sus rebaños en P a -T a m , en las dehesas
pertenecientes al rey, estableciéndose allí con autorización del
monarca. Este P a -T u m es el P ithom de que nos habla el

(1) V éanse los sig u ien tes: I, Reg., X X I-7; Job., 1-14-19, etc.
JOSÉ 607

Exodo. Sin duda M enephtali concedió á los idumeos algunos


de los terrenos que Apapi había cedido á los hijos de Israel,
después que éstos abandonaron el Egipto.
«Otros monumentos de Menephtah I, escribe Chabas, se
mencionan en uno de los papiros de Anastasio», cuya traduc­
ción pone á seguida, y es ésta (1): «Hemos hecho lo nece­
sario para abrir á las tribus de Shasu de Adumah el castillo-
fortaleza de Meneptah hotp-hima, v. s. f., de Taku, p ara que
puedan alimentar sus ganados en la gran intendencia del rey,
v. s. f., sol excelente de todo el país, en el año .VIII». Sobre
cuyas palabras dice el eximio egiptólogo que los idumeos h a ­
bían sido admitidos en Egipto en virtud de la misma política de
humanidad con que siglos antes lo fueron los hebreos.

ARTÍCULO V II

El v i r r e i n a t o .

En dos capítulos nos habla el Génesis de la administración


de José: en el 41, donde dice que «tenía 30 años cuando fué
presentado á Faraón y dió la vuelta por todas las provincias de
Egipto. Vino, pues, la fertilidad de los siete años; y reducidas las
mieses á gavillas, fueron recogidas en los graneros de Egipto.
Y en cada ciudad fué depositada la grande abundancia de grano
de sus contornos, y fué tanta la copia que hubo de trigo, que
igualaba á las- arenas del mar y excedía á toda medida». Tras
de los años fértiles llegaron los estériles, y el hambre se dejó
sentir bien pronto en todo el reino, y los egipcios se vieron pre­
cisados á acudir al rey en demanda de alimentos, el cual los
dirigía á su ministro, diciendo: «Id á José y haced cuanto él os
dijere». Abrió entonces José los graneros y empezó á vender
granos á los egipcios y á cuantos acudían de las provincias
limítrofes.

(1) Recherches pour servir á l'histoire ele la X I X d yn a stie, pág . 107 y 108.
608 EG IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

Al capítulo 47, después de haber narrado Moisés todo lo re­


lativo á la llegada de los hijos de Jacob y sus familias, nos dice
que José recogió todo el dinero del país guardándolo en el Era­
rio real; y que como el ham bre no cesaba, continuó dándoles
trigo, recibiendo á cambio, primero los ganados y después las
tierras. Compró, pues, José todas las tierras de Egipto, vendien­
do cada uno sus posesiones á causa del rigor del hambre, y
adquiriólas para Faraón, con todos sus pueblos desde un cabo
del Egipto hasta el otro, excepto las tierras de los sacerdotes
que el rey les había dado.....Desde aquel tiempo hasta el día
de hoy, se paga el quinto á los reyes en toda la tierra de Egipto,
lo que ha venido á ser como ley; salvo las tierras de los sacer­
dotes, las cuales quedaron exentas de esta contribución» (1).
No hemos de detenernos en demostrar la bondad de esta
administración, que previno el mal, recogiendo en tiempo de la
abundancia para repartir cuando llegara la necesidad, conforme
al consejo del Eclesiástico: «Acuérdate de la pobreza en tiem­
po de la abundancia y de las necesidades de la pobreza en el
día de las riquezas» (2). Ni tampoco insistiremos en recordará
los gobernadores de los pueblos la obligación que tienen de co­
nocer por sí mismos las necesidades de sus gobernados visi­
tándoles periódicamente, como hizo José y como tiene dispues­
to la Iglesia Santa que lo bagan los obispos en sus diócesis;
porque todo esto se sale del marco que nos trazamos al prin­
cipio de este estudio.
Los monumentos egipcios hablan con frecuencia del «inten­
dente de los graneros reales», uno de los cargos del virreina­
to de José, habiendo llegado hasta nosotros los nombres de
algunos de estos empleados. Una estatuita conservada en el
Museo de Miramar nos da el de Chemnecht. Sobre el sepul­
cro de un empleado de Amenophis III se lee la siguiente ins-

(1) Génesis, cap . XLVTI-V, 14-26.


(2) C ap. X V III-25.
JOSÉ 609

cripción: « Chaem ha, prefecto de los graneros» (1). Según se


lee en la misma, el intendente de los graneros se entendía di­
rectamente con el rey y tenía á sus órdenes multitud de em ­
pleados inferiores, encargados-de cobrar la tributación en es­
pecie. Lleva un título honorífico, que indica la vigilancia ejer­
cida por él sobre el país que se le había confiado y es apelli­
dado «ojos del rey en las ciudades del mediodía y sus orejas
en las provincias del norte». El Museo de Londres posee una
estela en granito negro de un intendente de los graneros pú­
blicos, cuyo nombre era M entothept, hijo de N eferiot. Se
halla presentado de frente y tiene en la mano el bastón, signo
de su autoridad (2). El mismo Museo posee otra estela de la
dinastía XII, y es de un intendente de granos llamado A n -
harnekht. Otra del mismo género se encuentra en el Museo
de Turín.
El del Louvre tiene varias pinturas sacadas de un sepulcro
de Tebas, donde minuciosamente se describen las operaciones
de la recolección y cultivo de cereales en Egipto, conformes
en un todo con lo referido por Moisés en los citados capítulos
del Génesis. Cuatro esclavos tiran de un arado, por más que
lo ordinario era que los bueyes hicieran ese trabajo; junto á
los esclavos se ven otros cavando la tierra con azadones, de
cuyos instrumentos se ven algunos al lado del fresco. Solían ser
estos azadones de ébano rojo, pues para remover el limo del
Egipto recubierto por las aguas del río y depositado allí con
relativa abundancia, eran suficientes las azadas de made­
ra. Después de removida la tierra por medio del arado ó del
azadón, se arrojaba la semilla y se hacía pasar por cima del
sembrado una manada de ovejas ó cabras, que con las patas
la cubrían sin necesidad de ulteriores trabajos. En las pin­
turas de los sepulcros de G izeh y de % um -el-A m ar se ven

(.1) P r i s s e , M onum ents egyptiens, p á g . 7 y 8 .


(2) B ircH j B ritish Muséum] L o n d res, 1874, n úm ero 187.
610 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

las cabras haciendo este oficio, propio entre nosotros de los


bueyes ó de las caballerías, y en las de ^Beni-Hassan hay tres
hombres arm ados de palos que llevan delante de sí manadas
de ovejas y carneros para cubrir la sementera (1).
Preparado el suelo con tanta facilidad, el desarrollo de
la semilla se hace con prontitud, y al cabo de unos tres meses,
cuando mucho, llega la época de la recolección. Usábase para
la siega una especie de hoz con la cual cortaban la paja algu­
nos centímetros por bajo de la espiga, que era sostenida, como
entre nosotros, por la mano izquierda, m ientras la derecha
em puñaba el instrum ento cortante; de éstos hay algunos en el
Museo de Louvre, y en las pinturas conservadas en él se ven
los segadores en actitud de cortar la mies, y uno de ellos con
la hoz debajo del brazo izquierdo sosteniendo con am bas ma­
nos un botijo de agua que aplica á la boca y que es de idén­
tica forma á la de los botijos de leche que venden las mucha­
chas en la estación de las Navas, no lejos de Avila. (Véase el
grabado.)
Detrás de los segadores iban las espigadoras recogiendo,
como nos cuenta la Escritura Santa de R uth, las espigas caí­
das y colocándolas en cestos para llevarlas á la era y sobre
unos tres-piés estaban colocadas vasijas de barro poroso
que contenían agua para que refrescaran los segadores; así
como también se ve en la misma pintura una mujer que les
lleva la comida. Preparados los manojos por los atadores
que se ven en la misma pintura, eran conducidos á la era,
donde trillaban con bueyes, y para ello solían colocarlos en
grandes cestos, por cuya parte superior se atravesaba un palo
para que pudieran ser conducidos por dos esclavos sobre sus
hombros.
A fin de que se hiciera menos pesado él trabajo cantaban
los segadores, atadores, acarreadores y trilladores canciones

(1) R ouge, Notice des m onum cnts egyptiens, pá'g. 71.


alegres alusivas á las operaciones agrícolas que ejecutaban;
como cantan hoy las cuadrillas de segadores y los mozos que
llevan las mieses á la era, y principalmente los majadores de
las m ontañas de León el día en que majan el centeno, que es
un verdadero día de fiesta por la alegría y bullanga con que
llevan á feliz término la operación.
Champollión encontró en 1828 una de estas canciones rús­
ticas, según lo dice él mismo en sus Cartas escritas desde la
Nubia, y cuyas palabras copiamos: «Un segundo hipogeo, es­
cribe, de E lethya, hoy E l-kab, el de un gran sacerdote de la
diosa lly th ia ó E leth y a , la diosa epónima de la ciudad de este
nombre, lleva la fecha de R am sés-M eiam on .....Allí he visto,
entre otros hechos, la trilla de los manojos de trigo por los bue­
yes, y debajo de la pintura se lee en jeroglíficos, casi todos fo­
néticos, la canción que entonaba el jefe de los trilladores; por­
que en el antiguo Egipto, como en el de hoy, todo se hace can­
tando y cada género de trabajo tiene una canción particular.
He aquí la de la trilla de los granos, en cinco líneas, especie
de alocución dirigida á los bueyes, que yo encontré con ligeras
variantes en sepulcros mucho más antiguos: Trillad para vos­
otros (bis)— oh bueyes— Trillad para vosotros (bis)— Trillad
para vuestros amos. —La poesía no es demasiado brillante,
pero probablemente la tonada hacía aceptable la letra del cán­
tico. Por lo demás, es oportuna para la ocasión en que se can­
taba y me parece harto curiosa, aunque no fuera más que por
hacer constar la antigüedad del bis escrito al final de la prim e­
ra y de la tercera línea» (1).
Terminada la trilla, procedíase á la separación del grano y
de la paja por el mismo procedimiento que se sigue hoy. En las
pinturas citadas de Beni-Hassan se ven dos obreros que levantan
en alto la paja molida dejándola caer para que el viento sepa­
rara el polvo y la paja, y quedara el grano limpio; el cual era

1) C h a m p o l l ió n , L ettres ecrites (VE gypte et de Nubie, letre 12.


612 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

medido presidiendo esta operación un escriba, que iba apun­


tando las cantidades medidas, según es de ver en las mismas
pinturas sepulcrales; para ser transportado á los graneros, lo cual
solía hacerse de ordinario, en botes y barquillas que navegaban
ligeras por el Nilo ó por alguno de sus canales.
Eran los graneros egipcios vastos recipientes de forma cóni­
ca, que se cerraban por la parte superior, teniendo en la infe­
rior una ventanilla para la extracción del grano y también para
la ventilación necesaria. No estaban, como los silos de Extre­
madura, construidos debajo de tierra, ni levantados sobre cua­
tro postes, como los horreos de Palestina (1), de Asturias y
de León, sino colocados sobre la superficie á la manera de los
graneros de Castilla y convenientemente dispuestos para evitar
la humedad del suelo, tan perjudicial á los granos. Recogió José
en los graneros de todo el Egipto el trigo de los siete años de
abundancia, siendo tanta ésta, que hubo necesidad de pres­
cindir de la medida, porque no había guarismos bastantes para
indicarla (2), y aprovechándose de los graneros de los templos
y edificando otros que serían necesarios para la recolección de
siete años fértilísimos, atendió á la futura necesidad de los otros
siete años estériles. Ramsés III se gloría de haber llenado los
depósitos de los templos de trigo y cebada por decenas de mi­
llares, añadiendo que hizo construir u n a casa de provisiones
para el templo de Tebas (3). Por lo demás, no era difícil la
conservación del grano en aquel clima, como tampoco lo es en
el nuestro, donde se guardan las cosechas muchos años. En
el Museo de Louvre existen granos de trigo de hace cua­
renta siglos, encontrados en los sepulcros egipcios, algunos de

(1) L uc ^e, X II-18.


(2) T a n ta q u ef u i t a b undantia tritic i u t . . . copia m ensuram excederet. Gé­
nesis, 41-49. A quí se alu d e m an ifiestam en te á la co stu m b re e g ip cia de it a p u n ­
ta n d o u n escrib a el trig o que se recogía, como se ve en 1«b p in tu ra s de Beni-
H assan.
(3) Records o f the p a st, tom o V I, p á g s . 26-33.
JOSÉ 613

los cuales han germinado produciendo magníficas espigas (1),


cuya harina no es de calidad superior. En el Museo de Ñapóles
se guardan, procedentes de Pompeya, no pocos granos de
cereales y legumbres en perfecto estado de conservación.
Llegaron los siete años estériles, harto frecuentes en Pales­
tina, según consta de todos los Libros Santos, por la falta ó es­
casez de lluvia, y en Egipto por insuficiencia de la crecida del
Nilo, y cuando esto ocurre, la desolación y el hambre reinan
como señoras en aquellos países (2).
No ha faltado quien creyera que el número siete no era en
este pasaje del Génesis un número histórico, sino simbólico;
ya porque muchas veces se tomaba en Egipto como indefinido,
ya también porque les parece increíble que se sucedieran sin in­
terrupción siete años fértiles y otros siete estériles; procediendo
la abundancia ó escasez de aquel reino de la regularidad de las
inundaciones del río, que nunca guardan ese período. «Nos
inclinamos á creer, escribe Ebers, que este número tiene menos
de histórico que de típico ó simbólico; porque mientras todo
concuerda en esta relación con la realidad de las cosas, una se­
rie de siete años, en que el Nilo alcanza la altura más normal
y otros siete en que no llega á ella, es una cosa nunca oída y
casi inconciliable con las leyes de la naturaleza» (3). Poco

(1) M agasinpitorcsque, tom o X X V I, pág . 80.


(2) L a d iferen cia e n tre P a le s tin a y E gipto está bien m arcada en el capítulo
X I del D euteronoinio, donde se lee: «La tie rra que vas á poseer, no es como la
tie rra de E gipto, de donde saliste; en la cual, sem brada la sem illa, corren las
aguas como en los h u erto s; sino que es tierra m o n tu o sa y cam pestre, que esp era
las lluvias del cielo». Y p ara in d icar la carestía y necesidad p roducida p o r la
falta de lluvia, añade: «Y enojado el S eñor cierre el cielo y no d esciendan las
lluvias, ni la tie rra germ ine, y p erezcáis velozm ente de la b u en ísim a tie rra que
el Señor os h a de dar». Los pro fetas e stá n llenos de im ágenes to m ad as de la
a bundancia ó escasez de lluvia, siendo suficiente p ara n u e stro p ro p ó sito c ita r
estas palab ras de H abacuc, en las que se d e scrib en los te rrib le s efectos de la s e ­
quía: M entietur opus olivae, et arva non a ffe re t cibum. Ábscindet-ur de ovili pecus
e tn o n crit an n en tu m in prcesepibim . P o r lo que hace al E gipto, ya lo decim os en
el tex to .
(3) JE gypten und die B ücher Mose's, pág. 35ü.
614 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

significaría que se tomarán los siete años que estudiamos en


sentido alegórico, pues siempre quedaría la verdad mosaica en
su lugar. Pero no hay razón ninguna para que no entendamos á
la letra el relato mosaico, ni dificultad seria que oponerle con­
siderado como rigurosamente histórico; ni las leyes naturales
pierden ó ganan con que se entienda literalmente lo referido
por Moisés. ¿Acaso le es más difícil á Dios enviar nieves y aguas
en abundancia á las montañas del Nilo siete años seguidos y
negarlas otros siete también seguidos, que hacerlo en años
alternos?
En el capítulo 45 del Génesis, después de haber pasado dos
años de hambre, en los cuales bajaron á Egipto los hijos de
Jacob, dice José á sus herm anos para que éstos transm itan
la orden á su padre: «Baja á mí, no tardes.... porque aún
faltan cinco años de hambre»; y en el 47, se nos habla de los
años en que sucesivamente fueron entregando los egipcios á
José el dinero, los ganados y las tierras; todo lo cual supone
varios años. Ovidio refiere la tradición de que en Egipto ha­
bía habido nueve años de sequía (1); y nada tiene de particu­
lar que en Roma hubieran añadido dos á los siete históricos
de Moisés. La historia viene en apoyo del relato genesiaco,
dando testimonio de varias inundaciones excesivas y de otras
insuficientes, que atrajeron el ham bre sobre el valle del Nilo.
«El año 599 de la égira (1199 de nuestra era), escribe Abd-
ALlatif, el río no subió más que doce codos y veintiún dedos,
cosa sum am ente rara. En efecto, no tenemos noticia que des­
de el principio de la era de la égira hasta el presente el río se
haya quedado tan bajo como entonces, si se exceptúa el año
de 356, en que tuvo cuatro dedos menos que el 596» (2).
Desde, el año 1064 hasta el 1071, siete años cabales como

(1) D ic itu r ¿Egyptos caruisse ju v a n tib u s arba


Im bribus, atque annossicca fu is s e n ovem .
(D e A rte amancli, J-647-8.)
(2) R elation del'E gypte, p á g . 332.
615

en tiempo de José, hubo mucha miseria en Egipto, por no h a ­


ber ascendido la crecida del río en ninguno de ellos el límite
regular (i), que ya era bien conocido en tiempo de PJinio,
según lo atestigua en su H istorta natura l, diciendo: «El incre­
mento justo son 16 codos. Si es menor, no se riega todo, y si
mayor se riega demasiado. Guando las aguas suben más, se
pasa el tiempo de la sementera por estar el suelo demasiado
mojado; cuando suben menos, no se puede sem brar por de­
masiado seco. Ambas cosas tiene presentes la provincia. Con
doce codos siente el hambre y también con trece; catorce co­
dos dan alegría, quince seguridad, dieciséis delicias» (2).
«El mínimum de la crecida necesaria, añade A b d -A lla ú f.
es de 16 codos cumplidos: este término recibe el nom bre de
agua del Sultán. Porque, cuando ha llegado á este punto la
crecida, se asegura la contribución de las tierras en beneficio
del príncipe; la mitad de las tierras poco más ó menos se halla
inundada y la recolección basta para atender á las necesida­
des de los habitantes con largueza en todo el año.... Si, por
el contrario, la crecida es menor de 16 codos, no es suficien­
te para el consumo la porción de tierras inundadas, la cose­
cha no satisface las necesidades del año, y hay escasez de ví­
veres mayor ó menor, según que hayan quedado más ó me­
nos bajas las aguas que los 16 codos» (3).
El mismo historiador árabe da pormenores horrorosos acerca
de los estragos producidos por el hambre en 567, en que por
falta de víveres se acum ularon’en las ciudades principales los
aldeanos, emigrando muchos al Hiemen, á la Siria, al Margreb
y al Hedjaz. «Los pobres, escribe, obligados por el hambre, que
crecía en todas partes sin cesar, comieron cadáveres, perros y
los excrementos de los animales. Llegaron más lejos aún, pues

(1) Po o l e , A ncien t E g yp t, en la R evista Contemporánea de M arzo 1879.

