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Tema 8

CLÉRIGOS: CONCEPTO, FORMACIÓN E INCARDINACIÓN. PÉRDIDA DEL


ESTADO CLERICAL.
Concepto
Cuando hablamos de clérigo es lo mismo que decir ministro sagrado, según lo
indicado en el c. 207 § 1 se dice que «por institución divina, entre los fieles hay en la
Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se denominan también clérigos; los
demás se llaman laicos». Por tanto, desde el punto de vista canónico, el término clérigo
o ministro sagrado son equivalentes, en cuanto manifestación de aquella diversidad
funcional que tiene su raíz ontológica en el sacramento del orden.
Ahora bien, en una interpretación apropiada, se puede decir que este §1 del
canon antes indicado quiere recoger, en definitiva, la distinción esencial, y no sólo de
grado, entre sacerdocio común —propio de todos los fieles, incluidos los que han
recibido el orden sagrado, que no pierden por esta razón el sacerdocio común, sino que
reciben un sacerdocio más: el sacerdocio ministerial— y el sacerdocio ministerial (cfr
LG, 10).
A partir del Concilio Vaticano II, y así lo sanciona también el código en los cc.
207, 1008 y 1009 §1, los conceptos de clérigos y ministros sagrados se identifican. No
era así en el viejo código. De acuerdo con estos cánones se consideran ministros
sagrados por institución divina (LG 10) a los obispos, presbíteros y diáconos, es decir, a
aquellos que han recibido el sacramento del orden, que los configura con Cristo
sacerdote (dimensión cristológica) y los consagra para predicar el evangelio -munus
docendi-, pastorear a los fieles -munus regendi- y celebrar el culto divino -munus
santificandi- (dimensión eclesiológica).
Por tanto, «clérigos» o «ministros sagrados» a los que hace referencia el 207 § 1
sólo son los diáconos, los presbíteros y los Obispos (c. 1009 § 1); como, por su parte,
subraya claramente el c. 266 § 1: «por la recepción del diaconado uno se hace clérigo».
En cambio, la recepción de los ministerios de lector o acólito —que eran, entre otras, las
antiguas órdenes menores— bien sea de forma estable (c. 230 § 1), bien sea como paso
previo o requisito para la recepción del diaconado no lleva consigo la asunción de la
condición clerical, sino que se sigue siendo laico.
Formación de los clérigos
Con referencia a la regulación anterior CIC 1917 (c.1352), hay un notable
progreso, no sólo en lo que concierne a la colocación sistemática 1, sino también por lo
que respecta a su tenor literal, aunque sea bastante parecido al que se utilizaba en la
normativa abrogada. Además, mientras el Código abrogado centraba su atención en el
seminario de acuerdo con su estructura jurídica y patrimonial, en la nueva legislación la
posición preeminente pertenece al candidato a los sagrados ministerios, y en referencia
a él se articulan las posiciones jurídicas de los sujetos y de las estructuras destinadas a
su formación.