(2) V . 57.
(3) O bra y lu g ar c ita d o s.
616 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C I T A D O S

hasta comieron los niños. No era raro sorprender á las gentes


con niños asados ó cocidos.....Yo mismo he visto un niño
asado en un horno. Cuando los pobres empezaron á comer
carne humana, el horror y el pasmo que causaban estos festi­
nes extraordinarios eran tales, que no se hablaba de otra cosa....
pero al poco tiempo se acostumbraron de tal manera y se hi­
cieron tan gustosos estos detestables alimentos, que hubo
hombres para quienes vino él ser la comida ordinaria la carne
hum ana, usando de ella por regalo y haciendo provisiones
de la misma. Sucedió una noche, poco tiempo después de la
oración que se hace cuando el sol ha desaparecido por com­
pleto del horizonte, que cierta esclava jugaba con un niño que
le habían entregado recientemente y que pertenecía á un rico
particular. Mientras jugaba el niño á su lado y cuando ella
había vuelto los ojos á otra parle, se acercó una vieja, cogió
el chiquillo, le abrió el vientre y se puso á comer carne cruda.
En pocos días fueron quemadas en Misr treinta mujeres, entre
las cuales ni una sola dejó de confesar que había comido mu­
chos niños. Ordinariamente eran mujeres las que suministraban
pruebas de los crímenes; lo que á mi ver, consiste en que las
mujeres tienen menos sagacidad que los hombres y no pueden
huir ni sustraerse á las pesquisas con tanta facilidad y pronti­
tud.....
Cuando se quemaba á un malhechor convencido de haber
comido carne hum ana, se encontraba al día siguiente su cadá­
ver devorado; le comían con tanta mejor gana, cuanto que sus
carnes asadas no exigían para comerse ser cocidas. Este furor
de comerse los unos á los otros se hizo tan común entre los
pobres, que la mayor parte perecieron de este modo. Se halla­
ban en un solo perol dos ó tres niños juntos. Un día se encon­
traron en una olla grande diez manos, como se cuecen las pa­
tas de los carneros..... Vióse en cierta ocasión una vieja co­
miendo un niño y excusarse diciendo que era su nieto, y que
más valía que le comiera ella que otra persona .... Por lo que
JOSÉ 617

hace al número de pobres que perecieron de hambre y de ne­


cesidad, sólo Dios puede conocerlo» (1).
En el año 457 de la égira hubo en Egipto un hambre terri­
ble, que llegó á amenazar la vida del mismo Sultán, según tes­
timonio de M a k rizi, traducido por Quatremére (2). Así que no
es extraño que los escritores árabes llamen á José «Perla de
los gobernadores», por haber librado al Egipto de los horrores
continuados de los siete años de hambre con sus previsoras
medidas.
No solamente en la edad moderna y en las épocas conocidas
hubo en Egipto grandes necesidades producidas por el poco
desarrollo de las crecidas del Nilo, sino también en las épocas
antiguas, según lo atestiguan los monumentos. Sobre el sepul­
cro de Am eni, en Beni-Hassan, que murió en el 43 de Osorte-
sen I y que había sido gobernador de Sah, se lee lo siguiente:
«No hubo hambre en mi tiempo; no se padeció hambre bajo
mi gobierno cuando hubo años de hambre, porque yo hice
cultivar todos los campos de Sah, al sur y al norte; yo hice
vivir á todos sus habitantes, ofreciéndoles productos, de manera
que nadie pereció de hambre» (3). En las instrucciones dadas
al rey Osortesen 1, que se atribuyen á Am enem het I, el autor
se gloría igualmente de haber matado el hambre de su pueblo,
diciendo: «Yo hice trabajar el país hasta A b u (E lejántina);
yo esparcí la alegría hasta A d h a (Delta). Yo soy el creador
de tres especies de granos, el amigo de N ep ra t (dios de los
granos). El Nilo, atendiendo á mis ruegos, me concedió la
inundación de todos los campos; en mi tiempo no hubo ham ­
bre» (4). «Es digno de notarse, dice Birch en el pasaje citado
arriba, que por aquella época se encuentran en los hipogeos

(1) Relación del Egipto, trad ucid a del árabe al francés por Sacy, pág. 360
hasta la pág. 369.
(2) Tomo II, pág. 401,
(3) B i r c h , H isto ry fr o m tlie M onum ents; E gypt.
(4) M á s p e r o , H istoria antigua de los pueblos de Oriente.
618 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

de Abydos los sepulcros de varios intendentes de granos colo­


cados al frente de los graneros reales. La mención de estos
empleados en las inscripciones jeroglíficas sugiere la idea de
que hubieran sido nombrados en años de hambre, para que to­
maran las oportunas medidas contra la repetición de semejan­
tes calamidades».
A Brugsch le ha parecido que una de las inscripciones de
los sepulcros de El-Kab se refería á los siete años de hambre
del tiempo de José. Trátase de un egipcio llamado B a b a , que
cuenta en los muros de su sepultura cómo durante un hambre
de muchos años pudo socorrer á su num erosa familia y tam­
bién á los habitantes del pueblo en que vivia. «Yo he sido,
dice, un corazón dulce, sin cólera; los dioses me concedieron
prosperidad sobre la tierra y mis conciudadanos me desearon
salud y vida en la ciudad de Kab, Apliqué el castigo á los mal­
hechores. Tuve hijos en mis días, en mi ciudad; porque yo
crié, entre grandes y chicos, cincuenta y dos hijos. Tenía para
cada uno una cama, una casita y una mesa; el número de
medidas de trigo y de cebada era de ciento veinte fanegas; la
leche se ordeñaba de tres vacas, de cincuenta y dos cabras y
de ocho pollinas; se consumía perfume á razón de un hin y
dos botellas de aceite. Si alguno se opone, afirmando que lo
que digo no es exacto, invoco al Dios M oni en testimonio de
que digo la verdad. Preparé todo esto en mi casa. Junté trigo,
amando al buen Dios, y estuve atento á la época de la semen­
tera. Habiendo sobrevenido ham bre durante muchos años,
he dado trigo á la ciudad en cada una de las épocas de ham­
bre» (1). Aunque la inscripción no lleva data, Brugsch cree
que pertenece á la dinastía XVIII, teniendo en cuenta la or­
nam entación del sepulcro y de la misma inscripción; y más
aún la fecha del sepulcro vecino, perteneciente á un oficial
llamado A ahm és que vivía bajo el reinado de Am osis, y tenía

(1) H isto ria de E g ip to, s e g u n d a ed ició n fra n c e sa , to m o I, p á g . 172.


por padre á un tal B a b a , contemporáneo y empleado del rey
R askenen. Pudo muy bien este Baba ser el mismo del sepul­
cro contiguo; y con tanta mayor razón puede referirse esta
época de años de ham bre á los siete del tiempo de José, cuan­
to que no solían ser muy frecuentes en Egipto las ham bres de
tanta duración.
Con su previsión había evitado José á los vasallos de Fa­
raón los horrores del hambre, y había consolidado el trono de
los Hyksos, cuya autoridad debía encontrarse harto debilitada
entre los egipcios. Hizo más aún el ministro de Apapi, pues
compró todo el reino y lo puso bajo la potestad del rey, h a­
ciendo á éste propietario de las tierras, cuyo usufructo cedió
á los antiguos poseedores. Fué este acto una medida política de
inmensa transcendencia, como se deja comprender, que debió
influir poderosamente en los futuros destinos del Egipto. Por
eso ha sido rudam ente combatida su verdad histórica por algu­
nos escritores de nuestros días. Sin embargo, el texto sagrado
está terminante y explícito, no cabiendo duda alguna en el sig­
nificado de aquellas palabras: E m itque Joseph omnem terram
/Egipti, vendentibus singulis possesiones suas prce m agnilu-
dine fam is. Subjecitque eam Pharaoni. Primero el dinero en
oro y plata; después los ganados, entre los cuales figura por
vez prim era el caballo, introducido en Egipto por ios Pastores,
según hemos dicho en el capítulo anterior, y últimamente las
tierras y las casas, exceptuando las que pertenecían al sacer­
docio, ya entonces exentas de tributación y gozando del pri­
vilegio de la inmunidad, desconocido y conculcado por los
políticos modernos, hijos del racionalismo. Además, los sacer­
dotes recibían del Erario real lo necesario para su subsistencia,
como lo dice el Génesis y lo confirman estas palabras del p a ­
piro Sallier: N en an-u su am a ahet-u enti satén p a . «No hay
escriba que no reciba su alimento de la casa del rey».
Eran frecuentes los mercados en Egipto y llenos de anima­
do n, permutándose las cosas unas por otras á falta de un co-
620 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

mún factor que sirviera para las transacciones; ya que en aque­


lla remota edad no se conocía aún la moneda, aunque ya había

empezado el uso de los metales que se cambiaban á peso por otras


JOSÉ 621

mercancías, sobre todo tratándose de bienes inmuebles, según


vimos en la compra de la cueva de M akpela, y cuando. Jacob
compró un campo cerca de Salém, pagó por él cien corderos.
Los sepulcros egipcios nos han conservado escenas de este gé­
nero, que nos ponen al corriente del modo de contratar. Uno
de la V dinastía (véase el anterior grabado), nos explica de qué
manera se arreglaban los súbditos de Faraón para proveerse
de las cosas necesarias ó convenientes (1).
Entregadas las tierras egipcias después de la compra á sus
antiguos dueños, quedaron éstos en la clase de colonos de Fa­
raón, á quien pagaban el quinto del producto, quedándose, por
disposición de José, con los cuatro quintos para atender á la
subsistencia de sus familias. «Todos estos detalles, escribe Gus­
tavo Eichthal, no pueden ser considerados como meras ficcio­
nes. No se juega así con la historia de un gran pueblo, vivien­
do á su lado y casi á su misma vista, cuando él puede oponer
incesantemente la autoridad de sus monumentos auténticos á
las relaciones imaginarias. Observad que el escritor sagrado
lleva la precisión hasta decir que se remonta á José el estable­
cimiento del impuesto del quinto sobre los productos de todas
las tierras de Egipto.....Herodoto refiere que Ramsés II, el gran

(1) E n el ángulo su perior de la d erecha está sentad o un vendedor delante de


una banasta, colocada sobre un soporte y conteniendo tres vasos. Los jeroglífi­
cos que acompañan indican laconvérsación habid a entre los compradores. «Este
sat, que es un licor m u y dulce, te viene bien»—dice el vendedor. «Tampoco te
estarán mal á tí este par de sandalias, que son m uy b u enas» —resp on de el otro.
Un tercero avanza hacia el primero, llevando un cofrecito. La escena del á n g u ­
lo superior izquierdo representa una mujer comprando un pez al vendedor, que
los tiene colocados en un cesto. L a compradora lleva á la espalda un cofre con
el contenido de lo que va á dar por el pez.
En el ángulo in ferior de la d erecha hay dos compradores fre n te á frente, y
en medio de ellos un canasto lleno de legumbres. «Dame lo qu e vale»—dice el
VPndedor al com p rad or más pró xim o—que lleva en la m ano derecha un ab a lo ­
rio y debajo del brazo un saquito; m ien tras el segundo com prador en treg a por
las legum bres un abanico qae lleva en la mano derecha y un fuelle que tiene en
la izquierda. El grabado del án g u lo izquierdo inferior re p re se n ta dos chala nes
en anim ada conversación y una mujer con un cofre á la espalda p a ra cambiarlo
por varias pre n d as de vestir que la pre senta otra colocadas en un azafate,
622 E G IP T O Y A SIR IA R ESU C ITA D O S

Sesostris, dividió el territorio de Egipto en porciones iguales


entre todos sus habitantes; y esta medida, que no parece, por
otra parte, haber tenido sino una duración efímera, supone un
estado anterior de indivisión, como había debido crearlo la
operación de José» (1).
. Cuanto sabemos del estado de la propiedad egipcia en una
época posterior confirma la relación de Moisés. El suelo de
Egipto, al decir de Diodoro de Sicilia, se hallaba dividido en
tres partes: la primera pertenecía á los sacerdotes y á los tem­
plos, la segunda á los reyes y la tercera á los soldados (2).
Aunque el Génesis solamente habla de la exención de los sa­
cerdotes y no de la de los guerreros, pudo ésta ser introducida
después de la muerte de José, acaso durante la larguísima gue­
rra que padeció el Egipto antes de la expulsión definitiva de los
Pastores. Según el testimonio deHerodoto, tenían derecho á po­
seer doce auroras (8) de tierras exentas de impuestos, que acaso
les servirían en lugar del estipendio que suelen recibir los solda­
dos. De manera que la masa del pueblo no podía llegar á ser
propietaria del suelo. En las inscripciones, dice Wilkinson (4),
jamás se ven otros propietarios que los reyes, los sacerdotes y
los guerreros.
La Egiptología coníirma, bien que indirectamente, el hecho
de la traslación de la propiedad del suelo egipcio á los Farao­
nes, aunque calla acerca de la persona que hizo semejante tras­
lación. Según sus enseñanzas, en el Antiguo y en el Medio
Imperio hubo una especie de feudalismo, bastante parecido al
de la Edad Media en Europa, turbulento con frecuencia y poco
dispuesto en más de una ocasión á reconocer la autoridad so­
berana. Los nomos venían á ser principados hereditarios colo-

(1) L a salida de E g ip to , pág. ‘28.


(2) 1-73. Lo mism o viene á decir E str a b ó n , XVII-3.
(3) La aurora valía 10.000 codos cuadrados, que vienen á ser unas 27 áreas
con 77 c entiáreas.
(d) Usos y costumbres de los antiguos egipcios, to m o I, pág. 263.
cados en las manos de las grandes familias, y pasaban de una
á otra por matrimonio ó por herencia, á condición de que el
poseedor nuevo recibiera la investidura del soberano reinante.
De esta organización político-social no quedan rastros en el
Nuevo Imperio íormado después de la expulsión de los Hyksos.
Debió haber recibido el golpe de gracia de mano de José, ha­
ciendo á Faraón propietario de todas las tierras de Egipto, con
la sola excepción de las tierras sacerdotales (1). Ramsés III,
en el gran papiro Harris, se da á sí mismo como propietario
de todo el suelo egipcio, diciendo: «Yo hice plantar en todo el
país árboles y arbustos y permití á los hombres que se senta­
ran á su sombra; yo hice vivir al país todo entero; miserables
rekliis, especie humana, mortales, hombres y mujeres. Yo
proveí de alimento al país que había sido despojado. El país
está bien arreglado durante mi reino. Trabajad por él (su hijo
Ramsés IV) como un solo hombre en toda clase de. trabajos.....
Haced por él todas las obras de vuestras manos. Para vosotros
será la recompensa por el alimento diario». Sobre lo cual esr
cribe Ghabas: «La recompensa prometida á los egipcios por su
trabajo es la subsistencia, que les será asegurada por Faraón.
Esta subsistencia, asegurada por el rey, era ordinariamente el
privilegio de los funcionarios del Estado y de los sacerdotes.
Generalizando, como lo hace Ramsés III, promete á todos la
extensión de este privilegio. Según la organización establecida
por José, todas las tierras -pertenecían á Faraón; y desde cierto
punto de vista era exacto el decir que el rey daba alimento á
todo su pueblo» (2).
Un racionalista francés, más de una vez citado en esta obra,
M. Julio Soury, tuvo atrevimiento para escribir: «El que José
haya hecho á su amo y señor propietario de todas las tierras

(1) Véase á L e d r a i n , Un gran señor fe u d a l en el E gipto M edio; y tam bién á


M a s p e r o en su H isto ria antigua de los pueblos de Oriente.
(2) Investigaciones acerca de la dinastía X I X , p á g . 68.
624 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

de Egipto, es un cuento maravilloso que sólo pudo hallar cabida


en la imaginación de un efraimita (como él cree que J u é el
autor de esta historia). Hay necesidad de recordar que loa
egipcios de todos tiempos conocidos eran propietarios de sus
bienes, pagando los tributos en especie, por ser desconocida la
moneda, tributos que recogían los escribas escoltados por guar­
dias armados del clásico bastón» (1).
Cuando al racionalismo le parece que una cosa no debe ser,
por más que conste su existencia con evidencia histórica, no la
admite; pues para eso es el racionalismo, para que cada cual
crea ó deje de creer los hechos históricos según sus conviccio­
nes propias, y no conforme á lo que arrojen de sí los datos de
que se sirve la crítica para admitir ó rechazar los hechos. Por
eso un profesor de H istoria de E sp a ñ a se propuso redactar
un curso de la misma conforme á sus convicciones (2), y por
la misma sinrazón el Sr. Soury llama cuento m aravilloso la
compra de las tierras de Egipto por José, y hace del escritor de
la vida del patriarca un efraimita, cuando todo el mundo sabe
que era un levita. Sin duda á estos racionalistas es preciso
creerlos por su honrada palabra; porque si buscamos el apoyo
de sus afirmaciones, no lo encontraremos ni entre los escrito­
res antiguos ni entre los modernos; ni en la tradición ni en los
monumentos recientemente publicados. «Cuéntase, escribe He­
rodoto (3), que el rey Sesostris dividió el suelo de Egipto entre
todos los egipcios, dando á cada cual una parte igual á la de
otros, é imponiendo á cada uno un tributo anual sobre las tie­
rras que le había donado». Cuéntase, dice el padre de la Histo-

(1) E tu d es sur les religions, pág. 72.


(2) D. Anselm o Arenas, profesor que fué de H istoria en el In s titu to de Ba­
dajoz, al principio del Curso de H istoria de E spaña. Este libro h a sido prohibido
por el Sr. Arzobispo de G ra n a d a y por el Sr. Obispo de Badajoz, y al autor se le
formó ex p e d ie n te p ara sepa rarle de la enseñanza, exp ediente que aún pende del
d ictam en del Consejo de In stru cción pública.
(3) 11-109.
625

ria; y aunque ese modo de expresarse no es de los que mere­


cen asenso entero por parte de la crítica, tampoco puede
rechazarse sin pruebas y sólo porque á un cualquiera se le a n ­
toje. Mucho más teniendo la autoridad de Moisés, que refiere
lo que hizo José cuando el hambre, y el testimonio del mismo
Herodoto que, no ya por referencias, sino de ciencia cierta ase­
gura, en conformidad completa con el escritor hebreo, que los
sacerdotes egipcios no pagaban la contribución territorial de los
demás terratenientes. Ahora bien; Sesostris (Ramsés II., como
veremos adelante) fué contemporáneo de Moisés y de raza
egipcia; no hubiera podido, por lo mismo, distribuir las tierras
entre sus súbditos, si éstas no le pertenecieran, como no podría
nuestro rey hacer tabla rasa de la propiedad de los españoles,
sin que, al intentarlo, rodara su trono hecho astillas.
La negación del hecho de la venta de sus tierras por los
egipcios y de la compra por el Tesoro real á cargo de José,
lleva implícita la negación de los siete años de escasez, y todo
el que no esté ayuno de noticias respecto al modo de ser
de aquel país, ha de convenir en que se repiten allí con harta
frecuencia las hambres prolongadas. Supuesto lo cual— que
ya queda demostrado con textos irrefragables,— ¿qué cosa más
natural que el vender las posesiones para no m orir de inani­
ción, como decían los egipcios á José? ¿No ocurre esto todos
los días en todas partes? ¿De qué le sirve al hombre la pose­
sión de tierras, si perece de hambre? ¿No dará todo cuanto
tiene por un pedazo de pan, si no halla otro medio de sus­
traerse á la dura necesidad?
Por otra parte, según la letra del texto sagrado, José no
desposeyó por completo de sus posesiones á los egipcios, lo
cual hubiera sido poco político; se las dejó como en feudo
para que reconocieran el dominio directo de Faraón, quedán­
dose ellos con el dominio útil, si bien el impuesto aumentó
en el doble, toda vez que sabemos por una carta de A m ene-
mccpt á P e n ta u r, que antes pagaban los egipcios el diezmo
626 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

de sus productos at rey; elevando José el diezmo hasta al quin­


to, no hizo en rigor sino aum entar la tributación, ligando más
y más los súbditos con el rey, al cual debían m ostrarse agra­
decidos porque pudiendo desposeerlos, se contentó con gra­
varlos.
La propiedad en Egipto no podía ser lo que entre nosotros,
ni aun lo que entre otros pueblos, que se hallan en distintas
condiciones, porque allí la fertilidad de los campos y la abun­
dancia consiguiente de las cosechas depende casi exclusiva­
mente de las crecidas del Nilo; y el que éstas fecundicen, en
vez de arrasar, las tierras laborables, obedece á los trabajos
de canalización y conveniente distribución de las aguas; tra.
bajos que por su magnitud no pueden ser obra de particula­
res, sino del Poder central, que dispone de recursos bastantes
para llevarlos á término feliz. Así es que el interés general
pide y exige que el tal poder tenga sobre la propiedad dere­
chos especiales, que no se ven en otros países. «Si la propie­
dad rural, escribe con mucho acierto Michand, fué siempre
precaria en esta tierra, no hay que buscar la causa de ello
solamente en las violencias del despotismo, en las revolucio­
nes y en la crueldad de los bárbaros. Exam inando con aten­
ción á qué es debida la fertilidad ó la esterilidad del suelo, se
concibe bien que la propiedad de las tierras no ha podido es­
tar sometida á las mismas condiciones - y á las mismas leyes
que en otras comarcas. En otros puntos, la propiedad territo­
rial recibe todo su valor de la naturaleza y disposición de los
terrenos, de la influencia y de las lluvias del cielo, del traba­
jo y de la industria del hombre. Aquí todo viene del Nilo, y
las tierras, con sus ricas producciones son, para servirnos de
una expresión de Herodoto, un verdadero regalo del río. Sin
embargo, para que el Nilo derram e sobre el Egipto sus bene­
ficios, necesita de una m ano poderosa que abra canales y pue­
da dirigir sus aguas fecundantes; la distribución de las aguas
del río exigía el concurso del Poder público y de la autoridad
José G27

soberana; era preciso que interviniera el poder de los Gobier­


nos, y la necesidad de esta intervención debió cambiar y m o­
dificar de alguna m anera los derechos de la propiedad terri­
torial.
«Paréceme que podría compararse la cultura del territorio
egipcio, tal cual ha sido constituida en el trascurso de los siglos,
á una gran industria, cuyo resultado depende de la protección
y aun de los privilegios que la hubieran concedido. El Egipto,
con sus tierras, sus canales y todos los medios industriales que
emplea para sus mieses, podría considerarse como una vasta
manufactura, como una inmensa fábrica, donde se elabora tri­
go, algodón, etc. Si esta manufactura no hubiera sido podero­
samente secundada, es bastante probable que no habría produ­
cido nada. Si los labradores desde el principio hubieran estado
reducidos á sus propias fuerzas, ¿qué poderosa justicia habría
repartido las aguas, que son el principio de la propiedad, ó me­
jor dicho, la misma propiedad? ¿Qué voz habría podido decir á
los agricultores: Permaneced en vuestros límites, y al desierto:
No pases adelante? Añadid que los habitantes de Egipto fueron
siempre un pueblo indolente, y que el calor del clima les ha
preparado para la ociosidad. Si las tierras hubieran perteneci­
do á los cultivadores, de creer es que una gran parte hubiera
permanecido inculta» (1).
La tradición, según hemos visto al principiar este capítulo,
atribuye á José una parte de la canalización del Nilo. Probable
y casi seguro es que no se engañe en esta parte la tradición, y
que el canal conocido por el nombre de José haya sido abierto
por este ministro de Apapi. Ue cualquier modo que ello sea, no
debemos juzgar la conducta de un ministro egipcio de hace casi
4.000 años, por los usos de hoy y las costumbres del Occiden­
te. Y eso que los romanos, que se consideran como padres del
derecho, no dejaban á los vencidos la propiedad de sus tierras.

(1) Corrcspondence d'O rient, tom o VIH, carta l(i?, pág. 63.
628 EG IPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

«El suelo de las provincias, dejó consignado el jurisconsulto


Cayo, pertenece en propiedad al pueblo romano ó al César;
nosotros solamente tenemos el usufructo» (1). Y Séneca el fi­
lósofo atestigua que «por derecho civil todo pertenece al rey y
lo que el rey posee universal mente se divide entre diferentes
poseedores» (2). Lo que hicieron los romanos, habían hecho
igualmente los antiguos conquistadores, y después de ellos los
bárbaros, que se apoderaron de las propiedades de los latinos,
aunque dejando á éstos el cargo del cultivo. Los egipcios eran
los vencidos y los Hyksos vencedores; así es que hubieran po­
dido por derecho de conquista apoderarse de las posesiones
de aquéllos; pero la moderación de José no consintió en despo­
jar á los vencidos; quiso mejor comprarles sus fincas, pagán­
dolas en trigo.
Volvamos á copiar áM ichand, que escribe á propósito de la
propiedad territorial de Egipto: «En toda la Turquía se ignora
lo que es la posesión de tierras. No encontré ni en Esmirna,
ni en Constantinopla, ni en toda el Asia Menor un pachá, un
bey, un gran señor que contara las tierras cultivadas en el nú­
mero de sus riquezas; fuera de algunos militares, á quienes el
Gobierno concede una protección particular, no se conoce lo
que nosotros llamamos dominios territoriales, tierras de las que
se pueda afirmar y hacer valer con alguna ventaja. Los habi­
tantes de los pueblos viven en la campiña sin apenas cuidarse
de saber á quién pertenece el suelo que les sostiene. Las tierras
de mayor fecundidad no se venden y jam ás se valúan más que á
medio precio. En todas las provincias otomanas, cuando se quie­
re gozar de alguna seguridad en las posesionesy se las quiere dejar
en herencia á sus hijos, se las entrega casi siempre á una mez­
quita. Han venido á ser las mezquitas como una compañía de
seguros para todas las propiedades que alumbra el sol y que
el poseedor no puede ocultar. No quiero decir con esto que la
(1) In s tit., I I - 7 .
(2) D e B eneficiis, V II -5.
propiedad sea enteramente desconocida; pero las precauciones
que hay que tomar para asegurar su disfrute prueban por lo
menos que es poco respetada y que se la mira como una de
aquellas cosas dejadas al cuidado de la Providencia. Por lo de­
más, la propiedad territorial no es más respetada por el pueblo
que por los Gobiernos. En todo mi viaje observé que no tienen
escrúpulo en apropiarse lo que la tierra produce. Y esto hace
que el territorio de Stambul, que se cubriría de mieses si fuera
cultivado, esté casi enteramente inculto, y que la capital de un
gran imperio se halle rodeada de un desierto de muchas leguas.
El labrador no defiende sus frutos contra las depredaciones, $n
los sitios donde se establece, como no las defiende contra las
nubes ó contra los pájaros del cielo. En nuestros paseos alrede­
dor del Cairo hemos visto con frecuencia á nuestros arrieros
arrojarse á los campos frutales ó sembrados de legumbres,
sacar de ellos cuanto se les antojaba y volverse tan tranquilos
á la ciudad cargados de botín, siendo esta especie de latrocinio
casi continua y quedando impune casi siempre» (1).
Si nos limitamos al Egipto contemporáneo, veremos que allí
los labradores no son de ningún modo dueños de sus tierras,
pues el khedive es el único señor de todo el territorio, según
testifica Ebers (2), y los paisanos no tienen más propiedad que
sus bueyes, sus arados, sus palomares, y algunas pequeñas
parcelas de terreno alrededor de los pueblos. «Los cuatro
millones de fellahs que habitan el Egipto se agitan y trabajan
por un solo hombre, el khedive, que representa y absorbe él
solo el Egipto entero. El agricultor, raza antigua que se resiste
á las revoluciones de los siglos, no se pertenece á sí mismo,
como tampoco le pertenece el suelo que trabaja; nacido para
obedecer, pagar y producir sin descanso, carece por completo
de voluntad.....El fellah egipcio es una bestia de carga, ni más

(1) O b r a c it a d a , t o m o VII, pag. 66.


(2) Durch Gosen Z u m S in a i, pag. 4S8.
630 E G IP T O Y A S I R I A R E SU C IT A D O S

ni menos.....El khedive es el amo general de aquella tierra» ( I).


Lo que sucede hoy sucedía en tiempo de los mamelucos, y los
infelices fellahs no han variado de fortuna aunque hayan cam­
biado de gobierno, y al m udar de amos no hicieron sino per­
mutar una esclavitud por otra.
Compárense estos modos de proceder de los amos de Egip­
to en nuestros días con lo que hizo José hace tantos siglos, y
se verá que todas las ventajas están de parte de éste, hasta el
punto de que el racionalista alemán Ewald asegura que «sería
insensatez hacer cargos á José por su conducta y que la cosa
e,s tan clara que no necesita de pruebas» (2).
Terminaremos con una observación que demuestra hasta
qué punto está impregnado el Pentateuco de ideas egipcias, ó
si parece mejor, hasta qué punto concuerdan unos con otros
los libros de Moisés. En el capítulo XXV del Levítico se prohí­
ba la venti de las t'erras, fundándose en que sólo Dios era el
propietario y los israelitas colonos de Dios. ¿Era esto una re­
miniscencia de lo que ocurría en Egipto cuando se crió Moisés,
ó era la sanción de lo practicado por José en tiempo de Apapi?
Otros lo dirán; á nosotros nos basta consignar el hecho (3).

A R T ÍC U L O V III

La muerte.

Ciento y diez años tenía José (4) cuando se cumplió el


tiempo de su peregrinación sobre la tierra, y como era de edad

(1) N i n e t , L a culture des terres en Egi/pte, en la Revista de Ambos Mundos


de l." de Diciem bre de 1875.
(2) Geschichte des Volkes Israels (H istoria del pueblo de Israel), 3 . a edición,
tom o I, pág. 593. A dvirtam os de paso que E w ald justifica la co n d u cta de José y
p ru eba la au tenticidad del relato mosaico á él relativo, fu n d á n d o se únicamente
en citas y testimonios de a u to re s clásicos griegos.
(3) T c rri quoque non vendetur in perpetuum-, quia mea est, et vos advenae et
coloni mei estis. Levít., X X V -23 .
(4) Génesis, cap. L-25.
josé 631

de treinta cuando Faraón le nombró su primer ministro (1), no


habiendo dejado de serlo durante su vida (2), resulta un go­
bierno de 80 años, en que el Egipto estuvo sometido á su
autoridad y él cuidó de sus hermanos, viendo, según la bellísi­
ma expresión bíblica, nacer sobre sus rodillas á los hijos de
Machir, su nieto por Manasés y hasta la tercera generación
de los de Efraim (3). No deja de ser curioso el que la edad de
la decrepitud, según la contábanlos egipcios, fuera precisamente
de 110 años. Así nos consta de varios documentos antiguos,
como la oración dirigida al dios Arnmon por Bokenchons y el
papiro de P tah-H otep (4).
El último acto de la vida de José fué recomendar á sus her­
manos que, cuando después de su muerte Dios los visitara,
llevasen consigo sus huesos y les diesen sepultura en Palesti­
na, como lo hicieron según nos consta del Exodo (5) y del li­
bro de Josué (6). Convenientemente preparado y embalsamado
según la costumbre egipcia, fué puesto en su caja y depositado
en un sepulcro provisional en medio de sus hermanos, hasta
que llegara la ocasión de trasladarle á Sichem con los restos
de los doce patriarcas hijos de Jacob.
Este, cumplidos 147 años, después de 17 de residencia en
Egipto y de bendecir primero á los hijos de José y después á
todos los suyos con bendiciones propias como dice Moisés, es
decir, con bendiciones que eran al mismo tiempo como un
compendio histórico de la significación de la tribu á que daban
nombre, recogió los pies y compuso su cuerpo, expirando en la
paz del Señor y siendo agregado á su pueblo. Hay en la última
visita hecha por José á su padre enfermo una circunstancia

(;) Génesis, X L I-46 .


(2) Génesis, L-20.
(3) Génesis, ibidem .
(4) Gua ba s , Misceláneas egiptológicas, 2.a serie, pág. 2:31.
(5) « T u lit quoque Moisés ossa Joseph secumn, X III-19.
(fi) «Ossa quoque Joseph, quae tu lera n t fi l i i Isra el de JEg'ypto, sepelierunt in
Sichem , in p a rte agri quam em erat Jacob á filiis H em o r».
632 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

notable que conviene consignar aquí. Llamó Jacob á su hijo


para pedirle que no le enterrara en Egipto, sino que le llevara
al sepulcro de sus mayores en Hebrón, y le exigió juramento
de que así lo haría. José, siguiendo la tradición patria, colocó
su mano derecha debajo del muslo de su padre y juró por el
Dios de Abraham é Isaac, que cumpliría fielmente la última vo­
luntad de Israel, quien á su vez, como queriendo indicar el
respeto á la autoridad de Faraón, representada en su hijo, ado­
ró la extremidad del bastón que José tenía en la mano.
Nuestra Vulgata, siguiendo la lección de los masoreías h a m .
mattcih «lecho», traduce diciendo (1): «Adoró Israel á Dios,
vuelto á la cabecera de la cama», mientras que San Pablo, en
la carta á los hebreos aceptando como mejor la lección de los
70, escribe: «Por la fe Jacob, al morir, bendijo á cada uno-de
los hijos de José y adoró la extremidad de J a vara de éste» (2)
ham -m ateli; palabras que fácilmente se confunden por ser
casi idénticos los elementos que las componen; pero que hoy
reciben nueva luz y más fácil interpretación con el conocimien­
to de las costumbres egipcias adquirido en el estudio de los
monumentos. «Pronunció entonces (el acusado), escribe á este
propósito Chabas, el juramento ordinario: «Por la vida del
Señor, vida, santidad, fuerza, golpeándose la nariz y las orejas
y poniéndose sobre la empuñadura del bastón». Trátase del
bastón, insignia habitual délo s jueces, que el magistrado tenía
extendido durante el interrogatorio. El detenido mostraba con
esta actitud y por sus gestos la sumisión hacia el magistrado
y el conocimiento que tenía de los castigos en que había incu­
rrido.... La historia del patriarca José en la Biblia está muy
impregnada de las ideas egipcias y nos presenta un episodio,
que tiene cierta analogía con el que acabamos de analizar. Sin­
tiendo próximo su fin, Jacob hizo jurar á su hijo que no le en-

(1) Génesis, X L V II- 3 1 .


(2) X I-21.
633

terraría en Egipto. José prestó el juramento como los antiguos


hebreos, es decir, colocando su mano debajo del muslo de su
padre; pero Jacob, no desconociendo la importancia del gober­
nador de Egipto, hecho el juramento, se inclina sobre la em­
puñadura del bastón de su hijo» (1).
Poco después bendijo el patriarca á sus doce hijos, y termi­
nada la bendición murió en presencia de ellos; lo cual, visto
por José, se arrojó sobre el cadáver de su padre abrazándole y
besándole en medio de lágrimas y sollozos. Mandó luego á sus
médicos que embalsamaran el cuerpo, operación que duró,
según la costumbre egipcia, 40 días, y el luto de Egipto por la
muerte del padre del virrey 70 días. Terminado el tiempo del
luto, pidió permiso José á Faraón para cumplir el juramento
que había prestado de llevar á su padre al panteón de familia
comprado por Abraham cerca de Mambre; obtenido el cual,
salieron los hermanos de José y los principales egipcios con
carros y caballos hasta llegar á la era de Atad, donde celebra­
ron las exequias por espacio de siete días, siendo tan grande
el llanto, que los cananeos dieron en llamar aquel lugar «llanto
de Egipto», nombre con que fué conocido en adelante aquel
campo.
En esta relación, tomada del capítulo último del Génesis, te­
nemos un compendio de las costumbres egipcias relativas al
embalsamamiento y cuidado de los cadáveres humanos; por
más que la costumbre de embalsamar no se limitara en aquel
pueblo á la especie humana, sino que se extendía á casi todo
el reino animal, aunque no con tanta generalidad como á los
hombres, cuyos cuerpos eran tratados con gran respeto y vene­
ración después de la muerte, aunque se gastara en las ceremo-
nias y preparaciones de la sepultura más ó menos tiempo y
dinero, según la clase y categoría social del difunto.

(1) Un robo en los hipogeos de Egipto, en las Misceláneas, serie I I I , tom o I


pág. 91.

'
634 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

Del gran número de médicos egipcios ya nos habló el histo­


riador de Halicarnaso, consignando de paso que todos eran es­
pecialistas (1), y en nuestros días se han encontrado algunos
papiros de medicina, que nos ilustran sobre los conocimientos
de Misraim en el arte de curar. El embalsamamiento es anti­
quísimo en Egipto y trae su origen de la fe en la vida futura y
en la resurrección de la carne, ó en el «día del rejuveneci­
miento», como le llaman los egipcios.
Habiendo sido embalsamados los cuerpos de Jacob y de José,
daremos algunas noticias acerca de las costumbres egipcias re­
lativas á este particular. Muerto un jefe de familia, todas sus
mujeres se cubrían la frente de ceniza y polvo en señal de
duelo y llevaban exparcidos los cabellos por las calles de la
ciudad, haciendo una cosa parecida los maridos con respecto á
sus mujeres difuntas. Pasadas estas primeras manifestaciones
de duelo, era entregado el cuerpo á los embalsamadores, espe­
cie de sacerdotes de un orden inferior. En las grandes ciuda­
des se preparaban á un tiempo muchos cadáveres, sobre todo
de los pobres, que constituyen siempre en toda sociedad el
mayor número, embalsamándoles á la vez con las materias
prevenidas de antemano, siendo bastante distintas las operacio­
nes, según lo requerían los parientes, que podían gastar más ó
menos en la operación. El modo menos dispendioso de hacerlo
consistía en puriñcar el interior del cuerpo con drogas de ínfi­
mo precio y disecar las carnes teniéndolas por espacio de se­
senta días sumergidas en anatrón y envolviendo después todas
las partes del cadáver con telas ordinarias para llevarle á se­
guida al enterramiento público.
Las personas de distinción gastaban en el cuidado de los
cadáveres sumas considerables, y la operación de embalsamar
era harto complicada, según lo testifica Herodoto en el lugar
citado. Hacíase en prim er lugar la extracción de la masa en-

(1) H erodoto, 11-84.