1
En el CIC del 17 esta materia quedaba incluida en la part. IV del Lib. III «De magisterio ecclesiastico»
Ahora bien, en la nueva codificación, la formación se presenta como un derecho
y deber de la Iglesia (c.232), reconocido también en las legislaciones civiles. El
contenido del derecho de la Iglesia a formar a sus propios ministros hace referencia a
todo lo que afecta de modo específico al correspondiente ministerio; es decir, las
diversas dimensiones de la formación (humana, espiritual, intelectual y pastoral), los
ambientes formativos y los sujetos responsables de la formación2.
Evidentemente esta formación de los clérigos no es un hecho puntual, sino que
tiene su dinamismo empezando desde el cuidado que se debe tener con la pastoral
vocacional, como germen. Según la Pastores Dabo Vobis nº 41, la vocación sacerdotal
es también un don para toda la Iglesia, un bien para su vida y para su misión. Por tanto,
la Iglesia está llamada a custodiar este don, a valorarlo y a amarlo: es responsable del
nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales (cf. c. 233 §1).
El sacerdote tiene derecho de recibir la formación integral para el buen
desarrollo de su ministerio, por eso la Iglesia ha creado la institución del seminario,
tanto Menor3 como Mayor4, para que los jóvenes candidatos reciban la conveniente
formación espiritual como la que es adecuada para el cumplimiento de los deberes
propios del sacerdocio, de acuerdo a lo indicado en el c.235 §1.
Los ámbitos de formación que se deben tener en cuenta en el seminario son los
siguientes:
 Formación espiritual (cc.244-246 y 247 §1 / OT 8.11; PO 3.8.9 /RFIS 44-58)
 Formación para la vida común (cc. 245 §1. 275 §1, 280)
 Formación al celibato (c. 247 / OT 10)
 Formación a la obediencia (c. 245 §2. 273)
 Formación para el espíritu de pobreza (c. 282)
 Formación misional (c. 257)
 Formación intelectual y doctrinal (cc. 248-254 / OT 13-18; AG 1-6; GS 58.62).
Aquí hay que tomar en cuenta la atención especial que se hace con referencia a
los estudios filosóficos y teológicos. En cuanto a la filosofía hay que dedicarle
por lo menos un bienio y cuatro años de teología.
 Formación pastoral práctica (255, 256 y 258)
Indiscutiblemente el proyecto de formación para el ministerio presbiteral debe
ser integral, abordando simultáneamente todas las dimensiones -humana, espiritual,
intelectual y pastoral- tal como nos recuerda insistentemente el Magisterio y el mismo
CIC (c.244 y PDV 42).
Evidentemente para que se den todos los elementos antes mencionados es
necesario que el seminario cuenta con un elenco de profesores que sean idóneos para
esta misión de acuerdo a lo expresado en los cc. 253-254 y 812 / OT 5 .17-18).