635

cefálica por medio de un instrumento encorvado que se intro­


ducía por la nariz, llenando la cavidad craniana de betún lí­
quido muy puro, que se endurecía al enfriarse. También se
operaba la extracción de los ojos, en cuyo lugar colocaban
otros de esmalte. Con un cuchillo de piedra se hacía una inci­
sión en el lado izquierdo del vientre, y por allí sacaban los in ­
testinos y las visceras; lavando con mucho esmero la cavidad
abdominal con pociones de vino de palmera ó de aromas, para
llenarla de mirra, de láudano y otros perfumes mezclados con
joyas y objetos de religión, como amuletos y figuritas de los
dioses, construidas en metales preciosos y en piedras duras y
preciosas. Preparado así el cuerpo, se le depositaba en anatrón
por espacio de sesenta días, donde las partes blandas desapa­
recían, quedando solamente la piel pegada á los huesos,
como es de ver en las momias que se conservan en todos los
museos de Europa, entre ellos el de Historia Natural de Madrid.
Llegaron tan adelante los egipcios en materia de embalsama­
mientos, que lograron conservar la flexibilidad y elasticidad
natural de los miembros, por medio de inyecciones, en las
venas, de un líquido particular, cuya composición nos es des­
conocida.
Mientras el cuerpo se iba momificando metido en el baño
de anatrón, los médicos preparaban los intestinos y las visce­
ras, tratándoles por el betún en ebullición, y envolviendo se­
paradam ente el cerebro, el corazón y el hígado en un lienzo,
eran depositadas estas partes del cuerpo en cuatro vasos, más
ó menos preciosos, conocidos con el nombre de Canopes, lle­
nos previamente de asfalto derretido al fuego. La materia de
que se hacían los canopes variaba según la fortuna y los gus­
tos de los deudos del finado; y unas veces estaban hechos de
alabastro, otras, las más, de arcilla, y también de otras dife­
rentes materias. La forma es la de un cono y cada vaso está
coronado por la cabeza de un genio de A m entl ó m orada de
los muertos: A m set, con cabeza de hombre, H a p i, con cabe-
E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

za de cinocéfalo; %ebsennuf¡ con cabeza ríe milano, y Duo-


moief, con cabeza de chacal. Al primero se le consagraban
el estómago y los intestinos gruesos; los delgados al segundo;
el hígado al tercero; los pulmones y el corazón al cuarto. Los
canopes tenían á su vez un dios protector cada uno, siendo
éstos Isis, N ephthys, N eith y S elk. Todas las operaciones de
embalsamamiento llevaban aparejadas preces rituales que se
encuentran y pueden verse en el R itu a l de em balsam am ien­
to, y eran recitadas por un sacerdote, H erheb. Ya se com pren­
de que José eliminaría del embalsamamiento de su padre y los
hijos de José del de éste, cuanto había de supersticioso é ido­
látrico en las operaciones egipcias para preparar los cadáveres.
Pasados los sesenta días de inmersión en anatrón, se sacaba
el cuerpo para darle sepultura en el panteón de familia ó en
los hipogeos públicos. Pero antes era preciso envolver con mu­
cho cuidado todas y cada una de las partes del cadáver en te­
las más ó menos finas, atendida la posición social del difunto.
Comenzaban envolviendo los dedos de la mano en tiras estre­
chas, y después la mano y el brazo en otras un poco más an­
chas, y por último, todo el cuerpo. Estas tiras ó vendas no eran
todas de la misma tela, sino que empezaban por las más del­
gadas, que estaban en contacto inmediato con la piel, y sobre
éstas colocaban otras más bastas. No era infrecuente que las
tales vendas, preparadas de antemano en los templos, estuvie­
ran escritas con textos sagrados tomados del libro de los muer­
tos, unas veces con caracteres jeroglíficos y otras con hieráti-
cos, y siempre iban impregnadas de perfumes preciosos, como
resina, agua de rosas ó bálsamo.
Para que se pueda formar una idea de la enorme cantidad
de tela necesaria para amortajar un cadáver á estilo egipcio,
recordaremos que Mariette midió la longitud de las vendas de
una momia distinguida y halló que su longitud era de casi cin­
co kilómetros. Tratándose de momias cuidadas con mucho es­
mero, se doraban las uñas de los pies y de las manos, y se
JOSÉ 637

cubrían los ojos y la boca con planchas de oro y aun toda la


cara estaba oculta por una mascarilla de oro. Las manos de
las mujeres las colocaban cruzadas sobre el pecho, según se
ve hoy mismo en las pintaras qae adornan los féretros y en las
momias conservadas en ellos; pero las de los hombres queda­
ban extendidas á los costados y algunas veces el brazo iz­
quierdo va á tocar á la espalda derecha. Era además frecuen­
tísimo que las momias estuvieran adornadas con alhajas precio­
sas, collares de oro y anillos; lo cual provocaba violaciones y
robos desde tiempos muy antiguos, según es de ver en las M is­
celáneas erjiptológicas de Chabas.
Preparados convenientemente los cadáveres, eran colocados
en sarcófagos adornados de pinturas y esculturas, de madera
de sicómoro ordinariamente, de granito gris ó rojo, y también
de basalto. Los personajes de alto rango solían llevar dos ó
tres cajas metidas una en otra y ornamentadas con pasajes del
libro de los muertos relativas á la vida de ultratumba. Este li­
bro, que es antiquísimo, viene á ser una colección de preces
dividida en ciento sesenta y cinco capítulos y destinada á ser­
vir de salvaguardia á las almas en la otra vida, antes de llegar
al juicio final. Por eso se colocaba en cada féretro un ejemplar
más ó menos completo con estatuitas y joyas de toda especie,
cabellos é instrumentos de diversas profesiones, y sobre todo
escarabajos, emblemas de la inmortalidad. Uno de éstos era
colocado dentro de la cavidad torácica en lugar del corazón,
que para los egipcios era el sitio de la conciencia. A este esca­
rabajo se le envolvía en el capítulo XXX del R itu a l fu n era rio ,
donde se lee: «Oh corazón, corazón que me viene de mi madre,
corazón mío de cuando yo estaba sobre la tierra: 110 te levan­
tes como testigo; no luches contra mí en el juicio divino; no
me hagas cargos delante del Dios grande (1). Los padres y
(1) M a s p e r o ., Historia antigua de los pueblos de Oriente. P a ra conocer las
diferentes especies de momificación, puede consultarse á Mariette en su Noticia
de los principales monumentos del Museo de la antigüedad egipcia de Boulaq, pár
gina 36-49 de la segunda edición.
636 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

za de cinocéfalo; '% ebsennuf, con cabeza de milano, y Dúo-


moief, con cabeza de chacal. Al primero se le consagraban
el estómago y los intestinos gruesos; los delgados al segundo;
el hígado al tercero; los pulmones y el corazón al cuarto. Los
canopes tenían á su vez un dios protector cada uno, siendo
éstos Isis, N ephthys, N eith y S elk. Todas las operaciones de
embalsamamiento llevaban aparejadas preces rituales que se
encuentran y pueden verse en el R itu a l de em balsam am ien­
to, y eran recitadas por un sacerdote, H erheb. Ya se compren­
de que José eliminaría del embalsamamiento de su padre y los
hijos de José del de éste, cuanto había de supersticioso é ido­
látrico en las operaciones egipcias para preparar los cadáveres.
Pasados los sesenta días de inmersión en anatrón, se sacaba
el cuerpo para darle sepultura en el panteón de familia ó en
los hipogeos públicos. Pero antes era preciso envolver con mu­
cho cuidado todas y cada una de las partes del cadáver en te­
las más ó menos finas, atendida la posición social del difunto.
Comenzaban envolviendo los dedos de la mano en tiras estre­
chas, y después la mano y el brazo en otras un poco más an­
chas, y por último, todo el cuerpo. Estas tiras ó vendas no eran
todas de la misma tela, sino que empezaban por las más del­
gadas, que estaban en contacto inmediato con la piel, y sobre
éstas colocaban otras más bastas. No era infrecuente que las
tales vendas, preparadas de antemano en los templos, estuvie­
ran escritas con textos sagrados tomados del libro de los muer­
tos, unas veces con caracteres jeroglíficos y otras con hieráti-
cos, y siempre iban impregnadas de perfumes preciosos, como
resina, agua de rosas ó bálsamo.
Para que se pueda formar una idea de la enorme cantidad
de tela necesaria para amortajar un cadáver á estilo egipcio,
recordaremos que Mariette midió la longitud de las vendas de
una momia distinguida y halló que su longitud era de casi cin­
co kilómetros. Tratándose de momias cuidadas con mucho es­
mero, se doraban las uñas de los pies y de las manos, y se
JOSÉ 637

cubrían los ojos y la boca con planchas de oro y aun toda la


cara estaba oculta por una mascarilla de oro. Las manos de
las mujeres las colocaban cruzadas sobre el pecho, según se
ve hoy mismo en las pinturas que adornan los féretros y en las
momias conservadas en ellos; pero las de los hombres queda­
ban extendidas á los costados y algunas veces el brazo iz­
quierdo va á tocar á la espalda derecha. Era además frecuen­
tísimo que las momias estuvieran adornadas con alhajas precio­
sas, collares de oro y anillos; lo cual provocaba violaciones y
robos desde tiempos muy antiguos, según es de ver en las M is­
celáneas egiptolúgicas de Chabas.
Preparados convenientemente los cadáveres, eran colocados
en sarcófagos adornados de pinturas y esculturas, de madera
de sicómoro ordinariamente, de granito gris ó rojo, y también
de basalto. Los personajes de alto rango solían llevar dos ó
tres cajas metidas una en otra y ornamentadas con pasajes del
libro de los muertos relativas á la vida de ultratumba. Este li­
bro, que es antiquísimo, viene á ser una colección de preces
dividida en ciento sesenta y cinco capítulos y destinada á ser­
vir de salvaguardia á las almas en la otra vida, antes de llegar
al juicio final. Por eso se colocaba en cada féretro un ejemplar
más ó menos completo con estatuitas y joyas de toda especie,
cabellos é instrumentos de diversas profesiones, y sobre todo
escarabajos, emblemas de la inmortalidad. Uno de éstos era
colocado dentro de la cavidad torácica en lugar del corazón,
que para los egipcios era el sitio de la conciencia. A este esca­
rabajo se le envolvía en el capítulo XXX del R itu a l funerario,
donde se lee: «Oh corazón, corazón que me viene de mi madre,
corazón mío de cuando yo estaba sobre la tierra: no te levan­
tes como testigo; no luches contra mí en el juicio divino; no
me hagas cargos delante del Dios grande (1). Los padres y
(1) M a s p e b o ., Historia antigua de los pueblos de Oriente. P ara conocer las
diferentes especies de momificación, puede consultarse á Mariette en su Noticia
de los principales monumentos del Museo de la antigüedad egipcia de Boulaq, p á ­
gina 36 -d fJ de la segunda edición.
638 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

deudos del finado acompañaban religiosamente al difunto á su


última morada, «la casa d é la eternidad» como ellos dicen,
imitando una frase bíblica (1), con grandes llantos y muestras
de sentimiento á estilo oriental, del que apenas podemos for­
mar idea los europeos, acostumbrados á otras formalidades
muy distintas (2).
Conocidas las principales ceremonias usadas por los egip­
cios en el cuidado de sus cadáveres, no es difícil formarse idea
de lo que ocurriría en Egipto á la muerte de Jacob, y mucho
más cuando tuviera lugar la de José, á quien todo el reino era
deudor de tantos beneficios. La primera, descrita por Moisés
con alguna mayor latitud, produjo en los cananeos que la pre­
senciaron, tan grande impresión, que llamaron al campo de
Atad, donde tuvieron lugar las últimas demostraciones de duelo,
A bel M israim «llanto de Egipto»; de las ceremonias en el en­
terramiento de José practicadas, nada dice el escritor inspirado,
dejándolas á la consideración de sus lectores, después de haber
apuntado lo sucedido con el cadáver de Jacob. ¡Quién sabe si
un día no lejano podrán abrirse ambos sepulcros y encontrarse
en ellos algo ó mucho de lo que dejamos indicado!
El cuerpo de Jacob descansa al abrigo de la guardia musul­
mana en la cueva de Makpela, cerca de Mambre; el de José se
ve en Sichem donde fué depositado por Josué y por raro acuer­
do de judíos, turcos, samaritanos y cristianos que habitan
aquella región, se señala un monumento, no muy antiguo,
como sepulcro del ministro de Apapi. Pudiera serlo, por más
que posteriormente se levantara el monumento actual, fuera

(1) Ib it homo in domum aeternitatis suac., ct circuibunt in platea plangcntes.


Eccle., XI1-5. E sta frase del Eclesiastes, d a n d o por sup ue sto que Salomón sea el
autor de este libro, según com ú n m en te se cree, ó por lo menos a u to r de las sen­
tencias contenidas en el mismo, au nq ue fuese otro el com pilador, podría ser
considerada como frase egipcia, d ad as las íntim as relaciones del rey Sabio con
la corte de Faraón, de donde llevó la principal de sus mujeres.
(2) Véase lo que hemos dicho en el capítulo an terio r al t r a ta r de la muerte
de Sara, y au n lo que refiere el Génesis relatando el duelo de los egipcios en la
m u erte de Jac ob .
639

por los judíos, ó fuera también por los cristianos. A aquéllos


echaba en cara el Salvador el que edificaban memorias á los
profetas (1). Una inscripción en inglés da testimonio de haber
sido restaurado por los cuidados de M. Rogers.
Inútil sería, después de lo dicho, insistir en el carácter his­
tórico de la vida de José, tal como nos ha sido transmitida
por Moisés; tanto más, cuanto que los racionalistas alemanes
modernos no se atreven ya á negarlo, en vista de las enseñan­
zas de la Egiptología, que confirma una por una todas las cir­
cunstancias referidas por el escritor sagrado. Por eso Ebers, á
quien más de una vez hemos citado, tuvo la franqueza de es­
cribir en el prefacio de su primer volumen sobre E l E gipto y
los libros de M oisés estas significativas frases: «Espero sin
duda atraerme la benevolencia de cierto número de amigos de
la Biblia; mas por otra parte, no puedo disimular que tendré
que sufrir acerbas críticas. Ofrezco, por decirlo así, contra mi
voluntad y al mismo tiempo de buen grado, á los que quieren
cerrar las puertas de la Escritura Santa á la crítica libre, mu­
chas cosas que les serán agradables; porque yo demuestro que
la historia de José en p a rtic u la r, aun en sus menores deta­
lles, p inta m uy exactam ente el estado del antiguo E g ip to » (2).
Pero, como nadie se convence si se empeña en cerrar los
ojos á la luz, el racionalismo, vencido en el terreno de la Egip­
tología y confesando á regañadientes que cuanto se lee en el
Génesis á propósito de José es exactísimo, busca otra salida
y pretende que esta historia no tiene la fecha que le atribuye
nuestra Biblia, sino que fué redactada muy posteriormente,
aunque sin atreverse á fijar de una manera cierta el tiempo
de su composición.
Así el escritor francés, que ya hemos citado varias veces,
M. Soury, da por resuelto que la historia de José fué escrita
en tiempo de los reyes por un efraimita, copiando, aunque
(1) Lucae, XI-47.
(2) JEgypten und (lie Bücher Mose's, pág. X I- X II.
640 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

no le nombra, al racionalista alem án Noldeke. ¿Cómo se atre­


ve Soury á negar la verdad histórica de José después de haber
confesado, como lo hace y de ello hemos dado algunas mues­
tras, que no hay una sola circunstancia en aquella narración
que no se vea comprobada por la Egiptología? Nos lo dirá un
amigo suyo conocedor de sus flaquezas, cuando escribe:
«M. Soury se semeja pasmosam ente á Renán, y su mayor
ambición consiste en parecérsele..... M. Soury está dispuesto
á las hipótesis más nuevas y arriesgadas como si fueran ver­
dades inconcusas.....Su estilo tiene algo del resplandor del es­
tilo oriental, de sus tintas mórbidas y malsanas (1)».
Olvídase el racionalista francés de la imposibilidad en que
había de encontrarse un escritor del tiempo de los reyes sin
comunicación con el Egipto y sin nociones de arqueología
egipcia, para describir el imperio faraónico con la exactitud y
precisión con que lo hace Moisés, educado en el mismo palacio
real. Buena prueba de ello es, por no citar otras, el mismo
Soury, que en la historia de José, da batacazos tan enormes
como el afirmar con el mayor aplomo, que la túnica de varios
colores vestida por el santo mancebo cuando sus herm anos le
vendieron, era la misma con que se presentó á la mujer de
Putiíar, cuando ésta quiso comprometerle al pecado (2). Y
sin embargo, aquella túnica había sido enviada por los her­
manos de José al patriarca Jacob, como prueba de que una
fiera había devorado á su hijo (3).
Este enorme tropezón de un escritor, que tiene el Génesis
sabido de memoria, demuestra evidentemente lo imposible de
hacer una historia con exactitud, no viviendo en medio del
pueblo cuyos hechos se refieren. De la historia de José, dice

(1) M o n o d , L e ttre á l’Academ y, 10 M arzo de 1877.


(2 ) «Joseph s'est echappó abandonncint sa robe, c e t t e f a m k u s e r o b e qui a
dejá causé la jaulosic de sea f reres, l'a f a i t vendre comme esclave et f a i t passer
p o u r m o r tt. E tud es historiques, pág. 165.
(;í) «T u leru n t itaquc tunicam eja s m ittentes qui fe r r e n t ad p a trem et dice-
peni: H anc invenim m : vide u tru m túnica fi l i i tu l sil an non».
641

Ebers, de quien tomó Soury la mayor parte de los dalos: «Así


encontramos justificada la exactitud de la Biblia en todos los
detalles que nos da de José. En todo este episodio no encon­
tramos absolutamente nada que no convenga rigurosamente
á la corte de un Faraón en los mejores tiempos del im perio» (1).
Luego es evidente que tal historia no se forjó después de
Roboán, sino que fué escrita por un autor contemporáneo de
los sucesos que refiere, y en el mismo país donde se desarro­
llaron.
De algunas de las razones en que se apoyan los racionalistas
para rechazar la autenticidad de la historia de José, ya nos he­
mos hecho cargo, viendo palpablemente su falta de base. Aquí
solamente recordaremos que el racionalista francés aludido se
atreve á afirmar que los profetas no mencionan tal historia y,
por consiguiente, no creían en ella ó no estaba escrita todavía.
Convenía que así lo asegurase el racionalismo, para que una
vez más tuviera cumplimiento aquello de mentitci est iniquitas
sibi, porque en efecto hablan los profetas de la historia de Jo­
sé y aluden á ella mil veces.
Veamos algunos pasajes. En el salmo 104 se hace una su­
cinta reseña de toda la vida de José, empezando por el hambre
general y diciendo: «Envió ante ellos un varón; José fué vendi­
do como esclavo. Humillaron sus pies con grillos y el hierro
traspasó su alma, hasta tanto que llegase su palabra. Envió el
rey y le soltó; el príncipe de los pueblos lo dejó libre. Le cons­
tituyó señor de su casa y jefe de todas sus posesiones. Para
que fuera el maestro de sus príncipes como de sí mismo y en­
señara á los ancianos la prudencia» (2). La primera parte de
este salmo fué cantada en tiempo de David delante del Arca
de la Alianza, según refiere el primer libro de las Crónicas,

(1) E l E gipto y los libros de Moisés, pág. 295. H abla el egiptólogo alemán de
la co m pra de José por Putifar; pero bien podemos ex ten de r su afirmación á
toda la historia del virrey de Egipto.
(2) Písal. OIV-12-22,
642 E G IP T O Y ASIR IA R E S U C IT A D O S

(1) y ya se deja comprender que entonces estaba ya escrita y


era conocida de todo el mundo hebreo la historia de José. El
salmo 80, desde el verso 6 al 9, habla de la vida de José.
Ecequiel nos habla de las dos tribus de José (2) y Jeremías (3)
de la primogenitura de Efraim, hechos que constan en la re­
lación histórica de José, y siempre que se habla de ellos, es
porque se tenían como auténticos.
Eos libros históricos y los sapienciales están tan explícitos
como los proféticos en testificar la verdad de lo referido en el
Génesis acerca de José. El Exodo nos dice que los hebreos, al
salir de Egipto, llevaron las cenizas del patriarca, según él lo
dejó recomendado (4); el libro de Josué, que fueron sepulta­
dos en Siquem (5); los Paralipómenos, que Rubén perdió la
primogenitura y que ésta fué adjudicada á los hijos de José (6);
la Sabiduría hace de José un elogio acabado, dándonos un
compendio de vida (7), y el Eclesiástico lo llama «príncipe de
los hermanos, firmamento de la nación, rector de sus herma­
nos y apoyo de su pueblo» (8).
Omitimos otros textos del Antiguo y del Nuevo Testamen­
to; porque bastan los citados para dejar corrida la impiedad
racionalista, si pudiera ésta sentir algo de lo que siente un
hombre honrado cuando se le demuestra que faltó á la verdad.
Hemos examinado hasta aquí los documentos del Egipto y
de la Asiría en relación con el contenido del Génesis. Ellos dan
testimonio de que aquel libro, primero de los que la Iglesia
Católica contiene en su canon, dice la verdad en cuantos pun-

(1) P aralipom ., I-XV I-8.


(2) XLV II-13. «Heec dicit Dominus: H ic est terminus, in quo possidebitis te­
rram in duodecim tribuus Israel; quia Joseph duplicem funiculum liabet.*
(3) X X X I-9 . a.Factus sum Israel pater, et Epliraim primogenitus meus.
(4) X I I I - 19.
(5) X X I V - 3 2 .
(6) I- V -l y 2.
(7) X-13 y 14.
(8) X L I X - 1 7 .
josé 643

tos se hallan en contacto con las tradiciones de la humanidad


primitiva. La asombrosa concordia que hemos admirado entre
la verdad revelada y la verdad histórica de los pueblos de
Oriente, resucitados en nuestros días, es un hecho de claridad
deslumbradora para quien no quiera cerrar voluntariamente los
ojos. Unas mismas tradiciones, un mismo principio, una mis­
ma relación en todos; ¡pero cuánta diferencia en los detalles y
en las circunstancias externas! Mientras que Moisés nos ense­
ña una doctrina dogmática aceptable por la razón y que ésta
encuentra conforme con sus principios, en los demás pueblos
y en sus escritores hállase la verdad, sí, pero cubierta de lodo,
envuelta en fábulas absurdas ó ridiculas; v mientras que el his­
toriador hebreo es maestro consumado de la más pura moral,
los textos cuneiformes y jeroglíficos resbalan lastimosamente
en el orden práctico, como lo hacen también en el especulati­
vo. ¿Qué debemos concluir de aquí? Lo mismo que cantaba el
inspirado poeta de Israel: Testim onia iun credibilia facta
sunt nincis (1).
Los dos primeros períodos, el de preparación y el de forma­
ción, que hemos estudiado en este volumen, aparecen á los
ojos del observador imparcial circundados de una nueva luz,
la luz que refleja el Oriente en sus monumentos, y Moisés vin­
dicado, y Dios riéndose de las locuras humanas que pretenden
destronarle, haciendo zozobrar la barquilla de Pedro. Cúmple­
se aquí, no obstante la mala voluntad del hombre enemigo, que
Dios queda justificado y sale victorioso en el juicio contradic­
torio movido por la crítica racionalista: Ut ju stificeris in ser­
monibus tuis, et vincas cum ju d ic a ris (2).

(1) Psalmo X C II-5.


(2) Psal. L-<5.
EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

VOLUME« I

ÍUSTOIOE IDE M ATERIAS


LIBRO PRIMERO

PRELIMINARES

CA PÍTULO P R I M E R O
Razón de esta o b ra .--L o s descubrim ientos en Asia y en E gip to.—Lo que se
s a b ía de los antiguos pueblos.—Movimiento de investigación.—E stím u lo s para
el mismo.—Los racionalistas y los católicos. —Lo que se h a escrito de esto en
E sp a ñ a .—M orayta.—Sales y F erré.—Castelar.— El C ardenal G onzález.--F er-
n ández de la P eña.— M artínez Vigil.—El P. Mir.— El P. A rin tero.—E s p e ra n ­
d o .—El Congreso Católico de Sevilla.—Un discurso de a p ertu ra .—La Encíclica
JProvidentissimus D eus.—El Congreso Católico de T a rrag on a.—Providencia de
Dios.—G rito de las piedras. —Relaciones e n tr e el Antiguo y el Nuevo T e sta m e n ­
to .—Im p ortanc ia de la Asiriología y Egiptología.—L o sF arao n e s entonces y a h o ­
ra .- -S a lm a n a s a r.—T eglatp halasar.—S enach erib.—Iierc ula no y P o m p ey a.—Te-
bas, Tanis, Heliópolis.—Nínive, Babilonia, Susa.—Saúl y la p ito n is a.—Pedro
de Cracovia, E stanislao y Boleslao.—Dios acude á su Iglesia.—Jesús, centro d e l
m un d o y de la historia.—División de la obra.—Guías principales.—P ág -. 1.

CAPÍTULO II
Estado de la cuestión.
ARTÍCULO I

C rite rio ca tó lico .

Católicos y protestantes en orden á la Sagrada E scritu ra.—Regla de los


católicos.—El Concilio de T re n to .—Catálogo de los libros canónicos.—El s e n t i­
do tradicional.—San A g u stín .—Lo relativo á la fe y las costumbres y las c u e s­
tiones que no tr a ta n de una ni o tra s.—L ibertad de los católicos en estas m a t e ­
rias.—Santo Tomás.—U niform idad en tra los teólogos.— Duilhé.— Vigouroux.—
M o heler.—Melchor Cano.—El C ardenal González.—P elig ro .— L e Correspon -
d a n t.—Mgr. H u ls t.—León X I I I .—Pág:. 13.

ARTÍCULO II

C riterio p ro te s ta n te .

In terp reta ció n particular y espíritu privado.—Los libros inspirados se co n o ­


cen por sí m ism os.—La Escritura, única regla de fe.—Testimonios de Znin glio.—
Id. de L u te ro .—Cada fiel es un in té rp re te .—Abueo de un pasaje de San P ab lo .—
T estim onio de Melchor Cano.—C alvino y la Iglesia.—Contradicciones del mis­
m o .—Los an ab ap tistas.—Su lógica contra los reformadores prim eros.—Los
648 EGIPTO Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

fariseos del cristianism o.—Los c uák eros.—T ex to de B arclay.—S uvedenborg.—


Principio de sus visiones.—Grocio.—Cum plim iento de un a predicción.—Por
qué no se disolvió el p ro te sta n tis m o .—Influencia de las doctinas de E sp in o s a.—
La filosofía de W clf.—Locke.—El deísmo in g lé s .- Collins.— H e rb e rt.— Wolston.
—La Biblia-Q uijote de Bolingbrolce.—E l deísmo en F ran cia .— V oltaire.—Su
am istad con Federico II .—El deísmo en Alemania. —P á g -. 23.

ARTÍC ULO I I I

D e sa rro llo del ra c io n a lism o .

R eim a ro .—P ub lica Lessing sus escritos.—Moisés y Je s ú s im postores.—


A rdides de este último y de sus discípulos.—Sensación que causa en A lem a­
nia.—Im pugnación de Lessing por ios teólogos p ro testan tes m ás perjudicial que
la doctrina im p u g n a d a .—E ic b h o rn .—Ataca á los m ila g r o s.—Admite la auten ti­
cidad de la Biblia.—Consecuencias de. su doctrina.—No se atreve con el Testa­
m ento Nuevo.—Gotllob P a b lo .—Pasaje d e K a n t . — E xplicación natu ral de los
milagros del N uevo T estam ento .—A nécdota de la infancia de Gotllob, que expli­
ca sus teorías.—S tr a u s.— Vida de Je s ú s.—Contradicciones políticas.—Sauz del
Río, según M enéndez Pelay o.—A rgum ento de Straus contra los críticos an te­
riores.—Niega la autenticidad de la Biblia.— Aplica al Nuevo T estam en to la
teoría de los m ito s.— H eyne, De W ette y Straus.—El Cristo mítico.—Composi­
ción de los Evangelios.— La Izqu ierda hegeliana.—Sallet.—Bauer.—F eu rb ach .—
M ax S tirne r.—A m o ldo Rugé.— Escuela de T u b in g a .—P etrinism o y Paulinismo.
— B aur. — Ritschl.— Tai A n tig u a y la n ú e v a fe . — División de los racionalistas ale­

m a nes á la m uerte de S traus.— El racionalism o en F ran cia.— Litró y R enán.—


Las dos Vidas de Jesú s.—Racionalism o en E sp añ a.—F alta de originalidad.—Con­
cepto que tienen de R enán m uchos e sp a ñ o le s .—Lo que dice P re s e n sé .—Idem
el P. G ratry .—El H eraldo de M a d rid .— E l R esum en.— Comparación de la doc­
tr in a de los primeros prote sta nte s con los racionalistas de hoy en orden á la
Biblia.—N uestro propósito. —P á g -. 33.

CAPÍTULO Til
Los jeroglíficos del Egipto.
Dos modos de re p r e s e n ta r el p e n s a m ie n to .—Otros dos para los sonidos.—
Sím bolos simples j complejos.— Varias m an eras de símbolos sim ples.—Ideo­
gram as complejos.— Ideogram a del agua.—Del mes. —Dificultades de la escritu­
ra ideográfica.—E ra en Egipto la escritura oficial.—Ign oran cia de los jeroglífi­
cos.—Cómo se escribían .—E scritu ra hieráticia.—P aís de los jeroglíficos.—Faci­
lidad para leerlos en nuestros d ías.—T rabajo empleado para conseguirlo.—El
P. K irc h e r.—E x pe d ic ió n de B o nap arte al Egipto.—Fru to s que p rodujo.—La
piedra de Roseta. - Sacy y A k erb la d .—Zoega.—Y o u n g .—Cham pollión.—Resul­
t a d o de sus investigaciones. —Los marcos de Tolomeo y Cleopatra.—Sistema
que siguió C am pollión.— Aplicaciones á varios no m b res.—Idem á distintas fr a ­
ses.—Oposición de Qnatremc re y de K lap ro th. —G ram ática egipcia.—Progreso.
— Egiptólogos n o t a b l e s . - T e x t o de Maspero. —Dificultades existe nte s.—Igno-
..................

rancia de esta ciencia en E s p a ñ a .—Elem entos del egipcio clásico.—Tres mil


signos jeroglíficos.—H omófonos.—Polífonos. —Signos ideográficos.--D eterm ina­
tivos.—Im portanc ia del estudio de la E giptología.—P á g . 57.

CAPITULO IV

La escritura cuneiforme.
ARTÍCULO I

D e sc u b rim ie n to s en A siria .

M esopotamia.—E n tre ríos.—Curso del E u fratres y del Tigris.—Semejanza


con el Nilo.—C anales.—Feracidad del suelo.—Facilidad de com unicaciones.—
C un a de la h u m a n id a d .—P rim er imperio del m u n d o .—N ínive.—Rival de B a b i­
lonia.— Ruina de aquellos im p e rio s.—Estado actual del país.—Resurrección de
las ciudade s.—Viajeros del siglo X V I.—Niebur.—Inscripciones de Persépolis.—
R ich .—W esterg ad.—G rotefend.—Inscripciones de Darío y de Jerjes. —Vaso de
alaba stro.—B urnof y Lassen. —El idioma de las inscripciones persepo litan as.—
liawlinson.—H incks. —O ppert.—Edictos reales bilingües.—Norris.—Tercera co­
lu m n a.—Clavo vertical.—C onsiderable núm ero de signos.—Descubrimientos en
Nínive. —V ig ou rou x.—P la c e .—L ucia no .— Nínive y P o m pey a.—Previsiones de
Niebur.—L a drilles de C ojundjik y de Mosúl.—Previsiones de Mohl.—Botta en
Mosúl.— Muros en contrados.—Bajos relieves é inscripciones.—Salones antiguos.
Sorpresa europea.—P lan os y diseños.—Palacios de Sargon.—E sculturas y relie­
ves.—Profusión de inscripciones.—E stu d io s de M enant, de Saulcy, de Oppert y
de otros.—Nuevos exp lorado res.—F ran cia é Ing late rra.—Trabajos en tod a la
M esopotam ia.—L ayard descubre á N ínive.—Palacio de Senacherib.—Lobto y
R assam descubren el palacio de A ssarliadd ón .--S u esplendor.—Assurbanipal.—
Su biblioteca.--R iqueza de la mism a.— Palacio de Ncibiyuno.—Jo n á s.—Descu­
brim iento de Chale.—Su m uralla.—Sus torres.—Palacios y m on um entos.—P ir á ­
mide c u a d r a d a . - Inscripciones.—E s ta tu a de A ssurbanipal.—Inscripción.—P a -
la c io d e S a h n a n a sa r .—Idem de A ssarh a d d ó n .—Leones y esfinges.—Torre de B in -
N ir a r i.—Palacio d e.T u kla t-P a la sa r.—Obelisco y relieve.—Assur a n ti g u a .—Otro
p a la c io .—P ris m a s .—Pág-. 69.

ARTÍC U LO II

D e sc u b rim ie n to s en C ald ea.

Situación de C aldea.—Accad y Sum ir.—Suerte igual de Caldea y A siria.—


Ciudades ocultas y descubiertas.—M e nan t.—Eridu descubierta por Taylor.—
Murallas, torreo n e s y pirám ides.—Adobes y ladrillos.—Riq uísim o tem ple te.—
M iniaturas y clavos de oro.—Otros edificios.—P in tu ras tricolores.—In scripcio­
nes cun eifo rm es.—Los F a tesi.—Ruinas de Z ergbul.—Sarzec.—E sta tu a s.—R e­
lieves.—C onos.—Cilindros. —Sellos.—Vasos é inscripciones.—"Warka.—Su e m ­
p lazam iento.—T orre c u a d r a d a .—B u v a r ie h — O tras ru in as.—E scuela W a rk a .—
Escrito s cuneiform es.— Ciudad de los sepulcros.-^M ultitud de éstos.—Su pro-
650 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

fu nd id ad.—M ugheir, su situación.—M ateriales de construcción .—La to rre.— t ’l


tem plo.—Es la Ur del Génesis.—Ladrillos de U r k h a m .—K ain arin a.—Sinkerch.
_Sus ru in a s.—Cilindros escritos.—L arsan. —La pa tria de N o é .—Culto del Sol.
—Inscripciones que lo acred itan .—Fundición de cobre.—Ñ ip u r.—Suposición.—
T orre cónica.—Sippara.—Su em p la zam ien to .—Su biblioteca.—Dos templos.—
F ábula de Beroso.—Cinco mil in scripcio nes.--C astillo de K u rig a lzu ó T el-Nin-
rn d .—B a b -Y lu .— T exto de B ru n e n g o .—E x actitu d de las relaciones griegas.—
Doble m u r o .— E x terno .—Idem del in te rio r.—E x te n sió n superficial de Babilo­
nia. —100 puertas de b ro n c e.—Las cuatro p rincipales.—Torres. —C uatro ciuda­
des interiores.—P uentes y barcos.—Construcción del p uen te.—Túnel subfluvial.
- - S u s p u e rta s.—Palacio del teso ro .—Templo de Nergal en Cutha.— B orsip p a .—
Necrópolis y tem plos.—Torre de N em rod .—Bloques en orm es.—C u atro cilindros.
— A ltura de la to rre.—Sus pisos y sus Tpinturm.— H illa h .— B a b il.— B it-Sagga-
f u .—A ltura de esta pirám id e.—Qué era.—P recauciones para e n t r a r e n ella.—Ri­
queza de su tem plo.—Quién lo enriqueció.— E l-K a sr, —Otro palacio.—Un león
de basalto .—Tel-Amram.— Otros sepulcros.—J ard in es colgantes.—Pág:. 85.

ARTÍC ULO III

L e c tu r a ó in te rp re ta c ió n de lo s te x to s c u n e ifo rm es.

E s c ri tu ra persa, m eda y asiria.—L o w en stern .—Idiom a sem ítico.—R en án .—


Lo poco que se puede fiar de é l . —Nuevos ensayos.—L o n g p e rie r.--B o tta .—Sig­
nos determ inativos ó ideográficos. —Saulcy.— H in cks.—E sc ritu ra silábica.—
R awlinson en Beliistur/t.— UnSi ciudad antigua.—B ajos relieves. —Un bajá.—
Inscripción á 100 metros.—Sem íram is.—Darío y los vencidos.—Jerje s y Darío
descubiertos.—T radu cción .—24(5 caracte res.—Polífonos.— La ju n t a de cuatro
asiriólogos en L o nd res.—Cómo era la e scritura asiria.—De quién procede.-
Bibliotecas en A siria.—La de N ínive.—20.000 fragm en to s cuneiform es.—2.500
contratos.—5.000 ladrillos de Sippara.—P ág -. 101.

CAPÍTULO V

Valor histórico-crítico de los textos jeroglíficos y cuneiformes.


Im p o rta n c ia de estos te x t o s .—Los libros h ebreos.—Los historiadores grie­
g o s .—H e ro d o to .- -L ista s de M a n e tó n .—Reconstitución de la h is to ria antigua.—
Testimonio de Biekell.—Idem de N e tele r.—Id e m de C habas.—Pasajes difíciles.
P asajes y tex tos m utilados.—T extos íntegros.—Su valor crítico.—T exto s ofi­
ciales.—Su valor a n te la h is to ria .—Pasaje de Balines.—Omisión de las derrotas.
—Diferencia entre estos texto s y los libros h e b r e o s .—Salomón.—D avid.—Exe­
quias.—J o s a fat.—Los parte3 de un general.—T extos jurídicos.—V en taja s de las
inscripciones sobre los libro s.—P rim era.—S e g u n d a .—La gaceta y los escribas
antiguos.—Inco rru ptibilid ad de los texto s in scrito s.— V ariantes.—E l Quijote.—
La D ivina Com edia.—Los Com entarios de César.—La S anta B ib lia.--Su s varian­
te s .—P asaje de San A g u stín .= Los P a p a s .—Belarmino. — U n tex to suyo.—
A ute ntic idad de la V ulgata.—F alta de variantes en los textos jeroglíficos y
ÍNDICE 651

cuneiform es.—E n piedras y ladrillo.—S ep ulta do s muchos siglos.- -Otra v en taja


en proceder de enemigos de Israel.—Los muertos resucitados y los pobres
evangelizados.— Pág-. 109.