2
Cf. Pastores Dabo Vobis, 42.
3
Según el canon 234 se deben fomentar los seminarios menores y donde se considere oportuno, el
Obispo diocesano provea a la erección de un seminario menor o un instituto semejante.
4
En cada diócesis, cuando sea posible y conveniente ha de haber un seminario mayor; en caso contrario,
los alumnos a fin de que se preparen para los ministerios sagrados se encomendarán a otro seminario, o
se erigirá un seminario interdiocesano, c. 237§1.
INCARDINACIÓN
Es el vínculo jurídico que se establece entre un clérigo y una Iglesia particular
(c. 368) o una prelatura personal (294), o bien un instituto de vida consagrada (c.607) o
sociedad de vida apostólica (731) que goce de la facultad de incardinar, por el que se
concreta el vínculo de dependencia jerárquica y la responsabilidad y el derecho al
sustentamiento del clérigo, junto a los demás derechos y obligaciones respectivos. En el
caso de la Iglesia particular y la prelatura personal, la incardinación determina el ámbito
de ejercicio del ministerio al servicio de una porción del Pueblo de Dios.
La incardinación nace con la ordenación diaconal, por lo que nunca
hay clérigos acéfalos o vagos. La incardinación tiene vocación de estabilidad (cf. 265).
Modos de incardinación.
 Originaria (c.266 §1): No se presupone excardinación. La incardinación
originaria se da por la recepción del diaconado se incardina en una iglesia
particular en la que el promovido tiene el domicilio o a la que ha decidido
dedicarse. En caso que sea religioso o miembro de una SVA clerical (266 §2)
sólo si tiene los votos perpetuos o está incorporado definitivamente. Si es
miembro de un IS lo hará a la diócesis o al propio instituto (266 §3) también
cuando tenga los compromisos definitivos -por analogía-.
 Derivada: precisa excardinación. Este se puede dar de dos maneras:
 Explicita (c.267): acto administrativo compuesto por dos elementos para
su validez: carta de excardinación firmada por el obispo a quo y
entregada al clérigo. Carta de incardinación firmada por el obispo ad
quem y entregada al clérigo.
En el c. 269 se dan los requisitos para la incardinación y el 270 para la
excardinación.
 Implicita o Ipso iure (c.268): mutación de la incardinación por el mismo
derecho (§1): estancia de 5 años -legítima e ininterrumpida- y después de
4 meses de haberla solicitado a ambos obispos y haber habido silencio
administrativo. Con esto se evita prolongar situaciones de interinidad.
Por perpetua o definitiva admisión en un IVC o SVA (§2): un miembro
de un IVC o SAV se incardina en la diócesis después de 5 años “ad
experimentum” (§1), si consta el indulto de separación de su superior y
la aceptación del obispo (no así en caso de expulsión, donde el clérigo no
podría ejercer su ministerio mientras no encontrara un obispo que le
aceptara).
En el c. 693 es el otro caso incardinación Ipso iure: «Si el miembro es
clérigo, el indulto no se concede antes de que haya encontrado un Obispo
que le incardine en su diócesis o, al menos, le admita a prueba en ella. Si
es admitido a prueba, queda, pasados cinco años, incardinado por el
derecho mismo en la diócesis, a no ser que el Obispo le rechace».
Autoridad competente: el obispo diocesano o los que en derecho se le equiparan (381
§1 y 368). No las pueden dar los vicarios generales o episcopales. El administrador
diocesano sólo después de un año y consultando al Colegio de consultores (272), para
evitar “cualquier acto que vaya en perjuicio de la diócesis (428 §2).
PÉRDIDA DEL ESTADO CLERICAL
La ordenación sagrada, una vez recibida válidamente, nunca se anula; es
un sacramento que imprime carácter indeleble. Sin embargo, un clérigo pierde el estado
clerical. El legislador establece tres causas por las que se pueden perder según el c. 290:
1. Por sentencia judicial o decreto administrativo donde se declara la invalidez del
orden (1708-1712: sentencia doble), siguiendo el procedimiento establecido
recientemente por la Congregación para el Culto Divo y la Disciplina de los
Sacramentos.
2. Por la pena de dimisión, impuesta legítimamente (tras un proceso penal: cf. cc.
1720-1728). Esta no puede ser impuesta por medio de un precepto penal porque
es perpetua y necesita de un tribunal de tres jueces. No conlleva la dispensa del
celibato. Se puede verificar esta hipótesis en los siguientes casos que suponen
una actuación delictiva previa:
 (1364): contumacia o gravedad del escándalo en apostasía, herejía o
cisma.
 (1367): sacrilegio contra las especies consagradas.
 (1387): solicitud en confesión.
 (1394): clérigo que atenta matrimonio, aún civil y provoca escándalo.
 (1395 §1): clérigo concubinario.
 (1395 §2): abuso sexual con violencia o de un menor de 18 años.

3. Por rescripto de la Sede Apostólica, que solamente se concede a


los diáconos cuando existen causas graves, y a los presbíteros por causas
gravísimas. Tampoco en este caso comporta la dispensa de la obligación del
celibato.
Salvo que se haya declarado la invalidez de la ordenación, la pérdida del estado
clerical no lleva consigo la dispensa de la obligación del celibato, que únicamente
concede el Romano Pontífice.
El clérigo que pierde el estado clerical, pierde con él los derechos propios de ese
estado, y deja de estar sujeto a las obligaciones del mismo, salvo el celibato, que
requiere la dispensa. Se le prohíbe ejercer la potestad de orden, salvo la absolución en
peligro de muerte, y queda privado de todos los oficios, funciones y de
cualquier potestad delegada.
El clérigo que ha perdido el estado clerical no puede ser adscrito de nuevo entre
los clérigos, si no es por rescripto de la Sede Apostólica

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