LIBRO SEGUNDO
PERIODO DE PREPARACION

CAPÍ TULO P R I M E R O
La creación.
Im p o rta n c ia del cap. I del Génesis.—Los P ad res de la Iglesia y los escritores
cristianos.—Amigos y enem igos.—Razón de este h echo.—Lo que se adela ntó.—
Teorías y sistemas. —V erdad dogm ática.—Medios de conocer.—Filósofos a n ti­
guos.—Id em m o derno s.—Silencio d é l a experiencia.—Cuál es el dogma.—T ra ­
diciones antig uas.— Cómo llegaron á nosotros.—La Caldea.—Escasez de docu­
m en to s.— Biblioteca de N ín iv e .—Traducción de S m ith.— Del tiempo de TJrkham.
Ovidio.— 12 tablas ro ta s.--R e s u m e n de su contenido.—Título del poema.—T a ­
b la prim era .—F ragm en to de la segunda.—Contenido de la tabla q u in ta.—Dife­
rencia de tradu ccio nes.—Fragm ento de la tabla séptim a .—Analogías y diferen­
cias entre esta relación y la del Génesis. —Testimonio de L en o rm a n t.—Idem de
M aspero.—Idem de Vogué.—La unidad de Dios en E g i p t o .—Testimonio de Ma-
riette.—Ide m de Rougé.— Maspero en las dos primeras ediciones.—Otros egip­
tólogos.—P asaje del L ib ro de los m uertos.—H im no egipcio al Dios u no.—P riori­
dad del monoteísmo.—Desemejanza entre las dos cosmogonías.—Las inscripciones
asiria y persa de Persépolis.—E stad o primitivo d é l a tierra.—La voz tehom.—
Pasaje de Ovidio.—Creación de los an im ales y de los astros.—Orden de fo rm a­
ción .--E l yom .—Texto de San A gu stín.—L a formación del hombre. —A d m i.—
id e n tid a d entre ambos textos.—Otras cosm ogonías.—Testimonio de Lenorm ant.
Beroso.—Su historia. —Sus frag m entos.—U n texto suyo.—Conform idad entre
Beroso y los descubrim ientos m o d e rn o s.—E l dios Belo.—El profeta B aru ch.—
Un cilindro.—Otro cilindro.—Sellos y relieves.— Oanes y A n u — El día séptim o,
—Calendario asirio. —U n ladrillo. — Consagración del Sábado. — Tradiciones
egipcias de la creación.—T exto de M ariette.—E loh in.—Osiris creador.—Texto
de C hab as.—iVtm.—A tu m .—¿Proceden las cosmogonías de u n a sola fuente ó n a ­
cen u na de otra?—¿Cuál debe prevalecer?—Otras reflexiones.—Orden de apari.
ciónde los seres. —La un idad del G énesis.—Elohistas y jeh o v ista s.—El poem a
asirio de la creación y la u nidad del G é n e s is .—T abla asiria de Mox T albot.—Di­
ferencia con las a n terio re s.—E xistencia y creación de los á n g e le s .—Su oficio.—
La creación del h o m b r e . — La serpiente .—P á g . 123.

CAPÍTULO II
El Paraíso y la caída.
ARTÍCULO I
El P a ra íso .
C o n s e n t i m i e n t o d e lo s p u e b lo s e n la a d m is ió n de la e d a d d e o r o . — T e s t im o -
(352 EGIPTO Y ASIR IA RESUCITADOS

nio de Voltaire.—Im posibilidad de un acuerdo. —Ovidio.—V irg ilio.—Prometeo y


P a n d o r a . —H e s i o d o . —H o m e r o . —C ic e ró n . —P lató n —T rad icion es de los per­
s a s . —Idem de los eg ip c io s.—Idem de los g r i e g o s .—Idem de los in d i o s .—Idem
de los c h i n o s . —Idem de los ja p o n e s e s .—Id e m de los esca nd ina vo s. —Idem de
los americanos.—H u m b o ld t. —P ied ra de P e n silv a n ia .—C o n secu en cia s.—Egipto
y Asiria. — V erdades r e v e l a d a s . —La existencia de los á n g e le s . —La tabla de
Talbot. —U n ladrillo c u n e if o rm e .—E l dios l l u . —Je r a rq u ía s a n g é lic a s.—La
tab la de los siete e s p í r i t u s . —La b ata lla con tra T ih am a t. — C olum na 1.« de la
p rim era tabla.—C olum na 2.a.— Conjuraciones contra lo sm alo sesp íritu s.— 1.a, 2.a
- -Guerra en tre los d io s e s .—A n v e r s o .—R e v e r s o . —Dificultad de entend er estos
t e x t o s . - Concordancias con los L ibros S a n t o s .—La guerra en el cielo. — Vide-
ban S a ta n a m .— E \ jefe de los re b e l d e s .—El E d é n .—Los dos á rb o l e s . —Tradi­
ciones y textos egipcios. —R a w l in s o n .— Sitio del P a r a í s o . —E r i d u . —Himnos
accadianoB. — V a r i a n t e . —L e n o r m a n t . —Tradición egipcia del P ara íso . —La tie­
rra de P u n t. —Diodoro de S icilia.— Un p a p i r o . —Observaciones del P . C a ra .—
C o n f o r m e s . —Id en tid ad de c re e n c ia s .—Texto de A ncessi.—E l á rb o l de la vida.
—E n la I n d i a . —E n la Y r a n i a . — Pág;. 154.

ARTÍCULO II

L a c a íd a .

El árbol de la ciencia.—Cilindro babilónico.—Oposición de Menant.—Su


falta de r a z ó n . — Sus equivocaciones.—El culto de la s erp ien te .—En Babilonia.—
E n Fenicia.—E n E g ip to .—E n Persia.—E n G recia.—E n R om a.—E n tre los here­
jes a n t i g u o s . — E n tre los m asones.—E n China y C ochinchina.—E n la India.—
E n A f r i c a . — Relación de L iw ing sto ne.—E n América.—En Occeanía.--Reflexio­
n e s sobre estos h e c h o s . —Aplicación al cilindro babilónico.— Un vaso hallado
en Chipre.— Contradicciones del Sr. C astelar.—T entados y vencidos.—La tabla
de los d eberes y la ta b la de las m aldiciones.—Deberes del h o m b r e .—Deberes
de la m u j e r . — Anterior al P e n ta te u c o .—-Texto de las maldiciones.—Diversidad
de opiniones.—El d ra gó n.— E l consejo de los dioses.—La ciencia del bien y del
m a l . — El odio de h e rm a n o s.—Las espinas. —La concupiscencia. — Conformidad
de los te x to s.—El qu erub ín del P araíso.—Los K iru b i toros y leones alados.—La
inscripción del palacio de S e n a ch erib .—U n bajo relieve.—Observaciones.—La
espad a de B in .— U n ditiram bo g u errero.—Su tex to.—Conclusión.—P á g \ 178.

CAPÍTULO III

La longevidad de los patriarcas y los gigantes.


ARTÍCULO I

L o n g e v id a d de lo s p rim e ro s h o m b re s.

Texto del G énesis.—La civilización prim itiva.—Lo que sabem os de aquella


ed ad.—La historia de los pueblos.—La Asiriología.—Los nom bres Caín y Abél.
E l nom bre de A d á n .—Las diez generaciones.—Beroso.—Pasaje de Eusebio.—
ÍN D I C E 653

Sincelo.—Los indios.— Los 10 reyes fenicios.—E l núm ero 10.—Tres nom b res.—
Duración de la vida.—El saro, el vero y el soso.—Tabla com parativa.—Moisés
de K h o ren e.—Ambición de los pueblos.—Escritores m odernos.— Los cálculos
astronómicos.—Observaciones sobre los textos de Beroso.— Hipótesis.—Opinión
de Frerefc.—Es aceptable.—T a b la de los reyes caldeos.—Lecciones varias de los
textos sagrados. — La hipótesis de O ppert. — Id entid ades e n tr e la tradición
hebrea y la caldea.—Los otros p u e b lo s . —FÍavio J o s e f o . —P á g . 205.

ARTÍCULO II

L os g ig a n te s.

Texto del G énesis.—La incredulidad del pasado y del presente siglo.—Los


escritores antiguos y m odernos.—Existencia de los gigantes.—La mitología.—
Las tradiciones.—Moigno.—Los nephilim y repliaim de la Biblia.—Posición
geográfica.—L a cama de Og.— Los em im , zum im y zonzom im .—L o s enacim .—
Atnós y B aru c h .—■Varios autoreR.—O sam entas.—Testimonio de M oigno.—El
gigante aragonés.—Tradición caldea.— Pág. 221.

C A P Í T U L O IV

El diluvio.
A R T ÍC U L O I

E x is te n c ia d el d ilu v io .

El d escubrim iento de las tablas que contienen la relación del diluvio.— Via­
jes de S m i th a l Oriente.—E n c u e n tr a nuevos fragm en to s cuneiform es.—Copias.
Los fragm entos de Beroso.—Explicación del racionalismo.—Su falsedad demos­
tra d a por los ladrillos.—A n tigüedad de éstos.—P olihistor y A bideno.—Texto
de P o lih is to r.—Comparación con el Génesis.—F ábu la é his toria.—La causa
m o ral.—E l asfalto.—Dónde paró el arca.—Qué es el A rarat.— TJrarti.—Texto
de O p p e rt.—E l A ry a v a rta .—Opinión de L enormant. -S u principal fundam ento.
— Los m ontes N iz ir .— Inscripción de A ssiir-nasir-habal.—Situación de los m on ­
tes N iz ir .—Cuál es la opinión m ás p ro b ab le .—Apamea y sus m edallas.—N ueva
copia de la relación d ilu v ia n a .—T abla de Lachis.—Sayce.—P o e m a de Iz d u b ar.
—Compendio de lo que dicen las tab las de Sm ith.—U n bajo relieve.—¿Izdubar
es N em rod?—T radiciones árab es,—Vida y hechos de I z d u b a r .—Texto de la
tabla 11.--C o lu m n a 1.a—Idem 2.a—Idem 3.a —Idem 4.a—R ú brica del escriba.—
Observaciones.—Comparación del texto cuneiform e con el de B eroso.—P asaje
de L e n o rm a n t.—Paralelismo con el Génesis.—Im po rtan c ia del descubrim iento.
—Iíasisadra y Noé.—Causa moral del diluvio.—Je h o v á y Iiea. —El Dios del
diluvio.—La ciudad de la nave.— Dimensiones del arca de Noé y de la n a v e de
H asisadra.—Tabla com parativa.—C alafateo.--M oisés y el poeta caldeo.—A p ro ­
visionam iento.—P erso na s que se salvan.-^R asgos poéticos.—Diferencia en la
duración del diluvio.—Envío de las aves.—Sacrificio eucaristico.—Destino de
los héroes.—T radiciones.—Annaco y Henocli.—Origen de las dos relaciones,—..
654 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

Litera tura de u n a y otra.— Diferencia en el orden dogmático y moral.—Otra vez


los Eloliistas.—Tabla co m p ara tiv a.— Pág. 229.

A RTÍC U LO II

U n iv e rs a lid a d del d ilu v io .

Diversas op inio nes.— El miedo al m ilagro.—El Cardenal González.—Conde­


nación de alg u n as obras de Vosio.—Cuestión lib re .—T ex to del G énesis.—Ob­
servaciones.—Modo de expresarse Moisés,—R espu esta de los particularistas.—
Texto del Cardenal González.—Análisis de sus frases.—Pasajes q u e se dicen
paralelos.—El h am b re en Egipto. — A nálisis.—Un texto de los H echos Apostóli­
cos.—Explicación y limitaciones.—T extos v erd a d e ra m en te paralelos.—El abate
M otáis.—La tradición.— Vanos subterfugios del Cardenal González.—Hipótesis
g r a t u it a s .—¿Qué sabía Noé de G eog rafía?—Multiplicación de milagros.— Va­
nidad de esta objeción.—El acto h u m an o .—El ciego de na cim ien to .—Contra­
producente.—Las ciencias físico-naturales.—Magnitud del arca. —La teoría del
P. A rintero.—Im p u gn ació n.—Cálculos de Silberschlag.—F alta de lógica en los
parcialistas. —El gran núm ero de especies.— Arintero y Vigil.—E xam en de los
datos.—F u e ra con ellos. —Los peces.—Los anfibios.—Los reptiles.—Qué signi­
fica rep til en el Génesis.—Los mam íferos.— Las aves.— Especies de mamíferos.
—Idem de a v e s . —Los c e tá c e o s . —Las variedades y razas — Los perros y lobos.
—Los osos.—Los felinos y los simios.—Las gallinas y las palomas. — Dificultad
d eshecha.—O tradificultad.—Se resuelve.—La ciencia. —La revelación . —Treshe-
chos —E no rm e cantidad de agu a.—J o b .—H ipótesis.—Solución — Pecesde agua
dulce y de agua salada —L eyes de hid ro stá tica,—E n c ad en am ien to de cordille­
ras.—Consecuencia de lo ex pu esto.—Morayta y E l Globo.—T e x to .—Mala inteli­
gencia de las palabras hahadama y hallares.—El texto hebreo.—H u m u s y arva.
—Relación de causa material. -Texto del d i l u v i o . — P ro feta sin v o cación .—
Testimonio del Sr. M artínez V ig il. —Tradición e g ip c i a . —Inscripción de Setis
I . —R a. —Exposición de N a v iil e .— El ju ra m e n to y la o frend a.—Parecidos.—
Los chinos.—Los am erican os.—P i n t u r a de C h o lu la.—P ág -. 265.

CAPÍTULO V

Tabla etnográfica de Moisés

ARTÍCULO I

N o cio n es generales.

E l capítulo X del Génesis.—O rden de nacim iento e n tr e los hijos de Noé.—


T roncos p ro b ab le s.—El texto sagrado.—Bendiciones y maldición.—La de Sem.—
La de J a f e t.—Profecía cumplida.—La raza b la n c a .—Las o tras razas.—Conjetu­
ras.—V alor in estim able del cap. X .—A m p litud de in terp re tació n .—Cualidades
del docum ento genesiaco.—Es el más antigu o.—E s el más p recioso,—Es el más
completo. - Pág. 307.
655

ARTÍCULO II

F a m ilia d e Ja fe t.

Significado de la palabra J a fe t .—Hijos de éste. —G om er.—Ascenez. —Ri-


p h a t . —Magogy G o g . —La raza turánica.—Sus territorio s. —Uro-finicos y d ra v i-
d ia n o s . —M a d a i .—Los arios.—Su origen y h a b ita c ió n .—J a v a n . —T u b a l . —Los
tábalos. — M o s o c h .— Mosclios y t i b a r e n o s . —T h i r a s . —Ja fe t en la historia de la
h u m a n id a d y de la civilización.—Ja fe t en nuestros d í a s . —Testimonio de L e -
n o rm a n t. - P á g . 314.
ARTÍCULO III

L a d e s c e n d e n c i a do Sera.

Im p o rta n c ia de Sem en la historia h u m a n a . —El M e s ía s .— Bendición de


S e m . —Fu nd am en to de la civilización a n tig u a y m oderna —Territorio de los se­
m i t a s . — Hijos de S e m . —Elam . —H am i, U a m t i . — A s u r . —¿Quién fundó á N ín i-
ve?—Resen la gran c iu d a d . —A ntigüedad del capítulo X d e l G é n e s i s . —Larisa —
Dónde e s t a b a .—Tres acepciones de Assur. —Su significado.—A r p h a x a d . —H e ­
breos y á r a b e s . —'Phaleg y J e c t a n . —Caldeos y a r p h a x a d i o s . —Jectan itas y tare-
c h i t a s . —Lud y los lid io s .—Arain y los s i rio s .—Las tres S irias; - P á g . 320.

ARTÍCULO IV

L a ra z a de Cham .

Los hijos de C ham .—C h u s . — Valor geográfico de esta p a l a b r a .—Textos je ­


roglíficos.—T extos cuneiform es —Tierras ocupadas por C h u s . — Los c a r i o s .—
Mesraim y E g i p t o . — C hem i.—H ¡ m .—M its ir.— L u d im . — A nnu. — P a th u rim . —
L a h a b in . —P aleslu. —P h u t . —Los lib io s. —C a naán .—Sus once hijos. —La tierra
de a t r á s . —Mar p o s t e r io r .—Inscripción de R a m m a n -N ir a ri. — El nombre de
Faleg. — O ppert. — V igouroux. —Tradiciones egipcias. —Chabas. —Pá g\ 325.

CA PÍTU LO V I

La torre de las lenguas,


A R T ÍC U L O I

T ra d ic io n e s.

P asaje del G é n e s i s . —El hecho de la confusión en las tradiciones de los pue­


blos. —L en o rm a n t. —Maspero. —Dos hechos. —Los chinos. —Los mejicanos. —
Los b r a h m a n e s . — Los tá r ta r o s . —A b y d e n o . — P o lih is to r. —M a r a c a s p a s tin a . —
Pág. 335.
ARTÍCULO II

I n s c r ip c ió n c u n e if o r m e r e l a t i v a á l a t o r r e d e B a b e l.

C uatro f r a g m e n t o s .—Colum na 1 . a—Columna 12.“■—Colum na 3 . ’ ó 5 . a—Tres


656 EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS

castig o s.—Dificultades del t e x t o . —Testimonio de S a y c e .—Inscripción de Nabu-


c o d o n o so r .—C uatro c il in d r o s . —Títulos r e a l e s . — Elogios de M cird u k. —B il-
S a g g a tu .—B it-Z id a —La Z igurrat de B a b - I l u . —El tem plo de los siete lum ina­
res. —Oración á N a b u .— O bservaciones. — D iscordancia de los asiriólogos en la
interp re ta ción . —P á g \ 340.
ARTIC ULO III

¿ D ó n d e e s t u v o l a t o r r e d e B a b ó l?

Los clásic os.—D ud as. —La tradición. - L a d r i l l o s . —E n tr e Bagdad y Babilo­


nia. —Lo que vió R ich. —Sargon. — 11 X 8 X 8 . —Ladrillos vitrificados y arquea­
d os. —La ira de D io s .—B enjam ín de T u d e l a . —El T a l m u d . — El aire de Borsip-
p a . —Confesión de S c h r a d e r . —P á g . 347.

ARTÍCULO IV

¿ E s tá b ie n p u e s t o el n o m b r e d e B a b é l á l a t o r r e d e N e m ro d ?

N emrod y B a b é l . —F o rm a de la T o r r e . —Siete cuerpos y siete c o lo r e s.—


Testimonio de H e r o d o t o . —L as torres asirio-caldeas.—Sus p roporciones y o rien­
tación.—Templo y o b se rv atorio.—Dedicación.—V arias Z ig u rra té .—Significado
de esta pala b ra.—S obrenom bres de la torre de Babél.—El racionalismo filólogo.
T ex to de Mauri.— Maspero.—La puerta de Il u .— El racionalism o y los niños.—
L eón.—Belén.—Bab-El y Babél.— F orm ación de los su stan tiv o s asirio s.—Idem
de los h eb reo s.—S abiduría de Moisés.—Texto de Lasinio.—L e n o rm a n t.—La ciu­
dad de las lenguas. - B a b - I l u . —Por qué se la llamó confusión. —Segor.— Betliel
y L uza.—P o r q u é se llamó á Babilonia « Pu erta de Dios».—E je m p lo s .—Alepo.—
N in u a .—I - la m - ü .—lla m u .—I-a e s ta tu a de M aría sobre B abél.—P a g 1. 352V

LIBRO I I I
PERI ODO DE F O R M A C I Ó N

CAPÍTULO PRIMERO

Abraham.
A R T ÍC U L O I

E s ta d o p o lític o d el O rie n te a l n a c im ie n to de A b ra h a m .

Principia la historia h e b re a ,—T iem po que tran scurrió desde el diluvio basta
A b rah am . — Dificultades para d e te r m i n a r lo . —Texto h e b r e o . — S a m a r ita n o .—
Griego.—L atin o.—O pinión de T u rne nim e.— L o q u e se hace h o y . —La historia
p ro fan a.—L e n o rm a n t.—M aspero.—R awlinson. —Beroso.—Sus dinastías.—Juicio
acerca de ellas.—E vechus ¿es N em rod?— Dinastía m eda.—U rk b am y su capital.
Templo de la lun a.—Inscripciones de U r k h a m .—Templo de Samas.—Dungi y sus
incripciones.—E l rey de las cuatro nac ion e s.—Significado de esta frase.—Gudea.
Excavaciones de S a rz e c .--E sta tu a s enco ntradas en Tello.—E xpediciones roaríti-
ÍN D I C E 657

mas de Gudea al Sur y al Occidente.—Capitales de Caldea. Dinastía elainita de


Beroso.—Cuánto d iiró .—Sus principales reyes.—Nacimiento de A b ra h a m .—P á ­
gina 365.
ARTÍC ULO II

P a tria de A braham .

Fíjase la época pobable de su nacim iento.—T extos relativos al lu gar donde


ocurrió.—Tradiciones judías —Explicación de los tex to s.—Ejem plos que acla­
ran el significado de U r-K asdim .—¿Dónde estaba tfr-K a sd im r>—San Efrem y la
tradición siria.—P asaje de S t a n l e y .—E xam en de los fu nd am e nto s en que se
apoya la opinión que confunde á Ur con Orfa.—-V alor del te x to de San E frem .—
Opinión de Bocliart.—Es poco probable.—Inscripciones relativas á Caldea,
Siria y M esopotamia.—Antigüedad del pueblo c a ld e o .—Pasaje de Isaías.—I n s ­
cripción de A m u ra b i.—Em plazam iento de U r . —M u g lie ir.—Lo que es y lo que
fué. —Im p o rta n c ia religiosa. —Inscripción descubierta por P orter.—Descripción
de los edificios de la a ntigua C aldea.—El antiguo y el m oderno campo de U r .—
C a n a le s . —Inu n d a cio n es.—Arboles frutales.—La p a lm e r a . —Origen caldeo del
no m bre A b raham . —P a g . 378.

ARTÍCULO II I

P e re g rin a c ió n de A b ra h a m d esd e U r á P alestin a.

P osición social de A b ra h a m y de su f a m i l i a . —Tradiciones o r i e n ta l e s .—


El Génesis.—R uta seguida por la carav an a de Taré.—Cilindro de Erech.—Texto
d e L a y a r d . —Idem de T ho m son . — Merinas españolas t r a s h u m a n t e s .—L leg ada
á H a r á n . —N ombre de esta ciudad en las inscripciones.—E m plazam iento y d e s ­
cripción de H a rá n .—Testimonio de Malau. —Lo que es hoy.—Salida de Abraham
de aquella ciudad.—Paso del E u f r a t r e s . —Llegada á D a m a sc o .—Texto de Nico­
lás Damasceno. —Idem de Josefo.—Idem de S ta n l e y .—Eliezer.—Pág\ 392.

ARTÍCULO IV

A b rah am en E g ip to .

PÁRRAFO PRIMERO

E stado político del Egipto á la llegada de Abraliam.

Origen del imperio egipcio.—Dioses y héroes. —Cronología eg ipcia.—H a m b re


en P a l e s t i n a . —Salida de A braham p ara E g i p t o . —P rim eros reyes de Egipto —
D inastía divina de Heliópolis.—Idem de Tebas.—L ucha de Ra co n tra los malos.—
Osiris y T ifó n .—Reinado de los hombres. —Menea.—Duración de su im p e rio .—
Dinastías egipcias.— División en antiguo, medio y moderno im perio. —Cambises
con qu ista el E g ip t o .—P rim era d i n a s t í a .—N ombres de sus r e y e s . —S egunda
dinastía y no m bre de los m onarcas.—Idem de la III, IV y V.—Pepi I , de la VI
dinastía. — Uni, prim er ministro.—Semejanzas con el José bíblico. —H a zañ as de
U ní.—M ir in r i.—N efiske ri. —N ita g r it.—Supremacía de T e b a s . —Dinastías X I ,
658 E G I P T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

X II, X I I I y X I V . —Invasión de los P asto res.—Opinión in fu n d a d a de M aspero.—


Origen de los Iíy k s o s .—Opinión del P. C a ra .—P á g . 402.

PÁRRAFO II

A braham ante F araón.

Texto del G én esis.—Robo de Sara.—Regalos á A b r a b a m . — A b ra h a m y Abi-


melec. — R espuesta de A braham á Faraón y á A bimelec. —Costum bre antigua.—
P ru d e n c ia de A b r a h a m . —Pasaje de San A g u s tín . —C ostum bre o r i e n t a l .—P a p i ­
ro de O r b i n e y . —P apiro hierático d e B e r l í n . —Los antiguos y los m odernos in té r­
p r e t e s . —T rata m ien to dado á A b r a h a m . —P in tu ra de B e n i- I I a s s a n .—A bsch ah.
S i n e h . —Observación de G o o d w i n . —T ex to de Bohlen sobre los regalos de F a ­
raón á A b r a h a m . —Ignorancia del r a c i o n a l i s t a . — Lag ovejas en E g i p t o . —
D ’A v enn es. —W ilkinson. —Los bueyes en E g ipto. —E xcavaciones en el Delta.—
L a inscripción de Ameni. —El escriba A n n a . — El asno en E g i p t o . —B e n i-.
H a ssan y las p i r á m i d e s .—La re in a de P u n t . —Epitafios. —Scliafra A n . —El
asno en los tiempos m odernos. —Ivamaal (el camello) en E g ipto. —C habas re­
forma su o p in i ó n . —Ausencia de los m on um ento s de varios anim ales muy cono­
cidos en E g i p t o . —La g a ll in a .—El g a t o . —Vaso del m useo de Bulaq . — Fiesta
de A l e j a n d r í a . —Camellos á r a b e s . —Excavaciones de H e k e k y a n . —D anza del
camello. —El E x o d o . —Obelisco de N im r u d . —C onveniencia del r e g a l o . —Los
cab a llo s.—A b un dan cia de ellos en tiempo de Moisés.—Los jero glífico s.—C h a­
b a s . —Riquezas de A b raham en g a n a d e r í a .—I d . en oro y p l a t a . —A bundancia
del oro en E gipto —Lavaderos de oro en N u b i a .—E stela del h a m b r e . —I n t e n ­
dente del país del o r o . — Vigilante de la casa del oro —O rigen del nom bre N u ­
b ia procedente de N u b - o r o .—U rn a s d o r a d a s . —L iberalidad do los F a r a o n e s . —
In scripciones jeroglíficas.—N u b -H c tá la plata en E g ipto .—D iadema de E nfef.—
Collar de O s ir is .—La c irc u n c is ió n .—Su origen. — Voltaire y el moderno racio­
nalism o. - -Textos s a g r a d o s . —P a la b r a s de C habas. — W ilk in s o n . —T h o m son .—
Cuestión de derecho. — A braham no tomó la circuncisión de los egipcios.—Di­
ferencias entre ésta y la h e b r e a . —El bajo relieve de K o ns. —Testimonio de San
A mbrosio.—Circuncisión f e m e n i n a . —L a ñe.—Fin m oral y fin h ig ién ico . —P á ­
g i n a 409.

ARTÍCULO V

A b ra h a m en P a le stin a .

N uevos testigos.—Diferencia e n tre el Oriente y el O ccidente.—Los españoles


de h o y y los del tiempo de la R epública.— Los ro m a n o s m o derno s y los a n t i ­
guos.—Los griegos clásicos y los a c tu a les. —Id e n tid a d de los orientales de antes
con los de h oy .—P o r qué no se ha b ía n fijado los sabios en este h e c h o . —
Los cruzado s.—Los viajeros m o d ern o s.—M atrim onios e n tr e parientes.—Tes-
tim o n io d e S a rz e c .—Las carav ana s em ig rantes.— El libro de los J u e c e s .--T e x to
de las misiones católicas.— E l N ezen en A f r i c a . —C ostu m bres de H e b r ó n . —E l-
K h a lil. —Testimonio de L a u r e n t . —N asir.—C am pam ento de M a m b r e . —Célebre
T erebinto.—J o s e f o . —E n s e b i o . —San Jeró nim o —A la puerta de la tien da.—El
jeque de un a trib u.—B u rc k a rd .—E l agua p a r a lav ar los pies. —El convite. —El
ÍN D IC E 659

pan diario. —C ostum bre a stu rian a . —El cabrito y el becerro. — El liijo pródigo.
Principios y p o s t r e s . —Un je que que convida.—E l código de la h o s p i ta l id a d .—
Frases populares do H e b r ó n . — lia m uerte de S a r a . —Fe en la r e s u rre c c i ó n .—
C om pra del sepulcro.—Demostraciones de dolor.—Los pro fetas.—Ja c o b .— L á ­
zaro.— Las p la ñ i d e r a s .—Petición de A b rab am .—R espuesta de E f r o n .—A la
puerta de la c iud ad.—Pago crecido.—Los gitanos.—Los bed u in os.—Los c o n tr a ­
tos an tigu o s.—Sm ith y M e n a n t.--L a uñ ad a.— Un contrato a sirio.— L a cueva de
M akpelah.—Su em plazamiento.— La m e z q u ita .—S an ta P a u la .—Descripción de
la mezquita.—E l príncipe de Gales.—El m arqués de B u te .—Federico I I I .—Pie-
ro ti.—P rim era y segunda visita.—Golpes y maldiciones.—El Dr. F ra n k e l.—El
co nd e de R i a n t y su m anu scrito.—Dificultades contra el m i s m o . —P á g . 429.

ARTÍC ULO VI

A b ra h a m y C o d o rlah o m o r.

G uerra de los elam itas al Occidente.—Derrota de los pentap olitano s.—P e r ­


sigue Abrahain á los invasores y los deshace.—R escata los prisioneros y se
vuelve.— Dificultades contra este hecho.— Voltaire.—La crítica m oderna.—Ivno-
bel.—Otros racionalistas.— Vaciedad de sus asertos.—La dinastía elamita de Be-
roso .—Inscripción de A ssurbauipal.—La diosa N an a.—Otra inscripción del m is­
mo rey.— Cálculos a ritm é tic o s .—O bservación im po rtan te.—Inscripción de K u-
d ur-M apu k.—U na estatu a de bronce.— Ladrillos de U r.—T extos de Zikar-sin .
—Textos jeroglíficos.—E xam en del texto bíblico.—A. Lapide.—Testimonio de
S chrader.—T h adal.—Los Goiin.—Los k ud urides.—Testimonio de Oppert.—Idem
de Smith.—E l principio de no intervención.— Agravios supuestos.—Facilidad
d é l a victoria de A b rah am .—Sus trop as.—Sus a lia d o s .—Los g u e rr ille ro s .—Sor­
presas. —G e d e ó n .—H e rn á n C o r té s .—C uatro h u í a n o s .—P á g . 445.

ARTÍCULO VII
P

V o c a c ió n de A b rah am .

E l racionalismo español.—C a s te l a r . —Niega la divina vocación del p atriarca


y le acusa de faltas graves. —Texto de Castelar. —Equivocaciones geográficas.—
R evelación en sentido ra c io n a lista .—Oposición de Castelar con el G é n e s is .—
P or qué salió A b ra ham de Caldea. —Providencia de Dios — Extravío de los p u e ­
blos en el conocim iento de la d ivin id ad. — Dioses caldeos y asirios.—Dioses
e g ip c io s.—Dioses c a n a n e o s .—T rata do de paz de Ramsés I I . —Idolatría de Taré
y de N a c h o r .—Excepciones de la re g la .—Melquisedec. —A b im e le c .—J o b . —
J e t r o .—Razón de la vocación de A b r a h a m . —Equivocación del Sr. C a s t e l a r . —
Otras aberraciones del mism o s e ñ o r . —Pa labras s u y a s .—Desfigura la h istoria
del patriarca.—Falsed ades.—P ru den cia de A bra ham .—E ste r en S u s a y Sara en
E g i p t o . — F araón no tocó á S a r a . —Santa Cecilia y V alerian o . —Otra falsa h ip ó ­
tesis del Sr. C astelar.—Testimonios falsos del mismo contra el p a t r i a r c a .—
Castelar de cuerpo e n t e r o . —Regalos de b o d a . —Juicios tem e rarios del Sr. Cas-
t e l a r . —P aren tesco entre A brah am y S a r a . —Supuesto mal tra to de Sara con
A g a r . —Testim onio de San P a b l o . —Injusticia de Castelar con Sara. —Sencillí­
660 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

sima explicación del h e c h o . —Medio para e n te n d e r la Sagrada E s c r i t u r a . —


E l ju ra m e n to del d o c to r a d o .— Pág. 457.

CAPÍTULO II
José.
ARTÍC ULO I

O b se rv a c io n e s.

Isaac y Jaco b . —Por qué no se h a b la de e l l o s .— La historia de Isaac y de


J a c o b . —In te re s a n te h istoria de J o s é . — Por los e x t r e m o s . —P ru e b a s á que es
so m e ti d o .—Elevado al v i r r e i n a t o . —C umplim iento d é l o s s u e ñ o s . —G ran deza
de alm a de J o s é . —C on traste con sus h e r m a n o s . — Lágrim as y resp u esta digna.
— La mujer de P u tifa r. —La esposa de J o s é . — Los m o n u m e n to s de E g i p t o . —
Salida de los P a s t o r e s . —Los hijos de E f r a i m . — El n o m bre de Jo sé en una in s­
cripción.—T radiciones árabe s sobre el gran ero de Jo s é .—El canal de José. —P á ­
g i n a 469.

ARTÍCULO II

L a v e n ta .

La tú n icad e colores.—C o stu m b re general.—Los A n n u .—Costum bre moderna


de Oriente.—E l odio de sus herm anos, y su c a u s a . — El soñador. —De Damasco
á Egipto.—E ngañifa y Dothairi.— El libro de J u d i t . —Descripción de D o th a in .—
Eliseo. —En la cistern a.—Los m adianitas.—Ahora. — E bers.—N ieb u h r.—C omer­
cio oriental en E gipto.— Dumichen. — La estela de R arasés I I . —El p apiro Ha-
rris.—El papiro del Louvre.— 1*11 libro de los m u e rto s.— Las d ro g a s de los ma-
dian itas.— Lo que eran. — El lá u d a n o . —Texto de T u rn e fo rt. —Gomas odorífe­
r a s . —Tráfico de e sc la v o s.— Esclavos en E g i p t o . — La f u g a . — Un p a p i r o . —Le-
tr o n n e . —Trata do de Ramsés II con los ketas —Esclavos s i r i o s .—S in o n im ia .—
A ristófanes. —B a k e r .— Pág. 476.

ARTÍCULO I I I

L a com pra.

P u tifa r.—N ombre com ún .--P r h a .—Petepré.— C onsagrado.—Un eunuco con


m u jer.—Y o lta i r e ,—Su ig n o ran cia .— Significación.—Las versiones a n tig u a s .—
La Y ulgata.—N om bres de em plead os ó d ig natario s.—Déspota.—C a b a ll e r iz o .—
E quivocaciones del Sr. C astelar en este p u n t o . —No son r a r a s . —S a r is . —
La venus física.—E unucos con h a re m .— El cuento de los dos h e rm a n o s .—E u n u ­
cos en Oriente y en E g ip to .—Claudiano.—Oficio de los eunucos.—La ausencia
de b a rb a. —M edinet-A bou —U n p apiro del Museo B ritánico.-—Los hijos de
Sesostris.—La genealogía de la m u je r en E g i p t o . - S a rh a t ta b b a h im .—Los
empleos de la corte f a r a ó n i c a .- - E p i t a f i o s . —El cuerpo de o rden p ú b li c o .—El
j e f e . —Complicación de las leyes e g ip c i a s .—Los trab ajo s f o r z a d o s .— El papiro
de L e e l . —El cocinero m ayor. —Los cocineros en E g i p t o . —E x a c titu d de la ver­
sión v ulg ata. —L uga res p a r a l e lo s .—Dignidad de P u t i f a r . —E l m ayo rd om o rna-
ÍNDICE 661

yor en las casas e g ip c i a s .—El in te n d e n te en las p i n t u r a s . —Lám ina de Roselli-


n i . —Cuidados del m a y o r d o m o .—El cepulero de L a b u . —Tentación de J o s é . —
L a m u jer e g ip c ia .—Texto de S o u r y .—Corrupción de c o s tu m b re s .— El Levítico.
Diodoro de S icilia.—El ritual f u n e r a r i o . —Pin tu ras y c u a d r o s .—Algunos p a p i­
r o s . —M o ray ta. —Los pu eb lo s de C a n a á n . —El p a n te ó n e g ip c io .—Algunos m o ­
r a l i s t a s .—Verosim ilitud del h e c h o . —El rac io n a lism o .—C a n d id e z .— El ro m a n ­
ce d e l o s d o s h e r m a n o s . —T ex to a u t ó g r a f o .— R e s u m e n .- - E p í l o g o . —C o m para­
c io n e s .—Diferencias m o r a l e s . —E b e r s . —El anillo h u m a n o . —C o s q u in .—C re ­
dulidad de P u t i f a r . —P e n a del a d ú l t e r o . —P ág \ 489.

ARTÍCULO IV

L a p risió n .

Lo que d añ a el a m o r .—Los sueños.—Im portancia de éstos en E gipto.—Pasaje


de Is aías.—Días aciagos y días felices.—Tácito.—Porfirio.—Orígenes.—Soury.—
P ierre t,—Mal de ojo.— P tah. -S eth o n .—Sueño de M en ep h tah .— La estela del
s u e ñ o . —Los papiros m á g ic o s .— La estela de Ramsés. —El D e u te ro n o m io .—
E xa ctitu d de la narración m o s aica.—Tanis y M en fis.—La muralla blanca . —
E b e r s . — Nombres de las prisiones e g ip c i a s .—P risiones m i li ta r e s . —Panaderos
y coperos. —Sueños en la cárcel. —Su in terp retació n. —El mosto. —Racimos y
v i n o s . —La cerveza r a c io n a lis ta .—Ile rod oto y P l u t a r c o . —Cobardía de los cató­
lic o s .— Consumo de vino en E g i p t o . —El papiro H a r r i s . —Viñas pintadas en
los s e p u lc ro s.—Operaciones de vendim ia —Vinos generosos y e x tr a n je r o s . —
Blancos y t i n t o s . — E tiqu etas. — Variaciones de v i n o . —Afición de las mujeres
egipcias á b e b e r . —Sepulcros de B e n i- I ia s s a n .— Vides en los j a r d i n e s . —Reco­
lección y p r e n s a . — Colocación de las vides. - T r a s ie g o . - Sueño del p an ad ero.—
P astelerías y p ana derías egipcias. —E gipto y A s tu r ia s .—El pan de la casa b la n ­
c a . —Las c e s t a s .—Número de p a n e s . —Cumplim iento del s u e ñ o . —E l día del
S a n t o . —La piedra de R o s e ta .— El decreto de C a n o p e . —La estela de Ivouban.
—L a concubina de S a ú l. — Castigos egip cio s. —W il k in s o n . —E l romance de los
dos h e rm a n o s, - P á & . 517.

ARTÍCULO V

L a e le v a c ió n .

PÁRRAFO PRIMERO

¿Quién f u é el F araón de José?

D inastías X II, X I I I y X I V .—P alabras de Manetón.—D iscordancia e ntre los


egiptólogos.—Julio A fricano .—E usebio.—Sincelo.—Josefo.—B o e k h .—E rm a n .—
Muller.—C h a b a s . —B rugsch.—M a r i e t t e .—Origen de los H y k so s.—Inscripción
de N es-H o r. — Los sosim. —Estatuas de Tanis. —M a r ie tte .— L as e sfin g e s.—
A papi II .—Maspero.—Sincelo.—B rugsch.—B irc h . —Composición del n om bre de
P u t i f a r . —El P. C a r a . —Recuerdos patrios.—N úmero y n o m b re de los reyes
P asto res.—El más célebre entre ellos.— Desafío.—Resultados del mismo,— C ons­
tr ucciones de A papi.—Págr. 538.
662 E G IP T O Y A SIR IA R E S U C IT A D O S

PÁRRAFO II

Los sueños de F araón.

Culpable olvido.—Presen tación de José.—Las espigas y las vac as.—Los n i­


grom ánticos.—E xam en del su eñ o.—E l río.—N om bre del Nilo.—A h u .~-Utilidad
del Nilo.—De las espigas.—De las vacas.—P lutarco.— H ero d o to .—A m pere.—R e ­
presentaciones del Nilo.—Divinización del río.—O sb u rn .—H im no al Nilo.—El
núm ero 7.—El papiro H a rri s .—El libro de los m u erto s.—El ritu a l fu n e r a rio .—
Isis y Osiris.—El so lsticio.—El rizo.—Los hartum in. —J e r a r q u ía de los magos.—
Clem ente de A lejandría.—Número sag rad o.—La estela de R amsés.—La piedra de
Roseta.—El decreto de Canope.—El arcip reste .—El [profeta.—El chan tre.—El
m aestro de Capilla.—El culto de los dioses.—C babas.— 12.364 empleados de un
te m p lo .--S ab io s.— P adres divinos.—P resbítero. —Colegios clericales.— Consul­
tas á los libros.— Presentación de Jo s é .—Le afeitan.—Le m u d a n . —E s ta tu a de
la reina Ff.asta-sou.-~Naturales y e x t r a n j e r o s . —El b arbero egipcio. —T ex to do
un escriba.— Barbero afeitando.—La navaja de a fe ita r .— Un e je m p la r en Lou-
vre.—Costum bre egi pcia y co stum bre h eb re a.—L a v a to r io s. —El vestido blanco.—
Semilla.—explicación de los su eño s.—D iferencias entre José y los in térpretes de
s u e ñ o s . —Satisfacción de F a r a ó n . —Consejo p r u d e n t e . — Pág\ 546.

PÁRRAFO III

José, p rim e r m in istro .

R espuesta del rey y de la c o r t e . - E t a p a s . —A la cabeza de E g i p t o . —Muy


c r e i b l e .— El buen s e n t i d o . —Un c o n c u rs o .—B a l t a s a r . —Collar y a n i l l o . —Re­
lación de H ero d o to .—El sepulcro de Am onem heb.—Sus h a z a ñ a s.— Los prem ios.
—Anillos y c o llares .—Inscripción de A h es.—E stela del Museo de T u r í n . —
¿Será de José?— Discurso de R a m sés III. —El Boca su p e r io r.—B rug sch. —In v e s ­
t i d u r a . —Usos del a n i l l o . —Uso del l i n o . —Uso del c o ll a r .—Las condecoracio­
n e s . —Conocido e p ig r a m a . —Esclavos llevando c o ll a r e s .—Collares de los dio­
s e s . —L a estela de H o r s i a t e f . —L o r e to .— El P i l a r . —El S a g r a r io .—L a entrega
del collar á P o e s i . —Seti I , — H o rk lia n . —F o rm a de los collares e g ip c io s .—D is­
curso de re c e p c i ó n .—La carroza de F a r a ó n . —A b r e k . —V arias versio nes.—Ro-
s i . —C h a b a s . —La dan za d el c a m e llo .—E l c a n - c á n . —L u t e r o . —N o m bre im ­
puesto á J o s é . —T raducciones d iv e r s a s . —L e n o rm a n t y M a r i e t t e . —L a m u j e r de
J o s é . —Quién era su p a d r e . —Significado de Asceneth.— K o l erés.—P o d e r de los
ministros de los reyes P a s t o r e s . —N om bres escritos so bre e sf in g e s. —P á g . 563.

ARTÍC ULO V I

La recepción.

E l h am bre en E g i p t o . —E n las regiones li m í tr o f e s .—La frase «toda la tie­


r r a » . — El h am b re en C a n a á n . —Llegan los h erm an os de J o s é . —Id á J o s é . —
Conoce á sus h e r m a n o s . —Sospecha c r u e l . —Les acusa de e s p í a s . —Acusación
r a c i o n a l. —Disfraces de los e s p í a s . —Espías eg ip c io s.—E stela de H o rs ia te f.—
ÍNDICE 663

Situación de E g ip t o . —La gran m u r a ll a .—El ju ram ento por F a r a ó n . —U n p a ­


piro de T u r í n . —Simeón p r e s o . —A ngustias de J a c o b . —Acusación del racio­
nalism o con tra J o s é . —Inconsistencia de la m i s m a . —Los hijos de Jac ob en el
palacio de J o a á . — R e g a lo s.—El clibs.— Maj^ordomos de los señores e g ip c i o s .—
P a la c i o s .—Su d e s c r ip c i ó n .— Mueblaje —Objetos p re cio so s.—P ro v is io n e s .—
J a r d i n e s . — Casas de c a m p o .— Culto d o m é s tic o .—B a s to n e s .—B astones céle­
b r e s . —Criados y s e r v id u m b r e .—De v i a j e . —Vida c a m p e s t r e .—U n a visita al
palacio de José. —E l la v a to rio .—Cumplim iento de los sueños de J o s é . — El P a ­
dre B ohnen.—P in tu ra m ural.—Los R u te n n u .— Sus d on es.—G om as y r e s i n a s . —
E liezer. —Túnicas t a l a r e s . — El c o n v it e .—Frescos de T e b a s .—Mesas egipcias.
— Los m anjares. —Puros é i m p u r o s .—Colocación d é l o s c o n v id a d o s .—Texto
de H e r o d o to .—Asientos p ara c o m e r . — R ossellini. —La copa de J o s é . —Copas
r a r a s . — Copas de p la t a . — La copa r o b a d a . — Apuros de los herm ano s de Jo s é .
— Copas d iv i u a to r ia s .— Dificultades s u s c ita d a s .— Aurivilio, W issem án, B u r ­
d er. —S a c y . —C ostum bres del Oriente. —China. —Tibet. — B a ra m . —Los magos
del C a ir o .—José m a g o . —San A g ustín y Santo T om ás. —Se reconocen —L í.
palabra a b . —Los ab-f.n p ira o . —Jacob camino de E g i p t o . —Una in scrip ció n.—
B irc h . -K h o u m -lie tp —A bscha. —P or qué eran los egipcios enemigos de lof
P a s t o r e s . —Explicación in a d m is ib l e .—C a lm e t.—Riqueza pecuaria de los reyes
egipcios. —Gessen.—Tradiciones faraónicas. —In m igrantes idum eos.—C h a b a s .
— Pág-. 578.

ARTÍCULO VII

El v irre in a to

Pasajes del Génesis. —S abiduría y acierto en las m e d i d a s .—Visita á los p u e ­


b l o s . —El in ten d en te d é l o s g r a n e r o s . —E s ta tu a del Museo de M i ra m a r .—Re­
laciones con el m o n a r c a .—Ojos y orejas del rey. —Estela de M entothepli.—M u­
seo de T u r í n . —P in tu ras de L o u v re.— Esclavosy bueyes. —A z a d o n e sd e m a d e r a .—
Sepulcros de G iz e h .- - L a s c a b r a s . —Las ovejas de B e n i-H a ssa n . — Hoces egip­
c ia s . —Segadores. —B o tijo s .—E s p ig a d o r a s .—M a n o jo s.—Cestos. — Cánticos de
la siega y de la trilla.—Hipogeo de E leth ya .—C ham po llió n.—La limpia.—Lame*
dida del g r a n o . —Conducción por el r í o . —G raneros e gip cio s.—P rudencia de
J o s é . —R am sés I I I . —G ranos de trig o en el L o u v r e . —Id em en el Museo de Ñ a­
p ó l e s . —Significación del núm ero 7 , —E b e r s . —Nuestra o p in ió n . —C om proba­
c i ó n . —O v id io .—A b d -A lla tif. — P l i n i o . —Crecidas m áxim as y m í n i m a s . —E s ­
trag o s del h a m b r e . —A n tro p o f a g ia .—M a k siri.—Sepulcro de A m e n i.—I n s tr u c ­
ciones de O sortesen I .—Pasaje de Birch.—Conjeturas de B ru g sh .—¿Sería José?—
B a b a . — C om pra del r e i n o . —Medida p o lític a .—Colonos de F a r a ó n . —T exto de
E i c h t h a l . —H e r o d o to . —Diodoro de Sicilia. —W ilkinson. — Estado del Egipto
antiguo según los m odernos descubrim ientos —F e u d a lis m o .—Nuevo i m p e r i o . —
R am sés I I I .—C h a b a s . —Equivocaciones d e S o u r y . —Terquedad ra c io n a lista .—
Convicciones. —Convéncese la falsedad racionalista. —Más negaciones. —Sedes-
h a c e n . —E l diezmo y el q u i n t o . —C arácter de la propiedad en E g i p t o . —El
suelo —El c ie l o .— E I N i l o . — Los canales.—Texto de M ichaud.—La trad ición .—
N uestras c o s t u m b re s .—El jurisconsulto C a y o . —Los r o m a n o s . —S é n e c a .—La
propiedad en T u rq u ía.—Asia Menor.— Constantinopla.—El robo de los frutos.—
664 E G IP T O Y A S I R I A R E S U C IT A D O S

Los f e l l a h s .—E l k h e d i v e . —T exto de E w a l d . —P rohibición del L e v ític o .—


Pág;. 607.

ARTICULO V III

L a m u e r te

Ochenta años de g o b ie r n o . —Duración de la vida en E g i p t o . —Oración á


A m m on. —U ltim a recomendación . —Sepulcro p ro v is io n a l. —Bendición de Jacob
á sus hijos y á los de J o s é . —Significación h i s t ó r i c a . —Ju r a m e n to de J o s é . —La
vulgata y los Setenta. —H a m -m attah y H a m -m a teh . —■Juramento egipcio. —Tes­
timonio de C h a b a s . —Muerte de J a c o b . —E m b a lsam am ie n to del cádaver. —D ue­
lo de E g i p t o . —Salida para P a l e s t i n a . —E x e q u ia s .- - L la n t o de E g i p t o . — Cos­
tu m b re de e m balsam ar á lo s hom bres y á los b ru to s. —G ran núm ero de médi-
d ic o s ,— F e en la re s u rre c c ió n .—Modo de e m b a l s a m a r .— P la ñ i d e r a s . - -G astos
de la operación — Drogas ein pleadas. — H erodoto. —E x trac ció n del cerebro. —De
los o jo s . — De los intestinos. --D e las visceras. --A m u le to s .—Inyecciones.—P re p a ­
ración de las visceras. —Los canopes. —Preces rituales. —H erheb. - Eliminación
de actos s u p e r stic io so s .— Ligaduras y v e n d a je s .—Cinco k i l ó m e t r o s . — Dorado
de las u ñ a s . —Posición del c a d á v e r . —J o y a s . —S a rc ó f a g o s .—P in tu ras y escul­
t u r a s . — Cajas in teriores y exteriores.—E l libro de los m uertos.— Escarabajos.—
Ritual f u n e r a r i o .—La casa de la e tern id ad . —M ak pela y S ic h e m .—Sepulcro de
J o s é . —Su r e s ta u ra c i ó n .— C arácter histó rico de J o s é . —El racionalismo ale­
m á n . --T estim o nio de E b e r s . —Falsa s a l id a . —S oury.—Sus co ntrad iccio ne s.—
Su afición á R e n á n . —Tropiezos del racionalista fr a n c é s .— L o q u e p r u e b a n . —
Los p r o f e ta s .— David. —Ecequiel.—Jerem ía s.—El E xo d o.—El libro de Jo s u é .—
Los P aralipóm enos. —La S a b id u r ía .—El E c le siá stic o .—Otros p a s a j e s . —Mirada
r e t r o s p e c t iv a .—T riunfo de Dios y de la E s c r i t u r a . —Pág-. 630.
COLOCACION DE LOS GRABADOS
Páginas.

1.—M uestra de la escritura jeroglífica............................................................... 65


2.—M u estra de la e scritura cun eiform e............................................................ 80
3.—Oanes, el h o m bre p e z ..................................................................................... 140
4.—E l árbol de la v i d a ..................................................................................... 177
5.—E l árbol de la cienc ia................................................................................ 178
6.—E l dios B i n .......................................................................................................... 200
7.—Iz d u b a r, N emrod C ald eo................................................................................ 240
8.—H asisad ra é I z d u b a r ......................................................................................... 257
9.—Tabla cuneiform e del d ilu v io ................................................................. 273
10.— Pin tura m ejicana del d ilu v io ........................................................................ 304
11.—Filisteos prisioneros de Ramsés I I I ............................................................. 328
12.—Torre asiría de varios p iso s....................................................................... 354
13.—Cilindro de U r k h a m ............................ ........................................................... 387
14.—Emigración de u na t r i b u ................................................................................ 394
15.—R ebaño tra sh u m a n te bajando el G u ad arram a................................... 397
16.—Caravanas asiáticas en E g i p t o ..................................................................... 414
17.—R ebaños egipcios..........................................................................................................' .......... ............... 417
18.—OfrendaB de p e rf u m e s ..................................................................................... 482
19.—Caricatura de R am sés I I ................................................................................ t96
20.—M ujeres b e o d a s ............................................................................................... 505
21.—V endim ias en E g i p t o ....................................................................................... 530
22.—O frenda de vino............................................................................................. 531
23.—P a n a d e ría y p a ste le r ía .................................................................................... 534
24.—Cara de un h y k so ..................................................................................... 542
25.—El dios N i l o ..................................................................................................... 550
26.—Las siete vacas y el t o r o ................................................................................ 552
27.—Los R oten nu ofreciendo d o n e s..................................................................... 590
28.—Siega, trilla y recolección................................................................................ 610
29.—Mercado egipcio................................................................................................. 620

N O T A

E n tr e las v aria s erratas que se h an deslizado y que facilísimamente corregirá


el lector, so lam ente ano tam os aquí una de la pág. 142, no ta 2.a, que pone el
verso 24 de B aruch en vez del 14; otra de la pág. 143, en la línea 21, que se cita
el cap. X V I I I de los Reyes, siendo el XVII; y, por últim o, en la pág. 259, lín ea
prim era, está puesto Sim eón por Zabulón.
LIBROS Y OPÚSCULOS
DE

DON RAMIRO FERNANDEZ VALBUENA


Reales

La Herejía Liberal (3.a edición).................................. ................. 8


¿Católico ó krausista? —Heterodoxia del sistema filosófico
de K ra u se .......................................................................................
¿De Santo Tomás ó de Krause?—Impugnación de la Teodi­
cea Krause con la doctrina de Santo Tomás (2.n edición).—
Un tomo en 8.°.............................................................................. 7
El Darwinismo en solfa. —Un tomo en 8.°........... 6
Examen crítico de los errores pertenecientes á la Historia
de España enseñada en el Instituto de Badajoz.— Dos tomos
en 8.°...........................................................; .................................. B
La Luz del Vaticano.— Estudio sintético de las Encíclicas de
N. S. P. León X III, premiado con el primero en el certa­
men de Barcelona con motivo del Jubileo pontificio.— Un
tomo en 8.°............. : ..................... <........................................... 6
El ejemplo de un gran Rey, ó influencia de la conversión de
Recaredo en la unidad religiosa, política y social de España.
Obtuvo el primer premio en el certamen celebrado en Ma­
drid para conmemorar el X I I I centenario de la unidad
católica.—Un tomo en 8.°........................................................... 4
La Inquisición.— Observaciones acerca de este Tribunal. . . . 2
La salud espiritual y temporal de los niños.— Un tomo en 8.” 4
El testimonio de las piedras. —Discurso de apertura en el
Seminario de Badajoz en 1890-91............................................ 4
Los últimos Sacramentos.— Opúsculo recomendado eficaz­
mente por el Congreso Eucarístico de Valencia (3.a edi­
ción).— Docena.............................................................................. 4
¿Por qué no vas á la conferencia?—Opúsculo. Docena. . . . 4
La cabra de Salomón.—Opúsculo. Docena............................ 2
¿O-ué me cuenta V. del Hipnotismo?—Docena....................... 2
Ilustre recua.—Opúsculo. Docena............................................... 2
Diálogo sobre el matrimonio civil. — Opúsculo. Docena. . . . 2
Cánones del Vaticano, «Syllabus», proposiciones condenadas
de Bosmini.—Opúsculo. Docena............................................... 4

Próximo á publicarse: 2.a parte de

EGIPTO Y ASIRIA RESUCITADOS


Los pedidos á la

LIBRERIA RELIGIOSA DE MENOR HERMANOS

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